Salida de Vacaiones

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 22

Contenido

Créditos
Trigger
Sinopsis
El hijo de mi mejor amiga
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
Otros títulos
EL HIJO DE MI MEJOR AMIGA
Crónicas Vixen
Primera edición: Septiembre 2023
Copyright © Lena Luxe, 2023

Todos los derechos reservados. Los personajes y hechos que se relatan en esta historia son ficticios.
Cualquier similitud con personas o situaciones reales sería totalmente casual y no intencionada por
parte de la autora.
Quedan prohibidos, sin la autorización expresa y escrita del titular del copyright, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea eléctrico o mecánico, el
tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra. Si necesita reproducir
algún fragmento de esta obra, póngase en contacto con la autora.
Los relatos de Lena Luxe incluyen contenido de carácter sexual y lenguaje explícito.
Son solo para adultos.
SINOPSIS

Lo que pasa en el Caribe se queda en el Caribe. Esta podría ser la nueva norma de Esther, una
profesora de yoga de muy buen ver que viaja hasta el paraíso para pasar unas vacaciones con su
amiga Anna.

Sin embargo, Anna se presenta en el aeropuerto acompañada de Max, su hijo veinteañero. Lejos de
suponer un soberano fastidio, Esther se siente atraída al instante por el vigor y el atractivo del joven
Max.

¿Otra de las leyes sexuales de Esther? Nunca repite dos veces con el mismo hombre. Pero ¿haría una
excepción con el hijo de su mejor amiga?
EL HIJO DE
MI MEJOR AMIGA

Crónicas Vixen

LENA LUXE
CAPÍTULO 1
Un coco con una sombrilla de papel aterrizó sobre mi estómago. Me
incorporé a toda velocidad y mis gafas de sol cayeron sobre la fina arena
caribeña.
—Seguro que tienes sed —me dijo Max, exhibiendo media sonrisa.
Recogí las gafas y soplé para retirar la arena de las lentes.
—¿Me he quedado dormida?
—Eso parece.
—¿Dónde está Anna?
Me di cuenta de que Max solo había traído un coco. Y era para mí. Era
la primera vez que estaba a solas con él durante aquellas extrañas
vacaciones y eso me ponía algo tensa.
Señaló hacia el horizonte, donde el cielo se mezclaba con el mar.
—Ha ido a nadar.
Me sonrió de nuevo y se relajó en su hamaca.
Anna era su madre, y una de mis compañeras de trabajo. Y en los
últimos años se había convertido en mi mejor amiga. Era la persona con la
que pasaba más tiempo. Podía decirse que nos entendíamos con la mirada.
Las dos dábamos clases de yoga en un centro, y el hecho de que
hubiésemos acabado juntas en aquel paraíso del Caribe era casi una
casualidad. Anna se había separado recientemente de su último novio, una
especie de gurú de la autoayuda; y eso la sumió en una pequeña depresión
de la que me compadecí. Traté de animarla. Así que le propuse que se
apuntara a unas vacaciones conmigo.
Iba a ser solo una semana. Playa, sol, bailes nocturnos. Todo el mundo
sabe que estos viajes acaban siendo más económicos si viajan dos personas,
por lo que a mí no me venía mal una compañera de viaje.
Lo que no sospechaba es que su hijo veinteañero, Max, acabaría
apuntándose a nuestra escapada de relax.
Al principio me había cabreado. Muchísimo. Pero intenté disimular
porque sabía que Anna no pasaba por un buen momento y que, encima, su
hijo no le daba más que problemas últimamente. Max había decidido
abandonar la carrera de arquitectura —estaba en segundo curso—. Siempre
había sido un buen estudiante, pero en los últimos meses se dedicaba a salir
de fiesta casi a diario. Los días, cuando conseguía despertarse, los pasaba en
el gimnasio, esculpiendo su cuerpo.
Por fuerte que parezca, Anna no me había hablado demasiado de su
hijo. De hecho yo pensaba que era un adolescente, no un universitario.
A lo mejor lo había confundido con el hecho de que el chaval vivió con
su padre durante casi toda su adolescencia, porque ambos progenitores
creyeron que era lo mejor para él. Cuando Anna me preguntó con tono
lastimero si no me importaba que viniese con nosotras —no te preocupes, él
y yo compartiremos habitación y compensaré el gasto extra de la tuya, me
había prometido— pensé que me encontraría con un crío en el aeropuerto.
Bueno, no fue así. Digamos que se me pasó un poco el cabreo en cuanto
vi a Max.
Era un hombretón de un metro noventa de estatura. Veinte añitos.
Lucía una melena larga y algo descuidada, y eso hacía que el pelo rubio
cayese constantemente sobre unos ojos azules deslumbrantes. Una mirada
profunda y experimentada que no cuadraba demasiado con ese rostro
angelical.
Vaya, así que este es el chico problemático, pensé. Enseguida entendí
que era a mí a quien podría traerme problemas.
Unos problemas bastante deseables.
Sobre todo por la manera en que Max me miraba desde que nos
encontramos en el aeropuerto.

Anna siempre se reía cuando le contaba mis aventuras con hombres más
jóvenes. Generalmente ese era un aspecto de mi vida que guardaba solo
para mí, pero ella tenía el don y la delicadeza de no juzgar, por eso no me
importaba compartir con ella mis suculentas anécdotas.
Las dos estábamos de muy buen ver. Eso era una realidad. La práctica
constante del yoga había moldeado y fibrado nuestros cuerpos, y ni Anna ni
yo fumábamos ni tomábamos alcohol. Todo eso, y descansar lo máximo
posible, eran nuestros básicos trucos de belleza. No había más.
Y en mi caso tenía especial cuidado con el sol. Siempre una dosis extra
de protección solar, como estaba haciendo en ese momento, delante de
Max.
Él observaba cómo extendía la crema por mis hombros. Por un
momento pensé en pedirle que me ayudase con la espalda, pero no me
atreví. Esperaría a que Anna volviese de bañarse. Él, por lo que había visto
en los dos días que llevábamos allí, no era un chico tímido. No creo que
hubiese tenido ningún problema en aplicarme crema en la espalda, incluso
parecía que estuviese a punto de mostrar su iniciativa, pero se contuvo.
Decidí darle un poco de conversación.
—¿Sabes qué? Me sorprende que hayas querido acompañarnos en estas
vacaciones. Cuando tu madre me dijo que vendrías, me chocó que un chico
joven quisiera viajar aquí…
Él me miró fijamente. Después se incorporó en la hamaca que su madre
había estado utilizando.
—Bueno, no había mucho que pensar. Supongo que mi madre te ha
contado que en los últimos años hemos pasado poco tiempo juntos. De
hecho no recuerdo la última vez que viajamos juntos. Y el Caribe nunca es
una mala opción.
Observé sus curtidos pectorales. Estaba sudando. Menos mal que
llevaba unas gafas de sol oscuras y él no podría apreciar la dirección de mi
mirada.
Aquello no iba a terminar bien.
O todo lo contrario. Terminaría demasiado bien.
Lo supe en cuanto subimos al maldito avión y se sentó entre Anna y yo.
Nuestras rodillas entraron en contacto y ya no se separaron. Siete horas de
vuelo, piel con piel.
—Aún así. Esto debe ser un poco…aburrido para ti, ¿no? Viajar con dos
señoras…
—Nah. Estoy bien. Además, yo no os calificaría como señoras.
—Ah, ¿no?
—No. Al menos no a ti. Pasarías del todo desapercibida en mi grupo de
amigos, ¿sabes? Te conservas muy bien.
Se humedeció los labios.
Soy buena leyendo este tipo de signos en un hombre. Sé muy bien
cuando quieren follarme. De repente no me parecía tan descabellado que el
hijo de Anna y yo pudiésemos, no sé, ocultarnos detrás de una palmera y
dar rienda suelta a lo que ambos deseábamos claramente. Esa idea
descerebrada desató mi risa.
Él me miró y sonrió, pero no me preguntó qué me hacía tanta gracia.
Al fondo observamos cómo Anna iba emergiendo poco a poco del
océano. Durante un buen rato la habíamos perdido de vista, pero no temía
por ella. Era una excelente nadadora. Estaba a unos doscientos metros de
nosotros y nos hacía gestos con el brazo para que fuésemos con ella al agua.
Al ver que no reaccionábamos, empezó a caminar en nuestra dirección.

En ese momento no fui consciente, pero esa fue la primera vez que me
había quedado a solas con Max, el hijo de mi mejor amiga. Y fue cuando él
aprovechó para acercarse a mi oído, aunque no era necesario porque no
había nadie más a nuestro alrededor y su madre aún estaba lejos; y decirme:
—Anna me ha hablado de ti. Me ha dicho que te van los tíos jóvenes.
Que te lo haces con uno cada vez que te apetece, así que supongo que debes
ser muy buena en la cama. ¿Me preguntabas por qué he venido de viaje con
vosotras? Ahí tienes un motivo.
Me acarició la cintura sutilmente al levantarse. Dejó sus gafas sobre la
toalla y fue a reunirse con Anna. Abrazó a su madre y la dejó atrás,
zambulléndose en las cristalinas aguas de color turquesa, mientras ella
volvía a mi lado.
Yo temblaba.
CAPÍTULO 2
Esa noche no pude dormir. Me revolvía en la cama doble, gigantesca,
demasiado grande para mí sola. La humedad caribeña se colaba por todos
los resquicios. Miré el reloj que había junto a la lámpara: las tres cuarenta
de la madrugada.
No sabía cuánto tiempo llevaba dando vueltas, intentando convencerme
de que acercarme más a Max no era una buena idea.
Era el hijo de Anna. Eso debería significar algún tipo de línea roja para
mí. Tal vez si estuviésemos en casa, en un lugar donde no tuviese que verlo
quince horas al día, podría dar rienda suelta a mi deseo y hacer eso que ya
me estaba quemando. Nos quedaban cuatro días de vacaciones y yo no solía
tener problemas para controlarme.
Y esta vez me temía que sí los iba a tener.
No sabía explicar lo que sentía cada vez que aquel crío insolente me
miraba. Me humedecía a instante. El muy cabrón parecía desnudarme con
sus ojos azules, y eso que en aquel resort del Caribe llevaba siempre poca
ropa. Vi cómo se enfurecía cuando un alemán trasnochado insistió en
invitarme a un cóctel. Insistía en no ponerse una camiseta, a pesar de las
reiteradas sugerencias de Anna, obligando a todo el mundo a admirar sus
curtidas abdominales a su paso. Se humedecía los labios.
Todas las adolescentes del resort —tampoco eran demasiadas, pero
supongo que había chicas obligadas aún a viajar con sus padres— le
lanzaban intensas miradas de devoción que él ignoraba por completo.
No tuvieron que pasar días hasta que me quedó claro que Max quería
darme un buen repaso; aunque hasta ese momento me había repetido que
eran imaginaciones mías.
Pero luego llegó el episodio de la hamaca.
Él lo sabía.
Sabía lo que me iba.
Se creía un buen candidato.

A la mañana siguiente desayuné a solas con Anna en una de las terrazas


del hotel.
—No tienes buena cara hoy. ¿No has descansado bien?
Negué con la cabeza.
—Algo me despertó. Creo que fue un mosquito. Y ya no pude pegar ojo.
—Ugh. Odio eso. Prefiero que me piquen a que me despierten. Yo he
madrugado. He ido a la playa al amanecer para hacer unos asanas. Max
también se ha levantado pronto. No lo oí llegar anoche a la habitación. Es
curioso, me consta que es muy difícil verle despierto antes de las diez de la
mañana. Supongo que la brisa caribeña le ha sentado bien.
—¿Dónde está?
—Se ha quedado en la playa. Esther…he de ir un momento a nuestra
habitación. Tengo que hacer una llamada. ¿Dónde puedo encontrarte luego?
Tenía una ligera idea…
—Si te parece, voy a ver qué hace Max. También quiero echar un
vistazo a esas clases de esnórquel…

Anna ni siquiera parpadeó cuando mencioné a su hijo. Francamente, me


extrañaba mucho que ella le hubiese contado alguna de mis anécdotas
sexuales a Max. No me la imaginaba teniendo esa clase de conversaciones
con él.
Me levanté de la mesa y me dirigí hacia la playa que quedaba en la cara
norte del hotel. Aquellas vacaciones no estaban suponiendo el descanso
idílico con el que yo había soñado.
Por suerte, era demasiado temprano para que el resto del mundo se
hubiese despertado. Esas playas eran tan inmensas que podías caminar
durante diez minutos sin cruzarte con nadie.
Max salía del agua con una tabla de surf bajo el brazo.
Estaba intrigada. No le habíamos visto el pelo la noche anterior y la idea
de que hubiese ligado con alguna turista me enfureció. A lo mejor fue ese el
motivo por el que no conseguí dormir bien. Que por la tarde me confesara
que había oído hablar de mis…costumbres; y que por la noche, cuando el
abrigo de la oscuridad tal vez nos hubiese favorecido, desapareciera sin
dejar rastro.
Sí, aquello me había cabreado.
Y jamás podría reconocerlo en voz alta.
Pensé en Anna. Nunca había entrado en detalles sobre la edad exacta de
los chicos con los que me acostaba, pero ¿sospecharía las ganas que Max y
yo nos teníamos?
Caminábamos el uno hacia el otro. Llevaba un bañador tipo slip que
revelaba el considerable tamaño de su aparato. No había mucho más que
pensar o decir. Me puse cachonda al instante. Vi que había una vieja barca
de madera a unos cien metros. Aquello serviría. Quería llevármelo allí y
follármelo hasta la saciedad.
—Te perdí la pista anoche —le dije, intentando mantener la mirada en
sus ojos.
Sonrió.
—¿Me buscaste?
—Más bien estaba con tu madre y noté tu ausencia. Pensé que tal vez
habías conocido a alguien.
Quería que cada una de mis palabras fuese intencionada.
—Me quedé en la habitación, viendo una película. Y luego salí a ver la
luna en la playa. ¿Te habría gustado que os acompañara?
Me encogí de hombros.
—O tal vez te habría gustado acompañarme a mí.
Eso no era una pregunta.
En ese momento pensé que esa simple conversación ya era pecaminosa
y sucia, ya suponía una declaración de intenciones y que a aquel chico no
podían quedarle demasiadas dudas con respecto a mi interés.
Clavó la tabla de surf de pie en la arena.
—Ven aquí —susurró.
Me planté delante de la tabla, que ejercía de muro estrecho e
improvisado entre nosotros y las lejanas cristaleras del resort. Max se
colocó junto a mi oído. Nadie podía vernos…a no ser que avanzase desde el
mar.
Colocó sus brazos a izquierda y derecha de la tabla, quedando yo en
medio, y creando así una cárcel diminuta y perfecta de la que no me sería
tan fácil escapar.
—Apoya las tetas en la tabla —me dijo, con voz ronca y excitada—. La
cadera hacia atrás.
De repente me faltaba el aire. Era exactamente lo que quería. No había
nada que me pusiese más cachonda que en un niñato dándome órdenes,
haciendo que me arrastrase tras sus pasos por un mínimo de atención.
—Has venido a buscarme para esto, ¿verdad?
Asentí.
Era incapaz de reconocer la evidencia. Me daba una vergüenza
horrorosa sucumbir a mi descomunal deseo, por el simple hecho de que
tendría que volver en un avión con él a la realidad, porque cada vez que
mirase a su madre, a mi amiga, lo vería a él, colocado ya detrás de mí,
frotando su descomunal polla con la braguita de mi biquini.
Pero no estamos en la realidad, me dije. Estamos en el paraíso.
—Tu madre no puede saber nada de esto —susurré.
Se rio.
—¿Por qué crees que mantengo a mi madre al tanto sobre…esto?
Se acercó un poco más. Encajó su polla entre mis nalgas. Intenté
concentrarme en el rumor de las olas a nuestras espaldas.
Iba a pasar.
Me corrí en silencio, como una cría, al darme cuenta de que ya estaba
pasando.
Y ni siquiera me había tocado.
CAPÍTULO 3
—Vaya, ¿qué ha sido eso? —susurró junto a mi oído—. Ese temblor…¿Has
sido tú?
—Por favor —le susurré.
Mi súplica podía interpretarse como una petición de clemencia, pero en
el fondo quería decir justamente lo contrario. Los dedos de Max se
enredaron con las tiras que sujetaban la braga de mi biquini. Tiró de ellas
con firmeza y me obligó a dar un paso atrás. La tela se enredó con mi
clítoris y eso multiplicó mis excitación.
Max acercó su polla de nuevo. Noté el bulto de su paquete, tratando de
abrirse paso entre mis nalgas. Me sorprendió su repentina dureza.
—Siéntela. Así estaba durante el vuelo. Todo el puto trayecto. Deseando
llevarte al baño de ese maldito avión y metértela hasta el fondo. ¿Crees que
no me di cuenta de cómo te rozabas? Buscabas mi pierna como una perrita
en celo. Estoy segura de que te contentarías con el simple hecho de
restregarte contra mi pierna. Te correrías enseguida, ¿verdad Esther?
Podrías follarte mi rodilla y después me darías las gracias por permitírtelo.
Me mojé aún más.
—Aquella barca —le señalé—. Vamos allí.
—No. Voy a follarte aquí mismo, de pie, contra esta tabla. Y si nos
ven…tú lo has querido así. No te gires. Nadie tiene por qué vernos si te
agarras a los lados.
Era un exhibicionista y eso nos podía traer problemas. La playa estaba
desierta, pero no confiaba al cien por cien en nuestra capacidad de parar si
alguien se acercaba. Qué demonios, incluso Anna podía pillarnos in
fraganti si terminaba pronto con su llamada. Además, no estaba segura de
querer que aquello fuese rápido y fugaz. Quería disfrutar cada segundo. Me
gusta tomarme mi tiempo. Ser saboreada y devorada.
Max deslizó los dedos bajo el borde de mi biquini y los llevó hasta mi
entrepierna. Me metió un dedo en el coño como si nada, como si aquel
fuese su lugar natural. Hurgó allí dentro. Lo noté grueso, rugoso. El callo de
estudiante que mi piel ya trataba de humedecer y ablandar.
—Lo sabía. ¿Desde cuándo estás así de empapada?
Abrí las piernas. Necesitaba más de lo mismo, más dedos, más
profundidad. Le facilité el acceso a mi coño lo mejor que pude en esa
situación. Max empezó a sacar y meter el dedo. Primero uno. Luego me
trabajó para que fuesen dos los que entraban y salían con total facilidad.
—Desde anoche —murmuré entre dientes.
Aquello pareció excitarlo. Max era de los que se endurecía con sus
propias palabras. Supuse que no todo lo que iba a oír de él me iba a gustar,
pero aún me avergonzaba más que sus palabras me excitasen tanto.
Continuó susurrando frases sucias y vulgares mientras me follaba con
los dedos.
—¿Sabes qué? Nunca imaginé que una mujer de tu edad pudiera llegar a
sexy y mojarse de esta manera. Ni siquiera te he tocado y ya estás
chorreando. ¿Te has bañado en el mar? Porque lo parece.
—No.
—Después iremos al agua y te lavaré, porque vas a ensuciarte mucho,
Esther. Dios, ya estás muy sucia.
Sujetó una de mis nalgas.
Noté la punta de su polla rondando mi entrada, buscando el ángulo
preciso para empalarme. Allí mismo, de pie. Había apartado a un lado el
biquini, que se aguantaba perfectamente en mi ingle.
Pero no lo hizo.
Max, por alguna razón, prefería esperar.
—No voy a metértela hasta que me lo supliques —anunció.
Su tono de voz era burlón y despiadado. Me mordí la lengua. No lo iba a
hacer, no iba a suplicar, a cambio de que él mismo se fuera desarmando
poco a poco.
Apoyé la cara sobre la tabla clavada en la arena y me aferré con fuerza a
sus extremos. Le estaba ofreciendo mi culo y todo mi cuerpo. Sus manos
entonces se desplazaron hacia mis pechos y los sacó por encima del
biquini.
—Pequeñas y tiesas, como a mí me gustan. Uf, qué ganas te tenía…
Me pellizcó los pezones, que se endurecieron al instante. Los arrastré
por la superficie resbaladiza de la tabla y recogí con ellos las gotas de agua
que aún no se habían secado, buscando mi propio alivio.
Max, aún desde atrás, empezó a humedecerse su sexo con mis propios
jugos. Lo paseaba por cada uno de mis pliegues, volviéndome loca de
placer. Yo estaba más que lista, pero mantenía la boca cerrada. Nunca había
suplicado nada más allá de un sutil por favor.
—¿Aún no la quieres?
Asentí.
—Pues dilo.
—Métemela.
—Métemela…qué.
—Hasta el fondo.
Me rodeó con el brazo derecho y empezó a juguetear con mi clítoris.
Aquello me ponía otra vez al borde del clímax. Gemí, intentando que mi
repentino aullido no nos delatase. Eché un rápido vistazo a nuestro
alrededor. Seguíamos solos. Quería darle una patada a aquella tabla,
ponerme a cuatro patas y no dejarle a Max ninguna otra opción que no
fuese follarme como un animal, embistiéndome desde atrás.
Siguió paseando su polla por la entrada de mi coño sin metérmela.
Aquel niñato tenía una voluntad de hierro. Pasaron unos segundos más y no
me colmaba. Me harté. Supongo que no pude evitar sonar algo enfadada:
—No voy a pedirte más que me hagas lo que es evidente que quiero.
Puedo dar diez pasos y dejarte aquí, con esa erección, y volver al hotel
como si nada. O puedes hacerlo de una vez y dármelo ya. Solo debes saber
algo.
Me agarró de la coleta con la que me había recogido la melena y acercó
su rostro al mío.
—Qué.
—No volverá a pasar. Nunca. Tú y yo. Jamás repito con ningún hombre.
Así que podemos parar ahora mismo y seguir con nuestras vacaciones y
reencontrarnos en un futuro, o de lo contrario…
Max me penetró en ese instante.
Fue crudo, recio, sin ningún aviso ni preparación. Obviamente mi
cuerpo estaba más que listo. Mi piel ultra sensible se electrizó en cuanto lo
sentí dentro, de pleno. Su polla me desbordaba, me abría en canal. Empezó
a embestirme como un descerebrado, de pie, manteniendo el equilibrio.
Aquel parapeto de tabla no tenía ningún sentido. La solté y dejé que se
cayera al suelo. Estábamos a la vista de nadie, o de quien nos observara
desde la distancia, desde la tranquilidad de su terraza.
Consciente de la situación, salí corriendo hacia la barca que había
varada en la arena. Max se apresuró a recoger la tabla y seguirme, con la
polla fuera, incandescente. Ya había probado mis mieles y quería más, por
supuesto, no se iba a quedar así.
Lanzó la tabla de surf al lado de la barca y le indiqué que se tumbase
encima. Después me senté encima de él, de su descomunal polla. Me retorcí
de placer al comprobar que me ensartaba a la perfección, que nos habíamos
amoldado en un segundo, y que esa vez dudaba de mi ley íntima más firme.
No follarme dos veces a ninguno de mis muchachos. Aunque con Max
estaba dispuesta a un segundo asalto por varios motivos, pero
principalmente porque íbamos a tener que ser rápidos —nadie ha dicho
discretos— si no queríamos que nos descubrieran.
Empecé a cabalgarlo salvajemente. Apoyé las manos sobre su pecho
resbaladizo y me follé al hijo de Anna como si ese fuera mi último día sobre
la tierra.
Bloqueé al resto del mundo de mi visión. Supongo que después di
gracias porque nadie se acercase a esa zona de la playa porque,
francamente, no habría podido parar. En un momento dado abrí los ojos y
bajé la vista. Max me contemplaba extasiado y enrojecido. El león se había
convertido en un gatito. Me incliné para que su lengua alcanzase mis
pezones. Los lamió ansioso, como si supiese que los iba a retirar de su boca
enseguida.
Mordió uno suavemente, presionó el otro con los dedos. Su polla seguía
taladrándome a cada uno de mis movimientos.
No pude más.
En ese momento empecé a correrme de nuevo.
—Oh, Oh, dios. Dios.
Aceleré mis movimientos sobre su polla. Podríamos seguir durante
horas, pero por suerte Max entendió que nuestra urgencia había llegado en
el lugar menos indicado. Me agarró de la cintura, me levantó y observé
cómo se corría copiosamente sobre la arena.
—Ooooohh, uuuuf. Uf.
Después de aquel espectacular polvo nos levantamos y, de la mano,
fuimos corriendo a zambullirnos en el agua para lavar nuestra conciencia y
nuestros efluvios.

Cuando concluyó nuestro baño me incliné sobre él y lo besé. Ese era mi


beso de despedida. En nuestro caso no íbamos a perdernos de vista en los
próximos días. Íbamos a camuflar nuestras miradas de deseo inerte, íbamos
a masturbarnos una y otra vez en nuestros momentos de soledad, pensando
en lo que habíamos hecho y lo que habíamos enterrado en aquella playa
dominicana.
Me hizo gracia que por un momento pensara en saltarme mi norma de
solo una vez con Max. No es ninguna novedad. Siempre lo pienso, con cada
uno de ellos. Siempre. Es algo que me viene a la mente solo antes de
correrme.

En el avión de regreso fue Anna quién se sentó en el asiento de en


medio. Fue un vuelo tranquilo y sin sobresaltos. Al menos hasta que
despertó de una breve siesta y me confesó, sin que él pudiera oírnos, pues
estaba concentrado en una serie de acción que veía en su tablet, con los
auriculares puestos:
—¿Sabes qué? Creo que esta es la última vez que Max querrá viajar
conmigo.
—¿Por qué crees eso?
Exhibió una sonrisa enigmática.
—No sé, intuición. Míralo, ya es un hombre, ¿no crees? ¿Por qué iba a
querer ir de vacaciones conmigo a partir de ahora?
Haz clic en “SEGUIR” en mi página de autora de Amazon para recibir notificaciones sobre mis
nuevos relatos.

Otros títulos disponibles hasta la fecha:

El desconocido del metro


A solas con el director
Doble deseo

También podría gustarte