Sofocles Antigona

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S Ó F O C L ES

TRAGEDIAS

IN TR O D U C C I Ó N DE

J O SÉ S. L A SS O DE L A VEGA

T R A D U C C I Ó N Y N O T AS DE

A SS E L A ALA M ILL O

E D I T O R I A L G RE D OS
A seso r p a r a la sección g rieg a : Ca r l os G a r c ía G u a l .

S eg ú n la s n o rm a s d e la B. C. G., la tr a d u c c ió n d e e s ta o b ra
h a sid o re v is a d a p o r Ca r l o s G a r c ía G u a l .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1981.

Depósito Legal: M. 31103-1981.

ISBN 84-249-0099-5.
Impreso en España. Printed in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1981. — 5305.
INTRODUCCIÓN GENERAL 77

La inocencia del hum ano en la desgracia que le so-


breviene: éste es el prim er motivo de la pieza. El se-
gundo motivo es el tránsito desde el error a la verdad
(sueño profundo de Heracles, crisis de delirio, recono-
cimiento de sí mismo, todo ello en un episodio único).
Puesto en las últim as y rodeado de su hijo y servidores
que le asisten a bien m orir, Heracles aprende ( ex even-
tu, como en los oráculos de Heródoto) el verdadero sen-
tido del antiguo vaticinio relativo a su m uerte y reco-
noce que todo lo sucedido lo ha sido por ordenación
del cielo («y nada de eso que no sea Zeus», es el acorde
final de la tragedia, puesto en boca del corifeo). La
divinización del héroe (que son para benditos los dolo-
res que llevan a ella), de que hablaba la leyenda hercu-
lina, queda aquí fuera en el final, tan sordo como el
comienzo, de este drama. A la dulce esposa y al hijo
terrible del dios más poderoso el destino les asalta
igualmente.
En suma, no sería justo concluir, con paradoja atrac-
tiva, que Las Traquinias es una de las peores tragedias
de Sófocles y prueba, sin embargo, que Sófocles es un
gran dram aturgo. No, no es el m ejor de los dram as de
Sófocles, pero sí de los excelentes 55.

«Antígona»

El evento trágico de esta pieza, predilecta de los


públicos, se ha interpretado desde puntos de vista muy
diferentes y, en ocasiones, harto anacrónicos se. Se ha
hablado mucho de la interpretación hegeliana. Fascina-

55 Cf. G. W. D ickerson, The structure and interpretation of


Sophocles’ Trachiniae, tesis doct., Princeton, 1972 (micr.).
56 Cf. E . E b e rle in , «Ueber die verschiedenen Deutungen des
tragischen Konflikts in der Tragôdie Antigone», Gymnasium
LXVIII (1961), 16-34.
78 TRAGEDIAS

do por esta tragedia, Hegel (Estética, II 2.1 y en otros


lugares) la interpretaba, conforme a su modo de avis-
tar el curso de la historia, como conflicto entre tesis
(derecho del Estado, Creonte) y antítesis (derecho de
la familia), superable en una síntesis que congruye los
contrarios y compone inconveniencias. Un precursor del
existencialismo contemporáneo, Kierkegaard (en el ca-
pítulo «Symparanekroúmenoi» de O esto o aquello) vio
en Antígona la novia de la m uerte que, con acezante
impulso, por incom patibilidad con la vida que le rodea,
busca abandonarla. Considerándolo desde este viso hay
más de un rejuvenecimiento literario del tema, alguno
recibido con mucho éxito en la escena francesa contem-
poránea. Desde un vértice de óptica diferente, de polí-
tica de oportunidad, otros han visto en Antígona la re-
belde revolucionaria que se alza contra un gobierno
tiránico 57. O bien se ha visto, en el dram a, el conflicto
entre dos formas de religión, la ortodoxia convencional
y la libre, que los ortodoxos llaman herética: Blumen-
thal, por ejemplo, incorporaba en Antígona lo dioni-
síaco, irracional, instintivo, y en Creonte, la racionali-
dad político-religiosa. Todo esto, y más todavía, se ha
visto en el tema sofocleo: la oposición dialéctica entre
la juventud y el desprendimiento, de una parte, y, de
otra, la ceguera de la edad, la estrechez del corazón 5S...
En alguna de esas interpretaciones puede haber, hay
su dosis de verdad; pero presentada desde una óptica

57 Cf. «La Antígona de Sófocles de Bertolt Brecht», en nues-


tro libro De Sófocles a Brecht, 311-379.
58 E n unas páginas, probablemente hoy poco conocidas, el
elocuente E m ilio C a s te la r, en el prólogo a su Galería histórica
de mujeres célebres, I, Madrid, 1886, págs. 273-293, traza un retra-
to de Antígona como «hermana de la caridad» y prototipo de
femineidad. Más conocida es la interpretación de M ig u e l de U na-
m uno (en el prólogo a La tía Tula) de la «sororidad» de Antígo-
na, en función de ser hermana carnal de su padre.
INTRODUCCIÓN GENERAL 79

lateral y exclusivista, que asegura que todo el hilo se


debe sacar del mismo ovillo. Además, alguna de ellas
ha llevado a plantear ciertos equívocos que no vienen
al caso. Pienso en la «culpa» de Antígona, que buscan
algunos obligados del método hegeliano que aplican, y
que dicen encontrar, cada uno a su modo: la causa de
Antígona es en el fondo justa, pero se acompaña de
excesiva falta de respeto a ciertos fueros clásicos del
derecho; su acto ofrece cierta ambivalencia, es piadoso
e impío, a la vez; Creonte tiene su parte de razón, se
dice, y se le presenta más hum ano y simpático que en
su retrato tradicional.
A nuestra contemporaneidad, esta tragedia se nos
ofrece, sobre todo, desde una perspectiva religiosa, que
fue raíz sagrada de la tragedia griega. Se tra ta del con-
flicto entre religión y utilismo hum ano, dos concepcio-
nes de la existencia, que a veces hacen rostro hacia
horizontes opuestos 59. Para preservar y m ejorar la so-
ciedad hum ana se crea el hom bre norm as sociales, re-
glas políticas y decreta medidas ejem plares para pre-
caver que el individuo no se aparte de ellas. Ahora bien,
esta arm adura de normas, que el hom bre ha ido fabri-
cando para defenderse de la anarquía y de la conducta
m eram ente impulsiva del individuo, tiene un límite,
ante el cual debe detenerse, pues, si lo sobrepasa, esa
transgresión puede constituir un crimen: es la esfera
de lo divino, de las leyes no escritas sublimes a todo
código. Las prudentes ordenanzas de Creonte le llevan
a prohibir, por ejem plaridad, que el enemigo de la ciu-
dad, Polinices, sea sepultado. Quizás no pueda decirse
que, en todos los casos y con carácter general, la ética
griega condenara esa prohibición. Pero Sófocles sí, se-
gún su voluntad y su idea. Aquí está completamente del

59 Cf. K. R einhahdt, Sophokles: «Antigone», Gotinga, 19613,


páginas 9-13.
80 TRAGEDIAS

lado de Antígona. Negar al herm ano m uerto el descan-


so en la tierra m aternal y centenaria es un crimen
contra los dioses infernales (in inferis), huella un de-
recho divino y no hay utilidad de la política tirana que
lo justifique. En nom bre de aquellas leyes que no son
de hoy ni de ayer, sino de siempre, Antígona, en pugna
con la ley hum ana por no quebrantar la ley divina, le
lleva la contra al tirano, entierra simbólicamente a su
herm ano y salva aquel deber intocable, a costa de la
propia vida. Para que sangre de un pariente no la de-
rram e un pariente, Creonte la enclaustra en gruta pé-
trea, en cuyo um bral Antígona prorrum pe en aquellos
sus conmovedores adioses. Cuando, en hora tardía,
Creonte vuelve de su acuerdo, los rem ordim ientos no
le sirven de nada: Antígona ya se ha colgado, ya es ida
para siempre, su prom etido e hijo de Creonte se suici-
da y esta desgracia arrastra el suicidio de su m adre
Eurídice. Roto, deshecho Creonte abandona la escena:
que, aunque equivocado, todavía el dolor le confiere
una cierta grandeza humana.
El hom bre es lo que es por contraste. En esta tra-
gedia los personajes que conllevan el conflicto trágico
los ha visto Sófocles a través de un juego constante de
contrastes 60. Antígona y su herm ana Ism ena incorpo-
ran dos estilos de vida que no engranan el uno al otro.
Lo mismo digo de Creonte y Hemón, padre e hijo, y de
Creonte y Tiresias, el rey y el adivino. Se ha hecho no-
tar que tam bién en contraste con Creonte se nos retra-
ta la figura del guardián que sorprende a Antígona en
su acto y la trae a presencia del tirano. Persona de
traza cómica, es un típico personaje que entra aquí en
escena. Si no se me entiende mal, diré que es un lejano

60 Cf. J. Goth, «Antigone». Jnterpretationsversuche und Struk-


turuntersuchungen, tesis doct., Tubinga, 1966.
INTRODUCCIÓN GENERAL 81

antecedente de nuestro «gracioso»; su lenguaje está ta-


raceado de giros populares.
Antígona y Creonte se contraponen tajantem ente.
Antígona es una muchacha, como debe ser una mucha-
cha de elemental ingenuidad. Nada de heroísmo rom án-
tico, ni de figura ideal. Sabe y está segura de pocas
cosas: que hay unos dioses arriba y otros de abajo,
que aquende están los vivos y allende los m uertos y que
a los difuntos, que son del reino de los dioses de abajo,
m enester es enterrarlos. Esto lo cree firmemente y des-
de ésa su convicción saca fuerzas p ara enfrentarse al
tirano y a la m uerte. Al otro lado, Creonte, tan estricto
en el cumplimiento de sus obligaciones de rey y de
padre y, en el fondo, tan débil. En lugar de abrirse a
la comprensión y corregir actitudes, se enrigidece, se
endurece más cada vez y acaba po r asistir al fracaso
de sus principios demasiado estrechos y, ¡cosa para él
más terrible!, los que más quería (su hijo, su esposa)
declinan también. Pierde lo que tenía. Antígona gana
lo que era.
Ese contraste condiciona la estructura m ism a de la
obra. Es un dram a «de dos figuras», cuyo enfrentam ien-
to condiciona el movimiento dramático. Las acciones
de Antígona y Creonte se cruzan, de arte que Antígona,
la vencida, vence, y Creonte, el vencedor por su fuerza,
en definitiva sucumbe: esto nada tiene que ver con la
justicia poética y toca algo más al, para nosotros fa-
miliar, tem a de morte persecutorum. Drama de dos
ocasos humanos separados esencialmente, pero unidos
demónicamente, lo ha definido Reinhardt con soberana
agudeza, es decir, conflicto existencial entre los dos
personajes y no como representantes de dos derechos
opuestos y pariguales en im portancia ética (Recht gegen
Recht), por una parte, y, por otra, son dos ocasos, de
82 TRAGEDIAS

los cuales el uno sigue al otro como su imagen inver-


tida.
Además, la dram ática del contraste adquiere un di-
namismo particular, en el conjunto y en los pormeno-
res, por virtud del cual se pasa progresivam ente de una
posición a otra, de acto en acto, de principio al fin. Se
preludia un modo nuevo, el de Edipo Rey.

«Edipo Rey»

Es medida profiláctica: ante todo, digamos lo que


Edipo Rey no es 61. No es un dram a del destino inque-
brantable (que es cosa muy tardía, estoica) en su con-
traposición con la libertad: este conflicto destino-liber-
tad será cosa perdidam ente rom ántica; pero es una
idea confusa y b arata querer traspasarlo a la tragedia
de Sófocles, viendo en ella una pintura de los esfuerzos
del hom bre por escapar a su destino, a la «fuerza del
sino» que, en definitiva, se impone. En la perspectiva
dram ática de esta tragedia, el hado pertenece al pasado
lejano, m ientras que el espacio auténtico del dram a es
el presente de la revelación. No es un dram a psicoló-
gico de caracteres, tendencia que unge y aun satura el
ambiente dram ático de tantas piezas teatrales del si-
glo XIX y de más de un neo-Edipo finisecular.
No es un dram a de culpa y castigo que descarga
sobre la enhiesta cabeza del culpable. ¿Cuáles son los
hechos punibles de Edipo? ¿Satisfacción de sí propio,
excesos en su reacción, sin ser dueño a contenerse, ante
Tiresias o Creonte, o es la suya una hybris post even-

61 Cf. E . R. Dodds, «On Misunterstanding the Oedipus Rex»,


en Greece and Rome XIII, 1966, 37-49, recogido en The Ancient
Concept of Progress and other Essays on Greek Literature and
Belief, Oxford, 1973, págs. 64-77 (hay trad, alemana: Der Port-
schrittsgedanke in der Antike, Munich, 1977).
INTRODUCCIÓN GENERAL 83

turn? ¿O no hay culpa y la hamartía, de que habla Aris-


tóteles, es simplemente su ignorancia? ¿O la culpa es
de Yocasta, por su ataque a la religión tradicional? El
problem a de la culpa, se resuelva positiva o negativa-
mente, esencial en Esquilo y Eurípides, no tiene cabida
aquí. Un tribunal, divino o humano, que, como a Ores-
tes, declarara a Edipo libre de mancha, no resolvería
la contradicción entre lo que Edipo imagina ser y lo
que realm ente es.
¿Qué es, entonces, Edipo Rey? Porque hasta ahora
sólo vamos reparando en lo que no es.
Destino, carácter, culpa son nociones que pueden, de
alguna manera, entrar aquí en juego. Pero no es esto
lo esencial. Por ley de cortesía histórica vemos hoy la
tragedia sofoclea más como acto irgligiQso^’Ç ïê- como
diversión pública. Edipo Rey es fundam entaîm ënteTm
documento religioso. Hase de ' añadir ^^jj~|2dScïïm ën-
to de religión griega, precisión que no huelga, porque
a algunas interpretaciones de esta tragedia se les ve lo
cristiano y hasta lo católico-romano: por simpática
que haya sido la influencia de Mauricio Bowra, muy
discreto helenista y catedrático de Poesía, debe recono-
cerse que, en su visión de la tragedia sofoclea 6Z, ha in-
gerido algo de religión nada griega. Más que teatro, en
el sentido actual del térm ino, es una especie de «mis-
terio»: a los sentados en la gradería se les ofrece el
espectáculo de un hom bre muy im portante, inocente-
mente culpable, al que le ocurre una caída terrible que,
sin embargo, es documento de lo divino 63.
Edipo Rey es un «drama de revelación», de progre-
62 Sophoclean Tragedy, Oxford, 1944, págs. 162-211. Una in-
terpretación católica: E. S c h le s in g e r, El «Edipo Rey» de Sófo-
cles, La Plata, 1950.
63 Cf. W. Schadew aldt, «Der Konig Odipus des Sophokles in
neuer Deutung», Schweizer Monatshefte XXXVI (1956), 21-31 (re-
cogido en Helias und Hesperien, I, 466476).
84 TRAGEDIAS

so inexorable, por exigencia de verdad, hacia el descu-


brim iento de lo que se encubre bajo lo que parece. Dra-
m a policiaco, se ha dicho m uchas veces: bueno, pero
siempre que se añada que se tra ta mucho más que del
descubrimiento intelectual, por un juego ingenioso de
observación y deducción, del crim inal, un juego poli-
ciaco del gato y del ratón. Es el camino existencial
desde la apariencia al ser. El carácter gnoseológico de
este dram a lo entrevio ya Schiller, al definirlo como
«análisis trágico». Los dos mundos de la apariencia y
del ser se superponen al final, después de u n lento pro-
ceso que les hace envolverse el uno al otro: todo un
sistema poético-dramático (escena de Tiresias, de Yo-
casta, racionalidad de Edipo como m anifestación de la
apariencia) hace revelarse al ser bajo la superficie de
la apariencia. No se tra ta simplemente de la incerteza
o falibilidad que inform a ocasionalmente la existencia
humana. El de Edipo no es un erro r o una cuantía de
ellos, sino un «sistema de errores», capaz de organizar-
se autónom am ente y que se realiza, particularm ente, a
través de la ironía omnipresente.
Tres nociones religiosas presiden el proceso de la
revelación de Edipo: es una revelación quenH a^poPel
dios de la verdad: es una purificación del m undo man-
chado v una salvación de lo divino amenazado; es una

felicidad hum anas. “ 'Γ*


Primero. Desde su altar instalado en la escena Apolo
preside la acción entera del dram a °4. Es el dios de la
verdad, y la verdad busca de suyo revelarse. Apolo, a
la vez que Edipo, mueve la acción, es el dios el que da
el prim er toque de arrebato y el que luego sigue ha-
ciendo progresar la acción. E sta tragedia es el asalto

64 Cf. W. E li g e r , «Sophokles und Apollon», en Synusia. Fest-


gabe W. Schadewaldt, Pfuhlingen, 1965, págs. 79-109.
INTRODUCCIÓN GENERAL 85

de la verdad contra la apariencia, es la ru ta que va de


la apariencia al ser. El Coro, llorándole la voz, no en-
tona ningún canto contra el destino, sí uno (vv. 1189 ss.)
contra la apariencia, penetradísim o y de gran intención
melancólica: al leer aquello se siente profunda piedad,
el corazón salta a la garganta. En una prim era perspec-
tiva, la tragedia de Edipo es el dram a de la revelación
de cómo y de qué suerte acontece la verdad.
Segundo. Como dios de la verdad, Apolo es también
el dios de la pureza. La verdad es una purificación des-
de lo físico y ritual hasta lo m oral e intelectual. Así, en
una segunda perspectiva, el dram a de Edipo es el ca-
mino de una purificación completa. El parricida e inces-
tuoso es la ponzoña y foco de contagio que impurifica
a todo su pueblo: debe ser descubierto y expulsado,
para que la pureza se restablezca, por muy dolorosa,
muy quirúrgica que deba ser la purificación. La trage-
dia abre con un «ecce» que presenta la grandeza de
Edipo como médico, juez y soberano ante su pueblo
suplicante. Se desenlaza con un «ecce» final, en el cual
el médico resulta ser el enfermo, el juez es el acusado
y el soberano debe ser expulsado de la ciudad 65. En-
tremedias, la acción dram ática es como una torm enta
purificadora 66. Se anuncia en el aire cargado, irrespi-
rable, paisaje dram ático de la epidemia pestilencial. La
nube torva cubre el horizonte lívido, fosco. Gradual-
mente la amenaza se hace más cercana: recado que
trae Creonte dé Delfos, palabras y amenazas del vidente
ciego, recuerdo ominoso de la encrucijada de tres ca-
minos que fue escenario del parricidio. Las nubes ame-
nazadoras se amontonan sobre la erguida cabeza de
Edipo. Cuando su verdadera personalidad se le revela

65 Cf. G. K rem er, Strukturanalyse des Oedipus Tyrannos von


Sophokles, tesis doct., Tubinga, 1963, 1-47 y 155-174.
66 Cf. W. Schadew aldt, Hellas und Hesperien, I, 424.
86 TRAGEDIAS

fulminantemente, un rayo da su latigazo. La torm enta


le ha lavado y purificado. Al crescendo sinfónico del
m eteoro sigue un suave diminuendo. El impuro resulta
ser un hom bre de noble grandeza espiritual y de rique-
za anímica, un sediento de pureza. El enceguecido y
boto de vista es ahora, cuando se ciega, el conocedor.
La gracia del dios evita que la m utación de Edipo se
convierta en destrucción y aniquilam iento sin sentido.
Y Edipo tom a el camino que le ausenta de Tebas.
Tercero y de sustancia más abarcadora. Edipo Rey
es expresión de la caducidad de la felicidad humana.
La tragedia concluye con unas palabras (vv. 1528-30), en
las que se nos viene a decir que la canción de la vida
sólo se entiende cuando se canta entera hasta el final,
que hasta el final nadie es dichoso. En tal respecto, se
sitúa bajo el m andam iento délfico de la autognosis, esto
es, «si quieres m ejorarte, conócete bien», sabe que eres
m ortal, para ser plenamente hom bre ten presente el
lím ite de tu m ortalidad.
Va todo esto al tanto de reafirm ar que esta tragedia
es, como decíamos, un «misterio» del hom bre. Es como
un ecce homo en sentido délfico, una representación
dram ática de la condición humana. La representan no
solamente Edipo, espécimen de existencia trágica, sino
también, en otros niveles, una pequeña galería de hom-
bres desde el grave Tiresias hasta el correo de Corinto
(un hálito de hum or que corre, un momento, por él
dram a sombrío), pasando por el m enudo «burgués» que
es Creonte.
Edipo Rey es la áurea tragedia clásica griega y una
de las pocas tragedias cardinales del arte universal. Ha
sido la tragedia griega favorita y trae un arrastre lite-
rario sin parangón a lo largo de los siglos y por toda
el haz de la tierra de cultura literaria, como tem a eter-
no propuesto a la reflexión teatral. Gana, en vez de per-
INTRODUCCIÓN GENERAL 87

der, con el tiempo. Sófocles produjo aquí la obra defi-


nitiva, y que da la casualidad que, cuando se representó
en Atenas, obtuvo un segundo premio; el prim ero se
otorgó a Filocles, un sobrino de Esquilo (cf. Dicearco,
fr. 80 Wehrli). Este Filocles ¿era un genio o un ingenio
segundón y un trágico hebén? La historia literaria deja
su figura en indecisa penum bra o, por m ejor decir, el
río del olvido se la ha tragado. Pero, para nosotros, el
veredicto del jurado parece desconcertante, irritante
(o quizás lo que le sorprende a uno, de pronto, es sen-
tir que, alguna vez, por casualidad tiene razón). ¡Eso
se llama dar en el blanco!

«Electra»

El gusto selectivo de la Antigüedad nos ha salvado


las tres tragedias, una de cada trágico, sobre el tem a
de Electra: Las coéforos esquilea y las dos Electras de
Sófocles y Eurípides. Aunque la datación del dram a
euripideo no es unánim e (Zuntz lo data en el 420, Webs-
ter en el 418, otros en el 413), ni tampoco la cronología
relativa de ambas piezas, generalm ente se opina que la
Electra de Sófocles es algo anterior y, en cualquier
caso, fruto del sereno invierno del p o e ta 67.
Los dioses se ajenan, en su acción directa, del m un-
do de los hechos y dolores humanos. Naturalm ente el
orden, que reside en el regazo de los dioses, se cumple
finalmente y lo que ha de suceder, sucede; pero la in-
triga hum ana gana im portancia, aunque sólo sea para
a la postre, en im prevista tornavuelta, acarrear nuevo
dolor al hombre. Al anunciarse a Electra, conforme al
67 Una buena crítica de la tesis de Zuntz (aceptada por
Webster, Theiier y Newiger) en A. V o g le r, Vergleichende Studien
zur sophokleischen und euripideischén «Elektra», Heidelberg,
1967.
ANTIGONA
INTRODUCCIÓN

ESTRUCTURA DEL DRAMA

Pr ó l o g o (1-99). Al amanecer del día siguiente a la muerte de los


dos hijos de Edipo y de la retirada de los argivos, Anti-
gona llama fuera del palacio a su hermana Ismene, le co-
munica la proclama de Creonte prohibiendo enterrar el
cadáver de su hermano Polinices y le anuncia su intención
de hacerlo a pesar de ello, por si presta Ismene su colabo-
ración. Ésta no lo acepta e intenta disuadir a Antigona,
quien llevará a cabo sola la acción.
P ír o d o (100-161). Está compuesto por dos estrofas y dos antís-
trofas. El Coro ignora con qué objeto ha sido convocado
por Creonte al palacio. Ellos saludan al nuevo día y se
regocijan por la partida de los argivos, recordando la
mala conducta de Polinices, que ha puesto a Tebas en una
situación de gran peligro de la que ya han escapado.
E pis o d io 1.° (162-331). Sale Creonte, el nuevo rey de Tebas tras
la muerte de Eteocles, de la puerta principal del palacio
y reconoce la lealtad que los ancianos coreutas mostraron
a sus predecesores, expresándoles su propia concepción
de las obligaciones que tendrá en su misión. De acuerdo
con éstas, anuncia el edicto que ha mandado proclamar
sobre los dos hermanos. El Coro lo acepta sumisamente,
pero no lo aprueba. Se presenta en escena un guardián
(v. 223) anunciando que alguien ha cubierto de tierra el
cadáver de Polinices. Creonte le despide, con amenaza de
muerte para todos si no descubren al autor.
242 TRAGEDIAS

E s t á s im o 1° (332-383). Consta de dos pares de estrofas. E s un


canto al hombre, el ser más admirable de la creación,
dueño del mar, de la tierra y de las demás criaturas. Ha
descubierto todos los recursos, excepto el de hacer frente
a la muerte. Si observa las leyes divinas y humanas será
feliz, y desgraciado, si las desprecia.
Del 375 al 383 el Coro reconoce asombrado a Antigona.
E pis o d io 2 ° (384-581). Antigona, conducida ante Creonte, reconoce
haber realizado los hechos y los justifica. Creonte la con-
dena a muerte. Dos esclavos traen (v. 531) también a Is-
mene, que quiere asociarse al hecho. Antigona no se lo
permite. Creonte ordena hacer a ambas prisioneras.
E s t á s im o 2.° (582-630). Abarca dos pares de estrofas. Es una re-
flexión acerca del destino de los Labdácidas y del poder
del destino, en general, en la vida de los humanos. Estas
hermanas eran la última esperanza de la familia y ahora
están condenadas. No se puede reprimir el poder de Zeus.
Anuncian la aparición de Hemón (626-630).
E pis o d io 3.° (631-780). Hemón se presenta a interceder por Anti-
gona. Discuten acaloradamente, y el joven abandona brus-
camente la escena (765). Creonte ordena que Antigona sea
encerrada viva en una cueva excavada en la roca.
E s t á s im o 3.° (781-805). Está formado por una estrofa y una antís-
trofa. Es un bellísimo canto al amor, que prepara bien el
diálogo lírico que va a seguir entre Antigona y el Coro.
Del 801 al 805, el Coro compadece a la joven que se dirige
a la muerte.
E pis o d io 4.° (806-943). La primera parte es un diálogo lírico o
kommós (hasta el 882), compuesto por tres estrofas y tres
antístrofas seguidas de anapestos y un epodo. Antigona
es sacada del palacio por dos esclavos para ser conducida
a la tumba. Ella comenta su destino desgraciado con el
Coro, comparándose con Níobe y recordando las desgra-
cias de su familia. El Coro trata de consolarla, pero le da
a entender que ella sola se ha perdido. Creonte aparece
y ordena que, sin perder más tiempo, sea cumplida su
orden.
E s t á s im o 4.° (944-987). Se compone de dos estrofas y dos antístro-
fas. E l Coro recuerda otras tres personas de sangre real
ANTÍGONA 243

que han sufrido un destino semejante al de Antigona con


duro encierro: Dánae, Licurgo y Cleopatra. Todos mos-
traron que ningún mortal puede hacer frente a su destino.
E pis o d io 5.° (988-1114). Entra Tiresias, conducido por un niño, y
comunica las señales de la cólera divina. Creonte le acusa
de tener parte en un complot contra él. Ante los terribles
vaticinios que, a continuación, profiere el anciano adivino,
aquél, aterrado, ordena dar sepultura al cadáver de Poli-
nices y liberar a la muchacha.
E s t á s im o 5 ° (1115-1154). Consiste en un hiporguema, o canto de
danza de alegre tono, que invoca la presencia sagrada del
festivo dios protector de Tebas, Baco.
É x o d o (1155-1352). En el que se cuentan las tres fatales desgra-
cias: muerte de Antigona, de Hemón y de Eurídice. Las
dos primeras las cuenta el mensajero y, tras escucharlo,
Eurídice entra en palacio (1244). Con la aparición de
Creonte en escena, se inicia un diálogo lírico. Consta de
tres pares de estrofas. Creonte, arrepentido, se lamenta
cuando el mensajero le comunica la muerte de su mujer.

NOTA BIBLIOGRAFICA

R. C. J e b b , Antigone, Cambridge, 1902.


— The Tragedies of Sophocles, Cambridge, 1904.
A. C. P e a r s o n , Sophoclis Fabulae, Oxford, 1924.
A. D a i n - P . M a z o n , Sophocle, I: Les Trachiniennes, Antigone, P a -
r i s , 1955.
L. G i l , Sófocles. Antigona, Edipo Rey, Electra, Madrid, 1969.
M. B e n a v b n t e , Sófocles. Tragedias, Madrid, 1970.
J. Pallí, Sófocles. Teatro Completo, Barcelona, 1973.
J. M. L u c a s , Sófocles. Áyax, Las Traquinias, Antigona, Edipo Rey,
Madrid, 1977.
244 TRAGEDIAS

NOTA SOBRE LA EDICIÓN

Señalamos los pasajes en los que no hemos seguido


la edición de A. C. Pearson.

PASAJE TEXTO DE PEARSON TEXTO ADOP

24 ίχ ρ η σ θ ε ίς BiKociqcf χ ρ ή σ θ α ι δ ικ α ι& ν
196 ά φ α γ ν ίσ α ι έφ α γν (σ α ι
241 σ τ ιχ ίζ β σ τοχάζπ
351 ύπα ξέµ εν ύπάξεται
368 π ε ρ α (ν ω ν γ ε ρ α ίρ ω ν
575 εφυ έµοί
602 κ ο π (ς κ ό ν ις
606 ό π α ντο γή ρ ω ς ό π ά ν τα : κ η λ ώ ν
674 τ ’ έ ν µ<4χη σ υµ µάχου
858 ο ΐτ ο ν ο ίκ το ν
1134 έ ιτ ε τ δ ν έπ έω ν
1247 γόου γόους
1279 φ έ ρ ε ιν φ έρ ω ν
1

ARGUMENTO DEL GRAMATICO ARISTÓFANES


SOBRE ANTIGONA

Antigona fue sorprendida enterrando a Polinices en


contra de la prohibición de la ciudad, y, colocándola en
una tum ba subterránea, fue condenada a m uerte por
orden de Creonte. En consecuencia, tam bién Hemón,
que sufría por su amor, se dio m uerte a sí mismo con
una espada. De resultas de la m uerte de éste, también
su m adre, Eurídice, se dio m uerte a sí misma.
El m ito está tam bién en la Antigona de Eurípides,
salvo que allí, siendo sorprendida con Hemón, es en-
tregada a él en m atrim onio y le da un hijo.
La escena de la obra transcurre en la Tebas beocia.
El Coro está compuesto de ancianos del lugar. El pró-
logo corre a cargo de Antigona y la acción transcurre
en el palacio de Creonte. El tem a principal es el ente-
rram iento de Polinices, la m uerte de Antigona, la m uer-
te de Hemón y el destino funesto de Eurídice, la m adre
de Hemón. Dicen que Sófocles fue considerado digno
de ostentar el m ando del ejército en Samos, al haber
sido prem iado en la representación de la Antigona. Esta
obra está catalogada con el núm ero treinta y dos.
246 TRAGEDIAS

II

ARGUMENTO DE SALUSTIO SOBRE ANTIGONA

La obra es de las más bellas de Sófocles. Es objeto


de controversia lo que se cuenta acerca de la heroína
y de su herm ana Ismene. En efecto, Ión en sus ditiram -
bos dice que ambas fueron quemadas en el templo de
H era por Laodamante, hijo de Eteocles. Mimnerm o
[fr. 21] dice que Ismene, m anteniendo relaciones con
Teoclímeno, m urió a manos de Tideo por indicación de
Atenea. Así que esas cosas son las que se cuentan acer-
ca de las heroínas. No obstante, la opinión común ha
tenido a éstas por honradas y buenas herm anas por
encima de lo corriente, opinión que com parten los poe-
tas trágicos y según la cual exponen lo relativo a ellas.
La obra recibió el nom bre de Antigona, al ser ella la que
proporcionaba el argumento. El cuerpo de Polinices
yace insepulto, y Antigona, que intenta darle sepultura,
es impedida por Creonte y, al ser sorprendida m ientras
lo sepultaba ella misma, es destruida. Hemón, el hijo
de Creonte, enamorado de ella y siéndole insoportable
sem ejante desgracia, se m ata él mismo. Por lo cual,
tam bién su m adre, Eurídice, pone fin a su vida con el
lazo.

III

A Polinices, que había m uerto en lucha cuerpo a


cuerpo contra su hermano, Creonte, habiéndolo dejado
fuera de la ciudad, insepulto, ordena públicamente que
nadie lo entierre, bajo amenaza de pena de m uerte.
Antigona, su herm ana, intenta enterrarlo y levanta un
ANTÍGONA 247

túmulo, ocultándose de los guardias; a éstos Creonte


los amenaza con la m uerte si no encuentran al autor
de aquello. Ellos, tras quitar la tierra arrojada encima,
intensifican la guardia. Al llegar Antigona y encontrar el
cadáver descubierto, prorrum piendo en gemidos se des-
cubrió a sí misma. Y a ella, entregada por los guardias,
Creonte la condena y la encierra viva en una tumba.
Tras esto, Hemón, hijo de Creonte, que la pretendía,
enfurecido se m ata a sí mismo ju n to a la muchacha,
que se había quitado la vida con una soga, habiendo
Tiresias predicho estas cosas por anticipado. A conse-
cuencia de esto, dolorida, Eurídice, esposa de Creonte,
se m ata ella misma. Creonte, finalmente, entona un la-
m ento por la m uerte de su hijo y su esposa.
PERSONAJES

An t í g o n a .
ISMENB.
Coro de ancianos tebanos.
C reonte.
Gu a r d iá n .
H e mó n .
Ti r e s i a s .
Me n s a j e r o .
Eu r íd ic e .
Otro M ensajero.
(La escena tiene lugar delante del palacio real de
Tebas. Primeras luces de madrugada. Salen de palacio
Antígona y su hermana Ism ene.)
Antígona. — ¡Oh Ismene, mi propia herm ana, de
mi m ism a sangre!, ¿acaso sabes cuál de las desdichas
que nos vienen de Edipo va a dejar de cum plir Zeus
en nosotras m ientras aún estemos vivas? Nada doloro-
so ni sin desgracia, vergonzoso ni deshonroso existe 5
que yo no haya visto entre tus males y los míos. Y aho-
ra, ¿qué edicto es éste que dicen que acaba de publi-
car el g en eral1 para la ciudad entera? ¿Has oído tú
algo y sabes de qué trata? ¿O es que no te das cuenta
de que contra nuestros seres queridos se acercan des - 10
gracias propias de enemigos?
Ismene. — A mí, Antígona, ninguna noticia de los
nuestros, ni agradable ni penosa, m e ha llegado desde
que ambas hemos sido privadas de nuestros dos her-
manos, m uertos los dos en un solo día por una acción
recíproca. Desde que se ha ido el ejército de los Argi- 15
vos, en la noche que ha pasado, nada nuevo sé que pue-
da hacerm e ni más afortunada ni m ás desgraciada.
A ntígona. — Bien lo sabía. Y, por ello, te he sacado
fuera de las puertas de palacio p ara que sólo tú me
oigas.

1 Se refiere a Creonte y señala una de las más importantes


actividades del jefe del estado, la de general del ejército. Por
otra parte, en poesía se utiliza, a veces, el término stratós signi-
ficando demos ( E s q u il o , Euménides 566).
250 TRAGEDIAS

20 Ismene. — ¿Qué ocurre? Es evidente que estás me-


ditando alguna resolución.
A ntígona. — Pues, ¿no ha considerado Creonte a
nuestros hermanos, al uno digno de enterram iento y
al otro indigno? A Eteocles, según dicen, por conside-
rarle m erecedor de ser tratado con justicia y según la
zs costum bre, lo sepultó bajo tierra a fin de que resultara
honrado por los m uertos de allí abajo. En cuanto al
cadáver de Polinices, m uerto miserablem ente, dicen
que, en un edicto a los ciudadanos, ha hecho publicar
que nadie le dé sepultura ni le llore, y que le dejen sin
lamentos, sin enterram iento, como grato tesoro para
30 las aves rapaces que avizoran por la satisfacción de
cebarse.
Dicen que con tales decretos nos obliga el buen
Creonte a ti y a mí —sí, tam bién a mí— y que viene
hacia aquí para anunciarlo claram ente a quienes no lo
35 sepan. Que el asunto no lo considera de poca impor-
tancia; antes bien, que está prescrito que quien haga
algo de esto reciba m uerte por lapidación pública en
la ciudad. Así están las cosas, y podrás m ostrar pronto
si eres por naturaleza bien nacida, o si, aunque de no-
ble linaje, eres cobarde.
Ismene. — ¿Qué ventaja podría sacar yo, oh desdi-
40 chada, haga lo que haga 2, si las cosas están así?
A ntígona. — Piensa si quieres colaborar y trabajar
conmigo.
Ismene. — ¿En qué arriesgada empresa? ¿Qué es-
tás tram ando?
A ntígona. — (Levantando su mano.) Si, junto con
esta mano, quieres levantar el cadáver.

2 En griego, literalmente se dice «atando o desatando». Es


una expresión hecha en la que se contienen los dos términos de
una oposición para indicar la imposibilidad de algo. Es un giro
frecuente.
ANTÍGONA 251

Ismene. — ¿Es que proyectas enterrarlo, siendo algo


prohibido para la ciudad?
A ntígona. — Pero es m i herm ano y el tuyo, aunque 45
tú no quieras. Y, ciertam ente, no voy a ser cogida en
delito de traición.
Ismene. — ¡Oh tem eraria! ¿A pesar de que lo ha
prohibido Creonte?
A ntígona. — No le es posible separarm e de los míos.
Ismene. — ¡Ay de mí! Acuérdate, hermana, cómo
se nos perdió nuestro padre, odiado y deshonrado, tras so
herirse él mismo por obra de su m ano en los dos ojos,
ante las faltas en las que se vio inmerso. Y, a continua-
ción, acuérdate de su m adre y esposa —las dos apela-
ciones le eran debidas—, que puso fin a su vida de
afrentoso modo, con el nudo de unas cuerdas. En ter- 55
cer lugar, de nuestros hermanos, que, habiéndose dado
m uerte los dos m utuam ente en un solo día, cumplieron
recíprocamente un destino común con sus propias
manos.
Y ahora piensa con cuánto mayor infortunio pere-
ceremos nosotras dos, solas como hemos quedado, si,
forzando la ley, transgredim os el decreto o el poder del 60
tirano. Es preciso que consideremos, prim ero, que so-
mos m ujeres, no hechas para luchar contra los hom-
bres, y, después, que nos m andan los que tienen más
poder, de suerte que tenemos que obedecer en esto y
en cosas aún más dolorosas que éstas.
Yo por mi parte, pidiendo a los de abajo que ten- 65
gan indulgencia, obedeceré porque me siento coaccio-
nada a ello. Pues el obrar por encima de nuestras posi-
bilidades no tiene ningún sentido.
A ntígona. — Ni te lo puedo ordenar ni, aunque qui-
sieras hacerlo, colaborarías ya conmigo dándome gus- 70
to. Sé tú como te parezca. Yo le enterraré. Hermoso
será m orir haciéndolo. Yaceré con él al que amo y me
252 TRAGEDIAS

am a, tras co m eter u n p iad oso c r i m e n 3, y a que es m a


is y o r el tiem po que debo agra d a r a los de a b a jo q u e a
los de aqu í. A llí rep osaré p a ra sie m p re. T ú, si te parece
bien, desd eñ a los honores a los dioses.
Ism e ne . — Yo n o le s d esh o n ro , p ero m e e s im p o s i-
b le o b r a r e n c o n tr a d e lo s c iu d a d a n o s ,
so An t íg o n a . — T ú p u e d e s p o n e r p r e te x to s . Y o m e ir é
a le v a n ta r u n tú m u lo a l h e r m a n o m u y q u e r id o .
Ism en e. — ¡A h, cómo tem o p o r ti, d esd ic h ad a!
A n t íg o n a . — N o padez cas p o r m í y en derez a tu p ro
pio destino.
I s m e n e . — Pero no d elates este p ro p ósito a n ad ie;
85 m an ten lo a escon d idas, qu e yo ta m b ién lo h aré.
A n t í g o n a . — ¡A h, grítalo! M ucho m ás od iosa m e se
rás si callas, si no lo p rego n as an te todos.
I s m e n e . — T ien es u n corazón ard ie n te p a ra fr íos
asu n tos 4.
A n t í g o n a . — Pero sé agra d a r a q u ien es m ás debo
co m placer.
90 I s m e n e . — E n el caso de que p u ed as, sí, p ero d eseas
cosas i m posibles.
A n t í g o n a . — E n cuan to m e fa lle n las fu er z as, desis
tiré.
I s m e n e . — N o es conven ien te p ersegu ir desde el prin
cip io lo im posible.
A n t í g o n a . — S i así h ab las, se rás ab o rrec id a p o r m í
y te h a rás od iosa con razón p a ra el qu e está m uerto.

3 Figura definida en retórica como un oxímoron. Es un re-


curso estilístico que resalta la idea por el fuerte contraste. Quie-
re expresar que irá en contra de las leyes humanas, pero agra-
dando con ello a los dioses. Doble plano patente en la proble-
mática de toda la obra.
4 Eufemismo que oculta la idea de la muerte, la amenaza
decretada para quien lleva a cabo esta acción. Esto permite al
autor un bello recurso estilístico para poner de relieve las dos
ideas calificadas con estos adjetivos.
ANTÍGONA 253

A sí qu e d eja que yo y la loc u ra, qu e es sólo m ía, co- 95


rra m os este peligro. N o su fr iré n a d a tan grave que no
m e p er m i ta m orir con honor.
I s m e n e . — Bien , vete, si te p arece, y sabe que tu con
d u c ta al ir t e es insensata, p ero gra t a con razón p a ra
los seres q u eridos.
(Antígona sale. Ism ene entra en palacio. El Coro se
presenta llamado por Creonte.)

Co r o .
E stro fa 1 .a
Rayo de sol, la más bella luz vista en Tebas, la de 100
las siete puertas, te has mostrado ya, ¡oh ojo del dora-
do día!, viniendo sobre la corriente del Dirce 5, tú, que 105
al guerrero de blanco escudo 6 que vino de Argos con
su equipo, has acosado como a un presuroso fugitivo
en rápida carrera, y al que Polinices condujo contra 110
nuestra tierra, excitado por equívocas discordias 7. Lan-
zando agudos gritos, voló sobre nuestra tierra como un
águila cubierta con plumas de blanca nieve, con a b u n - 115
dan te armamento, con yelm os guarnecidos con crines
de caballos.

5 Dirce es el río que discurre por el O. de Tebas, mientras


que el Ismeno lo hace por el E. (cf. Edipo Rey, nota 5). Aquí
debería haber sido nombrado el Ismeno, sobre cuya corriente
brilla primero el sol al salir, pero, sin embargo, se nombra el
Dhye, tal vez por ser el más representativo. También se llama
así un importante manantial (ver el v. 844 de esta obra).
6 El blanco escudo del ejército argivo es, en el terreno de
la metáfora, el plumaje, blanco como la nieve, del águila con la
que es comparado. Las imágenes se entremezclan en los dos
campos. El color blanco propio del ejército argivo podría haber
sido elegido por la asociación del nombre propio con argós, ad-
jetivo que significa blanco.
7 La lucha que mantenía con Eteocles por los derechos al
trono de Tebas.
254 TRAGEDIAS

A n t íst rofa 2 .a
Detenido sobre nuestros tejados, y habiendo abierto
sus fauces en torno a los accesos de las siete puertas
120 con lanzas ansiosas de muertes, se marchó antes de
saciar su garganta con nuestra sangre y de que el fue-
go 8 de las antorchas de pino se apoderara del circulo
que form an las torres. Tal fue el estrépito de Ares que
125 se extendió en torno a nuestras espaldas, difícil prueba
para el dragón adversario9.
Zeus odia sobremanera las jactancias pronunciadas
por boca arrogante y, viendo que ellos avanzan en gran
130 afluencia, orgullosos del dorado estrépito, rechaza con
su rayo a quien se disponía a gritar victoria desde las
altas alm enas10.

E s t r o fa 2 .a
135 Sobre la dura tierra cayó, com o un Tántalo11 por-
tador de fuego, el que, dominado por maníaco impulso,
resoplaba con los ím petus de odiosos vientos.
Pero las cosas salieron de otro modo, y el gran Ares
140 impetuoso fue distribuyendo a cada cual lo suyo sacu-
diendo fuertes golpes.
Pues siete capitanes, dispuestos ante las siete puer-
tas frente a igual número, dejaron a Zeus, el que aleja

8 En griego aparece el nombre propio Hefesto, dios del fue-


go. El mismo caso que cuando traducimos por «guerra» el nom-
bre de Ares (cf. nota 25 de Áyax).
9 El dragón simboliza a Tebas. Los tebanos, según el mito,
nacieron de los dientes del dragón sembrados por Cadmo, el
fundador. Por otra parte, la lucha entre el águila y la serpiente
es un viejo y conocido tema en la literatura griega (Iliada XII
200 y sigs.).
10 Se refiere a Capaneo, príncipe argivo, impetuoso y arro-
gante, que intenta escalar las torres de la ciudad de Tebas para
incendiarla. Un rayo enviado por Zeus le da muerte. A él se re-
fiere también la segunda estrofa.
11 Hijo de Zeus que sufrió un castigo por su arrogancia.
ANTÍGONA 255

los males, todo su armamento como tributo, excepto


los dos desgraciados que, nacidos de un solo padre y de
una sola madre, tras colocar en posición sus lanzas 145
—ambas poderosas—, obtuvieron los dos su lote de
m uerte común.

Antístrofa 2.a
Llegó la Victoria, de glorioso nombre, y se regocijó
con Tebas, la rica en carros. De los combates que aca- iso
ban de tener lugar, que se haga el olvido. Vayamos a
todos los templos de los dioses en coros 12 durante la
noche, y Baco, el que hace tem blar la tierra de Tebas,
sea nuestro guía.
Pero aquí se presenta el rey del país, Creonte, el 155
hijo de Meneceo, nuevo jefe a la vista de los recientes
sucesos enviados por los dioses. ¿A qué proyecto está
dándole vueltas, siendo así que ha convocado especial-
m ente esta asamblea de ancianos y nos ha hecho venir I60
por una orden pregonada a todos?
(Sale Creonte del palacio, rodeado de su escolta,
y se dirige solemne al Coro.)
C r e o n t e . — Ciudadanos, de nuevo los dioses han en-
derezado los asuntos de la ciudad que la habían sacudi-
do con fuerte conmoción. Por medio de mensajeros os
he hecho venir a vosotros, por separado de los demás,
porque bien sé que siempre tuvisteis respeto a la reale- 165
za del trono de Layo, y que, de nuevo, cuando Edipo
hizo próspera a la ciudad, y después de que él murió,
perm anecisteis con leales pensam ientos ju nto a los hi-
jos de aquél.
Puesto que aquéllos, a causa de un doble destino, 170
en un solo día perecieron, golpeando y golpeados en
crimen parricida, yo ahora poseo todos los poderes y

12 Con las danzas dedicadas al dios. Otra alusión a los co-


ros en honor de Dioniso la hemos visto en Áyax, verso 669.
256 TRAGEDIAS

dignidades por mi cercano parentesco con la familia de


los m uertos.
175 Pero es imposible conocer el alma, los sentimientos
y las intenciones de un hom bre hasta que se m uestre
experimentado en cargos y en leyes. Y el que al gober-
n ar una ciudad entera no obra de acuerdo con las me-
180 jores decisiones, sino que m antiene la boca cerrada
por el miedo, ése me parece —y desde siempre me ha
parecido— que es el peor. Y al que tiene en mayor
estim a a un amigo que a su propia patria no lo consi-
dero digno de nada. Pues yo — ¡sépalo Zeus que todo
185 lo ve siempre! — no podría silenciar la desgracia que
viera acercarse a los ciudadanos en vez del bienestar,
ni nunca m antendría como amigo mío a una persona
que fuera hostil al país, sabiendo que es éste el que
190 nos salva y que, navegando sobre él, es como felizmen-
te harem os los amigos 13. Con estas norm as pretendo
yo engrandecer la ciudad.
Y ahora, de acuerdo con ellas, he hecho proclam
un edicto a los ciudadanos acerca de los hijos de Edi-
195 po. A Eteocles, que m urió luchando por la ciudad tras
sobresalir en gran m anera con la lanza, que se le se-
pulte en su tum ba y que se le cumplan todos los ritos
sagrados que acompañan abajo a los cadáveres de los
héroes. Pero a su herm ano —m e refiero a Polinices—,
200 que en su vuelta como desterrado quiso incendiar com-
pletam ente su tierra p atria y a las deidades de su raza,
además de alimentarse de la sangre de los suyos, y qui-
so llevárselos en cautiverio, respecto a éste ha sido or-
denado por un heraldo a esta ciudad que ninguno le
tribute los honores postreros con un enterram iento, ni
205 le llore. Que se le deje sin sepultura y que su cuerpo

13 Alusión, muy repetida, al símil de la nave del estado, que


encontramos desde Ar quíl oc o (fr. 163), en los líricos, trágicos, en
la comedia, historia y oratoria.
ANTÍGONA 257

sea pasto de las aves de rapiña y de los perros, y ul-


traje para la vista. Tal es mi propósito, y nunca por
mi parte los malvados estarán por delante de los jus-
tos en lo que a honra se refiere. Antes bien, quien sea
benefactor para esta ciudad recibirá honores míos en 210
vida igual que muerto.
C o r i f e o . — Eso has decidido hacer, hijo de Mene-
ceo, con respecto al que fue hostil y al que fue favora-
ble a esta ciudad. A ti te es posible valerte de todo tipo
de leyes, tanto respecto a los m uertos como a cuantos
estamos vivos.
C r e o n t e . — Ahora, para que seáis vigilantes de lo 215
que se ha dicho...
C o r i f e o . — Ordena a otro más joven que sobrelleve
esto 14.
C r e o n t e . — Pero ya están dispuestos guardianes del
cadáver.
C o r i f e o . — Conque, ¿qué otra cosa nos encargas,
además de lo dicho?
C r e o n t e . — Que no os ablandéis ante los que des-
obedezcan esta orden.
C o r i f e o . — Nadie es tan necio que desee morir. 220
Cr e o n t e . ■— Éste, en efecto, será el pago. Pero bajo
la esperanza de provecho m uchas veces se pierden los
hombres.
(Entra un guardián de los que vigilan el cadáver de
Polinices.)
G u a r d i á n . — Señor, no puedo decir que po r el apre-
suram iento en mover rápido el pie llego jadeante, pues 225
hice muchos altos a causa de mis cavilaciones, dándo-
me la vuelta en medio del camino. Mi ánimo me habla-
ba muchas veces de esta m anera: « ¡Desventurado! ¿Por
qué vas adonde recibirás un castigo cuando hayas lle-

14 El Coro no disimula la mala acogida que en él tienen las


órdenes de Creonte acerca de Polinices.
258 TRAGEDIAS

gado? ¡In for t u n ad o! ¿T e detien es de n u evo? Y si Creon-


230 te se e n tera de esto p or o tro h o m bre, ¿có m o es posib le
qu e no lo sien tas?» D án dole v u e ltas a tales pensam ien
tos ve n ía len ta y perezosam en te, y así u n cam in o corto
se h ace largo. Po r ú ltim o, sin e m bargo, se im p uso el
llegar m e ju n to a ti, y, au n qu e n o d esc u b riré n ada, ha-
235 b laré. M e presen to, pues, a fe rra d o a la esperan z a de
no s u fr ir o t ra cosa que lo d ecretado p o r el azar.
C r e o n t e . — ¿Po r q u é tien es este d esán im o?
G u a r d i á n . — Q uiero h ab lar te p ri m era m e n te de lo
que a m í respecta. E l hecho n i lo h ice yo, ni v i quién
240 lo hizo, y no sería ju st o que m e v ie ra abocado a algu na
desgracia.
C r e o n t e . — B ie n calc u las y oc u ltas el asu n to con u n
rodeo. E s t á c laro que algo m alo v as a an u n ciar.
G u a r d iA n . — L as p a la b ras t errib les p ro d u ce n gra n
vacilació n .
C r e o n t e . — ¿ Y no h ab larás de u n a vez y después te
irás lejos de aq u í?
245 G u a r d i á n . — T e lo digo ya: alguien, después de d ar
sep u lt u ra al cad áver, se h a ido, cuan do h u bo esp arcid o
seco polvo sobre el c u erpo y c u m p lid o los ritos que
debía.
C r e o n t e . — ¿ Q ué d ices? ¿ Q ué h o m b re es el que se
h a atrevido?
G u a r d i á n . — N o lo sé, pues n i h ab ía golpe de p a la
250 n i restos de t ie rra cavad a p o r el azadón. L a t ie rra está
d u ra y seca, sin h en d ir, y no a travesa d a p o r ru ed as de
c arro. N o h ab ía señ al de que algu ien fu e r a el artífice.
C uan do el p ri m er cen tin ela n os lo m ostró, u n em bara-
255 zoso aso m b ro cu n dió e n tre todos, pues é l 15 h ab ía des
ap arecido, no en terrado, sin o que le c u b ría u n fino pol
vo, com o o b ra de algu ien que q u isiera ev i tar la impu-

15 El cadáver.
ANTÍGONA 259

reza. A un sin h ab erlo a rrastra d o , n o ap arecía n señ ales


de fiera n i de p erro alguno que h u b iese venido.
Reso n ab a n los insu ltos de u n os co n tra otros, acu- 260
sán don os en tre n oso tros m ism os, y se h a b ría prod uci
do al fin al u n en fren ta m ie n to sin q u e est u viera p rese n
te qu ien lo i m p id iera. Pues cad a u n o era el culpable,
p ero n ad ie lo era m an ifiestam en te, sin o q u e negaban
sa b er n ada. Estáb a m os d isp u estos a leva n tar m etales
al r o jo vivo con las m anos, a sa lt ar a través del fu ego 16 265
y a j u r a r p o r los d ioses no h ab erlo hecho, n i con ocer al
que h ab ía tra m ad o la acción n i al q u e la h ab ía llevado
a la p rác tica.
F in alm en te, p u esto que en la investigació n no sa
cába m os n ad a n uevo, h ab la u n o q u e nos m ovió a todos
a in c li n ar la cabez a al su elo p o r el tem or. Y no sabía- 270
m os rep licarle, ni cóm o ac t u aría m os p a ra que nos sa
lie ra bien. L a p rop u esta e ra q u e h a b ía de ser te com u
n icado este hecho y que no lo ocu ltaría m os. E st o fu e lo
que se im p uso y la su erte m e con denó a m í, d esafor
tu nado, a c a rgar con esta «buena» m isión. E st o y a q u í 275
en co n tra de m i volu n tad y de la tuya, b ien lo sé. Pu es
n ad ie q u iere u n m e n sajero de m alas n oticias.
C o r i f e o . — Se ñ or, m is pensa m ien tos están , desde
h ace u n ra to, d eliberan do si esto es o b ra de los dioses.
C r e o n t e . — N o sigas an tes de lle n ar m e de ira con 28O
t us p a la b ras, no vayas a se r calificado de insensato a
la vez que de viejo . D ices algo in tolerab le cuan do m a
n ifiestas que los dioses sien ten preoc u p ación por este
cuerpo. ¿A caso dán dole h on ores esp eciales como a u n
bien h ech or iban a e n t e rra r a l que v i n o a p re n d er fu ego 285
a los tem plos rodeados de colu m n as y a las ofren d as,
así com o a d evastar su t ie r r a y las leyes? ¿ E s que ves
que los dioses den h o n ra a los m alva d os? N o es posible.

16 Sin entrar en suposiciones hago constar que esto es lo


que en la Edad Media se llamaban ordalías o juicios de Dios.
260 TRAGEDIAS

290 A lgu nos h o m bres de la ciudad, por el contrario, vienen


soportan do de m ala gana el ed icto y m u r m u rab a n con
t r a m í a escon d idas, sacu d ien do la cabeza, y no m an
ten ían la cerviz b a jo el yugo, com o es debido, en señ al
de acatam ien to. Sé bien que ésos, in d ucidos p o r las
reco m pensas de aqu éllos 17, son los que lo h an hecho.
295 N ingu n a institució n h a su rgido p eo r p a ra los hom
b res que el dinero. É l saq u ea las ciu d ad es y hace sa lir
a los h o m b res de sus h ogares. É l i nstru ye y trastoca
los pensam ien tos n obles de los h o m b res p a ra conver-
300 t irios en vergon z osas accion es. É l enseñó a los h o m bres
a com eter felo n ías y a con ocer l a i m p ied ad de toda
acción. Pero cuan tos p o r u n a reco m p e nsa llevaro n a
cabo cosas tales con cluyeron , tar d e o tem pran o, pagan
do u n castigo.
A h ora bien, si Z eus aú n tiene algu n a ve n erac ió n p o r
305 m i p arte, sabed b ie n esto —y te h ab lo com pro m etido
p o r u n ju ra m e n to— : que, si no os p rese n táis a n te m is
ojos h ab ien do d escu bierto al a u to r de este sepelio, no
os b ast a r á sólo la m uerte. A n tes, colgados vivos, evi-
310 d en ciaréis esta insolen cia, a fin de que, sabien do de
dónde se debe a d q u ir ir ganan cia, l a ob tengáis en el fu
tu ro y ap ren d áis, de u n a vez p a ra sie m p re, que n o de
b éis d esear el provech o en c u a lq u ier acción . Pu es, a
c a usa d e ingresos d eshon rosos, se p u eden v e r m ás des
carria d os que salvados.
315 Guardián. — ¿M e p er m i t irás d ec ir algo, o m e voy
así, dán dom e la vu elta?
C reonte. — ¿ N o te das c u en ta de qu e tam b ién aho
r a m e resu ltas m olesto con tus p a la b ras?
G uardián. — ¿ E n tus oídos te h iere n o en tu al m a?
Creonte. — ¿P o r qué p re c isas dónde se sit ú a m i
aflic c ió n ?

17 De los que murmuran a escondidas.


ANTÍGONA 261

G u a r d iá n . — E l cu lp ab le te aflige el alm a, yo los 320


oídos.
C r e o n t e . — ¡A h, está c la ro que e res p o r n atu rale z a
u n c h arla tá n!
G u a r d i á n . — Pero esa acción no la h e com etido
nunca.
C r e o n t e . — Sí, y e n c i m a t r a i c i o n a n d o t u a l m a p o r
d in e r o .
Gu a r d iá n . — ¡A y ! Es te r r ib le , c ie r ta m e n te , p ara
q u ie n t ie n e u n a s o s p e c h a , q u e le r e s u lte fa ls a .
C r e o n t e . — D átelas de gracioso a h ora con m i sospe
cha. Q ue, si no m ostráis a los que h a n com etido estos 325
hechos, d iréis ab ierta m en te que las ga n an cias alevosas
prod uce n pen as.
(Entra Creonte en palacio.)
— ¡Q ue sea descu bierto, sobre todo! Pero,
G u a r d iá n .
si es cap tu rad o com o si no lo es — es el a z ar el qu e lo
resu elve— , de ningú n m odo m e verás volver aqu í.
Y ah ora, sano y salvo en co n tra de m i esperan z a y de 330
m i convicción , debo a los d ioses u n a gran m erced.

Co r o .
E s t r o fa 1 .a
Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada
más asombroso que el hombre. Él se dirige al otro lado
del blanco 18 mar con la ayuda del tempestuoso viento
Sur, bajo las rugientes olas avanzando, y a la más po- 335
derosa de las diosas, a la imperecedera e infatigable
Tierra, trabaja sin descanso, haciendo girar los arados 340
año tras año, al ararla con mulos.
A n t íst rofa 1 .a
El hombre que es hábil da caza, envolviéndolos con
los lazos de sus redes, a ta especie de los aturdidos pá-

18 Epíteto que alude al color de la espuma de las olas del


mar al romper en la superficie.
262 TRAGEDIAS

345 jaros, y a los rebaños de agrestes fieras, y a la familia


de los seres marinos. Por sus mañas se apodera del
350 animal del campo que va a través de los montes la, y
unce al yugo que rodea la cerviz al caballo de espesas
crines, así como al incansable toro montaraz.

Estrofa 2.a
Se enseñó a sí m ism o el lenguaje y el alado pensa-
355 miento, así como las civilizadas nianeras de comportar-
se, y también, fecundo en recursos, aprendió a esquivar
bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y los
360 de las lluvias inclem entes20. Nada de lo por venir le
encuentra falto de recursos. Sólo del Hades no tendrá
escapatoria. De enfermedades que no tenían remedio ya
ha discurrido posibles evasiones.

Antístrofa 2.a
Poseyendo una habilidad superior a lo que se puede
365 uno imaginar, la destreza para ingeniar recursos, la en-
camina unas veçes al mat, otras veces al bien. Será un
alto cargo en la ciudad, respetando las leyes de la tie-
rra y la justicia de los dioses que obliga por juramento.
370 Desterrado sea aquel que, debido a su osadía, se da
a lo que no está bien. ¡Que no llegue a sentarse junto
375 a m i hogar ni participe de m is pensamientos el que
haga esto!
(Entra el Guardián arrastrando a Antígona.)
C orifeo. — Atónito quedo ante un prodigio que pro-
cede de los dioses. ¿Cómo, si yo la conozco, podré ne-
gar que ésta es la joven Antígona? ¡Ay desventurada,
380 hija de tu desdichado padre Edipo! ¿Qué pasa? ¿No

19 Debe tratarse de la cabra, nombrada por H o mb r o (Odisea


IX 155; H e s ío d o , Escudo 407; Filoctetes 955).
20 P. Mazon expone, aquí, la teoría de que estas palabras
aluden a la construcción de sus cuevas y moradas para resguar-
darse de las inclemencias del tiempo.
ANTÍGONA 263

será que te lleva n porq u e h as desobedecido las n orm as


del re y y ellos te h an sorp re n d id o en u n m om en to de
loc u ra?
G u a r d i á n . — É s t a es la qu e h a com etido el hecho.
L a cogim os cuan do estab a dán dole sepu ltura. Pero, 385
¿dón de está C reon te?
C o r i f e o . — O portu nam en te sale de n uevo del p a
lacio.
C r e o n t e . — ¿ Q ué p asa? ¿Po r q u é m otivo llego a
tiem po?
G u a r d i á n . — Señ or, n ad a existe p a ra los m ortales
que p u e d a se r n egado con ju ra m e n to. Pues la reflexión
p osterior desm ien te los p ropósitos. Y o estab a comple- 390
tam en te creíd o de que d ifícilm e n te m e llegaría aq u í,
después de las am enazas de las qu e an tes f u i objeto.
Pero la a legría que vien e de fu e ra y en con tra de tod a
esp eran z a a n ingú n otro goce en in te nsid ad se ase m eja.
H e venido, au n que h ab ía ju ra d o q u e no lo h aría, tra- 395
yen do a esta m uch ach a, qu e fu e ap resa d a cuan do p r e
p a ra b a al m u e r t o 21. Y en este caso no se echó a su er
tes, sino que fu e m ío el h allazgo y de n ingú n otro. Y aho
ra, rey, tom an do t ú m ism o a la m uch ach a, jú zgala y
h az la c o n fesar com o deseas. Q ue ju st o es que yo m e 400
vea lib re de esta carga.
C r e o n t e . — A ésta que traes, ¿d e qué m an era y dón
de la h as cogido?
G u a r d i á n . — E l l a en p erso n a d ab a sep u lt u ra al c u er
po. D e todo q uedas en terado.
C r e o n t e . — ¿ E n verd a d p ie nsas lo que d ices y no m e
m ien tes?
G u a r d i á n . — L a he vist o e n t e rra r al cad áver que tú
h ab ía n p ro h ib id o e n terrar. ¿ E s qu e no h ab lo c lara y 405
m an ifiestam en te?

21 Para los ritos del sepelio: esto es, cubrirle de tierra y


derramar libaciones.
264 TRAGEDIAS

Cr e o nt e . — ¿ Y c ó m o f u e v is t a y s o r p r e n d id a ?

— L a cosa fu e de est a m a n era: cuan do


G u a r d iá n .
h u b im os llegado, am enazados de aq u el t errib le m odo
410 p o r ti, después de b a r r e r toda la t ie r r a q u e c u b ría el
ca d áver y de d e ja r b ien d escu bierto el c u erpo, que ya
se estab a pu drien do, nos sen tam os en lo alto de la coli
na, p ro tegidos del vien to, p a ra ev i t a r q u e nos alcan z ara
el o lor que aqu él despren d ía, in citán don os el u n o al
o tro viva m en te con den uestos, p o r si algu no descu id aba
415 su tarea. D uran te u n tiem po est uvim os así, h ast a que
en m ed io del cielo se sit u ó el b r illa n t e c írc u lo del sol.
E l c a lo r ard ien te ab rasab a. E n to n ces, repen tin am en te,
u n torbellin o de a ire leva n tó del su elo u n h u racá n —ca
la m id a d celeste— que lle n ó la m ese ta, d estroz an do todo
420 el fo lla je de los árboles del llan o, y el vasto cielo se
c u b rió. Con los o jos cerra d os su fría m os el azote divino.
C uan do cesó, u n la rgo ra to desp u és, se pudo v e r a
la m uch ach a. Lan z ab a gritos pe n e tra n tes como u n pá-
425 ja r o desconsolado cuan do d istingu e el lec ho vac ío del
n ido h u érfa n o de sus crías. A sí ésta, cu an do d ivisó el
ca d áver d escu bierto, p ro rr u m p ió en sollozos y trem en
das m ald icion es p a ra los que h ab ía n sid o au tores de
esta acción. E n segu ida t ra n sp o r t a en sus m anos seco
430 polvo y, de u n vaso de b ro n ce b ie n fo rja d o , desde arri-
‘ b a c u b re el cad áver con trip le l i b a c ió n 22.
N oso tros, al verlo, n os lan z a m os, y a l pu n to le di
m os caza, sin que en n ad a se i n m u tara. L a i n terrogá
bam os sobre los hechos de an tes y los de en tonces,
435 y n ad a negaba. P a ra m í es, en p a r te, gra to y , en p arte,
doloroso. Porq u e es agra d ab le lib r a rse u n o m ism o de
d esgracias, p ero es t r ist e co n d u c ir h ac ia ellas a los deu

22 La triple libación era ritual. La primera era con leche y


miel, la segunda con vino dulce y la tercera con agua.
ANTÍGONA 265

d o s 23. A h ora bien, ob ten er todas las dem ás cosas es 440


p a ra m í m enos im porta n te que po n erm e a m í m ism o
a salvo.
C reonte. — (Dirigiéndose a Antígona.) E h , tú, la que
in c lin a la cabeza h ac ia el suelo, ¿co n fir m as o n iegas
h ab erlo hecho?
A ntígona. — D igo que lo he h ech o y no lo niego.
C reonte. — (Al guardián.) T ú pu edes m arc h arte
adon de q u ieras, lib re, fu e ra de la gravosa culpa. (A An- 445
tígona de nuevo.) Y t ú dim e sin exten d erte, sino b reve
m en te, ¿sa b ías que h ab ía sido d ecre ta do p o r un ed icto
qu e no se p o d ía h acer esto?
A ntígona. — L o sabía. ¿C óm o no ib a a sab erlo? E r a
m anifiesto.
Creonte. — ¿Y , a p esa r de ello, te a trev iste a t ra n s
gre d ir estos d ecre tos?
A ntígona. — N o fu e Z eus el qu e los h a m an dado
p u b licar, n i la Ju st ic ia que v ive con los dioses de a b ajo 450
la que fijó tales leyes p a ra los ho m bres. N o pensaba
que tus p rocla m as tu viera n tan to p o d er com o p ara que
u n m or ta l p u d iera tra n sgre d ir las leyes no escritas e in
qu eb ra n tab les de los dioses. É s t as no son de hoy n i de 455
ayer, sino de siem pre, y n ad ie sabe de dónde surgieron.
N o ib a yo a ob ten er castigo p o r e llas 24 de p arte de los
dioses p o r m iedo a l a in ten ción de h o m bre alguno.
f Sa b ía que ib a a m orir, ¿có m o no?, au n cuan do t ú 460
j n o lo h u b ieras h echo pregon ar. Y si m u ero an tes de
¡ tiem po, y o lo lla m o gan an cia. Porq u e quien, como yo,
I viva en tre d esgracias sin cuen to, ¿có m o no va a obte-
¡ n er provecho al m orir? A sí, a m í n o m e supone p esa r 465
alca n z ar este destino. Po r el co n trario, si h u b iera con
sen tido que el cad áver del que h a n acido de m i m ad re

23 También podría traducirse por «amigo». El guarda for-


maba parte como esclavo de la familia real.
24 Por transgredirlas, se entiende.
266 TRAGEDIAS

est u viera insepulto, en tonces sí se n t iría p esar. A hora,


en cam bio, no m e aflijo. Y si te pare z co est a r hacien do
470 loc u ras, puede se r que a n te u n loco m e v e a cu lp ab le
de u n a locu ra.
C orifeo. — S e m u estra la volu n tad fiera de la m u
c h ac h a que tiene su origen en su fiero p a d re. N o sabe
c e d er an te las desgracias.
Creonte. — Sí, p ero sábete que las volu n tad es en
exceso obst in ad as son las qu e p ri m ero caen, y qu e es
475 el m ás fu e r t e h ierro, te m plado al fu ego y m u y duro, el
qu e m ás veces p o d rás v e r que se ro m p e y se h ace añ i
cos. Sé qu e los caballos in dó m itos se vu elve n dóciles
con u n pequ eño freno. N o es líc i to te n er orgu llosos
p ensam ien tos a quien es esclavo de los q u e le rodean.
480 É s t a con ocía perfec ta m e n te qu e en ton ces estab a obran
do con insolen cia, al t ra n sgre d ir las leyes estab lecid as,
y aqu í, después de h ab erlo hecho, d a m u estras de u n a
segu n d a insolen cia: u fa n arse de ello y b u rlarse, u n a vez
que y a lo h a llevado a efecto.
Pero verd ad era m en te en esta sit u ació n n o sería yo
485 el h o m b re —ella lo sería—, si este triu n fo h u b iera de
q u ed ar im pu ne. Así, sea h i ja de m i h er m an a, sea m ás
de m i p ro p ia sangre que todos los que está n con m igo
b a jo la pro tecció n de Z eus del H o g a r 25, ella y su h er
m a n a n o se lib rará n del destino su prem o. In c u lpo a
490 aq u élla de h ab er ten ido p a r t e igu a l en este e n terra
m ien to. L la m ad la. A cabo de v erla a d e n tro fu e ra de sí
y no d ueñ a de su m ente. Su ele se r sorp re n d id o an tes
e l esp íri t u tra id or de los que h an m aq u in ado en la os-
495 c u rid ad algo que n o está bien. Si n em bargo, yo, al me-

25 Creonte conoce que incurre en una falta contra los dio-


ses en la persona de Zeus protector del hogar —al que se tenía
consagrado un altar en el patio del palacio—, juzgando y casti-
gando a un miembro de ese hogar, pero cree estar obligado a
ello en su condición de guardián de las leyes de la ciudad.
ANTÍGONA 267

nos, detesto que, cuando uno es cogido en fechorías,


quiera después hermosearlas.
A n t í g o n a . — ¿Pretendes algo m ás que darm e m uer-
te, una vez que me has apresado?
C r e o n t e . — Yo nada. Con esto lo tengo todo.
A n t í g o n a . — ¿Qué te hace vacilar en ese caso? Por-
que a mí de tus palabras nada me es grato — ¡que nun- 500
ca me lo sea!—, del mismo modo que a ti te desagra-
dan las mías. Sin embargo, ¿dónde hubiera podido
obtener yo más gloriosa fam a que depositando a mi
propio herm ano en una sepultura? Se podría decir que
esto complace a todos los presentes, si el tem or no les 505
tuviera paralizada la lengua. En efecto, a la tiranía le
va bien en otras muchas cosas, y sobre todo le es
posible obrar y decir lo que q u ie re 26.
C r e o n t e . — Tú eres la única de los Cadmeos que
piensa tal cosa.
A n t í g o n a . — Éstos tam bién lo ven, pero cierran la
boca ante ti.
C r e o n t e . — ¿Y tú no te avergüenzas de pensar de 510
distinta m anera que ellos?
A n t í g o n a . — No considero nada vergonzoso honrar
a los hermanos.
C r e o n t e . — ¿No era tam bién herm ano el que murió
del otro lado?
A n t í g o n a . — Hermano de la m ism a m adre y del m is-
mo padre.
C r e o n t e . — ¿Y cómo es que honras a éste con im-
pío agradecimiento para aquél?27.
A n t í g o n a . — No confirmará eso el que ha muerto. sis
C r e o n t e . — Sí, si le das honra po r igual que al impío.

26 Frase solemne de aguda crítica al aborrecido régimen de


la tiranía. No es una referencia aislada en la época clásica ( E u r í -
pides, Ió n 621-632).
27 Eteocles.
268 TRAGEDIAS

A n t íg o n a . — N o era u n siervo, sin o su herm ano, el


que m urió.
C r e o n t e . — Po r q u erer aso lar esta t ierra. E l otro,
e n fren te, la defen día.
A n t í g o n a . — H ades, sin em bargo, d esea leyes iguales.
520 C r e o n t e . — Pero no que el buen o obtenga lo m is
m o que el m alvado.
A n t í g o n a . — ¿ Q uién sabe si a llá a b a jo estas cosas
son las p ia d osas?
C r e o n t e . — E l en em igo n u n ca es am igo, n i cuan do
m uera.
A n t í g o n a . — M i perso n a no est á h ec h a p a ra co m par
t i r el odio, sino el am or.
C r e o n t e . — V ete, pues, a llá a b a jo p a ra a m arlos, si
525 tienes que a m ar, que, m ie n tras yo viva, no m an d ará
u n a m u jer.
(Sale Ism ene entre dos esclavos.)
C o r ife o . — H e aq u í a Ism en e, an te la p u erta, d erra
m an do fra t er n as lágrim as. U n a n u be so b re sus c ejas
530 a fe a su e n rojecid o rostro, em papa n do sus h er m osas
m ejillas.
C r e o n t e . — T ú, l a que te d esliz aste en m i c asa com o
u n a víbora, y m e b eb ías la sangre sin y o ad vert irlo. N o
sab ía que alim en taba dos p lagas que ib a n a d erru m b ar
m i trono. E a , dim e, ¿vas a afir m ar h a b er p artic ip ad o
535 ta m b ién tú en este e n terra m ien to, o n egarás con un
ju ra m e n to que lo sab es?
I s m e n e . — H e com etido la acción , si ésta consien te;
tomo p arte en la ac usació n y la afron to.
A n t í g o n a . — Pero no te lo p e r m i t irá la ju st ic ia, ya
que n i t ú q u isiste n i yo m e asocié con tigo.
540 I s m e n e . — E n estas d esgrac ias tuyas, no m e aver
güenzo de h acer yo m ism a con tigo la t ravesía de esta
p ru eba.
A n t í g o n a . — D e qu ién es la acción , H ad es y los dio-
ANTÍGONA 269

ses de ab ajo son testigos. Y o no a m o a uno de los m íos,


si sólo de p a la b ra ama.
Ismene. — ¡ H erm an a, no m e p r iv es del derecho a 545
m o r ir con tigo y de h o n rar d ebidam en te al m uerto!
A ntígona. — N o q u ieras m o r ir con m igo, n i h agas
cosa t u ya aquello en lo que no h as participado. Se r á
suficien te con que yo m uera.
Ismene. — ¿Y q u é vid a m e v a a se r gra ta, si m e veo
p riva d a de ti?
A ntígona. — Pregu n ta a C reon te, y a que te eriges
en d efe nsora suya.
Ismene. — ¿Po r qué m e m ortificas así, cuan do en 550
n ad a te ap rovec h a?
A ntígona. — Con dolor m e río de ti, si es que lo
hago.
Ismene. — Pero, ¿en qué puedo aú n serte ú t il a h ora?
A ntígona. — Sá lva t e tú. N o veo con m alos ojos que
te lib res.
Ismene. — ¡A y de m í, d esgrac iad a! ¿Y no alcan z aré
tu destino?
A ntígona. — T ú h as elegido v iv ir y yo m orir. 555
Ismene. — Pero no sin que yo te d iera m is consejos.
A ntígona. — A u n os les p areces tú sensata, yo a
o tros 2S.
Ismbne. — L as dos, en verd a d , ten em os igu al fa lta.
A ntígona. — T ra n q u ilíz ate: tú vives, m ien tras que
m i al m a hace ra to que h a m u erto p o r p rest a r ayu d a 560
a los m uertos.
Creonte. — A firm o q u e estas dos m uch ach as han
perd id o el ju ic io, la u n a ac ab a de m a n ifestarlo, la o tra
desd e que nació.
Ismene. — N u nca, señor, p er d u ra la sensatez en los

28· Ismené se lo parçcia a Creonte, Antígona a Polinices y a


los que ya estaban en el Hades.
270 TRAGEDIAS

q u e son d esgrac iad os, n i siq u iera la q u e n ace con ellos,


sino que se re tira.
565 C r e o n t e . — E n ti p o r lo m enos, cuan do h as p re fe r i
do o b ra r in iqu idades ju n t o a m alvados.
I s m e n e . — ¿ Y qué v id a es so p ort ab le p a ra m í sola,
sep ara d a de ella?
C r e o n t e . — N o digas «ella»: no existe ya.
I s m e n e . — ¿ Y vas a d ar m u er te a la p ro m e t id a de
tu p rop io h ijo?
C r e o n t e . — T a m b ién los ca m pos de o tras se pueden
a r a r 29.
570 I s m e n e . — N o con la ar m o n ía q u e rein ab a en tre ellos
dos.
C r e o n t e . — O dio a las m u jeres p e rv e rsas p a ra m is
h ijos.
A n t í g o n a . — ¡O h q u erid ísi m o H em ón! ¡Cóm o te des
h o n ra tu p adre!
C r e o n t e . — D e m asiad as m olest ias m e p ro d u cís tú y
t u m atrim on io.
C o r i f e o . — ¿ V as a p riv ar, en verd a d , a tu h ijo de
ésta?
575 C r e o n t e . — H ades será q u ien h aga c esa r estas bo
d as p o r m í.
C o r i f e o . — E s t á decid ido, a lo que parece, que
m u era.
C r e o n t e . — T an to en tu opin ión com o en la m ía. N o
m ás d ilacion es. E a , esc lavas, lleva d las den tro. Prec iso
es que estas m u jeres esté n e n cerra d as y no su eltas.
580 Pues i n cluso los m ás an im osos in ten tan h u ir cuan do
ven a H ad es cerca y a de su vida.
(Entran en palacio todos.)

29 Ésta es una imagen usual que encontramos repetida en


el mismo autor {Traquinias 33; Edipo Rey 1211, 1497) y en otros
(E u r íp id e s , Ión 49; M e n a n d r o , Díscolo 842).
ANTÍGONA 271

Co ro .
Estrofa 1.a
¡Felices aquellos cuya vida no ha probado las desgra-
cias! Porque, para quienes su casa ha sido estremecida
por los dioses, ningún infortunio deja de venir sobre
toda la raza, del mismo modo que las olas marinas, 585
cuando se lanzan sobre el abismo submarino impulsa-
das por los desfavorables vientos tracios, arrastran jan- 590
go desde el fondo del negro mar, y resuenan los acan-
tilados azotados por el viento con el ruido que produ-
cen al ser golpeados.
Antístrofa 1.a
Veo que desde antiguo las desgracias de la casa de
tos Labdácidas se precipitan sobre las desgracias de los 595
que han m u e rto 30, y ninguna generación libera a la
raza, sino que alguna deidad las aniquila y no les deja
tregua. Ahora se había difundido una luz en el palacio
de Edipo sobre las últimas ramificaciones. Pero de nue- « jo
vo el polvo sangriento de los dioses infernales lo siega,
la necedad de las palabras y la Venganza de una reso-
lución 31.
Estrofa 2.a
¿Qué conducta de los hombres podría reprimir tu 60S
poder, Zeus? Ni el sueño, el que amansa todas las co-
sas, lo domina nunca, ni los meses incansables de los
dioses, y tú, que no envejeces con el tiempo, dominas
poderoso el centelleante resplandor del Olimpo. Para 610
lo que sucede ahora y lo que suceda en el futuro, lo
m ism o que para lo que sucedió anteriormente, esta ley

30 Layo, Edipo, Eteocles y Polinices.


31 Pasaje lleno de simbología difícil. Parece que la «luz» era
la esperanza en el proyectado matrimonio de Antígona con He-
món. Antígona forma parte de las «últimas ramificaciones». La
«necedad de las palabras» de Creonte y la «Venganza» o Erinis
que surgirá de las «resoluciones» de Antígona.
272 TRAGEDIAS

prevalecerá: nada extraordinario llega a la vida de los


mortales separado de la desgracia.

Antístrofa 2.a
615 La esperanza errante trae dicha a numerosos hom -
bres, mientras que a otros trae la añagaza de sus tor-
nadizos deseos. Se desliza en quien nada sabe hasta que
620 se quema el pie con ardiente fuego. Sabiamente fue
dada a conocer por alguien la famosa sentencia: lo malo
llega a parecer bueno a aquel cuya m ente conduce una
625 divinidad hacia el infortunio, y durante m uy poco tiem -
po actúa fuera de la desgracia.
Pero he aquí a Hemón, el más joven vástago de tus
hijos. ¿Acaso llega disgustado por el destino de su pro-
eza metida Antígona, afligiéndose en exceso por la frustra-
ción de sus bodas?
(Hemón entra en escena.)
C r e o n t e . — Pronto lo sabremos m ejor que lo saben
los adivinos. (Dirigiéndose a Hemón.) ¡Oh hijo! ¿No te
presentarás irritado contra tu padre, al oír el decreto
irrevocable que se refiere a la que va a ser tu esposa?
¿O sigo siéndote querido de todas m aneras, haga lo
que haga?
635 H e m ó n . — Padre, tuyo soy y tú me guías rectam en-
te con excelentes consejos que yo seguiré. Ningunas
bodas son para mí más im portantes de obtener que tu
recta dirección.
C r e o n t e . — Así, hijo mío, debes razonar en tu inte-
640 rior: posponer todo a las resoluciones paternas. Por
este motivo piden los hom bres tener en sus hogares
hijos sumisos tras haberlos engendrado, para que ven-
guen al enemigo con males y honren al amigo igual que
645 a su padre. En cambio, el que trae a la vida hijos que
no sirven para nada, ¿qué otra cosa podrías decir de
él sino que ha hecho nacer una fuente de sufrimientos
para sí mismo y un motivo de burla para sus enemi-
ANTÍGONA 273

gos? Po r tan to, h ijo, tú n u n ca eches a p er d er tu sensa


tez p o r c a usa del p lac er m o tivad o p o r u n a m u jer, sa
bien do que u n a m ala esposa en l a casa como com pa- 650
ñ era se con vierte en eso, en u n f r ío a b r a z o 32. ¿ Q ué
m ayor d esgrac ia p o d ría h a b er q u e u n p arie n te m alva
do? A sí que, d espreciá n dola com o a u n enem igo, d eja
que esta m uch ach a despose a quien q u iera en el H ades,
p u esto que sólo a ella de to d a la c iu d a d h e sorpren dí- 655
do ab ierta m e n te en ac titu d de desobed iencia. Y no voy
a prese n tar m e a m í m ism o an te l a c iu dad como u n
e m bustero, sino que le h aré d ar m uerte.
¡ Q ue invoq u e p o r ello a Z eus p ro tec tor de la fa m i
lia! Pues si voy a to lerar q u e los qu e p o r su n acim ien
to son m is parie n tes altere n el orden , ¡cuán to m ás lo 660
h aré con los que no son de m i fa m ilia! Q uien con los
asu n tos de la c asa es p erso n a in tach ab le tam bién se
m ostrará ju st o en la ciu dad. Y qu ien 33, habien do tra n s
gred id o las leyes, las rec h a z a o p ie n sa d ar órden es a
los que tienen el pod er, no es p osib le que alcan ce m i 665
aprobación .
A l que la ciu dad d esign a se le debe obedecer en lo
pequeño, en lo ju st o y en lo c o n t r a r io 34. Y o te n d ría
confian za en que este h o m b re gob er n ara rectam en te
en ta n to en cuan to q u isiera se r just a m e n te gobernado
y p er m a n ecer en el fr ago r de la b a t a lla en su p u esto, 670
com o u n lea l y valie n te soldado. N o existe u n m al ma-

32 Es frecuente el juicio negativo acerca de la mujer en la


literatura griega. Podemos comparar los consejos de H e s ío d o
acerca de la elección de mujer (Trabajos 373). El mismo tono
encontramos en los líricos (S i m ó n id e s , 8; E s q u il o , Siete contra
Tebas 187-188; E u r íp id e s , Hipólito 616 y sigs.).
33 Sigo el orden de los manuscritos y no el que sigue la
edición de P e a r s o n .
34 Eufemismo, por no citar la palabra «injusto», pudor ex-
plicable en boca de un tirano en un parlamento ante sus súb-
ditos.
274 TRAGEDIAS

y o r que la an arq u ía. E l l a d estru ye las ciu dades, d eja


los h ogares desolados. E l l a es la qu e ro m p e las lín eas
675 y p rovoc a la fu ga de la la n z a alia d a. L a obedien cia, en
cam bio, salva gra n n ú m ero de vid as en tre los que
triu n fan .
Y , así, h ay que ay u d ar a los q u e dan las órden es
y en m odo algu n o d e jarse ve n cer p o r u n a m u jer. M ejo r
680 sería, si f u era n ecesario, caer a n te u n h o m bre, y no se
ría m os considerados i n ferio res a u n a m u jer.
C o r i f e o . — A n osotros, si no esta m os engañ ados a
c a usa de n u estra edad, nos p a rec e q u e h ab las con sen
satez en lo que estás dicien do.
H e m ó n . — Padre, los d ioses h a n hecho engen drar la
razón en los h o m bres com o el m ayo r de todos los bie-
685 n es q u e existen. Q ue no h ab las t ú estas p a la b ras con
ra z ó n n i sería yo capaz de d ecirlo n i sab ría. Sin e m bar
go, p o d ría su ced er que ta m b ién en o tro asp ec to t u viera
yo razón. A t i no te correspo n d e c u id a r de todo cuan to
690 algu ien dice, h ace o p uede c e n s u r a r3S. T u rost ro resu l
t a t errib le al h o m b re de la calle, y ello en co n versacio
n es tales que n o te co m p lacerías en esc u ch arlas. Pero
a m í, en la so m bra, m e es p osib le o ír cóm o la ciu dad
se la m en ta p o r est a jove n , d icien do que, sien do la que
695 m enos lo m erece de tod as las m u jeres, v a a m orir de
in d ign a m an era p o r u n os actos q u e son los m ás dignos
d e alaban z a: p o r no p e r m i t ir que su p rop io herm ano,
c aíd o en sa ngrien ta refriega, f u e r a exterm in ado, inse
p u lto, p o r carn iceros p erros o p o r algú n ave rapa z.
«¿ E s que no es d ign a de ob te n er u n a esti m ab le recom-
700 p ensa?» T al osc u ro r u m or se d ifu n d e con sigilo.
P a ra m í, sin em bargo, no existe n ingú n b ien m ás
p rec iad o que t u felic id ad . Pues, ¿q u é h o n or es p a ra los

35 La versión que acepta P. Mazon: soû d’oún péphyka, nos


daría otra interpretación: «Yo he nacido de ti para cuidar por
ti en todo cuanto alguien dice. etc,».
ANTÍGONA 275

h ijos m ayor que la b u en a fa m a de u n p a d re cuan do


está en plen itu d de b ie n estar, o q u é es m ás im porta n te
p a ra u n p a d re que lo que vien e de los h ijos? N o m an
tengas en ti m ism o sólo u n p u n to de vista: el de que
lo que t ú d ices y n ad a m ás es lo q u e est á bien. Pu es
los que creen que ú n ica m en te ellos son sensa tos o que
poseen u n a le ngu a o u n a in telige n cia cu al n ingú n o tro,
éstos, cuan do quedan al descu bierto, se m u estra n vacíos.
Pero n a d a tien e de vergon z oso q u e u n h o m bre, au n
que sea sabio, ap ren d a m uch o y no se obstin e en dem a
sía. Pu edes v e r a lo largo del lec ho de las torre n teras
que, cuan tos árboles ceden, co nserva n sus ra m as, m ien
tras qu e los que ofrecen resist e n c ia son destroz ados
desd e las raíces. De la m ism a m a n era el q u e tensa f u e r
tem en te las escotas de u n a n ave sin aflo ja r nada, d es
pués de h acerla volcar, n avega el resto del tiem po con
la c u b ierta in vertid a.
A sí que haz ced er tu cólera y consien te e n ca m b iar.
Y si tengo algo de razón —au n qu e sea m ás jove n— ,
afirm o que es p referib le con m uch o qu e el h o m bre esté
p o r n a t u rale z a com pletam en te llen o de sab id u ría. Pero,
si n o lo está —pues no su ele in c lin arse l a b ala n z a a este
lado— , es buen o tam bién qu e ap re n d a de los que h a
b la n con m oderación.
Corifeo. — Se ñ or, es n a t u ra l q u e tú ap ren d as lo
que d iga de convenien te, y tú, p o r t u p arte, lo hagas de
él. Razon ablem en te se h a h ab la d o p o r a m bas partes.
Creonte. — ¿ E s que en tonces los qu e som os de m i
ed ad va m os a ap re n d er a se r ra z o n ab les de jóven es de
la edad de éste?
Hemón. — N a d a h ay que no sea j u s t o en ello. Y , si
yo soy jove n , no se debe a te n d er ta n to a la ed ad com o
a los hechos.
Creonte. — ¿T e refieres al h echo de d ar h o n ra a los
que h a n actuado en co n tra de la ley?
276 TRAGEDIAS

H e m ó n . — N o sería yo q u ien te ex h o r tara a ten er


consideracio n es con los m alvad os 36.
C r e o n t e . — ¿ Y es q u e ella n o est á afec ta d a p o r se
m eja n te m al?
H e m ó n . — T odo el p u eb lo de T ebas afir m a q u e no.
C r e o n t e . — ¿ Y la c iu dad v a a d ecir m e lo qu e debo
h acer?
H e mó n . — ¿ T e d a s c u e n ta d e q u e h a s h a b la d o c o m o
s i fu e r a s u n jo v en ?
C r e o n t e . — ¿Segú n el c ri t e rio de otro, o segú n el
m ío, debo yo r egir esta t ierra?
H e m ó n . — N o existe c iu dad q u e sea de u n solo hom
b re.
C r e o n t e . — ¿ N o se co nsid era q u e la c iu dad es de
qu ien gob iern a?
H e mó n . — T ú g o b e r n a r ía s b ie n , e n s o litá r io , u n p a ís
d e s ie r to .
C r e o n te . — É st e , a lo que p arec e, se h a alia do con
l a m u jer.
H e m ó n . — Sí, si es q u e t ú eres u n a m u je r. Pu es m e
estoy in teresan do p o r ti.
C r e o n t e . — ¡O h m a l v a d o ! ¿A t u p a d r e v a s c o n
p le ito s ?
H em ón. — E s qu e veo qu e es t ás equ ivocan do lo que
es justo.
C reo n te. — ¿Y e r r o cuan do h ago resp e t a r m i au to
rid a d?
H e m ó n . — N o la h aces resp e tar, al m enos despre
cian do h o n ras deb id as a los d ioses.
C r e o n t e . — ¡O h t e m p e r a m e n t o i n f a m e s o m e t i d o a
u n a m u je r !
H e m ó n . — N o p o d rías sorp re n d er m e dom in ado p or
accion es vergon zosas.

36 En veladas palabras notamos la diferente consideración


que merece Antígona a Creonte y a Hemón.
ANTÍGONA 277

C r e o n t e . — T odo lo que estás dicien do, en verd a d,


es en fa v o r de aquélla.
H e m ó n . — Y de ti, y de m í, y de los d ioses de ab ajo.
C r e o n t e . — A ésa no es posib le que, au n viva, la 750
desposes.
H e m ó n . — V a a m orir, cierta m en te, y en su m uerte
a r r as t r a r á a alguien.
C r e o n t e . — ¿ E s que con am en a z as m e h aces fre n te,
o sa d o ?37.
H e m ó n . — ¿ Q ué am enaza es h a b la r co n tra razones
sin fu n da m en to?
C r e o n t e . — L lora n d o vas a segu ir dán dom e lecc io
n es de sensatez, cuan do a t i m ism o te falta.
H e m ó n . — S i no fu eras m i p a d re, d iría q u e no estás 755
en tu sano ju ic io.
C r e o n t e . — N o m e canses con t u c h arla, tú, el esc la
vo de u n a m u jer.
H e m ó n . — ¿Preten des d ec ir algo y , dicién dolo, no
esc u c h ar n ad a?
C r e o n t e . — ¿ D e ve ras? Pero, ¡p o r el O lim po!, en té
ra te bien, no m e ofen d erás im pu nem en te con tus re p ro
ches. (Dirigiéndose a tos servidores.) T raed a ese odio- 760
so se r p a ra que, a su v ist a, c e r c a de su pro m etido, al
p u n to m uera.
H e m ó n . — N o, p o r cierto, n o lo esp eres. E l l a no m o
r i r á cerca de m í, y tú ja m ás verás m i rost ro con tus
ojos. ¡M u estra t u loc u ra relacio n án d ote con los am igos 765
que lo consien tan!
(Sale precipitadamente.)
— Se h a m arch ado, rey, p resu roso a c a usa
C o r ife o .
de la cólera. U n coraz ón q u e a esa edad su fre es te
rrib le.

37 Creonte interpreta que Hemón se refiere a él al utilizar


el indefinido «alguien», cuando, en realidad, tras el pronombre
se encuentra el propio Hemón, como el espectador sabe.
278 TRAGEDIAS

C r e o n t e . — ¡Q ue actúe! ¡Q ue se vaya h acien do p ro


yec tos p o r encim a de lo que es h u m an o! Pe ro a estas
dos m uch ach as n o las lib e ra rá de su destino.
770 C o r i f e o . — ¿Piensas, pues, d a r m u erte a las dos?
C r e o n t e . — N o a la q u e no h a in terven ido. E n eso
h ab las con razón.
C o r i f e o . — ¿ Y con qu é c lase de m u er te h as decid i
do m a tarla?
C r e o n t e . — L a llevaré allí don de la h u ella de los
h o m bres esté ausen te y la oc u ltaré v iva en u n a p é trea
775 c a v e r n a 38, ofrecién dole el alim en to ju st o, p a ra qu e sir
v a de exp iación sin que la c iu dad e n tera quede con ta
m i n a d a39. Así, si su p lica a H ades —ú n ico de los d ioses
a quien ven era— , alca n z ará el no m orir, o se d ará cuen-
780 ta, p o r lo m enos en ese m om en to, que es t ra b a jo in ú til
se r resp e t u oso con los asu n tos del H ades. (Entra en
palacio.)

Co ro .
E st ro fa .
Eros, invencible en batallas, Eros que te abalanzas
sobre nuestros anim ales40, que estás apostado en las

38 El tipo de cámara sepulcral, supuesto por Sófocles al


hacerle decir a Creonte estas palabras, es el de imas tumbas
artificiales excavadas en las rocas que bordean la llanura tebana.
Este tipo está, tal vez, mejor representado en las tumbas de
piedra descubiertas en Nauplia y en alguna zona del Ática, que
consistían en cámaras dispuestas horizontalmente en la roca a
las que se llegaba por un corredor que puede responder al que
Creonte y sus hombres tienen que atravesar antes de acceder
a la abertura de la tumba (cf. v. 1216).
39 Creonte había anunciado que el que transgrediera la ley
sería lapidado (v. 36). Ahora vemos que ha cambiado la decisión
por la de dejarla morir de inanición, para evitar la violencia
física y hacer que la muerte tuviera el aspecto de algo natural
y no obra de un hombre.
40 He traducido «animales» y no «posesiones», como sería
más común, para dar crédito al comentario de P. Mazon a este
ANTÍGONA 279

delicadas mejillas de las doncellas. Frecuentas los ca- 785


minos del mar y habitas en las agrestes moradas, y na-
die, ni entre los inmortales ni entre los perecederos
hombres, es capaz de rehuirte, y el que te posee está 790
fuera de sí.
A n tístrofa.
Tú arrastras las m entes de los justos al camino de
la injusticia para su ruina. Tú has levantado en los
hombres esta disputa entre los de la m ism a sangre.
Es clara la victoria del deseo que emana de los ojos de 795
ta joven desposada 41, del deseo que tiene su puesto en
los fundam entos de tas grandes instituciones. Pues la
divina Afrodita de todo se burla invencible. 800
( E n t r a A n tígon a con d ucid a p o r esclavos.)
También yo ahora me veo impelido a alejarme ya
de las leyes 42 al ver esto, y ya no puedo retener los
torrentes de lágrimas cuando veo que aquí llega Antí-
gona para dirigirse al lecho, que debía ser nupcial, don- sos
de todos duermen.

E s t r o fa 1 .a
— Vedme, ¡oh ciudadanos de la tierra pa-
A n t íg o n a .
tria!, recorrer el postrer camino y dirigir la última m i-
rada a la claridad del sol. Nunca habrá otra vez. Pues 810

pasaje. Afirma que la palabra ktémata puede designar también


«rebaño», según el lenguaje popular, y que este uso aún se con-
serva en algunas regiones campesinas de la actual Grecia. De ahí
pudo haberlo tomado Sófocles. Así se favorece la antítesis del
comportamiento del amor en las bestias y del amor delicado que
brota entre los humanos ante la belleza del rostro de las don-
cellas.
41 P l a t ó n , en Fedro 251 b, describe el amor como el deseo
infundido en el alma por una emanación de la belleza que pro-
cede del ser querido y que se recibe a través de los ojos del
amante. También está recogido en S ó f o c l e s , frs. 161, 733 y 430,
y en E s q u il o , Agamenón 742, y Suplicantes 1004.
42 Las leyes que ha dictado Creonte.
280 TRAGEDIAS

Hades, el que a todos acoge, m e lleva viva a la orilla


• 815 del Aqueronte 43 sin participar del himeneo y sin que
ningún him no m e haya sido cantado delante de la cá-
mara nupcial, sino que con Aqueronte celebraré mis
nupcias.
C orifeo. — Famosa, en verdad, y con alabanza te di-
riges hacia el antro de los muertos, no por estar afee-
no tada de mortal enfermedad, ni por haber obtenido el
salario de las espadas, sino que tú, sola entre los mor-
tales, desciendes al Hades viva y por tu propia voluntad.
A n t íst rofa 1 .a
A ntígona. — Oí que de la manera más lamentable
825 pereció la extranjera frigia, hija de Tántalo 44, junto a
la cima del Sípilo: la mató un crecimiento de las rocas
a modo de tenaz hiedra. Y a ella, a medida que se va
consumiendo, ni las lluvias ni la nieve la abandonan,
830 según cuentan tos hombres. Y se empapan las mejillas
bajo sus ojos que no dejan de llorar4·5. E l destino m e
adormece de modo m uy sem ejante a ella.
C orifeo. — Pero era una diosa y del linaje de tos
835 dioses, mientras que nosotros somos mortales y de li-
naje mortal. Sin embargo, aun m uriendo es glorioso
oír decir que has alcanzado un destino compartido con
los dioses en vida y, después, en la muerte.
43 Río que han de atravesar las almas de los muertos en el
mundo subterráneo antes de llegar al Hades.
44 Antígona trae a su recuerdo la historia de Niobe (cf. Elec-
tra, nota 10), con la que quiere identificarse: la roca en la que
Níobe fue convertida la compara a su propia tumba en la roca;
las dos están en el esplendor de su vitalidad cuando van al en-
cuentro de su trágico destino. En ello encuentra el Coro un
argumento de consolación, haciéndole concebir la esperanza de
alcanzar fama después de la muerte.
45 Una roca de formas semejantes a las humanas hace que
se utilicen términos de la anatomía del rostro, favorecido por-
que la palabra deirádas significa tanto «laderas», como «me-
jillas».
ANTÍGONA 281

E s t r o fa 2 .a
A ntígona. — ¡Ay de mí! Me tomas a risa. ¿Por qué,
por los dioses paternos, no m e ultrajas cuando me haya 840
marchado, sino que lo haces en m i presencia? ¡Oh ciu-
dad! ¡Oh varones opulentos de la ciudad! ¡Ah fuentes
Dirceas y bosque sagrado de Tebas, la de los bellos 845
carros! A vosotros os tomo por testigos de cómo, sin
lamentos de los m íos y por qué clase de leyes, me dirijo
hacia un encierro que es un túm ulo excavado de una
imprevista tumba. ¡Ay de mí, desdichada, que no per- eso
tenezco a los mortales ni soy una m ás entre los difun-
tos, que ni estoy con los vivos ni con los muertos!
Coro. — Llegando a las últimas consecuencias de tu
arrojo, has chocado con fuerza contra el elevado altar
de la Justicia, oh hija. Estás vengando alguna prueba 855
paterna.

A n t íst ro fa 2 .a
A ntígona. — Has nombrado las preocupaciones que
me son más dolorosas, el lamento tres veces renovado
por m i padre y por todo nuestro destino de ilustres m
Labdácidas. ¡Ah, infortunios que vienen del lecho ma-
terno y unión incestuosa de m i desventurada madre 865
con m i padre, de la cual, desgraciada de .mi, un día nací
yo! Junto a ellos voy a habitar, maldita, sin casar. ¡Ah,
hermano, qué deágraciadas bodas 46 encontraste, ya que, 870
muerto, m e matas a mí, aún con vida!
Coro. — Ser piadoso es una cierta form a de respeto,
pero de ninguna manera se puede transgredir la auto-
ridad de quien regenta él poder. Y, en tu caso, una pa- 875
sión impulsiva te ha perdido.

46 El matrimonio de Polinices con Argla, hija de Adrasto,


rey de Argos, supuso la alianza con los argivos y, por tanto, la
invasión de Tebas.
282 TRAGEDIAS

E podo.
t í g o n a . — Sin lamentos, sin amigos, sin cantos de
An
himeneo soy conducida, desventurada, por la senda dis-
puesta. Ya no m e será permitido, desdichada, contem-
880 piar la visión del sagrado resplandor, y ninguno de los
míos deplora m i destino, un destino no llorado.
(Creonte sale del palacio.)
C r e o n t e . — ¿ E s que no sab éis que, si f u era m enes
ter, n ad ie cesaría de ca n t ar o de ge m ir an te la m u erte?
885 L leva d la cuan to an tes y, t ras e n c e rra r la en el aboveda
do tú m ulo —com o yo tengo orden ado— , d eja d la sola,
bien p a ra que m uera, bien p a ra que quede e n terra d a
v iva en se m eja n te m orad a. N oso tros esta m os sin man-
890 c illa en lo que a esta m uc h ac h a se refiere. E n verd a d
que será p riva d a de resid e n c ia a la lu z del sol.
A n t í g o n a . — ¡O h tu m ba, oh cá m a ra n u pcial, oh ha
b itác u lo b a jo t ie r r a que m e gu ar d a rá p a ra siem pre,
adon de m e d irijo al en cuen tro con los m íos, a u n gra n
n ú m ero de los cuales, m u ertos, h a rec ib id o y a Persé-
895 fon e! 47. D e ellos yo descien do l a ú l t i m a y de la p eor
m a n era con m ucho, sin q u e se h aya cu m plido m i des
tino en la vida.
Sin em bargo, al irm e, alim en to gra n d es esperan z as
d e llega r q u erid a p a ra m i p a d re y q u erid a tam b ién p a ra
900 ti, m ad re, y p a ra ti, h erm ano, porq u e, cu an do voso tros
estab ais m u ertos, yo con m is m an os os lavé y os dis
p use todo y os ofrec í las libac io n es so b re l a tu m ba.
Y ah ora, Polin ices, p o r o c u ltar t u cuerpo, consigo se
m eja n te trato. Pero yo te h o n ré debidam en te en opi-
905 n ión de los sensatos. Pu es n u nca, n i au n que h u b iera
sid o m ad re de h ijos, n i au n qu e m i esposo m u erto se
est u v iera corro m p ien do, h u b iera to m ado sob re m í esta
t a re a en co n tra de la volu n tad d e los ciu dadanos.
¿ E n v ir t u d de qué p ri n c ip io h ab lo así? S i u n esposo

47 Mujer de Hades y, por tanto, diosa de los muertos.


ANTÍGONA 283

se m uere, o tro p o d ría ten er, y u n h i jo de o tro h o m bre m


si h u b iera p erd id o uno, p ero cuan do el p a d re y la m a
d re están ocu ltos en el H ad es no p o d r ía ja m ás n acer un
herm ano. Y así, segú n este prin cip io, te h e d istingu ido
yo en tre todos con m is h o n ras, q u e p a rec iero n a C reon
te u n a f a l t a y u n t errib le a trevim ien to, oh herm ano. 915
/ Y a h ora m e lleva, tras cogerm e en sus m anos, sin
/ lec h o n u pcial, sin can to de bodas, sin h a b er tom ado
p a r te en el m atrim o n io n i en la cria n z a de h ijos, sino
que, de este m odo, aban don ad a p o r los am igos, infeliz,
m e d irijo v iva h ac ia los sep u lcros de los m uertos. ¿ Q ué 920
d erech o de los d ioses h e t ra n sgre d id o? ¿P o r qué tengo
yo, d esven tu rad a, q u e d irig ir m i m ira d a y a h acia los
d ioses? ¿A quién de los alia d os m e es p osib le ap elar?
Porq u e con m i p ied ad h e ad q u irid o fa m a de im p ía.
Pu es bien, si esto es lo que está b ie n en tre los d ioses, 925
después de su fr ir, recon oceré q u e estoy equ ivocada.
Pero si son éstos los que está n erra d os, ¡que no padez
can su frim ie n tos peores q u e los qu e ellos m e in fligen
in justa m e n te a m í!
C orifeo. — Aún dominan su alma las mismas ráfa- 930
gas de idénticos vientos.
C reonte. — Precisamente por eso habrá llanto para
tos que la conducen, a causa de su lentitud.
Corifeo. — ¡Ay! Estas palabras llegan m uy cerca-
nas a la muerte.
C reonte. — No te puedo animar a que confíes en 935
que esto no se va a cumplir para ella.
A ntígona. — ¡Oh ciudad paterna del país de Tebas!
¡Oh dioses creadores de nuestro linaje! Soy arrastrada
y ya no puedo aplazarlo. Mirad vosotros, príncipes de 940
Tebas, a la única que queda de las hijas de los reyes 48,
cómo sufro y a manos de quiénes por guardar el debi-
do respeto a la piedad.

48 Evita hablar de Ismene.


284 TRAGEDIAS

(Sale Antígona de la escena conducida po r los guar-


das. Creonte entra en el palacio.)

Co r o 49.
Estrofa 1.a
También Dánae 60 soportó renunciar a la luz del cie-
945 lo a cambio de broncínea prisión y, oculta en la sepul-
cral morada, se vio uncida al yugo. Y, sin embargo, era
también noble por su nacimiento —¡oh hija, hija !—
950 y conservaba el fruto de Zeus nacido de la lluvia. Pero
lo dispuesto por el destino es una terrible fuerza. N i la
felicidad, ni Ares, ni las fortalezas, ni las negras naves
azotadas por el mar podrían rehuirla.
Antístrofa 1.*
955 Fue subyugado también el irascible hijo de Drian-
t e S1, rey de los Edones, por los injuriosos arrebatos de

49 Aporto aquí la interpretación que de este estásimo hace


I. E r r a n d o n e a , Sófocles. Investigaciones sobre la estructura dra-
mática de sus siete tragedias y sobre la personalidad de sus
coros, Madrid, 1958, cap. III. Cree que aquí el Coro predice, ve-
ladamente a causa de la presencia de Creonte, lo que va a su-
ceder a toda la familia. A Antígona alude bajo la figura de Dá-
nae, a Creonte y Hemón bajo la de Licurgo y su hijo, y a la
reina Eurídice bajo la de Cleopatra.
50 Dánae es hija de Acrisio, rey de Argos a quien el dios le
había profetizado que el hijo que tuviera Dánae le causarla la
muerte. Asustado ante esta amenaza, mandó construir una cá-
mara subterránea de bronce donde recluyó a su hija. Pese a ello,
Zeus la fecundó descendiendo en forma de lluvia de oro, y ella
dio a luz un hijo, Perseo. Este tema había sido tratado por Só-
focles en dos tragedias tituladas Dánae y Acrisio, y por Eurí-
pides, en su Dánae.
51 Licurgo, rey de los edonios de Tracia, se oponía al culto
de Dioniso en su tierra y fue enloquecido por el dios. En este
estado cometió violentos hechos, entre ellos dar muerte a su
propio hijo confundiéndolo con una vid. Por último, los edonios
lo encerraron prisionero en una gruta en el monte Pangeo por
mandato de un oráculo (A po l o d o r o , III 5, 1). Hay otras versiones
de los hechos. Esquilo trató el tema en su trilogía Licurgia.
ANTÍGONA 285

cólera, por orden de Dioniso encerrado en una pétrea


prisión. Y así se va extinguiendo el furor desatado y te-
rrible de su locura. Y se dio cuenta de que atacaba al 960
dios en su locura con mordaces palabras. Pues preten-
día detener a las m ujeres poseídas por el dios y el fue-
go del evohé 52, y provocaba a las Musas amigas de las 965
flautas.

E strofa 2.a
Junto a las rocas Cianeas, en el doble m a r 53, están
tas costas del Bosforo y el litoral tracio, y Salmideso, m
donde Ares, cercano a la ciudad, vio inferir una abomi-
nable herida que dejó ciegos a los dos hijos de Fineo
a manos de su violenta esposa, herida que quitó la vista
de los ojos, golpeados en las cuencas — que ahora cla-
man venganza — por ensangrentadas manos y con agu- m
jas de lanzadera 5i.

Antístrofa 2.a
Se consumían, infortunados, en infortunada prueba,
y se lamentaban por tener su origen en un desgraciado
casamiento de su madre. Ella por su linaje se remon- 980
taba a los prim itivos E rectidas 55, y fue criada en leja-
nas grutas, en medio de vendavales paternos, la hija 985
de Bóreas, rápida como un corcel al correr por encima

52 Las antorchas que llevaban las bacantes cuando en pro-


cesión proferían los gritos rituales.
53 Las «Rocas sombrías» estaban situadas, según la leyen-
da, a la entrada del Helesponto, marcando la división entre el
mar Negro y el mar de Mármara o Propóntide.
54 Fineo, rey de Salmideso, casó en primeras nupcias con
Cleopatra, hija de Bóreas, de la que tuvo dos hijos. Tras repu-
diarla, Fineo volvió a casarse con Idea o Idótea. Ésta, con sus
intrigas, logró que les fueran arrancados los ojos a los niños.
Este tema lo había tratado ya Sófocles en sus dos Fineos.
56 La madre de Cleopatra, Oritía, era hija de Erecteo, míti-
co fundador de la ciudad de Atenas.
286 TRAGEDIAS

de escarpadas rocas; pero también a ella la atacaron las


Moiras inmortales, oh hija.
(Entra Tiresias, el adivino ciego, guiado por un
niño.)
T i r e s i a s . — Prín cip es de T ebas, p o r u n cam in o co
m ú n h em os ven ido dos que ven p o r u n o solo 56. Pues
990 p a ra los ciegos el cam ino es posib le grac ias al guía.
(Sale Creonte.)
C reo n te. — ¿ Q ué n uevas hay, oh an cian o T iresias?
T ir e s ia s . — Y o te las revelaré y t ú obedece al ad i
vino.
C r e o n t e . — H asta ahora, en verd a d , no m e he ap ar
tado de tu buen ju ic io.
T i r e s i a s . — Y así h as d irigido el tim ón de esta ciu
d ad p o r l a rec t a senda.
995 C r e o n t e . — Puedo a test igu ar q u e he exp erim en tado
provecho.
T i r e s i a s . — Sé conscien te de q u e estás yen do en esta
ocasió n sobre el filo del destino.
C r e o n t e . — ¿Q ué o c u rre? ¡C óm o tie m b lo an te tus
p a lab ras!
T i r e s i a s . — Lo sab rás si esc u c h as los in d icios de
m i arte. C uan do estab a sen tado en el an tiguo asien to
íooo d estin ad o a los augures, don de se m e o frec e el lu gar
de reu n ión de toda c lase de p á ja ros, escuch é u n son ido
in d esc ifra b le de aves que p iab a n con u n a excitación
in in teligib le y de m al agüero. M e d i cu en ta de que u n as
a o tras se estab an despedaz an do sangrien ta m en te con
sus garras, pues el alboro to de sus alas e ra claro,
loos T em eroso, m e d ispuse a l p u n to a p ro b a r con los
sacrific ios de fuego sobre a l t ares totalm en te ard ien
tes 57. Pero de las o fre n d as no sa lía el resp la n d or de
56 Alusión al lazarillo, que también encontramos en Edipo
en Colono 33 y 867.
57 El aceite se extendía por todo el altar en torno a las
ofrendas y se prendía en varios puntos. Las ofrendas consistían
ANTÍGONA ,287

H efesto, sin o que la grasa de los m uslos, después de


go tear sobre la ceniza, se consu m ía, se lle n ab a de humo
y salp icab a. L as bolsas de h iel se esp arc ía n p or los 1010
aires, y los m uslos se d espren d ían y quedaban lib res
de la grasa que les cu bría. D e este m uch ach o apren d í
tales cosas: que no se obten ían p resagios de ritos con
fusos, pues él es p a ra m í gu ía com o yo soy p a ra los
dem ás.
L a c iu dad su fre estas cosas a c a usa de t u decisión. 1015
E n efecto, n u estros altares p ú b licos y p rivad os, todos
ellos, están in fec tados p o r el p asto obten ido p or aves
y p e rros del d esgraciado h ijo de E d ip o que yace m u er
to. Y , p o r ello, los d ioses no acep tan ya de nosotros
sú p licas en los sacrificios, n i fu ego consu m ien do m uslos 1020
de víc ti m as; y los p á ja ros n o h acen reso n ar ya sus
can tos favorab les p o r h ab er devorado grasa de sangre
de u n cadáver.
Recap ac ita, p u es, h ijo, y a que el eq u ivocarse es co
m ú n p a ra todos los h o m bres, pero, después que h a su- 1025
cedido, n o es h o m bre irreflexivo n i desd ic h ado aqu el
que, caído en el m al, pon e re m ed io y no se m u estra
inflexible. L a obstin ación, c ierta m en te, i n c u rre en in
sensatez. A sí que haz u n a con cesión a l m uerto y no f u s
tigues a quien n ad a es ya. ¿ Q ué p r u e b a de fuerz a es 1030
m a t ar de nuevo al que está m u er to? Po r ten erte consi
deración te doy b uenos consejos. M uy gra to es apren
d er de qu ien h ab la con razón, si h a de re p o r t a r p ro
vecho.
C r e o n t e . — ¡O h anciano! T odos, c u al arq u eros, d is
p a rá is v u estras flec h as co n tra m í com o con tra u n b la n
co, y no estoy lib re de i n trigas p a r a voso tros n i p o r
p a r t e de la m án tica. D esde hace tiem po soy ven dido 1035

en los huesos de las reses, especialmente los muslos, con algo


de came adherida a ellos y recubiertos de grasa.
288 TRAGEDIAS

y tratado como una m ercancía po r la casta de éstos ss.


Lucraos, comprad el ám bar de Sardes, si queréis, y el
oro de India, que no pondréis en la sepultura a aquél,
ni aunque, apoderándose de él, quisieran llevárselo
como pasto las águilas de Zeus junto al trono del dios.
1040 Ni en ese caso, por tem or a esta impureza, yo perm itiré
que enterréis a aquél. Sé muy bien que ningún m ortal
1045 tiene fuerza para contam inar a los dioses. Pero, ¡oh
anciano Tiresias!, los hom bres m ás hábiles caen en ver-
gonzosas caídas, cuando por una ganancia intentan em-
bellecer, con sus palabras, vergonzosas razones.
T i r e s i a s . — ¡Ay! ¿Acaso sabe alguien, ha conside-
rado. .. ?
C r e o n t e . — ¿Qué cosa? ¿A qué te refieres tan co-
m ún para todos?
loso T i r e s i a s . — ...q u e la m ejor de las posesiones es la
prudencia?
C r e o n t e . — Tanto como, en mi opinión, el no razo-
n ar es el mayor perjuicio.
T iresia s. — Tú, no obstante, estás lleno de este mal.
C r e o n t e . — No quiero contestar con m alas palabras
al adivino.
T i r e s i a s . — Pues lo estás haciendo, si dices que yo
vaticino en falso.
1055 C r e o n t e . — Toda la raza de los adivinos está ape-
gada al dinero.
T i r e s i a s . — Y la de los tiranos lo está a la codicia.
C r e o n t e . — ¿Es que no sabes que te estás refirien-
do a los que son tus jefes?
T i r e s i a s . — Lo sé. Por m í has salvado a esta ciudad.
C r e o n t e . — Tú eres un sabio adivino, pero amas la
injusticia.

58 Por la casta de los adivinos, a los que Creonte supone


que han sobornado los tebanos para asustarle.
ANTÍGONA 289

T iresia s. — Me impulsarás a decir lo que no debe 1060


salir de m i pecho.
Creonte. — Sácalo, sólo en el caso de que no hables
por dinero.
T iresia s. — ¿Ésa es la impresión que te doy, cuan-
do sólo procuro por ti?
C reonte. — Entérate de que no com praréis mi vo-
luntad.
T iresia s. — Y tú, por tu parte, entérate también de
que no se llevarán ya a térm ino muchos rápidos giros ioós
solares antes de que tú mismo seas quien haya ofreci-
do, en compensación por los m uertos 59, a uno nacido
de tus entrañas a cambio de haber lanzado a los infier-
nos a uno de los vivos, habiendo albergado indecorosa-
m ente a un alma viva en la tum ba, y de retener aquí,
privado de los honores, insepulto y sacrilego, a un muer- 1070
to que pertenece a los dioses infernales. Estos actos
ni a ti te conciernen ni a los dioses de arriba, a los que
estás forzando con ello.
Por ello, las destructoras y vengadoras Erinias del 1075
Hades y de los dioses te acecharán para prenderte en
estos mismos infortunios. Considera si hablo soborna-
do. Pues se harán manifiestos, sin que pase m ucho tiem- loso
po, lamentos de hom bres y m ujeres en tu casa. Están
unidas contra ti en una alianza de enem istad todas las
ciudades cuyos cadáveres despedazados encontraron
enterram iento en perros o fieras, o en cualquier alado
pajarraco que transporte el hedor im puro por los alta-
res de la ciudad.
Tales son las certeras flechas que —pues me ofen-
des— he disparado contra ti como un arquero airado, loss
y tú no podrás escapar a su ardor (Al esclavo.) Mucha-
cho, condúceme hacia casa, para que éste descargue su

59 De Antígona y de Polinices.
290 TRAGEDIAS

c ó le r a c o n tr a lo s m á s j ó v e n e s y a d v ie r ta q u e h a y q u e
1090 m a n t e n e r l a l e n g u a m á s c a l l a d a y , e n s u p e c h o , u n p e n -
s a m ie n to m e jo r q u e lo s q u e a h o r a a r r a str a .
C o r i f e o . — El adivino se va, rey, tras predecirnos
terribles cosas. Y sabemos, desde que yo tengo cubier-
tos éstos mis cabellos, antes negros, de blanco, que él
nunca anunció una falsedad a la ciudad.
1095 C r e o n t e . — También yo lo sé y estoy turbado en mi
ánimo. Es terrible ceder, pero herir mi alma con una
desgracia por oponerme es terrible también.
C o r i f e o . — Necesario es ser prudente, hijo de Me-
neceo.
C r e o n t e . — ¿Qué debo hacer? Dime. Yo te obede-
ceré.
uoo C o r i f e o . — Ve y saca a la m uchacha de la m orada
subterránea. Y eleva un túm ulo para el que yace
m uerto.
C r e o n t e . — ¿Me aconsejas así y crees que debo con-
cederlo?
C o r i f e o . — Y cuanto antes, señor. Pues los daños
que m andan los dioses alcanzan pronto a los insensatos,
nos C r e o n t e . — ¡Ay de mí! ¡Con trabajo desisto de mi
orden, pero no se debe luchar en vano contra el des-
tino!
C o r i f e o . — Ve ahora a hacerlo y no lo encomiendes
a otros.
C r e o n t e . — Así, tal como estoy, m e m archaré. Ea, ea,
servidores, los que estáis y los ausentes, coged en las
mo manos hachas y lanzaos hacia aquel lugar que está a la
v is ta eo. Mientras que yo, ya que he cambiado mi deci-
sión a ese respecto, igual que la encarcelé, del mismo
modo estaré presente para liberarla. Temo que lo me-

6o Creonte señala, al hablar, hacia la parte donde yacía el


cuerpo de Polinices, no lejos de la cueva donde ha sido recluida
Antígona.
ANTÍGONA 291

jor sea cum plir las leyes establecidas por los dioses
m ientras dure la vida.
Co ro .
E strofa 1.a
¡Oh dios, el de las numerosas advocaciones, gloria 1115
de la joven desposada cadmea 61 e hijo de Zeus el que
emite sordos truenos, tú que proteges la ilustre Italia 62
y reinas en los valles frecuentados de la eleusina Deo 63, 1120
¡oh Baco!, que habitas Tebas, ciudad madre 64 de las
Bacantes situada al borde de las fluidas aguas del Is-
meno y sobre la semilla del fiero dragón 65. 1125
Antístrofa 2.a
La llama humeante que brilla cual relámpago te ha
visto sobre la doble cima de la roca ee, donde se dirigen
las ninfas Coricias, tus Bacantes. Te han visto también 1130
las aguas de Castalia 67. A ti, los ribazos cubiertos de
hiedra de los m ontes Niseos 68 y la verde costa de abun-
dantes viñedos te envían, mientras resuenan divinos
cantos con el grito del evohé, a inspeccionar las calles 1135
tebanas.

61 La joven desposada es Sémele, hija de Cadmo y madre


de Baco, que murió fulminada por el rayo de Zeus cuando éste,
a petición de la joven, se le presentó dotado de sus atributos.
Éste fue el resultado de la estratagema de Hera, que quería ven-
garse de Sémele.
62 La Magna Grecia.
63 Deo es otro nombre de Deméter.
64 Se la llama así por ser la ciudad de Sémele y la primera
ciudad donde se estableció el culto a Dioniso, que venía de Tra-
cia. Desde Tebas pasó a Delfos, donde se asoció al culto de
Apolo.
65 Véase nota 9.
66 El Parnaso. En las laderas del Helicón moraban las Mu-
sas, y en las mismas laderas, cerca de la gruta Coricia y la
fuente Castalia, danzaban las Bacantes.
67 Fuente sagrada en Delfos.
68 Véase Áyax, nota 70.
292 TRAGEDIAS

E s t r o fa 2 .a
Tebas, a la que honras por encima de todas las ciu-
dades, junto con tu madre, la destruida por el rayo.
1140 Y ahora, cuando la ciudad entera está sum ida en vio-
lento mal, ven con paso expiatorio por encima de la
1145 pendiente del Parnaso o del resonante estrechoe9.
A n t íst ro fa 2 .a
¡Ah, tú que organizas los coros de los astros que
exhalan fuego, guardián de las voces nocturnas, hijo
liso retoño de Zeus, hazte visible, oh señor, a la vez que tus
servidoras las Tiíades70, que, transportadas, te festejan
con danzas toda la noche, a ti, Yaco 71, el administra-
dor de bienes!
(Llega un mensajero.)
U55 M e n s a j e r o . — V ecin os del p a lac io de C ad m o y de
A n fió n 72, no existe v id a h u m an a que, p o r estab le, yo
p u d iera ap ro b ar n i ce nsu rar. Pu es la fort u n a, sin cesar,
ta n to leva n ta al que es in for t u n a d o com o p rec ip i ta al
U 60 afort u n a do, y n ingú n ad ivin o existe de las cosas que
está n d isp u estas p a ra los m or tales. C reon te, en efecto,
f u e e n vid iab le en u n m om en to, segú n m i c riterio, p or
qu e h a b ía lib erad o de sus en em igos a esta t ierra cad
m ea y h ab ía ad q u irid o la a bso lu ta sob era n ía del p aís.
L o gobern aba m ostrá n d ose feliz con la n ob le descen
den cia de sus h ijos.
1165 A h ora todo h a desaparecido. Pu es, cu an do los hom
b res ren u n cian a sus sa t isfacc io n es, n o tengo esto p o r

69 Estrecho de Euripo, al E., entre Eubea y Beocia.


70 Las Ménades o «mujeres posesas» son las bacantes que
siguen a Dioniso. Personifican los espíritus orgiásticos de la na-
turaleza.
71 Yaco, dios que preside la procesión de los misterios de
Eleusis, compañero de Deméter y Core. Aquí el nombre de Yaco
parece referirse al propio Baco como un epíteto.
72 Anfión, junto con su hermano Zeto, reyes de Tebas, cons-
truyeron las murallas de la ciudad.
ANTÍGONA 293

vida: antes bien lo considero un cadáver que alienta.


Hazte muy rico en tu casa, si quieres, y vive con el
boato de un rey, que, si de ello está ausente el gozo, U70
no le com praría yo a este hom bre todo lo demás por
la som bra del humo, en lugar de la alegría.
C orifeo. — ¿Con qué nueva desgracia de los reyes
nos llegas?
M ensajero. — Han m uerto, y los que están vivos son
culpables de la m uerte.
Corifeo. — Y, ¿quién es el que ha m atado? ¿Quién
el que está m uerto? Habla.
M ensajero. — Hemón ha m uerto. Su propia sangre 1175
le ha matado.
C orifeo. — ¿Acaso a manos de su padre o de las su-
yas propias?
M ensajero. — Él en persona, por sí mismo, como
reproche a su padre por el asesinato.
Corifeo. — ¡Oh adivino! ¡Cuán exactamente has
acertado en tu profecía!
M ensajero. — Ya que están así las cosas, queda to-
m ar una decisión sobre lo demás.
Corifeo. — Veo a Eurídice, la infortunada esposa uso
de Creonte. Sale de palacio, porque ha oído hablar de
su hijo o bien por azar.
Eurídice. — ¡Oh ciudadanos todos! He oído vues-
tras palabras cuando me dirigía hacia la puerta para lies
llegarme a invocar a la diosa Palas con plegarias. En el
momento en que estaba soltando los cerrojos de la
puerta, al tiempo que la abría hacia mí, me llega a los
oídos el rum or de una desgracia que me afecta. Presa
de tem or, me caigo de espaldas en brazos de las criadas
y me desvanezco. Pero, sea cual sea la noticia, decidla 1190
de nuevo. Pues la escucharé como quien está avezado
a las desgracias.
M ensajero. — Yo, querida dueña, por estar presente
294 TRAGEDIAS

h a b laré y no o m itiré n ad a que sea verd a d . Pues, ¿por


qu é ib a yo a m itigar te cosas p o r las que m ás adelan te
1195 q u ed aría m os com o m e n tirosos? L a ver d a d p revalece
siem pre. Y o acom pañ é en calid ad de gu ía a tu esposo
h ast a lo alto de la lla n u ra, donde ya c ía aú n destroz ado
p o r los p erros, sin ob ten er com pasión , el cuerpo de
Polin ices.
D espués de su p licar a la d iosa p ro tec tora del cam i-
1200 n o 73 y a Plu tón que con tuvieran su cólera y resu ltara n
ben évolos, y tras lavarle con agu a p u rifica d a, en tre
todos quem am os con ra m as rec ié n cor ta d as lo que h a
b ía quedado de él y levan ta m os u n elevado tú m u lo de
t ie rra m atern a. A con tin u ación n os in tro d u c im os en la
1205 p é trea gru ta, c á m ara n u pcial de H ad es p a ra la m uch a
cha. A lguien oye desde le jos u n son ido de agu dos p la
ñ idos en t o m o al tálam o p riva d o de ri tos fu n erarios, y,
acercá n dose, lo h ace n o tar al re y C reon te. É st e , al ap ro
x i m arse m ás aú n, escuch a tam b ién con fusos gem idos de
1210 u n fu n esto c la m or y, e n tre la m en tos, la n z a estas d esga
rra d o ras p a la b ras: «¡A y, in for t u n a d o de m í! ¿So y aca
so u n ad ivin o? ¿E s t o y recorrie n d o t a l vez el m ás desd i
c h ado cam ino de los que h e re c o rr i d o? L a voz de m i
1215 h ijo m e recibe. E a , cria dos, llegaos m ás c erca ráp id a
m en te y, u n a vez que os coloq u éis ju n t o a la tu m ba,
m irad , in trod ucién doos en el m ism o orificio p o r la aber
t u r a pro d u cid a al a p a r t a r l a p ie d ra del tú m ulo, si estoy
escuch an do la voz de H em ón o si estoy engañ ado p o r
los dioses».
M ira m os, segú n n os lo o rd e n ab a n u estro abatido
1220 dueño, y vim os a la jo v e n en el extre m o de la tu m b a
colgad a p o r el cuello, susp e n d id a con u n la zo h echo del
h ilo de su velo, y a él, ad h erid o a ella, rodeá n dola p o r

73 Hécate, diosa de los caminos que preside la magia y los


hechizos. Recibe culto en las encrucijadas, y tenía muchas es-
tatuas dedicadas a ella en los campos.
ANTÍGONA 295

la c in t u ra en u n abrazo, la m en tán dose p o r la p érd id a 1225


de su p ro m e t id a m u erta p o r las decision es de su padre,
y sus a m argas bodas.
Creonte, cuando le vio, lanzando un espantoso ge-
mido, avanza al interior a su lado y le llama prorrum -
piendo en sollozos: «Oh desdichado, ¿qué has hecho?
¿Qué resolución has tomado? ¿En qué clase de desas-
tre has sucumbido? Sal, hijo, te lo pido en actitud su- 1230
plicante». Pero el hijo, m irándole con fieros ojos, le
escupió en el rostro y, sin contestarle, tira de su espada
de doble filo. No alcanzó a su padre, que había dado un
salto hacia delante para esquivarlo. Seguidamente, el
infortunado, enfurecido consigo mismo como estaba, 1235
echó los brazos hacia adelante y hundió en su costado
la m itad de su espada. Aún con conocimiento, estrecha
a la m uchacha en un lánguido abrazo y, respirando con
esfuerzo, derram a un brusco reguero de gotas de san-
gre sobre su pálida faz. Yacen así, un cadáver sobre 1240
otro, después de haber obtenido sus ritos nupciales en
la casa de Hades y después de m ostrar que entre los
hom bres la irreflexión es, con mucho, el mayor de los
males humanos.
(Eurídice entra en palacio sin pronunciar palabra.)
Corifeo. — ¿Qué podrías conjeturar ante esto? La
reina se ha ido de nuevo sin decir una palabra buena 1245
o m a la 74.
M ensajero. — Yo tam bién estoy atónito. Pero ali-
m ento esperanzas de que, enterada de las penas del
hijo, no considere apropiados los lamentos ante la ciu-
dad, sino que, bajo el techo, dentro de la casa, impon-
drá a sus criadas un duelo íntimo para llorarle. Pues 1250
no está privada de juicio como para com eter una falta.

74 El Coro hace notar el misterioso silencio con que se re-


tira la reina, lo que no presagia nada bueno. La misma aprecia-
ción hace en Edipo Rey 1075, y en Traquinias 813.
296 TRAGEDIAS

C orifeo. — No lo sé. A m í me parece que son funes-


tos, tanto el demasiado silencio como el exceso de vano
griterío.
M ensajero. — Vamos a saberlo entrando en palacio,
no sea que esté ocultando algo reprim ido en secreto
1255 en su corazón irritado. Tienes razón, tam bién existe
motivo de pesadum bre en el mucho silencio.
(Entra en palacio y se cierra la puerta.)
C orifeo. — Aquí llega Creonte en persona, llevando
en sus brazos la señal clara, si es lícito decirlo, de la
1260 desgracia, no por mano ajena, sino por su propia falta.

Estrofa 1.a
C reonte. — ¡Ah, porfiados yerros causantes de muer-
te, de razones que son sinrazones! ¡Ah, vosotros que
veis a quienes han matado y a los m uertos del mismo
1265 linaje! ¡Ay de m is malhadadas resoluciones! ¡Ah hijo,
joven, m uerto en la juventud! ¡Ay, ay, has muerto, te
has marchado por m is extravíos, no por los tuyos!
1270 C orifeo. — ¡Ay, demasiado tarde pareces haber co-
nocido el castigo!
C reonte. — ¡Ay de mí! Ya lo he aprendido, ¡infortu-
nado! Un dios entonces, sí, entonces, me golpeó en la
cabeza con gran fuerza y me m etió por caminos de
1275 crueldad, ¡ay!, destruyendo m i pisoteada alegría. ¡Ay,
ay, ah, penosas penas de los mortales!
(Sale un mensajero de palacio.)
M ensajero. — ¡Oh amo, cuántas desgracias posees y
estás adquiriendo, unas llevándolas ahí en tus manos,
1280 las otras parece que, tras llegar, pronto las verás en
palacio!
C reonte. — ¿Qué? ¿Existe, pues, aún algo peor que
m is desgracias?
M ensajero. — Tu m ujer ha m uerto, la abnegada ma-
ANTÍGONA 297

dre 75 de este cadáver, ¡infeliz!, por golpes recién infli-


gidos.
Antístrofa 1.a
C reonte. — ¡Ah, puerto del Hades nunca purificado!
¿Por qué a m í precisamente, por qué me aniquilas? 1285
¡Oh tú que me causas dolores con estas malas noticias!
¿Qué palabras dices? ¡Ah, ah! Nueva m uerte has dado
a un hombre que ya estaba muerto. ¿Qué dices, oh hijo?
¿Qué novedad me cuentas? ¡Ay, ay! ¿La m uerte a cu- 1290
chillo de m i m ujer m e acecha para m i ruina?
(Se abre la puerta de palacio y se muestra el cuerpo
de Eurídice.)
C orifeo. — Te es posible verlo, pues no está ya
oculto.
C reonte. — ¡Ay, ésa es la segunda desgracia que con- 1295
templo, desdichado! ¿Cuál es, cuál es el destino que a
partir de ahora me aguarda? Acabo de sostener en mis
manos, desventurado, a m i hijo, y ya contemplo ante
m í otro cadáver. ¡Ay, infortunada madre! ¡Ay, hijo! 1300
M ensajero. — Ella, herida por afilado instrum ento
al pie del altar, relaja sus párpados en la oscuridad,
no sin lam entar antes el vacío lecho de Megareo 7β, que
m urió primero, y, después, el de éste, y, por último,
deseándote desgracias a ti, asesino de sus hijos. 1305

75 El griego aplica a Eurídice el epíteto pammétor, literal-


mente: «plenamente madre», destacándolo sobre el de gyné, «es-
posa», que le ha asignado primero.
76 Megareo, nombre que parece referirse al que Eurípides
llama Meneceo, el otro hijo de Creonte y Eurídice, sacrificado
antes del combate para obtener la victoria de Tebas ante el ase-
dio de los argivos. Véase E u r í p i d e s , Fenicias 930-1018. En la ver-
sión de E s q u i l o (Siete contra Tebas 474), Megareo es un guerrero
tebano, hijo de Creonte, que guarda una de las puertas. Según
P. Mazon, no hay razón para identificar a Megareo, aunque ig-
noremos los hechos gloriosos que le dieron fama, con Meneceo.
298 TRAGEDIAS

Estrofa 2.a
C reonte. — ¡Ay, ay, estoy fuera de m í por el terror!
¿Por qué no me hiere alguien de frente con espada de
1310 doble filo? ¡Infortunado de mí, ah! Estoy sum ido en
una desgraciada aflicción.
M ensajero. — Como si tuvieras la culpa de esta
m uerte y de la de aquél eras acusado po r la que está
m uerta.
Creonte. — Y, ¿de qué m anera se dio sangriento fin?
1315 M ensajero. — Hiriéndose bajo el hígado a sí misma
por propia mano, cuando se enteró del padecimiento
digno de agudos lamentos de su hijo.

Estrofa 3.a
C reonte. — ¡Ay de mí! Esto, que de m i falta procede,
1320 nunca recaerá sobre otro mortal. ¡Yo solo, desgraciado,
yo te he matado, yo, cierto es lo que digo! Ea, esclavos,
1325 sacadme cuanto antes, llevadme lejos, a m í que no soy
nadie.
Corifeo. — Provechosos son tus consejos, si es que
algún provecho hay en las desgracias. Los males que se
tienen delante son m ejores cuanto más breves.

Antístrofa 2.a
C reonte. — ¡Que llegue, que llegue, que se haga vi-
sible la que sea la más grata para m í de las muertes,
1330 trayendo el día final, el postrero! ¡Que llegue, que lle-
gue, y yo no vea ya otra luz del día!
Corifeo. — Eso pertenece al futuro. Es preciso ocu-
1335 paraos de lo que nos queda por hacer. De eso se ocu-
parán aquellos de quienes sea m enester.
Creonte. — Pero lo que yo deseo lo he suplicado con
esas palabras.
Corifeo. — No supliques ahora nada. Cuando la des-
gracia está m arcada por el destino, no existe liberación
posible para los mortales.
ANTÍGONA 299

Antístrofa 3.a
Creonte. — Quitad de en medio a este hombre equi-
vocado que, ¡oh hijo!, a ti, sin que fuera ésa m i v o lu n - 1340
tad, dio muerte, y a ti, a la que está aquí. ¡Ah, desdi-
chado! No sé a cuál de los dos puedo mirar, a qué lado
inclinarme. Se ha perdido todo lo que en m is manos 1345
tenía, y, de otro lado, sobre m i cabeza se ha echado un
sino difícil de soportar.
C orifeo. — La cordura es con m ucho el prim er paso
\de la felicidad. No hay que cometer impiedades en las 1350
relaciones con los dioses. Las palabras arrogantes de
los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago
grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura.

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