Fragmentos Lazarillo3
Fragmentos Lazarillo3
Fragmentos Lazarillo3
Fragmento 1:
Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del
mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio62 de la cebada, que para las
bestias le daban hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles63, y las mantas y sabanas de
los caballos hacía64 perdidas; y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo
esto acudía 65 a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni
fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de
otro tanto66, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto.
Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y, como
niño, respondía, y descubría cuanto sabía, con miedo: hasta ciertas herraduras que por
mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a
mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del
sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.
Fragmento 2:
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y, llegando a la
puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego
mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:
–Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro dél.
Yo, simplemente, llegué, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra,
afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días
me duró el dolor de la cornada, y díjome:
–Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo
Parescióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba.
Dije entre mí:
"Verdad dice este, que me cumple avivar el ojo y avisar84, pues solo soy, y pensar cómo me
sepa valer."
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de
buen ingenio, holgábase mucho, y decía:
–Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré.
Y fue ansí, que, después de Dios, éste me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró
en la carrera de vivir.
Fragmento 3:
Y porque vea Vuestra Merced a cuánto se extendía el ingenio deste astuto ciego, contaré un
caso de muchos que con él me acaescieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran
astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía
ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. [...] Acaeció que llegando a un lugar que
llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en
limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo
está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase
mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder llevar como
por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un
valladar y dijo:
. –Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de
uvas y que hayas del tanta parte como yo. Partillo hemos desta manera: tú picaras una vez y
yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mesmo hasta
que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño.
Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance; el traidor mudó propósito
y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que
él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y
tres a tres, y como podía las comía.
Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y meneando la cabeza dijo:
–Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres.
–¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.
Reíme entre mí y, aunque muchacho, noté mucho la discreta consideración del ciego.
Fragmento 4:
–Tío, el arroyo va muy ancho; mas, si queréis, yo veo por donde travesemos mas aína sin nos
mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.
–Discreto eres, por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta,
que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.
Yo que vi el aparejo a mi deseo, saquéle de bajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar
o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de
aquellas casas, y dígole:
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste como
quien espera tope de toro, y díjele:
–¡Sus! Saltá todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.
Aun apenas lo había acabado de decir, cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón y de
toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con
la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego
para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.
TRATADO 2
–Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no
me desmando como otros.
Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa
ajena comía como lobo y bebía más que un saludador.
[...]
Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo, mas por dos cosas lo dejaba: la primera,
por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía; y la
otra, consideraba y decía: "Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre y,
dejándole, topé con estotro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si déste desisto y
doy en otro más bajo, ¿qué será sino fenecer?" Con esto no me osaba menear, porque tenía
por fe que todos los grados había de hallar más ruines. Y a abajar otro punto, no sonara
Lázaro ni se oyera en el mundo.
Pues, estando en tal aflición, cual plega al Señor librar della a todo fiel cristiano, y sin saber
darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado, ruin y lacerado de mi amo
había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ángel
enviado a mí por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar. [...]
–Tío, una llave de este arte he perdido, y temo mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en
esas que traéis hay alguna que le haga, que yo os lo pagaré.
TRATADO 3
Fragmento 1:
–Mochacho, ¿buscas amo?
Yo le dije:
–Sí, señor.
–Pues vente tras mí –me respondió–, que Dios te ha hecho merced en topar comigo; alguna
buena oración rezaste hoy.
Y seguíle, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parescía, según su hábito y
continente, ser el que yo había menester.
Era de mañana cuando este mi tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la ciudad. [...]
Desta manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo
tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue
acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia.
A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en
ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre,
mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto tal y como yo la
deseaba y aun la había menester. En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y
llegamos a una casa ante la cual mi amo se paró, y yo con él, y, derribando el cabo de la capa
sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa. La
cual tenía la entrada oscura y lóbrega de tal manera, que parece que ponía temor a los que en
ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y razonables cámaras.
Fragmento 2: [...] Yo luego vi mala señal, por ser ya casi las dos y no le ver más aliento de
comer que a un muerto. Después desto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni
sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran
paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras.
Finalmente, ella parescía casa encantada. Estando así, díjome:
–No, señor –dije yo–, que aún que no eran dadas las ocho cuando con Vuestra Merced
encontré.
–Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y cuando ansí como algo, hágote saber que
hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos.
Vuestra Merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de
hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron
de nuevo mis fatigas y torné a llorar mis trabajos. Allí se me vino a la memoria la
consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que, aunque aquél era
desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor. Finalmente, allí lloré mi trabajosa
vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo, disimulando lo mejor que pude:
–Señor, mozo soy, que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. Deso me podré yo
alabar entre todos mis iguales, por de mejor garganta, y ansí fui yo loado della fasta hoy día
de los amos que yo he tenido.
Púseme a un cabo del portal y saqué unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado de
los de por Dios. Él, que vio esto, díjome:
Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo de tres que eran, el mejor y más
grande. Y díjome: –Por mi vida, que parece este buen pan. [...]
Y como le sentí de qué pie coxqueaba, dime priesa, porque le vi en disposición, si acababa
antes que yo, se comediría a ayudarme a lo que me quedase. Y con esto acabamos casi a una.
Y mi amo comenzó a sacudir con las manos unas pocas migajas, y bien menudas, que en los
pechos se le habían quedado, y entró en una camareta que allí estaba, y sacó un jarro
desbocado y no muy nuevo, y desque hubo bebido convidóme con él. Yo, por hacer del
continente, dije:
Fragmento 3:
–Lazaro, mira por la casa en tanto que voy a oír misa, y haz la cama, y ve por la vasija de
agua al río, que aquí bajo está, y cierra la puerta con llave, no nos hurten algo, y ponla aquí al
quicio, porque si yo viniere en tanto pueda entrar."
Y súbese por la calle arriba con tan gentil semblante y continente, que quien no le conosciera
pensara ser muy cercano pariente al conde de Arcos, o a lo menos camarero que le daba de
vestir.
"¡Bendito seáis Vos, Señor –quedé yo diciendo–, que dais la enfermedad y ponéis el remedio!
¿Quién encontrará a aquel mi señor que no piense, según él contento de sí lleva, haber anoche
bien cenado y dormido en buena cama, y, aun agora es de mañana, no le cuenten por muy
bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que Vós hacéis y las gentes ignoran! ¿A
quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién pensará que
aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su
criado Lázaro trujo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha
limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacía servir de la
halda del sayo? Nadie, por cierto, lo sospechará. ¡Oh, Señor, y cuántos de aquestos debéis
Vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por
Vos no sufrirán!"
Fragmento 4:
Cuando llegué a casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella, doblada su capa y puesta en el
poyo, y él paseándose por el patio. Como entro, vínose para mí. Pensé que me quería reñir la
tardanza, mas mejor lo hizo Dios. Preguntóme dó venía. Yo le dije:
–Señor, hasta que dio las dos estuve aquí, y de que vi que Vuestra Merced no venía, fuime por
esa ciudad a encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis.
Mostréle el pan y las tripas, que en un cabo de la halda traía, a lo cual él mostró buen
semblante, y dijo:
–Pues esperado te he a comer, y de que vi no veniste, comí. Mas tú haces como hombre de
bien en eso, que más vale pedillo por Dios que no hurtallo. Y ansí Él me ayude como ello me
paresce bien, y solamente te encomiendo no sepan que vives comigo, por lo que toca a mi
honra. Aunque bien creo que será secreto, según lo poco que en este pueblo soy conocido.
¡Nunca a él yo hubiera de venir!
–De eso pierda, señor, cuidado –le dije yo–, que maldito aquel que ninguno tiene de pedirme
esa cuenta, ni yo de dalla.
–Agora, pues, come, pecador, que si a Dios place, presto nos veremos sin necesidad. Aunque
te digo que después que en esta casa entré, nunca bien me ha ido. Debe ser de mal suelo, que
hay casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan la desdicha. Esta debe
de ser sin dubda de ellas; mas yo te prometo, acabado el mes, no quede en ella aunque me la
den por mía. […]
Fragmento 5:
Y, por evitar prolijidad, desta manera estuvimos ocho o diez días, yéndose el pecador en la
mañana con aquel contento y paso contado a papar aire por las calles, teniendo en el pobre
Lázaro una cabeza de lobo.
Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que, escapando de los amos ruines que había
tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no solo no me mantuviese, mas a quien
yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le
había lástima que enemistad. Y muchas veces, por llevar a la posada con que él lo pasase, yo
lo pasaba mal. Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa
a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas
que a la cabecera dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin
maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo
Fragmento 6:
De esta manera estuve con mi tercero y pobre amo, que fue este escudero, algunos días, y en
todos deseando saber la intención de su venida y estada en esta tierra; porque, desde el primer
día que con él asenté, le conoscí ser estranjero, por el poco conoscimiento y trato que con los
naturales della tenía. Al fin se cumplió mi deseo y supe lo que deseaba, porque un día que
habíamos comido razonablemente y estaba algo contento, contóme su hacienda y díjome ser
de Castilla la Vieja y que había dejado su tierra no más de por no quitar el bonete a un
caballero su vecino.
–Señor –dije yo–, si él era lo que decís y tenía más que vós, ¿no errábades en no quitárselo
primero, pues decís que él también os lo quitaba? […]
–Eres mochacho –me respondió– y no sientes las cosas de la honra, en que el día de hoy está
todo el caudal de los hombres de bien. Pues te hago saber que yo soy, como vees, un
escudero; mas, vótote a Dios, si al Conde topo en la calle y no me quita muy bien quitado del
todo el bonete, que otra vez que venga me sepa yo entrar en una casa, fingiendo yo en ella
algún negocio, o atravesar otra calle, si la hay, antes que llegue a mí, por no quitárselo. Que
un hidalgo no debe a otro que a Dios y al rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se
descuide un punto de tener en mucho su persona. Acuérdome que un día deshonré en mi tierra
a un oficial y quise ponerle las manos, porque cada vez que le topaba me decía: “Mantenga
Dios a Vuestra Merced”. “Vos, don villano ruin –le dije yo– ¿por qué no sois bien criado?
¿”Manténgaos Dios”, me habéis de decir, como si fuese quienquiera? De allí adelante, de aquí
acullá, me quitaba el bonete y hablaba como debía.
–¿Y no es buena manera de saludar un hombre a otro –dije yo– decirle que le mantenga Dios?
–¡Mirá mucho de enhoramala! –dijo él–. A los hombres de poca arte dicen eso; mas a los mas
altos, como yo, no les han de hablar menos de “Beso las manos de Vuestra Merced”, o por lo
menos “Besoos, señor, las manos”, si el que me habla es caballero. Y ansí, de aquel de mi
tierra que me atestaba de mantenimiento, nunca más le quise sufrir; ni sufriría ni sufriré a
hombre del mundo, del rey abajo, que “Manténgaos Dios” me diga.
"Pecador de mí –dije yo–, por eso tiene tan poco cuidado de mantenerte, pues no sufres que
nadie se lo ruegue”