Miradas Calmels

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Miradas – Daniel Calmels

«Sólo la mirada de otro puede darme el sentimiento de formar una totalidad.» Tzevetan
Todorov[1]

Mirar y ver son dos términos que designan fenómenos diferentes.[2] Dice Roque Barcia que«Ver
está en relación con los sentidos; mirar se re ere a las ideas, a la imaginación, a los sentimientos.
La vista representa un atributo y una función; la mirada es más bien una revelación del espíritu».
[3]Seguramente Fernando Pessoa se re ere a esto cuando escribe: «Pero mi alma está con lo que
veo menos». (“Oda marítima”)

Paúl Laurent Assoun reconoce dos sentidos del término mirar, por un lado«…la mirada es la
acción de dirigir los ojos hacia algo o alguien…». Sin embargo, agrega, «la mirada también es
otra cosa. Vale decir, la expresión de los ojos, la manera de mirar y con ello de contemplar el
mundo. Del mismo modo, no es únicamente percibir, sino ‘prestar atención’, ‘considerar’».[4]

Las diversas prácticas requerirán del predominio de la visión o de la mirada, según cuál sea la
especi cidad de las mismas. El objeto a tratar requiere del uso hegemónico de una por sobre otra.
En el caso de la clínica orgánica, y especí camente durante el diagnóstico, el médico debe
limitar la subjetividad de su mirada, pero también puede permitirse mirar, poner en forma
instrumental su capacidad de empatía y continencia.

Un oftalmólogo sentado frente a su paciente, cara a cara, para inspeccionar el ojo enfermo no
debe contactarse con la mirada. La mirada se interpone a la visión, está ahí, entre la visión y la
ceguera. Si el “médico de ojos” no evita la mirada, no podrá llegar al fondo del ojo. Dispuesto a
ver, la maquinaria que intercede tras los aumentos del cristal, le permite llegar a las
profundidades del organismo.

La mirada es productora de imágenes, la visión es producto de percepciones. «Ver es tener a


distancia», dice M. Ponty; mirar es deshacerse del espacio que nos separa, anular las distancias.
La visión discrimina, la mirada incrimina. En la visión predomina lo objetivo, en la mirada lo
subjetivo.

La mirada es un puente entre la visión y la ceguera, quien mira se apoya en lo mirado.

La intensidad de la mirada que sostiene la madre con su hijo de brazos, nos motiva a re exionar
acerca del valor que tiene en la constitución del cuerpo y de la gestualidad.

Mirar es una forma de corporizar los ojos del niño. El encuentro ojo-ojo, la jación de la mirada,
es una experiencia gestante del cuerpo en unidad.

E. Pichon-Rivière, re riéndose a J. P. Sartre, dice que éste «incluye la presencia del prójimo, su
mirada, como un factor que lo constituye. El cuerpo “es bajo la mirada del otro”».[5]

Si bien frente al niño recién nacido algunos adultos primero intentan ver, visión que inspecciona
los órganos, inventario de dedos, registro de la coloración de los ojos, y otros detalles,
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inmediatamente después esta acción de reconocimiento visual, de con rmación o no de las
sospechas que se tenían acerca del niño por nacer, se va a transformar en una mirada más
generalizada.

La madre no ve al hijo, lo mira. Esta mirada le con rma que su hijo es el más lindo del mundo.
La mirada amorosa no ve, está entre la visión y la ceguera. Esta carga de subjetividad que
diferencia la mirada de la visión, la ubica en una producción humana difícil de reemplazar. La
mirada, más que una propiedad de la vida orgánica, es una construcción corporal.

Debemos diferenciar, entonces, las problemáticas de la infancia que comprometen la capacidad


de ver o la de mirar.

***

Escribe Macedonio Fernández: “Ojos que se abren como las mañanas y que cerrándose dejan
caer la tarde” (fragmento de “Suave Encantamiento”) Aquí la presencia espacial del ojo abierto
marca la temporalidad del ciclo diario, en el cual el sol hace su aparición y se declina en el
horizonte.

Cuando los ojos se cierran el entorno desaparece, por lo menos visualmente, aunque su
experiencia de ver y de mirar no se pierde sino que sigue actuando como apoyo mnémico de los
otros sensorios. Si vendáramos nuestros ojos impidiendo la visión, igualmente se moverían
buscando la localización de un sonido, o aportaría información experiencial, recomponiendo
datos que registra el tacto. Los sensorios actúan en conjunto, para Michel Chion «la mayoría de
nuestras experiencias sensoriales son así madejas de sensaciones aglomeradas.»[6]

Agrega, «El ojo, por ejemplo, aporta informaciones y sensaciones de las cuales sólo algunas
pueden considerarse como propia e irreductiblemente visuales (por ejemplo, el color), no siendo
las demás sino transensoriales.»

Es posible utilizar un sensorio por vez, la respuesta es negativa, porque aunque lo utilice estaré
activando la memoria de los demás sensorios. Si huelo un aroma no puedo despegarme de la
comida que lo engendra, si percibo el olor de un perfume buscaré de inmediato un cuerpo que lo
porte, sea el de una or o de una mujer.

Y que sucede al nacer, ¿el niño pequeño puede usar sus sentidos en forma independiente?, dice
Paul Schilder al respecto “… no debemos olvidar que toda sensación es, generalmente,
sinestésica. Esto signi ca que no existe ningún aislamiento primario entre los distintos sentidos.
El aislamiento es secundario”[7].

***

Mirar me con ere un lugar desde el cual percibo y me introduce en la temporalidad, no sólo
porque los párpados, como péndulos de un reloj, durante un tercio de segundo cubren los ojos en
forma reiterada, sino porque mirar ocurre en un tiempo subjetivado y subjetivante. A su vez, en
la medida en que miro puedo llegar a ser mirado. Sartre dice que «La mirada del otro me con ere
la espacialidad. Percibirse como mirado es descubrirse como espacializante – espacializado. Pero
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la mirada del otro no es solamente percibido como espacializante: es también temporalizante».
[8]

***

Diversos juegos corporales ponen en construcción la espacialidad y la temporalidad del cuerpo.


La discontinuidad, la interrupción de la mirada entre el adulto y el niño, constituye una
temporalidad que en el juego de la sabanita o el cuco se espacializa en este “hueco” que la tela
arma sobre los ojos del niño.

***

Mirarse a los ojos puede ser el comienzo de todo. De una pelea, de un amor, de una amistad, de
una despedida, de un juego. Gran parte de los acuerdos se basa en la mirada.

***

La mirada es un gesto, el mayor de los gestos. La mirada palpa, empuja, detiene, sostiene,
traspasa. Mirar es poner el cuerpo.

***

La diferencia entre espiar y observar reside en que el primero mira por el agujero de una
cerradura y el segundo abre la puerta.

Al espiar, el otro no sabe que lo ven; al observar, el otro tiene conciencia del hecho. Al espiar se
disimula, se retacea la mirada franca, directa, plena.[9]

Mis ojos pueden mirar porque son mirados, la mirada del otro cuali ca mi gesto de mirar.

El destino de la mirada se trama en los lazos sutiles del objeto mirado.

***

La mirada nace del misterio, de lo que se resiste a la fácil percepción. Mirar es una búsqueda,
una exploración, tarea que comienza en épocas tempranas, siempre y cuando haya un otro que
cumple la función corporizante. En el caso de abandono o de descuido, la mirada no se aprende,
se estanca perturbada, pues si no hay una mirada fundadora de los ojos que miran, éstos,
deslumbrados, desfallecen de luminosidad.

***

Los que trabajamos con niños que tienen discapacidades debemos aprender a mirar de forma
plena, porque nos han enseñado a ver la falta de reojo, a espiar en vez de observar o mirar. Fingir
no ver es la peor de las miradas, porque invade sin tener presencia.

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Lo estimulante es alguien ofrecido a ser mirado, alguien que mira pleno, alguien que resigna en
la visión la focalización en la falta, para mirar lo que sin faltar está.[10]

***

[1] Todorov Tzevetan, op. cit.

[2] Lo que aquí de nimos como ver es posible que en otros marcos conceptuales se identi que
como mirar, no se trata del término en sí, sino del fenómeno que se quiere designar con él.

[3] Barcia Roque, Sinónimos Castellanos, Buenos Aires, El Ateneo, 1941.

[4] Laurent Assoun Paúl, Lecciones psicoanalíticas sobre la mirada y la voz, Buenos Aires,
Nueva Visión, 1997.

[5] Pichon-Rivière Enrique – Pampliega de Quiroga Ana, Psicología de la vida cotidiana, Buenos
Aires, Galerna, 1970.

[6] Chion Michel, La audiovisión. Introducción a un análisis conjunto de la imagen y el sonido,


Barcelona, Paidós, 1998.

[7] Schilder Paul. Imagen y apariencia del cuerpo humano. Buenos Aires. Paidós. 1977.

[8] Sartre Jean P., El Ser y la Nada, Buenos Aires, Ibero Americana, 1949, vol. II.

[9] Calmels Daniel, Mosaicos de la observación, paper inédito, 1993.

[10] Calmels Daniel, Cuerpo y saber, Buenos Aires, Novedades Educativas, 2001.

Autor: Lic. Daniel Calmels


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