Cartas Escogidas - Hermann Hesse
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Hermann Hesse
Cartas escogidas
ePub r1.0
JeSsE 29.04.15
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Título original: Ausgewahlte Briefe
Hermann Hesse, 1951
Traducción: María A. Gregor
Retoque de cubierta: JeSsE
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Las cartas que no indican el lugar
desde donde han sido enviadas fueron
escritas por Hesse en Montagnola. Se
omiten las fórmulas de salutación finales,
salvo en aquellos casos en los que se
transparenta una forma personal. Los
cortes para abreviar los textos están
indicados por puntos suspensivos.
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Al barón Alexander von Bernus,
Convento Neuburg, cerca de Heidelberg
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Al barón Alexander von Bernus,
Convento Neuburg, cerca de Heidelberg.
A Wilhelm Einsle
1912
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Estimado señor Einsle:
Para usted no debe ser tan difícil escribirme, como me resulta a mí cuando deseo
escribirle, pues me conoce mejor de lo que yo puedo conocerle.
Sólo puedo aceptar la cordial adhesión que brinda a mis libros, pero no
agradecerla, pues no hay respuesta para un elogio. Su atenta carta me ha causado gran
alegría y quiero hacérselo saber. Usted dice:
«Así recorreré mis caminos agradecido, sin saber adonde llegaré algún día». Esto
es muy cierto. Aun cuando, por diversas situaciones, un derrotero parezca bien
determinado, siempre entraña todas las posibilidades de vida y transformación de lo
que el hombre es capaz de crear. Y estas son tanto mayores cuanto más infancia,
gratitud y capacidad de amar llevemos nosotros. La autolimitación de la profesión y
de la edad viril no debe enterrar nuestra juventud. «Juventud» es lo que en nosotros
se conserva niño y cuanto más tengamos de ello, más ricos podemos ser en una vida
fríamente consciente.
Con toda cordialidad, le deseo un buen camino.
25 de diciembre de 1916
… En estos días el Dr. Bloesch me contó que lo vio en Zúrich y sentí de pronto un
gran apego y me puse a pensar en usted, en sus cuadros, en la India y en Bel-Air, en
el arte y la amistad y todas las demás cosas espléndidas de las que la guerra me privó.
Y entonces llegó como presente de Nochebuena su «Playa de Penang», portador
de una nueva oleada de ese mundo maravilloso. Querido amigo, permítame expresar
una vez más mi sincero agradecimiento por este exquisito y querido cuadro de la
playa y por la deferencia de haber pensado en mí. Estimado Sturzenegger, en la
actualidad se oye afirmar a algunos bárbaros que antes de la guerra habríamos vivido
en medio de lujos y sensiblería y no sería sino en el presente cuando estaríamos
descubriendo la vida real y los verdaderos sentimientos. Esto no puede ser más
insensato y falaz. Hoy sé por experiencia que componer un poema y cantar una
canción no sólo es más bello, sino también infinitamente más sabio y valioso que
ganar una batalla o donar un millón para la Cruz Roja. Este mundo «organizado» de
los políticos y los generales es nada, y aun el más loco de nuestros sueños de artista
sigue siendo mucho más valioso. Crea en este pobre diablo de un poeta que desde
hace catorce meses no vive sino en medio de negocios, política, explotación y
organización.
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Por esta razón, su cuadro ha sido recibido en este preciso momento por un
corazón doblemente sensitivo y le estoy doblemente obligado y agradecido. ¡Ah, la
playa de Penang, con sus lejanos archipiélagos y su multitud de bahías! Es bueno
guardar en el recuerdo lo mejor de todo ello, porque de lo contrario enfermaríamos de
nostalgia.
¡Venga alguna vez a Berna! Y cuando haya paz iré a visitarlo y lo espantaré
mostrándole mis cuadros al pastel, pintados con mis propias manos. Como ya no
tengo tiempo para componer y pensar, me he entregado a la pintura en mis ratos
libres y por primera vez en casi cuarenta años he tomado entre los dedos carbones y
colores. Yo no le haré competencia, pues no pinto la realidad de la naturaleza, sino
sólo lo soñado…
Membrete: Deutsche Kriegsgefangenen - Fürsorge (Asociación alemana de ayuda a los prisioneros de guerra).
División: Central bibliográfica, Berna.
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Membrete: Asociación Alemana de ayuda a los prisioneros de Guerra. División: Central bibliográfica, Berna.
27 de agosto de 1919
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particular. Durante la guerra y desde un principio he pasado por un proceso diferente
en cuanto a estas cosas y cuestiones y desde entonces me encuentro situado en otras
constelaciones en relación con el mundo y con la patria. (Mi primer artículo sobre la
degeneración de la intelectualidad alemana en la guerra ya apareció en Zúrich en el
otoño de 1914). En el folleto anónimo El retorno de Zarathustra, que escribí en
enero, he intentado exponer mi relación personal con la política. A pesar de mi
particular empeño porque se lo tuviera en consideración, el «Neue Rundschau» no
hizo mención alguna del librito, tal vez con razón. Pero la juventud ha reaccionado
con vehemencia desde distintas direcciones. Me han interrogado mucho, me han
atacado mucho, me han brindado mucha confianza. Lamentablemente, todo esto me
llega tarde, después de los años de guerra y de los golpes del destino que han
cambiado y aserrado mi existencia. También ha llegado demasiado tarde su cordial
invitación a visitar Berlín. En un momento de inconcebible soledad y desesperación,
he debido hallar yo solo un derrotero y ahora debo quedarme en él, no por
ponderaciones y razones, sino simplemente por la ley de gravitación.
¡Vayamos a los asuntos de negocio! No debe preocuparse por ese libro que editó
Tal, en Viena[5]. Se trata, en efecto, del libro que debía ser publicado por una editorial
suiza. El editor es mi amigo, y me paga los derechos en francos. Tal es tan sólo
impresor y editor técnico.
Además, formar parte de esta serie es para mí como un pequeño documento que
atestigua mi afiliación con el grupo de Rolland, Barbusse, Zweig, y otros pocos
intelectuales a quienes cobré mucho afecto durante los años de la guerra. Este librito
será editado una única vez y ya no volverá a aparecer, tampoco en su editorial. Quizá
en un futuro distribuya los fragmentos que lo componen entre otros libros.
Al respecto puedo decirle poco en este momento. Usted mismo ha advertido ya
que también como literato me he transformado y mudado de piel en los últimos años.
Hoy no sé aún cuanto tiempo seguiré guiándome por la pauta de los expresionistas,
pero por cierto, desde la guerra, desde 1915 aproximadamente, mi rumbo ha variado.
Escribí el Zarathustra en forma anónima para no espantar a la juventud con el
conocido nombre de un viejo. Tal como su esposa adivinó, escribí el Demian en
forma anónima (ya en 1917), pero deberá conservarlo todavía en absoluto secreto.
Todo esto y también los más recientes de mis «cuentos» han sido los primeros
intentos hacia una liberación que pronto consideraré lograda. Aquí, en Montagnola,
he terminado dos trabajos de cierta importancia, de los cuales pienso enviar el
segundo dentro de algún tiempo al Rundschau.
Presumiblemente, usted también debe sufrir con el cambio en su calidad de editor.
El círculo de compradores de mis libros, al menos de los nuevos, se reducirá con
sorprendente rapidez. A mí me da lo mismo. Lo que pudiera perjudicar y cambiar mi
vida por completo debido a una bancarrota financiera, jamás me sacará de quicio.
Y ahora otro pedido. Por momentos tengo la sensación de que pudiera ocurrirme
algo. Si así sucediera le ruego tomar nota que todavía deben salir los siguientes
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libros:
Un volumen con tres novelas, los trabajos revolucionarios más novedosos. Su
contenido: una novela Alma de niño, actualmente en poder de la Deutsche Rundschau
(Paetel). Segundo: una novela Klein y Wagner y una composición algo fantástica: El
último verano de Klingsor. Estos dos manuscritos se encuentran aún en mi poder, el
segundo no está concluido del todo y tan pronto lo termine se lo ofreceré a la
Rundschau.
Este volumen integrado por las tres novelas citadas será mi libro más importante.
Este y Demian. Todavía no he pensado un título adecuado.
Otra cosa que deseo, por si no llegara a hacerlo por mí mismo es que no se
emprenda en mi memoria la publicación de ninguna edición de Obras Completas u
otra de esas cosas superfluas, pero sí una breve selección de mi poesía, bella y
económica. Yo ya he reservado material para tal selección. Le ruego guardar muy
bien estos dos pedidos míos.
Me place saber que a Strauss le va bien. A raíz de la caprichosa revocación de
cierta palabra, no sólo me perjudicó y me puso en una situación embarazosa por una
cuestión literaria, sino me hizo enojar seriamente.
Querido señor Fischer, el viento del mundo y del destino sopla aquí también, en
Montagnola, en mi estudio que da al viejo jardín. Berlín no cambiará nada en mí.
Pero de cualquier manera, el hecho de que usted haya pensado en mí y me invitara
como también la certidumbre de poder contar con su amistad, me conforma y
consuela.
Lo saluda cordialmente suyo.
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Lo saluda cordialmente
22 de julio de 1927
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onomástico en un periódico berlinés (no sé cual).
Así como entre las muchas cartas, la suya fue una de las pocas gratas y auténticas,
también lo fue su artículo entre los artículos periodísticos en su mayoría muy malos,
que alaban o censuran de una manera superficial y no tienen la menor noción de las
cosas. Así pues, me han causado una doble alegría y le agradezco por ello.
Este verano lo he pasado aquí más grato que de costumbre, pues cuento con la
prolongada visita de una amiga. Por lo demás, la estación no me ha resultado
favorable. Vine aquí en primavera, muy cansado y con la salud quebrantada después
de un invierno en la ciudad. Pensé que unas cuantas semanas de vida de campo,
baños de sol y mucha leche me ayudarían a recuperar mi estado normal, pero no lo
conseguí.
Al menos, brilla el sol, si bien alternando con lluvias más frecuentes que en otros
años. No obstante, luce radiante y calienta. No pocas veces dispongo de una buena
hora para pintar y entonces me siento en medio de las vides y los pequeños maizales,
escucho zumbar a los lucanos y correr a las lagartijas, contemplo el vuelo de las
jóvenes golondrinas y me solazo en la contemplación de la policromía de las
montañas y los aires. Entonces todo me parece perfecto.
Acepte mi gratitud, querido camarada. Me ha dado una alegría.
A Ninon Hesse
Hoy, antes del almuerzo, realicé un corto paseo, uno de esos ridículos paseos
ciudadanos normales, por los muelles, un trecho entre los amarraderos del lago de
Zúrich y hasta las pajareras, donde las avecillas multicolores gorjean y se divierten
porque ninguna persona puede adivinar sus nombres, indicados de manera tan
confusa en las tarjetas ilustradas. Escuché a una de ellas cantar nítidamente.
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porque han sido mirados por tus ojos claros y buenos y los amas.
Había sol pero el viento norte era frío. Esta es una primavera para la vista, no para
la piel. No obstante, tuve un día de suerte, en primer lugar por los pájaros, porque
llegó poca correspondencia por la mañana y luego —imagínate— al pasar por la sala
de conciertos, vi expuesto el programa para esta noche. ¿Qué crees que tocarán?
Tocarán de veras la más hermosa y más cara para mí de las sinfonías de Mozart, la
Sinfonía en sol menor cuyo primer movimiento comienza de manera tan alegre y el
segundo con tan enigmático suspenso.
Ya es la tercera vez que la escucho este año, en un lugar distinto en cada ocasión,
con un director diferente, una orquesta diferente y todas las veces ha sido un hallazgo
casual, durante un viaje, y todas las veces constituyó un signo de buena fortuna.
Ya en casa, después del «gran» paseo por la orilla del lago, realicé en mi cuarto el
paseo ocular. Deambulé lentamente por el pequeño jardín de cactus del tamaño de
una mano. Estuve diez minutos en México bajo las euforbias y me detuve un minuto
ante nuestra Urania verde dorada, la mariposa mágica de Madagascar. Imagino que
en París verás todos los días muchas cosas hermosas, querida mía, pero por cierto no
aventajarán a la Urania en esplendor y, por lo demás, también se puede hablar francés
con las mariposas.
Ha aparecido mi nuevo libro Crisis. Tu ejemplar te espera en Ticino. Para mí, ha
llegado demasiado tarde, como siempre, y ahora debo escuchar de mis amigos
reproches y expresiones de elogio sobre cosas a las que atribuí actualidad e
importancia hace dos o tres años y hoy hace mucho han dejado de tenerlas y esos
amigos, que hoy están disgustados con el libro, dentro de cinco o seis años (época en
que les habré dado motivo para otro enojo) dirán que estoy en decadencia y que
debería poner más empeño y volver a escribir algo tan bonito como Crisis.
Esto no te interesa, ya lo sé. En cambio, quisieras saber en qué estoy trabajando
en la actualidad. Yo también quisiera saberlo, pero escapa a mis investigaciones. No
se debe ser muy curioso respecto a estas cosas y en principio me ocurre que en
ocasiones despierto en medio de la noche de un sueño olvidado y creo saber con
certeza que lo que soñaba era la nueva composición pero ya no sé nada al respecto.
No obstante, soy laborioso. Si en el fondo no fuera un individuo muy trabajador,
¿cómo hubiera llegado a la idea de concebir cantos de alabanza y teorías sobre el
ocio? Los haraganes natos, geniales, no lo hacen jamás, como es sabido.
En estos momentos, es decir, desde anteayer, estoy atareado de nuevo con un
manuscrito ilustrado. Sabes que esta es mi actividad predilecta y preferiría pasar la
mitad de mis días realizando estos bellos y frívolos trabajos de inspiración. Pero
verás, no hay tanta gente rica como se pudiera pensar. Hoy en día cualquier muerto de
hambre anda con tal aire de distinción que uno lo tomaría por un consejero comercial.
Pero de esos millares de individuos que encargan al sastre cuatro o cinco trajes al
año, solo una escasa media docena son realmente tan acaudalados y amantes de lo
bello y particular como para no sólo suscribirse a un par de revistas y mantener un
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papagayo y algunos pececitos de colores, sino también encargar a un poeta la
confección de un manuscrito con poemas y viñetas ejecutados a mano. No, sólo una
escasa minoría concibe semejantes ideas. La mayor parte de los ricos nunca concibe
ideas.
Sin embargo, ha venido de nuevo uno de ellos, un caballero harto simpático.
Como llegara a sus oídos lo de mis manuscritos y pinturas, me encargó la confección
de un fascículo de doce poemas manuscritos, amén de las ilustraciones multicolores
respectivas. En consecuencia, por unos días dejaré de ser ocioso para convertirme en
empleado, honrado con un encargo, y me siento como tal. Si no estuviera colmado de
este orgullo, el cometido que me han encargado me disgustaría y naturalmente
tampoco hubiera experimentado los casos de buena fortuna de estos días. Estos sólo
se dan a quien lleva el imán en el bolsillo. Entonces no hubiera oído hablar a la
Astrild Azul de Africa, ni el amigo Andreae dirigiría esta noche la Sinfonía en sol
menor.
Así pues, hoy igual que ayer pasaré sentado algunas horas al escritorio que tú
conoces. Tengo a mi lado la paleta de acuarelas y el vaso de agua, estoy escogiendo
entre mis carpetas aquellos poemas que precisamente hoy me agradan más y pintaré
un motivo para cada uno. Hoy ya pinté dos paisajes ticineses en miniatura, uno con
un árbol desnudo y una torre de pájaros en primavera, el otro con el Monte San
Giorgio en el fondo. En este momento me dedicaré a una nueva página. Pienso pintar
en ella una coronita de flores en todos los colores de mi paleta, pero con
preponderancia del azul. En parte, tomaré flores que recuerdo y en parte inventaré
otras nuevas. En una oportunidad, hace varios años, inventé una flor que existe
realmente. Era para mi amada de ese entonces (de la época previa a tu ascensión
lunar) y me esforcé en imaginar una flor particularmente bella y especial. A los pocos
días descubrí esa misma flor en una florería. Se llamaba gloxinia, un nombre algo
pretencioso y en cierta medida cloqueante, pero era exactamente la flor que había
imaginado.
¿Qué más iba a escribirte? ¡Ah, sí! Ayer tuve una experiencia graciosa con el
teléfono. Quería llamar a un amigo y maniobré exitosamente con el aparato,
anhelante por averiguar si las maravillas de la técnica se dignarían funcionar, o no,
pues son harto caprichosas. Muy bien. Conseguí una comunicación. Me envolvió la
acostumbrada música lejana de campanillas. Por fin alguien se acercó al teléfono, una
criada, y le rogué llamar al dueño de casa. La mujer se marchó y por un instante hubo
silencio, pero al poco rato empezó a ladrar furiosamente un perro. El can tenía una
bella voz de barítono a juzgar por la cual hubiera podido tratarse de un cachorro de
perro de aguas. Ladró y ladró durante cinco minutos, diez minutos, y en ese intervalo
dudé si en lugar de un perro de aguas no sería un ratonero. De cualquier modo, la
cosa me resultaba extraña, pues hasta entonces mi amigo no había criado perros. Por
fin, al cabo de una espantosa y larga espera matizada con ladridos, apareció alguien
en el otro extremo, compuso su voz y me preguntó qué deseaba. No se lo hice saber
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porque comprobé que me habían dado con una persona equivocada.
La vida sin ti se desarrolla de una manera excelente, por lo tanto no te apresures.
La mayoría de las veces estoy en encantadora compañía, ora de pájaros, ora de flores
o mariposas, y por las noches bebo del buen cognac, que ahora que tú no me
acompañas dura bastante, más. Todavía no se ha acabado la botella que dejaste al
partir. Cuando regreses te regalaré algo que no lograrás adivinar y yo tampoco, pero
ya se me ocurrirá.
Deambular tan solo por la ciudad, sin ojos —pues tú te los has llevado contigo—,
es en verdad terriblemente tedioso. Cuando brilla el sol, y alguien me encarga un
manuscrito ilustrado y amanecen días faustos como el de hoy, todo es soportable,
pero cuando llueve y no canta un solo pajarito, y te sé tan distante, la vida pierde
valor.
A Emmy Ball-Hennings
Zúrich, 1928
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sus chimeneas por los carteros que menean la cabeza, le escribo esta carta a través del
periódico, del mismo modo en que los muy desesperados buscan novia en sus
columnas. Al fin y al cabo, la gente de nuestra clase no hace ni ha hecho otra cosa en
todo tiempo que pedir por los medios más desesperados y en los lenguajes secretos
más complicados del mundo un poco de amor y comprensión, pues a pesar de toda
nuestra desesperación y nuestros fracasos conservamos aún en un rincón del corazón
la creencia de que la música que hacemos tiene sentido y proviene del cielo.
En lo que atañe a mi obra, aparentemente me va mucho mejor que a usted. Hace
años escribió La prisión, uno de los libros más veraces y emocionantes de nuestro
tiempo, un libro maravilloso y nadie lo conoce. Los libreros llenan sus escaparates
con todos esos productos de la literatura de moda que son devorados hoy, y mañana
por la noche ya están en la basura, mientras que los libros como el suyo no se
conocen.
Pero si me va mejor y mis libros se venden más, no por eso la aventajo, Emmy, en
lo de ser comprendido, ni me va mejor de lo que le fue a nuestro querido Hugo.
Nosotros tocamos nuestra música y por incomprensión de vez en cuando alguno nos
arroja una moneda en el sombrero, porque cree que nuestra música es algo didáctico,
moral o sabio. Si supiera que es sólo música también, seguiría de largo y se guardaría
su moneda.
Sin embargo, aun los más grandes cánones de la moda se enmohecen
rápidamente, Emmy, y la literatura sobrevive. Recuerdo ejemplos. No voy a hablar de
los autores antiguos a quienes desde hace cien años y más se los entiende mal en
forma permanente y a pesar de ello no sucumben y siguen viviendo y ardiendo en una
decena o en un centenar de corazones encendidos. Recuerdo, por ejemplo, a cierto
Knut Hamsun, que es hoy un anciano y goza de fama universal; los editores y las
redacciones lo tienen en muy alta estima y sus libros se han reeditado varias veces.
Este mismo Hamsun fue un desesperado sin patria en la época en que escribió sus
libros más bellos y tiernos, andaba descalzo y andrajoso y cuando nosotros, jóvenes
rapaces entonces, abogamos por él y lo defendimos con fanatismo, cosechamos la
risa de los demás o no nos escucharon.
Y no obstante, esta es su hora; esto significa que finalmente las mentes perezosas
han recibido su flujo en el curso de tres décadas a través del lento proceso
asimilatorio que conocemos tan bien, y se han estremecido y han debido admitir que
se han puesto en contacto con algo que emana maldita vitalidad.
Por otra parte, he descubierto recientemente algunos hermosos libros que merecen
nuestro elogio. El editor Wolfgang Jess, de Dresde, ha sacado por primera vez una
edición completa de los Fragmentos de Novalis, un libro inagotable. Joachim
Ringelnatz ha narrado sus experiencias en la guerra, un volumen algo extenso pero
muy simpático, titulado Als Mariner im Krieg (En la guerra como marino). Ni el
príncipe heredero ni ninguno de los generales han hecho hasta ahora tan buenas
descripciones de la guerra. Y ya le han levantado también su monumento al pobre
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Gustav Landauer. Su correspondencia ha sido publicada en dos volúmenes por Rütten
y Loening. Estas cartas muestran a un individuo noble y sapiente, que no obstante
corrió a ciegas hacia la máquina infernal de una revolución que con excepción de él y
otros dos asesinados, tuvo muy poco espíritu. Pero la novedad predilecta que desde
hace un mes me captura todos los días durante dos horas y me tendrá ocupado aún
durante meses, es una obra que probablemente también le hubiera agradado a Hugo:
Der heilige Thomas von Aquin (Santo Tomás de Aquino), del dominico Sertillanges,
versión alemana publicada por Hegner, de Hellerau. Sabe Dios, que la «visión del
mundo» de un dominico de la Edad Media no era sencilla. Se requiere para ello más
espíritu que el de un literato alemán de nuestra era o de un presidente americano.
¿Lleva consigo también en este viaje su pequeña cajita de música redonda con
esas tres antiguas y tiernas canciones, de melodía tan delicada, fina e infantil que
tantas veces nos fascinó? ¿Y conserva aún su pasaporte y el bolso de mano, o ya los
perdió, los regaló o le fueron hurtados?
¡Ah, Emmy, es bueno que no tenga ningún acompañante de viaje! No estaría nada
satisfecho con usted y le prohibiría muchas cosas y le estropearía la diversión.
También es bueno que en su lugar la acompañe su ángel custodio que parece tan
tímido y ajeno a la realidad, pero que no obstante la guía en forma tan decidida y
generosa por el curioso mundo y esta curiosa y exigente época, de la cual nuestro
Hugo ha huido con tanto éxito.
Las pocas cartas de Hugo, publicadas en el número de diciembre del «Neuen
Rundschau» no han contribuido a cambiar el mundo, ni acercado el tiempo a la
eternidad, pero despertaron amor en dos docenas de personas, les arrancó lágrimas y
les alivió su supervivencia. Vuestras vidas, la suya y la de Hugo pronto se convertirán
en leyenda, y así como el padre de Hugo sabía contar en medio de sus informes
comerciales, que durante sus viajes de negocios los pájaros habrían bebido de su jarro
de cerveza, del mismo modo se relatarán cosas extravagantes y confortadoras de
usted y de Hugo. Se originará una bella serie de leyendas y todo será cierto y más que
cierto.
El hombre que le ofreció café de malta y le endilgó sermones sobre la salud no
quiso matarla. Es injusta en su aseveración. Sus intenciones eran buenas. Pensó que
siendo usted mujer le sería beneficioso ser más sana y robusta para soportar mejor los
viajes, el hambre y el desconsuelo. Si hubiera sospechado que usted es un ave
encantada y un pequeño ángel se le hubiera acercado sin dejar de hacer reverencias y
no le hubiese ofrecido sino café a la turca, Marsala añejo y cigarrillos egipcios. ¡Más
adelante remediará su error, no lo dude! Hoy la considera todavía un poco enferma y
un poco extraviada. En realidad, todos nos tienen por tales, pero llegará el momento
en que sollozando le pedirá perdón por el café de malta.
Querida Emmy, si tuviera su técnica para viajar iría a visitarla, pero usted ya sabe
que sólo puedo alzar vuelo tendido en mi cuarto o en un prado estival. Tan pronto me
ponen en contacto con ferrocarriles y aparatos parecidos, las cosas salen mal. Fracaso
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yo, o bien falla el aparato. Hace un año, cuando con cargos de conciencia tomé por
primera vez en mi vida un boleto para Berlín y me dirigía a esa curiosa ciudad,
nuestro tren se detuvo media hora en medio del campo, a poca distancia de Berlín. No
le miento. Los funcionarios corrían desorientados en torno a la locomotora declarada
en huelga. Vimos los pinos mecidos por el viento, vimos correr a las liebres por los
secos pastizales. Pero aquella vez el Señor me obcecó. Yo no hice caso de la
advertencia y a pesar de todo seguí mi viaje a Berlín con una hora de atraso y tuve
que conocer el Kurfürstendamm, el Paseo triunfal y la Galería Nacional y otras cosas
tristes. Bueno, esto se hace una sola vez en la vida.
En aquellos días visité aquí, en Zúrich, con mi amada, la cervecería donde cierta
vez usted y Hugo se presentaron en Cabaret. El local seguía estando colmado y se
seguía exhibiendo Cabaret. Un imitador remedaba con sus gesticulaciones las caras
de Lenbach, Menzel y Hindenburg, y la graciosa bailarina era tan bonita que podía
darse el lujo de olvidar las únicas tres palabras que le tocaba decir y quedarse
confundida. Pero la mujer del escenario no era Emmy, ni tampoco era Hugo el que
estaba sentado al pianito. Por lo menos, ese individuo no daba la impresión de pasar
los días escribiendo dramas y poesías, ni estar preparando una revolución artística.
Pero eso nunca se puede saber. Muy cerca de vuestro cabaret se levanta la casa en la
cual el pobre e insignificante señor Lenin ocupaba un cuarto en el año 16, hasta que
lo vinieron a buscar de Rusia para que embarullara un poco el mundo.
Si desea escribirme, eche su carta en Amalfi. Allí parece funcionar el correo, o
bien échela al mar. El mar también es de fiar. Y no se le ocurra volar hacia los
ángeles, pues aquí la necesitamos mucho todavía. Hasta la vista y un centenar de
saludos.
Destinatario desconocido
17 de octubre de 1928
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pueden ser contestadas con un ademán cortés, a menudo resultan muy molestas.
Pues precisamente lo que busca y quiere de mí no se lo puedo dar. Yo no soy un
conductor. No quiero ni puedo serlo. A veces, a través de mis libros he ayudado a los
jóvenes lectores a llegar hasta el lugar donde comienza el caos, es decir hasta el lugar
donde se enfrentan solos y sin el auxilio de las convenciones, al enigma de la vida.
Para la mayoría esto ya es un peligro y la mayoría vuelve otra vez por el mismo
camino y busca nuevas conexiones y vínculos. La escasa minoría, a la que le atrae
entrar en el caos y vivir a conciencia el infierno de nuestra época, lo hace sin
«conductor».
Mis libros guían al lector, hasta donde éste se muestra dispuesto a ver el caos tras
los ideales y la moral de nuestro tiempo. Si quisiera «conducirlo» más allá, tendría
que mentir. La intuición de que la redención, de la posibilidad de establecer un orden
nuevo en el caos, no puede constituir hoy en día ninguna doctrina, se cumple en la
más íntima e inexpresable sensación del individuo.
Destinatario desconocido
24 de noviembre de 1929
El viaje resultó algo triste, como suele ocurrir cuando se está enfermo y viejo y se
vuelve a ver un lugar donde otrora se fue muy joven, lleno Se esperanzas y pasión.
Estaba enfermo, no pude comer nada ni dormir y tuve que disertar y escuchar a
muchas personas y decirles algo. Mientras lo hacía, pensaba para mis adentros que
ese podía ser un juego muy bonito si no se lo tomaba en serio, pero sólo si se lo había
aprendido un poco.
Por otro lado, volví a ver árboles, casas y personas que me conocieron hace
treinta años o más y el sobrevivir y haberse abierto paso también es algo y sabe al
ademán de una rama torcida en un árbol añejo.
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Estimado señor Loerke:
Por su amabilidad al escribirme tan pronto y dado que el accidente sufrido
durante una excursión por la montaña me obliga a permanecer postrado, deseo
enviarle en señal de mi agradecimiento este papelito en el que he pintado un pedacito
de este paisaje de Arosa. Acéptelo como muestra de mi gratitud y mi afecto.
Algunas de sus informaciones son muy valiosas para mí pero mucho más valioso
es poder sentir hacia usted una verdadera y leal camaradería. En medio de los
informes de la Academia… su nombre siempre se me presenta como una buena
estrella.
Lo saluda cordialmente su affmo.
9 de agosto de 1929
… Como usted sabe, durante toda mi existencia he anhelado la vida, una vida
real, intensa, personal, no reglamentada ni mecanizada. Al igual que todos debí pagar
el exceso de libertad personal que me tomé en parte con renunciamientos y
necesidades pero en parte también con mayor trabajo. De modo que con el tiempo mi
profesión de literato no sólo se convirtió en un recurso para acercarme a mi ideal de
vida, sino casi en un fin absoluto. Me he convertido en un escritor, pero no en un
hombre. He alcanzado una meta parcial, pero no la meta principal. He fracasado.
Quizá con saldos más decentes y menores concesiones que otros idealistas, pero he
fracasado al fin. Mi obra es personal, es intensa, a menudo me llena de dicha a mí
mismo, pero no es mi vida. Mi vida no es más que disposición para el trabajo, y los
sacrificios que ofrezco por una vida en gran soledad, están lejos de ser dedicados a la
vida, sino sólo a la literatura. El valor y la intensidad de mi vida reside en las horas en
que produzco obras literarias o sea precisamente cuando expreso lo insuficiente y
desesperado de mi vida.
Usted apreciará mi confesión, aun cuando lo decepcione.
Tal vez nos encontremos en alguna ocasión.
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En viaje, 13 de abril de 1930
15 de julio de 1930
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alguna fueron suyas y no veis en él aquello por lo cual vivió y se esforzó. Termináis
demasiado pronto con todo, hacéis uso acelerado y exhaustivo de las religiones y
filosofías. Buda y Nietzsche os son apropiados para entregarlos a la censura después
de una fugaz lectura. Debo decir que esta manera de actuar no me merece ni la menor
consideración. Ponéis cien veces más empeño y cuidado y dedicación en vuestras
prácticas de remo o natación que en lo intelectual. Está bien, pero entonces quedaos
con el deporte y dejad lo intelectual.
Estáis llenos de aspiraciones, tenéis muchos anhelos, muchos oscuros impulsos
que de alguna manera quisierais sublimar. Pero lo que no tenéis es respeto. No lo
podéis remediar. Sin respeto todo espíritu es un mal espíritu y la credulidad con la
que un tonto y buen boy americano venera sus reglas de remo, es más fecunda que el
esnobismo irreverente que no conoce las distancias y el maligno nihilismo con el que
arrastráis hacia vosotros todo lo espiritual para volverlo a desechar enseguida. Nada
de esto me merece consideración alguna.
El espantoso desorden de nuestro tiempo también es padecido por nosotros, los
viejos y no sólo por vosotros, los jóvenes. También nosotros, los viejos, podemos
establecer sin esfuerzo que la vida humana es una cosa dudosa y mal reputada.
Nosotros (es decir, en realidad yo hablo sólo de mí, pero presumo que en mi
generación hay más de mi clase) intentamos explicamos y tener conciencia de esta
desesperación (uno de los impulsos para ello es El lobo estepario) pero también
intentamos darle un sentido a esta vida terrible, en apariencia absurda, referirla a
pesar de todo a algo ultratemporal y ultrapersonal. El lobo estepario no sólo habla de
música de jazz y de mujeres, sino también de Mozart y los inmortales. Y de este
modo, toda mi vida está signada por un intento hacia la unión y la abnegación, hacia
la religión. Yo no me arrogo la pretensión de poder hallar para mí o para un tercero
algo así como una nueva religión, una nueva formulación y posibilidad de unión, pero
a lo que me aferro es a perseverar en mi puesto aun cuando desespere de mi época y
de mí mismo, a no desechar el respeto por la vida y por la posibilidad de su sentido a
riesgo de tener que quedarme solo, a riesgo de quedar en una posición ridícula. No lo
hago en la esperanza de que con ello mejoren las cosas para el mundo o para mí, lo
hago simplemente porque no quiero vivir sin respeto, sin una entrega a Dios.
Por ejemplo, ¿qué quiere decir usted cuando define a la vida como una gran
paradoja?, porque la reacción y la revolución, el día y la noche se suceden y relevan,
porque siempre hay dos principios presentes y ambos siempre tienen razón o no la
tienen. Con esto sólo dice que la vida es inexplicable para su entendimiento, que
evidentemente, se cumple según principios diferentes de los de la razón humana. De
esto se puede sacar la conclusión de que escupimos sobre la vida, o de que
confrontamos lo incognoscible no con el escepticismo de la razón decepcionada, sino
con el respeto; que en lugar de una tonta paradoja, vemos una maravillosa agitación
entre muchos pares de polos y antípodas.
En resumen, no sé como entenderme con usted. Tal vez haya tenido una juventud
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difícil. Y bien, el año 1914 tampoco fue fácil para los adultos en tanto tuvieran
conciencia y razón, no fue fácil compartir la experiencia de la guerra observando y
condenando, como tampoco lo fue para los muchachos que al menos marcharon a la
guerra animados por sus cantos y descomunales ideales, hasta que se perdió y de
pronto la juventud recordó que no fue ella la que marchó a la guerra, sino que fueron
sus padres quienes lo hicieron. ¿Qué quiere dejar y transmitir a sus hijos esta
generación?
No puedo contestar a sus preguntas, no puedo contestar a mis propias preguntas,
yo estoy tan desorientado y agobiado por la crueldad de la vida como usted. No
obstante, tengo fe en que el absurdo pueda ser superado si no dejo de imponer a mi
vida un sentido. Creo no ser responsable por el sentido o el absurdo de la vida, pero sí
por lo que yo mismo haga con mi propia y única vida. Me parece que vosotros, los
jóvenes, tenéis muchas ganas de hacer a un lado esa responsabilidad. Aquí es donde
nos separamos…
21 de julio de 1930
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origen, como algo que se da, algo inevitable, a lo que se le dice sí y que habrá de
defenderse aun cuando todo el mundo estuviera en contra».
No sé más. No conozco ninguna sabiduría que pudiera facilitarme la vida. La vida
no es fácil, jamás lo fue, pero no tenemos por que preguntar si lo es o no. Debemos
desesperar en la vida —cualquiera que está en libertad de hacerlo— o bien proceder
como los aparentemente sanos y eficientes. Los aparentemente exentos de problemas
y de alma. Debemos tratar de tomar nuestra naturaleza como lo único verdadero,
acordándole a nuestra alma todos los derechos.
Le estoy dando consejos y en realidad no creo en su valor. Usted los aceptará en
la proporción que lo permita su naturaleza, ni más ni menos. No podemos cambiar,
pero seremos tanto más fuertes cuanto más reconozcamos la vida, cuanto más nos
unifiquemos en nuestro interior con lo que nos acontece desde el exterior.
Adiós.
A un lector
Julio de 1930
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veces desconfío de los libros que merecen la aprobación de la mayoría, son alabados
y adquieren fama a costa de mis otros libros.
En cambio, no puedo decir que en el fondo me duela que algunas de mis obras
sean mal comprendidas o desconocidas. Me gusta el éxito y me complace escuchar
elogios, pero a la larga puede resultar tedioso y reducir la autoestimación. Me sentí
perplejo y un poco herido por la absoluta incomprensión que encontró El lobo
estepario por parte de la crítica, pero pronto empezó a gustarme. Y así, desde hace
años ha sido para mí un orgullo y una íntima satisfacción que algunas de mis obras
fueran poco conocidas y otras acabaran públicamente por una expresión o un juicio
mal interpretado. Estas obras, mis predilectas, me pertenecen y pertenecen a mis
amigos, son mi jardín, no un lugar público. Puedo pasearme por ellas solo. A veces
suelo releer fragmentos de estas obras, lo que jamás hago con las «famosas»…
A la señora M. W.
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estepario debe enfrentarse con su propia época, sus propios problemas, debe
avergonzarse de sí mismo y eso no le gusta. «La misión del arte no es lastimar»,
piensa, y no reflexiona que también puede tolerar y hasta «disfrutar» la música de
Bach, sólo porque la fe de Bach y sus problemas ya no le importan demasiado.
Discúlpeme por contestar de este modo su amable carta. No es mala intención. En
general, soy más proclive al silencio que a la locuacidad, pero cuando llega el
momento de hablar, trato de hacerlo en lo posible con sinceridad.
Sé no obstante que una parte de su carta es cierta y tiene valor y le agradezco por
ello. De lo contrario, no hubiera escrito estas líneas.
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Noviembre de 1930
A Hans Carossa
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meses y el año sin recibir eco alguno de usted, tuve una sensación curiosa, algo así
como vergüenza por mi declaración amorosa y también desilusión y la idea de haber
sido despreciado.
Al principio, rechacé tal pensamiento, luego lo admití y posteriormente empecé a
examinarlo para poner en claro cual podía ser su modo de pensar acerca de mí y de
mi carta. Salió entonces a la luz en una autocrítica esto y aquello. En su silencio, lo
veía sonreírse a causa de mi carta, no con aire de burla, pero sí de superioridad. Y así,
paulatinamente, mi carta a usted y la falta de una respuesta se convirtieron para mí en
una piedra de toque. Me vi compelido a comparar mi ser y mi trabajo con los suyos,
debí reconocer en usted algo para mí inalcanzable, pero que creía comprender y sentir
en forma absoluta, y luego debí hacer valer también mi propio ser, mi propia
problemática vehemente y mi duda como algo necesario. Y de este modo se convirtió
en un ligero examen de mi vida y de mi trabajo ante mí mismo, para lo cual lo ubiqué
como una especie de polo opuesto, y a pesar de los contrastes, únicamente encontré
mi confirmación en el polo opuesto y le concedí sólo a él el derecho de
comprenderme y criticarme. Era una situación como la existente entre Narciso y
Goldmundo. Pero de cualquier modo, Carossa había contestado a mi carta con
silencio, se la guardó y sonrió.
No es sino hoy, cuando ya había olvidado esta historia de la carta y varias veces
en este ínterin me ocupé de sus trabajos en forma harto objetiva (recientemente de la
reedición de Doctor Bürger) y he recibido carta suya, que me parece posible y
probable que mi carta de entonces no llegara a sus manos. Las fantasías, los juegos y
autoexámenes tejidos en tomo a la carta no cambiaron por ello ni perdieron su valor.
Frente a toda obra humana genuina y todo trozo de Naturaleza debemos examinarnos
a diario y en lo posible acreditamos. Pero hubiera preferido que aquella carta del
verano de 1929 se hubiese perdido realmente.
Ocho días antes de la llegada de dicha carta, regalé a la señora Ninon su Doctor
Bürger. Está pasando conmigo el invierno en Zúrich y le ha halagado que pensara en
ella en forma tan amable. Le envía sus cordiales saludos.
Le he robado mucho de su tiempo. No tema que vuelva a esperar respuesta o que
pretenda enredarlo en una correspondencia. No he pensado en ello. Pero espero que
esta carta llegue a sus manos y me place que retribuya a Narciso y Goldmundo, el
amor que desde hace varios años le profeso a su obra. Durante varios años no le he
manifestado este amor en forma directa. Mi comportamiento fue como el de la
juventud respecto a todo lo bello, es decir que encuentra lógico y correcto la
existencia de un Eichendorff y un Schubert, un Stifter y un Mozart, un Brentano y un
Goethe y asimila lo bueno como lo hace con el bendito aire. No es sino más tarde,
con el correr de los años que sabemos apreciar la singularidad de lo bello, y qué
milagro es en realidad ver florecer las flores entre las fábricas y los cañones y, vivas
aún, las obras literarias entre los periódicos y los boletines bursátiles. Y entonces
experimentamos una sensación de emoción y gratitud.
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Adiós, le agradezco su amable carta. Podrá ver ahora cuánto ha significado para
mí.
En primavera regresaremos a Montagnola. Con la ayuda de un mecenas nos están
edificando allí una casa. Ninon está atareada en la elección de papeles y otras cosas
para su decoración y se sonríe cuando advierte las preocupaciones y también el temor
que me da la casa.
Reciba los cordiales saludos de ambos.
17 de diciembre de 1930
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personal, ¿pero qué son nuestras palabras? ¿Y por qué nuestra generación habrá de
tener menos derecho a expresarse libremente qué la suya?
Esas palabras suyas: «Primeramente debieran enseñárnoslo» me hirieron. Si
hubiese podido contestarle verbalmente sin duda me habría comprendido.
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viéndolo con los ojos. Muchos miles oyen el llamado, muchos recorren un tramo del
camino, unos pocos lo transitan más allá del límite de la juventud y tal vez nadie lo
recorra en su totalidad hasta el fin.
Alrededor de 1930
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pequeña oposición luchadora. Luego retomé cambiado a Hölderlin y a Nietzsche, a
Buda y a Lao Tsé, a la literatura y a la contemplación, pero confirmado en todos los
dogmas importantes, consciente de lo que estaba haciendo.
Encuentre su camino y no se apegue a las personas y a los ideales que por un
momento le fueron caros.
Hacia 1930/31
Quiero responder a su carta en pocas palabras, aun cuando ésta, como todas las
cartas similares, me encuentra en una posición de defensa.
Muchos de los lectores de mis obras me toman de una manera completamente
personal como amigo, como conductor, a menudo directamente como medico y padre
espiritual, confesor o consejero, sin contemplaciones hacia mi persona y mi trabajo,
sin tener en cuenta que todas estas funciones (consejero, médico, etcétera) sólo tienen
sentido en un íntimo contacto personal y que sin el conocimiento de las personas,
cultivadas a la distancia, a través de un intercambio epistolar, carecen de valor.
Cuando a veces contesto por excepción algunas de estas cartas porque me ha
emocionado la desgracia o la aflicción en ellas expuestas, por lo general estos
corresponsales me envían enseguida cartas a intervalos regulares, a veces casi a diario
y se acostumbran a utilizarme como descargadero de todo estado de ánimo.
Con bastante frecuencia, si rechazo tales pretensiones, se suceden de parte de los
remitentes explosiones de desórdenes psíquicos de carácter tan desagradable y
deprimente que durante días quedo como baldado e incapacitado para realizar mi
labor. Se muestra entonces lo feo: precisamente, los mismos lectores que más
profundizan en mis libros, los que en su mayoría se encuentran en ellos a sí mismos,
son quienes no tienen el menor respeto por la personalidad de los ajenos, no tienen
para el escritor un ápice de comprensión. Si éste, como persona, se resiste a sus
exigencias a menudo desvergonzadas, se irritan y enojan y con frecuencia reaccionan
con descargas de vergonzosa hostilidad. Precisamente, lo único que quisiera
«enseñar» o a lo que quisiera apelar como escritor: el respeto, falta por completo y la
juventud alemana de estos días parece dejar bastante que desear en este sentido. No
pretendo significar que el lector debería contemplar al escritor como a un ser superior
a él, sino al contrario, considerarlo como su igual y no exigirle lo que él mismo no
está dispuesto a dar de sí por ningún motivo.
Ya conoce pues mi postura y mi relación respecto a estas cartas, como la que me
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escribió.
Sin embargo, creo poder decirle algo que tal vez le confortará. Si por un momento
pudiera ver su relación hacia mí desde afuera, en forma «objetiva», percibirá algo que
le permitirá corregir esta relación. Usted verá lo siguiente: El Hesse al cual llama, al
cual lee, al cual ama o acusa, es una imagen de su propio yo, existe para usted hasta
donde le parezca semejante y estrechamente emparentado. Usted quisiera saberse
confirmado por este Hesse. Usted quisiera escuchar una que otra palabra de él, a él le
dirige usted de vez en cuando exteriorizaciones de su enojo con la intención de
lastimarlo o mostrarle su desprecio.
Pero este Hesse es su espejo y lo que a él le grita, debería gritárselo a sí mismo, lo
bueno y lo malo. Si una parte de su camino a Hesse es realmente un camino a sí
mismo, por momentos su camino a Hesse es al fin y al cabo un desvío, un cambio de
dirección, un apartar sus impulsos de sí mismo hacia un objeto aparentemente
extraño: en resumen, una huida hacia el exterior de su propio interior.
Por supuesto, todo lo que digo puede rebatirse fácilmente. Es apenas una pequeña
parte de la verdad, como todo lo que se dice con palabras. No obstante quizá vea en
esta carta a la cual he dedicado una mañana, algo que le sirva, quizá vea también que
Hesse no le tiene mala voluntad.
A Thomas Mann
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Esto caerá pronto en el olvido y los nacionalistas extremos que hoy también me
invocan a mí, muy pronto tendrán oportunidad de reconocerme y tratarme como
enemigo.
Entre nosotros, mi postura personal respecto a este asunto es aproximadamente la
siguiente:
No soy disidente en relación con el Estado actual, porque sea nuevo y
republicano, sino porque me parece muy poco nuevo y muy poco republicano. Nunca
consigo olvidar del todo que el Estado prusiano y su Ministerio de Culto, los
protectores de la Academia, son a la vez la instancia responsable de las universidades
y su fatal rémora, y veo en el intento de reunir a los intelectuales «libres» en la
Academia, un poco el intento de mantener a raya con mayor facilidad a esos
incómodos críticos de lo oficial.
A esto se suma que en mi carácter de ciudadano suizo de manera alguna estoy en
situación de cooperar en forma activa. Si soy miembro de la Academia, deberé
reconocer por tal motivo al Estado prusiano y su manera de administrar a la
intelectualidad pero sin ser miembro del Imperio o de Prusia. Esta disonancia es la
que más me molesta y su superación fue el aspecto más importante de mi retiro.
Bueno, volveremos a vernos y tal vez con el tiempo todo adquiera de nuevo otro
aspecto.
Reciba nuestros cordiales saludos. Mostraré mi carta a Ninon quien agregará un
saludo para su esposa.
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pero considerar por ello las amistades completamente exentas de erotismo me parece
equivocado.
En el caso de Narciso es particularmente evidente. Goldmundo significa para él
no sólo el amigo, no sólo el arte, también significa para Narciso el amor, el calor de
los sentidos, lo deseado y lo prohibido.
Más adelante, dice usted que Schrempf encuentra incompleta la experiencia
amorosa de Goldmundo. A su juicio, le faltaría el mejor tercio o cuarto.
Probablemente esté en lo cierto, pero la misión de un escritor, al menos de un
escritor de mi género, sabe Dios que no consiste en imaginar figuras ideales,
perfectas, falsas o ejemplares y presentarlas a los lectores para edificación o
imitación. Por el contrario, el escritor debe (porque no tiene alternativa) esforzarse en
describir con la mayor exactitud y fidelidad aquello que le ha sido posible
experimentar a él mismo, y en esto yo le reconozco vigencia también a auténticas
vivencias de la fantasía. Ya no me ha sido posible experimentar mucho más del amor
sexual y la amistad de lo que hay en el «Narciso» (me doy perfecta cuenta de que
estas figuras y sus vidas no son nada ejemplares, tampoco lo ambiciono), pero
realmente Schrempf no puede haber querido decir que en beneficio de una perfección
ideal en mis libros debería exponer experiencias que la vida me ha negado. Yo pienso
que la crítica de un autor no debe preguntarse: ¿Es cómodo y amable al crítico el
contenido de un libro?, sino: ¿Domina realmente el autor al tema? Ahora bien, mi
tema no es una exposición de aquello que individuos ideales puedan experimentar en
el amor, sino el retazo de humanidad y amor, el retazo de vida instintiva y vida de
sublimación que conozco por ser parte de mi naturaleza y acerca de cuya exactitud,
sinceridad y verosimilitud puedo dar fe. Así lo veo, y por ello alterna en mi obra
constantemente la confesión de experiencias extraordinarias y en cierto modo
ejemplares y las capas vivenciales con el reconocimiento de la imperfección, la
flaqueza, la tortura infernal y la desesperación. Por esta razón debo dividirme en
Narciso y Goldmundo. Por esta razón Siddharta se enfrenta al Lobo estepario y el
Demian, a Klein y Wagner.
Veo en Schrempf a mi antípoda, al representante de un tipo de hombre y de
pensador al que estoy muy próximo sólo por un parentesco del temperamento
intelectual. Sin embargo, jamás desearía que Schrempf o una de sus obras fuera
distinto, que se acercara más a mi propio ideal. Por esta razón tampoco puedo creer
que Schrempf desee realmente un Goldmundo diferente e ideal. Puede desear y lo
hará que Goldmundo y Hesse en lugar de ser unos pobres diablos, sean capaces de
vivencias superiores y más bellas y de realizarlas, pero no deseará que el pobre diablo
de Hesse pinte a la gente en sus libros figuras ejemplares ideales.
No puedo remediar que mi positivo y mi negativo, mi fuerza y mi debilidad sólo
se expresen en sucesión, en la alternancia entre el claro y el oscuro. El dilema ha sido
formulado en forma casi exhaustiva en Kurgast.
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Al señor doctor P. Sch., Deutsch-Nettkow
… El ensayo que usted leyó data de hace diez años y yo nada sabía de esa
edición. Se trata de una reimpresión como las que suelen publicar docenas de
periódicos. Pero en definitiva, llegó a su poder y tuvo su razón de ser. Esto está bien.
Muy a menudo he pasado por la experiencia de que la desesperación vuelve a
convertirse en gracia y que con la muda de una piel nuestra vida sufre nuevas
transformaciones. Como usted me llama psicoanalista, quisiera definir esta
experiencia del siguiente modo:
Todo intento de tomar en serio la cultura, el genio y sus exigencias y vivir de
acuerdo con ellos lleva inevitablemente a la desesperación. La salvación surge luego
del reconocimiento de haber objetivado demasiado las vivencias y los estados
subjetivos. Entonces por unos instantes de clarividencia nos vemos a nosotros
mismos y a nuestra vida tal como considera el analista un sueño: traduce su contenido
«manifiesto» en contenido psicológico. Aprende a jugar de nuevo con los objetos
aparentemente rígidos, también con los conceptos aparentemente rígidos enfermo y
sano, dolor y alegría. Bueno, esto ya lo sabe usted.
Por supuesto, estas vivencias del ser redimido no aseguran contra nuevas
desesperaciones, pero fomentan la creencia en que toda desesperación puede ser
superada desde nuestro interior. Uno no se «cura», uno no pierde el dolor (también yo
paso rara vez un día sin dolores), pero uno comienza a sentir curiosidad por lo que le
espera y halla el amor fati.
Esto ha sido una charla atropellada y un tanto descuidada en una hora matinal.
Tómela como tal.
Al señor R. B.
4 de mayo de 1931
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principios de vida que he representado. No soy representante de una doctrina sólida,
formulada de manera definitiva. Soy hombre de evoluciones y cambios y así, en mis
libros, junto al «cada uno está solo» se encuentra algo más. Por ejemplo, todo el
Siddharta es una profesión de amor y la misma profesión se encuentra también en
otros libros.
Por cierto no irá a exigirme que demuestre más fe en la vida que la que yo mismo
tengo. He señalado en varias ocasiones con vehemencia apasionada la absoluta
imposibilidad de una vida auténtica y realmente digna de ser vivida en nuestro
tiempo. Creo en esto incondicionalmente. El hecho de que a pesar de todo viva, que
esta época, esta atmósfera de mentiras, codicia por el dinero, fanatismo y crudeza no
me haya matado se lo debo a dos circunstancias felices: la enorme herencia de
espontaneidad que tengo en mí y la circunstancia que yo, aun como acusador y
enemigo de mi época, puedo ser productivo. Sin esto no podría vivir y no obstante,
aun así, mi vida es a menudo un infierno.
No cambiará mucho mi postura respecto a la época actual. Yo no creo en nuestra
ciencia, ni en nuestra política, ni en nuestra manera de pensar, de creer, de divertirse.
No comparto ni uno solo de los ideales de nuestro tiempo. Pero no por ello carezco de
fe. Yo creo en las milenarias leyes de la Humanidad y creo que sobrevivirán al
torbellino de nuestro tiempo.
No me es posible señalar un modo de sostener los ideales humanos que yo
considero eternos y a pesar de ello creer simultáneamente en los ideales, las metas y
consuelos de nuestro tiempo. Tampoco siento el menor deseo de hacerlo. En cambio,
durante toda mi vida he intentado muchos caminos por los que se puede vencer el
tiempo y vivir en lo atemporal (a menudo he expuesto estos caminos en parte de una
manera frívola, en parte con harta seriedad).
Cuando tropiezo por ejemplo con jóvenes lectores de El lobo estepario
compruebo muy a menudo que toman en serio todo cuando se dice en este libro sobre
el desvarío de nuestra época, pero aquello que para mí es mil veces más importante
no lo ven siquiera, al menos no creen en ello. Pero de nada vale que se señale la
guerra, la técnica, el delirio por el dinero o el nacionalismo como algo inferior. Es
menester poder reemplazar con una creencia los ídolos del tiempo. Esto es lo que
siempre he hecho. En El lobo estepario fueron Mozart, los inmortales y el teatro
mágico; en Demian y en Siddharta se citan los mismos valores con otros nombres.
Con la fe en aquello que Siddharta llama el amor y con la fe de Harry en los
inmortales se puede vivir. De esto estoy seguro. Con ello no sólo se puede soportar la
vida, sino también vencer al tiempo.
Veo que no logro expresarme con toda precisión. Siempre me desaliento cuando
advierto que aquello en lo cual creo, lo que está expresado claramente en mis libros
les pasa inadvertido a los lectores.
Cuando haya leído mi carta, le sugiero volver a uno de mis libros y ver de nuevo
si aquí y allá no aparecen en verdad proposiciones de una fe con las cuales es posible
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vivir. Si no encuentra nada, deseche mis libros. Si por el contrario halla algo siga
buscando a partir de allí.
Hace poco una joven dama me preguntó a qué me refería con el teatro mágico
aludido en El lobo estepario. La había decepcionado hondamente que me burlara
acerca de mí mismo y de todo lo demás, como si me encontrara bajo los efectos del
opio. Le aconsejé volver a leer aquellas páginas y ello con la certeza de que nada de
lo que dije jamás ha sido tan importante y sagrado para mí como ese teatro mágico,
imagen y envoltura de aquello que para mí es profundamente valioso e importante.
Poco después me escribió que había comprendido. Señor B., yo entiendo muy bien su
pregunta y es probable que en estos momentos mis libros no sean aconsejables para
usted, que deba volver a desecharlos y vencer aquello que lo unía a ellos.
Naturalmente, no puedo aconsejarlo en esto. Sólo puedo decidir en tomo a lo que he
vivido y escrito, también respecto a las contradicciones, al vaivén y al desorden. Mi
misión no consiste en dar a los demás lo mejor objetivo, sino lo mío (ya sea sólo un
dolor, sólo una queja) con toda la pureza y sinceridad que me sea posible.
A Emmy Ball-Hennings
8 de junio de 1931
Querida Emmy:
Acabo de terminar la lectura de su libro[6] dedicado a su marido. Se lo agradezco.
Es un libro lleno de amor y por encima de toda crítica. A través de sus páginas he
vuelto a recorrer mentalmente los últimos caminos de Hugo. He compartido de nuevo
las experiencias de su vida interior en la medida que es posible entre individuos
diferentes. No he encontrado abiertas todas las puertas. No soy católico, ni lo deseo
tampoco y aún hoy creo que la temprana muerte de Hugo ha sido para él una gracia,
porque le evitó… polemizar… con el catolicismo práctico. Sin embargo, aun cuando
no puedo compartir la fe en los únicos dogmas correctos, los únicos santificantes,
conozco por mí mismo la vivencia de la reconciliación y de la abnegación en una fe y
al hacerlo no me considero un desdichado, un extraviado o protestante, sino que,
como estoy contento y lleno de agradecimiento, acepto que lo indecible pueda ser
experimentado e interpretado de tan múltiples maneras.
Bueno, le doy las gracias nuevamente y siempre pienso en usted con cariño,
estimada Emmy. Y cuando le digo que su libro «está por encima de toda crítica» no
excluyo que contenga pequeños errores factibles de ser corregidos. Lo tendremos en
cuenta cuando llegue el momento de hacer una nueva edición. En verdad, su libro
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adolece de innumerables errores tipográficos y causa mala impresión. Por ejemplo
¿por qué se dice siempre Sarengo en lugar de Sorengo? Y así muchos, muchos. Y el
monte donde estuvo aquella vez con sus cabras no tiene cuatro mil metros de altura
como usted afirma.
Por supuesto, éstas son sólo formalidades, pero en un futuro pondremos todo
nuestro empeño para enmendar este querido libro. Además, hay gente malévola y
enemigos. Si uno de ellos lee el libro y encuentra sus imprecisiones, dirá: «Ya se ve,
nada concuerda». Y es menester evitarlo.
Hay algo que siempre me ha parecido maravilloso y ha merecido toda mi
veneración y amor: la manera como siguió durante toda una vida a Steffgen en todo
lo que supera la razón, en todo lo sagrado, además de ser a menudo su guía. Él lo
sabía y lo comentaba con frecuencia. En este libro, comprendió y expresó
maravillosamente todo lo que está más allá de la razón, todo lo bienaventurado y
santo. Vayan mis muestras de gratitud.
Por cierto, escribiré algo sobre su libro, pero aún ignoro dónde.
A un hombre joven
Verano de 1931
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Baden, principios de diciembre de 1931
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hemos tomado mucho cariño a ambas. Y por favor, no me retire su buena voluntad
aun cuando mi respuesta lo decepcione, si bien en el fondo, no creo que lo sorprenda.
Con la veneración y la fidelidad de siempre, lo saluda
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y quebrantamientos de la ley y que los profesores y otros intelectuales oficiales eran
los que más se hacían oír; comprobé que aún nuestra reducida oposición, nuestra
reducida crítica y democracia no habían sido sino folletines; que entre nosotros sólo
muy pocos estaban dispuestos a tomar las cosas en serio y llegado el caso morir por
la causa. Después de la destrucción de los ídolos patrióticos siguió la de la propia
ilusión, debí examinar bajo la lupa nuestro intelectualismo alemán, nuestro idioma
actual, nuestros periódicos, nuestras escuelas, nuestra literatura para encontrarla en
gran parte falaz y hueca, incluso a mí mismo y a las obras que había escrito hasta
entonces, si bien estas habían sido concebidas con toda buena fe.
La brecha que abrió la guerra me despertó, me iluminó y se encuentra en todo
cuanto escribí a partir de 1915. En cambio, más adelante el panorama sufrió para mí
cierta transformación. Al cabo de algunos años durante los cuales ya no pude tolerar
mis libros anteriores, descubrí paulatinamente que en ellos estaban los principios, los
puntos de partida de los ulteriores, y por momentos las viejas obras me fueron más
caras que las nuevas, en parte porque me recordaban una época mucho más
soportable, en parte porque su moderación, su evitar el encuentro con los grandes
problemas me pareció más tarde como un presentir, como un escalofrío anticipado
ante la cruel, la abrupta necesidad de tener que despertar.
En consecuencia, no reniego de mis viejos libros, ni de mis muchos errores y
falencias.
Pero no haré objeción alguna si en su trabajo quiere tratar mis libros antiguos
como cosa secundaria y decide apoyarse en aquellos en los que el problema dudoso le
parece abordado en forma más vigorosa, particularmente en Demian.
Proceda de manera tan libre y personal como se lo permita el método, confíe sólo
en su sentir aun en los casos en que no pueda fundamentar metódicamente sus juicios.
Y ya que se ha independizado de la antípoda Thiess, contemple mis libros no
como literatura, como exteriorización de opiniones, sino como poesía y deje que
hable y rija aquello que a usted le parezca realmente poesía. Es difícil criticar al
literato. Puede tener diferentes opiniones y fundamentarlas todas satisfactoriamente.
Se mantiene en lo racional y para la mera razón el mundo siempre parece
bidimensional. En cambio, por más que la literatura se esfuerce en imponer
eventuales opiniones no lo logra, por el contrario, vive y actúa sólo allí donde es
realmente literatura, es decir donde crea símbolos. A mi juicio, Demian y su madre
son símbolos, es decir, abarcan y significan mucho más que lo que es accesible a la
observación racional, son conjuros mágicos. Usted podrá expresarlo de otra manera,
pero debe dejarse guiar por la fuerza de los símbolos, y no por eso que extrae de una
manera puramente racional de mis libros como programa y opinión literaria.
Ignoro si me he expresado en términos claros. Verbalmente hubiera sido más
explícito. Tome de mi carta lo que le parezca plausible y lo que le diga algo y deseche
todo lo demás.
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A la señora R. v. d. O., Hannover
… Usted y todos sus compañeros de infortunio no exigen del poeta sino que él
reconozca vuestro sufrimiento, pero sin exigir nada de vosotros. No veis que el poeta
mismo sólo intuye y dice algo de la vida por la sola razón que él padece profundos e
incurables dolores.
Comprendo muy bien su esperanza y en realidad no quisiera decepcionarla y
rechazarla, aun cuando hablando con sinceridad, su destino personal no me interesa
en lo más mínimo. Todo destino es igualmente interesante. Donde surge el dolor,
despierta mi compasión pero no mi curiosidad.
Usted ha debido sufrir penosas experiencias en medio de un pueblo y un país
donde reinan la miseria y el dolor, la injusticia y la violencia, donde todo está
trastornado. Sin embargo, creo que no debería considerar su sufrimiento —por arduo
que sea— como un agravio y una injusticia inferida a su persona, sino abrirse al
conocimiento que su padecer es inevitable, que es inútil escapar de él buscando
cualquier consuelo o enfrascándose en cualquier deber. Antes bien, tome su dolor
como una distinción, como una orden con la cual ha sido distinguida, como un
despertar a una humanidad superior. No debe tomar el dolor, como tampoco la vida
misma, con odio y afán de evasión, sino amarlos y entonces lo verá todo diferente.
No sé qué más decirle. Yo también tengo una vida difícil, me encuentro en un
lugar equivocado, soy usado por las personas de una manera errónea, o al menos esa
es la impresión que tengo a menudo. Y no obstante, debo aceptarlo y dejar entrar en
mí diariamente mucho del padecer de los extraños, además del propio. Por
momentos, durante un breve lapso siento que a pesar de todo, eso tiene un sentido y
que es mejor y más bello ser valiente y sufrir que pasarlo bien.
Trate de intentar algo con estas palabras mías. Su intención es sincera.
A Thomas Mann
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Querido señor Thomas Mann:
En estos días mi mujer me ha leído su libro sobre Goethe y Tolstoi y como en
otras ocasiones anteriores admiré no sólo la clara y pulcra formulación de su
maravilloso trabajo, sino más bien la valentía y el rigor con los que se afana aun en
contra de todas las costumbres alemanas, no por una atenuación, una simplificación y
disimulo, sino precisamente por una acentuación y profundización de la problemática
trágica. Crea que la antítesis Goethe-Schiller ha sido particularmente importante para
mí y por momentos tuve que pensar en un ensayo póstumo del anciano Kant, en el
cual el viejo erudito canta una emotiva loa a la Naturaleza y a los bienaventurados y
expone la antítesis de «cabeza grande» y «mimado de la Naturaleza» (o tal vez deba
decir «favorito de la Naturaleza»), lo único de Kant que siempre me fue caro.
Su estampa de Tolstoi como el tipo del favorito de la Naturaleza, del cazador del
ojo avizor, del que en ocasiones llegaba casi a lo irracional en su postura contra el
espíritu, me ha recordado en varios pasajes a Hamsun. Un problema que me resulta
familiar pues me encuentro del mismo lado, me viene por parte de mi madre y mi
fuente y confianza es la Naturaleza.
En resumen, quiero agradecerle por el auténtico deleite que me deparó su obra.
Posdata: Estos días volví a encontrar un artículo que escribí hace bastante tiempo
para explicitar a mi mujer algunos conceptos y nomenclaturas de mi pensamiento. En
este artículo quizá pudiera interesarle la parte escrita a dos columnas, la
confrontación de «razonable» y «piadoso» como analogía respecto a Goethe y
Schiller.
A un joven de Alemania
Había escrito una carta inusual. El remitente era notoriamente un individuo importante. Muy joven aún.
Estimo que frisaría por los diecinueve años. Desde hacía muchos años no había alimentado otra idea que la de
servir a su patria y cooperar a levantarla de nuevo, ello como soldado, como oficial. Al parecer, era hijo de un
terrateniente. Siempre había sido el admirado adalid de su clase, leía con pasión a Clausewitz, etcétera. En su carta
me confesaba que sus afanes le habían hecho descuidar su espíritu y su cultura, le endurecieron, le hicieron ser
temido por los otros, pero jamás amado. En mis libros, rechazados al principio, presintió un mundo —o como él
mismo dice—, expresada una «doctrina» que lo hizo tambalearse en las convicciones que había tenido hasta ese
momento.
Me pedía más informaciones y enseñanzas.
8 de abril de 1932
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sobre todo la manera de pensar opuesta a la de los políticos, los generales y
«conductores». Aparece expresada con maravillosa precisión (hasta donde esto es
posible) en los Evangelios, en los proverbios de los sabios chinos, sobre todo los de
Confucio y Lao Tsé, en las fábulas de Tchuang Tsi, y en algunos poemas didácticos
como el Bhagavad-Gíta. Esta manera de pensar está misteriosamente presente en la
literatura de todos los pueblos.
Pero buscará en vano un leader para esta manera de pensar, pues ninguno de
nosotros tiene la ambición ni tampoco la posibilidad de ser «conductor». El conducir
no nos impresiona mayormente, pero el servir lo es todo. Por encima de todas las
virtudes cultivamos la veneración, pero no la tributamos a las personas.
Comprende muy bien la antinomia entre el mundo que usted encuentra aludido en
mis libros y el otro mucho más claro, sencillo y en apariencia viril del cual proviene,
en el cual existen preceptos muy exactos sobre el bien y el mal, donde todo es
univoco y todo tiene aún el brillo de lo heroico. Clausewitz y Scharnhorst no lo
ponen ante conflictos, sino que le muestran un deber claramente delineado y valores
tangibles como recompensa por su cumplimiento: batallas ganadas, enemigos
muertos, condecoraciones de general, monumentos que erigirá la posteridad.
Nuestra hermandad anónima conoce por cierto el heroísmo y le reserva una
posición elevada, pero sólo valora a aquél que muere por su fe, no al otro que por su
fe hace morir. Eso que Jesús llamó el Reino de Dios, lo que los chinos llaman Tao, no
es una patria que deba ser servida a costa de otras patrias: es la noción del todo del
Universo junto con todas sus contradicciones; es la noción de la secreta unidad de
toda vida. Esta noción o idea es expresada y venerada en muchas imágenes, tiene
muchos nombres y uno de ellos es el nombre: Dios.
Los ideales que sirvió hasta ahora y a los cuales quizá retomará son nobles y
elevados y ofrecen la gran ventaja de ser realizables. El soldado que obedeciendo una
orden abandona la trinchera para enfrentarse al fuego, el general que entregando sus
últimas fuerzas gana una batalla han materializado realmente su ideal.
En el mundo de los Demian y de los lobos esteparios no hay ideales realizables.
Allí los ideales no son órdenes, sino sólo un intento de servir a la santidad de la vida
en formas que desde un comienzo reconocemos como imperfectas y necesitadas de
eterna renovación.
El sendero de Demian no es tan claro y despejado como el que hasta ahora ha
recorrido. No sólo requiere abnegación, también exige estar alerta, desconfianza,
autoexamen. No protege de la duda, al contrario la provoca. Este no es un sendero
para hombres a quienes se pueda ayudar con órdenes e ideales claros, unívocos,
estables. Es un sendero para desahuciados, para quienes desesperan ya de la
interpretación única de los ideales y de los deberes, quienes tienen el corazón
inflamado por las necesidades de la vida y de la conciencia.
Quizá su condición sea un estadio previo de esta desesperación. Entonces le
espera aún mucho dolor, mucho renunciar a cosas que constituyeron su orgullo, pero
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también mucha vida, mucho desarrollo, muchos descubrimientos.
Si debiera ocurrir de este modo, tome del Demian y de mis otros trabajos los
conceptos que han cobrado importancia para usted. Pronto no me necesitará y
descubrirá nuevas fuentes. Goethe es un buen maestro, como lo es Novalis o el
francés André Gide… En realidad el número de maestros es infinito.
Pero quizá logre permanecer fiel a su viejo derrotero a pesar de la actual
impugnación, a la simplicidad de una vida austera y heroica, pero no problemática.
Siento gran respeto por quien se sacrifica a este ideal, aun cuando no lo comparto.
Todo aquel que recorre su camino es un héroe. Todo aquel que lo hace de verdad y
vive para lo que es capaz, es un héroe —y aun cuando cometa tonterías o proceda
como retrógrado en su hacer— es mucho más que esos millares que se limitan a
hablar meramente de sus hermosos ideales, sin ofrendarse a ellos.
Que las bellas ideas, los ideales y opiniones no siempre estén en manos de los
más nobles y mejores forma parte de las complicaciones que surgen al contemplar el
mundo. Un individuo puede luchar y morir de la manera más noble por dioses
anticuados y caducos y quizá causará entonces la impresión de un Don Quijote. Pero
Don Quijote es un héroe en todo sentido, es un hidalgo de la cabeza a los pies. Por el
contrario, el individuo puede ser inteligente, instruido, tener el don de la palabra,
saber escribir bellos libros y sostener discursos con los pensamientos y las ideas más
seductoras y no obstante no ser más que un charlatán que a la primera demanda seria
de sacrificio y realización se desvanece.
Por esta razón hay en el mundo muchos roles, y se da con bastante probabilidad
que encumbrados rivales se tengan mutuamente en mucha más alta estima y se amen
más que lo que pueden hacerlo sus propios partidarios, lo cual encierra singular
belleza y justicia. Sin duda, algún valiente general alemán habrá amado y venerado
en lo más recóndito de su corazón al silencioso pensador Kant, amante y buscador de
la paz, sin abandonar por ello su ministerio, sus deberes. Hay quienes se mantienen
en un puesto donde no saben si sirven a lo que tiene valor y sentido, porque estos
conceptos están vacilantes, particularmente hoy, pero perseveran en ese puesto y
siguen luchando aunque tan sólo sea para dar un ejemplo de la servidumbre y la
lealtad.
Esto lo experimenté docenas de veces durante la guerra, en medio de la cual era
un absoluto antibelicista. Conocí gente, periodistas, etcétera que compartían en todo y
por todo mis puntos de vista y mis anhelos, o sea que eran en realidad mis
correligionarios y a quienes no hubiera podido darles la mano, tanto me repugnaban,
tan mezquinos y egoístas me parecían. En cambio, encontré a otros, leales patriotas y
oficiales llenos de entusiasmo, gente de las ideas más locas acerca de la inocencia y
el derecho de Alemania respecto a las interminables anexiones, y no obstante a esos
individuos sí podía darles la mano, tomarlos en serio y respetarlos, pues en esencia
eran nobles, podía creer en sus ideales. No eran charlatanes.
Creo que en medio de sus dudas actuales aprenderá esto para siempre: la persona
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y el programa no son la misma cosa y los adversarios, más aun los enemigos
declarados, pueden causarnos más goces y enseñamos más cosas buenas que los
correligionarios que sólo lo son con la razón, con la palabra.
No puedo decirle más. Ignoro para lo que ha sido destinado. Usted se impone
elevadas exigencias. Pide mucho de sí y eso es promisorio. Pero todo lo que hace, lo
realiza en primer lugar al servicio de un ideal dogmático. No lo hace en nombre de
Dios, sino de la patria y como recluta de Clausewitz, Fichte o Moltke. Quizá alguna
vez llegue a lograr lo difícil por lo que es, no porque sea noble y patriótico, sino
simplemente porque no puede hacerlo de otro modo. Estará entonces muy cerca de la
meta, hacia la cual van en camino todos aquellos a quienes anima una verdadera
aspiración.
8 de mayo de 1932
Distinguida señora:
Me ha consternado la noticia y en estos momentos estoy leyendo el manuscrito de
su hijo con toda mi condolencia. En general, sus problemas me son bien conocidos,
pues son los mismos que rigen en la actualidad para toda la parte noble de la juventud
alemana. Pero lo personal, lo especial y singular siempre vuelve a ser algo nuevo,
vivo y dramático.
Esta juventud debe afrontar dificultades no sólo provenientes del exterior, sino
que también el problema de la libertad, y con él el de la personalidad, se ha hecho
para ellos casi insoluble y precisamente por una aparente mayor cantidad de libertad
que disfrutan los jóvenes de hoy. En los años de nuestra propia juventud, y aun
cuando ya éramos críticos y revolucionarios en muchas cosas, tenían vigencia una
buena cantidad de leyes escritas y no escritas que aceptábamos y respetábamos con
gusto o a disgusto, mientras que en la actualidad ha desaparecido todo resto de una
moral general obligada. Sin embargo, la liberalización de las convenciones no
equivale a la libertad interior, y para los individuos más nobles la vida en un mundo
sin una fe formulada de manera firme no es más fácil, sino bastante más difícil,
porque en realidad se ven precisados a crear y elegir ellos mismos todos los vínculos
bajo los cuales colocarán su vida. Abrigo la esperanza que superaremos esta
situación, pero hay mucho en juego. Pienso en su hijo con simpatía y con el mayor
respeto ante su último acto, aun cuando en sí no debe sentar precedente como
ejemplar.
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Usted ha debido soportar una terrible experiencia, ojalá no haya sido en vano y al
final signifique para usted más fortaleza que aflicción. Yo también tengo hijos, por
eso la acompaño en su sentimiento.
10 de julio de 1932
… Lo que dices acerca de ciertos comunistas que en la vida cotidiana prueban ser
personas buenas y serviciales, es perfectamente correcto. Varios de mis amigos son
comunistas y se cuentan entre ellos personas como las que describes. Sólo que esto
nada tiene que ver con su partido y su profesión de fe. En todo partido y bajo
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cualquier dogma del mundo puede haber un individuo malo o uno bueno, siempre fue
así y por cierto es una perogrullada. Por el contrario, declararse partidario del
comunismo significa para el que exige de sí mismo una rendición de cuentas de sus
ideas la siguiente pregunta: «¿Quiero y apruebo la Revolución? ¿Puedo decir sí
cuando son asesinados seres humanos para que otros tal vez logren estar mejor?».
Aquí está el problema ideológico. Y para mí, que debí padecer la guerra mundial
conscientemente en pensamiento y hasta la desesperación, la cuestión ha quedado
resuelta definitivamente: No me arrogo el derecho de hacer revolución, ni de matar.
Esto no impide que considere inocente a la masa del pueblo que en alguna parte mata
y estalla en miseria y rabia. Yo mismo no sería inocente si participara en ello, porque
estaría refutando uno de los pocos principios incondicionalmente santos que poseo…
Querido señor R:
Su envío me sorprendió en Engadina. Un amigo me invitó a descansar aquí una
temporada y dentro de algunos días volverá a partir.
He leído su conferencia y me resulta difícil decir algo al respecto. Naturalmente
me ha gustado. ¿Quién no se inyecta de vez en cuando con agrado una dosis de
simpatía? Pero el punto de vista de su conferencia no es por supuesto el mío. Es el de
la defensa. Usted me protege de los individuos mediocres y de los alemanes
mediocres tontos, presuntuosos, insolentes, perfectamente prosaicos. Yo he
renunciado desde hace mucho a la defensa y a la justificación (que siempre siguen
significando pactar con los burgueses).
Lo que dice sobre los dos libros e interpreta en ellos es muy bueno. Yo no podría
decirlo mejor. En cambio veo de muy distinta manera las relaciones entre El lobo
estepario y Narciso y Goldmundo.
En Narciso y Goldmundo no se dice otra cosa que lo expresado en El lobo
estepario, sólo varía el ropaje.
El contenido y el propósito de El lobo estepario no son crítica de la época ni
ansiedad personal, sino Mozart y los inmortales. Mi intención fue acercarlos a los
lectores al entregarme yo mismo enteramente. Como única respuesta me escupieron y
recogí risas burlonas. Los mismos lectores que se rieron de El lobo estepario o lo
atacaron, quedaron encantados con Narciso y Goldmundo porque no se desarrolla en
la actualidad, porque no les exige nada, porque no expone ante ellos la ignominia de
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su propia vida y su pensar. Desde mi punto de vista ésta es la diferencia existente
entre los dos libros y que existe en el lector, no en mí.
La misión de El lobo estepario era, sin perjuicio de algunos dogmas para mí
«eternos», mostrar la falta de espiritualidad de las tendencias de nuestra época y su
efecto destructivo aun en el intelecto y en el carácter situado al más alto nivel.
Renuncié a los disfraces y me puse en evidencia yo mismo para poder brindar en su
real totalidad y con una autenticidad despiadada, el escenario del libro, el alma de un
individuo instruido con dotes muy por encima del término medio, que sufre mucho en
la época que le ha tocado vivir, pero que no obstante cree en los valores
ultratemporales. El lector alemán se ha divertido con los dolores de Harry y le palmeó
la espalda. Ese fue el resultado de tanto esfuerzo.
La misión de Narciso y Goldmundo fue infinitamente más simple y su lectura no
presupone en el lector cualidades elevadas. Aun un burgués mediocre puede
encontrarlo bonito.
El alemán lo lee, se solaza en él y sigue en su empresa de sabotear al propio
Estado, se introduce a tientas en aventuras políticas y sentimentalismos, sigue
viviendo su antigua vida de mentiras, una vida indecente y prohibida. No me hace
falta ser valorado ni rehabilitado por él. Se me antoja abominable y anhelo la
decadencia de ese tipo humano al cual pertenece el actual alemán del montón, sobre
todo el «intelectual».
Bueno, no pretendía de manera alguna criticar su bello y amable trabajo, tan sólo
quiero mostrar a través de mi respuesta que ha concitado mi interés y me ha
estimulado. Le doy las gracias.
Con mis saludos, suyo
Septiembre de 1932
Distinguido caballero:
Se me ha hecho llegar la revista en la que publicó usted la crítica de Viaje al
Oriente. Deseo agradecerle esta crítica y enviarle una breve respuesta pues ocurre
muy rara vez que un autor sea considerado y ubicado seriamente por una crítica. A mí
me ha sucedido sólo contadas veces en varios decenios.
Con una profundidad esencialmente mayor que todas las demás críticas, la suya
ha formulado el problema de mi pequeña obra desde el punto de vista donde en efecto
puede concebirse mejor su sentido paradojal (más aun bipolar). Dice usted: La
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genuina afiliación del autor al pacto decae a partir del momento en que intenta
escribir sobre el pacto.
Concuerdo con el resultado final de su crítica de una manera muy parcial, no sólo
por instinto de autoconservación, pero esta formulación de mi problema en su crítica
da exactamente en el blanco y este reconocimiento, la experiencia más rara de un
autor, me ha procurado tanto gozo que resolví manifestarle mi agradecimiento. Ahora
que ya lo he hecho, sólo quisiera añadir una palabra para justificar mi obra y mi
existencia.
Naturalmente, en el fondo tiene usted razón. Es imposible y está prohibido por
Dios meditar o escribir sobre las cosas primordiales. Estoy de acuerdo con usted en
que no debemos contemplar la literatura como un adorno del intelecto, del cual
podríamos prescindir, sino como una de sus funciones más poderosas.
En consecuencia, escribir o pensar sobre lo sagrado (en este caso sobre «el
pacto», o sea sobre la posibilidad y el sentido de la comunidad humana) está
prohibido en el fondo. Podemos interpretar de distintas formas esta prohibición y su
constante infracción por parte del espíritu: en forma psicológica, moral, o
biogenésica, por ejemplo como la prohibición de pronunciar el nombre de Dios, que
separa la etapa mágica de la humanidad de la razonable.
Por lo tanto, en el momento en que establece y censura en su crítica mi pecado
contra la prohibición original cuya infracción significa el nacimiento del intelecto,
adquiere usted —a mi modo de ver— un dejo de mala conciencia e insinúa que la
censurada falta del autor quizá pueda ser también la falta de su crítico. En efecto, en
el momento en que lee un libro para juzgarlo y en el momento en que escribe la
crítica comete el mismo pecado contra lo sagrado: en lo profundo de su ser sabe por
cierto que el respeto es la primera virtud del intelecto y que probablemente eso,
contra lo cual va dirigida su crítica, es al igual que su propio hacer dictado por el
intelecto y con intenciones serias, y no obstante debe cometer el pecado de la crítica,
debe rechazar, debe cometer la injusticia que reside en toda formulación rigurosa.
No quisiera que hubiera dejado de hacerlo o lo hubiese hecho de otra manera.
Pero sí, que al igual que yo lo hice motivado por su crítica, admita ante sí por un
momento que también su hacer, su juzgar es en el fondo innecesario y un pecado,
pero que la infracción de esta antiquísima prohibición es precisamente esa clase de
pecado que el espíritu debe asumir. Lo hace dudar no sólo del pacto sino de su propio
hacer, de su propio ser, lo hace realizar mil procesos mentales de conciencia
aparentemente inútiles entre la autoacusación y la justificación, le hace escribir libros,
es fatal y trágico —y está presente— es irresistible, es destino.
Mi obra, la confesión de un poeta que envejece, intenta como usted bien dice,
describir precisamente lo indescriptible, recordar lo inexpresable. Eso es pecado.
¿Pero conoce de veras una literatura o una filosofía que intente otra cosa que hacer
precisamente posible lo imposible, aventurarse a hacer precisamente lo prohibido con
sentimiento de responsabilidad?
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El único punto de su crítica que se me antoja impugnable y débil es aquel en el
cual alude a la existencia de problemas para los pensadores y poetas, que serían más
posibles, permitidos y correctos que el mío. Yo creo que sin contrición y sin el valor
para tal contrición, ningún autor debería atreverse a emprender la aventura de
escribir, ni crítico alguno a dictaminar sobre un autor. El hecho de que usted mismo
aluda a esta postura en su crítica, me hace confiar en alcanzar su comprensión. Por
este motivo le he escrito este saludo. No para justificarme, pero sí porque siendo tan
enormemente rara toda comunión, toda camaradería, aun un mero espíritu de cuerpo
en lo intelectual y más aun en la Alemania actual, uno se alegra de encontrar un
asomo de ello en alguna parte.
Octubre de 1932
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A un joven problemático
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desperdiciarlo escribiendo cartas. Es uno de esos preciosos días de las postrimerías
del otoño, tan propios de nuestro paisaje. Por la tarde, las montañas que nos rodean
parecen de cristal e iluminadas al través. Pero sin duda habrá pensado con frecuencia
cuán poco cortés de mi parte es dejar pendiente de respuesta su carta durante tanto
tiempo. Por este motivo, no quiero dejar pasar el día de hoy sin escribirle. Mi mujer
me ha expuesto todo su trabajo en forma extractada y en parte me lo ha leído.
Conozco ahora toda su estructura, los puntos de vista, el acento, la moral de este
trabajo y este es el momento oportuno para decirle cuánto lo valoro y apruebo. A mi
juicio, no hay en parte alguna interpretaciones erróneas y me ha hecho bien esa forma
delicada y no distante, firme, con la que pone en claro que mi caso no se debe
resolver deteniéndose en lo patológico. La estructura de la obra en su totalidad me
parece excelente. Me causó gracia que un profesor haya sospechado en mí «sangre
eslava». ¡Qué precipitados son los profesores de hoy, en esta era de las teorías
raciales con sus errores de este tipo! No, por parte de mi abuela materna he recibido
sangre ítalosuiza, bastante poco a mi juicio pero en cuanto a las demás partes, los
orígenes no pueden ser más germánicos. Los alemanes del Báltico son de raza
purísima, y de mis antepasados (que estuvieron en el Báltico desde 1750
aproximadamente) ninguno tuvo sangre eslava ni contrajo matrimonio con mujeres
eslavas y ninguno hablaba ruso o letón.
También me ha complacido su aseveración en cuanto a que en ninguna parte de
mis obras se enseñan cosas antisociales. Hoy en día, con lo social, con el culto de la
comunidad y del colectivismo ocurre que los egoístas y los moralmente enfermos
buscan con más frecuencia y vehemencia evadirse en las teorías y vínculos sociales y
nos hacen aparecer sospechosos a nosotros, cuando en nuestra obra lo social, es decir
el deber de la subordinación y el ideal del amor están sobreentendidos (como lo
«moral» en la obra de Vischer Auch Einer).
El prolongado atraso de mi respuesta es imputable a la cura de reposo a la que
debí someterme en Baden y ella me demandó, junto con una breve visita a Zúrich,
cuatro semanas y media. Ahora, nos encontramos de nuevo en casa, y mi esposa le
envía sus saludos. Ha estudiado su trabajo con tanta minuciosidad, en parte me lo ha
leído y en parte explicado de manera tan esmerada que le hubiera deparado una gran
alegría verla.
Hace poco, me ha llegado de Nápoles un curioso manuscrito. Un italiano que al
parecer domina muy bien el idioma alemán y conoce todas mis obras, ha realizado
para sí mismo y sus amigos una especie de antología con comentarios de mis obras.
Es un pequeño volumen titulado Voci della poesía di H. H. Me ha parecido fantástico
y aleccionador verme en el espejo de una lengua y de una cultura extranjeras. Es un
trabajo concienzudo y a menudo está formulado de manera admirable. Ignoro si se
piensa en una publicación.
Mientras le escribo esto, ya se ha extinguido la claridad exterior y debo encender
la lámpara. Hoy, mi esposa ha ido a visitar a Emmy Ball, quien en enero volverá a
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abandonar el Ticino durante una prolongada temporada. Si visita a mi hermana en las
vacaciones, le ruego llevarle mis saludos.
Agradezco nuevamente su hermoso trabajo y formulo el deseo de que pronto
volvamos a vernos.
Al doctor M. A. Jordan
Respuesta a una carta abierta titulada «La misión del poeta».
1932
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su falta de humildad, de duda, de responsabilidad. Las palabras de este tipo que he
pronunciado no van dirigidas a la humanidad, sino a la época, a los lectores de
periódicos, a una masa, cuyo peligro según mi convicción no consiste en falta de fe
en sí misma y en la propia magnificencia. A menudo, también he ligado a esta
advertencia general respecto a la futilidad de este híbrido humano, la exhortación
inmediata respecto a los acontecimientos de nuestra historia reciente, a la ignorancia
y la insensatez grandilocuente con la que marchamos a la guerra, a la aversión de los
pueblos como de los individuos de buscar en sí mismos la responsabilidad
compartida. Comprendo que estas manifestaciones, a las que tal vez precisamente un
sentido de la propia impotencia les da por momentos una particular rudeza
desesperada en la formulación, no resulte agradable a muchos. De manera alguna me
arrogo tampoco la pretensión de tener razón. Me sé cautivo en el tiempo y en mi
propio yo, pero no obstante responsabilizo en forma absoluta a esta parte de mi
actividad (como ya he dicho intrascendente) y en nuestro instante universal considero
que no es perjudicial sino bueno y correcto sacudir al hombre común de hoy en día en
la fe fanática que le merecen el nivel del progreso alcanzado, sus máquinas, su
modernismo ávido de placeres y aversión a las obligaciones. Por otra parte, a estas
exteriorizaciones vinculadas al tiempo y más que nada ocasionales, se oponen otros
trabajos míos, sobre todo mis novelas, y en ellas se le ha brindado mucho margen a la
problemática y a la tragedia de la esencia humana, pero en todas ellas también se
halla expresada la fe, no en un significado de nuestra vida y nuestras necesidades,
formulado de manera singular y dogmática, pero sí en la posibilidad que tiene cada
alma de comprender intuitivamente tal significado y de elevarse y redimirse al
servirlo. Y en un ensayo al cual puse un título muy parecido al de la carta abierta que
usted me dirigió, escribí sobre la misión del poeta en nuestra época lo siguiente:
«Nos asfixiamos en la atmósfera irrespirable ya para nosotros, del mundo de las
máquinas y de las bárbaras necesidades que nos rodea, pero no nos separamos del
todo, lo aceptamos como nuestra participación en el destino del mundo, como nuestra
misión, como nuestro examen. No creemos en ninguno de los ideales de esta época,
pero creemos que el hombre es inmortal y que su imagen puede curarse de toda
desfiguración, puede salir purificada de todo infierno. No ocultamos que el alma de la
humanidad está en peligro y se encuentra al borde del abismo, pero tampoco debemos
ocultar que creemos en su inmortalidad».
Quizá advierta una contradicción entre estas palabras y aquellas otras
declaraciones, más pesimistas, que usted deplora. Bueno, es posible. En verdad,
sucede que precisamente eso que exige del poeta en su carta abierta y para lo cual
invoca como testigo al «olímpico» Goethe, ese olímpico estar por encima no es mi
cometido. Tal vez sea cometido del poeta clásico, pero no es el mío. De ningún modo
siento el deber de disimular los abismos de la vida humana en general, ni de la mía
propia o hacerla aparecer como inofensiva sino reconocer, expresar y compartir el
sufrimiento y el ser atormentado hasta el límite de lo inhumano, precisamente en las
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formas que hoy presenta. Esto no es posible sin contradicciones y sin duda en mis
libros se encuentran algunas frases que están en contradicción con otras frases de
estos libros… Debo rendirme ante este hecho. La totalidad de mi vida y de mi obra
no se presentaría a quien intentara abarcarlas como algo armonioso, sino como una
lucha permanente en torno de un sufrir permanente pero no descreído.
Así llego al último punto sobre el cual quiero ser explícito y lograr que usted me
comprenda.
Postula que un escritor que ha ganado la confianza de muchos lectores tiene la
obligación de erigirse en su conductor. Confieso que aborrezco la palabra «Führer»
de la que hace uso abusivo la juventud alemana, pues necesita y exige un conductor
quien es incapaz de responsabilizarse y de pensar por sí mismo. En la medida en que
es posible dentro de nuestra época y nuestra cultura, el escritor no puede asumir este
cometido. Por cierto, debe ser responsable, por cierto debe ser algo así como un
arquetipo pero no evidenciando superioridad, salud, incontrovertibilidad (sin
modestia no sería posible para nadie), sino teniendo a través de la renuncia a la
conducción y la «sabiduría», la decencia y la valentía de no dejarse meter en el papel
de un sapiente y un sacerdote por la confianza de sus lectores, cuando en verdad no es
sino alguien que barrunta y sufre.
La circunstancia que mucha gente, sobre todo los jóvenes, encuentran en mis
obras algo que les inspira confianza en mí, se explica deduciendo que hay muchos
que sufren del mismo modo, luchan del mismo modo por hallar fe y un sentido,
dudan de igual modo de su época y no obstante intuyen llenos de veneración detrás
de ésta y toda época lo divino. Hallan en mí a un vocero. A los jóvenes les hace bien
ver a un individuo aparentemente acabado y desarrollado declararse partidario de
algunas de sus penurias y les hace bien a los que tienen dificultad para pensar y
hablar, hallar expresada una parte importante de lo que han experimentado, por
alguien que al parecer domina mejor el verbo.
Ciertamente, la pluralidad de estos jóvenes lectores no está satisfecha aún.
Quisieran tener no sólo un compañero de sufrimiento sino un «conductor», aspiran a
metas y triunfos inmediatos, anhelan infalibles recetas de consuelo. Pero estas recetas
ya existen. La sabiduría de todos los tiempos está a nuestra disposición y he señalado
a cientos y cientos de impetuosos jóvenes que me escribieron para oír ávidos la
última sabiduría de mi boca, las verdaderas y auténticas palabras, las imperecederas
de la China y la India, de la Antigüedad, de la Biblia y del Cristianismo.
No toda época, no todo pueblo ni todo idioma está destinado a expresar sabiduría.
No en todo siglo vive un iniciado que al mismo tiempo es un maestro de la palabra.
Sin embargo, todas las épocas y todos los pueblos tienen parte en el tesoro común y
quien pretende tener la sabiduría de todos los tiempos formulada en forma
absolutamente nueva y para su caso particular como consuelo para su dolor personal,
pondrá en la mano del hombre al que quisiera tener por conductor una autoridad y un
poder, como el que sólo puede conferir a sus ministros una verdadera iglesia. Mi
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papel no puede ser el del sacerdote, pues detrás de mí no hay iglesia alguna, y aun
cuando he tratado de dar consejo a millares de personas en cartas e indicaciones,
nunca lo hice como conductor, sino siempre como compañero de sufrimientos, como
hermano algo mayor.
Temo mucho que no nos entendamos y bien quisiera poder convencerlo, no del
valor ni de la categoría de mis ideas y de mi posición, sino de la necesidad, de la
inevitabilidad de mi situación. Los que se vuelven a mí, los que buscan en mí
«sabiduría» son, casi sin excepción, personas a las que no pudo ayudar ningún credo
tradicional. A muchos de ellos los orienté hacia los antiguos sabios y sus doctrinas.
También les recomendé con insistencia los escritos de algunos destacados católicos
contemporáneos. Pero la mayoría de mis lectores se me parece precisamente en su
necesidad de venerar a un dios velado. Quizá sólo sean los enfermos, los neuróticos,
los insociables quienes se sienten atraídos a mí y a mi obra; quizá el único consuelo
que algunos de ellos encuentran en mí no sea sino el de redescubrir sus propias
flaquezas y miserias en mí, un hombre de prestigio. No es de mi incumbencia
«decidirme» por un apostolado como usted demanda, sino realizar en el lugar que me
ha señalado el destino todo cuanto me sea posible. Forma parte de ello entre algunas
otras cosas no dar o prometer más de lo que tengo. Sufro bajo la miseria de nuestra
época, pero no me considero llamado a guiar a los demás para escapar de ella, estoy
dispuesto a recorrerla como a través de un infierno con la esperanza de hallar en el
más allá una nueva inocencia y una vida más digna. Pero no estoy en condiciones de
entregar ese más allá por un ahora y un aquí. Por esta razón, no creo que mi vida
carezca de sentido, que no me guíe una misión. El perseverar en medio del caos, el
poder esperar, la humildad ante la vida, aun cuando alarme por una aparente falta de
sentido, también son virtudes sobre todo en una época en que son tan corrientes las
nuevas elucidaciones de la historia universal, las nuevas orientaciones de la vida, los
nuevos programas de todo orden.
Creo por cierto, más aun, tengo la plena certeza de que un crecido número de
aquellos que se interesaron por mis obras durante un cierto tiempo y para quienes
fueron un estímulo, más tarde nos tuvieron que abandonar a ellas y a mí para no
confundirse. Otros acuden a llenar el vacío dejado por los primeros y yo les ayudo a
recorrer un tramo del camino a la hominización. Anhelo para los otros que sigan
avanzando, que busquen y encuentren compañeros más fuertes que yo, que se
aventuren por senderos más arriesgados. Yo debo quedarme en el mío por dudoso que
pueda parecerme a mí y a otros en estos momentos.
A un adolescente
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1932
1932
… Sólo le contestaré en pocas palabras, tanto más cuanto que en varias de mis
obras he escrito a menudo sobre el mismo tema. Me es imposible repetirlo a cada
lector individualmente. Así pues, veo la cuestión de este modo:
Si va a votar hoy en Alemania, me tiene sin cuidado y si yo tuviera que votar
renunciaría a ese derecho. Ni los hombres ni los partidos se merecen que la nación se
desangre por ellos. Alemania ha omitido reconocer su enorme complicidad en la
guerra mundial y en la situación actual de Europa. No lo ha confesado (sin negar por
ello que también «los enemigos» tienen bastante culpa), ha omitido emprender en sí
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misma una depuración moral y una renovación de la conciencia (como aconteció en
Francia durante el proceso Dreyfus).
Alemania utilizó el duro e injusto tratado de paz para excusarse ante el mundo y
ante sí misma de toda culpa. En lugar de admitir dónde estuvieron sus yerros y
pecados, y enmendarlos, fanfarronea como lo hizo en 1914 acerca de la inmerecida
posición de paria que debió adoptar y echa a otros la culpa de todos los males, ya sea
a los franceses, a los comunistas, o a los judíos…
… En mi opinión aquellos que creen compartir la responsabilidad por el espíritu
de Alemania tienen que señalar una y otra vez a su pueblo el daño causado por ese
cáncer y alejarse por completo de la política actual. Por su parte, los otros alemanes
podrían ayudar a su pueblo si aspiraran en su trabajo y en su ideología a una mayor
corrección y responsabilidad en lugar de matarse a golpes entre sí y jugar a los
bandidos los domingos.
Ya es suficiente, la cosa es muy sencilla. No es menester que sigamos
chapuceando a cualquier precio y tratando de componer a la falaz república.
Nosotros, los pocos individuos pensantes, tenemos una misión harto clara: la de no
participar en el engaño y combatirlo, abogar por la sinceridad y la verdad y por lo
pronto boicotear tranquilamente la política. Todo el aparato político actual del Reich
debe ser desbaratado…
Hacia 1932
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escuchará la voz una y otra vez, le resultará difícil no obedecerla y no lo hará feliz.
Su vivencia de la muerte es la misma que experimentó el joven Buda. El
espectáculo de la enfermedad, la vejez y la muerte fue lo que llevó en primer lugar al
gallardo príncipe Buda al camino que durante algunos años estuvo tan lleno de
tormento y luego se tornó luminoso bajo el árbol bo.
Su carta evocó en mí otro recuerdo literario. Me hizo pensar en ciertas sentencias
de Christoph Schrempf, un auténtico sabio a pesar de su exterior prosaico, y logró
encontrar dos de estas sentencias. Figuran en su libro «Del público enigma de la
vida».
La primera trata de la «vivencia demoníaca», o sea de la vivencia del ser
despertado o llamado, y dice así:
«La vivencia demoníaca no es placer ni dolor; está más allá del placer y del dolor.
Es agradable por cuanto todo dolor se pierde en ella; es espantosa por cuanto todo
placer desaparece en ella. Es experimentar la vida con el horror de la muerte».
La segunda, inserta en el mismo libro, reza:
«Cuando me molestan con el maldito deber de ser feliz, puedo vivir de manera
completamente aceptable».
Quizá estas frases tengan algún valor para usted. Si no es así, fue valioso para mí
recordarlas.
Hacia 1932
… Deseo un buen logro para su bello plan, pero no puedo contribuir a él con nada
serio. Yo no formo parte de los «conductores» y está lejos de mí todo anhelo de
influir o enseñar. Que no obstante mucho me ate a la juventud alemana y que aquí y
allá perciba en ella un eco es para mí más que un bello regalo.
Con Romain Rolland, a quien usted menciona, tengo amistad desde el año 1914,
época en que me descubrió accidentalmente como correligionario. He intercambiado
con él varias cartas y nos hemos encontrado repetidas veces, últimamente en mi lugar
de residencia: Montagnola, cerca de Lugano.
Lo que quise manifestar al referirme a Rolland y lo que nos separa a ambos de la
pluralidad de la juventud alemana, es nuestro total apartamiento de todo nacionalismo
al cual hemos reconocido durante los años de guerra como un sentimentalismo
retrógrado y uno de los mayores peligros del mundo actual. El país en el cual las tres
cuartas partes de la juventud presta juramento a Hitler y a sus frases insensatas nos es
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prácticamente inaccesible para una influencia directa, si bien el tiempo puede traer
cambios. Así como Rolland vuelve su antinacionalismo sobre todo contra sus
conciudadanos franceses, por los cuales se siente obligado a compartir
responsabilidades, del mismo modo siento yo particular aversión y hostilidad
respecto a la actual forma alemana de nacionalismo. El mentir negando toda
culpabilidad en la guerra, el imputar toda responsabilidad por la situación de
Alemania a los «enemigos» y a Versalles, crea a mi juicio en ese país una atmósfera
de estupidez política, mendacidad e inmadurez que mucho contribuirá al surgimiento
de una futura guerra.
Sin embargo, no vislumbro posibilidad alguna para una intervención directa. A
medida que me veo precisado a aprender a ahorrar mi tiempo y mis fuerzas, debo
volcarme en forma más reconcentrada en el tipo de trabajo que siento como aquel al
cual estoy destinado y que es en realidad un trabajo puramente artístico. Conservarse
austero y escribir un buen alemán en medio de la degeneración de nuestra lengua y de
nuestra literatura, destacar constantemente los principios de una sencilla humanidad y
realizar en medio de los programas de lemas mi propia labor con la mayor
responsabilidad y perfección posible, éste es mi único programa.
Muestre de esta carta mía a sus jóvenes amigos aquello que considere apropiado.
Y reciba mi gratitud por su saludo y su viva. Me han llenado de alegría. No me ha
sido dado ser adalid y dirigir la palabra a las multitudes, yo siempre le hablo al
individuo y a su conciencia. A la juventud quisiera decirle: Madurad y sed
conscientes de vuestra responsabilidad antes de preocuparos por el mundo y su
transformación. Cuantos más individuos haya capaces de contemplar el teatro del
mundo con serenidad y crítica, menor será el riesgo de las grandes estupideces de la
masa, sobre todo la guerra.
28 de enero de 1933
… Nada más puedo decirte acerca de lo que se quiso significar con El juego de
abalorios de lo que tú ya sabes ahora a través del prólogo y quizá esto además:
simplemente tengo pensado escribir la historia de un maestro en el juego de
abalorios, su nombre es Knecht y su vida transcurre alrededor de la época en que
concluye el prólogo. No sé nada más. Tuve necesidad de crear una atmósfera
depurada. Esta vez no fui al pasado o a lo fabuloso secular, sino edifiqué la ficción en
un futuro fechado. La cultura mundana de esa época será la misma que la de la actual,
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en cambio habrá allí una cultura intelectual en la que valdrá la pena vivir y ser su
siervo. Este es el ideal que quisiera pintar. Pero no hablemos más sobre el particular,
de lo contrario mataremos el germen. No hubiera debido comunicar nada al respecto,
pero no me arrepiento, pues me interesaba que tuvieras una noción de mi estilo de
vida y de mi hacer, de la latente productividad o como se lo quiera llamar. Dicho en
buen alemán y en forma lacónica: en el fondo me avergüenzo por mi prolongada
infecundidad y quise mostrarte que al menos había algo tras ella.
Será imposible mandar una copia a Fischer, como propones, porque no la hay.
Tan sólo existe un único ejemplar, el que tú leíste y el original que está en mi poder y
seguramente no conservará su forma actual. En ese prólogo sólo está delineado el
terreno y se obliga al lector a dejar a un lado el libro e introducirse en la atmósfera
limpia pero enrarecida en la que se desarrolla.
Se han agregado al borrador del prólogo algunos detalles, así como la locución en
latín del epígrafe, que naturalmente en una ficción (encontré al hombre que tradujo en
una bella versión latina, de perfecto estilo, el epígrafe inventado por mí, como salido
del magín de un autor ficticio. Este hombre es un viejo compañero de escuela y en
1890 ambos fuimos los mejores latinistas del colegio con un latín digno de encomio,
pero en la actualidad sólo él domina esa lengua. Yo la he olvidado en sus nueve
décimas partes).
30 de enero de 1933
Apreciados señores:
A pesar de todo quisiera dejar la palabra Deutsches. En Suabia, el pueblo emplea
constantemente deutsch y deutlich como sinónimos, con más frecuencia en el giro
Sprich deutsch (Habla claro) usado cuando alguien habla alemán pero de una manera
sinuosa y confusa. Esas muchas y bellas exquisiteces idiomáticas de la lengua viva se
están yendo al diablo, hoy con más rapidez que nunca. Nuestros nietos ya no podrán
hablar alemán. Pero trataremos de guardar en nuestros libros algún restito, aun
cuando a veces no sean entendidos del todo.
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Al señor H. Sch., Pohle en Oberlausitz
Enero de 1933
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Ha significado para mi una enorme decepción no haber logrado hacer entender a
través de mis libros y de mi vida que hablo en serio. Por ejemplo, me entero por su
última carta que también conoce el Siddharta. En consecuencia, al leer El lobo
estepario su impresión debió ser: este individuo, el que escribió Siddharta, dice ahora
notoriamente lo contrario.
Dado que con su pregunta sobre el «teatro mágico» ha puesto en duda toda la
seriedad de la vida y de las acciones, por la cual he cruzado por más de un infierno,
puse en mis respuestas un acento de burla en relación con su declaración respecto a la
seriedad con que usted toma su propio buscar y pensar. También en su última carta
vuelve a destacar con énfasis cuán incondicionalmente su generación (o la minoría a
la cual pertenece) «exige» que se tome en serio su búsqueda.
Según mi punto de vista esto no tiene sentido. Yo tomo en serio la búsqueda de
todo individuo, simplemente como hecho vital, le tengo a todo individuo un respeto
incondicional en tanto no se me muestre carente de valor. Llegué a ser tan ingenuo
como para presuponer como lógico lo mismo para mí y para mi trabajo, a saber que el
lector no me haga a un lado ni tampoco me brinde tanta confianza como para
atreverse a creer que es algo serio para mí.
Pero esta brecha entre usted y mi persona también es achacable a las edades. Para
usted, para los jóvenes, su propio ser, su buscar y padecer tienen con derecho esa gran
importancia. Para quien ya es viejo la búsqueda habrá sido un camino equivocado y
la vida un fracaso si no ha hallado nada objetivo, nada que se mantenga de pie por
encima de sus preocupaciones, nada absoluto o divino que venerar, a cuyo servicio
ponerse y cuyo servicio sea lo único que dará sentido a su vida.
Por consiguiente: tomo incondicionalmente en serio su búsqueda y su sufrir, y
deseo de todo corazón que el resultado de su búsqueda pruebe alguna vez ser
parecido al de la mía; no en las formas e imágenes a través de las cuales se expresa,
sino en el finalidad y la valoración para su propia vida.
La necesidad de la juventud es poder tomarse en serio a si misma. La necesidad
de la vejez es poder sacrificarse a sí misma, porque, por encima de ella hay algo que
toma en serio. No me gusta formular sentencias, pero creo firmemente que entre estos
dos polos debe transcurrir y desarrollarse una vida espiritual. Pues la misión, el
anhelo y el deber de la juventud es el devenir, y la misión del hombre maduro es el
deshacerse de sí, dejar de ser, o como lo denominaron otrora los místicos alemanes, el
«entwerden». Es menester haber llegado a ser un individuo completo, una verdadera
personalidad y haber sufrido los padecimientos de esta individuación antes de poder
ofrendar el sacrificio de esa personalidad.
El lobo estepario no es objeto apropiado para nuestra discusión, pues tiene un
tema que usted desconoce: la crisis en la vida de un hombre que frisa en los cincuenta
años. De ahí también las malas interpretaciones.
Ahora debo pedirle un momento de descanso. Mi correspondencia es muy nutrida
todos los días y aun cuando no cotizo alto mi tiempo, debo ser cuidadoso y no forzar
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mi vista. Quizá alguna vez volvamos a encontramos.
En el preciso instante en que me disponía a concluir se me ha ocurrido que tal vez
usted pudiera malinterpretar lo que digo del ser y el sacrificio, o sea como si yo
quisiera exponerlo así: como si hubiera terminado con este «entwerden» y con este
sacrificio, lo hubiera realizado ya, y me encontrara en alguna parte del más allá. Por
el contrario: yo lucho por ello, sufro por ello, a menudo también me defiendo de ello,
pero yo veo la meta y creo en el significado, así como Harry Haller cree en la
inmortalidad, además de creer en la música bailable y otras vanidades.
Enero de 1933
Querido Carlo:
Agradezco tu cartita. Fue para mí una alegría volver a oír tu voz. Y dado que el
viajar me resulta cada vez más difícil, quiero repetir lo que tú ya sabes. Si alguna vez
puedes y quieres venir aquí, serás bienvenido, ya sea tu visita breve o prolongada, ya
vengas a descansar o a trabajar. Solamente que no tenemos piano. Aquí no lo hay.
Sólo puedo responder mal a tu pregunta. Sin duda tienes razón acerca del
protestantismo. Cuando hablo de protestantismo, naturalmente me refiero a aquel que
conozco, a aquel que he experimentado y gustado y cuya decadencia y crisis estamos
viviendo. No tengo mucho sentido histórico y por ello carezco también de equidad en
el empleo de palabras tales como «protestantismo». La Iglesia sólo la considera
posible en la forma católica y como a pesar de todo no la pude aceptar para mí,
recorrí hasta el fin el camino del protestantismo como lo hicieron antes que yo todos
los genuinos protestantes, y de la manera más elegante Lessing y también Schrempf a
su manera.
Veo en verdad el clasicismo alemán en la música hasta Bach y con él, inclusive
Mozart. Goethe y Schiller, Herder y Lessing son nobles y bellos fenómenos, pero no
son clásicos, no han curvado el arco sobre una elevada herencia, ni podido erigir un
nuevo y serio ideal. Lo que Alemania tenía para dar al mundo después de la Edad
Media lo dio en la música. A veces, cuando trato de meditar acerca de lo que tengo en
mí del cristianismo, o dónde reside la última y pura representación de este
cristianismo, evoco indefectiblemente las cantatas y las pasiones de Bach. Allí y no
en la literatura, el Cristianismo fue forma por última vez. Y el hecho de que tú sigas
aún hoy sentado a las orillas de este río dedicado a la música sacra es a pesar de todo
un bello ministerio.
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En cambio, la situación respecto a Eckhart es la siguiente: Simplemente no lo
conozco bastante y en otros tiempos preferí buscar aquello que llaman «mística» en
las formas orientales más que en las cristianas, en especial en las alemanas. Puede ser
que el apartamiento de Lutero de ellas y su traición a la «Theologia deutsch» (que
considero como una traición a los campesinos) me hayan arredrado
inconscientemente. Tengo un Eckhart en alemán y quisiera leerlo de nuevo alguna
vez, pero ocurre que para la lectura de libre elección ya no tengo fuerza en mis ojos.
Este año no habrá nada que hacer en cuanto a esquiar. Esto me disgusta por un
motivo: a lo sumo me será posible esquiar hasta los sesenta años y de estos pocos
años que me quedan me duele perder uno. En compensación viajaremos en breve a
Baviera por corto tiempo a fin de visitar a nuestro oculista.
Addio, te saludo cordialmente
4 de febrero de 1933
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gastar su exceso de acometividad y sangre u ocasionalmente se maten a golpes, no
pasará de ser un bonito deporte infantil, pero cuando hacen lo mismo las hordas
organizadas (léase los Nazis), esto adquiere ya un aspecto desagradable, pero la peor
forma del «batallar» es la organizada por el Estado, como la que estalló en el año 14
y la correspondiente filosofía del Estado, del Capital, de la industria y del individuo
fáustico de quien son invenciones todas estas cosas.
Desde que la «lucha» ha perdido para mí toda magia, todo lo no combativo, todo
lo noblemente sufriente, todo reflexionar en silencio se me ha hecho caro y de este
modo transité el camino del luchar al sufrir, di con el concepto de soportar, que de
ningún modo es negativo, el concepto de la «virtud», que desde Confucio hasta
Sócrates y el Cristianismo siempre ha sido el mismo. El «sabio» o el «perfecto» de
los antiguos escritos chinos es un tipo similar al «buen» hombre indio o socrático. Su
fuerza no reside en que está preparado para matar sino en estar preparado para dejarse
matar. Toda nobleza, todo valor, toda perfecta pureza y singularidad de la obra y de la
vida, tienen allí sus raíces desde Buda a Mozart.
Pronto hará tres semanas que estamos sitiados por la nieve. Ha alcanzado una
altura superior a un metro y todavía perdura aunque menos compacta y el sol brilla
día a día sobre su superficie. Nuestro clima es magnífico en estos meses de invierno.
No se diferencia del norte por un gran exceso de calor, pero sí por un gran exceso de
luz…
A un estudiante en Potsdam
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a los demás, o en caso contrario tomar conciencia de que sus disposiciones no lo
llaman ni obligan a nada mediocre. Aun cuando todavía no vislumbre meta alguna e
ignore en dónde situará más adelante la vida a un individuo de su especie, debe tomar
en serio su persona y sus estudios y tratar de hacer algo por usted. Lo que nuestra
época necesita y exige no es una burocracia y una hábil laboriosidad, sino
personalidad, conciencia, responsabilidad. En intelecto, «el talento» es superfluidad,
en sí no significa mucho. Pruebe ver alguna vez su situación desde este punto, quizá
se le ocurran ideas que lo hagan avanzar.
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A la redacción del «Eckart», Berlín
Febrero de 1933
Distinguidos señores:
Acuso recibo de vuestra propuesta relacionada con una «mesa redonda». Sin
embargo, por principio considero un error que los autores no escriban aquello que se
sienten movidos a escribir, sino lo que las redacciones les encargan. El error reside en
la institución del autor intelectual que en primer lugar se vende ya sea por dinero o
por el incentivo de llamar la atención, y en segundo lugar siempre es capaz y está
dispuesto a responder a las «sugerencias» y dar rienda suelta a su sapiencia sobre el
tema que se le dicta. A esto se añade otro mal: las proposiciones como la vuestra
pretenden del autor que algo que una vez expresó bien y por necesidad, lo vuelva a
formular otra vez por una sugerencia casual (por lo tanto necesariamente peor). Por
supuesto, respeto la generosidad y la pureza de su intención, pero no puedo
complacerlo ni en esta ni en otra ocasión.
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rechazo la violencia. Sí, el mundo está enfermo de injusticia. Pero está más enfermo
aún por la falta de amor, de humanidad, de sentimientos fraternales. La fraternidad
que se nutre cuando marchamos por millares y cargamos armas, no me resulta
admisible ni en la forma militar ni en la revolucionaria.
Esto es lo que tiene vigencia para mí, para mi persona. Dejo que los demás tomen
su decisión, sólo espero que si me conocen, reconozcan mi posición como necesaria
para mí, o al menos bien fundada por mí y responsable…
… Yo también he dejado atrás caminos y cambios. Quizá sea el camino de un
Don Quijote, pero de todos modos es el de un sufrir y saberse responsable. Me ha
dado una conciencia muy sensible. Esto comenzó en 1914 (antes era inocua) y hoy
soy un solitario y «soñador» más consciente que nunca, lo soy a conciencia y no veo
en ello tan sólo un anatema sino un destino. Naturalmente, yo tengo mi forma de
comunidad y sociabilidad. Recibo al año millares de cartas, todas de gente joven, en
su mayoría por debajo de los veinticinco años y muchos vienen a visitarme. Son casi
sin excepción muchachos dotados, pero difíciles, destinados a una medida de
individuación por encima del término medio, desconcertados por las rotulaciones del
mundo normalizado. Algunos son patológicos, algunos tan excelentes que en ellos
descansa toda mi fe en la supervivencia del espíritu alemán.
No soy padre espiritual ni médico para esta minoría de jóvenes intelectos en parte
amenazados, pero vivos. Carezco para ello de toda autoridad y todo derecho, pero
hasta donde alcanza mi intuición robustezco a cada uno en aquello que lo separa de
las normas, trato de mostrarle el sentido de ello. No le aconsejo a nadie adherirse a un
partido, pero les digo a todos que si lo hacen siendo muy jóvenes aún, corren el
riesgo no sólo de vender su propio juicio a cambio de ventajas, a cambio de estar
rodeados de correligionarios, sino… (la frase fue interrumpida por la llegada de una
visita, la retomo de nuevo), sino les indico a cada uno, también a mis hijos en
particular, que pertenecer a un programa y a un partido no debe ser juego, sino tener
plena vigencia, o sea que quien transe por la revolución no sólo debe poner su cuerpo
y su vida a disposición de la causa, sino también estar preparado para matar, para
disparar, para empuñar ametralladoras y lanzar gases. A menudo les doy a leer a los
jóvenes la literatura de los revolucionarios de la izquierda, pero cuando se habla
sobre el particular y empiezan los improperios irresponsables de costumbre acerca de
los burgueses, el Estado y el fascismo (a los que por supuesto mandaría al diablo),
traigo a colación esa cuestión de conciencia: que es menester estar dispuestos a matar,
no sólo a matar a aquellos que conocemos y aborrecemos como criminales, sino a
matar a ciegas, a disparar sobre la masa. Por mi parte no estoy dispuesto a ello por
ningún motivo y me reconozco cristiano porque en caso de necesidad prefiero sin
duda alguna ser muerto que matar, pero jamás he tratado de influir sobre otro,
tampoco sobre mis hijos, acerca de la decisión a tomar en cuanto a esta cuestión de
conciencia.
Dentro de una hora espero recibir la visita de un conocido autor antifascista y
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mañana al primer fugitivo de Alemania. Las olas llegan hasta aquí también y puedo
sustraerme a ellas menos que en 1914… Sólo que ahora estoy más seguro de mi
conciencia personal.
… Tuve que realizar por última vez un nuevo examen de todo esto durante la
revolución alemana, cuando me ofrecieron allí una actividad. A pesar de toda mi
simpatía por Landauer, etcétera me quedé a un lado. Sigo estando aún en la misma
posición y a sus ojos tal vez sea estancamiento, pero para mí fue y es día a día vida,
cambio y examen.
A Thomas Mann
21 de abril de 1933
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A Thomas Mann
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A Thomas Mann
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racial, gozosa y ebria. Estos son los sones de 1914, pero desprovistos de la
ingenuidad posible aún en aquel entonces. Todo esto costará sangre y algo más. Se
percibe olor a todo lo malo. No obstante, por momentos me emociona el entusiasmo
y la disposición para el sacrificio de ojos cerúleos que se advierte en muchos.
Ojalá las cosas le sean tolerables y podamos volver a vemos en un futuro no muy
lejano.
Le ruego hacer llegar mis saludos a su esposa y a Mädi.
Cordialmente suyo
28 de agosto de 1933
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A la señora Br., asesora de estudios, en estos momentos en Lugano
25 de setiembre de 1933
29 de setiembre de 1933
… Por desgracia, conozco desde hace mucho la triste mentalidad de los judíos
alemanes. Su conducta respecto a los judíos eslavos ha sido una traición y una
ignominia desde mucho antes de la aparición de Hitler. Si no fuera una irreverente
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brutalidad respecto a su situación actual uno estaría tentado de decir que «lo tienen
bien merecido», pero no debemos olvidar que tanto los judíos como los alemanes
tienen junto a su mayoría bruta, estúpida y cobarde, una minoría fina, sabia y
valiente, por pequeña que sea. La sola existencia de una persona como Martin Buber
constituye un consuelo y una dicha. En sus últimas obras y en su comportamiento ha
alcanzado desde hace años una gran pureza, claridad y seguridad en cuanto a su
posición.
En su calidad de judío y para la pequeña minoría de los judíos intelectuales se ha
convertido en la actualidad en acumulador y fuente de energía, no se ha amoldado en
un solo paso ni a la manera alemana ni a la cobarde judío-alemana.
Estas pequeñas minorías y focos de espiritualidad y piedad son aquéllas con las
cuales comparto una viva complicidad, con las cuales me agito, soporto y trabajo en
silencio. Por ejemplo, en la pequeña esfera vital de mi persona, mi vínculo con
Alemania me es confirmado casi a diario por las cartas de los lectores, en particular
lectores muy jóvenes que se dirigen a mí con una inseguridad a menudo malsana,
pero la mayoría de las veces con una confianza conmovedora para buscar en la crisis
de sus vidas alguna confirmación o enmienda. Estas cartas, desde hace veinte años la
única prueba real del sentido de mi existencia y de mi trabajo, aunque al mismo
tiempo mi diaria carga y tormento, estas cartas de los jóvenes lectores alemanes no
han cambiado en nada desde marzo de 1933, ni siquiera han mermado. Ahora como
antes, esos sectores de la juventud a los cuales les resulta imposible el rápido dejarse
absorber por la masa y el uniforme, pelean su batalla por la luz y el espíritu, a lo cual
se suma a menudo la más amarga miseria material. Los desocupados leen en las
bibliotecas gratuitas un libro que los cautiva, empiezan a reflexionar, buscan el
camino hacia el autor, tal vez lo abandonan enseguida porque no pueden considerarlo
como consejero o modelo, sino sólo como el instigador. En este puesto, el de vocero
de una pequeña minoría de individuos que luchan por dar un sentido e imponer una
meta a sus vidas, en este puesto estoy ligado ahora y siempre al pueblo alemán y
tengo en él una función. Algunas de estas personas vienen hasta Montagnola para
verme. Se presentan aquí un buen día, platican conmigo una hora o medio día, llegan
a pie o en bicicleta y al igual que las cartas me procuran alegrías y preocupaciones y a
la larga esto se convierte para mí en una responsabilidad que aumenta lenta pero
constantemente, una responsabilidad que a veces me oprime, otras me sostiene y
alegra.
Por otro lado, muchos de mis amigos no entienden que no tome partido, que no
me afilie a Alemania ni adhiera a la oposición. A menudo, me asalta el deseo de
decidirme por esto último, pero sólo por un fugaz instante. ¿Para qué las protestas?
¿Para qué los artículos festivos sobre Hitler y sobre el talento de los suboficiales
alemanes? ¿Qué me importan? Nada puedo remediar. En cambio puedo ayudar un
poco a aquéllos que, a semejanza mía, sabotean con sus pensamientos y sus actos y
forman islas de humanidad y amor en medio del caos diabólico y la masacre. Querido
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amigo, mucho me hubiera gustado hablar con usted. Me depara una gran alegría saber
que en su manera enérgica que tanto me gusta, ha vuelto a la actividad en medio del
infierno y ha intervenido personalmente y creado cosas buenas.
Ahora, le saludo de todo corazón como también a su esposa e hijos y les deseo
aunque sea por última vez un hermoso y benigno otoño en Fiésole.
A Thomas Mann
Fin de 1933
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Al señor A. H., Pforzheim
Hacia 1933
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marche sobre el infierno, es superable.
No puedo decirle más, no logro ver más a través de las páginas que escribió. Lea
unas cuantas veces seguidas estas líneas mías, luego olvídelas tranquilamente y
permita actuar tan sólo lo que deje algún aliciente y estímulo.
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A Wilhelm Gundert, Tokio
11 de febrero de 1934
… Temo que aún no se ha llegado al nivel más bajo y que el arte y la literatura
habrán de pasar hambre aun durante un tiempo. Sin embargo, esto no impide que
hagamos fecundos los sufrimientos que de ello emanarán y que nos reservemos y
ofrendamos al futuro. Aparentemente, también nos queda abierto el otro camino:
pasar por alto el momento trágico y perdernos de alguna manera en la masa. ¿Pero
nos estará realmente abierto, y nuestra renuncia a él será realmente nuestra proeza y
nuestra virtud? Presumiblemente, cada uno de nosotros recorre su camino mucho
menos libre de lo que a él le parece. Por esta razón es bueno para los señalados saber
de camaradas y sentirse incluido en las filas de los creadores y sufrientes que
marchan por la historia del mundo.
Esta es nuestra comunidad de los santos, forman parte de ella tanto el pobre
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Villon y el pobre Verlaine como Mozart, Pascal y Nietzsche. Ya no sé más qué decir
por hoy…
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A un estudiante de teología
17 de marzo de 1934
Estimado señor:
En su calidad de teólogo no está bien debatirse en la incertidumbre acerca de
dónde se encuentran los valores y dónde buscar consuelo. Y tampoco está bien que
espere de mí que a través de una apología de mí mismo le ayude a no serme infiel. Es
mejor que sea infiel, recorra el camino de la época del espíritu al poder, de la fe en el
espíritu a la fe en los cañones y tenga la plena certeza de que ninguno de todos los
buenos espíritus del pasado aprobará su camino. Es más fácil transitar por él que por
el nuestro, se puede lograr sin el «cansancio» que le molesta en mí y que se remonta a
algunos decenios de luchar por el espíritu contra el poder brutal. Vivía en Gotinga un
estudiante de teología, el señor Adolf B., autor de poesías muy bellas. Si lo conoce
salúdelo de mi parte y hable con él, pues yo no puedo darle lo que usted desea.
Junio de 1934
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aprendimos a conocernos mejor. Ambos habíamos llegado a Ticino en calidad de
fugitivos después de una existencia más o menos malograda. Fue mi amigo y durante
varios años mi contacto más cercano. Nuestra amistad nos unió más y más hasta su
muerte. Su sepultura está cerca de mi casa, su viuda aun mantiene conmigo vínculos
amistosos. Ball contribuyó mucho a mi conocimiento del pensamiento católico y yo
le transmití algo de la sabiduría india y china. En sus últimos años fue un católico
ortodoxo y aun cuando lo contradecía a menudo y no ocultaba mi escasa simpatía por
el clero, me cautivó en particular y conquistó mi corazón por su disposición a ofrecer
el sacrificio del intelecto, por su intento heroico de realizarlo y porque la realización
del ideal romano en la vida privada se le antojaba más importante y sagrado que todo
edificio ideológico. Eran todos herejes quienes le acompañaron hasta su última
morada y yo también caminé tras su ataúd con un largo cirio bajo la lluvia, en medio
de la tempestad, hasta la iglesia de San Abbondio.
La lectura de su carta hizo que este recuerdo aflorara en mí. Es joven y para usted
aquello que busca se le presenta como «nuevo», vivir una nueva manera, una nueva
especie de espiritualidad y humanidad, pero para mí, que me encuentro en la
senectud, lo «nuevo» carece de hechizo y no obstante creo que lo que usted anhela es
lo mismo que anhelo yo, pues la meta de todos los sueños e ímpetus del hombre
siempre es nueva. La elevación del hombre está siempre y por doquier en
contraposición a lo acostumbrado, a lo profano, a lo rutinario. Los jóvenes y los
creyentes siempre consideran fariseos a aquellos que pertenecen a órdenes y credos
ordenados y de formulaciones acabadas. Y así creo también que la selecta minoría y
óptima fuerza vital del Cristianismo siempre se encuentra en aquellos para quienes lo
formulado amenaza perder sabor. Creo asimismo que los anhelados «nuevos» órdenes
sólo son los viejos, y que las viejas formulaciones recuperan su hechizo actual en la
medida en que el buscador está dispuesto a admitir la fórmula como símbolo.
Si alguna vez visitara el Mediodía y tuviera contacto con nuestra región quizá
podríamos vernos. En estos momentos es casi imposible mantener una disputa por
encima de las fronteras. Le deseo todo lo mejor.
23 de junio de 1934
Distinguido doctor:
Le agradezco sus líneas. Me pregunta si no me ha «echado a perder el humor». Le
confieso que no había nada que echar a perder. Quien vive en el infierno y vive
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consciente en él no puede tener buen humor. Por esta razón considero también
superfluas las discusiones sobre nuestros puntos de vista. La vida es demasiado breve
y muy difícil. Tenemos otros deberes que cumplir.
Me abstendré de cualquier manifestación sobre cuestiones judías ya sea en pro o
en contra. Espero de ello sosiego para usted y para mí un cierto descargo, pues al fin
y al cabo yo también soy un ser humano y me asiste en realidad el derecho de todos y
cualquiera de sentirme ofendido por los reproches duros e injustos.
Por lo tanto, le ruego desista de escribirme la carta proyectada. Reconozco a los
judíos en conjunto, así como en forma aislada, el derecho absoluto a sus pasiones
nacionalistas y en consecuencia, en el futuro me esforzaré para no lesionarlo. Sin
embargo, lo que venero, amo y tomo en serio en los judíos como en cualquier otro
pueblo no son precisamente las pasiones y las susceptibilidades nacionalistas. Las
considero algo natural, algo lógico, pero absolutamente carente de interés. Lo único
que me interesa en los hombres es su capacidad de hacer a un lado o sublimar esas
pasiones en casos determinados.
Le doy las gracias por sus amables palabras.
Su affmo.
23 de junio de 1934
Distinguidos señores:
Permítanme ustedes orientar vuestro interés hacia un colega alemán, un escritor
notable y que en la actualidad está pasando por graves padecimientos, cuyas obras
representan un elevado valor humano y literario y a quien —según me han dicho—
no han tenido en cuenta hasta ahora a pesar de sus esfuerzos en favor del sacrificio de
la crisis alemana. Se trata del escritor y periodista Arthur Holitscher. A partir de
Fuente envenenada aparecida por primera vez después de 1900, sus novelas le han
conquistado un lugar en la literatura alemana y desde que Holitscher se ha dedicado
más y más a los problemas sociales de su época y ha tomado partido por su solución
según las ideas comunistas, ha pasado a formar parte de los abogados y defensores de
los pobres y de los desamparados. No soy correligionario de él, tampoco su
compatriota (por nacimiento Holitscher es húngaro, yo soy suizo) pero sí colega y
lector de sus obras desde hace treinta años. Ahora que el propio Holitscher se cuenta
entre los pobres y privados de sus derechos, que sus libros han sido prohibidos,
confiscada su propiedad y sus herramientas de trabajo y pesa sobre su existencia una
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seria amenaza, ahora que ya no posee siquiera sus propios libros, ahora creo que debe
pertenecer necesariamente a aquellos colegas a quienes les es menester vuestra
solidaridad, vuestra camaradería, y son dignos de ellas. Sus libros deben formar parte
sin reservas de vuestra Biblioteca de los Emigrantes. El propio Holitscher se cuenta
entre aquellas víctimas de la situación política, cuyo conocimiento y protección en la
medida de lo posible, sería por cierto vuestro deber.
Ruego a ustedes sepan disculparme, a mí, un extraño que no pertenece a ninguna
organización, ni es siquiera miembro de vuestro club, por haberme permitido estas
sugerencias.
Con toda consideración, vuestro affmo. servidor.
25 de agosto de 1934
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alternación de los modos armónicos pero tras estas cuestiones puramente estéticas,
también están vivos con las otras, el verdadero espíritu de la música genuina, su
moral. Al respecto los viejos chinos saben y dicen más que nuestros musicólogos. Li
Bu We cita entre otras cosas en «Primavera y otoño», cap. 2: «La música perfecta
tiene su causa. Nace del equilibrio. El equilibrio nace de lo derecho, lo derecho nace
del significado del mundo. Por esta razón sólo es posible hablar de música con
alguien que haya reconocido el significado del mundo». Li Bu We ya tenía formado
su concepto acerca de Wagner, el cazador de ratas y músico favorito del segundo y
más aun del tercer Reich. El chino decía: «cuanto más arrebatadora la música más
melancólicos se toman los hombres, más peligrosa se toma la tierra, más hondo cae el
príncipe», etcétera, o: «Tal música es por cierto ruidosa, pero se ha apartado de la
verdadera música. Por ello esta música no es alegre. Si la música no es alegre el
pueblo gruñe y la vida se daña», y «La música de una era bien ordenada es serena y
alegre y el gobierno regular. La música de una era inquieta es agitada y furibunda y
su gobierno está trastrocado. La música de un estado decadente es sentimental y triste
y su gobierno corre peligro».
Addio, quizá nos veamos en Baden en las postrimerías del otoño. Estoy
sobrecargado de huéspedes y visitas. Desde hace largo tiempo ya no me es posible
trabajar, salvo la cuota necesaria de cada día. Los dos poemas surgieron como al azar.
Agosto de 1934
He recibido su carta, pero la vida es demasiado corta para dilapidarla con tanta
charla. Lo considero poco provechoso. Naturalmente, puede usted divertirse a su
antojo sobre el poema «Credo» pero me resulta incomprensible que lo pueda concebir
como un intento de privar al hombre de su responsabilidad. Presumiblemente,
entiende usted por espíritu algo así como inteligencia o algo parecido. Yo, es decir,
mi poema, nombra al espíritu «divino» y «eterno», es decir, el poema entiende por
espíritu exactamente lo que desde hace tres mil años entendieron todas las
cosmovisiones espirituales: la sustancia divina. Es divina, pero no es Dios, si bien
hay religiones que lo toman así. Que nuestra existencia es trágica pero santa no le
quita responsabilidad al que así cree. Tampoco puedo ver por qué mi fe debe estar en
contradicción con «Crisis» u otros de mis escritos. Ningún ser humano conserva su fe
todos los días y a cada hora con la misma pureza y vigor, con los que quizá la
formuló en una hora benigna. Y la fe en el espíritu y en la determinación del hombre
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por el espíritu de manera alguna excluye la tristeza y la desesperación de la vida
física (acerca de las cuales trata «Crisis»). Si en la actualidad los conceptos no
estuvieran tan embrollados y si la práctica no extrajera cada día deducciones
demoníacas y mortales de esta confusión, quizá nunca hubiera sentido el apremio de
formular mi fe tal como lo hace ese poema…
Será mejor que formule para usted su propia creencia. ¡Verá entonces cuán difícil
y llena de responsabilidad se toma cada palabra! Y luego, busque vivir su fe. A un
joven alemán de hoy no le faltarán pruebas difíciles.
Agosto de 1934
Estimado colega:
Su amable carta me ha sido muy grata y le agradezco cordialmente por ella y por
los dos cuadernos, el ensayo sobre «Lauscher» y su bello poema solar dedicado a la
muerte.
Lo que manifiesta acerca de su ensayo sobre «Lauscher» me resulta
comprensible. En el curso de mi vida han aparecido y se hicieron conscientes las dos
almas bajo distintos nombres e imágenes. También la antinomia apolíneo-dionisíaco
formó parte de mi vocabulario durante un período de mi juventud. Más tarde, me
acostumbré a mirar e interpretar a las «dos almas» más como polos entre los cuales el
ir y venir de las corrientes y tensiones puede suponer lucha y dolor, si bien siempre
significa vida.
Si consigue hallar en Tokio el «Neue Rundschau» berlinés, encontrará en el
número de mayo de 1934 un cuento mío en el cual podrá apreciar aquello a lo cual
estoy abocado desde hace algunos años, pues es un fragmento de una obra mayor con
la que mis ideas juegan desde hace varios años.
A menudo me ha causado sumo agrado el interés de los japoneses por la literatura
alemana. Hace algunos años me vino a ver un profesor nipón que estudió en Europa
durante cierto tiempo. Visitó en Alemania las ciudades natales y los lugares donde
transcurrieron las vidas de Goethe, Heine y otros. También había estado en mi ciudad
natal y vino a Montagnola para hacérmelo saber. En Alemania sólo quedan unos
pocos capaces de hacer esto, o un ensayo como el suyo sobre Lauscher. Cuando hace
un año apareció la nueva edición del olvidado Lauscher, la prensa de Alemania casi
no lo tomó en cuenta. Este viejo libro les pareció «polvoriento y romántico». La
crítica alemana en su totalidad rehusó dedicarle mayor atención.
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Naturalmente, ahora sé que en su pueblo, en Japón, la gente no se dedica tan sólo
a traducir a Goethe y componer bellos poemas. Como durante toda mi vida he sido un
enamorado del Oriente, me alegra que al menos uno de los pueblos orientales sepa
algo de mí, tenga una relación conmigo y dado que a la distancia todo se vislumbra
hermoso, su Japón se me antoja muy apacible y espiritual a pesar de todos los
actuales argumentos en contra.
Por cierto, a nosotros tampoco nos falta espiritualidad, pero sí la concentración en
el sentido de la contemplación. Con excepción de una pequeña minoría selecta de
católicos, el europeo de hoy casi no conoce la postura estática, contemplativa y
reverente dedicada a un tema, mientras entre vosotros, ya a partir del budismo, existe
una mayor tradición en este sentido.
Pero sea como fuere, habremos de alegramos porque a pesar de las pasiones y la
brutalidad del infantil mundo político, en todos los pueblos existen hermanos de
nuestra reducida orden que no se empeñan en hacer historia y conquistar sino que
anhelan pensar, contemplar y hacer música. En esto somos hermanos y colegas y
trataremos de tocar nuestras flautas y nuestros violines con el virtuosismo y todo el
esmero que nos sea posible.
Mis cordiales saludos, también para W. Gundert.
25 de setiembre de 1934
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Al doctor C. G. Jung, Küsnacht
Setiembre de 1934
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desviar hacia una sublimación aparente, lo considero permitido, más aun altamente
valioso y deseable allí donde da resultado, donde el sacrificio da frutos.
Por esto es tan delicado y peligroso el psicoanálisis para el artista, porque a quien
lo toma en serio puede negarle de por vida toda manifestación artística. Si ocurre esto
con un diletante, está bien, pero si aconteciera con un Handel o un Bach, preferiría
que no existiera el análisis y conserváramos en cambio a Bach.
Dentro de nuestra categoría, dentro del arte, nosotros los artistas realizamos una
verdadera sublimación y no por voluntad o ambición, sino por merced, sólo que
naturalmente no se hace alusión al «artista», tal como lo concibe el pueblo y el
diletante, sino es víctima el artista servidor y Don Quijote que está aún dentro del
caballero trastornado.
Bien, deseo poner fin a esta misiva. Yo no soy analista ni crítico. Si por ejemplo
le echa un vistazo al artículo bibliográfico que le he enviado, descubrirá que muy rara
vez y como al pasar me expido críticamente, y jamás enjuicio, es decir aparto todo
libro que no he podido tomar en serio y apreciar sin emitir jamás una opinión sobre
él.
En su caso, siempre he tenido instintivamente la de que su verdadera fe es
auténtica, es un enigma. Su carta me lo confirma y ello me satisface. Para su enigma
dispone usted del símil de la química, así como yo tengo para la mía, el símil de la
música y no una música cualquiera, sino más bien la clásica. En Li Bu We, capítulo 2,
todo lo que se puede decir al respecto está formulado con curiosa precisión. Desde
hace años estoy tejiendo con muchos impedimentos internos y externos un hilo
ilusorio que me acerque a este símil de la música y espero tener la oportunidad de
poder mostrarle y presentarle algo de esto.
Octubre-noviembre de 1934
… Su carta me aflige, y no me parece casual que haya sido escrita por un teólogo,
precisamente después de su examen. Está dominada de manera tan absoluta por la
razón y por la desesperación que dimana de la razón, que su autor parece estar en el
lugar exacto donde el conocimiento y la experiencia de sí mismo se encuentra en su
extremo según todos los grandes teólogos, principalmente San Agustín, y donde toca
morir o no moverse hasta que ocurra el milagro y se prepare la redención.
Podría objetar que tal vez esa no fue la mejor teología que usted estudió y que lo
condujo meramente al yo hasta la desesperación y a echar una mirada a la tragedia
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del mundo, mientras que el verdadero contenido de la religión no comienza sino allí.
Pero esto también es un resultado, aun cuando tengo la impresión de que en su
desesperación y aniquilamiento queda aún una altivez de la razón que por cierto duda
de sí misma pero no obstante no consigue rendirse. La razón y la espiritualidad están
exaltadas y marchan en vacío, aparentemente ya no tienen contenido alguno. Así,
anda usted por un mundo depreciado como el autor del Viaje al Oriente hasta el
reencuentro con Leo.
No sé mucho acerca del suicidio, pero tengo la presunción no demostrable de que
sólo puede lograrse cuando un alma se siente en efecto separada permanentemente y
sin esperanzas de sus fuentes. No creo que el suicidio pueda precipitarse o impedirse
a través de las ponderaciones del suicida o la intercesión de terceros. De lo contrario,
ya tendría influencia sobre usted la consideración de lo que puede hacer hoy de sí
mismo y de su teología un joven teólogo alemán, elegido por el destino para lo más
grande.
Debemos dejarle esto a la vida y a los buenos espíritus que de momento usted no
ve. Contemplados con la razón, veo al mundo y a nuestra vida, apenas menos oscuros
de lo que los ve usted. Pero no obstante yo tengo fe o paciencia, es decir que vive en
mí algo a menudo muy pequeño y débil, pero que sin mi intervención puede volver a
hacerse grande y me permitirá entonces vivir la vida aun sin una justificación
racional.
«El hacedor de la lluvia» apareció en primavera en el «Neuen Rundschau» y en la
misma publicación aparecerá en diciembre otro pequeño fragmento de la obra
completa de la cual han sido escritas por ahora las dos pequeñas partes mencionadas.
En esta oportunidad voy muy despacio con intervalos de semestres y casi un año
entero.
He realizado diversos estudios tendientes a nutrir el proyecto que me tiene
ocupado desde que concluí Viaje al Oriente. Fueron menester para ello muchas
lecturas de obras del siglo XVIII. En esta labor me procuró particular agrado el pietista
suabo Oetinger, y también estudios sobre música clásica para lo cual conté con la
ayuda de un sobrino organista, entendido y coleccionista de música antigua. Estuvo
aquí conmigo un par de semanas y para esa ocasión alquilé un pianito, que si no fuera
por él permanecería silencioso.
Adiós, y escríbame otra vez.
Al señor M. P.
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Estimado señor P.:
Me ha complacido su carta y la tarjeta adjunta de la bella vista de nuestra colina.
Se lo agradezco y también ha sido para mí un bienvenido saludo el bello y querido
retrato del naturalista Fabre. Como siempre, le escribo con mi lastimosa máquina y
debo pedirle nuevamente benevolencia por ello. Entre lo que me exige la diaria
correspondencia y lo que mi vista puede rendir por día, se hace cada vez mayor la
desproporción. Necesitaría tener una oficina o por lo menos una secretaria para
cumplimentar esta labor, pero me es completamente imposible recurrir a tal solución.
Me place que mis palabras sobre su libro hayan merecido su beneplácito y su
satisfacción. Ver y destacar lo positivo me pareció siempre el cometido principal de
quien es mediador entre los libros y los lectores. Por esta razón muy pocas veces en
mi vida he censurado libros públicamente. Si no hay nada que elogiar, guardo
silencio.
Su carta también me ha complacido en otro sentido. Sobre la base de una serie de
impresiones y sin mayor examen, siempre le consideré un católico, o sea un
convertido, pues ya sabía que por su origen es usted judío. Así pues, hoy o mañana
podrá convertirse al catolicismo sin que esta circunstancia vaya a alterar mi posición
respecto a usted. Pero en el fondo me agrada mucho más que no se haya convertido.
En primer lugar, lo más bello es permanecer fiel a lo heredado y reconocer los
propios orígenes. Y en segundo lugar creo en una religión indestructible que está
fuera, entre y por encima de las confesiones, mientras que a pesar de toda
consideración, más aun, amor por la forma romana del cristianismo, de manera
alguna tengo a esta forma por indestructible y eterna. Asimismo, la sensación de estar
protegido en el catolicismo da a los espíritus innobles esa altanería y esa insensible
pedantería, como la que lleva adherida el libro de Thieme, amén de que este libro,
que para Kant y otros no tiene sino agudezas, coquetea de la manera más descarada
con el fascismo. Frente a casos como este puedo llegar a ser realmente protestante y
experimentar como papismo lo no espiritual y lo no divino de tales fenómenos, aun
cuando sólo sea por instantes.
Por otra parte, sabiendo que no es usted católico comprendo mejor sus escritos.
Seguramente, llegaremos a hablar alguna vez sobre estas cosas. Hay tiempo para ello.
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Le agradezco su cartita que me ha complacido mucho. La recibí aún en Baden
donde permaneceré cinco o seis días más. Luego regresaré a Montagnola.
En su carta hay una palabra que me hace dudar. Dice usted que mi declaración
acerca de la «necesidad de medida» es en todo y por todo alemana. No estoy de
acuerdo. Alemán es lo contrario. Alemán es inmoderación, entusiasmo por lo
dinámico, ímpetu juvenil, inquietud, junto con todas las virtudes y los graves vicios
de tal constitución. La «necesidad de medida» que los griegos y los franceses nos han
dado a conocer a través de los más bellos ejemplos y que está presente en forma más
acentuada aun en los clásicos chinos me parece que es precisamente la necesidad
humana desnacionalizada, ultranacional, esa necesidad del alma cuya voz es al
mismo tiempo exhortación al pensamiento de la humanidad y en última instancia toda
vida como unidad. Esta suprema facultad del hombre de acercarse a la unidad divina
a partir del yo, a partir del yo de la nación, de reclamar esta facultad como un don
especial de una nación, se me ocurre que es exactamente lo contrario de aquella
necesidad de medida. No, esta necesidad es tan alemana como lo fue el no patriota
Goethe y tan griega como lo fue el sentenciado Sócrates. Es ajena al dominio de la
soberbia y de las ametralladoras. Mi intención ha sido evitar todo equivoco. Si tiene
oportunidad hojee alguna vez los números de mayo y diciembre del «Neuen
Rundschau».
Reciba los saludos de su affmo.
13 de diciembre de 1934
Distinguidos señores:
He recibido y estudiado vuestra carta relativa a la nueva edición de mi tomito que
aparecería en vuestra Biblioteca Universal y lamentablemente no puedo prometerles
satisfacer vuestros deseos. Esto por dos motivos: uno exterior y otro interior.
El motivo exterior que me imposibilita dedicarme a una seria reelaboración de mi
librito es mi vista enferma y el gran exceso de trabajo. Sólo con mucho esfuerzo
realizo cada día lo más indispensable.
En consecuencia me sería imposible, por ejemplo, dedicarme al estudio del Edda,
escribir algo sobre él, o confrontar un poco las traducciones. No menos coercitivos
son para mí los motivos interiores.
Usted ya sabe que mi librito de manera alguna es una guía objetiva y escolar de
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las literaturas, ni pretende serlo, sino sólo una confesión muy personal acerca de lo
que he acumulado en mis cincuenta y siete años de vivencias y experiencias de lector.
Ahora bien, no quisiera cambiar nada en estas experiencias y en esta confesión. No
considero hoy inferiores libros y autores porque así lo hace el gusto de la época, ni
suprimo en mi ensayo cosas que me fueron queridas e importantes sólo porque así me
lo sugiere la coyuntura.
Para salir de esta dificultad sólo veo dos opciones. La más sencilla y para la cual
estoy gustosamente dispuesto es que una vez agotada la presente edición de mi obrita,
reviertan a mí los derechos y no se vuelva a publicar de momento.
La segunda opción sería que imprimieran el texto original con la corrección de
algunos errores tipográficos, pero sin otros cambios. Estaría de acuerdo entonces que
eliminaran de la bibliografía de mi librito aquellas ediciones invendibles que puedan
ser reemplazadas por otras ediciones igualmente buenas de su editorial.
Pero en este caso debo dejar expresa constancia que me opongo a otras
alteraciones de la bibliografía, como por ejemplo, la eliminación de autores judíos,
etcétera. Ustedes insinúan la conveniencia de realizar toda una serie de tales
omisiones y comprendo vuestro punto de vista, pero no es el mío. En esto no puedo
hacer concesiones.
Quizá convengan ustedes en reconsiderar este asunto. Si aceptan mi proposición
de renunciar a una nueva edición y devolverme mis derechos de autor, tal vez tengan
la posibilidad de elaborar con un historiador literario más objetivo y mejor adaptado a
la época que yo, una guía de la literatura que reemplace en un futuro a mi intento
subjetivo.
1934
Sólo puedo darle una breve respuesta. No es posible explicar tales cosas a la
distancia y por carta. De manera que le contesto de la forma más breve posible.
Advierto que al parecer usted sólo ha leído la mitad de mi Narciso y Goldmundo, a
saber lo que atañe a Goldmundo. La otra mitad, Narciso y su vida, se deslizó por
usted sin dejar impresiones. Sin embargo, el libro y su mundo pierde sentido si se lo
divide de este modo: Narciso merece ser tomado tan en serio como Goldmundo. Es el
polo opuesto.
Sus padecimientos provienen de la circunstancia de pertenecer usted a esos
individuos en quienes es innata la posibilidad y el impulso de desarrollar una
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personalidad. Estos individuos deben afrontar muchas dificultades y en
compensación está abierto sólo para ellos el mundo de lo bello y del espíritu. Siga por
ese camino, sus intentos de adaptarse al mundo de la mayoría mediocre serán en
vano. Eche también alguna vez una ojeada al Demian y a la última poesía del Árbol
de la vida (Biblioteca Insel). Sobre la base de estas dos confesiones, que en parte
parecen contradecirse y a las que pertenece además el Siddharta, podrá combinar con
bastante aproximación mi concepción de la vida. El espíritu de artista me impide
abarcarla en un sistema comprensible y dar a la vida un «sentido» objetivo y
dogmático como usted espera de mí. Entre los cultos que se ha formulado la
humanidad, dedico mi suprema veneración a los de los antiguos chinos y al de la
Iglesia católica. También en estos credos, el individuo destinado a desarrollar una
personalidad encuentra más que sosiego, porque su «sentido» no es precisamente el
sosiego, su «sentido» es deber procurarse mucha inquietud.
A un redactor suizo
17 de enero de 1935
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editorial «no judía» Reclam, de Leipzig, me ha sugerido, hace poco, reelaborar todo
el contenido de mi librito sobre literatura universal, publicado bajo su sello, para una
nueva edición y omitir a casi todos los judíos. Por supuesto, rechacé tal sugerencia.
Repito: usted no debe publicar ninguno de estos hechos pues nos aniquilaría a
nosotros y a nuestro trabajo. Esto es precisamente lo vil del reproche hecho en su
gaceta, que el injuriado no tiene la posibilidad de poner las cosas en su sitio, porque
es observado y se encuentra bajo amenaza en un país de terror. Usted no debe
propagar nada de cuanto le informo, pero sí corregir la manifiesta ignorancia de la
redacción y algún colaborador precipitado, para evitar que vuelva a repetirse
semejante caso.
Ahora a los hechos: la editorial Fischer ha tenido el coraje nada insignificante de
imprimir en el libro de Annette Kolb la mencionada nota a pie de página (acerca de
los judíos). Nueve décimos de la totalidad de los editores alemanes no lo habría
hecho. Luego (no en la segunda, sino en la quinta edición) se llamó la atención de
una fiscalía alemana, acerca de la nota (notoriamente, resultado de una denuncia).
Ahora la editorial ha sido colocada ante la alternativa de dejar confiscar y prohibir
todo el libro o eliminar la nota. Estaría absolutamente en su derecho si tachara la nota
sin más ni más. Pero aún no lo ha hecho. En cambio, el director de la editorial viajó
en persona a París para entrevistar a Annette Kolb, le expuso los hechos y obtuvo su
autorización para tachar esa nota, ya que la misma autora prefirió sacrificarla a perder
todo el libro. La editorial no pudo obrar con más corrección y honestidad.
¿Opina su colaborador que por el mero hecho en sí la editorial debería haber
abandonado al libro y al autor, dejado que lo prohibieran y quizá exponerse a ir
personalmente a un campo de concentración? Desde el extranjero es fácil y cómodo
formular semejantes exigencias quijotescas.
Supongo que apreciará recibir estas aclaraciones. En medio de mi exceso de
labor, me he hecho lugar para mandarle esta información, no porque Fischer sea
también mi editor, sino porque evidentemente tiene poca noción de las condiciones
del trabajo intelectual y cultural en la Alemania actual. Yo mismo estoy en medio de
ese trabajo cuya meta es apoyar por encima de lo peor y en medio del terror un
pensamiento puro en una minoría y si es posible transmitirlo a otra época y ponerlo a
salvo en ella. La editorial judía Fischer, puesta en ridículo por su nombre y que está
pasando por momentos difíciles, ha demostrado en esta labor ser un colega leal y
decente. Por esta razón le escribo.
Le dirijo estas líneas, querido colega, porque ignoro quién es el responsable del
aludido desliz. No espero respuesta, sólo que tome conocimiento de mis
declaraciones.
23 de febrero de 1935
Estimada señorita:
Solamente puedo darle una breve respuesta, pero deseo intentarlo. Durante toda
mi vida he buscado la religión que me conviniera, pues aun cuando crecí en el seno
de una familia de genuina piedad, no pude adoptar el dios y la fe que allí me
ofrecieron. En algunos jóvenes esto sucede con resultados más livianos o más graves
según sea el grado de personalidad para el cual están destinados o facultados. Mi
camino fue buscar primeramente en una forma muy individual, es decir, ante todo
buscarme a mí mismo y desarrollar en la medida que me había sido dada mi
personalidad. A esta fase corresponde lo relatado en Demian. Más tarde, sentí durante
algunos años particular atracción por las concepciones hindúes de la divinidad; luego
conocí poco a poco los clásicos chinos y mi juventud había quedado muy atrás
cuando paulatinamente comencé a familiarizarme de nuevo con la fe en la cual fui
educado. Jugó en aquel momento un papel el cristianismo católico clásico, pero me
sentí impulsado a retornar al conocimiento de las formas protestantes del
cristianismo. La literatura judía también me proporcionó algo bueno y favorable,
sobre todo los libros jasídicos y las nuevas obras judías, como por ejemplo El reino
de Dios de Buber. Nunca pertenecí a una comunidad, a una iglesia o a una secta, pero
aún hoy me considero casi un cristiano. Mi poema «Credo» es una confesión en la
que traté de exponer con la mayor precisión posible los fundamentos de mi fe actual.
Lo escribí a fines de 1933 y sirve de broche al tomito de poesías publicado por la
Biblioteca Insel.
Respecto a su pregunta sobre Knulp deseo expresarle lo siguiente: a diferencia de
ciertos programas de moda, no considero deber del escritor imponer a sus lectores
normas para sus vidas y para la humanidad, ni mostrarse omnisciente ni ponerse
como ejemplo. El escritor expone lo que le atrae y las figuras como Knulp tienen para
mí gran atracción. No son «útiles», pero causan poco daño, mucho menos daño que
algunos individuos útiles que no es de mi incumbencia juzgarlos.
Antes bien, creo que cuando un individuo de talento y alma sensible como Knulp
no encuentra ningún lugar en su medio, ese medio es tan culpable como el propio
Knulp, y si hay algo que quisiera aconsejar al lector, es esto: amar a los hombres, aun
a los débiles y a los inútiles, pero no juzgarlos.
Quizás estos conceptos le sirvan para empezar, no tengo más que decirle.
3 de marzo de 1935
15 de marzo de 1935
A Stefan Zweig
18 de abril de 1935
7 de mayo de 1935
16 de mayo de 1935
22 de mayo de 1935
… Su carta me hace entrever que en los últimos tiempos el amigo Hein ha echado
sombras sobre su camino y que está usted quebrantado física y moralmente. Le
acompaño en buena amistad. En general, desconfío de lo heroico y también de la
estoicidad y así, en mi propia vida salvo raras excepciones (una fue la muerte de mi
madre, que en aquel entonces me resistí a admitir durante largo tiempo), mi postura
ha sido considerar como el camino más corto para transitar por este mundo de dolor,
aquel que pasa por el medio del dolor, es decir me entregué a él y a los poderes
superiores y dejé librado a ellos lo que me aconteciera.
Envejecer de una manera humanamente digna y conservar siempre la postura y la
sabiduría propia de nuestra edad es un difícil arte. La mayoría de las veces nos
adelantamos o nos quedamos atrás con el alma respecto al cuerpo y para corregir
tales diferencias son menester esas conmociones de la íntima sensación de vida, ese
temblor e inquietud que percibimos en las raíces cuando llegamos al límite de una
etapa de la vida o somos víctima de las enfermedades. Yo creo que frente a estas
circunstancias debemos mostrarnos humildes y sentimos pequeños y al igual que los
niños buscar mediante el llanto y la debilidad el equilibrio roto por un revés de la
vida…
… Le deseo todo el bien y el consuelo que un hombre puede experimentar en una
hora amarga.
19 de junio de 1935
Querido amigo:
Agradezco tu carta. Comparto… el hastío que te causa tu actual existencia…
… La vida librada a la incertidumbre de la gran maquinaria maligna del Estado
tampoco me resulta provechosa a mí y me proporciona gran preocupación y
estrechez. Por ejemplo, dada la actual constelación, toda mi existencia literaria y
económica está flotando en el aire y cualquier día puede concluir. Pero no conozco
para ti ni para mí otro recurso en la miseria que el de entregarnos con más ahínco que
nunca a nuestras tareas y juegos espirituales y perseguir con tenacidad el sueño de
nuestras almas, aun cuando todo desaparezca mañana con nosotros.
El pensamiento en la muerte ofrece cierto consuelo. Creo que a medida que
decrece nuestra vitalidad, también decrece en el fondo nuestro temor por la vida.
Cuanto más cierta y cercana sabemos a la muerte, menos necesitamos llamarla. De
cualquier manera nos espera junto con aquellos que nos precedieron…
… Voy muy lento con El juego de abalorios, diría como con cuentagotas. Pero
aun cuando escribo pocas líneas de vez en cuando, tengo puestos en la obra todos mis
pensamientos y a veces, cuando estoy arrodillado en el jardín arrancando maleza,
estoy con sus personajes y actúo con ellos.
Recibe mis cordiales saludos.
Tuyo affmo.
3 de junio de 1935
… Le sucede a usted lo que a todos: al leer mis libros y todos los libros extrae
aquello que responde a su disposición anímica y a su grado vivencial, tal como una
planta absorbe de la tierra lo que necesita para su desarrollo. Y como es usted joven y
está en plena evolución, se encuentra a menudo envuelto en dudas y presumiblemente
es tierno y apasionado, lee en los libros ante todo la confirmación de sus aflicciones y
de sus dudas.
Mis libros dan sobrada ocasión para ello. Yo he recorrido el camino dudoso de la
confesión. Con excepción de Viaje al Oriente he dado en la mayoría de mis libros
casi más testimonio de mis flaquezas y dificultades que de la fe que me ha
robustecido y hecho posible la vida a pesar de las flaquezas.
Si pudiera emanciparse de usted mismo por una hora, vería de pronto que El lobo
estepario, por ejemplo, de manera alguna trata sólo de Haller, sino también de Mozart
y los inmortales y descubriría a pesar de todo en mis narraciones anteriores, en
Knulp, en Siddharta, una fe, si bien no formulada en forma dogmática. No fue sino en
Viaje al Oriente donde traté de hacerlo por primera vez en forma poética y de una
manera directa en el poema que se encuentra al final del tomito publicado por la
Editorial Insel. Pronto hará cuatro años que medito un plan tendiente a conducir más
lejos y aclarar más la confesión.
Naturalmente, en el fondo considero innecesario formular de nuevo una y otra vez
y en forma subjetiva el núcleo de toda fe auténtica. Lo que el hombre es y podría ser,
la manera en que podría dar sentido a su vida y santificarla, lo han anunciado todas
las religiones. Se lo encuentra en Confucio como también en su antípoda aparente,
Lao Tsé; está en la Biblia y en los Upanishad. Allí está todo aquello en lo que el
A R. J. Humm, Zúrich
5 de febrero de 1936
9 de febrero de 1936
Distinguidos señores:
Creo haberles informado en noviembre algo acerca de los ataques de Will Vesper
contra mí. Quizá hayamos procedido mal al ignorarlos, aun cuando Vesper es un
12 de febrero de 1936
12 de marzo de 1936
5 de octubre de 1936
Querida señorita:
Su carta me ha causado un poco de tristeza. Que usted no sepa sacar nada en claro
del Demian, y se pregunte por qué un individuo ha sido capaz de escribir algo así, me
demuestra que mi hacer y mi pensar son muy eremíticos y poco comprendidos. Pero
esto lo sé desde hace varias décadas y me he reconciliado con este hecho.
No puedo contestar a sus preguntas. Pero deseo decirle algunas palabras sobre la
lectura de los libros en general. Los libros no deben leerse como usted lo hace, con
semejantes pensamientos y preguntas. Cuando contempla una flor o aspira su aroma
no se da enseguida a la tarea de cortarla y desmenuzarla, estudiarla y examinarla al
microscopio para averiguar el porqué de su aspecto y de su perfume. Por el contrario,
usted dejará que la flor, sus colores y sus formas, su fragancia y toda su silenciosa y
enigmática presencia obre en usted y la aprehenderá. Y se enriquecerá por la vivencia
de la flor exactamente en la misma medida en que sea capaz de una silenciosa
entrega.
Con los libros de los escritores debe proceder igual que con la flor.
No es sino en este momento, al concluir mi carta, que adivino el motivo por el
cual su carta me lastimó un poco. Después de la lectura del Demian consideró posible
que yo pudiera subestimarla y rechazarla por su ascendencia judía…
21 de enero de 1937
27 de enero de 1937
Estimado profesor:
Le agradezco su saludo y el impreso que he estudiado con particular interés.
No tenía idea de que acababa de celebrar su quincuagésimo cumpleaños, de modo
que mis congratulaciones le llegarán retrasadas. Conozco por propia experiencia cuán
absorbentes son estos aniversarios y en el verano de este año volveré a pasar por ella.
A un joven pariente
… Lamentablemente lo que dices del arte en relación con Balzac, me resulta tan
incomprensible como otras exteriorizaciones tuyas anteriores de este tipo. Comparto
el punto de vista de que el arte es tan necesario como el pan y por esta razón he
encauzado mi vida —a menudo con sacrificios— con miras a ser artista. No creo que
el artista deba tener una ideología precisa (¿la tienes tú?), que deba decidirse por un
partido o por un grupo (¿perteneces tú a alguno?), ni que deba buscar en ti o en
cualquiera la aprobación de lo que es bueno o malo, blanco o negro. Ningún artista
genuino lo ha creído jamás. El arte forma parte de las funciones de la humanidad
destinadas a velar para que perduren el espíritu humanitario y la verdad, para que el
mundo entero y la vida humana no se conviertan en odio y en partido, en puros Hitler
y Stalin. El artista ama a los hombres, sufre con ellos, a menudo los conoce mucho
más profundamente que cualquier político o economista, pero no se yergue sobre
ellos como un dios omnipotente o un redactor que sabe perfectamente cómo deben
ser todas las cosas. ¿Qué significa tu palabra predilecta «ideología»? Por ejemplo, el
Salvador amó sin duda a los pobres y condenó la codicia, pero nunca expuso un
programa acerca de la manera de combatir en el futuro la pobreza mediante
ideologías reguladoras, partidos, revoluciones, sino reconoció —y lo expresó de
modo bien claro— que habrá pobres en todo tiempo. Era pues, según tu teoría no del
… Veo que se siente usted amenazado. Al respecto no puedo decirle mucho pues
no soy médico ni educador. Usted necesita un amigo o un consejero a quien pueda
contarle todo esto, no por carta, sino directamente, en forma verbal y con absoluta
sinceridad. A la distancia, sólo puedo decirle esto: La mayoría de las veces el miedo a
la locura no es otra cosa que miedo a la vida, a las exigencias de nuestra evolución y
de nuestros instintos. Entre la ingenua vida de los instintos y aquello que quisiéramos
ser conscientemente y nos empeñamos en ser, siempre existe una brecha que no se
puede salvar, pero sí saltar por encima centenares de veces, y en cada ocasión se
requiere tener valor y antes de cada salto nos acomete el miedo. No sofoque
anticipadamente los impulsos en su persona, no los llame de antemano locura, sino
escúchelos, aclárelos para usted. Todo desarrollo va unido a tales circunstancias o
estados, y no es posible sin dolores ni apuro. Cuando lo apremien las «alucinaciones»
no cierre los ojos, sino intente dejar que esas imágenes se tomen nítidas en usted, de
lo contrario se enemistará cada vez con el caos que lleva adentro como todo
individuo. Usted debe amigarse con él, aceptarlo, aprender a contar con él. Y aun si
fuera locura lo que hay en usted… la locura dista mucho de ser el peor mal que pueda
arrostrar una persona. También la locura tiene su lado sagrado.
El destinatario de esta carta volvió a escribir once años más tarde. Es uno de los casos bastante raros en los
que el consejo dado fue aceptado y rindió frutos. En marzo de 1948, C. S. que en el ínterin había emigrado, decía
en su carta:
26 de febrero de 1937
24 de julio de 1937
14 de setiembre de 1937
Distinguido señor:
Le agradezco el envío de su artículo, el cual he leído con interés. Su trabajo me
aportó algunas confirmaciones y también algunas ideas nuevas. Si fuera a escribir
sobre este tema quizá cambiaría su epígrafe y diría: La conciencia de los escritores.
Pues, tomado tanto desde el punto de vista cristiano cuanto psicológico, la «mala
conciencia» siempre es signo de la existencia de una conciencia viva, sana, ya
tranquilizada. El hecho de que esta conciencia sea perceptible en los literatos los
distingue de otros funcionarios de la vida de los pueblos, por ejemplo, de los
estadistas y generales. Y dado que desde el punto de vista cristiano la «mala
conciencia» siempre es característica de intensos y valiosos procesos psíquicos, la
función del escritor me parece justificada ya por la sola referencia a la mala
conciencia. El escritor se muestra como indicador, como sismógrafo, que permite leer
el estado de conciencia de su medio ambiente.
Naturalmente, esto no excluye que los escritores también puedan tener mala
conciencia por motivos poco nobles. Pero personalmente prefiero la peor conciencia
a la conciencia inquebrantable de los estadistas, los generales y los fabricantes de
Agradezco vuestra carta. Me es muy cara por considerarla signo de lealtad y una
promesa, no hecha a mí, pero sí al espíritu al cual yo también pertenezco y sirvo.
Vosotros debéis arrostrar mayores dificultades que las que yo tuve en mi juventud. En
aquel entonces nos rodeaba un mundo que si bien era inseguro en sí y pesaban sobre
él amenazas, era más inofensivo y pueril. Con todo, el rostro del mundo y de la época
sufrirá constantes cambios, se atiesará, se contorsionará y volverá a relajarse, y aún
los feos y brutales movimientos del espíritu de la época no dejan de ser
estremecimientos del espíritu humano en su búsqueda. Una mirada retrospectiva nos
muestra claramente que en lo espiritual y duradero, en las obras del intelecto, las
Biblias y las filosofías, los «desarrollos» han sido ínfimos en el decurso de los
milenios. Desde la milenaria India hasta Santo Tomás de Aquino o Eckhart, han
tenido vigencia las mismas verdades bajo imágenes cambiantes. Por supuesto, tienen
vigencia para los iniciados, no para el mundo y la masa. Y los iniciados son siempre
minoría. Pero tal vez necesiten de la masa que los rodea y los cobija, tanto como la
masa necesita de ellos.
Suficiente, queridos amigos, vosotros ya sabéis todo esto por vosotros mismos.
11 de enero de 1938
… La charla sobre la «forma» que usted sugiere no es posible por la vía epistolar.
De una manera sumaria sólo puedo decirle esto: escribir poemas basándose
«enteramente en el sentimiento» es una fantasía. No existe tal cosa. Se necesita de la
forma, del lenguaje, de la métrica, de un vocabulario rico y todo esto no se produce
en la esfera «afectiva», sino en la razón. Por cierto, muchos poetas menores eligen
sus formas de manera inconsciente, es decir, imitan de memoria formas de
16 de febrero de 1938
A R. J. Humm, Zúrich
8 de julio de 1938
Julio de 1938
23 de julio de 1938
A un erudito alemán
Estimado caballero:
Le agradezco su carta. En efecto, ocurre tal como usted lo insinúa, sólo que aun
cuando sigamos siendo individuos, ya dejamos de ser adolescentes, de manera que se
impone pensar que la razón habrá de subsistir. Sin embargo, a la hora de los golpes y
las estocadas, los agresores son en general más proclives a las prédicas y a las
alabanzas de lo nuevo, lo joven y lo fuerte que los agredidos. No piensan que la
10 de enero de 1939
He recibido su curiosa carta y no tengo respuesta alguna para ella. Me dice que
defiende en Inglaterra al nacionalsocialismo, cuando en Alemania no cree en él. ¡Y
usted le cuenta esto nada menos que a una victima de esa dictadura! ¿Y de esta
confusión habrá de surgir el futuro del mundo? No, querido señor, no lo creo. ¡En
primer lugar, abra los ojos por un instante para ver la indescriptible miseria que
colma el mundo, el indecible dolor que renuncia a la violencia y al contraataque y
que los que usted defiende imponen al mundo! La nueva humanidad, mejor dicho la
resurrección de la vieja y eterna humanidad, vendrá de este sufrimiento, de esta
verdad, de este abismo sin frases, sin Jüngers, Steiners o Hitlers.
5 de octubre de 1939
8 de octubre de 1939
Octubre de 1939
Enero de 1940
Enero de 1940
7 de febrero de 1940
Distinguido señor:
Puede ocurrir que en el bosque un árbol tierno, tronchado o arrancado de raíz se
apoye al caer en un árbol viejo. Se comprueba entonces que el árbol viejo también
está acabado, que aquel ejemplar de aspecto imponente está hueco y débil y cae
abatido bajo el peso del más joven.
Es algo análogo a lo que podría acontecernos a usted y a mí. Pero no sucede así.
Me pongo en su lugar. He vivido las experiencias de esos cuatro años de 1914 a 1918
hasta quedar aniquilado, y en esta ocasión tengo tres hijos soldados (hace poco el
mayor entró a formar parte de un piquete, los otros dos prestan servicio desde el 19
Distinguidísimo:
Habrá visto por mi impreso que su larga carta llegó a mi poder y también la
tarjeta complementaria (quédese tranquilo en cuanto a la «sustancia» y mi
interpretación de ella). Bien, del Estudiante de humanidades, una de mis más
antiguas narraciones (alrededor de 1905) hay o hubo una pequeña edición económica
como la que busca y he podido enviarle dos ejemplares de la misma. Hubiera querido
volver a leer el cuento, pero no pude y quizá ya no tenga oportunidad de hacerlo en lo
que me queda de vida. Lo leí por última vez hace trece o catorce años, cuando
reelaboré la vieja versión del libro Diesseits (Aquende) para una nueva edición. No
hice tantos cambios, como cortes y eliminación de ornamentos superfluos. Todavía
existe el libro en su versión original.
Algunas cosas en su carta me causaron una sensación de melancolía, en particular
la idea de cómo usted, el heroico G., se presentaría en mi casa para animarme y pasar
conmigo dos o tres días e incluso sus noches haciendo bromas y riendo
homéricamente. Las personas carecen del don de conocerse entre sí y la idea que yo
tengo de usted es sin duda tan errónea como la suya respecto a mí. Naturalmente,
conocí mis buenos tiempos alegres, pero no soy proclive a las chanzas y a las risas y
cuando me llevan a una situación donde impera el jolgorio me fatigo una enormidad.
Una o dos horas son para mí más que suficientes. Pasar media noche, ni qué decir una
noche entera, en medio de risas y bromas significaría para mí un esfuerzo demasiado
agotador del cual no lograría reponerme. No, querido camarada del norte, todo cuanto
se dice o alude de mis obras, todos los tonos de mi música y los conocimientos y
experiencias no se fundan en mi disposición para la broma y la fuerza, pues no la
tengo. La mía es disposición para el sufrimiento, una disposición como la de la
princesa de la arveja, una sensibilidad extremadamente delicada… Así pues, y sin
ánimo de herirle, estoy muy contento de que no pueda venir a visitarme, palmearme
la espalda e invitarme a chancear.
Más tarde, cuando haya aprendido a conocer de una manera más diferenciada la
melodía en mis libros, advertirá por supuesto que esta delicadeza es tanto salud como
enfermedad, pero de cualquier manera algo que no deseo sea de otra forma, aun
cuando de este modo la vida está llena de dolor. Nuestra vida, la vida mediocre de un
occidental de la actualidad se me antoja tan espantosa que sólo puede ser soportada
por zopencos, por idiotas, por gente sin espíritu ni gusto, sin finas vibraciones. El
«heroísmo» es también el ideal de esta época y termina en las trincheras a cuarenta
grados bajo cero. No, la gente sólo soporta esta vida porque ya no está acostumbrada
a los dones más delicados del hombre y entre ellos los mejores y más bellos. Yo, por
el contrario soy un poeta, en consecuencia, un ser de una época mítica fenecida,
capaz de vibraciones más inteligentes y diferenciadas que las del hombre actual, pero
cautivo en el mundo y en la atmósfera de este presente, condenado a estallar como un
A la señora G. S. de Berna
16 de abril de 1940
¿1940?
Estimado caballero:
¡Vaya G. robusto que es usted! Uno se atemoriza cuando usted alza la mano, ni
qué decir cuando hace brotar versos de su manga. Protesta con tanta vehemencia
sobre los pocos versos, lo único nuevo que he producido desde hace medio año, que
algo en ellos debe haberle tocado finalmente o afectado cuando reacciona en forma
tan violenta. Sin embargo, la corrección que propone a mi poema va desencaminada
ya por el mero hecho, amice, de que los poemas no admiten corrección. Si no son
poesía se malogran por sí mismos. Pero si son poesía, visiones, vivencias
contemplativas, nada puede hacerse en su contra. Forman parte entonces de lo más
fuerte que existe en el mundo.
Ignoro si la mía es una verdadera poesía, tampoco me toca decidir al respecto.
Pero usted, querido lector, cuando recibe un poema no debe apretar los puños y alzar
la voz. De este modo se cierra el camino hacia el poema. En primer lugar debe tratar
de dejarlo entrar en usted y no examinarlo enseguida para comprobar si tiene la
cosmovisión spinoziana por usted deseada.
¿Recuerda en Siddharta, al ladrón que tenía Buda en su interior? De este modo, la
mitología india con sus imágenes a menudo masivas de Vishnu y de Shiva, de las
cuatro edades del mundo, el ocaso del universo y la eterna recreación no sólo tiene
rasgos primitivos e infantiles, sino también encierra en sí todo lo esotérico que el
sabio es capaz de percibir. Así como el ladrón es Buda, el demiurgo es la Unidad, y
7 de marzo de 1941
¿1941?
A un joven individuo
Si bien no estoy capacitado para escribir una buena carta —los médicos me están
importunando de nuevo— deseo retribuirle su saludo. Como he podido advertir, lo
motiva una necesidad. Lo que nosotros experimentamos no puede comunicarse con
palabras y así pues su carta se aproxima apenas al problema. Este reside en la palabra
«yo». Usted habla del «yo» como si fuera una magnitud objetiva conocida, cosa que
no es tan así. En cada uno de nosotros hay dos «yo» y quien sepa dónde comienza
uno y acaba el otro, será infinitamente sabio.
Si observamos un poco a nuestro yo subjetivo, empírico, individual se nos
mostrará muy proteico, voluble y dependiente del exterior, muy expuesto a las
influencias. Por lo tanto, no puede ser una magnitud con la que se pueda contar sobre
una base firme, mucho menos puede ser para nosotros escala y voto. Este «yo» no
nos instruye sino sobre lo que la Biblia dice con harta frecuencia, a saber que somos
una especie bastante débil, contumaz y cobarde.
Pero existe el otro yo, escondido en el primero, entreverado con él, pero de
manera alguna se los puede confundir entre sí. Este segundo yo, elevado y santo (el
Atman de los hindúes que usted equipara a Brahma) no es personal, sino que
constituye nuestra participación en Dios, en la vida, en el todo, en lo impersonal y
ultrapersonal. Vale más la pena dedicarse a este yo y seguirlo. Pero es difícil. Este yo
eterno es tranquilo y paciente, mientras que el otro es indiscreto e impaciente.
En parte, las religiones son conocimientos sobre Dios y el yo, en parte prácticas
espirituales, sistemas de ejercitación para independizarse del caprichoso yo privado y
aproximarse más a lo que de divino tenemos en nosotros.
Yo creo que una religión es tan buena como otra. No hay ninguna en la cual no
podamos llegar a ser sabios, ni ninguna que no podamos practicar también como la
más estúpida idolatría. Pero en las religiones se ha reunido casi todo el verdadero
saber, sobre todo en las mitologías. Toda mitología es «falsa» si la consideramos
cualquier cosa menos piadosa, pero cada una es una llave para llegar al corazón del
mundo. Cada una señala los cambios que apartan de la idolatría del yo y llevan al
culto de Dios.
Bueno, suficiente. Lamento no ser sacerdote, pero si lo fuera quizá debería exigir
de usted precisamente lo que de momento no puede cumplir. Y así es mejor. Me
limito a enviarle el saludo de un peregrino que al igual que usted camina por la
oscuridad, pero sabe de la luz y la busca.
22 de febrero de 1944
La señorita Petersen mencionaba un pasaje del libro de Ernst Jünger del siguiente tenor: «La batalla es una
terrible medición de la producción recíproca y el triunfo del éxito una competencia que sabe producir con mayor
rapidez y menos escrúpulos. Aquí, la era de la cual provenimos, descubre su reverso. El dominio de la máquina
sobre los hombres, del peón sobre el señor se hace evidente y una profunda brecha que ya comenzó a conmover
los órdenes económico y social durante la época de paz, asume carácter mortal en las batallas de esta era. Aquí se
devela el estilo de una estirpe materialista y la técnica celebra un triunfo cruento. Aquí debe ser saldada una
cuenta de culpas que parecen haber caducado y caído en el olvido hace tiempo, y si nosotros hemos tenido que
“entrar en esto”, habrá buenos motivos, aun cuando quizá no hayamos tenido culpa, pero el destino no conoce
responsabilidades personales, está muy por encima de estas cuestiones».
A una lectora
Que me preguntó por qué excluí a las mujeres en El juego de abalorios.
Febrero de 1945
No hay respuesta para su pregunta. Naturalmente podría darle razones, pero sólo
serían notorias. Una obra no sólo nace de la reflexión y de la intención, sino en gran
parte de motivos más profundos que el propio autor ignora, o a lo sumo intuye.
Le sugeriría verlo de este modo: Al comenzar la obra el autor de Josef Knecht era
un hombre entrado en años y un anciano cuando la concluyó. Cuanto más envejece
Al padre de un suicida
10 de mayo de 1945
Estimado señor:
Usted ha tenido la comprensible necesidad de endosar en otro parte de la culpa
paternal que le corresponde por la muerte de su hijo, y lo hizo en mí mediante una
carta que ni es cortés, ni prudente.
En su momento, Goethe, con quien no debo compararme ni de lejos en otros
aspectos, habrá recibido de lectores y padres de su misma mentalidad, cartas análogas
respecto a su Werther. Existía en ese momento una juventud problemática, algo
decadente, en cuyo seno se produjeron suicidios y los progenitores no buscaron la
decadencia en sí mismos o en sus hijos, sino en el maldito Werther que se había
atrevido a expresar cosas que a su juicio debían mantenerse en un secreto sepulcral o
bien era preciso encubrir con mentiras.
Usted debe dejarme a mí solo la responsabilidad por mis libros, cuyo origen se
funda en sacrificios de los que no tiene la menor noción. Pronto cumpliré mis setenta
años y no me hacen falta sus consejos ni sus prescripciones. Si se hubiera esmerado
en leer realmente y entender El lobo estepario hubiese advertido que no es la historia
de una decadencia, sino la de una crisis y salvación y que Harry no es un decadente,
sino un individuo capaz de vivir. Que no todos logren esta salvación no es motivo
para guardar silencio o engañarse sobre la problemática moral y anímica de nuestra
época, de acuerdo con su receta. ¿Cree de veras que es el cirujano y no el literato
quien debe decidir cuales son los temas permitidos y convenientes para la literatura?
Así como con las herramientas y los métodos más o menos perfeccionados de su
profesión, debe reconocer, descubrir y atacar los padecimientos físicos, la literatura
de cada época debe tener renovado valor para señalar los profundos peligros y males
anímicos, siempre que no pase de ser almíbar para adolescentes. A quien así proceda,
Julio de 1945
… Los pensamientos y las emociones que ha tenido a raíz del deceso de Anna
Schieber no sólo los comprendo, sino los encuentro justificados y lógicos dadas las
circunstancias y su carácter. Y si alguna vez considera que no lo puede remediar y se
libera de la vida, tenga la certeza de que no se lo tomaré a mal. No obstante, espero
que no lo haga, aunque sólo sea por sus allegados y sobre todo porque gente como
usted, que ha vivido la historia de Alemania desde 1919 en forma consciente y
vigilante, es rara y necesaria. Cada uno de ustedes es insustituible. Lo que le hacía
falta para dominar la desesperación era sobre todo la afiliación a un grupo político de
resistencia. La ideología democrática de Alemania meridional de la época anterior a
Hitler era simpática, pero anticuada. Acompaño la carta impresa de R. Un conductor
socialista suizo, amigo mío, la acaba de publicar en su periódico. Esta carta, que le
ruego leer y pasar a otros, fue para mí altamente valiosa, no por el detalle relativo a la
miseria alemana, sino por sus ideas absolutamente valientes, positivas y al servicio de
un futuro próximo.
Respecto al artículo de J. le he escrito a Marianne W. Espero que ella lo habrá
recibido y le informará. Ya que ha renegado de todo nacionalismo, caro amico, no
debería reaccionar de manera nacionalista ante los sermones paternales, predicantes,
empapados de sabiduría de los pueblos virtuosos, es decir, no referir dichos sermones
a su persona. Ignoramos cuán grande es la parte de su pueblo que tiene razón respecto
a estos sermones, pero sin embargo, me temo que por lo menos la mitad ha cerrado
los ojos, lo ha aprobado todo y ahora no quiere saber nada ni compartir en absoluto la
culpa. Yo también lo veo así al «pueblo alemán», pero usted pertenece a él tanto
como yo. Bien, ya es suficiente.
4 de octubre de 1945
Querida Lise:
Agradezco tu carta infinitamente. Pensé y pienso en Carlo muy a menudo, a veces
con preocupación, a veces también imaginándolo entre los rusos, allá en el este
haciendo música o tan sólo silbando entre los labios, el rostro distendido en una
sonrisa, pronto a adoptar la idiosincrasia asiática.
… Las cosas no son fáciles para ti y has debido pasar por malos momentos. Y
nosotros, los otros, los que nos salvamos exteriormente de la guerra, hemos tenido
que experimentar tanto, hemos tenido que soportar tanto desde 1933 y 1939, hemos
visto cambiar al mundo hasta el punto de sentir náuseas, que instintivamente nos
resistimos ante todo dolor que se nos quiera agregar, contra todo nuevo detalle que se
nos añada a lo ya sufrido. Sin embargo, el corazón vibra y a menudo tiene el ardiente
deseo de quebrarse ante los nuevos dolores y abandonar este tonto teatro simiesco
que nos mira con ojos saltones desde un rostro estrafalario y satánico y que no
obstante nos hizo gracia esporádicamente durante tan largo tiempo. Yo también busco
salvarme en la visión de los pueblos antiguos, principalmente de la India. Allí están
las cuatro eras del mundo, comenzando por la dorada a partir de la cual se va
descendiendo y cayendo en la ignominia hasta que todo se hace insoportable y el gran
Shiva empieza a bailar y en su danza divina pisotea hasta aniquilar todo el barro del
mundo. Puede iniciarse luego de nuevo la creación, bella e inocente. A veces se me
antoja que estamos próximos al final de la cuarta era y que Shiva se nos ha aparecido
bajo la figura de la bomba atómica…
Querida Lise, debemos aferramos a la certeza de que las partituras y los libros
habrán de perderse, pero seguirán subsistiendo incólumes la escala, los modos y el
alfabeto y que a partir de estos elementos podremos rehacerlo todo, pero por
supuesto, nuestro reino ya no es «de este mundo».
Recibe nuestros cordiales saludos.
Al «Südkurier», Constanza
5 de noviembre de 1945
22 de enero de 1946
11 de marzo de 1946
Todos los días me traen a casa la discusión sobre la culpa alemana. Una o dos
docenas de veces, en todas las versiones epistolares posibles. Sólo puedo responder a
sus preguntas lo siguiente: Durante la guerra de 1914 desperté al conocimiento de la
realidad del mundo, adjuré de la guerra y de la política alemana de violencia, y
deseché todas las frases y los sentimentalismos patrióticos. Poco después de la guerra
abandoné mi ciudadanía alemana y renuncié a la única honra y vínculo oficiales, mi
afiliación a la Academia.
Recibimos alemanes con frecuencia. No fue sino la semana pasada cuando el
obispo Wurm pasó conmigo medio día. Las cartas llegan por centenas, en parte de la
misma gente que durante años bajo la dominación de Hitler no osó escribir a nadie
como yo, a nadie de tan mala fama. La gente no tiene sino preguntas y dudas que
hemos contestado hace años.
No lo tome a mal, pero no soporto las quejas, la irritabilidad y a menudo las
malévolas amenazas en las cartas de los prisioneros. Se quejan de cosas que
anteriormente ellos infligieron a otros centuplicadas y cantan loas al genio alemán y a
los magníficos soldados alemanes en la casa de un hombre a quien Alemania
destruyó su vida y su obra, cuya esposa perdió sus seres queridos en las cámaras de
gas alemanas. No podemos escuchar esas alabanzas de buen grado. Durante años
hemos deseado la derrota a esos magníficos soldados alemanes, y consideramos una
Mayo/junio de 1946
25 de junio de 1946
20 de julio de 1947
16 de setiembre de 1947
Setiembre de 1947
A Thomas Mann
13 de octubre de 1947
Sin fecha
A Thomas Mann
H. H.
31 de diciembre de 1947
… Se encuentra usted en una etapa de la vida en la que los jóvenes, siempre que
la naturaleza les haya prodigado suficientes dones, tratan de convertirse en
individuos, en desarrollar su personalidad. Un noventa y nueve por ciento abandona
pronto este intento porque es incómodo e impone severas exigencias, mientras que el
camino hacia la adaptación, a la burguesía, al ganar dinero, etc. es mucho más fácil.
Pero siempre existirá ese uno por ciento que no abandona su derrotero sino prosigue
fiel por él. El camino ancho ejerce en él una gran atracción sin duda, pero no tiene
alternativa pues está predestinado a otra cosa y ello lo separa del noventa y nueve por
ciento restante y así seguirá durante toda su vida.
Hubiera podido leer esto en mis libros, sin molestar a este viejo, pero ya le he
ahorrado el esfuerzo.
… Sus ideas me agradan y sería bueno que todos pensaran del mismo modo. Yo
mismo he aprendido de los pensadores indios a distinguir entre el ser y el hacer y ver
en el «delincuente» al posible santo. Hay millares de personas que a través de mis
libros, en particular el Siddharta, se han familiarizado con estas ideas.
Sin embargo, se impone ser prudente con la concepción de que sólo importa el
querer y no el hacer. Esto es bueno y acertado para los individuos y los pueblos
evolucionados, no para los inmaduros. Restar importancia a las «buenas obras», la
única justificación «a través de la fe» ya fue un acto de arrojo peligroso y osado en
Lutero y ayudó a causar indecible mal. Los alemanes y en especial los de hoy, no son
en verdad un pueblo al que se pueda predicar que no importa el hacer y que todo es
disculpable cuando la voluntad es buena. En la mayoría la «voluntad» será la de un
auténtico y anticipado patriotismo, y en nombre de la patria mañana se estaría
dispuesto nuevamente a cometer los mismos delitos cuyas consecuencias amenazan
destruir hoy al pueblo.
No atribuyo ningún valor a tener y conservar la razón y no me dejaré involucrar
en más discusiones, simplemente porque tengo cosas más necesarias e importantes
que hacer. Sólo quería explicarle en pocas palabras por qué me veo precisado a poner
ad acta su bella sugerencia al igual que otros centenares.
21 de enero de 1948
16 de abril de 1948
Estimado señor:
… Entre la reflexión y la meditación veo la siguiente diferencia: la reflexión es
algo activo, en tanto la meditación tiene su fundamento en un estado pasivo, en un
expectante estar abierto. Requiere una neutralización de lo personal, una
independencia lo más grande posible de las funciones físicas. La mejor preparación
para ello son los ejercicios respiratorios, pero éstos no deben consistir en un esfuerzo
de los órganos respiratorios, sino más bien en la atención concentrada del practicante
en el proceso de la respiración. Este realizará inspiraciones y espiraciones conscientes
y cuidadosas, comenzando la inspiración por el vientre, pero nunca de manera
forzada. Cuando hemos respirado de este modo durante un rato, podemos entregarnos
a la idea de estar aspirando dentro de nosotros al mundo, al cual volvemos a expeler
al espirar y en este inspirar y espirar participamos en el todo divino. Se alcanza así
una relajación y ablandamiento, una especie de despersonalización. Nos convertimos
en objeto, en recipiente de lo que fluye hacia adentro y hacia afuera. Todo esto no es
meditación, pero sí una preparación para ella.
No puedo determinar cuáles son los objetos meditables y cuáles no. La mayoría
de las personas no pasan de lo visible en la meditación del mundo de imágenes. Pero
también es posible meditar un proceso musical.
En estos momentos no se me ocurre nada más e ignoro en qué medida estas cosas
podrían concretarse dentro de su vida actual y en el decurso de sus días. En esta
disciplina se debe ser un Creso en cuanto al tiempo, tal como lo es el artista si aspira
a hacer algo bueno y genuino.
Vea qué puede hacer con todo esto.
A un joven artista
5 de enero de 1949
Querido J. K.
Agradezco tu carta de Año Nuevo. Tiene un dejo de tristeza y depresión, y lo
comprendo muy bien. Pero en esta carta declaras asimismo cuánto te atormenta la
idea de saber que a tu persona y a tu vida ha sido asignado un deber, cuyo
incumplimiento te hace sufrir. A pesar de todo, esto es promisorio pues es
textualmente cierto y te ruego recordar de tanto en tanto un par de observaciones que
te haré sobre el particular y reflexionar sobre ellas. Estos pensamientos no son míos,
son muy viejos y algo de lo mejor que los hombres han pensado sobre sí mismos y
sus deberes.
Lo que logres en la vida, y ello no sólo como artista sino también como ser
humano, como hombre y padre, amigo y vecino, no es medido por el eterno «sentido»
2 de marzo de 1949
Ilustres caballeros:
En vuestras ponderaciones respecto a los futuros premios Nobel de literatura,
ruégoles tomar en consideración a dos personalidades significativas y de altos
méritos. Ambas pertenecen al área de la literatura sobre la cual puedo permitirme un
juicio: el área idiomática alemana.
Deseo mencionar en primer lugar a Martin Buber, el judío, gran maestro y adalid
de una selecta minoría intelectual de judíos. Como traductor de la Biblia, como
redescubridor de la sabiduría jasídica que vertió al alemán, como erudito, como gran
escritor y por último como sabio, como maestro y representante de una elevada ética
y humanidad, es en la opinión de quienes conocen su obra uno de los personajes
rectores y más valiosos de las letras en el mundo contemporáneo.
El segundo nombre que deseo recordarles es el de Gertrud von Le Fort. En cierto
sentido se la puede comparar a la señora Undset: católica, maestra de la narrativa
histórica y también mítica, al mismo tiempo la representante más valiosa y talentosa
del movimiento de resistencia intelectual y religiosa dentro de la Alemania hitlerista.
Como representante del sentir humano y cristiano se la puede equiparar a la señora
Undset, pero como escritora la coloco a un nivel más elevado.
Suficiente. Era para mí un deber recordar a ustedes estas dos ilustres figuras y la
magna obra de sus vidas.
Con mi consideración más distinguida y cordiales saludos, vuestro affmo.
Quien recibe muchas cartas y es solicitado por mucha gente, le llega hoy en día
una corriente interminable de miserias de todo tipo, desde la queja suave y el tímido
pedido, hasta la furibunda y colérica protesta de la cínica desesperación. Si tuviera
que soportar en mi propia persona todo cuanto me trae la correspondencia de un solo
día en lamentaciones, cuitas, pobreza, hambre o destierro hace ya mucho hubiera
dejado de vivir. Algunos de estos informes, a menudo muy objetivos y realistas,
exponen ante mis ojos situaciones que me cuesta bastante esfuerzo admitir, creer y
penetrar con mi compasiva fantasía. En el transcurso de estos últimos años he debido
aprender a ser avaro con mis sentimientos y mi comprensión y reservarlos para los
casos de gran necesidad, los casos a los que en cierta medida puede brindárseles
alguna ayuda, un consuelo o dádivas materiales.
Entre las cartas que imploran un socorro espiritual y moral, se encuentra una
determinada categoría que no ha entrado en el ámbito de mi experiencia sino en estos
años de miseria. Son cartas de individuos maduros que han dejado atrás la juventud, a
quienes el rigor y la amargura de la vida exterior, exacerbados al límite de la
intolerancia, les ha hecho concebir un pensamiento extraño a su carácter, un
pensamiento que jamás había aflorado antes a sus vidas: el recurso del suicidio para
poner fin a su miseria.
Por cierto, en toda época he recibido cartas rezumantes de hastío y cansancio de
vivir, escritas por personas jóvenes, tiernas, con disposiciones algo poéticas y
sentimentales. Estas cartas forman parte de lo conocido y lo acostumbrado y por
momentos mis respuestas a esos coqueteos y amenazas de suicidio fueron bastante
claras cuando no brutales. A estos cansados de la vida les escribía que de manera
alguna condenaba el suicidio, siempre y cuando fuera el verdadero, el consumado,
por el cual sentía tanto respeto como por cualquier otra forma de muerte, pero no
podía tomar en serio —tal como pretendía el consultante— las charlas sobre su tedio
y sus intenciones suicidas, sino más bien me inclinaba a ver en ellas una forma no del
todo permitida ni del todo decente de extorsión, encaminada a despertar sentimientos
compasivos.
Pero ahora me llegan, no a menudo, aunque sí una que otra vez, cartas de
personas hasta ese momento experimentadas y de acrisoladas virtudes, en las cuales
me piden mi opinión sobre el suicidio pues esta vida se les torna más y más difícil,
insoportable, privada de todo sentido, alegría, belleza y dignidad y no puede haber
una respuesta para estas cartas si no se las toma previamente muy en serio y se
… Será mejor que le diga sin rodeos por qué me ha agradado su carta.
Me ha agradado su talento. Promete. No es el de un literato, sino el de un poeta.
También me ha agradado la sinceridad con la que intenta aclarar para si y
Al señor K. K., en C.
19 de setiembre de 1949
27 de octubre de 1949
5 de noviembre de 1949
A Martin Buber
Con motivo de la aparición de la edición completa de sus Cuentos Jasídicos.
A la señora Fr.
Fines de 1949
Cuando uno se ha hecho viejo y ha realizado lo suyo, le corresponde hacer migas con la muerte en silencio.
No necesita de los hombres. Los conoce, ha visto bastante de ellos. Aquello que necesita es el silencio.
No es prudente ir en busca de tal individuo, hablarle y torturarlo con charla insípida.
Es aconsejable seguir de largo por la puerta de su casa, como si se tratara de la morada de nadie.
1949
1949/1950
Enero de 1950
1950
14 de febrero de 1950
28 de febrero de 1950
No he olvidado su carta, pero no quería atenderla con un gesto cortés y dado que
cada día trae nuevas cartas y más fáciles de contestar, y dado que el aparato con el
cual debo trabajar es bastante modesto, no pude contestarle antes. Este aparato
consiste además de los útiles de escribir de dos ojos desde hace muchos años
fatigados y rara vez exentos de dolores, dos manos deformadas por la gota que sólo
con desgano y torpeza toman una pluma o golpean las teclas de la máquina. Los ojos
preferirían recrearse en la contemplación de flores, gatitos o en la lectura de un poeta
y no fatigarse con todas estas cartas. Para las manos también sé de ciertos
entretenimientos harto más agradables. Por otra parte, me ha dificultado contestarle
no poder abrigar la esperanza de corregir sus vicios en cartas ulteriores pues tenga
por seguro que ésta es la primera y la última que le escribiré. Por cierto, leeré con
agrado otras cartas suyas, pero no puedo invitarle a que me mande manuscritos, ni
prometerle más que leer con simpatía y el mayor grado posible de comprensión esas
ulteriores cartas suyas, si llegaran.
A un lector de Francia
Junio de 1950
A Thomas Mann
En su septuagésimo quinto cumpleaños.
Junio de 1950
9 de enero de 1951
A André Gide
Enero de 1951
Enero de 1951
Querido amigo:
En ocasión de tu reciente estada en Baden y Zúrich, durante la cual pudimos
volver a charlar un par de veces, amigos comunes ya me habían encomendado que
agregara a nuestro regalo de cumpleaños unas palabras de felicitación para ti y este
encargo, como todos los de la misma naturaleza, lo siento como una carga opresiva.
Pues así como experimento un gran placer al desear a mis amigos todo lo bueno y
estrechar su mano o invitarlos a beber una copa de vino cuando se ofrece la
oportunidad, me desagrada hacerlo pública y oficialmente. Siempre que me encuentro
en una de estas situaciones, se me antoja estar metido en un disfraz y actuar con
afectación y mi único deseo sería mandar al diablo a toda esa pantomima de
celebraciones y congratulaciones. Por añadidura, cada día me resulta más y más
difícil escribir, en parte debido a los achaques de la vejez y en parte también por un
resto de vanidad de escritor. Quien en otros tiempos se sirvió del lenguaje y de la
pluma con deleite y placer de artista, pero ha perdido luego ese gozo y se le ha hecho
cada vez más penoso lo incierto de ése su hacer, ya no trepa por las jarcias sin sentir
sofocación y sensación de vértigo. Así pues, estoy sentado a mi mesa de trabajo presa
de turbación, congestionado por este encargo que llevo conmigo desde hace unas
semanas, como por una laringitis y empeñado en descubrir qué es lo que tengo que
decirte en realidad.
Lo humano y lo privado que hay entre tú y yo, el hecho de que ambos seamos
amigos, que nos estimemos y nos deseemos mutuamente todo lo bueno, se da por
entendido. Es, como dicen los filósofos en su terrible lenguaje, una dadidad y uno
debiera ser más joven, talentoso y despreocupado que yo, como para expresar esto de
manera más exhaustiva y decorativa que lo que se logra con un simple apretón de
manos. Las amistades entre hombres, en particular las que nacen entre individuos de
edad avanzada son tanto más hurañas y lacónicas, cuanto más cordiales y se da el
caso de ciertas parejas de amigos, sexagenarios, septuagenarios y más viejos aún,
cuyos sentimientos no necesitan otra forma de expresión que un mero «en fin…» o
«¡Bueno, salud!». Nosotros también nos conformaríamos con esto, ni qué decir con
motivo de una celebración solemne, un jubileo, una prueba previa para la corona de
laureles y necrologías. Y aun cuando se diera el caso que alguna vez consintiéramos
en manifestamos mutuamente la expresión de nuestra simpatía y amistad, de manera
alguna ofreceríamos este espectáculo a los demás, a los testigos, los oyentes y
espectadores a quienes divertiría, emocionaría o quizá también repugnaría la
A una bachiller
Que disertó sobre El lobo estepario y me pidió ayuda para atender las objeciones y preguntas de sus compañeras.
Marzo de 1951
Querida señorita:
Siento mucho, pero no puedo explicarle El lobo estepario. En el epílogo que
agregué hace algunos años a la edición de la Asociación del libro esbocé cuál era mi
manera de pensar. Pero el problema que tiene que superar Harry Haller nunca fue
comprendido en su complejidad por los lectores muy jóvenes. Tampoco es necesario.
Usted misma ha comprobado que se puede amar un libro como éste y hacerlo cosa
suya aun sin llegar a analizarlo con exactitud. De este modo, ya ha encontrado el
acceso a El lobo estepario y a todos mis libros. La comprensión vendrá luego por sí
sola.
Sin ánimo de aleccionarla, me permito darle un consejo más: cuando alguien
rechaza un libro o una obra de arte que le es cara, es inútil tratar de defenderse y
defender al libro. Por cierto, será fiel a su amor y lo confesará, pero no habrá de
querellar sobre el objeto de ese amor. Ello no conduce a nada. Los libros de los
A la señora K
Respuesta a la consulta de la madre de un niño de nueve años respecto a si debía educarlo libremente o en la fe
judío-ortodoxa.
Junio de 1952
Estimada señora K.
Le doy las gracias por su carta. Comparto su gran preocupación, pero no soy
educador y si lo fuera sólo podría educar a individuos a los que conociera y de
quienes conociera su origen y su medio.
En el fondo, esta candente cuestión se resume de la siguiente manera: debemos
proporcionar a la juventud la mayor cantidad posible de tradición, sostén y normas, o
en lo posible brindarles amplia libertad, educarlos para desarrollar la mayor
elasticidad y facultad de adaptación posibles. Dado que el mundo en el que crecerá la
juventud carece ya de todo orden moral y anímico, ayudaremos en el primer caso a
los jóvenes a conservarse decentes y si se da la emergencia morir decentemente, pero
les privaremos de la posibilidad de cooperar en este mundo amoral, puramente
dinámico y tener éxito.
Desde el punto de vista teórico, la educación para la norma y la ortodoxia es lo
único permitido. Sólo nuestro amor habrá de decidir en qué extensión se aflojarán las
ataduras a pesar de todo. Pero debemos hacerlo con prudencia y aún en el mejor de
los casos no podremos prevenir que la juventud deba enfrentar demasiado temprano
decisiones morales y sea privada de la infancia.
La saluda atentamente.
Diciembre de 1952
Querida señorita:
No le responderé sino brevemente pues mis fuerzas se han agotado. Pero su carta
me ha gustado y por tal razón no debe quedar sin contestación.
La inhibición respecto a escribir o componer que obstaculiza su enorme anhelo
está perfectamente justificada. De hecho, es usted muy joven para poder dar algo al
mundo por ese camino. Pero le aconsejo no pensar en dar ni pensar en el mundo
cuando escriba, sino entregarse a escribir cuando el apremio de hacerlo sea
invencible. Realice esta práctica por sí sola, para aclarar sus ideas, como un examen
de conciencia, y aspire siempre a la claridad y a la concisión, sin tener en cuenta los
modelos bonitos ni a los posibles lectores. Escribir no debe ser para usted algo
vedado, pero sí sagrado, un recogimiento, un esforzarse por reconocer el sentido de
su soledad. De lo que hay que cuidarse en la juventud es de escribir como si esto
fuera una borrachera, un goce, un vicio. Sin embargo no creo que usted corra este
peligro. Cuando escriba, que ello suceda con la conciencia limpia y con sentido de
responsabilidad. La saluda cordialmente.
A Thomas Mann
Enero de 1953
Al señor M.
Febrero de 1953
Diciembre de 1953
10 de enero de 1954
Marzo de 1954
Por lo que trasunta de su carta, veo que adolece usted de una unilateralidad de sus
afanes, a saber el afán de resolver el enigma del mundo y de la realidad por el camino
racional, por el pensamiento. Pero de este modo no se aproximará al enigma.
Debemos emplear y ejercitar nuestro entendimiento, pero no escucharlo sólo a él. La
gente sana y sencilla, el «pueblo», llega al dominio de la vida y sus abismos agotando
sus energías vitales en los deberes y las satisfacciones de cada día y de cada hora. Los
intelectuales, con el prurito de lucubrar, no pueden morir en esta inocencia. Necesitan
un contrapeso para balancear la inteligencia y su fatuidad, y este antídoto es hacerse
amigos de la Naturaleza. La mayoría de los «cultos» utilizan para ello —en tanto no
sean ellos mismos artistas— el arte. Al hacer pintura, música, poesía o gozar de las
creaciones logradas en cada una de estas ramas, hallan el vínculo con las fuerzas
originales. Aquel a quien esto no baste para hallar un equilibrio, deberá recurrir a la
meditación, a la contemplación y al ensimismamiento. El camino indicado para tal fin
es el Yoga. Existen sobre el particular miles de libros que no he leído y existen
también, por ejemplo en Estados Unidos, escuelas de yoga en parte dotadas de
profesores hindúes. Acerca de ellas también sólo sé de oídas. Cuando en algunos
momentos de mi vida necesité de la meditación, inventé mi propio método. La
meditación no se puede aprender ni transmitir, pero a través de los libros y las
escuelas que le menciono seguramente podrá interiorizarse en algunas cosas. Estimo
que le será provechoso. También creo que podría aprender de su hijita. Se ha
impuesto una meta noble y elevada, pero a menudo no le deja apreciar cuán azul es el
cielo.
Le he contestado a disgusto. Aun las mejores filosofías se vuelven triviales al
formularlas y expresarlas.
Febrero de 1955
Querida señorita:
No está tan sola como usted piensa y «los otros» de manera alguna son tan felices
o tan abúlicos como le parece a usted. Debe tratar de llegar a esos otros, ya sea a sólo
uno o una de los suyos. Muchos padecen lo mismo que usted, muchos están solos y
se sienten separados y divorciados de todo sólo porque están demasiado aislados y
enamorados de sí mismos y no encuentran el camino hacia el prójimo. Lo que hace
falta es amor, es abnegación, es diálogo, sinceridad, comunicación, confianza. En
tanto eso no sea logrado, el mundo permanecerá en tinieblas y la vida carecerá de
sentido.
Febrero de 1955
A un amigo
Marzo de 1955
… Sabes que durante toda la vida he hecho uso y abuso de una enorme dosis de
soledad y aislamiento, nunca participé en congresos de escritores o intelectuales ni
soy miembro siquiera del PEN Club. Pero éste fue un aislamiento físico, de economía
vital, no un aislamiento anímico. Siempre tuve la necesidad de amar y en lo posible
despertar el amor y este sentimiento fue particularmente intenso respecto a los
colegas y camaradas. En general, a pesar de mi retraimiento fui un buen camarada,
intercambié libros con muchos colegas, fui un lector atento y benévolo de los de
ellos, durante decenios mantuve con ellos correspondencia… Hoy quedan muy pocos
con los que podría seguir cultivando la relación incondicionalmente afectuosa y
confiada de otrora. La muerte me los está quitando, viejos y jóvenes, y hay
demasiadas cosas que me separan de las generaciones más recientes, como para que
las relaciones con ellas puedan llegar a ser cordiales.
No es sólo que su lenguaje y sus problemas de forma no son ya los míos, sino
también son distintas sus vivencias, toda la forma de su existencia, sus cuitas y sus
alegrías.
Recientemente, he vuelto a perder dos de esos colegas a quienes me sabía, unido
por lazos afectivos: Ernst Penzoldt y Monique Saint-Hélier.
A Penzoldt lo conocí personalmente en ocasión de dos breves encuentros.
También cambiamos algunas cartas y a veces las suyas venían adornadas con dibujos
muy originales y talentosos. En cierta oportunidad me envió un pequeño dibujo en
colores a la pluma y a la acuarela. Representaba la pluma de un pájaro y era de una
delicadeza tan extraordinaria y tan fiel al natural que varios de mis visitantes, a
quienes lo mostré, alargaron los dedos engañados para coger la tenue pluma. La
hojita con este curioso dibujo pendió largos años en mi cuarto de trabajo más
pequeño, donde se encuentra la mejor parte de mi biblioteca y donde muy rara vez
llevo a un huésped.
Nuestro último intercambio epistolar giró en torno a los dibujos y a las
ilustraciones. Hay un pequeño cuento mío tardío que le agradaba a Penzoldt en
Abril de 1955
Distinguidos señores:
Agradezco vuestra carta del 28 de marzo en la cual me invitan a ingresar a la
Academia como miembro correspondiente.
Distinguido señor:
Respecto a sus intenciones de traducir mi obra le ha escrito brevemente mi
esposa, quien atiende por mí todas estas cosas. Tan sólo quedaba por contestar su
pregunta: ¿Qué opino yo de la traducción?
En general, creo que ninguna obra puede ser vertida a un idioma extranjero sin
gran pérdida de su sustancia. Dentro de una misma lengua ocurre que, por ejemplo,
un poema o un fragmento en prosa escrito en dialecto suabo, suizo o hamburgués
pierde lo mejor de su esencia al ser vertido al alemán culto. No obstante, se debe
traducir e intentar siempre lo imposible. De no ser por las traducciones no hubiera
tenido acceso a todos los libros chinos y rusos que conozco. Asimismo, he leído con
más frecuencia libros ingleses, franceses e italianos traducidos que en versión
original.
Muy distinta es en cambio mi posición respecto a las traducciones de mis propios
libros. Jamás di el menor paso tendiente a su concreción y en el curso de cincuenta
años he podido comprobar que la acogida que mis libros encuentran entre los
diversos pueblos es muy variada. En Japón tengo lectores mucho más numerosos y
asiduos que en Francia, y en este país más que en Inglaterra. Con el tiempo esta
situación puede variar. Mi Siddharta, que apareció hace más de treinta años, no será
traducido sino ahora en la India, y lo será en cuatro idiomas indios a la vez. Por mi
parte, nunca me ocupé de las traducciones, pero tampoco las impedí.
Cordiales saludos.
9 de enero de 1956
A la señora M. W.
8 de junio de 1956
Agosto de 1956
5 de agosto de 1958