Cowboy, Amante Al Anochecer - Laura Barcali
Cowboy, Amante Al Anochecer - Laura Barcali
Cowboy, Amante Al Anochecer - Laura Barcali
Las vistas del lago Míchigan, y del resto de la ciudad de Chicago, eran
espectaculares desde el lujoso ático que Rob poseía en propiedad en el
número 25 de Superior Street.
Era mediados de mayo y, aquella mañana, hacía buen tiempo. Rob paseó
su torneado cuerpo desnudo por una de las cinco terrazas del ático,
tomándose un zumo. Depositó el vaso vacío sobre una mesa de mármol e
hizo un gesto de hastío al tener que volver a su habitación para dirigirse al
vestidor.
Sobre la inmensa cama, y entre las revueltas sábanas, descansaba
bocabajo una rubia espectacular. Esta, al escuchar un ruido en el amplio
vestidor, se levantó gateando sobre el lecho y caminando hacia donde su
guapo amante estaba vistiéndose.
Le puso a este las manos sobre los ojos, para gastarle una trillada broma.
—¿Quién soy? —preguntó la mujer, apoyando sobre su espalda los
excesivos pechos de plástico.
El hombre se deshizo del contacto y se puso la camisa sin ni siquiera
responder. Ella hizo el amago de abotonarle la prenda. Sin embargo, Rob
reculó como si no estuviera allí para ir hasta el cajón donde tenía, muy bien
colocada, su amplia colección de corbatas de seda. Eligió una de color
violeta oscuro, con betas doradas, y se la colocó alrededor del cuello,
mirándose en el espejo mientras se cerraba la camisa de un lila claro.
—Cariño, ¿te pasa algo? —La mujer se acercó contoneando su cuerpo de
infarto.
—Vístete —dijo Rob sin más, en un tono más neutro que otra cosa.
Ella se dio la vuelta dando saltitos de felicidad. Pensó que la llevaría de
compras por la Magnificent Mile, no muy lejos de allí. Le había tocado la
lotería la noche anterior al conocer a aquel rico y guapo hombre de
negocios en un bar de copas. Cuando vio el ático le hicieron los ojos
chiribitas. Que solo follaran en una ocasión y luego él se durmiera le trajo
sin cuidado. Lo importante para ella era haber dado con semejante chollo.
Rob se peinó el cabello castaño hacia un lado, pues lo llevaba más largo
en la zona del flequillo que del resto. La perilla y el bigote bien recortados
adornaban un rostro masculino de 35 años. Los ojos de un color azulado
añil eran serios, como el gesto de su generosa boca.
Se miró en el espejo, satisfecho con la ropa elegida: pantalón azul marino
que realzaba su interesante trasero, y chaqueta a juego. Los zapatos eran
negros, acabados en una ligera punta, de la mejor piel y manufactura
posibles.
Suspiró aburrido y salió del vestidor. La rubia, de la cual ni recordaba el
nombre, estaba lista y sentada en la cama, como esperando algo.
—Al salir, a la derecha del pasillo al fondo, está la puerta. El código es
487 —informó a la mujer, que levantó las cejas algo pasmada.
—Pero…
Rob salió de la amplia habitación y la joven lo siguió como pudo, con los
taconazos y el vestido de noche prieto y poco práctico.
—O-oye… —balbució ella, confusa.
—Está bien, te acompañaré ya que esto es muy grande —claudicó él en
tono indiferente.
—¿No vas a invitarme a desayunar e ir luego de compras? —se atrevió a
preguntar ella.
Rob se detuvo a medio camino, girándose con una ceja levantada.
—¿Acaso te crees que soy tu sugar daddy? Ya estás mayorcita para eso.
—La miró de arriba abajo.
Ella se ofendió y pasó por su lado, trastabillando con la moqueta. Se
agarró como pudo a un mueble y él la tuvo que sujetar antes de que se diera
de morros contra el suelo.
—¡Pero Robert! Creía que habíamos conectado —se quejó ella al ver sus
planes truncados.
—Nena, esto solo ha sido una transacción sexual.
—¿Me estás llamando puta? ¡Porque eso sí que no! —Se soltó muy
ofendida.
Él tecleó la clave de salida de su casa en lo alto del edificio y la puerta se
abrió sola con un clic.
—¡No, Dios me libre! Pero tú te acercaste a mí, yo te invité anoche, pasó
lo que pasó y eso es todo. Si esperabas que esto siguiera hoy, o en los
próximos años de nuestra vida, no soy tu hombre, querida.
La joven se dio la vuelta, sin decir palabra, y salió por la puerta. Después
de esa escena, que solía repetirse cada cierto tiempo, pues Rob coleccionaba
noches de sexo casual con mujeres guapas, cerró la blindada puerta y se fue
hacia la sala principal, donde tenía la amplia cocina americana y su mesa de
trabajo.
El ventanal daba al interior de la ciudad y a un montón de altos edificios,
entre ellos el Walmart Boulding, de propiedad familiar y donde residía su
madre, Margaret Walmart, además de ser el centro de negocios y las
oficinas principales del basto patrimonio familiar.
Por las noche las vistas eran dignas de atención, pero de día Chicago era
otra ciudad más con rascacielos, aunque hubiese sido la propulsora de estos.
Asió su maletín de trabajo, una maleta mediana ya preparada, y se dirigió
a la salida de nuevo, rezando para que la rubia de bote no estuviera todavía
por allí dando vueltas, perdida. No sería la primera vez.
Se dirigió a uno de los múltiples ascensores y bajó mientras revisaba los
mensajes en el móvil. Su asistente personal, Yvaine, sabía que los fines de
semana estaba prohibido, hasta que no fuera lunes a las 10:00 de la mañana,
contactar con él.
Solo había uno de su madre recordándole la hora a la que habían quedado
en la sala de juntas.
Rob suspiró fuerte y algo molesto por lo que se venía encima: la boda de
su hermana pequeña Lindsay. Y con un paleto. Uno rico, pero paleto al fin y
al cabo, como todos los que se dedicaban a la crianza de ganado en Texas.
Al llegar al amplio hall del edificio pidió un taxi. No tuvo que esperar
mucho.
Mientras le llevaban de camino al Walmart, recibió una llamada de
Yvaine.
—Dime —musitó sin mucho ahínco.
—Rob, tu madre insiste en que vaya con vosotros a la boda. Dice que sin
mí no vas a ser capaz de comportarte… —Yvaine se quedó en silencio,
esperando con paciencia.
—Te necesito aquí, ya sabes que no me fío un pelo de esos imbéciles del
consejo. Son capaces de hundir el negocio que levantó mi bisabuelo.
—Bueno, pero tu madre tiene la mayor parte de las acciones, así que…
Me tenéis entre la espada y la pared —se sinceró.
—Vale, ve a casa y coge lo que puedas necesitar. Dile a Mary que se
encargue de tu billete. Con suerte aún hay sitio en primera clase. Si no, en el
siguiente avión disponible.
—Ok.
Yvaine no dijo más y colgó.
Realmente, para qué negarlo, Yvaine era su única amiga leal. Compañera
en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago. Mordaz,
lista, trabajadora y muy competente. Su familia no era rica y siempre estuvo
pendiente de becas, así que la ayudó en los peores momentos económicos
para aligerar la carga. Por suerte, y gracias a él, no estaba endeudada hasta
las cejas con préstamos bancarios imposibles de pagar. Pero, a cambio,
tenía un contrato de exclusividad con Walmart.
No podía formar parte del consejo debido a que este se iba heredando por
línea de sangre, ni ser un alto cargo, pero sin ella aquello no funcionaría
bien, por eso era su mano derecha y nadie se atrevía a llevarle la contraria.
A pesar de recibir un buen sueldo, prefería vivir en un apartamento de su
propiedad, pequeño pero acogedor. Le encantaban los gatos, con los que
convivía, la repostería y la moda pin-up. Así que daba un toque de color a
una empresa de rancio abolengo con sus cabello pelirrojo natural, sus
curvas y su ropa vintage. La quería como a una hermana, no la podía ver de
otro modo más que así, ni ella a él tampoco. En el fondo se alegraba de que
fuera con él a aquella boda.
Cuando se bajó del taxi subió directo a la sala de juntas, donde Margaret
e Yvaine le estaban esperando. Dejó la maleta a un lado y se sentó, con un
cansancio infinito, frente a ellas.
—Querido, Yvaine tendrá que viajar en turista, pero ha habido suerte y
podrá volar en el mismo avión —informó Margaret.
—Entonces tendrás que ir a por tus cosas. O no nos dará tiempo… —El
avión salía a las 15:00 horas.
—Ya las tenía aquí. Lo siento, Rob, pero la señora Walmart me lo pidió
ayer, y no pude negarme… —aunque lo dijo con una sonrisa—. Mi madre
ya se ha mudado a mi piso para cuidar de los gatos.
Él rodó los ojos.
Margaret siempre haciendo planes a sus espaldas, pese a ser él el
presidente de la compañía.
—Bien. Lo tengo todo controlado, queridos —dijo Margaret en un tono
jocoso.
Su hijo la miró. Ya tenía 64 años y un par de cirugías estéticas para
aligerar la edad. El cabello rubio le caía liso y recto sobre los hombros,
además era delgada y menuda. Muy elegante siempre, vestida con las
mejores marcas y a la moda, pero sin resultar soez o fuera de lugar. Solo
tenía un problema: era una cabezona y no se llevaba bien con ella.
Mientras que a él le exigía ser perfecto en todo, a Lindsay, seis años
menor, no. Ella podía llevar la vida que le placiera, de viaje, sin dar palo al
agua, de novio en novio. Y, a este paso, de marido en marido. Porque la
noticia de que se iba a casar les llegó a todos como un acontecimiento poco
más que inverosímil. ¿Y quién era el afortunado? Matthew Walkers, de los
Walkers de Texas. Oficio: ranchero.
—Te estoy hablando, Rob —le espetó su madre chasqueando los dedos.
Este salió de sus pensamientos y la miró.
—¿Qué?
—Esta boda es muy importante y será por todo lo alto. Por eso vamos dos
semanas antes, para conocer bien a la familia Walkers y sus bastos
dominios.
—Y a sus vacas… —contestó en tono despectivo tapándose la nariz.
—¡Las vacas son adorables! —exclamó Yvaine muerta de la risa al ver a
Rob poner esa cara de limón tan característica.
Le tenía mucho aprecio, pero había que reconocer que su filtro era de
bajo nivel y llevaba la palabra sarcasmo tatuada en la frente.
Margaret suspiro y miró al techo, como rezándole a su difunto esposo
para que le diera fuerzas.
—Tienes 35 años, Robert, así que compórtate. A tu hermana le hace
muchísima ilusión casarse. Dejad vuestras niñerías de lado y llevaos bien.
No quiero malas caras.
—Sí, mamá —contestó poniendo su cara de limón amargo—. ¿Para
cuándo el divorcio? Por la celebración, digo. Para apuntármelo en la
agenda.
Se sacó un bolígrafo del interior de la chaqueta a modo de broma.
No veía a su hermana viviendo en Texas rodeada de ganado, barro y
cerdos. Le daba meses a ese matrimonio.
Margaret ignoró a su primogénito y se puso la chaqueta de Chanel a
juego con la falda. Asió su bolso de Gucci, uno feísimo, y se dispuso a subir
a la penúltima planta, donde tenía su residencia.
—Nos vemos abajo en una hora, nos llevará mi chófer al aeropuerto. Nos
os demoréis. —Antes de salir por la puerta, se giró y miró a su hijo con una
sonrisa de oreja a oreja—. Con suerte conoces a alguna mujer guapa en la
ceremonia y te casas de una vez, querido.
Luego se fue dejando a Rob con el ceño tan fruncido que se le juntaban
las espesas cejas.
—A ver si sientas la cabeza, Rob. Quiero sobrinos, muchos. Diez o
veinte —bromeó Yvaine.
—Vete a la mierda un poquito.
Su madre llevaba ya cinco años diciéndole que se echara novia, que se
casase, que le diera nietos. Y a él le entraba urticaria solo de pensar en ello.
No se había enamorado en su vida y ya dudaba que pudiera conocer a esa
persona especial que le hiciera cambiar de opinión.
—Venga, no te enfades, tu madre se preocupa por ti… Y quiere verte
feliz.
—¡Ya soy feliz! ¿Por qué para ser feliz es necesario todo eso? Estoy bien
solo.
Yvaine le miró ladeando su carita redonda y pecosa, como haciéndole un
reproche silencioso.
—Llegas a casa, a esa enorme casa, donde no hay nadie esperándote, sin
que nadie te dé un beso antes de dormir. No tienes ni gato, ni perro, ni un
canario siquiera. ¿De verdad eres feliz?
Rob se puso nervioso. No era la primera vez que ella le planteaba
aquello. Pero estaba tan agobiado con el viaje, ante la perspectiva de pasar
dos semanas sin trabajar, y en un rancho, que le pudo el hastío.
—¿Y tú qué me dices? Vives con seis gatos en una casa de dos
habitaciones. ¡Tampoco tienes a nadie que te dé un besito de buenas
noches! —soltó aquello sin pensar.
Yvaine se puso en pie y cogió su agenda y su bolso, sin mirarlo a la cara
siquiera, muy afectada. Rob intentó disculparse. Sin embargo, ella le
interrumpió antes de que saliera de su boca cualquier posible frase.
—¡No es justo, Rob! Y lo sabes.
Salió y cerró la puerta con fuerza, dejándolo de pie, a solas.
Su amiga solo había mantenido una relación con un compañero común
los dos últimos años de carrera. Iban a casarse y él la dejó porque había
engordado demasiado, para su gusto, a pesar de ser por un problema de
tiroides que no podía controlar más que con medicación y mucho esfuerzo.
Así que llevaba cerca de diez años sin tener pareja, ni relaciones sexuales
por el trauma.
Aparentaba mucha entereza y seguridad en sí misma, pero Rob sabía que
el tema de su peso le provocaba una fragilidad mental difícil de reparar. No
le faltaban hombres pululando, porque para gustos los colores, pero se hacía
la dura por miedo a volver a ser rechazada.
—Vale, estamos los dos bien jodidos —admitió en un susurro,
recogiendo la maleta y el maletín para irse a su despacho a terminar de
firmar unos papeles.
Rob, se reconoció, tenía un miedo irracional a enamorarse.
oOo
El vuelo hasta el Aeropuerto Internacional de Dallas-Fort Worth fue
tranquilo y cómodo. Yvaine iba en turista, y así lo prefirió Robert, pues
estaba avergonzado por lo que le había dicho.
Para que su madre no le taladrara la cabeza, se reclinó con los AirPods
puestos, mientras escuchaba un audiolibro. Se durmió por completo hasta
que una auxiliar de vuelo le pidió que se pusiera recto porque iban a iniciar
el descenso y aterrizaje.
Bajaron del avión los primeros, junto a otros pasajeros de primera clase,
y permanecieron al lado de la cinta de recogida de equipajes para
encontrarse allí con Yvaine, que no tardó demasiado en llegar. Los tres
juntos se dirigieron a la salida.
Por suerte los estaba esperando un hombre con un cartel que llevaba su
apellido.
Era más alto que Rob, fornido, de cabello rubio pajizo y algo ondulado,
con rasgos duros. Los penetrantes ojos castaño claro, casi ambarinos, los
miraron. Iba vestido con un pantalón vaquero, una chaqueta de cuero
oscuro, botas típicas texanas y un sombrero de ala ancha color camel.
—Mirad, nos han mandado a un chófer —susurró Margaret—. Cuánta
amabilidad.
Yvaine le echó una mirada de escáner al comprobar que aquel hombre,
hecho y derecho, estaba como un tren.
Rob se quedó también algo abrumado con el aspecto apabullante del
texano, porque debía de pasar del metro noventa y estaba muy cachas. A
pesar de la rudeza que emanaba su persona, era muy atractivo y eso le
chocó.
—¿Son los Walmart? —preguntó con una profunda tonalidad en su voz
que iba acorde con ese aspecto tosco y serio.
—Sí, somos nosotros. Y la señorita Yvaine Ferguson, nuestra asistente
personal —contestó Margaret.
—Yo soy Jackson. Encantado —parco en palabras, les indicó que le
siguieran hasta una zona de aparcamientos de pago. Su ranchera Ford
sobresalía por encima del resto, que ya era decir.
Abrió la puerta y ayudó a las dos mujeres a ascender, como un caballero.
Yvaine le dio otro repaso ya que lo tenía tan cerca, reafirmando que estaba
para mojar pan.
—¿Necesitas ayuda para subir? —preguntó Jackson a Rob, que se sintió
ofendido.
—No, puedo solo —respondió en tono seco mientras se subía en el
asiento del copiloto y se ponía el cinturón de seguridad.
¿Ese tipo grandote se pensaba que era un debilucho o algo así? Tenía
músculos, no como él, pero estaba perfectamente esculpido por los mejores
entrenadores personales.
El texano cargó con las tres maletas y las metió en la parte trasera. Luego
se subió él y Rob pudo sentir su corpulenta presencia manejar con pericia el
gran vehículo.
—Es un viaje un poco largo, si las damas necesitan parar no duden en
avisarme —comentó.
—Gracias, Jackson —contestó Yvaine en un tonillo risueño.
Rob la miró porque conocía muy bien a su amiga. Ella le hizo un gesto
como mordiéndose los labios. El chicagüense rodó los ojos, asqueado.
Durante el trayecto, el conductor apenas abrió la boca para responder
algunas preguntas por parte de Margaret, en especial sobre los futuros
consuegros.
—Son personas honradas y trabajadoras que han seguido con el rancho
tras varias generaciones, cuando estas llegaron desde Escocia.
—¡Escocia! —exclamó Yvaine con entusiasmo—. Mi abuela era
escocesa.
El tipo pareció sonreír y asentir, o eso creyó Rob cuando le apareció un
hoyuelo en su rostro bien rasurado. Se quedó embelesado mirándolo y
sintió algo extraño que le hizo enrojecer.
¿Era algo normal que un hombre le pareciese atractivo? No, no lo era en
absoluto.
Tuvo que girar el rostro hacia la ventanilla para fijarse en cómo iba
cambiando el paisaje, de la ciudad a los extensos campos color trigo,
mientras se iba poniendo el sol en el horizonte.
Jackson también se fijó en Rob, aunque le resultó un rico petulante. Ya se
lo había oído decir a la hermana de este, que era un grosero y un
desagradable. Pero lo que no podía negarse es que le quedaba el traje de
chaqueta demasiado bien y tenía unos ojos muy bonitos. Aunque lo que más
le llamó la atención fue el bulto entre sus piernas.
—¿Hace mucho que trabajas para los Walkers? —indagó Yvaine.
—Toda la vida… —respondió el hombretón, también sonriendo un poco,
afable—. Vamos a entrar en el rancho y a dos millas está la casa principal.
Es un camino de tierra un poco movido, tenemos que arreglarlo antes de la
boda.
Estuvieron dando algunos tumbos y Margaret emitió algún que otro
gritito. Yvaine y Rob se mantuvieron callados. Ya era de noche, pero el
camino estaba bien iluminado con farolas.
Se escucharon ladridos según se acercaban a la casa, que tenía las luces
de la planta baja encendidas.
—Los perros no son peligrosos, no hay nada que temer aunque sean
rottweilers —aseveró.
—¿Seguro? —preguntó Margaret, miedosa.
—Segurísimo. No atacan a no ser que vean que alguien quiera hacer daño
a la familia.
Aparcó justo en la entrada, frente a una casa blanca de madera, enorme,
de dos pisos. Y allí los estaban esperando Lindsay y los Walkers: Nathan,
Rosalyn y el novio; Matt, un joven rubio también grandote, guapo y de
rostro muy amable, risueño.
Rob descendió dándose de bruces con un perro negro y enorme que
comenzó a olerle la entrepierna con mucho interés. El hombre se quedó
quieto e incómodo, apoyado en la ranchera. Empezaba bien la estancia: con
el hocico de un perro peligroso apretado contra sus partes íntimas.
—¡Flora, no! —le gritó con fuerza Jackson.
La perra gimoteó y se puso a su lado para ser perdonada. Él le dio en el
lomo, pero flojo.
—¡Hola! ¡Estamos encantados de teneros aquí por fin! —gritó Nathan, el
cabeza de familia. Un hombre alto y corpulento, con los cabellos cortos,
entrecanos y rubios. Su mujer era más bajita y rubia también, muy
agradable de aspecto, regordeta y dicharachera.
—¡Mamá! —Lindsay abrazó a su madre e hizo caso omiso a la presencia
de su hermano y de Yvaine.
Madre e hija eran casi igual de delgadas y atractivas. También tenía los
ojos azules, y un cuerpo pequeño. El cabello castaño con mechas rubias le
llegaba a mitad de la espalda, en perfectos bucles naturales.
Yvaine se sentía muy acomplejada al lado de Lindsay y esta lo sabía. No
se caían bien. Lindsay no era buena persona, sino una niña mimada y
caprichosa.
Tanto Rob como Jackson se quedaron apartados del resto, observando en
modo antisocial.
—¿No te vas a tu casa? —le preguntó Rob al hombre—. Con la perra…
—Esta le miraba con la lengua fuera, como si quisiera seguir oliendo lo que
no debía.
—Esta es mi casa —contestó con sequedad—, y la de la perra.
—¡Jack! —le llamó Nathan—. Ven aquí, hijo.
Rob se quedó perplejo al constatar que, el que creía un trabajador, era un
Walkers.
El hombre anduvo con la perra cogida por el collar y la mandó, de una
palmadita, dentro del hogar.
Todos accedieron menos Rob, que se quedó parado con cara de imbécil al
lado del coche.
Cuando Jackson salió de nuevo a por las maletas no le dijo nada, solo le
miró de arriba abajo con expresión huraña. Cargó con las de las señoras y
depositó la suya al lado, sin dejar de mirarlo a los ojos con cierta
agresividad.
—Si no entras te van a comer los demás perros, chico pijo… —le susurró
con mala intención y Rob sintió un escalofrío, así que agarró su equipaje y
lo siguió.
—Paleto… —siseó.
A pesar del mal comienzo, no pudo evitar fijarse en lo bien que le
quedaban los pantalones vaqueros en la zona del trasero, uno bien prieto y
turbador, muy turbador.
Capítulo 2
A Rob le sonó el teléfono móvil de buena mañana, tras una noche en la que
había dormido a pierna suelta, para qué negarlo. El estrés, el vuelo, una
cena copiosa y el exceso de alegría general lo habían dejado exhausto,
cayendo como un plomo en la amplia y cálida cama, con el sonido de los
grillos fuera a modo de serenata nocturna.
Cogió el teléfono y contestó a su madre:
—¿Qué pasa? —preguntó con voz ronca y boca pastosa.
—Te estamos esperando todos para desayunar.
Rob miró la hora; las ocho de la mañana. Frunció el ceño.
—Ahora bajo… —Colgó y tiró el smartphone sobre la colorida colcha de
Patchwork, con pura desidia.
Salió de la cama, se duchó con rapidez en el baño que tenía en suite y se
puso una camisa blanca y unos pantalones color marengo.
Descendió observando el alto techo central de la casa, con unas modernas
lámparas de estilo industrial. No era un hogar como el que se había
imaginado, rollo campestre, sino que estaba muy bien aprovechado con
paneles solares en los tejados, amplias estancias, mesas de madera maciza,
muebles modernos y cocina con una isla gigantesca en medio, de mármol
negro, además de una piscina cubierta fuera y una zona de jacuzzi y sauna.
Las estancias de invitados tenían de todo, aunque ahí sí se notaba más la
pintoresca mano de Rosalyn, que había sido un encanto en todo momento,
solícita y amable.
Siguió las risas para encontrar el salón, el que daba a la piscina y a un
enorme jardín trasero.
Flora, la perra, se puso en pie nada más verlo y Jackson la tuvo que
contener. Al animal le había caído en gracia Rob y estaba enamorada de él
porque sí.
—¡Ya era hora, hermanito! —exclamó Lindsay—. ¿Se te habían pegado
las sábanas?
—Es la primera vez que te veo levantada a las ocho de la mañana…
Mentira, corrijo: es la primera vez que te despiertas a estas horas, porque
verte de fiesta era lo normal.
Al contrario de lo esperado, tanto Nathan, Rosalyn como Matt se echaron
a reír. Ella, en cambio, miró a su hermano con odio contenido, pero hizo
caso omiso y acompañó a las risueñas risas de su futura familia política.
Jackson se mantuvo callado, como de costumbre, tomándose un café con
leche, tranquilo junto a su inseparable perra. Rob le miró sin poder evitarlo.
Iba ya sin el sombrero, por lo que se veían bien sus rizos rubios, con unos
pantalones vaqueros bien apretados en esas torneadas piernas y una camisa
de cuadros rojos y negros, típicas de la zona. Parecía una especie de
atractivo leñador.
Matt era más moderno vistiendo, con sus zapatillas deportivas,
pantalones también vaqueros y una camiseta de manga corta de Avengers.
No era tan grande como su hermano mayor, porque se le veía más joven,
pero sí tenía buena constitución física.
Margaret estaba encantada, probablemente para ella aquello era como irse
de vacaciones a un extravagante lugar, y no paraba de charlar con sus
consuegros.
Yvaine estaba más callada, así que se puso a su lado.
—¿Has dormido bien? —le pregunto esta.
—Sí, la verdad. Y hubiera seguido de no ser porque aquí se levantan
pronto.
—¿Pronto? No, qué va. Llevan en pie desde las seis y media de la
madrugada. Pero nos han esperado para el desayuno.
La mujer miró las galletas caseras y cogió una, porque no podía pasarse.
—Yvaine, ¿qué tal tus gatos? ¿Y ya tienes novio? —indagó Lindsay con
un tono de voz de lo más amable, pero que escondía veneno puro y duro.
—No, me temo que sigo sola con mis gatos. Ahora tengo seis, encontré
un bebé precioso en el contenedor de basura y lo adopté.
Rob sabía que estaba capeando a su hermana con la mejor sonrisa que
tenía, como si no entendiera la alusión.
—Oh, pero eso es muy tierno —dijo Matt—. Esto está lleno de gatitos, te
encantará. Hacen lo que quieren.
Yvaine enrojeció sin querer cuando él le dirigió la palabra.
—Oh, cariño, no seas friki tú también —le dijo Lindsay posando su mano
encima de la pierna del novio.
Rob siguió mirando a Jackson sin poder evitarlo, ignorando el resto de
conversaciones. Aquel tipo le resultaba muy perturbador en varios aspectos
que le hacían sentir incómodo. Cuando él le devolvió la mirada tuvo que
apartar la suya y hacer como que observaba el interesante techo de madera.
El hombretón se puso en pie y la perra lo siguió.
—Me voy a trabajar —informó—. Estaré con los chicos en el Rancho
Norte.
La perra intentó de nuevo olerle la entrepierna a Rob, que tuvo que cruzar
las piernas y esconderse tras Yvaine. Esta acarició con cuidado la cabeza de
Flora, que le dio un lametón y luego intentó darle otro a Rob.
—¡Flora! —exclamó su dueño y el animal trotó hacia él mientras ambos
desaparecían.
—Perdonad a mi hijo mayor, está obsesionado con el trabajo. Es el que
lleva toda la logística del rancho desde que Nathan se jubiló —dijo
Rosalyn.
—¡De qué me suena eso! Rob es igual o peor, un obsesivo de los
negocios —contestó su consuegra.
—Bueno, pero aquí estoy, tomándome unas vacaciones de dos semanas
para acudir a la maravillosa boda de mi hermana —chistó.
—Ah, no. Nada de vacaciones. Aquí todos los jóvenes han de aportar —
le respondió el señor Walkers en tono serio—. Tanto Matt como Jack os
harán el tour por el rancho: 500 acres, el lago, las granjas y la zona de
recreo para nuestros empleados. Esto es como un pueblo en sí mismo. Todo
lo que comemos es autóctono y de nuestras propias cosechas, además de la
carne, los huevos, la leche, las verduras… Y hay que ganárselo.
Robert palideció un poco. ¿Qué estaba queriendo decir con todo aquello?
¿Tendría que trabajar allí? ¿Él? No, jamás.
—¡Es genial! —exclamó Yvaine de todo corazón—. No sé mucho del
tema, pero me encanta cocinar y hacer repostería. Con productos de primera
calidad… —Soñó despierta.
—Así estás… —susurró Lindsay a su lado.
Matt se percató de lo que le había dicho y le hizo un gesto con la cabeza,
como riñéndola.
—Yo estaré encantado de probar cualquier cosa que hagas. Tienes la
cocina a tu entera disposición. —Matt invitó a Yvaine con mucha
amabilidad.
—Estoy muy agradecida por haber sido convidada a venir. Por cierto, yo
también adoro Avengers —añadió señalando su camiseta—. En especial al
Dr. Strange… —lo dijo como paladeando un dulce.
—¡Genial! Podríamos hacer un pase con la fase 3 y la que llevamos de la
4. Tenemos una sala con una pantalla enorme para ver pelis y series.
Rob se estaba partiendo de risa por dentro al ver la cara mustia de su
hermana, a la que no le interesaba nada de todo aquello.
—Bien, es hora de ponerse manos a la obra. Robert, te recomiendo que te
vistas con una ropa un poco más campestre —le dijo Nathan.
—No tengo otro tipo de ropa, aparte de la que uso habitualmente para
trabajar… —Palideció.
—No pasa nada, chico, mis hijos te buscarán algo que te vaya bien.
El hombre le pegó un buen manotazo en la espalda, para que espabilara, y
tuvo que irse con Matt, acompañándolo a la cochera donde tenían todos los
vehículos.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —indagó Rob mientras se subían a la
furgoneta, una no tan grande como la que llevaba el hermano.
—¡Claro, cuñado! —exclamó con mucha alegría.
—T-tu hermano… ¿Es siempre tan callado?
—Sí, no es una persona que se comunique demasiado. Se le da mejor ir a
su bola.
—¿No tiene novia? —Tragó saliva.
—¿Mi hermano? ¡No! Pasa de todo. Está muy centrado en sacar todo esto
adelante. Yo… Lo ayudo, pero casi todo lo importante lo lleva él. Es muy
bueno en los negocios.
—¿En serio? Porque ese es mi trabajo… Solo que desde una oficina.
—Él es feliz a lo suyo. Se pasa casi todo el tiempo trabajando, hasta lo
fines de semana. Creo que no ha cogido vacaciones en su vida. —Se echó a
reír—. Y yo, cuando me las cogí, conocí a tu hermana. ¿Te ha contado que
casi nos casamos en Las Vegas?
—No… —Rob sintió bochorno solo de pensarlo—. Pero al final la
convencí de que fuéramos más despacio y si nos casábamos que fuese aquí.
La idea le resultó más atractiva.
A unas dos millas de la casa estaba el Rancho Norte, donde había ido a
supervisar Jackson a los trabajadores.
Antes de llegar se acercó a la camioneta un hombre a caballo, que resultó
ser el mismísimo Jackson. A Rob se le aceleró el corazón al verlo montar
una yegua de pelaje castaño muy brillante y crin negra. La perra iba detrás,
ladrando.
—Los dos únicos amores de mi hermano son Flora y esa yegua: Moon.
Pero no le digas que te lo he chivado o me mata.
—¿Os ha mandado papá? —preguntó el hombretón cuando su hermano
bajó la ventanilla y sacó el brazo para apoyarlo.
—Sí, hay que buscarle ropa acorde al cuñado.
Rob vio que estaba bien atrapado en aquella encrucijada y no iba a
librarse de hacer trabajos pesados.
Le pareció ver los hoyuelos a Jackson, como si se estuviera partiendo de
risa por dentro. De él, por supuesto.
«Qué cabrón», pensó.
—Vale, llévalo con Susi y que le busque ropa de su talla. Luego me lo
dejas.
—¿Estás seguro?
—Déjamelo a mí —reiteró el mayor de los dos.
Le dio unos golpes con los talones a los flancos de la yegua y esta se dio
la vuelta y trotó en dirección al gran rancho de color madera que estaba al
fondo. En un lateral, Rob vio a unos cuantos caballos, yeguas y potros. En
el otro, un buen montón de cabezas de ganado que estaban dispuestas ya
para ir a pastar más allá, casi al límite de las tierras.
Olía a mierda de vaca que daba gusto y Rob se llevó la mano a la cara.
Dios, ¿qué le iban a hacer? ¿Llevarlo al matadero? Más o menos.
—Lo siento, cuñado, te ha tocado mi hermano. Te doy el pésame.
—¿Qué quieres decir?
Matt le miró y se sonrió, pero no dijo nada más.
Se apearon del automóvil y los dos hombres se dirigieron a una casa de
madera anexa, donde una mujer de mediana edad estaba sacando ropa de
unas cajas.
—Buenos días, Susi. Te traigo a un nuevo jornalero.
—¿Este? ¡Venga ya! No te burles de mí, niñato malcriado.
Ambos se echaron a reír mientras Rob no supo si palidecer o sentirse
ofendido.
—Es mi cuñado, Rob. Esta es Susi, la jefa de personal del Rancho. Te lo
dejo y ya vendrá a buscarlo mi hermano.
Dicho esto salió por la puerta y Rob escuchó el motor de su ranchera. Lo
había dejado tirado allí a su suerte. Miró a Susi, que salió de detrás de la
oficina para echarle un ojo.
—No, desde luego jornalero no eres. Ven, te voy a dar botas, pantalones
adecuados y una camisa horrorosa de cuadros. Ah, y necesitarás un
sombrero. Aquí pega un sol de justicia y esa piel tan blanca se te quemaría.
—Creo que hay un error. Me están gastando una broma. Yo he venido a
la boda de mi hermana… —Tragó saliva.
—¿Broma? Más quisieras. En este rancho uno, o se gana el pan, o no
come. Ven, vamos.
Le estuvo preguntando sus tallas y luego le colocó sobre los brazos un
montón de cosas.
—Allí tienes un probador.
Mientras se miraba en el espejo, Rob se llevó las manos a la cabeza. ¿De
verdad aquello estaba pasando? Se sintió ridículo y fuera de lugar, como si
se fuera a disfrazar.
Suspiró mientras se despojaba de su ropa y la plegaba con cuidado, para
luego enfundarse en una muy similar a la que llevaba Jackson, solo que su
preciosa camisa de cuadros era verde.
Se vio tan ridículo que estuvo a punto de volver a cambiarse y exigir que
lo llevaran a la casa de nuevo. Entonces escuchó la profunda voz de Jack
preguntando por él y entró en pánico.
Como no salía, este fue a buscarlo y abrió las cortinillas sin ningún tipo
de concesión.
—Veo que ya estás, chico pijo.
—¿Esto es una broma? Porque no me hace ni pizca de gracia. —Se dio la
vuelta, ofuscado a más no poder, dándose de bruces con el corpachón del
hombre, unos diez centímetros más alto que él. Al menos medía 1,95 m.
Este lo miró muy serio, casi intimidante—. Y no me llames chico pijo.
—Está bien, chico pijo —corrigió con toda la intención de joder, dándose
la vuelta—. Gracias, Susi, me lo llevo.
—A ti, cielo. Saluda a tu madre, dile que la empanada de carne estaba de
muerte.
¿Le había llamado cielo a ese tipo? ¿Cielo? Esa gente estaba zumbada.
Salió tras despedirse de la señora, que le deseó suerte con cara de estar
viendo a alguien de camino al patíbulo, lo cual le estremeció.
Jackson se estaba desternillando de risa por dentro. Se dio la vuelta para
ver al chico pijo, vestido como un cowboy en toda regla, refunfuñar tras él.
—Toma, ponte esto, no vaya a estropearse tu cara bonita —le dijo
mientras le colocaba el sobrero vaquero, hundiéndolo hasta debajo de las
cejas.
Rob se lo quitó, ofuscado, se volvió a peinar el cabello liso y se colocó el
complemento un poco mejor.
—¿A las mujeres también las tratáis así? —preguntó.
—Hay un montón de jornaleras trabajando, y desde luego ni una sola
queja se les escucha. La vida en un rancho no es un caminito de rosas, hay
que currar mucho. No vale con subir hasta la quincuagésima planta de un
rascacielos y sentarse detrás de una enorme mesa a pasar el día mirando
números.
La alusión dejó a Rob estupefacto, pero pronto se volvió ira.
—¡Oye, tío! ¿A ti qué te pasa conmigo? —Lo agarró por la solapa de la
chaqueta vaquera para que se girara hacia él.
—No me gustan los niños de papá, pijos, que van por ahí con ínfulas. Y
no me toques.
Se separó de Rob, que estaba cada vez más confuso. Tenerle tan cerca lo
perturbó.
—Y a mí no me gustan los tipos como tú: maleducados y paletos.
A Jack pareció entrarle por un oído y salirle por el otro, mientras Robert
intentaba apartarse de Flora, que volvió al ataque oliéndole la entrepierna.
—¡Basta! ¡Por favor…! —Reculó.
—Si no eres capaz de que entienda quién manda, seguirá haciéndolo.
El hombretón se cruzó de brazos y observó, divertido, la situación.
Rob la asió por el collar e hizo fuerza para apartar a la perra, pero esta
tenía mucha potencia. Al final su dueño intercedió.
—¡Flora, basta! ¡Ven aquí!
Esta se fue hacia él como si tal cosa y el empresario frunció el ceño,
ofuscado. Siguió a ambos y se fijó en cómo miraba la perra a su dueño, con
devoción absoluta. Él jamás había tenido animales y tal vez por esa razón
no sabía tratarlos.
—¿Dónde coño vamos? —preguntó.
—¿Sabes montar a caballo?
—No, en absoluto —respondió entre dientes.
Se acercaron a las caballerizas, donde había un par de jóvenes amazonas
dando de beber y comer a los equinos.
—¡Jefe! —exclamó una de ellas—. ¿Y este guapo vaquero? ¿Es nuevo?
—Es el hermano mayor de Lindsay: Robert —respondió con parquedad
—. Tratadlo bien, os lo dejo un rato. Luego vuelvo.
Asió de las bridas a su yegua Moon mientras le daba unas chucherías y
esta le acariciaba con el hocico. Rob observó los hoyuelos en el rostro de su
enemigo y los ojos brillantes por el cariño que desprendían.
Se sonrojó sin quererlo, mirándolo ensimismado. Jack le devolvió la
mirada sin dejar de sonreír y después se fue.
—Lindsay nos habló de ti, pero no nos dijo que fueras tan guapo —le
dijo una de las chicas, la morena de trenzas—, solo que eras un adicto al
trabajo.
—Y mi hermana una adicta a las fiestas —contestó con sarcasmo—. No
me la imagino aquí haciendo esto.
Las chicas se echaron a reír.
—No, ella no ha venido más que para visitar el lugar.
—¿Queréis decir que no ha tenido que trabajar?
Las dos jóvenes se miraron de forma mutua y con los ojos muy abiertos.
Luego negaron y Rob se sintió más estafado que nunca.
—Ven, puedes tocar a los caballos. Menos a Moon, que solo tolera al jefe
—le comentó la chica de pelo castaño.
Rob pasó al lado de la susodicha yegua, que resopló dándole un susto,
como si lo estuviera vigilando. Después ayudó a las dos jornaleras a dar de
comer al resto de equinos. Vio a una yegua tumbada y con un abultado
vientre.
—Le queda poco para parir, por eso el jefe anda por aquí. Anoche no se
despegó de su lado.
—¿Anoche? Vaya…
Mientras todos se habían ido a dormir, Jackson estaba en los establos,
vigilante. Eso quería decir que no había pegado ojo, pero seguía en pie
como si tal cosa.
Pese a caerle como el culo no pudo evitar sentir una muy ligera
admiración por cómo se tomaba su trabajo, siempre al pie del cañón.
De formas distintas eran ambos iguales.
Rob tocó a la yegua, que le miró con unos ojillos brillantes, nerviosa. Las
chicas la taparon y peinaron, para que estuviese tranquila.
Se fue olvidando del intenso hedor a heces de caballo, paja y heno
mientras se afanaba en hacer el trabajo encomendado lo mejor posible. La
compañía era agradable e incluso le divirtió la presencia de aquellas dos
muchachas pizpiretas y algo bastas, pero de buen corazón.
Cuando Jack volvió se fue directo a ver a la yegua encinta y estuvo
tocando su vientre. Se puso unos guantes de látex, se arremangó e introdujo
la mano para palpar a la yegua y ver cuánto había dilatado pues, por lo
visto, había roto aguas ya.
Rob miró hacia otro lado, algo impactado.
—Esta tarde o noche —dijo el hombretón—. Avisadme si tiene
contracciones muy fuertes.
—Sí, jefe.
Se quitó el guante, lo tiró a la basura y se lavó las manos en una pila
anexa.
Rob vio el vello claro de su brazo, así como sus manos grandes y callosas
por el duro trabajo diario.
De pronto Jack le miró y le dijo:
—Vamos fuera.
Sujetó a uno de los caballos ensillados, uno de color blanco con manchas
grises en los flancos y el cabello rubio.
—No pretenderás que me suba.
—Sí, claro que sí.
—¿Mi hermana también ha pasado por este calvario? —indagó a
sabiendas de que no era así.
—Lo que haga mi hermano con su prometida no es asunto mío.
—¿Y yo desde cuándo soy asunto tuyo? Ya estoy harto de la bromita. —
Rob se cruzó de brazos.
Jack no respondió a la pregunta y aseguró bien la montura por las cinchas
antes de salir al aire libre, pero dentro del recinto donde estaban tranquilos
el resto de cuadrúpedos.
—Mira, tienes que poner el pie así y luego tomar impulso… —comenzó
Jack su explicación.
—¡No me pienso subir a ese bicho! —exclamó dándose la vuelta para
volver al establo.
—Vaya chico pijo.
Aquel tono despectivo fue suficiente para enervar a Rob y que girase
sobre sus propios talones, le arrancara las bridas de un tirón al rubio e
intentara subirse sin tener ni puñetera idea de cómo.
Jack tuvo que ayudarlo para que el caballo no se asustara y saliera
despavorido, así que lo empujó posando su manaza bajo el trasero de Rob,
que del consiguió quedarse a horcajadas sobre el cuadrúpedo.
Ambos se quedaron callados, uno por haberle tocado el culo
comprobando su dureza, y el otro por la placentera sensación. Tal fue esta
de satisfactoria, que Rob sintió su entrepierna endurecerse. Menos mal que
no se veía, porque el bochorno le hizo enrojecer.
—Mete la otra bota en el estribo izquierdo —carraspeó Jack dando la
vuelta—. Y agárrate al fuste, lo que tienes delante.
Así lo hizo el hombre, todavía enardecido por el contacto. Asió también
los estribos y esperó más órdenes.
—No estés tan tenso, el caballo lo nota. Intenta relajarte.
—¿Cómo me voy a relajar? ¿Y si sale pitando y me mato? —preguntó
con los nervios a flor de piel.
En la que se había metido solo por orgullo... Aquel tipo le ponía de los
nervios, en varios sentidos.
—Deja caer el cuerpo hacia atrás, como recostado en el asiento… Exacto,
así… Relajado.
Jackson aún estaba pensando en aquel culo tan prieto y le pareció la peor
idea del mundo volver a tocar a Rob. Para su desgracia, el muy gilipollas le
parecía demasiado atractivo.
Solo Matt sabía que era gay, salvo alguna otra excepción, y siempre tenía
una respuesta preparada para explicar porqué su hermano mayor no tenía
pareja ni pensaba en casarse. Ser gay en el estado de Texas no era sencillo.
Sí, era legal, podía hasta casarse con otro hombre, pero en aquel mundo
donde vivía las 24 horas, ser marica no resultaba una opción viable si
querías que te respetaran.
Escarceos sexuales con algún que otro jornalero no le llenaban y no
pensó nunca encontrar un compañero y que sus padres, buena gente pero
chapados a la antigua, pudieran aceptar.
Pero aquel estúpido pijo le tenía que atraer. Sacaba lo peor de él, pero
también le ponía cachondo la absurda situación.
—¡Eh! Paleto, te estoy hablando, ¿no me escuchas? —le espetó Rob al
ver que aquel idiota estaba en el limbo.
De pronto, el caballo se agitó y se impulsó hacia delante, haciendo que
Rob se agarrara como si le fuera la vida en ello. Acabó cayendo de lado
sobre un charco de agua embarrada, incapaz de mantener el equilibrio y
pegando un buen grito digno de una damisela en apuros.
Jackson se quedó lívido y corrió hacia el cuerpo del hombre, que yacía
sobre el suelo.
Lo sujetó con cuidado y le dio la vuelta. Rob boqueó al respirar de nuevo,
con la cara y el pelo llenos de barro.
—¡Joder! —bramó intentando zafarse de Jack—. ¡La broma ha ido
demasiado lejos, pedazo de imbécil, paleto de mierda! ¡Me podía haber roto
la crisma!
—Lo siento, de veras, lo lamento mucho —dijo Jack de corazón.
—Vete a tomar por culo —le respondió el otro.
Rob trastabilló con el charco y a punto estuvo de caer dentro de nuevo,
pero consiguió ponerse en pie mientras escupía agua cenagosa e intentaba
limpiarse con la manga, también mojada.
Cojeó en dirección a los establos, todo lo digno que fue capaz. El día
antes estaba echando a una rubia de su lujoso ático y 24 horas después
cayéndose de un caballo por culpa de un estúpido paleto texano que le había
tocado el culo.
Las dos jornaleras palidecieron al verlo entrar, con la cara manchada de
barro y una expresión encabronada en el rostro.
—Jefe, te has pasado… —le dijo una de ellas a Jackson.
—Eh, Robert… —lo llamó el hombretón.
Rob hizo caso omiso y se fue caminando, bajo el sol de la mañana y sin
sombrero, por el camino de tierra que llevaba hasta la casa principal. Le
dolía hasta el alma del tremendo golpe. Pero eso se iba a terminar. En
cuanto llegara a la casa, le pediría a Yvaine que le consiguiera un vuelo
cuanto antes de vuelta a Chicago. La boda de su hermana le traía al pairo.
No merecía el esfuerzo.
Escuchó los cascos de un caballo trotar a sus espaldas y el ladrido de un
perro, pero no le dio la gana detenerse. Si ese capullo paleto se pensaba que
podía seguir con la broma estaba muy equivocado.
Jackson le cortó el paso subido sobre Moon, y se bajó de esta con pericia.
La perra los rodeó una y otra vez, con la lengua fuera, contenta de tener a
sus dos novios allí juntos.
—Venga, tío. Te he pedido perdón. Solo era una broma porque ayer te
escuché llamarme paleto y me encabroné.
—¡Una que me podía haber costado la vida! ¿Te has parado a pensar en
que…? —Rob se detuvo al tener casi encima a Jack, que le agarró del rostro
con cuidado para comprobar si tenía alguna herida. Aquello le impidió
moverse y se le desbocó el corazón.
La expresión del ranchero era de intranquilidad y parecía genuina.
Se sacó un paquete de pañuelos del bolsillo y le limpió el rostro con
mucho más cuidado del que cabía esperar, casi con delicadeza. Rob se dejó,
obnubilado por el contacto, estremecido. ¿Qué le estaba pasando con aquel
tipo?
—Vale, no tienes sangre, eso me tranquiliza. Pero cojeas…
—Da gracias de que solo me he torcido el tobillo y con suerte quede en
nada… —susurró mirándolo a los labios.
Desvió la mirada rápido, avergonzado.
—Venga, te acerco y te reviso el pie. Son dos millas bajo este sol de
justicia, sin agua, sin sombrero…
Rob tuvo que claudicar.
—¿Te espero aquí? —indagó.
—¿Aquí? —Pareció no entender.
—A que vayas a por tu ranchera.
—No, no, la tiene uno de los capataces. Moon te llevará.
La yegua le miró con cara de desprecio, si es que eso era posible. Rob
frunció el ceño, negando con la cabeza y haciendo aspavientos con las
manos manchadas de barro seco.
—¡No me vuelvo a subir a un caballo en toda mi vida! ¡Lo juro! Prefiero
morir de sed e inanición y que los carroñeros se coman mis restos.
Volvió a ponerse en marcha.
—Ok, hagamos una cosa: yo te llevo a caballito —propuso intentando ser
afable.
—¡No! —se negó en rotundo—. ¿Somos niños de parvulario?
Jack solo vio una solución.
—Te planteo esto: nos subimos ambos a Moon y en un momento
llegamos.
Rob se lo pensó como cinco veces antes de aceptar. Básicamente porque
eso significaba estar pegado a ese tipo estúpido. Pero estaba ya cansado y
solo quería llegar, darse una ducha y tomarse un analgésico para el dolor en
el tobillo y la migraña que el inclemente sol le estaba produciendo.
Primero se subió Jack y alargó su manaza para sujetar la de Rob y
ayudarlo a trepar. Este se tuvo que acomodar sobre su amplio pecho y dejar
que sus brazos le rodearan para sujetar bien a Moon.
La yegua resopló casi ofendida por tener que llevar a aquel invitado no
deseado. Un cachete de Jack la hizo ponerse en marcha con un ligero trote y
tuvo que claudicar.
Flora correteó cerca de ellos, ladrando entusiasmada.
—¿Bien? —preguntó Jack sobre la oreja de Rob, que sintió un escalofrío
que le hizo contener la respiración. Le había llegado hasta el estómago el
placentero estremecimiento.
—Sí… —susurró cerrando los ojos, apoyado en el hombretón. Tenía su
anchos brazos apretados contra la cintura, a modo de barrera para que no se
cayese de nuevo.
Jackson estaba encantado, ya no lo podía negar, de tener al chico pijo
apoyado en él, relajado al fin. Probablemente nunca volverían a estar así,
por lo que disfrutó de la situación hasta que esta tuvo que terminar cuando
llegaron a la casa familiar y lo ayudó a bajarse.
—Gracias, gilipollas —le dijo Rob y Jackson sonrió de lado,
enfatizándose así su adorable hoyuelo izquierdo.
Se adentraron en casa y Rosalyn se llevó las manos a la cabeza al ver el
estado en el que llegaba el hermano de su nuera. Fue directa hacia Jackson
y le soltó un sopapo que casi le hizo trastabillarse. El poder de una madre
no tenía rival y, cuando Rosalyn Walkers se enfadaba, podía temblar el
mundo.
—¡No lo puedo creer! Con 36 años y haciendo el imbécil como un
adolescente —le increpó indignada.
Margaret e Yvaine se acercaron al escuchar la bronca que la señora
Walkers le estaba echando a su hijo mayor. La primera se horrorizó con el
aspecto de su hijo, embarrado hasta las cejas, y la segunda abrió muchos los
ojos e intentó no descojonarse de risa.
Lindsay también acudió, pestañeando al reconocer, bajo aquella capa
marrón, a Rob. Las carcajadas salieron por sus fauces de serpiente.
—¡La broma del caballo! —exclamó.
—Sí, la bromita del caballo. ¡Que no se vuelva a repetir! ¿Con qué cara
miro yo a estas personas ahora, Jackson? —le reprochó Rosalyn.
—Lo siento, mamá… —se excusó avergonzado como un niño chico.
Hasta a Rob le dio pena y salió en su defensa. Sabía lo que se sentía a la
perfección, siempre bajo la aceptación materna.
—No… No hubo broma. Yo insistí en montar y lo hice fatal… —
Intervino alzando las manos.
El hombretón le miró estupefacto y asintió con agradecimiento. Su
expresión, normalmente parca, se dulcificó.
—Bueno… Ve a ducharte, cielo. Estás horrible —le pidió la mujer pese a
saber que le estaba mintiendo. Luego le echó una mirada matadora a su
hijo.
Rob subió cojeando hasta su habitación, se despojó de toda prenda y se
duchó a conciencia hasta quitarse el barro, recordando el estrecho contacto
con aquel ranchero estúpido. Sintió que se le ponía muy dura la polla y tuvo
que tocarse, hasta que su propia conciencia le recordó que estaba
masturbándose pensando en otro tío.
Giró el regulador del agua y dejó que le cayese un buen chorro frío hasta
que la calentura le bajó.
Él no era gay, no lo era. Solo se acostaba con tías. Entonces, ¿por qué le
ponía cachondo Jackson? Era la antítesis de cualquier mujer femenina.
Sintió que estaba entrando en una severa crisis de identidad.
Cerró la llave del agua y se secó con una toalla, sacando restos de barro
todavía. Cuando se dispuso a vestirse, de nuevo con su ropa habitual,
alguien llamó a la puerta de la estancia.
Abrió un poco, porque aún iba medio desnudo con la toalla enrollada a la
cintura, y se encontró a Jackson al otro lado.
—¿Estás mejor? —preguntó el rubio en un tono más humilde.
—Sí…
Se quedaron callados, mirándose a través de la estrecha rendija de la
puerta.
—Traigo una crema antiinflamatoria y una venda, para el tobillo.
Rob se pensó unos segundos si dejarle pasar. Al final abrió del todo y
luego cerró cuando el hombre entró.
Jackson contuvo bastante las ganas de mirar el torso desnudo y húmedo
de Rob, pero lo hizo a través del espejo que había en una pared, mientras
sacaba la venda de su cajita.
Robert Walmart tenía un cuerpo esbelto y esculpido, parecía uno de esos
dioses griegos de los libros de arte e historia.
Se dio la vuelta para arrodillarse, ya que Rob se había sentado al borde de
su cama.
—¿Puedo?
—Sí… —susurró el otro.
Jack colocó el pie hinchado sobre una de sus rodillas y le aplicó la crema
con sumo cuidado. Luego fue colocando las vendas elásticas hasta
considerar que la articulación estaba bien sujeta.
—Espero que solo sea una torcedura y no un esguince. De veras que
lamento que la broma haya ido tan lejos… —suspiró.
Rob no quitó el pie de allí, de hecho se sintió extrañamente cuidado. El
cosquilleo de esos dedos le estremecieron.
—Olvidemos el día de hoy, ¿de acuerdo? —propuso.
Jack le miró apretando los labios y asintió en silencio, cansado de pronto.
—No he dormido… —Se puso en pie—. Pero he de volver. Hay una
yegua que está a punto de parir y tengo que estar presente.
—Lo sé, me la enseñaron las chicas. Parecía algo nerviosa. ¿Pero no
debería haber un veterinario?
—Yo soy el veterinario —le explicó Jack—. Así que me encargo del
bienestar de todos los animales, incluso sin son sacrificados. No me puedo
permitir faltar.
Rob se quedó pasmado.
—¿Eres Doctor en Medicina Veterinaria? —preguntó incrédulo.
—Sí, estudié en California, en una de las mejores facultades.
Aquel tipo con pinta de rudo, que tenía corazoncito y todo, no solo
llevaba el negocio, sino que también era el veterinario titular.
—Siento haberte llamado paleto. Aunque no gilipollas.
Era la mejor disculpa que Rob podía ofrecer.
Jackson sonrió de lado, como si le perdonara.
—Me vuelvo con la yegua, me necesita más que tú ahora mismo, chico
pijo.
El hombre se fue sin decir más y Rob se quedó sentado, sintiendo el
cosquilleo subirle por la pierna y espolear de nuevo su entrepierna.
—Quieta ahí… —Rob la mantuvo a raya y suspiró confundido.
Tras pensarlo con detenimiento, no le pediría a Yvaine que le comprara
ese billete de vuelta a Chicago.
Capítulo 3
El mal humor de Jackson duró cerca de dos días, los mismos que Robert se
pasó casi sin salir de su estancia en el rancho, con la excusa de que tenía
mucho trabajo que no podía desatender, arrastrando consigo a Yvaine en el
proceso.
De hecho, Matt y ella lo comentaron aquella soleada mañana, sentados a
la mesa de la cocina, durante un breve descanso de ella.
Lindsay estaba con su madre de compras en Dallas, acompañadas ambas
por Rosalyn, y Nathan Walkers había preferido ayudar a Jack en sus tareas
porque se aburría demasiado desde que había decidido ceder a sus dos hijos
el dominio completo del rancho.
—Y yo que creía que estas eran mis vacaciones —suspiró la mujer
mientras se tomaba un café bien cargado y se atusaba los rizos del cabello
—. Robert me tiene atada a la pata de la mesa revisando mil cuentas.
—El trabajo del empresario es duro. Hace no mucho que terminé mis
estudios de finanzas. De hecho, fuimos a Las Vegas para despendolarnos
tras terminar el último máster asociado a la carrera —comentó Matt con una
sonrisa de oreja a oreja—. Cuando volvamos del viaje de novios me tendré
que involucrar más en las cuentas del rancho. No puedo dejar por mucho
más tiempo a Jack asumiendo todas las responsabilidades. Bastante tiene
con su parte.
—Hace dos días que no se le ve el pelo a tu hermano —apuntó Yvaine—.
¿Suele ser tan reservado siempre?
Matt suspiró y le dio vueltas a su propio café con la cucharilla.
—Según como le sople el viento en el cogote —bromeó—. Pero es cierto
que para poco por casa. Duerme aquí, eso es todo.
—Dios mío, es igual que Rob —bufó con hastío—. ¡En ocasiones lo dejo
por la noche en el despacho y me lo encuentro por la mañana echando una
cabezadita en el sofá que tiene! Y su casa, que es un apartamento enorme…
Otro despacho en sí mismo.
—O-oye… ¿Te puedo hacer una pregunta personal? —Matt carraspeó.
—Claro. No tengo nada que esconder. Lo que ves es lo que hay.
Hizo un pizpireto gesto, muy femenino y coqueto que al chico le resultó
encantador.
—¿Y una chica como tú cómo es posible que no tenga pareja?
La expresión de Yvaine cambió de forma radical.
—Me temo que los hombres las prefieren rubias —contestó en alusión a
la película protagonizada por su adorada Marilyn Monroe.
Se puso en pie y dejó sin habla a Matt, que supo que la había ofendido sin
pretenderlo.
—Me vuelvo a la mazmorra, con el dragón amasa tesoros —bromeó para
quitarle hierro al asunto pues, tras ver la cara de preocupación de Matt, no
quiso hablar más del tema.
A este, Yvaine le parecía una mujer con cabeza, simpática, de gustos tan
frikis como los suyos, amante de los animales y de una inteligencia más que
evidente. Si la hubiera conocido antes que a Lindsay, las cosas hubieran
podido ser distintas entre ellos.
Una llamada de su hermano lo sacó de aquellos pensamientos un tanto
contradictorios.
—Dime, hermano mayor.
—¿Cómo van las cosas por casa, hermano pequeño? —le preguntó Jack
—. Porque papá no me está dejando trabajar en paz —susurró con hastío.
—Rob e Yvaine teletrabajando, mamá, Lindsay y su madre de compras, y
yo haciendo el imbécil.
—¿Qué?
—Nada. ¿Qué necesitas? ¿Sigues ofuscado por misteriosas razones que
no me quieres confiar?
—Solo quiero que vengas a por papá, me está poniendo de los nervios.
Hace y deshace sin consultarme nada. Y no estoy ofuscado.
—¡No, claro! Y por eso llevas dos jornadas enteras fuera de casa, que ni
a dormir has venido.
—He estado en la casa del lago.
—¿Te has llevado a algún amiguito?
—Tócate los cojones… —Escuchó Matt al otro lado—. No, he estado
solo.
—¿Qué te pasa? ¿Es por Rob?
Al otro lado de la línea no se escuchó nada, solo un silencio incómodo.
Matt estaba en lo cierto: a su hermano le ponía Robert Walmart.
—En absoluto —respondió Jack—. No me cae tan mal como para irme a
la casa del lago.
—¿Vas a pasar hoy la noche allí? —curioseó con muy malas intenciones.
—Sí. Tengo a Flora, a Moon y comida. No necesito más para despejar mi
mente.
—Y bañarte en pelota picada en las gélidas aguas del lago.
—Pues sí.
—Bien, luego voy a por papá. No sufras.
—No tardes, te lo suplico —bromeó Jack—. Estoy al borde del colapso
mental. Necesito paz y tranquilidad antes del Rodeo.
Colgaron ambos y a Matt se le ocurrió algo divertido. Fuera hacía un
buen día, así que… ¿Por qué no?
oOo
—¿Al lago? —preguntó Lindsay a su prometido, bufando después
mientras se reacomodaba en el sofá del gran salón principal, cruzada de
brazos y con el ceño fruncido—. Esa casucha es muy pequeña.
—¡Pero es divertido! Podremos pasar la noche, mirar las estrellas desde
el porche, escuchar el sonido del viento, el susurro del agua, hacer una
barbacoa nocturna mientras bebemos algunas cervezas frías… —alegó Matt
con una sonrisa en su amplio y simpático rostro.
—Parece un buen plan —añadió la madre de la joven—, lo pasaréis
estupendamente. ¿Verdad, Robert? —Ladeó el rostro hacia su hijo mayor
que, sorprendido, negó con la cabeza.
—Yo no voy a ir… —alegó de forma rotunda.
—Vaya, mi hermano lo lamentará… —Matt probó suerte.
La expresión de Rob cambió de inmediato. Llevaba dos días sin saber
nada de Jackson. Por una parte lo agradeció, pues eso lo ayudó a no
comerse la cabeza con pensamientos antinaturales y poder centrarse en el
trabajo (aunque eso más bien fue una excusa). Por otro lado, echó de menos
no encontrarse con el hombretón y sus encantadores hoyuelos cuando este
se dignaba a sonreír.
—¿Y yo puedo ir? —indagó la pelirroja—. Estoy harta de trabajar
durante mis vacaciones —añadió en tono de reproche mientras fulminaba
con la mirada a su amigo.
—B-bueno, de acuerdo, Yvaine y yo iremos —claudicó Rob con un
suspiro.
Un cosquilleo desconocido en el estómago lo puso nervioso y dedujo que
tenía que ver con encontrarse a Jack y pasar rato en su compañía.
—Mamá, ¿puedes preparar tú la carne para la barbacoa? —pidió con ese
tonillo de niño pequeño que le ponía a Rosalyn cuando quería convencerla
de que hiciera algo.
—Venga, pero a cambio ve y trae al pesado de tu padre. Seguro que no
deja en paz a Jackson. Este hombre no sabe lo que quiere decir la palabra
jubilación.
—¡Voy! —exclamó Matt a la par que se ponía en pie de un salto, ante la
mirada torva de su novia, que tuvo que claudicar ante unos planes tan poco
interesantes. Qué ganas tenía de irse de ese lugar y pasar una larga
temporada en la mansión que poseían en el estado de Nueva York para así
volver a las fiestas en la playa, los cocktails y la Jet Set neoyorkina.
Yvaine la observó y llegó a la conclusión de que esa niñata no se merecía
a Matt y suspiró con cierta melancolía. Ella, pese a lo mucho que le gustaba
la vida en ciudad, sentía que aquel lugar irradiaba franqueza y cariño. Los
Walkers eran una bonita familia donde todos sus miembros se querían y
ayudaban entre sí.
De pronto Lindsay los miró a ella y a Rob, cuando su madre y su suegra
se fueron a la cocina a preparar algunas cosas.
—Robert, de ti me sorprende que hayas aceptado. Te aseguro que la
casucha esa es muy incómoda. Tiene solo tres habitaciones enanas y un
sofá.
—No vengas si no te apetece, nadie te echará de menos —le respondió su
hermano mientras se ponía en pie para subir a su cuarto y cambiarse de ropa
—. Lo pasaremos mejor sin ti.
—¡Oh, vete a la mierda, estúpido! —le increpó levantándose del sofá y
siguiéndolo escaleras arriba.
—No haberme invitado a tu boda —añadió para ofuscarla más.
—¡Mamá me obligó! Si hubiese dependido de mí, ni esa gorda ridícula,
ni tú, estaríais jodiéndome. Bastante tengo con aguantar en este maldito
lugar hasta que me case.
Yvaine, que los siguió al piso superior, fue a replicar. Sin embargo, una
voz masculina y sería se le adelantó.
—¡Lindsay!
Matt había vuelto un momento a por su móvil, escuchando toda la
conversación. Oírle decir esas cosas a su novia lo abochornó sobremanera,
y también lo enfadó porque no se lo esperaba.
—C-cariño, no me malinterpretes, por favor…
La rubia bajó para disculparse.
—Primero: tratar así a tu hermano, y llamar gorda ridícula a Yvaine, me
parece lamentable por tu parte. Y segundo; no creo que mi familia, que te
ha acogido como a una más, se merezca que «aguantes» estar en su casa.
De haberlo sabido no te hubiese «obligado», por lo que parece, a quedarte
aquí.
Rob se aguantó la risa y a Yvaine le tocó la patata que Matt la defendiera
ante su propia prometida.
Lindsay se echó a llorar como una criatura, intentando explicarse, pero
Matt le hizo un gesto.
—Hablaremos mañana, ahora estoy muy enfadado. Y que no se enteren
mis padres de que has dicho eso, te lo advierto.
—Te prometo que no… —Lindsay se sorbió los mocos, angustiada.
El chico miró a sus invitados y suspiró.
—Luego paso a buscaros y nos vamos al lago.
—Yo también quiero ir. —Cambió de parecer la rubia.
—No, ya te he dicho que estoy muy enfadado. Hoy necesito despejarme.
Mañana hablamos —reiteró con seguridad.
A pesar de eso, le dio un beso en los labios, pero ya no le supo igual que
antes, y eso hizo que a Matt le doliera el estómago con cierta angustia.
oOo
Cuando Jack escuchó ladrar a Flora como una posesa, salió de la casa del
lago y vio acercarse la ranchera de su hermano por el camino de tierra hasta
aparcar cerca del embarcadero.
Más pasmado se quedó cuando la perra fue directa a ver a su otro novio,
Rob, y hacerle los honores metiéndole el hocico en la entrepierna cuando
este se bajó del vehículo.
—¡Flora! —exclamó su amo en tono tajante y la perra reculó
lloriqueando.
A pesar de eso, Robert le acarició la cabeza y la muy zalamera se dejó
hacer, más feliz que una perdiz.
—¡Hermanito! —canturreó Matt, sacando de la parte trasera los Tuppers
que su madre les había preparado para hacer la barbacoa, así como el saco
de carbón.
—¿Qué se supone que hacéis aquí? —preguntó, aunque ya lo se
imaginaba por las evidencias.
—Hemos venido a hacerte compañía y a pasar la noche —le respondió su
hermano.
Jack buscó a Lindsay, extrañado de que no estuviera allí, saludó con una
sonrisa encantadora a Yvaine e ignoró a Rob de forma deliberada, porque
verlo allí le estaba poniendo nervioso.
El muy pijo llevaba un polo azul, a juego con sus ojos añiles, y unos
pantalones de tela color camel por encima de las rodillas. El adjetivo guapo
no le llegaba a la suela de los zapatos a ese idiota al que estaba intentando
evitar a toda costa.
Rob, por su parte, se sintió nervioso al ver a Jack que, como de
costumbre, llevaba su sombrero de cowboy, su camisa de cuadros y sus
pantalones vaqueros. Este pasó a su lado y no le miró, lo cual le sentó un
poco mal.
—Sabes que cuando voy a participar en un Rodeo me quedo aquí
tranquilo, para que nadie me moleste. Y nadie también eres tú. —Le hizo
un mohín a su hermano.
—¡Venga! Pero esta vez hay invitados y desde aquí se ve muy bien el
anochecer. Mañana estaremos ahí para apoyarte, a tope.
—¡Sí! Estoy deseando ver un Rodeo —añadió Yvaine muy contenta,
dando palmaditas y agarrándose, sin darse cuenta, al brazo de Matt, que se
quedó sorprendido pero nada incómodo con el contacto.
Ella misma se dio cuenta de lo que había hecho y pasó el otro brazo por
debajo del de Rob, para disimular.
A Jack le caía bien la mujer, desde luego le pegaba mucho más a su
hermano que la tontaina de Lindsay Walmart.
Yvaine era inteligente, guapa (para sus ojos gays) y simpática, además de
una friki como Matt. La otra no tenía mucho que ofrecer y no les daba
demasiado tiempo casados. ¿Pero quién era él para meterse en las
decisiones de su hermano? La hostia se la tenía que dar solo.
Robert se sintió un tanto fuera de lugar, así que caminó, casi ya sin
cojear, hasta el final de la pasarela del embarcadero, donde había un bote
para dos personas. Nunca había montado en uno de ese tipo, solo en yates
de lujo. Se imaginó allí sentado, en frente de Jackson, observando el
anochecer y le subieron los colores. Un pensamiento demasiado romántico
a su parecer. Y no estaba acostumbrado a eso. Solo lo había sentido en una
ocasión, con su primera y única novia, a los catorce años, durante las
vacaciones en Los Hamptons. Un amor de veranillo que duró un mes, pero
que le dejó esa huella especial.
Siempre había pensado, desde entonces, que si no sentía la necesidad de
ver un anochecer con alguien, no valía la pena. Tener ese pensamiento con
otro tío, uno muy masculino, era mareante. Y apenas sin conocerlo.
Jackson se le acercó, haciendo de tripas corazón, para no ser un grosero o
su madre lo mataría, acompañado de Flora.
Rob le palmeó el lomo a la perra, que lo miraba con sus ojillos amorosos.
Estaba empezando a cogerle cariño.
—Menuda sorpresa me habéis dado… —susurró el vaquero.
—Tu hermano es un alma viva, no para quieto. Quiso venir a verte y aquí
estamos.
—Lamento si te ha arrastrado.
—¡Oh, no! No suelo hacer nada que no quiera. Es lo bueno de ser un rico
pijo, presidente de una multinacional. Aunque mi madre me da con el látigo
a menudo.
—Oh, cómo te entiendo —suspiró—. La mía aún me ve como su niño
chico, y mi padre no sabe estar sin hacer nada y se mete en todas mis
gestiones, excepto en la parte veterinaria. Menuda semana más rara… —
dijo, sintiéndose cómodo al hablar de aquellas cosas con Rob.
—El mío también tenía que estar encima de mí. Hace años ya que murió,
pero en ocasiones siento que me mira con dureza desde su retrato en la sala
de reuniones. Nos mira a todos… Menos a mi hermana, que era su ojito
derecho.
Jack, que tenía una relación relativamente tirante con su progenitor, sintió
empatía por Rob. Sus padres, con Matt, estaban más relajados.
—A todo esto, ¿y tu hermana por qué no ha venido?
Rob soltó un silbido e hizo un gesto con la mano.
—Ha sido… épico. Sé que está mal lo que voy a decir, pero Matt le ha
dado una lección de saber estar; la ha castigado. Ya te puedes imaginar que
no está cómoda en el rancho.
Jackson asintió sonriendo.
A Rob se le puso el corazón a cien. Allí estaba, con aquel tipo, sus
hoyuelos al sonreír, su corpulencia a escasos centímetros, en un pequeño
embarcadero del lago Tawakoni. El sol se estaba poniendo. Y le pareció
romántico, como veinte años atrás con aquella chiquilla llamada Amber y
su primer beso.
Y quiso acercarse a Jack, besarlo poco a poco, y sentir su aliento.
—¿Estás bien? ¿Te duele el pie? —indagó él al ver su expresión tristona.
—Ya apenas me duele. ¿Vamos? Creo que… es hora de ayudar con la
barbacoa improvisada. Tienes un hermano envidiable —añadió con
franqueza, intentando ser cordial mientras tribulaba con sus propios
pensamientos y sensaciones.
—No puedo negártelo. —Volvió a sonreír, de forma franca, mirando a
Job con ojos alegres, a la sombra del ala de su sombrero.
Esto le acabó de quitar el sentido al empresario, que no pudo evitar
estremecerse, sosteniéndole la mirada y bajando la guardia.
Jack pestañeó al percatarse, pero no dijo nada, cuando esos ojos azules le
miraron los labios durante un breve segundo.
Rob se dio la vuelta y abandonó el embarcadero, seguido de Jack.
A este también le había latido el corazón con fuerza. Había querido ser
rudo, o molestar a Rob, pero no había podido porque le atraía demasiado y
cada vez estaba más seguro de que no le era indiferente al otro.
Lo que no sabía muy bien era qué hacer al respecto. Pero le deseaba de
veras, con todas las ganas del mundo.
oOo
Matt sacó las cervezas frías que tenía en la heladera, mientras se hacía la
carne de res en la barbacoa. Olía muy bien y, además, su madre había
añadido verduras cortadas en trozos grandes para hacer pinchos.
—Toma, Rob. —Le tendió a su cuñado una botella y este le dio un largo
trago a la cerveza.
Yvaine también bebió de la suya. Se lo estaba pasando en grande sentada
en el porche. Además, aparte de Flora a sus pies, había un gatito rubio junto
a la perra y era un zalamero. Por lo visto vivía en la casa y hacía lo que le
daba la gana.
Jack estaba encargándose de hacer aquella cena improvisada. Se había
quitado la camisa y llevaba una camiseta blanca de manga corta. Los
pectorales y la musculatura de sus bíceps se notaban muy bien bajo la tela
elástica.
Rob no pudo evitar la tentación de mirarlo detenidamente. Hasta la
amplia espalda le pareció sexi, bien dibujada, terminando en unas nalgas
prietas en las que se recreó largo rato.
Cuando no parecía un paleto gruñón le era encantador. Además, no
paraba de sonreírle a su hermano, que bromeaba con él. Los veía a ambos,
tan similares, pero Matt no le atraía un ápice. En cambio, Jackson era otro
cantar. Jackson le atraía ya de forma innegable.
—¿No es bonito que se lleven tan bien? Ojalá hubiera tenido hermanos
—comentó la mujer tras darle un sorbito a su bebida fría. El gatito se le
subió a los amplios muslos y se frotó contra ella, que le palmeó el culete.
—Ya, ojalá yo también…
—Tienes a Lindsay… —atacó ella.
Rob la miró con el ceño fruncido.
—No cuenta.
—No me da pena lo que ha pasado hoy. Se merecía un poco de su propia
medicina. La verdad es que estoy harta de que me intente mangonear y se
meta con mi aspecto.
—No le hagas caso, eres una mujer preciosa.
Yvaine le miró con estupefacción.
—Dios mío, Rob, este lugar y esta gente te están volviendo un ser
humano.
—¡Vete a la mierda! Pero he dejado el robot en Chicago, eso es verdad.
—Desde luego… No doy crédito —se burló.
Rob sabía que podía hablar de cualquier cosa con su amiga, pero nunca lo
hacía de sus relaciones fugaces de una sola vez. Intentó abordar el tema que
le estaba carcomiendo por dentro, pero de alguna forma no sospechosa.
—¿Qué opinión tienes de los Walkers? —preguntó.
—Encantadores. La verdad, Matt es un amor y un frikazo, sus padres
muy campechanos, y Jackson, pese a parecer tan rudo, cuando trata con los
animales se nota que es una bellísima persona. Lo que hizo el otro día me
pareció un acto de amor profundo hacia estos.
—¿Lo del parto? Sí, la verdad es que es muy profesional… —Tragó
saliva—. Reconozco que empezamos bastante mal. Los prejuicios me
llevaron a pensar que era un paleto, y resulta que es doctor en medicina
veterinaria.
—Me ha dicho Matt que le caíste mal a Jackson, precisamente por
mirarlo por encima del hombro.
—¡Bueno! Ya no hago eso —contestó ofuscado—. Es… un tipo…
majo… —Carraspeó nervioso.
Ahora lo miraba más bien por debajo de la cintura.
Se puso tenso al ver que el susodicho traía sendos platos con varios
pinchos para ellos. Asió lo suyo y sonrió.
Jack acarició a la perra, a la que le dio un trozo de carne cruda. El gato
bajó de inmediato a olisquear y también recibió su pequeña parte.
—Está castrado y con chip —comentó el hombre—. No quiero una horda
de gatos por todas partes. Así que cuando atrapo uno lo castro, sea hembra
o macho. Y evitamos males mayores.
—Te aplaudo, Jack. Mis gatos también están castrados, con chip,
vacunados y todo lo que les haga falta. ¡Son mis hijos!
—También son los míos. Tengo un montón de hijos. Esta en particular —
dijo mientras besaba a Flora en la frente oscura y la perra jadeaba con la
lengua fuera, dichosa—. Pero quiero sobrinos.
Rob se atragantó al escucharlo.
—Perdón, que yo sepa Lindsay no quiere tener hijos.
Matt, que acababa de llegar, se quedó pasmado con dos platos en sendas
manos y unas chuletas humeantes. La expresión de su rostro había
cambiado, como si se sintiera apuñalado por la espalda.
Depositó las viandas sobre la mesa plegable que habían montado, y se dio
la vuelta para ir a por guarnición, sin decir una palabra pero con cara de
circunstancia.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Rob.
—Mi hermano quiere tener hijos, la verdad… Es una ilusión muy grande
para él poder criarlos… Dos o tres…
—B-bueno, igual Lindsay ha cambiado de opinión. Son cosas que se
hablan en pareja… —Rob intentó arreglar la situación, pero sabía que su
hermana no tendría tres hijos ni loca.
—¿Y tú, Jack? A parte de los hijos adoptivos que ya tienes, ¿has pensado
en casarte y formar una familia?
—Estoy casado con mi trabajo —respondió para evitar tener que dar una
larga explicación que no quería.
—¡Cásate con Rob, entonces! —bromeó ella a carcajada limpia—. ¡Dice
exactamente lo mismo que tú! Tal para cual. Qué pena que no seáis gays,
chicos.
Robert se puso a toser, confuso. Pero no lo negó, porque no estaba muy
seguro de nada. ¿Era hetero con ciertas curiosidades? ¿Bisexual? ¿Gay? Le
gustaban las mujeres, o eso creía. Porque sí, el físico atraía y follar estaba
bien. Pero con Jackson había algo muy distinto, un anhelo por probar a qué
sabía su cuerpo, cómo serían sus besos, incluso sentir su polla bien prieta
apretada contra las nalgas, peligrosamente cerca de la zona prohibida.
Por su lado, Jackson solo sonrió ante el comentario inocente de la mujer,
se puso en pie y se sentó a la mesa para ponerse a cenar.
Ni dijo ni desdijo, ni afirmó ni negó.
La pelirroja se quedó algo pasmada. Pensó que ambos se pondrían a
afirmar con rotundidad que les gustaban las mujeres. Los gustos sexuales de
Jack eran un misterio, o ya no tanto, pero los de Rob… ¿Por qué se había
quedado callado como una tumba? Se suponía que solo se acostaba con
señoritas de buen ver. Una sola vez, eso sí. De no ser así, de añadir hombres
a la ecuación, ella lo sabría.
La vuelta de Matt, con un montón de patatas asadas dentro de papel de
plata, la sacó de sus pensamientos. Traía mejor cara, o al menos esa era la
pretensión del joven.
—Queman mucho. Y son del huerto, así que calidad de primera. No os
queméis.
Cuando los cuatro habían ocupado sus lugares, los dos hermanos sentado
juntos, frente a sus invitados, comenzó una animada charla sobre el Rodeo.
—Solo lo he visto por la tele y, uf… ¡Qué nervios! —exclamó Yvaine.
—Tranquila, no me pasará nada. Debo de estar ocho segundos, mínimo,
encima del caballo desbocado —explicó el cowboy.
—Madre mía… —Ella se llevó la mano a los protuberantes pechos.
—Mi hermano tiene un club de fans. Todas son mujeres, claro.
—¡Eso no es cierto! No le hagáis caso, es mentira —dijo con apremio
Jack, nervioso.
—Pues van todas las veces que participas, y te animan como locas. ¡Se
hacen fotos con él! Han hecho un Instagram donde la suben.
—¡Ay! ¡Yo quiero ver eso! —gritó Yvaine.
Jack se sujetó la cabeza con ambas manos y los cabellos rubios le
cayeron hacia delante. Tenía ganas de matar a su hermano.
Rob se levantó para ver las fotos y apuntó mentalmente la dirección de la
cuenta. Luego la buscaría para verla con detenimiento.
El resto de la velada versó sobre el rancho y poco más. Yvaine pidió
amablemente a sus anfitriones que le indicaran dónde estaba su cama y
Matt la acompañó hasta una habitación encantadoramente decorada por
Rosalyn, dejando solos a los otros dos hombres, que se quedaron callados
mientras se echaban miradas de soslayo.
Matt, tras darle las buenas noches a la mujer, prefirió irse al sofá a dormir
y pensar seriamente en Lindsay y el compromiso. Muchas mentiras le había
dicho ya su prometida.
Así que, sin quererlo ni beberlo, Rob y Jack acabaron sentados el uno al
lado del otro en las hamacas del porche, meciéndose al ritmo de la ligera
brisa y observando las estrellas. Flora estaba ya dormida a los pies de
ambos.
Rob sintió una paz inusitada. No tenía que levantarse al día siguiente para
ir a trabajar, bajo la atenta mirada de los ojos escrutadores de un padre que
ya ni siquiera estaba allí, ni soportar llamadas hasta cuando estaba
comiendo en el despacho o tomándose un café con Yvaine.
Se hubiera quedado roque de no ser porque al lado tenía a Jackson y se
moría de ganas de pasar rato con él, aunque fuese en silencio. No tenían
porqué compartir una conversación, los silencios cómodos también
contaban.
A Jackson le pasó igual. Por lo general tenía encuentros rápidos con los
tipos que le gustaban para follar, pero solo una vez. Reincidir era meterse en
terreno pantanoso y dejaba muy claro al otro que no iría la situación a más.
Y se encontró a sí mismo al lado del tonto pijo, en silencio, intentando no
mirarlo, ir hasta su hamaca y darle un beso que iniciara una ardorosa
relación sexual. Se moría de ganas, pero no podía ser. Era como su cuñado,
pertenecería a la familia en una semana escasa y, aunque sabía que la
atracción entre ellos estaba allí, debía resistirse todo lo posible a ella.
Quería.
Se moría de ganas.
No podía.
Se levantó de una mala hostia, consigo mismo, que casi le hizo caerse de
la hamaca y asustó a Rob, que estaba tranquilo.
—¿Estás bien? —indagó Rob.
Recibió un gruñido raro a cambio y vio como Jack se metía en la casa.
—Buenas noches —le oyó decir.
—B-buenas noches…
El empresario se puso en pie y entró también. Matt estaba en el sofá y le
indicó cuál era su habitación, así que se fue a ella. No había ni rastro del
otro Walkers.
El susodicho se había ido a su cuarto, quitado casi toda la ropa y sacado
su grueso miembro de debajo de los calzoncillos.
Estuvo un rato así, con todas las ganas de sacudírsela con rabia y
expulsar el anhelo, el deseo y todas esas ganas de hacerlo con Robert.
Apartó la mano, se recolocó sus partes y mordió la almohada, emitiendo
un gruñidito cargado de frustración.
No podía, le parecía mal.
oOo
A su vez, Rob se tendió en el lecho y miró en IG la cuenta donde había
tantas fotos de Jackson con sus fans. Desde señoras que podrían ser su
madre hasta las nietas de estas, pasando por jovencitas y mujeres hechas y
derechas. Se puso un poco celoso por cómo se pegaban a él, pero no había
maldad en esas personas.
El pobre siempre sonreía con azoramiento, posando con amabilidad. Pero
se le veía cohibido, avergonzado.
A Rob le resultó encantador. No parecía el mismo Jack del principio:
rudo y más seco que el desierto.
Suspiró como un imbécil, como un adolescente con su crush.
Y tal cual se sintió, aparte de seguir con la excitación sexual por las
nubes. Podría haberse aliviado, pero le pareció una falta de respeto, así que
se dejó quietecito el pene, por mucho que este le estuviera diciendo que a
ver cuándo pensaba darle uso.
Capítulo 6
Mientras Robert y Matt habían estado tras las bambalinas del espectáculo,
unas cuantas mujeres hicieron su aparición en el Rodeo, tras lo cual llegó el
turno del Bullriding.
Matt se sentó en su sitio y miró de reojo a Marcos e Yvaine coquetear,
luego la cara de mala leche de Lindsay pero, sinceramente, prefirió no
preguntar la razón.
—¡Ahora viene lo bueno! —exclamó Nathan, emocionado como de
costumbre, ya que su hijo mayor montaría sobre un toro bravo de enormes
dimensiones.
Rob estaba de los nervios, también preocupado. Se agarró al asiento de
plástico y fue viendo cómo salían los diversos participantes, uno tras otros.
Algunos con más suerte, ya que conseguían a duras penas mantenerse sobre
el toro, y otros incluso siendo arrastrados por este. Los payasos, vestidos de
verde y rojo, intentaban distraer al animal para que pudiera ser controlado.
El empresario estaba que se mordía las uñas. Se le pasaron mil
probabilidades por la cabeza: desde que Jack se cayese y fuese pisoteado
por el toro, hasta que se partiera la crisma o, peor, se matara en el intento.
No vio, de ninguna manera, un espectáculo agradable o divertido.
—¡Ya le toca a Jack!
Rob se negó a mirar, cerró los ojos con fuerza. Escuchó los gritos de la
gente, de las fans incondicionales, algunos chillidos como horrorizados y
luego un montón de aplausos y vítores aclamando a Jack.
Despegó los párpados por fin y sintió los ojos llorosos, para su propia
sorpresa. Se apresuró a enjugarse las incipientes lágrimas de alivio y sonrió
al ver a Jackson de pie, entero, saludando a la grada donde él estaba.
No se atrevió a moverse, solo sonrió dando gracias a Dios de que no le
hubiese sucedido ninguna desgracia terrible, pero con el corazón a todo
latir.
—¡Ha estado brutal! —gritó su amiga—. ¿Lo has visto, Rob?
Este asintió, mintiendo, sin dejar de mirar al vaquero, que ya se volvía a
su lugar, desapareciendo de su vista. Poco a poco, el ritmo cardíaco fue
volviendo a la normalidad.
Al rato Jack volvió a salir. En aquel caso montando a su yegua Moon y
sujetando una cuerda. Mientras la cuadrúpeda trotaba sobre la arena, su
jinete preparó el lazo y comenzó a moverlo en el aire hasta que rodeó por
completo a Moon mientras esta trotaba. A Rob le hizo gracia al pensar que
era como un satélite que, a su vez, tenía un anillo que la rodeaba al estilo
Saturno, o asemejaba un halo lunar.
Jack y Moon se pasearon varias veces por delante de la grada donde
estaban sus familiares y amigos, y Rob sonrió al cowboy, recibiendo un
guiño y una media sonrisa a modo de respuesta por parte de este.
Jackson estuvo haciendo varios malabares con la cuerda hasta que
soltaron a un toro y le echó el lazo, atrapándolo al instante con la intención
de dominarlo, cosa que le resultó muy sencilla.
Después salieron otros participantes, que también brillaron en aquella
categoría, y llegó el momento de que se mostrara una buena parte del
ganado y de los caballos que pertenecían, casi en su totalidad, a los
Walkers.
oOo
El cowboy estaba emocionado, como de costumbre, cuando quedaba
primero en alguna de las categorías, en aquella ocasión fue en el Bullriding.
Sin embargo, en aquella ocasión particular, Robert lo había puesto muy
nervioso y eso le hizo sacar fuera más fuerzas para que saliera bien, por lo
que, aunque casi salió volando por los aires, lo aguantó. Como le volviera a
llamar paleto se lo cargaría sin miramientos, o igual todo lo contrario.
Pensar en ello le excitó, porque se moría de ganas de retomar el beso de
aquella mañana brumosa, y convertirlo en algo apasionado y sexual.
Por lo demás, cuando terminó de recoger el premio e irse a la ducha, salió
del Coliseum donde le esperaban su acérrimas fans, para hacerse fotos con
él, regalarle peluches de animales y adularlo. También había niños y niñas
más pequeños, que quisieron conocerlo, hijos de algunas de ellas. Un
chaval de unos seis años, con sus sombrero texano y su botas con espuelas,
le entregó un caballito, así que se arrodilló para poder estar a su altura.
—¿Lo has hecho tú con papel maché?
—¡Sí! De mayor quiero ser como usted, señor Walkers.
Jackson se echó a reír de buen grado.
—Bueno, pues ya sabes: entrena mucho con el caballo.
—No, señor Walkers, quiero decir que me gustaría ser veterinario.
Eso emocionó al hombretón hasta lo más profundo de su ser, y abrazó
con cuidado al niño, sonriendo.
Rob, que observó la escena desde una distancia prudencial, también se
enterneció. Los niños no le gustaban, jamás pensó en tener hijos ni en
formar una familia. Pero aquel pequeño gesto de Jack le pareció muy
bonito.
Luego le observó acercarse con varias bolsas llenas de regalos y una
sonrisa en la cara de oreja a oreja como nunca le había visto. Sus hoyuelos
le parecieron arrebatadores. Se moría de ganas de besarlos, y de ir a más.
No podía dejar de pensar en ese momento, era como una emocionante
cuenta atrás.
—¡Hijo mío! ¡Has estado maravilloso! —Rosalyn se tiró sobre él y lo
espachurró a pesar de ser la mitad que él.
—Mamá, me vas a poner en evidencia —bromeó el texano—. Mira, me
han dado más peluches y regalos.
—¡Ay! Para cuando tengamos nietos. ¿Verdad, cariño? —Dirigió sus
palabras hacia Nathan.
—Bueno, eso si se echa novia de una bendita vez.
Jack perdió un poco la sonrisa, pero nada comentó al respecto.
—¡No te preocupes, papá! Nietos tendrás, al menos uno. —Matt salió en
su ayuda, sujetando a una Lindsay, con su cara de lechuga mustia, por los
hombros.
Rob miró a su hermana y levantó una ceja, sorprendido de que ella
hubiese claudicado. No obstante, que eso acabara haciéndose realidad ya lo
dudaba. A su edad quería seguir festejando. Tal vez casarse era para ella
una experiencia más de diversión, y no se lo tomaba como debería, mucho
menos tener hijos. Además, intentaba sacar a su prometido del entorno
donde se había criado y Matt se estaba empezando a cansar; se le notaba el
hastío en el entrecejo.
El empresario volvió a mirar a Jackson y le dedicó media sonrisa. Este se
la devolvió. Estaban ambos atacados de los nervios. A Rob le dolía el
estómago, y a Jack le impacientaba todo. Para colmo, Nathan propuso ir a
cenar a un restaurante no muy lejos de allí, donde ya eran bastante
conocidos por su asiduidad siempre que terminaba el Rodeo.
—Seguro que os encanta, la comida está deliciosa y es típica de aquí,
muy auténtica —explicó con entusiasmo, dirigiendo el cotarro.
—Estoy un poco cansado, pap… —fue a replicar Jackson, pero Nathan le
ignoró yendo a lo suyo, como de costumbre, por lo que tuvo que claudicar.
No hubo discusión y cada cual se encaminó hacia allí en su propio coche.
Marcos, que había ido con Jackson, invitó a Yvaine a acompañarlos, así
que Rob aprovechó la tesitura y se unió sentándose en el asiento del
copiloto sin perder el tiempo.
Su amiga se sonrió por dentro, no veía a Rob tan interesado en alguien
desde nunca. Y ella estaba a gusto con Marc, que no dejaba de hablar con
ella y atenderla. Habían congeniado muy bien y el chico estaba de muy
buen ver. Además, con Matt era imposible, así que se lo iba a sacar de
dentro a base de polvos si eran necesario.
—¡Jackson! Has estado genial, qué emocionante ha resultado. Cuando
casi te caes del toro, pero te has quedado medio colgando, me ha dado un
patatús —le hizo saber ella al hombre.
—No me suele pasar, me he puesto un poco nervioso… —dijo en tono de
guasa, pero mirando a Rob, que le observó a su vez—. Me estaba jugando
mucho, no podía perder.
Se encontraban tan cerca el uno del otro, pero tan lejos de poder tocarse,
que Rob se removió en el asiento, deseando que el tiempo pasase rápido.
Jack miraba, de vez en cuando, los muslos de Robert, anhelando posar
allí su mano, cerca de la entrepierna, como si fuera un acto natural entre
ambos. Con otros tíos lo había hecho, a solas, claro. Pero en aquella ocasión
se tenía que aguantar.
De reojo miró por el retrovisor y pilló enrollándose a Yvaine y a Marcos.
Suspiró. Pero la mujer ya era más que adulta para hacer lo que quisiera. Eso
sí, que a Marc ni se le ocurriera cercarse a Rob: era suyo.
Y sintió celos, absurdos y estúpidos, pero que allí estaban. Rob le
pertenecía, pensaba comérselo entero. Y, por cómo le miraba él de reojo,
parecía ser más que mutuo. Un latigazo en la entrepierna le hizo recordar
que ya llevaba meses sin acostarse con nadie, así que estaba más que
ansioso: canino.
—Ya hemos llegado —informó levantando la voz para que la parejita de
atrás dejara de meterse mano.
El restaurante, uno enorme con estética ranchera, estaba ya atestado de
gente. Se reunieron con el resto justo en la entrada. De inmediato los
hicieron pasar, porque ya daban por hecho que la familia Walkers acudiría,
y los acomodaron al fondo a la derecha, como en un espacio reservado.
Se fueron sentando según parejas, menos Margaret, que lo hizo al lado de
su nueva amiga Rosalyn, con la que había congeniado de una forma poco
común para ser ambas tan distintas. Eran las consuegras perfectas.
Matt y Lindsay se pusieron en la esquina, y delante de ellos Marcos e
Yvaine, que ya no disimulaban nada que andaban liados, lo cual hizo que
Matt frunciese más el ceño si es que eso era posible, e ignorara a su
prometida o estuviera como en las nubes.
Para colmo, durante la velada, Yvaine no se cortó un pelo solo por hacer
chinchar a su archienemiga, así que esta última tampoco estaba de buen
humor.
Por otro lado, Jackson se aposentó en un extremo de la mesa, frente a su
padre que estaba en el otro, y Robert lo hizo a su lado, en un lateral.
Sus rodillas se tocaron de forma deliberada, aunque de mesa para arriba
no se notara nada de lo que entre ellos estaba pasando.
Pidieron refrescos, cerveza para quien no tuviera que conducir, y una
parrillada de carne con diversas salsas, además de tacos, nachos y otro tipo
de comida de estilo mexicano.
Rob le dio un sorbo a su refresco, pues él no gustaba de beber alcohol
demasiado, sino que era un enamorado de los zumos de frutas, y frotó más
la rodilla contra la pierna de Jackson, que buscó su muslo para apretarlo
bajo la mesa, lejos de miradas indiscretas.
El castaño respiró con fuerza y le miró a los ojos.
—Me he ganado que no me llames paleto —susurró acercándose un poco
a él—. Espero que te haya gustado el espectáculo.
—Si te soy sincero, fui incapaz de mirar… —Jackson abrió mucho sus
ojos castaños y almendrados.
—¿Por qué? —el tono de su voz pareció de decepción.
—Por si te pasaba algo… —reconoció Rob—. Por mi culpa, por haberte
dicho eso…
—Te aseguro que me dieron más ganas de hacerlo bien. La próxima vez
tienes que mirarme. Hasta entonces seguirás siendo el chico pijo. —Intentó
con ello quitarle hierro al asunto.
—Está bien. —Rob sonrió sin poder evitarlo y Jackson tuvo muchas más
ganas de volver a besarlo.
—Me voy al baño… —musitó mirándolo a los ojos.
Se puso en pie todo lo grande que era y Rob le vio dirigirse hacia los
aseos. El corazón empezó a latirle a una velocidad imposible y el estómago
se le contrajo. Se debatió un poco, aunque las ganas le pudieron.
Levantándose también se fue hacia allí y entró en la zona de aseos
masculinos. Había algunos tipos orinando, incluido Jackson, que le vio.
Luego este se metió en uno de los cubículos.
Rob esperó a que se fueran los demás hombres y, en el momento en el
que no hubo nadie más, entró en el baño donde estaba Jackson.
Este cerró el pestillo y dejó de perder el tiempo. Cogió a Rob por el
rostro y lo besó con hambre. El empresario se agarró a los laterales de su
camisa y permitió que Jack llevara la iniciativa. Y bien que lo hizo, pues
apenas lo dejó respirar, apretándolo con su cuerpo contra la pared.
Rob jamás pensó que acabaría enrollándose con otro tío, y mucho menos
en el sucio baño de un restaurante. Él solo iba a sitios con clase, con
mujeres guapas, para luego llevarlas a su casa y acostarse con ellas. Pero
allí estaba, sintiendo a Jackson: su cuerpo caliente, su polla dura contra la
ingle, su boca hambrienta, sus manos en las nalgas, cuello, nuca, cintura y
deslizándose por dentro del pantalón, agarrándole el miembro con cuidado,
pero con pericia.
Ahogó un gemido porque sabía que estaban haciéndolo a escondidas y no
podían ser descubiertos.
Jackson también estaba haciendo algo nuevo, nunca había expuesto tanto
su homosexualidad, en un aseo, con otros tipos fuera orinando y de
cháchara, hablando de fútbol, o de tías mientras no paraban de reírse.
Tener el miembro duro y enhiesto de Rob bien agarrado, y esa boca a su
disposición, o sus manos tocándole por debajo de la camisa, lo estaban
volviendo loco de placer.
Pero se detuvo, respirando de forma entrecortada, apoyando la frente
caliente sobre la de su chico pijo. Esos labios le llamaban, y el roce de su
barba corta. Se moría de ganas de bajar y hacerle una buena felación, de
beberse lo que saliera, de darle placer.
Rob también fue consciente de lo atrevidos que habían sido y sujetó a
Jack por el rostro, mirándolo a los ojos. Se perdió en ellos de una forma
única, por cómo le miraban. Lo besó con cuidado, casi de forma delicada,
en un hoyuelo, y luego deslizó los labios hacia su oreja.
—Tenemos que parar aquí… —susurró.
—Lo sé…
Se separaron el uno del otro, en el estrecho cuchitril, e intentaron
serenarse, aunque sin dejar de sonreír por lo que acababan de hacer.
Jackson, cuando dejó de escuchar ruidos fuera, abrió con cuidado y
observó. Le hizo un gesto a Rob y ambos salieron de los aseos. Antes de
volver a la mesa, Jackson le habló en un tono confidencial:
—Dame tu número de teléfono y, cuando volvamos al rancho, te escribo.
El castaño asintió y caminaron hacia la mesa, donde se sentaron como si
nada hubiese sucedido entre ellos.
Rob anotó en una servilleta su número de móvil y se la dio a Jackson.
—Habéis tardado mucho —comentó Marcos, con una sonrisa enorme en
la cara y mirando a su jefe con toda la intención.
—Estaba haciendo mis necesidades y el chico pijo tuvo la amabilidad de
esperarme. ¿Algún problema? —contestó con guasa.
—No, jefe, no. Usted perdone.
Yvaine notó a Rob algo callado, como si estuviera en otra parte. Le tocó
el hombro para llamar su atención.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella.
Robert giró el rostro hacia la mujer y pestañeó varias veces. Luego
asintió y suspiró. Se acercó a su oído para hacerle una confidencia:
—Ha vuelto a pasar… —musitó.
Yvaine no mudó su expresión. Cogió a Rob por el brazo y apoyó la
cabeza sobre su hombro, asimilando la información.
Aquello podía salir muy bien, o muy mal. El tiempo lo diría.
oOo
Jackson llevó a Marcos a casa, con Rob de copiloto, y el auxiliar
veterinario invitó a Yvaine a quedarse con él en un susurro, pero ella
declinó la oferta porque le empezó a entrar el pánico. El chico pareció
desconcertado, dado que se habían pasado la velada tonteando y
enrollándose, así que Jack ayudó a la mujer.
—Mañana tenemos que levantarnos temprano, Marc. Cosas familiares, y
no puedo venir a buscarla.
—Pero puedo acercarla en mi coch… —fue a replicar.
—No, lo siento. Nos vemos el lunes en la consulta, recuerda que tenemos
que poner muchas vacunas ese día.
Marc, aun así, le dio un beso a Yvaine en los labios y le guiñó un ojo,
susurrándole algo en el oído. Ella no pudo evitar sonreír, asintiendo.
Después se bajó del coche y se metió en casa, por lo que Rob pasó a los
asientos traseros para comprobar cómo estaba su querida amiga. Jack puso
el auto en marcha y se dirigió hacia el rancho.
—Has hecho bien —le comentó Rob a Yvaine, cogiéndola de la mano,
una que notó temblorosa.
Ella asintió.
—Me apetecía mucho. Pero luego me pasa lo que de costumbre: que no
puedo… —Se mantuvo en silencio unos segundos—. Que no soy
suficiente…, que no valgo como mujer… Que le hubiera decepcionado.
Rob la abrazó, algo poco usual en él y que dejó a la mujer algo
desconcertada.
—Vales muchísimo, no es culpa tuya.
—Perdonad que me inmiscuya… —Jack carraspeó—. Marc es un buen
tipo, pero no busca nada serio. Si quieres diversión, okay. Si es algo serio,
olvídate.
—No puedo tener algo serio con alguien que vive en otro estado… Eso lo
sé… Pero esto se debe a que mis inseguridades me condicionan.
Rob se quedó un poco pensativo con lo de tener algo serio con alguien
que vivía lejos, luego pestañeó. Aquel simple planteamiento, relacionado
con Jack, le dejó un poco desconcertado.
—Eres una mujer muy guapa, estoy seguro que encontrarás a un buen
tipo que sepa valorarte en todo el conjunto. Matt me ha dicho que
estudiasteis lo mismo.
—Puedo asegurar que es mi mejor empleada, con una diferencia abismal.
De hecho, temo que los accionistas la líen parda esta semana sin nosotros
allí, porque son todos imbéciles de remate.
Los tres se echaron a reír. La risa de Jack resultó contagiosa y sincera. De
hecho, él se sintió feliz.
—Gracias, chicos. Que pena que… —Yvaine fue a meter la pata y se
contuvo—. Qué pena que no os vea como posibles buenos partidos. No sois
mi tipo —bromeó riendo después.
Rob mantuvo contra su pecho hasta llegar al rancho. Ya allí se bajaron los
tres y Flora apareció para saludarlos, con la lengua fuera. Fue directa a la
entrepierna de Rob, pero este ya supo cómo sujetarla del collar y
mantenerla a raya, algo que satisfizo al dueño de la perra.
—Muy bien, chico pijo —bromeó Jack—. Vas aprendiendo a que sepa
quién manda. ¡Ven aquí, Flora!
Esta se puso a dos patas para apoyar las delanteras en el pecho de su
novio, y este le estuvo dando cariño y jugando con ella y un palo.
—Voy a llevarla a su zona, con los otros perros. Entrad vosotros, ahora
hace frío fuera.
Rob e Yvaine le observaron desaparecer con Flora trotando a su lado.
—No me extraña que te guste… —susurró ella y Rob enrojeció de pies a
cabeza—. Pero me dejas pasmada, de verdad…
—Yo también estoy pasmado, créeme, y un poco asustado.
La miró con una expresión que ella jamás le había visto antes.
—¿De qué tienes miedo? ¿De que te guste él? ¿De que te gusten también
los hombres? Ser del colectivo ya no es como antes, aunque en este país aún
estemos un poco atrasados con respecto a otros…
—De sentirme demasiado a gusto —se sinceró—. De en…
Lindsay abrió la puerta de entrada y los interrumpió, seguida de Matt.
—¡Ah! ¿Qué hacéis aquí? —preguntó él, extrañado, aunque ver a Yvaine
allí le tranquilizó. Había dado por hecho que estaría en casa de Marcos.
—Nada, ya íbamos a entrar, ¿verdad, Rob? Tu hermano se ha ido a
guardar a Flora y luego vuelve.
—Íbamos a ver una peli en la sala. ¿Os apuntáis?
Ambos se miraron con cara de circunstancia, pero asintieron.
Rob quería estar a solas con Jackson, aunque no podían si los demás
estaban despiertos, así que mejor aparentar toda la normalidad posible.
Cuando se sentaron en el amplio sofá, mientras Matt elegía película,
apareció Jack en la sala de esparcimiento con cara de pocos amigos porque
su hermano le había roto los planes por completo, aunque él no pudiera
saberlo.
Se aposentó al lado de Rob, entre él y Lindsay.
Matt le vio la cara y palideció un poco, así que se dirigió a él:
—¿Te ha sentado mal la cena o algo?
—No, pero me apetece ir a la casa del lago.
—Nada te retiene, así que vete si quieres… —Matt estaba confundido.
—Cuando acabe la película —contestó sacando su móvil del bolsillo
trasero del pantalón.
Robert se apoyó un poco en él de forma que no llamase la atención al
resto y observó que estaba escribiendo algo en el chat.
A Matt le vibró su teléfono y, tras poner la película, leyó el mensaje.
>Ok.
>Voy.
—Me sabe mal, pero estoy muy cansado ya. Me marcho a la cama —les
dijo a Matt e Yvaine.
A ella la miró haciéndole un gesto cómplice que fue comprendido de
inmediato.
Matt arqueó las cejas y sonrió, tapándose la sonrisa con una mano.
Así que Jackson no se iba a la casa del lago solo, sino con Rob. Estaba
segurísimo de ello y le alegró un montón. Se regocijó como nunca antes
porque, por muy diferentes que fuesen, en el fondo parecían similares y
hacían muy buena pareja. Ojalá que su hermano se saltara la norma de
«solo follar una vez».
Yvaine también sonrió al pensar lo mismo que Matt, pero en su caso
sobre Rob. Y, sin quererlo, ni beberlo, se había quedado sola con el pequeño
de los Walkers.
—¿Quieres seguir viendo Dune o la paro y nos vamos a la cama?
Yvaine no malinterpretó nada, pero sí fue cierto que lo de irse a la cama
había sonado muy sexual porque era lo que de verdad estaba deseando
hacer: acostarse con Matt.
El, obviamente, no lo dijo con segundas. Le bastaba con que la mujer no
estuviera en casa de Marc.
—No, vamos a terminarla. Me gusta, sobre todo por Oscar Isaac. —
Luego se echó a reír de buena gana.
—Qué ofensa más grande teniéndome a mí al lado —dijo de guasa.
—Él es un madurito interesante, y yo una mujer adulta. Entiéndeme.
—¿No saldrías con un chico más joven? —La tanteó sin darse cuenta.
—Depende de si estamos en la misma línea de pensamiento, y no en
momentos vitales distintos. Por ejemplo: yo quiero formar una familia y no
me queda mucho tiempo.
Matt se estremeció al escucharla tan decidida.
—Entiendo. Pues no esperes eso de Marcos —dijo sin más, lo cual
sorprendió a Yvaine.
—¡Lo sé! Solo tonteaba con él. Pero me ha pedido que sea su
acompañante en la boda, así que… ¿Por qué no? Así no seré la solterona ni
el hazmerreír.
Matt se quedó callado unos segundos, pensando en lo cruel que sonaba
ese apelativo. Yvaine tan solo tenía 35 años, 5 más que él.
—Bueno, tienes razón. Perdona que me haya metido, espero no haberte
molestado.
—En absoluto, Matt. Eres encantador, Lindsay tiene mucha suerte
contigo —comentó de corazón, tocándole el musculoso bíceps.
El chico sintió un escalofrío, deseoso de devolverle el gesto. Pero no fue
algo que le pareciese buena idea, por muchas ganas que le entraran.
—Mejor cortamos aquí la película. Vamos a dormir, llegan las damas de
honor de Lindsay y las tengo que ir a buscar. —Fue la única excusa creíble
que se le ocurrió para alejarse de la tentación.
—Te acompaño en el sentimiento —contestó ella tras una carcajada
sincera.
Matt apagó la televisión, encendió las luces con otro mando a distancia y
se puso en pie. Yvaine lo imitó.
—Las conocí en Las Vegas. Son insoportables… —dijo malhumorado.
—Bien, al menos ya lo sabes. Buenas noches, Matt. Qué descanses —
susurró mientras se disponía a salir de la sala.
El chico la cogió de la muñeca y ella le miró con extrañeza. Él le
devolvió una mirada cargada de anhelo que la dejó descolocada.
—B-buenas noches… —La soltó, confundido.
Yvaine se fue sin entender nada, con palpitaciones fuertes en el pecho.
Matt se quedó allí, se sentó en el sofá y apagó la luz.
No tenía ganas de irse a la cama con Lindsay, tenía ganas de irse a la
cama con Yvaine y hacerle de todo.
La epifanía fue tan clara, le golpeó tan duro, que no supo cómo cojones
iba a lidiar con aquello a tan solo 7 días de su propia boda.
Capítulo 8
Rob se escabulló como bien pudo, pues los Walkers y su madre estaban en
el salón, delante de la chimenea, hablando de forma animada sobre los
preparativos de la boda.
Salió y buscó la ranchera de Jackson hasta que la vio. Trotó hasta ella y
se subió en el asiento del copiloto.
—Chico pijo, ponte el cinturón —pidió Jack con esa media sonrisa suya
tan sexi y Rob ni chistó. Estaba taquicárdico perdido, a punto de cometer
una locura que jamás habría creído posible.
Jackson puso en marcha el automóvil y lo hizo girar en dirección a la
zona del lago que pertenecía a la familia Walkers. El recorrido no llevó más
de 10 minutos, en los cuales Rob no pudo dejar de mirar a Jack conducir
con cuidado, pues la zona necesitaba un reasfaltado y estaba a oscuras salvo
por los potentes faros de la ranchera.
—¿Estás seguro, Robert? —cuestionó de pronto Jack, pillando
desprevenido a su copiloto—. Porque no pienso detenerme… Y sé que es tu
primera vez con otro hombre.
Rob tomó una buena bocanada de aire, nervioso.
Jack aparcó, apagó las luces y el motor, justo enfrente de la casa. La luna,
pues la noche era clara, se reflejaba sobre las tranquilas aguas del lago.
Fuera solo se escuchaban los grillos y algún que otro aleteo.
El castaño se quitó el cinturón de seguridad, agarró a Jack de la camiseta
y lo besó con todas las ganas, arrancándole un gemido. Luego se separó de
él poco a poco, pero sin dejar de mirarlo a esos ojos castaños tan atrayentes.
—¿Te vale esta respuesta, vaquero?
—Joder, sí.
Jack lo estrechó contra él y le devolvió el beso de forma ardorosa, y puso
tan cachondo a Rob que se subió sobre él encima del asiento del coche.
Tuvo que ser el vaquero quien lo detuviera.
—Aunque te follaría aquí mismo, mejor entremos… —sugirió intentando
ser coherente. Para eso lo había llevado hasta allí, porque deseaba que él
estuviera cómodo.
—Tienes razón.
Rob se bajó del vehículo de un buen salto, rodeó el morro de la
camioneta y asió la mano que Jack le ofrecía.
Entraron sin encender las luces, y fueron directos al cuarto de Jack.
A Rob casi no le dio tiempo a observar la estancia, pero la tenía llena de
libros relacionados con el mundo animal y veterinario, decorada con
dibujos originales en acuarelas.
Jackson lo empujó sobre la amplia cama y se quitó la camiseta de un
tirón, se puso de rodillas entre las piernas de su contrincante y le
desabotonó la camisa poco a poco.
Rob lo miró hacerlo, excitadísimo, mientras él besaba cada parte de su
cuerpo que quedaba al descubierto. Jack le cogió por el rostro y lo besó con
anhelo, frotándose contra el vello facial que tanto le ponía al rubio.
Acabaron ambos sobre el colchón, abrazados y con las piernas enredadas,
aun semi vestidos. Devorarse a besos era lo que más les apetecía hacer a
ambos, conocer bien la boca del otro y comprobar lo bien que casaban sus
besos, lenguas y dientes.
Robert estaba desbocado, jamás en su vida había sentido aquello de
forma tan intensa. Deseaba comer y ser comido, con toda la fuerza del
mundo y sin miedo a hacer daño físico a la otra persona.
Para él, hasta aquella noche, el sexo había sido como un trámite donde las
mujeres llevaban la voz cantante. Se dejaba follar y no era muy
participativo. Pero, a diferencia de entonces, aquella nueva experiencia era
muy distinta al respecto.
Jack y él se follaban mutuamente y con ganas verdaderas.
El rubio le quitó las zapatillas y los pantalones, arrastrando con ellos el
bóxer, dejándolo expuesto. Luego se desnudó él con premura y volvió a
abrazarlo, frotando su miembro duro contra el suyo.
La sensación para ambos fue muy placentera.
—¿Qué te gusta, chico pijo? Pide y te lo daré —susurró Jackson sobre su
boca, entre beso y beso.
—¿Tú qué crees, vaquero? ¿No ves cómo me la has puesto? Arréglalo.
Jackson dejó un reguero de besos y pequeños mordiscos por el torso de
Robert, mientras este se estremecía de placer. Lo ósculos pasaron a ser
lametones justo bajo su ombligo.
Miró a Jack agarrarle con pericia el pene y sacudirlo. Solo otro tío podía
saber bien cómo hacerlo sin que le doliera. Esa lengua le lamió el glande
húmedo y rojo, en círculos. Rob jadeó abriendo bien las piernas, y terminó
por agarrar del pelo a su contrincante en cuanto este se metió en la boca su
miembro, haciéndole la mejor felación de toda su vida. Y no solo eso,
aquellas manos grandes le apretaron las nalgas con fuerza. Terminó por
rodear su cuerpo con las piernas y gemir libremente.
—Joder, qué bien me la comes… —musitó.
No solía decir nada durante el sexo, pero le salió del alma ser sincero.
Estaba flipando con la experiencia.
Jack disfrutó de aquel miembro un buen rato, del sabor a lefa y lo duro
que lo tenía. Le volvió loco que Rob le diera tirones en el cabello, se
moviera así bajo él y lo rodeara con las piernas.
Para evitar que se corriera tan pronto, le dio un último lametón a aquella
deliciosa polla, y volvió a su boca. Sintió las manos de Rob por la espalda,
buscando las nalgas hasta encontrarlas, notó que le clavaba los dedos y las
uñas con intensidad.
Había estado con muchos tipos, pero sintió que estaba viviendo la mejor
experiencia sexual de su vida, la más excitante, la más insólita y distinta.
Deseaba a aquel hombre a muchos niveles, y le dejaría marcar el ritmo.
Las manos de Rob buscaron su sexo enhiesto para masturbarlo, así que se
tumbó a su lado mientras este se lo frotaba, sin dejar de besarlo en los
labios y mirarlo a esos preciosos ojos añiles enfebrecidos.
—¿Te gusta, vaquero? —preguntó el castaño en un susurro, justo antes de
darle un beso corto y sensual. Los labios de Jack le encantaban.
—Más fuerte… —susurró Jack mientras lo abrazaba contra él para
sentirlo por completo. Necesitaba rodearlo como si fuera suyo.
Rob alteró la cadencia y fue más brusco, arrancando gemidos de placer a
Jack, que asintió en silencio con la cabeza, hundiendo esta en su cuello y
mordiéndole el hombro en señal de gusto.
—Estoy muy cachondo, chico pijo. Me voy a correr si sigues haciéndolo
tan bien...
—Eso quiero, que te corras, vaquero, por mi culpa.
—Vale, pero que sepas que me recargo rápido y esto no acaba aquí,
vamos a follarnos toda la maldita noche. Estás advertido.
Rob se excitó más solo de pensarlo. Revolcarse con Jack una y otra vez le
hizo sonreír de placer y aumentar la cadencia de la masturbación.
Jackson lo sintió llegar y besó a Rob con fuerza, agarrándolo del rostro.
Jadeó en cuanto el placer le embargó con un escalofrío, derramándose por
la mano de Rob, que se llenó de un semen espeso, blanco y caliente que
salió a ráfagas. El estertor de gozo fue largo, igual que el orgasmo.
—Joder, menuda corrida… —dijo Rob, divertido, observando aquel pene
grueso, duro y todavía empalmado. No le asqueó el semen derramado
deslizarse por su mano, de hecho eso le excitó aún más si cabía.
Jackson respiró hondo, suspiró y se echó a reír.
—Para no tener ni idea de follar con otro tío, se te da muy bien.
—Imbécil… No es muy complicado saber qué puede gustarte o cómo
tocarte… —le contestó con una fingida ofensa.
—¿En serio? Entonces… ¿Me la piensas meter hasta el fondo? ¿Sabrás
follarme así? Porque solo de pensarlo me empalmo de nuevo. Ya te he
dicho que recargo balas rápido.
Rob se quedó pasmado, para nada se esperaba que Jack fuera a dejarse
follar de aquel modo. De hecho, uno de sus miedos era ser penetrado, por
mucho que pensase en la polla dura del hombre dentro de él.
—¿No tengo pinta de que me guste? Pues soy reversible. ¿No dices nada?
Jack le acarició esa barbita que tan loco le volvía y luego lo besó poco a
poco, pero de forma profunda.
—Claro que… quiero… —contestó Rob por fin.
—Me gustan las pollas grandes, largas, gruesas y duras como la tuya. Y
si las tengo dentro mucho mejor. Así que, chico pijo, fóllame ya.
Rob perdió los papeles solo de pensarlo y lo empujó para ponérsele
encima y besarlo con ardorosa actitud, frotando el pene contra la ingle.
—Espera… —demandó Jack, irguiéndose y sacando de un cajón de la
mesilla preservativos y lubricante.
Se llevó un condón a la boca y con los dientes, más una sonrisa pícara,
rasgó el envoltorio. Se lo tendió a Rob, que sacó la goma y se la puso,
taquicárdico perdido.
—No te preocupes, haz lo que yo te diga y ninguno nos haremos daño.
Le cogió la mano a Rob, vertió en ella el lubricante y se tumbó con las
piernas bien abiertas.
El castaño admiró su cuerpo y le pareció perfecto y excitante. Esos
pectorales, el abdomen duro, el vello corporal bajando hasta su pene erecto,
los testículos oscuros y abultados y unas piernas torneadas y largas. Se
parecía al de una mujer en nada, y le dio igual porque era el cuerpo de
Jackson.
Se acomodó entre esas piernas y deslizó los dedos por los testículos,
amasándolos primero, palpando después la zona del perineo. Cuando Rob
dudó al llegar a la obertura del ano, Jack le guio.
—Méteme tres dedos, no te preocupes, me gustará mucho…
Rob siguió sus instrucciones al pie de la letra, sin dudar, arrancándole un
gemido de placer a su amante. Le sorprendió lo fácil que fue entrar gracias
al lubricante.
—¿Te gusta en esta posición? —Quiso saber.
—Lo que me gustará es ver tu cara de placer cuando me folles con todas
tus fuerzas mientras aprieto el culo para que te corras de gusto.
Jackson sabía muy bien cómo hacer que Rob perdiera los papeles, porque
este le mordió literalmente la boca de puras ganas y lo agarró de los muslos
deslizando los brazos por debajo. Sintió el pene duro del hombre
introducirse en él a embestidas. En cuanto lo tuvo todo dentro, y superó el
dolor inicial, el placer lo invadió de nuevo. Le estaba empujando justo en su
punto más erógeno, bajo la próstata.
Rob se concentró en su propio placer también, casi no podía creerse que
estuviera penetrando a otro hombre y que a este le causara tanto deleite. El
nivel de estrechez era tal, que cada embestida era puro disfrute.
Buscó la boca de Jackson, que le recibió de buena gana abrazándolo por
el cuello y reposicionándose para acoplarse mejor.
—¿Te gusta? —preguntó Rob y su amante jadeó un sí—. ¿Puedo
empotrarte con más fuerza? —bromeó un poco.
—Joder, Rob… Hazlo… —Jadeó casi sin poder respirar pero con una
sonrisa.
Sin duda estaba siendo el mejor polvo de su vida. Parecían hechos el uno
para el otro a nivel sexual. Conectaban a la perfección.
Robert se puso a empujar con todas las ganas y miró a Jack a la cara. La
tenía roja y caliente. Los labios hinchados por los voraces besos, y sus ojos
lo miraban con devoción por lo que le estaba haciendo sentir. Eso le
emocionó, algo que jamás le había sucedido antes. Lo besó con ternura pero
sin dejar de embestir. Buscó sus hoyuelos y también dejó allí pequeños
ósculos.
—Me voy a correr, no puedo más… —susurró sobre aquellos labios que
le atraparon la boca de un mordisco.
—Pues córrete, córrete, chico pijo. Porque yo tampoco me aguanto
más… Joder…
Rob arqueó la espalda y le empujó con fuerza, aumentando la cadencia al
final y apretando las nalgas tan fuerte que levantó el corpachón de Jack
justo cuando eyaculó, gritando de placer.
Jack sintió de nuevo otro orgasmo muy placentero y se corrió sobre los
abdómenes de ambos.
Se quedaron jadeando ambos, recobrando la respiración. Rob salió de
aquel interior y se deshizo rápido del preservativo, anudándolo y dejándolo
caer al suelo.
Ninguno se preocupó por limpiarse la lefa, todo les dio igual. Quedaron
el uno tumbado al lado del otro, alucinando en colores por separado.
Uno por haber sido capaz de tener el mejor sexo del mundo con un
hombre, y el otro por sentirse tan a gusto tras ser follado, algo que no solía
permitir aunque hubiese dicho que era reversible.
Jack se giró hacia Rob, que lo miró con una sonrisa estúpida en la cara, y
sintió la imperiosa necesidad de abrazarlo. Lo hizo, no se lo pensó en
absoluto. El castaño lo abrazó a su vez, dejándose mimar, permitiendo que
el rudo vaquero lo besara con cariño y dulzura mientras se acariciaban el
rostro el uno al otro. Aquello lo pilló un poco desprevenido, pero le pareció
muy tierno viniendo de aquel gruñón.
—¿Te he hecho daño? —Se interesó.
—No… Todo lo contrario. Has conseguido que me corra dos veces
seguidas en poco tiempo.
—¿Tanto me deseabas?
—Sí… —susurró mirándolo a los ojos—. Desde que te vi, con tu traje
pijo. Gilipollas —añadió arrancando a Rob una sonrisa.
—¿Eres gay? —preguntó este.
—Sí, lo soy. Solo lo saben mi hermano y Marcos.
—Ahora entiendo que Matt me llevase a verte esta noche…
—Supongo que se ha dado cuenta de que nos deseábamos. No te
preocupes, no se lo dirá a nadie.
De alguna forma extraña, Rob no sintió vergüenza o ganas de esconderse,
pero no dijo nada. Prefirió respetar la decisión de Jack.
—Yo se lo conté a Yvaine. Ella tampoco dirá nada. De hecho… Me
preguntó si era bisexual. Y no lo sé, porque solo me ha pasado esto contigo.
Pero te aseguro que has sido… —le costó sincerarse—, mi mejor polvo.
Supongo que tú los habrás tenido mejo…
—No —le cortó rápido—. Contigo es química pura.
—Sí… —Rob le acarició el ligeramente ondulado cabello rubio, casi sin
pensar.
—Joder, qué guapo eres —dijo Jack.
—Eso ya lo sé, vaquero.
—Maldito pijo.
Se echaron a reír antes de besarse de nuevo con anhelo. No fueron
capaces de despegarse el uno del otro. Sus piernas se mezclaron, así como
los dedos de sus manos.
—Eso de seguir follando toda la noche, ¿iba en serio?
—Desde luego que sí… Pero no te preocupes, no te empotraré yo a ti,
es… más complicado de lo que parece. Poco a poco… ¿De acuerdo? No
quiero llevarte a urgencias porque se te haya roto el culo.
—¡Pero qué dices! —Robert se echó a reír de buena gana—. ¡Me estás
asustando!
—Bueno, ya has visto mi polla. Como te la meta sin más te parto en dos.
—Me la comeré antes… —bromeó relamiéndose.
Jack resopló, excitado como un animal en celo. Sí, era como si estuviera
en un ciclo de ardor.
Siempre se acostaba una sola vez, y una sola noche, con los tíos. Después
los llevaba a su casa y si te he visto no me acuerdo, fuese la hora que fuese
de la madrugada.
Pero allí estaba el idiota pijo, agarrado a su cintura, dispuesto a seguir
con aquella noche de pasión desenfrenada. Y lo que no sabía, ni Rob le iba
a decir, era que él hacía lo mismo con sus conquistas. Una vez y hasta
nunca.
—¿Nos damos un baño? —propuso Jack.
—Creo que nos hace buena falta. Dios mío, nos hemos quedado pegados
y todo… —Se rio con ganas al darse cuenta de lo pringados que estaban.
El rubio se puso en pie y fue al aseo para llenar la bañera de patas que,
por suerte, era de buenas dimensiones. Ambos cabrían bien.
Cuando esta estuvo preparada, se introdujeron con cuidado. Rob
descansó en un lateral, con Jack de frente.
—Ven —le susurró el castaño.
Jack se apoyó sobre su pecho, de espaldas, y Robert le rodeó con las
piernas por la cintura.
Era lo más romántico que habían hecho los dos, y por separado lo
pensaron y se lo guardaron para no incomodar al otro, o asustarlo con
palabras. También por miedo a ser rechazados si seguían en ese plan.
—Chico pijo… Esta semana voy a estar muy liado con el trabajo. Marc y
yo tenemos que vacunar a muchos animales, y yo ayudar con los
preparativos de la boda. Más los problemas veterinarios que me surjan…
De día es difícil que nos veamos el pelo.
—Lo entiendo —musitó Rob con tristeza, mientras disfrutaba del
momento, como si fuera a ser el último. De hecho, sintió en la boca del
estómago una sensación de desasosiego.
—Por eso he pensado que podríamos vernos aquí, al anochecer, todos los
días. Si… quieres… —Jack tragó saliva, con un miedo atroz a que Rob se
negara.
Este, en cambio, suspiró interiormente de puro alivio.
—Sí, me parece bien.
—Ya nos inventaremos excusas. Seguro que Matt e Yvaine nos ayudan
con eso. ¿De acuerdo, chico pijo?
—De acuerdo, vaquero. Pero… ¿Quieres que lo sepan?
—No me importa. Confío en mi hermano al mil por cien, y supongo que
tú en Yvaine del mismo modo.
—Efectivamente.
Luego se quedaron callados un rato, disfrutando del momento.
Jack sintió un estremecimiento inusitado. Tragó saliva al darse cuenta de
lo que le pasaba con ese idiota insufrible: le gustaba, le gustaba de verdad.
Su historia solo duraría una semana más. Y cuando Matt se casase, Rob
se iría y solo se verían de vez en cuando. No habría ya más encuentros
sexuales después. Tenía que ser así, pero no por ello iba a desperdiciar esa
semana. El deseo y las ganas eran más potentes que el miedo a sufrir
después en la distancia.
—¿Estás bien, Jackson? —Los labios de Rob en la oreja estremecieron al
hombre.
—Nunca había estado mejor… —Sonrió y sus hoyuelos aparecieron.
Robert besó el derecho y luego apoyó allí su mejilla.
Una semana con Jack, solo una semana, pensó con tristeza. Y luego ya
nada más. Volvería a su vida normal, trabajando doce horas al día y ligando
de vez en cuando con alguna mujer que no le importaría.
No pudo sentirse más vacío. Así que atesoraría esa semana igual que
aquel primer amor de adolescencia frente a la playa, como algo único y
pasajero.
oOo
Jackson se levantó pronto, con Robert pegado a él.
Habían vuelto a acostarse en dos ocasiones más, para luego quedarse
muertos de cansancio, dormidos como ceporros. Rob roncaba, pero a Jack
le parecía algo relajante que le daba seguridad.
—Tsh… —Movió a Rob, que se despertó con los ojos legañosos.
—¿Qué hora es?
—Las seis de la mañana. Tenemos que volver antes de que nos
descubran. Venga, levanta tu precioso culo pijo.
Rob le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso largo y ardoroso,
metiéndole la lengua hasta la garganta.
—No podemos follar ahora… No me tientes… Rob…
—Solo un poco… Solo haz que me corra en tu boca.
—Dios mío, no me pongas tan cachondo, maldito cabrón… —susurró
metiéndose bajo las mantas para chupar la verga dura a Rob mientras se
sacudía la suya con fuerza.
Robert sonrió mordiéndose el labio inferior, agarrando por el pelo a su
compañero y levantando la pelvis con todas las ganas. Aquel vaquero
buenorro la chupaba que daba gusto.
Este adoraba aquel miembro, lo adoraba de veras. Así que lo lamió,
mordisqueó y chupó mientras escuchaba a Rob jadear y decir guarradas sin
sentido.
Un chorro de semen le inundó el paladar y se lo tragó con delectación. A
su vez se corrió sobre las sábanas, placenteramente.
Salió de debajo de la colcha para besar a Rob largo rato, porque iba a
estar todo el día muy ocupado, sin poder disfrutar de esos besos que él le
devolvía.
—Rob… En serio, vámonos.
—Vale, vaquero.
Se vistieron rápido y salieron al frío de la mañana para subirse de forma
rápida a la ranchera.
Antes de arrancar, Jack asió a Rob por las mandíbulas y lo volvió a besar
con una pasión desenfrenada. Este le devolvió cada uno de esos besos de la
misma forma.
—Escríbeme cuanto quieras por WhatsApp, envíame todas las fotos
guarras que te plazcan. Te responderé cuando buenamente pueda y, ya
sabes, nos escabulliremos para volver aquí al anochecer…
—Te echaré de menos… —dijo Rob, dejando a Jack obnubilado del todo.
Solo pudo responderle con otro beso, uno más dulce y corto—. También
echaré de menos tu polla —bromeó haciendo reír al rubio.
—Vete a la mierda, chico pijo.
Puso en marcha el auto y volvieron al rancho, donde se separaron. Rob
subió a su cuarto, donde volvió a quedarse dormido con una sonrisa tonta
en la boca.
Y Jack se fue al laboratorio para preparar el duro trabajo del día, sin dejar
de pensar en la fabulosa noche que había pasado y en que le quedaban siete
días todavía por delante para disfrutar de Robert.
Capítulo 9
>Gilipollas XD
Jackson se hizo una foto sonriendo de lado, sabía que eso le gustaba a
Rob. Le hubiera enviado alguna guarrada, pero allí era imposible.
Este le mandó otra de él, también con la sonrisa perfecta y la camisa
desabrochada, dejando ver su pecho casi lampiño. Pero Jack se fijó en esos
ojos azules y se quedó embobado mirándolos. Apagó la pantalla y apoyó en
ella la frente, respirando fuerte.
Sí, estaba colado por él. Cosa que no pensaba reconocer.
Capítulo 10
<Estabas muy dormido, chico pijo. Hoy tengo que ayudar con lo
de la boda. Si te atreves a venir conmigo a currar, te daré un premio
especial esta noche.
Se apresuró a responder:
<Ok.
No hubo noche en la casa del lago, pues Robert llegó al rancho dormido
como un tronco por la mezcla del cansancio y el alcohol. Jack fue incapaz
de molestarlo por muchas ganas que le tuviese a ese zoquete.
Había dejado a Marcos e Yvaine en casa de este, advirtiéndole de que la
quería de vuelta a la mañana siguiente, sana y salva, con la virtud intacta.
Obviamente se trató de una broma, pero porque le había cogido mucho
aprecio a la mujer, la única amiga verdadera de Rob, así que más le valía a
ese pervertido tratarla bien. En el fondo no dudaba de que así sería.
Bajó del auto a su chico pijo y este le rodeó el cuello con los brazos,
intentando besarlo, así que Jack tuvo que mantener la compostura como
pudo.
Matt salió de la casa al escucharlos y ayudó a su hermano a trasportar a
Rob hasta su habitación. Le puso de los nervios no ver a Yvaine allí, pero él
no era quien para enfadarse o ponerse celoso.
En la habitación de Rob, Matt dejó solo a su hermano con él y esperó
fuera porque quería hablar con Jack antes de perderlo de vista.
En el interior, el hombretón le quitó los zapatos a Robert, luego los
calcetines y los pantalones. Le desabotonó la camisa y observó su belleza
masculina, acariciándole la piel del pecho y luego la mejilla. Le había
crecido un poco más la barba y estaba muy guapo.
—Vaquero… —susurró Rob, sonriendo al notar sus caricias.
—Shhh, duerme… —Lo tapó con la colcha para que no se resfriara, se
inclinó y lo besó con dulzura.
Las manos de Robert le sujetaron por las mandíbulas y este le devolvió el
beso. Jack las tomó entre las suyas hasta que el castaño se quedó dormido.
Jack tragó saliva y sintió que le temblaba la boca, que quería sacar fuera
lo que sentía por él. Se contuvo y se levantó enjugándose las lágrimas que
comenzaban a asomarse bajo sus párpados.
Cuando estuvo más sereno salió y sonrió a su hermano, que le había
dicho que deseaba comentarle algo.
—¿Te importa si salimos a la piscina? —le preguntó Matt—. Y,
perdóname, sé que estás cansado y querrás irte a dormir…
—No pasa nada, vamos. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que
quieras, y hace días que estás muy sobrepasado por todo.
Matt asintió y, en silencio, salieron de la casa y se sentaron al borde de la
piscina, con los pantalones arremangados hasta las rodillas y los pies dentro
del agua tibia. Era algo que hacían desde críos, sobre todo cuando querían
hablar de cosas privadas que solo ellos compartían.
—Dime qué te pasa…
—No me quiero casar con Lindsay… —Hizo un gesto con los hombros y
negó con la cabeza.
—¿Por qué? —preguntó su hermano sin dar señales de sorpresa.
—Porque no estoy enamorado de ella. Al principio pensé que sí, claro…
Creía que eso era el amor, porque hasta entonces no me había pasado algo
así tan emocionante: conocer a una chica guapa y divertida… En Las Vegas.
—Lamento que te hayas dado cuenta tan tarde de que no tenéis nada en
común. Porque lo sabes, ¿verdad?
Matt asintió en silencio.
—No me dijo que quería vivir en Nueva York, ni que odiaba el rancho, o
peor… Que no quería hijos. Y eso último lo hablamos antes, así que fue una
mentira todo para no espantarme. Además, es una niña mimada. La boda,
por ejemplo. Desde el principio no me dejó tomar ni una sola decisión. Se
aburre enseguida con todo, no está conforme con nada… Y desprecia a
otras personas como si ella fuera mejor que los demás.
—Desprecia a Yvaine, que sí quiere tener hijos, que disfruta viendo series
y películas contigo, que ama a los animales, que sabe de negocios como
nadie, que es simpática, auténtica y guapa, por dentro y por fuera. ¿Verdad,
Matt?
Matt solo movió las piernas en el agua de la piscina.
—¿Verdad, Matt? —insistió su hermano.
—Ayer besé a Yvaine y ella me correspondió. No pasó nada más, le pedí
perdón y me fui. He intentado hablarlo con ella, pero se ha negado. La he
visto de lejos cuando os ibais a cenar…
Jack tampoco pareció sorprendido.
—Yvaine está con Marcos hoy, Matt. Lo siento…
Le pasó el brazo por los hombros cuando su hermano pequeño se echó a
llorar.
—No quiero casarme, no puedo ni quiero. ¿Cómo rompo el compromiso?
Independientemente de mis sentimientos por Yvaine, no amo a Lindsay. No
lo soporto más. Me siento horrible… —Se limpió las lágrimas con el dorso
de sus manos y suspiró.
—La verdad es que es un marronazo, una cosa muy jodida. Sin embargo,
no puedes condicionar el resto de tu vida por hacer lo correcto y mantener
el compromiso. Acabaréis divorciados y será peor. Hay muchos peces en el
mar, y tú eres un chico guapetón, porque te pareces a mí.
Matt le miró y sonrió.
—Lo tengo que consultar bien con la almohada… Pero lo que tengo muy
claro es que no me casaré con ella, ni seguiré con la relación.
—Tienes mi apoyo incondicional en todo, solo planea bien cómo lo
harás, porque esto está en marcha desde el momento en el que te lo has
admitido a ti mismo…
—¿Y tú, hermanito? ¿No me cuentas nada? —Matt le miró a los ojos y
levantó una ceja.
—¿Sobre mí y Robert? —El otro hombre asintió—. Es complicado… Se
ha vuelto complejo… En todo caso, y no quiero que esto afecte a tus
decisiones, cuando todo se cancele él se irá y no le volveré a ver…
Jack contrajo el rostro al ser consciente. Fue como arrancarse el corazón
de cuajo.
—Jackson… ¿Te has enamorado de él?
Este apoyó la cabeza en el hombro de su hermano y asintió aguantándose
las lágrimas hasta que no pudo más.
Matt lo abrazó contra sí y permitió que se desahogara.
oOo
Marcos dejó a Yvaine en la puerta del rancho antes de irse a trabajar. Esta
le dio un beso y le acarició el rostro. Él la miró con un poco de pena, pero
admitió la derrota.
No había pasado nada entre ellos, ella le dijo que no podía mantener una
relación a distancia con nadie, porque trabajaba muchas horas. Pero Marcos
sabía que no era por eso y lo aceptó sin rechistar.
Durmieron juntos, nada más, y prometieron seguir en contacto para
mantener una amistad que, con el tiempo, se diluiría.
A pesar de todo, Marc se sintió en paz y pensó que al menos podía
plantearse madurar y estar en pareja, con hombre o mujer, sin que pasara
nada malo por ello.
Llegó al laboratorio y se encontró a su jefe trabajando, analizando
muestras de sangre e imprimiendo los resultados.
—Buenos días, Jack.
—Buenos días… —respondió sin dejar de mirar por el microscopio.
—¿Está todo bien?
—Sí, por el momento los análisis de las reses siguen en los parámetros
normales y no veo parásitos en las heces…
—No va por ahí la pregunta, Jack. Lo digo por lo de anoche.
El hombretón levantó la cabeza, sorprendido, y pestañeó.
—¿A qué te refieres?
Marcos se sentó en su mesa y encendió el portátil, sacó sus cosas y bebió
un poco de agua antes de pisar zona pantanosa.
—Tío, estás enamorado hasta las trancas, a mí no me mientas, porque se
te nota a la legua.
Jack enrojeció como un bendito y fue incapaz de articular palabra. Al
final solo bajó la cabeza y se apoyó en la mesa de laboratorio.
—Y qué más da… —Fue su manera de admitirlo—. Cuando se vaya todo
terminará y yo me quedaré aquí, como siempre.
—Atrapado en este puto sitio que, por mucho que sea tu hogar, no te deja
vivir tu sexualidad en paz. Y ayer supiste muy bien lo que era estar feliz,
con un hombre entre tus brazos, delante de mucha gente, sin ser juzgado.
—Ese hombre no siente lo mismo por mí, Marc. Es hetero, o como
mucho bisexual y no lo sabe. Pero da igual, porque no me quiere. Solo está
experimentando y lo que empezó como un calentón mutuo, ha evolucionado
en mí de forma natural porque me gustan los hombres, pero no en él.
—¿Se lo has preguntado acaso? ¿Quieres que Yvaine lo averigüe?
—No os metáis, por favor… —Jack se sentó, cansado ya—. Prefiero
vivir esto hasta que se acabe, sin más.
Jackson sabía que no habría boda, así que podían ser tanto dos horas
como dos días, cuando su hermano creyese conveniente soltar la bomba.
—Está bien, no insistiré. Es tu decisión y te respeto mucho, como jefe y
como amigo.
—¿Y tú con Yvaine? —cambió de tema.
—Nada, ya te lo puedes imaginar. Lo hablamos y ella no quiere mantener
una relación a distancia. Aunque creo que no la quiere tener conmigo, para
qué negar la evidencia.
—Lo siento.
—Alguna vez me tenían que rechazar por muy guapo que yo sea. Estoy
bien —dijo haciendo un aspaviento con la mano—. Bueno, echemos un
vistazo a esas caquitas de vaca, hay mucho por hacer hoy.
Jack sonrió con cansancio. Otra noche sin dormir, y echando de menos a
Rob a su lado.
No sabía si cortar por lo sano o aprovechar lo poco que le quedaba con él.
Lo pensó detenidamente y tomó una compleja decisión.
oOo
Rob se levantó sobre las doce del mediodía con una buena migraña. Al
no estar su cuerpo acostumbrado a la bebida; una sangría, tres copas de vino
y un Martini, fueron demasiado para él.
Las náuseas le invitaron a vomitar en el retrete de su baño en suite hasta
quedarse tranquilo y un poco más despejado. Se metió en la ducha y dejó
que el agua caliente aliviara su embotada cabeza.
No podía recordar ni cómo había llegado a la cama. Su última imagen
había sido de Jack abrazándolo en el bar gay. A pesar del malestar y el
mareo, aquella remembranza le hizo sentirse bien.
Volvió al cuarto, se secó y buscó ropa limpia en los cajones. Se enfundó
en unos pantalones de tela, de los que le llegaban hasta por encima de las
rodillas, un polo azul y unas zapatillas deportivas. Se peinó con los dedos,
sin darle más importancia a su aspecto, y miró el móvil esperando encontrar
algún mensaje de Jack.
La decepción llegó al tener como 100 de la empresa, uno de Yvaine, y
ninguno del ranchero, además de dos llamadas de su secretaria.
—Joder, qué pesados… —se quejó con la mano en la frente.
Miró los mensajes por encima, agobiado, descartando los que no fueran
importantes, llamó a la mujer para saber qué necesitaba y darle órdenes al
respecto, y luego escribió a su amiga.
>¿Estás en el rancho?
<Sí, ando con las chicas del Rancho Oeste, porque han
encontrado a una gata preñada y está pariendo. Matt me ha pedido
que vaya a ayudarlas con eso. Así que aquí estamos.
>Vale, te dejo. Ya me contarás todo, porque no me acuerdo de
nada.
<Normal, menuda cogorza llevabas XD
Jack vio el mensaje, pero no le respondió, por lo que Robert dio por
hecho que le era imposible contestar en esos momentos.
La angustia de que algo malo pasaba empezó a nacer en el empresario
cuando las horas se sucedieron sin saber nada de él, por mucho que le
volviera a escribir preguntándole si estaba bien o rogándole que le
respondiera algo, lo que fuese.
Yvaine decoró la mesa con mucho gusto: dos velas rojas encendidas, la
vajilla impoluta, un par de copas para vino, y una botella ya descorchada.
Depositó los cubiertos encima de las servilletas y esperó a que Matt
buscara las canciones adecuadas para una velada romántica, que dejó
sonando en bucle.
En medio de la pequeña mesa, ella colocó una bandeja con asado de res y
verduras, tapándolo después para que no se enfriara.
Ya era casi la hora de que anocheciera y, cada uno de ellos, había pedido
a «su respectiva responsabilidad», que fuera a la casa del lago para hablar
de algo muy importante.
No tenían ni idea de lo sucedido entre Jack y Rob, solo querían que
pasaran una bonita noche y, tal vez así, ayudarlos a sincerarse de corazón.
Lo que pasara después ya era cosa de ellos.
En esos momentos sonaba Save your tears, de The Weeknd, pero la
versión con Ariana Grande. Incitaba al baile, pese a la tristeza de su letra.
Escribir aquello le dolió por lo que iba a terminar haciendo con aquella
relación imposible.
—Yvaine me ha escrito. Ya han llegado —le informó Matt.
—Lo sé. Ven, vamos a comer, es tarde y nos están esperando los papás.
—No sé si tengo ganas de comer con ellos, la verdad.
—Tengamos la fiesta en paz —pidió Jack—. Hazlo por mí. Pónmelo más
fácil…
A Matt le dio muy mala espina aquel tono de voz y los ojos melancólicos
de su hermano mayor. Lo tendría que observar con cuidado, porque era
capaz de cagarla con Rob de nuevo.
Entraron en casa y se encontraron a sus padres con cara de lechuga,
esperándolos para comer. Rosalyn sirvió carne al tocino, acompañado con
guarnición de patatas asadas y una ensalada de su propia huerta.
Comieron en silencio hasta que Nathan se pronunció:
—Vaya, todo vuelve a la normalidad. Estaba un poco cansado de tanto
griterío, tanto ir y venir, en especial de ese amariconado del planificador de
bodas. Menudo personaje. Mejor fuera de Texas, aquí no nos gustan los
maricas.
El comentario sentó a Jack como una patada, pero se mantuvo en
silencio, comiendo y con cara de póker.
—¿Y esa grosería a qué viene? —preguntó su hijo menor—. A santo de
qué, porqué ahora.
—No iba a decirlo estando él delante. Tengo un mínimo de educación.
—¿Y si yo hubiera nacido marica, o bisexual? ¿Y si lo fuera, de hecho?
¿Y si también me atrajesen los tíos?
Su padre lo miró con los ojos casi cerrados, escrutándole.
—Eso no es posible, porque yo no soy nada de eso y he criado a mis dos
hijos como lo manda Dios. ¡Cómo hombres! —Dio un puñetazo en la mesa
que hasta a su mujer pilló desprevenida.
—Nat, por favor, no exageres… —pidió esta.
—Déjale, mamá. No entiende que las personas queer también pueden ser
hombres hechos y derechos, cree que todos han de ser unos desviados,
afeminados, o cualquier cosa que no cuadre con su forma de pensar.
Nadie se dio cuenta de que Jack estaba llorando en silencio. El peso sobre
sus hombros fue tal que no pudo más.
Su madre, al percatarse, se levantó y fue hacia él, cogiéndole del rostro.
—Jackson… ¿Qué te pasa? ¿Hijo…?
—Nada.
Apartó a Rosalyn con cuidado y se fue de la casa.
Nathan estaba incrédulo, sin comprender qué pasaba allí.
—¿Y ahora qué tiene?
Rosalyn sí empezó a entender algo sobre Jack y se sintió fatal en muchos
aspectos.
—No te enteras de nada, papá. ¡Y mejor así! —Matt se levantó y lanzó la
servilleta sobre la mesa, ofuscado. Salió también en busca de Jack.
El matrimonio se quedó a solas.
—Cariño… ¿No entiendes por qué Jackson no se ha tenido nunca pareja?
—Él sabrá, aunque ya es mayorcito y debería buscar una buena mujer.
Este rancho no se puede llevar solo, es muy duro.
—¿Y si no quiere a una mujer, Nat? ¿Y si es eso?
—¡Ni se te ocurra ir por ahí, Rosalyn! No, no. Mi hijo marica no es —
negó con la cabeza.
—¿Y si sí lo es?
—¡He dicho que no lo es! —bramó rojo como la grana, de pura
vergüenza e ira.
La mujer suspiró con un leve dolor de cabeza que se acrecentaría con el
paso de las horas, junto a una profunda preocupación por Jack.
oOo
Matt ayudó a su hermano a trasladarse a la casa del lago. Metió comida
en el arcón congelador, le llevó ropa y su ordenador de sobremesa.
Jack apenas abría la boca más que para gruñir o contestar con
monosílabos. Se le veía molesto, enfadado y tristón; todo en uno.
—Llámame o escríbeme si te hace falta algo más. —Le hizo saber.
—Ok.
—Fuera está Flora, hurgando entre las plantas.
—Luego la meto, vete ya. —Pidió intentando sonar suave.
oOo
El más joven de los dos volvió a casa. Había quedado con Yvaine en que
se conectarían a través de la webcam y le enseñaría a sus preciosos gatitos.
El momento no se hizo de rogar y allí estaban ambos, cara a cara, pero
separados por muchas millas de distancia.
—Estás muy guapa, princesa —la aduló Matt.
—Voy en pijama y sin maquillar.
—Y sigues estando preciosa. —Ella rio con gusto.
—Mira, mis gatos… —Se los fue presentando uno a uno y luego
charlaron de las cosas que habían pasado. Matt le contó lo de la comida y lo
muy preocupado que estaba por Jack.
—Tener un padre homófobo no es sencillo —comentó ella—. Y además,
aunque es buena gente, tiene mal genio. O al menos con vosotros dos. Os
exige demasiado. Me recuerda al padre de Rob cuando vivía.
—Temo que mi hermano no llegue nunca a ser feliz como se merece, y
ayer dije algo que no se lo puso nada fácil. Dije… Que me iría contigo a
Chicago.
Yvaine, al otro lado de la pantalla, pestañeó varias veces con expresión de
sorpresa.
—Matt…
—Y creo que eso lo dejaría aquí solo, cargando con el peso de este
rancho toda su vida. Pero ¿qué se supone que debo hacer? Tengo que seguir
mi propio camino… Y a la vez no puedo dejarlo en la estacada. Se suponía
que, cuando terminara la universidad, y el máster de gestión de empresas,
yo aliviaría parte de esa carga.
—Eres muy bueno, mi amor… En cuanto a venirte… Me gustaría vivir
contigo, sí.
—¿De veras? —A Matt le brillaron los ojos—. Porque cojo un billete de
ida para mañana mismo. Dios, mío. Estamos locos…
Ella se echó a reír a carcajadas.
—De todas maneras, no te apresures tanto, vayamos poco a poco.
—Por cierto, no creo que Rob y tú lo sepáis, pero por lo visto la señora
Walmart quería invertir en el rancho y le hemos estropeado el negocio.
Bueno, yo se lo he reventado. —Matt rodó los ojos.
—¿En serio? Esa mujer siempre haciendo cosas a espaldas de Rob. Es lo
malo de ser accionista mayoritaria… Así no se gestionan las cosas. En fin,
de eso me encargo yo, porque… —Yvaine se quedó callada unos segundos,
como pensativa—. Dijiste que juntos éramos un gran equipo, ¿no es cierto?
—Sí.
—Entonces ven lo antes posible a Chicago, y te contaré algo que se me
acaba de ocurrir. Pero necesito que lo hablemos en persona, porque no nos
implica solo a nosotros dos, sino también a Jack y a Rob.
—Dicho y hecho, princesa. Ahora mismo busco un vuelo.
Matt abrió el navegador para empezar a buscar.
—Tú solo di que vas a estar unos días fuera, visitándome. No expliques
nada a nadie, ni siquiera a tu hermano.
—Ok. Y ahora, princesa, ¿me vas a volver a enseñar lo que vi anoche?
Porque estoy que ardo y tienes unos pechos que... Buf.
—¡Serás tonto! Yo sí que estoy que ardo… —Ella se mordió el labio
inferior, recordando el cuerpo desnudo de Matt, lo buenísimo que estaba y
el pedazo de miembro que tenía entre las piernas.
—Hoy confórmate con sexo virtual, porque dentro de dos días te voy a
empotrar, princesa. Ya tengo comprado el vuelo, llego el sábado.
—¡El sábado! Vaya, veo que tu noche de bodas no será como
esperabas…
—Será mucho mejor —gruñó Matt.
Ambos se echaron a reír sin poder evitarlo.
oOo
Rob, ya en su apartamento con vistas al lago, puso música, preparó la
cena imaginando que también era para Jack, montó una mesa para dos,
descorchó el mejor vino francés que tenía en su vinoteca y se puso guapo.
Había quedado con Jack para tener una cita romántica, por estúpido que
pareciese. Así que activó la videollamada y este apareció al otro lado.
Estaba con Flora, que no se separaba de él y que ladró al escuchar la voz
de su otro novio.
—¡Flora, siéntate! —ordenó Jack a la perra—. Te echa de menos…
—Yo también echo de menos que me huela la entrepierna —bromeó
Robert—. Aunque más que lo haga su dueño.
—Qué romántico eres… —Jack no pudo evitar sonreír.
—He preparado la cena, mira… —Le fue enseñando la mesa, con las
velas, los platos y el vino—. Y luego quiero sexo salvaje.
Jack sonrió un poco triste, al otro lado. Rob se dio cuenta y se sentó en el
sofá para charlar con él.
—Jack… ¿Qué te pasa? —indagó con preocupación.
Este no pudo mantener la compostura demasiado tiempo y se vino abajo,
sollozando.
—Rob, perdóname… Perdóname, pero seguir con esto no es algo posible
por mucho que lo intentemos. Soy esclavo de este maldito lugar al que ya
odio con toda mi alma…
—Jackson, no digas eso, te lo pido… Ya me lo hiciste una vez… —rogó
Rob, angustiado—. No me dejes, por favor —gimió.
—Yo no quiero dejarte, te amo, quiero que sepas que te amo de verdad.
Pero mi vida es muy complicada. Enamorarme de ti no entraba en mis
planes de llevar una existencia solitaria… Me debo a mi familia y al rancho.
—Pero podemos vernos. Sacaré tiempo de donde sea —insistió—.
Quiero comprar una casa en el lago Míchigan, para ti y para mí, cuando
vengas a verme. Y, si es necesario, compraré un apartamento en Dallas.
Necesitamos ambos descansar, vivir, ser felices… —explicó con angustia.
Jack parecía debatirse de forma interna, al otro lado de la pantalla. Rob lo
vio y le escuchó sollozar.
—Mi padre no podría entender mi sexualidad. Si se enterara…
—¡Jackson! Mi madre nos vio ayer y me soltó las mismas mierdas. ¡Ya
somos adultos treintañeros, joder! No sé si soy hetero, bisexual o gay, pero
eso me importa un carajo si estás a mi lado.
—¡Pues a mí sí me importa ser gay! No te puedes tomar a la ligera algo
así, Rob —rebatió.
—Estás equivocado, yo no me tomo nada a la ligera. Simplemente te
amo. Y si tú no eres capaz de salir del armario por mí, entonces te vas a la
mierda, ¿me oyes? ¡El que te dejará seré yo! Y, escúchame bien, no volveré
contigo ni aunque te arrastres.
Aquello le estaba doliendo a Rob como si se clavara él mismo un puñal
en el corazón. Sin embargo, ya no sabía qué hacer o decir para que Jack
entrara en razón.
—No saldré del armario —dijo Jack con voz muy segura y expresión
seria, pesa a los lagrimones que le caían por la cara.
Rob se le quedó mirando y luego cerró los ojos.
—Entonces no tenemos nada más que hablar —contestó el empresario y
cortó la videollamada.
Se levantó, fue hasta la mesa y se bebió el Château Margaux a morro
mientras lloraba de frustración.
oOo
En Texas, Jack abrazó a su perra y se puso a sollozar de tristeza. Él le
había dado la excusa perfecta para que todo terminara.
—Te amo, pero no puedo… Nunca podré… —susurró asido al cuerpo
grande y oscuro de Flora, que gimoteaba al sentir que su amo sufría. Le
puso la cabeza sobre el hombro, intentando consolarlo.
Pensó en esa casa del lago que Rob quería para ambos y se estremeció.
Ojalá hubiese podido ser realidad una vida así, con él, con Flora y Moon, al
lado de un lago hermoso, siempre juntos al anochecer.
Sin embargo, esos anocheceres los pasaría solo el resto de su vida. Y él
mismo se había buscado ese triste final y haciendo daño a quien amaba con
locura.
Robert Walmart pasaría página, encontraría a otra persona y sería feliz.
Fue lo único que le consoló.
Capítulo 16
Matt volvió el lunes, más feliz que unas pascuas. Había pasado el mejor fin
de semana de su vida entre los brazos de una mujer de verdad, teniendo el
sexo más increíble y, entre sesión y sesión, fraguando uno de sus planes
malvados y conjuntos.
En el portátil llevaba todo bien definido, un estudio de mercado que había
hecho con Yvaine, donde ambos plasmaron todos sus conocimientos sobre
economía. Los dos tenían una tarea que hacer por separado donde tendrían
que jugar bien sus cartas.
Jack lo estaba esperando en la terminal de llegadas con aire desanimado.
Ya sabía la razón: Rob lo había mandado a la mierda por no atreverse a salir
del armario.
El problema era que ambos estaban hechos papilla y, en aquella ocasión,
el único culpable era Jackson.
Se abrazaron nada más encontrarse y el mayor sonrió al pequeño con la
mejor intención.
—Veo que te ha sentado de lujo este fin de semana. Menudas ojeras me
traes, tú has hecho de todo menos dormir.
—He dormido a ratos y aplastado por gatos —bromeó—. ¿Vamos?
Jack se esperaba una reprimenda por parte de Matt con referencia a lo de
Rob. No obstante, esta no llegó. Su hermano se mantuvo callado al respecto
durante el viaje, y se cuidó de no dar demasiados detalles de su feliz fin de
semana, así que el vaquero prefirió dejarlo así para no sentir una envidia
insana. Al fin y al cabo, él mismo era el culpable de su desgraciado sino.
—¿Te ha gustado Chicago? ¿Te ves viviendo allí? —quiso saber Jack.
—Sí, porqué no. Me buscaría un trabajo, viviría con ella y sus gatos…
No necesito más.
—¿Y vais a casaros?
—Si me lo pide le diré que sí. —Matt se echó a reír sin poder evitarlo.
—¿No es muy pronto? Bueno, qué tontería. Ibas a contraer matrimonio
con Lindsay. Aunque me alegro de no tenerla como cuñada.
—Porque no quieres… —Jack tragó saliva con el comentario.
—Matt… —dijo en tono de reproche.
—No, no, Jackson. No vamos a hablar de las tontas y estúpidas
decisiones que has tomado. Admítelas y supéralas.
El hombre se mantuvo serio y callado. Le estaban dando por todos lados.
Lo peor era que tanto su madre como su hermano tenían razón.
—¿Has visto a…?
—No. —Cortó rápido—. Pero me consta que está bien jodido. Y no sé
más —añadió cuando Jack intentó hacer otra pregunta.
—Vale.
Llegaron a casa y los estaba esperando Rosalyn. Esta abrazó a su hijo
pequeño, que era mucho más alto que ella.
—¿Todo bien, cariño?
—Sí, mamá. Yvaine me ha tratado genial, he estado rodeado de gatitos y
me ha presentado a su madre.
—Así que vais en serio…
—Sin duda.
Rosalyn le echó a su hijo mayor una mirada dura que le hizo bajar la
cabeza.
Cuando se disponían a entrar en casa, Jack se excusó:
—Me voy al laboratorio, han llegado lo resultados de unas muestras. Por
lo demás, Matt, mamá, luego me iré a la casa del lago.
Cuando Jack se hubo marchado, Matt quiso hablar con Rosalyn en
privado, así que se fueron a la cocina. Mientras ella le preparaba un
bocadillo de pan rebanado, su hijo le hizo la pregunta del millón de dólares:
—¿Estarías dispuesta a vender el rancho? —Fue directo al grano.
Ella le miró incrédula.
—¿Por qué tendría que hacerlo? Además, la mitad es de tu padre y dudo
que él…
—Hablo de tu parte, mamá. ¿Lo harías? No digo que dejaras de vivir
aquí, simplemente si lo harías. Ibais a hacer un trato con los Walmart, al fin
y al cabo.
—¿Con qué fin podría querer vender? Explícate…
—Para que tus dos hijos puedan liberarse y vivir sus propias vidas.
Especialmente Jackson. Ahora mismo es muy infeliz…
—Ya lo sé, me lo confesó todo. Pero tu padre aún no lo sabe.
Matt se quedó pasmado.
—¿Todo, todo?
—Sí, lo de Robert también. —Rosalyn suspiró—. En cuanto a lo que me
has preguntado… Tendría que hablarlo con tu padre. Pero por mi parte, y si
es por vuestra felicidad, sin duda vendería mi mitad. No os traje al mundo
para ser egoísta con vosotros, sino porque era mi deseo. Sería una mala
madre si ahora os fallase. Sois mis hijos, pero no me pertenecéis ni tengo
derecho a exigiros cosas que os hagan desdichados.
Matt sopesó sus palabras. Había jugado una carta, ganando. Aún le
faltaba la otra, la complicada: el Blackjack.
oOo
Marcos no le dirigió la palabra a su jefe en toda la tarde, se mantuvo con
el ceño fruncido y mirándolo con desprecio. Al final, y ya sin poder
soportar más que lo juzgaran en todo momento, Jack se le encaró:
—¿Qué coño te pasa?
—¡Que eres un imbécil! —le gritó Marcos—. Puto gilipollas de mierda
—añadió en español.
—Te he entendido perfectamente.
—Mejor, a ver si así comprendes lo estúpido que resultas por haber
dejado escapar a un tipo como Rob. ¡Tu hermano ha estado mucho más
espabilado que tú, sin duda!
Marc se enteró enseguida de la suspensión de la boda y de que Matt se
había ido a ver a Yvaine a Chicago. Ella misma se lo hizo saber, también
que Jack y Rob no estaban ya juntos por la estupidez de Jack.
—No puedes comprenderlo.
—No, claro. ¡Mi madre no me dejó de hablar cuando se enteró de que era
bisexual! ¡Ni he escuchado cientos de burlas en el rancho sobre que chupo
pollas! ¿Y sabes qué te digo? Que aquí sigo porque, a estas alturas de mi
vida, me importa una mierda la opinión de esos homófobos irrespetuosos.
Además, a más de uno le gustaría y mucho darme por culo, que los he
pillado en bares gays.
Jack se quedó de piedra, pues Marcos jamás se había quejado y no tenía
ni idea de que lo sometieran a ese tipo de vejaciones.
—Lamento no haberlo sabido, si no los habría puesto en su sitio —se
disculpó.
—Me da igual, Jack. Lo que te quiero decir es que Robert Walmart, pese
a parecer un pijo insoportable, es un buen hombre y se ha enamorado de ti,
que estás tonto del culo. Y si yo fuera tú, me iba a Chicago y le pedía en
matrimonio cagando leches. Porque no vas a volver a encontrar semejante
partido en tu vida: guapo, inteligente, apasionado, cariñoso y rico de
cojones.
Marcos se quedó de lo más a gusto y Jackson no le pudo quitar la razón.
oOo
Yvaine solicitó a Margaret Walmart poder tener una charla con ella de tú
a tú, pero en las oficinas, ya que era para tratar con ella un tema muy
importante de negocios.
La mujer bajo de último piso donde residía, alrededor de las doce de la
mañana, vestida de nuevo con su típico estilo elegante y caro. Había pasado
por la peluquería y llevaba también hecha una manicura de lo más moderna.
—Buenos días, Yvaine. Tú me dirás.
La pelirroja sacó varias páginas impresas con datos de mercado y una
propuesta que Margaret leyó atentamente tras ponerse las gafas. Se las
quitó, elevando las cejas por la sorpresa.
—¿Y esto? ¿Es cosa de Rob?
—No, es cosa de Matt y mía.
—Bueno, no sé si quiero nada de ese joven… —dijo cruzándose de
piernas y quitándose las gafas, dejándolas encima de las hojas.
—¿Cómo está Lindsay? —preguntó Yvaine.
—Se fue a Los Hamptons con sus amigas. Por lo visto ha vuelto con su
ex… El que dejó por Matt y que me parecía más adecuado para ella.
—Ah, no sabía que tenía un ex... Pero me alegro por ella, no hay mal que
por bien no venga, dicen.
—Mi hija también intenta superarlo de alguna manera.
—Bueno, volviendo a los negocios: ¿qué opinas de esta propuesta? —
preguntó la pelirroja con interés.
—Es buena, la verdad. Independientemente de las circunstancias, me
gusta. Rob supongo que estará encantado, dada la situación personal con
Jack…
—No lo sabe.
—¿Cómo es eso posible?
—Tampoco sabía que tú pretendías invertir en el rancho de los Walkers
para ampliar el negocio. De hecho, sigue sin saberlo.
Margaret se removió en su asiento.
—Solo estábamos barajando opciones. Rosalyn quería poder convencer
así a Nathan para que se relajara con el rancho. Y como él se parece tanto a
mi difunto esposo, la comprendí a la perfección. Así que… ¿Por qué no?
—Seré clara en dos cosas, porque me gusta ser profesional en los
negocios, perfeccionista y, ante todo, sincera.
—Y por eso mi hijo confía en ti —añadió Margaret, a lo que Yvaine hizo
un gesto de agradecimiento con la cabeza.
—A mí me gusta mucho Matt, y yo le gusto a él. Ahora mismo hemos
iniciado una relación, y te prometo que Matt no engañó a Lindsay conmigo.
Pero sí es verdad que fui una de las razones de que la boda se cancelase, sin
yo saberlo hasta después, por supuesto.
Dejó que la señora Walmart digiriera lo que acababa de escuchar.
—Mi hija no es perfecta… De hecho, le falta madurar. Toda esta boda me
pareció una locura desde el principio. Pero quiero a Lindsay muchísimo…
Así que la apoyé en sus decisiones. No puedo culparte a ti de que Matt
cambiara de opinión.
—¿Y por qué a Robert le exiges tanto?
—Porque lo va a heredar todo, Yvaine. Porque cuando yo no esté se
tendrá que hacer cargo de Lindsay y de la empresa. Sabes que es de las más
potentes del país y está en muchos ámbitos de la vida diaria de los
estadounidenses.
Yvaine se quedó pensativa un instante antes de hablar sobre Rob.
—Tu hijo no tiene vida y se siente solo. Y cuando resulta que encuentra a
una persona especial… Se lo recriminas.
Margaret hizo un gesto con la mano para detenerla. Tragó saliva y habló:
—Me chocó, solo eso. Tuve miedo por él y de que le afectara en la
empresa. Pero me doy cuenta de que no es algo tan raro que haya parejas
del mismo sexo. Él ya es mayorcito para saber lo que quiere.
—Entonces ayúdame, Margaret. Ayúdame con este plan, porque ahora
mismo Rob está sufriendo muchísimo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó preocupada.
Yvaine se lo contó todo a la mujer, que suspiró entristecida. Volvió a
revisar los papeles y asintió con contundencia.
Capítulo 18
Robert Walmart llevaba durmiendo en su oficina cuatro noches. Se había
llevado muda y ropa, se duchaba allí, en un pequeño aseo que había en la
penúltima planta, y siempre a escondidas de su madre, que residía en la
última. De hecho, la había estado evitando a toda costa.
Su enorme apartamento se le hacía insoportable: el silencio sepulcral, la
enormidad de su cama y las vistas al lago que le recordaban cosas muy
dolorosas para él.
Jamás pensó, ni creyó posible, sufrir así por amor. Y menos por el afecto
de otro hombre: uno muy gilipollas y que no había hecho absolutamente
nada para contactar con él; ni un mensaje, ni una triste llamada. Nada.
Por lo que cogió lo imprescindible y se mudó al único sitio donde se
sentía seguro, que era su despacho, rodeado de un montón de papeles,
contratos por firmar, pilas y pilas de informes, un sofá cómodo y todo el
café que quisiera para mantenerse despierto y a tope.
Y, sin embargo, las noches eran otra cosa: soledad, pura y dura. No pegar
apenas ojo pensando en Jackson. No sabía si odiarlo, porque le entendía en
el fondo. El miedo a salir del armario era muy fuerte en el texano. Y Rob
intentaba autoengañarse pensando que Jack no le había querido tanto como
decía, porque… ¿El amor no lo podía todo?
Mentira.
Y así llevaba ya esa semana, comiéndose la cabeza de noche, ocupándola
con trabajo durante el día.
Yvaine se había dado cuenta de todo, pero no le decía nada. De hecho, el
fin de semana sabía que iba a viajar a Dallas para ver a Matt y eso le
producía sentimientos encontrados. ¿Le diría algo a Jackson? ¿O se
centraría en su incipiente relación con Matt? Si no hubiese sido su mejor
amiga, su hermana del alma, su socia; la habría odiado. No obstante, le
deseaba la mejor de las suertes en el amor porque la quería. Matt era un
gran chico, un hombre de verdad. No como su hermano mayor.
Con ese rencor en la cabeza, Robert se levantó del sofá aquella mañana,
se puso su traje azul de chaqueta estilo ejecutivo, se peinó lo mejor que
pudo y se rascó la incipiente barba.
A Jackson le gustaba, así que ese recuerdo le obligaba a afeitarse. Lo
haría tras ducharse por la noche, aunque tenía un aseo en su despacho con la
maquinilla, no le apeteció en ese momento: tenía muchas cosas que hacer.
Llamaron a la puerta sobre las 10:15 horas y entró su amiga. Era viernes
y viajaría a Dallas después de comer. Llevaba una carpeta en la mano, con
algunos documentos.
—Necesito que me firmes esto.
—¿Qué es?
—Nada importante, solo papeleo que tengo que dejar finiquitado antes de
irme. Tú solo fírmalo.
Rob cogió uno de sus tantos bolígrafos y, sin leer ni si quiera el contenido
de los papeles, dejó allí su elegante rúbrica.
Yvaine se apresuró a guardar la documentación y se sentó frente a la
enorme mesa de ébano.
—Pon un poco de orden, por Dios. Mira cómo lo tienes todo.
Yvaine miró el sofá. Se notaba que Rob seguía durmiendo en él.
—Umm… Sí, luego lo arreglo antes de volver a casa —mintió con
descaro.
—Ya, claro. Voy a seguir, y gracias por la dispensa y permitirme viajar
esta tarde.
—Sé feliz, tú que puedes —aunque no sonó sarcástico, sí hubo amargura
en su tono, en especial hacia sí mismo.
—No has vuelto a saber…
—No —La cortó con rapidez—. Ya sabes que no… —aligeró la dureza
de su voz al continuar.
—Estás esperando a que él haga algo, ¿verdad?
Rob suspiró y se llevó las manos a los ojos.
—Sinceramente, no. A estas alturas qué puedo esperar… Ha tenido
tiempo de sobra. Sí, lo mandé a la mierda yo. Pero por las razones
adecuadas. La pelota estaba en su tejado y ahí la dejó perdida. Así que, que
le den. Y, por favor, ni se te ocurra decirle nada sobre mí.
—No te preocupes, no lo haré.
La pelirroja se levantó con la atesorada carpeta para partir hacia la salida.
Se detuvo en la puerta y miró a su amigo. Estaba triste y demacrado.
—Rob…
—Yvaine, sé feliz. ¿Vale? Hazlo por mí. Eso me aliviaría mucho.
—Te lo prometo.
—Hoy iré al local de siempre, estaré un rato allí… y si alguna tía me
entra, me la llevaré a casa.
—No es la mejor solución…
—Es la única que tengo, y te pido que no me juzgues.
Yvaine suspiró, decepcionada. Algo tenía que hacer al respecto.
Después se fue y Rob no aguantó más las lágrimas.
oOo
Jackson no estaba mucho mejor, y menos después de la conversación con
su madre, la bronca de Marcos y Matt echándole en cara las cosas. Para
colmo, su padre estaba más insoportable que nunca y ya hasta lo visitaba en
la consulta veterinaria para saber qué hacía en ella. Ese era el último bastión
que le quedaba, a parte de la casa del lago, y lo había traspasado.
Como Marcos estaba con ellos, Nathan solo curioseaba y preguntaba
cosas, pero nada más. Luego se iba y supervisaba los otros ranchos por su
cuenta.
Al volver por las noches a la casita y meterse en la cama, recordaba a
Robert y lo echaba mucho de menos. Aunque no se atrevía a escribirle ni a
llamarlo por si este lo bloqueaba. En ocasiones, cuando miraba su chat, lo
veía en línea y sentía el impulso, como si aquella conexión fuera la única
manera de estar con él. Cuando Rob se desconectaba apagaba el móvil para
no sentir más la tentación.
Flora dormía con él, a sus pies en la alfombra. Estaba tan apática como su
dueño y eso le rompía el corazón al texano.
—¿Tú también le echas de menos, verdad? ¿Qué hemos hecho, Flora
mía? ¿Por qué le hemos forzado a sacarnos de su vida?
La perra soltó un suspiro, como si lo entendiera todo.
Jackson sabía que por miedo, pero se estaba hartando de todo, cada vez
más. Iba a hablar con Dylan, un buen colega de la facultad, para ofrecerle el
puesto de veterinario. Era de Dallas y trabajaba en una consulta veterinaria
normal, pero sabía que lo que más le gustaban eran los caballos y animales
de gran tamaño.
Ese sería uno de los pasos, porque iba a dar otros, como mandar una
circular a todo el personal. Lo que Marc le había contado del hostigamiento
por razones de sexualidad era intolerable. Además, quería preguntar a todos
los empleados del rancho si sufrían algún tipo de acoso. No sería tarea fácil.
oOo
Nathan y Rosalyn dieron la bienvenida de nuevo a Yvaine, aunque el
padre de familia estaba un poco serio, lo que cohibió a la mujer.
—Nos encanta que estés aquí, linda —le dijo Rosalyn, dándole un
sentido abrazo. Sabía que Yvaine era una buena persona.
—Y yo de volver, aunque sea en unas circunstancias un poco curiosas…
Por llamarlo de alguna manera.
—Espero que Matt no vuelva a cambiar de opinión —dejó caer Nathan.
—¡Papá! Por favor, claro que no. Todos tenemos derecho a equivocarnos
y yo lo hice. Por fortuna evité males mayores, como divorcios y un montón
de problemas con abogados.
—Eso es cierto —gruñó él—. Discúlpame, Yvaine, sé que eres una buena
chica. Bienvenida.
—Gracias, Nathan.
Cenaron juntos los cuatro y nadie mentó a Jackson en todo ese tiempo,
como si no existiera. Era lo mejor para tener la fiesta en paz.
Pero después de los postres, Yvaine le pidió a su suegra si podían charlar
en privado, así que salieron a la zona de la piscina climatizada. Fuera llovía,
por lo que se escuchaba el agua impactar sobre el techado y el olor a tierra y
a vegetación húmeda invadió sus fosas nasales.
—Me gusta mucho el rancho, es tan bonito… —susurró Yvaine.
—Pero estoy dispuesta a venderlo para ayudar a mis hijos —Rosalyn
habló con seriedad—. ¿Qué ha dicho Margaret?
—Que sí, que compraría tu parte. Le ha gustado el proyecto de expansión
que le presenté y que ideamos Matt y yo.
—Me entusiasma la idea de que sea un lugar de recreo para familias, para
los colegios, que conozcan lo que hacemos aquí… Pero pongo dos
condiciones —dijo de pronto.
—Adelante, tienes toda mi confianza.
—Quiero que Matt lo gestione y que nosotros podamos seguir viviendo
aquí. Nathan va a ser duro de pelar en las negociaciones, ni siquiera se lo
espera. De hecho, voy a intentar que le ceda en vida, a los chicos, su mitad.
Yvaine tragó saliva al escuchar aquello. Si Matt lo gestionaba no se
podría ir a vivir con ella a Chicago. Así que su cabeza empezó a ir a toda
velocidad.
—Has de hablar con Matt. Yo lo apoyaré en cualquier decisión que tome.
—No deseo separarte de él.
—Lo sé, lo sé… Tal vez sea yo la que tenga que tomar también serias
resoluciones al respecto.
—Robert, ¿cómo está? Lo sé todo, Jack acabó por sincerarse conmigo —
reveló para sorpresa de la pelirroja.
Yvaine se sorprendió.
—Está mal, muy mal, Rosalyn. Duerme en su despacho, come en las
oficinas, si es que come… Y… En fin, no sé qué decirte.
—Mi hijo también está muy mal. Llevo días sin verlo… Cree que Nat no
le va a aceptar… Tal vez yo también deba poner a mi marido duras
condiciones si no claudica.
Rosalyn se puso a sollozar de angustia e Yvaine la abrazó con mucho
respeto y cariño.
—Intentaremos no llegar a esos extremos. Te lo prometo —susurró la
pelirroja.
—Qué suerte la de mi Matt por tener una chica como tú a su lado. Con
total sinceridad te lo digo, me alivia que Lindsay haya salido de nuestras
vidas. Esa niña quería cambiar a mi hijo y odiaba estar aquí. Pero ¿qué iba a
decir yo?
—Una buena madre apoya a sus hijos. Y tú lo eres.
Rosalyn sonrió con amabilidad y cogió a Yvaine de las manos,
agradecida.
oOo
Matt se fue a ver a Jack cuando paró de llover, encontrándolo sentado en
el embarcadero mirando un anochecer encapotado por las oscuras nubes de
tormenta.
Este último, al escuchar crujir las tablas de madera, se giró.
—¿Todo bien? —indagó Jack al ver allí a su hermano.
—Sí, ya hemos cenado. ¿Quieres venirte con nosotros a ver una película?
—Te lo agradezco, pero disfrutad de la intimidad. Eso sí, no hagáis
guarradas en el sofá, hacedme el favor —bromeó.
—No, tranquilo, solo venía para animarte. Ahora me iré con ella a la
cama directamente, y no a dormir.
Jack sintió cierta felicidad por Matt y se rio.
—¿Entonces el sexo bien?
—Joder, sí. Tengo donde agarrarme y es una leona muy pervertida. Que
no se entere de que he dicho esto o me mata —dijo haciéndole un gesto con
el dedo a su hermano.
Este negó con la cabeza, sonriendo.
De nuevo se puso a llover. No obstante, Jackson no se movió. Matt, de
pie a su lado, tampoco. Hasta que la lluvia resultó tan intensa que el más
joven tuvo que arrastrar dentro al más mayor, que sollozaba a moco.
Matt lo abrazó con fuerza, toda la que su robusto cuerpo fue capaz. Su
hermano le devolvió el abrazo.
—Me quiero morir… —susurró Jack.
—Ya lo sé… Y me consta que Rob no está bien, Jackson. Haz el favor de
escribirle, de llamarlo, de hacer algo por los dos.
—Aún no puedo, tengo que… tengo que… —jadeó sin dejar de llorar y
sin poder terminar ninguna frase.
Matt suspiró. Ojalá todo aquello se resolviera pronto.
oOo
Robert fue al local de siempre y pidió un Martini que le recordó a la
noche en el local de ambiente de Dallas. Aun así se lo bebió poco a poco,
sentado junto a la barra.
Una mujer guapa no tardó demasiado en acercarse a él: morena, delgada
con buenas curvas y sonrisa bonita, más mayor que las habituales de por
allí.
—¿Ya lo has pagado o te invito yo? —preguntó ella.
—No, aún no lo he pagado —respondió sin mucho interés, aunque
intentó disimularlo con una sonrisa.
—Ponme otro a mí y me cobras el del caballero también —le pidió a la
camarera. Esta no tardó mucho en servirle su bebida.
—Te he visto otra veces. Pero siempre se me adelanta alguna otra chica
más joven. Soy Mary, es un placer —se presentó tendiéndole la mano. Él se
la tomó con cuidado.
—Pues es tu noche de suerte —bromeó—. Y gracias por la invitación,
Mary. Me llamo Rob.
—Sé quién eres: Robert Walmart. Tranquilo, no busco tu dinero, ya tengo
el mío. Regento una próspera empresa de moda.
—Ah, menos mal. Por lo visto solo atraigo a mujeres interesadas —
ironizó.
—Interés causas, no lo puedes negar —dijo y se echó a reír. Él la
acompañó de buena gana—. Te he visto aquí, con aire melancólico, y me he
dicho: ahora o nunca. ¿Has cenado? —Fue al grano.
—No, aún no. ¿Dónde me recomiendas ir?
Rob no tenía ningún interés sexual en ella, más bien fue por curiosidad.
—Mmmm, podemos probar una hamburguesería que hace unas ensaladas
de pollo rebozado buenísimas. Y los batidos son estupendos.
Rob se sorprendió: aquella mujer más madura no parecía como el resto.
—Me apetece, la verdad —aceptó.
Ambos salieron del exclusivo local y cogieron un taxi que
los llevó a la Billy Goat Tavern, frente al lago, pero bajo un
gran soportal. Tenía luces de neón en los cristales y un
ambiente animado que a Rob le recordó a aquel restaurante
de Dallas al que fueron tras el Rodeo y donde se besó, por
segunda vez, con Jack.
—Creo que hoy voy a pedir los sándwiches de queso fundido con
jalapeños —comentó Mary tras mirar bien la carta.
—Yo la ensalada de pollo que me has recomendado.
Rob empezó de nuevo a tener apetito, pues llevaba casi sin probar bocado
aquellos angustiosos días.
—Me habían dicho que eras un tío muy inaccesible y estirado. Ah, y que
no repites con la misma mujer dos veces.
—Nada de eso es mentira —admitió Rob—. Pero he cambiado…
—¡A mí me has parecido muy simpático! Ey, y que conste que no estoy
intentando ligar contigo —admitió ella.
—¿Ah, no? Me invitas al Martini, a cenar… —Rob se sonrió.
—Chico, te voy a ser sincera: soy amiga de Yvaine.
El empresario abrió mucho la boca y luego la cerró, sonriendo y
repantingándose en el asiento.
—Ya lo entiendo todo… No eres la típica mujer que se me acerca.
—Es evidente, Rob. Aunque me alegra conocer al mejor amigo de mi
Yvaine.
—Tu eres la Mary diseñadora. ¡Claro! Me ha hablado de ti, ya lo
recuerdo.
—Ella es una de mis musas, mucha de la ropa que lleva está diseñada por
mí, por supuesto.
—Vaya liantas —se carcajeó de buena gana.
Mary alargó la mano y tocó la de Rob.
—No te quería dejar sin supervisión y me pidió este inmenso favor. Lo
menos que puedes hacer es invitarme a un batido de Oreo.
—Creo que lo podré pagar… —susurró sin poder evitar reírse después.
Charlaron animadamente durante la cena y se tomaron sendos batidos,
cargados de calorías, como postre.
—Verás, Rob… Yvaine me ha contado un poco lo que te pasa. No se lo
tengas en cuenta, porque no era su intención cotillear, sino que te ayudara—
dijo haciendo un gesto para apartarse el cabello del hombro.
—¿Y cómo puedes ayudarme? —Él se quedó bastante confundido.
—Me gustan las mujeres, en todos los sentidos. Pero tardé mucho en salir
del armario porque mi familia es muy conservadora. Hace ya mucho que
disfruto mi vida en pareja, con mi socia, que también es mi mujer.
Rob suspiró de envidia.
—A mí me da igual lo que la gente opine sobre mí, o lo que diga mi
madre o la sociedad —fue franco con sus palabras.
—No hablo de ti, hablo del otro hombre.
—Jack… —mentar su nombre en voz alta le costó.
—¿Qué habrías hecho esta noche si se te hubiera acercado alguna de las
mujeres con las que solías estar? Sé sincero.
Rob se limpió el chocolate de los labios y suspiró.
—Nada. Porque le quiero a él y no soy capaz de estar, ahora mismo, con
nadie más. No paro de rememorarlo todo.
—Y, sin embargo, te has rendido.
—¡Yo no…! —Fue a replicar, pero se quedó callado—. Me dejó él la
primera vez, y la segunda lo mandé a la mierda por no querer salir del
armario.
—La que ahora es mi mujer aguantó carros y carretas hasta que salí del
closet, y por eso la quiero más de lo inimaginable. Ella sopesó la situación:
ahora sufrimos, pero si le doy la oportunidad a Mary de madurar y aceptar
su condición sexual, nuestro futuro será juntas.
Aquello caló muy hondo en Rob.
—Pero a nosotros nos separan mil millas de distancia y trabajos muy
esclavistas.
—El amor verdadero lo puede todo —sentenció antes de sorber lo que
quedaba de su batido—. Tú eres el que pone los límites horarios, eres tu
propio jefe. Mira a Yvaine: fin de semana con Matt. Dos días valen más que
cero.
—Pero…
—Pero, pero, pero. Muchos peros, Rob. Disculpa mi extrema sinceridad,
sin embargo te pones excusas todo el tiempo. ¿Cuál es tu verdadero miedo?
Este se mantuvo callado un momento.
—Estar sin él —afirmó.
—Ahora estás sin él. Así que debes de estar aterrado.
—Sí… —Rob cerró los ojos.
Mary miró la hora y suspiró.
—He de volver, Susan me espera en casa, en la camita. Se duerme tan
bien al lado de la persona que amas y te ama, Rob…
Él recordó esos momentos relajados tras el sexo con Jack, donde era
feliz, durmiendo a su lado.
—Por supuesto. Te pido un taxi. —Reaccionó de pronto.
Se levantaron y Rob insistió en abonar la cuenta y el coche. Fuera había
comenzado a llover con fuerza y esperaron, bajo el soportal, a que llegaran
un par de taxis.
En el primero que apareció, Rob abrió la puerta y ayudó, como todo un
caballero, a que Mary subiera.
—Si alguna vez necesitas un inversor para tu empresa, aquí me tienes —
se ofreció él, de todo corazón.
—Prefiero un amigo, Rob. Con eso me vale —respondió con total
sinceridad.
El taxi se fue y Rob sacó el móvil del interior de la chaqueta. Miró el
icono de Jack, donde salía una foto de Moon. De pronto escuchó unos
ruidos al fondo y un gimoteo lastimero.
Se acercó con cuidado y vio a un pobre perrillo, de raza indeterminada y
tamaño medio, gris y marrón por la pura roña, rebuscar entre la basura.
Sintió una pena y una lástima insoportables, así que lo llamó.
Al principio el animal gruñó, esquivo. Luego volvió a llorar y se acercó
al empresario.
Sus ojillos negros, bajo todo aquel pelo enmarañado, le recordaron a
Flora y su inocencia. Pero en aquel pobrecillo también coexistía la pena.
—¿Te has perdido, pequeño? —Buscó en su cuello algún collar. No
obstante, Robert se dio cuenta de que estaba abandonado, a saber desde
hacía cuánto tiempo.
El pitido de un claxon le indicó al hombre que el taxista estaba
impaciente, así que tomó una rápida decisión.
El perrillo se dejó coger, estaba en los huesos, no pesaba y no se revolvió.
—Ese perro roñoso no entra en mi taxi, señor —gruñó el taxista.
—Sí, sí que entra —contestó rotundo.
Rob sacó tres billetes de 100 dólares y el taxi se puso en marcha hasta el
número 25 de Superior Street. Era hora de volver a casa.
Capítulo 19
El sábado por la mañana Rosalyn pidió a su hijo Jack que subiera a la casa
grande, así que este lo hizo sin rechistar.
Tras dejar a Moon en su establo, y a Flora con el resto de sus hermanos,
entró en el rancho y se encontró a sus padres, a Matt y a Yvaine sentados
alrededor de la mesa pequeña del amplio salón.
Nathan miró a su hijo frunciendo el entrecejo y Jackson los saludó con
brevedad.
—Buenos días.
—Siéntate, cariño —le pidió su madre en tono amoroso.
El ranchero se quitó su sombrero, lo dejó sobre la mesa, se sentó y esperó
a que Rosalyn hablase:
—Bueno —comenzó diciendo la mujer—, Matt e Yvaine ya saben de qué
va esta reunión, pero ni tú ni tu padre tenéis la menor idea, así que vamos a
ir al grano.
—¿De qué hablas? —preguntó su esposo.
—Ahora lo verás. Yvaine, por favor…
Esta repartió los dossiers, que tanto Jack como Nathan leyeron con suma
atención. Mientras que Jack se quedó con su típica cara de póker, el padre
de familia se fue poniendo colorado.
—¡Esto es inadmisible, Rosalyn! ¡Pero cómo se te ocurre! Me niego por
completo a convertir mi rancho en un circo de…
—Nuestro rancho, Nat, ¡nuestro! Te recuerdo que era de mis padres y que
pasó a ser de ambos cuando lo heredé. Así que no me vengas con lo de que
es tu rancho —Rosalyn le dejó estupefacto con sus aclaratorias palabras.
—Sí, lo sé. Por eso no me cabe en la cabeza que desees venderlo, ni más
ni menos que a los Walmart. ¡Margaret quería invertir, no comprar! —se
excusó.
Jackson, ajeno a todo aquello, miró a su hermano sin mudar de expresión.
Matt se medio sonrió.
—Venderé mi parte a Margaret, es algo que no podrás evitar. Pero sí hay
algo que puedes hacer, por mí, por tus hijos y por ti.
—¿Ah, sí? ¡No me explico qué! —exclamó levantándose.
—Dónales tu mitad a ellos y el rancho seguirá en la familia.
Nathan no pudo replicar, se quedó sin palabras. Fue ahí cuando intervino
su hijo pequeño.
—Papá, me estuve preparando para gestionar todo esto, junto a Jack, en
la universidad. Es hora de que lo haga de una vez por todas. ¡Que mamá y
tú viváis, viajéis, disfrutéis de la vida! ¡Aún sois jóvenes! ¡París os espera!
Yvaine sacó un sobre alargado, con un lazo alrededor, y se lo tendió a
Nathan. Rosalyn pareció muy sorprendida.
El hombre lo cogió, lo abrió y sacó sendos billetes de avión, junto a la
reserva en un hotel de París, para toda una semana y con fecha de inicios de
julio.
—¡Ah! ¡Pero qué buenos sois! —Rosalyn se levantó para abrazar a Matt
y a Yvaine—. El sueño de mi vida… —No pudo evitar sollozar.
Jack por fin sonrió, reaccionando.
—¿La has oído, papá? Creo que mamá se merece descansar y que tú nos
dejes hacer a nosotros —intervino su hijo mayor.
Nathan se sentó, callado y serio, con el sobre entre las manos.
—¿No te ibas a ir a Chicago? —preguntó mirando a Matt.
—No, papá. Si me donas tu parte no me voy a ninguna parte. Yvaine se
vendría aquí, construiríamos nuestra propia casa, vosotros seguiríais
viviendo en el rancho sin problemas, con la condición de no meteros en
nada de lo que hagamos.
—Yo representaría a Walmart —aclaró Yvaine—. Tengo el beneplácito
de Margaret. Y… Solo hay que firmar la venta de la mitad del Rancho
Walkers aquí…
Sacó de un sobre el contrato de compra-venta y un bolígrafo, que puso a
disposición de Rosalyn Walkers.
—Yo ya lo he leído y me parece correcto: la suma de dinero ofertada, las
condiciones… En definitiva; todo, Nat —le hizo saber a su esposo.
Este lo miró por encima, abriendo mucho los ojos al ver el dineral que
Rosalyn Walmart había ofrecido. No dio crédito, y solo por la mitad.
Debajo estaba la firma de Margaret, la de Robert y faltaba la de su mujer.
Jackson, que se había levantado con asombro, vio la firma de Rob.
También quedó impactado de que Yvaine fuese a dejar solo al empresario
para irse con Matt a vivir allí.
—Bueno, cariño. ¿Has cambiado de opinión? Porque yo voy a firmar ya.
De hecho, cogió el bolígrafo y lo hizo sin más, sin que Nathan pudiese
reaccionar.
—Avisaré a Margaret de que se haga la transferencia de dinero.
Yvaine se puso en pie y salió para llamarla.
La familia Walkers quedó a solas, callada ante lo que acababa de suceder.
—Esto ha sido una encerrona, Rosalyn… —Nathan negó con la cabeza
—. Me has puesto entre la espada y la pared.
—No, Nat. He hecho lo que he creído conveniente por la felicidad de mis
dos hijos, que también son los tuyos. ¡Matt quiere avanzar! ¡Y Jack vivir su
vida en paz!
—¡Mamá! —le espetó Jackson, temeroso de lo que pudiese decir.
—No te preocupes, hijo —le dijo para que se calmase—. Esto va por tu
padre, que tiene que espabilar de una puñetera vez. Tienes dos opciones,
Nathan. —Se dirigió a su marido—. O les cedes tu parte y nos vamos a
París, o lo próximo que firmaré será nuestro divorcio.
—¡Rosalyn! Pero qué dices… —Nathan palideció al escucharla.
—Lo que has escuchado, y eso que te quiero. ¡Pero a ti te encontré por
ahí y a mis hijos los parí! —sentenció muy digna.
Cuando Rosalyn se enfadaba nadie se atrevía a llevarle la contraria, ni
siquiera su esposo, así que Nathan asintió.
Su mujer cambió de humor de inmediato y lo abrazó contra sí y él a ella.
Matt le hizo un gesto de triunfo a su hermano, que aún estaba alucinando,
y salieron de la casa.
—¿Te ha gustado el plan maestro que hemos ideado Yvaine y yo? —
preguntó a Jack.
—¿Cómo habéis conseguido que Rob…? —fue lo único que atinó a
preguntar.
—No lo sabe. Yvaine le hizo firmar, porque se necesitaba su beneplácito,
pero no se dio cuenta… En definitiva, en cuando papá nos ceda su parte,
podrás hacer lo que te dé la gana. ¿Entiendes lo que te quiero decir,
hermanito?
—No, no te entiendo.
—Joder, qué obtuso llegas a ser. ¡Déjanos a Yvaine y a mí gestionar esto
solos! —aclaró añadiendo un puñetazo en el duro brazo de Jack, que gimió
de dolor—. ¡Vive en paz! ¿No ves que Rob está esperando a que hagas
algo? Joder, ese tío te quiere a pesar de lo gilipollas que eres.
—¡No tenéis derecho a decidir por mí! —le espetó.
—Una patada en el trasero es lo que te voy a dar. —Hizo el gesto, pero
Jack se apartó.
—Tengo que pensarlo… —El ranchero se sintió muy nervioso ante
aquella posibilidad.
—¡No pienses tanto y actúa, imbécil! —gritó su hermano cuando Jack se
fue a por Moon para volverse a la casa del lago.
oOo
Rob, la noche anterior, subió al perrillo a su casa y lo lavó a conciencia
en la bañera. El pobre bichito resultó ser macho, así que lo llamó Jacky.
Tenía el hirsuto pelaje de color blanquecino, demasiado largo y
enmarañado.
Con total seguridad lo habían abandonado sus dueños, esas pésimas
personas sin corazón.
Jacky le miró con sus ojillos negros, tembloroso, y se arremolinó a sus
pies en la cama, con una manta por encima para que no pasara frío. Eso
después de comerse todas las salchichas que tenía Rob en la nevera.
Así que, por la mañana, una lengua húmeda y un apestoso aliento
despertó a Rob de golpe.
El perrillo emitió un ladrido lastimoso, apenas audible, demandando
mimos y comida.
Rob se puso en pie, se vistió y bajó a la calle buscando alguna tienda
donde comprar comida para perros. Dio con una a la vuelta de la esquina y
arrambló con todo lo que creyó imprescindible para Jacky, aunque sabía que
necesitaría llevarlo a una clínica.
Volvió a casa y, tras atender al perro, que se había hecho caca encima de
la alfombra persa y de paso mordido el sofá, buscó un veterinario para el
día siguiente.
Sin poder evitarlo pensó en Jack: él debía saber qué hacer. También
recordó que, justo el segundo antes de escuchar llorar al perro, iba a
escribirle con alguna excusa.
—Pues ya la tienes, imbécil —se dijo mientras tomaba fotos al animal.
Después de hacerse un zumo y bebérselo, se sentó en el sofá, junto a
Jacky, y abrió el chat. Respiró hondo y se puso a escribir.
oOo
Al llegar a la casa del lago, Jack empezó a dar vueltas por el pequeño
salón, nervioso. Lo que acababan de hacer Matt e Yvaine, tanto por su
madre como por él, era increíble. De veras no podía sentirse más afortunado
en ese sentido. Tomo la decisión de llamar a su amigo Dylan de inmediato.
Este no tardó en responder:
—¡Cabrón! Me tienes abandonado. ¿Qué se te ofrece? —preguntó entre
risas.
Dylan era una persona muy animada.
—¿Quieres ocupar mi puesto en el rancho? —Fue directo al grano.
Al otro lado hubo un largo silencio. Probablemente su amigo estaba
impactado.
—¿Necesitas más ayudantes? ¿No tenías a un chico allí contigo? Ese
hispano un poco gilipollas.
—No me has entendido. Te ofrezco ser el veterinario titular del rancho.
—¿Por qué?
—Porque van a cambiar muchas cosas… La empresa Walmart ha
comprado la mitad del Rancho Walkers y mi padre nos cederá a mi
hermano y a mí su mitad. Matt se hará cargo de la parte financiera y yo…
—Se quedó un momento en silencio, pensando en cómo decirlo—. Y yo
voy a intentar desvincularme.
No podía dar nada por seguro, por lo que fue prudente a ese respecto.
—Joder, tío… Sabes que sería una gran oportunidad para mí…
—Piénsalo bien, es un puesto muy sacrificado y tendrías que vivir en el
Rancho —le advirtió.
—No tengo nada que pensar, Jack. Estoy soltero, sin hijos… Así que
cuando tú me digas. Madre mía, ¡qué subidón! —exclamó.
—Vale —Jack respiró aliviado, fue como quitarse un enorme peso de
encima—. Antes tengo que hacer otras cosas pero, pase lo que pase, en dos
o tres días tendrías que incorporarte. Se lo diré a Matt para que se haga
cargo de todo.
—¡Gracias! ¡De verdad!
—No, Dylan, gracias a ti… —Se puso a llorar de pronto.
—¡Eh! ¿Qué pasa?
—Hay alguien en mi vida, alguien a quien he hecho daño y tengo que
arreglarlo como sea. El hecho de que me sustituyas me da esa oportunidad y
me la da ya.
—¿Un tío?
Jack se quedó sorprendido porque en la universidad jamás se lo dijo a
nadie, ni siquiera a él.
—Sí —afirmó de forma rotunda, sin reparo.
—¡Pues más te vale no cagarla! Ya era hora, tío.
Jackson de pronto se echó a reír sin poder evitarlo.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó.
—Desde el principio. No te preocupes, mi culo siempre estuvo a salvo de
ti —Luego se echó a reír a carcajadas.
—No eres mi tipo, gilipollas —bromeó Jack.
—¡Por eso! Te van los culos más blanquitos. —Y continuaron las risas
hasta que el ranchero y su amigo decidieron dejar de contarse batallitas
universitarias y colgar.
Al mirar la pantalla vio un montón de notificaciones de Rob y casi se le
cayó el teléfono al suelo, del susto.
Se apresuró a abrir el chat y leyó con atención:
<Salís muy bien, aunque Jacky es más guapo que tú. Ten cuidado
o robará todos los corazones a su paso. Me alegro de que su estado
sea más favorable de lo que me parecía, y cuida de ese viejito, dale
un hogar muy feliz. Buenas noches, Rob.
Era un comienzo, aunque aún no sabía muy bien de qué. Con Jack debía
ir muy poco a poco.
Unos toques en su puerta lo sacaron del ensimismamiento. Por la forma
de picar supo que se trataba de Yvaine.
—Pasa —dijo dando su permiso.
Yvaine entró con un dossier entre los brazos, que dejó sobre la mesa, y se
fue directa a ver a Jacky.
—Pero ¡cosita! Ay, qué cosita más bonita… —El perrillo agradeció los
mimos revolcándose en la cama, poniéndose bocarriba, para que la mujer le
rascara su suave tripita pelada. Movió su colita muy rápido.
—Bueno, veo que sí, que roba corazones a mucha velocidad —musitó
Rob, divertido.
—¡Cuando me lo han contado no daba crédito! —exclamó ella
acariciando a Jacky, sentada a su lado sobre el suelo.
—¿Por qué? No soy un insensible. El pobre estaba vagabundeando entre
las basuras…
Ella le miró, muy feliz.
—Has cambiado mucho, Rob…
—Puede ser.
—No solo por salvar a este perrito, sino por no querer llevarte a casa a
una mujer guapa solo para pasar el rato.
—Una mujer lesbiana, por cierto —bromeó a la par que abría el dossier y
lo empezaba a leer.
—Eso no lo sabías.
—No. Menudas zorras, bien que me engañasteis… Pero me ayudó mucho
a ver las cosas de otro modo.
—¿Ah, sí? —Yvaine se sonrió para sí. Matt ya le había explicado todo lo
sucedido es casa media hora antes.
Rob leyó con mucha profesionalidad el dossier y se sonrió al ver
estampada su firma en el contrato de compra-venta.
—Y mi madre estaba de acuerdo…
—Sí, Rob. También quiere que seas feliz…
—La última vez no me lo pareció —le dio réplica en tono de reproche.
—Solo le chocó verte con Jackson porque se suponía que eras hetero.
Robert se mantuvo callado cuando le mentó. No quiso preguntar, tenía
miedo de la respuesta. Todavía no sabía muy bien qué pasaría, o cómo
proceder con él. Al fin y al cabo, le había dejado por no querer salir del
armario y, días después, se daba cuenta de lo muy egoísta que había sido
con él, sin duda.
El teléfono del despacho de Robert sonó y este lo cogió.
—Señor Walmart, su madre y su hermana, junto a su prometido, están en
la Sala de Juntas —le dijo la secretaria de dirección.
Rob se quedó pasmado.
—Ahora voy a saludar… —Colgó y miró a Yvaine.
—Lindsay está aquí, con su nuevo prometido…
—¿En serio? Esta chica no deja de sorprenderme.
—¿Quieres venir a ver al idiota que se case con ella?
—Ni lo dudes —respondió divertida poniéndose en pie—. ¿Estoy
espectacular con mi nuevo modelo? Mary me lo ha diseñado.
Iba de rojo, con un vestido que realzaba sus curvas y sus pechos al
máximo.
—Desde que follas con Matt, como una coneja, estás endiosada.
—¡Serás bruto! —Le palmeó en el hombro—. Pero sí, para qué negarlo.
Se dirigieron hacia la Sala de Juntas, dejando a Jacky tranquilito en su
camita, medio dormido, y entraron.
Allí estaba Lindsay, Margaret y un chico bastante guapetón, de aspecto
atlético y pijo. Ese sí pegaba con ella.
—Buenos días, mamá, Lindsay… ¿Y tú eres…?
—Greg, encantado. —Ambos se dieron la mano—. Nos conocemos de
Los Hamptons. Aunque hará como veinte años que no nos vemos.
—¡Ah, espera! Eres ese Greg, el vecino. Pues nada, bienvenido a la
familia Walmart.
Lindsay no podía creerse que su hermano fuera tan afable, aunque estaba
más pendiente de Yvaine. No podía negar que estaba muy cambiada y eso le
repateó. Además, sabía que se iría al Rancho Walkers a trabajar una
temporada, tras haber comprado su madre la mitad.
—Mirad, Greg me ha regalado un anillo de pedida espectacular.
Alargó el esbelto brazo hasta casi el infinito, para que se viera el tamaño
del pedrusco engarzado. Era tan feo como ostentoso.
—M-muy bonito —balbució Rob intentando contener la risa.
—¿Y cuándo será la feliz ceremonia? —indagó Yvaine.
—En septiembre —contestó Greg—. Nos haría muy felices que vinierais.
—¡Vaya! Espero que no sea el mismo día de mi boda —soltó la mujer,
como una bomba atómica a máxima potencia.
—¿Qué? —Rob se giró hacia su amiga, incrédulo. Ella le enseñó su dedo
y en él había un anillo de oro y esmeraldas, con dos cuernos curvados hacia
atrás.
—En realidad los compré yo: este es el mío, de Loki, y el de Matt lleva
las Gemas del Infinito. Ya sabes lo frikis que somos —se echó a reír, feliz.
—¿Matt? —preguntó Lindsay.
—Claro… ¿Quién si no? —Yvaine no sabía que Lindsay ignoraba que
tenían una relación. Había querido fastidiarla un poco, pero no hasta ese
punto.
—¡Serás zorra! ¡Fuiste tú, tú me quitaste a Matt! —Lindsay perdió los
papeles y se tiró encima de Yvaine, que reculó asustada.
Entre Rob y Greg detuvieron a la mujer, ante la estupefacción de
Margaret.
—¡Basta ya, hija! —exclamó la mujer.
—¡Yo no te quité a nadie! A mí no me culpes de tus desgracias amorosas.
—¿No me dijiste que le habías dejado tú? ¡Y que era porque te diste
cuenta de que me querías a mí! —Lindsay miró a Greg con los ojos llenos
de lágrimas.
—Verás, yo…
—Vale, vamos a aclarar las cosas —intervino Rob—. Matt dejó a
Lindsay y luego comenzó una relación con Yvaine. Perdona, Greg, pero mi
hermana es mentirosa compulsiva. Siento que te haya liado…
Este suspiró, pero abrazó a la mujer con fuerza.
—Pídele perdón a esta chica, Lindsay. A tu hermano y a tu madre por el
bochorno, y a mí por mentirme. No vas a terapia para luego saltarte lo que
te dijo la psicóloga.
Habló con suavidad, asiéndola por el rostro.
—Lo lamento, lamento ser así. Perdona, Yvaine, por ser tan mala contigo,
es porque te tengo envidia desde siempre... Y a ti, Rob, por… todo. Nunca
he sido justa contigo, gracias por hacerte cargo de mis gastos. Y, mamá…
Perdona… Perdona por liarla constantemente.
Margaret abrazó a su hija y la besó en el pelo.
—Greg, no es mentira que te quiera… Solo estaba muy confusa y me
daba vergüenza decirte que me había dejado Matt a mí, porque quería que
volviéramos. No debí dejarte…
Este la asió de la mano y le quitó el anillo del dedo.
—Mira, este anillo es feísimo. Solo lo escogiste por fastuoso, pero es feo
de narices. Así que lo devolveremos y, cuando estés mejor, lo cambiaremos
por uno más bonito. Pueden pasar meses o años, pero si te he perdonado
una vez por dejarme, puedo perdonar esta tontería. Eso sí, me vas a
prometer que seguirás con el tratamiento y permitirás que todos te
ayudemos. ¿Te parece bien?
—Sí, Greg.
Rob pensó que aquel muchacho era un santo varón y eso le dio
esperanzas.
oOo
Nathan, sentado en el sofá, junto a su mujer, escuchó con atención a su
hijo mayor. Rosalyn le cogió de la mano con fuerza, para que no se pusiera
intenso.
—¿Lo has comprendido, papá? Lo soy desde siempre y llevo mucho
tiempo sufriendo por esconderlo.
—Sí… —contestó en tono seco, muy serio.
Jackson se puso en pie y miró a sus padres mientras cogía su maleta por
el tirador.
—Esto no es una despedida, solo un hasta pronto. Espero que entendáis
que necesitaba hacerlo.
—Lo sabemos, cariño —respondió su madre, que se levantó para darle un
abrazo a Jack—. Tu padre requiere un poco de tiempo para asumir tantos
cambios y novedades.
Jack besó a Rosalyn y luego posó su mano sobre el hombro de Nathan.
Este levantó la suya y le asió de la muñeca, asintiendo con la cabeza aunque
sin mirarlo.
Para su hijo eso fue suficiente. Después salió de la casa camino del
aeropuerto para coger su vuelo hacia Chicago.
Rosalyn volvió a sentarse al lado de su esposo.
—Has de prometerme que no le juzgarás en el futuro, y que te sabrás
comportar si vuelve con pareja… Probablemente con Robert Walmart.
Nathan la miró más impactado si cabía.
—Lo haré, es solo que… —suspiró—. No podía imaginar lo mucho que
estaba sufriendo, y por mi culpa. Por miedo a que yo supiera que es
homosexual. Treinta y seis años que tiene…
—Que te sirva de lección. Ah, pero tengo una buena noticia para ti.
—¿Ah, sí? —Nathan la miró.
—Matt e Yvaine se van a casar.
—¡Otra boda! Dios me salve —se echó a reír de buena gana.
—Esta será muy sencilla, no te preocupes.
—¿Para cuándo?
—En septiembre, con tiempo de sobra.
Él abrazó a su mujer con fuerza.
—Te quiero, Nat.
—Y yo a ti, Rosalyn, desde que entré a trabajar de capataz y tu padre casi
me mata cuando nos pilló en el pajar.
—Bueno, gracias a eso te concedió mi mano sin necesidad de arrastrarte
a sus pies. ¡La guapa hija del jefe!
—Y que me dio dos buenos hijos.
Rosalyn se sintió feliz por fin.
oOo
Jack se despidió de su yegua. Posó la frente en su hocico mientras le daba
unas chucherías.
—Sé buena con Matt y con las chicas, no te me encabezones y permite
que te malcríen.
Luego se arrodilló para abrazar a Flora con todas sus fuerzas. La perrilla
algo intuyó porque emitió un ladrido lastimero.
—Cuida de la manada, ahora tú eres la jefa. ¿Vale? —Le besó en la
cabeza y se puso en pie.
Matt, que lo había estado observando ese rato en silencio, llevó a Jack al
aeropuerto y no pudo dejar de sonreírle a su hermano en todo el camino de
ida. Incluso puso música y cantó un rato.
—¿De qué te ríes tanto, gilipollas? —le increpó Jack también sonriendo,
pero muy nervioso.
—Es para mí un gran orgullo tenerte de hermano mayor. Siempre has
sido mi modelo a seguir en todo, desde que éramos críos.
—No exageres, he cometido muchos errores. De hecho, es sorprendente
lo que Yvaine y tú habéis conseguido juntos.
—Cuando la persona que está a tu lado te suma se hacen cosas increíbles.
¿No te parece? Solo hay que atreverse. ¿Entiendes?
Jack se mantuvo callado unos segundos.
—Y por eso me voy —respondió.
—¡Ese es mi hermanito! —Le pegó un puñetazo en el brazo a Jack, que
se dolió.
—¡Ah! Pero que no soy el hombre de acero, imbécil.
—Oh, sí que lo eres. No he visto tío más duro que tú, pero con un
corazoncito de oro.
Jack sonrió pero no dijo nada más durante el resto del camino, pensando
en Rob y las ganas que tenía de verlo.
Se despidió de su hermano con un sentido abrazo antes de pasar el
control de pasajeros.
—Por cierto, en septiembre te quiero aquí —le dijo Matt cuando Jack ya
estaba al otro lado de la barrera.
—¿Por qué?
—Porque habrá boda, una de verdad. Yvaine me lo pidió. ¿No te has
fijado en mi anillo de Thanos? —Le enseñó la mano.
—Dios Santo, qué par de frikis. ¡Enhorabuena!
—¡Suerte! Quién sabe si tú también te casarás algún día con un rico
empresario…
Jack le miró, asintió como avergonzado, y se fue.
Matt esperó a verle desaparecer del todo.
—Por favor, se lo merece… —susurró una plegaria al cielo.
oOo
Jack se subió al avión aquella tarde, con previsión de llegada a Chicago
sobre las siete. Yvaine le había pasado la dirección de Rob, asegurándole
que se encargaría de que este estuviera en casa a las nueve, con alguna
excusa.
El corazón le iba a mil por hora solo de pensar en tener a aquel hombre
cerca, ante él. ¿Le perdonaría? ¿Querría volver después de fallarle en dos
ocasiones? Que le hubiese escrito le daba una pequeña esperanza y se aferró
a ella con todas su fuerzas.
Capítulo 21
Yvaine acompañó a Rob a casa para estar con él un rato, hasta las nueve
aproximadamente. Lo ayudó con la medicación de Jacky y estuvieron
hablando de la boda, sentados en uno de los lados de la enorme terraza
mientras se iba haciendo de noche.
—¿Tu amiga te hará el vestido?
—Por supuesto. Iré espectacular. Será su regalo de boda. Aunque…
tendrá que hacerme algunos arreglos, supongo. Ya sabes, de los nervios
igual tengo suerte y adelgazo.
—No te hace falta, estás cañón. ¿O acaso Matt te ha comentado algo? —
indagó.
—No, en absoluto. Le encanta como soy y lo buena que estoy. Va pegado
a mis pechos —rio con ganas.
—Te lo mereces… —Rob cerró los ojos, un poco triste por él mismo.
Jack no le había escrito más y no quería alimentar falsas esperanzas.
—¿Vendrás? Porque necesito un padrino. Entendería que no, por las
circunstancias con Jackson… —Lo tanteó.
Rob la miró, asombrado.
—Sería un honor hacer de padrino, ya que tu padre falta. En cuanto a
Jack… No debo mezclar esos problemas personales con tus cosas.
De pronto saltó una notificación en el móvil de Yvaine y esta se puso en
pie tras leerla.
—Mi madre. He de irme a casa —mintió con puro descaro y una sonrisa
en la cara.
Se despidió de Jacky, que descansaba en su camita.
Rob la acompañó hasta la puerta y tecleó la clave de seguridad. Ella le
dio un beso en la mejilla rasurada.
—La barbita te quedaba mejor… —susurró tras limpiarle el carmín de la
cara con el dedo—. Nos vemos… —Luego le guiñó un ojo y se fue en
dirección a los ascensores.
Unos cinco minutos después la puerta volvió a sonar y Rob abrió sin
pensarlo, creyendo que se le había olvidado algo a su amiga.
Cuando delante de él se encontró con la imponente figura de Jackson se
quedó sin respiración y el corazón le latió con fuerza.
Este llevaba una gran maleta e iba vestido de calle, con una camisa azul
oscuro, lisa, arremangada hasta medio brazo, y unos pantalones vaqueros.
Obviamente iba sin su habitual sombrero texano.
Rob supo de inmediato que Yvaine estaba compinchada con él, pues
nadie entraba al edificio sin permiso previo.
Intentó decir algo y no fue capaz, tampoco lo hizo Jack, que estaba
muerto de miedo allí plantado, a la espera de la reacción final de Robert.
Un ladrido de perro los sacó a ambos del trance. Jacky se acercó a oler al
texano, que se arrodilló para tocarlo.
—Hola, pequeño… ¿Huelo a perrita? ¿Eh? ¿Sí? Claro que sí, bonito.
El chuchillo le lamió las manos, contento, moviendo su cola. Tanto
cariño, después de pura soledad y tristeza, era vida para el animalito.
Jack lo examinó y luego lo asió en brazos para tendérselo a su dueño,
como si fuera un bebé, así que Rob lo sujetó, aún en shock.
La cercanía, el olor de Jackson, su presencia real, dejaron de nuevo a Rob
sin saber muy bien qué hacer. Solo sentir un profundo estremecimiento de
anhelo.
—¿Puedo pasar a tu inexpugnable castillo? —preguntó el rubio sonriendo
de lado—. Casi hacen que me desnude para ver si llevaba una bomba o algo
escondido…
—Sí, sí, claro… —El empresario salió del embrujo y reculó unos pasos
cuando Jack traspasó el umbral, dejando la maleta junto a la puerta.
—Necesito ir al baño. Perdona las molestias… —El perfil del texano se
mantenía bajo, humilde.
—Claro, te muestro dónde hay un aseo.
Rob dejó al perro en el suelo, que se paseó entre ellos.
—¿Este?
—Sí. Tienes lo que necesites… —Jack se dio cuenta de que Rob estaba
temblando y eso le puso más nervioso a él.
En los pocos minutos que el hombretón permaneció en aquel aseo, Rob
corrió al salón para poner un poco de orden. Vio, con horror, la mancha de
vino en el sofá, así que colocó encima una manta. Recogió la ropa tirada y
la lanzó dentro de su vestidor, que cerró tras de sí.
Se miró después en el espejo y se peinó el flequillo con los dedos.
La cama estaba deshecha, pero ya no pudo arreglarla pues sintió los pasos
de Jack ir hacia allí.
Lo interceptó en el salón. Se había quedado a límite de las puertas
correderas que daban a una de las enormes terrazas.
—Vaya, menudas vistas al lago. Tu casa es enorme… Casi me pierdo —
bromeó—. Menos mal que Jacky me guio hasta aquí.
—Mi compañero de piso es muy servicial.
El perrillo ladró con más fuerza de la acostumbrada.
—Pero no me ha ofrecido nada de comer o de beber…
—¿C-cuándo has llegado? ¿Qué quieres tomar? —Reaccionó Rob.
—Agua, por favor —pidió con la boca más seca que un zapato, por los
puros nervios—. He aterrizado sobre las siete en Chicago. Yvaine me dio tu
dirección… Y bajó al vestíbulo para que me dejasen pasar cuando llegué
aquí…
Mientras vertía agua fresca en un vaso largo, Rob se sonrió al pensar en
cómo habían montado los engranajes Matt e Yvaine, de una forma tan
eficiente que daba miedo.
—Aquí tienes —le susurró, posando el vaso sobre la isla de la cocina. Él
se bebió su agua casi de un trago.
Jack lo hizo a sorbos, sentándose en un taburete alto, sin atreverse a mirar
a Rob a la cara, al otro lado de la isla.
Se quedaron callados un rato.
—Ahora somos socios, aunque he de decir que me engañaron pero bien
—Rob rompió el silencio.
—Y de haber sabido lo que tramaban nuestras familias, ¿habrías firmado
esos papeles? Porque nos vinculaban a ambos de forma irremediable…
—Lo habría hecho, sí. Por tus padres, por Matt, por Yvaine… Y sé que
mi madre lo aceptó por mí, ahora lo entiendo todo.
—Rob… Hoy me he ido del Rancho, he dejado atrás todo, a cargo de
Matt. Ya no escondo lo que quiero.
Robert le miró con el corazón en un puño. La isla seguía salvando la
distancia entre ambos.
—¿Y qué quieres? —le preguntó.
—Te quiero a ti —dijo con aplomo.
Rob cerró los ojos, mareado ante aquella respuesta y el tono de su voz.
—¿Tanto cómo para admitir que eres gay?
—Ya lo he hecho, en especial ante mi padre, y a lo grande delante de
todos los empleados. Y me he sentido libre. Me he dado cuenta de que,
cuando omitía una parte tan importante de mí, para no incomodar a otros,
me estaba traicionando. Y por ende a ti… La persona que amo.
Jack se echó a llorar cuando Rob se llevó las manos a la cabeza,
apoyando los codos en la pulida superficie de mármol.
—Han sido los peores días de mi vida, Jackson…
—También para mí… —se apresuró en responder.
—Cómo sé que no te echarás atrás de nuevo.
—Porque he hecho cosas impensables, ¿o no me ves aquí? Quiero esa
casa en el lago, traerme a Moon y a Flora y, con este pequeño Jacky, formar
una familia contigo. Joder, Rob… ¡Joder! ¡Perdóname, te lo suplico!
De pronto, Jack se subió a la isla y se deslizó hasta Robert, que se quedó
congelado. Él le tocó, le asió de las manos y las llevó a su rostro caliente y
mojado por el llanto.
—Qué te quiero, joder, chico pijo. ¿No lo ves? ¡Estoy aquí de verdad!
Mírame, por favor… —rogó.
Rob le observó con sus ojos azules y asintió sonriendo y besando a Jack
con fuerza.
—Pedazo de vaquero imbécil…
—Sí, lo soy, ya lo creo que lo soy. Un maldito paleto texano enamorado
de un rico pijo insoportable.
Jack descendió de la isla y sujetó a Rob por debajo del trasero, alzándolo.
Este le abrazó por el cuello, besándolo en este y mordiéndole la oreja.
—Quiero follarte ahora mismo —exigió Jackson.
—Siempre tan romántico... A la derecha está la habitación y cierra, que
no nos vea hacer guarradas nuestro perrito.
El vaquero se echó a reír, pero cerró la puerta tras de sí, sujetando el
cuerpo de Robert con un solo brazo.
—Dime que no te has follado a nadie más —exigió saber Jack mientras le
arrancaba la ropa a Rob casi a tiras. Los botones de la camisa saltaron por
los aires.
—¿Y tú? ¿Eh? —preguntó Rob mientras le bajaba la abultada bragueta.
—Solo me la he machacado pensando en ti, ¿te vale?
—Pues ídem. Después del sexo contigo, ya nada ni nadie podría
satisfacerme igual. ¿Sabes por qué?
Jack emitió un gruñido mientras mordía aquellos pectorales y lamía esos
duros pezones.
—Porque contigo hago el amor…
El rubio se le puso encima y lo miró con intensidad. Le atrapó la boca
abierta y sus lenguas de fuego se unieron en una sola llama.
La ropa no tardó en desaparecer y solo quedaron sus pieles calientes
frotándose a conciencia y muchas risas entre besos y jadeos.
—En el último cajón de la mesilla hay lubricante —susurró Rob en el
oído de Jack, que se enardeció solo de pensar en meterse en ese trasero tan
prieto. Uno solo suyo, para él.
Aunque no era lubricante especial para relaciones anales, a Jack le sirvió
igual, así que se afanó en preparar la zona de Rob, que se abrió de piernas y
se dejó hacer de todo por la boca canina del vaquero y sus manos grandes y
hábiles. Y no solo eso, tenía una experta lengua que le recorría el pene con
deleite.
—Qué dura se te ha puesto, chico pijo.
—Es de pensar en lo que me vas a hacer sentir… —suspiró al decirlo.
—Ah, es que yo hago muy bien el amor a mi pareja, a mi chico, a mi
novio, a mi marido…
Rob se quedó sin palabras ante lo que acaba de escuchar, pero no le dio
tiempo a preguntar qué quería decir con aquello último, porque Jack le
levantó la pelvis y se recolocó para meterse en él.
—Ya sabes, si te duele dímelo, no te lo calles. Quiero que sea placentero
para ambos.
Rob asintió y cerró los ojos mientras Jackson se introducía en él a
pequeños empellones, haciéndose paso. Fue fácil, Rob estaba muy
receptivo y con ganas de más, así que él mismo hizo un gesto para que Jack
le metiera el pene hasta el fondo, haciéndole soltar un jadeo de placer a
ambos. Aquel punto mágico, aquella sensación eléctrica por todo el cuerpo
hacía vibrar de gozo a Rob.
Jack se recolocó cuando su amante le pidió que se tumbara sobre él.
Sujetó bien a Rob y embistió de menos a más, según le pedían el cuerpo, el
deseo y las ganas, que eran muchas.
—Joder, ¡Jack! ¡Dale con todo! —Este ni se lo pensó, empujando a
conciencia—. ¡Dios! ¡Sí! ¡Qué gusto me das!
Jack le embistió largo rato, atrapando esos labios abiertos que no paraban
de jadear con cada empellón. Escucharlo le ponía demasiado cachondo.
—Rob… Rob, no me aguanto, perdóname, pero me corro ya… —jadeó
—. Te quiero, te quiero demasiado… joder, Dios… —Eyaculó con fuerza y
Rob lo sintió dentro, corriéndose a su vez entre ambos abdómenes. El
semen salió tan disparado que manchó a Jack bajo la barbilla y le hizo
reírse a carcajadas.
—P-perdona, es que… —gimió Rob entre risas—. Es que me follas tan
bien que es imposible aguantar, cariño.
—Y más que te voy a hacer gozar el resto de la noche. Recuerda que a
este vaquero se le recargan las balas rápido, y más teniéndote a ti entre los
brazos.
Rob atrapó su boca con un beso largo y suave, sensual, romántico.
—¿Qué has querido decir antes con «mi marido»? —preguntó sin
moverse, aún con su pene dentro y rodeándolo a él con brazos y piernas—.
¿Tanto, tanto me amas? ¿Hasta el punto de desear celebrar esos
sentimientos queriendo que sea tu marido?
Jack se puso rojo como un adolescente. Las orejas le ardieron.
—Sí… —Escondió la cara en el cuello de Rob por pura vergüenza.
—Mi vaquero… —Le acarició el pelo con cuidado—. A mí también me
gustaría, en un futuro…
Sintió las lágrimas de Jack sobre la piel y le obligó a mirarlo.
—No te preocupes, lloro de felicidad. Porque he venido hasta aquí sin
saber si me aceptarías. Y ahora me dices que te casarás conmigo.
—Primero la casa en el lago, ¿vale?
—Sí, sí, claro.
Jack le dio un beso largo también y retomó lo que estaban haciendo,
empujando con ganas. Robert gimió.
—¿Ya te has recargado?
—Ya lo creo, este culo tuyo es único. Y te voy a empotrar como cajón
que no cierra…
Robert se echó a reír con semejante ocurrencia, lo besó con ansia y se
dejó hacer toda la noche.
oOo
Era mediados de junio y, aquella mañana, hacía buen tiempo. Rob paseó
su torneado cuerpo desnudo por una de las cinco terrazas del ático,
tomándose un zumo. Depositó el vaso vacío sobre una mesa de mármol e
hizo un gesto con la mano para acariciar a Jacky, hecho un ovillo en su
camita.
Sobre el inmenso lecho, y entre las revueltas sábanas, descansaba un
rubio espectacular bocabajo y con el culo al aire, uno al que también le
había dado lo suyo. Se sentó a su lado para admirar ese cuerpo y acariciarlo
con las manos. El rubio abrió los ojos y luego sonrió.
—Va a ser la primera vez que no quiero que mi conquista se vaya —
bromeó Robert.
—Es que no me pienso ir, lo siento.
El castaño se tumbó a su lado y entrelazó las piernas con las de Jack,
descansando la cabeza sobre ese pecho amplio y de vello suave.
No pudo estar más pleno y feliz.
También Jack se sintió así, en una nube.
Se miraron a los ojos con devoción y se besaron entre sonrisas.
Estaban destinados, sin duda.
epílogo
La novia caminó del brazo de un orgulloso Robert, con su vestido pin-up
blanco roto, diseñado exclusivamente por Mary, que allí estaba presente con
su mujer. Aunque le había tenido que hacer retoques porque Yvaine iba a
ser mamá en unos meses.
Matt, ya en el altar, se puso a llorar al ver lo guapa que estaba, sabiéndose
muy afortunado por la doble celebración: su matrimonio con la mujer que
amaba y un futuro bebé Walkers.
Nathan, sentado en primera fila, también se puso a llorar y su mujer le
tuvo que dar un pañuelo. Desde que había vuelto de París, y cedido a sus
hijos el Rancho, estaba mucho más relajado.
Yvaine se posicionó al lado de Matt, que le asió la mano, con cara de
imbécil llorón.
—Soy el tipo friki más afortunado del mundo. Te quiero tanto…
—Y yo la loca de los gatos más feliz que existe, porque también te
amo…
Ambos bromearon y luego la ceremonia comenzó.
Rob se sentó al lado de un guapísimo Jackson, con el cabello más largo y
ondulado. Los dos iban vestidos con traje de chaqueta gris y chaleco color
borgoña, haciendo juego con el novio. Se cogieron de la mano, entrelazando
los dedos sin esconderse.
La boda era al aire libre, pero los novios estaban bajo la pérgola donde
Matt besó a Yvaine por vez primera, así que fuera se quedó la familia más
cercana de los novios, los amigos íntimos y algunos trabajadores de
confianza, sentados en las sillas.
—Vamos a ser tíos, ¿estás contento? —susurró Rob al oído de su pareja.
—Sí, mucho. ¿Y tú?
—Malcriaré a ese bebé igual que a Jacky.
—Pues yo le enseñaré a montar a caballo.
Rob besó a Jack y este le devolvió el beso sin pudor alguno, sonriente.
—Ya empieza… Shhh.
La ceremonia no fue muy larga, Yvaine y Matt leyeron sus votos y el
pastor los casó para alegría de los presentes, que aplaudieron y armaron
jolgorio.
Yvaine estaba radiante, el embarazo le sentaba genial y, además, su pelo
rojo y sus pecas la hacían preciosa. Matt no cabía en sí de gozo, en todos
los sentidos.
Para cuando el bebé naciese, ya estaría terminada su propia casa, a tan
solo una milla del rancho de los Walkers. Además, ya tenían las obras en
marcha de las nuevas zonas de recreo, hotel y visitas, por lo que en un año
comenzaría la verdadera aventura del Rancho Walkers-Walmart, como se le
había rebautizado.
Era la primera vez que Jack volvía tras su marcha meses atrás, y le alegró
mucho ver a Dylan y a Marc, aunque no se llevaban demasiado bien y
siempre andaban a la gresca, inclusive en la propia comida de la boda,
sentados juntos adrede para fastidiarlos.
Nathan y Rosalyn trataron a su hijo y a Rob estupendamente, con total
naturalidad. Jack no reconocía a su padre y bromeaba conque lo habían
abducido los extraterrestres dejando a otro en su lugar.
Por lo demás, el día transcurrió con comida y bebida, música country
mezclada con bandas sonoras de películas y la tarta nupcial era una mezcla
de los colores de cada Avenger, con el Guantelete de Thanos como colofón.
Mientras bailaban los invitados, Jack cogió de la mano a Rob y lo guio
hasta el establo donde tenía a Moon ya ensillada.
—¿Nos vamos a la casa del lago a ver el anochecer? —le propuso el
vaquero y su pareja asintió.
Moon los llevó hasta el embarcadero, donde la dejaron para que campara
a sus anchas un rato. Flora también los acompañó, quedándose al lado de
ambos, tranquila porque sus dos novios habían vuelto.
—Pobrecillas, no saben el largo viaje que les espera hasta Chicago.
¿Crees que se harán a la nueva casa? —indagó Rob—. ¿Y se llevarán bien
con Jacky?
—Seguro que sí, no me cabe la menor duda. Si yo me he ido adaptando,
ellas también…
Jack le apartó el flequillo de los ojos a Rob, mientras estaban sentados
con las piernas colgando de la plataforma.
—Maldito chico pijo, embaucador… Con lo mal que me caíste el primer
día, y lo mucho que me gustaste el segundo… ¿Me puedes explicar qué ha
pasado? Aquí nos besamos por primera vez…
—No sé, dímelo tú, vaquero rudo y malintencionado. Yo no era bisexual
antes, de forma consciente, a mí qué me cuentas.
El sol comenzó a descender y la luz anaranjada bañó las aguas del lago y
alargó las sombras.
Rob rebuscó en su bolsillo interior algo que luego mantuvo guardado en
el interior del puño.
—Jackson, eres el amor de mi vida y no puedo imaginar que no estés en
ella. No todo el mundo nos ha aceptado, pero sí las personas que nos
importan de veras. Vamos a iniciar un nuevo periodo, en nuestro propio
hogar, y sé que para ti no es sencillo tanto cambio.
—Tú lo haces fácil —le cortó un momento—. Y pronto tendré una
consulta veterinaria propia, una casa en un lago y a mis dos novias, además
de un viejo perrito adorable.
Rob le cogió de la mano e hizo que pusiera la palma bocarriba. Depositó
un anillo de plata, sencillo, sobre ella.
—No sé cuándo será, pero guarda este anillo para cuando nos casemos.
Es el que me pondrás tú a mí. Yo mantendré este a buen recaudo… —Le
enseñó otro con un diámetro más grande.
Jack lo abrazó contra sí en un impulso y Rob le devolvió el gesto con
igual pasión.
—Gracias por aparecer en mi vida, mi chico pijo… Te quiero.
—Y tú en la mía, mi vaquero… Mi amor.
Sus labios se fundieron en un beso largo, apasionado y dulce también,
mientras anochecía del todo a su alrededor, sonaban los grillos, el aleteo de
las aves nocturnas y el cielo se cuajaba de estrellas.
Fin
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