El Espíritu Santo 1-11-23

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El Espíritu Santo 1/11/23

El Espíritu Santo obra de distintas maneras, pero quizás una de las más importantes es que
obra en arrepentimiento.
Una de las historias más conocidas de la biblia es la del hijo pródigo
Lucas 15 nos cuenta está historia...
11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo a su padre:
Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. 13 No
muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia
apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. 14 Y cuando todo lo hubo
malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. 15 Y fue y
se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para
que apacentase cerdos. 16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los
cerdos, pero nadie le daba. 17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi
padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi
padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser
llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su
padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió,
y se echó sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo
y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo
El clásico error humano de confundir la felicidad con la satisfacción de nuestros deseos sin
ningún tipo de barreras, aparece encarnado en el hijo menor, a quien la prosperidad paterna lo
apellida de pródigo.
En este tiempo todos podemos vernos reflejados en el hijo que necesita esa conversión y
perdón. La vida del Cristiano, en cierto modo, es un constante volver hacia la casa de nuestro
Padre. Volver mediante el arrepentimiento, esa conversión del corazón que cree el deseo de
cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida, y que se manifiesta en obras de sacrificio y
de entrega. Volver hacia la casa del Padre, por medio del perdón en el que, al confesar
nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de
la familia de Dios.
Jesús nos invita también a vivir la comprensión y la misericordia del padre en esta parábola.

Acá podemos observar como el padre respeta la libertad del hijo, sin salir a controlarlo,
provocando quizá que se alejase aún más; confía con paciencia en el cariño y la formación que
puso en él; espera por eso a diario su regreso. Como premio a su educación, el padre recupera
a su preciado hijo. Y no le deja terminar su disculpa: lo cubre de besos, organiza gozoso una
fiesta por todo lo alto, y le devuelve, sin rencores, su perdida condición.

Esta historia tranquilamente puede ser nuestra historia y quizás la de cada día.
Teniéndolo todo, cometemos errores y nos alejamos de Dios, pero al igual que el hijo
pródigo volvemos en sí, recapacitamos y decidimos volver a casa.
Pero..
Como el diablo vio que el arrepentimiento no era bueno para sus planes inventó algo, que,
a simple vista, es parecido al arrepentimiento, pero que sus consecuencias son totalmente
diferentes, y es la culpa.
La culpa reconoce que nos equivocamos, pero no deja que volvamos a tener esa buena
relación con Dios, la culpa nos hace bajar la cabeza y decir "Dios no me va a ver jamás con
buenos ojos".
Si prestamos atención el hijo pródigo decide volver a su casa, pero la culpa logra que su
mente crea que no es digno de volver a ser llamado hijo, y esta frase la hemos dicho un millón
de veces y lo hemos sentido así, como consecuencia de esa culpa ¿Se lo dijiste a Dios alguna
vez?
La obra del espíritu Santo es de arrepentimiento y el arrepentimiento edifica, la culpa
destruye.
El arrepentimiento crea puentes, en cambio la culpa te corta el puente cuando lo estas
cruzando.
Si tuviste uno, dos, cinco o mil errores, Dios está ahí, no te mira con mala cara cuando
vuelves a Él, y no te lo va a reprochar.
Si el haber hecho algo malo te impide volver a Dios, es peor el no volver, que lo malo que
hayas hecho.
La Biblia nos dice en Hebreos 12:1-2
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestra tan grande nube de testigos,
despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la
carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y
se sentó a la diestra del trono
de Dios.
Como cristianos tenemos una gran carrera por delante, y nuestra meta es Cristo.
Nuestro enfoque principal debe ser Jesús. Debemos fijar nuestra mirada en Cristo porque él
es nuestro ejemplo y nuestra meta. El maratonista que se distrae mirando a los demás no
llega primero a la meta. Pierde su ritmo y se desvía del camino porque está mirando adonde no
debe.
Y como buenos corredores, tampoco podemos correr con peso. Ninguno podría correr con
peso, y en lo espiritual, seria con cargas.
Así pasa con la vida del cristiano. Al mirar a Jesús dejamos de mirar las cosas sobrantes o las
personas que nos distraen del propósito que el Señor tiene para nosotros. Fijar nuestra mirada
en él implica la decisión de seguir su ejemplo demostrando con nuestras palabras y actitudes la
importancia que le damos a él.
El autor del libro de Hebreos los invita a pensar en Jesús y todo el sufrimiento, que él soportó
aun siendo Dios. Pero su sufrimiento no fue eterno y así de la misma manera nuestro
sufrimiento también terminará. Tendremos dificultades en el camino, oposición y luchas, pero
no debemos desanimarnos. En Cristo recibimos esas fuerzas para enfrentar los retos que
nos presenta la vida. Él es nuestro ejemplo de perseverancia en fe.
Este es un excelente tiempo, para pedirle al Santo Espíritu de Dios, que obre en nosotros
en un arrepentimiento genuino, no solo queremos sentir culpa por nuestros errores, sino que
queremos sentir que es posible estar cerca de Dios nuevamente. Esa tiene que ser nuestra
meta y nuestro propósito como Cristianos

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