El Secreto Pontificio - La Ley D - Adrian Vitali
El Secreto Pontificio - La Ley D - Adrian Vitali
El Secreto Pontificio - La Ley D - Adrian Vitali
Adrián Vitali
PRÓLOGO
PRÓLOGO
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
PABLO HUCK
“SENTÍ UN TERRIBLE DESCONCIERTO PORQUE
MOYA ERA MI CONFESOR”
SEBASTIÁN CUATROMO
"PARA CRIAR A UN NIÑO HACE FALTA UNA ALDEA"
DANIEL VERA
“ME DIJO QUE FUERA A SU HABITACIÓN”
FABIAN SCHUNK
“DE NO HABER SIDO POR MI MUJER MÓNICA, NO
HUBIESE DENUNCIADO”
TESTIMONIO SIN NOMBRE
“CREÍA QUE TODO EL MUNDO SABÍA LO QUE ME
HABÍA PASADO Y ME MIRABAN CON OJOS DE
CONDENA”
CAPÍTULO 3
MANUAL DE PEDOFILIA
CAPÍTULO 4
JUAN XXIII
PABLO VI
El Secreto Pontificio
JUAN PABLO II
De Delicta Graviora
FRANCISCO
Vademécum
CAPÍTULO 5
CASA DAMASCO
CONCLUSIÓN
EL SECRETO PONTIFICIO
8INTRODUCCIÓN
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PROBLEMA ANTROPOLÓGICO DE LA IGLESIA
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JULIA AÑAZCO
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PABLO HUCK
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SEBASTIÁN CUATROMO
"PARA CRIAR A UN NIÑO HACE FALTA UNA ALDEA"
Mi nombre es Sebastián Cuatromo.
Cuando tenía 13 años, entre 1989 y 1990, fui víctima del
delito de abuso sexual en el Colegio Marianista de la ciudad
de Buenos Aires del que era alumno. Fue mi agresor el
entonces hermano marianista y docente Fernando Enrique
Picciochi, al igual que a otros niños compañeros míos en
aquella escuela todavía exclusivamente de varones. Estos
ataques sucedieron tanto en la sede marianista del porteño
barrio de Caballito como en su cordobesa colonia de
vacaciones de la localidad de Casa Grande, en el Valle de
Punilla.
Recuerdo el grave episodio que, como es de público
conocimiento, me tocara sufrir con la jerarquía católica de la
ciudad de Buenos Aires en el año 2002, que encabezaba el
entonces Cardenal Jorge Bergoglio, y adonde recurrí en
busca de apoyo ante un aberrante intento de silenciamiento
que pretendía imponerme el Colegio y la Congregación de los
Hermanos Marianistas por los abusos sexuales que había
sufrido en mi infancia. Obtuve como respuesta a mi pedido
un bochornoso aval jerárquico a esa actitud, junto con una
postura de una gran arrogancia de poder y de una profunda
subestimación de la gravedad del delito del que estábamos
hablando y del dolor y sufrimiento de las víctimas.
Este hecho de mi larga historia de lucha, que diera a
conocer públicamente en el 2012, en ocasión del juicio y
condena de quien fuera mi abusador en el Colegio
Marianista, justo un año antes de que Bergoglio fuera electo
Papa, y que a lo largo de estos años fuera evocado en
distintos medios de prensa internacionales y nacionales y en
diversas notas que me realizaron, no motivó, pese a mis
permanentes alusiones públicas, ninguna invitación ni
convocatoria por parte del Papa Francisco en sus más de
siete años como Obispo de Roma, ni del Episcopado
argentino, donde una parte importante de los Obispos fueron
designados por el propio Francisco.
Señalo esto porque más allá de internas palaciegas, de
oscuros intereses y disputas de poder eclesiásticas, y de
evidentes limitaciones conceptuales, subjetivas e ideológicas
para dar cuenta de este delito en el marco de una cultura
machista, patriarcal y adultocéntrica como la que persiste en
los ámbitos clericales, en “Adultxs” estamos convencidos/as
que la verdadera diferencia con respecto al crimen del abuso
sexual se marca cuando se lo asume en primera persona, al
hacerse cargo de la dolorosa, incómoda y crítica
interpelación que nos suscita, con sus víctimas y
victimarios/as, cuando sucede en nuestra propia familia, en
nuestro círculo de pertenencia laboral, amistoso, político,
gremial, religioso, artístico... rompiendo de ese modo con la
hegemónica actitud corporativa de adultos/as que cierran
filas entre adultos/as dejando a la intemperie a los/as
niños/as víctimas y a sus protectores.
Este persistente ninguneo y negación de Francisco para
convocar públicamente a víctimas y luchadores/as de
Argentina que tenemos historias de dolor que lo interpelan
directamente muestra una verdadera falta de voluntad y
decisión de querer jugarse e ir a fondo contra esta injusticia,
que gracias al formidable avance colectivo de las luchas que
llevamos adelante las víctimas ya es toda una irrefutable
evidencia para la opinión pública internacional y para la
conciencia crítica de la abrumadora mayoría de los/as
católicos/as.
Para el colectivo de "Adultxs por los derechos de la
infancia", que integramos adultos/as sobrevivientes del
delito de abuso sexual junto con protectores/as de niños/as
víctimas en el presente de todo el país, asociación civil de la
que tengo el orgullo de ser cofundador junto a Silvia Piceda,
pensar y ocuparse de esta injusticia nos parece una cuestión
fundamental en un contexto de crisis civilizatoria como el que
estamos viviendo debido a la pandemia global del
coronavirus.
Ya que hablar del delito de abuso sexual contra la infancia
que sufren nada menos que 1 de cada 5 niños/as y
adolescentes, según una campaña pública de la Comunidad
Europea, junto con el paradigma de la infancia como sujeto
de derecho, resulta imprescindible en momentos donde
sufrimos una nueva y dolorosa evidencia global de brutales
injusticias y desigualdades que ponen de manifiesto la
urgente y crítica necesidad colectiva de repensar y
revalorizar paradigmas como el del cuidado, para así poder
transformar esta inaceptable realidad; construyendo nuevos
y fraternos modos de vinculación que puedan dar lugar a la
aparición de superadores horizontes sociales y ambientales.
En este sentido, y como crítica interpelación a la sociedad
profundamente adultocéntrica en que vivimos, los/as
"Adultxs por los derechos de la infancia", como
luchadores/as desde la base social, estamos convencidos/as
que un eje rector sobre el que deben ordenarse nuevas y
superadoras formas de relación pasa por el inexcusable
cuidado de la cría humana y por la defensa y promoción de
sus derechos, ante esta renovada constatación de la, tantas
veces "olvidada", harto elemental necesidad e
interdependencia que tenemos los/as humanos/as de nuestro
vínculo con los/as otros/as, con la naturaleza y con los no
humanos para nuestra propia supervivencia.
Por eso y de acuerdo con el hermoso proverbio africano
de "para criar a un niño hace falta una aldea" que los/as
Adultxs por los derechos de la infancia adoptamos como
lema, junto con Silvia Piceda, mi compañera en la vida a
quien tuve la dicha de conocer en este camino de lucha, al
que ella se sumó como mamá protectora de una niña frente a
su progenitor abusador y frente a la injusticia del Poder
Judicial, venimos brindando nuestros testimonios a la
comunidad en los más diversos ámbitos sociales del país,
desde hace años, recibiendo un muy esperanzador eco a
nivel público y comunitario que demuestra que la suerte de
los/as niños/as no es un supuesto asunto privado ni
intrafamiliar, sino que depende del compromiso del conjunto
de la comunidad adulta de cada lugar y del rol del Estado
como garante y promotor de sus derechos.
En este esperanzador camino de construcción colectiva
en el que los/as Adultxs también conformamos y sostenemos
liberadores y entrañables espacios de encuentros solidarios
de pares durante todas las semanas del año para
sobrevivientes y protectores de niños/as víctimas, en los que
personas de las más diversas generaciones comienzan a
desarmar arraigados sentimientos de vergüenza, culpa y
soledad a partir de la apertura hacia lo grupal y por medio de
la magia de la palabra y la escucha compartida en un ámbito
empático y respetuoso; y donde al permitirnos trabajar la
empatía hacia el/la niño/a que fuimos y sus sufrimientos
empezamos a transformarnos en adultos/as defensores de
la infancia del presente.
Junto con Silvia recibimos permanentemente el cariño y
la solidaridad que tanto nos faltó en nuestros pequeños
círculos familiares y sociales cuando sufrimos y enfrentamos
solitariamente a esta injusticia; situación que en mi caso
comenzó a cambiar a partir del año 2012, cuando logré
empezar a compartir públicamente mi testimonio con la
comunidad con el anhelo de darle un sentido de
trascendencia colectiva a mi larga historia de dolor y de lucha
en búsqueda de reparación y justicia por los abusos
sexuales que sufriera en mi infancia en el Colegio Marianista
de la ciudad de Buenos Aires, al igual que también lo hiciera
Silvia, antes de conocernos, al brindar públicamente el
testimonio de su titánica lucha como mamá protectora. En
ocasión del formidable logro, en aquel 2012, del juicio y la
condena penal de quien fuera mi abusador, el ex hermano
marianista Fernando Enrique Picciochi, más de veinte años
después de ocurridos los abusos.
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DANIEL VERA
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FABIÁN SCHUNK
CONDENA
Algo, aquella mañana, se quebró he hizo sentir el eco
incómodo de la verdad en las fibras íntimas de una Iglesia
entumecida por sus escándalos.
También se quebró algo en nosotros y en las personas
que esperaban justicia para un delito que descubre el rostro
perverso de un sistema encubridor.
Esa mañana se condenó a un pedófilo, a un sacerdote
que se valió de la inocencia, de nuestra inocencia, amparado
en una estructura.
Pero prefiero recordar aquella fecha como la que corona
nuestra lucha sobre el desánimo, nuestra palabra sobre su
silencio, nuestro deseo honesto sobre sus calumnias.
Prefiero pensar en el camino recorrido, en la posibilidad
que otros tuvieron de transitarlo y de cómo hemos marcado,
a fuerza de dolor, lágrimas y esperanza, el norte de una
justicia que antes miraba para otro lado.
Dijimos a micrófono abierto que no nos importaba nada ni
nadie cuando hay un niño abusado, que no podíamos permitir
que la hipocresía siga siendo el resguardo de unos
delincuentes ataviados de justos y más que nada, dijimos,
gritamos que el silencio no es buen consejero, que se debe
hablar, que hay que hablar, que no se puede callar, que
siempre hay alguien que está dispuesto a escuchar y lo mejor
de todo, que hay alguien dispuesto a creerte.
Por una sociedad más justa, por una infancia más
cuidada, por una niñez respaldada por sus derechos, por una
grieta que se abrió y que separa la palabrería hipócrita del
compromiso hasta las últimas consecuencias.
Para que la Iglesia no abuse más de obra u omisiones y
para que a la justicia no le tiemble el martillo. Por todo eso,
por nosotros y fundamentalmente por los niños de hoy y los
de mañana, fue ese día, fue esta lucha.
Hoy en todo el país, miles de víctimas de abuso
eclesiástico renacen con la esperanza de convertirse en
sobrevivientes y protagonistas de sus vidas.
Hoy espero que muchas víctimas en Argentina vean en
Ilarraz, a sus propios abusadores. Para que encuentren, un
poco de voz, un poco de paz, un poco de luz.
CONCLUSIÓN
LEY
En materia de abuso sexual contra niños, surgió la Ley N°
27.206, impulsada por la senadora Sigrid Kunat, que
estableció el respeto a los tiempos de las víctimas para
denunciar un abuso y puso freno a la prescripción.
Ya ningún abusador ni encubridor se podrá esperanzar en
el paso del tiempo, ya la Iglesia no podrá, para proteger al
abusador, trasladarlo y esperar el olvido.
Así también fueron muchos los que tomaron fuerzas para
denunciar a otros curas abusadores, gracias al camino
recorrido con tanto esfuerzo por los primeros que
empezamos.
Esta lucha por la liberación interna nos enseñó que la
causa Ilarraz no es nuestra, no es sólo por nosotros, ni por
aquellos compañeros que hoy no se animan a contar lo
sufrido.
Esa lucha nos enseñó que tampoco es contra nadie, no
es por odio ni por venganza, ni siquiera es contra el obispo
Juan Alberto Puiggari, que parece tener cerradas sus
puertas para las víctimas que cuidó cuando eran niños. Y
mucho menos es contra la Iglesia.
Esta causa pertenece a todos los niños de hoy y los
niños que vendrán que podrán crecer en una sociedad que
maduró un poco más, en materia de derechos, y que los
protege.
Esta causa es de ellos y por ellos es esta lucha.
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CAPITULO 3
LUGARES DE ABUSOS, LUGARES DE PODER
DENUNCIA
En octubre del 2002, en el programa “Telenoche
Investiga”, de Canal 13, se puso al aire un informe en el cual,
algunas personas acusaban al sacerdote de abuso sexual
contra menores internados a su cargo en la Fundación
Felices los Niños.
Telenoche Investiga obtuvo el testimonio de un joven que
contó que cuando tenía 15 años, el sacerdote había abusado
de él. La víctima contó a cara tapada que el cura había
abusado de él en 1998. El joven declaró ante el fiscal de
Morón Adrián Flores, quien pidió que el juez Humberto
Meade firmara la orden de detención. La imputación fue por
dos hechos de abuso, agravados por la condición de
religioso y de guardador, tutor de la víctima y por corrupción
de menores.
El testigo, dijo que una tarde el cura lo llevó a su
despacho en la Fundación y le pidió que se sentara en su
falda. Él se sentó. El cura comenzó a tocarle la pierna y atinó
a subir la mano, pero el niño pudo zafarse. Le dijo que no se
lo dijera a nadie, que era algo normal, que los hombres se
tenían que conocer. Que como él no tenía padre, él quería
explicar cómo era la vida. El chico agregó que tuvo un
segundo episodio, más grave. En esa ocasión, le tocó el
pene y le dijo: “¿Querés que te lo chupe?” Él se negó con la
cabeza, pero el cura lo hizo por un rato largo. Esa noche el
niño se escapó de la fundación y anduvo durmiendo en la
calle.
En el programa emitido por Canal 13, se denunció que
Grassi habría abusado de otros cuatro menores.
Aparecieron otros testimonios de abusos a chicos. El primer
caso habría ocurrido en 1997, cuando Grassi era vicerrector
del seminario de Ramos Mejía. Allí el cura habría tenido
relaciones íntimas con un alumno de 17 años. Por este
incidente, los salesianos le obligaron a dejar el seminario y lo
trasladaron al sur como indica el protocolo vaticano frente a
estos casos.
Cuando la periodista Mirian Lewin lo entrevistó a Grassi y
le preguntó por los abusos, él quedó paralizado y con la
mirada fija le dijo a la periodista, en forma de súplica: “no me
juzgue”. Lewin le contestó: “Yo no lo voy a juzgar. Eso lo va
a hacer la justicia”.
El día después de la entrevista con Mirian Lewin, uno de
los acólitos de Grassi se presentó en la comisaría de
Hurlingham para denunciar un supuesto intento de extorsión
contra el sacerdote Grassi.
DETENCIÓN DE GRASSI
Grassi se presentó en tribunales después de estar
prófugo y declaró durante cinco horas ante el fiscal que lo
investigaba y quedó detenido en una celda de cuatro por
cuatro, aislado y con baño privado. Se lo acusaba de abuso
deshonesto y corrupción de menores.
Estuvo detenido 29 días. Monseñor Laguna lo visitó 7
veces en la prisión, quizás buscando el arrepentimiento de
Grassi en la confesión que nunca sucedió, al menos con él.
Grassi se encargó de decir que el arzobispo de Buenos
Aires Monseñor Bergoglio, lo llamaba todos los días para
darle su apoyo. Bergoglio nunca lo fue a visitar. Monseñor
Olivera cumpliendo el precepto evangélico de visitar a los
presos fue a verlo, pero Grassi no lo recibió. Monseñor
Olivera había sido el encargado de trasmitirle a Grassi que
tenía que dejar la presidencia de la fundación.
Durante ese tiempo de prisión, que no fue tan largo, en su
celda, recibió a todos los canales, radios, diarios y revista del
país para ensayar su defensa en la guerra santa que lo tenía
a él como el cruzado exclusivo y principal.
LIBERTAD DE GRASSI
El día que salió en libertad, llegó a la fundación y se
abrazó a la imagen de la Virgen exhibiendo frente a las
cámaras de todos los medios del país, sus dotes actorales
que había aprendido en los salesianos. Luego fue levantado
en andas por los chicos hacia el centro de la fundación. El
primer acto eclesiástico que realizó después de estar en
libertad fue otra vez de desobediencia: celebró misa en la
fundación sin respetar la prohibición del obispo.
Otro acto de rebelión eclesiástico fue no informarle al
obispo sobre su nuevo paradero.
Dicen que les pidió a unas monjas, que están cerca de la
fundación, alojamiento, pero estas después de consultar con
el obispo se lo negaron.
Nadie supo dónde paraba Grassi hasta que alquiló una
casaquinta a tres casas del obispado de Morón. Frente a la
fundación Felices los Niños. Nadie supo de donde sacaba
tanto dinero para el alquiler de esa opulenta casaquinta y
para pagarle a los estudios jurídicos más caros del país.
PROTECCIÓN
Grassi recibió protección de Monseñor Jorge Meinvielle,
obispo salesiano de San Justo, que lo había ordenado
sacerdote. Grassi volvió a desobedecer con la complicidad
de sus socios ideológicos y continuó celebrando misa en el
Santuario Sagrado Corazón de Jesús.
El obispo castrense Monseñor Antonio Baseotto insistió
en que Grassi era una víctima de un complot, que había
comenzado en EE. UU., contra la Iglesia universal. Este
obispo, le ofreció a Grassi las páginas de “Cristo Hoy”, una
publicación semanal que se vende en las Iglesias después de
la misa del domingo, para argumentar su defensa ante la
feligresía católica. Grassi, se comparó con Jesucristo y con
los primeros cristianos que fueron perseguidos por los
emperadores romanos. También, con Monseñor Storni, que
debió renunciar por denuncias de abuso sexual.
El Cardenal Bergoglio acompañó a Grassi
espiritualmente, pero se negó a escribir la carta de aval
moral al juez que había detenido a Grassi para que lo
liberaran.
ESTUDIOS JURÍDICOS
Asumieron su defensa los abogados Adrián Maloneay del
estudio jurídico “Virgolini Maloneay” y Jorge Sandro, Miguel
Pierri y Luis Moreno Ocampo. La fundación, en un arrebato
de transparencia, informó que los gastos serían pagados por
empresarios anónimos. No porque fueran impresentables
sino por humildad. “Que tu mano derecha no sepa lo que
hace tu mano izquierda”, dice una sentencia evangélica.
Sólo trascendió que el estudio de Moreno Ocampo cobraba
cien dólares por hora de trabajo y que en este caso había
acordado una suma fija de treinta mil dólares.
El objetivo de semejante legión de abogados poderosos
era poner en libertad al cura y luego hacer caer la causa.
Sea como sea. Lograron apartar al juez de la causa y al
fiscal.
EL 21 de noviembre Grassi fue procesado y recuperó la
libertad bajo un régimen especial que contenía seis puntos:
1)Presentarse en el juzgado el primer día hábil de cada
mes.
2)Constituir domicilio real en la provincia, fuera de la
fundación, y no ausentarse de él por más de 24 horas.
3)No presentarse sólo en la fundación. Lo podía hacer
acompañado por una persona elegida por él (La hermana
Zulma - Monja salesiana).
4)No podía tener contacto con algún menor de edad en
lugares privados y a solas.
5)No podía acercarse, ni referirse públicamente, ni
comunicarse intencionalmente con las víctimas ni con
personas vinculadas íntimamente a ellas.
6)Tenía que mantener la promesa de someterse a
proceso.
La estrategia para liberar a Grassi de sus pecados
capitales y de sus delitos estaba en marcha y muy bien
financiada con un sólo mandamiento: el fin justifica los
medios.
Pierri, uno de los abogados de Grassi, de todos los
prestigiosos que tenía, había conseguido que lo contratara la
madre de Ezequiel, una mujer con pocos recursos, el menor
que denunciaba a Grassi de abuso sexual. Nunca explicó de
dónde sacó la plata para contratarlo. Pierri decía que había
conseguido una presunta retractación de Ezequiel. Llamó a
una conferencia de prensa donde divulgó los dichos del
adolescente y anunció que se trataba de un vuelco crucial en
el caso Grassi. Lo que mostró Pierri fue un documento con
preguntas y respuestas ya formuladas a Ezequiel junto con
su madre y su hermana.
Pero el fiscal José de los Santos acusó y detuvo a Pierri,
por haber presionado a una de las víctimas de Grassi, para
que se desdijera de sus acusaciones iniciales contra el
sacerdote y declarara en su favor. En esta maniobra también
habrían intervenido otros abogados, empleados y
funcionarios judiciales, que comenzaron a ser investigados.
Ese acto, finalmente, fue declarado nulo e ilegal por la Sala II
de la Cámara Civil de Morón. Pierri fue acusado de tres
delitos diferentes: encubrimiento, agravado por la importancia
del hecho que se encubrió; la representación de intereses
opuestos como abogado y la divulgación de la declaración de
Ezequiel cuando en la causa había secreto de sumario. La
primera figura se castiga con penas de entre uno y seis años
de prisión; el prevaricato, con una multa o de uno a seis
meses de prisión; la violación de secretos, con multa o de
uno a cuatro años de cárcel.
Grassi, para defenderse frente al juez, argumentó que era
inocente y que fue víctima de una extorsión de un menor.
Para Grassi, la víctima se transformaba, en su imaginación,
en un delincuente que quería perjudicarlo porque él no había
aceptado pagarle por la información que le quiso vender.
Esta denuncia también fue rechazada por la justicia.
Gabriel, otro de los jóvenes que había involucrado a
Grassi, declaró que dos hombres lo amenazaron diciéndole
que tenían una mala noticia para darle: no podía llegar vivo al
juicio.
Las maniobras para salvar a Grassi eran muy pocos
evangélicas. A esta altura, la verdad era un problema que no
se podía controlar. Había que actuar con otros métodos nada
democráticos y menos evangélicos.
Los fiscales solicitaron al tribunal de que Grassi sea
sometido a una pericia psiquiátrica antes del inicio del juicio
oral. Grassi siempre se negó sistemáticamente a ello por
recomendaciones de sus abogados. Pero, como la presión
era tan fuerte, decidió hacérsela en Santa Cruz donde tenía
otra denuncia por abuso sexual. Grassi se estuvo
entrenando con un exjesuita para superar con éxito las
pruebas a las que iba a ser sometido.
Las conclusiones de las pericias psicológicas de Grassi,
en la tierra del fin del mundo, señalaron que la personalidad
del cura tenía indicadores similares al perfil psicológico que
poseen los delincuentes sexuales y se determinó que Grassi
era una persona obsesiva, compulsiva y narcisista en la
máxima escala. La teoría que sustenta ese estudio está
basada en el diagnóstico de prototipos clínicos, asumiendo
que los grupos prototipos muestran comportamientos
comunes y distintivos que pueden alertar al investigador
sobre aspectos del paciente.
En lo esencial, el test postula trece estilos básicos de
funcionamiento en la personalidad. Utiliza un criterio
psicométrico de evaluación y es clínicamente significativo si
los puntajes se orientan o superan la tasa base de 75 puntos.
Esto habría ocurrido en el caso de Grassi. El análisis
estadístico de los protocolos de personas con delitos
sexuales arrojó una elevación significativa en las escalas de
deseabilidad, dependencia, fóbica y compulsiva, encontrando
elevación significativa en tres de esos parámetros
estadísticos en este caso particular, el de Grassi, cuyo
protocolo presenta un parámetro similar en todas las escalas
mencionadas, salvo en la escala de comportamientos
fóbicos.
Estos test realizados han sido aplicados en causas
penales que tramitaron en los Estados Unidos y en España.
En esos casos se llegó a la condena de los imputados, como
en este caso también. Es una escala de evaluación que ha
sido admitida a nivel mundial. Según el perito Bonotto, Grassi
tiene una dificultad insoluble: no logra controlar su instinto
sexual, que para él es un disparador permanente.
Lo que se dejó en claro es que Grassi no es una persona
asexuada, como se intentó argumentar desde su condición
de religioso por el voto de celibato. Por el contrario, Grassi
no sublimiza, sino que ejecuta sus impulsos sexuales.
La querella pidió un peritaje al cuerpo desnudo de Grassi
para determinar si las descripciones íntimas que los menores
habían declarado eran reales. Pero Grassi comparó las
pericias con los experimentos del doctor Mengele en los
campos de concentración nazis. El tribunal permitió la pericia,
pero sólo visualmente. No se le midió el pene ni la cavidad
bucal como había solicitado la querella. La pericia determinó
que se encontraron los lunares y la adiposidad en la zona
pélvica mencionada por los chicos.
◆◆◆
CASA DEL NIÑO DEL PADRE AGUILLERA,
UNQUILLO, CÓRDOBA
Norma era mamá soltera y vivía sola en Mendiolaza con
sus cuatro hijos, tres mujeres y un varón. Como no tenía
forma de mantenerlos por su situación económica, temía que
el juez se los quitara y los diera en adopción. Temía no poder
verlos más, no debe haber peor temor en la vida que temer
que te saquen a tus hijos. Este temor a la justicia de menores
es muy común en las mujeres pobres. Por eso decidió, con
todo el dolor del alma, ponerlos en la Casa del Niño del Padre
Aguillera para que estuvieran más seguros y recibieran lo
que ella no podía darles: comida, educación y un futuro
distinto al presente precoz que ella estaba viviendo.
De esa manera no perdería el vínculo con sus hijos.
Aunque no pudiera visitarlos para darles un abrazo y un beso
en el día de sus cumpleaños, en el día del Niño o en Navidad,
porque en la Casa del Niño sólo se podía visitar a los niños
una vez al mes, el segundo domingo y esta orden dada por el
Padre Aguillera era inalterable.
El vacío que sintió en su vida por la ausencia de sus hijos,
cuando tomó esa decisión, fue muy grande. Sin duda había
elegido el mal menor, pero le dolía como si fuera el mayor de
los males.
La Casa del Padre Aguilera es un hogar de niños
formado por varias casas. En cada casa viven entre 10 y 16
personas, entre niños, adolescentes y adultos. Está a cargo
de una mujer a la que todos le tienen que llamar mamá. Son
mujeres que llegaron al hogar con sus hijos, en situaciones
límites, pidiendo refugio por falta de casa, de trabajo, por
violencia de género, por abusos en sus propias familias.
El padre Aguillera puso a cada mujer a cargo del cuidado
de un grupo de niños, además de los propios. Ninguna de
estas mujeres estaba capacitada adecuadamente para
hacerse cargo de semejante responsabilidad. Estaban en la
misma situación de vulnerabilidad que los niños a su cargo.
¿Ninguna autoridad se dio cuenta, de que estas mujeres
no estaban capacitadas para semejante compromiso? ¿La
justicia de menores no auditaba los hogares donde enviaba a
los niños en situación de riesgo?
En muchos casos se separaba a los hermanos y se los
ubicaba en casas distintas. ¡Qué extraño, una institución que
se presentaba a la sociedad cordobesa como una familia
universal, no propiciaba el acercamiento de los niños con sus
familias de origen, sino la desvinculación!
Hoy todos descubren que este acto de irresponsabilidad
no era nuevo, era parte de su mundo doméstico. Preocupada
la institución más en el marketing para conseguir plata a
través de sorteos y rifas, de la caridad de la gente y de
organizaciones internacionales y del gobierno.
Las casas funcionaban con este criterio. La mayoría de
las mujeres a cargo de las casas estaban en ese lugar por la
comida, por el techo o por una situación de desamparo. No
tenían un sueldo, ni obra social, ni aportes jubilatorios, ni días
de descanso o vacaciones. Eran mano de obra barata. Todo
en nombre de una supuesta caridad, que exigía el sacrificio
de los más vulnerables. ¿Qué diferencia hay con el trabajo
esclavo? No podían salir cuando ellas querían. Todos los
días tenían que estar cuidando a los niños. No tenían dinero
disponible. Por eso, en muchas ocasiones vendían la
mercadería que llegaba a las casas para los niños a los
comerciantes de Unquillo para tener unos pesos.
Cuando los jueces iban a visitar la casa siempre alguien
avisaba antes, aunque no esté en el protocolo. Quizás era
para que se prepararan ocultando alguna perversa
irregularidad. En ese día de visita de las autoridades las
casas estaban limpias y bien ordenadas. Esto no era habitual
en la vida doméstica de la institución. El día de visita de los
jueces, a los chicos, se los vestía con ropa de salir y podían
jugar con juguetes nuevos, que se le daba a la casa, hasta el
tiempo que durara la visita. Después se los quitaban y les
exigían que devolvieran la ropa nueva para volver a usar los
harapos viejos.
A los niños les hacían limpiar los pisos, lavar la ropa,
cocinar, vestir a los más pequeños y, además, ir a la escuela
y hacer los deberes.
Esto según la Convención sobre los Derechos del Niño
¿no es trabajo infantil? No era una novedad que la Casa del
Niño nunca se adaptó a la Convención de los Derechos del
Niño.
Era común que los chicos recibieran, de las mujeres que
hacían de mamá, maltratos físicos: tirones de orejas, golpes
e insultos. A muchos los castigaban encerrándolos bajo llave
en el baño después de una paliza. Esas conductas estaban
naturalizadas en la casa.
La casa, por orden del Padre Aguillera, funcionaba así.
Con el tiempo Norma y su pareja, que no es el padre de
las nenas, mejoraron su situación económica, y decidieron
pedir la restitución de los niños. La historia cambió cuando
quiso recuperar a sus hijos. La relación que la Casa del Niño
comenzó a tener con ellos fue terriblemente tensa. Ya no
eran bienvenidos en el juzgado ni en la Casa del Niño.
Durante esos años tuvo mucho miedo y hasta pensó que
la justicia no quería devolverles a sus hijos. Lo que no
entendía era porque no se los entregaban, si los hijos eran
de ella. Hicieron un esfuerzo muy grande con su pareja y
pusieron a un abogado para que reclamara por sus
derechos. Así comenzó su peregrinación por los tribunales.
Les hicieron pericias psicológicas y ambientales para saber
si estaban en condiciones de poder recibir a sus hijos.
Pericias que antes nadie se las había hecho cuando ella tuvo
a los cuatro niños en situación de pobreza.
Después de cuatro años de pericias pudo reencontrarse
con ellos. El motivo de la demora nunca se lo dijeron. Quizás
porque la justicia es lenta o tal vez los informes técnicos eran
muy extensos o porque cada niño era una mercancía donde
la casa recibía plata por cada uno de ellos de la provincia.
Pero pasaron cuatro años.
Primero les entregaron a las mellizas. En el año 2010 le
entregaron a la nena más grande, de 15 años y a finales del
2011 al hijo varón después de una denuncia de la APDHC a
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Cuando habían pasado siete meses que la niña vivía con
ellos comenzaron a observar que tenía una serie de
comportamientos extraños y esto les llamaba la atención. Se
orinaba en la cama, tenía mucho miedo, se sentía insegura.
Pedía con insistencia que la llevaran y la buscaran al colegio.
Cuando nadie la podía llevar se ponía caprichosa rebelde y
prefería faltar.
Una noche, Norma se enojó con ella porque no había
sacado los abonos para el colectivo y esto alteraba la
economía familiar. Le dijo que tenía que ser más
responsable. Luego le dio el teléfono para que hablara con su
padre que estaba trabajando, es guardia de seguridad,
porque él era el que la llevaba y la traía.
En ese momento, Norma escuchó que su hija empezó a
los gritos y decía "pará para" y nombraba a un hombre que
trabaja en la casa del niño. Norma pensaba que se había
puesto mal por el reto que le había dado por no sacar los
abonos. Pero su hija pasó llorando para el baño y le dejó el
teléfono. Cuando Norma se llevó el teléfono al oído, escuchó
al marido llorar. Se desesperó porque no entendía nada, no
sabía lo que estaba pasando y le pedía al marido,
desesperada, que le explicara lo que sucedía.
El marido de Norma, entre llantos, le dijo que la niña le
contó que mientras vivía en la Casa del Niño había sido
abusada y violada bajo amenazas atrás de la Iglesia, por el
chofer del transporte escolar de la Casa del Niño del Padre
Aguillera. Por eso los martes y jueves se orinaba porque
sabía que lo iba a ver y eso le producía terror, ya que el
chofer seguía llevando a las niñas de la Casa del Niño al
colegio.
Los abusos eran siempre a las 8 de la mañana y a las
8.30 hs ella tenía que ir a ver a la psicóloga porque se
orinaba en la cama. Es difícil creer que los profesionales no
se hayan dado cuenta, que el mismo Padre Aguillera no haya
sabido nada y que los responsables de la casa hoy se
muestren sorprendidos. Es evidente la trama de
complicidades para mantener este silencio cruel. Es claro
que todos sabían lo que pasaba. ¿Pero por qué callaban?
¿Qué sabían todos de todos que nadie hablaba?
Después que su hija le contó todo lo que pasó, Norma
estaba desencajada. Quería ir a la Casa del Niño y agarrarlo
del cuello a ese degenerado. Ella lo conocía porque pasaba
todos los días por el frente de su casa cuando llevaba a los
niños al colegio y estaba barriendo la vereda y siempre lo
saludaba.
Norma y su pareja trataron de sacar fuerza de donde no
tenían. Tomaron los documentos de la nena y fueron a la
policía de Mendiolaza. Pero al no tener unidad judicial le
dijeron que fueran a Villa Allende. Fueron, pero no estaba el
equipo técnico para escuchar a la niña. Le dijeron que en
Córdoba en calle Rondeau estaba otra unidad judicial.
¿Qué extraño que, en Unquillo, donde funcionaba el hogar
más grande de niños de la provincia, no había una unidad
judicial?
Al otro día, a las 7 de la mañana, cuando llegó el marido
de Norma de trabajar se fue a presentar en la unidad judicial
para que les tomaran la declaración y le hicieran las pericias.
Cuando Norma escuchó a la forense que su hija tenía un
desgarro en la vagina, fue lo peor que oyó en su vida, porque
es difícil enfrentar la realidad. Sus ojos se llenaron de
lágrimas, a esta altura la tristeza era muy grande y todo
parecía cada vez más difícil.
Las psicólogas de la Unidad Judicial de la Mujer y el Niño
escucharon a estas niñas y quedaron impactadas.
Ahí ella contó que a otros chicos les había pasado lo
mismo que a ella. Después de una semana de andar para
todos lados, cuando Norma y su familia llegaron a su casa
buscando un poco de sosiego, de paz, después de este duro
calvario; apenas abrieron la puerta de la casa su hija menor,
los abrazó y les dijo que también a ella le había pasado lo
mismo. Norma sintió otra puñalada que le atravesaba el
corazón. La niña contó cómo era obligada todas las noches,
por otra persona de la casa, a tener sexo oral bajo amenaza.
Es difícil creer que nadie sintiera ni escuchara nada en la
casa ¿o todos eran víctima de lo mismo?
Cuando la justicia institucionaliza y luego restituye un niño
a sus padres ¿no les hace una revisación médica? Tal como
se supone que las instituciones que reciben niños de la
justicia deberían hacer lo mismo.
Norma pidió urgente una ampliación de la denuncia.
Después de que las nenas pudieron contar todo, cambiaron
su actitud, ya no eran retraídas, se dejaron de orinar. Se
sacaron tremendo peso que les había puesto la institución en
nombre de la caridad.
Norma siente una gran angustia cuando piensa que al
mismo tiempo que la justicia les hacía las pericias y le
dilataba la entrega de sus hijas, ellas estaban siendo
abusadas en un hogar que hace tiempo estaba fuera de
control.
◆◆◆
INSTITUTO PRÓVOLO, MENDOZA
◆◆◆
PARROQUIA SANTA ROSA DE LIMA, VILLAGUAY,
ENTRE RIOS
◆◆◆
SEMINARIO MAYOR NUESTRA SEÑORA DE
GUADALUPE, SANTA FE
MONSEÑOR STORNI
Monseñor Storni tenía la costumbre de llamar a su pieza
a seminaristas para que lo desvistieran y lo acostaran.
Costumbre poco común entre adultos, salvo que se padezca
alguna enfermedad motriz que no le permita realizar
movimientos propios.
Pero Monseñor Storni gozaba de buena salud y no tenía
ningún tipo de escrúpulos en resignar su precoz intimidad
primitiva a la mirada de sus invitados.
El obispo predador salía a buscar a sus víctimas en
nombre de Dios como los antiguos inquisidores medievales.
Los llamados a los seminaristas siempre eran de noche.
Lejos de las luces y muy cerca de las sombras oscuras
como su sotana.
En muchos casos abusó de ellos. En otros, fueron sólo
relaciones homosexuales consentidas con seminaristas y
sacerdotes. Esas que prohíbe la Iglesia porque predica que
es pecado. Por eso, la Conferencia Episcopal Argentina se
opuso, al mejor estilo de las cruzadas, al matrimonio
igualitario.
Pero parece que, para la teología de Monseñor Storni, el
sexo entre los elegidos de Dios era un acto de amor que no
violaba el sexto mandamiento del decálogo del antiguo
testamento de la ley de Moisés: no fornicar. En sus actos
íntimos, Monseñor Storni sostenía los mismos argumentos
antropológicos de los movimientos gays. Movimientos que él
había condenado como inmorales y pecadores desde el
púlpito episcopal en su momento de poder.
En esas relaciones íntimas, varios seminaristas
abusados, vivían momentos de especial vulnerabilidad que
Storni aprovechaba. Uno de ellos le pidió que lo confesara
porque “se sentía mal anímicamente”. Otro acababa de
perder a su madre. A un tercero, Storni le dijo “te entregás o
te vas”. A otro le indicó que Dios quería el amor entre los
hombres y que lo que estaban haciendo no era pecado. Entre
otros argumentos, que él como obispo era un padre para los
seminaristas; que el amor que sentían, tenían que
compartirlo; que Dios veía bien esta muestra de amor entre
dos hombres, entre un padre y su hijo y que Él los apoya
desde el Cielo.
Después de los abusos y estas relaciones incestuosas,
los seminaristas, salían angustiados y perturbados del
dormitorio episcopal y se encerraban en sus piezas. No
podían dormir por la vergüenza y la repugnancia que sentían.
Situación, que, en algunos casos, se volvió algo rutinaria y
doméstica en ese seudo paraíso perdido y lejano del sueño
del carpintero humilde de Nazaret.
Al otro día, cuando amanecía en el seminario, todo seguía
funcionando con sus reglas y sus exigencias piadosas como
si no hubiese pasado nada: el timbre para levantarse, la
primera oración de la mañana, la meditación, el desayuno,
las clases de filosofía, teología y los recreos. La Misa a la
tarde concluía la jornada.
Muchas veces, la Misa era celebrada por el mismo Storni.
Todos comulgaban de sus manos transgresoras, aunque
algunos sintieran asco, miedo y rabia. No por la comunión
sino por quien la distribuía. En los seminarios, si no pasas a
comulgar todos los días, empiezan a sospechar en voz baja
que algún pecado grave se ha cometido y que la conciencia
lo reprocha. Como si los que comulgaban todos los días
estuviesen inmunes a la tentación y al pecado.
Sumado a este calvario de abusos, había que mantener la
imagen social en el seminario, fingir en el dolor y en el
pecado una caricatura de piedad a gusto de los
consumidores que observaban piadosamente la liturgia prolija
y protocolar.
La teología entraba en crisis en las víctimas abusadas.
La Iglesia enseña que, cuando el sacerdote celebra la
eucaristía, lo hace in persona Christi, en la persona de
Cristo. Un sacerdote pude ser abusador, torturador, asesino
o manipulador, pero cuando celebra la misa, es Cristo quien
lo hace a través de él. Frente a esta concepción teológica,
Dios quedaría como cómplice, como encubridor de los
abusos de los sacerdotes. Para las víctimas esta concepción
teológica les parecía una barbaridad, porque sólo buscaba
salvar, desde la teología la inmoralidad de los sacerdotes.
¿Cómo Dios podía tomar el cuerpo de un abusador para
entregarse a través de él a sus propias víctimas?
Esta imagen de Dios y de la Iglesia que les mostraba el
obispo no era la que habían aprendido desde chicos en sus
hogares cristianos.
Los seminaristas, en la misa, intentaban ubicarse en este
mundo de contradicciones que era la Iglesia santafesina. El
obispo celebrando la misa y ellos, sentados mirando y
escuchando incrédulos lo que decía y hacía. Nadie se
animaba a denunciarlo públicamente.
Storni era el representante de la Iglesia en Santa Fe, que
exigía para ser cura el celibato y la renuncia a la sexualidad:
a ser padre, a ser esposo, por el Reino de los Cielos. Parece
que Monseñor Storni se auto dispensaba en su pieza de esta
exigencia eclesial y canónica de la castidad.
Cuando se mezclan el temor y la obediencia frente al
poderoso, la libertad queda inmóvil como en estado
vegetativo.
Estas conductas de presiones y manipulaciones para
tener sexo demuestran lo naturalizado que estaban en el
seminario estos actos escandalosos y exhibicionistas.
¿Cómo hacían estos seminaristas para vivir y convivir
con estas experiencias nefastas?
Los seminaristas que aceptaban las propuestas
indecentes, para cuando se ordenaran, les concedía una
buena parroquia, ubicada en un barrio económicamente
pudiente, de colectas suntuosas y de donaciones onerosas.
Una parroquia donde se lo trate como un príncipe medieval y
se lo agasaje con cenas caras, buenos vinos y se les
concedan todos sus caprichos gastronómicos y de confort.
Storni usaba todos los recursos para conseguir favores
sexuales. Su impunidad para ejercer el poder episcopal y la
manipulación de conciencia no tenía límite. Su límite era
cuando entraba en abstinencia sexual, después de que
terminaba de darse su baño de espumas.
La impunidad de los poderosos siempre parece ser
perpetua a pesar de las gravísimas denuncias y procesos
que se puedan realizar contra ellos.
Pero la impunidad no sólo se consigue y se mantiene por
las relaciones que se puedan tejer dentro de la misma
institución eclesial. La impunidad siempre está vinculada al
poder político de turno. Es el que garantiza el silencio
cómplice a cambio de vacíos rituales sociales que simulan
bendecir lo que seguramente Dios detesta.
El obispo no estaba solo en el seminario cuando sucedían
estas cosas. Los seminarios tienen un rector, un ecónomo,
un director espiritual, confesores y los sacerdotes
encargados de la formación de cada curso. Los seminarios
están regidos por el Vaticano. En todos los seminarios hay un
horario para levantarse y otro para acostarse en el propio
cuarto. Si alguien no estaba en ese horario descansando
tenía que informar el motivo.
Cuando los seminaristas eran llamados a la noche por el
obispo seguro se lo informaban al prefecto de su curso.
Estas visitas nocturnas de seminaristas, por pedido del
obispo a su habitación, no eran clandestinas. Tampoco eran
anormales para los prefectos de ese seminario. ¿Estos
formadores nunca escucharon o vieron nada raro? ¿O lo
raro era que estas cosas no sucedieran?
Da la impresión de que los formadores eran tan
promiscuos y manipuladores como su obispo. A los
formadores en los seminarios los elige el obispo. Los
formadores elegidos por Storni ¿habrán tenido sus
costumbres? Lo que hacía con seminaristas ¿lo hacía
también con sacerdotes de su entorno?
INVESTIGACIÓN ECLESIAL
En 1994, después de varias denuncias de sacerdotes
ante las distintas autoridades eclesiásticas, el arzobispo de
Santa Fe monseñor Storni fue investigado por el Vaticano por
abuso sexual a seminaristas a través de Monseñor José
María Arancibia enviado de la Congregación de los Obispos.
Es la Congregación de la Curia Romana que realiza la
selección de los nuevos obispos antes de la aprobación
papal.
La investigación se realizó en la casa particular del
arzobispo de Entre Ríos, el cordobés Estanislao Karlic.
Mientras Monseñor Arancibia les tomaba declaraciones a los
seminaristas abusados, Monseñor Karlic, ocultaba y protegía
al cura Ilarraz que había abusado de 50 seminaristas
menores. En ese lugar se entrevistaron con 45 personas,
entre ellos: seminaristas, familiares, la psicóloga que los
atendió, sacerdotes y un juez de la ciudad de Santa Fe cuyo
nombre se mantuvo en el anonimato. No se supo por temor a
quien, pero Storni era un clérigo poderoso y temido.
Finalizada la investigación, sobre la conducta personal
centrada en la vida íntima de Monseñor Storni, Monseñor
Arancibia elevó el informe a la Congregación para los
Obispos en el Vaticano a través del correo diplomático de la
nunciatura apostólica en Buenos Aires.
Esto ocurrió en los primeros días del año 1995. Nunca se
supo el resultado del sumario. Hasta el día de hoy no se
conoció resolución papal respecto de esta investigación.
Todas las personas que testificaron, desde seminaristas
hasta sacerdotes, hoy se encuentran profundamente
decepcionados por el silencio de las autoridades religiosas.
Cada uno, expuso ante Arancibia todos los horrores que
habían vivido en el seminario. Algunos contaron cosas
humillantes, asquerosas y que removieron recuerdos
dolorosos.
Estos testigos se arriesgaron mucho, porque podrían
haber recibido represalias. Pero lo hicieron convencidos de
que valía la pena para evitar futuros abusos de Storni.
Arancibia les decía: "No tengan miedos muchachos, yo
he escuchado cosas peores" y los alentaba a hablar.
Arancibia nunca denunció a la justicia civil los abusos en el
seminario de Santa Fe ni esas cosas peores que había
escuchado en otros seminarios y en otras Iglesias.
Un día Arancibia se despidió y no volvieron a saber nada
de él. Pero para la Iglesia, experta en humanidad, las
víctimas no merecían una respuesta por haber hecho público
el escándalo.
La respuesta del Vaticano no fue inmediata. Se mantuvo
en silencio por un tiempo largo. Quizás, el necesario para
diseñar una estrategia con sus cómplices de turno y salvar
políticamente a Storni.
Entre el informe enviado a Roma por Arancibia y el
silencio estratégico del Vaticano, el entonces intendente de la
ciudad de Santa Fe, Jorge Obeid, encabezó una campaña de
desagravio a Storni con una solicitada en el diario más
importante de la ciudad: el Litoral. La primera firma era la de
Obeid, el intendente de la ciudad santafesina, que
posteriormente fue el gobernador.
El obispo auxiliar de Lomas de Zamora, Monseñor Juan
Carlos Maccarone llegó a la ciudad y tuvo una entrevista con
monseñor Storni, en la que le dio muestras de aliento, no sólo
personales, sino de altos mandatarios de la Iglesia. De esta
manera se sumó a la campaña de apoyo al arzobispo.
Expresó: "Estoy consternado por el daño inferido al
arzobispo de Santa Fe. Me encuentro aquí exclusivamente
para apoyar al arzobispo Storni en estos momentos que
tiene que probar el trago amargo de la difamación. No dejo
de expresar mi consternación por el daño inferido al pastor
y a la comunidad diocesana. Ruego para que el perdón
alcance la debilidad de quienes han producido tanto daño,
las grietas de una pretendida difamación se transformarán
sin duda en la roca de la verdad".
Unos años después, monseñor Maccarone renunciaba a
la diócesis de Santiago del Estero sin dar razones. Pero la
renuncia se debió a la aparición de un vídeo donde el obispo
mantenía relaciones sexuales con un joven remisero de 23
años.
En esos días monseñor Storni llegaba a Roma en la visita
quinquenal ad limina apostolorum junto a diez obispos
argentinos, como cada cinco años los obispos del mundo
visitan al Papa. En esa ocasión, conseguía una audiencia
privada con el Santo Padre Juan Pablo II en su residencia de
descanso en Castel Gandolfo.
El Vaticano estaba frente al primer caso público de
pederastia de un arzobispo en la Iglesia latinoamericana.
Pero el papa Juan Pablo II le manifestó su total confianza a
su persona y a su tarea pastoral.
No quedan dudas que la estrategia se había diseñado en
el propio Vaticano para salvar a Storni y a la seudo imagen
sacra de la Iglesia, dándole inmunidad política y eclesiástica.
Pero ¿Qué decía el informe de Arancibia para que el
mismo Papa Juan Pablo II lo recibiera y le diera semejante
apoyo a monseñor Storni?
Probablemente nunca lo sabremos, porque la única copia
del informe está en los archivos secretos del Vaticano.
Nunca hay duplicados ni triplicados en los documentos
vaticanos. Siempre hay un original que queda en el abismo
sin fondo del secreto romano. Lo que tampoco sabremos es
si fue enviada al Vaticano la copia original o una copia
adulterada, minimizando las denuncias sobre los abusos
sexuales a seminaristas.
En la burocracia vaticana hay cardenales que tienen más
poder que el Papa mismo y pueden hacer desaparecer
documentos o guardarlos muy bien en el archivo vaticano
que tiene una extensión de unos 65 km lineales de
estanterías, que cubren unos ochocientos años de historia.
Entre ellos está la nefasta historia del pedófilo monseñor
Storni.
En los círculos del poder eclesial argentino, todos
suponían que los testimonios tomados por monseñor
Arancibia eran contundentes para comenzar un juicio
canónico a Monseñor Storni y destituirlo.
Ahora, si el informe de Arancibia denunciaba abusos
sexuales a menores ¿Por qué Arancibia no hizo la denuncia
en la justicia penal? ¿Por qué la justicia no lo imputó como
encubridor?
El rector del seminario diocesano, Jorge Juan Montini,
informó por escrito al presidente del Episcopado de aquellos
años, el cardenal Raúl Primatesta y al nuncio apostólico,
embajador del Vaticano en la Argentina, Ubaldo Calabresi de
las relaciones del arzobispo con varios seminaristas. Lo
único que logró fue que lo obligaran a dejar el cargo y le
cambiaran el destino pastoral sin darle explicaciones. Lo
enviaron a una pequeña ciudad del interior como forma de
castigo porque había presentado pruebas en la nunciatura
sobre los abusos sexuales de Storni. El cura Montini decía
que a Storni lo encubrió el nuncio apostólico Ubaldo
Calabresi, el sucesor de Pio Laghi, el nuncio de la dictadura.
Luego de recibir el apoyo del Papa, Storni arremetió
contra la instalación de casinos y la ley de juegos en Santa
Fe, desbarató la ley de procreación responsable que
ordenaba el reparto de anticonceptivos en los hospitales
públicos, obtuvo el incremento de subsidios para las
escuelas privadas y digitó designaciones, tanto en el Poder
Judicial como en algunos ministerios provinciales.
Es difícil creer que lo que hacía Storni no se supiera en el
Vaticano.
Los pederastas en la Iglesia siempre actúan amparados
por un sistema de ocultamiento montado perversamente en
su círculo íntimo de bufones que llegan hasta las esferas
más altas del Vaticano.
EL LIBRO DE LA DENUNCIA
El tema Storni parecía terminado, como todos los temas
que involucran a personajes poderosos, por la protección
que había recibido del propio Juan Pablo II y del poder
político de Santa Fe.
Pero, en 2002 los detalles sobre los abusos de Storni a
seminaristas aparecieron en el libro “Nuestra Santa Madre”,
de Olga Wornat, presentado en la feria del libro de Santa Fe.
Eran los mismos testimonios que Monseñor Arancibia les
había tomado a los seminaristas abusados en la
investigación que había ordenado el propio Vaticano en el
1994.
También en ese año, estalló el escándalo de los curas
pedófilos en Estados Unidos que luego siguió con los
irlandeses, ingleses, brasileños, austríacos, holandeses,
chilenos y argentinos.
La cámara de senadores de Santa Fe pidió al gobierno
que ordene al fiscal, una investigación para determinar si hay
indicios de hechos de corrupción y delito de acción pública
que involucren al arzobispo Edgardo Storni.
Luego de que el caso repercutiera a nivel nacional, el juez
de la quinta nominación de la capital santafesina, Eduardo
Giovanini, y el fiscal José Luis Paz, abrieron la instrucción y
se procesó a Storni por el presunto delito de abuso sexual
contra el exseminarista Rubén Descalzo. El caso se manejó
con discreción cómo se maneja todo lo que no se puede
mostrar en la Iglesia.
RENUNCIA
Ni el Vaticano ni el poder político podían seguir
sosteniendo a Storni. Tuvo que renunciar al obispado de
Santa Fe el primero de octubre del 2002, en medio de un
escándalo por denuncias de abuso sexual a seminaristas.
En una carta, al entonces Papa Juan Pablo II, Storni
decía que renunciaba para acabar con una campaña de
acusaciones contra su persona. La epístola continuaba
diciendo, que se adelantaba a presentar libre y
espontáneamente la renuncia, contra el consejo de tantos
para que no lo hiciera. “Orando he venido a concluir que
solamente yo como pastor he de asumir el momento tan
grave y romper este círculo infernal”. En la carta finalizaba
diciendo que estaba en paz con su conciencia y que
rechazaba todo cargo contra él. Jamás reconoció "culpas" ni
"acusaciones”.
La nunciatura apostólica anunciaba que el papa Juan
Pablo II, quien había reivindicado a Storni, ahora aceptaba la
dimisión al gobierno de la arquidiócesis de Santa Fe de la
Vera Cruz.
El Vaticano jamás sancionó a Storni por los delitos que
conocía que había cometido. Storni siempre fue el obispo
emérito de Santa Fe.
JUBILACIÓN
El Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio
Internacional y Culto otorgó el beneficio de una asignación
mensual vitalicia a Edgardo Storni. El pago fue retroactivo al
2002, cuando el papa Juan Pablo II aceptó la renuncia de
Storni, por una causa grave que incapacitaba al peticionante
para desempeñarse en el gobierno pastoral de la
arquidiócesis. Había sido denunciado penalmente por acoso
sexual a seminaristas. La ley 21540 establece en su artículo
1 que el beneficio alcanza a aquellos obispos que por
invalidez cesen en sus cargos. Para tener derecho a una
asignación vitalicia los dignatarios católicos deben acreditar
75 años o incapacidad para ejercer el cargo. Storni tenía 66
años cuando renunció el primero de octubre del 2002.
Es absurdo, que ser un abusador sexual, sea una
discapacidad que merezca una asignación vitalicia pagada
por todos los argentinos a alguien que nunca hizo sus
aportes.
INTERVENCIÓN
El Vaticano envió un administrador apostólico a Santa Fe:
Monseñor Blanchoud exobispo de Rio IV. Este obispo fue
quien ordenó sacerdote a Walter Avanzini, sacerdote
pederasta descubierto por una cámara oculta en la plaza San
Martin de la ciudad de Córdoba. Fue este obispo quien
permitió que la arquidiócesis de Santa Fe le comprara una
casa en la localidad cordobesa de La Falda a la espera de la
resolución judicial. La iglesia siguió protegiendo con
seguridades a otro pederasta.
Cuando la Iglesia conoce a los curas pederastas y no los
denuncia, termina siendo cómplice del mismo delito.
En la Iglesia hay una cultura de secretismo quizás por
miedo a los escándalos, antepone los intereses mundanos
de la Iglesia a los intereses de las víctimas que seguramente
son los mismos intereses de Dios.
En lo que respecta a la causa penal, la fiscalía solicitó
que se pidiera al Vaticano el expediente confeccionado por
Arancibia en el 1994. También se pidió que Arancibia fuera
citado a declarar como testigo. Ni Arancibia respondió ni
mucho menos el Vaticano.
El Vaticano es un estado y quien cometió el delito no era
un ciudadano vaticano sino un ciudadano argentino: Storni.
De esta manera el Vaticano jamás iba a enviar un documento
que ya estaba en el archivo secreto de la Santa Sede. En el
Vaticano, lo que no es sagrado no se muestra, se
mantiene en secreto por los siglos de los siglos.
La demanda civil presentada por el exseminarista Rubén
Descalzo fue contra Storni, el arzobispado y el sacerdote
Jorge Sarsotti por ser el encargado de la casa de retiro que
el arzobispado de Santa Fe tiene en la localidad cordobesa
de Santa Rosa de Calamuchita, donde se habrían producidos
los hechos. Por los daños ocasionados pidió una
indemnización de cinco millones de pesos.
CONDENA
Siete años después, la jueza María Amalia Mascheroni
resolvió la causa abierta que pesaba sobre el exprelado,
condenándolo a 8 años de prisión por abuso sexual
agravado por su condición de sacerdote.
Los testimonios eran los mismos que había tomado ocho
años antes monseñor Arancibia.
El fallo aclara que no se pena la homosexualidad, sino el
aprovechamiento de la autoridad episcopal para intimidar a
quienes estaban bajo su responsabilidad y cuidado.
El abogado de Storni, Eduardo Jauchen, apeló el
procesamiento y el expediente recayó en la Cámara de
Apelaciones en lo Penal. El exobispo gozaría de prisión
domiciliaria por su avanzada edad en una vivienda de la
ciudad de La Falda.
Pablo Bórtoli, abogado de Rubén Descalzo, el seminarista
que comenzó con las denuncias, esperaba una condena
mayor, en consonancia con la que había solicitado la fiscal
Helena Perticará, que había solicitado 15 años. "Yo
esperaba más años, pero es sentencia. En realidad, este
sujeto tendría que estar en la cárcel y no salir más".
Rubén Descalzo recordó que “todo empieza con una
actuación de oficio del exjuez Giovaninni, luego fallecido,
ante una testimonial mía. Me animé a contarlo porque me
llamó la Justicia y tuve que acudir. Ya estaba allí, me sentí
seguro de contarlo y tenía un marco para explayarme”.
“En los últimos años pensé que la condena no llegaba
nunca, pero en mi interior sabía que la justicia alguna vez
llega a buen puerto y en este caso lo es, más allá de la
manera en la que se dio. No sé bien en qué consiste la
condena, pero me sirve para cerrar una etapa de mi vida,
que estaba pendiente y que es importante”.
Pero consideró que “pasó mucho tiempo hasta que se
pudo contar y fue una etapa dolorosa donde te sentís
vulnerado y avasallado en tus derechos, pero haber llegado
a esta instancia es un alivio y es el cierre de una etapa”.
“La justicia fue lerda, pero más allá de lo lerda y que
quienes deberían tomar la decisión antes no pudieron, no
supieron o no se animaron, es bueno que después de
mucho tiempo haya llegado una persona, como la jueza
Mascheroni, con valor y haya dictado una condena”.
Monseñor Ñáñez el arzobispo de Córdoba, dijo que la
Iglesia asume con “gran dolor” la condena del exarzobispo.
Pero aclaró que “hay que asumir lo resuelto por la Justicia”.
Consultado si puertas adentro la Conferencia Episcopal
Argentina tenía previsto analizar la sentencia judicial, Ñáñez
respondió: “Creo que se conversará con la delicadeza del
caso”. Sobre la posibilidad de que Storni tenga también una
sanción eclesiástica por sus actos, explicó que esa “es una
instancia que compete a la Santa Sede”.
El arzobispo de Córdoba fue la primera voz de la Iglesia
que se pronunciaba tras conocerse el fallo condenatorio,
mientras que voceros episcopales dijeron que la Iglesia “no
hablará” en forma institucional hasta que la sentencia esté
firme, descalificándolo al arzobispo Ñañez.
Entonces, Storni dijo: “Dios es el juez de mi conducta”,
pero la Justicia lo condenó por abuso sexual a un menor.
Quizás Dios usó a la justicia para ser el juez de las
conductas no tan santas de monseñor Storni.
La condena a Storni la cumplió en el domicilio donde
residía por su edad avanzada en una casa del Arzobispado
de Santa Fe en La Falda.
La Iglesia jamás le inicio un juicio canónico. Al contrario,
fue respaldado por Juan Pablo II
FALLO ANULADO
La Cámara de Apelación Penal de Santa Fe declaró la
nulidad de cómo había sido redactada la sentencia
condenatoria para el exarzobispo de Santa Fe Monseñor
Edgardo Gabriel Storni. El 27 de abril la Sala IV notificó esta
resolución, anuló el fallo que lo condenaba a ocho años de
prisión por abuso sexual agravado por el vínculo. Ahora la
causa volverá a primera instancia.
Esta última sentencia fue redactada por vocales que no
tomaron intervención previa en la causa, y lleva la firma de
los jueces Sebastián Creus, Roberto Prieu Mántaras y
Ramón Sobrero. Este último votó en disidencia.
MUERTE DE STORNI
El 20 de febrero del 2012 en la localidad de la Falda
provincia de Córdoba moría a los 75 años monseñor Storni.
Para la escritora Olga Wornat, autora del libro "Nuestra
Santa Madre", "Monseñor Edgardo Storni murió impune".
"No voy a decir que me alegro porque uno no se alegra por
la muerte de nadie, pero para mí era un personaje nefasto.
Lo que lamento es que se haya muerto y no haya habido
justicia y que haya muerto impune".
"Triunfó la impunidad"
◆◆◆
BIBLIOTECA ESCOLAR, INSTITUTO RELIGIOSO PIO
XI, CORRIENTES
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COLEGIO SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA,
CORRIENTES
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INSTITUTO TIERRA SANTA, BUENOS AIRES
◆◆◆
COLEGIO AVE MARÍA DE LA OBRA DON ORIONE,
CLAYPOLE, BUENOS AIRES
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HOGAR DE NIÑOS HERMANO FRANCISCO,
QUILMES, BUENOS AIRES
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LA DECEPCIÓN DE LA MADRE
La madre se sintió abusada, burlada y subestimada por la
actitud del obispo. Su hijo no había sufrido un acto de
debilidad de un cura, sino que había sufrió un delito. Ella le
juró al obispo, que esto se lo callaría únicamente muerta. No
quería ser cómplice de tanta impunidad e hipocresía.
La decepción que sintió por la jerarquía eclesiástica no
tiene forma de nombrarla porque no encontró a nadie
después de golpear puertas y puertas que abordara la
pederastia como un delito penal.
No veía autenticidad en el obispo. Fue maltratada por el
juez eclesiástico, cuando se presentó en el Tribunal
Eclesiástico en 1ra. Instancia. Beatriz no espero jamás
semejante reacción.
El cura Gregorio que estaba ahí, consideró que su caso
debía ser escuchado por el cardenal Bergoglio. La
acompañó a la curia metropolitana. El secretario de
Bergoglio le preguntó el motivo de la audiencia y ella le dijo
que era un tema privado. El secretario le dijo que monseñor
no atendía sin saber el motivo. Entonces le indicó que quería
entregarle en mano una carta. Pero el cura muy molesto le
dijo que pretendía imponer condiciones y llamó a la seguridad
del palacio episcopal para que la retiraran. Las víctimas se
transforman en un grave peligro para la Iglesia.
En 2005 Pardo murió de SIDA, sin haber estado detenido
un solo minuto de su vida.
UN FALLO INÉDITO
En un fallo inédito, la Cámara de Apelaciones de Quilmes
ratificó la sentencia del Juzgado Civil y Comercial N°2 de esa
ciudad y condenó al Obispado de ese distrito a indemnizar
por daño moral a la víctima de 120.000 pesos y de 20.000
pesos a su madre, además de 7.800 pesos a cada uno por
"incapacidad psicológica".
La medida judicial favoreció a la demandante Beatriz
Varela, quien presentó la denuncia en nombre de su hijo,
Gabriel Ferrini, hoy de 25 años.
"Se logró que el Obispado de Quilmes responda por los
daños producidos por uno de sus dependientes", dijo el
abogado querellante Mauro Pigliuca, "El fallo es histórico, la
institución nunca tuvo que pagar una condena por estos
actos. Me da tranquilidad y mucho consuelo y me alegra
que pueda servir para que otras víctimas sepan que la
Iglesia no se va a poder manejar con la misma impunidad",
afirmó Ferrini.
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ABUSOS EN ESTADOS UNIDOS
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IGLESIA LA SAGRADA FAMILIA, EN WILMINGTON,
CALIFORNIA
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ABUSOS EN LA IGLESIA DE BRASIL
MANUAL DE PEDOFILIA
En Brasil, el país con más católicos del mundo se
descubrió que los curas abusadores se sentían tan impunes,
tan protegidos por el sistema eclesial, que muchos de ellos
tenían en su poder una especie de “Manual del cura
pedófilo”. Allí se detallaban técnicas para encontrar niños
vulnerables en la calle, que en Brasil son millones, y no ser
descubiertos por la comunidad.
El padre Tarcisio Spricigo, que abusó de varios chicos
antes de ser arrestado por haber violado a un pequeño de
sólo cinco años, escribió un verdadero documento del horror.
El diario fue descubierto por casualidad por una monja en la
Iglesia del padre Tarcisio. Ella lo abrió, lo leyó y no podía
creer lo que estaba viendo y con mucho asco y sin consultar
con nadie, por temor a que le exigieran un silencio
corporativo, lo llevó a la policía.
El cura Tarcisio Spricigo fue condenado a 15 años de
prisión en Brasil. En su manual, que fue la prueba de su
condena, recomendaba tener relaciones sexuales sólo con
menores recogidos de la calle o de las comisarías, porque,
en su condición de indefensos era más difícil que los
sacerdotes fuesen descubiertos. El autor de la macabra guía
del cura pedófilo era un distinguido teólogo, que frecuentaba
los salones de la alta burguesía de San Pablo.
El manual, fue escrito a modo de diario de vida, como lo
hicieron muchos santos. Narraba sus propias experiencias
sexuales con menores y daba recomendaciones para que el
resto de sus colegas siguieran este modo de vida, casi como
si fuese un ritual sacramental exigido por la liturgia
eclesiástica, para ser santo.
Según el diagnóstico, que se le hizo a petición del juzgado
estatal, era un pedófilo con marcados síntomas de
narcisismo y megalomanía. De otra forma no se explica que
Tarcisio Spricigo, llevara un recuento manuscrito de sus
abusos con niños. Decía “Me preparo para salir de caza
con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los
garotos, chicos, que me plazca”.
El caso se dio a conocer a fines de 2005 por una
investigación de la revista brasileña Istoé (Esto es) que
involucró cerca del 10% de todos los sacerdotes de ese
país.
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CAPÍTULO 4
LAS POSICIONES DE LOS PAPAS SOBRE
PEDERASTIA
JUAN XXIII
Crimen sollicitationis
En el 2002 se reveló un documento secreto firmado por el
papa Juan XXIII en 1962, llamado Crimen sollicitationis.
Era una Instrucción, de la Sagrada Congregación del Santo
Oficio o Inquisición, actualmente “Congregación para la
Doctrina de la Fe “. Ese documento, dirigido en secreto a
“todos los arzobispos, Obispos y otros Ordinarios locales,
incluyendo aquellos de las iglesias católicas orientales”.
Este documento expresaba la política vaticana para
proteger a los responsables y silenciar a las víctimas. La
complicidad quedaba documentada y nadie se animaba a
juzgarla.
Esta carta se aprobó cuando aún existía la “santa
inquisición" que en nombre de Dios asesinó a tantos
inocentes, que acabó tres años después de la creación de
dicho documento, con el Concilio Vaticano II.
En el documento, la Congregación del Santo Oficio fijaba
los procedimientos que se debían seguir para afrontar los
casos de sacerdotes y obispos de la Iglesia Católica
Apostólica y Romana acusados de hacer uso del
Sacramento de la Penitencia o de la confesión para
satisfacer sus deseos sexuales con hombres, mujeres, niños
y animales, así como los correspondientes castigos por
estos actos impuros.
Los obispos de todo el mundo tenían que seguir los
mismos procedimientos en caso de denuncias de
comportamientos heterosexuales, homosexuales, pedófilos o
zoófilos por parte del clero.
Para la Iglesia era lo mismo la conducta de los
heterosexuales, de los homosexuales, de los pedófilos y de
los zoofílicos.
El castigo no era mayor ni menor, si el abusado era un
adulto, un niño o un animal. El castigo era por la violación del
sagrado celibato. Por eso, al sacerdote que reconocía su
homosexualidad, su heterosexualidad, su pedofilia o su
zoofilia se le exigía nuevamente por escrito el juramento del
voto de celibato. De esta manera, todo comenzaba de nuevo
como si nunca hubiese pasado nada, pero en otro destino
pastoral.
El documento confirmó el precepto de excomulgar a
cualquier católico, adulto o niño, se salvaron los animales de
ser excomulgados, porque no estaban bautizados, que,
pasado un mes a partir de los abusos, no denunciara al
sacerdote abusador ante su autoridad eclesiástica.
Así, el fiel abusado sólo podría ser absuelto después de
denunciar al sacerdote ante la autoridad eclesiástica. Pero
una vez absuelto ya no podía contárselo a nadie porque
quedaba bajo el sigilo sacramental. Su tragedia quedaba en
el silencio del secreto de confesión. Secreto que si el
confesor o el penitente lo revelaban quedaban
automáticamente excomulgados de la Santa Madre Iglesia.
Muy propio de la Iglesia y del poder: amenazar al “fiel, a la
víctima” con la excomunión, el pecado mortal, el infierno.
Asimismo, es notable el hecho de poner un período de tiempo
tan corto para poder denunciar los abusos.
Ese fiel, que era la víctima en estado de vulnerabilidad,
casi siempre un niño indefenso, que estaba bajo la
responsabilidad de los sacerdotes encargados de los
orfanatos, colegio de internados, seminarios, hospitales y de
la catequesis parroquial.
No me imagino a uno de estos niños pidiéndole permiso
al superior que abusó de él, para ir al obispado y solicitar una
audiencia con el obispo para denunciar al cura abusador.
Estos sacerdotes y obispos, haciendo abuso de su
autoridad, sometían a los niños amenazándolos y
atemorizándolos para que no contaran nada a sus padres o
tutores. La mayoría, rara vez conseguían hablar y
recuperarse psicológicamente del trauma expresado en un
profundo silencio doloroso. A los pocos que pudieron contar
los abusos que padecían no les creyeron, se los trató de
mentirosos y fueron castigados.
Muchas víctimas sufrieron estos abusos reiteradamente
durante períodos más largos al mes señalado por la Iglesia.
El niño que era abusado, que era víctima, era también
responsable de denunciar a su autoridad y si no lo hacía
quedaba excomulgado bajo su responsabilidad. Es decir, el
niño abusado terminaba siendo culpable.
En este documento se obligaba a todo personal
eclesiástico a guardar silencio sobre los abusos bajo pena
de excomunión si lo declaraban públicamente o lo
denunciaban a otro tribunal que no fuera el eclesiástico.
El Vaticano intentó por todos los medios mantener
en secreto los abusos que sacerdotes y obispos
cometían con niños sin importarle el perjuicio de las
víctimas. Ellos conocían muy bien el problema de la
pederastia dentro de la institución eclesiástica y el
desorden que tenían y tienen con la sexualidad sus
sacerdotes y obispos. Pero la política vaticana siempre
fue mantener estos delitos en secreto.
AMONESTACIÓN
La amonestación mencionada en el punto anterior (c)
siempre será hecha de manera confidencial. Podrá hacerse
por medio de una carta o por un intermediario, pero en cada
caso deberá ser probado por un documento que se
conservará en los archivos secretos de la Curia.
Si después de la primera amonestación, toman lugar
otras acusaciones contra el mismo acusado concerniente a
solicitaciones, que tomaron lugar antes de esa
amonestación, el ordinario deberá determinar, en conciencia
y según su propio juicio, si la primera amonestación ha de
ser considerada suficiente o si en cambio deberá proceder
con una nueva amonestación, o inclusive emplear otras
medidas.
El ordinario, después de haber observado todo y de haber
escuchado al promotor de justicia, en la medida en que la
naturaleza peculiar de estos casos permite, según lo previsto
en el Libro IV, Título VI, Capítulo II, del Código de Derecho
Canónico concerniente a la citación y denuncia de los actos
judiciales, emitirá un decreto Formulario O citando al
acusado a comparecer ante él o ante un juez a quien él haya
delegado, para ser procesado por los delitos de los cuales se
le ha acusado, lo que comúnmente se conoce en el tribunal
del Santo Oficio, como "someter al acusado a un
procesamiento" [Reum constitutis subiicere]. Y él se
encargará de entregar dicha información al acusado en
conformidad con los principios canónicos.
Cuando el demandado, habiendo sido citado, ha
aparecido, antes de que los cargos sean interpuestos
formalmente, el juez deberá exhortarle paternal y
apaciblemente a hacer una confesión.
Si la confesión se encuentra corroborada por las Actas y
de forma sustancial completa, habiendo sido adoptado
primeramente un voto, el Promotor de Justicia pondrá el caso
por escrito, omitiendo las demás formalidades y será capaz
de concluir todo esto con una decisión definitiva. Después de
haber dado, al acusado la opción de aceptar la decisión
propia o de presentar peticiones para que el proceso regular
y completo sea llevado hasta el final.
Podrá suspender al acusado ya sea por completo del
ejercicio del ministerio sagrado o solamente de escuchar
confesiones sacramentales de los fieles, hasta la conclusión
del juicio. Sin embargo, si sospecha que el acusado es capaz
de intimidar o sobornar a los testigos, o de otra manera
obstaculice el curso de la justicia, él también puede, tras
haber escuchado nuevamente al promotor de justicia,
ordenar que el acusado vaya a un lugar predefinido bajo
supervisión especial (Canon 1957)
De conformidad con el Formulario P, habiéndose
asegurado cautelosa y diligentemente, en cuanto a no revelar
la identidad del acusado y en especial la de los denunciantes,
y por parte del acusado que por ningún motivo viole el sigilo
sacramental.
El juez siempre deberá tener presente que no es
correcto obligar al acusado a presentar un juramento
de decir la verdad.
El que ha cometido el delito de solicitación, debe ser
suspendido de la celebración de la Misa y de la audiencia de
las confesiones sacramentales e incluso, deberá ser
declarado incapaz de recibir las mismas, de acuerdo con la
gravedad del delito. Deberá ser privado y declarado incapaz
de todos los beneficios, dignidades, incluso en casos más
graves estará sujeto a ser reducido al estado de laical.
Se deberá mantener en mente: el número de personas
solicitadas y de su condición, por ejemplo, si son menores
de edad o especialmente consagrados a Dios por medio de
votos religiosos; la forma en que se solicitan, sobre todo si
podría estar relacionada con la falsa enseñanza o un falso
misticismo, la depravación de los actos no sólo de manera
formal, sino también material, y sobre todo la conexión de la
solicitud con otros delitos; la duración de la conducta inmoral,
la repetición del crimen, la reincidencia después de una
amonestación, y la tenaz malicia del solicitante.
PABLO VI
El Secreto Pontificio
El papa Pablo VI, siguiendo las instrucciones de su
antecesor, profundizó el control e instaló en 1974, el Secreto
Pontificio. Allí especificaba quienes eran los que tenían que
guardarlo bajo pena de excomunión: los cardenales, los
obispos, los prelados superiores, los oficiales mayores y
menores, los consultores, los expertos y el personal de rango
inferior, los legados de la Santa Sede y sus subalternos. El
secreto pontificio era el control de todos, tanto de miembros
de la Iglesia como de las víctimas. Nadie podía acceder a
los archivos donde estaban los procesos canónicos de
los abusadores.
Este secreto pontificio fue derogado en casos de abusos
de menores, por el papa Francisco el día después del
suicidio del cura Lorenzo, denunciado por pederasta y
protegido corporativamente por las autoridades
eclesiásticas. El arzobispo de la Plata Fernández celebró la
misa de defunción del cura Lorenzo en la misma iglesia
donde cometió los abusos. La ley no afecta al secreto de
confesión, que sigue vigente aun cuando ampare este tipo de
delitos.
A partir de ahora, las diócesis de cada país deberán
proporcionar toda la documentación sobre los procesos y
denuncias en curso que posean y que solicite la autoridad
judicial para casos “de violencia y de actos sexuales
cometidos bajo amenaza o abuso de autoridad, casos de
abuso de menores y de personas vulnerables, casos de
pornografía infantil, casos de no denuncia y encubrimiento
de los abusadores por parte de los obispos y superiores
generales de los institutos religiosos”.
Las víctimas podrán ahora tener acceso a la
documentación de su caso y a la sentencia.
La nueva ley establece que no se podrá imponer ningún
vínculo de silencio con respecto a los hechos ni al
denunciante, ni a la persona que afirma haber sido
perjudicada, ni a los testigos.
También se eleva formalmente a 18 años la edad mínima
para que la pornografía no sea considerada infantil. Antes
era hasta 14 años.
La derogación de este decreto del secreto pontificio no
garantiza que en el archivo vaticano quede información
importante que sirva como prueba para condenar a los
miembros del poder eclesiástico. Siempre va a depender de
la voluntad del que posee la información y la llave del archivo.
Algunos obispos sostienen que se ha destruido material
que involucraba a encumbrados cardenales de la Iglesia.
Sólo se deroga un secreto, que las víctimas ya lo habían
derogado haciendo pública sus denuncias.
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JUAN PABLO II
BENEDICTO XVI
De Delicta Graviora
Benedicto XVI se presentó como el Papa que afrontaba
un problema emergente en la Iglesia: la pederastia. Definió
como un misterio inexplicable a la razón por la que
sacerdotes y otros miembros de la Iglesia Católica abusaron
de niños que estaban a su cuidado, en actos que minaron la
fe "de manera sobrecogedora".
La prueba de que la pederastia no era un misterio para el
Vaticano, sino algo que había que ocultar para salvar el buen
nombre de la Iglesia, son las casas de reclusión para los
curas pederastas y la revelación, en el 2002 del documento
secreto firmado por el papa Juan XXIII en 1962: Crimen
Solicitationis.
Frente a esta realidad de los abusos de sacerdotes a
niños, el papa emérito Benedicto XVI tomó medidas radicales
y aplicó una política de tolerancia cero en los casos
denunciados y aprobó en mayo de 2010 la puesta al día del
documento De Delicta Graviora, anexo al motu propio
Sacramentorum Santictatis Tutela, de 2001, sobre los
delitos más graves contra la moral y los sacramentos.
La costumbre de encubrimiento y disimulo de la pedofilia
en la Iglesia no es un fenómeno contemporáneo ni es nuevo
para el Vaticano. Viene de hace tiempo. No surgieron en los
últimos cinco años, después de la muerte del Santo Juan
Pablo II. Los hechos denunciados son de los últimos
cincuenta años. La mitad del pontificado de Juan Pablo II.
Su gobierno fue la continuidad del de Juan Pablo II.
Benedicto XVI afrontaba el problema que encubrió su
antecesor, a quien canonizó intentando recuperar el
movimiento de masas que logró Juan Pablo II.
No se necesita un simposio de especialistas para
reconocer que la pederastia es un delito condenable en las
legislaciones de cualquier país del mundo, menos en el
Vaticano. Para el Vaticano es un pecado. Como todo pecado
que es confesado y simulando arrepentimiento es absuelto y
el abusador puede volver a empezar de nuevo en otro lugar.
Si el Vaticano considerara la pederastia como un delito
tendrían que denunciar a los abusadores a las autoridades
civiles de cada país donde se cometieron los delitos y no
financiarle costosos estudios jurídicos para que los
defiendan con los fondos de los fieles.
Hasta que esto no suceda, el Vaticano sigue siendo
cómplice y encubridor en sus templos y monasterios de los
abusadores.
Una Iglesia preocupada en los dos mil millones de dólares
que tuvo que pagar, hasta ahora, por las conductas delictivas
de sacerdotes y obispos y que no hizo nada por los miles de
víctimas inocentes y vulnerables, parece poco creíble que
pretenda modificar las cosas.
¿De dónde salió ese dinero para indemnizar a las
víctimas abusadas por sacerdotes y obispos? ¿De los
feligreses que colocan su limosna en las misas de los
domingos? ¿De las entradas que se cobran en los templos
europeos para que los turistas aprecien el arte expuesto en
las grandes catedrales? ¿De las colectas de cáritas? ¿O de
los fondos de inversión que la Iglesia tiene en los bancos
más importantes del mundo? ¿Del Eclesiam Bank, banco
alemán de la Iglesia, que invertía los fondos de sus clientes
en una fábrica de armas y en una empresa de
anticonceptivos?
Los pederastas en la Iglesia siempre actúan amparados
por un sistema de ocultamiento. Hay una cultura del
secretismo por miedo a los escándalos. Esto lleva siempre a
poner primero los intereses mundanos de la Iglesia a los de
las víctimas. La Iglesia, en vez de denunciar a los sacerdotes
pederastas, los cambiaba de lugar. Mientras mantenga estas
conductas delictivas será una institución peligrosa para la
sociedad.
SIMPOSIO CONVOCADO POR BENEDICTO XVI
Benedicto XVI intentó separarse de la posición de silencio
que la Iglesia mantuvo durante tantos años con Juan Pablo II.
El Papa presidió un dramático simposio en febrero del
2012 sobre la tragedia de los curas pederastas organizado
por el Vaticano en la Pontificia Universidad Gregoriana en
Roma. Participaron obispos de más de 110 conferencias
episcopales del mundo.
Los estadounidenses Michael Bemi y Patricia Neal
informaron en el simposio, que los casos de abuso sexual a
menores denunciados, ya le costaron a la Iglesia Católica a
nivel internacional más de dos mil millones de dólares. Estos
se pagaron en los acuerdos a los que se llegaron con las
víctimas, en juicios, en asesoramientos legales, en terapias y
en el seguimiento de los agresores en las casas de reclusión
que tiene la Iglesia.
Ocho de cada diez víctimas jamás van a denunciar los
abusos porque algunos son pobres y nadie les va a creer y
otros por vergüenza y por temor a los estigmas sociales.
Los dos expertos precisaron en el informe que no hay
una estimación sobre los miles de víctimas, niños y adultos
vulnerables, que sus vidas cambiaron para siempre y que
hasta hoy permanecen en el anonimato más cruel del miedo
y de la vergüenza.
A nivel mundial, la Iglesia no tiene una estadística
realizada sobre la cantidad de víctimas que han ocasionado
las conductas de los sacerdotes pederastas. Tampoco han
demostrado tener interés en saber cuántos casos de abusos
de sacerdotes a menores hay en la Iglesia. Si lo tuvieran,
jamás lo darían a conocer por tratarse de una cuestión de
Estado, estaría muy bien custodiado en el archivo secreto del
Vaticano.
Sólo en Estados Unidos se estima que fueron unas 100
mil las personas abusadas, a las que hay que sumar los
miles de víctimas de los casos denunciados en Irlanda,
Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile,
India, Holanda, Filipinas. Polonia, Suiza y Argentina entre
otros países.
La relación que presentaron ilustra el costo de la crisis en
términos de pérdidas financieras que afectan la misión de la
Iglesia.
Los expertos sólo analizaron los daños causados a la
Iglesia por estos escándalos y que nunca se conocerán en
su totalidad. Indicaron que los escándalos sexuales, además
de destruir a miles de personas y costar tanto dinero, que se
podría haber destinado a la construcción de hospitales,
escuelas, seminarios o iglesias, propiciaron la sospecha
hacia todos los curas y el distanciamiento de los laicos de la
Iglesia.
Entre otros daños, la victimización de miles de personas,
un profundo sufrimiento conmovedor causado a las familias
cristianas y a los seres queridos de las víctimas, el abandono
de los fieles de la Iglesia y la pérdida de la fe a causa de la
desilusión y la reducción de la autoridad moral de la Iglesia,
de su enseñanza y de la vida sacramental.
También los expertos aseguraron que se debe reconocer
que los escándalos no fueron exagerados por los medios de
comunicación y que los delitos sexuales no tienen que ver
con la orientación sexual, porque la realidad es que ni la
homosexualidad ni la heterosexualidad son un factor de
riesgo, sino que ese factor es la orientación sexual
desordenada o confusa.
El padre Edenio Valle, un psicólogo asesor de los obispos
de Brasil, dijo en el simposio que los obispos católicos
brasileños desconocen lo que deben hacer para afrontar
casos de clérigos pederastas. En la iglesia brasilera no se
discuten seriamente los problemas básicos. No existen
lugares de refugio, recuperación y cuidado de las víctimas.
En general, se limitan a trasladar a los curas pederastas.
Valle analizó la situación de la Iglesia en su país, donde
millones de familias viven en la miseria, lo ayuda a que los
niños sean más fácilmente víctimas de individuos
sexualmente inmaduros.
El fiscal del Vaticano, Charles Scicluna, dijo que es
erróneo e injusto aplicar la ley del silencio ante los casos de
pederastia y afirmó que la Iglesia tiene la obligación de
cooperar con las autoridades civiles. No dice que la Iglesia
tiene la obligación de denunciar a los que han cometido estos
aberrantes delitos de abusar de niños vulnerables e
inocentes.
El abuso sexual a menores no es sólo un delito canónico,
se trata también de un delito perseguido por el Derecho
Penal y Civil, a pesar de esto, todavía ningún obispo
denunció penal o civilmente a un sacerdote pederasta.
Hay que reconocer y admitir que la verdad completa, con
todas sus dolorosas repercusiones y consecuencias, es el
punto de partida para una curación auténtica, tanto de la
víctima como del autor de los abusos.
Scicluna manifestó que las víctimas tienen que ser
escuchadas con atención y ser tratadas con dignidad cuando
se embarcan en el agotador viaje de la recuperación y la
curación y para ello es necesaria la ayuda de expertos.
El fiscal se refirió a las medidas adoptadas por Benedicto
XVI en el 2010 contra la pederastia, entre ellas la ampliación
de 10 a 20 años del tiempo para denunciar los abusos y la
introducción del delito de adquisición, posesión y difusión de
pornografía infantil por parte de los clérigos.
Scicluna resaltó que en el sacerdocio y en la vida
religiosa no hay lugar para quienes dañan a los jóvenes y
aseguró que ninguna estrategia de prevención de los abusos
por parte de la Iglesia funcionará si carece de credibilidad.
Agregó además que no debería haber lugar para los obispos
encubridores.
Lo primero que hay que hacer es comprender bien el
problema, el triste fenómeno de esos abusos sexuales, para
actuar con determinación. Scicluna, sostiene que el simposio
pondrá en primer lugar a las víctimas.
La primera intervención del simposio fue una víctima de
abusos. Una mujer irlandesa Marie Collins quien sufrió
abusos sexuales por parte de un sacerdote de su país
cuando era niña, que se dirigió a los asistentes, entre
obispos, teólogos y psicólogos que participaban del simposio.
Habló en nombre de las víctimas que denunciaron a sus
abusadores y de tantas que todavía no lo pudieron hacer.
Esta mujer, describió la pesadilla de los repetidos abusos del
sacerdote cuando estaba hospitalizada lejos de sus padres
en Dublín.
Marie Collins dijo que esos dedos que abusaban de su
cuerpo por la noche le ofrecían la hostia a la mañana
siguiente. También relató su larga depresión y los dos años
más difíciles de su vida, cuando a los 40 años decidió revelar
la agresión sufrida a las autoridades católicas. La reacción
de la institución fue la de encubrir a su agresor. Su fe en Dios
no se vio afectada, indicó que puede perdonar al que abusó
de ella. ¿Pero cómo sentir respeto por la dirección de la
Iglesia? Pedir perdón por los actos de los sacerdotes
pederastas no basta, hace falta que reconozcan su
responsabilidad por el mal y la destrucción infligidos a las
víctimas y a sus familias por el ocultamiento, a veces
deliberado, y la mala gestión de los superiores.
Tratar de salvar la institución del escándalo causó el
mayor de los escándalos.
Asimismo, Collins acotó que lo mejor de su vida comenzó
cuando quien la abusó fue llevado ante la justicia. Entonces,
comenzó a trabajar con la diócesis y con la Iglesia Católica
en Irlanda para mejorar su política de protección de los niños.
Con esto, su vida ya no está devastada y tiene sentido y
valor, agregó.
El arzobispo maltés destacó la importancia de la
colaboración de las diócesis con las autoridades civiles para
luchar contra estos casos de pederastia. Se trata de un
fenómeno muy triste, que no sólo es pecado, sino también
delito y en cuanto tal, está la justa jurisdicción del Estado y
por ello está el deber de colaborar con esa jurisdicción penal
estatal.
Hay que estar atento en la necesidad de la formación de
los agentes pastorales para evitar esos casos. En el texto
se afirmó que la atención a las víctimas, la cooperación con
las autoridades civiles, los programas de prevención y la
formación permanente de los seminaristas y del clero son los
puntos prioritarios para luchar contra los abusos de menores
por parte de clérigos.
El arzobispo Scicluna dijo que, durante muchos años en
las iglesias locales, donde se produjeron casos de
pederastia, se impuso un clima de silencio cómplice. Ese
clima de silencio dio paso a la denuncia de los casos, que
según Scicluna nunca se sabrán con exactitud cuántos
fueron, pero que han sido alarmantes.
El cardenal William Levada, sucesor de Joseph Ratzinger
en la Congregación para la Doctrina de la Fe, informó que en
los últimos diez años el ex Santo Oficio ha recibido 4.000
denuncias de abusos sexuales a menores por parte de
miembros del clero, religiosos o docentes católicos. El ex
Santo Oficio se ocupa de la disciplina de los sacerdotes, por
lo que la pederastia entra en su jurisdicción.
El Promotor de Justicia de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, monseñor Charles Scicluna, también habló
en el simposio titulado “Hacia la curación y la renovación”,
del que participaron 30 institutos religiosos. Anunció la
“tolerancia cero” que quería el Papa:
Dijo, quien engaña, quien no denuncia es enemigo de la
justicia y, por lo tanto, de la Iglesia. De ahora en más, los
obispos son directamente responsables de perseguir a los
curas responsables de pedofilia. El hecho de pedirles a los
obispos que encubrieron a los sacerdotes pederastas que
ahora los persigan y que los entreguen a la justicia suena un
poco utópico.
Benedicto XVI, de quien fue leído un mensaje, dijo que la
prioridad absoluta “es la atención y curación de las
víctimas”.
Durante mucho tiempo, la Iglesia puso delante de toda la
necesidad de evitar escándalos y, de hecho, protegió a los
clérigos abusadores, reclamando además a las víctimas y a
sus familias la reserva o, directamente, el silencio, sin
ocuparse mucho de los traumas que sufrieron.
Los Episcopados tenían hasta mayo del 2013 para
ponerse en regla con las nuevas disposiciones.
La Santa Sede afirma que la negligencia de un superior
es un crimen inapelable. El Fiscal del Vaticano admite que “la
cultura del silencio” persiste entre el clero. Los obispos,
acusados algunos de haber mirado a otro lado en casos de
abusos sexuales en la Iglesia católica, serán considerados
responsables de la conducta de los curas bajo su autoridad,
afirmó el fiscal del Vaticano encargado del tema de la
pederastia.
“Una vez que se imponen las reglas se deben respetar”,
afirmó monseñor Charles Scicluna, dirigiéndose a casi 5.000
obispos de todo el mundo reunidos en el simposio.
Reconoció, que la cultura del silencio es enemiga de la
verdad y de la justicia.
La grave negligencia o la “maligna intención” de un
obispo frente a un caso de pederastia es un crimen en
términos de derecho canónico, insistió Scicluna, quien
agregó, vehemente, que nadie puede ampararse “a
complejidades técnicas de la ley”.
Al responder a preguntas por la ausencia de sanciones
automáticas a los obispos que cubren a sacerdotes
pederastas, el prelado maltés indicó que sólo el Papa, quien
los nombró, podía castigarlos.
Unos 4.000 casos de abusos sexuales ocurridos en las
últimas décadas han sido comunicados a Scicluna en los
últimos años. Mil casos, la mayoría antiguos, han sido
transmitidos del 2010 al 2011, procedentes sobre todo de
Europa, donde la revelación de los casos es más reciente
que en EE. UU. Solo “un mínimo porcentaje” de casos
señalados resultaron sin fundamento, admitió Scicluna, quien
agregó que la indemnización por daños y perjuicios
corresponde al autor del delito y, si no tiene dinero, se
puede recurrir al principio de “solidaridad de la Iglesia
local”.
En un discurso muy esperado ante representantes de 110
conferencias episcopales y 33 órdenes religiosas reunidas
en la Universidad Gregoriana, el prelado preconizó el respeto
de las reglas, primero dictadas por Juan Pablo II y luego por
Benedicto XVI.
Citó a “tres enemigos de la verdad”: la cultura de la
práctica del silencio, el hecho de negar deliberadamente los
hechos conocidos y desplazar la preocupación de que la
imagen de la institución debe gozar de prioridad absoluta.
“Es necesario también que los fieles puedan mantener
la certeza de que la sociedad eclesiástica desarrolla su vida
bajo el régimen de la ley. Que la ley de la Iglesia sea clara
no basta para que la paz y el orden reinen en la
comunidad”.
Se otorgó un año de plazo a todos los episcopados para
poner sus dispositivos de lucha contra la pederastia en
sintonía con las exigencias de Roma y colaborar con la
justicia civil.
Pero antes que terminara el plazo, Benedicto XVI
renunció al papado y la Iglesia eligió a Jorge Bergoglio
como su sucesor.
◆◆◆
FRANCISCO
Si alguien no denuncia a un abusador de niños, lo está
protegiendo, está siendo cómplice y en ese mismo acto, está
desprotegiendo al niño. En este tema no hay posibilidades
para la neutralidad. Bergoglio no recibió a las víctimas de
Grassi cuando fue arzobispo de Buenos Aires, pero hablaba
con Grassi. Les debe una respuesta a las víctimas y una
condena a Grassi.
El Episcopado argentino, cuando Bergoglio era Cardenal,
contrató a un estudio jurídico para demostrar que Grassi era
inocente. Ese informe es el que la Iglesia utilizó para
defender, sin decirlo, a Grassi. Por eso Grassi sigue siendo
sacerdote.
Después del simposio convocado en el 2012 por
Benedicto XVI donde se declaró la tolerancia cero a los
sacerdotes que abusen de niños. Francisco, ocho años
después convocó otro, para seguir diciendo frases armadas
y no abrir los archivos secretos del Vaticano para saber
quiénes y cuántos son los curas y obispos abusadores.
Participaron los mismos que lo hicieron hace ocho años
en el simposio que convocó Benedicto XVI, donde se declaró
la tolerancia cero a los abusos de sacerdotes a niños.
Tolerancia cero que no tuvo efecto retroactivo.
Participaron los mismos que saben quiénes son los
abusadores y que nunca denunciaron. ¿Por qué tendrían que
hacerlo ahora?
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MONASTERIO BENEDICTINO NUESTRA SEÑORA DE
LA PAZ, CALMAYO, CÓRDOBA
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CASAS DE RECLUSIÓN EN EE. UU.
En Chicago hay una casa de reclusión, en el predio de un
seminario, donde son monitoreados los curas pederastas
con cámaras de seguridad.
En New York, a los sacerdotes abusadores se los
clasifica según el delito que cometieron y según la edad. Se
los sentencia a una vida de oración y de piedad. El obispo, a
los sacerdotes denunciados, les envía una carta donde les
pide por la seguridad de los niños y de los jóvenes, por la
reputación y el patrimonio de la arquidiócesis y por el bien
propio que ingresen en este programa y en esta residencia
para someterse a los tratamientos.
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CASA DE RECLUSIÓN EN MÉXICO
En México también existen las casas de reclusión que
fueron replicadas de los modelos que se encuentran en
Estados Unidos y Canadá.
CASA DAMASCO
Casa Damasco, fundada en 2001 es atendida por las
Discípulas del Divino Maestro. Es un centro de atención a los
sacerdotes vinculados a casos de abuso sexual a menores.
Para la atención, la casa cuenta con psicoterapeuta,
psiquiatra, médico internista, talleres de desarrollo humano y
control de adicciones, un grupo de Alcohólicos Anónimos y
profesor de educación física.
El padre Javier Estrada es su director y sostiene que la
duración de los tratamientos en general, pagados por los
curas y si es necesario con el apoyo del obispo de la
diócesis, va de tres a seis meses. Luego de este período el
paciente abandona la clínica, pero se le hace un seguimiento
periódico, que en los casos de mejoría evidente se le sugiere
ir a consulta cada seis meses.
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CASAS DE RECLUSIÓN EN ITALIA
JUSTO ILARRAZ
En Italia hay dos casas de reclusión donde son enviados
sacerdotes pedófilos de todo el mundo. En una de estas
casas estuvo el sacerdote Justo Ilarraz por abusar al menos
de 50 seminaristas en el seminario menor de Paraná.
Ilarraz era un hombre de confianza del cardenal Karlic.
Fue su secretario privado, chofer y siempre gozó de su
protección.
El actual arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari,
conocía las conductas de Ilarraz porque uno de los
seminaristas que se resistió al abuso le pidió ayuda y él lo
llevo a hablar personalmente con Karlic. Puiggari le reprochó
diciéndole “Estas son las cosas que hace su protegido
Ilarraz”. Monseñor Karlic les recomendó a las víctimas que
rezaran mucho y dispuso el inicio de un Juicio Diocesano al
abusador. Ni Monseñor Karlic ni el actual obispo lo
denunciaron a la justicia.
Los curas Silvio Fariña y Alfonso Frank, recibieron
numerosos testimonios de los abusos cometidos por el cura.
Cada uno de los jóvenes firmó su declaración, pero no hubo
ninguna comunicación a la Justicia de lo acontecido ni a sus
familiares.
Otros optaron por no declarar porque habían recibido
mensajes de autoridades eclesiásticas señalando que la
difusión de lo ocurrido afectaría mucho a sus familias, dentro
de las cuales había religiosas que podrían ser trasladadas
muy lejos de su lugar de origen.
Ilarraz tenía unos 32 años al momento de hacerse cargo
del Seminario Menor. Siempre utilizaba el mismo mecanismo
para su esquema de perversión. Iba observando las
personalidades de cada uno de los chicos; sus angustias y
ansiedades por el desarraigo de su casa, de su madre y de
sus cosas para ir al acecho.
Cada noche, cuando se apagaban las luces del pabellón,
el cura comenzaba a caminar por entre las camas de los
chicos. Cuando escuchaba algún lloriqueo, se aproximaba,
se sentaba a su lado, les acariciaba la cabeza y la mayoría
de las veces terminaba ingresando a sus camas para
consolarlos. “Nos mimaba, nos tocaba y a veces nos
besaba en la boca”
Ilarraz tenía comodidades que nadie más tenía en el
Seminario Menor. Desde ducha con agua caliente hasta el
reproductor de videos más moderno, golosinas, chocolates e
incluso las consolas de juego de la época. Todos esos
elementos eran para sus protegidos, mientras el resto de los
internos soportaba el rigor de la vida del seminario,
especialmente teniendo en cuenta la edad de los chicos, de
entre 12 y 14 años. A algunos de sus protegidos llegó a
premiarlos incluso con viajes a Europa. Los otros,
soportaban su rigor y maltrato.
La presión psicológica llegaba incluso a un mecanismo de
seguimiento que consistía en anotar los pecados de la
semana en una libreta y después analizarlos con él. El
patrullaje ideológico de control sobre la psiquis de los niños
era tremendo.
Ilarraz escogía cada año a unos diez ingresantes al
Seminario Menor para someterlos sexualmente. Lo lograba
mediante presión psicológica, explotando sus debilidades y
también a través de un sistema aberrante de premios y
privilegios frente a los otros seminaristas, en los duros años
iniciales de la formación sacerdotal.
Los elegidos generalmente eran chicos provenientes de
familias de la Campaña de Paraná y zonas cercanas, donde
el sentimiento religioso está muy arraigado y la elección de
una vocación religiosa es motivo de orgullo de sus padres.
Los encuentros con los chicos eran a la siesta o a la
noche. Primero les hablaba de la sexualidad. “Nos enseñaba
a reconocer nuestros genitales y a besar”, dijo a la revista
Análisis una de las víctimas.
Y siempre recomendaba que lo que hacían con él, no lo
hicieran con nadie más. “Nos enseñaba las partes del pene
y después nos masturbaba. Y cuando estábamos por llegar
al orgasmo nos decía que teníamos que aguantarnos”.
Ilarraz les enseñaba a practicar el sexo oral, poniendo el
pene de los chicos en su boca y luego el suyo en la boca o
en la cara de las víctimas. Finalmente llegaba la penetración.
“Nos desnudaba, nos ponía boca abajo, nos acariciaba,
nos excitaba y nos penetraba”.
“Ya no somos más amigos y de aquí en más irás todos
los días a la Capilla a pedirle perdón a la Virgen y a Jesús”,
le dijo a un joven que en 1992 se resistió a ser penetrado y
fue quien, luego, puso en conocimiento de Puiggari lo que
estaba ocurriendo.
Eso sucedía entre las cuatro paredes de la habitación
privada del Seminario o en el baño. No se tenía que enterar
nadie. Si alguien traicionaba ese pacto perverso de
confidencialidad la iba a pasar muy mal con represalias y se
le acabarían los privilegios: los caramelos, los chocolatines,
la buena comida, la tv o las películas en video que por las
noches podían ver en su habitación, sin pasar frío ni
angustias por el cariño interminable del prefecto religioso.
“Ustedes deben saber que ahora, nuestra amistad es más
grande. A mayor confianza, mayor es el amor y la amistad”,
repetía el cura abusador todas las noches.
Tras el Juicio Diocesano, Ilarraz fue trasladado un par de
meses a la parroquia San Cayetano, y luego enviado al
Vaticano, donde incluso escribió un trabajo titulado “Los
niños: nuevos misioneros para nuevos tiempos”.
Cuando regresó de Roma, a fines de 1994, lo mandaron
a Córdoba por la relación que monseñor Karlic tenía con
monseñor Primatesta. Estuvo un tiempo en el seminario de
Santa Rosa de Calamuchita haciendo un retiro espiritual y
luego fue enviado a la diócesis de Tucumán. Supuestamente
ya recuperado y redimido.
Las estadísticas indican que es muy elevado el número
de reincidencia de los curas que han pasado por estas
casas de reclusión. ¿Quién puede garantizar que el cura
Ilarraz no haya repetido sus conductas pedófilas en
Tucumán?
El Arzobispado de Paraná admitió las "faltas gravísimas"
del cura, aunque aclaró que fue apartado del ejercicio del
sacerdocio "hasta que la Santa Sede resuelva la situación".
Pero nunca denunció el abuso cometido por el cura Justo
José Ilarraz contra no menos de 50 chicos de entre 12 y 14
años, quienes recién comenzaban su carrera religiosa y
estaban bajo su tutela en el Seminario Menor de esa capital.
En 2008, el arzobispo Mario Maulión firmó la
incardinación de Ilarraz al obispado tucumano, porque
dependía de la diócesis de Paraná.
Finalmente, siguiendo las directivas de la Santa Sede y
del papa Benedicto XVI, se solicitó el levantamiento de la
prescripción a fin de la aplicación de las sanciones
correspondientes, según se indicó en el comunicado
eclesiástico.
El 21 de mayo de 2018, la Justicia condenó al cura Ilarraz
a 25 años de cárcel al hallarlo responsable del delito de
promoción a la corrupción de menores agravada por ser
encargado de la educación en cinco hechos, y del delito de
abuso deshonesto agravado. Se le impuso la accesoria de
prisión preventiva hasta que la sentencia quede firme, pero
no se lo envió a la cárcel, está con arresto domiciliario, que
el cura cumple en un 6º piso de un edificio en Corrientes al
300 de Paraná.
Cualquier parecido con el cura Grassi es pura casualidad.
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CONCLUSIÓN
EL SECRETO PONTIFICIO
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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA