Relatos de Al Anon de Hijos Adultos

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Relatos de

Al‑Anon de
hijos adultos

Fortaleza y esperanza para los amigos y familiares de bebedores problema


1
Introducción
El alcoholismo es una enfermedad que afecta
a toda la familia. El bienestar de toda persona
que conviva con un alcohólico se verá afectado
tanto emocional como física y espiritualmente. Los
Grupos de Familia Al‑Anon ofrecen ayuda a aque‑
llos que sean o que hayan sido afectados por el pro‑
blema de alcoholismo de algún pariente o amigo.
En Al‑Anon los miembros resuelven sus problemas
comunes compartiendo sus experiencias, fortaleza
y esperanzas entre sí. Cualquiera que sea nuestro
vínculo con el alcohólico, en Al‑Anon encontramos
un lugar para compartir, un lugar donde se nos
tiene en cuenta, un lugar para progresar.
En este folleto, quienes crecimos en hogares afec‑
tados por el alcoholismo compartimos cómo fuimos
afectados por esta enfermedad y cómo el programa
de Al‑Anon y los Doce Pasos han contribuido a
nuestra recuperación. A pesar de que la mayoría de
nosotros ya no vivamos con un padre alcohólico,
sentimos que en un momento determinado, nuestra
vida de adultos se ha vuelto ingobernable. Algunos
nos hemos dado cuenta tan sólo recientemente del
dolor que aún sentimos por habernos criado en un
hogar afectado por el alcoholismo; un dolor que
todavía afecta nuestras relaciones, nuestra autoestima
y el sentido que tiene la vida en familia para nosotros.
Mientras crecíamos en hogares afectados por
el alcoholismo, se nos hizo quizá necesario no
hablar, no confiar ni sentir nada. Posiblemente
nos hayamos sentido víctimas de personas tanto
alcohólicas como no alcohólicas. Aprendimos for‑
mas de enfrentar esta situación que resultaron ser
inadecuadas, y esto trajo como consecuencia que
nos sintiéramos confundidos, solitarios, temerosos y
llenos de desesperación. Muchos pusimos a un lado
nuestras propias necesidades para satisfacer a los
demás o tratamos de olvidar nuestro pasado incu‑
rriendo en comportamientos adictivos. Algunos
“crecimos” sintiéndonos abandonados y solitarios.
Otros sentimos que no crecimos del todo porque
habíamos arrastrado las actitudes y formas de
actuar que teníamos en la infancia.
En Al‑Anon encontramos los instrumentos que
nos permiten enfrentarnos al pasado, aceptarlo,
perdonar y seguir adelante hacia una vida plena en
nuestra adultez. Al‑Anon nos ayuda a resolver los
sentimientos de ira, culpabilidad y negación. La
esencia misma del programa de Al‑Anon nos hace

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hablar, confiar y sentir; y, al hacerlo, comenzamos a
cambiar nuestra actitud y los comportamientos que
ya no generan formas de vida que sean satisfactorias
y productivas. El entendimiento que logramos al
aplicar los Doce Pasos de Al‑Anon mejora nuestras
relaciones presentes; al entendernos mejor nosotros
mismos, todos los aspectos de nuestra vida se pue‑
den beneficiar.
Cuando compartimos con los demás miembros
de Al‑Anon en las reuniones, nos damos cuenta de
que no estamos solos; descubrimos que por más
que una situación se vea imposible de resolver, ésta
puede superarse. Al cambiar nuestra actitud, le
estamos dando un giro radical a nuestras vidas. Con
el ánimo de compartir, ofrecemos los siguientes
relatos de algunos de nuestros miembros.

Mis padres beben


Mi madre me llama por teléfono, y escucho su
voz dulce y maternal. Me cuenta lo que hace, cómo
la abuela la está pasando en el invierno, y acerca del
abrigo que está tejiendo. Su voz es la de una madre
como todas: muy amorosa, rebosante del cariño que
fluye a través de los cables de larga distancia.
Me llama de nuevo, pero ya no es la misma con
quien antes hablé; esta es otra madre que me grita
obscenidades y descarga su frustración en su única
hija. Está borracha. Mi dolor es más profundo de
lo que pudieran expresar mis lágrimas; me embarga
un sentimiento de inferioridad, de incapacidad, de
culpabilidad y de frustración.
Mi padre me llama. Dice que mi madre se ha
vuelto a emborrachar, que está borracha y compor‑
tándose cruelmente grosera. Dice que la casa está en
completo desorden, que se siente deprimido, seria‑
mente deprimido. Mi padre bebe en exceso y estará
borracho antes de que amanezca. Su justificación
será el comportamiento de mi madre.
Me levanto un instante sosteniendo el teléfono
con la mano y reflexionando sobre la tragedia que
viven ambos a causa de la enfermedad del alcoho‑
lismo, la vida que están desperdiciando, los días y
noches que le dedican a la bebida autodestructiva.
Siento pena por el amor que no me pueden brindar;
pero, gracias a Al‑Anon, puedo reorientar mis pen‑
samientos.
Ahora tengo que cumplir con mis propias obliga‑
ciones, cuentas por pagar, citas a las que debo asistir,
decisiones agradables y dolorosas que debo tomar.

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En las reuniones de Al‑Anon he aprendido a superar
el dolor y el resentimiento que me han acompaña‑
do en mi infancia y en mi vida de adulta. Sé que
es posible aceptar la enfermedad de mis padres y
conservar mi sano juicio. Puedo hacer el esfuerzo
diariamente, negándome a ser víctima, negándome
a sentir lástima de mí o de mis hijos. No necesito
esconderme detrás de la presión de esta enfermedad
que antes utilizaba como un muro construido a
conveniencia que una vez me dejó justificar mis
fracasos. Las dificultades del diario vivir son parte
constante de mi vida, ya sea que mis padres estén
ebrios o sobrios.
Vivo este día, hoy.

Creí que al marcharme


todo cambiaría
Cuando me mudé a mi propio apartamento, esta‑
ba constantemente preocupado por la bebida de mi
padre y de cómo esto afectaba a mi madre. Mantenía
mi mente ocupada en sus problemas mientras que
emocionalmente me sentía comprometido con el
bienestar de la familia que había dejado atrás.
Como ganaba un buen sueldo, me sentía en la
obligación de contribuir económicamente con mi
hermana y mis hermanos más pequeños a medida
que empeoraba el alcoholismo de mi padre. Estaba
resentido ante el desamparo en que mis padres
parecían encontrarse. Al mismo tiempo, el ayudar‑
los aliviaba el sentimiento de culpa que tenía por
vivir fuera de casa. No le encontraba sentido a la
vida, hasta que un amigo me sugirió que fuera a
Al‑Anon, y empecé a asistir a las reuniones.
Me llevó tiempo admitir que mi vida se había
vuelto ingobernable, pero poco a poco comencé a
dejar de involucrarme en la vida de mis padres y a
construir mi propia vida. Animé a mi madre a que
asistiera a Al‑Anon y sugerí que los chicos fueran a
Alateen.
Mi padre no ha dejado de beber, pero como todos
los demás estamos practicando los programas de
Al‑Anon y de Alateen, la situación está mejorando.
Lo visitamos a menudo, pero no con la frecuencia
que acostumbrábamos. Espero hasta que me llamen
por teléfono, y he limitado mi ayuda económica a
regalos en ocasiones especiales. También trato de no
empeorar su enfermedad emocional. Me desprendo
de la agitación y he empezado a aprender algo sobre
esta enfermedad.
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Ya no me siento culpable si no hago algo por ellos.
Le he encomendado la protección de cada quien a
un Poder Superior, y creo que estoy aprendiendo a
soltar las riendas de los problemas del alcohólico y
de los no alcohólicos de mi familia mientras conser‑
vo el amor que les tengo a todos ellos.

Me estoy recuperando
Crecí con ella y sin ella al mismo tiempo. Todavía
conservo el intenso recuerdo de su cabellera, de la
forma en que los rizos de su pelo oscuro se desliza‑
ban sobre su brazo apoyado en la mesa de la cocina.
Así era como la encontraba todas las tardes al llegar
de la escuela. Durante algunos de esos años sentí
una profunda lástima por lo dura que se le hacía
su vida. La acompañaba a la cama con cuidado
antes de preparar la cena para mis hermanos y mis
hermanas. No sé cuando mi preocupación amorosa
se transformó en odio. Quizás fue al comenzar mi
adolescencia, cuando empezó a quedarse desvelada,
cuando el alcohol dejó de ser su sedante, y cuando
ella comenzó a interferir en la modesta vida que yo
había tratado de crearme. Su ira y su violencia me
hacían sufrir.
Cuando finalmente me escapé por medio del
matrimonio, me propuse ser la mejor madre del
mundo. Mis hijos nunca se sentirían como huér‑
fanos a causa del alcohol. Me amarían, se sentirían
orgullosos de mí, y podrían hablar conmigo.
Yo tenía un plan. Por supuesto, nunca bebería,
prohibiría todo tipo de bebida en el hogar. Nadie, ni
mis invitados ni mi esposo, beberían. Yo era extre‑
madamente severa con respecto a todo. Mis normas
y mis expectativas eran excepcionales. Sin embargo,
mis hijos no lo eran, por lo que empezaron a defrau‑
darme y a frustrar la idea que tenía de la familia
perfecta. Mi furia se transformó de vociferar gritos
a darles violentos manotazos. Me atormentaba la
culpa por haberme vuelto igual que mi madre, y yo
no estaba bebiendo.
Un consejero médico me sugirió que fuera a
Al‑Anon. Él me ayudó a que me diera cuenta de
que muchos de mis resentimientos surgían del
haber vivido con el alcoholismo. Me indicó que en
Al‑Anon yo podría hablar con personas que enten‑
derían los sentimientos encontrados que tenía con
respecto a mi madre.
No sé de dónde saqué el valor para contar lo
que les había hecho a mis niños, pero los otros

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miembros me dijeron que yo no era la única y que
tampoco era ni la primera ni la última afectada por
el alcoholismo de otra persona. Me explicaron que
tanto mi madre como yo éramos víctimas del alco‑
holismo; que la ansiedad, la soledad y el abandono
eran sentimientos que podía aprender a afrontar si
los consideraba como efectos de la enfermedad.
Aprendí una oración para la serenidad, para tener
el valor de aceptar que esta era mi historia, pero que
tendría una mejor oportunidad de cambiar su final.
Estoy mejorando día tras día. Ahora sé lo que signi‑
fica decir con amor: “mi madre era una alcohólica”.

Ahora me siento mejor


Crecí en una casa blanca rodeada de una cerca
de vallas con una familia perfecta, o al menos eso
era lo que parecía. No obstante, a los cuatro años
ya podía diferenciar entre lo que significaba beber
y no beber; entre el padre que me amenazaba con
el puño y el que era más tranquilo. Me escondía
durante sus airados arranques de borracho, pero mi
madre reaccionaba enojada durante días, incluso
semanas después de sus fases de borrachera. Su ira y
su resentimiento nos afectaban a todos.
Los días festivos eran particularmente penosos.
Cuando decorábamos la casa, casi siempre uno de
nosotros terminaba siendo castigado. Me empecé
a retraer al reprimir mis sentimientos. Crecí ocul‑
tando la opinión distorsionada que tenía sobre los
padres, la violencia, el amor: sobre la vida en general.
Me fui de casa cuando era muy joven, me casé
y tuve tres hijos. Prometí que nunca los criaría de
la misma manera en que me habían criado. Sin
embargo, muy pronto comencé a percibir los rasgos
del alcoholismo en mi matrimonio. Mi esposo,
también hijo de un alcohólico, tenía problemas con
la bebida. Después de haber tratado de controlar
su problema durante años, finalmente comenzó a
asistir a A.A. Él quería evitarle a sus hijos el tipo de
vida que él había tenido en su niñez.
Yo comencé a asistir a Al‑Anon. Tenía pensado
divorciarme y comenzar una nueva vida, pero en
mi primera reunión de Al‑Anon adquirí un nuevo
entendimiento: el alcoholismo es una enfermedad.
Tenía mucho que aprender y me dispuse a aprender
y a cambiar mis costumbres. Mis hijos comenzaron
a asistir a Alateen. Le dimos a nuestra familia una
oportunidad.
Después de asistir con regularidad a Al‑Anon
por dos años y medio, puedo decir que he logrado
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dominar mi temor y mi ira. Perdono a mis padres.
Ellos estaban enfermos y todavía lo están. Me doy
cuenta del papel que yo desempeñaba al ser hija de
un alcohólico. Comprendo a mis hermanos y her‑
manas que parecen tener problemas con el alcohol.
Mi hermana menor y mi esposo han recibido el
regalo de la sobriedad, por lo que mi familia sabe
que existe otra manera de vivir. Sé que la vida en
familia mejora aun cuando sea sólo un miembro de
ésta el que se recupere.
Ya no me siento culpable gracias a la serenidad
que he adquirido. Ésta es un don. Amo mucho a mi
familia, a todos ellos. Cuando cambié al aceptar la
enfermedad y sus efectos, todos cambiamos. Somos
una familia afectuosa. Mantengo mi serenidad
asistiendo a las reuniones de Al‑Anon, meditando
a diario sobre los principios de Al‑Anon y apren‑
diendo todo lo que sea posible sobre el alcoholismo.
La vida no es perfecta. Nada es perfecto, pero hay
mucho que decir en cuanto a solucionar los proble‑
mas “Un día a la vez”. ¡Hoy me siento mucho mejor!

El hombre de la casa
Como mi padre se ausentaba a menudo durante
mi infancia, decidí convertirme en el hombre de la
casa. Me sentía responsable de mi madre alcohóli‑
ca. A medida que progresaba su enfermedad, me
sentía como un fracasado a pesar de que trataba de
darles a los demás la impresión de que todo iba de
maravillas.
Mi madre culpaba a mi padre del problema
que ella tenía con la bebida, y esto me hacía sentir
aliviado. Él se convirtió en el blanco de mi frustra‑
ción, de mi culpabilidad, ira y odio; pero mi odio
hacia él finalmente se transformó en odio hacia mí
mismo. Pensé en el suicidio como la única solución
para escapar de mis sentimientos confundidos, pero
mi madre interrumpió mis planes, pues comenzó a
asistir a A.A.
Yo empecé a asistir a Alateen a pesar de que me
sintiera confundido porque ella buscara ayuda en
otra gente en vez de acudir a mí, y a pesar de que
me resistiera tanto a relacionarme con muchachos
de mi edad. Me sorprendí al descubrir que mi lugar
estaba en Alateen, y que allí me entendían y me
aceptaban.
Mi madre recayó en la bebida y me encontré ante
una disyuntiva: ¿la sigo en su descenso a ese pozo de
frustración o continúo adelante con mi propia vida?
Una amiga de Al‑Anon, esposa de un alcohólico,
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me ayudó. Al explicarme que ella estaba “emocio‑
nalmente desentendida” de su esposo, encontré la
respuesta que necesitaba. Le dije a mi madre que la
amaba, pero solté las riendas para dejar que ella vivie‑
ra su propia vida. Esta ha sido la decisión más difícil
y la más importante que he tomado en mi vida.
Desprenderme de mi madre fue tan sólo el
comienzo. Al aplicar los Doce Pasos pude relacio‑
narme de forma más natural con jóvenes de mi
edad, en particular con las chicas. No fue hasta que
me convertí en miembro de Al‑Anon que pude ana‑
lizar mi defectuosa relación con mi padre. A medida
que mi necesidad de recuperarme superaba mi nece‑
sidad de culpar a mi padre, pude liberarlo del puño
de hierro de mi frustración. Nuestra relación ha
tomado nuevas fuerzas y, a pesar de la experiencia
que he vivido, hoy lo considero un hombre bueno
con una gran capacidad de amar y perdonar.
Al‑Anon me liberó de mi pasado y esto se refle‑
ja directamente en mi matrimonio. Mi esposa y
yo practicamos el programa de Al‑Anon juntos e
individualmente. Tenemos la esperanza de que este
ambiente familiar, moldeado por los principios que
más valoramos del programa, sea una fuerza pode‑
rosa en la vida de nuestros hijos.
Antes de formar parte de la familia Al‑Anon,
sentía que era un fracasado. Creía que únicamente
yo me podía ayudar, no tenía idea de cómo enfren‑
tarme a los problemas. Al‑Anon y Alateen me
demostraron la existencia de un Poder superior a
mí mismo, y este Poder Superior, al que llamo ahora
Dios de mi propio entendimiento, me acepta, me
perdona, me protege y obra conmigo.

Un mejor entendimiento
Cuando mi madre se marchó, mi padre se quedó
solo. Pensé que ella era egoísta y descorazonada y
que nadie más que yo se preocupaba por mi padre.
Él estaba tan enfermo que yo me dediqué a ayudarlo
y a velar por él. Salía del trabajo temprano todos los
días, impulsada por la necesidad de cuidar de él.
Decidí traerlo a mi apartamento, donde resultaría
más fácil impedir que bebiera. Me aseguré de que no
hubiera ningún tipo de bebida en casa, lo alimenté
correctamente y le anuncié a mi madre con orgullo
que mi padre se mantendría sobrio y saludable por‑
que yo estaba dispuesta a ocuparme de él con amor.
Me enfurecí al descubrir que mi padre estaba
bebiendo nuevamente. ¿Cómo podía hacerme esto
después de que yo había sacrificado mi vida social
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para ocuparme de él? Después de haber asistido
a algunas reuniones de Al‑Anon, escuché a una
esposa quejarse de lo mismo. Se sentía en un dilema
entre su familia y su esposo. Yo me sentía en un
dilema entre mis necesidades y las de mi padre.
No importaba que nuestras situaciones fueran
diferentes, nuestros sentimientos eran los mismos. Yo
me había puesto de parte de mi padre para protegerlo
de mi madre; ella había hecho lo mismo con sus hijos
y su esposo. Me excedía en la reacción ante cualquier
crisis pequeña, trataba de apaciguar la situación y
pasaba horas intentando mantener al bebedor ocu‑
pado para que no bebiera. Ella y yo nos sentíamos
identificadas: las dos teníamos que comenzar a
entender que nuestras vidas se habían vuelto ingober‑
nables. Luego llegamos a creer que algo, algún Poder
Superior a nosotros, podía ayudar a recuperarnos y
que el alcohólico podría encontrar ayuda si tratába‑
mos de dejar de solucionarle sus problemas.
Después de asistir a algunas reuniones, com‑
prendí que aunque el modo de vida o los problemas
de cada cual fueran diferentes, los hombres y las
mujeres de Al‑Anon compartían otros principios de
recuperación similares. Para vivir bien, estábamos
tratando de admitir nuestras propias faltas y reparar
el mal ocasionado a aquellas personas que habíamos
abandonado o condenado mientras estaban obsesio‑
nados con el alcoholismo.
Para la mayoría de nosotros, la recuperación es
algo paulatino, pero creo que si continuamos prac‑
ticando el programa diariamente, dejando a un lado
los remordimientos del pasado y las preocupaciones
por el futuro, podemos lograr una mayor compre‑
sión del alcohólico y de nosotros mismos. Si busca‑
mos ayuda, podemos alcanzar un nuevo sentido de
la vida, pues nos llegamos a convertir, un día a la
vez, en las personas que queremos ser.

Mi felicidad depende de mí
Cuando era niña sabía que algo terrible sucedía
en mi casa y también sabía que ese “algo” estaba
relacionado con la bebida de mi madre, pero yo no
sabía que eso era alcoholismo.
Vine por primera vez a Al‑Anon cuando tenía
28 años para aprender a manejar la sobriedad de
quien entonces era mi esposo, sin darme cuenta de
que yo misma necesitaba ayuda. Estar consciente
de que yo necesitaba ayuda no me hubiese servido
de motivación, ya que mi autoestima se medía por

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lo tanto que otra persona me amara. Si esa perso‑
na no me amaba, ¿cómo podía yo tener ningún
valor? Al estar en Al‑Anon, poco a poco comencé a
ver los efectos que el alcoholismo tenía en mi vida
desde el principio. Había pasado gran parte de mi
vida sintiéndome responsable de todos, particular‑
mente de los más allegados a mí y en especial de
mi madre. Soltar las riendas de los demás era algo
desconocido porque no sabía dónde terminaban
mis responsabilidades y dónde comenzaban las de
los demás.
En Al‑Anon aprendí que yo era responsable de
mi propia felicidad. Usted se puede imaginar lo
difícil que esto era para alguien cuyo concepto de su
propia persona estaba en una mezcla confusa con el
de otras personas enfermas. Me resistía fuertemente
a la idea de ser responsable de mi felicidad. A pesar
de la ayuda que estaba recibiendo en Al‑Anon, se
me hizo difícil entender que en mi preocupación
por sentirme responsable de todos los demás, en
realidad no quería ser responsable de mí misma.
Ansiaba desesperadamente que otras personas se
encargaran de mí. Al centrar mi atención en todos
los demás e inmersa en las tantas crisis que me man‑
tenían ocupada, evitaba tener que ver la realidad.
“Un día a la vez” fui dejando mi papel de víc‑
tima y comencé a recuperarme de los efectos que
el alcoholismo producía en mi vida. Por medio del
Tercer Paso (“Resolvimos confiar nuestra voluntad y
nuestra vida al cuidado de Dios, según nuestro propio
entendimiento de Él”), entendí que dependía total‑
mente de mi Poder Superior. Al aceptar esta verdad,
volví a ser una persona completa nuevamente, una
persona con un yo interior. Junto con esto, gané
la libertad de no sentirme responsable de todo el
mundo. Ahora puedo confiar en que el mismo Poder
Superior que se ocupa de mi vida también se ocupa
de la vida de todos aquellos que me importan.
Hoy Al‑Anon es mi familia y mi apoyo. Por
medio del programa me doy cuenta de que yo soy
el problema principal en mi vida y que los demás
sólo ayudaban a crear el drama. Tengo ahora la
opción de poder aceptar a las personas tal como
son y desprenderme emocionalmente de su com‑
portamiento, o de subirme nuevamente al carrusel
de la enfermedad. En Al‑Anon recibo aceptación
dondequiera que esté. Al‑Anon es un lugar que
nunca quisiera dejar.
¡Soy responsable de mi felicidad!

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Mi mayor deseo
Dice el dicho que “A donde el corazón se incli‑
na, el pie camina”. Y en el corazón de mi vida, mi
hogar, existió el alcoholismo, y eso ha afectado mi
vida por completo.
De mi padre alcohólico aprendí a desarrollar la
habilidad necesaria para esquivar mis sentimientos
así como para prever el desastre en cada momento.
Tenía bajo mi control los encuentros con otras
personas, o trataba de hacerlos menos tensos.
¿Cómo lo lograba? Complaciendo a los demás o
huyendo de ellos. Sí, los cautivaba, o huía de ellos.
Como intentaba controlar situaciones inmediatas,
perdí el control de mi propia vida. Perdí la capa‑
cidad de sentir nada que no fuera dolor. Terminé
lastimando a quienes amaba. Ninguna relación fun‑
cionaba. Me volví exactamente como mi padre alco‑
hólico: insensible. La única diferencia fue que yo
hacía mi mundo insensible sin recurrir al alcohol.
Al final, me encontré llorando descontrola‑
damente. Buscaba lugares donde esconderme de
repente. No entendía lo que me pasaba. Oraba
desesperadamente: “¡Dios, ayúdame, sola no lo
puedo hacer!”
Y Dios sí me ayudó. Asistí a una reunión de
Al‑Anon. Allí empecé a encontrarme conmigo
misma, y sigo encontrando un poco más de mí cada
vez que asisto a una reunión. Me di cuenta de mi
aflicción. Había estado llorando por algo que nunca
tuve, algo que llenara el vacío de mi dolor.
En Al‑Anon vi cómo otras personas cimentaban
su vacío con la sólida base de los Doce Pasos. Logré
estabilizar mi vida con los mismos Doce Pasos, y
poco a poco mis sentimientos esquivados volvieron
a cobrar vida. Años de dolor, ira, ansiedad y temor
salieron de mis adentros, y un agudo grito surgió
de mis entrañas. También afloró a la superficie mi
más profundo deseo: el anhelo de tener el amor de
mi padre.
Con la ayuda de Al‑Anon, mi deseo se ha con‑
vertido en realidad. He encontrado el amor que
deseaba de mi padre al aprender a dejar que Dios
se convirtiera en mi Padre. No espero que mi padre
se convierta en Dios. Pongo mi añoranza en Dios
y no en mi padre, el ser humano y falible a quien
ahora puedo amar. Dios ha hecho realidad mi más
profundo deseo, el anhelo más esencial de mi cora‑
zón, con sentimiento, con fe y con un “Sí” que dure
para siempre.
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Una vida propia
No sabía qué era, pero hasta donde mi mente
puede recordar, siempre supe que algo andaba mal.
Mi padre y mi madre bebían, pero era ella quien no
podía parar. Siempre peleaban. Mi hermana trataba
de detenerlos mientras yo gritaba y mi hermano se
escondía. La vida en casa iba progresando de mal
en peor.
Yo no tenía amigos, no invitaba a nadie a casa, y
me odiaba a mí misma. Para huir de mi casa y de
mi dolor practicaba deportes o iba por las noches a
la biblioteca. Tiempo después mi madre se enfermó
a consecuencia de su alcoholismo, y los consejeros
le sugirieron que ingresara a un centro de rehabi‑
litación. Al resto de la familia nos sugirieron que
asistiéramos a Al‑Anon y a Alateen. No me gustó
para nada la idea porque no quería admitir que mi
madre estaba enferma. Yo creía que el culpable de su
alcoholismo era mi padre.
Por temor a mi padre, asistí a Alateen. Mi herma‑
no y mi hermana tuvieron que empujarme literal‑
mente escaleras arriba para que entrara a mi primera
reunión. Ahora que mi madre no estaba en casa la
situación parecía haberse calmado, pero yo todavía
culpaba a mi padre.
Cuando mi madre regresó a casa, y comenzó a
beber nuevamente, me di cuenta de que los proble‑
mas no eran la causa de su alcoholismo, sino que su
alcoholismo era la causa de los problemas. Acepté
que el alcoholismo era una enfermedad y comencé a
practicar el programa que me ofrecía Alateen. Tenía
que vivir mi propia vida. Recibía el consuelo de
las otras personas que habían pasado por la misma
situación que yo. No estaba sola. Comencé a pensar
primero en mí y aprendí a quererme. Aprendí a amar
a mi padre y dejé de echarle la culpa.
Cuando tenía 18 años me di cuenta de que nece‑
sitaba de algo más que de Alateen. Quería progresar
más, por lo que decidí probar con Al‑Anon. (Al
principio pensé que como Al‑Anon era para los adul‑
tos, todo el mundo allí sería como mis padres, pero
descubrí que no era así). Me gustaba la variedad:
todas las edades, muchos estilos de vida y cientos de
situaciones. No comparo las diferencias, sino que me
identifico con los sentimientos, los cuales son simila‑
res. Una vez que entendí eso, me sentí en ambiente y
acepté que mi lugar estaba allí.
Ahora estoy progresando muy rápidamente. He
aprendido a centrar la atención en mí y no en el

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alcohólico. Al‑Anon me ha dado muchas cosas,
comenzando por mis amistades hasta los instrumen‑
tos para vivir. Pero lo más importante que Al‑Anon
me ha dado es aprender a vivir mi propia vida.

De la negación a la
aceptación
Cuando llegué a Al‑Anon hace más o menos
ocho años, no tenía idea de la intensidad con que el
alcoholismo iba a surgir en mi vida. Claro, yo sabía
que muchos de mis seres queridos bebían demasia‑
do. Pero, ¡de ahí al alcoholismo!
La negación. ¡Cielos! ¡Un caso clásico! Por medio
de la ayuda de mis amigos de Al‑Anon, de sus espo‑
sas que se estaban recuperando y de las reuniones de
Al‑Anon, me demostraron que lo que en realidad
importa es cómo la bebida lo afecte a uno mental,
física y espiritualmente y no cuánto o con qué fre‑
cuencia se beba. Y más importante aún, si la bebida
de alguien me estaba afectando, entonces Al‑Anon
era el lugar en que debía estar.
Cuando dejé de negar la enfermedad y empecé a
aceptarla, comencé a progresar y en realidad empecé
a soltar las riendas y entregárselas a Dios. Pero esto
tardó tiempo. Tenía que tomar a una persona en
mi vida a la vez, sentir bastante dolor, y entonces
aceptar y soltar las riendas. Al fin podría ser libre,
liberar a mi madre, a mi padre, a mi esposo y por
último, a mi hija. Podía amarlos y aceptarlos por sus
características positivas y separar el alcohol de esas
partes positivas.
Me han sucedido muchas cosas en estos casi ocho
años. Mi madre murió hace más o menos cuatro
años. Gracias a Al‑Anon, lo único que sentí ante
su muerte fue amor en lugar de culpabilidad. Los
últimos cuatro años fueron muy agradables para
nosotras. La sobriedad de mi esposo en A.A. ya se
acerca a los tres años y nuestra vida juntos está mejo‑
rando. Agradezco que haya alcanzado una sobriedad
que no hubiese podido comprender hace ocho años.
Mi padre sigue bebiendo, pero lo amo y lo entiendo
mejor que nunca. Mi querida hija ha estado yendo
a A.A. y luego deja de ir. Ya lo ha hecho durante
tres veces y lo continúa haciendo a su manera.
Mi esposo y yo la dejamos que lo haga así sin que
intervengamos. Mantenemos una relación estrecha
y cariñosa con ella y esperamos que pueda hallar su
propio camino.
Al‑Anon me dio la libertad de ser yo y me enseñó
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que mi felicidad depende de mí y no de mi familia.
Como puedo escoger, escojo esta forma de vivir. ¡Y
cómo me gusta!

Responsabilizándome de mí
El alcoholismo afectó a mi familia y esa enfer‑
medad empaña los recuerdos de mi niñez. Muchos
sentimientos se acumularon dentro de mí: la ira, el
miedo, la susceptibilidad. Podía estar absolutamente
callado sin expresar estos sentimientos, pero sentía
una ira intensa contra el alcohol y los alcohólicos.
Aunque no fuera abstemio en aquel entonces y
tampoco lo sea ahora, tomé a pecho la bebida de
algunas personas.
Quizás no expresaba mis sentimientos de esta
manera, pero sentía que “si mi padre me quisiera, no
bebería. Lo hace para causarme dolor”. Por eso me
sentía herido y trasladaba ese sentimiento de dolor
a muchas otras situaciones de mi vida. Cuando la
gente no me estaba prestando la atención que yo
quería, dejaba que esto me hiriera. (La construcción
de la oración es importante: Al‑Anon me ha ayudado
a reconocer que yo les di este poder a otras personas).
Buscaba el cariño que sentía que faltaba en mi
vida, pero por mucho cariño o atención que reci‑
biera, no lograba sentirme satisfecho. Tenía como
un apetito insaciable en mi interior. Les exigía cosas
imposibles a los demás. Me estaba lastimando sin
saber por qué.
La hermandad de Al‑Anon me ha ayudado a diri‑
gir mi atención hacia estos sentimientos y a darme
cuenta de lo que ha estado sucediendo durante
tantos años. Me ha ayudado a percibir cómo la ira
encubierta pudo dirigir mis acciones.
Al mismo tiempo que exigía muchas cosas de
la gente, también creía que tenía que ser extrema‑
damente independiente. Por ejemplo, tenía que
tomar decisiones sin consultarle a nadie, ni siquiera
a mis amigos, o tenía que reaccionar continuamente
contra la gente que tenía autoridad. Mi libertad e
independencia no dependen realmente de ningún
acto de rebeldía ni de confrontación, sino que de mis
propias actitudes y sentimientos. Si siempre estoy
reaccionando, entonces nunca podré estar libre.
Este es el desafío que enfrento ahora; un desafío
mayor que todas las amenazas que antes vi a mi alre‑
dedor y fuera de mí. Esto es fundamental en el viaje
de mi vida. Mi Poder Superior lo dirige, y cada vez
estoy más dispuesto a poner en Sus manos el rumbo
de este viaje.
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Al‑Anon me ha ayudado a ver a mi padre de una
forma nueva y maravillosa y me ha ayudado a acep‑
tarlo tal como era. Él era un hombre enfermo, pero
también era cariñoso e hizo lo mejor que pudo. Su
intención no era herirme. Esto es lo que yo asumí,
y eso de verdad era parte de mi enfermedad: sentir
dolor donde no había ninguna intención de causarlo
y donde en realidad existía amor. Un amor que llegó
en una forma que no podía aceptar del todo, pero
que aun así era amor.
Poco a poco estoy llegando a darme cuenta de
que ambos, el amor y el dolor, están misteriosamente
entrelazados en una familia que ha sufrido debido
al alcoholismo. Podemos fácilmente dejar que el
dolor sofoque y destruya al amor; eso es parte de la
tragedia.
La hermandad me ha ayudado a ver que el amor
estaba presente y que ha sido parte del cuidado que
Dios le ha brindado a mi ser.

Una nueva forma de vida


Antes de venir a Al‑Anon nunca podía decir “te
amo”. Ahora estas palabras fluyen tan libremente
como un río de aguas vivas.
Esto se remonta a los días de mi niñez. No
recuerdo ninguna alegría, solamente agitación y
confusión. Tal como lo puede usted acertar: ¡Existía
una situación de alcoholismo! Lo que sí sé es que
eso de veras tuvo repercusiones en mi mente y en
mi corazón. Saqué de mi mente muchos días del
pasado porque pensar en ellos era demasiado dolo‑
roso, porque estaban ensombrecidos por el temor, la
confusión y la falta de amor.
Mi padre murió en la prisión siendo alcohólico.
Todos los recuerdos que tuve de él eran tristes. Mi
madre, quien fue víctima de la violencia doméstica,
volvió a casarse después de muchos años de soledad,
y ahora lleva una vida feliz.
A mí me faltaba el ingrediente principal de la
felicidad: el amor. Buscaba la felicidad en todo lugar.
Pensé que podía encontrarla en la religión, y mi bús‑
queda de Dios fue larga y prolongada.
Busqué la felicidad en el matrimonio. Como se
puede usted imaginar, me casé con una alcohólica.
Luchamos durante 17 años de matrimonio en los
cuales fingimos que todo andaba bien. En realidad
no nos conocíamos el uno al otro y no nos amá‑
bamos como se supone que se amen dos personas
casadas. Ahora comprendo que antes no sabía lo que
era el amor.
15
Mi esposa, quien había encontrado a A.A., se
recuperó lo suficiente para ver las cosas con más
claridad y decidió divorciarse de mí para tratar de
buscar un poco más de felicidad en su propia vida.
Yo encontré a Al‑Anon en ese momento, pero no
me sentía lo suficientemente bien como para tomar
ninguna decisión importante en mi vida.
Ahora le doy gracias a Dios por cada día que paso
en Al‑Anon y por darme el amor del programa y los
muchos amigos de Al‑Anon que tengo, lo que ha
hecho posible mi despertar espiritual. Ahora disfruto
servir en Al‑Anon en todos los niveles, disfruto la
forma de vida que acabo de descubrir y los muchos
momentos felices que comparto con mis amigos
de Al‑Anon. Pero sobre todas las cosas, disfruto de
mí mismo. Mi verdadero yo ahora puede decir: “te
amo”.

Los Doce Pasos: una guía


para los hijos adultos de
Al‑Anon
Los Doce Pasos de Al‑Anon constituyen el marco
de nuestra recuperación, una guía “paso a paso” que
conduce a todos los familiares y amigos de los alco‑
hólicos hacia una nueva y gratificante forma de vida.
Primer Paso: Admitimos que éramos
incapaces de afrontar solos el alcohol,
y que nuestra vida se había vuelto
ingobernable.
Muchos de nosotros creímos haber escapado
ilesos de nuestro hogar afectado por el alcoholismo
durante nuestra niñez, pero si eso fuera cierto, no
estaríamos aquí. Hemos llegado a entender que el
sentirnos inútiles y frustrados y el tener problemas
en nuestras relaciones puede estar vinculado direc‑
tamente con los trastornos causados por el alcoho‑
lismo en nuestra niñez. Con este Paso, admitimos
que el alcoholismo nos ha afectado, y que los com‑
portamientos que aprendimos mientras crecíamos
han hecho que nuestras vidas sean ingobernables.
Muchos de los que nos criamos en hogares afecta‑
dos por el alcohol nos damos cuenta de que es un
verdadero desafío soltar las riendas del control y
reconocer nuestra incapacidad. No obstante, renun‑
ciar a la fantasía de que somos responsables de todas
las personas y de todas las cosas que nos rodean nos

16
produce a menudo un gran alivio, nos da la libertad
de continuar con los Pasos que siguen y de descubrir
el poder que sí tenemos en nuestras vidas.
Segundo Paso: Llegamos a creer que
un Poder superior a nosotros podría
devolvernos el sano juicio.
El aislamiento, la soledad y los sentimientos de
abandono son a menudo algunos de los efectos a
largo plazo que ocasiona el convivir con el alco‑
holismo. Aunque no nos sintamos “dementes”,
admitimos que nuestra vida no es como quisiéramos
que fuera. El Segundo Paso nos da la garantía tran‑
quilizante de que no estamos solos y que nuestras
vidas pueden mejorar. Sin embargo, la fe y la con‑
fianza no siempre nos llegan fácilmente a quienes
crecimos en la inestabilidad de un hogar alcohólico.
La palabra “llegamos a” nos indica que este es un
proceso paulatino. Tenemos la libertad de definir
ese “Poder superior a nosotros” de cualquier manera
con la que estemos a gusto. Al‑Anon es un programa
espiritual y no religioso. Para algunos de nosotros, al
habernos sentido heridos o abandonados por el Dios
o la religión de nuestra infancia, el poder del grupo
de Al‑Anon resulta suficiente. A pesar de la forma
en que definamos ese Poder, podemos encontrar
consuelo espiritual en Al‑Anon.
Tercer Paso: Resolvimos confiar
nuestra voluntad y nuestra vida al
cuidado de Dios, según nuestro propio
entendimiento de Él.
Este Paso nos insta a ampliar nuestra confianza a
medida que pasamos de “llegar a creer” a tomar real‑
mente una decisión. Nos damos cuenta de que tene‑
mos que tomar esta decisión si de verdad queremos
recuperarnos. Puede ser que a algunos se nos haga
difícil aceptar la guía de un Poder Superior porque
tenemos que soltar las riendas aún más del control y
de la insistencia. A medida que reconocemos que la
manera en que estábamos haciendo las cosas no fun‑
cionaba, aprendemos a hacer algo diferente cuando
aceptamos la voluntad de nuestro Poder Superior.
De nuevo, tenemos que determinar nosotros mis‑
mos cómo interpretamos la palabra “Dios”, ya que
la palabra “cuidado” nos sugiere que consideremos a
este Poder como benevolente y amoroso.

17
Cuarto Paso: Sin temor, hicimos
un sincero y minucioso examen de
conciencia.
Al crecer con la enfermedad familiar del alcoho‑
lismo posiblemente nos hayan echado la culpa por
muchas cosas de las que no éramos responsables.
Como consecuencia de eso, algunos aprendimos a
culpar a los demás por nuestros errores. Quizá nos
resultaba más fácil escudarnos en la negación de
nuestras características que afrontar la verdad. Ya
sea que creamos que somos criaturas inherentemente
malas e imperfectas o víctimas inocentes, el conoci‑
miento de nuestro yo puede ser aterrador. El Cuarto
Paso nos pide que analicemos nuestro comporta‑
miento y que empecemos a aprender sobre nosotros
y quiénes somos en realidad. Al analizar nuestras
virtudes así como nuestros defectos, adquirimos una
imagen más amplia de nuestro ser. Podemos comen‑
zar a responsabilizarnos de nuestro comportamiento
y a reconocer que a lo mejor no hemos tenido buenos
ejemplos a seguir ni instrumentos que podamos uti‑
lizar en la vida. Finalmente, soltamos las riendas de
lo que no nos corresponde poseer y dejamos entonces
de vernos a nosotros mismos como víctimas.
Quinto Paso: Admitimos ante Dios, ante
nosotros mismos y ante otro ser humano,
la naturaleza exacta de nuestras faltas.
Este Paso puede significar un reto para muchos
de nosotros debido a que sentimos que nos pueden
herir cuando somos completamente sinceros, ya sea
con nosotros mismos, con nuestro Poder Superior
o con otra persona. Sin embargo, el vencer juntos
la vergüenza y el aislamiento de la enfermedad del
alcoholismo por medio de compartir lo que verda‑
deramente somos puede ser el comienzo del amor
hacia nuestro propio ser. Al afrontar el pasado junto
a aquellos en quienes confiamos y con quienes hemos
aprendido a sentirnos seguros, podemos soltar las
riendas de ese pasado. No podemos practicar este
Paso solos.
Sexto Paso: Estuvimos enteramente
dispuestos a que Dios eliminase todos
estos defectos de carácter.
Muchos de nuestros defectos pueden haberse ini‑
ciado como mecanismos de acción que tuvimos que
crear para protegernos de los estragos causados por el
alcoholismo. Una vez que admitimos que estos meca‑
18
nismos ya no nos resultan útiles, y que a menudo son
destructivos, empezamos a remplazarlos con nuevos
instrumentos. Continuamos ampliando la confianza
en un Poder Superior que comenzamos a desarrollar
en el Tercer Paso. Nosotros ponemos la voluntad y la
confianza mientras que nuestro Poder Superior pone
las oportunidades para nuestro progreso. Con el
Sexto Paso, acogemos la idea de que no sólo podemos
cambiar sino que también queremos cambiar.
Séptimo Paso: Humildemente pedimos a
Dios que nos librase de nuestras culpas.
Este Paso se basa en el valor y la confianza que
hemos ganado en el Sexto Paso a medida que esta‑
blecemos una relación con nuestro Poder Superior.
Sin embargo, pedir ayuda puede ser difícil si en el
pasado fue peligroso hacerlo o si creemos que ya
debemos saber todas las respuestas. Podría ser que
a algunos de nosotros nos resulte extraña la palabra
“humildemente” y que confundamos la humildad
con la humillación, algo que a lo mejor todos ya
conocemos demasiado. No obstante, hacer algo
humildemente no significa que tengamos que humi‑
llarnos o degradarnos sino simplemente reconocer la
realidad de que no lo sabemos todo y que estamos
dispuestos a aprender.
Octavo Paso: Hicimos una lista de
todas las personas a quienes habíamos
perjudicado, y estuvimos dispuestos a
reparar el mal que les ocasionamos.
Para aquellos que nos hicimos responsables de
todos los demás, nuestra lista puede llegar a ser infi‑
nita; o quizás sintamos que son los demás quienes
deben reparar el mal que nos causaron. La recu‑
peración comprende analizarnos a nosotros mismos
de manera realista, no a las acciones ni a las expec‑
tativas de nadie más. A medida que lo hacemos,
puede realizarse un cambio en nuestra actitud que
nos permitirá darnos cuenta de que tener la culpa
no es generalmente “todo o nada”. Nos resignamos
a la idea de que aun cuando los demás se equivoca‑
ran, a menudo participamos de alguna forma en la
situación. Definitivamente, también nosotros somos
parte de nuestra lista. De nuevo nos acordamos que
este Paso es parte de un proceso paulatino. Todo lo
que se necesita es que hagamos nuestra lista y que
estemos dispuestos. Eso es todo lo que hay que hacer
por el momento.

19
Noveno Paso: Reparamos directamente el
mal causado a esas personas cuando nos
fue posible, excepto en los casos en que el
hacerlo les hubiese infligido más daño, o
perjudicado a un tercero.
Ahora ya estamos listos para poner a prueba
la compasión para la cual los Pasos anteriores nos
han estado preparando. El Noveno Paso es para
nosotros, para que podamos eliminar el peso de la
culpabilidad y vivir como adultos amorosos en el
presente y no como niños asustados y airados que
están perdidos en el pasado. Lo hacemos sin esperar
ninguna reacción de los demás por repararles el
mal causado. Ya sea que nos acepten o no, no es
problema nuestro. Sin embargo, sí tenemos que usar
nuestro juicio de la mejor manera para determinar si
reparar el mal causado a una persona podría ocasio‑
narle más mal que bien. Quizás sea necesario reparar
el mal causado de alguna otra manera: podríamos
escribir una carta que nunca enviaremos, visitar
un cementerio, o cambiar nuestro comportamiento
hacia las personas que aún permanecen en nuestras
vidas. Es posible que saber cómo reparar el mal cau‑
sado tome tiempo, por lo que conversar de nuestros
planes con nuestro Padrino o Madrina y con otros
miembros de Al‑Anon puede ayudar. En última
instancia, confiamos en que nuestro Poder Superior
nos ayude a saber cuándo, dónde y cómo reparar el
mal causado a los demás de la mejor manera posible.
Décimo Paso: Proseguimos con nuestro
examen de conciencia, admitiendo
espontáneamente nuestras faltas al
momento de reconocerlas.
Aplicar lo que hemos aprendido en los Pasos ante‑
riores nos anima a continuar responsabilizándonos
de nosotros y de nuestras acciones. Este Paso es parte
de nuestro plan para mantener nuestra serenidad y
nuestra salud espiritual. Una vez que hemos afronta‑
do y eliminado los feos escombros del pasado, ahora
buscamos el progreso constante. Si nos ocupamos
de nuestro “quehacer” a diario, reconocemos cuan‑
do nos equivocamos y tenemos ahora la humildad
de admitirlo. Continuar haciéndolo como parte de
nuestra rutina diaria nos evita tener que hacer un
extenso trabajo de “limpieza” en el futuro.

20
Undécimo Paso: Mediante la oración
y la meditación, tratamos de mejorar
nuestro contacto consciente con Dios,
según nuestro propio entendimiento de
Él, y le pedimos tan sólo la capacidad
para reconocer Su voluntad y las fuerzas
para cumplirla.
La humildad y la confianza que hemos adquiri‑
do al practicar los Pasos anteriores nos ayudarán a
medida que buscamos mejorar nuestra relación con
el Dios de nuestro entendimiento. El Undécimo
Paso nos sugiere hacerlo tanto hablándole como
escuchando a nuestro Poder Superior. Por medio
de este proceso aprendemos a aceptar la voluntad
de nuestro Poder Superior en vez de imponer la
nuestra. No hay una manera “correcta” ni “inco‑
rrecta” para que nuestra comunicación ocurra. Lo
hacemos de la manera que más nos convenga a
cada uno de nosotros como individuos para reali‑
zar este contacto con el progreso espiritual.
Duodécimo Paso: Habiendo logrado
un despertar espiritual como resultado
de estos pasos, tratamos de llevar este
mensaje a otras personas, y practicar
estos principios en todas nuestras
acciones.
Al practicar los primeros once Pasos, hemos
admitido nuestras limitaciones, hemos establecido
una relación con un Poder Superior, nos hemos
analizado, hemos afrontado y soltado las riendas del
pasado y nos hemos responsabilizado de nosotros.
Eso ha logrado que hayamos cambiado. Ya no somos
las mismas personas que éramos al empezar. Puede
ser que nuestro despertar espiritual no haya sido
espectacular ni ocurrido de la noche a la mañana,
pero ha ocurrido. Como hemos visto, la recupera‑
ción y la práctica de los Pasos son un proceso: a lo
mejor nuestro despertar espiritual haya ocurrido
muy paulatinamente. Ahora estamos preparados
para compartir nuestro agradecimiento y el progreso
con los demás, apoyándolos cuando lo necesiten, así
como ellos nos apoyaron. Al ocuparnos de nuestras
necesidades espirituales a través de las reuniones, el
padrinazgo y las labores de servicio, podemos llevar
nuestra actitud positiva más allá de las reuniones y
aplicarla en cada aspecto de nuestra vida.

21
Las Doce Tradiciones
La experiencia de nuestros grupos nos indi‑
ca que la unidad de los Grupos de Familia
de Al‑Anon depende de la fidelidad a estas
Tradiciones:
1. Nuestro bienestar común debiera tener la
preferencia; el progreso individual del mayor
número depende de la unión.
2. Existe sólo una autoridad fundamental para
regir los propósitos del grupo: un Dios bon‑
dadoso que se manifiesta en la conciencia de
cada grupo. Nuestros dirigentes son tan sólo
fieles servidores, y no gobiernan.
3. Cuando los familiares de los alcohólicos se
reúnen para prestarse mutua ayuda, pueden
llamarse un Grupo de Familia Al‑Anon,
siempre que, como grupo, no tenga otra afi‑
liación. El único requisito para ser miembro
es tener un pariente o amigo con un pro‑
blema de alcoholismo.
4. Cada grupo debiera ser autónomo, excepto
en asuntos que afecten a otros grupos o a
Al‑Anon, o AA en su totalidad.
5. Cada Grupo de Familia Al‑Anon persigue
un solo propósito: prestar ayuda a los fami‑
liares de los alcohólicos. Logramos esto,
practicando los Doce Pasos de AA nosotros
mismos, comprendiendo y estimulando a
nuestros propios familiares aquejados por el
alcoholismo, y dando la bienvenida y brin‑
dando alivio a los familiares de los alcohó‑
licos.
6. Nuestros grupos de familia jamás debieran
apoyar, financiar, ni prestar su nombre a nin‑
guna empresa extraña, para evitar que pro‑
blemas de dinero, propiedad o prestigio nos
desvíen de nuestro objetivo espiritual que
es el primordial. Aun siendo una entidad
separada, deberíamos cooperar siempre con
Alcohólicos Anónimos.
7. Cada grupo ha de ser económicamente auto‑
suficiente y, por lo tanto, debe rehusar con‑
tribuciones externas.
22
8. Las actividades prescritas por el Duodécimo
Paso en Al‑Anon nunca debieran tener
carácter profesional, pero nuestros centros
de servicio pueden contratar empleados
especializados.
9. Nuestros grupos, como tales, nunca debieran
organizarse, pero pueden crear centros de
servicios o comisiones directamente respon‑
sables ante las personas a quienes sirven.
10. Los Grupos de Familia Al‑Anon no deben
emitir opiniones acerca de asuntos ajenos a
sus actividades. Por consiguiente, su nombre
nunca debe mezclarse en polémicas públicas.
11. Nuestra política de relaciones públicas
se basa más bien en la atracción que en la
promoción. Necesitamos mantener siempre
el anonimato personal en la prensa, radio,
el cine y la televisión. Debemos proteger
con gran esmero el anonimato de todos los
miembros de AA.
12. El anonimato es la base espiritual de nues‑
tras Tradiciones y siempre nos recuerda que
debemos anteponer los principios a las per‑
sonas.

Los Grupos de Familia Al‑Anon son una herman‑


dad de parientes y amigos de alcohólicos que com‑
parten sus experiencias, fortaleza y esperanza, con
el fin de encontrarle solución a su problema común.
Creemos que el alcoholismo es una enfermedad de la
familia, y que un cambio de actitud puede ayudar a
la recuperación.
Al‑Anon no está aliado con ninguna secta ni
religión, entidad política, organización ni institución;
no toma parte en controversias; no apoya ni combate
ninguna causa. No existe cuota alguna para hacerse
miembro. Al‑Anon se mantiene a sí mismo por medio
de las contribuciones voluntarias de sus miembros.
En Al‑Anon perseguimos un único propósito: ayu‑
dar a los familiares de los alcohólicos. Hacemos esto
practicando los Doce Pasos, dando la bienvenida y
ofreciendo consuelo a los familiares de los alcohólicos
y comprendiendo y animando al alcohólico.
Preámbulo Sugerido de Al‑Anon para los Doce Pasos

23
Para información sobre
las reuniones, llame al:
1-888-425-2666 (1-888-4AL-ANON)
Al-Anon y Alateen se sostienen por medio de
las contribuciones voluntarias de sus miembros
y de la venta de nuestra Literatura Aprobada
por la Conferencia.
Al-Anon Family Group Headquarters, Inc.
1600 Corporate Landing Parkway
Virginia Beach, VA 23454-5617
Teléfono: (757) 563-1600 Fax: (757) 563-1655
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puede introducirse en ningún sistema de acceso, ni
transmitirse, de ninguna forma ni por ningún medio,
ya sea electrónico, mecánico, de fotocopiado, de regis‑
tro, ni ningún otro, sin el permiso anticipado y por
escrito del editor.
Título original Al‑Anon Sharings from Adult Children
©Al-Anon Family Group Headquarters, Inc.
1979, 1984, 2004
Revisado en el 2004

Aprobado por
la Conferencia de Servicio Mundial
de los Grupos de Familia Al-Anon

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localidad.

13-8 SP-47 Impreso en los EE. UU.

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