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EL RELOJERO MÁGICO (Cuento)

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EL RELOJERO MÁGICO (CUENTO)

I
EL ENCUENTRO

Era una tarde nublada. Juan Hamelin avanzó despacio por el pasillo del hospital.
Las enfermeras lo saludaban con respeto pero con cierto temor. Es que era un
doctor muy serio, siempre con una mueca de amargura en su cara, siempre
sombrío, siempre triste, a pesar de que todo el mundo hubiera dicho que lo tenía
todo para ser feliz, o casi todo. Era aún joven, de unos 38 años, de buena
presencia, e indiscutiblemente un gran profesional. Como médico residente del
Hospital Público Ecológico, atendía los casos de emergencia. No tenía esposa, ni
hijos, ni se le conocía vida social. En resumidas cuentas, era un hombre lúgubre y
gris.

Aquel día sonó el altavoz: “Doctor Hamelin, a emergencia. Doctor Hamelin a


emergencia.” Hamelin se dirigió enseguida hacia allá y se encontró con la
emergencia. Se trataba de un viejo con el pelo semiblanco y desgreñado, que
estaba sentado en una silla de ruedas. Su cuerpo retaco estaba envuelto en un
raído abrigo café. Al acercarse, el viejo le clavó los ojos, y Hamelin se frenó ante
su mirada, extraordinariamente aguda y penetrante. Los ojillos inteligentes del
viejo lo miraron de pies a cabeza, mientras decía en forma burlona: - “¿Me va a
revisar el pie, doctor?”. Hamelin salió de su shock y se arrodilló junto a él,
diciéndole: -“Por supuesto. ¿Qué le ocurrió?” -“Pues que venía saltando y bailando
por la calle, tarareando una canción, cuando al simpático alcalde de esta ciudad
se le ocurrió atravesarme una alcantarilla sin tapa. Mi pie derecho se metió ahí y
creo que lo tengo roto.” Hamelin tanteó hábilmente el pie derecho del viejo,
sacándolo de su gastada chancleta. Hamelin se paró y ordenó a una enfermera -
“Por favor, radiografía.” -Pero el viejo exclamó: “¡No!”- y agregó: -“No tengo como
pagarla.” Los ojos del viejo escudriñaban a Hamelin estudiando su reacción. Juan
Hamelin sintió compasión por aquel esperpento. Su infelicidad interior no le
impedía sentir compasión, a veces, también por los demás. - “Yo la pago, no se
preocupe. Y el yeso también”- dijo Hamelin. El viejo sonrió de oreja a oreja, con
evidente alegría, y le contestó: “Con una condición, doctor.” “¿Cuál? -le preguntó
Hamelin, extrañado, con el ceño fruncido. -“Que después de que me enyesen el
pie, Ud. se reúna conmigo, porque tengo que darle algo”. -“Como quiera”- contestó
secamente Hamelin. Mientras la enfermera se llevaba al viejo en la silla de ruedas,
Hamelin observó cómo éste se descolgaba por un costado de la silla para mirarlo
fijamente mientras se alejaba, con una sonrisa intrigante en los labios.

II
EL REGRESO AL PASADO

Hamelin cerró la puerta tras de sí y exclamó, dirigiéndose al pequeño ser humano


que estaba dentro de la habitación, recostado en la cama con una pierna
enyesada: -“¿Quería verme?” El viejo, con ojos brillantes y pícaros, le respondió:
“¡Sí!”- y continuó -“Como no hay mucho tiempo, voy directo al grano. ¡Por tu buena
acción conmigo te has hecho merecedor de la ayuda de Ozzo!” Y sin dar tiempo a
nada, el viejo realizó un movimiento con su mano y ante los ojos atónitos de
Hamelin, el mundo real de su entorno desapareció y se encontró dentro de una
escena surrealista. El viejo ya no era tan viejo, se veía alto, fuerte e imponente, de
pie en el centro de la habitación, vestido con una túnica gris adornada con
estrellitas, y con su cabello blanco y largo flotando al viento que soplaba en un
campo verde sin límites, mientras rayos luminosos, pero silenciosos, caían por
doquier. Su voz también era diferente, tenía autoridad. Dijo: “Soy Ozzo, el Relojero
Mágico, y se me ha dado el poder de retroceder el tiempo para que las personas
cambien las malas decisiones de sus vidas. Cuando te vi, me di cuenta que eras
un ser oscuro y amargado, y que en tu pasado había algo que te torturaba. Ha
llegado la hora de cambiarlo.”

El mago abrió su mano y en ella le mostró un reloj redondo, antiguo, con


manecillas doradas, del cuál salían destellos misteriosos hacia Hamelin. El doctor
parecía en shock: ¿
̋ Qué clase de brujo eres?”- le dijo. Ozzo replicó: “Solo soy tu
oportunidad de arreglar algo que hiciste mal en tu vida. Tómala o déjala, porque
no se te volverá a presentar jamás.” Hamelin se sintió furioso al darse cuenta de
que el brujo había leído su alma. El sinsentido de su vida había empezado veinte
años antes, cuando tenía dieciocho. Tomó entonces una decisión a la velocidad
del rayo. -“Está bien. Acepto.” -“¿A qué momento de tu vida quieres regresar?”- le
preguntó el Relojero. -“Al 18 de marzo del 2030, a las 8 de la mañana.”- respondió
Hamelin, que sabía muy bien el día, la hora y el minuto en que su vida se había
echado a perder. El Relojero Mágico sonrió y con la mano izquierda elevó el reloj,
mientras que con la derecha, sin dejar de mirar y sonreír a Hamelin, daba vuelta
rápidamente a las manecillas.

Hamelin sintió que flotaba sin moverse de su sitio, y vio cómo lo envolvía una
espesa niebla que pronto empezó a disiparse. Al aclararse el ambiente, se
encontró en el preciso instante en que, teniendo dieciocho años, se había
presentado ante el Secretario de Trabajo del Gobierno Sostenible Mundial de su
ciudad. Todo era idéntico como lo recordaba. Un retrato de Klaus Schwab, el
Presidente del Mundo Entero, colgaba detrás del Secretario, y todos los muebles
de la oficina, incluyendo el color de las paredes, eran grises. Schwab había
llenado el mundo con su lema “No tendrás nada y serás feliz”; su “Agenda 2030”
se había cumplido en su totalidad, y la Tierra se había convertido en un planeta de
seres sin libertad y sin derechos, totalmente controlados por el Gobierno, cuya
única religión era la adoración de la naturaleza. El Secretario, un hombre
amarillento de pelo engominado, miró despectivamente al joven Juan Hamelin,
recién graduado del colegio, al ver que tenía una guitarra en la mano. -“Usted ha
sido elegido para trabajar como doctor en la Zona A, tiene que estudiar medicina”-
declaró. La zona A era la «ciudad de 15 minutos» donde vivía, el pequeño espacio
de la ciudad en que podía moverse libremente a pie, sin requerir permiso. Hamelin
trató de guardar la calma y habló pausadamente. -“Quiero ser músico. Toco
guitarra, piano, violín, acordeón y flauta. Compongo canciones y canto. Amo la
música.” -“No es posible, señor Hamelin. En nuestro mundo sostenible, todos
deben cumplir la función que requiere el estado. Ud. deberá ser médico, de lo
contrario, quedará excluido del Sistema Sostenible, y no tendrá trabajo ni acceso a
salud, casa y alimentación estatal. Será un mendigo de la calle.” Hamelin recordó
el horror que aquellas palabras le habían producido veinte años antes, pero ahora
ya sabía lo que tenía que hacer. Sonrió y le respondió al Secretario, con decisión:
-“Seré músico. No me importa lo que quiera el Gobierno. Solo tengo una vida y
prefiero la libertad de hacer lo que me gusta aunque no tenga nada, a la esclavitud
de hacer algo que detesto con tal de vivir con comodidades. Su famoso lema “No
tendrás nada y serás feliz” es una reverenda mentira, porque no tenemos nada, ya
que todo pertenece al Gobierno, que nos lo da todo, pero somos muy infelices. Si
sigo mi vocación musical tampoco tendré nada, pero lo tendré todo, porque seré
libre y feliz, haciendo lo que quiero.” Y dando media vuelta, Juan Hamelin salió
con su guitarra al hombro, a vivir su vida.

III
EL REENCUENTRO

Aquel día, el caminito de tierra que corría paralelo al riachuelo, estaba iluminado
por el sol que pasaba a través de las copas frondosas de los árboles que se
inclinaban hacia la orilla, cubriéndolo como un techo. Había sonidos de aves, de
animalitos, y de la corriente que chocaba contra las piedras que emergían del
agua. El aire estaba lleno de una alegría especial. Juan Hamelin, de treinta y ocho
años, venía cantando y tocando su guitarra por el sendero; su voz era vibrante y la
canción melodiosa. Desde hace veinte años vivía en lo que el Gobierno Sostenible
llamaba “los extramuros de la civilización”. Allí vivían todos los rebeldes que no
habían querido someterse a su tiranía. No tenían casas al estilo citadino, sino que
vivían al aire libre, en chozas muy rústicas, o en cuevas de las montañas, junto a
sus sembríos. Tampoco tenían agua potable, alcantarillado, canalización, o luz
eléctrica. Ni supermercados, centros comerciales, hospitales ni escuelas. Pero
eran gente feliz.
De repente, al fondo del camino, apareció una pequeña figura que crecía a medida
que se acercaba. Cuando estaba a unos diez metros de distancia, a Hamelin le
pareció familiar. Se parecía al Relojero Mágico, con quien se había encontrado en
el presente de hace veinte años, que era el mismo presente de ahora. “¡Hamelin!”-
lo saludó. Era él. “¡Ozzo!”- lo saludó a su vez Hamelin. “¿Te gustó el cambio?”- le
preguntó Ozzo sonriendo. “No sabes cuánto” - contestó Hamelin, y continuó - “He
querido todo el tiempo volverte a ver para darte las gracias. ¡Gracias, Ozzo!” Y
añadió: -“Ven, te invito a mi choza, para que cenemos juntos. Te presentaré a mi
esposa y mis hijos, que son tan libres y felices como yo.” Al Relojero Mágico le
brillaron los ojos, y con su típica pícara sonrisa le dijo: “¡Andando!”

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