#1-4 - Kelly Dreams - Hermanos Falcón

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Dulce Perversión

Serie completa
Hermanos Falcon

Kelly Dreams
COPYRIGHT

DULCE PERVERSIÓN

© Edición 2020
© Kelly Dreams
Imagen de Portada: © www.adobestok.com
Diseño Portada y maquetación: Kelly Dreams
Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, alquiler o cualquier otra forma de cesión de la
obra sin la previa autorización por escrito del propietario y titular del copyright.
A mis lectoras.
Gracias por acompañarme en cada viaje.
SINOPSIS

Cuatro historias, cuatro hermanos, cuatro formas de entender el placer.

SOLO UNA NOCHE

En la más oscura de las noches se esconde el pecado, pequeñas y ardientes fantasías dispuestas a
cobrar vida.
Un aviso de la central de policía hace que el detective de homicidios Reaver Falcon se presente
en el club Triple Trouble para poner orden en una riña, un inesperado encuentro que lo llevará de
vuelta al pasado y a la única mujer con la que ha vivido obsesionado.
¿Bastará una sola noche para quitársela de la cabeza?

TODO O NADA

Wolf Falcon solo tiene una misión en mente esa noche, emborracharse hasta acabar en coma; ese
sería sin duda el colofón perfecto a una desastrosa semana.
Pero cuando una tímida y deliciosa desconocida traspasa las puertas del Triple Trouble se da
cuenta de que la borrachera puede esperar... la desea y está dispuesto a todo para tenerla.
La pregunta es, ¿le dará ella todo lo que quiere o se quedará sin nada?

SERÁS MÍO

Gabriel Falcon supo que esa mujer le traería problemas nada más verla traspasar la puerta de su
local. La conocía desde que era una niña, siempre había estado ahí para él, especialmente cuando
su mundo se vino abajo. Pero aquello era el pasado y Kitty ya no era la mocosa que recordaba,
era una mujer dispuesta a recuperar lo que creía suyo.

CONQUISTADA

Jeremy Falcon tenía una cosa clara en la vida, no quería comprometerse. La soltería le gustaba
demasiado, disfrutaba de su trabajo, de sus esporádicas compañeras de cama y estaba dispuesto a
que siguiese siendo así. Pero entonces, la dulce y tímida Lizzie se cruzó en su camino y, lo que
prometía ser solo una conquista más, se convirtió en algo más peligroso.
ÍNDICE

COPYRIGHT
DEDICATORIA
SINOPSIS
SOLO UNA NOCHE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
TODO O NADA
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
SERÁS MÍO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CONQUISTADA
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
SOLO UNA NOCHE

Kelly Dreams
CAPÍTULO 1

El detective de homicidios Reaver Falcon empezaba a pensar que el que lo


hubiesen arrancado de la reunión de antiguos alumnos de la academia de
policía no era tan malo como había pensado al principio. No solo lo
habrían librado del tedio de la celebración al que lo había arrastrado su
primo, sino que ahora estaba ante una suave y deliciosa gatita, que, según
los testigos, era la parte principal de la reyerta que se había gestado.
Ella contrastaba estrepitosamente con el ambiente en el que la había
encontrado. Su aspecto recatado y conservador nada tenía que ver con los
corsés, faldas y vestidos de látex que formaban el código de vestimenta
del exclusivo club en el que habían incursionado. La llamada del dueño
informando de un altercado, protagonizado por uno de los gilipollas de
turno, lo había llevado hasta allí.
El que dicho dueño fuese además su hermano, tenía mucho que ver.
Gabriel era la oveja negra de la familia, el capullito de alelí que le
había dado la espalda a la tradición familiar y había dejado la rama de las
fuerzas de seguridad para dedicarse a la construcción. Su hermano mayor
era un contratista endemoniadamente bueno y el Triple Trouble, no era
más que uno de sus ‹‹caprichos››, uno del que él mismo había disfrutado
de vez en cuando.
Y, definitivamente, ella no encajaba en ese ambiente.
Nerviosa y desconfiada, sus ojos reflejaban claramente que no confiaba
en uno solo de los presentes. Eso la convertía en una mujer inteligente. La
recorrió con la mirada y observó la manera en que se tensó, la forma en
que vacilaba cambiando su peso de un pie a otro. Estaba incómoda, en
cierto modo parecía fuera de lugar y, al mismo tiempo, demasiado segura
para encontrarse en un club como aquel. Pero eran las breves miradas que
le lanzaba lo que despertaron por completo su curiosidad; había algo que
la delataba en cierta forma. Escondía algo, pero ¿qué?
Entrecerró los ojos y la contempló con mayor detenimiento, había algo
que despertaba su curiosidad, tenía la extraña sensación de haberla visto
antes, pero era poco probable. Su aspecto no era el del tipo de mujeres con
las que solía salir.
—¿Cuál es su relación con el agredido?
Y aquello era otra de las cosas interesantes de aquel caso; ella había
sido la agresora.
Sus mejillas se tiñeron de un bonito tono rojo, levantó ligeramente la
nariz y bufó.
—No es asunto suyo, detective.
Enarcó una ceja ante el tono de animosidad presente en su voz y el
peligroso brillo en sus ojos. Oh, la gatita podía vestir como una jodida
maestra de escuela católica, pero esa mirada y esa seguridad no lo eran.
—Oh, me temo que sí lo es, señorita…
Su mirada se volvió más intensa cuando dejó que su nombre emergiese
de entre unos apetitosos labios pintados de carmín.
—Abby —respondió sin apartar la mirada de la suya—. Y no me une
ninguna relación con esta escoria, a excepción de un contrato con mi
cliente.
—¿Contrato?
Y esa era sin duda una respuesta que no esperaba escuchar.
—Su esposa me contrató para encontrarlo y obligarle a presentarse al
juicio… y también quiere recuperar la pasta con la que se largó.
—¡Está loca! ¡No sé de qué mierda está hablando! —gruñó el agredido
cubriéndose la nariz con un pañuelo ya ensangrentado—. ¡Esa zorra está
loca! ¡Me ha roto la nariz!
Los ojos claros se cerraron sobre el hombre, su rostro adquirió un gesto
serio y duro.
—Te la rompiste tú solito por gilipollas.
—¡Eso es falso!
Enarcó una ceja.
—Sí, claro y yo me chupo el dedo —resopló—. ¿Quieres que te
refresque la memoria, cariñito?
El chillido que emitió cuando el tacón de la mujer entró en contacto
con sus partes íntimas sobresaltó a todos los presentes.
—Ey, ey, ey… —Tiró de ella hacia atrás, notando en el proceso las
curvas de sus senos.
—Arréstela y métala en una celda, agente. ¡Está loca! —chilló el
hombre—. ¿Ha visto lo que me ha hecho?
—No eres más que otro pedazo de mierda…
El vocabulario de la muñequita contrastaba una vez más con su cándido
aspecto.
—¡Presentaré cargos! —insistió él. Vestido con pantalón y chaleco de
látex, no inspiraba precisamente seriedad—. ¡Esa zorra me ha atacado y
me ha roto la nariz!
—Adelante, pero lo harás después de presentarte como un buen
maridito capullo en el juicio —aseguró totalmente tranquila—. Imagino
que a Ruby le encantará saber además dónde te he encontrado.
La sola mención de ese nombre hizo palidecer al agredido, quién
empezó a mirar de un lado a otro como si esperase que esa mujer saliese
de algún lado.
—No sé de qué estás hablando…
—Pues para no saberlo, pareces bastante preocupado, chico —comentó
Gabriel, quién se había mantenido en silencio hasta ese momento. Su
hermano parecía disfrutar del espectáculo casi tanto como el resto de los
presentes.
—Has hablado de un contrato… y, a juzgar por tus palabras, asumiré
que le conoces… —optó por tutear a la mujer a la que todavía sujetaba.
Ella lo fulminó con la mirada y después descendió hasta el punto en el
que la tocaba dejándole claro que quería que la soltase.
—¿Le importaría soltarme, detective?
Enarcó una ceja ante la manera en la que casi escupe su cargo.
—Entonces, ¿quién es esa tal Ruby? —Se interesó Gabriel, el cual
parecía realmente divertido por el intercambio que parecía estar
sucediendo entre los dos.
—La esposa de este mierdecilla.
El aludido entrecerró los ojos y la miró con renovado odio.
—¿Y quién coño eres tú?
Sus labios se curvaron ligeramente, se enderezó la chaqueta y se
inclinó ligeramente hacia delante.
—Abigail Nuales, la caza recompensas que ha contratado tu mujer, la
cual da la casualidad que es mi prima, hijo de puta.
Reaver no estaba seguro de quién palideció más ante la declaración de
la chica, si el agredido, su hermano Gabriel o él mismo.
—¿Has dicho Nuales? —se atragantó.
—¿Qué la zorra de Ruby ha contratado una caza recompensas? —
bramó el agredido—. Espera… tú… tú eres la chalada de su familia, la que
va por ahí pegando tiros…
—No me jodas… —Gabe lo miró con los ojos como platos—. ¿Abigail
Nuales? ¿Esa Abigail Nuales?
—¿Caza recompensas?
La aludida fulminó a su hermano con la mirada y se giró hacia él con la
misma cara de pocos amigos.
—Ahora, ¿podría dejarme hacer mi trabajo, detective Falcon?
Todo lo que pudo decir al respecto fue un gran y rotundo.
—Mierda.
La mujer que estaba ante él no era otra que la chica con la que había
pasado uno de los fines de semana más eróticos de su vida. Uno que había
terminado cinco años atrás, con él mismo y una mujer llamada Abigail
Nuales, delante de un juez de paz vestido de Elvis, en la pecaminosa
ciudad de Las Vegas.
Una mujer a la que no había vuelto a ver hasta ahora.
CAPÍTULO 2

Si alguien le hubiese dicho a Abby que esa noche iba a encontrarse con el
diablo, se habría reído en su cara y luego le había disparado. Menos mal
que nadie lo hizo, o, ahora mismo, tendría que disculparse por el tiro.
De todas las alimañas que había perseguido a lo largo de los últimos
tres años, la última de ellas, un marido infiel al que le gustaba demasiado
el juego y el sexo alternativo y que se había largado sin pagar lo que debía
a su mujer, había tenido que ser el que la condujese a este estúpido club y
al policía con el que había protagonizado un episodio ya olvidado de su
vida.
¿Olvidado? ¿De verdad? ¿Has podido olvidar ese pecaminoso fin de
semana?
Él ni siquiera la había reconocido, la había mirado con abierta
curiosidad y apreciación sensual, pero no había tenido idea de quién era
ella hasta que escuchó su nombre. Qué conveniente.
Ruby había acudido a ella un mar de lágrimas, solo para pedirle que le
hiciese una rebaja en el precio cuando la contrató para que buscase al
cabrón de su marido; la joyita se había largado con el dinero de la venta de
no sabía qué coche a Las Vegas, después de que su mujer hubiese pagado
la fianza. No dejaba de ser irónico que recurriesen a ella, especialmente
cuando gran parte de su familia no quería ni siquiera escuchar su nombre;
una mujer caza recompensas, ¿dónde se había visto algo así?
Lo gracioso es que ese giro de su vida había venido precisamente tras
su primera visita a esa ciudad cinco años atrás, una que la trajo para
celebrar la despedida de soltera de su hermana pequeña y que la condujo a
perderse el final de la velada y terminar follando toda la noche con un
completo desconocido —la mejor noche de su vida—, solo para
descubrirse casada al día siguiente y sin rastro de su supuesto marido.
Afortunadamente, las bodas exprés de las Vegas solo tenían validez si
se validaban en un juzgado, cosa que ninguno de los dos cónyuges había
hecho.
Y, por cierto, dicho cónyuge estaba ahora mismo delante de ella, con la
sorpresa e incredulidad escrita en el rostro.
Sin interés por alargar más esa velada y deseando volver a la habitación
de su hotel, dónde pudiese coger una buena borrachera y finalmente,
dormir la mona antes de tomar el vuelo de vuelta a casa al día siguiente,
sacó su identificación del bolsillo y se la plantó delante de las narices.
—Soy caza recompensas y trabajo para la Asociación Nacional de
Agentes para el Cumplimiento de Fianzas y este hombre se ha escaqueado
antes de presentarse a juicio —declaró mirando a la sabandija—. Estaré
encantada de entregarlo a su custodia, detective, cuando me devuelva los
diez mil dólares con los que se largó.
La cara del detective era un verdadero poema, su mirada iba de su presa
a ella como si no pudiese entender lo que le estaba diciendo. No es que lo
culpase, la cosa se le había ido un poquitín de las manos cuando el muy
gilipollas la había confundido con una de las mujeres del club. Había
estado tan empeñado en que hiciese una escena con él, que no le había
quedado otro remedio que reducirlo y romperle la nariz; en su defensa
tenía que decir que el cabrón se había atrevido a apretujarle una teta.
—Caza recompensas.
Ladeó la cabeza y se cruzó de brazos.
—¿Es tan difícil de entender el término?
—Estás en mi jurisdicción, guapa y, en lo personal, no me gustan los
caza recompensas… de ningún tipo.
Descruzó los brazos y alzó las manos.
—No te preocupes, cowboy, estoy dispuesta a salir corriendo de tu
territorio tan pronto ese hijo de puta devuelva lo robado y sea llevado ante
el juzgado para presentarse a juicio. Lo cual, estoy segura, puedo dejar en
tus capaces manos.
Um. Al poli no le gustaba ni un pelo que le llevasen la contraria, o,
quizá lo que no le gustaba era que fuese una mujer el que le diese la
réplica.
—Tengo que recordarte que nos han llamado por una agresión y el
único herido que veo aquí, es… él.
Se llevó las manos a las caderas y resopló.
—Eso no es una agresión, es… un accidente.
Él enarcó una ceja.
—No aceptó un no por respuesta, me tocó una teta ergo le casqué los
huevos —se encogió de hombros—. Si él ha sido tan gilipollas como para
romperse la nariz contra la mesa, ¿qué culpa tengo yo?
—Err… ella tiene razón…
El hombre que había estado detrás de la barra del bar y había llamado a
la policía, la señaló con un gesto de la mano.
—Se oyó claramente su negativa.
—¿Y por qué no hiciste nada?
La ofensa vibró en su piel.
—No me dio tiempo, para cuando salí de detrás del bar, ella le había
pegado ya un rodillazo en las pelotas y él sangraba como un cerdo al
golpearse en el proceso.
—¡Esa puta me ha roto la nariz!
—¡Cállate!
La respuesta surgió al mismo tiempo de la boca de ambos haciendo que
el tercero se echase a reír.
—Entonces, ¿sacas la basura a la calle?
—¡Pienso presentar cargos!
—Estupendo —aseguró el detective girándose hacia él—. Podrás
hacerlo en comisaría, dónde estarás en custodia hasta el juicio y, después
de que ella llame a tu mujer y le diga que te ha pillado en un club erótico y
tocándole las tetas a la caza recompensas que ha contratado.
La risita del barman se convirtió en una carcajada.
Abby, por otro lado, optó por acuclillarse y tenderle la mano.
—El dinero, por favor.
Él escupió al suelo, fallando por poco sus piernas.
—¡Que os jodan a ti y a esa zorra!
Chasqueó la lengua, se levantó y antes de que pudiese hacer algo más,
había presionado el tacón de sus zapatos contra los huevos haciéndolo
cantar como un soprano.
—¡Puta! ¡Oh, joder!
—El dinero…
—¡No lo tengo! —chilló como un cerdo—. ¡Me lo he gastado!
—Joder… —se encogió también el barman.
—¿Todo? —Insistió apretando su tacón.
—¡En mi bolsillo! ¡En el jodido bolsillo! ¡Es todo lo que queda, lo
juro!
Se inclinó para bucear en su bolsillo, sacó un rollo de billetes, lo metió
entre sus pechos y le lanzó un beso antes de apretar un poco más
arrancándole un alarido que hizo que los hombres presentes se encogiesen.
—Gracias —declaró—. Que lo pases bien en el juicio.
—¡Serás zorra! —lloriqueaba retorciéndose en el suelo—. ¡Puta! ¡Mis
huevos! ¡Me ha roto los huevos!
Le dio la espalda y miró al policía, el cual tenía cara de pocos amigos.
—Todo suyo, detective.
Sin más, les dio la espalda a todos y salió tan dignamente como había
entrado.
CAPÍTULO 3

Reaver se había quedado sin palabras, todo lo que podía hacer era mirar a
la peligrosa mujer que se alejaba atravesando el espontáneo pasillo
formado por la gente que esa noche estaba en el club. Nadie parecía
dispuesto a darle el alto después de lo que habían visto, en especial los
hombres.
—Joder, menuda mujer —ronroneó su hermano—. Dime que vas a ir
tras ella.
—Bueno… —Habló entonces el policía que le había acompañado y que
se mantuvo en silencio hasta el momento. Él, al igual que los demás, había
palidecido ante tal despliegue femenino—. Parece que alguien va a tener
que hacer una visita al hospital, antes de salir de viaje hacia un juicio.
Su mirada se encontró con la de su compañero, quién enarcó una ceja
un poco sorprendido. Entonces bajó sobre el despojo del suelo.
—Llévatelo —señaló al perdedor con un gesto de la barbilla—, y
asegúrate de no perderlo por el camino…
El aludido puso los ojos en blanco.
—Como si fuese sencillo perder algo como esto… —declaró con un
resoplido. Levantó al hombre casi en vilo y lo obligó a caminar—. Vamos,
te dejarán esa nariz preciosa para que puedas lucirla en el juicio.
Sacudió la cabeza ante la ironía presente en las palabras de su
compañero y se giró hacia su hermano, quién lo miraba con intensidad.
—¿Qué?
Gabriel indicó la salida con un gesto de la barbilla.
—¿Y bien? ¿A qué esperas?
Enarcó una ceja sin comprender.
—Reaver, no has dejado de hablar de esa maldita muñeca desde que la
perdiste de vista ese fin de semana —le recordó con sorna—, y mira por
dónde ha vuelto a la ciudad del pecado. ¿De verdad tengo que decirte lo
que debes hacer?
Ella había sido como una espinita clavada, como una obsesión juvenil
que lo había desesperado y cabreado a partes iguales durante mucho
tiempo. Y ahora, ese sueño de una noche, había vuelto con más fuerza que
nunca y maldito fuera, pero esa actitud irreverente y mandona lo había
puesto duro al momento.
—De acuerdo, pues quédate aquí vigilando el frente que me presentaré
yo mismo a tan caliente gatita.
Antes de que pudiese saber que estaba haciendo, había extendido el
brazo para detener sus avances.
—Ella es mía.
Su hermano dejó escapar una risita.
—Jim —llamó a su compañero, quien todavía no había abandonado por
completo la sala—, no me esperes despierto.
El policía se echó a reír.
—De acuerdo. No te he visto y no sé a dónde has ido.
—Exacto.
Sin una palabra más, dejó a su compañero y a su hermano para
encargarse de aquel desastre y salió tras su presa.
CAPÍTULO 4

Reaver estaba convencido de que estaba de camino al purgatorio, o al


menos lo estaría si tan siquiera creyese en algo parecido. Para él, el
Purgatorio estaba en la tierra y cobraba la forma de casos sin resolver, de
las víctimas que no podía salvar o de las reuniones interminables con su
familia, especialmente cuando esta se dedicaba a criticar a Gabriel. Había
incluido incluso su insana y antigua obsesión por la desconocida con la
que había pasado una magnífica noche de sexo, una con la que se había
casado en las Vegas y en la que no había vuelto a pensar en los últimos
años; hasta ahora.
Pero Abigail Nuales no era el purgatorio, era el mismísimo infierno y
estaba lo suficiente loco como para querer quemarse en él. No podía
evitarlo, si había algo que no soportaba era no poder quitarse de encima
una obsesión y ella era una que ya llevaba en sus huesos demasiado
tiempo.
No la había reconocido y, al mismo tiempo, algo en ella había tirado de
su memoria. Sus rasgos habían cambiado ligeramente, quizá debido al
cambio de peinado y el serio maquillaje que llevaba, así como esa dureza
exterior con la que se armaba. Una caza recompensas, sin duda era un
trabajo extraño para una mujer, pero no era la primera ni sería la última y
él era lo bastante hombre y buen policía como para reconocer un buen
trabajo cuando lo tenía delante.
La mujer había abandonado el club solo para caminar un par de
manzanas y entrar en un pub dónde se instaló en la barra, rechazó los
avances de un par de espontáneos, pidió una consumición y procedió a
disfrutar de ella lentamente.
Su previa actitud seguía dándole vueltas en la cabeza, la animosidad
con la que lo había mirado —obviamente ella sí lo había reconocido al
momento y no le hacía ninguna gracia su presencia—, y esa fiera actitud
que casaba perfectamente con su profesión y chocaba estrepitosamente
con el aspecto de maestra de escuela católica que identificaba su
vestimenta.
La vio abrirse un par de botones de la chaqueta de punto, seguidas de
un par más de la blusa, cruzó las piernas, unas largas y deliciosas piernas
torneadas dejando ver parte de una liga y empezó a marcar la melodía que
sonaba en el local con el pie.
—Toma asiento, poli, no me gusta que me miren por encima del
hombro.
El directo comentario vino acompañado de un largo sorbo de su bebida
y de una sesgada mirada.
—¿Se te ha olvidado decirme algo o vienes a esposarme por ser una
chica mala?
Sonrió para sí, cruzó el espacio que los separaba y se sentó en un
taburete a su lado. Los ojos claros de su obsesión se posaron en él y supo,
sin lugar a dudas, que ella sabía perfectamente quién era.
—Si quisiera esposarte, lo habría hecho antes de que abandonases el
Triple Trouble.
Los llenos labios se curvaron en una perezosa sonrisa que a duras penas
ocultó tras el vaso de su bebida.
—Me gustaría verte intentándolo.
Su abierto desafío lo llevó a reír, se giró hacia el barman y pidió una
cerveza negra fría.
—Dudo que cooperases dócilmente —replicó y se giró en el taburete
para mirarla—, aunque eso podría resultar un punto de inflexión
interesante…
—Te gustan los desafíos, ¿eh? —declaró ella dándole un largo trago a
su consumición.
Cogió su cerveza cuando la dejaron sobre la barra y sonrió de medio
lado.
—Solo con ciertas mujeres —respondió llevándose el cuello de la
botella a la boca—, especialmente con aquellas con las que he llegado a
casarme.
Los bonitos ojos claros se volvieron en su dirección, no hubo necesidad
de palabras, ambos se comunicaron con la mirada, reconociéndose
mutuamente, sabiendo quienes eran ambos y lo que habían compartido una
vez.
—Son cosas que solo pasan en Las Vegas.
Dejó la cerveza sobre el posavasos y asintió.
—Sí, sin duda solo aquí podrían volver a encontrarse dos desconocidos,
que disfrutaron de una gran noche, varios años después, en un club erótico.
Ella rio, dejó su vaso y se giró hacia él por completo.
—No te olvides de una apresurada boda delante de Elvis.
—Y de una apresurada desaparición femenina.
Sus ojos se entrecerraron, la vio lamerse los labios, entonces se levantó
y se acercó a él, separándole los muslos para introducirse entre ellos y
deslizar la mano sobre su ya dura erección.
—Hay cosas que merecen la pena dejarlas entre las sábanas de una
cama y el misterio de la noche.
Le cogió la mano, la alzó y se la llevó a la boca, eligiendo uno de sus
dedos y succionándolo con premeditada lentitud, acariciándoselo con la
lengua antes de soltárselo, sin dejarla ir a ella.
—El cual es también el lugar perfecto para rememorarlas.
Intentó retirar la mano, pero no se lo permitió.
—Pero esta vez, intentemos no terminar de nuevo ante Elvis.
Ella parpadeó visiblemente sorprendida por su respuesta, entonces se
echó a reír.
—Estás muy seguro de tus posibilidades.
La soltó, pero no se apartó.
—Si no estuvieses interesada, ya me lo habrías hecho saber —declaró
recorriéndola con la mirada—, y, casi apostaría, después de lo que he
visto, que no me quedarían ganas para replicar.
Enarcó una ceja y curvó los labios.
—Un hombre inteligente —resumió—. Y yo que pensaba que ya
estaban extinguidos.
Le cogió de nuevo la mano y le acarició la palma con el pulgar.
—Te demostraré que no.
CAPÍTULO 5

Abigail sabía que estaba cometiendo una locura, que volver sobre el
pasado era siempre una mala idea, pero ¿y si el pasado volvía incluso más
arrogante, más sexy y jodidamente masculino que nunca? Además, solo
sería una noche, a la mañana los caminos de ambos volverían a separarse y
cada uno retomaría sus vidas.
Optó por invitarle a su habitación de hotel, quedaba cerca y era un
lugar que abandonaría a la mañana siguiente para coger su vuelo de
regreso a casa.
—Adelante.
La miró, echó un rápido vistazo alrededor y de nuevo a ella.
—Interesante elección.
Sonrió de soslayo.
—Estaba cerca y disponible.
—Una combinación que sin duda apruebo, cielo.
Cielo. Él la había llamado así la primera vez que se vieron.
Habían coincidido en la barra del local en el que se estaba realizando la
despedida de soltera de su amiga, ella ya estaba achispada por las bebidas,
él estaba con su grupo de amigos y lo que empezó con una charla y un
inocente coqueteo, terminó con ambos retozando en su habitación de hotel.
La primera gran locura que cometiste en tu vida, la segunda, fue
convertirte en caza recompensas.
Una decisión que había cambiado todo, que la había alejado de su
familia pero que trajo consigo una satisfacción personal que llenaba su
necesidad de ser útil para los demás.
Durante los años que llevaba colaborando con detectives privados y,
esporádicamente, con la policía, había ayudado a resolver un par de
secuestros, tres desapariciones y algunos casos menores con los que se
había consolidado en ese difícil mundo dónde si no eras un hombre, no te
tenían en cuenta.
Había tenido que endurecerse y no solo físicamente, la muchacha
inocente que había sido maduró y se convirtió en la dura mujer que era
ahora, una que obtenía lo que deseaba, cuando lo deseaba y, lo que quería
ahora mismo, era a ella.
—Eso demuestra que eres un hombre inteligente, detective —aceptó
mirándole de arriba abajo.
—¿Y qué te hace a ti?
Se acercó a ella hasta que apenas podía correr el aire entre ellos. Se
movía con una elegancia y agilidad asombrosa para un hombre de su
envergadura en un espacio tan pequeño.
Se lamió los labios y levantó ligeramente la barbilla.
—Una mujer que sabe lo que quiere.
Sus labios se curvaron lentamente, su mirada se volvió abiertamente
sexual y su intensidad la hizo estremecer de placer.
—Bien, entonces encajaremos a la perfección —aseguró—, porque yo
soy un hombre, que también sabe lo que quiere… Y en estos momentos, te
quiero a ti. Desnuda. Y en la cama.
Se llevó las manos a los botones de la chaqueta, se la quitó y pasó a la
blusa, demorándose ahora a propósito en cada pequeño botón.
—¿Y yo puedo pedir lo mismo?
Caminó hacia ella, el rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia
ella.
—Puedes —declaró resbalando la mano por el muslo, subiendo por la
cadera hasta rodearle finalmente un pecho.
Contuvo la respiración, su osadía la encendía.
—Otra cosa es que lo consigas —murmuró bajando sobre su cuello,
besándoselo y mordisqueándole la piel—. Um… eres incluso más dulce de
lo que recuerdo.
Abby gimió cuando le acarició el pezón por encima de la ropa, sus
palabras la excitaban con inesperada facilidad. Algo le decía que no iba a
andarse por las ramas.
—Los recuerdos pueden palidecer frente a la realidad.
Él le sonrió dejando que sus pensamientos se reflejasen en sus ojos.
Los botones que quedaban de la blusa salieron disparados en todas
direcciones cuando se la abrió de golpe, el jadeo le quedó atascado en la
garganta mientras lo veía mirarla con desnuda hambre. Bajo la tela del
sujetador, sus pezones se revelaban duros e invitantes, rogando en silencio
por su contacto. Reaver la cabeza sobre sus pechos y dejó un sendero
húmedo con su lengua a lo largo de la línea superior de la tela que la
estremeció de placer.
Su mirada subió entonces hacia ella, mirándola por debajo de esas
espesas pestañas.
—Sí, sin duda, los míos palidecen…
Lo miró a los ojos sin poder evitar que el sensual rubor que cubría sus
mejillas se extendiese también por sus pechos hasta que todo su cuerpo se
volvió de un adorable sonrojo.
—No serían los únicos…
Su sonrisa se hizo más predadora, enganchó los dedos índices en el
broche delantero del sujetador y se lo abrió.
—Veo que pensamos igual.
Bajó sobre su pecho y se llevó un duro y puntiagudo pezón a la boca
haciendo que se estremeciese de inmediato. Sus manos parecían estar por
todo su cuerpo. Notó como los dientes se cerraban suavemente alrededor
de su pezón, poniendo de manifiesto sus pensamientos y revelando ese
lado peligroso que rodeaba al policía. La mordisqueó como si fuese un
postre, apretándolo para luego lamerlo mientras dejaba que su peregrina
mano descendiese sobre su caliente piel.
Tembló bajo su contacto, excitada y estremecida mientras hundía la
mano bajo su falda y hacía a un lado la tela del tanga.
—Caliente y húmeda —ronroneó contra su pecho—, perfecta.
Se contorsionó bajo él, necesitada de más y enfebrecida por sus
caricias. Su boca era increíble, decidida a no hacer prisioneros. Pronto la
tuvo retorciéndose contra él, contra esa maldita mano que se había colado
bajo la falda y retozaba contra su sexo desnudo.
—Tanto que podrías convertirte en una obsesión —ronroneó
haciéndose con su boca para devorarla con hambre. Su lengua se enlazó
con la suya y combatió en un duelo que no admitía prisioneros.
Abandonó su boca solo para descender por su cuello, lamiéndola y
mordisqueándola de una manera sumamente erótica, podía sentir los
dientes raspándole la piel, pero en vez de disuadirla eso la ponía más y
más caliente.
El deseo había arrollado con su cordura, el anhelo largo tiempo oculto
surgió de su escondite deseando tomar para sí aquello que se le había
negado. Le deseaba, no importa que hubiese sido la locura de una noche,
su cuerpo le recordaba, su alma lo había mantenido vivo de alguna manera
en modo de anhelo. Siempre lo había deseado, más aún después de aquella
primera y única noche.
—Nos sobra la ropa —ronroneó en su oído, mordiéndole la oreja—, te
quiero desnuda. Completamente desnuda.
—¿No prefieres quitármela tú?
Sus ojos se encontraron con los de ella cortando al momento cualquier
hilo de pensamiento.
—Depende, ¿quieres conservar la ropa entera? —resumió con voz
grave, empañada por el deseo—. Porque no me hago responsable de los
desperfectos que cause mi… entusiasmo por liberarte de ella.
—Todo un poeta… —se burló.
—Soy realista, nena, solo digo lo que pienso —aseguró y la recorrió
con la mirada—. Y ahora mismo solo pienso en devorarte entera.
Su cabeza se hizo eco de la directa respuesta y le sonrió.
—Una sugerencia que secundo.
Abby se quitó los zapatos y el pantalón en un abrir y cerrar de ojos, la
blusa rota y el sujetador siguieron el mismo camino dándole lo que
deseaba; a ella, desnuda y dispuesta.
—Los recuerdos son pálidas imágenes en comparación a la realidad —
murmuró él dejándose guiar hasta el dormitorio, para luego empujarla
sobre la cama—. Eres mucho más bonita de lo que recordaba…
Se mordió el labio inferior. Se sentía expuesta, más que desnuda bajo
esa ardiente mirada que no dejaba un solo centímetro de su cuerpo por
admirar y excitada, tanto que dolía.
CAPÍTULO 6

Reaver se sostuvo sobre los talones, admirando la deliciosa creación que


destacaba contra la amalgama de colores de la colcha. Sus ojos brillaban
de deseo, su color se había oscurecido dotándolos de una intensidad que se
colaba en sus entrañas, sus mejillas llenas y sonrojadas lo llevaron a sus
labios, entreabiertos y rojos por sus besos. No era una belleza clásica, no
era el tipo de mujer por la que los hombres se girarían al verla pasar, pero
poseía ese raro atractivo que hacía que no pudiese evitar desearla, que
cada vez que la veía quisiese estar con ella.
Inspiró profundamente y se relamió, el aroma a cítricos que la envolvía
era muy adecuado, encajaba muy bien con ella. Dejó que sus labios se
curvasen lentamente mientras deslizaba la mirada sobre el resto de su
cuerpo, admirando a la mujer que tenía ante él, aquella que se le había
escapado una vez entre los dedos.
—Me gustan tus tetas.
Toda una declaración de amor, sin duda. Pensó irónico. Pero era verdad.
Le gustaban sus pechos, eran grandes, redondos y encajaban a la
perfección en sus manos. Los duros y lujuriosos pezones no hacían más
que llamarle y terminó sucumbiendo una vez más a ellos, bajando y
llevándose uno a la boca.
Su polla protestó dentro del confinamiento de los pantalones, notó
como se le encogía el estómago y el placer se disparaba de nuevo por su
cuerpo. Estaba hambriento, había pasado demasiado tiempo fantaseando
con este momento y, ahora que estaba a su alcance, iba a disfrutarlo.
Tenía las ideas muy claras; la deseaba y quería hacerla suya, quería
enterrarse profundamente entre sus piernas y cabalgarla hasta saciar ese
maldito anhelo que le generaba.
—Eres peligrosa para mi salud mental, Abigail —pronunció su nombre
completo. Se echó hacia atrás una vez más y empezó a desnudarse. La
camisa terminó en una esquina, los mocasines siguieron el mismo camino
que el cinturón y los pantalones, quería toda esa piel contra la suya, sin
nada en medio. Quizá el lugar no fuese el adecuado, pero no podía
importarle menos.
Tumbada sobre la cama, con el pelo revuelto y desnuda, parecía una
ofrenda pagana, el suave y breve vello entre sus piernas lo hizo salivar.
Aspiró profundamente y se estremeció ante el dulce y especiado aroma de
su feminidad. Se le hacía la boca agua por probarla una vez más.
—Creo que antes de ir a por el plato principal, tomaré un pequeño
aperitivo.
El deseo se reflejó en los ojos femeninos y le arrancó un pequeño jadeo
cuando se instaló entre sus muslos, abriéndolos y dejándola por completo
a su merced.
—Sin duda tienes en mente una cena de gala…
Se rio al tiempo que se inclinaba sobre el húmedo y rosado objeto de su
deseo y sopló sobre la tierna carne antes de levantar la mirada sobre su
cuerpo y guiñarle el ojo.
—Oh sí, todos y cada uno de los platos.
Ocultando su sonrisa bajó sobre la cálida carne, la lamió un par de
veces, degustando su sabor antes de atormentar su clítoris con los dientes.
—¡Cristo!
El sobresalto de su cuerpo y la inesperada exclamación casi lo hacen
reír. Esa pequeña guerrera era muy sensible. Iba a pasarlo realmente bien.
—El de arriba nada tiene que ver con esto, dulce.
Nada en absoluto… pensó interiormente mientras bajaba de nuevo para
darse un apetitoso festín con ella.
Introdujo un dedo en su interior mientras seguía atormentando su
clítoris con la lengua, chupándolo y mordisqueándolo hasta que las
palabras perdieron su consistencia y se convirtieron en ininteligibles
grititos y jadeos.
Ella se arqueó bajo él, jadeando, sacudiendo la cabeza de un lado a
otro, presa del placer. Sus íntimas y mojadas paredes se cerraron alrededor
de su dedo y no pudo evitar gemir ante el pensamiento de cómo se sentiría
cuando estuviese profundamente alojado en su interior.
—Eres incluso mejor que en mis sueños —ronroneó contra su cuerpo
—, y mucho más real.
—Real… ese es el punto… dios… no se te ocurra parar ahora.
Se rio entre dientes. Ella deseaba más y, esos deseos, encajaban
perfectamente con los suyos.
—Eres tan dura por fuera como blandita por dentro.
Ella bufó y se revolvió bajo él.
—¿Es necesario que hables?
Soltó una carcajada.
—No cabe duda de que eres divertida, nena… —chasqueó y la
atormentó un poco más antes de alejarse de entre sus piernas y escuchar
como lloriqueaba por el abandono—, pero esta noche, el que lleva los
pantalones, soy yo.
Esos bonitos ojos claros se encontraron con los de él con tanta
incredulidad que a duras penas pudo dejar de reír. Era refrescante, ese
desafío en sus ojos lo encendía casi con la misma efectividad que su
cuerpo.
—O, mejor dicho, el que va a quitárselos…
Necesitaba estar dentro de ella, estaba deseoso por hundirse en esa
dulce humedad. Se lamió los labios y se arrastró sobre su cuerpo,
cubriéndola, haciéndose sitio entre sus muslos para penetrar finalmente en
el mojado y ajustado pasaje que lo acogió por completo.
El suave y dulce gemido lo llevó a sostener su peso sobre los codos, a
planear sobre ella y contemplar el expresivo rostro que le devolvía la
mirada. Era la viva imagen del deseo y la lujuria, con el pelo suelo y
revuelto sobre las sábanas, la piel transpirada de sudor y ese brillo sensual.
—Empiezo a preguntarme si una noche será suficiente, cielo —musitó
manteniéndose en el borde—, y temo que la respuesta no sea lo que
espero.
—No esperes…
Se rio y bajó sobre su boca para darle un dulce beso.
—Sí, tienes razón, ¿para qué perder el tiempo con cháchara?
Le rodeó uno de los firmes pechos y atormentó el pezón entre los dedos
provocando un estremecimiento en el dulce y voluptuoso cuerpo que le
servía de colchón, la otra mano resbaló sobre su cadera, rodeándole el
muslo e instándola a enlazar la pierna alrededor de su cadera, buscando
profundizar más en su interior.
Las suaves y pequeñas manos dejaron de enredarse en las sábanas y
volaron sobre su espalda, acercándole más a él y volviéndolo loco con
inevitable eficacia.
Salió de ella solo para volver a hundirse, su cuerpo recibiéndole con la
misma pasión y deleite que sentía él, acompasando sus movimientos,
saliendo a su encuentro y tomando en su interior todo lo que estaba
dispuesto a darle.
Los duros pezones apuntaban hacia arriba, meciéndose al compás de
sus embestidas, convirtiéndose en un atractivo que no pudo rechazar. Bajó
la cabeza para llevarse uno a la boca, succionándolo con fuerza mientras
ella clavaba los dedos en sus hombros y echaba la cabeza hacia atrás
entregada al placer.
Abigail estaba segura de que iba a hacerse pedazos de un momento a
otro. El duro miembro en su interior la enloquecía, hacía que todo su
cuerpo se deshiciese y pidiese más. Nunca había sentido algo tan intenso,
ni siquiera la vez anterior en la que había estado con él. La boca prendida
en su pecho la dejaba sin aliento, empezaba a temer que si subía un poco
más en esa escala de lujuria desatada terminaría desmallándose.
El calor se instaló en su vientre, creciendo exponencialmente con una
rapidez que arrolló su mente y terminó en una explosión que se llevó hasta
la mismísima cordura de su mundo.
—Sí… justo así… —escuchó su voz en medio del caos provocado por
el orgasmo—, déjate ir, cielo… disfrútalo.
Su cuerpo parecía pertenecerse solo a él, reaccionando a sus caricias y
a cada movimiento como si hubiese sido adiestrado para ello.
Antes de darse cuenta, deslizó las manos por detrás de sus rodillas y le
levantó las piernas, abriéndola por completo, exponiendo sus mojados
pliegues antes de volver a hundirse de nuevo en ella, moviéndose ahora un
poco más despacio, enloqueciéndola y construyendo sobre los rescoldos de
un orgasmo uno nuevo.
Sacudió la cabeza incapaz de hacer otra cosa.
—Por favor… —Ni siquiera sabía que decir, las sensaciones eran
enloquecedoras.
Reaver se relamió por dentro. Con las piernas abiertas, su dulce y
caliente sexo aferrándole íntimamente y la pátina brillante que le otorgaba
el sudor a su piel era una visión de lo más erótica, una que lo endurecía
incluso más de lo que ya estaba.
Se arrastró hacia atrás con perezosa lentitud solo para volver a empujar
en su interior, deleitándose con la manera en que lo apretaba. Su polla
brillaba al salir mojada por sus jugos antes de desaparecer de nuevo en su
interior.
—Dame todo lo que tienes, cielo, ven a mí y dame lo que deseo, lo que
ambos deseamos.
Acarició el sonrojado pezón con la lengua sin dejar de torturarla con
movimientos pausados de sus caderas, entrando profundamente,
sosteniéndola ahí para luego retirarse y repetir la operación una y otra vez.
Sus gemidos inundaban la habitación haciéndose eco de la pasión
compartida.
—Oh dios, oh dios, oh dios…
Abandonó su pecho y subió a su boca para devorar sus labios con
glotonería, le soltó las piernas, que se enlazaron por sí solas alrededor de
su cintura clavándole los talones en el culo y se apoyó en los brazos para
mecerse ahora con mayor intensidad contra ella.
—Reaver, cariño, nada de dios, harás que me crezca el ego —replicó en
su boca, bebiéndose sus gemidos, enlazando la lengua en la suya y
degustándola hasta quedar borracho de ella.
Quería sentir de nuevo esos suaves y húmedos músculos internos
cerrándose a su alrededor y arrancándole la cordura, obligándole a
sucumbir por fin a ella.
Empezó a empujar con más fuerza, ahogó sus gritos con la boca y no se
detuvo ni siquiera cuando ella gritó su nombre al llegar a su propia
liberación. No la dejó ir, enterrándose en su sexo una y otra vez hasta que
los espasmos de aquella dulce presa tiraron de su propio orgasmo haciendo
que se derramase completamente en su interior.
—Y esto, cielo… —ronroneó un minuto después tendido todavía
encima de la cama a su lado—, no es más que el principio.
CAPÍTULO 7

Una noche. Eso era todo lo que le había concedido, lo que ambos habían
pactado y, sin embargo, no había sido suficiente. Su piel lo añoraba, su
cuerpo revivía nítidamente cada momento pasado entre las sábanas, bajo
el calor del agua de la ducha y sus pasos se volvían erráticos, resistiéndose
a avanzar a través del aeropuerto.
Era hora de volver y continuar con su trabajo.
Esa misma mañana se había puesto en contacto con su prima para
ponerla al corriente de los pormenores; el haber perdido más de la mitad
de lo que el gilipollas le había quitado la hizo gritar como una banshie,
pero parecía satisfecha, lo suficiente como para ingresarle en su cuenta la
tarifa acordada.
‹‹Me quedo con que le has aplastado los huevos, Abby, solo por eso, te
pagaría la mitad de tu tarifa. Una lástima que no hayas podido grabarlo
en vídeo››.
Sacudió la cabeza al pensar en su conversación. No dejaba de resultar
curioso que fuese su familia la que la considerara la rara, la diferente… en
ese saco había algunos que podían postularse para el psiquiátrico y sin
hacer oposiciones.
La megafonía anunció la próxima salida de su vuelo, tenía que
embarcar ya si no quería quedarse en tierra.
—Joder, solo ha sido sexo —se recordó a sí misma—, y al menos esta
vez no has terminado delante de Elvis y casada con él.
No, esta vez se habían despedido como… algo parecido a amigos. No
hubo salidas a hurtadillas, ni arrepentimientos, ambos eran adultos, dos
personas perfectamente sanas y cuerdas que disfrutaban del sexo y de un
rocambolesco momento vivido en el pasado.
Reaver se había ofrecido incluso a llevarla al aeropuerto, pero había
rehusado.
‹‹Acordamos una noche y ya es por la mañana. Gracias por una velada
increíble, detective. Cuídate››.
Un ‹‹tú también›› fue su única respuesta. Recogió sus cosas, la besó
una última vez en los labios y salió por la puerta dejándola a solas consigo
misma.
—Necesito volver al trabajo…
Tenía que volver a enterrarse en su cotidianidad, revisar expedientes,
devolver llamadas y volver a la carretera. Había gente que la necesitaba y
no podía darse el lujo de pensar en tonterías. Ya no era la mujer de antaño,
hacía mucho que había dejado de creer en cuentos de hadas.
‹‹Este es un aviso para el pasajero Abigail Nuales, del vuelo VX488
con destino a Florida. Por favor, preséntese en la oficina de la Policía››.
Parpadeó al escuchar su nombre a través de los altavoces y frunció el
ceño. El aviso volvió a repetirse al momento por megafonía,
confirmándole que no había escuchado mal.
—¿Qué demonios…?
Volvió a echar mano al bolso y sacó el teléfono móvil en busca de
algún aviso que le diese una pista de lo que estaba pasando. No era la
primera vez que tenía que dar media vuelta para colaborar en algún caso
de la zona, el hijo puto de su jefe era muy dado a no avisarla sino hasta el
último momento.
Pero, en esta ocasión, no figuraba aviso de ningún tipo.
‹‹Este es un aviso para el pasajero Abigail Nuales, del vuelo VX488
con destino a Florida. Por favor, preséntese en la oficina de la Policía››.
La megafonía insistió una tercera vez en el mismo aviso aumentando
su frustración. Se golpeó el muslo con la tarjeta de embarque y arrastró la
maleta en dirección opuesta a la de su vuelo.
—Voy a meterte un palo por el culo, Thomas Larkin y voy a disfrutar
como nunca haciéndolo —siseó, pronunciando el nombre de su jefe
mientras caminaba hacia la oficina de la policía.
No tardó ni cinco minutos en dar con el pequeño reducto que utilizaba
la policía en el aeropuerto, la puerta estaba abierta y había una mujer
sentada detrás de un breve escritorio.
—Soy Abigail Nuales —se presentó.
La mujer levantó la mirada y señaló la pequeña habitación acristalada a
sus espaldas.
—La están esperando.
Dejó la maleta a un lado, el bolso encima de la mesa y apuntó a la
agente con un dedo.
—La hago responsable si se extravía alguna de mis cosas.
No esperó respuesta, pasó a su lado y entró en la habitación adyacente
solo para detenerse en seco.
—¿Qué demonios…?
Reaver estaba sentado en el borde de un enorme escritorio lleno de
papeles jugando con un set de esposas de metal y parecía realmente
satisfecho consigo mismo.
—¿Has…? —Miró hacia la puerta y luego hacia él, empezando a juntar
las piezas a la velocidad de la luz—. ¿Fuiste tú?
Se pasó la lengua por los labios y se incorporó, en el reducido espacio,
su altura y corpulencia parecían incluso mayores.
—He llegado a la conclusión de que una sola noche no es suficiente —
declaró. Y, ante su atónita mirada, le cogió la muñeca y cerró la pulsera de
un lado de las esposas a su alrededor.
Parpadeó con incredulidad y levantó la muñeca alrededor de la que se
movía la pulsera.
—¿Y es necesario que me esposes para decírmelo?
Sus labios se curvaron lentamente hasta formar esa pícara sonrisa que
le provocaba escalofríos de placer.
—Te escapaste una vez, cielo, ¿de verdad pensabas que ibas a poder
hacerlo otra?
Abrió la boca y volvió a cerrarla. Entrecerró los ojos y agitó la muñeca.
—Suéltame. Ahora. Mismo.
Su respuesta fue levantar el otro extremo de las esposas y agitarlo en el
aire antes de cerrarlo alrededor de su propia muñeca.
—Como dije, una noche no fue suficiente.
Sin más, la atrajo hacia él y la besó en la boca, arrebatándole las
palabras y la cordura en un húmedo y caliente beso.
—Vas a tener que darme más, una semana, un mes… lo que surja…
Fue incapaz de decir nada, sus palabras no eran sino un eco de sus
propios pensamientos, unos tan rocambolescos que se había obligado a
hacerlos a un lado.
—¿Te das cuenta de que has hecho que pierda mi vuelo?
Le apartó un mechón de pelo del rostro y le acarició la nariz con el
dedo.
—Es usted una mujer difícil de atrapar, señorita Nuales —ronroneó
levantando las manos de ambos, esposadas—, así que, he tenido que
recurrir a métodos… extremos.
Sacudió la cabeza.
—Estás loco.
—Quizá un poco.
—No. Estás loco de remate —aseguró, entonces, para su propia
sorpresa, se echó a reír—. Por lo que es una suerte que yo lo esté también.
Después de todo, ¿quién, sino, una completa demente, se enamoraría de
un hombre en el transcurso de una sola noche?
—¿Me concedes una noche más? —le preguntó él de nuevo.
Levantó su mano esposada y ladeó la cabeza.
—No veo cómo puedo negarme a tan apetitosa propuesta, detective.
—Y esa, cielo, es la respuesta correcta —declaró antes de capturar su
boca en un húmedo y delicioso beso.
TODO O NADA

Kelly Dreams
CAPÍTULO 1

—Mi cerebro se ha frito y yo estoy a punto de entrar en el mismísimo


infierno.
Mai O´Connor contempló su reflejo en el retrovisor interior del coche.
La sombra de ojos cubría parte de sus párpados, realzando el tono castaño
claro de sus iris, incluso en el interior del antifaz. Casi agradecía no poder
ver el resto de su atuendo, pues no saldría del coche de hacerlo.
Deslizó los dedos alrededor del volante y lo apretó al tiempo que
respiraba profundamente para luego dejar escapar el aire.
—Estás loca, Mai, estás completamente chalada —gimoteó dejando
caer la frente contra el volante—. Una persona cuerda no haría algo tan
estúpido.
Sí. Una persona cuerda no habría cogido prestada la tarjeta de socio de
un club de la cartera del novio de su prima, no habría investigado dicho
club y no habría solicitado una invitación en su nombre para una fiesta de
disfraces, solo para demostrarle a la tonta y enamorada cabeza hueca, que
el hijo de puta le estaba poniendo los cuernos.
Ellie estaba totalmente cegada por él, lo había conocido hacía un año
en una fiesta y desde ese momento se había empeñado en que era el
hombre de su vida. Había sido tal el flechazo, que en menos de un mes ya
se había ido a vivir con él y no hacía más que decir lo increíble que era.
Resopló. Sí, increíble. Tan increíble que el muy cabrón la acusó a ella
de intentar seducirle, cuando era precisamente él quién la acosaba sin
descanso.
Levantó de nuevo la mirada y contempló su reflejo en el retrovisor.
—Lo que hay que hacer por las personas que quieres —hizo una mueca
—, aunque creo que sería mucho más efectivo liquidarle y esconder su
cadáver.
Hizo una mueca y gimió. Ellie era lo más cercano que tenía a una
hermana. Durante gran parte de su vida había sido su confidente y, dios
sabía que se había alegrado infinitamente cuando creyó descubrir el amor,
nadie se merecía más ser feliz que ella. Pero, aunque sonase a cliché, lo
suyo no era amor, era obsesión, una que le impedía ver la realidad que
todos los demás veían.
Sacudió la cabeza, se recolocó la máscara y se miró por última vez en
el espejo.
Tenía que tener cuidado para no ser reconocida. A la máscara le había
añadido un tinte rojizo a su pelo castaño claro, además de un nuevo
peinado que la alejaba de la sencillez con la que solía vestir para
convertirla en una sexy sirvienta digna de cualquier club nocturno.
—Ay, Ellie, si salgo de esta… te voy a recordar esta noche toda tu
jodida vida.
Sin más, cogió el mini bolso y se apeó del coche lista para iniciar su
investigación nocturna.
CAPÍTULO 2

—Ponme un whisky.
Gabriel enarcó una ceja, se apoyó en la barra y le miró con ojo crítico.
—¿No te parece que ya has bebido bastante?
Wolf abrió la boca para responder, pero su amigo se le adelantó.
—Si le dices eso, beberá aún más —añadió su amigo.
Puso los ojos en blanco e ignoró el tono jocoso que había en la voz de
Casio para señalar el vaso una vez más a la espera de que su hermano le
sirviese una nueva consumición. No había venido esa noche al Triple
Trouble para que le dijese lo que podía o no podía hacer, ambos sabían que
sus decisiones eran únicamente suyas y que no llevaba nada bien que otros
se metiesen en sus cosas.
El menor de los cuatro hombres que formaban la familia Falcon, había
optado por seguir la tradición de la rama familiar y se había dedicado a la
seguridad; de hecho, era propietario de una empresa a medias con su socio
y amigo; Casio King.
—Ni siquiera he empezado a embriagarme —declaró con un mohín.
Y hoy era sin duda una buena noche para emborracharse.
Después de pelear durante los últimos quince días en los tribunales con
la zorra de su ex mujer, estaba tan harto de todo que abrazaría con gusto la
botella solo para poder olvidarse de la mierda que era su vida. El último
año había sido una verdadera pesadilla, una que terminó a modo de
colofón de cuatro años de un matrimonio insostenible. Las continuas
exigencias, los reproches por la pérdida de un bebé que, aunque sonase
duro, ni siquiera estaba seguro de que fuese suyo y su insaciable necesidad
de atención, los había mantenido a ambos en una continua discusión que a
menudo terminaba con portazos y él marchándose de casa.
No era un secreto que su familia nunca había visto con muy buenos
ojos su relación, de hecho, Gabriel había sido el primero, seguido por
Reaver, que le habían hecho partícipes de que creían que estaba metiendo
la pata, pero él había hecho oídos sordos al creerse enamorado de ella.
Un amor que se convirtió en odio, en rencor y en una necesidad
imperiosa de alejarse de ella y de desfogarse con toda mujer disponible
que encontrase por delante. Eso lo había llevado a ser un asiduo del club
de su hermano y a empezar a interesarse por otras vertientes del sexo.
Desde el momento en que pidió el divorcio, un año atrás, había hecho
de nuevo de su vida, algo solamente suyo. Se había mudado con su mejor
amigo y socio mientras seguía adelante con la demanda que lo había
llevado finalmente a los tribunales y a luchar con uñas y dientes para que
esa zorra no viese ni un solo centavo de su dinero.
Gabriel dejó una cerveza delante de su vaso de vodka vacío.
—Si tienes intención de jugar esta noche, hermanito, será mejor que te
pases a algo más liviano.
—O directamente prescindir de ello —reclamó Casio, arrebatándole la
cerveza para darle él mismo un trago—. Por cierto, ¿qué ha pasado con
Reaver? Oí algo sobre un altercado y una mujer…
Sí, esa era una historia que él también oído, uno de los cotilleos que se
había esparcido por la sala poco después de su llegada.
—¿Recuerdas esa muñequita con la que se había obsesionado?
Arrugó la frente mientras intentaba recordar. El poli era bastante
reservado con su vida privada, eso suponiendo que tuviese vida privada, ya
que vivía para su trabajo tanto o más que él mismo.
—¿La que le sorbió el seso al extremo de terminar ante Elvis?
Los dos hombres dejaron escapar una risita.
—La misma —asintió Gabriel—. Pues, casualidades que tiene la vida,
la chica acabó aquí el viernes de la semana pasada. Resulta que es una
caza recompensas y venía tras la pista de un pobre incauto. Un idiota de
turno que hizo lo que no debía y terminó con la nariz rota antes de que yo
pudiese hacer algo para evitarlo.
—¿Caza recompensas? —La revelación no podía ser más sorprendente.
Su hermano asintió.
—Se quedó tan impactado, que tuve que darle un empujoncito para que
fuese tras ella.
—¿Y?
Se encogió de hombros.
—¿Tú lo ves por aquí ahogando sus penas en alcohol? —le soltó,
aludiéndolo claramente a él.
—Reaver no es de los que ahoga sus penas en alcohol.
—No, pero sí es de los que suelta pestes si las cosas no le van bien —
replicó—, y, dado que no ha dado señales de vida en los últimos seis días,
tengo que deducir que las cosas le han ido bien.
—Al menos a alguien le van bien las cosas… —aceptó girándose en el
taburete para contemplar el ambiente que se estaba gestando en el local.
Esa noche el club estaba bastante animado con la fiesta temática, los
asistentes iban vestidos de mayordomos, sirvientes o señores, creando una
cacofonía de colores y creativas indumentarias que se repartían entre las
varias áreas en las que se dividía el local. La música inundaba el ambiente
y ponía banda sonora a las escenas que se estaban llevando a cabo en cada
área.
—El ambiente está bastante animado esta noche —comentó sondeando
la sala con la mirada buscando una presa con la que poder jugar. Quería
sacarse de encima el mal humor, dejar de pensar y el sexo, era tan buena
opción como la bebida o incluso mejor.
—La sala del Oeste es nueva, ¿no? —comentó Casio entrecerrando los
ojos en dirección a una zona acotada dónde había una especie de erótico
toro mecánico y un par de elementos que recordaban al Viejo Oeste.
—Es mi nueva incorporación —aceptó el dueño—. Y se le sumará
pronto una nueva habitación temática.
Enarcó una ceja.
—¿De qué temática?
La misteriosa sonrisa de su hermano le indicó que no pensaba decir ni
una sola palabra.
—Ya lo veréis cuando esté terminada —le soltó con todo divertido—,
te dejaré incluso inaugurarla.
Puso los ojos en blanco y volvió a darle la espalda para continuar con
su particular caza. Más allá de las parejas ya hechas, de las que charlaban
animadamente en las áreas de descanso, había algunas mujeres que se
limitaban a mirar o se exhibían con sensualidad, dedicando sonrisas,
pequeñas caídas de ojos e incluso se animaban a charlar. Una de esas cruzó
la mirada con la suya, una bonita rubia vestida de sirvienta con un traje
que dejaba muy poco a la imaginación.
—¿Ya has encontrado algo interesante? —preguntó Casio, notando su
cambio de atención.
Le sostuvo la mirada a la mujer durante unos segundos, encontrando en
ella una equidad en sus ojos y en sus gestos que daba una clara respuesta
sobre su interés.
—Puede que…
La frase quedó a medias cuando captó un movimiento por el rabillo del
ojo, el de la breve falda de un traje de sirvienta francesa que se agitó con
sensualidad cuando la mujer que lo llevaba se apartó como un conejito
asustado para evitar tropezar con una pareja.
No podía verle el rostro desde aquella distancia, menos aún con el
antifaz que le cubría la parte superior del rostro, pero había algo en ella
inocente y sensual que captó de inmediato su atención. Sus movimientos
hablaban de cautela y sorpresa, como si aquella fuese la primera vez que
se veía en un lugar como ese. La forma en que movía la cabeza, la
suavidad con la que avanzaba, los movimientos de sus dedos jugando con
la tela del vestido… era como si una pequeña gacela hubiese entrado en la
guarida de una manada de leones.
Siguió avanzando, mirándolo todo y, a juzgar por la forma abrupta en la
que se detuvo un par de veces, la manera en que retrocedió ante una escena
con un flogger en una Cruz de San Andrés, aquel no era su ambiente.
La vio girarse lamiéndose los labios con gesto nervioso y entonces, sus
ojos se encontraron. Incluso en la distancia, apreció el maquillaje
ahumado que los enmarcaban, la forma en la que se abrieron ligeramente
para finalmente dejar caer los párpados bajando la mirada con gesto
avergonzado.
—La quiero a ella. —Se levantó sin apartar la mirada, sintiendo como
el deseo despertaba al instante en sus venas y engrosaba su sexo en el
confinamiento de los pantalones.
Su amigo siguió la dirección en la que miraba y entrecerró los ojos.
—Parece un poco perdida, ¿no?
—No me preocupa, haremos que se encuentre a sí misma en un abrir y
cerrar de ojos —declaró uniéndole a su nueva caza.
Casio y él solían jugar juntos en el club, formando un divertido e
interesante tándem que le había descubierto otra manera de ver e
interpretar el sexo. Si había un hombre en el que confiaba, además de los
miembros de su familia, era él.
Casi se rio entre dientes.
—Lo tuyo es todo o nada, ¿eh?
Sonrió de medio lado.
—Como si no me conocieras a estas alturas.
Los tres hombres se quedaron mirándola durante unos instantes,
intercambiando comentarios mientras la veían moverse por el local.
—¿La conoces, Gabe? —preguntó su amigo. Su hermano solía llevar
un control de las personas que accedían a su local. Al ser un club privado,
solo se podía entrar por membresía o con invitación de alguno de los
miembros.
—Juraría que es la primera vez que viene por aquí —aceptó Gabriel—,
quizá ha sido invitada por alguno de los miembros.
—Pues descubrámoslo —declaró relamiéndose interiormente.
La risa del barman le acompañó.
—Buena caza.
Ni se molestó en mirar a su hermano, palmeó a su amigo en el brazo,
quién se levantó y atravesó la sala dispuesto a interceptar a su presa.
CAPÍTULO 3

—Si has perdido algo, quizá pueda ayudarte.


Mai dio un respigo, girándose de golpe a punto de perder el equilibrio
si Casio no la hubiese sujetado.
—Cuidado, gatita.
Su azoramiento le pareció tierno y sexy, esos enormes ojos, que ahora
veía eran de un castaño claro, se abrieron desmesuradamente y se vio
obligada a levantar la cabeza para mirarle a él y luego a su acompañante.
—Lo siento… me habéis sobresaltado —respondió alternando la
mirada de uno a otro—, err…
—Soy Wolf y él es Casio. —Se presentó, señalando a su amigo, quién
se había inclinado sobre ella para apartarle un mechón de la cara—.
Parecías un poquito perdida…
—¿Solo un poquito? —replicó y, al darse cuenta de que lo había hecho
en voz alta, se sonrojó.
—No te preocupes, ni siquiera se te ha notado.
Esos labios se curvaron lentamente en una especie de sonrisa, cambió
el peso de uno a otro pie y permaneció entre ellos a pesar de que era
palpable su nerviosismo.
—Tú ya sabes nuestros nombres, pero todavía no he escuchado el tuyo
—le recordó, inclinándose hacia ella sin llegar a moverse. Su presencia la
descolocaba—, y me gustaría poder dirigirme a ti apropiadamente…
—Mai —respondió. No pudo evitar una sonrisa al ver como las
palabras habían vertido de sus labios voluntariamente—, Mai O´Connor.
—¿Y qué te ha traído hasta el club, pequeña Mai? —Hizo la pregunta
de manera despreocupada, dándole su espacio, dejando que se
acostumbraba a su presencia.
—Pues tú seguro que no…
La inesperada y sincera respuesta lo dejó descolocado e hizo que Casio
soltase una carcajada.
—Y a eso le llamo yo, sinceridad en estado puro —aseguró su amigo
entre risas—. Además de sexy, refrescante… una combinación interesante.
Su mirada vagó de uno al otro y, muy sutilmente, empezó a retroceder.
—Sí, bueno… gracias, creo —murmuró y dio un nuevo paso atrás—. Si
me disculpáis, tengo… algo que hacer.
Y, sin esperar una sola palabra, se escurrió entre ellos para mezclarse al
momento con el resto de los miembros del club.
—¿Soy yo o acaba de dejarnos con un palmo de narices? —preguntó su
amigo con gesto divertido.
Su sorpresa no podía ser mayúscula.
—Lo ha hecho —aceptó entrecerrando los ojos al tiempo que la seguía
con la mirada—. Esa gatita me ha ignorado y nos ha despachado.
Su diversión no podía ser mayor. Por regla general no tenía ningún
problema para conseguir una mujer, solo tenía que elegir y en un abrir y
cerrar de ojos era suya. Si le ponía trabas o le daba mucho trabajo,
sencillamente la ignoraba y pasaba a la siguiente, pero ella… No, a ella la
deseaba y punto.
—Te ha pinchado el ego, amigo.
Hizo una mueca, entrecerró los ojos y chasqueó la lengua.
—A la mierda mi ego —rezongó y señaló en la dirección en que se
había ido ella con un golpe de la barbilla—. Peores cosas le han hecho en
los últimos años, ella sencillamente… Demonios. ¿Has visto la forma en
la que se mueve? Está nerviosa, no encaja y sin embargo… ha sido capaz
de darme con un no en las narices.
Casio sonrió de soslayo.
—Tiene un aire de dulzura y timidez que no encajan con el Triple
Trouble y eso, amigo mío, la hace realmente interesante.
Asintió y le dio una palmada en el brazo.
—Lo suficiente como para desear ver que más hay debajo de esa dulce
fachada.
Su amigo se frotó la barbilla.
—Parece que esta va a ser una noche realmente interesante.
CAPÍTULO 4

Mai no se detuvo hasta haber puesto varios metros de distancia entre esos
dos hombres y ella. Jesús, ¿de dónde habían salido? Casi le había dado un
infarto al ver a esa montaña de testosterona tras ella para quedarse
enseguida sin aire al encontrarse con esos ojos; los mismos con los que se
había topado nada más entrar.
Se lamió los labios y contuvo un nuevo escalofrío de placer. Si su
mirada la había afectado ya de por sí, el escuchar su voz y verle ahora
cerca de ella, la había dejado totalmente en shock. ¿Cómo era posible que
un total desconocido tuviese tal poder de presencia que hacía que
prácticamente se le cayesen las bragas? Y su compañero, no se quedaba
atrás.
—Céntrate, Mai, céntrate —se recordó in extremis—. Estás aquí para
encontrar a ese capullo y obtener las pruebas que necesitas para
desenmascararlo.
Cerró los ojos, respiró profundamente y volvió a abrirlos.
Dios, cuando descubrió que era un club nocturno había esperado otro
tipo de local, algo parecido a un club de striptease o de baile, pero ni en
sus más disparatadas fantasías había esperado encontrarse con algo como
esto.
No era una mojigata, la verdad sea dicha, de hecho, era bastante liberal
en lo tocante al sexo, pero tenía que confesar que era la primera vez que
veía en acción algo como la mujer que había atada a una enorme X de
madera, la Cruz de San Andrés, siendo azotada con una fusta por un
hombre que le doblaba en tamaño. El caso es que la mujer parecía estar
extasiada, disfrutando de la escena con plena confianza en su compañero
de juegos. Y aquella no era sino una de las muchas facetas que podías ver
alrededor de la sala.
Dejó la peculiar escena y continuó vagando por la sala, tenía que
encontrar a ese imbécil y mostrarle a Ellie, de una vez y por todas, la clase
de hombre en el que había depositado toda su confianza.
La música parecía hacerse más intensa en ciertas zonas, como si los
altavoces estuviesen sobre su cabeza. A su alrededor las parejas
interactuaban charlando, compartiendo una copa, caricias nada sutiles o
bailes que hacían subir la temperatura. Y fue, precisamente en la pista de
baile, dónde encontró al hombre que había venido buscando.
Moreno, con un cuerpo trabajado en el gimnasio y cerca de los
cuarenta, bailaba con una mujer rubia de exuberantes curvas que,
obviamente no era su prima. La chica paseaba las manos por un pecho
desnudo mientras su pareja disfrutaba magreándole el culo y comiéndole
la boca y el cuello.
—Te pillé —musitó para sí. Se llevó la mano al delantal dónde había
guardado su teléfono móvil y lo sacó con disimulo, accionó la cámara y
enfocó de modo que no fuese muy obvio el que estaba sacando fotos.
Se movió con sutileza, esquivando a gente e intentando pasar
inadvertida mientras se acercaba lo suficiente para obtener una buena
fotografía.
—Espero que no estés haciendo lo que creo que estás haciendo,
pequeña Mai.
La voz a su espalda hizo que diese un respingo justo antes de que una
fuerte mano se cerrase alrededor de la suya.
—Oh, eso no está bien, muñequita, nada bien —chasqueó Casio,
cortándole la retirada.
—Pero que… —jadeó, mirando entre uno y otro, sintiéndose
repentinamente acorralada—. ¿Qué te crees…?
—¿…que estoy haciendo? —concluyó Wolf por ella, acorralándola con
su altura, su presencia y esa cruda sensualidad que exudaba—. Dímelo tú,
pequeña y procura sonar convincente o tendremos un verdadero problema.
Su voz no sonaba precisamente ligera, ya no había ese tono de sexy
curiosidad en sus palabras.
—Uno que podría llevarte a tener que dar explicaciones en comisaría
—añadió Casio, quién se adelantó, ocultando con su cuerpo el agarre de su
compañero.
Mierda. ¿En qué lío se había ido a meter? Esos dos no parecía
precisamente dispuestos a dejar que se marchase, no cuando la habían
cogido con las manos en la masa.
CAPÍTULO 5

Wolf le quitó el teléfono de las manos y comprobó rápidamente el


contenido. La mujer había enfocado la pista de baile para fotografiar a una
pareja que se magreaba. La había estado vigilando, viendo cómo se movía
con disimulo, intentando acercarse a la pareja para encontrar un mejor
encuadre. Él era un asiduo al club, lo había visto en más de una ocasión y
siempre con alguna compañera distinta.
¿Un novio infiel? Poco probable.
Bajó la mirada sobre el rostro enrojecido de Mai. La chica no estaba
avergonzada por haber sido pillada infraganti, estaba furiosa, lo que hacía
la situación incluso más interesante.
—Déjame adivinar, ¿tu novio? —sugirió y no pudo evitar escupir la
palabra. Lo último que le apetecía era inmiscuirse en una pelea de celos,
mucho menos irse a la cama con alguien que se colaba en el club para
sacar fotos furtivas como pruebas, suponía, que para una presunta
infidelidad.
Parpadeó y abrió los ojos como un búho antes de responder con una
rotunda negación de cabeza.
—¿Qué? Noooo. —Su indignación, unida a la voz de asco que emergió
de sus labios—. Antes me afeito la cabeza que tener algo con ese
neandertal.
Su amigo soltó un bufido.
—Ni se te ocurra —declaró Casio extendiendo la mano y acariciando
un mechón de su melena—, me gusta demasiado esa mata de pelo rojiza.
Su gesto de sorpresa fue tal que no pudo evitar sonreír a pesar de todo,
pero se obligó a jugar su papel y levantó el móvil a modo de recordatorio.
—Entonces, ¿cuál es el motivo de que estés aquí, sacando fotos, en vez
de disfrutar del club?
Apretó los labios dispuesta a mantener ese supuesto secreto, por lo que
le mostró el teléfono y lo dejó caer en el bolsillo superior de su americana.
Su expresión de asombro fue tan natural que sintió una inexplicable
necesidad de besarla para borrársela de la cara.
—Oye, no puedes…
—Claro que puedo, dulzura, acabo de hacerlo —la interrumpió,
cortando su réplica con sencillez—, y se quedará ahí hasta que me des una
explicación que nos satisfaga a los dos.
Mai deslizó la mirada entre él y Casio, su asombro era palpable, casi
tanto como la incredulidad y la creciente molestia que crecía en ella
reflejándose en sus gestos. Era transparente, sus respuestas no eran
fingidas y su naturalidad era lo suficiente refrescante para captar cada vez
más su atención.
—¿Quiénes sois? ¿Los jefes de seguridad del club? —replicó entonces
ella con tono molesto.
Ladeó la cabeza y sonrió de medio lado. No le quitó la mirada de
encima y eso, tal y como comprobó, la ponía incluso más nerviosa. Él la
ponía nerviosa.
—Además de sexy es inteligente, Wolf.
Mai arrugó la nariz, sus ojos se abrieron desmesuradamente tras el
antifaz y vaciló entre ambos.
—Es broma, ¿no?
—No, pequeña Mai, no es una broma —declaró acercándose
lentamente a ella—, y como jefe de seguridad del club, estoy deseando
saber que tienes que decir sobre esto.
CAPÍTULO 6

Mai empezaba a pensar que el mejor lugar para estar ahora mismo era en
su casa y no en una habitación a solas con dos hombres que tenían
testosterona suficiente como para hundir el Titanic.
Esos dos eran como una deliciosa y masculina apisonadora cuyos
mandos pasaban de unas manos a otras y amenazaba con aplastarla con su
presencia. Juraría que estaban jugando con ella a poli bueno y poli malo;
mientras uno la presionaba, el otro fingía apoyarla, empujándola al mismo
tiempo a cooperar.
Tenía que admitir que la situación era tan absurda como divertida y
también, muy, pero que muy caliente. Esos dos formaban un tándem de lo
más extraño. Tan moreno uno como rubio el otro, sus diferencias eran
claras. Mientras Casio era una montaña de hombre, con una envergadura y
musculatura digna de la WWE, Wolf era más delgado, con una complexión
fibrosa y un aire de elegancia que le recordaba al lobo al que homenajeaba
su nombre. Él era el poli malo, el que empujaba, el que la acechaba y la
acusaba. Casio era su apoyo y el poli bueno, su presencia la envolvía, le
ofrecía una imaginaria seguridad que la hacía más receptiva a responder a
sus preguntas.
Juntos formaban un equipo increíblemente bueno, su complicidad era
perfecta, completándose el uno al otro y, de manera absurda, empezó a
preguntarse si serían igual en la cama.
Ahora sí que he perdido la cabeza por completo.
No estaba allí para fantasear con el sexo y mucho menos con el que
podría obtener de dos hombres como aquellos, miembros de un club
erótico en el que lo más clásico era un empotramiento contra la pared.
No, estaba allí para conseguir pruebas que hicieran que Ellie abriese los
ojos de una buena vez.
—Por enésima vez, no soy detective privado, ni una esposa vengativa,
ni una novia celosa… —enumeró con un resoplido. Había pasado la línea
de la paciencia y, cuanto más insistían, más se irritaba.
—Pero tampoco eres miembro del Triple Trouble, has entrado como
invitada…
Miró a Wolf, quién se había inclinado sobre ella, buscando sus ojos.
—Quizá deba preguntarle a la pareja a la que estabas espiando…
—No les estaba espiando.
—…y preguntarles a ellos.
Resopló, ¿por qué tenía que ser tan sexy e irritante?
—No.
Sus labios se curvaron en una divertida y sonrisa. Ese hombre era
demasiado seguro de sí mismo para su propio bien.
—Sabemos que no eres una delincuente, encanto, pero tienes que
admitir que tu manera de actuar resulta sospechosa —añadió Casio a sus
espaldas.
Puso los ojos en blanco y ladeó la cabeza para mirarle.
—¿Sospechosa? ¿En serio? —resopló y señaló la puerta que llevaba a
la sala principal del club—. ¿Habéis visto bien lo que estaba ocurriendo?
Creo que hay cosas mucho más sospechosas ahí dentro…
—Desde mi punto de vista no hay nada sospechoso en un club erótico
privado y sí bastante en el que alguien se cuele solo para sacar unas
fotografías con el móvil a una pareja —insistió Wolf, quién no parecía
dispuesto a ceder ni un solo segundo—. ¿O acaso te va el voyerismo?
Enarcó una ceja y se llevó las manos a la cadera, tocando la tela del
disfraz, recordando la guisa que tenía. Al contrario que ellos, los cuales no
seguían el código de vestimenta de la fiesta, ella seguía embutida en ese
vestidito indecente.
—¿Y a ti los interrogatorios?
Escuchó una risita a su espalda, Casio parecía estar pasándolo muy
bien.
—De hecho, sí —contestó Wolf acercándose todavía más a ella,
deslizando la mirada con abierta sensualidad, sin ocultar el hecho de que
la encontraba atractiva—, pero suelo llevarlos a cabo en otro tipo de
circunstancias, unas mucho más… eróticas.
Tragó, sintió como el calor la inundaba inmediatamente y no pudo
evitar apretar los muslos.
Dios, ese hombre la aceleraba tan solo con sus palabras, su voz era tan
demandante que estaba segura de que, si ahora le dijese que saltase con ese
tono grave, lo haría.
—¿No me digas?
Demonios, ¿qué le pasaba? ¿Por qué lo desafiaba de esa manera?
Los ojos claros del hombre se entrecerraron sobre ella, su mirada era
penetrante y muy sensual.
—Dímelo, Mai —pronunció su nombre con una cadencia que la hizo
estremecer—, dime porqué debería devolverte el móvil y dejar que te
marches ahora mismo.
No pudo evitar temblar, notó como su sexo se humedecía al instante y
sintió la imperiosa necesidad de retroceder, de alejarse de Wolf, porque la
alternativa era darle con algo en la cabeza y dudaba que se atreviese a
tanto.
—Habla, dulzura, díselo —escuchó al mismo tiempo la voz de Casio,
la cual le provocó otro escalofrío—, dinos lo que queremos saber.
Si Wolf la ponía nerviosa con su presencia y ese tono de voz que la
derretía y empujaba a obedecer sus órdenes, Casio la descolocaba por
completo con su actitud despreocupada y esos inesperados momentos de
apoyo. El hombre era, además, realmente atractivo, de una forma más
luminosa que Wolf.
Se lamió los labios, cerró los ojos y dejó escapar un agotado suspiro.
La única manera que tenía para salir de esta era decir la verdad.
—Es el novio de mi prima —murmuró con un mohín—, y es un
completo gilipollas, cosa que ella se niega a ver.
—Esa es la excusa que ponen la mayoría de las mujeres hacia los
hombres que nos les caen bien, querida.
Fulminó a Casio con la mirada.
—Como también es típico de los hombres solaparse entre ellos.
—Mai, la verdad.
Se giró para encontrarse con los ojos de Wolf fijos en ella.
—Os he dicho la verdad —rezongó—. Ese Neanderthal de ahí fuera es
el novio de mi prima, lleva casi un año viviendo con ella. Un año en el que
el hijo de puta ha estado visitando el club, a juzgar por los pagos puntuales
de su membresía. Por no mencionar el pequeño detalle de que me ha
estado acosando desde el primer día en que Ellie me lo presentó y ella es
tan estúpida y está tan enamorada que no ve lo que tiene delante de sus
narices.
Acabó soltándolo todo de carrerilla, enfadándose consigo misma ante
la realidad que había en esas palabras.
—Y, obviamente, yo soy lo bastante estúpida como para preocuparme
por una persona, a la que quiero como a una hermana, a pesar de que ella
no cree una sola de mis palabras con respecto a ese idiota. Tan tonta que
no he dudado en venir a este lugar, sabiendo que me estaba metiendo en
terreno fangoso, solo para obtener pruebas de que ese mentecato le está
poniendo los cuernos desde antes de que el hombre inventase la rueda.
Wolf le sostuvo la mirada durante un momento más, algo en sus ojos
cambió, así como la manera en que la observaba. De repente, su fija
atención decreció, la ignoró y sacudió la cabeza.
—Sí, eres estúpida —declaró entonces en voz alta, sorprendiéndola con
el tono crítico que adoptó su voz.
—Wolf… —Un aviso de parte de Casio.
—Lo suficiente como para querer ayudar a una persona que debería
abrir los ojos por sí misma —continuó sin más. Entonces se llevó la mano
al bolsillo superior, sacó el móvil y se lo devolvió—. Yo que tú, no
conservaría muchas esperanzas de que me creyese, ni siquiera con pruebas
gráficas. El amor hace que la mayoría de la gente se vuelva cegata y no
vea la verdad que ven todos los demás… hasta que ya es demasiado tarde.
Y la manera en que lo decía, la amargura que subyacía en su voz, le
dijo a Mai que estaba hablando por experiencia.
—Sigue ocultándote tras la máscara y vete, pequeña Mai —le dijo,
resbalando los dedos sobre su mejilla en una suave caricia—. El Triple
Trouble no es lugar para almas tan nobles.
Dicho aquello, bajó sobre ella y le acarició los labios en un breve beso
para luego darle la espalda y marcharse, dejando a Casio maldiciendo en
voz baja.
—Y elige precisamente este momento para meter la cabeza en el culo
—chasqueó y se giró hacia ella—. Le gustas… le gustas demasiado y
posiblemente tenga razón. Eres demasiado cálida y luminosa para este
mundo, bajo esa máscara… No, no se esconde el pecado.
Mai se quedó sin palabras, no sabía cómo reaccionar a sus palabras o a
la sensación que le había provocado el beso de Wolf.
Tenía que estar perdiendo la cabeza por completo, porque el beso de ese
hombre la había dejado anhelante y temblorosa.
CAPÍTULO 7

—Ey, Gabe, ponle algo dulce para beber y encárgate que nadie la moleste
hasta que decida dar por concluida la noche. —Casio se detuvo frente a la
barra del bar, la cogió por la cintura, levantándola sin esfuerzo y dejándola
sobre un taburete. La había acompañado de vuelta a la sala principal,
después de que Wolf hubiese desaparecido—. Sé buena, tesoro, y vuelve a
casa antes de que cambie de idea y decida romper mis propias reglas y
corromperte yo mismo.
Su boca descendió sobre la suya, pero, al contrario que el beso de Wolf,
este fue crudo, profundo, con lengua y la dejó jadeando sobre el taburete.
—Ya veo que has hecho un nuevo amigo —comentó el barman
atrayendo su atención. Le tendió la mano por encima de la barra y se
presentó—. Soy Gabe, por cierto.
Parpadeó, todavía descolocada por el beso y le estrechó la mano.
—Mai.
—Un placer conocerte, Mai —declaró, entonces se movió tras la barra
para prepararle una bebida—. Y dime, ¿qué le has hecho a mi hermano
para que haya decidido renunciar a un bocadito tan apetecible?
La inesperada información la hizo parpadear.
—¿Tu hermano?
—Wolf —especificó, sorprendiéndola incluso más—. Había decidido
bailar un tango con una buena borrachera hasta que apareciste por la
puerta y le sorbiste el seso.
Su directa declaración la sonrojó.
—Yo no le he sorbido el seso —replicó—, de hecho, tengo dudas de
que lo tenga.
Gabe se echó a reír, asintió con la cabeza y se apoyó en la barra.
—Eso no te lo discutiré —aseguró, entonces bajó la voz y le habló en
confidencialidad—. Pero ese se debe a que todavía no lo conoces en
profundidad…
—No estoy segura de querer conocerlo… en profundidad.
Su sonrisa se hizo más intensa.
—Hay pocas cosas que le llamen la atención, de hecho, suele pasar a
cosas más importantes si le dicen que no, pero, por algún motivo, tú le has
gustado —declaró sin más—, lo hiciste desde el mismo momento en que
atravesaste la puerta del Triple Trouble.
Arrugó la nariz, no sabía que responder a eso, pero al parecer, él
tampoco necesitaba de una respuesta.
—Lo que me lleva a preguntarte, ¿cómo has entrado en mi club?
Los ojos de este hombre eran igual de penetrantes que los de Wolf, sin
embargo, sus facciones eran más brutas y, al mismo tiempo, lucía un
semblante mucho más relajado, casi despreocupado.
—¿Por la puerta?
Su respuesta lo hizo soltar una carcajada.
—Muy ingeniosa —declaró cruzándose de brazos—. Pero ambos
sabemos que no eres miembro del club, de hecho, creo que ni siquiera
encajas en este ambiente…
¿Por qué todo el mundo insistía en decirle lo mismo?
—¿Y cómo estás tan seguro de ello?
Ladeó la cabeza y la contempló durante unos instantes.
—Alguien que desea ocultarse detrás de una máscara no se atreve a ser
uno mismo frente a otros —declaró y señaló la sala con un gesto de la
barbilla—. Aquí utilizan máscaras como parte de un juego, pero más allá,
lo que ves es lo que son realmente. Tú, preciosa Mai, no utilizas una
máscara para jugar, la utilizas para esconderte.
Abrió la boca, pero él la silenció colocando un dedo sobre sus labios.
—Disfruta de tu bebida y luego vete a casa.
Se libró de su contacto. ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en
echarla? ¿Qué pasaba si no quería irse?
—¿Y si no quiero irme? —dio voz a sus pensamientos.
La manera en que la miraba la ponía nerviosa, al igual que Wolf,
parecía ser capaz de mirar a través de ella.
—Entonces deja el antifaz y sube al segundo piso, tercera puerta a la
izquierda —le indicó la dirección—. Pero si lo haces tendrás que dejar
atrás el disfraz y dejar que te vean cómo eres en realidad. Esto es un todo o
nada, dulzura.
Todo o nada. Un juego de una noche. Ser ella misma por unas cuantas
horas en un lugar al que posiblemente nunca volvería a entrar. Disfrutar
del pecaminoso erotismo que traía consigo el sexo y la libertad,
experimentar, pensar en sí misma por una vez y no en los demás, ser
egoísta y disfrutar de lo que pudiese encontrar en su camino.
¿Se atrevería a dejar atrás sus preocupaciones y ser ella misma durante
un momento?
Cogió la copa que le sirvió, probó la bebida y cerró los ojos dejando
que la calidez del alcohol la recorriera.
—Guárdame esto —pidió. Se quitó el antifaz y se lo entregó, junto con
su teléfono móvil.
Sus ojos se encontraron entonces, libres de máscara y él le sonrió.
—Que disfrutes la velada, Mai.
Quizá estuviese loca, hubiese perdido la cabeza por completo o la
bebida que le había servido Gabriel tuviese algo más que alcohol, pero no
quería irse. Quería quedarse y quería ver de nuevo a Wolf, incluso diría
que, a Casio, quería que ambos la mirasen a los ojos y la viesen. Quizá se
arrepintiese después, pero esa noche, esa noche iba a permitirse ser ella
misma y disfrutar de lo que le ofreciese la noche.
CAPÍTULO 8

Wolf se dio el lujo de darse una ducha. Necesitaba aclararse las ideas,
sacarse toda la mierda que traía consigo de las últimas dos semanas y ver
las cosas con perspectiva. El estrés de todo ello le estaba pasando factura,
había renunciado a un bocadito tan apetitoso como Mai y eso lo enfurecía
casi tanto como aliviaba.
Ella no era material para sus juegos, no se merecía que fuese un completo
hijo de puta con una mujer que se había colado en un club erótico solo
para echarle una mano a su prima.
Cuando escuchó su explicación sintió como si le hubiesen dado un
puñetazo en el estómago. Él había estado allí, había estado justo en el lado
contrario al que estaba la gatita y sabía de primera mano que nada de lo
que ella hiciese serviría; el amor hacía que las personas se volviesen
ciegas, negándose a ver incluso lo que estaba delante de sus narices. Él se
había negado a ello. Llegó a pelearse incluso con sus hermanos, con su
familia, con Casio terminó llegando a las manos, una conducta que ahora
le avergonzaba y que solo le mostraba lo gilipollas que había sido con la
gente que le quería.
No, ella no encajaba en ese ambiente. Lo supo desde el momento en
que la vio entrar, pero había sido precisamente esa fragilidad, su cara de
sorpresa y esa esporádica timidez lo que lo atrajo. Ella era distinta a su ex
mujer, era distinta a todas las féminas que se había llevado a la cama, con
las que había hecho alguna escena e incluso compartido con Casio.
«¿Renuncias a ella porque no es lo que esperabas o porque lo es?».
Casio le había seguido después de dejarla en la barra del bar. Había
permanecido a su lado con su habitual calma, exponiendo los pros y los
contras de su actitud y ofreciéndole una resolución final. A él también le
gustaba Mai, su amigo tenía un pasado casi tan hijo de puta como el suyo,
pero, en su caso, lo había dejado atrás y seguía adelante con su vida
disfrutándola de la mejor manera posible.
«Sabes que lo que ves, no es lo que se oculta realmente en ella. Esa
máscara es solo una excusa, una forma de ocultarse del mundo. Y,
curiosamente, tío, me ha recordado un poco a ti».
Su máscara no había sido un antifaz, pero la había llevado puesta
durante mucho tiempo.
«Pero está bien, tú eres el único que puede decir lo que deseas hacer y
lo que no. Por mi parte solo puedo decirte una cosa, yo sí estoy dispuesto
a descubrir quién es la mujer que se esconde tras el antifaz».
Un sutil recordatorio de que la gatita le había causado una profunda
impresión a su amigo, una que iba más allá del esporádico interés que traía
consigo el atractivo sexual.
Sacudió la cabeza y metió la cara debajo del chorro del agua, empezaba
a pensar demasiado. Se enjabonó el pelo y se lo aclaró, disfrutando de ese
momento de relajación e hizo una mueca al escuchar el sonido de alguien
tropezando en la habitación.
—Cas, empiezas a hacerte viejo si ya tropiezas con las cosas —replicó
en voz alta, suponiendo que su amigo había vuelto para asegurarse de que
no se hubiese ahogado o algo peor.
No hubo respuesta, pero tampoco le sorprendió. Casio solía hacer lo
que le daba la gana cuando le daba la gana, ya estaba acostumbrado a ello.
Unos momentos después escuchó el chasquido de la cerradura de la
puerta del baño.
—¿Sabes? Es un poquito difícil ahogarse en la ducha, hermano, así que
relájate.
Sin embargo, la persona que abrió la mampara de la ducha, entró en su
espacio y pegó el curvilíneo y femenino cuerpo desnudo y caliente a su
espalda no distaba mucho de ser su mejor amigo y socio.
—Todo o nada —escuchó la suave voz de Mai—. Elijo todo.
Notó la vacilación, la timidez de esos brazos que le rodeaban la cintura,
la suavidad de las manos que se aplanaron contra su estómago mientras el
aliento de su respiración le acariciaba la columna.
—¿Estás segura de que es lo que deseas, pequeña Mai?
Sus senos se apretaron contra su espalda al acercarse un poco más.
—Ni lo más mínimo, pero de eso se trata, ¿no? —respondió con
sencillez—. De descubrirlo.
Se giró, atrayéndola contra su pecho, contemplando su rostro ahora
libre de la máscara y bajando su boca sobre la de ella.
—Descubrámoslo entonces —declaró antes de apropiarse de su boca y,
ahora sí, besarla en profundidad. Su sabor era delicioso, su respuesta
tímida y a la vez generosa, esa gatita prometía ser una compañera de
juegos entregada.
—Me gusta como sabes —declaró pegado a su boca, entonces busco
sus manos y las cubrió momentáneamente con las cuyas, apretándoselas
contra su carne—. Y yo te gusto mojado y desnudo, admítelo —la pinchó,
mordisqueándole ahora el cuello.
Una risueña carcajada resonó en el húmedo espacio, Casio se había
apoyado en la puerta del baño, mirándoles con esa hambre que
seguramente se reflejaría en sus ojos.
—No lo admitirá, no en voz alta —se rio su amigo—. Es demasiado
educada…
Su respuesta fue apretarse contra él, su cuerpo ahora húmedo por el
suyo, por el agua y ligeramente sonrojado.
—No soy demasiado educada… —murmuró con tono suave,
ligeramente avergonzado.
—Um… —Casio entró en el breve espacio y se detuvo ante ellos,
dejándola a ella acostumbrarse a su presencia, decidir si le quería allí—.
No era una crítica, gatita, por el contrario, lo encuentro… fascinante.
Dicho esto, se inclinó sobre ella, le acarició la barbilla y tras mirarle a
él fugazmente, le acarició los labios con suavidad.
Someterla iba a ser uno de los mayores placeres de los que iba a
disfrutar en mucho tiempo. Ver su mirada vidriada por el deseo, su cuerpo
dispuesto a sus caprichos, a los juegos de ambos y esa dulce sumisión en
sus manos, plegándola a sus deseos y recompensándola con todo el placer
que pudiese encontrar en ese cuerpo.
La notó temblar, pero no había miedo en su lenguaje corporal, aunque
si nerviosismo. Respondió al beso de Casio un poco cauta al principio,
relajándose a medida que su compañero obraba su propia magia sobre ella
hasta arrancarle un gemido al retirarse.
—Eres una gatita traviesa —le susurró Wolf al oído, la giró dejándola
de espaldas a él y le cogió la mano para guiarla sobre la dura erección que
se moría por enterrar muy profundamente en su interior—, y estoy
deseando disfrutar de tus travesuras.
Notó el temblor de su cuerpo, el sobresalto cuando le cerró los dedos
alrededor de su pene y la incitó a acariciarle muy lentamente.
Levantó la mirada y se encontró con que la de su amigo estaba ocupada
en el cuerpo que tenía expuesto ante sí, el deseo se reflejaba en sus ojos,
un hambre desnuda y sexual que hablaba de un apetito fiero y crudo.
—Y no soy el único —le susurró al oído haciendo que fuese consciente,
una vez más, de la presencia de su otro compañero—. Está deseando
tocarte.
Casio no se hizo de rogar. Ella era como una sirena que los atraía sin
remedio y sucumbió a la tentación. Se cernió sobre ella, la besó con
avaricia, oprimiéndola contra su propio pecho mientras notaba como esa
dulce mano se cerraba incluso más alrededor de su polla.
La mano libre se interpuso entonces entre sus cuerpos y empujó.
Ambos sabían que él le permitía hacerlo, pues se separó dejándola
jadeante.
—No puedo respirar —musitó recostándose contra su pecho.
Los ojos de Casio se iluminaron con la misma sonrisa perezosa que le
curvó los labios.
—Aprenderás a hacerlo, solo requiere práctica…
—Todavía no sé si quiero aprender…
—Demasiado tarde, dulzura —le susurró Wolf al oído—, decidiste
aprender en el momento en que atravesaste esa puerta y te uniste a mí.
Se giró para mirarle y él le guiñó el ojo.
—Esto… esto es demasiado… yo…
—Tú eres mía —declaró Casio cogiéndole el rostro para que lo mirase,
entonces alzó los ojos sobre él—, nuestra. Durante esta noche, eres
nuestra.
La forma en que se tensó era suficiente indicativo de su nerviosismo.
—¿Y yo puedo decir algo al respecto? —musitó con cierta diversión y
timidez.
—Claro que puedes —aceptó Casio—, Wolf dejará que gimas todo lo
que quieras.
Los dos intercambiaron una mirada y él asintió, dejándola ir.
Casio la atrajo de nuevo hacia él, le acarició la mejilla y bajó sobre su
boca ahora con mayor suavidad.
—Solo tienes que relajarte y disfrutar, Mai.
La dejó ir lo suficiente para que Casio afirmase también su posición. Se
apretó contra ella, le rozó el culo con su dura erección y le aferró los
pechos mientras le hablaba al oído.
—Sé que esto te excita —le dijo Wolf—, te enciendes bajo mi contacto
y el de Casio. Te humedeces, te excitas y deseas más.
Se estremeció y gimió cuando le apretó los pezones, jugando con ellos.
—Pero no debería… yo… esto no es algo que… que haya
compartido… antes…
—Siempre hay una primera vez —le aseguró, soplándole en la oreja—,
y esta es perfecta para enseñarte como se juega…
—¿Jugar?
—Jugar —le aseguró Casio—. No pienses, Mai, no busques una razón,
limítate a sentir y a disfrutar.
Volvió a restregarle la polla contra el culo y le susurró al oído al
tiempo que le pellizcaba los pezones por última vez.
—De rodillas, gatita —le sopló el oído y la instó a ello.
Ella se retorció y se dejó caer de rodillas mirándole entre azorada y
anhelante. La vio lamerse los labios mientras observaba su dura polla
erguida ante ella.
—Hazle suplicar, nena —se rio Casio acariciándole el pelo un segundo
antes de dar un paso atrás y limitarse a contemplarla.
Su vacilación no hacía sino calentarlo, la paciencia era una virtud
largamente adquirida, una que siempre traía consigo una recompensa.
—Oh, sí, esta es sin duda una vista de lo más sexy —jadeó al verla
bajar sobre su pene, introduciéndose la cálida y dura longitud en la boca,
probándolo con tal suavidad que quedó inmediatamente en éxtasis—.
Joder… sí…
—Parece que alguien ha encontrado la manera perfecta de vengarse. —
La risa de Casio reverberó en el cuarto de baño mientras se movía tras
ella, terminando de desabotonarse la camisa, para luego deshacerse de sus
vaqueros.
—Y no será la única.
Con un rápido entendimiento, ambos se movieron para permitir que
Casio se arrodillase justo detrás de Mai, con su rostro entre los muslos y
su lengua acariciando el expuesto sexo femenino. No pudo evitar gemir al
sentir como los labios que rodeaban su pene lo apretaban un poco más,
arrebatándole el aliento, mientras gemía a su alrededor.
Enredó la mano en su pelo, haciéndola notar su presencia y
tranquilizándola cuando empezó a retirarse con un quejido.
—Suave, gatita, suave… —le acarició la cara con la mano libre—,
déjale que se divierta, hará que te sientas bien en un minuto.
El nerviosismo se mezclaba con la inesperada vergüenza, el placer se
extendía por su cuerpo, humedeciéndola más y más y haciendo que sus
gemidos se volviesen más crudos y eróticos. Su boca era cálida, su lengua
una pícara provocadora, si bien había entrado en el juego con cautela, la
pasión intrínseca en su alma despertaba en ella cosas que, probablemente,
ni siquiera sabía que tenía.
Tenía que admitir que la imagen era sumamente erótica. Las manos de
su amigo aferraban las nalgas, elevándola, obligándola a extender las
piernas para hacerle sitio mientras bebía directamente de su sexo. El
voluptuoso cuerpo de su dulce compañera de juegos era acariciado por la
humedad provocada por el vapor, unos mechones de pelo se escapaban por
su espalda mientras que el resto era retenido entre sus dedos y esos
coquetos labios, ahora rojos, lo envolvían, tragándoselo solo para dejarle ir
cada vez que necesitaba tomar aire.
—Adoro ver como mi pene se hunde en tus labios, la manera en que me
aprietas en esa húmeda cavidad —gruñó, luchando consigo mismo para no
tomar el mando y follarle la boca a conciencia.
Sus palabras tuvieron efecto inmediato, gimió alrededor de su pene y
tembló, posiblemente provocado también por la boca masculina que se
amamantaba entre sus piernas.
—Oh, sí, Casio es un bastardo afortunado, cariño —ronroneó Wolf
tirando un poco de su pelo, adelantando las caderas y sumergiéndose un
poco más profundo en su boca—, se está dando un banquete con ese dulce
coñito.
Ella gimoteó de nuevo, el sonido reverberó alrededor de su pene y, esta
vez, le permitió retirarse por completo.
—Wolf…
Escucharla pronunciar su nombre fue como una tierna caricia. Sus ojos
se encontraron y lo siguiente que supo es que la había atraído hacia él,
arrebatándola de su co-jugador y besándola en la boca con hambre,
bebiéndose sus gemidos y disfrutando de ese cuerpo rozándose contra el
suyo.
—Alguien está un poquito ansioso.
Gruñó en respuesta, abandonando su boca solo para volver a besarla.
—O algo más que un poquito. —Las carcajadas de Casio los dejaron a
solas durante unos instantes, escuchó de fondo como se abría la puerta del
baño y supo que era el momento perfecto para cambiar de escenario.
—Es hora de un cambio de escenario.
Ni siquiera le dio tiempo a decir nada, le dio un último beso en los
labios y se la echó al hombro como si fuese un saco de patatas.
—¡Wolf! —jadeó.
Dejó caer la mano desnuda sobre su redondo culo y a continuación se lo
frotó.
—Silencio, gatita —clamó lanzándola sobre la cama redonda que había
presidiendo la habitación para quedarse mirándola desde su lado, mientras
Casio, ya desnudo, la contemplaba desde el otro.
—Discúlpale, tesoro, a veces se olvida de lo que son los modales.
—¿No? ¿En serio? —se rio ella. Y era una risa genuina. Mai estaba
tranquila, expectante y disfrutando de ese inesperado encuentro que los
había reunido a los tres.
—Deja de hablar, gatita y mejor, gime.
Wolf se relamió y bajó sobre ella, atacando sus pechos, succionando
uno de sus pezones y amamantándose de él mientras Casio se colaba de
nuevo entre sus muslos y retomaba con hambriento ímpetu su sexo.
La degustó con hambre, disfrutando de la mujer que tenía bajo él,
notando como su pene se endurecía aún más mientras ella se arqueaba
contra su boca y gritaba unos momentos después su primer clímax.
—Sí, eso está mejor —ronroneó Casio, lamiéndose los labios y
ascendiendo ahora hasta su boca para besarla con la misma hambre que
sentía él—. Eres deliciosa, un manjar adictivo.
Se sumergió entre sus piernas, extendió y separó los húmedos pliegues
con los dedos e introdujo la lengua en una lenta caricia, probándola y
gimiendo de deleite ante su sabor. La lamió perezoso, enloqueciéndola,
succionó su abertura y se hundió en su húmedo pasaje mientras ella se
retorcía bajo él.
Ahora habían invertido sus posiciones, mientras él se daba un festín
entre los muslos de Mai, Casio degustaba sus pechos, succionando sus
pezones, mordiéndolos y tironeando de ellos haciendo que la chica se
arquease y gimiese sin medida. Su voz resonaba en la pequeña habitación
excitando a sus bestias y llevándoles a ambos a devorar a la hembra que
les pertenecía a ambos. Mordisqueó los gordezuelos labios vaginales y se
deleitó con los grititos de Mai cuando succionó su clítoris mientras su
compañero abandonaba sus senos y devoraba su boca.
—Wolf tiene hambre de ti, dulzura —escuchó el ronroneo de Casio—,
parece que no puede saciarse.
Y no podía, quería más, quería mucho más de ella, lo quería todo.
—Muéstrale quién eres debajo de esa máscara, Mai —escuchó a su
amigo.
Ella se arqueó desinhibida, perezosa y sexy y lo sorprendió
pronunciando su nombre.
—Wolf…
Dios, ¿podía una voz sonar más sexy?
—¿Sí, nena?
—Quiero más…
Oh, sí, él también quería más, mucho más.
—Pues más tendrás, dulzura.
Se cernió sobre ella con lentitud, controlando sus movimientos,
decidiendo cuando besarla y cuando no, si le permitía moverse o debía
quedarse quieta.
Mai gimió contra la boca de Casio cuando este se inclinó sobre ella y la
devoró. Vio como hundía la lengua en su boca, pero sus ojos, esos ojos
cómplices estaban fijos en él, provocándole, incitándole a reclamar lo que
deseaba. Wolf abandonó los labios y bajó la cabeza para tomar un duro y
puntiagudo pezón, mordiéndolo hasta dejarla sin aire, incitándolo sin más
a tomar lo que deseaba.
—Wolf…
Perdió la batalla y sucumbió a la dulzura y la necesidad de la mujer y la
suya propia, se cernió sobre ella y la poseyó. Penetró en ese húmedo y
apretado pasaje, gimiendo cuando esos hinchados tejidos lo acogieron,
permitiéndole introducirse completamente en ella, acomodándole en esas
húmedas y firmes paredes que lo unían más íntimamente que ninguna otra
cosa.
Mai gimió y se retorció bajo él, sus gritos ahogados por la boca de
Casio que le mordisqueaba los labios.
—Por favor —gimió sacudiendo la cabeza de un lado a otro—. Oh
señor, por favor…
Se rio por lo bajo, introduciéndose por completo, resbalando hacia
fuera solo para volver a entrar.
—¿Por favor qué, gatita?
Se lamió los labios, esos bonitos y asombrosos ojos se posaron sobre él
con vidriado anhelo.
—Wolf…
—Estoy aquí, dulzura.
Sacudió la cabeza de un lado a otro, apretó los labios, gimió y notó sus
músculos internos apretándole de nuevo.
—Oh, maldito seas…
—¿Qué deseas, Mai?
Su sexo se contrajo una vez más a su alrededor.
—A ti —musitó arqueándose presa del placer, su rostro giró a un lado,
encontrándose con el de su otro amante—, a los dos…
Casio se cernió sobre ella, le acarició el pelo y los labios.
—Y nos tendrás a ambos, dulzura, pero ahora disfruta…
Gimió ante las palabras de su amigo, su mirada seguía fija en la mujer.
Los vio besarse, un beso largo, húmedo que le resultó caliente y erótico.
Entonces ella lo sorprendió de nuevo pues se extendió hacia él,
rodeándole el cuello con los brazos y aferrándose a sus caderas uniéndolos
aún más.
—No dejes que me arrepienta, Wolf, por favor, no dejes que mañana
todo se haga pedazos.
Esa pequeña le encogió el corazón con su petición, con la necesidad
que escuchó en sus palabras, sacudió la cabeza y reclamó su boca
hundiéndose en ella y poseyéndola como deseaba.
Siguió penetrándola, cabalgándola con fuerza, sintiéndola suya,
atándola a él de un modo que solo su otro compañero comprendería
mientras ella se aferraba con fuerza a él. El clímax llegó sin previo aviso
llevándoselos a ambos, se vació en su interior, sintiendo como se
derrababa en las profundidades de su sexo, saciado y más calmado de lo
que lo había estado en mucho tiempo.
Se hizo a un lado y se dejó caer de espaldas solo para ver a su amigo
con una perezosa y divertida sonrisa curvándole los labios.
—Bueno, ¿seguimos?
La sonrisa se extendió lentamente por su rostro de forma automática,
bajó la mirada a su agotada y, todavía jadeante, compañera y asintió.
—Sí —asintió lamiéndose los labios—, aún no he tenido suficiente.
Ella gimió y se mordió el labio inferior.
—Vosotros queréis matarme.
Negó con la cabeza.
—No, gatita, pero no me arriesgaría a prometerte que puedas caminar
derecha… mañana.
CAPÍTULO 9

Mai se dejó caer en el sofá nada más traspasar la puerta principal de su


casa. No podía creer lo que había hecho, se cubrió la cara con las manos,
pero fue incapaz de borrar la sonrisa que yacía debajo. Que la llamasen
loca, pero esa había sido la mejor noche que había tenido en… ¡Qué
demonios! ¡Siempre!
Lo que comenzó como una cruzada personal contra la estupidez ajena,
había terminado en una liberación para sí misma. Cogió el bolsito que
tenía a un lado, sacó el teléfono móvil y accedió a la carpeta de archivos
para ver las fotos que había sacado.
La escasa iluminación, la cercanía de la pareja, había sacado un par de
instantáneas de lado y, si bien se veía perfectamente que eran un hombre y
una mujer, la definición de las mismas no era de lo mejor que había visto.
Amplió el zoom y estudió el resultado. Sí, incluso Ellie podría darse
cuenta de que era él.
Ahora la pregunta era, ¿se las enviaba o no?
—A la mierda todo —rezongó, buscó el número de su prima y le envió
ambas fotos en un wasap de modo que las recibiese al instante. Hecho eso,
lanzó el móvil a un lado del sofá y se estiró.
Sus músculos protestaron, su tierno sexo protestó y supo que era el
momento perfecto para mimarse con un baño de sales aromáticas. El
colofón para una noche especial.
—No puedo creer que haya pasado todo eso —murmuró para sí,
dirigiéndose ya hacia el baño.
Wolf la había despertado entre besos y caricias, mientras Casio le daba
un caliente buenos días entre las piernas. La boca de ese hombre era puro
pecado. Y no solo su boca. Se estremeció de placer al pensar en todas las
cosas que le habían hecho a lo largo de las últimas horas, la forma en que
se habían alzado con el poder, despojándola de pensamiento o
posibilidades de elección, ofreciéndose completamente a ellos.
Se lamió los labios y dejó escapar un pequeño suspiro.
Sus compañeros de juegos habían sido verdaderos diablos en la cama y
caballeros fuera de ella, uno un poco más mandón que el otro, pensó con
una sonrisa. Mientras Casio le decía que le encantaría volver a verla, Wolf
había recuperado su teléfono, había grabado su número y le había
ordenado —sí, ordenado—, que le llamase nada más llegase a casa para
saber que había llegado bien.
Ups. El lobo feroz iba a cabrearse un pelín al ver no le llamaba.
La idea de tener esos penetrantes ojos sobre ella de nuevo, sus manos
sobre su cuerpo y esa firme voz dándole órdenes la derritió haciendo que
se humedeciese de nuevo.
—Oh, Mai, estás siendo mala, muy mala.
Se rio, abrió el paso del agua, reguló la temperatura y correteó de
regreso al sofá para recuperar el teléfono. Buscó rápidamente el número de
su compañero de juegos, solo para ver que no solo había anotado su
teléfono, sino también el de Casio y le envió un wasap.

«Querido lobo feroz.


He llegado sana y salva a mi casa.
Gracias por una divertida noche de juegos.
Besa a Casio de mi parte.
Caperucita».

Se mordió el labio pensando en sí debería cambiar algo del cuerpo del


mensaje o solo enviarlo. Dejó escapar una risita y lo envió.
Wolf parecía mucho más serio que su amigo, casi como si no fuese
dado a los juegos y, sin embargo, él había sido el que había llevado la voz
cantante, el que la había atado y hecho gritar, aunque Casio no se había
quedado atrás.
La inesperada vibración del móvil seguida del aviso de un mensaje
entrante la hizo saltar. Desbloqueó la pantalla y comprobó que acababa de
recibir la respuesta.

«Mi estimada y sexy Caperucita.


Mis palabras exactas fueron: Llámame cuando
llegues a casa.
Me has enviado un mensaje de texto.
Te castigaré la próxima vez que nos veamos.
Wolf
PD: Me alegra saber que has llegado bien».

Se mordió el labio inferior tras releer una segunda vez el mensaje. Wolf
podía ser también divertido, de una manera retorcida y muy peculiar, pero
podía serlo. Le envió un emoticono con el pulgar hacia arriba y dejó de
nuevo el teléfono en el sofá para deleitarse finalmente con su baño de
sales.
«Te castigaré la próxima vez que nos veamos».
No pudo evitar estremecerse de placer, en cierto modo sus palabras
eran un aliciente, uno que dejaba abierta la posibilidad de un próximo
encuentro.
Sonriendo nuevamente y con el ánimo renovado, se encerró en el baño
a disfrutar de su largo baño de inmersión.
CAPÍTULO 10

Una semana después…

—¡Cabrón hijo de puta! ¿Cómo has podido? ¡Me has mentido! ¡Me
prometiste que yo era la única!
—Por supuesto que eres la única, Ellie. Esto no es lo que piensas…
puedo explicártelo…
—¡Y una mierda que puedes!
El eco de un bofetón llegó hasta la barra del bar dónde asistían con
meridiana tranquilidad al espectáculo de esa noche. Cogió la cerveza que
su hermano le había dejado y se la llevó a los labios.
—Tengo que ir con ella…
Extendió el brazo evitando que Mai saltase del taburete dónde estaba
sentada entre él y Casio.
—Tú no vas a ir a ningún lado, gatita.
Esos bonitos ojos castaños se posaron en él con ese gesto medio
desafiante, medio sumiso que tanto le gustaba.
—Pero…
—Ya has hecho lo que podías, Mai —aseguró Casio—, ahora es cosa de
la diablesa.
Hizo un mohín, pero se mantuvo en su lugar, solo para pegar un
pequeño respingo cuando intentó sentarse mejor. Todavía tenía problemas
para sentarse después del prometido castigo de Wolf.
Ataviada con un breve corsé y una falda de cuero a juego que apenas le
cubría las nalgas que había dejado de un bonito color rojizo por su previo
castigo; uno que la había indignado y hecho gritar como si la estuviesen
matando, solo para terminar gritando también, pero de placer cuando él la
compensó regalándole tres orgasmos, uno tras otro.
—Déjala que ella misma se encargue de sus cosas —añadió deslizando
la mano por su muslo desnudo, recordándole sin necesidad de palabras que
mientras permaneciese entre esas cuatro paredes, le pertenecía a él—. Tú
ya has hecho lo que podías, has hecho más que eso, de hecho. Ahora es su
turno de sacar la cabeza del culo y, a juzgar por su gancho de derechas, no
le costará mucho.
Respiró profundamente y dejó escapar el aire con un resoplido.
—De acuerdo.
—¿No? ¿He oído bien? —clamó Casio, sentado a su otro lado—.
¿Acabas de darle la razón a Wolf?
Esas bonitas mejillas se sonrojaron y se encogió sobre el asiento,
abrumada.
—Que no se acostumbre.
Sonrió abiertamente y se inclinó sobre ella, le cogió la barbilla entre
los dedos y le levantó el rostro.
—Todo o nada, gatita —le recordó—. Conmigo, sabes que siempre
será, todo o nada.
Su sonrojo aumentó, pero sus ojos reflejaron el placer que ya coloreaba
su piel.
—Todo, lobo feroz, todo.
—Buena decisión, caperucita, buena decisión —aseguró inclinándose
sobre ella para besarle los labios.
—Supongo que eso me deja a mí como el Cazador, ¿eh? —añadió
Casio, capturando también su barbilla para girarla en su dirección y
besarla a su vez.
—Mi cuento de hadas favorito —replicó ella después haciendo que los
dos se echasen a reír.
Sí, después de todo, el vestirse de sirvienta francesa y presentarse en
aquel local con una misión en mente, la había llegado al mismísimo
infierno, pero no se quejaría. En cierto modo había terminado ganando,
prueba de ellos eran los dos hombres que la mimaban y la volvían loca de
la más erótica de las maneras.
SERÁS MÍO

Kelly Dreams
CAPÍTULO 1

Estrangularla era una gran idea, pensó Gabriel, una que acabaría con sus
problemas con esa endemoniada muchacha. No. Ya no era una niña, había
dejado de serlo hacía años pero él se negaba a verlo, se obligaba a seguir
considerándola la pesada mocosa que le había seguido a todos lados como
un perrito perdido.
Conocía a Kitty desde que estaba en pañales, toda su familia la conocía.
Diez años menor que él, había sido compañera de juegos de sus hermanos
pequeños, un chicazo que no había dudado en trepar a los árboles o
lanzarse la primera en una pelea terminando con un moratón en la cara.
Pero el chicazo había quedado olvidado en su infancia convirtiéndose
en una pequeña y preciosa mariposa al llegar a la adolescencia, una que no
había sino crecido en atractivo y perseverancia.
‹‹Te lo juro, Gabriel Falcon, un día tú serás para mí››.
Esa declaración que pronunció en la fiesta de navidad delante de toda
su familia, lo había llevado por la calle de la amargura durante todos estos
años. La mocosa se había encaprichado de él hasta el punto de armar un
escándalo cuando, en una celebración a la que ambos habían asistido, él
llegó acompañado por una mujer —su actual amante en esos momentos—,
y la pequeña fiera casi la despelleja, después de insultarlo a él.
La última vez que se habían visto no habían terminado precisamente en
muy buenos términos y, prueba de ello era la pequeña protuberancia que
conservaba a causa de la rotura del tabique nasal; Jeremy, el tercero de los
hermanos Falcon, le había roto la nariz y la culpa había sido de esa
intrigante y condenada mujer. En honor a la verdad, tenía que darle las
gracias a Jeremy por ello, ya que de lo contrario, aquella noche podría
haber terminado en un completo desastre.
Los Falcon no eran precisamente afortunados en el amor, sus relaciones
con las mujeres habían sido más bien desastrosas y, la suya, no había sido
menos. Su historia de amor se había ido a la mierda una semana antes de
la boda en la que uniría su vida con la que había sido su mujer desde el
primer año de universidad. No solo había pillado a la hija de puta de
Charlotte con su socio dándose el lote sobre la mesa de su oficina, dando
así por finalizado su compromiso, sino que había tenido que verla morir
una semana después bajo las ruedas de un coche, cuando asistía a una
reunión con ella. El hijo de puta se había saltado un Stop y la había
arrollado. Él había estado esperándola en la cafetería del otro lado de la
calle y lo había presenciado todo.
La semana siguiente a eso solo se encerró en su casa, viviendo a base
de comida precocinada y, sobre todo, bebiendo. Kitty había estado allí,
llamando suavemente, pidiéndole que la dejase entrar, quedándose allí
durante horas, hablándole y diciéndole que todo iría bien. Pero él no podía
responder, todo lo que podía ver era el accidente, a Charlotte sin vida en el
suelo de la carretera. Al final de la semana, los ruegos pasaron a
convertirse en gritos, el pequeño incordio abandonó la suavidad en sus
palabras y pasó a atacarle, a decirle lo gilipollas que era, a insultarlo…
Sus lágrimas habían sido lo peor, tanto así que terminó enfurecido con
ella, abriendo la puerta y arrastrándola al interior para darle una lección.
‹‹¿Esto es lo que quieres? ¿Esto?››.
Le había magullado los labios, la había besado como castigo, enfadado
consigo mismo por tenerla allí y, seguramente habría llegado mucho más
lejos, jodiéndolo todo, si Jeremy no hubiese aparecido en ese momento y
lo hubiese apartado de ella para luego darle un buen puñetazo.
Su hermano le había dado una paliza, la verdad fuera dicha, lo había
sacado de la mierda de autocompasión en la que se había metido y lo había
devuelto a una semejanza de normalidad.
Seis años. Seis largos años habían pasado desde ese momento, seis años
en los que ella había desaparecido de su vida, con esa mirada herida,
dolida y triste.
Una mirada que no tenía nada que ver con la que ahora compartía con
cualquiera que quisiese mirarla en medio de la pista de baile.
—Gabe… Gabe… ¡Gabriel!
Se sobresaltó al escuchar cómo alguien le gritaba al oído. Giró la
cabeza y encontró a Jeremy sentado en el taburete del bar del club Triple
Trouble, el mismo lugar que llevaba ocupando los últimos cincuenta
minutos.
—A menos que quieras hundir el bar, te sugiero que cierres ya el
maldito grifo —le indicó el pequeño fregadero del que ya desbordaba
agua.
—¡Mierda! —cerró inmediatamente y empezó a soltar tacos al ver
cómo había puesto el suelo—. Joder… Puta noche…
Jeremy se rio entre dientes y echó un disimulado vistazo a la pista de
baile.
—Deduzco por tu cara de gilipollas que no sabías que Kit había
regresado a casa.
Lo fulminó con la mirada mientras se las arreglaba para recoger el
estropicio que había organizado.
—Yep, esa es suficiente respuesta, hermanito.
—¿Qué coño hace ella aquí? —siseó, dividiendo su atención entre
secar el suelo y la pista de baile—. ¿Quién le ha dado una invitación?
—Ese sería yo.
—¿Cómo?
—Nos encontramos de casualidad el miércoles pasado, la invité a
comer y, me preguntó por ti —se encogió de hombros mientras fingía ser
el epítome de la inocencia—. Quería saber si ya habías sacado la cabeza
del culo.
—¿Te has vuelto loco?
Echó el pulgar por encima del hombro.
—¿Le has pegado un buen vistazo? Ya no es precisamente una niña —
insistió con tono despreocupado—. Está muy buena y, está claro que sigue
pensando en ti.
—A la mierda contigo, Jer —sacudió la cabeza—. ¿Tengo que
recordarte que me pegaste un puñetazo y me rompiste la nariz por el
simple hecho de besarla?
—Tenía veintiuno y tú estabas como una jodida cuba, además de
sumido en una estúpida auto culpabilidad por lo de Charlotte —aseguró
sin más—. Te hice un favor. Si te hubieses acostado con ella, habrías
cometido una estupidez aún mayor y ambos habríais terminado heridos.
—Guárdate tus dotes de consejero para quien quiera escuchar.
Su hermano puso los ojos en blanco.
—Aún encima que te hago la consulta gratis.
—No la necesito —declaró y señaló hacia la pista de baile—. Ella está
fuera de mi menú. Eternamente. Fin de la historia.
Chasqueó la lengua e hizo girar el whisky en su vaso, oyendo el repicar
el hielo.
—Es bueno saberlo, así no te entrarán los mil males si la gatita decide
ponerse a jugar —rumió—. Que, a juzgar por el modelito, es exactamente
lo que tiene en mente.
Fue incapaz de no volver a mirar, la maldita estaba enfundada en un
micro vestido de látex negro que enmarcaba sus pechos, haciendo asomar
los globos a través del círculo que cortaba el vestido cerrado en el cuello y
dejaba entre ver la piel de la línea del costado, desde el torso al muslo, a
través de aberturas circulares. El traje se pegaba a su cuerpo como una
segunda piel, dejando muy poco a la imaginación. El pelo castaño le caía
en tirabuzones hasta debajo de los hombros y esas largas y estilizadas
piernas terminaban en unos zapatos transparentes que le daban unos
buenos doce centímetros a su breve altura.
De la chica en vaqueros, camiseta y coleta que él conocía no quedaba ni
el recuerdo, esta ya no era una niña de veintiún años, era una jodida y sexy
mujer de casi veintiséis que hacía que su polla despertase deseosa de
fiesta.
—Si lo hace, la mato —no pudo evitar responder al previo comentario
de su hermano.
Jeremy se echó a reír, una genuina carcajada que hizo que algunos de
los presentes se girasen en su dirección.
—Oh, vas a tener una noche muy larga por delante, Gabe, una
jodidamente larga.
Gruñó, algo le decía que su hermano no se equivocaba. Esa noche iba a
ser un jodido infierno.
CAPÍTULO 2

Kitty dejó escapar un pequeño resoplido mientras le daba la espalda al bar.


Ese hombre iba a caer, como que se llamaba Kitty Callahan que Gabriel
Falcon iba a ser suyo esa noche.
Llevaba enamorada de él toda la vida, desde que supo lo que era el
amor, su corazón se había empeñado en prendarse de un hombre que no la
veía nada más que como una niña latosa, una mocosa que no hacía más
que incordiarle y que se volvía loca de celos cuando veía a alguna de esas
estúpidas mujeres de plástico colgadas de su brazo.
Se lamió los labios y evitó mirarse a sí misma. Sabía que no era un
palo de escoba, sus curvas eran generosas, lo habían sido desde que salió
de la pubertad y ni las dietas más famosas del mundo habían podido
arreglar eso. Pero entonces, ¿para qué arreglarlo? Ella se sentía bien así, si
alguien la deseaba, tendría que hacerlo tal y como era, pues de lo
contrario, no la estarían viendo a ella.
Había aprendido eso por el camino difícil. Después de lo ocurrido esa
semana seis años atrás, se había convencido a sí misma para seguir
adelante y olvidarse del imbécil que no la veía ni aunque se desnudase y se
pusiera a bailar delante de él.
Ya había sido bastante malo enterarse que su amor de juventud estaba
prometido y su boda sería inminente, su joven corazón se había roto en
pedazos en aquella época. Como cualquier adolescente, había pensado que
jamás se recuperaría y que terminaría muriéndose de amor por él. Sí, sus
pensamientos siempre habían sido un poco teatrales. Pero entonces, él
había descubierto que su prometida le era infiel, solo para verla morir
delante de sus narices días después.
El shock había sido enorme para todos, apenas habían empezado a
asimilar que ya no habría boda y estaban asistiendo al funeral de la que
habría sido la novia.
A pesar del tiempo que había pasado, era incapaz de olvidar esos
interminables días pegada a su puerta, hablándole, diciéndole que todo iría
bien, que el dolor pasaría y que podía contar con ella, como amiga, como
confidente. Habría dado lo que fuese por que le dijese una sola palabra,
por que abriese la puerta y la abrazase buscando consuelo, pero él se había
mantenido en silencio, uno que solo se había roto hacia el final.
Tenía que admitir que había perdido la paciencia, su falta de respuesta,
el saber lo que podría estar haciéndose a sí mismo la comía por dentro. Su
temperamento había estallado y la llevó a aporrear la puerta y a decirle la
clase de imbécil que era. Lo acusó de querer morirse también, de culparse
por algo que no era culpa suya con tal de sentirse culpable. Le gritó,
descargó toda su ira y su frustración, su negativa a aceptar su consuelo
solo para que esa maldita puerta se abriese y apareciese frente a ella.
Pero aquel hombre no era su Gabriel, era apenas una sombra del
hombre que amaba. Con el pelo revuelto, ropa de hacía varios días y una
barba que hablaba de falta de higiene, el hombre que poseía su corazón la
había arrastrado al interior de la vivienda, la había empujado contra la
pared y, después de decirle un montón de cosas hirientes, la había besado
dispuesto a hacerle daño.
Su primer beso con él no podía haber sido más cruel y al mismo tiempo
igual de inolvidable. La había asustado, oh sí, la había asustado como el
infierno. El olor a alcohol, el sabor al mismo en su boca y la crudeza de
sus manos cerniéndose sobre su cuerpo no era lo que ella esperaba, pero
incluso hoy, era incapaz de olvidarlo.
Jeremy había llegado entonces y las cosas se habían ido por el desagüe.
Había golpeado a Gabe repetidas veces solo para recibir también los
golpes de su hermano, ninguno escuchó sus gritos, ninguno quiso
detenerse cuando lo pidió entre lágrimas. La sangre en la cara de su
amado, los golpes en el rostro de su futuro cuñado y todo provocado por su
presencia allí.
Esa noche le había dado la espalda a ambos y a su juventud, había
dejado atrás los sueños y aceptado las pesadillas, se había apartado para no
herir más al hombre que amaba, al que a pesar de sus continuos intentos,
no había podido olvidar.
Y allí estaba ahora, en el Triple Trouble, un club nocturno que
pertenecía al hombre que estaba dispuesta a recuperar, a hacer suyo,
aunque fuese solo por una noche.
Los años que había pasado en la universidad y lejos de la familia la
habían desatado un poco, qué demonios, la habían convertido en una
verdadera harpía. El sexo dejó de ser ese sueño de amor de una
adolescente y se convirtió en un juego más. Ni siquiera quería recordar
cómo había perdido la virginidad; en una fiesta de fraternidad, con un
completo desconocido y en un jodido cuarto de baño. Había querido
echarle la culpa al alcohol y su poca tolerancia al mismo, pero ya no era la
niña que había sido y sabía, sin necesidad de pruebas, que la rabia que
vivía todavía en ella, la habría empujado a eso y a otras cosas igual de
absurdas e irreflexivas.
El que sus tetas hubiesen aparecido en un periódico local junto con las
de otras tres compañeras activistas, en una protesta contra el maltrato
animal, solo ponía de manifiesto la clase de locuras a las que había
sucumbido.
Pero eso ya había quedado atrás, ahora era una respetable auxiliar de
clínica veterinaria, con trabajo fijo desde hacía año y medio y a sus
veintisiete años, ya solo le quedaba una cosa para dejar por fin el pasado
atrás; Él.
El que estuviese ese fin de semana en Las Vegas era culpa de su madre.
Una amiga de su infancia se había puesto enferma y, fiel a su naturaleza
compasiva, había cogido el primer vuelo para ir a echarle una mano.
Estaría en Nevada dos semanas, lo que la había obligado a tener que volar
desde Michigan, dónde vivía y trabajaba, a Nevada para traerle unas cosas
que necesitaba para su estancia.
El encontrarse con Jeremy Falcon había sido otra de las sorpresas
inesperadas del fin de semana. Había tenido que presentarse, recordándole
su nombre, pues en un primer instante, no la había reconocido. Siempre
amable y educado, el tercero de los hermanos Falcon la había invitado a
comer —no había aceptado un no por respuesta—, con la excusa de
ponerse al día y, durante ese intervalo de tiempo, había sido inevitable no
preguntar por Gabriel.
—A Gabe le va bien —le había dicho—. Tiene su propia empresa de
construcción y, tengo que reconocer, que es un contratista
endiabladamente bueno.
Sonrió ante el palpable orgullo en la voz masculina.
—Así que, al final se salió con la suya. —Ella sabía que la intención de
Gabriel era seguir un camino distinto al resto de sus hermanos. No quería
trabajar en el campo de la seguridad, sus metas eran otras.
Jer asintió y la miró con cierta curiosidad.
—Sí, siempre ha sido bueno en eso —aceptó.
La velada transcurrió en medio de anécdotas, comentarios sobre sus
propias vidas y trabajos hasta finalmente recalar en el descubrimiento que
la había traído hoy hasta allí.
Ni siquiera sabía por qué había aceptado la invitación de Jeremy o
como habían llegado al hecho de comentar la existencia del club nocturno,
el caso es que ahí estaba.
La canción con la que estaba bailando terminó entonces, sonrió de
soslayo a los hombres que se habían reunido a su alrededor, despachó un
par guiños sin comprometerse, se quitó manos indeseadas de encima con
pericia y se deslizó a través de la sala hacia el bar.
Había llegado la hora de enfrentarse con su pasado.
CAPÍTULO 3

—Gabriel Falcon —pronunció su nombre mientras se sentaba en uno de


los taburetes de la barra del bar.
—Kitty Callahan —replicó al mismo tiempo, dejándole claro que sabía
quién era.
—Y yo Jeremy Falcon —soltó él girándose en el taburete—. Ahora que
ya hemos dicho los nombres de los tres, ¿tenemos premio?
Ella se rio, sus ojos chispeaban de diversión y se inclinó sobre la barra,
haciendo que ese par de hermosuras destacaran.
—Es posible —declaró ella, sus ojos clavados en él—. ¿Me ofreces una
bebida?
—¿Qué te apetece tomar?
—Sorpréndeme.
—¿Un agua con gas?
Ella hizo un mohín y puso los ojos en blanco.
—Ponme algo con alcohol.
—¿No es muy temprano para eso?
—¿Qué edad crees que tengo, Falcon? —se insinuó.
—¿Edad mental o física?
—Es así como recibes a las viejas amistades?
—No, es así como recibo a las vecinas mocosas de las que no he tenido
noticias en los últimos años —le soltó. Entonces buscó bajo la barra y sacó
una cerveza de la nevera—. ¿Qué ha sido de tu vida?
Aceptó la cerveza y se la llevó a los labios haciendo un poco de tiempo.
—No puedo quejarme, las cosas han salido tal y como quería que
saliesen… al menos hasta ahora —comentó con gesto misterioso—. Vivo
en Michigan.
—¿Michigan? ¿Y qué te ha traído hasta Nevada?
—Mi madre —hizo una mueca—. Vino a cuidar a una amiga y me ha
tocado traerle algunas cosas aprovechando que libro los fines de semana.
—Un viaje bastante largo para solo un par de días.
Se encogió de hombros.
—Hay cosas por las que merece la pena hacer un esfuerzo —comentó,
mirándole por encima de la boca de la botella—, y personas.
Enarcó una ceja ante su velado comentario y optó por no responder.
—Por lo que veo, a ti también te ha ido bien —aseguró echando un
vistazo a su alrededor—. Curioso negocio el que tienes aquí.
—Curiosos tus gustos, si has terminado aquí.
—De acuerdo, ¿queréis que monte un ring, os de un par de guantes y
continuáis con este interesante combate? —los interrumpió Jeremy.
—No será necesario —declaró, mirándola a los ojos, dejándole claro
que no estaba interesado en ella. Una mentira del tamaño de Manhattan—.
Aunque ya que tú la has invitado, Jer, estoy seguro que podrás hacerle
compañía.
—Vaya. Y yo que había pensado que el paso de los años te habría hecho
menos capullo.
—De igual modo, yo habría pensado que habrías adquirido algo de
madurez.
A juzgar por la sombra en sus ojos y la forma en que se sobresaltó,
acababa de herirla en su orgullo.
—Niños, niños, comportaos o no os dejaré ir al recreo —intervino de
nuevo—. ¿Dónde ha quedado el «cuanto tiempo sin verte? Has crecido.
Estás impresionante. ¿Quieres jugar?».
Lo fulminó con la mirada.
—Jer, no estás ayudando.
—¿Se suponía que tenía que hacerlo? —fingió sorpresa—. Diablos,
tendrías que habérmelo dejado claro desde un principio, brother.
Esperaba que su madre no se cabrease si se cargaba a uno de sus
hermanos. Jeremy estaba haciendo méritos para no terminar la noche…
vivo.
—El caso es que… sí, quiero jugar —declaró ella entonces,
sorprendiéndoles.
Ambos la miraron.
—Así que quieres jugar.
Sonrió como un diablillo.
—Ajá —aceptó y se inclinó hacia delante con lentitud—. Contigo.
—¿Conmigo?
Se lamió los labios y lo recorrió con la mirada, la pequeña y sexy
diablillo lo puso duro al instante.
—Sip.
—No sabes dónde te estás metiendo.
En realidad, ni siquiera lo sabía él mismo.
—Pues enséñamelo.
Tentador, pero no. Ni loco iba a caer en sus tretas.
—No me retes, mocosa.
Enarcó una ceja ante su respuesta e hizo un mohín.
—Pues deja de llamarme mocosa.
La miró de arriba abajo, apreciando abiertamente su figura,
deteniéndose un poco sobre sus pechos haciendo que toda su sangre
burbujease en sus venas.
—Lo haré, cuando me demuestres que no eres una mocosa —declaró
mirándola a los ojos.
Sus labios se curvaron en un sexy y coqueto mohín.
—Lo haré cuando te atrevas a jugar conmigo.
Entrecerró los ojos, entonces dejó el paño a un lado, se quitó el breve
delantal y se lo lanzó por encima a su hermano.
—Quédate en la barra.
Jeremy abrió los ojos como platos.
—¿Yo? —se rio—. Tío, yo soy bueno de este lado de la barra, no del
otro.
—Incluso tú sabrás servir un par de consumiciones, Jer —le dijo al
tiempo que salía del bar y se detenía a su lado—. Además, no me llevará
mucho tiempo.
No pudo evitar poner los ojos en blanco. Si pensaba que la iba a
despachar pronto, podía pensarlo otra vez.
—Yo que tú, pedía refuerzos, Jeremy, solo por si las moscas.
El hombre se limitó a mirar a su hermano y frunció el ceño.
—No seas muy duro con ella… o se vengará.
Quizá debía haber prestado más atención a sus palabras y al silencioso
intercambio entre los hombres, eso podría darle una pista de lo que iba a
pasar. Sin embargo, su excitación era tal que todo en lo que podía pensar
era en saborear esos labios, en deslizar las manos por ese duro y fuerte
cuerpo y alcanzar el cielo.
—No seré demasiado duro —respondió, tomándola de la mano y
tirando de ella—, solo le daré algo en lo que pensar.
—¿Eso es una promesa, cariño?
La mirada que le lanzó por encima del hombro la estremeció.
—Puedo prometerte una cosa, gatita —declaró con pereza—, no lo
olvidarás.

—Eres un bastardo sádico —le aseguró Jeremy entre risas—. Sabes que te
va a odiar por esto, ¿no?
Siguió la mirada de su amigo hacia la cruz de San Andrés dónde había
atado y amordazado a una revoltosa Kitty. La adorable y sexy mujer
pensaba que podía salirse con la suya, presentarse con esa voluptuosa
figura, enfundada en ese vestido fetichista y hacer lo que le daba la gana.
—Necesita un poco de mano dura y aprender modales —declaró
mirándola por debajo de las pestañas—. Déjala quince minutos ahí y luego
mándala a casa.
Jeremy se señaló a sí mismo con un dedo.
—¿Yo? ¿Me has visto aspecto de suicida? —negó con la cabeza y
puntuó la barra—. Puedo echarte una mano aquí, si es que consideras
arriesgarte a que envenene a alguien, pero eso… Ah, no, Gabe, quiero
mucho mis huevos como para que ella me los arranque. Llama a Reaver, él
podrá cubrirte las espaldas.
Puso los ojos en blanco, le dio la espalda.
—¿Y si alguien se interesa en ella?
No lo harían. Había dejado perfectamente claro que nadie podía tocarla,
liberarla o dirigirle la palabra sin su permiso. Un poquito de disciplina no
le hará daño.
—Está terminantemente prohibido que te pongan una sola mano
encima.
—Eres un gilipollas, lo sabes, ¿no?
Resopló.
—Quince minutos —le indicó—, luego te relevo.
Sin más, echó un último vistazo en dirección al fondo de la sala y le dio
la espalda. Necesitaba despejarse o iba a cometer una jodida locura.
CAPÍTULO 4

Iba a matarle, destriparle, le haría el harakiri y se quedaría tan ancha.


¿Cómo se había atrevido a tratarla así? ¿Cómo había podido dejarla sola y
atada como un jamón?
Empezaba a dolerle la mandíbula por culpa de la fuerza con la que la
apretaba, la bola de mordaza que le había metido en la boca le había
quitado la posibilidad de replicar o gritar como realmente quería hacer.
Pegada al acolchado soporte, con las manos abiertas en cruz al igual que
sus piernas, se sentía tan indefensa como cabreada. La mayoría de los
miembros del club pasaban ante ella mirándola, dedicándole algún guiño o
señalándola como ejemplo.
Afortunadamente había perdido la vergüenza años atrás, durante su
tiempo en la universidad había decidido experimentar su sexualidad y se
había atrevido con casi todo. Al final había decidido que no era un estilo
de vida que encajase con ella, estaba bien para jugar de vez en cuando,
pero no se veía obedeciendo sin rechistar o poniendo su voluntad en manos
de ningún hombre de esa manera.
En cierto modo, esto precisamente era lo que la había preocupado al
enterarse de que Gabriel era el propietario del Triple Trouble, pero la idea
de volver a verle había restado importancia a todo lo demás.
Volvió a tirar de las esposas acolchadas que la mantenían atada y
resopló frustrada al ver que no cedían ni un ápice. No estaban tan
apretadas como para cortarle la circulación o lastimarla, pero sí lo justo
como para que no pudiese soltarse por muchos esfuerzos que hiciera.
—¿Te echo una mano?
Jeremy se detuvo a su lado, la recorrió con la mirada y chasqueó la
lengua.
—¿Nadie te ha hablado nunca de lo que significa la palabra sutileza?
Resopló a través de la mordaza, pero no perdió el tiempo en decir una
sola palabra más.
—Si quieres acercarte a mi hermano, tienes que acercarte con un
bisturí y no con una apisonadora —continuó. Sin avisarla, la rodeó y aflojó
la mordaza de bola hasta que pudo empujarla con la lengua y deshacerse
de ella.
—Unas tenazas… arrancarle las pelotas… de cuajo —siseó,
gesticulando para aliviar la tensión de la mandíbula.
Jeremy enarcó una ceja, un gesto que hacía que guardase un enorme
parecido con su hermano.
—¿Qué acabo de decirte?
—¡Me ha atado! —escupió.
—Tú solita te lo buscaste —se encogió de hombros.
—¡Y una mierda!
—Kitty…
Una advertencia en toda regla.
Resopló y tiró de nuevo de las esposas.
—¿Te importaría soltarme?
—Estoy pensando en si lo hago o no.
—¿Perdona?
—Te conozco casi desde que llevabas pañales, gatita —aseguró sin más
—, y él también.
—Ya no soy una niña.
—Eso salta a la vista —declaró apreciando su figura—, y eso, también,
es el problema principal de esta ecuación.
—¿Cómo demonios puede ser eso un problema?
Sonrió de medio lado.
—Lo es cuando dejas de ver a la niña con quién creciste como una
mocosa y la ves como una compañera de juegos potencial.
Ahora fue su turno de enarcar una ceja.
—Me ha rechazado, Jer.
Sonrió y empezó a desatarla.
—¿Y eso cuando te ha detenido?
Abrió la boca y volvió a cerrarla.
—Sí, eso pensé —se rio el hombre y terminó con las esposas que le
ceñían los tobillos—. Ahora, sé buena y procura que no quiera
suicidarse… cuando acabes con él.
Se frotó las muñecas y aceptó su mano para bajarse de la plataforma.
—¿Por qué me da la impresión de que estás de mi parte?
Le besó la mano, sorprendiéndola con el gesto y le guiñó el ojo.
—Porque estoy deseando ver a mi hermano suplicar.
CAPÍTULO 5

¿Podía una sola mujer traer consigo tantos problemas? Kitty, sí. Los
suficientes para que hubiese cometido la estupidez de jugársela y dejarla
atada en la cruz de san Andrés. Lo que tendría que haber hecho era ponerla
de patitas en la calle, el club no era lugar para ella o eso es lo que quería
creer, lo que deseaba creer. Necesitaba que ella volviese a ser esa mocosa
de antaño para poder seguir ignorándola y mantenerla alejada de él.
Él estaba acostumbrado a tomar lo que deseaba y marcharse después.
Sus mujeres no duraban más allá de una noche; odiaba los reproches, las
lágrimas de cocodrilo y la absorbencia de muchas de ellas. Su interés
desaparecía en el momento en que abandonaba sus cuerpos convirtiéndose
en otra muesca más en una larga lista. Era un hijo de puta y lo sabía.
Dejando escapar un frustrado gruñido, cruzó la habitación dejando atrás
la cama de plataforma redonda, se sacó los zapatos y los calcetines, a los
que siguió la camiseta. La tensión de la noche le había pasado ya factura,
estaba incómodo, excitado, su sexo empujando alegremente contra los
pantalones.
El cinturón cedió también cayendo al suelo, desabrochó el botón y se
dirigió hacia el cuarto de baño.
Necesitaba una ducha y quitarse de encima todos esos pensamientos
calientes con la última mujer que debía darles rienda suelta. Sus pies
descalzos entraron en contacto con el frío suelo provocándole un
estremecimiento que dejó atrás para abrir el grifo del agua caliente.
Se quitó los pantalones y los calzoncillos dejándolos a un lado, su sexo
se mantenía erguido y orgulloso, un ligero tirón en la dura y caliente carne
hizo que resbalase la mano y se acariciara a sí mismo.
Gruñó, dejó escapar un jadeo entre los dientes y suspiró. Estaba
excitado, el haberse restregado contra ella mientras la restringía lo había
encendido y llevado al límite. Había sabido que de quedar tras la barra del
bar antes o después habría sucumbido a sus propios deseos; ella.
Se relamió y disfrutó de la sensación de sus dedos acariciando la dura
erección Su mente actuó por sí sola reemplazando su mano por una de
dedos largos y suaves, una que había acariciado y rodeado cuando cerró la
muñequera de las esposas a su alrededor. El solo pensamiento lo hizo
gemir, sus caderas se impulsaron solas hacia delante acicateadas por la
imagen que se formaba en su mente y resolló con frustración.
Frustrado consigo mismo se metió bajo el chorro de la ducha y
permitió que el agua caliente lo recorriese por entero. El gel de baño rodó
en sus manos antes de extenderse sobre la piel borrando las huellas de
sudor y reavivando un cuerpo sobre excitado. Fue imposible evitar que su
mente siguiese su propio curso, que fantasease con la mujer que había
dejado en la planta de abajo y la cual, si Jer hacía lo que le había pedido,
ya no estaría cuando volviese. Ahora eran sus manos las que le recorrían el
cuerpo, acariciándole los músculos, rozando el suave rastrojo de vello que
espolvoreaba su pecho y descendía en una fina línea negra desde su
ombligo hacia su sexo. Se imaginó esos sensuales labios sobre él, bajando
sobre su dureza, saboreándola, sosteniéndole tan íntimamente como podía
hacerlo una mujer. Dejó escapar un gemido y se apoyó con una mano en la
pared mientras la otra se cerraba alrededor de su erección bombeando con
premura. Deseaba su boca sobre él, conducirse profundamente en ella,
sentir su lengua acariciándole, rodeándole y probando su sabor mientras se
la chupaba.
Su pene tembló en su mano, sentía los testículos apretados, la
necesidad hizo presa de él clavando sus garras con desesperación. Sus
caderas se impulsaban solas hacia delante, en su imaginación era la mano
de ella la que rodeaba su sexo, la que le acariciaba más y más rápido,
apretándolo, extrayendo de él lo que deseaba. Oía sus jadeos, un eco
distante procedente del recuerdo que lo empujó hacia la culminación. El
semen brotó con fuerza machando los azulejos, resbalando sobre ellos
mientras él se encargaba de vaciarse por completo dando un poco de
tranquilidad a su cuerpo, aunque no por ello calmó la excitación que ella le
había provocado.
—Sabes, hay algo realmente erótico en ver a un hombre darse placer a
sí mismo.
La inesperada voz lo llevó a dar un respingo, se giró y se quedó sin
palabras al ver al objeto de su deseo de pie en medio del cuarto de baño y,
vestida únicamente con una diminuta toalla.
—¿Qué haces tú aquí?
La vio lamerse los labios, lo recorrió con la mirada y finalmente se
encontró con sus ojos.
—Demostrarte que no soy la mocosa que crees que soy —aseguró con
voz suave—, y que esta mujer que ves ante ti, está dispuesta a hacer lo que
sea para que entiendas una cosa.
Entrecerró los ojos.
—¿Cuál?
Caminó hacia él, dejó caer la toalla y entró en la ducha, pegándose a él,
pero sin tocarle todavía.
—Que eres mío.
Esos suaves labios se posaron sobre los suyos iniciando un caliente y
húmedo beso que lo puso de rodillas.
CAPÍTULO 6

Kitty gimió ante la rápida respuesta, sus manos volaron a su cuerpo,


moldeándola, acercándola a un cuerpo mojado y duro que contrastaba con
su blandura.
—Eres igual de impetuosa que antaño —lo escuchó murmurar contra
sus labios—, pero mucho más peligrosa.
Se retiró lo justo para mirarle, sin querer separarse ni un solo
centímetro de él ahora que por fin lo tenía.
—No para ti, nunca para ti —prometió, lamiéndose los labios.
—¿Qué es lo que buscas, Kit? ¿Un polvo? ¿Follar un rato?
Sus palabras podían parecer duras, pero no había burla en ellas, solo
curiosidad.
—¿Por qué yo?
Porque te quiero, estúpido, porque nunca he podido dejar de hacerlo,
aunque lo intenté con todas mis fuerzas.
—¿Acaso necesitas una respuesta para todo? —respondió en cambio,
deslizando las manos sobre su pecho, acariciándole las oscuras tetillas,
relamiéndose ante la perspectiva de lamerlas—. ¿No puedes pensar,
sencillamente, que te deseo?
Se puso de puntillas, mordiéndole la barbilla.
—Porque te deseo, Gabe —aseguró deslizando la mano hacia abajo
entre sus cuerpos hasta acariciarle el sexo—, y quiero que me desees
también.
—No debería hacerlo —lo sorprendió con su franca respuesta, resbaló
la mano sobre la suya y se la apartó solo para empujarla contra la húmeda
pared de azulejos—, deberías desear huir y yo te dejaría hacerlo.
Se pegó a él.
—No voy a huir, no quiero huir —le dijo buscando de nuevo su boca—,
y no dejaré que tú lo hagas.
Lo besó a conciencia, le hundió la lengua en la boca y se restregó
contra él, haciéndole consciente de lo que tenía para ofrecerle, de lo que
sería suyo si tan solo le daba la oportunidad.
Gabriel abandonó entonces su boca e inició un camino de besos a lo
largo de su barbilla, le acarició el oído con la lengua, le mordisqueó la
oreja y la hizo estremecer aumentando su excitación. Su sexo se
humedeció aún más, chorreando por él. Su boca era una deliciosa tortura a
la que no iba a renunciar, sus besos eran lo que siempre había ansiado y
haría lo que fuera por disfrutarlos, por disfrutar de ese momento y hacerlo
infinito e interminable.
Gimió de placer cuando le acarició el cuello con la boca regalándole
mordisquitos y besos a lo largo de la tierna columna.
—Eres demasiado temeraria —murmuró él entonces, sus manos
subieron a la cintura y, antes de que pudiese protestar, la giró,
empujándola de nuevo contra la pared mientras le cubría la espalda con su
propio cuerpo—, y eso, siempre es un riesgo, gatita.
—Un riesgo que no me importa correr si es contigo.
La apretó, haciéndola notar su pene contra las desnudas nalgas.
—Pequeña y temeraria, Kitty —le acarició la oreja con la nariz—, solo
espero que esto no acabe siendo un error.
No lo sería. Nada de lo que pudiese pasar ahora entre ellos sería un
error.
Gabriel sucumbió a ella, deslizó las manos sobre esos hombros
desnudos, resbaló sobre sus brazos, degustó la sensación de ese voluptuoso
cuerpo apretado bajo el suyo que lo endurecía todavía más. Su pene había
vuelto a engrosar en tiempo récord, el roce de las nalgas contra su dura
polla le enardecía y ya podía imaginarse a sí mismo sumergiéndose entre
sus muslos.
Sus manos alcanzaron las frágiles muñecas, acarició la suave piel
interior con los pulgares siendo recompensado por un ligero
estremecimiento y un sensual jadeo que le hizo sonreír. Kitty era una
dulzura, impetuosa y con un cuerpo voluptuoso que encajaba
perfectamente con el suyo. Le gustan esas curvas llenas, tener carne bajo
sus manos y amortiguando su cuerpo, la encontraba realmente sexy, tanto
que no podía dejar de tocarla. Esos preciosos pechos que había visto al
desnudo eran lo suficiente grandes para sus manos, un par de montículos
que se moría por tocar y degustar. Adoraba los pechos, podía ser un fetiche
como cualquier otro, pero los de Kitty habían captado totalmente su
atención desde el primer momento en que los vio contenidos por el
indecente vestido.
Deslizó los dedos sobre sus costillas, apretando suavemente la carne
que encontraba en el camino hacia su meta. Se concentró en mordisquearle
un punto entre el hombro y el cuello haciendo que ladease la cabeza y la
expusiera a su placer.
Ella sabía a crema, dulce y jugosa, puro aroma a mujer y un toque
cítrico y especiado que la convertía en una cosita exótica. Sus dedos
alcanzaron finalmente la meta deseada, senos grandes y grandes con
puntiagudos pezones que se moría por tener en la boca.
Gruñó de placer al ahuecarlos en sus manos, comprobando su textura,
su peso y disfrutando con ello.
—Perfectas.
Ella jadeó, restregándose contra él sin pudor, acariciándole a su vez,
resbalando una mano hacia su cadera y la otra hacia su cuello, como si
necesitaba sujetarse en esa vorágine sensual que los envolvía. Su cuerpo se
arqueaba invitante, entregándose a sus manos, permitiéndole jugar con ella
a placer.
Kitty lo escuchó gemir de placer, le amasó los pechos, acariciándole
los duros y sensibles pezones con los dedos, excitándola al punto de
obligarla a apretar los muslos para contener el ardor de su sexo. Alcanzó la
fuerte columna de su cuello, hundió los dedos en el húmedo pelo y se
deleitó con su textura. Toda ella estaba en llamas, malditamente excitada y
la cálida agua de la ducha no hacía sino excitarla aún más. Era como miles
de pequeñas caricias le tocasen la piel.
Dejó escapar el aire cuando notó como sus manos bajaban de nuevo a
su cintura y la giró sin esfuerzo, permitiéndole ver una clara expresión de
placer en su rostro mientras le miraba los pechos.
Gabriel se lamió los labios. Hambriento, la movió a su antojo,
empujándola ahora contra la puerta de la ducha, recorriéndola con la
mirada y deteniéndose una vez más en esos labios enrojecidos e hinchados
por sus previos besos. Sucumbió a ellos, le mordisqueó la comisura,
barriendo la huella con la lengua, compartiendo breves besos que no
llegaba a profundizar. La deseaba caliente, húmeda, más excitada de lo que
ya estaba, quería verla perdida en el placer.
Le acarició una vez más el labio inferior para finalmente introducirse
en su boca y saquearla. Sus manos encontraron las suyas subiendo por sus
brazos y las retuvo, bajándolas de nuevo hasta posarlas en la superficie del
cristal, obligándola a mantenerlas allí mientras se apretaba contra ella,
frotando su erecto sexo contra la suave de su estómago.
—Eres una pequeña hechicera —le susurró abandonando su boca solo
para volver a darle un breve, pero intenso beso—. Quise alejarme y tú me
trajiste de vuelta. Intenté ser honorable, intenté hacer lo correcto… pero
eres demasiado impetuosa, demasiado apetitosa y un maldito y prohibido
deseo al que no me veo con fuerzas de rechazar. —Un nuevo beso, una
caricia de lenguas y una firme retirada que fue acompañada por un jadeo
de protesta—. Así que voy a hacerte mía y a la mierda todo lo demás.
Introdujo una pierna entre sus piernas, separándoselas y volvió a
ocuparse de esas tetas que lo mantenían embelesado. Sus dedos
encontraron los desnudos pezones y los rodearon, acariciándolos,
raspándolos con sus callosos pulgares antes de encerrarlos entre el pulgar
y el índice notando su dureza.
La vio morderse el labio inferior con desesperación, sus manos
resbalando en el empañado cristal, solo la pierna entre sus muslos y su
espalda pegada a la puerta evitaban que resbalase hasta el suelo.
Sonriendo acercó la boca a uno de sus pezones, vertiendo su aliento
sobre la puntiaguda carne. Sus ojos se alzaron lo justo para encontrarse
con los de Kitty.
—Y este es mi plato preferido.
Se llevó el pezón a la boca, succionando suavemente, rodeándolo con la
lengua, arrancando de su garganta incontrolables jadeos y gemidos. La
sujetó contra la puerta de cristal, una mano en la cadera y la otra jugando
con el pezón que no tenía en la boca.
Ella se retorció, lloriqueó, gimió, tembló bajo sus manos, se aferró
como pudo a la resbaladiza pared y disfrutó de cada pequeño instante de
ello. Sonriendo para sí, dejó que el pezón se le deslizara de la boca y sopló
la rosada carne viendo como esta se arrugaba bajo sus atenciones. La
respiración femenina se había acelerado, casi podía notar los latidos de su
corazón, sus labios entreabiertos no hacían si no dejar escapar
entrecortados jadeos que se vieron intensificados cuando pasó a prestarle
la misma atención al otro pezón.
A Kitty le temblaban las piernas, en realidad, le temblaba todo el
maldito cuerpo y su entrepierna se había convertido en un charco de
humedad, su sexo latía de necesidad. De su boca ya solo escapaban
excitados jadeos, apenas podía sostenerse, la pierna masculina parecía
rozarse con su tierno sexo con cada movimiento que hacía volviéndola
loca. Cuando tomó el pezón en su boca pensó que moriría allí mismo, la
suave succión sobre su carne envió un relámpago de placer que se extendió
directamente a su sexo.
—Gabe, por lo que más quieras, deja de jugar —rogó.
Él hizo oídos sordos a su ruego, no solo no la escuchó, sino que tragó
con más fuerza, arrancándole un nuevo gemido. Sintió como su mano
dejaba el otro pecho que había estado amasando y bajaba por su costado,
sus dedos le acariciaban la sensibilizada piel en una promesa de algo más
intenso.
Continuó descendiendo en dirección a su sexo y solo pudo contener el
aliento, esperando, deseando sentirle allí.
Gabriel acarició el pezón una vez más mientras sus dedos jugaban
sobre la piel de la parte inferior de su vientre, un rápido vistazo hacia
arriba le mostró a una mujer que contenía el aliento, sus mejillas
arreboladas, los labios entreabiertos con una expresión de puro deleite.
Aquello lo acicateó a continuar con esa peregrina y sexy exploración,
cerró el grifo con una mano, cortando el agua y se dedicó a ella por
completo. Encontró los húmedos rizos de su sexo y resbaló los dedos a
través de ellos hasta los gordezuelos labios que ocultaban su sexo.
La primera caricia le arrancó un nuevo jadeo, volvió a tomar posesión
del atrayente pezón, amamantándose de él mientras sus dedos la
acariciaban, abriéndose paso entre sus pliegues, buscando aquello que
sabía la haría gritar sin pudor. Uno de sus dedos incursionó más allá,
hundiéndose suavemente en su lubricado canal, estaba estrecha, muy
mojada y por dios que caliente, la sensación de sus paredes vaginales
oprimiendo su dedo era suficientemente bueno como para hacer que se
corriera. Solo podía pensar en lo bien que se sentiría si fuera su polla la
que estuviese en lugar de su dedo, la forma en que ella le envolvería,
apretándolo en su vaina de terciopelo.
—Eres una cosita caliente, Kitty.
Ella gimió en respuesta.
—Tú me pones caliente.
Sonrió, no pudo evitarlo. Ella era directa, no se guardaba nada, su
cuerpo era igual de honesto y eso lo hacía toda una novedad. Las mujeres
que había conocido, con las que había tenido alguna clase de relación, eran
cualquier cosa menos transparente, su ex prometida había sido una prueba
viviente de ello. Pero Kitty, ella siempre había sido así, clara, directa,
honesta.
—Quiero que te corras para mí —declaró, empujando sus dedos en ella,
follándola lentamente—. Quiero escucharte gritar, ver alcanzar tu placer,
saber que es por mí y solo por mí.
—Lo es —declaró ella, acercándose a él, buscando su boca para
reclamarle un húmedo beso mientras la montaba con los dedos—, por ti,
solo por ti.
Le mordió los labios, jugó con su lengua y se bebió el gemido que
emergió de su garganta, mientras su cuerpo convulsionaba y se estremecía
preso de un primer orgasmo.
Las piernas ya no la sostuvieron más, Gabriel la sujetó cuando resbaló
hacia el suelo, apretándola contra su cuerpo mientras intentaba recuperar
la respiración.
—Y ahora que ya hemos entrado en materia —le susurró al oído,
ayudándola a incorporarse, girándola de modo que sus manos quedasen
aprisionadas contra la pared—. Vamos a por el segundo asalto.
Sus manos se cerraron alrededor de sus caderas solo para deslizarse
hacia abajo, observando su cara de incertidumbre y sorpresa al
comprender lo que tenía en mente. Sus ojos brillaron de deseo, se mordió
el labio inferior y, tenía que confesar, que ese era uno de los momentos
más sexy que había tenido con una mujer.
—Ay dios…
Sonrió ampliamente, le dio una palmadita en el trasero y le separó los
muslos al tiempo que descendía sobre sus rodillas.
—Agárrate si puedes, dulzura.
La primera pasada de su lengua le supo a gloria, ella era dulce,
deliciosa y algo le decía que no se iba a cansar de ello.
—La madre que te… ¡oh, dios!
Kitty se aferró a la columna de la ducha cuando sintió el cálido aliento
de la boca masculina cerniéndose sobre su sexo. La lamió una vez, dos,
haciéndola dar un respingo, intuía que de no ser por las manos que la
mantenían inmóvil habría saltado.
—Gabe… oh sí… dios sí…
Pero él no se detuvo, sino que volvió a lamerla, recogiendo sus jugos
con la lengua, saboreándola, bebiendo de su sexo… ¡Y qué bien sabía! Su
dulzura se mezclaba con el sabor salobre de sus jugos, su aroma a mujer y
excitación le estaba volviendo loco. Su polla palpitaba con rabiosa
necesidad en el confinamiento de sus pantalones, necesitando liberación,
pero todavía no, se merecía esta pequeña venganza por ponerlo al borde,
por obligarlo a sucumbir.
¿A quién trataba de engañar? La deseaba rabiosamente, siempre la
había deseado, incluso esos días en lo que ella no se había ido de su puerta,
esa noche en la que la besó por primera vez… La deseaba. Quería hundirse
en ella, montarla fuerte y rápido, hacer que suplicara por más, por correrse
solo para mantenerla al borde permitiendo que se relajara solo para volver
a excitarla una vez más, la deseaba loca de pasión, necesitada y
desesperada, así era como deseaba a esta mujer.
—Gabe, por dios… oh, joder…
Sonrió para sí al escucharla, gemía y farfullaba cosas ininteligibles, sus
dedos se habían enterrado en su propio pelo, acercándole más a ella y a su
hambriento sexo. Acarició una vez más sus pliegues antes de incursionar
en su interior, lamiéndola, succionándola, chupándola con hambre, su
sabor y gemidos aumentando su propia necesidad, no podía esperar más, la
necesitaba, quería estar dentro de ella, follarla hasta grabársela en la piel,
hasta que no existiera para ella nadie que no fuese él.
Era una locura, lo sabía, pero así era como se sentía, como siempre se
había sentido. En cierto modo, una parte de él, siempre había estado
esperando este momento, esperando a que creciese, a que la diferencia de
edad que los separaba no fuese tan evidente y ahora, parecía que ese
momento había llegado.
—Gabe, por favor. No puedo más, necesito correrme, por favor.
Una vez más hizo caso omiso a su petición, la tomó con más ímpetu,
amamantándose de su sexo hasta alcanzar la meta que había estado
buscando, el cuerpo femenino empezó a estremecerse y ella se corrió una
vez más con un pequeño grito desesperado.
Lamiéndose los labios, saboreando los últimos restos de su orgasmo,
bajó sobre su propio cuerpo, acariciándose. Ya estaba hinchado, duro,
sentía las pelotas pesadas y apretadas, quería hundirse dolorosamente en
ella.
Kitty jadeó en busca de aire, seguía aferrada a la columna de la ducha,
intentando mantenerse en pie. Su piel brillaba por el vapor que todavía
colgaba en el cuarto de baño atrayéndolo como un faro en la niebla. Notó
como le acariciaba la espalda y no pudo evitar estremecerse de placer bajo
su contacto, era como si supiese que tecla exacta tocar para enardecerla.
Gimió al sentir los dedos masculinos rozándole el contorno de los pechos,
la suave piel de su tripa y finalmente las nalgas. Sus manos resbalaron
sobre sus muslos acariciándole la parte interior un instante antes de
acariciar su sexo con los dedos arrancándole un nuevo estremecimiento.
—Gabe…
Gabe. Ella siempre lo había llamado así. Solo le llamaba Gabriel
cuando estaba cabreada con él o no conseguía su atención, para todo lo
demás, su nombre siempre surgía con dulzura y suavidad de sus labios,
una dulzura que ahora también contenía picaresca.
Se inclinó sobre ella con premeditada lentitud, su erecto pene le rozó
las desnudas nalgas mientras dejaba un sendero de besos desde el inicio de
su columna hasta el final. Encontró sus pechos y los acunaron, empezando
a excitarla una vez más. Su cuerpo la cubrió desde atrás como una cuchara,
encajando perfectamente, blandura contra dureza, suavidad contra fuerza.
—Te has salido con la tuya —le susurró al oído y frotó su gruesa
erección contra las nalgas desnudas—. Al final, te has salido con la tuya,
Kitty y, por dios que no puedo decir que no esté satisfecho con ello. Esto
es también lo que yo deseo.
Empujó suavemente, su polla abriéndose camino fácilmente a través de
su lubricado canal, tomándola poco a poco. Kitty gimió, acogiéndole en el
interior de su cuerpo, permitiéndole enterrarse hasta las pelotas,
llenándola completamente; una sensación indescriptible.
—Eres una pequeña bruja deliciosa.
Ella se rio.
—Solo contigo, cielo, solo contigo.
Se inclinó sobre ella, le mordió el arco de la oreja haciéndola gemir.
—¿Estás bien?
Giró el rostro, sus ojos se encontraron con los suyos y le acarició los
labios con los suyos.
—Estaré incluso mejor cuando te muevas.
Profundizó el beso, devorándola para finalmente complacerla a ella y a
él mismo. Deslizó la mano entre sus cuerpos, buscando la perla oculta en
su sexo para acariciarla, su boca cubrió la base de su cuello una vez más,
besándola, mordisqueando esa apetecible piel y empezó a moverse,
disfrutando de esa mujer.
—Gabe —gimió arqueando la espalda.
La envolvió por la cintura y buscó su boca, excitándola con un beso tan
carnal como su actual unión.
—Eres deliciosa —gruñó sobre su boca—, un pecaminoso bocadito.
—Gabe —gimió su nombre, sobrepasada.
—Córrete para mí, Kitty —le susurró besándola tras la oreja, su voz
entrecortada, jadeante por el esfuerzo—, quiero sentir como me aprietas,
como te derramas sobre mí, quiero que grites mi nombre cuando te
corras…
Ella sacudió la cabeza, los jadeos se hacían cada vez más intensos
animándolo a penetrarla más rápido, más fuerte.
—Oh sí, justo así Kitty —empezó a penetrarla más rápido, más fuerte
—, ven a mí, tesoro, déjate ir…
Ella gimió, su cuerpo sacudiéndose por las embestidas, su sexo
apretándose en torno suyo, exprimiéndolo, buscando ordeñarlo.
—¡Gabriel! —gritó su nombre arqueándose contra él—. Oh, dios,
¡Gabe!
Un ronco gruñido brotó de la garganta masculina unas cuantas
embestidas después, uniéndose a ella en su propio orgasmo.
Jadeante y agotada, Kitty dejó que su cuerpo se deslizara contra el de
Gabriel, quien la abrazó mientras intentaba recuperar su propia
respiración.
—Eres mi perdición —declaró él entre jadeos, manteniéndola contra él
—. Lo sabes, ¿no?
Los hinchados labios se estiraron en una perezosa y traviesa sonrisa.
—Me lo dijiste una vez hace años, aunque entonces estabas un
poquito… perjudicado —respondió girándose en sus brazos.
—¿Un poquito perjudicado? —se rio.
Ella correspondió a su sonrisa.
—Vale, borracho perdido —aseguró, entonces lo miró con dulzura—.
También me dijiste que no eras adecuado para mí, que lo mejor que podía
hacer era dar media vuelta e irme.
—Pero no lo hiciste.
—Nop —aceptó—. Esa última noche te dije que ibas a ser mío y te
reíste.
Sí, lo recordaba. Se había reído porque esas palabras habían bailado en
su mente tras besarla. Eso había sido antes de que apareciese Jer y lo
hiciera entrar en razón a golpes.
—No quería hacerte daño.
—Lo hiciste —aseguró ella, pero no había reproche en su voz—. Pero
yo no soy de las que se rinde fácilmente, Gabriel Falcon. Esa noche decidí
que ibas a ser mío.
Dejó escapar un suspiro y le cogió la barbilla.
—Por esta noche, lo seré —aceptó acariciando sus labios—. Todo tuyo,
Kitty, todo tuyo.
Ella le rodeó con los brazos y se pegó aún más a él.
—Ese es un buen comienzo.
CAPÍTULO 7

Gabriel volvió al bar un par de horas después, no se arriesgaba a dejar


mucho más tiempo a Jeremy solo ante el peligro. Su hermano podía ser un
fantástico inspector de incendios, pero no iba a arriesgarse a dejarlo
demasiado tiempo en un medio que no era el suyo. Al contrario que Wolf,
que se pasaba a menudo y le echaba una mano ocupándose de la barra
cuando a él le apetecía jugar, el tercero de sus hermanos no estaba hecho
para la hostelería en ninguna de sus vertientes. Podía dejar la contabilidad
en sus manos y lo bordaría, pero servir bebidas, no era su campo de
acción.
Afortunadamente, parecía que todo estaba en su lugar, había un par de
parejas descansando y tomándose algo y él estaba charlando con una
exuberante mujer que, cogió su consumición y le dedicó una sensual
sonrisa llena de promesas.
No pudo evitar echar un vistazo por encima del hombro pensando en la
mujer que había dejado en la ducha. Kitty había conseguido salirse con la
suya esa noche, la pequeña revoltosa lo había puesto contra las cuerdas y
se había alzado con la victoria del primer round.
Sacudió la cabeza y devolvió su atención a la barra, tenía que ser muy
cuidadoso con lo que hacía, jugar era una cosa, pero algo le decía que ella
quería más, mucho más.
—Vaya, parece que has sobrevivido al huracán Kitty —se rio su
hermano—. Di «Gracias, Jer».
—Debería haberte atado a ti a la cruz y no a ella.
Su risa aumentó.
—Me gustaría verte intentándolo.
Resopló y rodeó el bar, para intercambiar lugares.
—Te dije que la enviases a casa.
Su hermano se quitó el delantal y se lo entregó.
—Si lo hubiese hecho, ahora mismo estarías preguntándote qué habría
pasado si ella se hubiese quedado —le soltó. Entonces sacudió la cabeza
—. ¿Crees que no me he dado cuenta? ¿Que ninguno nos hemos dado
cuenta de lo que esa mocosa significaba para ti? Sinceramente, Gabe, me
sorprende que no me hubieses mandado a la mierda esa vez e ido a por
ella.
—Le llevaba diez años… —Un recordatorio que insistía en utilizar
como escudo.
—Los mismos que le llevas ahora.
—Solo era una cría…
—Una que te hacía tilín.
—No me hacía…
Jeremy resopló.
—Tiempo muerto, hermano —lo interrumpió—. No voy a entrar
contigo en una discusión que no nos va a llevar a ningún lado.
Se limitó a poner los ojos en blanco y empezó a recoger vasos y
colocarlos en el lugar dónde debían estar.
—Solo procura no joderla de nuevo esta vez, ¿ok? —pidió con voz
seria—. Ella no es Charlotte. Si la lastimas, vas a tener un enorme
problema.
—No voy a lastimarla, Jer, yo la…
Su hermano sonrió con picardía.
—Quieres —aseguró palmeándole el brazo—. Y eso es justamente lo
que quería oír.
—No pongas en mi boca palabras que yo no he dicho.
—No hacía falta, es algo que se ve a simple vista —aseguró, entonces
se inclinó hacia un lado y levantó la mano—. ¿Te has divertido, gatita?
No necesitaba mirar hacia atrás para saber de quién se trataba.
—¿Acaso lo dudabas? —se rio ella. Se sentó en uno de los taburetes y
sonrió con esa dulzura y picaresca que le volvía loco—. ¿Me puedes poner
algo que no contenga alcohol? Tengo que volver conduciendo.
Se limitó a asentir y le preparó un coctel de frutas, refrescante y sin
alcohol, que puso frente a ella.
Sus miradas se encontraron y ella se la sostuvo durante un buen rato.
—¿No vas a preguntarme dónde me alojo?
Sonrió a su pesar, esa mocosa era sagaz.
—¿Debería hacerlo?
Ella se inclinó sobre la barra y se lamió los labios.
—Sí, deberías —aseguró con gesto coqueto—. Porque me estoy
alojando en un hotel y sería todo un detalle que alguien me rescatase de
ese frío y serio lugar.
Enarcó una ceja ante su abierta sugerencia.
—¿Todavía no has tenido suficiente?
Sus labios se curvaron suavemente, se inclinó sobre la barra, extendió
el brazo agarrándole la camiseta y tiró de él hacia ella.
—Gabe, de ti, jamás tendré suficiente.
Lo besó con suavidad, un roce de labios antes de volver a sentarse y
mirarle satisfecha.
—Así que, ¿cuándo cierras esto?
—A las dos y media de la mañana —se adelantó Jeremy, quien había
estado observando el intercambio bastante divertido—. No dejes que se
quede ni un solo minuto más. Y Kitty, bienvenida a casa.
Sí, iba a estrangular a su hermano, posiblemente antes de que sus
palabras se hiciesen inevitablemente realidad.
—¿Entonces...? —insistió ella, una vez quedaron a solas—. ¿Debo
volver a mi hotel?
—¿Tienes idea de dónde te estás metiendo?
Su mirada se volvió seria durante un momento, sus ojos se encontraron
y le sostuvo la mirada durante un buen rato.
—Lo que sé es que ahora eres mío, Gabriel Falcon —le dijo totalmente
convencida—, y te quiero demasiado como para dejar que sigas haciendo
el gilipollas alejándote de mí.
Y esa era una declaración que, si bien intuía, no esperaba ver surgir de
sus labios, no de esa manera y allí.
—Nunca has sabido lo que es el tacto, ¿eh?
Ahora sonrió.
—Claro que sí, pero contigo necesito mano dura —declaró risueña—.
He esperado demasiado tiempo por este momento, Gabe. Sé lo que quiero,
siempre lo he sabido y haré lo que esté en mi mano para que me creas.
—¿Y si yo no te quiero, Kitty? ¿Has pensado en ello? —insistió,
necesitaba que ella recapacitase, dejarle la oportunidad de tomar otra
decisión si así lo deseaba—. ¿Y si solo te quiero para jugar? ¿Para echar
un polvo?
Se encogió de hombros.
—Pues entonces seremos compañeros de juegos y nada más —aceptó
con gesto razonable.
Sacudió la cabeza.
—Tienes respuesta para todo, gatita.
Ladeó la cabeza y sonrió.
—¿Acaso lo dudabas?
No, no lo dudaba. Como tampoco dudaba que esa pequeña haría todo lo
que estuviese en su mano para salirse con la suya una vez más. Y
condenado fuese, porque estaba deseando verla intentarlo, así el resultado
fuese terminar completa e irremediablemente enamorado de su pequeña y
mocosa vecina.
—Eres como una fuerza de la naturaleza, Kitty —aseguró—, no hay
forma de resistirse a ti.
—Bien —aceptó complacida—. Entonces, ¿en tu casa o en mi hotel?
No pudo evitarlo, su perseverancia lo llevó a sonreír.
—¿Ahora que tú también eres mía? —aceptó en voz alta—. En mi casa
y ya veremos a dónde nos lleva eso.
Ella asintió, cogió su consumición y la levantó en un silencioso brindis.
—Me parece bien —aceptó y tomó un sorbo—. Allí te recordaré a
quién perteneces exactamente.
Oh, él ya lo sabía. Era suyo, ahora y siempre, sería todo suyo.
CONQUISTADA

Kelly Dreams
CAPÍTULO 1

Elizabeth Carmody se mordió el labio inferior y respiró profundamente


antes de colocarse bien el bolso. Se llevó la mano a la boca y rescató el
chicle de mental que había perdido ya el sabor y lo envolvió en un trozo de
papel y lo dejó caer en la papelera más cercana.
Era esta noche o nunca.
No podía seguir vacilando y, mucho menos, haciendo algo tan estúpido
como escuchar conversaciones de su jefe con su hermano a hurtadillas;
Wolf Falcon le pegaría una patada en el culo y la sacaría de la empresa en
un abrir y cerrar de ojos si lo supiese.
Resopló y reanudó sus idas y venidas sin moverse del trozo de suelo
que llevaba más de quince minutos desgastando con sus tacones. Había
perdido un tornillo y no había manera de encontrarle reemplazo.
—Esto es una auténtica locura —farfulló girando sobre los talones para
volver a caminar—. Nadie en su sano juicio hace estas cosas.
Una nueva vuelta y a caminar otra vez.
—Sí, lo mejor será que me vaya a casa —decidió. Entonces sacudió la
cabeza—. Pero si lo hago, ya no habrá vuelta atrás.
Y con lo mucho que le había costado decidirse a presentarse allí,
sabiendo que él estaría…
—No. He llegado hasta aquí, solo necesito un poquito de valor.
Valor que le costaba encontrar debido a su timidez natural, que le había
impedido decir lo que realmente quería cuando lo tenía delante, a él,
Jeremy Falcon, el inspector de incendios que la había rescatado un par de
meses antes de terminar bajo el techo de su propia casa.
Su entonces novio —ahora no era más que un exnovio gilipollas al que
no quería volver a ver ni en pintura—, había cometido la enorme estupidez
de hacer una barbacoa en el diminuto balcón de la cocina. Eso había
terminado en un inesperado incendio que había consumido toda la
habitación y dañado la estructura; algo que solo había notado cuando el
techo empezó a descascarillarse sobre su cabeza.
Jeremy Falcon había estado allí para inspeccionar el lugar como perito
del seguro, al igual que todas las compañías, estas no iban a soltar un solo
centavo a menos que no les quedase más remedio.
Se suponía que nadie podía entrar en la casa hasta que los técnicos
diesen el visto bueno, pero tras enterarse de lo ocurrido —pues había
estado de visita en casa de su hermana Cleo cuando la llamaron—, no
había existido fuerza humana que hubiese podido detenerla de entrar en su
casa.
Él había terminado herido por culpa suya. En su afán por alejarla del
peligro, un trozo del techo se había desprendido golpeándole en el
hombro; una herida de la que todavía se estaba recuperando.
Suspiró, se detuvo una vez más y levantó la mirada hacia la entrada del
club nocturno que presidía el bajo del edificio, el cual pertenecía a Gabriel
Falcon, el hermano mayor de Jeremy. Esa misma mañana, su jefe, Wolf, le
había pedido que llamase a su salvador para recordarle que tenían una
reunión en el local.
«Dile que se lo espera a las nueve en el Triple Trouble. Y que más le vale no llegar tarde».
La voz directa y firme de su jefe contrastaba con la de su socio, Casio,
un tándem que hacía de su empresa una de las mejores empresas de
seguridad del país.
La llamada despertó en ella toda una amalgama de emociones, escuchar
su voz la dejaba caliente y temblorosa e incluso tuvo un momento en el
que terminó balbuceando.
Sacudió la cabeza y deslizó las manos sobre el ceñido vestido negro
que se había puesto, una prenda que chocaba estrepitosamente con lo que
solía vestir generalmente.
—Esto es una mala idea, una malísima idea —rumió, sacudió la cabeza
y volvió a empezar a caminar de un lado a otro—. ¿Qué le voy a decir?
¿Cómo demonios se le pasó por la cabeza que podría venir hasta aquí y
entrar como si nada? No estaba muy segura de qué clase de club era este
pero, a juzgar por la gente que había traspasado las puertas del mismo en
todo el rato que ella llevaba allí, algo le decía que no iban precisamente a
tomarse unas copas.
Deslizó la mano a través de la espesa melena pelirroja que se había
dejado suelta sobre los hombros y liberó algunos mechones que habían
quedado presos bajo el asa del bolso. Miró el reloj, pasaban un par de
minutos de las nueve y media. Si se daba prisa podría coger el metro,
volver a casa y olvidarse de la estúpida fantasía de volver a ver a un
hombre cuyo único contacto se limitaba a breves saludos y comentarios
educados cada vez que la venía a visitar a su jefe.
—Sí. Nada se te ha perdido aquí, Lizzie, será mejor que vuelvas a casa
antes de que hagas el ridículo.
Giró sobre los altos tacones, recolocó la tira del bolso y apenas había
dado dos pasos cuando alguien chocó con ella, haciéndola trastabillar. Se
giró volvió dispuesta a decir un par de cosas, pero las palabras se
esfumaron de su garganta en se encontró con esa mirada.
—Lo siento. Ha sido culpa mía. Llego tarde y…
No siguió escuchando, las mejillas empezaron a arderle con la misma
celeridad que sus miradas se habían encontrado, no pudo hacer otra cosa
que dar un paso atrás.
—¿Elizabeth? —pronunció su nombre con visible asombro—. Vaya, no
te había… reconocido.
No era de extrañar, puesto que no llevaba sus gafas, ni el pelo recogido,
ni los trajes de oficina tras los que siempre se escondía. Esta noche no era
la seria y eficiente secretaria y, ahora, tampoco estaba segura de ser lo que
pretendía ser. Una mujer independiente y atractiva dispuesta a seducir al
hombre más sexy, atractivo y divertido que había conocido en mucho
tiempo.
—Señor Falcon…
CAPÍTULO 2

Jeremy llegaba tarde, media hora tarde, a decir verdad. Sus hermanos no
habían dudado en recordárselo a cada cinco minutos después de que diesen
las nueve. Había salido tarde de la última sesión del fisioterapeuta, cogido
el coche y conducido hasta el aparcamiento de atrás para casi arrollar a la
dulce ratoncillo que tenía ante sí.
Elizabeth Carmody era, entre otras cosas, la secretaria de su hermano
pequeño, Wolf. La había visto alguna que otra vez tras el escritorio, pero
no le había llamado la atención hasta la tarde en la que se vio obligado a
sacarla de la casa que, según sabía, su novio había incendiado a causa de
una estúpida barbacoa en el exiguo balcón de la cocina.
Él había estado haciendo su trabajo el día después del incendio,
comprobando el lugar para presentar el informe al seguro, cuando una
pequeña pelirroja entró como una exhalación, tropezando y precipitándose
a la zona más inestable de todas; la cocina.
Hoy más que nunca agradecía a todo su entrenamiento su rapidez de
reflejos, ya que, en vez de saldarse con una herida en el hombro,
posiblemente la tarde habría terminado con ella muerta debajo de los
escombros del techo y él en peor estado.
La eficiente y seria secretaria no había existido esa tarde, incluso su
aspecto había sido totalmente distinto, haciéndola más joven y atractiva
que con todo ese encorsetado traje gris que solía llevar. Su preocupación
por la casa había cambiado inmediatamente cuando se dio cuenta de que él
había resultado herido, prácticamente lo había arrastrado a fuera para
meterlo en un coche tan pequeño que no entendía cómo demonios había
cogido todo su metro ochenta y cinco sin romperse algo, y volar como un
rayo al hospital más cercano.
Tenía que reconocer que su desesperación le había resultado divertida,
aunque el dolor lo había convertido en un capullo gruñón.
La había insultado, la había llamado cabeza hueca solo para que ella le
respondiese con el mismo tono. De aspecto frágil, delicado y una deliciosa
timidez, aquel inesperado acceso de carácter lo sorprendió y lo dejó
completamente embobado con ella.
Un ratón chillándole a un oso. La similitud había sido bastante
divertida.
A partir de ese momento, cada vez que aparecía por la oficina de Wolf
le preguntaba por su salud. Él aprovechaba esos interludios para hacer lo
que más le gustaba; coquetear.
No era una mujer despampanante, de hecho, ni siquiera era su tipo,
pero, al igual que ahora mismo, ese cambio de look era muy, pero que muy
apetecible y el suave sonrojo que le cubría las mejillas la convertía en una
cosita tierna y deliciosa.
La tela ceñida del vestido abrazaba sus pechos, la suave piel de su
cuello quedaba expuesta al haberse echado toda la melena sobre un
hombro reclamando silenciosamente la promesa de besos y mordiscos que
le encantaría prodigarle. Curvas definidas y llenas, caderas llenas y
enclaustradas en la tela y unas piernas torneadas y largas, para una mujer
tan pequeña, la convertían en una más que apetitosa posibilidad para esa
noche.
Si había algo que no había cambiado era el gesto tímido que hacía que
le fuese imposible sostenerle la mirada durante mucho tiempo. Incluso
cuando bromeaba con ella en la oficina, notaba esa ternura subyacente y la
timidez que la convertía en algo raro y único.
¿A quién quería engañar? Deseaba a esa mujer. Lisa y llanamente.
No era un hombre de compromisos, no le gustaban las ataduras y sí
jugar. Disfrutar del sexo y de las veladas esporádicas, si había pucheros o
reclamaciones, borrón y a por la siguiente. Ese era su mantra y, hasta
ahora, había cumplido perfectamente con lo que deseaba para sí mismo.
Por ello, seguía sin explicarse el motivo de que hubiese hecho una
costumbre el pasarse por la oficina de Wolf al menos un par de veces por
semana. Sabía que no era más que una excusa para verla y arrancarle esa
perezosa sonrisa, notar sus mejillas sonrojadas y disfrutar de la compañía
femenina de forma inocente. Su hermano se había dado cuenta de lo
inusual de su comportamiento y había empezado a bromear con el hecho
de hacerle un cuarto permanente en las oficinas.
—Creí que ya habíamos quedado en que nos tutearíamos, Lizzie —
pronunció el diminutivo de su nombre, uno que ella le había dado solo
para retractarse a continuación—. Con Jeremy es más que suficiente.
Observó se ajustaba bien el bolso al hombro y echaba un fugaz vistazo
a su espalda, como si estuviese buscando la excusa perfecta para dejarlo
plantado.
—Yo… siento… la interrupción, ya… tengo… tengo que coger el
metro y…
¿No era adorable? Solía tener problemas para hablar cuando se ponía
nerviosa, cortando las palabras, mesándose el pelo justo como ahora y
echándole fugaces vistazos.
—Por el contrario, he sido yo el que tropezó contigo —aseguró
reteniéndola—, y te pido disculpas por ello. Temo que llego un poquito
tarde…
Como si quisiera dar testimonio de sus palabras, su teléfono volvió a
sonar.
—¿Qué te decía? Se supone que tenía que estar aquí a las nueve, pero
se me complicó la tarde —aseguró, entonces le guiñó un ojo—. Aunque
eso ya lo sabes.
Su sonrojo se intensifico.
—Yo… será mejor que no te retrase más.
—Oh, no lo harás —declaró al tiempo que se acercaba a ella, le
rodeaba la cintura con el brazo y la arrastraba, literalmente, tras él—, de
hecho, sé que serás la excusa perfecta.
—¿Qué? —parecía verdaderamente asombrada—. ¿Qué excusa?
La recorrió con la mirada y sonrió.
—Que me entretuve al encontrarme con una deliciosa y sexy
muñequita.
CAPÍTULO 3

Lizzie se sintió como si la hubiese arrollado un tren de mercancías a toda


velocidad y dicho tren tenía el nombre y el aspecto de Jeremy Falcon. Ese
hombre era puro pecado. De complexión amplia, hombros anchos y un
rostro en el que se daban la mano la picardía y la sensualidad, era la
fantasía húmeda de cualquier mujer que tuviese ojos en la cara. Y ella las
tenía.
Si sus fantasías sexuales cobraran vida, lo harían con el rostro de ese
pecado. Y sus ojos, ¿por qué demonios tenían que existir unos ojos tan
enigmáticos? Ella los había visto una única vez lo suficientemente cerca
como para saber que no eran negros, su color rivalizaba con el de la
madera mojada, un tono marrón tan oscuro que a menudo se confundía con
el negro.
Era incapaz de olvidar aquel momento, su cuerpo encima de él
cubriéndola mientras caían sobre ambos partes del techo de su antigua
cocina. Si no hubiese sido por sus rápidos reflejos, no estaba segura de sí
habría salido de aquella entera.
Tragó, la sensación de sus manos sobre su cuerpo la excitaba tanto
como la ponía nerviosa, más que un cosquilleo era como una descarga
eléctrica que la dejaba temblorosa y tan húmeda que sentía la necesidad de
apretar los muslos.
—No creo que esa excusa vaya a ser muy fiable…
Él enarcó una ceja, haciendo que su gesto resultase irresistible.
—¿Por qué no habría de serlo?
Se lamió los labios.
—Posiblemente porque tú serías el único en describirme de tal manera.
Parpadeó, un gesto un tanto extraño en él, quien siempre parecía seguro
de todo lo que pasaba a su alrededor y que ahora, parecía sorprendido ante
sus palabras.
Se separó de ella para dedicarle una profunda y totalmente directa
mirada de apreciación masculina.
—No sé, nena. Si alguien no ve lo buena que estás, es que está tan
ciego como un topo.
El calor que sentía ascendiendo por su cuello y se instaló en sus
mejillas fue suficiente indicativo de que debía estar adquiriendo el color
de una amapola.
—Yo… ah… gracias, creo.
Se rio. Un sonido ronco y masculino emergió de su garganta.
—No me las des, cariño, solo soy sincero.
Dicho eso, volvió a atraerla hacia él, hacia la dureza de ese cuerpo
masculino y al embriagante aroma de su colonia.
—Lo juro —declaró levantando una mano a modo de juramento—.
Palabra de boyscout.
Ahora fue su turno de parpadear.
—No eres boyscout.
Su sonrisa se hizo más profunda.
—Oh, pero lo he sido —aseguró, inclinándose ahora sobre su oído—,
pero guárdame el secreto, ¿vale?
No pudo evitar reír. Aquello era todo tan surrealista.
—Entonces, ¿aceptas tomarte una copa conmigo?
Una copa, dos, las que hiciesen falta. Todo el tiempo que él quisiera y
más aún, pensó. Pero no estaba segura de que esa noche fuese la mejor
para ello, especialmente dado el motivo por el que él había venido al club
en primer lugar.
—Debería recordarte, por segunda vez el día de hoy, que tienes una cita
—le informó con suavidad—. Y, cómo has apuntado, llegas tarde.
Su mirada se volvió más sagaz, se acercó de nuevo, haciéndola
retroceder, solo para afianzar su agarre sobre ella.
—Solo una copa —insistió buscando su mirada—. Nada más, si eso es
lo que deseas.
Oh, él no tenía la menor idea de lo que deseaba realmente y era una
jodida suerte que fuese así.
—Además, ya estás vestida para el club.
El comentario la sacó de sus pensamientos. Esos ojos la miraban con
inquisitiva fijeza, haciendo que se le acelerara el corazón. Diablos, si bien
era tímida por naturaleza, no era cobarde, no se había acobardado ni se
acobardaría jamás ante ningún hombre.
—No me vestí así para ir a un club —mintió descaradamente,
obligándose a actuar con naturalidad, pero era tan difícil cuando estaba así
de cerca. Su aroma a canela y menta le encantaba, lamería cada centímetro
de su cuerpo solo para comprobar si también sabía de la misma manera.
Céntrate, Lizzie, céntrate.
—No —respondió él sobresaltándola—, lo hiciste para encontrarte
conmigo.
La astuta respuesta la dejó sin aire, más aún cuando él sonrió de esa
manera que prometía toda clase de perversidades y juegos húmedos.
Diablos, estaba metida en un buen problema.
Esos ojos oscuros pasaron a recorrerla una vez más, sus labios se
estiraron en una satisfecha sonrisa masculina que, en su opinión, lo hacía
parecer inclusive más sexy. Un lento e inocente gesto, la punta de la
lengua acariciando el labio inferior dejando una huella húmeda y brillante
de la parecía ser incapaz de apartar la mirada.
—Así que, saquémosle partido.
Obligándose a arrancar la mirada de la boca masculina alzó los ojos
hasta encontrarse con sus ojos, inteligentes y cálidos y completamente
honestos.
—¿Por qué?
La expresión de sorpresa en su rostro fue suficiente advertencia de la
estupidez que acababa de preguntar. No había solución posible para ella,
cada vez que estaba cerca de ese hombre, su cerebro hacía cortocircuito y
era incapaz de hablar de hilar un solo pensamiento coherente.
—Olvídalo —murmuró, sus mejillas adquiriendo un intenso tono rojizo
—. Ha sido una pregunta estúpida.
—¿No te fías de mí, cariño?
«Cariño». Siempre la llamaba así cuando la veía en la oficina de Wolf, llegando a hacerlo
incluso delante de su jefe, quién se limitaba a poner los ojos en blanco y seguir con sus cosas.
¿Qué podía contestar ante eso?
«Claro que me fío de ti, evitaste que terminase debajo del techo de mi cocina».
Resopló en voz alta, llamando su atención
—Sí, claro que me fio.
Se rio.
—No lo dices muy convencida.
Se lamió los labios.
—Quizá es porque… no lo estoy, convencida quiero decir —aclaró.
Entonces frunció el ceño y sacudió la cabeza—. No de fiarme o no de ti,
sino de acompañarte.
Alzó la mirada y se encontró con la de él.
—¿Por qué me invitas? —preguntó—. No es como si no pudieses
encontrar a alguna chica que pudiese acompañarte…
Los ojos marrones se cerraron sobre los suyos, dio un paso hacia ella y
le cogió la barbilla entre el pulgar y el índice.
—Invitarte a una copa creo que es la manera más educada de pedirte
que te unas a mí y aceptes jugar conmigo en el club —declaró sin apartar
la mirada de su cuerpo—. Y, para ser totalmente claro, con jugar, me
refiero a sexo. Tú y yo. Sin ropa. En la cama o dónde se tercie.
Parpadeó varias veces, abrió la boca, pero todo lo que pudo hacer fue
balbucear.
—¿Qué quieres… qué?
Él arqueó una delgada ceja ante tal declaración, sus labios se estiraron
en una pícara sonrisa un segundo antes de posar sus manos bajo sus senos
y apretarla suavemente, acercándola a él.
—Follarte, Liz —acortó su nombre.
Sacudió la cabeza y dio un paso atrás, librándose de sus manos.
—No.
Ladeó la cabeza.
—¿Por qué no?
—Tienes una cita —señaló el club y, como si quisiera confirmar sus
palabras, su teléfono volvió a sonar—. Lo… lo… lo ves.
Cogió el móvil del interior de la americana, respondió a la llamada y
puso el altavoz.
—¿Dónde diablos estás? Llegas tarde y, con tarde, me refiero a
jodidamente tarde —Una voz masculina sonó a través del altavoz.
—Estoy justo delante de la puerta.
—¿Y por qué coño no entras? —respondió una voz que conocía. La de
su jefe.
—Porque tu secretaria no quiere jugar conmigo.
La respuesta se unió a su jadeo.
—¿Cómo?
—No puedo creer que hayas hecho eso —protestó ella.
—¿Esa es Elizabeth? —La voz de Casio se unió al corrillo.
—¿Quién es Elizabeth?
—Un ratoncito de biblioteca, sexy, eso sí, pero tímido —respondió el
mismo hombre.
—No soy un ratón de biblioteca —barbotó ella en gesto defensivo.
—Nop, no lo eres —aseguró él—. Y ahora que estamos de acuerdo en
eso, ¿me acompañas?
—¿Vas a traerla aquí? —La voz de Wolf era de completo alucine.
—Si la vieras también pensarías en ello.
—La conozco, Jer, lleva casi un año trabajando para mí —reclamó su
hermano—. Y… joder… Mai, si das un paso más, te pongo sobre la barra
del bar y te azoto el culo hasta que esté del mismo color que mi corbata.
Una ahogada respuesta femenina llegó de algún lugar.
—Esa es la pareja de mi hermano —comentó Jer a modo de
explicación—, y de Casio.
¿Acababa de escuchar que había una mujer que era la pareja de dos
hombres?
—Como sea, Jer, tráela contigo, pero entra de una vez.
La línea se cortó dejándola pasmada sin saber si mirar el teléfono o a
él.
—No es posible que hayas hecho eso.
Sonrió de medio lado.
—Has dicho que llegaba tarde, así que, he avisado de que estamos
fuera.
—¡Sí! ¡A mis jefes!
—Wolf y Casio solo son tus jefes cuando estás en la oficina.
—Esto es de locos —resopló. Se apartó de él y le dio la espalda—. Tú
estás de psiquiátrico y yo, oh dios, yo no estoy mucho mejor.
—La locura es parte esencial de la vida —aceptó él, atrapándola por la
cintura para atraerla hacia su cuerpo. No se molestó en disimular su propia
excitación cuando la apretó contra su cuerpo, dejando que notase la dura
erección que se apretaba contra su trasero—. Vamos, Liz. Di que sí. Ven a
tomarte algo conmigo y, si después no quieres jugar, prometo guardarme
las manos para mí.
Se mordió el labio inferior, excitada por el contacto.
—No son tus manos las que me preocupan —admitió.
Su aliento le acarició el oído.
—¿Tengo que hacerte un juramento de boyscout? —la acarició con su
voz—. Prometo no hacer nada que tú no desees que haga.
Lizzie entrecerró los ojos, evaluando sus palabras, pensando en el
verdadero motivo que la había llevado allí para empezar. ¿Se atrevería a
dar ese paso?
—Si intentas alguna cosa…
Jeremy la ciñó aún más, descansando la barbilla sobre su hombro,
debiendo inclinarse sobre ella para hacerlo.
—Cuando intente algo, lo sabrás —le aseguró—, ya que te avisaré
antes.
Gimió interiormente, eso precisamente, era lo que más le preocupaba.
CAPÍTULO 4

Jeremy había prometido mantener las manos para sí mismo, pero no había
dicho nada sobre la idea de fantasear con ella y hacerla partícipe de esas
fantasías. Le encantaba ver cómo se sonrojaba, cómo sus ojos chispeaban
y lo fulminaban obligándolo a interrumpir la descripción de sus
intenciones. Debía confesar que hubo un par de momentos en el que temió
que diese media vuelta y saliese huyendo, especialmente cuando llegaron a
la sala principal del club, dónde se detuvo de golpe. Con los ojos abiertos
como platos y un agónico jadeo escapando de sus labios, retrocedió con
tanta rapidez que se habría caído si no la hubiese cogido entre sus brazos.
—Respira, cariño, respira —le susurró al oído.
—Esto… esto es…
—El Triple Trouble —declaró con un ronco susurro en su oreja—. Un
lugar perfecto para jugar, ¿no te parece?
Tragó y se quedó allí, inmóvil. Y él la dejó. Quería darle tiempo para
acostumbrarse, para tomar una decisión. Si no estaba preparada para ese
tipo de juegos, la dejaría ir.
Pero no iba a hacerlo sin pelear. Estaba decidido a tenerla, conquistarla
iba a ser el desafío más dulce de todos.
—Dime una cosa, Liz —le acarició el arco de la oreja con los labios—.
¿Qué llevas debajo de la falda?
Ella se tensó, se giró lo justo para poder mirarle.
—Ropa interior.
Sus labios se curvaron ante la directa respuesta.
—¿Qué clase de ropa interior?
Se la imaginaba con un diminuto tanga cubriendo su pubis y
hundiéndose traviesamente entre los dos melocotones que formaban su
trasero en forma de corazón, un coqueto liguero rodeando sus caderas y
tiñendo de color sus muslos. Sabía por el tacto de sus pechos que llevaba
sujetador y sin relleno. Sus senos eran llenos, suculentos y los pezones que
destacaban en la tela del vestido… se moría por probarlos.
Un ligero tirón de su sexo le recordó que su pene estaba de acuerdo con
él y sus apreciaciones.
—Ven, vamos a saludar antes de que decidan saltar sobre mí.
Notó su vacilación, la sintió temblar incluso, algo le decía que más que
miedo era nerviosismo. Podía ser un tímido ratoncillo, pero él no le era
indiferente. La había sentido estremecerse bajo sus manos, el titubeo en su
voz y el color en sus mejillas había sido inmediato y rematadamente sexy.
Lizzie era cálida, de una forma sencilla, sin pretensiones y aquello le
gustaba, pero al mismo tiempo, aquella chispa que había visto en sus ojos
cuando la llamaron ratón de biblioteca… Dios. Deseaba verla perder la
compostura, dejar a un lado la timidez y dar rienda suelta a la emoción
desenfrenada que había vislumbrado en sus ojos.
La deseaba, fuese como fuese, la deseaba y no estaba dispuesto a
aceptar un no por respuesta, no cuando esa negativa tenía de verdadero lo
que él de santo.
Esa gatita iba a caer, solo era cuestión de tiempo.
CAPÍTULO 5

—¿Qué parte de quedamos a las nueve no has entendido?


Su recibimiento no pudo ser más cálido, pensó con ironía.
—Díselo al jefe del departamento de bomberos —replicó cogiendo uno
de los taburetes libres e invitándola a tomar asiento—. Siéntate, cariño.
Wolf, quién tenía a su novia apoyada contra él parecía verdaderamente
atónito ante la presencia de Lizzie.
—Joder, ¿de verdad eres mi secretaria?
La réplica de Casio no se hizo de rogar. Al ser socio de su hermano y
trabajar en la misma empresa, conocía de sobra a la chica.
—A partir del lunes, quiero este atuendo como nuevo uniforme de
trabajo —expuso recorriéndola con abierta apreciación con la mirada.
—Por encima de mi cadáver.
La réplica de la otra mujer no se hizo esperar. A juzgar por la forma en
que se encogió y sonrojó, acababa de darse cuenta de que lo había dicho en
voz alta.
—Cálmate, fierecilla, solo tengo ojos para ti —le aseguró Casio con un
guiño.
—Sí, claro —rumió en un hilillo de voz.
—Hoy estás muy respondona, Mai —añadió Wolf, acercándola más a
él.
—No sé de quién será la culpa.
Los dos hombres intercambiaron una divertida mirada y mientras Wolf
sacudía la cabeza, su amigo añadió:
—Nena, a menos que quieras que Wolf te castigue, mantén la boquita
cerrada.
Su respuesta fue echarle la lengua.
—¿Y Reaver? —preguntó buscando a su hermano por la sala.
—Abby tenía un nuevo caso y ha ido a echarle una mano —comentó
Gabriel poniendo los ojos en blanco—. A Kansas.
—¿A Kansas? Joder, sí que le ha dado fuerte.
—Elizabeth, y… ¿cómo es que has terminado por aquí?
El interés en la voz de Casio era genuino, así como la curiosidad que
subyacía en sus palabras.
—Una mejor pregunta sería, ¿cómo demonios has terminado con él? —
añadió Wolf inclinándose para coger el vaso que Gabe había dejado en la
barra y pasárselo a la mujer que permanecía apoyada entre sus piernas.
—Ha sido… cas… casualidad —tragó, mortificada por el temblor en su
voz.
—No dejes que te intimiden, no son tan fieros como parecen.
Lizzie le dedicó una agradecida sonrisa a Mai, quién acabó pegando un
salto en el regazo de Wolf.
—Alguien está haciendo méritos para ganarse un castigo.
La aludida pegó un salto, abandonando a Wolf para acercarse ahora a
Casio.
—De eso nada —replicó acercándose al mejor amigo y socio de Wolf
—. No he hecho nada que merezca un castigo.
—Nena, lo estás haciendo ahora mismo desafiándole —le recordó su
otro jefe.
—Me encantan estos encuentros entre vosotros tres, es como asistir a
un partido de tenis con Mai como pelota —se burló Gabe poniéndole a él
una cerveza fría—. ¿Qué te pongo, gatita?
—¿Qué te apetece beber?
Señaló la cerveza que le había puesto delante.
—Lo mismo que él.
—Así que eres una chica de cerveza negra —ronroneó Gabe, abriendo
una de las neveras para extraer una bebida—. Curioso.
—No empieces —lo atajó, se apoyó sobre la barra, extendiendo el
brazo de manera protectora tras su acompañante—, o llamaré a Kitty y la
lanzaré sobre ti como el Huracán Katrina.
—El Katrina es una brisa primaveral comparado con esa mujer —
resopló. La pequeña Kitty había sido su vecina durante la infancia, diez
años menor que Gabe, había sido una adolescente enamorada de su
hermano mayor, un verdadero grano en el culo que había crecido para
convertirse en una mujer fabulosa y con las metas claras.
Ahora estaba planeando conseguir una excedencia y trasladarse de su
actual residencia a Nevada para vivir con el mayor de los Falcon. Oh, sí,
Gabe no sabía dónde se estaba metiendo. Pero su hermano se merecía la
felicidad que encontraba al lado de esa polvorilla y todos sabían que no
había nadie que lo haría más feliz que Kitty.
—Está decidida a mudarse sin importar lo que yo tenga que decir al
respecto.
—Lo cual lo hace una mujer inteligente —aseguró Wolf, mirando a su
compañera, quién le devolvía la mirada con cierta timidez.
—Aquí tienes, gatita —le sirvió Gabe la consumición que había pedido
—. ¿Quieres un vaso?
Negó con la cabeza, cogió la botella y se la llevó suavemente a los
labios para dar un breve trago.
—Bueno, entonces, ¿cómo vamos a celebrar el cumpleaños de papá? —
preguntó, sacando el tema antes de que empezaran a enzarzarse en otras
cosas. No siempre podían reunirse todos, el hecho de que Reaver faltase
era un indicativo de ello, así que, intentaban mantenerse en contacto
pasándose por el Triple Trouble.
—Mamá quiere que movamos el culo al rancho y hagamos una
barbacoa —informó Wolf—. No quiere que el tío Cliff ponga sus pezuñas
y, cito textualmente, «sobre mis costillas de cerdo».
—Laura es una mujer inteligente —aseguró Casio abrazando ahora a
Mai. La chica parecía estar conforme con ese arreglo, Wolf estaba más
centrado que nunca y eso hacía que la chica fuese considerada ya de la
familia.
Ese pensamiento lo llevó a mirar a Lizzie, quien permanecía en
silencio echando fugaces vistazos a la sala principal. Reprimió una
sonrisa.
—Tiene que serlo para no haberle pegado a papá todavía una patada en
el culo —aseguró Gabe—. Entonces, nos organizaremos para ir el próximo
fin de semana al rancho y empezar a prepararlo todo. Llamaré a Reaver
para avisarle.
—Dile de mi parte, que como no vaya, me ocuparé personalmente de
contarle a Abby todas las trastadas que hacía de pequeño.
—Eres vengativo, socio.
Wolf miró a su mujer, se levantó del taburete, la cogió de la mano y la
arrancó sin esfuerzo del abrazo de su mejor amigo para morrearse sin más
con ella.
—Oh, no lo sabes tú bien.
Dicho eso, cogió a la chica y se la echó al hombro. Le magreó el culo y
dejó caer la palma abierta con fuerza suficiente para que resonara y ella
empezase a pelear y gritar como una banshie.
—Nos vemos después, si todavía estáis por aquí —declaró Wolf
llevándose a su mujer pese a las protestas de ella.
CAPÍTULO 6

Ese hombre iba a matarla y ni siquiera necesitaría las manos, sus palabras
eran un arma mucho más afilada y letal que cualquier posible acto y
estaban haciendo estragos en su cuerpo. Lizzie sentía la piel tirante, la
humedad se había instalado en forma de sudor entre sus pechos. Tensos,
empujaban contra la tela del sujetador, los pezones duros se frotaban con
cada movimiento obligándola a mantener la espalda recta para evitar
aquella deliciosa tortura. Y señor, qué maldito calor, el ardor se había
instalado en su cuerpo y había ido creciendo en intensidad al igual que su
excitación, siempre espoleada por la sensual y profunda voz masculina,
que hablaba sin cortarse un pelo de lo que realmente le apetecía.
¿Y ese lugar? ¡Cristo! Nunca había estado en un lugar así. Ni siquiera
estaba segura de entender algunas de las cosas que pasaban allí, el
chasquido de lo que parecía un látigo, gemidos y gritos de hombres y
mujeres por igual… Ni siquiera la música podía ahogarlos y, lo peor de
todo es que todos esos gemidos la estaban poniendo cachonda.
—¿Todo bien, cariño?
Volvió la mirada hacia la derecha, dónde Jer permanecía sentado,
disfrutando de su cerveza fría.
No. Nada estaba bien. La piel le hormigueaba bajo la maldita tela, el
sujetador parecía haber encogido una talla comprimiendo sus hinchados
pechos y el tanga, aquella maldita prenda parecía dispuesta a darle la
noche ajustándose más a su empapado e hinchado sexo.
—Estupendamente.
Alguien resopló al otro lado de la barra, su segundo jefe, Casio, sonría
perezosamente mientras degustaba su propia bebida.
—Mientes igual de mal que mi Mai.
Mai era la mujer que había conocido al llegar, la misma a la que Wolf
se había echado al hombro mientras ella chillaba y pataleaba, diciéndole
un montón de improperios. Su jefe parecía estar mucho más cómodo que
ella misma con su presencia en el local, tanto así que no se había cortado
cuando le metió mano a su chica y le comió luego la boca delante de
todos.
—¿Por qué no la llevas a uno de los reservados, Jer? —indicó Gabriel
con un gesto de la barbilla hacia la zona de sofás—. Los altavoces están
justo encima y amortiguan mucho más el sonido… ambiental.
Su sagaz acompañante, deslizó la mano alrededor de su cintura y tiró
de ella al tiempo que se levantaba de su propio taburete.
—Tengo una idea mucho mejor. —Sin más, la hizo girar, la atrajo hacia
sí y, tras enterrar ambas manos en su melena, bajó sobre su boca y la besó.
Todo pensamiento coherente o protesta que pudiese emerger de sus
labios se extinguió de un plumazo, su boca se apropió de la suya, exigente,
dominante, decidido a no hacer prisioneros.
—Y esa idea te incluye a ti, fuera de esa tortura —tiró del escote de su
vestido—, y jugando conmigo.
No pudo evitar tensarse ante su comentario, si su idea de jugar se
parecía en algo a lo que veía a su alrededor.
—No creo que esto sea… para mí.
Se separó lo justo para mirarla.
—No lo es —declaró seguro—, por eso tú y yo, vamos a irnos al piso
de arriba.
Parpadeó, pero eso fue todo lo que pudo hacer, porque su sexy
rescatador la cogió de la mano y la arrastró sin preámbulos a través de la
sala sin dejarse influir por sus intentos de detenerle.
—Jeremy, espera —pidió tambaleándose sobre los tacones que llevaba,
los cuales eran más altos de los que acostumbraba a usar—. Vas a tirar…
oh dios.
—Vamos a jugar —declaró cogiéndola en brazos y echándosela al
hombro como si fuese un fardo.
Jadeó, pero su acto la excitó.
—Pero tú has dicho…
—…que te avisaría antes de hacerlo.
Dejaron atrás el bar, dónde Gabriel intentaba no reír abiertamente, las
zonas de juego extremas, como ella las había apodado y entraron en un
largo pasillo que se dividía en un tramo de escaleras.
Jeremy se detuvo entonces ante las escaleras, la deslizó al suelo y, sin
previo aviso, la empujó contra la pared. La deseaba, la deseaba con
desesperación, pero le había dado su palabra y, si ella no quería quedarse,
no iba a obligarla. La aprisionó con su cuerpo, la espalda femenina quedó
presionada contra la pared, con los brazos por encima de la cabeza, uno de
sus muslos entre sus piernas desplazando el vestido hacia arriba. Los
suaves y mullidos senos se apretaban contra su pecho, pero eran sus ojos
abiertos con una pizca de temor, mezclada con pasión e incertidumbre
quienes le obligaron a ir más despacio.
—¿Quieres irte, Lizzie? —preguntó con voz ronca. Sus ojos devorando
los labios entreabiertos—. Dime qué es lo que deseas y te lo daré.
Ella lo miró a los ojos, buscando leer la verdad en ellos, pero se hacía
difícil pensar cuando su cuerpo estaba aprisionado contra el suyo, sus
senos aplastados deliciosamente contra el fuerte pecho masculino y su
erección presionándose contra su estómago a través del pantalón.
—Si te quedas, haré que no te arrepientas —insistió—, pero si deseas
irte… no te detendré.
Se lamio los labios y dijo lo único que podía decir; la verdad.
—No sé lo que quiero —aceptó en voz alta. Lo deseaba, oh, sí, lo
deseaba como nunca, pero no estaba segura de si seguir adelante fuese lo
más sensato.
Jeremy le acarició el rostro y apoyó la frente contra la suya.
—En ese caso, veamos si podemos descubrirlo juntos —declaró
bajando la boca sobre la de ella.
CAPÍTULO 7

Jeremy gimió al sentir la suavidad de su boca, sus labios se entreabrieron


tímidamente para él permitiéndole incursionar en el interior. Ella sabía a
crema y licor, dulce y ardiente, un néctar al que muy bien podría hacerse
adicto. En la posición de completa indefensión en la que la tenía, sin
permitirle movimiento alguno, poseía todo el control, su boca mandaba y
exigía una respuesta que ella le proporcionó con la más tibia de las
caricias. El cálido aliento se mezclaba con el suyo, sus lenguas se tocaban
una y otra vez en un silencioso intento de conocerse íntimamente
retrocediendo ella cuando él avanzaba. Sus labios se sentían suaves y
húmedos bajo los suyos, su boca se volvía tan hambrienta como la suya y
un beso ya no fue suficiente.
—Te deseo —confesó lamiéndole los labios. Sus manos cedieron
permitiéndole moverse ligeramente, recuperando una posición más
cómoda mientras amoldaba su cintura y volvía a tomar su boca en breves y
húmedos besos—. Deseo mucho más de ti, Lizzie.
Ella gimió en su boca, su cuerpo era un puñado de nervios corriendo a
toda velocidad, su cerebro se había licuado con el primer contacto de sus
labios, su sabor era adictivo y por lo mismo peligroso.
—Sube conmigo. —Abandonó sus labios y empezó a dejar pequeños
besos y mordiscos por su rostro, ascendiendo hasta su oreja y deteniéndose
en el lóbulo, chupeteando el pendiente en forma de bola que lo adornaba
—. Juega conmigo esta noche, cariño.
Ella gimió, ladeando la cabeza, estremeciéndose ante las suaves
descargas eléctricas que sus atenciones lanzaban por todo su cuerpo hasta
desembocar en la húmeda excitación que aumentaba entre sus piernas.
—Jeremy…
—Sí, Liz —le respondió apartándose de ella lo justo para verle el
rostro—. Solo dime que sí.
¿Se atrevería a decirle que sí? ¿Se atrevería a dar rienda suelta a su
pasión y entregarse al hombre por el que había estado suspirando desde el
mismo momento en que lo conoció?
Ella no era su tipo, no iba a engañarse con ello, solo era la secretaria de
su hermano, una mujer común y corriente, ¿y él se estaba interesando en
ella? ¿Quería llevársela a la cama? ¿Follarla allí mismo?
Cerró los ojos durante un instante y suspiró, si Cenicienta había tenido
su noche, ¿por qué no iba a tenerla ella?
—Solo por esta noche…
Sonrió ampliamente, se lamió lentamente los labios y respondió.
—Será suficiente para empezar —aseguró tomando nuevamente su
boca—. Y este es tan buen lugar como otro para hacerlo.
Lizzie jadeó cuando Jeremy la empujó escaleras arriba hasta un
recoveco medio oculto en el descansillo, la apretó contra la pared y se
quitó la chaqueta, dejándola caer a sus pies para luego besarla con ardor.
Las manos fuertes y masculinas moldearon sus pechos por encima del
vestido, los pulgares hicieron contacto con sus pezones ya duros,
atormentándolos con caricias interminables.
Dejó que sus manos vagaran sobre la camisa que todavía conservaba,
uno por uno los botones fueron cediendo, sus uñas arañaron suavemente la
piel mientras resbalaba la tela de sus hombros dejando a la vista la
bronceada y suave piel masculina. Sus hombros eran anchos, duros, su
pecho marcado por trabajados pectorales y abdominales, el hombre era
magnífico y no tenía un solo gramo de grasa en cuerpo.
Sus manos obraron con la misma rapidez sobre la cremallera lateral del
vestido, la bajó con un gruñido y empezó a resbalar la elástica tela por los
hombros femeninos hasta bajársela a la altura de la cintura, dejando sus
brazos atrapados en el proceso. Se la comía con la mirada, disfrutando de
cada centímetro de su piel, buscando sus labios en breves pero intensos
besos mientras sus manos seguían descendiendo ahora por encima del
vestido. La moldeó con lentitud, apretándose contra ella, introduciéndose
en el hueco de sus piernas.
Hundió las manos en su pelo, sosteniéndose anclada en sus brazos, sin
dejar de besarle, disfrutando del ardor y el calor del momento. Los dedos
masculinos acariciaron el borde de la falda del vestido, jugando con su
piel y arrancándole pequeños jadeos mientras su boca bajaba por la
columna de su cuello, sembrando pequeños besos que lo llevaron a
enterrar el rostro entre sus pechos y aspirar su aroma. No pudo evitar
temblar de placer al sentir su lengua deslizándose sobre su piel, su lengua
atrapó uno de los endurecidos pezones por encima del encaje del sujetador,
succionándolo en el interior de su boca, mojando la tela mientras se daba
un festín con su pecho. La enloquecía sentir su erección pegada a su
estómago a través del pantalón y solo podía pensar en lo delicioso que
sería sentirse sin tanta ropa de por medio.
Jadeó al sentirse alzada.
—Rodéame con las piernas.
Lo hizo y él la apretó contra la pared una vez más, deslizando ahora las
manos por debajo de la falda del vestido hasta cerrarse sobre sus caderas.
La suave piel de su trasero se encontró con sus dedos, una suave
exploración que la hizo gemir al notar sus manos apretándola tan
íntimamente.
Jeremy volvió a ocuparse de esos magníficos pechos, dejó un pezón y
se encargó de succionar rápidamente el otro. Amasó las prietas carnes,
hundiéndose lo suficiente entre ellas para notar la empapada tela que
cubría el hinchado sexo femenino. Los cálidos jugos resbalaban por los
muslos, una clara evidencia de que el rato que habían pasado en la barra, la
había excitado.
—Estás caliente —ronroneó entre lametones—, mojada, muy mojada.
Apretó ciñó los muslos en respuesta, sus dedos se deslizaron a través de
su pelo mientras se derretía en sus brazos.
—Jeremy —gimió su nombre, frotándose contra su erección,
consiguiendo un bajo y placentero siseo en respuesta—. Esto… esto es una
locura.
Él sonrió y deslizó el dedo corazón a lo largo de la suave y depilada
entrepierna, acariciando la tela que ocultaba el centro de su calor. Su
recompensa llegó de la mano de un ahogado gemido y el repentino
estremecimiento femenino.
—Es parte del juego —murmuró buscando ahora su mirada, deseando
ver su rostro ruborizado, sus ojos brillantes de placer—, y tú eres una
compañera de juegos perfecta.
Ella sacudió la cabeza, sus caricias la estaban volviendo loca, su mano
se había desplazado hasta cubrirla casi por completo desde atrás, uno de
sus dedos la acariciaba de atrás hacia delante friccionando la tela con su
sobre excitado sexo y no podía hacer nada excepto permitírselo y gemir en
respuesta.
—Estás empapada —continuó susurrándole eróticamente al oído—, tan
excitada que me mojas los dedos.
Lizzie se inclinó hacia delante, rodeándole el cuello con los brazos,
ocultando su cara en su hombro mientras la intensidad y el placer iban en
aumento.
—Ey —le susurró apretándola contra él—. No hay nada de lo que
avergonzarse, dulzura. Así es como deseo tenerte, mojada, empapada,
excitada y dispuesta a jugar conmigo.
Las uñas se le clavaron en la espalda haciéndolo dar un respingo,
excitándolo si cabía todavía más.
—Así que mi ratoncilla tiene uñas —ronroneó al tiempo que sumergía
el dedo por debajo de la tela, acariciando la húmeda y caliente carne—. Sí,
esto es lo que quiero…
Gimió ante la inesperada invasión, su dedo la penetraba lentamente,
con movimientos uniformes, su respiración se hizo demasiado pesada, la
necesidad de aire la llevo a incorporarse en la medida de lo posible,
pegándose de nuevo a la pared mientras se sostenía sobre sus hombros.
Sus caderas empezaron a seguir la cadencia de la suave penetración,
animándolo a ir más lejos, a penetrarla más profundamente.
—Oh, dios —gimió aferrándose con desesperación a sus hombros, sus
rodillas haciendo presión para poder seguirle el ritmo—, Jeremy…
Se permitió el lujo de contemplarla mientras montaba su dedo,
complacido por el rubor de la pasión que veía en sus mejillas, y el fuego
encendido en sus ojos.
—Si pudieras verte ahora —ronroneó cambiando su peso durante un
instante para poder sostenerla—, tan sexy, tan jodidamente sexy.
Ella sacudió la cabeza, sus labios húmedos e hinchados por sus besos se
entreabrían dejando escapar pequeños jadeos, todo su cuerpo estaba en
llamas, sus pezones encerrados en el confinamiento del sujetador estaban
sensibles, demasiado sensibles, pero no era suficiente, deseaba más.
—Jeremy… yo… por favor —gimió inclinándose hacia delante, su
boca buscando la de él en un húmedo beso—. Quiero… necesito…
Ante su tímida petición, él frotó su dura y palpitante erección contra su
estómago sin dejar en ningún momento de atormentar su sexo.
—¿Esto? —le susurró con tono ronco—. ¿Quieres que te folle?
¿Quieres que te llene por completo?
Se mordió el labio inferior. ¡Sí! ¡Señor, sí! Lo deseaba, quería sentirse
repleta por él, lo necesitaba. Si la dejaba ahora, dios, si la dejaba así no
respondería de sí misma.
—Sí —murmuró mordiéndose el labio inferior—, por favor, hazlo…
tómame.
Lizzie gimió cuando él retiró el dedo, la sensación de insatisfacción y
abandono estaba punto de traer lágrimas a sus ojos.
—Desabróchame el pantalón —su voz sonó ronca en su oído—, y coge
un preservativo del bolsillo trasero.
Ella se lamió los labios, sus ojos se encontraron una vez más.
—Hazlo, es parte del juego.
Aquella debía ser la situación más extraña en la que había estado
jamás, medio desnuda, jodidamente caliente y a punto de ser follada en un
hueco del descanso de un club erótico. Y no podía encontrar un maldito
motivo por el que aquello no la excitara incluso más.
Siguiendo sus instrucciones, extrajo del bolsillo trasero de su pantalón
un pequeño cuadradito de papel y descendió entre sus cuerpos para
desabrocharle el pantalón y dejar libre la dura y palpitante erección que
salto a su mano tan pronto se vio libre. Su sexo era suave, caliente y lo
notaba duro contra la palma de su mano.
—Cariño, si realmente quieres que te folle, tendrás que dejar de
acariciarme así —aseguró entre bajos gruñidos—. Ponme el preservativo,
quiero follarte.
Lamiéndose una vez más el labio inferior, se tomó un momento antes
de romper el envoltorio y enfundarlo con la protección.
—Eres una buena chica —gimió, sus caricias lo habían puesto al borde,
necesitaba tenerla tanto como ella lo deseaba, o quizás más—. Mi dulce y
caliente buena chica.
Sin darle tiempo a pensar, la empujó contra la pared, sujetándola así
para poder conducirse a su entrada y penetrarla profundamente con una
única embestida que lo dejó alojado profundamente en su interior. Sus
paredes vaginales lo apretaban formando una empuñadura perfecta, toda
ella se tensaba a su alrededor, relajándose de nuevo, gozando de su
tamaño, dejando escapar suaves jadeos entrecortados mientras clavaba una
vez más las uñas en sus hombros.
Iba a dejarlo marcado pensó con irónica diversión un instante antes de
retirarse para volver a embestirla, impulsando sus caderas hacia delante y
hacia atrás, follándola con ardor. Sus gemidos hacían eco en las solitarias
escaleras, el sonido de la húmeda carne chocando entre sí ocupó el lugar
de la banda sonora, excitándolos a ambos.
Ella no podía respirar, todo su cuerpo estaba sobrecargado, el
arrollador placer del momento la apabullaba.
—Jeremy… ay dios, Jer… —gemía su nombre una y otra vez.
Su amante se impulsó nuevamente en su interior, más fuerte, más
profundo, robándole hasta el aliento.
—Sí, dulzura, justo así… —gruñó impulsándose ahora con fuertes
estocadas hasta que por fin la sintió apretándole, sus paredes internas se
cerraron a su alrededor mientras emergía un grito de liberación urgiéndole
a unirse a ella en su propio éxtasis poco tiempo después.
Jadeante y agotada, dejó caer las piernas, terminando apoyada a duras
penas contra la pared.
—Ay dios —gimió al darse cuenta de lo que acababa de hacer—. Ay
dios, ay dios, hay dios… ¡Ha podido vernos cualquiera!
Sonrió ladino, se hizo cargo del preservativo y volvió a enfundarse los
pantalones.
—En ello reside lo divertido de este juego, cariño —le dedicó un guiño
—. Yo lo llamo, «follada infraganti».
Abrió la boca para decir algo, pero no le dio tiempo. Depositó el
preservativo en una papelera que parecía demasiado conveniente y tiró de
ella una vez más, instándola a subir.
—Y no ha sido más que el principio.
CAPÍTULO 8

Ninguna de las fantasías de Lizzie podía haberse asemejado siquiera a la


realidad, ésta superaba con creces todas y cada una de las sensaciones y
perfección del momento. Cuando se encontró con él a las puertas del club,
ni siquiera se le había pasado por la cabeza el que pudiese terminar de esta
manera, jugando con el hombre que protagonizaba sus sueños eróticos;
aquel que los estaba haciendo realidad.
Era capaz de hipnotizarla con sus palabras, conseguir que hiciese las
cosas más impensables como estar con él en una habitación temática de un
club erótico, vestida únicamente con ropa interior y disfrutando de una
tardía cena.
—¿La cena también forma parte del juego? —preguntó disfrutando de
unos canapés.
Jeremy, vestido únicamente con los pantalones, descalzo, sin camisa,
con el pelo negro revuelto por sus manos, balanceaba el vino en su copa,
mirándola por debajo de unas espesas pestañas desde su asiento.
—No se puede jugar bien con el estómago vacío, cariño —aseguró
levantando su copa hacia ella en un mudo brindis.
Ladeó ligeramente el rostro, sus ojos encontraron tímidamente los de
él. Ni siquiera el pasional interludio en el descanso de las escaleras podía
evitar ese toque de timidez innata en Lizzie.
—No dejas de llamarme así, ¿por qué?
Esbozó una sensual sonrisa y se encogió de hombros con gracia.
—Encaja contigo —declaró. Dejó su copa a un lado y se levantó—.
Eres suave, pequeñita, blandita —murmuró acariciándole el labio inferior
con la yema de los dedos—, y malditamente sexy. Sentada detrás del
escritorio, con esos enormes ojos de cervatillo mirándome desde detrás de
las gafas… Una cosita dulce y deliciosa.
Se inclinó sobre su cuello, mordiéndola suavemente sólo para lamerla
después arrancando un suave gemido. El canapé que todavía sujetaba cayó
de lado, manchando el suelo, quedando del todo olvidado.
—Así que, creí que «cariño» era lo adecuado —aseguró lamiendo su
camino hacia la oreja, seduciéndola con su lengua, sin dejar que ninguna
otra parte del cuerpo la rozara—. ¿Sabes? He tenido sueños húmedos
contigo. He fantaseado con esos labios carnosos sobre mí, con esos dedos
acariciándome, tu lengua lamiéndome, esos hermosos dientes
mordisqueándome… He fantaseado con tu boca haciéndole todas esas
cosas a mi polla, Lizzie.
Sus palabras la mareaban, la dejaban maleable y dispuesta, su boca la
atormentaba con placer, haciendo que se le acelerara la respiración y su
corazón bombeara más rápidamente. Su piel se volvía receptiva ante la
más sensible de las caricias, los duros pezones seguían empujando contra
la tela, demandando nuevamente atención, su sexo volvía a estar
hambriento de atención, los jugos resbalaban más allá de la tela mojándole
los muslos, el olor almizclado del sexo sobre sus cuerpos la excitaba
incluso más. Estaba nuevamente excitada, deseándole.
Las imágenes se habían ido formando en su mente al tiempo que las
relataba. Podía verse ante él, arrodillada en el suelo, desnuda, con las
manos acariciándole las nalgas, retirando el calzoncillo para descubrir su
dura y palpitante erección. Su sexo expuesto, abierto y goteante, pulsaría
deseando ser llenado por aquella dura verga, sus senos acabarían
frotándose contra sus piernas mientras se amamantaba de él. Se le hacía la
boca agua con sólo imaginárselo, ella, la más tímida de las mujeres
deseaba follarle con la boca, chuparlo y lamerlo hasta que todo lo que
pudiese hacer fuera suplicarle que terminara y sólo entonces lo tomaría
más profundamente, todo lo que pudiera conduciéndole al orgasmo y
tragándose su semilla.
Se obligó a dar un paso atrás, sus ojos esquivaron rápidamente la
inquisitiva mirada oscura de Jeremy, los nervios regresaron y la
incomodidad y desventaja de encontrarse en ropa interior cobraron vida
nuevamente trayendo a la tímida mujer que se sonrojaba cada vez que él la
miraba.
—Eres tan trasparente —aseguró recorriéndola con la mirada—. Tan
clara, tan dulce y tímida… y al mismo tiempo, hay tanta pasión dentro de
ti…
Se lamió los labios, sus manos se cruzaron delante de su vientre,
incómoda, sin saber muy bien qué hacer con ellas.
—Una pasión que quiero volver a ver en esos ojos —murmuró
cerniéndose sobre ella—, quiero ver a la mujer que me clavó las uñas, la
que me apretó entre sus muslos y deseo su boca sobre mí. Te deseo
lamiéndome, chupándome, follándome con fuerza con esa dulce boquita y,
a cambio, te daré lo mismo…
Jeremy la vio tragar, vio como sus ojos azules se oscurecían con cada
una de sus palabras, como bajaba la mirada a la cremallera abierta de su
pantalón y se lamía los labios y tuvo que luchar con la maldita urgencia de
tumbarla en el suelo allí mismo y conducirse profundamente en ella,
poseerla una vez más hasta que fuesen un único cuerpo y seguir incluso
después de ello.
Estaba enloquecido, febril, la deseaba con desesperación, imágenes de
ella en todas las posiciones imaginables, de él tomándola una y otra vez,
saciándose en ella para volver a empezar de nuevo. Estaba embrujado, esa
mujer lo tenía embrujado.
—Desnúdate —ordenó mientras se llevaba las manos al pantalón y lo
deslizaba por sus caderas y piernas hasta quitárselo por completo. El eslip
negro de licra se amoldaba a sus curvas conteniendo su erección a duras
penas—. Ahora.
Lizzie se lamió los labios involuntariamente, sus ojos habían seguido
cada uno de sus movimientos hasta terminar sobre la abultada erección
que asomaba más allá del elástico de los calzoncillos. Se estremeció, todo
su cuerpo reaccionó instintivamente, el cosquilleo volvió a su piel, sus
muslos se cerraron involuntariamente ante el ramalazo de placer que
penetró en su sexo. Su lengua abandonó la húmeda cavidad de su boca para
mojarse el labio inferior, la lujuria crecía lentamente aumentando con el
combustible que le proporcionaba el magnífico ejemplar masculino que
tenía ante sí, pero era incapaz de moverse, incapaz de hacer algo más que
mirarle embobada.
—Desnuda, cariño —repitió con voz firme, profunda y
endiabladamente sexy. Una suave caricia que descendió por la espalda
femenina como una oleada de corriente.
Sus ojos se encontraron entonces, le sostuvo la mirada, permitiéndole
retirarla si así lo deseaba, pero desafiándola a pesar de todo.
—Quítatelo para mí —murmuró nuevamente, apenas una suave caricia
—. Y ven aquí.
Un profundo suspiro atravesó los labios femeninos un segundo antes de
que las temblorosas manos alcanzaran el broche trasero del sujetador. Los
tirantes se deslizaron por sus brazos, las copas liberaron sus pechos
mientras el pequeño trozo de lencería caía al suelo.
La mirada de Jeremy sobre ella era como un afrodisíaco, aumentaba su
apetito y el ver su complacencia le daba la seguridad que necesitaba para
continuar.
Enganchó los dedos en la cinturilla del tanga y empezó a tirar de él
pasando por sus caderas, deslizándolo a lo largo de sus piernas para
finalmente sacárselo y dejarlo caer a un lado.
Él se lamió los labios, parecía querer decir alguna cosa, pero no podía
encontrar las palabras.
—Y parece que al final me he salido con la mía —murmuró por fin
recorriéndola lentamente con la mirada—. Te tengo para mí,
completamente y a mi merced.
Sonrió tímidamente, pero caminó hacia él deteniéndose únicamente a
un par de centímetros de distancia.
—No eres el único que ha ganado aquí —murmuró ella esbozando una
suave sonrisa—, me estás dando mucho más de lo que imaginas.
Sonrió, esa curvatura de sus labios que decían muchas cosas sin
necesidad de palabras.
—Ven aquí.
—Ah-ah —Lo detuvo diciéndole que no con un dedo.
Respiró profundamente, se lamió los labios, se dejó caer de rodillas y
deslizó las manos por las fuertes piernas masculinas acariciando sus
nalgas. Enganchó el elástico de los calzoncillos y los bajó dejando a la
vista su erecto sexo. Se lamió los labios y levantó la mirada para
encontrarse con una expectante. Jer estaba esperando a ver que hacía, su
mirada llena de deseo. Aquello le dio ánimo para continuar, su lengua
acarició la dura erección sobre la tela y finalmente, sus dientes se
engancharon en ésta, tirando de ella hacia abajo, dejando libre la erección
con la que pensaba darse un banquete.
Jeremy contuvo el aliento cuando la lengua femenina serpenteó sobre
la punta de su erección, lamiendo la gota de líquido pre seminal que la
coronaba. Su caricia fue suave, pero suficiente para hacerlo apretar los
dientes y los puños que descansaban a ambos lados de su cadera. Aquella
lengua rosada lo recorría desde la punta a la raíz provocándole deliciosos
estremecimientos, la visión de ese pelo negro balanceándose al compás de
sus movimientos era muy erótico y las ganas de tomarlo entre sus manos y
hundir las manos en él se hacía cada vez más apremiante.
Su boca era pura dicha, una abrasadora delicia que lo envolvía y
succionaba haciéndolo temblar. Entonces, esos carnosos labios se
separaron y ella lo succionó, despacio al principio, como tanteando su
tamaño, probando su sabor, buscando la mejor manera de tomarlo en su
boca.
—Joder —jadeó lanzando la cabeza hacia atrás, sus caderas
abalanzándose hacia delante sin previo aviso—. Sí, así… dios… cariño…
sí…
Una pequeña succión, una pasada de su lengua envolviendo la punta de
su verga, un pequeño pellizco de sus dientes… Se obligó a separar más las
piernas para mantenerse en pie, esa mujer sería capaz de ponerlo de
rodillas con su bendita boca.
Los gemidos de placer por parte de ella se alzaban por encima de la
suave melodía de la música que había puesto al entrar en la habitación
temática, una sinfonía mucho más agradable y erótica para sus oídos, una
que muy pronto se vio coreada con sus propios gruñidos.
Sus dedos se le clavaban en las nalgas cada vez que se acercaba para
succionarlo, sentía los testículos tan pesados que iba a explorar en
cualquier momento. El sudor había cubierto su piel con una fina película,
dejándola brillante y resbaladiza, su hinchado sexo no aguantaría más
aquel asalto; iba a correrse.
—Muy bien… así… eso es… —La animaba, sin saber realmente si se
lo decía a ella o a sí mismo—. Un poco más… sigue… oh sí, así…
No supo en qué momento sus manos vagaron al cabello femenino y se
enredaron en él acompañando los movimientos de su cabeza, pero cuando
lo succionó incluso más profundamente, aquella fue su ancla. Sus caderas
empezaron a moverse por propia voluntad, penetrando su boca como
deseaba penetrar su sexo, suavemente, con cuidado, pero tan profundo
como ella le permitía llegar. La tensión en su cuerpo amenazaba con
romperlo si no se dejaba ir, necesitaba la liberación tanto como respirar y
cuando ya no pudo aguantar más, ella lo apretó en su boca, lanzándolo
directamente al orgasmo.
Lizzie tragó lentamente, bebiéndoselo, lamiéndolo a través del
orgasmo hasta que los espasmos cedieron y el miembro se escurrió de
entre sus húmedos labios. Levantó la mirada hacia él una vez más y se
encontró con una traviesa sonrisa.
—Ah, cariño, creo que el conquistado aquí he sido yo.
Sonrió en respuesta, dichosa de haber podido darle un poco de lo que él
le había dado a ella. Se levantó, con su ayuda, solo para terminar de nuevo
entre sus brazos, pegada a su cuerpo mientras su boca se apoderaba de la
propia en un húmedo e intenso beso.
—Conquistado —murmuró rompiendo el beso un momento—, ¿ese es
el nombre de otro de tus juegos?
—No, cariño —negó con la cabeza—. El juego se llama «conquistada».
Y ya estoy pensando en el título del próximo.
Enarcó una ceja.
—¿Debo preguntar?
La abrazó, apretándola contra él.
—Ese sería… —deslizó los labios sobre su oreja—. «Arrasada».
Um. No iba a decirlo en voz alta, pero, ese juego lo había puesto en práctica en el mismo
momento en que la salvó.
CAPÍTULO 9

—No deja de ser curioso cómo cambian las cosas, ¿eh?


Jeremy se giró para ver a su padre, cerveza en mano, parado a su lado.
Su mirada estaba puesta en sus hijos y las mujeres que estos habían traído
consigo; toda una declaración de intenciones.
Se habían reunido en el rancho familiar para celebrar el cumpleaños de
su progenitor, una excusa como otra cualquiera para reunir a toda la
familia en el mismo lugar.
—Si lo dices por la mocosa que está colgada del brazo de Gabe, no vas
a decirme que no es algo que esperabas que ocurriese, antes o después.
Fiel a su estilo, su padre se limitó a encogerse de hombros.
—La vida da muchas vueltas y no siempre en la dirección adecuada —
comentó, mirándole de reojo—. Pero incluso eso puede enmendarse.
Sonrió de medio lado y contempló a su gente. Reaver se estaba
haciendo cargo de la barbacoa mientras Abby, su chica lo importunaba
arrancándole de vez en cuando una carcajada.
Estúpidamente, le envidiaba y no era al único. Incluso Wolf y Casio
habían sido capaces de arrastrar a Mai, quién parecía estar a punto de
cometer suicidio si alguno de ellos se le acercaba aún más. La pobre chica
estaba avergonzada, casi aterrada, posiblemente reconcomiéndose por
dentro por lo que pensarían sus padres de tan extraña relación.
—Mamá debería salvar a Mai y decirle que no la van a quemar en la
hoguera —comentó divertido—, la pobre chica parece lista para lanzarse
al fuego si cualquiera de sus hombres la acorrala una vez más.
Su padre se rio entre dientes.
—¿Y meterme en los asuntos de tu hermano pequeño? Ni lo sueñes —
respondió de buen humor—. Ya se encargará él de introducirla en la
familia, si eso es lo que desea.
Y esa era la mentalidad de sus padres. Mientras sus hijos fuesen
felices, como si decidían casarse con una cabra.
—No, tus hermanos no me preocupan —continuó y lo miró de reojo—.
Cada uno, a su manera, se ha hecho cargo de sus propias vidas.
Enarcó una ceja, las palabras que no había dicho pero estaban allí le
picaron como el aguijón de una avispa.
—¿Y te preocupo yo? —se echó a reír—. ¿Desde cuándo? Ambos
sabemos que, del cuarteto, soy el más sensato.
La mirada que le dedicó decía claramente lo que opinaba de tal
afirmación.
—La sensatez no es una de tus cualidades, Jer —aseguró con sorna—.
Tienes muchas, pero esa no es una de ellos, hijo.
Se rio a su vez.
—Touchè —admitió divertido—. Pero incluso así, no es necesario que
llames a los Rangers.
El hombre se giró al escuchar el ladrido de uno de los dos labradores
que vivían con ellos, entonces se volvió hacia él y le apretó el hombre.
—No, ya no hace falta que los llame.
El misticismo en la voz de su padre lo llevó a darse la vuelta y
comprobar que era lo que había llamado su atención y allí estaba ella.
Vestida con unos jeans y camisa de cuadros, el pelo atado en una coleta
alta y gafas, su dulce y tímida ratoncilla hizo acto de presencia.
Las dos últimas semanas se habían estado viendo esporádicamente, sin
compromiso de ningún tipo, sencillamente disfrutaban de salir a comer o
jugando en el Triple Trouble. En una de las últimas cenas que habían
compartido la había invitado a asistir a la barbacoa, pero las dudas que
había visto en los ojos femeninos habían hecho que dejase en sus manos la
decisión de ir o no.
Lizzie le gustaba, más de lo que estaba dispuesto a confesar, pero no
quería precipitarse, no había necesidad de ello. El compromiso podía estar
hecho para ciertas personas, pero no para él, al menos no todavía.
—Ve con ella y dale una cerveza —lo instó su padre—, hoy hace un
calor de mil demonios.
Dicho aquello, dio media vuelta y fue hacia Wolf, dispuesto a
explicarle al menor de los Falcon como se hacía la carne.
Sacudió la cabeza, sonrió para sí y salió al encuentro de su chica. Su
chica, no dejaba de sonar curioso y divertido a la vez. Él, uno de los
hombres con menos interés en comprometerse, estaba pensando en una
mujer como algo que podría ser, en cierta forma, permanente.
—Hola —saludó ella al reunirse por fin.
—Hola, cariño —la recibió con un beso—. ¿Qué tal el viaje? ¿Has
tenido algún problema para dar con el lugar?
Sacudió la cabeza.
—No. Tus indicaciones y el GPS han sido de gran ayuda —aceptó.
Estaba cohibida, nerviosa, mirando todo con recelo—. Yo… espero no
llegar tarde.
—Para mí has llegado justo a tiempo, Liz —aseguró rodeándole la
cintura y atrayéndola hacia él—. Gracias por aceptar mi invitación.
—A ti por invitarme —aceptó ella, derritiéndose en sus brazos. Esto
era algo que le encantaba de ella, la sinceridad con la que mostraba sus
emociones, con la que se entregaba a él y a sus juegos—. Esto… le he
traído un regalo a tu padre.
La sorpresa del detalle lo llenó de ternura. Su pequeña ratoncita
siempre tan detallista.
—Es una botella de vino —declaró levantando la bolsa—. Es de la
bodega de mis tíos. Tienen unos viñedos en la Toscana y siempre nos
mandan unas botellas.
Le quitó la bolsa, mantuvo el brazo alrededor de la cintura y la instó a
caminar.
—El mejor de los regalos, te lo aseguro. —Su padre era un gran catador
—. Gracias.
Negó con la cabeza, sonrojada.
—No tienes que dármelas.
—Hay muchas cosas que me encantaría darte, cariño, pero me temo
que por ahora, tendrás que esperar —le dijo, susurrándole al oído—. A
menos que quieras que demos un espectáculo digno de recordar.
—¡No! —El gritito que emergió de su garganta fue lo suficiente alto
para que lo escuchasen todos y se girasen en su dirección. Ella enrojeció al
instante, encogiéndose contra él—. Ay dios.
No pudo evitarlo, se echó a reír.
—Jer, deja de martirizar a mi secretaria —clamó Wolf con tono
divertido—, y dale algo de beber.
—Aquí no es tu secretaria, hermanito —declaró en voz alta, sin dejar
de mirarla—. Es mía.
—Y eso es una declaración de intenciones en toda regla —se rio Casio
—. Elizabeth. Ni se te ocurra marcharte a la competencia, si hace falta te
doblamos el suelo que te ofrezca ese mentecato.
Si se arrimaba más a él acabaría fundiéndose con su cuerpo, pensó
divertido.
—Me gusta mi trabajo actual, gracias, no tengo intención de cambiarlo
—comentó ella luchando con la vergüenza—. Y tú no digas estupideces.
La abrazó, impidiéndole escapar al tiempo que buscaba sus ojos.
—No he dicho ninguna estupidez, nena —contestó con sinceridad—.
Yo te he conquistado y ahora eres mía. Toda mía.
Bajó la boca sobre la suya y la besó, sin importarle quién estuviese
mirando, deseando que lo estuviesen haciendo pues así quedaría
constancia de sus propias palabras. Quizá su relación no saliese bien, quizá
terminarían separándose en el futuro, pero sin importar lo que sucediese
mañana, hoy ella era suya, su conquistada.

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