#1-4 - Kelly Dreams - Hermanos Falcón
#1-4 - Kelly Dreams - Hermanos Falcón
#1-4 - Kelly Dreams - Hermanos Falcón
Serie completa
Hermanos Falcon
Kelly Dreams
COPYRIGHT
DULCE PERVERSIÓN
© Edición 2020
© Kelly Dreams
Imagen de Portada: © www.adobestok.com
Diseño Portada y maquetación: Kelly Dreams
Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, alquiler o cualquier otra forma de cesión de la
obra sin la previa autorización por escrito del propietario y titular del copyright.
A mis lectoras.
Gracias por acompañarme en cada viaje.
SINOPSIS
En la más oscura de las noches se esconde el pecado, pequeñas y ardientes fantasías dispuestas a
cobrar vida.
Un aviso de la central de policía hace que el detective de homicidios Reaver Falcon se presente
en el club Triple Trouble para poner orden en una riña, un inesperado encuentro que lo llevará de
vuelta al pasado y a la única mujer con la que ha vivido obsesionado.
¿Bastará una sola noche para quitársela de la cabeza?
TODO O NADA
Wolf Falcon solo tiene una misión en mente esa noche, emborracharse hasta acabar en coma; ese
sería sin duda el colofón perfecto a una desastrosa semana.
Pero cuando una tímida y deliciosa desconocida traspasa las puertas del Triple Trouble se da
cuenta de que la borrachera puede esperar... la desea y está dispuesto a todo para tenerla.
La pregunta es, ¿le dará ella todo lo que quiere o se quedará sin nada?
SERÁS MÍO
Gabriel Falcon supo que esa mujer le traería problemas nada más verla traspasar la puerta de su
local. La conocía desde que era una niña, siempre había estado ahí para él, especialmente cuando
su mundo se vino abajo. Pero aquello era el pasado y Kitty ya no era la mocosa que recordaba,
era una mujer dispuesta a recuperar lo que creía suyo.
CONQUISTADA
Jeremy Falcon tenía una cosa clara en la vida, no quería comprometerse. La soltería le gustaba
demasiado, disfrutaba de su trabajo, de sus esporádicas compañeras de cama y estaba dispuesto a
que siguiese siendo así. Pero entonces, la dulce y tímida Lizzie se cruzó en su camino y, lo que
prometía ser solo una conquista más, se convirtió en algo más peligroso.
ÍNDICE
COPYRIGHT
DEDICATORIA
SINOPSIS
SOLO UNA NOCHE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
TODO O NADA
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
SERÁS MÍO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CONQUISTADA
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
SOLO UNA NOCHE
Kelly Dreams
CAPÍTULO 1
Si alguien le hubiese dicho a Abby que esa noche iba a encontrarse con el
diablo, se habría reído en su cara y luego le había disparado. Menos mal
que nadie lo hizo, o, ahora mismo, tendría que disculparse por el tiro.
De todas las alimañas que había perseguido a lo largo de los últimos
tres años, la última de ellas, un marido infiel al que le gustaba demasiado
el juego y el sexo alternativo y que se había largado sin pagar lo que debía
a su mujer, había tenido que ser el que la condujese a este estúpido club y
al policía con el que había protagonizado un episodio ya olvidado de su
vida.
¿Olvidado? ¿De verdad? ¿Has podido olvidar ese pecaminoso fin de
semana?
Él ni siquiera la había reconocido, la había mirado con abierta
curiosidad y apreciación sensual, pero no había tenido idea de quién era
ella hasta que escuchó su nombre. Qué conveniente.
Ruby había acudido a ella un mar de lágrimas, solo para pedirle que le
hiciese una rebaja en el precio cuando la contrató para que buscase al
cabrón de su marido; la joyita se había largado con el dinero de la venta de
no sabía qué coche a Las Vegas, después de que su mujer hubiese pagado
la fianza. No dejaba de ser irónico que recurriesen a ella, especialmente
cuando gran parte de su familia no quería ni siquiera escuchar su nombre;
una mujer caza recompensas, ¿dónde se había visto algo así?
Lo gracioso es que ese giro de su vida había venido precisamente tras
su primera visita a esa ciudad cinco años atrás, una que la trajo para
celebrar la despedida de soltera de su hermana pequeña y que la condujo a
perderse el final de la velada y terminar follando toda la noche con un
completo desconocido —la mejor noche de su vida—, solo para
descubrirse casada al día siguiente y sin rastro de su supuesto marido.
Afortunadamente, las bodas exprés de las Vegas solo tenían validez si
se validaban en un juzgado, cosa que ninguno de los dos cónyuges había
hecho.
Y, por cierto, dicho cónyuge estaba ahora mismo delante de ella, con la
sorpresa e incredulidad escrita en el rostro.
Sin interés por alargar más esa velada y deseando volver a la habitación
de su hotel, dónde pudiese coger una buena borrachera y finalmente,
dormir la mona antes de tomar el vuelo de vuelta a casa al día siguiente,
sacó su identificación del bolsillo y se la plantó delante de las narices.
—Soy caza recompensas y trabajo para la Asociación Nacional de
Agentes para el Cumplimiento de Fianzas y este hombre se ha escaqueado
antes de presentarse a juicio —declaró mirando a la sabandija—. Estaré
encantada de entregarlo a su custodia, detective, cuando me devuelva los
diez mil dólares con los que se largó.
La cara del detective era un verdadero poema, su mirada iba de su presa
a ella como si no pudiese entender lo que le estaba diciendo. No es que lo
culpase, la cosa se le había ido un poquitín de las manos cuando el muy
gilipollas la había confundido con una de las mujeres del club. Había
estado tan empeñado en que hiciese una escena con él, que no le había
quedado otro remedio que reducirlo y romperle la nariz; en su defensa
tenía que decir que el cabrón se había atrevido a apretujarle una teta.
—Caza recompensas.
Ladeó la cabeza y se cruzó de brazos.
—¿Es tan difícil de entender el término?
—Estás en mi jurisdicción, guapa y, en lo personal, no me gustan los
caza recompensas… de ningún tipo.
Descruzó los brazos y alzó las manos.
—No te preocupes, cowboy, estoy dispuesta a salir corriendo de tu
territorio tan pronto ese hijo de puta devuelva lo robado y sea llevado ante
el juzgado para presentarse a juicio. Lo cual, estoy segura, puedo dejar en
tus capaces manos.
Um. Al poli no le gustaba ni un pelo que le llevasen la contraria, o,
quizá lo que no le gustaba era que fuese una mujer el que le diese la
réplica.
—Tengo que recordarte que nos han llamado por una agresión y el
único herido que veo aquí, es… él.
Se llevó las manos a las caderas y resopló.
—Eso no es una agresión, es… un accidente.
Él enarcó una ceja.
—No aceptó un no por respuesta, me tocó una teta ergo le casqué los
huevos —se encogió de hombros—. Si él ha sido tan gilipollas como para
romperse la nariz contra la mesa, ¿qué culpa tengo yo?
—Err… ella tiene razón…
El hombre que había estado detrás de la barra del bar y había llamado a
la policía, la señaló con un gesto de la mano.
—Se oyó claramente su negativa.
—¿Y por qué no hiciste nada?
La ofensa vibró en su piel.
—No me dio tiempo, para cuando salí de detrás del bar, ella le había
pegado ya un rodillazo en las pelotas y él sangraba como un cerdo al
golpearse en el proceso.
—¡Esa puta me ha roto la nariz!
—¡Cállate!
La respuesta surgió al mismo tiempo de la boca de ambos haciendo que
el tercero se echase a reír.
—Entonces, ¿sacas la basura a la calle?
—¡Pienso presentar cargos!
—Estupendo —aseguró el detective girándose hacia él—. Podrás
hacerlo en comisaría, dónde estarás en custodia hasta el juicio y, después
de que ella llame a tu mujer y le diga que te ha pillado en un club erótico y
tocándole las tetas a la caza recompensas que ha contratado.
La risita del barman se convirtió en una carcajada.
Abby, por otro lado, optó por acuclillarse y tenderle la mano.
—El dinero, por favor.
Él escupió al suelo, fallando por poco sus piernas.
—¡Que os jodan a ti y a esa zorra!
Chasqueó la lengua, se levantó y antes de que pudiese hacer algo más,
había presionado el tacón de sus zapatos contra los huevos haciéndolo
cantar como un soprano.
—¡Puta! ¡Oh, joder!
—El dinero…
—¡No lo tengo! —chilló como un cerdo—. ¡Me lo he gastado!
—Joder… —se encogió también el barman.
—¿Todo? —Insistió apretando su tacón.
—¡En mi bolsillo! ¡En el jodido bolsillo! ¡Es todo lo que queda, lo
juro!
Se inclinó para bucear en su bolsillo, sacó un rollo de billetes, lo metió
entre sus pechos y le lanzó un beso antes de apretar un poco más
arrancándole un alarido que hizo que los hombres presentes se encogiesen.
—Gracias —declaró—. Que lo pases bien en el juicio.
—¡Serás zorra! —lloriqueaba retorciéndose en el suelo—. ¡Puta! ¡Mis
huevos! ¡Me ha roto los huevos!
Le dio la espalda y miró al policía, el cual tenía cara de pocos amigos.
—Todo suyo, detective.
Sin más, les dio la espalda a todos y salió tan dignamente como había
entrado.
CAPÍTULO 3
Reaver se había quedado sin palabras, todo lo que podía hacer era mirar a
la peligrosa mujer que se alejaba atravesando el espontáneo pasillo
formado por la gente que esa noche estaba en el club. Nadie parecía
dispuesto a darle el alto después de lo que habían visto, en especial los
hombres.
—Joder, menuda mujer —ronroneó su hermano—. Dime que vas a ir
tras ella.
—Bueno… —Habló entonces el policía que le había acompañado y que
se mantuvo en silencio hasta el momento. Él, al igual que los demás, había
palidecido ante tal despliegue femenino—. Parece que alguien va a tener
que hacer una visita al hospital, antes de salir de viaje hacia un juicio.
Su mirada se encontró con la de su compañero, quién enarcó una ceja
un poco sorprendido. Entonces bajó sobre el despojo del suelo.
—Llévatelo —señaló al perdedor con un gesto de la barbilla—, y
asegúrate de no perderlo por el camino…
El aludido puso los ojos en blanco.
—Como si fuese sencillo perder algo como esto… —declaró con un
resoplido. Levantó al hombre casi en vilo y lo obligó a caminar—. Vamos,
te dejarán esa nariz preciosa para que puedas lucirla en el juicio.
Sacudió la cabeza ante la ironía presente en las palabras de su
compañero y se giró hacia su hermano, quién lo miraba con intensidad.
—¿Qué?
Gabriel indicó la salida con un gesto de la barbilla.
—¿Y bien? ¿A qué esperas?
Enarcó una ceja sin comprender.
—Reaver, no has dejado de hablar de esa maldita muñeca desde que la
perdiste de vista ese fin de semana —le recordó con sorna—, y mira por
dónde ha vuelto a la ciudad del pecado. ¿De verdad tengo que decirte lo
que debes hacer?
Ella había sido como una espinita clavada, como una obsesión juvenil
que lo había desesperado y cabreado a partes iguales durante mucho
tiempo. Y ahora, ese sueño de una noche, había vuelto con más fuerza que
nunca y maldito fuera, pero esa actitud irreverente y mandona lo había
puesto duro al momento.
—De acuerdo, pues quédate aquí vigilando el frente que me presentaré
yo mismo a tan caliente gatita.
Antes de que pudiese saber que estaba haciendo, había extendido el
brazo para detener sus avances.
—Ella es mía.
Su hermano dejó escapar una risita.
—Jim —llamó a su compañero, quien todavía no había abandonado por
completo la sala—, no me esperes despierto.
El policía se echó a reír.
—De acuerdo. No te he visto y no sé a dónde has ido.
—Exacto.
Sin una palabra más, dejó a su compañero y a su hermano para
encargarse de aquel desastre y salió tras su presa.
CAPÍTULO 4
Abigail sabía que estaba cometiendo una locura, que volver sobre el
pasado era siempre una mala idea, pero ¿y si el pasado volvía incluso más
arrogante, más sexy y jodidamente masculino que nunca? Además, solo
sería una noche, a la mañana los caminos de ambos volverían a separarse y
cada uno retomaría sus vidas.
Optó por invitarle a su habitación de hotel, quedaba cerca y era un
lugar que abandonaría a la mañana siguiente para coger su vuelo de
regreso a casa.
—Adelante.
La miró, echó un rápido vistazo alrededor y de nuevo a ella.
—Interesante elección.
Sonrió de soslayo.
—Estaba cerca y disponible.
—Una combinación que sin duda apruebo, cielo.
Cielo. Él la había llamado así la primera vez que se vieron.
Habían coincidido en la barra del local en el que se estaba realizando la
despedida de soltera de su amiga, ella ya estaba achispada por las bebidas,
él estaba con su grupo de amigos y lo que empezó con una charla y un
inocente coqueteo, terminó con ambos retozando en su habitación de hotel.
La primera gran locura que cometiste en tu vida, la segunda, fue
convertirte en caza recompensas.
Una decisión que había cambiado todo, que la había alejado de su
familia pero que trajo consigo una satisfacción personal que llenaba su
necesidad de ser útil para los demás.
Durante los años que llevaba colaborando con detectives privados y,
esporádicamente, con la policía, había ayudado a resolver un par de
secuestros, tres desapariciones y algunos casos menores con los que se
había consolidado en ese difícil mundo dónde si no eras un hombre, no te
tenían en cuenta.
Había tenido que endurecerse y no solo físicamente, la muchacha
inocente que había sido maduró y se convirtió en la dura mujer que era
ahora, una que obtenía lo que deseaba, cuando lo deseaba y, lo que quería
ahora mismo, era a ella.
—Eso demuestra que eres un hombre inteligente, detective —aceptó
mirándole de arriba abajo.
—¿Y qué te hace a ti?
Se acercó a ella hasta que apenas podía correr el aire entre ellos. Se
movía con una elegancia y agilidad asombrosa para un hombre de su
envergadura en un espacio tan pequeño.
Se lamió los labios y levantó ligeramente la barbilla.
—Una mujer que sabe lo que quiere.
Sus labios se curvaron lentamente, su mirada se volvió abiertamente
sexual y su intensidad la hizo estremecer de placer.
—Bien, entonces encajaremos a la perfección —aseguró—, porque yo
soy un hombre, que también sabe lo que quiere… Y en estos momentos, te
quiero a ti. Desnuda. Y en la cama.
Se llevó las manos a los botones de la chaqueta, se la quitó y pasó a la
blusa, demorándose ahora a propósito en cada pequeño botón.
—¿Y yo puedo pedir lo mismo?
Caminó hacia ella, el rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia
ella.
—Puedes —declaró resbalando la mano por el muslo, subiendo por la
cadera hasta rodearle finalmente un pecho.
Contuvo la respiración, su osadía la encendía.
—Otra cosa es que lo consigas —murmuró bajando sobre su cuello,
besándoselo y mordisqueándole la piel—. Um… eres incluso más dulce de
lo que recuerdo.
Abby gimió cuando le acarició el pezón por encima de la ropa, sus
palabras la excitaban con inesperada facilidad. Algo le decía que no iba a
andarse por las ramas.
—Los recuerdos pueden palidecer frente a la realidad.
Él le sonrió dejando que sus pensamientos se reflejasen en sus ojos.
Los botones que quedaban de la blusa salieron disparados en todas
direcciones cuando se la abrió de golpe, el jadeo le quedó atascado en la
garganta mientras lo veía mirarla con desnuda hambre. Bajo la tela del
sujetador, sus pezones se revelaban duros e invitantes, rogando en silencio
por su contacto. Reaver la cabeza sobre sus pechos y dejó un sendero
húmedo con su lengua a lo largo de la línea superior de la tela que la
estremeció de placer.
Su mirada subió entonces hacia ella, mirándola por debajo de esas
espesas pestañas.
—Sí, sin duda, los míos palidecen…
Lo miró a los ojos sin poder evitar que el sensual rubor que cubría sus
mejillas se extendiese también por sus pechos hasta que todo su cuerpo se
volvió de un adorable sonrojo.
—No serían los únicos…
Su sonrisa se hizo más predadora, enganchó los dedos índices en el
broche delantero del sujetador y se lo abrió.
—Veo que pensamos igual.
Bajó sobre su pecho y se llevó un duro y puntiagudo pezón a la boca
haciendo que se estremeciese de inmediato. Sus manos parecían estar por
todo su cuerpo. Notó como los dientes se cerraban suavemente alrededor
de su pezón, poniendo de manifiesto sus pensamientos y revelando ese
lado peligroso que rodeaba al policía. La mordisqueó como si fuese un
postre, apretándolo para luego lamerlo mientras dejaba que su peregrina
mano descendiese sobre su caliente piel.
Tembló bajo su contacto, excitada y estremecida mientras hundía la
mano bajo su falda y hacía a un lado la tela del tanga.
—Caliente y húmeda —ronroneó contra su pecho—, perfecta.
Se contorsionó bajo él, necesitada de más y enfebrecida por sus
caricias. Su boca era increíble, decidida a no hacer prisioneros. Pronto la
tuvo retorciéndose contra él, contra esa maldita mano que se había colado
bajo la falda y retozaba contra su sexo desnudo.
—Tanto que podrías convertirte en una obsesión —ronroneó
haciéndose con su boca para devorarla con hambre. Su lengua se enlazó
con la suya y combatió en un duelo que no admitía prisioneros.
Abandonó su boca solo para descender por su cuello, lamiéndola y
mordisqueándola de una manera sumamente erótica, podía sentir los
dientes raspándole la piel, pero en vez de disuadirla eso la ponía más y
más caliente.
El deseo había arrollado con su cordura, el anhelo largo tiempo oculto
surgió de su escondite deseando tomar para sí aquello que se le había
negado. Le deseaba, no importa que hubiese sido la locura de una noche,
su cuerpo le recordaba, su alma lo había mantenido vivo de alguna manera
en modo de anhelo. Siempre lo había deseado, más aún después de aquella
primera y única noche.
—Nos sobra la ropa —ronroneó en su oído, mordiéndole la oreja—, te
quiero desnuda. Completamente desnuda.
—¿No prefieres quitármela tú?
Sus ojos se encontraron con los de ella cortando al momento cualquier
hilo de pensamiento.
—Depende, ¿quieres conservar la ropa entera? —resumió con voz
grave, empañada por el deseo—. Porque no me hago responsable de los
desperfectos que cause mi… entusiasmo por liberarte de ella.
—Todo un poeta… —se burló.
—Soy realista, nena, solo digo lo que pienso —aseguró y la recorrió
con la mirada—. Y ahora mismo solo pienso en devorarte entera.
Su cabeza se hizo eco de la directa respuesta y le sonrió.
—Una sugerencia que secundo.
Abby se quitó los zapatos y el pantalón en un abrir y cerrar de ojos, la
blusa rota y el sujetador siguieron el mismo camino dándole lo que
deseaba; a ella, desnuda y dispuesta.
—Los recuerdos son pálidas imágenes en comparación a la realidad —
murmuró él dejándose guiar hasta el dormitorio, para luego empujarla
sobre la cama—. Eres mucho más bonita de lo que recordaba…
Se mordió el labio inferior. Se sentía expuesta, más que desnuda bajo
esa ardiente mirada que no dejaba un solo centímetro de su cuerpo por
admirar y excitada, tanto que dolía.
CAPÍTULO 6
Una noche. Eso era todo lo que le había concedido, lo que ambos habían
pactado y, sin embargo, no había sido suficiente. Su piel lo añoraba, su
cuerpo revivía nítidamente cada momento pasado entre las sábanas, bajo
el calor del agua de la ducha y sus pasos se volvían erráticos, resistiéndose
a avanzar a través del aeropuerto.
Era hora de volver y continuar con su trabajo.
Esa misma mañana se había puesto en contacto con su prima para
ponerla al corriente de los pormenores; el haber perdido más de la mitad
de lo que el gilipollas le había quitado la hizo gritar como una banshie,
pero parecía satisfecha, lo suficiente como para ingresarle en su cuenta la
tarifa acordada.
‹‹Me quedo con que le has aplastado los huevos, Abby, solo por eso, te
pagaría la mitad de tu tarifa. Una lástima que no hayas podido grabarlo
en vídeo››.
Sacudió la cabeza al pensar en su conversación. No dejaba de resultar
curioso que fuese su familia la que la considerara la rara, la diferente… en
ese saco había algunos que podían postularse para el psiquiátrico y sin
hacer oposiciones.
La megafonía anunció la próxima salida de su vuelo, tenía que
embarcar ya si no quería quedarse en tierra.
—Joder, solo ha sido sexo —se recordó a sí misma—, y al menos esta
vez no has terminado delante de Elvis y casada con él.
No, esta vez se habían despedido como… algo parecido a amigos. No
hubo salidas a hurtadillas, ni arrepentimientos, ambos eran adultos, dos
personas perfectamente sanas y cuerdas que disfrutaban del sexo y de un
rocambolesco momento vivido en el pasado.
Reaver se había ofrecido incluso a llevarla al aeropuerto, pero había
rehusado.
‹‹Acordamos una noche y ya es por la mañana. Gracias por una velada
increíble, detective. Cuídate››.
Un ‹‹tú también›› fue su única respuesta. Recogió sus cosas, la besó
una última vez en los labios y salió por la puerta dejándola a solas consigo
misma.
—Necesito volver al trabajo…
Tenía que volver a enterrarse en su cotidianidad, revisar expedientes,
devolver llamadas y volver a la carretera. Había gente que la necesitaba y
no podía darse el lujo de pensar en tonterías. Ya no era la mujer de antaño,
hacía mucho que había dejado de creer en cuentos de hadas.
‹‹Este es un aviso para el pasajero Abigail Nuales, del vuelo VX488
con destino a Florida. Por favor, preséntese en la oficina de la Policía››.
Parpadeó al escuchar su nombre a través de los altavoces y frunció el
ceño. El aviso volvió a repetirse al momento por megafonía,
confirmándole que no había escuchado mal.
—¿Qué demonios…?
Volvió a echar mano al bolso y sacó el teléfono móvil en busca de
algún aviso que le diese una pista de lo que estaba pasando. No era la
primera vez que tenía que dar media vuelta para colaborar en algún caso
de la zona, el hijo puto de su jefe era muy dado a no avisarla sino hasta el
último momento.
Pero, en esta ocasión, no figuraba aviso de ningún tipo.
‹‹Este es un aviso para el pasajero Abigail Nuales, del vuelo VX488
con destino a Florida. Por favor, preséntese en la oficina de la Policía››.
La megafonía insistió una tercera vez en el mismo aviso aumentando
su frustración. Se golpeó el muslo con la tarjeta de embarque y arrastró la
maleta en dirección opuesta a la de su vuelo.
—Voy a meterte un palo por el culo, Thomas Larkin y voy a disfrutar
como nunca haciéndolo —siseó, pronunciando el nombre de su jefe
mientras caminaba hacia la oficina de la policía.
No tardó ni cinco minutos en dar con el pequeño reducto que utilizaba
la policía en el aeropuerto, la puerta estaba abierta y había una mujer
sentada detrás de un breve escritorio.
—Soy Abigail Nuales —se presentó.
La mujer levantó la mirada y señaló la pequeña habitación acristalada a
sus espaldas.
—La están esperando.
Dejó la maleta a un lado, el bolso encima de la mesa y apuntó a la
agente con un dedo.
—La hago responsable si se extravía alguna de mis cosas.
No esperó respuesta, pasó a su lado y entró en la habitación adyacente
solo para detenerse en seco.
—¿Qué demonios…?
Reaver estaba sentado en el borde de un enorme escritorio lleno de
papeles jugando con un set de esposas de metal y parecía realmente
satisfecho consigo mismo.
—¿Has…? —Miró hacia la puerta y luego hacia él, empezando a juntar
las piezas a la velocidad de la luz—. ¿Fuiste tú?
Se pasó la lengua por los labios y se incorporó, en el reducido espacio,
su altura y corpulencia parecían incluso mayores.
—He llegado a la conclusión de que una sola noche no es suficiente —
declaró. Y, ante su atónita mirada, le cogió la muñeca y cerró la pulsera de
un lado de las esposas a su alrededor.
Parpadeó con incredulidad y levantó la muñeca alrededor de la que se
movía la pulsera.
—¿Y es necesario que me esposes para decírmelo?
Sus labios se curvaron lentamente hasta formar esa pícara sonrisa que
le provocaba escalofríos de placer.
—Te escapaste una vez, cielo, ¿de verdad pensabas que ibas a poder
hacerlo otra?
Abrió la boca y volvió a cerrarla. Entrecerró los ojos y agitó la muñeca.
—Suéltame. Ahora. Mismo.
Su respuesta fue levantar el otro extremo de las esposas y agitarlo en el
aire antes de cerrarlo alrededor de su propia muñeca.
—Como dije, una noche no fue suficiente.
Sin más, la atrajo hacia él y la besó en la boca, arrebatándole las
palabras y la cordura en un húmedo y caliente beso.
—Vas a tener que darme más, una semana, un mes… lo que surja…
Fue incapaz de decir nada, sus palabras no eran sino un eco de sus
propios pensamientos, unos tan rocambolescos que se había obligado a
hacerlos a un lado.
—¿Te das cuenta de que has hecho que pierda mi vuelo?
Le apartó un mechón de pelo del rostro y le acarició la nariz con el
dedo.
—Es usted una mujer difícil de atrapar, señorita Nuales —ronroneó
levantando las manos de ambos, esposadas—, así que, he tenido que
recurrir a métodos… extremos.
Sacudió la cabeza.
—Estás loco.
—Quizá un poco.
—No. Estás loco de remate —aseguró, entonces, para su propia
sorpresa, se echó a reír—. Por lo que es una suerte que yo lo esté también.
Después de todo, ¿quién, sino, una completa demente, se enamoraría de
un hombre en el transcurso de una sola noche?
—¿Me concedes una noche más? —le preguntó él de nuevo.
Levantó su mano esposada y ladeó la cabeza.
—No veo cómo puedo negarme a tan apetitosa propuesta, detective.
—Y esa, cielo, es la respuesta correcta —declaró antes de capturar su
boca en un húmedo y delicioso beso.
TODO O NADA
Kelly Dreams
CAPÍTULO 1
—Ponme un whisky.
Gabriel enarcó una ceja, se apoyó en la barra y le miró con ojo crítico.
—¿No te parece que ya has bebido bastante?
Wolf abrió la boca para responder, pero su amigo se le adelantó.
—Si le dices eso, beberá aún más —añadió su amigo.
Puso los ojos en blanco e ignoró el tono jocoso que había en la voz de
Casio para señalar el vaso una vez más a la espera de que su hermano le
sirviese una nueva consumición. No había venido esa noche al Triple
Trouble para que le dijese lo que podía o no podía hacer, ambos sabían que
sus decisiones eran únicamente suyas y que no llevaba nada bien que otros
se metiesen en sus cosas.
El menor de los cuatro hombres que formaban la familia Falcon, había
optado por seguir la tradición de la rama familiar y se había dedicado a la
seguridad; de hecho, era propietario de una empresa a medias con su socio
y amigo; Casio King.
—Ni siquiera he empezado a embriagarme —declaró con un mohín.
Y hoy era sin duda una buena noche para emborracharse.
Después de pelear durante los últimos quince días en los tribunales con
la zorra de su ex mujer, estaba tan harto de todo que abrazaría con gusto la
botella solo para poder olvidarse de la mierda que era su vida. El último
año había sido una verdadera pesadilla, una que terminó a modo de
colofón de cuatro años de un matrimonio insostenible. Las continuas
exigencias, los reproches por la pérdida de un bebé que, aunque sonase
duro, ni siquiera estaba seguro de que fuese suyo y su insaciable necesidad
de atención, los había mantenido a ambos en una continua discusión que a
menudo terminaba con portazos y él marchándose de casa.
No era un secreto que su familia nunca había visto con muy buenos
ojos su relación, de hecho, Gabriel había sido el primero, seguido por
Reaver, que le habían hecho partícipes de que creían que estaba metiendo
la pata, pero él había hecho oídos sordos al creerse enamorado de ella.
Un amor que se convirtió en odio, en rencor y en una necesidad
imperiosa de alejarse de ella y de desfogarse con toda mujer disponible
que encontrase por delante. Eso lo había llevado a ser un asiduo del club
de su hermano y a empezar a interesarse por otras vertientes del sexo.
Desde el momento en que pidió el divorcio, un año atrás, había hecho
de nuevo de su vida, algo solamente suyo. Se había mudado con su mejor
amigo y socio mientras seguía adelante con la demanda que lo había
llevado finalmente a los tribunales y a luchar con uñas y dientes para que
esa zorra no viese ni un solo centavo de su dinero.
Gabriel dejó una cerveza delante de su vaso de vodka vacío.
—Si tienes intención de jugar esta noche, hermanito, será mejor que te
pases a algo más liviano.
—O directamente prescindir de ello —reclamó Casio, arrebatándole la
cerveza para darle él mismo un trago—. Por cierto, ¿qué ha pasado con
Reaver? Oí algo sobre un altercado y una mujer…
Sí, esa era una historia que él también oído, uno de los cotilleos que se
había esparcido por la sala poco después de su llegada.
—¿Recuerdas esa muñequita con la que se había obsesionado?
Arrugó la frente mientras intentaba recordar. El poli era bastante
reservado con su vida privada, eso suponiendo que tuviese vida privada, ya
que vivía para su trabajo tanto o más que él mismo.
—¿La que le sorbió el seso al extremo de terminar ante Elvis?
Los dos hombres dejaron escapar una risita.
—La misma —asintió Gabriel—. Pues, casualidades que tiene la vida,
la chica acabó aquí el viernes de la semana pasada. Resulta que es una
caza recompensas y venía tras la pista de un pobre incauto. Un idiota de
turno que hizo lo que no debía y terminó con la nariz rota antes de que yo
pudiese hacer algo para evitarlo.
—¿Caza recompensas? —La revelación no podía ser más sorprendente.
Su hermano asintió.
—Se quedó tan impactado, que tuve que darle un empujoncito para que
fuese tras ella.
—¿Y?
Se encogió de hombros.
—¿Tú lo ves por aquí ahogando sus penas en alcohol? —le soltó,
aludiéndolo claramente a él.
—Reaver no es de los que ahoga sus penas en alcohol.
—No, pero sí es de los que suelta pestes si las cosas no le van bien —
replicó—, y, dado que no ha dado señales de vida en los últimos seis días,
tengo que deducir que las cosas le han ido bien.
—Al menos a alguien le van bien las cosas… —aceptó girándose en el
taburete para contemplar el ambiente que se estaba gestando en el local.
Esa noche el club estaba bastante animado con la fiesta temática, los
asistentes iban vestidos de mayordomos, sirvientes o señores, creando una
cacofonía de colores y creativas indumentarias que se repartían entre las
varias áreas en las que se dividía el local. La música inundaba el ambiente
y ponía banda sonora a las escenas que se estaban llevando a cabo en cada
área.
—El ambiente está bastante animado esta noche —comentó sondeando
la sala con la mirada buscando una presa con la que poder jugar. Quería
sacarse de encima el mal humor, dejar de pensar y el sexo, era tan buena
opción como la bebida o incluso mejor.
—La sala del Oeste es nueva, ¿no? —comentó Casio entrecerrando los
ojos en dirección a una zona acotada dónde había una especie de erótico
toro mecánico y un par de elementos que recordaban al Viejo Oeste.
—Es mi nueva incorporación —aceptó el dueño—. Y se le sumará
pronto una nueva habitación temática.
Enarcó una ceja.
—¿De qué temática?
La misteriosa sonrisa de su hermano le indicó que no pensaba decir ni
una sola palabra.
—Ya lo veréis cuando esté terminada —le soltó con todo divertido—,
te dejaré incluso inaugurarla.
Puso los ojos en blanco y volvió a darle la espalda para continuar con
su particular caza. Más allá de las parejas ya hechas, de las que charlaban
animadamente en las áreas de descanso, había algunas mujeres que se
limitaban a mirar o se exhibían con sensualidad, dedicando sonrisas,
pequeñas caídas de ojos e incluso se animaban a charlar. Una de esas cruzó
la mirada con la suya, una bonita rubia vestida de sirvienta con un traje
que dejaba muy poco a la imaginación.
—¿Ya has encontrado algo interesante? —preguntó Casio, notando su
cambio de atención.
Le sostuvo la mirada a la mujer durante unos segundos, encontrando en
ella una equidad en sus ojos y en sus gestos que daba una clara respuesta
sobre su interés.
—Puede que…
La frase quedó a medias cuando captó un movimiento por el rabillo del
ojo, el de la breve falda de un traje de sirvienta francesa que se agitó con
sensualidad cuando la mujer que lo llevaba se apartó como un conejito
asustado para evitar tropezar con una pareja.
No podía verle el rostro desde aquella distancia, menos aún con el
antifaz que le cubría la parte superior del rostro, pero había algo en ella
inocente y sensual que captó de inmediato su atención. Sus movimientos
hablaban de cautela y sorpresa, como si aquella fuese la primera vez que
se veía en un lugar como ese. La forma en que movía la cabeza, la
suavidad con la que avanzaba, los movimientos de sus dedos jugando con
la tela del vestido… era como si una pequeña gacela hubiese entrado en la
guarida de una manada de leones.
Siguió avanzando, mirándolo todo y, a juzgar por la forma abrupta en la
que se detuvo un par de veces, la manera en que retrocedió ante una escena
con un flogger en una Cruz de San Andrés, aquel no era su ambiente.
La vio girarse lamiéndose los labios con gesto nervioso y entonces, sus
ojos se encontraron. Incluso en la distancia, apreció el maquillaje
ahumado que los enmarcaban, la forma en la que se abrieron ligeramente
para finalmente dejar caer los párpados bajando la mirada con gesto
avergonzado.
—La quiero a ella. —Se levantó sin apartar la mirada, sintiendo como
el deseo despertaba al instante en sus venas y engrosaba su sexo en el
confinamiento de los pantalones.
Su amigo siguió la dirección en la que miraba y entrecerró los ojos.
—Parece un poco perdida, ¿no?
—No me preocupa, haremos que se encuentre a sí misma en un abrir y
cerrar de ojos —declaró uniéndole a su nueva caza.
Casio y él solían jugar juntos en el club, formando un divertido e
interesante tándem que le había descubierto otra manera de ver e
interpretar el sexo. Si había un hombre en el que confiaba, además de los
miembros de su familia, era él.
Casi se rio entre dientes.
—Lo tuyo es todo o nada, ¿eh?
Sonrió de medio lado.
—Como si no me conocieras a estas alturas.
Los tres hombres se quedaron mirándola durante unos instantes,
intercambiando comentarios mientras la veían moverse por el local.
—¿La conoces, Gabe? —preguntó su amigo. Su hermano solía llevar
un control de las personas que accedían a su local. Al ser un club privado,
solo se podía entrar por membresía o con invitación de alguno de los
miembros.
—Juraría que es la primera vez que viene por aquí —aceptó Gabriel—,
quizá ha sido invitada por alguno de los miembros.
—Pues descubrámoslo —declaró relamiéndose interiormente.
La risa del barman le acompañó.
—Buena caza.
Ni se molestó en mirar a su hermano, palmeó a su amigo en el brazo,
quién se levantó y atravesó la sala dispuesto a interceptar a su presa.
CAPÍTULO 3
Mai no se detuvo hasta haber puesto varios metros de distancia entre esos
dos hombres y ella. Jesús, ¿de dónde habían salido? Casi le había dado un
infarto al ver a esa montaña de testosterona tras ella para quedarse
enseguida sin aire al encontrarse con esos ojos; los mismos con los que se
había topado nada más entrar.
Se lamió los labios y contuvo un nuevo escalofrío de placer. Si su
mirada la había afectado ya de por sí, el escuchar su voz y verle ahora
cerca de ella, la había dejado totalmente en shock. ¿Cómo era posible que
un total desconocido tuviese tal poder de presencia que hacía que
prácticamente se le cayesen las bragas? Y su compañero, no se quedaba
atrás.
—Céntrate, Mai, céntrate —se recordó in extremis—. Estás aquí para
encontrar a ese capullo y obtener las pruebas que necesitas para
desenmascararlo.
Cerró los ojos, respiró profundamente y volvió a abrirlos.
Dios, cuando descubrió que era un club nocturno había esperado otro
tipo de local, algo parecido a un club de striptease o de baile, pero ni en
sus más disparatadas fantasías había esperado encontrarse con algo como
esto.
No era una mojigata, la verdad sea dicha, de hecho, era bastante liberal
en lo tocante al sexo, pero tenía que confesar que era la primera vez que
veía en acción algo como la mujer que había atada a una enorme X de
madera, la Cruz de San Andrés, siendo azotada con una fusta por un
hombre que le doblaba en tamaño. El caso es que la mujer parecía estar
extasiada, disfrutando de la escena con plena confianza en su compañero
de juegos. Y aquella no era sino una de las muchas facetas que podías ver
alrededor de la sala.
Dejó la peculiar escena y continuó vagando por la sala, tenía que
encontrar a ese imbécil y mostrarle a Ellie, de una vez y por todas, la clase
de hombre en el que había depositado toda su confianza.
La música parecía hacerse más intensa en ciertas zonas, como si los
altavoces estuviesen sobre su cabeza. A su alrededor las parejas
interactuaban charlando, compartiendo una copa, caricias nada sutiles o
bailes que hacían subir la temperatura. Y fue, precisamente en la pista de
baile, dónde encontró al hombre que había venido buscando.
Moreno, con un cuerpo trabajado en el gimnasio y cerca de los
cuarenta, bailaba con una mujer rubia de exuberantes curvas que,
obviamente no era su prima. La chica paseaba las manos por un pecho
desnudo mientras su pareja disfrutaba magreándole el culo y comiéndole
la boca y el cuello.
—Te pillé —musitó para sí. Se llevó la mano al delantal dónde había
guardado su teléfono móvil y lo sacó con disimulo, accionó la cámara y
enfocó de modo que no fuese muy obvio el que estaba sacando fotos.
Se movió con sutileza, esquivando a gente e intentando pasar
inadvertida mientras se acercaba lo suficiente para obtener una buena
fotografía.
—Espero que no estés haciendo lo que creo que estás haciendo,
pequeña Mai.
La voz a su espalda hizo que diese un respingo justo antes de que una
fuerte mano se cerrase alrededor de la suya.
—Oh, eso no está bien, muñequita, nada bien —chasqueó Casio,
cortándole la retirada.
—Pero que… —jadeó, mirando entre uno y otro, sintiéndose
repentinamente acorralada—. ¿Qué te crees…?
—¿…que estoy haciendo? —concluyó Wolf por ella, acorralándola con
su altura, su presencia y esa cruda sensualidad que exudaba—. Dímelo tú,
pequeña y procura sonar convincente o tendremos un verdadero problema.
Su voz no sonaba precisamente ligera, ya no había ese tono de sexy
curiosidad en sus palabras.
—Uno que podría llevarte a tener que dar explicaciones en comisaría
—añadió Casio, quién se adelantó, ocultando con su cuerpo el agarre de su
compañero.
Mierda. ¿En qué lío se había ido a meter? Esos dos no parecía
precisamente dispuestos a dejar que se marchase, no cuando la habían
cogido con las manos en la masa.
CAPÍTULO 5
Mai empezaba a pensar que el mejor lugar para estar ahora mismo era en
su casa y no en una habitación a solas con dos hombres que tenían
testosterona suficiente como para hundir el Titanic.
Esos dos eran como una deliciosa y masculina apisonadora cuyos
mandos pasaban de unas manos a otras y amenazaba con aplastarla con su
presencia. Juraría que estaban jugando con ella a poli bueno y poli malo;
mientras uno la presionaba, el otro fingía apoyarla, empujándola al mismo
tiempo a cooperar.
Tenía que admitir que la situación era tan absurda como divertida y
también, muy, pero que muy caliente. Esos dos formaban un tándem de lo
más extraño. Tan moreno uno como rubio el otro, sus diferencias eran
claras. Mientras Casio era una montaña de hombre, con una envergadura y
musculatura digna de la WWE, Wolf era más delgado, con una complexión
fibrosa y un aire de elegancia que le recordaba al lobo al que homenajeaba
su nombre. Él era el poli malo, el que empujaba, el que la acechaba y la
acusaba. Casio era su apoyo y el poli bueno, su presencia la envolvía, le
ofrecía una imaginaria seguridad que la hacía más receptiva a responder a
sus preguntas.
Juntos formaban un equipo increíblemente bueno, su complicidad era
perfecta, completándose el uno al otro y, de manera absurda, empezó a
preguntarse si serían igual en la cama.
Ahora sí que he perdido la cabeza por completo.
No estaba allí para fantasear con el sexo y mucho menos con el que
podría obtener de dos hombres como aquellos, miembros de un club
erótico en el que lo más clásico era un empotramiento contra la pared.
No, estaba allí para conseguir pruebas que hicieran que Ellie abriese los
ojos de una buena vez.
—Por enésima vez, no soy detective privado, ni una esposa vengativa,
ni una novia celosa… —enumeró con un resoplido. Había pasado la línea
de la paciencia y, cuanto más insistían, más se irritaba.
—Pero tampoco eres miembro del Triple Trouble, has entrado como
invitada…
Miró a Wolf, quién se había inclinado sobre ella, buscando sus ojos.
—Quizá deba preguntarle a la pareja a la que estabas espiando…
—No les estaba espiando.
—…y preguntarles a ellos.
Resopló, ¿por qué tenía que ser tan sexy e irritante?
—No.
Sus labios se curvaron en una divertida y sonrisa. Ese hombre era
demasiado seguro de sí mismo para su propio bien.
—Sabemos que no eres una delincuente, encanto, pero tienes que
admitir que tu manera de actuar resulta sospechosa —añadió Casio a sus
espaldas.
Puso los ojos en blanco y ladeó la cabeza para mirarle.
—¿Sospechosa? ¿En serio? —resopló y señaló la puerta que llevaba a
la sala principal del club—. ¿Habéis visto bien lo que estaba ocurriendo?
Creo que hay cosas mucho más sospechosas ahí dentro…
—Desde mi punto de vista no hay nada sospechoso en un club erótico
privado y sí bastante en el que alguien se cuele solo para sacar unas
fotografías con el móvil a una pareja —insistió Wolf, quién no parecía
dispuesto a ceder ni un solo segundo—. ¿O acaso te va el voyerismo?
Enarcó una ceja y se llevó las manos a la cadera, tocando la tela del
disfraz, recordando la guisa que tenía. Al contrario que ellos, los cuales no
seguían el código de vestimenta de la fiesta, ella seguía embutida en ese
vestidito indecente.
—¿Y a ti los interrogatorios?
Escuchó una risita a su espalda, Casio parecía estar pasándolo muy
bien.
—De hecho, sí —contestó Wolf acercándose todavía más a ella,
deslizando la mirada con abierta sensualidad, sin ocultar el hecho de que
la encontraba atractiva—, pero suelo llevarlos a cabo en otro tipo de
circunstancias, unas mucho más… eróticas.
Tragó, sintió como el calor la inundaba inmediatamente y no pudo
evitar apretar los muslos.
Dios, ese hombre la aceleraba tan solo con sus palabras, su voz era tan
demandante que estaba segura de que, si ahora le dijese que saltase con ese
tono grave, lo haría.
—¿No me digas?
Demonios, ¿qué le pasaba? ¿Por qué lo desafiaba de esa manera?
Los ojos claros del hombre se entrecerraron sobre ella, su mirada era
penetrante y muy sensual.
—Dímelo, Mai —pronunció su nombre con una cadencia que la hizo
estremecer—, dime porqué debería devolverte el móvil y dejar que te
marches ahora mismo.
No pudo evitar temblar, notó como su sexo se humedecía al instante y
sintió la imperiosa necesidad de retroceder, de alejarse de Wolf, porque la
alternativa era darle con algo en la cabeza y dudaba que se atreviese a
tanto.
—Habla, dulzura, díselo —escuchó al mismo tiempo la voz de Casio,
la cual le provocó otro escalofrío—, dinos lo que queremos saber.
Si Wolf la ponía nerviosa con su presencia y ese tono de voz que la
derretía y empujaba a obedecer sus órdenes, Casio la descolocaba por
completo con su actitud despreocupada y esos inesperados momentos de
apoyo. El hombre era, además, realmente atractivo, de una forma más
luminosa que Wolf.
Se lamió los labios, cerró los ojos y dejó escapar un agotado suspiro.
La única manera que tenía para salir de esta era decir la verdad.
—Es el novio de mi prima —murmuró con un mohín—, y es un
completo gilipollas, cosa que ella se niega a ver.
—Esa es la excusa que ponen la mayoría de las mujeres hacia los
hombres que nos les caen bien, querida.
Fulminó a Casio con la mirada.
—Como también es típico de los hombres solaparse entre ellos.
—Mai, la verdad.
Se giró para encontrarse con los ojos de Wolf fijos en ella.
—Os he dicho la verdad —rezongó—. Ese Neanderthal de ahí fuera es
el novio de mi prima, lleva casi un año viviendo con ella. Un año en el que
el hijo de puta ha estado visitando el club, a juzgar por los pagos puntuales
de su membresía. Por no mencionar el pequeño detalle de que me ha
estado acosando desde el primer día en que Ellie me lo presentó y ella es
tan estúpida y está tan enamorada que no ve lo que tiene delante de sus
narices.
Acabó soltándolo todo de carrerilla, enfadándose consigo misma ante
la realidad que había en esas palabras.
—Y, obviamente, yo soy lo bastante estúpida como para preocuparme
por una persona, a la que quiero como a una hermana, a pesar de que ella
no cree una sola de mis palabras con respecto a ese idiota. Tan tonta que
no he dudado en venir a este lugar, sabiendo que me estaba metiendo en
terreno fangoso, solo para obtener pruebas de que ese mentecato le está
poniendo los cuernos desde antes de que el hombre inventase la rueda.
Wolf le sostuvo la mirada durante un momento más, algo en sus ojos
cambió, así como la manera en que la observaba. De repente, su fija
atención decreció, la ignoró y sacudió la cabeza.
—Sí, eres estúpida —declaró entonces en voz alta, sorprendiéndola con
el tono crítico que adoptó su voz.
—Wolf… —Un aviso de parte de Casio.
—Lo suficiente como para querer ayudar a una persona que debería
abrir los ojos por sí misma —continuó sin más. Entonces se llevó la mano
al bolsillo superior, sacó el móvil y se lo devolvió—. Yo que tú, no
conservaría muchas esperanzas de que me creyese, ni siquiera con pruebas
gráficas. El amor hace que la mayoría de la gente se vuelva cegata y no
vea la verdad que ven todos los demás… hasta que ya es demasiado tarde.
Y la manera en que lo decía, la amargura que subyacía en su voz, le
dijo a Mai que estaba hablando por experiencia.
—Sigue ocultándote tras la máscara y vete, pequeña Mai —le dijo,
resbalando los dedos sobre su mejilla en una suave caricia—. El Triple
Trouble no es lugar para almas tan nobles.
Dicho aquello, bajó sobre ella y le acarició los labios en un breve beso
para luego darle la espalda y marcharse, dejando a Casio maldiciendo en
voz baja.
—Y elige precisamente este momento para meter la cabeza en el culo
—chasqueó y se giró hacia ella—. Le gustas… le gustas demasiado y
posiblemente tenga razón. Eres demasiado cálida y luminosa para este
mundo, bajo esa máscara… No, no se esconde el pecado.
Mai se quedó sin palabras, no sabía cómo reaccionar a sus palabras o a
la sensación que le había provocado el beso de Wolf.
Tenía que estar perdiendo la cabeza por completo, porque el beso de ese
hombre la había dejado anhelante y temblorosa.
CAPÍTULO 7
—Ey, Gabe, ponle algo dulce para beber y encárgate que nadie la moleste
hasta que decida dar por concluida la noche. —Casio se detuvo frente a la
barra del bar, la cogió por la cintura, levantándola sin esfuerzo y dejándola
sobre un taburete. La había acompañado de vuelta a la sala principal,
después de que Wolf hubiese desaparecido—. Sé buena, tesoro, y vuelve a
casa antes de que cambie de idea y decida romper mis propias reglas y
corromperte yo mismo.
Su boca descendió sobre la suya, pero, al contrario que el beso de Wolf,
este fue crudo, profundo, con lengua y la dejó jadeando sobre el taburete.
—Ya veo que has hecho un nuevo amigo —comentó el barman
atrayendo su atención. Le tendió la mano por encima de la barra y se
presentó—. Soy Gabe, por cierto.
Parpadeó, todavía descolocada por el beso y le estrechó la mano.
—Mai.
—Un placer conocerte, Mai —declaró, entonces se movió tras la barra
para prepararle una bebida—. Y dime, ¿qué le has hecho a mi hermano
para que haya decidido renunciar a un bocadito tan apetecible?
La inesperada información la hizo parpadear.
—¿Tu hermano?
—Wolf —especificó, sorprendiéndola incluso más—. Había decidido
bailar un tango con una buena borrachera hasta que apareciste por la
puerta y le sorbiste el seso.
Su directa declaración la sonrojó.
—Yo no le he sorbido el seso —replicó—, de hecho, tengo dudas de
que lo tenga.
Gabe se echó a reír, asintió con la cabeza y se apoyó en la barra.
—Eso no te lo discutiré —aseguró, entonces bajó la voz y le habló en
confidencialidad—. Pero ese se debe a que todavía no lo conoces en
profundidad…
—No estoy segura de querer conocerlo… en profundidad.
Su sonrisa se hizo más intensa.
—Hay pocas cosas que le llamen la atención, de hecho, suele pasar a
cosas más importantes si le dicen que no, pero, por algún motivo, tú le has
gustado —declaró sin más—, lo hiciste desde el mismo momento en que
atravesaste la puerta del Triple Trouble.
Arrugó la nariz, no sabía que responder a eso, pero al parecer, él
tampoco necesitaba de una respuesta.
—Lo que me lleva a preguntarte, ¿cómo has entrado en mi club?
Los ojos de este hombre eran igual de penetrantes que los de Wolf, sin
embargo, sus facciones eran más brutas y, al mismo tiempo, lucía un
semblante mucho más relajado, casi despreocupado.
—¿Por la puerta?
Su respuesta lo hizo soltar una carcajada.
—Muy ingeniosa —declaró cruzándose de brazos—. Pero ambos
sabemos que no eres miembro del club, de hecho, creo que ni siquiera
encajas en este ambiente…
¿Por qué todo el mundo insistía en decirle lo mismo?
—¿Y cómo estás tan seguro de ello?
Ladeó la cabeza y la contempló durante unos instantes.
—Alguien que desea ocultarse detrás de una máscara no se atreve a ser
uno mismo frente a otros —declaró y señaló la sala con un gesto de la
barbilla—. Aquí utilizan máscaras como parte de un juego, pero más allá,
lo que ves es lo que son realmente. Tú, preciosa Mai, no utilizas una
máscara para jugar, la utilizas para esconderte.
Abrió la boca, pero él la silenció colocando un dedo sobre sus labios.
—Disfruta de tu bebida y luego vete a casa.
Se libró de su contacto. ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en
echarla? ¿Qué pasaba si no quería irse?
—¿Y si no quiero irme? —dio voz a sus pensamientos.
La manera en que la miraba la ponía nerviosa, al igual que Wolf,
parecía ser capaz de mirar a través de ella.
—Entonces deja el antifaz y sube al segundo piso, tercera puerta a la
izquierda —le indicó la dirección—. Pero si lo haces tendrás que dejar
atrás el disfraz y dejar que te vean cómo eres en realidad. Esto es un todo o
nada, dulzura.
Todo o nada. Un juego de una noche. Ser ella misma por unas cuantas
horas en un lugar al que posiblemente nunca volvería a entrar. Disfrutar
del pecaminoso erotismo que traía consigo el sexo y la libertad,
experimentar, pensar en sí misma por una vez y no en los demás, ser
egoísta y disfrutar de lo que pudiese encontrar en su camino.
¿Se atrevería a dejar atrás sus preocupaciones y ser ella misma durante
un momento?
Cogió la copa que le sirvió, probó la bebida y cerró los ojos dejando
que la calidez del alcohol la recorriera.
—Guárdame esto —pidió. Se quitó el antifaz y se lo entregó, junto con
su teléfono móvil.
Sus ojos se encontraron entonces, libres de máscara y él le sonrió.
—Que disfrutes la velada, Mai.
Quizá estuviese loca, hubiese perdido la cabeza por completo o la
bebida que le había servido Gabriel tuviese algo más que alcohol, pero no
quería irse. Quería quedarse y quería ver de nuevo a Wolf, incluso diría
que, a Casio, quería que ambos la mirasen a los ojos y la viesen. Quizá se
arrepintiese después, pero esa noche, esa noche iba a permitirse ser ella
misma y disfrutar de lo que le ofreciese la noche.
CAPÍTULO 8
Wolf se dio el lujo de darse una ducha. Necesitaba aclararse las ideas,
sacarse toda la mierda que traía consigo de las últimas dos semanas y ver
las cosas con perspectiva. El estrés de todo ello le estaba pasando factura,
había renunciado a un bocadito tan apetitoso como Mai y eso lo enfurecía
casi tanto como aliviaba.
Ella no era material para sus juegos, no se merecía que fuese un completo
hijo de puta con una mujer que se había colado en un club erótico solo
para echarle una mano a su prima.
Cuando escuchó su explicación sintió como si le hubiesen dado un
puñetazo en el estómago. Él había estado allí, había estado justo en el lado
contrario al que estaba la gatita y sabía de primera mano que nada de lo
que ella hiciese serviría; el amor hacía que las personas se volviesen
ciegas, negándose a ver incluso lo que estaba delante de sus narices. Él se
había negado a ello. Llegó a pelearse incluso con sus hermanos, con su
familia, con Casio terminó llegando a las manos, una conducta que ahora
le avergonzaba y que solo le mostraba lo gilipollas que había sido con la
gente que le quería.
No, ella no encajaba en ese ambiente. Lo supo desde el momento en
que la vio entrar, pero había sido precisamente esa fragilidad, su cara de
sorpresa y esa esporádica timidez lo que lo atrajo. Ella era distinta a su ex
mujer, era distinta a todas las féminas que se había llevado a la cama, con
las que había hecho alguna escena e incluso compartido con Casio.
«¿Renuncias a ella porque no es lo que esperabas o porque lo es?».
Casio le había seguido después de dejarla en la barra del bar. Había
permanecido a su lado con su habitual calma, exponiendo los pros y los
contras de su actitud y ofreciéndole una resolución final. A él también le
gustaba Mai, su amigo tenía un pasado casi tan hijo de puta como el suyo,
pero, en su caso, lo había dejado atrás y seguía adelante con su vida
disfrutándola de la mejor manera posible.
«Sabes que lo que ves, no es lo que se oculta realmente en ella. Esa
máscara es solo una excusa, una forma de ocultarse del mundo. Y,
curiosamente, tío, me ha recordado un poco a ti».
Su máscara no había sido un antifaz, pero la había llevado puesta
durante mucho tiempo.
«Pero está bien, tú eres el único que puede decir lo que deseas hacer y
lo que no. Por mi parte solo puedo decirte una cosa, yo sí estoy dispuesto
a descubrir quién es la mujer que se esconde tras el antifaz».
Un sutil recordatorio de que la gatita le había causado una profunda
impresión a su amigo, una que iba más allá del esporádico interés que traía
consigo el atractivo sexual.
Sacudió la cabeza y metió la cara debajo del chorro del agua, empezaba
a pensar demasiado. Se enjabonó el pelo y se lo aclaró, disfrutando de ese
momento de relajación e hizo una mueca al escuchar el sonido de alguien
tropezando en la habitación.
—Cas, empiezas a hacerte viejo si ya tropiezas con las cosas —replicó
en voz alta, suponiendo que su amigo había vuelto para asegurarse de que
no se hubiese ahogado o algo peor.
No hubo respuesta, pero tampoco le sorprendió. Casio solía hacer lo
que le daba la gana cuando le daba la gana, ya estaba acostumbrado a ello.
Unos momentos después escuchó el chasquido de la cerradura de la
puerta del baño.
—¿Sabes? Es un poquito difícil ahogarse en la ducha, hermano, así que
relájate.
Sin embargo, la persona que abrió la mampara de la ducha, entró en su
espacio y pegó el curvilíneo y femenino cuerpo desnudo y caliente a su
espalda no distaba mucho de ser su mejor amigo y socio.
—Todo o nada —escuchó la suave voz de Mai—. Elijo todo.
Notó la vacilación, la timidez de esos brazos que le rodeaban la cintura,
la suavidad de las manos que se aplanaron contra su estómago mientras el
aliento de su respiración le acariciaba la columna.
—¿Estás segura de que es lo que deseas, pequeña Mai?
Sus senos se apretaron contra su espalda al acercarse un poco más.
—Ni lo más mínimo, pero de eso se trata, ¿no? —respondió con
sencillez—. De descubrirlo.
Se giró, atrayéndola contra su pecho, contemplando su rostro ahora
libre de la máscara y bajando su boca sobre la de ella.
—Descubrámoslo entonces —declaró antes de apropiarse de su boca y,
ahora sí, besarla en profundidad. Su sabor era delicioso, su respuesta
tímida y a la vez generosa, esa gatita prometía ser una compañera de
juegos entregada.
—Me gusta como sabes —declaró pegado a su boca, entonces busco
sus manos y las cubrió momentáneamente con las cuyas, apretándoselas
contra su carne—. Y yo te gusto mojado y desnudo, admítelo —la pinchó,
mordisqueándole ahora el cuello.
Una risueña carcajada resonó en el húmedo espacio, Casio se había
apoyado en la puerta del baño, mirándoles con esa hambre que
seguramente se reflejaría en sus ojos.
—No lo admitirá, no en voz alta —se rio su amigo—. Es demasiado
educada…
Su respuesta fue apretarse contra él, su cuerpo ahora húmedo por el
suyo, por el agua y ligeramente sonrojado.
—No soy demasiado educada… —murmuró con tono suave,
ligeramente avergonzado.
—Um… —Casio entró en el breve espacio y se detuvo ante ellos,
dejándola a ella acostumbrarse a su presencia, decidir si le quería allí—.
No era una crítica, gatita, por el contrario, lo encuentro… fascinante.
Dicho esto, se inclinó sobre ella, le acarició la barbilla y tras mirarle a
él fugazmente, le acarició los labios con suavidad.
Someterla iba a ser uno de los mayores placeres de los que iba a
disfrutar en mucho tiempo. Ver su mirada vidriada por el deseo, su cuerpo
dispuesto a sus caprichos, a los juegos de ambos y esa dulce sumisión en
sus manos, plegándola a sus deseos y recompensándola con todo el placer
que pudiese encontrar en ese cuerpo.
La notó temblar, pero no había miedo en su lenguaje corporal, aunque
si nerviosismo. Respondió al beso de Casio un poco cauta al principio,
relajándose a medida que su compañero obraba su propia magia sobre ella
hasta arrancarle un gemido al retirarse.
—Eres una gatita traviesa —le susurró Wolf al oído, la giró dejándola
de espaldas a él y le cogió la mano para guiarla sobre la dura erección que
se moría por enterrar muy profundamente en su interior—, y estoy
deseando disfrutar de tus travesuras.
Notó el temblor de su cuerpo, el sobresalto cuando le cerró los dedos
alrededor de su pene y la incitó a acariciarle muy lentamente.
Levantó la mirada y se encontró con que la de su amigo estaba ocupada
en el cuerpo que tenía expuesto ante sí, el deseo se reflejaba en sus ojos,
un hambre desnuda y sexual que hablaba de un apetito fiero y crudo.
—Y no soy el único —le susurró al oído haciendo que fuese consciente,
una vez más, de la presencia de su otro compañero—. Está deseando
tocarte.
Casio no se hizo de rogar. Ella era como una sirena que los atraía sin
remedio y sucumbió a la tentación. Se cernió sobre ella, la besó con
avaricia, oprimiéndola contra su propio pecho mientras notaba como esa
dulce mano se cerraba incluso más alrededor de su polla.
La mano libre se interpuso entonces entre sus cuerpos y empujó.
Ambos sabían que él le permitía hacerlo, pues se separó dejándola
jadeante.
—No puedo respirar —musitó recostándose contra su pecho.
Los ojos de Casio se iluminaron con la misma sonrisa perezosa que le
curvó los labios.
—Aprenderás a hacerlo, solo requiere práctica…
—Todavía no sé si quiero aprender…
—Demasiado tarde, dulzura —le susurró Wolf al oído—, decidiste
aprender en el momento en que atravesaste esa puerta y te uniste a mí.
Se giró para mirarle y él le guiñó el ojo.
—Esto… esto es demasiado… yo…
—Tú eres mía —declaró Casio cogiéndole el rostro para que lo mirase,
entonces alzó los ojos sobre él—, nuestra. Durante esta noche, eres
nuestra.
La forma en que se tensó era suficiente indicativo de su nerviosismo.
—¿Y yo puedo decir algo al respecto? —musitó con cierta diversión y
timidez.
—Claro que puedes —aceptó Casio—, Wolf dejará que gimas todo lo
que quieras.
Los dos intercambiaron una mirada y él asintió, dejándola ir.
Casio la atrajo de nuevo hacia él, le acarició la mejilla y bajó sobre su
boca ahora con mayor suavidad.
—Solo tienes que relajarte y disfrutar, Mai.
La dejó ir lo suficiente para que Casio afirmase también su posición. Se
apretó contra ella, le rozó el culo con su dura erección y le aferró los
pechos mientras le hablaba al oído.
—Sé que esto te excita —le dijo Wolf—, te enciendes bajo mi contacto
y el de Casio. Te humedeces, te excitas y deseas más.
Se estremeció y gimió cuando le apretó los pezones, jugando con ellos.
—Pero no debería… yo… esto no es algo que… que haya
compartido… antes…
—Siempre hay una primera vez —le aseguró, soplándole en la oreja—,
y esta es perfecta para enseñarte como se juega…
—¿Jugar?
—Jugar —le aseguró Casio—. No pienses, Mai, no busques una razón,
limítate a sentir y a disfrutar.
Volvió a restregarle la polla contra el culo y le susurró al oído al
tiempo que le pellizcaba los pezones por última vez.
—De rodillas, gatita —le sopló el oído y la instó a ello.
Ella se retorció y se dejó caer de rodillas mirándole entre azorada y
anhelante. La vio lamerse los labios mientras observaba su dura polla
erguida ante ella.
—Hazle suplicar, nena —se rio Casio acariciándole el pelo un segundo
antes de dar un paso atrás y limitarse a contemplarla.
Su vacilación no hacía sino calentarlo, la paciencia era una virtud
largamente adquirida, una que siempre traía consigo una recompensa.
—Oh, sí, esta es sin duda una vista de lo más sexy —jadeó al verla
bajar sobre su pene, introduciéndose la cálida y dura longitud en la boca,
probándolo con tal suavidad que quedó inmediatamente en éxtasis—.
Joder… sí…
—Parece que alguien ha encontrado la manera perfecta de vengarse. —
La risa de Casio reverberó en el cuarto de baño mientras se movía tras
ella, terminando de desabotonarse la camisa, para luego deshacerse de sus
vaqueros.
—Y no será la única.
Con un rápido entendimiento, ambos se movieron para permitir que
Casio se arrodillase justo detrás de Mai, con su rostro entre los muslos y
su lengua acariciando el expuesto sexo femenino. No pudo evitar gemir al
sentir como los labios que rodeaban su pene lo apretaban un poco más,
arrebatándole el aliento, mientras gemía a su alrededor.
Enredó la mano en su pelo, haciéndola notar su presencia y
tranquilizándola cuando empezó a retirarse con un quejido.
—Suave, gatita, suave… —le acarició la cara con la mano libre—,
déjale que se divierta, hará que te sientas bien en un minuto.
El nerviosismo se mezclaba con la inesperada vergüenza, el placer se
extendía por su cuerpo, humedeciéndola más y más y haciendo que sus
gemidos se volviesen más crudos y eróticos. Su boca era cálida, su lengua
una pícara provocadora, si bien había entrado en el juego con cautela, la
pasión intrínseca en su alma despertaba en ella cosas que, probablemente,
ni siquiera sabía que tenía.
Tenía que admitir que la imagen era sumamente erótica. Las manos de
su amigo aferraban las nalgas, elevándola, obligándola a extender las
piernas para hacerle sitio mientras bebía directamente de su sexo. El
voluptuoso cuerpo de su dulce compañera de juegos era acariciado por la
humedad provocada por el vapor, unos mechones de pelo se escapaban por
su espalda mientras que el resto era retenido entre sus dedos y esos
coquetos labios, ahora rojos, lo envolvían, tragándoselo solo para dejarle ir
cada vez que necesitaba tomar aire.
—Adoro ver como mi pene se hunde en tus labios, la manera en que me
aprietas en esa húmeda cavidad —gruñó, luchando consigo mismo para no
tomar el mando y follarle la boca a conciencia.
Sus palabras tuvieron efecto inmediato, gimió alrededor de su pene y
tembló, posiblemente provocado también por la boca masculina que se
amamantaba entre sus piernas.
—Oh, sí, Casio es un bastardo afortunado, cariño —ronroneó Wolf
tirando un poco de su pelo, adelantando las caderas y sumergiéndose un
poco más profundo en su boca—, se está dando un banquete con ese dulce
coñito.
Ella gimoteó de nuevo, el sonido reverberó alrededor de su pene y, esta
vez, le permitió retirarse por completo.
—Wolf…
Escucharla pronunciar su nombre fue como una tierna caricia. Sus ojos
se encontraron y lo siguiente que supo es que la había atraído hacia él,
arrebatándola de su co-jugador y besándola en la boca con hambre,
bebiéndose sus gemidos y disfrutando de ese cuerpo rozándose contra el
suyo.
—Alguien está un poquito ansioso.
Gruñó en respuesta, abandonando su boca solo para volver a besarla.
—O algo más que un poquito. —Las carcajadas de Casio los dejaron a
solas durante unos instantes, escuchó de fondo como se abría la puerta del
baño y supo que era el momento perfecto para cambiar de escenario.
—Es hora de un cambio de escenario.
Ni siquiera le dio tiempo a decir nada, le dio un último beso en los
labios y se la echó al hombro como si fuese un saco de patatas.
—¡Wolf! —jadeó.
Dejó caer la mano desnuda sobre su redondo culo y a continuación se lo
frotó.
—Silencio, gatita —clamó lanzándola sobre la cama redonda que había
presidiendo la habitación para quedarse mirándola desde su lado, mientras
Casio, ya desnudo, la contemplaba desde el otro.
—Discúlpale, tesoro, a veces se olvida de lo que son los modales.
—¿No? ¿En serio? —se rio ella. Y era una risa genuina. Mai estaba
tranquila, expectante y disfrutando de ese inesperado encuentro que los
había reunido a los tres.
—Deja de hablar, gatita y mejor, gime.
Wolf se relamió y bajó sobre ella, atacando sus pechos, succionando
uno de sus pezones y amamantándose de él mientras Casio se colaba de
nuevo entre sus muslos y retomaba con hambriento ímpetu su sexo.
La degustó con hambre, disfrutando de la mujer que tenía bajo él,
notando como su pene se endurecía aún más mientras ella se arqueaba
contra su boca y gritaba unos momentos después su primer clímax.
—Sí, eso está mejor —ronroneó Casio, lamiéndose los labios y
ascendiendo ahora hasta su boca para besarla con la misma hambre que
sentía él—. Eres deliciosa, un manjar adictivo.
Se sumergió entre sus piernas, extendió y separó los húmedos pliegues
con los dedos e introdujo la lengua en una lenta caricia, probándola y
gimiendo de deleite ante su sabor. La lamió perezoso, enloqueciéndola,
succionó su abertura y se hundió en su húmedo pasaje mientras ella se
retorcía bajo él.
Ahora habían invertido sus posiciones, mientras él se daba un festín
entre los muslos de Mai, Casio degustaba sus pechos, succionando sus
pezones, mordiéndolos y tironeando de ellos haciendo que la chica se
arquease y gimiese sin medida. Su voz resonaba en la pequeña habitación
excitando a sus bestias y llevándoles a ambos a devorar a la hembra que
les pertenecía a ambos. Mordisqueó los gordezuelos labios vaginales y se
deleitó con los grititos de Mai cuando succionó su clítoris mientras su
compañero abandonaba sus senos y devoraba su boca.
—Wolf tiene hambre de ti, dulzura —escuchó el ronroneo de Casio—,
parece que no puede saciarse.
Y no podía, quería más, quería mucho más de ella, lo quería todo.
—Muéstrale quién eres debajo de esa máscara, Mai —escuchó a su
amigo.
Ella se arqueó desinhibida, perezosa y sexy y lo sorprendió
pronunciando su nombre.
—Wolf…
Dios, ¿podía una voz sonar más sexy?
—¿Sí, nena?
—Quiero más…
Oh, sí, él también quería más, mucho más.
—Pues más tendrás, dulzura.
Se cernió sobre ella con lentitud, controlando sus movimientos,
decidiendo cuando besarla y cuando no, si le permitía moverse o debía
quedarse quieta.
Mai gimió contra la boca de Casio cuando este se inclinó sobre ella y la
devoró. Vio como hundía la lengua en su boca, pero sus ojos, esos ojos
cómplices estaban fijos en él, provocándole, incitándole a reclamar lo que
deseaba. Wolf abandonó los labios y bajó la cabeza para tomar un duro y
puntiagudo pezón, mordiéndolo hasta dejarla sin aire, incitándolo sin más
a tomar lo que deseaba.
—Wolf…
Perdió la batalla y sucumbió a la dulzura y la necesidad de la mujer y la
suya propia, se cernió sobre ella y la poseyó. Penetró en ese húmedo y
apretado pasaje, gimiendo cuando esos hinchados tejidos lo acogieron,
permitiéndole introducirse completamente en ella, acomodándole en esas
húmedas y firmes paredes que lo unían más íntimamente que ninguna otra
cosa.
Mai gimió y se retorció bajo él, sus gritos ahogados por la boca de
Casio que le mordisqueaba los labios.
—Por favor —gimió sacudiendo la cabeza de un lado a otro—. Oh
señor, por favor…
Se rio por lo bajo, introduciéndose por completo, resbalando hacia
fuera solo para volver a entrar.
—¿Por favor qué, gatita?
Se lamió los labios, esos bonitos y asombrosos ojos se posaron sobre él
con vidriado anhelo.
—Wolf…
—Estoy aquí, dulzura.
Sacudió la cabeza de un lado a otro, apretó los labios, gimió y notó sus
músculos internos apretándole de nuevo.
—Oh, maldito seas…
—¿Qué deseas, Mai?
Su sexo se contrajo una vez más a su alrededor.
—A ti —musitó arqueándose presa del placer, su rostro giró a un lado,
encontrándose con el de su otro amante—, a los dos…
Casio se cernió sobre ella, le acarició el pelo y los labios.
—Y nos tendrás a ambos, dulzura, pero ahora disfruta…
Gimió ante las palabras de su amigo, su mirada seguía fija en la mujer.
Los vio besarse, un beso largo, húmedo que le resultó caliente y erótico.
Entonces ella lo sorprendió de nuevo pues se extendió hacia él,
rodeándole el cuello con los brazos y aferrándose a sus caderas uniéndolos
aún más.
—No dejes que me arrepienta, Wolf, por favor, no dejes que mañana
todo se haga pedazos.
Esa pequeña le encogió el corazón con su petición, con la necesidad
que escuchó en sus palabras, sacudió la cabeza y reclamó su boca
hundiéndose en ella y poseyéndola como deseaba.
Siguió penetrándola, cabalgándola con fuerza, sintiéndola suya,
atándola a él de un modo que solo su otro compañero comprendería
mientras ella se aferraba con fuerza a él. El clímax llegó sin previo aviso
llevándoselos a ambos, se vació en su interior, sintiendo como se
derrababa en las profundidades de su sexo, saciado y más calmado de lo
que lo había estado en mucho tiempo.
Se hizo a un lado y se dejó caer de espaldas solo para ver a su amigo
con una perezosa y divertida sonrisa curvándole los labios.
—Bueno, ¿seguimos?
La sonrisa se extendió lentamente por su rostro de forma automática,
bajó la mirada a su agotada y, todavía jadeante, compañera y asintió.
—Sí —asintió lamiéndose los labios—, aún no he tenido suficiente.
Ella gimió y se mordió el labio inferior.
—Vosotros queréis matarme.
Negó con la cabeza.
—No, gatita, pero no me arriesgaría a prometerte que puedas caminar
derecha… mañana.
CAPÍTULO 9
Se mordió el labio inferior tras releer una segunda vez el mensaje. Wolf
podía ser también divertido, de una manera retorcida y muy peculiar, pero
podía serlo. Le envió un emoticono con el pulgar hacia arriba y dejó de
nuevo el teléfono en el sofá para deleitarse finalmente con su baño de
sales.
«Te castigaré la próxima vez que nos veamos».
No pudo evitar estremecerse de placer, en cierto modo sus palabras
eran un aliciente, uno que dejaba abierta la posibilidad de un próximo
encuentro.
Sonriendo nuevamente y con el ánimo renovado, se encerró en el baño
a disfrutar de su largo baño de inmersión.
CAPÍTULO 10
—¡Cabrón hijo de puta! ¿Cómo has podido? ¡Me has mentido! ¡Me
prometiste que yo era la única!
—Por supuesto que eres la única, Ellie. Esto no es lo que piensas…
puedo explicártelo…
—¡Y una mierda que puedes!
El eco de un bofetón llegó hasta la barra del bar dónde asistían con
meridiana tranquilidad al espectáculo de esa noche. Cogió la cerveza que
su hermano le había dejado y se la llevó a los labios.
—Tengo que ir con ella…
Extendió el brazo evitando que Mai saltase del taburete dónde estaba
sentada entre él y Casio.
—Tú no vas a ir a ningún lado, gatita.
Esos bonitos ojos castaños se posaron en él con ese gesto medio
desafiante, medio sumiso que tanto le gustaba.
—Pero…
—Ya has hecho lo que podías, Mai —aseguró Casio—, ahora es cosa de
la diablesa.
Hizo un mohín, pero se mantuvo en su lugar, solo para pegar un
pequeño respingo cuando intentó sentarse mejor. Todavía tenía problemas
para sentarse después del prometido castigo de Wolf.
Ataviada con un breve corsé y una falda de cuero a juego que apenas le
cubría las nalgas que había dejado de un bonito color rojizo por su previo
castigo; uno que la había indignado y hecho gritar como si la estuviesen
matando, solo para terminar gritando también, pero de placer cuando él la
compensó regalándole tres orgasmos, uno tras otro.
—Déjala que ella misma se encargue de sus cosas —añadió deslizando
la mano por su muslo desnudo, recordándole sin necesidad de palabras que
mientras permaneciese entre esas cuatro paredes, le pertenecía a él—. Tú
ya has hecho lo que podías, has hecho más que eso, de hecho. Ahora es su
turno de sacar la cabeza del culo y, a juzgar por su gancho de derechas, no
le costará mucho.
Respiró profundamente y dejó escapar el aire con un resoplido.
—De acuerdo.
—¿No? ¿He oído bien? —clamó Casio, sentado a su otro lado—.
¿Acabas de darle la razón a Wolf?
Esas bonitas mejillas se sonrojaron y se encogió sobre el asiento,
abrumada.
—Que no se acostumbre.
Sonrió abiertamente y se inclinó sobre ella, le cogió la barbilla entre
los dedos y le levantó el rostro.
—Todo o nada, gatita —le recordó—. Conmigo, sabes que siempre
será, todo o nada.
Su sonrojo aumentó, pero sus ojos reflejaron el placer que ya coloreaba
su piel.
—Todo, lobo feroz, todo.
—Buena decisión, caperucita, buena decisión —aseguró inclinándose
sobre ella para besarle los labios.
—Supongo que eso me deja a mí como el Cazador, ¿eh? —añadió
Casio, capturando también su barbilla para girarla en su dirección y
besarla a su vez.
—Mi cuento de hadas favorito —replicó ella después haciendo que los
dos se echasen a reír.
Sí, después de todo, el vestirse de sirvienta francesa y presentarse en
aquel local con una misión en mente, la había llegado al mismísimo
infierno, pero no se quejaría. En cierto modo había terminado ganando,
prueba de ellos eran los dos hombres que la mimaban y la volvían loca de
la más erótica de las maneras.
SERÁS MÍO
Kelly Dreams
CAPÍTULO 1
Estrangularla era una gran idea, pensó Gabriel, una que acabaría con sus
problemas con esa endemoniada muchacha. No. Ya no era una niña, había
dejado de serlo hacía años pero él se negaba a verlo, se obligaba a seguir
considerándola la pesada mocosa que le había seguido a todos lados como
un perrito perdido.
Conocía a Kitty desde que estaba en pañales, toda su familia la conocía.
Diez años menor que él, había sido compañera de juegos de sus hermanos
pequeños, un chicazo que no había dudado en trepar a los árboles o
lanzarse la primera en una pelea terminando con un moratón en la cara.
Pero el chicazo había quedado olvidado en su infancia convirtiéndose
en una pequeña y preciosa mariposa al llegar a la adolescencia, una que no
había sino crecido en atractivo y perseverancia.
‹‹Te lo juro, Gabriel Falcon, un día tú serás para mí››.
Esa declaración que pronunció en la fiesta de navidad delante de toda
su familia, lo había llevado por la calle de la amargura durante todos estos
años. La mocosa se había encaprichado de él hasta el punto de armar un
escándalo cuando, en una celebración a la que ambos habían asistido, él
llegó acompañado por una mujer —su actual amante en esos momentos—,
y la pequeña fiera casi la despelleja, después de insultarlo a él.
La última vez que se habían visto no habían terminado precisamente en
muy buenos términos y, prueba de ello era la pequeña protuberancia que
conservaba a causa de la rotura del tabique nasal; Jeremy, el tercero de los
hermanos Falcon, le había roto la nariz y la culpa había sido de esa
intrigante y condenada mujer. En honor a la verdad, tenía que darle las
gracias a Jeremy por ello, ya que de lo contrario, aquella noche podría
haber terminado en un completo desastre.
Los Falcon no eran precisamente afortunados en el amor, sus relaciones
con las mujeres habían sido más bien desastrosas y, la suya, no había sido
menos. Su historia de amor se había ido a la mierda una semana antes de
la boda en la que uniría su vida con la que había sido su mujer desde el
primer año de universidad. No solo había pillado a la hija de puta de
Charlotte con su socio dándose el lote sobre la mesa de su oficina, dando
así por finalizado su compromiso, sino que había tenido que verla morir
una semana después bajo las ruedas de un coche, cuando asistía a una
reunión con ella. El hijo de puta se había saltado un Stop y la había
arrollado. Él había estado esperándola en la cafetería del otro lado de la
calle y lo había presenciado todo.
La semana siguiente a eso solo se encerró en su casa, viviendo a base
de comida precocinada y, sobre todo, bebiendo. Kitty había estado allí,
llamando suavemente, pidiéndole que la dejase entrar, quedándose allí
durante horas, hablándole y diciéndole que todo iría bien. Pero él no podía
responder, todo lo que podía ver era el accidente, a Charlotte sin vida en el
suelo de la carretera. Al final de la semana, los ruegos pasaron a
convertirse en gritos, el pequeño incordio abandonó la suavidad en sus
palabras y pasó a atacarle, a decirle lo gilipollas que era, a insultarlo…
Sus lágrimas habían sido lo peor, tanto así que terminó enfurecido con
ella, abriendo la puerta y arrastrándola al interior para darle una lección.
‹‹¿Esto es lo que quieres? ¿Esto?››.
Le había magullado los labios, la había besado como castigo, enfadado
consigo mismo por tenerla allí y, seguramente habría llegado mucho más
lejos, jodiéndolo todo, si Jeremy no hubiese aparecido en ese momento y
lo hubiese apartado de ella para luego darle un buen puñetazo.
Su hermano le había dado una paliza, la verdad fuera dicha, lo había
sacado de la mierda de autocompasión en la que se había metido y lo había
devuelto a una semejanza de normalidad.
Seis años. Seis largos años habían pasado desde ese momento, seis años
en los que ella había desaparecido de su vida, con esa mirada herida,
dolida y triste.
Una mirada que no tenía nada que ver con la que ahora compartía con
cualquiera que quisiese mirarla en medio de la pista de baile.
—Gabe… Gabe… ¡Gabriel!
Se sobresaltó al escuchar cómo alguien le gritaba al oído. Giró la
cabeza y encontró a Jeremy sentado en el taburete del bar del club Triple
Trouble, el mismo lugar que llevaba ocupando los últimos cincuenta
minutos.
—A menos que quieras hundir el bar, te sugiero que cierres ya el
maldito grifo —le indicó el pequeño fregadero del que ya desbordaba
agua.
—¡Mierda! —cerró inmediatamente y empezó a soltar tacos al ver
cómo había puesto el suelo—. Joder… Puta noche…
Jeremy se rio entre dientes y echó un disimulado vistazo a la pista de
baile.
—Deduzco por tu cara de gilipollas que no sabías que Kit había
regresado a casa.
Lo fulminó con la mirada mientras se las arreglaba para recoger el
estropicio que había organizado.
—Yep, esa es suficiente respuesta, hermanito.
—¿Qué coño hace ella aquí? —siseó, dividiendo su atención entre
secar el suelo y la pista de baile—. ¿Quién le ha dado una invitación?
—Ese sería yo.
—¿Cómo?
—Nos encontramos de casualidad el miércoles pasado, la invité a
comer y, me preguntó por ti —se encogió de hombros mientras fingía ser
el epítome de la inocencia—. Quería saber si ya habías sacado la cabeza
del culo.
—¿Te has vuelto loco?
Echó el pulgar por encima del hombro.
—¿Le has pegado un buen vistazo? Ya no es precisamente una niña —
insistió con tono despreocupado—. Está muy buena y, está claro que sigue
pensando en ti.
—A la mierda contigo, Jer —sacudió la cabeza—. ¿Tengo que
recordarte que me pegaste un puñetazo y me rompiste la nariz por el
simple hecho de besarla?
—Tenía veintiuno y tú estabas como una jodida cuba, además de
sumido en una estúpida auto culpabilidad por lo de Charlotte —aseguró
sin más—. Te hice un favor. Si te hubieses acostado con ella, habrías
cometido una estupidez aún mayor y ambos habríais terminado heridos.
—Guárdate tus dotes de consejero para quien quiera escuchar.
Su hermano puso los ojos en blanco.
—Aún encima que te hago la consulta gratis.
—No la necesito —declaró y señaló hacia la pista de baile—. Ella está
fuera de mi menú. Eternamente. Fin de la historia.
Chasqueó la lengua e hizo girar el whisky en su vaso, oyendo el repicar
el hielo.
—Es bueno saberlo, así no te entrarán los mil males si la gatita decide
ponerse a jugar —rumió—. Que, a juzgar por el modelito, es exactamente
lo que tiene en mente.
Fue incapaz de no volver a mirar, la maldita estaba enfundada en un
micro vestido de látex negro que enmarcaba sus pechos, haciendo asomar
los globos a través del círculo que cortaba el vestido cerrado en el cuello y
dejaba entre ver la piel de la línea del costado, desde el torso al muslo, a
través de aberturas circulares. El traje se pegaba a su cuerpo como una
segunda piel, dejando muy poco a la imaginación. El pelo castaño le caía
en tirabuzones hasta debajo de los hombros y esas largas y estilizadas
piernas terminaban en unos zapatos transparentes que le daban unos
buenos doce centímetros a su breve altura.
De la chica en vaqueros, camiseta y coleta que él conocía no quedaba ni
el recuerdo, esta ya no era una niña de veintiún años, era una jodida y sexy
mujer de casi veintiséis que hacía que su polla despertase deseosa de
fiesta.
—Si lo hace, la mato —no pudo evitar responder al previo comentario
de su hermano.
Jeremy se echó a reír, una genuina carcajada que hizo que algunos de
los presentes se girasen en su dirección.
—Oh, vas a tener una noche muy larga por delante, Gabe, una
jodidamente larga.
Gruñó, algo le decía que su hermano no se equivocaba. Esa noche iba a
ser un jodido infierno.
CAPÍTULO 2
—Eres un bastardo sádico —le aseguró Jeremy entre risas—. Sabes que te
va a odiar por esto, ¿no?
Siguió la mirada de su amigo hacia la cruz de San Andrés dónde había
atado y amordazado a una revoltosa Kitty. La adorable y sexy mujer
pensaba que podía salirse con la suya, presentarse con esa voluptuosa
figura, enfundada en ese vestido fetichista y hacer lo que le daba la gana.
—Necesita un poco de mano dura y aprender modales —declaró
mirándola por debajo de las pestañas—. Déjala quince minutos ahí y luego
mándala a casa.
Jeremy se señaló a sí mismo con un dedo.
—¿Yo? ¿Me has visto aspecto de suicida? —negó con la cabeza y
puntuó la barra—. Puedo echarte una mano aquí, si es que consideras
arriesgarte a que envenene a alguien, pero eso… Ah, no, Gabe, quiero
mucho mis huevos como para que ella me los arranque. Llama a Reaver, él
podrá cubrirte las espaldas.
Puso los ojos en blanco, le dio la espalda.
—¿Y si alguien se interesa en ella?
No lo harían. Había dejado perfectamente claro que nadie podía tocarla,
liberarla o dirigirle la palabra sin su permiso. Un poquito de disciplina no
le hará daño.
—Está terminantemente prohibido que te pongan una sola mano
encima.
—Eres un gilipollas, lo sabes, ¿no?
Resopló.
—Quince minutos —le indicó—, luego te relevo.
Sin más, echó un último vistazo en dirección al fondo de la sala y le dio
la espalda. Necesitaba despejarse o iba a cometer una jodida locura.
CAPÍTULO 4
¿Podía una sola mujer traer consigo tantos problemas? Kitty, sí. Los
suficientes para que hubiese cometido la estupidez de jugársela y dejarla
atada en la cruz de san Andrés. Lo que tendría que haber hecho era ponerla
de patitas en la calle, el club no era lugar para ella o eso es lo que quería
creer, lo que deseaba creer. Necesitaba que ella volviese a ser esa mocosa
de antaño para poder seguir ignorándola y mantenerla alejada de él.
Él estaba acostumbrado a tomar lo que deseaba y marcharse después.
Sus mujeres no duraban más allá de una noche; odiaba los reproches, las
lágrimas de cocodrilo y la absorbencia de muchas de ellas. Su interés
desaparecía en el momento en que abandonaba sus cuerpos convirtiéndose
en otra muesca más en una larga lista. Era un hijo de puta y lo sabía.
Dejando escapar un frustrado gruñido, cruzó la habitación dejando atrás
la cama de plataforma redonda, se sacó los zapatos y los calcetines, a los
que siguió la camiseta. La tensión de la noche le había pasado ya factura,
estaba incómodo, excitado, su sexo empujando alegremente contra los
pantalones.
El cinturón cedió también cayendo al suelo, desabrochó el botón y se
dirigió hacia el cuarto de baño.
Necesitaba una ducha y quitarse de encima todos esos pensamientos
calientes con la última mujer que debía darles rienda suelta. Sus pies
descalzos entraron en contacto con el frío suelo provocándole un
estremecimiento que dejó atrás para abrir el grifo del agua caliente.
Se quitó los pantalones y los calzoncillos dejándolos a un lado, su sexo
se mantenía erguido y orgulloso, un ligero tirón en la dura y caliente carne
hizo que resbalase la mano y se acariciara a sí mismo.
Gruñó, dejó escapar un jadeo entre los dientes y suspiró. Estaba
excitado, el haberse restregado contra ella mientras la restringía lo había
encendido y llevado al límite. Había sabido que de quedar tras la barra del
bar antes o después habría sucumbido a sus propios deseos; ella.
Se relamió y disfrutó de la sensación de sus dedos acariciando la dura
erección Su mente actuó por sí sola reemplazando su mano por una de
dedos largos y suaves, una que había acariciado y rodeado cuando cerró la
muñequera de las esposas a su alrededor. El solo pensamiento lo hizo
gemir, sus caderas se impulsaron solas hacia delante acicateadas por la
imagen que se formaba en su mente y resolló con frustración.
Frustrado consigo mismo se metió bajo el chorro de la ducha y
permitió que el agua caliente lo recorriese por entero. El gel de baño rodó
en sus manos antes de extenderse sobre la piel borrando las huellas de
sudor y reavivando un cuerpo sobre excitado. Fue imposible evitar que su
mente siguiese su propio curso, que fantasease con la mujer que había
dejado en la planta de abajo y la cual, si Jer hacía lo que le había pedido,
ya no estaría cuando volviese. Ahora eran sus manos las que le recorrían el
cuerpo, acariciándole los músculos, rozando el suave rastrojo de vello que
espolvoreaba su pecho y descendía en una fina línea negra desde su
ombligo hacia su sexo. Se imaginó esos sensuales labios sobre él, bajando
sobre su dureza, saboreándola, sosteniéndole tan íntimamente como podía
hacerlo una mujer. Dejó escapar un gemido y se apoyó con una mano en la
pared mientras la otra se cerraba alrededor de su erección bombeando con
premura. Deseaba su boca sobre él, conducirse profundamente en ella,
sentir su lengua acariciándole, rodeándole y probando su sabor mientras se
la chupaba.
Su pene tembló en su mano, sentía los testículos apretados, la
necesidad hizo presa de él clavando sus garras con desesperación. Sus
caderas se impulsaban solas hacia delante, en su imaginación era la mano
de ella la que rodeaba su sexo, la que le acariciaba más y más rápido,
apretándolo, extrayendo de él lo que deseaba. Oía sus jadeos, un eco
distante procedente del recuerdo que lo empujó hacia la culminación. El
semen brotó con fuerza machando los azulejos, resbalando sobre ellos
mientras él se encargaba de vaciarse por completo dando un poco de
tranquilidad a su cuerpo, aunque no por ello calmó la excitación que ella le
había provocado.
—Sabes, hay algo realmente erótico en ver a un hombre darse placer a
sí mismo.
La inesperada voz lo llevó a dar un respingo, se giró y se quedó sin
palabras al ver al objeto de su deseo de pie en medio del cuarto de baño y,
vestida únicamente con una diminuta toalla.
—¿Qué haces tú aquí?
La vio lamerse los labios, lo recorrió con la mirada y finalmente se
encontró con sus ojos.
—Demostrarte que no soy la mocosa que crees que soy —aseguró con
voz suave—, y que esta mujer que ves ante ti, está dispuesta a hacer lo que
sea para que entiendas una cosa.
Entrecerró los ojos.
—¿Cuál?
Caminó hacia él, dejó caer la toalla y entró en la ducha, pegándose a él,
pero sin tocarle todavía.
—Que eres mío.
Esos suaves labios se posaron sobre los suyos iniciando un caliente y
húmedo beso que lo puso de rodillas.
CAPÍTULO 6
Kelly Dreams
CAPÍTULO 1
Jeremy llegaba tarde, media hora tarde, a decir verdad. Sus hermanos no
habían dudado en recordárselo a cada cinco minutos después de que diesen
las nueve. Había salido tarde de la última sesión del fisioterapeuta, cogido
el coche y conducido hasta el aparcamiento de atrás para casi arrollar a la
dulce ratoncillo que tenía ante sí.
Elizabeth Carmody era, entre otras cosas, la secretaria de su hermano
pequeño, Wolf. La había visto alguna que otra vez tras el escritorio, pero
no le había llamado la atención hasta la tarde en la que se vio obligado a
sacarla de la casa que, según sabía, su novio había incendiado a causa de
una estúpida barbacoa en el exiguo balcón de la cocina.
Él había estado haciendo su trabajo el día después del incendio,
comprobando el lugar para presentar el informe al seguro, cuando una
pequeña pelirroja entró como una exhalación, tropezando y precipitándose
a la zona más inestable de todas; la cocina.
Hoy más que nunca agradecía a todo su entrenamiento su rapidez de
reflejos, ya que, en vez de saldarse con una herida en el hombro,
posiblemente la tarde habría terminado con ella muerta debajo de los
escombros del techo y él en peor estado.
La eficiente y seria secretaria no había existido esa tarde, incluso su
aspecto había sido totalmente distinto, haciéndola más joven y atractiva
que con todo ese encorsetado traje gris que solía llevar. Su preocupación
por la casa había cambiado inmediatamente cuando se dio cuenta de que él
había resultado herido, prácticamente lo había arrastrado a fuera para
meterlo en un coche tan pequeño que no entendía cómo demonios había
cogido todo su metro ochenta y cinco sin romperse algo, y volar como un
rayo al hospital más cercano.
Tenía que reconocer que su desesperación le había resultado divertida,
aunque el dolor lo había convertido en un capullo gruñón.
La había insultado, la había llamado cabeza hueca solo para que ella le
respondiese con el mismo tono. De aspecto frágil, delicado y una deliciosa
timidez, aquel inesperado acceso de carácter lo sorprendió y lo dejó
completamente embobado con ella.
Un ratón chillándole a un oso. La similitud había sido bastante
divertida.
A partir de ese momento, cada vez que aparecía por la oficina de Wolf
le preguntaba por su salud. Él aprovechaba esos interludios para hacer lo
que más le gustaba; coquetear.
No era una mujer despampanante, de hecho, ni siquiera era su tipo,
pero, al igual que ahora mismo, ese cambio de look era muy, pero que muy
apetecible y el suave sonrojo que le cubría las mejillas la convertía en una
cosita tierna y deliciosa.
La tela ceñida del vestido abrazaba sus pechos, la suave piel de su
cuello quedaba expuesta al haberse echado toda la melena sobre un
hombro reclamando silenciosamente la promesa de besos y mordiscos que
le encantaría prodigarle. Curvas definidas y llenas, caderas llenas y
enclaustradas en la tela y unas piernas torneadas y largas, para una mujer
tan pequeña, la convertían en una más que apetitosa posibilidad para esa
noche.
Si había algo que no había cambiado era el gesto tímido que hacía que
le fuese imposible sostenerle la mirada durante mucho tiempo. Incluso
cuando bromeaba con ella en la oficina, notaba esa ternura subyacente y la
timidez que la convertía en algo raro y único.
¿A quién quería engañar? Deseaba a esa mujer. Lisa y llanamente.
No era un hombre de compromisos, no le gustaban las ataduras y sí
jugar. Disfrutar del sexo y de las veladas esporádicas, si había pucheros o
reclamaciones, borrón y a por la siguiente. Ese era su mantra y, hasta
ahora, había cumplido perfectamente con lo que deseaba para sí mismo.
Por ello, seguía sin explicarse el motivo de que hubiese hecho una
costumbre el pasarse por la oficina de Wolf al menos un par de veces por
semana. Sabía que no era más que una excusa para verla y arrancarle esa
perezosa sonrisa, notar sus mejillas sonrojadas y disfrutar de la compañía
femenina de forma inocente. Su hermano se había dado cuenta de lo
inusual de su comportamiento y había empezado a bromear con el hecho
de hacerle un cuarto permanente en las oficinas.
—Creí que ya habíamos quedado en que nos tutearíamos, Lizzie —
pronunció el diminutivo de su nombre, uno que ella le había dado solo
para retractarse a continuación—. Con Jeremy es más que suficiente.
Observó se ajustaba bien el bolso al hombro y echaba un fugaz vistazo
a su espalda, como si estuviese buscando la excusa perfecta para dejarlo
plantado.
—Yo… siento… la interrupción, ya… tengo… tengo que coger el
metro y…
¿No era adorable? Solía tener problemas para hablar cuando se ponía
nerviosa, cortando las palabras, mesándose el pelo justo como ahora y
echándole fugaces vistazos.
—Por el contrario, he sido yo el que tropezó contigo —aseguró
reteniéndola—, y te pido disculpas por ello. Temo que llego un poquito
tarde…
Como si quisiera dar testimonio de sus palabras, su teléfono volvió a
sonar.
—¿Qué te decía? Se supone que tenía que estar aquí a las nueve, pero
se me complicó la tarde —aseguró, entonces le guiñó un ojo—. Aunque
eso ya lo sabes.
Su sonrojo se intensifico.
—Yo… será mejor que no te retrase más.
—Oh, no lo harás —declaró al tiempo que se acercaba a ella, le
rodeaba la cintura con el brazo y la arrastraba, literalmente, tras él—, de
hecho, sé que serás la excusa perfecta.
—¿Qué? —parecía verdaderamente asombrada—. ¿Qué excusa?
La recorrió con la mirada y sonrió.
—Que me entretuve al encontrarme con una deliciosa y sexy
muñequita.
CAPÍTULO 3
Jeremy había prometido mantener las manos para sí mismo, pero no había
dicho nada sobre la idea de fantasear con ella y hacerla partícipe de esas
fantasías. Le encantaba ver cómo se sonrojaba, cómo sus ojos chispeaban
y lo fulminaban obligándolo a interrumpir la descripción de sus
intenciones. Debía confesar que hubo un par de momentos en el que temió
que diese media vuelta y saliese huyendo, especialmente cuando llegaron a
la sala principal del club, dónde se detuvo de golpe. Con los ojos abiertos
como platos y un agónico jadeo escapando de sus labios, retrocedió con
tanta rapidez que se habría caído si no la hubiese cogido entre sus brazos.
—Respira, cariño, respira —le susurró al oído.
—Esto… esto es…
—El Triple Trouble —declaró con un ronco susurro en su oreja—. Un
lugar perfecto para jugar, ¿no te parece?
Tragó y se quedó allí, inmóvil. Y él la dejó. Quería darle tiempo para
acostumbrarse, para tomar una decisión. Si no estaba preparada para ese
tipo de juegos, la dejaría ir.
Pero no iba a hacerlo sin pelear. Estaba decidido a tenerla, conquistarla
iba a ser el desafío más dulce de todos.
—Dime una cosa, Liz —le acarició el arco de la oreja con los labios—.
¿Qué llevas debajo de la falda?
Ella se tensó, se giró lo justo para poder mirarle.
—Ropa interior.
Sus labios se curvaron ante la directa respuesta.
—¿Qué clase de ropa interior?
Se la imaginaba con un diminuto tanga cubriendo su pubis y
hundiéndose traviesamente entre los dos melocotones que formaban su
trasero en forma de corazón, un coqueto liguero rodeando sus caderas y
tiñendo de color sus muslos. Sabía por el tacto de sus pechos que llevaba
sujetador y sin relleno. Sus senos eran llenos, suculentos y los pezones que
destacaban en la tela del vestido… se moría por probarlos.
Un ligero tirón de su sexo le recordó que su pene estaba de acuerdo con
él y sus apreciaciones.
—Ven, vamos a saludar antes de que decidan saltar sobre mí.
Notó su vacilación, la sintió temblar incluso, algo le decía que más que
miedo era nerviosismo. Podía ser un tímido ratoncillo, pero él no le era
indiferente. La había sentido estremecerse bajo sus manos, el titubeo en su
voz y el color en sus mejillas había sido inmediato y rematadamente sexy.
Lizzie era cálida, de una forma sencilla, sin pretensiones y aquello le
gustaba, pero al mismo tiempo, aquella chispa que había visto en sus ojos
cuando la llamaron ratón de biblioteca… Dios. Deseaba verla perder la
compostura, dejar a un lado la timidez y dar rienda suelta a la emoción
desenfrenada que había vislumbrado en sus ojos.
La deseaba, fuese como fuese, la deseaba y no estaba dispuesto a
aceptar un no por respuesta, no cuando esa negativa tenía de verdadero lo
que él de santo.
Esa gatita iba a caer, solo era cuestión de tiempo.
CAPÍTULO 5
Ese hombre iba a matarla y ni siquiera necesitaría las manos, sus palabras
eran un arma mucho más afilada y letal que cualquier posible acto y
estaban haciendo estragos en su cuerpo. Lizzie sentía la piel tirante, la
humedad se había instalado en forma de sudor entre sus pechos. Tensos,
empujaban contra la tela del sujetador, los pezones duros se frotaban con
cada movimiento obligándola a mantener la espalda recta para evitar
aquella deliciosa tortura. Y señor, qué maldito calor, el ardor se había
instalado en su cuerpo y había ido creciendo en intensidad al igual que su
excitación, siempre espoleada por la sensual y profunda voz masculina,
que hablaba sin cortarse un pelo de lo que realmente le apetecía.
¿Y ese lugar? ¡Cristo! Nunca había estado en un lugar así. Ni siquiera
estaba segura de entender algunas de las cosas que pasaban allí, el
chasquido de lo que parecía un látigo, gemidos y gritos de hombres y
mujeres por igual… Ni siquiera la música podía ahogarlos y, lo peor de
todo es que todos esos gemidos la estaban poniendo cachonda.
—¿Todo bien, cariño?
Volvió la mirada hacia la derecha, dónde Jer permanecía sentado,
disfrutando de su cerveza fría.
No. Nada estaba bien. La piel le hormigueaba bajo la maldita tela, el
sujetador parecía haber encogido una talla comprimiendo sus hinchados
pechos y el tanga, aquella maldita prenda parecía dispuesta a darle la
noche ajustándose más a su empapado e hinchado sexo.
—Estupendamente.
Alguien resopló al otro lado de la barra, su segundo jefe, Casio, sonría
perezosamente mientras degustaba su propia bebida.
—Mientes igual de mal que mi Mai.
Mai era la mujer que había conocido al llegar, la misma a la que Wolf
se había echado al hombro mientras ella chillaba y pataleaba, diciéndole
un montón de improperios. Su jefe parecía estar mucho más cómodo que
ella misma con su presencia en el local, tanto así que no se había cortado
cuando le metió mano a su chica y le comió luego la boca delante de
todos.
—¿Por qué no la llevas a uno de los reservados, Jer? —indicó Gabriel
con un gesto de la barbilla hacia la zona de sofás—. Los altavoces están
justo encima y amortiguan mucho más el sonido… ambiental.
Su sagaz acompañante, deslizó la mano alrededor de su cintura y tiró
de ella al tiempo que se levantaba de su propio taburete.
—Tengo una idea mucho mejor. —Sin más, la hizo girar, la atrajo hacia
sí y, tras enterrar ambas manos en su melena, bajó sobre su boca y la besó.
Todo pensamiento coherente o protesta que pudiese emerger de sus
labios se extinguió de un plumazo, su boca se apropió de la suya, exigente,
dominante, decidido a no hacer prisioneros.
—Y esa idea te incluye a ti, fuera de esa tortura —tiró del escote de su
vestido—, y jugando conmigo.
No pudo evitar tensarse ante su comentario, si su idea de jugar se
parecía en algo a lo que veía a su alrededor.
—No creo que esto sea… para mí.
Se separó lo justo para mirarla.
—No lo es —declaró seguro—, por eso tú y yo, vamos a irnos al piso
de arriba.
Parpadeó, pero eso fue todo lo que pudo hacer, porque su sexy
rescatador la cogió de la mano y la arrastró sin preámbulos a través de la
sala sin dejarse influir por sus intentos de detenerle.
—Jeremy, espera —pidió tambaleándose sobre los tacones que llevaba,
los cuales eran más altos de los que acostumbraba a usar—. Vas a tirar…
oh dios.
—Vamos a jugar —declaró cogiéndola en brazos y echándosela al
hombro como si fuese un fardo.
Jadeó, pero su acto la excitó.
—Pero tú has dicho…
—…que te avisaría antes de hacerlo.
Dejaron atrás el bar, dónde Gabriel intentaba no reír abiertamente, las
zonas de juego extremas, como ella las había apodado y entraron en un
largo pasillo que se dividía en un tramo de escaleras.
Jeremy se detuvo entonces ante las escaleras, la deslizó al suelo y, sin
previo aviso, la empujó contra la pared. La deseaba, la deseaba con
desesperación, pero le había dado su palabra y, si ella no quería quedarse,
no iba a obligarla. La aprisionó con su cuerpo, la espalda femenina quedó
presionada contra la pared, con los brazos por encima de la cabeza, uno de
sus muslos entre sus piernas desplazando el vestido hacia arriba. Los
suaves y mullidos senos se apretaban contra su pecho, pero eran sus ojos
abiertos con una pizca de temor, mezclada con pasión e incertidumbre
quienes le obligaron a ir más despacio.
—¿Quieres irte, Lizzie? —preguntó con voz ronca. Sus ojos devorando
los labios entreabiertos—. Dime qué es lo que deseas y te lo daré.
Ella lo miró a los ojos, buscando leer la verdad en ellos, pero se hacía
difícil pensar cuando su cuerpo estaba aprisionado contra el suyo, sus
senos aplastados deliciosamente contra el fuerte pecho masculino y su
erección presionándose contra su estómago a través del pantalón.
—Si te quedas, haré que no te arrepientas —insistió—, pero si deseas
irte… no te detendré.
Se lamio los labios y dijo lo único que podía decir; la verdad.
—No sé lo que quiero —aceptó en voz alta. Lo deseaba, oh, sí, lo
deseaba como nunca, pero no estaba segura de si seguir adelante fuese lo
más sensato.
Jeremy le acarició el rostro y apoyó la frente contra la suya.
—En ese caso, veamos si podemos descubrirlo juntos —declaró
bajando la boca sobre la de ella.
CAPÍTULO 7