La Doble Jornada
La Doble Jornada
La Doble Jornada
Cada cuatro horas, ponía un nombre ficticio en la lista de citas y me quedaba con
él a solas para darle de mamar. La presencia del bebé era una especie de prueba
de Rorschach para las personas que entraban en mi despacho. A los hombres
mayores, las mujeres y algunos hombres jóvenes parecían gustarles que estuviera
allí. En el despacho de al lado estaba un distinguido profesor emérito de 64 años;
nuestra broma era que, cada vez que oía llorar a mi hijo, se asomaba y meneaba
la cabeza: «Has vuelto a pegar al bebé, ¿eh?». Los representantes de libros de
texto, con sus maletines y sus trajes de rayas, solían quedarse pasmados ante los
nada profesionales gorgoteos (y en ocasiones los nada profesionales olores) que
emanaban de la caja.
—Es la primera vez que traigo al niño todo el día –recuerdo que dije–, es un
experimento.
—Yo tengo dos hijos –contestó–. Pero viven en Suecia. Estamos divorciados y
los echo muchísimo de menos.
No dijo nada más sobre lo que, para mí, había sido un episodio totalmente
traumático. Para mi asombro, seguía siendo la profesora Hochschild. Y él seguía
siendo John. El poder continuaba siendo algo, a pesar de todo.
Las mujeres se han incorporado cada vez más a la fuerza laboral, pero pocas
consiguen llegar a los puestos más altos. Y no porque se retraigan ellas solas en
una especie de «autodiscriminación». Ni porque nos falten «modelos». Tampoco
porque las empresas y otras instituciones las discriminen. No, es el sistema
profesional el que inhibe a las mujeres y no mediante una desobediencia
malévola a las normas apropiadas, sino con unas normas diseñadas a la medida
de la mitad masculina de la población para empezar. Un motivo por el que la
mitad de los abogados, médicos y empresarios no son mujeres es que los
hombres no asumen por igual la crianza de los hijos ni el cuidado del hogar. Los
hombres piensan y sienten dentro de unas estructuras profesionales que cuentan
con que ellos no realizan esas tareas. Las largas horas que dedican al trabajo y a
recuperarse del trabajo son muchas veces horas de no contar cuentos, no tirar
pelotas, no abrazar a los niños.
Las mujeres que hacen una primera jornada en el trabajo y toda una segunda
jornada en casa no pueden competir en las mismas condiciones que los hombres.
Los años que van desde finales de la veintena hasta la mitad de la treintena, los
centrales para tener hijos son también los de mayor exigencia profesional. Al ver
que las reglas del juego están pensadas para gente sin familia, algunas mujeres se
desaniman. Por consiguiente, examinar el sistema de trabajo es examinar la mitad
del problema. La otra mitad es lo que sucede en casa. Si no hay ninguna madre
con la cesta de pícnic, ¿quién ocupa su lugar?