Uga La Tortuga
Uga La Tortuga
Uga La Tortuga
- ¡Esto tiene que cambiar!,- se propuso un buen día, harta de que sus
compañeros del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar
sus tareas.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se
proponía porque era consciente de que había hecho todo lo posible por
lograrlo.
FIN
La cigüeña María
Érase una vez una joven pero valiente cigüeña que, pese a su juventud,
se aventuró a emprender un largo viaje y cumplir con su primera
tarea, llevar a una preciosa niña a los brazos de su mamá.
Preparó todo para tan atrevida aventura, y una mañana empezó un largo
camino desde los cálidos vientos del sur hacia los fríos de las estepas
rusas. Vivió toda clase de aventuras, le sorprendieron tormentas,
nieves e incluso un feroz ataque de un águila que, confundida, no llegó a
comprender la hermosa labor que había comenzado la joven cigüeña.
Pese a todo, y ya malherida y tiritando de frío, vio las heladas aguas del
río Volga, y en vertiginoso descenso, puso a la niña en el dulce regazo
de un moisés que pese a su humildad, sería un cálido lugar donde
mecerla y dejarla a los cuidados de su mamá.
Cuando cumplió cuatro años, una familia que deseaba tener una hija
vino a verla. Después de jugar con ellos los besó y, por primera vez, sus
pequeños y sonrosados labios dijeron las bellas palabras papi y mami.
Un día salió radiante del orfanato y después de un largo viaje, igual como
el que en su día hizo la cigüeña María, fue feliz en una hermosa casa,
llena de muñecos, juguetes, y del amor de su papá y mamá.
La sonrisa de su carita y la alegría de sus ojitos expresaban a todos su
felicidad. Ya no sintió más frío, y el sol del sur la acariciaba, las flores
reían de felicidad a su paso, y todos los animalitos del parque
cantaban canciones de amor y felicidad. Tania ya no lloraría más de
soledad. Un día ocurrió algo maravilloso. Paseaba Tania con sus padres
por el bosque y encontró a la ya vieja cigüeña María.
La llamó y le dijo que la llevara otra vez en sus alas. También le pidió si
podría ponerla dentro del vientre de su madre, que lo acariciara su papá,
y así ella sería de nuevo un bebé, tendría la dulce leche del pecho de su
mamá, crecería, y viviría en el mundo de felicidad que a todos los
niños les corresponden. La cigüeña María, sorprendida, la escuchó
atentamente.
FIN
Patito feo.
En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían empollado la
mamá Pata empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron
saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a
sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta de
que un huevo, el más grande de todos, aún permanecía intacto.
Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a otra
granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el
patito creyó que había encontrado a alguien que le quería. Pero, al cabo
de algunos días, él se dio cuenta de que la vieja era mala y solo quería
engordarle para transformarlo en un segundo plato. El patito feo salió
corriendo como pudo de allí.
Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que
jamás había visto. ¡Eran cisnes! Y eran elegantes, delicadas y se
movían como verdaderas bailarinas, por el agua. El patito, aún
acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se acercó a una de ellas
y le preguntó si podía bañarse también en el estanque.
Y le dijo el patito:
- ¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo lo
contrario de vosotros. Vosotros son elegantes y vuestras plumas brillan
con los rayos del sol.
Y ellos le dijeron:
El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se había
transformado en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que
jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el
nuevo cisne se unió a los demás y vivió feliz para siempre.
FIN
El orejón
Era su segundo día de clase. Henry se sentó en el primer pupitre del
aula, al lado de la ventana, como le recomendó su mamá. La
profesora entró en clase y les dijo:
- Niños, niños, dijo Mily con voz enérgica y poniendo cara de enojo. No
deben burlarse de los demás. Eso no está bien y no lo voy a permitir
en mi salón.
El volcán enfadado
Las olas del mar arrastraron a la piedra blanca a esa playa.
Estaba feliz, dejándose acariciar por las olas del mar cuando escuchó a
su espalda:
La piedra blanca se volvió y vio allí una gran piedra negra que la
miraba muy enfadada.
- ¿Se puede saber qué haces en nuestra isla? Aquí no hay lugar para
piedras como tú - le espetó.
Y observó como todas las demás piedras asentían y la miraban con cara
de pocos amigos.
Esa misma tarde, el volcán echó por su cráter nuevas piedras, y las
recién nacidas, enseguida empezaron a jugar con la piedra blanca sin
importarles su color.