Cursos 2023A (Textos para Las Clases)

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LA SOLEDAD DE NO PERTENECER

Estoy segura de que en la cuna mi primer deseo fue el de pertenecer. Por motivos
que ahora no importan, debía de estar siendo que no pertenecía a nada ni a nadie.
Nací por nacer.
Ya en la cuna sentí esta hambre humana y ha seguido acompañándome toda la
vida, como si fuese un destino. Hasta el punto de que mi corazón se contrae de
envidia y de deseo cuando veo a una monja: ella pertenece a Dios.
Precisamente porque es tan fuerte en mí el hambre de entregarme a algo o a
alguien me volví bastante arisca: tengo miedo de revelar cuánto lo necesito y lo
pobre que soy. Sí, lo soy, muy pobre. Solo tengo un cuerpo y un alma. Y necesito
más que eso. Quién sabe si empecé a escribir tan pronto porque, al escribir, por lo
menos me pertenecía un poco a mí misma, aunque eso sea solo un triste facsímil.
Con el tiempo, sobre todo en los últimos años, he perdido la capacidad de ser
persona. Ya no sé cómo se hace. Y una forma nueva de la "soledad de no
pertenecer" ha empezado a invadirme como la hiedra de un muro.
Si mi deseo más antiguo es el de pertenecer, ¿por qué entonces nunca he formado
parte de clubes o de asociaciones? Porque no es eso a lo que yo llamo pertenecer.
Lo que yo quisiera, y no consigo, es por ejemplo que todo lo que de bueno
surgiese en mi interior pudiese entregarlo a aquello a lo que perteneciese. Incluso
mis alegrías, qué solitarias son a veces. Y una alegría solitaria puede volverse
patética. Es como quedarse con un regalo envuelto en papel bonito en las manos y
no tener a quién decirle: toma, es tuyo, ¡ábrelo! Como no quiero verme en
situaciones patéticas y, por una especie de contención, evito el tono de tragedia,
raramente envuelvo con papel de regalo mis sentimientos.
Pertenecer no resulta solo de ser débil y de necesitar unirse a algo o a alguien más
fuerte. Muchas veces mi intenso deseo de pertenecer surge de mi propia fuerza,
quiero pertenecer para que mi fuerza no sea inútil y haga más fuerte a una persona
o a una cosa.
Aunque tengo una alegría: pertenezco, por ejemplo, a mi país, y como millones
de otras personas pertenezco tanto a él que soy brasileña. Y yo que, muy
sinceramente, nunca he deseado o desearé la popularidad -soy demasiado
individualista para poder soportar la invasión de la que es víctima una persona
popular-, me siento sin embargo feliz de pertenecer a la literatura brasileña por
motivos que no tienen nada que ver con la literatura, porque ni siquiera soy una
literata o una intelectual. Soy feliz solo por ‘formar parte’.
Casi consigo visualizarme en la cuna, casi consigo reproducir en mí la vaga y sin
embargo permanente sensación de necesitar pertenecer. Por motivos que ni
siquiera mi madre o mi padre pudieron controlar, nací y me quedé así: nacida.
Sin embargo fui planeada para nacer de una manera tan bonita. Mi madre ya
estaba enferma, y, según una superstición bastante extendida, se creía que tener
un hijo curaba a las mujeres de una enfermedad. Entonces fui deliberadamente
creada: con amor y con esperanza. Pero no curé a mi madre. Y hasta hoy siento la
carga de esta culpa: me hicieron para una misión determinada y fallé. Como si
contasen conmigo en las trincheras de una guerra y hubiese desertado. Sé que mis
padres me perdonaron haber nacido en vano y haber traicionado su gran
esperanza. Pero yo, yo no me lo perdono. Desearía que simplemente se hubiese
producido un milagro: nacer yo y curar a mi madre. Entonces sí: habría
pertenecido a mi padre y a mi madre. No podía confiar a nadie esa especie de
soledad de no pertenecer porque, como un desertor, mantenía el secreto de una
huida que por vergüenza no podía ser conocido.
La vida me ha hecho de vez en cuando pertenecer, como si lo hiciese para darme
la medida de lo que pierdo cuando no pertenezco. Y entonces lo supe: pertenecer
es vivir. Lo sentí con la sed de quien está en el desierto y bebe con ansia los
últimos tragos de agua de una cantimplora. Y después la sed vuelve y camino
realmente por el desierto.
(Clarice Lispector, Aprendiendo a vivir, traducción de Elena Losada, fotografía
de Elliott Erwitt, USA, New York City, 2000)

TRISTEZA DEL CRONOPIO


A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj
atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que
remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las
once y cuarto. Meditación del cronopio: “es tarde, pero menos tarde para mí que
para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas
más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos
casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo”. Mientras
toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus
lágrimas naturales.
(Julio Cortázar, Historia de cronopios y de famas, fotografía de W. Eugene
Smith)

Estoy convencido de que uno no sólo se ama en los otros: también se odia en
ellos.
(Georg Christoph Lichtenberg, Un sueño y otros aforismos, traducción de Juan
Villoro, UNAM, 2006, p. 17, fotografía de William Klein, Broadway and 103rd
Street, New York, 1954-55)

Todo el mundo tiene lo bello por lo bello / y es en ello donde reside su fealdad. /
Todo el mundo tiene el bien por el bien, / y es en ello donde reside su mal.
Porque el ser y la nada se engendran. / Lo fácil y lo difícil se completan. / El largo
y el corto se forman el uno por el otro.
El alto y el bajo se tocan. / La voz y el sonido se armonizan. / El antes y el
después se siguen.
He ahí por qué el santo adopta / la táctica del no hacer / y practica la enseñanza
sin palabra. / Todas las cosas del mundo surgen / sin que él sea el autor.
Produce sin apropiarse, / actúa sin nada esperar, / y su obra consumada, no se ata
a ella, / y puesto que no ata, / su obra prevalecerá.
(Lao Tse, Tao Te King, II, traducción de Ramón Hervás, fotografía de George
Brassaï, Un Costume pour Deux, 1931)

Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de
su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la
obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía
recordar dónde lo había metido.
(Luisa Valenzuela, "Cada cosa en su lugar", fotografía de Héctor García -
Candelaria de los Patos, Ciudad de México, 1965-)

18
Nunca ves quién eres; sólo ves tu sombra.
[…]
21
Quienes llevan su linterna por mochila, sólo proyectan sus sombras a su paso.
(Rabindranath Tagore, Los pájaros perdidos, traducción de Jorge Rotner,
fotografía de Graciela Iturbide)

Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, procura ser feliz hoy. Coge un
ánfora de vino, siéntate a la luz de la luna y bebe mientras te dices que quizás
mañana te busque, en vano, el astro de la noche.
(Omar Khayyam, Rubaiyat, 11, traducción de Manuel Gallardo -de la versión
francesa de Toussaint-)

Cesa el anhelo, rabo al aire. De súbito, la vida amputa, en seco. Mi propia sangre
me salpica en líneas femeninas, y hasta la misma urbe sale a ver esto que se para
de improviso.
- ¿Qué ocurre aquí, en este hijo del hombre? -clama la urbe, y en una sala del
Louvre, un niño llora de terror a la vista del retrato de otro niño.
- ¿Qué ocurre aquí, en este hijo de mujer? -clama la urbe, y a una estatua del siglo
de los Ludovico, le nace una brizna de yerba en plena palma de la mano.
Cesa el anhelo, a la altura de la mano enarbolada. Y yo me escondo detrás de mí
mismo, a aguaitarme si paso por lo bajo o merodeo en alto.
(César Vallejo, "Cesa el anhelo...", fotografía de Vivian Maier)

Sólo en la música y en el amor existe la alegría de morir, el espasmo voluptuoso


de sentir que uno muere porque no puede seguir soportando las vibraciones
internas. Y nos regocija el pensamiento de una muerte súbita que nos liberará de
seguir sobreviviendo a esos momentos. La alegría de morir, que no tiene ninguna
relación con la idea y la obsesiva conciencia de la muerte, nace en las grandes
experiencias de unicidad, cuando se siente perfectamente que ese estado no
volverá más. En la música y en el amor sólo hay sensaciones únicas; uno advierte
perfectamente que éstas no podrán volver ya, y lamenta con toda su alma la vida
cotidiana a la que se verá abocado después. Qué admirable goce genera la idea de
poder morir en tales instantes, de que, por ese hecho, no se ha perdido el instante.
Pues el retorno a la existencia cotidiana tras semejantes instantes es una pérdida
infinitamente mayor que la extinción definitiva. La pesadumbre por no morir en
los momentos culminantes del estado musical y del erótico nos enseña cuánto
tenemos que perder viviendo.
(Emil Michel Cioran, El libro de las quimeras, traducción de Joaquín Garrigós,
fotografía de Koto Bolofo)

PERFIL DE SOLEDADES

I
Si alguien hubiera dicho:
la soledad se nutre de párpados caídos,
de silencios dormidos en la noche del ángel;
la soledad es una inválida semilla,
heredad antigua, cadena y mortaja…
Pero nadie lo dijo.
Y yo, que esperaba,
tuve que evadirme
por los cuatro puntos
amargos del viento.

II
Me sorprendo cercana de la noche,
en vano pregunto y llamo;
bajo un cielo de ruinas
contemplo mis manos
que se alargan como interrogaciones
y veo, palpo, siento,
la soledad.
(Amparo Dávila, Poesía reunida, fotografía de Dorothea Lange)

En pocas líneas dejaré establecido que Maldoror fue bueno durante los primeros
años de su vida en los que conoció la felicidad; ya está dicho. Luego descubrió
que había nacido malo: ¡fatalidad extraordinaria! Ocultó su carácter lo mejor que
pudo durante muchos años; pero finalmente, a causa de esta contención opuesta a
su naturaleza, todos los días le subía la sangre a la cabeza, hasta que no pudiendo
soportar más ese género de vida, se lanzó resueltamente por el camino del mal. ..
¡atmósfera grata! ¡Quién lo hubiera dicho!, cuando besaba a un pequeñuelo de
cara rosada, sentía deseos de rebanarle las mejillas con una navaja, y muy a
menudo lo hubiera hecho si la Justicia, con su largo séquito de castigos, no lo
hubiera impedido en cada ocasión. No era mentiroso, confesaba la verdad y
declaraba ser cruel. Humanos, ¿lo habéis oído? ¡Se atreve a repetirlo con esta
pluma que tiembla! Así, pues, hay un poder más fuerte que la voluntad...
¡Maldición! ¿Querría la piedra sustraerse a las leyes de la gravedad? Imposible.
Imposible que el mal se conjugue con el bien. Es lo que decía más arriba.
[…]
Un día, con los ojos vidriosos, me dijo mi madre: "Cuando estés en cama y oigas
los ladridos de los perros en el campo, ocúltate bajo los cobertores; no te burles
de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como yo, como todos los otros
humanos de rostro pálido y alargado. Hasta te permito que, acercándote a la
ventana, observes ese espectáculo por demás sublime." Desde entonces respeto la
voluntad de la muerta. Igual que los perros, experimento esa necesidad de infinito
.. " Pero no puedo, no puedo satisfacer esa necesidad! Hijo soy de hombre y de
mujer, según me han dicho. Lo que me deja asombrado... creía ser más. Por otra
parte, ¿qué me importa mi origen? De haber dependido de mi voluntad, habría
preferido ser hijo de la hembra de tiburón, cuyo apetito es camarada de las
tempestades, y del tigre cuya crueldad es bien conocida: quizá no sería tan malo.
Vosotros que me miráis, alejaos de mí porque mi aliento exhala un aire
ponzoñoso.
(Conde de Lautréamont –Isidore Ducasse-, Los cantos de Maldoror, traducción de
Aldo Pelegrini, fotografía de Héctor García)
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Mi alma es una orquesta secreta; ignoro cuáles instrumentos pulso y cuáles
rechinan dentro de mí. Yo solo me conozco como una sinfonía.
(Fernando Pessoa, Plural de nadie, traducción de Miguel Ángel Flores, fotografía
de Lu Guang)

El ser empieza entre mis manos de hombre.


El ser,
todas las manos,
cualquier palabra que se diga en el mundo,
el trabajo de tu muerte,
Dios, que no trabaja.

Pero el no ser también empieza entre mis manos de hombre.

El no ser,
todas las manos,
la palabra que se dice afuera del mundo,
las vacaciones de tu muerte,
la fatiga de Dios,
la madre que nunca tendrá hijo,
mi no morir ayer.

Pero mis manos de hombre ¿dónde empiezan?


(Roberto Juarroz, Poesía vertical, 3, fotografía de Danny Lyon)

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