Salida de Vacaiones
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Sinopsis
El hijo de mi mejor amiga
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
Otros títulos
EL HIJO DE MI MEJOR AMIGA
Crónicas Vixen
Primera edición: Septiembre 2023
Copyright © Lena Luxe, 2023
Todos los derechos reservados. Los personajes y hechos que se relatan en esta historia son ficticios.
Cualquier similitud con personas o situaciones reales sería totalmente casual y no intencionada por
parte de la autora.
Quedan prohibidos, sin la autorización expresa y escrita del titular del copyright, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea eléctrico o mecánico, el
tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra. Si necesita reproducir
algún fragmento de esta obra, póngase en contacto con la autora.
Los relatos de Lena Luxe incluyen contenido de carácter sexual y lenguaje explícito.
Son solo para adultos.
SINOPSIS
Lo que pasa en el Caribe se queda en el Caribe. Esta podría ser la nueva norma de Esther, una
profesora de yoga de muy buen ver que viaja hasta el paraíso para pasar unas vacaciones con su
amiga Anna.
Sin embargo, Anna se presenta en el aeropuerto acompañada de Max, su hijo veinteañero. Lejos de
suponer un soberano fastidio, Esther se siente atraída al instante por el vigor y el atractivo del joven
Max.
¿Otra de las leyes sexuales de Esther? Nunca repite dos veces con el mismo hombre. Pero ¿haría una
excepción con el hijo de su mejor amiga?
EL HIJO DE
MI MEJOR AMIGA
Crónicas Vixen
LENA LUXE
CAPÍTULO 1
Un coco con una sombrilla de papel aterrizó sobre mi estómago. Me
incorporé a toda velocidad y mis gafas de sol cayeron sobre la fina arena
caribeña.
—Seguro que tienes sed —me dijo Max, exhibiendo media sonrisa.
Recogí las gafas y soplé para retirar la arena de las lentes.
—¿Me he quedado dormida?
—Eso parece.
—¿Dónde está Anna?
Me di cuenta de que Max solo había traído un coco. Y era para mí. Era
la primera vez que estaba a solas con él durante aquellas extrañas
vacaciones y eso me ponía algo tensa.
Señaló hacia el horizonte, donde el cielo se mezclaba con el mar.
—Ha ido a nadar.
Me sonrió de nuevo y se relajó en su hamaca.
Anna era su madre, y una de mis compañeras de trabajo. Y en los
últimos años se había convertido en mi mejor amiga. Era la persona con la
que pasaba más tiempo. Podía decirse que nos entendíamos con la mirada.
Las dos dábamos clases de yoga en un centro, y el hecho de que
hubiésemos acabado juntas en aquel paraíso del Caribe era casi una
casualidad. Anna se había separado recientemente de su último novio, una
especie de gurú de la autoayuda; y eso la sumió en una pequeña depresión
de la que me compadecí. Traté de animarla. Así que le propuse que se
apuntara a unas vacaciones conmigo.
Iba a ser solo una semana. Playa, sol, bailes nocturnos. Todo el mundo
sabe que estos viajes acaban siendo más económicos si viajan dos personas,
por lo que a mí no me venía mal una compañera de viaje.
Lo que no sospechaba es que su hijo veinteañero, Max, acabaría
apuntándose a nuestra escapada de relax.
Al principio me había cabreado. Muchísimo. Pero intenté disimular
porque sabía que Anna no pasaba por un buen momento y que, encima, su
hijo no le daba más que problemas últimamente. Max había decidido
abandonar la carrera de arquitectura —estaba en segundo curso—. Siempre
había sido un buen estudiante, pero en los últimos meses se dedicaba a salir
de fiesta casi a diario. Los días, cuando conseguía despertarse, los pasaba en
el gimnasio, esculpiendo su cuerpo.
Por fuerte que parezca, Anna no me había hablado demasiado de su
hijo. De hecho yo pensaba que era un adolescente, no un universitario.
A lo mejor lo había confundido con el hecho de que el chaval vivió con
su padre durante casi toda su adolescencia, porque ambos progenitores
creyeron que era lo mejor para él. Cuando Anna me preguntó con tono
lastimero si no me importaba que viniese con nosotras —no te preocupes, él
y yo compartiremos habitación y compensaré el gasto extra de la tuya, me
había prometido— pensé que me encontraría con un crío en el aeropuerto.
Bueno, no fue así. Digamos que se me pasó un poco el cabreo en cuanto
vi a Max.
Era un hombretón de un metro noventa de estatura. Veinte añitos.
Lucía una melena larga y algo descuidada, y eso hacía que el pelo rubio
cayese constantemente sobre unos ojos azules deslumbrantes. Una mirada
profunda y experimentada que no cuadraba demasiado con ese rostro
angelical.
Vaya, así que este es el chico problemático, pensé. Enseguida entendí
que era a mí a quien podría traerme problemas.
Unos problemas bastante deseables.
Sobre todo por la manera en que Max me miraba desde que nos
encontramos en el aeropuerto.
Anna siempre se reía cuando le contaba mis aventuras con hombres más
jóvenes. Generalmente ese era un aspecto de mi vida que guardaba solo
para mí, pero ella tenía el don y la delicadeza de no juzgar, por eso no me
importaba compartir con ella mis suculentas anécdotas.
Las dos estábamos de muy buen ver. Eso era una realidad. La práctica
constante del yoga había moldeado y fibrado nuestros cuerpos, y ni Anna ni
yo fumábamos ni tomábamos alcohol. Todo eso, y descansar lo máximo
posible, eran nuestros básicos trucos de belleza. No había más.
Y en mi caso tenía especial cuidado con el sol. Siempre una dosis extra
de protección solar, como estaba haciendo en ese momento, delante de
Max.
Él observaba cómo extendía la crema por mis hombros. Por un
momento pensé en pedirle que me ayudase con la espalda, pero no me
atreví. Esperaría a que Anna volviese de bañarse. Él, por lo que había visto
en los dos días que llevábamos allí, no era un chico tímido. No creo que
hubiese tenido ningún problema en aplicarme crema en la espalda, incluso
parecía que estuviese a punto de mostrar su iniciativa, pero se contuvo.
Decidí darle un poco de conversación.
—¿Sabes qué? Me sorprende que hayas querido acompañarnos en estas
vacaciones. Cuando tu madre me dijo que vendrías, me chocó que un chico
joven quisiera viajar aquí…
Él me miró fijamente. Después se incorporó en la hamaca que su madre
había estado utilizando.
—Bueno, no había mucho que pensar. Supongo que mi madre te ha
contado que en los últimos años hemos pasado poco tiempo juntos. De
hecho no recuerdo la última vez que viajamos juntos. Y el Caribe nunca es
una mala opción.
Observé sus curtidos pectorales. Estaba sudando. Menos mal que
llevaba unas gafas de sol oscuras y él no podría apreciar la dirección de mi
mirada.
Aquello no iba a terminar bien.
O todo lo contrario. Terminaría demasiado bien.
Lo supe en cuanto subimos al maldito avión y se sentó entre Anna y yo.
Nuestras rodillas entraron en contacto y ya no se separaron. Siete horas de
vuelo, piel con piel.
—Aún así. Esto debe ser un poco…aburrido para ti, ¿no? Viajar con dos
señoras…
—Nah. Estoy bien. Además, yo no os calificaría como señoras.
—Ah, ¿no?
—No. Al menos no a ti. Pasarías del todo desapercibida en mi grupo de
amigos, ¿sabes? Te conservas muy bien.
Se humedeció los labios.
Soy buena leyendo este tipo de signos en un hombre. Sé muy bien
cuando quieren follarme. De repente no me parecía tan descabellado que el
hijo de Anna y yo pudiésemos, no sé, ocultarnos detrás de una palmera y
dar rienda suelta a lo que ambos deseábamos claramente. Esa idea
descerebrada desató mi risa.
Él me miró y sonrió, pero no me preguntó qué me hacía tanta gracia.
Al fondo observamos cómo Anna iba emergiendo poco a poco del
océano. Durante un buen rato la habíamos perdido de vista, pero no temía
por ella. Era una excelente nadadora. Estaba a unos doscientos metros de
nosotros y nos hacía gestos con el brazo para que fuésemos con ella al agua.
Al ver que no reaccionábamos, empezó a caminar en nuestra dirección.
En ese momento no fui consciente, pero esa fue la primera vez que me
había quedado a solas con Max, el hijo de mi mejor amiga. Y fue cuando él
aprovechó para acercarse a mi oído, aunque no era necesario porque no
había nadie más a nuestro alrededor y su madre aún estaba lejos; y decirme:
—Anna me ha hablado de ti. Me ha dicho que te van los tíos jóvenes.
Que te lo haces con uno cada vez que te apetece, así que supongo que debes
ser muy buena en la cama. ¿Me preguntabas por qué he venido de viaje con
vosotras? Ahí tienes un motivo.
Me acarició la cintura sutilmente al levantarse. Dejó sus gafas sobre la
toalla y fue a reunirse con Anna. Abrazó a su madre y la dejó atrás,
zambulléndose en las cristalinas aguas de color turquesa, mientras ella
volvía a mi lado.
Yo temblaba.
CAPÍTULO 2
Esa noche no pude dormir. Me revolvía en la cama doble, gigantesca,
demasiado grande para mí sola. La humedad caribeña se colaba por todos
los resquicios. Miré el reloj que había junto a la lámpara: las tres cuarenta
de la madrugada.
No sabía cuánto tiempo llevaba dando vueltas, intentando convencerme
de que acercarme más a Max no era una buena idea.
Era el hijo de Anna. Eso debería significar algún tipo de línea roja para
mí. Tal vez si estuviésemos en casa, en un lugar donde no tuviese que verlo
quince horas al día, podría dar rienda suelta a mi deseo y hacer eso que ya
me estaba quemando. Nos quedaban cuatro días de vacaciones y yo no solía
tener problemas para controlarme.
Y esta vez me temía que sí los iba a tener.
No sabía explicar lo que sentía cada vez que aquel crío insolente me
miraba. Me humedecía a instante. El muy cabrón parecía desnudarme con
sus ojos azules, y eso que en aquel resort del Caribe llevaba siempre poca
ropa. Vi cómo se enfurecía cuando un alemán trasnochado insistió en
invitarme a un cóctel. Insistía en no ponerse una camiseta, a pesar de las
reiteradas sugerencias de Anna, obligando a todo el mundo a admirar sus
curtidas abdominales a su paso. Se humedecía los labios.
Todas las adolescentes del resort —tampoco eran demasiadas, pero
supongo que había chicas obligadas aún a viajar con sus padres— le
lanzaban intensas miradas de devoción que él ignoraba por completo.
No tuvieron que pasar días hasta que me quedó claro que Max quería
darme un buen repaso; aunque hasta ese momento me había repetido que
eran imaginaciones mías.
Pero luego llegó el episodio de la hamaca.
Él lo sabía.
Sabía lo que me iba.
Se creía un buen candidato.