Puppeteer - S.B. Hazel

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Titiritero

Una novela de Halloween

S.B. Hazel

Esta es una traducción sin ánimo de lucro, hecha


únicamente con el objetivo de poder tener en
nuestro idioma las historias que amamos…
Si tienes la oportunidad de comprar estos
libros te animamos a hacerlo…
�NO vayas a las páginas o redes sociales de los
autores a preguntar novedades de sus libros en
español, si las traducciones que lees son de foros o
independientes (NO OFICIALES) �


CONTENIDO

Sinopsis
Lista de reproducción
Nota de la autora
Dedicatoria
1. Uno
2. Dos
3. Tres
4. Cuatro
5. Cinco
6. Seis
Palabras Finales
Sobre la autora
SINOPSIS

El miedo y el deseo siempre se han entrelazado en mi


cerebro. Cuando tengo miedo, mi cuerpo reacciona, me
hace desear el tacto, me hace doler.
Así que la idea de ir a la casa del terror de Halloween de
un club sexual me pone nerviosa... Curiosa.
En el laberinto, un hombre enmascarado me acecha entre
las sombras. Es aterrador, y parece alarmantemente real.
Cuando me atrape, ¿qué pasará? ¿Sucumbiré a sus
deseos depravados?

Puppeteer es una novela de 7.000 palabras protagonizada


por un dom enmascarado y la hija de su mejor amigo.
LISTA DE REPRODUCCIÓN

Se trata de una pequeña lista de reproducción de las


canciones que creo que mejor encajan con el ambiente de
esta novela. Las escuché en bucle mientras escribía.

Jack Stauber – Oh Klahoma


Cavetown – Devil Town
Lana Del Ray – Season of the Witch
Madalen Duke – How Villains Are Made
The Buttress – Brutus
Bring Me the Horizon – sTraNgeRs
Olivia Rodrigo – bad idea right?
Maneskin – BLA BLA BLA
NOTA DE LA AUTORA

El contenido de este libro es sólo para fines de entretenimiento y no


está destinado a ser utilizado como material educativo o guía. Este libro
no pretende ser un sustituto de la consulta con educadores kink
experimentados y/o educadores BDSM, la representación de estas
acciones en el mismo no son seguras y NO son un ejemplo de BDSM
realista. Este libro contiene intensas escenas ficticias de kink duro y
representaciones de sexo gráfico. El contenido de este libro está dirigido
a un público adulto. Este libro contiene representaciones ficticias de un
club de sexo y no debe utilizarse como guía sobre qué esperar o cómo
funciona un club de sexo real. Continuar leyendo este libro implica la
plena comprensión y el reconocimiento de esta cláusula de exención de
responsabilidad. Para aquellos que deseen seguir leyendo, les ruego que
recuerden que se trata de una obra de ficción y que NO apruebo
ninguna de las acciones que se practican en este libro sin la debida
preparación, consentimiento y seguridad en la vida real.
Este libro contiene retratos y exploraciones de: Consentimiento
Dudoso, juego de respiración, juego de sangre, juego anal, estiramientos
extremos, fisting1, coerción, diferencia de edad, escupitajos, Sum/Dom,
garganta follada.
Desencadenantes: abuso de poder, coacción, decisiones tomadas en un
estado mental incoherente, Consentimiento dudoso, cuidado posterior
inexacto, diferencia de edad de veintiún años, identidad oculta (mejor
amigo del padre, casado e hijos con esposa, conoce a la protagonista
desde que nació).
Si algo de esto te incomoda, o crees que no te va a gustar, por favor, ¡no
lo leas!

Fisting: Es un término inglés con el que se designa la práctica de la inserción braquioproctal


1

o vaginal. Un acto sexual consistente en la introducción parcial o total de la mano en el recto


o la vagina.
DEDICATORIA

A Kay, a la que le ha saltado esto y se lo ha sacado de


la manga.
Que tus puertas siempre tengan perillas.
UNO
Zelda

Cuando una amiga te lleva a un edificio en ruinas con la


promesa de pasarlo bien, no es muy inteligente asentir
con la cabeza y seguirla. Sin embargo, había alejado todos
esos sentimientos e incliné la cabeza mientras miraba la
mansión que se alzaba.
—¿Estás segura?— le pregunté a Seren, la amiga que me
había arrastrado hasta aquí con historias sobre la noche
de mi vida.
Se ajustó el traje de enfermera y asintió con una sonrisa
perversa. —Sí—, respondió, frotándose la mejilla con el
carmín manchado. —Así fue el año pasado. Vamos—.
Echó a correr y yo me apresuré a alcanzarla, agradecida
de haber alterado mi disfraz para ponerme unas
zapatillas negras. Con las historias que había contado,
cualquier cosa que no fueran unos zapatos cómodos no
iba a servir. Aun así, los gruesos hilos que me rodeaban
las muñecas se me enredaron en el pelo y resoplé al
desenredarlos, deteniéndome en el sombrío porche.
Se trataba de un evento organizado por un club de sexo
local cada Halloween, una casa del terror con sexo al aire
libre y todas las perversiones que pudieras desear. Seren
me contó que el año pasado había acabado acribillada con
saliva por los sexys Tarará y Tararí2; la habían convencido
de que eran gemelos de verdad y quería volver a
encontrarlos esta noche. Tenía la sensación de que me iba
a quedar sola enseguida, así que tenía que ponerme las
pilas.

2
Tarará y Tararí: son dos personajes de la novela A través del espejo y lo que Alicia encontró
allí de Lewis Carroll.
Al llegar a la puerta, que apenas colgaba de los goznes, la
música empezó a filtrarse por las rendijas, y un cartel en
la entrada nos daba la bienvenida a The Bone Yard House
of Whorrors. Dirigía a los recién llegados al interior para
comenzar el laberinto. Seguía habiendo demasiado
silencio, casi desconcertante por lo silencioso que era el
aire a pesar de su pesadez. Seren abrió la puerta y eché
un último vistazo a la inquietante noche. Dos hombres
con máscaras negras de neón cubriéndoles la cara, altos
e imponentes incluso a distancia, caminaban detrás de
nosotras. Uno tenía la mirada baja, mirando su teléfono,
pero el otro me miraba fijamente. Un escalofrío me
recorrió la espalda mientras le devolvía la mirada. Levantó
una mano en un gesto lento y enguantado e inclinó la
cabeza. Entré corriendo tras Seren, con el corazón
acelerado.
—¿Laberinto?— Pregunté, con miedo. Los nervios me
hacían soltar puñetazos primero y llorar después.
Seren me apartó mientras la puerta se cerraba de golpe.
—Está bien, terminará en unos cinco minutos, luego
podemos relajarnos. No te estreses—.
Murmuré asintiendo mientras llegábamos a un escritorio
desvencijado con un hombre apoyado en él. Su pelo rubio
blanco contrastaba con las sombras y, a pesar de ser
delgado y pequeño, su cara pintada daba miedo. Manchas
y rayas negras y rojas le hacían parecer que no tenía piel,
como si se estuviera derritiendo. Nos miró fijamente con
la mano extendida y Seren le entregó su teléfono. Lo
escaneó y soltó una oscura carcajada, entregándonos
unas pulseras antes de hacernos un gesto con el brazo
para que entráramos.
Jodidamente espeluznante.
Me puse la pulsera amarilla sobre el traje, mientras que
la verde de Seren contrastaba con sus guantes blancos.
Debía de haber tomado nota de lo que queríamos cuando
compró las entradas.
La sala en la que nos adentramos era macabra, casi
completamente negra fuera de las brillantes luces del
laberinto. Era deslumbrante. Destellos de neón de luz y
color atravesaron mi vista mientras parpadeaba y me
adaptaba. Un heavy metal retumbante asaltó mis oídos,
mezclado con canciones infantiles, todo roto y retorcido
con poca cohesión, perturbando mis ya de por sí agitados
sentidos.
Seren y yo dimos un paso adelante, con las manos
fuertemente unidas. El laberinto era un confuso amasijo
de construcciones. Espejos, cuadros, redes con telarañas
y paredes con lo que parecían dispositivos de tortura
creaban pasillos, túneles y encrucijadas que debíamos
atravesar. Algunas secciones se habían derrumbado para
crear caminos sin sentido, sin rima ni ritmo aparentes.
Si hubiera gritado, nadie me habría oído, aunque
estuvieran a mi lado. Seren parecía malvada mientras
sonreía y tiraba de mi muñeca para llevarme a la primera
curva.
Era abrumador, ruidoso y desordenado, y resultaba difícil
moverse sin chocarse con algo o estremecerse porque un
mechón de telaraña se me había enganchado en el pelo.
Lo que habían usado era jodidamente pegajoso, y chillé al
despegarme, esas malditas cuerdas de la muñeca
enganchándose de nuevo mientras me retorcía para
liberarme.
—¡Joder!— grité cuando se me enganchó el tobillo y caí
de rodillas con un crujido. La mano de Seren se soltó de
la mía y cuando me incorporé, había desaparecido.
Fundida en el negro que devoraba mi lucidez. Todo se
intensificó a medida que la soledad se apoderaba de mí,
el miedo y el palpitar de mis oídos me agitaban el cerebro.
Se me calentaron las tripas, retorcidas por ese dolor
familiar. Lo había notado cuando había visto películas de
miedo, encontrado porno con hombres enmascarados o
leído novelas con juegos de cuchillos. La química del
terror se deformaba en mi mente y se convertía en
excitación.
Estaba en el lugar adecuado, supuse.
La risa que se me escapó fue maníaca mientras intentaba
abrirme paso por el laberinto, dando vueltas por una
pared de consoladores con clavos atravesándolos,
haciendo muecas en los espejos sucios y
estremeciéndome con la música estridente. Mis sentidos
estaban jodidos y el miedo me hacía perder la cordura.
Frenética, corrí esquina tras esquina, perdida y confusa,
cada vez más desesperada por escapar. Cinco minutos,
había dicho, cinco minutos. Hiperventilando, jadeé ante
la luz en forma de puerta.
Otra curva más. No estaba prestando atención cuando
choqué contra un cuerpo caliente, gritando, luchando y
enloqueciendo mientras el desconocido me sujetaba con
firmeza. Habíamos chocado juntos, yo había rebotado
contra él y ahora no podía escapar.
—Wow ahí—, creo que dijo. Era demasiado ruidoso para
oír mucho. Llevaba una de esas putas máscaras con el
rostro de neón sobre un fondo negro, así que ni siquiera
pude verle la boca para leerle los labios. Sus manos
enguantadas me agarraron los hombros cuando intenté
zafarme de él, pero sólo me apretó más fuerte. El miedo
me dejó helada. Tartamudeé un segundo, mientras mi
cerebro se daba cuenta de que no me estaba ayudando,
de que me agarraba con demasiada fuerza, me apretaba,
era brusco... El momento se detuvo cuando respiré hondo
y lo miré fijamente, sin comprender. El miedo me recorría
las venas y se acumulaba en mi vientre. La mezcla de frío
y calor creó pánico, una guerra en mi cuerpo. Luchar o
follar...
—Corre—, murmuró, con su voz grave rompiendo el ritmo
de la música. Luego me soltó.
DOS
Zelda

Retrocedí a trompicones, grité y me giré, aterrorizada al


sentir su presencia detrás de mí. Los sollozos me
desgarraban mientras el laberinto intentaba comerme
viva. Daba tumbos por las esquinas, chocaba contra
espejos que crujían, rebotaba, daba vueltas, me
arrancaba el pelo y tiraba de los hilos de marioneta que
había decidido que me parecían demasiado geniales para
no usarlos. Tenía la sensación constante de que estaba
cerca, esperándome, fuera de mi alcance en las sombras.
Acechando a su presa.
Me ardían los pulmones cuando llegué a un callejón sin
salida y giré sobre mis talones para volver, y cuando
llegué a la abertura y elegí una dirección sólo por instinto,
lo vi. A un brazo de distancia, corriendo hacia mí. Salí
disparada de nuevo, sin mirar atrás, agradecida por las
zapatillas que llevaba en los pies, ya que les daba un buen
uso. ¿Dónde mierda estaba Seren? ¿Dónde estaba la
salida? O la maldita entrada. Preferiría a ese espeluznante
demonio de pelo blanco antes que esto.
En lo más profundo de mi cerebro, sabía que esto debía
ser falso, pero el terror aplastó todo pensamiento
razonable.
Mi pelo se enganchó en algo y salí despedida hacia atrás,
con los pies pataleando en el aire mientras intentaba
liberarme. Del techo colgaban redes rasgadas, y arañas y
murciélagos de plástico goteaban un líquido transparente
sobre el suelo. A la luz habría quedado patética. Con
todos mis sentidos reunidos podría haberme reído. Pero
entonces lo vi al final del pasillo y el miedo aumentó.
Venía por mí, pasos lentos como un maldito asesino de
película de terror. Todo el tiempo del mundo, una
inclinación de cabeza, una sacudida de hombros
mientras estoy segura de que se reía. Me atrapó.
Le grité en la cara e intenté soltarme el pelo, pero él estaba
en mi espacio, de nuevo con las manos en los hombros.
Sacudió la cabeza cuando me abalancé sobre él para darle
un cabezazo, cuando golpeé su máscara con mis largas
uñas. Esperó a que me quedara sin fuerzas, a que se me
bajara la adrenalina y me desplomara. Entonces me
levantó como a un saco de harina, con el culo al aire junto
a su cara.
—¡Para!— Grité, pero me ignoró. Seren no había dicho
nada de esta mierda. No se podía tocar a menos que yo lo
autorizara con esta banda amarilla.
Me dio una palmada en los muslos, con fuerza, y sentí su
risa cuando le aporreé la columna con los puños. —
¡Suéltame, cabrón!—
Se movía, llevándome a alguna parte a toda velocidad. El
mundo, ya borroso, se convirtió en una acuarela de luz y
oscuridad mientras yo rebotaba, incapaz de luchar contra
su agarre. Era enorme, fuerte. Pude distinguir los
músculos que se contraían en su espalda y le grité todos
los insultos que pude, dejando que se me escapara de la
boca mientras me llevaba.
Le mordí el dorso del brazo, mis dientes se hundieron en
la gruesa tela de lo que demonios fuera su traje, pero ni
siquiera se tambaleó ni se detuvo. El cabrón estaba
decidido.
Me costaba respirar, el corazón me iba demasiado
deprisa, los pulmones demasiado contraídos. Le pegué y
le pegué y me retorcí y luché. Supliqué y juré y maldije a
su mismísima madre.
Luego estaba volando. Sólo un zumbido en mi oído,
oscuridad y mi respiración entrecortada. No podía ver
nada.
—Mi pequeña marioneta—, dijo el hombre gruñendo
mientras se cernía sobre mí. Me arrastré hacia atrás
alejándome de su figura sombría hasta que choqué contra
una pared. No, no era una pared, era un marco de
madera. Un maldito marco de cama. Jesucristo, me metió
aquí demasiado fácil.
—No soy nada tuyo. Mira la puta pulsera amarilla,
mamón—. La agité, como si pudiera ver a través de la
oscuridad. —Sólo yo guío el puto camino—.
Su risa era oscura y sonora, vibrando a través de mi
vientre y mis muslos, dándome ganas de hacerme un
ovillo. Todo esto formaba parte de la casa del terror, un
juego, un truco. Seren estaba en otra parte, recibiendo el
mismo trato. Pronto nos dejarían salir al club para reírnos
de todo y ella encontraría a sus gemelos calientes y yo me
iría a ver un espectáculo de sangre o lo que mierda fuera.
—Me importa una mierda tu pulsera—, dijo antes de
meterme las manos por debajo de las axilas para
levantarme y tirarme sobre la cama. Reboté un par de
veces, con las piernas abiertas. Sólo tardó medio segundo
en colocarse encima de mí, entre mis muslos. —Eres mía
por esta noche, pequeña marioneta—.
—Deja de llamarme así—, le espeté, sin resistirme tanto
como debería. Falsa sensación de seguridad, me dije. No
era porque se sintiera genial entre mis piernas. Sabía que
esto no era tan real como parecía. Podía disfrutar un
poco... ¿no? Todo formaba parte de lo que habíamos
pagado...
Su dedo enguantado se arrastró sobre la pintura de mi
cara, por mi barbilla, bajo mis ojos, hasta llegar a mi pelo.
No se detuvo, se acercó a la parte posterior de mi melena
enmarañada para agarrar un puñado y tirar de mi cara
hacia atrás, con la barbilla levantada. Le escupí en la
máscara y vi cómo el líquido se deslizaba por la sonrisa
de neón congelada.
—¿Crees que eso me desanimará?—, preguntó ladeando
la cabeza mientras limpiaba mi saliva y me la restregaba
por la mejilla. —Me gustas hecha un desastre, cariño—.
El gemido que me arrancó fue involuntario, y me di
cuenta de que lo estaba agarrando con mis muslos,
manteniéndolo pegado a mí.
—Ah, pequeña marioneta sucia—.
—Jódete—, espeté, intentando darle un cabezazo sin
conseguirlo. Me inmovilizó los brazos y soltó una
carcajada.
—Dímelo—, dijo, pasando su rostro enmascarado por mi
cuello, enterrándose en él como si estuviera aprendiendo
mi olor. Quería quitarle la máscara, quería verlo, sus ojos,
su sonrisa. Su voz era profunda y ronca, llena de sexo y
picardía, —¿qué desea la puta de pulsera amarilla?—.
Sólo gemí, emití un sonido como de 'ungh' mientras me
jalaba del cabello con más fuerza, haciendo que mi cuero
cabelludo se tensara y hormigueara.
—Tengo algunas ideas—, gruñó. —Tendrás que decir sí o
no. ¿Puedes hacerlo?—
Mi cerebro se agitó y voló cuando apretó su entrepierna
contra mi clítoris. Estaba tan grande, tan duro, tan
dominante que no podía pensar nada que se pareciera a
algo coherente. Pero lo deseaba, más de él, de esto.
Estábamos en la House of Whorrors, podía vibrar con ello.
—¿Qué pulsera usas?— Pregunté, respirando hondo.
Verde, debe ser verde. ¿Acaso importaba? Pero no
contestó, sino que se enderezó para ponerse de pie,
asomándose sobre mí como un espectro lujurioso de la
fatalidad. Jadeé mientras lo miraba, sin intentar correr,
sólo abriendo más las piernas y acercándome los dedos al
clítoris para aliviar un poco el dolor.
Me observaba, quieto y en silencio, mientras me llevaba
el labio inferior a la boca. Ni siquiera había bebido un
sorbo de alcohol. Era totalmente este hombre... esta
bestia la que me llevaba a la locura.
—Por favor—, le supliqué, sin saber para qué.
Se apoyó en una rodilla, sus manos rodearon mis tobillos
y lentamente... muy malditamente doloroso... subió hacia
arriba. El cuero de sus guantes era áspero, provocando
chispas de fricción que quise perseguir a pesar del intenso
miedo que me empañaba. Cuando llegó a la parte interior
de mi muslo y continuó subiendo más allá de mi coño,
estuve a punto de gritar en señal de protesta, pero me
mordí el labio. Pero él continuó, con los hombros
temblorosos mientras estoy segura de que volvía a reírse.
Mi falda subió con sus manos, arrastrándose hasta mi
vientre, exponiendo mis bragas empapadas y mis muslos
temblorosos a las sombras de la habitación.
Cuanto más tiempo permanecíamos en la habitación,
más nítido se volvía, pero mis ojos aún se estaban
adaptando a la falta de luz, haciéndolo borroso...
—Quítate la máscara—, le pedí. —Quiero verte mejor—.
—No—, respondió, pétreo, antes de pasar un dedo por
debajo de la cinturilla de mis bragas, arrastrándolas
hacia un lado para dejar al descubierto mi agujero. —
Preciosa. Tan mojada para mí, pequeña marioneta.
Empapada para tu titiritero—.
—Para—, gemí, pero apreté su pulgar mientras me
rozaba. Amarillo, amarillo, verde. Más. —Mierda.—
—No Para—, dijo, su dedo se detuvo. —Cereza. Pararé si
dices cereza—.
Dilo, me insté a mí misma. Dilo. Cereza. Sólo di cereza.
Su dedo se deslizó dentro de mi coño y jadeé. A la mierda
las cerezas, quería más.
TRES
Luca

Quería arrancarme la máscara, quitarme los guantes y


tomarla como era debido, pero no podía. Ella nunca
podría saberlo.
Cuando chocó contra mí, cuando me di cuenta de quién
era esa marioneta tan sexy, algo oscuro descendió sobre
mí. Su padre también estaba aquí, acechando en el
laberinto a su propia presa. Los dos llevábamos esas
máscaras, los dos verdes y listos para jodidamente salir.
Él no me buscaría. Ya habíamos jugado este juego
demasiadas veces.
Mi puto mejor amigo, y yo estaba dentro de su hija.
Zelda se retorció cuando empujé más adentro, curvando
mi dedo enguantado y arrastrándolo hacia abajo. Apoyé
la otra mano en su pelvis, deslicé un segundo dedo dentro
de ella y la follé con ellos. No me había costado mucho
ponerla así. Era mejor que fuera yo y no un depravado
cretino buscando arruinar su piel perfecta, su cuerpo
perfecto. Le habían salido esas curvas hacía unos años,
pero sólo en los últimos seis meses me había costado
apartar la mirada.
Me decía a mí mismo que era por protección a la niña que
había visto crecer, la niña que había sostenido como un
puto bebé cuando mi mejor amigo metió la pata y dejó a
su madre embarazada demasiado joven, pero en el
momento en que pude tenerla y nadie se enteraría jamás,
la depravación más profunda se había filtrado. Era mía.
—Oh, mierda—, gimió, y luché por no reprenderla por su
lenguaje como haría su padre. Ya no era una niña, había
regresado de su último año de universidad, pero no podía
luchar contra el impulso de castigarla, no quería hacerlo.
La tenía debajo de mí y no iba a hacer nada para arruinar
eso.
El deseo de saborearla era fuerte, de chupármela de los
dedos y llegar a lamerle el clítoris. Quería que sus fluidos
empaparan mi barba... pero ella nunca sabría que era yo.
Incluso en esta oscuridad, con la voz áspera que estaba
forzando, ella sería capaz de darse cuenta.
—Tómalo—, exigí, deslizando un tercer dedo. Ella gritó y
yo sonreí bajo la máscara. La pequeña marioneta no sabía
que la había pillado masturbándose anoche. Iba de
camino a mear después de salir con su padre, con
demasiadas cervezas encima como para no ser curioso,
cuando pasé por delante de su habitación y oí un leve
gemido.
No me costó mucho abrir la puerta de un empujón, o
asomarme en la oscuridad y verla, con los auriculares
puestos, retorciéndose, la cara contraída, el portátil que
estaba usando caído a un lado al ver el brazo entero de
alguien dentro del coño de una mujer. Estirada,
arruinada, empujada hasta el límite. Chica sucia.
Sonreí detrás de mí máscara cuando abandonó toda
pretensión de resistirse mientras la volvía loca con unos
pocos dedos. Tan fácil de romper. Utilicé los dientes para
arrancarme uno de los guantes. Tenía que tocarla, joder.
Si estaba haciendo esto, tenía que tocar su carne más
íntima, meterla en mi lengua de alguna manera, aunque
sólo fuera una vez. Piel con piel, masajeé su clítoris,
gimiendo ante la joya que encontré allí, haciendo que mi
verga se engrosara aún más. Tenía un piercing en el
clítoris. Me incliné hacia atrás para mirar, y dos bolas de
plata me guiñaron un ojo, enterradas entre sus labios.
—Ah, mi pequeña sucia marioneta no es tan inocente
como parece a primera vista...—. murmuré mientras
jugueteaba con las dos bolas, una de las cuales tenía una
gema púrpura que brillaba con su humedad.
Mi verga presionaba contra la cremallera de mis
vaqueros, suplicando que la dejara salir.
—Sácate las tetas—, le exigí, necesitando verlas pero
demasiado ocupado para sacarlas yo mismo del endeble
disfraz. Cuando no lo hizo, cuando me ignoró y siguió
persiguiendo la sensación, dejé de hacer todo lo que
estaba haciendo.
Todo. Solté los dedos y me quedé quieto entre sus muslos,
mirándola con mi máscara inexpresiva. Sus piernas
colgaban de la cama desde donde la había arrastrado.
Tenía el pelo revuelto, creo que teñido de morado, no era
una peluca a pesar de lo grande que parecía. Tenía la
mejilla manchada de carmín, pero las líneas negras de la
cara seguían siendo perfectas. Mi marioneta de la noche.
Un disfraz de marioneta barata se tensaba sobre su
cuerpo, los hilos se extendían sobre la cama a su
alrededor.
—Si no vas a seguir las instrucciones, serás castigada—.
Hice una pausa para que surtiera efecto, deleitándome
con la forma en que sus ojos se abrieron de par en par
ante mis palabras. Cuando parecía a punto de protestar,
la interrumpí. —Arrodíllate, ¿o tengo que obligarte?—.
Mantuve la voz gruñona, dejando que vibrara en mi
pecho. Sin embargo, ella respondió, sus párpados se
agitaron mientras contenía su ira y se deslizaba desde la
cama hasta ponerse de rodillas. Le había subido tanto la
falda que, al caer, no la cubrió. La máscara tenía visión
nocturna -una de las ideas de su padre-, así que, aunque
la visión no era perfecta, podía ver mucho más que ella, y
sus nalgas de melocotón suplicaban ser azotadas, la
curva de su columna las hacía sobresalir aún más.
Este verano había sido una tortura verla en bikini. La
arena se le pegaba a la piel mojada mientras se relajaba
en la playa. Había maldecido cada oscuro pensamiento
que había tenido. Pero ahora la tenía de rodillas.
—Desabróchame el cinturón—, le dije, tirándole de la
barbilla con la mano desnuda. Intentó apoyarse en ella,
pero la aparté, haciéndola soltar un suspiro de
descontento. Su miedo se había convertido en
desesperación.
Mientras ella se preocupaba por mi cremallera y sus
manos tanteaban el botón, yo me metí rápidamente la del
anillo en el bolsillo. Ella no podía verlo.
Sus dedos temblaban mientras me abría, yendo más allá
de mi petición inicial y no parando hasta rozar la cintura
de mis bóxers.
Más suave, le cogí la cara, inclinándola hacia arriba para
estudiar su expresión. Había desaparecido. Era mía para
usarla y retorcerla. Tenía la boca floja y los párpados
entornados. —Sácame, chúpame hasta el fondo—.
—Sí, amo—, murmuró, y casi me corro en los putos
pantalones. Tan complaciente, tan fácil. Ella era la
perfección. Yo era su puto amo. Se había metido en el
papel que yo quería para ella con unas pocas palabras
duras y órdenes. Estaba predestinada. En los cuarenta y
dos años que llevaba en este planeta, nada me había
parecido mejor.
Sus largos dedos rodearon mi dura polla y me liberó,
dándome unos lentos bombeos mientras estudiaba mi
verga. Sus ojos se abrieron de par en par al ver mi
piercing, una gruesa barra plateada en la parte superior.
Me lo había hecho como reto cuando tenía diecinueve
años y era estúpido. Su padre tenía uno igual, algo que
esperaba que ella nunca aprendiera. Pronto sentiría cómo
el mío la atravesaba.
No aparté la mirada mientras ella se acercaba, se llevaba
la polla a la boca y la lamía como un gatito. Unas cuantas
caricias suaves de su lengua y ya le estaba dando pre
semen. Joder, ya era una buena chica para mí. Gimió al
sentir mi sabor, hundiendo la lengua en mi raja para
buscar más.
—Mm, pequeña marioneta perfecta—, le dije, empujando
mis caderas hacia delante para intentar forzar la entrada.
Ella frunció los labios, pareciendo toda una descarada
cuando me lo negaba, y se pasó mi corona por la comisura
de los labios, manchando de carmín negro el piercing
plateado. Intentaba irritarme, ponerme a prueba. ¿Dónde
estaba aquella chiquilla asustada que huía por el
laberinto?
La agarré del pelo y apreté cerca de la base del cuello
hasta que se sobresaltó, chilló y estiró la mano para
golpearme. —Puedo retirar mis halagos, puta. No me
jodas—.
Las lágrimas brotaron de sus ojos sorprendidos y esperé
a que la temida palabra saliera de su boca, pero cuando
la solté, no lo hizo.
En su lugar, abrió la boca de par en par y me succionó
con un vigor furioso. Exclamé y respiré agitadamente al
mismo tiempo. No se andaba con miramientos, me llevó
directamente a su garganta, empujando hasta enterrarme
en su cuello. Tragó a mi alrededor y tuvo una arcada,
volviendo a subir por mi verga con un chorro de saliva
brillante goteando de sus labios. La limpié, presionando
con el pulgar dentro de su boca para estirarla aún más.
—Hermosa—, dije cuando ella también lo chupó, sin
aminorar ni detenerse, tratando de arrancarme el alma
de la polla con cada tirón. Ni siquiera se detuvo cuando
mi piercing chocó contra sus dientes o cuando tuvo una
arcada tan fuerte que tuvo que aspirar bocanadas de aire.
Labios apretados, succión profunda, y luego su mano me
apretó las bolas. Tiró de ellos, jugueteando con su palma,
antes de soltarme la polla con un sonoro chasquido y
masturbarme con fuerza. Con un gemido ronco, se
agachó y se metió mi saco en su boca caliente, haciéndolo
rodar con la lengua hasta que casi me convulsioné. El
orgasmo se acercaba a toda velocidad, mis bolas se
contraían y me dolían por sus caricias, mi espina dorsal
disparaba electricidad a medida que mi cuerpo se
acercaba al límite.
Quería arrancarme la máscara para que supiera de quién
era el semen que se estaba tragando; la deliciosa forma
en que sus ojos se abrían al tragarlo la arruinaría, me
arruinaría a mí. Pero en lugar de eso, cuando pasó su
lengua por mis bolas en dirección a mi culo, la empujé,
separando su cuerpo del mío.
Con el pecho agitado, me miró con fuego en los ojos. —Me
dijiste que te chupara—, me dijo, poniéndose una mano
sobre las tetas para sentir el palpitar de su corazón.
Asentí con la cabeza, sabiendo que debía tener un aspecto
jodidamente raro con la máscara, una sola mano y la
verga al descubierto. El neón de la máscara era lo único
que ella podría distinguir del entorno negro y gris.
—Te dije que chuparas—, repetí. —Ahora quiero que te
pongas sobre tus manos y rodillas—.
CUATRO
Zelda

Fuera lo que fuera este juego, yo estaba aquí por él. Ya no


me importaba una mierda.
Me giré, me puse a cuatro patas con los pies colgando de
la cama y hundí la cara en las sábanas. El aire se movía
detrás de mí y mi demonio enmascarado permanecía en
silencio mientras me quitaba los zapatos y luego las
medias, deslizándolas con más cuidado del que yo
esperaba. A continuación me quitó las bragas, y se
aseguró de tensarlas contra mi cuerpo para que supiera
cada centímetro de mí que quedaba expuesto a él.
Me pasó la falda por encima de la columna y separó aún
más mis piernas con las suyas.
—Quédate así—, me ordenó, y cuando no respondí, me
dio una palmada en la nalga.
—S-sí, amo—, respondí, con las palabras saliendo de mí
a toda prisa mientras mi coño se apretaba al oír la palabra
que había elegido para llamarlo. Yo era su marioneta. Él
era mi titiritero. Ya me había llevado al límite y sabía que
él había estado cerca cuando me arrancó de su verga. El
aire estaba cargado de lujuria y sexo, el hedor era como
una niebla de malas decisiones. Ahora los dos estábamos
metidos en este lío.
Empujé el culo hacia él, suplicándole lo que fuera a hacer
a continuación.
No esperaba la lengua que presionó mi culo. Un rápido
lametón y se retiró mientras yo chillaba.
Dejó la máscara brillante junto a mi cabeza, con su
mirada inerte fija en mí... La máscara había desaparecido.
Tenía la cara descubierta. Podía girarme, mirar y ver
quién era, ponerle cara al demonio sexual que me estaba
asolando. Pero él me había dicho que me quedara, yo le
había dicho que sí. Yo era su marioneta. Él era mi amo.
En lugar de mirarlo, cogí la máscara y le pasé un dedo
por los ojos.
—Buena chica—, gruñó antes de morderme la nalga y
bajar, bajar, bajar hasta que su lengua se introdujo en mi
coño. Me comió desde atrás, subiéndome las piernas para
tener mejor acceso, chupando, lamiendo y
mordisqueando cada trocito de carne sensible a su
alcance. Luché por sostenerme, casi suspendida sobre las
sábanas, mientras él me sujetaba. —Voy a estirarte,
preciosa—, dijo contra mí. —Llenaré este coño hasta que
no aguante más—.
Gemí y empujé contra él con más fuerza, con zumbidos
que me recorrían todo el cuerpo desde el vientre. Joder.
Recogió mis cuerdas de marioneta de la cama y tiró de
ellas, obligándome a llevar las manos al estómago
mientras las pasaba por mis piernas y las sujetaba a la
altura del muslo. Todo mi peso recaía sobre mi cabeza,
un solo hombro. Me dolía, con el cráneo rechinando
contra las sábanas baratas y las cuerdas cortándome la
carne.
Entonces me pasó la lengua por el clítoris, y las
vibraciones de sus gemidos se dispararon a través de mi
piercing, destrozándome. Las palabras se me escapaban
en un torrente confuso mientras me dejaba mecerme
contra su cara, con la lengua en el clítoris, acariciando la
bola, y la nariz presionando mi agujero. Jadeando y
gritando, me deshice para él en un revoltijo de sacudidas
y dolores, con los ojos clavados en la máscara mientras
me miraba fijamente a través de mi orgasmo. Me lamió
durante el orgasmo, persiguiendo cada gota de mis
fluidos mientras yo me hundía de nuevo, sudorosa y sin
aliento.
—Santa mier... —
Me metió tres dedos a la vez, haciendo que mi sensible
coño volviera a convulsionarse mientras perdía el
equilibrio y caía hacia delante.
—Vas a tomar más—, gruñó contra mi columna mientras
me levantaba de nuevo, doblándome en una posición
antinatural con esas cuerdas, forzando mi culo más
arriba. —Vas a tomarlos todos—.
—Sí, sí, sí—, gemí, meciéndome sobre sus dedos... sin
guantes, creo.
Continuó bombeándolos, mordiéndome de nuevo la nalga
mientras lo hacía. —Sabes tan bien, mi pequeña
marioneta—, me dijo. —Por todas partes.— Su lengua
volvió a mi culo, distrayéndome mientras me metía un
cuarto dedo en el coño.
Me dolía, la tensión era casi excesiva. Había usado
juguetes antes, consoladores en forma de puño, pero
nunca me los había metido hasta el fondo, siempre me
venía antes de tener la oportunidad. No tiene sentido
andar jugueteando cuando estás sola, haz el trabajo,
vuelve a tu día.
—Te sientes tan bien en mis dedos—, dijo, casi para sí
mismo, antes de chuparme el ano hasta que grité. Fue
tan intenso, tan sucio y ruin. ¿Cómo iba a volver a la vida
normal después de esto? —Buena marionetita, pasa tu
culo por mi lengua, envuelve tu cuerpo alrededor de mis
dedos, cabalga—.
Así lo hice, balanceando las caderas y arrastrando el culo
sobre su lengua mientras él la movía, gimiendo y
gruñendo y murmurando palabras de elogio. El
estiramiento de mi coño empezó a aliviarse, mis músculos
se acostumbraron y el placer sustituyó al dolor. —Joder—
resoplé, moviéndome con más energía para seguir sus
movimientos. —Amo, esto es... esto es...—.
—Lo sé—, fue todo lo que dijo. —Creo que ya casi estás
preparada para todo—.
Mi cuerpo se estrujó ante el pensamiento, el calor
corriendo por mis venas. Estaba desesperada, ruidosa y
suplicante mientras me besaba por la columna vertebral.
Joder, quería mirarlo a la cara mientras se hundía en mí,
necesitaba ver su reacción. —Por favor, déjame ver, por
favor, amo. Quiero verte la cara—.
Sus dientes se clavaron en la carne de mi muslo hasta
que grité y mi piel se reventó, un torrente de sangre brotó
de la afilada herida mientras mis piernas se tambaleaban.
Apreté los ojos y sollocé por el dolor, por la doble
sensación de mi coño lleno, mi cuerpo doblado y mi muslo
sangrante y punzante. Cuando soltó las cuerdas, se
aflojaron con un chasquido y caí, intentando zafarme.
—No seas mala marionetita ahora—. Pasó un pulgar por
el chorro de sangre que notaba chorrear hasta mi rodilla
y me lo dio, inclinándose sobre mi cuerpo y forzándome
la boca. —Todo esto acabará si vuelves a pedirlo—.
—De acuerdo—, dije, amortiguada entre sus dedos
mientras el sabor férreo de mi sangre inundaba mis
papilas gustativas. —Lo siento, amo. No volveré a
pedirlo—.
—Buena chica, buena marionetita—. Me dio un tirón en
el labio inferior mientras se alejaba, sin apartar la mano
de mí cuando volvió a mi culo y sacó la otra mano de mi
interior. Me dolió la pérdida, mi coño apretándose
alrededor de nada. Dijo que sólo pararía si se lo pedía otra
vez, pero no, no había terminado, necesitaba más...
Sentí su boca en mi muslo, lamiendo mi herida. Gimió,
tomándose su tiempo para atrapar cada gota de sangre.
—Deliciosa, cada parte de ti. Lo sabía. Siempre lo he
sabido—.
Qué...
Cuatro dedos y un pulgar me penetraron, una línea de
saliva aterrizó en mi culo y goteó mientras se abría
camino. Joder, no podía hacer nada mientras exigía su
entrada, estirándome y forzando mis músculos mientras
gritaba y cabalgaba. Era demasiado, no era suficiente,
más, demasiado, joder...
Supe cuándo tuve todo su puño dentro de mí porque dejó
de moverse y me llenó más de lo que jamás hubiera creído
posible. —Joder, pequeña marioneta. Mírate—. Sonaba
tan ido como yo, su voz cambiaba a medida que hablaba,
menos ronca.
Sollocé y apreté los músculos alrededor de su mano,
esperando a que el ardor disminuyera como antes. —Por
favor—, le supliqué, sin saber para qué.
—Shh, buena chica, lo estás tomando muy bien—. Hizo
una pausa. —Dame mi máscara—.
Hice lo que me pidió sin pensarlo, agarrando la cosa y
empujándola detrás de mí. Nuestros dedos se rozaron
cuando la cogió, provocándome escalofríos en el brazo. —
Voy a darte la vuelta, mantente sobre mi puño y date la
vuelta—, dijo.
Me dejé relajar y caí derecha sobre la cama, levantando la
pierna mientras él me retorcía sobre la espalda. Entonces
se me escapó una carcajada, una carcajada suave
mezclada con un sollozo.
—¿Qué pasa, pequeña marioneta?—, preguntó también
divertido. Lo miré a la cara, enmascarada de nuevo, y
solté otra risita.
—Pequeña marioneta—, suspiré. —Lo has conseguido—.
Ladeó la cabeza, se acercó y movió los dedos dentro de
mí.
—No mentía cuando dije que eres mía—.
CINCO
Luca

Tenía la cara desencajada por aquella carcajada, tan


propia de ella, y por la forma en que yo jugaba con su
cuerpo como si fuera mi juguete. Empecé a moverme,
empujando arriba y abajo mientras sus paredes se
contraían a mi alrededor. Con la máscara de nuevo
puesta, recuperé la visión y vi los labios de su coño
estirados alrededor de mi muñeca, vi cada expresión de
tensión mientras la llevaba a su límite.
—Más—, suplicó, abriendo más sus jugosos muslos para
mí, empezando a follar de nuevo sobre mi puño. Presioné
más profundamente hasta que ya no cedió más,
follándola y deleitándome con cada gemido que le
arrancaba. Estaba duro como una piedra, chorreando pre
semen mientras ella se retorcía y lloraba, deseosa de un
poco de jodida fricción.
Con la otra mano, froté su clítoris erecto, la barra
perforadora presionando desde debajo de su piel. Y con
mis dos manos sobre ella, mi atención estaba extasiada.
Me moví más deprisa, con más fuerza, aporreándola para
obtener todas las reacciones posibles. Levantó las
piernas, apretándolas e inclinando las caderas para que
yo tuviera mejor acceso. Tenía que darle todo lo que
deseaba. Me lo suplicaba, se moría de ganas. Mi pequeña
marioneta, mi perfecta niña buena, quería más.
Y yo deseaba mi polla dentro de ella con ferocidad.
Cuando apreté la cabeza contra ella, se puso rígida y
jadeó.
—¿Qué...?—, empezó, pero la silencié.
—No te preocupes, nena, la vas a tomar muy bien. Sé que
lo harás—. Escupí un largo chorro de saliva sobre mi
verga, untándola hasta que goteó, y luego empujé. No fui
suave con ella, no fui despacio. Me abrí paso en su
cuerpo, mi verga se unió a mi mano dentro de ella.
Casi podía pajearme. Me reí para mis adentros mientras
mi verga se arrastraba hasta mi mano. La intensidad del
apretón era casi insoportable. Mantuve el puño quieto
mientras me la follaba, acariciándole el muslo mientras
me movía y la llenaba más de lo que debería ser capaz de
soportar.
Era un caos de ruidos, gritos y gemidos, aguantándolo
todo, gritando y apretándose a mi alrededor. Mi
penetración se arrastraba dentro de ella, rozando sus
paredes. Santa mierda, Santa puta. Quería besarla, sentir
sus labios contra los míos mientras nos separábamos.
Aún estábamos casi vestidos, sólo su coño y mi verga
desnudos en la oscuridad.
—Voy a venirme—, gimoteó, así que follé con más fuerza,
golpeando mis caderas hasta que chocaron contra su piel,
metiendo mi verga hasta el fondo, moviendo el puño
mientras ella lo succionaba con su coño.
—Vente para mí—, le dije. —Eres una puta tan buena,
aguantándome tan bien, aguantándolo todo tan bien.
Vente alrededor de mi verga, de mi puño. Buena
marionetita, déjame arruinarte—.
Ella gritó y se convulsionó, sus piernas temblaron y los
dedos de sus pies se curvaron mientras yo seguía
follándola. Le arranqué todo el placer, sin parar hasta que
se retorció y sollozó.
Cuando todo su cuerpo se desplomó y sus ojos se
cerraron, me tomé un momento. Sólo uno, para
memorizar así cada centímetro de ella. Era mía para
destruirla, para presionarla. Así es como debía ser.
Me liberé de ella, primero la verga, luego la mano,
observando cómo su coño enjoyado se abría y se apretaba
para mí. Aún no se había movido, seguía en su estado de
éxtasis, así que me quité la máscara y me subí sobre ella,
girándole la cara para besarla profundamente.
Jadeó, tartamudeó un instante, antes de rodearme el
cuello con un brazo para estrecharme más. Sus labios
estaban ardientes, su lengua tanteaba mientras nos
besábamos con una ferocidad que igualaba la de
momentos antes.
—Por favor—, susurró contra mis labios, pasándome la
lengua por los dientes. —Déjame...—
Apoyé la frente en la suya. —No, pequeña marioneta. No
lo estropees ahora. Has sido tan buena—.
Sollozó y volvió a besarme, como si intentara consumirme
o memorizar mi rostro sólo con sus labios y su lengua.
Nos quedamos congelados en ese largo momento,
disfrutando el uno del otro mientras su cuerpo se
recuperaba.
Cuando la aparté y me puse la máscara en la cabeza de
un tirón, gritó y me buscó con las manos en la oscuridad.
—Aún tienes que hacerme venir, pequeña marioneta. No
serás la mejor hasta que lo hayas hecho—.
Se puso de rodillas, deseosa y anhelante, mientras me
agarraba por las nalgas. La determinación le dio un
segundo aire, y pude sentir su rabia y agresividad
mientras chupaba mi verga desnuda hacia abajo. Estaba
a cuatro patas sobre la cama y estaba tomando
demasiado el control. No podía permitirlo.
—De espaldas—, dije, con la necesidad de volver al juego.
Después de todo, yo era su amo.
Sentí sus dientes raspar mi polla mientras se retiraba y
siseé. —No seas petulante. Ponte boca arriba—.
Hizo lo que le pedí, actuando como una mocosa mientras
se desplomaba. Tiré de su cuerpo hasta que su cabeza
quedó colgando del colchón y me bajé los pantalones para
poder ponerme a horcajadas sobre su cara. —Si necesitas
respirar, dame dos golpecitos en el muslo—, le dije antes
de obligarla a abrir la mandíbula. —Asiente si lo
entiendes—.
Asintió con la cabeza e intentó decir algo con los labios
entreabiertos, pero el asentimiento fue todo lo que
necesité. Le metí la verga en la boca, forzando la entrada
entre sus dientes y su garganta, follándole la cara con
fuerza y rapidez. Tragó y balbuceó mientras yo la
penetraba con fuerza y mis bolas golpeaban su frente y
sus ojos.
Le saqué las tetas del top y se las apreté, le pellizqué los
pezones y le clavé las uñas en la piel mientras ella me
tomaba en el cuello. Mirando hacia abajo, pude ver cómo
mi verga dilataba su garganta desde el exterior, lo que
hizo que un chorro de semen saliera disparado hacia su
estómago. Era increíble, tan jodidamente increíble que
podría venirme sólo con verla.
—Joder, qué buena—, dije mientras toda mi polla
desaparecía en su boca. Su nariz se apretó contra mis
huevos, sus labios se estiraron tanto que me quedé allí,
cabalgando a través de la sensación de su garganta
contraída mientras pedía aire. Un segundo más, uno más,
joder. Cuando la saqué, jadeó profundamente, aspirando
todo el aire que pudo antes de que volviera a penetrarla.
Mis dedos apretaron también sus labios, apretándolos
contra sus dientes. —Joder, qué buena eres. ¿Quieres mi
semen? ¿Quieres el semen de tu amo en tu garganta?—.
Murmuró algo, sonó como un ruego. Me dio un vuelco.
Mis bolas se contrajeron con fuerza contra la base de mi
polla, y desde mi columna vertebral mi orgasmo se
disparó a través de mí, disparando chorro tras chorro de
semen en su garganta mientras yo rugía y temblaba, la
visión se volvía negra mientras lo abrumaba todo.
Ella lo aguantó todo mientras yo la apretaba hasta el
fondo, el apretón de su garganta era una locura mientras
yo eyaculaba una vez más y aguantaba un segundo más.
Arruinado para siempre, salí de ella y me desplomé sobre
la cama, con la cara junto a su muslo. Nos escuchamos
respirar el uno al otro durante más tiempo del que
debíamos, deleitándonos en el resplandor posterior al
sexo que normalmente iría seguido de una ducha y un
sueño. Quizá un segundo polvo perezoso por la mañana.
Pero tenía que levantarme, no podía demorarme. Era
peligroso. Tenía que alejarme de ella antes de hacer algo
estúpido como revelarme ante ella.
Cuando su respiración empezó a calmarse y pensé que
podría haberse quedado dormida, me levanté y me guardé
la verga, sin molestarme en combatir la sonrisa al verla
destrozada. Tenía las piernas abiertas y el coño reluciente
a la vista, los labios hinchados y resbaladizos y un
maquillaje incoherente con vetas negras y rojas. Estaba
más hermosa que nunca, y yo había visto todas las etapas
de su vida. Pero así, follada hasta el coma y llevada más
allá de cualquier límite que creyera tener, y nada menos
que por un extraño enmascarado... era impresionante.
La abandoné en aquella habitación, asegurándome de
que se despertaba mientras me deslizaba por la puerta.
Oí su murmullo confuso antes de que la puerta se cerrara
y yo saliera al pasillo. El portero me observó, con su sexy
disfraz de mago ocultándolo todo excepto su fría mirada.
—Se está despertando. Por favor, asegúrate de que sale
sana y salva. No puede seguir entrando en el club—, le
dije cruzándome de brazos.
Se rió. —¿Quizá tus habilidades no son tan increíbles
como crees y ella necesita más polla?—.
—Hazlo, Jensen. Prometiste sacarla sin problemas—.
Arrugó los ojos. —De acuerdo hombre, sólo por ti—.
No busqué a su padre mientras me alejaba. Él sabría
cómo ponerse en contacto conmigo si lo necesitaba.
Esperaba que estuviera metido hasta el fondo en un coño
o en un culo, ignorante de lo que acababa de hacerle a su
hija mayor. Me hacía oscuro, depravado, pero también me
ponía caliente como la mierda.
Nuestra próxima cena iba a ser interesante.
SEIS
Zelda

Dos semanas después

Volví a juguetear con el anillo, dejándolo deslizar por cada


uno de mis dedos mientras lo inspeccionaba. Lo conocía
muy bien, lo había visto casi todos los días de mi vida.
Una banda gruesa y negra, con pequeñas tachuelas de
plata alineadas en el centro. Era único, hecho a mano
hasta donde yo sabía.
Así que verlo en el suelo de aquella casa encantada casi
me había destrozado.
Luca.
Fue Luca. El mejor amigo de mi padre, un hombre al que
llamé tío Luca hasta que tuve la edad suficiente para
encontrarlo de mal gusto.
E iba a venir, cerveza con mi padre, una barbacoa con
nuestra familia. Su esposa, sus dos hijos y nosotros.
No podía quitármelo de la cabeza, cada estiramiento y
dolor que había sacado de mi cuerpo. La forma en que
gruñía y me llamaba su niña buena, su pequeña
marioneta. Giré las caderas y me levanté el vestido de
verano, observando los moratones en forma de media
luna de mi muslo, ya no rugosos y con costras, sino
cicatrizados y elevados, aún morados por el trauma que
me había causado en la piel.
—¡Hola!— Lo oí saludar desde abajo mientras la puerta
principal se abría y se cerraba, el ruido de sus hijos
sonando en el pasillo. Eran gemelos, de mi edad, les
gustaba joder y causar caos.
Sonreí cuando mi madre me llamó a voces. Guardé el
anillo en el bolsillo y me dirigí a la puerta.
Apuesto a que podría arruinarlo tanto como él a mí.
PALABRAS FINALES

Gracias por leerme. Si quieres ser el primero en enterarte de los


próximos lanzamientos, incluida la continuación de la historia de Zelda
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Tengo una larga lista de novelas súper cortas y súper picantes, además
de una novela completa. Si te intriga The Bone Yard, puedes
encontrarlo en las siguientes novelas:

Publicaciones anteriores:
Playing the Teacher - una novela erótica sobre la diferencia de edad
entre estudiante y profesor.
Golden - un juego con orina, novela erótica MMF
Will See You Now - novela erótica médico/paciente
Collared - una novela de femdom, juego de mascota

Próximos lanzamientos:
Sin título: una novela completa para que Zelda y Luca resuelvan sus
asuntos.
Sin título - Una novela MFF. Prevista para otoño.
Sin título - Una novela completa MM prevista para el invierno.
SOBRE LA AUTORA

S S.B. Hazel, autora de novelas eróticas bajo seudónimo,


crea apasionadas novelas destinadas a traspasar los
límites y aflojar los cuellos de las camisas. S.B. va más
allá en todas sus obras, explorando el perversión y el
fetichismo con una profundidad que probablemente no
hayas leído antes.
Le gusta pasar mucho tiempo investigando, dedicando
tiempo a averiguar por qué ciertas perversiones
funcionan para la gente y cómo puede llevar esa emoción
y deseo a su trabajo.
Ubicada en un tranquilo rincón del mundo, cuando no
está editando los manuscritos de otros autores, se la
puede encontrar leyendo la última novela romántica
oscura, experimentando en la cocina o persiguiendo a sus
dos hijos pequeños.

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