4to. Revolucion Mexico.
4to. Revolucion Mexico.
4to. Revolucion Mexico.
Desde principios del siglo XIX, la ocupación del norte mexicano por parte de norteamericanos —
montañeses, ciudadanos pobres, inmigrantes, pero sobre todo por los terratenientes sureños
norteamericanos— obedeció a la necesidad de la incorporación de tierras de la economía algodonera
esclavista de Estados Unidos. El algodón, para 1830, ya representaba la mitad de las exportaciones
norteamericanas. Fue a partir de esta fecha que se agudizó el proceso de ocupación del territorio
mexicano por parte del ascendente capitalismo estadounidense, en el marco del fortalecimiento de la
doctrina Monroe, anunciada por su presidente en 1824: «América para los americanos», como una forma
de frenar la presencia de los intereses europeos en la región.
En este período, Santa Anna mantenía la hegemonía política en México quien, aliado a la burguesía
comercial, los terratenientes y las fuerzas político-militares conservadoras, ocupó el gobierno
prácticamente desde 1833 hasta 1855, cuando la rebelión de Ayutla lo sacó del poder.
Estados Unidos había comenzado su expansión sobre territorio latinoamericano comprando Lousiana en
abril de 1803, cuando el presidente norteamericano Thomas Jefferson, negoció con Napoleón la compra
de dicho territorio. Esta negociación le dio a Estados Unidos las cuencas de los ríos Missouri y Mississippi.
Por otro lado, en 1819 obtuvo de España la península de la Florida. Desde principios del siglo XIX,
autorizados primero por la Corona española y luego por el gobierno de Iturbide, grupos de colonos
norteamericanos comenzaron lentamente a poblar Texas, donde fomentaron el trabajo esclavo para las
plantaciones algodoneras o la ganadería.
Cuando el gobierno de Santa Anna creó un régimen centralista —que convirtió a los estados en provincias,
suprimiendo sus legislaturas y centralizando sus rentas— se produjeron intentos separatistas —por
ejemplo en Yucatán— que fueron aprovechados por los colonos estadounidenses para proclamar la
«República Independiente de Texas». A fines de 1835, los colonos norteamericanos dirigidos por Sam
Houston y apoyados por el gobierno de Estados Unidos, atacó San Antonio de Béjar y constituyó el primer
gobierno texano. En marzo de 1836, los mexicanos respondieron a la agresión triunfando en las batallas
de El Álamo y Llano del Perdido. Pero en la batalla de San Jacinto, las fuerzas del presidente mexicano
Santa Anna fueron derrotadas y el presidente cayó prisionero en manos de los norteamericanos. Negoció
su libertad a cambio de reconocer la separación de Texas, con la condición de que no podría integrarse a
Estados Unidos. Sin embargo, en 1845 el pacto no fue respetado y Texas fue anexionada a la unión
norteamericana.
(…)
Luego de las duras batallas… los norteamericanos lograron ocupar la ciudad de México e izaron su
bandera en el Palacio Nacional (septiembre 1847). Santa Anna abandonó el país y el gobierno mexicano
que lo sustituyó se refugió en Querétaro, desde donde iniciaron las negociaciones diplomáticas que
concluyeron en el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848). México perdió Texas, Arizona, Nuevo México y
Alta California (unos 2 500 000 km2 que hoy constituyen los estados norteamericanos de Texas, Nevada,
Utah, Colorado, Nuevo México, Arizona y California) a cambio de una absurda compensación de 15 000
000 de dólares. Luego de estas pérdidas Santa Anna —que había regresado al gobierno en 1853— vendió
al país del norte el valle de la Mesilla (Chihuahua).
Con el derrocamiento del general Santa Anna en 1855, se inició el período de gobierno liberal encabezado
por Benito Juárez, quien llevó adelante las llamadas «Reformas Liberales», con el objeto de modernizar a
México. El gobierno de Juárez debió hacer frente, entonces, a la reacción de los conservadores que
iniciaron una guerra civil que culminó con la instalación del Imperio de Maximiliano de Austria (1863-
1867). El sentimiento nacionalista generó un movimiento de oposición —capitalizado por los liberales—
que culminó con el derrocamiento de emperador en 1867, abriéndose así un nuevo período presidencial
de Benito Juárez, en el cual los liberales se consolidaron en el poder. Con la muerte del presidente en
1872, se abrió un espacio de disputa interna que se resolvió en 1876, con la victoria electoral de Porfirio
Díaz, un caudillo liberal de Oaxaca antiguo; se caracterizó por una estrategia que combinó las concesiones
económicas y políticas, con la represión feroz a opositores y campesinos, siempre bajo su control personal
y directo, arbitrario y personalista. Por ello, el larguísimo período en que condujo los destinos de los
mexicanos se denominó «Porfiriato» (1876-1910).
Desde el poder, implementó una política de negociación y cooptación de rivales; recompuso las relaciones
con la Iglesia, restituyendo las tierras que las «Reformas Liberales» (y en especial, la Ley Lerdo de 1856)
—emanadas del gobierno de Benito Juárez— les había quitado; consiguió el apoyo de hacendados y
terratenientes con beneficios económicos y concesiones de tierras; otorgó condiciones muy ventajosas a
los inversores europeos sin dejar de beneficiar a los norteamericanos. En cambio, con los campesinos llevó
adelante una política de despojo violento y represivo, facilitó la apropiación de las tierras comunales por
parte de los hacendados y respondió con las armas cualquier intento campesino o indígena de resistencia,
como el caso de los indígenas yaquis que fueron víctimas del exterminio con la intervención del ejército en
Sonora, en 1900.
Los principales objetivos del «Porfiriato» fueron atraer la inversión extranjera, extender la red ferroviaria y
mantener buenas relaciones con los grandes hacendados. A los inversionistas estadounidenses, británicos
y franceses les otorgaron ventajosas concesiones en el trazado de las líneas ferroviarias, lo que respondía
al esquema exportador que requería conectar las principales ciudades con el puerto y con la frontera con
los Estados Unidos. Fue tal el interés político por favorecer la llegada de capitales extranjeros que hacia
1884 el Gobierno mexicano reconoció la deuda externa heredada de Gobiernos conservadores anteriores y
contraída, principalmente, con Gran Bretaña. Restableció las relaciones diplomáticas con Francia, país que
se convirtió en la principal fuente de préstamos y cuyos banqueros cumplieron un rol fundamental en la
creación del Banco Nacional de México. Estimuló el interés extranjero en la actividad minera, al sancionar
la ley de minería de 1884, por la cual se abolían los derechos del Estado sobre los minerales, convirtiendo
a los propietarios de los terrenos en dueños de los recursos que allí hubiera. Esta legislación contribuyó al
rápido crecimiento de las exportaciones de cobre, zinc y plomo, además del oro y la plata, complementada
por la inversión extranjera en la extensión de la red ferroviaria que llegó a 14 000 km.
Las inversiones europeas se concentraron en la parte central y sur del país, mientras que los capitales
norteamericanos dominaron en el norte. Aproximadamente, el 80 % de las inversiones (británicas y
norteamericanas) se concentraron en la minería, que representaban un 63 % de las exportaciones, y en
los ferrocarriles, en tanto que solo un 2,5 % se concentraban en la producción de petróleo.
Cierta historiografía sostiene que el «Porfiriato» introdujo un modelo económico que encauzó el desarrollo
capitalista en México. Sin embargo, el progreso económico —que se aduce como mérito— del prolongado
gobierno de Porfirio Díaz tuvo un alto costo social para los peones rurales y los pueblos indígenas.
Al finalizar el «Porfiriato», México era todavía un país rural con una sociedad eminentemente agraria, ya
que la población urbana no excedía del 20 %. La alta concentración de la propiedad dejaba sin tierras al
95 % de la población campesina: mientras unas 78 000 00 de hectáreas pertenecían a un 4 % de
propietarios y solo el 1 % de los hacendados concentraba el 97 % de la tierra cultivable (quince haciendas
reunían aproximadamente 1 500 000 hectáreas), la pequeña propiedad alcanzaba tan solo el 2 % y las
tierras comunales apenas el 1 % de la tierra cultivable. Porfirio Díaz ignoró las características de su país
con una demografía mayoritariamente agraria y no estimuló la modernización capitalista ni la tecnificación
de las zonas rurales, dejándola en manos de la inversión extranjera y de la voracidad latifundista. Esta
carencia de una política agraria acentuó las disparidades regionales y profundizó el drama social.
En el norte, se desarrolló una incipiente industria ligera (hierro, acero) y textil con mano de obra
asalariada libre, que generó un crecimiento demográfico producto de la radicación de quince mil
norteamericanos y de la migración de campesinos desplazados y artesanos arruinados, etc., pero que,
además, afianzó una nueva élite de propietarios (Terrazas, Madero, entre otros) que dinamizaron la
economía de la región, aunque, en el marco de una alta conflictividad social; los hacendados
implementaron —para disponer de mano de obra barata— el sistema de «peonaje por deudas» para que
la actividad agrícola fuera aún más rentable.
En el centro del país, la industria dinamizó la economía de los estados de Veracruz, Puebla, Guanajuato, lo
que dio impulso a la formación del proletariado en tanto que, en Morelos, la dinámica productiva estuvo
ligada a las plantaciones de azúcar y algodón, en torno a la gran hacienda tradicional, donde la
expropiación de tierras generó una mayor población de campesinos desocupados que fueron empleados
como peones.
En el sureste (costa del Golfo y Yucatán), predominaron las plantaciones de henequén, tabaco y café, en
las que las condiciones de contratación de mano de obra alternaron el empleo asalariado con formas
semiesclavas y de fuerte represión. En las diferentes zonas en que se desarrolló la actividad minera y
petrolera también se requirió mano de obra asalariada libre que, al igual que la industria, formó un
numeroso proletariado que tuvo luego una importante actuación sindical.
En definitiva, no se configuró un mercado homogéneo de mano de obra, sino que coexistieron formas de
trabajo bajo coacción en paupérrimas condiciones de vida, con trabajadores libres, aparceros y obreros
industriales. Estos últimos experimentaron un aumento del nivel de vida, y aun cuando fuesen duras las
condiciones laborales, eran mejores que en las haciendas de las que provenían muchos de ellos y mejores
que en los pueblos en los que un gran número de campesinos habían perdido sus tierras. México se
modernizó velozmente, a expensas de las concesiones hechas al capital extranjero y del arrebato de
tierras y al desmantelamiento de la economía campesina.
Hacia 1907, se produjo una grave crisis de carácter cíclico en los Estados Unidos que generó una fuerte
recesión que afectó la producción primaria exportadora; el valor de la moneda (al cambiar el patrón plata
por el patrón oro), dejó como consecuencia una brusca inflación, la caída de los salarios y nivel de
empleo. Al mismo tiempo, el retorno de numerosos trabajadores mexicanos a su país comprimió más aún
la situación. Creció la oposición obrera vinculada con el anarcosindicalismo, con la consiguiente represión
gubernamental, y la sociedad mexicana comenzó a generar alternativas políticas frente a un sistema que
se consideraba agotado. Se fundó el Partido Liberal Mexicano, el periódico Regeneración y luego el Partido
Antirreeleccionista, y se profundizó la crisis de la dominación oligárquica con los conflictos entre los grupos
de la élite que confrontaban por la sucesión de Porfirio Díaz.
Frente a los privilegios que recibía el inversor extranjero, los hacendados dispuestos a participar en la
modernización capitalista poco podían esperar del Gobierno y esto se convirtió en un factor que enajenó a
Porfirio Díaz muchas voluntades; justamente en los estados del norte, donde se materializó en una
ofensiva intelectual y periodística contra el régimen durante la década de 1900 a 1910. Una de las
regiones más descontentas fue San Luis de Potosí y entre las familias de hacendados opositores, la de
Francisco Madero, antiguo partidario del «Porfiriato», pero que por su concepción de libre empresa,
modernización agrícola y exigencia de elecciones libres sin fraude y sin reeleccionismo indefinido se
enfrentó con el régimen a través del Partido Antirreeleccionista con el cual disputaría las elecciones de
1910. Madero recibió el apoyo de los sectores medios urbanos, los profesionales liberales y hacendados
progresistas de la pequeña burguesía mexicana.
El proletariado fue forjando una posición adversa al régimen, producto de las injustas prerrogativas de los
trabajadores extranjeros, frente a los trabajadores nativos, con conciencia de clase debido a la influencia
del sindicalismo norteamericano. Tampoco los sectores medios (artesanos, maestros, transportistas y
comerciantes) se vieron beneficiados económica ni políticamente, lo que motivó el aumento del
descontento. Y finalmente, el campesinado (criollo e indígena) con sus postergadas demandas de justicia
social y restitución de tierras comenzaron a adquirir conciencia de la necesidad de organizarse y participar
en la generación de un cambio.
Antes de las elecciones, Porfirio Díaz encarceló a Madero y fraude mediante —una vez más— salió
victorioso en las elecciones. Liberado bajo fianza, Madero huyó a San Antonio Texas, dio a conocer su
programa político revolucionario mediante el llamado Plan de San Luis de Potosí y convocó a los
mexicanos a levantarse en armas contra el régimen porfirista.
EL COMIENZO DE LA REVOLUCIÓN
Acaso sea México el país latinoamericano donde las desigualdades sociales causadas por el régimen
oligárquico se revelen con mayor crudeza, donde la concentración de la tierra en manos de 840
hacendados (sobre una población de 15 160 369 habitantes, según censo de 1910) se haya mantenido
impávida ante el hambre endémica de una población campesina estimada en 12 000 000 de personas,
donde la conducción de la Iglesia católica —propietaria de bienes y de tierras— se haya mostrado más
preocupada por sus fueros que por las necesidades sus fieles (el 99 % de la población) y donde el
promedio nacional de analfabetismo sobrepasaba con creces el 60 %. Acaso sea México el país donde más
fuertemente se conservaron las contradicciones de la sociedad colonial.
Durante los primeros años del siglo XX, los intereses de los propietarios e industriales norteños
empezaban a entrar en conflicto con los de la dictadura. Las condiciones económicas diferían del resto del
país, se incrementaba la movilidad de fuerza de trabajo que estimulaba el crecimiento, pero los
propietarios y empresarios se hallaban en notorias desventajas respecto de la vigorosa competencia de las
empresas extranjeras. A su vez, los obreros industriales se agitaban en numerosas huelgas y los
trabajadores rurales se rebelaban periódicamente contra el dominio latifundista, en tanto que las clases
medias también comenzaban a sentir las limitaciones impuestas por Díaz, ya que, si bien algunos se
beneficiaron con el acceso a cargos públicos, muchos diplomados y con educación no conseguían trabajo y
otros vivían con muy bajos salarios. En el sur, el irremediable atraso de las comunidades rurales se debía a
la usurpación sistemática de las tierras, que se iban concentrando en manos de los hacendados
latifundistas al punto de depender de ellas. En la mayoría de los Estados, más del 80 % de la población
rural y entre el 50 % y el 70 % de las aldeas y poblados, estaban situados dentro de las haciendas y
plantaciones latifundistas, las que no solo absorbían la tierra, sino la vida autónoma de las comunidades,
sus costumbres y sus propias organizaciones.
A medida que se aproximaba 1910 y se preveía un nuevo período presidencial de Porfirio Díaz, los
sectores intelectuales y propietarios se inquietaban. Desde los primeros años del nuevo siglo, se
organizaron —en su mayor parte en el norte— clubes liberales, integrados por abogados, estudiantes,
ingenieros, comerciantes, donde se empezaban a plantear demandas de elecciones libres y libertad
municipal, pero también se contemplaba poner fin al peonaje y a las inhumanas condiciones de vida en las
haciendas.
De un sector del empresariado local, surgió la figura de Francisco Madero que pertenecía a una de las diez
familias más ricas de México, con inversiones en plantaciones, industrias, minas y refinerías. Con la
publicación de su libro La sucesión presidencial (1910), en el que criticaba la posibilidad de una nueva
reelección de Díaz, argumentaba que México ya estaba maduro para una democracia y proponía la
formación de un Partido Nacional Democrático antirreeleccionista, cuyos dos principios fundamentales
serían «sufragio efectivo y no reelección». Así se convirtió en referente político y candidato opositor. A su
propuesta, se sumaron sectores intermedios de la administración, de los servicios públicos, profesionales
liberales, como también la naciente clase obrera industrial en procura de una mayor apertura
democrática.
Porfirio Díaz arrestó a Madero en junio de 1910, siete días antes de las elecciones fraudulentas en que fue
reelecto una vez más. La prisión, impensadamente, lo convirtió en un referente revolucionario. Sus
partidarios organizaron su fuga y exilio en San Antonio, Texas, desde donde Madero lanzó el «Plan de San
Luis de Potosí», convocando al pueblo al levantamiento en armas contra el dictador para noviembre de
1910. Si bien el programa de Madero incluía reivindicaciones democráticas, había un punto en el que
denunciaba el despojo de las tierras a los indígenas y planteaba: «restituir a sus antiguos poseedores los
terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario».
LA REVOLUCIÓN EN MARCHA
La respuesta a su convocatoria revolucionaria fue masiva, pero no obedeció a ideas homogéneas. Los
pueblos se alzaron contra el régimen porfirista en todo el país, siguiendo los liderazgos regionales de
Pascual Orozco —del estado de Chihuahua— y de José Doroteo Arangomás conocido como Francisco
Pancho Villa del estado de Durango, ambos del norte de México; y de Emiliano Zapata, conductor del
campesinado indígena de Anenecuilco en el estado de Morelos al sur de México, quienes adhirieron al plan
de San Luis, convocados primordialmente por la cuestión agraria más que por la oposición a un
mecanismo reeleccionista. Ante el multitudinario levantamiento armado, Porfirio Díaz dimitió en mayo de
1911, y generó las condiciones políticas que permitieron la elección de Francisco Madero a la presidencia.
Mientras la corriente demoburguesa expresada en la figura de Francisco Madero —y más tarde por
Venustiano Carranza— aspiraban a reformular el régimen político y redistribuir la renta nacional,
canalizando el descontento campesino mediante una reforma tendiente a impulsar el desarrollo del
capitalismo agrario, las comunidades indígenas del sur —lideradas por Emiliano Zapata— luchaban por la
restitución de sus tierras comunales, y el campesinado mestizo del norte —conducido por Pancho Villa— lo
hacía contra el poder latifundista para acceder a la propiedad de la tierra. Más allá de los liderazgos, los
principales protagonistas de la Revolución mexicana fueron los campesinos indígenas y mestizos en armas,
que ocuparon la escena histórica contra la explotación de los hacendados, pero además contra la
renuencia de la burguesía liberal, para poder llevar la revolución, más allá de los acotados límites de un
mero enroque político.
En efecto, el presidente Madero no imprimió celeridad para cumplir con los puntos referidos a la reforma
agraria enunciada en el plan de San Luis y procuró dar por terminada la revolución exigiendo el desarme
de los campesinos, pero estos se negaron a acatar la orden mientras no se diera cumplimiento de «los
postulados de la revolución» de restitución de las tierras usurpadas por los hacendados. Acusaron a
Madero de haber traicionado los principios de la revolución, y se inició una nueva etapa caracterizada por
la ruptura entre Madero y los campesinos dirigidos por Zapata y Villa.
Emiliano Zapata jefe del Ejército Libertador del Sur (ELS), reorganizó el levantamiento campesino del sur
de México a partir del «Plan Libertador de los Hijos del estado de Morelos» proclamado en noviembre de
1911 en la Villa de Ayala, conocido popularmente como Plan de Ayala. Basado en el lema «Tierra y
Libertad», llamaba a continuar la revolución, a no bajar las armas desconocer la autoridad de Madero
como jefe de la revolución y como presidente: por [la] falta de entereza y debilidad suma… puesto que
dejó en pie la mayoría de los poderes gubernativos y elementos corrompidos de opresión del gobierno
dictatorial de Porfirio Díaz […] pues la nación está cansada de hombres falsos y traidores que hacen
promesas como libertadores, y al llegar al poder, se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos.
Asimismo, reconocía la jefatura revolucionaria de Pascual Orozco y hacía suyo el «Plan de San Luis de
Potosí», y planteaba como prioridad la recuperación de «… los terrenos, montes y aguas que hayan
usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal…» para restituir a los
indígenas campesinos pobres mediante una drástica división de los latifundios.
Desde el norte de México, Pascual Orozco —que, en un primer momento acompañó el triunfo maderista—
también se rebeló contra el Gobierno y tomó el control del estado de Chihuahua junto a Pancho Villa,
comandante del otro ejército irregular que operaba combinando formas de bandolerismo social con lucha
política, la «División del Norte». Tras la conquista del estado de Chihuahua, Villa fue designado su
gobernador, y publicó el «Decreto de Confiscación de bienes de los enemigos de la revolución», que
entregaba al gobierno revolucionario las inmensas riquezas de la oligarquía ligada al régimen porfirista.
Los recursos expropiados a la oligarquía por Villa le permitieron constituir un ejército revolucionario, cuyos
jefes estaban estrechamente vinculados a las bases y demandas sociales.
Los zapatistas tenían un programa agrario claro, pero su conformación militar le impedía ir más allá de lo
regional, por lo que no pudo implementar una política de frente único con el movimiento obrero y las
masas urbanas. De todos modos, el zapatismo controlaba en 1912 los estados de Morelos, Puebla,
Guerrero y Tlaxcala, imponiendo contribuciones forzosas a los terratenientes y ocupando masivamente las
haciendas.
A diferencia de Zapata que focalizó su lucha en determinados estados de la región centro-sur, Pancho Villa
operó en diferentes frentes, ya que se trasladaba de una zona a otra del país mediante la utilización de la
red ferroviaria. Ello les posibilitaba una libertad de movimiento mucho mayor, capaz de recorrer miles de
kilómetros y continuar combatiendo. Esa fue la fuerza de la «División del Norte», un ejército integrado por
obreros ferroviarios, campesinos y hombres provenientes del bandidaje social. Los soldados de la «División
del Norte» eran campesinos asalariados de una zona donde las relaciones capitalistas en las haciendas,
estaban más desarrolladas que en el sur. Por eso, la aspiración por la tierra no se basaba en los viejos
títulos de los pueblos como en el sur, sino más bien en la lucha contra la explotación capitalista de los
terratenientes.
Otro foco de conflicto para el presidente Madero eran las numerosas huelgas de obreros (textiles,
portuarios, ferroviarios, tranviarios y mineros) producidas en 1912 y la organización de sindicatos y
nucleamientos gremiales como la Unión Minera y la Confederación de Sindicatos Obreros de la República
Mexicana de Veracruz organizados bajo la influencia de anarquistas como los hermanos Flores Magón.
El «magonismo» fue un enconado opositor de Madero tanto en la sublevación de la Baja California, como
a través de su periódico Regeneración, con el que difundieron su ideario de gran influencia ideológica,
pero sin capacidad organizativa.
LA CONTRARREVOLUCIÓN
LA REVOLUCIÓN PARTIDA
El gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza se pronunció a través del «Plan de Guadalupe» (marzo,
1913), contra el general Huerta, hecho que garantizó su liderazgo como primer jefe del Ejército
Constitucionalista integrado por tres columnas: la División del Norte comandada por Francisco «Pancho»
Villa, el Ejército Noroeste al mando de Pablo González y el Ejército del Noreste a cargo de Álvaro Obregón.
El Ejército del Norte derrotó entre marzo y abril de 1914 a los comandantes más importantes del Ejército
Federal y lograron destruir la mayor concentración militar realizada por Huerta para resistir la revolución.
El Ejército Libertador del Sur, encabezado por Emiliano Zapata, no reconoció el liderazgo de Carranza,
aunque su lucha contribuyó a la caída del general Huerta. Zapata y los principales jefes del sur, redactaron
el «Acta de Ratificación del Plan de Ayala», en la cual reafirmaban que el objetivo revolucionario no era un
simple cambio de nombres dentro del Gobierno, sino el compromiso de no dejar la lucha hasta que los
postulados agraristas se convirtieran en artículos constitucionales.
La derrota del general Huerta significó el colapso del sistema político y estatal creado por el régimen de
Porfirio Díaz. Ahora era necesario decidir cómo debía ser sustituido y resolver la cuestión en torno a la
reforma agraria, porque el «Plan de Guadalupe» que planteaba reivindicaciones democráticas, no incluía
las aspiraciones campesinas. Por ello, si bien en agosto de 1914, la revolución se perfilaba como
victoriosa, las diferencias entre los vencedores revolucionarios preanunciaban la división.
Los revolucionarios estaban divididos en dos proyectos políticos diferenciados por una divisoria de clases
sobre cómo definir la organización del Estado y cómo resolver la cuestión agraria: los seguidores de
Carranza y Obregón se nuclearon en el bando constitucionalista partidario de una organización liberal que
centralizara el Estado mexicano, donde la reforma agraria no era prioritaria. En tanto que los partidarios
de Zapata y Villa se definieron como convencionalistas, partidarios del programa agrario de Emiliano
Zapata.
Entre 1915 y 1916, la Convención fue el escenario institucional para la discusión de las cuestiones
nacionales, que se hicieron públicas en el «Programa de Reformas Político-Sociales de la Revolución» y
que contemplaban la desarticulación de los latifundios, su expropiación y reparto o restitución a las
comunidades, la creación de una petrolera nacional, la redacción de una legislación laboral, la
incorporación del sufragio universal y la adopción del sistema parlamentario como forma de gobierno.
La revolución se había partido, entraba en una fase de guerra civil entre los partidarios de Carranza
(constitucionalistas) y las fuerzas populares de Zapata, al sur y de villa, al norte (convencionalistas),
quienes tuvieron el triunfo al alcance de la mano en ese momento crucial en que habían ocupado la
capital, controlaban gran parte del país y tenían un ejército popular que había derrotado al ejército regular
porfirista. Pero Zapata y Villa no consideraron prioritario tomar el gobierno y ejercer el control del Estado
nacional, sino continuar la lucha por el poder, por la tierra y dejar el gobierno a los más «instruidos».
Los detractores de Villa y Zapata cuestionaban la falta de un proyecto político nacional y es que no
respondían a concepciones liberales, lo que no quita que tuvieran un proyecto político claro. Zapata había
implantado en su estado de Morelos un modelo de comunas campesinas, con poder autónomo, dirigidas
por campesinos que designaban a sus gobernantes y dictaban sus propias leyes, como la desintegración
del latifundio y la restitución de las tierras comunales, la creación de escuelas regionales de agricultura, de
una fábrica de herramientas agrícolas y la nacionalización de los ingenios y las destilerías.
Carranza conocía las limitaciones de los ejércitos del sur, por lo que dividió la guerra en dos etapas: en la
primera, se concentraría en derrotar a Villa y, en la segunda, se encargaría de terminar con Zapata. Contó,
además, con el reconocimiento y apoyo de los Estados Unidos y de los sectores pudientes de México que
lo veían como el mal menor.
Pero dentro de los constitucionalistas también había radicales como Álvaro Obregón que sabían que, para
quebrantar el domino de Villa y Zapata, había que promover reformas sociales. Por ello, en febrero de
1915, el Ejército Constitucionalista del Suroeste desembarcó en Yucatán y desplegó una serie de reformas
sociales: decretó el fin del peonaje por deudas, promovió leyes laborales, la organización de sindicatos, la
educación laica, los Gobiernos municipales autónomos, con el objeto de erosionar el poder zapatista. De
esta manera, Carranza pudo contrapesar en parte la base de Zapata y Villa, lo que le valió el apoyo
transitorio de los dirigentes de la Casa del Obrero Mundial, con cuyos miembros, formaron los llamados
«batallones rojos» para luchar contra los campesinos. El ejército conducido por Álvaro Obregón, más
organizado y equipado, logró derrotar al ejército de Villa en abril de 1915, en Aguascalientes.
Venustiano Carranza fue nombrado presidente de México en 1917. Convocó a un Congreso para reformar
la Constitución liberal de 1857, que estableció un sistema presidencialista, dispuso que la propiedad de
tierras y aguas correspondían a la nación, pero que esta podía transmitir su dominio a los particulares y,
entre los derechos de los trabajadores, reconoció el derecho a huelga, el salario mínimo, la jornada laboral
de ocho horas y la abolición del peonaje por deudas.
LA RECONSTRUCCIÓN
En este clima de violencia, se llegó a las elecciones de 1920 donde Álvaro Obregón —ideológicamente más
radicalizado que el presidente—, confrontaría con el carrancismo, la facción más moderada de la
revolución que, pese a sus principios liberales y constitucionalistas, en los hechos, había terminado con la
pluralidad dentro de la revolución, al imponerse y eliminar a los competidores más radicales (los villistas y
zapatistas).
Carranza desató una campaña de desprestigio contra Obregón y los hombres de Sonora, pero Obregón y
Plutarco Elías Calles, por el «Plan de Agua Prieta», convocaron a derrocar a Carranza y romper con el
gobierno federal. Con el apoyo del Partido Liberal, los sectores medios, la Confederación Regional Obrera
Mexicana (CROM) y parte del ejército, se sublevó contra el presidente. En marzo de 1920 fue asesinado en
Tlaxcalatongo, Puebla.
Tras la muerte de Carranza, el Congreso nombró a Adolfo de la Huerta presidente interino. Los seis meses
de su gobierno fueron clave para la unificación de la revolución y la pacificación del país. De la Huerta
negoció con Pancho Villa y los zapatistas para que dejaran las armas. No fue una tarea fácil, porque los
sectores dominados por el secretario de Guerra, Plutarco Elías Calles, y el candidato Álvaro Obregón se
oponían al diálogo con el referente revolucionario del norte. Calles había mandado a perseguirlo por
Chihuahua, pero Villa realizó una verdadera hazaña tras cabalgar 700 km por territorio desértico con sus
ochocientos hombres hasta Coahuila, donde reinició las negociaciones con Adolfo de la Huerta, y
resolvieron entregar las armas y retirarse a la hacienda de Canutillo en Durango.
Álvaro Obregón ganó las elecciones presidenciales de 1920 y, cuando consolidó su posición, toleró algunos
planes para terminar con Pancho Villa, asesinado en Parral el 20 de julio de 1923. Con la desaparición del
último caudillo popular protagonista de la revolución, los intérpretes de las masas populares fueron
desplazados por los representantes de los sectores urbanos y los jefes con el mando de las tropas.
Las reformas de Obregón reflejaban su radicalismo ideológico respecto del moderado liberalismo de
Venustiano Carranza. Las leyes de reforma agraria de su sexenio repartieron 1 558 000 ha de tierra, en
contraste con las 170 000 ha del gobierno anterior. La ley de ejidos —que le otorgaba categoría jurídica a
la tierra comunal con tenencia corporativa y no individual— y el reglamento agrario contemplaban la
variada situación de numerosos poblados y rancherías, poblados y comunidades, inclusive las existentes
dentro de las haciendas. La legislación contemplaba, además, la intervención del Estado en aquellos casos
de tierra ociosa o no cultivada, que sería pasible de cesión en arrendamiento a los campesinos.
La reacción violenta de los hacendados justificó la presencia del ejército para controlar las bandas
armadas de los terratenientes que se negaban a cumplir con las leyes, pero también es cierto que, lejos
de beneficiar al campesinado, numerosas hectáreas fueron a enriquecer a los generales revolucionarios de
Agua Prieta, coterráneos de Obregón.
La educación tuvo un fuerte apoyo del Estado y la labor de su ministro, José Vasconcelos, cuya fuerte
impronta popular y latinoamericanista se extendió a las comunidades indígenas y mejoró los índices de
alfabetismo.
Hasta 1926, Calles abordó medidas defendidas por los diferentes sectores de la revolución, como la
distribución de tierras a campesinos (3 045 802 ha), la intervención del Estado en la actividad económica y
productiva (disminuyendo la influencia extranjera), el impulso de la obra pública y los préstamos a los
productores. Las medidas para relegar el poder de la Iglesia a un segundísimo plano en la vida pública
(educación), fortaleciendo la primacía estatal para controlar a la Iglesia, generaron una creciente tensión
que estalló en conflicto al comenzar el inventario de los bienes del clero. Se desencadenó una insurrección
rural con consignas de «Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe» conocida como la Revolución de los
Cristeros, que pudo ser apaciguada en 1929, pero reveló la capacidad para mantener en jaque a las tropas
federales.
Las presidencias de los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles fueron un ejercicio de negociación
entre el jefe del Poder Ejecutivo y los «hombres fuertes» del ala triunfante de la revolución.
EL MAXIMATO
En las elecciones de 1928, se impuso el último gran caudillo de la revolución, el general Álvaro Obregón,
pero fue asesinado por un fanático religioso antes de hacerse cargo del gobierno. Su desaparición abrió
una nueva etapa bajo el gobierno provisional de Emilio Portes Gil en el que Plutarco Elías Calles fundaría el
Partido Nacional Revolucionario (PNR), un partido de Estado, una organización que empezó a someter a
una dura disciplina a las numerosas organizaciones regionales y nacionales. Que se convertiría en un
poderoso dispositivo electoral de negociación pacífica para la designación de candidatos, desde el cual
controlaría la vida política mexicana como jefe máximo del movimiento, término que dio origen al
«Maximato».
Calles consolidó al PNR como su dominio personal, impuso en la presidencia a políticos sin fuerza propia
(el ya mencionado Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez), que actuaron no como
jefes del Ejecutivo, sino como encargados de la administración; en tanto que Calles como simple
ciudadano, tomaba las decisiones que, en teoría, correspondían al presidente.
La candidatura de Lázaro Cárdenas a la presidencia estuvo signada por el apoyo del «jefe máximo», quien
continuaba ejerciendo —en las sombras— una decisiva influencia en la vida política mexicana. Sin
embargo, Cárdenas no estaría dispuesto a ser un presidente más del «Maximato», que administrase el
poder en nombre del «jefe único» con quien tenía evidentes diferencias ideológicas y políticas. Las
públicas manifestaciones de Calles en las que proclamaba sus simpatías con el fascismo italiano y su
fuerte anticlericalismo contrastaban con sus convicciones socialistas y su postura más conciliadora con los
católicos.
Durante la recorrida por todo el país para la campaña presidencial, Cárdenas terminó de convencerse que
la revolución aún estaba en deuda con sus destinatarios primeros y comprendió que, para avanzar en los
objetivos revolucionarios, deberían profundizarse aún más las transformaciones políticas y lograr de hecho
una autonomía política respecto de Calles que aún no estaba en condiciones de disputar.
Desde la presidencia, más cercano al campesinado indígena por opción e ideología, construyó la estructura
de su poder político en la alianza con las organizaciones sindicales campesinas, las ligas agrarias y los
sindicatos opuestos a la CROM. Removió a los gobernadores y jefes militares callistas, los reemplazó por
cuadros políticos suyos. Enfrentó a Calles y pudo resolver la crisis de autoridad y liderazgo político que
expulsó a Calles del país en 1935.
Su gobierno se caracterizó por el retorno programático a las ideas y objetivos revolucionarios agraristas,
fue tal vez quien más interpretó el idealismo zapatista, del que impregnó las principales medidas de
gobierno que estuvieron apoyadas lógicamente por las organizaciones obrero-campesinas.
Inauguró un nuevo ciclo en la política mexicana marcado por el fortalecimiento del sistema presidencialista
y buscó debilitar los personalismos en la estructura del partido, al que robusteció en 1938 al transformarlo
en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), compuesto por sectores obreros, campesinos, militares
socialistas y liberales radicales, por la Confederación de Trabajadores Mexicanos, la Confederación
Nacional de Campesinos, supeditados al Estado y al Poder Ejecutivo, con quienes diseñó las propuestas
políticas y económicas que funcionaron sin mayores contingencias.
El lema que el PRM (que años más tarde se convirtió en el Partido Revolucionario Institucional, PRI)
propuso para esta etapa fue «una democracia de trabajadores» y en la declaración de principios estuvo
presente su proyecto de nación, que garantizaba el reconocimiento del derecho a huelga, la colectivización
de la agricultura, la intervención del Estado en la economía nacional, la educación socialista, la igualdad
político-social de la mujer, las garantías y libertades para los pueblos indígenas, el seguro social, el control
de precios, la construcción de viviendas populares, la no intervención en los asuntos de otras naciones, el
derecho a la autodeterminación de los pueblos y el combate a cualquier forma de opresión y de fascismo.
Lázaro Cárdenas llevó a cabo la más amplia reforma agraria de México. Distribuyó 18 000 000 de
hectáreas a las comunidades campesinas, basando dicha reforma en el plan diseñado años antes por
Emiliano Zapata. De esta manera, aumentó a 25 000 000 de hectáreas a la cantidad de tierras comunales
fuera del régimen de propiedad privada, lo que permitió la formación de pequeñas unidades productivas,
con capacidad de autosuficiencia alimentaria. Asimismo, previó la constitución de ejidos (regulados
internamente por la Comisaría Ejidal) que incluía a cientos de familias a las que el Banco de Crédito Ejidal
(creado por Cárdenas), les entregaba ayuda financiera para su producción, además de las construcciones
de escuelas y hospitales.
Bajo el lema «México para los mexicanos» Cárdenas llevó adelante una política de nacionalizaciones de
empresas y compañías extranjeras. En 1937, Cárdenas nacionalizó los ferrocarriles y, en 1938, expropió
las petroleras británicas y estadounidenses, que boicoteaban la producción y comercialización del crudo
mexicano, y convirtió a la empresa PEMEX en una insignia de la nacionalización de los recursos. Las
nacionalizaciones contaron con un amplio consenso nacional, no solamente del PRM, los trabajadores y
campesinos, sino también de otros actores sociales como la Iglesia católica.
Cárdenas acompañó la lucha contra el ascenso de los gobiernos autoritarios, abrió la puerta del país a los
refugiados republicanos españoles (más de 40 000) y a otros perseguidos políticos europeos y americanos.
En 1940, Cárdenas apoyó la candidatura presidencial de Manuel Ávila Camacho (PRM), quien venció al
Partido Revolucionario de Unificación Nacional, que agrupaba los sectores anticardenistas. Sin embargo,
durante el gobierno de Ávila Camacho —incluso cuando Cárdenas integraba su gabinete— se puso freno a
algunas de las políticas llevadas adelante por Cárdenas, tal como la reforma agraria. Además, México se
alineó a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial y estrechó relaciones comerciales con los Estados
Unidos.
EL PRI AL PODER
Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, México experimentó un importante crecimiento económico. Estos
años fueron conocidos como el «milagro mexicano». Durante el gobierno de López Mateos, el país creció
económicamente, sobre todo en el sector industrial y en el de servicios. Aumentó el dinamismo del sector
primario para su comercialización en el marco de un nuevo comercio internacional que se desplegó en el
período de posguerra y, en 1960, se nacionalizó la industria eléctrica.
En el plano político, el PRI se consolidó como partido de Gobierno y realizó una incipiente apertura a otros
partidos en la década de 1960. Esto les permitió a otras fuerzas políticas acceder a una banca en el
Congreso mexicano. Previamente, se sancionó en 1953, el sufragio femenino que le permitió a las
mujeres elegir y ser electas a cargos públicos.
El crecimiento económico y la estabilidad política que vivió México se vieron opacados por el uso de la
violencia durante la presidencia de Ordaz, sobre todo con la represión del movimiento estudiantil el 2 de
octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
La masacre fue realizada por el grupo paramilitar llamado Batallón Olimpia, por el ejército mexicano y la
DFS. La manifestación había sido convocada por el Consejo Nacional de Huelga, que era el espacio
organizador del movimiento social estudiantil que contaba con la participación de estudiantes de la UNAM,
el IPN y de otras universidades; también profesores, intelectuales, obreros, trabajadores profesionales. No
se conocen cifras oficiales sobre cuántos muertos y heridos hubo aquel día, pero investigaciones han
calculado entre 250 y 350; mientras que otros estimaron que ascendió a 600 muertos. Durante las
décadas de 1950, 1960 y 1970, el PRI se consolidó como partido único y logró obtener la presidencia de la
Nación, el control del Congreso y la mayoría de las gobernaciones. El país se convirtió en uno de los
principales receptores de exiliados que debieron exiliarse a raíz de las dictaduras militares de toda América
Latina.