645-Texto Del Artículo-878-1-10-20110531
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la Carrera Judicial
I. INTRODUCCIÓN
1
Pablo LUCAS MURILLO DE LA CUEVA: «La Constitución», en Introducción a la Teoría del Estado, Tci-
dc, Barcelona, 1990, pág. 113.
2
Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA: Democracia, Jueces y control de la Administración. Civitas, Madrid,
1995, pág. 120.
3
José LoiS ESTEVEZ: La lucha por la objetivación del Derecho, Vigo, 1965, pág. 95.
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Referencias históricas sobre la Carrera Judicial
" Juan Antonio XlOL RÍOS (et al.): El Poder Judicial y el Consejo General del Poder Judicial en el Esta-
do Social y Democrático de Derecho, Premio Poder Judicial, Consejo General del Poder Judicial, Madrid,
1990, pág. 41.
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Acerca de las notas configuradoras del Poder Judicial como tal, puede ilustrar el citado trabajo de
Juan Antonio XlOL, para quien «el Poder Judicial no es sólo, ni principalmente, una organización, sino
que se manifiesta mediante el ejercicio de una función: la que compete a los órganos jurisdiccionales, ...
pudiendo ser cierto que este poder ha de ir acompañado de una cierta autonomía organizativa para que se
desenvuelva en condiciones óptimas... pero es insostenible que la existencia de una organización indepen-
diente o autónoma, en términos absolutos, constituya el presupuesto de la existencia del Poder Judicial».
Juan Antonio XlOL RÍOS, op. cit., pág. 18.
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Referencias históricas sobre la Carrera Judicial
6
Manuel PERIS GÓMEZ: «El Poder Judicial dentro del Poder del Estado», en Revista Poder Judicial,
Núm. Especial XI, «El Poder Judicial en el conjunto de los Poderes del Estado y de la Sociedad», Consejo
General del Poder Judicial, Madrid, 1986, pág. 273.
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7
Carmen LLORCA: Parlamentarismo y Constituciones en España, Ediciones Istmo, Madrid, 1998, pág.
67.
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No incluimos aquí a los Magistrados nombrados para ocupar destino en las Salas de lo Civil y Pe-
nal de los Tribunales Superiores de Justicia a propuesta de la Comunidad Autónoma respectiva a que se re-
fiere el artículo 330.3 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Entendemos que la figura, por anómala, y el
proceso de designación —puramente discrecional a propuesta de órgano político— merecen interesantísi-
mos análisis. Tal vez en otra ocasión.
9
Gregorio PECES-BARBA: «La ley ilustrada», en Diario ABC de 9.2.2001.
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Luis GARCÍA DE VALDEAVELLANO: Curso de Historia de las Instituciones españolas, Alianza Universi-
dad Textos, Madrid, 1992, págs. 555 y ss.
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Referencias históricas sobre la Carrera Judicial
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Código de las Siete Partidas. Partida II, Leyes XXII y XXIII.
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Si este intento organizativo se refiere a la corona de Castilla, no podemos ignorar, en la misma épo-
ca, instituciones de tanta importancia como el «Justicia» en Aragón, que tiene su origen en el siglo XII y
adquiere con claridad funciones judiciales en el reinado de Jaime I (1265), no sólo como intérprete de los
fueros, sino también como verdadero garante de su cumplimiento. Administraba justicia en nombre del Rey,
a quien le correspondía, y el cargo llegó a ser vitalicio y retribuido.
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13
Alfonso GARCÍA GALLO: Manual de Historia del Derecho Español, Madrid, 1977, Tomo I, pág. 802.
14
Francisco TOMÁS Y VALIENTE: Manual de Historia del Derecho Español, Tecnos, Madrid, 1992, pág.
247.
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Referencias históricas sobre la Carrera Judicial
15
Bartolomé CLAVERO: «Sevilla: Concejo y Audiencia: invitación a sus Ordenanzas de Justicia». Pre-
sentación a la edición facsímil de las Ordenanzas de la Real Audiencia de Sevilla, Ediciones Guadalquivir,
S.L., Sevilla, 1995, pág. 72.
16
Carmen LLORCA: Parlamentarismo y constituciones en España, Ediciones Istmo, Madrid, 1988, pág. 32.
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17
Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ: «Treinta de mayo de 1790. La Real Audiencia de Extremadura
(1790-1990)», en «Bicentenario de la Audiencia Territorial de Cáceres», Revista Poder Judicial, Número Es-
pecial XVI, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 1990, pág. 41.
18
También conocidos en algunos estudios con el nombre de Capitanes Generales. Cfr. Luis Manuel
GARCÍA MAÑA : De los corregidores a los gobernadores civiles de Orense. Secretaría General Técnica del Minis-
terio del Interior. Madrid, 1986.
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Referencias históricas sobre la Carrera Judicial
19
G a l o SÁNCHEZ: Curso de Historia del Derecho, E d i t o r i a l M i ñ ó n , Valladolid, 1980.
20
P a b l o FERNÁNDEZ ALBALADEJO: « L O S A u s t r i a s m a y o r e s » , e n Historia de España, P l a n e t a , B a r c e l o n a ,
1988. Tomo 5, pág. 100.
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21
Antonio AGÚNDEZ: Historia del Poder Judicial en España, Editora Nacional, Madrid, 1974,
pág.51.
22
Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ: «El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias», en Histo-
ria de España, dirigida por Miguel Artola. Alianza. Madrid, 1988.
22
Referencias históricas sobre la Carrera Judicial
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Manuel FERNÁNDEZ ÁLVAREZ: «El siglo XVI. Economía. Sociedad. Instituciones», en La Historia
de España, fundada por Ramón Mcncndcz Pidal, y dirigida por José María Jover Zamora. Espasa Calpc.
Madrid, 1989. Tomo XIX, pág. 153 y ss.
u
En un concepto patrimonial del poder político, las funciones o cargos del Estado eran vistos como
propiedad del Rey, que se desprendía del ejercicio privilegiado y personal de ciertos servicios públicos por
un precio. Esto era conocido como los «oficios enajenados», que perviven todavía con carácter de bienes
muebles en el art. 336 del Código Civil. En contra de una opinión generalizada, sostiene TOMÁS Y VALIEN-
TE que en España nunca se vendieron los cargos de ministro ni los oficios de justicia, considerando que la
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ambos puntos del espectro existe una zona intermedia donde se sitúan los
superiores oficiales de justicia, los oidores de Audiencias y Cnancillerías y los
licenciados.
En la tecnificación de estos puestos tiene una influencia decisiva el auge de
la Universidad. Cada vez era más frecuente que los nobles enviasen a algún
hijo a las facultades, donde se estudiaban leyes, como una nueva forma de
colocar a tales descendientes en los focos de poder por el camino de la tecno-
cracia, y, en términos de TOMÁS Y VALIENTE25 los tecnócratas del siglo XVII
eran, por excelencia, los juristas, cuyo destino superior y máxima aspiración
era llegar a ser Consejero de Castilla.
— El siglo XVIII
función judicial siempre quedó al margen de la venalidad. Francisco TOMÁS Y VALIENTE: «La España de
Felipe IV». Espasa Calpe. Madrid, 1982..Tomo XXV de La historia de España fundada por Ramón Menén-
dez Pidal, pág. 156.
25
Vid. Francisco TOMÁS Y VALIENTE (et alt.): La España de Felipe IV. Espasa Calpe. Madrid, 1982.
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Referencias históricas sobre la Carrera Judicial
Según el texto del Decreto, tan sólo encontramos una tímida referencia a
la capacidad, basándose en el mérito, insuficiente en cualquier caso para elu-
dir la plena reserva al poder real de la designación de los administradores de la
Justicia: «Han de cesar las prohibiciones de extranjería, porque mi real inten-
ción es que en mis Reinos las dignidades y honores se confieran recíproca-
mente a mis vasallos por el mérito, y no por el nacimiento de una u otra pro-
vincia de ellos».
En el escalón inferior se mantienen los corregimientos, clasificándose en
tiempos de Carlos III, por Real Decreto de 29 de marzo de 1783, en tres cate-
gorías: «de entrada, ascenso y término».
La segunda mitad del siglo viene marcada, como en tantos otros ámbitos,
por el espíritu general que trata de infundir en los asuntos públicos el reinado
de Carlos III. Amante y protector de las artes, trató de impulsar reformas ten-
dentes a la prosperidad de la agricultura, la industria y el comercio, y en algu-
na medida, a los pocos años de reinado se consigue tecnificar en cierto modo lo
que hoy podríamos denominar como «perfil» de la magistratura.
El presidente de un tribunal no sólo debía acreditar antigüedad y conoci-
mientos jurídicos, sino que también se consideraba conveniente que tuviese
dotes de mando. En cualquier caso, la fuente principal de extracción de Magis-
trados a lo largo del reinado de Carlos III se sitúa en los Colegios Mayores de
la época, radicados en las ciudades que servían a la vez de sede de las Univer-
sidades principales: Salamanca, Valladolid, Santiago de Compostela (Colegio
de Fonseca), Alcalá de Henares, Sevilla y Oviedo. Estos centros llegaron a eri-
girse en verdaderas plataformas para el acceso privilegiado a la judicatura, no
porque indiscutiblemente aportasen mayor ciencia a los mencionados colegia-
les, sino porque permitían establecer relaciones y conexiones verdaderamente
útiles en estos campos.
Sin embargo, como pone de manifiesto MOLAS RlBALTA26, a partir de 1766,
los criterios preferentes para el acceso a la magistratura cambiaron. Ya no eran los
colegiales mayores los preferidos, por el aval que suponía simplemente la proce-
dencia descrita, sino los abogados, primando de esta forma claramente la forma-
ción técnica en leyes. En la línea de la formación profundiza la «Instrucción
Reservada» que dicta en el año 1787 el Conde de Floridablanca, a la sazón
ministro de Gracia y Justicia. En ella se diseña ya un perfil de magistrado, insis-
tiendo en que la formación de los letrados debe ir más allá de la mera enseñanza
jurídica. Floridablanca llegaba más lejos: se enfrentaba a la aristocracia tradicio-
nal al proponer que en el nombramiento de presidentes de los consejos se tuvie-
se en cuenta sólo la edad y la experiencia de gobierno, pero no el nacimiento o
grandeza, ni la carrera militar «ni otra cualidad accidental de esa especie». Decía
el conde que debería reglamentarse el método de provisión de plazas togadas,
como se había hecho para corregimientos y alcaldías mayores en 1783 y 1788.
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Pcrc MOLAS RlBALTA: LOS magistrados de la Ilustración, Centro de Estudios Políticos y Constitucio-
nales, Madrid, 2000, pág. 71.
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Los primeros años de este siglo se vieron presididos por los convulsos
acontecimientos derivados de la invasión francesa, viéndose involucrada la
magistratura, especialmente al nivel de los miembros del Consejo de Castilla,
en el proceso de aceptación de la monarquía bonapartista. La reacción de la
sociedad española, revelándose contra esta invasión, parecía ser todo un sínto-
ma de la necesidad de inicio de un proceso de modernización socio-política
que también tendría que abordar la reforma de la Administración de Justicia.
Como hemos plasmado con anterioridad, la estructura y funcionamiento de la
justicia en España no sufría alteraciones transcendentes desde el siglo XVI, o,
cuando menos, no se había producido desde entonces un planteamiento con-
ceptual y político tan serio y con visión de Estado como -iba a producirse en el
nuevo siglo.
— La Constitución de 1812, como en tantos otros aspectos de la organiza-
ción política de España, habría de influir de forma transcendental en la orde-
nación reglada del Poder Judicial. Pese a la composición personal de las Cortes
constituyentes (un tercio eran eclesiásticos, y el espectro general se correspon-
día más con la designación del antiguo régimen que con un panorama liberal)
se aprueba desde el primer momento como principio fundamental sobre el
que iba a descansar el proceso «revolucionario» la soberanía nacional. En el
primer decreto aprobado por las Cortes, el mismo día de su primera reunión,
el 24 de septiembre de 1810, se acoge como principio de organización del
poder el de separación entre los órdenes legislativo, ejecutivo y judicial.
La Constitución dedica su Título V a los Tribunales y la Administración
de Justicia en lo civil y lo criminal. Lleva a cabo una regulación minuciosa del
ordenamiento judicial a lo largo de 66 artículos, entre cuyos contenidos cabe
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mejor que al que había sido nombrado presidente de aquella reunión. Nadie cree-
ría tampoco que se procesara a un hombre por callar, y sin embargo hízose tan gra-
ve cargo y túvose por tan imperdonable delito en el brigadier donjuán Moscoso, el
no haber despegado sus labios en tanto que otros oficiales tributaban elogios a la
Constitución, que se le consideró merecedor de la pena de muerte. Y tampoco cree-
ría nadie que fallado por un juez se pusiera en plena libertad a un procesado, dije-
ra el rey que no se conformaba con la sentencia y le condenara por sí mismo a seis
meses de reclusión como aconteció con el presbítero donjuán Antonio López (17 de
noviembre de 1814), que sufrió el encierro en el convento de carmelitas de Pastra-
na. De esas cosas inconcebibles hacían los tribunales y de estas cosas repugnantes y
casi increíbles hacía el mismo soberano»27.
El trienio constitucional que se extiende de 1820 a 1823 fue todo un espejis-
mo, sin que tampoco merezca mejor destino que el olvido el período posterior:
la restauración del absolutismo durante la llamada década ominosa, que nos lle-
va hasta el año 1833, en que, porfin,fallece Fernando VII, inaugurándose a par-
tir de entonces una época verdaderamente fructífera para la organización judi-
cial española, como veremos a lo largo de la Regencia de María Cristina.
Por Decreto de 24 de marzo de 1834 se suprimen los Consejos de Castilla
y de Indias, y en su lugar se instituye el Tribunal Supremo dé España e Indias.
El 26 de septiembre de 1835 se promulga un importante y extenso Decre-
to que contiene el «Reglamento para la administración de justicia en lo respec-
tivo a la jurisdicción ordinaria». Es un auténtico compendio de disposiciones
orgánicas y procesales, pudiendo calificarse en muchos de sus aspectos como
una auténtica declaración de principios hoy en día vigentes en nuestro Orde-
namiento.
1835 es un año de suma importancia por lo que a la formación de la Carre-
ra Judicial se refiere. Se produce la verdadera sustitución de los Corregidores,
generalizándose la imposición de los Jueces de primera instancia (atribuyén-
dose las funciones gubernativo-administrativas que aquéllos venían desempe-
ñando, a los alcaldes).
En esta línea hemos de dejar constancia expresa del Real Decreto dado en
El Pardo el 6 de octubre de 1835, mandando que para plazas de Jueces letrados y
Ministros togados no se propongan mas que sugetos que tengan las circunstancias
que se expresan. Mediante esta norma, se venían a sentar las cualidades reque-
ridas para obtener el nombramiento real como Juez , y a tal fin resultaba exigi-
ble, alternativamente:
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Transcripción del texto inserto en la Historia de España, José TERRERO, Editorial Sopeña, Barcelo-
na, 1972, pág. 423.
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Ramón PARADA VÁZQUEZ: «Carrera, neutralidad política y gobierno de los Jueces», Nueva Revista
de Política, Cultura y Arte, núm. 43. Febrero-Marzo 1996, págs. 31 y ss.
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Tímidos antecedentes de este órgano fueron la Junta Organizadora del Poder Judicial, creada en
1923, compuesta por miembros que designaban por elección los Jueces y Magistrados, con competencia en
materia de nombramientos salvo veto del gobierno; o bien el Consejo Judicial, creado por Ley de 20 de di-
ciembre de 1952, integrado por el Presidente y algunos Magistrados del Tribunal Supremo, y con faculta-
des de propuesta en terna para el cargo de Magistrado del Tribunal Supremo e informes de aptitud para as-
censos y traslados de funcionarios judiciales.
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XlOL: El Poder Judicial y su Consejo General en el Estado Social y Democrático de Derecho, op. cit.,
pág. 45.
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Tan sólo unos días antes del comienzo del siglo XXI en el terreno de la
selección de los miembros de la Carrera Judicial asistimos a una reforma de la
Ley Orgánica del Poder Judicial, que se instrumenta como Ley Orgánica
9/2000, de 22 de diciembre, sobre medidas urgentes para la agilización de la
Administración de Justicia.
Por cuanto respecta al tema objeto de estas páginas, se lleva a cabo median-
te esta ley la unificación del proceso selectivo de las Carreras Judicial y Fiscal
durante la fase de oposición. En realidad, esta modificación no puede enten-
derse como ciertamente innovadora, pues estuvo vigente durante muchos años
a raíz de la creación de la Escuela Judicial. Son consideraciones en torno a lo
que puede suponer de «pérdida» de competencias para el Consejo General del
Poder Judicial lo que motiva los más interesantes comentarios.
Y para ello podemos partir, por ejemplo, de lo que el propio Consejo sos-
tuvo en la Exposición de Motivos del Reglamento 2/1995, de 7 de junio, por el
que se establece el marco normativo de la Escuela Judicial. Allí se recordaba la
firme posición del Consejo desde la entrada en vigor de la Ley Orgánica
6/1985, planteando la «necesidad de asumir definitivamente, y en su integri-
dad, la selección y formación de Jueces y Magistrados, y no únicamente las
competencias en materia de formación continuada, que ya venía desempe-
ñando, en cuanto ambas materias han sido concebidas siempre como partes de
un único proceso». Esto es, se pretendió durante mucho tiempo ostentar la
competencia exclusiva en la materia. Con la reforma indicada, tal vez no poda-
mos hablar completamente de tal exclusividad.
Hemos de dejar constancia, como elemento desencadenante de la reforma
reseñada, que la práctica identidad de los programas de las oposiciones de
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V CONSIDERACIÓN FINAL
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VI. BIBLIOGRAFÍA
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