Sofocles Antigona
Sofocles Antigona
Sofocles Antigona
TRAGEDIAS
IN TR O D U C C I Ó N DE
J O SÉ S. L A SS O DE L A VEGA
T R A D U C C I Ó N Y N O T AS DE
A SS E L A ALA M ILL O
E D I T O R I A L G RE D OS
A seso r p a r a la sección g rieg a : Ca r l os G a r c ía G u a l .
S eg ú n la s n o rm a s d e la B. C. G., la tr a d u c c ió n d e e s ta o b ra
h a sid o re v is a d a p o r Ca r l o s G a r c ía G u a l .
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1981.
ISBN 84-249-0099-5.
Impreso en España. Printed in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1981. — 5305.
INTRODUCCIÓN GENERAL 77
«Antígona»
«Edipo Rey»
«Electra»
NOTA BIBLIOGRAFICA
24 ίχ ρ η σ θ ε ίς BiKociqcf χ ρ ή σ θ α ι δ ικ α ι& ν
196 ά φ α γ ν ίσ α ι έφ α γν (σ α ι
241 σ τ ιχ ίζ β σ τοχάζπ
351 ύπα ξέµ εν ύπάξεται
368 π ε ρ α (ν ω ν γ ε ρ α ίρ ω ν
575 εφυ έµοί
602 κ ο π (ς κ ό ν ις
606 ό π α ντο γή ρ ω ς ό π ά ν τα : κ η λ ώ ν
674 τ ’ έ ν µ<4χη σ υµ µάχου
858 ο ΐτ ο ν ο ίκ το ν
1134 έ ιτ ε τ δ ν έπ έω ν
1247 γόου γόους
1279 φ έ ρ ε ιν φ έρ ω ν
1
II
III
An t í g o n a .
ISMENB.
Coro de ancianos tebanos.
C reonte.
Gu a r d iá n .
H e mó n .
Ti r e s i a s .
Me n s a j e r o .
Eu r íd ic e .
Otro M ensajero.
(La escena tiene lugar delante del palacio real de
Tebas. Primeras luces de madrugada. Salen de palacio
Antígona y su hermana Ism ene.)
Antígona. — ¡Oh Ismene, mi propia herm ana, de
mi m ism a sangre!, ¿acaso sabes cuál de las desdichas
que nos vienen de Edipo va a dejar de cum plir Zeus
en nosotras m ientras aún estemos vivas? Nada doloro-
so ni sin desgracia, vergonzoso ni deshonroso existe 5
que yo no haya visto entre tus males y los míos. Y aho-
ra, ¿qué edicto es éste que dicen que acaba de publi-
car el g en eral1 para la ciudad entera? ¿Has oído tú
algo y sabes de qué trata? ¿O es que no te das cuenta
de que contra nuestros seres queridos se acercan des - 10
gracias propias de enemigos?
Ismene. — A mí, Antígona, ninguna noticia de los
nuestros, ni agradable ni penosa, m e ha llegado desde
que ambas hemos sido privadas de nuestros dos her-
manos, m uertos los dos en un solo día por una acción
recíproca. Desde que se ha ido el ejército de los Argi- 15
vos, en la noche que ha pasado, nada nuevo sé que pue-
da hacerm e ni más afortunada ni m ás desgraciada.
A ntígona. — Bien lo sabía. Y, por ello, te he sacado
fuera de las puertas de palacio p ara que sólo tú me
oigas.
Co r o .
E stro fa 1 .a
Rayo de sol, la más bella luz vista en Tebas, la de 100
las siete puertas, te has mostrado ya, ¡oh ojo del dora-
do día!, viniendo sobre la corriente del Dirce 5, tú, que 105
al guerrero de blanco escudo 6 que vino de Argos con
su equipo, has acosado como a un presuroso fugitivo
en rápida carrera, y al que Polinices condujo contra 110
nuestra tierra, excitado por equívocas discordias 7. Lan-
zando agudos gritos, voló sobre nuestra tierra como un
águila cubierta con plumas de blanca nieve, con a b u n - 115
dan te armamento, con yelm os guarnecidos con crines
de caballos.
A n t íst rofa 2 .a
Detenido sobre nuestros tejados, y habiendo abierto
sus fauces en torno a los accesos de las siete puertas
120 con lanzas ansiosas de muertes, se marchó antes de
saciar su garganta con nuestra sangre y de que el fue-
go 8 de las antorchas de pino se apoderara del circulo
que form an las torres. Tal fue el estrépito de Ares que
125 se extendió en torno a nuestras espaldas, difícil prueba
para el dragón adversario9.
Zeus odia sobremanera las jactancias pronunciadas
por boca arrogante y, viendo que ellos avanzan en gran
130 afluencia, orgullosos del dorado estrépito, rechaza con
su rayo a quien se disponía a gritar victoria desde las
altas alm enas10.
E s t r o fa 2 .a
135 Sobre la dura tierra cayó, com o un Tántalo11 por-
tador de fuego, el que, dominado por maníaco impulso,
resoplaba con los ím petus de odiosos vientos.
Pero las cosas salieron de otro modo, y el gran Ares
140 impetuoso fue distribuyendo a cada cual lo suyo sacu-
diendo fuertes golpes.
Pues siete capitanes, dispuestos ante las siete puer-
tas frente a igual número, dejaron a Zeus, el que aleja
Antístrofa 2.a
Llegó la Victoria, de glorioso nombre, y se regocijó
con Tebas, la rica en carros. De los combates que aca- iso
ban de tener lugar, que se haga el olvido. Vayamos a
todos los templos de los dioses en coros 12 durante la
noche, y Baco, el que hace tem blar la tierra de Tebas,
sea nuestro guía.
Pero aquí se presenta el rey del país, Creonte, el 155
hijo de Meneceo, nuevo jefe a la vista de los recientes
sucesos enviados por los dioses. ¿A qué proyecto está
dándole vueltas, siendo así que ha convocado especial-
m ente esta asamblea de ancianos y nos ha hecho venir I60
por una orden pregonada a todos?
(Sale Creonte del palacio, rodeado de su escolta,
y se dirige solemne al Coro.)
C r e o n t e . — Ciudadanos, de nuevo los dioses han en-
derezado los asuntos de la ciudad que la habían sacudi-
do con fuerte conmoción. Por medio de mensajeros os
he hecho venir a vosotros, por separado de los demás,
porque bien sé que siempre tuvisteis respeto a la reale- 165
za del trono de Layo, y que, de nuevo, cuando Edipo
hizo próspera a la ciudad, y después de que él murió,
perm anecisteis con leales pensam ientos ju nto a los hi-
jos de aquél.
Puesto que aquéllos, a causa de un doble destino, 170
en un solo día perecieron, golpeando y golpeados en
crimen parricida, yo ahora poseo todos los poderes y
15 El cadáver.
ANTÍGONA 259
Co r o .
E s t r o fa 1 .a
Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada
más asombroso que el hombre. Él se dirige al otro lado
del blanco 18 mar con la ayuda del tempestuoso viento
Sur, bajo las rugientes olas avanzando, y a la más po- 335
derosa de las diosas, a la imperecedera e infatigable
Tierra, trabaja sin descanso, haciendo girar los arados 340
año tras año, al ararla con mulos.
A n t íst rofa 1 .a
El hombre que es hábil da caza, envolviéndolos con
los lazos de sus redes, a ta especie de los aturdidos pá-
Estrofa 2.a
Se enseñó a sí m ism o el lenguaje y el alado pensa-
355 miento, así como las civilizadas nianeras de comportar-
se, y también, fecundo en recursos, aprendió a esquivar
bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y los
360 de las lluvias inclem entes20. Nada de lo por venir le
encuentra falto de recursos. Sólo del Hades no tendrá
escapatoria. De enfermedades que no tenían remedio ya
ha discurrido posibles evasiones.
Antístrofa 2.a
Poseyendo una habilidad superior a lo que se puede
365 uno imaginar, la destreza para ingeniar recursos, la en-
camina unas veçes al mat, otras veces al bien. Será un
alto cargo en la ciudad, respetando las leyes de la tie-
rra y la justicia de los dioses que obliga por juramento.
370 Desterrado sea aquel que, debido a su osadía, se da
a lo que no está bien. ¡Que no llegue a sentarse junto
375 a m i hogar ni participe de m is pensamientos el que
haga esto!
(Entra el Guardián arrastrando a Antígona.)
C orifeo. — Atónito quedo ante un prodigio que pro-
cede de los dioses. ¿Cómo, si yo la conozco, podré ne-
gar que ésta es la joven Antígona? ¡Ay desventurada,
380 hija de tu desdichado padre Edipo! ¿Qué pasa? ¿No
Cr e o nt e . — ¿ Y c ó m o f u e v is t a y s o r p r e n d id a ?
Co ro .
Estrofa 1.a
¡Felices aquellos cuya vida no ha probado las desgra-
cias! Porque, para quienes su casa ha sido estremecida
por los dioses, ningún infortunio deja de venir sobre
toda la raza, del mismo modo que las olas marinas, 585
cuando se lanzan sobre el abismo submarino impulsa-
das por los desfavorables vientos tracios, arrastran jan- 590
go desde el fondo del negro mar, y resuenan los acan-
tilados azotados por el viento con el ruido que produ-
cen al ser golpeados.
Antístrofa 1.a
Veo que desde antiguo las desgracias de la casa de
tos Labdácidas se precipitan sobre las desgracias de los 595
que han m u e rto 30, y ninguna generación libera a la
raza, sino que alguna deidad las aniquila y no les deja
tregua. Ahora se había difundido una luz en el palacio
de Edipo sobre las últimas ramificaciones. Pero de nue- « jo
vo el polvo sangriento de los dioses infernales lo siega,
la necedad de las palabras y la Venganza de una reso-
lución 31.
Estrofa 2.a
¿Qué conducta de los hombres podría reprimir tu 60S
poder, Zeus? Ni el sueño, el que amansa todas las co-
sas, lo domina nunca, ni los meses incansables de los
dioses, y tú, que no envejeces con el tiempo, dominas
poderoso el centelleante resplandor del Olimpo. Para 610
lo que sucede ahora y lo que suceda en el futuro, lo
m ism o que para lo que sucedió anteriormente, esta ley
Antístrofa 2.a
615 La esperanza errante trae dicha a numerosos hom -
bres, mientras que a otros trae la añagaza de sus tor-
nadizos deseos. Se desliza en quien nada sabe hasta que
620 se quema el pie con ardiente fuego. Sabiamente fue
dada a conocer por alguien la famosa sentencia: lo malo
llega a parecer bueno a aquel cuya m ente conduce una
625 divinidad hacia el infortunio, y durante m uy poco tiem -
po actúa fuera de la desgracia.
Pero he aquí a Hemón, el más joven vástago de tus
hijos. ¿Acaso llega disgustado por el destino de su pro-
eza metida Antígona, afligiéndose en exceso por la frustra-
ción de sus bodas?
(Hemón entra en escena.)
C r e o n t e . — Pronto lo sabremos m ejor que lo saben
los adivinos. (Dirigiéndose a Hemón.) ¡Oh hijo! ¿No te
presentarás irritado contra tu padre, al oír el decreto
irrevocable que se refiere a la que va a ser tu esposa?
¿O sigo siéndote querido de todas m aneras, haga lo
que haga?
635 H e m ó n . — Padre, tuyo soy y tú me guías rectam en-
te con excelentes consejos que yo seguiré. Ningunas
bodas son para mí más im portantes de obtener que tu
recta dirección.
C r e o n t e . — Así, hijo mío, debes razonar en tu inte-
640 rior: posponer todo a las resoluciones paternas. Por
este motivo piden los hom bres tener en sus hogares
hijos sumisos tras haberlos engendrado, para que ven-
guen al enemigo con males y honren al amigo igual que
645 a su padre. En cambio, el que trae a la vida hijos que
no sirven para nada, ¿qué otra cosa podrías decir de
él sino que ha hecho nacer una fuente de sufrimientos
para sí mismo y un motivo de burla para sus enemi-
ANTÍGONA 273
Co ro .
E st ro fa .
Eros, invencible en batallas, Eros que te abalanzas
sobre nuestros anim ales40, que estás apostado en las
E s t r o fa 1 .a
— Vedme, ¡oh ciudadanos de la tierra pa-
A n t íg o n a .
tria!, recorrer el postrer camino y dirigir la última m i-
rada a la claridad del sol. Nunca habrá otra vez. Pues 810
E s t r o fa 2 .a
A ntígona. — ¡Ay de mí! Me tomas a risa. ¿Por qué,
por los dioses paternos, no m e ultrajas cuando me haya 840
marchado, sino que lo haces en m i presencia? ¡Oh ciu-
dad! ¡Oh varones opulentos de la ciudad! ¡Ah fuentes
Dirceas y bosque sagrado de Tebas, la de los bellos 845
carros! A vosotros os tomo por testigos de cómo, sin
lamentos de los m íos y por qué clase de leyes, me dirijo
hacia un encierro que es un túm ulo excavado de una
imprevista tumba. ¡Ay de mí, desdichada, que no per- eso
tenezco a los mortales ni soy una m ás entre los difun-
tos, que ni estoy con los vivos ni con los muertos!
Coro. — Llegando a las últimas consecuencias de tu
arrojo, has chocado con fuerza contra el elevado altar
de la Justicia, oh hija. Estás vengando alguna prueba 855
paterna.
A n t íst ro fa 2 .a
A ntígona. — Has nombrado las preocupaciones que
me son más dolorosas, el lamento tres veces renovado
por m i padre y por todo nuestro destino de ilustres m
Labdácidas. ¡Ah, infortunios que vienen del lecho ma-
terno y unión incestuosa de m i desventurada madre 865
con m i padre, de la cual, desgraciada de .mi, un día nací
yo! Junto a ellos voy a habitar, maldita, sin casar. ¡Ah,
hermano, qué deágraciadas bodas 46 encontraste, ya que, 870
muerto, m e matas a mí, aún con vida!
Coro. — Ser piadoso es una cierta form a de respeto,
pero de ninguna manera se puede transgredir la auto-
ridad de quien regenta él poder. Y, en tu caso, una pa- 875
sión impulsiva te ha perdido.
E podo.
t í g o n a . — Sin lamentos, sin amigos, sin cantos de
An
himeneo soy conducida, desventurada, por la senda dis-
puesta. Ya no m e será permitido, desdichada, contem-
880 piar la visión del sagrado resplandor, y ninguno de los
míos deplora m i destino, un destino no llorado.
(Creonte sale del palacio.)
C r e o n t e . — ¿ E s que no sab éis que, si f u era m enes
ter, n ad ie cesaría de ca n t ar o de ge m ir an te la m u erte?
885 L leva d la cuan to an tes y, t ras e n c e rra r la en el aboveda
do tú m ulo —com o yo tengo orden ado— , d eja d la sola,
bien p a ra que m uera, bien p a ra que quede e n terra d a
v iva en se m eja n te m orad a. N oso tros esta m os sin man-
890 c illa en lo que a esta m uc h ac h a se refiere. E n verd a d
que será p riva d a de resid e n c ia a la lu z del sol.
A n t í g o n a . — ¡O h tu m ba, oh cá m a ra n u pcial, oh ha
b itác u lo b a jo t ie r r a que m e gu ar d a rá p a ra siem pre,
adon de m e d irijo al en cuen tro con los m íos, a u n gra n
n ú m ero de los cuales, m u ertos, h a rec ib id o y a Persé-
895 fon e! 47. D e ellos yo descien do l a ú l t i m a y de la p eor
m a n era con m ucho, sin q u e se h aya cu m plido m i des
tino en la vida.
Sin em bargo, al irm e, alim en to gra n d es esperan z as
d e llega r q u erid a p a ra m i p a d re y q u erid a tam b ién p a ra
900 ti, m ad re, y p a ra ti, h erm ano, porq u e, cu an do voso tros
estab ais m u ertos, yo con m is m an os os lavé y os dis
p use todo y os ofrec í las libac io n es so b re l a tu m ba.
Y ah ora, Polin ices, p o r o c u ltar t u cuerpo, consigo se
m eja n te trato. Pero yo te h o n ré debidam en te en opi-
905 n ión de los sensatos. Pu es n u nca, n i au n que h u b iera
sid o m ad re de h ijos, n i au n qu e m i esposo m u erto se
est u v iera corro m p ien do, h u b iera to m ado sob re m í esta
t a re a en co n tra de la volu n tad d e los ciu dadanos.
¿ E n v ir t u d de qué p ri n c ip io h ab lo así? S i u n esposo
Co r o 49.
Estrofa 1.a
También Dánae 60 soportó renunciar a la luz del cie-
945 lo a cambio de broncínea prisión y, oculta en la sepul-
cral morada, se vio uncida al yugo. Y, sin embargo, era
también noble por su nacimiento —¡oh hija, hija !—
950 y conservaba el fruto de Zeus nacido de la lluvia. Pero
lo dispuesto por el destino es una terrible fuerza. N i la
felicidad, ni Ares, ni las fortalezas, ni las negras naves
azotadas por el mar podrían rehuirla.
Antístrofa 1.*
955 Fue subyugado también el irascible hijo de Drian-
t e S1, rey de los Edones, por los injuriosos arrebatos de
E strofa 2.a
Junto a las rocas Cianeas, en el doble m a r 53, están
tas costas del Bosforo y el litoral tracio, y Salmideso, m
donde Ares, cercano a la ciudad, vio inferir una abomi-
nable herida que dejó ciegos a los dos hijos de Fineo
a manos de su violenta esposa, herida que quitó la vista
de los ojos, golpeados en las cuencas — que ahora cla-
man venganza — por ensangrentadas manos y con agu- m
jas de lanzadera 5i.
Antístrofa 2.a
Se consumían, infortunados, en infortunada prueba,
y se lamentaban por tener su origen en un desgraciado
casamiento de su madre. Ella por su linaje se remon- 980
taba a los prim itivos E rectidas 55, y fue criada en leja-
nas grutas, en medio de vendavales paternos, la hija 985
de Bóreas, rápida como un corcel al correr por encima
59 De Antígona y de Polinices.
290 TRAGEDIAS
c ó le r a c o n tr a lo s m á s j ó v e n e s y a d v ie r ta q u e h a y q u e
1090 m a n t e n e r l a l e n g u a m á s c a l l a d a y , e n s u p e c h o , u n p e n -
s a m ie n to m e jo r q u e lo s q u e a h o r a a r r a str a .
C o r i f e o . — El adivino se va, rey, tras predecirnos
terribles cosas. Y sabemos, desde que yo tengo cubier-
tos éstos mis cabellos, antes negros, de blanco, que él
nunca anunció una falsedad a la ciudad.
1095 C r e o n t e . — También yo lo sé y estoy turbado en mi
ánimo. Es terrible ceder, pero herir mi alma con una
desgracia por oponerme es terrible también.
C o r i f e o . — Necesario es ser prudente, hijo de Me-
neceo.
C r e o n t e . — ¿Qué debo hacer? Dime. Yo te obede-
ceré.
uoo C o r i f e o . — Ve y saca a la m uchacha de la m orada
subterránea. Y eleva un túm ulo para el que yace
m uerto.
C r e o n t e . — ¿Me aconsejas así y crees que debo con-
cederlo?
C o r i f e o . — Y cuanto antes, señor. Pues los daños
que m andan los dioses alcanzan pronto a los insensatos,
nos C r e o n t e . — ¡Ay de mí! ¡Con trabajo desisto de mi
orden, pero no se debe luchar en vano contra el des-
tino!
C o r i f e o . — Ve ahora a hacerlo y no lo encomiendes
a otros.
C r e o n t e . — Así, tal como estoy, m e m archaré. Ea, ea,
servidores, los que estáis y los ausentes, coged en las
mo manos hachas y lanzaos hacia aquel lugar que está a la
v is ta eo. Mientras que yo, ya que he cambiado mi deci-
sión a ese respecto, igual que la encarcelé, del mismo
modo estaré presente para liberarla. Temo que lo me-
jor sea cum plir las leyes establecidas por los dioses
m ientras dure la vida.
Co ro .
E strofa 1.a
¡Oh dios, el de las numerosas advocaciones, gloria 1115
de la joven desposada cadmea 61 e hijo de Zeus el que
emite sordos truenos, tú que proteges la ilustre Italia 62
y reinas en los valles frecuentados de la eleusina Deo 63, 1120
¡oh Baco!, que habitas Tebas, ciudad madre 64 de las
Bacantes situada al borde de las fluidas aguas del Is-
meno y sobre la semilla del fiero dragón 65. 1125
Antístrofa 2.a
La llama humeante que brilla cual relámpago te ha
visto sobre la doble cima de la roca ee, donde se dirigen
las ninfas Coricias, tus Bacantes. Te han visto también 1130
las aguas de Castalia 67. A ti, los ribazos cubiertos de
hiedra de los m ontes Niseos 68 y la verde costa de abun-
dantes viñedos te envían, mientras resuenan divinos
cantos con el grito del evohé, a inspeccionar las calles 1135
tebanas.
E s t r o fa 2 .a
Tebas, a la que honras por encima de todas las ciu-
dades, junto con tu madre, la destruida por el rayo.
1140 Y ahora, cuando la ciudad entera está sum ida en vio-
lento mal, ven con paso expiatorio por encima de la
1145 pendiente del Parnaso o del resonante estrechoe9.
A n t íst ro fa 2 .a
¡Ah, tú que organizas los coros de los astros que
exhalan fuego, guardián de las voces nocturnas, hijo
liso retoño de Zeus, hazte visible, oh señor, a la vez que tus
servidoras las Tiíades70, que, transportadas, te festejan
con danzas toda la noche, a ti, Yaco 71, el administra-
dor de bienes!
(Llega un mensajero.)
U55 M e n s a j e r o . — V ecin os del p a lac io de C ad m o y de
A n fió n 72, no existe v id a h u m an a que, p o r estab le, yo
p u d iera ap ro b ar n i ce nsu rar. Pu es la fort u n a, sin cesar,
ta n to leva n ta al que es in for t u n a d o com o p rec ip i ta al
U 60 afort u n a do, y n ingú n ad ivin o existe de las cosas que
está n d isp u estas p a ra los m or tales. C reon te, en efecto,
f u e e n vid iab le en u n m om en to, segú n m i c riterio, p or
qu e h a b ía lib erad o de sus en em igos a esta t ierra cad
m ea y h ab ía ad q u irid o la a bso lu ta sob era n ía del p aís.
L o gobern aba m ostrá n d ose feliz con la n ob le descen
den cia de sus h ijos.
1165 A h ora todo h a desaparecido. Pu es, cu an do los hom
b res ren u n cian a sus sa t isfacc io n es, n o tengo esto p o r
Estrofa 1.a
C reonte. — ¡Ah, porfiados yerros causantes de muer-
te, de razones que son sinrazones! ¡Ah, vosotros que
veis a quienes han matado y a los m uertos del mismo
1265 linaje! ¡Ay de m is malhadadas resoluciones! ¡Ah hijo,
joven, m uerto en la juventud! ¡Ay, ay, has muerto, te
has marchado por m is extravíos, no por los tuyos!
1270 C orifeo. — ¡Ay, demasiado tarde pareces haber co-
nocido el castigo!
C reonte. — ¡Ay de mí! Ya lo he aprendido, ¡infortu-
nado! Un dios entonces, sí, entonces, me golpeó en la
cabeza con gran fuerza y me m etió por caminos de
1275 crueldad, ¡ay!, destruyendo m i pisoteada alegría. ¡Ay,
ay, ah, penosas penas de los mortales!
(Sale un mensajero de palacio.)
M ensajero. — ¡Oh amo, cuántas desgracias posees y
estás adquiriendo, unas llevándolas ahí en tus manos,
1280 las otras parece que, tras llegar, pronto las verás en
palacio!
C reonte. — ¿Qué? ¿Existe, pues, aún algo peor que
m is desgracias?
M ensajero. — Tu m ujer ha m uerto, la abnegada ma-
ANTÍGONA 297
Estrofa 2.a
C reonte. — ¡Ay, ay, estoy fuera de m í por el terror!
¿Por qué no me hiere alguien de frente con espada de
1310 doble filo? ¡Infortunado de mí, ah! Estoy sum ido en
una desgraciada aflicción.
M ensajero. — Como si tuvieras la culpa de esta
m uerte y de la de aquél eras acusado po r la que está
m uerta.
Creonte. — Y, ¿de qué m anera se dio sangriento fin?
1315 M ensajero. — Hiriéndose bajo el hígado a sí misma
por propia mano, cuando se enteró del padecimiento
digno de agudos lamentos de su hijo.
Estrofa 3.a
C reonte. — ¡Ay de mí! Esto, que de m i falta procede,
1320 nunca recaerá sobre otro mortal. ¡Yo solo, desgraciado,
yo te he matado, yo, cierto es lo que digo! Ea, esclavos,
1325 sacadme cuanto antes, llevadme lejos, a m í que no soy
nadie.
Corifeo. — Provechosos son tus consejos, si es que
algún provecho hay en las desgracias. Los males que se
tienen delante son m ejores cuanto más breves.
Antístrofa 2.a
C reonte. — ¡Que llegue, que llegue, que se haga vi-
sible la que sea la más grata para m í de las muertes,
1330 trayendo el día final, el postrero! ¡Que llegue, que lle-
gue, y yo no vea ya otra luz del día!
Corifeo. — Eso pertenece al futuro. Es preciso ocu-
1335 paraos de lo que nos queda por hacer. De eso se ocu-
parán aquellos de quienes sea m enester.
Creonte. — Pero lo que yo deseo lo he suplicado con
esas palabras.
Corifeo. — No supliques ahora nada. Cuando la des-
gracia está m arcada por el destino, no existe liberación
posible para los mortales.
ANTÍGONA 299
Antístrofa 3.a
Creonte. — Quitad de en medio a este hombre equi-
vocado que, ¡oh hijo!, a ti, sin que fuera ésa m i v o lu n - 1340
tad, dio muerte, y a ti, a la que está aquí. ¡Ah, desdi-
chado! No sé a cuál de los dos puedo mirar, a qué lado
inclinarme. Se ha perdido todo lo que en m is manos 1345
tenía, y, de otro lado, sobre m i cabeza se ha echado un
sino difícil de soportar.
C orifeo. — La cordura es con m ucho el prim er paso
\de la felicidad. No hay que cometer impiedades en las 1350
relaciones con los dioses. Las palabras arrogantes de
los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago
grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura.