Fiesta Invisible

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Fiesta Invisible

-No niña, vos ya dialtiro le hacés como negra. Es así, como balanceándose, moviéndolo suavemente, pero
vos le hacés ese quiebre que aventás el nalgón con fuerza.

-A ver, probemos otra vez.

-Ahora sí, así sí, y ya con tacón alto se va a ver mejor el andadito. Sacando el busto y con el meneadito, ya
vas a ver.

-Ensayalo bastante que ese es el andar que te luce. Otra cosa, de ahora en adelante nada de Juana
Pocasangre. Suena como si tuvieras leucemia o paludismo, niña, y donde vas a trabajar es un lugar distinguido,
por eso te he escogido como nombre Jenny, y en vez de ese apellido horrible te ponés el de tu mamá, Valle, que
suena hasta folclórico, poético y si le agregamos Del hasta parecés hija de diplomático. Fíjate como suena de
distinto Jenny del Valle a Juana Pocasangre, buah, ¿te das cuenta?

-Pero fíjate Jackie que mi papá...

-Ah no, no me vengás con melindres que me he pasado una semana buscándote un nombre bonito. Tu
porvenir está en juego niña, si me has pedido consejo me vas a obedecer, vas a dar los mismos pasos que yo di
para salir de ese barrio horrible y mirame ahora, casa propia, carro, gerente de empresa, mi hija en el
Guadalupano, conozco México, San Andrés, en fin, pero eso sí, te vas a olvidar de los amigos del barrio, son
muy plebes, muy vulgares y de las amigas bien de lejitos, ¿oiste?

Jenny se presentó a su trabajo con un vestidito nuevo, discreto, el cabello recortado y con peinado sencillo.
Su nombramiento era de secretaria del gerente y propietario, quien no se presentó en toda la mañana. Sin
embargo, Jenny acomodó los papeles, ordenó la correspondencia, limpió la máquina eléctrica, revisó la cafetera,
buscó nuevas cortinas, cambió las que estaban y colocó las rosas en el florerito de su pequeño escritorio. Anotó
las llamadas telefónicas en el libro de agenda y revisó las citas de su jefe durante la semana.

Por la tarde llamó Jackie y giró algunas nuevas y discretas indicaciones.

Jenny no pudo dormir por segunda noche consecutiva. Vueltas y vueltas en la cama recordando las
instrucciones que a veces le parecían exageradas, pero dispuesta a seguirlas con tal de salir de ese barrio
inmundo.

Las frases de su madre, persistentes, impactantes "porque las mujeres pobres sólo tenemos esta babosada de
tesoro y tenemos que cuidarla" y Jackie insistiendo en que tenés un lindo cuerpo niña, una carita agradable y un
busto bonito, sin mucho manoseo.

-¡Eh! Nada de manoseo, ¡vos si que fregaste!


-Vaya pues, por eso no se lo vas a dar a cualquier pela- gatos. Cuando lo dés vas a ser para quedar
afianzada, con alguien que valga la pena, que responda del hijo que te vas a dejar pegar, porque eso es parte del
asunto. Esa telita puta hay que hacerla pagar caro, hoy en día no es fácil conseguir un virgo y toda la noche
vueltas y vueltas en la cama que al siguiente día tuvo que ponerse bastante sombra en los ojos para que no se le
vieran bolsudos.

Se levantó medio amodorrada, entró al baño y se dio una ducha. Echó una revisada a su cosita, se la secó
meticulosamente con la hilasal roja y la dejó bien entalcada. Se puso el brasier calado que le recomendó Jackie,
buscó el lápiz labial

Rosa Divina, descartó el Moka y Café Expreso y se lo pasó por el labio inferior. Le pegó el labio de arriba
sumiendo la trompita, la puso normal, se vio en el espejo, sumió otra vez la trompoita, la puso normal, sacó la
trompita, se pasó el lápiz de brillo y repitió la operación. Buscó la sombra Maybelline (regalo de Jackie) y llevó
la brochita con pintura azul ceniza varias veces por los párpados. Oyó cuando su mamá le gritó que yastá
servido el café Juana y se sintió incómoda. El- Juana le sonó burdo, ordinario. Parecía que Jackelyn tenía razón.
Peló los dientes por última vez y salió.

El jefe era alto, quizá demasiado para ella, pensó, pelo casi rubio que le cubría las orejas, anillo de
profesional con piedra roja en el cuarto dedo de la mano izquierda y otro pequeñito, como de matrimonio, en el
chiquito de la derecha, manos huesudas y dedos largos, uñas con brillo, camisa es- port Christian Dior y oloroso
a Paco Rabanne. Jenny lamentó no haber podido comprar aún su Chanel number fai.

Las semanas comenzaron a transcurrir demasiado aprisa sin que se vislumbrara para nada el corrientazo. El
hombre era amable, distinguido, refinado, aunque a veces le parecía exagerado en sus modales, pero era la
primera vez que ella trataba con gente de esa clase.

Cuando hablaba con Jackie terminaba diciendo: Perate niña, tené paciencia.

Jenny se llevaba muy bien con los empleados. Era amable, servicial, atenta y había introducido la
costumbre de servirles una tacita de café que ella misma preparaba. No le caia bien el encargado de las
grabaciones. Tenía la impresión que era afeminado, eso decían los otros, y lo notaba muy no sé qué.

Por fin comenzó a ver la luz cuando el jefe le pidió que se quedara después de la hora de salida para unas
grabaciones que pensaba hacer y luego pasar a máquina. Se alegró cuando supo que ella misma iba a grabar y
quedarían solamente los dos en aquel enorme edificio. Después la invitaré a cenar Jenny, había dicho el jefe.

Ella escogió filet mignon como le había dicho Jackie. Fijate bien, le dijo, si el restaurant es de carne pedi
filet mignon, si es de mariscos, camarones empanizados niña, no te tirés de una vez por la langosta, no vayan a
creer que sos aprovechada. Los camarones al ajillo son deli niña, pero dejan mucho olor y no vaya a ser que no
le guste. Si es español pedí paella, no vayás a pedir tripas que allí las llaman cayos a la madrileña; si es italiano,
lasagna o ravioli, que los espagueti tienen maña para comerse, no vayás a hacer el ridículo. Apunta niña,
después se te va a olvidar. El pidió un chateubriand después de haber tomado dos whiskys dobles. Ella tomó un
daiquiri.

Esa noche tampoco pudo dormir pero por otras razones. Se acostó con una sonrisa de oreja a oreja y
comenzó a soñar. A soñar con su jefe que la apretaba mientras bailaban en el Cocodrilo de Oro y se le pegaba
demasiado, pensaba, pero así era decía Jackie y los cocteles la atarantaban mientras él acercaba su boca y le
robaba un beso y ella con la suya cerrada como había dicho la Jackelyn -al princípio no la abrás- pero después
de los besitos en la nuca y las apretadas de mano en el rincón más oscuro y las rodillas juntitas debajo de la
mesa y las bailadas con los brazos enroscados en el cuello mientras él la afianzaba de la cintura, en la curbita
donde terminan las nalgas y bien pegaditos, rozando cosa con cosa, entonces abría la boca y las lenguas se
entrelanzaban en el idioma universal que franquea los cinturones de castidad con la llave mágica del amor y
luego pensando si ese era el momento por- que ya estaban en el apartamento de soltero, lindo, discreto,
amueblado con gusto, exquisito, alfombrado de azul celeste, paredes tapizadas con papel de un verde tenue con
figuras de artistas semi desnudas al fondo, el bar en un rincón alumbra- do por luz indirecta, el aparato de
sonido ligeramente alejado de la pequeña pista y todo a prueba de ruidos como el salón de grabaciones de la
oficina y el televisor a colores despreciado por allá y aquellos grandes sillones de cuero café claro en donde se
sentaba y se hundía como en una nube, mientras él con su trago en la mano, le ofrecía con la otra la cereza que
había extraído de la copa coctelera y se la brindaba en su boca, sentado en la alfombra a su lado para recostar la
cabeza en los muslos que ya no parecían ofrecer mucha resistencia, mientras ella descendía su cabeza buscando
ansiosa los labios ardientes para sumergirse en un prolongado sueño oscular, descalzándose después para bailar
al compás de Marco Antonio o Roberto Ledesma y otra vez pegados hasta fundirse, pase cuenta cómo está de
mojadita y quiere resistirse y siente que no puede, que las fuerzas la abandonan y la mano cálida que va
subiendo de la rodilla y se detiene a medio camino mientras trata con la otra de soltar los sostenes que caen
como mariposas vencidas sobre el sillón y alcanza a ver la mano huesuda, delgada, con los dedos largos llenos
de joyas y la siente fría, porque le desagrada lo filudo de los dedos y se despierta sudorosa para caer en otro
sueño que termina precisa- mente cuando vuelve a ver la mano sin músculos, con los de- dos gigantes, para
pensar que no le gustan las manos del jefe, pero como dice la Jackie no todo te va a gustar al principio, pero
sobre mi cosita no, piensa y se despierta.

Todo siguió normal hasta que dos meses después hubo necesidad de nuevas grabaciones y volvieron a
quedar solos. Mientras trabajaban ella se le acercaba más de la cuenta y le aproximaba su orejita con Chanel
number fai que habia comprado de su primer sueldo.

Recordaba no haber descuidado tampoco a los amigos del jefe que llegaban a la gerencia, sirviéndoles
cafecito, atendiéndolos y moviéndoles el culito así, como decía la Jackelyn. Esa noche que habían trabajado
exageradamente la llevó al restaurant más distinguido. Jenny tomó un martini que lo repitió y sintió que le
calentó el estómago más de la cuenta. El, impávido, tomó sus dos whiskys. Después de un cognac para él y una
crema de menta para ella, Jenny insinuó ir a bailar, pero él le propuso ir a oír a los serenateros de la Praviana
dentro del carro. Le cantaron de los Panchos y los Diamantes. Jenny, sin percibir aún el corrientazo, se sintió
halagada. Cuando se despidieron, el jefe retuvo su mano durante varios minutos.

Debe ser tímido, pensó. Consultaremos con la Jackelyn.

Tres semanas después se presentaría una sorpresa, pero esa noche fue de desvelo y sueños agradables,
porque mientras los serenateros de la Praviana cantaban mi Magdalena, ella, arrecostada sobre el asiento,
pegándose bastante al jefe para escuchar mejor, oyó asombrada cuando el hombre- les dijo que en vez de mi
Magdalena dijeran "mi linda Jenny" y entonces se le acercó más y él con la mano derecha le tomó mientras ella
pasaba su brazo izquierdo debajo de la nuca y prácticamente le encaramaba la chichita izquierda sobre el
hombro. Más adelante, en otra fantasía, se veía ya en su carro, levemente incomodada por el embarazo, oyendo
precisamente a Roberto Carlos, dándose aire por la ventanilla lateral, viendo pasar los árboles y comparándolos
con los del arriate de su casa en la colonia La Sultana de esas que hace el gobierno no, le había dicho, porque
las vecinas piensan que una es querida de algún chafarote- hasta que recordó que ese día le tocaba cita con su
médico en el Centro Ginecológico, pero a saber si me va a recibir, porque ahora el doctor es ministro, aunque
conmigo es tan primoroso desde que supo que estaba esperando del fulano, que tiene acciones en el hospital,
cuando sintió las pataditas del bebé y solamente deseó que no le fuera a salir con las manos huesudas.

Quince días después el jefe le propuso que lo acompañara a una fiesta, incluso ganando horas extra, dijo, y
se puso a sonreír.

-Hoy creo que si -dijo Jenny a Jackie. Vamos a una fiesta privada.

Y fueron. Montaron en el baúl el mejor equipo de grabación y un centenar de casetes de música romántica.
Jenny había aprendido a perfección el manejo de la grabadora y su jefe lo sabía.

Llegaron a la casa, apartada del centro de la ciudad, quinta residencial en las afueras, rodeada de árboles
inmensos y de jardines primorosamente cuidados con fuentes cantarinas.

La servidumbre esperaba al patrón en la puerta. Los invitados aún no habían comenzado a aparecer.

Le ofrecieron de tomar whisky, algún cóctel, refresco, cocacola, pepsi, en fin lo que quisiera. Jenny
agradeció con su manera cordial y esperó. Todo parecía listo. Ella estaba con su mejor vestido-recomendación
de Jackie- llevaba tacones diez centímetros para parecer más alta, gotas de Chanel en el pañuelo y en las
orejitas, un kotex para despistar a su mamá, por si las moscas, y como si fuera poco -¡ay qué suerte niña! ese día
coincidia con el catorceavo de la regla: la ovulación.
El jefe ordenó que colocaran los aparatos de sonido. Era un cuarto enorme, apartado del resto de la casa,
alto, sin ven- tanas, con aire acondicionado. Un sillón agradablemente acolchonado, el teléfono y una cama,
completaban el mobiliario. Las conexiones de los parlantes estaban empotradas en la pared. Los parlantes daban
a otro salón, que es donde se bailaria, imposible de ver desde el cuarto de música. Jenny colocó los casetes
sobre la mesa en el orden de una lista que ella misma había mecanografiado. Probó los mecanismos y comprobó
que todo funcionaba a perfección. Quiso salir a esperar a los otros invitados, pero la puerta estaba enllavada por
fuera.

Esperó, pero no por mucho tiempo. El mismo empleado que estuvo a recibirla le dijo que podía comenzar a
poner las grabaciones. Le preguntó si deseaba tomar algo y le indicó que el teléfono era solamente interno para
que pudiera pedir lo que quisiera. Por de pronto le dejaba unos sandwiches de jamón y otros de pavo con una
cocacola. Le advirtió que la fiesta terminaría a las tres de la mañana, hora en que la irían dejar, pues los señores
se quedaban escuchando música de guitarras o de mariachis y se retiró cerrando con llave la puerta.

Jenny estaba anonadada y se la llevaba putas de brava. A las tres en punto la fueron a sacar para conducirla
a su casa. Al pasar por los jardines le pareció ver, arrecostado en un carro, al empleado de la oficina que decían
que era marica, pero no estaba segura.

Cuando Jackelyn preguntó por Jenny, le dijeron que había renunciado y corrió presurosa a buscarla.

-Pero, ¿qué ha pasado Jenny? -dijo. ¿Es que te has vuelto loca?

-No dijo Jenny-, estoy bien cuerda. Por eso creo que a tiempo me he salvado del SIDA.

-Ah, Jackie, si me venís a buscar preguntá por Juana Pocasangre, ¿oíste?

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