Timba VK Invictor Invictor

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LOMO: 19 mm

8 DIGIT AL
PRUEBA
¡Un meteorito va a chocar VALIDA COMO PRUEBA DE COLOR
EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.
contra la Tierra en tres días!
La única esperanza para detenerlo es uno de

EL LABORATORIO DE TIMBALOSKY Y LA BASE SUPERSECRETA


los locos experimentos de Timbalosky,
DISEÑO 20/10/22
María Jesús Gutiérrez
pero necesitará un ayudante…
EDICIÓN -
Descubre cómo se conocieron el profesor e
Invictorpoldo y síguelos en su carrera
contrarreloj para salvar el mundo. SELLO MR

Con este par seguro que


COLECCIÓN

todo sale... ¿bien? Y LA BASE SUPERSECRETA FORMATO 15 X 23mm


Tapa dura

TIMBA VK e INVICTOR
SERVICIO

INCLUYE

experimentos
IMPRESIÓN 4/0 tintas CMYK

CASEROS

PAPEL Estucado brillo 150g

PLASTIFÍCADO MATE CON RESERVA BRILLO

UVI Sí

RELIEVE NO

BAJORRELIEVE

STAMPING -

FORRO TAPA

Timba Vk Invictor
1/0 tintas CON MOTIVO EN BLANCO
GUARDAS Pantone 129 U

INSTRUCCIONES ESPECIALES

9 788427 050389

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Y LA BASE SUPERSECRETA

Timba Vk Invictor

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© Timba Vk, 2023
© Invictor, 2023
Edición y fijación del texto: Rafael Ruiz Dávila, 2023

© Editorial Planeta, S. A., 2023


Ediciones Martínez Roca, sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
www.mrediciones.es
www.planetadelibros.com

Ilustraciones de cubierta e interior: © Valentín Ponsa, 2023


Diseño de cubierta e interior: María Pitironte

Primera edición: enero de 2023

ISBN: 978-84-270-5038-9
Depósito legal: B. 21.740-2022
Preimpresión: Safekat, S. L.
Impresión: Unigraf, S. L.

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El papel utilizado para la impresión de este libro


está calificado como papel ecológico y procede
de bosques gestionados de manera sostenible.

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ÍNDICE
Capítulo 1

El mejor científico de la ciudad, 10


Capítulo 2

Sueños rotos, 22
Capítulo 3

El casting, 38
Capítulo 4

El plan maestro, 52
Capítulo 5

El barco hundido, 64
Capítulo 6

El animal extinto, 78

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Capítulo 7

La avalancha, 94
Capítulo 8

Dentro del volcán, 106


Capítulo 9

El volcán despierta, 120


Capítulo 10

La base secreta, 132


Capítulo 11

Un error de cálculo, 146


Capítulo 12

Viajes en el tiempo, 160


Capítulo 13

El meteorito, 176
Epílogo

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Capítulo 1
Capítulo

mejor científico
El

de
de
llaa ciudad
ciudad

—Venga, profesor Timbalosky —dijo la mujer del aburrido traje


de chaqueta rojo y el cabello ondulado de media melena teñida
de negro oscuro—. No tengo todo el día.
—¡No se le puede meterr prrisa a la siensia! —gritó el cien-
tífico.
La mujer se cruzó de brazos y puso una mueca de desagrado
en cuanto le vio sacar un montón de trastos de una enorme ma-
leta y esparcirlos por el suelo.
—La ciencia no tendrá prisa, profesor. —La cara de la señora
se puso casi tan roja como un tomate de puro enfado justo antes
de gritar—: ¡Pero yo sí! ¡La ciudad de Kass Valley no va a gober-
narse sola! Quiero ver algunos de los prototipos de sus últimos
inventos ya.
—Bueno, bueno, no se prreocupe —contestó algo incómodo
Timbalosky—. Solo deje que busque un invento genial y perrfecto
parra empesarr la prresentasión de mi marravillosa siensia.

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Vicenta la Presidenta estaba realmente enfadada. Y se le no-
taba. Los agujeros de la nariz se le habían ensanchado tanto que
le cabrían no uno, sino dos dedos a la vez en cada orificio. Ade-
más, miraba el reloj a cada rato mientras daba nerviosos golpe-
citos con el tacón de su zapato derecho en el suelo de mármol
de su magnífico despacho, en la casa presidencial situada en el
centro histórico de Kass Valley.
—A verr que busque bien… —murmuró el inventor rebuscan-
do entre sus cacharros.
Timbalosky era, para la presidenta, un científico loco. Su mi-
rada perdida, las manchas de su bata y el caos que siempre lo
acompañaba la ponían tremendamente nerviosa. Pero como en
el pasado había mostrado una gran capacidad para inventar cosas
que habían sido de ayuda a la ciudad —y a su Gobierno—, quería
confiar en él.
—Mi paciencia tiene un límite, profesor —dijo Vicenta la Pre-
sidenta fulminando al científico con la mirada y resoplando por
la nariz como un toro bravo.
—¡Eurreka! —gritó de pronto Timbalosky.
—Perdone, Eu… ¿qué? —preguntó la mujer levantando una
ceja.
—Eurreka es lo que desimos los grrandes genios como yo
cuando tenemos éxito, señorra prresidenta —le explicó Timba-
losky sin mirarla mientras le daba unas vueltecitas a un bote de
cristal con un líquido de color verde intenso en el interior.
—¿Qué es eso? —preguntó intrigada por aquel extraño líqui-
do que se movía dentro del matraz, la botella ancha por abajo y
de cuello estrecho típica de los laboratorios químicos.
—Esto, querrida prresidenta, es uno de mis últimos grrandes
inventos… Ejem, ejem —se aclaró la voz antes de anunciarlo—:
¡Le prresento la magnífica Posión de Fuerrsa! Un brrebaje marravilloso

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que perrmite, con un solo sorrbito de nada, aumentarr la potensia
muscularr de quien la tome, hasiéndole capás de realisarr las ma-
yorres prroesas físicas! Y además tiene un gustito a lima con menta,
todo muy rico. ¡Pendiente de patente!
—¿Poción de Fuerza? —repitió Vicenta la Presidenta—. ¿Pue-
do probarla?
—¡Porr supuesto! —exclamó Timbalosky ofreciéndole la bo-
tella—. Verrá qué rrica está.
—Hmmm… —La presidenta dudó durante unos segundos
y luego le dio un buen trago sin pensarlo demasiado—. No me
siento más fuerte. Es más, diría que me siento más débil…

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—Oh, vaya —dijo Timbalosky mientras miraba sorprendido a
la mujer—. Debo de haberrme equivocado en los cálculos.
—¿P-por qué dice eso…? —murmuró la mujer con una voz
aguda y apagada como la de una anciana—. ¿Y por qué tengo
esta voz? ¿¡Y por qué mis manos están arrugadas!?
—¡No pasa nada, prresidenta! —aseguró el profesor agitando
la mano para restarle importancia—. Se ha vuelto usted una vieja
arrugada y decrrépita. Perro se pasarrá en un momentín. Crreo
que deberría cambiarr unos cálculos porr aquí y porr allá…
—Profesor Timbalosky, vuelva a hacerme normal, maldita…
—de repente su voz comenzó a sonar de nuevo como antes y
desaparecieron las arrugas de su cara y sus manos— ¿… sea? ¿Es-
toy ya curada?
—Pues clarro que sí —asintió Timbalosky—. El efecto se pasa
extrremadamente rrápido.
—Menos mal —suspiró la mujer—. En fin. ¿Qué más tiene?
—¡Me alegrra enorrmemente que me lo prregunte! —dijo
emocionado Timbalosky.
A continuación, sacó de entre el montón de trastos un par de
botas enormes, que parecían fabricadas en parte con cuero, en
parte con metal y también con algunos materiales que no supo
identificar.
—¿Unas… botas? —preguntó la presidenta extrañada.
—No son unas simples botas —contestó algo molesto Tim-
balosky—. ¡Estas son las superravansadas Botas Anti-Grravitation
Max Plus! —puntualizó el científico de nuevo como si estuviera
en un anuncio de televenta—. Este es el calsado del futurro, capás
de desafiarr las todopoderrosas leyes físicas parra perrmitirrnos eleva-
rrnos del suelo y flotarr en el airre. Un invento clarramente del futurro,
perro hoy. ¡Soy un auténtico genio!

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—¿Me está diciendo, profesor, que estas botas me permitirán
volar? —preguntó entusiasmada la presidenta.
—Bueno, bueno… —Timbalosky le quitó importancia antes de
corregirla—. ¿Parra qué querría alguien unas botas parra volarr,
cuando puede tenerr este calsado parra levitarr??
—No veo la diferencia —la presidenta torció el gesto.
—Clarro, porrque no es usted una grran sientífica. —Sonrió
con descaro—. Levitarr es una forrma de volarr que nos perrmite
elevarrnos de manerra verrtical, en lugarr de prropulsarrnos a una
gran velosidad que podrría haserr que nos estampárramos contrra
el suelo al intentar aterrisar.
—Pues tiene usted razón —asintió ella—. ¿Puedo probármelas?
—Clarro que sí —respondió él.
—Ehm… —dudó la presidenta algo confusa—. ¿Sí a tener ra-
zón o sí a probármelas?
—Sí —dio como única respuesta el desastroso científico.
—Vaaaale… —contestó no muy convencida Vicenta la Presi-
denta agarrando las botas y poniéndoselas—. ¿Y ahora?
—Ahorra dele a ese botonsito que tiene a la alturra del tobillo
—señaló Timbalosky.
—De acuerdo, le doy al botón y… ¡AHHHHHH! —gritó la pre-
sidenta.
Las botas se encendieron y, en lugar de elevar a la presidenta
en el aire, hicieron que se cayera, como si perdiera el equilibrio,
dando con el trasero en el suelo con un fuerte golpe.
—¡Timbalosky, ayuda! —gritaba mientras intentaba ponerse
de pie una y otra vez, y las botas no hacían más que desequilibrar-
la y hacerla caer de espaldas o de boca—. ¡¡Timbaloskyyyyyyy!!
—Ya va, ya va —comentó tranquilamente el científico—. Se
ve que nesesitan unos leves ajustes.

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—¿Leves? —le chilló la presidenta en el suelo, despeinada y
lanzando por los aires las botas, que Timbalosky agarró al vuelo
antes de que le dieran en la cabeza—. ¿¡Leves!? ¡Casi me mato!
—Porr eso digo que nesesitan un parr de ajustes —insistió
metiéndose las manos en los bolsillos de la bata y muy tranquilo.
—Mire, no tengo tiempo para más tonterías —dijo la presi-
denta levantándose y sacudiéndose el polvo y las arrugas de la
ropa—. Espero que el próximo invento merezca la pena o perderá
su puesto como científico de Kass Valley.
—Vamos, vamos —le restó importancia Timbalosky agitando
la mano como si espantara moscas—, no exagerre. Mirre, tengo
aquí el mejorr invento de todos. Una marravilla de la siensia más
allá de las capasidades de cualquierr otrro inventorr.
—Estoy esperando… —dijo Vicenta la Presidenta, que ya se
impacientaba.
—¡Con todos ustedes…! —gritó Timbalosky, mientras mos-
traba un papel doblado, aunque solo hablaba con la presidenta y
no había nadie más—: ¡… EL MANDO DEL TIEMPO! Un poderroso
arrtilugio que perrmite romperr las leyes del espasio-tiempo y viajarr
a cualquierrr momento de la Historria.
—Profesor Timbalosky, eso… —comenzó a decir en voz baja
la presidenta, que señalaba con el dedo lo que tenía Timbalosky
entre las manos— ... eso es solo un papel doblado.
—No diga tonterrías —respondió el científico desdoblando
el papel, que poco a poco se fue haciendo tan grande como una
pantalla de cine—. Son los planos de mi grran invento, con todos
los datos nesesarrios parra su constrrucsión.
—¿Me está diciendo que ni siquiera está fabricado? —le chilló
la presidenta—. Timbaloskyyyyy…
—Vamos, señorra, no se enfurresca —dijo Timbalosky mos-
trándole un montón de dibujos sin ningún sentido para la mu-
jer—. Si me perrmite enseñarrle lo que está aquí escrrito…

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Mientras Timbalosky seguía explicando un montón de datos
matemáticos apuntados en los planos del mando del tiempo, en
la pantalla de televisión, que hasta ese momento había estado
encendida pero en silencio, apareció el anunció de un noticiario
de urgencia que llamó la atención de la presidenta.
—Calle un momento, profesor —le pidió, y tomó el mando
para subir el volumen—. Esto parece importante.

... Como decíamos, algunos astrofísicos han avistado un


gigantesco meteorito que se dirige a toda velocidad hacia el
planeta. Según los cálculos de estos científicos, la trayecto-
ria es clara y precisa y, salvo que ocurra un milagro, chocará
contra nosotros. Las estimaciones aseguran que el punto de
impacto será en concreto la ciudad de Kass Valley, que podría
quedar totalmente destruida. Y se ha estimado que ocurrirá
en el transcurso de tres días.

—¿Ha escuchado eso, profesor? —preguntó Vicenta la Pre-


sidenta con la voz temblando por el miedo.
—Clarro que sí, no estoy sorrdo —dijo Timbalosky, que volvió
a guardar sus inventos pues estaba claro que ninguno de ellos
tenía ya la atención de la mujer.
—¡Un meteorito chocará contra el planeta dentro de tres días
y nos aniquilará a todos! —le gritó al científico agarrándolo por las
solapas de la bata y sacudiéndolo—. ¡Tiene que impedirlo como
sea!
—No se prreocupe tanto. Esas cosas luego son exagerrasiones
—murmuró el inventor.
—Mire, Timbalosky —lo amenazó Vicenta la Presidenta acer-
cándose tanto al profesor que este habría podido adivinar incluso
qué había comido por el olor de su aliento—: o hace algo ya, o

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quizá tenga que plantearme muy seriamente darle su puesto de
científico principal de Kass Valley a otro.
—¡Ja! —rio Timbalosky—. ¡Nadie me llega a la suela de las
Botas Anti-Grravitation Max Plus!
—¿Ni siquiera el profesor Probeta? —dijo muy seria la presi-
denta mirándolo fijamente a los ojos y cruzada de brazos.
—¿Qué? ¿Prrobeta? —exclamó Timbalosky dando un salto
como un muelle—. ¿Darrle mi puesto a mi mayorr rrival?
—Así es —sonrió ella a sabiendas de que ya lo había conven-
cido.
—¡Jamás le daré mi puesto a ese estúpido prepotente! —gritó
Timbalosky levantando el brazo y señalando al techo como si ju-
rara solemne—. Mientrras yo esté aquí, no hay nada que temerr.
Tengo sientos de inventos que pueden serrvirrnos parra salvarr
la siudad.
—Entonces, ¿tiene algo que pueda ayudarnos? —preguntó
directamente la presidenta.
—¡Porr supuesto! —exclamó el científico—. ¡Uno de mis más
grrandes e ingeniosos inventos!
—Oh —exclamó sorprendida la presidenta—. ¿Y lo lleva ahí
con usted?
—¡Porr supuesto… que no!
La presidenta se le quedó mirando enfadada.
—Perro no se prreocupe. Tengo todos los planos, la inforr-
masión y la inteligensia parra constrruirrlo en un tiempo rrécorrd.
Solo he de encontrrarr algunos materriales y…
—¿Y? —preguntó interesada la presidenta.
—Y estaba pensando… —Timbalosky se acarició la barbilla
como si tuviera una barba imaginaria— … que voy a nesesitarr
un ayudante.

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