Via Crucis
Via Crucis
Via Crucis
JUAN PABLO II
AMEN.
ACTO DE CONTRICIÓN.
Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por
ser Vos quien sois, bondad infinita y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de
todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las
penas del infierno, ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más
pecar, confesarme y, cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN.- Jesús es condenado a muerte
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: « ¿Qué hago con el que llamáis rey de
los judíos? » Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la
gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo
crucificaran.
Meditación:
El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea
juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio
final de Dios que tanto amó al mundo.
También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es
lícito lavarnos las manos.
Meditación:
Está también presente en Él una cierta secuencia, que nos deja asombrados, de lo
que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: “Ecce Homo” (Jn 19, 5): “¡Mirad lo
que habéis hecho de este hombre!” En esta afirmación parece oírse otra voz, como
queriendo decir; “¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!”
Pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron.
Meditación:
Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. No recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no
recurre al poder de los ángeles. “¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría
a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles?” (Mt 26, 53). No lo pide.
Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre (Mc 14, 3), quiere beberlo hasta las
heces. Esto es lo que quiere. Y por eso no piensa en ninguna fuerza sobrehumana,
aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente
sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las
mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Está negando todo
eso? Y, sin embargo, “nosotros esperábamos”, dirán unos días después los discípulos
de Emaús (Lc 24, 21). “Si eres el Hijo de Dios…” (Mt 27, 40), le provocarán los
miembros del Sanedrín. “A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse” (Mc 15, 31; Mt
27, 42), gritará la gente. Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular
todo el sentido de sumisión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados.
Acepta todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado. Quiere
vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos
detalles, a esta afirmación: “No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc
14, 36ss).
A ti, Señor, elevo mi alma. Tú eres mi Dios y mi Salvador. Sí, Me levantaré, volveré
junto a mi Padre…
Mira mi angustia, mira mi pena, dama la gracia de tu perdón. Sí, Me levantaré, volveré
junto a mi Padre…
CUARTA ESTACIÓN: Jesús encuentra a su Madre
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Éste ha sido puesto para que muchos en
Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción, y a ti misma una
espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de
muchos corazones». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Meditación:
Canto: Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás; contigo por el camino, Santa
María va. Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven (bis).
Aunque te digan algunos que nada puedes cambiar, lucha por un mundo nuevo, lucha
por la verdad. Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven (bis).
QUINTA ESTACIÓN: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del
campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Meditación:
Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (Mc 15, 21; Lc 23,26), no la quería
llevar ciertamente. Hubo que obligarle. Caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso.
Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más.
Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no
se le pide que le ayude. Le han llamado a él, a Simón de Cirene, padre de Alejandro y
de Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (MC 15, 21). Le han llamado, le han
obligado. ¿Cuánto duró esta coacción? ¿Cuánto tiempo caminó a su lado, dando
muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena?
¿Cuánto tiempo caminó a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el
condenado, con su culpa, con su condena? ¿Cuánto tiempo anduvo así, dividido
interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y ese Hombre que sufría?
“Estaba desnudo, tuve sed, estaba preso” (Mt 25, 35.36), llevaba la cruz... ¿La
llevaste conmigo?... ¿La has llevado conmigo verdaderamente hasta el final? No se
sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición
sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a San Pedro (Rm 16,
13).
Pero Tú me has querido asociar por amor a tu labor, y tenerme siempre junto a ti,
siempre juntos Tú y yo, Señor. Yo quiero ser Tu servidor (bis) esclavo que no sabe lo
que hacer sin su señor. Yo quiero ser Tu servidor vivir tan solo de Tu amor sentir la
sed de almas, que me infunden tu calor.
SEXTA ESTACIÓN: La Verónica limpia el rostro de Jesús
Meditación:
La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo.
Porque lo cierto es que -aunque, como mujer, no carga físicamente con la cruz y no se
la obligara a ello- llevó sin duda esta cruz con Jesús: la llevó como podía, como en
aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.
Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que
secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba todo él
cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles.
Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también de otro modo, si se
considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos indudablemente los
que preguntarán: “Señor, ¿cuándo hemos hecho todo esto?” Y Jesús responderá:
“Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo
hicisteis” (Mt 24, 40). El Salvador, en efecto, imprime su imagen sobre todo acto de
caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.
Canto: Danos un corazón grande para amar, danos un corazón fuerte para luchar.
Danos un corazón grande para amar, danos un corazón fuerte para luchar.
SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza. Pero tú, Señor, no te
quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre.
Meditación:
“Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo”
(Sal 22, 7): las palabras del Salmista-profeta encuentran su plena realización en
estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que
preceden a la Pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes
y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del
salmista, aunque nadie piense en ellas. No paran mientras en ellas ciertamente todos
cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret, que cae
por segunda vez bajo la cruz, se ha hecho objeto de escarnio.
Y Él lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo.
Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada así mismo en las palabras del Profeta.
Cae por propia voluntad, porque “¿cómo se cumplirían, si no, las escrituras? (Mt 26,
54): “Soy un gusano y no un hombre” (Sal 22, 7); por tanto, ni siquiera “Ecce Homo”
(Jn 19, 5); menos aún, peor todavía.
Canto: Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar; tu grande eterno amor quiero gozar.
Llena mi pobre ser, limpia mi corazón; hazme tu rostro ver en la aflicción.
Mi pobre corazón inquieto está, por esta vida voy buscando paz. Mas sólo Tú,
Señor, la paz me puedes dar; cerca de Ti, Señor, yo quiero estar.
OCTAVA ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Meditación:
Esto es justamente lo que quiere darlos a entender Jesús cargando con la cruz,
que desde siempre “conocía lo que en el hombre había” (Jn 2, 25) y siempre le
conoce. Por esto Él debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros
actos y de los juicios, que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos
haga comprender incluso que estos juicios deben ser ponderados, razonables,
objetivos - dice: “No lloréis”-; pero, al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta
verdad contiene: nos lo advierte porque es Él el que lleva la cruz.
Canto: ¡Tarde te amé, belleza infinita, tarde te amé, tarde te amé belleza siempre
antigua y siempre nueva!
Y supe, Señor que estabas en mi alma y yo estaba fuera. Así te buscaba mirando la
belleza de lo creado.
¡Tarde te amé, belleza infinita, tarde te amé, tarde te amé belleza siempre antigua
y siempre nueva!
NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 5, 14-15
Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos
murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino
para el que murió y resucitó por ellos.
Meditación:
“Se humillo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (fl 2, 8).
Cada estación de esta Vía, es una piedra miliar de esa obediencia y ese anonadamiento.
Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del Profeta:
“Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y
Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros” (Is 53, 6).
Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez
más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace
entre el polvo del camino bajo la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra
humillaciones y ultrajes...
Meditación:
Cuando Jesús, despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (Mc 15, 24s),
nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de
este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (Is 52, 14). El
misterio de la Encarnación: El Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la Virgen (MT 1,
23; Lc 1, 26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del Salmista: “No te
complaces tú en el sacrificio y la ofrenda..., pero me has preparado un cuerpo” (Sal 40,
8; Hb 10, 6). El cuerpo del hombre expresa su alma. El cuerpo de Cristo expresa el
amor al Padre: “Entonces dije: “¡Heme aquí que vengo!... para hacer, ¡oh Dios!, tu
voluntad” (Sal 40, 9; Hb 10,7). “Yo hago siempre lo que es de su agrado” (Jn 8, 29).
Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y la del Padre en cada llaga, en cada
estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre
que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espalda,
en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es
despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el
inmenso dolor de la humanidad profanada.
Por tus profundas llagas crueles, por tus salivas y por tus hieles ¡Perdónale, Señor!
Meditación:
“Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos” (Sal 22, 17-18).
“Puedo contar...”: ¡qué palabras proféticas! Sabemos que este cuerpo es un rescate.
Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el
Hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada
célula; todo en máxima tensión. “Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a
mí” (Jn 12, 32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión. Forma parte
de ésta también la terrible tensión que penetra las manos, los pies y todos los huesos:
terrible tensión del cuerpo entero que, clavado como un objeto a los maderos de la
cruz, va a ser aniquilado, hasta el fin, en las convulsiones de la muerte. Y en la misma
realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí (Jn 12,
32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo, que tiende por inercia hacia
abajo.
Por las heridas de pies y manos, por los azotes tan inhumanos ¡Perdónale, Señor!
Por los tres clavos que te clavaron, y las espinas que te punzaron ¡Perdónale, Señor!
Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
Y, dicho esto, expiró.
Meditación:
Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca, al Padre (Mc
15, 34; Mt 27, 46; Lc 23, 46). Todas las invocaciones atestiguan que El es uno con el
Padre. “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30); “El que me ha visto a mí ha
visto al Padre” (Jn 5, 17).
He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión,
en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabactaní: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Este obrar se
expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz,
con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El
hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y
al mundo.
Abrazan.
He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. “En Él... vivimos y nos movemos y existimos”
(Hch 17, 28). En Él: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de
la cruz.
El misterio de la Redención.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Meditación:
Si no sabes cómo hacer una oración, Ahí tienes a tu Madre. Si la cruz te pesa para caminar,
Ahí tienes a tu Madre. Si no hay pentecostés en tu corazón, Ahí tienes a tu Madre, Ahí
tienes a tu Madre, Ahí tienes a tu Madre (4)
Si estás viviendo fuerte el la hora del dolor, Ahí tienes a tu Madre. Si estas padeciendo una
enfermedad, Ahí tienes a tu Madre. Si te encuentras sumido en desesperación, Ahí tienes a
tu Madre, Ahí tienes a tu Madre, Ahí tienes a tu Madre (4)
DÉCIMO CUARTA ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de
una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los
lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos.
Meditación:
Desde el momento en que el hombre, a causa del pecado, se alejó del árbol de la vida
(Gn 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un
gran planeta de tumbas.
En las cercanías del Calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (Mt
27, 60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de
Jesús una vez bajado de la cruz (Mc 15, 42-46). Lo depositaron apresuradamente,
para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (Jn 19, 31), que empezaba
en el crepúsculo. Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro
planeta hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la
muerte con la muerte. O mors! Ero mors tua!: “Muerte, ¡yo seré tu muerte!” (1ª antif.
Laudes del Sábado Santo). El árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado por su
pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. “Si alguno
como de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del
mundo” (Jn 6, 51). Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta,
aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo
(Gn 3, 19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la
esperanza de la Resurrección.
La gloria por los siglos a cristo Libertador. Su cruz nos lleva al cielo La tierra
De promisión. ¡Victoria, tu reinaras! ¡Oh, Cruz, tú nos salvaras! Bis
Oremos: