El Secreto Pontificio - La Ley D - Adrian Vitali

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 258

El Secreto Pontificio

La ley del Silencio

Adrián Vitali

Título: El Secreto Pontificio


La ley del silencio
©Adrián Vitali | zoegroup
Hecho el depósito que indica la ley 11.723
Primera Edición: mayo 2021
Dirección Editorial: Pablo Balderramas
Corrección: Marcelo Pantano
Diseño de cubierta: Carlos Lotterberger
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier
forma de reproducción, distribución, comunicación pública y
transformación de esta obra sin contar con autorización de los
titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual.

PRÓLOGO

Es probable, que ni un teólogo de la talla de Joseph


Ratzinger pudo haber imaginado las consecuencias de
visibilizar lo hasta ese momento oculto y silenciado, cuando
los escándalos de abusos sexuales en el clero comenzaron
a aflorar en las más diversas latitudes.
El Papa se dispuso a aplicar la tolerancia cero frente a la
pedofilia tras el horror de sometimientos sexuales a niños
desatado en Irlanda en 2009 y ante la renuncia del Obispo
belga Roger Vangheluwe, quien admitió haber abusado de un
menor.
Unos años, después, en febrero de 2013, insólitamente-,
Benedicto XVI abdica en su Papado. Su sucesor fue el
argentino Jorge Bergoglio, un cura jesuita más vinculado a la
preocupación social y a la política que a la misión de orientar
y encauzar seriamente un debate que la institución siempre
reservó para sí, a puertas cerradas.
Para la concepción de la Iglesia, abusar de un niño no es
delito. De hecho, a través de concordatos suscriptos con
distintos países, el Estado Vaticano hizo de tal reserva, una
férrea y dura Lex que, en muchos casos, colisiona con el
orden jurídico de cada estado soberano y con compromisos
internacionalmente asumidos por la suscripción de Tratados
Internacionales de protección de derechos de los niños.
El antecedente de Bergoglio en la Argentina era el de
haber encomendado en 2009 un extenso trabajo al jurista
Marcelo Sancinetti en el que se concluía que los abusos
sexuales en la Iglesia no existían y que las acusaciones se
debían a una caza de brujas. El dictamen, encomendado por
el entonces Cardenal Primado de la Argentina, en el marco
de la condena judicial del presbítero Julio Grassi, un famoso
religioso estrechamente ligado al poder político y económico
en la Argentina de los años noventa, agregaba
preocupantemente que la justicia que imparte un Estado
secular podría no ser acatada por la Iglesia Católica por
considerarla falible y dependiente del poder político.
En tales condiciones, éste ha sido el tema más difícil de
gestionar para Bergoglio.
El Papa Francisco ha pedido perdón genéricamente a
quienes pudieron resultar víctimas de estos hechos atroces,
pero no ha realizado intentos por abordar un problema que
es interno y estructural. Ha realizado promesas de tomar
acciones concretas, incluso la de llevar a la justicia a los
presbíteros que hubieren cometido este tipo de delitos, pero
su concepción no se ha modificado desde entonces.
Desbordado, convocó en febrero de 2019 a una Cumbre
sobre el tema, que se realizó en Roma sin consecuencias
concretas. Los portavoces de las víctimas manifestaron
decepcionados que se trató sólo de palabras, no de hechos.
Ya en la Cuaresma de 2020, el Papa, fijó su posición de
manera elocuente al invitar a rezar por todas las personas
que sufren sentencias injustas, debido a la persecución. La
frase, pronunciada el 6 de abril de 2020, no era ingenua y
aparecía en estrecha relación con la anulación de la condena
por existencia de ¨duda¨, con que se benefició días antes a
uno de sus colaboradores más estrechos, el Cardenal
George Pell.
En este particular contexto, aparece el notable aporte del
exsacerdote Adrián Vitali, quien da cuenta en estas líneas
que mantiene intacta su vocación pastoral y su compromiso
con los pobres y los débiles.
Realista, escéptico, pero aún esperanzado, Vitali, con las
marcas que le dejó su propia historia, nos acerca su cruda y
valiente visión que describe, de un modo impactante, como
se ha corrompido insistentemente la inocencia de cuerpos de
niños transgredidos falsamente en nombre de Dios.
Asimismo, revela prácticas anacrónicas y dañinas que no
contemplan el sufrimiento de las víctimas. Con su minucioso
trabajo, Adrián Vitali muestra que tan sólo dejó los hábitos,
pero no su vocación por los más vulnerables. Nos entrega
una obra en la que exterioriza su especial sensibilidad por las
víctimas de estos delitos aberrantes y nos permite pensar en
un futuro con líderes religiosos que conseguirán tocar las
cuerdas del alma humana.

JUAN PABLO GALLEGO


Abogado (UBA), Catedrático y Consultor Internacional.
Managing Partner del Despacho “Gallego Abogados”. Ha
sido Asesor del Senado de la Nación Argentina y Consultor
del Ministerio Público de la República de Honduras. Dirigió
en la Argentina la acusación seguida al sacerdote Julio
Grassi, condenado en 2009 a quince años de prisión
EL SECRETO PONTIFICIO
LA LEY DEL SILENCIO

PRÓLOGO

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1

LA IGLESIA TIENE UN PROBLEMA GRAVE CON EL


CUERPO

EL PROBLEMA ANTROPOLÓGICO DE LA IGLESIA

EL INFIERNO DEL DANTE

CAPÍTULO 2

TESTIMONIO DE LOS SOBREVIVIENTES DE LOS


ABUSOS ECLESIÁSTICOS
DANIEL DECUYPER
“LOS CONSEJOS DEL PAPA ME HICIERON MAL”
JULIETA AÑAZCO
“EL PRIMER RECUERDO FUE EL DEL SACERDOTE
ABUSANDO DE MÍ”

PABLO HUCK
“SENTÍ UN TERRIBLE DESCONCIERTO PORQUE
MOYA ERA MI CONFESOR”

SEBASTIÁN CUATROMO
"PARA CRIAR A UN NIÑO HACE FALTA UNA ALDEA"

DANIEL VERA
“ME DIJO QUE FUERA A SU HABITACIÓN”

FABIAN SCHUNK
“DE NO HABER SIDO POR MI MUJER MÓNICA, NO
HUBIESE DENUNCIADO”
TESTIMONIO SIN NOMBRE
“CREÍA QUE TODO EL MUNDO SABÍA LO QUE ME
HABÍA PASADO Y ME MIRABAN CON OJOS DE
CONDENA”

CAPÍTULO 3

LUGARES DE ABUSO, LUGARES DE PODER

HOGAR FELICES LOS NIÑOS, HURLINGHAM,


BUENOS AIRES

CASA DEL NIÑO DEL PADRE AGUILLERA,


UNQUILLO, CÓRDOBA
INSTITUTO PRÓVOLO, MENDOZA

PARROQUIA SANTA ROSA DE LIMA. VILLAGUAY,


ENTRE RÍOS

SEMINARIO MAYOR NUESTRA SEÑORA DE


GUADALUPE, SANTA FE

BIBLIOTECA ESCOLAR, INSTITUTO RELIGIOSO PIO


XI, CORRIENTES

COLEGIO SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA,


CORRIENTES

INSTITUTO TIERRA SANTA, BUENOS AIRES


COLEGIO AVE MARÍA DE LA OBRA DON ORIONE,
CLAYPOLE, BUENOS AIRES

HOGAR DE NIÑOS HERMANO FRANCISCO,


QUILMES, BUENOS AIRES

CASA RESIDENCIA DEL OBISPADO DE QUILMES,


BUENOS AIRES

COLEGIO MARIANISTA, CABALLITO, CABA

IGLESIA NUESTRA SEÑORA DE MAGDALENA, LOS


HORNOS, BUENOS AIRES

HOGAR DE VARONES MARTÍN RODRÍGUEZ,


TANDIL, BUENOS AIRES

COLEGIO SAN JOSAFAT, APÓSTOLES, MISIONES


ABUSOS EN ESTADOS UNIDOS

INTERNADO DE LAS ESCUELAS SAINT JOHN DE


SORDOMUDOS, MILWAUKEE

IGLESIA LA SAGRADA FAMILIA, WILMINGTON,


CALIFORNIA

ABUSOS EN LA ESCUELA AUSTRÍACA

ABUSOS EN LA IGLESIA DE BRASIL

MANUAL DE PEDOFILIA

CAPÍTULO 4

POSICIONES DE LOS PAPAS SOBRE LA


PEDERASTIA

JUAN XXIII

El documento interno de la Iglesia para ocultar la


pederastia: Crimen Sollicitationis

PABLO VI

El Secreto Pontificio

JUAN PABLO II

Motu Proprio Sacramentorum sanctitatis tutela.


BENEDICTO XVI

Simposio convocado por Benedicto XVI

De Delicta Graviora

FRANCISCO

La Protección de los Menores en la Iglesia

Vademécum

CAPÍTULO 5

LAS CÁRCELES DE LA IGLESIA

DOMUS MARIAE ASOCIACIÓN PRIVADA DE FIELES


PARA "SACERDOTES EN CRISIS", TORTUGUITAS,
BUENOS AIRES

EL MONASTERIO BENEDICTINO SANTA MARÍA DE


LOS TOLDOS, PROVINCIA DE BUENOS AIRES

MONASTERIO BENEDICTINO NUESTRA SEÑORA DE


LA PAZ, CALMAYO, CÓRDOBA

CASAS DE RECLUSIÓN EN EE. UU.

SAINT LUKE INSTITUTE SILVER SPRING,


MARYLAND

HOUSE OF AFFIRMATION WHITINSVILLE,


MASSACHUSETTS
CASAS DE RECLUSIÓN EN MÉXICO

CASA DAMASCO

FUNDACIÓN ROUGIER PACHUCA

CASA ALBERIONE, TLAQUEPAQUE, JALISCO

CASAS DE RECLUSIÓN EN ITALIA

CONCLUSIÓN

EL SECRETO PONTIFICIO
8INTRODUCCIÓN

Decía un encumbrado funcionario vaticano, que en la Iglesia


todo lo que no es sagrado es secreto. El secreto pontificio no
escapa a esta máxima. El secreto inconfesable de la
pederastía no deja de ser una profanación de lo sagrado. Se
abusa de los cuerpos inocentes de los niños y se justifica por
todos los medios, no revelar el secreto, para que algún día
prescriba en la conciencia de la víctima y así obtener la
absolución a través de un supuesto olvido somatizado en el
dolor de los cuerpos y en la angustia inexplicable del
psiquismo.
Este libro pretende iluminar este secreto pontificio para
sacar de la penumbra y de la vergüenza las víctimas
abandonadas. Este secreto no es sagrado, es profano. La
Iglesia mantiene hace años ocultos en el mismo lugar a las
víctimas silenciadas por el miedo y la culpa. Los tiene en el
laberinto trágico de la impunidad indolente, donde sólo
algunas víctimas pudieron salir. A su vez, a los victimarios,
los mantiene, rezando al Dios de los silencios.
En la Iglesia jerárquica, hay una decisión política de
simular un cambio para que todo siga igual, amparada en el
misterio del poder delegado por Dios.
La Iglesia tiene un problema grave con el cuerpo y la
sexualidad de sus consagrados. Las prácticas que ha
utilizado a lo largo de la historia, para reprimirlo, domesticarlo
y callarlo, no han sido las más saludables.
Escuchar los testimonios de las víctimas en confesiones
públicas ha resquebrajado el poder monolítico de la
impunidad eclesiástica, porque la denuncia se convirtió en un
imperativo moral.
Los lugares institucionales de los abusos siempre fueron
lugares de poder, donde el ejercicio de la autoridad era
incuestionable: parroquias, colegios, seminarios,
monasterios y orfanatos. Espacios donde los depredadores
no corrían riesgo de ser depredados.
La confesión de los niños antes de la primera comunión
tendría que reemplazarse por la confesión comunitaria. La
confesión individual fue uno de los espacios donde
comenzaban los abusos por parte de los sacerdotes.
Que un niño tenga que confesar, en secreto, sus culpas a
una persona desconocida, sin poder contarles a sus padres
que le dijo al sacerdote, porque si lo hace cae en pecado
mortal por violar el sigilo sacramental, es un mensaje cruel en
la formación de su psiquismo. Lo que nunca se puede contar
a los padres siempre es algo malo que merece ser
castigado.
Las posiciones de los papas frente a la pederastia desde
1962 con Juan XXIII, pasando por Pablo VI, Juan Pablo II,
Benedicto XVI y hasta el papa Francisco, buscaron silenciar
el grito de las víctimas con protocolos, simposios y
vademécum. Los protocolos que diseñaron siempre tenían
un solo objetivo: ocultar los abusos para salvar el prestigio de
la institución frente a la opinión pública. Estos protocolos
son la prueba de que la institución corporativamente
ocultaba a los pederastas y silenciaba a las víctimas.
Este delito no fue un problema para la Iglesia mientras la
institución tuvo el control. Cuando las victimas empezaron a
hablar de los abusos que habían sufrido por parte de los
sacerdotes, la Iglesia empezó a tener problemas con la
trama de impunidad que había construido a lo largo de los
siglos.
Frente a estas revelaciones aparecieron las cárceles de
la Iglesia como lugares de reclusión donde los curas
pederastas cumplen las penitencias y obtienen la absolución
de los pecados por los abusos cometidos a menores. Luego
de esa estadía vuelven redimidos a la comunidad religiosa, y
siguen cometiendo los mismos delitos que para la Iglesia son
debilidades de la carne inclinada al pecado, fruto del pecado
original.
La matriz del encubrimiento y del secreto eclesiástico
sobre los abusos de religiosos a menores, tuvo el mismo
comportamiento en todo el mundo. Este fenómeno
conductual se manifiesta en una estructura institucional
monárquica, absolutista y teocrática. Sólo hay que rendirle
cuentas a Dios, a través de sus ministros, en el foro
eclesiástico y no a los hombres representantes de la justicia
civil, que es una justicia imperfecta porque es humana.
Los abusos sucedieron en todos los países del mundo.
En los desarrollados y en los subdesarrollados. En los del
primer mundo, salieron a la luz los abusos recién hace veinte
años, debido al valor de las víctimas, que encontraron
instituciones sólidas e independientes en los medios de
comunicación y en los tribunales, donde fueron escuchados y
obtuvieron justicia.
En los países del tercer mundo, donde la Iglesia tiene
miles de establecimientos de internados de niños, escuelas y
más poder que las instituciones del Estado, la impunidad para
silenciar los casos de corrupción se ejecutó con la
complicidad de jueces, de políticos de turno y de algunos
medios de comunicación.
La impunidad eclesiástica siempre está vinculada al poder
político del momento. Éste garantiza el silencio cómplice de
los abusadores, a cambio de vacíos rituales sociales, que
simulan bendecir, lo que seguramente Dios detesta. Un caso
es el del ex arzobispo de Santa Fe monseñor Storni
denunciado por abusos a seminaristas. En su momento,
hubo una solicitada por el poder político de turno en apoyo y
agradecimiento a Monseñor Storni. La firmaban muchas
personas influyentes de la ciudad. El primero de la lista era el
entonces intendente Jorge Obeid, que después fuera
gobernador por dos períodos.
La posición de la jerarquía católica en Argentina frente a
los abusos no fue diferente de las iglesias del resto del
mundo. La Iglesia en Argentina siguió las mismas normativas
vaticanas frente a los sesenta y tres sacerdotes
denunciados. Diecisiete sacerdotes condenados. Veintitrés
procesos judiciales en marcha y veinticuatro casos no
judicializados. Sólo denuncian dos de cada diez víctimas. Los
abusadores dentro de la Iglesia son muchos más, pero sus
crímenes permanecen ocultos por decisión de las jerarquías
eclesiásticas. En Argentina hay una población de
cuarenta y cinco millones de habitantes y un sacerdote
cada siete mil habitantes. Es decir que en Argentina
tenemos aproximadamente 6.428 sacerdotes. Si la
Iglesia tiene un diez por ciento de sacerdotes
pederastas y en Argentina solo hay sesenta y tres
denunciados, se deduce que en la Iglesia de nuestro
país todavía permanecen aproximadamente seiscientos
treinta y siete curas pederastas ocultos.
Cuando un sacerdote es acusado de abuso sexual
públicamente, se lo defiende desde la corporación con la
descalificación a las víctimas y la acusación a los
defensores de ellas como enemigos de la Iglesia.
Cuando un sacerdote es condenado, la iglesia justifica su
silencio diciendo, que no suele emitir juicios ni comentarios
sobre la actuación de la Justicia civil en casos en los que
están involucrados miembros del clero. Pero el silencio
siempre es una forma de lenguaje. Es una forma de decisión
y de posición personal o de gobierno. El silencio nunca es
neutro, siempre nos ubica en un lugar. En estos casos, la
jerarquía eclesiástica se quedó del lado de los abusadores.
Es decir, del lado de la impunidad.
¿Por qué este silencio piadoso e imprudente de la
jerarquía ante casos tan evidentes? ¿Qué saben los
sacerdotes pederastas de los obispos de las conferencias
episcopales, que las instituciones corporativamente prefieren
quedar como cómplices? ¿Qué hay en el subsuelo de este
silencio? ¿Será consensuado? ¿Será negociado? ¿Qué
precio tiene ese silencio? ¿Será por temor a que iluminen los
agujeros negros de la Iglesia?
Siempre la institución, con los recursos de los fieles,
termina pagando estudios jurídicos caros para defender a
curas que han abusado de menores.
La costumbre de encubrimiento y disimulo de la
pederastia en la Iglesia no es un fenómeno
contemporáneo ni nuevo para el Vaticano, aunque hoy
sea algo público en casi todos los países del mundo.
Hace tiempo que sucede en la Iglesia. No surgió en los
últimos quince años después de la muerte del Santo
Juan Pablo II. Los hechos denunciados son de los
últimos cincuenta años, más de la mitad del pontificado
de Juan Pablo II, quien estuvo acompañado por el papa
emérito Benedicto XVI. Éste intentó separarse de esa
posición de silencio que la Iglesia mantuvo durante
tantos años frente a las evidencias de las denuncias.
El único Papa que aportó algo concreto para resolver el
problema fue Benedicto XVI, cuando planteó tolerancia
cero con la pederastia.
La respuesta de las mafias vaticanas frente a este
cambio de postura fue el Vatileaks. El mayordomo del Papa,
Paolo Gabriele, robó documentos de su escritorio y
aparecieron publicados en un libro algunos secretos que
involucraban al Vaticano en hechos de corrupción, con datos
de diversos chantajes a obispos homosexuales. Todo ese
escándalo salió a la luz en 2012. Benedicto XVI término
abdicando en el papado, en 2013, sorprendiendo al mundo y
a sus enemigos.
Francisco nunca enfrentó el problema de la pederastia.
Sigue detrás de los acontecimientos, como lo hizo en
Argentina cuando fue el primado del país. Nunca recibió a las
víctimas de abusos eclesiásticos, quizás porque consideraba
que todavía tenían mucho odio, que no perdonaron
públicamente a sus abusadores y que sólo habían hecho
pública su desgracia. Las únicas víctimas que ha recibido en
Roma, provenientes de los distintos países del mundo, son
las que han perdonado a sus abusadores y están trabajando
en la Iglesia. No recibió a las que están pidiendo justicia.
En enero de 2018, cuando visitó Chile, primero defendió a
los obispos denunciados y después tuvo que pedirles la
renuncia cuando fueron abrumadoras las pruebas de los
abusos.
En Argentina, el emblema de la pederastia que expone la
Iglesia es Julio César Grassi, que sigue siendo cura y que
sostiene que Francisco, su confesor, no le soltó la mano.
Francisco representa a la Iglesia más genuina, sólo
reacciona cuando las cosas son irreversibles.
La caridad no puede ser siempre la excusa de la
irresponsabilidad, de la ingenuidad, del silencio ni del delito.
La Iglesia no es más importante que los niños.
La protección sistemática a los curas pederastas desde
las jerarquías católicas, se sostiene porque para la Iglesia
los abusos sexuales a menores no son graves. La
concepción antropológica que tiene la Iglesia sobre el
hombre es que el cuerpo es malo y el alma es buena. Hay
que salvar el alma. Los daños del cuerpo se resuelven en la
confesión y con el perdón al que cometió el daño, donde hay
que poner la otra mejilla para lograr la salvación siendo un
buen cristiano.
En el año 2001, en el papado de Juan Pablo II, el cardenal
Colombiano Darío Castrillón, que era el responsable de
todos los sacerdotes del mundo, le envió una carta al obispo
de una diócesis de Francia, Mons. Pier Pican felicitándolo
por no haber entregado a la justicia civil a sacerdotes
pederastas. Fue condenado a tres meses de prisión.
La carta decía: “Lo felicito por no haber denunciado a las
autoridades civiles a un sacerdote. Usted ha actuado bien.
Me alegro de tener un hermano en el episcopado que a los
ojos de la historia y de todos los otros obispos del mundo
ha preferido la prisión antes que denunciar a un sacerdote
de su diócesis”.
El Vaticano siempre intentó por todos los medios
mantener en secreto los abusos que sacerdotes y obispos
cometían con niños, sin importarle el perjuicio de la Iglesia.
Ellos conocían muy bien el problema de la pederastia dentro
de la institución eclesiástica y el desorden que tenían y tienen
con la sexualidad de sus sacerdotes y obispos. Pero la
política siempre fue mantener estos delitos en secreto.
El celibato no es el problema, el problema es la institución
monárquica y patriarcal que minimiza los casos de
pederastia en sus templos y los encubre, por considerarlo
sólo un pecado.
La pederastia es una enfermedad, no una crisis espiritual
que se resuelve rezando el rosario como supone la Iglesia.
Es una patología que está presente en todos los ámbitos
sociales y la Iglesia no es la excepción. La pederastia no
tiene todavía un tratamiento definido. La mayoría de los
pederastas son heterosexuales, no homosexuales. Algunos
obispos sostienen que la pederastia es una consecuencia de
la homosexualidad.
Hay gente común que es célibe y no es religiosa y no
abusa de niños. Hay estadísticas en países serios que
indican que el 90 por ciento de los clérigos son activos
sexualmente y esto la Iglesia lo sabe. Un 65 por ciento son
heterosexuales, un 15 por ciento homosexuales, un 10 por
ciento pederastas y un 10 por ciento castos. Si uno traslada
estos índices a la sociedad descubrirá que son los mismos
que los de la Iglesia. Con la diferencia de que la sociedad los
sanciona y los condena, mientras que la Iglesia los protege y
encubre.
Decía un exmonje benedictino Richard Sipe, que en el
seminario se inculca la renuncia a la mujer para poder ser
sacerdotes. Nada se dice de los varones. Por eso
inconscientemente estar con un varón, sea adulto o niño, no
estaría en el registro de prohibiciones, ni atentaría con la
carrera eclesiástica del religioso, porque el varón no puede
quedar embarazado.
El patrón común frente a las denuncias de pederastia por
parte del clero en Argentina, Brasil, México, Estados Unidos
y Europa tiene cinco puntos:
● Se busca desacreditar a la víctima, tratándola de
mentirosa y calumniadora como lo hizo Grassi.
● Se intenta responsabilizar a la víctima como
provocador. Eso sostiene el obispo de Tenerife,
cuando dice que hay adolescentes de 13 años que
son menores y están perfectamente de acuerdo y,
además, incluso, frente a un descuido, provocan.
● Si el caso es evidente, siempre se trata de una
conspiración política que busca perjudicar la obra de
la Iglesia.
● Se pretende comprar el silencio de la víctima para
salvar la imagen de la Iglesia con una tentadora
indemnización.
● Se traslada al cura de parroquia y todo vuelve a
empezar de nuevo.

Por eso hay tantos abusadores como encubridores y


cómplices.
CAPÍTULO 1
LA IGLESIA TIENE UN PROBLEMA GRAVE CON EL
CUERPO

Toda religión que sostenga que el cuerpo está inclinado por


naturaleza al pecado, necesariamente va a necesitar de un
Dios disciplinador y castigador.
Las religiones crean a su Dios de acuerdo con el
pensamiento que tienen del cuerpo y de sus propios
intereses.
La doctrina de la Iglesia sostiene que, del comportamiento
moral de nuestro cuerpo, dependerá la salvación o la
condenación de nuestra alma. Este principio pone al hombre
en una tensión binaria entre el cielo y el infierno, entre el bien
y el mal, entre Dios y el Demonio.
La Iglesia descubrió la importancia y la necesidad de
desarrollar una teología del poder mediante el sufrimiento y el
miedo, como instrumentos de control para garantizar a sus
fieles la purificación y la salvación del alma.
La Iglesia, para generar temor utilizó como herramienta la
literatura, el arte, la ley y la tortura. Esto se manifiesta en una
gran obra literaria sobre el infierno, como es “La Divina
Comedia” de Dante Alighieri. Desde lo pictórico, lo hace con
la obra de arte de Miguel Ángel sobre el juicio final en la
capilla Sixtina. Por su parte, utilizó a la Inquisición, donde a
través de la tortura, se les hacía decir a quienes pensaban
distinto, lo que deseaba escuchar el torturador y, después de
la confesión, se los absolvía de los pecados y en un acto
litúrgico se los quemaba. La tarea pastoral de la Iglesia había
sido cumplida con creces. El alma estaba salvada y el
cuerpo, su cárcel, incinerado con todos los pecados.
Los cristianos conocieron con lujos de detalles cada
rincón del infierno con todos sus demonios y con cada
sufrimiento que podían padecer en ese lugar los
condenados, pero sabían muy poco del aburrido privilegio
propio del paraíso de los santos.
Inevitablemente la concepción antropológica va a
determinar la concepción de Dios, de poder y del mundo. La
mirada antropológica es fundamental en la concepción de
Dios y es fundamental en la conceptualización del poder. El
poder absoluto que tiene la Iglesia es delegado por Dios y
ese poder es el que utilizaron los curas, no sólo para abusar
de los niños, sino también para que no hablen,
garantizándose el sacro silencio y la impunidad absoluta del
delito.
Los abusos fueron posibles en la Iglesia porque la
relación de poder siempre es una relación de fuerza y esa
asimetría hizo posible la impunidad que tuvieron dentro de la
comunidad de los creyentes. Esa relación de poder entre el
cura abusador como autoridad, representante de Dios y el
menor que era la víctima para catequizar, es absolutamente
dispar.
Ese poder, protege el prestigio de una institución que se
presenta al mundo como una agencia internacional de moral
y portadora de consejos de todo tipo. De esta manera,
cuando tiene que denunciar a sus abusadores los resguarda
cambiándolos de lugar y los absuelve en el nombre del Dios
de los encubridores, para salvar su reputación.
Las víctimas pudieron romper el silencio y acusar a sus
abusadores con nombre y apellido cuando esa relación de
poder se quebró. Tuvieron la oportunidad de contar el día, la
hora y el lugar donde fueron abusados. La institución tuvo
que salir a defenderse de todas las maneras y formas
aplicando todo el poder a su alcance: dinero, medios,
mentiras e impunidad.
Decía el exmonje Benedictino Richard Sipe.
“Los clérigos que abusan de los menores muestran en
extremo el narcisismo y la hostilidad.
Estos elementos culturales conducen generalmente al
desarrollo de personalidades sociópatas. El sexo, en
especial el amor sexual maduro es un modulador de la
rabia y de la hostilidad. La mayoría de los clérigos no
pueden lidiar con la privación sexual en formas sanas tales
como la sublimación ¿Qué otra cultura institucional puede
desarrollar de un seis a un diez por ciento de su población
como abusadores de menores?”
Frente al problema de los abusos y de la homosexualidad
de los sacerdotes, la Iglesia, como otorgadora de perdón,
creó una instrucción llamada “Crimen Solicitaciones” (Crimen
Sollicitationis), en 1962, que es un protocolo secreto, que
indicaba a los obispos y superiores de órdenes religiosas
como abordar estos casos.
Para la Iglesia abusar de un niño, o tener relaciones
sexuales violando el voto del celibato, no es un delito, sino un
pecado. Los pecados son un problema espiritual por la
inclinación natural de la carne al pecado. Como son
problemas espirituales, algunos sacerdotes y obispos
crearon las casas de reclusión para recuperar a curas
abusadores, homosexuales, zoófilos y alcohólicos.
Estaban y están convencidos que rezando se resuelven
los problemas de los abusadores y de los homosexuales,
porque sólo la oración produce la conversión del corazón y la
salvación del alma. Por eso los curas pederastas, que no
fueron denunciados por sus víctimas a la justicia civil, pero sí
ante los tribunales eclesiásticos, y condenados por la
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, fueron
enviados a los monasterios a cumplir sus penas, con una
vida de penitencia y oración. La Iglesia nunca se preocupó
por sus víctimas. Quizás supuso que habían perdonado las
debilidades de sus abusadores como buenos cristianos.
Los tratamientos o el cumplimiento de la pena terminaban
al recuperar la piedad y volvían a la vida pastoral. Esto se
lograba siguiendo el protocolo eclesiástico, que señalaba que
la actividad, tenía que ser en otra diócesis o en otro país,
donde nadie conozca los antecedentes de los seudos
convertidos que regresan a la acción pastoral.
En esos nuevos destinos, los curas pederastas seguían
abusando de menores, porque solamente cambiaron de lugar
o destino. Es el encubrimiento a través de la aplicación de su
prolijo protocolo. Ejemplo de esto son los curas del Próvolo
que fueron trasladados desde Verona, Italia, a la ciudad de
La Plata y de allí a la provincia de Mendoza. El cura Nicola
Corradi es una muestra del funcionamiento de este aparato
de encubrimiento.

◆◆◆
PROBLEMA ANTROPOLÓGICO DE LA IGLESIA

Si la Iglesia no revisa ni modifica su concepción


antropológica, seguirá poniendo en riesgo a los más
vulnerables, que son los niños. También continuará
frustrando a sus consagrados, en nombre de un Dios que
desconoce y reprime el cuerpo creado por ese Dios según
las escrituras.
La concepción antropológica del cristianismo primitivo era
la concepción antropológica semita - judía. El semita concibe
al hombre unitariamente. Por eso Jesús le dice al buen
ladrón: “hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. La
resurrección es inmediata. El hombre no es una dualidad,
sino una unidad existencial.
Desde el año 313 con el edicto de Milán el cristianismo
deja de ser perseguido por los emperadores romanos y el 27
de febrero del año 380, se convierte en la religión oficial del
imperio romano por un decreto del emperador Teodosio. La
nueva religión del poder se expandió por todo el imperio con
una orden imperial y la Iglesia perseguida comenzó a
perseguir a los creyentes de otros dioses para obligarlos a
creer en el Dios verdadero, que ahora era el que tenía el
poder.
Se incorpora en estos tiempos la filosofía platónica al
pensamiento cristiano a través de San Agustín. La
concepción binaria del mundo de Platón que se dividía en
dos: el mundo de las ideas, que era el mundo perfecto y el
mundo sensible, que era el mundo imperfecto. Se incorpora
el dualismo helénico a la concepción antropológica cristiana.
San Agustín toma esta tesis y la introduce en el
pensamiento teológico. El mundo de las ideas es el mundo
perfecto, el paraíso, donde el alma tiene que volver para
contemplar a Dios. El mundo sensible es el mundo
imperfecto, es el cuerpo, que es la cárcel del alma, diría
Platón, de la que tiene que liberarse, para llegar a contemplar
la idea suprema de bien, es decir Dios.
El cristianismo incorpora la metáfora del alma inventada
por Platón y en nombre de la salvación del alma estructurará
toda su teología.
En la doctrina cristiana, cuando moría uno de sus fieles,
se enterraba el cuerpo y el alma iba al cielo a contemplar a
Dios, si es que en la tierra había sido piadosa y justa. Si
moría en pecado mortal iba al infierno, donde le esperaba el
fuego eterno. Si moría con pecados veniales, al purgatorio.
Un lugar entre el cielo y el infierno. Entre el tiempo y la
eternidad. Un lugar surrealista para la imaginación humana,
que sólo necesitaba de un acto de fe.
El cuerpo tenía que esperar la segunda venida de Jesús
para resucitar reencontrándose con su alma. Ese cuerpo con
el que habíamos amado, trabajado, transformado nuestro
mundo, tenía que esperar en el silencio de los cementerios,
mientras el alma disfrutaba lejos del cuerpo y del mundo los
beneficios de los sacrificios del cuerpo.
En estos años surgen los primeros intentos por instalar el
celibato por la influencia del pensamiento helénico. Pero no
pudieron. Los griegos tenían en sus templos a las vírgenes
consagradas a los dioses. La disciplina de la castidad, que la
Iglesia les va a imponer a sus sacerdotes, la va a adquirir del
mundo pagano.
El celibato se logra instalar en el segundo Concilio de
Letrán en el 1139, pero no por una cuestión antropológica o
teológica, sino económica. La Iglesia se estaba
descapitalizando. De esta manera los bienes de los
sacerdotes al morir pasaban a la Iglesia y no a los familiares
de los clérigos. Desde que se instaló el celibato obligatorio en
la iglesia, hasta el concilio de Trento, siete papas tuvieron
hijos. No importaba el cumplimiento del celibato sino el poder
económico que siempre es material y otorga poder.
El cuerpo es visto peligroso porque es concupiscible. Su
naturaleza está inclinada al pecado y nos puede llevar a la
condenación eterna del alma. Entonces hay que dominarlo,
domesticarlo como a un animal. Hay que castigarlo y hacerlo
sufrir para purificar el alma como si el cuerpo fuera un filtro
del espíritu.
Aquí cambia la relación de la iglesia con el cuerpo del
hombre y con el cuerpo de la mujer. La mujer es vista como la
tentación y se la compara con el reptil del Génesis, que la
llevó a Eva a pecar al tomar del fruto prohibido. Ella luego
tienta a Adán a hacer lo mismo. De esta manera, se
responsabiliza a Eva de la tragedia del pecado original, de la
que es víctima la raza humana y el universo.
Por el pecado de Eva, el hombre perdió el paraíso y
tendrá que cuidarse de la mujer para poder volver a
encontrarse con Dios. Por esta razón, la mujer tuvo dos
destinos sociales en esos tiempos y no muy lejos del nuestro:
el convento o el matrimonio como instituciones de control y
orden. Comienza a nacer la doctrina contra la mujer, base de
la legitimación cultural de la violencia de género, ejercida por
el patriarcado machista de la Iglesia.
Surgen los monasterios para hombres y mujeres como
lugares para alejarse del mundo pecaminoso y buscar la
salvación personal y del mundo. Son lugares con
instrumentos para sacrificar los cuerpos y purificar las almas.
Los ayunos para dominar el cuerpo desde el hambre. Los
cilicios, que son cinturones con púas, que se colocan en la
cintura, en los brazos y en las piernas, son herramientas de
sacrificio, como lo hacía el Papa Pablo VI debajo de su
sotana blanca.
Yo también lo utilicé en el seminario. Mi confesor me lo
ofreció para que me lo pusiera en la cintura debajo de la ropa
porque tenía mensualmente poluciones nocturnas fruto de un
sueño erótico, con el fin de producirme dolor y evitar
excitarme.
Pero más allá de las promesas de castidad en las
celebraciones litúrgicas, la sexualidad sigue funcionando.
Las monjas siguen ovulando y los seminaristas y curas
seguimos produciendo semen porque la biología no profesa
ninguna religión.
En la teología del dolor, el dolor nos redime, nos purifica,
porque se asemeja a la cruz de Jesús. Si Jesús sufrió el
calvario y la crucifixión fue para salvar nuestras almas.
Nosotros como sus discípulos, tenemos que hacer lo mismo:
sufrir para salvar a las almas del mundo. El sufrimiento es
necesario para ser merecedores del cielo.
Por eso el cristianismo va a justificar el dolor como
teología de la salvación. El símbolo va a ser la cruz. No es
malo sufrir las consecuencias de la pobreza, de una
enfermedad o de la violencia, porque nos garantiza el
paraíso, el reino de Dios, pero en la otra vida.
Sufrir dolores sin quejarnos nos hace virtuosos y nos
santifica. Esto nos permite advertir la generación de una
psicología masoquista que deforma la concepción de Dios
como padre. ¿Qué padre sensato puede gozar con el dolor
de un hijo enfermo? ¿Cómo la Iglesia va a considerar un
signo de santidad los estigmas de Jesús en el cuerpo de las
personas, cuando la ciencia sostiene que son
somatizaciones patológicas?
Los lugares de santidad eran lugares de tentación. Las
almas de los monjes y las monjas se disputaban entre Dios y
el Demonio en luchas dantescas. Se veía al demonio por
todos lados. Muchas experiencias místicas eran relatos
fantásticos de encuentros con Dios y de peleas con el
Diablo. Estas experiencias eran delirios psicológicos.
A mí me pasó en un retiro espiritual, al inicio del año en el
seminario. Era un retiro espiritual de cinco días de silencio.
Nos levantábamos temprano. Desayunábamos y acudíamos
a la capilla a escuchar al predicador. Tomábamos nota para
reflexionar después en soledad. Al finalizar la plática algunos
nos quedábamos en la capilla, otros iban a sus piezas o
caminaban por los claustros pensando y rezando.
Al mediodía almorzábamos en silencio y un sacerdote nos
leía la historia de algún santo como ejemplo para que lo
imitáramos en nuestras vidas. Después nos levantábamos
en silencio y nos íbamos a nuestras piezas hasta la nueva
plática que comenzaba a la siesta y la última, a la tarde.
Terminábamos el día con la misa que era el único lugar
donde podíamos hablar al contestarle al ministro y al darnos
la paz.
Después volvíamos al comedor donde cenábamos y al
terminar nos íbamos a dormir.
En el cuarto día del retiro espiritual, me fui a dormir con la
ventana abierta porque hacía mucho calor en ese mes de
marzo. La ventana daba a una galería interna donde estaba
el patio principal. Esa noche de retiro espiritual soñé que el
diablo entraba a mi pieza.
Pensé que su visita, al final del retiro espiritual, era por mi
santidad y mi piedad, por la intimidad que había logrado con
Dios a través de las meditaciones. Sentí que debía dar la
pelea de mi vida para ganarme un lugar en los altares junto a
los santos.
Los recursos que usé para enfrentarlo y echarlo eran los
que usaban los santos y los exorcistas cuando se
enfrentaban con él. Rezar para que se fuera. Comencé con
el Padre Nuestro, pero no se iba. La oración lo irritaba, lo
ponía violento y emitía sonidos como un animal furioso. Me
moría de miedo. No sabía qué hacer. No sabía si callarme o
seguir rezando.
Cuando dejaba de rezar se calmaba, se serenaba como
queriendo confesarme algo, pero no se iba, no me decía
nada. Estaba parado entre la puerta y la punta de la cama.
Estaba muy cerca porque la pieza era pequeña.
No entendía porque no funcionaban los recursos
piadosos que usaba. Parecían ficciones las historias de los
santos.
De tanto miedo que tenía me desperté. No podía
moverme de la cama. No quería mirar hacia la ventana por
temor a verlo porque sentía su presencia. Empecé a sudar
de miedo, sentía un olor hediondo. Estaba paralizado de
terror.
Deseaba que amaneciera para sentirme más seguro y
liberarme de esa amenaza. Como si la luz del día exorcizara
los miedos. Pero eran las tres de la mañana y faltaba mucho.
Desvelado, con miedo, inmóvil, el diablo se fue de mi
habitación, sin decir una palabra.
Con el tiempo entendí que leer vida de santos con
problemas psicológicos no era saludable porque los
terminaba somatizando en los sueños, como los pastorcitos
de Fátima.
El temor y el miedo eran dos elementos fundamentales
para controlar el rebaño y no permanecer en el pecado.
Porque si sorprendía la muerte en pecado mortal, uno se iba
al infierno, a la condenación eterna. Por eso había que
cumplir con los preceptos de la Iglesia, no para ir al cielo,
sino para evitar caer en el infierno.
El alma de un consagrado tenía más valor que la de un
campesino pobre. Porque había sido elegido por Dios. Tenía
su exclusividad y sus privilegios.
Por eso había que estar atentos a los ataques del
demonio, que siempre eran individuales y a través de la
debilidad de la carne, del sexo y de la lujuria.
Esta concepción patológica del cuerpo inclinado al
pecado llevó a la Iglesia romana a construir necesariamente
la imagen de un Dios castigador y disciplinador. Porque la
Iglesia ya no es la Iglesia de los pobres y de los excluidos,
sino la del poder y de las riquezas.
El extremo del control sobre el cuerpo fue cuando la
Iglesia instaló la Inquisición para mantener la pureza de la fe
y el control social de la comunidad. Esto fue posible porque
tenía el poder espiritual y temporal del emperador.
Las primeras víctimas fueron las mujeres, las curanderas
cuando comenzaron con la caza de brujas. Bruja significa
mujer de sabiduría. Eran las que conocían las propiedades
medicinales de las plantas para curar a los enfermos. Se las
denunciaba porque decían que sus saberes lo habían
adquirido en pactos con el diablo y no por sus capacidades
intelectuales. Estas mujeres fueron víctimas del fuego y del
machismo castrador.
Para mantener la pureza de la fe, se organizaron las
masacres de las cruzadas contra los cátaros, de Monsegur y
Constanitnopla y la persecución a los judíos y de los moros
conversos a lo largo de los siglos.
Una vez que purificaron la raza eliminando a los cuerpos
impuros de la sociedad cristiana, continuaron por los cuerpos
de los científicos y de los intelectuales.
Así la Iglesia siempre se sintió dueña del cuerpo y
administradora de las almas. Por eso puede absolver la
debilidad de sus sacerdotes, porque tiene el poder de la
representación de Dios en la tierra. Tiene la exclusividad de
su franquicia. Cualquier pecado de un sacerdote por más
grave que sea, es absuelto por otro sacerdote, y no por un
juez en un tribunal civil.
Los fieles, frente a la necesidad de creer,
necesariamente terminan dispensando a sus pastores de
sus delitos. Ya sea abusar de un niño, tener una amante, ser
homosexual, tener un hijo u obligar abortar un embarazo,
todo se resuelve en la Iglesia. Es la que tiene el poder de
salvar o condenar. Es la única institución donde uno se
confiesa de las peores atrocidades y siempre sale absuelto.
El problema de la Iglesia frente a la pederastia y el
celibato es un problema antropológico. Tiene que
reencontrarse con el cuerpo y reconciliarse. No puede
continuar con la complicidad de los abusos sobre los cuerpos
de los niños. No puede seguir exigiéndole, a hombres y
mujeres, a través de los votos, sus cuerpos como ofrenda
para formar parte de su institución.
Lo que ha generado con los cuerpos de los consagrados
es una sexualidad enferma, inmadura y narcisista.
Esto se comienza en los seminarios y en los noviciados.
Al llegar, estamos descubriéndonos en nuestra sexualidad,
desconocemos la mayor parte de nuestro cuerpo y al
ingresar se nos dice que hay que renunciar a la sexualidad
que apenas conocemos y que si caemos en la tentación de
usarla, el confesor nos va a restituir al estado de gracia. La
sexualidad ya no será un problema cuando el cuerpo
envejezca como los cuerpos de los obispos y de los papas.
La absolución de las responsabilidades de los pecados
queda dentro de la institución. Ella garantiza el perdón sin
costo social, ni público y genera la paz de la conciencia. El
que viola el sigilo sacramental es castigado con la máxima
pena de la Iglesia que es la excomunión automática. Latae
Senteniae ipso facto.

◆◆◆

EL INFIERNO DEL DANTE

En las líneas anteriores, hemos descrito la relación entre


la concepción antropológica de la Iglesia con la doctrina
impartida sobre el uso del cuerpo y sobre los premios y
castigos prometidos a dicho uso. Esta mirada, ha sido
reflejada en “La Divina Comedia” de Dante Alighieri.
En “La Divina Comedia”, se relata que cuando Dante y
Virgilio llegan al infierno, se encuentran con el Barquero
Carón, que traslada a las almas de los muertos de un lado al
otro del río Aqueronte, para los suplicios.
El infierno, según Dante, tiene la forma de embudo con
nueve círculos, donde los suplicios van aumentando en
intensidad a medida que se estrechan.
La vida de los niños abusados es similar a la descripción
que hace Dante del infierno. Estos niños se encontraron con
una versión reciclada del Barquero Carón en las Iglesias y en
los orfanatos: “Los sacerdotes abusadores”.
Los abusadores sádicos y perversos trasladaron por el
cauce de los suplicios la inocencia de los cuerpos
transgredidos en nombre del Dios de los tormentos. Fueron
llevados hacia los últimos círculos estrechos del miedo, del
dolor y de la vergüenza. Allí experimentaron la violencia, los
vejámenes, la explotación, la marginación, la indiferencia y la
intemperie.
Los curas pederastas y la institución a la que ellos
pertenecen quedaron como un duende perverso en la
conciencia de los niños que no pudieron hablar, hasta que le
perdieron el miedo al Dios de los abusadores y al dolor de los
años.
CAPÍTULO 2
TESTIMONIO DE LOS SOBREVIVIENTES DE ABUSOS
ECLESIÁSTICOS

Los siguientes relatos de personas adultas son el


testimonio, en carne propia, de los ultrajes que sufrieron por
parte de religiosos cuando ellos eran niños y adolescentes.
Cada uno de ellos hizo su propio camino y proceso para
liberarse del dolor de los abusos que continuaron doliendo, a
pesar del paso del tiempo y la prescripción de las casusas.
Un dolor que sólo encontró alivio cuando pudieron contarlo y
denunciar a sus abusadores, que la Iglesia había escondido
dentro de sus templos. Mientras tanto, ellos quedaron
desamparos en la intemperie del desinterés de la Iglesia.
Nadie se preocupó por ellos. Fueron abandonados a su
propio dolor que afrontaron como pudieron. El sufrimiento
personal no está sujeto a la cronología del tiempo regulada
por un almanaque. Es necesario que se respete el derecho al
tiempo de la persona que fue víctima de abuso sexual.
Tiempo para poder hablar, para poder reparar y sanar.
Los delitos de abuso sexual a niños no pueden
prescribir porque se condena a las víctimas a vivir
perpetuamente con el abusador en su conciencia, que
sigue abusando en la somatización de todos sus
problemas.
El testimonio personal de las víctimas no deja de ser el
testimonio de miles que no podrán denunciar a sus
abusadores por miedo o por vergüenza frente a sus
familiares y amigos. Otros no lo harán porque no lo
recuerdan, ya que su psiquis infantil encapsuló el abuso
como mecanismo de defensa para poder sobrevivir. Muchas
veces, con somatizaciones corporales y oníricas
inexplicables. No obstante, podrán asistir en silencio a las
condenas de los abusadores como si fueran las sentencias
de sus propios juicios.
Estos testimonios ayudaron a que otros casos salgan a la
luz. Solamente las víctimas, sobrevivientes de los abusos
sexuales, pueden correr el velo de tanta impunidad en
nombre de Dios. Sólo ellas tienen la autoridad moral de
señalar a sus abusadores para que la sociedad los
identifique y la justicia los juzgue para hacer justicia no
caridad.
Las causas, donde hay curas involucrados, para que
lleguen a juicio, demoran muchos años o prescriben y eso
desalienta a cualquier víctima que convive aún con su
abusador en su conciencia o en su inconsciente.
Cuando ven que algunos curas condenados por
pederastas se los deja en libertad porque no está firme la
sentencia, vuelven a sentir el mismo desamparo que cuando
fueron abusados y nadie los defendió.
SERGIO DECUYPER
“LOS CONSEJOS DEL PAPA ME HICIERON MAL”

Me casé joven. Tenía mis dudas sobre mi


sexualidad. Pero me decían: “casate que ya se te va a
pasar, ten hijos”. Me fueron aconsejando mis amigos
sacerdotes. Me sentía muy culpable por mi
homosexualidad. Fue un proceso muy difícil. Soy un
privilegiado porque mi exesposa, que estudió medicina,
fue quién me ayudó a descubrir mi homosexualidad.
Ahora realmente tengo salud.
Con mi exesposa éramos muy religiosos. Todavía hoy
nos consideramos católicos, aunque no tan practicantes.
Vivíamos en Madrid hasta hace un año, cuando nos vinimos
al País Vasco. Aunque estamos separados, hacemos trabajo
en equipo. Hace muy poco salí del armario. Mi vida parece
una película de Almodóvar. Siempre fui homosexual, pero por
mi educación, no lo pude asumir. Mi exmujer también advirtió
que yo tenía muchos síntomas de abuso.
El abuso fue en 1982, en la casa de mis abuelos
paternos, un fin de semana que mi tío vino de visita. Él ya era
sacerdote, trabajaba en el Seminario de Paraná. El abuso
fue en el baño. Un abuso muy violento de mi tío sacerdote,
hermano de mi papá. Él está vivo, tiene 85 años, está
enfermo con Alzheimer. El abuso fue tan fuerte que mi
mente lo encapsuló. Fue un mecanismo de defensa.
Tenía un sueño recurrente desde los 5 años que llegaba
hasta la puerta del baño y ahí todo se desvanecía.
Recién ahora lo puedo hablar, hace un año no podía. Me
costaba mucho expresarme. Después de cinco años de
terapia, mi cerebro me mostró el abuso en febrero del 2019.
Fui a una casa por un retiro espiritual en Madrid. Una casa
muy parecida a la de mis abuelos, con el mismo olor a
humedad y madera. Eso desencadenó el recuerdo. Fue
increíble. La terapia me ayudó a verlo porque al principio era
incapaz de verlo entero: soñaba y tenía pesadillas. Parecía
como que me lo estaba inventando. Había iniciado terapia
para separarme y por la orientación sexual y me encontré
con esto. Cuando vi el trauma, necesité medicación. Estos
últimos 18 meses necesité mucha ayuda más que antes.
El abuso fue puntual. No recuerdo otros episodios
posteriores. Después, él mantuvo una relación muy cercana
con mi familia, con mis padres y con mi abuela. Yo lo seguí
viendo durante todo mi desarrollo y adolescencia. Él me
regaló mi primera computadora. Quiso asumir un papel de
padre. Eso es lo que le quiero contar a otras víctimas: a
veces tu abusador puede estar muy cerca y tu cerebro no te
lo muestra. Pero, la pista son los síntomas. Yo tenía muchos
síntomas de salud, estaba muy enojado, tenía mucho dolor
de cabeza y migrañas. Me agarraban ataques de estrés que
no podía controlar. Siendo adolescente me pasé una semana
sin dormir, por ejemplo. Quedan muchas secuelas.
Una vez que veo mi trauma, en febrero del 2019, lo
primero que hice fue mandarle una carta al Papa Francisco.
Le escribí para desahogarme. Le dije: “Querido padre, me
pasó esto con mi tío, ayúdame”. Se la mandé a través de un
amigo sacerdote que viajaba a Roma. El 17 de marzo del
2019, el Papa me llamó por teléfono. Me dijo: “Sergio, yo te
creo”. Fue la primera persona de la Iglesia que me creía y
que me escuchaba. Para una víctima que te crean es
importante. Yo le decía que hubo momentos en los que pensé
que todo era un sueño, que yo era un niño y que fue horrible.
“No, Sergio, yo conozco otros casos. Lo que te pasa a vos
es normal”, me dijo. Me creyó, me dijo que tenía que hacer
terapia y pedir ayuda. Entonces, le comenté que se lo quería
contar a mis padres y ahí fue su primer error. Me respondió:
“No se lo cuentes porque van a sufrir mucho”. Cuando él me
dijo eso mi cuerpo se tambaleó. Me hizo mal como víctima.
Necesitaba contárselo a mis padres por mi historia personal,
porque ellos nunca me habían entendido ni entendieron por
qué yo me fui. El Papa me dedicó tiempo. Hablamos de sus
abuelos que llegaron de Italia a Paraná. Me contó mucho de
su vida, de su familia.
Después de eso viajé a Argentina y le conté a mi familia.
Me fui a enfrentar con mi abusador, lo fui a visitar a la clínica
donde está. Estuve como una hora con él. El Papa me había
dicho que yo tenía que perdonar así que intenté perdonarlo.
Me enfrenté a él, lo abracé, le dije que lo perdonaba. Fue muy
difícil para mí proceso de salud. Lo veo como algo bueno,
pero no estaba preparado en ese momento. En ese viaje
también hablé con el obispo Puiggari y le conté que era
víctima. El obispo me dijo que tenía que viajar a Roma a la
semana siguiente, del 2 al 5 de mayo para reunirse con el
Papa. Entonces, yo decidí viajar también, no me había
quedado tranquilo con esa llamada por teléfono.
Puiggari me dijo que me iba a hacer entrar, pero después
me dijo que no pudo. Mi obispo tuvo una buena recepción,
pero lo veo como una persona sobrepasada por tanta
cantidad de casos en Paraná. Fue infantil que me dijera que
me fuera. Mi exesposa estaba súper preocupada, yo me fui
solo y recuerdo que me dio una crisis de ansiedad cuando
pisé Roma. No me podía mover en el aeropuerto. Lo pasé
mal. Estando allá, me avisó que no iba a poder entrar, pero
yo soy muy cabeza dura: el 3 de mayo me fui al Vaticano. Un
poco en inglés, un poco en español les dije a los de la
guardia: “Yo soy víctima de abuso y quiero ver al Papa”.
Parecía un loco, pero como no me movía de ahí terminé
hablando con personas de seguridad que me recomendaron
que le escribiera una carta a Francisco. El Papa me llamó
ese mismo día por la tarde. Era la segunda vez que me
llamaba y me dio una cita para el día siguiente.
Fue el 4 de mayo de 2019. Me recibió en su residencia de
Santa Marta. Cuando entró se sentó al lado mío y me
empezó a dar consejos como un sacerdote de pueblo. Ahí él
fue duro. Me dijo que yo tenía que confiar en mi obispo, me
habló del perdón y me dijo que mi caso tenía que ser ejemplo
para las otras víctimas. Me dijo que las otras víctimas tienen
mucho odio. “Tené cuidado porque los periodistas son muy
hipócritas con este tema”, me dijo. “Todos los periodistas
quieren que yo traiga a los sacerdotes acá y los ahorque en
la plaza”, decía. Me impactó mucho. Me dijo, también: “Esto
pasa en toda la sociedad y ahora nos quieren echar la
culpa solamente a los sacerdotes”. Digamos que se puso a
defender a mi abusador. Me escuchaba y empecé a
desahogarme. Le conté que me iba a divorciar, que soy
homosexual.
Entonces me empezó a dar consejos de que no, de que
yo tengo que seguir con mi familia, que mi misión es el
matrimonio, cuidar a mis hijos. Yo le agradezco el tiempo, fue
tiempo de calidad, pero como le digo en la última carta, sus
consejos fueron tan fuertes que a mí no me hicieron bien.
Ese encuentro no me hizo bien. Mi fe después de ese
encuentro tiene matices.
Hay algo que me dice mi exesposa y que yo también
pienso. Tanto el obispo de Paraná como el Papa me parecen
ancianos que no tienen experiencia. O son muy inteligentes y
malos, o muy inmaduros. Me queda la duda. Yo a veces creo
que son personas inmaduras que no saben tratar el tema
sexual y se les está convirtiendo en un problema enorme.
Ellos me escuchan, me respetan, pero en los consejos que
me han dado siempre protegieron más al abusador que a mí.
Hace 15 días igual volví a viajar a Roma para hacer la
denuncia canónica. Fui con la ilusión de volver a hablar con el
Papa. Lo vi en la plaza, en la audiencia del 9 de septiembre.
Antes de realizar la denuncia penal tenía la esperanza de
volver a conversar con él, de pedirle que me aconseje y que
me ayude. Primero no me reconoció y me confundió con otra
víctima de Paraná, porque allí hay muchísimas víctimas, es
una tragedia. Es normal con toda la gente que él ve. Cuando
le dije que era Sergio, que iba a denunciar a mi tío, le pedí 10
minutos. Estaba toda la gente alrededor. “No. No denuncies.
Tu tío está demente, tu tío está perdido”, me dijo adelante de
todos. Yo estaba súper incómodo y le volví a decir: “Padre,
yo voy a denunciar. Yo creo que hay más víctimas.
Ayúdame”. “Después te llamo”, respondió y se fue. No me
despegué del teléfono en todo mi viaje a Roma, pero no me
volvió a llamar. Su último consejo fue que no denuncie. Al
viernes siguiente me presenté en Congregación para la
Doctrina de la Fe y presenté la denuncia canónica escrita a
mano.
Me puse en contacto con una fiscalía de abuso de
menores donde me dijeron que podía hacer la denuncia y que
siempre es importante denunciar. En Entre Ríos, el delito de
mi tío estaría prescripto, pero tenemos la esperanza, por un
caso de Chaco que, por más que estaba prescripto, salió
adelante.
Estos últimos 18 meses han sido los mejores y los
peores. Por un lado, estoy consiguiendo tener salud, que era
mi gran búsqueda. Ahora que soy consciente, recuerdo todo
y eso también es difícil. Me quitaron los medicamentos en el
mes de julio. Ahí me dieron el alta, aunque sigo con terapia y
de baja laboral. En ese momento, le mandé un audio al
obispo, Juan Alberto Puiggari, de Paraná. Le dije que iba a
hacer público lo que me había pasado porque estaba
preocupado con que haya otras víctimas de mi tío. Ojalá que
no, ojalá que yo sea el único. Pero él trabajó toda su vida en
colegios, con niños, se iba de campamento. Por eso decidí
presentar la denuncia penal e iniciar el proceso canónico.
Las únicas tres personas que no me hablan son mi papá,
mi mamá y mi hermana. Pero los respeto mucho. Ellos están
en su proceso. Primero no aceptaron mi separación,
después no aceptaron mi homosexualidad y ahora esto
menos. Yo los quiero muchísimo. Están haciendo un proceso.
A mí me costó casi 40 años y ellos lo están haciendo ahora
en pocos meses. Pero yo considero que ellos también son
víctimas de esa mala educación católica que recibieron.
Paraná es muy conservador y hay una religión mal explicada.
Me tuve que armar una religión a mi medida. Voy a misa
cuando puedo en algún pueblo en el que me siento cómodo.
No soy practicante, pero agradezco algunas cosas a esta
religión. Yo creo mucho en las personas y en la generosidad
de las personas. Confiar en los demás es parte de mi fe en
Dios. Le agradezco al catolicismo mi forma de relacionarme
con la naturaleza, con mi vida y por ser positivo a pesar de
que todos los mensajes que dan sobre mi orientación sexual
y en el tema de mi abuso.
En Roma me quise confesar y el sacerdote se negó
hacerlo porque soy homosexual. Me preguntó si yo vivía en
pareja. Le dije que sí. Que estaba viviendo en pareja.
Entonces me dijo que no podía confesarme porque estaba
viviendo en pecado. Le dije que si no me podía confesar que
me diera la bendición y me fui.
Mi relación con la Iglesia católica es de lástima. Me
parece que los equivocados son ellos.
Mi error fue denunciar a mi abusador
canónicamente y no civilmente. Me hizo mucho daño
porque es un proceso muy lento con muy poca
información. En este proceso la prioridad es el
abusador y la víctima queda en un segundo plano. Por
eso yo les aconsejo a las víctimas que vayan a
denunciar penalmente a los abusadores.

Carta de Sergio Decuyper al papa. Miércoles


23/09/2020:

“Querido Papa Francisco, Me pediste que sea


creativo, que mi testimonio fuera a ayudar a las otras
víctimas de Paraná. Me llamaste, me recibiste en tu casa,
me escuchaste. Aunque no estoy de acuerdo con los
consejos que me diste, yo te agradezco. Tú dices que el
“chusmerío” es el peor veneno social, ayúdame a
cortarlo de raíz. Te invito a que vayamos juntos a Paraná,
ese corazón de tu país, ahí aterrizaron tus abuelos.
Hablemos en persona, viajemos juntos, demos
soluciones. Voy a seguir llamándote, golpeando tu
puerta. El 16 de noviembre viajaré a Roma otra vez, voy a
participar en tu encuentro sobre economía. Hablemos,
organicemos el viaje a Paraná juntos.
Te propongo activar un mecanismo de ayuda concreta a
las víctimas. Debemos ayudarles a cubrir los gastos de
psicólogo y psiquiatra, como mínimo creemos una
asociación con este fin en Paraná. Te pido que me ayudes
a que el Derecho Canónico no se aplique en casos de
abusos sexuales en Argentina y que, frente a la noticia de
delito, el obispo esté obligado a denunciar penalmente el
hecho. Una simple modificación, un gran paso para la
víctima. Hablemos de la tragedia de la mala educación
católica, que lleva a que algunos me rechacen. Hablemos
de sexualidad en la Iglesia. Diversidad. Tranquilos.
Mi causa penal contra mi abusador está en curso.
Siempre hay que denunciar. El perdón, necesario para el
proceso de salud de la víctima, requiere reparación
también, siempre. Espero tu llamada. Quiero ayudarte”.

◆◆◆

JULIA AÑAZCO

“EL PRIMER RECUERDO FUE EL DEL SACERDOTE


ABUSANDO DE MÍ”
Tardé casi 30 años en recordar que había sufrido abusos
sexuales por un sacerdote cuando tenía siete años. Todo
empezó con el miedo, un miedo que nunca había conocido.
Ese miedo salió a la luz cuando nació mi nieto.
Miedo a todo. Tenía miedo de que mi nieto se cayera, que
no hablara, que no escuchara, que no pudiera ver, que no
sintiera, que se ahogara en la pileta cuando estábamos todos
cuidándolo.
Con el correr de los meses esos temores que no sabía
de dónde venían se fueron haciendo cada vez más intensos,
tanto que en mi familia me recomendaron que consultara con
algún psicólogo o psiquiatra para que me ha ayudara a
superarlos.
En el consultorio, haciendo terapia, comenzaron a
aparecer las espantosas imágenes.
El primer recuerdo fue el del sacerdote abusando de mí,
pero ni sabía bien quién era, me acordaba solamente que lo
llamábamos Padre Ricardo.
Cuando empezaron a venir los recuerdos, mi cuerpo
empezó a hablar, porque yo empecé a llorar todo el tiempo
tanto así que me escondía en el baño para que mi familia no
me viera llorar. Sentí mucho dolor por lo que le había pasado
a la niña que fui. Me di cuenta de que era muy grave, pero
también que no era la única, yo no estaba sola con este dolor
espantoso. Pensé que estos abusos siguen existiendo y que
hoy debe haber también muchos chicos que están siendo
abusados. Todo eso me decidió a denunciar.
Comencé a buscar casos de abusos en Internet cuando
sólo tenía algunos recuerdos fragmentarios, imágenes
inconexas, y quería ver qué podía averiguar. Fue así como,
navegando en la red, encontré un mensaje que me impactó.
Era como un cartel que decía, si sufriste abusos sexuales
en tu infancia sos una sobreviviente porque estás viva,
porque pudiste superar muchos traumas. Leí la palabra
sobreviviente y fue un impacto. Esa palabra hizo que
empezara a buscar, quise saber qué les pasa a las personas
que sufrieron abusos en la niñez y mientras leía me
identificaba en todo lo que contaban.
A medida que encontraba síntomas e indicadores en
otros, recordaba que yo también los había sufrido: falta de
concentración para estudiar, no poder comer, depresiones e
intentos de suicidio. Todos padecimientos que había tenido al
final de mi infancia y durante mi adolescencia.
Así pude descubrir el caso de un sacerdote que había
sido denunciado por abuso sexual en Magdalena. También
se llamaba Ricardo, como el sacerdote que abusó de mí, y
entonces supe su nombre completo: Héctor Ricardo
Giménez.
También empecé a contar mi historia, lo que iba
recordando en mi muro de Facebook donde, mucha gente me
apoyó, se solidarizó conmigo y me ayudó a encontrarlo:
estaba celebrando misa en la capilla del hospital San Juan de
Dios de la ciudad de la Plata.
Por invitación de unas amiguitas que vivían en Gonnet,
una localidad de las afueras de La Plata, participé de los
campamentos organizado por el sacerdote Héctor Ricardo
Giménez en una estancia de Bavio, cerca de Magdalena.
Corría 1979 yo tenía 7 años; el Padre Ricardo, estaba por
cumplir los 50.
Él no hacía distinción de sexo ni de clase social ni nada.
Directamente en el momento de la confesión nos hacía hacer
una fila. Tenía una carpa chiquita que era el confesionario, y
en la fila estábamos todos, nenas y nenes, todos los chicos
que íbamos al campamento teníamos que confesarnos.
Entonces ahí él nos apoyaba en su cuerpo y mientras
nosotros le decíamos "nuestros pecados" nos tocaba todo el
cuerpo. Totalmente impune.
Había también una carpa muy grande donde dormíamos
los más chiquitos, entrábamos cerca de quince niños.
Dormíamos todos alrededor de él y los que estaban más
cerca eran los preferidos del sacerdote y los que peor la
pasaban.
Nos bañábamos de a grupos y él venía, y con la excusa
de enjabonarnos y ayudarnos a bañarnos nos tocaba a las
nenas y a los nenes.
Hay chicas que recuerdan cosas más terribles que las
mías. Recuerdan que él las desnudaba, les sacaba fotos y
se las mostraba. Eso me lo contó una de las chicas que se
contactó conmigo cuando yo empecé a contar lo que me
había pasado con el sacerdote. Yo eso no lo recuerdo.
Había otras personas que nos cuidaban. Había chicos
más grandes, como de veintipico, que serían algo así como
celadores. Una catequista que participó de aquel
campamento, que en ese momento era una adolescente, me
contactó y me contó que una nena fue y le dijo: "Mira, el
Padre Ricardo me hizo esto y esto", y que entonces ella se
lo comentó a uno de los jóvenes que nos cuidaban.
Esta catequista me dijo que el muchacho fue a
preguntarle o a decirle al sacerdote Giménez y el sacerdote
le negó todo, que era imposible, que la nena estaba
mintiendo. Y bueno, le creyeron al sacerdote.
Todos los padres confiaban en el sacerdote.
Casi al mismo tiempo, recordé que, al pasar con otra
persona frente a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de
City Bell, había comentado casi con indiferencia que ahí
había un sacerdote abusador. Eso lo había comentado como
si se tratara de un dato ocasional, sin darme cuenta de que
tenía que ver conmigo.
No entendía cómo había podido negar el abuso hasta
este punto.
Con la primera persona que lo hablé fue con mi hijo, que
entonces tenía 21 años. Le conté lo que había recordado y le
dije que quería hacerlo público. Le dije: “Mira, yo no sé lo que
va a pasar, seguro que voy a salir en los diarios o en la
televisión, ¿vos tendrías algún problema?” Me dijo que no, y
entonces lo denuncié. Poder hacerlo fue sanador para mí.
Cuando hice la denuncia, el sacerdote Héctor Ricardo
Giménez ya tenía una condena por un abuso cometido en
Magdalena en la década de los 90. Pero acumulaba quejas y
denuncias desde 1960 y dos causas judiciales a partir de
1985, frente a las cuales la Iglesia hizo sistemáticamente
oídos sordos.
Así se lo hizo saber al Papa Francisco en diciembre de
2016 una de las víctimas, María Eugenia, en una carta donde
lo felicitaba por condenar el abuso eclesiástico, pero le
decía: "Aplaudo, festejo, que al fin esas almas encuentren
en la Iglesia un representante que denuncia el ultraje, pero
debo admitir que aún lleva sobre sus hombros un peso que
le doblega las rodillas y hace sudar su frente y, con ello, nos
doblega a todos, nos lacera a todos los cristianos que
creemos en usted. Me refiero a los actos de pornografía y
pedofilia que sistemáticamente encubre el Arzobispado de
la Ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, en su
país natal".
La denuncia quedó radicada en 2014 ante la UFI 6 a
cargo del fiscal Marcelo Romero, luego de una protesta que
realizamos con el Movimiento Feminista de mi ciudad en la
capilla del Hospital San Juan de Dios, donde estaba
destinado. A fines de 2015 el fiscal archivó la causa
alegando la inexistencia del delito, pero más tarde la
desarchivaron y pasó a la fiscalía de Marcelo Martini, quien a
pesar de los pedidos de los querellantes nunca citó a
declarar al sacerdote.
A mí me hicieron las pericias psicológicas y psiquiátricas.
Al sacerdote nada. Al final lo sobreseyeron.
En el camino de las denuncias fueron apareciendo
muchas víctimas de Giménez, aunque la causa se archivó
por la prescripción.
Héctor Ricardo Giménez tiene hoy 88 años y por
disposición del Arzobispado de La Plata vive en el Asilo
Marín para ancianos, que depende de él.
El Arzobispado de La Plata, guardaba silencio frente a la
denuncia contra el sacerdote Giménez.
Aprendí que, ante cada denuncia penal que se le hace a
un sacerdote o monja por abuso sexual, la Iglesia
paralelamente debe iniciar el debido proceso canónico.
Como el sacerdote Giménez ya tenía tres denuncias
penales, hicimos la presentación y tardaron como un año,
nunca me contestaron, hasta que enviamos una carta
documento para ver si tenían alguna respuesta. Nos costó
mucho llegar a un encuentro. Ellos me pedían un encuentro
sereno y reflexivo, o sea que no querían líos, y querían que
fuera sola. También me ofrecieron un listado de abogados
que trabajan con ellos para que me representaran. Es decir,
me querían imponer un abogado para recibirme.
Finalmente me recibieron y les dije que yo iba a ir con la
abogada que me representaba, fuera de su listado, porque
no podían estar por encima de la Convención de Derechos
Humanos. Fui con Lucía de la Vega, que estaba
embarazada, pero no querían dejarla entrar al Arzobispado.
La escena no se me va a borrar nunca. En la puerta estaba
el presidente del tribunal eclesiástico Javier Fronza, un
hombre soberbio, cero empatía. Estaba tres escalones más
arriba que nosotras, que estábamos en la vereda. Nosotras
lo mirábamos desde abajo. Yo le dije: “No voy a entrar sola,
voy a entrar con mi abogada”, y él decía que no. Hasta que
en un momento le dije: “¿Podríamos hablar los tres en el
mismo nivel?” Entonces nos hace subir a su altura y al final,
no sé cómo, pudimos entrar.
Nos hizo ir a un sótano, con dos sillones, en uno estaba él
y en el otro nosotras. Un lugar horrible, oscuro, tenebroso y
frío. No había acta, no anotó nada de lo que se habló, nada.
No me mostraron ningún expediente de mi denuncia. No me
dieron copia de nada. Lo que ahí se habló quedó ahí. Él no
me pudo decir lo que quería porque estaba mi abogada
presente, por eso quería verme sola. Creo que me quería
callar de alguna manera, no sé a cambio de qué.
Sólo nos dijeron que hacía 20 años que estaban
investigando a Giménez, mientras seguía en sus funciones,
pero por otros casos no por el mío. También me dijo que
estaban molestos por qué las abogadas habían dejado una
carta en el Vaticano con mi caso y yo misma le escribí una
carta a Bergoglio que nunca me contestó, como que
pasamos por encima de ellos. Nos dijo que nos íbamos a
enterar cuando llegaran a alguna conclusión. Al año siguiente
hicieron público que lo habían hallado culpable y lo
condenaban a la ‘justa pena’ de una vida de oración y
penitencia por 10 años. Todo el tiempo la Iglesia se
amparaba en el concordato que el Estado argentino firmó
con la Santa Sede en 1966, como si la Constitución estuviera
por debajo de su código canónico.
El último contacto que tuve con la Iglesia fue una
invitación a viajar a Roma donde sería recibida, junto a otras
víctimas de abuso, por el Papa Francisco.
La invitación llegó a través del entonces embajador
argentino en el Vaticano, Eduardo Valdés. Pensé que era una
buena oportunidad para denunciar lo que estaba pasando.
Sin embargo, otras víctimas de abuso, integrantes de la Red,
me dijeron que rechazara la oferta.
Yo estaba contenta, quería ir y llevar todas las causas de
mis compañeros, pero todos me dijeron que no, que todos
habían intentado llegar a Bergoglio cuando era cardenal, y él
nunca contestó ni recibió a nadie. Me abrieron la cabeza y
me dijeron: "Vos vas a ir allá, te van a sacar una foto y van a
titular que el Papa les pidió perdón a las víctimas argentinas
y mientras tanto los sacerdotes y monjas que abusaron de
nosotros van a seguir estando en contacto con niños, que
es lo que más nos preocupa a todos". Entonces dije que no.
La Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de
Argentina no sólo fue un ámbito de contención para mí y
otras víctimas sino un espacio de denuncia e intercambio de
información.
La verdad es que miro para atrás y no puedo creer todo
lo que hicimos, todo lo que se generó. Eso es muy bueno,
pero también me siento un poco cansada, porque fue toda
una vorágine que no para nunca. Porque aparece una nueva
víctima y me pongo a pensar que ahora mismo, un chico
puede estar siendo abusado por un cura o una monja y sigo
adelante. No puedo evitarlo.
Paralelamente, al poco tiempo de comenzar con las
denuncias públicas contra el sacerdote abusador Héctor
Ricardo Giménez una tarde en mi casa, estaban mi hijo junto
a sus amigos y contaron lo que el sacerdote les preguntaba
en el momento de la confesión. En ese momento mientras
hablaban ellos no se daban cuenta que lo que estaban
diciendo es un delito. Quedé perpleja no podía creer lo que
estaba escuchando. Ellos dijeron que el sacerdote Raúl
Anatoly Sidders, en el momento de la confesión, les
preguntaba si se masturbaban, cuantas veces, pensando en
qué, y si alguien le decía que no lo hacía, el mismo sacerdote
les explicaba cómo hacerlo. A partir de ahí intenté alertar a la
sociedad sobre este sacerdote, que en ese momento no
sabíamos si habría alguna denuncia penal contra él. Hace
pocos meses nos enteramos de que al sacerdote Sidders lo
apodan “frasquito” porque hacía que los adolescentes se
masturbaran y guardaran el semen en frasquitos. Cuando me
enteré de esto fue tan grande el asco que sentí que pedí
ayuda al medio Prensa Obrera para poder realizar la
denuncia pública. Al mismo tiempo nos enteramos de que
dicho sacerdote había sido trasladado a Misiones junto con
el obispo Nicolas Baisi. Esa publicación de Prensa Obrera
tuvo mucha repercusión así fue como en Misiones otros
medios replicaron la nota y llegó a ser leída por Rocío, quién
hoy es la denunciante en la causa contra el sacerdote Raúl
Anatoly Sidders, ella es ex alumna del Colegio San Vicente
de Paul de la Ciudad de La Plata.

◆◆◆

PABLO HUCK

“SENTÍ UN TERRIBLE DESCONCIERTO PORQUE


MOYA ERA MI CONFESOR”
Me llamo Pablo Huck y actualmente tengo 41 años.
Cuando era muy pibe, con mi familia, vivimos un tiempo
en Paraná, hasta mis tres años quizás. Yo nací en Villaguay,
donde vivían mis abuelos maternos, después, nos mudamos
a Concordia. Éramos un núcleo familiar mediano a grande,
con problemas económicos devenidos, mayormente, de la
disfuncional dinámica del grupo. Por entonces, el orden, la
escucha y el registro mutuo no eran características que nos
distinguían. Esta situación se fue agravando, la económica
fundamentalmente, y decantó en una mudanza, otra más, a
Villaguay. Ahí donde vivían los padres de mi mamá; yo tenía 9
años, pasaba a cuarto grado. La llegada a una ciudad nueva,
la falta de dinero y trabajo de los referentes de la familia, y un
apoyo relativo y altamente condicionado por parte de mis
abuelos, hicieron a nuestra familia, aún más vulnerable.
Como pudimos, “la fuimos llevando”. Mi vieja, docente, y mi
viejo laburaba por períodos, mientras luchaba por sobrevivir
a un consumo problemático de alcohol. Así y todo, éramos
una familia “tipo”, de pueblo, de esa gente que en palabras de
mi vieja: “no le hace mal a nadie, gente común y trabajadora
que quiere lo mejor para sus hijos”. A lo que se arriba por
estar atravesados, condicionados y hasta cegados por miles
de reglas, normas y formas socioculturales tácitas. Cuento
esto para poner en perspectiva, que sepan que nadie está
exento de pasar por lo que me tocó pasar a mí.
De gurises, a mí y mis hermanas, nos mandaron, era
“obligatorio”, a prepararnos para tomar la primera comunión,
la confirmación, y hacer el recorrido religioso, “promedio”.
Siendo mi vieja catequista, ella pisaba bastante poco la
Iglesia, excepto para dar clases, y mi viejo, cero. Era más
una cuestión del “deber”, que del “ser”, algo habitual, y para
nada coherente, para nada sano. Más bien del orden de lo
costumbrista.
Luego de la confirmación, a los 10 años
aproximadamente, me acerqué a la Acción Católica, y desde
ahí, siempre estuve cerca de la Iglesia, sus actividades, su
doctrina, su discurso y propuestas. De esa manera
canalizaba por ese entonces mi vocación de servicio y ayuda
al prójimo, me sentía felizmente compatible con el “ser buena
persona”. En el verano de 1992 estaba ingresando a primer
año de la secundaria, colegio de monjas, el instituto “La
Inmaculada Concepción”. Con el prestigio implícito de lo
divino, y más arraigado aún en un pueblo, ir al colegio “de las
monjas” era sinónimo de “recibir buena educación”, para los
adultos. Para el resto de los adolescentes de esa época, ir a
la “I.L.I”, como la llamaban, era de putos.
En ese verano, 1992, llega a Villaguay un cura nuevo, un
“recién recibido”, de aspecto llamativamente prolijo, muy
carismático, y que generaba cierta intriga. Su seriedad,
contrastaba con cierta “desfachatez” en su lenguaje, y más
tarde tristemente comprobado, con su conducta. A pesar de
su corta edad y escasa experiencia, en el colegio y en la
ciudad toda, incluyendo el campo, el regimiento local, etc.;
desde un primer momento se manejó “a lo patrón de
estancia” en todos los ámbitos. En ese momento conocido
sólo como “padre Marcelino”, luego se transformaría en el
cura “payador”, gaucho impostor de uñas pulcras que
también supo burlarse del folclore y su gente a fuerza de
mentiras.
Conozco al cura Marcelino Moya, tanto en la parroquia
“Santa Rosa de Lima”, ubicada frente a la plaza principal,
como cuando empiezo primer año. Era él profesor de
catecismo y de alguna que otra hora cátedra inventada a su
medida. En todas las actividades en las que se pudiera él
anotar, ahí estaba, muy “figureti” el tipo, muy. Daba todas las
misas, participaba en los actos del pueblo, tenía voz
permanentemente en la radio local, gran exposición y altísimo
perfil público. Era joven, “desinhibido”, gracioso y muy
simpático, claramente con quienes quería y/o necesitaba.
Entre las que se encontraban doñas o familias con dinero, el
suficiente para poder lavar sus culpas “ayudando” al curita
recién llegado. Con los y las “no útiles” para él, se mostraba
súper desagradable, descortés, y altamente soberbio.
Su speech era: “ser católico, no significa ser boludo”,
con eso se excusaba en un montón de conductas que se
salían ampliamente del protocolo religioso.
Este delincuente les pegaba, literalmente, cachetadas a
algunas compañeras del secundario, las pellizcaba y
tironeaba el pelo, de manera violenta. Quedando esto como
uno de los “chistes o bromas” del padre Marcelino.
Emparchando siempre esas conductas con una risa/sonrisa
entre sarcástica y burlona. Intentaba transformar todo en una
cuestión graciosa y simpática. Así fue como muchas chicas
se fueron de la Iglesia, odiándolo, en silencio por supuesto. El
último tiempo de Moya en la parroquia casi no había mujeres,
salvo las que a él le servían, cocinera, ordenanza y todas las
que por su devoción a lo divino se morían por un saludo del
curita.
Cuando comienzo el secundario, a los 13 años, falleció
mi abuelo. Era todo un referente y un reparo para mí,
además del sostén de toda la familia. Por ese entonces, una
de mis hermanas tuvo dos intentos de suicidio, consumiendo
psicofármacos y luego auto agrediéndose. En ese contexto
el cura Moya empezó a jugar un rol particular, central, para mí
y mi familia, mayormente para mí. Mi evidente vulnerabilidad
fue lo que necesitó detectar para sumarme a su coto de
caza. Moya desplegó, un ambiente de suma confianza con un
grupo de jóvenes, hábilmente preseleccionados, todos
vulnerables por uno u otro motivo. Padres separados,
enfermos, sin dinero, o con tanto que no les dan bola a sus
hijos. Después, dentro de ese grupo, armó un grupo menor
con los de mayor confianza o “más selecto”, y dentro de este
grupo generar internas y disputas por ganarse la exclusividad
en la compañía y cercanía de él.
Un juego tan histriónico, infantil y sonso, como oscuro y
psicopático. Él se hacía pasar por amigo, el mejor amigo de
todos, manejándose de igual a igual en un montón de
ocasiones. Y según las circunstancias y su conveniencia,
era el adulto, responsable, y que además ponía las manos en
el fuego por el grupo, y “nos protegía”.
Él conseguía siempre las llaves del tinglado de la escuela
para ir a jugar al fútbol. Lugar al que los seres terrenales no
teníamos acceso libre, ni de casualidad. Era un salón de
actos gigante, con gradas, donde se montaba una cancha de
vóley en las horas de educación física; también tenía acceso
a todas las instalaciones del colegio. Nosotros antes de ir a
jugar al fútbol, inocentemente nos juntábamos siempre en la
parroquia, en la habitación de Moya, obviamente propuesto
por él como punto de encuentro único y necesario.
Mi vieja me lo dijo más de una vez, ella no tenía duda de
que si en algún lugar, con todo lo que nos pasaba por aquel
entonces, yo iba a estar cuidado y protegido, era en la
Iglesia. Ella conociendo el lugar y siendo docente de
catecismo, me mandaba confiada, sin duda alguna. Se
supone que no tendría por qué tener motivos que la hicieran
desconfiar de lo que ocurría en la “Casa de Señor”, ¿qué
piensan?
Fuimos su “primera camada” de adolescentes víctimas
desde que llegó a Villaguay. No de su vida, ya que, sin dudas
en el Seminario otros ya lo habían padecido. Él jugaba con la
necesidad de las personas, tanto espiritual, económica,
afectiva y obviamente religiosa.
Como pocos católicos, digo así porque yo era de los
“practicantes”, tanto, que consideraba la virginidad hasta el
matrimonio y que la masturbación era un pecado mortal. Lo
cual me hizo aún más vulnerable, muy lejos del conocimiento
en materia sexual mínimo necesario para desenvolverme en
la vida con 13 años, sin educación sexual por aquel entonces
en el colegio, y muy lejos de recibirla. Cuestión ésta la única
capaz de poner a resguardo a nuestros niños, niñas y
adolescentes.
Él elegía quien lo iba a acompañar a dar misa al campo o
a Paraná por algún trámite. Uno se sentía contento de haber
sido elegido, de poder salir de la rutina, y sentirse útil a “la
palabra de Dios”, ¡uff!
Yo lo acompañaba a dar misa a las 6 de la mañana en la
capilla del colegio, a veces hasta más de una mañana en la
semana. Y ése fue el pretexto de Moya para justificar e
invitarme a dormir en la parroquia por primera vez, “para
estar temprano”, y que la misa comenzara a horario. Yo vivía
a una cuadra de la parroquia, era lo mismo dormir en mi casa
o en la parroquia en cuanto al tiempo que nos tomaba llegar
al colegio. Pero era todo un orgullo ser elegido para ayudar
en esa misa, como iba a cuestionarlo. Mi familia confiaba
ciegamente, como la mayoría del pueblo, en este perverso
que aún hoy camina las calles de la ciudad de María Grande,
en la colonia de Paraná. Esa confianza ciega que existe para
con los religiosos en nuestra sociedad. Yo no sospechaba ni
veía con temor el que Moya armara un catre al lado de la
cama de él, existiendo más habitaciones en la parroquia. Yo
me estaba quedando a dormir porque al otro día íbamos a
dar misa para las monjas del colegio, y nada más. Esa
primera vez que dormí en la casa parroquial, me desperté
todo mojado en mi zona genital, con la duda de haberme
orinado. Con la vergüenza de estar así y tener que ir al
colegio con el calzoncillo húmedo. Con toda esa incomodidad
nunca se me cruzó por la cabeza que este tipo me había
estado tocando. Después, con lo que siguió, caí en la cuenta.
Sentí un terrible desconcierto porque Moya era mi confesor,
mi profesor del colegio, era el coordinador de acción
católica, era el cura amigo que me pasaba buscar por mi
casa para ir al campo a dar misa.
Es eso, un desconcierto abrumador, un no poder
entender, no poder saber qué es lo que pasa, sabiendo. Hay
algo que no está nada bien, pero es el cura, terrible
quilombazo se te arma en la cabeza. Y comienza el exilio
dentro de uno mismo, el viaje a un mundo dual, uno propio y
desconocido hasta para uno mismo, y el “para afuera”. A
quién le vas a contar algo que no entendés, y que encima el
delincuente es el cura. Imposible que un cura masturbe a un
niño, los curas están para guiarnos en el camino del bien…
Hay un abuso, una violación de tu psiquismo, tu
conciencia, y en el caso del delito por un religioso, también
de tu espíritu. Van sobre tu normal y natural desarrollo, te
transforman en un objeto, en “su” objeto de satisfacción
personal. Por eso entre los sobrevivientes compartimos la
idea de que los abusos se dan en todas las dimensiones de
la persona, y lo que algunos y algunas conseguimos es
justamente, sobrevivir.
El abuso ejecutado por un religioso/sa es el peor de los
abusos, conlleva una perversión mucho más profunda,
nefasta y oscura, es doblemente perverso además de
cobarde. A quien depositamos lo más íntimo, frágil y sagrado
que poseemos, nuestra alma, hace de ella su depósito de
perversiones y miserias.
Moya organizaba eventos en las capillas de campo
quedándose con el dinero de la venta de vaquillas para la
remodelación de las capillitas, son sociópatas que utilizan sin
que les tiemble la voz el “disfraz” de religioso/sa, cura en este
caso, para abusar de una ciudad completa en su fe,
confianza, espíritu, bolsillos, y todo a su alcance.
Su habitación era súper concurrida, él lo hacía así. Tenía
una máquina de escribir eléctrica, cuando eran muy pocas
las que existían, y te dejaba usarla sin condición alguna.
Tenía miles de CD´s, video casetera, todo cuanto novedoso
e interesante para usar de señuelo para un adolescente
promedio. Siempre hacía regalos, y regalos “importantes”,
zapatillas que nunca te habrían comprado, libros, guitarra,
etc. Es una constante, una característica del abusador en
general.
Pude sobrevivir gracias a cierta amnesia, a cierto olvido
que me permitió continuar sin la presencia permanente de lo
sufrido, hasta creí que iba a poder olvidarme de todo. Pero
es imposible, eso está ahí, late y hace presión por
expresarse. Ese niño/adolescente interior reclama
explicaciones, necesita entender para poder seguir, necesita
justicia para poder volver a creer.
Mis notas en el colegio eran muy buenas, tanto que era
abanderado del colegio estando en primer año, pero después
todo cambió. Ya no me interesaba nada, quería prender
fuego todo, ponerle una bomba al mundo.
No tenía posibilidades de decírselo a nadie. Mi casa era
un lugar complicado y con muchas dificultades, no me
permitía sumar un malestar más a los que ya teníamos.
Después fueron apareciendo otros menores en la
parroquia, sin duda alguna, eran las futuras víctimas. Un
perverso lo es toda su vida, no es una enfermedad, y lejos
está de tener “cura”.
Como la gran mayoría de las víctimas, pasé etapas de
plena autodestrucción, ayudado en mayor medida por la
amistad, el psicoanálisis y voluntad, deseo de no más tristeza
y angustia, y así fue como sobreviví. Ya no era una opción el
olvido. Lamentablemente no somos muchos los que,
literalmente, sobrevivimos para contar lo que nos pasó,
contarlo, visibilizarlo, denunciarlo, y reclamar justicia. Es por
eso mismo que el empoderamiento se abre paso, se
transforma ese dolor en lucha, lucha permanente por la
verdad y la justicia. Por los y las que ya no están, los que no
pudieron y se quitaron la vida, los que zombies arrastran sus
vidas destrozadas, pero por, sobre todo, por los que vienen,
para que no caigan en las garras de estos monstruos.
A medida que fui creciendo fui entendiendo como opera,
se maneja y permanece en el tiempo esta institución, que
lejos de optar por las víctimas, de protegerlas y asistirlas,
eligió y elige, encubrir y apoyar a los victimarios, a los
delincuentes. Es la Iglesia católica, lo hizo y hace de la
misma manera en todo el mundo, y es consecuencia de miles
de muertes, y a una lucha que se unifica y toma fuerza, es
que se visibilizan sus delitos y condenan a estos
delincuentes. Que se sepa, en nada se distingue el Papa de
“un Moya” cuando se llena la boca de palabreríos
pseudorevolucionarios y no ha cambiado absolutamente
NADA en la práctica. Después de años en su puesto, cabeza
y guía de la Iglesia católica, sólo ha jugado para la tribuna
con títulos de periódicos absolutamente vacíos de medidas
reales y consecuencias para poner fin a la pederastia en su
institución. No olvidemos que aún hoy Bergoglio cree en la
inocencia de Grassi, ya condenado por la justicia argentina
por abuso de menores y malversación de fondos, y a quien
no se le ha retirado el estado clerical. En criollo, Grassi, un
delincuente abusador de menores, es aún hoy cura. La
Iglesia católica los encubre, ¿no es acaso éste un claro y
conocido ejemplo?
Pero, el más común, frecuente, evidente, y ahora para mí
también obvio de los abusos de la Iglesia católica, es el de
confianza, contra miles fieles de buenas intenciones y
espíritu puro en el mundo entero. Insisto, de confianza, de
conciencia y de poder, más el abuso sexual contra la
infancia. Hay en Argentina incluso condena a religiosos, en
Entre Ríos precisamente, por el delito de reducción a la
servidumbre. Solo es cuestión de “googlear” para
corroborarlo.
Pasó mucho tiempo, lo pude decir después de 20 años,
se acercaron curas de buen espíritu y plena vocación que
cuando quisieron “limpiar” la institución no tuvieron otro
camino que abandonarla. El mismo obispo Juan Alberto
Puiggari de Paraná, mediante sus evasivas y miles de
mentiras burdas consiguió que desistieran en su lucha
interna y tuvieran que reconstruir su vida fuera de la
institución, desde adentro, imposible. Si, Puiggari es tan
delincuente como los curas pederastas, sea por acción u
omisión, de mínima es un encubridor. La cúpula eclesiástica
apesta.
Fue entonces recobrar la confianza en lo humano, volver
a creer y confiar en otras personas, me encontré con gente
comprometida con el proceso de la búsqueda de verdad y
justicia, con entrega absoluta por medio de su
profesionalismo y compromiso. El resultado fue altamente
positivo, en cuanto a lo que nos atravesó a todos y lo mucho
que aprendimos, incluso se obtuvo la condena del cura Moya
a 17 años de prisión efectiva. Aguardando desde el pasado
cinco de abril del 2019 quede firme la sentencia, y que este
delincuente vaya a donde debe estar. Que sirva mi relato
para que te animes a denunciar, que la justicia “terrenal”
también existe, y que también existe gente de gran espíritu y
fuerte compromiso para ayudarnos en estos duros procesos.

◆◆◆

SEBASTIÁN CUATROMO
"PARA CRIAR A UN NIÑO HACE FALTA UNA ALDEA"
Mi nombre es Sebastián Cuatromo.
Cuando tenía 13 años, entre 1989 y 1990, fui víctima del
delito de abuso sexual en el Colegio Marianista de la ciudad
de Buenos Aires del que era alumno. Fue mi agresor el
entonces hermano marianista y docente Fernando Enrique
Picciochi, al igual que a otros niños compañeros míos en
aquella escuela todavía exclusivamente de varones. Estos
ataques sucedieron tanto en la sede marianista del porteño
barrio de Caballito como en su cordobesa colonia de
vacaciones de la localidad de Casa Grande, en el Valle de
Punilla.
Recuerdo el grave episodio que, como es de público
conocimiento, me tocara sufrir con la jerarquía católica de la
ciudad de Buenos Aires en el año 2002, que encabezaba el
entonces Cardenal Jorge Bergoglio, y adonde recurrí en
busca de apoyo ante un aberrante intento de silenciamiento
que pretendía imponerme el Colegio y la Congregación de los
Hermanos Marianistas por los abusos sexuales que había
sufrido en mi infancia. Obtuve como respuesta a mi pedido
un bochornoso aval jerárquico a esa actitud, junto con una
postura de una gran arrogancia de poder y de una profunda
subestimación de la gravedad del delito del que estábamos
hablando y del dolor y sufrimiento de las víctimas.
Este hecho de mi larga historia de lucha, que diera a
conocer públicamente en el 2012, en ocasión del juicio y
condena de quien fuera mi abusador en el Colegio
Marianista, justo un año antes de que Bergoglio fuera electo
Papa, y que a lo largo de estos años fuera evocado en
distintos medios de prensa internacionales y nacionales y en
diversas notas que me realizaron, no motivó, pese a mis
permanentes alusiones públicas, ninguna invitación ni
convocatoria por parte del Papa Francisco en sus más de
siete años como Obispo de Roma, ni del Episcopado
argentino, donde una parte importante de los Obispos fueron
designados por el propio Francisco.
Señalo esto porque más allá de internas palaciegas, de
oscuros intereses y disputas de poder eclesiásticas, y de
evidentes limitaciones conceptuales, subjetivas e ideológicas
para dar cuenta de este delito en el marco de una cultura
machista, patriarcal y adultocéntrica como la que persiste en
los ámbitos clericales, en “Adultxs” estamos convencidos/as
que la verdadera diferencia con respecto al crimen del abuso
sexual se marca cuando se lo asume en primera persona, al
hacerse cargo de la dolorosa, incómoda y crítica
interpelación que nos suscita, con sus víctimas y
victimarios/as, cuando sucede en nuestra propia familia, en
nuestro círculo de pertenencia laboral, amistoso, político,
gremial, religioso, artístico... rompiendo de ese modo con la
hegemónica actitud corporativa de adultos/as que cierran
filas entre adultos/as dejando a la intemperie a los/as
niños/as víctimas y a sus protectores.
Este persistente ninguneo y negación de Francisco para
convocar públicamente a víctimas y luchadores/as de
Argentina que tenemos historias de dolor que lo interpelan
directamente muestra una verdadera falta de voluntad y
decisión de querer jugarse e ir a fondo contra esta injusticia,
que gracias al formidable avance colectivo de las luchas que
llevamos adelante las víctimas ya es toda una irrefutable
evidencia para la opinión pública internacional y para la
conciencia crítica de la abrumadora mayoría de los/as
católicos/as.
Para el colectivo de "Adultxs por los derechos de la
infancia", que integramos adultos/as sobrevivientes del
delito de abuso sexual junto con protectores/as de niños/as
víctimas en el presente de todo el país, asociación civil de la
que tengo el orgullo de ser cofundador junto a Silvia Piceda,
pensar y ocuparse de esta injusticia nos parece una cuestión
fundamental en un contexto de crisis civilizatoria como el que
estamos viviendo debido a la pandemia global del
coronavirus.
Ya que hablar del delito de abuso sexual contra la infancia
que sufren nada menos que 1 de cada 5 niños/as y
adolescentes, según una campaña pública de la Comunidad
Europea, junto con el paradigma de la infancia como sujeto
de derecho, resulta imprescindible en momentos donde
sufrimos una nueva y dolorosa evidencia global de brutales
injusticias y desigualdades que ponen de manifiesto la
urgente y crítica necesidad colectiva de repensar y
revalorizar paradigmas como el del cuidado, para así poder
transformar esta inaceptable realidad; construyendo nuevos
y fraternos modos de vinculación que puedan dar lugar a la
aparición de superadores horizontes sociales y ambientales.
En este sentido, y como crítica interpelación a la sociedad
profundamente adultocéntrica en que vivimos, los/as
"Adultxs por los derechos de la infancia", como
luchadores/as desde la base social, estamos convencidos/as
que un eje rector sobre el que deben ordenarse nuevas y
superadoras formas de relación pasa por el inexcusable
cuidado de la cría humana y por la defensa y promoción de
sus derechos, ante esta renovada constatación de la, tantas
veces "olvidada", harto elemental necesidad e
interdependencia que tenemos los/as humanos/as de nuestro
vínculo con los/as otros/as, con la naturaleza y con los no
humanos para nuestra propia supervivencia.
Por eso y de acuerdo con el hermoso proverbio africano
de "para criar a un niño hace falta una aldea" que los/as
Adultxs por los derechos de la infancia adoptamos como
lema, junto con Silvia Piceda, mi compañera en la vida a
quien tuve la dicha de conocer en este camino de lucha, al
que ella se sumó como mamá protectora de una niña frente a
su progenitor abusador y frente a la injusticia del Poder
Judicial, venimos brindando nuestros testimonios a la
comunidad en los más diversos ámbitos sociales del país,
desde hace años, recibiendo un muy esperanzador eco a
nivel público y comunitario que demuestra que la suerte de
los/as niños/as no es un supuesto asunto privado ni
intrafamiliar, sino que depende del compromiso del conjunto
de la comunidad adulta de cada lugar y del rol del Estado
como garante y promotor de sus derechos.
En este esperanzador camino de construcción colectiva
en el que los/as Adultxs también conformamos y sostenemos
liberadores y entrañables espacios de encuentros solidarios
de pares durante todas las semanas del año para
sobrevivientes y protectores de niños/as víctimas, en los que
personas de las más diversas generaciones comienzan a
desarmar arraigados sentimientos de vergüenza, culpa y
soledad a partir de la apertura hacia lo grupal y por medio de
la magia de la palabra y la escucha compartida en un ámbito
empático y respetuoso; y donde al permitirnos trabajar la
empatía hacia el/la niño/a que fuimos y sus sufrimientos
empezamos a transformarnos en adultos/as defensores de
la infancia del presente.
Junto con Silvia recibimos permanentemente el cariño y
la solidaridad que tanto nos faltó en nuestros pequeños
círculos familiares y sociales cuando sufrimos y enfrentamos
solitariamente a esta injusticia; situación que en mi caso
comenzó a cambiar a partir del año 2012, cuando logré
empezar a compartir públicamente mi testimonio con la
comunidad con el anhelo de darle un sentido de
trascendencia colectiva a mi larga historia de dolor y de lucha
en búsqueda de reparación y justicia por los abusos
sexuales que sufriera en mi infancia en el Colegio Marianista
de la ciudad de Buenos Aires, al igual que también lo hiciera
Silvia, antes de conocernos, al brindar públicamente el
testimonio de su titánica lucha como mamá protectora. En
ocasión del formidable logro, en aquel 2012, del juicio y la
condena penal de quien fuera mi abusador, el ex hermano
marianista Fernando Enrique Picciochi, más de veinte años
después de ocurridos los abusos.

◆◆◆

DANIEL VERA

“ME DIJO QUE FUERA A SU HABITACIÓN”


Yo soy Daniel Vera. Nací en abril de 1969. Actualmente
soy docente. Profesor de Sociología y Licenciado en
Ciencias Sociales y Humanidades. Soy delegado escolar de
UEPC en el Colegio Gabriel Taborín. Pertenezco a la
agrupación nacional Docentes en Marcha. Milito en Izquierda
Socialista. Soy miembro de la Red de Sobrevivientes de
Abuso Sexual Eclesiástico de Argentina. Vivo en Córdoba
capital con mi compañera de vida y mis dos hijes ya
universitarios.
Esta es mi historia del abuso sufrido:
Conozco a Walter Avanzini en el seminario mayor de Río
Cuarto, donde mi hermano mayor, y único, estaba también
formándose. Walter estaba estudiando en Córdoba ya que
cuando él ingresó todavía no había reabierto el de Río
Cuarto. Su personalidad y carisma fueron mi referencia a la
hora de decidir ingresar al seminario. Su historia particular
era muy inspiradora, ya que él era médico y luego decide
ingresar al seminario.
Fines de 1986 Walter es nombrado párroco en Arias,
sureste de Córdoba. Yo lo visito con frecuencia, en ese
momento vivía en Canals, población que está a 50 kilómetros
de Arias, ya que además yo ya había tomado la decisión de
ingresar al seminario, si bien yo quería ser misionero “ad-
gentes”, durante el ´87 estuve en Río Cuarto y luego me fui a
Córdoba Capital para formarme con los sacerdotes de la
Sociedad de Misiones Africanas.
En alguna oportunidad entró al baño cuando me estaba
bañando para alcanzarme la toalla. Y supongo que ese
mismo día me dijo si no me dolía el pene cuando se erectaba
porque tenía el prepucio muy largo. Para mí era un
comentario médico de mi amigo.
En una misión juvenil que se hizo en esa población en
diciembre del ´86, Walter me invitó como preparación a mi
ingreso. Fue una de esas noches que antes de irme a dormir
me dijo que fuera a su habitación para contarle como me
estaba yendo. Me dijo que me recostara un rato con él. Y ahí
empezó a acariciarme, me pidió que le mostrara el pene, por
lo del prepucio, me besó en la boca. Sinceramente no sé
cómo me fui a mi habitación.
La noche siguiente me repitió la invitación. Yo le dije que
me iba a charlar con los chicos de la misión, pero él insistió.
Luego de acariciarme me dijo si no quería meterle mi pene
en su cola, luego quiso meterme el de él, pero dijo que no lo
hacía porque me podía doler
No sé si fue ahí o al otro día que me dijo: “cuando te
confieses, no digas que fue conmigo porque podría tener
problemas”. Supongo que yo negué que esto hubiera
pasado.
Estando en el seminario de Río Cuarto en 1987, pasó
una siesta a “visitarme”. Me despertó, comenzó a
acariciarme, y como era una gran habitación separada por
biombos, pude levantarme e irme. Su personalidad hacía que
todos lo dejaran ir donde él quería sin restricciones. Yo no sé
si mi formador sabía que él fue a la siesta a visitarme. Aclaro
esto porque el formador es hoy Monseñor Ricardo Araya,
obispo de la diócesis de Cruz de Eje, noroeste de Córdoba, y
había sido compañero de Walter durante su formación en el
seminario de Córdoba, donde todos sabían que él usaba su
función de médico del seminario para calmar sus pasiones
homosexuales. Fue a través de Ricardo que me invitó que lo
visitara con el pretexto de dar testimonio de seminarista
joven en su Parroquia. Por suerte pude ir con otro
seminarista y así evité su abuso.
Durante los años 1988 y 1989 estuve ya en la Sociedad
de Misiones Africanas, en el gran Córdoba, Villa Rivera
Indarte, cerca de la capital. Fines de 1989 pido salir del
seminario un tiempo.
Este tema me estaba matando y pude hablarlo por
primera vez con la hermana Cecilia Fernández, carmelita,
con quien compartíamos la pastoral en un barrio. Fue
también a fin de ese año que le conté a mi hermano en una
visita qué el me hizo.
Durante 1990 estuve en Canals, con mis padres
trabajando en un estudio contable. Ahí le conté a un cura
joven que estaba en la parroquia, Jorge Vaudagna. El
párroco era un cura más viejo, el padre Meneses. Recuerdo
que me dijo que si quería no le diera nombre pero que él
estaba seguro de quién le hablaba. Cuando menciono que es
Walter, me dice: “una vez que pasaba para Arias, comió con
nosotros, y a la siesta se me insinuó. Yo lo mandé a la
mierda y le dije ´ ¡conmigo no! ´”. Jorge también sabía de
Walter por haberse formado en Córdoba. Y recién después
de mi denuncia pública tomó dimensión del “conmigo no”:
nunca se le ocurrió denunciarlo. Es la clara política de
encubrimiento que lleva adelante la Iglesia institucional.
No sé bien cuándo le conté, entre llantos, a mis padres,
mi papá ya estaba terminando su formación como Diácono
permanente. Él habló con el párroco de Canals, el padre
Meneses, y al otro día se fue a Río Cuarto a proponerle al
obispo, en ese momento Monseñor Arana, que lo sacara de
la parroquia y que lo enviaran a “curarse”. A la tarde vino a
casa a contarnos eso. A mí solo me abrazó y lloramos juntos.
Y es así como nos enteramos porqué a Walter, ya siendo
diácono, no lo ordenaron inmediatamente con sus otros
compañeros. Como sabían de sus tendencias y acciones
homosexuales, lo enviaron previo a la ordenación seis
meses a Ucacha, con un cura viejo, el padre Podoroska, que
lo “cuide”. Walter fundó en varios lugares, centros de
atención para niños discapacitados, que sabemos son
víctimas que no pueden acusar o son menos “creíbles” en
caso de salir a la luz. Esto es para contar que todo el
presbiterio de Río Cuarto, Córdoba y de otras diócesis que
habían estudiado en Córdoba, sabían de él. Por supuesto
que ahora sé la dimensión de “protección” que tiene esta
institución muy corporativa entre sus miembros de la
jerarquía: curas, obispos, cardenales y el Papa.
En el año 1998, una noche viendo televisión, vimos, ya
vivía con mi actual esposa, en un programa que conducía
Miguel Clariá en canal 8 de Córdoba, un conocido periodista
de la radio Cadena 3, un informe sobre adultos que
“contrataban” los servicios de niños en plena plaza San
Martín, la central de Córdoba capital. Inmediatamente me di
cuenta de que se trataba de él. Me quise comunicar con el
canal y no pude. Al otro día fue noticia ya que este periodista
usó sus columnas en la radio para hablar del caso y “pedir
disculpas” ya que argumentaba que él no sabía que se
trataba de un cura. El obispo de la diócesis de Rio Cuarto de
aquel momento, Monseñor Artemio Staffolani, en el programa
de tele de la siguiente semana, sólo dijo que había que
ayunar y rezar. En octubre del 2011, en la Voz del Interior, el
diario de mayor circulación en la provincia de Córdoba sale la
noticia que este excura tiene un puesto en DIGPE, que es la
Dirección de Institutos de Gestión Privada de Enseñanza.
En este enlace hay además otras notas que amplían el
tema: https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/cura-
echado seminario-trabaja-educacion
La denuncia de Thelma Fardin contra Juan Darthés, el “yo
te creo“mundial, la visibilización mediática del tema de la
pedofilia por parte de los miembros de la jerarquía de la
Iglesia, las denuncias de las religiosas, el nunca quedarme
tranquilo con lo que me pasó, más el descubrir la existencia
de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico de
Argentina, me impulsaron en esta lucha para que este tipo de
acciones no queden impune y poder ayudar a que no haya
futuras víctimas.
El camino para dejar de ser víctima y convertirse en
sobreviviente es duro y difícil. Es una lucha cotidiana.
Quienes fuimos abusados hablamos cuando podemos,
cuando encontramos la fuerza para hacerlo.
Es imposible que quienes sufrimos abuso sexual
eclesiástico obtengamos justicia si no se separa la Iglesia del
Estado.

◆◆◆

FABIÁN SCHUNK

“DE NO HABER SIDO POR MI MUJER MÓNICA, NO


HUBIESE DENUNCIADO”
Soy Fabián Schunk, profesor de Ética y Psicología.
Exsacerdote.
Una vez en una entrevista de trabajo me preguntaron que
quien decía yo que era. En ese momento respondí, soy el
papá de Nicolás.
Hoy puedo decir que soy además el padre de Sofía y
marido de Mónica.
Pero también debo decir que para llegar a esto tuve que
vencer muchos miedos, muchos monstruos.
De no haber sido por mi mujer Mónica, no hubiese
denunciado. Cuando lo supo mordió de bronca y me dijo.
«Tenés que denunciarlo: mirá si eso mismo le pasa a
Nico».
El día que declaré en tribunales, era el cumpleaños de mi
hijo. Fue el día más duro. No le pude hacer el cumpleaños,
porque tuve todo el día en el juzgado. Esa noche cenamos
solos en casa.
Lo primero que les dije a los jueces, hoy es el cumpleaños
de mi hijo, y estoy aquí porque mi señora en el 2012 me pidió
que lo haga por él. Y no pude seguir del llanto.
Mi hijo cumplía 10 años y yo a los 10 años conocí a
Ilarraz.
Tuve que vencer muchas cosas. Mi mamá, no sabía nada
de los hechos y creía que yo era un testigo de la causa.
Cuando salí de declarar tenía un mensaje de WhatsApp
de mi mamá. «Te vi en canal 11 recién. Bravo. Ese es mi
hijo».
«Orgulloso de vos por dar la cara, que se enteren todos
en Paraná, por ese mal parido de Ilarraz». Lo leí en la
pantalla del celular, y se los mostré a todos. Esta es «Mi
vieja».
Me acuerdo esa última vez que se sentó en mi cama, una
noche, tarde, me dijo: `No basta que seas bueno, tienes que
ser muy bueno´.
Fueron sus palabras frente a mi negativa a su intento de
abuso.
Fue también la última vez de muchas cosas: de jugar en
su equipo, de entrar a su habitación, de formar parte de su
pergeñada trama de corrupción. El abuso no era sólo físico
sino también psicológico.
A partir de ese momento, comenzaron en mi mente, como
en la mente de muchos de mis compañeros, una infinidad de
inseguridades, vergüenzas y miedos a tomar decisiones.
Pesadillas nocturnas y el llanto escondido, ahogado, para
que nadie supiera, ni sospechara siquiera, que algo
estábamos padeciendo.
Ya pasaron casi 30 años de aquella noche.
En el medio, la vida que muchos no soñamos vivir.
La vida que nuestros padres no pensaron para nosotros
cuando nos dejaron en el Seminario en las manos de
aquellos sacerdotes que ellos esperaban que nos cuidaran.
A lo largo de estos años, he transitado, a mi manera,
como he podido, la vida que me tocó, la vida que pude
rehacer.
Nada fue gratis. Nada fue sin consecuencias.
A cada cual nos asistió una esperanza distinta, una luz
diferente, pero creo que todos, al unísono, soñábamos con
este día.
En lo personal, el día más esperado fue cuando lo estuve
al frente a Justo José Ilarraz y escuché los alegatos de los
fiscales. Él no fue el día de mi declaración en el juicio y
tampoco presenció la condena. Para mí, este fue el día. Hoy
me bastó. Hoy era lo que necesitaba.
Necesitaba que alguien nos defendiera, que alguien, por
fin, alguna vez, por nosotros, pudiera alzar la voz y el dedo
acusador y decirle a ese señor, a esos señores, todo el mal
que nos hiciste, todo el mal que nos hicieron.
Hoy fue el día tan esperado, el día del cobijo, el día del
resguardo a la inocencia que tanto nos negaron.
Hoy él perdió su protección y su impunidad.
Por un instante volvimos a ser niños y alguien nos cuidó,
alguien les dijo ¡basta!
Y se rompió el dique de silencio al aparecer una nueva
víctima, y las cosas volvieron a ser como debieran haber
sido.
Hubiera dado cuanto tengo para que este adulto cuidara
al niño que fui. Hoy me bastó con ver lo que vi.
Cuando fue suficiente, me paré y me fui. Ya no para huir:
más bien para seguir.
La causa Ilarraz nos significó mucho sacrificio. Para las
víctimas, fue un desgaste significativo en varios aspectos.
En lo social, tuvimos que hacerle frente a una cuestión
nueva. A la vergüenza íntima, se sumó el «qué dirán» de los
demás.
Algunos, ni siquiera se animaban a comprar el pan en la
esquina de siempre.
Significó también un desgaste de tiempo y recursos.
Habíamos salido del Seminario, no éramos los que
fuimos.
Ya estábamos con nuestras preocupaciones, como
cualquier vecino, y de repente todo empezó a cambiar.
Cuando empezó la causa, hubo muchos cambios: ahora,
íbamos a las reuniones, tuvimos que ir de aquí para allá,
esperar, volver a ir.
Pero significó y significa un desgaste más en lo profundo,
ahí donde nadie entra, en el deseo de justicia.
Creo que ahí es donde más nos vimos defraudados y a la
vez esperanzados.
Es ahí donde está el pequeño niño o adolescente, que los
otros no ven.
Hoy todo el mundo ve al adulto de 40 años, pero, adentro,
en el interior de cada una de las víctimas de Ilarraz, sigue
vivo el niño de 12 años que fue abusado.
Esperamos 4 años hasta que se concretó lo único que
venimos reclamando: que se conformara el tribunal, porque
para nosotros era un signo muy positivo.
Era el principio del final, tantas veces negado.
Era el momento de poner sobre la mesa la verdad de lo
que pasó. Pero no la verdad para que los demás lo sepan, no
para que lo señalen, no para que paguen por lo que hicieron,
sino más bien, para que se termine lo injusto, para que sirva
de ejemplo, para que otros tengan esperanza, para que
sanemos en algo las heridas.
La Iglesia siempre nos habló de la necesidad del perdón y
de buscar, en Jesús, la reconciliación.
¿Qué es el perdón? O, mejor dicho: ¿de qué perdón nos
hablan?
El perdón del que a muchos les gusta hablar es de aquel
que no tiene rostro, de aquel que no se nombra, del perdón a
líneas generales, porque es ese tipo de perdón el que no se
compromete, porque es el que no cuestiona.
Hablar del perdón con un rostro es otra cosa, porque ahí
el perdón tiene identidad, tiene nombre, tiene historia y por tal
motivo, interpela, exige y molesta.
Un perdón así, un pedido de perdón así es quitarle el
rostro a una víctima, es esconder al victimario.
No escuchar a una víctima es darle voz al victimario.
No pedirle perdón a una víctima es respaldar al victimario,
decirle a la víctima, “déjalo en manos de Dios”.
Es también jugar a la prescripción del delito.
¡Esto es más fácil!
Un pedido de perdón así, sin rostro, sin identidad, sin
nombre, sin historia, que no interpela, que no exige, que no
molesta es decirle al victimario que todo está bien.
Porque el victimario no te cuestiona, sólo te pide silencio.
No te molesta. Sólo te pide más tiempo.
No hay reconciliación sin justicia, no hay perdón sin
justicia, no hay justicia sin reparación.
Es hora de dejar de pronunciar discursos y homilías
vacías, tan sólo para tranquilizar a la multitud y aparentar un
compromiso inexistente. Es hora de ponerle rostro al dolor y
decir de qué lado se está.
Bien vale, entonces aquí, recordar las palabras de Jesús:
“Están conmigo o están contra mí”.
O, dicho de otro modo: “El que no cosecha,
desparrama”.

CONDENA
Algo, aquella mañana, se quebró he hizo sentir el eco
incómodo de la verdad en las fibras íntimas de una Iglesia
entumecida por sus escándalos.
También se quebró algo en nosotros y en las personas
que esperaban justicia para un delito que descubre el rostro
perverso de un sistema encubridor.
Esa mañana se condenó a un pedófilo, a un sacerdote
que se valió de la inocencia, de nuestra inocencia, amparado
en una estructura.
Pero prefiero recordar aquella fecha como la que corona
nuestra lucha sobre el desánimo, nuestra palabra sobre su
silencio, nuestro deseo honesto sobre sus calumnias.
Prefiero pensar en el camino recorrido, en la posibilidad
que otros tuvieron de transitarlo y de cómo hemos marcado,
a fuerza de dolor, lágrimas y esperanza, el norte de una
justicia que antes miraba para otro lado.
Dijimos a micrófono abierto que no nos importaba nada ni
nadie cuando hay un niño abusado, que no podíamos permitir
que la hipocresía siga siendo el resguardo de unos
delincuentes ataviados de justos y más que nada, dijimos,
gritamos que el silencio no es buen consejero, que se debe
hablar, que hay que hablar, que no se puede callar, que
siempre hay alguien que está dispuesto a escuchar y lo mejor
de todo, que hay alguien dispuesto a creerte.
Por una sociedad más justa, por una infancia más
cuidada, por una niñez respaldada por sus derechos, por una
grieta que se abrió y que separa la palabrería hipócrita del
compromiso hasta las últimas consecuencias.
Para que la Iglesia no abuse más de obra u omisiones y
para que a la justicia no le tiemble el martillo. Por todo eso,
por nosotros y fundamentalmente por los niños de hoy y los
de mañana, fue ese día, fue esta lucha.
Hoy en todo el país, miles de víctimas de abuso
eclesiástico renacen con la esperanza de convertirse en
sobrevivientes y protagonistas de sus vidas.
Hoy espero que muchas víctimas en Argentina vean en
Ilarraz, a sus propios abusadores. Para que encuentren, un
poco de voz, un poco de paz, un poco de luz.

CONCLUSIÓN

LEY
En materia de abuso sexual contra niños, surgió la Ley N°
27.206, impulsada por la senadora Sigrid Kunat, que
estableció el respeto a los tiempos de las víctimas para
denunciar un abuso y puso freno a la prescripción.
Ya ningún abusador ni encubridor se podrá esperanzar en
el paso del tiempo, ya la Iglesia no podrá, para proteger al
abusador, trasladarlo y esperar el olvido.
Así también fueron muchos los que tomaron fuerzas para
denunciar a otros curas abusadores, gracias al camino
recorrido con tanto esfuerzo por los primeros que
empezamos.
Esta lucha por la liberación interna nos enseñó que la
causa Ilarraz no es nuestra, no es sólo por nosotros, ni por
aquellos compañeros que hoy no se animan a contar lo
sufrido.
Esa lucha nos enseñó que tampoco es contra nadie, no
es por odio ni por venganza, ni siquiera es contra el obispo
Juan Alberto Puiggari, que parece tener cerradas sus
puertas para las víctimas que cuidó cuando eran niños. Y
mucho menos es contra la Iglesia.
Esta causa pertenece a todos los niños de hoy y los
niños que vendrán que podrán crecer en una sociedad que
maduró un poco más, en materia de derechos, y que los
protege.
Esta causa es de ellos y por ellos es esta lucha.

◆◆◆

TESTIMONIO SIN NOMBRE


“CREÍA QUE TODO EL MUNDO SABÍA LO QUE ME
HABÍA PASADO Y ME MIRABAN CON OJOS DE
CONDENA”
Este testimonio es sin nombre sin apellido, pero no es
anónimo.
En él están representadas todas las víctimas anónimas
que todavía no han podido salir del silencio traumático de los
abusos y siguen sufriendo en nombre propio el dolor de no
poder hablarlo. Este sobreviviente de abuso eclesiástico está
elaborando su proceso personal. Recién está logrando
hablar lo que le sucedió hace muchos años…
Voy a relatar esta historia no como un cuento sino como
algo que está grabado en mi corazón, en mi alma y en mi
mente desde que tengo 12 años.
En noviembre de 1976, tenía 12 años. Había recibido el
sacramento de la confirmación y me sentía como recién
bautizado. El cura de mi parroquia nos había explicado que
ese sacramento nos dejaba en el mismo estado del
bautismo. Yo estaba feliz porque sentía que mis pecados
habían sido perdonados todos. Paralelamente a esa
experiencia, jugábamos con mi mejor amigo en la calle tal
como era usual en esa época. Nos trepábamos a los
árboles, íbamos a la carpintería de su papá a jugar con
maderas; incursionábamos en las jaulas de sus conejos para
juntar a los machos con las hembras para poder jugar
después con las crías que eran más entretenidas que los
grandes. Allí es donde mi amigo me explica que para tener
hijos el macho se debía juntar con la hembra y ponerle el pito
en su vagina para que el semen se depositara en su sistema
y allí dentro de esa hembra se formaran los nuevos seres.
Paralelamente a eso, mi perra estaba gruesa pronta a tener
sus cachorros, pero yo no entendía aún donde estaba el
macho que le había puesto su pito adentro para que los
cachorros nacieran. Tenía algo de enredo en mi cabeza,
pero entendí que era un proceso al que debía transitar, así
me lo dijo mi mamá que en su tiempo yo iba a aprender de
esas cosas. Una vez recuerdo mirando con mi amigo, como
los conejos participaban de sus partuzas, me preguntó si yo
me masturbaba. –¿Qué es eso? Le respondí, -vos te tocas
el pito, para adentro y para afuera, se te va a poner duro y
vas a ver lo que te pasa. Había pasado la catequesis de mi
confirmación donde mi profe de religión explicó todo el
proceso de reproducción, pero por lo visto había faltado
porque no me acordaba de nada. Sentía que tenía una
inocencia privilegiada, pero a la vez era consciente que algo
estaba por llegar a mi vida. Nada más y nada menos mi
transición, mi adolescencia, esa puerta que se abría para
comenzar a vivir las aventuras más maravillosas que me
esperaban. Así lo leí en un libro que me prestó mi otra amiga
que tenía 16 años y fue una observadora de mi proceso.
El día que recibí de parte de mi mejor amigo, la
capacitación teórica de una perfecta masturbación, llegué de
inmediato a mi casa, me encerré en el baño y llevé a cabo mi
primer trabajo práctico, en la soledad de mi baño, que me
iniciaría en mi camino sexual.
Cuando salí del baño sentí un gran alivio, la experiencia
fue fantástica. Al rato me recosté en la cama de mi
habitación, cubierta por un cubrecama de brocato verde, y
reflexionaba sobre el pecado que había cometido. Sentí que
rompí con ese estado de bautismo que había recibido hacía
un mes. Sentía que Dios estaba muy enojado y que las
puertas del infierno se abrían para ingresar a la condena
eterna. Así relataba el estado de pecado mi abuelo que vivía
en mi casa y compartíamos la habitación. Era muy bueno,
fanático católico, sacristán de la parroquia de mi barrio.
Cada vez que nos hablaba de religión o de Dios, siempre
terminábamos con mi hermana debajo de la cama esperando
que el diablo nos viniera a buscar.
Tomé conciencia del pecado que cometí y de inmediato
fui a la parroquia de mi barrio para confesarme. Fui a la misa
de un día de semana, hacía mucho calor, el padre, como
estaba solo en la parroquia no confesaba ese día, así que al
día siguiente decidí ir al centro de Córdoba para buscar de
inmediato un sacerdote me absuelva del pecado que había
cometido. Fui a la iglesia de la Merced, a la Catedral de
Córdoba, fui también a Santo Domingo y por fin encontré en
la Iglesia San Francisco de Asís, ubicada en Buenos Aires y
Entre Ríos, un sacerdote que me podía confesar. Ingresé al
templo, ya había comenzado la misa, participé de ella, obvio
sin comulgar porque estaba en pecado mortal, pero observé
que había un sacerdote que estaba concelebrando y a la vez
cuidaba de un fraile anciano.
Termina la misa y me acerco para pedirle a este
sacerdote si podía confesarme. Me dijo que lo espere unos
minutos porque debía atender al fraile anciano. Lo esperé
unos minutos en el confesionario y comenzó la confesión. Mi
relato comenzaba directamente con el pecado que había
cometido, solo dije: -Padre vengo a confesarme porque me
masturbé. El cura comenzó a preguntarme detalles, como lo
había hecho, que sentí cuando lo hacía, me pregunto si
eyaculé (la verdad no sabía de qué se trataba eso), también
me preguntó si lo hice con alguien más y seguía pidiendo
detalles de lo que había hecho, le conté que mi amigo había
sido el que me instruyó en la parte teórica, etc. El cura, hasta
me preguntaba por mi amigo detalles de cómo él se
masturbaba también. Al momento de la absolución me dijo
que debía volver para tener una charla sobre el tema. Para la
absolución era condicional esa charla, porque Dios no
perdona del todo si nosotros no estamos arrepentidos
plenamente. Llegué a mi casa le conté a mi mamá que fui a
confesarme y que el cura me había invitado a la tarde del día
siguiente a charlar sobre temas de Dios. Yo me quedé
pensando que Dios no perdona del todo, sentí mucha culpa y
una imperiosa necesidad de salir inmediatamente de ese
estado pecaminoso. Estaba ansioso por volver al día
siguiente y por la tarde me vestí con un pantalón celeste que
me había hecho mi papá sastre, una remera roja con
inscripciones de una empresa italiana de los hermanos de mi
mamá y un par de zapatos color borravino. Llegué
nuevamente a la Iglesia de San Francisco, ingresé por la
secretaría, me atiende un fraile detrás de una ventana que
había al costado izquierdo de la entrada y el padre Mario, así
se llama, me estaba esperando. Me hizo entrar a una sala
grandísima, muy parecida a la sacristía de la catedral de
Córdoba. Tenía molduras, cortinas, ventanas antiguas y un
sillón al costado. Antes de sentarme en el sillón el padre
Mario me pide que me baje los pantalones para bendecirme
el pene, porque después de la masturbación debía hacerlo.
Me “bendijo” mi pene con su boca y con ella recorría todo mi
cuerpo, sus manos sostenían mis glúteos, hasta que llegó a
besarme en la boca. No paraba de besarme, me decía que
era una bendición lo que estaba haciendo y que me quede
tranquilo que todo estaba bien. La verdad yo no estaba
tranquilo. Me sentía muy extraño. No podía entender que un
sacerdote estuviera explorando con sus manos y su boca
todo mi cuerpo. Después de eso, me hace sentar en el sillón,
me abraza, me sigue besando y en un momento lleva sus
manos sobre su pene erecto. Me dijo: -esto está pasando
sólo por cariño, es un cariño muy grande que siento por vos.
Me seguía besando y me abrazaba. Yo temblaba de miedo.
Era una sensación muy rara. El tiempo no pasaba más, yo no
sabía cómo era la dinámica o el protocolo en estos casos.
Esperaba que dijera que ya debía irme y eso no sucedía. En
ese momento vino a mi mente la imagen de mi mamá que
miró con asombro cuando le dije que un cura me había
invitado a su iglesia para hablar de Dios. Pensé en mi abuelo,
con el que compartíamos la habitación, pensé en mi estado
de gracia… pensé en Dios…
No recuerdo en qué momento salí de ese lugar. Sí
recuerdo que la puerta no funcionaba bien, y el único que
podía abrirla era el cura porque se trababa y era muy difícil
abrirla.
Cuando llegué a mi casa mi mamá alertó en el estado que
llegué. Estaba nervioso, asustado, confundido y muy ansioso.
Me preguntó que me pasaba. Yo sólo le dije que tenía mucho
calor. Recuerdo también que estaba mi amigo en casa, ya
que éramos casi de la familia y me preguntó cómo me había
ido con el cura. Mi amigo era un año más chico que yo, tenía
una inteligencia asombrosa. Trabajaba a la edad de once
años en la carpintería de su papá con una prolijidad
asombrosa en los trabajos.
Ese día traté de descansar y seguir con mi vida como
podía. Creo que me bañe varias veces. Sentía que me
habían violado, que interrumpieron ese proceso maravilloso
que comenzaba en mi vida de la mano de mi otra amiga, de
su libro, de mis aventuras en la casa de mi amigo con sus
conejos, de mis compañeras del colegio que
intercambiábamos miradas en clases con ganas de explorar
nuevas aventuras. Recordaba también que le pedía a Dios
me permitiera soñar con esa novia que esperaba tener algún
día prometiéndole que en el sueño sólo la iba a besar…
Al día siguiente suena el teléfono de casa y atiende mi
mamá, era el padre Mario. Muy asombrada me pasa el
teléfono. Yo temblaba. Creía que llamaba para contarle a mi
mamá lo que había sucedido. Me imaginé lo peor. No fue así,
el padre Mario me llamó para invitarme nuevamente a la
Iglesia de San Francisco para seguir hablando de Dios, con
la promesa de regalarme unos libros sobre sexo y sexualidad
que él había escrito.
No accedí a su invitación, pensé que jamás iba a volver a
ese lugar. Pasaron unos días y en una reunión familiar, mi
prima hizo un comentario sobre un llamado que recibió de un
hombre “raro” que preguntaba por mí. Me di cuenta de que
este personaje recorrió la guía telefónica buscando a los
usuarios con mi apellido hasta que llamó a la casa del
hermano de mi papá y pudo dar con mi número. Mi mamá
ante el comentario de mi prima reaccionó delante de todos y
dijo: -TE DIJE QUE ESE CURA NO ME CAYÓ BIEN!!!
¡¡¡¡¡DECIME QUIÉN ES Y LO VOY A BUSCAR!!!!! Estaba
mi abuelo, el sacristán de mi parroquia, que también
preguntaba mucho sobre el tema. Yo me puse muy mal, me
encerré en el baño hasta que dejaron de hablar del asunto.
La semana siguiente el padre Mario vuelve a llamar a mi
casa y esta vez lo atendí yo de casualidad. Insistió que fuera
a visitarlo nuevamente y le dije que sí. Mi intención era volver
para pedirle por favor que no me llamara, ni me
comprometiera porque mi familia sospechaba de lo que
estaba sucediendo. Mi mamá le había encargado a Enzo que
averiguara quien era ese tal padre Mario.
Volví una tarde de mucho calor, con el mismo pantalón
celeste la remera roja y los zapatos borravino, ya que esa
era la ropa que mi mamá separaba para cuando salíamos de
casa. El cura me estaba esperando y me llevó nuevamente a
la sala donde me recibió anteriormente. Volvió a la carga con
más fuerza. Me bajó el pantalón, besó todo mi cuerpo, me
sacó la remera, seguía besando mi pene, sostenía mis
glúteos hasta introducir su dedo en el ano. Me apretaba y de
nuevo me hizo sentar en el sillón llevando su mano en su
pene erecto. En las dos oportunidades tenía el hábito de
color marrón que usan los franciscanos. El tiempo no
pasaba, y sentí que volvía al lugar del horror donde había
estado antes. Yo estaba tenso, muy nervioso. En un
momento me dijo el cura: -siento que necesitas mucho cariño
y eso es lo que estoy haciendo con vos, te estoy dando el
cariño que tu familia no sabe darte, por eso te voy a decir
Chito (en lugar de mi nombre real). Todo el tiempo me decía
Chito, hablaba muy bajito, tenía una voz cuasi afeminada. Yo
para tratar de salir del lugar le dije: -gracias por este cariño
que tanto necesito. En ese momento se levantó para buscar
unos libros que me iba a regalar y yo trato de salir sin
percatar que la puerta no funcionaba. Él me toma de mi
cintura y me retiene frotando todo su cuerpo por mi espalda,
sentía su pene erecto sobre mí hasta que se abrió la puerta.
Allí comencé a buscar la salida que la tenía a la vista, pero no
podía ver nada por el miedo que recorría todo mi cuerpo.
Recuerdo que estuve un rato como escondido en un lugar
muy antiguo con los pisos de ladrillos, las paredes muy
gruesas, algunas aberturas muy bajas, recovecos y muy
poca luz. En un momento el mismo cura me saca del lugar y
me pide que nos quedemos en la puerta hablando un rato
para que no parezca que yo me quise escapar. Obedecí su
pedido y me fui. Cuando llegué a mi casa mi mamá estaba
ocupada y pude evitar tantas preguntas. Traté de reponerme
como pude. Lloraba todos los días a tal punto que
aprovechaba cualquier situación de enojo para llorar y
descargar toda mi bronca. Me sentía frustrado, las miradas
de las personas eran extrañas, creía que todo el mundo
sabía lo que me había pasado y me miraban con ojos de
condena.
Hasta que cumplí los 15 años el cura seguía llamando a
mi casa, nunca más volví a visitarlo a pesar de su acoso.
Supe que mi mamá y mi abuelo recorrieron las iglesias de
Córdoba para encontrar a ese tal padre Mario que tanto
llamaba a su hijo. Cuando entré nuevamente a una iglesia
para confesarme, le conté al cura lo que había sucedido y el
sacerdote me dijo que Dios había perdonado ese pecado,
que también lo había perdonado al cura y que ya no hablara
más del tema con nadie.
Pasaron 45 años. Hoy estoy decidido a hablar, a
denunciar y a sanar tanto dolor.

◆◆◆
CAPITULO 3
LUGARES DE ABUSOS, LUGARES DE PODER

Los lugares de los abusos eran los lugares donde los


sacerdotes ejercían el poder absoluto en nombre de Dios
con el consenso incuestionable de la comunidad cristiana. Un
poder que no necesitaba brindar explicaciones, porque se
suponía que todo lo que hacía era correcto. Sólo exigía un
acto de fe en Dios y en sus representantes.
Los abusos se dieron en escuelas donde los sacerdotes
daban catequesis y religión; en sacristías donde preparaban
el ritual del sacrificio de Dios y el de los monaguillos, en
templos donde estaban los confesionarios como lugares
seguros para abusar; en casas de retiros espirituales y
campamentos, donde llevaban a los chicos lejos de sus
padres y cerca de sus obsesiones; en orfanatos; en
internados, donde los chicos sólo tenían que ser agradecidos
por la comida y el techo al costo de la arbitrariedad de los
abusos; en casas parroquiales donde sólo entraban los que
el cura elegía; en hospitales; en monasterios; en seminarios
y en conventos.
En estos lugares sacros para la sociedad creyente, los
sacerdotes ejercían el poder de manera psicológica y
corporal contra las víctimas que casi siempre eran niños y
casi siempre pobres.
Los desniveles de poder y las diferencias de jerarquías
social entre las víctimas eran la combinación perfecta para
los abusos y la impunidad.
La violencia física que ejercían los curas y las monjas
sobre la vulnerabilidad de los niños era el dispositivo que
garantizaba el silencio de las víctimas después del abuso.
Muchos no denunciaban por temor a los castigos y porque
dudaban que alguien les creyera.
Muchas veces el abuso y el castigo formaban parte de
una estrategia disciplinaria perversa que tenía en algunos
casos y sigue teniendo, una inadecuada concepción
antropológica. Con una acentuación en el fomento del
castigo al cuerpo para dominarlo y purificar el alma.
“HOGAR FELICES LOS NIÑOS”, HURLINGHAM,
BUENOS AIRES

CURA JULIO CÉSAR GRASSI


Los salesianos fueron quienes formaron al cura Grassi.
El superior fue Santiago Negrotti que un año antes de la
condena de Grassi fue trasladado a Guatemala como
formador. Tal vez por sus pergaminos obtenidos en
Argentina.
El padre Negrotti sostenía que, si en la formación se
detectaba algún caso de homosexualidad se lo separaba
inmediatamente y se lo expulsaba como si hubiese cometido
el peor de los pecados. Quizás el formador salesiano
entendía que el acto de pederastia de Grassi se debía a su
homosexualidad. Interpretación errónea que hacen algunos
obispos encumbrados que creen que la pederastia se debe a
la homosexualidad. Contrariamente a esto, las estadísticas
dicen que la mayoría de los pederastas no son
homosexuales sino heterosexuales. La heterosexualidad es
la condición que la Iglesia exige a los jóvenes para ingresar
al seminario. Pero apenas se ingresa al seminario
inmediatamente la Iglesia pide la renuncia a la sexualidad.
Este pedido, también podría hacerles a los homosexuales
para que puedan ser sacerdotes, pero por prejuicio no lo
hace. Quizás no tendría tantos problemas con la pederastia.
Negrotti decía que mientras él fue el formador, nunca
había sucedido esto en los claustros salesianos de Don
Bosco.
Lo que nunca pudo explicar es cómo varios sacerdotes
salesianos de su congregación terminaron siendo
homosexuales y otros pederastas sin que él lo advirtiera. La
congregación salesiana es en Argentina la que más
denuncias tiene por casos de pederastia.
Decía este formador, que Grassi era algo díscolo y poco
devoto a la disciplina jerárquica de la orden. Estuvo 14 años
en la congregación salesiana y pasó por todas las etapas
para llegar a ser sacerdote. Es extraño que, en una
institución verticalista como la Iglesia, donde la obediencia, la
castidad y la pobreza son los votos exigidos para la
consagración religiosa, se le haya permitido ordenarse de
cura a Grassi con este perfil alejado de las exigencias de la
orden religiosa.
Pero a Grassi lo admitieron un jurado de sacerdotes
formadores. Se afirma que la votación fue muy cerrada, lo
que nunca sabremos son los motivos de los que se
opusieron a su consagración sacerdotal, pero sí quedaron
develados los motivos de los que lo admitieron.
Grassi padecía de epilepsia y era muy extraño que nadie
tenga conciencia en la congregación salesiana de haber
presenciado alguna crisis. La Iglesia es muy estricta con la
salud de los candidatos al sacerdocio.
El 11 de octubre de 1986 fue ordenado diácono y el 10 de
octubre de 1987 Julio César Grassi fue ordenado sacerdote
por el obispo salesiano Jorge Arturo Meinvielle. Éste había
sido consagrado obispo el 13 de diciembre de 1980, en la
basílica de María Auxiliadora y San Carlos, de la ciudad de
Buenos Aires, por el arzobispo de Córdoba, cardenal Raúl
Francisco Primatesta y por el nuncio apostólico, monseñor
Pío Laghi, nuncio durante la dictadura.
A pesar de los antecedentes de salud y de rebeldía, los
salesianos lo premiaron a Grassi como vicerrector en el
aspirantado de la congregación en Ramos Mejía durante 5
años, hasta que los salesianos decidieron trasladar a Grassi
al colegio Don Bosco de Rio Grande en Tierra del Fuego y
cerrar el aspirantado. Nunca explicaron los motivos de
semejante decisión, tampoco tenían la obligación de hacerlo.
Algo grave había pasado. ¿Esta decisión habrá sido una
premonición de lo que se vendría?
Algunos decían que este exilio era un castigo. ¿Pero qué
había hecho Grassi para semejante castigo después de
haber sido premiado como formador?
Se decía que había abusado de un menor de 17 años.
Los formadores que habían objetado la candidatura de
Grassi al sacerdocio comenzaban a tener razón.

ABANDONO A LOS SALESIANOS


Grassi empezó a padecer síndrome de abstinencia de
protagonismo en la tierra del fin del mundo, Tierra del Fuego,
y decidió dejar la congregación religiosa de los salesianos
que lo habían formado y pidió incardinarse en el clero de
Morón.
Monseñor Laguna lo aceptó después de la carta de
recomendación, que el provincial, el superior de la orden
religiosa, le enviara para que recibiera a Grassi. Seguro que,
en la carta, guardada en los archivos secretos del obispado
de Morón, se habrá descripto a un Grassi en proceso de
santidad, a un Don Bosco, a un Francisco de Asís. El
provincial no le dijo toda la verdad a Monseñor Laguna, sino
éste no lo hubiera recibido. Esta es una estrategia que
suelen usar los obispos y los superiores de las
congregaciones cuando quieren sacarse a algún cura
problemático de encima.
El destino pastoral de Grassi en la diócesis de Morón fue
la Casita del Niño del Padre Elvio Mettone de Paso del Rey.
No fue fácil la convivencia porque Grassi empezó a
desplazarlo con su hiperactividad. Él no podía no ser el
centro, necesitaba tener el monopolio de la caridad. Era
imperioso construir su propio mito a toda costa. El altruismo
heroico de Grassi no dejaba de ser una forma de su
narcisismo eclesiástico.
A la Casita del niño, llegó un niño de 11 años con una
historia muy dura porque su madre lo había abandonado
cuando tenía seis meses y su padre cuando estaba borracho
lo golpeaba. Por eso su tío lo llevo a la Casita del Niño del
Padre Elvio Mettone.
A los pocos días, Iván se transformó en el secretario de
Grassi. Grassi siempre andaba con niños. Lo llevaba a todos
lados y el niño no se desprendía de él.
Cuando Grassi abrió las puertas del hogar “Felices los
Niños”, el 23 de diciembre de 1993, en Hurlingham, Iván
desapareció de la Casita del Niño y el padre Elvio Mettone
comenzó a buscarlo porque judicialmente él era responsable.
Grassi lo había llevado a Iván y no había informado nada al
juez de menores. Grassi comenzaba a ser Grassi.

RELACIÓN CON MONSEÑOR LAGUNA


Monseñor Laguna le había prohibido celebrar
casamientos, bautismos y hacer ceremonias con famosos
en el hogar. Por eso, Laguna lo había nombrado párroco de
la iglesia Nuestra Señora del Carmen, en Ituzaingó para que
celebrara los sacramentos, como corresponde
canónicamente. Pero Grassi, con los feligreses de su
parroquia no era tan buen pastor, quizás porque no eran
famosos. Los desatendía espiritualmente porque iba muy
poco. Lo que hacía, era llevar a los famosos a la capilla de la
fundación para realizar las celebraciones religiosas, en un
claro acto de desobediencia al obispo. Esto resultaba
redituable económicamente por los sobres abultados de
billetes que recibía de los afamados fieles de ocasión por
sus servicios religiosos diferenciales. Seguramente sacaba
más plata que en la colecta de los domingos en la parroquia.
¿El obispo Laguna autorizó a Grassi a construir el Hogar
Felices los Niños?
Tal vez el Hogar Felices los Niños fue un acto más de
desobediencia de Grassi que la Iglesia no se animó a
sancionar por el costo político ante la opinión pública.
La relación entre Monseñor Laguna y Grassi se volvía
cada día más tensa, mientras Grassi se hacía más popular a
fuerza de la desobediencia y de su relación con el poder.
Lo extraño es que nunca fue sancionado canónicamente.
Lo raro era el temor que Laguna le tenía a Grassi. Monseñor
llegó a decirle a su hermana que, si algo le pasaba, el
responsable era Grassi. Tal vez el obispo había recibido de
Grassi o de su entorno alguna amenaza piadosa.
Lo que terminó con la paciencia de Monseñor Laguna fue
el escándalo mediático en 1998 con el programa de Susana
Giménez y la empresa “Hard Communication” por una
diferencia de algunos millones de dólares. Grassi se había
olvidado al irse de la congregación salesiana del voto de
pobreza. Ante eso, el obispo auxiliar, Santiago Olivera, hoy
obispo castrense, lo mandó llamar de urgencia y tuvieron una
reunión entre los tres. Monseñor Laguna, con mal humor, le
manifestó que estaba cansado de recibir quejas sobre su
comportamiento. Le ordenó que resolviera urgente el
problema con la empresa “Hard Communication” antes de
que todo se complique. Es probable que, en esta advertencia,
el obispo le estaba insinuando lo que le vendría a Grassi.
Pero Grassi, como un chico caprichoso, siguió
profundizando los conflictos y desobedeciendo al obispo.
Se sentía impune por las relaciones de poder que había
tejido en el episcopado y en la política con Cavallo y Menem.
Se había convertido en el cura del menemismo. Era un
referente de los obispos conservadores que tenían una
relación directa con la Casa Rosada. Estos obispos se
llamaban independientes y custodios de la doctrina ortodoxa.
Estaba el obispo de Mercedes – Lujan, monseñor Emilio
Ogñenovich, Antonio Basseotto obispo castrense, quien dijo
que había que colgarle una piedra al cuello al ministro de
salud de la nación y arrojarlo al mar y Jorge Meinvielle de
San Justo el mismo que ordenó sacerdote a Grassi. También
en este grupo, se encontraba el nuncio Ubaldo Calabresi que
siempre evitó que Laguna sancione a Grassi.
Este grupo estaba enfrentado a los obispos progresistas
donde estaba monseñor Laguna que eran críticos del
menemismo.
Esa protección eclesial y política tenía fecha de
vencimiento. Menem dejó el poder en 1999 y el 5 de mayo del
2000, Calabresi fue remplazado en la nunciatura por
monseñor Santos Abril y Castello.
El 29 de noviembre del 2000 llegó al juzgado de menores
N° 3 de Morón una denuncia anónima contra el cura Grassi
por corrupción de menores en su casa-hogar. la
investigación no progresó.
Luego de esta situación, Monseñor Laguna advirtió que la
historia de Grassi ya no sería la misma y decidió desplazarlo
de la presidencia de la fundación y de la parroquia Nuestra
Señora del Carmen de Ituzaingó. Lo quería bien lejos de la
vida pastoral de su diócesis. Grassi ya no podía dar misa en
la diócesis de Morón.
A los pocos días, el nuncio recibió la visita de monseñor
Laguna y monseñor Olivera, donde le presentaron un informe
pastoral de la diócesis de Morón y, por supuesto, otro
extenso informe sobre Grassi y su fundación. El informe
relataba lo que todos sabían dentro y fuera de la iglesia: que
Grassi era ingobernable, díscolo y que en cualquier momento
se podría desatar algún escándalo. El nuncio se tomó su
tiempo como siempre se lo toma la Iglesia y en febrero del
2001 les otorgó el visto bueno para que desplazaran a
Grassi de la presidencia de la fundación.
El obispo auxiliar Olivera lo llamó y le comunicó que, por
orden de la nunciatura, debía renunciar a la presidencia de la
fundación. Grassi pidió explicaciones, pero la decisión ya
estaba tomada. Después de mucho tiempo, Grassi se dio
cuenta que estaba en una institución verticalista, donde las
decisiones las toma el que tiene más poder.
El 22 de junio del 2001, Laguna y Olivera lograron
desplazarlo de la presidencia de la fundación y lo nombraron
padre espiritual. Una forma elegante que tiene la Iglesia para
remover a alguien de un cargo, lo promueve a un puesto
decoroso. Grassi se retiró de esa reunión irritado, con
bronca, al borde de una crisis de epilepsia. Intentó buscar
protección, pero la relación con el poder, que tanto lo había
beneficiado, había cambiado. Menem y Cavallo ya no
estaban y el nuncio Monseñor Calabresi tampoco. Estaba
huérfano de protección política y eclesiástica.
Entonces salió a buscar lo que había perdido y acudió al
arzobispo de Buenos Aires Monseñor Bergoglio. Éste lo
recibió y lo escuchó y quizás se vio reflejado en la historia de
Grassi porque cuándo él fue elegido obispo, su congregación
de los jesuitas se opuso, pero en el Vaticano primó su perfil
político, a la moral que siempre termina siendo transitorio y
poco importante cuando se ejerce el poder.
Después de varias reuniones con Bergoglio, Grassi
consiguió una audiencia con el nuncio para intentar retener la
presidencia de la fundación, sin el permiso de su obispo. El
nuncio llamó a Laguna para contarle de la visita de Grassi
gestionada por Bergoglio. El cardenal Bergoglio nunca llamó
a Laguna para avisarle de la visita de Grassi al nuncio.
La decisión estaba tomada por la jerarquía y Grassi no
tenía margen para la desobediencia. Debía dejar la
presidencia de la fundación en un acto de obediencia forzada
y no querido.
Después de esta derrota, Grassi comenzó a descalificar
al obispo Laguna con opiniones sobre su intimidad y
sostenía, en sus comentarios, que monseñor era
homosexual, como buscando inmunidad a su precaria
impunidad.

DENUNCIA
En octubre del 2002, en el programa “Telenoche
Investiga”, de Canal 13, se puso al aire un informe en el cual,
algunas personas acusaban al sacerdote de abuso sexual
contra menores internados a su cargo en la Fundación
Felices los Niños.
Telenoche Investiga obtuvo el testimonio de un joven que
contó que cuando tenía 15 años, el sacerdote había abusado
de él. La víctima contó a cara tapada que el cura había
abusado de él en 1998. El joven declaró ante el fiscal de
Morón Adrián Flores, quien pidió que el juez Humberto
Meade firmara la orden de detención. La imputación fue por
dos hechos de abuso, agravados por la condición de
religioso y de guardador, tutor de la víctima y por corrupción
de menores.
El testigo, dijo que una tarde el cura lo llevó a su
despacho en la Fundación y le pidió que se sentara en su
falda. Él se sentó. El cura comenzó a tocarle la pierna y atinó
a subir la mano, pero el niño pudo zafarse. Le dijo que no se
lo dijera a nadie, que era algo normal, que los hombres se
tenían que conocer. Que como él no tenía padre, él quería
explicar cómo era la vida. El chico agregó que tuvo un
segundo episodio, más grave. En esa ocasión, le tocó el
pene y le dijo: “¿Querés que te lo chupe?” Él se negó con la
cabeza, pero el cura lo hizo por un rato largo. Esa noche el
niño se escapó de la fundación y anduvo durmiendo en la
calle.
En el programa emitido por Canal 13, se denunció que
Grassi habría abusado de otros cuatro menores.
Aparecieron otros testimonios de abusos a chicos. El primer
caso habría ocurrido en 1997, cuando Grassi era vicerrector
del seminario de Ramos Mejía. Allí el cura habría tenido
relaciones íntimas con un alumno de 17 años. Por este
incidente, los salesianos le obligaron a dejar el seminario y lo
trasladaron al sur como indica el protocolo vaticano frente a
estos casos.
Cuando la periodista Mirian Lewin lo entrevistó a Grassi y
le preguntó por los abusos, él quedó paralizado y con la
mirada fija le dijo a la periodista, en forma de súplica: “no me
juzgue”. Lewin le contestó: “Yo no lo voy a juzgar. Eso lo va
a hacer la justicia”.
El día después de la entrevista con Mirian Lewin, uno de
los acólitos de Grassi se presentó en la comisaría de
Hurlingham para denunciar un supuesto intento de extorsión
contra el sacerdote Grassi.
DETENCIÓN DE GRASSI
Grassi se presentó en tribunales después de estar
prófugo y declaró durante cinco horas ante el fiscal que lo
investigaba y quedó detenido en una celda de cuatro por
cuatro, aislado y con baño privado. Se lo acusaba de abuso
deshonesto y corrupción de menores.
Estuvo detenido 29 días. Monseñor Laguna lo visitó 7
veces en la prisión, quizás buscando el arrepentimiento de
Grassi en la confesión que nunca sucedió, al menos con él.
Grassi se encargó de decir que el arzobispo de Buenos
Aires Monseñor Bergoglio, lo llamaba todos los días para
darle su apoyo. Bergoglio nunca lo fue a visitar. Monseñor
Olivera cumpliendo el precepto evangélico de visitar a los
presos fue a verlo, pero Grassi no lo recibió. Monseñor
Olivera había sido el encargado de trasmitirle a Grassi que
tenía que dejar la presidencia de la fundación.
Durante ese tiempo de prisión, que no fue tan largo, en su
celda, recibió a todos los canales, radios, diarios y revista del
país para ensayar su defensa en la guerra santa que lo tenía
a él como el cruzado exclusivo y principal.

LIBERTAD DE GRASSI
El día que salió en libertad, llegó a la fundación y se
abrazó a la imagen de la Virgen exhibiendo frente a las
cámaras de todos los medios del país, sus dotes actorales
que había aprendido en los salesianos. Luego fue levantado
en andas por los chicos hacia el centro de la fundación. El
primer acto eclesiástico que realizó después de estar en
libertad fue otra vez de desobediencia: celebró misa en la
fundación sin respetar la prohibición del obispo.
Otro acto de rebelión eclesiástico fue no informarle al
obispo sobre su nuevo paradero.
Dicen que les pidió a unas monjas, que están cerca de la
fundación, alojamiento, pero estas después de consultar con
el obispo se lo negaron.
Nadie supo dónde paraba Grassi hasta que alquiló una
casaquinta a tres casas del obispado de Morón. Frente a la
fundación Felices los Niños. Nadie supo de donde sacaba
tanto dinero para el alquiler de esa opulenta casaquinta y
para pagarle a los estudios jurídicos más caros del país.

PROTECCIÓN
Grassi recibió protección de Monseñor Jorge Meinvielle,
obispo salesiano de San Justo, que lo había ordenado
sacerdote. Grassi volvió a desobedecer con la complicidad
de sus socios ideológicos y continuó celebrando misa en el
Santuario Sagrado Corazón de Jesús.
El obispo castrense Monseñor Antonio Baseotto insistió
en que Grassi era una víctima de un complot, que había
comenzado en EE. UU., contra la Iglesia universal. Este
obispo, le ofreció a Grassi las páginas de “Cristo Hoy”, una
publicación semanal que se vende en las Iglesias después de
la misa del domingo, para argumentar su defensa ante la
feligresía católica. Grassi, se comparó con Jesucristo y con
los primeros cristianos que fueron perseguidos por los
emperadores romanos. También, con Monseñor Storni, que
debió renunciar por denuncias de abuso sexual.
El Cardenal Bergoglio acompañó a Grassi
espiritualmente, pero se negó a escribir la carta de aval
moral al juez que había detenido a Grassi para que lo
liberaran.

ESTUDIOS JURÍDICOS
Asumieron su defensa los abogados Adrián Maloneay del
estudio jurídico “Virgolini Maloneay” y Jorge Sandro, Miguel
Pierri y Luis Moreno Ocampo. La fundación, en un arrebato
de transparencia, informó que los gastos serían pagados por
empresarios anónimos. No porque fueran impresentables
sino por humildad. “Que tu mano derecha no sepa lo que
hace tu mano izquierda”, dice una sentencia evangélica.
Sólo trascendió que el estudio de Moreno Ocampo cobraba
cien dólares por hora de trabajo y que en este caso había
acordado una suma fija de treinta mil dólares.
El objetivo de semejante legión de abogados poderosos
era poner en libertad al cura y luego hacer caer la causa.
Sea como sea. Lograron apartar al juez de la causa y al
fiscal.
EL 21 de noviembre Grassi fue procesado y recuperó la
libertad bajo un régimen especial que contenía seis puntos:
1)Presentarse en el juzgado el primer día hábil de cada
mes.
2)Constituir domicilio real en la provincia, fuera de la
fundación, y no ausentarse de él por más de 24 horas.
3)No presentarse sólo en la fundación. Lo podía hacer
acompañado por una persona elegida por él (La hermana
Zulma - Monja salesiana).
4)No podía tener contacto con algún menor de edad en
lugares privados y a solas.
5)No podía acercarse, ni referirse públicamente, ni
comunicarse intencionalmente con las víctimas ni con
personas vinculadas íntimamente a ellas.
6)Tenía que mantener la promesa de someterse a
proceso.
La estrategia para liberar a Grassi de sus pecados
capitales y de sus delitos estaba en marcha y muy bien
financiada con un sólo mandamiento: el fin justifica los
medios.
Pierri, uno de los abogados de Grassi, de todos los
prestigiosos que tenía, había conseguido que lo contratara la
madre de Ezequiel, una mujer con pocos recursos, el menor
que denunciaba a Grassi de abuso sexual. Nunca explicó de
dónde sacó la plata para contratarlo. Pierri decía que había
conseguido una presunta retractación de Ezequiel. Llamó a
una conferencia de prensa donde divulgó los dichos del
adolescente y anunció que se trataba de un vuelco crucial en
el caso Grassi. Lo que mostró Pierri fue un documento con
preguntas y respuestas ya formuladas a Ezequiel junto con
su madre y su hermana.
Pero el fiscal José de los Santos acusó y detuvo a Pierri,
por haber presionado a una de las víctimas de Grassi, para
que se desdijera de sus acusaciones iniciales contra el
sacerdote y declarara en su favor. En esta maniobra también
habrían intervenido otros abogados, empleados y
funcionarios judiciales, que comenzaron a ser investigados.
Ese acto, finalmente, fue declarado nulo e ilegal por la Sala II
de la Cámara Civil de Morón. Pierri fue acusado de tres
delitos diferentes: encubrimiento, agravado por la importancia
del hecho que se encubrió; la representación de intereses
opuestos como abogado y la divulgación de la declaración de
Ezequiel cuando en la causa había secreto de sumario. La
primera figura se castiga con penas de entre uno y seis años
de prisión; el prevaricato, con una multa o de uno a seis
meses de prisión; la violación de secretos, con multa o de
uno a cuatro años de cárcel.
Grassi, para defenderse frente al juez, argumentó que era
inocente y que fue víctima de una extorsión de un menor.
Para Grassi, la víctima se transformaba, en su imaginación,
en un delincuente que quería perjudicarlo porque él no había
aceptado pagarle por la información que le quiso vender.
Esta denuncia también fue rechazada por la justicia.
Gabriel, otro de los jóvenes que había involucrado a
Grassi, declaró que dos hombres lo amenazaron diciéndole
que tenían una mala noticia para darle: no podía llegar vivo al
juicio.
Las maniobras para salvar a Grassi eran muy pocos
evangélicas. A esta altura, la verdad era un problema que no
se podía controlar. Había que actuar con otros métodos nada
democráticos y menos evangélicos.
Los fiscales solicitaron al tribunal de que Grassi sea
sometido a una pericia psiquiátrica antes del inicio del juicio
oral. Grassi siempre se negó sistemáticamente a ello por
recomendaciones de sus abogados. Pero, como la presión
era tan fuerte, decidió hacérsela en Santa Cruz donde tenía
otra denuncia por abuso sexual. Grassi se estuvo
entrenando con un exjesuita para superar con éxito las
pruebas a las que iba a ser sometido.
Las conclusiones de las pericias psicológicas de Grassi,
en la tierra del fin del mundo, señalaron que la personalidad
del cura tenía indicadores similares al perfil psicológico que
poseen los delincuentes sexuales y se determinó que Grassi
era una persona obsesiva, compulsiva y narcisista en la
máxima escala. La teoría que sustenta ese estudio está
basada en el diagnóstico de prototipos clínicos, asumiendo
que los grupos prototipos muestran comportamientos
comunes y distintivos que pueden alertar al investigador
sobre aspectos del paciente.
En lo esencial, el test postula trece estilos básicos de
funcionamiento en la personalidad. Utiliza un criterio
psicométrico de evaluación y es clínicamente significativo si
los puntajes se orientan o superan la tasa base de 75 puntos.
Esto habría ocurrido en el caso de Grassi. El análisis
estadístico de los protocolos de personas con delitos
sexuales arrojó una elevación significativa en las escalas de
deseabilidad, dependencia, fóbica y compulsiva, encontrando
elevación significativa en tres de esos parámetros
estadísticos en este caso particular, el de Grassi, cuyo
protocolo presenta un parámetro similar en todas las escalas
mencionadas, salvo en la escala de comportamientos
fóbicos.
Estos test realizados han sido aplicados en causas
penales que tramitaron en los Estados Unidos y en España.
En esos casos se llegó a la condena de los imputados, como
en este caso también. Es una escala de evaluación que ha
sido admitida a nivel mundial. Según el perito Bonotto, Grassi
tiene una dificultad insoluble: no logra controlar su instinto
sexual, que para él es un disparador permanente.
Lo que se dejó en claro es que Grassi no es una persona
asexuada, como se intentó argumentar desde su condición
de religioso por el voto de celibato. Por el contrario, Grassi
no sublimiza, sino que ejecuta sus impulsos sexuales.
La querella pidió un peritaje al cuerpo desnudo de Grassi
para determinar si las descripciones íntimas que los menores
habían declarado eran reales. Pero Grassi comparó las
pericias con los experimentos del doctor Mengele en los
campos de concentración nazis. El tribunal permitió la pericia,
pero sólo visualmente. No se le midió el pene ni la cavidad
bucal como había solicitado la querella. La pericia determinó
que se encontraron los lunares y la adiposidad en la zona
pélvica mencionada por los chicos.

ALEGATO DEL FISCAL


El fiscal en su alegato definió a Grassi como perverso,
abusador, cínico y mentiroso. Terminó su alegato con el
pedido de 30 años de cárcel y solicitó la inmediata detención
porque consideraba que había riesgo de fuga.
El abogado Juan Pablo Gallego fue el principal impulsor
de la causa contra Grassi, lo acusó de ser un pedófilo,
pederasta y un persistente corruptor de menores.
Las últimas palabras de Grassi, antes del veredicto,
fueron que él jamás le hubiera hecho algo malo a los chicos y
que el Espíritu Santo ilumine a los jueces.
La oración de Grassi fue escuchada por el Espíritu Santo
porque el 10 de junio del 2009 el tribunal oral en lo criminal N°
1 de Morón condenó al cura Julio Cesar Grassi a la pena de
15 años de prisión como autor penal y responsable de los
delitos de abuso sexual agravado por resultar sacerdote
encargado de la educación y de la guarda del menor víctima.
El mismo tribunal absolvió a Grassi de los catorce delitos
por los que los menores Ezequiel y Luis lo habían
denunciado.
Se establecieron para el cura algunas obligaciones:
1)Presentarse en el juzgado el primer día hábil de cada
mes.
2)Mantener el domicilio real constituido en el ámbito de la
provincia de Buenos Aires y fuera de cualquier sede o
dependencia de la fundación Felices los Niños.
3)Prohibición de ausentarse de su domicilio por un lapso
mayor de 24 horas sin autorización judicial previa.
4)Compromiso de no presentarse sólo en la fundación.
Debiendo hacerlo de lunes a sábado en el horario 7.30 hs. a
18.30 hs. Y los domingos de 7 hs. a 20 hs. Bajo la
responsabilidad y acompañamiento de la persona que él
designe: la hermana Zulma, monja salesiana. Pudiendo a su
vez el cuidador delegar su función en un tercero quien
quedará sujeto a la previa aprobación del tribunal y deberá
concurrir al mismo a labrar la correspondiente acta.
5)Prohibición de tener contacto con algún menor de edad
en lugares privados y a solas.
6)Prohibición de acercarse a Gabriel, Ezequiel y Luis y
referirse a ellos públicamente, ni comunicarse
intencionalmente con las víctimas ni con personas vinculadas
íntimamente a ellas.
7)Promesa de continuar sometido al proceso.
8)Prohibición de salir del país.
El tribunal, después de condenarlo a 15 años de prisión
como abusador sexual, lo dejó en libertad.
Conocida la sentencia contra el cura Grassi, la Agencia
de Información Católica Argentina (AICA), justificó el silencio
diciendo que "no suele emitir juicio ni comentario algunos
sobre la actuación de la justicia civil en casos en los que
están involucrados miembros del clero", para afirmar que
“siempre acata el veredicto de los jueces que es pareja
para todos los ciudadanos".
Sin embargo, al conocerse la condena por delitos de lesa
humanidad contra el ex capellán policial Christian Von
Wernich, la Conferencia Episcopal Argentina, presidida por el
cardenal Jorge Bergoglio, manifestó que "la Iglesia está
conmovida por el dolor que causa la participación de un
sacerdote en delitos gravísimos" y aclaró que, si uno de sus
miembros "avaló con su recomendación o complicidad
alguno de esos hechos de represión violenta, lo hizo bajo
su responsabilidad personal".
No debe haber en la jurisprudencia argentina muchos
antecedentes de una decisión de tal naturaleza. Que alguien
sea condenado a 15 años de prisión por abuso sexual y
corrupción de menores siga en libertad hasta que la
sentencia quede firme. Sería bueno que los defensores del
endurecimiento de las penas y la mano dura contra los
delincuentes, se pronunciaran frente a este hecho que viene
a confirmar aquello de que los delincuentes "entran por una
puerta y salen por la otra".
La Iglesia aun no inició por el momento un juicio
eclesiástico contra Julio Grassi.
El Código de Derecho Canónico es contundente al
tipificar los delitos que se refieren a abusos sexuales
cometidos por un sacerdote. Se especifica que “el clérigo
que cometa un delito contra el sexto mandamiento del
Decálogo, cuando éste haya sido sometido con violencias o
amenazas, o públicamente o con un menor que no haya
cumplido 16 años, debe ser castigado con penas justas, sin
excluir la expulsión del estado clerical cuando el caso lo
requiera”.
La decisión del Episcopado de llamarse a silencio, como
la actitud del obispado de Morón, jurisdicción eclesiástica a la
que pertenece Grassi, de dilatar los mecanismos para
iniciarle un proceso canónico al sacerdote, no es una
postura nueva. Todavía no se avanzó en un juicio
eclesiástico al ex capellán policial Christian Von Wernich,
condenado en 2007 a prisión perpetua por delitos de lesa
humanidad. Tampoco se tomaron medidas eclesiásticas con
el arzobispo emérito Edgardo Storni, que debió renunciar en
2002 a su cargo, tras ser procesado por abuso sexual a
seminaristas.
Las víctimas se siguen sintiendo víctimas. La sociedad
sigue llamando a los violadores con poder, por el nombre y
por lo que representa socialmente: sacerdote y participa de
sus misas. Pero a los violadores sin poder, se los menciona
con numerosos adjetivos y se los califica de monstruos. A
los violadores con poder, se les aplica el beneficio de la
duda. A los violadores sin poder, se los condena antes del
juicio.
A los violadores con poder, durante el proceso pueden
estar en su domicilio, porque no hay peligro de que se
fuguen. A los violadores sin poder, se los encarcela por
seguridad de sus víctimas mientras son procesados.
A los violadores con poder, se le permite volver al lugar
donde sucedieron los abusos, acompañados por otro adulto
elegido por él. A los violadores sin poder, jamás les
permitirían volver al lugar donde sucedieron los
acontecimientos.
A los violadores con poder, cuando se los condenan,
triunfa el mal. Es una injusticia y lo mandan a la casa porque
la sentencia no está firme. A los violadores sin poder,
cuando se los condenan, se hizo justicia y va a una cárcel
común a purgar toda la pena.
A los violadores con poder, condenados a 15 años, se los
manda a la casa porque no hay peligro de reincidencia ni de
fuga. A los violadores sin poder, se lo lleva a prisión con
máximas medidas de seguridad.
Si el tribunal falla a favor del violador con poder, son
jueces probos e independientes. Si lo hace en contra del
violador con poder, no sería la primera vez que la justicia
cometa un error. Lo más grave es que pueda seguir en
libertad y que pueda visitar, cuando quiera, la escena del
crimen.
Como sociedad, de la justicia no esperamos ni exigimos
misericordia ni flexibilidad. De la justicia esperamos justicia
para reparar la convivencia social.
Frente a este escenario hubo una declaración de la
Iglesia no jerárquica.
En un comunicado, cerca de un centenar de sacerdotes y
laicos de la Iglesia Católica de todo el país expresaron su
“solidaridad” a los tres jóvenes que denunciaron al cura Julio
César Grassi y expresaron que “el peligro” de que el
condenado siga en libertad “no es el procesal”, es decir que
se presente o no ante los llamados de la Justicia, sino “la
posibilidad de que reincida en aquello por lo que se lo ha
condenado en primera instancia”, en referencia a la pena de
15 años de prisión que se le aplicó por “pederastia y
pedofilia”.
LA CONFERENCIA EPISCOPAL EDITÓ UN LIBRO EN
APOYO AL CURA GRASSI
Bergoglio antes de retirarse como presidente de la
Conferencia Episcopal Argentina, con el consentimiento de
esta, encomendó al jurista Sancinetti una investigación sobre
la supuesta falsedad de las acusaciones contra Grassi.
El libro de lujosa encuadernación presentado en el 2010
tiene dos tomos. El primero de ellos, de 423 páginas y el
segundo de 646 páginas. Se argumenta la inocencia del cura
Julio César Grassi y que la Iglesia Católica no está obligada
a acatar los fallos dictados por la Justicia del Estado secular.
En la tapa del primer tomo, donde se analiza la denuncia
realizada por el chico conocido como “Ezequiel”, sus iniciales
son H. O. J., Sancinetti aclara que se trata de una “versión
provisional sujeta a modificaciones y complementaciones”
y que es una “edición privada para los comitentes”, esto es,
para los integrantes de la Conferencia Episcopal Argentina.
En el segundo tomo, se consideran los dichos de A. O. el
chico conocido como “Gabriel”, cuya denuncia fue
considerada fundamentada tanto por el Tribunal Oral 1 de
Morón como por la Cámara de Casación Penal bonaerense.
En la edición de este libro se difunde material e
información reservada de las víctimas que hasta aquí habían
sido protegidos por la Justicia. El libro fue repartido a los
jueces de la Corte Provincial, que tiene en sus manos la
causa. Esta acción revela el lobby de presión sobre la
Justicia para favorecer a un condenado por un delito grave.
Es grave la justificación del no acatamiento a las
decisiones de la Justicia y que con ello se entorpezca aún
más un proceso, en el que escandalosamente, el cura Grassi
condenado, es mantenido en una situación de libertad
irrestricta.
Sancinetti fue autor también de otro libro de 1141 páginas
denominado “El Caso Cabezas”, análisis crítico de las
acusaciones contra Gregorio Ríos y Alfredo Yabrán. Esta
obra fue escrita a solicitud de la familia Yabrán y según se
dijo en su momento, el autor recibió a cambio el pago de un
millón de dólares. Allí se declaraba la “inocencia” del
empresario.
Si a la familia Yabrán le costó la publicación del libro un
millón de dólares. ¿Cuánto le salió a la Conferencia
Episcopal el libro apologético para defender a Grassi?
¿Quién lo pagó? ¿Algún empresario devoto? ¿O los
feligreses con la colecta de los domingos?

◆◆◆
CASA DEL NIÑO DEL PADRE AGUILLERA,
UNQUILLO, CÓRDOBA
Norma era mamá soltera y vivía sola en Mendiolaza con
sus cuatro hijos, tres mujeres y un varón. Como no tenía
forma de mantenerlos por su situación económica, temía que
el juez se los quitara y los diera en adopción. Temía no poder
verlos más, no debe haber peor temor en la vida que temer
que te saquen a tus hijos. Este temor a la justicia de menores
es muy común en las mujeres pobres. Por eso decidió, con
todo el dolor del alma, ponerlos en la Casa del Niño del Padre
Aguillera para que estuvieran más seguros y recibieran lo
que ella no podía darles: comida, educación y un futuro
distinto al presente precoz que ella estaba viviendo.
De esa manera no perdería el vínculo con sus hijos.
Aunque no pudiera visitarlos para darles un abrazo y un beso
en el día de sus cumpleaños, en el día del Niño o en Navidad,
porque en la Casa del Niño sólo se podía visitar a los niños
una vez al mes, el segundo domingo y esta orden dada por el
Padre Aguillera era inalterable.
El vacío que sintió en su vida por la ausencia de sus hijos,
cuando tomó esa decisión, fue muy grande. Sin duda había
elegido el mal menor, pero le dolía como si fuera el mayor de
los males.
La Casa del Padre Aguilera es un hogar de niños
formado por varias casas. En cada casa viven entre 10 y 16
personas, entre niños, adolescentes y adultos. Está a cargo
de una mujer a la que todos le tienen que llamar mamá. Son
mujeres que llegaron al hogar con sus hijos, en situaciones
límites, pidiendo refugio por falta de casa, de trabajo, por
violencia de género, por abusos en sus propias familias.
El padre Aguillera puso a cada mujer a cargo del cuidado
de un grupo de niños, además de los propios. Ninguna de
estas mujeres estaba capacitada adecuadamente para
hacerse cargo de semejante responsabilidad. Estaban en la
misma situación de vulnerabilidad que los niños a su cargo.
¿Ninguna autoridad se dio cuenta, de que estas mujeres
no estaban capacitadas para semejante compromiso? ¿La
justicia de menores no auditaba los hogares donde enviaba a
los niños en situación de riesgo?
En muchos casos se separaba a los hermanos y se los
ubicaba en casas distintas. ¡Qué extraño, una institución que
se presentaba a la sociedad cordobesa como una familia
universal, no propiciaba el acercamiento de los niños con sus
familias de origen, sino la desvinculación!
Hoy todos descubren que este acto de irresponsabilidad
no era nuevo, era parte de su mundo doméstico. Preocupada
la institución más en el marketing para conseguir plata a
través de sorteos y rifas, de la caridad de la gente y de
organizaciones internacionales y del gobierno.
Las casas funcionaban con este criterio. La mayoría de
las mujeres a cargo de las casas estaban en ese lugar por la
comida, por el techo o por una situación de desamparo. No
tenían un sueldo, ni obra social, ni aportes jubilatorios, ni días
de descanso o vacaciones. Eran mano de obra barata. Todo
en nombre de una supuesta caridad, que exigía el sacrificio
de los más vulnerables. ¿Qué diferencia hay con el trabajo
esclavo? No podían salir cuando ellas querían. Todos los
días tenían que estar cuidando a los niños. No tenían dinero
disponible. Por eso, en muchas ocasiones vendían la
mercadería que llegaba a las casas para los niños a los
comerciantes de Unquillo para tener unos pesos.
Cuando los jueces iban a visitar la casa siempre alguien
avisaba antes, aunque no esté en el protocolo. Quizás era
para que se prepararan ocultando alguna perversa
irregularidad. En ese día de visita de las autoridades las
casas estaban limpias y bien ordenadas. Esto no era habitual
en la vida doméstica de la institución. El día de visita de los
jueces, a los chicos, se los vestía con ropa de salir y podían
jugar con juguetes nuevos, que se le daba a la casa, hasta el
tiempo que durara la visita. Después se los quitaban y les
exigían que devolvieran la ropa nueva para volver a usar los
harapos viejos.
A los niños les hacían limpiar los pisos, lavar la ropa,
cocinar, vestir a los más pequeños y, además, ir a la escuela
y hacer los deberes.
Esto según la Convención sobre los Derechos del Niño
¿no es trabajo infantil? No era una novedad que la Casa del
Niño nunca se adaptó a la Convención de los Derechos del
Niño.
Era común que los chicos recibieran, de las mujeres que
hacían de mamá, maltratos físicos: tirones de orejas, golpes
e insultos. A muchos los castigaban encerrándolos bajo llave
en el baño después de una paliza. Esas conductas estaban
naturalizadas en la casa.
La casa, por orden del Padre Aguillera, funcionaba así.
Con el tiempo Norma y su pareja, que no es el padre de
las nenas, mejoraron su situación económica, y decidieron
pedir la restitución de los niños. La historia cambió cuando
quiso recuperar a sus hijos. La relación que la Casa del Niño
comenzó a tener con ellos fue terriblemente tensa. Ya no
eran bienvenidos en el juzgado ni en la Casa del Niño.
Durante esos años tuvo mucho miedo y hasta pensó que
la justicia no quería devolverles a sus hijos. Lo que no
entendía era porque no se los entregaban, si los hijos eran
de ella. Hicieron un esfuerzo muy grande con su pareja y
pusieron a un abogado para que reclamara por sus
derechos. Así comenzó su peregrinación por los tribunales.
Les hicieron pericias psicológicas y ambientales para saber
si estaban en condiciones de poder recibir a sus hijos.
Pericias que antes nadie se las había hecho cuando ella tuvo
a los cuatro niños en situación de pobreza.
Después de cuatro años de pericias pudo reencontrarse
con ellos. El motivo de la demora nunca se lo dijeron. Quizás
porque la justicia es lenta o tal vez los informes técnicos eran
muy extensos o porque cada niño era una mercancía donde
la casa recibía plata por cada uno de ellos de la provincia.
Pero pasaron cuatro años.
Primero les entregaron a las mellizas. En el año 2010 le
entregaron a la nena más grande, de 15 años y a finales del
2011 al hijo varón después de una denuncia de la APDHC a
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Cuando habían pasado siete meses que la niña vivía con
ellos comenzaron a observar que tenía una serie de
comportamientos extraños y esto les llamaba la atención. Se
orinaba en la cama, tenía mucho miedo, se sentía insegura.
Pedía con insistencia que la llevaran y la buscaran al colegio.
Cuando nadie la podía llevar se ponía caprichosa rebelde y
prefería faltar.
Una noche, Norma se enojó con ella porque no había
sacado los abonos para el colectivo y esto alteraba la
economía familiar. Le dijo que tenía que ser más
responsable. Luego le dio el teléfono para que hablara con su
padre que estaba trabajando, es guardia de seguridad,
porque él era el que la llevaba y la traía.
En ese momento, Norma escuchó que su hija empezó a
los gritos y decía "pará para" y nombraba a un hombre que
trabaja en la casa del niño. Norma pensaba que se había
puesto mal por el reto que le había dado por no sacar los
abonos. Pero su hija pasó llorando para el baño y le dejó el
teléfono. Cuando Norma se llevó el teléfono al oído, escuchó
al marido llorar. Se desesperó porque no entendía nada, no
sabía lo que estaba pasando y le pedía al marido,
desesperada, que le explicara lo que sucedía.
El marido de Norma, entre llantos, le dijo que la niña le
contó que mientras vivía en la Casa del Niño había sido
abusada y violada bajo amenazas atrás de la Iglesia, por el
chofer del transporte escolar de la Casa del Niño del Padre
Aguillera. Por eso los martes y jueves se orinaba porque
sabía que lo iba a ver y eso le producía terror, ya que el
chofer seguía llevando a las niñas de la Casa del Niño al
colegio.
Los abusos eran siempre a las 8 de la mañana y a las
8.30 hs ella tenía que ir a ver a la psicóloga porque se
orinaba en la cama. Es difícil creer que los profesionales no
se hayan dado cuenta, que el mismo Padre Aguillera no haya
sabido nada y que los responsables de la casa hoy se
muestren sorprendidos. Es evidente la trama de
complicidades para mantener este silencio cruel. Es claro
que todos sabían lo que pasaba. ¿Pero por qué callaban?
¿Qué sabían todos de todos que nadie hablaba?
Después que su hija le contó todo lo que pasó, Norma
estaba desencajada. Quería ir a la Casa del Niño y agarrarlo
del cuello a ese degenerado. Ella lo conocía porque pasaba
todos los días por el frente de su casa cuando llevaba a los
niños al colegio y estaba barriendo la vereda y siempre lo
saludaba.
Norma y su pareja trataron de sacar fuerza de donde no
tenían. Tomaron los documentos de la nena y fueron a la
policía de Mendiolaza. Pero al no tener unidad judicial le
dijeron que fueran a Villa Allende. Fueron, pero no estaba el
equipo técnico para escuchar a la niña. Le dijeron que en
Córdoba en calle Rondeau estaba otra unidad judicial.
¿Qué extraño que, en Unquillo, donde funcionaba el hogar
más grande de niños de la provincia, no había una unidad
judicial?
Al otro día, a las 7 de la mañana, cuando llegó el marido
de Norma de trabajar se fue a presentar en la unidad judicial
para que les tomaran la declaración y le hicieran las pericias.
Cuando Norma escuchó a la forense que su hija tenía un
desgarro en la vagina, fue lo peor que oyó en su vida, porque
es difícil enfrentar la realidad. Sus ojos se llenaron de
lágrimas, a esta altura la tristeza era muy grande y todo
parecía cada vez más difícil.
Las psicólogas de la Unidad Judicial de la Mujer y el Niño
escucharon a estas niñas y quedaron impactadas.
Ahí ella contó que a otros chicos les había pasado lo
mismo que a ella. Después de una semana de andar para
todos lados, cuando Norma y su familia llegaron a su casa
buscando un poco de sosiego, de paz, después de este duro
calvario; apenas abrieron la puerta de la casa su hija menor,
los abrazó y les dijo que también a ella le había pasado lo
mismo. Norma sintió otra puñalada que le atravesaba el
corazón. La niña contó cómo era obligada todas las noches,
por otra persona de la casa, a tener sexo oral bajo amenaza.
Es difícil creer que nadie sintiera ni escuchara nada en la
casa ¿o todos eran víctima de lo mismo?
Cuando la justicia institucionaliza y luego restituye un niño
a sus padres ¿no les hace una revisación médica? Tal como
se supone que las instituciones que reciben niños de la
justicia deberían hacer lo mismo.
Norma pidió urgente una ampliación de la denuncia.
Después de que las nenas pudieron contar todo, cambiaron
su actitud, ya no eran retraídas, se dejaron de orinar. Se
sacaron tremendo peso que les había puesto la institución en
nombre de la caridad.
Norma siente una gran angustia cuando piensa que al
mismo tiempo que la justicia les hacía las pericias y le
dilataba la entrega de sus hijas, ellas estaban siendo
abusadas en un hogar que hace tiempo estaba fuera de
control.

LA MUERTE DEL CURA AGUILLERA


Después de la muerte del Padre Aguillera quedaron como
responsables de la casa un triunvirato que los niños
conocían muy bien: Daniel Malamut, Blanca Rodríguez y la
monja Matilde Giovagnoli.
Estas personas eran la extensión de lo que Aguillera
había diseñado para el funcionamiento de esta.
Estas personas conocían todo lo que había pasado, lo
que pasaba y lo que podía pasar en la casa. Se había
decretado, sin ponerlo por escrito, el destierro verbal. La
palabra como denuncia estaba exiliada y sólo tenía lugar el
silencio cómplice de las necesidades que en muchas
ocasiones se lograba a través del maltrato, de la violencia y
de la amenaza.
¿Cómo creerle a Daniel Malamud, actual encargado de la
Casa del Niño, cuando manifiesta su “dolor y sorpresa por
este tipo de acontecimientos”?
¿Cómo se explica que, en esta casa de caridad visitada
durante años por políticos, jueces, obispos y empresarios,
aparezcan de repente siete abusadores de sus propias
entrañas, dos mayores, cuatro menores y un discapacitado,
actuando de manera independiente, cometiendo con toda
impunidad estos crímenes aberrantes a los ojos de los
responsables?
Las pericias médicas forenses, acompañadas por
testimonios tomados por profesionales en cámara Gesell,
han determinado que los niños, de ambos sexos, abusados
sexualmente y maltratados serían cerca de veinte. Las
edades van desde los cuatro años a los dieciséis y uno de
ellos tiene retraso mental, lo mismo que un adulto que
también habría sufrido vejámenes.
Los abusadores vivían en el predio y estaban en contacto
con los niños, porque formaban parte de la casa.
Hoy, frente a las denuncias publicadas por el periodista
Sergio Carrera del diario “La Voz del Interior”, Daniel
Malamud, actual encargado de la Casa del Niño dijo que no
duda de la supervivencia de la Casa del Niño. “Que no
importa quién esté detenido o quién vaya preso, eso no nos
detiene, vamos a sobrevivir”. Manifestó en forma
contundente: “No vamos a echar 41 años por la borda ni
vamos a ‘frizar’ la Casa hasta que la Fiscalía termine de
investigar, porque tenemos que vivir por los chicos” y que
de haberlo sabido hubiera intervenido, haciendo la denuncia,
porque es lo que le corresponde a cualquier ciudadano. Por
eso hoy están a disposición de la policía y de la justicia.
Pero la denuncia no la hicieron ellos. La hicieron unas
niñas vulnerables cuando pudieron salir de ese infierno
encubierto, que se lo promocionaba, en la sociedad
cordobesa con propagandas televisivas y radiales costosas,
como un paraíso de caridad, que no era más que una trampa
para continuar con un modelo de hogares de niños obsoleto
como la misma desidia.
Como nunca había sucedido, la Casa del Niño pidió a los
encargados de las casitas que se hicieran exámenes
psicofísicos y llevaran certificados de antecedentes. ¿La
justicia no debería hacer lo mismo con los responsables de la
casa?
Pero ya era un poco tarde.
Frente a este conflicto se realizó una reunión reservada
en la que asistieron el arzobispo Carlos Ñáñez; el ministro de
Justicia, Luis Angulo, y la titular de la SENAF, Raquel
Krawchik con el fin de analizar la situación de la Casa del
Niño del Padre Aguilera. Situación de la que ellos y sus
sucesores son también responsables y fueron parte de la
construcción del mito de la Casa del Niño, que hoy se les cae
a pedazos y los está cubriendo con el polvo de la omisión y
de la complicidad.
Algunas madres que tuvieron a sus hijos en el hogar
acusaron a un encargado de haber consumido cocaína
delante de los chicos y a otro de haberse masturbado frente
a ellos en la Traffic con la que los llevaba al colegio.
Otra madre de los niños abusados se enteró de que dos
de sus hijas de 8 y 16 años fueron abusadas dentro de Casa
del Niño por el mismo hombre. Su otra hija, la del medio, le
contó que fue golpeada de manera brutal con una
espumadera de cocina por la pareja, la mamá encargada de
la casa, del presunto abusador, cuando le manifestó en
forma de auxilio lo que les estaba sucediendo a sus
hermanas. Esta mujer no fue sancionada ni denunciada por
la Casa del Niño ni por los profesionales del hospital que
atendieron a la niña con heridas en la cabeza y con el
tabique nasal quebrado. Ni la Casa del Niño, ni el juzgado le
avisó que su hija estaba herida. La jueza, a esta mamá, le
sacó seis de sus hijos porque los cuidaba mal y los llevó a un
lugar donde los terminaron violando y golpeando.
Pero otra de las denuncias arrojaría el nombre de otro
presunto abusador, lo que demostraría la cantidad y
cotidianidad de los abusos en la residencia.
Cerca de 20 niños habrían sido golpeados, maltratados y
abusados sexualmente por adultos y adolescentes que viven
en el hogar. Los abusos y maltratos fueron comprobados
durante los últimos meses por personal del Poder Judicial de
la Provincia, tras ordenar controles médicos a los diferentes
niños que residen en el hogar.
En cambio, los padres de otros niños que habrían sido
violados prefirieron no denunciar los hechos y sus hijos
permanecen en el hogar, junto a sus supuestos abusadores.
En un primer momento, la causa recayó en la fiscalía de
Distrito 4, Turno 4, a cargo de Liliana Copello, que ordenó la
detención en la Casa del Niño de cuatro personas
sindicadas como los abusadores, dos mayores de edad, hoy
con prisión preventiva, un discapacitado mental que fue
declarado inimputable y enviado a un centro de salud mental
del interior provincial y un adolescente de 17 años que, al
momento de los episodios investigados, tenía entre 15 y 16
años y que quedó a disposición del juzgado de Menores
Correccional de 6ª Nominación, 5ª Secretaría, a cargo de la
jueza Liliana Merlo.
El pasado 27 de octubre del 2011, la investigación con los
dos mayores detenidos fue derivada a la fiscal de Distrito 3,
Turno 2, Alicia Chirino, quien está al frente de todas las
causas sobre delitos sexuales que no tengan relación con la
prostitución ni conexos a la trata de personas.
Tres personas fueron detenidas en Córdoba a raíz de las
denuncias sobre supuestos abusos sexuales y maltratos
ocurridos en La Casa del Niño del Padre Aguilera.
A pesar de semejante escándalo y de las graves
denuncias de abuso sexual, los actuales encargados de la
Casa del Niño estarían usando dinero de su presupuesto, no
para atender a las familias de los niños víctimas de los
abusos, sino para pagar la defensa legal de los denunciados
como abusadores de los chicos.

◆◆◆
INSTITUTO PRÓVOLO, MENDOZA

La perversa historia del Instituto Próvolo comenzó en


Verona Italia. Donde varios de sus sacerdotes fueron
denunciados por abusar de menores sordos. Las denuncias
fueron entre los años 1950 y 1984. La Iglesia, aplicando
prolijamente su protocolo, los envió a distintos lugares del
mundo. Entre ellos Argentina.

Así llegaron al país los curas Nicolás Corradi, Albano


Mattioli, Giovanni Granuzzo, Luis Spinelli, Eliseo Primati

El sacerdote Nicola Corradi estuvo hasta 1969 en el


Próvolo de Verona Italia. Allí se registraron las primeras
denuncias de abusos que aún no tienen condena.
"Había que elegir, 'a tu casa' o 'a América'", dice Eligio
Piccoli, otro de los curas acusados, en una cámara
oculta del sitio italiano https://www.fanpage.it/ Piccoli
fue confinado a una vida de plegarias. Corradi, fue
trasladado a la Argentina donde llegó el 31 de enero de
1970. Estuvo en la sede del Instituto de la ciudad de La
Plata hasta marzo de 1997, donde se lo investiga por
denuncias de abuso. En esa fecha fue trasladado a la
sede Mendoza del Próvolo, donde fue su director. Allí
también siguieron las denuncias por abusos.

El cura de mayor jerarquía y responsabilidad Nicola


Corradi (83), fue condenado a 42 años de prisión.

Horacio Corbacho Blanc, acusado originalmente de 16


hechos de abuso simple y con acceso carnal con agravantes
por estar encargado de la guarda de los menores y su rol
como ministro de culto, recibió la pena más dura: 45 años.
Las condenas fueron por haber abusado sexualmente a
niños y adolescentes sordos e hipoacúsicos en el ámbito del
Instituto Próvolo. El jardinero Armando Gómez (57) fue
condenado a 18 años de prisión.

UNA DE LAS HISTORIAS DEL PRÓVOLO

La historia de abusos en el instituto Próvolo, es una de las


más crueles, por tratarse de niños y adolescentes
hipoacúsicos.

Una de las víctimas, hoy de 24 años, nació en Misiones y


tenía 8 años cuando entró al instituto religioso para chicos
sordos Antonio Próvolo de Mendoza. A esa edad
comenzaron sus peores padecimientos. Lejos de su familia
sin poder pedir ayuda fue violado en simultáneo por el ex
jardinero Gómez (49) y por otro ex trabajador del instituto,
quien no llegó al juicio ya que fue declarado inimputable. En
ocasiones llegó a desmayarse por el dolor que sufría. Fue
violado al menos ocho veces mientras estuvo en el instituto.

La víctima logró exteriorizar como pudo todo el


sufrimiento en la cámara Gesell. Contó cómo en una de las
oportunidades el cura Nicola Corradi, de 83 años, encontró a
los dos sujetos abusando de él. La reacción de Corradi fue la
de ordenarle a Gómez y al otro exempleado que se retiraran
a sus habitaciones.

Durante su declaración en 2017, que duró más de cuatro


horas y media, el joven relató que en otra ocasión fue
abusado sexualmente con acceso carnal por Corbacho.
El modus operandi se repitió durante las violaciones que
sufrió. Luego de ser abusado el joven sufría múltiples
lesiones y desgarros. En ese momento llamaban a Corradi, a
la monja Asunción Martínez (imputada por omisión en otra
causa) o al ex monaguillo Jorge Bordón (ya condenado tras
reconocer la autoría de 11 abusos) y se encargaban de
trasladar al joven al médico; la consulta ocurría siempre fuera
del instituto.

No existen registros en la causa, ni denuncia de un


profesional de la salud referida a atenciones a un exalumno
del Próvolo por lesiones de este tipo, por lo que no se
descarta que la Justicia guíe parte de los focos a estos
episodios.

Después que lo atendían los médicos, lo llevaban


generalmente a un local de comidas rápidas y allí le
compraban una hamburguesa con papas fritas. En varias
oportunidades le compraron el menú que traía un juguetito de
regalo. Juguetito que luego le quitaban.

La víctima estuvo en el Próvolo mendocino entre


2004 y 2009. Apenas salió regresó al Litoral junto a su
familia. Mientras estaba de vacaciones en el lugar
donde había nacido, su madre lo llevó a un control
médico porque evidenciaba dolores. “La víctima cuenta
que cuando salió del chequeo, su mamá tenía un papel
en la mano y ese mismo día desde Misiones partieron
para Mendoza. Su madre fue a pedir explicaciones en el
instituto por lo que había observado el médico”.
Esa fue la última vez que el joven abusado volvió al
Próvolo, en junio de 2017. Cuando los abogados de las otras
víctimas lograron dar con él y consiguieron que regresara a
la provincia de Cuyo para presentar su denuncia por lo vivido
en el instituto. Lo hizo en cámara Gesell, en presencia de
profesionales del Equipo de Abordaje de Abuso Sexual
(EDEAS). La entrevista fue clave en la prueba acusadora
que se exhibió en el proceso.

“Estoy feliz, cuando leían la sentencia me emocioné.


Gracias a Dios están presos los tres. Ellos son curas, pero
son curas falsos. Tienen doble cara. Yo tengo fe en Dios,
pero no de estos curas. Ellos no tienen interés en nosotros.
Ahora que están presos, doy gracias a Dios”.

◆◆◆
PARROQUIA SANTA ROSA DE LIMA, VILLAGUAY,
ENTRE RIOS

CURA MARCELINO MOYA


Lo sucedido en este caso está desarrollado en el capítulo
anterior en el testimonio de Pablo Huck.
La justicia condenó a 17 años de prisión por abuso
sexual y promoción a la corrupción de menores agravada a
Marcelino Moya, el cura “payador” que tenía a cargo la
parroquia de la ciudad entrerriana de Villaguay. Moya, contra
quien pesaron las denuncias de dos ex monaguillos que
concurrían a esa parroquia, se encuentra en libertad, pero no
asistió a la lectura de la sentencia.
En el debate oral ante el Tribunal de Juicio y Apelaciones
de Concepción del Uruguay, integrado por María Evangelina
Bruzzo, Fabián López Moras y Melisa Ríos, el cura, ahora
condenado, se declaró “inocente" como todos los culpables.
Este sacerdote fue denunciado por abusos que cometió a
dos monaguillos en la parroquia Santa Rosa de Lima, de
Villaguay, entre 1992 y 1997. En ese momento, sus víctimas
tenían entre 12 y 15 años. A fines de junio de 2015, esas
mismas personas, ya mayores de edad y cercanas a los 40
años, se animaron y presentaron a la justicia lo acontecido.

◆◆◆
SEMINARIO MAYOR NUESTRA SEÑORA DE
GUADALUPE, SANTA FE

MONSEÑOR STORNI
Monseñor Storni tenía la costumbre de llamar a su pieza
a seminaristas para que lo desvistieran y lo acostaran.
Costumbre poco común entre adultos, salvo que se padezca
alguna enfermedad motriz que no le permita realizar
movimientos propios.
Pero Monseñor Storni gozaba de buena salud y no tenía
ningún tipo de escrúpulos en resignar su precoz intimidad
primitiva a la mirada de sus invitados.
El obispo predador salía a buscar a sus víctimas en
nombre de Dios como los antiguos inquisidores medievales.
Los llamados a los seminaristas siempre eran de noche.
Lejos de las luces y muy cerca de las sombras oscuras
como su sotana.
En muchos casos abusó de ellos. En otros, fueron sólo
relaciones homosexuales consentidas con seminaristas y
sacerdotes. Esas que prohíbe la Iglesia porque predica que
es pecado. Por eso, la Conferencia Episcopal Argentina se
opuso, al mejor estilo de las cruzadas, al matrimonio
igualitario.
Pero parece que, para la teología de Monseñor Storni, el
sexo entre los elegidos de Dios era un acto de amor que no
violaba el sexto mandamiento del decálogo del antiguo
testamento de la ley de Moisés: no fornicar. En sus actos
íntimos, Monseñor Storni sostenía los mismos argumentos
antropológicos de los movimientos gays. Movimientos que él
había condenado como inmorales y pecadores desde el
púlpito episcopal en su momento de poder.
En esas relaciones íntimas, varios seminaristas
abusados, vivían momentos de especial vulnerabilidad que
Storni aprovechaba. Uno de ellos le pidió que lo confesara
porque “se sentía mal anímicamente”. Otro acababa de
perder a su madre. A un tercero, Storni le dijo “te entregás o
te vas”. A otro le indicó que Dios quería el amor entre los
hombres y que lo que estaban haciendo no era pecado. Entre
otros argumentos, que él como obispo era un padre para los
seminaristas; que el amor que sentían, tenían que
compartirlo; que Dios veía bien esta muestra de amor entre
dos hombres, entre un padre y su hijo y que Él los apoya
desde el Cielo.
Después de los abusos y estas relaciones incestuosas,
los seminaristas, salían angustiados y perturbados del
dormitorio episcopal y se encerraban en sus piezas. No
podían dormir por la vergüenza y la repugnancia que sentían.
Situación, que, en algunos casos, se volvió algo rutinaria y
doméstica en ese seudo paraíso perdido y lejano del sueño
del carpintero humilde de Nazaret.
Al otro día, cuando amanecía en el seminario, todo seguía
funcionando con sus reglas y sus exigencias piadosas como
si no hubiese pasado nada: el timbre para levantarse, la
primera oración de la mañana, la meditación, el desayuno,
las clases de filosofía, teología y los recreos. La Misa a la
tarde concluía la jornada.
Muchas veces, la Misa era celebrada por el mismo Storni.
Todos comulgaban de sus manos transgresoras, aunque
algunos sintieran asco, miedo y rabia. No por la comunión
sino por quien la distribuía. En los seminarios, si no pasas a
comulgar todos los días, empiezan a sospechar en voz baja
que algún pecado grave se ha cometido y que la conciencia
lo reprocha. Como si los que comulgaban todos los días
estuviesen inmunes a la tentación y al pecado.
Sumado a este calvario de abusos, había que mantener la
imagen social en el seminario, fingir en el dolor y en el
pecado una caricatura de piedad a gusto de los
consumidores que observaban piadosamente la liturgia prolija
y protocolar.
La teología entraba en crisis en las víctimas abusadas.
La Iglesia enseña que, cuando el sacerdote celebra la
eucaristía, lo hace in persona Christi, en la persona de
Cristo. Un sacerdote pude ser abusador, torturador, asesino
o manipulador, pero cuando celebra la misa, es Cristo quien
lo hace a través de él. Frente a esta concepción teológica,
Dios quedaría como cómplice, como encubridor de los
abusos de los sacerdotes. Para las víctimas esta concepción
teológica les parecía una barbaridad, porque sólo buscaba
salvar, desde la teología la inmoralidad de los sacerdotes.
¿Cómo Dios podía tomar el cuerpo de un abusador para
entregarse a través de él a sus propias víctimas?
Esta imagen de Dios y de la Iglesia que les mostraba el
obispo no era la que habían aprendido desde chicos en sus
hogares cristianos.
Los seminaristas, en la misa, intentaban ubicarse en este
mundo de contradicciones que era la Iglesia santafesina. El
obispo celebrando la misa y ellos, sentados mirando y
escuchando incrédulos lo que decía y hacía. Nadie se
animaba a denunciarlo públicamente.
Storni era el representante de la Iglesia en Santa Fe, que
exigía para ser cura el celibato y la renuncia a la sexualidad:
a ser padre, a ser esposo, por el Reino de los Cielos. Parece
que Monseñor Storni se auto dispensaba en su pieza de esta
exigencia eclesial y canónica de la castidad.
Cuando se mezclan el temor y la obediencia frente al
poderoso, la libertad queda inmóvil como en estado
vegetativo.
Estas conductas de presiones y manipulaciones para
tener sexo demuestran lo naturalizado que estaban en el
seminario estos actos escandalosos y exhibicionistas.
¿Cómo hacían estos seminaristas para vivir y convivir
con estas experiencias nefastas?
Los seminaristas que aceptaban las propuestas
indecentes, para cuando se ordenaran, les concedía una
buena parroquia, ubicada en un barrio económicamente
pudiente, de colectas suntuosas y de donaciones onerosas.
Una parroquia donde se lo trate como un príncipe medieval y
se lo agasaje con cenas caras, buenos vinos y se les
concedan todos sus caprichos gastronómicos y de confort.
Storni usaba todos los recursos para conseguir favores
sexuales. Su impunidad para ejercer el poder episcopal y la
manipulación de conciencia no tenía límite. Su límite era
cuando entraba en abstinencia sexual, después de que
terminaba de darse su baño de espumas.
La impunidad de los poderosos siempre parece ser
perpetua a pesar de las gravísimas denuncias y procesos
que se puedan realizar contra ellos.
Pero la impunidad no sólo se consigue y se mantiene por
las relaciones que se puedan tejer dentro de la misma
institución eclesial. La impunidad siempre está vinculada al
poder político de turno. Es el que garantiza el silencio
cómplice a cambio de vacíos rituales sociales que simulan
bendecir lo que seguramente Dios detesta.
El obispo no estaba solo en el seminario cuando sucedían
estas cosas. Los seminarios tienen un rector, un ecónomo,
un director espiritual, confesores y los sacerdotes
encargados de la formación de cada curso. Los seminarios
están regidos por el Vaticano. En todos los seminarios hay un
horario para levantarse y otro para acostarse en el propio
cuarto. Si alguien no estaba en ese horario descansando
tenía que informar el motivo.
Cuando los seminaristas eran llamados a la noche por el
obispo seguro se lo informaban al prefecto de su curso.
Estas visitas nocturnas de seminaristas, por pedido del
obispo a su habitación, no eran clandestinas. Tampoco eran
anormales para los prefectos de ese seminario. ¿Estos
formadores nunca escucharon o vieron nada raro? ¿O lo
raro era que estas cosas no sucedieran?
Da la impresión de que los formadores eran tan
promiscuos y manipuladores como su obispo. A los
formadores en los seminarios los elige el obispo. Los
formadores elegidos por Storni ¿habrán tenido sus
costumbres? Lo que hacía con seminaristas ¿lo hacía
también con sacerdotes de su entorno?

INVESTIGACIÓN ECLESIAL
En 1994, después de varias denuncias de sacerdotes
ante las distintas autoridades eclesiásticas, el arzobispo de
Santa Fe monseñor Storni fue investigado por el Vaticano por
abuso sexual a seminaristas a través de Monseñor José
María Arancibia enviado de la Congregación de los Obispos.
Es la Congregación de la Curia Romana que realiza la
selección de los nuevos obispos antes de la aprobación
papal.
La investigación se realizó en la casa particular del
arzobispo de Entre Ríos, el cordobés Estanislao Karlic.
Mientras Monseñor Arancibia les tomaba declaraciones a los
seminaristas abusados, Monseñor Karlic, ocultaba y protegía
al cura Ilarraz que había abusado de 50 seminaristas
menores. En ese lugar se entrevistaron con 45 personas,
entre ellos: seminaristas, familiares, la psicóloga que los
atendió, sacerdotes y un juez de la ciudad de Santa Fe cuyo
nombre se mantuvo en el anonimato. No se supo por temor a
quien, pero Storni era un clérigo poderoso y temido.
Finalizada la investigación, sobre la conducta personal
centrada en la vida íntima de Monseñor Storni, Monseñor
Arancibia elevó el informe a la Congregación para los
Obispos en el Vaticano a través del correo diplomático de la
nunciatura apostólica en Buenos Aires.
Esto ocurrió en los primeros días del año 1995. Nunca se
supo el resultado del sumario. Hasta el día de hoy no se
conoció resolución papal respecto de esta investigación.
Todas las personas que testificaron, desde seminaristas
hasta sacerdotes, hoy se encuentran profundamente
decepcionados por el silencio de las autoridades religiosas.
Cada uno, expuso ante Arancibia todos los horrores que
habían vivido en el seminario. Algunos contaron cosas
humillantes, asquerosas y que removieron recuerdos
dolorosos.
Estos testigos se arriesgaron mucho, porque podrían
haber recibido represalias. Pero lo hicieron convencidos de
que valía la pena para evitar futuros abusos de Storni.
Arancibia les decía: "No tengan miedos muchachos, yo
he escuchado cosas peores" y los alentaba a hablar.
Arancibia nunca denunció a la justicia civil los abusos en el
seminario de Santa Fe ni esas cosas peores que había
escuchado en otros seminarios y en otras Iglesias.
Un día Arancibia se despidió y no volvieron a saber nada
de él. Pero para la Iglesia, experta en humanidad, las
víctimas no merecían una respuesta por haber hecho público
el escándalo.
La respuesta del Vaticano no fue inmediata. Se mantuvo
en silencio por un tiempo largo. Quizás, el necesario para
diseñar una estrategia con sus cómplices de turno y salvar
políticamente a Storni.
Entre el informe enviado a Roma por Arancibia y el
silencio estratégico del Vaticano, el entonces intendente de la
ciudad de Santa Fe, Jorge Obeid, encabezó una campaña de
desagravio a Storni con una solicitada en el diario más
importante de la ciudad: el Litoral. La primera firma era la de
Obeid, el intendente de la ciudad santafesina, que
posteriormente fue el gobernador.
El obispo auxiliar de Lomas de Zamora, Monseñor Juan
Carlos Maccarone llegó a la ciudad y tuvo una entrevista con
monseñor Storni, en la que le dio muestras de aliento, no sólo
personales, sino de altos mandatarios de la Iglesia. De esta
manera se sumó a la campaña de apoyo al arzobispo.
Expresó: "Estoy consternado por el daño inferido al
arzobispo de Santa Fe. Me encuentro aquí exclusivamente
para apoyar al arzobispo Storni en estos momentos que
tiene que probar el trago amargo de la difamación. No dejo
de expresar mi consternación por el daño inferido al pastor
y a la comunidad diocesana. Ruego para que el perdón
alcance la debilidad de quienes han producido tanto daño,
las grietas de una pretendida difamación se transformarán
sin duda en la roca de la verdad".
Unos años después, monseñor Maccarone renunciaba a
la diócesis de Santiago del Estero sin dar razones. Pero la
renuncia se debió a la aparición de un vídeo donde el obispo
mantenía relaciones sexuales con un joven remisero de 23
años.
En esos días monseñor Storni llegaba a Roma en la visita
quinquenal ad limina apostolorum junto a diez obispos
argentinos, como cada cinco años los obispos del mundo
visitan al Papa. En esa ocasión, conseguía una audiencia
privada con el Santo Padre Juan Pablo II en su residencia de
descanso en Castel Gandolfo.
El Vaticano estaba frente al primer caso público de
pederastia de un arzobispo en la Iglesia latinoamericana.
Pero el papa Juan Pablo II le manifestó su total confianza a
su persona y a su tarea pastoral.
No quedan dudas que la estrategia se había diseñado en
el propio Vaticano para salvar a Storni y a la seudo imagen
sacra de la Iglesia, dándole inmunidad política y eclesiástica.
Pero ¿Qué decía el informe de Arancibia para que el
mismo Papa Juan Pablo II lo recibiera y le diera semejante
apoyo a monseñor Storni?
Probablemente nunca lo sabremos, porque la única copia
del informe está en los archivos secretos del Vaticano.
Nunca hay duplicados ni triplicados en los documentos
vaticanos. Siempre hay un original que queda en el abismo
sin fondo del secreto romano. Lo que tampoco sabremos es
si fue enviada al Vaticano la copia original o una copia
adulterada, minimizando las denuncias sobre los abusos
sexuales a seminaristas.
En la burocracia vaticana hay cardenales que tienen más
poder que el Papa mismo y pueden hacer desaparecer
documentos o guardarlos muy bien en el archivo vaticano
que tiene una extensión de unos 65 km lineales de
estanterías, que cubren unos ochocientos años de historia.
Entre ellos está la nefasta historia del pedófilo monseñor
Storni.
En los círculos del poder eclesial argentino, todos
suponían que los testimonios tomados por monseñor
Arancibia eran contundentes para comenzar un juicio
canónico a Monseñor Storni y destituirlo.
Ahora, si el informe de Arancibia denunciaba abusos
sexuales a menores ¿Por qué Arancibia no hizo la denuncia
en la justicia penal? ¿Por qué la justicia no lo imputó como
encubridor?
El rector del seminario diocesano, Jorge Juan Montini,
informó por escrito al presidente del Episcopado de aquellos
años, el cardenal Raúl Primatesta y al nuncio apostólico,
embajador del Vaticano en la Argentina, Ubaldo Calabresi de
las relaciones del arzobispo con varios seminaristas. Lo
único que logró fue que lo obligaran a dejar el cargo y le
cambiaran el destino pastoral sin darle explicaciones. Lo
enviaron a una pequeña ciudad del interior como forma de
castigo porque había presentado pruebas en la nunciatura
sobre los abusos sexuales de Storni. El cura Montini decía
que a Storni lo encubrió el nuncio apostólico Ubaldo
Calabresi, el sucesor de Pio Laghi, el nuncio de la dictadura.
Luego de recibir el apoyo del Papa, Storni arremetió
contra la instalación de casinos y la ley de juegos en Santa
Fe, desbarató la ley de procreación responsable que
ordenaba el reparto de anticonceptivos en los hospitales
públicos, obtuvo el incremento de subsidios para las
escuelas privadas y digitó designaciones, tanto en el Poder
Judicial como en algunos ministerios provinciales.
Es difícil creer que lo que hacía Storni no se supiera en el
Vaticano.
Los pederastas en la Iglesia siempre actúan amparados
por un sistema de ocultamiento montado perversamente en
su círculo íntimo de bufones que llegan hasta las esferas
más altas del Vaticano.

EL LIBRO DE LA DENUNCIA
El tema Storni parecía terminado, como todos los temas
que involucran a personajes poderosos, por la protección
que había recibido del propio Juan Pablo II y del poder
político de Santa Fe.
Pero, en 2002 los detalles sobre los abusos de Storni a
seminaristas aparecieron en el libro “Nuestra Santa Madre”,
de Olga Wornat, presentado en la feria del libro de Santa Fe.
Eran los mismos testimonios que Monseñor Arancibia les
había tomado a los seminaristas abusados en la
investigación que había ordenado el propio Vaticano en el
1994.
También en ese año, estalló el escándalo de los curas
pedófilos en Estados Unidos que luego siguió con los
irlandeses, ingleses, brasileños, austríacos, holandeses,
chilenos y argentinos.
La cámara de senadores de Santa Fe pidió al gobierno
que ordene al fiscal, una investigación para determinar si hay
indicios de hechos de corrupción y delito de acción pública
que involucren al arzobispo Edgardo Storni.
Luego de que el caso repercutiera a nivel nacional, el juez
de la quinta nominación de la capital santafesina, Eduardo
Giovanini, y el fiscal José Luis Paz, abrieron la instrucción y
se procesó a Storni por el presunto delito de abuso sexual
contra el exseminarista Rubén Descalzo. El caso se manejó
con discreción cómo se maneja todo lo que no se puede
mostrar en la Iglesia.

RENUNCIA
Ni el Vaticano ni el poder político podían seguir
sosteniendo a Storni. Tuvo que renunciar al obispado de
Santa Fe el primero de octubre del 2002, en medio de un
escándalo por denuncias de abuso sexual a seminaristas.
En una carta, al entonces Papa Juan Pablo II, Storni
decía que renunciaba para acabar con una campaña de
acusaciones contra su persona. La epístola continuaba
diciendo, que se adelantaba a presentar libre y
espontáneamente la renuncia, contra el consejo de tantos
para que no lo hiciera. “Orando he venido a concluir que
solamente yo como pastor he de asumir el momento tan
grave y romper este círculo infernal”. En la carta finalizaba
diciendo que estaba en paz con su conciencia y que
rechazaba todo cargo contra él. Jamás reconoció "culpas" ni
"acusaciones”.
La nunciatura apostólica anunciaba que el papa Juan
Pablo II, quien había reivindicado a Storni, ahora aceptaba la
dimisión al gobierno de la arquidiócesis de Santa Fe de la
Vera Cruz.
El Vaticano jamás sancionó a Storni por los delitos que
conocía que había cometido. Storni siempre fue el obispo
emérito de Santa Fe.

JUBILACIÓN
El Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio
Internacional y Culto otorgó el beneficio de una asignación
mensual vitalicia a Edgardo Storni. El pago fue retroactivo al
2002, cuando el papa Juan Pablo II aceptó la renuncia de
Storni, por una causa grave que incapacitaba al peticionante
para desempeñarse en el gobierno pastoral de la
arquidiócesis. Había sido denunciado penalmente por acoso
sexual a seminaristas. La ley 21540 establece en su artículo
1 que el beneficio alcanza a aquellos obispos que por
invalidez cesen en sus cargos. Para tener derecho a una
asignación vitalicia los dignatarios católicos deben acreditar
75 años o incapacidad para ejercer el cargo. Storni tenía 66
años cuando renunció el primero de octubre del 2002.
Es absurdo, que ser un abusador sexual, sea una
discapacidad que merezca una asignación vitalicia pagada
por todos los argentinos a alguien que nunca hizo sus
aportes.

INTERVENCIÓN
El Vaticano envió un administrador apostólico a Santa Fe:
Monseñor Blanchoud exobispo de Rio IV. Este obispo fue
quien ordenó sacerdote a Walter Avanzini, sacerdote
pederasta descubierto por una cámara oculta en la plaza San
Martin de la ciudad de Córdoba. Fue este obispo quien
permitió que la arquidiócesis de Santa Fe le comprara una
casa en la localidad cordobesa de La Falda a la espera de la
resolución judicial. La iglesia siguió protegiendo con
seguridades a otro pederasta.
Cuando la Iglesia conoce a los curas pederastas y no los
denuncia, termina siendo cómplice del mismo delito.
En la Iglesia hay una cultura de secretismo quizás por
miedo a los escándalos, antepone los intereses mundanos
de la Iglesia a los intereses de las víctimas que seguramente
son los mismos intereses de Dios.
En lo que respecta a la causa penal, la fiscalía solicitó
que se pidiera al Vaticano el expediente confeccionado por
Arancibia en el 1994. También se pidió que Arancibia fuera
citado a declarar como testigo. Ni Arancibia respondió ni
mucho menos el Vaticano.
El Vaticano es un estado y quien cometió el delito no era
un ciudadano vaticano sino un ciudadano argentino: Storni.
De esta manera el Vaticano jamás iba a enviar un documento
que ya estaba en el archivo secreto de la Santa Sede. En el
Vaticano, lo que no es sagrado no se muestra, se
mantiene en secreto por los siglos de los siglos.
La demanda civil presentada por el exseminarista Rubén
Descalzo fue contra Storni, el arzobispado y el sacerdote
Jorge Sarsotti por ser el encargado de la casa de retiro que
el arzobispado de Santa Fe tiene en la localidad cordobesa
de Santa Rosa de Calamuchita, donde se habrían producidos
los hechos. Por los daños ocasionados pidió una
indemnización de cinco millones de pesos.

CONDENA
Siete años después, la jueza María Amalia Mascheroni
resolvió la causa abierta que pesaba sobre el exprelado,
condenándolo a 8 años de prisión por abuso sexual
agravado por su condición de sacerdote.
Los testimonios eran los mismos que había tomado ocho
años antes monseñor Arancibia.
El fallo aclara que no se pena la homosexualidad, sino el
aprovechamiento de la autoridad episcopal para intimidar a
quienes estaban bajo su responsabilidad y cuidado.
El abogado de Storni, Eduardo Jauchen, apeló el
procesamiento y el expediente recayó en la Cámara de
Apelaciones en lo Penal. El exobispo gozaría de prisión
domiciliaria por su avanzada edad en una vivienda de la
ciudad de La Falda.
Pablo Bórtoli, abogado de Rubén Descalzo, el seminarista
que comenzó con las denuncias, esperaba una condena
mayor, en consonancia con la que había solicitado la fiscal
Helena Perticará, que había solicitado 15 años. "Yo
esperaba más años, pero es sentencia. En realidad, este
sujeto tendría que estar en la cárcel y no salir más".
Rubén Descalzo recordó que “todo empieza con una
actuación de oficio del exjuez Giovaninni, luego fallecido,
ante una testimonial mía. Me animé a contarlo porque me
llamó la Justicia y tuve que acudir. Ya estaba allí, me sentí
seguro de contarlo y tenía un marco para explayarme”.
“En los últimos años pensé que la condena no llegaba
nunca, pero en mi interior sabía que la justicia alguna vez
llega a buen puerto y en este caso lo es, más allá de la
manera en la que se dio. No sé bien en qué consiste la
condena, pero me sirve para cerrar una etapa de mi vida,
que estaba pendiente y que es importante”.
Pero consideró que “pasó mucho tiempo hasta que se
pudo contar y fue una etapa dolorosa donde te sentís
vulnerado y avasallado en tus derechos, pero haber llegado
a esta instancia es un alivio y es el cierre de una etapa”.
“La justicia fue lerda, pero más allá de lo lerda y que
quienes deberían tomar la decisión antes no pudieron, no
supieron o no se animaron, es bueno que después de
mucho tiempo haya llegado una persona, como la jueza
Mascheroni, con valor y haya dictado una condena”.
Monseñor Ñáñez el arzobispo de Córdoba, dijo que la
Iglesia asume con “gran dolor” la condena del exarzobispo.
Pero aclaró que “hay que asumir lo resuelto por la Justicia”.
Consultado si puertas adentro la Conferencia Episcopal
Argentina tenía previsto analizar la sentencia judicial, Ñáñez
respondió: “Creo que se conversará con la delicadeza del
caso”. Sobre la posibilidad de que Storni tenga también una
sanción eclesiástica por sus actos, explicó que esa “es una
instancia que compete a la Santa Sede”.
El arzobispo de Córdoba fue la primera voz de la Iglesia
que se pronunciaba tras conocerse el fallo condenatorio,
mientras que voceros episcopales dijeron que la Iglesia “no
hablará” en forma institucional hasta que la sentencia esté
firme, descalificándolo al arzobispo Ñañez.
Entonces, Storni dijo: “Dios es el juez de mi conducta”,
pero la Justicia lo condenó por abuso sexual a un menor.
Quizás Dios usó a la justicia para ser el juez de las
conductas no tan santas de monseñor Storni.
La condena a Storni la cumplió en el domicilio donde
residía por su edad avanzada en una casa del Arzobispado
de Santa Fe en La Falda.
La Iglesia jamás le inicio un juicio canónico. Al contrario,
fue respaldado por Juan Pablo II

FALLO ANULADO
La Cámara de Apelación Penal de Santa Fe declaró la
nulidad de cómo había sido redactada la sentencia
condenatoria para el exarzobispo de Santa Fe Monseñor
Edgardo Gabriel Storni. El 27 de abril la Sala IV notificó esta
resolución, anuló el fallo que lo condenaba a ocho años de
prisión por abuso sexual agravado por el vínculo. Ahora la
causa volverá a primera instancia.
Esta última sentencia fue redactada por vocales que no
tomaron intervención previa en la causa, y lleva la firma de
los jueces Sebastián Creus, Roberto Prieu Mántaras y
Ramón Sobrero. Este último votó en disidencia.

MUERTE DE STORNI
El 20 de febrero del 2012 en la localidad de la Falda
provincia de Córdoba moría a los 75 años monseñor Storni.
Para la escritora Olga Wornat, autora del libro "Nuestra
Santa Madre", "Monseñor Edgardo Storni murió impune".
"No voy a decir que me alegro porque uno no se alegra por
la muerte de nadie, pero para mí era un personaje nefasto.
Lo que lamento es que se haya muerto y no haya habido
justicia y que haya muerto impune".
"Triunfó la impunidad"

MISA POR LA MUERTE DE MONSEÑOR STORNI


El arzobispo de Santa Fe y presidente de la Conferencia
Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo, ofició
la noche del domingo 26 de febrero del 2012, en la Catedral
santafesina, una misa por el exarzobispo Edgardo Gabriel
Storni, fallecido una semana antes en Córdoba. Dijo
Arancedo "En esta celebración vamos a rezar por un hijo de
Dios que ha muerto y que fue obispo de nuestra Iglesia. La
oración por los difuntos se dirige a la misericordia de Dios,
que es expresión de su amor y de justicia".
"Por provenir del amor y de la justicia de Dios, la
misericordia no es un amor complaciente, sino exigente
porque busca el bien de sus hijos e invita, por lo mismo, a
la necesaria purificación sea en esta vida, como en la
futura", dijo Arancedo. Con esta expresión Arancedo mandó
a Storni al purgatorio.

MISA POR LAS VÍCTIMAS DE STORNI


Ese mismo día se lanzó una convocatoria para el día 27
de febrero del 2012 a las 10 de la mañana, frente a la sede
del Arzobispado para pedir que se haga una misa en
memoria de las víctimas de Storni. "Queremos que nos den
los argumentos de porqué se puede hacer o no, porque lo
ocurrido en la Catedral fue una vergüenza", dijo el periodista
Maximiliano Ahumada, uno de los convocantes al encuentro.
"Hay que ponerse en lugar de quienes abandonaron el
seminario y no tuvieron respuesta por parte del poder
político, en función de lo que perdieron, sería un buen gesto
por lo cual se puede o no se puede realizar esa misa".
A su vez, sostuvo que "eso de cerrar las heridas, es un
discurso perverso porque eso incluye el olvido. En función
de que Arancedo y compañía están proclive en que exista
paz entre todos, que celebren una misa en honor a las
víctimas de Storni". (Nota de Maximiliano Ahumada)
El 18 de agosto del 2020 en plena cuarentena, el máximo
organismo de la Justicia Santafesina acabó de sepultar la
impunidad de los abusos de Monseñor Storni. En el fallo
rechazan un recurso presentado por una de las tantas
víctimas de exarzobispo Edgardo Gabriel Storni.
La resolución firmada por cuatro ministros, todos
hombres, le garantiza a la Iglesia santafesina que no va a
tener que pagar por los abusos cometidos por

◆◆◆
BIBLIOTECA ESCOLAR, INSTITUTO RELIGIOSO PIO
XI, CORRIENTES

ÁNGEL TARCISIO ACOSTA


Ángel Tarcisio Acosta, pertenecía a la congregación
Salesiana, apodado hermano Ángel, que de Ángel sólo tenía
el nombre, coadjutor de la congregación. Era maestro de
catequesis y manejaba el quiosco de golosinas de la
escuela.
En junio 1985, una madre desesperada llevó al Hospital
de niños de Corrientes a su hijo de seis años, donde los
médicos comprobaron que el niño había sido violado.
Ese mismo año, los padres de los alumnos del instituto
Religioso Pio XI, pidieron una reunión con las autoridades
religiosas del colegio. En esa reunión, varios contaron que el
hermano Ángel había manoseado y abusado
deshonestamente de sus pequeños hijos, a cambio de
caramelos. Los abusos los cometía en la biblioteca y en la
sala de juego de la que también era el responsable.
En septiembre de 1986, tras un juicio oral con 38 testigos,
la Cámara del Crimen N° 1 de Corrientes, lo condenó a 18
años de prisión por los delitos de corrupción y violación de
menores.
El director de la escuela fue trasladado a otra parroquia.

◆◆◆
COLEGIO SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA,
CORRIENTES

EL CURA JORGE SCARAMELLINI GUERRERO


El sacerdote Jorge Scaramellini Guerrero, fue
denunciado por abusar de dos adolescentes que estudiaban
en el colegio católico Santa Catalina, de Corrientes, que él
mismo dirigía.
Jorge Scaramellini Guerrero había sido trasladado del
colegio católico Santa Catalina de Alejandría de la capital
correntina en el mes de mayo. Nadie supo el motivo del
traslado, fue sin explicaciones a la escuela Nuestra Señora
de Pompeya.
Al asumir como director, Scaramellini alcanzó reputación
pública inmediatamente. Expulsó a tres maestras del colegio
Nuestra Señora de Pompeya por vivir en pareja sin estar
casadas por Iglesia. Las tres docentes eran divorciadas
legalmente y se habían vuelto a casar. Habían vuelto a
formar una familia, se habían vuelto a enamorar, como
cualquier hijo de vecino. El sacerdote las acusó de “vivir en
adulterio”. Las trató públicamente de adúlteras y no las
consideró moralmente aptas para desempeñar su tarea en
un colegio religioso. Decía que no estaban dando ejemplo
público por no estar de acuerdo con los artículos y
reglamentos del colegio, que se rige por los lineamientos
básicos de la Iglesia Católica.
Las condenó públicamente como hacia la Inquisición en el
medioevo. Acusó a una de ellas de ser “una vergüenza para
los alumnos” y la desalojó del colegio, junto a una de sus
colegas, con ayuda de la policía. A la tercera la echó a los
gritos, delante de otros docentes y un grupo de alumnas,
acusándola de haber “cometido un pecado grave”. Agregó
que “el que no cumple con los diez mandamientos debe ser
dado de baja en la escuela”.
Se ve que él se había dispensado del sexto mandamiento:
no fornicar, o estaba libre de pecado.
Las maestras se manifestaron públicamente contra la
decisión del director del colegio que provocó el rechazo
generalizado de la comunidad local correntina.
Esa reacción popular produjo la intervención del
arzobispo de Corrientes, Carmelo Giaquinta, quien revocó la
sanción y ordenó la reincorporación de las tres docentes en
un establecimiento escolar no católico
Unos días después de la expulsión de las maestras, en el
mes de junio del 2001, los padres de dos alumnos varones
de 16 y 17 años del colegio católico Santa Catalina de
Alejandría, de la capital correntina, presentaron una denuncia
por “abuso deshonesto” contra el coordinador de ese
establecimiento, el sacerdote Scaramellini Guerrero. El
mismo que había expulsado a las maestras por violar los
mandamientos era denunciado, no ante la Iglesia, sino ante la
justicia civil por abuso sexual.
Este había sido el motivo del traslado para ocultarlo y
protegerlo de sus delitos sexuales.
El padre de uno de los chicos abusados dijo que los
casos “son muchos y venían ocurriendo desde hace
tiempo, aunque nunca salieron a la luz, por el temor de los
chicos a ser expulsados del colegio o ser castigados por el
sacerdote”.
Suplicó a “los que les haya sucedido lo mismo, que
tengan el coraje de denunciarlo, para que estos hechos no
se produzcan nunca más y esta persona reciba el castigo
que se merece”.
El Arzobispado de Corrientes dijo que iban a aguardar las
decisiones de la Justicia antes de tomar una medida contra
el cura. Mientras tanto, Scaramellini siguió desarrollando sus
tareas al frente del colegio.
La respuesta del cura a las denuncias de sus víctimas fue
que se había organizado una campaña de desprestigio en su
contra. Pero que después de cada cruz viene la
resurrección. En el 2004 falleció en un retiro espiritual de un
paro cardiorrespiratorio. Lo que sí se sabe es que jamás se
arrepintió porque a sus víctimas no les pidió perdón.
Pero junto con su muerte resucitó una vez más la
impunidad de los poderosos.

◆◆◆
INSTITUTO TIERRA SANTA, BUENOS AIRES

CURA LUIS ANGUITA


Luis Anguita, es sacerdote franciscano, prefecto de
Disciplina en el instituto católico Tierra Santa, de la ciudad de
Buenos Aires.
Una exalumna se presentó en septiembre de 2004, ante
el juez Julio Lucini y denunció al sacerdote Luis Anguita de
violarla cuando ella tenía 13 años en el colegio Tierra Santa.
Lugar donde el sacerdote la forzó a mantener relaciones
sexuales. El cura siguió con esta práctica de abusos
precedidos por violencia física. Le daba golpes durante los
juegos sexuales y hasta abusó de ella sobre el altar de la
iglesia del Instituto Tierra Santa, que de santidad esta tierra
tenía muy poca.
La niña quedó embarazada. Antes del parto, ella alegó la
paternidad del sacerdote, pero el cura “comenzó a acusarla
de buscarlo”.
Tenía 16 años y estaba de seis meses de gestación
cuando nació prematuramente su bebé, “que murió horas
más tarde”. Según la denuncia, autoridades eclesiásticas
conocieron y habrían encubierto el caso. El sacerdote Luis
Anguita fue sobreseído porque “no se pudo probar
judicialmente” la denuncia.

◆◆◆
COLEGIO AVE MARÍA DE LA OBRA DON ORIONE,
CLAYPOLE, BUENOS AIRES

CURA LUIS SIERRA


El padre Sierra daba clases de catequesis en el colegio
Ave María de la Obra Don Orione, en la localidad de
Claypole. En noviembre de 2004 fue condenado a ocho años
de prisión por “abuso sexual agravado reiterado”.
Él está en su casa porque fue beneficiado con una
medida alternativa a la prisión preventiva: arresto domiciliario
con tobillera electrónica.
El sacerdote Sierra manoseó a tres monaguillos menores
con la excusa de “sacarles la timidez” y después les regaló
un rosario.
Una de las pruebas presentadas, fue una grabación
telefónica entre la madre de la víctima y el sacerdote donde
él reconoce los abusos.
El primer caso fue en abril del 2000. Sierra llevó a cenar a
su casa a un monaguillo de 13 años y comenzó a
manosearlo para que perdiera la timidez. A otro monaguillo lo
invitó a ver televisión a su casa parroquial y comenzó a
tocarles los genitales. El otro caso sucedió en septiembre del
2001 cuando hizo salir de la clase de catequesis a otro
menor que también era monaguillo y lo llevo hasta la
habitación. Cuando lo tuvo a su alcance le dijo que su
problema no estaba en la cabeza ni en el corazón, sino en
sus genitales mientras Sierra le estaba agarrando el pene al
niño indefenso y avergonzado.

◆◆◆
HOGAR DE NIÑOS HERMANO FRANCISCO,
QUILMES, BUENOS AIRES

HÉCTOR FAUSTINO LEZCANO PARED


El cura Lezcano Pared de 44 años del Obispado de
Quilmes, en octubre del 2000 fue denunciado, ante la Justicia
por el Ingeniero agrónomo Julio González. Se trata de un
exempleado del Hogar "Hermano Francisco", de la localidad
de Bosques que lo acusó de abuso sexual de seis menores y
malos tratos. Los niños eran internos de un hogar que el
sacerdote dirigía en Quilmes desde 1992. El hogar está en
Camino de Circunvalación y Naciones Unidas, de Bosques,
en la calle Naciones Unidas 664, donde se alberga a chicos
de la calle, huérfanos y con problemas familiares.
Desde que Luis González hizo esta denuncia se le
cerraron todas las puertas para conseguir trabajo, pero lo
hizo por esos chicos vulnerables.
Unos días después hubo otra denuncia contra Lezcano
Pared, por un testigo de identidad reservada quien, ante el
fiscal Pablo Pérez Marcotte, dijo haber sido víctima de abuso
sexual y de malos tratos durante cinco años.
El testigo, de 19 años y huérfano, le dijo al fiscal que
había ingresado al instituto a los 13 años, por orden de un
juez. A los pocos días del ingreso al hogar, en 1994, el padre
Pared comenzó a castigarlo pegándole con una manguera de
goma. Después que pasaron los días, empezó a manosearlo,
a tocarle los genitales y pidiéndole que se bañara en la ducha
junto a él. A los pocos días lo terminaría violando.
Después de abusarlo lo amenazaba diciéndole ''te voy a
hacer pelota si se te ocurre contar lo que pasa entre
nosotros; me tenés que agradecer que te di un techo y
comida''. Es como que el plato de comida le diera derecho al
cura a golpear, abusar y a satisfacer sus patologías con los
niños desprotegidos.
Ante la denuncia, el Obispado de Quilmes, lo separó del
cargo en noviembre de 2000 e inició un sumario eclesiástico
contra Lezcano Pared cuando las pruebas comenzaron a
comprometer al cura, principalmente la declaración con
identidad reservada de dos de sus víctimas.
El cura estuvo prófugo de la Justicia durante cuatro
meses. El 10 de enero de 2001, fue detenido en Baradero.
Estaba en la casa de una amiga que vivía en esa localidad
bonaerense. La orden de detención la libró la jueza de
garantías de Quilmes, Adriana Myzskin.
Pared ingresó el 20 de febrero de 2001 en la Unidad
Penitenciaria 9 de La Plata. El 19 de octubre de 2002 fue
trasladado a la Unidad 12 de Gorina, cerca de la capital
bonaerense.
En el programa "Periodistas", por América TV, un joven,
que dijo llamarse Rafael, presunto hermano de un menor
abusado contó, a cara tapada, que el religioso los invitaba a
ver películas que en algunos casos eran de contenido
pornográfico y que después de las películas venía el
manoseo y la violación.
Lo acusaban de golpear y abusar sexualmente de seis
chicos, de entre 13 y 5 años, que vivían en un hogar de
Florencio Varela que él dirigía.
Desde la cárcel, esposado, llegó a los Tribunales de
Quilmes N° 3, donde fue juzgado por el tribunal integrado por
los jueces Armando Topalián, Martín Arias Duval y Alicia
Anache. En las audiencias se escuchó a las víctimas del
cura y a otros cuatro menores que declararon como testigos.
"Todos corroboraron los abusos".
El tribunal le dio la oportunidad, al sacerdote de contar su
versión, antes de escuchar a las víctimas, pero se negó a
declarar. Según fuentes judiciales, el cura habría decidido
hablar recién en la etapa final del juicio oral.
El fiscal José María Gutiérrez pidió que el acusado fuera
sacado de la sala de audiencias para que no tuviera ningún
contacto con las víctimas y así preservar la seguridad y
tranquilidad de los chicos que estaban citados.
Pero el defensor oficial Facundo Ferrari, a cargo de la
representación del sacerdote, se opuso a esta solicitud
argumentando que, si Pared estaba fuera de la sala, se
lesionaba su derecho de defensa en juicio. Finalmente, luego
de un cuarto intermedio, el Tribunal llegó a una solución
intermedia.
"Pared fue llevado a un cuarto contiguo desde el cual
podía estar permanentemente comunicado, por teléfono,
con su abogado y escuchar lo que se iba diciendo en el
debate".
Los empleados del hogar declararon e incriminaron al
cura. Pasaron cerca de 30 personas citadas para la
audiencia.
Un joven abusado, declaró con todos los detalles lo que
habría sufrido en el hogar Hermano Francisco, ante los
fiscales, una psicóloga y una asistente social.
Las víctimas hablaron de manoseos en las duchas, de
golpes con palos y con una manguera y de amenazas para
que nadie revelara lo que ocurría en el hogar
Un chico aseguró que "el padre Héctor" le pedía que le
hiciera masajes en las piernas y en la espalda y que lo
masturbara.
El más pequeño de todos les confesó a los jueces que el
cura lo obligaba a desnudarse, cosa que el sacerdote hacía
al mismo tiempo que él. "Desnudo era gordo y peludo" y
parecía "King Kong”. El niño confesó que le tenía mucho
miedo y por eso tenía un palo guardado abajo de la cama.
Otro chico dijo que el cura lo descubrió "robando unas
moneditas" y por eso lo castigó haciéndole poner las manos
sobre el fuego.
El fiscal, José María Gutiérrez, había pedido una condena
de 25 años de reclusión. A las imputaciones originales, les
agregó el delito de tortura, que Pared habría cometido al
castigar a los chicos: los golpeaba, les ponía pimienta en la
boca para hacerlos sufrir y, como castigo alternativo, los
hacía pasar horas enteras con los dedos apoyados sobre la
pared. Gutiérrez dijo que tenía probada que Pared torturaba
a los niños, pero los jueces no hicieron lugar a este pedido.
El cura no se presentó al juicio con sus hábitos, como
Grassi, sino que fue vestido de civil. Durante el juicio, unas
diez mujeres mayores fueron especialmente a apoyarlo.
Pared, siguió sosteniendo su inocencia y argumentó que
la acusación en su contra era una trampa tendida por
políticos locales de Quilmes. No aceptó ser interrogado por
los jueces. Cuando le dieron la oportunidad de decir sus
últimas palabras antes del fallo, sostuvo, entre lágrimas, el
argumento de una conspiración política.
Los resultados de las pericias psiquiátricas de Pared
fueron contundentes. "En él, el abuso de poder es una
condición para obtener el goce", dictaminó un grupo de
forenses, que presenció la lectura del fallo. De acuerdo con
ese trabajo, el sacerdote tiene una personalidad
"manipuladora".
Para aplicarle la pena, los jueces evaluaron su
"menosprecio por las víctimas". Se limitó a decir que no con
la cabeza todo el tiempo y a buscar con la mirada a las
personas que estaban en la sala.
Cuando terminó de escuchar la pena que acababan de
darle, se acercó al oído de su defensor y le susurró: "Es
mucho, ¿no?". El Tribunal Oral en lo Criminal N° 3 de
Quilmes le impuso 24 años de prisión por abuso sexual
agravado y corrupción de menores calificada. Los delitos por
los que se dictó la condena son los mismos que pesan sobre
el cura Julio César Grassi.
Los delitos son calificados, es decir más graves, porque
ambos curas eran los encargados de la educación de los
menores y la ley argentina los castiga con mayor severidad.
El defensor, Facundo Ferrari, había pedido la nulidad de
toda la causa por supuestas irregularidades.
Pero no le hicieron caso. En la sala de audiencias, el fallo
fue recibido con aplausos.

◆◆◆

CASA RESIDENCIA DEL OBISPADO DE QUILMES,


BUENOS AIRES

EL CURA RUBÉN PARDO


El cura Rubén Pardo, era sacerdote de la diócesis de
Quilmes. El obispo Jorge Novak sabía que Pardo, había sido
expulsado, cuando estaba formándose en la congregación
de Los Camilos. El que lo expulsó, por conductas
inapropiadas, fue el padre Martín Puerto, que era el director
en 1989. Cuando el padre Martin Puerto se enteró de su
ingreso al seminario de Quilmes, le envió un informe a Novak
manifestándole los motivos de la expulsión de Pardo. Nunca
tuvo respuesta y Novak lo recibió sin problemas en el
Seminario de Berazategui.
A pocos días de asumir como director del seminario de
Quilmes, el padre Marcelo D. Colombo, observó también
conductas inapropiadas de Pardo con sus compañeros de
seminario y decidió hablar con Novak. Pero lejos de
expulsarlo, lo trasladó, mediante una medida poco común, a
una casa del obispado hasta su ordenación sacerdotal. Pese
a las sugerencias de otros curas, de que Pardo no tenía
condiciones para el celibato, Novak lo ordenó sacerdote.
Nunca tuvo un destino pastoral asignado, eso tampoco es
común. Sólo se dedicó a remplazos en parroquias y capillas
de la zona.
En el 2003 fue denunciado por una catequista de haber
abusado sexualmente de su hijo de 15 años. A partir de la
denuncia, el Obispado comenzó a proteger a Pardo con
trabas procesales y presiones a la familia de la víctima.
Monseñor Stöckler le dijo al fiscal, que no hacía falta que
interviniera la justicia ordinaria, porque la autoridad religiosa,
ya había tomado cartas en el asunto.

ESTRECHA RELACIÓN FAMILIAR CON LA FAMILIA


DE LA VÍCTIMA
La familia del joven estaba muy vinculada a la Iglesia: su
tío era diácono en la diócesis de Quilmes y su madre era
catequista de niños, adolescentes y adultos. Realizaba
tareas de voluntariado y era docente en una escuela del
Obispado de Quilmes.
El religioso tenía una estrecha relación con la familia de la
víctima. Era una especie de referente masculino para el
adolescente y sus hermanos menores, que eran huérfanos
de padre. Por esta relación, la madre le pidió al padre Pardo
que hablara sobre sexualidad con su hijo de 15 años, ya que
a ella le resultaba difícil abordar el tema.
Para facilitar el diálogo entre su hijo y el cura, la mujer lo
invitó a cenar a su casa y le propuso quedarse a dormir. El
sacerdote se excusó diciendo que tenía que oficiar misa muy
temprano, pero le ofreció al joven pasar la noche en su casa,
una residencia del Obispado.
Una vez en la casa, el padre Pardo le preguntó al chico si
tenía frío y lo invitó a meterse en su cama. El adolescente
pensó que era una invitación fraterna. Incluso, creyó que el
primer beso que le dio en la mejilla tenía ese espíritu. Pero se
equivocaba. En un momento lo abrazó con los brazos y las
piernas. Empezó a preguntarle si había besado a una chica.
El joven le dijo que sí, y en ese momento el cura empezó a
besarlo y a pasarle la lengua dentro de su boca.
Después comenzó a tocarle las piernas y fue subiendo
hasta tocarle los genitales y la cola.
El joven estaba confundido y shockeado por lo que estaba
pasando. Luego el cura sacó su pene endurecido y empezó
a masturbarse. Le dijo que sacara el de él. El joven temblaba
y no lo hizo. Pero compulsivamente el cura se lo sacó y le dijo
que se masturbara como él.
El joven estaba bloqueado ante la impotencia y no
escuchaba lo que el cura le decía. En un momento fingió
masturbarse, pero no lo hizo. El cura le decía que lo
empezara a masturbar y se mojaba el pene con saliva.
Después quiso que el joven le hiciera sexo oral, pero él se
negó y empezó a hacer fuerza y a resistirse para poder zafar
de esa situación.
El cura se masturbó hasta eyacular su impunidad
autoritaria, luego se levantó de la cama y fue al baño a
higienizarse.
El joven quedó temblando en la cama que se había
transformado en una trampa mortal. Deseaba que no volviera
más del baño. Cuando el cura regresó, vio que él estaba en
la otra cama y lo volvió a invitar para hacerle unos masajes,
pero el joven se negó.
El cura le pidió que guardara silencio. Como suelen hacer
los abusadores de menores.
Cuando el cura se durmió en su lecho rabioso, el joven se
escapó. Cuando llegó a su casa en la madrugada del 15 de
agosto del 2002 su madre se asustó y no entendía lo que
pasaba. El joven le contó a su madre, el infierno que había
vivido en la casa del cura. Beatriz se quería morir. Se sentía
absolutamente culpable de haber sido ella quien lo puso en
las garras de esa bestia. No sabía qué hacer ni adónde ir.
A los dos días, la madre, fue al obispado acompañada por
su hermano diácono y denunció al cura Rubén Pardo ante
monseñor Stöckler y le entregó una carta escrita de puño y
letra por su hijo. Carta que escribió sin poder parar de llorar.
Allí, el joven describía el abuso sexual sufrido en la casa
parroquial. Beatriz también le llevó una carta que había
escrito la noche anterior, en la que no había podido parar de
pensar, haciéndole conocer al obispo su realidad familiar, sus
creencias, su entrega a Dios, desde antes de tener uso de
razón, porque su familia es creyente y practicante como ella.
Todo esto se lo detalló en la carta, para que él pudiera tomar
conciencia de la magnitud del dolor y de la decepción que
significó este hecho. Justamente por este compromiso.
El obispo, como corresponde a un buen administrador,
continuó con el protocolo vaticano. Inició un proceso
canónico al cura Pardo, y pidió a la víctima que sea
misericordiosa con su abusador. no podía creer la
barbaridad que estaba escuchando.
La madre esperaba que la Iglesia lo denunciara en la
Justicia, lo sancionara gravemente, le sacara los hábitos y lo
expulsara inmediatamente. Pero no fue así. En la Iglesia no
es así. Porque la política de la Iglesia es ocultar detrás de
sus muros sagrados a los pederastas con la esperanza de
que, rezando se conviertan y cambien.
En una segunda reunión que la madre mantuvo con el
obispo, Stöckler le dijo que el día 19 de agosto de 2002 se
había presentado ante el cura Rubén Pardo, quien reconoció
llorando amargamente el intento de abuso y pidió perdón,
manifestándole que estaba arrepentido.
La madre le preguntó al obispo sobre la medida iba a
tomar ante el reconocimiento del hecho por el cura Pardo. El
obispo le respondió que iba a tramitar lo que corresponde por
el Derecho Canónico, que debía esperar, pero, sobre todo,
que tenía que ser más misericordiosa con las personas, que
por vocación eligen el celibato, porque todos tienen algún
momento de debilidad.
El obispo también le dijo que tenía que ser más flexible
porque estas situaciones, de abuso sexual de menores, se
daban también con personas de otras profesiones. El obispo
trataba de justificar una conducta de pederastia como algo
natural en la sociedad y en la Iglesia. Cuando en realidad se
trataba de un delito que había que denunciarlo y no
encubrirlo.
En un acto de generosidad cristiana el Obispado de
Quilmes le ofreció a la madre pagarle una terapia psicológica
para su hijo y para ella.
UNA SIMPLE INFRACCIÓN QUE MERECIÓ UNA
AMONESTACIÓN
El obispo nunca calificó al abuso sexual como un delito
aberrante sino simplemente lo consideró una "infracción”.
Por eso, le aplicó una amonestación y lo exhortó a
trasladarse a otra jurisdicción parroquial y a abstenerse de
celebrar misa por un mes y de realizar declaraciones
"públicas o privadas" sobre el tema. En ningún momento le
prohibió el contacto con menores ni lo obligó a realizar un
tratamiento para abordar su patología. Después del mes de
sanción siguió dando misa y hablando de Dios de manera
profesional.
Lo que monseñor Stöckler sancionó es la violación del
sexto mandamiento: “No fornicarás ni cometerás actos
impuros”.
Como parte de la sanción, el obispo le dice: “Te exhorto a
que:
1. Enmiendes tu actitud y opciones de vida,
manteniéndote fiel a las promesas sacerdotales.
2. Mudes a la brevedad tus efectos personales de la
jurisdicción parroquial que hoy habitas y te retires de la
diócesis mientras se dan los pasos previstos por la
legislación canónica. Considero que la permanencia en la
Casa de Ejercicios de los Padres Cooperadores de Cristo
Rey o en otro lugar que no sea la diócesis de Quilmes,
favorecerá el clima de recogimiento y serenidad que exige
la circunstancia que vives y facilitará el esclarecimiento de
los hechos que han tenido lugar la semana pasada. A tal
fin, dejarás en esa sede, teléfono y dirección donde puedas
ser ubicado.
3. Durante un mes, a partir de ahora, te abstendrás de
celebrar la Eucaristía con concurso de fieles o a presidirla
en caso de concelebraciones comunitarias. Para la
serenidad de tu espíritu, tampoco deberás confesar a
penitente alguno por el mismo lapso.
4. Tomes los recaudos para que las autoridades del
Hospital Iriarte de Quilmes, donde el cura era capellán,
recurran a los párrocos cercanos para la atención de los
enfermos que soliciten la presencia del sacerdote.
5. Evites declaraciones públicas o privadas que
confundan al Pueblo de Dios en general y a las personas
afectadas por estos desgraciados acontecimientos en
particular.”
La amonestación fue firmada por el padre Pardo el 20 de
agosto de 2002, cinco días después del episodio con el
menor.

SUSPENSIÓN DE LA COLABORACIÓN ECONÓMICA


PARA EL TRATAMIENTO PSICOLÓGICO
Cuando la madre del joven abusado pasó los gastos de
una consulta jurídica que había realizado a una entidad
dedicada al asesoramiento integral de víctimas de abuso
sexual de la Capital Federal, el obispado de Quilmes
suspendió la colaboración económica a los cuatro meses del
tratamiento. La suspensión se lo comunicó el vicario de la
diócesis, Carlos Abad.
Frente a esta situación, la madre pidió una audiencia con
monseñor Stöckler el 20 de diciembre de 2002, cerca de la
fiesta de Navidad. Stöckler la recibió en su despacho con su
sotana negra y le dijo con autoridad que consideraba que ya
había pasado tiempo suficiente para solucionar este
problemita. Stöckler como otros obispos siempre minimizaron
los abusos a menores.
Esta fue la última vez que la madre del joven abusado
tuvo contacto con el obispo y la Iglesia. Nadie volvió a
llamarla para saber cómo estaban.
El joven y su madre sin que tuvieran ayuda económica de
la Iglesia, siguieron con el tratamiento por un año más
aproximadamente. Beatriz se sintió defraudada por su
Iglesia y por el sacerdote a quien le había confiado a su hijo.
Ella creía en la institución, por eso agotó todas las instancias
eclesiásticas para que la ayudaran a ella y a su hijo.
Esperaba que el obispo, como padre y pastor, buscara hacer
Justicia y encontró a un funcionario que sólo buscó el
encubrimiento.
La madre del joven abusado durante mucho tiempo se
sintió culpable por haber entregado a su hijo a un sacerdote
que ella tenía como referente espiritual y existencial.
El momento más doloroso llegó cuando ella se enteró de
que el cura, que había abusado de su hijo, era portador del
virus del sida y temía que su hijo pudiera haberse contagiado.
Al ver que el Obispado no recurría a la Justicia como ella
esperaba, presentó la denuncia penal, casi seis meses
después del hecho, el 4 de febrero de 2003, ante la UFI Nº 8,
especializada en delitos sexuales.
Interviene en la causa por "abuso sexual" contra un
menor, la jueza en lo Criminal y Correccional de Quilmes,
Adriana Myzkyn.

ENCUBRIMIENTO POR PARTE DEL OBISPADO


El 27 de febrero de 2003, el fiscal Pérez Marcote, le pidió
al Obispado que, en forma urgente le informara sobre el
paradero del padre Pardo, quien tras recibir la amonestación
había dejado la diócesis de Quilmes, donde oficiaba en la
parroquia San Cayetano, de Berazategui, y era capellán del
Hospital Zonal de Agudos Doctor Iriarte. La respuesta del
Obispado fue evasiva.
Simplemente se limitó a responder que, a la fecha, no
tiene asignado destino pastoral y que reside fuera del
territorio de esta diócesis. En ningún momento precisó dónde
estaba. Aunque en el texto de la amonestación canónica,
Stöckler le exigía dejar en el Obispado teléfono y dirección
donde pueda ser ubicado fácilmente.
Ante otro requerimiento de la UFI (Unidad Fiscal para la
Investigación de Delitos contra la Integridad sexual de niños),
recién en septiembre de 2003, le comunican que estaba
viviendo en un hogar sacerdotal de la Vicaría del barrio
porteño de Flores, en Condarco 581.
Antes, había estado alojado en la Casa de Ejercicios de
los Padres Cooperadores de Cristo Rey, de la ciudad de
Rosario y luego en otra residencia del Arzobispado de
Buenos Aires, cuya dirección y nombre no quiso
proporcionar el Obispado de Quilmes, cuando se consultó al
respecto al presidente de la Comisión Diocesana Judicial de
la diócesis, Joaquín Carlos Guardiola.
Por conocidos, la madre se enteró que, en este tiempo,
estuvo oficiando misa en una parroquia de Rosario y también
participó en una ceremonia religiosa en la Basílica de Luján.

LA DECEPCIÓN DE LA MADRE
La madre se sintió abusada, burlada y subestimada por la
actitud del obispo. Su hijo no había sufrido un acto de
debilidad de un cura, sino que había sufrió un delito. Ella le
juró al obispo, que esto se lo callaría únicamente muerta. No
quería ser cómplice de tanta impunidad e hipocresía.
La decepción que sintió por la jerarquía eclesiástica no
tiene forma de nombrarla porque no encontró a nadie
después de golpear puertas y puertas que abordara la
pederastia como un delito penal.
No veía autenticidad en el obispo. Fue maltratada por el
juez eclesiástico, cuando se presentó en el Tribunal
Eclesiástico en 1ra. Instancia. Beatriz no espero jamás
semejante reacción.
El cura Gregorio que estaba ahí, consideró que su caso
debía ser escuchado por el cardenal Bergoglio. La
acompañó a la curia metropolitana. El secretario de
Bergoglio le preguntó el motivo de la audiencia y ella le dijo
que era un tema privado. El secretario le dijo que monseñor
no atendía sin saber el motivo. Entonces le indicó que quería
entregarle en mano una carta. Pero el cura muy molesto le
dijo que pretendía imponer condiciones y llamó a la seguridad
del palacio episcopal para que la retiraran. Las víctimas se
transforman en un grave peligro para la Iglesia.
En 2005 Pardo murió de SIDA, sin haber estado detenido
un solo minuto de su vida.

UN FALLO INÉDITO
En un fallo inédito, la Cámara de Apelaciones de Quilmes
ratificó la sentencia del Juzgado Civil y Comercial N°2 de esa
ciudad y condenó al Obispado de ese distrito a indemnizar
por daño moral a la víctima de 120.000 pesos y de 20.000
pesos a su madre, además de 7.800 pesos a cada uno por
"incapacidad psicológica".
La medida judicial favoreció a la demandante Beatriz
Varela, quien presentó la denuncia en nombre de su hijo,
Gabriel Ferrini, hoy de 25 años.
"Se logró que el Obispado de Quilmes responda por los
daños producidos por uno de sus dependientes", dijo el
abogado querellante Mauro Pigliuca, "El fallo es histórico, la
institución nunca tuvo que pagar una condena por estos
actos. Me da tranquilidad y mucho consuelo y me alegra
que pueda servir para que otras víctimas sepan que la
Iglesia no se va a poder manejar con la misma impunidad",
afirmó Ferrini.

◆◆◆

COLEGIO MARIANISTA, CABALLITO, CABA

HERMANO FERNANDO ENRIQUE PICCIOCHI


Sebastián Cuattromo, tiene 40 años y vive en la ciudad de
Buenos Aires.
Fue abusado sexualmente, junto a otro compañero, en el
Colegio Marianista del barrio de Caballito, por el hermano
Fernando Enrique Picciochi. Éste se desempeñaba como
docente en el Colegio. Los dos alumnos fueron abusados
cuando tenían 13 años durante un campamento de fin de
curso organizado por la institución educativa en diciembre de
1989 en las sierras de la provincia de Córdoba.
El hermano Picciochi hizo la primaria y la secundaria en el
mismo Colegio Marianista que Sebastián y su compañero.
Tenía la jerarquía de religioso de la Orden de los Hermanos
Marianistas. Era docente de enseñanza primaria, de
catequesis y profesor de Lengua y Literatura e Historia.
Desde 1988 hasta 1990 se desempeñó como maestro de
cuarto grado. En 1991 de sexto y séptimo grado. Ese año
fue el último que estuvo al frente de un grado del nivel
primario porque en 1992 fue nombrado profesor de Lengua y
Literatura.
Sebastián pudo verbalizar el abuso, ante un amigo en el
año 2000, después de diez años. A partir de romper el
silencio y comentar el tema con otros egresados de la misma
escuela, Sebastián Quattromo y su compañero pudieron
ubicar a otras víctimas: dos chicos que habían compartido la
habitación con él en aquel viaje de egresados a la colonia de
verano de Casa Grande, en Córdoba y que les aseguraron
que Fernando Enrique Picciochi los agredió cada noche de la
misma forma.
Sebastián les contó, que, en el viaje de estudio de
séptimo grado, el hermano Picciochi ingresaba en horas de
la noche a la habitación donde dormían y comenzaba a
manosearle el rostro y la zona de los genitales. Le besaba el
cuello y terminaba masturbándolo. Esto sucedía casi todas
las noches, pero los abusos continuaron después del viaje en
el colegio de Caballito cuando Sebastián terminaba sus
actividades. El hermano lo llevaba al subsuelo para continuar
con el abuso y otras veces fue en el patio cubierto del
colegio.
Al compañero de Sebastián, el Hermano Picciochi le hizo
lo mismo, pero en el colectivo cuando regresaban del viaje de
egresados a Buenos Aires. El hermano le dijo que lo veía
cansado, tensionado y nervioso y que conocía algo que lo
podía relajar. Lo llevó a la parte trasera del micro, lo sentó en
su falda y comenzó a tocarle los genitales, primero por sobre
la ropa y luego le sacó el pene y comenzó a masturbarlo
mientras lo besaba en el cuello hasta que eyaculó. Después
le dijo que se fuera a su asiento como si la liturgia de la
perversión hubiera terminado.
Sebastián y su compañero un día tomaron coraje y fueron
al colegio para hablar con el superior y denunciar al Hermano
Picciochi. Lo recibieron las máximas autoridades de la
congregación. El padre Casalá, el padre Alfonso Gil, que
falleció y Gustavo Magdalena, que era el rector laico.
Las autoridades se sorprendieron por lo que Sebastián
contaba, pero más se sorprendieron cuando Sebastián les
dijo que quería llevar el caso a la Justicia.
El padre Casalá tomó la iniciativa y les pidió a Sebastián y
a su compañero que iniciaran un proceso de mediación con
un abogado amigo. Así fue como las víctimas se encontraron
con el victimario en el estudio jurídico del abogado, amigo del
superior.
Picciochi sólo recordaba los abusos contra Sebastián,
pero no contra su compañero. Dijo que Sebastián había sido
un caso paradigmático para él porque él estaba enamorado
de Sebastián y lo admiraba.
Sebastián y su compañero le recordaron los abusos
hacia los otros compañeros y dijo que no los recordaba. El
hermano dijo que no era un abusador, pero si homosexual y
que ellos no tenían derecho a arruinarle la vida.
Después de esta mediación secreta sin que nadie
supiera nada, el Instituto Marianista le propuso una
indemnización a cada uno de 40 mil dólares, en concepto de
daño moral, psicológico y psiquiátrico para solventar un
tratamiento terapéutico, en el marco de un acuerdo que los
dos exalumnos terminaron aceptando. Pero el acuerdo
incluía una cláusula de confidencialidad, obligándolos a
mantener los hechos en silencio como exige el protocolo
vaticano en estos casos.
Pero Sebastián y su compañero fueron a la defensoría
del pueblo a plantear su situación. La defensoría se expidió
con una Resolución 2720/20, firmada por la entonces titular
de la Defensoría del Pueblo, Alicia Oliveira, donde
manifestaba que esa cláusula de confidencialidad estaba
viciada de nulidad y era contraria a la moral al importar una
nueva victimización de quien denunciara haber sido víctima
de un delito de naturaleza sexual por parte de un docente, ex
empleado del Instituto Cultural Marianista. Pues importa
obligarlo a callar y silenciar su calidad de víctima y la
circunstancia de haberle sido acordada una indemnización
como si ello fuera vergonzante o en modo alguno expusiera
el buen nombre o la intimidad del Instituto Cultural Marianista.
Lo que mancilla el buen nombre de dicha institución, en todo
caso, es el haber permitido, como parece haber ocurrido,
que un docente perpetrara abusos sexuales contra los
alumnos confiados a su custodia por dicho instituto
educativo. Y el hoy pretender silenciar dicha circunstancia
acallando a una de sus víctimas mediante una obligación
repugnante a su conciencia y, por ello, fulminada por los
artículos 530 y 953 del Código Civil. La resolución de Oliveira
está fechada el 2 de junio de 2002.
Estaba claro que las autoridades del Colegio Marianista
encubrieron al docente acusado poniéndole precio al dolor y
comprando barato el silencio de las víctimas.
Después de esta resolución Sebastián y su compañero
se presentaron en la justicia civil para iniciar la causa judicial
el 20 de junio de 2000.
La causa quedó caratulada Picciochi, Fernando Enrique,
por corrupción de menores calificada reiterada.
En septiembre de 2000, Picciochi fue procesado con
prisión preventiva por corrupción de menores en forma
reiterada por el entonces juez nacional de instrucción en lo
Criminal N° 4, Mariano Bergés. El Hermano Picciochi apeló,
pero el procesamiento fue confirmado por la Cámara el 31
de octubre de 2000.

Picciochi se había fugado cuando lo fueron a


detener.
En el 2001 Interpol determinó que había ingresado a los
Estados Unidos. Pero el pedido de captura internacional no
se efectivizó por varios años. Sebastián en 2004 fue a la
sede de Interpol para ver si tenían novedades del hermano
marista. Pero se dio con la sorpresa de que no había sido
cursado el pedido de captura porque el juzgado de
instrucción N° 4 no había completado el formulario
correspondiente. ¿Qué extraño olvido de la justicia que
benefició una vez más a un religioso depravado?
Recién el 21 de marzo de 2007 Picciochi fue detenido por
las autoridades migratorias de EE. UU. con documentos de
identidad mexicanos falsificados y bajo el nombre de
Francisco Juárez Flores.
Picciochi estuvo detenido en un centro para inmigrantes,
en Persall, Texas, hasta que en septiembre del 2010 fue
extraditado a la Argentina.
No es la primera vez que la Iglesia ayuda a escapar de la
justicia a un religioso con antecedentes penales.
Al ser notificada de su detención, la fiscal María del
Carmen Dellarole requirió el 19 de abril de 2007 la elevación
a juicio de la causa y la extradición de Picciochi, que estuvo
detenido en la cárcel de Ezeiza, del Servicio Penitenciario
Federal.
Pasaron más de veintidós años de aquella pesadilla que
Sebastián y su compañero vivieron en silencio. Después de
una larga y dura lucha, lograron llegar a la instancia del
Juicio.
El Juicio Oral y Público se desarrolló desde el 21 de
agosto de 2012 hasta el 25 de septiembre ante el Tribunal
Oral en lo Criminal número 8 de la Justicia Nacional, con
sede en la ciudad de Buenos Aires.
En el juicio, Picciochi negó los hechos que se le
imputaban cuando fue indagado, durante la instrucción de la
causa. Decía que no podía entender cómo esta gente
realizaba estas denuncias. Acusó a sus víctimas de fabular y
de buscar una remuneración económica.
Durante el debate oral brindaron testimonio otros dos
jóvenes que relataron que fueron también víctimas del
docente en el mismo viaje de egresados, pero que prefirieron
no denunciarlo penalmente.
También fue citado a declarar el sacerdote Luis Casalá,
quien era la máxima autoridad de los marianistas en la
Argentina cuando ocurrieron los hechos denunciados. Era
presidente del Instituto Marianista cuando se inició la causa,
y actualmente es consejero regional de la Compañía.
Dijo que desconocía los hechos investigados hasta que
Quattromo y su compañero se lo contaron, poco antes de
decidir llevar el caso a la Justicia. Contó que contactó a los
dos jóvenes con Picciochi porque querían conversar con él.
En el colegio había ocurrido otro incidente de abuso
sexual en 1991, protagonizado por el hermano Picciochi y
que fue encubierto por la institución. Casalá lo calificó como
una desubicación por parte de Picciochi y afirmó que la
familia de ese alumno no quiso que tuviera trascendencia.
Después de esta situación las autoridades de la orden lo
obligaron por el voto de obediencia a realizarse un
psicodiagnóstico que como resultado dio que era una
persona normal porque no era homosexual. Cuando los
jueces pidieron este informe, la congregación no pudo
acreditar donde estaban los resultados de este estudio. Al
año siguiente lo enviaron al sur, a la ciudad de Catriel donde
los marianistas tenían una parroquia. Allí dio clases en
escuelas públicas. A pesar de sus antecedentes de pedófilo,
las autoridades religiosas lo seguían relacionando con niños;
como si esta medida fuera parte de una rara prescripción
médica.
También declaró la psicóloga María Cristina Griffa, que
atendió al compañero de Sebastián durante dos años y
describió las secuelas que el abuso sexual había dejado en
el joven: una herida indeleble que intenta curar a través de
ser consciente cada vez más de estos sucesos olvidados
que lo convirtieron en un púber y adolescente distinto.
La psicóloga Graciela Luisa Galeano, que atendió a
Sebastián Quattromo desde el año 1998, también declaró y
manifestó cómo lo habían afectado a él los episodios de
abuso en su vida personal y sexual. Entendió que no
fabulaba. El juzgado también le tomó declaración durante la
instrucción a María Silvia Martín Parodi, licenciada en
servicio social, y Ana María Alcoba López, psicóloga,
quienes se desempeñaban en el Centro de Atención a
Víctimas de Violencia Sexual dependiente de la Policía
Federal y que en abril de 2000 atendieron a los dos jóvenes.
Se los orientó sobre cómo debían dar los pasos legales.
Parodi dijo que de las conversaciones que mantuvo con
ambos, pudo sacar en claro que fueron objeto de abusos
sexuales, hechos que marcaron la iniciación sexual de
ambos. Alcoba López afirmó que del discurso de ambos
infiere un nivel intelectual alto, que la induce a pensar que no
son fabuladores.
Sebastián es la primera víctima en Argentina de la
pederastia religiosa que da a conocer públicamente su
historia y señala con nombre y apellido al religioso abusador.
Sebastián confiesa que esto lo hizo para intentar realizar
un aporte colectivo en favor de la defensa y la promoción de
los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes, tal
como lo establecen la Convención Internacional de los
Derechos del Niño, y la ley 26.061 de Protección Integral de
Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes.
Sebastián decía que, durante años, el hecho de haber
sido abusado por un adulto lo había hecho sentir un varón
devaluado y diferente.
Por eso luchó como víctima, para que su historia
individual trascienda y se convierta en un hecho colectivo,
trabajó para que las víctimas no tengan qué sentir culpa ni
vergüenza.
El hermano marista Fernando Picciochi fue condenado a
doce años de prisión por corrupción de menores
agravada, reiterada y calificada.
Después de escuchar el fallo, a Sebastián le costó caer.
Fue algo muy breve, fugaz y casi intempestivo. El Tribunal
había pasado a deliberar y de pronto los jueces volvieron a la
sala y en menos de dos minutos leyeron el veredicto. Lo
primero que hizo fue abrazar a su compañero de lucha de
todos estos años y a los pocos afectos que pudieron estar
presentes en ese momento en la sala: sus padres y algunas
amistades.
Después de la sentencia, Sebastián y su compañero se
sintieron aliviados porque la sensación de reparación fue
importante.

◆◆◆

IGLESIA NUESTRA SEÑORA DE MAGDALENA, LOS


HORNOS, BUENOS AIRES

CURA RICARDO GIMÉNEZ


El sacerdote Ricardo Giménez, en su casa de Los
Hornos, provincia de Buenos Aires, fue detenido el 19 de
abril de 1996, acusado de abuso deshonesto calificado en
perjuicio de cinco menores, de 10 a 11 años, en la iglesia
Nuestra Señora de Magdalena, de la que era párroco desde
1994. La denuncia fue presentada el 25 de marzo de 1996
por María Rosa Merlo, madre de un monaguillo.

Cronología del cura abusador Ricardo Giménez.


El cura Giménez estuvo a cargo de tres Colegios:
1960: Colegio Santa Lucía del barrio de Barracas.
1971: Colegio Santa Clara del barrio de Flores, Buenos
Aires. Allí fue denunciado ante las autoridades, estuvo
detenido y fue trasladado de lugar. Realizaba campamentos y
también ahí abusaba de niños. Los padres hicieron una
protesta en el Colegio.
1975: Colegio Santa Clara del barrio de Flores, hubo más
casos, también hubo denuncias y fue trasladado
1979: Estuvo a cargo de la Iglesia Madre de la Divina
Gracia de Gonnet, realizaba campamentos, donde también
hubo abusos.
1980/81: Estuvo a cargo de la Iglesia Sagrado Corazón
de Jesús de City Bell, donde realizaba campamentos y fue
denunciado por padres del Colegio. También fue trasladado.
1996: Estuvo a cargo de la Iglesia Santa María
Magdalena. Allí fue denunciado penalmente por María Rosa
Merlo y cinco madres más.
En marzo de 1996, el juez local Emir Caputo Tártara dictó
la prisión preventiva, con las pruebas reunidas, de Giménez
acusado de abuso deshonesto calificado de cinco menores
cuyas edades eran entre 10 y 11 años.
Monseñor Carlos Galán, a través de Héctor Aguer,
entonces arzobispo local, peticionó en favor del encausado.
El juez Caputo Tártara desestimó la solicitud de
excarcelación porque entendió que el beneficio debía ser
formulado por el interesado. El pedido pasó a manos del juez
de feria de La Plata, César Melazo, que hizo lugar a la
presentación.
De esta forma, el expediente llegó a la Cámara Penal de
Apelaciones local, que con la firma de los doctores Raúl
Delbés y Horacio Piombo concedió la excarcelación
extraordinaria de Giménez bajo caución juratoria, por
dignidad eclesiástica, buena conducta y falta de
antecedentes; también ameritaron que el arzobispo platense
monseñor Carlos Galán a través de Héctor Aguer,
garantizara personalmente la presencia del excarcelado en
su sede eclesiástica, lo que para los magistrados alejaría el
peligro de una eventual ausencia del cura, para el caso de
que la Justicia disponga algún otro mecanismo vinculado con
la causa.
El cura Giménez nunca aceptó los cargos que se le
imputaron y acusó a "redes demoníacas" de su situación y
hasta escribió que los denunciantes fueron presionados por
los medios de comunicación y por un pequeño grupo de
personas que se oponían a su catequesis y que se habían
jurado hacer cuanto sea para alejarlo de la Parroquia.
Entre agosto y septiembre del 2013, llegaron las
denuncias públicas de otras víctimas: Julieta Añazco y Carla
R.
La primera protesta fue dentro de la capilla del Hospital
San Juan de Dios de la ciudad de La Plata cuando el cura
oficiaba la misa.
La segunda protesta fue frente a su domicilio particular en
el barrio de Los Hornos. Las víctimas fueron acompañadas
por Organizaciones Sociales como Las Azucenas, Unión por
los Derechos Humanos, Juana Arzuduy y La Revuelta
Colectiva.
Luego de la visibilización en los medios de comunicación,
desde la Fiscalía N° 6 a cargo del Fiscal Marcelo Romero,
les tomaron la denuncia penal el 19 de septiembre de 2013 y
la causa tiene el N°: 36391/13
A Bergoglio lo nombran arzobispo el 3 de junio de 1997,
un año después de la denuncia en Magdalena.
Julieta Añazco le envió una carta por Correo Argentino al
Papa Francisco, la cual llegó al Vaticano el 14 de enero de
2014, que, hasta el momento, no contestó.
Ha realizado un video junto a Sobrevivientes de la Red en
Italia (RETE L ABUSO), y ellos personalmente le han
entregado a Monseñor Angelo Becciu, lo vivido por Julieta.
Julieta, junto a otras víctimas de abusos sexuales
eclesiásticos de Argentina, han escrito una carta abierta
dirigida al Papa Francisco que pusieron a disposición de
varios periodistas del Vaticano y del resto del mundo.
Jamás respondió a ninguno de los reclamos de víctimas
de Argentina, ni siquiera cuando era Cardenal de Buenos
Aires.

◆◆◆

HOGAR DE VARONES MARTÍN RODRÍGUEZ,


TANDIL, BUENOS AIRES

HUGO WILFREDO OLARTE


Hugo Wilfredo Olarte, de 40 años, era un hermano
franciscano que dirigía un Hogar de menores en Tandil.
Recibió nueve años de cárcel por abuso deshonesto
Olarte fue detenido acusado de 21 casos de abusos
deshonestos calificados y 6 violaciones calificadas en
perjuicio de menores. Desde ese momento permaneció
alojado en la cárcel de Azul, lugar donde deberá cumplir con
la dura pena aplicada por el magistrado.
El juez de primera instancia de esta ciudad, Guillermo
Arecha, lo condenó a nueve años de prisión por un caso de
abuso deshonesto calificado sobre un menor interno en el
Hogar de Varones ``Martín Rodríguez'', donde el condenado
ostentaba el cargo de director.
El fiscal Galli encontró como agravantes tres aspectos
principales:
1) La presunta comisión del delito delante de otro
menor, lo que supone una mayor humillación para la
víctima.
2) La falta de colaboración y arrepentimiento
evidenciada por Olarte y
3) Su negativa a realizarse una pericia psiquiátrica.

Los siete meses transcurridos desde aquella solicitud del


fiscal no fueron para nada tranquilos. Durante la etapa de
pruebas de la defensa, el abogado del hermano franciscano,
Erramouspe logró que se realicen nuevamente tres
declaraciones de otros tantos testigos presentados por la
fiscalía como testigos de cargo contra el fraile.
Sorpresivamente, los testigos, también menores internos del
Hogar, entraron en abiertas contradicciones con sus
primeras y contundentes afirmaciones contra Olarte, aunque
al hacerlo no pudieron evitar caer en crisis nerviosas y llanto
incontrolable.
Con la categórica sentencia, el juez Arecha, dejó bien
clara cuál fue su convicción desde el principio mismo de la
causa, posición que mantuvo inalterable tras el episodio de
las controvertidas audiencias presentadas por la defensa.
Producida la sentencia, el doctor Erramouspe no perdió
tiempo y de inmediato dejó traslucir que en la primera
instancia no esperaba otra cosa que no fuera una condena.
Ahora su esperanza está centrada en la postura que tomará
la Cámara de

◆◆◆

COLEGIO SAN JOSAFAT, APÓSTOLES, MISIONES

CURA ETANISLAO CHOMIN


Después de 9 años el sacerdote Chomin fue condenado
en el 2012 a cuatro años de prisión efectiva por haber
abusado sexualmente de una alumna que asistía al colegio
que estaba a su cargo, en la ciudad de Apóstoles, al Sur de
Misiones.
Cuando abusó, la víctima tenía apenas cuatro años.
La sentencia se conoció recién ocho años y siete meses
después de que los padres de la víctima realizaran la
denuncia ante la justicia.
Sin inmutarse y con los brazos cruzados, seguro de que
no iba a ir a la cárcel por su edad, Estanislao Chomín (72)
escuchó el fallo del Tribunal Penal 1 de Posadas. Los
camaristas Martín Errecaborde, Eduardo D’Orsaneo y la
subrogante Marcela Leiva, le impusieron la pena máxima
establecida para el delito de abuso sexual sin acceso carnal.
Por la edad del condenado, la Justicia decidió otorgarle el
beneficio de la prisión domiciliaria.
Chomin nunca estuvo preso y llegó al juicio en libertad
Chomín tenía 63 años cuando fue denunciado por los
padres de una nena de cuatro años que concurría al colegio
San Josafat de Apóstoles. El caso salió a la luz porque la
pequeña le dijo a su mamá que no quería ir a la escuela y se
quejaba de dolores en la zona genital.
La madre le preguntó a la nena si algún amiguito o
maestra la había tocado, pero la niña respondió que era “el
padre Chome", como era conocido el sacerdote. La niña
agregó que el padre Chome la llevaba a su dormitorio, la
sentaba en su rodilla y la manoseaba. Después le daba
caramelos para que no dijera nada a nadie. Así compraba el
silencio inocente de esa niña indefensa.
Resultaron fundamentales los testimonios de la niña en
Cámara Gesell y de la psicóloga que la atendió debido al
trauma sufrido.
La fiscal Liliana Picazo pidió el máximo de la pena
establecida para el delito de abuso sexual simple por
considerar que el religioso “violentó la personalidad de una
comunidad toda y la de una niña y su familia”. Picazo cargó
con dureza al señalar que los casos de pedofilia en las
estructuras católicas crecen porque se los silencia y
responsabilizó al colegio de encubrirlo.
En su alegato, rescató a una docente, que se animó a
contar que efectivamente Chomín había llevado a la nena
hacia el sector donde tenía su habitación.
Por su parte, el defensor Gustavo Bagliani, pidió la
absolución por considerar que las pruebas colectadas,
durante el juicio oral, pero no público, resultaban insuficientes
para una condena.
Poco antes de conocer la sentencia, el sacerdote negó
haber manoseado a la nena, aunque reconoció que estuvo
en su habitación. “Se me acusó de muchas barbaridades”,
aseguró. Sobre el motivo por el cual llevó a la nena a su
habitación, dijo que “ella se había golpeado y lloraba mucho.
La maestra no podía calmarla y me la dio”.
Durante las jornadas que duró el juicio, en no más de dos
semanas, los testimonios recepcionados por el tribunal
llegaron desde los padres de las víctimas, que habían
denunciado el aberrante abuso a la vicerrectora del colegio,
quien declaró que el cura Chomin mantenía una relación tan
buena con los niños “que era un Dios para ellos”.
A pesar de los testigos que intentaron preservar la
imagen del cura, fueron más fuertes los elementos
probatorios que confirmaron la culpabilidad del sacerdote de
73 años.
Alicia, mamá de la víctima, declaró que la nena en el 2003
le había contado que Chomin la llevó a su habitación
sacerdotal “le pidió que le muestra su carita, le bajó la
bombachita, le tocó la cola y luego le dio caramelos”.
En ese entonces, el cura también atendía un quiosco
situado dentro del instituto y hasta allí diariamente llegaba
inocentemente, con intenciones de comprar golosinas, la
niña de 4 años, que asistía al jardín maternal del
establecimiento.
Antonella le contó a su mamá, que, en una de esas
oportunidades, dentro del quiosco, el sacerdote la sentó en
su regazo y le volvió a tocar sus partes íntimas.
Ante los magistrados se analizó un certificado médico de
aquel momento, otorgado por un doctor que había atendido a
la nena, luego de que ésta acusara dolores en su zona
genital. Los resultados dieron cuenta de un enrojecimiento en
la zona perianal de la niña. Los especialistas descartaron
una infección urinaria y hablaron de una lesión por
tocamiento.
El tribunal, tras deliberar por una hora, dio lugar a la
solicitud de la fiscalía, salvo en el pedido de encarcelación
común, ya el condenado, por tener más de 70 años, pagó su
pena en un domicilio fijado en Colonia Liebig, Corrientes.
Chomin vive en un domicilio que no es custodiado, puede
recibir visitas, pero no podrá salir de la casa.

◆◆◆
ABUSOS EN ESTADOS UNIDOS

INTERNADO DE LAS ESCUELAS SAINT JOHN DE


SORDOMUDOS MILWAUKEE

CURA LAWRENCE MURPHY


El padre Lawrence Murphy abusaba de niños
sordomudos en las habitaciones del internado de la escuela.
Arthur Budzinski, a los 13 años, ingresó a la escuela de
sordomudos Saint John, en Milwaukee que pertenecía a la
Iglesia católica en EE. UU. Fue abusado por la noche en los
dormitorios de la escuela.
El cura llegaba cuando las luces estaban apagadas y se
metía a su cama para masturbarlo y luego marcharse con las
manos húmedas de la inocencia. Eso lo hacía con casi todos
los chicos del internado.
Muchas veces Budzinski se escondía bajo su cama
llorando desesperado y temeroso de que le hiciera lo que les
hacía a todos todas las noches. La mayor impotencia que
puede tener un niño es la incapacidad por la sordera es de
no poder pedir ayuda a sus padres o a sus seres queridos.
No podía hablar ni contar a sus padres el infierno que estaba
viviendo con sus compañeros tan vulnerables como él,
porque ellos desconocían el lenguaje de signos.
Años después de los abusos sexuales que marcaron su
vida para siempre, Budzinski, pudo relatar las vejaciones a
las que fue sometido. Lo hizo con las manos, con el lenguaje
que en aquellos años muy pocos podían entender.
Más de 200 niños sordos fueron sometidos a abusos
entre 1950 y 1974 por el padre Lawrence Murphy, quien
impartía clases en la renombrada escuela para
discapacitados auditivos de Saint John, en Milwaukee,
Wisconsin. Este colegio cerró sus puertas en 1983
aduciendo razones económicas.
La Iglesia decidió en 1996 iniciarle juicio canónico. El
cura Lawrence Murphy le escribió al Cardenal Ratzinger, el
papa emérito. Allí le expresó que estaba arrepentido de
aquellas violaciones a los niños sordomudos y que esos
delitos ya habían prescripto. Entonces Roma suspendió el
juicio canónico y sólo le aplicó medidas pastorales como la
oración y restricción para administrar los sacramentos.
El Vaticano no castigó al cura acusado de abusar de los
menores a pesar de tener conocimiento de los hechos.
Ratzinger alegó, para no castigarlo que era muy anciano y
enfermo.

◆◆◆
IGLESIA LA SAGRADA FAMILIA, EN WILMINGTON,
CALIFORNIA

CURA JESÚS GARAY


Una mujer inició una demanda judicial contra la
arquidiócesis católica de Los Ángeles, denunciando que el
sacerdote Jesús Garay la había violado y que, al quedar
embarazada, la presionó para que abortase. La mujer,
identificada por el juzgado con el nombre de fantasía Jane
Doe, agregaba que el cura la violó repetidamente en 1997,
cuando ella tenía 17 años y era secretaria part time en la
Iglesia La Sagrada Familia, en Wilmington, California.
Según su testimonio, quedó embarazada en diciembre de
1997 y Garay continuó abusando sexualmente de ella “hasta
aproximadamente abril de 1998”. La acción judicial alega
que la arquidiócesis no notificó a las autoridades el abuso
sexual, no otorgó cobertura médica a la joven durante su
embarazo y desprotegió al niño después de su nacimiento.
Los registros estadounidenses sobre sacerdotes
abusadores afirman que Garay llegó a Los Ángeles desde
Venado Tuerto, provincia de Santa Fe, Argentina[1]

◆◆◆

ABUSOS EN LA ESCUELA AUSTRÍACA


EL CARDENAL HANS HERMANN GROER
El cardenal austríaco Hans Hermann Groer fue
denunciado por un ex alumno de un colegio de internado que
tenía la Iglesia católica. Una víctima afirmó: “El obispo
ingresaba a la ducha, me miraba como me bañaba. Luego
se acercaba, me quitaba el jabón y comenzaba a
enjabonarme todo el cuerpo y me lavaba el pene. En ese
momento sólo sentía que me ensuciaba. Él se excitaba y se
le notaba su erección en su pantalón mojado. Después de
la ducha tenía que acostarme en su cama y dejarme besar
todo el cuerpo por él. Hasta que el decidía que podía
vestirme para salir de su pieza”.
El papa Juan Pablo II, que llamaba a este obispo
pederasta “El venerado arzobispo de Viena”, no permitió que
se intentara investigar las denuncias contra Groer, según el
cardenal Christoph Schonborn.

◆◆◆
ABUSOS EN LA IGLESIA DE BRASIL

MANUAL DE PEDOFILIA
En Brasil, el país con más católicos del mundo se
descubrió que los curas abusadores se sentían tan impunes,
tan protegidos por el sistema eclesial, que muchos de ellos
tenían en su poder una especie de “Manual del cura
pedófilo”. Allí se detallaban técnicas para encontrar niños
vulnerables en la calle, que en Brasil son millones, y no ser
descubiertos por la comunidad.
El padre Tarcisio Spricigo, que abusó de varios chicos
antes de ser arrestado por haber violado a un pequeño de
sólo cinco años, escribió un verdadero documento del horror.
El diario fue descubierto por casualidad por una monja en la
Iglesia del padre Tarcisio. Ella lo abrió, lo leyó y no podía
creer lo que estaba viendo y con mucho asco y sin consultar
con nadie, por temor a que le exigieran un silencio
corporativo, lo llevó a la policía.
El cura Tarcisio Spricigo fue condenado a 15 años de
prisión en Brasil. En su manual, que fue la prueba de su
condena, recomendaba tener relaciones sexuales sólo con
menores recogidos de la calle o de las comisarías, porque,
en su condición de indefensos era más difícil que los
sacerdotes fuesen descubiertos. El autor de la macabra guía
del cura pedófilo era un distinguido teólogo, que frecuentaba
los salones de la alta burguesía de San Pablo.
El manual, fue escrito a modo de diario de vida, como lo
hicieron muchos santos. Narraba sus propias experiencias
sexuales con menores y daba recomendaciones para que el
resto de sus colegas siguieran este modo de vida, casi como
si fuese un ritual sacramental exigido por la liturgia
eclesiástica, para ser santo.
Según el diagnóstico, que se le hizo a petición del juzgado
estatal, era un pedófilo con marcados síntomas de
narcisismo y megalomanía. De otra forma no se explica que
Tarcisio Spricigo, llevara un recuento manuscrito de sus
abusos con niños. Decía “Me preparo para salir de caza
con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los
garotos, chicos, que me plazca”.
El caso se dio a conocer a fines de 2005 por una
investigación de la revista brasileña Istoé (Esto es) que
involucró cerca del 10% de todos los sacerdotes de ese
país.

EL MANUAL: DECÁLOGO DEL ABUSADOR


Tarcisio decía que había que presentarse siempre como
el que tiene autoridad. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas,
pero sí tener certezas. Hay que conseguir chicos que no
tengan padres y que sean pobres. A los pobres nadie les
creerá que un cura abusó de ellos. Indicaba que jamás había
que involucrarse con niños ricos porque podían denunciar, ya
que tienen más posibilidades de que los escuchen y les
crean.
Spricigo también contaba en su diario parte de sus
aventuras depravadas. Éstas son algunas de las frases más
espantosas que estaban escritas en su diario:
“Hacer el acto sexual cuando cuente con la certeza
absoluta de que el niño mantendrá el secreto.”
“Desde hace dos días que no me hago ninguno.”
“Me llueven chicos que son seguros y confiables, que
guardan total secreto, que sienten la carencia del padre y
viven solamente con la madre, están por todas partes.”
“Estoy seguro y calmo. No me agito. Soy un seductor y
después de haber aplicado correctamente las reglas, el
niño caerá en mis manos y seremos felices para siempre”
En el diario se encontró también una especie de decálogo
como los 10 mandamientos de la Ley de Dios. Pero estos
eran los mandamientos del cura pedófilo:
1. Abusar de niños de 7, 8, 9, 10 años.
2. Preferentemente de sexo masculino.
3. Condiciones sociales: pobres.
4. Condiciones familiares: preferiblemente niños sin
padre, que viven solos con su madre soltera o con su
hermana.
5. A los niños los buscaremos en las calles, en las
escuelas y en las familias.
6. Los seduciremos en las clases de guitarra, en el coro y
a monaguillos o acólitos.
7. Lo más importante es mantener a la familia del chico
enganchada.
8. Siempre tendremos mayores posibilidades si el niño es
cariñoso, tranquilo, sin inhibiciones y sin reparos morales.
9. Siempre estar atento a ver lo que el niño disfruta y
dárselo a cambio de la retribución de entregarse a mí mismo.
10. Presentarse siempre como dominando la situación,
nunca hacer preguntas, siempre teniendo certezas.
Ante los jueces, el cura Spricigo, declaró que la idea de
este manual había sido espontánea y que casi había sido
una revelación divina porque según él “después de mi
debilidad en el campo sexual, aprendí una lección. Y éste
es mi solemne descubrimiento: ¡Dios perdona siempre,
pero la sociedad nunca!”.
La mayor parte de su diario es impublicable por la cruda
violencia de sus expresiones

APLICACIÓN DEL MANUAL


EL PADRE ALFIERI EDOARDO BOMPANI
El padre Alfieri Edoardo Bompani, de 45 años, llevaba los
chicos a una casa de campaña para "liberarlos de la droga" y
grababa videos de sus abusos contra niños de entre 6 y 10
años y escribía un diario donde contaba sus depravaciones.
El cura describía, con toda indecencia, detalles de lo que él
llamaba el “5º diario”, sobre las relaciones que sostenía con
menores del pueblo de Nazaré:
“Hace dos días que no encuentro a ninguno. Me
masturbo dos veces, siendo una de ellas con V. (seis
años). Él me chupó el pene. Tomé cerveza y whisky y comí
a F. (nueve años), pero no eyaculé”.

EL PADRE EDSON IVES DOS SANTOS


El padre Edson Ives dos Santos, era párroco de la
localidad agrícola de Alexia, en el estado brasileño de Goiás.
Tenía 64 años y era un santo varón para las beatas
brasileñas que se postraban ante el confesionario
diariamente.
Reconoció que planificaba su aberrante liturgia de abusos
en base al “Manual del Cura Pedófilo”. Por eso al cura
jamás se le hubiera ocurrido la torpeza de abusar de los hijos
de las familias adineradas a quienes preparaba para la
primera comunión. No quería arriesgarse a arder vivo en el
infierno de un escándalo público. Por eso, Edson elegía a
sus víctimas entre los indefensos huérfanos de la parroquia
del Inmaculado Corazón de María, donde daba clase de
catecismo.
Una investigación de la revista brasileña Istoé (Esto es)
que refiere el Corriere della Sera, diario italiano, sostiene que
las investigaciones por abusos sexuales de curas abarcan la
cifra de 1.700 sacerdotes, el 10% del total de ordenados. El
50% de los curas no mantendría el voto de castidad y la
Iglesia de Brasil habría enviado a 200 curas pedófilos a
clínicas psicológicas para ser reeducados.

◆◆◆
CAPÍTULO 4
LAS POSICIONES DE LOS PAPAS SOBRE
PEDERASTIA

JUAN XXIII
Crimen sollicitationis
En el 2002 se reveló un documento secreto firmado por el
papa Juan XXIII en 1962, llamado Crimen sollicitationis.
Era una Instrucción, de la Sagrada Congregación del Santo
Oficio o Inquisición, actualmente “Congregación para la
Doctrina de la Fe “. Ese documento, dirigido en secreto a
“todos los arzobispos, Obispos y otros Ordinarios locales,
incluyendo aquellos de las iglesias católicas orientales”.
Este documento expresaba la política vaticana para
proteger a los responsables y silenciar a las víctimas. La
complicidad quedaba documentada y nadie se animaba a
juzgarla.
Esta carta se aprobó cuando aún existía la “santa
inquisición" que en nombre de Dios asesinó a tantos
inocentes, que acabó tres años después de la creación de
dicho documento, con el Concilio Vaticano II.
En el documento, la Congregación del Santo Oficio fijaba
los procedimientos que se debían seguir para afrontar los
casos de sacerdotes y obispos de la Iglesia Católica
Apostólica y Romana acusados de hacer uso del
Sacramento de la Penitencia o de la confesión para
satisfacer sus deseos sexuales con hombres, mujeres, niños
y animales, así como los correspondientes castigos por
estos actos impuros.
Los obispos de todo el mundo tenían que seguir los
mismos procedimientos en caso de denuncias de
comportamientos heterosexuales, homosexuales, pedófilos o
zoófilos por parte del clero.
Para la Iglesia era lo mismo la conducta de los
heterosexuales, de los homosexuales, de los pedófilos y de
los zoofílicos.
El castigo no era mayor ni menor, si el abusado era un
adulto, un niño o un animal. El castigo era por la violación del
sagrado celibato. Por eso, al sacerdote que reconocía su
homosexualidad, su heterosexualidad, su pedofilia o su
zoofilia se le exigía nuevamente por escrito el juramento del
voto de celibato. De esta manera, todo comenzaba de nuevo
como si nunca hubiese pasado nada, pero en otro destino
pastoral.
El documento confirmó el precepto de excomulgar a
cualquier católico, adulto o niño, se salvaron los animales de
ser excomulgados, porque no estaban bautizados, que,
pasado un mes a partir de los abusos, no denunciara al
sacerdote abusador ante su autoridad eclesiástica.
Así, el fiel abusado sólo podría ser absuelto después de
denunciar al sacerdote ante la autoridad eclesiástica. Pero
una vez absuelto ya no podía contárselo a nadie porque
quedaba bajo el sigilo sacramental. Su tragedia quedaba en
el silencio del secreto de confesión. Secreto que si el
confesor o el penitente lo revelaban quedaban
automáticamente excomulgados de la Santa Madre Iglesia.
Muy propio de la Iglesia y del poder: amenazar al “fiel, a la
víctima” con la excomunión, el pecado mortal, el infierno.
Asimismo, es notable el hecho de poner un período de tiempo
tan corto para poder denunciar los abusos.
Ese fiel, que era la víctima en estado de vulnerabilidad,
casi siempre un niño indefenso, que estaba bajo la
responsabilidad de los sacerdotes encargados de los
orfanatos, colegio de internados, seminarios, hospitales y de
la catequesis parroquial.
No me imagino a uno de estos niños pidiéndole permiso
al superior que abusó de él, para ir al obispado y solicitar una
audiencia con el obispo para denunciar al cura abusador.
Estos sacerdotes y obispos, haciendo abuso de su
autoridad, sometían a los niños amenazándolos y
atemorizándolos para que no contaran nada a sus padres o
tutores. La mayoría, rara vez conseguían hablar y
recuperarse psicológicamente del trauma expresado en un
profundo silencio doloroso. A los pocos que pudieron contar
los abusos que padecían no les creyeron, se los trató de
mentirosos y fueron castigados.
Muchas víctimas sufrieron estos abusos reiteradamente
durante períodos más largos al mes señalado por la Iglesia.
El niño que era abusado, que era víctima, era también
responsable de denunciar a su autoridad y si no lo hacía
quedaba excomulgado bajo su responsabilidad. Es decir, el
niño abusado terminaba siendo culpable.
En este documento se obligaba a todo personal
eclesiástico a guardar silencio sobre los abusos bajo pena
de excomunión si lo declaraban públicamente o lo
denunciaban a otro tribunal que no fuera el eclesiástico.
El Vaticano intentó por todos los medios mantener
en secreto los abusos que sacerdotes y obispos
cometían con niños sin importarle el perjuicio de las
víctimas. Ellos conocían muy bien el problema de la
pederastia dentro de la institución eclesiástica y el
desorden que tenían y tienen con la sexualidad sus
sacerdotes y obispos. Pero la política vaticana siempre
fue mantener estos delitos en secreto.

EL DOCUMENTO INTERNO DE LA IGLESIA PARA


OCULTAR LA PEDERASTIA CRIMEN SOLLICITATIONIS
Crimen Sollicitationis era el documento interno del
Vaticano para ocultar sus crímenes. El delito de solicitación
se produce cuando un sacerdote trata de seducir a una
persona en el confesionario, provocando al penitente en el
propio acto de la confesión sacramental hacia actos impuros
y obscenos, mediante palabras, signos, gestos, contacto
físico o mensajes escritos.
Para la jerarquía eclesiástica, el penitente tiene el
derecho y el deber de denunciar al sacerdote que lo ha
acosado o que ha abusado de él, ante el Ordinario del lugar o
de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, en el plazo de
un mes. El ordinario del lugar puede ser el obispo, el abad,
vicarios o prefectos apostólicos. La víctima no tenía derecho
a denunciarlo en la justicia civil, porque si lo hacía quedaba
excomulgada.
Los fieles, que han desatendido el mandato de denunciar
a la persona por quien fue sujeto de solicitación, en contra de
la prescripción del Canon 904, durante el período de un mes,
caen en una sentencia de excomunión automática reservada
latae sententiae.

LOS NIÑOS CONDENADOS POR DIOS


El deber de denunciar es personal y debe ser cumplido
por la persona misma que ha sido objeto de solicitación o
víctima del abuso. Pero cuando el abusado era un niño
indefenso, temeroso. ¿Cómo hacía un niño para saber todas
estas responsabilidades que tenía por ser miembro de la
Iglesia Católica Apostólica Romana? Si el niño se confesaba
con otro sacerdote compañero del sacerdote abusador
¿este lo iba a instruir a denunciar a su colega en el lapso de
un mes? Así, el niño sin saberlo quedaba excomulgado de la
Iglesia con la máxima pena, latae sententiae y si moría, para
la Iglesia, se iba al infierno.
“Si un sacerdote confiesa a una persona que dice haber
sido abusada por un sacerdote, el confesor debe, por
obligación atado gravemente a la conciencia, advertir al
penitente de este deber." (Canon 904). Pero si no lo hace lo
expone a la excomunión late sentencia.
Si los superiores de un seminario o de una congregación
religiosa descubren que uno de sus miembros ha cometido
un delito en la administración del sacramento de la penitencia
tienen la obligación de ejercer una vigilancia para
amonestarlo y corregirlo por medio de penitencias saludables
y si es necesario retirarle algún ministerio. También podrá
trasladarlo a otro lugar, como los obispos hicieron en la
mayoría de los casos.
Frente a la denuncia los acusadores y el acusado
están obligados a observar inviolablemente la más
estricta confidencialidad a través de un juramento bajo
pena de excomunión.
La obligación de denunciar por parte del penitente, que ha
sido objeto de solicitación, no cesa a causa de una confesión
espontánea por el confesor solicitante, o por el traslado del
cura, ni tampoco si lo promocionan a un cargo jerárquico
como a obispo, o si lo condenan.
Sólo cesa la obligación de denunciar si el sacerdote
abusador muere. Así, la víctima queda liberada de la
excomunión por no haberlo denunciado. Que generosa que
es la Iglesia en su legislación con las víctimas.
Siempre sucede que un confesor o sacerdote es otro
delegado para recibir alguna denuncia, junto con
instrucciones sobre el procedimiento que se llevará a cabo
en forma judicial. Es a partir de entonces, que esta persona
es advertida expresamente que debe comunicar todos los
hechos inmediatamente al Ordinario o a la persona delegada,
sin guardar ninguna copia o registro para sí mismo.
A la persona que hace la denuncia se le debe administrar
un juramento de decir la verdad. El juramento se tomará
cuando esté tocando los Santos Evangelios, como buscando
la complicidad de Dios frente a tanta impunidad.
Antes de que sea despedido, se le administrará el
juramento de observancia de la confidencialidad,
amenazándolo si es necesario, con la excomunión
reservada al Ordinario del lugar o de la Santa Sede.
Una vez que sea aceptada cualquier denuncia, el
Ordinario estará atado por una obligación grave de
comunicarlo tan pronto como sea posible al promotor de la
justicia, el fiscal. Esta persona es quien deberá declarar por
escrito, si el delito específico de solicitación está presente en
primer sentido en el caso o no, y si el Ordinario está de
acuerdo con esto o no. El promotor de la justicia deberá
diferir el asunto al Santo Oficio en un plazo de diez días a
través de la nunciatura apostólica buscando inmunidad
diplomática. Esto quiere decir que Roma siempre estuvo al
tanto de lo que pasaba con los pederastas en la Iglesia.
Este documento es la prueba de que institucionalmente
existía una política de encubrimiento sobre los abusos en la
Iglesia, para salvar su prestigio al costo del silencio de las
víctimas.
Hay tres áreas que la investigación debe cubrir.
a) Los antecedentes del acusado.
b) La solidez de las denuncias.
c) Otras personas que hayan sido solicitadas por el
mismo confesor.
Las personas, en presencia del notario, quien deberá
poner las preguntas y respuestas por escrito, serán puestas
bajo un juramento solemne de decir la verdad y guardar la
natural confidencial del caso, bajo amenaza, si es necesario,
de excomunión reservada al Ordinario del lugar o de la Santa
Sede.
Se les pregunta a ellos, en el Formulario G, sobre la vida,
conducta y reputación pública del acusado y del denunciante.
Deben asentar si consideran que el denunciante es digno de
ser creído, o, por el contrario, capaz de mentir, calumniar o
perjurar, y si saben de alguna razón para que exista el odio,
el rencor o la enemistad entre el denunciante y el acusado.
Se debe utilizar la mayor cautela al invitar a estas
personas a esta entrevista, porque no siempre será oportuno
llevarlos a un lugar público como la cancillería, en especial si
se trata de niñas, mujeres casadas o las que son del servicio
doméstico. Si aquellos que han de ser sometidos a la
examinación, viven en monasterios, en los hospitales o en
las casas religiosas para niñas, entonces, las personas en
particular han de ser llamados con gran cuidado y en
diferentes días, de acuerdo con las circunstancias
particulares (Instrucción del Santo Oficio, 20 de julio de
1890). Este texto demuestra que existían abusos en los
colegios, orfanatos, hospitales, monasterios y con el
personal doméstico que trabajaba en las instituciones
eclesiásticas.
Si la examinación de las personas determina que han sido
abusadas y existe un sacerdote bajo investigación, entonces
las denuncias que sean verdaderas serán investigadas en
cuanto a la calificación del delito.

Medidas Canónicas y la amonestación a acusados.


Una vez que el proceso investigativo se cierra, el
Ordinario, después de haber oído al promotor de justicia,
deberá proceder de la siguiente manera:
a) Si es evidente que la denuncia carece de fundamentos,
él deberá ordenar que esto sea declarado en las Actas y los
documentos de la acusación deberán ser destruidos. Este
fue el recurso usado por muchos obispos que consideraban
que las pruebas no eran sólidas y para proteger a los
sacerdotes abusadores mandaban a destruir las pruebas
para que no llegaran a Roma.
b) Si las indicaciones acerca del delito son vagas,
indeterminadas o inciertas, él deberá ordenar que las Actas
sean puestas en los archivos, para ser tomados nuevamente
si algo sucediera en el futuro. En los archivos secretos de los
obispados y del Vaticano están las denuncias y las condenas
de sacerdotes abusadores.
c) Si hay indicios de un delito grave, pero aun así, no lo
suficiente como para presentar un proceso acusatorio, como
en el caso cuando sólo hay una o dos denuncias regulares,
donde, se ha seguido el proceso regular pero no fueron
corroboradas por que carecen de pruebas, o incluso cuando
existan varias pruebas, pero con procedimientos inciertos o
deficientes, se deberá ordenar que el acusado sea
amonestado, por los diferentes tipos de casos de acuerdo
con el Formulario M, por una primera o una segunda vez,
paternalmente , seriamente, o más seriamente de acuerdo a
la norma del Canon 2307, si es necesario añadiendo, en su
caso, la amenaza explícita del proceso judicial, si hubiese
alguna otra nueva acusación en contra del acusado; las
actas deberán mantenerse en los archivos, y mientras tanto,
se ejercerá la vigilancia sobre la conducta moral del acusado
( Canon 1946, § 2, N ° 2);
d) Si existen argumentos probables para llevar a juicio la
acusación, se ordenará al demandado a ser citado y ser
sometido a juicio.

AMONESTACIÓN
La amonestación mencionada en el punto anterior (c)
siempre será hecha de manera confidencial. Podrá hacerse
por medio de una carta o por un intermediario, pero en cada
caso deberá ser probado por un documento que se
conservará en los archivos secretos de la Curia.
Si después de la primera amonestación, toman lugar
otras acusaciones contra el mismo acusado concerniente a
solicitaciones, que tomaron lugar antes de esa
amonestación, el ordinario deberá determinar, en conciencia
y según su propio juicio, si la primera amonestación ha de
ser considerada suficiente o si en cambio deberá proceder
con una nueva amonestación, o inclusive emplear otras
medidas.
El ordinario, después de haber observado todo y de haber
escuchado al promotor de justicia, en la medida en que la
naturaleza peculiar de estos casos permite, según lo previsto
en el Libro IV, Título VI, Capítulo II, del Código de Derecho
Canónico concerniente a la citación y denuncia de los actos
judiciales, emitirá un decreto Formulario O citando al
acusado a comparecer ante él o ante un juez a quien él haya
delegado, para ser procesado por los delitos de los cuales se
le ha acusado, lo que comúnmente se conoce en el tribunal
del Santo Oficio, como "someter al acusado a un
procesamiento" [Reum constitutis subiicere]. Y él se
encargará de entregar dicha información al acusado en
conformidad con los principios canónicos.
Cuando el demandado, habiendo sido citado, ha
aparecido, antes de que los cargos sean interpuestos
formalmente, el juez deberá exhortarle paternal y
apaciblemente a hacer una confesión.
Si la confesión se encuentra corroborada por las Actas y
de forma sustancial completa, habiendo sido adoptado
primeramente un voto, el Promotor de Justicia pondrá el caso
por escrito, omitiendo las demás formalidades y será capaz
de concluir todo esto con una decisión definitiva. Después de
haber dado, al acusado la opción de aceptar la decisión
propia o de presentar peticiones para que el proceso regular
y completo sea llevado hasta el final.
Podrá suspender al acusado ya sea por completo del
ejercicio del ministerio sagrado o solamente de escuchar
confesiones sacramentales de los fieles, hasta la conclusión
del juicio. Sin embargo, si sospecha que el acusado es capaz
de intimidar o sobornar a los testigos, o de otra manera
obstaculice el curso de la justicia, él también puede, tras
haber escuchado nuevamente al promotor de justicia,
ordenar que el acusado vaya a un lugar predefinido bajo
supervisión especial (Canon 1957)
De conformidad con el Formulario P, habiéndose
asegurado cautelosa y diligentemente, en cuanto a no revelar
la identidad del acusado y en especial la de los denunciantes,
y por parte del acusado que por ningún motivo viole el sigilo
sacramental.
El juez siempre deberá tener presente que no es
correcto obligar al acusado a presentar un juramento
de decir la verdad.
El que ha cometido el delito de solicitación, debe ser
suspendido de la celebración de la Misa y de la audiencia de
las confesiones sacramentales e incluso, deberá ser
declarado incapaz de recibir las mismas, de acuerdo con la
gravedad del delito. Deberá ser privado y declarado incapaz
de todos los beneficios, dignidades, incluso en casos más
graves estará sujeto a ser reducido al estado de laical.
Se deberá mantener en mente: el número de personas
solicitadas y de su condición, por ejemplo, si son menores
de edad o especialmente consagrados a Dios por medio de
votos religiosos; la forma en que se solicitan, sobre todo si
podría estar relacionada con la falsa enseñanza o un falso
misticismo, la depravación de los actos no sólo de manera
formal, sino también material, y sobre todo la conexión de la
solicitud con otros delitos; la duración de la conducta inmoral,
la repetición del crimen, la reincidencia después de una
amonestación, y la tenaz malicia del solicitante.

1. A todos los acusados, que han sido condenados


judicialmente, se han de imponer penitencias
congruentes con la gravedad de las faltas
cometidas, no como un sustituto de las penitencias
correspondientes al Canon 2312, § 1 sino como un
complemento a ellas; y entre ellas, principalmente
ejercicios espirituales, que se harán para un
determinado número de días en alguna casa
religiosa, con la suspensión de la celebración de la
Misa durante ese período. (cf. can. 2313).
2. A los acusados condenados y que han
confesado, se les debe imponer una abjuración, de
acuerdo con la variedad de los casos, si existe una
leve o fuerte sospecha de herejía, en la cual incurren
los sacerdotes debido a la naturaleza misma del
delito de solicitación, o incluso de herejía formal, en
caso de que el delito de solicitación haya estado
vinculado a falsos dogmas.
3. Aquellos que están en peligro de recaer, y, por
ende, convertirse en reincidentes a mayor escala,
se someterán a una vigilancia especial (Canon
2311).
4. Siempre que, según el prudente juicio del
Ordinario, parezca necesario tanto para la enmienda
del delincuente, como para la remoción de la
posibilidad de caer en solicitación en el futuro, para
la prevención del escándalo o la reparación por ello,
se deberá prescribir una orden de prohibición de
permanencia en cierto lugar. (Canon 2302).
5. En cuanto a lo concerniente a la absolución de
algún cómplice, tal como lo señala la Constitución
Sacramentum Poenitentiae, no existe absolutamente
ninguna indicación en el foro externo eclesiástico y
por ende del sigilo sacramental, entonces si existe
razón para añadir una advertencia al acusado al final
de la sentencia de condena acerca de que, si él ha
absuelto a su cómplice, entonces deberá tener
tranquila su conciencia por haber recurrido a la
Sagrada Congregación.
Siempre que un Ordinario acepte inmediatamente una
denuncia del delito de solicitación, él no deberá omitir decirlo
al Santo Oficio.
Si un sacerdote condenado por el delito de solicitación, o
incluso simplemente amonestado, deberá ser transferido de
residencia a otro territorio. El Ordinario deberá alertar
inmediatamente al Ordinario que va a recibir al sacerdote
condenado acerca de las cosas que han precedido a tal
persona y acerca de su estatus jurídico.
Si por causa de solicitación un sacerdote ha sido
suspendido de la audiencia de confesiones sacramentales,
pero no de la predicación sagrada, y se dirige a otro territorio
para predicar, el Ordinario de ese territorio deberá ser
informado por el prelado del acusado tanto si es secular o
religioso, que este no podrá realizar la audiencia de
confesión sacramental.
Todas estas comunicaciones oficiales deberán ser
hechas siempre bajo el secreto del Santo Oficio, y, puesto
que conciernen al bien común de la Iglesia en el más alto
grado, es obligatorio hacer estas cosas bajo el precepto de
serio pecado.
Bajo el término de "el peor delito" se entiende en este
punto, que es cualquier acto externo obsceno, gravemente
pecaminoso, perpetrado o procurado de cualquier manera,
por un clérigo con una persona de su mismo sexo.
Para haber cometido el peor de los delitos, con efectos
penales, el individuo debe haber hecho lo equivalente a lo
siguiente: cualquier acto obsceno externo, gravemente
pecaminoso, perpetrado o procurado en cualquier manera
por un clérigo con jovencitos de ambos sexos o con animales
brutos (bestialidad).
◆◆◆

PABLO VI

El Secreto Pontificio
El papa Pablo VI, siguiendo las instrucciones de su
antecesor, profundizó el control e instaló en 1974, el Secreto
Pontificio. Allí especificaba quienes eran los que tenían que
guardarlo bajo pena de excomunión: los cardenales, los
obispos, los prelados superiores, los oficiales mayores y
menores, los consultores, los expertos y el personal de rango
inferior, los legados de la Santa Sede y sus subalternos. El
secreto pontificio era el control de todos, tanto de miembros
de la Iglesia como de las víctimas. Nadie podía acceder a
los archivos donde estaban los procesos canónicos de
los abusadores.
Este secreto pontificio fue derogado en casos de abusos
de menores, por el papa Francisco el día después del
suicidio del cura Lorenzo, denunciado por pederasta y
protegido corporativamente por las autoridades
eclesiásticas. El arzobispo de la Plata Fernández celebró la
misa de defunción del cura Lorenzo en la misma iglesia
donde cometió los abusos. La ley no afecta al secreto de
confesión, que sigue vigente aun cuando ampare este tipo de
delitos.
A partir de ahora, las diócesis de cada país deberán
proporcionar toda la documentación sobre los procesos y
denuncias en curso que posean y que solicite la autoridad
judicial para casos “de violencia y de actos sexuales
cometidos bajo amenaza o abuso de autoridad, casos de
abuso de menores y de personas vulnerables, casos de
pornografía infantil, casos de no denuncia y encubrimiento
de los abusadores por parte de los obispos y superiores
generales de los institutos religiosos”.
Las víctimas podrán ahora tener acceso a la
documentación de su caso y a la sentencia.
La nueva ley establece que no se podrá imponer ningún
vínculo de silencio con respecto a los hechos ni al
denunciante, ni a la persona que afirma haber sido
perjudicada, ni a los testigos.
También se eleva formalmente a 18 años la edad mínima
para que la pornografía no sea considerada infantil. Antes
era hasta 14 años.
La derogación de este decreto del secreto pontificio no
garantiza que en el archivo vaticano quede información
importante que sirva como prueba para condenar a los
miembros del poder eclesiástico. Siempre va a depender de
la voluntad del que posee la información y la llave del archivo.
Algunos obispos sostienen que se ha destruido material
que involucraba a encumbrados cardenales de la Iglesia.
Sólo se deroga un secreto, que las víctimas ya lo habían
derogado haciendo pública sus denuncias.

◆◆◆

JUAN PABLO II

Motu Proprio Sacramentorum sanctitatis tutela


El papa San Juan Pablo II y su cardenal prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe y después Papa,
Joseph Ratzinger, frente a la lluvia de denuncias por abuso
sexual, publicó el documento Motu Proprio
Sacramentorum sanctitatis tutela. El Motu Proprio, la
“ley”, en sentido estricto, estaba acompañado por una serie
de normas aplicativas y de procedimiento denominadas
“Normae de gravioribus delictis”.
De esta manera, Juan Pablo II, reservó todos los delitos
sexuales cometidos por clérigos contra menores de 18 años
a la jurisdicción del Tribunal Apostólico de la
Congregación para la Doctrina de la Fe y obligó a cada
obispo y superior religioso a informar a esta Congregación
sobre todos estos delitos.
Cada vez que el ordinario o el superior tuvieran noticia,
con cierta verosimilitud de un delito reservado, tras haber
realizado una indagación preliminar, lo tenían que informar a
la Congregación para la Doctrina de la Fe. El Papa y el
prefecto, informados de todo, eran exclusivamente quienes
tenían la primera y última palabra acerca de los
procedimientos que se debían seguir.
La "pena" máxima, casi nunca infligida, no iba más allá de
la reducción al estado laical del sacerdote. Por lo general, el
castigo se limitaba a trasladar al sacerdote de una parroquia
a otra o a otro país, donde se reiteraban los delitos. La pena
era exclusivamente canónica. No se efectuaba la denuncia
ante las autoridades civiles. Las causas por abuso quedaban
sujetas al secreto pontificio, secreto cuya terrible naturaleza
criminal era el silencio.
Esta decisión garantizaba institucionalmente la impunidad
de los abusadores.
La urgencia que tuvo la Iglesia para canonizar al papa
Juan Pablo II es una aberración y una ofensa para las
víctimas de abusos eclesiásticos. El papa emérito Benedicto
XVI tuvo que modificar la norma para la causa de los santos,
que establecía la obligatoriedad de esperar cinco años
desde la muerte de la persona para iniciar el proceso de
canonización.
La Iglesia no buscó su santidad, sino su popularidad para
transformarlo en un santo de yeso y ofrecerlo a la industria
del milagro, que consumen los creyentes en la burocracia
vaticana. Una Iglesia con demasiados santos por
conveniencia, termina siendo una Iglesia con poca santidad.
Juan Pablo II amparó y encubrió institucionalmente a los
curas pederastas que abusaron de niños en todo el mundo.
Protegió al sacerdote mexicano Marcial Maciel y le dio
inmunidad diplomática al arzobispo de Boston, Bernan Law
cuando lo llevó al Vaticano, frente a los escándalos por los
abusos en Estados Unidos.
La canonización de Juan Pablo II demuestra que los
milagros suceden por la fe del creyente y no por la
intervención de un supuesto santo canonizado por la Iglesia
bajo intereses mundanos ¿Cómo un encubridor de
pederastas va a ser el mediador entre Dios y un enfermo
desesperado?
En algún momento de la historia la Iglesia tendrá que
revisar esta canonización como lo hizo el papa Pablo VI con
otros santos que dejaron de serlo.
El cardenal Angelo Becciu prefecto de la Congregación
para la Causa de los Santos, que aprobó la canonización de
Juan Pablo II, fue destituido por malversación de fondos por
el papa Francisco.
Marcial Maciel fue uno de los mayores recaudadores de
fondo de la Iglesia Católica del siglo XX. Esta virtud lo
indultaba de toda conducta moral. Su movimiento, los
Legionarios de Cristo, tenían escuelas, universidades que
eran verdaderas empresas que generaban dinero y poder
dentro de la Iglesia. Contaba con un ejército de 900
sacerdotes y 3000 seminarista en veinte países.
El exsacerdote Juan Vaca, en 1976, lo denunció ante el
obispo de su diócesis, quien inició un expediente canónico
que fue enviado al nuncio apostólico en Washington, donde
contaba los abusos que había sufrido a los 12 años por parte
de Maciel.
Una noche lo llamó a la pieza con la excusa de que tenía
un dolor en el abdomen. Le ordenó quedarse en su cama.
Esa noche le arrancaron la inocencia y lo dejaron cargado de
angustia y confusión.
La Sagrada Congregación para los religiosos, en el
Vaticano, envió aviso de recibo, pero nunca más informaron
del caso.
En 1998, la causa iniciada por Vaca y otros compañeros
que también habían sido abusados se archivó sin ningún
fallo.
En noviembre de 1994, Juan Pablo II le envió una carta a
Maciel donde le agradecía “su generosa entrega al servicio
de la Iglesia como sacerdote” en el marco del 50 aniversario
de su ordenación sacerdotal.
En el 2001 el papa Juan Pablo II lo elogió en una
celebración del sexagésimo aniversario de la fundación de la
Legión de Cristo.
En otra ocasión Juan Pablo II, llamó a Maciel como “el
apóstol de la juventud”.
La indiferencia de Juan Pablo II sobre los abusos de
Marcial Maciel no tuvo límite. En 2004, le envió una nueva
carta, donde lo reconocía, por ser amigo del papa, como “el
querido padre Maciel,” “colmado de los dones del Espíritu
Santo” y le agradecía por su ministerio sacerdotal durante 60
años.
La defensa sobre las denuncias que hizo la Legión sobre
su fundador fue la que siempre hace la Iglesia cuando está
en aprieto alguno de sus miembros que tienen poder:
presentarlo como víctima de falsas acusaciones.
Con el fallecimiento de Juan Pablo II terminó el reinado
tenebroso de Maciel.
Benedicto XVI afrontó el problema que encubrió su
sucesor, intentando cambiar la política vaticana en los casos
de pederastia. Pero él también fue parte de ese perverso
encubrimiento.
Ratzinger estuvo veinticuatro años frente a la
Congregación para la Doctrina de la Fe y luego fue Papa.
Esta congregación era la responsable de investigar las
denuncias de pederastia en la Iglesia. El Papa emérito intentó
cambiar la imagen aplicando una política de tolerancia cero.
Pero muchos cardenales y obispos no hicieron nada para
llevar a cabo las medidas que pedía Benedicto XVI.
Benedicto XVI lo sancionó y le pidió al fundador de la
orden conservadora de los Legionarios de Cristo que
renuncie a celebrar misas y consagre su vida a la oración y
al arrepentimiento, tras una investigación sobre presuntos
abusos sexuales a seminaristas.
Los Legionarios dijeron en un comunicado que el
reverendo padre Marcial Maciel, si bien se declara inocente,
acepta la decisión del Vaticano con fe, total calma y su
conciencia tranquila.
El Vaticano no precisó en la declaración si se determinó
la veracidad de los cargos contra Maciel. Pero indicó que,
debido a su edad, 86 años, se decidió no emprender un juicio
eclesiástico en su contra. La edad lo dispenso de sus
crímenes, a cambio de la oración y la penitencia. Lo que
implicó que Maciel muriera en 2008 sin pedir perdón a sus
víctimas.
Después de tres años bajo vigilancia, los Legionarios de
Cristo recibieron en 2014 la autorización del papa Francisco
para seguir adelante, a pesar de los escándalos de abusos a
menores, poligamia y drogadicción protagonizados por su
fundador, Marcial Maciel.

EL PODER TIENE QUE SEGUIR FUNCIONANDO


Boston era uno de los obispados más prestigiosos y
poderosos del mundo.
Bernan Law, después de 18 años como arzobispo de
Boston, presentó su renuncia al papa Juan Pablo II el 13 de
diciembre del 2002, acusado de encubrir uno de los mayores
escándalos de pederastia de la Iglesia Católica entre los
años 1984 hasta 2002 en EEUU. Juan Pablo II le había
rechazado varias veces a la renuncia.
El cardenal estadounidense fue el principal acusado de
encubrir los abusos de cientos de menores entre 1984 y
2002 por parte de curas de la diócesis de Boston,
Massachusetts, una historia que volvió a ser actualidad con
la película "Spotlight" (2015).
Law nunca afrontó algún cargo penal por el
encubrimiento, pero gozó de un retiro privilegiado en Roma
con la protección de Juan Pablo II, quien le dio inmunidad
diplomática y lo convirtió en arcipreste de la segunda iglesia
más importante del Vaticano, después de la basílica San
Pedro: la basílica de Santa María Mayor. Siempre mantuvo el
rango de cardenal y su puesto en la Congregación para los
Obispos.
Participó en el Cónclave en el que se eligió al papa
Benedicto XVI el 19 de abril de 2005.
Bernard Law, el 20 de diciembre del 2017 murió a los 86
años, en un hospital de Roma, por las complicaciones de la
diabetes que sufría. Su funeral se celebró en la basílica de
San Pedro con el rito tradicional y la presencia del papa
Francisco. El rito fue celebrado, como es habitual en los
funerales de los purpurados, por el decano del Colegio
Cardenalicio, Ángelo Sodano, junto a otros cardenales,
arzobispos y obispos.
Al término de la misa, el papa Francisco se acercó al
féretro para el rito de la "Última commendatio"
(recomendación) y “Valedictio" (despedida) y pronunció la
oración en la que se pide que el fallecido reciba un "juicio
misericordioso".
En las exequias de Bernand Law en la basílica San Pedro
estuvo todo el poder vaticano y el poder político internacional
representado en la embajadora de los EE. UU. Entre los
presentes, estaban el secretario de estado vaticano, el
cardenal Pietro Parolín, y otros purpurados como el
estadounidense Raymond Leo Burke, y los italianos Tarcisio
Bertone, Gianfranco Ravasi y Giuseppe Bertello.
También asistió la embajadora de Estados Unidos ante la
Santa Sede, Callista Gingrich y su esposo Newt Gingrich,
exponente del partido Republicano.
Sodano en su homilía no hizo referencia al escándalo y
aseguró que Law dedicó toda su vida a la Iglesia. En otro
momento añadió que "a veces a alguno de nosotros puede
faltar a su misión".
Una vez más, la muerte dispensa a los que cometieron
delitos. La despedida con tantos honores no deja de ser una
provocación hacia el dolor de las víctimas que esperan
justicia.
◆◆◆

BENEDICTO XVI
De Delicta Graviora
Benedicto XVI se presentó como el Papa que afrontaba
un problema emergente en la Iglesia: la pederastia. Definió
como un misterio inexplicable a la razón por la que
sacerdotes y otros miembros de la Iglesia Católica abusaron
de niños que estaban a su cuidado, en actos que minaron la
fe "de manera sobrecogedora".
La prueba de que la pederastia no era un misterio para el
Vaticano, sino algo que había que ocultar para salvar el buen
nombre de la Iglesia, son las casas de reclusión para los
curas pederastas y la revelación, en el 2002 del documento
secreto firmado por el papa Juan XXIII en 1962: Crimen
Solicitationis.
Frente a esta realidad de los abusos de sacerdotes a
niños, el papa emérito Benedicto XVI tomó medidas radicales
y aplicó una política de tolerancia cero en los casos
denunciados y aprobó en mayo de 2010 la puesta al día del
documento De Delicta Graviora, anexo al motu propio
Sacramentorum Santictatis Tutela, de 2001, sobre los
delitos más graves contra la moral y los sacramentos.
La costumbre de encubrimiento y disimulo de la pedofilia
en la Iglesia no es un fenómeno contemporáneo ni es nuevo
para el Vaticano. Viene de hace tiempo. No surgieron en los
últimos cinco años, después de la muerte del Santo Juan
Pablo II. Los hechos denunciados son de los últimos
cincuenta años. La mitad del pontificado de Juan Pablo II.
Su gobierno fue la continuidad del de Juan Pablo II.
Benedicto XVI afrontaba el problema que encubrió su
antecesor, a quien canonizó intentando recuperar el
movimiento de masas que logró Juan Pablo II.
No se necesita un simposio de especialistas para
reconocer que la pederastia es un delito condenable en las
legislaciones de cualquier país del mundo, menos en el
Vaticano. Para el Vaticano es un pecado. Como todo pecado
que es confesado y simulando arrepentimiento es absuelto y
el abusador puede volver a empezar de nuevo en otro lugar.
Si el Vaticano considerara la pederastia como un delito
tendrían que denunciar a los abusadores a las autoridades
civiles de cada país donde se cometieron los delitos y no
financiarle costosos estudios jurídicos para que los
defiendan con los fondos de los fieles.
Hasta que esto no suceda, el Vaticano sigue siendo
cómplice y encubridor en sus templos y monasterios de los
abusadores.
Una Iglesia preocupada en los dos mil millones de dólares
que tuvo que pagar, hasta ahora, por las conductas delictivas
de sacerdotes y obispos y que no hizo nada por los miles de
víctimas inocentes y vulnerables, parece poco creíble que
pretenda modificar las cosas.
¿De dónde salió ese dinero para indemnizar a las
víctimas abusadas por sacerdotes y obispos? ¿De los
feligreses que colocan su limosna en las misas de los
domingos? ¿De las entradas que se cobran en los templos
europeos para que los turistas aprecien el arte expuesto en
las grandes catedrales? ¿De las colectas de cáritas? ¿O de
los fondos de inversión que la Iglesia tiene en los bancos
más importantes del mundo? ¿Del Eclesiam Bank, banco
alemán de la Iglesia, que invertía los fondos de sus clientes
en una fábrica de armas y en una empresa de
anticonceptivos?
Los pederastas en la Iglesia siempre actúan amparados
por un sistema de ocultamiento. Hay una cultura del
secretismo por miedo a los escándalos. Esto lleva siempre a
poner primero los intereses mundanos de la Iglesia a los de
las víctimas. La Iglesia, en vez de denunciar a los sacerdotes
pederastas, los cambiaba de lugar. Mientras mantenga estas
conductas delictivas será una institución peligrosa para la
sociedad.
SIMPOSIO CONVOCADO POR BENEDICTO XVI
Benedicto XVI intentó separarse de la posición de silencio
que la Iglesia mantuvo durante tantos años con Juan Pablo II.
El Papa presidió un dramático simposio en febrero del
2012 sobre la tragedia de los curas pederastas organizado
por el Vaticano en la Pontificia Universidad Gregoriana en
Roma. Participaron obispos de más de 110 conferencias
episcopales del mundo.
Los estadounidenses Michael Bemi y Patricia Neal
informaron en el simposio, que los casos de abuso sexual a
menores denunciados, ya le costaron a la Iglesia Católica a
nivel internacional más de dos mil millones de dólares. Estos
se pagaron en los acuerdos a los que se llegaron con las
víctimas, en juicios, en asesoramientos legales, en terapias y
en el seguimiento de los agresores en las casas de reclusión
que tiene la Iglesia.
Ocho de cada diez víctimas jamás van a denunciar los
abusos porque algunos son pobres y nadie les va a creer y
otros por vergüenza y por temor a los estigmas sociales.
Los dos expertos precisaron en el informe que no hay
una estimación sobre los miles de víctimas, niños y adultos
vulnerables, que sus vidas cambiaron para siempre y que
hasta hoy permanecen en el anonimato más cruel del miedo
y de la vergüenza.
A nivel mundial, la Iglesia no tiene una estadística
realizada sobre la cantidad de víctimas que han ocasionado
las conductas de los sacerdotes pederastas. Tampoco han
demostrado tener interés en saber cuántos casos de abusos
de sacerdotes a menores hay en la Iglesia. Si lo tuvieran,
jamás lo darían a conocer por tratarse de una cuestión de
Estado, estaría muy bien custodiado en el archivo secreto del
Vaticano.
Sólo en Estados Unidos se estima que fueron unas 100
mil las personas abusadas, a las que hay que sumar los
miles de víctimas de los casos denunciados en Irlanda,
Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile,
India, Holanda, Filipinas. Polonia, Suiza y Argentina entre
otros países.
La relación que presentaron ilustra el costo de la crisis en
términos de pérdidas financieras que afectan la misión de la
Iglesia.
Los expertos sólo analizaron los daños causados a la
Iglesia por estos escándalos y que nunca se conocerán en
su totalidad. Indicaron que los escándalos sexuales, además
de destruir a miles de personas y costar tanto dinero, que se
podría haber destinado a la construcción de hospitales,
escuelas, seminarios o iglesias, propiciaron la sospecha
hacia todos los curas y el distanciamiento de los laicos de la
Iglesia.
Entre otros daños, la victimización de miles de personas,
un profundo sufrimiento conmovedor causado a las familias
cristianas y a los seres queridos de las víctimas, el abandono
de los fieles de la Iglesia y la pérdida de la fe a causa de la
desilusión y la reducción de la autoridad moral de la Iglesia,
de su enseñanza y de la vida sacramental.
También los expertos aseguraron que se debe reconocer
que los escándalos no fueron exagerados por los medios de
comunicación y que los delitos sexuales no tienen que ver
con la orientación sexual, porque la realidad es que ni la
homosexualidad ni la heterosexualidad son un factor de
riesgo, sino que ese factor es la orientación sexual
desordenada o confusa.
El padre Edenio Valle, un psicólogo asesor de los obispos
de Brasil, dijo en el simposio que los obispos católicos
brasileños desconocen lo que deben hacer para afrontar
casos de clérigos pederastas. En la iglesia brasilera no se
discuten seriamente los problemas básicos. No existen
lugares de refugio, recuperación y cuidado de las víctimas.
En general, se limitan a trasladar a los curas pederastas.
Valle analizó la situación de la Iglesia en su país, donde
millones de familias viven en la miseria, lo ayuda a que los
niños sean más fácilmente víctimas de individuos
sexualmente inmaduros.
El fiscal del Vaticano, Charles Scicluna, dijo que es
erróneo e injusto aplicar la ley del silencio ante los casos de
pederastia y afirmó que la Iglesia tiene la obligación de
cooperar con las autoridades civiles. No dice que la Iglesia
tiene la obligación de denunciar a los que han cometido estos
aberrantes delitos de abusar de niños vulnerables e
inocentes.
El abuso sexual a menores no es sólo un delito canónico,
se trata también de un delito perseguido por el Derecho
Penal y Civil, a pesar de esto, todavía ningún obispo
denunció penal o civilmente a un sacerdote pederasta.
Hay que reconocer y admitir que la verdad completa, con
todas sus dolorosas repercusiones y consecuencias, es el
punto de partida para una curación auténtica, tanto de la
víctima como del autor de los abusos.
Scicluna manifestó que las víctimas tienen que ser
escuchadas con atención y ser tratadas con dignidad cuando
se embarcan en el agotador viaje de la recuperación y la
curación y para ello es necesaria la ayuda de expertos.
El fiscal se refirió a las medidas adoptadas por Benedicto
XVI en el 2010 contra la pederastia, entre ellas la ampliación
de 10 a 20 años del tiempo para denunciar los abusos y la
introducción del delito de adquisición, posesión y difusión de
pornografía infantil por parte de los clérigos.
Scicluna resaltó que en el sacerdocio y en la vida
religiosa no hay lugar para quienes dañan a los jóvenes y
aseguró que ninguna estrategia de prevención de los abusos
por parte de la Iglesia funcionará si carece de credibilidad.
Agregó además que no debería haber lugar para los obispos
encubridores.
Lo primero que hay que hacer es comprender bien el
problema, el triste fenómeno de esos abusos sexuales, para
actuar con determinación. Scicluna, sostiene que el simposio
pondrá en primer lugar a las víctimas.
La primera intervención del simposio fue una víctima de
abusos. Una mujer irlandesa Marie Collins quien sufrió
abusos sexuales por parte de un sacerdote de su país
cuando era niña, que se dirigió a los asistentes, entre
obispos, teólogos y psicólogos que participaban del simposio.
Habló en nombre de las víctimas que denunciaron a sus
abusadores y de tantas que todavía no lo pudieron hacer.
Esta mujer, describió la pesadilla de los repetidos abusos del
sacerdote cuando estaba hospitalizada lejos de sus padres
en Dublín.
Marie Collins dijo que esos dedos que abusaban de su
cuerpo por la noche le ofrecían la hostia a la mañana
siguiente. También relató su larga depresión y los dos años
más difíciles de su vida, cuando a los 40 años decidió revelar
la agresión sufrida a las autoridades católicas. La reacción
de la institución fue la de encubrir a su agresor. Su fe en Dios
no se vio afectada, indicó que puede perdonar al que abusó
de ella. ¿Pero cómo sentir respeto por la dirección de la
Iglesia? Pedir perdón por los actos de los sacerdotes
pederastas no basta, hace falta que reconozcan su
responsabilidad por el mal y la destrucción infligidos a las
víctimas y a sus familias por el ocultamiento, a veces
deliberado, y la mala gestión de los superiores.
Tratar de salvar la institución del escándalo causó el
mayor de los escándalos.
Asimismo, Collins acotó que lo mejor de su vida comenzó
cuando quien la abusó fue llevado ante la justicia. Entonces,
comenzó a trabajar con la diócesis y con la Iglesia Católica
en Irlanda para mejorar su política de protección de los niños.
Con esto, su vida ya no está devastada y tiene sentido y
valor, agregó.
El arzobispo maltés destacó la importancia de la
colaboración de las diócesis con las autoridades civiles para
luchar contra estos casos de pederastia. Se trata de un
fenómeno muy triste, que no sólo es pecado, sino también
delito y en cuanto tal, está la justa jurisdicción del Estado y
por ello está el deber de colaborar con esa jurisdicción penal
estatal.
Hay que estar atento en la necesidad de la formación de
los agentes pastorales para evitar esos casos. En el texto
se afirmó que la atención a las víctimas, la cooperación con
las autoridades civiles, los programas de prevención y la
formación permanente de los seminaristas y del clero son los
puntos prioritarios para luchar contra los abusos de menores
por parte de clérigos.
El arzobispo Scicluna dijo que, durante muchos años en
las iglesias locales, donde se produjeron casos de
pederastia, se impuso un clima de silencio cómplice. Ese
clima de silencio dio paso a la denuncia de los casos, que
según Scicluna nunca se sabrán con exactitud cuántos
fueron, pero que han sido alarmantes.
El cardenal William Levada, sucesor de Joseph Ratzinger
en la Congregación para la Doctrina de la Fe, informó que en
los últimos diez años el ex Santo Oficio ha recibido 4.000
denuncias de abusos sexuales a menores por parte de
miembros del clero, religiosos o docentes católicos. El ex
Santo Oficio se ocupa de la disciplina de los sacerdotes, por
lo que la pederastia entra en su jurisdicción.
El Promotor de Justicia de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, monseñor Charles Scicluna, también habló
en el simposio titulado “Hacia la curación y la renovación”,
del que participaron 30 institutos religiosos. Anunció la
“tolerancia cero” que quería el Papa:
Dijo, quien engaña, quien no denuncia es enemigo de la
justicia y, por lo tanto, de la Iglesia. De ahora en más, los
obispos son directamente responsables de perseguir a los
curas responsables de pedofilia. El hecho de pedirles a los
obispos que encubrieron a los sacerdotes pederastas que
ahora los persigan y que los entreguen a la justicia suena un
poco utópico.
Benedicto XVI, de quien fue leído un mensaje, dijo que la
prioridad absoluta “es la atención y curación de las
víctimas”.
Durante mucho tiempo, la Iglesia puso delante de toda la
necesidad de evitar escándalos y, de hecho, protegió a los
clérigos abusadores, reclamando además a las víctimas y a
sus familias la reserva o, directamente, el silencio, sin
ocuparse mucho de los traumas que sufrieron.
Los Episcopados tenían hasta mayo del 2013 para
ponerse en regla con las nuevas disposiciones.
La Santa Sede afirma que la negligencia de un superior
es un crimen inapelable. El Fiscal del Vaticano admite que “la
cultura del silencio” persiste entre el clero. Los obispos,
acusados algunos de haber mirado a otro lado en casos de
abusos sexuales en la Iglesia católica, serán considerados
responsables de la conducta de los curas bajo su autoridad,
afirmó el fiscal del Vaticano encargado del tema de la
pederastia.
“Una vez que se imponen las reglas se deben respetar”,
afirmó monseñor Charles Scicluna, dirigiéndose a casi 5.000
obispos de todo el mundo reunidos en el simposio.
Reconoció, que la cultura del silencio es enemiga de la
verdad y de la justicia.
La grave negligencia o la “maligna intención” de un
obispo frente a un caso de pederastia es un crimen en
términos de derecho canónico, insistió Scicluna, quien
agregó, vehemente, que nadie puede ampararse “a
complejidades técnicas de la ley”.
Al responder a preguntas por la ausencia de sanciones
automáticas a los obispos que cubren a sacerdotes
pederastas, el prelado maltés indicó que sólo el Papa, quien
los nombró, podía castigarlos.
Unos 4.000 casos de abusos sexuales ocurridos en las
últimas décadas han sido comunicados a Scicluna en los
últimos años. Mil casos, la mayoría antiguos, han sido
transmitidos del 2010 al 2011, procedentes sobre todo de
Europa, donde la revelación de los casos es más reciente
que en EE. UU. Solo “un mínimo porcentaje” de casos
señalados resultaron sin fundamento, admitió Scicluna, quien
agregó que la indemnización por daños y perjuicios
corresponde al autor del delito y, si no tiene dinero, se
puede recurrir al principio de “solidaridad de la Iglesia
local”.
En un discurso muy esperado ante representantes de 110
conferencias episcopales y 33 órdenes religiosas reunidas
en la Universidad Gregoriana, el prelado preconizó el respeto
de las reglas, primero dictadas por Juan Pablo II y luego por
Benedicto XVI.
Citó a “tres enemigos de la verdad”: la cultura de la
práctica del silencio, el hecho de negar deliberadamente los
hechos conocidos y desplazar la preocupación de que la
imagen de la institución debe gozar de prioridad absoluta.
“Es necesario también que los fieles puedan mantener
la certeza de que la sociedad eclesiástica desarrolla su vida
bajo el régimen de la ley. Que la ley de la Iglesia sea clara
no basta para que la paz y el orden reinen en la
comunidad”.
Se otorgó un año de plazo a todos los episcopados para
poner sus dispositivos de lucha contra la pederastia en
sintonía con las exigencias de Roma y colaborar con la
justicia civil.
Pero antes que terminara el plazo, Benedicto XVI
renunció al papado y la Iglesia eligió a Jorge Bergoglio
como su sucesor.

◆◆◆
FRANCISCO
Si alguien no denuncia a un abusador de niños, lo está
protegiendo, está siendo cómplice y en ese mismo acto, está
desprotegiendo al niño. En este tema no hay posibilidades
para la neutralidad. Bergoglio no recibió a las víctimas de
Grassi cuando fue arzobispo de Buenos Aires, pero hablaba
con Grassi. Les debe una respuesta a las víctimas y una
condena a Grassi.
El Episcopado argentino, cuando Bergoglio era Cardenal,
contrató a un estudio jurídico para demostrar que Grassi era
inocente. Ese informe es el que la Iglesia utilizó para
defender, sin decirlo, a Grassi. Por eso Grassi sigue siendo
sacerdote.
Después del simposio convocado en el 2012 por
Benedicto XVI donde se declaró la tolerancia cero a los
sacerdotes que abusen de niños. Francisco, ocho años
después convocó otro, para seguir diciendo frases armadas
y no abrir los archivos secretos del Vaticano para saber
quiénes y cuántos son los curas y obispos abusadores.
Participaron los mismos que lo hicieron hace ocho años
en el simposio que convocó Benedicto XVI, donde se declaró
la tolerancia cero a los abusos de sacerdotes a niños.
Tolerancia cero que no tuvo efecto retroactivo.
Participaron los mismos que saben quiénes son los
abusadores y que nunca denunciaron. ¿Por qué tendrían que
hacerlo ahora?

La Protección de los Menores en la Iglesia


En este nuevo encuentro se condenaron los crímenes por
parte de miembros de la institución y se aseguró que no
encubrirán o subestimarán ningún caso. Agregaron, además,
que la Iglesia colaborará con la justicia de todos los países.
Francisco propuso los siguientes puntos para combatir el
creciente problema de la pederastia en la Iglesia:
- Elaborar un vademécum práctico en el que se
especifiquen los pasos a seguir por la autoridad en
todos los momentos clave de la aparición de un caso.
- Proveerse de estructuras de escucha, compuestas
por personas capacitadas y expertas, donde se
realice un primer discernimiento de los casos de
presuntas víctimas.
- Establecer criterios para la implicación directa del
Obispo o del Superior Religioso.
- Implementar procedimientos compartidos para el
análisis de las acusaciones, la protección de las
víctimas y el derecho de defensa de los acusados.
- Informar a las autoridades civiles y eclesiásticas de
acuerdo con las normas civiles y canónicas.
- Acompañar, proteger y atender a las víctimas,
ofreciéndoles todo el apoyo necesario para su
completa sanación.
- Aumentar la conciencia de las causas y
consecuencias del abuso sexual a través de
iniciativas de formación permanente de obispos,
superiores religiosos, clérigos y agentes pastorales.
- Preparar caminos para la atención pastoral de las
comunidades heridas por los abusos, así como
caminos penitenciales y de recuperación para los
culpables.
- Consolidar la colaboración con todas las personas de
buena voluntad y los medios de comunicación para
poder reconocer y discernir los casos verdaderos de
los falsos, las acusaciones de las calumnias, evitando
rencores e insinuaciones, rumores y difamaciones.
- Elevar la edad mínima para contraer matrimonio a 16
años.
- Ilustrar toda la información y datos sobre los peligros
del abuso y sus efectos, sobre cómo reconocer las
señales de abuso y cómo denunciar a las sospechas
de abuso sexual.
- Donde aún no se ha hecho, es necesario instituir un
organismo de fácil acceso para las víctimas que
deseen denunciar los delitos.
Ante esto, la impresión de las víctimas sigue siendo la
misma. El italiano Francesco Zanardi, presidente de la Red
de Víctimas del país, consideró que la reunión fue una "gran
desilusión", al igual que el discurso del papa Francisco que,
en su opinión, estuvo cargado de frases genéricas y mil
veces repetidas, en vez de proponer "procedimientos
concretos, de dimisiones de obispos y de denuncias a la
magistratura".
El español Miguel Hurtado, que denunció por abusos al
monje de Montserrat Andreu Soler y es uno de los
portavoces de la Organización Global de Víctimas, criticó que
el Papa argentino "No ha hablado de entregar a la Justicia a
los responsables, de entregar los documentos a la
magistratura y no destruirlos como develó uno de los
obispos, no ha dicho que los responsables de los abusos
van a perder su puesto de trabajo, ni de indemnizar
económicamente a las víctimas. No pone ninguna medida
en la mesa".
Si el líder supremo de la Iglesia católica hubiera recibido a
los miembros de las asociaciones de víctimas, no habría
hecho un discurso tan lamentable, y destacó que "no se
cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la
justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes".
Vademécum
En julio del 2020, el Vaticano publicó, por iniciativa del
papa Francisco, un manual para los eclesiásticos con
directivas sobre el procedimiento a seguir a la hora de
investigar casos de presunto abuso sexual contra menores
de edad dentro de la Iglesia.
Reunidos en un vademécum, estos documentos
constituyen un instrumento destinado a ayudar a las
autoridades locales de la Iglesia en la delicada tarea de llevar
adelante correctamente los casos que impliquen a religiosos
cuando son acusados de abusos a menores.
Se trata de una especie de “manual”, que pretende
ayudar y conducir paso a paso a quién se vea en la
necesidad de proceder al descubrimiento de la verdad en el
ámbito de los delitos mencionados.
No es un texto normativo, no modifica legislación alguna
en la materia, sino que se propone clarificar el itinerario. No
obstante, se recomienda su observancia, con la certeza de
que una praxis homogénea contribuye a hacer más clara la
administración de la justicia.
El primero que no cumplió con la normativa del
vademécum fue el propio papa Francisco, que, en el mes de
septiembre del 2020, le aconsejó a Sergio Decuyper, víctima
de abuso sexual, que no denunciara a su tío sacerdote que lo
había abusado a los 5 años. Le dijo que lo perdonara y que
sea un ejemplo para las otras víctimas de abuso clerical que
tienen mucho odio. Que no recurra a los medios porque son
hipócritas.
Con esta actitud el papa Francisco pone de manifiesto
que los simposios, los documentos y el vademécum contra la
pederastia, sólo son una nueva puesta en escena, en el
teatro de la hipocresía eclesiástica.
Por eso sigue sosteniendo en cargos importantes en el
Vaticano a cardenales y obispos denunciados por delitos
sexuales, como los prelados Oscar Rodríguez Madariaga;
Francisco Javier Errázuriz Ossa; Sean Patrick O’Malley y
George Pell.
CAPÍTULO 5
LAS CÁRCELES DE LA IGLESIA

La Iglesia, como todo Estado, tiene sus propias casas de


reclusión o cárceles dentro de la institución para sancionar a
sus miembros que delinquen no cumpliendo el código de
derecho canónico que es la ley eclesiástica.
Pero la Iglesia tiene una particularidad, que la distingue
del resto de los estados de la tierra, las tiene en todo el
mundo.
La Iglesia monárquica y teocéntrica cuenta con su propia
legislación como cualquier estado, su propio ejército, la
guardia suiza con sus armas y su propia cárcel en la Santa
Sede, donde estuvo detenido Paolo Gabriele, el mayordomo
de Benedicto XVI, condenado a un año y medio de reclusión
por robar información confidencial del escritorio del papa.
Las casas de reclusión son una especie de cárceles vip
para resguardar y proteger a los sacerdotes que han
transgredido la ley, con la esperanza de redimirlos a través
de la oración y la penitencia, recuperándolos para la vida
pastoral: la vida para salvar almas.
Si el caso es público y está en la justicia, el obispo del
cual depende el sacerdote suele pedirle al juez que lleva la
causa a través de un escrito, que la detención no sea en las
cárceles comunes, donde están los presos con diversas
causas, sino en algún monasterio acorde a la dignidad del
sacerdote. Pedido, que muchas veces es consentido por
algún juez piadoso pensando quizás que recibirá algunas
indulgencias plenarias para el día del juicio final.
Son privilegios similares a los que tienen los militares
cuando son condenados. No es común que vayan a cárceles
comunes sino a sus cuarteles.
Los curas que han abusado de niños van a los
monasterios o a las casas de reclusión. Si van a las cárceles
comunes, son alojados en los pabellones vip, como los
políticos, los empresarios. Es decir, como la gente que tiene
poder, que no es la gente común.
En Argentina, hay varias cárceles y casas de reclusión,
una de ellas estaba en la localidad bonaerense de
Tortuguitas y se llamaba Domus Mariae, otra en la finca Los
Cardenales y en varios monasterios de clausura a lo largo
del país.
DOMUS MARIAE ASOCIACIÓN PRIVADA DE FIELES
PARA "SACERDOTES EN CRISIS", TORTUGUITAS,
BUENOS AIRES
La Domus Mariae, Casa de María, es una Asociación
Privada de Fieles para "sacerdotes en crisis" que funcionaba
desde 1991 en Tortuguitas. Es un viejo chalet con amplio
parque, capilla y tres habitaciones individuales para los
sacerdotes recluidos. Fue creada por el sacerdote salesiano
Pedro Marano y el mismo era su director. Domus Maríae
contaba con la “aprobación eclesiástica” del obispado de
Zárate-Campana por estar en su jurisdicción. Pero
igualmente Domuns Mariae recibió el apoyo de los
arzobispados de Buenos Aires, monseñor Bergoglio, de
Paraná, de Cuyo, de Resistencia y de Monseñor Storni de
Santa Fe, que fue condenado en el 2009 por pederasta.
Storni nunca hizo uso de la casa que había apoyado, tal
vez porque ya no tenía posibilidades de volver al poder
episcopal, quizás por eso la Iglesia, no le sugirió un
tratamiento. Prefirió vivir en una casa de descanso en la
ciudad de la Falda en la provincia de Córdoba sin ningún tipo
de control ni seguimiento.
También apoyaron a Domus Mariae el obispado de San
Miguel, el Rectorado Mayor de la Obra de Don Bosco, el
Provincial Salesiano con sede en Lima, el Cardenal
Arzobispo de Washington y el propio Vaticano que adhirió a
través del secretario de Estado de la Santa Sede.
Todo el episcopado argentino y la Conferencia Episcopal
Latinoamericana estaban al tanto de esta obra, de esta casa
clandestina que trataba a los sacerdotes pederastas,
alcohólicos, homosexuales, enfermos de sida, adictos al
juego y depresivos de toda América Latina.
Decían que esta obra estaba dedicada a la recuperación
de sacerdotes en crisis, pero nunca especificaban que tipo
de crisis. Una cosa es albergar a alguien que tiene una crisis
personal, existencial o de salud y otra es darle alojamiento a
una persona sabiendo que ha delinquido. Porque esto se
llama, en cualquier lugar del mundo, complicidad.
Los sacerdotes llegaban a Domus Mariae enviados por
sus obispos o por gestiones personales. En esta casa se
los evaluaba y se realizaba un diagnóstico para determinar el
tratamiento personalizado.
El sacerdote para ingresar a la casa Domus Mariae tenía
que pedir licencia en su parroquia con una carta a su obispo,
abandonar por un tiempo su actividad pastoral y manifestar
que tenía un problema de salud.
El octavo mandamiento, no mentir, quedaba excluido en el
ensayo del argumento del sacerdote para justificar la
ausencia temporal en la parroquia. La comunidad, como
sucede siempre, se quedaba rezando por la misteriosa
enfermedad de su pastor. El cura reemplazante tenía que
ensayar alguna mentira piadosa para responder a los
feligreses que preguntaban.
Al tratamiento lo realizaban dos sacerdotes y dos laicos
profesionales, sin contar con la habilitación del Ministerio de
Salud para realizar diagnósticos y terapias sobre esta
patología tan grave, como es la pederastia.
La Domus Mariae funcionaba ilegalmente, pero la justicia
nunca intervino a pesar de las denuncias.
El tratamiento de la pedofilia comenzaba con la
internación del sacerdote en la casa Domus Mariae, como
en el seminario.
En la construcción del diagnóstico se averiguaba si en
sus tareas pastorales los curas habían estado en contacto
con niñas o con niños. No se consideraba pederasta al cura
que había manoseado a un niño sino solamente si había
llegado a la penetración.
Después de un tiempo de internación, las autoridades
daban el alta a los curas pederastas y se los reubicaban, en
la mayoría de los casos, en parroquias u hogares de niños
pobres y huérfanos, para demostrar los resultados exitosos
del tratamiento. Pero la mayoría volvían a cometer los
mismos abusos, a reincidir.
Por esta casa, durante 13 años, pasaron casi un
centenar de religiosos de toda América Latina.
El tratamiento se financia con la obra social del clero San
Pedro y fides. Fides significa FONDO INTEGRAL DE
SOLIDARIDAD, es el sistema de seguridad previsional de los
sacerdotes seculares de Argentina, constituido a través de
un organismo de cooperación sacerdotal estable de la
Conferencia Episcopal Argentina.
Basado en principios de justicia y solidaridad e integrado
principalmente por los aportes que efectúan los sacerdotes
del clero secular, fides funciona como un sistema de reparto
de previsión por edad e incapacidad para sus asociados.
Cuando uno se ordena sacerdote comienza a realizar los
aportes a la obra fides mensualmente para la jubilación. Los
sacerdotes que dejan el ministerio nunca recuperan el dinero
aportado ni son indemnizados por los servicios prestados a
la Iglesia. Es la única institución con personería jurídica del
país donde un sacerdote no tiene derechos laborales.
La Iglesia sostiene que el sacerdocio es un sacramento
que imprime carácter y es para siempre porque no prescribe,
aunque uno deje de ejercer pastoralmente el ministerio. Pero
prescribe la solidaridad del fondo sacerdotal, porque se los
excluye a quienes dejaron el ministerio del beneficio y sus
aportes nunca se los restituyen.
Nunca se informó a los sacerdotes si fides usaba y usa
sus fondos para el tratamiento de los curas pedófilos con el
título de subsidio por invalidez temporal.
El obispo, del que depende el sacerdote, es el que pide la
internación a la casa Domus Mariae y luego solicita a la
mutual San Pedro un subsidio por invalidez para generar
recursos y poder pagar el tratamiento mensualmente
mientras dure la internación. Mientras dura el tratamiento, el
sacerdote no podrá generar recursos propios a través del
cobro de la administración de los sacramentos como
bautismos, misas y casamientos.
Las patologías con las que llegan los sacerdotes a esta
casa no se abordan de un modo interdisciplinario con
profesionales serios y responsables. El problema se
minimiza a una cuestión exclusivamente espiritual y
vocacional. Se cree que se puede resolver el peligroso
problema de la pederastia con el rezo del rosario, la
comunión diaria y algunas oraciones no formales. La
pederastia no es un problema espiritual ni una crisis
vocacional, es una patología gravísima.
Si el sacerdote estaba denunciado en la justicia y el juez
no se oponía a la internación en la casa Domus María, las
autoridades de la casa no tenían ningún inconveniente en
recibir al cura que padecía la enfermedad de la pederastia.
Después de las denuncias del programa Punto Doc., la
justicia consideró, en su resolución jurídica, que el supuesto
encubrimiento de la Domus Mariae no era tal, porque los
religiosos no estaban "obligados" a denunciar el delito por
estar amparados por el secreto canónico de confesión. “Por
otra parte también rigen en el caso las normas de derecho
canónico que contienen exenciones para los clérigos
respecto de la obligación de responder en lo que atañe a lo
que se les ha manifestado en razón del ministerio sagrado
(canon 1550) y la incapacidad de declarar como testigos en
lo que atañe a aquello que conocen a raíz de confesión
sacramental, aunque el penitente pida que lo manifiesten,
estipulando que lo oído por cualquiera y de cualquier modo
en ocasión de la confesión no puede ser aceptado, ni
siquiera como indicio de verdad (canon 1550).”
Para la Justicia no es delito que la Iglesia Católica proteja
a sacerdotes pederastas y que les asigne tareas pastorales
en comedores comunitarios donde asisten decenas de niños
hambrientos y vulnerables.
"El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el
sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya
sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o
con un menor que no haya cumplido dieciséis años, debe
ser castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del
estado clerical cuando el caso lo requiera". (CIC, c. 1395,
§2).
Este canon (CIC, c. 1395, §2) deja ver que, para la
Iglesia, la pederastia no es un delito sino un pecado que se
resuelve con el arrepentimiento en el confesionario. Los
problemas de la Iglesia se resuelven en la Iglesia y no en la
justicia penal.

EL CURA NAPOLEÓN SASSO


Entre quienes estuvieron en esta casa se encuentra el
sacerdote Napoleón Sasso. Sasso fue ordenado sacerdote
en 1986 en la diócesis de San Juan y tuvo como destino
pastoral la parroquia de Concepción. En 1994 fue
denunciado por pederasta. El obispado no denunció sus
delitos, sino que lo hizo tratar con especialistas.
Las conclusiones del diagnóstico médico, para sorpresa
del obispo Ítalo Di Stefano, fueron que el sacerdote padecía
la patología de la pederastia. Entonces monseñor decidió,
con sus vicarios, enviarlo a realizar un tratamiento
psicoterapéutico en abril de 1994 a Domus Mariae, en la
jurisdicción del obispado de Zarate-Campana.
Tres años después, Sasso terminó el tratamiento y fue
dado de alta. El obispo de Zarate – Campana lo designó al
frente de la capilla San Manuel en el barrio La Lonja, de Pilar.
Esta capilla tenía un comedor comunitario al que concurrían
familias carecientes del barrio.
Analía López, una laica consagrada, había organizado un
comedor comunitario que funcionaba en la capilla como
tantos otros en el país, creado por gente sensible al dolor del
prójimo.
El comedor tenía un sistema de viandas que se retiraban
en la capilla. Los vecinos más pobres iban a buscarlas o
enviaban a sus hijos para llevarse la comida a su casa y
compartirla en familia.
De esta manera Sasso tenía contacto diario con las
chicas que luego serían abusadas.
La investigación comenzó cuando Analía López encontró
llorando, en un rincón de la capilla, a una de las pequeñas
niñas que iban a retirar la comida para llevarla a su casa.
Tenía 11 años. El llanto era contenido, pero sin resistencia.
Analía abrazó a la pequeña para contenerla y la niña largó
todo el llanto que terminó siendo más grande que ella.
Después de tanto cariño, le confesó que había sido abusada
por el cura, le dijo que el sacerdote la había manoseado en
varias oportunidades por delante y por detrás y que se había
masturbado en su presencia cuando ella iba con hambre a
retirar la única comida del día. Después de manosearla la
amenazaba y la extorsionaba para que no contara lo
sucedido. Ella cerraba los ojos y la boca para no gritar, para
no pedir auxilio, cuando era abusada. Después del abuso el
cura le daba la comida. Ella pensaba, quizás en ese
momento, en el único plato de comida que su familia no podía
llevar todos los días a su precaria y vacía mesa.
Las otras pequeñas víctimas contaron que, cada vez que
concurrían al comedor de la capilla, el sacerdote las recibía
desnudo, les pedía que no gritaran y cerraba la puerta con
llave. Una de ellas contó que Sasso la llevó a su habitación
para mostrarle imágenes pornográficas en su computadora.
Cuando la policía allanó la oficina de Sasso encontró las
imágenes que la niña había visto en esos días que iba a
buscar la comida. También halló en su computadora
direcciones de páginas de Internet con contenido pedófilo.
Ante la falta de respuesta y de colaboración de los
sacerdotes colegas de Sasso y del obispo, Analía recurrió a
un médico y sacerdote, quien dispuso la realización de una
campaña para que a 150 niños del barrio La Lonja se les
realizara un chequeo médico. Cuando llegó el turno de las
niñas abusadas, el médico advirtió las reacciones típicas de
las víctimas de abuso sexual.
El cura Sasso huyó con la ayuda de algunos sacerdotes
colegas y de laicos de la capilla San Miguel cuando se enteró
de que iba a ser denunciado. Lo llevaron en automóvil hasta
Misiones para cruzar la frontera a Paraguay. Uno de los
sacerdotes amigo le dio dinero para solventar los gastos de
la fuga.
Durante el trayecto, Sasso contó a sus compañeros de
viaje, en carácter de confesión que había tenido una actitud
deshonesta con algunas de las chicas del comedor
comunitario de la capilla San Miguel. Entre llanto y lágrimas
reconocía los abusos y pedía perdón. También les contó que
estuvo en circunstancias similares en San Juan y que por
eso fue sometido a un tratamiento en el que una médica le
aplicaba una medicina para que no sintiera esos deseos de
tener sexo con niños.
El mismo grupo de personas que lo defendió y ayudó a
escapar lo trajo nuevamente al país para entregarlo a la
Justicia.
Sasso volvió a huir y fue detenido en una cabina de peaje
del Ramal Pilar de la Panamericana, luego de un mes y
medio de estar prófugo. Estaba vestido de cura, con la
cabeza rapada y bien afeitado.
Durante el juicio oral, que terminó con la condena contra
el cura, quedó al descubierto una oscura trama que incluyó
los procesamientos por supuesto encubrimiento de dos
sacerdotes, colegas de Sasso y el hecho de que algunos
miembros del Obispado de Zárate-Campana habrían
conocido los antecedentes de Sasso y de las
recomendaciones para que no trabajara con menores y no
hicieron nada para evitar esta situación de riesgo para los
niños.
Sasso fue condenado a diecisiete años de prisión en
ausencia, ya que se quedó preso en el penal de Olmos, para
no estar presente durante la lectura del fallo.
Analía se manifestó conforme con el fallo, pero no
contenta, porque el daño que les hizo a las niñas es
irreversible.
Los jueces del Tribunal Oral 1 de San Isidro consideraron
que Sasso fue responsable, entre 2002 y 2003, de cinco
casos de abuso sexual de niñas que tenían entre 6 y 13
años. Todas eran de familias pobres, que iban a la capilla
para paliar el hambre, porque allí funcionaba un comedor.
Fue hallado culpable del delito de “abuso sexual doblemente
calificado debido al sometimiento sexual ultrajante para las
víctimas y por su condición de ministro de un culto
religioso”.
El fiscal del juicio, Washington Palacios, había pedido la
pena de 35 años de cárcel, pero los jueces optaron por 17
años. El imputado fue absuelto del cargo más grave, que era
el de “abuso sexual con penetración”. En el fallo se dijo que
existían “dudas sobre la existencia material” de ese delito.
El obispo de Zárate - Campana, Rafael Rey trató de
despegarse del cura Sasso con el argumento que
desconocía su labor y que no pertenecía a su diócesis, sino
a la de San Juan. Pero el obispo se olvidó que había
concelebrado con él la misa del patrono de Pilar y que pidió a
los fieles un aplauso para el padre Napoleón Sasso por su
trabajo pastoral en la capilla de La Lonja y su labor como
"consejero matrimonial".
Rey también defendió a Domus Mariae y aseguró que
recurriría a la Conferencia Episcopal para que oficialmente
se haga cargo de su funcionamiento. Pero la máxima
autoridad colegiada del episcopado de la Iglesia prescindió
de pronunciarse públicamente.
EL CURA LUIS GABRIEL PEZZOLO
Los chicos internados en el Hogar de la Obra de Don
Bosco, de Bernal, dirigido por el sacerdote Luis Pezzolo,
empezaron a ser llamados para testificar en el Juzgado de
Menores número 2 de Quilmes.
En ese momento, Pezzolo fue trasladado para hacerse
cargo de un colegio y una parroquia en Ensenada. Ante las
denuncias de violación, fue nuevamente trasladado, pero
esta vez a la Inspectoría de la Obra de Don Bosco en La
Plata. A esa altura, las pruebas reunidas contra el cura ya
eran más que abundantes.
La causa se inició a partir de la denuncia de un chico que
se fue del hogar, que no fue víctima sino testigo del abuso.
Según su relato, el afectado había sido uno de sus
compañeros.
“Después, el resto de los internados contaron la misma
historia: dijeron que cada vez que podía, Pezzolo intentaba
tocarlos, un poco como un juego, para ver cómo
reaccionaban y en función de eso seguir avanzando”. “El
chico por el que se hizo la denuncia no sólo fue toqueteado,
sino que habría sido abusado sexualmente durante más de
dos años, desde los 11 y hasta los 13”.
Hasta ese momento, ninguno de los chicos se había
animado a comentar con nadie lo que ocurría dentro del
hogar, ni con los empleados de la institución, con quienes
pasaban gran parte del tiempo, ni con sus padres, que en
algunos casos los visitaban los fines de semana. “A esos
chicos, Pezzolo les habría ofrecido dinero para que se
fueran y lo dejaran sólo con este adolescente, el que habría
sido sometido sexualmente por él”.
El cura Luis Pezzolo, tenía 69 años, cuando fue detenido
en la sede de la Inspectoría de la Obra de Don Bosco,
ubicada en la calle 9, número 1100, por orden del Juzgado de
Garantías número dos del Departamento Judicial de
Quilmes. Se lo acusaba de abuso sexual y corrupción de
menores “calificados por el hecho de que la víctima estaba
bajo su tutela”.
El sacerdote se negó a declarar ante el juez.
También hubo otra denuncia por abuso sexual realizada
por una mujer que trabajaba con el cura, quien se presentó a
declarar en representación de una niña de 12 años. Estos
abusos se habrían concretado desde fines de 2002 hasta
mediados de 2003.
La chica y la mujer denunciaron que luego del abuso
sexual el sacerdote amenazó de muerte a la pequeña para
que no contara lo ocurrido.
Tras el arresto, la Inspectoría de la Obra de Don Bosco,
congregación a la que también perteneció en un principio el
padre Julio Grassi, emitió un comunicado en el que anticipó
que los abogados defensores solicitarán una “prisión
alternativa, domiciliaria, por motivos de salud y edad”.
La investigación judicial apuntaba a determinar si el
religioso ya había sido denunciado por delitos sexuales en
otros sitios del país.
Las autoridades del Obispado se entrevistarían con los
funcionarios judiciales que querían conocer detalles de la
vida del cura. En la reunión, los investigadores también
querían determinar por qué razón el sacerdote se encontró
bajo tratamiento especial en la casa Domus Mariae.
El cura salesiano Pezzolo fue detenido en 2003 acusado
de "abuso con acceso carnal en concurso real con
corrupción de menores" siendo director de la Obra de Don
Bosco en Bernal. Pasó cinco años bajo arresto domiciliario,
hasta que consiguió la excarcelación en 2008, para esperar
en libertad el momento del juicio, que aún no tiene fecha.

EL CURA ANSELMO ROMERO


Anselmo Romero llegó a la casa Domus María a realizar
un tratamiento forzado después de haber sido expulsado del
pueblo correntino de Mocoretá, por abusar y dejar
embarazada a una adolescente de 16 años. Nunca fue
denunciado.
El tratamiento fue tan exitoso que terminó dirigiendo la
casa para los sacerdotes en crisis Domus Mariae. La idea
era demostrar que los curas pedófilos se podían recuperar y
lo presentaban al cura Anselmo Romero como el gran
ejemplo. Este cura favoreció la fuga del sacerdote Sasso,
procesado por abuso sexual de cinco nenas de entre 5 y 12
años.

EL MONASTERIO BENEDICTINO SANTA MARÍA DE


LOS TOLDOS, BUENOS AIRES
El Monasterio benedictino Santa María de los Toldos
donde vive el monje escritor Mamerto Menapache, es una de
las casas de reclusión que tiene la Iglesia.

EL CURA JOSÉ ANTONIO MERCAU


Por allí pasó el cura José Antonio Mercau, acusado de
abuso sexual en el 2005, contra cinco menores que
estuvieron a su cargo en el Hogar San Juan Diego, donde
vivían jóvenes de limitados recursos, víctimas de maltratos y
abandono. En el hogar se alojaban niños que tenían entre 11
y 17 años.
Cuando llegó a la fiscalía tenía la Biblia bajo el brazo
como buscando en ese símbolo divino inmunidad a sus
conductas criminales.
Mercau fue llevado a una comisaría donde estuvo dos
meses hasta que la jerarquía católica gestionó ante la justicia
una prisión mesurada y digna a su investidura, en el
monasterio benedictino Santa María en la localidad de los
Toldos. El pedido lo hizo el abad del monasterio. El cura
comenzó a gozar de los beneficios del monasterio: Internet,
recreación, visitas y por sobre todas las cosas, buena
comida y mucha paz. Esa paz que sus víctimas no tenían.
En agosto del 2008 la sala II de la cámara de apelaciones
de San Isidro le revocó el privilegio impune y ordenó al
tribunal oral en lo criminal N° 7 que alojaran al cura en la
unidad penal N°13 de Junín.
En la puerta de la fiscalía estaban los familiares de las
víctimas y lo increparon gritándole: “Violador! ¡Pedófilo!,
¡Abusador!” El cura, mirando al suelo como lo hacían sus
víctimas cuando él las abusaba, apuraba el paso rumbo al
camión celular de traslados de detenidos del Servicio
Penitenciario Bonaerense, como si llegara tarde a celebrar la
misa.
Cinco niños, cuando pudieron recuperar su palabra
contaron que el cura, de madrugada, los buscaba y los
sacaba de sus habitaciones para llevarlos a su dormitorio. Lo
hacía seguido, dos veces por semana y los sábados.
Empezaba besándolos en la boca y después los manoseaba
por todo el cuerpo. Los incitaba a tener relaciones sexuales
entre ellos y con él. Luego, para mantener el silencio de los
pequeños, les ponía precio a su pudor y a su inocencia. Les
regalaba zapatillas nuevas, esas que ellos nunca pudieron
tener porque sus padres no se las pudieron comprar.
¿Cuántos niños más que pasaron por el hogar, y que fueron
abusados, se mantienen en el silencio doloroso de la
impotencia y del miedo?
Luego de un largo proceso penal de más de seis años y
trámites dilatadores por la defensa de Mercau, se llegó a la
instancia final en la Suprema Corte de Justicia de la
Provincia de Buenos Aires, que finalmente dispuso el juicio
oral.
El fiscal del caso, Jorge Strauss, y la defensa del
sacerdote llegaron a un arreglo debido a que el cura
reconoció su responsabilidad en los abusos durante una
reunión privada. La pena de la condena fue de sólo 14 años.
En el 2014 fue excarcelado.
El cura no fue condenado por acceso carnal, ya que el
Tribunal no consideró así el sexo oral. Uno de los chicos
abusados declaró en el expediente que sentía, “miedo,
vergüenza, asco y bronca”.

◆◆◆
MONASTERIO BENEDICTINO NUESTRA SEÑORA DE
LA PAZ, CALMAYO, CÓRDOBA

EL CURA REYNALDO NARVAIS


En el Monasterio benedictino Nuestra Señora de la Paz,
de Calmayo, Córdoba, estuvo el cura rosarino Reynaldo
Narvais, de 46 años, párroco de Nuestra Señora de
Pompeya y representante legal de un establecimiento escolar
con niveles inicial, primario y secundario.
La propia comunidad en el 2008 denunció al padre
Reynaldo de acoso sexual y abuso de autoridad contra un
grupo de personas de la parroquia y del colegio. Actitud poco
común en las comunidades cristianas. Las víctimas habrían
sido ocho personas. Una de ellas, era menor de edad y con
discapacidad mental.
El 1º de noviembre de ese mismo año llegó a Rosario un
“visitador” de la Orden de Letrán, Florencio Félix Cruz, quien
después de examinar la situación y de escuchar a las
víctimas y testigos admitió que la situación era muy grave.
Convocó a un consejo nacional y prometió tomar medidas.
Mientras tanto, les pidió a las víctimas de los abusos
mantener el mayor silencio y prudencia, como indica el
protocolo vaticano. Los problemas de la Iglesia se resuelven
en la Iglesia y no fuera de ella. De esa reunión, realizada en
Rosario participaron unas 20 personas, entre laicos,
catequistas, personal de la escuela y miembros aspirantes a
la Acción Católica.
Algunas de las víctimas declararon que no habían hablado
antes por temor a perder el trabajo ya que como el padre
Reynaldo era su jefe, tuvieron mucho miedo.
El cura acusado se defendió diciendo que todas las
acusaciones eran calumnias armadas por parte de algunos
miembros de la parroquia y del colegio, porque había muchos
intereses económicos y laborales en juego.
Sus argumentos no convencieron a sus interlocutores
que lo estaban indagando. El consejo nacional de la
congregación que analizó su conducta decidió por
unanimidad, a través de un acta interna imponerle al
sacerdote algunas sanciones, pero jamás se lo denunció
penalmente. Lo separaron de la comunidad de Rosario,
imponiéndole un año sabático.
Lo sometieron a un tratamiento psicológico y le
prohibieron realizar toda labor pastoral y ejercer la docencia
hasta que logre su adecuada recuperación.
Un docente, que figura entre sus víctimas, fue resarcido
materialmente con $200 mil pesos.
El padre Reynaldo aceptó todas estas decisiones sin
objeciones.
El arzobispo de Rosario, monseñor José Mollaghan, no
hizo declaraciones públicas, pero aceptó las decisiones
adoptadas por la congregación.
Reynaldo fue trasladado a distintos conventos, pero su
permanencia en cada uno de ellos fue breve porque sus
habitantes habituales mostraron mucha molestia al enterarse
de las acusaciones que pesaban sobre el huésped.
Reynaldo Narvais terminó, a través de distintas
gestiones, en comunidades religiosas de Brasil. Fue
aceptado en un principio, pero posteriormente hubo reparos
ante los inconvenientes que podría traerles la permanencia
de un religioso con estos antecedentes. Por sugerencia del
superior general que se encuentra en Roma, con mucha
experiencia en estos casos, se comenzó a analizar su
traslado a Italia u otro país de Europa sin que nadie se
entere.
En la casa matriz en Roma, la congregación tiene un
fondo en euros para atender eventuales indemnizaciones en
casos de abuso como el de la comunidad de Rosario,
siempre y cuando los casos no sean públicos. El Vaticano lo
declaró inocente en el juicio eclesiástico.

◆◆◆
CASAS DE RECLUSIÓN EN EE. UU.
En Chicago hay una casa de reclusión, en el predio de un
seminario, donde son monitoreados los curas pederastas
con cámaras de seguridad.
En New York, a los sacerdotes abusadores se los
clasifica según el delito que cometieron y según la edad. Se
los sentencia a una vida de oración y de piedad. El obispo, a
los sacerdotes denunciados, les envía una carta donde les
pide por la seguridad de los niños y de los jóvenes, por la
reputación y el patrimonio de la arquidiócesis y por el bien
propio que ingresen en este programa y en esta residencia
para someterse a los tratamientos.

SAINT LUKE INSTITUTE SILVER SPRING,


MARYLAND
SAINT LUKE INSTITUTE es otro instituto fundado por la
Iglesia para tratar las depravaciones sexuales de los curas.
Fue fundado por el psiquiatra Michael Peterson que se hizo
sacerdote.
Peterson elaboró un informe para la Conferencia
Episcopal de EE. UU. donde les manifestaba que era muy
difícil resolver el problema de la pederastia porque la tasa de
reincidencia era muy elevada y esto demostraba que los
tratamientos tradicionales ambulatorios no funcionaban.
La Conferencia Episcopal de los EE. UU. jamás escuchó
las advertencias de este informe y siguió trasladando a los
sacerdotes pederastas de parroquia en parroquia. Era
evidente que no era un problema importante para la Iglesia
sino a los sacerdotes pederastas los habrían alejado de los
niños o los habrían expulsado.
HOUSE OF AFFIRMATION WHITINSVILLE,
MASSACHUSETTS
HOUSE OF AFFIRMATION WHITINSVILLE era otra
casa de reclusión estadounidense fundada en 1973 en
Massachusetts por el sacerdote Thomas Kane quien fuera
su director. En esta casa se daba tratamiento a sacerdotes
pederastas y a otros que padecían de diferentes
desórdenes.
En1993 el cura Kane fue denunciado por violar al
monaguillo Mark Barry, aunque llegó a un arreglo extrajudicial
pagando 45 mil dólares para detener el juicio. Los últimos
años los ha vivido exiliado en México.
Otras casas de reclusión que funcionan en EE. UU.
North Baltimore Mental Health, Pacific Garden Mission,
Seton Institute, Taylor Manor Hospital, St. Ignatius Retreat
House, St. John Marie Vianney Program, Menninger
Foundation y St. Francis Retreat Center.
También existen casas de reclusión en Canadá como la
de la localidad de Ontario, la casa Southdown Institute. Por su
parte, la Iglesia de Brasil habría enviado a 200 curas
pedófilos a clínicas psicológicas para ser reeducados.

◆◆◆
CASA DE RECLUSIÓN EN MÉXICO
En México también existen las casas de reclusión que
fueron replicadas de los modelos que se encuentran en
Estados Unidos y Canadá.

CASA DAMASCO
Casa Damasco, fundada en 2001 es atendida por las
Discípulas del Divino Maestro. Es un centro de atención a los
sacerdotes vinculados a casos de abuso sexual a menores.
Para la atención, la casa cuenta con psicoterapeuta,
psiquiatra, médico internista, talleres de desarrollo humano y
control de adicciones, un grupo de Alcohólicos Anónimos y
profesor de educación física.
El padre Javier Estrada es su director y sostiene que la
duración de los tratamientos en general, pagados por los
curas y si es necesario con el apoyo del obispo de la
diócesis, va de tres a seis meses. Luego de este período el
paciente abandona la clínica, pero se le hace un seguimiento
periódico, que en los casos de mejoría evidente se le sugiere
ir a consulta cada seis meses.

FUNDACIÓN ROUGIER PACHUCA


La fundación Rougier está ubicada en el kilómetro 31 de
la carretera México-Pachuca en la Hacienda Ojo de Agua y
fue creada en 1994 por los Misioneros del Espíritu Santo.
En esta casa se lleva a cabo una terapia de rehabilitación
con sacerdotes que tienen problemas emocionales de
preferencia sexual, filias y fobias.
En un informe, en el año 2009, la Fundación Rougier,
señala que en los últimos 10 años ha recibido a 490
sacerdotes para realizar su proceso de rehabilitación
durante tres meses.
Los tres grandes problemas por los que se atienden a los
sacerdotes son: adicciones, problemas de depresión,
desajustes emocionales y pedofilia.
La capacidad de atención en esta casa es para 20
personas, pero para una ideal atención, 15 es un número
suficiente para trabajar.

CASA ALBERIONE, TLAQUEPAQUE, JALISCO


A estas casas de rehabilitación se agrega, en la
Arquidiócesis de Monterrey, una clínica de consulta
ambulatoria de atención psicológica para los sacerdotes.
Casa Alberione, se encuentra en Tlaquepaque, Jalisco y
es llamada Morada del Perdón. Fue creada por iniciativa del
entonces obispo de Guadalajara, el cardenal Juan Jesús
Posadas Ocampo. Por este centro han pasado más de 550
sacerdotes desde su fundación, provenientes de diferentes
diócesis mexicanas y del extranjero. Han pasado sacerdotes
de América del Norte, de América Central y el Caribe y de
América del Sur.
Cuenta con un programa llamado "Génesis", que
proporciona esquemas de rehabilitación física, mental y
espiritual aplicado a los ministros del culto que han cometido
abusos sexuales y padecen de adicciones o muestran
diversas conductas inapropiadas. Los costos de la
rehabilitación de los sacerdotes los asume la diócesis.
Atienden a unos 20 sacerdotes cuando la casa está llena. Es
un programa integral que ofrece apoyo psicológico,
terapéutico y psiquiátrico. Se trata de regular todas las
debilidades que se puedan descubrir en su persona y su
ministerio.
El tiempo que dura el tratamiento varía de acuerdo con el
tipo de problema y la actitud que el sacerdote tenga, pero el
tiempo promedio de permanencia es de tres meses. Atiende
sólo a sacerdotes.
El equipo terapéutico está formado por dos médicos
psiquiatras, un médico internista, tres psicólogas y un
preparador físico, quien les brinda ayuda para que retomen
algunos ejercicios. En el área espiritual, hay dos directores
que los atienden. También colaboran las madres de la orden
de las Pías Discípulas del Divino Maestro, quienes se
encargan del área administrativa y de la atención de los
alimentos para que existan dietas balanceadas.
El obispo auxiliar de México, Marcelino Hernández, dirigió
durante siete años la casa Alberione y está haciendo otra
casa en México que también brindará apoyo a los
sacerdotes pederastas.

◆◆◆
CASAS DE RECLUSIÓN EN ITALIA

JUSTO ILARRAZ
En Italia hay dos casas de reclusión donde son enviados
sacerdotes pedófilos de todo el mundo. En una de estas
casas estuvo el sacerdote Justo Ilarraz por abusar al menos
de 50 seminaristas en el seminario menor de Paraná.
Ilarraz era un hombre de confianza del cardenal Karlic.
Fue su secretario privado, chofer y siempre gozó de su
protección.
El actual arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari,
conocía las conductas de Ilarraz porque uno de los
seminaristas que se resistió al abuso le pidió ayuda y él lo
llevo a hablar personalmente con Karlic. Puiggari le reprochó
diciéndole “Estas son las cosas que hace su protegido
Ilarraz”. Monseñor Karlic les recomendó a las víctimas que
rezaran mucho y dispuso el inicio de un Juicio Diocesano al
abusador. Ni Monseñor Karlic ni el actual obispo lo
denunciaron a la justicia.
Los curas Silvio Fariña y Alfonso Frank, recibieron
numerosos testimonios de los abusos cometidos por el cura.
Cada uno de los jóvenes firmó su declaración, pero no hubo
ninguna comunicación a la Justicia de lo acontecido ni a sus
familiares.
Otros optaron por no declarar porque habían recibido
mensajes de autoridades eclesiásticas señalando que la
difusión de lo ocurrido afectaría mucho a sus familias, dentro
de las cuales había religiosas que podrían ser trasladadas
muy lejos de su lugar de origen.
Ilarraz tenía unos 32 años al momento de hacerse cargo
del Seminario Menor. Siempre utilizaba el mismo mecanismo
para su esquema de perversión. Iba observando las
personalidades de cada uno de los chicos; sus angustias y
ansiedades por el desarraigo de su casa, de su madre y de
sus cosas para ir al acecho.
Cada noche, cuando se apagaban las luces del pabellón,
el cura comenzaba a caminar por entre las camas de los
chicos. Cuando escuchaba algún lloriqueo, se aproximaba,
se sentaba a su lado, les acariciaba la cabeza y la mayoría
de las veces terminaba ingresando a sus camas para
consolarlos. “Nos mimaba, nos tocaba y a veces nos
besaba en la boca”
Ilarraz tenía comodidades que nadie más tenía en el
Seminario Menor. Desde ducha con agua caliente hasta el
reproductor de videos más moderno, golosinas, chocolates e
incluso las consolas de juego de la época. Todos esos
elementos eran para sus protegidos, mientras el resto de los
internos soportaba el rigor de la vida del seminario,
especialmente teniendo en cuenta la edad de los chicos, de
entre 12 y 14 años. A algunos de sus protegidos llegó a
premiarlos incluso con viajes a Europa. Los otros,
soportaban su rigor y maltrato.
La presión psicológica llegaba incluso a un mecanismo de
seguimiento que consistía en anotar los pecados de la
semana en una libreta y después analizarlos con él. El
patrullaje ideológico de control sobre la psiquis de los niños
era tremendo.
Ilarraz escogía cada año a unos diez ingresantes al
Seminario Menor para someterlos sexualmente. Lo lograba
mediante presión psicológica, explotando sus debilidades y
también a través de un sistema aberrante de premios y
privilegios frente a los otros seminaristas, en los duros años
iniciales de la formación sacerdotal.
Los elegidos generalmente eran chicos provenientes de
familias de la Campaña de Paraná y zonas cercanas, donde
el sentimiento religioso está muy arraigado y la elección de
una vocación religiosa es motivo de orgullo de sus padres.
Los encuentros con los chicos eran a la siesta o a la
noche. Primero les hablaba de la sexualidad. “Nos enseñaba
a reconocer nuestros genitales y a besar”, dijo a la revista
Análisis una de las víctimas.
Y siempre recomendaba que lo que hacían con él, no lo
hicieran con nadie más. “Nos enseñaba las partes del pene
y después nos masturbaba. Y cuando estábamos por llegar
al orgasmo nos decía que teníamos que aguantarnos”.
Ilarraz les enseñaba a practicar el sexo oral, poniendo el
pene de los chicos en su boca y luego el suyo en la boca o
en la cara de las víctimas. Finalmente llegaba la penetración.
“Nos desnudaba, nos ponía boca abajo, nos acariciaba,
nos excitaba y nos penetraba”.
“Ya no somos más amigos y de aquí en más irás todos
los días a la Capilla a pedirle perdón a la Virgen y a Jesús”,
le dijo a un joven que en 1992 se resistió a ser penetrado y
fue quien, luego, puso en conocimiento de Puiggari lo que
estaba ocurriendo.
Eso sucedía entre las cuatro paredes de la habitación
privada del Seminario o en el baño. No se tenía que enterar
nadie. Si alguien traicionaba ese pacto perverso de
confidencialidad la iba a pasar muy mal con represalias y se
le acabarían los privilegios: los caramelos, los chocolatines,
la buena comida, la tv o las películas en video que por las
noches podían ver en su habitación, sin pasar frío ni
angustias por el cariño interminable del prefecto religioso.
“Ustedes deben saber que ahora, nuestra amistad es más
grande. A mayor confianza, mayor es el amor y la amistad”,
repetía el cura abusador todas las noches.
Tras el Juicio Diocesano, Ilarraz fue trasladado un par de
meses a la parroquia San Cayetano, y luego enviado al
Vaticano, donde incluso escribió un trabajo titulado “Los
niños: nuevos misioneros para nuevos tiempos”.
Cuando regresó de Roma, a fines de 1994, lo mandaron
a Córdoba por la relación que monseñor Karlic tenía con
monseñor Primatesta. Estuvo un tiempo en el seminario de
Santa Rosa de Calamuchita haciendo un retiro espiritual y
luego fue enviado a la diócesis de Tucumán. Supuestamente
ya recuperado y redimido.
Las estadísticas indican que es muy elevado el número
de reincidencia de los curas que han pasado por estas
casas de reclusión. ¿Quién puede garantizar que el cura
Ilarraz no haya repetido sus conductas pedófilas en
Tucumán?
El Arzobispado de Paraná admitió las "faltas gravísimas"
del cura, aunque aclaró que fue apartado del ejercicio del
sacerdocio "hasta que la Santa Sede resuelva la situación".
Pero nunca denunció el abuso cometido por el cura Justo
José Ilarraz contra no menos de 50 chicos de entre 12 y 14
años, quienes recién comenzaban su carrera religiosa y
estaban bajo su tutela en el Seminario Menor de esa capital.
En 2008, el arzobispo Mario Maulión firmó la
incardinación de Ilarraz al obispado tucumano, porque
dependía de la diócesis de Paraná.
Finalmente, siguiendo las directivas de la Santa Sede y
del papa Benedicto XVI, se solicitó el levantamiento de la
prescripción a fin de la aplicación de las sanciones
correspondientes, según se indicó en el comunicado
eclesiástico.
El 21 de mayo de 2018, la Justicia condenó al cura Ilarraz
a 25 años de cárcel al hallarlo responsable del delito de
promoción a la corrupción de menores agravada por ser
encargado de la educación en cinco hechos, y del delito de
abuso deshonesto agravado. Se le impuso la accesoria de
prisión preventiva hasta que la sentencia quede firme, pero
no se lo envió a la cárcel, está con arresto domiciliario, que
el cura cumple en un 6º piso de un edificio en Corrientes al
300 de Paraná.
Cualquier parecido con el cura Grassi es pura casualidad.

◆◆◆
CONCLUSIÓN
EL SECRETO PONTIFICIO

El archivo secreto del vaticano fue creado por el papa Pablo


V en 1611. Allí se conservan documentos desde el siglo XII,
cuando nace la Inquisición en la zona de Languedoc (en el
sur de Francia) para combatir la herejía de los cátaros o
albigenses, hasta nuestros días. En este archivo secreto,
hoy llamado apostólico, se guarda también todo lo que no es
sagrado de la Santa Sede: La dudosa muerte del Papa Juan
Pablo I, a quien encontraron sin vida en su aposento, uno de
los pontificados más breve de la historia. La desaparición de
Emanuela Orlandi una adolescente de 15 años que era hija
de un empleado del Vaticano. El asesinato del jefe de la
guardia Suiza Alois Estermann y su esposa en 1998, por
parte de un joven guardia suizo, Cedric Tornay, que después
se habría suicidado.
Dentro de este archivo está el secreto pontificio que fue
impuesto por el papa Pablo VI en 1974 dentro de la
instrucción Secreto Cotinere.
Este secreto pontificio fue concebido como un código de
silencio para proteger la información confidencial sobre el
gobierno de la Iglesia, donde obliga a sus miembros a
mantener la reserva absoluta de lo que se declara bajo pena
de excomunión, con la finalidad de resguardar el misterio. El
secreto siempre es un dispositivo del poder para preservar a
la institución y a sus responsables. El secreto no busca
desplazar a la verdad, solo busca ocultarla para evitar su
letalidad.
El cardenal Ratzinger en el 2001, con el consentimiento
del papa Juan Pablo II extendió este código de silencio a los
casos de abuso sexual clerical. Esta decisión se tomó por la
ola de denuncias a sacerdotes y obispos, por abuso sexual a
menores que comenzaban a surgir en todo el mundo.
El papa Francisco, el 17 de diciembre del 2019, después
del suicidio del Padre Lorenzo denunciado por abuso sexual
en la Iglesia de La Plata, donde está su amigo el cardenal
Tucho Fernández, levantó el secreto pontificio sobre los
delitos de abusos sexuales a menores, impuesto por el papa
Juan Pablo II.
El secreto que levanta el papa Francisco es el que había
establecido su predecesor. Los delitos sexuales ya no
estarán en la órbita de los secretos de estado. Pero el
secreto levantado es sobre los casos que ya se conocen por
las denuncias de las víctimas, y no por la voluntad de la
Iglesia.
Todos los sobrevivientes de los abusos eclesiásticos, que
pudieron romper con este secreto, lo hicieron confesándose
públicamente y en esa exposición, expusieron la matriz de
ocultamiento que la institución eclesiástica diseñó para
ocultar a los pederastas y silenciar a las víctimas. Como el
caso de Sergio Decuyper, que el mismo papa Francisco le
pidió que no denunciara a su tío sacerdote, José Francisco
Decuyper que había abusado de él, cuándo tenía seis años,
en el baño de la casa de los abuelos paternos.
Levantar un secreto que ya no es secreto, sólo tiene
sentido si es un acto demagógico. Lo que todavía permanece
en secreto, sin que ya exista el secreto pontificio, son los
abusadores y las víctimas que decidieron callarse para
siempre y que la Iglesia no está dispuesta a darles justicia.
La Iglesia tiene en todo el mundo tribunales eclesiásticos
con jueces y fiscales para juzgar a sus sacerdotes.
En Argentina hay ocho tribunales eclesiásticos de primera
instancia y un tribunal nacional de segunda instancia, donde
están las denuncias de los curas pederastas y sus víctimas.
El periodista Julián Maradeo consultó en el 2020 a los
jueces eclesiásticos de los ocho tribunales, sobre las
denuncias a sacerdotes por abuso sexual.
Todos se comprometieron a entregar la información, pero
sólo fueron tres los tribunales que lo hicieron.
El tribunal interdiocesano de Buenos Aires informó sobre
la denuncia a cuatro sacerdotes.
El tribunal interdiocesano de Córdoba informó que son
tres los sacerdotes denunciados.
El tribunal interdiocesano de Tucumán informó sobre siete
sacerdotes denunciados en Salta.
El tribunal interdiocesano de La Plata que depende del
arzobispo Tucho Fernández y donde el moderador es el ex
arzobispo Aguer, no informó sobre algún caso.
El tribunal interdiocesano de Santa Fe no informó. El
moderador de este tribunal es Monseñor Arancedo, quien
presidió las exequias en la catedral por la muerte de
monseñor Storni.
Los tribunales interdiocesanos de Neuquén y de
Corrientes tampoco reportaron casos.
El tribunal interdiocesano de Mendoza, cuyo moderador
es Monseñor Arancibia, no informó casos. Arancibia fue
delegado papal en la investigación a monseñor Storni que
murió en Córdoba sin ninguna condena eclesiástica.
Nadie sabe cuántos son los curas denunciados,
procesados, condenados o absueltos. Ni quiénes son. Es un
secreto de estado. Pero los sobrevivientes organizados
desde sus propias experiencias van revelando los secretos
que la Iglesia oculta y esto permite que otras víctimas se
animen a salir del infierno de los abusos. Esta lucha es un
NUNCA MÁS al ocultamiento de los abusadores y al
abandono de las víctimas por parte de la Iglesia. Es un
NUNCA MÁS a sobornar a las víctimas a cambio de dinero
para comprar su silencio.
En ese archivo secreto, que es el archivo personal del
Papa, están los informes canónicos de todos los curas
pederastas del mundo. Algunos conocidos públicamente por
las denuncias de sus víctimas, pero la mayoría de los
abusadores siguen entre nosotros y nadie los conoce. Sus
víctimas anónimas, que todavía no han podido salir del
silencio infernal del archivo, conocen esos hechos que
siguen guardando los secretos pontificios más
escandalosos, los nombres de los curas y de los obispos que
abusaron de niños que tenían que cuidar.
Sólo hay una persona que puede revelar los nombres de
los abusadores para liberar a las víctimas condenadas en
ESTE SECRETO PONTIFICIO: El papa Francisco. Si él no
lo hace, lo seguirán haciendo los sobrevivientes de los
abusos eclesiásticos, porque sólo la justicia, aunque llegue
tarde siempre es sanadora.
Como decía el Carpintero de Nazaret:
“El que quiera entender que entienda”.

◆◆◆
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

BERRY, Jason; RENNER, Gerald. (2006). El legionario


de Cristo: abuso de poder y escándalos sexuales bajo el
papado de Juan Pablo II. Debate. México.
ENZ, Daniel. (2012) Abusos y Pecados. Ediciones de
Autor. Paraná
MARADEO, Julián (2018) La Trama. Ediciones B, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
NUZZI, Guianluigi (2015) Las cartas secretas de
Benedicto XVI. Martínez Roca. Madrid.
RODRÍGUEZ, Pepe. (2002) Pederastia en la Iglesia
Católica. Ediciones B. Barcelona,
WORNAT, Olga (2002) Nuestra Santa Madre. Ediciones
B. Buenos Aires.
LLISTOSELLA, Jorge. (2010) Abusos sexuales en la
iglesia católica. Ediciones B. Buenos Aires.
OLIVERA, Daniel. (2003) Pecado. Ediciones Planeta.
Buenos Aires.
FRATTINI, Eric. (2003) Secretos Vaticanos. Ediciones
Edaf. Madrid.
MAYER, Marcos. (2009) La Infancia Abusada. Ediciones
Capital Intelectual. Buenos Aires
La Biblia. El pueblo de Dios.
Código de Derecho Canónico.
Catecismo de la Iglesia Católica.

[1] Fuente: The San Diego Union-Tribune, 5 de octubre de


2004.

También podría gustarte