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Encierro,

reclusión y
reinserción social
(s. XVI-XX)
PID_00270269

Andrés Payà Rico


Alberto Payá Rico

Tiempo mínimo de dedicación recomendado: 2 horas


© FUOC • PID_00270269 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Andrés Payà Rico Alberto Payá Rico

Doctor en Pedagogía (2006). Profe- Licenciado en Pedagogía (Universi-


sor titular de Teoría e Historia de la dad de Murcia). Licenciado en Estu-
Educación en la Universidad de Va- dios Eclesiásticos (Universidad Ponti-
lencia. Profesor consultor de Histo- ficia Salesiana, Roma). Licenciado en
ria de la Educación Social en la Uni- Criminología (Universidad de Alican-
versitat Oberta de Catalunya. Do- te). Realizó el máster en Derechos
cente del doctorado en Ciencias Pe- Humanos, Paz y Desarrollo Sosteni-
dagógicas de la Università di Bolog- ble en la Universidad de Valencia,
na. Coeditor de la revista Espacio, obteniendo posteriormente el grado
Tiempo y Educación, miembro del de doctor en Derecho (2017) con la
Consejo Editorial de las revistas Edu- tesis doctoral La asistencia religiosa
cación e Historia. Revista de Historia en los centros penitenciarios y de in-
de la Educación y de História da Edu- ternamiento de extranjeros. Miembro
caçao. Ha realizado estancias de in- de la Asociación Española de Cano-
vestigación y ha impartido cursos nistas, ha publicado monografías so-
de formación en universidades de bre las prisiones y la educación so-
España, Bélgica, Italia, Perú, México cial y religiosa como, por ejemplo:
y Ecuador. Sus líneas de investiga- Libertad religiosa en centros peniten-
ción se centran en la historia de la ciarios y de internamiento de extranje-
educación contemporánea y la polí- ros (Editorial Laborum, 2017) o Don
tica educativa, así como en la inno- Bosco y la cárcel. La prevención co-
vación docente y, fundamentalmen- mo respuesta al delito (Editorial CCS,
te, en el estudio del juego como ele- 2019).
mento de renovación pedagógica.

El encargo y la creación de este recurso de aprendizaje UOC han sido coordinados


por la profesora: Asun Pie (2020)

Primera edición: febrero 2020


© Andrés Payà Rico, Alberto Payá Rico
Todos los derechos reservados
© de esta edición, FUOC, 2020
Av. Tibidabo, 39-43, 08035 Barcelona
Realización editorial: FUOC

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© FUOC • PID_00270269 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Índice

Introducción............................................................................................... 5

Objetivos....................................................................................................... 7

1. Los orígenes del encierro y la reclusión en el sistema


penitenciario (s. XVI-XVIII)................................................................ 9
1.1. Los espacios de reclusión ............................................................ 9
1.2. El duro trabajo ............................................................................ 11
1.3. Encierro y reclusión en los clásicos (s. XVI) ................................ 12
1.4. Los reformadores del sistema penitenciario (s. XVIII) .................. 13
1.4.1. John Howard (1729-1790) ............................................. 13
1.4.2. Manuel de Lardizábal y Uribe (1739-1820) ................... 13
1.4.3. Jeremy Bentham (1748-1832). El panóptico ................. 13
1.5. El sistema celular ........................................................................ 15

2. Hacia la reforma y la reinserción social (s. XIX-XX)................... 16


2.1. Los espacios de cumplimento e internamiento .......................... 16
2.1.1. Las colonias agrícolas .................................................... 16
2.1.2. Proyectos arquitectónicos carcelarios del s. XIX y XX...... 17
2.2. Formas de organización penitenciaria ........................................ 18
2.2.1. El sistema de Auburn .................................................... 18
2.2.2. El sistema progresivo ..................................................... 18
2.3. Los reformadores del sistema penitenciario (s. XIX-XX) .............. 19
2.3.1. Manuel Montesinos y Molina (1796-1862) ................... 19
2.3.2. Concepción Arenal (1820-1893) .................................... 19
2.3.3. Rafael Salillas (1854-1923) ............................................. 20
2.3.4. Fernando Cadalso (1859-1939) ..................................... 20
2.3.5. Pedro Dorado Montero (1861-1919) ............................. 21
2.3.6. Victoria Kent (1891-1987) ............................................. 21
2.4. El «encierro individualizado» ...................................................... 22
2.4.1. Ley de vagos y maleantes .............................................. 22
2.5. La mujer en la prisión ................................................................ 23
2.6. Normativa penitenciaria del s. XX............................................... 23

Resumen....................................................................................................... 26

Bibliografía................................................................................................. 27
© FUOC • PID_00270269 5 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Introducción

La prisión ha sido a lo largo de la historia un lugar de custodia, de exclusión,


de encierro de aquellas personas que no encajaban con aquella parte de la so-
ciedad que tenía el poder. El «otro», el que molestaba, era apartado en luga-
res de reclusión de muy diversa índole: presidios, casas de trabajo/corrección,
galeras, casas galera, prisiones, minas, hospicios, colonias reeducativas, etc.
Los «otros», los marginados, los grupos «extrasociales», eran los delincuentes,
pobres, vagabundos, mendigos, locos, mujeres, niños, etc. Los lugares donde
fueron apartados eran espacios de intimidación, de represión, de castigo, de
trabajo, de control social, de expiación...

Hasta el s. XVI, la prisión fue concebida, por regla general, como mera reten-
ción, como un lugar de custodia (ad continendos homines) hasta que se ejecuta-
ra la sentencia. Sin embargo, las legislaciones penitenciarias del Antiguo Régi-
men europeo se crearon con el propósito de intimidación y represión; hasta el
s. XVIII, las penas eran terribles, inhumanas y desproporcionadas. A partir del
s. XVIII, las penas corporales basadas en el suplicio evolucionan hacia la pena-
lidad utilitaria, hacia la búsqueda del pragmatismo, la prisión que pretende
aprovecharse de la fuerza del trabajo. Aparte de este propósito utilitario, en
menor medida también se pretendía incidir sobre la persona del delincuente
reeducándolo y escarmentándolo con este trabajo. La privación de libertad
sirvió además de control social, para canalizar tendencias opuestas al orden
social, como instrumento de represión de la disidencia social. Los objetivos
que conformaban la esencia del derecho penitenciario del XVIII fueron: utili-
dad, humanización y rehabilitación. La pena de prisión como tal comienza
en el s. XIX.

Los siglos XVII y XVIII atestiguan la gran transformación histórica de la prisión


como sistema de exclusión social. La prisión como lugar y como relegación
de la otra no vivió tanto una ruptura radical en el contenido y las estructuras,
como un desarrollo de su propia estructura de segregación, ahora centrada en
las funciones terapéuticas y moralizadoras del trabajo.

En nuestros días, la reeducación y la reinserción social constituyen el fin prin-


cipal de la pena privativa de libertad; todo un reto para la institución peni-
tenciaria y por los profesionales que pueden trabajar allí, entre ellos los edu-
cadores sociales. Fruto del Congreso Penitenciario Internacional celebrado en
Barcelona en 2006, se emite la Declaración final en la que se afirmaba que:
© FUOC • PID_00270269 6 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Es necesario potenciar el papel de la reeducación y la reinserción social, haciéndolo com-


patible con el papel de la vigilancia y la custodia. La prevención, la detención, la custodia
y la resocialización deben ser intervenciones complementarias. [...] Tenemos que situar
en el centro de la actuación penitenciaria los servicios individualizados de tratamiento
y salud, aproximando las modalidades de cumplimiento de las penas a la reinserción,
normalizando la vida social en la prisión a través de la extensión del trabajo productivo
y el máximo desarrollo de las acciones de intervención educativa, cultural y deportiva.

La reeducación y la reinserción social en la Constitución española de 1978


Nota
Art. 25.2 Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas
hacia la reeducación y la reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzosos. El Constitución Española (1978).
condenado a pena de prisión que estuviera cumpliendo la misma gozará de los derechos Título I. De los derechos y de-
beres fundamentales. Capítu-
fundamentales de este capítulo, con la excepción de que se vean expresamente limita-
lo segundo. Derechos y liber-
dos por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. tades. Sección 1ª. De los dere-
En cualquier caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspon- chos fundamentales y de las li-
dientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de bertades públicas.
su personalidad.

El presente capítulo pretende destacar algunos de los objetivos más significa-


tivos de la historia penitenciaria de los últimos siglos. Es la reciente historia de
humanización de un espacio oscuro que han querido iluminar muchas perso-
nas e instituciones: ilustrados, intelectuales, filántropos, reformadores, etc. En
este sentido, es de justicia destacar también, antes de la aparición de la figura
del educador social en las prisiones, la labor asistencial que ha desarrollado
la Iglesia católica, así como muchas asociaciones benéficas en el medio peni-
tenciario.

Con respecto a la legislación, este capítulo se cierra con la Ley orgánica gene-
ral penitenciaria de 1979 (LOGP), que parte del contenido del art. 25.2 de la
Constitución española. En la historia del derecho penitenciario español po-
demos establecer una clara línea de división en la Ordenanza general de los
presidios del reino, del 14 de abril de 1834. Desde el Fuero Juzgo hasta esa
fecha, la legislación penitenciaria, muy descuidada por los poderes públicos,
ofrece pocos materiales. Otro punto de inflexión será el integral y modernista
Real decreto del 5 de mayo de 1913, que da por finalizado el asentamiento del
sistema penitenciario en nuestro contexto.
© FUOC • PID_00270269 7 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Objetivos

Los objetivos que se pretenden alcanzar una vez terminado este módulo son
los siguientes:

1. Dar una visión general de las formas de encierro durante los siglos XVI-XX
y descubrir la función de la prisión según los intereses sociales de cada
época.

2. Ofrecer algunos elementos de reflexión sobre los diferentes grupos huma-


nos que han sufrido el encierro.

3. Saber cuáles han sido los principales reformadores del sistema penitencia-
rio.

4. Señalar los objetivos históricos fundamentales de la normativa peniten-


ciaria.

5. Apuntar posibles hitos para la educación social en el entorno penitencia-


rio, gracias al conocimiento histórico de su origen y desarrollo.
© FUOC • PID_00270269 9 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

1. Los orígenes del encierro y la reclusión en el sistema


penitenciario (s. XVI-XVIII)

El 3 de marzo de 1543, en el ámbito estrictamente carcelario, de reclusión preventiva, los


Nota
reyes Carlos I y Juana de Castilla promulgaron una ley en la Instrucción para los Alcaldes
mayores de los Adelantamientos, que impuso las siguientes órdenes: «que en las prisiones
haya camas para los presos pobres; y se les diga misa los días festivos». Ley integrada con el núm. XIV
del Título XXXVIII del Libro XII
(1829). Novísima recopilación
1.1. Los espacios de reclusión de las leyes de España. Madrid:
Imprenta Julián Viana Razola.

El encierro preventivo, como técnica de custodia a la espera del juicio, da pa-


so en el s. XVI a la prisión como pena propiamente dicha. Pronto, aparecen
las casas de asilo para mendigos y prostitutas en Inglaterra (1552), Alemania
(1558) y Holanda (1595). Los estados europeos fueron adaptando la prisión
como una pena represiva, a pesar de mantener como castigos corrientes los
corporales, los pecuniarios y el destierro. Las prisiones reflejaban su antigua
disposición como depósito, ya que estaban situadas en torres, pozos, sótanos
o cámaras bajas de tribunales de justicia o de casas consistoriales, etc.

Con la llegada del Renacimiento, la pobreza, las epidemias, las guerras entre
estados y de religión, etc., modelaron una Europa abarrotada de mendigos,
desheredados, desarraigados, enfermos e inadaptados sociales. Si en el s. XIX

la prisión será el remedio a gran escala para el castigo de criminales y delin-


cuentes, entre los siglos XVI y XVIII de la época moderna, se convierte en un
instrumento de realización de la política social en relación con las clases so-
ciales desfavorecidas. Es el fenómeno de la «gran reclusión». En Inglaterra, un
acta de Isabel I de 1575, alude «al castigo de los trotamundos y al alivio de los
pobres» y prescribe la construcción de houses of correction, a razón de al me-
nos una por condado. Aunque su sostenimiento se asegura con un impuesto,
se anima al público a hacer donaciones voluntarias y se le obliga a instalar
talleres o manufacturas que ayuden a mantenerlas y aseguren el trabajo a los
internos. Otras leyes isabelinas, las Poor Laws de 1601, apoyaron estas casas de
corrección, como la famosa House of Correction of Bridewell en Londres.

El «gran internamiento» se extiende por Europa y, junto a las casas de correc-


ción, encontramos hospitales, conventos, hospicios, casas de internamiento
y asistencia, obras de caridad, casas de fuerza (Maison de Force), casas de arre-
pentidas/recogidas, etc. Las casas de trabajo (work-houses) o casas disciplinarias
se transformaron en centros para delincuentes, pobres, huérfanos, enfermos,
vagabundos, etc. Allí trabajaban durante el día y por la noche estaban aislados
unos de otros (sistema de Auburn). Michel Foucault (1926-1984) describe estas
«instituciones totalitarias» en su obra Historia de la locura en la época clásica
(1961) como instituciones en las que prevalece la pobreza y la invalidación
de los individuos atrapados en una dinámica de dependencia absoluta en tér-
© FUOC • PID_00270269 10 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

minos de supervivencia, y una pasividad total en términos de productividad.


Son lugares donde acaban los reconocidos como «desviados sociales» y se «di-
simula la miseria».

En Francia, el Hospital General para el Internamiento de los Pobres y Vaga-


bundos de París, fundado el 1656, representa un ejemplo de forma semijurídi-
ca de encierro. Era una especie de entidad administrativa que decidía, juzgaba
y ejecutaba. En 1613, el hospital de Amberes se convirtió en correccional y
allí se recluyó y se puso a trabajar a los gandules y mendigos. Por otro lado, a
principios del s. XVII, en Alemania y Europa central, comenzaron a crearse co-
rreccionales, llamados Zuchthäusern, en Bremen, Lübeck, Hamburgo y Danzig.
Mientras tanto, en las casas de raspadura (Rasphuis) y de hilandería (Sphinuis)
de Holanda se puso a trabajar también a los pobres y gandules.

En cuanto a las mujeres, en toda Europa, desde la primera mitad del s. XVI,

se crearon casas de arrepentidas o casas de recogidas. El encierro era volunta-


rio y se hacía en casas generalmente anejas a conventos o monasterios con
el fin de enmendar el comportamiento y volver a la sociedad como mujeres
honestas. En España, se fundaron casas de arrepentidas en casi todas las gran-
des ciudades (Valencia, Sevilla, Madrid, Toledo, etc.), siendo la más conocida
la casa de arrepentidas de Valladolid o Colegio de Santa Isabel, dirigida por la
madre Magdalena de San Jerónimo y que sirvió como modelo para la primera
prisión de mujeres.

La gran red de confinamiento europeo establece la intención de hacer invisi-


ble al contingente de individuos «excluidos» o al margen de la sociedad. En
este gran colectivo de personas no se aprecia la diferencia entre miserables,
desheredados y criminales. El encierro del «otro» aísla de golpe a una categoría
unificada de gente, cuyo destino es inevitable. Este poder de segregación es
un fantasma que todavía puede aparecer en nuestros días a pesar de la gran
transformación que han experimentado las formas de privación de libertad.

Con los años, y hasta bien entrado el s. XIX, como resultado de los movimien-
tos migratorios del campo a la ciudad, iba creciendo la bolsa de población
marginal y ociosa que, con frecuencia, planteaba duros problemas de orden
público. Así pues, la prisión ocupará un papel claro de control social. Prisiones
que se convertirían en lugares masificados, carentes de higiene y sin distinción
de penados/internados. Será la prisión de Gante (1775) la primera en hacer
una clasificación de los presos de acuerdo con la gravedad del delito, la edad
y el sexo.
© FUOC • PID_00270269 11 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

1.2. El duro trabajo

Las penas de galeras, presidios y minas fueron auténticos «trabajos forzados»


para los condenados a estos lugares. Eran espacios de especial sujeción del reo,
que fue sometido a un trabajo gratuito para el Estado en régimen de explota-
ción inhumana. A pesar de su dureza, constituyeron un «avance» con respecto
a la penalidad anterior centrada en la pena capital o en varias mutilaciones.

La pena�de�«galeras» (1530-1803) o «prisiones flotantes» consistía en mover


una embarcación de vela y remo destinada al combate. El cuerpo de galeras
fue suprimido de 1748 a 1784. La chusma, hombres lanzados por varias sen-
tencias, estaba a cargo de mover las galeras. Los galeotes eran «forzados o es-
clavos de Su Majestad». Era una forma de expulsión, de «destierro útil» de los
miembros ingratos de la comunidad. En el año 1612 el número de galeotes
penados ascendió a 1839; la vida penal del forzado estaba comprendida entre
dos y diez años. El rumbo hacia una muerte probable, la mala alimentación y
el mal olor de la chusma, caracterizaban la rutina diaria. La condena a galeras
era el suplicio más grave que podía recaer sobre un hombre.

Las casas�de�reclusión�de�mujeres también se llamaban «galeras»; constitui-


das como lugares «donde la justicia recoja y castigue, según sus delitos, las
mujeres gandulas, ladronas, alcahuetas y otras similares», como se muestra en
el Reglamento de la pionera Casa Galera de Valladolid, plasmado en 1608 por
Sor Magdalena de San Gerónimo en su Obrezilla. En estas prisiones de muje-
res, los edificios eran oscuros e insalubres, el régimen de vida era muy severo
y, con su trabajo, se les apartaba de la ociosidad y sufragaban los gastos del
lugar. A la Casa Galera de Valladolid le sucedieron muchas otras, erigidas en
las principales ciudades: Madrid, Granada, Zaragoza, Salamanca, Valencia, etc.
En 1787, la Casa Galera de Barcelona recogía a 105 mujeres y a 5 de sus hijos.

La pena�de�presidio ya despuntó en el s. XVI como una sanción menos grave


que la galera. El presidio alcanzó mayor importancia a medida que la milicia
ganaba en descrédito; a menor número de soldados voluntarios, mayor era la
necesidad de desterrados en los presidios africanos. La gran difusión de esta
pena se sitúa en el s. XVIII. Los presidiarios eran designados a las duras tareas
de fortificación o al servicio de las armas; el arte o el oficio de fortificar y de
defender. Con el paso del tiempo, los confinados ejercieron tareas básicas del
mantenimiento de una colonia penal: herrería, albañilería, carpintería y cerra-
jería. Muchas generaciones de penados fueron a los presidios mayores de Ceuta
y Orán; y a los presidios menores de Melilla y de los dos peñascos, el de Vélez de
la Gomera y el de Alhucemas. A principios del siglo XIX fueron sustituidos por
presidios militares peninsulares, y en 1834 se sumaron los presidios civiles.

Las minas de Almadén (Ciudad Real) concentraron principalmente el trabajo


penal de corte industrial durante los siglos XVI y XVII. De 1565 a 1645, en las
minas de mercurio de Almadén, los forzados trabajaban bajo gestión y direc-
© FUOC • PID_00270269 12 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

ción privada. De 1648 a 1800 continuó recibiendo penados, siendo el 1748


(año de supresión temporal de la pena de galeras) cuando acudieron un gran
número de galeotes.

1.3. Encierro y reclusión en los clásicos (s. XVI)

Tres figuras clave del siglo XVI en cuanto a su inclinación por la reforma de las
maneras de reclusión o de encierro fueron los clásicos Bernardino de Sandoval,
Tomás Cerdán de Tallada y Cristóbal de Chaves. Desde un punto de vista cris-
tiano o humanista mostraron al lector la realidad práctica, los vicios y los há-
bitos corruptos de la vida cotidiana en las prisiones de su época, profundizan-
do en consideraciones sobre los objetivos de la reclusión, la clasificación y ar-
quitectura carcelarias y otras cuestiones regimentales que necesitan reformas.

En una obra que data de 1564, el doctor Bernardino�de�Sandoval advierte,


entre otros, a los obispos y otros eclesiásticos de su obligación de practicar la
misericordia con los presos pobres, atendiendo a sus necesidades espirituales
y materiales. El título de la obra no puede ser más expresivo:

Tractado del cuydado que se deue tener de los presos pobres. En que se trata fer obra pia proueer
a las necesidades que padefcen en las carceles, y que en muchas maneras pueden fer ayudados de
fus proximos, y de las perfonas que tienen obligacion a fauorecerlos, y de otras cofas importantes
en efte propofito.

El jurista valenciano Cerdán�de�Tallada publica varias obras, destacando Visita


de la cárcel y de los presos en 1574. En este meditado trabajo, según uno de
los discursos pronunciado por F. Cadalso en el Primer Congreso Penitenciario
Español, armoniza:

Los sentimientos de compasión hacia los encarcelados, con las exigencias de la disciplina
en las prisiones. Según él, la primera obligación del hombre, después de su gratitud a Dios,
que le ha dado el ser y le conserva la vida, es hacer bien al prójimo, pero especialmente
a los que más sufren, que son los presos. El que no se interesa por los demás, debe ser
aburrido, como elemento inútil a la república, y para justificar estos criterios invoca la
doctrina de los evangelistas, las bienaventuranzas, las sentencias de los Santos Padres y
los textos de la Sagrada Escritura.

Cristóbal�de�Chaves en su Relación de la cárcel de Sevilla, escrita en 1585, deja


constancia de la ayuda proporcionada por las cofradías a los capellanes en el
trabajo de auxilio espiritual de los más de mil ochocientos presos que tenía
el centro. Al hablar del capellán mayor y del menor, se descubre la indudable
proximidad entre el cuidado del alma y el consuelo de los enfermos, entre las
labores religiosas y la enfermería. En cuanto al capellán mayor, «tiene estancias
en la enfermería; y confiesa a los enfermos, y les da una ración a ellos y a los
pobres; cura a los heridos, y acude a la farmacia que tiene la enfermería, así
en esta prisión como de la audiencia y hermandad». El capellán menor tiene
cuidado todos los días «de hacer que los médicos de la prisión y los cirujanos
visiten toda la prisión y pregunten qué enfermos hay».
© FUOC • PID_00270269 13 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

1.4. Los reformadores del sistema penitenciario (s. XVIII)

1.4.1. John Howard (1729-1790)

El filántropo inglés John Howard, considerado el creador del derecho peniten-


ciario, escribe en 1777 su gran obra El estado de las prisiones en Inglaterra y Ga-
les. Visitó las prisiones de casi todos los países europeos y murió en Ucrania,
víctima de una enfermedad propia de las prisiones de la época. Al igual que el
milanés Cesare Beccaria, trató de crear un derecho penal más humano remo-
viendo las conciencias de las personas. Howard propuso, entre otras cosas, que
los establecimientos penitenciarios fueran más higiénicos y que hubiera una
separación de condenados por delitos mayores y menores. Apostó por el siste-
ma celular y por el trabajo y la instrucción del hombre en la prisión. Howard
visitó España entre el marzo y el abril de 1783. Procedente de Lisboa, entró
por Badajoz y logró visitar un gran número de hospitales, hospicios, prisiones
y casas de corrección. En general, sostuvo una opinión favorable del sistema
penitenciario español, que encontró más humanitario que el de otros países
visitados previamente.

1.4.2. Manuel de Lardizábal y Uribe (1739-1820)

En habla hispana destaca el penalista Manuel de Lardizábal y su obra Discurso


sobre las penas (1782). Amigo de Gaspar Melchor de Jovellanos y considerado,
por algunos, como el «Beccaria español», introdujo en España las nuevas ideas
ilustradas a la reforma penal que le había encargado Carlos III. Fue miembro
y también secretario de la Real Academia Española (silla C). Entre otros, las
finalidades de la pena para Lardizábal deben de ser la seguridad de los ciuda-
danos, la corrección del delincuente, la intimidación y la reparación del mal
causado por el delito.

1.4.3. Jeremy Bentham (1748-1832). El panóptico

Es el filósofo utilitarista británico Jeremy Bentham quien introduce el término


«panóptico» (Panopticon) en su obra de 1791. Este modelo de arquitectura car-
celaria manifiesta una clara voluntad y función de control, vigilancia, autori-
dad y observación incesante. La estructura panóptica permite al guardián ob-
servar desde el centro a todos los prisioneros recluidos en las celdas, sin que
estos sepan si son observados. De la torre central parten los brazos que alber-
gan las celdas, de modo que se pueden controlar al mismo tiempo todos los
corredores. Entre otros, en España tenían este tipo de construcción las anti-
guas cárceles Modelo de Barcelona, Madrid y Valencia.

En el panóptico reside un modelo de poder, de sumisión del ser humano al sis-


tema; es la figura arquitectónica que resuelve los problemas de vigilancia de las
poblaciones. El filósofo M. Foucault destaca en su obra Vigilar y castigar (1975)
la visión totalitaria del sistema, la visibilidad completa, la mirada centralizada,
© FUOC • PID_00270269 14 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

su carácter paradigmático a la hora de organizar cualquier tipo de institucio-


nes «disciplinarias». La visibilidad panóptica permite evitar los fenómenos de
resistencia y desobediencia que ocurrían en los lugares de encierro pasivo de
la época moderna, ya que su mayor efecto es el de inducir a los internos en
un estado consciente y permanente de observación (miedo) que garantiza el
funcionamiento automático del poder. Hay un aspecto de «laboratorio social»
en el panóptico, dado que puede usarse como un espacio para llevar a cabo
experiencias de modificación de comportamientos, de canalizar la conducta
de las personas.

Los�Toribios�en�Sevilla. Sobre la importancia de la vigilancia en espacios cerrados, antes


que Bentham, el fraile Toribio fundó en Sevilla en 1727 un hospicio para chicos pobres
llamado Los Toribios de Sevilla. La disposición de los dormitorios y las prácticas diarias
garantizaban la supervisión total en vistas al mantenimiento del orden y las buenas for-
mas. La vigilancia se intensificaba en los momentos de mayor exposición al devaneo:
noche, siesta y baño estival en el río.

Figura 1. Relación de dependientes, ejercitantes y colegiales del Real Colegio de Niños Toribios
(1793)

Fuente: Archivo Histórico Provincial de Sevilla. Código de referencia: ES.41003.AHPS/2.1.1. Colección Celestino López Martínez
CELOMAR, 19913. < http://www.juntadeandalucia.es/cultura/archivos_html/sites/default/contenidos/archivos/ahpsevilla/
Galeria/Nixos_toribios.jpg>.

Cesare�Beccaria. En el siglo XVIII, brilla con luz propia la obra del milanés Cesare Beccaria
(1738-1794), Dei delitti e delle pene (De los delitos y las penas, 1764) y sus métodos para
prevenir los delitos. Para Beccaria es mejor prevenir, evitar los delitos que tener que cas-
tigarlos. Por eso, establece una serie de recomendaciones y de principios: iluminar bien
las ciudades por la noche; distribuir adecuadamente las fuerzas policiales; que las leyes
sean claras y sencillas y que toda la fuerza de la nación esté empleada para defenderlas;
recompensar la virtud; perfeccionar la educación, etc.
© FUOC • PID_00270269 15 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Figura 2. Cesare Beccaria y su obra Dei delitti e delle pene (1764)

Fuente: < https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Cesare_Beccaria_in_Dei_delitti.jpg>.

1.5. El sistema celular

Los sistemas penitenciarios surgen como respuesta a la necesidad de organizar


las prisiones. Del primero que hablaremos es del sistema celular, filadélfico
o de Pensilvania. La característica más importante de este sistema de organi-
zación penitenciaria fue el aislamiento total durante todo el día y el silencio
absoluto. Mientras que contribuía a la separación de los reclusos y a la mejo-
ra de la higiene y la salubridad, tenía como gran inconveniente el deterioro
psíquico que producía el aislamiento. Este sistema nace a finales del siglo XVIII
como una reacción frente a los problemas de hacinamiento y promiscuidad
que tenían las prisiones americanas; por eso, se instaura en la penitenciaria
de Filadelfia (Walnut Street Prison) un sistema que consiste en un aislamiento
absoluto inspirado en la austeridad de los cuáqueros, un grupo religioso que
defendía la no violencia. El sistema celular tuvo una gran difusión en Europa.
© FUOC • PID_00270269 16 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

2. Hacia la reforma y la reinserción social (s. XIX-XX)

Con la Revolución Industrial, la pobreza y la delincuencia van de la mano. El


delito siempre aparece como resultado de la interacción de una serie de acto-
res, institucionales y particulares, de unas circunstancias sociales, políticas y
económicas, que conducen a una situación criminal concreta y a una forma de
responder a ella. Durante el s. XIX, se produjo una creciente atención a la cri-
minalidad porque el delito empezaba a ser considerado por las clases dirigen-
tes como un signo de protesta explícita y de potencial subversión social por
parte de las clases subordinadas. La delincuencia y la exclusión social fueron
el núcleo de un fuerte debate entre las clases dirigentes, que desembocó en un
mayor control policial y represivo sobre las clases más pobres de la sociedad.
Paralelamente a este intenso control social, las ciudades vivían un vasto desa-
rrollo de iniciativas asistenciales muy significativas. En cualquier caso, las cla-
ses populares vivían bajo el binomio ineludible de «represión-beneficencia».
Si se generaliza la utilidad de la prisión como sanción, el cambio de las estruc-
turas carcelarias experimenta cambios sustanciales, aunque a veces lentos, a
medida que pasan los años.

Los siempre «otros», auténticos marginados, y algunos de ellos con esperan-


za de reinserción social, vivirán apartados en prisiones, correccionales... Entre
ellos, como en otros siglos, los más vulnerables serán los pobres, los menores,
las mujeres, los trotamundos, etc. Los sistemas penitenciarios, las formas de
organizar y de mantener a los internos evolucionarán, así como la insalubri-
dad y el maltrato caminarán hacia una humanización de los espacios y las re-
laciones. El trabajo pasará de ser una mera tortura, ocupación o utilitarismo, a
tener un valor terapéutico, educativo y rehabilitador. De la decadencia de los
hospicios como meros «depósitos» de desvalidos, florecerá la filosofía correc-
cional. Y del militarismo al civilismo por el dominio de las prisiones.

2.1. Los espacios de cumplimento e internamiento

2.1.1. Las colonias agrícolas

La idea de crear colonias agrícolas para remediar el problema de la indigencia


destaca por la intención de reactivar el modelo monástico de reclusión. Las
colonias agrícolas tratan de reproducir una doble forma de organización del
trabajo que combina, por un lado, los trabajos realizados en el campo y, por
otro, la práctica de un oficio en los talleres que forman parte de la colonia. El
objetivo es claro: satisfacer las necesidades de los internados y ejercer al mis-
mo tiempo una acción moralizadora, es decir, proporcionar a la persona una
asistencia que no estimule la pereza y que a su vez se la regenere. En las co-
lonias agrícolas, los jóvenes descarriados, huérfanos o delincuentes, también
© FUOC • PID_00270269 17 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

encontraron un lugar para vivir lejos de las prisiones y las calles. Estos centros,
apartados del núcleo urbano, eran «prisiones encubiertas», a menudo «correc-
cionales», prisiones sin barrotes, lugares de detención y aislamiento, nuevos
espacios productivos; en resumen, un tipo de «encierro individualizado». Lo
más destacado de estos centros era la finalidad que podían conseguir con res-
pecto a la resocialización, rehabilitación y reinserción del internado.

Pionera y modelo de muchas otras será la colonia agrícola de Mettray (Fran-


cia), que se abrió de 1840 a 1939. Estaba destinada a rehabilitar a jóvenes de-
lincuentes (entre 6 y 21 años) desde el contacto con la naturaleza (trabajo agrí-
cola), el trabajo manual y la oración. Dirigida por Frédéric-Auguste Demetz, la
divisa del cual era «mejorar al hombre para la tierra y la tierra para el hombre,
bajo la vigilancia de Dios». La colonia se organizó con la perspectiva de imitar
a una familia; constituida por pabellones (llamados casas) donde los niños vi-
vían y trabajaban, una capilla, una escuela preparatoria, unos jardines, unos
establos, una granja, unos campos de cultivo, etc. El modelo de Mettray se
estableció en países como Polonia, Holanda o Inglaterra. En España no cuajó
la implantación de una colonia rural y la ciudad de Barcelona fue finalmente
la primera en crear una casa para jóvenes.

En España, las colonias agrícolas «interiores» para adultos se proyectaron en


las Hurdes (Cáceres) y las Batuecas (Salamanca), tierras olvidadas donde nin-
gún trabajador se asentaría. Se segregaba así a los delincuentes habituales, se
les intentaba corregir y se descongestionaban los establecimientos penales. Los
trabajos que realizaban tenían la finalidad de adiestramiento y de morigera-
ción, y solo de forma secundaria, de aprovechamiento económico. La coloni-
zación rural terminó siendo la última fase del nuevo sistema progresivo; el
mejor ejemplo es la colonia penal del Dueso (Cantabria). Con respecto al de-
recho penal de menores, las colonias agrícolas fueron proyectos de naturaleza
distinta a las de los adultos. Las regiones en las que se pusieron en práctica fue-
ron aquellas que, en una fuerte industrialización, habían atraído a jóvenes del
campo a la ciudad. Cataluña marcó el camino, desde los años veinte del s. XX,
en el tratamiento agrícola de la infancia y la adolescencia de los delincuentes.

2.1.2. Proyectos arquitectónicos carcelarios del s. XIX y XX

Como en otras partes de Europa, hasta bien entrado el s. XIX, los delincuentes
internados en la prisión (custodia o cumplimiento), fueron recluidos en locales
construidos con otros objetivos y que reunían las condiciones mínimas de
seguridad para evitar evasiones. En España, la arquitectura penitenciaria se
inicia inspirada por las ideas de Bentham y Howard. La tendencia —la práctica
fue mucho más lenta— a mejorar las condiciones de los lugares de detención
ya se observaba en la Constitución de Cádiz de 1812, el art. 297 de la cual
señala que:
© FUOC • PID_00270269 18 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Se dispondrán las prisiones de manera que sirvan para asegurar y no para molestar a los
prisioneros; por lo tanto, el alcaide tendrá a estos en buena custodia, y separados a aque-
llos que el juez ordene tener sin comunicación; pero nunca en calabozos subterráneos
ni malsanos.

Los nuevos centros que empezaron a construirse intentaron ofrecer ordena-


ciones espaciales adecuadas a la escasa normativa vigente, es el caso del Presi-
dio Modelo de Valladolid y de la Prisión de Mataró. Durante la segunda mitad
del s. XIX, el arquitecto Juan Madrazo ofreció una colección de planos para
futuras construcciones. El punto de partida del sistema celular fue la Prisión
Modelo de Madrid (1877-1884), un edificio radial que facilitaba la vigilancia
desde el punto central. En 1887 se iniciaron las obras de la Modelo de Barce-
lona, diseñada por los arquitectos catalanes Salvador Vinyals y Josep Domín-
guez y Estapà e inaugurada en 1904.

La Modelo de Barcelona fue seguida por numerosas prisiones de la época: Jaén,


Oviedo, La Coruña, Lleida, Murcia, Badajoz y Carabanchel (Madrid). El penal
del Dueso (Cantabria), como ya vimos, no siguió el esquema de las anteriores,
ya que se pensó para que los presos trabajaran al aire libre. Desde los años cin-
cuenta no se registran avances significativos en las construcciones penitencia-
rias y es en 1975 cuando el Gobierno aprueba el primer programa de necesi-
dades para el sistema penitenciario español. Gracias a esta inversión, se crea-
ron los Centros de Jóvenes de Madrid y Herrera de la Mancha (1979), Cuenca
(1980), Ocaña II (1981) y el Puerto de Santa María (1981), entre otros. Estas
últimas son ya construcciones no radiales, sino modulares, que favorecen el
fin reinsertador de la pena. La inauguración de estos establecimientos se reali-
zó en el contexto normativo de la LOGP de 1979.

2.2. Formas de organización penitenciaria

2.2.1. El sistema de Auburn

El sistema penitenciario de Auburn, de Silencio o de Nueva York nace a princi-


pios del siglo XIX; en este régimen mixto, se mantiene el aislamiento nocturno
del sistema celular e incorpora el trabajo y la vida en común durante el día. La
permanencia de la regla del silencio absoluto requiere, para mantenerlo, una
disciplina severa a base de duros castigos corporales. Se impuso en la prisión
de Auburn, del estado de Nueva York, y más tarde a la de Sing-Sing también
en Nueva York.

2.2.2. El sistema progresivo

Es un sistema penitenciario que surge en el s. XIX en Europa para lograr la


reforma del recluso a través de la mejora de las condiciones según su buen
comportamiento. El cumplimiento se divide en etapas desde el aislamiento
total hasta la libertad condicional. La rehabilitación social se obtiene a través
de etapas o grados. Es, por tanto, un sistema científico, ya que se basa en el
© FUOC • PID_00270269 19 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

estudio del sujeto y en su progresivo tratamiento. Rafael Salillas esquematizó


los rasgos esenciales del sistema progresivo: división del tiempo de condena
en períodos; valoración de la conducta del interno por su avance o retroceso;
y, por último, la incorporación social del penado. Los pioneros en la imple-
mentación de este sistema fueron: Alexander Maconochie en la isla de Norfolk
(Australia); George M. Von Obermayer en Múnich; Walter Crofton en Irlanda,
y Manuel Montesinos en Valencia. Este sistema, con más o menos matices, fue
el habitual en la práctica penitenciaria europea de los siglos XIX y XX.

2.3. Los reformadores del sistema penitenciario (s. XIX-XX)

2.3.1. Manuel Montesinos y Molina (1796-1862)

Manuel Montesinos fue uno de los reformadores del sistema penitenciario es-
pañol. De 1835 a 1850 fue director de la prisión de Valencia (antiguo convento
de San Agustín) e implantó el «sistema progresivo», que consiste en obtener
la rehabilitación social a través de etapas o grados, basándose en el estudio del
sujeto y en su progresivo tratamiento. El cumplimiento se divide en etapas en
las que se va progresando con respecto a la anterior (menos disciplina y mayor
libertad) dependiendo de la buena conducta del reo. En su labor reformadora,
destaca: la redención de penas por el trabajo, la libertad condicional, la salud
física de los reclusos y la lucha contra la ociosidad. Fue reformando la prisión
con los mismos presos, transformándola en una de «seguridad mínima». Creó,
en la prisión, talleres, oficinas, farmacia, enfermería, patios con naranjos e in-
cluso un pequeño jardín zoológico. Su lema: «La prisión solo recibe al hombre.
El delito se queda en la puerta». Según F. Lastres:

Tenía fe en sus criminales, porque procuraba levantar su espíritu, sin herir nunca la dig-
Referencia bibliográfica
nidad del hombre; trató de hacer entender que la disciplina era indispensable; pero siem-
pre, y en cualquier ocasión, los trataba como seres racionales, y por esto los reclusos del
penal San Agustín adoraban a su comandante. Lastres, F. (1888). Don Bosco
y la caridad en las prisiones.
Conferencia pronunciada en
Montesinos innovó con el «sistema progresivo» penitenciario, que supuso un el Ateneo de Madrid el día
12 de Marzo de 1888. Revista
gran paso adelante con respecto a los métodos o regímenes de la vida en la Contemporánea, Año XIV, To-
prisión que se sucedieron a lo largo de la historia: aglomeración, clasificación mo LXIX, Vol. VI, p. 590.

(por sexo, condenados/preventivos, adultos/jóvenes), celular/filadélfico, y ce-


lular nocturno/auburniano.

2.3.2. Concepción Arenal (1820-1893)

Casada en 1848 con Fernando García Carrasco, cuando murió este en 1857 se
trasladó a Potes (Cantabria) donde fundó en 1859 el grupo femenino de las
Conferencias de San Vicente de Paúl para ayudar a los pobres. Fruto intelec-
tual de las preocupaciones sociales y humanitarias de Arenal son sus ensayos
La beneficencia, la filantropía y la caridad (1860) y El visitador del pobre (1861).
En 1864 fue nombrada visitadora de cárceles de mujeres y se traslada en La
Coruña, donde escribió más tarde Cartas a los delincuentes (1865). En 1868 fue
© FUOC • PID_00270269 20 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

nombrada inspectora de casas de corrección de mujeres, cargo que ocupa du-


rante el sexenio liberal. En 1870 fundó el periódico La Voz de la Caridad, que
durante catorce años fue una plataforma de denuncia de abusos e inmoralida-
des presentes en las prisiones y hospicios de la época. En 1877 publica Estudios
penitenciarios y en 1891 escribe el Manual del visitador del preso. Tal vez su frase
más célebre sea: «Odia el delito y compadece al delincuente».

En El visitador del preso, al inicio del capítulo V, señala que este «es un hombre
de corazón y de caridad, y sabe, sin que nadie se lo enseñe y sin haberlo estu-
diado, como debe presentarse al recluso para impresionarlo favorablemente,
y a la medida de lo posible, inspirarle confianza». Dedica el capítulo VI a la
influencia de las ideas y las creencias, e insiste en que el visitador no es un
misionero, un propagandista de la religión, y que su tarea no es convertir al
prisionero en una religión concreta. Más adelante, en otros capítulos, destaca
lo positivo de la religión, por ejemplo, cuando afirma que los «sentimientos
religiosos pueden auxiliar los buenos propósitos o determinar en formarlos».
Arenal señala que la religión es más eficaz en las mujeres que en los hombres:

No solo porque la presa es más accesible a su influencia, sino porque la visitante lo es


también; la oración puede unir a estas dos mujeres que tantas cosas las separan, y no se
sabe cuánto influye para todo unirse íntimamente por algo.

2.3.3. Rafael Salillas (1854-1923)

Fue el creador y director de la Escuela de Criminología, director de la Revista


Penitenciaria, director de la Cárcel Celular de Madrid y publicó numerosos li-
bros, siendo pionero en divulgar las ideas de la naciente antropología crimi-
nal. Es el introductor en España del positivismo criminológico del «padre de
la criminología» Cesare Lombroso; su obra discurre entre el positivismo y la
sociología. Perteneció al Patronato Real para la Represión de la Trata de Blan-
cas, vocal del Instituto de Reformas Sociales y del Consejo Superior de Protec-
ción a la Infancia. En su obra maestra, La vida penal en España (1888), estudia
como médico y antropólogo la situación de las prisiones, recomendando el
trabajo como medio de corrección y readaptación del penado. Para Salillas, el
delincuente es el producto desequilibrado de la sociedad de la que procede,
caracterizando las tendencias viciosas de la sociedad que le ha engendrado. En
1918 publicó Evolución penitenciara en España.

2.3.4. Fernando Cadalso (1859-1939)

Fue uno de los penitenciaristas españoles más importantes de la primera mitad


del s. XX. Vinculado a los establecimientos desde 1881, llegó a ser inspector
general de prisiones durante veinticinco años. Estableció el sistema progresivo
en las prisiones, que perduró hasta 1979. Se mostró reacio al sistema celular,
admitiéndolo solo para la prisión preventiva y para las penas cortas. Fue pro-
fesor y director de la Escuela de Criminología y ministro de Gracia y Justicia.
© FUOC • PID_00270269 21 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

2.3.5. Pedro Dorado Montero (1861-1919)

Reconocido catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Salamanca


(1892-1919). Publicó un gran número de libros, ensayos y artículos y tradujo
al español la obra crucial de Raffaele Garofalo: La criminología. Estudio sobre el
delito y sobre la teoría de la represión (1890). Concilió los postulados positivistas
y la filosofía correccionalista (vinculada al krausismo) defendida por Giner de
los Ríos, Concepción Arenal y Luis Silvela. Propugnó un derecho no represivo
dirigido a corregir la voluntad delictiva individual, cuyas causas tenían que
analizarse caso por caso con ayuda de la psicología. Con su apuesta por la «pe-
dagogía correccional» en la articulación penitenciaria contribuyó al proceso
de madurez de la pedagogía y la educación social. Algunos de sus principales
libros son: Problemas de derecho penal (1895), Estudios de derecho penal preventi-
vo (1901), Valor social de leyes y autoridades (1903) y El derecho protector de los
criminales (1916).

El�krausismo�y�el�correccionalismo. La piedra angular desde donde se fundamentó teó-


ricamente el correccionalismo español fue el krausismo y la Besserungstheorie (teoría de
la mejora) de Röder, discípulo de Krause. A mediados del s. XIX, esta filosofía se divulgó
rápidamente gracias a Julián Sanz del Río y a la Institución Libre de Enseñanza, exten-
diéndose y popularizándose, gracias a la obra institucionalista, esta forma de tratamiento
de los presos.

2.3.6. Victoria Kent (1891-1987)

Se convirtió en la primera mujer en ingresar en el Colegio de Abogados de Ma-


drid. Inspirada en las ideas de Concepción Arenal, de la que fue una gran ad-
miradora. Fue nombrada directora general de prisiones en el primer gobierno
de la II República. Estableció el fin del carácter punitivo de las penas, defen-
diendo la reeducación y rehabilitación de los presos en las prisiones para des-
pués poder regresar a la sociedad. Suprimió los grilletes y cadenas en las pri-
siones españolas y cerró más de un centenar de centros penitenciarios por sus
nefastas condiciones. Estableció los permisos por razones familiares, permitió
la libertad de cultos dentro de las prisiones y mejoró la alimentación de los
internos. Ordenó construir la prisión de mujeres de Las Ventas (1932-1933) y
creó el primer cuerpo de funcionarias de prisiones para ocuparse del trabajo en
los centros penitenciarios de mujeres (Sección Femenina Auxiliar del Cuerpo
de Prisiones), reemplazando así la histórica labor de las Hijas de la Caridad. En
la nueva sección se le encomendaba:

El servicio de vigilancia y custodia de las reclusas en la prisión central de mujeres de


Alcalá de Henares, el Reformatorio de Mujeres de Segovia y las prisiones provinciales de
mujeres, de Madrid, Barcelona y Valencia, así como la instrucción y educación de las
mismas [...].

Kent se preocupó, también, por la delincuencia juvenil, creando albergues para


la reeducación de los jóvenes delincuentes.
© FUOC • PID_00270269 22 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Figura 3. Victoria Kent, feminista, diputada de la II República y figura clave en la reforma de las
prisiones y el tratamiento y defensa de los derechos de las mujeres

Fuente: < https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:VictoriaKent1931DGP.jpg>.

2.4. El «encierro individualizado»

Desde la segunda mitad del s. XIX, el «gran internamiento» dio paso al «en-
cierro individualizado». Fueran delincuentes o no, los menores, locos, vagos,
ebrios, toxicómanos habituales, ancianos, etc., serán objeto de una política
clasificatoria y distributiva.

Para los jóvenes «peligrosos» se crearon, entre otros, casas reformatorio en


Madrid-Carabanchel (Escuela de Santa Rita), Valladolid, Tarragona, Barcelona
(Asilo Toribio Durán) y Alcalá de Henares. Sin embargo, no cesó el número de
menores que transitaban por las prisiones de adultos. En 1918, se crearon los
tribunales tutelares de menores. Se abre así un nuevo campo de trabajo y de
especialización para juristas, sociólogos, psicólogos, educadores sociales, etc.

Otros grupos que sufrirán un encierro clasificatorio corresponden a los lo-


cos violentos/delincuentes; gandules (se incluye a los insolentes, taladores de
montes, incendiarios y rateros); mendigos y malhechores (amancebados, vio-
ladores, etc.).

2.4.1. Ley de vagos y maleantes

En 1954 se modifica la Ley de vagos y maleantes de 1933 referida al tratamien-


to hacia los trotamundos, nómadas, rufianes, proxenetas y otros comporta-
mientos considerados «antisociales». En 1954, se amplía la represión a los ho-
mosexuales. La Ley no establecía penas, «sino medidas de seguridad, impues-
tas con doble finalidad preventiva, con propósito de garantía colectiva y con
la aspiración de corregir a sujetos caídos al nivel moral más bajo»; pretendía
«proteger y reformar». Una de las medidas fue la del «internado en un estable-
cimiento de trabajo o colonia agrícola»; en caso de tratarse de homosexuales,
© FUOC • PID_00270269 23 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

«tendrán que ser internados en instituciones especiales y, en cualquier caso,


con absoluta separación de los demás». En 1970, fue enmendada por la Ley
de peligrosidad y rehabilitación social.

La Ley de vagos y maleantes, nacida en los años treinta, se asentó científica-


mente en la declaración de «antilibertad» de los grupos «antisociales» (y peli-
grosos). Estos delincuentes moralmente «antilibres» eran diferentes de los de-
lincuentes «libres» y, por lo tanto, requerían un «encierro individualizado»,
de un lugar donde atajar riesgos futuros.

2.5. La mujer en la prisión

Aunque durante todo este capítulo hemos estado analizando el trato diferen-
ciado que históricamente ha sufrido en las instituciones de encierro, queremos
destacar el hecho de que la prisión ha sido testigo de la discriminación social
de las mujeres en relación con la figura masculina, de su «invisibilidad», de
la «feminización» de la pobreza. Los muros de las prisiones recluyeron a mu-
jeres por delitos (contra la propiedad, contra la honestidad o la sangre), por
corrección y por represión. Muchas de ellas fueron internadas embarazadas o
con hijos lactantes a cargo suyo.

Bajo la idea de la centralización, durante la segunda mitad del s. XIX, se empe-


zó a enviar a mujeres presas en otras casas de corrección/galeras o condenadas
a penas superiores, a la que sería la penitenciaria de mujeres de Alcalá de He-
nares. Del régimen interior del centro se hicieron cargo las Hijas de la Caridad
a partir de 1881, año en que se habilitó el pabellón de párvulos para los hijos
de las reclusas. A la prisión de mujeres de Alcalá le sucedió la Cárcel Modelo
de Las Ventas de Madrid (1933), diseñada por Victoria Kent. La Guerra Civil
hace que el verano de 1939 represente el nivel más alto de hacinamiento —
con todos los problemas que comporta— de mujeres en prisiones femeninas
(formales e improvisadas). Madres y niños desbordaron los establecimientos
de Valencia, Les Corts (Barcelona), Tarragona, Palma de Mallorca, Málaga, etc.

Ya en la era de la democracia, la normativa actual regula los establecimientos


para mujeres; el ingreso de hijos menores de tres años; las unidades de madres;
las unidades dependientes para madres; etc.

2.6. Normativa penitenciaria del s. XX

Con nuevas y humanitarias disposiciones, el texto jurídico más trascendental


y completo en el ámbito penitenciario hasta el s. XX, fue la Ordenanza gene-
ral de los presidios del reino de 1834. El calificado de verdadero Código peni-
tenciario llegó con el Real decreto de 1913, cuyo propósito fue dar armonía,
unidad y claridad a la legislación penitenciaria vigente hasta el momento. Dio
más rigor al personal de prisiones fijando en la Escuela de Criminología el lu-
© FUOC • PID_00270269 24 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

gar ideal para estudiar lo prescindible para acceder a esta profesión. Además
del personal de prisiones, trató de la organización de los servicios, del régimen
y disciplina general y del régimen económico.

Después de unas décadas de avatares políticos, aparece el también clave, Re-


glamento de los servicios de prisiones del 2 de febrero de 1956, adaptado a la
Ley del 15 de julio de 1854, sobre la situación de los funcionarios de la Admi-
nistración civil del Estado. El Reglamento de 1956, reformado en 1968 y 1977,
también se adaptaba a las Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos
adoptadas al Primer Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del
Delito y Tratamiento del Delincuente, celebrado en Ginebra en 1955. El Regla-
mento destacaba la necesidad de respetar la personalidad humana de los reclu-
sos y sus derechos e intereses jurídicos. El término «tratamiento penitenciario»
apareció por primera vez en esta norma. La «reforma puente» del Reglamento
de 1977 se hizo «en previsión de que en un futuro próximo pueda elaborarse
una ley general penitenciaria que, con una visión y ambición profundamente
generalizadoras, contemple el problema en todas sus dimensiones».

Actualmente, los ejes fundamentales del sistema penitenciario español son


recogidos por el art. 25.2 de la Constitución. La norma básica del sistema es la
Ley orgánica 1/1979, del 26 de septiembre, general penitenciaria (LOPG); en
1981 apareció el Reglamento Penitenciario, que fue reemplazado en 1996 por
otro de nuevo. Por otro lado, la LOGP fue revisada en 1995 y en 2003. El art.
59 LOGP señala que «el tratamiento penitenciario consiste en el conjunto de
las actividades dirigidas directamente a la consecución de la reeducación y la
reinserción social de los penados»; y continúa:

El tratamiento pretende hacer del interno una persona con la intención y la capacidad
de vivir respetando la ley penal, así como de subvenir a sus necesidades. Con este fin,
se procurará, en la medida de lo posible, desarrollar en ellos una actitud de respeto a sí
mismos y de responsabilidad individual y social con respecto a su familia, a su prójimo
y a la sociedad en general.

Por eso se establece un modelo penitenciario de ejecución llamado «de indi-


vidualización científica» fundamentado en la clasificación de diferentes gra-
dos de tratamiento penitenciario. Se accede a cada grado a través de la clasi-
ficación penitenciaria correspondiente y se cumple conforme unos modelos
diferentes de régimen de vida en los diferentes tipos de centros penitenciarios
que existen.

Según el art. 62.3 LOGP, el tratamiento «será individualizado, consistiendo en


la utilización variable de métodos médico-biológicos, psiquiátricos, psicológi-
cos, pedagógicos y sociales, en relación con la personalidad del interno». La
figura del educador social como profesional en los establecimientos peniten-
ciarios tiene cabida en el Reglamento Penitenciario (RP) de 1996 como uno
de los posibles miembros de la Junta de Tratamiento (art. 272) o del Equipo
Técnico (art. 274). Las funciones específicas de la Junta y del Equipo se indican
en los artículos 273 y 275 respectivamente.
© FUOC • PID_00270269 25 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

La única comunidad autónoma que se ha hecho cargo de la gestión de los


centros penitenciarios situados en su área territorial es Cataluña, a través del
RD 3482/1983, del 28 de diciembre. Según los arts. 149.1.1a y 149.1.6a de la
Constitución, la competencia exclusiva estatal en materia penitenciaria la tie-
ne el Estado español y comprende la potestad legislativa y reglamentaria. Por
lo tanto, Cataluña asumió las competencias en ejecución y gestión. También
cuenta con el Centro de Iniciativas para la Reinserción (CIRE), una empresa
pública del Departamento de Justicia, que tiene como objetivo dar segundas
oportunidades a las personas privadas de libertad, a través de la formación y
el trabajo.
© FUOC • PID_00270269 26 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

Resumen

Como hemos podido analizar en este capítulo, los diferentes gobiernos y so-
ciedades de nuestra historia han creado instituciones de encierro y reclusión
para aislar y castigar a un gran número de colectivos considerados «antisocia-
les» o peligrosos. El miedo al otro y la estigmatización de la diferencia y de
los marginados, dieron paso a diferentes instituciones de control. Gracias a
la historia, podemos observar y estudiar el impacto en la evolución que las
diferentes teorías, modelos arquitectónicos y protagonistas tuvieron en las re-
formas de estos centros.

El trabajo, la educación, la formación profesional y la religión son algunos de


los elementos que permitirán la reinserción social de los diferentes colectivos
sujetos al encierro y la represión. Son precisamente estas acciones, apoyadas
por diferentes hombres y mujeres de la historia, las que conforman los ante-
cedentes históricos de un campo de trabajo de los educadores sociales. Si antes
el carcelero se dedicaba a castigar y vigilar, con comportamientos punitivos,
el paso del tiempo y el cambio en las cosmovisiones de las diferentes socie-
dades, condujo a una asistencia más humanitaria y social hacia los internos
y reclusos. El trabajo socioeducativo y de inserción social será finalmente el
objetivo actual, que no puede entenderse sin profundizar y estudiar sus raíces
en la historia y el desarrollo de las diferentes corrientes e instituciones que se
tratan en este capítulo.
© FUOC • PID_00270269 27 Encierro, reclusión y reinserción social (s. XVI-XX)

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