Mitología Griega
Mitología Griega
Mitología Griega
Medusa y Perseo
Hace mucho mucho tiempo, vivían en la región del monte
Atlas unas hermanas espantosas, conocidas con el nombre
de Gorgonas. Eran Esteno, Euriale y Medusa
Y tenía también unas alas que volaban solas cada vez que
él se las acomodaba en los talones.
Llegó, pues, volando. Pero en vez de lanzarse contra
Medusa, se quedó algo lejos, sin preocuparse más que de
una cosa: no mirarla nunca cara a cara, no verla a los ojos
por ningún motivo.
Y como era necesario espiarla todo el tiempo, usó el escudo
de bronce como espejo, y en él observaba lo que ella hacía.
Teseo y el minotauro
El rey Egeo iba todos los días a la orilla del mar a ver si ya
regresaba la nave. Cuando vio las velas negras pensó que
su hijo había muerto. De la tristeza no quiso ya seguir
viviendo y se arrojó desde una altura al mar. Teseo fue
recibido en Atenas como un héroe. Los atenienses lo
proclamaron rey de Atenas y Teseo tomó como esposa a
Fedra.
Hércules y el toro
Hércules y el león
La caja de Pandora
Los dioses encargaron a los hermanos Prometeo y
Epimeteo que crearan a los animales y al hombre y que les
dieran los recursos necesarios para sobrevivir. Epimeteo
creó a todos los animales. Prometeo modeló
cuidadosamente a los hombres con una mezcla de tierra y
agua, procurando que se parecieran a los dioses.
Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese distribuir las
cualidades de los animales:
-Toma estas bridas de oro -le dijo -con ellas podrás subirte a lomos
de Pegaso. Antes de que Belofonte pudiera agradecerle tanta
amabilidad, Atenea desapareció.
Así que, si él era un dios -pensó- debía ser inmortal como ellos. Y sin
pensárselo dos veces, decidió ascender por el cielo con su caballo
Pegaso hasta llegar donde estaba el rey de los dioses
Zeus para solicitarle la inmortalidad.
Así cada, noche de otoño, podrás verle sobre el horizonte, muy cerca
de la constelación de la princesa Andrómeda.
-Atadme al mástil del barco con fuertes cuerdas y que sea imposible
desatarme -pidió a los marineros que le acompañaban en su barco.
Toda la tripulación obedeció las órdenes de su capitán y ataron
a Ulises con todas sus fuerzas. Luego ellos mismos se
pusieron tapones en los oídos para no escuchar los cantos de las
sirenas. Había prisa porque ya se estaban acercando a las rocas
llenas de sirenas cantando con sus melodiosas voces.
Solo Ulises podía escuchar los cantos mágicos de las sirenas porque
estaba atado al mástil bien fuerte. En cuanto las sirenas vieron el
barco de Ulises, empezaron a cantar y a llamar a Ulises por su
nombre.
-Ulises, ven con nosotras -decían las sirenas. Y lo hacían con una voz
a la que era imposible resistirse. Ulises forcejaba para desatarse, pero
sus marineros le habían atado tan bien que le fue imposible moverse.
Eso le salvó, porque si no, se hubiera arrojado al mar sin dudar atraído
por el misterioso canto de las sirenas.
Así fue como el barco siguió su rumbo y se alejó de las rocas donde
vivían las sirenas. Y así fue como Ulises consiguió volver a su hogar y
convertirse en el único hombre que pudo contar esta aventura del
canto de las sirenas. Porque con ingenio cualquier problema se puede
resolver.
La adivinanza de la Esfinge
Hace mucho tiempo los habitantes de la ciudad de Tebas estaban
atemorizados por una Esfinge que apareció un día de repente a la
entrada de la ciudad. La Esfinge no era como esas famosas esfinges
de Egipto, sino que era un ser monstruoso con cabeza humana,
cuerpo de león y unas alas enormes.
Un buen día pasó por allí un joven muy inteligente llamada Edipo. Él
quería entrar a la ciudad de Tebas pero, como todo el mundo, antes
tenía que acertar la adivinanza de la Esfinge.
- Buenas tardes, Edipo - le dijo la Esfinge- tienes que adivinar mi
acertijo si quieres entrar en la ciudad.
- Solo tiene una voz y anda con cuatro pies por la mañana, con dos
pies al mediodía y con tres pies por la noche.
Parecía que no había forma de entrar en Creta. Hasta que un buen día
llegó en su barco el héroe griego Jasón, junto con la
hechicera Medea. Mientras se acercaban a Creta, Jasón veía a Talos
dar grandes zancadas por la costa y en un momento se paró a
observar el barco y empezó a ponerse naranja incandescente.
Jasón tuvo miedo y enseguida quiso dar la vuelta. Pero allí donde los
héroes no se atreven, siempre hay una mujer más inteligente y
atrevida que ellos. Medea conocía el funcionamiento del gigante
Talos. El gigante tenía una sola vena que iba desde el pie hasta la
cabeza y no había forma matar al gigante mientras por esa vena
siguiera circulando el ícor. Porque por las venas de los dioses, de los
titanes y de los gigantes no corre sangre, sino ícor.
El mayor problema era que nadie podía acercarse a él porque su
cuerpo ardía, así que Medea buscó entre sus mejores hechizos para
lanzarle uno desde el barco. Con el hechizo de Medea, el gigante
Talos cayó adormilado inmediatamente en la arena de la playa. Había
que darse prisa.
Había una vez hace mucho mucho tiempo un monstruo mitad toro,
mitad hombre al que llamaban Minotauro. El Minotauro vivía en la isla
de Creta y el rey Minos quería proteger a todos sus ciudadanos
del apetito voraz de este Minotauro que se comía a todo aquél que se
encontraba en el camino. Como no podían matar al Minotauro, el rey
Minos decidió encerrarlo en un lugar del que nunca pudiera salir.
Así consiguieron salir del laberinto sin salida que habían preparado
para encerrar al Minotauro. El plan era perfecto, pero Ícaro no era
precisamente un hijo obediente y cuando ganó confianza volando con
sus alas de cera quiso acercarse más y más al sol. Con el calor del sol
las alas de Ícaro se derritieron y cayó al mar, donde inmediatamente y
para evitar que se ahogara, surgió una isla que hoy se llama Icaria.