Serie Dulces Magnolias - 02 UnTrozo de Cielo-Sherryl Woods
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DULCES MAGNOLIAS, 2
UN TROZO DE
CIELO
ÍNDICE
Capítulo 1 3
Capítulo 2 13
Capítulo 3 22
Capítulo 4 33
Capítulo 5 42
Capítulo 6 50
Capítulo 7 61
Capítulo 8 70
Capítulo 9 81
Capítulo 1091
Capítulo 11101
Capítulo 12110
Capítulo 13119
Capítulo 14129
Capítulo 15139
Capítulo 16148
Capítulo 17157
Capítulo 18166
Capítulo 19175
Capítulo 20187
Capítulo 21195
Capítulo 22204
Capítulo 23214
Capítulo 24222
Epílogo 232
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA 237
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Capítulo 1
Dana Sue notó el olor a quemado justo antes de que se activara la alarma del
detector de humos. Sacó el pan achicharrado del tostador, lo tiró al fregadero, agarró
un trapo de cocina y lo sacudió para dispersar el humo hasta que dejó de sonar la
alarma.
—¿Pero qué está pasando aquí, mamá? —le preguntó Annie desde el marco de
la puerta de la cocina, arrugando la nariz.
Iba vestida con unos vaqueros anchos y una camiseta escotada que mostraba
aquella piel pálida en la que se marcaban los huesos de sus clavículas.
Reprimiendo las ganas de decirle que había vuelto a adelgazar, Dana Sue miró
a su hija adolescente con expresión de disgusto.
—Imagínatelo.
—Se te ha vuelto a quemar la tostada —dijo Annie sonriendo—. Menuda
cocinera estás hecha. Si se me ocurriera contarlo, te quedarías sin clientes en el
Sullivan's.
—Y ésa es la razón por la que no sirvo desayunos y por la que tú has jurado
guardarme el secreto, a menos que quieras a arriesgarte a quedarte sin teléfono y sin
Internet —le dijo su madre.
Y no era del todo mentira. El Sullivan's había sido un gran éxito desde el
momento de su apertura; su fama se había extendido por toda la región. Dana Sue no
necesitaba que su hija arruinara el prestigio de su restaurante contando que en casa
era un desastre en la cocina.
—De todas formas, ¿para quién estás haciendo una tostada? Yo no pienso
comérmela —añadió Annie mientras se servía un vaso de agua.
Bebió un sorbo y tiró el resto por el fregadero.
—Estaba preparándote el desayuno —dijo Dana.
Sacó del horno un plato con una tortilla francesa a la que había añadido una
loncha de queso y unas tiras de pimientos rojos y verdes, tal como a Annie le
gustaba. La tortilla era tan perfecta que podría haber salido en la portada de
cualquier revista de gourmets, pero Annie la miró como si tuviera un aspecto
repugnante.
—No voy a desayunar.
—Siéntate —le ordenó Sue. perdiendo la paciencia—. Tienes que comer. El
desayuno es la comida más importante del día, sobre todo cuando se está
estudiando. Las proteínas son la fuente de energía del cerebro. Además, me he
levantado expresamente para preparártela, así que te las vas a comer.
Annie miró a su madre con aquella expresión de «mamá, otra vez, no», pero al
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final se sentó a la mesa. Dana Sue se sentó frente a ella aferrándose a la taza de café
como si contuviera oro líquido. Había estado hasta muy tarde en el restaurante y
necesitaba la cafeína para enfrentarse a las evasivas de Annie.
—¿Qué tal fue el primer día de clase? —le preguntó.
Annie se encogió de hombros.
—¿Este año vas a alguna clase con Ty?
Desde que Dana Sue podía recordar, Annie había estado enamorada de Tyler
Townsed, el hijo de Maddie, una de las mejores amigas de Dana Sue. Desde hacía no
mucho tiempo, Dana Sue y Maddie eran también socias; junto a Helen, habían
abierto un gimnasio para mujeres en Serenity.
—Mamá, él está en un curso por delante del mío —le explicó Annie con
exagerada paciencia—. No vamos a las mismas clases.
—Pues es una pena —respondió Dana Sue.
Y lo decía en serio. Ty había pasado una época difícil desde que sus padres se
habían separado, pero siempre se había comportado con Annie como si fuera su
hermano mayor. Por supuesto, Annie no apreciaba especialmente aquella actitud.
Ella habría preferido que la viera como a una chica, como a alguien con quien
pudiera interesarle salir. Y, de momento, Ty la ignoraba completamente en ese
sentido.
Dana Sue estudió la expresión de su hija intentando buscar en ella algo que le
permitiera relacionarla con aquella niña que parecía haber crecido de un día para
otro.
—¿Te gustan tus profesores?
—Ellos hablan y yo escucho. No tienen por qué gustarme.
Dana Sue reprimió un suspiro. Años atrás, Annie no callaba. Había pocos
detalles de su vida que no quisiera compartir con sus padres. Por supuesto, desde
que Dana Sue había descubierto que Ronnie le había engañado con otra y le había
echado de casa, todo había cambiado. Al igual que a Dana Sue, a Annie se le había
roto el corazón. La adoración que sentía por su padre había terminado hecha añicos.
Después del divorcio, el silencio había presidido su relación durante mucho tiempo y
ninguna de ellas parecía querer hablar de las cosas que realmente importaban.
—Mamá —tengo que irme o llegare tarde —Annie miró el reloj y se levantó de
un salto.
—No has comido nada.
—Lo siento, tiene muy buen aspecto, pero no tengo hambre. Te veré esta noche.
Le dio un beso en la mejilla y se marchó, dejando tras ella una fragancia que
Dana Sue reconoció al instante. Era la de un perfume carísimo que la propia Dana
Sue se había comprado en Navidad y que sólo utilizaba en ocasiones especiales.
Aunque teniendo en cuenta las pocas ocasiones especiales que había tenido
después de su divorcio, probablemente no tuviera ninguna importancia que su hija
lo malgastara con los chicos del instituto.
Dana Sue no se dio cuenta de que Annie se había dejado la bolsa con el
almuerzo hasta un buen rato después. Podría haber sido un despiste, pero sabía que
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—Creo que para el postre de esta noche haré un pudín tradicional con
manzana. La fruta le dará sabor y textura —dijo Erik Whitney antes de que Dana Sue
hubiera tenido oportunidad de ponerse el delantal.
Al tiempo que la boca se le hacía agua, Dana Sue iba calculando las calorías.
Tendría que privarse del pudín, se dijo con un suspiro. Sus clientes podían permitirse
esos placeres, pero ella tenía que evitar aquellos postres como si fueran la peste.
Erik la miró preocupado.
—¿Demasiada azúcar?
—Para mí, sí. Para el resto del universo, me parece perfecto.
—Podría utilizar algún sustituto para el azúcar.
Dana Sue negó con la cabeza. Había convertido su restaurante en un éxito
dándole un giro a los platos tradicionales del sur. La mayor parte de sus variaciones
eran más saludables que los platos originales, casi siempre desbordantes de
mantequilla, pero en lo relativo a los postres, sabía que sus clientes preferían los
postres de siempre. Había contralado a Erik, que acababa de salir del Instituto de
Cocina de Atlanta, porque estaba considerado como uno de los mejores especialistas
en postres que en la escuela habían visto en muchos años.
Erik, mayor que muchos de sus compañeros, tenía más de treinta años. Era un
cocinero ansioso por experimentar y no defraudaba nunca a sus clientes. Tenía
mucho mejor carácter que el último chef con el que Dana Sue había trabajado, algo
que Dana Sue consideraba una auténtica bendición y no había tardado en pasar de
ser un empleado a convertirse en un amigo.
Más aún, Erik recibía cada día más encargos para preparar tartas de boda.
Había convertido aquel postre tradicional en un arte. Dana Sue era consciente de que
tendría suerte si conseguía conservarlo durante un año o dos antes de que algún gran
restaurante le hiciera alguna oferta, pero de momento parecía satisfecho en Serenity.
—No, el pudín me parece un postre ideal para esta noche. Y, al fin al cabo,
tienes que cocinar para nuestros clientes, no para mí.
¿Cuándo se había permitido por última vez, comer una cucharada de los
postres de Erik? Seguramente, no había vuelto a probarlos desde que el doctor
Marshall le había advertido que tenía que perder los siete kilos que había ganado
durante los últimos dos años y le había advertido que corría el riesgo de acabar con
diabetes, la enfermedad que había matado a su madre. Aquello debería haber sido
advertencia suficiente para Dana Sue, sin necesidad de que el médico se lo recordara
constantemente.
Ella pensaba que trabajando con sus dos mejores amigas en la apertura del
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tranquila y Dana Sue se preguntaba si el hecho de que hubiera dejado la bolsa del
almuerzo no sería un grito de ayuda.
Alegrándose de poder dejar a Erik a cargo de la cocina, se metió en su
minúsculo despacho y, siguiendo el consejo de su empleado, llamó a Maddie al
gimnasio. Cada vez que el mundo parecía a punto de derrumbarse, recurría a sus dos
mejores amigas, Maddie Maddox, que dirigía el gimnasio y Helen Decatur, abogada.
Se habían apiñado las unas a las otras desde que eran niñas, durante sus
enamoramientos juveniles y en sus respectivos fracasos matrimoniales. Habían
compartido alegrías y tristezas y desde hacía algún tiempo, compartían también un
negocio.
—¿Cómo van las cosas por el mundo de la vida saludable? —preguntó,
obligándose a parecer contenta.
—¿Qué te pasa? —preguntó Maddie inmediatamente.
—¿Por qué crees que me pasa algo?
—Porque falta menos de una hora para que tengas que ponerte a preparar las
cenas a toda velocidad y normalmente estas tan ocupada que lo último que harías
sería llamarme para tener una conversación intrascendente.
—Me temo que soy demasiado predecible —musitó Dana Sue, prometiéndose a
sí misma que eso tendría que cambiar.
En otra época había sido la más inquieta y atrevida de las tres, pero desde que
se había divorciado y era consciente de que tendría que encargarse prácticamente
sola de criar a su hija, se había vuelto mucho más prudente.
—Vamos, Dana Sue, ¿qué te pasa? —repitió Maddie—. ¿Se ha quejado alguien
porque la lechuga de la ensalada no estaba suficientemente crujiente?
—Muy graciosa —respondió Dana Sue. No le hacían ninguna gracia las
referencias a su perfeccionismo—. Pero la verdad es que es Annie la que me
preocupa. Creo que vuelve a tener problemas con la comida. Ya sé que Helen y tú
habéis estado preocupadas por su alimentación durante algún tiempo, y el desmayo
el día de tu boda nos asustó mucho a las tres, pero ha pasado casi un año desde
entonces y estaba convencida de que había mejorado. Pero ya no estoy tan segura.
Creo que me he estado engañando.
—Cuéntame lo que ha pasado —le pidió Maddie.
Dana Sue le explicó lo que había ocurrido aquella mañana.
—¿Crees que exagero por preocuparme tanto por el hecho de que no haya
probado el desayuno y después se haya dejado la bolsa del almuerzo? —preguntó
esperanzada.
—Si eso hubiera sido todo, te diría que sí —respondió Maddie—. Pero, cariño,
sabes que llevamos tiempo recibiendo señales de que Annie sufre desórdenes
alimenticios. Las tres lo hemos visto. El desmayo del día de mi boda fue una
advertencia. Si tiene anorexia, ese tipo de cosas no se curan milagrosamente.
Seguramente ha estado fingiendo que mejoraba. Pero creo que necesita un psicólogo.
Dana Sue continuaba aferrándose a la esperanza de que todo pudiera tratarse
de un malentendido.
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—A lo mejor son los nervios de los primeros días de clase. Y es posible que
prefiera la comida de la cafetería del instituto —sugirió. Se preguntó si el hijo de
Maddie habría notado algo—. ¿Podrías preguntárselo a Ty? A lo mejor él sabe algo.
No van juntos a clase, pero es posible que coman a la misma hora.
—Se lo preguntaré, pero no creo que un chico adolescente preste la menor
atención a lo que comen las chicas.
—Inténtalo —le suplicó Dana Sue—. Es evidente que hablando con ella no voy
a conseguir nada. Siempre está a la defensiva.
—Haré lo que pueda —le prometió Maddie—. Y le preguntaré también a Cal.
No puedes hacerte idea de todo lo que oye mi marido en el vestuario. ¿Quién habría
imaginado que un entrenador de béisbol pudiera saber tanto? A veces, creo que sabe
cuándo tiene problemas un estudiante antes que sus propios padres.
—Sí —respondió Dana Sue, recordando que en realidad había sido su mutua
preocupación por Ty la que había unido a Maddie y a Cal—. Gracias por ayudarme,
Maddie. En cuanto averigües algo, avísame, ¿de acuerdo?
—Por supuesto. Te llamaré esta misma noche —le prometió su amiga—. E
intenta no preocuparte demasiado. Annie es una chica muy inteligente.
—Pero quizá no suficientemente lista —respondió Dana Sue con temor—. Sé
que todas esas enfermedades se deben en parte a la presión que ejercen los medios de
comunicación en los adolescentes, pero Annie también ha sufrido mucho por lo que
pasó con su padre.
—¿Crees que esto puede tener que ver algo con Ronnie? —preguntó Maddie en
tono escéptico.
—Sí. Creo que se ha convencido a sí misma de que nada de esto habría pasado
si yo fuera una mujer que pesara cincuenta kilos.
—Si pesaras cincuenta kilos, parecerías una enferma.
—En cualquier caso, no creo que vayas a verme nunca así. Por mucho que lo
intente, parece que no soy capaz de adelgazar más de medio kilo, así que me temo
que estoy condenada a ser una mujer alta y gorda.
—Parece que Annie no es la única que necesita algún consejo sobre su propia
imagen corporal —repuso Maddie—. Le diré a Helen que pase por aquí mañana a
primera hora. Cuando le pases a dejar las ensaladas, intentaremos buscar una
solución a tus problemas. Eres maravillosa, Dana Sue Sullivan, y procura no
olvidarlo ni un solo segundo.
—De momento, será mejor que nos concentremos en Annie —respondió Dana
Sue, ignorando sus propios problemas con la comida—. Ella es la que podría tener
un auténtico problema.
—En ese caso, Helen y yo te ayudaremos a superar cualquier problema —le
aseguró Maddie—. ¿Alguna vez se han dejado de ayudar las Dulces Magnolias?
—Jamás —contestó Dana Sue. Se interrumpió un instante y sonrió al recordar
algo que le hizo olvidarse momentáneamente de sus preocupaciones—. Espera,
acabo de acordarme de una cosa. En una ocasión dejasteis que me enfrentara sola a
un policía después de haberle gastado una broma al profesor de gimnasia.
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Annie odiaba la clase de educación física. No podía ser más torpe, más patosa.
Y lo peor era que la señora Franklin siempre la estaba regañando. Normalmente,
Annie le contestaba, pero aquel día no se sentía con fuerzas para decir nada.
—Annie, me gustaría verte después de clase —dijo la señora Franklin después
de haber torturado a sus alumnos haciéndoles dar dos vueltas a la pista de atletismo.
—Vaya —dijo Sarah, mirando a Annie con compasión—, ¿qué querrá?
—Desde luego, no creo que vaya a pedirme que me sume al equipo de atletismo
—bromeó Annie, intentando recuperar la respiración.
Nunca había sido una gran deportista, aunque, últimamente, cualquier
actividad parecía agotarla, a diferencia de a Sarah, que después de la carrera estaba
como si acabara de darse un paseo.
Sarah, que había sido la mejor amiga de Annie desde que estaban en quinto
grado y compartía con ella sus más profundos secretos, la miró preocupada.
—¿No crees que va a decirte algo sobre tu falta de forma? Los adultos se
asustan en cuanto creen que no estamos suficientemente saludables como para correr
la maratón. Como si a alguien le pudiera interesar hacer algo así.
—Desde luego, a mí no —respondió Annie, alegrándose de poder comenzar a
respirar de nuevo con normalidad.
—A lo mejor se ha enterado de que te desmayaste y terminaste en el hospital.
—Oh, vamos, Sarah. Eso fue el año pasado. Todo el mundo se habrá olvidado
ya de lo que me pasó.
—Lo único que estoy diciendo es que si la señora Franklin cree que te vas a
desmayar en su clase, a lo mejor te aconseja que no vengas a clase.
—Es imposible librarse de la clase de educación física sin un certificado médico,
y el doctor Marshall jamás me lo dará. Por supuesto, tampoco yo se lo he pedido. Mi
madre no me lo permitiría. Todavía está preocupada por mí porque no como tal y
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como debería —elevó los ojos al cielo—. ¡Como si ella comiera de forma saludable!
Ha engordado tanto desde que se separó de mi padre que ningún hombre se fija en
ella. Y yo no pienso permitir que a mí me ocurra nada parecido.
—¿Cuánto pesas ahora? —le preguntó Sarah.
Annie se encogió de hombros.
—No estoy segura.
Su amiga la miró con expresión incrédula.
—Por favor, Annie, sé que te pesas por lo menos tres veces al día.
Annie frunció el ceño. Sí, quizá estuviera un poco obsesionada con el peso, pero
no podía confiar en la báscula que tenía en casa, por eso se pesaba también en el
vestuario del gimnasio. Y si pasaba por el gimnasio a ver a Maddie, también se
pesaba allí. Pero aunque fuera perfectamente consciente de su peso, no quería
decírselo a su amiga. Además, el peso en sí no era tan importante como la imagen
que le devolvía el espejo. Y cuando se miraba al espejo, se veía tan gorda que le
entraban ganas de llorar.
—¿Annie? —le preguntó Sarah preocupada—. ¿Has bajado de los cuarenta y
cinco kilos?
—¿Y si así fuera, qué? —replicó Annie, poniéndose a la defensiva—. Todavía
necesito perder un par de kilos más para estar bien.
—Pero prometiste que dejarías de obsesionarte con el peso —dijo Sarah al
borde del pánico—, que desmayarte cuando estabas bailando con Ty había sido lo
peor que te había pasado en tu vida y que no dejarías que te volviera a ocurrir. Le
dijiste a todo el mundo que intentarías volver por lo menos a los cincuenta kilos, e
incluso eso es poco para tu altura. Lo prometiste, Annie —insistió Sarah—. ¿Cómo
puedes haberte olvidado? Y sabes que aquel día te desmayaste por no comer.
—No había comido aquel día —la contradijo Annie con cabezonería—. Pero
normalmente como.
—¿Qué has comido hoy?
—Mi madre me ha preparado una tortilla francesa para desayunar.
—¿Pero te la has comido?
Annie suspiró. Era evidente que Sarah no estaba dispuesta a dejarle en paz.
—No sé por qué te pones así. ¿Qué has comido tú hoy?
—He desayunado cereales y un plátano y, a la hora del almuerzo, he comido
una ensalada —respondió Sarah.
A Annie le entraban ganas de vomitar sólo de pensar en tanta comida.
—Pues mejor para ti. Pero cuando no te quepa la ropa, no vengas a quejarte.
—No estoy engordado —le dijo Sarah—. De hecho, desde que intento comer
bien he perdido un kilo —miró a Annie con expresión de disgusto—. Pero daría
cualquier cosa por una hamburguesa con patatas fritas. Mis padres cuentan que,
cuando ellos eran jóvenes, era eso lo que comían. Se iban al Wharton's después de los
partidos de fútbol a comer hamburguesas. Y muchas veces, al salir del instituto, iban
a tomarse un batido. ¿Te lo imaginas?
—No, me resulta imposible.
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La última vez que Annie había comido una hamburguesa con patatas fritas
había sido con su padre el día que éste le había dicho que su madre y él se iban a
divorciar. Por supuesto, después de haber visto a su madre tirando todas las cosas de
su padre al jardín, no le había pillado de sorpresa, pero la desolación había sido la
misma. Tras recibir la noticia, se había levantado de la mesa a toda velocidad y había
terminado dejando el almuerzo en el cuarto de baño.
Desde aquel día terrible, había perdido el gusto por la comida. Ya no le
gustaban ni las hamburguesas, ni las patatas fritas que en otro tiempo había adorado,
ni la pizza, ni el helado… ni siquiera los menus que su madre preparaba en el
restaurante. Era como si su padre se hubiera llevado con él, además de su corazón, su
apetito. Al enterarse de que había engañado a su madre, y al ver después a ésta
tirándole sus cosas al jardín, había perdido las ganas de volver a comer jamás en su
vida. Annie sabía que la reacción de su madre era lógica, pero todo lo ocurrido le
había dejado sintiéndose sola y vacía por dentro.
Su padre siempre le había hecho sentirse como si fuera alguien muy especial.
Suponía que continuaba pensándolo, pero ya no estaba a su lado para decírselo.
Y oírselo decir por teléfono no era lo mismo, entre otras cosas, porque su padre
ya no sabía qué aspecto tenía exactamente.
—Pero no estaría mal pasarse por el Wharthon's, ¿no te parece? —comentó
Sarah—. Muchos chicos se pasan por allí después del colegio.
—Pues ve tú si le apetece.
—No sería tan divertido como ir contigo —protestó—. ¿Por qué no nos
acercamos? No tenemos por qué pedir lo que pidan los demás.
Annie negó con la cabeza.
—La última vez que estuve allí con mi madre, con Maddie y con Ty, se
quedaron mirándome como si estuviera loca porque pedí un vaso de agua con una
rodaja de limón. Cualquiera diría que hubiera pedido una cerveza. Y ya sabes que
Grace Wharton lo cuenta todo. Seguro que mi madre terminaría enterándose de que
he pasado allí una hora sin comer ni beber nada.
—Sí, supongo que tienes razón —Sarah parecía desilusionada.
Y Annie se sintió culpable. No era justo que su amiga tuviera que dejar de
divertirse por culpa suya.
—¿Sabes? —dijo por fin—. A lo mejor no está mal que vayamos. Puedo pedir
un refresco y no bebérmelo —pareció animarse—. Y es posible que Ty ande por allí.
Sarah sonrió radiante.
—Seguro que está. Suele ir todos los días al salir del instituto. ¿Cuándo te
apetece que vayamos?
—Podríamos ir hoy —contestó Annie—. Ahora tengo que ir a ver a la señora
Franklin. Iré a buscarte a la puerta en cuanto salga.
Gastar dinero en un refresco que ni siquiera iba a probar era un pequeño precio
a pagar a cambio de poder pasar una hora con Ty. Por supuesto, no se engañaba a sí
misma pensando que Ty pudiera prestarle la menor atención. Ty no sólo era mayor
que ella, sino que era la estrella del equipo de béisbol. Estaba completamente fuera
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de su alcance. Vivía rodeado de las chicas más maravillosas de su clase y por lo que
ella había visto hasta entonces, parecían gustarle las chicas altas, rubias y de senos
abundantes. Annie, que apenas superaba el metro sesenta, tenía el pelo negro y
rizado y de su pecho ni si quiera le apetecía hablar.
Pero por lo menos tenía algo que no tenía ninguna de aquellas chicas. Ty y ella
eran prácticamente familia. Había pasado muchas vacaciones y cientos de ocasiones
especiales con él. Y estaba convencida de que en cuanto fuera suficientemente
delgada, cuando su cuerpo fuera perfecto. Ty terminaría fijándose en ella.
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Capítulo 2
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madre estaba tan enfadada. De modo que le había escuchado en silencio, se había
metido en el cuarto de baño y allí se había quedado hasta que Grace Wharton había
ido a buscarla.
Pero desde que se había ido, no había habido un solo día en el que Ronnie no se
hubiera arrepentido de haber hecho sufrir a Dana Sue o de la mirada de devastación
que había puesto en los ojos de su hija. Verse caer del pedestal en el que su hija le
había tenido hasta entonces había terminado de destrozarle el corazón.
Durante el proceso de divorcio, había luchado para conservar el derecho a ver a
su hija, pero Helen se las había arreglado para que este quedara reducido al mínimo.
Tampoco importaba especialmente. Había pasado más de un año intentando
mantener alguna clase de contacto con Annie, pero ella le colgaba el teléfono cada
vez que le llamaba y cuando había intentado organizar alguna visita, se negaba a
verle. Ronnie sabía que, en parte, se debía a que lo consideraba una falta de lealtad
hacia su madre, pero también a su propio enfado y decepción.
Desde hacía varios meses, sin embargo, había comenzado a atender a sus
llamadas, aunque sus conversaciones continuaban siendo frías y no tenían nada que
ver con aquellas largas conversaciones que solían mantener cuando vivían juntos.
Como Dana Sue y Annie no parecían tener muchas ganas de volver a verle,
Ronnie no había vuelto a poner un pie en Serenity. Pero últimamente, había
comenzando a pensar en la posibilidad de volver a casa. Él no estaba hecho para ir
yendo de un sito a otro. Odiaba vivir en hoteles y tener que ir de ciudad en ciudad en
busca de trabajo. Ni siquiera le atraía la posibilidad de salir con otras mujeres y no
podía dejar de pensar que en ello había mucho de ironía.
La verdad era que echaba de menos su matrimonio. Echaba de menos a Dana
Sue, que le había robado el corazón cuando tenía quince años y no se lo había
devuelto todavía. Lo que no sabía era por qué no había tenido la sensatez de darse
cuenta dos años atrás, antes de hacer algo tan estúpido.
Gracias a sus últimas conversaciones con Annie, sabía que su ex mujer no
estaba saliendo con nadie. Por supuesto, eso no significaba que estuviera dispuesta a
dejarle volver a su vida. Si regresaba a Serenity, iba a tener que esforzarse para
intentar recuperarla, pero a lo mejor aquellos dos años habían sido suficientes para
que se tranquilizara un poco. Para que no sacara una pistola en cuanto lo viera…
porque él sabía que Dana Sue tenía muy buena puntería.
Pero aunque le diera, si no acertaba en ningún órgano vital, ¿qué más le daba?
Al fin y al cabo, pensó con una sonrisa, ¿qué era la vida sin un poco de riesgo de vez
en cuando? Sólo necesitaba encontrar una excusa para regresar a su casa.
Dana Sue y Maddie se estaban tomando un té con hielo, sin azúcar para Dana
Sue, lo cual era prácticamente un crimen en aquel lugar tan especial, a la sombra de
los árboles del jardín del gimnasio. A las ocho de la mañana el ambiente todavía era
razonablemente agradable, pero la humedad y el sol prometían un día de bochorno
insoportable. Todavía faltaban un par de meses para que la humedad desapareciera
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maneras, sería capaz de hacer ese sacrifico a cambio de poder comunicarme con mi
hija.
—Odio tener que decírtelo, pero no creo que una adolescente tenga muchas
ganas de pasar mucho tiempo en el gimnasio con su madre —dijo Maddie.
—¿Ni siquiera una que está obsesionada con el peso? —preguntó Dana Sue
desilusionada, pero confiando plenamente en la intuición de Maddie en lo que se
refería a su hija.
Tanto Maddie como Helen parecían conocer mejor que ella a Annie. Quizá
fuera porque la distancia les daba cierta objetividad.
—Sobre todo en ese caso —contestó Maddie—. Para empezar, este lugar está
lleno de espejos. Las personas preocupadas por su imagen lo odian. Y me he fijado en
que Annie procura evitarlos cuando está por aquí.
—¿Entonces qué tengo que hacer? —preguntó Dana Sue desesperada—. Has
hablado con Cal y con Ty y los dos te han dicho que Annie no está comiendo,
¿verdad? Si no está comiendo en casa y tampoco come en el colegio, es que tiene un
grave problema. Y no voy a dejar que se muera de hambre sin hacer nada.
—Por supuesto que no puedes ignorar lo que está pasando —la tranquilizó
Maddie— , pero tienes que actuar de forma inteligente. Necesitas auténticas pruebas
antes de enfrentarte a ella.
—¿Aparte de lo mucho que está adelgazando? Estoy segura de que no llega ni a
los cuarenta y cinco kilos. La ropa le cuelga. Debería llevarla al doctor Marshall para
que la asuste un poco y le haga entrar en razón.
—¿A ti ha conseguido asustarte? —le preguntó Helen. Sin esperar a que
respondiera, ella misma contestó—: No, porque le conoces desde siempre. Todas le
conocemos de toda la vida. Diablos, pero si hasta nos regalaba piruletas. Por eso no
le hacemos ningún caso.
—Eso es diferente —comentó Maddie.
Helen se encogió de hombros.
—Como tú digas. A lo que me refiero es a que el doctor Marshall es un enorme
oso de peluche, que fuma en secreto y, probablemente, también tenga problemas con
la tensión, con el colesterol y con todas esas cosas sobre las que nos advierte. Así que,
¿quién puede tomárselo en serio?
Maddie la miró con el ceño fruncido.
—Que a ti no te intimide no quiere decir que no pueda tener alguna influencia
en Annie. Desgraciadamente, lo único que haría él en una primera consulta sería
especular sobre si Annie sufre o no algún tipo de desorden alimenticio. Así que
necesitamos alguna prueba para que Dana Sue pueda enfrentarse a ella y Annie no
pueda negarlo.
—¿Como cuál? —preguntó Dana Sue frustrada—. ¿Es que no te parece
suficiente prueba el hecho de que no toque la comida que le pongo delante?
—No, porque en ese caso te dirá que come cuando tú no la ves —dijo Maddie
—. Incluso podría tirar disimuladamente la comida a la basura para que creas que
come. Estoy segura de que tiene muchos trucos para hacer ver que come.
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Capítulo 3
Pero Dana Sue olvidó todas sus buenas intenciones aquella noche, cuando en
medio del trajín de las cenas, se quemó una sartén en la cocina.
En cuanto Karen gritó «fuego», Erik agarró el extintor y comenzó a lanzar
espuma. Mientras tanto, Karen corrió a llamar a los bomberos, a pesar de que el
fuego estaba prácticamente controlado.
Tras asegurarse de que Erik lo tenía todo bajo control en la cocina, Dana Sue
salió al comedor para tranquilizar a sus clientes y después a la terraza para dar
explicaciones a los clientes que estaban allí sentados y esperar a los bomberos que,
esperaba, no tuvieran que utilizar las mangueras en el restaurante. Gracias a la
rápida reacción de Erik, ni siquiera haría falta que pusieran un pie en la cocina. De
hecho, para cuando llegaron, apenas quedaba rastro del fuego.
—La culpa ha sido mía, lo siento —dijo Karen por centésima vez desde que
habían conseguido dominar el fuego.
Karen, una madre soltera de unos veinticinco años, tenía las mejillas
empapadas en lágrimas. Dana Sue la había descubierto en un comedor de la
localidad y, al comprender que estaba desperdiciando su talento, le había ofrecido
que trabajara para ella en el Sullivan's.
—Sólo me he vuelto durante unos segundos —dijo Karen—. No sabía que las
llamas estaban tan altas. Y después me he asustado. Pero jamás me había pasado
nada parecido. Lo juro.
—Eh, no ha pasado nada —le aseguró Dana Sue—. Eso nos puede pasar a
cualquiera, ¿verdad, Erik?
—A mí nunca se me ha quemado una sartén, pero te aseguro que sí algún que
otro bizcocho y la cocina ha terminado llena de humo.
—Me quedaré hasta tarde para limpiarlo todo —se ofreció Karen—. Mañana,
cuando vengas, no encontrarás ni rastro de lo que ha pasado.
—Lo limpiaremos entre todos —la corrigió Dana Sue—. Somos un equipo. Y
ahora, volvamos al trabajo antes de que nuestros clientes comiencen a rebelarse.
—Necesito hacer algo —insistió Karen—. Déjame invitar a una copa de vino a
cada cliente. Me llevará algún tiempo pagarlo, pero es lo menos que puedo hacer
después de todo lo que ha pasado.
—Eso ya lo he hecho, y tú no vas a pagar nada. El dinero saldrá del presupuesto
que tenemos para propaganda. Y ahora, a cocinar. Nos han pedido diez platos de
salmón a la plancha, tres de costillas de cerdo y cinco de pescado frito.
El equipo de trabajo del que Dana Sue estaba tan orgullosa, se puso a la tarea;
para las nueve de la noche, todos los clientes habían sido atendidos y la mayor parte
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—Algunos.
—¿Has cenado?
—¡Mamá! —protestó Annie, poniéndose inmediatamente a la defensiva.
—Sólo era una pregunta —dijo Dana Sue, dispuesta también a atacar—. No has
pasado por el restaurante después del colegio, así que me preguntaba si te habrías
preparado algo.
—No, Sarah y yo hemos pasado por el Wharton's después del instituto —le
contestó Annie más tranquila.
Dana Sue se relajó y sonrió. Se sentó al borde de la cama de su hija, esperando
compartir con ella una conversación como las que en otra época tantas veces
mantenían.
—Yo también iba mucho por allí cuando tenía tu edad. Creo que no había un
solo día en el que Maddie, Helen y yo no pasáramos por allí, con cualquiera con
quien estuviéramos saliendo en aquel momento.
—Pero tú siempre salías con papá, ¿verdad? —preguntó Annie. Vaciló un
instante, como si temiera la reacción de su madre, pero al advertir que Dana Sue no
decía nada, continuó—: Lo que quiero decir es que ya erais pareja cuando tenías
menos años que yo, ¿verdad, mamá?
Dana Sue asintió, dejándose arrastrar durante algunos segundos por los buenos
recuerdos. Tenía muchos, pero los había enterrado casi todos bajo el enfado al que
había necesitado aferrarse tras la marcha de Ronnie.
—Papá era muy guapo, ¿verdad?
—Sí, lo era —admitió Dana Sue—. La primera vez, que lo vi, justo después de
que hubiera venido a Serenity con su familia, que es de Carolina del Norte, pensé
que era el chico más guapo que había visto en mi vida. Llevaba la palabra «peligro»
escrita en letreros luminosos: en su pelo negro, su cazadora de cuero…
—¿Y ésa fue la única razón por la que te gustó? —preguntó Annie—. ¿Porque
era muy guapo?
—No, claro que no. También era tierno, inteligente y divertido.
Su hija sonrió.
—Yo siempre pensé que había sido porque había otra chica del colegio a la que
también le gustaba y tú quisiste demostrarle que podías quedarte con él.
Dana Sue soltó una carcajada.
—¿Eso es lo que te contó tu padre?
—No, me lo dijo Maddie. Me contó que estabas decidida a que papá se fijara en
ti.
—Sí, probablemente fue así —admitió Dana Sue—. Era el primer chico que se
había fijado en mí y, por supuesto, representaba un gran desafío. Y yo sabía que a
mis padres no les iba a gustar —se inclinó hacia ella—. Tu padre tenía un tatuaje,
¿sabes?
Annie se echó a reír.
—Maddie me contó que él se hacía el difícil porque pensabas que si le ponías
las cosas demasiado fáciles, perdería el interés.
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—Mamá, eso es ridículo —dijo Annie cuando su madre le comentó la idea por
la noche—. No sé, ¿cuántos años crees que tengo? ¿Seis?
—Cuando yo tenía tu edad, mis amigas y yo lo hacíamos continuamente.
Comíamos pizzas, palomitas, experimentábamos con el maquillaje y hablábamos de
chicos.
—¿Tú, Maddie y Helen?
—Y alguna que otra más. Era muy divertido.
—¿Y los chicos?
—Hablábamos de ellos —dijo su madre.
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—Te juro que si hubiera tenido en ese momento a Ronnie delante, le habría
estrangulado con mis propias manos —le contaba Dana Sue a Maddie a la mañana
siguiente en el gimnasio—. Sé que estoy siendo ridícula, que Annie tiene derecho a
hablar con su padre, pero no me gusta que Ronnie le haya pedido que lo mantenga
en secreto.
—¿Estás segura de que ha sido él el que se lo ha pedido? —le preguntó Maddie
—. A lo mejor Annie tenía miedo de hacerte daño y por eso no te ha dicho nada.
Dana la miró con el ceño fruncido.
—¿Me estás diciendo que mi propia hija tiene miedo de ser sincera conmigo?
Pues no creas que me hace ninguna gracia. Es como si cada vez hubiera más
distancia entre las dos. Y antes de que me lo preguntes, no, todavía no me he fijado
mis objetivos. Ayer por la noche estaba demasiado furiosa para sentarme a pensar en
ellos y en cuanto me he levantado he venido hacia aquí. Si quieres, puedes llamar a
Helen para decírselo, porque ahora mismo no estoy de humor para aguantar sus
regañinas.
—Lo que necesitas es desahogar ese enfado. ¿Por qué no me lo cuentas todo en
la cinta corredera?
—Odio esa maldita cinta de correr. Mientras tú te dedicas a hacer ejercicio,
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estaré en el patio.
Maddie suspiró.
—Iré contigo.
Una vez estuvieron sentadas. Dana Sue fue picoteando los arándanos de una
magdalena, consiguiendo dejar la mayor parte de la magdalena en el plato.
—Ya sé que no tengo derecho a comer este tipo de cosas, así que no me lo digas
siquiera —musitó.
—No pienso decir una sola palabra.
Dana Sue apartó su plato.
—Ya han pasado dos años —dijo con calor—, ¿cómo es posible que continúe
afectándome de esta manera la mera mención de ese hombre?
—¿Quieres que sea sincera o es una pregunta retórica?
—Sé sincera, por favor.
—Todavía estás enamorada de él.
—No seas ridícula.
Maddie se encogió de hombros.
—Me has pedido que sea sincera. Intenta ser sincera contigo misma tú también.
Y para ser completamente sincera, yo diría que tu reacción de anoche tuvo mucho
que ver con los celos.
Dana Sue miró a su amiga con expresión incrédula.
—¿Crees que tengo celos de mi hija porque ha estado hablando con Ronnie?
—¿Y no es verdad?
Dana Sue frunció el ceño.
—Me conoces demasiado bien.
Maddie sonrió.
—Sí, es cierto —estudió a su amiga durante varios segundos—. ¿Y qué piensas
hacer al respecto?
—Nada. ¿Qué quieres que haga? Me engañó. No pienso dejar que vuelva a mi
vida aunque me lo pida de rodillas.
—Sí, claro —musitó Maddie con evidente escepticismo.
—Tengo mi orgullo.
—Desde luego.
—En ese caso, ya sabes lo que quiero decir.
—Sé lo que quieres decir —dijo Maddie—. Pero si Ronnie Sullivan entrara en
este momento por esa puerta, no sé si apostaría a tu favor.
Desgraciadamente, si fuera sincera consigo misma, ella tampoco apostaría a su
favor. Por suerte, dudaba que tuviera que pasar nunca aquella prueba, puesto que
Ronnie no había vuelto a poner un pie en Serenity desde que se había ido.
Por su puesto, si de verdad la quisiera tanto como decía, no la habría engañado.
Además, se habría quedado a luchar por ella. Evidentemente, ella había dejado muy
claro que no quería verle por allí. E incluso había conseguido que Helen limitara
seriamente sus posibilidades de ver a Annie. Pero el muy estúpido lo había aceptado.
Debería haberse dado cuenta de que estaba reaccionando al calor del momento, de
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que estaba haciendo demandas ridículas porque estaba herida. Ronnie la conocía
mejor que nadie, mejor incluso que Maddie y que Helen. Él sabía que se dejaba llevar
por el genio, pero que al final siempre se tranquilizaba. Sin embargo, no se había
quedado a su lado para ver si estaba dispuesta a darle una nueva oportunidad. Y eso
le había bastado a Dana Sue para saber lo que necesitaba saber: Ronnie estaba
deseando marcharse.
Jamás lo admitiría delante de nadie, pero eso había sido lo que más le había
dolido: Ronnie no la había querido lo suficiente como para quedarse a su lado. Y
aquél había sido su pecado más imperdonable.
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Capítulo 4
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Comenzaba a darse cuenta de cosas que debería haber visto dos años atrás. No
podía dejar que la situación continuara tal y como estaba eternamente. A lo mejor a
Dana Sue no le hacía ninguna gracia que volviera a Serenity, pero tendría que
aguantarse si Annie quería recuperar su relación con su padre. Y aunque era cierto
que él no sabía nada sobre chicas adolescentes, sabía mucho sobre chicos
adolescentes. Y Annie tendría que acostumbrarse a tener cerca un padre que podía
impedir que cometiera un error del que estaría arrepintiéndose durante toda su vida.
Una vez más, decidió encontrar la manera de regresar a Serenity antes de haber
perdido hasta los recuerdos.
Dana Sue estaba prácticamente segura de que el coche que se alejaba en aquel
momento de su casa estaba lleno de chicos. Maldiciendo en silencio, giró hacia el
camino de la entrada, alegrándose de haber decidido volver del restaurante media
hora antes de lo habitual. Estaba segura de que Annie había calculado la hora en la
que tenían que marcharse los chicos pensando en la hora en la que solía volver a
casa.
Cuando entró en la cocina, Sarah la miró sobresaltada, con expresión culpable.
—Hola, señora Sullivan —dijo con una alegría que, evidentemente, era forzada
—. Gracias por dejarnos quedar en su casa.
—De nada. Me alegro de que Annie haya decidido organizar una gran fiesta, en
vez de invitaros solamente a Raylene y a ti. ¿Todo el mundo se ha divertido?
—Claro que sí. Hemos traído algunos CDs y hemos estado bailando. Después
queremos ver alguna película romántica. Annie dice que tienen muchas.
—Son las que más nos gustan. ¿Tenéis bastante comida?
—Desde luego. No puedo recordar la última vez que había comido tanta pizza,
y las magdalenas estaban deliciosas. Me he comido dos.
Dana Sue tuvo que reprimir las ganas de preguntarle por lo que había comido
su hija. Pero Sarah demostró ser consciente de que lo estaba haciendo.
—Quiere saber si Annie ha comido algo, ¿verdad? —le preguntó.
Dana Sue asintió lentamente.
—Y tú sabes por qué es importante, ¿verdad? Si no lo fuera, jamás te
preguntaría nada a sus espaldas. Me temo que tiene un problema serio.
—Lo sé. Yo también estoy preocupada —admitió Sarah en voz baja—. Creo que
es…
—¿Sarah? ¿Por qué tardas tanto? —gritó Annie, y entró en aquel momento en la
cocina. Al verlas juntas, las miró inmediatamente con recelo—. Hola, mamá. No
esperaba que llegaras tan pronto. ¿Cómo es que has venido antes?
—Erik ha dicho que podía hacerse cargo de todo, así que he decidido salir un
poco antes del restaurante —dijo Dana Sue, lamentando aquella interrupción. Forzó
una sonrisa—. ¿Te estás divirtiendo, cariño?
—Sí, lo estamos pasando muy bien, ¿verdad, Sarah?
—Sí —confirmó su amiga, evitando mirar a Dana Sue a los ojos.
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Cuando la música del piso de abajo cesó, Dana Sue pudo por fin sumirse en un
agitado sueño hasta las dos de la madrugada. Pero tenía la sensación de que acababa
de cerrar los ojos cuando alguien comenzó a sacudirle nerviosa.
—¡Señora Sullivan, despierte! —le pidió Sarah, y parecía aterrada.
Dana Sue abrió los ojos inmediatamente.
—Es Annie —contestó Sarah con el rostro empapado en lágrimas—. Se ha
desmayado y no podemos despertarla. Dese prisa, por favor.
Dana Sue bajó las escaleras con una sollozante Sarah pisándole los talones.
Encontró a las otras chicas de rodillas alrededor de Annie.
—Parece que no respira —dijo Raylene mirando a Dana Sue con los ojos
abiertos como platos—. Le he hecho una reactivación cardiopulmonar como nos
enseñaron en el instituto, pero sigue inconsciente.
—Apartaos —dijo Dana Sue intentando no perder la calma, a pesar de que
estaba aterrada—. Que alguien llame a urgencias, ¿de acuerdo?
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—De todas formas, esperaré a que lleguemos al hospital para que nos digan qué
ha pasado exactamente —dijo Dana Sue, intentando retrasar la llamada lo máximo
posible.
No quería oír la voz de Ronnie, no quería oír ni la más ligera acusación de que
había fallado como madre. Una cosa era culparse a sí misma, pero reconocer la culpa
en la voz o en la mirada de otro la destrozaría.
Maddie la miró decepcionada, pero no dijo nada.
Dana Sue suspiró.
—De acuerdo, le llamaré ahora.
¿Pero cómo demonios iba a decirle a Ronnie que su querida hija había estado a
punto de morir? ¿Cómo podía decirle que su vida todavía corría peligro? Jamás
había imaginado un escenario como aquél para retomar la relación con su marido.
Quizá porque era tan terrible que jamás se le había ocurrido contemplarlo, o quizá
porque era el único que garantizaba la vuelta de Ronnie a su vida.
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Capítulo 5
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—Muy bien, ya le he llamado. ¿Estás contenta? —le dijo Dana Sue a Maddie.
Su amiga no se había apartado en ningún momento de su lado. Era como si
temiera que pudiera incumplir su promesa de llamar a Ronnie para decirle cuál era
la situación.
—¿Viene hacia aquí? —preguntó Maddie mientras seguía a su amiga hacia la
sala de espera de la zona de urgencias.
—Eso ha dicho —contestó Dana Sue, sin estar muy segura de lo que sentía al
respecto.
Ronnie parecía sinceramente preocupado y ella no tenía ningún motivo para
sospechar que no lo estuviera. Jamás había cuestionado el afecto de Ronnie hacia su
hija, sólo hacia ella. Tanto en el juicio como delante de Helen, Ronnie había
defendido su derecho a continuar teniendo una relación con su hija. Dana Sue era
consciente además del esfuerzo que había hecho para no perder el contacto con ella.
Debía haberle matado sufrir su rechazo una y otra vez y había pasado tiempo
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suficiente desde su divorcio como para que pudiera llegar incluso a compadecerle.
En aquel momento, oír su voz, sentir que necesitaba su fuerza, le hizo recordar
muchas cosas que llevaba dos años intentando olvidar.
—Me alegro de que venga —le dijo Maddie—. Ahora mismo Annie os necesita
a los dos.
—Necesito ver a mi hija —respondió Dana Sue, dirigiéndose hacia el mostrador
para pedirle a la enfermera permiso para entrar en la habitación en la que los
médicos estaban con su hija.
Pero antes de que pudiera llegar, Maddie la interceptó.
—Lo que tienes que hacer ahora es dejar que los médicos hagan su trabajo —le
dijo, acercándola a una silla.
Una vez estuvo Dana Sue sentada, se acercó ella a hablar con la enfermera para
decirle que estaban allí. Al poco tiempo, llegaron Helen y las chicas.
—¿Hay alguna noticia? —preguntó Helen en cuanto estuvo a su lado.
Dana Sue negó con la cabeza y rompió a llorar.
—No sé cuanto tiempo voy a ser capaz, de seguir soportando esto —sollozó.
—Sé lo duro que es —dijo Maddie—. Lo de esperar es lo peor.
—Y si…
Maddie la interrumpió al instante.
—Ni siquiera se te ocurra decirlo —le advirtió con dureza—. Sólo quiero
pensamientos positivos, ¿me oyes?
—Maddie tiene razón —dijo Helen, aunque su rostro mostraba el mismo miedo
que el de Dana Sue.
Al no tener hijos, Helen mantenía una relación muy especial con los hijos de
Maddie y con Annie.
Dejando los miedos a un lado, Dana Sue alargó la mano para tomar la de Helen.
La mano normalmente firme de su amiga, temblaba.
—¿Por qué no os vais un rato a la capilla a rezar por Annie? —sugirió Maddie
—. Yo me quedaré aquí con las chicas.
Dana Sue la miró alarmada.
—¿Y si se sabe algo?
—La capilla está al final del pasillo. Iré a buscaros en cuanto salga el médico.
Dana Sue miró a Helen, vio que tenía los ojos llenos de lágrimas y comprendió
que su amiga estaba a punto de derrumbarse. Necesitaba distraerse. Las dos lo
necesitaban.
—Vamos, Helen —le dijo, levantándose—. Vamos a ver si puedes utilizar tus
excelentes poderes de persuasión con alguien realmente influyente.
Helen esbozó una débil sonrisa.
—Me temo que con Dios voy a tenerlo más difícil que con el típico jurado —
comentó—, sobre todo porque últimamente no creas que tenemos una relación muy
fluida.
—Pues ya somos dos —admitió Dana Sue.
Antes de llegar a la capilla, Dana ya estaba rezando, pidiéndole a Dios que
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sanara a su hija y le diera otra oportunidad de ser una madre mejor. Y cuando
entraron en aquella habitación tenuemente iluminada y con el olor de las velas
flotando en el aire, la invadió una sorprendente serenidad. Se sintió casi como si Dios
hubiera escuchado su silenciosa súplica y la estuviera envolviendo en sus brazos.
Se sentó junto a Helen en uno de los bancos y alzó la mirada hacia la pequeña
vidriera que había detrás del altar.
—¿Crees que escucha a todos los que acuden a él?
—No lo sé —contestó Helen con sinceridad—, pero esta noche necesito creer
que sí. Necesito creer que no permitirá que Annie sufra, que la curará y que nos la
devolverá sana y salva —miró a Dana Sue con el rostro bañado en lágrimas—. Creo
que quiero a esa niña tanto como tú y no podemos perderla.
—No la perderemos —contestó Dana Sue, fortalecida por el consuelo que había
encontrado en aquel rincón. Hasta a ella misma la asombraba la confianza que sentía
de pronto—. No la perderemos.
Helen la miró sorprendida.
—Pareces muy segura.
—Y lo estoy. No me preguntes por qué, pero lo estoy —suspiró—. Y si tengo
razón, las cosas van a cambiar mucho a partir de ahora. No voy a seguir diciéndome
que en realidad está comiendo bien cuando en el fondo sé que eso no es cierto. Voy a
proporcionarle a Annie toda la ayuda que necesite. No volveré a fallarle.
Helen miró a Dana Sue desconcertada.
—Tú no le has fallado.
—Claro que sí. ¿No le das cuenta de cómo ha terminado? ¿Y quien crees que
tiene la culpa de lo que ha pasado? Yo, yo tengo la culpa. Vi los síntomas, todas los
vimos, pero no quise llevarla al médico. No quise darme cuenta de que tenía un
problema grave. No sé qué me ha pasado. ¿Tan ocupada he estado que no he sido
capaz de darme cuenta de lo que le ocurría?
—Por supuesto que no —Helen negó con la cabeza—. Al igual que muchos
otros padres, no querías creer lo que estabas viendo. Pero la elección ha sido de
Annie, Dana Sue. Ya no tiene cinco años, ni siquiera diez. Es una mujer adulta.
—Pero todavía es demasiado joven para comprender las consecuencias de sus
actos —replicó Dana Sue—. Yo lo sabía, pero intentaba posponer la toma de una
decisión porque no quería enfrentarme a ella ni molestarla con mis recelos. Quería
que mi hija me quisiera, necesitaba gustarle y por eso no he sido capaz de
comportarme como la madre responsable que necesitaba. He leído cientos de
artículos, lo sé lodo sobre los síntomas de la anorexia, sobre los peligros de esa
enfermedad, y aun así, he continuado diciéndome a mí misma que era imposible que
a Annie le estuviera ocurriendo algo así.
—Bueno, eso ya es agua pasada —dijo Helen con pragmatismo—. Ahora lo que
tenemos que hacer es pensar en cómo vamos a solucionar esto.
Dana Sue cerró los ojos e intentó imaginarse el impacto que sufriría Ronnie al
ver a Annie por primera vez desde hacía dos años. De alguna manera, ella había
conseguido acostumbrarse a ver a su hija convertida en la sombra de lo que en otro
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tiempo había sido. Ronnie, sin embargo, la recordaría como una niña alegre y
saludable, con la piel resplandeciente, el pelo brillante y las curvas incipientes de una
futura mujer.
—¿Qué te pasa? —preguntó Helen al advertir su preocupación.
—Ronnie se va a poner furioso cuando la vea —dijo Dana Sue—. Se preguntará
que cómo demonios he dejado que le ocurriera algo así a nuestra hija sin intentar
ponerle remedio. Querrá hablar con los profesores y los psicólogos del colegio para
saber por qué no han hecho nada para evitarlo.
—Tampoco él ha estado aquí para ayudarte —dijo Helen con calor—, aunque
supongo que eso no le impedirá empezar a repartir culpas.
Dana Sue la miró con un gesto cargado de ironía.
—No ha estado aquí porque yo no quería que estuviera, ¿recuerdas? Fui yo la
que insistí en limitarle el régimen de visitas, e incluso me alegraba en secreto cuando
Annie se negaba a hablar con él.
Los ojos de Helen también reflejaban cierto sentimiento de culpa, pero continuó
defendiendo la actitud de su amiga.
—Vamos, cariño. No te cargues tú con toda la culpa.
—Soy yo la que tiene la custodia de nuestra hija —le recordó Dana Sue—. Tú
luchaste para que la tuviera y la conseguí.
—En realidad, prácticamente no tuve que pelear —replicó Helen burlona—.
Ronnie estaba ansioso por marcharse y continuar con su vida. Parecía muy dispuesto
a limitarse a pagar su cheque mensual y a olvidarse de ella.
—Helen, tú sabes que no es así. Fueran cuales fueran mis problemas con él,
siempre ha querido a Annie. Estuvo de acuerdo en limitar las visitas porque le
convenciste de que para Annie lo mejor era no verse entre dos fuegos. Al principio, la
llamaba todas las noches, pero Annie le colgaba el teléfono. La invitó a ir a verle una
y otra vez, pero ella se negaba. Últimamente, han vuelto a estar en contacto,
probablemente incluso más de lo que yo sé.
—Sí, Maddie me lo comentó. ¿Pero por qué le defiendes ahora?
—No se trata de defenderle. Sólo estoy intentando prepararme para el
momento en el que aparezca —se estremeció—. Porque algo me dice que se va a
desatar un infierno.
De hecho, había muchas posibilidades de que Ronnie se fuera directamente a
los tribunales para pedir un cambio en la custodia de su hija. Y teniendo en cuenta
todo lo que había pasado aquella noche, Dana Sue no estaba segura de que tuviera
fuerzas suficientes como para enfrentarse a él.
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Lo siento.
Maddie sonrió.
—Conmigo no tienes por qué disculparte —le dijo—. Pero con Dana Sue tienes
que tener cuidado. A pesar de que hace un momento se haya arrojado a tus brazos,
todavía no está de humor para perdonar.
Pese a la tensión y la seriedad de la situación, Ronnie sonrió.
—¿Tú crees?
Maddie le agarró entonces del brazo y le condujo hacia la cafetería.
—¿Puedo preguntarte algo?
—¿Alguna vez he podido impedírtelo?
—Sé que has venido por Annie, pero ¿qué me dices de Dana Sue?
Ronnie se detuvo a medio camino y la miró.
—¿Qué me estás preguntando exactamente, Maddie?
—Se supone que te estoy preguntando que si todavía la quieres.
—¿De verdad crees que éste es un momento adecuado para hablar de eso?
—Sí —respondió Maddie mirándole a los ojos.
—De acuerdo, entonces te lo diré —le sostuvo la mirada—. No he dejado de
quererla ni un solo instante.
Maddie suspiró con alivio. Me lo imaginaba.
Empezaron a caminar otra vez, pero antes de que hubieran dado media docena
de pasos, Maddie se detuvo y le dio un puñetazo en el brazo.
—¿Entonces por qué demonios te fuiste sin pelear?
—¿Porque soy un estúpido? —sugirió Ronnie.
—¿Ésa es una pregunta o una afirmación? Porque si quieres saber mi opinión,
sólo un estúpido se alejaría de la mujer a la que ama sólo porque ella le pide que se
vaya. Y tú, Ronnie Sullivan, nunca has sido un estúpido. Cuando me enteré de que te
habías ido, apenas me lo podía creer. Si hubiera sabido dónde encontrarte, habría ido
a buscarte y no le habría dejado en paz hasta que hubieras entrado en razón.
—Helen sabía donde estaba —señaló Ronnie.
Maddie le miró con una expresión cargada de ironía.
—En aquel momento, Helen no estaba especialmente comunicativa. De hecho,
creo que no le habría importado que desaparecieras de la faz de la tierra.
—Sí, lo dejó bastante claro —dijo Ronnie—. Y en cuanto a lo de mi estupidez,
reconozco que al menos durante una noche fui un completo estúpido. Supongo que
el error fue que pensé que después de haber engañado a Dana Sue como lo había
hecho, no merecía otra oportunidad. Y la verdad es lo que acabo de decirte, que
pensé que, si me iba, Dana Sue me echaría de menos. Y la verdad es que me
sorprendió que no lo hiciera.
—¿Y ahora?
—Y ahora voy a luchar para recuperar a mis chicas.
Maddie asintió satisfecha.
—Ya era hora.
Ronnie sonrió, dándole en silencio toda la razón.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Capítulo 6
Dana Sue tenía la sensación de que llevaba toda una vida esperando. Había
rezado, había recorrido todos los pasillos y había luchado contra las lágrimas más
veces de las que era capaz de contar. Sólo había perdido el control una vez, cuando
se había arrojado a los brazos de Ronnie, pero en cuanto había recordado lo enfadada
que estaba con él, se había escapado de su lado. No podía permitir que Ronnie
creyera que era capaz de aliviar su dolor.
Al final, se habían sentado en extremos opuestos de la sala de espera. Maddie,
Helen y ella estaban a un lado, rodeadas de las amigas de Annie, que se negaban a
marcharse a pesar de las muchas horas que llevaban allí.
Ya había salido el sol. Dana Sue miró a su alrededor y, al ver a Ronnie solo, no
pudo menos que compadecerle. Pero inmediatamente se recordó que había sido él el
que había decidido convertirse en un extraño.
—¿No crees que deberías hablar con Ronnie? —le preguntó Maddie con
delicadeza—. Tiene razón en lo que te ha dicho antes. Tú sabes más de lo que le has
contado. Deberías ayudarle a prepararse para lo que os va a decir el médico.
Dana Sue negó con la cabeza.
—No puedo acercarme a él, decirle que Annie es anoréxica y que seguramente
tiene el cuerpo destrozado. Antes he intentado decírselo, pero no he sido capaz.
—Nunca te va a resultar fácil —insistió Maddie.
—¡Déjala en paz! —exclamó Helen—. Yo en su lugar ni siquiera le habría
llamado.
—En ese caso, es una suerte que haya llegado yo antes a su casa —la regañó
Maddie—. Ronnie tiene derecho a saber que Annie está en el hospital. Al fin y al
cabo, es su padre.
—No recuerdo que estuvieras tan preocupada por avisar a Bill cuando Ty tuvo
problemas hace unos meses —replicó Helen.
—Ty cometió algunos errores, pero no estaba su vida en juego —fue la
respuesta de Maddie.
—¡Ya basta! —les ordenó Dana Sue—. Ahora ya no tiene sentido discutir. Para
bien o para mal, Ronnie ya está aquí.
—¿Y a ti qué te parece? ¿Que es para bien o para mal? —preguntó Maddie,
estudiándola con curiosidad.
Dana Sue suspiró.
—Por un momento, al verle me he sentido mejor —admitió—. Ronnie siempre
ha sabido consolarme en momentos de crisis. Cuando murió mi madre, se hizo cargo
de todo, a pesar de lo mucho que él también la quería. Y cuando le he visto esta
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
noche, lo único que quería era que me transmitiera su fuerza —se encogió de
hombros—. Hasta que me he acordado de lo enfadada que estoy con él.
—Así que, en vez de apoyarte en él en un momento tan difícil, has decidido
apartarle —Maddie sacudió la cabeza—. A veces no estoy segura de cuál de los dos
es más estúpido.
—Una buena forma de apoyarla, Maddie —dijo Helen con sarcasmo.
—Ya está bien —exclamó Dana Sue.
—Por supuesto —contestó Helen, mostrándose sorprendentemente sumisa—.
Lo siento, lo último que necesitas ahora es que estemos aquí peleándonos.
—Tienes razón, yo también lo siento —se disculpó Maddie.
Justo en aquel momento, salió un médico, se detuvo en el mostrador de las
enfermeras, asintió y después se dirigió hacia ellas. Al ver su expresión sombría,
Dana Sue buscó la mano de Maddie.
—Soy el doctor Lane. ¿Son ustedes familiares de Annie Sullivan? —preguntó.
—Yo soy la madre —dijo Dana Sue, apretando con fuerza la mano de Maddie.
—Y yo soy el padre —anunció Ronnie, uniéndose a ellas, pero evitando la
mirada de Dana Sue—. ¿Cómo está Annie?
—No voy a mentirles —dijo el médico—. Ha sido difícil sacarla adelante, nos ha
llevado toda la noche, pero su edad está de su parte. Creo que ahora mismo está
estable. Hemos conseguido equilibrar el nivel de electrolitos y los análisis están
mejorando, pero no está fuera de peligro. Si consigue aguantar otras veinticuatro
horas y podemos empezar a alimentarla, tendrá alguna oportunidad de recuperarse.
Ronnie fue palideciendo a medida que el médico iba hablando. Dana Sue
temblaba de tal manera que no podía permanecer de pie. Se sentó en una de las sillas
de plástico de la sala de espera, con Maddie a su lado.
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Ronnie—. Tiene dieciséis años. Las
niñas de esa edad no tienen… —se le quebró la voz—. ¿Que le ha pasado
exactamente?
—Ha tenido un paro cardíaco —dijo el médico—. Y bastante serio. Supongo que
habrá estado teniendo arritmias durante algún tiempo. ¿No había comentado nada?
Dana Sue negó con la cabeza.
—No me había dicho una sola palabra.
Sarah dio un paso adelante y dijo con un hilo de voz:
—Creo que en clase de gimnasia tuvo algún problema. Se cansaba enseguida y,
aunque no lo decía, creo que le dolía el pecho. Una vez dijo que estaba a punto de
desmayarse, pero se sentó y a los pocos minutos se había recuperado.
El médico asintió.
—Sí, eso encaja con el panorama que nos hemos encontrado.
Ronnie los miró confundido.
—¿Pero por qué iba a tener arritmias? —preguntó—. Esto no tiene ningún
sentido. ¿Está seguro del diagnóstico? —le preguntó al médico.
—Sí, estoy completamente seguro —respondió el doctor Lane—. Soy cardiólogo
y tengo que decirles que hacía mucho tiempo que no veía un corazón en tal mal
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estado. Estaba tan débil que apenas podía bombear la sangre —miró a Dana Sue y a
Ronnie—. Cuando ha ocurrido esto estaba durmiendo, ¿verdad?
—Estaba en casa, durmiendo con sus amigas —dijo Dana Sue—. La verdad es
que no sé cuánto tiempo podía llevar durmiendo —miró a Sarah y a Raylene.
—Justo antes de que ocurriera, ha dicho que estaba muy cansada y que quería
dormir un poco —comentó Sarah—. Pero nos ha pedido que la despertáramos
cuando fuéramos a ver la película.
—Y lo que ha pasado es que no conseguíamos despertarla —añadió Raylene.
—Porque su corazón apenas tenía fuerza —dijo el médico con expresión
sombría—. Pero ha sido una suerte que estuviera con sus amigas. Si hubiera estado
sola en su habitación, es posible que ni siquiera hubiéramos tenido oportunidad de
mantener una conversación como ésta.
—¿Quiere decir…? —comenzó a decir Dana Sue.
—Podría haber muerto, sí —respondió el médico con crudeza.
Dana Sue soltó una exclamación. Aunque aquella posibilidad se le había pasado
por la cabeza, oírlo decir en voz alta le resultó devastador.
Ronnie negó con la cabeza como si no fuera capaz de asimilar aquella
información.
—No entiendo nada. Tiene dieciséis años, nunca ha tenido ningún problema
cardíaco. Si hubiera sido así, los pediatras nos habrían dicho algo.
El médico le miró con expresión compasiva.
—Evidentemente, usted no está al tanto de los desórdenes alimenticios que
sufría su hija.
—¿Sus qué? —preguntó Ronnie con incredulidad. Miró a Dana Sue con dureza
—. ¿Annie tenía desórdenes alimenticios?
El médico también miró a Dana Sue.
—Supongo que era anoréxica, ¿no es cierto, señora Sullivan?
Dana Sue asintió en silencio. Por mucho que deseara hacerlo, después de lo que
había pasado aquella noche, no tenía ningún sentido negarlo.
Ronnie parecía a punto de empezar a golpearlo todo.
—¿Y cómo demonios ha pasado una cosa así? —preguntó—. No puedo
presumir de saber mucho sobre desórdenes alimenticios, pero no creo que sea fácil
llegar hasta esto, ¿verdad, doctor?
El médico negó con la cabeza.
—No, para que los órganos vitales lleguen a estar en este estado, hace falta
tiempo.
—Maldita sea, Dana Sue. Yo he estado fuera dos años, ¿dónde demonios
estabas mientras pasaba todo esto?
—¿Dónde estabas tú? —le espetó Helen al ver que Dana Sue no contestaba.
El médico alzó la mano.
—No tienen por qué contestar ahora. De momento debemos concentramos en
conseguir que Annie supere esta crisis. En cuanto los análisis nos den índices
normales, la pondremos en manos de un equipo de expertos. La anorexia es una
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Dana Sue arrancaban de los labios de su hija algo parecido a una sonrisa. Alzó la
mirada y vio que la enfermera les estaba haciendo un gesto. Rodeó la cama, posó la
mano en el hombro de Dana Sue y se inclinó para darle a su hija un beso en la frente.
—Ahora tenemos que dejarte. No nos dejan quedarnos. Hasta luego, cariño —le
dijo.
Dana Sue miró a su hija con los ojos llenos de lágrimas.
—Te pondrás bien, cariño, te lo prometo. Volveremos pronto.
Una vez fuera de la habitación. Dana Sue comenzó a tambalearse, y, a pesar de
lo enfadado que estaba por el estado en el que había visto a su hija, Ronnie la agarró
del brazo para ayudarla a recuperar el equilibrio.
—Tenemos que hablar —dijo muy tenso.
—Ahora no —le suplicó Dana Sue.
—Sí, ahora. Iremos a la cafetería. Pareces a punto de desmayarte. Necesitas
comer algo.
—No soy capaz de comer nada.
—Tendrás que intentarlo —repuso con firmeza. Al verle alzar la barbilla con
gesto de determinación, le preguntó—: ¿Quieres que te lleve en brazos? Porque ahora
mismo estoy tan enfadado que no me importaría montar una escena en el hospital.
Dana Sue le dirigió una mirada desafiante, pero al final comenzó a caminar
hacia la cafetería.
Ronnie la siguió, tomó una bandeja y colocó en ella un zumo, fruta fresca, un
panecillo, huevos revueltos, tortitas y un par de tazas de café.
—¿Piensas dar de comer a un ejército? —preguntó Dana Sue cuando le vio
agarrar un segundo plato de tortitas.
Ronnie miró la bandeja y decidió que ya tenían suficiente para los dos. Conocía
a Dana Sue y sabía que, a pesar de sus protestas, siempre recurría a la comida
cuando estaba en crisis.
—Supongo que con esto bastará —admitió Ronnie mientras pagaba a la cajera.
Después, la condujo a una de las mesas que había al lado de la ventana. Colocó
los platos en la mesa, dividió los huevos y las tortitas entre ellos y le pidió a Dana
Sue que comenzara a comer. Al ver que no parecía dispuesta a tocar la comida, le
sonrió.
—Vas a necesitar estar fuerte para discutir conmigo —le advirtió—. Come. Las
tortitas están muy buenas y los huevos pasables, pero en cuanto se enfríen no habrá
quien se los coma.
—Esa sí que es una buena razón para comer —replicó Dana. Tomó el tenedor y
probó las tortitas.
—¿Están buenas?
—No tanto como las que preparo en el Sullivan's los domingos.
Ronnie reprimió una sonrisa. Incluso en aquellas difíciles circunstancias, Dana
Sue continuaba siendo una mujer competitiva.
—En cuanto Annie se ponga bien, tendré que ir a probarlas —contestó Ronnie,
y bebió un poco de zumo—. Creo recordar que cuando nos las hacías en casa estaban
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espectaculares.
—No empieces a hablar del pasado, Ronnie. No tengo ganas de remover viejos
recuerdos.
—De acuerdo, en ese caso, hablaremos de algo más reciente —Ronnie la miró a
los ojos—. ¿Cómo demonios ha llegado Annie a esta situación?
—Muchas adolescentes sufren desórdenes alimenticios —dijo Dana Sue,
poniéndose a la defensiva.
—Sí, pero a mí sólo me importa nuestra hija. ¿Cómo es posible que hayamos
llegado hasta aquí sin que hayas hecho nada para evitarlo?
Dana Sue dejó caer el tenedor y se echó a llorar.
—No lo sé —susurró—. Sinceramente, no lo sé. Yo creía que lo tenía todo bajo
control. Le preparaba la comida y ella me juraba que comía. Supongo que no quería
creer que mi hija fuera capaz de mentirme en algo tan importante.
Ronnie estaba demasiado enfadado como para permitirse siquiera un segundo
de compasión.
—Tú estabas aquí. Tú sabías que algo andaba mal. Por Dios, si no creo que pese
ni cuarenta kilos.
Dana Sue le fulminó entonces con la mirada.
—¿Y crees que yo no lo sé? ¿Crees que no me he preguntado cientos de veces
por qué no he hecho algo antes? Lo he hecho lo mejor que he podido, Ronnie. He
hablado con ella. Se suponía que esta noche que iba a pasar con sus amigas me
serviría para saber si esto era cosa suya o todas sus amigas estaban tan obsesionadas
como ella por las dietas.
—Demasiado poco y demasiado tarde.
—¡No te atrevas a echarme la culpa! ¿Dónde estabas tú, eh?
—Donde tú querías que estuviera. Fuera de vuestras vidas.
—Porque me habías engañado —replicó furiosa—. Y así fue como empezó todo
este desastre.
Ronnie la miró con incredulidad.
—¿Estás diciendo que yo tengo la culpa de la anorexia de Annie porque te
engañé?
—Sí, es eso lo que estoy diciendo —respondió ella con fiereza—. Se convenció a
sí misma de que, si yo hubiera estado convenientemente delgada, tú no me habrías
engañado, así que decidió que era preferible morirse de hambre para no terminar tan
gorda como yo.
—Eso es absurdo. ¿De verdad te ha dicho eso Annie?
—No con esas palabras, pero era lo que había detrás cada vez que me
preguntaba por mi peso. Te odiaba a ti por haberme engañado, Ronnie, pero a mí me
odiaba porque pensaba que había sido culpa mía.
Ronnie se reclinó contra el respaldo de la silla y se pasó la mano por el pelo. Era
un gesto automático que no había perdido ni siquiera después de afeitarse la cabeza
para disimular la calvicie. Había costumbres difíciles de borrar.
Mientras le miraba, la furia de Dana Sue pareció desaparecer por un instante.
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—Ya te lo he dicho —le dijo, y continuó en silencio hasta que al final, la miró a
los ojos y preguntó—: ¿Qué vamos a hacer ahora?
—¿Sobre?
—Sobre Annie, por supuesto.
Dana Sue le miró desconcertada.
—Sinceramente, no lo sé. Supongo que tendremos que dejar que los médicos
nos guíen.
—¿Estás dispuesta a dejarle el control a los médicos? —le preguntó con
expresión escéptica.
—Cuando estoy perdida, lo hago.
—Has cambiado.
—Y creo que en casi todo para mejor.
—Me gustaría saber cómo te va la vida —dijo Ronnie, aun a sabiendas de que
estaba traspasando los límites que se habían marcado—. Estoy deseando ver el
restaurante. Annie dice que es increíble. Me envió un recorte que salió en el
periódico.
—¿De verdad? —Dana Sue no se lo podía creer.
—Estaba muy orgullosa de ti, no sólo porque habías salido en el periódico, sino
porque habías tenido éxito haciendo algo que realmente amabas.
—Gracias por decírmelo —dijo Dana Sue, aunque era evidente que no se sentía
cómoda con aquellos cumplidos—. Ahora será mejor que subamos. Es casi la hora de
volver a ver a Annie.
—Adelántate. Quédate un par de minutos a solas con ella. Yo me terminaré el
café y me reuniré después contigo.
—¿Estás seguro?
—Adelante, Dana Sue.
—Gracias —volvió a decirle.
Ronnie suspiró. Estaba bebiendo el último sorbo de café cuando oyó el
comentario de Maddie.
—Has sido muy amable.
—Para serte sincero —contestó Ronnie—, ni siquiera sé si estoy preparado para
verla otra vez.
—¿No me digas que vas a quitarte de en medio?
Ronnie frunció el ceño al oír la pregunta.
—Por supuesto que no. ¿Por qué lo preguntas?
—¿De verdad necesitas que te lo explique? La última vez que las cosas se
pusieron difíciles por aquí, saliste corriendo.
—Me echaron —le corrigió, pero Maddie se limitó a sonreír.
—Supongo que eso depende de cómo se quiera interpretar.
—Bueno, pues esta vez pienso quedarme.
—¿Sólo por Annie?
—¿De verdad necesitas preguntarlo? —la imitó.
Maddie alargó la mano por encima de la mesa para tomar la de Ronnie.
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era capaz, de convencer a cualquier mujer para que hiciera lo que él quisiera. No creo
que Dana Sue sea inmune a tus encantos, a pesar de que lo pretenda —Maddie se
levantó—. Vamos, chico. Llevas demasiado tiendo posponiendo lo inevitable. Tienes
que volver a ver a tu hija. Y confía en mí, cada vez te resultará más fácil.
Ronnie se levantó y la siguió, pero cuando llegó a la puerta de la UCI, vaciló un
instante y miró a Maddie a los ojos.
—¿Sabes? En eso creo que te equivocas. Hasta que Annie no esté bien, nunca va
a resultarme más fácil.
De hecho, estaba convencido de que aquella segunda visita iba a volver a
romperle el corazón.
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Capítulo 7
Dana Sue salió para hacer una llamada de teléfono después de la breve visita a
su hija, que continuaba durmiendo. La falta de respuesta de Annie le había resultado
tan dura que casi se había alegrado cuando la enfermera le había dicho que ya había
acabado su tiempo.
Además, tenía que llamar a Erik y a Karen para asegurarse de que en el
restaurante todo estaba controlado. Sabía también que sus empleados querían que les
mantuviera al día sobre la situación de Annie.
Agotada, se sentó en uno de los bancos de cemento del jardín, al lado de un
rosal. Un jardinero de la localidad cuidaba aquel pequeño jardín situado en la
entrada principal que tenía la función de transmitir serenidad y proporcionar un
mínimo consuelo a los pacientes del hospital y a sus familiares.
Dana Sue cerró los ojos, alzó el rostro y dejó que el sol lo bañara. Hacía un calor
húmedo, pero le sentaba bien después de haber pasado tantas horas bajo el frío del
aire acondicionado. Tras haber pasado el día en el ambiente aséptico del hospital, la
alegría del jardín y la fragancia de las flores eran un auténtico bálsamo.
—¿Estás bien?
Dana Sue abrió los ojos sobresaltada al oír la voz de Erik. Su primer impulso fue
mirar el reloj antes de preguntar:
—¿Qué estás haciendo aquí? Ya es casi la hora de abrir el restaurante. Y el
sábado hay mucho trabajo.
—No tienes por qué preocuparte —le aseguró, y se sentó a su lado—. He ido en
cuanto has llamado y ya lo he dejado todo preparado. Quería saber cómo estaba
Annie, y también traerte algo de comer.
—Antes he picado algo en la cafetería.
Erik elevó los ojos al cielo.
—¿Y has vivido para contarlo? —le tendió una cajita de cartón—. Es un rissoto
de setas salvajes, una ensalada de pera y nueces y un pedazo de uno de los bizcochos
sin azúcar con los que he estado experimentando últimamente.
A pesar de que acababa de comer, Dana Sue no pudo resistir la tentación de
mirar en el interior de la caja.
—¿Bizcocho de chocolate?
—Sí, con almendras y amaretto. Es un auténtico capricho. Pero no puedes
tocarlo hasta que no te hayas comido todo lo demás.
—¿Y quién me va a detener?
Erik la miró muy serio.
—Nadie. Pero confío en tu sensatez.
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Aunque quizá no hubiera sido capaz de hacer nada más de lo que Dana Sue había
hecho. Pero si su ex mujer tenía razón y había sido su separación la que había
desencadenado los desórdenes alimenticios de su hija, a lo mejor sí que podía haber
supuesto alguna diferencia.
—¿Señor Sullivan?
Ronnie apartó la mirada del rostro de su hija y vio a una mujer de unos
cuarenta años con una bata blanca, una blusa rosa y una falda del mismo color. Los
rizos oscuros de su indomable melena y el color chillón de la falda parecían
contradecir su aspecto frío y profesional.
—Sí, soy Ronnie Sullivan.
—¿Puedo hablar un momento con usted?
—Por supuesto.
Ronnie la siguió al pasillo.
—Soy Linda McDaniels, el cardiólogo de Annie me ha pedido que analizara su
caso para ver si puedo ayudarles de alguna manera.
—¿Ha empeorado? ¿Han surgido complicaciones?
—No, nada de eso —posó la mano en su brazo con un gesto de compasión—.
Lo siento, debería habérselo explicado. Soy psicóloga y trabajo con chicas como
Annie, que están sufriendo algún tipo de trastorno alimenticio. ¿Sabe usted algo
sobre la anorexia?
Ronnie se encogió de hombros.
—Lo básico, supongo. Que algunas personas desarrollan aversión a la comida y
que es una enfermedad que afecta principalmente a chicas adolescentes.
—Algo así, aunque la edad de los pacientes disminuye cada vez más. Casi
siempre comienza después de hacer una dieta, o porque tienen una imagen negativa
de sí mismas, o por la presión ambiental, que les invita a perder peso. En algunas
ocasiones se convierte en una obsesión. También es frecuente que su vida cambie
bruscamente por alguna razón y se aferren a lo único que pueden controlar, que es la
comida. ¿Tiene alguna idea de lo que puede haberle ocurrido a Annie?
La respuesta era muy sencilla, pensó Ronnie, sintiéndose culpable.
—Su madre y yo nos divorciamos hace un par de años y yo me fui de la ciudad
—recordó entonces algo más—. El día que me fui, cuando le explique lo que iba a
hacer, se levantó de la mesa, corrió al cuarto de baño del restaurante en el que
estábamos y vomitó. ¿Puede haber empezado entonces?
—Es posible, por lo menos en la medida en la que un acontecimiento
traumático de su vida aparece ligado a la comida. Por lo menos ya tengo algo por
donde empezar. Si su mujer y usted están de acuerdo, me gustaría pasar algún
tiempo con Annie, por lo menos mientras esté en el hospital.
—El cardiólogo comentó que quizá tuviéramos que ingresarla en un centro para
jóvenes anoréxicas.
—Yo preferiría esperar y ver hasta dónde podemos llegar los nutricionistas y yo
con unas cuantas sesiones. Aquí no tenemos los mismos programas que en otros
hospitales más grandes, pero contamos con gente que sabe lo que hace. Si Annie
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coopera y vemos algunos progresos, es posible que podamos evitar un ingreso. Sin
embargo, en algunas ocasiones es la mejor opción. De momento, es demasiado
pronto para decir lo que puede pasar en el caso de Annie. ¿Su ex esposa y usted
estarían de acuerdo en que la ingresáramos en el caso de que fuera necesario?
—Estamos dispuestos a hacer lo que sea mejor para ella —le aseguró. Y si tenía
que retorcerle el brazo a Dana Sue para conseguir que también ella estuviera de
acuerdo, no dudaría un instante.
La doctora McDaniels le miró como si supiera lo que estaba pensando.
—Hablemos un momento de usted. Acaba de decirme que ha estado fuera
desde que se divorció.
Ronnie asintió.
—En ese caso, supongo que se siente bastante culpable por lo que ha pasado.
—Por supuesto que sí. Si me hubiera quedado…
—Las cosas habrían seguido igual, a menos que su presencia hubiera evitado el
divorcio —como Ronnie no respondió, la psicóloga alzó la mano—. No importa.
Pensar en cómo podrían haber sido las cosas es una pérdida de tiempo.
Empezaremos a partir de lo que tenemos, ¿de acuerdo? ¿Estaría dispuesto a
participar en alguna sesión si fuera necesario? Su presencia también sería de gran
ayuda para la nutricionista. ¿Se quedará en Serenity el tiempo suficiente como para
involucrarse en todo este proceso?
—Me quedaré todo lo que haga falta.
—¿Y su ex mujer?
—Ella también estará aquí.
—Estupendo. En ese caso, en cuanto Annie recobre la conciencia y se estabilice,
comenzaré a trabajar con ella y les explicaré cómo vamos a enfrentamos a su caso.
—Gracias.
—No me dé las gracias, todavía no hemos empezado lo más duro. Y sospecho
que tendrá muchas razones para odiarme antes de que todo esto termine. A veces es
duro que nos remuevan determinados sentimientos. Y también tendré que ser dura
con Annie en muchas ocasiones. Tendrán que prepararse para ello —le sonrió,
quitando hierro a su advertencia—. Me pondré pronto en contacto con usted.
Ronnie la observó marcharse y, al volverse, descubrió a Dana Sue mirándole
furiosa. Cuando pasó por delante de él, evidentemente malhumorada, la agarró del
brazo.
—Muy bien, ¿se puede saber qué estas pensando?
—Que no has perdido el tiempo para encontrar a alguien con quien coquetear.
Suéltame, quiero ver a Annie.
—¿No quieres saber antes lo que ha dicho la doctora McDaniels?
—¿Era una médica? —preguntó Dana Sue cambiando completamente de
expresión.
—Una psicóloga —le corrigió—. Empezará a trabajar con Annie en cuanto
recobre la conciencia. También quiere que participemos en algunas sesiones. Dice
que la nutricionista también querrá que colaboremos con ella. Sólo estábamos
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Los dos días siguientes fueron los más largos de la vida de Dana Sue. No sólo
estaba terriblemente preocupada por su hija, sino que encontrarse con Ronnie cada
vez que daba media vuelta le estaba desquiciando.
Estaba tan atractivo como siempre y, además, se mostraba tan dulce y
considerado que casi le hacía olvidarse de los motivos por los que le había echado de
casa. A eso, había que añadir que no abandonaba en ningún momento la habitación
de Annie. Tenía los ojos apagados por la preocupación y el cansancio, pero cada vez
que Dana Sue le sugería que durmiera un poco, se las arreglaba para darle la vuelta a
su sugerencia y terminaba consiguiendo que Helen o Maddie se la llevaran a
descansar.
—¿Qué crees que se propone? —le preguntó a Maddie la primera vez que su
amiga la llevó a su casa.
—No creo que se proponga nada. Está preocupado por Annie.
—Claro, pero hay algo más —insistió Dana Sue—. Me mira de una forma muy
extraña, como si quisiera averiguar lo que estoy pensando.
Maddie se echó a reír.
—Seguro que sí. Probablemente está esperando el momento en el que te
despiertes, le recuerdes lo que hizo y le eches otra vez de tu lado. Teniendo en cuenta
el carácter que tienes, estoy convencida de que teme que se repita algo parecido a la
escena que montaste en el jardín.
Dana Sue esbozó una mueca.
—Con una vez ya tuve más que suficiente. Fue vergonzoso.
—Era lo que se merecía.
—No. Y por culpa de aquel numerito, todo el mundo se enteró de lo que me
había hecho. No me extraña que Annie se pasara toda una semana evitando ir al
colegio. Yo habría hecho lo mismo si hubiera estado en su lugar.
—Bueno, todo eso pertenece al pasado —la consoló Maddie.
—¿No crees que ahora que ha vuelto todo el mundo volverá a recordarlo?
Su amiga le dirigió una mirada cómplice.
—¿De verdad te arrepientes de haberle llamado?
Dana Sue pensó en ello y negó con la cabeza.
—Por mucho que me duela admitirlo, tiene todo el derecho del mundo a estar
aquí. Y creo que a lo mejor él consigue hacer entrar en razón a Annie. Desde luego,
no puede decirse que yo haya tenido mucha suerte.
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—A lo mejor este susto basta para que comprenda lo que está haciendo.
Desmayarse es una cosa, y sufrir un paro cardíaco otra completamente diferente.
—Me encantaría pensar que tienes razón, pero la doctora McDaniels, la
psicóloga, cree que, a no ser que Annie sea correctamente tratada, el impacto será
sólo temporal. Le ha dicho a Ronnie que tanto él como yo tendremos que participar
en la terapia. No puedo decir que no, pero algo me dice que a Annie no le va a hacer
ninguna gracia.
—Ya veremos. Si la alternativa es terminar ingresada, supongo que preferirá
adaptarse al programa. Y te será de mucha ayuda poder apoyarte también en Ronnie.
Dana Sue parpadeó al oírla.
—Ronnie no se va a quedar. Estoy segura de que en cuanto los médicos digan
que Annie está fuera de peligro, se marchará.
Maddie la miró con extrañeza.
—¿No se va a quedar en Serenity? Pues yo tenía la impresión… —se
interrumpió—. Bueno, a lo mejor estaba equivocada.
El pánico se apoderó entonces de Dana Sue.
—¿Ronnie te ha dicho algo?
—Habla con él —la animó su amiga—. Deberías estar hablando de esto entre
vosotros, no conmigo. Y me niego a verme atrapada en medio de los dos.
—Oh, pretendía hablar con él. Cuando le llamé la otra noche, no le estaba
invitando a volver a casa.
Maddie sonrió.
—No creo que él lo vea de la misma forma.
—¿Ah, no?
—Creo que a Helen le ha dicho algo sobre que el destino le ha hecho volver.
Dana Sue se irguió inmediatamente en su asiento.
—¡El destino! Llévame ahora mismo al hospital. Necesito tener una
conversación con mi ex.
—¿Estás segura de que quieres hablar con él allí? —le preguntó Maddie
preocupada.
—¿Por qué no?
—Porque, cariño, es un hospital. Y en un hospital es recomendable mantener la
voz baja.
Definitivamente, era un serio inconveniente, pensó Dana Sue, pero sabría cómo
manejarlo. Ya había echado en una ocasión a un vendedor de su restaurante sin que
ninguno de sus clientes se diera cuenta. Aunque por supuesto, conseguir algo de
Ronnie Sullivan sin recurrir a los gritos o romper algún cacharro iba a ser
infinitamente más difícil.
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—Bien —susurró.
Y todavía estaba aferrada a su mano cuando se quedó dormida.
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Capítulo 8
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La psicóloga sonrió.
—Por supuesto, me ha dicho que no necesita terapia de ningún tipo. Parte de
mi trabajo consiste en convencerle de lo contrario.
—Dios mío, ¿cómo es posible que hayamos llegado a esta situación? —se
lamentó Ronnie.
—Eso es precisamente lo que vamos a averiguar, señor Sullivan.
—Siempre ha sido una niña muy buena, ¿sabe? Sacaba muy buenas notas, tenía
muchos amigos y hacía miles de actividades.
—A lo mejor ha sido extremadamente competente. Irónicamente, cuando una
persona con ese perfil decide con la misma determinación hacer algo como una dieta,
el tiro puede salirle por la culata. Pero ahora no tenemos por qué preocuparnos por
eso. Nuestro objetivo será que se recupere físicamente y después ya trataremos todo
lo demás. Lacy Reynolds, la nutricionista, le ha explicado los aspectos más básicos
del plan de alimentación para que Annie pueda comenzar a analizar la comida desde
una perspectiva más realista.
Ronnie asintió, agradecido por la calma y la racionalidad con la que la doctora
abordaba el problema.
—Y ahora, vaya a ver a su hija —le animó—. Si me encuentro a su ex mujer, le
diré que vaya también a verla.
—Creo que ahora se ha ido a casa a descansar.
—En ese caso, la llamaré a casa.
—Intente localizarla en el móvil —sugirió Ronnie, caminando a su lado—, es
más fácil localizarla de esa forma.
—Lo haré, gracias. Nos veremos más tarde —contestó la psicóloga, y se alejó a
grandes zancadas.
Ronnie la siguió con la mirada deseando estar la mitad de seguro que ella de la
posible recuperación de Annie.
Intentando adoptar una expresión que no reflejara sus miedos, volvió a la
habitación de su hija. Nada más verla, pensó que Annie había vuelto a dormirse.
Aliviado, se sentó en la silla que tenía al lado de la cama y dejó que su mente vagara
hasta la última vez que había visto a su hija, el día anterior a su marcha de la ciudad.
Parecía triste y desilusionada, pero por lo menos tenía el aspecto de cualquier
otra adolescente; color en las mejillas, el pelo brillante y un cuerpo que comenzaba a
redondearse. Recordaba que a él le aterraba pensar en lo que pasaría cuando los
chicos comenzaran a fijarse seriamente en ella, que le preocupaba pensar cómo se
enfrentaría a la primera cita de su hija, y también que se había dado cuenta de que al
estar lejos de Annie, no iba a poder jugar ningún papel en las decisiones que su hija
pronto empezaría a tomar sobre los chicos.
Si hubiera sido capaz de pensar entonces de una forma razonable, jamás habría
permitido que su hija se enfrentara a aquel campo minado por las hormonas sin la
ayuda de un padre.
—Hola, papá —le saludó Annie con voz débil, sacándole de sus recuerdos.
—Hola, cariño, ¿cómo te encuentras?
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Dana Sue suspiró. Su amiga tenía más razón de la que estaba dispuesta a
concederle. Estuvo a punto de negarlo, pero Maddie era su mejor amiga.
—¿Y qué si es así? —gruñó.
—En ese caso, eso no tiene nada que ver con Annie. Intenta decidir de qué
manera quieres que Ronnie forme parte de tu vida, mantenlo a distancia si quieres,
pero no intentes alejarlo de tu hija.
—¿Por qué siempre tienes que tener razón?
—Es un talento natural —contestó Maddie riendo—. Probablemente debería
recordarte que no fui en absoluto racional cuando Cal entró en mi vida. Luché con
tanta pasión como lo estás haciendo tú para mantenerle lejos.
—Y ya hemos visto el éxito que tuviste —dijo Dana Sue con recelo.
Pero siempre, pensó, podía intentar controlar ella la situación. Podía marcar las
normas y Ronnie tendría que ceñirse a ellas. Podría pasar tiempo con Annie, sí, pero
ajustándose a las condiciones y los horarios que marcara ella.
Recordó entonces que uno de los pasatiempos favoritos de Ronnie era romper
cuantas normas le pusieran. Pero aun así, debería intentarlo.
—Vamos a ir a buscarle a la habitación de Annie —dijo, levantándose de un
salto.
—¿Perdón?
—No, espera. Yo le esperaré fuera del hospital. Tú vete a decirle que necesita
descansar un poco y, en cuanto salga del hospital, le tenderé una emboscada.
Maddie la miró como si acabara de perder el juicio.
—¿Qué pretendes hacer, Dana Sue? ¿No puedes hablar tranquilamente con él
en el hospital? Así es como suelen arreglar las cosas los adultos.
—Estamos hablando de Ronnie. Con él, una conversación racional no sirve de
mucho. Hacen falta unos cuantos decibelios para que entre en razón.
Maddie frunció el ceño.
—¿Estás segura de que es buena idea?
—Es una idea excelente —le aseguró—. Tú haz lo que te he dicho y yo me
encargaré del resto.
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Tal como Ronnie esperaba, cuando salió del hospital, apareció Dana Sue contra
él, con los brazos en jarras y expresión colérica.
—Tú —comenzó a decir, clavándole el dedo en el pecho—, no vas a quedarte
aquí. No te lo permitiré, ¿me has entendido? Esta ciudad no es suficientemente
grande como para acogernos a los dos. Ni siquiera estoy segura de que Carolina del
Sur sea suficientemente grande.
Ronnie apenas pudo disimular una sonrisa.
—Me temo que tendrás que aprender a vivir con ello, cariño. Pienso quedarme
aquí.
—¿Es que no has oído lo que he dicho?
—Estoy seguro de que lo ha oído hasta el último paciente del hospital —
respondió con calma. Después, se volvió hacia Maddie y, moviendo los labios, le dijo
—: Lo sabía.
Maddie desvió la mirada.
Dana Sue frunció el ceño ante aquel comentario sobre el volumen de su voz.
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Cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono más bajo, pero no menos incendiario.
—Si hubiera pensado que al llamarte se te iba a ocurrir quedarte en Serenity,
jamás habría descolgado el teléfono.
—Y si le hubiera ocurrido algo a Annie sin que yo me enterara, nunca te lo
habría perdonado —respondió Ronnie con voz queda—. Quiero que te quede algo
claro, Dana Sue. Quiero a mi hija. Fui un estúpido al irme de aquí sólo porque tú
querías que lo hiciera y un estúpido mayor todavía al no pedir la custodia
compartida, pero ya no pienso moverme de aquí.
Decidió que aquél no era el mejor momento para admitir que también la quería
a ella.
—Sé que quieres a Annie —reconoció Dana Sue—, por eso te llamé. Pero,
Ronnie, en serio, no quiero que te quedes.
—Ya lo has dejado suficientemente claro.
—¿Entonces te irás?
—No.
—Maldita sea, Ronnie, no puedes quedarte aquí sabiendo lo que siento por ti.
Sabiendo que tu presencia sólo va a servir para despertar malos recuerdos y para dar
lugar a todo tipo de rumores.
Una vez más, Ronnie tuvo que disimular una sonrisa.
—Los rumores podré soportarlos. Y sí, sé lo que sientes —aunque dudaba que
ella supiera lo que sentía—. En cualquier caso, creo que esta conversación
deberíamos tenerla cuando las cosas estén un poco más tranquilas —le dijo. Y
añadió, sabiendo que era toda una provocación—: Estoy seguro que para entonces
estarás dispuesta a ser más razonable.
—¡Razonable! —repitió Dana Sue indignada—. ¿Quieres que sea razonable,
Ronnie? ¿Pretendes que sea razonable en estas circunstancias? Si te quedas aquí,
Ronnie Sullivan, convertiré tu vida en un infierno. Haré que… —se interrumpió un
instante, pensando al parecer en todas las vilezas a las que pensaba someterle.
Ronnie sabía que la única manera de cerrarle la boca en aquellas circunstancias
era besarla, así que decidió arriesgarse. La arrastró contra él y selló su boca con los
labios hasta que la sintió debilitarse en sus brazos. Él no se sintió mucho más fuerte
que ella. Definitivamente, Dana Sue no había perdido la capacidad para hacerle ver
las estrellas.
Naturalmente, tal como había imaginado, la respuesta de Dana Sue fue una
bofetada. Pero estaba preparado para ello.
—Pequeña, la próxima vez que quieras gritarme, piensa en ese beso.
—¡Jamás! —le espetó furiosa—. Para mí ese beso no ha significado nada. Y,
desde luego, no creo que sea un beso digno de recordar.
Ronnie se encogió de hombros.
—En ese caso, es que he perdido la práctica. Pero sabiendo cuánto te gusta
desahogarte conmigo, estoy seguro de que tendré muchas oportunidades de
mejorarlo —se volvió hacia Maddie y le guiñó el ojo—. Ya te he dicho que las cosas
se iban a poner interesantes.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Dana Sue los fulminó a los dos con la mirada mientras Ronnie pasaba por
delante de ella y se dirigía hacia su coche, satisfecho con el resultado de aquel
encuentro. Maldita fuera, incluso en aquellas terribles circunstancias, se alegraba de
haber vuelto a casa.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Capítulo 9
—Vaya, desde luego, las cosas se han puesto interesantes —comentó Maddie
cuando se reunió con Dana Sue mientras Ronnie se alejaba en el coche del hospital.
—No empieces —le advirtió Dana Sue con dureza.
—Sólo estoy diciendo…
—No quiero saber lo que piensas sobre lo que ha pasado.
—Sólo iba a decir que me ha parecido impresionante tu capacidad para hacerle
llegar a un compromiso.
Dana Sue la miró con el ceño fruncido.
—Ahora restriégamelo. No he tenido oportunidad de decirle nada. Estaba tan
enfadada que en lo único en lo que podía pensar era en que se fuera cuanto antes de
Serenity.
—Estoy segura de que no va a irse a ninguna parte. ¿Qué hombre se marcharía
después de un beso como ése?
—Oh, vete al infierno —respondió Dana Sue.
Jamás en su vida se había sentido tan humillada. Excepto, quizá, el día que
había tenido que echar a Ronnie de su casa delante de todos sus vecinos.
—Y no quiero oír una sola palabra más —le advirtió a su amiga.
Maddie sonrió.
—De acuerdo.
—Y no le digas nada a Helen.
—Muy bien.
—Ni a Annie. Sobre todo, no le digas nada a Annie.
—Entendido. Se supone que no tengo que decirle a nadie que tu ex marido te ha
dado un beso capaz de derretir un glaciar.
A pesar de su enfado, a los labios de Dana Sue asomó una sonrisa.
—Ha sido un beso apasionado, ¿verdad?
—Se supone que eso tendrás que decirlo tú. A mí me han prohibido hablar.
—Maddie, ¿que voy a hacer? —preguntó, incapaz de ocultar la desesperación
de su voz. Todavía quería a aquel hombre, maldita fuera.
—¿Y se supone que soy yo la que tiene que contestar?
—Por favor…
—Dale tiempo, cariño. A lo mejor cambia de opinión cuando Annie se ponga
bien y termina yéndose del pueblo.
Dana Sue la miró a los ojos.
—Quizá, si soy sincera conmigo misma, tengo que reconocer que no quiero que
se vaya.
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contigo…
Annie se estremeció al oírla. Por fin estaba comenzando a darse cuenta de la
gravedad de lo que había pasado. Y lo peor de todo era que, si la doctora McDaniels
tenía razón, podía volver a ocurrirle.
—Mamá, estoy asustada —susurró—. Muy asustada.
Su madre la estrechó contra ella.
—Yo también, cariño. Pero vamos a salir adelante. Entre todos lo
conseguiremos.
—¿Con papá también? —preguntó Annie vacilante.
Le pareció sentir suspirar a su madre contra su mejilla.
—Sí, cariño. Con papá también.
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y sonrió.
—Si quieres, puedes dedicarte a preparar la ensalada. Creo que es lo más
aburrido que tenemos.
Dana Sue miró los platos.
—¿Es la ensalada de la casa de siempre?
Karen asintió.
—No hemos tenido tiempo de hacer nada más complicado.
—¿Tenemos peras? ¿Nueces? ¿Queso azul? —preguntó Dana Sue.
—Por supuesto —contestó Erik—. He estado utilizando las listas que tienes en
tu despacho. Eres tan organizada que creo que podría dirigir el restaurante durante
un año sin que te pasaras tú por aquí.
—No estoy segura de que me guste la idea.
—Pero estos días ha sido una bendición —le aseguró él—. Eso no significa que
no te necesitemos, así que, si te apetece preparar una ensalada un poco más
sofisticada, adelante.
Mientras Dana Sue cortaba las peras, notó que se extendía por la cocina el olor
inconfundible de la canela. Olía a gloría.
—¿Esta noche tenemos un postre especial? —le preguntó a Erik.
—Tarta de manzana.
—¿Y está ya preparada? —preguntó. La boca se le hacía agua.
—Ya hay un par de tartas enfriándose. ¿Quieres probarla?
—Quiero toda una porción —contestó inmediatamente—. Y con helado por
encima.
—Dana Sue…
Dana Sue le interrumpió alzando la mano.
—Tu trabajo no consiste en regañarme por lo que como. Estoy hambrienta y
quiero tarta de manzana y helado de crema.
En vez de obedecer su pedido, Erik tomó un taburete y se sentó a su lado.
—¿A qué viene todo esto?
—Sólo estoy pidiendo un pedazo de tarta de manzana. No creo que sea para
tanto.
—Sabes perfectamente que es para tanto —respondió Erik con calma—. Tu hija
está en el hospital por un problema de alimentación. ¿Quieres terminar en una cama
a su lado porque no eres capaz de controlar el azúcar que tienes en la sangre?
Dana Sue se volvió furiosa hacia él, pero al ver que su preocupación era sincera,
se desinfló.
—De acuerdo, sé que tienes razón. Pero necesito comer algo para
tranquilizarme.
—Hay carne asada para el menú de esta noche. ¿Quieres que te ponga un poco
de carne con salsa de champiñones? —sugirió Erik.
Dana Sue se relajó por fin y sonrió.
—¿Podré probar después la tarta?
—Sí, podrás probar la tarta —contestó Erik mientras le preparaba un plato.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Después de servírselo, la miró con curiosidad—. ¿Ha pasado algo esta tarde de lo
que quieras hablar?
Dana Sue probó la carne, retrasando el momento de responder.
—Dios mío, está mejor que la mía. ¿Qué le has puesto?
Erik señaló hacia el otro extremo de la cocina.
—Pregúntaselo a Karen. La ha hecho ella.
—¿La has hecho tú? Es increíble.
—Sólo he cambiado un poco la receta. Espero que no te importe.
—¿Importarme? ¿Bromeas? Me temo que después de esta noche los clientes
exigirán que este plato forme parte de la carta.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Karen.
—Claro que lo digo en serio. Y si tienes ideas para otros platos, no dudes en
decírmelo o en decírselo a Erik. Y puedes experimentar todo lo que quieras.
—Gracias —dijo Karen sonriente—. No quería invadir tu terreno.
—Somos un equipo. Es verdad que yo soy la propietaria del restaurante, pero
cualquier mejora en la comida, nos beneficia a todos. Quiero que el Sullivan's mejore
día a día su fama. No quiero dormirme en los laureles —se volvió hacia Erik, que
continuaba mirándola con atención.
Erik bajó la voz.
—Karen necesitaba oírtelo decir. Y ahora volvamos a lo que te he preguntado
antes. ¿Ha pasado algo esta tarde que te haya afectado de manera especial? ¿Annie
está bien?
—Sí, cada día mejor. Ya he tenido las primeras sesiones con la psicóloga y la
nutricionista. No han sido precisamente una fiesta, pero las dos dicen que creen que
Annie estará dispuesta a mejorar.
—Entonces, si no ha sido por Annie, tiene que haber sido otra cosa la que te ha
traído aquí intentando buscar consuelo en la comida.
—Erik, cuidarme y estar pendiente de mi estado de humor no forma parte de tu
trabajo.
—Sí, porque soy tu amigo —parecía herido—. Por lo menos eso es lo que el
bonito discurso que has pronunciado hace un minuto sugería.
A Dana Sue se le hizo un nudo en el estómago.
—No he comido esa maldita tarta. ¿de acuerdo? No se qué más quieres.
—Una explicación —respondió con calma—. ¿Tiene esto algo que ver con el
beso que te ha plantado tu ex marido delante del hospital?
Dana Sue sintió que palidecía.
—¿Cómo lo sabes?
—Grace Wharton había ido a visitar a Annie, y por lo visto os vio. Cinco
minutos después lo estaba contando en su cafetería.
—¿Tú estabas allí?
—No, estaba Karen.
Dana Sue enterró el rostro entre las manos.
—Odio todo esto. Lo odio. Ojalá viviera en una gran ciudad en la que nadie
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Capítulo 10
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—Y más que antes. La última vez que confié el control de una situación a
alguien, salí escaldada.
—¿No crees que a estas alturas ya deberías haberlo superado?
Dana Sue le dirigió una mirada con la que podría haber taladrado un bloque de
acero.
—Sólo para tu información, Ronnie, las mujeres nunca superan ese tipo de
cosas.
—Lo tendré en cuenta —cuando Erik volvió de la cocina y le tendió la caja con
la comida, Ronnie le preguntó—: ¿Cuánto es?
—Esta vez invita la casa —respondió Dana Sue—. Y ahora, vámonos.
—¿Antes de que me presentes a tu amigo?
En realidad, ya sabía que se llamaba Erik. Annie le había descrito a aquel
hombre que al parecer era un dechado de virtudes y, además, le había visto también
en el hospital.
—Oh, él sabe perfectamente quién eres. Supongo que los rumores han sido
bastante específicos en tu descripción —miró a Erik, buscando la confirmación a sus
palabras.
Erik asintió y le dirigió a Ronnie una mirada cargada de compasión.
—Soy Erik Whitney, el chef encargado de los postres y el segundo a cargo de la
cocina.
—Encantado de conocerte —dijo Ronnie, alegrandose de que la presentación no
hubiera sugerido una relación más personal.
—También soy su amigo —añadió Erik con toda intención—. Nos cuidamos el
uno al otro.
Ronnie asintió.
—Me alegro de saberlo. Yo espero poder cuidar de ella.
—¿Habéis terminado ya de marcar el territorio? —preguntó Dana Sue con
ironía—. Tenemos que irnos.
Erik se echó a reír y Ronnie rió con él.
—A lo mejor podemos comparar las notas en otro momento —dijo Ronnie.
—Ni se os ocurra —respondió Dana Sue malhumorada—, si queréis seguir
vivos.
Erik se encogió de hombros.
—Ella es la jefa.
—Siempre lo ha sido —respondió Ronnie.
Una vez en el coche, la miró a los ojos.
—Debe de ser muy agradable tener a alguien que te proteja. ¿Sabes? Creo que
ese chico está medio enamorado de ti.
—Claro que no —respondió Dana Sue en tono de incredulidad—. Es un amigo
y trabaja para mí. No es bueno tener relaciones con un empleado.
—Eso no detiene a muchas mujeres.
—Bueno, pues a mí me detendría.
Ronnie disimuló una sonrisa.
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A pesar de lo mucho que le había costado comer, Annie se sentía mucho mejor
que desde hacía meses. Su padre estaba a su lado y Sarah y Raylene habían ido a
verla en cuanto se habían enterado de que ya podía recibir visitas y le habían dicho
que también Ty quería pasarse por allí. Iría con su madre después de comer. Annie
no estaba segura de si le apetecía que estuviera allí, pero se recordó que durante
aquellos años, la había visto en las más embarazosas circunstancias y, aun así,
continuaba siendo su amigo.
Sus amigas le pusieron al tanto de los últimos chismes del colegio, pero
ninguno de ellos le parecía importante en aquel momento. Una semana atrás, habría
estado deseando oír cada palabra, estaba convencida de que su vida dependía de
estar al tanto de todo lo que allí ocurría. Pero en el hospital se había dado cuenta de
las cosas que realmente importaban en la vida. Y se sentía cien años mayor que sus
dos mejores amigas.
—¿Nos estás oyendo? —preguntó Sarah—. Parece que estás a miles de
kilómetros de distancia.
—Sí, os estoy oyendo. Por lo menos parte de lo que habéis dicho.
—¿Estás cansada? ¿Quieres que nos vayamos? —quiso saber Raylene.
—Sí, estoy un poco cansada —admitió. Era preferible a decirles que estaba
aburrida de oír aquellas tonterías—. Pero volveréis mañana, ¿de acuerdo?
—Sí, en cuanto salgamos del instituto —le prometió Sarah—. Mi madre me ha
dicho que nos traerá siempre que queramos.
—La mía también —añadió Raylene.
Estaban casi en la puerta cuando Sarah corrió de nuevo hasta la cama y le dio a
Annie un enorme abrazo.
—Nos has dado un susto de muerte —le dijo, casi enfadada—. No se te ocurra
volver a hacernos nada parecido, ¿me oyes?
—No lo he hecho a propósito —le aseguró Annie.
—Pero la señora Franklin nos ha explicado en educación física que los
trastornos alimenticios no desaparecen de un día para otro —la miró preocupada—.
Eres tú la que tienes que querer cambiar.
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—Tengo que contarte algo —susurró, movida por la culpa—. Anoche no quería
comerme la comida que me llevaron a la otra habitación. Y cuando me la comí,
estaba deseando vomitarla —sollozó al ver la expresión desconcertada de su padre
—. Lo siento.
Ronnie volvió a abrazarla.
—No pasa nada, pequeña. La cuestión es que no vomitaste, ¿verdad?
—Sólo porque estaba Lacy mirándome. Si tengo oportunidad de hacerlo,
seguramente lo haré —admitió resignada.
—Y ésa es la razón por la que necesitas que te apoyemos todos. Cada vez será
más fácil, Annie, le lo prometo.
Annie quería creerle. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero estaba tan
asustada que lo único que le apetecía en aquel momento era salir corriendo y
esconderse en alguna parte. Tenía miedo de que continuaran dándole de comer y le
hicieran terminar como una vaca. Y de que la comida le gustara tanto que no fuera
capaz de dejar de comer. La mera idea le bastaba para provocarle náuseas.
Su padre la soltó y Annie se sintió como el día que se había ido de Serenity,
abandonada, a pesar de que todavía estaba allí.
—Te diré una cosa —propuso Ronnie—. Creo que tu madre tiene un estuche de
maquillaje en el bolso. ¿Por qué no intento localizarla y así puedes maquillarte antes
de que venga Ty?
A pesar de que no quería separarse de su padre ni un solo instante. Annie
asintió.
—Claro.
Ronnie le dio un beso en la frente.
—Enseguida vuelvo.
Y salió corriendo como si estuviera deseando escapar de allí.
Cuando la puerta se cerró tras él, a Annie le pareció oírle llorar, y aquello le
asustó más que todo lo que había pasado hasta entonces. Su padre era el hombre más
fuerte que conocía. Si él tenía miedo, entonces era que la situación era grave, más
grave incluso de lo que ella pensaba.
—Lo siento, papá —susurró—. Me curaré, te lo juro. Pero, por favor, no vuelvas
a dejarme.
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Capítulo 11
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de apoyar los comercios locales, para variar. Pero al principio te costará dinero. ¿Has
elaborado ya el proyecto?
Ronnie negó con la cabeza.
—No, le he estado dando vueltas a la idea desde que regresé a Serenity y me di
cuenta de que habían cerrado la antigua ferretería. Todavía tengo que pasarla a papel
y ver cuánto cuesta comprar un local en el centro del pueblo. Muchos de ellos están
vacíos, así que no creo que el precio sea muy alto. Tengo que ver también qué tipo de
préstamo me concederían. Dispongo de algunos ahorros, pero no son suficientes
como para montar un negocio. Soy consciente de que hay mil cosas en las que
todavía no he pensado, pero tengo la sensación de estar planeando algo bueno,
¿sabes lo que quiero decir? No se trata sólo de montar un negocio, sino que también
estaría haciendo algo bueno para la ciudad.
—Y para impresionar a tu ex esposa, supongo —dijo Butch pensativo.
—Supongo que sí. Así le demostraría a Dana Sue que no voy a marcharme.
—Esto no lo haces sólo por tu hija, ¿verdad? Quieres recuperar a tu familia.
—Siempre lo he querido.
—Bueno, en ese caso, llámame cuando tengas tu plan por escrito y volveremos
hablar.
—El impulso que acabas de darme ha sido más que suficiente —dijo Ronnie,
más agradecido de lo que podía expresar con palabras—. No quiero quitarte más
tiempo.
—Olvídate del tiempo —replicó Butch, haciendo un gesto con la mano—. Si los
números cuadran, a lo mejor hasta te propongo convertirme en tu socio.
Ronnie se quedó sin habla.
—Estás de broma.
—Muchacho, ¿no sabes que yo nunca bromeo cuando hablo de dinero?
Distingo una buena inversión en cuanto la veo. Además, me gustas. Has sido un
buen empleado, lo suficiente como para saber que eres un tipo que vale mucho más
de lo que le he pagado por tu trabajo. Eres un hombre inteligente, también. Me
gustaría haber podido contratarte como capataz pero ya tenía a otros trabajadores
ocupando ese puesto. Además de todo eso, eres un hombre decente que cometió un
error estúpido que no volverás a repetir. Si tuviera un hijo en vez de tantas hijas, me
gustaría que hubiera sido como tú.
Ronnie sonrió. Dudaba que a la hija mayor de Butch le hubiera gustado lo que
estaba insinuando su padre. Para Ronnie, Terry Thompson sabía tanto del negocio de
la construcción como su padre.
—¿Y cómo se va a sentir Terry si tomas una decisión de este calibre sin
consultarle?
—Esto no es asunto suyo. Esto es una cosa entre tú y yo. Seré un socio
silencioso. Tú te ocuparas de hacer el proyecto y de ejecutarlo. Lo único que quiero es
recuperar la inversión.
—Sinceramente, no sé qué decir —apenas se atrevía a creer que aquella
conversación hubiera terminado tan bien.
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Dana Sue estaba sentada en una de las mesas del patio del gimnasio. El sol se
filtraba entre las hojas de un roble y una brisa fresca acariciaba el musgo. Los
altavoces emitían música clásica, una innovación que Maddie había incorporado
desde la última visita de Dana Sue.
—¿Qué te parece lo de la música? —preguntó Maddie cuando se reunió con
ella.
—Es relajante —dijo Dana Sue, aunque ella no sabía nada de música clásica.
Maddie asintió satisfecha.
—Sí, a mí también me lo parece. Y me alegro de que te guste. Y ahora, ¿puedes
decirme a qué se debe esa cara? Parece que hayas perdido a tu mejor amiga.
Por una vez, Dana Sue no se molestó en disimular su estado de ánimo.
Necesitaba apoyarse en alguien para no ceder al pánico.
—Antes de venir aquí, he recibido una llamada de la doctora McDaniels.
—Es la psicóloga de Annie, ¿verdad?
—Sí, se supone que sí. Pero cada vez que va a verla, Annie se inventa alguna
excusa para no hablar con ella. Lleva ya más de una semana intentándolo y no ha
progresado nada.
A Maddie no le sorprendió.
—Supongo que la idea de someterse a terapia le debe de asustar mucho a una
adolescente de dieciséis años. A esa edad, la mayoría de los adolescentes ni siquiera
quieren contarte si han hecho o no los deberes.
—Eso es lo que dice la psicóloga.
—¿Entonces por qué estás tan preocupada?
—Porque es la vida de Annie la que está en juego —replicó Dana Sue frustrada
—. Si no habla, no podremos comprender lo que le ocurre y, la próxima vez, es
posible que no tengamos tanta suerte. Sé que a la doctora McDaniels también le
preocupa, aunque no me lo diga. Anna tiene que comenzar a colaborar si quiere
curarse.
—¿Y se lo has dicho?
—No.
—¿Por que demonios no se lo has dicho?
—Supongo que estaba intentando no presionarla, pero es evidente que me he
equivocado.
—A lo mejor el hospital no es el mejor lugar para que reciba el tratamiento. Es
posible que haya que ingresarla en otro tipo de centro.
Dana Sue frunció el ceño preocupada.
—No, creo que yo no sería capaz de soportarlo. Sobre todo estando Annie tan
vulnerable.
—¿Ni siquiera para salvarle la vida?
Dana Sue miró fijamente a su amiga.
—Dios mío, Maddie, ¿qué voy a hacer? Es evidente que necesita ayuda.
—¿Qué dice Ronnie?
—No hemos hablado de esto. He intentado llamarle después de hablar con la
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tiene miedo de admitir lo que ha estado haciendo, porque en ese caso, tendría que
enfrentarse a ello y no se siente con fuerzas para hacerlo.
—En realidad, más o menos es eso lo que me dijo el otro día —le confirmó
Ronnie.
La doctora McDaniels le miró sorprendida.
—¿De verdad? Deberías habérmelo dicho.
Ronnie se removió incómodo en la silla.
—Lo siento, no se me ocurrió.
—En este momento, es importante todo lo que le pase a Annie por la cabeza.
—En ese caso, supongo que hay algo que también te gustará saber. Me dijo que
querría haber vomitado la comida y que lo único que se lo impidió fue que Lacy la
estaba observando.
—¿Y no se te ha ocurrido pensar que eso podría ser importante? —preguntó
Dana Sue con incredulidad.
—Sinceramente, pensé que eso indicaba que estaba mejor. Que ya no cedía a
sus impulsos.
—Entonces es que todavía no te ha entrado en la cabeza que nuestra hija miente
cuando habla de la comida —le espetó Dana Sue.
La doctora McDaniels alzó la mano.
—Muy bien, ya es suficiente. No vais a conseguir nada atacándoos de esa
manera.
—Lo siento —dijo Dana Sue—. ¿Qué podemos hacer?
—Cada uno de vosotros tiene una relación distinta con Annie. Al parecer, ella
está buscando apoyo emocional. No sé qué tipo de relación habéis tenido después de
divorciaros, pero lo que quiero es que actuéis delante de ella como un solo bloque.
Dana Sue sintió que le subía el miedo a la garganta.
—No estarás diciendo… —comenzó a decir, pero ni siquiera pudo expresar
aquella idea en voz alta.
—¿No estaré diciendo…? —la psicóloga la miró confundida.
—Que Ronnie y yo… —se interrumpió un instante, tragó saliva y al final
consiguió decir—: tenemos que volver a estar juntos.
Ronnie la miró como si no le pareciera ninguna locura.
—Jamás se me ocurrirá deciros una cosa así —le aseguró la doctora McDaniels
—. A lo único que me refiero es a vuestra relación con Annie. Si trazamos un plan,
tenéis que apoyarlo los dos, aquí no podéis jugar al policía bueno y al policía malo.
¿Estamos de acuerdo en eso?
—Por supuesto.
—Muy bien. He estado hablando con el doctor Lane y él está de acuerdo
conmigo. Aunque dice que físicamente Annie está en condiciones de volver a casa,
mañana voy a exponerle fríamente la situación. Voy a decirle que a menos que
colabore con Lacy y conmigo, es preferible que continúe en el hospital. ¿Creéis que
podréis soportarlo?
—Perfectamente —dijo Ronnie.
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Dana Sue quería protestar, pero sabía que, si quería que su hija se recuperara,
no debía hacerlo.
—Sí, pero ¿y si eso no fuera suficiente?
—Entonces hablaríamos de ingresarla en otro centro. A la larga, quizá sea ésa la
mejor opción.
—¿Y qué debemos decirle a ella? —le preguntó Ronnie.
—Supongo que ella querrá que deje de intervenir en su tratamiento. Os
suplicará que la llevéis a casa, puesto que el cardiólogo dice que está mejor. Os hará
todo tipo de promesas. Pero vosotros tenéis que apoyarme, insistir en que no se
podrá ir hasta que no haga algún progreso y fin de la historia. ¿Podréis hacerlo?
—Tendremos que hacerlo —dijo Dana Sue, mirando a Ronnie.
—Sí, yo también creo que podré hacerlo.
—¿Aunque Annie llore? —le preguntó Dana Sue con expresión escéptica.
—Sí, aunque llore. Sé que siempre he sido muy blando con ella, Dana Sue, pero
con esto no voy a jugar.
—Espero que lo digas en serio.
La doctora McDaniels asintió satisfecha.
—Estupendo. Y si os sentís a punto de ceder, recordad una cosa: en este
momento, Annie necesita unos padres, no unos amigos.
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Capítulo 12
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—¡No! —contestó Ronnie con dureza—. Tenemos que hablar de esto, Dana Sue.
Quiero saberlo todo. Quizá entonces sea capaz de encontrarle algún sentido.
—Llevo meses intentando encontrarle sentido y no lo he conseguido. ¿Que te
hace pensar que tú vas a entenderlo después de una conversación?
—Por favor, salgamos de aquí aunque sólo sea por una hora. Vamos a comer
algo. Después volveremos y hablaremos con Annie.
—Pero la psicóloga ha dicho…
—Ella no lo sabe todo. Y, por lo visto, yo tampoco. Y creo que eso es algo que
deberíamos cambiar.
—De acuerdo. ¿Adónde vamos?
—Al único lugar de este pueblo en el que se come decentemente —dijo—.
Además, admite que te sentirás mejor si sabes cómo van las cosas por el restaurante.
Dana Sue vaciló un instante, pero después asintió.
—Necesitaré pasar por lo menos diez minutos en la cocina para comprobar
algunas cosas —le advirtió.
Ronnie se echó a reír.
—Tómate todo el tiempo que quieras, cariño. Todavía estaré esperándote
cuando salgas.
Dana Sue elevó los ojos al cielo.
—Lo sé. Estoy empezando a pensar que eres como los hongos. En cuanto
aparecen es imposible quitárselos de encima.
—¿Ésa es forma de hablarle al hombre al que prometiste amar durante toda la
eternidad?
—Ese hombre está muerto y enterrado.
Pero Ronnie no se dejó abatir por su respuesta. Le guiñó el ojo.
—Eso ya lo veremos, cariño. Ya lo veremos.
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Ronnie estaba hablando con la camarera sobre los platos del día y esperando a
Dana Sue, cuando vio a Mary Vaughn Lewis en la puerta. Cuando se había ido de la
ciudad, Mary Vaughn estaba casada con el hijo mayor del alcalde, el agente
inmobiliario más importante de la región y suponía que continuaría estándolo.
—Perdona —le dijo a la camarera, una adolescente que se había presentado a sí
misma como Brenda—, pero creo que esperaré a que venga a Dana Sue para pedir.
Necesito hablar con alguien.
—Claro —respondió Brenda—. Se lo diré a Dana Sue.
—Gracias.
Ronnie se levantó de su mesa y se dirigió a la que acababa de ocupar Mary
Vaughn mientras hablaba por teléfono. En cuanto le reconoció, Mary Vaughn le dijo
algo a la persona con la que estaba hablando, se levantó y le rodeó a Ronnie el cuello
con los brazos.
—Ronnie Sullivan, si es que la vista no me falla —dijo, y le dio un beso en los
labios. Bajó la voz—. Supongo que sabes que Dana Sue anda por aquí. ¿Estás
dispuesto a arriesgarte a que salga detrás de ti con un cuchillo de carnicero?
Ronnie se echó a reír.
—Gracias por la advertencia, pero ya sabe que estoy aquí. De hecho, supongo
que estará a punto de salir de la cocina. La verdad es que hemos venido a su
restaurante para que la someta a un interrogatorio sobre Annie.
Mary Vaughn se puso inmediatamente seria.
—Pobre chiquilla. ¿Como se encuentra?
—Mejor —contestó Ronnie, aunque no era un tema del que le apeteciera hablar
—. ¿Tienes un momento? Hay algo que me gustaría comentarte.
—Siéntate —le dijo inmediatamente—. Estoy esperando a alguien, pero seguro
que llega tarde.
Ronnie se sentó entonces a su lado.
—Tienes un aspecto magnífico, por cierto. Mira, Mary Vaughn, quería saber si
continúas teniendo la inmobiliaria más grande de la región.
Mary Vaughn soltó una carcajada.
—Exactamente, la más grande. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Hay alguna posibilidad de que se venda alguno de los locales de la calle
principal?
—En realidad, casi todos esos locales están en venta y los dos que no tengo yo
en mi lista, puedo conseguírtelos también. ¿Por qué?
—Necesito que esto quede entre tú y yo, ¿de acuerdo?
—Ya me conoces. Soy la discreción en persona.
—Sí, supongo que debe de haber sido difícil para ti. Cuando estábamos en el
instituto, no había ninguna información que no estuvieras deseando compartir.
Mary Vaughn hizo una mueca ante aquel comentario.
—No es una virtud que se valore en este negocio. Sé cosas que… —se
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La chica detuvo el bolígrafo a medio camino y la miró con los ojos abiertos
como platos.
—¿Qué?
Dana Sue esbozó una débil sonrisa.
—Era una broma. Bastará con el pescado, las verduras y patatas fritas.
—Muy bien —contestó Brenda, y se marchó rápidamente.
Dos segundos después, Erik salía hecho una furia de la cocina. Llegó hasta la
mesa y miró a Ronnie con el ceño fruncido.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
—Tu jefa está enfadada —contestó Ronnie—. Pero no te preocupes, estoy
acostumbrado a su mal humor.
—Si pide tarta de chocolate, no es que esté enfadada, es que está intentando
suicidarse.
—¡Erik! —le advirtió Dana Sue.
Lo dijo en un tono con el que hasta Ronnie se dio cuenta de que estaba
perdiendo la paciencia. Sin embargo, Erik no retrocedió, lo cual, pensó Ronnie, decía
mucho a su favor.
—Maldita sea, pues no voy a ayudarte sirviéndote esa tarta —dijo Erik, y se
volvió hacia Ronnie—. Y si esta mujer te importara algo, no le dejarías cenar un
pedazo de tarta.
Ronnie comprendió que se estaba perdiendo algo. Algo importante. Miró a
Dana Sue.
—¿De qué está hablando?
—De algo que no es asunto tuyo —replicó Dana Sue, tirando la servilleta en la
mesa—. ¡Hombres! —musitó, se levantó y se alejó de allí.
Ronnie suspiró aliviado al ver que se dirigía a la cocina, y no hacia la puerta del
restaurante.
—A lo mejor deberías contarme lo que está pasando —le pidió a Erik.
—Sí, supongo que debería, pero ahora tengo que ir a la cocina a impedir que
haga alguna tontería. Ahora mismo te traerán el pescado.
Ronnie les siguió con la mirada, debatiéndose entre seguirlos o no. No estaba
seguro de si acababa de presenciar una pelea entre dos amantes o algo
completamente diferente. Fuera lo que fuera, estaba claro que había algo entre
aquellos dos. Ronnie no creía que fuera una relación, por lo menos una relación que
incluyera la cama, pero era evidente que estaban muy unidos, que se cuidaban y que
confiaban el uno en el otro.
¿Qué secreto guardaría Dana Sue que no quería compartir con él?
Hasta un par de años atrás, Ronnie lo sabía todo sobre ella. Sabía que no podía
empezar el día sin tomar un café. Sabía que se acostaba con calcetines cuando hacía
frío. Y conocía todas y cada una de sus zonas erógenas, incluyendo aquéllas que no
aparecían nunca en los manuales de sexualidad.
Y aunque Dana Sue nunca se lo había dicho, sabía también lo mucho que
echaba de menos a su madre y cuánto la aterraba llegar a heredar su diabetes.
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Capítulo 13
Para Dana Sue fue un alivio encontrar a Annie rodeada de sus amigos cuando
llegaron al hospital. Eso significaba que podían retrasar la conversación que la
doctora McDaniels les había pedido que mantuvieran con ella. Quizá la compañía,
sobre todo la de Ty, que estaba sentado en una esquina mirando a su amiga con
evidente preocupación, contribuyera a mejorar el buen humor de Annie lo suficiente
como para que se mostrara más receptiva a lo que sus padres tenían que decirle.
Dana Sue miró a Ronnie y advirtió que estaba tan aliviado como ella.
—Deberíamos pedirles que se fueran para poder hablar con Annie —comentó
Ronnie sin mucho entusiasmo.
—No tardarán en marcharse —repuso Dana Sue—. Además, si les decimos que
se vayan, Annie se enfadará tanto que no querrá oír nada de lo que tenemos que
decirle.
—¿Qué hacéis aquí fuera hablando entre susurros? —les preguntó Helen
cuando llegó vanos minutos después.
—Planificando una estrategia —contestó Dana Sue.
—Vaya —miró a Ronnie y volvió a mirar a Dana Sue otra vez—. ¿Malas
noticias?
—Sólo si Annie no escucha lo que tenemos que decirle —respondió Ronnie con
expresión sombría.
—¿Está empeorando? —preguntó Helen alarmada.
—No —Dana Sue deslizó el brazo por la cintura de su amiga—, sólo lo que os
he contado esta mañana. Todavía no quiere hablar con la psicóloga.
—Se niega a reconocer lo que le pasa —reflexionó Helen—, supongo que todos
hemos pasado por algo parecido en alguna ocasión.
Dana Sue miró a su amiga y advirtió la tensión de su postura. Seguramente,
aquella tensión no era solamente atribuible a su preocupación por Annie.
—¿Estás bien? ¿Has ido al médico?
Helen frunció el ceño al oír la pregunta y miró a Ronnie. Dana Sue entendió
inmediatamente el mensaje.
—Perdónanos un momento —le dijo a su ex, y se alejó con Helen hasta la sala
de espera. En cuanto estuvieron sentadas, abordó abiertamente a su amiga—. ¿Qué
ha pasado?
Helen abrió el maletín y le mostró un frasco de pastillas.
—Esto es lo que ha pasado.
—¿Te han medicado para controlar la tensión?
—Diuréticos —dijo Helen, mirando la medicación con expresión de disgusto—.
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La gente sólo toma diuréticos cuando es muy mayor. ¿Quién quiere pasarse el día
corriendo al cuarto de baño? ¿Me imaginas interrumpiendo los juicios cada diez
minutos para decirle al juez «perdón. Señoría, pero tengo que ir al cuarto de baño
otra vez»? Seré el hazmerreír de los juzgados.
Dana Sue tuvo que morderse el labio para no echarse a reír. Evidentemente,
más que el aumento de la tensión, lo que a Helen le preocupaba era que aquél era un
síntoma de envejecimiento.
—Por el amor de Dios, Helen, no tienes la tensión alta porque seas vieja —le
dijo Dana Sue—. La tienes alta porque trabajas demasiado, no haces ejercicio y no
comes como es debido —la miró con dureza—. Pero todo eso ya lo sabes, ¿verdad?
—Por supuesto que lo sé —replicó su amiga con impaciencia—. Le he dicho al
doctor Marshall que pensaba cambiar, le he enseñado los objetivos que me he
marcado, los que habéis firmado Maddie y tú esta mañana. Un día libre a la semana,
ejercicio acróbico durante tres días a la semana y pesas otros dos. Y me he apuntado
a clase de meditación. Comidas saludables, cenar todas las noches, y muchos otros
más. ¡Y todo firmado ante notario! ¿Qué más necesita ese hombre?
—¿No te lo ha dicho?
—En realidad, me ha dicho que era demasiado tarde —respondió Helen
malhumorada—, que me había subido la tensión desde la última visita y que hasta
que no me bajara, lo único que le estaba enseñando era un pedazo de papel —
temblaba de indignación—. ¡Como si no estuviera dispuesta a cumplir mi palabra!
—Hasta ahora no la has cumplido.
Helen la miró con el ceño fruncido.
—¿De qué lado estás?
—Siempre del tuyo, pero tiene razón —dijo Dana Sue, ignorando lo irónico de
la situación.
Estaba apoyando el criterio del médico cuando en realidad no había hecho caso
de nada de lo que le había dicho a ella el doctor Marshall.
—¿Cuántas veces le has prometido que harías ejercicio y que comerías como es
debido?
—Hago ejercicio. Y como bien —dijo Helen. Hizo una mueca al ver la expresión
escéptica de su amiga—. Bueno, casi siempre. Y mírame, no me sobra un kilo.
—Porque no paras de trabajar y, cuando no estás trabajando, estás estresada —
replicó Dana Sue—. El doctor no te ha dado esas pastillas para insultarte o porque no
crea en tus buenas intenciones. Lo único que a él le preocupa es tu salud.
—Si estuviéramos hablando de ti, no te defenderías tanto —replicó Helen—.
Probablemente tú seas la siguiente en caer.
La predicción de Helen era muy acertada, y ésa era una de las razones por las
que Dana Sue estaba retrasando la cita con el médico. No quería enfrentarse al hecho
de que cada vez estaba más cerca de necesitar la insulina para regular su nivel de
azúcar en sangre.
—Déjame preguntarte algo —le dijo a Helen—. Cuando llega a ti un cliente con
un problema, ¿qué sueles hacer?
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
—Darle el mejor consejo que puedo. ¿Pero eso qué tiene que ver con lo que
estamos hablando?
—Escúchame un momento. ¿Y esperas que tu cliente siga tu consejo?
—Por supuesto.
—Cuando has ido a ver al doctor Marshall, esperabas que te diera un consejo
profesional, ¿verdad? Supongo que no vas para que te diga lo que tú quieres oír.
Helen profundizó su ceño.
—Estás empezando a parecer tan repugnante y odiosa como Maddie —la acusó
Helen.
Dana Sue sonrió.
—Me lo tomaré como un cumplido —tomó las píldoras de Helen y leyó—: Una
al día. No me parece un gran precio a pagar a cambio de conseguir controlar la
tensión.
—Este sólo es el principio —se quejó Helen.
—No tiene por que serlo. Tu problema es el orgullo. Helen. No quieres admitir
que necesitas ayuda. Piensa solamente en lo bien que te sentirás cuando puedas tirar
esas pastillas a la basura definitivamente.
Helen suspiró y alargó la mano hacia su medicación.
—Muy bien. Tomaré esas malditas píldoras. Pero no vengas a quejarte cuando
el doctor Marshall te dé algo para la diabetes, porque pienso echarte esa actitud tan
repugnantemente lógica y razonable en cara.
Dana Sue se echó a reír.
—Y tendrás todo el derecho del mundo a hacerlo.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
saltó por encima de las tres únicas fichas que le quedaban, ganando así otra partida.
Ronnie suspiró con dramatismo.
—¿Lo ves? —se volvió hacia Dana Sue—. No tiene piedad de mí.
—Fuiste tú el que le enseñaste a jugar, así que ahora no te quejes —respondió
Dana Sue.
Cuando Annie comenzó a preparar el tablero para otra partida. Dana Sue le
interrumpió.
—Por esta noche, se han acabado las damas, cariño. Ahora tenemos que hablar.
Annie la miró recelosa.
—¿Sobre?
—Sobre las sesiones con la doctora McDaniels —contestó Ronnie.
Dana Sue le miró agradecida, y aliviada al comprender que no le iba a dejar a
ella todo el peso de la conversación.
El buen humor de Annie se esfumó al instante.
—No necesito una psicóloga. No sé por qué se empeña en volver. Ya le he dicho
que estoy bien.
—No, cariño, no estás bien —insistió Dana Sue—. Mírate, cariño. Pocas chicas
de tu edad terminan ingresadas en un hospital por un problema cardíaco, a no ser
que tengan algo muy serio.
—Pero ya estoy curada —protestó Annie—. Me como todo lo que me trae Lacy,
excepto cuando es completamente repugnante. Y cuando no como, me bebo ese
batido para compensarlo. Preguntádselo a ella. Os dirá que mi consumo de calorías
ya es casi normal. O por lo menos tan normal como se considera en su mundo. Me
encuentro muy bien y el doctor Lane dice que estoy más fuerte cada día.
—Pero no todo depende de él —le explicó Ronnie—. Y supongo que también
sabes que está de acuerdo con la doctora McDaniels en que no podrás irte hasta que
estés dispuesta a colaborar.
—¿Entonces los dos se han puesto de acuerdo? —preguntó Annie con
incredulidad—. Qué asco.
—Deberías estarles agradecida —le dijo Ronnie—. Si no llegamos al fondo de lo
que ha pasado, Annie, podrías volver a recaer, y es posible que la próxima vez no
tengas tanta suerte.
Annie miró a su padre con los ojos llenos de lágrimas.
—Pero ya estoy bien. Por favor, papá, llévame a casa. Esto no volverá a ocurrir,
te lo prometo.
Dana Sue vio que Ronnie estaba tensando un músculo de la mandíbula y supo
que estaba teniendo que batallar consigo mismo para no ceder.
—No podemos llevarte a casa antes de que la doctora McDaniels nos diga que
estás bien —dijo por fin—. No me importa lo que llores ni las promesas que nos
hagas. Hasta que no tengamos la absoluta certeza de que no vas a dejar de comer, no
podemos correr riesgos. Annie.
Annie le miró desconcertada por su negativa.
—No tienes derecho a venir aquí después de haberme abandonado para
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decirme lo que tengo que hacer —le reprochó con amargura—. Si me quisieras, no
me habrías dejado y ahora no me estarías haciendo esto.
Aunque era evidente que estaba conmovido por aquella acusación, Ronnie no
vaciló.
—Tu madre y yo te queremos más que a ninguna otra cosa en el mundo y creo
que lo sabes. No queremos perderte, cariño.
—Pero estoy bien —protestó Annie elevando la voz. Se levantó de la cama—.
Os lo demostraré —dijo, y empezó a dar vueltas.
—Para inmediatamente —le ordenó Dana Sue—. Y vuelve a la cama.
El tono de su madre la detuvo en seco. Parpadeó para combatir las lágrimas y
se sentó en la cama. Dana Sue se sentó a su lado y, pensando en lo que Ronnie había
dicho durante su conversación con la psicóloga, le preguntó:
—Necesito que me digas la verdad sobre algunas cosas. ¿Has estado comiendo
todo lo que te traían? ¿De verdad estás consumiendo todas las calorías que creen que
consumes?
—No estoy vomitando en el baño, si es eso lo que estás preguntando —
respondió Annie a la defensiva—. Siempre hay alguien aquí sentado para asegurarse
de que no lo haga.
—No es eso exactamente lo que te he preguntado —replicó Dana Sue con
delicadeza—. ¿Estás comiendo todo lo que dices?
Annie desvió la mirada.
—¿Lo estás comiendo o no? —insistió su madre.
—Es demasiada comida —contestó Annie, pero parecía avergonzada.
—¿Y estás comiendo algo por lo menos? —dijo Dana Sue, sin retroceder en
ningún momento.
—Algo.
—¿Y el resto? ¿Lo dejas en la bandeja para que las enfermeras puedan ver si
estás o no cumpliendo las reglas? Antes de que contestes, recuerda que sé
perfectamente hasta qué punto puedes mentir cuando quieres que alguien piense
que estás comiendo bien.
—Ya te he dicho que me vigilan constantemente —contestó Annie
malhumorada—. No me extraña que no tenga hambre.
—Si no estás vomitando, ¿entonces qué? ¿Escondo la comida en alguna parte
hasta que se van?
Se levantó y se acercó a la papelera, pero antes de que hubiera llegado, Annie
comenzó a llorar.
—Mamá, déjalo —le suplicó—. Tú no, por favor. ¿Es que nadie confía en mí?
Dana Sue encontró una servilleta en la papelera con medio sándwich escondido
dentro. El corazón se le encogió al ver aquella dolorosa prueba.
—Cariño, ¿no te das cuenta? De esto es de lo que tienes que hablar con la
doctora McDaniels. Todavía no ha pasado una semana desde que saliste de la UCI y
ya estás volviendo a caer en lo mismo.
—¿Y tú? —le espetó Annie en tono mordaz—. ¿Cuantas veces has tenido que
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sacar un helado de la nevera desde que papá ha vuelto? Mira quién fue a hablar.
Dana Sue sintió un calor intenso en las mejillas.
—Eso no tiene nada que ver —dijo Dana Sue, evitando mirar a Ronnie—. Eres
tú la que está sufriendo una crisis, no yo.
—Tu madre tiene razón —dijo Ronnie con voz sorprendentemente dura—. Y no
quiero que vuelvas a hablarle en ese tono, ¿me has entendido?
Annie les miró como si estuviera deseando echarles de allí, pero asintió.
—Lo siento, mamá —dijo en un tono más sumiso.
—Disculpa aceptada —Dana Sue le retiró el pelo de la cara.
—Estoy cansada —susurró Annie, y se acurrucó en la cama, de espaldas a ellos.
—Entonces, te dejaremos descansar —dijo Dana Sue, que también estaba
agotada—. Por favor, piensa en lo que te hemos dicho. Cuando venga mañana la
doctora McDaniels, habla con ella. No es tu enemiga. Ella quiere ayudarte.
Annie no respondió. Dana Sue le dirigió a Ronnie una mirada de impotencia, se
levantó y esperó mientras Ronnie se despedía de su hija con un beso.
—Buenas noches, cariño. Te quiero.
—Yo también te quiero —musitó Annie sollozando.
Dana Sue salió a toda velocidad de la habitación y también ella dio rienda
suelta a las lágrimas.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
—En ese caso, esperaré fuera. De todas formas, tengo llamadas que hacer.
—Muy bien, tú ocúpate de esas llamadas, no te preocupes por mí —dijo Ronnie,
ansioso por entrar.
La ferretería olía a rancio, y eso que sólo había pasado dos meses cerrada.
Ronnie recorrió una y otra vez los pasillos, pensando en las muchas veces que en el
pasado había ido a ver a Rusty para comprar herramientas o pedirle consejo para
diferentes proyectos en los que estaba trabajando en casa de sus padres. La casa que
había compartido con sus padres tenía mucho encanto, pero siempre había algo que
reparar o pintar. Su padre no tenía la menor idea de bricolaje y su madre siempre
terminaba impacientándose. A Ronnie, sin embargo, le gustaba ocuparse de aquellas
tareas que le habían valido unas buenas pagas por parte de su padre, que, al final,
había insistido en retirarse a Columbia cuando se habían jubilado.
Tras recorrer detenidamente la ferretería, miró hacia la calle a través del
escaparate cubierto de polvo. Imaginó ese mismo cristal resplandeciendo bajo la luz
del sol, con un buen despliegue de todo tipo de materiales en el escaparate, o
brillando con las luces de Navidad. Se sintió tan bien, que si Mary Vaughn hubiera
entrado en aquel momento, habría estado de acuerdo en todas las condiciones que le
hubiera puesto.
Por eso se alegró de que estuviera fuera, hablando por el móvil. Ronnie salió a
reunirse con ella y Mary Vaughn finalizó inmediatamente la llamada. Cuando salió
del coche, Ronnie advirtió que lo hacía lentamente, dándole tiempo a apreciar sus
bien formadas piernas. No pudo evitar preguntarse si aquello formaría parte de la
estrategia de venta o si su relación actual estaba tan en crisis como le había parecido
la noche anterior. Pero Mary Vaughn acechándole sería una complicación más que en
aquel momento estaba muy lejos de necesitar.
—¿Y bien? —le preguntó ella, estudiando su rostro.
—Estar ahí dentro me ha traído muchos recuerdos. ¿Sabes exactamente cuánto
piden?
Mary Vaughn asintió y sacó un documento de su maletín.
—Sí, también he traído un contrato, por si quieres cerrar ya el trato.
A pesar de la tentación, Ronnie negó con la cabeza.
—Antes necesito leer el contrato. Y hay gente con la que tengo que hablar.
—No esperes mucho —pero sabía que en realidad no había mucha
competencia.
—Estaremos en contacto —le prometió Ronnie—. Por cierto, ¿cómo está Rusty?
Me gustaría hablar con él si no está muy mal de salud.
Mary Vaughn le miró con recelo.
—No pretenderás comprarle directamente a él, ¿verdad?
—Creo que me conoces lo suficiente como para saber que no soy capaz, de
hacerte algo así —respondió Ronnie, molesto.
—Lo siento. Es que me pone nerviosa que los compradores hablen directamente
con los vendedores.
—Es comprensible, pero supongo que Rusty puede contarme cosas sobre este
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
lugar que tú desconoces. Además, me gustaría hablar de los viejos tiempos con él.
Mary Vaughn pareció visiblemente relajada.
—Probablemente no le venga nada mal un poco de compañía. Dora Jean le está
atando muy corto últimamente.
Ronnie asintió.
—En ese caso, me dejaré caer por su casa. Tú y yo ya hablaremos más adelante.
—¿Tienes idea de cuándo?
Ronnie tenía que ir a ver a Rusty y hablar después con Butch. Y teniendo en
cuenta la cantidad de tiempo que le dedicaba a Annie, probablemente todo aquello le
llevaría varios días.
—A finales de semana —sugirió—. O quizá a principios de la siguiente.
—Si no tengo noticias tuyas, te llamaré yo.
—Por supuesto, al fin y al cabo, no llegaste a ser la reina de las inmobiliarias
porque sí.
Estaba a punto de alejarse cuando se acordó de que Mary Vaughn tenía otra
reunión esa misma mañana. El hecho de haber olvidado algo tan importante era un
reflejo de lo preocupado que estaba por la actitud rebelde de Annie.
—¿Podrías hacerme un favor? —le preguntó a Mary Vaughn.
—Por supuesto.
—Cuando hables esta mañana con tu amigo el constructor, mencióname,
¿quieres?
—¿Te importa que le pregunte por qué?
—Digamos que forma parte de un plan que tengo en la cabeza.
Presintiendo que aquello podría ayudarle a cerrar la venta, Mary Vaughn le
ofreció:
—Si quieres, puedes venir conmigo. Estoy segura de que no le importará. Es un
hombre muy agradable.
Ronnie estuvo pensándoselo, pero al final optó por no acompañarla.
—Antes necesito cerrar algunos asuntos —le dijo—. Sencillamente, si tienes
oportunidad, háblale bien de mí.
—Eso está hecho. Y ahora, será mejor que me dé prisa. Llegar tarde causa muy
mala impresión.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
—En realidad, lo que me pasa no tiene nada que ver con la psicología —dijo al
cabo de un rato—. No como porque no tengo hambre.
—¿Nunca tienes hambre? —preguntó la doctora con evidente escepticismo.
—No, nunca.
—Pero sabes que el cuerpo humano necesita alimentarse para sobrevivir. Y
también que es importante beber líquido para no deshidratarse. Supongo que todo
eso te lo han enseñado en el colegio.
—Sí, claro.
—Entonces, lo de no comer y no beber es una decisión que has tomado siendo
consciente de lo que hacías. Supongo que pretendes morirte de hambre. ¿Puedo
saber por qué?
Annie se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Pues yo creo que sí lo sabes.
—A lo mejor podría decírmelo usted —al fin y al cabo, para eso le pagaban.
Si Annie pretendía parecer desafiante, lo único que consiguió fue arrancarle a la
psicóloga una sonrisa.
—Creo que te dejaré intentando encontrar tus propias respuestas, Annie. Piensa
en ello y hablaremos de todo esto mañana. A la misma hora.
—Yo creía que mañana podría irme a casa —dijo Annie, aunque le habían
dejado bien claro que no se movería del hospital hasta que no hablara con la
psicóloga.
—No, a menos que te muestres dispuesta a colaborar. Lacy me ha dicho que
también estás intentando engañar a las enfermeras con la comida. Sé que tiraste
medio sándwich de pavo a la basura.
—¿Se lo han contado mis padres?
La doctora McDaniels la miró a los ojos.
—No, no ha hecho falta. Aquí sabemos prácticamente todo lo que pasa. Piensa
que esto es como un microcosmos de Serenity. Las noticias corren a toda velocidad.
—Pues qué asco.
—No, eso significa que aquí hay mucha gente trabajando para conseguir que te
pongas bien. Pero tú también tienes que querer curarte, Annie. Tienes que reconocer
que tienes un problema y estar dispuesta a hablar sobre él.
—¿Y si no quiero hablar? ¿Me van a dejar ingresada aquí toda mi vida?
—Tus padres no te han explicado la alternativa, ¿verdad?
—No.
—De acuerdo, en ese caso, te diré lo mismo que les dije a ellos —le dijo,
dirigiéndole una mirada que le hizo retorcerse incómoda en la cama—. Si esto no
funciona, no tendré más remedio que recomendar que te ingresen en un centro
especial.
—¡De ningún modo! —gritó Annie.
—Me temo que en eso tú no tienes nada que decidir. De modo que ésas son las
opciones que tienes. O empezar a comer todo lo que Lacy tiene planificado para ti,
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salir del hospital e ir al psicólogo todos los días después del colegio, o dejar que te
ingresen en un centro especializado en desórdenes alimenticios.
—¿Y tendría que estar lejos de Serenity y de mis amigos? ¿Durante cuánto
tiempo?
—Durante todo el tiempo que haga falta.
Annie negó con la cabeza.
—Mis padres no lo permitirían.
—Tus padres están de acuerdo.
Annie la miró desconcertada.
—¿Y tendré que ir todos los días a verla?
—Hasta que seas capaz de explicarnos por qué estás haciendo esto. No
podemos solucionar tu problema hasta que tú no lo reconozcas y lo comprendas. Así
que cuanto antes comiences a hablar, antes te curarás y antes te librarás de mí.
Nadie le había explicado esa parte.
—¿Y si avanzara mucho de pronto?
—Eso lo aceleraría todo. Y creo que todos estaríamos mucho más contentos que
presionándote como lo estamos haciendo ahora. En cualquier caso, nos veremos
mañana a la misma ahora. Si tu actitud mejora y empiezas a comer, podremos
empezar a hablar también de tu vuelta a casa.
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Capítulo 14
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disfrutar de una buena noche de sueño. Pero creo que no seré capaz de dormir bien
hasta que Annie esté de nuevo en casa.
—¿Y tienes idea de cuándo puede llegar a ser eso?
—Si es capaz de reaccionar y ajustarse al programa, mañana o pasado mañana,
pero ya sabes lo cabezota que es. Por lo que me ha dicho la doctora, hoy tampoco ha
colaborado mucho, a pesar de todo lo que Ronnie y yo le dijimos anoche.
Cuando Maddie comenzó a responder, Dana Sue alzó la mano.
—Lo siento, pero ahora no puedo seguir hablando de esto. Además, he venido
aquí para darte las gracias por dejar que Ty vaya a verla con tanta frecuencia. Estoy
segura de que el hospital es el último lugar en el que le apetece estar, pero se pasa
casi cada día por allí.
—Está muy preocupado por ella. De hecho, hasta me ha sorprendido su
reacción. Creo que se siente culpable por alguna razón. He intentado hablar con él, y
también Cal. Queremos que entienda que no tiene la culpa de nada de lo que ha
pasado.
—Es cierto, pero estaba allí la noche que ocurrió —le explicó Dana Sue—. ¿Lo
sabías?
—No tenía ni idea —contestó Maddie sorprendida.
—En realidad, no exactamente cuando ocurrió, sino antes. Por lo visto, Ty y
algunos amigos suyos se pasaron por mi casa, a pesar de que le había dejado muy
claro a Annie que no quería que invitara a ningún chico. Con todo lo que ha pasado,
ni siquiera he tenido oportunidad de comentárselo.
—Hablaré con Ty esta noche —dijo Maddie con el ceño fruncido—. Sabe que no
me gusta que vaya a ese tipo de fiestas cuando no están los padres en casa.
—Sabiendo lo que siente por Annie, que para él es como una hermana, supongo
que pensó que debía estar allí. No tengo la menor idea de lo que hicieron,
seguramente poco más que bailar, pero es posible que se sienta responsable de lo que
ocurrió después, a pesar de que él no estuviera. Por favor, explícale otra vez que
nada de esto es culpa suya, que todo empezó mucho antes de esa noche.
—Sí, creo que también tendré que hablar seriamente con él sobre el hecho de
que haya ido a casa de una amiga cuando no estaban sus padres allí. A esta edad, los
adolescentes necesitan el control de los adultos.
—Pero, por favor, que nada de lo que le digas le quite las ganas de pasar más
tiempo con Annie —le suplicó Dana Sue—. Le adora y para ella es un gran apoyo en
estos momentos.
Maddie sonrió.
—Lo sé. Le mira como si fuera lo más maravilloso del mundo.
—Ojalá la mirara él de la misma forma —dijo Dana Sue, y añadió esperanzada
—: ¿No sería magnífico que terminaran juntos?
—Sí, supongo que sí, aunque ahora mismo, a Ty sólo le importa el béisbol. Y a
mí lo único que me importa es que vaya a una buena universidad. Cal y yo todavía
estamos analizando todas las probabilidades. De momento Bill no ha dicho nada.
Dana Sue miró a su amiga con tristeza.
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—Cuánto me gustaría que fueran ésas mis preocupaciones con Annie en este
momento…
—Cariño, estoy segura de que esta crisis pasará. Llegará un día en el que tu
única preocupación será la hora de vuelta a casa de tu hija y que sus notas sean
suficientemente buenas como para que pueda ir a la universidad que le apetece.
—Estoy deseando que llegue ese día —exclamó Dana Sue con calor—. Ahora
tengo que irme. Quiero pasar por el restaurante antes de ir al hospital. Después de
esto, voy a tener que subirles el sueldo a Erik y a Karen, porque están asumiendo casi
todo el trabajo, pero hay cosas que tengo que hacer personalmente. Daría cualquier
cosa por poder pasarme toda una tarde cocinando. Lo echo mucho de menos.
—Bueno, aunque no tengas tiempo de cocinar, por lo menos come algo decente
mientras estés allí —le aconsejó Maddie—. He oído decir que a pesar de que no esté
la dueña, la comida sigue siendo excelente.
Dana Sue sonrió.
—Gracias por decírmelo —se inclinó y le dio a su amiga un enorme abrazo—. Y
gracias también por escucharme.
—Es un placer. Ronnie también es una buena tabla a la que aferrarte, ¿sabes? Y
en esto se juega tanto como tú.
—Lo sé —musitó Dana Sue.
Pero no quería empezar a apoyarse en él para descubrir más adelante que sus
promesas de quedarse en Serenity para él no significaban más que las que le había
hecho el día de su boda.
Annie estaba abatida después de otra sesión infructuosa con la psicóloga. Cada
vez le resultaba más difícil no ceder a las presiones, especialmente sabiendo que, si
no colaboraba, podía continuar ingresada allí durante días o, peor aún, terminar en
algún centro lejos de casa.
Oyó que alguien llamaba vacilante a la puerta de la habitación. Segundos
después, Ty asomaba la cabeza.
—¿Puedo pasar?
A Annie se le iluminó el semblante al verle. Estaba guapísimo con los vaqueros
y una camiseta vieja de los Braves de Atlanta.
—Claro —dijo animada, deseando haberse arreglado. Debía de tener un aspecto
repugnante—. ¿No deberías estar en el instituto?
—Me he saltado unas clases —admitió Ty, sentándose al lado de la cama.
—¿Para venir a verme?
Ty asintió. Parecía incómodo.
—Es que cada vez que vengo aquí está la habitación llena de gente, y quería
hablar contigo a solas.
—Tu madre se va a enfadar cuando se entere y sabes que Maddox también. Es
muy estricto con lo de saltarse las clases.
—Sí, ya lo sé. Pero ahora también es mi padrastro, así que supongo que podré
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ablandarle.
—Qué iluso. Seguramente pensará que tiene que ser más duro contigo que con
todos los demás para dar ejemplo.
Ty se encogió de hombros.
—No me importa. Necesitaba hablar contigo de lo que ha pasado.
—Te refieres a la noche que me puse enferma —dijo Annie, sintiendo como se
desvanecía su ilusión.
—Sí, a eso. Y al hecho de que estuviéramos yo y mis amigos en tu casa. Tengo la
sensación de que todos contribuimos a lo que te ha pasado.
—Eso es una tontería. Ni siquiera estabais allí cuando pasó.
—A lo mejor no, pero es la segunda vez que te desmayas estando yo cerca.
—Esto no ha sido lo mismo que lo de la boda. En la boda sólo me desmayé.
—Por no comer. Y los dos sabemos que es algo preocupante. He aprendido
mucho sobre la anorexia en el instituto—. Annie, y estoy preocupado por ti.
—¿Por qué? —preguntó Annie, sorprendida por aquella admisión.
—Has estado a punto de morirte, maldita sea, por eso —respondió Ty,
elevando la voz—. ¿No te das cuenta de lo asustado que está todo el mundo? Sarah y
Raylene están aterrorizadas. Yo me pongo enfermo cada vez que pienso en lo que
podría haber pasado. Y todos nos sentimos culpables porque a pesar de saber lo que
estaba pasando, no hicimos nada para evitarlo —la miró sombrío—. Para eso he
venido. Eres mi amiga, Annie. Maldita sea, si eres casi de mi familia. Nos conocemos
desde que éramos niños.
—Lo sé —susurró Annie, conmovida por el miedo que reflejaba su voz.
—Entonces quiero que hagamos un trato —dijo Ty mirándole a los ojos—. O
intentas ayudarte tú misma, o estaré aquí día y noche hasta que salgas adelante.
—¿Tanto te importo? —preguntó Annie con los ojos llenos de lágrimas.
—Me importas mucho. Y no sólo a mí, sino a mucha gente.
Annie le miró con desconfianza.
—Pero estoy tan gorda… No sé cómo soportas mirarme.
Ty se la quedó mirando fijamente, como si no creyera lo que estaba oyendo.
—¿Es que te has vuelto loca? —se levantó de un salto, abrió el cajón de la
mesilla y no paró hasta encontrar un espejo—. Mírate —le dijo, sosteniendo el espejo
frente a ella—. Mírate bien, Annie. Antes eras preciosa, pero ahora pareces un
esqueleto.
Annie, incapaz de mirarse en el espejo, comenzó a llorar ante la dureza de
aquellas palabras.
Ty volvió a guardar el espejo en el cajón y le tomó la mano.
—Yo quiero ver a la Annie de antes. Quiero ver los hoyuelos en tus mejillas.
Quiero oírte reír otra vez. Quiero que vayamos a comer pizzas y hamburguesas y no
verte empujando la comida en el plato, fingiendo que comes.
Annie se aferró a su mano, sorprendida por lo mucho que al parecer le
importaba.
—No sé si podré ser así otra vez —le dijo.
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humor.
—No te preocupes. ¿Podrías hacer novillos?
—¿A ti qué te parece?
—Que no, pero ésa es precisamente la razón por la que deberías tomarte un
descanso. Así cuando vuelvas al trabajo, todo te parecerá mucho menos estresante.
—No sé. Tengo el escritorio repleto de papeles.
—¿Y crees que pasar una hora fuera puede empeorar mucho tu situación?
—Probablemente, no.
—En ese caso, vamos a quedar en el Wharton's. Me muero por un batido de
chocolate. Y también tu hijo.
Se produjo un largo silencio al otro lado de la línea hasta que Maddie preguntó:
—¿Perdón?
—Nos vemos allí dentro de diez minutos, Madelyn. E invita también a tu
marido.
—Quieres que venga Cal cuando al parecer mi hijo se ha saltado las clases de la
tarde, ¿es que te has vuelto loco?
—En absoluto. Te veo dentro de diez minutos —colgó el teléfono para no darle
tiempo a hacer más preguntas.
Ty le miró preocupado.
—¿De verdad crees que no se enfadarán?
—No te preocupes. Para cuando haya terminado de contárselo todo, pensarán
que eres la madre Teresa.
Ronnie le dio un codazo a Ty para que se dirigiera a una de las mesas y se sentó
a su lado. Decidió que había sido un buen movimiento cuando vio entrar a Maddie
convertida en una mezcla de mamá gallina y de Terminator.
—¿Va a venir Cal? —preguntó Ronnie alegremente mientras Maddie se sentaba
enfrente de él.
—Quiero que alguien me explique lo que está pasando aquí —dijo Maddie muy
tensa—. Y cuanto antes, mejor.
Ronnie se alegró de haber pedido la bebida en cuanto habían llegado a la
cafetería. Le acercó su batido a Maddie.
—Bebe un trago. Te sentirás mejor.
—Sobornarme con batidos no va a servirte de nada —pero bebió un buen trago.
Jamás había podido resistirse a los batidos y a los helados con chocolate
fundido. De hecho, si Ronnie no recordaba mal, ésas eran las drogas que consumía
cuando estaba enfadada, así que eran muchas las probabilidades de que se
tranquilizara después de haber bebido.
Pocos minutos después, tras mirar con dureza a Ronnie y a Ty, como si
estuviera intentando decidir a cuál de ellos iba a estrangular antes, su expresión
cambió ligeramente.
—Hola, cariño —el hombre que se había casado con Maddie en ausencia de
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—Gracias. Prometo que no volveré a hacerlo nunca más. Pensaba que era algo
importante, algo que tenía que hacer, y tenía miedo de que me dijerais que no si os
pedía permiso.
—Claro que era importante, y ésa es la razón de que no nos hayamos enfadado
contigo. Pero no vuelvas a hacer nada parecido. La próxima vez, pregunta.
—Sí, señor —dijo Ty muy serio—. ¿Y ahora puedo pedirme una hamburguesa?
Me he saltado el almuerzo para poder ir al hospital.
—Dile a Grace que pago yo —le dijo Ronnie, levantándose para que el chico
pudiera salir.
Cuando Ty se marchó, Ronnie miró a Maddie.
—Ha madurado mucho desde que me fui.
Maddie siguió a su hijo con la mirada antes de decir
—Hay días que hasta lo lamento, pero hoy tengo que decir que jamás me había
sentido tan orgullosa de él.
—Lo mismo digo —intervino Cal—. ¿De verdad crees que lo que le ha dicho a
Annie puede haber tenido algún efecto en ella?
—Lo sabré definitivamente después de que Annie tenga la próxima sesión con
la psicóloga, pero creo que sí. Y si tengo razón, estaré en deuda con él durante el
resto de mi vida.
Maddie le estrechó la mano con cariño.
—Todos lo estaremos.
Una vez arregladas las cosas con Ty, Ronnie se reclinó en su asiento y le dirigió
a Cal Maddox una larga mirada.
—Dime, entrenador, ¿cómo conseguiste conquistar a la número dos de las
mujeres de Serenity?
—¿La número dos? —protestó Maddie.
Ronnie le sonrió.
—Dana Sue está en el primer puesto de mi lista, querida, pero tú la sigues muy
de cerca.
—Siento contradecirte —la defendió Cal—, pero en todas las encuestas que yo
he hecho, Maddie aparece en primer lugar.
Maddie agarró del brazo a Cal y le sonrió a Ronnie.
—Así consiguió conquistarme.
—Supongo que tendré que esperar a ver si realmente te merece.
Cal se inclinó hacia delante y le miró a los ojos.
—A lo mejor deberíamos hablar también de cómo dejaste escapar a una mujer
como Dana Sue.
Ronnie no desvió la mirada.
—La respuesta es muy fácil. Fui un estúpido —le guiñó el ojo a Maddie—. Y,
por cierto, ahora soy mucho más inteligente, así que no volverá a ocurrir.
Maddie se puso muy seria para decirle:
—Cuento con ello. Ronnie Sullivan, de verdad, porque si vuelves a romperle el
corazón, te juro que no respondo de mis actos.
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Capítulo 15
Cuando Dana Sue entró en la cocina del Sullivan's alrededor de las cuatro de la
tarde, Erik la recibió con un gesto de agotamiento.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Dana Sue inmediatamente.
—La canguro de Karen está enferma —contestó Erik mientras intentaba hacer
media docena de cosas al mismo tiempo.
Mezcló el pescado con las especies, lo rebozó con pan rallado, lo metió en el
refrigerador y sacó las ensaladas.
—Yo me ocuparé de las ensaladas —dijo Dana Sue, dando un paso adelante.
¿Qué tenemos esta noche como platos del día?
—Gracias a Dios, estamos en mitad de la semana. Creo que podremos pasar la
noche con un solo plato del día. Haré camarones con pasta, es un plato rápido y fácil.
—¿Y de postre?
—Todavía no lo he pensado. He estado completamente concentrado en los
platos principales de la carta.
Que un chef de repostería admitiera algo así daba cuenta de lo estresado que
estaba.
—¿Por qué no haces brownies de avellanas con helado de crema? —sugirió
Dana Sue, sabiendo que era algo que podía preparar en un abrir y cerrar de ojos—.
Con una bandeja bastará. Y creo que también queda tarta de manzana en el
congelador. La sacaré para que esté a la temperatura adecuada para la cena. Mete las
porciones en el horno, añádeles canela y helado de vainilla y ya tienes el postre listo.
Erik no discutió, aunque en otras circunstancias habría protestado porque no
era partidario de servir algo que no estuviera hecho en el mismo día.
—¿Por qué no me has llamado en cuanto te has enterado de lo de Karen? —le
preguntó Dana Sue mientras sacaba la tarta.
—Ya tienes suficientes problemas y he pensado que podría arreglármelas. No
debería ser para tanto.
Dana Sue le sonrió.
—Supongo que contraté una ayudante por alguna razón —comentó Dana Sue
—. A veces hacemos falta los tres en la cocina, y lo sabes. No eres Superman y yo soy
la responsable del restaurante. La próxima vez que haya una crisis, llámame.
—Créeme, lo haré —contestó Erik un poco menos tenso, mientras mezclaba los
ingredientes para los brownies—. Hay otra cosa que deberías saber. Uno de los
camareros ha llamado también para decir que estaba enfermo. Todavía no he podido
llamar para pedir un sustituto.
—Así que sólo tenemos a Brenda, que trabaja media jornada y no tiene tanta
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experiencia como los demás. Maldita sea, esto no podría haber ocurrido una noche
peor.
—Dímelo a mí.
—Ya se me ocurrirá algo —le prometió Dana Sue.
Justo en el momento en el que alzó la mirada, vio a Ronnie en el marco de la
puerta. Le miró con los ojos entrecerrados e inmediatamente tomó una decisión que
debería haber pensado mucho más detenidamente. Pero ya pensaría más tarde si
había sido o no una decisión inteligente.
—Sé que no has vuelto a hacerlo desde que éramos unos críos, ¿pero crees que
serías capaz de trabajar de camarero?
—Se trata de recibir pedidos y no tirar la comida encima de los clientes,
¿verdad? —preguntó Ronnie con extrañeza—. ¿Era una especie de prueba? ¿La he
pasado?
—Más o menos. Agarra una carta y estúdiatela. Dentro de un momento te
enseñaré de qué mesas tienes que ocuparte.
—¿Quieres que me quede a servir mesas esta noche? —preguntó Ronnie con
incredulidad.
Erik parecía tan sorprendido como él.
—¿Estás segura, Dana Sue?
—De momento es la única posibilidad que tenemos. Y me lo debes.
—No sabía que ése fuera un criterio para elegir un empleado —dijo Erik, pero
la mirada de Dana Sue le hizo cerrar la boca inmediatamente.
—¿Por qué? —preguntó Ronnie mientras agarraba la carta.
Sacó un par de gafas del bolsillo, se las puso y comenzó a leer.
—Tenemos una crisis —contestó Dana Sue, mordiéndose la lengua para no
hacer ningún comentario sobre las gafas—. Si no estás seguro de algo, pregúntame a
mí, o mejor aún, a Brenda.
—¿Te refieres a esa niña que nos sirvió la última vez que estuve aquí?
—Esta noche, esa niña será tu jefa, Ronnie. Así que haz lo que ella te diga.
Ronnie se encogió de hombros.
—Como tú quieras.
Una vez terminados la mayor parte de los preparativos, Dana Sue se metió en
su despacho y llamó a Annie.
—Hola, cariño —la saludó cuando su hija contestó el teléfono.
—Hola, mama. ¿Dónde estás?
—En el restaurante. Esta noche hemos tenido un pequeño problema y no voy a
poder ir a verte. Lo siento, pero estoy segura de que Helen o Maddie se pasarán más
tarde por allí. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor —y en aquella ocasión, parecía estar diciendo la verdad—. Ty ha
venido hoy a verme.
—¿De verdad?
—Te lo contaré todo cuando nos veamos —le prometió Annie—. Me ha dicho
muchas cosas en las que tenía razón.
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—Me alegro.
—¿Sabes dónde está papá? Esta tarde no ha venido a verme.
—Pues la verdad es que está aquí. Esta noche va a trabajar de camarero.
Annie se echó a reír.
—Estás de broma, ¿verdad?
—No, y tengo que reconocer que está bastante guapo con el delantal —bajó la
voz—. ¿Y sabes otra cosa?
—¿Qué? —preguntó Annie intrigada.
—Que ha tenido que ponerse gafas para leer la carta.
—¡No!
—Pero le quedan muy bien.
—¿De verdad? —preguntó Annie, obviamente animada por el comentario de su
madre.
Dana Sue sabía que debería evitar que Annie se creara falsas expectativas, pero
por una vez, decidió seguirle la comente.
—Que sea tu padre y que esté enfadada con él no significa que no sea
consciente de lo atractivo que es.
Annie se echó a reír.
—Mamá, qué graciosa eres.
Satisfecha de haber podido hacer reír a su hija. Annie se despidió de ella.
—Ahora tengo que colgar, cariño. Si no es demasiado tarde, te llamaré cuando
las cosas estén más tranquilas. Y, en cualquier caso, estaré allí a primera hora de la
mañana.
—Te quiero —dijo Annie—. Y dile a papá que también le quiero a él.
—Lo haré.
Dana Sue colgó el teléfono. Por primera vez en mucho tiempo, sentía renacer
sus esperanzas. Quizá fuera porque su hija parecía más animada. O quizá por la
perspectiva de pasar toda una velada con Ronnie. Fuera como fuera, se sentía
condenadamente bien.
Ronnie no era el camarero más rápido del universo. En parte, culpaba de ello al
hecho de que todas las personas que le reconocían querían hablar con él sobre su
vuelta al pueblo. Pero, afortunadamente, sólo confundió dos platos en toda la noche.
Además, había sido divertido, y muy ilustrativo también, ver cómo combinaba
Dana Sue el trabajo de la cocina con la atención a los clientes.
Alrededor de las nueve, el número de comensales comenzó a disminuir. Ronnie
estaba a punto de tomarse un descanso cuando entró Helen como una exhalación y
se dirigió directamente hacia el grupo de mesas que le tocaba servir a Ronnie.
—He venido a ver si los rumores son ciertos —dijo inmediatamente, mirándole
con los ojos entrecerrados.
—¿A qué rumores te refieres?
—A los que dicen que Dana Sue ha contratado al hombre que la engañó. ¿Hasta
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Capítulo 16
Ronnie acababa de pasar una hora hablando por teléfono con Butch Thompson,
que se había mostrado de acuerdo en acercarse a Serenity al día siguiente para echar
un vistazo a la ferretería y estudiar el plan de Ronnie.
—Después quiero esa comida que me prometiste en el restaurante de tu esposa
—le había dicho Butch.
—¿Vas a traer a tu mujer?
—Esta vez no. Pero lo haré en cuanto hayamos terminado con todo el papeleo.
No creo que eso nos lleve mas de dos semanas.
El hecho de que Butch le hubiera respondido como si ya hubieran cerrado el
trato, le había hecho a Ronnie inmensamente feliz, así que cuando el teléfono volvió a
sonar, lo descolgó mucho mas contento de lo que había estado en mucho tiempo.
—¿Ronnie? —preguntó Dana Sue, como si no estuviera segura de que fuera él.
—Hola, cariño, ¿cómo estás?
—Bien. Pareces muy contento. ¿Ha ocurrido algo?
—Te lo contaré más tarde —le prometió, y se acordó entonces que la noche
anterior había ido al restaurante con intención de informarle de todos sus planes,
pero se había visto envuelto después en la crisis del restaurante y se había olvidado
de todo—. ¿Porqué me llamas? —le preguntó él.
—¿Podemos vernos en mi casa dentro de una hora?
—Claro —contestó él, aunque le sorprendió la invitación—. ¿Quieres decirme
por qué?
Dana Sue vaciló un instante, pero nunca se le había dado bien guardar secretos.
—Annie podrá volver a casa mañana. ¿No te parece fantástico?
Ronnie experimentó un alivio inmenso, acompañado de cierto recelo.
—Fantástico es poco. ¿Pero los médicos están convencidos de que ya está
preparada para volver? —le preguntó a Dana Sue.
—He hablado con la doctora McDaniels hace un momento. Dice que Annie por
fin ha cambiado de actitud. Y que mañana tendremos que reunirnos con ella toda la
familia.
—Supongo que habrá sido la visita de Ty —especuló Ronnie.
—¿A qué te refieres? —preguntó Dana Sue—. La verdad es que Annie me
comentó que había ido a verla, pero con todo lo que pasó en el restaurante ayer por
la noche, me olvidé completamente.
—Y yo me olvidé de contártelo por la misma razón. Pero ya hablaremos en
casa.
—Sí, más te vale. Se supone que tienes que contarme todo lo que tenga que ver
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Dana Sue tenía diez minutos para arreglar la casa antes de que Ronnie llegara.
Desde que Annie estaba en el hospital, apenas se ocupaba de ella. Había zapatos
debajo de los sofás, platos en el fregadero y una capa de polvo cubriendo los
muebles. Dana Sue no era la mejor ama de casa del mundo, pero jamás había tenido
la casa como en aquel momento.
Aun así, para cuando oyó la camioneta de Ronnie en el camino de la entrada,
había guardado los zapatos y tenía el lavavajillas en funcionamiento.
—Gracias por venir —le dijo cuando salió a recibirle a la entrada.
Ronnie le dio un beso en la frente con el que la dejó completamente
desconcertada y pasó por delante de ella. Había sido un beso tan inocente, tan
natural, como si se lo hubiera dado a una prima lejana. No se parecía en nada a los
besos apasionados que compartían años atrás cada vez que Ronnie cruzaba aquella
puerta.
Aparentemente sorprendido por el hecho de que no le siguiera, Ronnie se
volvió hacia ella y la miró fijamente.
—¿Estás bien?
¿Estaba bien?, se preguntó, ¿estar muriéndose de ganas de agarrarle por la
camisa y darle un beso en los labios era estar bien? ¿O era una locura?
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A pesar del calor provocado por el deseo que tan repentinamente se había
apoderado de ella, se convenció a sí misma de que era una locura, una reacción
instintiva relacionada con las muchas veces que habían hecho el amor en aquella
casa.
—¿Dana Sue?
Dana Sue sacudió la cabeza, intentando alejarse de los recuerdos, y le sonrió.
—Lo siento, estaba distraída.
Comenzó a pasar por delante de él para refugiarse en la cocina, pero Ronnie la
agarró del brazo y la miró a los ojos.
—Yo también me acuerdo —le dijo suavemente.
—¿Te acuerdas de qué?
Ronnie sonrió ante aquel intento de fingir que no estaba pensando exactamente
lo mismo que él.
—De todo. Solía despertarme por las noches en los hoteles en los que dormía
pensando en los momentos que pasábamos juntos. Bastaba con una mirada o con
algún roce casual para que nos excitáramos…
—No…
—¿Que significa ese «no»? ¿Que no quieres que siga o que no te acuerdas?
—Que no podemos volver al pasado, Ronnie —susurró.
—No —se mostró de acuerdo él—, pero podemos volver a empezar.
—¿Cómo? La imagen que tengo en mi mente, la única que no me puedo quitar
de la cabeza, no es en absoluto agradable.
—La aventura…
—Sí, la aventura.
—Fue una tontería de una noche, Dana Sue. No digo que esté bien, ¿pero de
verdad crees que es razón suficiente para renunciar a toda una vida en común?
—A mí me lo pareció —comprendió que había utilizado el pasado, lo cual
podía servir para darle esperanzas, así que añadió—: Y sigue pareciéndomelo. Y al
parecer, también le lo pareció a ti, puesto que te fuiste de Serenity.
—Tú no querías que me quedara. Me marché porque no me dejaste otra opción.
—Oh, por favor, hablas como si te hubiera desterrado.
—No, hablo como si hubieras dejado muy claro lo mucho que te dolería que me
quedara. Me fui porque me sentía culpable del dolor que había causado. Lo último
que quería era prolongar ese dolor y hacer que todo fuera más difícil para ti y para
Annie.
—¿Entonces por qué ahora insistes tanto en quedarte?
—Porque al final me he dado cuenta de que fue un error que me marchara —
sonrió—. Y a pesar de lo que dices, no creo que quieras que me vaya.
—Claro que quiero.
—¿De verdad? ¿No te estas empezando a ablandar un poco? ¿No notaste que
ayer trabajábamos como si pudiéramos leernos el pensamiento el uno al otro? ¿No
has notado lo bien que nos estamos enfrentando juntos a los problemas de Annie?
Sí, Dana Sue lo había notado, pero no confiaba en ello. No podía.
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—No quiero seguir hablando de esto contigo —le advirtió, desviando la mirada
antes de ceder a la tentación de arrojarse a sus brazos—. Te he pedido que vinieras
porque he pensado que podrías ayudarme a preparar el plan de vuelta a casa.
Ronnie dio marcha atrás directamente, comprendiendo que Dana Sue estaba al
límite de su paciencia.
—Me encantaría. Y también hay algo de lo que me gustaría hablarte si tenemos
tiempo.
—Vamos a la cocina —propuso Dana Sue, esperando estar allí a salvo de los
recuerdos—. Y será mejor que nos concentremos en la vuelta de Annie a casa, ¿de
acuerdo? Prepararé un té con azúcar.
Ronnie la miró como si quisiera decirle en silencio que aquello era lo último que
debería beber.
—Sustituiré el azúcar con sacarina —dijo Dana Sue.
—¿He dicho una sola palabra?
—No, pero los dos sabemos que sabes algo, o que crees saberlo. Y como no me
apetece hablar de eso contigo, tendrás que aceptar mi palabra y confiar en que sé lo
que debo y lo que no debo comer.
—Sí, estoy seguro de que eres suficientemente inteligente como para seguir las
órdenes de los médicos.
—Sí, lo soy —por lo menos cuando se acordaba, o cuando no necesitaba buscar
el consuelo de la comida.
Echó el agua en la tetera, sacó el té de la despensa y dos sobrecitos de
edulcorante.
—¿Satisfecho? —preguntó mientras los abría, echaba el contenido en el agua y
después metía las bolsitas de té.
—Absolutamente emocionado.
Dana Sue le miró con el ceño fruncido.
—¿Sabes? Hay algo en lo que no has cambiado nada.
—¿Y es?
—Que sigues siendo condenadamente irritante.
—Prefiero verme como un activador de tu metabolismo.
—Ya te gustaría —se burló Dana Sue, pero tuvo que reprimir una risa.
Había veces, aunque moriría antes de admitirlo, en las que tener a Ronnie cerca
le hacía acordarse de cómo se sentía cuando era una mujer alegre y llena de energía,
algo que no había vuelto a experimentar desde que Ronnie se había marchado.
Inmediatamente, intentó sacarse aquella idea de la cabeza.
Annie no sabía qué le hacía más feliz, si el estar de nuevo en casa o el ver a sus
padres bajo el mismo techo y esforzándose por llevarse bien, aunque sólo lo hicieran
por ella.
Habían llegado a casa justo antes de la hora del almuerzo y su madre había
insistido en que se sentaran juntos a tomar unos sándwiches y un té; los había
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preparado de pan integral y los había dividido en cuatro partes, como a Annie le
gustaban cuando era pequeña. En vez de ponerle a Annie un sándwich delante, los
había servido en una fuente y los había dejado en el centro de la mesa.
Annie sabía que sus padres no le quitaban ojo mientras tomaba un cuarto de
sándwich, se lo ponía en el plato y añadía un poco de ensalada de patata. En otra
época, habría sido capaz de comerse todo un cuenco, pero en aquel momento, apenas
fue capaz de probar un par de bocados. Aun así, por la expresión de sus padres,
hasta eso parecía representar un gran progreso.
Para disgusto de Annie, Lacy les había dado a sus padres una lista con
instrucciones muy precisas sobre lo que debía comer y las horas a las que tenía que
hacerlo. Por lo visto, el régimen no iba a cambiar sólo porque estuviera lejos de la
mirada vigilante de las enfermeras del hospital.
—Erik ha enviado helado de canela para mas adelante —le dijo su madre—. Ha
pensado que podríamos invitar a helado a todos los que vayan pasando por aquí.
—Qué bien —dijo Annie, sorprendida de que la idea realmente le resultara
apetecible. Los helados de Erik eran inigualables—. No vendrá mucha gente,
¿verdad?
—No, sólo los que dijimos ayer, y no se quedarán mucho tiempo. Vendrán
después de cenar, como tú querías.
—Gracias —mordió un pedacito de sándwich y se obligó a tragar.
Para su sorpresa, le supo bastante bien, mejor que los del hospital. Quizá
porque lo había hecho su madre. Comió un poco más.
—Después del almuerzo, deberías descansar —le aconsejó su padre—. No
debes moverte demasiado el primer día que estás fuera del hospital.
Annie le miró con el ceño fruncido.
—Lo único que he hecho ha sido caminar desde el coche hasta casa. Hasta del
hospital me han sacado en una silla de ruedas. Ha sido lamentable.
Su padre sonrió.
—Pues en ese momento no parecías quejarte mucho. Y ya me he fijado en que el
celador era bastante guapo.
Annie elevó los ojos al cielo mientras mordía otro pedazo de sándwich.
—Por favor, Kenny tiene veintitrés años. Y estoy segura de que dejó los
estudios. Me temo que ése será el mejor trabajo que conseguirá en toda su vida.
—Vaya, me alegro de ver que aspiras a lo más alto —bromeó Ronnie—. Pero no
juzgues tan rápidamente a la gente. Nunca se sabe qué talentos puede esconder.
—Si Kenny tiene algún talento, lo tiene tan escondido que es imposible
descubrirlo —se burló y se fijó entonces en que, inconscientemente, se había servido
otra porción de sándwich. Se encogió de hombros y comió.
—¿Tan segura estás de la falta de talentos de Kenny? —le preguntó su padre.
Annie le miró con atención.
—¿Qué sabes sobre él que yo no sé?
—Sólo que es un gran carpintero. Ha estado haciendo muebles durante la
mayor parte de su vida y ha vendido algunas piezas a galerías interesadas en
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artesanía.
Dana Sue miró a Ronnie con la misma expresión de sorpresa que su hija.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Porque he hablado con él —dijo Ronnie—. Es tímido, pero no tonto —le
dirigió a su hija una mirada muy significativa—. Otra lección que tienes que
aprender.
—No estarás intentando emparejarme con él o algo parecido —aventuró Annie,
después de ayudarse a tragar con un sorbo de té.
—Por supuesto que no. Es demasiado viejo para ti.
—¿Entonces a qué viene esta conversación? —le preguntó.
Estaba molesta consigo misma por haber perdido la oportunidad de conocer a
un tipo que parecía mucho más interesante de lo que ella en un primer momento
había imaginado. A lo mejor se estaba convirtiendo en una esnob, como su padre
había insinuado.
—Creo que sé lo que está haciendo —dijo Dana Sue, mirando a su ex marido
con expresión divertida—. Te está distrayendo para que no pienses en la comida. Y
parece que está funcionando.
Annie fijó la mirada en su plato y vio que había desaparecido todo lo que se
había servido.
—¿Me he comido un sándwich entero? —preguntó, dudando todavía.
¿Cómo era posible que se hubiera comido todo un sándwich sin que le hubieran
entrado ganas de vomitar? Pero la verdad era que no se encontraba mal. Una extraña
sensación de triunfo la invadió. Le sonrió a su padre.
—Genial, un poco retorcido pero genial.
—Creo que con esas palabras acabas de definir a tu padre —dijo Dana Sue
riendo a carcajadas.
Annie recordaba muchas otras comidas alrededor de esa misma mesa, y casi
todas ellas habían sido así. Aquellos encuentros eran una de las cosas que había
echado de menos cuando su padre se había ido. Las comidas con su madre, las pocas
veces que las compartían, eran casi en completo silencio y, últimamente, con el
restaurante, apenas tenían tiempo de cenar juntas.
—Me alegro mucho de que estés aquí —le dijo a su padre, sin importarle que su
madre pudiera enfadarse.
—Yo también. Echaba de menos Serenity.
—No me refiero sólo a eso —dijo Annie, ansiosa por aclararlo—, sino a que
estés aquí, con nosotras.
—Annie… —comenzó a advertirle su madre.
—Sólo estoy diciendo que me alegro de que esté aquí —replicó Annie furiosa—.
Eso es lo que siento y la doctora McDaniels dice que tengo que expresar mis
sentimientos —se levantó—. Ahora voy a echarme la siesta. Llámame antes de que
venga todo el mundo, sobre todo si vamos a cenar antes. Quiero estar tan guapa esta
noche que nadie tenga que preocuparse por si me voy a desmayar o no.
—Me aseguraré de que tengas tiempo suficiente para arreglarte —le prometió
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su madre.
Annie miró a su padre.
—¿Todavía estarás aquí cuando me levante?
—Sí, estaré aquí —le confirmó.
—¿Y no podrías quedarte en casa? —preguntó, aun a sabiendas de que estaba
haciendo una pregunta que probablemente a su madre le aterraba.
—Estaré muy cerca. Nos veremos continuamente.
Evidentemente, no quería poner a su madre en un compromiso, pero a ella no
le importaba hacerlo. Y creía saber la mejor manera de forzar la situación. Al día
siguiente, sacaría el tema cuando estuvieran con la doctora McDaniels. Tenía la
sensación de que, si montaba un buen número delante de la psicóloga, sus padres no
serían capaces de negarle nada. Era ser un poco manipuladora, de acuerdo, pero si
de esa manera conseguía que sus padres volvieran a estar juntos, no le importaba. A
veces, los adultos necesitaban un pequeño empujoncito para hacer lo que realmente
querían.
—¡Ni siquiera pienses en ello! —musitó Dana Sue en el instante en el que Annie
salió de la habitación.
—¿En qué no quieres que piense? —preguntó Ronnie con fingida inocencia,
aunque sabía perfectamente a qué se refería.
—No vas a venir a vivir a esta casa. Ni siquiera por el bien de Annie.
—Estoy seguro de que mañana sacará el tema con la psicóloga —predijo
Ronnie.
— No se atreverá —repuso Dana Sue, mirándole alarmada.
—Por supuesto que se atreverá. ¿No has visto como le brillaban los ojos?
Nuestra Annie tiene una misión y está dispuesta a llevarla adelante.
Dana Sue se hundió en la silla, tomó la cuchara y comenzó a comerse los restos
de ensalada de patata.
—Deberías… —comenzó a decir Ronnie, pero calló al ver su mirada de
advertencia.
Aun así, Dana Sue dejó la cuchara en el cuenco.
—Pues esta vez no va a salirse con la suya —se obligó a decir, aunque no estaba
muy convencida—. Y en esto tendrás que ayudarme.
—¿Y si ella tuviera razón?
—Entonces es que te has vuelto loco. Sería una locura que volvieras a esta casa
en cualquier circunstancia.
—Hay una habitación de invitados. Y estoy tirando dinero quedándome en el
hostal.
—La habitación de invitados está mucho más cerca de mi dormitorio de lo que
debería. ¿No crees que ya va siendo hora de que regreses a Beaufort, o a donde
quiera que hayas estado?
—Me temo que no. He dejado el trabajo que tenía allí.
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Capítulo 17
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
cambio, continuó sentada y bebió lentamente, intentando aplacar el calor que bullía
en su interior.
—Menuda actuación —comentó Maddie, sentándose a su lado—. Parece que
esos besos ardientes se están convirtiendo en una costumbre. Por un momento, he
pensado que iba a tener que echaros un cubo de hielo encima.
—¿Y por qué no lo has hecho? —le preguntó Dana Sue en tono lastimero—. A
lo mejor me habría ayudado a recuperar la cordura.
—Lo dudo. Me temo que haría falta algo más que hielo para enfriaros.
—No digas eso.
—¿Por qué no lo aceptas y te dejas llevar? Sabes que no has sido capaz de ser
feliz, sin Ronnie.
—Y también que he sufrido mucho por su culpa —replicó Dana Sue.
—Cometió un terrible error, pero aprendió la lección.
—¿Y cómo puedo estar segura de que de verdad la ha aprendido?
Maddie comenzó a responder, pero terminó encogiéndose de hombros.
—A lo mejor nunca puedes estar segura de nada, cariño —miró a su alrededor
y vio a Cal que estaba hablando con Erik con Katie dormida en su regazo—. A lo
mejor lo único que tienes que hacer es tomar lo que te hace feliz y aferrarte a ello.
—Yo creía que era eso lo que estaba haciendo cuando me casé, y resulta que
Ronnie terminó acostándose con otra mujer.
—¿Le has preguntado alguna vez por qué?
Dana Sue negó con la cabeza.
—No, y tampoco estoy segura de que quiera hacerlo. De todas formas, ¿qué
diferencia puede haber?
—Podría asegurarte que no tuvo nada que ver contigo.
—Era mi marido. Yo diría que tuvo mucho que ver conmigo —repuso Dana Sue
con sarcasmo.
—Me refiero a que podría no tener que ver con nada relacionado contigo.
Algunos hombres pierden de pronto la cabeza y son capaces de hacer una gran
estupidez.
—¿Y eso te parece bien?
—Por supuesto que no. ¿Pero tú renunciarías a tu matrimonio porque, por
ejemplo, tu marido hubiera estrellado el coche?
—No es lo mismo.
Maddie suspiró.
—Me temo que no me estoy explicando muy bien. Lo único que estoy
sugiriendo es que es posible que para Ronnie esa aventura no tuviera la menor
importancia. Sucedió y acabó. No ha sido una aventura larga, no hubo otro tipo de
sentimientos implicados en esa relación. Ronnie sólo tuvo una aventura de una
noche, sin más.
—Supongo que sí —dijo Dana Sue, poco convencida—. Pero a mí me dolió.
—Por supuesto que sí. Y no estuvo bien, eso es incuestionable. Pero, cariño,
intenta sopesarlo todo. Ronnie te quiere con todo su corazón. Un pequeño desliz, no
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
puede acabar con veinte años de relación —le palmeó la mano—. Piensa en ello,
¿quieres? Y no dejes que tu orgullo te impida hacer lo que realmente deseas.
—No es cuestión de orgullo.
—¿Ah, no?
Dana Sue desvió la mirada.
—Ahora tengo que ir a ver a Annie. Es posible que esté cansada.
—Annie está bien —dijo Maddie, señalando hacia el porche—. Ha salido con
Ty, con Sarah y con Raylene. Pero probablemente deberíamos empezar a pensar en
marchamos. ¿A qué hora veréis mañana a la psicóloga?
—A las diez. Y tengo que reconocer que estoy asustada.
—¿Por qué?
—Por todo lo que puede llegar a salir —le confesó— ¿Qué pasará si
descubrimos que todo lo que ha pasado es culpa mía?
—No creo que sea cuestión de culpas. De lo que se trata es de seguir adelante y
de evitar que Annie vuelva a caer en el mismo patrón de conducta.
—Sí, lo sé. En eso tienes razón.
—¿Entonces qué es lo que le preocupa?
—Annie quiere que Ronnie y yo volvamos a vivir juntos. Y ahora mismo, yo
haría cualquier cosa para que sea feliz —le explicó Dana Sue—. Pero no puedo volver
con Ronnie solamente porque mi hija lo quiera.
Maddie sonrió.
—Quizá deberías hacerlo porque es eso lo que tú quieres.
Antes de que Dana Sue pudiera volver a protestar, Maddie le dio un beso en la
mejilla.
—Hablaremos mañana. Voy a reunir a mi familia, así todo el mundo se dará
cuenta de que ya va siendo hora de que nos vayamos a casa.
—Gracias —le dijo Dana Sue con sinceridad.
Por supuesto, cuando todo el mundo se fuera, no le quedaría más remedio que
enfrentarse a Ronnie.
Pero cuando miró a su alrededor después de que Annie hubiera despedido al
último invitado, no vio señales de Ronnie por ninguna parte.
—¿Dónde está tu padre?
—Ha limpiado la cocina y después se ha ido —dijo Annie con una expresión
que indicaba que sabía perfectamente lo que estaba sintiendo su madre—. ¿Estás
desilusionada, mamá?
—Por supuesto que no —pero lo estaba, lo cual no era una buena señal.
—Mentirosa —la acusó Annie con una sonrisa—. Si estuviera viviendo con
nosotras, no habría tenido que marcharse.
—Esa no es una opción.
—Pues a lo mejor debería serlo —bromeó Annie—. Buenas noches, mamá. Te
veré mañana por la mañana.
—Buenas noches, cariño. Me alegro de que estés otra vez en casa.
—Yo también.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Annie se dirigió hacia las escaleras, pero de pronto volvió y abrazó a su madre.
—Te quiero, mamá. Gracias por cuidarme.
—Siempre lo haré, Annie.
Y rezó en silencio para que no tuvieran que volver a superar una crisis como la
que acababan de pasar.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Cuando Dana Sue se fue, Ronnie se sirvió un café, le dio un largo trago y
paladeó satisfecho. Dana Sue continuaba haciendo el mejor café del mundo.
Dos minutos después, llegaba su ex esposa temblando.
—¿Qué ha pasado? ¿Está Annie bien?
—Está en el cuarto de baño… Ronnie, estaba vomitando, le he oído. Se había
comido todo el desayuno. Pero después, ha subido al dormitorio y lo ha vomitado —
le miró aterrada—. Dios mío, ¿qué vamos a hacer?
Ronnie la abrazó y la estrechó contra él sintiéndose tan impotente como la
primera vez que había visto a Annie en el hospital.
—Haremos todo lo que haga falta para ayudarla. ¿Le has dicho algo?
—No —contestó en un susurro.
—Probablemente sea lo mejor. Ya hablaremos de esto con la doctora McDaniels.
Tú quédate aquí. Yo subiré para asegurarme de que está bien.
Comenzó a subir las escaleras de dos en dos. Estaba furioso, tanto que podría
haber comenzado a emprenderla a puñetazos con todo lo que le rodeaba, pero era
sobre todo el miedo el sentimiento que le dominaba cuando se dirigía al dormitorio.
¿Estaría a punto de sustituir un desorden alimenticio por otro? Al parecer, era algo
habitual en los adolescentes.
Antes de que pudiera seguir haciéndose más preguntas, vio a Annie saliendo
del baño.
—Hola, papá —le saludó con una sonrisa trémula.
—Hola, cariño. ¿Estás bien?
—Mamá me ha oído, ¿verdad? Sé que ha subido hace un momento.
Ronnie asintió.
—No estaba vomitando a propósito —le dijo, suplicándole con la mirada que le
creyera—. ¡De verdad! Pero se me ha revuelto el estómago y tenía ganas de vomitar.
—Tranquila, no pasa nada. ¿Te encuentras mejor?
—Supongo que sí.
—Hablaremos de esto cuando vayamos a ver a la doctora.
Annie pareció vacilar un instante.
—No me crees, ¿verdad?
Ronnie la agarró por la barbilla y la miró a los ojos.
—Te creo, cariño, de verdad.
—Es la verdad, te lo juro. No podría vomitar aposta. Te lo prometo.
Ronnie no respondió y Annie le miró con arrepentimiento.
—Sé que tengo que volver a ganarme vuestra confianza, pero es un poco difícil,
¿sabes?
—Sí, lo sé. Y algo me dice que todavía hay muchas cosas que tenemos que
solucionar. Iremos paso a paso.
—¿Como mamá y tú?
Ronnie sonrió.
—Sí, como tu madre y yo.
De pronto, Annie sonrió y toda la tristeza de Ronnie desapareció al calor de su
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
sonrisa.
—Ayer por la noche vi como os besabais —le dijo.
Ronnie le guiñó el ojo.
—Ya te he dicho que vamos paso a paso.
—No sé, un beso como ése debería ser un paso de gigante.
—Tu madre es una mujer muy cabezota y yo cometí un error garrafal —le
recordó—. No debería dar nada por garantizado.
—Pero no te rindas, ¿de acuerdo?
—Jamás —le aseguró—. Y tú tampoco, ni en un millón de años.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
más relacionado con los nervios que con la comida. La próxima vez, que te sientas
así, Annie, quizá sea mejor que pidas una bebida fría o comas algo que te ayude a
asentar el estómago, ¿de acuerdo? No sólo te sentirás mejor, sino que así
tranquilizarás a tus padres.
Y de repente, acudió a la mente de Annie la imagen de su madre comiendo
cuando se encontraba mal.
—¡No! —protestó sin poder contenerse—. ¡No pienso hacer eso!
—¿Hacer qué? —preguntó la psicóloga tranquila, a pesar del evidente
nerviosismo de Annie.
—Ser como mi madre —estalló Annie.
Vio que desaparecía el color de las mejillas de su madre y comprendió
inmediatamente que acababa de decir algo que no debía.
—¿Qué significa eso, Annie?
—Cuando está nerviosa o preocupada come, y por eso ha engordado diez kilos
o más, incluso antes de que mi padre se fuera.
—A mí me parece que tu madre está muy bien —dijo la psicóloga—. ¿Por qué
te afecta tanto que haya engordado?
Annie sabía que ya no podría parar aunque quisiera. Tenía que contarlo todo.
—Porque si mi madre no hubiera engordado, mi padre no se habría acostado
con otra mujer y mi madre no habría tenido que echarle de casa —continuó, a pesar
de la dolorosa expresión de su madre—. ¡Odio todo lo que pasó! ¡Lo odio!
—Tranquilízate —dijo Ronnie con una dureza desconocida para Annie—. Yo no
me acosté con otra mujer porque tu madre hubiera engordado.
—¿Entonces por qué lo hiciste? Porque tiene que haber alguna razón.
Ronnie miró a Dana Sue y negó con la cabeza.
—Sinceramente, no puedo explicar por qué lo hice, pero sé que no tiene nada
que ver con el peso de tu madre. Tu madre me parece una mujer preciosa.
En un primer momento, Annie no le creyó, pero pensó después en el beso que
les había visto compartir la noche anterior. Definitivamente, su padre tenía que sentir
algo por ella. Porque, desde luego, se había comportado como si creyera que era la
mujer más guapa del mundo.
—¿De verdad? —preguntó—. ¿No fue por eso?
—Claro que no. De eso estoy completamente seguro.
—Annie, ¿crees que todo esto puede tener algo que ver con tu decisión de dejar
de comer? —preguntó la doctora McDaniels—. ¿O quizá era una forma de castigar a
tu madre porque pensabas que había fracasado al no ser capaz de cuidar de sí
misma?
Annie consideró las dos posibilidades.
— No lo sé —dijo por fin—. A lo mejor.
—¿Y no te parece un poco autodestructivo? Porque al final, ¿a quién hiciste
daño de verdad?
—A mí —admitió Annie.
—Exactamente. Piensa hoy en ello y mañana hablaremos. Por hoy vamos a
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
dejarlo.
—¿Tenemos que venir también nosotros? —preguntó Dana Sue.
—No, creo que las próximas sesiones las haremos en solitario. Pero podemos
concertar otra cita familiar para dentro de dos semanas.
Tanto Ronnie como Dana Sue parecieron aliviados, y Annie no podía culparles.
Sabía que se lo había hecho pasar mal y sospechaba que la vuelta a casa iba a ser muy
tensa.
—Por cierto —dijo la doctora McDaniels—, todo lo que hemos hablado, de
momento tiene que quedar en esta habitación.
—¿No podemos hablar entre nosotros? —preguntó Dana Sue con expresión de
incredulidad—. ¿Eso no será como meter a un elefante en una habitación y pretender
que nadie lo note?
La doctora sonrió.
—Probablemente, pero eso es mejor que terminar diciendo algo de lo que
podríamos arrepentimos. De momento, dejaremos todos esos asuntos aquí.
Annie la miró con inmensa gratitud.
—Gracias.
—Y procura estar tranquila —le advirtió la doctora McDaniels—. Quiero que
seas capaz de decir todo lo que piensas, por doloroso que te resulte, pero a tus padres
también les llegará la oportunidad de responderte. El objetivo es hablar abiertamente
de todo, pero tenemos que buscar la manera menos dolorosa de hacerlo. Tenemos
que deshacer todo este nudo de relaciones entre los sentimientos y la comida y la
manera más conveniente de hacerlo es de una forma estructurada, ¿de acuerdo?
Miró a Annie con firmeza.
—Recuerda que mañana tienes una cita con la doctora Lacy después de nuestra
sesión. Querrá ver la libreta en la que escribes todo lo que has comido. Y no olvides
que tus padres tienen que firmarla, ¿de acuerdo?
Annie elevó los ojos al cielo.
—Dios mío, ¿tengo que tener a dos personas controlándome? No me parece
justo.
—¿A dos? —replicó Dana Sue, volviendo a sonreír—. Cuenta también a tu
padre, a mí, a Helen, a Maddie, a Ty y a Erik, pero ya te irás acostumbrado.
Para su sorpresa, Annie no se sintió molesta, por lo menos no mucho. Era
agradable saber que tenía a tanta gente de su lado. Lo único que esperaba era no
decepcionarlos, porque algo le decía que lo más duro de aquel proceso todavía
estaba por llegar.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Capítulo 18
Cuando Ronnie se ofreció para llevar a Annie a casa y pasar el día con ella,
Dana Sue se mostró de acuerdo. Necesitaba tiempo para asimilar todo lo que Annie
había dicho durante la sesión. En cierto modo, ya sabía que Annie la culpaba del
engaño de Ronnie, pero oírselo decir la había estremecido.
En vez de dirigirse al restaurante, fue directamente al gimnasio. Por una vez, no
corrió al despacho de Maddie en busca de consuelo, sino que fue directamente al
vestuario y se puso el chándal que allí guardaba, pero que rara vez utilizaba.
Decidida a cumplir por lo menos alguno de los objetivos que ella misma se había
marcado, se dirigió a la cinta de correr, la encendió y empezó a caminar.
Llevaba allí quince minutos, a paso lento pero firme, cuando la vista de los
árboles y el arroyo comenzó a obrar su magia. Las piernas empezaban a dolerle, pero
se sentía infinitamente más tranquila que cuando había llegado, así que decidió
caminar un poco más.
La cinta marcaba cerca de tres kilómetros cuando Maddie la encontró allí. Dana
Sue detuvo la máquina, sintiéndose triunfante.
—Mira, tres kilómetros. Eso es todo un récord para mí.
—¡Felicidades! Nunca te había visto tan cerca de una máquina. ¿Qué te ha
pasado hoy? ¿Te han entrado ganas de conseguir ese descapotable de repente?
—Digamos que la lista ha tenido algo que ver.
—¿Y el resto?
—Bueno —Dana Sue se secó el sudor de la frente—, la verdad es que mi hija ha
dicho hoy en la terapia que estoy gorda y que por eso me engañó su padre.
Maddie la miró con compasión.
—Supongo que te ha dolido.
—En realidad ya me había dicho muchas veces lo de mi peso. Pero oírle decir
en voz alta que pensaba que Ronnie me había engañado por culpa de mi peso me ha
destrozado. Si de verdad eso es lo que cree, no entiendo cómo no me odia.
—Sabes que Annie jamás te odiaría —protestó Maddie—. ¿Y qué ha dicho
Ronnie?
—La verdad es que ha estado genial. Le ha dicho que lo que había hecho no
tenía nada que ver con eso y que le parezco muy atractiva. Lo decía muy convencido,
y la verdad es que no es la primera vez que me lo dice.
—También te lo he dicho yo —le recordó Maddie. Se acarició el estómago,
todavía un poco redondeado después de su embarazo—. A nuestra edad, no es fácil
perder peso de forma saludable, pero eso no quiere decir que estemos gordas o que
ya no seamos atractivas. Desde luego, yo no he perdido los kilos que he ganado con
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
El viernes por la mañana, Ronnie estaba ansioso por celebrar su reunión con
Butch Thompson. Había hecho tantos números que hasta soñaba con ellos. Había
diseñado un proyecto y lo había pasado a limpio en el ordenador de Annie. Estaba
seguro de que le faltaba la profesionalidad a la que Butch Thompson estaba
acostumbrado, pero Ronnie había intentado contrastar la realidad con lo que había
imaginado.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Butch con una sonrisa—. ¿Y tú? ¿Estás de humor para un buen desayuno? Puedo
prepararte una tortilla.
—Hace horas que he desayunado. Con un café me bastará.
Grace no se alejó de la mesa.
—¿Dana Sue y tú vais a ir a la feria de este fin de semana? —le preguntó a
Ronnie.
—La verdad es que ni me había enterado de que hay una feria. Desde que
Annie está enferma, sólo estoy pendiente de eso.
—Pues deberíais ir los tres —le aconsejó Grace—. ¿Te acuerdas de cómo te
convencía Annie cuando era pequeña de que tenías que comprarle algo porque le
daban pena los vendedores?
Ronnie sonrió.
—Y terminaba siempre con un montón de regalos —recordó—. Sí, tienes razón,
Grace. Les diré a Dana Sue y a Annie que vayamos.
Grace le dirigió una sonrisa radiante.
—Ahora mismo traigo los cafés —les prometió.
Después de que les llevaran el café, Butch se recostó en la silla.
—¿Ya has hecho números? —le preguntó a Ronnie.
Ronnie tomó el portafolios que había dejado encima de una silla y se lo tendió.
Nervioso, esperó en silencio a que Butch revisara el documento que había preparado.
Al llegar a cierto punto, Butch abrió los ojos como platos.
—¿Éstas son todas las construcciones que están previstas en esta zona?
Ronnie asintió.
—Y eso siendo prudentes. Sólo he incluido los proyectos que están aprobados.
Conseguí la lista en el ayuntamiento. Pero hay por lo menos un par de propuestas
más que todavía estás pendientes de aprobación.
—Impresionante —dijo Butch—. ¿Y crees que podrás convertirte en el
proveedor de todas esas obras?
—Por lo menos de algunas. Sabré algo más cuando pueda hablar directamente
con los promotores, pero no quiero dar ese paso hasta que esté convencido de que la
idea va a salir adelante.
Butch asintió mientras leía la última hoja.
—Y éste es el dinero que hace falta.
Ronnie asintió. Había procurado ser conservador en los cálculos, pero aun así,
era mucho dinero.
Butch alzó la mirada y le estudió con atención.
—Has calculado a la baja para que no pudiera rechazarlo, ¿verdad?
—He intentado ser realista y pensar en lo que podría conseguir con un coste
mínimo —le corrigió Ronnie.
—Tendrías que pasar sin trabajar por lo menos seis meses. Y los clientes nunca
pagan cuando se espera. Necesitas un buen colchón para no terminar en bancarrota
antes de haber tenido oportunidad de ponerte a prueba. El peor error que puede
cometer una empresa es empezar descapitalizada.
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
—No querría…
Butch le interrumpió.
—No quieres sentir que estás abusando de nuestra amistad. Pero esto es un
negocio, Ronnie. Si tengo que recuperar mi inversión, tendremos que hacer las cosas
bien. No hay atajos, no intentes empezar con menos de lo que necesitas.
Sacó un bolígrafo, escribió una cifra al final de la hoja y se la tendió.
—Yo diría que ésta es una cifra más realista. ¿Qué te parece?
Ronnie se quedó sin habla. Era un cuarenta por ciento más de lo que él había
estimado y muchísimo más de lo que jamás se habría atrevido a pedir.
—¿Estás seguro?
—Estoy seguro de que esto es lo que hace falta si queremos hacer las cosas bien
—le aseguró Butch—. De esta forma tendrás un buen colchón durante un par de
años.
—Tienes mucha confianza en la idea, ¿verdad? —preguntó Ronnie, sin
atreverse a creer que Butch iba a proporcionarle tanto apoyo.
—Y también en ti. Y ahora dime, ¿dónde está ese local con el que quieres
quedarte? ¿Podríamos ir a echarle un vistazo?
—Está en la acera de enfrente, a una manzana de aquí —dijo Ronnie, y volvió la
cabeza—. Pagaré el café y podemos ir a verlo. Aunque, por supuesto, para eso
necesitamos a Mary Vaughn.
—Entonces llámale —le propuso Butch—. Así satisfará su curiosidad y podrá
empezar a ocuparse del papeleo cuanto antes.
Las dos horas siguientes fueron un torbellino. Butch se movía rápido cuando
tenía algo en mente. Dentro de la ferretería, estuvo haciendo comentarios sobre los
cambios más inmediatos que Ronnie debería abordar y después le ofreció a Mary
Vaughn una cifra por el local que era mucho menor que la que sus propietarios
pedían.
Ronnie esbozó una mueca al oír aquella oferta.
—No quiero pagarles menos de lo que vale a Rusty y a Dora Jean —protestó—.
Han dedicado toda una vida a este negocio.
—Ésta es una lección que tienes que aprender —respondió Butch—. En los
negocios, no hay lugar para los sentimientos. Debemos ser justos, no idiotas. Lo que
estoy ofreciendo es mucho más de lo que ellos pagaron por este local y mucho más
de lo que tienen ahora mismo en el banco.
Mary Vaughn miró a Ronnie y, para sorpresa de este último, ella asintió.
—Tiene razón. Es una buena oferta.
—De acuerdo entonces —dijo Ronnie—. Pero antes de ir a ver a Rusty, déjame
hablar un poco con tu tío.
—Os esperaré fuera con toda la documentación —dijo ella.
Cuando Mary Vaughn salió, Ronnie miró a Butch a los ojos.
—Yo creía que tenías intención de ser un socio silencioso.
Butch inmediatamente pareció avergonzado.
—Y tienes razón. Estoy acostumbrado a hacer las cosas a mi manera y me he
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SHERRYL WOODS UN TROZO DE CIELO
Cuando Dana Sue entró en la cocina del Sullivan's. Erik la miró sorprendido.
—Pensaba que llegarías más tarde.
—Estaba cansada de estar en casa y creo que Annie también estaba harta de
verme allí —le explicó—. Me he asegurado de que almorzara y después he decidido
venir a ver cómo andaban las cosas por el restaurante.
—Tú ex está en el comedor —le avisó Erik.
—Él solo?
Erik negó con la cabeza.
—No, ha venido con un hombre al que no había visto en mi vida. Han llegado
hace unos cinco minutos.
—Y Mary Vaughn está con ellos.
A Dana Sue se le pusieron los pelos de punta. Conocía a Mary Vaughn de toda
la vida. Normalmente se llevaban bien, pero desde que se había divorciado del hijo
del alcalde, había estado mariposeando con todos los hombres disponibles en el
pueblo. Llevaba meses viviendo con su jefe, pero se rumoreaba que estaban teniendo
problemas. Las pocas veces que habían ido a comer al Sullivan's, había tanta tensión
entre ellos que podría haberse cortado con un cuchillo. Dana Sue imaginó de repente
a Mary Vaughn convirtiendo a Ronnie en su próximo objetivo. Y no le gustó. Y
teniendo en cuenta que ella le había dicho a todo aquel que había querido oírla que
no quería volver con Ronnie, a Mary Vaughn le parecería que tenía todo el derecho
del mundo a intentar conquistarle.
—Ahora vuelvo —dijo muy tensa.
Salió al comedor y lo recorrió con la mirada hasta descubrir la mesa en la que
estaba Ronnie. Éste la saludó con un gesto distraído y continuó escuchando con
atención lo que Mary Vaughn le estaba diciendo. Dana Sue sintió la repentina
urgencia de clavarle a aquella mujer un cuchillo en el corazón. O quizá mejor a
Ronnie.
Fue una reacción tan intensa que la asustó. No porque se creyera capaz de una
atrocidad semejante, sino por el mero hecho de haberla pensado. Eso significaba que
Ronnie estaba empezando a importarle otra vez. Y eso significaba también que no
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—¿Y qué te hace pensar que a ti podría irte mejor? Además, ¿de dónde vas a
sacar el dinero? ¿Acaso te ha tocado la lotería y yo no me he enterado? ¿Y qué tiene
que ver Mary Vaughn con todo esto? Por favor, dime que no es tu socia.
Ronnie alzó la mano.
—Eh, cada cosa a su tiempo. Durante los próximos años, van a llevarse a cabo
muchos proyectos de construcción en esta zona. Desde que me fui de aquí, he estado
trabajando en la construcción y, gracias a eso, sé cómo funciona el negocio. Si soy
capaz de suministrar material a los constructores a un precio competitivo, y teniendo
en cuenta que estaré un poco más cerca de ellos que el centro comercial, el negocio
saldrá adelante. Además, creo que abrir un negocio en la calle principal puede
representar una gran aportación para el pueblo. En cuanto al dinero, tengo un
patrocinador. Butch Thompson, que era mi jefe en Beaufort, cree que la idea es buena
y ha decidido convertirse en mi socio. Y Mary Vaughn está a cargo de la venta del
local, eso es. Ah, también es la sobrina de Butch, pero eso no lo he sabido hasta hace
un par de horas. ¿Ya te he respondido a todo?
Dana Sue estaba tan asombrada que sólo era capaz de mirarle fijamente. Era el
proyecto más ambicioso que Ronnie había concebido en toda su vida y requería un
compromiso a muy largo plazo, un compromiso que Dana Sue no le consideraba
capaz de cumplir. Evidentemente, él pretendía demostrarle que estaba equivocada.
—¿Es que no me vas a decir nada? —preguntó Ronnie al cabo de un rato.
—Continúo pensando que estas loco —pero ya no estaba tan convencida. De
hecho, incluso admiraba su audacia.
—¿Por qué? Tú has convertido este restaurante en un éxito cuando todo el
mundo te decía que era lo último que necesitaba este pueblo. Y Helen, Maddie y tú
habéis hecho un trabajo magnífico en el gimnasio. ¿Por qué no voy a poder participar
yo de la revitalización de Serenity?
—Porque llevar un negocio es algo muy… complicado. Te sentirás atado.
Ronnie sonrió.
—¿Te asusta ser consciente de que no voy a volver a darte ninguna sorpresa por
culpa de mi carácter imprevisible, cariño?
Dana Sue le miró a los ojos.
—A lo mejor —dijo, aunque la verdad era más complicada.
Ronnie se levantó, le dio un beso en los labios y se dirigió hacia la puerta. Y
justo cuando Dana Sue estaba recuperando la respiración, se detuvo y se volvió hacia
ella.
—¿Te he dicho ya que te quiero? —le guiñó el ojo—. He pensado que deberías
saberlo —comenzó a marcharse de nuevo, pero se detuvo—. Mañana es la feria. Creo
que deberíamos ir. Pasaré a buscaros a Annie y a ti a las nueve.
Y sin más, se marchó, dejando a Dana Sue con la determinación hecha añicos.
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Capítulo 19
Por primera vez desde que Ronnie había vuelto a Serenity, Dana Sue estaba
verdaderamente asustada porque comprendía que Ronnie estaba dispuesto a
quedarse. Comprar la ferretería no era ninguna tontería. Para ello se necesitaba
dinero y compromiso, y ninguna de ambas cosas las relacionaba últimamente con
Ronnie. Se había obligado a olvidar los muchos años que habían vivido juntos, los
muchos años durante los que le había sido fiel y, a cambio, había preferido aferrarse
al recuerdo de la única noche que le había engañado.
En cuanto Ronnie se marchó, marcó el número de teléfono de Helen, y
consiguió localizar a su amiga entre reunión y reunión.
—¿Podemos vernos esta noche? —le preguntó—. En tu casa.
—Claro, ¿pero no vas a decirme lo que te pasa? Pareces desesperada. ¿Y por
qué en mi casa? ¿No tienes que quedarte con Annie?
—Me aseguraré de que haya alguien con ella, pero no quiero que mi hija oiga
esta conversación. Necesito consejo.
—¿Maddie también vendrá?
—Pensaba llamarla después de hablar contigo. Quería asegurarme de que esta
noche estás disponible.
Necesitaba contar con el punto de vista de sus dos amigas para encontrar
sentido a sus propios sentimientos: con la versión romántica de Maddie sobre su
relación con Ronnie y con el famoso escepticismo de Helen.
—¿A la siete y media te parece bien? —preguntó Dana Sue.
—Por mí, estupendo. Ahora acaba de llegar un cliente, así que tengo que colgar.
Te veré esta noche.
Cinco minutos después, Dana Sue había quedado con Maddie. Ty y Cal se
quedarían con Annie y le llevarían su plato de comida china favorito para asegurarse
de que cumpliera con su plan alimenticio.
Satisfecha, Dana Sue se reclinó en la silla e intentó relajarse. No podía hacer
nada para evitar que Ronnie se comprara una ferretería o restaurara el local de la
calle principal, pero a lo mejor Helen y Maddie podían explicarle cómo evitar
enamorarse de Ronnie después de que éste le hubiera demostrado que había
cambiado.
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público, cariño?
—No, en realidad, quería hablar contigo —contestó Dana Sue muy seria.
Ronnie conocía aquella expresión. Y significaba que no iba a gustarle lo que
Dana Sue tenía que decirle.
—Pero lo dejaremos para cuando hayamos recorrido todo los puestos —la
agarró del brazo y tiró de ella.
—¡Ronnie!
—Estamos en una feria y hace un tiempo maravilloso. No hay una sola nube en
el cielo, estamos rodeados de amigos y Annie está volviendo a ser ella misma. Así
que hoy no quiero nada de conversaciones serias —señaló una acuarela de uno de los
puestos de los pintores—. ¿Qué te parece?
—Me parece que eres imposible —musitó Dana Sue, pero se volvió hacia el
cuadro—. Bonito, pero soso.
—Exacto. ¿Crees que la madre de Maddie también estará vendiendo sus
cuadros este año? Un par de motivos botánicos quedarían perfectos en el restaurante.
Dana Sue le miró sorprendida.
—¿Sabes? Tienes toda la razón. No sé por qué no se me ha ocurrido antes.
Ronnie le guiñó el ojo.
—¿Lo ves? En contra de lo que dice la opinión popular, tengo un gusto
exquisito.
Mientras caminaban entre los puestos en busca de la madre de Maddie, que
tenía una gran reputación como artista local, Ronnie tomó la mano de Dana Sue. Y,
por vez primera, ella se lo permitió.
En el instante en el que Paula Vreeland les vio, interrumpió la conversación que
estaba manteniendo con el pintor del puesto de al lado y se acercó a recibirlos.
—Ronnie, me alegro mucho de que hayas vuelto. Y también me alegro de verte,
Dana Sue.
—Gracias, señora Vreeland. Está usted más guapa que cuando me fui. Y por si
no lo sabe, sus cuadros se han hecho muy populares en Beaufort. No sabe en cuántas
casas he visto sus cuadros.
—Y Ronnie cree que he demostrado una sorprendente falta de gusto al no
poner dos de sus cuadros en la entrada del Sullivan's —añadió Dana Sue—. Y por
una vez, estoy de acuerdo con él.
—Echad un vistazo. Y si no encontráis nada que os guste, podéis venir a mi
estudio la semana que viene. Tengo más allí. Normalmente, no traigo aquí los
originales porque el precio resulta prohibitivo para la mayor parte de la gente que
viene, pero a ti te haré un precio especial.
Dana Sue la miró desconcertada.
—Pero yo no le he pedido que me rebaje el precio.
—No, claro que no me lo has pedido —corroboró la señora Vreeland—, te lo he
ofrecido yo, y no sólo porque seas amiga de mi hija. Al tener mis cuadros en el
restaurante, me harás mucha publicidad, Dana Sue. Tu restaurante atrae cada vez a
más clientes. Estoy tan orgullosa de ti como si fueras mi hija.
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Ronnie advirtió que Dana Sue tenía los ojos llenos de lágrimas, así que, para
ayudarla a salir del apuro, la invitó a acercarse a un cuadro en el que la madre de
Maddie había pintado un capullo de magnolia. Ronnie casi podía sentir la
aterciopelada textura de sus pétalos.
—Creo que éste sería perfecto para un restaurante de una de las Dulces
Magnolias, ¿qué te parece?
Dana Sue le miró en silencio y asintió.
—Sí, es perfecto —dijo emocionada.
—Entonces, considéralo un regalo por la apertura del restaurante. Al fin y al
cabo, no estuve aquí para la inauguración, así que te lo debo.
—Ronnie, por favor, no tienes por qué hacerlo, sobre todo con todos los gastos
que vas a tener cuando abras la ferretería.
—A lo mejor lo hago para que me hagas una rebaja en el catering de la
inauguración —bromeó—. No discutas conmigo, cariño, quiero hacerte un regalo. Y
ahora, veamos si hay otro que también te guste.
Mientras Dana Sue veía los cuadros. Ronnie estuvo hablando con la madre de
Maddie. Después pagó el que había escogido como regalo para Dana Sue. Dana Sue
le entregó un cheque para pagar los otros dos que había escogido.
—¿Podemos venir a buscarlos más tarde? —preguntó Ronnie.
—Por supuesto. Les pondré las etiquetas de «vendido» inmediatamente.
Vosotros id a dar un paseo y a disfrutar de la feria.
Pero apenas podían avanzar entre la gente. Al parecer, todo el mundo había
oído hablar de los planes de Ronnie para la antigua ferretería y querían saludarle y
agradecerle que estuviera contribuyendo a resucitar el centro del pueblo. Incluso el
alcalde tuvo algo que decir y le hizo saber que estaba dispuesto a hacer todo lo que
pudiera por apoyar el negocio.
—Lo único que tiene que hacer es comprar en la tienda y decirle a sus amigos
que apoyen el negocio.
—¿Cuándo tienes pensado abrir?
—Si conseguimos cerrar todos los detalles, me gustaría abrir antes de Navidad
—contestó Ronnie, lo que le valió otra mirada de asombro de Dana Sue.
Cuando el alcalde se fue, Dana Sue se volvió hacia su ex marido.
—¿Crees que podrás abrir tan pronto?
—Si trabajo sin parar durante las próximas seis semanas, sí.
—Supongo que eso significa que tendrás menos tiempo para Annie.
Ronnie la miró con el ceño fruncido.
—Siempre tendré tiempo para Annie y para ti. Sabes mejor que nadie el trabajo
que implica un negocio, pero pretendo conciliarlo con la faceta más importante de mi
vida.
—Sí, claro —contestó Dana Sue, rezumando escepticismo—. Eso dices ahora,
pero cuando empiece a faltarte tiempo, seguro que el que pasas con Annie será el
primero que sacrifiques.
Ronnie se paró en seco y le dirigió una mirada penetrante.
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Estaba ocurriendo algo raro entre sus padres, decidió Annie a las dos semanas
de haber salido del hospital. Continuaban pendientes de cada uno de sus
movimientos, se aseguraban de que hiciera todas las comidas y de que se ciñera a la
dieta que le había puesto la nutricionista. Pero nunca estaban con ella los dos al
mismo tiempo. Parecían tener una capacidad especial para evitarse. Era casi como si
hubieran planificado un horario a sus espaldas.
Aquella noche, su padre prácticamente acababa de salir de casa cuando entró su
madre. Annie la miró perpleja.
—¿Has estado esperando a que se fuera papá para entrar? —le preguntó.
—¿Por qué iba a hacer una cosa así? —preguntó a su vez su madre, pero su
expresión de culpa la delató.
—Porque no quieres verle —contestó Annie secamente—. ¿Qué ha hecho
ahora?
—No ha hecho nada, pero estos días estamos los dos muy ocupados. Ya sabes
que he desatendido el restaurante y el gimnasio, así que tengo que recuperar el
tiempo perdido.
Lo hacía parecer razonable, pero Annie no se lo tragaba.
—¿Vendréis los dos a la sesión de la psicóloga de mañana?
Al ver la expresión de su madre, Annie comprendió que se había olvidado por
completo.
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—Tienes que ir. Tenemos que estar los tres. A papá ya se lo he recordado —y la
verdad era que tampoco había mostrado mucho entusiasmo.
Su madre suspiró.
—Por supuesto, claro que iré. Lo único que pasa es que se me había olvidado.
Las sesiones que hasta entonces había mantenido Annie con la psicóloga a solas
no habían ido tan mal como ella temía. La doctora McDaniels entendía todo lo que
intentaba explicarle y no la juzgaba. Se limitaba a presionarle poco a poco hasta que
Annie comenzaba a ver las cosas de manera diferente.
Como el matrimonio de sus padres, por ejemplo. Había llegado a comprender
que probablemente ninguno de ellos podría haber hecho nada para evitar el divorcio
después de lo que había hecho su padre. Pero fuera cual fuera la razón por la que él
se había acostado con aquella mujer, el problema era suyo, no de su madre y, desde
luego, mucho menos de Annie. Y lo de dejar de comer había sido una especie de
protesta estúpida por el abandono de su padre.
En su intento de averiguar lo que les pasaba a sus padres, Annie había olvidado
compartir con su madre la buena noticia que le habían dado aquella mañana.
—¿Sabes? —dijo, incapaz de controlar una sonrisa—. La doctora McDaniels me
ha dicho que, si el cardiólogo está de acuerdo, cuando me vea pasado mañana, podré
volver al instituto la semana que viene.
Su madre le dirigió una sonrisa radiante.
—Vaya, ésa sí que es una buena noticia. Te has esforzado mucho para llegar
hasta aquí. Seguro que te encantará poder estar otra vez en clase con tus amigos.
Lo mejor de todo sería volver a ver a Ty todos los días, pensó Annie, pero eso
no se lo dijo a su madre. Había ido a visitarla muchas veces mientras estaba en casa,
pero se moría por saber si también le apetecería pasar tanto tiempo con ella cuando
volviera al instituto. En realidad, tampoco estaba comportándose como si fuera su
novio ni nada parecido. Nunca la había besado, excepto en la mejilla. Pero Annie
pensaba que, si la trataba como a una amiga delante de todos los chicos del equipo
de béisbol y de los de su clase, eso ya significaría mucho. Sería como si estuviera
demostrándole que para él era alguien especial.
—¿Vas al día con los deberes de clase? —quiso saber su madre.
Annie asintió.
—Sarah y Raylene han ido trayéndomelo todo y llevándose lo que hacía en casa
para que lo vieran los profesores. A lo mejor tengo que hacer alguno de los exámenes
que me he perdido, pero no creo que me cueste mucho ponerme al día. Y Ty ha dicho
que, si me hace falta, podrá ayudarme.
Dana Sue la miró muy atentamente.
—Que detalle. Está demostrando ser un gran amigo.
—El mejor —contestó Annie sonrojándose.
—No estarás contando con que se convierta en algo más, ¿verdad? —le
preguntó su madre preocupada.
Annie sabía lo que estaba intentando decirle, que Ty era su amigo, no su novio.
Pero no necesitaba que se lo recordaran a cada momento.
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—Lo único que ha pasado es que ayer le dije a Annie que no se hiciera ilusiones
sobre un chico que le gusta. No quería que sufriera una decepción por si él no
respondía a sus expectativas.
Así que eso era, pensó Ronnie. Todo era a causa de Ty pero, Ronnie estaba
convencido, también tenía mucho que ver con él. Miró a Dana Sue a los ojos y le
preguntó:
—¿De verdad tienes miedo de que Annie se arriesgue a sufrir por culpa de Ty,
o lo que en realidad te asusta es lo que puedes llegar a sufrir tú por confiar en mí?
Dana Sue le miró con el ceño fruncido.
—Tu nombre ni siquiera salió en la conversación —respondió muy tensa.
—Seguro que no. Pero eso no significa que no estés proyectando tus miedos en
Annie y en Ty.
—Muy bien, un momento —dijo la doctora McDaniels— , alguno tendrá que
ponerme al tanto de lo que está pasando aquí. ¿Quién es Ty? Creo que ya lo has
mencionado en otra ocasión, Annie. ¿Quieres hablarme un poco más sobre él?
Annie se inclinó hacia delante y describió a Ty en términos elogiosos.
—Me gusta —concluyó, dirigiéndole a su madre una mirada desafiante—.
Mucho.
—Y eso es lo que me preocupa —añadió Dana Sue—. Ty es mayor que ella,
tiene sus propios amigos, sus propios intereses. Se ha portado maravillosamente con
Annie, pero no estoy segura de que él sienta lo mismo que ella.
—Así que quieres protegerla para que no sufra —dijo la psicóloga.
—Por supuesto que quiero protegerla, soy su madre.
—Pero nadie puede evitar que sus hijos cometan sus propios errores —dijo la
doctora McDaniels—. El hecho de que Annie sufra no va a ser el fin del mundo. A
todos nos rompen el corazón alguna vez en nuestra vida.
—Pero no ahora, maldita sea. Está demasiado frágil. Tiene que curarse y
ponerse fuerte antes de enfrentarse a algo así.
La psicóloga se volvió hacia Annie.
—Sabes que te estás arriesgando, ¿verdad?
—Claro que sí —respondió Annie—. Pero no me importa. ¿Cómo me sentiría si
por no correr riesgos ni siquiera intento tener una oportunidad de ser feliz con él?
—No hay nada como la sabiduría de los niños —musitó Ronnie, con la mirada
fija en Dana Sue.
La doctora McDaniels no pasó por alto aquel comentario.
—¿Estás viendo paralelismos con tu relación con Dana Sue?
—Por supuesto.
—¿Y tú? —le preguntó a Dana Sue—. ¿Crees que Ronnie tiene razón? ¿Estás
proyectando tus inseguridades en tu hija?
—¡Por supuesto que no! —exclamó, pero inmediatamente cerró los ojos—. A lo
mejor —susurró.
En vez de presionarla, la doctora se volvió hacia Annie.
—¿Qué es lo peor que podría sucederte si le dices a Ty lo que sientes?
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Capítulo 20
Dana Sue se sentía muy bien después del vuelco que había dado la sesión con la
psicóloga. Por fin se sentía preparada para seguir adelante, estaba convencida de que
sería capaz de manejar todo lo que ocurriera a continuación. Si Ronnie y ella lo
intentaban y la cosa no salía bien, lo superaría. Ya lo había hecho una vez y volvería a
hacerlo. Y después de escuchar la madurez de los argumentos de su hija, estaba
empezando a pensar que su hija también sería capaz de superar cualquier fracaso.
En cuanto habían llevado a Annie a casa, Dana Sue le había propuesto a Ronnie
que fueran a dar un paseo. Mientras caminaban sin rumbo fijo, se puso las gafas de
sol, para evitar el penetrante escrutinio de Ronnie, y le miró a los ojos.
—¿Y ahora qué? —le preguntó.
Ronnie sonrió lentamente.
—Yo no tengo ningún plan, ¿y tú?
Dana Sue le miró con el ceño fruncido.
—Es tan típico de ti —se quejó—. Llevas semanas detrás de mí, y ahora, cuando
te digo que sí, no sabes qué hacer a continuación.
—Cariño, me has pillado por sorpresa. Estoy tan acostumbrado a que utilices
todo tipo de tácticas para erigir barreras entre tú y yo que ni siquiera se me había
ocurrido pensar lo que haría si decidieras derrumbarlas.
—No las he derrumbado —le contradijo—. Sólo he creado una pequeña grieta,
pero ahora tendrás que averiguar qué hacer para atravesarla. Cuando tengas una
estrategia, avísame.
Dana Sue dio media vuelta y comenzó a alejarse. ¡No tenía ningún plan! Aquel
hombre era imposible. A lo mejor sólo había sido un desafío para él, algo que
deseaba mientras no podía tenerlo. Pero una vez había terminado todo,
probablemente ya ni siquiera la deseaba. Tenía su negocio, había recuperado su vida
y Mary Vaughn andaba tras él. Probablemente con eso tenía más que suficiente.
Dana Sue había recorrido ya media manzana con la espalda erguida y la furia
bullendo en sus entrañas, cuando Ronnie la agarró del brazo, le hizo dar media
vuelta y capturó su boca con un beso más ardiente que el sol de Carolina del Sur al
medio día. Aquel beso borró todo pensamiento y todo resto de enfado de su cabeza.
Cuando al final la soltó, Dana Sue tuvo que agarrarse a su hombro para
permanecer erguida. Pero aquella sensación de debilidad y el deseo que palpitaba en
su interior la enfurecieron. Inmediatamente le soltó.
—Montar un espectáculo en público no es la respuesta —le dijo irritada.
—Esto no era un espectáculo, amor, sino la declaración pública de que
volvemos a estar juntos.
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—¿Me estás marcando como si fuera una vaca? —dijo Dana Sue indignada.
—Yo no lo diría exactamente así —replicó él sin atreverse a sonreír.
—No, yo tampoco, pero es de eso de lo que se trata, ¿no?
—¿Sabes? En realidad eso funciona en los dos sentidos. Al besarme, todo el
mundo sabe que soy tuyo.
—¿Incluyendo a Mary Vaughn? —preguntó Dana Sue.
De pronto, la idea comenzó a parecerle atractiva.
—¿Qué tiene que ver Mary Vaughn con eso?
—La he visto cuando está contigo. Le gustas. Y todo el mundo en el pueblo sabe
que su relación actual no funciona bien y está buscando un sustituto. Y a mí me
parece que te ha elegido a ti.
Ronnie la miró divertido.
—¿Pero no está viviendo con ese tipo?
—Técnicamente, sí.
—¿Qué quiere decir «técnicamente»? ¿Vive con él o no?
—Más o menos como cuando tú técnicamente estabas casado conmigo, pero te
acostaste con otra mujer. Como te he dicho, la relación parece que ha terminado
aunque él todavía no se haya cambiado de casa.
—Muy bien, así que es eso —repuso Ronnie—. Ahora, vámonos —la agarró del
brazo y comenzó a arrastrarla por la acera.
—¿Pero qué demonios te pasa? ¿Adónde vamos?
—A la habitación de mi hotel.
—No pienso ir a tu hotel —respondió ella, horrorizada ante la perspectiva de
que la noticia corriera por el pueblo.
—¿De verdad prefieres volver a casa y discutir conmigo delante de Annie?
—¡Yo no quiero discutir contigo!
—Bueno, pues cuando hayamos terminado de discutir y queramos arreglar las
cosas, tampoco creo que queramos tener a Annie cerca.
El calor que Dana Sue sintió en aquel momento no tenía nada que ver con el
enfado, pero sí mucho con la anticipación. Aquello era lo más exasperante.
Seguramente, en dos años debería haber aprendido a resistirse a los encantos de
aquel hombre.
—¿Qué te hace pensar que lo vamos a arreglar?
—Porque es lo que vamos a hacer, discutir y después reconciliarnos. Es un ciclo,
un ciclo que podríamos intentar romper. Pero de eso ya nos ocuparemos más
adelante. Y ahora, ¿vas a venir voluntariamente conmigo o tendré que llevarte en
brazos?
—No te atreverías —comenzó a decir Dana Sue—. No, claro que te atreverías.
Muy bien, iré al hostal, pero sólo a hablar.
Una vez en el hostal, a Dana Sue le habría gustado pararse a saludar a los
propietarios. Pero la insistente presión de la mano de Ronnie en la espalda le hizo
dirigirse directamente hasta su habitación.
—Qué maleducado.
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—¿De verdad querías quedarte allí hablando con ellos para darles todavía más
que hablar cuando vayan a almorzar al Wharton's?
—¿De verdad crees que no pararnos a hablar con ellos va a impedir que
cuenten lo que han visto? Ahora todo el mundo sabrá que estábamos tan ansiosos
por llegar al dormitorio que no nos detuvimos ni a saludar. Estoy segura que van a
hacer correr la noticia por todo el pueblo.
—Pues que lo hagan —contestó Ronnie mientras empujaba la puerta del
dormitorio—. Como tú estabas tan convencida de que Mary Vaughn andaba detrás
de mí, a lo mejor la noticia de nuestro encuentro sirve para que a ella se le quite esa
idea de la cabeza…
—Eso te crees tú —replicó Dana Sue mientras le seguía al interior de la
habitación—. Eso sólo servirá para que le parezcas un desafío mayor. ¿Es que no la
conoces?
Ronnie sonrió.
—Parece que no tan bien como tú.
Dana Sue se concentró en estudiar la habitación. Para su sorpresa, estaba
ordenada. No había ropas por todas partes, ni toallas en el suelo. Y, curiosamente, la
decoración de la habitación, tan femenina, hacía resaltar por contraste la virilidad de
Ronnie.
En un impulso, Dana Sue se sentó a los pies de la cama, en vez de en la única
silla que había en la habitación.
—Muy bien, ¿de qué quieres que hablemos? —le preguntó.
Ronnie parecía inseguro una vez en la habitación. Recorrió lentamente a Dana
Su con la mirada, con unos ojos oscurecidos por la pasión.
—¿Quieres tomar algo? —le preguntó con la voz atragantada—. Hay una
máquina expendedora ahí fuera. ¿Quieres un dulce, unas patatas fritas?
Dana Sue tuvo entonces la certeza de que estaba nervioso. De otro modo jamás
le habría sugerido que comiera algo así. Irónicamente, a Dana Sue le resultaba tan
extraña esa actitud en él que no podía dejar de encontrarla encantadora. Su enfado
comenzó a ceder.
—A lo mejor deberíamos cambiar la agenda —sugirió.
—¿Qué quieres decir?
—Que podríamos hacer el amor y dejar lo de hablar, o cualquier otra cosa que
tengas en mente, para más tarde —se encogió de hombros.
Ronnie negó con la cabeza.
—No, no pienso acercarme a esa cama hasta que oigas lo que tengo que decirte.
Quiero que después de esta conversación, te olvides para siempre de que te engañé.
Dana Sue le miró con el ceño fruncido.
—Quizá no sea posible.
—Entonces, a lo mejor no tenemos futuro, Dana Sue —le dijo con tanta crudeza
que le hizo estremecerse—. No voy a pasar el resto de mi vida con una persona que
me va a echar eso en cara cada vez que cometa un error.
—Sé que tienes razón —contestó Dana Sue más asustada que nunca. ¿Sería
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Dana Sue comprendió entonces que sólo podía prometer aquello de lo que
estuviera realmente segura. Pero no le importaba. De momento, era lo único que
tenían.
—Te quiero —susurró.
La sonrisa de Ronnie reflejó un profundo alivio.
—Yo también te quiero —respondió.
Buscó entonces su boca, deslizó las manos bajo la blusa y el mundo comenzó a
girar a toda velocidad.
Ronnie volvió a recordar por qué Dana Sue había conquistado su corazón para
siempre. Ninguna mujer podía ser tan generosa como ella en la cama, tan
apasionada. Estaba tan ansiosa por participar como él, sus manos vagaban por todo
su cuerpo y su boca saboreaba cada rincón de su piel.
Continuaban vestidos, pero hechos un nudo de piernas y brazos en la cama; sus
cuerpos encajaban de una forma tan perfecta que Ronnie ni siquiera era capaz de
imaginar por qué podía haber llegado a desear nunca a otra mujer. Ni siquiera la
emoción de lo desconocido podía explicarlo.
Dana Sue pareció vacilar cuando Ronnie comenzó a desabrocharle los botones
de la blusa.
—¿Has cambiado de opinión? —le preguntó.
Dana Sue negó con la cabeza, pero Ronnie advirtió que el color que teñía en
aquel momento sus mejillas tenía más que ver con la vergüenza que con la pasión.
Era su peso otra vez. Podía verlo en sus ojos; tenía miedo de que no le gustara cómo
había cambiado su cuerpo.
Sostuvo la mirada fija en sus ojos mientras alcanzaba el primer botón de la
blusa.
—¿Un botón? —sugirió.
—Nunca te has conformado con uno…
Ronnie sonrió.
—Entonces déjame decirte algo. Te amo, Dana Sue. Adoro cada centímetro,
cada gramo de tu cuerpo. Si quisiera acostarme con una joven esquelética, estaría con
ella en vez de contigo.
Aun así, Dana Sue le apartó la mano.
—No debería haber perdido el control sobre mi peso de esta forma —dijo—.
Sobre todo cuando sé que no es bueno para mi salud.
Ronnie la tomó por la barbilla y la obligó a mirarle a los ojos.
—Si no te gusta tu aspecto, tendrás que hacer algo para cambiarlo. Yo te
apoyaré en todo el proceso, pero no pienses que lo haces por mí. A mí me encanta
mirarte. Me gusta tocarte y ver como disfrutas. Eras una mujer sensual y deseable
cuando te conocí y continúas siéndolo ahora.
Había tanta esperanza en los ojos de Dana Sue mientras le escuchaba que a
Ronnie le desgarró el corazón.
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—La gente lo hace para estar en forma y poder vivir más. La próxima vez será
más fácil.
—A lo mejor no hay próxima vez.
Elliot se sentó entonces frente a ella.
—¿Qué te ha traído hoy por aquí, Dana Sue? Llevo detrás de ti desde que se
abrió el gimnasio y siempre me habías rechazado.
Dana Sue pensó en la vergüenza que le había dado que Ronnie le viera
desnuda.
—Sencillamente, he decidido que ya iba siendo hora de hacer algo con mi
cuerpo.
—He oído hablar de ese concurso que estáis haciendo entre las tres y sé que
hacer ejercicio regularmente es uno de tus objetivos. ¿Has decidido que quieres
ganar?
—En realidad, eso es lo de menos.
—Ya entiendo. En ese caso, ¿hay un nuevo hombre en tu vida?
—Si quieres saber la verdad, uno viejo —contestó, consciente de que la noticia
de su encuentro con Ronnie no tardaría en correr por el pueblo.
—Cualquier motivación es válida, siempre y cuando no renuncies. Aunque
sería mejor que hicieras esto por ti misma. Para estar más saludable y en forma.
—Pues de momento, yo creo que es preferible que me concentre en Ronnie,
porque si fuera por mí, me temo que no volverías a verme el pelo.
—De acuerdo entonces. Así que se trata de Ronnie. Creo que podré vivir con
ello. ¿Nos vemos el lunes a la misma hora?
A Dana Sue se le ocurrieron miles de excusas, pero no recurrió a ninguna de
ellas.
—Claro —dijo casi a su pesar—. Si no te importa que termine odiándote.
—No serás la primera —le aseguró—. Pero ¿sabes? Estoy deseando ver el día en
el que cambies de actitud, Dana Sue, porque estoy seguro de que cambiarás.
—¿En esta vida?
—Dame dos meses. Para Navidad, estarás pensando que soy lo mejor que te ha
pasado en la vida desde que Annie nació.
—Ahora mismo, lo único que puedo decirte es que he sufrido tanto como en su
parto.
—Dos meses —repitió Elliot—, y yo mismo te llevaré de compras.
Dana Sue continuaba mirándole con escepticismo, pero pensó una vez más en
la apuesta que había hecho con Helen y Maddie. Si Elliot tenía razón, a lo mejor el
descapotable no estaba tan lejos de su alcance como pensaba.
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Capítulo 21
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impresionar a tus clientes. Y, por cierto, estás preciosa. Supongo que Ronnie estará
encantado con tu nueva imagen.
Dana Sue se sonrojó.
—La verdad es que antes también le gustaba bastante.
—¿Ha habido alguna novedad entre vosotros? —le preguntó Maddie, y desvió
la mirada cuando Jessica Lynn comenzó a gimotear en el carrito. La levantó en
brazos y le hizo apoyar la cabeza en su hombro.
Dana Sue negó con la cabeza.
—Digamos que es como un programa para superar una separación, pero a la
inversa. Vamos paso a paso, pero en vez de intentar vivir sin alguien, lo que estamos
haciendo es intentar ver si podemos vivir el uno con el otro.
—Si todo va tan bien —le preguntó Helen, mirándola con atención—, ¿por qué
pasas tanto tiempo escondida en el Sullivan's?
—Soy su propietaria, no me escondo allí —respondió Dana Sue a la defensiva
—. Erik y Kareen han cargado con todo el peso del restaurante durante demasiado
tiempo. Ahora que Annie está un poco mejor, tengo que volver al trabajo. Además,
Kareen ha tenido algún problema con sus hijos. Ya sabía que era arriesgado contratar
a una madre soltera, pero sus ausencias están empezando a preocuparme. Erik no
puede ocuparse él solo de todo, así que tengo que estar allí.
Helen negó con la cabeza.
—No me lo trago, creo que estás evitando a Ronnie. Lo que no entiendo es por
qué.
—A lo mejor es él el que está evitándome a mí —repuso Dana Sue muy tensa.
—Un momento —dijo Maddie, mirándolas alternativamente—, todo el pueblo
sabe que habéis vuelto —se interrumpió y arqueó una ceja—. Bueno, todos excepto
Mary Vaughn, pero ella tiende a ser un tanto despistada en cuanto hay un hombre a
la vista. Mientras Ronnie siga siendo tu ex en vez de tu marido, se creerá con derecho
a conquistarle.
Helen frunció el ceño.
—Vaya, seguro que a Dana Sue le está dando mucha seguridad todo lo que
estás diciendo.
—Lo siento —repuso Maddie—. Pero todos sabemos cómo funciona Mary
Vaughn. Incluyendo a Ronnie, así que yo no me preocuparía por él —se volvió hacia
Dana Sue—. Además, hace un par de semanas parecíais inseparables, ¿qué ha
cambiado desde entonces?
Dana Sue parpadeó para contener las lágrimas.
—No tengo ni idea. De pronto todo parece girar alrededor de su negocio. Se
pasa horas en la ferretería. Annie le está ayudando ahora que ya está bien. Y él,
cuando no está limpiando, pintando o viendo catálogos, tiene a Mary Vaughn a su
alrededor.
Maddie y Helen intercambiaron una mirada.
—Sabía que esto iba a pasar —dijo Maddie—. Estás celosa, tienes miedo de que
Mary Vaughn clave sus garras en Ronnie, y en vez de proteger a su presa, estás
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Ronnie había concertado una cita con Helen dos semanas atrás. Cuando por fin
llegó el día de acudir a su despacho, no estaba seguro de qué clase de bienvenida
esperar, pero seguro que no esperaba encontrarse con aquella expresión distraída con
la que Helen lo saludó desde la silla.
—Tengo que terminar de investigar algo —le dijo, y volvió a clavar la mirada
en el ordenador.
Ronnie se sentó a su lado y esperó. Y esperó.
—Eh, Helen, ¿prefieres que venga en otro momento? —le preguntó cuando
llevaba ya quince minutos viéndola teclear.
Helen parpadeó y le miró sorprendida.
—¿Ronnie? ¿Qué estas haciendo aquí?
—Teníamos una cita, ¿recuerdas?
—¿Por qué? Soy la abogada de Diana. No puedo representarte a ti.
—¿Ni siquiera puedes ayudarme en un asunto relacionado con mi negocio?
—¿Por qué voy a tener que hacerlo? Ya sabes que no eres precisamente mi
persona favorita.
—Eso ya lo sé, pero pensaba que eso podría llegar a cambiar. Además, tú eres la
mejor abogada de la zona.
Con aquel cumplido, consiguió que por lo menos le atendiera.
—Muy bien, adelante. No estoy diciendo que sí, sólo digo que estoy dispuesta a
escucharte. Tienes diez minutos. A las tres y media tengo otra cita.
—Puesto que te has pasado quince minutos de mi cita haciendo lo que quiera
que estuvieras haciendo en el ordenador, estoy seguro de que no te importará que
me quede un poco más.
Helen le miró sorprendida y después sonrió.
—Has cambiado. Eres más duro.
—Prefiero pensar que soy más eficaz, algo que seguramente apreciarás.
—Desde luego. Bueno, empieza a hablar.
Ronnie le explicó el trato al que había llegado con Butch Thompson y le tendió
después varios documentos.
—Aquí está el contrato que ha redactado su abogado. Yo confío en Butch, pero
no quiero firmar nada hasta que no lo haya visto alguien que represente mis
intereses.
—Desde luego.
—Y, ¿sabes? A lo mejor esto sólo es el principio. Si todo sale como espero,
saldrán muchos más contratos por la zona. Supongo que eso también te apetece
saberlo.
Helen asintió, se concentró en el contrato y fue tomando notas mientras leía.
—Parece un contrato justo, pero me gustaría leerlo más detenidamente esta
noche. ¿Puedo llevártelo mañana a la ferretería? Me apetece ver las reformas que
estás haciendo.
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Annie se sentía como una estúpida. Aquél era el día de su vuelta al instituto y
su madre la trataba como si estuviera a punto de viajar a Marte.
—Mamá, éste no es mi primer día de colegio —protestó—. No es la primera vez
que voy, conozco a mis compañeros y he hecho los deberes. Así que tranquilízate,
¿quieres?
—Aun así, sigue siendo un día muy especial. Hace seis semanas que no vas a
clase.
—Las vacaciones de verano duran más y no te pones tan nerviosa.
—Esto es diferente —insistió Dana Sue.
—Los médicos han dicho que ya estoy preparada —dijo Annie exasperada—.
Hasta la doctora McDaniels lo ha dicho, y tú sabes que ella es muy dura. Tú eres la
única que no cree que esté preparada para dar este paso.
—Tu padre también está un poco nervioso. Y no tardará en llegar.
Annie la miró desesperada.
—¿Qué pasa? ¿Vais a llevarme los dos al colegio?
Su madre sonrió de oreja a oreja.
—No me digas que no ha sido una idea maravillosa.
—¡Mamá!
—No, sencillamente hemos pensado que estaría bien que tuviéramos un
desayuno familiar antes del primer día de clase.
Annie sintió que se le encogía el estómago.
—No tenéis por qué continuar vigilando lo que como —respondió furiosa—.
Eso pertenece al pasado.
—Y esto no tiene nada que ver con la anorexia, sino con el hecho de que para
los tres es un día importante —respondió su madre—. Sabes que siempre me ha
gustado celebrar este tipo de cosas.
Annie miró a su madre con recelo.
—¿De verdad que eso es todo?
—Te lo juro —respondió Dana Sue, llevándose la mano al corazón—. Por cierto,
estás muy guapa. El color azul de la camiseta realza el color de tus ojos.
—¿No te parece que me queda demasiado ceñida? —preguntó Annie
preocupada—. He engordado desde que me la compré.
—No, te queda perfecta. Es un color que te favorece mucho.
Annie giró delante del espejo de cuerpo entero que tenía en el dormitorio, algo
que no habría hecho unos meses atrás. Sintió una punzada de inseguridad; por un
instante, temió estar demasiado gorda. Pero después volvió a observarse con sus
nuevos ojos y comprendió que era indudable que tenía un aspecto más saludable. Si
acaso, incluso podría decirse que estaba un poco delgada, pero tenía mejor color y,
desde que había ido a la peluquería de Charleston que Helen le había recomendado,
tenía el pelo mucho más brillante y voluminoso. Habían ido las tres juntas y su
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madre se había dado unos reflejos que le hacían parecer mucho más joven.
En un impulso, Annie se volvió hacia su madre y le dio un abrazo.
—Sé que a veces me enfado cuando papá y tú hacéis este tipo de cosas, pero no
dejéis de hacerlas, ¿de acuerdo?
—Jamás dejaremos de cuidarte —le prometió su madre, y le abrazó.
Annie retrocedió y la miró con interés.
—Has adelgazado.
—Sobre todo, he perdido grasa —replicó su madre y flexionó el bíceps—. Mira
qué músculo.
Annie se echó a reír.
—Increíble. ¿Estás yendo al gimnasio?
—Todos los días excepto los lunes —confesó su madre—. Elliot me está
haciendo trabajar duro.
—¿Te refieres al entrenador personal?
—Sí.
—¡Vaya! ¿Y papá ya ha visto a ese tipo?
Su madre la miró sorprendida por la pregunta.
—No, ¿por qué?
—Porque es guapísimo. No sé si a papá le hará mucha gracia que pases tanto
tiempo con él.
—Eso no es algo que tenga que decidir tu padre.
Annie reconsideró la situación.
—¿Sabes? A lo mejor no estaría mal. Si papá viera a Elliot, se daría prisa en
pedirte que te casaras con él.
—Eh, tranquila —protestó Dana Sue—. Tu padre y yo todavía no hemos
hablado de volver a casarnos.
—Pues deberías. Todo el mundo sabe que estáis muy bien juntos. Así que estáis
perdiendo el tiempo.
—Estamos intentando ser prudentes y hacer las cosas despacio.
—Aun así, sigo pensando que no sería mala idea que papá viera a Elliot. A mí
me gustaría que las cosas fueran un poco más deprisa.
De hecho, puesto que su madre parecía reacia a hacerlo, quizá fuera ella la que
tuviera que dar un impulso a su relación. A la edad de sus padres, no se podía
perder el tiempo.
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Capítulo 22
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—Eso me han dicho. Mis abuelos, los que viven en Charleston, lo están
organizando todo. Incluso tendré que asistir a alguno de esos cursos en los que te
enseñan a comportarte correctamente.
Sarah sonrió.
—No tienen ni idea del desafío que representa convertirle a ti en una dama.
Raylene frunció el ceño.
—Muy graciosa.
—Podría ser divertido —dijo Annie pensativa—. Yo lo haría si tuviera
oportunidad.
—No me puedo creer lo que estoy oyendo.
Raylene sonrió.
—Sólo quiere tener oportunidad de invitar a Ty a un baile elegante.
Sarah le sonrió.
—Ahora sí que me lo creo.
Annie le devolvió la sonrisa.
—Me gustaría que pudiéramos ir juntas —dijo Raylene—. Bueno chicas, será
mejor que vayamos a clase. El señor Grainger te quita puntos si llegas tarde y en este
examen no puedo permitirme ese lujo.
Agarradas las tres del brazo, corrieron por el pasillo, como habían hecho miles
de veces, pensó Annie, agradeciéndoselo inmensamente a las dos.
—Bienvenida al instituto —dijo el señor Grainger cuando Annie se sentó.
Y eso fue todo. Después, repartió los exámenes y Annie volvió a sentirse
oficialmente en el colegio. Por supuesto, durante el resto del día, hubo ocasiones en
las que fue consciente de que algunos murmuraban al verla, pero lo peor pasó
rápidamente. Pero lo mejor de todo era que tendría oportunidad de ver a Ty en el
almuerzo. Y que su padre había vuelto a la ciudad para siempre. La vida era mucho
mejor de lo que jamás habría imaginado y lo sería todavía más al cabo de un par de
meses.
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Como ya había advertido que sucedería, Ronnie estaba tan ocupado con Annie
y con la ferretería que Dana Sue apenas le veía. Estaban ya en la primera quincena de
noviembre y, cuando se veían, apenas cruzaban algo más que un beso antes de que
cada uno de ellos siguiera su camino. Aquellos besos eran un recordatorio de todo lo
bueno que habían compartido. Ronnie imaginaba que la apertura de la ferretería
serviría para garantizarle que no pensaba marcharse nunca más. Aunque su relación
se había caldeado considerablemente, era suficientemente inteligente como para
saber que haría falta algo más que el sexo para que Dana Sue estuviera dispuesta a
permitir que volviera definitivamente a su vida.
De alguna manera, tenía que encontrar la forma de demostrarle que todo lo que
él necesitaba para vivir estaba en Serenity: un trabajo que le gustaba, una hija a la que
adoraba y la única mujer a la que amaba con todo su ser. Una mujer que,
definitivamente, no era Mary Vaughn.
Trabajando veinticuatro horas al día y gracias a la ayuda de Annie y de la
siempre presente Mary Vaughn, que parecía no entender sus indirectas, iba a poder
abrir la tienda una semana antes del día de Acción de Gracias, en vez de en vísperas
de Navidad. Y, quizá, después del fin de semana de la inauguración, pudiera
dedicarle más tiempo a su ex esposa.
—Papa, ¿cuándo vas a pedirle a mamá que se case contigo? —preguntó Annie
mientras iba colocando las guirnaldas con las que había insistido en adornar la tienda
para la inauguración.
—A lo mejor estoy esperando a que me lo pida ella —bromeó.
—¿Es que te has vuelto loco? ¿No la conoces? Jamás te lo pedirá. Eso no es
suficientemente romántico para ella.
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Ronnie miró a su hija y sonrió al verla tan recuperada. Había ganado varios
kilos y tenía las mejillas resplandecientes de salud. Además, el brillo de sus ojos
parecía intensificarse cada vez que Ty estaba cerca, algo que no tardaría en volver a
presenciar. Ronnie habría preferido celebrar la inauguración sin tanta alharaca, pero
Annie y Dana Sue habían conspirado para convertir aquella inauguración en una
gran fiesta.
—Te equivocas con tu madre —le dijo a Annie—. Ella no necesita grandes
gestos por mi parte. Lo único que necesita es saber que me tomo todo esto en serio. Y
que no voy a empezar a mirar hacia otra parte ni porque gane un poco de peso ni por
ninguna otra razón.
Annie le miró con el ceño fruncido.
—¿No te has fijado siquiera en que le ha mejorado mucho el tipo? Está yendo
prácticamente todos los días al gimnasio.
—Claro que me he fijado.
—¿Y has conocido a su entrenador? —preguntó, evitando mirar a su padre a los
ojos—. Mamá trabaja mucho con él. Es guapísimo.
—¿Ah, sí? —preguntó Ronnie con naturalidad, aunque la verdad era que el
corazón se le aceleró ligeramente al imaginárselo.
—Un tipo increíble.
—No estarás intentando ponerme celoso, ¿verdad? —preguntó Ronnie,
mirándola divertido—. Porque ya sabes que son precisamente los celos los que
pueden dar al traste con el intento de recuperar nuestro matrimonio.
Annie le miró con expresión culpable.
—No había pensado en eso. Lo siento.
Ronnie le apretó el hombro con cariño.
—No te preocupes. Pero es algo en lo que deberías pensar antes de intentar
jugar a casamentera.
—Yo sólo quiero que volváis a estar juntos antes de que seáis demasiado viejos.
Ronnie estuvo a punto de atragantarse al oír aquel comentario, pero se recuperó
rápidamente.
—No creo que tengas que preocuparte por eso —contestó cuando fue capaz de
contener la risa.
—Bueno, pero no tiene sentido esperar. Tú la quieres y yo sé que ella te quiere
—afirmó Annie mientras terminaban de colocar una guirnalda.
—Pero tu madre todavía tiene que aprender a confiar en mí. Y necesita saber
que no voy a irme a ninguna parte.
Annie asintió.
—Claro, por eso has decidido abrir una ferretería en vez de continuar
dedicándote a la construcción.
—Exactamente.
—Pues una floristería le habría impresionado más. Le encantan las flores, pero
no la veo entusiasmándose con los martillos y los botes de pintura —dijo Annie con
expresión dubitativa mientras miraba a su alrededor—. Mira, si hasta las paredes
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están pintadas de color beis. Jamás en mi vida había visto algo tan aburrido.
—¿Y qué habrías sugerido tú? ¿Pintarlas de morado? —sonrió—. Además, ¿me
imaginas a mí preparando ramos de flores?
De pronto, Annie se echó a reír con una despreocupación que Ronnie no había
visto en su rostro desde hacía años. Aunque no sirviera para ninguna otra cosa, sabía
que su vuelta a casa le había hecho mucho bien a su hija.
Y esperaba que Dana Sue pronto se diera cuenta de que también se lo había
hecho a ella.
Dana Sue estaba distribuyendo las bandejas con entremeses de la tienda cuando
sonó la campanilla de la puerta. Desde donde estaba, no pudo ver quién acababa de
entrar, pero lo siguiente que oyó fue la ronroneante voz de Mary Vaughn.
—Ronnie, cariño, estoy aquí —le llamó—. He venido a ver en qué puedo
ayudarte.
Dana Sue dejó el plato de queso bruscamente y caminó decidida hacia la puerta.
—Hola, Mary Vaughn.
Mary Vaughn abrió los ojos como platos, pero, como buena vendedora que era,
supo disimular su desconcierto.
—Dana Sue —la saludó con calor—, no sabía que ibas a estar aquí.
—Sullivan's se encarga del servicio de catering de la inauguración —contestó sin
pensar. Algo en ella le había impulsado a intentar dar la impresión de que su
presencia allí era estrictamente profesional.
Mary Vaughn pareció relajarse.
—Ah, por supuesto, creo que Ronnie comentó algo. Pero pensé que traerías la
comida y te marcharías. O a lo mejor Erik. Todo esto debe de resultarte muy violento.
¿Es que aquella mujer vivía en una cueva? Dana Sue sabía que todo el pueblo
estaba especulando sobre su posible reconciliación con Ronnie. Al parecer, Mary
Vaughn se había vuelto sorda, sencillamente, porque no le convenía lo que oía. O a lo
mejor confiaba de tal manera en su poder de seducción que pensaba que Dona Sue
no tendría ninguna oportunidad de competir con ella.
—¿Por que iba a resultarme incómodo? —preguntó Dana Sue, fingiendo
inocencia—. Ronnie y yo estuvimos casados durante muchos años, tenemos una hija
y, desde que ha vuelto al pueblo, pasamos mucho tiempo juntos.
—Por Annie, por supuesto —dijo Mary Vaughn, aunque estaba empezando a
mostrar cierta inseguridad.
—Sí, por supuesto, por Annie —corroboró Dana Sue con dulzura.
Justo en ese momento, Ronnie salió de la trastienda y, al verlas a las dos juntas,
palideció. Inmediatamente, debió comprender lo que estaba pasando, porque se
acercó a ellas a grandes zancadas y le dio a Dana Sue un beso tan ardiente que ella
llegó a temer que algunos de los entremeses se derritieran. La agarró de la cintura,
como si tuviera miedo de que pudiera marcharse, y le sonrió a Mary Vaughn con
calor.
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—Gracias por venir. ¿Has probado ya la comida? Todo lo han preparado Dana
Sue y Erik.
Evidentemente, a Mary Vaughn no necesitó más indirectas para comprender lo
que estaba pasando delante de sus ojos. Consiguió esbozar una débil sonrisa y dijo:
—Pues la verdad es que estaba pensando que me encantaría probar unos de
esos palitos de queso. En una fiesta sureña nunca pueden faltar.
—Por supuesto —confirmó Dana Sue, negándose a ofenderse por aquella
velada acusación de falta de originalidad—. Aunque los míos son ligeramente
distintos de los tradicionales.
Tuvo que reprimir una sonrisa cuando Mary Vaughn dio el primer mordisco y
estuvo a punto de atragantarse.
—Tienen jalapeños —susurró la vendedora, abanicándose la boca con la mano.
—¿No te lo había dicho? —preguntó Dana Sue—. Lo siento. Casi todo el mundo
en el pueblo sabe que a Ronnie le gustan las cosas picantes.
Ronnie la miró y le presionó ligeramente la espalda para que avanzara.
—Dejemos que Mary Vaughn recupere la respiración. Tú puedes ayudarme a
recibir a la gente.
—Estoy dispuesta a hacer lo que necesites —dijo Dana Sue, dirigiéndole a la
otra mujer una mirada de suficiencia.
Una vez junto a la antigua caja registradora de la ferretería, que Ronnie había
insistido en conservar, este último miró divertido a su ex esposa.
—Yo pensaba que los hombres éramos los únicos que marcábamos nuestro
territorio —le dijo.
—Tienes que estar bromeando —replicó Dana Sue—. Lo que pasa es que las
mujeres lo hacemos de forma mas sutil.
—Cariño, si lo que acabas de hacer ha sido sutil, no me atrevo ni a pensar lo que
harías si quisieras dejar las cosas claras.
—¿Te estás quejando porque le he dejado claro que estás conmigo?
—En absoluto. Pero me gustaría que comprendieras que no era necesario.
—A lo mejor para ti no, pero Mary Vaughn parecía no entenderlo.
—Sí, ya lo he notado. Y ahora, ¿crees que serás capaz de relajarte y divertirte?
—Absolutamente. Pero no voy a dejar de vigilarla.
Ronnie le enmarcó el rostro con las manos y volvió a besarla.
—Sólo uno más para ayudarle a comprender el mensaje —le dijo, y la soltó—.
No tienes por qué preocuparte por Mary Vaughn.
—A lo mejor debería —replicó Dana Sue con una sonrisa—. Sobre todo si eso
significa que vas a seguir besándome de esta manera.
—Cariño, estoy dispuesto a besarte en cualquier momento y como tú quieras.
La puerta de la tienda se abrió antes de que Dana Sue hubiera podido contestar
y entraron Maddie y Cal seguidos por Annie y por Ty.
—Ya terminaremos esta conversación más tarde —le advirtió Dana Sue—.
Ahora saluda a tus primeros clientes. Seguramente Cal necesita que le ayudes a
elegir las herramientas que necesitan para montar la cuna que compraron el otro día.
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—Lo único que quieres es quedarte a solas con Maddie para contarle cómo has
puesto a Mary Vaughn en su lugar —bromeó Ronnie en voz baja antes de
adelantarse para saludar a Cal.
—Pues claro que es eso lo que quiero —respondió Dana Sue—. ¿De qué sirve
una victoria si una no puede disfrutarla con sus amigas?
Maddie frunció el ceño mientras se acercaba a Dana Sue.
—¿De qué estás hablando?
—De nada de lo que pueda seguir hablando aquí —le dijo Dana Sue, mirando
hacia atrás—. ¿Quieres que te enseñe algunos clavos o algunos tornillos en especial?
—No, pero puedes enseñarme la comida —dijo Maddie—. Prometiste que
habría comida.
Dana Sue soltó una carcajada.
—Un día de éstos te vas a arrepentir de todo lo que estás comiendo. A nuestra
edad, los kilos no se pierden fácilmente. Además, ¿de verdad quieres que ganemos
Helen o yo el concurso? Porque, para tu información, yo no he probado ni uno solo
de estos entremeses.
—Bien por ti. Y no te preocupes por mis objetivos. En cuanto deje de dar de
mamar a esta criatura, pienso ponerme a ello, pero hasta entonces, quiero disfrutar
de cada bocado.
—¿Helen sabe que estás comiendo todo lo que te apetece?
Maddie miró incómoda a su alrededor.
—No, y esa es la razón por la que quiero comer algo antes de que llegue y
empiece a regañarme.
—En ese caso, te recomiendo que empieces con los pastelitos de cangrejo. Los
ha hecho Erik y estoy segura de que serán los primeros en desaparecer.
Maddie se sirvió tres pastelitos en un plato al que añadió también un par de
palitos de queso.
—¿A qué hora se supone que piensa llegar Helen? —pregunto nerviosa.
Dana Sue sonrió.
—En realidad, creo que deberías sentarte antes de que conteste a esa pregunta.
Maddie la miró asustada.
—¿Qué pasa? ¿Le ha ocurrido algo?
—No exactamente. Pero se ha ofrecido voluntariamente a ayudar a Erik en la
cocina del Sullivan, porque Karen ha llamado diciendo que tenía otra emergencia y
que no podía venir.
—¿Y le has dejado? —preguntó Maddie con incredulidad.
—En realidad ha sido idea mía —dijo Dana Sue—. Sólo serán unas cuantas
horas. No creo que en tan poco tiempo pueda dañar la reputación de un restaurante
como el mío. Y de todas formas, Erik la estará vigilando.
—¿Pero quién cuidará de Erik para asegurase de que sobreviva? Ya sabes cómo
es Helen. Es un monstruo del control. Probablemente ahora mismo le estará diciendo
cómo debe hacer las cosas. Quién sabe cómo puede acabar esto.
Dana Sue sonrió.
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Capítulo 23
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Ronnie asintió.
—¿Y alguna vez te ha servido para algo?
Ronnie se echó a reír.
—Bueno, la verdad es que todas esas fórmulas y ecuaciones me han ayudado a
averiguar cosas de vez en cuando.
Su hija le miró con evidente escepticismo.
—Estás de broma.
—No. Por ejemplo, si tengo un presupuesto de diez mil dólares y cada tablón
de tres metros me cuesta cinco dólares, ¿cuánta madera podré llegar a comprar?
—Es como un problema de matemáticas —dijo Annie asombrada.
—Exactamente. Y creo que la policía de tráfico utiliza fórmulas algebraicas para
calcular la velocidad de los coches que se ven involucrados en un accidente. Así que
ya ves, las matemáticas tienen mucha utilidad.
Annie le miró pensativa.
—En ese caso, a lo mejor no es una pérdida de tiempo…
—Creo que estudiar nunca es una pérdida de tiempo. Aunque estés convencida
de que son cosas que no vas a utilizar jamás, es posible que algún día te aparezcan en
un crucigrama —bromeó—. Aunque sólo sea por eso, ya vale la pena haberlas
aprendido.
—¡Papá! —protestó entre risas.
—¿Cómo van las cosas con Ty? —le preguntó—. Últimamente no le veo mucho.
A Annie se le iluminó la mirada.
—Me llama casi todos los días después del colegio. Está estudiando mucho para
los exámenes que tenemos antes de Navidad. Ha conseguido que le admitan en
Duke, pero para poder matricularse tiene que sacar una nota bastante alta.
—¿Y Duke era su primera opción?
Dana Sue negó con la cabeza.
—No, lo que a él le gustaría es poder unirse a un equipo de béisbol profesional.
Cal dice que es suficientemente bueno, así que ha hecho una prueba para los Braves
de Atlanta, pero su madre insiste en que antes tiene que ir a la universidad.
—¿Y su padre qué dice? —preguntó Ronnie. Bill Townsend, el ex marido de
Maddie, siempre había apoyado la afición al béisbol de su hijo.
—Ty cree que a su padre no le importaría que se incorporara a un equipo de
béisbol profesional, pero no quiere ponerse en contra de su madre. Ya sabes, como
hacéis mamá y tú conmigo.
—Sólo por tu bien.
—Sí, claro —Annie elevó los ojos al cielo—, eso es lo que dicen siempre los
padres.
—Porque son sabios.
—Mamá y tú no parecéis tan inteligentes. Todavía no estáis viviendo en la
misma casa.
Una situación que también Ronnie encontraba frustrante.
—Hay cosas que necesitan su tiempo.
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oír hablar sobre ello —Annie se encogió de hombros—. Es sólo que a veces pienso en
la abuela, sé que mamá no se cuida lo suficiente y tengo miedo.
—Tu madre no va a morir —insistió Ronnie.
—Pero podría —repitió su hija—. La abuela murió. La diabetes puede tener
complicaciones que terminan matándote. Nos lo explicaron en el instituto. Además,
cuando la abuela se murió, estuve buscando información por Internet.
Ronnie dudaba de que fuera él la persona más adecuada para mantener aquella
conversación con su hija. Seguramente era un tema que debería haber abordado
junto a Dana Sue. Pero allí estaba y, evidentemente, Annie estaba demasiado
afectada como para posponer la conversación.
—Es cierto que tu abuela murió por complicaciones relacionadas con la diabetes
—dijo Ronnie lentamente—, pero estuvo años sin cuidarse. No hizo caso de las
recomendaciones de los médicos. Comía lo que quería y siempre tenía el azúcar
disparado, así que se pasaba la vida saliendo y entrando del hospital. Pero tu madre
no es así.
—No, todavía no. Pero ha engordado y eso no es bueno. Sé que ha perdido
algunos kilos haciendo ejercicio, pero continúa comiendo dulces cada vez que está
nerviosa o enfadada. Tú no has estado aquí para verlo, papá. Cuando te fuiste, comía
todo lo que le ponían delante. Pizza, tarta, helado, patatas fritas… Os comportáis
como si yo fuera la única de la familia que sufre desórdenes alimenticios, pero por lo
menos yo he recibido ayuda. Hace meses que mamá no va al doctor Marshall. Sé que
él está intentando concertar una cita con ella, pero hasta ahora no lo ha conseguido.
Cuando vamos, sólo hablamos de mí.
Ronnie estaba más preocupado de lo que estaba dispuesto a admitir, pero tenía
que defender a Dana Sue. Sabía lo que debía decir, sabía que debía explicarle que
Dana Sue era, ante todo y sobre todo, una madre y que las buenas madres ponían a
sus hijos por delante de todo lo demás.
—Porque sufriste una grave crisis, Annie. Eso no podemos ignorarlo.
—Pero ahora ya estoy mejor. Erik intenta controlarla, pero si se excede, mamá
se enfada. Helen y Maddie también han intentando hablar con ella y han hecho una
especie de apuesta entre las tres, pero no creo que eso sea suficiente.
Ronnie estaba desolado ante el panorama que estaba dibujando Annie sobre la
salud de Dana Sue. Y también le preocupaba la repercusión que eso pudiera tener en
su hija.
—A ver qué te parece esto —sugirió al cabo de un momento—. Te prometo que
insistiré en que tu madre vaya al médico y haga todo lo que él le dice. Si es necesario,
la llevaré a rastras a la consulta.
Annie le miró con recelo.
—Te deseo suerte.
—Pienso hacerlo sea como sea. Aunque tenga que llevarla en brazos.
Esperaba que Annie sonriera ante aquella broma, pero la expresión de su hija
fue únicamente de alivio.
—¿Y cuándo?
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Dana Sue apenas tocó el plato de queso y verdura que Erik le había servido, en
vez de la tarta de chocolate que ella le había pedido. ¿Por qué no se habría dado
cuenta de que su hija estaba preocupada por su diabetes?, se preguntó. Quizá porque
estaba tan ocupada intentando olvidar su problema que le había resultado más fácil
ignorarlo. Evidentemente, se había convertido en una maestra de la negación en lo
que se refería a su salud y a la de su hija. Cuando Ronnie por fin regresó y se sentó
frente a ella, Dana Sue empujó el plato en su dirección.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Annie?
—En la cocina, pidiéndole a Erik que la lleve a casa.
—¿No quiere volver conmigo?
—No es por eso. Quiere que tengamos tiempo para hablar.
—¿Sobre?
—¿Hasta qué punto estás preocupada por esa cuestión del azúcar, Dana Sue?
—Oh, en realidad no es para tanto. Siempre he sabido que corría algún riesgo y
el doctor Marshall me la está controlando.
—¿Te ha recetado alguna medicación?
En ese momento, se abrió la puerta de la cocina y Dana Sue volvió la cabeza
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verdadera razón para estar preocupada. ¿Y si estaba más enferma de lo que pensaba?
Ronnie le guiñó un ojo en un obvio intento de aligerar la tensión.
—Si te portas bien, te compraré una piruleta sin azúcar.
Dana Sue elevó los ojos al cielo.
—Confía en mí, para alegrarme vas a tener que llegar con algo mejor que eso.
—Bueno, existe otra posibilidad. Y como estás empezando a ser más amable,
puedo adelantarte algo esta noche.
A pesar de su enfado, Dana Sue le miró con pesar.
—Annie —le recordó—. Está sola en casa.
—Maldita sea. Sabía que me estaba olvidando de algo. Es una pena que no
pueda volver a casa contigo.
—Podrías, pero dicen que el colchón de la habitación de invitados es muy
incómodo. De hecho, creo que fuiste tú el que tuvo la idea de que el colchón no fuera
demasiado cómodo para que las visitas no se quedaran durante mucho tiempo en
casa.
—¿En que estaría yo pensando?
—Probablemente en que nunca tendrías que dormir en él —dijo Dana Sue
mientras Ronnie paraba el coche delante de la casa—. Buenas noches, Ronnie.
—Buenas noches, cariño. Que duermas bien.
Ronnie esperó hasta que Dana Sue estuvo dentro de casa y apagó la luz del
porche para alejarse de allí.
Cuando perdió la camioneta de vista, Dana Sue se apoyó contra la puerta y
suspiró. Llegar a casa después de haber estado con Ronnie como si tuvieran
diecisiete años estaba resultándole agotador.
Hasta esa noche, estaba convencida de que Ronnie estaba intentando acercarse
a ella poco a poco y que terminaría pidiéndole que se casara con él. Pero después de
que hubieran salido a relucir sus problemas de salud, ya no estaba tan segura. ¿Y si
Ronnie se asustaba? Quizá ésa fuera una razón más para evitar al doctor Marshall.
Por supuesto, evitar a Ronnie si éste se enteraba de que no le había pedido una
cita al médico, resultaría mucho más difícil.
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Capítulo 24
Annie apenas podía esperar a que terminara la sesión con la doctora McDaniels.
Ty la había llevado a la consulta de la psicóloga y la estaba esperando fuera. Cuando
saliera, iban a ir a Charleston para hacer unas compras de Navidad.
—Pareces tener unas ganas terribles de salir de aquí —comentó la doctora
McDaniels mirándola con expresión divertida—. Eso no tendrá nada que ver con el
chico que estaba contigo en el aparcamiento, ¿verdad?
Annie sonrió radiante.
—Ése es Ty.
—Me lo he imaginado. ¿Que tal os va?
—Bueno, todavía no puede decirse que hayamos tenido una verdadera cita,
pero hablamos casi todos los días y creo que va a pedirme que le acompañe a una
fiesta estas vacaciones.
—Pero si no lo hiciera, podrías superarlo, ¿verdad?
—Eso creo —respondió Annie, mirándole a los ojos—. ¿Puedo preguntarle algo
que no tiene que ver con la comida?
—Por supuesto.
—¿Por que los chicos son tan difíciles de comprender?
La psicóloga soltó una carcajada.
—Ellos dicen lo mismo de las chicas, ¿sabes?
Annie no se lo creyó ni por un momento.
—Lo digo en serio. No entiendo que Ty no se haya dado cuenta todavía de que
formaríamos una pareja estupenda. Podemos hablar de casi todo. Nos conocemos
desde siempre y prácticamente podría decirse que somos íntimos amigos.
En aquella ocasión, la doctora McDaniels no se rió. Ni siquiera esbozó una
sonrisa. Se tomó muy en serio su pregunta. Y ésa era una de las cosas que a Annie le
gustaba de ella.
—A veces resulta difícil cambiar los patrones de conducta. O a lo mejor Ty tiene
miedo de que empecéis a salir, vuestra relación no funcione y eso acabe con vuestra
amistad. Teniendo en cuenta lo unidas que están vuestras familias, sería una
situación muy embarazosa.
Annie asintió lentamente.
—Entiendo lo que quiere decir. ¿Eso significa que debería renunciar?
—Absolutamente no. Pero sí deberías mantener tus expectativas bajo control e
intentar no precipitar las cosas. A menudo, las relaciones que empiezan como la
vuestra son las que más duran. ¿Tus padres no fueron íntimos amigos antes de
empezar a salir en serio?
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Annie sonrió.
—Sí, pero sólo porque mi padre intentaba guardar las distancias para que mi
madre no perdiera el interés en él.
—Bueno, el caso es que a ellos les fue útil ir poco a poco y a lo mejor Ty y tú
podéis seguir el mismo patrón. Es posible que cualquier día de éstos las cosas
cambien. ¿Crees que podrás tener la paciencia suficiente como para esperar a que
llegue ese día?
—Puedo esperar todo lo que Ty quiera. Por él, merece la pena.
—Y, definitivamente, también merece la pena esperar por una chica como tú.
Eso no lo olvides nunca. Y ahora, quiero que hablemos sobre la Navidad. A veces,
resulta realmente difícil enfrentarse a tanta comida. Es posible que sientas que
podrías llegar a perder el control y comerte todo lo que te ponen por delante. Hay
personas que tienen tanto miedo que terminan evitándolo todo, no sólo la comida,
sino también todas las fiestas en las que se verán obligados a comer.
—No creo que me pase. Pero si siento ansiedad o algo parecido, la llamaré.
—Estupendo. Eso es exactamente lo que tienes que hacer. O hablar con tus
padres, o venir a una de las reuniones de grupo de las que hemos hablado. Ya tienes
el horario.
Annie había estado en una de aquellas sesiones por insistencia de la doctora
McDaniels. Le había gustado saber que había otras niñas que habían pasado por la
misma situación en la que estaba ella, pero no había querido volver. Verse en aquel
ambiente le había hecho sentirse como si todavía estuviera enferma, como si tuviera
que seguir pensando en la anorexia, cuando lo que en realidad quería era olvidarse
para siempre de lo ocurrido.
Por lo visto, su expresión fue bastante elocuente porque la doctora dijo:
—Sé que no quieres participar en ningún grupo, y de momento no me importa
porque parece que está yéndote bien. Sin embargo, puede ser un recurso muy útil,
sobre todo en fiestas como las navideñas, cuando uno tiene que enfrentarse a un
montón de comida. Nos gustaría que acudieras a alguna de esas reuniones.
—Lo recordaré —le aseguró Annie—. ¿Ya hemos terminado?
—Sí, puedes irte —dijo la doctora McDaniels sonriendo—. Disfruta de tu tarde
con Ty.
—Gracias, lo haré.
Annie se volvió y corrió hacia la puerta, pero antes de llegar al aparcamiento, se
detuvo. No quería que Ty pensara que estaba demasiado emocionada con aquel
encuentro.
A medio camino del coche, oyó la música que estaba emitiendo la radio. Ty
había sintonizado su emisora de rock favorita. Afortunadamente, tenían los mismos
gustos musicales.
Annie dio unos golpecitos en la ventanilla para avisar de su llegada, abrió la
puerta y entró. Ty sonrió de oreja a oreja y bajó la música.
—¿Cómo te ha ido? —le preguntó.
—Muy bien.
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Ronnie estaba furioso. Dana Sue había conseguido evitar hasta entonces todos
los intentos que había hecho para llevarla al médico. El martes había prometido que
iría el miércoles. El miércoles que el viernes. Ronnie se pasaba la mayor parte del día
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cuántas noches de trabajo te han costado? ¿Cuántas veces has tenido que dejar de ver
a tu mujer o a tu hija para poder asistir a una reunión?
Ronnie suspiró, comprendiendo perfectamente lo que pretendía decirle.
—Demasiadas.
—Con el capital que he invertido en el negocio, tienes asegurados por lo menos
cinco años de tranquilidad. Que el negocio comenzara a tener éxito antes del tiempo
previsto sería un gran éxito, pero no si a cambio tienes que desatender tu vida
personal. Intenta equilibrar tus prioridades, Ronnie.
Ronnie comprendió perfectamente el mensaje. Y recordó entonces lo que
Brenda acababa de decirle de la cocina. Miró hacia allí.
—¿Te preocupa lo que ha dicho la camarera hace un momento? —le preguntó
Butch.
Ronnie asintió.
—Sí, ha faltado Karen a trabajar y Dana Sue es demasiado cabezota como para
pedir ayuda, pero los viernes este restaurante es una locura.
—Si quieres ir a echarle una mano, por nosotros no te preocupes —le dijo Jessie.
—Desde luego —le confirmó Butch mirando a su esposa—. No tenemos muchas
oportunidades de estar solos, así que, por nosotros, puedes ir a ayudarla. Creo que
ya ha quedado claro lo que quería decirte, ¿no te parece?
—Absolutamente. Y te lo agradezco. Y no olvides que esta cena corre de mi
cuenta. Es lo menos que puedo hacer después de todo lo que has hecho por mí.
—No hace falta, hijo, somos socios —le recordó—. Ya estás haciendo más de lo
que puedes por cumplir con tu parte del compromiso. Y ahora que estamos aquí, voy
a intentar convencer a Jessie para que pasemos la noche en un hotel, como si
estuviéramos de luna de miel.
La mirada de Jessica le indicó a Butch que no iba a costarle mucho persuadirla.
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Epílogo
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—¿Crees que papá y tú tendréis un hijo, como hizo Maddie cuando se casó con
Cal?
—Ojalá pudiéramos —contestó Dana Sue con los ojos llenos de lágrimas—.
Daría cualquier cosa por poder tener otro hijo, pero no es posible, cariño.
—Por el riesgo que supone tu diabetes —dijo Annie con expresión compasiva.
—Y también por mi edad.
—Pero tú tienes los mismos años que Maddie, así que el verdadero peligro es la
diabetes.
Dana Sue suspiró.
—Sí, supongo que sí.
Annie la abrazó.
—Lo siento, mamá.
—Yo también.
—¿Y Helen? ¿Crees que Helen podrá tener un hijo alguna vez?
Helen no hablaba de otra cosa últimamente, pero Dana Sue no creía que fuera
aquél un asunto del que debiera hablar con su hija.
—Nunca se sabe —contestó, evitando contestar.
—Sería una madre magnífica. Kily, Katie y Ty están de acuerdo conmigo. Desde
luego, como tía es la mejor del mundo.
—¿Por qué no se lo decís? —le sugirió Dana Sue. Estaba segura de que a Helen
la animaría mucho saber que esos cuatro niños la consideraban una posible madre
excepcional. Para sorpresa de Dana Sue, la siempre confiada Helen tenía serias dudas
sobre esa cuestión.
Annie sonrió.
—Sí, a lo mejor se lo digo. Al fin y al cabo, mi último proyecto ha salido
bastante bien.
—¿Tu último proyecto?
—Sí, tú y papá. ¿O acaso crees que esto ha sido solamente idea vuestra?
Dana Sue soltó una carcajada.
—Por supuesto que no. Que tuviéramos una idea buena hace veinte años no
quiere decir que fuéramos capaces de volver a pensar una genialidad tanto tiempo
después.
—Exactamente. Y ahora será mejor que vaya a ver como está papá. Ya sabes lo
mal que se le da atarse el nudo de la corbata.
—Sí, ve con él —le animó Dana Sue—. Te veré dentro de un rato en la puerta de
atrás de la iglesia.
—No llegues tarde. Papá no lo soportaría.
—Seré puntual —le prometió Dana Sue.
Había esperado durante demasiado tiempo aquel momento como para no serlo.
Para alivio de Ronnie, la ceremonia transcurrió sin ningún problema. Dana Sue
estaba tan atractiva como el día de su primera boda. Al banquete que ofrecieron en el
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Sullivan's fueron todos sus parientes y amigos, los padres de Ronnie incluidos, que
viajaron desde Columbia. Annie había estado pendiente de todo, haciéndose cargo
de todo aquello a lo que Maddie y Helen no llegaban y Erik había preparado
suficiente comida como para alimentar a todo el pueblo. Todo el menú había estado
perfectamente estudiado para que no incluyera nada que Dana Sue no pudiera
comer. Hasta la impresionante tarta de bodas había sido elaborada sin azúcar.
Ronnie había insistido en contratar una orquesta, algo que no habían podido
permitirse en su primera boda y en aquel momento estaba disfrutando de un último
baile con su esposa antes de salir de viaje de luna de miel a Italia, donde Ronnie
había contratado un curso de cocina para los dos. Era un sueño que Dana Sue había
albergado durante años, pero para el que nunca había tenido tiempo.
—Podrías quitarte la corbata —dijo Dana Sue, mirándole divertida mientras
deslizaba el dedo por el cuello de su camisa.
—Creo que seré capaz, de aguantarla durante cinco minutos más. Seguro que
nos hacen fotos cuando salgamos de aquí y no quiero que después te pases años
quejándote porque no estaba suficientemente elegante el día de nuestra boda.
Dana Sue le acarició la mejilla.
—En realidad, sabes que preferiría que no llevaras nada encima.
Ronnie se echó a reír.
—Lo mismo digo, pero me temo que eso sería peligroso teniendo en cuenta que
tenemos que embarcar en un avión en Charleston dentro de unas horas.
—Apuesto a que conseguirías que mereciera la pena perder ese avión.
—Seguro que sí, pero de momento será mejor que controles tu libido. Estaremos
en Italia antes de que te des cuenta.
En el otro extremo de la pista, Annie estaba bailando con Ty. Ronnie los señaló.
—Esos dos están bailando muy pegados, ¿no?
Dana Sue asintió.
—¿Crees que debería hablar de hombre a hombre con él?
—¿Y humillar a tu hija? —bromeó Dana Sue—. No me parece una buena idea.
Hace poco estuve hablando con ella sobre Ty. Creo que tu hija sabe perfectamente lo
que está haciendo. Como Ty tendrá que ir a la universidad en septiembre, han
decidido ir despacio en su relación.
—Más les vale.
—Eres todo un padrazo —le dijo Dana Sue, acariciándole la mejilla.
Ronnie le guiñó el ojo.
—Sí, ¿verdad? Y siempre lo seré —miró el reloj—. ¿Tienes que despedirte de
alguien en particular antes de que nos vayamos?
—No, de nadie. Annie está emocionada ante la perspectiva de quedarse con
Helen y Erik se hará cargo del restaurante. Afortunadamente, últimamente Karen ya
no esta faltando tanto.
—Entonces, vayámonos a empezar el resto de nuestra vida —dijo Ronnie,
dirigiéndose hacia la salida.
Pero antes de que hubieran podido llegar a la puerta, estaban otra vez rodeados
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
SHERRYL WOODS
Nació en 1944 en Arlington, Virginia. Es licenciada en periodismo.
Trabajó en varios periódicos cubriendo de todo, desde la política hasta el
ocio. Desde 1986 se dedica por entero a su carrera literaria y, con más de
sesenta obras escritas, disfruta del gran éxito de sus novelas.
Miembro de diversas asociaciones norteamericanas de escritores,
actualmente divide su tiempo entre su casa de la playa de Cayo Vizcaíno, en
Florida, y su casa veraniega de Colonial Beach, en Virginia, donde regenta su
propia librería.
UN TROZO DE CIELO
Dana Sue dirigía el mejor restaurante de Serenity y, mientras ella engordaba, un peligro
común para una cocinera, su hija adolescente, Annie, llevaba matándose de hambre desde que
Dana Sue echara de casa a su marido después de que éste la engañara.
Pero a veces sucedían cosas inesperadas en la vida que hacían que todo mejorara.
Cuando Annie tuvo que ser ingresada en el hospital, Dana Sue se puso en contacto con el
hombre que se había llevado su corazón cuando se había ido de casa. A pesar de todo lo
ocurrido, Ron seguía siendo un guapísimo caballero andante al que quizá pudiese perdonar.
Quizá él hubiera cometido el error de marcharse sin luchar por ella, pero ahora estaba
cansado de sentirse como un estúpido y de añorar ese trocito de cielo que había encontrado
junto a Dana Sue.
DULCES MAGNOLIAS
1. Stealing home / Desde el corazón
2. A slice of Heaven / Un trozo de cielo
3. Feels like family / Lagrimas de felicidad
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