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Sava

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FACUNDO

SAVA
FACUNDO

SAVA

EDICIONES AL ARCO
Marcelo Máximo Facundo Sava
Edición general
Nació el 7 de marzo
Nació el 3 de Los colores del fútbol de 1974 en Morón,
septiembre de 1976 provincia de Buenos
Facundo ha tenido una experiencia de vida poco frecuente:
en Capital Federal. Se cumplió el sueño que tenemos muchos de nosotros de Aires. Se recibió de
recibió de bachiller con transformarse en jugador profesional, convertir más de cien psicólogo social en

Los colores del fútbol


orientación docente y goles en la Argentina, jugar varias temporadas en Europa. 2001 en la Escuela
egresó en 1999 de la de Psicología Social
escuela de periodismo Pero no se limitó a jugar al fútbol. Mientras jugaba, siguió
Enrique Pichon
aprendiendo. Y esa es la materia de este libro. El viaje de un
DeporTEA donde Riviére, durante dos

LOS COLORES DEL FUTBOL


muchacho que empieza soñándose jugador y que termina en
ahora es docente. una cancha llena de gente que grita sus goles. Pero mientras años estudió ciencias
Autor del libro El Beto, viaja, crece. Este libro es el testimonio de ese crecimiento. económicas, hizo
radiografía del Hombre Leerlo nos permite descubrir, a través de los ojos y la voz de cursos de creatividad
Gol sobre la carrera su protagonista, ese mundo complejo, desafiante, atractivo y y en la actualidad
de Alberto Acosta, hasta angustiante que el jugador profesional debe enfrentar a
es estudiante de
medida que transita su carrera. Y a lo largo de toda esa carrera
fue colaborador de la sigue existiendo una virtud esencial: el amor por el juego, por el fotografía. Su carrera
agencia de noticias placer simple y definitivo de jugar a la pelota. como futbolista
EFE de España y profesional comenzó
desde 1999 a 2006 Facundo Sava, amigo lector, reúne algunas virtudes el 31 de octubre de
redactor del diario infrecuentes: sabe mirar, sabe escuchar, sabe decir. Cuando uno
1993 con la camiseta
habla con él advierte enseguida que va por la vida observando,
deportivo Olé. Desde y pensando en lo que observa, es decir, aprendiendo. Que no es de Ferro, para luego
2006 a la actualidad es un mal modo de transitar la vida. pasar por Boca,
redactor de Clarín en Gimnasia y Esgrima
la sección deportes. En Este no es, se lo aseguro, un libro de chismes. Es un libro de La Plata, Fulham de

FACUNDO SAVA
2003 ganó el premio historias. No es un libro de sermones. Es un libro cargado de
Inglaterra, Lorca y
buenas ideas.
Estímulo al periodismo Celta de España,
joven que entrega Por eso, amigo lector, permítame invitarlo humildemente a esta Racing Club de
anualmente la escuela gratísima compañía. No va a sentirse defraudado. Avellaneda, Arsenal
de periodismo TEA y y Quilmes. A fines de
Eduardo Sacheri
DeporTEA, por su tarea 2008 se recibió de
en medios gráficos. entrenador.
Ediciones Al Arco
www.librosalarco.com.ar
contacto@librosalarco.com.ar

Edición General
Marcelo Ariel Máximo

Diseño de tapa e interior


Federico Sosa

Impreso en MPS, provincia de Buenos Aires, abril de 2010

Fecha de catalogación: 27/04/2010

Sava, Facundo
Los colores del fútbol. 1a ed.
Buenos Aires: Al Arco Ediciones, 2010.
108 p. 20x14 cm.
ISBN 978-987-1367-21-4
1. Deportes. 2. Fútbol. I. Título
CDD 796.334
FACUNDO SAVA

Los colores
del fútbol
A Cynthia, mi mujer; a mis hijos,
Joaquín y Valentina; a mis viejos,
Alberto y Graciela; a mis hermanos,
Dalmiro y Ayar; a mi familia y
los amigos, esos que están en las
buenas y en las malas.
Agradecimientos

En especial, a Marcelo El Negro Máximo, porque sin su aporte


me hubiera resultado complicado realizar esta obra.

A mis psicólogos Fernando Fabris, Hernán Kesselman, Arturo


Varchevrker y Oscar Strada; a Ariel Scher, Víctor Hugo Morales,
Marcelo Roffé, Eduardo Sacheri, Andrea Knight, Carlos Sarraf,
Oscar Barnade, Julio Boccalatte, Marcos González Cezer, Gustavo
Mascardi, Matías Aldao y Juan Manuel Herbella; a los futbolistas,
compañeros, entrenadores, preparadores físicos, empleados de
los clubes, médicos, árbitros, dirigentes y periodistas, quienes
me ayudaron a crecer como futbolista y principalmente como
persona; y a todos los hinchas del fútbol que, más allá del color
de camiseta, me han respetado siempre.
Prólogo I

Por Víctor Hugo Morales

Mis amigos editores tuvieron la generosidad de alcanzarme el


capítulo que me involucra en los recuerdos de Facundo Sava. Ya
no habrá quien pueda regalarme una emoción superior a la que
significa que los sueños del protagonista estuviesen tan conecta-
dos al trabajo que amo.
Apenas leídas esas líneas pensé si, por lo menos, habría hecho
justicia con el afecto de Facundo las veces que me tocó rela-
tarlo. En ese viaje tortuoso que a cierta edad significa convocar
el pasado, como caminando por una noche sin luna con el paso
inseguro, no me ha sido posible recuperar las palabras exactas,
pero sentí alivio, la tranquilidad espiritual que me ofrece el con-
cepto final sobre la carrera de Facundo. Encontré que en más de
una ocasión lo pedí para la mismísima Selección Nacional, y de
eso estoy seguro.
Recordé las ocasiones en las que pasaron goles suyos en
Inglaterra y que no sólo me alegraba: me hacía fuerte en la idea
de haber tenido razón, algo tan preciado a los periodistas que
vivimos ofreciendo anticipos, descubriendo jugadores, llevando
en andas la carrera de muchos protagonistas y advirtiendo a
menudo cuánto hemos fallado en los improvisados diagnósticos
que aparecieron mirando un partido de Reserva, o en un debut

9
en Primera.
Facundo, ahora que voy recomponiendo la imagen como
el fotógrafo que la va sacando de la pileta poco a poco, fue un
buen goleador, un jugador más completo que eso, un batallador
ejemplar y un señor dentro de la cancha. Que al cabo de alguna
jugada se haya preguntado qué estaría diciendo este relator,
imaginarlo volviendo en el auto con la radio puesta esperando
la repetición de un gol, verlo niño flaco y soñador queriendo ser
parte de mi discurso, es el elogio más amplio y gratificante que
pueda imaginar. Facundo y sus recuerdos se quedan para siempre
en este libro y en mi corazón, del que sólo me animaría a destacar
una faceta: la fuerza de la gratitud.

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Prólogo II

Por Marcelo Roffé

Cuando Marcela Mora y Araujo, periodista que vive en Ingla-


terra y amiga de Facundo a partir de su paso por aquel país, me
dijo que me pasaba el correo de Facundo, me puse contento.
Sabía que Facundo era distinto, no sólo por cómo celebraba
los goles (en ese momento el antifaz, festejo que recorrió el mun-
do) sino por su capacidad de reflexión, sus estudios, su forma de
hablar. El puente, según Marcela, es que él había leído mi primer
libro, Psicología del Jugador de Fútbol, y que le había interesa-
do mucho. Psicología y Fútbol, ese fue el nexo, ahí arrancamos
la conexión con este psicólogo social. Nexo que profundizamos
personalmente cuando él vino a jugar a Racing y luego en al-
muerzos con otra gente a la que pronto me referiré.
Le he escuchado decir más de una vez que la terapia fue clave
en su vida: se la recomienda a todo el mundo y hasta lo ha dicho
en reportajes. Facundo es un tipo de principios, convencido y que
convence.
Uno cosecha lo que siembra, dice el dicho, ¿no? Las cosas de
la vida.
El que me conectó con Marcela, protagonista de esta historia
e hija del reconocido consultor, es nada menos que mi amigo
Ariel Scher, el más sociólogo de todos los periodistas deportivos,

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LOS COLORES DEL FUTBOL

uno de los jefes de deportes del diario Clarín. Ariel es fanático


hincha de Racing. Y un día me dice “me gustaría conocerlo a
Sava”, por lo mismo que para mí también despertó interés. Su
manera de pensar.
Hicimos un almuerzo los tres, y a partir de allí y de esa devo-
lución de la pared, empezamos a almorzar con cierta frecuencia
los tres, para luego sumar a Eduardo Sacheri, a quien admiro por
sus libros, su humildad y don de gente y sobre todo por Esperán-
dolo a Tito; y luego se sumó Ezequiel Fernández Moores, el más
ético de los periodistas deportivos, y luego Juan Sala, el amigo
de la infancia de Facu, con quien hicieron inferiores en Ituzaingó
y hoy es Director de Deportes y Recreación de Morón. Y luego
Juan Manuel Herbella, el único futbolista y doctor en actividad.
En síntesis, se armó una linda mesa, los temas muy tupidos, y el
fútbol la amalgama inexorable.
Así es Facu, como este libro, futbolero 100 por 100, pero
con otra mirada: desdramatiza. Con una infancia de bajos recur-
sos, valora mucho lo que consiguió. Es sincero, frontal, posee
valores altos y tiene más de 110 goles en su carrera pero nunca
se subió al caballo, nunca se la creyó. Generoso, como el día que
viajé a Alicante, España, a dar unos cursos y me conectó con
Unai Emery, hoy DT del Valencia, una delicia de persona y de
profesional, a quien conoció en su paso por el Lorca de España.
Así es Facu, simple.
Poseedor de una hermosa familia que valora más en este mo-
mento que irse a jugar afuera.
Con una mujer, Cynthia, que está a su lado y sonríe siempre.
Con ideas permanentes y con ganas de ser un buen entrena-
dor: “Hay que prepararse”, repite.
Un Facu que sigue tratando de elaborar el día después, porque
no es fácil digerir que esa burbuja pronto se va a pinchar, aunque

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FACUNDO SAVA

tengas dos profesiones más y mucha capacidad analítica.


Un Facu que escuchaba al gran Víctor Hugo Morales, como
todos los futboleros de nuestra generación y disfrutábamos sus
relatos, de la misma forma que no tengo duda alguna, como lec-
tores van a disfrutar de este libro.
Ronaldo una vez dijo: “Para mí es más fácil hacer un gol que
leer un libro”. Leer, no escribir. Facu fue más allá, escribió. Los
que más escriben son los arqueros, que a mi modo de ver, aun
tildados de sonsos o locos por este ambiente tan cruel, intelec-
tualmente están un paso adelante. Pero jugadores que escriban…
difícil. Y jugadores en actividad… menos que menos…
Facu escribió este libro con el coraje que una vez se hizo cargo
de un penal en la cancha de Boca, contra Boca a los 45 minutos
del segundo tiempo y no dudó, le rompió el arco y fue 2 a 2 para
la Academia que ama. Porque así son los goleadores: operativos
y decididos.
Quiero destacar dos capítulos que me enamoraron: el prime-
ro, Ganar y perder, donde el concepto que transmite Facundo
con ejemplos y con esta frase brinda claridad vital y oxígeno
a un fútbol enfermo de resultadismo. “El concepto de ganar no
tiene que ver solamente con un resultado”. Tan aleccionador en
tiempos de luces de neón que confunden derrota con fracaso y
triunfo con éxito.
Y el otro es El entrenador, donde Facundo perfila su claridad
de ideas (no viene de cualquier padre), y lo buen entrenador que
será en el futuro y cómo utilizará su ideología y conocimientos
para potenciar el juego del equipo a partir de un verdadero “tra-
bajo en equipo”. Me quedo con esta frase utópica hoy en el fút-
bol, pero que Facundo buscará alcanzar: “La tarea para quienes
ocupan ese rol de conductor pasa porque el futbolista disfrute
de lo que hace, que piense, que tenga la libertad para crear, que

13
LOS COLORES DEL FUTBOL

opine, debata, participe, que aprenda, que enseñe, arriesgue, se


comunique”. Hoy más bien asistimos a todo lo contrario, entre-
nadores que buscan mecanizar a sus dirigidos. Y que cuanto me-
nos se comuniquen con ellos, mejor. El poeta Eduardo Galeano
dice que la utopía te ayuda a caminar y así lo entiende el autor.
¡Salud!, entonces, por este libro, y un agradecimiento infinito
por tener la distinción de ser uno de los invitados en esta obra que
dejará huella, al lado de tres monstruos que admiro como Víctor
Hugo Morales, Ariel Scher y Eduardo Sacheri.
Y ojalá este libro, como el de Maradona, sea leído por todos
los futbolistas en actividad y convenza a la mayoría de que los
libros no muerden, y que además, te ayudan a crecer.

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La carrera
Debut en Primera: 31-10-93, en Ferro vs. Huracán (1-1)
TORNEO EQUIPO PJ GOLES
Apertura 1993 Ferro 12 2
Clausura 1994 Ferro 15 1
Apertura 1994 Ferro 13 0
Clausura 1995 Ferro 5 0
Apertura 1995 Ferro 17 2
Clausura 1996 Ferro 17 3
Apertura 1996 Ferro 1 0
Apertura 1996 Boca 8 0
Clausura 1997 Gimnasia LP 18 2
Apertura 1997 Gimnasia LP 18 3
DLIB 1997 Gimnasia LP 1 1
Clausura 1998 Gimnasia LP 14 5
Apertura 1998 Gimnasia LP 11 5
Clausura 1999 Gimnasia LP 17 4
Apertura 1999 Gimnasia LP 18 3
Clausura 2000 Gimnasia LP 17 9
Apertura 2000 Gimnasia LP 18 8
Clausura 2001 Gimnasia LP 16 4
Apertura 2001 Gimnasia LP 17 11
Clausura 2002 Gimnasia LP 17 12
Temporadas 2002-04 Fulhman 42 7
Temporada 2004-05 Celta de Vigo 26 3
Temporada 2005-06 Lorca 38 7
Apertura 2006 Racing 14 8
Clausura 2007 Racing 17 8
Apertura 2007 Racing 17 8
Clausura 2008 Racing 16 4
Promoción 2008 Racing 2 1
Apertura 2008 Arsenal 12 3
Suruga 2008 Arsenal 1 0
Sudam 2008 Arsenal 3 1
Clausura 2009 Arsenal 9 0
Temporada 2009/10 Quilmes 22 8
TOTAL 489 133

15
El rito de un
domingo cualquiera

L
a radio, esa que me habían regalado de chico, estaba en mi
bolsillo apenas me levantaba para empezar a disfrutar del
domingo. Desde temprano, la portátil me iba a contar todos
los sueños futboleros que uno tiene desde la niñez. Imaginaba
que, alguna vez, Víctor Hugo Morales iba a nombrarme en su
transmisión, que escuchaba, pegada al oído, desde el mediodía
hasta su finalización. Porque mi admiración por su relato, por su
inventiva, me alimentaba el deseo de ser jugador de fútbol, de
poder gritar un gol con su narración de fondo. Entonces me des-
pertaba temprano, a las 8, desayunaba en casa y me iba directo
a presenciar un campeonato que se jugaba sobre la calle Brand-
sen, en Ituzaingó, a siete cuadras de mi casa. Era mi lugar en el
mundo, donde todo giraba alrededor de una pelota, en esa cancha
amateur donde el público –vecinos del lugar- le daba un marco
profesional. Con bombos, con banderas, con cantitos inventados
para los distintos equipos que participaban. El local, Traverso
–así se llamaba el torneo anual-, siempre era candidato y existía
una enorme expectativa cuando se enfrentaba con Oya-narte pro-
piedades, un clásico colorido y jugado como tal.
Mi función, en ese torneo, era alcanzar la pelota. Simplemen-
te como voluntario y por gusto personal, porque quería seguir de
cerca lo que pasaba a la espera del comienzo de la transmisión
de Víctor Hugo. Además, seguía minuciosamente las estadísti-

17
LOS COLORES DEL FUTBOL

cas que se colocaban y actualizaban con el paso de los partidos.


Ahí se podía observar la tabla de posiciones, los goleadores, el
fixture completo, los resultados de cada fecha. A fin de año, se
consagraba un campeón y un equipo se iba al descenso. Desde
inviernos fuertes, con temperaturas que te congelaban las manos,
hasta veranos calurosos, mi asistencia no era frenada por ningún
factor climático hasta la hora del almuerzo, cuando regresaba a
casa para iniciar la segunda etapa de la jornada dominguera.
Con el mediodía bien cerca, la radio negra, chiquitita, comen-
zaba a tomar un papel protagónico.
Luego de la comida en familia, nos íbamos con mis viejos y
hermanos en el Renault 4 rumbo a la Capital Federal. Ellos iban
del lado de la ventanilla, a mí me daba lo mismo porque iba con-
centrado en el fútbol. El destino final eran las obras teatrales o
musicales que se daban en Recoleta o el teatro San Martín, lo que
dificultaba el encendido de mi radio y, en consecuencia, la posi-
bilidad de disfrutar del relato de fútbol cuando se ingresaba a un
lugar cerrado. En cambio, algunos espectáculos se desarrollaban
al aire libre, y allí naba imposibilitaba la voz de Víctor Hugo y
mi sueño del “ta ta ta ta”.
No importaba quién jugara o qué partido central se transmitie-
ra: el dial no se alteraba. En última instancia, las conexiones con
otros estadios me aseguraban saber al instante cómo iba Racing,
un club que empecé a querer por mi papá. Porque, como en un
principio el uruguayo relataba la campaña de Boca con Diego
Maradona como figura en el inicio de la década del 80, fue inevi-
table mi gusto por ese equipo. Aunque, una tarde, poco tiempo
después, algo se despertó en mí para siempre.
Cuando mi viejo se largó a llorar no podía entender bien de
qué se trataba. Eso me conmovió, fue un sentimiento tan natu-
ral que me hizo de Racing cuando el equipo descendió en 1983.

18
FACUNDO SAVA

Entonces, empecé a acompañarlo a la cancha en la B: esa fue mi


primera experiencia como simpatizante. Recuerdo que íbamos a
la popular, a un costado, a la derecha detrás del arco. Ibamos a
todos los partidos porque, además, el padre de un amigo mío era
policía y nos hacía entrar. La emoción del regreso a la Primera,
en cancha de River contra Atlanta, es una escena que viene y va,
al margen de que no tenga las precisiones que sí guardo de la
consagración en la Supercopa. El gol de Catalán en Brasil contra
el Cruzeiro, el abrazo interminable con mi viejo en casa. El sueño
de alguna vez llegar a jugar en la Primera, de ser futbolista, de
escuchar a Víctor Hugo decir que con la nueve jugaba Facundo
Sava…
Me resultaba irrelevante saber con qué camiseta iba a jugar al
fútbol, pero mi deseo era tan fuerte que estaba convencido de que
esa situación iba a llegar. Una vez me fui a probar a River, como
lateral por la izquierda, pero me bocharon. Luego hice un nuevo
intento en Deportivo Morón, en la misma posición, pero tampoco
quedé porque estaban cubiertos en ese puesto. O, al menos, era lo
que argumentaban. Hasta que una mañana me levanté, agarré la
bicicleta y les dije a mis viejos que me iba a probar a Ituzaingó.
Esta vez, como volante central. Y quedé. Santucho era el entre-
nador y me dijo: “Pibe, traé la foto y a tu papá que te vamos a
fichar”. Ese día comenzó a soñarse el sueño.
Mi estadía en el club duró dos años, hasta que Diego Prando,
un compañero primo de Claudio Vals –que jugaba en Ferro-, me
dijo de ir a una prueba al propio club de Caballito. En la prime-
ra práctica jugué de diez y anoté tres goles. En la segunda, con
Cacho Giménez como supervisor, repetí una buena actuación y
marqué otros tres. Comenzaba, así, un nuevo paso hacia una ca-
rrera que sentí propia desde esas mañanas en las canchitas de
Traverso, cuando, entre otras cosas, le pedí un autógrafo a Pe-

19
LOS COLORES DEL FUTBOL

dro Troglio que todavía conservo (Pedro también iba a ver los
campeonatos porque vivía cerca de la zona y ya estaba siendo
conocido por sus primeros partidos en River). Una carrera que
imaginé desde esa emoción que me generaba el relato en la radio,
porque Víctor Hugo me incentivó a que el fútbol me gustara más
de lo que me gustaba.
En mi etapa en Racing, cuando pude superar la marca de los
100 goles en el fútbol argentino –un sábado a la noche en el que
anoté dos para el 2 a 2 frente a Central- me invitaron al progra-
ma de televisión que Víctor Hugo tenía los lunes en un canal de
deportes. Ese día era la primera vez que lo veía en mi vida. Lo
miraba y me venía a la memoria todo aquello, todos esos domin-
gos de radio y sueños, todos esos torneos donde alcanzaba la
pelota, donde me empezaba a sentir un futbolista. Su creatividad,
su pasión, los diálogos que inventaba a partir de una escena de
partido y las metáforas que, el día anterior a mi participación en
Hablemos de Fútbol (este programa que hacía con Roberto Per-
fumo), me volvieron a emocionar en ese Boca-River que escuché
sentado, en soledad, en el jardín de mi casa. Sin embargo, esa no-
che en el programa de televisión, no me animé a decirle que me
cumplió el sueño de nombrarme en la formación de un equipo. El
sueño de gritar un gol mío.

20
La formación

S
ólo un profesor, el de historia, inició el ciclo lectivo y pro-
puso una manera distinta de aprendizaje. Se sentó y, luego
de presentarse, nos contó cuál era el contenido del progra-
ma para todo el año. Dijo, también, que su táctica para lograr la
motivación del grupo era abrir el escenario para, al menos, discu-
tir la forma en la que se iba a dar la materia. Luego, entre todos,
elegimos un tema entre los que debíamos estudiar. Nos consultó
sobre nuestras ideas, nos generó un debate sobre los hechos, qui-
so que imagináramos los personajes de la época, que voláramos
para traer a los protagonistas a escena, que pensáramos los por
qué, las razones; y juntos elaboramos una clase atractiva para
entender lo sucedido. En un juego así, abierto, menos vertical y
no tan lineal, el proceso de formación le abre la puerta al pensa-
miento independiente. Uno se hace en el contexto en el que vive,
en las relaciones que se tienen. Porque en la escuela se hace lo
que el maestro dice –una tendencia camino a revertirse– y cinco
más cinco son diez porque sí, “porque lo digo yo”. Ni analicemos
cómo se llega a esa conclusión. Desde esa raíz, entonces, se pue-
de ensayar una idea de rebeldía en la vida, en el fútbol.
El futbolista hace, en general, lo que le dicen que tiene que
hacer. Así, sin más. Eso es algo que queda establecido, es una
estructura que parece inquebrantable desde que se juega en las
Juveniles. Tal vez, esa idealización que se tiene sobre el técnico,

21
LOS COLORES DEL FUTBOL

el maestro; eso que se trae desde chico con la imagen paterna


-se observa al padre como un ser superior, como un hombre que
no ofrece fisuras-; acota el margen de la independencia. A mí
me pasó, está situación la viví con mi padre, con Carlos Griguol
y Miguel Angel Micó en Ferro o con el Loco Figueroa en Itu-
zaingó: se trazó ese camino en el que muy pocas veces hubo un
desvío. Si ellos lo decían estaba bien porque, como en cualquier
etapa antes mencionada, eran los educadores. En la actualidad,
quizás, tendría objeciones sobre esa línea de aprendizaje, más
allá de pensar que desde su lugar hicieron lo que ellos apren-
dieron de sus padres, de sus maestros y querían lo mejor para
nosotros. Desde su lugar fueron formadores que me guiaron para
lograr el objetivo de jugar a la pelota. Es como si ahora encon-
trara a la profesora de matemática, aun siendo una materia en
la que no se me presentaban problemas para su resolución: le
plantearía que se puede aprender de otra manera. Ella era muy
exigente y el alumno que no la seguía inevitablemente reprobaba
-de hecho muchos de los compañeros rechazaban su presencia y
se encerraban en su bronca-. Hoy entiendo que la comunicación
y la relación debió haber sido distinta.
Le preguntaría, en definitiva, por qué cinco más cinco es
diez.
En la formación está la llave para esa libertad. El fútbol nunca
tuvo relación directa con mi familia. Mis viejos siempre hicieron
teatro, de hecho mi padre es mimo, mi madre maestra jardinera,
pero no pusieron barreras para que tuviera ese espacio para hacer
lo que sentía con la condición, inevitable, del estudio. El hecho
de permitir equivocarme y tomar decisiones colaboró para encon-
trar mi lugar. Porque al margen de que esa idealización que tenía
hacia mi viejo no me ayudara y por etapas me hiciera estancar,
pude elegir, asumir responsabilidades, afrontar los riesgos. Esa

22
FACUNDO SAVA

imagen paterna, ese ideal inalcanzable, no me permitía disfrutar


lo que hacía. Porque, pensaba, nunca iba a llegar a lo que era él.
Metía un gol y nunca estaba contento, me quedaba detenido en
los que erraba, porque no era perfecto como mi padre.
Cuando en 1994 empecé a trabajar sobre estos temas con la
terapia comencé a reconocer que mi viejo hacía cosas buenas y
otras que no estaban bien; que también los entrenadores –esos que
desde mi visión se acercaban a la perfección- tenían cosas buenas
y no tanto; que nosotros, los jugadores, les podíamos enseñar.
Ahí sí empecé a disfrutar más de todo, a crear sin limitaciones, a
mostrar más rebeldía. A decir lo que sentía: le comenté de hecho
a mi viejo que estaba haciendo un trabajo de desidealización que
yo tenía con él y a partir de ahí a todos los demás, profesores y
entrenadores; y después de charlas de cómo fue educado él y las
razones de su comportamiento, me entendió y aceptó y se puso
contento de que yo pudiera cambiar.
Si hubiera tenido un psicólogo a los ocho o nueve años no
habría llegado a ese momento de crisis que tuve a los 24, donde,
como expliqué antes, no me permitía sentir placer por lo que lo-
graba.
La terapia, al menos en mi caso, fue una llave para abrir otra
vez esa puerta al placer por jugar, a la libertad para la creatividad
que se tiene en esos tiempos en el potrero donde el futbolista
inventa jugadas, movimientos, pases. Porque es en la infancia
cuando aparece ese rasgo de la personalidad, esa rebeldía en la
que uno es el que toma las decisiones y pone las reglas. Entonces,
si no se encuentra esa libertad de expresarse, si se está trabado,
es complicado que se pueda crear. O decir lo que se siente con
palabras o gestos. Porque cuando lo que gana es la tensión, todo
se vuelve más rígido y no se puede disfrutar de pedir la pelota, de
imaginar, de marcar un gol.

23
LOS COLORES DEL FUTBOL

En tiempos en Gimnasia y Esgrima La Plata, cuando el uru-


guayo Gregorio Pérez era el entrenador, el equipo no jugaba bien.
Hubo una serie de malos resultados en cadena y en los entrena-
mientos se disfrutaba poco de los ejercicios en busca de corregir
los errores. Una de las falencias en los partidos era, justamente,
la definición de las jugadas. Un miércoles, el técnico armó traba-
jos en el entrenamiento para intentar romper con esa sequía en la
red. Pero los remates de todos –porque hasta los defensores en-
sayaban frente al arquero- eran defectuosos, se iban arriba, que-
daban cortos, pocas veces llegaban al destino que se pretendía.
Gregorio Pérez, con el silbato en la mano, se quejaba de lo que
pasaba. Y uno se daba cuenta del fastidio que eso generaba en
todos. Entonces me llamó al vestuario y me preguntó:
-¿Qué pensás? ¿Cómo podemos mejorar esto?
Y yo respondí:
-Los trabajos son buenos, pero lo que nos ata un poco es la
tensión con la que vamos a patear. Nos preocupamos demasiado
por si la tiramos afuera y eso genera miedos lógicos, el temor a
errar, al ridículo. Vamos a hacerlos, pero permití que nos poda-
mos reír de lo que nos pasa, que nos carguemos si la pelota sale
a la calle, demos premios a la mejor y a la peor definición. No la
tiramos afuera a propósito, vamos a alentarnos, a competir entre
nosotros, a desdramatizar.
Al día siguiente, Pérez armó un ejercicio similar. Pidió que
lo hiciéramos otra vez con la excusa de que no había quedado
conforme. Lo miré, sólo él y yo sabíamos de la charla. Entonces
intentó mostrarse algo más distendido e inclusive propuso otor-
gar premios a los más goleadores. Cuando comenzó la tarea poco
había cambiado respecto a la precisión en el remate, el balón
salía para cualquier parte, pero empezamos a cargarnos, inventa-
mos cantitos, dimos menciones a los remates más defectuosos y a

24
FACUNDO SAVA

los que entraban al ángulo, nos divertimos como cuando éramos


niños, como en aquellos años de juego. Nadie se quería ir de la
práctica, estábamos felices. Mientras, en su lugar, al técnico se
lo notaba enganchado con la idea y con la mejoría, notable, que
hubo en los remates de los jugadores. Tal vez, dejando ese espa-
cio para la libertad de expresión que la situación ameritaba.
El domingo jugamos y el equipo ganó.
Hicimos cuatro goles.
¿Si es ésa la receta? Tal vez. Simplemente hay momentos en
los que se debe dar un vuelco en el ambiente y se valora, claro, la
capacidad de un técnico de escuchar al jugador.
El entrenador tiene que estar abierto al aprendizaje, porque
no sólo se trata de armar jugadas o perfeccionar movimientos.
En la actualidad, un joven de 20 años ya tuvo cinco entrenadores
en las Juveniles, un montón de compañeros y diez años en el
potrero. Ya pasó por muchas experiencias. Siempre intenté gene-
rar preguntas, generarme preguntas y lo mismo en compañeros y
entrenadores. A partir del cambio que tuve me sentí mas seguro
para hacerlo. A veces he logrado generar cambios y otras no, con
la mayoría se notaron modificaciones, siempre considero que hay
que ayudar al compañero y a los entrenadores y ellos a nosotros.
Cuando llegué a Racing, con Reinaldo Merlo en el banco,
notamos, con el resto de mis compañeros, que había algunas
cuestiones en las que podíamos mejorar. Que, a lo bueno que se
estaba haciendo, se le podían agregar cosas con la intención de
dar un paso adelante en el rendimiento. Por eso le pedí a Merlo
un minuto para hablar a solas y le comenté que el grupo veía que
a los buenos trabajos que hacíamos y a la táctica que desarrollá-
bamos en los partidos, les podíamos agregar algunas ideas para
hacerlo todavía mejor de lo que lo hacíamos. Lo tomó de buena
manera y más: me comentó sobre movimientos que podían mejo-

25
LOS COLORES DEL FUTBOL

rarme y que a mí me sirvieron mucho. Esa charla sólo la sabemos


nosotros dos, tal lo pactado en ese vestuario. Cuando Mostaza se
fue del club me llamó a casa para agradecerme por el gesto, por
querer siempre ayudarlo, por lo que le dije aquella vez y por res-
petar la privacidad de lo hablado. Nuestra relación, que siempre
había sido buena, se afianzó más desde ese momento. Incluso
volvimos a charlar cada tanto a punto tal de tener una excelente
comunicación.
Por eso, es importante expresar lo que uno piensa y siente en
el momento y el lugar adecuados porque, inevitablemente, saldrá
a la luz por otro lado. De una manera u otra termina expresándo-
se: con una frase a los periodistas, una pelea entre compañeros,
una discusión con el árbitro, errando goles, jugando mal. Hay mil
formas de comunicar lo que uno no dice hablando, ya sea en crí-
ticas o halagos. De ahí la importancia de alcanzar una conexión
fluida con otra persona. Esto lo sigo trabajando con terapia: an-
tes me costaba mucho más, ahora mucho menos. A esto también
lo podemos llamar rebeldía, rebelarse también es no esconderse,
como decía Enrique Pichón Riviere (*), adaptarse a la realidad.
En esta misma idea, la crítica tiene que ver con encontrar una
solución para modificar lo que, se entiende, está mal o está bien y
se puede mejorar. Y debe, necesariamente, ir acompañada de una
propuesta, algo distinto para lograr un cambio. Hay personas que
están más abiertas y preparadas para recibir propuestas que ayu-
den a hacer crecer un grupo, y otras no tanto. En España, cuando
jugué en el Lorca, tuve al vasco Unai Emery de entrenador. Uno
de los mejores en mi carrera. Todos los días a las 9.30 lo esperá-
bamos en nuestro vestuario para charlar sobre el entrenamiento
del día anterior y él nos preguntaba qué nos había parecido, qué
le agregaríamos, qué le sacaríamos, en fin, cómo lo mejoraría-
mos. Lo mismo con el entrenamiento que se iba a llevar a cabo

26
FACUNDO SAVA

ese día: nos explicaba por qué y qué íbamos a hacer. Debatíamos
sobre los rivales y sobre nosotros como grupo, hablábamos de
táctica, hacía participar a todos los jugadores.
Un día le comenté que creía que debíamos jugar de una ma-
nera contra un equipo y él argumentaba que en su cabeza estaba
la idea de plantear el partido de otra forma. Entonces me llevó a
la sala de videos que teníamos al lado del vestuario para que le
explicara mi idea, que le mostrara lo que pensaba. Empezamos
a observar el video del rival y mi argumento se basaba en que el
volante central del adversario era el jugador eje, el hombre por
donde pasaba la generación del juego, así que sugerí que debía-
mos presionarlo con un jugador nuestro. Lo entendió y lo lle-
vamos a la práctica en el entrenamiento. El domingo ganamos
el partido. Emery me hizo sentir importante, me escuchaba, al
margen de las decisiones que tomara estaba abierto a lo que uno
imaginaba del partido. Eso pasó mucho menos con otros entrena-
dores, lamentablemente.
Gustavo Campagnuolo siempre me dice que el chileno Ma-
nuel Pellegrini, quien lo dirigió en San Lorenzo, basaba su traba-
jo en eso, en la comunicación, en el debate, en analizar un parti-
do entre todos. Lo mismo que hace el portugués José Mourinho,
por lo que me comentó un compañero que tuve en el Celta de
Vigo. Me contaba que en su etapa en el Porto, en Portugal, daba
espacio para que fueran los futbolistas los impusores de diferen-
tes ejercicios para, por ejemplo, mejorar la definición. Los deja-
ba solos, ellos armaban grupos de cinco y planteaban jugadas
siempre pensando en la idea colectiva y en la táctica. A los diez
minutos regresaba del vestuario y observaba la tarea realizada
por sus dirigidos. Si habían preparado diez jugadas, se hablaba
sobre eso y luego cinco se llevaban a la práctica. Ellos pensaban
que estaban bien porque era algo que habían creado, sintieron la

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LOS COLORES DEL FUTBOL

libertad para pensar y el respaldo de su entrenador, que los hizo


sentir protagonistas y se lo agradecieron.
Esa es la forma que tengo de ver el fútbol, de ver la vida.
Cómo y por qué íbamos a jugar así. Qué y por qué se dieron los
acontecimientos en la historia. Por qué cinco más cinco sigue
siendo diez.

(*) Enrique Pichón Riviere: psiquiatra argentino. Uno de los impulsores del
psicoanálisis en el país e impulsor de la Psicología Social.

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Ganar y perder

L
a aceptación de la derrota es lo que hace disfrutar más del
triunfo. En el fútbol, en la vida, no hay una persona en el
mundo que gane siempre ni alguien que pierda en todo. Una
vez fui a escuchar una charla de Sergio Cachito Vigil, el ex en-
trenador de Las Leonas (la Selección Argentina de hóckey sobre
césped femenino), que me quedó grabada, que me identificó en
esta línea de pensamiento. Cachito contaba sobre cómo en un día
se pierde y se gana a cada momento.
“Me levanté para ir al entrenamiento y noté que me desperté
cinco minutos más tarde de la hora habitual porque el despertador
no sonó. Entonces, agarré cinco minutos más tarde la barrera para
cruzar las vías del tren: ahí perdí. Luego, en la calle, el tránsito era
más lento, distinto, porque a esa hora los ingresos a Capital gene-
ran congestiones importantes. Volví a perder. Y cuando ingresé al
predio miré el reloj y me di cuenta de que ya no tenía tiempo para
tomar ese café de todas las mañanas. Entonces perdí otra vez.
Pero cuando ingresé al campo vino el preparador físico y me dio
un abrazo: ahí sentí que gané. El primer trabajo que organizamos
salió mal, perdí. El segundo también, pero ya el tercero fue es-
pectacular, salió todo perfecto, como para ponerlo en un video. Y
ahí sentí que gané otra vez”. Este fragmento de la exposición de
Vigil es algo que intento a diario, porque, en definitiva, la vida es
un juego donde se gana y se pierde.

29
LOS COLORES DEL FUTBOL

Si se toma como referencia un partido de divisiones juveniles


o bien de una escuelita de fútbol o club de baby se pueden sacar
conclusiones claras y entender a qué se le da importancia gene-
ralmente, cuál es la prioridad. Si bien no es una regla general, los
padres van a ver a sus hijos con la idea de que tienen que ganar,
jugar perfecto, hacer cien goles. Los presionan, gritan, insultan a
los árbitros, son el eje de la escena.
¿Qué se puede hacer contra eso?
¿Se les prohíbe el ingreso a los clubes?
No. Lo que hay que hacer es educar, educar a los que educan y
educarse, todos, chicos y grandes para aprender del otro y esto lo
tienen que entender entrenadores y dirigentes. A los padres se los
debe incluir en el crecimiento de los hijos. ¿Cómo? Por ejemplo
en los clubes, realizando talleres con especialistas en los que el
objetivo sea entender qué es prioridad para un chico. Es prio-
ridad que se divierta, que crezca, que juegue, que aprenda, no
importa si gana o pierde. No se le da importancia a la diversión
ni a la derrota. Si perdió, si el resultado de su equipo fue derrota,
no sirve para nada aunque se haya divertido. Ahí es fundamental
hablar con los mayores para explicarles qué es lo que los nenes
necesitan, que vayan a aprender, a competir, a patear la pelota con
ambos perfiles, a relacionarse con los otros, a tratar con chicos
de otras clases sociales, a conocer ciudades, canchas, a viajar en
colectivo, a saber la importancia del deporte para la salud. De ese
aprendizaje van a llegar momentos de pérdida y de ganancia.
La madre de un compañerito de Joaquín, mi hijo, me comen-
tó sobre algo que le había pasado a su nene, de cinco años, que
recién comenzaba la escuela de fútbol. Un día, después de hacer
unos ejercicios con la pelota, armaron un partido y apenas em-
pezó el chico se quedó parado, sacándose los mocos; a los tres
minutos se sentó en el pasto a ver las hormigas; luego lo manda-

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FACUNDO SAVA

ron al arco y al rato dejó el puesto de arquero para ir a hacer pis


atrás, en el fondo, mientras la pelota estaba en juego. Entonces le
pregunté:
-¿Vos qué hiciste?
-Yo nada, pero mi marido se quería matar- contestó.
-Esto es normal en un chico de esa edad que recién empieza
a jugar, porque hay edades para incorporar conceptos. Un nene
a los cinco años recién comienza a entender las reglas. Casi no
sabe lo que hay que hacer con la pelota, algunos la agarran con la
mano, otros se van a tomar agua, es nuevo esto para ellos y no se
les puede exigir más que eso. Aprendí en el curso de entrenador
que para distintas edades hay distintos tipos de ejercicios. Por
ejemplo, coordinación, fuerza y velocidad, todo se trabaja con
juegos, con la mano, con el pie, con la cabeza. También tienen
que tener, como cuando nosotros éramos chicos que con la pe-
lota hacíamos lo que queríamos, momentos de juegos libres. A
esa edad tiene que jugar como quiera, ya va a tener tiempo para
aprender. De a poco hay que incorporarle las reglas. Dejalo que
se saque los mocos si lo disfruta, porque lo vas a retar y es proba-
ble que no quiera ir más.
También le comenté que era importante saber cómo era el ta-
maño y le peso de la pelota. Porque una vez un padre me contó
que mandó a su hijo a la escuelita de fútbol y le pegaron un pe-
lotazo, y que el balón era demasiado duro. Entonces no quiso ir
más, se quedó con esa imagen. Nunca más tocó una pelota de
fútbol, se quedó con el sentimiento de agresión que le produjo
ese acontecimiento, a los seis años. A los ocho comenzó a jugar
al básquet. Eso sucede porque los padres o entrenadores no están
informados de estos temas importantes, se deben tomar recaudos
según las edades y generar el espacio para la libertad de que el
nene se exprese como quiera. Cuando se juega con presión desde

31
LOS COLORES DEL FUTBOL

la niñez se limita el terreno del goce, de jugar por el juego mis-


mo.
Eso es una barrera que acota la inventiva.
Noto una mayor preparación en los chicos que van subiendo
a Primera: se hacen respetar, intentan la participación grupal, tie-
nen una opinión. Se sueltan más que antes, y eso se da de entrada.
En otros tiempos no se podía abrir la boca: los grandes marcaban
cierta distancia ante los que recién eran promovidos a la Primera.
Por eso, en esta última etapa de futbolista sentí que a los más
jóvenes había que acompañarlos, apoyarlos, contenerlos, estar
siempre abierto a lo que te pudieran aportar, entenderlos. Porque
se aprende a cada instante, se aprende de un hijo.
Un día, Joaquín vino con una pelota para explicarme cómo
se hacía una chilena. Me decía que había que tirar la pelota para
arriba y darle de espaldas, luego de un salto. La escena, claro
está, se dio una vez porque lo que no entendía él es que me iba a
romper todo el cuerpo. Mi hija, durante mi etapa en el Fulham,
iba a una escuela local y hablaba mucho mejor el inglés que mi
mujer y yo, y cuando no entendíamos algo se lo preguntábamos
a ella, que nos enseñaba nuevas palabras. El chico debe notar las
cosas buenas y malas, te tiene que ver llorar, reír, equivocarte, hay
que aceptar cuando te corrigen errores. Yo a mi viejo lo vi llorar
tres veces: una cuando Racing se fue al descenso; otra cuando
me fui a jugar a Inglaterra; y la última cuando me festejaron los
15 años en Primera División: amigos y familia me armaron una
fiesta sorpresa y mostraron un video que lo hizo emocionar. Verlo
a mi viejo así, me hizo sentir feliz.
El concepto de ganar no tiene que ver solamente con un resul-
tado. ¿Por qué un plantel arma reuniones cuando llega una derro-
ta y casi nunca luego de una victoria? La intención de una charla
es corregir errores, y eso no sólo debe pasar cuando el resultado

32
FACUNDO SAVA

Entrenamiento, en Gimnasia y Esgrima La Plata.

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LOS COLORES DEL FUTBOL

es negativo. Hay que analizar lo que está mal y potenciar lo que se


hace bien, de los entrenamientos y de los partidos. El que más lo
haga, seguramente, más podrá disfrutar de jugar. A veces me pasa
que me erro goles: ¿de qué me sirve lamentarme? ¿Voy a poner
energía en eso? En lugar de quedarme enganchado con esa ima-
gen, debo trabajar para superar la falencia. Cómo resolver si el ar-
quero me achica el ángulo, cómo darle mejor con la zurda cuando
quedó en posición para rematar con ese perfil, cómo mejorar en el
cabezazo. Estancarme en el lamento impide mi crecimiento. Y su-
cede lo mismo en la situación inversa: si llego afilado con el arco
y me conformo con eso, y no me entreno con ganas de superarme
al otro partido, seguramente me va a costar más hacer un gol.
Lo importante en esta historia es dejar todo por disfrutar de
ese momento del juego. Sólo así hay más posibilidades de ser
feliz, de ganar y perder. En aquella charla, Vigil dio otro ejemplo
que grafica esta idea.
“Yo, junto con Las Leonas, ganamos dos copas y las tenía acá,
una debajo de cada brazo. Estaba feliz con mis trofeos, pero a
los dos días me di cuenta de que no podía tener movilidad en las
manos, de que no podía escribir ni hacer nada, porque mis copas,
esas que todavía sostenía debajo de mis brazos, me habían qui-
tado movilidad… Es lindo que se reconozca el trabajo realizado
con trofeos, pero lo que realmente importa es tener bien claro que
hay nuevos objetivos por cumplir. Si uno se queda con los trofeos
colgando, pesan y quitan movilidad. Por eso creo que perder, ter-
minar, es tan importante como ganar, empezar”.
Por todo esto entiendo que es saludable que, por caso, existan
libros en cuya tapa se destaca la palabra “perder”. Es fundamental
que se hable de perder para asumir lo que representa. Es parte de
la vida, de este juego. Uno nace y muere, gana y pierde. En el
medio, juega.

34
La creatividad

S
i pude crear un cuadro tirando pintura, si pude aprender a
hablar inglés después de tenerle cierto rechazo por malas
experiencias en la escuela y de chico con profesores parti-
culares, ¿cómo no voy a poder eludir a un defensor? Si me decidí
a estudiar fotografía sacando algunas muy lindas fotos, ¿cómo
no voy a poder jugar de nueve? El segundo año de psicología so-
cial lo cursé en La Plata, cuando jugaba en Gimnasia. La misma
escuela propuso un curso de creatividad que se daría los lunes,
dos horas y media antes de que ingresáramos a la carrera. Así,
con otro compañero, decidimos anotarnos para saber de qué se
trataba: el tema sonaba interesante. Se enseñaba a resolver dife-
rentes problemas desde la imaginación. En ese taller se daban 12
técnicas para aplicar en distintas situaciones. Desde un inconve-
niente con el tránsito hasta imaginar cómo resolver la economía
del país.
El primer día del taller y como ejercicio de presentación el
profesor eligió algo que me pareció muy original. Cada uno de
los participantes debía anotar en un papel, comida preferida, lu-
gar elegido para ir de vacaciones, el color preferido, ídolos, hob-
bies, etcétera. No había que poner el nombre en el papel, después
se mezclaban y con todos los datos había que adivinar de quién
era cada uno. Fue muy divertido.
En otras de las tareas modelábamos nuestros propios cuerpos

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LOS COLORES DEL FUTBOL

con arcilla, nos hacíamos a nosotros mismos, primero con los


ojos abiertos, luego con los ojos cerrados. Inventábamos formas
para saludarnos con distintas partes del cuerpo, nos enganchá-
bamos los brazos o las piernas con otras personas, como para
tener otra forma de decirnos cosas, de comunicarnos. En otros
momentos pintábamos cuadros con estilo libre. Esto es: tirába-
mos la pintura sobre el papel y luego se podían poner las manos,
la cara, mezclar los colores a gusto, meterse en el cuadro de otro
compañero. Todo con una libertad sin límites. Trabajamos con
papel de diario, manualidades, inventando juegos.
Una vez terminada cada clase nos juntábamos a tomar algo en
el bar y nos encontrábamos con los compañeros de psicología so-
cial que nos preguntaban: “¿De dónde vienen? ¿Qué les pasa?”.
Nosotros parecíamos estar en otro mundo, en pleno vuelo, libres,
la pasábamos bien animándonos a hacer lo que antes nunca nos
hubiésemos imaginado. Porque, en ese taller, si opinabas algo
distinto al pensamiento del profesor te explicaba por qué él no
estaba de acuerdo con esa decisión que habías tomado para la
solución del problema, pero te decía que esa era tu mirada sobre
el asunto. Y que la llevaras a cabo porque realmente sentías que
era la mejor opción. Entre todos analizábamos los pro y contra
de la solución elegida. Ese año fue extraordinario, encontré otro
lugar para descubrir un costado creativo en el que no había in-
cursionado, y me di cuenta de que así como se entrena el físico,
la táctica y la técnica, también se entrena la creatividad, algo tan
necesario para todo deportista.
Soy un convencido de que esta experiencia me ayudó para
tomar decisiones tanto dentro como fuera de la cancha. Que ese
espacio facilitó mi capacidad de expresión, liberó condiciona-
mientos, sentimientos, pensamientos, que colaboró para romper
estereotipos.

36
FACUNDO SAVA

A esa altura, me importaba cada vez menos pegarle al arco


y que la pelota se fuera a la tribuna. Lo intentaba, sin tener en
cuenta los silbidos o murmullos. Le daba al balón con derecha o
con izquierda con la misma seguridad, pese a que supiera de las
limitaciones. Se trataba de romper con esas barreras, con cual-
quier tipo de inhibición. Si logré en el taller hacer cosas nuevas
para mí, por qué no me iba a animar a jugar de nueve, a ser el
delantero del equipo. Porque si bien mi debut en la Primera de
Ferro había sido en esa posición, con el tiempo y los equipos ju-
gué en otros puestos. Lo hice de volante central, por la izquierda,
de enganche, hasta de marcador central. Debía, definitivamente,
volver a ese origen con la convicción de que estaba preparado.
En ese tiempo, en Gimnasia y Esgrima La Plata se jugaba con
doble enganche, Mariano Messera y yo, y como único delantero
Roberto Sosa. Y cuando fue transferido el Pampa trajeron a Die-
go Alonso, y después cuando también se fue el uruguayo asomó
en el puesto Gustavo Reggi. Se iba uno y llegaba otro para reem-
plazarlo. Un día, sentado en el parque de mi casa tomando mates,
me pregunté: ¿puedo ser yo el próximo nueve?
Y me respondí: sí.
La oportunidad se dio una vez que Alonso no pudo jugar por
tener cinco amonestaciones. Me acerqué a Gregorio Pérez, el téc-
nico, y le dije: “¿Por qué no me ponés de centrodelantero? Yo me
animo”. Ese día jugamos contra Colón de Santa Fe en La Plata
y salí al campo en ese puesto. El partido quedó en la historia
general, porque terminó 6 a 6, y en la mía particular: hice cuatro
goles. En la semana le comenté a Pérez que me gustaría seguir
jugando como delantero:
-No quiero jugar más de enganche, si lo tengo que hacer lo
hago sin problemas pero a la espera de una nueva chance de ser
el nueve.

37
LOS COLORES DEL FUTBOL

-Es que ahí lo tengo a Alonso. Esperá, tené paciencia, si Alon-


so se va al final del campeonato te voy a tener en cuenta –me
respondió.
Alonso, en efecto, fue transferido al final de aquella tempo-
rada, y por esa confianza que había con Héctor Domínguez, el
presidente, y Walter Disande, vicepresidente, no demoré en ir a
hablar con ellos. “Me gustaría poder reemplazar a Alonso, con-
fíen en mí que lo voy a poder hacer”. Me habrán visto condicio-
nes y seguridad en lo que decía.
Ellos, junto con el entrenador, Carlos Ramacciotti, me dieron
la chance. Y luego, con Carlos Griguol –otra vez en mi camino
con el DT que me puso en Primera- tuve como delantero dos
campeonatos muy buenos: en un torneo anoté 13 goles, en el otro
12. No paraba de convertir.
Entraba a la cancha seguro de que algún gol iba a hacer.
Todo aquello del entrenamiento de la creatividad, de darle un
lugar a lo inexplorado, a lo nuevo, a soltar la imaginación, fue un
crecimiento personal. El curso me ofreció otra mirada. Si logré
realizar un cuadro con las manos, la lengua, las orejas, ¿cómo no
me voy a animar a patear un penal? Si estudié psicología social…
¡¿Qué sabía yo de esa ciencia?!

38
La prueba de inglés

E
n el avión, rumbo a Londres, viajé con quien iba a ser mi
compañero en el plantel del Fulham y, tal vez, mi socio
de emociones inmediatas en Inglaterra. Martín Herrera, el
arquero que, como yo, había pasado por Ferro en otro tiempo,
también había sido transferido a la Premier League. Cuando nos
miramos, en pleno vuelo, nos preguntamos lo mismo:
-¿Sabés algo del idioma?
-No, ¿y vos?
Tampoco.
Preparados para enfrentar la situación, esperamos ansiosos el
aterrizaje para comenzar la nueva vida con la idea de meternos
en la menor cantidad posible de problemas idiomáticos. Al me-
nos, hasta la llegada del profesor particular que nos pondría el
club para acelerar los tiempos de adaptación. Pero, como en ese
entonces el encargado estaba de vacaciones, debimos improvisar.
Con la colaboración, eso sí, de varios de los integrantes del plan-
tel al que nos sumamos.
La presencia de un portugués y un marroquí que hablaban
algo de español, ambos jugadores del equipo, facilitó nuestra
estadía mientras estábamos en el club, sobre todo al comienzo.
Pero el obstáculo, claro, se agigantaba cuando nos llevaban al
hotel donde estábamos alojados a la espera de una casa: nuestras
familias respectivas llegarían una vez que nosotros estuviésemos

39
LOS COLORES DEL FUTBOL

instalados definitivamente.
No bien volvimos del primer día de entrenamientos hasta
Wimbledon –donde estaba ubicado el hotel– nos bañamos y ba-
jamos juntos para la cena. Sin más que la ropa de gimnasia que
nos había dado el Fulham, vestidos con la indumentaria oficial,
llegamos hasta el restaurante con la idea de pedir –o al menos ha-
cernos entender- un plato de comida, lo más parecido a lo nues-
tro. Sin embargo, apenas caminamos hacia la mesa, la gente nos
empezó a mirar, y los empleados del hotel nos decían –en inglés
muy claro– que no.
Simplemente no.
Era lo único que entendíamos.
Entre las señas que nos hacían los mozos y el aspecto de todos
los que había alrededor, como asistentes a una fiesta, comprendi-
mos: no estábamos vestidos según las normas del establecimien-
to. El hambre nos empujó hasta la habitación, nos vistió correcta-
mente y nos devolvió a una mesa del restaurante del hotel, donde
el mozo nos trajo un menú.
Escrito… en inglés.
“Spanish, spanish”, les decíamos a los mozos, y ellos nos de-
cían “not spanish here”, no tenían menú en español ni nadie ha-
blaba en castellano. Así, la elección fue sencilla:
-Elijamos dos platos distintos, dos platos de los más caros,
porque suelen ser los mejores y ricos. En última instancia, si al-
guno de los dos falla, tenemos asegurada la cena con uno.
Cuando el mozo llegó con las porciones, con Martín nos mira-
mos sin saber realmente de qué se trataba. El color, la salsa, todo
era desconocido. Y nos alcanzó un bocado para darnos cuenta de
lo feo que era. Un pescado condimentado con sabor agridulce
que nos obligó, inevitablemente, a cruzar a una pizzería que es-
taba enfrente. Allí, cada plato era acompañado por una imagen:

40
FACUNDO SAVA

nos alcanzó señalar con el dedo.


Incomunicados, no había forma de entablar una charla. Sin
embargo, al segundo día de haber llegado asumimos riesgos na-
turales para ir a dar una vuelta con la intención de despejarnos
un poco. Era en Wimbledon, una ciudad a 20 minutos al oeste de
Londres. El problema fue cuando quisimos volver: lo único que
sabíamos era el nombre del hotel. Nos habíamos perdido. Para-
mos a una persona por la calle y le preguntamos por Cannizzaro
hotel. El hombre sacó una hoja y una lapicera de su portafolio y
nos explicó, mediante un dibujo, la manera de llegar. Un grande.
Lo mismo sucedió cuando intentamos tomar el tren. Los carteles
de señalización estaban en su idioma original por lo que era im-
posible para nosotros saber para qué lado quedaba el centro de
Londres. El guarda no nos sabía explicar, nosotros no sabíamos
contarle y nos salvó un colombiano que escuchó nuestra desespe-
ración por hacernos entender. Cuando estábamos en la habitación
lo único que podíamos ver en la tele era el torneo de tenis de
Wimbledon, que se jugaba en ese momento. La sensación de no
poder comunicarse es muy fea. Pero todo cambió, paulatinamen-
te, con el arribo del profesor de inglés.
Philipe, un escocés que hablaba once idiomas, empezó a en-
señarnos primero con las cuestiones básicas, las palabras que nos
iban a simplificar las prácticas. Nos pasó a buscar y nos llevó
hasta la cancha. Una vez en el campo de juego, tomó el silba-
to y comenzó con la clase. En una tarde, aprendimos términos
fundamentales en el fútbol como el arco, decir córner, tiro libre,
referí, delantero, arquero, mediocampista, la frase que se utiliza
para decir que tenés a un rival cerca que te puede robar el balón
(“man on”), cuando tenés libertad para manejar la pelota porque
estas solo (time). El proceso era sencillo, íbamos con la pelo-
ta y él nos corría de atrás para repetirnos en la práctica toda la

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LOS COLORES DEL FUTBOL

teoría. Recreábamos jugadas de partido, y las íbamos repitiendo


con la palabra mientras las hacíamos, nos hacía patear penales,
tiros libres, reproducíamos diferentes situaciones del juego. Lue-
go fuimos a una confitería, tomó un reloj de pared que había ahí
y se puso a enseñarnos la hora: decía que era muy importante
aprenderla teniendo en cuenta los horarios de nuestras múltiples
actividades. En ese primer día, al menos habíamos aprendido la
hora (antes llamábamos por teléfono al portugués o marroquí
para saber el horario de entrenamiento) y las frases como para
comprender lo elemental con los compañeros.
Al tiempo, y ya más adaptados, el profesor aplicó otra técnica
para una práctica intensiva del idioma. Nos dijo que pusiéramos
la radio en el auto y al escuchar lo que se comentaba repitiéra-
mos todo, por más que no entendiéramos nada. Según decía, día
tras día iríamos reconociendo más palabras, nos íbamos a dar
cuenta de qué estábamos hablando y estaríamos ejercitando los
músculos de la boca, que son otros en el inglés respecto del cas-
tellano. La ecuación era sencilla: en ese ejercicio, que se prolon-
gaba cuando mirábamos televisión, íbamos a incorporar palabras
automáticamente para luego saber su significado.
Nos llevaba a la estación de tren, de micros, a los bares, al su-
permercado siempre hablando en inglés y de lo que veíamos. Fue
así que a los pocos días podíamos manejarnos bastante bien. Sin
ir más lejos, a los seis meses de aquel primer día con Philipe yo
hacía las conferencias de prensa en inglés, con su colaboración.
Ese idioma al que no le encontraba sentido de joven es al que
ahora le tengo un gran cariño y más aún: en la actualidad tengo
la necesidad de hablarlo y por eso llamo a varios de mis amigos
ingleses que me hice allá.
Porque en esa etapa de adaptación, cuando se llega a un club
siendo extranjero, es importante cómo se acercan los que inte-

42
FACUNDO SAVA

gran el plantel. Y difícilmente uno se olvide de los que marcaron,


con su presencia, el camino. En ese sentido, Edwin Van Der Sar,
el arquero holandés que estaba en el grupo, colaboró siempre
para saber qué necesitábamos y cómo nos sentíamos. Atento a
lo que pasaba, se mantuvo cerca para acelerar los tiempos de
integración. Siempre se me acercaba para que yo practicara con
el idioma, me traía revistas y diarios para que leyera. Una vez,
cuando íbamos en el micro rumbo al estadio, nos sentamos frente
a frente (porque así estaban diseñados los ómnibus) y él miraba
la tapa del libro que yo estaba leyendo en el viaje. En la porta-
da del libro de Marcelo Roffé estaba Ariel Ortega pegándole el
cabezazo en el Mundial de Francia 98. Me lo pidió y, aunque
no entendía el idioma y no podía leer lo que el libro decía, hizo
una reflexión, entre risas: “Si ves la jugada otra vez te vas a dar
cuenta de que yo fui a buscarlo, que me acerqué porque imaginé
que me iba a pegar”.
El paso por Inglaterra, definitivamente, fue inolvidable. Toda
una enseñanza de vida desde principio a fin. Nunca imaginé que
el fútbol me iba a llevar a Europa. Y menos a un país con distinto
idioma. Es por eso que durante la escuela secundaria nunca me
interesé realmente por aprender la materia. Esa subestimación
me llevó a hacer trampa: me negaba a aprender con la excusa de
que no sería útil para mi vida o para mi carrera. Luego de zafar en
primer año, me cambié de turno en el colegio para poder ir a en-
trenar en juveniles. Me senté detrás de una chica que iba a inglés
particular desde los siete años. Ella fue la que me hizo todas las
pruebas hasta cuarto, cuando otra vez el fútbol me obligó a mo-
dificar el horario. Me pasé a la noche. Ahí sí, me dije: “¿Y ahora
qué hago?”. Pero el destino hizo que Fani –mi compañera de cur-
so- también se cambiara al turno noche por asuntos laborales.
Es por eso que, pese a tener aprobada la materia y al margen

43
LOS COLORES DEL FUTBOL

del esfuerzo que hicieron mis padres de mandarme a un profe-


sor particular, llegué a firmar el contrato sin siquiera saber decir
“hello”. La trampa, en la vida como en el fútbol, tiene fecha de
vencimiento.

44
El rol de la prensa

S
i los goles que hice en Gimnasia y Esgrima La Plata no se
hubiesen reflejado en los medios de comunicación, mi pase
a Inglaterra habría sido más difícil, tal vez imposible. Es,
desde ese lugar, por donde se debe analizar la importancia que
tiene el periodismo y la relación ligada con la carrera del futbo-
lista. El poder, el peso que tiene en su publicación, es capaz de
modificar el rumbo de una trayectoria. Para bien o para mal.
Se debe aprender cuál es su rol, cómo funciona la prensa, qué
busca y qué hacer respecto a eso porque tan solo una declaración
puede cambiar un destino. Si se entiende ese juego, si se com-
prende la regla, el futbolista logrará la tranquilidad necesaria.
Cuando llegué al Fulham, en Inglaterra, el traductor que me
había puesto el club me presentó a tres personas encargadas del
departamento de prensa. La idea, una práctica habitual que se
lleva a cabo con cada futbolista incorporado al plantel, era expli-
car a través de una charla cómo se manejaba la atención con los
periodistas y cuál era el estilo de cada medio de comunicación.
Qué medio iría a buscar lo superficial –esas cuestiones ajenas a
lo deportivo y que hacen más a la vida privada-; cuál diría que
eras el mejor delantero del mundo si anotabas tres goles y el peor
si pasabas tres partidos sin meter la pelota dentro del arco; quién
sería más reflexivo en el análisis, con debates sobre lo futbolísti-
co; cuál buscaría una declaración para generar alguna polémica.

45
LOS COLORES DEL FUTBOL

Advertir lo amplio del abanico nos preparaba mejor para saber


qué decir en los medios.
Así, una semana antes de concretar las entrevistas –sólo se
atendía los jueves- ellos me iban a decir, incluso, por dónde iba
a enfocarse la charla con el medio. Definitivamente, nos prepa-
raban para hablar concientes de que una declaración en falso te
puede costar la carrera.
Entender el periodismo como herramienta importante en esta
carrera ofrece una mirada distinta. De hecho, en esos años en
Londres, compraba las revistas de Arsenal y de Manchester Uni-
ted donde había un espacio dedicado a la formación de los ju-
veniles de esos clubes. Ahí se hacían talleres especiales donde
se daban charlas de eso mismo que a mí me explicaron apenas
me incorporé al Fulham. Los chicos llegaban a la Primera con
recursos y conocimiento de cómo y qué declarar en los medios.
Eso, necesariamente, se debe aplicar en el fútbol argentino des-
de los profesionales hasta las juveniles. Se debe entender que
los medios son un negocio, que la regla general es esa. Que el
mismo periodista puede calificar con un 1 a un futbolista cuando
juega mal y con un 10 cuando lo hace bien. En la actualidad, la
facilidad para ser tapa de una revista puede hacerles creer a los
jóvenes una ficción.
Y eso es un riesgo si no se está preparado para saber mane-
jarlo.
En estos tiempos, cuando analizo lo que se dice o escribe,
noto una evolución en los periodistas. En general se preocupan
por saber y entender el fútbol, se arman debates interesantes en
los que el futbolista puede aprender si está abierto a la crítica.
Porque hay casos en los que los jugadores se enojan con los me-
dios por una calificación o bien por un análisis de su rendimiento
y deciden no hablar más con la prensa. Ese error nace desde la

46
FACUNDO SAVA

falta de conocimiento, de cómo es esta relación entre el protago-


nista y el periodista. Son los mismos que se quejan cuando les
ponen un dos como puntaje, pero que no le regalan algo cuando
se lo destaca como la figura de un partido con un diez.
Ese juego se debe aceptar o no se puede jugar más al fútbol.
Porque cuando finaliza el partido uno sabe bien –o debiera sa-
ber bien- sin estar pendiente de eso, cómo tratará su rendimiento
cada medio. A su vez, como en buena parte la mirada del perio-
dismo es inteligente, también el futbolista se da cuenta cuando
se habla desde el desconocimiento o la falta de preparación. Si
se dice una pavada, el jugador la capta sin necesidad de un pro-
fundo análisis. Pero cuando en la prensa se defiende el derecho
de preservar la fuente de información, no debe importar tanto
quién es sino qué dice. La primera reacción que se conoce dentro
de un vestuario, cuando aparece algún foco de conflicto en los
medios, es: “Acá hay un buchón”. Entiendo que simplificar la
cuestión a eso habla de una carencia para el análisis. Si el jugador
llega a su casa fastidioso por algo que sucede en el grupo o en el
entrenamiento y se lo cuenta a su mujer –una teoría lógica– o a
los amigos, probablemente, y sin intención de que la noticia se
instale en la prensa, se lo comente a un conocido que es hincha
de ese club. Entonces, la cadena parece ser más corta que pensar
que desde adentro del plantel se pudo filtrar algo que afecta la
convivencia. En todo caso, si un compañero –porque está claro
que existen amistades o intereses con periodistas- se lo cuenta
a alguien cercano que trabaja en prensa, se debiera tomar como
punto de partida para solucionar el problema desde la comunica-
ción que, evidentemente, no estaba siendo fluida.
El jugador elige los momentos para hablar, sabe por dónde
puede venir la charla si conoce de todo este ejercicio de los me-
dios. En Racing, por ejemplo, pensábamos bien la palabra a utili-

47
LOS COLORES DEL FUTBOL

zar para cada respuesta. Antes de salir del vestuario ensayábamos


las preguntas y, mentalmente, elaborábamos las respuestas. Eran
tiempos complicados, con un equipo en plena pelea por no des-
cender, con una empresa gerenciadora que nos dejó solos y sin
dirigentes para el respaldo necesario de la situación. Todo era
como en un tablero de ajedrez. Es un juego, en buenos o malos
momentos se debe tener clara la idea y la relación con quienes
tienen la tarea de comunicar lo que sucede.
La importancia que tiene el periodismo, esa relación ligada
a la carrera del futbolista, es lo que se debe entender. Desde ese
lugar, el protagonista tiene que analizar y saber cómo se mane-
jan los medios de comunicación. Si hubiera metido los goles en
Gimnasia sin repercusión en el ambiente del fútbol, difícilmente
me habría ido a jugar a la liga inglesa. La idea es entender qué
busca, cuál es su rol, cómo funciona la prensa.
Es parte de este juego.

48
“Facundo, el hombre
que piensa y hace pensar”
POR ARIEL SCHER

A
las 10 y 33 del miércoles 2 de julio del 2008, la puerta del
aula 10 de DeporTea recibió dos golpes suaves. Suaves
significaba que tenían una fuerza sesenta o setenta veces
menor que la que justo siete días antes le había impuesto Facun-
do Sava al derechazo con el que, en Córdoba y frente a Belgra-
no, había empezado a ubicar a Racing más cerca de la patria de
los alivios y más lejos del descenso. Con la memoria de aquel
derechazo y sin esperar respuesta a la señal de los dos golpes,
Facundo abrió esa puerta, pronunció “buen día” sin enfocar hacia
ninguna cara en especial y aguantó el viento de inhibición que
seguro le sopló en las mejillas porque, de golpe, treinta pares de
ojos jóvenes que nunca lo habían visto así de cerca se le clavaron
en su cuerpo de futbolista largo.
Sava era el personaje de la noticia en esas horas: el domingo
anterior había llorado delante de un estadio tras una tarde en la
que un pase suyo le permitió a Maxi Moralez hacer el gol de los
desahogos definitivos; el viernes siguiente sería, como él intuía,
marginado de Racing acaso porque su relación de afecto con los
compañeros y con la gente era demasiado incómoda para el en-
trenador de turno y para la dirigencia que, también, estaba de tur-
no. Los estudiantes de DeporTea se cachetearon su propia inhibi-
ción y lo consultaron por el equipo, por la tensión, por el futuro,
por su costumbre inagotable de hacer un gol atrás de otro. Cuatro

49
LOS COLORES DEL FUTBOL

minutos habían pasado de las once y, ya despejada la escena de


las inhibiciones módicas de Facundo y de las inhibiciones más
potentes de los alumnos, un muchacho que tenía la edad de Sava
cuando debutó en la Primera de Ferro le lanzó el interrogante que
iba a abrir el camino hacia el aprendizaje mayor de esa entrevista
colectiva. Para eso, se necesitaron no se sabe cuántas palabras del
entrevistado y siete, sólo siete, palabras como planteo. Estas: “Y
con el periodismo, ¿cómo te llevás?”.
El Colorado aspiró alguno de los aires fríos de ese invierno in-
tenso, se tragó las gotas finales del vaso con agua que pidió para
esa mañana y arrancó como si Franco Sosa le estuviera tirando
de nuevo el centro glorioso de Córdoba de una semana atrás. En-
tonces, dijo, por única vez en todo el intercambio, que ese era un
tema muy importante. Primero, explicó con todo el detalle y toda
la didáctica posibles que todos -los periodistas, los jugadores, los
familiares y los amigos que no eran ni periodistas ni jugadores,
los presidentes y los postergados del mundo- vivíamos una era
en la que los medios hacían mucho más que mediar o, de otra
manera, que la cabeza de la gente era muchas veces lo que los
medios hacían de ella. Enseguida, dio una maravillosa argumen-
tación sobre por qué para un jugador era decisivo mejorar cada
aspecto de su juego, pero también era clave entender esa idea de
lo que representaba la comunicación. Y, después, provocó asom-
bros -asombros de esos que tienen forma de silencio extendido
y de gestualidad potente- cuando desarrolló cómo y por qué un
jugador debía prepararse desde muy joven para el trato con los
periodistas. Para bajar de lo teórico a lo práctico, puso sobre la
cancha las experiencias nutritivas de los clubes británicos y las
desprotecciones que habilitan muchos clubes argentinos. Y al fi-
nal contó sus propias estrategias, su percepción de qué profun-
didades buscaban algunos periodistas y qué minucias buscaban

50
FACUNDO SAVA

otros periodistas, distinguió claramente entre los trabajadores de


prensa y las empresas periodísticas y confidenció, sin pudores,
que una serie de afinidades, entre las que la pasión por el fútbol
no era la más determinante, habían hecho que algunos periodistas
fueran sus amigos.
Tan lúcido en el discurso como en sus incursiones de más de
tres lustros de actividad profesional en las áreas rivales, Sava
no le erró en nada y dio una clase perfecta. Un futbolista es hoy
un individuo que juega y cobra por jugar, pero a la vez es, para
ciertas lógicas mediáticas, una mercancía que hace goles y emite
sonidos, alguien que está en el centro de la atención pública para
ser alabado o devastado, un sujeto cuyos sonidos “llenan” trans-
misiones radiales y televisivas o espacios en las páginas de papel
o de internet. La práctica dominante en la industria de la comu-
nicación necesita de las gargantas abiertas de esos muchachos
porque esas gargantas atrapan oídos y corazones. De allí que,
como enfatizó Facundo delante de aquel grupo de periodistas
en formación que se fascinaba oyéndolo, sería relevante que los
jugadores tuvieran la mayor conciencia posible de lo que signi-
fica cada una de sus palabras. Si los medios construyen un show
dentro del show, como bien definió Jorge Valdano, no estaría mal
que quienes encuentran lugar para su voz dentro de ese show
supieran que cada cosa que dicen importa mucho, muchísimo.
La propia clase en la que Sava tomó parte resulta un interesante
ejemplo de lo que puede pesar el discurso de un futbolista noto-
rio: no hay dudas de que muchos de los que compartieron un rato
de la vida en el aula 10 de DeporTea fueron personas -y cronis-
tas- distintos después de la invitación a reflexionar que él ofreció
en cada intervención.
Claro que para que eso ocurra ayuda mucho que el que ex-
ponga sea Facundo. Y no porque Facundo sea “diferente” o sea

51
LOS COLORES DEL FUTBOL

“culto”, como se lo suele etiquetar en algún ambiente del fútbol.


Eso no define casi nada. El mérito de Facundo fue y es otro:
pensó e hizo pensar, se conmovió y conmovió, se propuso darle
intensidad a ese rato de su existencia y a todos los ratos anterio-
res o posteriores, no cerró ni los oídos ni los párpados a lo que le
contaban los otros y los consideró tan importantes como él aun-
que no fueran ni famosos ni goleadores. Ningún estudiante tuvo
la oportunidad de saberlo en ese encuentro, pero Facundo Sava
no actúa de ese modo sólo en las entrevistas. Él es así.
A las 11 y 44 del mismo miércoles, Sava se despidió de sus
interlocutores, les agradeció la generosidad de escucharlo y ase-
guró que, luego de tanto hablar, no le vendría mal un segundo
vaso con agua. Mientras chicas y chicos se le arrimaban más in-
formalmente para verificar algún dato, un alumno se le acercó al
profesor de esa clase, le anticipó cómo suponía que iba a escribir
la nota sobre la charla con el Colorado y le confesó que esta-
ba impresionado. A continuación, dijo exactamente lo siguiente:
“Lo que él explicó sobre los jugadores y la prensa no me lo olvi-
do más. Creo que me cambió la cabeza. Este tipo es un fenóme-
no”. El profesor levantó la mirada, vio cómo Facundo avanzaba
entre sonrisas y estuvo seguro de que ese alumno conmocionado
tenía toda la razón.

52
De representantes

L
a juventud, la falta de preparación para sentarse a una mesa
a negociar con un dirigente, la posibilidad de simplemente
jugar al fútbol y que otro se ocupe del resto, es lo que lleva
al mundo del representante. Una persona que, bien utilizada, trae
beneficios si el futbolista tiene claro cuál es su objetivo en la ca-
rrera y cuáles son sus limitaciones.
Creo en la especialidad de cada una de las profesiones. Por
eso entiendo que es útil si se es inteligente para saber que la deci-
sión final de cada movimiento (transferencia, contrato, préstamo)
debe estar en la cabeza del jugador. Eso ahorra un montón de
problemas que se presentan apenas se empieza a jugar al fútbol a
nivel profesional.
Cuando me llamaron de Ferro para firmar el primer contrato
yo no tenía representante. Había hecho mi aparición en Primera y
fui personalmente a hablar con los directivos con la idea de pedir
un sueldo intermedio, de acuerdo a las cifras que se manejaban
en el plantel. Pero cuando comenzó la charla casi no pude expo-
ner mis argumentos.
-Mirá, vos jugaste cinco partidos, nosotros te queremos hacer
contrato pero tampoco creemos que nos vamos a salvar con vos.
De esa reunión salí con lágrimas en los ojos.
-¿Cómo te fue? –me preguntó mi papá cuando llegué a casa.
-Me ofrecieron mínimo más viáticos, ¿no te animás a ir vos a
hablar en mi lugar?

53
LOS COLORES DEL FUTBOL

Mi papá se animó. Y al regreso fue terminante: “Te mataron a


vos y me mataron a mí. Buscá a alguien que se encargue de estas
cosas porque definitivamente no es lo nuestro”.
No me quedó alternativa que dar con alguien que supiera ne-
gociar.
Fue así como un representante me arregló un contrato como
el que yo esperaba. Al tiempo conocí a Gustavo Mascardi, con
quien tengo una buena relación, y fue él quien de ahí en adelan-
te hizo todo para que mis energías solamente estuvieran puestas
en entrenarme y jugar. Al margen de los consejos, aceptó que
la decisión siempre pasara por mí, como ocurrió con el pase de
Boca a Gimnasia. Porque si bien yo estaba en un club grande con
todo lo que eso representaba, no lograba la continuidad necesa-
ria y, ante el interés de otro equipo, opté por irme. Sobre todo,
porque el entrenador era Carlos Griguol, quien me había puesto
en Primera en Ferro. Pese a las razones argumentadas y quizás
válidas de Mascardi –siendo suplente en Boca tenía un valor de
reventa mucho más alto- tomé la determinación de jugar. Y no
me equivoqué, porque la última palabra siempre tiene que ser
del jugador.
El representante de un entrenador, si es que lo necesita, sólo
debe estar para arreglar el contrato o buscar un club dónde tra-
bajar en el caso de que no se lo ofrezcan, y no para ofrecerle los
jugadores que tiene en su poder, como en todo este tiempo pude
observar en algunos casos.

54
De cábalas y religiones

M
i forma de ver y entender el mundo no da lugar a las
cábalas o rituales de vestuario que, para muchas perso-
nas, ofrece una cuota de fe ajena a lo que uno es capaz
de hacer dentro del campo de juego. En mi vida no estuve atra-
vesado por instituciones religiosas, concurrí a escuelas públicas
donde la religión no tenía lugar y tampoco en mi familia: mis
padres no son creyentes y me educaron con valores tales como la
alegría, el trabajo, el esfuerzo, la osadía, la autenticidad, el creci-
miento, la creatividad, las ganas de vivir, la libertad, la vitalidad,
el deseo y, sobre todo, el amor.
Me enseñaron que todo lo que yo podía lograr iba a depen-
der de mí. Este sentimiento y pensamiento lo confirmo día a día,
siento que el más allá arruina el más acá, la construcción de un
ideal tiene como consecuencia directa disminuir el valor de la
realidad. Así, encontrarse con uno mismo, no vivir en inferio-
ridad, inventar un estilo propio de vida, darse autovaloración,
requiere una superación del padre protector y todopoderoso. No
soy creyente. Las cosas son, existen. Percibo muchos misterios
que no se resuelven, como dicen, por la sola existencia de un ser
superior. Pretender conocer lo que es, por definición, inabordable
para el conocimiento, es una actitud para mí ignorante. Soy muy
respetuoso de los creyentes y convivo con la diferencia, respetar
no quiere decir que uno no afirme su visión sino que cada uno
pueda decir la suya.

55
LOS COLORES DEL FUTBOL

Hay miradas sobre cuestiones naturales que generan ver-


güenza o miedo, cuando debiera ser algo natural. Por ejemplo, la
sexualidad está ligada al placer, al juego, al disfrute, al amor y las
religiones la encierran sólo en la necesidad de reproducir. ¿Cómo
autovalorarse dejando de lado el cuerpo sintiendo el deseo con
sentimiento de culpa? La frase “Dios te va a castigar” está aso-
ciada a esa sensación de culpabilidad. Se pone a un ser superior
que trae tranquilidad y nos genera agradecimiento y sumisión a
su enorme poder. Nadie sabe qué había antes o en qué espacio
pasó lo del “Big bang”, la explosión original con la que empezó
el universo, y se dice “Dios creó todo” aunque en la realidad sea
inverificable.
A lo largo de mi carrera me crucé con situaciones curiosas
a las que observé siempre desde mi mirada inquebrantable de
poner la energía en cuestiones existenciales, en lo que hay. En-
trenadores que cambiaron redes de los arcos porque el equipo
arrastraba una racha sin goles, cambios de camiseta (inclusive
con colores ajenos a los de la institución), agua bendita en un
vestuario convertido casi en santuario, misas, viajes a Luján, cu-
ras en concentraciones, estampitas, brujos, brujas… Leyendas
con historias de las que aún, en la actualidad, se habla. Como
la de un club que en la década del 70 supo ser campeón por sus
condiciones, pero que, paralelamente, acudía a una bruja para
atraer esos beneficios futboleros. Sin embargo, luego de la es-
puma del triunfo y la gloria, los dirigentes se olvidaron de pagar
una parte del dinero destinado a la señora y lo que vino fueron
años de desencanto, descensos, frustraciones y finales perdidas.
Tanto es así que, luego de un buen tiempo, optaron por cancelar
esa hipoteca de la vida, y aunque la hechicera ya había fallecido
pudieron abonarle a un familiar y cerrar el círculo.
Todo eso genera una relación de dependencia que, en muchos

56
FACUNDO SAVA

En Racing, gol y pulgares arriba.

57
LOS COLORES DEL FUTBOL

planteles, termina siendo un elemento fundamental para el rendi-


miento. La teoría del juego se basa en lo mítico, en vez de poten-
ciar los ejercicios de definición, aprender movimientos de ataque
para generar espacios en defensas cerradas, quedarse un tiempo
luego del entrenamiento para hablar de lo que pasa, coordinar la
táctica para recuperar la pelota lejos de nuestro arco, estudiar,
perfeccionarse. Eso es lo que hace que el domingo existan más
opciones para meter la pelota dentro del arco.
Sí, seguro, me va a ayudar que una persona me venga a sa-
ludar y dar un gesto de aliento, y aceptaré con gusto si quiere
entregarme una figura religiosa, pero no es allí donde encuentro
el valor sino simplemente en el gesto, en la expresión de cariño,
en la emoción, en la buena onda.
La configuración religiosa del mundo aleja a las personas de
sí y las pone en manos de poderes superiores a los que tiene que
conformar y venerar. Yo confío en mí mismo y en todas las per-
sonas que me quieren, apoyan, ayudan y trabajan para hacer un
mundo mejor.

58
La libertad, condicionada

E
l sentido de la palabra es la que nos da un indicio. La con-
centración –entre otros significados que se encuentran en
el diccionario tiene relación con el aislamiento, la aglutina-
ción, la reclusión- es, de alguna manera, el encierro en vez de la
apertura, del vuelo, del juego, la creación. Es, en definitiva, ese
contenido dictatorial que desnuda el significado.
¿Por qué se concentra?
¿Para qué?
¿Alguien sabe realmente cuál es la importancia de que un
plantel se quede una o dos noches alojado en un hotel a la espera
de un partido?
El futbolista no se plantea esta pregunta, sólo se apega a esa
regla establecida por el entrenador o los dirigentes. En 1993,
cuando empecé a jugar al fútbol profesional en Ferro, Carlos
Griguol, el entrenador, no respetaba esa norma ya instalada en la
Argentina. El plantel no se concentraba, había una libertad para
que cada jugador decidiese qué tenía que hacer el día anterior,
cada integrante era responsable de la decisión que se tomaba en
la previa. Nos juntábamos cuatro horas antes del partido en el
anexo del club a un costado de las vías del tren de la estación de
Caballito para el almuerzo, y luego nos cruzábamos a la sede,
donde teníamos la charla técnica un rato antes de jugar.
Hasta que una vez al entrenador le llegó el comentario de que

59
LOS COLORES DEL FUTBOL

habían visto a un jugador en un cumpleaños de 15 y a partir de


ese día todos fuimos a concentrar a un hotel cerca de la estación
Chacarita.
¿Se resuelve de esta manera la situación? Sería bueno darle
herramientas al futbolista para que sepa lo que tiene que hacer,
y por qué, el día del partido y el día anterior. Con esa informa-
ción necesaria que permita entender las razones por las que es
importante el descanso y la buena alimentación. Cuando llegué a
Inglaterra para jugar en el Fulham me dijeron: “Mirá, acá no se
concentra, acá las reglas son así. El día del partido nos juntamos
tres horas antes en un hotel, tenemos una comida liviana y de ahí
vamos para la cancha. Si por alguna razón vos creés que tenés
que ir a un hotel a descansar, nosotros te lo facilitamos”.
Esto pasó con el primer entrenador que tuve en ese país, el
francés Jean Tigana. Y con el segundo, el galés Chris Coleman, la
libertad era más amplia aún. Se iba directo al estadio, cada futbo-
lista en su auto, como quien va a jugar un picado con los amigos.
Pero, lógico, todo eso tenía un sustento desde la educación que se
les daba a los jugadores. Un grupo de profesionales explicaba por
qué y qué había que comer la noche anterior. Cómo colaboraban
en el rendimiento los hidratos de carbono y las proteínas: “La
comida es como el combustible de un auto; no se puede poner
gasoil a un coche naftero porque eso atenta contra el funciona-
miento normal de su motor”, graficaban. Lo ideal era incorporar
fideos, pescados, carnes, frutas y verduras, y el cumplimiento de
la dieta desembocaba en mejores condiciones físicas.
El día del partido, desde que nos levantábamos, debíamos to-
mar agua y a través de la orina sabíamos perfectamente si estába-
mos hidratados o no. Si el color era transparente, perfecto; si era
amarillo, algo andaba mal. Se educaba para eso, no se imponía
nada fuera de lo normal. Nos mostraban qué pasaba si comíamos

60
FACUNDO SAVA

mal, cómo la sangre no iba a estar oxigenada y de qué manera eso


iba a influir en el rendimiento.
En Inglaterra todos sabíamos lo que debíamos hacer el día
anterior a un partido. Inclusive en cuanto a la vida sexual. Por-
que eso de que no es conveniente tener relaciones en la previa
no estaba contemplado en el mensaje. Como experiencia, puedo
decir que un día antes de un partido importante tuve relaciones
con mi mujer. Y, al otro día, jugué los mejores 90 minutos de mi
carrera. Con el Fulham le ganamos 3-2 al Liverpool, anoté dos
goles y el tercero me pegó en la pierna y desvió la trayectoria
del balón, pero el árbitro se lo dio a un compañero. Esa fue la
primera vez que el club le ganaba a uno de los poderosos de la
Premier League.
El día anterior al partido nos entrenábamos a la mañana, re-
gresaba a mi casa y almorzaba pastas para luego ir a dormir la
siesta. A la tarde, salíamos a dar una vuelta en familia y a la no-
che comíamos siempre en el mismo restaurante –carne o pescado
con ensalada-. De regreso, como a veces me daban un video para
mirar a los rivales, me quedaba viendo los movimientos de ese
equipo y alrededor de las 22.30 estaba durmiendo en casa, en mi
cama, con mi almohada, como lo hago habitualmente.
El esquema lo armaba a mi gusto.
Al día siguiente la sensación era única, estaba más relajado,
con la idea original de que el punto genuino que nos une en esto
es el juego. Me levantaba a las 8, desayunaba en familia, me afei-
taba, me ponía el traje, salía para la cancha, jugaba y me volvía a
mi casa. La naturaleza con la que se manejaban estas cuestiones
te motivaba porque el mensaje era claro, sin eufemismos: vamos
a pasarla bien, a jugar, no entremos a encerrarnos entre cuatro
paredes a esperar qué. Está institucionalizado que la concentra-
ción es la vía correcta para la última etapa de la preparación, pero

61
LOS COLORES DEL FUTBOL

entiendo que no se debe imponer. En última instancia, se debería


tomar una decisión conjunta en el grupo. Por ejemplo, cuando
tuve a mis hijos no veía la hora de irme a concentrar porque no
podía dormir bien. Por eso, si hay quienes se pueden sentir más
cómodos que lo hagan. Vivo en Ituzaingó, en una zona donde de
noche no se escuchan frenadas de autos o bocinazos, ideal para
el descanso. Pero tengo que ir al centro, a la Capital Federal,
para estar alojado en un hotel en pleno ruido. ¿Si pasa por una
cuestión de tener al plantel unido? ¿Si es, de alguna manera, una
buena excusa para el conocimiento con el otro? No hay una sala
para juegos, no hay un lugar donde nos podamos juntar para que
se dé una charla. Estamos encerrados en una pieza con otro com-
pañero, apenas eso. Nos vemos las caras a la hora del almuerzo
y de la cena. Si casi no hay contacto: ¿cuál es el sentido? Y si lo
hubiera, ¿no es bueno encontrarse durante la semana?
Si bien en clubes como Gimnasia la pasábamos bien (jugando
al billar, viendo partidos juntos), muchas veces en una concen-
tración el jugador se va a dormir más tarde que en su casa. Yo no
tengo televisión en mi habitación. Entonces, cuando siento que
tengo que ir a acostarme voy, apoyo la cabeza en la almohada y
descanso. En cambio, en un hotel mi compañero tal vez se queda
enganchado con el televisor y me puedo dormir pasada la prime-
ra hora del otro día. Hasta hay quienes se quedan a jugar al Play
Station y eso hace perder la idea del tiempo. Si se sabe que dor-
mir ocho horas facilita el buen rendimiento, ¿de qué sirve salir de
joda la noche anterior a un partido? Se puede salir cualquier otro
día. La idea no es prohibirle a un chico de 20 años que salga a di-
vertirse, pero es fundamental que un grupo de especialistas en la
materia le explique lo que le va a pasar si salir se convierte en una
rutina. Luego será una responsabilidad individual, cada futbolis-
ta se hará cargo de la decisión que tome. Eso es lo interesante de

62
FACUNDO SAVA

Salida del entrenamiento de Racing.

63
LOS COLORES DEL FUTBOL

toda esta estructura que se debe modificar. Si el que toma las de-
cisiones adentro de la cancha es el que juega, ¿por qué no puede
tomar las decisiones afuera, como la de concentrar o no?
Cuando el que no cumpla con ese cuidado –previa enseñanza
de los qué y por qué- no se pueda mover dentro de la cancha,
al otro día no saldrá más. Con mis compañeros intercambiamos
ideas respecto a este tema y es bueno poder debatirlo. Cuando
sea entrenador no voy a llamar a las diez de la noche a la casa
de cada futbolista a ver qué hace, no es el remedio. Esto es parte
del entrenamiento, de las libertades que se deben necesariamente
tener para luego resolver desde la imaginación, sin restringir el
vuelo, la creación. Si un técnico dice “vamos a concentrar”, el
grupo contesta “listo”. Si cambia y opta por no hacerlo, la res-
puesta es la misma, “dale”. Lo fundamental es entender, de una
vez, para qué sirve, por qué se hace. ¿Por qué no romper con
esta norma establecida? Nadie dice nada, pero muchos pensamos
que es innecesario estar acá, todos juntos, mirándonos la cara, la
tensión, los nervios. ¿Para qué?

64
La institución

E
l funcionamiento de un equipo dentro del campo de juego
refleja la idea y el camino que esa institución elige. Para
recibirme de psicólogo social, en quinto año tuvimos que
hacer una tesis con otros dos compañeros y elegimos hacerlo con
la Séptima División de un club de Primera. Pudimos ver muy
claramente lo que la institución pretendía, la identidad a buscar,
cómo era el proyecto. Realizamos entrevistas con los chicos, en-
trenadores, coordinadores, médicos; estudiamos la historia del
club, observamos partidos, entrenamientos. Una de las preguntas
que realizamos a los chicos fue: “¿Cuál es el objetivo principal
del grupo?”. En esa búsqueda, de los 25 encuestados uno nos dijo
que el objetivo era salir campeón, porque era lo mejor que les
iba a pasar en el corto tiempo; otro ganar el próximo partido; un
tercero terminar lo más arriba posible en la tabla; el cuarto poder
ser titular en su categoría, porque a eso apuntaba; y un quinto
crecer como futbolistas. Cuatro jugadores coincidieron: lo más
importante para ellos era mejorar día a día como equipo. Evi-
dentemente el objetivo no estaba claro, y es por donde hay que
arrancar. Con la ayuda de más datos, nos dimos cuenta de que a
nivel de entrenadores y dirigentes pasaban cosas parecidas.
Esta información nos llevó a la conclusión de que allí había
una gran confusión a nivel institucional. Para llegar bien al fondo
de este tema hay que hacer un análisis profundo. En distintos

65
LOS COLORES DEL FUTBOL

niveles se deben tener en cuenta criterios y técnicas para hacer


el análisis psico-social (el individuo y el ámbito), socialdinámi-
co (el grupo y su ámbito), institucional (en su estructura formal,
dinámica y en funciones dentro del ámbito administrativo), insti-
tución e individuo (establecer qué representa esa institución para
el individuo). De ese análisis se obtiene el grado de eficacia en
el plano administrativo y conductor y se estudian las relaciones
que se dan entre los socios, público, jugadores, entrenadores y
dirigentes. Todo esto puede determinar causas de un mal funcio-
namiento y, además, sugerir el modo del cambio, porque todo
ese clima que se genera afecta, inevitablemente, al jugador, al
rendimiento del equipo en la cancha.
Entonces, cuando se dice que se pasa por un mal momento,
o que el club no está bien, ¿qué significa? ¿Cuáles son las razo-
nes?
El caso Racing es, tal vez, la exposición más válida para en-
tender lo que pasó y por qué pasó. Cuando me incorporé, en 2006,
estaba Fernando De Tomaso a cargo de la gerenciadora Blanqui-
celeste. Un empresario dedicado a los alimentos balanceados para
mascotas. Ante la ausencia de una Comisión Directiva, trabajaba
con algunas personas externas al club que, en muchos casos, lo
asesoraban según sus propias conveniencias. Si se acercaba un
empresario y decía que Racing tenía que jugar así porque a él
le convenía –la representación de jugadores y de técnicos era el
argumento principal- esa teoría se llevaba casi siempre a la prác-
tica: De Tomaso tenía muy poca idea de fútbol. No había tiempo
para el análisis sobre la situación, la identificación o el objetivo.
En más de una ocasión le pregunté por qué lo hacía, le hablé
acerca de la importancia de rodearse de personas que conocieran
el club, que aspiraran al crecimiento y que, sobre todo, estuvie-
sen preparadas. Pero la respuesta era siempre la misma: “No, así

66
FACUNDO SAVA

está bien”. La arrogancia del poder, la incapacidad y la aparente


intención del negocio ajeno y no de Racing daba como destino
ese final anunciado. Porque, en este ambiente, hay un problema
claro: la gran cantidad de intereses en juego, totalmente ajenos
al deporte en sí. Y los dirigentes se han convertido en elementos
de desarmonización, a veces por sus limitaciones, a veces por sus
intereses personales como pueden ser la proyección política o el
crecimiento particular económico.
Toda esta situación repercute inevitablemente en el jugador
que, en medio de ese ambiente generado, no se siente parte, no
se identifica con el club, quintándole el gusto de jugar y el deseo
de perfeccionarse. Eso hace que el futbolista se sienta trabado
por la ambición de cumplir con sus compromisos por un lado
y, al mismo tiempo, sabotear –de manera inconsciente o no- a
la institución por el otro. Entonces, el jugador se mueve dentro
de ese círculo vicioso sin entender exactamente qué le sucede,
porque esos procesos no son del todo conscientes, pero a veces
se expresan a través de una conducta irregular que, por ejemplo,
compromete su estado atlético. Todo eso nace, se manifiesta, por
la falta de identificación o de pertenencia con el club.
En Argentina hay algunos clubes que se encargan de perfec-
cionar y darles más herramientas a sus trabajadores. Por caso, a
los entrenadores de divisiones juveniles se los incentiva para que
viajen a Europa y aprendan y vean cómo se manejan los mejores
técnicos del mundo, para que aprendan nuevas formas de entre-
nar y de coordinar grupos.
Es muy bueno y me da gratificación ver que en las charlas
de la Asociación del Futbolista participan jugadores, psicólogos,
entrenadores, coordinadores de juveniles, referís, periodistas y
especialistas en temas relacionados con la formación. Se expo-
nen propuestas para el cambio. Se incentiva a los chicos a termi-

67
LOS COLORES DEL FUTBOL

nar el secundario, a anotarse en cursos de nutrición, de oratoria,


de inglés, de cocina, se les explica cómo manejar el dinero que
se gana, hay orientación vocacional. En una de las asambleas, el
representante de un club de Primera comentaba: “Nosotros de-
bemos trabajar con psicólogos, psicopedagogos, con sexólogos.
Tenemos que evitar que un nene de 15 años pueda ser papá a esa
edad. Entonces, le explicamos cómo puede repercutir en su ren-
dimiento, le enseñamos cuáles son los métodos anticonceptivos,
cómo se usan, le damos preservativos…”. Esos son los clubes
que tienen éxito, que se respaldan en una estructura capaz de sos-
tener esa idea global de una institución que no sólo se preocupe
por el gol del domingo. Pero hay otros que dicen que tienen un
psicólogo deportivo a cargo de los chicos. ¿Qué puede hacer una
persona con 180 juveniles? Eso no es trabajar con psicólogo. Con
esa plataforma atendés cuestiones de uno, dos, cinco. ¿El resto?
En una charla que tuve con Julio Santella, quien se había in-
corporado al cuerpo técnico de Reinaldo Merlo en Racing, me
decía: “Hace 50 años no se hablaba de los preparadores físicos.
El trabajo y la importancia que tenemos ahora, antes ni se men-
cionaba”. Si se traza un paralelo con ese ejemplo, debo decir que
cuando empecé a jugar al fútbol tampoco se hablaba del psicólo-
go y que hoy está más naturalizada la idea de su existencia, de su
colaboración. Es la importancia de la ciencia aplicada al fútbol.
Porque para atender el problema de aprendizaje que tienen los
jóvenes es necesario un grupo de trabajo integrado por profe-
sionales de la materia. Para que una institución funcione bien,
todos los que trabajamos en una tenemos que perfeccionarnos
día a día.

68
Rol, liderazgo, grupo
y psicología social

C
uando empecé a jugar en las divisiones juveniles allá por
1987, casi no se hablaba del psicólogo social en el fútbol,
no entraba esa función en el circuito de la pelota porque se
lo consideraba ajeno. En cambio, en la actualidad es más natural
observar que algunos clubes de Primera cuentan con equipos de
trabajo en los que estos profesionales forman parte importante y,
en otros, al menos un psicólogo deportivo para cubrir un espacio
antes nunca ocupado. La iniciativa, entonces, va lentamente en
camino a instalarse, para que en todos los clubes su presencia
pase a ser parte fundamental de la estructura institucional. Si bien
se da con buena asistencia en las juveniles de esta era, todavía
es muy difícil implementarlo en los primeros equipos. ¿Por qué
pasa esto? Entiendo que el desconocimiento, o el miedo a lo des-
conocido, es el principal obstáculo. Aunque, también, porque di-
rigentes y entrenadores pretenden tener el control de cada área, y
no permiten delegar funciones a especialistas en cada materia, lo
que nos retrotrae a lo que Pichón Riviere hablaba en 1966 sobre
los defectos de la comunicación, la resistencia a las responsabi-
lidades, la ambigüedad, las órdenes contradictorias. Esto hace a
un fútbol inseguro, de rendimiento irregular, donde el jugador
sufre las anomalías de la directriz. El futbolista tiene que sentir-
se protagonista; debe, necesariamente, saber que el espacio que
ocupa es un lugar de creación, de aprendizaje, de crecimiento,

69
LOS COLORES DEL FUTBOL

un lugar de toma de decisiones tanto dentro como fuera de la


cancha. ¿Cómo se puede lograr que esto suceda con naturalidad?
Aquí hay que trabajar sobre las necesidades y objetivos, favore-
ciendo la comunicación en todas las áreas, la resolución de pro-
blemas y contradicciones. Hay que analizar la funcionalidad de
los roles, tener pertinencia con la tarea, contener, favorecer los
vínculos. En los once que entran a la cancha se ve todo el trabajo
de la institución (dirigentes, hinchas, socios o no, entrenadores,
jugadores, cancheros, utileros, nutricionistas, psicólogos socia-
les, entre otros).
Tenemos que entender el rol como un concepto articulador
que une al mundo externo con el mundo interno. Al mundo ex-
terno, con sus dimensiones sociales, culturales, institucionales;
y el interno a lo que hace a nuestra constitución e historia como
sujetos. El rol no es una noción aislada sino que está en reciproci-
dad, son conductas, funciones sociales complementarias con otro
rol. Un ejemplo claro, en el fútbol, es el jugador y el entrenador.
Porque a través de los roles interactuamos, son nuestros instru-
mentos para relacionarnos, conductas que por un lado tienen que
ver con la personalidad y por otro, con lo que pasa en el vínculo
con los otros y lo que pasa en el contexto de la sociedad en que
vivimos. Es toda una realidad que tiene dimensiones múltiples
que se ponen en juego. Nuestra conducta es el resultado de una
historia de vínculos que se interiorizan a través de un proceso de
identificación. Aun estando solos, estamos, en nuestro mundo in-
terno, acompañados. Hay roles con los cuales nosotros nos iden-
tificamos como resultado de nuestro proceso de aprendizaje que
hacen a una armonía interna o hay roles que nos pueden llevar a
tener conflictos.
Todo este trabajo afianzará el sentido de pertenencia y ayu-
dará a tener, incorporar o formar una identidad sin la cual es di-

70
FACUNDO SAVA

fícil ser feliz. Si la pregunta es: ¿qué equipos siento que logran
jugar bien al fútbol en el mundo? La respuesta me llevará, desde
diferentes lugares, a una misma conclusión. En la Argentina no
es casualidad o efecto del azar que Boca, hasta hace un tiempo,
haya ganado 16 títulos entre nacionales e internacionales jugan-
do, siempre, en un alto nivel de competencia. Se tiene una es-
tructura, un esqueleto que se compone con futbolistas que tienen
una continuidad en el tiempo y que, en el recambio generacional
que se da por naturaleza y por las transferencias al Exterior, ter-
minan siendo el ejemplo, el modelo a seguir para los chicos que
llegan al plantel de profesionales desde la cantera. ¿Por qué en
Inglaterra lo es el Manchester United? Conserva a jugadores que
llevan 20 años en el club, que conocen esa idea desde su forma-
ción como juveniles y un entrenador que hace 22 años se sostiene
como cabeza de una idea. ¿Por qué en España lo es el Barcelona?
Nunca renuncia a su filosofía de juego, de asumir el riesgo en
cada ataque, de ir hasta el arco de enfrente con una idea en el
bolsillo de cada futbolista, de disfrutar de una buena jugada, de
gritar un gol. Desde el holandés Johan Cruyff hasta ahora existe
una ideología que no ofreció fisuras y que sigue siendo respetada
con chicos que se alimentan de ese ambiente, de esa línea defini-
da, desde que son jóvenes. Así, implementarlo en la Primera no
es un salto grande.
En 15 años que llevo de carrera debo decir que los mejores
años los pasé en Ferro -sobre todo el cuarto, quinto y sexto-, en
Gimnasia La Plata, las dos temporadas que estuve en Racing, y
el año que pasé en el Lorca de España. En el primero, donde hice
las divisiones juveniles, debuté en la Primera y conocí a cuatro
de mis diez mejores amigos. En la segunda institución, cuando
llegué para la firma del contrato, me regalaron un compacto con
la historia del club y un libro de poesías y cuentos relaciona-

71
LOS COLORES DEL FUTBOL

dos con Gimnasia. Además, estaba a cargo un entrenador que


me conocía bien porque fue el que me puso en Primera: Carlos
Griguol. En Racing sé del sentimiento del hincha porque lo soy
desde chico, conozco la vida de ese club. Y en Lorca, desde un
primer momento me sentí identificado con la idea del juego y la
forma de trabajo de su entrenador y mis compañeros.
En los nueve clubes que jugué tuve 19 entrenadores, de los
cuales tres apoyaron e incentivaron la iniciativa por el estudio.
Además, me encontré y relacioné con muchos compañeros, con
cinco nutricionistas, kinesiólogos, médicos, utileros y un profe-
sor de inglés. Pero nunca con un psicólogo social. Apenas dos
reuniones, eventuales, con un psicólogo deportivo. Una vez, en
Gimnasia, llegábamos de perder una serie de tres partidos, inclui-
do el clásico de la ciudad frente a Estudiantes. Al día siguiente, se
acercaron unos hinchas al entrenamiento para decirnos que ob-
servaban, desde su lugar, notables desacoples tácticos en el mo-
mento de ir a presionar al rival. Cuando se fueron, nos juntamos
todos los futbolistas y con un pizarrón empezamos a trabajar so-
bre esa teoría que nos había indicado el grupo de simpatizantes.
Luego de intercambiar ideas encontramos una forma de corregir-
lo: a partir de ahí ganamos ocho partidos seguidos jugando con
un estilo con el cual nos sentíamos felices. Entiendo que nos fue
bien porque tomamos responsabilidades, quisimos y asumimos
la decisión de transformar la realidad ayudados por los hinchas,
nos conectamos y convencimos de esa tarea, supimos -y pudi-
mos- reflexionar acerca de las relaciones en el plantel. Con el
tiempo, este tipo de reuniones y charlas en grupo se convirtió en
una constante que trajo muy buenos resultados en todo sentido.
Es ahí donde los psicólogos sociales debemos encontrar el espa-
cio en el fútbol, armando equipos de trabajo y de investigación
para enriquecer este hermoso deporte.

72
FACUNDO SAVA

En todos los grupos aparecen los distintos rasgos de líderes, y


siempre alguno toma el papel porque el mismo plantel genera el
estilo de liderazgo. El autocrático, que favorece a un estereotipo
de dependencia y utiliza una técnica directiva. El demagógico,
que es impostor en la medida en que con una estructura auto-
crática muestra una apariencia democrática y desnuda actitudes
contradictorias. El democrático, que liga los procesos de enseñar
y aprender como una unidad de alimentación y realimentación.
Y el saboteador, que es el líder de la resistencia al cambio. En un
vestuario se denuncian situaciones que son responsabilidad de
todos y está, en la comunicación, una solución para el problema.
Porque, en definitiva, la falta de diálogo es lo que origina los
roces entre futbolistas y también con el entrenador.
Nos incluímos en un grupo a través de los roles como ins-
trumento de interacción. Uno se vincula al grupo para resolver
la tarea y los aspectos emocionales en una forma conjunta. El
problema que todos tenemos es cómo relacionarnos con el otro,
cómo estar con el otro y poder, a la vez, reconocer las situacio-
nes de diferencia y seguir vinculados. Es aquí cuando se pone
en juego la cohesión del grupo y nuestra integración. ¿Cómo se
entiende la dinámica de los roles en función de un grupo? Pichón
Reviere, que fue fundador de la psicología social en la Argen-
tina, dice que todos los grupos tienen un proceso de afiliación
(el sujeto guarda determinada distancia sin incluirse directamen-
te en el grupo), pertenencia (implica una mayor integración, lo
que permite a sus miembros elaborar una estrategia, una táctica,
una logística, lo que hace posible una planificación), pertinencia
(consiste en centrarse el grupo en la tarea y en el esclarecimiento
de la misma: focaliza una idea sin desviarse de eso), proceso de
cooperación (es la contribución, aun silenciosa, a la tarea grupal,
se establece sobre la base de roles diferenciados), aprendizaje

73
LOS COLORES DEL FUTBOL

(enfrentarnos con algo nuevo implica que hay que abandonar lo


otro para poder aprender), comunicación (el individuo en el gru-
po se expresa tanto en la manera de formular un problema como
en el contenido mismo del discurso. Incluye un mundo de seña-
les que todos aquellos que se intercomunican saben codificar o
decodificar de la misma manera), tele (es la disposición positiva
o negativa para trabajar con un miembro del grupo y que dará el
clima afectivo que haya).
Los roles irán apareciendo en función de lo antes menciona-
do. Entonces, aparecerá alguien que pueda orientar a la comuni-
cación, alguien que estará más en la pertinencia, alguien que trae-
rá la preocupación en cómo estamos como grupo, buscando la
integridad, la afiliación y la pertenencia. Ese es el desafío, porque
desde el jardín de infantes, la primaria, el secundario y los clubes
nos enseñan poco a trabajar en equipo. Es el individualismo lo
que nos meten en la cabeza. Así, es frecuente escuchar, ante la
propuesta de una reunión, la negativa de un alto porcentaje de sus
integrantes. “Reuniones para qué, siempre lo mismo…”. Eso es
resistencia al cambio y tiene que ver con la educación que uno
ha tenido y el contexto donde ha vivido; esa postura no favorece
al crecimiento de ninguno: lo ideal es que se dé por convenci-
miento.
El que juega el rol de saboteador se hace eco de la resistencia
al cambio. No digo que esto es consciente porque todos en algún
momento lo podemos jugar como portavoces de una situación
internando o manifestando resistencia al conjunto. Esto quita un
poquito la idea de que es solamente el que hace algo con mala
voluntad, pero lo hace y puede quedarse en ese rol. Porque las
relaciones se pueden romper simplemente porque alguien miró
mal al otro, porque uno salió a presionar y el otro no, porque
uno tiró mal un centro, porque alguien cerró mal a las espaldas

74
FACUNDO SAVA

del otro… por cualquier razón futbolística. Y si eso no se habla a


tiempo crece, inevitablemente, hasta transformarse en celos, en
egoísmo y hasta en diferencias insalvables.
En ese escenario que se da, la aparición del portavoz –quien
denuncia, pone de manifiesto una situación- es el signo de un
proceso grupal que hasta ese momento ha permanecido latente o
implícito, como escondido dentro de la totalidad del grupo. Por
ejemplo: un jugador discute con el entrenador en una práctica so-
bre un hecho puntual de jugada y a partir de eso sale a la luz todo
lo que no se habló en su momento. El portavoz, directamente
ligado al chivo emisario o expiatorio, no es un rol cómodo pero
aparece y es el modo en que el grupo puede ubicar el problema.
Porque está expresando algo compartido y lo denuncia. General-
mente, lo que hacen en estos casos es echar al jugador, cuando lo
que hay que hacer es analizar por qué pasa lo que pasa.
Un líder positivo es el democrático, el que permite aprender
del otro y con el otro. Y no necesariamente tiene que ser un juga-
dor, puede ser un entrenador o un dirigente. Esto colabora para
que el futbolista pueda pensar, decir lo que siente, enseñar. Lo
que debe estar claro de entrada es el objetivo y saber lo que cada
uno de sus integrantes es capaz de dar, porque el grupo debe estar
por encima de todo. Al margen de que pueda estar peleado con un
compañero, sé que si dentro de la cancha tengo que ir detrás para
ser opción de pase o recuperar la pelota por si la pierde tengo que
estar. A lo largo de mi carrera, me tocó estar en planteles unidos
y no tanto. Donde nos comunicábamos, nos juntábamos a comer,
entendíamos qué era lo mejor hablando las diferencias que se
podían presentar, y en otros donde se pensaba distinto sobre un
mismo asunto y todo quedaba ahí, seguía su curso sin llegar a un
acuerdo.
La cultura, el contexto, su historia, muchas veces es lo que

75
LOS COLORES DEL FUTBOL

frena esta posibilidad de cambio. Porque los orígenes, todo ese


ámbito donde uno ha crecido, es determinante (miedos, dictadu-
ras, procesos de democratización). Después de estar un tiempo en
un club del Exterior donde jugué, y ver que nos costaba disfrutar
de los entrenamientos y los partidos, propuse una reunión –algo
novedoso en ese grupo- para intercambiar ideas y decir lo que
nos pasaba. La respuesta de la mayoría de los futbolistas fue con-
tundente: “Acá tenemos que hacer lo que dice el entrenador”. En
mi cabeza estaba la intención de poder aportar ideas para mejorar
como grupo dentro y fuera de la cancha, de poder hablar con el
técnico para exponer lo que nos estaba pasando. Sin embargo,
no hubo respuesta positiva. No siempre se puede abrir otra línea
de pensamiento y en esto, claro, tiene que ver el contexto, en la
sociedad donde creciste.
Otra vez me pasó que por diferencias con dos o tres compañe-
ros armamos una charla en la concentración, a la hora de la siesta.
Nos quedamos dibujando y exponiendo todo lo que nos pasaba,
fundamentando ideas. Luego de sacar conclusiones, llamamos al
resto del plantel para una charla abierta donde hubo participación
de todos. A partir de esa iniciativa hubo un cambio que nos hizo
crecer en todo sentido. Por eso, pienso que hay que ir a buscar
las situaciones y no esperar una solución mágica. El debate, el
cambio de roles, el diálogo abierto debe ser el camino. Si se no-
tan errores tácticos, de trabajo o de conducción de grupo con el
entrenador, ¿por qué no ir a plantearlo para encontrar juntos una
salida? La duda te lleva a la desconfianza, a perder y a jugar mal.
Si se habla de que tácticamente podemos mejorar lo podemos
incorporar al entrenador a la charla. Tal vez, los futbolistas sien-
tan como un peso el término referente. Eso indica, simplemente,
que es tener responsabilidad y muchos no la quieren asumir. Sin
embargo es lo más lindo que le puede pasar a una persona. Por

76
FACUNDO SAVA

eso es bueno aplicar la idea de rotación en los roles para que


todos se hagan cargo, no es positivo cruzarse de brazos a esperar
que el nueve haga todos los goles o que el arquero ataje todo. El
asunto pasa por no depender de una o dos personas. Entonces,
cuando se habla del capitán es indispensable ampliar el número
de quienes llevan adelante reuniones con dirigentes, de vestuario
o con la prensa. Hay uno que saldrá a la cancha con el brazalete
para la estadística y el sorteo para elegir arco o sacar del medio,
pero detrás todo se sostiene con la participación del grupo para
que no todo caiga en una sola persona.
Cuando llegué a Racing, Gustavo Campagnuolo era el capi-
tán del equipo, el único en un club que pasaba por situaciones
deportivas y económicas que perturbaban la intención de armar
un buen equipo de fútbol. Entonces le comenté sobre mi idea, le
expliqué que no iba a poder con todo porque nadie sabía cuándo
se cobraba, si se iba o no de pretemporada, si se entrenaba, si
los empleados recibían sus sueldos, la institución era un desastre
como para que un hombre se hiciera único responsable en un
plantel compuesto por 30 jugadores. Así fue que armamos un
grupo inicial de cinco para organizar y delegar tareas con la in-
tención de que todos pasaran por la misma función. Eso lo apren-
dí siendo joven cuando, en Ferro, Roberto Ayala y Oscar Garré
me llevaban para que escuchara, que aprendiera, que tomara pro-
tagonismo. Al tiempo, en Racing, Maximiliano Moralez, Claudio
Yacob, Matías Sánchez y otros compañeros también se sentaron
a la mesa con el presidente. Porque en esos últimos diez parti-
dos en Racing, con el pico de tensión en la Promoción, fuimos
nosotros los que nos hicimos cargo de todo. Sin dirigentes, sólo
un plantel de futbolistas, el entrenador de turno y los hinchas.
La necesidad de estar unidos contra la falta de pago a nosotros,
a los empleados del club, ante las pocas pelotas para los chicos

77
LOS COLORES DEL FUTBOL

de juveniles –el Piojo López compró 100 para que pudieran en-
trenarse-…
Es en esos momentos donde, más que nunca, deben asomar
los roles de liderazgo para la contención, para proponer la charla,
para decirnos lo que nos pasa, para mirarnos a la cara, algo que,
entiendo, es fundamental. En Lorca, equipo de la Segunda de Es-
paña, por ejemplo, al ser un vestuario pequeño nos cambiábamos
uno al lado del otro y eso, el espacio físico, colaboró para alcan-
zar la buena relación que se tuvo a partir de la llegada de Emery
como entrenador. Siempre estuvo abierto a que dijéramos lo que
pensábamos, a comunicarnos, a plantear ideas. La resultante fue
un conjunto que jugó un fútbol ofensivo, de goles, de toques, que
queda en mi recuerdo como uno de los mejores que integré.
Ser líder es enseñar, aprender, educar, pensar en el otro, inte-
grar, querer cambiar la realidad cuando ves que la idea está difu-
sa. Roberto Ayala, Oscar Garré, Carlos Griguol, Unai Emery, Ed-
win Van Der Sar, Pichón Reviere, mi familia, mi psicólogo, mis
padres y amigos, de todos aprendí lo que significa y representa.
Porque en un plantel siempre aparecen las figuras del democrá-
tico al saboteador, los distintos rasgos de liderazgo positivo y
negativo, pero es responsabilidad de todos hacerse cargo del por
qué pasa lo que nos pasa. Sin diálogo no hay consciencia, como
decía Sócrates. En la comunicación, está la llave.

78
El juego después del juego

N
adie en la vida es capaz de crecer solo. Hasta cuando se
lee un libro se aprende con otro, porque se está en contac-
to con los personajes, con la historia, con el escritor... Y
aunque el sistema perverso que tenemos lleve a escapar del traba-
jo en equipo, arrastre al individualismo, se necesita estar abierto
para no caer en ese callejón que, al final del camino, no encuentra
una salida. Porque, se sabe, para los que quieren tener el poder de
todo es más simple manipular a uno que a un equipo.
El futbolista debe estar preparado. Durante esos años de luces,
sombras, goles, derrotas y triunfos debemos estudiar una carrera,
aprender una profesión, algo que nos guste más allá del fútbol,
para jugar después de jugar. En definitiva, prepararse para el día
después, que puede ser a los 18 años como les pasa a muchos
juveniles. El ejemplo son cuatro de mis mejores amigos: dos de
ellos -Hernán López y Carlos Cura Masino- apenas llegaron a
jugar un partido en la Primera, uno en Ferro y otro en Huracán, y
tuvieron que salir a buscar trabajo. Y Juan Sala y Sebastián Sofía
no alcanzaron el objetivo de jugar en la categoría superior porque
los dejaron libre en la Cuarta División de Ferro.
El día después puede darse un poco más tarde si se te cruza
un imponderable como a Luis Zubeldía a los 23 años o el juvenil
Marcelo Bravo, que actuaba en Vélez y le detectaron un proble-
ma cardíaco; o, finalmente, a la edad en que uno decida retirarse.

79
LOS COLORES DEL FUTBOL

Si los jugadores creemos que la vida es el fútbol y nada más,


estamos equivocados. Nos podemos encontrar a cualquier edad
teniendo por obligación o decisión propia que dejar el fútbol,
sintiendo una situación de vacío, no sólo porque perdemos lo que
más nos gusta hacer, lo que mejor sabemos hacer, si no también
porque no sabemos hacer otra cosa.
Si no se descubre esa vida dentro de la vida: ¿qué haces?
¿Te quedás solo?
Los futbolistas debemos ser más amplios en el concepto de la
carrera. Al margen de la incentivación que pueda llegar desde la
familia o bien del club donde se juega en juveniles, hay que tener
inquietudes.
Cuando empecé a estudiar Ciencias Económicas –primero en
la Universidad de Morón, luego en La Matanza-, iba a la mañana
desde Ituzaingó, donde vivía, hasta Pontevedra para la práctica
en Ferro; regresaba a mi casa para almorzar; al rato salía para
tomar el tren Sarmiento hasta Liniers y luego un colectivo hasta
Vicente López para llegar al gimnasio de Javier Valdecantos; y al
regreso directo a la Facultad.
A las 12 de la noche estaba otra vez en casa y, al margen del
desgaste que aquella rutina generaba –de hecho no podía subir
de peso, algo que necesitaba para fortalecer el físico- eso me per-
mitió abrir la mente, valorar, tener otros conocimientos, aprender
del otro y con el otro. Además, en una salida con mis compañeros
de estudio pude conocer a Cynthia, mi mujer, con la que el día de
hoy comparto mi vida.
Quien dice que inevitablemente se debe elegir entre el fútbol y
el estudio está equivocado. Conocí a un compañero que me contó
sobre su caso particular: un entrenador le dijo que debía elegir
entre el fútbol y sus estudios porque no se podían complementar.
El le explicó que hasta ese momento lo había podido llevar a

80
FACUNDO SAVA

Los comienzos, en Ferro.

81
LOS COLORES DEL FUTBOL

cabo sin problemas y no veía la necesidad de tomar una decisión


así. A partir de ese día no jugó más en ese club y se tuvo que ir a
otra institución… Sólo pasa por tener ganas, por tomar decisio-
nes y por saber que en algún momento se acaba, se nace, se vive
y se muere. Ese es el ciclo de vida, entonces cuando muere esta
actividad por nosotros tan amada es fundamental saber que ese
espacio tiene que ser ocupado por otro juego que tiene que nacer,
que debe surgir otra actividad. El jugador que diga que no le cos-
tó la despedida, que es algo que supo asimilar, que al menos es-
taba preparado para el final, en el fondo sabe que es un duelo que
a la larga siempre toca la puerta. Todas las despedidas son tristes.
Jugué al fútbol desde los cinco años y ahora se me acaban los
entrenamientos, los partidos, los viajes, el vestuario, entre tantas
otras cosas. Siempre me costó expresar los sentimientos, desde
los 12 años que evitaba llorar, hacer los duelos, de la primaria,
de la secundaria, me quedaba con toda la tristeza, la angustia, la
bronca, el dolor, las lágrimas adentro. También me llenaba de
lágrimas de felicidad que tampoco sabía ni podía sacar.
Hasta que luego de empezar a hacer terapia –porque quería
dejar de jugar- comencé a darme cuenta, gracias al trabajo que
hice con Fernando Fabris (mi terapeuta en ese momento), de que
lo que yo hacía era encerrarme en mí mismo y esto no me permi-
tía disfrutar plenamente de las cosas. Los miedos, las angustias,
las lágrimas, todo me lo guardaba. Luego de un año de terapia,
me desperté soñando con uno de mis abuelos ya fallecido, y ahí
me largué a llorar… Hice los duelos que antes había posterga-
do. La muerte de mis abuelos, a los chicos del secundario que
no pude ver más, a los del colegio primario que nunca más me
crucé, a esos compañeros de divisiones juveniles que no puedo
enfrentar en una cancha y nunca más hablé. Estuve seis horas sin
poder parar el llanto porque todo eso se me vino a la cabeza. Es

82
FACUNDO SAVA

un duelo que se debe hacer a tiempo. Hace diez años que hago
terapia y en este último comencé a trabajar sobre la despedida,
porque sé que uno está cerca del final de esta carrera tan her-
mosa que estoy realizando. Entonces intento disfrutar más cada
pequeño instante, como el de ir a una pretemporada, los entrena-
mientos, los partidos, los hijos, la esposa, los amigos, y emocio-
narme y llorar cuando lo siento. Todo gracias a estos diez años
de esfuerzo en los que invertí tiempo, dinero, trabajo y ganas de
generar un cambio que me hace una persona distinta a la que era
a los 25 años.
Aunque siento que me queda un tiempo más de juego, en la
última pretemporada con Quilmes se me cayó alguna lágrima
porque sé que hay cosas que no me van a volver a pasar. El duelo
lo voy haciendo de a poco.
Es necesario que el futbolista entienda que hay que ir prepa-
rándose para saber qué hacer el día después. ¿Qué pasa con los
chicos de 17, 20, 25 años que se quedan sin nada porque apuestan
todo a ser profesionales? ¿Terminaron la secundaria? ¿De qué
van a vivir? ¿De qué van a trabajar? ¿Qué otra cosa saben hacer?
Y a los que mejor les fue y pueden vivir de alguna renta les pasa
lo mismo. ¿Qué van a hacer? ¿Qué actividad van a tener en tanto
tiempo libre? ¿Qué hicieron durante su carrera para afrontar este
momento? ¿Hicieron cursos? ¿Se prepararon? ¿Anotaron los tra-
bajos de todos sus entrenadores por si les toca asumir la conduc-
ción de un plantel? ¿Estudiaron inglés, computación? ¿Hicieron
un curso de Word, al menos para saber escribir? ¿Y de mecano-
grafía? ¿Y un curso de cocina, de carpintería, de electricidad?
¿Saben alguna profesión?
La gran parte no se prepara; la mayoría no tiene siquiera la se-
cundaria terminada. ¿Y a qué aspiran? Esto tienen que plantearse
desde un comienzo, desde las juveniles, desde la familia, desde

83
LOS COLORES DEL FUTBOL

las escuelas, desde los entrenadores, desde los padres, desde los
maestros. Los más grandes somos los responsables de educar a
los más chicos.
La mayoría piensa que, si deja, algo va a encontrar, que ya
verá, que tiene un amigo que lo puede ayudar, que el padre lo
puede ayudar porque tiene un negocio… Así se depende de otro,
y la idea es que se dependa de uno mismo. Sin nada que hacer
se deprime, la panza le crece y ya no es lo mismo. Ese teléfono
no suena, es el abandono. ¿Qué hacer con los ahorros? ¿Y si los
ahorros no existen? ¿Qué es la vida sin proyectos? ¿Qué es la
vida si no se juega a algo? Cuando el fútbol deja de ser parte la
vida pasa a un costado, se va.
Estudiar algo, prepararse para algún oficio, relacionarse con
otro tipo de personas de distintas edades y sexos, es parte del
juego del fútbol. Eso da tranquilidad, un respaldo para saber que
hay otra vida por si esta no va o se termina, abre la cabeza. A mí
me dio tranquilidad saber que yo estaba listo para ejercer otra
actividad. El entrenador, por más que en algún caso no le interese
el tema, da libertades para que un jugador pueda avanzar en su
desarrollo. Si el futbolista está concentrado y tiene que ir a rendir
una materia de su estudio ni hace falta pedir permiso. Es necesa-
rio tener iniciativa, mirarse hacia adentro para saber lo que puede
gustar. Porque a la vuelta de la esquina todo puede ser oscuro si
no se tiene vocación para otra cosa. Entonces llega la depresión,
las personas medicadas, el suicidio. No se puede estar quieto,
es prioridad estar en movimiento, es prioridad crear, conocerse,
crecer.
¿Cuánto tiempo se puede estar en la playa tomando sol?
¿Si se nubla?

84
El entrenador

E
n los cuadernos que todavía conservo desde que empecé
a jugar en Primera tengo anotados distintos tipos de ejer-
cicios, charlas de técnicos, videos que hemos visto, esque-
mas tácticos, pretemporadas, comentarios de compañeros, juegos
hechos en el campo, estilos de conducción de todos los entrena-
dores que me dirigieron a la largo de mi carrera y todo lo que
yo creía que era importante. Una idea que fue impulsada, sobre
todo, en tiempos de Miguel Micó en juveniles y Carlos Griguol
en la Primera de Ferro. Ambos técnicos nos aconsejaban que era
importante registrar lo que considerábamos útil porque, cuando
la carrera del jugador profesional se terminara, iba a resultar un
elemento más en caso de algún día elegir estar sentado con el
buzo de entrenador.
Esa propuesta es algo que adopté desde los 19 años y que im-
plementé en todos los planteles que integré tanto en la Argentina
como en Inglaterra y España. Siempre tengo un cuaderno a mano
en el auto y otro en la mesita de luz para volcar las ideas en el
momento porque, se sabe, si no se guardan a tiempo probable-
mente se vuelen. Y ni hablar de los trabajos de campo. Esa es una
base de conocimientos que pienso utilizar adaptándolo a mi idea
de ver y entender el fútbol. Porque la función del entrenador no
solamente se reduce a lo que un equipo sea capaz de mostrar en
90 minutos.

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LOS COLORES DEL FUTBOL

La tarea para quienes ocupan ese rol de conductor pasa por-


que el futbolista disfrute de lo que hace, que piense, que tenga la
libertad para crear, que opine, debata, participe, que aprenda, que
enseñe, arriesgue, se comunique. En ese punto de elaboración
para lo que luego será el juego en sí descansa buena parte de la
responsabilidad del técnico. Esto no pasa apenas por la táctica o
la técnica. Eso es algo que siento desde joven, viendo cómo mis
padres se manejaban estando a cargo de grupos. Mi papá dando
clases de mimo y teatro participativo, creando y coordinando el
frente de artistas del hospital Borda, y mi mamá siendo maestra
jardinera para luego pasar a ser directora de un Jardín durante
muchos años. Y ambos al frente del grupo familiar. Esto de la
coordinación es algo que tengo incorporado desde esa historia
personal. La apertura al pensamiento, la comunicación y el inter-
cambio de ideas es la base para armar el grupo. Apuesto, definiti-
vamente, al protagonismo del jugador. Si están dibujados afuera
también lo estarán adentro.
En la estructura del fútbol el desconocimiento y la omnipo-
tencia termina siendo un obstáculo para llevar adelante esta idea.
Los técnicos entienden que si el futbolista participa, en algún
momento lo van a pasar por encima en sus decisiones. Eso va en
contra del que ingresa a la cancha y después debe, necesariamen-
te, tomar determinaciones en un pase, en un movimiento. Si se
sienten responsables, si tienen ese compromiso con el objetivo,
van a dejar todo para que el trabajo salga bien. ¿Cómo podemos
mejorar lo que estamos haciendo? ¿Cuáles son las virtudes y los
defectos del rival? ¿Qué sintieron durante el partido? ¿Cómo
trabajarían la presión en el campo rival? ¿Cómo trabajarían el
achique de los defensores? ¿Qué movimiento en ataque se les
ocurre sumar a los que ya hacemos? ¿Cuáles son los objetivos?
¿Qué trabajo de definición proponen, siempre pensando en nues-

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FACUNDO SAVA

87
LOS COLORES DEL FUTBOL

tro estilo de juego?


A través del diálogo, de la comunicación, seguramente se ve-
rán respuestas a todas estas preguntas.
Así, en conjunto, se debe debatir sobre el juego, porque los
que ingresan para resolver son los futbolistas. Una vez elegida
la idea, cuando se llega a la conclusión de que esto es lo mejor,
todos deben estar convencidos de que es la propuesta correcta
para después llevarla a cabo. Esto es como en la política, hay que
votar y luego hacerse cargo de la elección. Porque se suele escu-
char, cuando se pierde un partido o se está en un mal momento
del equipo en cuanto a juego y resultados, que el entrenador sale
y declara: “Soy el único responsable de esta situación, me hago
cargo”. En un intento, quizá, por defender al plantel de futbo-
listas, lo único que a mi entender logra es ubicarlos en un papel
secundario.
Si seguimos con esta línea de pensamiento, el jugador tampo-
co tendrá protagonismo cuando se gana, se juega bien o se logra
un título. Si ese es el concepto, entonces el que juega debe irse a
su casa para estar en familia. ¿A qué va a entrenarse? ¿A qué sale
a la cancha? ¿Cuál es su rol? Los responsables de un buen juego
o un mal resultado son los jugadores, entrenadores, dirigentes y
también los hinchas.
El fútbol es un juego: desde esa concepción nace el estilo
que me identifica. En mi idea se debe jugar la pelota al piso, ser
ofensivos, asumir riesgos, jugar a uno o dos toques, buscar los
espacios, sumar gente en posición de ataque; cuando un jugador
tiene la pelota los otros diez tienen que ser una opción de pase,
siempre buscar superioridad numérica sobre el rival. Toda esa
teoría, que inevitablemente se debe coordinar en la práctica, tiene
como punto de partida al arquero. En el fútbol moderno, y sobre
todo en equipos que busquen atacar constantemente, el arquero

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FACUNDO SAVA

debe tener buen manejo de balón, saber jugar muy bien con am-
bas piernas, convertirse en el líbero cuando se está con pelota do-
minada. Se tiene que mostrar para pedirla, para hacerla circular
entre los defensores, debe ordenar a los defensores y asumir el
protagonismo para ser el último hombre. No sirve si solamente
se limita a poner las manos cuando llega el remate del rival. He
visto durante dos años entrenar a Van Der Sar, y trabajaba todos
los días y hacía trabajos para perfeccionar su pegada tanto dentro
como fuera del área, simulando situaciones de juego.
La propuesta del Barcelona de Josep Guardiola, la idea ofen-
siva de Marcelo Bielsa, el estilo definido del Manchester United,
son modelos con los que me siento identificado, al margen de
que cada uno le ponga un sello propio. Por ejemplo, Barcelona
arranca jugando 4-3-3, el Manchester con 4-4-2 y Bielsa, con un
3-3-1-3. Esto puede variar en algunos partidos, pero estos tres
equipos comparten la idea de juego de buscar el arco del rival
desde el primer hasta el último minuto. Todos los equipos que
en todas las ligas se mantienen arriba en las posiciones durante
años son aquellos que juegan con esta idea de fútbol. Hay algu-
nos ejemplos que dicen que también se pueden obtener buenos
resultados jugando al contraataque, como Grecia en la Eurocopa
de 2004, pero esto es difícil de sostener en el tiempo. Más allá de
que cada uno tenga una materia prima distinta para implementar
la idea. Porque la técnica tiene que ver también con la confianza.
Si uno está bien la pide, la juega, crea, lo hace mejor que si no
está convencido o seducido por la intención de juego.
“Desde el primer día que un entrenador se hace cargo del gru-
po hay que trabajar pensando en el modelo de juego. Siendo el
factor táctico quien haga aparecer por arrastre el resto de los fac-
tores (físico, técnico, psicológico, estratégico) consiguiendo de
esta forma una especificidad en todos los aspectos subordinada a

89
LOS COLORES DEL FUTBOL

una forma determinada de jugar. Por ejemplo, si tengo que rea-


lizar un trabajo físico intermitente, lo podría hacer con el equipo
parado en la cancha y pensando cómo presionar, siempre con la
pelota como elemento de trabajo. Esto le va a ayudar al equipo a
lograr una rápida identidad de juego, esto es conseguido a través
de ejercicios que simulen la realidad del juego que aspiramos
protagonizar. El entrenamiento debe basarse en la adquisición
de nuevos principios y también en el mantenimiento de los ya
aprendidos, ya que los jugadores se olvidan ante la ausencia de
ejercitación de ciertos ejercicios. El juego que un equipo pro-
duce tiene en sus regularidades la parte científica, pues partido
tras partido está presentando un comportamiento que se repite,
por ejemplo en el cómo y cuándo presiona. Y en el detalle y la
creatividad la parte no científica, ya que es algo que surge de los
jugadores de forma imprevisible y no se repite. Correr por correr
tiene un desgaste enérgico natural (por ejemplo, pasadas de mil
metros) pero la complejidad de ese ejercicio es nula, y como tal
el desgate en términos emocionales tiende a ser nula también, al
contrario de las situaciones complejas, donde se exigen a los ju-
gadores requisitos técnicos, tácticos, psicológicos y de pensar las
situaciones, eso es lo que representa la complejidad del ejercicio
y que conduce a una mayor concentración”.
Esto está en el libro Qué es la periodización táctica de Xa-
vier Tamarit sobre la línea de pensamiento futbolístico de José
Mourinho.
En Argentina, los entrenadores en general, en las pretempora-
das destinan toda la mañana a trabajar solo la parte física, consi-
derándolo desde mi punto de vista un desgaste físico, una pérdida
de tiempo, pensando que se puede trabajar lo físico adjuntado al
sistema de juego, ya sea con trabajos de tenencia de pelota, de
definición, siempre teniendo en cuentas las necesidades de los

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FACUNDO SAVA

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LOS COLORES DEL FUTBOL

jugadores y la función que ocupa en el campo, todo esto coor-


dinado con el preparador físico. La coordinación, la velocidad,
el trabajo de fuerza, los regenerativos y entrada en calor, todos
tienen que estar pensados sobre el modelo de juego que tenemos.
En las entradas en calor, por ejemplo, usaría más la pelota y tra-
bajando específicamente en la técnica. Como hice en mi etapa en
Inglaterra.
También es importante cambiar las posiciones de los jugado-
res en el entrenamiento de forma que entiendan perfectamente
este juego colectivo desde la posición de sus compañeros. Para
eso, entiendo que es fundamental contar con un cuerpo técni-
co amplio que conozca bien de cada función, porque, al menos
desde mi mirada, no se puede manejar todo porque creo en los
especialistas. Por ejemplo: si a mis delanteros les tengo que ex-
plicar cómo aguantar la pelota de espaldas al arco, de qué manera
girar para ganar la posesión del balón, llamaría a Alberto Acosta,
a quien considero uno de los mejores que vi realizando esa tarea.
Si tengo que trabajar cómo la defensa tiene que achicar hacia
adelante, voy a observar entrenamientos del Barcelona, que en
ese sentido es el equipo que mejor lo hace, y hablar con jugado-
res que lo hayan realizado, como Gabriel Milito, que forma parte
del plantel. Ese es el trabajo de investigación y perfeccionamien-
to que debe hacer todo entrenador.
Mi cuerpo técnico estará compuesto por especialistas en cada
línea de un equipo, preparadores físicos, gente que filme y edite
entrenamientos, partidos, conceptos y movimientos para indicar
en forma grupal e individual y también es importante que haya
profesionales especializados en distintas ramas de la psicología,
ya que es muy bueno que el jugador logre conocerse mucho a sí
mismo. La importancia de este profesional para trabajar la mente
pasa a ser determinante. Se trata de delegar en personas que apor-

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FACUNDO SAVA

ten conocimientos en cada área.


De aprender, enseñar, disfrutar y jugar.
Desde hace un tiempo que sueño con ser entrenador y algu-
na vez dirigir a la Selección. Para llegar, tengo un largo camino
por recorrer. Estar al frente de un grupo es algo que me genera
pasión, ilusión. Mi amor y pasión por el fútbol, sumado a eso
que cultivé desde mis padres y en charlas con entrenadores, de
los que anoté cada ejercicio, se gestó desde los 6 años, cuando
jugaba a ser entrenador con figuritas que colocábamos en el piso
del living y a la que dábamos pases con un botón que simulaba
una pelota y movíamos con la presión de un lápiz.

Enseñanzas

De cada entrenador que tuve en esta larga carrera, tengo algo


para decir…
Beto Vargas: el primer entrenador y único en el baby fútbol
en el club Argentino de Ituzaingó y en Marina. Me pasaba a bus-
car por mi casa para llevarme y traerme. Muy cariñoso, lo extra-
ño, me gustaría abrazarlo, lágrimas de no poder hacerlo.
Santucho: el que me abrió las puertas a la cancha de 11 en
Ituzaingó, le dábamos un beso cada vez que llegábamos.
El Loco Figueroa: no olvido las chopiraneadas en la sede del
club y el mate cocido tras entrenar en esos fríos inviernos, qué
lindos grupos.
Cachito Jiménez, entrenador en la séptima de Ferro, y
Claudio Vals: mi ingreso a un club de Primera División se los
debo a ellos.
Miguel Micó: en Quinta y Sexta fue el que creyó que podía
ser jugador profesional. Le debo una.
Mario Griguol: me ayudó a subir los últimos tres escalones

93
LOS COLORES DEL FUTBOL

hacia la Primera.
Carlos Griguol: el viejo… pensar en él me emociona, me
hizo debutar en Primera, me apoyó con el estudio. Cuando me
quería comprar un coche me aconsejó comprar un departamento
y como conocía a gente del rubro inmobiliario permitió que lo
pudiera pagar en cuatro años y no en dos y medio como había que
hacerlo. Mi segundo papá.
Rodolfo Motta: es lindo que te den confianza desde el primer
día, gracias.
Oscar Garré y Cacho Saccardi: “Nos llamó Bilardo porque
te quiere llevar a Boca, le dimos para adelante, seguí jugando
así”.
Héctor Veira: belleza.
Carlos Bilardo: “Cuando el lateral derecho ataca por su sec-
tor pasa a ser mediocampista derecho y cuando llega al fondo y
tira el centro es delantero derecho. El futbolista moderno tiene
que conocer algo de todos los puestos”. Cuanto aprendí.
Gregorio Pérez: “Me ayudás a que salga bien este trabajo de
definición”. “Colo, hoy vas a jugar de 9”.
Carlos Ramaccioti: “Elijan los equipos”. Qué buenas compe-
tencias hacíamos.
Jean Tigana: todos los trabajos, desde la entrada en calor,
con la pelota. ¡Qué alegría!
Chris Coleman: todos los entrenamientos a dos toques.
Fernando Vázquez: logramos el objetivo de ascender con el
Celta de Vigo, no el de jugar bien. Qué importante es saber de-
legar.
Unay Emeri: nuevas formas de trabajo, de juego, de coordinar
un grupo, gracias.
Mostaza Merlo: me ayudó mucho en un momento difícil.
Anécdotas, alegría, lo hablado en un vestuario queda ahí.

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FACUNDO SAVA

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LOS COLORES DEL FUTBOL

Gustavo Costas: qué importante es la pasión.


Juan Manuel Llop: con él viví uno de los momentos más ale-
gres y uno de los más tristes de mi carrera de futbolista. La vida
tiene estas cosas.
Daniel Garnero: teníamos muy buenas charlas, crecíamos.
Jorge Burruchaga: qué bien trabajaba la presión con tres de-
lanteros, qué bien me sentí con él.
José María Bianco: alegría, qué locos mas divertidos hacía-
mos. Ojalá te vaya muy bien.
Jorge Ghiso: el fútbol a ras del piso, toque, toque.

Y los que no tuve, pero de los que por referencias, lectura y


miradas también estoy aprendiendo: Angel Cappa, César Meno-
tti, Jorge Valdano, Marcelo Bielsa, Carlos Bianchi, Joseph Guar-
diola, Frank Rijkaard, Mourinho y Manuel Pellegrini.

96
El tren de Titta

Cualquier semejanza de los hechos y personajes de este cuen-


to con la realidad no es pura coincidencia…

S
i tenés entre 18 y 22 años y alguna vez jugaste un partido
en Primera no pierdas esta oportunidad. Presentate el lunes
18 de julio a las 9 en el campo de entrenamientos del club
Defensores del Charco, el viejo Osvaldo hará en persona la selec-
ción de futbolistas. Acercate, el tren pasa solo una vez…
Cuando despertó, el negro Titta no supo –como suele pasar
después de esas siestas profundas– dónde estaba, si era un día
laboral, qué hora era y por qué nunca sonó el despertador. Se
preguntó, también, si aquella inscripción de la convocatoria de
jugadores era cierta o simplemente un sueño dentro de un sueño,
en el que un pelotazo le dio justo ahí, donde más les duele a los
hombres. Puso un pie en la alfombra, levantó sus brazos, se colo-
có en posición de cuclillas y abrió la boca grande, como en aque-
lla irrepetible imagen de televisión que muestra su único gol en el
fútbol. Se quedó un rato, un par de minutos, sentado en la cama
con la mirada perdida, con ojos que no ven pero que se depositan
en un punto definido. La foto, esa que tiene pegada en la pared,
es un registro imborrable aunque el papel del diario empiece a
ponerse amarillo y con orejas, como esos sándwiches de miga
que quedan para los demorados de la fiesta de cumpleaños.

97
LOS COLORES DEL FUTBOL

Está de espaldas, tiene el número 48 en su camiseta y en la


nota dice: “Titta, una golosina que endulza la red”, en alusión
a ese memorable golazo en un partido que siempre se recuerda
casi como su carta de presentación. Dicen, sus amigos, que en el
currículum, además de sus datos personales, estudios y experien-
cias laborales figura, en un asterisco: autor del gol en el clásico
más importante de la ciudad que le dio el triunfo al Defensores.
Tomó impulso, caminó hasta la cocina y se paró delante de los
padres que, con el sol a punto de irse a dormir, saboreaban la ruti-
na del mate y las facturas. El viejo Juan y doña Chola lo miraron,
notaron algo raro en el nene mientras analizaban –en una de las
decisiones más complicadas de la vida- si la de pastelera o la de
dulce de leche eran capaces de satisfacer el momento.
-Viejo –dijo Titta- vi el cartel, lo vi…
Don Juan abrió los ojos grandes, levantó las cejas, miró a su
mujer y preguntó:
-¿De qué hablás nene?
-Del cartel, yo no soñé, lo vi, te juro que lo vi. No alcancé a
leer todo lo que decía, pero pude enterarme de lo que me interesa.
El viejo Osvaldo va a hacer una prueba de jugadores mañana.
Papá, quiero volver al ruedo, vos sabés que tengo talento, vos
me lo dijiste siempre. ¿No te acordás? “Dejá hijo, esos tipos no
entienden nada, fútbol era el de antes”, esa era tu frase cada vez
que los técnicos me decían que el puesto estaba cubierto. Es mi
chance, ¿dónde están los botines, vieja?
A esa altura, era imposible poner en pausa el impulso y la
corazonada de Titta. Ese domingo a las 18 comenzó el cosqui-
lleo en la panza, mariposas que le dicen como cuando a uno le
gusta una chica en el secundario. Titta, el negro Titta, salió para
el lavadero, donde Doña Chola había guardado los Sacachispas.
Sus zapatos, como el primer amor, duraron por siempre gracias a

98
FACUNDO SAVA

la grasa del Chulo, el carnicero de la vuelta, que le guardaba esa


pomada universal con la condición de, algún día, poder ser su re-
presentante y abandonar ese lío de la media res. Titta los agarró,
les dio un beso y, en soledad, mantuvo un diálogo utópico con los
timbos. “Prepárense, la pelota vuelve a sentir sus caricias”.
Habían pasado tres años de la lesión que sufrió en la carrera
alocada del festejo en el empate sobre la hora –no bien vio que
el balón ingresó al arco inició una corrida que tuvo su primera
escala en la tribuna de cara a los hinchas, siguió por la pista de
atletismo dando vuelta todo el campo de juego con el árbitro de-
trás, que lo perseguía para sacarle la tarjeta amarilla, les quitó un
perro a los efectivos simulando un paseo en el parque y terminó
en el banco de suplentes saludando uno por uno a los integrantes
de los dos equipos– que le provocó un desgarro profundo y lo
dejó afuera por un tiempo, algo que luego atentó contra su forma
física. Porque a Titta no le pidan que lleve una dieta ni le hablen
de nutricionista. Cada vez que integrantes del cuerpo técnico to-
caban la puerta de su casa para saber de su evolución y llevar un
control de su estado atlético él los miraba de la ventana, sentado
en el sofá con un pebete de crudo y queso. “No me vengan con
eso de la balanza que al fútbol se juega con la redonda, no hay
que ser flaco como un modelo ni prepararse para correr los 100
metros en los Juegos Olímpicos”. Esa ideología, inquebrantable,
jamás se puso en la mesa de negociaciones. Entonces, ¿por qué
alterarla ahora si el desgarro no tenía secuelas, cicatrizado luego
de un largo tiempo? Siendo así, los hinchas del Defensores –unos
ocho con banderas y posters- se arrimaron hasta la casa de la ca-
lle 32 y cantaron por su regreso, ahora que el viejo Osvaldo había
abierto la convocatoria.
-Olé olé olé olé olé, que vuelva Titta y su ballet…
La escena, dicen, fue un carbónico de la vez que Titta estuvo

99
LOS COLORES DEL FUTBOL

a punto de dejar el fútbol, justo en la semana previa a su presen-


tación en la Primera. Porque, al igual que las bandas under del
rock, para conocer su juego sólo alcanzaba con ir a la placita del
barrio y preguntar por la promesa de la ciudad. Esa noche de
sábado fue a cenar a la casa de la novia. Una de las estudiantes
más codiciadas del colegio a la que se ganó con apenas un par de
jueguitos desde la calle al balcón, como un distorsionado cuento
de Romeo y Julieta. Los padres de Nilda lo adoraban, al margen
del talento que notaban en el yerno sin papeles, entonces le pre-
pararon su comida preferida: guiso de mondongo.
Sentado, ubicado en la punta de la mesa –porque así lo aten-
dían a Titta-, nunca imaginó lo que iba a pasar cuando llegaba la
olla cargada y con el aroma a la comida casera. Felipe Primero,
el perro de toda la vida de la familia Argañaraz, estaba, fiel a su
costumbre, debajo de la mesa, justo a los pies de la punta donde
Titta se había alojado. Ansioso por degustar el menú del día, Titta
se levantó levemente con el plato en la mano para la primera por-
ción, sin darse cuenta de que al mover el pie derecho pisó la cola
de Felipe Primero, que respondió con una mordida celosa directo
al gemelo de la pierna. El mondongo, ya en el plato de porcelana,
cayó sobre el mantel mientras Nilda intentaba calmar los nervios
de Titta, que de inmediato fue trasladado al hospital público.
Le dieron la vacuna antirrábica, unos puntos en la zona y lo
dejaron internado toda la noche. Pese a sus repetidos gritos a la
enfermera –“señora, le tiro unos mangos, pero déjeme salir de
acá que esta tarde juego mi primer partido, señora”- Titta recién
pudo tener el alta minutos antes de que el Defensores saliera a la
cancha.
Desde ese fin de semana, su relación con Felipe Primero se
volvió insostenible. Inclusive, cada vez que iba a la casa de los
Argañaraz el perro lo miraba de reojo desde un rincón, amena-

100
FACUNDO SAVA

zante, como una advertencia de un nuevo ataque a su integridad.


Al tiempo, se supo que el canino había sido, en su momento, una
cábala del Sol de Mayo, rival eterno del Defensores. Al tanto de
semejante dato, Titta nunca más volvió a pisar la casa. Y puso en
la consideración de su amada un dilema:
-Es él o yo.
Ese primer sinsabor que le dio el fútbol, sin embargo, no fue
capaz de voltear las ilusiones de un hombre con personalidad.
Entonces, luego de unas semanas donde pudo retomar los entre-
namientos, la chance de volver a estar a las puertas de la titulari-
dad iba a llegar, inevitablemente. Un jueves, en el ensayo de fút-
bol que se hace habitualmente antes de los partidos, el entrenador
lo puso en el equipo. Una clara señal de que el sueño estaba a
punto de cumplirse. Al margen de una práctica que tuvo que ser
suspendida por la lluvia, Titta regresó a su casa con la ansiedad
lógica de contarles a sus padres sobre el escenario que se daba.
-Me puso, el Osvaldo me puso. Jugué para los titulares, en-
tonces el domingo debuto. No creo que el viejo haga esto para
confundir a la prensa…
Cuando Chola, como todas las mañanas, golpeó la puerta de
su habitación con la bandeja repleta de facturas y una taza de
generoso café con leche, Titta no respondía al llamado. Decidió
ingresar sin aviso –rompiendo una regla impuesta por el nene
por la que nadie puede entrar a la pieza si él no escucha el toc
toc de la madera- y lo vio ahí, con las ojeras y un pañuelo en la
mano. Era tan fuerte su estado gripal que ni siquiera fue capaz de
responder con palabras –apenas con gestos- a las preguntas de la
madre. Con el partido tan cerca, y esa ilusión de jugar luego de
un largo tiempo, el negro Titta hizo todo por acelerar los plazos
de recuperación. Té, té con miel, té con miel y yuyos, té con miel,
yuyos y coñac, te con miel, yuyos, coñac y limón… Sin embargo,

101
LOS COLORES DEL FUTBOL

nada de eso podía levantarlo de la cucheta, mientras la Chola lo


miraba con la pena de una madre que observa la frustración, en
vivo, del hijo. “¡Tabcin! Sí, eso es. ¡Tabcin!, eso tomó una vez
el Cabezón para ir de joda. Y mi amigo esa noche estaba bien
arriba”.
El entrenador contaba sus jugadores minutos antes de salir a
la cancha. “¿Dónde carajo está este pelotudo de Titta, al final lo
pongo para que no me rompan las pelotas y no cumple?”, se pre-
guntó con el tono de los que están a punto de tomar decisiones.
Sólo se calmó, el Osvaldo, cuando vio estacionar el 404 a me-
tros del vestuario y Titta bajó con los botines puestos, las medias
bajas y un termómetro en la axila derecha. “¡Qué bueno verte,
sabés que sos clave para el funcionamiento del equipo, sos mi
Beckenbauer”, esbozó el técnico al oído del marcador central. En
pleno precalentamiento, cuando el médico del plantel hizo la pre-
gunta habitual –impensada para el hijo de Chola, que solamen-
te una vez supo estar en una instancia así- Titta se detuvo, algo
asustado: “¿Qué si alguien tomó algún remedio? Yo me tomé un
té, un té con miel y yuyos, te con miel yuyos y coñac, te con miel
yuyos, coñac y limón… Ah, y un Tabcin que me compró mi vieja
para la gripe”. El doctor sólo miró al cielo. Cuando bajó la vista
detuvo sus ojos en los del marcador central: “¿Pero vos sos bolu-
do nene?, ¡esto salta en el dóping! No podés jugar”.
El viejo Peugeot amarillo de Juan, que había llevado las ilu-
siones de Titta al estadio, intentaba salir del estacionamiento
mientras algunos hinchas se acercaban al 404 para preguntarle
qué había pasado, por qué quien iba a ser uno de los pilares del
equipo estaba vestido para jugar, pero con las manos engrasadas
y la cabeza metida cerca del motor del auto. “Esto no arranca,
viejito”, repetía Titta. Fue, entonces, el automóvil club el que
se llevó el coche con la familia arriba y la mano de Titta afuera

102
FACUNDO SAVA

saludando a sus fans, que se perdieron los primeros cinco minu-


tos del partido por ver de cerca a ese ídolo que vio, nuevamente,
frustrado su sueño. Una vez más, como cuando llegaba al estadio
y el operativo policial no lo reconoció como jugador: “Pero soy
yo, Titta, el negro, saquen esos caballos que no llego a la charla
técnica”. Esa tarde, apareció en el vestuario para el entretiempo
y el entrenador nunca le creyó lo de la montada.
-Sí, sí, caballos de la policía… Vos te fuiste al hipódromo,
hermano, que me venís con ese cuento. La próxima decime que
te agarró un plato volador y ¡se te cruzó el chupacabras!- gritó el
Osvaldo, furioso.
Ese fue el último registro que le quedó a Titta, esa acusación
del Osvaldo todavía le gira alrededor de la almohada, la noche
previa a lo que puede ser el reencuentro. Los botines se iluminan
por la grasa que le pasó la Chola, el recorte del diario, ese que
está amarillo y con las puntas de sándwich se refleja con la luz
de los timbos, es su festejo, el único gol en la corta pero popular
carrera. Titta lo mira, lo observa con el sueño de ser, hasta que
cierra los ojos para ingresar al pasaje donde se desafían las uto-
pías.
La mañana despierta con una tormenta capaz de sacudir hasta
la casa de Felipe Primero, el perro que le “mordió la carrera”,
según entiende. No en vano le dijo adiós a su enamorada porque
a la insistente pregunta para la elección “es él o yo” Nilda, la de
la serenata con la pelota en los pies, esa de la distorsionada figura
de Romeo y Julieta, soltó una lágrima y buscó la correa para ir
de paseo. No es una mañana más en la casa de los Titta, todo está
armado para que el nene inicie su nueva etapa profesional. Ese
cartel que vio en sus sueños sigue intacto en el mismo palo de
luz pese al temporal. Saludó a Juan y a Chola, tomó el bolsito de
la primera vez y salió en busca del tren para arribar al campo de

103
LOS COLORES DEL FUTBOL

entrenamiento, a la prueba al fin. Al llegar al andén, vio que sor-


prendentemente para un lunes de julio no había nadie a la espera,
corrió desesperado hasta la punta donde se colocan los horarios
del ferrocarril y algunos avisos de bandas musicales.
Esta vez leyó atentamente la frase: si tenés entre 18 y 22 años
y alguna vez jugaste un partido en Primera no pierdas esta opor-
tunidad. Presentate el lunes 18 de julio a las 9 en el campo de
entrenamientos del club Defensores del Charco, el viejo Osvaldo
hará en persona la selección de futbolistas. Acercate, el tren pasa
solo una vez. A las 8:29, ¡no lo pierdas! Cuando Titta miró el Ci-
tizen recordó, angustiado, que el reloj atrasaba tres minutos…

104
FACUNDO SAVA

Bibliografía

Hijos sin dios, cómo criar chicos ateos, de Alejandro Rozitch-


ner y Ximena Ianantuoni, Editorial Sudamericana
Teoría del Rol, Carlos Fumagalli, clase dictada en la primera
escuela privada de psicología social, Ediciones Cinco
Mi hijo el campeón, las presiones de los padres y el entorno,
Roffé Fenili Giscafré, Lugar Editorial
Psicología de la vida cotidiana, Enrique Pichón Riviére y
Ana Pampliega de Quiroga, Nueva Visión
Diccionario de términos y conceptos de psicología y psi-
cología social, compilado por Joaquín Pichon Riviére y colabo-
radores, Nueva Visión
¿Qué es la periodización táctica?, de Xavier Tamarit, sobre la
línea de pensamiento futbolístico de José Mourinho.
Mourinho: ¿Por qué tantas victorias? Editorial Manuel
Conde

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Indice

Prólogo I
Por Víctor Hugo Morales 9
Prólogo II
Por Marcelo Roffé 11
La carrera 15
El rito de un domingo cualquiera 17
La formación 21
Ganar y perder 29
La creatividad 35
La prueba de inglés 39
El rol de la prensa 45
“Facundo, el hombre que piensa y hace pensar”
Por Ariel Scher 49
De representantes 53
De cábalas y religiones 55
La libertad, condicionada 59
La institución 65
Rol, liderazgo, grupo y psicología social 69
El juego después del juego 79
El entrenador 85
El tren de Titta 97
Primera impresión abril de 2010
FACUNDO

SAVA
FACUNDO

SAVA

EDICIONES AL ARCO
Marcelo Máximo Facundo Sava
Edición general
Nació el 7 de marzo
Nació el 3 de Los colores del fútbol de 1974 en Morón,
septiembre de 1976 provincia de Buenos
Facundo ha tenido una experiencia de vida poco frecuente:
en Capital Federal. Se cumplió el sueño que tenemos muchos de nosotros de Aires. Se recibió de
recibió de bachiller con transformarse en jugador profesional, convertir más de cien psicólogo social en

Los colores del fútbol


orientación docente y goles en la Argentina, jugar varias temporadas en Europa. 2001 en la Escuela
egresó en 1999 de la de Psicología Social
escuela de periodismo Pero no se limitó a jugar al fútbol. Mientras jugaba, siguió
Enrique Pichon
aprendiendo. Y esa es la materia de este libro. El viaje de un
DeporTEA donde Riviére, durante dos

LOS COLORES DEL FUTBOL


muchacho que empieza soñándose jugador y que termina en
ahora es docente. una cancha llena de gente que grita sus goles. Pero mientras años estudió ciencias
Autor del libro El Beto, viaja, crece. Este libro es el testimonio de ese crecimiento. económicas, hizo
radiografía del Hombre Leerlo nos permite descubrir, a través de los ojos y la voz de cursos de creatividad
Gol sobre la carrera su protagonista, ese mundo complejo, desafiante, atractivo y y en la actualidad
de Alberto Acosta, hasta angustiante que el jugador profesional debe enfrentar a
es estudiante de
medida que transita su carrera. Y a lo largo de toda esa carrera
fue colaborador de la sigue existiendo una virtud esencial: el amor por el juego, por el fotografía. Su carrera
agencia de noticias placer simple y definitivo de jugar a la pelota. como futbolista
EFE de España y profesional comenzó
desde 1999 a 2006 Facundo Sava, amigo lector, reúne algunas virtudes el 31 de octubre de
redactor del diario infrecuentes: sabe mirar, sabe escuchar, sabe decir. Cuando uno
1993 con la camiseta
habla con él advierte enseguida que va por la vida observando,
deportivo Olé. Desde y pensando en lo que observa, es decir, aprendiendo. Que no es de Ferro, para luego
2006 a la actualidad es un mal modo de transitar la vida. pasar por Boca,
redactor de Clarín en Gimnasia y Esgrima
la sección deportes. En Este no es, se lo aseguro, un libro de chismes. Es un libro de La Plata, Fulham de

FACUNDO SAVA
2003 ganó el premio historias. No es un libro de sermones. Es un libro cargado de
Inglaterra, Lorca y
buenas ideas.
Estímulo al periodismo Celta de España,
joven que entrega Por eso, amigo lector, permítame invitarlo humildemente a esta Racing Club de
anualmente la escuela gratísima compañía. No va a sentirse defraudado. Avellaneda, Arsenal
de periodismo TEA y y Quilmes. A fines de
Eduardo Sacheri
DeporTEA, por su tarea 2008 se recibió de
en medios gráficos. entrenador.

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