U6 La Iglesia
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EL ESPIRITU SANTO
1. Su divinidad: procede eternamente del Padre y del Hijo
Los cristianos confesamos con la Iglesia que el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, distinta del Padre y del Hijo, de quienes procede eternamente.
Creemos en el Espíritu Santo, Señor, y vivificador, que, con el Padre y el Hijo es
juntamente adorado y glorificado. Que habló por los profetas; nos fue enviado por Cristo
después de su resurrección y ascensión al Padre; ilumina, vivifica, protege y rige la Iglesia,
cuyos miembros purifica con tal que no desechen la gracia. Su acción, que penetra lo íntimo del
alma, hace apto al hombre de responder a aquel precepto de Cristo: "Sed ... perfectos, como
también es perfecto vuestro Padre celestial" (Pablo VI, El Credo del Pueblo de Dios, 11. 13). Cfr.
Documento de Puebla, nn.202-204.
Ya en el Símbolo de los Apóstoles se confiesa esa fe en el Espíritu Santo, Persona de la
Trinidad distinta del Padre y del Hijo.
En el Antiguo Testamento se habla de El veladamente ya que Moisés pretende instruir a un pueblo
rudo, se propone afirmar el monoteísmo (un solo Dios): si se hubiera referido al Misterio de la Santísima
Trinidad, el pueblo podría haber creído que habían tres dioses distintos. (cfr. Ps. 103, 30; Is. 11, 2; Ex.
36, 27), pero es el Nuevo Testamento quien lo revela con claridad, declarando expresamente su
divinidad.
En los Hechos de los Apóstoles leemos lo que San Pedro dijo a Ananías: "¿Cómo ha tentado Dios
tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo? No has mentido a los hombres, sino a Dios"
(Hechos 5, 3).
El Espíritu Santo -por ser Dios, igual al Padre y al Hijo- merece la misma adoración y gloria. Por
su consubstancialidad con el Padre y el Hijo -es la misma sustancia divina-, hay una identidad
en el honor y la gloria que los hombres le debemos.
a) Es una Persona divina, que procede del Padre y del Hijo.
Decimos que el Espíritu Santo es Persona divina, y no un atributo o virtud divina impersonal. Así
lo confiesa la fe de la Iglesia:
"Creemos en el Espíritu Santo, el que habló en la Ley y anunció en los profetas y descendió
sobre el Jordán, el que habla en los Apóstoles y habita en los santos; y así creemos en El que
es Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu perfecto, Espíritu consolador e increado" (Símbolo de
Epifanía, Dz. 13).
El Espíritu Santo es una Persona realmente distinta del Padre y del Hijo, como queda manifiesto
en la fórmula trinitaria del bautismo (cfr. Mt. 2 8, 19), la teofanía del Jordán (cfr. Mt. 3, 6) y el
discurso de despedida de Jesús (cfr. Juan 14, 16-26; 15,26).
Esta doctrina concerniente al Espíritu Santo en cuanto Dios, como Persona que procede del
Padre y del Hijo, que es enviada por ambos, es firmemente enseñada desde el principio de la
Iglesia hasta nuestros días.
2.El Nombre propio del Espíritu Santo:
"Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La
Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento
para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu
divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas
divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona
inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos "espíritu" y
"santo".
Los apelativos del Espíritu Santo
*"Paráclito": literalmente significa: "aquel que es llamado junto a uno"; se traduce habitualmente por
"Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1).
*El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
*En San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el
Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2 Co 3,
17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4,
14).
3.Los símbolos del Espíritu Santo
*El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que,
después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo
nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el
agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo.
*La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el
punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). La Unción primera
realizada por el Espíritu Santo es la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de
Dios. Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente
"ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1).
Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús
distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la
humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto [...] que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el
Cristo total" según la expresión de San Agustín
*El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu
Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
*La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde
las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y
salvador Estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen
María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la
Transfiguración es Él quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a
Pedro, Santiago y Juan, y «se oyó una voz desde la nube que decía: "Este es mi Hijo, mi Elegido,
escuchadle"» (Lc 9, 34-35).
*El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su
sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la
imagen del sello [sphragis] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos
del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas
para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser
reiterados.
*La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (cf. Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños
(cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún,
mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; 13, 3;
19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos
fundamentales" de su enseñanza (cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la
Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.
*El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido
escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles
"está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de
carne del corazón" (2 Co 3, 3). El himno Veni Creator invoca al Espíritu Santo como dextrae Dei Tu
digitus ("dedo de la diestra del Padre").
*La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve
con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn 8, 8-12).
Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre
él (cf. Mt 3, 16 paralelos). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En
algunos templos, la Santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de
paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu
Santo es tradicional en la iconografía cristiana.
4.El Espíritu Santo asiste a la Iglesia
Como lo había prometido Jesús antes de marcharse de nuevo al cielo, desde allá nos envía, junto
con su Padre, al Paráclito. Es San Lucas quien nos relata su venida: "Llegado el día de
Pentecostés estaban todos reunidos en un lugar, cuando de repente sobrevino del cielo un
ruido como de viento impetuoso, que llenó toda la casa. Y aparecieron unas como lenguas de
fuego que se posaron sobre cada uno de ellos. y todos fueron llenos del Espíritu Santo"
(Hechos 2, 1-5).
El Espíritu Santo:
a) iluminó el entendimiento de los Apóstoles en las verdades de la fe, y los transformó de
ignorantes, en sabios;
b) fortificó su voluntad, y de cobardes los transformó en valerosos defensores de la doctrina de
Cristo, que todos sellaron con su sangre.
El Espíritu Santo no descendió sólo para los Apóstoles, sino para toda la Iglesia, a la cual
enseña, defiende, gobierna y santifica.
• Enseña, ilustrándola e impidiéndole que se equivoque- Por eso Cristo lo llamó "Espíritu de
verdad" (Juan
16, 13);
• La defiende, librándola de las asechanzas de sus enemigos; _
• La gobierna, inspirándole lo que debe obrar y decir;
• La santifica con su gracia y sus virtudes.
Es muy significativo que los Apóstoles, en el primer Concilio, en Jerusalén, invocaron la
autoridad del Espíritu Santo como fundamento de sus decisiones: "Nos ha parecido al Espíritu
Santo ya nosotros. (Hechos 15,28). Ejemplos prácticos de esta asistencia del Espíritu Santo a la
Iglesia hay muchos:
• Ningún Pontífice Romano ha errado en sus decisiones dogmáticas;
• Siempre se han desencadenado contra ella graves males, pero entonces suscita eminentes
varones que los contrarresten;
• Los perseguidores de la Iglesia nunca han podido hacer daños irreparables, y han tenido un
:fin desastroso
• Nunca han faltado cristianos de eminente santidad.
• Su acción en la Iglesia es permanente: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros eternamente" (Juan 14, 16). Tal fue la promesa de Cristo.
5.El Espíritu Santo vive en el alma en gracia
"La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de
Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo,
como aquel que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios trino y uno se comunica
con los hombres construyendo en ellos la fuente de vida eterna" (Juan Pablo 11, Ene. Dominum
et vivificantem, n. 2).
En nuestra santificación intervienen las tres Personas divinas, porque el principio de las
operaciones es la naturaleza y en Dios no hay más que una sola Esencia o Naturaleza. Por ser
el Espíritu Santo, Amor, y por ser la santificación obra fundamentalmente del Amor de Dios, es
por lo que la obra de la santificación de los hombres se atribuye al Espíritu Santo (cfr. Decr.
Apostolicam actuositatem, n. 3).
Esta santificación la realiza principalmente a través de los sacramentos, que son signos
sensibles instituidos por Jesucristo, que no sólo significan sino que confieren la gracia.
La vida divina que nos santifica, nace, crece y sana por medio de los sacramentos. Son,
pues, los medios de salvación a través de los cuales nos santifica, principalmente, el Espíritu
Santo.
Así, el Espíritu Santo inhabita en el alma del justo y distribuye sus dones, pues "no es un artista
que dibuja en nosotros la divina substancia, como si El fuera ajeno a ella, no es de esa forma
como nos conduce a la semejanza divina, sino que El mismo, que es Dios y de Dios procede, se
imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la
comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino
y restituye al hombre la imagen de Dios" (San Cirilo de Alejandría, Thesaurus de sancta et
consubstantiali Trinitate 34: PG 75, 609).
En efecto, cuando el alma corresponde con docilidad a sus inspiraciones, va produciendo actos
de virtud y frutos innumerables -San Pablo enumera algunos como ejemplo: caridad, gozo, paz,
longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, modestia, continencia,
castidad (cfr. Gal. 5,22)-, derramando abundantemente su gracia en nuestros corazones:
• habita en el alma y la convierte en templo suyo;
• la ilumina en lo referente al conocimiento de Dios;
• la santifica con la abundancia de sus virtudes, gracias y dones;
• la fortalece en el bien y reprime sus malas inclinaciones;
• la consuela (por eso es llamado "Espíritu Consolador").
Son muy expresivos los textos de la Sagrada Escritura en este sentido. Entre ellos se pueden
entresacar algunos:
“Cuando venga el Espíritu Santo os enseñará todas las verdades" (Jn. 14, 26).
"Fuisteis santificados, fuisteis justificados por el Espíritu Santo" (I Cor. 6, 11).
"El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo qué hemos de pedir, él mismo intercede por
nosotros con gemidos inenarrables" (Rom. 8,26).
6-Tratar al Espíritu Santo
Si el Espíritu Santo es el santificador de nuestras almas, es necesario que los hombres nos
esforcemos en conocerle, tratarle y seguir sus enseñanzas, demostrando así que le queremos.
El hombre debe hablar con El, pedirle ayuda, tratarle con intimidad: "Concede a tus fieles, que en ti
confian, tus siete sagrados dones. Dales el mérito de la virtud, dates el puedo de la salvación, dales el
eterno gozo" (Secuencia de la misa de Pentecostés).
El trato continuo con el Espíritu Santo aumenta nuestro amor, y en consecuencia nos facilita el
seguir con docilidad sus enseñanzas:
"El Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos,
deseos y obras... Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más
en nosotros en iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre" (Mons. Escrivá de Balaguer, Es
Cristo que pasa, n. 135).
Nuestros deberes para con El son:
a) Presentarle nuestros homenajes de adoración y amor.
b) Pedirle sus virtudes y sus dones, tan importantes en la vida cristiana.
e) Evitar cuanto pueda disgustarlo, y sobre todo el expulsarlo de nuestra alma por el pecado
mortal: "no contristéis al Espíritu Santo", nos alerta San Pablo (Ef. 41, 30).
Son igualmente de San Pablo estas palabras: "¿Ignoráis vosotros que sois templo de Dios, y que el
Espíritu Santo mora en vosotros? Pues si alguno profanare el templo de Dios, Dios le perderá" (1
Coro3,16).
Tenemos pues, una estricta obligación de alejar nuestro cuerpo nuestra alma de toda impureza, por
respeto al Espíritu Santo, que mora en ellos.
LA SANTA IGLESIA CATÓLICA
1. La Iglesia, continuadora de la misión de Cristo
"¿Qué objetivo -se preguntaba el Papa León XIII- persiguió Cristo al fundar la Iglesia? ¿Qué se
propuso? Una sola cosa: transmitir a la Iglesia, para continuarlos, la misma misión y el mismo mandato
que El había recibido de su Padre" (Ene. Satis cognitum).
Pocos años antes, el Concilio Vaticano I había declarado que Cristo, "Pastor eterno, decidió fundar la
Santa Iglesia para perpetuar la obra salvífica de la redención" (Dz. 1821).
Estos textos son eco directo de la Sagrada Escritura (cfr.In. 17, 18; 20, 21; Mt. 28,18-19; Lc. la, 26; 1
Cor. 5,20) Y de la Tradición.
Cristo es la Cabeza y constituye la salvación; la Iglesia es su Cuerpo, y constituye su culminación. Su
papel consiste en comunicar a los hombres esa salvación ya conseguida definitivamente por Cristo.
La Iglesia es ese Cuerpo que debe crecer hasta alcanzar su talla adulta (cfr. Ef. 4, 13) Y convertirse en
el Cristo total, y que debe extender el Reino hasta los confines del mundo.
Etimológicamente, Iglesia significa reunión, congregación de personas, y católica significa universal.
2. Origen de la Iglesia
Toda la vida de Jesucristo estuvo orientada a fundar la Iglesia. Pueden en ella distinguirse los
siguientes momentos:
1º. Preparó su fundación instruyendo a sus discípulos y a sus Apóstoles durante tres años, haciéndoles
aptos para la predicación de su doctrina.
Durante toda su vida pública, Cristo va revelando el Reino de Dios prometido muchos
siglos antes en las
Escrituras, concibiendo su realización en una comunidad unida a su persona a la que se llamará
Iglesia.
2º. Fundó la Iglesia cuando, después de haber instruido a un número amplio de discípulos (cfr.
Le, 6, 17; 19,37-
39), de entre ellos elige a doce "para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc. 3, 13-
14).
En efecto, el Señor les escoge para que:
Convivan con Él: esta era una característica de todo discípulo rabínico, ya que el aprendizaje
de la ley, era una sabiduría práctica que se adquiría contemplando actuar a los maestros. El Señor:
• les instruye acerca de los misterios del reino (di'. Me. 4, 10-11);
• les descubre el sentido de las parábolas (cfr. Me. 7, 17);
• les enseña aparte (cfr. Me. 6, 31), estableciendo una neta diferencia entre ellos y los demás
(cfr. Me. 9,28-30);
• les revela el futuro de Jerusalén y el comienzo de la nueva era (Me, 13, 3ss.) y sobre todo,
el misterio de su Pasión y de su Muerte (cfr. Me, 8,31; 9, 30; 10,32).
En vistas al apostolado: por eso les llama Apóstoles (cfr. Le. 6, 13). El Señor les dará la misión
de predicar su doctrina por todo el mundo, confiriéndoles el triple poder de enseñar, santificar y
gobernar a los fieles (cfr. MI. 28, 18). Como la jerarquía de los Apóstoles necesitaba un principio
de unidad estable, una cabeza que rija, gobierne y mantenga unida a la grey, "para que el
episcopado fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al
bienaventurado Pedro" (Const. Lumen Gentium, n. 18).
3º. Constituyó definitivamente a la Iglesia en la cruz. Sacrificándose por su pueblo, el Siervo de
Yahvé sella con su sangre la nueva y definitiva alianza entre Dios y los hombres,
constituyendo a su Iglesia como realidad eficiente de salvación (acontecimiento de gracia) y
como sacramento eficaz para conseguir esa salvación.
Su Resurrección es el nacimiento de la Iglesia porque por ella el Sacrificio de la Cruz aparece
como la realización del designio de Dios sobre el mundo: "¿no era acaso necesario que el Cristo
padeciera esas cosas para entrar en su gloria?" (Le. 24, 26). La entrada en la gloria, la
Resurrección, constituye la inauguración del Reino.
3. El tiempo de la Iglesia: Pentecostés
Los Apóstoles comenzaron a cumplir la misión que Cristo les confió el mismo día de
Pentecostés, con éxito tan admirable que San Pedro convierte ese día a 3,000 personas con su
primera predicación (cfr. Act, 2, 41), y más adelante a 5,000 con la segunda (cfr. Act. 4, 4).
Luego los Apóstoles se esparcieron por todo el mundo, e iban fundando comunidades cristianas
donde predicaban. Estas comunidades eran regidas por Obispos consagrados por ellos, y
estaban unidas entre sí por una misma fe, unos mismos sacramentos y un mismo jefe común:
San Pedro y sus sucesores.
Pentecostés constituye la fase de manifestación y promulgación de la Iglesia.
-"La Iglesia que Cristo ha fundado en sí mismo por su pasión sufrida por nosotros, la funda ahora
en nosotros y en el mundo mediante el envío de su Espíritu" (Yves Congar, Esquisses du inystere
de l"Eglise, p. 24).
-Es esencialmente, un misterio de culminación (cfr. Act. 2, 32-33): consumado definitivamente
el Sacrificio de Cristo y conseguida la salvación, se completa ahora el misterio con su
universalización y su 'comunicación a los hombres.
-"¿Dónde comenzó la Iglesia de Cristo? Allí donde el Espíritu Santo bajó del cielo y llenó a 120
residentes un solo lugar" (San Agustín, In Ep. loa. ad Parthos)
4. Cualidades de la Iglesia: visible, perpetua, inmutable e infalible
Jesucristo quiso que adornaran a su Iglesia cuatro cualidades; que fuera visible, perpetua,
inmutable e infalible.
1°. Su visibilidad c o n s i s t e en que es una sociedad visible y exterior. En efecto, Jesucristo:
a) Estableció un signo visible para entrar a ella: el bautismo.
b) Puso a su cabeza autoridades visibles: San Pedro, los demás Apóstoles y sus sucesores.
e) Le procuró medios exteriores de santificación: la predicación, los sacramentos, la obediencia a
la autoridad.
Se equivocan, pues, los protestantes al afirmar que no fue la intención de Cristo el formar una
sociedad exterior y visible.
Cristo quiso que su Iglesia fuera visible para que los hombres pudieran identificarla, reconocer
su autoridad y acudir a sus ministros. De otra manera no hubiera podido obligarlos, bajo
pena de condenación eterna, a pertenecer a ella.
De modo específico, ante cualquier confusión o duda, la Iglesia se identifica con Pedro, el Papa o
Pastor Supremo: Ubi Petrus,ubi Ecclesia, ubi Deus, enseñaban los Santos Padres: "donde está
Pedro, ahí está la Iglesia, ahí está Dios".
2°. Su. perpetuidad consiste en que perdurará siempre, pues tiene la promesa de Cristo: "Yo
estaré con vosotros hasta el fin de los siglos" (Mt. 28, 20).
La Iglesia debe ser perpetua en razón de su fin, pues debe salvara todos los hombres hasta el fin
de los tiempos. La perpetuidad de la Iglesia se llama también indefectibilidad. Indefectible significa
que no puede faltar.
3°. Su inmutabilidad consiste en que ha conservado y conservará invariable el tesoro que recibió de
Cristo, a saber: el dogma, la moral y los sacramentos.
No hay duda que ha habido desenvolvimiento y perfección en el dogma católico. Pero este
desenvolvimiento consiste, no en que se hayan enseñado verdades nuevas, no contenidas en la
Sagrada Escritura o en la Tradición; sino que se han declarado y enseñado en forma
perfectamente clara y explícita verdades que estaban allí contenidas en forma general,
oscura o imprecisa. Por ejemplo la Escritura enseña que en Dios hay Padre, Hijo y Espíritu
Santo. El dogma se fue desenvolviendo hasta que encontró la fórmula precisa: en Dios hay tres
personas en una sola Naturaleza. Y así ha sucedido con otras verdades.
4°. Su infalibilidad consiste en no poder errar en asuntos pertinentes a la fe ya la moral.
La infalibilidad es necesaria a la Iglesia porque Dios asoció la salvación a la pertenencia a la
Iglesia: "el que creyere y se bautizare, se salvará" (Me. 16, 16). Pero sí la Iglesia pudiera errar,
ya no seria garantía absoluta de salvación, lo cual, repugna a Su Sabiduría.
5. Las notas de la verdadera Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica
Fuera de la Iglesia Católica hay dentro del cristianismo algunas otras iglesias, las principales son
las protestantes y las cismáticas. Para distinguir la verdadera Iglesia de las que no lo son,
podemos acudir a cuatro notas, que la caracterizan, señaladas por el mismo Jesucristo.
La verdadera Iglesia debe ser una, santa, católica y apostólica.
En estas notas, la Iglesia, lleva en sí misma y difunde a su alrededor su propia apología,
Quien la contempla, quien la estudia con ojos de amor a la verdad, debe reconocer que Ella,
independientemente de los hombres que la componen y de las modalidades prácticas con que
se presenta, lleva en sí un mensaje de luz universal y único, liberador y necesario, divino" (pablo
VI alloc. 23- VI-1966), cfr. Puebla, núm. 225.
a) Debe ser una, porque Jesucristo no quiso fundar sino una sola Iglesia con una sola doctrina y
un solo jefe.
Jesucristo prometió a Pedro que sobre él edificaría su Iglesia (" ... edificaré mi Iglesia Mt. 16, 18),
no sus Iglesias. Expresa su deseo de que todos los hombres formen "un solo rebaño bajo un solo
pastor" (Jn, 10, 16), y manifiesta que "Todo reino dividido sí mismo, será desolado" (Mt. 12, 25).
Y San Pablo, recomendando a los fieles de Éfeso una estricta unidad, emplea la fórmula: ---Un
solo Señor, una fe, un bautismo" (4, 5), en que está claramente indicada la triple unidad: de
doctrina (una fe); de gobierno (un solo señor) y de culto (un bautismo).
b) Debe ser santa, porque Cristo la fundó para santificar a los hombres.
Jesucristo manifestó la fuerza santificadora de su doctrina: "Yo les he comunicado tu doctrina;
santificándolos en verdad; la palabra tuya es la verdad misma" (Jn. 17, 17), Y San Pablo declara:
"Jesucristo amó a su Iglesia y se entregó para santificarla, a fin de hacerla comparecer santa e
inmaculada" (Ef. 5,27).
c) Debe ser católica, porque Cristo la estableció para todos los pueblos y para todos los tiempos.
"Id y enseñad a todas las naciones- (Mt. 28, 19) . -Yo estaré con vosotros hasta la consumación
de los siglos". "Me serviréis de testigos hasta los confines del mundo" (Hechos 1, 8).
La expresión Iglesia Católica (universal) aparece por vez primera en San Ignacio de Antioquía
(Smyr, 7, 2) y ya en el S.VI se ha convertido en nombre propio de la Iglesia.
La Iglesia no es católica por el hecho de estar actualmente extendida por toda la superficie de la
tierra y contar con un crecido número de miembros. La Iglesia era ya católica la mañana de
Pentecostés, cuando todos sus miembros cabían en una reducida sala... Esencialmente, la
catolicidad no es cuestión de geografía, ni de cifras... Es primordialmente una realidad
intrínseca a la Iglesia (Henry de Lubac, Catholicisme).
d) Debe ser Apostólica, ya que si la catolicidad nos presenta la presencia de Cristo en todo el
mundo, la apostolicidad nos habla de su continuidad a través de los siglos. La Iglesia es Apostólica
porque todos sus elementos esenciales proceden de Cristo a través de los Apóstoles, y están
garantizados por una sucesión ininterrumpida hasta el fin de los tiempos. La apostolicidad es uno de los
argumentos más utilizados para mostrar la legitimidad de la misión de la Iglesia:
"¿Cómo es posible tener por pastor a aquél que no sucede a nadie, y que es ya de entrada un extraño y
profano?" (San Cipriano, EP. 64, 3, 1).
Esta continuidad profunda de la Iglesia a través de los siglos constituye uno de los signos más
claros de la asistencia divina.
6.La Virgen María, Madre de la Iglesia.
Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene
considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. «Se la reconoce y se la venera como verdadera
Madre de Dios y del Redentor [...] más aún, "es verdaderamente la Madre de los miembros (de Cristo)
porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza"
La maternidad de María respecto de la Iglesia
El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de
ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la
concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57).
Ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu
Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro
supereminente y del todo singular de la Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia
(LG 63).
Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de manera
totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente amor, para
restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia"
(LG 61).
"Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio
fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y
definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión
salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna
[...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora" (LG 62).
"La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la
única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen
en la salvación de los hombres [...] brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su
mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60). "Ninguna creatura puede
ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio
de Cristo participan de diversas maneras tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única
bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación
del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la
única fuente" (LG 62).
7. Los fieles de cristo: jerarquía, laicos, vida consagrada
"Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios y,
hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno
según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia
en el mundo" (CIC, can. 204, 1; cf. LG 31).
Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a
su misión. Porque "hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión. A los apóstoles y sus
sucesores les confirió Cristo la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad.
Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia
y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios" (AA 2). En fin, "en esos
dos grupos [jerarquía y laicos] hay fieles que por la profesión de los consejos evangélicos [...] se
consagran a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es
propia" (CIC can. 207, 2).
I-La constitución jerárquica de la Iglesia
Razón del ministerio eclesial
El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión,
orientación y finalidad:
«Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos
ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que posean la sagrada
potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios [...]
lleguen a la salvación» (LG 18).
El carácter de servicio del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado a la naturaleza sacramental. En
efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión y autoridad, los ministros son verdaderamente
"siervos de Cristo" (Rm 1, 1), a imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros "la forma de
siervo" (Flp 2, 7).
De igual modo es propio de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener un carácter colegial . En
efecto, desde el comienzo de su ministerio, el Señor Jesús instituyó a los Doce, "semilla del Nuevo Israel,
a la vez que el origen de la jerarquía sagrada" (AG 5). Elegidos juntos, también fueron enviados juntos, y
su unidad fraterna estará al servicio de la comunión fraterna de todos los fieles; será como un reflejo y un
testimonio de la comunión de las Personas divinas (cf. Jn 17, 21-23). Por eso, todo obispo ejerce su
ministerio en el seno del colegio episcopal, en comunión con el obispo de Roma, sucesor de san Pedro y
cabeza del colegio; los presbíteros ejercen su ministerio en el seno del presbiterio de la diócesis, bajo la
dirección de su obispo.
Por último, es propio también de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener carácter personal.
Cuando los ministros de Cristo actúan en comunión, actúan siempre también de manera personal. Cada
uno ha sido llamado personalmente ("Tú sígueme", Jn 21, 22; cf. Mt 4,19. 21; Jn 1,43) para ser, en la
misión común, testigo personal, que es personalmente portador de la responsabilidad ante Aquel que da la
misión, que actúa "in persona Christi" y en favor de personas : "Yo te bautizo en el nombre del Padre ...";
"Yo te perdono...".
El ministerio sacramental en la Iglesia es, pues, un servicio colegial y personal a la vez, ejercido en
nombre de Cristo. Esto se verifica en los vínculos entre el colegio episcopal y su cabeza, el sucesor de san
Pedro, y en la relación entre la responsabilidad pastoral del obispo en su Iglesia particular y la común
solicitud del colegio episcopal hacia la Iglesia universal.
El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
Cristo, al instituir a los Doce, "formó una especie de colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a
Pedro lo puso al frente de él" (LG 19). "Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás
apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano
Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles"(LG 22; cf. CIC, can 330).
El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, "es el principio y fundamento perpetuo y
visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles "(LG 23). "El Pontífice
Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la
Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad" (LG 22;
cf. CD 2. 9).
"El colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con el Romano
Pontífice [...] como Cabeza del mismo". Como tal, este colegio es "también sujeto de la potestad suprema
y plena sobre toda la Iglesia" que "no se puede ejercer a no ser con el consentimiento del Romano
Pontífice" (LG 22; cf. CIC, can. 336).
"Este colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la universalidad del Pueblo de
Dios; en cuanto reunido bajo una única cabeza, expresa la unidad del rebaño de Dios" (LG 22).
"Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias
particulares" (LG 23). Como tales ejercen "su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que le
ha sido confiada" (LG 23), asistidos por los presbíteros y los diáconos. Pero, como miembros del colegio
episcopal, cada uno de ellos participa de la solicitud por todas las Iglesias (cf. CD 3), que ejercen
primeramente "dirigiendo bien su propia Iglesia, como porción de la Iglesia universal", contribuyen
eficazmente "al Bien de todo el Cuerpo místico que es también el Cuerpo de las Iglesias" (LG 23). Esta
solicitud se extenderá particularmente a los pobres (cf. Ga 2, 10), a los perseguidos por la fe y a los
misioneros que trabajan por toda la tierra.
La misión de enseñar
Los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer deber el anunciar a todos el
Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los heraldos del Evangelio que
llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad
de Cristo" (LG 25).
"El Romano Pontífice, cabeza del colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio
cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos,
proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral [...] La infalibilidad prometida a la
Iglesia reside también en el cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de
Pedro", sobre todo en un Concilio Ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074). Cuando la Iglesia propone
por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar "como revelado por Dios para ser creído"
(DV 10) y como enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la obediencia de la fe"
(LG 25). Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina (cf. LG 25).
La asistencia divina es también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en comunión
con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al obispo de Roma, Pastor de toda la Iglesia),
aunque, sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una "manera definitiva", proponen, en el
ejercicio del magisterio ordinario, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación
en materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza ordinaria, los fieles deben "adherirse con espíritu de
obediencia religiosa" (LG 25) que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él.
La misión de santificar
El obispo "es el administrador de la gracia del sumo sacerdocio" (LG 26), en particular en la Eucaristía que
él mismo ofrece, o cuya oblación asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores. Porque la
Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo y los presbíteros santifican la Iglesia con
su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La santifican con su
ejemplo, "no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3). Así es
como llegan "a la vida eterna junto con el rebaño que les fue confiado"(LG 26).
La misión de gobernar
"Los obispos, como vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que se les han
confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y con ejemplos, sino también con su autoridad y
potestad sagrada "(LG 27), que deben, no obstante, ejercer para edificar con espíritu de servicio que es el
de su Maestro (cf. Lc 22, 26-27).
El Buen Pastor será el modelo y la "forma" de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias
debilidades, el obispo "puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar
a sus súbditos, a a los que cuida como verdaderos hijos [...] Los fieles, por su parte, deben estar unidos a
su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre" (LG 27):
«Obedeced todos al obispo como Jesucristo a su Padre, y al presbiterio como a los Apóstoles; en cuanto a
los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que
atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Smyrnaeos 8,1)
II. Los fieles cristianos laicos
"Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado
religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el
bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan a su manera de las funciones de Cristo,
Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la
Iglesia y en el mundo" (LG 31).
La vocación de los laicos
"Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades
temporales y ordenándolas según Dios [...] A ellos de manera especial corresponde iluminar y ordenar
todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a
ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor" (LG 31).
La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear
los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales,
políticas y económicas.
Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del Bautismo y de la
Confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en
asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los
hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los
demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es
tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su
plena eficacia (cf. LG 33).
La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo
"Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y
preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras,
oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal,
si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se
convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cf 1P 2, 5), que ellos ofrecen con
toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor.
De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana,
consagran el mundo mismo a Dios" (LG 34; cf. LG 10).
De manera particular, los padres participan de la misión de santificación "impregnando de espíritu cristiano
la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos" (CIC, can. 835, 4).
III. La vida consagrada
"El estado de vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la
estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo, sin discusión a su vida y a su santidad" (LG 44).
Consejos evangélicos, vida consagrada
Los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicidad a todos los discípulos de Cristo. La
perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica, para quienes asumen libremente el
llamamiento a la vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino, la
pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la
Iglesia es lo que caracteriza la "vida consagrada" a Dios (cf. LG 42-43; PC 1).
El estado de vida consagrada aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una
consagración "más íntima" que tiene su raíz en el Bautismo y se dedica totalmente a Dios (cf. PC 5). En la
vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a
Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el
servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro (cf. CIC, can. 573).
Un gran árbol, múltiples ramas
"El resultado ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas, a partir de
una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y
diversas familias religiosas que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo el
Cuerpo de Cristo" (LG 43).
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
1. Triple estado de la Iglesia
Podemos distinguir tres estados en la Iglesia: la Iglesia militante, la triunfante y la purgante, que
comprende respectivamente los fieles de la tierra, del cielo y del purgatorio.
La Iglesia del cielo se llama triunfante, porque en ella ya se triunfa; la de la tierra, militante, porque en ella
aún se combate y la del purgatorio, purgante, porque en ella purgan las almas las penas debidas por sus
pecados.
L_os condenados no forman parte de la Iglesia, pues ni ésta tiene poder sobre ellos, ni ellos pueden
obtener el fin que la Iglesia se propone: la salvación.
Es de fe que entre estas diferentes partes de la Iglesia hay una comunicación de bienes, que se llama
comunión de los santos.
Comunión aquí significa comunicación. Se llama de los santos, porque los miembros del cielo ya están en
posesión de Dios, los del purgatorio están en camino seguro de esa posesión; y los de la tierra han sido
santificados con el bautismo y son llamados a la santidad necesaria para llegar a ella.
Esta comunicación de bienes puede verificarse, porque todos los fieles de los tres estados de la Iglesia
somos miembros de un mismo Cuerpo Místico, cuya cabeza es Cristo.
Los miembros de un cuerpo son solidarios y se deben ayudar el uno al otro. Dice San Pablo: "Así como
tenemos varios miembros en un solo cuerpo, y todos los miembros no tienen la misma función; así
nosotros que somos muchos no formamos sino un cuerpo en Cristo" (Rom. 12,4 v 5). Y ponía
personalmente en práctica su doctrina cuando escribía a los Romanos: "Ayudadme con vuestras oraciones
cerca de Dios" (Rom. 15,30).
2. Comunicación de bienes en la Iglesia
Los bienes que se comunican son:
a) los méritos infinitos de Cristo;
b) los méritos superabundantes de María Santísima y de los santos;
c) el fruto de la Misa y de los sacramentos;
d) las oraciones y buenas obras de los fieles. Estos bienes se llaman el tesoro espiritual de la
Iglesia
Los méritos de María Santísima y de los santos se llaman superabundantes porque merecieron más
de lo que necesitaban para salvarse; y de esa superabundancia podemos participar nosotros.
Es posible que se nos comuniquen méritos ajenos, porque en toda obra buena hay dos partes: una
palie personal, que corresponde exclusivamente al que la hace; y otra de que puede disponer en
favor de los demás y ésta es la que se nos aplica.
3. Modo cómo se comunican
"Comunión de los Santos. -¿Cómo te lo diría?- ¿Ves lo que son las transfusiones de sangre para el
cuerpo? Pues así viene a ser la comunión de los Santos para el alma. (José María Escrivá de
Balaguer, Camino, n. 544).
Esta comunicación de bienes se hace de la siguiente manera:
1°.Entre la Iglesia triunfante y la de la tierra, en cuanto los santos piden a Dios por nosotros y nos
alcanzan gracia y favores; y nosotros les damos culto y nos encomendamos a su protección.
2°. Entre nosotros y la Iglesia purgante, en cuanto nosotros ofrecemos sufragios y limosnas por las
benditas ánimas;
y ellas se convierten en poderosos intercesores nuestros al llegar al cielo.
3°. Entre los mismos fieles de la tierra, en cuanto podemos ayudarnos unos a otros; y en cuanto
todos los fieles participan del fruto de la Misa, buenas obras y oraciones de toda la Iglesia.
Por eso aconseja el Apóstol Santiago: "Orad unos por otros, para que seáis salvos; pues vale mucho
la oración perseverante del justo" (5, 1~).
4. Quiénes participan de estos bienes
Participan de ellos todos los que pertenecen a la Iglesia Católica.
1°.Los que están en gracia participan abundantemente ya que la gracia es la que nos hace miembros
vivos del Cuerpo de Cristo.
Esta participación se hace según las leyes de justicia y de la misericordia divina, en una proporción
que nos es desconocida.
Tratándose de los fieles de la tierra, ordinariamente Dios ha de tener en cuenta su gracia y su fervor;
y respecto a las benditas ánimas, los méritos que alcanzaron en esta vida.
2º Los que están en pecado mortal pierden la mayor parte de estos bienes. Sin embargo, por ser
miembros del cuerpo de la Iglesia, participan de algo, especialmente en cuanto reciben gracias para
su conversión.
3°. Los que no son miembros de la Iglesia, los infieles, herejes, apóstatas, cismáticos y
excomulgados no participan de dichos bienes.
"El que deja de luchar causa un mal a la Iglesia, a su empresa sobrenatural, a sus hermanos, a
todas las almas.
- Examínate: ¿no puedes poner más vibración de amor a Dios, en tu pelea espiritual?
- Yo rezo por ti... y por todos. Haz tú lo mismo" (José María Escrivá de Balaguer, Forja, 107).
Los siete Sacramentos de la Iglesia
¿Qué son los sacramentos y cuántos hay?
Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la
Iglesia, a través de los cuales se nos otorga la vida divina.
Signo sensible es una cosa conocida que manifiesta otra menos conocida; si veo humo,
descubro que hay fuego.
Pero decimos también signo eficaz, porque el sacramento no sólo significa, sino que
produce la gracia (el humo sólo significa el fuego, pero no lo produce).
Son siete:
nacemos a la vida sobrenatural por el Bautismo,
nos fortalecemos con la Confirmación,
mantenemos la vida con el alimento de la Eucaristía,
si se pierde por el pecado, la recupera la Penitencia,
y con la Unción de enfermos nos preparamos para el viaje que acabará en el cielo.
El Orden sacerdotal procura los ministros de la Iglesia,
y el Matrimonio, que con los hijos perpetúa la sociedad humana y hace crecer la Iglesia
cuando son regenerados por el bautismo.
2. El porqué de la institución de los sacramentos
Cristo ha querido acomodarse a nuestra manera de ser, dándonos los dones divinos por medio de
las realidades materiales que usamos, para que nos fuera más fácil conseguirlo.
Igual que la Santísima Humanidad de Cristo es el instrumento unido a la Divinidad del que se sirve
el Verbo para realizar la Redención de los hombres, así las cosas, o acciones de los sacramentos
son los instrumentos separados por los que Dios nos santifica, acomodándose a nuestra manera
de ser y de entender.
Nos podemos preguntar por qué Cristo ha querido hacer así las cosas. Él puede comunicar la gracia
directamente, sin recurrir a ningún medio sensible, aunque ha querido acomodarse a nuestra manera de
ser, dándonos los dones divinos por medio de las realidades materiales que usamos, para que nos fuera
más fácil conseguirlo. En el bautismo, por ejemplo, igual que el agua naturalmente purifica, el sacramento
purifica: el sacramento lava y limpia sobrenaturalmente el alma, quitando el pecado original y cualquier
otro pecado que pueda haber, mediante la infusión de la gracia.
Ésta fue la pedagogía de Cristo durante la vida pública, sirviéndose de cosas materiales, de acciones
externas y de palabras. Tocó con su mano al leproso y le dijo: "Quiero, queda limpio" (Mateo 8,3); untó con
barro los ojos del ciego de nacimiento, y recuperó la vista (cfr. Juan 9,6-7); para comunicar a los Apóstoles
el poder de perdonar los pecados, sopló sobre ellos y pronunció unas palabras (cfr. Juan 20,22).
3. Jesucristo instituyó los siete sacramentos
Todos los sacramentos han sido instituidos por Jesucristo -que es el autor de la gracia y puede
comunicarla por medio de signos sensibles-
4. Los sacramentos de la Iglesia
Cristo confió los sacramentos a su Iglesia, y podemos decir que son "de la Iglesia" en un doble
sentido:
la Iglesia hace o administra o celebra los sacramentos,
y los sacramentos construyen la Iglesia (el bautismo genera nuevos hijos de la Iglesia, etc.).
Existen, pues, por ella y para ella.
5. Los sacramentos de la fe
Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de
Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios,
Como signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la
alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman sacramentos de la fe.
6. Efectos de los sacramentos
Los sacramentos, si se reciben con las disposiciones requeridas, producen como fruto:
a) Gracia santificante. Los sacramentos dan o aumentan la gracia santificante. El bautismo y la penitencia
la dan; los otros cinco aumentan la gracia santificante, y sólo se deben recibir estando en gracia de Dios.
El que los recibe en pecado mortal comete pecado de sacrilegio.
b) Gracia sacramental. Además de la gracia santificante que conceden todos los sacramentos, cada uno
otorga algo especial que llamamos gracia sacramental. Es un derecho a recibir de Dios en el momento
oportuno la ayuda necesaria para cumplir las obligaciones contraídas al recibir aquel sacramento. Así, el
bautismo da gracia especial para vivir como buenos hijos de Dios; la confirmación concede fuerza y valor
para confesar y defender la fe hasta la muerte, si fuera preciso; el matrimonio, para que los cónyuges sean
buenos esposos y eduquen cristianamente a sus hijos; etc.
c) Carácter. El bautismo, confirmación y orden sacerdotal conceden además el carácter, que es una señal
espiritual e imborrable, que confiere una peculiar participación en el sacerdocio de Cristo. Por eso, estos
tres sacramentos sólo pueden recibirse una vez.
7. De qué se compone un sacramento
Un sacramento se compone de materia, forma, y el ministro que lo realiza con la intención de hacer
lo que hace la Iglesia.
La materia es la realidad o acción sensible, como el agua natural en el bautismo, o los actos
del penitente en la confesión (contrición, confesión y satisfacción).
La forma son las palabras que al hacerlo se pronuncian.
El ministro es la persona que hace o administra el sacramento.
8. Diversidad de sacramentos
Siguiendo la analogía entre vida natural y etapas de la vida sobrenatural, se pueden distinguir en los
sacramentos tres grupos:
a) Sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, que ponen los
fundamentos de la vida cristiana y comunican al hombre la vida nueva en Cristo;
b) Sacramentos de curación: Penitencia y Unción de enfermos, que curan el pecado y las heridas
de nuestra debilidad;
c) Sacramentos al servicio de la comunidad: Orden sacerdotal y Matrimonio, establecidos para
socorrer las necesidades de la comunidad cristiana y la sociedad humana.
Los sacramentos forman como un organismo, en el que cada sacramento tiene su función vital. La
Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto "sacramento de los sacramentos". Podemos decir con Santo
Tomás de Aquino que "todos los otros sacramentos están ordenados a la Eucaristía como a su fin".
9. Los sacramentos son necesarios para la salvación
Los sacramentos no sólo son importantes sino necesarios, si queremos vivir la vida cristiana y
aumentarla.
Dan siempre la gracia si se reciben con las debidas disposiciones, y si no se recibe más gracia no
es por culpa del sacramento, sino por falta de preparación.
Hay que acercarse, por tanto, a recibir los sacramentos con la mejor disposición, para que
podamos recibir la gracia y recibirla en abundancia.