El Yelmo de Mambrino (2) - Adelante La Fe
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Por Padre Alfonso Gálvez 18/08/2016 Cuota Facebook Twitter Pinterest Últimos Artículos
Décimo aniversario de
«Adelante la Fe»
Pocos se darán cuenta de que en el fondo de todo esto yace oculto el viejo problema de la
sustitución del ser por el parecer; o si se prefiere, por el aparecer. Dicho con otras palabras,
nos encontramos aquí ante un viejo problema filosófico que además es muy grave.
Habrá quien pensará que exageramos y sacará a colación el conocido dicho de que no es
para tanto. Lo cual no es sino una forma como cualquier otra de despachar los asuntos sin
cogerse los dedos. Sin embargo, nada mejor para contrarrestar tales modos de pensar que
comenzar con un ejemplo emblemático. Y puesto que los ejemplos son esclarecedores por
definición, pueden servir para comprender mejor el problema, e incluso como herramienta “Tu fe te ha salvado”
para centrar el tema y ser utilizada como punto inicial de discusión.
Todo el mundo conoce las tendencias de la moderna teología. La mayoría de las cuales,
aceptadas y seguidas por la Jerarquía eclesiástica, han enviado al desván de los trastos y
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trebejos inútiles la metafísica del ser. Hoy es lo común y normal encontrar Pastores que no A visitor from Villa mercedes viewed '«Con un beso me
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R e a l - t i m e | G e t S c r i p t | M o r e I n f o
Para esta moderna teología, las corrientes de pensamiento que intentan oponerle
resistencia no suponen problema alguno. Basta con colocarles el sambenito de tomistas, que
viene a ser un término universalmente aceptado como sinónimo de conservadurismo,
oscurantismo y, en general, de todo lo que pueda etiquetarse como oposición a lo que hoy se
llama progresismo. Y como todo el mundo sabe, los sambenitos no necesitan demostración
ni explicación alguna, sino que basta con colocarlos sobre las víctimas para que todo el
mundo las considere reaccionarias y se aparte de ellas como de la peste. Como puede darse
por supuesto, el progresismo no se molesta en absoluto en pararse a explicar en lo que
consiste el pretendido progreso. Es progreso y basta. Ni menos aún con respecto al apelativo
reaccionario, lo que supondría gravosas e inútiles explicaciones acerca del significado de la
pretendida reacción, de sus posibles motivaciones y, lo que sería peor todavía, de la
demostración de la falsedad de esta postura.
Es evidente que en todo este asunto existe un inmenso tinglado de pre–juicios cuyo común
denominador consiste en la autoatribución de la cualidad de dogmáticos, que es lo mismo
que decir indiscutibles, y poseedores, por lo tanto, de la posibilidad de prescindir de toda
necesidad de demostración.
Dicho lo cual, podemos pasar ya a exponer el ejemplo que habíamos prometido, cuyos
antecedentes intentaremos explicar. Todo el mundo conoce el desastroso fenómeno que se
está produciendo en la actual Cristiandad, con consecuencias tanto en el ámbito religioso
como en el social. Y nos referimos ahora a la falta de sacerdotes y de vocaciones a la vida
consagrada. Por supuesto que sabemos que la Cristiandad se ve afectada de otros muchos
fenómenos no menos calamitosos; pero ahora hablamos de éste en particular, como ocasión
de lo que vamos a decir a continuación y sin dejar de añadir que sus causas y completas
consecuencias no son de este lugar.
A todo el mundo cristiano afecta el problema de la falta de sacerdotes, lo que hace con
frecuencia imposible, o al menos difícil, la celebración de la Misa (ahora llamada Eucaristía),
centro y fuente de vida sobrenatural para los fieles que conforman el Cuerpo de Cristo,
también conocido como Iglesia.
Ante la imposibilidad para muchos cristianos (omitimos adrede el término católicos, a fin de
conectar mejor con la línea del momento) de participar del Sacrificio de la Misa, ha habido
necesidad de acudir a uno de los hallazgos pastorales nacidos del Concilio Vaticano II. Se
trata de una especie de sucedáneo de la Santa Misa conocido con el nombre de Liturgia de
la Palabra. El cual goza de la particularidad de que para celebrarla no es necesario el
sacerdote, lo que hace posible que pueda dirigirla cualquier ministro inferior y hasta un
laico (hombre o mujer).
Por supuesto que un sucedáneo es siempre un sucedáneo, y aunque sea bien poco, quizá
algo pueda remediar. Pero no existe nada, sea lo que fuere, que se pueda calificar como
bueno o malo de manera fácil y despreocupada; ni siquiera cuando se trata de cosas que
ofrecen a primera vista aspectos optimistas y festivos, aparentemente útiles, y hasta
caracteres de conveniencia que parecen solucionar un problema que indudablemente se
presenta como difícil.
Ahora bien, y puesto que la Misa es el centro cultual, la fuente, el origen y el lugar de
encuentro de todos lo que condiciona la vida cristiana, no puede admitir parangón ni
sustitutivo alguno. De ahí que sea imposible reemplazarla con algún sucedáneo. Si bien es
cierto que siempre cabe sustituir una ceremonia litúrgica por otra, realizarla de una o de
otra manera (con mayor o menor solemnidad, o con un rito más o menos abreviado, por
ejemplo), o celebrar sesiones de culto y oración según diferentes devociones (una novena, el
rezo público o privado del rosario, la recitación del Vía Crucis, etc.), la Misa no puede ser
considerada como si fuera uno más dentro del conjunto de actos de culto disponibles. La
fuente y el origen no pueden ser sustituidos por ninguno de los canales de distribución.
Por supuesto que a cualquiera se le ocurre fácilmente la objeción de que más vale algo que
nada. Siempre será preferible que los fieles oigan de alguna manera la Palabra de Dios, o se
reúnan para darle culto e incrementar el sentido de comunidad. Nada más justo y lógico…, a
primera vista.
Desgraciadamente sin embargo, como hemos dicho más arriba, las cosas no se pueden
calificar meramente a primera vista, sino que deben tenerse en cuenta todos sus aspectos y
posibles implicaciones. Y no es infrecuente que, llegado el caso y realizada la operación de
contabilizar todos los considerandos, no quede otro recurso que el de prescindir de algo
que, si bien en principio aparecía como bueno, al final acaba por descubrirse que ofrece más
inconvenientes que ventajas. Que es justamente lo que puede suceder cuando se sustituye la
Misa por la Liturgia de la Palabra. Pues nadie que quiera afirmarse sencillamente como
honrado realista puede negar que los fieles (la naturaleza humana al fin y al cabo, cuya
estructura y funcionamiento suelen olvidarse tan fácilmente) acaban por acostumbrarse a la
Liturgia de la Palabra. Con variopintas y hasta lamentables consecuencias.
Puesto que es inevitable que llegue un momento en el que los fieles confundan la Misa con la
Liturgia de la Palabra,[1] y al fin acaban por ignorar u olvidar la necesidad y la importancia de
la Misa. Es por demás imposible evitar que, a fin de cuentas, una y otra cosa resulten para
ellos exactamente lo mismo.
Aunque por desgracia no acaban ahí los problemas. Debido a que los ministros,
ordinariamente laicos, suelen tomarse muy en serio su papel (a menudo excesivamente en
serio: y de nuevo las flaquezas de la naturaleza humana),[2] organizan la susodicha Liturgia
como una verdadera mise en scène. Piensan que para ellos ha llegado, por fin, el momento de
demostrar su propia importancia, y de ahí que pongan su empeño en enfatizar, con fuertes
dosis de solemnidad y ornato, aquello que ellos consideran como lo más sustancial. ¿La
consagración como el momento fundamental de la Misa? ¿El sacrificio de la Muerte del
Señor hecho presente aquí y ahora…? Érase una vez, hace mucho tiempo… Los tiempos
cambian inexorablemente. Ahora se pasean en solemne procesión los libros sagrados
llevando en alto los brazos; o se exhorta, se lee y se recita con voz engolada; o se hacen
intervenir en la gala instrumentos musicales y sonoros de última generación. O todo ello a la
vez, al mismo tiempo que intervienen también multitud de ministros; entre los que se
encuentran, por supuesto, muchachas de aspecto agradable que se mueven graciosamente
de acá para allá y que, como es natural, predisponen más favorablemente el ánimo de los
fieles.
Resumiendo: se ha sustituido el «ser» por el «parecer», convirtiendo así una realidad sagrada
en un «show» para agradar.
He aquí cómo, sin embargo, el remedio propuesto para solucionar la falta de sacerdotes se ha
convertido, tal vez sin que nadie lo pretenda, en un eficaz instrumento para obstaculizar la
afluencia de vocaciones y hacer desaparecer el interés por encontrarlas.
Existen más inconvenientes, como el de involucrar a los laicos en tareas ministeriales que no
les corresponden, y para las que carecen del correspondiente carisma, o el de minimizar aún
más, si cabe, la figura del sacerdote. Pero, puesto que en este momento estamos hablando
de un ejemplo, de entre los muchos que se podrían traer a colación, no vamos a insistir más
en él. Aunque vale la pena reiterar que la campaña contra el sacerdocio se intensifica a
medida que pasa el tiempo. Ahora faltaba el anuncio de la institución de las diaconisas y del
tema a tratar en el próximo Sínodo de Obispos que no es otro que el de los sacerdotes
casados; predecesor, a su vez, de la creación en el futuro de Obispas y de Cardenalas:
liquidación por derribo, mientras que todo parece indicar que la barca de Pedro no se había
visto jamás tan zarandeada por las olas.
Una de las novedades introducidas por el actual progresismo, por ejemplo, se refiere a la
eliminación de la figura del director espiritual. Se dice que es una institución utilizada
durante siglos por el clero para controlar y someter a los seglares, por lo que debe ser
sustituida por la del acompañante espiritual, preferentemente laico o incluso monja (y donde
es evidente la intención de desplazar al sacerdote). Se alega que la libertad y la autonomía
personales no necesitan depender de autoridad alguna, por lo cual se pretende prescindir,
como innecesaria y obsoleta, de la figura del sacerdote. Adiós, por lo tanto, a instituciones
de la Espiritualidad cristiana que han perdurado durante siglos, y adiós también a otra de las
mayores oportunidades de practicar las virtudes de la obediencia y de la humildad… En
general, bye–bye a la doctrina que durante dos milenios han profesado multitud de teólogos,
santos y escritores de espiritualidad, tanto hombres como mujeres. Vienen a la mente las
palabras del Qohélet: ¡Ay del que está solo y se cae! No tiene a nadie que lo levante.[3]
(Continuará)
[1] La actual ignorancia religiosa del Pueblo cristiano es tan alarmante que nos hallamos ante
un fenómeno inexplicable a la vez que pavoroso. Pues nunca como ahora se ha puesto tanto
énfasis en la necesidad de actividades tales como cursillos previos de formación para la
recepción de sacramentos (como, por ejemplo, el matrimonio, convirtiendo a veces su
celebración en algo bastante difícil de realizar por los futuros contrayentes); ni se han
exigido períodos tan largos de catequesis preparatoria para recibir la confirmación, o la
primera comunión, por ejemplo. Y sin embargo jamás se ha podido comprobar tamaña
ignorancia en lo referente a la religión. Personalmente he conocido casos de personas que,
después de tres años de preparación catequética en su parroquia para la recepción de la
confirmación, desconocían por completo cuántas Personas hay en Dios.
[2] La figura del ministro laico es una entidad sumamente extraña (aberrante) en Derecho
Canónico y en la Teología en general. Con frecuencia incluso se les denomina con el
sorprendente nombre de agentes pastorales: una extravagante denominación para
comprender la cual habría que entender previamente cómo las ovejas pueden convertirse en
pastores.
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El Yelmo De Mambrino
Nació en 1932. Licenciado en Derecho. Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956. Entre otros
destinos ha estado en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Es Fundador de
la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980. Desde 1982 reside en El Pedregal
(Mazarrón-Murcia). A lo largo de su vida ha alternado las labores pastorales con un
importante trabajo redaccional. Ha publicado Comentarios al Cantar de los Cantares (dos
volúmenes), La Fiesta del hombre y la Fiesta de Dios, La oración, El Amigo Inoportuno,
Apuntes sobre la espiritualidad de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, Esperando a Don
Quijote, Homilías, Siete Cartas a Siete Obispos, El Invierno Eclesial, Los Cantos Perdidos y El
Misterio de la Oración. Para información adicional visite su web
http://www.alfonsogalvez.com