Alma America Jose Santos Chocano

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Alma América
JOSÉ SANTOS CHOCANO

Alma América
POEMAS INDO-ESPANOLES

9^ ^0

L I 15 RE RÍA DE LA V^ DE G. BOURET
23, RUÉ VISCONTI
PARÍS

Propiedad del Editor.


Publishcd ia Franca.
Quedan asegurados los derechos de propiedad
roiiformc ;'i la ley.
DEDICATORIA
A. S. IVI. C. Don Alfonso XIII

I Oh Rey de las Españas! Este es el Nuevo Mundo


que conquistara un día la ibérica legión;
oste es al que le dieron, por sobre el mar profundo,
el Genio fantasía, la llcina corazón.

Yo que ni exploro bosques ni otras ciudades fundo,


os quiero dar la América intacta en mi canción;
que os puede hacer más dueño de nuestro Edén fecundo
la lengua de Cervantes que el barco de Colón.

¡Oh Rey! Es mi Poema la exposición sonora,


donde hallaréis mi fauna, donde hallaréis mi flora;
racimos de bananos y plumas de avestruz.

Llaneros, gauchos, indios; aquí. Jos hombres rojos.,,


Y cuando de mis tierras se cansen vuestros ojos,
dopisé rairar mis ciclos en donde está la Cruz,
DEDICA TORIA

II

No tienen rais estrofas sino calor y vida :


la villa les da el Ande y el trópico el calor;
y si hay en esta gruta donde hago mi guarida
un verso delicado, será como una flor.

Mi símbolo es la gala de una caoba erguida


que llena todo un bosque de penetrante olor.
Mis versos son á modo de un ímpetu sin brida :
los cuernos del bisonte, las alas del cóndor.

¡Oh Iley de las Españas : entrad en mi boscaje!


La musa <jue me inspira sólo es una salvaje
que se echará de hinojos ante el poder real.

Os tomará la diestra y os besará en el sello :


y bastará, que en cambio, le deis para su cuello
muliiiulora sarta de cuentas de cristal...

III

Señor : tengo otra musa, que no es la musa hispana,


aunque en su sangre hay sangre del vastago español.
Se siente á ratos india y á ratos castellana :
es hija de una Reina Católica y del Sol.

La hi/.o un Virrey Poeta su musa cortesana;


y tiene, desde entonces, en el Palacio un rol :
calzó en sus manos guantes, untó en sus labios grana
y se ciñ(') en un brillo de »cda loruasol.
DEDICATORIA

Esta es la musa que hace (jue mi canción se vuelva


á la española Corle, del fondo de mi selva;
y bese vuestras manos en nombre de mi grey :

así podéis decirles á subditos y extraiíos


ijue los de tierras de Indias, desde há trescientos años,
tenemos á Cervantes como al mejor Virrey.
José Santos Cuocano.
o cncurntif) camino ó me lo nhro.

Ténganse por no escritos cuantos libros de poesías apa-


rccieron antes con mi nombre.

Mi poesía es objetiva^ y, en tal sentido, sólo quiero ser


Poeta de América.
Un el Arte caben todas las escuelas como en un rayo de
Sid todos los Colores.

J. S. CU.
Madrid, 1906.
PRELUDIO

Hay un tropel de potros sobre la pampa inmensa...


¿Es Pan que se incorpora? No : es un hombre que piensa.
Y es un hombre que tiene una lira en la mano :
el viene del Azul, del Sol, del Océano.
Trae encendida en vida su palabra potente;
y concreta el decir de todo un Continente...
Tal vez fué desigual. (¡El Pegaso de Saltos!)
Tal vez es tempestuoso. (¡Los Andes son tan altos!)
Pero hay en ese verso tan vigoroso y terso
una sangre que apenas veréis en otro verso;
una sangre que cuando en el verso circula
como la luz pendra y como la onda ondula...
Pegaso está contento y se estremece y brinca,
poivjue Pegaso pace en los prados del Inca.
Y este fuerte poeta de alma tan vigorosa
sabe bien lo que cuentan los labios de la rosa,
comprende las dulzuras del panal y comprende
lo que dice la abeja del secreto del duende...
Pero su brazo es para levantar la trompeta
hacia donde se anuncia la aurora del Profeta;
y es hecho para dar á la virtud del viento
la expresión del terrible clarín del pensamiento.,.
P HE LUDIO

VA lienc el Amazonas y domiüa los Andes :


¡siempre funde su verso para las cosas grandes!
Va, como Don Quijote, en ideal campana;
vive de amor de America y de pasión de Espaf^i;
y envuelto en armonía y en melodía y canto,
tiene rasgos de héroe y actitudes de santo.

¿Me permites, Cliocano, que, como amigo fiel,


te pon ;a en el ojal esta hoja de laurel ?
Rubén Darío.
VOCABULARIO

Las voces americanas que aparecen en este libro, están


contenidas en el Diccionario Enciclopédico llispanu~
Americano , con excepción de las siguientes :

Chajá. — Ave de las pampas argentinas.


Derrumbe. — Efecto de derrumbar.
Guayruru. — Grano vegetal rojo con pintas negras,
que hace veces de coral en los adornos indios.
íluoca. — Tumba incaica.
Llautu. — Insignia imperial de los soberanos del
Perú.
Nusta. — Princesa incaica.
Payador. — Gaucho poeta.
Quena. — Flauta india hecha con una sola caña, que
se suele tañir dentro de un cántaro.
Quetzal. — (Véase : quetzale, Dic. Real Academia).
Quipu. — (Véase : quipos, Dic. Real Academia).
Sciri. — Indígena de Quito (Véase : Caras, Dic. Ene.
Hispano- Americano),
SALVEDADES

He juzgado conveniente resucitar las contracciones


del y della.
Por la misma razón que en las anfibologías adver-
biales (como, cómo; cuanto, cuánto, etc.), he adoptado
el acento ortográfico en los imperativos.
El galicismo rol no]es sustituibleen el lenguaje poético
por las palabras />a/je/, puesto, etc. : así, otros. El criterio
que tengo sobre la poesía objetiva me hace declarar que
las asonancias interiores de La Elegía del órgano ohcáccQn
al efecto onomatopéyico : tal algunas consonancias inte-
riores del libro. Hay (jue exceptuar, naturalmente, las
asonancias desaparecidas dentro de las sinalefas.
Estas salvedades responden al « parnasianismo » de
mi criterio personal sobre la poesía oltjetiva.
J. S. Ch.
Alma América

Poemas Indo-españoles.
... Reconocí en usted al poeta quo,
por raro y admirable consorcio, uno
la audacia altiva de la inpiración coa
la firmeza escultórica de la forma;
y que, con generoso designio, se pro-
pone devolver á la poesía sus armas
do comljale y su misión civilizadora,
acertando con el derrotero que, en
mi sentir, será el de la poesia arae-
ricana.
José Enrique Rodó.
Montevideo.
Éé.^$é$é^i^.

OFRENDA Á ESPAÑA

Vengo dcsflc la América española,


á ofrendar este libro, en que se siente
latir un corazcin. Tal vez la ola
que me trajo hasta aquí gallardamente,
puso á Col(')n sobre la playa sola
también del ignorado Continente;
mas no en pausada y colonial galera
metálico tributo es el que envía
la indiana joven á la madre ibera,
sino en la de vapor, nave que un día
de ese mundo zarpé) la vez primera,
es en la que, en vibrante poesía,
le ofrece el culto de su vida entera :
sus ídolos de ayer; la fe que abraza;
todas las ambiciones y desmayos
de la herencia lalina en esa raza,
que el sol broncea con voraces rayos;
la vieja majestad de dos Imperios
indígenas; los épicos clamores,
ALMA AMERICA

resonanles en ambos hemisferios,


con que pasando van Coníjuistadores;
el desfile de líricos ^'irreyes,
llenos de hidalga brillantez y pompa;
la libci'lad de las criollas greyes,
digna de los elogios de la trompa,
ya que en ese fragor la sangre ibérica
lucha contra sí misma. Asi la Atnérica,
pulsando, al pie de su nativa palma,
la castellana cítara armoniosa,
le ofrece un libro; y, entre el libro, el alma
prisionera como una mariposa.

II

¿Que t!'iI)ulo mejor en atjuel día


en que el gran don Quijote alce la frente,
para mirar el astro sin poniente
de las Españas cuando Dios quería?
El abrirá su pecho alborozado,
al saber que el Amor en el Presente
hace más que la Fuerza en el Pasado;
el mirará á sus j)ies la vida entera
con <¡ue vive en las Indias esagente,
¡(jue se hi/u lilne, pero no extranjera!

11

¡ Ctiál cri'i'o on don QiiijiUe la figura


del que fatitasm.is al rednr divisa!
OrnENDA A ESPAÑA

Epopeya de escarnio y de ternura,


que es como el Evangelio de la Risa...
¡ Ay ! ¿Para qué soñar? Los corazones
no han, cuando sueñan, venturosa palma :
es fuerte quien no vive de ilusiones,
quien no siente molinos en el alma;
pero ¿ grande ? Eso nó !
Tú sí eres grande,
España romancesca y luminosa :
tú eres la Fe que el corazón expande;
tú, la Esperanza que en la Fe reposa;
y tú, la Caridad que por dociuiera
va prodigando su alma generosa.
Grande fue tu ideal, grande tu ensueño :
tan grande fuiste en la Cristiana Era,
que el mundo antiguo resultó pequeño
y para tí se completó la Esfera.

IV

¿Y de quién fué la gloria que el demente


logró en su excelsitud i' ¡ Oh gloria extraña
la de a<{uel triunfo sobre el mar rugiente!...
Cohuí puso el delirio de su mente;
pero la realidad... la puso España.
América surgió de la energía
y del ensueño, de la unión austera
de una mujer y un hombre, á la manera
de la cristiana redención un día;
porque no hay obra de inmortal renombre,
2
ALMA AMÉRICA

capaz de redimir la vida humana,


que, en consorcio ideal, no haya nacido
del cerebro de un hombre
al corazón de una mujer unido...

Y así América dice :


— ¡Oh madre Espaíía!
Toma mi vida entera;
que yo te he dado el Sol de mi montaña
y tú rae has dado el Sol de tu bandera.
Hay en mis venas el arranque hispano;
y no es hispano el que el amor concluya :
¡tuya fui, tuya soy! —
No piensa en vano;
que hasta la lengua en que lo dice es tuya.
No en vano aún la lengua castellana
presta la pompa de su augusto traje,
para cubrir la desnudez indiana...
No en vano el ardoroso Continente
refresca, así, su espíritu salvaje,
en esta lengua, pura y transparente
como aquella agua en que las reinas moras
refrescaban sus carnes pecadoras...

VI

Por eso, España, la gloriosa viuda


que de heráldico orgullo se reviste,
OFRESDA A ES PASA

tendrá un consuelo cuando sienta duda :


saber que un mundo con amor la asiste
y con su propia lengua la saluda.
— ¡Oh madre España! Toma — este es mi orgulli
la selva virgen y la escarpa ruda;
el tnrpial, que te atrae con su ruego;
el palmar, que te envuelve con su arrullo;
y hasta el Sol, que te excita con su fuego...
Toma la pampa de verdor luciente;
el lago en que la brisa se refresca;
la de los Andes cordillera ingente,
que contrae la faz del Continente
cual si fuese una arruga gigant©«ca...

VII

En las nevadas crestas de los Andes,


bajo un golpe de Sol, el agua brota
y palmotea entre peñascos grandes
como una carcajada que rebota;
y, en su carrera, sórdidos tumultos
suele arrastrar de piedras y de Iodo,
á la manera del que arrastra insultos,
pero que marcha en triunfo sobre todo :
se hunde luego dcliajo de las rocas
y se ultra en cascadas transparentes;
y, sin Iodo otra vez, llena ks bocas
de los abismos é improvisa fuentes.
El agua, asi, que de la andina altura
descendió por las ásperas pendientes,
cuanto más se ha golpeado está más pura.
ALMA AMEIilCA

¡No le importen áti, rnadre de un mundo,


los golpos que te des!...
En su caída
arrastra fango el manantial fecundo,
pero acaba por ser pureza y vida.
Y así en el ¡ay! de tus dolores grandes,
piensa (jue toda raza, en su aventura,
como el agua «jue Ijrola de los Andes,
cuanto más se ha golpeado está más pura...

VIII

Tal la musa hacia tí se vuelve toda;


y, al ofrendarte el libro de sü alma,
rejuvenece la vetusta Oda.
Antes (}ue el numen tro})icaI la excite
y pulse, al pie de su nativa palma,
la castellana citara, repite :
— ¡Oh madre España! Acógeme en tus brazos
y, al compás de mi cántico sonoro,
renueva el nudo de los viejos lazos;
que un anillo de oro hecho pedazos
ya no es anillo... ¡pero siempre es oro!

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^^'$* ^*pt*^ *$*'f*^'

TROQUEL

No beberé en las linfas de la castalia fuente,


ni cruzaré los bosques íloridos del Parnaso,
ni tras las nueve hermanas dirigiré mi paso;
pero, al cantar mis himnos, levantaré la frente.

Mi culto no es el culto de la pasada gente,


ni me es bastante el vuelo solemne del Pegaso :
los trópicos avivan la flama en que me abraso;
y en mis oídos suena la voz de un Continente.

Yo beberé en las aguas de caudalosos ríos,


yo cruzaré otros bosques lozanos y bravios,
yo buscaré á otra Musa que asombre al Universo.

Yo de una rima frágil haré mi carabela ;


me sentaré en la popa; desalaré la vela;
y zarparé á Iqs Indias, como un Cohm del verso..
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CRÓNICA ALFONSINA

A Ramón del Valle Tnclán.

Fué en el mar «fue separa la América de Europa,


una noche.
Las nubes encrespaban su tropa,
el viento inflaba el grito de su clarín sonoro
y arrastraban los rayes sus espuelas de oro.
Se encontraron dios barcas : nnientras que una iba,
otra tornaba.
(Sólo Dios las re desde arriba.)
En el silencio de esa soledad y eea calma,
propias de los momentos decisivos del alma,
resonó entre las brumas la nota mortecina
de una bocina... y luego respondió otra bocina.
Y fuéronse las barcas acercando.
Y el cielo,
como una virgen loca que rasgase su velo,
se hacía mil jirones. El mar, cual cabellera
de un filósofo anciano de la Clásica Era,
sacudía los bucles de sus olas. El viento
devoraba las leguas como el Ogro del cuento...
Se unieron las dos barcas. Y eran iguales. Una,
por mascarón de proa, tenía la fortuna
CRÓMCA ALFONSINA It

de ostentar la cabeza de un gi-an león de oro;


y la otra un castillo labrado en plata. El coro
de las olas cantaba, con fantástico empeño,
al Lcíín de la fuerza y al Castillo del sueño...
Ambas tripulaciones se hablaron con la propia
lengua de España. ¡ Oh lengua del País de la Utopia I
En una barca iba de viaje Dulcinea
al Nuevo ¡Mundo : estaba grave como una Idea,
triste como un Ensueño, muda como un Encanto
y toda arrebujada dentro su propio manto.
En la otra, venía Jimena haciendo viaje
de regreso : en sus plantas el carcaj de un salvaje,
en su espalda el adorno de vicuña más rico
y en su diestra las plumas del más raro abanico...
Y se hablaron.
— Amiga : yo camino á las tierras
que nuestros ascendientes, en fabulosas guerras,
empaparon de sangre. Llevó á ellas la pura
ilusión, la fe dulce, la divina locura,
todo cuanto es Ensueño, todo cuanto es Encanto,
todo cuanto es Idea; todo, sí, todo cuanto
puede dar á esas gentes nuestra más bella gala,
para que se defiendan del Puño con el Ala...
— Amiga : yo hacia España regreso, porque ahora
parece que hace en ella su insinuación la aurora
y le es precisa el alma de grandes decisiones :
espumas de corceles, melenas de leones,
radiantes armaduras, heráldicas proezas,
espadas que se cansen de cercenar cabezas;
todo un ardor de lucha, toda una santa ira,
en cetro, crucifijo, tizona, yunque v lira. —
Don Quijote, que estaba sin decir una sola
12 ALMA AMERICA

I),ila!)i'a, ya no pudo; y Iiahl() : — Tú eres la ola


que de América viene. Tú empujasle el navio
de Golim á esas playas. Tu corazón y el mío
se completan, señora. —
Don Rodrip^o, que mudo
miraba persignarse los rayos, ya no pudo
tampoco; y hable') y dijo :
— Dulcinea, señora,
saltar dame á tu barca. Yo bendigo la hora
en (juc de oir tus frases alcancé la fortuna.
Yo tengo el alma llena de Sol... y tú de Luna. —
Después... la paz. Las olas se adormecen tranquilas,
cien puñados de estrellas dilatan sus pupilas;
y, do astro en astro, entre una nube que la recala,
la Luna va pasando su bandeja de plata...
l'^n una barca vuelan á España Don Quijote
y Jimena; en la otra desafia el azote
del viento, Don Rodrigo que \»a con Dulcinea
al Nuevo Continente.
¡ Maravillosa idea,
que al través de dos mundos y cuatro siglos crece!

^Crónica del Reinado de Don Alfonso Xill.\

»€
LA CRUZ DEL SUR

Cuando las carabelas voladoras


al fin trazaron sobre el mar sus huellas,
fueron rasgando por delante dellas
la inmensidad con sus tremantes proras.

Entonces Dios, en las nocturnas horas,


tras el misterio de las tardes bellas,
una cruz dibujó con cuatro estrellas
en el lienzo en que pinta sus auroras.

Quedó la cruz como argentado l)roche,


que en la punta de un velo resplandece,
dejando ver radiantes simbolismos;

y hoy, sobre el terciopelo de la noche,


en la profunda obscuridad, parece
la condecoración de los abismos...
t*#*#####

LOS CONQUISTADORES

Ese Pizarro : el de la frente erguida.


Ese Cortés : el del cabello undoso.
Pasa Alvarado en su corcel nervioso;
Valdivia lleva el suyo de la brida.

¿ Y ése ? ¿ Y aquél ? En púrpura encendida


envueltos van, bregando sin ro|)oso,
á manera del grupo luminoso
de los Cenquistadores de la ^'ida.

Cuajado en oro, el puño del cuchillo;


la cora», cubierta de fulgores;
pleno de Sol, el reluciente casco :

pasando van, con el temblor de un brillo,


cual si fuesen bordados en colores
sobre grande» tapices de Damasco...

K^LJJ^
LOS ANDES

Cual se ve la escultórica serpiente


de Laoconte en mármoles desnudos,
los Andes trenzan sus nerviosos nudos
en el cuerpo de todo un Continente.

Horror dantesco estremecer se siente


por sobre ese tropel de héroes memltrudos,
que se alzan con graníticos escudos
y con cascos de plata refulgente.

La angustia de cada héroe es inünita,


porque quiere gritar, retiembla, salta,
se parte de dolor..., pero no grita;

y sólo deja, extático y sombrío,


rodar, desde su cúspide más alia,
la silenciosa lágrima de un río...

^^JJjf
EL ISTMO DE PANAMÁ

Nó, tú no ere» Corinto, en el que un día


se disputaban el laurel pagano,
en ardua pugna, hermano contra hermano,
hasta cejar alguno en la porfía.

Istmo de Panamá : no en la bravia


lucha persigas el asombro humano,
sino en hacer de dos sólo un océano ;
que eso es Paz y es Unión y es Armonía.

Ave hay que se abre el seno en los prolijos


cuidados de su amor : ¿de qué te extrañas,
si es por calmar el hambre de sus hijos ?

¡Tú, como esa ave, con tu propio acero,


te vas también rasgando las entrañas,
para darle la vida á un mundo entero I
LA EPOPEYA DEL PACÍFICO

(Á LA MANEUA YANKl)

Al Dr. Estanislao S. Zeballos.

Los Estados Unidos, como argolla de bronce,


contra un clavo torturan de la América un pie;
y la America debe, ya que aspira á ser libre,
imitarles primero é igualarles después.
Imitemos ¡oh musa! las crujientes estrofas
(jue en el Norte se mueven con la gracia de un tren;
y que giren las rimas como ruedas veloces;
y que caigan los versos como varas de riel.

II

Desconfiemos del Hombre de los ojos azules,


cuando quiera robarnos al calor del hogar
y con pieles de búfalo un tapiz nos regale
y lo clave con discos de sonoro metal,
18 ALMA AMICniCA

aunque nada es huirle, si imitarle no quieren


los que ignoran, gastándose en belígero afán,
que el trabajo no es culpa de un Edén ya perdido,
sino el único medio de llegarlo á gozar.

III

Pero nadie se duela de futuras conquistas :


nuestras selvas no saben de una raza mejor,
nuestros Andes ingoran lo (jue importa ser blanco,
nuestros ríos desdeñan lo que vale un sajim ;
y, así, el día en que un pueblo de otra raza se atreva
á explorar nuestras patrias, dará un grito de horror,
porque el miasma y la fiebre y el reptil y el pantano
le hundirán en la tierra, bajo el fuego del Sol.

IV

No podrá ser la raza de los blondos cabellos


lo que al fin rompa el Istmo... Lo tendrán que romper
veinte mil antillanos de cabezas obscuras,
que hervirán en las brechas cual sombrío tropel.
Raza de las Pirámides, raza de los asombros :
Faro en Alejandría, Templo en Jerusalem ;
¡raza (juc exprimit') sangre sobre el Romano Circo
y que exprimió sudores sobre el Canal de Suez!

Cuando corten el nudo que Natura ha formado,


cuando entreabran las fauces del sediento Canal,
LA ÉPOPEyA DEL PACIFICO 19

cuando al golpe de vara de un Moisús en las rocas


solemnemente ari;ójese uno contra otro mar,
en el único instante del titánico encuentro,
un aplauso de júbilo esos mares darán,
que se eleve en los aires á manera de un brindis,
cual chocasen dos vasos de sonoro cristal...

VI

El Ciuial será el golpe que al)rir le haga las manos


y le quite las llaves del gran Río al Brasil;
porque nuestras montañas rendirán sus tributos
á las naves que lleguen hasta el puerto feliz,
cuando luego de Paita, con enérgico trazo,
amazónica mai'gen solicite el carril,
y el Pacífico se una con el épico Rfo,
y los trenes galopen sacudiendo su crin..

VII

¡Oh, la turiía que, entonces, de los puertos vibrantes


de la Kuropa latina llegará á esa región !
Barcelona, Havre, Genova, en millares de manos,
mirarán los pañuelos desplegando un adiós...
Y el latino que sienta del vivaz Mediodía
ese Sol cji la sangre parecido á este Sol,
poblará nuestros bosques y vendrá desde Europa
¡ por el propio camino que le alista el sajón I
iO ALMA AMLJUrA

VIH

Vierte ¡oh musa! tus cantos, como linfas que corren


y que fingen corriendo milagroso Jordán,
donde América puede redimir sus pecados,
refrescar sus fatigas, sus miserias lavar;
y, después que en el baño quede exenta de culpa,
enjugarse las aguas y envolverse quizás
entre sábanas puras, que se tiendan al viento
¡ como blancas banderas de Trabajo y de Paz I

\1
SÍMBOLO

Pasan por mis estrofas los Virreyes egregios


y las líricas damas de otros tiempos de amor;
pero, en verdad, si entonces canto los llorilegios
y las fiestas galanas, canto un canto mayor

cuando me dan las selvas vírgenes sus arpegios


y su orgullo los Incas y Pizarro su ardor,
y así soy, cu la pompa de mis cánticos regios,
algo Precolombino y algo Conquistador.

Soy épico dos veces; y estoy enamorado


del Sol que hay en mi íina cora/a de soldado
y del León rampante que ilustra mi broquel :

tal el verso en que canto del Virrey la fortuna,


es un Sol que en las tardes le da un beso á la Luna
ó un León que eu los labios tiene un poco de miel..
LAS CATARATAS DEL NIÁGARA

Como en supremo arranque de heroísmo,


brinca el tropel de espuma alborotada
de peñón en peñón, de grada en grada;
y revienta en perpetuo cataclismo.

Se revuelve ei caudal sobre sí mismo;


y tingo, ante la atónita mirada,
la ílolanle melena enmarañada

de un lc(')n enjaidado en el abismo.

Sigue el tropel en épico alhoroto,


como un inacabable terremoto
([ue ingentes peñas arrancó de cuajo.

Y ¡ oh poder de un alaMd)re ! ese torrente


sólo llega á servir humildemente
para muveí' las ruedas del Trabajo...

V
4t-
LAS BOCAS DEL ORINOCO

Tú, que de cárcel de almenadas rocas


fugas, por entre selvas, y resbalas
como un drag(')n con invisibles alas,
cincuenta veces en tus islas chocas.

Te retuerces, te crispas, te dislocas,


y por cincuenta pórticos te exhalas;
y, al ensancharte en las cerúleas salas,
lan/as un ¡ ay ! por tus cincuenta bocas.

Y cuando tu agua con el mar se junta,


finge enorme ramal que se desata
y que amarra una isla en cada punta...

¡ Salve á ti, Triunfador, que hacia el Océano


en carro vas de resonante plata,
con cincuenta rendajes en la nianol
^^'$* ^'f*'$* ^**i**p

EL CANTO DEL PORVENIR

(1' A L A U It A S 1 N T E H N A C 1 O N A Lü S )

En un lejano día, se incorporó Balboa;


y vio su mar.
Corlado por la mitad el boa
de los Andes, entonces, ya el Canal era lierho.
Magallanes lloraba : ¡cuan inútil su eslrctlio!

En el mar de Balboa, la gran Isla del Oro,


el País de Zii)ango, resaltaba en el foro,
como un protagonista que inesperado llega
en la mitad de un acto de una gran farsa griega.
.lap()n, (pie atrajo un tiempo toda la andad codicia
de las velas hincbadas al viento ile. Fenicia,
era el clásico centro de la amarilla ra/.a,
(pie veía á los blancos con ojos de amenaza;
y levantaba el puño, cual diciendo al Destino :
— ¡Ü los demás me lo abren, ó me abro vo camino!

Era el caso (]\w. Rusia, que en sus pieles de oso


durmió, sobre los bielos, en se-.-ular reposo,
P.i/.A lifíAS ISTEUyA ClOyALES

se doblegó vencida; y, aunque supo a millones


malgastar en la guerra rublos y corazones,
cayó bajo el Imperio que en su pendón flotante
luce el ensangrentado disco del Sol Levante.

Pero ¿ es verdad ? j oh Pueblos ! Rusia no fué vencida.


Japón, breve y punzante, le atormentó la vida,
como un moscón que llena la noche de un enfermo
ó un alfiler que araña la piel de un paquidermo.
Entonces, sabiamente, la Yankilandia vino;
y, cual si fuese enviada por Dios á tal destino,
suspendió los aceros de entrambos combatientes
y sonri(')... mostrando triple fila de dientes.

La Paz fué. No era bueno para el País del Norte


el triunfo decisivo de la amarilla Corte,
ni menos el temible dominio de los Czares
en tan ansiadas tierras y codiciados mares.

Asi, en la Paz, vencieron los Estados Unidos;


y certeros, astutos, ágiles, prevenidos,
trepanaron las tierras, cercenaron los Andes,
unieron dos océanos... y se sintieron grandes.

Los Estados Unidos con su mano de atleta


realizaron, entonces, la visión del poeta;
y midieron con rieles las inéditas zonas
que liay de Paita á una margen del paterno Amazonas.
El gran Río, ese Río que fué un tiempo el Dorado,
más que el Canjes fecundo, más que el Nilo sagrado,
se hizo en rápidos días capital de un empoiio,
donde fué carne viva lo que es sueño ilusorio;
2fi ALMA Ayii:riICA

y, ganando al futuro las más épicas palmas,


en sus bosques rozados, levantó bosques de alonas.. .

Quiso el clima do aquellas tropicales regiones,


que latinos llegaran en audaces legiones;
y fundieran su raza con la raza que habría
replegádose al Norte, porque es rubia y es fría.
A manera que, hace años, el Transvaal, esa raza
que nació en el gran Río, fué una nueva amenaza
para aquella del Norte, que, ya viéndose en ruina,
acalx) en tres combates con la raza latina...

1 Oh ! lia raza latina quedó siempre en las zonas


de esa unión de dos razas que fundiera Amazonas;
y se impuso su sangre sobre el doble concierto,
como planta que brota de la tumba de un muerto...
— ¡ Libertad! — dijo á voces esa raza — la nueva —
(el Adán fué del Norte, fué latina la Eva)
— ¡ Libertad ! —
Los Estados, ya no Unidos entonces,
desplegaron sus naves, despertaron sus bronces
y encresparon las olas con sonora arrogancia...
El Japón, todo armado, se asomó á la distancia.
¿ Y pasó?...
•^ y fecundo,
Que más taidc, joven, libre
el País de Amazonas era el Centro del Mundo.

A
©tí; üf® üf® xfJfoJ \f)

EL AMOR DEL DORADO

Tú sabes que es mi patria la tierra del Dorado,


tú sabes que el Dorado te embriaga con su olor,
tú sabes que cu el anca de mi bridón alado
le llevaría en sueños al bosque encantador :
ahí está el árbol que habla, la piedra del pecado,
el pájaro-abanico, la mariposa-flor;
ahí están los tres reinos con los que tú has sonado
tres reinos que se ofrecen en pago de un amor.

II

Resinas olorosas esenciarán tu aliento;


orquídeas sorprendentes anudarán tu sien;
peñascos fabulosos te brindarán su asiento;
hamacas de palmera su lánguido vaivén.
Tú sentirás, señora, lo mismo que yo siento :
el río hará de sierpe y el bosque será edén.
La Tentación le llama. Y el rio, el bosque, el viento
á voces el Dorado le está diciendo : — ¡Ven I
28 ALMA AMKfífCA

III

El AiTKizonas te ama. Si te echas en el suelo,


bajo el festón de un árbol que es el del bien y el mal,
verás que retorcida con voluptuoso anhelo
simula una pulsera la sierpe de cristal ;
y si mis brazos buscas para calmar mi duelo,
y cuelgas en ese árbol mi lira tropical,
verás que un arco-iris se extiende sobre el cielo
como la cola abierta de un gran pavo real.

IV

Señora : sube al anca, que mi bridón te espera.


¿No sientes que el Dorado te embriaga con su olor?
Cocuyo es cada chispa que salta y reverbera,
al golpe acompasado del potro volador...
Ya se estremece toda la andina cordillera...
Y pasan noches, días, semanas de fragor...
Pero ya viene el bosque, ya acaba la carrera.
Señora : ¡ es el Dorado! Señora : ¡es el Amor!

%
EN EL CANAL

Contra Natura en formidable guerra,


triunfa la eucaristía del trabajo :
antes de unir dos mares con un tajo,
se unen todas las razas de la Tierra.

Cruje el barreno; el garfio que se aferra


destroza el pedernal; salta el cascajo;
y á cada son que repercute abajo,
lo que va abriendo el hombre, el mar lo cierra.

El agua se hace fango y miasma luego,


y, envuelta en ese miasma, se desprende,
como una irradiación de las montañas,

la fiebre tropical, garra de fuego


con que la Madre Tierra se defiende
del que le va arrancado las entrañas.

^
Jd&2&!^ ^SSS^ -^s 'fiS^ J!í&fiS^ ■^SffiS^ -^S^S^ ■''^^^S^ -JcMs^ ííf SS^

NÚÑEZ DE BALBOA

Por la atónita selva, que pujante


abres, corno rasgada vestidura,
vas corriendo la intrépida aventura
de llevar tu pendón siempre adelante;

raas, de súbito, escuchas el gigante


rumor de un mar poblando esa espesura,
y reparas que crece y se apresura
cuanto más huyes tú del mar de Atlante.

Es otro... ¿No lo ves ? Hacia él te lanzas :


llegas por Gn con tu bandera á solas,
y en el roto cristal entras y avanzas;

y diriase, al ver tu épico trazo,


no que tú penetraste entre 'las
^ olas,
sino que el mismo mar... ¡te dit) un abrazo!
^ 1 ts^ ^ W ísr ''^ lí e/^1 a^'^^ ^>t,l ^^1 ¿f^l ¿f^^ t^
VVN/N/VVVVN/

LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES

A Manuel Bueno.
¡Los caballos eran fuertes !
I Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran linos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales...
i Los caballos eran fuertes !
¡ Los caballos eran ágiles !

¡Nó! No han sido los guerreros solamente,


de corazas y penachos y tizonas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes :
los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes,
eslaitiparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras, en losbosquesy en los valles.
¡ Los «aballos eran fuertes!
¡ Los «aballos eran ágiles !
32 ALMA AMÉRICA

Un cab.illo fué el primero,


en los tórridos manglares,
ruando el grupo de Balhoa caminaba
despertando las dormidas soledades,
que, de pronto, dio el aviso
del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire
al olfato le trajeron
las salinas humedades;
y el caballo de Quesada, que en la cumbre
se detuvo, viendo, al fondo de los valles,
el fuetazo de un torrente
como el gesto de una cólera salvaje,
saludó con un relincho
la sabana interminable...
y bajó, con fácil trote,
los peldaños de los Andes,
cual por unas milenarias escaleras
que crujían bajo el golpe de los cascos musicales...
; Los caballos eran fuertes !
¡ Los caballos eran ágiles 1

¿ Y aquel otro de ancho tórax,


que la testa pone en alto, cual queriendo ser más grande,
en que Hernán Cortés un día,
caballero sobre estribos rutilantes,
desde México hasta Honduras,
mide leguas y semanas, entre rocas y boscajes?
¡ Hs más digno de los lauros,
que los poli'os que galopan en los cánticos triunfales
con que Píndaro celebra las olímpicas disputas
entro el vuelo de los carros y la fuga de los aires!
y es más digno todavía
LOS CABALLOS DE LOS C ONQ L'/STA DO II E S 33

de las Odas inmortales,


el caballo con que Soto diestramente
y tejiendo sus cabriolas como él sabe,
causa asombro, pone espanto, roba fuerzas
y, entre el coro de los indios, sin que nadie
baga un gesto de reproche, llega al trono de Atahuaípa
y salpica con espumas las insignias imperiales...
¡ Los caballos eran fuertes!
¡ Los caballos eran ágiles!

El caballo del beduino


que se traga soledades;
el caballo milagroso de San Jorge,
(juo tritura con sus cascos los dragones infernales j
el de César en las Gallas;
el de Aníbal en los Alpes;
el centauro de las clásicas leyendas,
mitad potro, mitad hombre, que galopa sin cansarse
y que sueña sin dormirse
y que flecha los luceros y que coi'rc más que el aiie;
todos tienen menos alma,
menos fuerza, menos sangre,
que los épicos caballos andaluces
en las tiei-ras de la Atlántida salvaje,
soportando las fatigas,
las espuelas y las hambres,
bajo el [)eso de las férreas armaduras
y entre el fleco de los anchos estandartes,
cual desde de heroísmos coronados
con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante...
En mitad de los fragores
decisivos del conibate,
34 ALMA AMEHICA

los caballos con sus pechos


arrollaban á los indios y seguían adelante;
y, así, á veces, á los gritos de ¡Santiago!
entre el humo y el fulgor de los metales,
se veía (|ue pasaba, como un sueño,
el caballo del Apcislol á galope por los aires...
¡Los caballos eran fuertes 1
¡Los caballos eran ágiles!

Se diría una epopeya


de caballos singulares,
que á manera de hipogrifos desalados
ó cual río que se cuelga de los Andes,
llegan todos,
empolvados, jadeantes,
de unas tierras nunca vistas
á otras tierras conquislablos ;
y, de súbito, espantados por un cuerno
que se hincha de huracanes,
dan nerviosos un relincho tan profundo
que parece que quisiera perpetuarse...
y, en las pampas sin confines,
ven las tristes lejanías, y remontan las edades,
y se sienten atraídos por los nuevos hoiizontes,
se aglomeran, piafan, soplan... y se pierden al escape
detrás de ellos una nube,
que es ia nube de la gloria, se levanta por los aires...
¡ Los caballos eran fuertes !
j Los caballos eran ágiles !
^^±^^^^^^

BLASÓN

Soy el cantor de América autóctono y salvaje


mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con un vaivén pausado de hamaca tropical...

Cuando me siento Inca, le rindo vasallaje


al Sol, que me da el cetro de su poder real ;
cuando me siento hispano y evoco el Coloniaje,
parecen mis estrofas trompetas de crista!.

Mi fantasía viene de un abolengo moro :


los Andes son de plata, pero el León de oro;
y las dos castas fundo con épico fragor.

La sangre es española é incaico es el latido;


¡y de no sur Poeta, (piizás yo hubiese sido
un blanco Aventurero ó un indio Emperador 1
^f^^^

LOS VOLCANES

Cada volcán levanta su figura,


cual si de pronto, ante la faz del ciclo,
suspi-ndieseu el ángulo de un velo
dos dedos invisibles de la altura.

La cresta es blanca y como Itlanca pura


la entraña hierve en inllaniado anliulo;
y sobre el horno aquel contrasta el hielo,
cual sobre una pasión un alma dura.

Los volcanes son túmulos de piedra,


pero á sus pies los valles que lloreccn
Ungen alfombras de irisada yedra ;

y por eso, entre .campos de colores,


al destacarse en ol azul, parecen
cestas volcadas derramando llores...

»4?
M^^,

LAS PUNAS

Silencio y soledad... Nada se mueve...


Apenas, á lo lejos, en hilera,
las vicuñas con rápida carrera
pasan, á modo de una sombra leve.

¿ Quién á medir esa extensión se atreve?


Sólo la desplegada cordillera,
que se encorva después, á la manera
de un colosal paréntesis de nieve.

Vano será que busque la mirada


alegría de vividos colores,
un la tristeza de la puna helada :

fin mariposas, pájaros, ni flores,


es una inmensidad deshabitada,
como si fuese un alma sin amores...
EL IDILIO DE LOS CÓNDORES

A Alejandro Sawa,

Como si fuese en pedestal de plata,


en un témpano enorme, en cuya frente
se desespera el Sol, un grupo alado
bulle, sobre la abrupta escalinata
de los Andes.

El cóndor, que se siente


junto de su hembra, un ala enamorado
tiende sobro ella en forma de abanico,
la oprime con vigor á su costado
y en el trémulo moño húndela el pico.
¡ Es el amor!

El viento se desata
cual se desata un lazo. Nubarrones
pasan en fugitivos escuadrones,
como una fabulosa cabalgata...
El señor de los Andes, que fulmina
su mirada de cólera hasta el hondo
valle que hay á sus plantas, adivina
EL IDILIO DE LOS CÓNDORES 3»

la tempestad que se insinúa : inclina


la señoril cabeza; y, en redondo,
veinte leguas domina
de tierras desdobladas en el fondo...
Y el cóndor ve los campos, que parecen
telas tijereteadas por los ríos ;
y las llanuras, á sus ojos, crecen
cubiertas de pintados sembradíos :
la cañada... el cafeto... Allá, una ruina;
más allá, un humo de ondulante sombra :
á veces, el perfil de una colina,
que en la tierra aplanada se adivina
como un zurcido en opulenta alfombra...
Y el cóndor va arrastrando la mirada
hacia el atrevimiento de su cumbre :
la selva le parece muchedumbre,
que va, de una quebrada á otra quebrada,
en escalonamicnto portentoso,
en el que todo monte es una grada
y todo abismo un salto de coloso.
Luego, ya no ve selva. La pelada
roca, musculatura en carne viva,
se contrae en un ímpetu nervioso :
lánzase á la altitud, en superpuestas
arrugas cual de frente pensativa,
hasta tui'bar, con el fragor vidrioso
•jue se estremece en las plateadas crestas,
?1 mudo terciopelo del reposo...
¡ Ah! Y el (-(uidor mir('), como en un sueño,
que, desde allá, desde el rastrero llano,
se desprendif» la audacia de un empeño
á sojuzgar las cúspides. No en vano
40 ALMA AMÉniCA

hasta la cuiiilire sola


en que el cóndor está, férrea serpiente
fué arrastrándose, en circulo ascendente,
como queriendo ensortijar su cola.
¡ El tren!... En donde el pájaro salvaje
imperó sin rival, ya el tren impera.
El, soberbio, sacude su plumaje;
invita á su amorosa compañera;
y rompe el vuelo : entonces, de soslayo,
lanza al tren su mirada, á la manera
de un nubarrón que descargase un ravo...
¡ Un rayo! Otro después...
Y nube obscura
rodeó el picacho y ensayó un estruendo.
¡ Qué lobreguez en derredor!
La pura
limpidez de la nieve ilia saliendo
de esa nube, cual de ancha sepultura;
porque esa nube, en derredor, sombría,
cubrió la tierra y se espaci('> en la altura :
S(')lo el picacho, en la mitad, se erguía.
El ccindor y la hembra, en sus amores,
rasgaron el azul, viendo á sus plantas
la tempestad, que, envuelta en res|)landorcs,
tiene el delirio de las iras santas;
y escucharon del trueno el estampido,
mientras caía el agua en los regazos ,
de las profundas selvas, con el ruido
de una cristalería hecha pedazos...
Y se amaron así : soi)re los vientos
suspendidos los dos. ¡ Eran dos vidas
y una palpitación ; ó dos alientos.
EL IDILIO DE LOS CÓNDORES 'il

y un óbsculo de amor! Las dos figuras


simulaban dos breves carabelas;
pero, al batir las alas confundidas,
destacábase el grupo en las alturas
como una embarcación de cuatro velas..

r4*
PPi pp

LOS RÍOS

Lloran las cumbres lágrimas de hielo,


que corren por las trágicas pendientes
y van formando en su camino fuentes,
enamoradas del azul del cielo.

Entre las grietas del musgoso suelo,


aprisionan sus linfas los torrentes,
á manera de alhajas refulgentes
entre estuches de verde terciopelo.

Súbito, ensanchan sus ruidosas quejas;


y, dibujando monacales tocas,
envuelven su cristal en densas brumas.

Y el río nace, cual tropel de ovejas


que va dejando en las filudas rocas
enredado el velbui de sus espumas...
LAS SELVAS

Cada selva en su pompa de rumores,


sobre la oslentación de los follajes,
copia el frufrú de los sedosos trajes
y en la seda después pinta sus flores.

Luce insectos de gasa brilladores,


pájaros de vivísimos plumajes,
fieras dignas de verse en los paisajes
de una artística alfombra de colores.

La selva tropical que por frondosa


finge la cabellera de una hermosa,
de día, entre penumbras se recata;

y, de noche, sujeta su peinado


con un fulgor de luna, atravesado
conjo si fuese un alfiler de plata...

nr
EN EL MUSEO DEL PRADO

A Mariano de Cavia.

Cuando al poner mis plantas sentí tierra española,


un capiiclu), á manera de mujer ó de ola,
me arrastró hacia el Museo, donde largos salones
mudanienle me hablaron de cien generaciones :
en los cuadros pendientes de los épicos muros,
vi pasar, como sombras de otros tiempos obscuros,
procesiones de obispos y magnates y damas,
entre un revoloteo de mantos y orillamas;
y guerreros sentados en lustrosos corceles,
entre lanzas agudas y redondos broqueles.

Entonces, ante aquellos cuadros de una elocuencia


cual de un espejo raro que tuviese conciencia,
ante esos mudos lienzos de desdeñosa calma,
¡sentí (jue cuatro siglos cayeron sobre mi alma!
Y América, la india, se despert('» en mis venas,
pensó en los hombres blancos c irguióse entre cadenas,
al llenarse de orgullo por las grandes conquistas
de esos grandes guerreros como grandes artistas.
EN El Mi SEO DEL l'íiADO 45

Velázquo/., Goya .. Kl mismo poeta de los Andes,


que al cóndor de las cumbres pidió sus alas gi-andcs
para llegar adonde fatígansc los vientos,
ante esos dos artistas se postra sin alientos,
al ver que, en cada cuadro donde una Edad se espacia
j el uno es todo Fuerza y el otro es todo Gracia!

Velázquez suma aquella dinástica osadía


que encadenó á su trono dos mundos en un día,
que equilibró los astros, que redondeó el planeta
y en cada gran guerrero cristalizó un poeta;
y Goya suma esa otra prismática y galante
Edad, en cuyo brillo cada ojo es un diamante,
cada mantilla tela de araña prodigiosa,
cada cintura dengue, cada mejilla rosa.
Velázquez, Goya... En esos dos únicos pinceles
hay Fuerza y Gracia; hay todo : corazas y oropeles...
Velázquez á mis ojos evoca las escenas
de la Conquista : hay algo que i;orre por mis venas
que, ante sus cuadros, finge rememorar figuras
de cascos relucientes, bruñidas armaduras,
tizonas rechinantes y olímpicos caballos
que hacen chispear la América al golpe de su» callos..,
Goya á mis ojos pone la Edad del Coloniaje,
donde el Virrey pasea su galoneado traje,
su nítida peluca bajo el tricornio leve,
su casacón de rosa, su paiitah'm de nieve;
I» (|ue se emboza, en calles de lobreguez resbala
y trepa á unos balcones por retorcida escala...

Velázquez, Goya... En ambos la clásica paleta


desdóblase, á mis ojos de indiano y de poeta,
fiC' ALMA AMÉRICA

corno arco-iris hecho con lágrimas y flores,


que, cuando nuestra raza vacila en sus dolores,
se tiende, en igual forma que tras las tempestades,
sobre la catarata de todas las edades.

Así, cuando aquel día sentí tierra española,


un capricho á manera de mujer ó de ola,
me arrastro hacia el Museo, donde largos salones
mudamente me hablaron de cien generaciones,
¡ Con qué orgullo pujante sublevóseme el estro;
y al mirar cada cuadro, le decía : — Soy vuestro!

Pensé que el triunfo insigne de tan genial belleza


sólo era comparable con mi Naturaleza;
sentí que se ilustraba, por dentro de mi barro,
sangre de Calcuchima con sangre de Pizarro;
y quise en el Museo, pensando en mi montaña,
¡ ser la mitad de América y la mitad de España I
LOS LAGOS

Copia el lago en sus vidrios palpitantes


cuanto se asoma en su contorno vago,
como si fuera el voluptuoso halago
de una coquetería de gigantes.

Llega un rio cual sarta de diamantes;


y, por virtud de milagroso mago,
tn el fondo del bosque, deja un lago
«orno un collar de chispas relumbrantes.

Al ver el lago, entonces, se dijera


que la larga serpiente que antes era
se ha ensortijado entre la selva hosca;

porque así son, en la montaña andina,


el río una serpiente que camina
y el lago una serpiente que se enrosca...
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LOS PANTANOS

El río es como un ímpetu salvaje;


el lago es como un fondo de ti-isteza;
el pantano, cubierto de male/.a,
es como un vicio entre el pudor de un traje.

Espeso carrizal, flores de encaje,


viento que arrulla, abismo que l)OSteza,
el pantano es un sueño de pereza
que duerme el fango en medio del boscaje..

Tumba abierta de pronto en el camino,


es á modo de un golpe repentino
envuelto en el disfraz de una asechanza;

porque en el corazón de la espesura,


sobre el fango se tiende la verdura
i como sobre un dolor una esperanza 1
EL AMOR DE LOS ANDES

Señora : ¿con qué timbres se ostentan mis amores ?


Señora : ¿qué grabados ilustran mi bro<{uel?
j Las trágicas leyendas de cien Conquistadores,
las armas de dos mundos y un gajo de laurel!

Me ha dicho un viejo infolio que apenas una gota


de sangre de Gonzalo de Córdoba hay en mí :
no sé; pero yo he sido de aquella Edad remota
y siento las grandezas del siglo en que viví.

Por eso á vos me llego — ¿ lo comprendéis ahora? -


con majestad de Inca y orgullo de español;
y os doy un timbre y otro para escoger, señora :
¡ el de mi madre Iberia ó el de mi padre el Sol!

Mi amor no es el del niño de la visión pagana...


Conquistador ó Inca, yo siento aquel alan
que pone bajo el pecho la tierra americana,
con ímpetus de Río y espasmos de Volcán...

Si os ablandáis al ruego, culminaré mi vida :


me sentiré más digno de mi épico blas(')n;
50 ALMA A mi:: RICA

y os quedarúis, señora, mirando sorprendida


que le aparecen alas de cóndor al leiin...

Sabed, señora mía, que soy uno de aquellos


que tienen algo en su alma de bosque tropical.
Los déspotas me asombran; pero yo soy como ellos
I después que ellos libaban, rompían el cristal!

Sabed que sois el culto de mi pasión avara :


por vos hiciera esfuerzos que nadie imagin(').
Después... os mataría ¡ para que nadie osara
poner su pensamiento donde lo puse yo!
LA TIERRA DEL SOL

Al Excmo. Sr. Dr. D. José Pardo y Barreda.

IM P R R IO

Cuarenta mil esclavos alirieron el camino


del Cuzco á (>a¡amai'ca, por donde el Inca va :
su padre, el Sol, le alumbra; y el regio peregrino
devora millas, leguas... y siempre más allá.

Cojín le di(') una alpaca cual áureo vellocino;


escala lií/.ole el l)razo de quechua y aimará :
detuvo el anda; y ágil y firme en su destino,
salli) sobre los hombros en que apoyado está.

Tejiendo muelles danzas las indias van delante;


detrás, van los soldados de aspecto fulgurante;
el Inca, envuelto en oro, simula una visiim.

Y sobre aquel camino, que el Sol aviva en llamas,


como lo hiciese un boa de fúlgidas escamas,
se va desenroscando la lenta procesión...
52 ALMA AMÉltlCA

II

CONQUISTA

Los hombres de piel blanca, que á un épico sonoro


aguardan todavía para llenar su rol,
después que en dos le parten su Medialuna al moro,-
consiguen con su espada cortar en cruz el Sol.

Sorprenden en las huacas el clásico tesoro;


coronan la alta nieve ceñidos de arrebol;
y lavan las arenas de ese raudal de oro
que ilustra los dominios del cesar español.

Unos con otros pugnan por el botín de guerra;


fatigan con sus choques la conquistada tierra;
Pizarro cae encima de estoque criminal...

¡Hasta que en el camino, del Sol á las miradas,


se yerguen dos picotas, en donde ensangrentadas
asoman sus cabezas Gonzalo y Carbajall

III

COLONIAJE

¡Vale un Perú! — y el oro corric') como una onda.


I Vale un Perú! — y las naves lleváronse el metal...
¡ Pero (jucdó esa frase magnifica y redonda,
romo lina reso!ianto medalla colonial!
LA TIElíRA ÜI:L SOL 53

Uijcrase que el arca de un Creso se desfonda...


¡Oh tiempo de Virreyes, que nunca tuvo iyual!
Se abren los ojos claros de la virreyna blonda
y hace brillar sus piedras la mitra episcopal.
¿Cuyo el balcón morisco que un pulpito remeda?
¿ Quién descolgó la escala de retorcida seda?
¿Cuál paseo, el de sauces, que en el río se ve?...
La Edad de los Virreyes es baile de gran l)rillo;
y en él, mientras se doi)lan las ba/as de un liesillo,
se van desenvolviendo los cuadros de un minué...

IV
REPÚBLICA

Por el Canal un día, cual desbandada tropa,


á las incaicas tierras vendrá la inmigración;
y el árbol de sus razas transplanlará la Europa
al bosque en que sus flecos sacude el Marainm.
La sed de las grandezas se saciará en la copa
de esa — que fué el Dorado — fantástica región,
si el tren llega á la mai-gen del rio (|ue galopa,
como uu titán (jue empuña la cola lie un dragc'tn...
Será el Perú amaziuiico el piu'blu sin lencores,
que enjugará los llantos de lodos los dolores
y partirá entre iiuiclius las hostias de su aliar;
porque la Raza al boide del Marañen nacida
penetrará cien años en la futura vida,
como penetra el río cien leguas en el mar.
5
W W W \^ w w w w w

CINEGÉTICA

Montañesa : entré á cazar


en tu bosque y me perdí.
Por tres noches no dormí,
caminando sin cesar
y pensando sólo en tí.
La primera noche yo
vi un extiaño no sé qué,
que en el musgo resbaló:
era »m boa que pasó
restregándose en mi pié.

La segunda noche vi
el revuelo de un cóndor ;
y en las sombras distinguí
que, sin duda para ti,
en su pico iba una ílor.
La tercera noche fué
la que me hizo suspirar.
Cuando menos lo pensé,
un zarpazo de jaguar :
en el pocho se me ve.
CINEGÉTICA 55

Montañosa : )ierido estoy.


Las heridas son por tí.
Tres amantes tienes hoy;
y, de celos, ya no soy
ni la sonil)ia del ([ue fui.

¡ Ah ! No vayas á pensar
que á tu bosque he de volver.
¡Más terrible suele ser
que una zarpa de jaguar
una mano de mujer 1
^^^^

EL CHONTAL RENDIDO

A Misuel Sa»a.

Emperatriz azteca : ¡yo te amo! Tu lierinoííura


y sólo tu hermosura me llega, asi, á vencer.
Lo que jamás pudiesen con toda su bravura
más de diez mil arqueros... ¡lo puede una mujer!

Yo combatí, señora, cien días sin reposo :


rindióse al fin mi brazo, pero mi pecho no.
Fijé sobre cabezas mi planta de coloso;
y ahí donde haya un charco de sangre, esluve yo.,

El águila del trono que pica la serpiente,


se vino hasta mis lagos á un golpe de huracán :
sintióla el iSIomotoml)o llegar; ir-guió la frente;
¡y el águila no pudo posarse en el voKán!

En cambio, tú, señora, desteje mis guirnaldas;


humilla mis proezas de heroico paladín;
y luego que á tu gusto doblegues mis espaldas,
colócate sobre ellas en regio palantpiín.
EL ruoyr.iL iíf.\diüo 57

Escolta hal)r.1n de hacerte mis propias muclietluinhres,


cuando sentada encima de mi vigor estés...
¡ Ah! Déjame llevarte por selvas y por cumbres,
sintiendo en mis espaldas los golpes de tus pies!

Te llevaré hasta el lago donde luchara á solas;


y para que te asombres del que á tus pies está,
verás, entre los pliegues de aquellas turbias olas,
cadáveres de aztecas flotando aquí y allá...

Ahí, flota el cadáver de tu menor hermano;


allá, el del Sacerdote que en brazos te cargó...
Ese es el de un Caudillo : ¡ fué muerto por mi mano!
Ese otro es el de un Noble : ¡también lo he muerto yo!

Suspende un solo dedo, si quieres la venganza :


se rasgará mi vida cual rásgase un capuz;
y como aquí, en el pecho, me quebraré una lanza,
saldrá por esa herida ¡no sangre, sino luz I

En cambio, si asombrada de todas esas muertes,


por quien odió á los tuyos te dejas hoy amar,
te pasearás encima de mis espaldas fuertes
como una garza encima del lomo do un jaguar.

Más de diez mil aztecas, con épico ruido,


por selvas y por c-umbres, llegaron hasta a(|ui...
¿Y pai'a qué, señora? Yo nunca me he rendido
á ejércitos de esclavos... j pero me rindo á ti I

§^
cf:)C^K^:)Cf:)m^^)C*:)(^:i^)

BRAZO DE CONQUISTADOR

Perdió un brazo en América el mancebo que en Flandcs


y en Italia hubo lauros. Una flecha bravia >■
se vengó en la siniestra de la diestra que un día
fué temblor en las selvas y crujido en los Andes.

Uno dijole entonces : — Ya no más te desmandes,


ya no más busques lucha, discusión, ni porfía;
porque un brazo te falta y, así, nadie podría
castigar en un duelo tus insultos más grandes. —

El heroico mancebo reprimirse no pudo;


bofetada sonora descarg<')le á su amigo;
y entregándole su arma, mostr(') el pecho desnudo.
— Lo que has hecho es cobarde.
— Tu disculpa rechazo.
Si soy manco, no importa. Para darme castigo
9I lin tienes un medio : ¡que te corten un brazo! —
^^^'^t^^^l^ >^^><^^>^^ ^^-^¿S^-0]r
^1 ^^ rf/ rf^ rf^ í^fv rf^ ^^ ^f^

LAS MINAS DE POTOSÍ

Es justo que Zipango renuncie su decoro :


ostentan mayor pompa las cúspides andinas;
y aún pueden, en medio de las incaicas ruinas,
buscar los Argonautas el símbolo de oro.

Cuando el hispano, há siglos, tocó el clarín sonoro,


los indios se escaparon al fondo de las minas;
y bajo de las piedras y nieves cristalinas,
qued<), como en un cofre, guardado su tesoro.

El Padre de los Incas, el Sol,, que oyera el grito


de esc clarín que supo colmar el Infinito,
también quiso ocultarse, miedoso de la guerra;

y así, después, al golpe del pico y do la azada,


el oro fué sacando su luz petrificada
como si el Sol brotastt de bajo de la tierra...
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LA TIERRA DEL FUEGO

Ceñida con lujuria dentro del mar sonoro,


que así la abraza y besa con lúbricos afanos,
resalla aquella Isla que es hecha de volcanes
como una ganga enorme que reventase en oro.

Dijérase un cadáver del estelario coro;


dijérase una chispa que apagan huracanes :
á veces, de los cielos, fulminan los Titanes
pedazos que un martillo le arranca á un meteoro...

Quien mira, sobre el mapa de America, aquel trazo


en que llexibles nmeven los Andes su espinazo,
figúrase una larga serpiente que camina;

y asi es cómo aquel punto ilnal del Continente,


desde que del arranca la cordillera andina,
parece una cabeza cortada á una serpiente...
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EL ESTRECHO DE MAGALLANES

El capitán osado navega en la insegura


noche del mar. Su barco, de crujidora quilla,
que ve, de pronto, abierta la trágica cuchilla
de un monte en dos partido, por ella se aventura.

Las velas se desgarran y hay vientos de locura ;


allá, hacia un lado, á veces, una fogata brilla;
y enronquecidos lobos, desde una y otra orilla,
hacen sonar sus gritos sobre la noche obscura.

Las olas ladran... ladran... en los abruptos flancos;


y, envueltas en espumas, parecen perros blancos
contra los lobos negros en las riberas solas...

Y el barco sigue... sigue...; y, al proseguir de frente,


como iban separándose ante Moisés las olas,
se van también abriendo las tierras lentamente...
SENO DE REINA

Era una reina hispana. No sé ni quién seria,


ni cuál su egregio nombre, ni cómo su linaje :
sé apenas la elegancia con que de su carruaje
salló, al oir á un niño que en un rincón gemía.

Y dijo : — ¿Por que llora? — La tarde estaha fría;


y el niño estaba hambriento. La reina abri<')se el traje;
y le di(') el seno blanco por entre el blanco encaje,
como lo hui)iese hecho Santa Isabel de lIuiitíiMa.

Es gloria de la estirpe la que le dio su pecho


á aquel hambriento niño, que acaso sentii'ia
más tarde un misterioso dinástico derecho;

y es gloria de la estirpe, porque ese amor fecundo


con <|iie la reina al niño le dio su seno un día,
i fué el mismo con tjue España le dio su seno á un mundo
g^i ^ cm ^> €)> ^> ^> $f> íp
^t® &f^ W Mi ®t^ ®t^ ®fS ^f^ @f®

EVANGELEIDA

^ Rubén Darío

I
Musa de las Américas : el día
en que, violando los ignotos mares,
te sorprendió la ibérica osadía,
retemblaron en todos sus aliares
los dioses de lu vieja idolatría;
porque Jesús ceñido de aureolas,
— él que en su barca predicó la Idea, ^
al ver zarpar las barcas españolas,
vino, como otra vez en Galilea,
caminando hasta aquí sobre las olas...

II

Extasiado Colón, sorpresa honda


embargaba su espíritu; y risueño,

1. Dedico este Poema cristiano á Dnrío; porque tanto Rubón


ciinio yo tenemo» la osadía, on estos tiempos de indiferentismo, de
creer [xiblicamente en Dios, — {Nota del Autor.)
64 ALMA AMÉfííCA

entr<) en el bosque, se perdió en la fronda


y volvió á aparecer como en un sueño.
¿Qué afán era ese afán con que él quería
dar la vuelta á las Indias Orientales?
¿ Qué fe la fe con que, en egregio día,
vio, al través de su propia fantasía,
arduas cumbres y selvas tropicales?
Golpeó la tierra firme que en su anhelo
buscó inspirado; se postró de hinojos;
hizo una cruz y la besó, en el suelo;
y, mudamente, levantólos ojos...

Y en el rústico altar, bajo la sombra,


ante los agrupados marineros
que se postraron en la verde alfombra,
mientras que relumbraban los aceros,
el sacerdote, en actitud de altivo
conquistador de paz envuelto en guerra,
por la primera vez el cuerpo vivo
tuvo de Dios sobre la virgen tierra;
y cuando, así, la hostia consagrada
arrastre'), con espíritu cristiano,
de los sorpresos indios la mirada,
por detrás de esa in'blica i'apsodia
fué elevándose el Sol, cual si una mano
pusiese en el altar una custodia.

El sacerdote ante Cohm — que al suelo


clavó los ojos — levantó la frente,
para bañar con el fulgor del cielo
el marfil de su calva reluciente,
jNunca más bello fue que en aquel dial
líVASGELF.tDA f55

Como trenzado grupo de culebras,


su apostólica barba parecía
nieve, que, en chorros de plateadas hebras,
bajo el oro del Sol se derretía.

Y cuando el genovés volvió en sí mismo,


postrado siempre, los abiertos ojos
hundió en aquellos resplandores rojos,
como si se escapase de un abismo;
y del mar en los límpidos espejos
vi(') destacarse, entre las vivas luces,
mástiles de tres barcas, que á lo lejus
fingían el perfil de las tres cruces...

¡Redención! ¡Redención!

En ese instante,
desde Tenoctitlán hasta las sierras
del indomable Arauco, fué uno mismo
el miedo que corrió...
Ya no el vibrante
Tezcatlipoca inspirará las guerras,
ni Tahuil triunfará sobre el abismo;
ya no la del quiche « sierpe de plumas »
adorada será; ya no en lo alto,
Bochica, entre el vellón de las espumas,
endiosará del Tequendania el Salto;
ya no en Cliolula irradiai'áu los cultos
de víctimas sangrientas, ni el salvaje
adorará en las noches del buscaje
las soml)ras de sus muertos insepultos;
ya no del Inca el Sol regirá el coro
66 ALMA AMERICA

de vírgenes, envueltas onlrc encaje


y encarceladas en Prisitm de Oro :
dioses vencidos son, dioses truncados,
bajo el Único Dios de los Tres Nombres,
que hace la redenci(')n de los pecados
y predica el amor entre los hombres...

III

...¿Posible es que el Señor no hubiese visto


antes el Nuevo Mundo?

¿ En el Calvario
no miró en su agonía Jesucristo
lo que miró en su sueño un visionario?
¿No surgieron jamás, de las pupilas
del divino Señor á la luz pura,
estas regiones que hasta ayer tranquilas
se reíugiaban en la noche obscura?
¡Sí! Fué en la Tentación...

Cuando en la cumbre
vio, del Aiigol del Mal ante el imperio,
.lesús rodar la humana muchedumbre
y girar la extensitm de esc hemisferio,
pudo también prever en el Océano,
de su Calvario á las sangriiMitas luces,
mástiles do tres barcas, (jiie no en vano
fingían el perlil de las tres cruces...
¡Sil Fué en la Tentación...
E VANGELEIDA

Libro Sagrado :
ábrete por la página en que empieza
su Evangelio Jesús Crucificado...

¡Musa de las Américas : tú, admira!


El agua bautismal en tu cabeza
ha de caer. ¿No tienes en tu lira
voces para cantar sino el boscaje
y el torrente y el Sol...? La cruz te gana.
¡Entra en la nueva Fe, Musa salvaje!

En el nombre de Dios : ¡yá ei'es cristiana!

IV
Y así fue :
Soledad.
Mudo desierto,
al lil)io soplo de la brisa, apenas
mueve en ondas fugaces sus arenas
como para decir que no está muerto;
yermo, afligido por la sed, ansia
refrescar la penuria que lo enciende,
bajo un Sol que embravece la ardentía
de ese inmenso cansancio que se tiende;
perezoso arenal, sólo vestido
de secos musgos y punzantes zarzas,
mientras que, sua>^ementey sin ruido,
van pasando y pasando hacia su nido,
como hiIos.de collar, series de garzas ..
fi8 ALMA AMÉRICA

Es en ese arenal donde el camello


de vanidosa jiba, hiiniilde frente
y blandisimo paso, alarga el cuello
y en vano busca un pozo transparente
que poder empañar con su resuello;
es en ese arenal donde, en enjambre
rcbuUidor, los negros moscardones
suelen hacer la aparición del hambre,
sobre el cadáver de una üera hirsuta
ó de un corcel que bélicas legiones
dejai'onsolo en medio de la rula;
es en ese arenal donde, en la fosca
cueva la araña entre sus hilos gira,
donde hasta el viento apenas si respira,
la culebra letárgica se enrosca
y el can rendido de calor se estira...

Y es en ese arenal lóbrego, donde


sale una voz, cual de profunda cueva,
á la (jue un eco de dolor responde :
— i Yo soy la Voz que claiua en el Dcsici'to!

Mientras que allá... se escucha otra voz nueva


— jYo soy la Caridad quo ora en el Huerto!

Huertos de Na/aiTlIi, bosques de olivos,


fi'agariciosos y riliiiicos pinares,
cinaniomus en llur, cedros altivos,
rosas de sangre opresas en las garras
de las espinas, castos azahares,
céspedes frescos, retorcidas parras.
EVANGELEIDA 69

Tal el alegre campo en que ha crecido


el amable Jesús; tal el honesto
regazo patriarcal : es como un nido,
es como un ramillete, es como un cesto...

Fué ahí donde la Virgen inocente,


á manera del cííntaro que lleno
trajo del agua pura de la fuente,
sintió colmado de la Gracia el seno;
fué ahí donde el Querub reverberante
la llamó ¡Ave María!, ató los lazos
de Dios con su Hijo y se elevó al instante,
mientras que ella á los cielos suplicante,
como lira armoniosa, arqueó los brazos;
fué ahí la pastoral no interrumpida
del buen Niño Jesús : mordió las pomas;
cortó las flores; alegró su vida;
y enseñó su cabeza siempre erguida,
entre un revoloteo de palomas...

Fué ahí donde el Señor bebió los lampos


del crepúsculo suave que se aleja,
mientras que en el silencio de los campos
retemblaba el balido de una oveja;
donde Cristo en las dulces emociones
que infundía en su pecho la floresta,
elevaba conjogas y oraciones
entre las aves como entre una oríjuesta;
donde, por un encanto misterioso,
tierra y cielo sonríen, el reposo
grato es al corazón, el Sol sus llamas
templa entre los follajes, sus amores
.1/.MA A ME JUCA

charlan los cristalinos surtidores,


las flores se enderezan en las ramas
y las aves se posan en las flores.

Y ])ien ¡Hijo (le Dios! ¿Porqué abandonas


el de tu Nazareth campo florido?
¿Por qué cambias las líricas coronas
de rosas frescas con que te has ceñido,
por ese Sol de las judaicas zonas?
¿Por qué dejas los brazos maternales
que te apoyan al seno blandamente
y buscas, en los yertos arenales,
ese pcfKm donde apoyar la frente?
¿Por qué, cruzando la extensión remota,
buscas, en los desiertos de Judea,
el soplo tibio que tu faz azota,
el sudor vetño que tu fuerza agota
y el coruscante Sol que te caldea?...

El Precursor, envuelto en sus bermejas


pieles de dromedario, irgue a-nte el nmndo
áspero rostro de arrugadas cejas,
como ermitaño hambriento y sitibundo
que de langostas vive y miel de abejas.
¡ Déjale solo en su actitud sagrada !
El penitencia y aflicción predica;
tú endulzas el dolor con tu mirada :
¡ él es el anatema que anonada;
y tú eres el perdón que reedifica!...

[Ahí Tú también con el ejemplo quieres


consolar al espíritu afligido;
E VA ya: leída

y tú (jue el Santo de los Santos eres,


tú que en el corazón sólo haces nido
al compasivo amor, tú en penitencia
debes gemir...
Envuelve en tu gemido
el ciego mal, la humana delincuencia,
el injusto dolor, el odio artero,
la acusadora voz de la conciencia,
la desesperación del mundo entero;
y así que hayas con trágicos ayunos
gastado las postreras energías,
entre los aguijones importunos
de sed y de hambre treinta y cinco días,
verás aparecer, cerca, á tu lado,
al Ángel de la Sombra, que el pecado
multiplica también cual tú los panes,
y, después de que sufras desgarrado
tantos apocalípticos afanes,
como si aún en tu dolor impío
no se sintiese Lucifer saciado,
vendrá la Tentación.
— ¡Oh Jesús mío! —

Tal dice Lucifer humildemente :


— ¡ Oh Jesús mío ! — y al hablar suspira..
Tiene, para halagar con la mentira,
astucias de mujer ó de serpiente...

Jesús sonríe; y, sin hablar, le mira :

No tione, nó, las membranosas alas


que le (jucdaron cual postreras galas
92 ALMA A.y/:u/cA

de su perdida cxcelsitud : aquellas


que parecen las velas triangulares
de una barca, que boga, entre centellas,
sobre un motín de tenebrosos mares...

Forma humana reviste. A cada [)aso,


deja en el suelo las fugaces huellas
de un
de fuego lebreve
la tarde cubre que
con seestrellas
apaga...: I''l raso

hay yá golpes de sombra en el ocaso;


y la tierra que tímida se espanta
de aquella sombra entre el dudoso enredo,
cada vez que él la oprime con su plañía,
siente un temblor cual si tuviese miedo... -

No vanamente Lucifer confia


del árido desierto en los horrores :
ama el desierto y su aridez sombría,
¡porque tampoco en el Infierno hay (lores!

Jesús sonríe; y suave, castamente,


pone sobre él sus ojos.
Desmayado
en una peña recostí» su frente ;
pero la alza veloz cuando á su lado
siente esa aparición, como se siente
el golpe de una lanza en un costado...

De rodillas está : su amplia melena


los bucles ensortija en cada hombro;
partida en dos, su bai-ba nazarena
se retuerce también; su rostro enjuto
rrANGRLEIDA 73

tiene una palidez como de asombro;


un gran nimbo le ciñe; su impoluto
labio se arquea en fatigoso aliento ;
y su cabeza dol)legada y grave
retieml>la al concel)ir el pensamiento,
¡como una llor en que se posa un ave!

, ¡Ah! pero su mii'ada — esa mii-ada


con que envuelve á los tristes pecadores,
con que parece fecundar la nada,
con que habla al corazón del que lo tiene
y al que no tiene se lo da — fulgores
há de una luz que de otros mundos viene.
Nó, no se puede ni intentar siquiera
decir lo que relumbra en sus pupilas,
que están clavadas en la faz de cera
eternamente dulces y tranquilas...

Breve el diálogo es :
— ¿No me conoces?
— Sí tal : el que anda en las tinieblas eres.

— Yo se que tus tormentos son atroces


y vengo á tí para saber qué quieres.
Vengo á ofi'eccrte pan i)ara tu ayuno,
agua para tu sed. ¿Por (jué el sombrío
dolor te aflige asi ? Quise oportuno
llegar para servirte ¡ Oh Jesús mío! —

Jesús sonríe...
— ¿Y to sonríes ? Vano
quieres llamarte Hijo de Dius Olvidas
74 ALMA AMÉRICA

que estás hecho también con lodo humano.


¡ Haz que esas piedras, si eres Dios, cual dices,
se conviertan en pan ! —
¡ Con qué afligidas
miradas ve Jesús las infelices
ansias de su Enemigo! Ante el insano
afán del Tentador que aquellas horas
á turbar viene, de su Padre en nombre,
habla; y dicele así :
— Quizás ignoras
que tan sólo de pan no vive el hombre...

— [Entonces, ven! —
Y por el aire, entonces,
se llevó Lucifer al inocente
Jesús hasta el pináculo del Templo.
¡Jerusalera, Jerusalem : tus bronces
mudos están! La cúpula fulgente
de la Casa de Dios mira el ejemplo
de piadosa humildad, con que se entrega
Jesús á Lucifer...
— Échate abajo,
si eres Hijo de Dios; porque así, al verte
vivo caer, la muchedumbre ciega
le adoi'ará. Ya ves que sin trabajo
puedes ser Dios, si triunfas de la muerte. —
Y Jesús le responde (jue está escrito :
— ¡No tentarás á tu Señor! —
... Un manto
le envuelve Lucifer; luego, le anuda;
y en sus hombros le pone : lanza un grito
y, con sus alas yá, rasga el espanto
de aquella soledad lóbrega y muda...
K VANGELEIDA

Pasan sombras en densa muchedumbre...


Yá están en pie los dos, sobre un granito.
Con soberbia satánica, esa cumbre
es como una amenaza al Infinito.

— ¡Mira! — le dice Lucifer — ¡El mundo!


¡ El mundo te daré, si es que me adoras 1
La Roma de los Césares, la Atenas
de las Artes, la India del profundo
filósofo, las perlas seductoras
de Ormuz, los blancos mármoles sin venas
del Penlélico, el oro de Zipangb,
el bronce de Corinto, el trigal rubio
que el Nilo fecundiza sobre el fango,
el tesoro del Áureo Vellocino;
todo desde el Sahara hasta el Danubio;
plata, incienso, marfil, púrpura, lino... —

Entonces ¡ah! cuando Jesús admira


cómo al redor de aquella cumbre gira
el antiguo hemisferio, de repente
ve las costas del Nuevo Continente
prometido á su Cruz...
Y él, que suspira
á cada tentación, en cuanto sólo
ve aparecer la costa perfilada
de América que va de polo á polo,
se sonríe, suspende la mirada
y dice á Lucifer :
— ¡ Vete ! —
Al instante
huye el Ángel Caído, cuyo vuelo
ALMA AMERICA

lablelea en un ti'ueno resonante...


¡Y Jesús queda solo bajo el cielo!

Cuando huye Lucifer, ya no sombríos


sino plenos de Sol los horizontes
están... Viéndole huir, ladran los ríos;
y le apedrean, al pasar, los montes...
Así, en el fondo del InGerno, en tanto
que la Natura en derredor se alegra,
él se envuelve en sus alas de quebranto
como una enorme mariposa negra.
Y auando á él la pavorosa corte
se acerca y le pregunta, en ira ciego,
salta, púnese en pie, como un resorte;
y quí«re hablar, pero se le hace un nudo
en la garganta... y, retemblando luego,
se desploma otra vez ¡porque está mudo!

Mudo como Luzbel, quede el poeta,


que, al cantar á la América, se olvida
de cantar á su Dios.
Copa repleta
es este Mundo de placer y vida.

En esta copa, de Jesús los labios


refrescáronse, así, tras las impías
torturas y los últimos resabios
que les dejaran los cuarenta días.
EVANGELEIDA 77

¡ Oh fjiic cuadro de gloria!


Dios se inflama
al ver cómo le dan, en un chispazo,
el iris de su linfa el Tequcndama,
el iris de su nieve el Chiinhorazo.
Desenroscados en el l)Os(jue umlirío
van los ríos, corriendo á la manera
de sierpes de salud. ,iGuál ése río
que hecho de tantos corre? i El Amazonas!
El Amazonas en veloz carrera
canta un himno; le arranca sus coronas
al bosque tropical; y, cuando estalla,
leguas endulza el mar como si luera
Ejército de Dios que entra en batalla.
Y se extienden las pampas y llanuras,
como alfonjbras de santas procesiones
que no acaban jamás... Las espesuras
dan nuevas llores, nuevos frutos, nuevas
hojas, para que sufran tentaciones
también otros Adanes y otras Evas...
El Orinoco por cincuenta bocas
canta un himno á su Dios... En el Estrecho
palpita un corazón entre las rocas,
cual si quisiese rebosar del pecho...
Costas, sierras, montañas; seculares
bosques; lagos de paz y brisas leves;
pájaros de rarísimas canciones;
cúspides que al subir son corao altares,
donde hay, en la pureza de las nieves,
tempestades que son como oraciones...

Tal ha visto Jesús.


78 ALMA AMÉRICA

Si hirió su pecho
la Tentación, si el arenal le ha dado
horas de amargo afán, ¡qué bien le ha hecho
tal visión á su espíritu angustiado!
El bebió la salud que se derrama
por este campo abierto; hinchó sus venas
con el jugo que corre en cada rama
de esta espesura; disipó sus penas
con el brillo del Sol sobre los Andes
de sien de plata; estimuló su vuelo
con el vuelo del cóndor de alas grandes;
abrió sus ansias; endulzó sus cuitas;
y vio este cuadro, al fin, como un consuelo
de sus desolaciones infinitas...

Y tú, Musa — ¡oh la Musa del boscaje,


del torrente y del Sol! — ya que te inspira
Jesús también, recibe en la cabeza
el agua bautismal. Cambia de traje,
ajústale otros nervios á tu lira;
y á repasar el Evangelio empieza.
¡Regocíjate yá : la Cruz te gana!
¡ Entra en la nueva Fe, Musa salvaje!

En el nombre de Dios ¡yá eres cristiana 1

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^^f»^p» f*f**$* *$**$* #'

CANTO AL MAGDALENA

EN EL CARIBE

A Rafael Espinosa Guzmán.

A manera de un reprobo que en vano


descanso busca en el candente lecho,
críspase y ruge temporal deshecho,
como una pesadilla del Océano,

Eterna imagen del rencor humano,


el orgulloso mar se siente estrecho;
y levanta su faz como un derecho
que logró sacudirse de un tirano...
Se alza la ola con disfraz de monte :
como visión de fiebre, el horizonte
arroja chispas de sangriento brillo.

Si cada rayo, entre el fragor sonoro,


es un clavo finísimo de oro,
¡cada trueno es un golpe de iriarlillol
«^ ALMA AMÉRICA

II

CIUDAD DORMIDA

A Clíiiiaco Solo Borda.

C.irlngona de Indias : tú, que, á solas


entre el rigor de las murallas floras,
ci-ecs que te acarician las banderas
de pretéritas huestes españolas;
tú, que ciñes radiantes aureolas,
desenvuelves, soñando en las riberas,
la perezosa voz de tus palmeras
y el escándalo eterno de tus olas...

¿ Para qué es despertar, bella durmiente?


Los piratas tus sueños mortifican,
mas tú siempre serena te destacas;

y los párpados cierras blandamente,


mientras que tus palmeras te abanican
y tus olas te mecen como hamacas...

III

n í o s A <~. n A n o

A Maximiliano Grillo.

Nadie supo qué vieja caravana


resbaló por tus márgenes frondosas,
Canto al magdalena «i

bebió en tus aguas y peinó con rosas


tu retorcida cabellera cana.

Hay en el cuito de tu pompa indiana


sombras de héroes, espíritus de diosas
y ecos de unas batallas fragorosas
que parecen reñir del Ramayana...

En tu caudal de trágicas arrugas,


hacen temblar sus mallas los caimanes
y brillar su coraza las tortugas ;

y en tu escudo ovalado y reluciente,


alrededor de un choque de titanes,
pone su monograma una serpiente.

IV

LA DANZA DEL nfo

A Víctor M. í.ondoño.

Explorando los bosques más bravios,


ensortija el caudal troncos membrudos,
enlazando sus islas hace nudos,
borra cauces y asalta los bohíos.

Ve el adiós de los árboles sombríos;


empavona el metal de sus escudos;
y al íin se pierde, entre los bosques mudos,
en la tela de araña de otros ríos...
82 ALMA AMÉniCA

Y vuelve á aparecer, conio si fuera


una danza sensual... Luego, en reposo,
va apaciguando su clamor de fragua :

un paréntesis se abre en la ribera;


y en él, se extiende un charco perezoso
en que parece que bosteza el agua

NOCHE EN EL RIO

A Diego Urihe.

Tras de una nube que simula un monte,


cadavérica luna se adivina;
y la extática selva es una ruina
por donde cruza el barco de Caronte.

llá la nube, que enluta el horizonte,


una cresta nevada. La cortina
alza un pliegue; y la luna que se empina,
retuerce al Gn su cuerno de bisonte.

Retiembla en torno un esplendor de hielo :


hay batallas de nubes en el cielo
y en las selvas rumor de serenata;

y, en ese mismo instante, reverbera


una franja en el río, cual si fuera
el espina/.o de un caimán de plata...
r.4¡\'T() AL M .i(; U.tf.fítXA 83

VI

PAISAJE FLUVtAL

A F. liñas Frade.

Dora el Sol, con miradas de soslayo,


el bohío de paja; y en el cielo
la lobreguez ([ue empieza es como un duelo
y la luz que se va como un desmayo...

La monlaña, ante el río, es el ensayo


de un pintor que d¡l)uja con recelo :
cual sobre un biombo, en anguloso vuelo,
bordan las garzas sus zig-zags de rayo.

Una palma retiembla sobre el pico


de un peñasco : la brisa que la ondea
BB un beso detrás de un abanico.

El bohío en la palma se cobija;


y el peñasco de espumas se rodea
como si se pusiese una sortija...

VII

TARDE EN EL RIO

A Daniel Arias Argáez.

En tanto que el caudal se desenrosca,


tienden tras del bohío las colinas
«'» ALMA AMElilCA

SUS voluptuosas curvas femeninas,


cual perfila un carbón su línea tosca.

Gruñe la selva ; y la maraña fosca


trunca, á lo lejo.s, escombradas ruinas.
Es la larde. Hay sonatas cristalinas;
y en cada guitarrón zumba una mosca.

Zetas pinta una garza sobre el río;


cocuyos en la selva abren su broche;
y un boga, por la orilla, empuja un barco.

Rueda el Sol; y la imagen del bohío


se hunde, poi' fin, de súbito en la noche,
como se hunde un caimán dentro de un charco.

VIII

SIESTA DE AMOR

A Javier Acosté.

Cuando siento en los tr(')picos que arde


calor fecundo — ese hálito de horno
que comienza en las horas dd bochorno
y se suaviza apenas en la taide —

suelo evocar tu voluptuoso alarde


y trazar en mis sueños tu contorno,
que se exhibe ante mí sin queun adorno
profanador tu desnudez resguarde.
CANTO AL MAGDALENA 85

La inclemencia del Sol es siempre menos


que lu propia inclemencia, amada mía,
ya que duerme un volcán bajo tus senos;

y por eso, en mis siestas, tu hermosura


es la más ardorosa fantasía
de la imaoñnación de la Natura.

IX

LA GARZA REAL

A Ricardo Tirado y Alacias.

La garza tropical de la ribera


cual magnolia en las linfas se retrata;
y afirma sobre el fango un pie escarlata,
que (inge un sello sobre blanda cera.

Es á modo de un ánfora ligera,


pulido cofre de viviente plata :
dos abanicos trémulos desata
cual si fuesen dos hojas de palmera.

Siempre en un pie y ya muerta, ese bohío


entonces dejará donde ha anidado
y, al fin, diseca habitará una alcoba;

y en vez de verse en el cristal del río,


se verá en un espejo biselado
encima de un ropero de caoba...
8fi ALMA AMERICA

BAÑO EN EL II I O

A Eduardo Ortega.

Tú, que vives la vida del paisaje;


tú, que habitas la híbrej^a montaña,
á la oi'illa del río, en la rabana
de pajizo verdor; Venus salvaje!
Tú, del revoloteo de tu traje
sacas tu desnudez cual llor cxli-aña
y la hundes en el río (jue te baña,
cual se hundiese una reina en un encaje.
La miel te ha dado ese color moreno
con que ante el Sol, cual las paganas diosas,
partes en dos la redondez del seno;
que quien así te viese, al fin supiera
todas las semejanzas voluptuosas
que hay entre una mujer y una palmera...

XI

EL Ani>A DEL JAGUAR

A don Diego Fallón (y).

Suele el jaguar, husmeándoles la pista,


tortugas perseguir en la ribera,
y vaciarles la concha, cual lo hiciera
con (mío laclo primoroso artista.
CANTO AL MAGDALENA

Kii cada coriclia hubiese una cou([uista


el arle auliguo si á nacer volviera ;
ponjue en los cascos que vació la liera
sus cuerdas enclavar puede un arpista.
i Ali ! cuánlas noches que, en cül)arde fuga
llega adonde el raudal ponc-sü ese,
encuentr;!^ en vez de conchas de tortuga,
la luna llena, que su faz retraía
sol)re (1 limpio cristal, como si fuese
una tortuga de bruñida plata...

XII
COnNUCOPIA

A don Miguel Antonio Caro.


En las arcas de América fulgentes
hay riquezas que al Sol diesen enojos :
el oro del Perú desperl(') antojos
en la codicia de las viejas gentes;
Mi'jico da su plata hecha torrentes;
Chihí el incendio de sus cobres rojos;
diamantes el Brasil cual claros (>jos ;
y perlas Panamá cual finos dientes.
Si lM)livia con ('picos afanes
clava, sobre la abinpta cordillera,
como cofres de nieve, sus volcanes,

¡ Colombia ve sus d('dlicas guirnaldas


en perpetuo verdor, cual si las viera
á través de sus propias esmeraldas!
V V V V V 'si/ V V V

AVATAR

¡ Cuántas veces he nacido ! ¡ Cuántas veces me he enr ar-


Soy de América dos veces y dos veces español, [nado!
Si Poeta soy ahora, fui Virrey en el pasado,
Capitán por las conquistas y Monarca por el Sol.
[nieve,
Fui Yupanqui. Nuestros Andes rae brindaban con siu
os condoi'cs con sus plumas, las alpacas con su piel.
Viví siempre como el rayo, deslumbrante pero breve,
con tu imagen estampada contra el ruero del broquel.
Y fui Soto. No llegara la victoria resonante
de Pizarro sobre el Inca, si no fuera mi bridón.
Me parece ver al potro galopando por delante,
me parece oír tu nombre resonando en el cañón.

Fui el Virrey-Poeta luego. Mi palabra tuvo flores :


dicté rimas liice glosas y compuse un madrigal.
Los jardines del Palacio celebraban tus amores
y hasta el río te brind.iba con su copa de cristal.
Ya no soy aquel gran Inca, ni aquel épico Soldado,
ni el \ iriov de aquel Alcá/ar con que sueles soñar tú...
Pero, ahora, soy Poeta : soy divino, soy sagrado;
\y más vale Sffr tu dueño que ser dueño del Perú!
TRÍPTICO HEROICO

CAL' P o LIGAN

Ya todos los caciques probaron el madero. [¡Y^o!


— ¿Quién falta? — Y la respuesta fu('; un arrogante : —
— ¡ Yo ! — dijo ; y, en la forma de una visión de Homero,
del fondo de los bostpies Caupolicán surgi('».

Echóse el tronco encima, con ademán ligero


y eslrernecerse ])udo, pero doMarsc no.
Bajo sus pies, tres días crujir hizo el scMidcro;
y estuvo andando... andando... y andando se durmió.

Andando, así, dormido, vio en sueños al verdugo :


él muerto sobre un tronco, su raza con el yugo,
inútil todo esfuerzo y el mundo siempre igual.

Por eso, al tercer día de andar por valle y sierra,


el tronco alzó en los aires y lo clav(') en la tierra
¡como si el tronco fuese su mismo pedestal!
00 ALMA AMÉRICA

II

CUACTII EMOC

Solemnemente triste fué Guaclliemoc. Un día


un grupo de hombres blancos se abalanzó hasta él;
y mientras que el imperio de tal se sorprendía,
el arcabuz llenaba de huecos el broquel.

Preso quedó; y el Indio, que nunca sonreía,


una soniMsa tuvo que se deshizo en hiél.
— ¿ En dónde está el tesoro? — clamó la vocería;
y respondió un silencio más grande que el tropel...

Lleg(') el tormento... Y alguien de la imperial nobleza


quej<')se. 1*]1 Héroe dijole, irguiendo la cabeza :
— ¡ Mi lecho no es de rosas! — y se volvi<') á callar.
En tanto, al retostarle los pies, chirriaba el fuego,
que se agilal)a á modo de balbuciente ruego,
¡poivjue se hacia lenguas como queriendo hablar 1

III

OLLANTA

Conli'a el Imperio un día su espíritu levanta;


aula en los peñascos su espada y su rencor;
el nudo de un sollozo roluerce en la garganta,
y jura, en un gran charco de sangre hundir su amor
tríptico heroico

Huye, de risco en risco, con trepafloia [)laiita;


impone en una cumhre su nido de cóndor;
y entre una fortaleza diez años lucha Olíanla,
que son para su ñusta diez siglos de dolor...

Amó á la sacra hija del Inca, en el misterio :


cuando el Señor lo supo, se estremeció el imperio,
cayó la ñusta en tierra é irgui(')se el paladín.
Desi)ucs, vino otro Inca que le llamó su hermano;
¡y tras de tanta sangre, no derramada en vano,
sólo qued(') la nieve teñida de carmín 1
LA CAOBA

Dík-il caoba, entre las sabias manos


del ornamcnlador, se transfigura
en prodigios de artística moldura,
más llenos de primor si más livianos :

cuna de niños y ataúd de ancianrs;


locho en que duerme impávida hcrmo<íura;
p('»riico de un alcázar de ventura;
y liasia trono de regios soberanoy

Kl penetrante olor de la madera


finge al olfato una ilusión exliaña,
como si el ahna de los bosques fuera;

y asi, aunque el lustre del barniz engaña,


en más de una tal vez corte extranjera
se respira el olor de la montana...
^\p\p \p\pf*f*\pf^

EL AMOR DE LAS SELVAS

Yo apenas quiero ser humilde araña,


que en torno luyo su liilazón tejiera;
y que, como explorando una montaña,
se enredase en tu misma cabellera.

Yo quiero ser gusano : hacer encaje;


dar mi capullo á las dentadas modas;
y, así, poder, en la prisi('>n de un traje,
sentirte palpitar hajo mis sedas...

Y yo quiero laml)¡i''n, cuando se exhala


toda esta lieiu'e que mi amor expande^
ir recorriendo la salvaje escala,
desde lo más pequeño á lo más grande.

Yo «piiero ser un árbol : darte sombra;


con mis ramas en flor hacerte abrigo ;
y, con mis hojas secas, una alfombra,
donde te echaras á soñar conmigo...

Yo soy bosque sin trocha : ¡abre el sendero!


Yo soy anlio sin luz : ¡prende la tea!
04 ALMA AMÉRICA

C('»nclor, boa, jap^iiar, ¡yo apenas quiero


ser lo que quieres tú que por tí sea!

Yo quiero ser un cóndor : hacer gala'


de aprisionar un rayo entre mi pico;
y, así, soberbio,... regalarte un ala,
para que te hagas della un abanico.

Yo quiero ser un boa : en mis membrudos


lazos ceñirte la gentil cintura;
envolver las pulseras de mis nudos;
y morirme, oprimiendo tu hermosura.,.

Yo quiero ser jaguar de tus montañas;


y arrastrarte á mi propia madriguera,
para poder abrirte las entrañas...
¡ y ver si tienes corazón siquiera !
ff######**

EL maíz

Brota el maíz entre hojas relucientes


y se destaca en los fecundos llanos,
corno si le aclamaran los liispanos
por rey de las indígenas simientes.

Entreabriendo sus hojas sonrientes


al suspiro fugaz de aires livianos,
deja ver la mazorca, cuyos granos
fingen hileras de apretados dientes.

El tallo, que en las hojas se hunde esquivo,


hace pensar en el ladrón que encierra
en su crispada mano áureo tesoro;

1 porque parece un brazo fugitivo,


que se escapa del fondo de la tierra
con un estuche que revienta en oro!

^
LAS orquídeas

Caprichos de cristal, airosas galas


de enigiiiálicas füi'mas sorprendentes,
diademas propias de apolíneas frentes,
adornos dignos de fastuosas salas.

En los nudos de un tronco hacen escalas;


y ensortijan sus tallos de serpientes,
hasta quedar en la altitud pendientes
á manera de pájaros sin alas.

Tristes como cahc/.as pensativas,


brotan ellas, sin torpes ligaduras
de tirana raíz, libres y altivas;

porque también, con lo mezquino en guerra,


quieren vivir, como las almas puras,
sin un solo contacto con la tierra...

-93í^
^^í>^^^ ^^^^#,>^> 4j^^^^
^^ 'í/f^ ^^ vf^ \f^ ^f5 ^f^ ^^¡ ^^

LA PINA

Cuentan que por los trópicos un dia


se aventuró la clásica Poiuona;
y halló, de pronto, en la fecunda zona,
ánfora rebosante de ambrosía :

prob(')la; y fué tan grande su alegría


que elernaniente ese blasón pregona,
por(|ue dejó sobre ella su corona
y la incrustó de clara pedrería.

Cuajada de rubíes y diamantes,


así la pina se destaca egregia
por entre hojas filudas y punzantes,

( oino si al prevenir manos osadas,


con la altivez de su cui'ona regia,
se encasliilase entre cincuenta espadas
^

EL AÑIL

Brinda al pintor el índigo cambiantes


con que luce en las sedas y en las flores,
prodigando el azul con los vigores
de ocasos regios como más brillantes.

Ya es el añil zafiro entre diamantes,


ya lazo para atar cartas de amores,
ya vestidos de tul que entre fulgores
giran en una danza de bacantes...

Es en el lago como un brillo apenas :


corre bajo la piel de terciopelo
y se trasluce en perfiladas venas...

Pero nunca es más noble en sus antojos


que cuando, en un pincel, recoge el cielo;
¡ y en dos lo parle, para liacer dos ojos!
® ^ ítl S:^

LA ELEGÍA DEL ÓRGANO

•j- Francisco Navurro Ledesma '.

Suena el (iigano,
suena el órgano en la iglesia solitaria,
suena el órgano en el fondo de la noche;
y hay un chorro de sonidos melodiosos en sus flautas,
que comienzan blandamente..., blandamente...,
como pasos en alfombras, como dedos que acarician, como
y, de súbito, se encrespan [sedas que se arrastran,
y se hinchan y rebraman,
á manera de ancho río que sepulta [aguas...
en un lecho rocalloso la solemne pesadumbre de sus

Una flauta cuenta historias increíbles


d. las épocas pasadas;
otra flauta dice cosas que debieran ser verdades
y que apenas son ensueños y delirios y fantasmas;
una ríe y otra llora;

1. Ivsla Pocíia fue dedicada al Ateneo de MadriM, para la


velada fúnebre en memori.idel Presidente de la Sección de Litera-
tura. La Musa de América, quo supo limar la muerte de los
Monarcas, llora hoy la muerto de un joven Principo de las Letras.
— {N. del A.)
loo ALMA AMÉRICA

una ruge y otra cania ;


una es macho que persigue
y otra es hembra fpie se escapa;
y entre tantas variaciones de sonidos melodiosos,
h€i}'un cuerpo y hay un alma,
que se juntan, se penetran, se confunden,
y, á los soplos animados de una gracia,
van cantando por los aires que Toledo viste el luto
de sus pompas funerarias,
para gloria de su iglesia de doscientos cincuenta años
y más gloria de la estirpe que esa iglesia levantara...
Suena el órgano,
suena el órgano en la iglesia solitaria,
suena el órgano en el fondo de la noche;
yhay un chorro de sonidos melodiosos en sus flautas...

— ¿ Por quién doblan? [ñas? —


¿Por quien doblan y se quejan y suplican las campa-
Una flauta lo pregunta y otra flauta lo contesta :
— Por un hombre que fué hci'rero, fue soldado, fue poeta...
Por un hombre que tenía [i y eso basta!
tres estrellas en el alma :
el trabajo, la energía y el ensueño;
el trabajo que da fuerzas, la energía que da audacias
y el ensueño que da glorias :
¡lastres gotas de la Sangre! ¡los tres sellos de la llcrcn-
Suena el (U-gano, [cia ! ¡los tres gritos de la Haza!
suena el órgano en la igle>ia solitaria,
suena el (ugano en el fondo de la noche;
y hav un chorro de sonidos melodiosos en sus flautas. .
Un herrero
en sus manos de coloso forja espadas;
LA elegía del órgano lOl

y con lotia la destreza y el cariño de un ailista,


les da lilo suavemente, las repuja y acicala;
y clavándolas al suelo, las encorva, las encorva, las
y une el puno con la punta sin (piehrarlas. [encorva...
El es joven, él es fuerte;
como el cuerpo tiene el ahna ;
y sus manos que se crispan contra el yunque,
acarician á la madre, resbalando blandamente por encima
Cada golpe de martillo de ese atleta [de sus canas...
repercute, cuando estalla,
en los montes, en las nubes
y en el pecho de la anciana...
Una tarde^
desde lo alto de una cresta de montaña,
el lici'rero, sobre el yunque ci'e[)itante,
trabajaba .. trabajaba... ti'abajaba...
Y la noche,
protectora del trabajo que descansa,
fué tendiendo por encima de esa frente,
por detrás de esas espaldas,
á manera de una túnica de ensueño
sus tinieblas silenciosas y estrelladas...
Y el herrero
su martillo resonante contra el yunque descargaba...
¡ ^' (ué a»iuella la apoteosis del trabajo;
porque, encima de la cumbre desolada,
eian chispas solamente
del martillo contra el yunque las estrellas que brincaban!
Suena el órgano,
suena el órgano en la iglesia solitaria,
suena el órgano en el fondo de la noche;
8
102 ALMA AMERICA

y hay un chorro de sonidos melodiosos en sus (lautas..

Un guerrero,
que se ciñe su tizona, que se ajusta su coraza,
que se cala su cimera, que se íija su penacho,
monta un potro, de repente ; lo espolea. . . y anda. . . y andí
¿ Hacia dónde va el guerrero ?
¡Va á la Atlántida!
En la corle del glorioso Carlos V,
oye un día que Pizarro se entusiasma, [cias
relatando sus primeras aventuras y ofreciéndolas primi
de esas tierras fabulosas ante el trono del Monarca;
y él, entonces, como siente
que en su sangre la energía se hace audacias,
pide en hrevc su cimera, su penacho,
su tizona, su coraza,
y, empuñando su bandera
desplegada,
se confunde con el grupo (¡ue en la senda taciturna
de Toledo va alejándose entre el polvo que levanta...
Y, en su mano, la bandera
se desdobla, se sacude, se envanece de sus alas;
y, en el viento, es como un signo que retorna los adiost
que les hacen los pañuelos de las madres que se queda
Suena el (u-gano, [á los hijos que se marchan,
suena el órgano en la iglesia solitaria,
suena el (¡rgaiio en el fondo de la noche;
v hay un rliorro de sonidos melodiosos en sus flautas.

Un poeta
(le los tiempos de Cervantes comparece, comparece;
— Yo quisiera de mis versos [asi habla
LA ELEGÍA DEL ÓRGANO l03

hacer músicas extrañas;


pero músicas vacías, sin conceptos, ni pasiones
con palabras y palabras y palabras...
¡Oh! Las veces en que siento
el til-ano pensamiento que me abruma con su carga,
j cuál quisiera sacudirlo... sacudirlo...
y hacer versos sin ideas como pájaros que cantan!
¡Oh! Las veces que en el pecho me rebosan
dece{)ciones ó esperanzas,
¡cuál quisiera sepultarlas en el fondo,
sepultarlas... sepultarlas...
y hacer versos sin pasiones,
como rugen los pamperos, como ríen las cascadas!
¡ Pensamientos que me abruman !
¡Sentimientos que me engañan!
Piensen otros, sientan otros :
¡Yo no quiero pensar nada! ¡Yo no quiero sentir nada!
¡Yo no quiero decir nada! ¡nada!... ¡nada!...
¡ Ay¡ ¿ Y el ritmo de los astros en sus órbitas eternas?
¿Y la música celeste délas noches estrelladas?
Todo vive, todo piensa, todo siente,
con la vida de mi mente, de mi pecho, de mí alma...
Por doquiera me persiguen,
por doquiera se levantan
pensamientos que me abruman,
sentimientos que me engañan;
y es en vano que repita :
¡Yo no quiero pensar nada! ¡yo no quiero sentir nada!
¡yo no quiero decir nada! ¡na Ja! ¡nada!... —
... Y las voces del poeta
se confunden con las risas y suspiros de las flautas..
Y la música del órgano, en que truenan las estrofas,
104 AL.VA AMÉIilCA

va subiendo, va subieiitlo, va subiendo por escalas;


y, de pronto, llena el bosque de columnas de las naves:
y estremécese en los vidrios de las góticas ventanas;
y retumba sobre todas las tinieblas,
con el ruido estrepitoso de una épica batalla,
entre ángeles terribles y demonios irritados,
que estuvieran disputándose en el fondo de las tumbas
el imperio de las almas...

— ¿Por quién doblan?


¿ Por quién doblan y se quejan y suplirán las campanas ? —
Una flauta lo pregunta y otra flauta lo contesta :
— Por wn hombre que fué herrero, fué soldado, fué
Por un hombre que tenia [poeta... ¡yeso basta!
tres estrellas en el alma :
el trabajo, la energía y el ensueño;
el trabajo que da fuerzas, la energía que da audacias
y el ensueño que da glorias :
I las li'cs gotas de la Sangre! ¡los tres sellos de la Herencia!
Suena el órgano, [¡los Ires gritos de la Raza!
suena el órgano en la iglesia solitaria, '
suena el (irgano en el fondo de la noche;
y hay un chuno ih sonidos melodiosos en sus flautas. .
EL SUEÑO DEL BOA

En sus nudos hay fuerzas misteriosas ;


sobre su lengua, vibración de enojos :
limpidez de esmeralda, entre sus ojos;
y en su escama, corrientes luminosas.

Duerme enroscado sobre blandas rosas;


pero, al desenvolverse en sus antojos,
luce en su larga piel círculos rojos,
caprichos de cristal y mariposas.

S que se escapó de un monograma,


danzando va solire la verde grama,
de un fuego artificial á la manera ;

y en un árbol al íin tiñe su lazo,


como se ciñe en derredor de un brazo
la artística espiral de una pulsera...

1^
áí> & ^
®fí; \fjje Wfüj ifJ

EL SUEÑO DEL CAIMÁN

Enorme tronco que arrastró la ola,


yace el caimán varado < n la rihera :
espinazo de abrupta coi'dillera,
fauces de abismo y formidable cola.

El Sol lo envuelve en fúlgida aureola;


y parece lucir cota y cimera,
cual monstruo de metal que reverbera
y que al reverberar se tornasola.

Inmóvil como un idolo sagrado,


ceñido en mallas de compacto acero,
está ante el agua extático y sombrío,

í?
á manera de un principe encantado
que vive eternamente prisionero
en el palacio de ciistal de un rio...
\aT<#<^¥<^'^Vtf/^T e/r-^y t:/>^y ^er^y ^í^^y^ ^ts^'^y^ ^^
M/VNl/M/Nl/N/VN/NI/

EL SUEÑO DEL CÓNDOR

Al despuntar el estrellado coro,


pósase en una cúspide nevada :
lo envuelve el día en la postrer mirada;
y revienta á sus pies trueno sonoro.

Su blanca gola es imperial decoro;


su ceño varonil, pomo de espada;
sus garfios siempre en actitud airada,
curvos puñales de marfil con oro.

Solitario en la cúspide se siente :


en las pálidas nieblas se confunde;
desvanece el fulgor de su aureola;

y esfumándose, entonces, lentamente,


se hunde en la noche, como el alma se hunde
en la meditación cuando está sola...

^
LAUTARO

(Ai Ateneo de Santiago de Chile.

La tribu, estrepitosa muchedumbre,


entre cantos y ruidos de timbales,
baja, de salto en salto, de la cumbre,
entre los temblorosos matorrales,
que abren ante ella el espantado seno
como á un empuje de torrente bronco,
mientras (jue, al par que se dosgaljj^a el trueno,
el bacha cruje en el macizo tronco.

¿ Ad(>nde irá esa tribu de salvajes,


las chatas sienes entre erectas plumas,
mal ceñidos con hórridos pelajes,
los labios entreabiertos con espumas
y los puños cerrados con tatuajes?
¿ Ad(')ndc, adonde irá, de salto en salto,
mientras que por encima huye una garza
ó un cóndor da sus vueltas en lo alto ?
¿ Adonde irá, por el espeso monte,
LAUTA no loo

qnchratido con su pie la diii'a /ar/a


y Ñuscando con su hacha el horizonle?

A veces, anlc el íinpclu hravío


de la ti'il)u guerrera, se ahre un flanco
de la montaña y se descuelga un río,
que va á estrellarse al fondo de un barranco;
á veces, sobre el grupo, un ancha nube
rasga su abrigo de flotante seda,
la lluvia cae, la neblina sube,
el rayo se disloca, el trueno rueda;
á veces, desde el seno del boscaje
un alarido la extensión espanta,
una encina sacude su ramaje,
una culebra silba, un ave canta;
y por en medio, así, de la aspereza,
avanza, uno tras otro, el grupo entero,
sin inclinar la indómita cabeza,
resuelta la actitud, el gesto ufano,
un brazo firme en el broquel de cuero
y un hacha erguida entre la diestra mano...

II

Es la tribu araucana : ella á porfía


resiste al español, que, siempre noble,
se entusiasma ante aquella rebeldía.
Oyó mil veces el clai'ín hispano
y el alambor del épico redoble,
que ensordecieran A la Fama un día;
pero, al estancamiento del pantano
110 ALMA AMERICA

que se resigna á su apaiible suerte,


prefirió el movimiento tumultuoso
de espumante raudal. Previo la muerte;
y combatió sin miedo y sin reposo;
y cuanto más bregó, se hizo más fuerte.

Tal, una vez, tras de batalla horrenda,


pudo el Conquistador entre sus lazos
coger á un prisionero : él era un niño.
¿Qué mágica pasión ó que leyenda
supo arrancarle á los maternos brazos
en la busca tal vez de otro cariño?
Amor de gloria le lijó otra senda :
amor de gloria le empujó, sin duda,
á buscar el arrullo en la contienda
y las caricias en la selva ruda...

Prisionero cayó. Valdivia, entonces,


de aquel heroico niño enamorado
se sintió, al verle despreciar los bronces
y, con la punta de sonora flecha,
abollar la coraza de un soldado
y quedarse después firme en la brecha.

— Heroico niño, ven. Toma el cuidado


— le dijo así — de mi corcel piafante :
me seguirás por donde vaya. Has dado
de tu gentil valor muestra bastante,
para ser digno de la noble prenda
de amistad <|uc te ofrezco : ir á mi lado,
poner mi estribo y alcanzar mi rienda, — ^
LAUTARO 111

III

Y corrieron los años; y el tumulto


de los sucesos no turbó un instante
en aquel niño el cnijisiasino oculto.
¿Quién era el niño aquél? Lautaro el nombre.
El tiempo, siempre igual, siguió adelante...
y aquel niño sintió que iba siendo hombre.

¡Ah! ¡Cuántas veces contempló enjaulado


al cóndor de los Andes! ¡Cuántas veces,
él, taml)ién como el cóndor, al pasado
volvi(') los ojos y apuró las heces
de inefable dolor !...
El ave, un día
libre y feliz en la nevada altura,
cuidados en su jaula recibía
del niño aquél, que, en su infantil locura,
así le hablaba: — ¡Tu aflicción es mía! —
Muchas veces el viento,
triste como un larguísimo lamento,
llegaba de los Andes, y traía
el olor de los bosques y el arrullo
de los pájaros libres y la fría
pureza de las nieves y el murmullo
de fuentes claras entre selva umbría;
y entonces, ¡ay! entonces, el salvaje
cóndor, en su letal melancolía,
esponjaba su olímpico plumaje,
el curvo pico apenas entreabría,
y, clavando en el cielo sus miradas
112 ALMA AMÉRICA

de nostAlgica angustia, leritamenle


las alas iba abriendf)... y de repente
las desplegaba como nunca bellas,
para que, al sacudiiias desplegadas,
pasase el viento por del)ajo dolías...

IV

Y sucedió que, el día ,


en que la ti'ibu errante
de las cumbres bajó, ronca porfía
trabóse al fin con la aguerrida hueste
de los Conquistadores...
¡Oh! ¡ qué instante I
Hubo una Iliada autóctona y agreste :
Ercilla la cantó. ¡ No hay quien la cante!

Cuando, tras la perínclita batalla,


la flecha cae, el arcabuz se calla
y quedan los hispanos vencedores,
siente Lautaroel eco en sus oídos
de la infancia revuelta entre fragores;
y prefiere, á gozar con sus señores,
el pasarse á sufrir con los vencidos.

i Vencidos! ¿Y qué es ello? No es la suerte


una esclava del hombre. La victoria
es un capricho de mujer. La muerte
vence á la vida, pero no á la gloria.
Para ceñirse con laurel y loble,
¡ no basta ser audaz sino ser fuerte,
1)0 basta ser feliz sino s(M' noble !
LAt'tAHO 113

Tal es cómo, vibrante y salislcclio,


se aleja con el grupo de vencidos
el mancebo gentil. Sobre sn frente
ciñe plumas de cóndor; en su pecho,
piel de tigre; en sus brazos refornidos,
pulseras de metálica serpiente.

Y ahí va
Mas de pronto, en la montaña,
sopla un viento cargado de purlume :
la intonsa cabellera se enmaraña;
la replegada flor se desentume;
la hojarasca levántase en un giro;
el arroyo hace bucles con sus ondas;
el ramaje se envuelve en un suspiro;
y hay un golpe de látigo en las frondas...
Entonces ¡ ay ! el juvenil atleta,
al evocar el viento que ha pasado,
siente en su pecho una emoción inquieta,
porcjue piensa en el cóndor enjaulado...

Súbito, aquel (pie se pás(') al vencido,


en soberi)io picacho encuentra el nido
de un CiMidor-; luego á él : símbolo augusto
de indomable vigor. Bajo la garra,
una res ha tronchado su robusto
cuello; y el j)¡co le penetra un flanco,
a áanem de corva cimitarra :
la sangre le golea hacia un barranco.
114 ALMA AMÉRICA

Lautaro, que ama al cóndor prisionero


espanta á ese otro cóndor con un grito...
Y el ave colosal, que en su fiereza
se encara contra él, bate primero
las alas, después yergue la cabeza ;
y, desde la ardua cumbre de granito,
se desprende por íin... como un velero
que zarpase con rumbo al infinito.

Y en tanto que se aleja el ccmdor fiero,


Lautaro abre su trocha en la aspereza;
y le sigue callado el grupo entero,
resuelta la actitud, el gesto ufano,
un brazo firme en el broquel de cuero
y un hacha erguida entre la diestra mano..
\^ >^/^ vr >^ >^ >^ w w
•^J íSf^V ar^W gf^W eif^^ e!^>^^ í^^^J a^^^J í^^^J (^
w
V V V V V V V v v

LA TRISTEZA DEL CUADRUMANO

Intn(')vil cuadrumano medita prisionero,


en el jardín zoológico, entre doradas rejas.
En su sonrisa hay algo que corla como acero;
y hay un desden olímpico en medio de sus cejas...

Quién ve el reposG^p*ave de esa melancolía,


quién ve la expresión turbia de esa carnal mirada,
evoca las visiones de una caverna fría
y de una selva tórrida en una edad pasada.

Monarca destronado que ve su cetro roto,


los ojos vuelve al reino que á sus espaldas queda,
á sus antiguos años, á su país remoto,
al lírico ramaje y al pájaro de seda...

Recuerda el viejo bosque de barbas patriarcales,


las fieras ostentosas de pieles estrelladas,
la charca compungida de trágicos cristales,
el río escandaloso de torpes carcajadas...

Recuerda que en un día fué rey del orbe entero,


y, al recordai'Io, sufre sin expresar sus quejas;
116 AtMA A. \í ERICA

¡y piímsa en el penacho del ruitio cocotero


y en la silvestre pompa de las edades vifjas!

Es suyo el primer beso de amoi' en la montaña,


es suyo el gran instante por el que el hombre existe
licfic, al j)orisarIo, el f^esto de una soberbia extraña,
con su actitud beatifica y su lujuria triste...

El vil) salir al hombre de una caverna obscura,


él vi(') la Edad de Piedra brotar como una fuente;
y cotisult(') los astros de la sagrada altura
que el porvenir gobiernan... y doblegó la frente.

Por eso es el enorme dolor de su mirada :


es un dolor de siglos el que se siente en ella;
l)0r(|ue demora siglos y llega fatigada,
como si fuese el rayo de una lejana estrella...

¡Son suyos el aliento de la montaña, el vario


giro de las especies, la fronda en (jue se esquiva
la escena de los besos, el ser rudimentario,
la fuer/.a creadora y el alma pi-imitiva!

Monarca destronado (jue ve su cetro roto,


los ojos vuelve al reino que á sus es[)aldas queda,
á sus antiguos años, á su país remoto,
al lii-ico raiuiíje y al i)ájar() de seda...

V
srj ^ ^ íQk SE* C^ &^ ^ &
g'fiS m m m ®f® m m w

EL SINSONTE

Oh cóndor : yo te admiro ! Eres el vuelo...


¿Llegará á tí m¡ nota lasliniera?
Me asombras cuando cruzas á manera
de una noche que pasa por el cielo.

La noche en la montaña es como un duelo;


y, entre tanto clamor de madriguera,
croar de rana y ulular de fiera,
mi flauta es un dulcísimo consuelo.

Déjame ¡oh cóndor! en mi selva umbría;


que á la par que tu vuelo se retuerza,
retorcerá mi canto su armonía.

¡Naturaleza, previsora, en tanto,


^1
me dii» mi canto y me ncg('> tu fuerza,
te dio tu fuerza y te neg<') mi canto 1
Kix^ Ki/^^ Six^ Six^ ^^y 'Ny^ Kix^ kix^ K^x'

-IDILIO TROPICAL

En una margen del patrio río,


hice despojos de un carrizal ;
y aleó una choza sobre un pantano,
siempre más puro que una ciudad :
en cuatro robles clavó mi techo ;
y de las vigas luego colgué
flexible hamaca, que me adormece,
como canoa, con su vaivén...

Cuando la luna se ve en el río,


me halla durmiendo sano y feliz,
y cabecea sobre las ondas
cual si quisiese también dormir;
y en las mañanas, cuando el sinsonte
abre el estuche de su canción,
bajo la hamaca donde he dormido,
las huellas tibias buscando voy
de la culebra que se enroscara,
de la tortuga que ya se fué
y del tigrillo que hundió en el fango
como en un molde sus cuatro pies.
IDILIO TliOPICAL 119

Súbito, truena mi carabina


contra la playa que cerca está;
y me saluda con sus bostezos
despreciativos largo caimán :
las garzas vuelan despavoridas;
y, sobre el biombo del cielo azul,
pintan sus equis cuando se quiebran,
como si fuesen aspas de cruz.

Y en el boscaje persigo el tigre;


y en las cavernas, en lecho en flor,
le hallo durmiendo; y alzo el machete
con que le parlo su corazón :
gruñe; me fija las esmeraldas
de sus dos ojos; rueda hacia atrás;
tiembla; recoge sus zarpas finas;
se apelotona para saltar ;
y al ün, la sangre, que ensaya un charco,
como una ola lo echa á mis pies :
¡ y son iguales á sus pezuñas
todas las manchas que hay en su piel !

Después, en alto cuelgo el machete


de que chorrea sangre mortal,
como la lengua del mismo tigre
que en una horca colgado esta...

Tal es mi vida. Las hojarascas


que me ensordecen con su rumor,
viven bailando sobre mi choza
como una eterna conversación ;
y un cocotero saca el penacho,
donde hay dos frutos en un vaivén,
120 ALMA AMKBICA

como cabezas do dos salvajes


que en una lanza clavase un rey.

Tal es mi vida. Si tú lo quieres,


ven, que la hamaca te mecerá ;
ven, que los cauchos te darán sombra;
ven, que las fieras te lamerán;
y en este río, tendrás, entonces,
plumas de garza, brillos de pez,
aves de iris, flores de seda,
frutas de oro, cañas de miel.

Pero ¡ay! no vengas; que las montañas


tienen miasmática exhalación,
que incendia fiebres como el ensueño
y que consume como el amor.

Yo sí he nacido para esta zona,


donde, meciéndose en un compás,
criollas, sierpes y cocoteros
siempre han tenido cintura igual.

Yo sí he nacido para esta zona ;


por(|uc esta zona tiene á la vez,
las tenlaiioiies y los encantos...
I y los peligros de la mujer!
fils

LA MAGNOLIA

En el bosque, de aromas y de músicas lleno,


la magnolia florece delicada y ligera,
cual vellón que en las zarzas enredado estuviera
ó cual copo de espuma sobre lago sereno.

Es un ánfora digna de un artífice heleno,


un marmóreo prodigio de la Clásica Era;
y destaca su fina redondez á manera
de una dama que luce descolado su seno.

No se sabe si es perla, ni se sabe si es llanto.


Hay entre ella y la Luna cierta historia de encanto,
en la que una paloma pierde acaso la vida;

porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve,


como un rayo de Luna que se cuaja en la nieve
ó como una paloma que se queda dormida...
^ ^> ía í^ ^> ^ ^i m
zJK¡ ®rS ©t® @f^ &f% w ©t^ w

LOS COCUYOS

Parpadeos de luces vacilantes


bordan la selva cuando muere el día,
á manera de extraña pedrería
que relumbra y se apaga por instantes.

En desatados círculos errantes,


brotan cocuyos en la selva umbría,
cual si alguien, con la fiebre de la orgía,
arrojara puñados de diamantes.

De día ocultos en la verde alfombra,


sólo en las horas de nocturna calma
divagan al través de la espesura ;

y A fuerza de brillar entre la sombra


acrisolan su brillo, como el alma
que á fuerza de siUVir se hace más pura..,
SENSACIÓN DE OLOR

A Remigio Crespo Toral.

Iba yo en mi caballo, por una angosta senda,


entre un bosque de encinas. Soñaba una leyenda
de encantamientos, hadas, monstruos, duendes y endria-
y, con mis sueños mudos y con mis ojos vagos, [¡^os;
marchaba lentamente, pero tan lentamente
que el caballo mordía las yerbas.
Un torrente
culebreaba en un flanco ; y en el otro, las rocas
me enseñaban sus puños y las cuevas sus bocas.

De repente, el caballo se detuvo. Las crines


sacudió; en su relincho se insinuaron clarines;
y sus cascos sonantes arrrancaron del suelo
cien chispas.
En el musgo, como en un terciopelo,
vi el montón de una ropa de mujer.
— ¿Quién sería? —
Desmonté; y, en mis manos, con nerviosa alogria,
levanté aquella ropa que aun estaba ralienle,
y aspiré sus perfumes, y hundí en ella mi frente...
124 ALMA AMÉniCA

¡(Jli (juó olor! Una urnla de embriagantes vapores


me envolvió. Por en medio de un aroma de flores,
(dalias, magnolias) una penetración de vida
sentí, como saliendo de una gruta escondida,
en la que ninfas griegas y lúbricos salvajes
tuviesen una danza de ainor entre follajes.
Era aquello una aguda provocación, un reto
ó una audacia en el fondo de algo siempre discreto;
una como memoria de los tiempos paganos,
en que iban las bacantes lomadas de las manos
y orladas con las hiedras. ¿Hiedras? ¡Oh maravilla
fuese verlas orladas con hojas de vainilla!
¡Ese, el olor! Vainilla de bosques tropicales,
que afina y enardece los olfatos sensuales,
con el culto que es propio de una virgen montaña,
que bajo el Sol se estira y en un raudal se baña,
pomposamente llena de ese perfume intenso,
que tiene algo de almizcle, de sándalo y de incienso.

Pero nó; que hay, á veces, en el traje, otro aroma


que es más que fuerte extenso, que á nido de paloma
ó que á seno de virgen huele : huele á inocencia;
y hace pensar en una celeste transparencia.
Evoca á las cristianas doncellas, que el martirio
sufrían con gentiles actitudes de lirio,
todas llenas de tibia castidad, todas llenas
de un Sol (jue hacia auroras por dentro de las venas.
Es un olor á pinos resinosos, un suave
hálito que es á modo del ensueño de un ave
ó do una mariposa. Las densas trementinas
de los bosques caducos impregnan, con sus finas
cvaporizaciones, los trajes que entre ellas
SENSACIOy DE OLOR 12.i

pasan; y los viajeros imprimen menos huellas


que las que llevan luego, de esos bosques, sus trajes.

Ha de tener su choza por entre los ramajes


de un pinar resinoso, la criolla, que acaso
zabulle en el torrente su desnudez de raso.

Y, en fin, en una onda que llegó á inflar mi pecho,


olí caoba. Entonces imaginéme un lecho,
un diván á su lado y un ropero labrado :
una alcoba de aquellas con que siempre he soñado...

Solté el traje. Jinete nueva vez, el camino


proseguí entre la selva digna del Florentino;
y mientras que el caballo relinchaba, yo olía
en el viento un perfume de mujer todavía.

El torrente alargaba su estrangulado grito,


hilaba espumarajos en ruecas de granito;
y sonaba, rompiéndose en las rocas filudas,
como un gran palmoteo sobre carnes desnudas...
rf y Vf y ^fy '4^ '^t^ ^t^ ^^1 '^v

LA VISIÓN DEL CÓNDOR

Una vez bajó el cóndor de su altura


á pugnar con el boa, que, hecho un lazo,
dormía astutamente en el regazo
compasivo de trágica espesura.

El cóndor picoteó la escama dura;


y la sierpe, al sentir el picotazo,
fingió en el césped el nervioso trazo
con que la tempestad firma en la anchura.

El cóndor cogió el boa; y en un vuelo


sacudiíilo con ímpetu bravio,
y lo dojó caer desde su cielo.

Inclinó la mirada al bosque umbrío;


y pudo ver que, en el lejano suelo,
en vez del boa, serpenteaba un río...
LA MUERTE DEL BOGA

En un codo del río fué la escena.


Después que ató su balsa en la segura
margen, el boga, henchido de ternura,
se quedó un punto en actitud serena.

Previo la noche, y, con el alma llena


de paz y ensueño, consulte) la altura;
desenvolvió su canto de amargura;
conleniph'» el río y se sinli(') una arena.

Surgió un caimán. El boga, con crispada


mano, se defendió; y el monstruo horrendo
le aprisionó con brusca dentellada...

La balsa se volcó... Yá no hubo estruendo.


Después... después la linfa eniangrentada
bonc) la sangre y prosiguió corriendo.
^f>s*®®®^ji^:5i^

LA VOZ DEL BOSQUE

Tu ventana de hierros nerviosos y macetas


en que se abren las flores cual si fuesen paletas,
da al bosque : sus cristales que humedece el rocío,
debieran de empañarse con tu hálito, amor ralo;
porque es de verse un rostro de conventual paloma
cuando tras los cristales con timidez se asoma.

Así, siempre que paso por delante del viejo


caserón, busco sólo tu ventana... y me alejo
lentamente, mirando la cerrada vidriera
y los hierros, en donde la ágil enredadera
maniobra entre las jarcias de una marinería...

¡Y me siento yo todo lleno de poesía I

Tú, en tanto, ayuna siempre de mi pasión secreta,


ni te asomas al riego de una sola maceta,
ni por una curiosa distraccicm blandamente
ojirimeslos intactos cristales con tu iVente,
ni por dar luz al fondo de tu dormida estancia
abi-cs la piu'ila á uii golpe de Sol y de fragancia.
LA VOZ DEL BOSQUE l29

Tal vez, en la tibieza de clausurada alcoba,


delante del antiguo ropero de caoba,
verás sobre el azogue del desconchado espejo
las juguetonas líneas de tu sutil leflejo;
V, en la penumbra inquieta como jardín de sombras,
consumirás tu cuerpo que pisa sobre alfombras,
sin respirar un aire de libertad y vida,
como una estrella opaca, como una flor suicida,
mirando plantas mustias entre uniformes tiestos,
tapices arrugados como si hiciesen gestos,
bujías que se escurren en lágrimas de oro,
mienti-as que el bosque mudo y el vendaval sonoro
se inquietan por mirarte salir á la ventana,
para infundirte un soplo de vida americana...

Abre por un instante.


Mírate en el espejo :
¿verdad que más humano palpita tu reflejo?

Pero, ¿qué ves ahora sobre el azogue...?


Seda
verde y pomposa de una titánica arboleda,
raso azul y rienle de un pedazo de cielo,
oro de Sol y plata de linfas, terciopelo
de musgo, encaje fino de pájaros y flores...

Flores, pájaros, grupos de los siete colores,


hay en tu azogue : ¡mírate! Un pájaro travieso
por picar una dalia se emborrachó en tu beso;
y couio lú ai-rugaste la frente en tus enojos,
él te pintó sus alas encima de los ojos...
1.10 ALMA AMERICA

Nunca tu espejo pudo sentir más complacencia :


el bosque se ha copiado sobre su transparencia
como sobre un espíritu ingenuo otro sombrio;
y en el azogue á veces hay un escalofrío,
que es como la caricia que tiembla en la mirada
de un rayo de Sol sobre la hoja de una espada.

Mífatc; y al mirarte, gijzale en el bravio


bosque, en que te hace un brindis con su cristal el río,
en que te ofrece alcoba la encortinada gruta,
en que parece un cofre de alhajas toda fruta
y toda flor un vaso de vidrio ó porcelana
y toda ave un estuche...

Siéntete americana;
y dejando ese lujo de vivir escondida,
¡canta tu canto, goza tu amor, vive tu vida!

«3^
^t-t^^-t-t-^^t-t-t-

EL ADIÓS DE LOS EMIGRANTES

¿Adonde irá la nave empavesada?


A la India, á la tierra milagrosa
de Colón é Isabel ( ¡oh lauro! ¡oh rosa!)
Y da el rumbo la punta de una espada.

Por donde ayer el peto y la celada,


va esta nueva Conquista luminosa,
(jue, al despedirse, en las riberas posa
la fatiga que siente en su mirada.

Huye la nave... Y ven los peregrinos,


de pronto, entre sus tierras y los cielos,
una hilera de pájaros marinos,

que ondula con artístico donaire,


cual si fuese el adiós de cien pañuelos
suspensos y agitados en el aire...
SI?
#^

EL MEDIODÍA EN EL ISTMO

Corno placa bruñida por la ola,


fulge la arena : el agua se retira;
miasma sutil la ciénaga respira;
y hay en cada peñón una aureola.

En el cansancio de la playa sola,


una tortuga aletargada expira;
y, al redor de un lagarto que se estira,
baten cien peces su encorvada cola.

El aire quieto estA : ni un ave pasa;


s('>lo «'¡yense en el mar, que el Sol abrasa,
murirunacioncs con temblor de rezo;

y, en la reverberante lejanía,
en medio del sopor del mediodía,
se abre la inmensidad como un bostezo...

V
EL CÓNDOR CIEGO

A Ángel Zarra ga.

I Oh, pobre ave cautiva! tú yá no con los ojos


retarás al Sol nunca. No más los dardos rojos
que el Sol sobre tu cresta quebraba tenazmenlt
serán desprecio tuyo. No más la brava frente
has de volver al cielo, como un orgullo alado.
¡Ya todo acab('), todo se fué, todo ha pasado!

Desdobla lentamente tus inútiles alas;


pero antes j ay ! pasea tus ojos por las salas
del azul, como, en una trágica despedida,
el hombre que recuerda su juventud yá ida.
Y luego, aguarda. ¿Acaso tiemblas con el inslinlo
de una sospecha? ¿Acaso te da miedo el recinto
de férrea jaula? ¿Temes las osadías sumas
de sacrilegas manos que recorten tus plumas?
En tu cerebro informe, no concibes ideas
humanas...
¡Oh ignorante piedad : bendita seas!...
10
134 ALMA AMERICA

Aguarda, aguarda, pobre cóndor.


¿ No ves el fuego
en que barras punzantes se enrojecen? Pues luego
el montañés, salvaje más que tú, con los rojos
hierros, gozosamente, calcinará tus ojos...

Y ha de soltarte libre por los espacios.


Bate
tus ya fúnebres alas, cual corazón que late
desesperado; tiende tu señoril cabeza,
como el instinto eterno de la inmortal belleza,
hacia la misma altura, que, aunque invisible, sientes
dentro de tí, á manera que artistas y videntes
se dan cuenta del rumbo del porvenir... ; y sube,
más allá del picacho, más allá de la nube.

Sube, sube... ¿No encuentras al Sol? Todo es obscuro


ante tí como es ante las almas el futuro...
Sube, sube... ¿Hasta dónde te persigue la sombra?
¿Dónde acaba la noche? Pero di : ¿qué te asombra,
si es igual á tu vuelo nuestra humana osadía,
que va en busca de todo sin llegar todavía?...

¡Y, al Un, caesl Comprendes que estás ciego. [preCom-


ndes
que es inútil la audacia de ese vuelo que emprendes;
te detienes un punto; y, al fin, caes sin vida :
caes como cayese la esperanza perdida.

Te agrandas como un griego símbolo, de repente,


que desdobla en las nubes el ímpetu de un salto;
y es así c()mo caes, imperativamente,
con las alas tendidas y la cabeza en alto...
M.J

LA DANTA SORPRENDIDA

Estremecióse la montaña obscura;


y hasta la orilla de la propia fuente
una danta llegó, que bravamente
se improvisó una senda en la espesura.

Enturbió con su sed el agua pura;


mas inmóvil quedóse de repente,
al mirar que en el agua transparente
salpicaban los astros su blacura.

Súbito, apareció frágil piragua :


sonó del boga el canto de tristeza,
al chischás de los remos contra el agua.

Cuando lo oyó, la danta entró en recelo;


y al suspender, de pronto, la cabeza,
se encontró con los astros en el cielo...
A UNA DAMA ESPAÑOLA

Vestida de negro os miro


llenar de gracia discreta,
al lado del Rey Poeta,
las Cestas del Buen Retiro.
Ya abanicáis un suspiro,
ya esgrimís una mirada;
y es así que encresponada
lucís la pálida frente,
como una luna creciente
en una noche enlutada.

Reís del bufón, señora,


que á vuestros pies se fatiga,
de Olivares que os intriga
y del Rey ([ue os enamora.
¿ Vuestra carcajada llora ?
Tal vez; pero, entre esas gentes,
vuestros labios sonrientes
se abren con alegre afán.
¿ De qué corona serán
las perlas de vuestros dientes?
A UNA DAMA ESPAÑOLA 137

Un golpe soltre el atril :


rompe la orquesta al instante.
Tiembla el violín sollozante
y retumba el tamboril.
Vuestra risa de marfil
parece que entra en la pauta;
y fíngese, allá, en la cauta
fronda de opaca ilusión,
la rítmica confusión
de la paloma y la flauta.

Con voluptuoso frufrú,


danzan, en lírica rueda,
entre pájaros de seda,
mariposas de tisú.
Gallarda como un bambú,
tejiendo bailes se os ve;
y ensayáis, sacando el pie,
al son de la blanda nota,
ya inflexiones de gaveta,
ya actitudes de minué.

De pronto, un paje, Hacia vos


extiende un cerrado pliego.
Con una mirada, luego,
le decís al paje adiós.
El Rey, que ha llegado en pos,
pediros razón intenta;
y sobre el pliego, que ostenta
una albura inmaculada,
hay una oblea encarnada
como lágrima sangrienta
138 ALMA AMÉ me A

Las cejas el Rey enarca,


como exigiendo merced.
— ¿ El pliego? — Tomad : leed —
— ¡ De Calderón de la Barca! —
Pálido asombro se marca
en la frente de los dos...
Es en verso. Invoca á Dios;
y jura que os quiere bien,
pero que, harto del desdén,
se ordena fraile por vos.

El Rey, con altivo porte,


el pliego rasga en pedazos;
y vos caéis en los brazos
de las damas de la Corte.
¡ Feliz pecho el que soporte
cabeza tan seductora!...
Bella aparecéis, señora;
pero como nunca bella :
tal se desmaya una estrella
sobre un girón de la aurora.

Como espuma de oleaje,


vuestro rostro de blancura
resalta entre la negrura
de vuestro enlutado traje.
Vuestra sonrisa es celaje
(jue hace un último derroche;
y así, exánime, entre el broche
de vuestro obscuro vestido,
sois un lucero dormido
en el fondo de una noche....
EL GUACAMAYO

A José L. Coca.

Nada es el orgullo del pavón y nada


es el lujo inútil de las vanas flores,
ante el guacamayo de la pompa alada,
que es como el estuche de los resplandores.

Trozo de arco-iris y primor de hada,


él, diseco un día, rimará colores,
en el salón regio, con la luz dorada
de los candelabros acariciadores...

Y ante los espejos, en la tenue sombra,


abrirá sus alas como dos paletas,
sobre los dibujos de florida alfombra;

y con el orgullo que en la selva misma,


se erguirá en la sala lleno de facetas,
como si lo viesen á través de un prisma...
POMME DE TERRE

A Nilo Fabra.

Celeste es la casaca de casto terciopelo


que ostenta el Rey de Francia triunlando en el saliui
tapices en los muros y alfombras en el suelo
infunden blandamente la misma sensación.

Brocados fulgurantes, con primoroso anhelo,


el terciopelo cubren como una floración;
zafiros y granates constelan ese cielo ;
y hay un troquel en cada metálico botón.

Un juego de mil luces relumbra en la casaca


del Luis decimosexto, que entre ella se destaca
en la suntuosa fiesta de su salón real.

¡ Y esa casaca augusta pasca por la Historia,


llevando, como insignia perpetua de su gloria,
la flor americana prendida en el ojal !
tf>®®^?<f>®®*®

BAJANDO LA CUESTA

A Antonio Machado.

Cae la tarde. Yo sobre el lomo de mi caballo


suelto las riendas;
y con fatiga
bajo la cuesta.
Y mi caballo va, lentamente,
sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra :
una resbala y otra vacila ;
pero él retiembla...
y avanza, avanza, siempre hacia abajo, [testa,
con el plumero de largas crines desparramado sobre la

Allá, en el fondo,
bulle una aldea :
nocturno albergue
se esconde en ella;
y en el silencio con que la tarde
en el profundo valle bosteza,
una campana, con lento doble, con lento doble,
como el chasquido de dos cristales, límpida suena.
142 ALMA AMERICA

La tarde tiene no sé qué raras


conversaciones con mis tristezas.
Por un misterio, las cosas crecen
dentro de mi alma cuando penetran.
La fantasía mueve mis nervios.
Mi poesía vive de afuera.
Y yo no sufro por mí : yo sufro
por lo que sufre la consternada Naturaleza.

Hago, así, un gesto desapacible,


cual si el recuerdo de un desencanto me acometiera;
porque en la calma de ese silencio,
que sólo turba campana lenta,
oigo, de súbito, en un recodo de la montaña,
brincar la nota desesperante de una carreta.
Entonces, vienen á mis oídos
los cascabeles de las acémilas
y las palabras de los arrieros,
que se prolongan por los recodos como un alerta...

Y mi caballo va, lentamente,


sobreponiendo sus lirmes cascos de piedra en piedra.

La aldea prende todas sus luces;


y ya está cerca.
El cielo prende todos sus astros;
y como nunca lejano queda.
De pronto, suben á mis oídos,
desde la aldea,
ecos alegres
de voces llenas :
gentes que cantan
BAJANDO LA CUESTA 143

y que conversan;
y hay un tumulto
de risas frescas,
que son las risas de muchos niños
que por las calles saltan y juegan;
y, por en medio de la sonoi'a
gárrula mezcla,
oigo el ladrido de un perro á veces,
que se desdobla como una larga cinta de seda..,

Y, entonces, pienso que, en estas horas, son, como nunca,


triste el camino, mustio el caballo, larga la cuesta.
Y mi caballo va, lentamente,
sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra...
*$*^*$* *$*'f*'$* *$*'^*^

EL ÁRBOL BUENO

A Manuel Machado.

Señor, tú sabes que soy bueno, bueno


como un árbol con frutas y con flores.
Ni hay en mis frutas jugos de rencores,
ni hay en mis flores gotas de veneno.

Mi corazón es fuerte y está lleno


de hojas frescas y pájaros cantores :
no tendrá nidos, pero tiene amores;
y es como una protesta sobre el cieno.

Si el Sol me ha dado savia de poeta,


tuyo es ¡ Señor! el numen que me inquieta,
tuya es ¡Señor! la fiebre que me abrasa.

Un árbol soy, con alma y con sentidos;


y mis versos, apenas los ruidos
que hace el viento en las hojas cuando pasa...
CIUDAD FUNDADA
SANTA FÉ DE BOGOTÁ

Al Dr. D. Eduardo Posada.

Bajo un enorme casco de rutilante acero,


allá, en la cumbre, súbito, apareció un guerrero
sobre un corcel nervioso...
Jiménez de Quesada
persignó los abismos con la cruz de su espada;
y convirtió los ojos, desde la brava altura,
hacia el lejano rio, que, entre una selva obscura,
se retorcía abajo, con el zigzag de un gesto,
como una larga víbora entre un florido cesto...

Por ese río, á modo de procesión flotante,


trajo él su fiera tropa, desde la mar distante.
Y selvas desgreñadas, y trágicos esteros,
y ciénagas falaces, cruzaron los viajeros.

¡Oh Capitán! Los bosques orlaban vuestra frente;


las ciénagas lamían los pies humildemente;
Vi6 ALMA AMKHICA

y los esteros, mudos de asombro, al contemplaros,


se abrían á manera de grandes ojos claros...

El Magdalena hacía sus eses como un boa,


doblándose piadoso bajo la audaz canoa;
y el Capitán, gozando de tanta maravilla
que un cuerno de abundancia vació sobre la orilla,
no so curaba nunca ni del caimán membrudo,
ni de la arana infame, ni del mordaz zancudo...
Y, en tanto, en las montañas, que parecían muertas,
jaguar adolorido lanzaba sus alertas;
y una culebra, á veces, al fondo del boscaje,
silbaba como silba la flecha de un salvaje...

Tal fue. Pero la gente, ganosa de la altura,


ve al fin, bajo los Andes, tenderse una llanura
rica de pasto y llena de floreciente abono,
como un tapiz tendido bajo los pies de un trono.
Y al ver que, en ella, un rio sereno se destaca,
meciéndose á manera de voluptuosa hamaca,
el husmeador caballo del Capitán remueve
sus largas crines, tiembla con el temblor más leve;
y arroja al aire un fresco relincho de ventura,
que suena por encima de toda la llanura...

II

Hecha con un solo árbol, más farde, una piragua,


Iraz(') por nn instante su rúbrica cu el agua,
del Magdalena á lo ancho : })or la contraria riba
tropel de niidas sonantes llegaba desde arriba.
CIUDAD FLWDADA 1't7

Y la canoa aquella que desprendió Quesada


fué á detenerse ante otro guerrero, cuya espada
reverberó... Ostentaba traje de fina tela,
sombrero rico en plumas y botas de áurea espuela.

Tal Belalcázar. Viene con su arrogante tropa,


como un desGle asiático envuelto en fausta ropa,
desde el Imperio mismo del Sol, donde Pizarro
fundió en oro macizo las ruedas de su carro.

Él sometió á sus plantas todo el reino de Quito;


y, ensanchando la curva de su anhelo infinito,
se lanzó en viaje luego sobre Gundinaraarca :
¡y no exploró más tierras la paloma del Arca!

El conquistó á los Pastos tenaces y aguerridos.


En Popayán rompieron los broncos estampidos
de sus arcabuzazos en un pregón de gloria.
Vio los campos de Cali. Se perpetuó en la Historia
con Timaná fundada sobre ínclito cimiento;
que una ciudad es siempre mejor que un monumento...

Y, al fin, llegó hasta el punto donde le halló la tropa


de Quesada. El br¡nd(')les con corazón y copa,
uno y otra de oro; y hablóles del imperio
de Atahualpa poblado de atractivo misterio,
de la de Rumiñahui reverberante espada
y de una tierra nunca por la ambición soñada...

Y deslumhró los ojos de los Conquistadores


con cántaros de arcilla que simulaban llores,
l'ii aLMA AMÉRICA

vajilla regia, mantos de abrigadora lana,


joyas de ricas piedras, trajes de pompa indiana :
clavó contra la lona de su tienda una cuña
de plata; y se hizo alfombra con pieles de vicuña.

Uniéronse ya entonces uno y otro guerrero;


y de sus dos espadas brotó una cruz de acero.
Las tropas de uno y otro se hicieron un conjunto,
cual lo hacen los dos ríos en ese mismo punto.
En ese punto, el Cauca se junta al otro rio
como un dolor sombrío á otro dolor sombrío;
y ungen ambos luego, por entre las malezas,
una serpiente sola pero con dos cabezas...

III

« Gran noticia he tenido ; llega gente española


por los llanos. Se acerca. »
De la montaña sola
tal escribe un mensaje capitán desterrado,
con achiote silvestre sobre piel de venado.
¡Era el otro! Faltaba; pero al fin ya venía...

El Tudesco asomóse por la selva bravia,


cual si fuese un dios rubio de los bosques paganos;
y entreabriendo las liojas con sus trémulas manos,
sacó a luz sus cabellos fulgurantes y rojos
y el albor de su frente y el añil de sus ojos.

Detrás del los soldados le formaban tropeles,


envolviendo sus carnes en selváliías pieles,
CIUDAD ILWUADA 149

cadavéricos, tristes, silenciosos, soiiihríos,


trasijados por hambres y esquilmados por fríos.

¿Desde d()nde llegaban? Fredemán era enfermo


de la fiebre del siglo. Ni en el llano más yermo,
ni en la sierra con nieves, ni en el río sin vado,
sintió nunca en ul alma despertarse un cuidado.
Y el seguía y seguía y seguía adelante,
quebrantando las zarzas con su pie de gigante,
entreabriendo las olas con su olímpico brazo
y rompiendo las nieves con la fe de un hachazo.

Él pasó por en medio de las tribus salvajes,


cual Moisés por en medio de los bravos oleajes;
y vio á muclios corceles y vio á muchos soldados
por larguísimas flechas contra el suelo clavados.
Una vez vi(') que un tigre saltó sobre el sendero,
estranguló un caballo, despedazó á un guerrero;
y huyó por las sabanas, entre la yerba sola,
mostrando únicamente la punta de su cola.
Y otra vez vio la muerte de un boa atragantado,
que, después de lograrse devorar un venado,
retenia en la boca la brutal cornamenta,
cual si el símbolo fuese del que todo lo intenta.

IV
Cesó el éxodo.
Entonces decidieron la vida
reposar juntamente, sobre aquella tendida,
verde y fresca llanura Y en un día de gloria
la ciiidail fu('' fundada |K)r los tres. Tal la Historia.
11
150 ALM.I AMEUICA

Uno le puso el casco de la sabiduria;


olro la envolvió en sedas de gracia y gallardía;
y el otro, al son alegre de músicas guerreras,
lendi(')lu ante las plantas las pieles de sus fieras.
Ciudad ([ue hace tres siglos que ti-iunfa de la muerte,
tiene las tres virtudes : es sabia, bella y fuerte.

Parece que una Estrella preside tal venlui-a;


y así es cómo, á lo lejos, confunden su figura,
de las historias viejas en los confines vagos,
los Tres Conquistadores con los Tres Reyes Magos.
PIEL DE PUMA

Rasga el puñal como acerado diente


la pintoresca piel : brotan raudales
de sangrientossf ubícs y corales ;
y abate el puma la espantada frente

Dobla, sobre su cuello, airosamente,


la rodilla Nemrod : himnos triunfales
pugnan entre los áspei"os breñales;
y se tiñe de púrpura el torrente.

La piel envuelve, con abrazo estrecho,


la desnudez del cazador fornido :
¡que orgullo siente, cuando cubre un pecho:

mas su orgullo es mayor, cuando reposa,


á la manera de un tapiz tendido,
bajo los pies de una mujer hermosa!
ÉGLOGA TROPICAL

Pasan tres parejas.


¿No ves cómo corren por selvas y llanos?...

Una es la pareja
que viene del río de búfalos bravos,
cuyos márgenes tienen encinas,
en las que se enroscan, con grandes letargos,
boas de diez metros; y entre cuyas aguas,
se ensanchan tortugas... se estiran lagartos.
Son Rene y Átala los de la pareja.
¿No ves cómo corren por selvas y llanos?

Otra es la pareja
que viene de en medio del mar encrespado;
pues vivió en una isla de flores
que parece un cesto, que parece un ramo,
y cuyos idilios transcurren alegres
enlre las palmeras y entre los bananos...
Son Pablo y Virginia los de la pareja.
¿No vos ctMiii» corren por selvas y llanos?
ÉGLOGA TUOI'ICAL 153

Otra es la pareja
que viene del Valle del Cauca sagrado :
paraíso de ensueño y icrtiura,
donde lodo es risa, donde lodo es ranto;
pero en el que, á veces, sobre los sepulcros,
bate negras alas el fúnebre pájaro...
¿No ves? Son María y Efraíin que pasan.
¿No ves cómo corren por selvas y llanos?

Pasan tres parejas...

¡ Ali ! ¡Si lú quisieses, podrían ser cuatrol

í^fí
Srsía

EL ALA DEL ÑANDÚ

El ñandú en las pampas huye perseguido


por el fiero gaucho; y, en carrera loca,
corre presuroso, corre, corre, corre,
tanto que parece que ni el suelo toca.
Mide la llanura con sus bruscos saltos...
Nadie lo protege, nadie lo socorre;
pero, al acicate de su propio miedo
que le da más fuerzas, corre, corre, corre...

Lo persigue el gaucho sobre el ágil potro ;


se oye el galopante casco que retumba,
el fragor de estribos, elruniúnde espuelas
y el zig-zag de un lazo que en el aire zumba.
Y cuando ese lazo gira y se desdobla,
el ñandú, al sentirlo, cree en su torpeza,
que está libre s«')lo con abrir un ala
y esconder debajo luego la cabeza.

¡ Y es porque presiente que más tarde esa ala


se abrirá en las manos de una dama hermosa,
(|ue también, á veces, cubrirá con ella
la coíjui'tería de su faz de rosa!
EN LA armería REAL

A Salvador Rueda.

\ Epopeya de la muerte!
¡ Cementerio de las armas !
Hoy las huecas armaduras, en que un día
los heroicos corazones palpitaban,
son apenas un tumulto de recuerdos
que se yerguen silenciosos á manera de fantasmas.
¡Epopeya de la muerte !
I Cementerio de las armas I
Estos son los mismos bronces
que rompieron, con los timbres de su fama,
la sordera de los siglos
y evocaron las proezas resonantes de la Iliada.
Aquí están las armaduras
de la buena madre España;
aquí están los entusiasmos vigilantes,
aquí están las pensativas esperanzas,
aquí están las vanidades insepultas,
aquí están las ambiciones perpetuadas,
cual si fuera el espectáculo clocucnle y fragoroso
de un ejército en batalla,
156 ALMA AMÉRICA

que de pronto se quedase pai'a siempre suspendido,


á manera del retrato más hermoso de la ra/.a...
¡Epopeya de la muerte!
¡Cementerio de las armas!

Armaduras de cnf¡;ranados varillajes


que i'fpliegan y (Icsplicyaa sus escamas,
como un juego combinado de abanicos entreabiertos
ó de naipes que cartean y desdoblan sus barajas;
cascos finos en que flotan los penachos,
que en las Indias, en carreras por los bosques y las
parecían, sacudiéndose en el aire, [pampas,
las espumas encrespadas
con que corre por los cauces retorcidos
el tumulto pedregoso de las aguas;
grandes oes de rodelas,
que son ojos sin pupilas ó son bocas asombradas,
cuyos platos que parecen catalcplicas tortugas,
esperando están al héroe que golpee sobre el bronce con
el pomo de una espada;
y banderas ¡oh banderas!
las que en Flamies y en Italia,
y al través de los dos Mares y al través de los dos
conocieron los rugidos de las olasy montañas, [Mundos,
du(?rmen quietas hace siglos,
duermen tristes, duermen lánguidas,
ya extendidas en los muros,
cual si fuesen mariposas enclavadas,
ya suspensas y exprimidas en arrugas ondulantes,
cual si fuesen viejas águilas,
que, posándose en la nieve de las cumbres, [alas...
replegasen para siempre los cansados abanicos de sus
!•: .V L A A /{ .1/ /■: /{ I A n E A I. f 1 r. 7

Esa antigua y noble hoja,


esa que hace cuatro siglos que descansa,
esa tuvo contraidos en su firmo cinpiiñadnra
cinco dedos sarmentosos en las épicas vendimias di,- la
Esa otra que parece [casta.
la sonrisa de una irónica amenaza,
osa estuvo tinta en sangre cincuenta años
y hoy apenas en sus rojas pesadillas se aletarga.
I Oh temblores misteriosos
los que tienen las espadas !
Hay alguna — la del cuarto Rey Felipe,
la del siglo de las lelras y las armas, —
toda olla, toda ella, desde ol puño hasta la punta,
temblorosa y estriada,
cual si acaso le corriera poi" la hoja
el estrépito medroso de una trémula batalla...
Por en medio del tumulto
de esos largos dedos fiíos que parece que señalan,
firme, seca
limpia, casta,
hay la hoja
de una espada :
¡es la espada de Pizarro,
cuya cruz es el más digno juramento de la i'azal
Esa espada supo un día,
cuando el grupo desconfiado vacilaba,
estampar en las arenas con su punta
la elocuencia decisiva de una raya.
Y el gran héroe señalando,
con la misma punta aquella, lejanías ignoradas,
dijo así, lleno degbjria : — ¡ Qué me siga quien me siga?^
Sólo trece le siguieron y pasaron esa línea consagrada.
158 ALMA A mi: RICA

¡Olí Pizarro ! Gran Pizarro :


resucita; que haces falta.
Ku la arena movediza de los siglos
grabar debes otra linea con la punta de tu espada;
])urque entonces, para siejitpre,
no trece hombres, trece pueblos pasarían esa raya.

Estas son las armaduras


en que el Padre Sol de América encendía llamaradas.
En los trópicos, el rayo,
que cercena las caobas y deslumhra las montañas,
deteníase de pronto
en el copo de un penacho ó en el ceño de una espada.
Pavonados los aceros
de rodelas y corazas,
los verdores de esas selvas, los azules de esos ríos
y los múltiples colores de esos cielos, reflejaban...
El resuello de los bosques
y el suspiro de los pampas
sacudían las banderas,
que amanera de anchos bucles se envolvían y ondulaban.
Entre el trote de los ágiles corceles,
que en arneses luminosos escondían sus audacias,
se sentían en la tierra, tierra virgen pero madre,
bajo el casco los rumores de la yerba que brotaba...
Como un día, en el misterio
del cenáculo aposlcílico, la ílama
repartida sobre todas las cabezas,
la Nalura, madre fuerte, madre virgen, madre santa,
repartía niai'iposas
que en los cascos se paraban
EN LA armería REAL 159

y aves nuevas que venían revolando por los aires


y rompían sus canciones en las puntas de las lati/.as..

j Epopeya de la muerte!
¡ Cementerio de las armas !
Hoy las huecas armaduras, en que un día
los heroicos corazones palpitaban,
son apenas un tumulto de recuerdos
que se yerguen silenciosos á manera de fantasmas...
j Epopeya de la muerte !
I Cementerio do las armas!
V T ¿/ ^1^ ^ T tf^ ^ T tf/ ^ V ^^ y ^ ^ V ^ -^ y ^ ^ T tff
V V N/ V V V V ^t'^ V

CAHUIDE

Solo en la fortaleza granítica se siente;


pero se opone al reto de la Conquista hispana.
Empuña flechas y arco; se asoma á una ventana ;
y contra todos lucha multiplicadaracnte.

Como un peñón que corta las aguas de un torrente,


se yergue en la osadía de su locura vana;
y evoca, en los recuerdos de la virtud pagana,
al héroe solitario que defendía un puente.

Triunfa el asedio. Cruje la puerta, que al fin gira;


y entra el tumulto. El indio refugiase en lo alto;
pero, de grada en grada, luchando va con ira.

A la techumbre llega; persigúele el asalto;


/, de repente, sobre la iiimiMisidad, se mira
la elástica s,'lueta de un hombre que da un salto...

<^>i.'V<^
J^K^^ >*^AH- 3*^^*^ i^^tx, *kéti ij^^Mi r^^-i i^é»^ ^«B^^^A,

LA CABEZA DE GONZALO

En dos picotas lijas cabezas cercenadas,


en medio del camino, destácanse altaneras :
la una es la de un viejo de carnes como ceras;
la otra es la de un joven de vividas miradas.

Ya Carbajal no tiene pupilas animadas;


pero las de Gonzalo relumbran como hogueras :
parece que en el fondo miran flotar banderas,
caracolear caballos y entrechocar espadas.

Los ojos moribundos, en trá¿'¡ca revista,


viajan por el Dorado, sueñan en la Con(niista;
y siéntense encendidos en resplandores rojos...

Un cóndor, que atraviesa volando indiferente,


ve ese dolor; y, entonces, baja... y piadosaraentej
al golpe de su pico, revienta los dos ojos.

«^TNi-'V^^
0f% &f^ &f^ m^ §f^ @if® &fí) CT§ CTS

LA ÑUSTA

EriSODlO DE LA CONQUISTA DEL PERÚ

A D. Eugenio Larrabure y Unanue.

García de Peralta : ¿qué tienes tú con tanto


reflexionar? ¿Qué tienes con tu épico quebranto,
siempre con las pupilas en tierra y ambas sienes
entre ambas manos?...
Joven Conquistador; ¿qué tienes?
¡Ay! cuan mejor te fuera no llegar enrolado
á las tierras incaicas con tu fe de soldado;
que así libre, más libre, mucho mas todavía,
esa tu alma española, tu gran alma seria.
¿ Qué te importa el tesoro, qué te importa la fama,
qué te importan los lauros, si la ñusta no te ama?
No hay un brazo de indio (jue tu brazo retuerza;
pero, en cambio, la gracia puede niás que la fuerza ..

¡Y es inútil! Tu podio do l)roiuMnea coi'aza


no vacila ni liomhla bajo un golpe de maza;
LA ,'^LSr.4 163

pero se abre, á manera de partido diariianle,


cada vez que la ñusta le contempla un ¡nslanle.
Y la ñusta que huye tus ardientes antojos
pone, al verte, el insulto de su raza en los ojos;
y tú buscas la rabia de la india altanera,
¡por gozar de la dicha de ser visto siquiera !

Don García : eres fuerte; mas no sirve ser fuerte,


si el amor de la ñusta desgobierna tu suerte.
Don García : eres noble ; mas no sirve ser noble,
si el turpial de las Indias hace nido en tu roble.
Don García : eres grande ; mas no sirve ser grande,
si el león se enamora de una alpaca del Ande...

II

— ¡ Ñusta, ñusta, yo le amo! Vente á España conmigo.


Te daré la hidalguía y el amor.
— ¡Enemigo I
— Las católicas aguas echaré con mi mano
en tus (inos cabellos de abcnuz,
— ¡Es en vano!
— Scguií'é tu capricho, velaré tu reposo,
guardaré tu nobleza con mi espada.
— ¡ Airibicioso!
— Con mis lauros triunfales, á tus pies daré abrigo;
que mi amor es más grande que la gloria.
— ¡ Enemigo!
— Cambiaré los guayruros, con que adornas tu cuello,
por diamantes preclaros del más vivo destello;
164 ALMA A M /:/{/€ A

cambiaré tus argollas por labrados pendientes,


en que luzcan las perlas como lucen tus dientes.
Te daré todo el fruto del botín que me toque
Tu mirada penetra mucho más que mi estoque;
y es así cuál me siento vacilar á tu vista :
mi conquista fué grande, pero más tu conquista;
que tu amor me sofoca y es tu amor mi castigo.
Ten piedad del que te ama. ¡Ten piedad!
— ¡ Enemigo!
Y así siempre...
La ñusta fué más firme que acero,
fué más dura que roca; y el gentil caballero
en los juegos tan lino y en las lides tan bravo,
se dolía de amores como un mísero esclavo ..
— ¡ Bien ! — se dijo — ¿Es posible que cruzara las olas,
que explorara las tierras, para verme hoy á solas
debatir en esta ansia que consume energía
y escarnece y enferma? ¡Basta yá!... ¡Será raía!
¿Qué me importa el tesoro, qué me importa la fama,
qué me importan los lauros, si la íiusta no me ama?
La he ofrecido mi nombre con hispana hidalguía
y mi Dios y mi tierra... ¡ Basta yá!... ¡Será mía!

III

Ilualpa-Cápac es Inca. Llanta rojo le han puesto


los hispanos. Él muestra sus insignias enhiesto.
lluayti;i Cái)a<- le tuvo de una sciri; y en Quito,
á veinte años de entonces, se oyó su prinier gi'ito.
Y es muy sagaz : fingiendo su amor á los hispanos,
ciñiise i'I Ilaulu rojo; y el cetro fué á sus manos.
LA J^USTA 165

l'A, en el fondo, guarda rencor, rencor oculto;


de esos rencores ¡ndTos que ignoran el insulto,
pero que, en cambio, esperan que llegue con tardanza,
con gran tardanza, ¡un solo minuto de venganza!...
Así, á la par que gusta la hidalga compañía
de los Con([uistadores, y aprende en su falsía
la hispana lengua, mide la tropa castellana
y astutamente busca la forma en que mañana
pueda otra vez el Inca ser libre en el Imperio.

Un ojo brilla, apenas, en el teatral misterio,


con que él, cuando las sombras llegan á la alta cima,
suele en los mudos campos hablar con Galcuchima.

Ese ojo que le sigue no es de un espía, ese ojo


no es frío : en sus miradas hay un ardor de enojo.
¿Quién siente así la ira contra el cautivo hermano
de Alahualpa? ¿Quién puede tener ese inhumano
odio, que le echa insultos envueltos en miradas,
cual si le atravesasen espadas soljre espadas?
Ese ojo que le sigue no es de un espía.

¿Acaso
lo es el celoso amante que va siguiendo el paso
de su rival? ¡Entonces, ese ojo es de un espía!
Ese ojo tiene un rayo siniestro de alegría;
y es porque sicnle un golpe de celos que le inflama
cuando al rival odiado contempla. ¡ Kac ojo auia!

IV

Don García comprende, para mayor tormento,


(lue la graciosa ñusla (jue le rob<) el aliento 12
166 ALMA AMERICA

comparte viva llama de amor correspondido


con Ilualpa-Cápac. ¿ Cómo decir lo que ha sentido
el corazón de ese hombre, que nunca en el combate
tembló y ante los ojos de una mujer se abate ?
¿Cómo contar las horas de inenarrable cuita,
en que él piensa en el beso de la nocturna cita
con que el rival oprime la boca de la ñusta
y al parlas blandas formas con fuerte abrazo ajusta ?...
,:C(')mo expresar la lia de su ardoroso pecho
contra el rival que, en breve, podrá partir el lecho
y el trono con la ñusta que le turbó la calma?...
Los que saberlo quieran ¡pregúntenselo á su alma!

Y bien : él en las sombras, siguiti al rival,


— ¿ En di'uulc
será la cita? —
El indio detiénese : él se esconde;
y observa.
Poco importa que piensen, don García,
en que ello no te es propio : ¿qué amor no es el que espía?

Y en vez de que la ñusta llegue también, quien llega


os Galcuchiraa, el viejo general indio. Entrega
un qnipu á Hualpa-Cápac. Dice con voz obscura
palabras misteriosas. El gesto, la figura
nerviosa, los inquietos ademanes, el modo
de vcralredor suyo, ¡lo están diciendo todo!

Tal es como Peralta se entera : él que creía


ver á la ñusta en brazos de su rival, á espía
llega con ser tan noble; que amor causa locura
«pie arrasli-a hasta el abismo ó arroja hasta la altura.
La ÑUSTA 107

En su encontrada fuerza capaces son los celos


de las bajezas grandes y de los grandes vuelos.

Mujeres : los que os aman y celos nunca sienten,


tal hacen porque os toman en poco ó porque mienten.
Mujeres : los que os dejan jugar con sus amores,
¡de más dichosa suerte no son merecedores!

Es el gran Sacerdote de Caranquis.


La ñusta
coya va á ser. El Inca sobre la frente ajusta
su llautu rojo y abre con majestad el manto
de áurea vicuña. El coro de vírgenes un c;inlo
da á los aires : son voces claras, limpias, serenas...
Debajo de esas voces, hay un temblor de quenas.

Suspira el Sacerdote.
— ¿Por qué, por que suspiras ? —
pregunta Hualpa-Cápac — ¿ Acaso sombras miras
en nuestra unión? ¡Uespóndc! Mi amor es puro; y ella
es, más que bella, pura : ¡ tú sabes como es bella ! —

Y el Sacerdote, irguicndo la majestuosa frente


al Sol que reverbera, suspira nuevamente...

— Señor — dice la ñusta — no tenias. ¿ Quién podría


burlar con el silencio tu sacra profecía ?
jDinos qué ves! Yo le amo, y en el amor soy fuerte;
después de ser su esposa, no importa ya la muerte. —
108 ALMA AMÉRICA

Y el Sacerdote dice,, como si un duro peso


se quitara :
— ¡Os anuncio que moriréis de un beso!

En ese propio instante, la soldadesca asalta


al Inca y le aprisiona. García de Peralta
capitanea al grupo; y en sus voraces ojos
chispean alegrías mezcladas con enojos.
La coya pide, entonces, ir con el Inca : es vano
su intento.
Así la estrecha con vigorosa mano
Peralta y con ternura le dice todavía :
— Conmigo vente á España.
— ¿Yo?... ¡Nunca!
— ¡ Serás mía !

El Inca va á lo lejos cargado de cadenas...


No cantan ya las voces... No trinan ya las quenas...
Y el Sacerdote, irguicndo la majestuosa frente
al Sol que reverbera, suspira nuevamente.

VI

Fue entonces cuando, en medio dd odio que le exalta,


pidií') tener las llaves García de Peralta,
Y así quien salvar pudo, por una rara suerte,
al grupo de españoles de traicionera muerte,
quiso guardar el mismo del Inca el calabozo,
acariciando el triunfo con íntimo alborozo
que guardador le hacía de infieles y traidores
y guardatior á un tiempo lainbicn de sus amores.
LA NCSTA lf)0

Ella hacia él vendría con súplicas y llantos,


— tai vez por tal angustia más bella en sus encantos —
para rogar siquiera minutos de reposo
en la prisión estrecha y en brazos del esposo.
Y como su locura mayor quizás sei'ia,
sabiendo que el esposo no contará otro día,
porque innexil)le y duro yá el juez le ha condenado,
poi* su traición, á muerte, querrá ver á su amado
y sentirá en sus ansias la fiebre delirante
que lo da todo, á veces, en pago de un instante.
¿Todo? Sí : á veces, todo.
Tal dice don García
las llaves enseñando :
— ¡ Ya pronto será mía ! —
Yá es hora, fuerte hispano : bien haces, si no hay modo
de que consigas nada cuando la ofreces todo.
Yá es hora, si, yá es hora de que tu afán concluya :
¡te costará la vida, pero ella será luya!

VII

Y se abrici'on las puertas de la prisión.


— ¡ Oh ! ,iTú eres?
— ¡Yo, Señor!... ¡Yo culpable!... Ten piedad si me

— ¿Tú culpable? [quieres...


— Perdona; porque ya no soy pura.
Ya, Señor, no soy digna de alcanzar la ventura
de besarte las manos ni los pies.
— ¿Estás loca?
VeiT, si quieres dar besos, á besarme en la boca.
170 ALMA AMERICA

— ¡Ay de ti!... ¿No recuerdas la mortal profecía


con que el Gran Sacerdote nos quilo la alegría?
— ¡ Quién me diera esa muerte, mejor que otra que espero '
— ¿Quién le diera esa muerte? Yo, Señor, si lo quiero..
— ¿Y ([ué aguardas ? ¿ Deseas que yo acabe en las manos
vengativas, en bi'eve, de los propios hispanos?
— Es, Señor, que mi boca no está pura. El exceso
del cruel don García me ha robado mi beso...
Suya fui...
— ¿Suya has sido ?
— Suya fui para verte.,.
El me ha dado las llaves... Yo le he dado la muerte...
— ¡Habla!
— Puse en mis labios el veneno en que mojan
nuestros indios sus flechas... Yá mis miembros se aflojan...
yá me ahogó... Yá acaso don García habrá muerto...
Muchas veces, sí, muchas le he besado.
— ¡ Oh ! Si es cierto
lo que dices, entonces... ¡dame un beso en la boca!
— No... Tú escapa... Eres libre... ¡ Huye! ¡huye!
— ¿Estás loca?
¿ Qué me importa la vida sin tu amor? ¡Es un peso! —

Hubo lucha en las sombras; y después... sonó un beso.

VIII

En el día siguiente, fué Peralta enterrado


con magníficas pompas; y la india á su lado :
los hispanos quisieron el hacer de esa suerte
que, á través de los siglos, fuera suya en la muerte,
la que sólo en la vida se entregara un momento...
¡No hay un alma española que no logre su intento!
SENSACIÓN DE CALOR

A Eiiriíjue Gómez Carrillo.

Entre nubes de polvo, mi caballo corría


y corría sudando, por la cuesta bravia
que en los flancos de un monte serpenteaba.
Ni un ave
vi pasar por encima de silencio tan grave.
¡Oh, qué paz! Ni una hoja se movió en la arboleda.
... Un caballo corriendo y una gran polvareda...

Bajo el Sol de verano, la altivez de mi frente


coronóse de gotas de sudor; el ambiente
era un soplo de rabia; y en la tierra, á lo lejos,
se veían temblores de vidriosos reflejos.
¡Oh, qué sed! El caballo sacudía sus crines
como hilos de perlas y ensayaba clarines
con ligeros relinchos de enfrenada protesta...

...Y la sed era larga; y era larga la cuesta...

De repente, vi un rancho.
Y una charca delante,
en su estuche de musgo, |)arecía un diamante.
172 ALMA AMI'niCA

Y salló; y el caballo qued<') V\)vc del peso,


y se fué sobre el agua. Y á la par que, en su exceso,
enturbiaba las linfas con un hálito de horno,
las domésticas aves chapoleaban en torno...
Penetré. La criolla de purísima raza,
que sentía en sus venas la pasión de una hornaza,
sonrióme del fondo de su rancho.
— ¿No tienes
agua? — dije.
(Un marlillo me rompía las sienes...)

Y ella, muda y trauqiiHa, me escanci() en una copa


agua fresca. ¡Oh, frescura! Desceñirae la ropa,
y, así libre y alegre, fui bebiéndome todo
aquel liquido puro, como bebe un beodo;
y escuché, en mis delicias, el fresquísimo eco
de una lluvia que cae sobre un campo reseco...

Miré luego los ojos de la impávida hembra.


En sus ojos había la intención de una siembra :
parecían carbones de pasiiui encendidos,
que csiu viesen mirando madrigueras ó nidos.

La ciiolla, en el fondo de ese ambiente tan denso,


se movía mareada, como envuelta en incienso;
en mi pocho hubo espasmos más que nunca sciilidos,
en mis nervios temblores y en mi mente zumbidos...
Y sin que una palabra profanase el reposo,
fué acercáudose ella cual la Amada al Esposo,
con un modo lan suave, con un paso tan lento,
cual si fuese un perfume <juo ílotasc en el viento...
sEysAc/o.y üe calor
173

Sed de amor. La criolla, que sintió en su regazo


ese Sol y esos montes, al salir de mi abrazo
sintió luego en sus carnes la frescura serena
de una copa de agua que hasta el borde se llena...

Pensativa, solemne, sin decir ni una sola,


ni una sol? palabra, se escapó de la ola
de mi fiebre; y, entonces, á mi.s ojos más bella,
otra vez hacia el fondo fué alejándose ella,
con un modo tan suave, con un paso tan lento,
cual si fuese un perfume que flotase en el viento...
LA FRASE DE CORTES

I
El Rey del Sol, el hombre que vio á sus pies la Esfera,
enderezando al punto su testa coronada,
preguntó : — ¿Quién detiene mi carroza? —
Una espada
es menos penetrante que una pupila fiera.

Vergonzante que un día sus harapos zurciera


con un rayo de gloria, resistió la mirada;
y arrojó á las alturas una frase vaciada
en los épicos moldes de la Clásica Era.

Tal el Rey : — ¿(Juién detiene mi carroza? —


Aquel hombre
se acercó respetuoso; y, en lugar de su nombre,
— j Quién te ha dado más tierras que tu padre ! — le dijo :

Carlos V abrió entonces su carroza al instante;


y rogándole luego que pasara adelanto,
lo sentó á su derecha, como Dios á sü Hijo.
Vp \fp «^fV ^jp! Vf .' ^ vf . .f . .f^

LA MUERTE DEL BISONTE

Ensangrentado un cuerno, refugiase el bisonte


en la maraña fosca, donde improvisa un lecho;
dobla las piernas; rinde su fatigado pecho :
y da un mugido largo que hace temblar el monte.

Un rollo de tinieblas alfombra el horizonte


crepuscular; un rio, que siente el cauce estrecho,
revuelve sus espumas á modo de un despecho ;
y, al fondo, se desgranan los trinos de un sinsonte...

La lanza de un « Piel roja » quebróse tan clavada


en el testuz del bruto, que en vano en la maleza
busca él refugio : nada puede salvarlo, nada.

Y, así, en la noche, expira, mirando, por fortuna,


que tras de un cerro, á modo que tras de una cabeza,
se asoman venííativos los cuernos de la Luna...
^'^*%'*^'W *W 'W* ^'

LAS DOS RAYAS

Ya trepidaba en todos el ímpetu guerrero,


cuando salió Pizarro del grupo vacilante;
y la cabeza olímpica irguió como un gigante,
contó diez firmes pasos y desnudó su acero.

Trazar quiso una raya con ademán ligero ;


y al punto fué en la arena la raya fulgurante :
Yolvi(')se luego á todos y señaló adelante;
llegó á la raya histórica y la pasó el primero.

Después el Inca supo trazar su raya, ruando


corrió la diestra sobre los muros, señalando
lo que ofreció con oro llenar en sólo un día.

RI oro, que, creciendo, fué como mar sin playa,


cubrió la raya en breve... ¡Y así es como podría
decirse que aquel hombre pasó también su raya!

Sk
^^ ^?t^ "^fí ^f^ W W W ^t'^

LA TRISTEZA DEL INCA

Este era un Inca triste de soñadora frente,


ojos siempre dormidos y sonrisa de hiél,
que recorrió su Imperio buscando inútilmente
á una doncella hermosa y enamorada del.

Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero


puso á su tropa en marcha y el broquel requirió;
fué dejando despojos sobre cada sendero;
y las nieves más altas con su sangre manchó.

Tal sus flechas cruzaron invioladas regiones,


en que apenas los ríos se atrevían á entrar;
y tal fué dei'ramando sus heroicas legiones
de la selva á los Andes, de los Andes al mar.

Fué gastando las flechas cjue tenía en su aljaba,


una vez y otra y otra, de región en región;
porque cuando salía victorioso lograba
levantar la cabeza, pero no el corazón.

Y cansado de sólo levantar la cabeza,


celebró bailes magnos y baníjuetes sin fin;
1/8 ALMA AMERICA

pero no logró nada disipar su tristeza :


ni la sangre del choque, ni el licor del festín.

Nadie entraba en el fondo de su espíritu oculto :


ni las candidas ñustas de dinástico rol,
ni las sciris de Quito consagradas al culto,
ni del Cuzco tampoco las vestales del Sol.

Fuú llamado el más viejo sacerdote.


— Adivina

este mal que me aqueja y el remedio del mal. —


Dijo al gran sacerdote, con voz trémula y Gna,
aquel joven monarca displicente y sensual.

— « ¡ Ay ! Señor — dijo el viejo sacerdote. — Tus penas


» remediarse no pueden. Tu pasión es mortal.
» La mujer que has ideado tierre añil en las venas.
» un trigal en los bucles y en la boca un coral

» ¡ Ay ! Señor : cierto día vendrán hombres muy blancos


» Ha de oirse en los bosques el marcial caracol;
» cataratas de sangre colmarán los barrancos;
» y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.

)> La mujer que has ideado pertenece á tal raza.


» Vanamente la buscas en tu innúmera grey ;
» y servirle no pueden oracitin ni amenaza,
» porque tiene otra sangre y otro dios y otro rev » —

Cuando el rito sagrado le mandó optar esposa,


hi/o astillas el cetro con vibrante dolor;
y a(|ucl joven monarca so eiilorrí» t'u una fosa
y pensando en la rubia fué muriendo do amor.
LA TRISTEZA DEL I.\CA 179

Castellana : tú ignoras todo el mal que rae lias hecho.


Castellana : recuerda que nací en el Perú.
La tristeza del Inca va llenando mi pecho;
¡y quién sabe... quién sabe si la rubia eres tú!
^^^^^

LA QUENA

No la flauta del dios, alegre avena


del bosíjue griego, en que trinar solía :
es flauta cual paloma en agonía
la que en las noches de los Andes suena.

¡Cuan profundo lamento el de la (juena!


La quena, en medio de la puna fría,
desenvuelve su larga melodía
más penetrante cuanto más serena.

Desgranando las perlas de su lloro,


á veces hunde el musical lamento
en el hueco de un cántaro sonoro;

y entonces finge, in la nocturna calmn,


soplo del alma cünverlido en viento,
soplo del viento convertido en alma...
f^íf^i^í l^il^il^/ ^íi^íMi

LA ÚLTIMA COYA

Salpicada de sangre está la tela


en que envuelve su carne dolorida;
y una expresi<)n de triste despedida
en sus húmedos ojos se congela.

Algo busca, algo extraña y algo anhela;


y cuando silenciosa y abstraída,
se queda viendo un punto, hacia otra vida
su misterioso pensamiento vuela.

Juega con su collar, mientras la frente


para mirarlo dobla : en tanto, el duelo
quizás su mudo corazón traspase...

Llora, llora y, llorando, de lepente


rompe el hilo...; y los granos van al suelo,
¡como si su collar también llorase!

Vi
<m
t
V.0

LA NOCHE DE LOS ANDES

Hay en las soledades de la puna,


cuando la noche aumenta esc reposo,
un misterio solemne y religioso
como el amor de un alma sin fortuna.

Cada cumbre de nieve es como una


virgen, que, de la mano del esposo,
aparece en el templo luminoso,
envuelta en fría castidad de Luna.

¡Oh cuadro aquel de místicos reflejos!


Los mismos Andes á los cielos crecen
como torres de ingente campanario;
í?
los rayos se hacen cruces, á lo lejos;
y hasta los astros, al hrotar, parecen
las destíranadas cuentas de un rosario...
^ 5^ ^ ^ ^> gfi ^> íf^
©f® @fü w S't^ &f^ OT ®'t^ w

LA BALADA DEL LAGO

Dentro de los follaies obstinados


una intención de luna se enredaba,
como se enreda á veces un ensueño
y no consigue atravesar un alma.
En el lulo del bosque, honda laguna
como un azogue trágico Icniblaba...
Y allá, sobre el cansancio de la noche,
se insinuó un ruido de sedosas alas :
era un chischás de remos, que traía
de lejos, de muy lejos, una balsa;
y sobre aquella balsa, en que los cables
ceñían sus pulseras en cien cañas,
un cacique, de frente pensativa,
venía en pie, clavando la mirada
en su propio dolor.
Erectas plumas
sobre la ol)licua sien se perfilaban;
y había un algo triste y misterioso
en su actitud.
Pasó como un fantasma,
al vivo empuje de sus diez remeros
y entre un niurniuUo de cuarenta flautas.
184 ALMA AMÉRICA

Súbito, hacia aquel lado, por donde hizo


su aparición el héroe, hubo una rara
sacudida de frondas; y en la negra
prolundidad, reverberó la plata
de la Ircniula Luna, sobre un grupo
de movedizos cascos y corazas.

Luego un tlarin sonó, som') y sonando


acabó en una nota aguda y áspera.
Y cuando se perdió la nota aquella,

se volvió á oir, en la e\tensi('»n lejana,


entre el blando chischás de los diez reinos,
el triste scni de las cuarenta flautas...

Y hubo un fragor.
Los hombres de la orilla
despertaron el bosque con sus armas :
lucharon entre sí.
Sobre lo obscuro
resonante arcabuz pitiii) su llama;
y otro y otro arcabuz. Nuevos clarines
restregaron sus ñolas en las alas
de negro vendaval. Vino un in^iinK'
en que la Luna se enciibri(') la cara.
Pero el combate se intrinco en las selvas :
durmió la sombra, itoslezo la calma;
V oira ve/, S()!>re el lago silencioso,
volvió á Hogar, al soplo de una ráfaga,
entre el blando ihiscliás de los diez remos,
el triste son de las cuarenta flautas...

Teml)laron, nuevamente, los follajes;


y poi- el llamo atiucl de la batalla.
LA BALALA DEL LAGO 18=>

hizo su aparición gente sajona


de ojos azules, cabellera áurea
y pies conquistadores.
i Ali ! La Luna
brilló sobre el acero de las hachas
que mutilaron árboles. Un trueno
de dinamita exasperó la entraña
de la selva. Se oyó luego el galope
de cien locomotoras desbocadas.
Hasta que al fin silbatos penetrantes
saludaron la luz de otra mañana.

Cuando se enronquecieron esas voces,


sobre el temblor lascivo de las aguas,
volvió á llegar, desde el confín brumoso,
como un rezago de la Edad pasada,
entre el blando chischás de los diez remos,
el triste son de las cuarenta flautas...
I cp ^ ^ c^ ^ a(;
&f% @t® &f^ &f^ W ®^^'

EL PALACIO DE LOS VIRREYES

A Luis Fernán Cisneros.

En el viejo Palacio donde finos Virreyes


dan su brazo á las damas y su pecho al amor,
de improviso se imponen democráticas leyes
como un pie de elefante que aplastara una flor...

I Oh Pizarro ! En las noches, cuando luna de piala


desenrolla una cinta sobre el denso capuz,
en el mármol del suelo brilla un signo escarlata
que recuerda la sangre con que hiciste tu cruz.

Por la puerta, que á veces se ha cerrado al derecho


y se ha abierto otras veces á tirano riiin,
el Virrey, constelado de medallas el pecho,
penetraba, á los sones de broncíneo clarín.

¡Oh tambores aquellos que atronaban el aire!


¡Oh guardianes aquellos enfilados en pie!...
¡Quien volviese á esos siglos del valor y el donaire!
i QuitMi viviese la vida de ese tiempo que fué!
EL PALACIO DE LOS VIRREYES IS?

¿ No es verdad que esta inútil libertad da tristeza?


¿No es verdad que la prosa de esta Edad no es mejor?
¿No es verdad que, en el nombre de la Santa Belleza,
debería el Palacio consagrarse al amor?

El cdcnico tronco de la clásica higuera


con que el propio Pizarro decoró su jardín,
luce un nido sin aves que parece que espera
y retuerce sus ramas con angustia sin fin.

No vendrán los Virreyes á sentarse á su sombra :


no ha de oir yá los dúos del amor colonial :
no lian de echarse las damas en su idílica alfombra,
mientras cantan las fuentes su canción de cristal.

¡ Oh las fuentes aquellas que alegraban el aire !


I Oh jardín del Palacio que hoy tan triste se ve!...
¡Quién volviese á esos siglos del valor y el donaire!
¡Quién viviese la vida de ese tiempo que fué!

En los regios salones salpicados de luces,


se tejían pavanas y se hacía el amor :
diez casacas lucían, todas llenas de cruces,
tras de cada doncella como tras de una flor.

¡Qué tristeza más dulce la de flautas y violas!


¡ Qué ternura más blanda la del baile fugaz!
Candelabros se erguían en doradas consolas,
ante fríos espejos de enigmática faz.

En las albas pelucas se fingían las nieves


do los Andes rendidos bajo el trono español;
188 ALMA AMERICA

altariicos dotaban como c<')ndores breves;


relumbraban cristales como Templos del Sol.

¡ Oh gavotas aquellas que endulzaban el aire!


¡Oh mujeres aquellas que saraban el pie!...
¡Quién volviese á esos siglos del valor y el donaire I
¡Quién viviese la vida de esc tiempo que fué!
®*®if>®®»®*

ALAMEDA COLONIAL

Al otro lado del vetusto puente,


desenvuelve su pompa una alameda,
donde, ya en el brocado, ya en la seda,
hace juegos de luz el Sol poniente.

Es el paseo de la noble gente :


en él trota el bridíín, gira la rueda;
y, entre las frondas, el perfume queda
de las damas flotando en cl ambiente.

Tal los árboles fingen en las brumas


casacas verdes que pintó el estío ;
los destellos del Sol, regias miradas;

y, por bajo del puente, las espumas


van desfilando en el azul del río
cual si fuesen pelucas empolvadas...
t*

LA TAPADA

(crónica del virrey conde de nieva)

A D. Ricardo Palma.

Fué hermosa la limeña que alzó su celosía


para mirar la entrada de aquel Virrey, un día;
y sobre el Conde altivo cayeron sus miradas
como una fresca lluvia de rosas deshojadas :
así de los cohetes se ven caer las luces...
Alz(') el Virrey la frente... y á modo de las cruces
que forman cuatro espadas en varonil querella,
los ojos del chocaron contra los ojos dclla.
¿ Y qué pasó ?... En la esquina doblando fue el tumulto;
pero el Virrey llevaba más regocijo oculto
que el que mostraba el eco de aquella algarabía.
Y era su regocijo porque, á la vea que había
su entrada sido un ti-iunfo como en ciudad sagrada,
en corazón limeño también hizo su entrada.
LA TAPADA 101

II

— Tapada : vuestro ojo me atrae.


— Impertinente
estáis.
— Tapada, veros querría vuestra frente.
— Dejadme, voy al templo.
— Tapada : abrid un poco,
por caridad, el manto.
— ¿ Que os habéis vuelto loco?

— Tapada, no es bastante veros un ojo apenas.


— Casada soy. Vizconde.
— ¡ Yo sé romper cadenas!
Los pies que lucís breves y el ojo que entre el manto
mostráis y la cimbrada cintura, son mi encanto ;
y yo en verdad os juro, tapada misteriosa,
que ni el Virrey es digno de tan gallarda esposa...

— ¿ Que... ni... el Virrey? —


El ojo de la gentil tapada
brilló como si fuese la punta de una espada;
y en la nerviosa diestra se estremeció el rosario
cogido entre los broches de su devocionario :
fué un raudo movimiento ; pero el Vizconde pudo
decirla astutamente :
— ¡ Comprendo, seré mudo!

III

Galanteador Vizconde, ¿ qué piensas tú que quieres


que á poco de quererlo te quieran las mujeres?
102 AL\ÍA AMÉRICA

¿ Quó crees tú que sigues á la tapada bella;


y en un discreto quicio te ocultas cuando ella
llega á su liogar? ¿ Te asombras.^ Es la mujer del viejo
Marqui's, tu amigo, el propio que forma en el cortejo
de siempre trasnochados y eternos jugadores.
¿ Felices son tus juegos? ¡ Fatales tus airiores!

En vano enamorarla pretendes.


Ningún día
sobre tus lentos pasos se alzó su celosía;
y, en vueltas y revueltas gastaste, inútilmente,
miradas y stispiros.
La dama indiferente
fué hiriendo lu amor propio : te diste por vencido.

— ¿Conque el Virrey tan s()lo...? ¡ No lo echaré en

[olvido! —
¿ Olvido? Muy en breve lo recordaste : cuando
trompetas y atambores rompieron tras del bando
famoso de las capas ; famoso y tan famoso
que por un mes vivieron las lenguas sin reposo.

Al mes, lodos sabían eso que lu callaste,


líl bando de las capas fué un bando de contraste :
(jue nadie en ciertas horas de noche se embozara.
¿ Quién maliciar pudiese que iba á ocultar su cara
en capa, ese que en bando la declaró prohibida?

Al Mies, Nieva pagal)a su bando con la vida.


LA TAPADA 1ÍI3

IV

Y sucedió que en medio de alegre comentario,


dijo el Marqués :
— No atino qué fin extraordinario
persigue el Conde en ello. ¿ Será contra algún mozo
galanteador que ocúltala infamia entre su embozo?
¿ Será que á ley severa de honestidad responde,
en pro de ajenas honras ? Decid, señor Vizconde.

— ¡Marqués, tened presente que la mujer no es juego.


— Ya sé : la mía es mía. No importunéis, os ruego;
que si por mala suerte perdisteis la fortuna
á un golpe de mis dndos, ya no os valdrá ninguna
manera de descpiile con frases de ironía.
¿Que la mujer no es juego? Ya sé : la mía os mía. —

Tal zumba á la manera de airoso rehilete


un diálogo brevísimo en Ionio de un tapete.

El gran reloj que triunfa sobre la escueta sala,


con péndulo de bronce, como severa gala,
única que se muestra contra el pelado muro,
las doce marca.
El cielo cuelga un crespón oiiscuro
en la ojival ventana y hunde una clara estrella.

Asi el Mar(|ués entonces — ¿Si será un ojo della?


Y luego : — ¡ Basta ! ¡ Basta !
— Pensad en lo (pie he dicho
— reitera el pei'didoso — Marqués : no es un capi'icho;
194 ALMA AMr.niCA

poi'(jiie, en verdad, yo creo que disipáis las noches


y cjuc mejor os fuera dejar tales derrodies
para cuidar la lioni'a, que es más que la fortuna,
j Alí ! i la fortuna es varia, pero la honra es una!
— Y hien, señor Vizconde, gardad ese consejo
que viejo soy... y...
— Justo : lo reciliis por viejo.
— Y digo que no es propio de gente bien nacida
buscar tales desquites. Yo os juro, por mi vida,
que si tenris \eiiite años menos que yo, mi estoque
veinte años más que el vuestro se ejercitó en el .choque.
Cuidad la lengua, amigo; que irii hoja toledana
tiei\c más fina punta.
— ¡Ya lo sabréis mañana! —

— ¡¡ Tú eres !!
lín ambos ojos puesto el mayor espanto,
clama la hermosa joven, que se deshace en llanto
y que se arrastra y grita.
— ¡ Mujer, mujer ! ¿ qué has hecho
de mí honra? ¿hay alguno debajo de mi lecho?

— Las doce son, ¡ Dios mío!


— I Esta será la hura?
¿ No tardará ol inf.unc g.il.iii <jue te enamora?
Quizás por los balcones... Si lal... Aquí la escala...
La callo obscura... A|ionas un bulto quo resbala :
¡ (juc suba, sí, que suba!... Trabaja en la subida;
pero verá ¡ ([ué fácil en caud»io es la caida ! —
LA TAPADA l'.T.

Y liH';^o, iiii griio.


El grito resuena en el profundo
silencio de las sombras en que descansa el mundo;
y crujen los l)alconcs de la vecina casa;
y agrupa sus linternas la ronda cuando pasa.
¡Un muerto! ¿Qui(''n? Al punto, sobro su rostro brilla
una linterna. ¡Asoinbro! Y el jefe de cuadrilla
que ve la escala y sabe que es el Virrey el muerto,
le dice así á los otros :
— Esto que veis ¡ no es cierto ! — •

VI

El viejo Marques lánzase en busca del Vizconde;


y lo pregunta cómo podo saber y en dónde
de aquella su deshonra.
Y el joven perdidoso
le dice :
— Os di el alerta, pero os quité el reposo;
y fué, en verdad, á un golpe de aquel instinto ciego
que pone una fortuna sobre una carta en juego.
Vos me ganasteis. Dicen los buenos jugadores
que el que es feliz en juegos fatal es en amores...

— Sabed, yo necesito silencio al íin.


— ¿Y C(')mo?
¿Vais á ofrecerme plata?
— ¡ Voy á ofreceros plomo !
Cuando ya en alio oprime pistola amartillada,
lleva el Martjués las umiios al pecho :
¡hay una espada !
196 ALMA AMÉRICA

VII

En el siguiente día, según niandí) la Audiencia,


cadáver en el lecho fué hallado Su Excelencia;
y aunque las lenguas largas hicieron su relato,
disimulóse el crimen en gracia del recato.
Cuando á las seis llegaba tal día en su carrera,
para el audaz Vizconde, que el gran culpable fuera,
cerrojos de la cárcel abriéronse un momento;
y para la limeña cerrojos de un convento.

Limeña : esas miradas que, en memorable día,


sobre el Virrey cayeron desde una celosía,
hacen pensar en rasgos de un nuevo Juan Tenorio
al relumbrar en medio del triste locutorio...

Vizconde : estás perdido. Te queda un gran consuelo


un ojo de limeña te causa tal desvelo;
pero ¡ ay ! si la tapada se rinde á tus antojos
: y, en vez de mirarle uno, le miras los dos ojos!

V
tríptico criollo

EL CHARRO

Viste de seda : alhajas de gran tono;


pechera en que el encaje hace una ola;
y Ijajo el cinto, un mango de pistola,
que él aprieta entre el puño de su encono.

Piramidal sombrero, esbelto cono,


es distintivo en su figura sola,
que en el bridón de enjaezada cola
no caminara su silla por un trono.

Siéntase á firme; el látigo chasquea :


restriega el bruto su chispeante callo
y vanidosamente se pasea...

Dúdase, al ver la olinipica figura,


si es el triunfo de un hombre en su caballo
ó si es la aiiiniaciim de una escultura. 1^
AL.M.i .íM/:ií/r.i

II
EL LLANEnO

En su tostada faz a\<^n hay sombrío :


tal vez la sonsación de lo lejano,
ya que ve dilatarse aquel océano
de la verdura al pie de su bohío.

líl encuadra, al redor, su sembradío;


y acaricia la tierra con su mano.
Enfrena un potro en la mitad de un llano
ó á nado se echa en la mitad de un río.

Él, con un golpe, desjarreta un toro :


entra con su machete en el boscaje
y en el amor con su cantar sonoro;

porque el amor de la mujer ingrata


brilla sobre ese espíritu salvaje,
como un iris sobre una catarata...

III
EL r. AUCHO

Es la Pampa hecha hombre : es un pedazo


de brava tierra bajo el Sol tendida.
Ya .1 ind<')mito corcel pone la biida,
ya lacea una res : él es el brazo.
TRÍPTICO CRIOLLO ITO

Y, al s()n de la guitai-ra, en el rega/.o


de su « prenda », quejoso de la vida,
desenvuelve con voz adolorida
una canción como si fuese un lazo...

Cuadro es la Pampa en que el afán se encierra


del gaucho, erguido en actitud briosa
sobre ese gran cansancio de la tierra;

porque el bostezo de la Pampa verde


es como una fatiga que reposa
ó es como una esperanza que se pierde...
^,^ ^.^ á^M Q^í^l Crj Í%M SJ ^3 ^J
ffifí; fflfí; ü'f® lítij) uíf© Wj iflfo) \fJf& if^Kl

CAMPESINA COSTARRICENSE

Kri tu carro de bueyes, la mañana


te halla en camino á la ciudad distante;
reverbera en tus ojos de diamante;
y diseña en tu faz rosas de grana.

Finges una viviente porcelana,


cuando el Sol besa, con pasión de amante,
tu rostro encarrainado y rozagante
como la madurez de una manzana.

Entre tus gruesos labios encendidos,


al Sol le muestras en señal de gusto,
cual granos de maíz, dientes pulidos;

y, cediendo á su er(')tico reclamo,


alzas la faz, cpie sale de tu busto
como si de un jarrón saliese un ramo.
^'^^'^p*^^^1^f*^^^f*^^'^f*

CIUDAD MODERNA

Santa maría de los buenos aires


(a la MANEItA YANKi)

Juan de Garay no duerme : há siglos que hubo muerto,


pero años que en el mismo sepulcro está despierto.
Hastiado de laureles, cansado de fragores,
se echó á dormir un sueño de paz con sus mayores;
pero ¡cuan pocos siglos pudo quedar inerme!
Desde hace cinco lustros, Juan de Garay no duerme.

II

Ciudad que abre sus paertas al viento huracanado


que de las siete cumbres de Roma ech(') el pasado;
al viento generoso, que desde Iberia un dfa
envió tres carabelas cargadas de osadía;
y á ese otro viento henchido de besos y rumores,
en el que París vuelca sus ánforas de amores :
202 AL. y. 4 AMERICA

ciudad tres veces sacra, ciudad tres veces bella;


porque no en vano corren á confundirse en ella
¡el ímpetu romano, la ibérica arrogancia
y el paganismo alegre de la divina Francia!

Juan de Garay; ¡recorre las calles!... En la fosa


deja esa tu armadura de hierro fragorosa.
La Gran Ciudad te espera : los lazos se desata;
y abre su seno. En tanto, con su rumor el Plata,
que gentilmente dóblase y besa las orillas,
anuncia en siete estrofas sus Siete Maravillas...

ni

¡Palermo! ¡Ese es Palerrao! No en él ya la figura


del épico tirano resalta entre la obscura
prisión donde la Patria suspira en cautiverio,
no en él da nuevas frutas el árbol de Tiberio.
Jardines fabulosos, de pájaros cantores
tan raros que parece que fueron antes flores;
grutas en que se arquean iris hechos pedazos;
ramas que se dislocan como si fuesen brazos;
jaulas en que las fieras hacen chasquear su cola ;
penas en que el gran buitre luce su blanca gola :
tal Palermo. En donde era la mansión del tirano,
la gentil Buenos Aires con prolíüca mano
ha vaciado sus arcas de esplendentes derroches,
cual si fuese en un cuento de las « Mil y una noches ».
CIUDAD MODERNA 203

El Jockey VÁnh impera, como mansión dorada,


<]iic evoca el triunfo gi'iego de una épica olimpiada.
Y bien : en el Palacio que juventud discreta
al/(') al deporte nuevo, no canta ya un Poeta;
pero en la regia escala de mármol y ónix, pura
como una flor de novia, resalta una escultura,
donde Falguiére impuso la desnudez pagana
con que en las selvas corre la cazadora üiana.
i Cuál tiende el arco y yergue la juvenil cabeza!
¡Cuál saca el pecho y dobla con blanda gentileza
la fina piertia, á modo que para dar un salto!
¡Cuál sigue con la vista su flecha á lo más alto!...
Así en la escalinata, la Vida á cierta hora
suspéndese ante el mármol de Diana cazadora,
para admirar el símbolo, en su perpetua calma,
que robustece el músculo y que suaviza el alma...

¡Oh Gutemberg! Es tuya la redención presente;


poi'íjue la hoja diaria que va de gente en gente
reparte las ideas, logi-ando en sus afanes
el realizar un nuevo milagro de los panes.
Tal es como si el puerto de Nueva York se precia
de hacer por un instante la evocación de Grecia,
con el ingente bronce, donde, en el mar profundo,
la Libertad levántase « iluminando al Mundo »,
en Huenos Aires se alza, con más audaz anhelo,
la estatua de la Prensa como alumbrando al Ciclo..
204 ALMA AMÉRICA

Palacio del Congreso con cada nueva rocí»


del escombrado Foro la majestad evoca.
Si el sabio Rey que une cien pueblos en un dia
en una arquitectura de ensueño y de osadía,
levanta aquel su Templo maravilloso, en donde
á la magnificencia de Dios todo responde,
es justo que la América en su entusiasmo eterno
levante también otro para otro dios moderno;
y para levantarlo digno del dios, reúna
los bloques de su mármol como fulgor de luna,
los hierros de sus minas abiertas como entrañas
y todas las maderas de todas sus montañas...

Casa de la Justicia, pasa de la conciencia,


donde el derecho acusa, donde el deber sentencia.
Cuando ella abra su pórtico al Tribunal severo,
Astrea con sus ojos vendados, con su acero
vibrante, con su inmóvil balanza, con su manto
sin un repliegue solo, con su inflexible encanto,
con su solemne porte, tranquila, sosegada,
irá en sus firmes pasos, subiendo grada á grada
hasta el estrado, en donde reposará en su asiento,
como reposa un mármol encima de un cimiento.

Mansión del Agua, plena de milagroso encanto,


en donde vuelca el río la copa de su llanto.
Si Faraón entre urnas, para vivir tranquilo,
hubiese atesorado las aguas du uu Nilo,
CIUDAD MODERNA 205

no diese á tales urnas más primorosa caja


que este monstruoso estuche de la más bella alhaja
dijérase una caja de música (luida,
de donde escapa un chorro que va cantando vida...

¡Y cl Puerto! Diques; muelles; sonantes cremalleras;


estrepitosas grúas; naves de cien banderas;
mástiles de cien lonas; humos de cien hornazas;
cánticos de cien lenguas; músculos de cien razas.
¡ Todo en una armoniosa música de trabajo !
Ya es un grito de alerta, ya es un golpe de tajo,
ya es un salto de olas, ya es un choque de gentes,
ya es un largo engranaje que rechina los dientes...
Es ahí donde, en grupo, las enérgicas manos
que entrecruzan espadas en las guerras de hermanos,
se confunden y anudan, como unión de progreso,
para alzar en los aires todas juntas un peso...
Ks ahí donde el trigo lanza á Europa el tesoro
que recoge en la Pampa las pepitas de su oro,
para dar pan al hambre de la anciana, que luego
manda ríos de gentes cual prolífico riego.
Es ahí donde, en cita misteriosa, esas gentes
llegan, llegan y llegan : el sudor de sus frentes,
el vigor de sus brazos, la altivez de sus pechos,
son los signos mejores de sus propios derechos...

Roma fué la madrastra, que, con épico trato,


á cien razas diversas sujetó á su mandato ;
y París, la nodriza, que, con arte que encanta,
á cien otras diversas en su seno amamanta;
206 ALMA AMÉRICA

liiJíMins Aires, que á todos una [)ati-ia asegura,


¡es la madre ya en cinta de la Raza Futura!

IV

Y tal piensa en su asombro, quien la fundó... Medita


Juan de Garay sobre ello, cuando de pronto grita
un huracán, que sopla desde el gran llano abierto...
Es el desesperado rugido del Desierto,
que á la Ciudad se acerca : trae, en sus alas, flores
de cardo estremecidas y envueltas en rumores.
Y en el Pampero vibran el gaucho y el salvaje;
el potro que galopa; y el trémulo ramaje
de los ombúes : todos los mágicos acentos
de la llanura verde, que se abre en sus alientos
hasta cansar los ojos... Y el viento enfurecido,
como ira de las Pampas disuelta en un rugido,
sacude en los palacios de la ciudad el ala
de una bandera al tope, que hacer parece gala
de sus sonantes pliegues y flota, flota, flota...
Juan de Garay : ya puedes volver á tu remota
Edad; ya has visto en triunfo la bicolor bandera :
un blanco entre dos cielos... ¡Ese pendón bravio
es un jirón de espumas sobre el azul de un río!

Tal triunfa Buenos Aires, ciudad tres veces bella;


porque no en vano cori'cn á confundirse en ella
¡el ímpetu romano, la ibérica arrogancia
y el paganismo alegre de la divina Francia!
LOS AMORES DE CORTÉS

Rasgó la india el velo de su nativo arcano


cuando miró los ojos profundos de Cortés.
Doblí) la faz, llevándose al corazón la mano;
y hasta sintió la tierra temblar bajo sus pies.

Con sus profundos ojos, el arrogante hispano


fingía un dios helénico entre el bruñido arnés.
Llegó á la india; y, como lo hiciese un soberano,
le dio en la frente un ósculo... y se alejó después.

La india, en una noche de Luna y de leyenda,


buscó á Cortés; y, alzando la lona de su tienda,
llamóle, cual lo hiciese Belkís á Salomón.

Él, compasivamente, la recostó en su pecho;


y ella observó, que, á veces, de bajo de aquel lecho
salían misteriosos rugidos de león...
EL ALMA DEL PAYADOR

Canto de payador, límpido canto,


que como un manantial salta entre rocas
afiladas con hórrido quebranto,
que se escurre en cascadas de armonía,
que cual puñado de serpientes locas
se anuda y desanúdase á porfía,
que al Gn como en un lánguido reposo
se a((u¡cla blandamente en la llanura
y retratando un cielo tembloroso
duérmese entre un estuche de verdura :
á él va mugidora la vacada
y le etupaña las linfas con su aliento;
á ól vuela, al través de la cañada,
el chajá que ha venido sobre el vieuto,
desdo el rancho en que está la enamorada ;
á él acuden garzas y palomas,
que hasta el juncal, en resonante orgía,
tr;'en bajo sus alas los aromas
de la Pampa que cruzan en el día;
EL ALMA DEL PAYADOR 20't

á él da el tn'ltol sus olientes flores,


su inútil gala el pajonal, su sombra
la fugitiva nube, sus rumores
la llanura más blanda que una alfombra...
Sólo que, aveces, ¡ay! corcel salvaje
llega al lago en carrera desatada :
destroza el pajonal ; turba el paisaje ;
atropella en su escape la vacada;
y entra en el lago que al copiar el cielo
como ondulante lámina chispea,
rasga ese lago cual rasgase un velo
y en las rasgadas linfas chapotea...

I Qué es el dolor aciago


sino un corcel indómito y bravio,
que chapotea en el cristal de un lago?
¡Ay! á veces también, soplo violento
pone en las aguas el temblor de un frío...
Se encrespa el lago y se retuerce el viento.
Es como una protesta gemidora
lo que se oye sonar. Acaso fíe
al lago el viento el mal que lo devora;
que el lago es un poeta que sonríe
y el viento es un filósofo que llora...

II

Tal la morocha alegre, en cuyos ojos


haciní) el cielo las mejores luces,
dic) una sonrisa de sus labios rojos
al joven payador, que en su quebranto
210 ALMA A. mi: RICA

se dejaba caer como de bruces


en la rendida imploración de un canto.
Soni'i(')... Mas ¿qué vale una soni-isa
en labios de mujer? Lo que una ola
desenvuelta debajo de una brisa...
Tras de aquella sonrisa, vino lue^^o
una más y otra más : no estuvo sola,
no fué la gota de agua sino el riego;
pero bajo de todas las dulzuras
de esas sonrisas plácidas, no había
ni pasiones, ni ensueños, ni ternuras.
Bajo de un haz de flores en el llano,
flores de engaíiadora poesía
que el Sol envuelve cu palpitantes besos,
suele encontrar la escai'badora mano
un montíui solo de pelados huesos...

¡Mísero payador! ¿Cómo podía


ambicionar el corazón en vano

de quien hija naoi<') de un estanciero?


Sin otro amor que el de la luz del día,
sin otra paz que la del mudo llano,
sin otro bien que su bridón ligero,
el errabundo payador vivía
aquí y allá, con la guitarra apenas
y con la resonante poesía
en que volcaba el corazón sus penas.

Su rancho era el oimI)Ú ¡Oh árbol de frente


altiva y soñadora! ¡Árbol bendito,
que se alza en la llanura de repente
cual de repente en el silencio un grito!
EL ALMA DEL PAYADOR 211

Árbol á la manera de la palma,


que resiste las fuerzas iracundas
del vendaval con desdeñosa calma :
no en vano sus raíces son pi'ofiindas
como las del dolor dentro del alma...

El estanciero pródigo aquel día,


al vagabundo le brindó su amparo
y hasta albergue le dio ; porque él quería
que su hija se gozase oyendo al raro
cantor de la más fresca poesía.

A(]uella noche, el payador vibrante


su guitarra acaricia : así, delante
de la gentil morocha, haciendo gala
de su numen florido y rozagante,
llena las horas en la alegre sala.

Ella siempre sonríe; él con su mano


nerviosa lanza al aire, como flores
deshojadas, las notas.
El anciano
estanciero recuerda aquel lejano
tiempo de sus eclógicos amores...

¡Cuál se alegra el anciano ! Las pupilas


entorna; muestra las mermadas filas
de sus dicíitcs, envueltos en la luga
de una sonrisa; y sueña... Hasta parece
que hay un surco de luz en cada arruga...
La barba tiembla... El rostro resplandece.
212 ALMA AMÉRICA

Y la sonrisa íjue la joven dama


le regala al cantor, es como el eco
del amor que en el canto se derrama :
suena ese corazón, pero está hueco.
Taml>icn el caracol finge rumores
de olas de mar; y el loco desvarío
¡ay ! cree amores lo que no es amores,
sino murmullo en caracol vacio...

Cuando medió la noche, hubo el anciano


de suspender la improvisada fiesta;
y entre su mano acarició la mano
que pulsase con tanta maestría
el instrumento gemidor.
La honesta
joven, candidamente, sonreía...

III

En la maiíana del siguiente día


sucedió (pie una res, á campo ahierlo,
entre iiul)cs de polvo, se venía
como una exhalación. Kn su carrera,
de una sola cornada dejó muerto
á un corcel; tumbó á un gaucho; una tranquera
saltó; y á grandes pasos el desierto
midió sin cpie atajar se le pudiera.
Flexible lazo resonó un instante
sobre sus finas astas, y sujeto
el toro ipiedó al lin; pero el viltrante
lazo estalló de la juM'viosa amarra
EL ALMA DEL PAYAilOH 2t;^

con la viril sonoridad de un reto,


cual revienta el bordón de una guilari-a...

Y la íiera siguió...
Llegó hasta el mismo
corredor de la estancia. Ahi, callado,
el payador con su guitarra al lado,
oslaba cual si fuese en un abismo.
Un grupo de mujeres animado
charlaba cerca.
El toro de repente
presentóse, vio al grupo y disparado
sobre el con furia arremetió de frente,

¡Qué grito el que sonó! ¡Con (juc presteza


mostróse erguido el payador de un salto,
entre el grupo y la res ! j Con qué fiereza
el toro, rebajando la cabeza,
embistió al hombre y le lanzó por alto 1
Otro lazo vibró.
Rindióse el toro,
abandonando al payador Uiallrecho;
y, entre una gran lamentación en coro,
fué el toro á un poste y el herido á un lecho.

El payador salvóse. Y el cuidado


con (jue á la cabecera le asistía
la morocha gentil, fué dando á su alma
y á su cuerpo salud. Enamorado,
entonces más que nunca, se sentía; 15
y vegetando on tan dichosa calm;!,
grato le estaba al toro de aquel día...
21't ALMA AMERICA

\ Ay ! Pero en una vez, en que á los lal>ios


un vaso ella le da, tal vez deseosa
de mitigar los úllirnos resabios
del irritante ardor, él con el biillo
de la fiebre en los ojos, ve una cosa
que le deja espantado...
¡ Es un anillo!

(Un anillo de amor vaciado en oro,


que el amante feliz puso en el dedo
cual promesa nupcial.)
Rápido lloro
asoma á sus pupilas; siente miedo
y cólera y pesar, lo (pie se siente
cuando se pierde todo : algo de ira
y algo de postración.
Y al elocuente
anillo aquel que horrorizado mira,
suma en horas después lo que su oído
escucha.
Es una plática de amores
en la contigua sala. El novio vino
aquella tarde; y trajo del camino
para el seno de novia un haz de flores.

Mas ¿(pié iiiimila asi al gaucho?


Es que ese acento
es de una lengua extraña...
— ¡ Un intruso ha de ser ! —
¿Qué pensamiento
da al fiero gaucho esa ex¡)i-csi(in huraña,
con tpic los ojos gira eii su aposento?
EL ALMA DEL PAYADOR 215

¡Mísero payador! Corno un Apolo


de la Pampa vivió, pero al fin muere
anle el intruso aquel, que así no sólo
le disputa las tierras, sino quiere
también quitarle el corazón...
En medio
de aquella noche, el gaucho se incorpora :
piensa que no hay para su amor remedio,
sus puños crispa y en silencio llora.
Súbito, quiere huir.
Entre el reposo
la Gebre le estimula ; y deja el lecho.

Arrastra un pie. Tantea sigiloso,


Y, con la diestra en el herido pecho
y la guitarra en la siniestra, huye
cual si fuese un fantasma.
Al patio llega.
Baja uno, otro escalón; mas no concluye :
ensangrentado vértigo le ciega...

Y ahí muere, tendido


en una charca de su sangre.
En vano
pulsada por el viento da un sonido
la guitarra cayendo de su mano;
y en vano en el cénit la Luna enfoca
los hilos del telégrafo en su estampa,
como guitarra de radiante boca
que el cielo tiende encima de la Pampa...
LA MUERTE DE PIZARRO

A Manuel Verdugo.

El sonoro ti'opel franqueó la puerta :


cada uno blandía hoja vibrante;
y, entre la palidez de su semblante,
chispear hacía la mirada incierta.

Una sala el tropel cubrió desierta,


midió un pasillo y se lanzó adelante :
fue tan audaz el ímpetu asaltante
que en cada boca estranguló un alerta.

Sori)i'i'nd¡do el Marqués co<i;ió su acero;


y, á ruido tal, con la cabe/a en alto,
se abalanzó sobre el tropel entero :

fué A estrellarse en la punta de una espada;


(pie «piieu lomó la vida por asalto,
solo pudo morir de una estocada.

<^>iT*d>
PIES LIMEÑOS

Tus pies son hechos sólo para lucir las galas


de un baile en salcni regio ó artística floresta,
para tejer gavotas al son de blanda orquesta
y para deslizarse cual si tuviesen alas.

Yo, esclavamente, sigo tus huellas. Tú resbalas


como un perfume vago ; y en tu actitud apuesta
hay algo de otros siglos y hay algo de otra fiesta,
en otro jardín viejo ó en otras viejas salas.

Tus pies, tus pies que evocan un baile voluptuoso


en las galanas noches de algún Virrey ardiente,
encelan mis deseos y angustian mi reposo ;

y, asi, con un estuche de los (pie te has calzado,


-^ que cuonií;
me haré una relojera para el reloj
las horas (jue transcurran distantes de tu ladu...
r^<<Y r¥r y¥Y ^^ '^ '^

MOMIA INCAICA

Momia que duermes tu inamovible sueño


desde liace siglos, debes oir mi voz;
porque podrías el encontrar en ella
algo que fuese como la luz del Sol.

Quizás has sido dueño de vastas tierras,


quizás has sido grande por tu esplendor;
pero hoy que duermes, hace yá muchos siglos,
en lo profundo de las tinieblas, yo
vengo á decirte cómo se fué tu Imperio,
cómo otras gentes dueñas del Ande son,
cómo otros cultos de religiones tristes
han reemplazado los de tu alegre Dios...

No más las quenas que en el lejano día


dal)an sus trinos por la vii'lud del Sol,
sonarán nunca como en los viejos siglos :
hoy siien;in sólo con desesperación...
No más las imlias (|ue con los pies livianos
iban ti'jiciuU» dan/as en tu alredor,
MOMIA INCAICA 219

bailarán nunca romo en los ritos viejos :


hoy bailan sólo con desesperación...
No más las liestas en que los indios iban
ebrios del jugo de su maizal en flor,
reirán nunca como en las pompas viejas :
hoy ríen sólo con desesperación...

Momia que duermes tu inamovible sueño


desde hace siglos, debes oir mi voz;
porque podrías el encontrar en ella
algo que fuese como la luz del Sol.

Guerrero fuiste con que Yupanqui un día


hacia el Arauco sin descansar marchó,
y, con tu lanza, con tu broquel de cuero,
entraste en filas, del tamboril al son;
esclavo fuiste, de los que un día abrieran
el gran camino de la Ciudad del Sol
á Quito, en donde las consagradas indias
regocijaban á su imperial Señor;
obrero fuiste, de los que alzaran piedras
de ingentes moles y, de la nube en pos,
clavaran templos y fortalezas firmes
sobre los picos en donde está el cóndor;
ó sacerdote, que en el altar de oro
se arrodillara bajo el poder del dios,
mientras que hacían sus suplicantes gestos
vírgenes llenas de apasionado ;wdor;
ó hijo de Inca, que enamorado hubiese
á d('>cil ñu':;ta de juventud precoz;
ó un Inca mismo, que se entopra-se un tiempo
en el (jue, hastiado de su imperial misión,
220 ALMA AMERICA

liuscó las soiiil^ras de una proíundií liuaca


y ahí, cansado ya de vivir, murió,
con un magnilico aburrimiento que era
de un gran orgullo poro de un gran dolor...

No só f|ni<'n fuiste; pero sí sé que tienes


cántaros llenos de misterioso son,
que cuentan cosas de los incaicos tiempos
cual caracoles de un incesante hervor.
Momia (|ue duermes tu inamovible sueño
desde hace siglos, debes oir mi voz;
porque podrías el encontrar en ella
algo que fuese como la luz del Sol.

Acaso has sido de los que en paz vivían


cuando el tumulto de la Conquista entró
en el Imperio, como en un mudo campo
entra el torrente de una devastación;
y en el asilo de tu sepulcro hubiste
de ensordecerte liajo el cruel fragor
y preferiste la solitaria tumba
A los zarpazos del itimortal León.
Tal imagino (pie las dos manos crispas
como si hicieras desespoi-ado adiós;
y te retuerces cual se retuerce el tronco
de un áilx»! viejo que el huracán trombo.
Hay (íii las cuencas de tus pupilas rotas
la imagen muda de una desolación;
y h»j iMi tu boca petrificado un grito
en ipie parece repercutir tu vo/..
lUtimo resto de una pasada pompa :
¡haluc de verte, coiik^ latal lección,
MOMIA INC MCA 221

en un musco donde tú eslcs al lado


de la armadura de lu Coníiuislador !
Hoy sólo quedan las expresivas momias
y la armadura del que las conquistó,
mientras perforan en los riscosos mont'^s
ávidas minas, con funeral rumor,
manos ajenas al heroísmo clásico
que buscan oro para el brutal sajón...

Momia que duermes tu inamovible sueño


desde hace siglos, debes oir mi vo/ ;
porque podrías el encontrar en ella
algo que fuese como la luz del Sol.
LA ESPADA DEL VIRREY
TRADICIÓN LIMEÑA

Cuando el Virrey bajó la última grada


del Palacio, risueño en su decoro,
de su espada oprimió la cruz de oro,
volvióse y dijo adiós con la mirada.

La espada del Virrey era una espada


que probó en otra Edad sangre de moro,
desde su lina punta hasta el tesoro
de esa su empuñadura cincelada...

Súbito, ante el Virrey, lleg(') un anciano


movi(') de su piedad el noble instinto;
y una limosna le rogó, no en vano :

el que pobre bajó desde esa altura,


quebr<') el acero que llevaba al cinto
¡para poderle dar la empuñadura!
EL PASEO DE AGUAS

(asunto limeño)

Dijo al Virrey la PerrichoH un día :


— Si te seducen mi morena frente,
mi boca de granate y la elocuente
luz de los ojos que mi amor te envía,

si mi busto provoca tu ardentía,


dame un espejo, asombro de la gente,
donde pueda mirarme dignamente
cada vez que me llames : Alma mía. —

Y respondió el Virrey : — Toma esta mano.


Te prometo un cristal digno de un hada,
con alegres y límpidos reflejos.

Haré un « Paseo de Aguas » veneciano,


para que te contemples retratada,
no en uno solo, sino en mil espejos. —

<^>>i.'V<^
AÑORANZA

Fué una noche toda llena de ilusiones,


fue una noche toda llena de recuerdos...
En las amarillas teclas resonaban
nuevas variaciones sobre asuntos viejos.

La tertulia do las gentes nobiliarias


era digna de la pompa de otros tiempos,
mando floroclan tantos despotismos,
duros aunque nobles, malos aunque bellos.

Un artista completando la pintura


de ese l)aile lan anligtio por su aspecto,
dadojcs hubiese golas á las damas
y casacas verdes á los caballeros.

Las aranas, adormidas entre tules,


despertaron esa noche de su sueño;
y eran como ramas «pie refloreciesen
en la primavera de cien mil destellos,
A NORA SZ A 225

Las alfombras que yacían en la sala


sin que un paso las sacase del silencio,
;sa noche estaban llenas de rumores
bajo el regocijo de los taconeos...

Los divanes, con sus sedas yá borrosas


y la gala yá marchita de sus flecos,
cual lacayos mudos la íaliga á veces
en sus firmes brazos iban recogiendo...

Los tapices y los cuadros eran cosas


de Virieyes, que venían, de otros lieiripos,
á tomar el lino brazo de las damas
y á charlar en grupo con los caballeros.

Los tapices y los cuadros, entre lodos


los danzantes, proyectaban sus diseños;
y así se mezclaban con las gentes nuevas
las gentes antiguas sobre los espejos...

Yo delante de un azogue te detuve


á que vieses las figuras de los lienzos :
tus ojos miraron golas en las damas
y casacas verdes en los caballeros...

Y al quedarnos sorprendidos, de repente,


nos dijimos : — ¿Te recuerdas? — ¡ Me recuerdo!
líran los Virreyes que resucitaban :
nucsti'as almas ei'an en distintos cuerpos.
Te colgaste de mi brazo nuevamente;
y, á medida (jue seguimos el paseo,
nuestras dos figuras se mulliplicaron
cuatrocientas veces sóbrelos espejos...
LA AMADA DEL VIRREY

A Luis de Otciza,

Dijo el galán asi : — Creed, señora,


que es el mismo Virrey este que os ama;
y desque olvido el timbre de mi fama,
adivinad qué incendio me devora.

Vuestra gracia limeña me enamora


y vuestra alegre liviandad me inflama;
que si fui para vos vetusta rama,
vos seréis en la rama ave canora. —

Ella escuchóle en actitud apuesta,


se sonri(3 cual si pusiese un sello
c hizo un mohín cual si firmase un trazo.

Tal el Virrey, como sensual respuesta,


sintió enroscada alrededor del cuello
la sierpe tentadora de un abrazo...
?ff Vp ^1^ ^t\/ ^^ fi^ vp ^t^ "^f^

CIUDAD COLONIAL

(lima PERÚ)

A D. Benito Pérez Caldos.

I Oh Ciudad de los Reyes ! Va á cantarte el Poeta.


No es el Inca suntuoso de arrogante silueta,
ni es el Aventurero de infatigable espada :
es el Virrey galante de peluca empolvada.
Va a cantarte el Poeta, que el Vireynato evoca
con el llanto en los ojos y el suspiro en la boca;
porque extraña ese tiempo de primor y nobleza :
¡oh dolor blasonado! ¡oh elegante tristeza!...
Quien enjoya á su musa por atávicas leyes
con la briáldica pompa de tus claros Vii-reyes
ó la envuelve en misterios con su saya y su manto,
¡te devuelve lo tuyo, porque luyo es su canto!

II

Una vez que, cansado de mi inútil paseo


por el mundo, entré á Lima, cual si ciilrase á un museo,
228 ALMA AMÉRICA

sentí en mi alma el encanto de las viejas ternuras ;


y, en la noche, ganoso de correr aventuras,
me lancé al otio lado del granítico puente
y vagué por las calles de un gran barrio silente.

Me seguía la Luna como el sueño de un hada,


^on su blanco casquete de Virreyna encantada;
y, á la luz pavorosa de su fría linterna,
escuché los rumores de una música interna,
que me hablaba de cosas que se fueron, de gentes
que pasaron, de tiempos que no son los presentes.

Las callejas tortuosas, los vetustos balcones,


los arcaicos portales con sus pétreos blasones
y las plazas rendidas en que sólo la Luna
divagaba á manera de un amor sin fortuna,
fueron dando á mis ojos la impresión de esos días
de prosapias heroicas, de noblezas bravias
V de clásicos trajes que arrastraban sus colas
en un largo paseo de tricornios y golas...

Vi temblar los relieves de las casas antiguas,


animarse los santos de íiguras exiguas
({uo empotrados reposan en la esquina de cada
calk'j('»n silencioso, desatarse la atada
:ucrda de las dormidas campanas herrumbrosas,
abrirse los balcones cual fuertes mariposas
<|ue sus alas despliegan, brillar en los cristales
floreados de las hondas ventanas conventuales
las luces de otras tiestas y entre pausados sones
salir pesadamente las largas procesiones...
CILDAD COLONIAL '.'29

Entendí lo que el río va diciendo en sus (juejas,


descifré el jeroglílico heroico de las rejas,
combiné mentalnienle las letras iniciales
grabadas en las puertas, leí los madrigales
y epigramas escritos en la cal de los muros
y platiqué con frailes de conventos obscuros...
Y la Luna, ceñida de religioso velo,
mientras que yo vagaba, desde el fondo del ciclo
parecía seguirme, como una enamorada,
con la muda caricia de su leu la mirada...

III

I Oh Ciudad de los Reyes! Evocada en mis sueños


resurgiste en la noche del ayer, con diseños
imprecisos y tintas sin vigor... Resurgiste
— tú, la mujer alegre, — como una estatua tríale;
pero al soplo de mi alma se reanimó tu barro.
Cual las tenues visiones del humo del cigarro
que desenvuelve ensueños en largas espirales,
desataron los siglos sus sombras espectrales;
y fueron dando vueltas ante mi fantasía,
que entre las espirales de ese humo te veía.
Vi la Fuente de Bronce, prestidigitadora
de agua en múlliples arcos en que la risa llora,
que en mitad de tu plaza dice murmuraciones
y chismes por la ÍK)ca de todos sus leones;
tu Catedral, que es de esas ancianas catedrales
con torres que parecen mitras episcopales;
tu Palacio — el Palacio de los Conquistadores —
([uc es un recuerdo vivo de otras gentes mejores;
16
230 ALMA A M /JUICA

tu Puente de granito, que ante tantos despojos


dilata mudamente sus espantados ojos;
tu Alameda — anacrónica y solemne alameda —
que luce su follaje de encarrujada seda
como una dama antigua su acuchillado traje,
á lo largo del río con su espuma de encaje;
y tu Plaza de Toros, que es alegre y coqueta
y vibrante como una redonda pandereta...

Y vi pasar hileras de yá olvidadas gentes :


rostros enjutos, hondas pupilas, linos dientes
entre risueños labios de epigrama, sombrías
arrugas de entrecejos; sutiles ironías
de expresión picaresca, semblantes satisfechos
de nobleza, ostentosos y fementidos pechos ;
calesas, mitras, luces; ora un galán que escapa :
la punta de un estoque debajo de una capa:
ora una d^ma noble que va á misa : un rosario
que sujeta su nácar entre un devocioHario;
gregüescos y jubones de pompa florentina;
sayas de canutillo; peines de cornalina;
hopalandas fastuosas y floretes labrados;
tricornios de Virreyes y cotas de soldados;
asacones bordados de una caligrafía
de oro y con botones hechos de pedrería;
y, sobre todo aquello, la tapada limeña,
la tapada que ríe, la tapada que suena
coit un sal)ro.so encanto de helónicos amores
y va ofreciendo gi-acias y recogiendo flores,
luindida en el mislerirt de su mantón, en <]uc ella
descubre sólo un ojo cx)mo una sola estrella,
CtUD.lU CULOS I AL

pues la mujer ceñida con un niantim de viuda


es más pecaminosa que la mujer desnuda...

Es así cómo pasa la astuta Castellanos,


que enjoya á su faldero con primorosas manos
y cubierto de alhajas lo luce en la alameda,
donde la aristocracia mirándolo se queda,
consiguiendo la dama galante y desdeñosa
que se ocupen del perro los que no de la hermosa ;
y es asi cómo es digna de la muertas edades,
con su caricatura del perro de Alcibiades.
Es así cómo pasa la querida del viejo
Virrey Amat : le pide que la obsequie un espejo;
y él la obsequia las aguas de un paseo en que un día
multiplicadamente la cara se vería.

[Salud, Paseo de Aguas, inconcluso y durmiente!


Eres ruina y no fuiste : tu pasado es presente ;
pero, en medio de tanta belleza ú picardía,
finges un cristal roto para mi fantasía,
que te ve con tus aguas, con tu arco hoy derruido
y con todo el orgullo que tú hubieras tenido.
Así, miro en tus aguas la Lima del pasado
como el remordimiento se mira en el pecado;
y por eso es que en mi alma surge tu transparencia
acusadora como si fuese una conciencia...

IV
I Oh Lima! ¡Oh dulce Lima! Ciudad de los amores
en tí sí que los tiempos pasados son mejores...
232 ALMA A M i: 1{ I C A

Tus fic'sliis y tus tlam.is, tus cortes y tu lances,


tus glorias llenarían diez tomos de romances;
y lias sido y serás siempre ciudad de la aventura,
desde que el gran Pizarro vertió su sangro pura,
que se esparció en las losas así como un manojo
de rosas que se hubieran mojado en vino rojo...

Bajo tu Sol, (juc es tibio, no bay nieves ni hay ardores;


por eso son tan bellas tus damas y tus flores.
Y así, como en ninguna región, se ve en tu suelo
entreverados fi'ulos del trópico y del hielo;
que sólo en tí se juntan, cual si milagro fuera,
los dos enamorados : el pino y la palmera.

Gomo tu clima, extraño también lo tienes todo.

En el frontón de piedra sus armas talló el godo;


y tras los cortinajes de seda desteñida,
está la sala llena de una remota vida :
en olla, los tapices borrados yá por viejos;
los muebles de caoba; los húmedos espejos
de lunas biseladas y marcos con escudos,
que ven pasar los años como testigos mudos;
las líricas arañas con lulos: las alfombras
en (pie sonar parecen los pasos de las sombras;
los cuadros de dolientes y mágicas pinturas,
que evocan todo un tiempo; y, á veces, armaduras,
en donde, entro las aspas de acero contra acero,
sobre un broquel, un casco sacude su plumero...
Retrato de hace un siglo : tú sabes propiamente
que es un fantasma apenas la Lima del ¡)resente;
tú que á las nietas oyes, sentadas en el piano,
resucitar las notas de un liouqio yá lejano...
CIUDAD (:OLn,\IAÍ. 233

¡Oh, quien decir pudirsc la idea y el anhelo


([ue sólo tiene el mudo retrato del abuelo!

Así, cuando en el fondo del cielo se destaca


la Luna como el vidrio de una linterna opaca,
en las estrechas calles de tétricos balcones
parece que renacen pretéritas visiones;
y ya del cofre abierto de algún balcón resbala
un lúgubre embozado por la colgante escala,
ya contra un quicio oculto le aguarda un caballero
y hay de repente un choque relampagueante y fiero,
ya por la esquina llega la ronda y en vin trazo
se ven dos sombras que huyen y un solo linternazo.

¡ Ciudad de los amores! Tú siempre grande has sido;


por eso no te emboza la capa del olvido :
fué grande tu jolgorio, fué grande tu aventura ;
¡y fueron también grandes tus días de amargura!...
Quien rió tu alegría, quien lloró tu quebranto,
quien enjoya á su musa por alAviras leyes
con la heráldica pompa de lus claros Virreyes
ó la envuelve en misterios con su saya y su manto,
¡te devuelve lo tuyo, porque tuyo es su canto!

*
^^^

PANDERETA

A Francisco Villaes/jcsa.

Madre Andalucía, caja de alegría,


pandereta heroica de vibrante S(')n :
es á tí á quien debo, madre Andalucía,
los desbordamientos de mi fantasía
y las marejadas de ral corazón.

Río con tus risas, peno con tus penas :


sangre de tu sangre corre por mis venas,
que si soy de Lima tú has estado allá;
y desde la altui'a de esa Edad remota,
viene á mí tu sangre cual si fuese gota
que por cuatro siglos destilando está.

Amo tus balcones llenos de macetas


y las coplas tristes con que tus poetas
pulsan la guitarra y hacen el amor :
la sospecha muda, la venganza mora,
el galán furtivo, la mujer traidora
y el puñal desnudo de su matador.
PANDERETA 2:?5

Amo las corridas de tus regios toros,


en que los cohetes de ímpetus sonoi'os
mienten en el cielo rúbricas de luz;
y en que los toreros, todos relumbrantes,
hunden con el puño, lleno de diamantes,
los estoques hasta la sangrienta cruz.

Amo la elegancia de tus bandoleros,


una mitad zaüos y otra caballeros,
que el orgullo sienten de su propio rol :
tal es cómo á veces diez cabalgaduras
trotan por tus sierras y por tus llanuras,
bajo el peso á plomo de aplastante Sol.

Amo el regocijo de tus zambras locas,


en que los claveles ríen como bocas
y el dorado vino baila en el cristal;
y en que esbelta maja, de sensual donaire,
desenrosca un tango... y echa por el aire
frescos puñadilos de menuda sal.

Madre Andalucía, caja de alegría,


pandereta heroica de vibrante son :
es á tí á quien debo, madre Andalucía,
los desbordamientos de mi fantasía
y las marejadas de mi corazón.

#
W w5 W M¡ W ©fiS @® w mí

CIUDAD VIEJA

(antigua Guatemala)

fla^r en la paz de las ciudades yertas


ficc¡('iií de cainpamenlos desolados,
en docde, mientras duermen los soldados,
se oyeii sonar tristísimos alertas...

Vetustas casas; rechinantes puertas;


colgaduras de musgo en los tejados ;
escombros contra escombros recostados;
y, dormidas al Sol, plazas desiertas.

Hist(')rica ciudad : nada amortigua


la pompa colonial que la engalana,
ni su hispano blas(»n mancha de Iodo.

Tiene el encanto déla Edad antigua j


y la mayor felicidad humana :
I la de vivir indifer(Mit<> A todo I
^^ ^ff w H^ ^1^ W ^t

LA IGUANA

Breve dragón sin alas, de figura


expresiva y sagaz, en la maleza
te escurres con la fina sutileza
de un disimulo que escapar procura :

tal, si el prodigio de tu escama dura


es rastrero y es torpe tu cabeza,
hay algo en tí de heráldica belleza
que te hace merecer una escultura.

Como dragón simb(')lico, aunque breve,


cuando el Sol con cien chispas te engalana,
eres, toda alargada ó hecha un nudo,

digna de que tu enérgico relieve


se enrosque en nn jarrcui de porcelana
ó se extienda en el bronce de un escudo...

0^.^:^;»
íSfit Ji^ííí jAíSSl jStiSt. J&ÍSt. jStíSi. J&í^ J5!^S8S: 'SiíSí

í^ií<síp/íW/ ifls^ifa^if^i flif'iflif'ifli^i

EL ELOGIO DEL QUETZAL

A Max Soto Hall.

Es un pájaro mudo, pero hermoso : una alhaja


que ha salido volando de un arcón reluciente.
En el hueco de un tronco, fino estuche trabaja,
donde finge un penacho de monárquica frente.

Nunca en vil oauliverio sus prestigios rebaja;


y antes goza el orgullo de morir libremente :
si se quiebra las plumas, en su estuche se encaja
y principia á morirse de la pena que siente...

Tal orgullo es su orgullo que es un símbolo alado


por su gesto de raza, por su instinto de gloria :
él jamás vivió en rejas, ni jamás se ha manchado.

Con nobleza de artista y altivez de guerrero,


¡ merecía la suerte de haber sido en la Historia
él penacho famoso de Francisco I !
S.^¿|H^¿^¿^¿^¿^i^¿^

elegía tropical

•j- Isaías Gamboa,

1 Oh tropical poeta ! Fué tal su desventura


que enfei'mo de nostalgias á su país volvía,
cuando encontró de súbito abierta sepultura,
apenas á su espalda dejó la tierra fría.

Quiso tornar al seno de la materna anciana,


curarse de los hombres y sus crueles daños,
regocijar su tisis al lado de la hermana
y recorrer las calles de sus primeros años.

En sueños, vio su tierra, por la que fuga un río;


vio, sobre el río, el puente como si fuera un paso;
vio, mas allá, el espeso verdor del valle umbrío,
que ante los ojos tiende la suavidad de un raso.

Y, en su visión, ganoso de regresar, los días


contó que le fallaban para sus patrios valles,
en donde estaba Cali con todas sus Marías,
con sus esbeltas torres y sus dormidas calles...
240 ALMA AMERICA

Midió con sus dolores el tiempo y la distancia;


y comprendió cuál era su inevitable suerte :
se sintió niño entonces; y, al evocar su infancia,
lloró, lloró... y se estuvo llorando hasta la muerte.

Su espíritu fué como la torre de una aldea,


en la que el bronce un suave quejido siempre exhala,
cuando en su hueco un rasgo de brisa voltejea
ó cuando las palomas lo hieren con el ala.

En medio de la lucha vibrante en que vivía


nunca olvidó á la virgen que ambicionó de esposa :
tuvo, el horror, por eso, de un ánfora vacía
y la tristeza de una campana silenciosa.

Poeta : duerme bajo los oros de tus palmas...


Para vivir tú en Chile, también preciso era
de que, en el misterioso dominio de las almas,
j se convirtiese en pino la que nació palmeral
■g&s^ jE^fiS^ íri&aSSt ■*Sf^S*' ^s^St jwflSt ^S&^St jfi^^St jfl^^J*-
í^/í^ii^/ fH^if^i^i i^íiñ^if^í
Kjx^ Kix^ Kix' Ki/^^ Kix^ Kiy^ Kix^ Kix^ Kiy

LAS CUATRO ESTACIONES

VER A N O

Por entre los columpios de una con otra liana


en que se enreda el hosque, se mira aparecer
á un varonil mancebo, que surge, en la mañana,
cual si se levantase de un lecho de placer.

En las ojeras luce su vida casquivana;


sobre su labio apenas el bozo se hace ver;
su sien ciñe mazorcas, donde el maíz desgrana
los dientes como en una sonrisa de mujer...

El es el boquirrubio fecundador : su l»eso


dora el calé espaicido. Cantando va, por eso,
sus prolílicos cantos dentro de un caracol.

Y á la voz de esos cantos es que el germen se siembra,


que el sinsonte hace nido, que el jaguar busca á su hembra
y (¡ue el boa se aplasta bajo el peso del Sol.
2 'i2 ALMA AMÉRÍCA

II

OTOÑO

¿ Quién es ese criollo, que recoge paciente


las eclógicas perlas de cacao y café,
que con flores de caña se circunda la frente
y que en fajas sedosas de banano hunde el pie?

Entre un cesto, en el hombro, muestra, en grupo rientc,


frutas llenas de luces que la Europa no ve,
con que luego, en la mesa, sobre límpida fuente,
fingirá prismas rotos de arco-iris que fué.

Cosechero que pulsa su guitarra sonora,


cuando viene la brisa de la séptima hora
y las hojas resecas á la fuga se dan...

Une el alma criolla la tristeza al donaire;


y formando, así, un solo remolino en el aire,
las canciones dan vueltas y las hojas se van....

III

IN V IE n N o

Indio anciano cubierto con la piel más bermeja


de esas lil)res vicuñas que en las cúspides son,
va enseñando, en el trote con que luego se aleja,

do jaguar las sandalias y de chonta el b.istt'm.


LAS CU Amo ES TAC 10. y ES 2'»3

l*one un cántaro en su homl)ro, que caer agua deja


desenvuelve en sus labios una triste canción;
y á su espalda, los Andes, con blancuras de oveja,
contornean su nieve cual si fuese un vellón.

Ese anciano es el indio de la frente cebruna :


de la cúspide baja y atraviesa la puna
y pastea en las lomas entre innúmera grey.
En la cúspide, el cóndor le abanica la frente;
en la puna, el huanaco le da un grito estridente;
y en las lomas, le sigue la mirada del buey...

IV

PRIMAVERA

Se pueblan las chinampas de azules mariposas,


de pájaros artistas el bosque tropical;
y la doncella rubia, que es como un haz de rosas,
por verse sobre el lago, penetra en el juncal.
Henchidas de perfumes, las selvas rumorosas
saludan á la virgen por boca del turpial;
y, en tanto, ella, que ríe de todas esas cosas,
sepulta cu un una (lauta su risa musical.

Palpitan los vci-jeles con lúbi'icos excesos;


y así las garzas, liechas de espuma, tienen besos
con las magnolias, hechas de plata sin fulgor :
en Primavera se unen bajo una misma clave,
como si la magnolia se convirtiese en ave
ó como si la garza se convirtiese en (lor.
i^i:4>jr^^ ^,^<8^>^<j>^ ^^^^^
^^ ^^> ^^ ?t^ <¿4^ ^f^ ^^ í^f>y vf^

CIUDAD CONQUISTADA

{ T li N o C H 1 1 T L Á N - M É X I C o )

A Ainado Ñervo.

Vino del mar el grupo de hombres blancos y hermosos,


más fuertes que titanes, más altos que colosos,
que en la playa, aquel día, surgieron de repente
como una visicm rara.
Tenia uno en la frente
un lucero; otro héroe blandía en la mirada
un rayo que era como la hoja de una espada;
otro, encima del peto, la cruz; otro, en la mano,
un halcón de nobleza ; y otro, un laurel pagano :
todos vaciados eran como en un molde, todos
se entendían al simple contacto de sus codos,
todos tenían su alma bajo del mismo cuño
y se apretaban como los dedos en un puño.

I'",! capitán lucia por signo de grandeza


un Sol, como aureola, detrás de la cabeza;
mostraba una caricia pci-pctua de ternura
en el tornasolado metal de su armadura;
CIUDAD coy QUISTA DA

y si los pies movía dejaba como huella


una ñor... una estrella... y una flor... una estrella,..

— Y bien ; ¿ para qué naves ? —


En la extensón remóla
del mar, se balanceaba la aventurera Ilota,
como si recordase, desplegando en los cielos
sus lonas, el simbólico adiós de los pañuelos,
con que madres, hermanas, novias, en sus dolores,
despidieron al grupo de los Conquistadores.

— ¿ Para qué naves ? —


Todos tendrán la misma suerte
El regreso es infame... La victoria ó la muerte.
Y, como en una de esas hazañas, á que Homero
consagra sus mejores exámetros de acero,
Hernán-Cortés, á modo de un dios del paganismo,
manda quemar sus naves.
El encrespado abismo
del mar hincha sus olas con regocijo; y luego
que se enrosca en las naves la serpiente del fuego,
cada ola que lame los pies de los soldados
tiende sobre la arena leños carbonizados.

El héroe, con los ojos sin fin y alta la frente,


se queda pensativo, mirando largamente
el desfile, que es como de penachos y golas,
de las espumas blancas sobre las negras olas;
y, de súbito, Heno de la fe más segura,
clava los ojos contra las selvas de la altura
que se encrespan encima de los riscos, se siente
ungido por la gloria, y, ante su brava gente,

17
'¿^B ALMA AM/:/{fCA

extiende como un guia, hacia el confín lejano,


con gesto majestuoso, la imperativa mano.

Estremécese el grupo; ruge el león de Fspaiía;


y un tropel de caballos penetra en la montaña...

II

Era la fuerte raza de cobre. Era la fuerte


raza que en sus altares rindió culto á la Muerte,
ofrendando á sus dioses de figuras extrañas,
victimas palpitantes y sangrientas entrañas.
Era la vieja estirpe del Anáhuac.
Un día
llegó á través de siglos, llena de poesía
heroica y resonante (que en la penumbra inquieta
florece y que hasta ahora no ha tenido un poeta)
con el afán de río que se desborda.
Noche .
de misterio á su espalda pendía bajo un broche
sangriento : anduvo... anduvo... más de trescientos años,
por comarcas salvajes y países huraños,
hasta que en las orillas de un lago de leyenda
par(') los pies errantes y levantó su tienda.
Acueductos de entonces y anticuados canales
siguen aprisionando los bullontes cristales;
están en pie los muros de los templos; malezas
en las desnudas rocas, visten las fortalezas;
y los árboles viejos que volcaban sus copas
sobre el l)año, en que libres del peso de sus ropas,
CI LIJAD (0.\Q LISTAD A ?47

lavaban las iriujeres del rey su carne un día,


siguen corno esperando mujeres todavía...
Era la fuerte raza de cobre. Era la fuerte
raza en cuyas historias, que son cuentos de muerte,
Quantlatohuall bravea, Net¿ahualcoyolt canta
y Cuacthemoc tranquilo pone al fuego la planta...

¡ Gran poesía, fuerte poesía, gloriosa


poesía la de esa raza que no reposa'
Arranca de la altura del éxodo tolteca;
y como una cascada que al chocar se desfleca
salta en las siete tribus, bulle en la gran laguna
y tiembla como un sueño besado por la Luna,
cuando, ante la sorpresa de todas las montañas,
de súbito aparece la isla entre espadañas.
Llega la poesía del símbolo que miente
un águila en el charco que pica una serpiente;
y llega, como cu una visión de otra divina
Salandió que en pie se alza sobre la azteca ruina,
la poesía, llena de amores, de la hermosa
Zochipapalotl (nombre de flor y mariposa).
Era la fuerte raza de cobre.
Ante ella un día
aparecií) el hispano con actitud bravia,
ceñido dü aureolas entre su arnés guerrero,
como un reverberante camaleón de acei'O.

Hernán Cortés dio un paso. La acobardada tierra


tembló toda. A lo lejos, se oyó un clarín de guerra.
El águila del charco que pica la serpiente
vino, como una sombra, volando de repente
248 ALMA AMERICA

á parársele euciina del casco fatigada;


y, entonces, la serpiente se le enroscó en la espada.

III

Innumerables fueron las heroicas proezas


de Cortés y de todos los suyos.
Las cabezas
ganaron sus coronas de laurel bravamente.
Los brazos ejercieron en el bosque imponente
olímpicas gimnasias. Los pies en la bravia
monlaña abrieron sondas de orgullo y de osadía.
¡ Oh las innumerables hazañas españolas!
¿ A qui; contar las nubes? ¿ A qué contar las olas?
Baste saber que nunca ha habido ni habrá nada
más heroico : es preciso recurrir á la Iliada,
para encontrar apenas héroes — nunca mayores —
que puedan compararse con los Conquistadores.

Los obstáculos que hubo de hallar en su camino


Coi'tés, fueron muy grandes; pero es más el Deslino.
No fué sólo la virgen Natura, que aunque bella
es tan hostil como una desdeñosa doncella;
no fué sólo la cumbre de inaccesibles tramos,
la selva inverosímil de exuberantes ramos,
el despiadado río que interrumpe el sendero,
la gíílga que de pronto se desprende, el madero
que se li'oucha, la yerba que disimula el lodo
de un leml>ladL'i'o, el ábrego indomable : fué todo
eso; y aderuás de eso, la envenenada flecha
de un indio, á cada inslaiile, <pie partía derecha
CIUDAD CONQUISTADA 2'i9

á clavarse en el anca de un corcel ó en el brazo


de un héroe. Inútilmente sonoro arcabuzazo
espantaba el silencio : no era la cobardía
propia de aíjuellos indios; y la flecha partía...

Con femenina gracia, la virginal Natura


ofrecía á los ojos su pródiga hermosura
como un presente griego; y así la maravilla
de sus montaiías llenas de olores de vainilla,
en la que los bisontes galopaban y á veces
gamuzas y venados, y en cuyos ríos peces
había de dibujos tan pintorescos como
los que á la par lucían las fieras en su lomo,
— maravilla de engaño — también echaba al viento
la liebre — mariposa negra — y con el aliento
envenenaba siempre la sangre del que, en día
de Sol, cerca de un charco, rendido se dormía.

Pero más peligroso que la Naturaleza


ha sido siempre el hombre...
¿ Por qué es que la cabeza
dobla Cortés, dejando caer, como agostada
hoja (jue se desprende, la hoja de su espada?
Llora... Es la Noche Triste... Capricho de la suerte
arranca llanto á mares del corazón más fuerte;
que no en vano, por otro capricho, también salta
la fuente más profunda de la cumbre más alta.

Llora... Llora... Su gente se desbanda perdida.


Se le escapa la gloria. Se le anubla la vida.
Llora... Llora... Está oculto bajo el árbol piadoso
c|ue sobre él vuelca la ancha copa de su reposo.
2:.o A f.MA AM r: niCA

Nadie le ve. El encubre su rostro con las manos;


y llora asi.
^ Y qué queden valer ojos humanos
para turbarle al héroe sus intimas quei'cllas,
si le están viendo en cambio más de diez mil estrellas?

¡ Ah ! Por fin vence ; y vence del todo.


Montezuma
muerto es. Queda cautivo Guatiino/.ín. Se abruma
aíjuclla fuerte raza de cobre, como un tronco
hachado en las raíces. Y entre el empuje bronco
de torrentoso estruendo, la capital fundada
por Tenochi, es á modo de otra Ili()n.
Con su espada
Hernán Cortés, entonces, hace saltar la puerta
del Palacio.
IC^lá en medio de la sala desierta :
la cabeza sacude con un gesto arrogante,
pone en alto la barba, fija un pie hacia adelante;
V lentamente cruza los brazos sobi-e el pecho,
como alguien que estuviese reclamando un derecho.

IV

Años después, en una noche de mar, sombría


como el i'emordinñento de un crimen, se veía
un leño en que luchaba contra las convulsiones
de la ola, un cadáver entre cuatro blandones.

Tal desdo Iberia á México el héroe regresaba,


á maiicra del daiilo que retorna á su al¡al>;i
251
CIUDAD roSQllSIADA

Gomo el Cid misterioso de las viejas historias


que hasta después de muerto supo alcanzar victorias,
Cortés dejó las playas de su nativo puerto
y atravesó los raaies hasta después de niuerlo...
JÍttSt ^t^ f&imSL íáiáSt 'AfS^ í&i^ jftSSSi i£^

LA MUSA FUERTE

Plácenme á un tiempo mismo los frutos y las flores :


el concentrado jugo, la perfumada esencia;
y en mi canción, por eso, de múltiple cadencia,
están todas las gracias y todos los vigores.

Me han dado los Virreyes sus líricos primores


y los Con(|uistadores su augusta refulgencia;
y asi hay de verso á verso la heroica diferencia
que huho de los Virreyes á los Conquistadores.

Confieso que, aunque yo amo las pompas coloniales,


á las más finas cuerdas prefiero los metales :
tal doy con mis clarines imperativas dianas;

y, entonces, sacrifico mis bellas baratijas,


como los viejos nobles que echaban sus sortijas
al bioiice destinado para fundir campanas....

»
W TO OT &f^ @f® OT W TO W

EL DERRUMBAMIENTO

PRIMERA PARTE

EL SALMO DE LAS CUMBRES

Silencio y paz.
El monte de agrias puntas,
que en afilar la cúspide se afana,
es un titán con las dos manos juntas
en la actitud de una oración cristiana.

Las cumbres de sinuosas inflexiones


como oleajes de horrendos cataclismos,
parecen formidables corazones
eiiterj-ados de punta en los abismos.
El alto monte que hasta el cielo crece,
de orgullos fieros y ambiciones sumas,
vertiendo agua en los cóncavos, parece
Hercules que se humilla hilando espumas.
•25'i ALMA AMÉRICA

Cual si Moisés abriera


una senda á su ejército bravio,
súijiíarnente la montaña entera
se parte en dos para dar paso al río
Por entre la montaña, en la espesura
protesta el rio con clamor de fraguas :
límpida raya en cabellera obscura,
á veces con la red de la verdura
cubre las desnudeces de sus aguas.

Esos que, sin llorar é indiferentes,


sonríen del dolor <jue les arredra,
podrían ahí ver que hasta la piedra
sabe también Uorai- : ¡ llora torrentes I

En la noche ¡ oh visión la de las cumbres 1


La noche bajo el ala abriga estrellas,
sombras de sombras, fugas de vislumbres,
golpes de trueno y tajos de centellas.
Ahí... sobre esa cumbre que reposa,
se ven los astros palpitar con vida,
simulando, en las sombras, la caída
de una como nevada luminosa,
pero perpetuamente suspendida.

Y hasta ahí... por las cúspides bifrontes,


con pie de acero y corazón de brasa,
irá el tren de lejanos horizontes,
que superpuestos túneles traspasa
como una aguja que cosiera inoutes...
EL DKHRUM BAMIENTO 2f.5

II
CORAZÓN DE MONTAÑA

En el boscaje se desgranan fugas


de cobardes niurniullos : ya es el ruido
con ([ue rebulle el lago estremecido,
que contrae su faz llena de arrugas;
ya es el golpe del ala,
que en su palpitación cjuiebra una hoja,
y sobre el lago de cristal resbala
y en el sonoro líquido se moja;
ya es el runrún de insectos voladores,
que hacen chirriar el élitro vibrante,
que profanan los labios de las flores
y que buen, rondando sus amores,
alas de tul y ojillos de diamante;
ya es el crujido de vetusta rama;
ya es la caída de pesado fruto;
ya es el trino de pájaro que clama;
ya es la carrera de indomable bruto;
tronco, que fatigado se deri'umba;
galga del monte, que al abismo rueda;
brisa fugaz, que en la hojarasca zumba,
como un suspiro que se envuelve i-n seda;
y allá, muy lejos, cual arteria rota,
un manantial, que cristalino brota,
finge, en sus ecos de vigor escasos,
algo como un copólogo que flota
sobre los bordes de un millón de vasos...
256 ALMA AMÉRICA

Por entro aquella soledad profunda,


cual en exequias de pomposo lulo,
avan/a un fraile. Un ninabo le circunda
en medio del fulgor de su delirio;
y envuelve en un jergón su cuerpo enjuto,
como en una bandera de martirio.
Tal vez bajo el jergón, sus carnes muerde
cilicio punzador; mas él resbala,
cual si, apenas tocando el tapiz verde,
bajo de cada pie tuviese un ala.
Encapuchado, en actitud de duelo,
va dejando al pasar borrosas huellas :
en sus ojos de abismo hay luz de cielo
y en su barba senil temblor de estrellas.
Parece que algo dice ó que algo escucha
disuelio en un rumor... ¿Por qué ve el suelo?
Al mirarle, en el fondo, se adivina,
en la circunflexicm de su capucha,
el perül de una cumbre que camina...
El es el noble a[)(')stol de heroísmo,
que se aventura por la virgen selva,
cristianizando tribus. Es el mismo
que cien veces entró : ¡quizás no vuelva!
A la vieja montaña adormecida
llega de lejanísima distancia;
y cada vez que, al soplo de otra vida,
su hábito deja en pos nueva fiMgancia,
se esli'emece la selva sorprendida
con la virginidad de la ignoi'ancia...
De súbito, á sus pies ancho torrente
entre profunda zanja
El derrumbamiento 257

va sacudiendo una espumosa franja


coino se desenrosca una serpiente.
¿A dónde irán los bélicos rebotes
del torrente á estrellarse? Entre el umbrío
boscaje, allá... se miran dos islotes
y alrededor la & de un rio.
¡Allá!...
Y hay que seguir. ¿Cómo el tortuoso
rumbo cortar del ímpetu bravio
conque el torrente va?...
— I Dios milagroso :
tú, que en el Rojo Mar diste á tu gente
paso, dámelo á mí! — clama elocuente
el fraile, entre ese funeral reposo;
y alza después hacia el azul la frente,
porque ve que en milagro portento.so
un árbol cae... y le improvisa un puente.

En un claro del monte


donde ponen su cruz cuatro caminos,
se alza la ceiba.
Anchísimo horizonte
domina su señor : aun los vecinos
bosques que el río cual plateado boa
separa de esa isla. El rey salvaje
abre las a¿'uas con veloz canoa,
tomo con una mano abrió el follaje.

La copa de la ceiba, al golpe vivo


del viento lenguaraz, se envuelve en sones.
258 ALMA AMÉRICA

á manera del arpa de un cautivo


colgada alii para v¡I)rar canciones;
y alrededor de las frondosas galas,
dan sus rápidas vueltas cien gorriones
como si fuesen un collar con alas...

Aquella tarde en la sinuosa orilla


del río, un grupo alegre de salvajes,
después que el agua con cortante (juilla
desgarrara al volver de otros boscíijes,
rodeaba el fuego de voraz hoguera,
donde se chamuscaban los plumajes
y dorábase el lustre de la escama;
la sangre que caía un charco era;
y el reflejo incendiario de la llama
daba á los rostros expresitm más fiera.

Ciñen los indios el collar de dientes;


cubren su desnudez con piel de pumas;
y, al agrupar sus coronadas frentes,
forman espeso matorral de plumas,

Apartado uno de ellos con desvio


ve correr, lleno de tristezas sumas,
la S melancólica del río
que dibuja á sus pies oes de espumas...

¿Quien es él? ¿Y en qué pi(>nsa?


Se adivina
en su actitud el dominante sello.
Es el rey do la tril)u; y de su ruello
pende la triple hilera : en su felina
miraibi fuljre varonil destello.
/; L D E I! n u M n a m iento

¡ Ah ! sus dardos, que en yerbas rnisleriosas


sabe él envenenar, le abren camino
de triunfo al porvenir. Cual mariposas
sobre un cáliz de miel, chispas de oro
son los ensueños de feliz destino
que en circuios de luz fíu'manle coro.
Su ambición es vencer en la porfía;
y hasta ensanchar querría
tales montañas á su empuje estrechas,
para tener entre su mano un día
todas las tribus como un haz de flechas...

Tal es el y tal piensa.


Repentino,
en la contraria orilla, un rumor llama
oídos de atención. Mézclanse el trino
del sorprendido pájaro que fuga,
el dolienle crujido de la rama,
el frote de la hoja con la hoja
como desdoble de sedosa arruga;
y, al inflamado beso
que imprime en cada faz la llama roja,
el grupo de salvajes ve sorpreso,
cual si fuese relieve
ó cuadro vivo sobre el bosque impreso,
un capuchón, un rostro de blancura
y una barba de nieve,
desgarrando el telón de la espesura.
El salvaje cacique hunde los ojos
de asombro en esa faz nunca soñada;
y el fraile, dulcemente, sin enojos,
le circunda en la luz de su mirada.
2tíO ALMA AMERICA

Se ven... El grupo de los indios gira


y observa al fraile, sin que nadie vuelva
los ojos hacia atrás...
¿Quién no se inspira
ante ese cuadro de belleza rara?

i La ciudad y la selva
viúndose cara á cara!

III

EL HOGAR DEL COLONO

¡A la ciudad! El áspero salvaje


en breves pasos, tras del fraile en calina,
dejó — sin olvidarlo — su boscaje;
y así, aunque tenga (jue cambiar de traje,
extraño fuera que cambiase de alma.
Quiere civilizarse, mas no en vano;
que, en las montañas á su empuje estrechas,
podi'á luego tener entre su mano
todas las tribus como un haz de Hechas,

Un fondo de floridos cafetales


salta á la vista. Al flanco de la casa,
árboles que se yerguen colosales
un bosíjue forman, que ni el Sol traspasa
linge un nido de cóndores, un nido
ante inmensos barrancos suspendido.
ÉL DERRUMÍIAMIEMTO 261

De piedra y polvo sobre informe masa,


la fábrica se erige, coiislruída
en la cresta morluoiia de un d<riiiiiibo,
como un penacho de rebelde vida.

Guarda el bosque tal vez que el soplo mismo


del huracán no desbarate y tumije
la débil casa erguida ante el abismo,
como presa que en boca de una liera
lograse, por extraño magnetismo,
que cerrarse la boca no pudiera.
Los árboles confusos y perplejos
vierten la gracia de sus copas llenas
con voluptuosa paz : vistos de lejos,
se dirían fantásticas melenas
de poetas románticos y viejos...

Por detrás de la casa, de lo alto


brinca un chorro de plata reluciente,
que esforzándose va, de salto en salto,
hasta estrellarse en un peñón la frente.
Luego da, en tres monstruosos escalones,
tres grandes saltos con presteza suma :
se hace una catarata que entre espuma
retiembla con nerviosas convulsiones;
y entonces cede al poderoso aliento
de la racha que sopla en el barranco,
y se esparce en mil gotas... como un blanco
velo de novia desplegado al viento.

\ ahí, en el fondo, henchido de clamores


pasa el río veloz, que se diría 18
2(i3 ALMA AMEUICA

un ti'opc'l de cahallos ti'otadores


que (liga á escape por la selva umhría.

Anlielando que ai fin se desenvuelva


su co])ioso caudal, el rio apura
el amor que le brinda la espesura :
tras la carnal lujuria de la selva,
la voluptuosidad de la llanura...

El hogar del colono está de frente


á la selva y al rio. De este modo,
la casa, aprisionando con un puente
la otra ribera, lo aprisiona todo.
Nada irn[)orta quo salten en pedazos
los nionles entre horrendos cataclismos;
qup ol puente salvador se abre de brazos
y hace la redencitHi de los abismos...

IV
FLOR nE LAS SELVAS

El hogar del colono envejecido,


rico es cu juvoMlud; poripie cu su seno
una blanda palouia ahueco un nido :
liija del viudo laiuvulor, es bolla
entre su ingenuidad, como una estrella
(juc entre un lago sereno
sumerge su fulgor.
EL DERRUMBAMIENTO 2»i3

¡ Silencio! Ks ella..

Doliente joven de mirada triste,


¿por<|u'' suspiras y los ojos [)oiies
en el lejano azul? ¿ Dímde aprendiste
á hilar estrellas y á tejer visiones ?
Parece (¡ue en tus dedos una esli-ella
desfleca su fulgor : tú en cada giro
vas retorciendo, con las luces dalla,
hilos de llanto y sedas de suspiro...
Con tu visión de místicos engaños,
pareces una mártir dolorida,
que ha apurado en un sorbo de veinte años
todas las amarguras de la vida...
Goza y sufre en la aurora del pecado;
que tu alma es, cuando sueña en la caricia,
el cristal de un candor atravesado
por el rayo de luz de una malicia...

El novio estaba ausente.


El padre no era
gustoso de ese afán.
¡ (Mi, buen anciano !
¿Olvidas que en el alma hay primavera?
No te opongas en vano
á esa pasi(')n ; porque tal vez un día
cuando tu hija (mi sus hijos floreciera,
la estufa de un volcán calentaría
tu senectud de helada cordillera...
Sfi'i ALMA AMÉIilCA

DE TRANSITO

En tanto que del fraile recibía


pateinal benodicirm el buen anciano,
el indio vio de pronto... ¿Qué vería
que el haz de flechas retembló en su mano ?
Una mujer. ¡Cuan blancal parecía
una dulce visicm, un sueño vano...
Ensayando una aliética apostura,
en su carcaj de flechas apoyado,
era él como clásica figura :
el Satán de las selvas asombrado
de euconlrar en su Infierno á un alma pura,

Aquella tarde, en tanto


que el rudo labrador y el fraile austero
plalicaban, la limida doncella,
á la puerta, go/aba del encanto
con (jue el roji/.o resplandor postrero
hace caer estrella tras estrella
como gotas de llanto.
El indio, al par, se hundía en el alarde
penúllimo del Sol, <|uo en su derroche
cuvolviii los restos dr la larde
lu el crospiin de la enhilada noche...
^ cnlonces lué la escena
de extraño simbtdismo.
EL DERRUMBAMIENTO jr.S

La tarde. El bosque de pavor se lli'na


y su boca de espanto abre el abismo...
— ¿Ves? — dijo el indio; y señalando al frente,
qued(') un instante, pensativo y mudo.
Sobre un picacho, imperativamente,
se erguía un buitre, en actitud de enojo,
como blasón de señorial escudo,
encendido de Sol, teñido en rojo.

— ¿Ves? — repitióle el indio á la doncella,


fija del Sol en la postrera lumbre.
— ¡Tú eres ! — le dijo; y le enseñó una estrella.
— j Yo soy I — le dijo; y le mostró la cumbre.

Súbito, el cóndor vuela.


El indio alista
su arco, empuña una flecha y se prepara :
tiende hacia el ccindor, con segura vista,
la flecha sobre el arco; y la dispara.

Silba rauda la flecha.


El cóndor grita;
y, entre los nubarronnes sempiternos,
se desenvuelve la espiral descrita
por un alma que rueda en los infiernos...

Toca tierra por fin...


El abanico
de sus rendidas alas de combate,
sacude al pie del cazador; se abate;
tira atrás la cabeza; y abre el pico...
'¿i>i> ALMA AMÉRICA

La aguda flecha que vibró en el arco


y que clavada está — firme y derecha —
parece un mástil sobre un roto barco ;
y el c<Midor revolcándose en un charco,
nudo de plumas que ensai'tó una flecha.

En la noche, la virgen temblorosa,


después de recordar la escena extraña
entre el cóndor, la flecha venenosa
y el indio cazador de la montaña,
siéntese dominada de terrores;
y en tanto que al redor todo reposa,
ella duerme soñando en los amores
de un vampiro con una mai-iposa...

Al primer resplandor del nuevo día,


vuelve á anudar el varonil salvaje,
ti-as las huellas del fraile que le guía,
su lirevemente interrumpido viaje.
Y allá va, tras del fraile...
En una arruga
de las montuosas faldas desparece...
La sombra en tanto por los cielos fuga,
el Sol se impone y la mañana crece.
Y entre los pliegues de esas mismas faldas,
la cumbre circunfleja,
donde el ccmdor estuvo, alza su ceja
á la manera de cortante (juilla,
como un titán que se tendió de espaldas
y que dobló hasta el cielo una rodilla.
EL DERRUMnAMIE^'TO 'ICl

SEGUNDA PA.í'in:

LA ORACIÓN DE LAS SELVAS

Ya es fluvial cabellera, que en torrente


cae en nudosas y erizadas greñas,
sobro una roca cual sobre una frente;
ya es ola de pujante marejada,
que ciñe troncos y circunda peñas,
entre el furor de su espumoso encaje,
como una tempestad eternizada
en la gráfica copia de un follaje;
ya es flotante y rasgada vestidura,
con que el capricho del pudor á veces
cubre la desnudez de la Natura,
que suma las más bellas desnudeces;
ya es teatral laberinto, que, en escalas
de licci(Mi, miento fugitivo acceso
á la altitud de las celestes sala?
sin requerir el golpe de las alas,
cual se alcanza un amo)' sin dar un luso ;
ya es barl)a de titán, que cae suelta
(GIMO una rica primavera en brote
y á luodo de una pompa desenvuelta
soitre la majestad de un sacerdole;
y, en las más varias formas, sin (jue liava
para tan bravo tuar eslicdia playa.
208 ALMA AM/:n/CA

se van atropellando los follajes,


con el hervor de espumas con que rueda
un laberinto de suntuosos trajes
en una danza de frnfrús de seda :
suspensa, así, la lóbrega espesura
en contracción de nervios se levanta;
y, meciéndose al viento que murmura,
cubre el azul de la extensión remola,
como una pesadilla que se espanta
ó como una catástrofe que flota...

Allá, un árbol, que se alza retorcido,


hace un gran gesto de dolor y luego
tiende al azul los brazos suplicantes;
allá, un árbol, abierto como un nido,
que prepara la copa al dulce riego,
salpica sus melenas con diamantes;
un tronco, más allá busca el regazo
del musgo, y á los tardos peregrinos
piadoso ofrece improvioado asiento;
acá, un arbusto endeble, como el brazo
de un esqueleto, entre sus dedos linos
brinda una flor que se deshace al viento;
más acá, un laberinto de zarzales
punza los pies de un árbol corpulento,
que se alza como un genio de locura
y combina las equis colosales
de un molino girando en la espesura;
aquí como ganosos combatientes,
se enroscan dos ramajes á manera
que se crispan y anudan dos serpientes;
ahí, una formidable enredadera
EL DERRUMBAMIENTO 209

estrangula un arbusto entre sus lazos,


y salla á un árbol, y en veloz carrera
va de un árbol en otro, cual si fuera
una mujer que repartiese abrazos...

Lejos aulla dolorida fiera,


cuya trémula voz desgarita el viento,
como súbita alarma que corriera
sobre la muda paz de un campamento...
I Voz de amenaza y de dolor! Bramido
que se afila en el ¡ay! de una amargura.
¡Espíritu del bosque hecho sonido!
¡ Grito del corazón hecho espesura 1

La voluptuosa Luna se refleja


en minúsculos discos sobre el suelo,
cuando el follaje traspasar la deja ;
y deshoja su beso de ternura
sobre la faz de la montaña en duelo,
como una flor sobre esa sepultura.

Parece que la Tierra ensimismada,


bajo la siempre hipnótica mirada,
en que la Luna pálida acrisola
sus anemias de luz, se hunde en la Nada
y reza á Dios por que se siente sola;
y es que si una catástrofe en sus brazos
la envuelve un día cual crispada ola,
tal vez, por una irónica fortuna,
condenada esté á dar con sus pedazos
satélites humildes á la Luna-..
270 ALMA AMÉRICA

II

AMOR DE FIBRA

I Qué raro sueño fué! La virgen pura


soñ>') que, en medio de la selva obscura,
hórrida fiera le detuvo el paso
y le dijo su amor : seria acaso
el Mal perseguidor de la Hermosura.

Ceñido el Sol de púrpura y topacio


consumía las nubes en sus damas;
y la tarde, al fugar por el espacio,
iba desenvolviendo panoramas.

Cada árbol dominante, al brusco choque


del Sol que huía, orlábase de oro;
y entre la obscura red de la maleza,
quedaba prisionero el postrer toque
de vacilante luz, como se alcanza
á ver en la más lóbrega tristeza
la chispa de una última esperanza...

Entonces fué : la virgen soñadora,


que en su avarienta falda recogida
flores atesoraba, sorprendida
por el puma se vio. Tal una aurora
halla, á su paso anunciador de vida,
súbito nubarrón que la desdora.

¿Cómo pintar la pávida sorpresa


de la limida virgen? Los clávelos
EL DERRUMBAMIENTO 271

de su rostro se helaron ; y la fresa


de su boca se abrió... para dar mieles;
en sus locuaces ojos puso el miedo
un delirio de Sol; y de su falda
cayeron (ioi'es al soltar el ruedo,
cual si se destejiera una guirnalda...

El puma, que en dibujos y colores


era un mapa en la piel, por su fortuna
lecho florido hallaba. Ella era una
Primavera de carne echando flores...
La fiera habló.
... La virgen una mano
abandonó á la fiera enamorada,
que lamiendo y lamiendo, ya (jue en vano
la quiso hipnotizar con la mirada,
hízola sacudir la pesadilla
al verse con asombro y maravilla
que tenía la mano ensangrentada...
Saltó... Púsose en pie... Rompiendo el broche
los astros en las sombras más obscuras,
allá, en las telescópicas alturas,
eran como argentífero derroche...
Ella abrió la ventana; y la cabeza
hundió, con domadora gentileza,
en la boca de lobo de la noche...
Allá, á lo lejos, la montaña bruna;
y más allá, la abrupta cordillera...
Y en tanto que á la vez y por doquiera
comulgaba la noche hostias de Luna,
la virgen miró el ciclo... y lanzó un grito,
al ver multiplicados, — que tal era
272 ALMA AMEHiCA

el derroche estelar en lo infinito, —


los relumbrantes ojos de la fiera...
Después...
Volvió á su lecho; y en su lecho,
la blonda cabellera enmarañada
era un nido de pájaros deshecho
sobre el copo de nieve de la almohada.

III

¡AL bosque!

Y el sueño era verdad.


Aquel salvaje,
que tras del fraile un día
abandonó las sombras del boscaje
y á la ciudad, con ansias de progreso,
fué á rendir su indomable bizarría,
sólo era un alma alrededor de un beso...
Cuando cubrió su desnudez y pudo
clavar los ojos con visible espanto
en tanta falsedad y en horror tanto
quiso el traje rasgar y huir desnudo.

¡Ay del indio infeliz!


El desaliento
halló un símbolo en él...
Hogar sorab.ío
tenía, en funeral abatimiento,
como guardián el quejuraliroso río
y como solo habitador el viento '.
EL DERRUMBAMIEytú 273

desvencijadas puertas que el gusano


agrandes velas horadado había;
ventanas cuya hoja el aire vano,
con seco golpe, sin cesar batía;
leproso el muro; la heredad vacía;
el techo roto y el umbral cuarteado,
vestidos de flotantes telarañas...
¡ Esa alma era un hogar abandonado
en medio del dolor de las montañas 1

Y así cuando el salvaje


supo <{ue a<[uella virgen tan hermosa
de otro era yá, que cuando el padre anciano
murió, la virgen se tornó en esposa,
que pensar en su amor era un ultraje,
¡ ah ! con cr-ispada y temblorosa mano,
cual se arranca un disfraz, se arrancó el traje.
Huyó de la ciudad cual de un delito;
y fué á perderse en la vecina aldea,
en busca de la paz de lo infinito
para las tempestades de su idea.

Mas i ay ! que al regresar á la cabana,


lejos de la ciudad y su falsía,
iba á estrellarse en la impresión extraña
de saber ijue la unión de la doncella
fué bendecida en el altar cristiano
por aquel mismo fraile (jue en un día
le bauti/ó, le señaló su huella,
le mostró el rumbo del progreso humano
y fué á través de ese dolor su guía.
Ya posible no fué...
274 ALMA AM ERICA

Luego, tranquilo
empezó á razonar.
¿ No eran extrañas
esas gentes á él?...
Súbito el hilo
de razones corló. ¿Raza extranjera
se hizo dueña por qué de las montañas?
¿Qué titulo mayor que el de su brío
para vengar á la proscrita raza?
Y después de evocar el bosque umbrío,
contempló con pupilas de amenaza
el suelo; y exclamó :
— ¡Tú serás mió! —
Y allá va...
¿ Adonde ? ¡ Al bosque !
Y ya no en vano;
que, en las montañas á su empuje estrechas,
al grito que dará, tendrá en su mano
todas las tribus como un haz de flechas...
Allá va...
Como un último derroche
de sus angustias, llora; pero el suelo
golpea y anda...
Y anda...
Es como un vuelo.
El Sol yá ha roto su sangrienta fragua;
y de .sus paños húmedos la noche
exj)rime estrellas como golas de agua...
Levanta el indio la arrugada frente
y las estrellas ve... Sobre su duelo,
la noche se extendió piadosamente
como el paño de lágrimas del ciclo.
EL DERRiM BAMIEKTO 275

IV

TEMPESTAD

Domador sin desmayo,


de cada nube en los inflados senos,
ha e chispear la férula del rayo
por solire la jauría de los truenos;
y á lo largo de toda la monlaña,
los nubarrones en visión extraña
se van fijando sobre cada cumbre,
cual si fuesen las tiendas de canipaña
do una conquistadora raucheduinbre...
Entre los tempestuosos paroxismos,
el ágil rayo, que al vibrar rebota,
se conti'ae velo/, lanza una nota,
estalla... y se retuerce en los abismos,
como una cuerda que saltara rota.
Húmeda, lacrimosa y plañidera
sopla una racha.
En tanto
ruge el trueno con voz de madriguera;
y se anuncia en la atmósfera de espanto
tras del viento la lluvia, á la manera
que tras de los suspiros viene el llanto.
Llueve... Llueve... ¡Diluvia!
Un rayo, lejos
ha incendiado la selva : se ilumina
el horizonte en cárdenos reflejos.
¿Quién, presa del horror, no se imagina
el elocuente cuadro ?
ALMA A Mr: me A

Arden las ramas,


á manera de brazos retorcidos
con desesperación; ágiles llamas
desanudan sus bailes de serpientes,
entre los abanicos sacudidos
del viento arrollador; chocan los dientes
del tembloroso pánico...
Diluvia.
Diluvia siempre más; y los torrentes
robustecen su vena con la lluvia.
Hasta que, al fin, la cumbre dominante
estremecióse; y el hogar, que un día
sobre un derrumbe levantó el trabajo,
al golpe del alud crujió un instante,
arrancóse de cuajo
tal como un corazón se arrancaría,
y fué entre el polvo á sepultarse abajo.
*

¡Ah! con qué asombro contempló el salvaje


el derrumbe mortuorio, á la manera
que se mira en la gloria de un paisaje
aparecer de súbito una fiera...
¿ Qué pensó ? ¿ Qué sintió ?
Cual sombra extraña
desató rapidísitna carrera,
por entre el espesor de la montaña...
llalla de pronto al fraile misionero,
(jue, alzándose en mitad de su sendero,
como una aparición, d ícele el nombre
ijue le diera su fe : — ¡Juan Santos! — clama.
"1 el indio respondió : (No era voz de hombre
sino la de una fiera cuando brama.)
ÉL DERRUMBAMIENTO

— ¡JiKín Santos ya no soy! i Soy Apú-liica! —


Y echándosele al cncllo
le arroja á tierra : el fraile que se hinca,
pone en sus ojos celestial destello;
pero el indio le gi'ita que él ha sido
quien le arrancó del bosque, quien le ha hecho
abandonar por la ciudad su nido,
quien con un falso amor rasgó su pecho,
quien se ha gozado en verle escarnecido,
quien á su raza arrebató el derecho...
¡Y la sangre hizo un charco en el boscaje;
y, sobre su cristal sin transparencia,
reprodujo la faz de aquel salvaje
como si hubiese sido una conciencia!

CUADRO FINAL

Juan Santos Alaualpa lanzó el grito


de rebelión : crujieron las caljañas.
Su voz, repercutiendo en lo infinito,
era la libertad de las montañas.
Tal fué el derrumbamiento portentoso
de una sobre otra raza... Hecho un coloso,
él, Apú-Inca, que en el campo abierto,
se rubricó de heroicas cicatrices,
supo en la lucha desplomarse muerto
como un árbol hachado en las raíces.
Y cumplió su deseo, y murió ufano;
que, on las montañas á su empuje estrechas^
él, antes de morir, tuvo en su mano
todas las tribus como un haz de fiecluiH.

19
w w Y/ w Vx w w >^ >^
V V^ V M/ V V V V V

ANTE LAS RUINAS

F'arece que estoy viendo sobre las crestas de uoa montaña


un tem[)lo incaico en ruinas, que el Sol en oro y en sangro baña :
y, al verlos escombrados despojos de ese templo que un día
ostentó en sus altares dioses cuajados de pedrería,
imagino, en mis sueños, que un Inca llega solemnemente,
pone el cetro en mi mano, con su diadema ciñe mi frente,
cuelga sobre mis hombros su manto regio y en el oído
me dice así : — Poeta. Mira tu templo. ¡Tarde has nacido!

Yo he visitado un día la ciudad vieja de Guatemala


que en ruinas sobrevive. Por sus tortuosas calles resbala,
en las noches, la sombra del arrogante Pedro Aivarado,
y aún se oye el ruido de las espuelas del gran soldado.
He creído, en mis sueños, que él me ceñía con su coraza
como si me ciñese con su caricia toda una raza;
y me besaba luego paternalmente y en el oído
mi- li.iblaba así : — Poeta. Tu ciudad mira. ¡ Tarde has nari ■•

¡Oh las ruinas incaicas y coloni:iles! ¡Oh viejas ruinas!


Mis versos solamente son rosas Irescas y purpurinas
(|iic (loiecen iii medio de los peñascos y los escombros...
Incas : | colg.id el tnanlo de vuestra pompa sobre mis h'imbí' '^ '
AATf: LAS RLfAAS 27«

ConquislatJorcs : ¡ dadme ceñir la cota sobre mi pocho!


Yo soy dennos y de oíros : elactual molde me viene estrecho...
Hnsayaré algún día las epopeyas de las dos razas;
y cuando en mis estrofas fuljan los palios y las corazas,
volverán las dos sombras a hablarme entonces en el oído
y me dirán : — Poeta. ¡ Chanta el Pasado ; que ú eso hasnacido !
^ ^ ^ ^ ^ ^ í^ ^ ^
é/f® @f^ ^"^ üt^ fflf^ ^"ÍS @f% ü© w5

PIELES ROJAS

Sobre la pampa ruedan presagios de clarines.


Brinca una mancha informe contra la inmensidad
dijérase una nube que crece en los conGnes
y crece... crece... crece... como una tempestad.

Es en el horizonte : flota en la raya leve


del llano en que se juntan el verde y el azul.
Un grupo de centauros resalla al fin : se mueve
entre una polvareda como entre un fino tul.

El grupo avanza á escape, con épicos fragores ;


y coimán, entre tanto, la trémula extensión
clarines primitivos y parches tronadores
con onomatopcyas de bárbara canción.

En fugitivos potros, intrépidos salvajes


se acercan. La llanura conmuévese á sus pies.
Huracanado viento les chafa los plumajes
y oblicuo Sol les dora la lanza y el pavés.

Sobie ol tcn)blor de pánico en la llanura vasta,


avíspanse los potros al grito del clarín,
PIELES ROJAS 281

reliiiclian orgullosos del timbre de su casta


y juegan con los dedos que se hunden en su crin.

Guando se acerca el grupo, se miran en las lanzas


decapitadas testas de insultativa faz,
con gestos en que vibran enérgicas venganzas
y cabelleras dadas al ábrego fugaz...

Se ve una lanza, entonces, que hasta los cielos crece


la del que viene avante con preferente roí.
El Sol cae en su punta; y así es C(')mo parece
que la primera lanza trae ensartado al Sol.
y^/M^ y*,^*^ y^i*^ ^ftS ^ttlS ^fiSL :!fiS& J&'ÍSí jftíSi.

LO QUE DICEN LOS CLARINES

Los clarines suenan trémulos...


IjOS clarines suenan lánguidos...
Sus acordes brotan suaves, sus murmullos
brotan densos y sus gritos brotan ásperos...
¡ Los clarines suenan roncos!
¡Los clarines suenan trágicos!

Se dijera que las notas de los épicos clarines


son los aves de la raza, son las voces del pa>ado;
se dijera que las notas de los épicos clarines
vienen, llenas de penumbras y misterios y milagros,
de países muy distantes
y de tiempos muy lejanos...
Tales fueron los clarines españoles,
tales fueron los clarines españoles que sonaron
en las cumbres luminosas

y en los l(')l)regos barrancos,


en el linceo de las cóncavas guaridas
y en los picos de los Andes solil;irios,
cu las pampas indolentes,
en los líos encrespados.
LO Q LE DICL'A LOS CLAfl/AES 2S3

CU las selvas lujuriosas,


en los valles, en las cuestas, en las cumbres y en los
¡Los clarines suenan roncos! [páramos..
I Los clarines suenan trái^icos !

Yá pasaron las historias que eran cuentos de heroisino,


las audacias que eran timbres, los ensueños (¡uc eran

los arranques imperiosos de la raza primitiva : [lauí'os,


yá pasaron... yá pasaron... yá pasaron...
Y lo lloran los clarines
con acentos desgarrados,
entumidos todos ellos,
cual si lueseu grandes pájaros
que volviesen con las alas abatidas y los picos
llenos siempre de tristezas en el fondo de sus canlus...
¡ Oh los pájaros de bronce
que volaron y volaron y volaron,
por las tierras no sabidas,
por los iriares no explorados,
por los iimndos atractivos del misterio,
por los cielos tentadores del encanto;
y, al fin viejos
y gastados,
vuelven llenos de nostalgias
y suspiros y cansancios,
á decirles á los hijos la epopeya de los padres
y á gritarles que los timbres y los lauros
yá pasaron pai-a siempre...
yá pasaron para siempre... yá pasaron... !
Los clarines suenan trémulos...
Los clai'ines suenan lánijuidos...
28'i ALMA AMÉRICA

En las noches polvorientas


y azuladas del verano,
la retreta de las plazas señoriales
insinúa los perfiles de pretéritos soldados;
porque evoca, sobre un fondo
de atarnbores palpitantes de entusiasmo,
á los gritos de los épicos clarines,
que unas veces suenan roncos y otras veces sucnaij
las figuras sugestivas [lánguidos,
y los gestos legendarios,
que colmaran los asombros y gastaran las proezas,
de Balboas y Corteses y Valdivias y Pizarros..
Así el puei)lo que se goza,
en las noches del verano,
con las músicas vibrantes de las líricas retretas,
siente en su alma repentinos arrebatos
y apetitos de aventuras
y deseos de otra vida y ambiciones de otro espacio,
cual se asoman en su nido
los polkíelos de los cóndores temblando
cada vez que, por encima de sus débiles cabezas,
invitándoles al vuelo, pasa un viento huracanado...
¡Es el viento huracanado de la gloria,
el que ruge por encima délas plazas! Viento áspero,
viento lieiuhido de fragores es el viento
que desatan los clarines en el vuelo de sus cautos :
viento heroico qnc desdobla las banderas
y estremece las panoplias y sacude los penachos
y resuena en las vacias armaduras,
como un soplo de esperanza que viniese del pasado...
¡Los clarines suenan roncos!
! Lus clarines suenan Irdijicos I
LO QUE DICEN LOS CLARINES 1HT,

En las noches nebulosas del invierno,


pensativos los soldados
se estremecen en la sombra de los lúgubres cuarteles,
cual fantasmas de otros siglos que sacuden el sudai-io,
y á la hora del silencio,
cuando el sueño roza el párpado,
en sus lechos se acurrucan, mientras pasa por encima
una voz de clarín larga que se pierde en el espacio...
[Cómo suena tristemente
la voz de ese clarín, llena de ternuras y de espasmos I
¡Cómo evoca los alertas...
los alertas prolongados...
en las noches inefables de las vísperas solemnes,
entre el frío de los cielos y el reposo de los campos!
¡ Cómo trae á la memoria
los pi'cstigios yá borrados,
los orgullos yá caídos en el alma, los ensueños
yá marchitos en la raza para siempre, los encantos
yá sepultos en el fondo de la vida, los delirios
de grandeza yá sin alas, los sangrientos desengaños!...
¿ Kstos eran los clarines que sonaban
con un júbilo radiante de belígeros presagios :
los clarines que anunciaban epopeyas
y pasaban por debajo
de triunfales arquerías, en desfiles fragorosos,
con la escolta de tres siglos y entre vítores y aplausos ?
¿Estos eran...;' ¿Estos eran...?
Hoy apenas con gemidos siempre largos, siempre largos,
cuando tocan el silencio de las noches militares,
resucitan el milagro
de las clásicas figuras y los gestos fabulosos [barón...
que en la historia se acabaron para siempre... se uca-
286 ALMA A M F. ¡{ I C A

I.OS clarines suenan trémulos...


Los clarines suenan lánguidos...

Un clarín dice las cosas


nunca muertas del pasado :
— ¡ Oh ambiciones resonantes que atronaban las alturas !
¡Oh proezas de cien timbres! ¡Oh heroísmos de cien l.iuios!
!''ii el alma de los nietos
de los héroes españoles hay tres siglos de entusiasmo... —

Un clarín dice las cosas


del presente solitario :
— ¡Oh tristezas infinitas de las razas insepultas!
¡Oh
En v\l'atigas
alma desin los
remedio
nietos de los músculos gastados!
de ios hí'rocs españoles hay tres siglos de cansancio... —

Un clarín dice su pena


y otro dice su arrebato,
unos rugen y otros gimen,
unos gritan esperanzas y otros lloran desengaños;
y es así cómd en las músicas marciales,
con sus notas siempre llenas de nerviosos sobresaltos,
que parece que llegai-an
de países muy distantes y de tiempos muy lejanos,
unas veces los clarines suenan roncos
y otras veces los clarines suenan lánguidos...
EL SALTO DEL TEQUENDAMA

La quietud del lago,


la emoción del río
y la indiferencia de las altas nieves
ponen viejas notas en los nuevos himnos :
no la catarata, brindis fabuloso,
brindis nunca oído,
brindis resonante de un millón de copas
que las cumbres vuelcan sobre los abismos.
Es la nota única, es la nota nueva,
que los primitivos
no copiaron nunca .. no copiaron nunca...
dentro de la clásica onomatopeya de sus cantos líricos.

Una vez, en medio de una selva virgen,


intenté en mis versos traducir los ritmos
de un canto salvaje
(de un canto salvaje que me ha perseguido
obstinadamente
días y semanas y meses y siglos);
y cuando afanoso
imité los ríos
288 ALMA AMÉU/CA

y fingí el jolgorio de las hojarascas


y ensayé gorjeos y aprendí rugidos,
hallé todo inútil,
porque tales ritmos
eran diferentes... eran diferentes...
de los que yo oía dentro de mí mismo.
Hasta que, de pronto,
(¡Salve, Tequendama, gran maestro mío!)
contemplé y á un tiempo
escuché el prodigio
con que el Tequendama brinca en la sonora
taza de un abismo,
como si en el fondo la Naturaleza
juntase sus manos para recibirlo...

El i'io se arrastra
por los laberintos
de rocas peladas que enseñan los puños
y roncas cavernas de cóncavos gritos,
bajo la arquería de las verdes frondas
que encorvadamente tiemblan sobre el líquido :
es como un paseo
solemne y tranquilo,
con blandos murmullos que se desenvuelven
en conversaciones llenas de suspiros.
I'^ río se arrastra... se arrastra... se arrastra...
sin otros ruidos
que los de una cola que resbala apenas, [antiguo,
majestuosamente, sobre las allbmbras de un palac:

Súbito, las aguas


sienten un vahído,
EL SALIÓ ÚEL TEQUENDAMA 280

ua presagio, un soplo de misterio y sombra,


hálito de fieras, hálito de abismos;
y, cobardemente,
con el mudo asombro que sintiese un niño,
ensanchan sus ril)as, ahondan su cauce
y forman un charco que yace tranquilo,
bajo cien espumas todas inocentes
como las sonrisas de un ángel dormido...
Plácida apariencia
la que tiene el río,
dentro del estuche de cincuenta rocas
en que sonriendo se detiene tímido;
porcjue ve que pronto se abrirá la caja
fúnebre y entonces, lleno de martirio,
tiene aquel instante que es como el instante,
siempre decisivo,
en que toda el alma se recoge y piensa
antes de sentirse valerosamente dentro del peligro...

Y las aguas corren... corren siempre... corren...


Y en el elocuente cuadro del suicidio,
entre las crispadas rocas que lo estrechan,
se retuerce el río
y da un latigazo de cólera al aire [pico...
como una serpiente que un cóndor sacude prendida en el

Y tiembla la caja de música, tiembla


con temblor eterno desde el alto pino
de la embocadura
hasta la palmera del fondo del nicho,
los peñascos tiemblan, las neblinas tiemblan
tiemblan los chispazos, tiemblan los ruidos;
290 ALMA AMERICA

y es así, por eso, cómo se dijese rjue misericordia,


que riiisoricordia, bajo aquella mole, piden los abismos..
Neblinas, neblinas,
neblinas corno hechas de largos suspiros,
se elevan del fondo y envuelven la mole,
tejiendo un sudario muy leve y muy lino.
Al mirar los copos de espuma, á manera
de seda en ovillos,
que el río en su salto destuerce y alarga
como una madeja de lánguidos giros,
se piensa que el genio de aquellas regiones,
con dedos artísticos,
en vez de hacer gasas, va haciendo en el fondo [lino,
neblinas que suben tejiendo un sudario muy leve y luu^
A veces un rayo
de Sol cae en meilio de aquel laberinto
de nieblas y espumas, cual si alguien quisiese
tocar las melenas de un monstruo con una varilla de
Y el Sol se abre paso... [vidrio...
Toca el fondo mismo;
y un gran arco-iris... dos... tres... bullen, saltan,
desprenden del fondo sus trémulos círculos
y al Sol van saliendo, como mariposas
(jue abrieran sus alas de siete colores dentro del abismo.
Y otra vez las nieblas sobre las espumas...
Y otra vez el rayo de lu/. sutilísimo...
Y otra vez los iris. . Y otra vez las nieblas [inünito!..
sobre las espumas... ¡Cien veces... mil veces... hasta U>

Dijerase á rattK«; que, en un desposorio


de dioses antiguos,
EL SALTO DEL T E Q U E N D A M A 2'.)1

el Sallo es un ramo de blancas espumas


alado con cintas de siete colores en medio de un no. .

Y el bosíjuc, bajando
desde las alturas hasta los abismos,
es un cesto en donde se juntan las plantas
de todos los climas : palmeras y pinos;
y así es cómo el Salto, que cae en el fondo
del cesto florido,
está recorriendo monótonamente, [siglos...
monótonamente, las cuatro estaciones por todos los

Ya ahora... ya ahora, traduzco en mis versos


(¡Salve Tequendama, gran maestro mío!)
traduzco en mis versos el canto salvaje,
el canlo salvaje que me ha perseguido
obstinadamente
días y semanas y meses y siglos;
y copio la nota
(jue los primitivos
no copiaron nunca... no copiaron nunca...
dentro de la clásica onomalopeya de sus cantos líricos...
EL TESORO DE LOS INCAS

H.Tce tiempo que en tina ciudad incaica (no injporta el nombir


pensando cu ia sentencia que elernanjente lleva en f-í el hombre,
por entre l;íiitas ruinas, en que dibuja rasgos de oro
la sierpe y el lagarto de bronce medra y hay como un coro
de pájaros nocturnos y las arañas tejen enredos
como si los tejicen manos nerviosas de Unos dedos,
escuché unos murmullos — hondos murmullos — que de repente
llenaron mis oidos, como si fueran los de una fuente :
eran vf>ces del agua, notas vibrantes de lluvia y riego,
llaulu como de risa, brindis de alegre desasosiego...

Entonces, blandí un hacha; separó á tajos yedras y espinas;


y penetré, buscando la fuente oculta bajo esas ruinas.
Di en el suelo : hice brecha; y, en lo profundo de aquella rola
hendidura, oí un rui<lo ; tal suena un chorro de agua que brota..
Abrí más la hendidura; y hallé una escala : puse el pie en ella.
Y el misterio me atrajo : me hundí en el hueco. Fié en mi estrella
y, escala por escala, fui dcsrenílicndo como asombrado
en la cripta, en que estaba tal vez durmiendo lodo el Pasado.

Por la iieniiidura ciilraba ])i:idoso rayo de Sol : yo ciego,


de súbito, en las sombras, me hallé rodeado coiuo de fuego.
EL TESORO DE LAS Iy C A S 29^

¿Era fuego? Era fuego, pero sin llamas. Se pensaría


que aquello era el palacio de una dorada crist:. loria.
Sobrecogido, entonces, soñé encontrarme muerto : un instante
miré cruzar cieu rayos. Tuve un delirio reveiberiuitc ;
pero, al fin, en mí mismo, después, volviendo fui poco a' poco :
sentí lo que cobrando la razón siente quizás el loco ;
y vi que las escalas eran de oro macizo, el techo
también de oro firme. Vi que aquel túmulo estaba hecho
totalmente de oro : baldosas, arcos, columnas, cuanto
al redor encontraban mis expresivos ojos de espunto.

Y vi que una litera resplandecía, sobre los hombros


de veinte momias que eran los gestos mudos de veinte asombros,
¡ La litera de oro del Inca! El Inca sobre ella estaba
vestido con un truje como de fuego. Su arco y su aljaba
eran de oro, y cetro, diadema, escudo, cuanto lucía;
y el manto, de vicuña, piedras preciosas y orfebrería.

Junto de la litera del Inca, estaba la de su Esposa :


la litera de plata. Plata era el trono, plata la rosa
que ostentaba en el pecho la Esposa, ]len;i de blancos brillos
en el traje, en las sienes, en las sandalias y eu los anillos.
Una perla ensartada pendía sola de cada oreja;
y el manto era de conchas sobre vellones de blanca oveja.

Tal los dos. El se erguía como si fuese por su fortuna


la imagen del Sol; y ella como si fuese la de la Luna.

Alrededor y en grupos, cou arcos, llcclias, lanzas, broqueles,


se empinaban soldados ceremoniosos, en cuyas pieles
de vicuña brillai)an dibujos hechos cou oro fino
¿ Eran los Argonautas que al (in habían el VciIo''iiio?

Ante el Inca y su Esposa, tejían danzas piipetuamente


indias mumiiicadas, en cuyos dedos y en cuya frente
20
294 ALMA AMÉRICA

anillos y coronas reverberabau, b;ijo la fría


luz de siete colores de un arco-iris de pedrería.

Y en el fondo... en el fondo... secas vicuiías, en cuyos huesos


dejaron para siempre postura humilde los grandes pesos,
ofi'ecían, en arcas repletas, cosas de oro : granos
y polvo, fabulosas sortijas paralas regias manos,
vasos de atormentadas figuras, joyas de femeniles
gracias, ajorcas gruesas, collares densos, broches sutiles,
puñales, alfileres, ídolos, armas, astillas, cuñas...
Yo, al ver eso, audazmente, llegué hasta el grupo de las vicuñas;
y, con avaras manos, empuñé el oro que pude.
Entonces

oí un trueno en la ci'ipla : fué como un ruido de muchos bronces.


Vi que todos los muertos se desplomaron ; y se deshizo
la pompa de aquel túmulo ante mis ojos como un hechizo.

La tumba fué un infierno; mas no de llamas, sino de oro...

Comprendí que al fin era mío el secreto de aquel tesoro ;


puse «1 pie en la primera grada, ya en busca de la salida;
y me sentí saliendo cual si saliese de la otra vida.

Volví :í escuchar la fuente (¿No es verdad, madre Naturaleza?)


Y observé que la liante sonaba encima de mi cabeza...
¡Oh fuente de la vida! Fuente que brota perpetuamente
en medio de las ruinas (Naturaleza : tuya es la fuente).

Escapé de la tumba; y, al verme afuera con el puñado


de oro, grité eniouccs : — ¡ luitre este puño lonjeo ci Pasado!
^^
^'S^tfAfAS^^ATfj

EL ALMA PRIMITIVA

Soy el alma primitiva,


soy el alma primitiva de los Andes y las selvas.
Soy el ruido de las hojas en la noche, [quesla ;
que parece que en mis versos ensayaran una or-
soy el canto de turpiales y sinsontes, cuando el alba
ruboriza la blancura de la nieve de las crestas ;
soy el himno de las aguas y los vientos,
el chasquido de las piedras,
el crujido de los troncos
y el aullido de las fieras...
Soy el alma primitiva,
soy el alma primitiva de los Andes y las selvas.
Mis maestros son los árboles vibrantes
en que el lleco de los ábregos se enreda,
y las fuentes bullidoras que se encajan
en el verde terciopelo de las cuencas,
y los rasgos de la brisa
que retozan en las fauces de las ávidas cavernas,
y los antros que sollozan,
y las cúspides que sueñan, [flores
y los troncos que dan ramas y las ramas que dan
y las flores que son bocas que se callan pero besan...
2í)6 ALMA AMERICA

Mis maestros rae enseñaron


unas cosas siempre nuevas
para el hombre : los secretos armoniosos
de la gran Naturaleza;
y pusieron en el arco de mi lira,
que es de piedra,
una cuerda más : la cuerda de las músicas salvajes.
Y es así cñmo yo canto con mi lira de odio cuerdas.
Soy el alma primitiva,
soy el alma primiliva de los Andes y las selvas.

He sentido muchas veces


que, en el fondo de mi idea,
yo era un árbol, era un árbol corpulento
de raices gigantescas...
Y he crecido... Y he crecido... Y el abrazo de diez
no ceñía mi corteza. [hombres
Y los ojos padecían un vahído
al mirarme resaltando por encima de la selva.
• Y en los huecos de mi tronco se hospedaban,
como en una madriguera,
los jaguares que en mis costras atilaban sus colmillos
y rascaban enarcados las heridas de su lepra ..
Yo era un árbol, era un árbol corpulento,
y mis ramas florecían en vibrante primavera,
y mis flores se empinaban como copas en un brindis,
y yo todo me empinaba coi.io espíritu que anhela;
porque, bajo de mis fi'ondas
y teiulidos en el musgo, los caciques de ia tierra
celebraban una ¡unta y en la junta aparecía
el abuelo de las tribus con sus barbas retorcidas cual
[mauojo de culebras.
EL ALMA PRIMITIVA 297

Oti-as veces he soñado


que era un pico de los Andes, el orgullo de una
y que, encima [piedra;
de rai trágica insolencia,
una nieve de die» siglos
congelaba sus rigores en las puntas de mis crestas.
Desde lo alto de los Andes,
he mirado muchas millas, he mirado muchas leguas;
y las nieves de mi cumbre
deshacíanse en madejas
de agua fina... y los arroyos
se enredaban en las grietas
cual si fuesen gargantillas
de diamantes ó de perlas.
Y yo, en tanto, contemplaba... contemplaba... con-
el acopio de las selvas, [templaba
y el bostezo dilatado de las pampas en el fondo,
y el dibujo de los ríos que bajaban por mis cuestas,
y el anchísimo horizonte de nublados, y la faja
de los mares, y la línea de las garzas en hilera...
Yo era un pico de los Andes,
era un pico de los Andes, el orgullo de una piedra ;
y, de pronto,
sobre todos los rigores de mis nieves sempiternas,
sentí el vuelo de un gran pájaro,
sentí el vuelvo de un gran pájaro en las nieblas,
que, clavando sus diez garras
en mis crestas,
dio á los aires su estridente
voz de cóndor como el grito sofocado de un alerta...
Y esa voz sonó en los siglos...
Es la voz que por en medio de mis cánticos resuena;
298 ALMA AMÉRICA

y que dice todavía, sobre todas las edades,


reconiendo ocho sonidos en mi lira de ocho cijer(la«;
¡Soy el alma primitiva,
soy el alma primitiva de los Andes y las selvas !
índice

Ofrpnda á España .... 3 La tierra del Sol 51


Troquel 9 Cinegética r>4
Crónica alfonsina .... 10
El cliontal rundido .... '>(')
La Cruz del Sur 13
Brazo de conqiiisla'lor
Las minas de Polusi .... . .■>8
59
Los Conquistadores. ... 14
Los Andes 15 La Tierra del Fuego ... GO
El istmo de Panamá ... 16 El Estrecho ile Magalla-
La epopeya del Pacifico. . 17 nes 61
Seno de reina ()2
Simbolo .' 21
Las cataratas del Niágara. 22
Las bocas del Orinoco . . 23 Evangcleida H'-i
Canto al Magdalena ... 79
El cauto del porvenir. . . 24 Avatar 8S
El amor del Dorado ... 27 Trij)tico heroico 89
En el canal 29 La caoba '.'2
Núñcz de Balboa 30 El amor de las selvas . . 93
Los caballos de los Con- El maíz 95
quistailores 31 Las orquídeas 96
Blasón 35 La pina 97
Los volcanes 36 El añil 98
Las punas 37 La elegía del órgano. . . 99
El idilio de los cóndores . 38 El sueño del boa 105
Los ríos 42 El sueño del caimán . . . 106
Las selvas 43 El sueño del cóndor . . . 107
En el Museo del Prado , . 44 Lautaro 108
Los lagos 47 La tristeza del cuadruma-
Los pantanos 48 no 115
El amor de los Andes . . 49
El sinsonle 1 !"
doo índice

Idilio tropical . . . 118 La balada del lago. . . . 183


La mafíiiolia. . . . 121 El palacio délos Virreyes. 186
Los cocuyos .... 122 Alameda colonial 189
Sensación de olor . 123 La Tapada 190
La visión del cóndor 126 Tríptico criollo 197
La muerte del boga Campesina costarricense . 200
La voz del bosque . 127
128 Ciudad moderna 201
El adiós de los emigrantes 131 Los amores de Cortés . . 207
El mediodía en el istmo 132 El alma del ¡)ayadur. . . 208
El cóndor ciego . . . 133 La muerte de Pizarro. . . 216
La danta sorprendida. Pies limeños 217
135 Momia incaica 218
A una dama española 136
El guacamayo .... 139 La espada del Virrey. . . 222
Pomme de Ierre . . . 140 El paseo de aguas .... 223
Bajando la cuesta . . 141 Añoranza 224
El árbol bueno. . . . La amada del Virrey. . . 226
Ciudad fundada . . , l'i5 Ciudad colonial 227
151
14't Pandereta 234
Piel de puma ....
Égloga tropical . , . 152 Ciudad vieja 236
El ala del ñandú. . . 154
La iguana 237
En la Armeria real. . 155
160 El elegió del quetzal. . . 238
Gahuide Elegía tropical 239
La cabeza de Gonzalo 161 Las cuatro estaciones . . 241
La ñusta 162
Ciudad conqiiisladn . . . 2'i4
Sensación de calor. . 171
174 La musa fuerte 252
La frase de Cortés . . El derrumbamiento . . . 253
La muerte del bisonlo 175 Ante las ruinas 278
Las dos rayas .... 176 Pieles rojas 2S0
La tristeza del Inca . 177 Lo que dicen los clarines. 282
180
La quena El salto del To(iuendaina. 287
181
La ultima coya . . . El tesoro de los Incas . . 2')2
La noche de los Andes 182
El alma primitiva .... 295

19034. — PariB. Imprenta do la V-' do C. HOUHET. — 10-33.


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— La guerra de las mujeres. 2 t. 12.
— Memorias de un módico. 6 t. 12.
— El collar de la reina. 4 t. 12.*
— Ángel Pitou. 2 1. 12.
— La condesa de Charny. 5 t. 12.
— Los mil y un fantasmas. ,S t. 12.
— Los Mohicanos de Paris. 10 1. 12.
— Napoleón. 1 1. 12.
— La reina Margarita. 2 t. 12.
— La Dama de Monsoreau. ;i 1. 12.
— Los Cuarenta y Cinco. 4 t. 12.
— La San Felice. Emma Lyouna. S t. 12.
— Sultanetta. 1 t. 12.
— Los tres Mosqueteros. W t. 12.
— Veinte años después, i l. 12.
— El vizconde de Bmgelonne. 6 l. 12.
— Isabel de Baviera. 2 i. 12.
Dl.mas (A.). La Regencia. 1 t. 12.
— Luis XV. 2 1. 12.
— Las Lobas de Machecoul. 3 t. 12.
— El Speronare. i 1. 12.
— El capitán Arena. 1 1. 12.
— El Corricolo. 2 t. 12.
— Un año en Florencia. 1 t. 12.
— La Villa Palmieri. 1 t. 12.
— Las orillas del Rin. 2 t. 12.
— Quince dias en el Sinai. 1 t. 12.
— La Suiza. 3 1. 12.
INSE.ÑAT. Tritón. 1 t. 12.
— Por la honra. I t. 12.
Feh.nandez y González. Dama de Noche. 1 t. 12.
Fkbry. El indio Costal. 1 I. 12.
— Escenas de la Vida militar en México. 1 t. 12.
Feval. Sargento Buena Espada. I t. 12.
— El Duque de Nevers. 1 1. 12.
— El Parque de los Ciervos. I t. 12.
— La Reina Cotillón. 1 t. 12.
— Heroismo con faldas. 1 t. 12.
— La Maestra de armas. 1 t. 12.
— Collar sangriento. 1 t. 12.
— Oro, sangre y lágrimas. 1 t. 12.
— Los Bandidos do Londres. 1 1. 12.
— Los Miñones del rey. 1 t. 12,
— La diabólica trinidad. 1 t. 12.
— El hombre de la cara robada. 1 t. 12.
— El corazón y la espada. I t. 12.
Gf.nijs El sitio de la Rochela. 1 t. 12.
Gómez ('.akii.lo. Del amor, del dolor y del vicio. 1 t. 12.
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Hernández. Desequilibrio. 1 t. 12 (Novela psicológica).
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