79 - Porque Todo Tiene Que Cambiar
79 - Porque Todo Tiene Que Cambiar
79 - Porque Todo Tiene Que Cambiar
Carmen Olaechea
CONSEJERÍA DE POLÍTICAS SOCIALES Y FAMILIA
Dirección General de la Familia y el Menor
C/ Gran Vía, 14
28013 Madrid
Inevitablemente,
cada vez que la
visitaba, Ana
llegaba a la misma
conclusión: en el
piso de la familia
Núñez la vida era
un infierno. O así
le parecía a ella.
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Mientras caminaba las cuatro calles que separa-
ban su casa de la de su amiga, Ana iba enume-
rando todas las ventajas que ella tenía y la pobre
Encarna no.
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Y Asunta, la madre, ¡qué pesada! Todo el tiempo
pidiendo que le permitieran a Sandra jugar con
ellas. ¡Jugar! Por favor, Hacía tiempo que ellas no
jugaban. Si ya tenían 11 años.
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nunca se quejaba de su situación. Parecía no
notarla… o quizás ya estaba resignada.
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- Hola mamá - la saludó con un beso.
Al terminar la cena, y
mientras Ana fregaba los
cacharros, Alicia
recibió una llamada
telefónica.
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La niña no pudo dejar de advertir que su madre
parecía muy contenta y que, mientras hablaba,
jugaba con un mechón de su pelo y le echaba
miradas nerviosas todo el tiempo. Al cortar, le
preguntó:
- ¿Quién era?
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antes de divorciarse de Juan, su padre, y de esto
ya habían pasado siete años. Ana casi no recor-
daba el tiempo en el que sus padres y ella vivían
juntos. De hecho sus recuerdos empezaban con
la mudanza al piso donde vivían ahora. Para Ana
la vida siempre había sido así, ella y Alicia juntas
y llamadas telefónicas, vacaciones de verano,
fiestas y puentes, con su padre que vivía en
Palma de Mallorca.
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durante el curso escolar, no vería la tele hasta
haber leído dos capítulos de un libro. Mientras, su
madre solía trabajar un rato en el ordenador.
- ¡Pasa!
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- Estoy ordenando el armario - explicó Alicia ante
la mirada curiosa de su hija - parece que toda mi
ropa está pasada de moda o ya no me va.
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- ¿Puedo quedarme mientras ordenas?
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Cuando se metió en la cama Ana tenía la
cabeza llena de imágenes de Alicia probándose
esto y aquello, caminando por el cuarto plena
de vitalidad, haciéndola reír con sus bromas
y payasadas y, cuando ya se dormía, de pronto
se sorprendió pensando que no recordaba
haberla visto antes tan, tan feliz.
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MAMÁ ES UNA PERSONA...
El sábado amaneció lluvioso, pero en casa de
Alicia y Ana parecía que había salido el sol. Al
despertarse la niña encontró a su madre en
pijama, preparando torrijas en la cocina mientras
bailaba al ritmo de la música de la radio. Alicia
recibió a su hija con un abrazo cariñoso, y en
un momento ya estaban las dos desayunando
café y tostadas con mantequilla y mermelada.
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Ana se quedó con la tostada a mitad de camino
y los ojos fijos en los de su madre.
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- ¡Aquí está todo lo que necesitamos saber!,
exclamó triunfalmente mientras miraba a su
madre orgullosa de su contribución.
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A ratos Ana, dejaba de prestar atención a
las fotos para observar a Alicia y quizás, por
primera vez en la vida, no la veía como a su
madre sino como si fuera una desconocida. No
sabía muy bien cómo explicarlo pero al verla
tan animada y hablando de modas, Alicia era
su madre y al mismo tiempo, otra persona. Una
que ella no conocía. Pero que le gustaba.
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para llenar de nuevo su armario. En fin, se lo
habían pasado pipa y ya estaban listas para
disfrutar de un buen descanso en un restaurante.
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- ¿Diferente cómo? - preguntó Ana que
empezaba a sentirse algo incómoda con esta
conversación, aunque no entendía bien por qué.
- Diferente porque Raúl es un hombre y yo
soy una mujer.
- Y eso qué tiene que ver - preguntó Ana - en
el cole yo soy amiga de Paco y Jose y es
casi igual que con Encarna pero la única
diferencia es que no son amigos íntimos.
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- Claro… - respondió Alicia mirando por la
ventana mientras jugaba nerviosamente con la
cucharilla de café.
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La noticia le cayó a Ana como una bomba.
De pronto se quedó sin palabras. Durante un
tiempo que le pareció eterno permaneció muda
sin apartar la vista de su madre. En realidad mil
preguntas y comentarios le explotaban en la
cabeza pero no sabía por dónde empezar a
decir lo que pensaba y sentía. Pero, eso sí, una
cosa era segura, esto del novio le parecía una
estupidez, un disparate, una chorrada grande
como la copa de un pino.
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que su madre tenía novio. Aunque mejor no.
Mejor ¡no se lo iba a contar a nadie!
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Mientras Alicia pagaba la cuenta y cogía las
bolsas con las compras, Ana veía caer la lluvia
por la ventana y sentía que ese sábado era
horrible, que toda la ropa que Alicia había
comprado era por Raúl y que de verdad, su
madre era otra persona. Una que ya no le
gustaba.
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¿PERO QUIÉN ES TU “MI AMOR”?
El domingo resultó tan espantoso como el sába-
do. O peor, porque Alicia y Ana andaban por la
casa, cada una haciendo como que estaba muy
ocupada pero pendiente de lo que hacía la otra.
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- Hola, ¿podría hablar con Alicia, por favor?
- ¿De parte de quién? - preguntó Ana con el
corazón que se le salía del cuerpo.
- De Raúl.
- Hola mi amor…
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Al llegar a su cuarto se tumbó sobre la
cama. Desde allí no podía oír lo que su madre
decía pero sí el suave murmullo de su voz, que
parecía no terminar nunca. Tras una eternidad
la oyó cortar y luego escuchó los pasos de
Alicia que se dirigían hacia allí.
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- No me pasa nada - contestó la niña mientras
trataba en vano de contener las lágrimas.
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uno para él. Y… y ¡para qué quieres un novio
si estábamos tan contentas las dos!
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Tras un largo silencio durante el cual acarició
suavemente el pelo de Ana, continuó:
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- ¡Se asustó muchísimo! - fue la respuesta de
Alicia entre risas.
- ¿Y entonces, qué pasó? - preguntó Ana.
- Nos fuimos al hospital. ¡Tendrías que ver
cómo conducía tu padre!, parecía que se había
olvidado de todas las calles de Madrid y todo
el rato decía, tranquila, tranquila Alicia que ya
verás que llegamos bien.
- ¿Y papá siempre te decía Alicia?
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las propias. De pronto, los recuerdos de cuando
su papá, su mamá y ella vivían juntos la
asaltaron. Imágenes de los tres desayunando,
caminando por la calle, riendo, se agolparon en
su mente. ¡Pero cómo era posible que antes las
hubiera olvidado y ahora fueran tan vívidas!
Cuando logró calmarse preguntó lo que siempre
había querido saber:
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En primer lugar no podría decir que Juan y yo
nos dejamos de querer. Yo siento un profundo
cariño por tu padre. Diría que lo que ha cambia-
do es la forma de querernos. - Tras una larga
pausa, continuó - Yo estuve muy enamorada
de Juan y juntos te tuvimos a ti. Sin embargo,
con el tiempo, ese amor que nos decidió a
formar una familia se fue apagando. Por eso,
un día, después de hablarlo mucho y aceptar
que ya no nos amábamos como hombre y
mujer, decidimos separarnos. Pero, ¿sabes?,
aunque Juan y yo ya no somos una pareja, ni
un matrimonio, seguimos siendo tus padres
y, como tales, siempre estaremos unidos, porque
esa relación no se puede separar.
- Pero tú y papá sí estáis separados. Él está
en Mallorca y tú aquí.
- Sí, ya no vivimos juntos, ni dormimos juntos.
Ya no proyectamos un futuro común. Estamos
separados. Pero en lo que se refiere a nuestra
hija, estamos unidos. Cada semana hablamos
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sobre ti, compartimos las decisiones y preocupa-
ciones y la inmensa felicidad de ser tus padres.
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- ¿Y tú qué?
- Ahora Raúl es tu “mi amor”, ¿Y yo?
- ¡También! Cada uno de nosotros tiene mucho
amor para dar y mucho para recibir. Además
el amor a los hijos es uno y el amor a la
pareja es otro. Y no compiten entre sí. Hay
lugar para todos.
- Pero yo no quiero a Raúl.
- Mejor dicho, tú no lo conoces. Ana, yo te
quiero y quiero a Raúl. Por otra parte, tú me
quieres y Raúl me quiere. Yo simplemente
espero que tú y Raúl os deis la oportunidad de
conoceros y ojalá, también de quereros. Pero
si así no fuera, porque el amor no se obliga,
yo espero, realmente, que ambos os respetéis.
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dos hijos varones, Esteban y Pablo de 18 y 20
años. No los conozco aún, pero yo también tengo
miedo de que ellos no me acepten. El mismo
temor que tiene Raúl de que tú no lo aceptes.
Hablamos mucho de esto entre nosotros. Y la
verdad es que no sabemos a ciencia cierta
cómo se hace para que todos nos conozcamos
y nos respetemos. Sólo sabemos que lo desea-
mos y que haremos lo posible para lograrlo.
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Dicho esto y dando por terminada la conversa-
ción Alicia se fue. Ana, por su parte, permaneció
en la cama. Ya no lloraba como antes pero
la embargaba una mezcla de sentimientos. Los
recuerdos recuperados se mezclaban con el mis-
terio que eran para ella Raúl y sus hijos. Quería
estar sola pero también añoraba a su padre.
Se sentía extraña y perdida. Aunque, eso sí,
en toda esa confusión había una cosa muy
clara: estaba segura, segurísima, de que nunca
iba a querer a Raúl.
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AQUÍ NO HA PASADO NADA.
El lunes, Ana se despertó con una mezcla de
tristeza y cansancio. Sin embargo, a medida que
pasaban los días se le fue pasando.
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la estaba esperando Alicia. Su madre cocinaba,
Ana hacía la tarea, cenaban, Alicia al ordenador,
Ana al libro, buenas noches y a dormir. Todo
normal, todo perfecto y aquí no ha pasado nada.
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Justamente en esto venía pensando Ana el
jueves por la tarde, camino de su casa. Por
supuesto que si quería ser honesta, sí que
habían pasado algunas cosas. Nada demasiado
serio…
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esperanza - o quizás eran novios pero su
madre ya no quería que su hija y el famoso
Raúl se conocieran…
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En fin, que ese jueves, cuando llegó a casa,
Ana se sentía más tranquila de lo que había
estado en toda la semana desde el fatídico
sábado.
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-…
- De acuerdo, hablaré con ella. ¿El sábado
entonces?, Y dime, ¿qué te parece que lo
hagamos en casa?
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Cuando Ana, con los ojos rojos por el llanto,
entró en la cocina, se encontró con Alicia
sentada a la mesa frente a una fuente con
pescado y patatas y los platos ya servidos.
Ambas se observaron por un segundo tras lo
cual la niña tomó asiento y, sin intercambiar
palabra, empezaron a cenar.
-…
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Ana estaba emperrada en no hacerlo y fueron en
vano todo los intentos de Alicia de sonsacarle
una palabra o una sonrisa. Finalmente le dijo:
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- ¡Pues claro! - le dijo Encarna sorprendida
- pero a ti ¿qué bicho te ha picado si nunca
quieres venir a dormir?
- Ningún bicho, es sólo que quiero ir a tu casa.
- contestó Ana.
- Oye, que yo no soy tonta y tú estás rarísima.
Sé que algo te ocurre porque de un tiempo a
esta parte te desconozco.
- No me pasa nada - dijo Ana y se sintió cansada
de oírse decir todo el tiempo lo mismo. - ¿Por
qué tiene que pasarme algo?
- Es que estás rara, muy rara. - insistió su amiga.
Pero, por suerte en ese momento terminó el
recreo y con él las preguntas de Encarna y, para
alivio de Ana, ya no hubo oportunidad de conti-
nuar con la conversación.
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UNA LLEGADA SALVADORA.
Cuando entró en su casa, Ana se vio envuelta
en un delicioso olor a comida. Fue a la cocina y
allí estaba su madre enfrascada en un libro de
recetas, y todo a su alrededor era un gran caos.
Parecía que Alicia había sacado todas las ollas
de sus estantes y comprado toda la comida
del supermercado. No cabía nada más sobre
las encimeras, y tres cacerolas burbujeaban y
echaban vapor en los fogones de la cocina.
Alicia, de tan concentrada, no advirtió la llegada
de su hija que se quedó en la puerta mirándola.
Ana pensó que su madre no parecía muy feliz.
Alicia, sin saberse observada, se retorcía un
mechón de pelo con una mano mientras que,
con el dedo índice de la otra, seguía la lectura
del libro y murmuraba para sí:
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- Hola mamá - la saludó.
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- ¿Qué has dicho?
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Así estaban las dos, de pie, desafiantes,
cuando sonó el timbre de la calle. Alicia le echó una
última mirada y fue a ver quién era. Ana, tratando
de ganar tiempo para pensar, se encerró en su
cuarto y se metió en el baño a tomar una ducha.
Estuvo un largo rato bajo el agua, se lavó el pelo
aunque lo tenia limpio, se lo secó hasta la última
mecha, se cortó las uñas… y cuando ya no supo
de qué otro modo postergar su salida, se resignó
y abrió la puerta para encararse con su madre.
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mientras la llenaba de besos. - Qué grande
te estas poniendo, a ver, déjame verte - dijo
mientras la separaba para apreciarla mejor
- ¡y qué guapa!
- ¿Has venido a buscarme? - le preguntó Ana
ansiosa.
- ¡Claro que sí! - exclamó Juan - esta mañana
me he enterado de que debía venir a Madrid y
me he puesto feliz pensando que vería a mi niña.
- ¿Y nos vamos ahora? - preguntó Ana sintiendo
de pronto un gran alivio.
- Así es - respondió su padre - nos vamos a
comer una paellita los dos juntos. ¿Qué te pare-
ce?, ¿te apetece?
- ¿Y luego?
- Y luego te traigo a casa.
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- Ve por tu abrigo - dijo Alicia finalmente.
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Cuando Juan ya estaba dentro, Alicia asomó
su cabeza.
- Hasta luego Ana. Nos vemos más tarde.
- Adiós - contestó la niña y pensó para sí - ya no
volveré. Cuando le cuente a papá… me llevará
con él.
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UNA FAMILIA MUY RARA.
Desde el minuto en que subieron al taxi, Ana
estuvo tratando de captar la atención de su
padre. ¡Tenía tantas ganas de contarle lo que
estaba sucediendo! Pero tuvo que armarse de
paciencia porque transcurrió un largo rato hasta
que eso fue posible. Primero, el chofer no paró
de hablar, luego, al llegar al restaurante preferido
de Juan, éste se puso a saludar a todos los
camareros y a encargar una paella con todo lujo
de detalles. Finalmente, le llegó su momento.
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el puerto y luego por las noches podemos
cocinar juntos y…
- ¡Pero bueno!, un segundo señorita, ¡tómese
un momento para respirar!
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Ana paró en seco y se quedó mirando a su
padre.
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Ana se quedó en silencio. En ese momento
trajeron la paella. La niña comenzó a revolverla
con desgana con el tenedor mientras su padre
la observaba. Era evidente que por la cabeza
de Ana pasaban pensamientos turbulentos y
la desilusión estaba pintada en su rostro.
¡Pensar que por un momento ella había creído
que con la llegada de su padre se habían
resuelto sus problemas!
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- Vamos a ver - dijo Juan de pronto - ¿De veras
estabas pensando en irte a vivir a Mallorca?
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dado la oportunidad de hacer frente a los
problemas y resolverlos.
- Pero yo no los puedo resolver.
- ¿Por qué no?
- ¡Porque no sé cómo hacer para que las cosas
vuelvan a ser como antes!
- Bueno hija, eso seguro que no lo vas a lograr.
La vida es un constante cambio. Las cosas
nunca son como “eran antes”. Vas creciendo,
teniendo nuevas experiencias, dificultades,
posibilidades...
- Pero a mí me gustaba como era antes. ¿Por
qué todo tiene que cambiar?
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no sabía de la existencia de Raúl y… - y en ese
momento, al ver la expresión de su padre Ana se
dio cuenta de que ella tenía dos “antes”. “Antes”,
cuando sus padres y ella vivían juntos y “antes”,
cuando ella y Alicia se habían mudado al piso
nuevo y Juan a Mallorca. Ana se quedó mirando
a su padre con sus ojos grandes como platos.
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- ¿Hay más de un antes en tu vida, no? - le dijo
Juan - como en la mía, en la de Alicia y en la de
Raúl… En la de todos, porque no podemos
detener el tiempo, Ana. ¡Y, además, no quere-
mos! Imagina si en vez de cambiar de curso
tuvieras que quedarte siempre en parvulario. O
imagina que conocieras una niña muy simpática y
no pudieras hacer amistad con ella porque ya
eres amiga de Encarna y, al incorporar a otra, ya
no sería como “antes”.
- Pero entonces… ¿yo voy a tener una nueva
familia? ¿Tú ya no serás mi padre como antes…
como ahora? - preguntó Ana con un hilo de voz
y muy confundida.
- No. Yo siempre seré tu padre. Aún cuando
muera seguiré siendo tu padre y Alicia tu madre.
No, más bien es como si la familia se agrandara.
Mira, te daré un ejemplo, algún día, seguramen-
te, tú te enamorarás, saldrás con tu novio, nos lo
presentarás y nos iremos conociendo. Poco a
poco tu chico pasará a ser parte de nuestra
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familia y tú parte de la familia de él. Bueno ahora
es igual, salvo que en este caso no se trata de ti
sino de tu madre. Ella se ha enamorado y quiere
presentarte a Raúl. Con el tiempo os iréis cono-
ciendo e iréis compartiendo las cosas de la vida y
empezaréis a formar parte de una misma familia.
- ¿Y tú también?
- ¿Yo también qué, hijita? - le preguntó Juan
mientras le acariciaba la mano.
- ¿Vas a ser parte de esta familia “agrandada”?
- Claro, y si algún día me enamoro de nuevo, mi
mujer también.
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nuestra familia y ojalá todos podamos ir incluyendo
en ella a quienes amamos.
- Y mamá ama a Raúl.
- Así es.
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REVOLTIJO DE ESTÓMAGO.
- ¡Un novio! Por eso tu madre se cortó el pelo,
¡un novio! ¡Qué guay! Ay qué romántico… ¿te
imaginas cuando nosotras tengamos novios?
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- No lo conozco. Esta noche vendrá a casa
a cenar.
- Ah, entonces no debes venir a casa a dormir
- dijo Encarna en tono de consejo - y mañana nos
vemos y me cuentas todo, todo. Porque, fíjate,
sería una tontería que vinieras a casa y te perdie-
ras esta cena… - y en ese momento Encarna
notó por primera vez la expresión seria de su
amiga - ¡por eso querías venir a dormir a casa!
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- Raúl tiene dos hijos mayores. Esteban y Pablo
de 18 y 20 años. También los voy a conocer hoy.
- ¡Uy que guay! - de nuevo se dejó llevar por el
entusiasmo Encarna - ¿y son guapos?
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Portada
- Nada de eso - fue la enérgica respuesta de Ana
- ¡estos chicos no son mis hermanos, y Raúl no
es mi padre!
- Claro - respondió rápidamente Encarna - sólo
decía…
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Finalmente ordenó su cuarto. Mientras hacía todo
esto se iba cruzando con Alicia por el pasillo y
apenas se miraban. Pero Ana podía ver que
su madre estaba esmerándose como nunca
con la limpieza. Hasta había limpiado los cristales
y pasado un trapo uno por uno a los libros de
la biblioteca.
Portada 81
Portada
- ¿No tienes hambre? - preguntó mientras
masticaba a dos carrillos.
- No. Tengo un revoltijo en el estómago. - y ante
la extrañeza de Ana, Alicia agregó - Estoy un
poco nerviosa.
Portada 83
en la cama y apenas la oyó abrió los ojos y
le sonrió haciéndole un gesto con la mano para
que se acostara a su lado. Ana se acomodó en
la cama y Alicia la abrazó, y en menos de lo que
canta un gallo las dos se quedaron dormidas y
no se despertaron hasta tres horas más tarde.
Portada
- ¿Qué hora es? - preguntó luego de desperezar-
se como un gato.
- Las siete. Todavía tenemos tiempo - contestó
Alicia mientras le acomodaba cariñosamente
el pelo.
- ¿Ya se te pasó el revoltijo de estómago?
- le preguntó.
- Bastante, sí. Me hizo bien la siesta pero la
verdad es que igual estoy un poco nerviosa.
- Alicia apoyó la cabeza en la almohada y se
quedó mirando el techo - espero que todo salga
bien esta noche.
Portada 85
como “alcánzame la salsera azul”, “vete a
bañar”, “no mejor primero busca las servilletas
bordadas en el aparador del salón”, “pero ¿quién
puso estos cubiertos aquí?”, “vamos, vamos
ayúdame a llevar los platos” …
86 Portada
y le vino un sentimiento de expectativa. Mezcla
de emoción y de miedo.
Portada 87
su padre la llamara. En eso estaba pensando
cuando su madre salió del baño. Ana al oírla
se asomó al pasillo y la vio avanzar hacia ella.
¡Alicia estaba de impacto! Tenía puesto uno de
sus vestidos nuevos. Uno, que la propia Ana
había elegido. Al llegar hasta ella, le sonrió
ilusionada.
88 Portada
Portada
EL NOVIO DE MAMÁ.
Cuando Alicia abrió la puerta, Ana sintió que se
volvían muy pequeñas frente a los tres hombres
que las miraban sonrientes. Por un instante los
cinco se quedaron quietos, observándose unos a
otros con curiosidad, pero luego comenzaron las
presentaciones y de pronto todos hablaban al
mismo tiempo mientras se saludaban.
Portada
Cuando Raúl se inclinó para decirle hola, Ana
vio que traía dos ramos de flores. Uno grande
de rosas rojas y uno más pequeño de flores
multicolores. Después de saludarla le entregó
el segundo.
Portada 91
Portada
Ana, sorprendida, miró rápidamente en otra
dirección y sin saber qué hacer, se dirigió a la
cocina. Allí buscó un jarrón, lo llenó con agua,
acomodó las flores y las llevó a su cuarto donde
las dejó sobre la mesa. Sentándose en la cama,
se quedó escuchando las voces que llegaban
amortiguadas. Finalmente, sin muchas ganas,
fue al encuentro de los demás.
Portada 93
Portada
fue creciendo a medida que los hijos de Raúl
hablaban acerca de sus estudios. Esteban iba a ser
director de cine y Pablo “chef”. Cuando escuchó
esta palabra, no supo lo que significaba pero muy
pronto descubrió que Pablo ¡iba a ser cocinero!
Portada 95
Alicia, por su parte, se veía dichosa y muy intere-
sada en todo lo que contaban Pablo y Esteban. A
medida que transcurría la cena, Ana se sentía
más asombrada. Los días anteriores en ningún
momento había tratado de imaginar a Raúl sino
que había estado pensando en su propia situa-
ción y en cómo ésta iba a cambiar. Sin embargo,
esa noche, Ana se daba cuenta de que Raúl
no sólo era “el novio de mamá” sino que además
tenía hijos, le gustaba pescar, sabía hacer tortilla
y había sido marinero. En fin, que era una perso-
na normal. Aunque, quizás, lo más sorprendente
era que Raúl no le caía mal y que los chicos
le resultaban simpáticos.
96 Portada
También iba a decirle que su madre al final de la
cena había propuesto que fueran todos juntos
una semana a esquiar a Sierra Nevada. ¡Tenía
muchas cosas para contarle!
Portada
Ellas dos se habían acostado a las tres porque
después de que Raúl y sus hijos se fueran Alicia
la había invitado a comer un poco más de postre.
Mientras terminaban lo que quedaba de las
natillas, cada una con su cuchara y comiendo
directamente de la fuente, habían estado cerca
de una hora conversando.
98 Portada
- ¿En qué piensas? - preguntó Ana a su
madre cuando hubo tragado la última cucharada
de natillas.
- En que fue una noche muy agradable y me
sentí muy cómoda con Pablo y Esteban - y en
ese momento Alicia le tomó la mano y agregó
- gracias por toda tu ayuda Ana.
- De nada - respondió la niña - a mi también me
gustaron Pablo y Esteban…
- ¿Y Raúl? - preguntó al cabo de un rato Alicia.
- También.
- Me alegro mucho, hija.
Portada 99
Portada
- Sí, pero se dice chef, yo dije cocinero para que
entendieras.
- ¡Chef!
- Sí, y Pablo un día tendrá un restaurante y
Esteban va a hacer películas.
- ¡Películas!
- Y nos vamos a ir todos a esquiar a Sierra Nevada.
- ¿Y el novio de tu madre?
- Raúl.
- Si, Raúl, ¿es simpático?
- Me trajo flores.
- ¡Qué guay!
- Las puse en mi cuarto porque son para mí y
trajo otras para mamá. Bueno, te dejo porque
oigo que mamá se ha despertado. Mañana en el
cole te cuento más.
Portada 101
A MI TAMBIÉN ME PARECIÓ RARO.
Ana se despertó con la sensación de haber dor-
mido demasiado. Al abrir los ojos, el sol entraba
por la ventana. Miró el reloj, eran las diez y media
de la mañana. Se levantó extrañada de que su
madre no la hubiera llamado aún. Salió al pasillo
y vio que la puerta de Alicia estaba cerrada. Se
dirigió a la cocina y al salón pero no la encontró.
Volvió sobre sus pasos y decidió ir a la cama de
nuevo, pero esta vez a la de su madre. Al llegar al
cuarto de Alicia intentó abrir la puerta pero ésta
no se movió. Volvió a intentarlo y entonces com-
prendió que estaba con llave. - Pero, ¿por qué
mamá habrá cerrado la puerta? - se preguntó
sorprendida y de pronto se imaginó por qué - ¡Es
que Raúl se ha quedado a dormir!
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Portada
Portada
dicho que Raúl se quedaría. Bueno, en realidad
se lo había dicho. Unos días atrás le había
preguntado si le molestaría que Raúl se quedara
a dormir en casa algún día. Ella había respondido
que no.
Portada 105
llamadas de Raúl eran parte de la vida cotidiana.
Sin embargo, esta mañana, al encontrar la puer-
ta cerrada se había sentido mal.
106 Portada
- Mmmm… ¿has desayunado, Ana? - fue lo
siguiente que dijo Pablo.
Portada 107
- ¡Te has olvidado los churros en casa!
- exclamó al notarlo. ¿Y ahora qué vamos a
desayunar?
- Ahhh, - le dijo Pablo al tiempo que la tomaba
de la mano y cruzaban la calle en dirección
a un café - ¡los dejé a propósito! Nosotros dos
vamos a tomar un desayuno a lo grande.
- ¿Cómo lo sabes?
108 Portada
- Porque a mi me pasó lo mismo, por eso te
comprendo perfectamente.
- Pero, ¿mi madre se ha quedado a dormir en
tu casa? - preguntó extrañada porque no lo
recordaba.
- No, me refiero a cuando Alberto, el novio de
mi madre se quedó por primera vez.
- ¿Tu madre tiene novio? - preguntó la niña
dándose cuenta de que nunca había pensado
en que Pablo y Esteban tendrían madre.
Portada 109
Portada
Los dos permanecieron un rato en silencio.
Luego Pablo continuó:
- ¿Y qué hiciste?
- Fui al cuarto de mi madre y abrí despacio la
puerta.
- ¡Y estaba cerrada con llave! - interrumpió Ana.
- No, estaba abierta y aunque estaba oscuro,
pude ver que Alberto y mi madre dormían.
Portada 111
- ¿Y entonces qué hiciste?
- Fui a despertar a Esteban. Le conté lo que
había visto.
- ¿Y que pasó?
- Nada. Nos preparamos el desayuno y nos
quedamos esperando. Después mi madre y
Alberto se levantaron y vinieron a desayunar.
Esa fue la primera vez. Luego, con el tiempo
me acostumbré. Pero la primera vez a mi
también me pareció raro. Como a ti.
- Es que mi madre y yo siempre hacemos
desayunos especiales los domingos.
- Claro.
112 Portada
cambio, se mudó a un piso. Al principio no tenía
muchos muebles. Con Esteban, cada vez que
íbamos tratábamos de convencerlo de que
comprara algo para la casa.
- ¿Y tu papá no tuvo una novia?
- No, Alicia es la primera después de la
separación. Salió con muchas mujeres, a cenar,
al cine, pero nunca antes nos había presentado
una novia.
- ¿Y te gusta que tenga novia? - se atrevió a
preguntar Ana.
- ¡Me encanta!, no quiero que mi padre esté
solo y veo que está muy feliz con Alicia y
creo - agregó con suavidad - que Alicia también
está feliz. ¿No te parece?
Portada 113
Cuando volvieron a la casa, Alicia y Raúl estaban
comiéndose los churros. Pablo y ella se sumaron
y ¡volvieron a desayunar!
114 Portada
TRES CHOCOLATES.
La niña tenía un pañuelo puesto en la cabeza que
hacía las veces de gorro de cocinero. Pablo había
insistido en que tanto ella como Esteban lo usa-
ran porque, según él, lo peor que le podía pasar
a un chef, era que la gente encontrara un pelo en
su comida.
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unas chuletas a la miel con boniatos sorpresa y
de postre, isla flotante. Además he comprado
queso que va acompañado por un pan especial
que también hay que hacer.
- ¡Sí!
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delantal dijo:
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Pablo entonces se volvió hacia Ana y le explicó:
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Mientras Ana batía y batía las claras, observó
atentamente cómo los hermanos realizaban
cada uno su trabajo disfrutando de las bromas
que se hacían entre ellos. Esteban fue lavando
y cortando tomates, palmitos, aguacates y man-
gos y colocándolos en cinco platos diferentes.
Pero a cada rato decía:
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Pasaron una tarde fenomenal en la que, con un
montón de trabajo y de risas, terminaron prepa-
rando un verdadero banquete. Luego, los dos
hermanos pusieron la mesa mientras encargaban
a Ana conseguir algún detalle para decorarla.
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Un rato después entró llevando en sus manos el
montón de piedras que había recogido y se diri-
gió a la cocina para lavarlas. Unas vez limpias, las
llevó a la mesa y las distribuyó entre los platos y
los vasos y también puso una en cada servilleta.
Al terminar se quedó mirando orgullosa su obra.
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postre y ayudé con el pan también!, ¡ven a ver los
platos deliciosos que hemos preparado!
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Antes de acostarse, Ana recorrió la casa por
última vez, en la cocina eligió las piedras más boni-
tas entre las que había encontrado esa noche y las
guardó en su bolso. Se durmió pensando en que,
tal como habían dicho los mayores, volverían den-
tro de un año.
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Pero, aunque le daba pena no tener ese recuerdo,
ver a Alicia tan feliz le gustaba y la ponía contenta.
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hacerlo se encontró con Raúl que estaba muy
cerca, en la cola para pagar. La estaba mirando y
estaba sonriendo. Ana recibió el dinero y fue a
su lado. Raúl no dijo nada, ella tampoco. Pero
volvieron al coche cogidos de la mano.
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Carmen Olaechea nació en Buenos Aires en 1958. Hizo
estudios de literatura y se graduó como profesora de personas
con discapacidad visual en 1982.
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Con el relato “¿Por qué todo tiene que cambiar?” pretendemos
ofrecer una narración amena y cercana, con un texto divertido
acompañado de unas ricas ilustraciones, que sea adecuado
para leer en familia. Queremos invitar a los lectores a analizar
las situaciones y los conflictos que viven sus protagonistas y a
relacionarlos con sus propias experiencias.
www.madrid.org/familia
91 580 34 64
dgfamiliaymenor@madrid.org
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