Obra
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EL TROMPO
(JOSE DIEZ CANSECO)
Sobre el cerro San Cristóbal la neblina había puesto una capota sucia que cubría la cruz de hierro. Una garúa de
calabobos se cernía entre los árboles lavando las hojas, transformándose en un fango ligero y descendiendo hasta la
tierra que acentuaba su color pardo. Las estatuas desnudas de la Alameda de los Descalzos se chorreaban con el
barro formado por la lluvia y el polvo acumulado en cada escorzo. Un policía, cubierto con su capote azul de vueltas
rojas, daba unos pasos aburridos entre las bancas desiertas, sin una sola pareja, dejando la estela fumosa de su
cigarro. Al fondo, en el convento de los frailes franciscanos se estremecía la débil campanita como un son triste…
En esa tarde todo era opaco y silencioso. Los automóviles, los tranvías, las carretillas repartidoras de cervezas y
sodas, los "colectivos", se esfumaban en la niebla gris-azulada y todos los ruidos parecían lejanos. A veces surgía la
estridencia característica de los neumáticos rodando sobre el asfalto húmedo y sonoro y surgía también solitario y
escuálido, el silbido vagabundo del transeúnte invisible. Esta tarde se parecía a la tarde del vals sentimental y
huachafo que, hace muchos años, cantaban los currutacos de las tiorbas:
¡La tarde era triste, la nieve caía!...
Por la acera izquierda de la Alameda iba Chupitos, a su lado el cholo Feliciano Mayta. Chupitos era un zambito de
diez años, con ojos vivísimos sombreados por largas pestañas y una jeta burlona que siempre fruncía con estrepitoso
sorbo. Chupitos le llamaron desde que un día, hacía un año más o menos, sus amigos le encontraron en la puerta de
la botica de San Lázaro pidiendo:
-¡Despáchabame esta receta!...
Uno de los ganchos, Glicerio Carmona, le preguntó:
-¿Quién está enfermo en tu casa?
-Nadie...Soy yo que me ha salido unos chupitos... Y con "Chupitos" quedó bautizado el mocoso que ahora iba con
Feliciano, Glicerio, el bizco Nicasio, Faustino Zapata, pendencieros de la misma edad que vendían suertes o
pregonaban crímenes, ávidamente leídos en los diarios que ofrecían. Cerraba la marcha Ricardo, el famoso Ricardo
que, cada vez que entraba a un cafetín japonés a comprar un alfajor o un come y calla, salía, nadie sabía cómo, con
dulces o bizcochos para todos los feligreses de la tira:
-¡Pestaña que tiene uno, compadre!
Gran pestaña, famosa pestaña que un día le falló, desgraciadamente, como siempre falla, y que costó una noche
íntegra en la comisaría de donde salió con el orgullo inmenso de quien tiene la experiencia carcelera que él
sintetizaba en una frase aprendida de una crónica policial:
-Yo soy un avezado en la senda del crimen...
El grupo iba en silencio. El día anterior, Chupitos había perdido su trompo, jugando a la "cocina" con Glicerio
Carmona, ese juego infame y taimado, sin gallardía de destreza, sin arrogancia de fuerza. Un juego que consiste en ir
empujando el trompo contrario hasta meterlo dentro de un círculo, en la "cocina", en donde el perdidoso tiene que
entregar el trompo cocinado a quien tuvo la habilidad rastrera de saberlo empujar.
No era ese un juego de hombres. Chupitos y los otros sabían bien que los trompos, como todo en la vida, deben
pelearse a tajos y a quiñes, con el puñal franco de las púas sin la mujeril arteria del evangelio. El pleito tenía siempre
que ser definitivo, con un triunfador y un derrotado, sin prisionero posible para el orgullo de los mulatos palomillas.
Y, naturalmente, Chupitos andaba medio tibio por haber perdido su trompo. Le había costado veinte centavos y era
de naranjo. Con esa ciencia sutil y maravillosa, que sólo poseen los iniciados, el muchacho había acicalado su trompo,
así como su padre acicalaba sus ajisecos y sus giros, sus cenizos y sus carmelos, todos esos gallos que eran su mayor y
su más alto orgullo. Así como a los gallos se les corta la cresta para que el enemigo no pueda prenderse y patear a su
antojo, así Chupitos le cortó la cabeza al trompo, una especie de perrilla que no servía para nada; lo fue puliendo,
nivelando y dándole cera para hacerlo más resbaladizo y le cambió la innoble púa de garbanzo, una púa roma y
cobarde, por la púa de clavo afilada y brillante como una de las navajas que su padre amarraba a las estacas de sus
pollos peleadores.
Aquel trompo había sido su orgullo. Certero en la chuzada, Chupitos nunca quedó el último y, por consiguiente,
jamás ordenó cocina, ese juego zafio de empellones. ¡Eso nunca! Con los trompos se juega a los quiñes, a rajar al
chantado y sacarle hasta la contumelia que en, en lengua faraona, viene a ser algo así como la vida. ¡Cuántas veces
su trompo, disparado con su fuerza infantil, había partido en dos al otro que enseñaba sus entrañas compactas de
madera, la contumelia destrozada! Y cómo se ufanaba entonces de su hazaña con una media sonrisa, pero sin
permitirse jamás la risotada burlona que habría humillado al perdedor:
-Los hombres cuando ganan, ganan. Y ya está.
Nunca se permitió una burla. Apenas la burla presuntuosa que delataba el orgullo de su sabiduría en el juego y, como
la cosa más natural del mundo, volver a chuzar para que otro trompo se chantase y rajarlo en dos con la infalibilidad
de su certeza. Sólo que el día anterior, sin que él se lo pudiese explicar hasta este instante, cayó detrás de Carmona.
¡Cosas de la vida! Lo cierto es que tuvo que chantarse y el otro, sin poder disimular su codicia, ordenó rápidamente
por las ganas que tenía de quedarse con el trompo hazañudo de Chupitos:
-¡Cocina!
Se atolondró la protesta del zambito:
-¡Yo no juego a la cocina! Si quieres a los quiñes...
La rebelión de Chupitos causó un estupor inenarrable en el grupo de los palomillas. ¿Desde cuándo un chantado se
atrevía a discutir al prima? El gran Ricardo murmuró con la cabeza baja mientras enhuracaba su trompo:
-Tú sabes, Chupitos, que el que manda, manda, así es la ley...
Chupitos, claro está, ignoraba que la ley no es siempre la justicia y viendo la desaprobación de la tira de sus
amigotes, no tuvo más remedio que arrojar su trompo al suelo y esperar, arrimado a la pared con la huaraca
enrollada en la mano, que hicieran con su juguete lo que les daba la gana. ¡Ah, de fijo que le iban a quitar su
trompo!... Todos aquellos compadres sabían lo suficiente para no quemarse ni errar un solo tiro y el arma de su
orgullo iría a parar al fin en la cocina odiosa, en esa cocina que la avaricia y la cobardía de Glicerio Carmona había
ordenado para apoderarse del trozo de naranjo torneado, en que el zambito fincaba su viril complacencia de su
fuerza, Y, sin decirlo naturalmente, sin pronunciar las palabras en alta voz, Chupitos insultó espantosamente a
Carmona pensando:
-¡Chontano tenía que ser!
Los golpes se fueron sucediendo y sucediendo hasta que, al fin, el grito de júbilo de Glicerio anunció el final del
juego:
-¡Lo gané!
Sí, ya era suyo y no había poder humano que se lo arrebatase. Suyo, pero muy suyo, sin apelación posible, por la
pericia mañosa de su juego. Y todos los amigos le envidiaban el trompo que Carmona mostraba en la mano
exclamando:
-Ya no juego más...
II
¡Pero qué mala pata, Chupitos! Desde chiquito la cosa había sido de una pata espantosa. El día que nació, por
ejemplo, en el Callejón de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, una vecina dejó sobre un trapo la plancha ardiente,
encima de la tabla de planchar, y el trapo y la tabla se encendieron y el fuego se extendió por las paredes
empapeladas con carátulas de revistas. Total: casi se quema el callejón. La madre tuvo que salir en brazos del marido
y una hermana de éste alzó al chiquillo de la cuna. A poco, los padres tuvieron que entregarlo a una vecina para que
lo lactara, no fuera que el susto de la madre se la pasara al muchacho. Luego fue creciendo en un ambiente
"sumamente peleador", como decía él, para explicar esa su pasión por las trompeaduras. ¿Qué sucedía? Que su
madre, zamba engreída, había salido un poco volantusa, según la severa y acaso exagerada opinión de la hermana
del marido, porque volantusería era, al fin y al cabo, eso de demorarse dos horas en la plaza del mercado y llegar a la
casa, a los dos cuartos del callejón humilde, toda sofocada y preguntando por el marido:
-¿Ya llegó Demetrio?
Hasta que un día se armó la de Dios es Cristo y mueran los moros y vivan los cristianos. Chupitos tenía siete años y se
acordaba de todo. Sucedió que un día su mamá llegó con una oreja muy colorada y el revuelto pelo mal arreglado. El
marido hizo la clásica pregunta:
-¿A dónde has estado?... La comida está fría y yo... ¡espera que te espera! A ver, vamos a ver... Y, torpemente, sin
poder urdir la mentira tan clásica como la pregunta, la zamba había respondido rabiosamente:
-¡Caramba! Ni que fuera una criminal...
Arguyó la impaciencia contenida del marido:
-Yo no digo que tú eres una criminal. Lo que quiero es saber adónde has estado. Nada más.
-En la esquina.
-¿En la esquina? ¿Y qué hacías en la esquina?
-Estaba con Juana Rosa...
Y dando una media vuelta que hizo revolar la falda, se fue a avivar los tizones y recalentar la carapulcra. La comida
fue en silencio. Chupitos no se atrevía a levantar las narices del plato y el padre apuraba, uno tras otro, largos vasos
de vino. Al terminar, el zambo se lió la bufanda al cuello, se terció la gorra sobre una oreja, y, encendiendo un
cigarrillo, salió dando un portazo.
La mujer no dijo ni chus ni mus. Vio salir al marido y adivinó a dónde iba: ¡a hablar con Juana Rosa! Y entonces, sin
reflexionar en la locura que iba a cometer, se envolvió en el pañolón, ató en una frazada unas cuantas ropas y salió
también de estampida dejando al pobre Chupitos que, de puro susto, se tragaba unas lágrimas que le desbordaban
los ojazos ingenuos sin saber el porqué. A medianoche regresó el marido con toda la ira del engaño avivada por el
alcohol; abrió la puerta de una patada y rabió la llamada:
-¡Aurora!
Le respondió el llanto del hijo:
-Se fue, papacito...
El zambo entonces guardó con lentitud el objeto de peligro que le brillaba en la mano y murmuró con voz opaco:
-Ah, se fue, ¿no?... Si tenía la conciencia más negra que su cara... ¡Con Juana Rosa!... ¡Yo le voy a dar Juana Rosa!...
Su hermana había tenido razón: Aurora fue siempre una volantusa... No había nada qué hacer. Es decir, sí, sí había
qué hacer: romperle la cara, marcarla duro y hondo para que se acordara siempre de su tamaña ofensa. Allá, en la
esquina, se lo habían contado todo y ya sabía lo que mejor hubiese ignorado siempre: esa oreja enrojecida, ese pelo
revuelto, era el resultado de la rabia del amante que la samaqueó rudamente por sabe Dios, o el diablo, qué
discusión sin vergüenza... Ah, no sólo había habido engaño, sino que, además, había otro hombre que también se
creía con derecho de asentarle la mano... No, eso no: los dos tenían que saber quién era Demetrio Velásquez... ¡Claro
que lo iban a saber!
Y lo supieron. Sólo que, después, Demetrio estuvo preso quince días por la paliza que propinó a los mendaces y
quien, en buena cuenta pagó el pato el pobre Chupitos que se quedó si madre y con el padre preso, mal consolado
por la hospitalidad de la tía, la hermana de Demetrio, que todo el día no hacía sino hablar de Aurora.
-Zamba más sinvergüenza... ¡Jesús!
Cuando el padre volvió de la prisión el chiquillo le preguntó llorando:
-¿Y mi mamá?
El zambo arrugó sin piedad la frente:
-¡Se murió!... Y... ¡no llores!
El muchacho lo miró asombrado, sin entender, sin querer entender, con una pena y con un estupor que le dolían
malamente en su alma huérfana. Luego se atrevió:
-¿De veras?
Tardó unos instantes el padre en responder. Luego, bajando la cabeza y apretándose las manos, murmuró
sordamente:
-De veras. Mujeres con quiñes, como si fueran trompos... ¡Ni de vainas!
III
Fue la primera lección que aprendió Chupitos en su vida: mujeres con quiñes, como si fueran trompos, ¡ni de vainas!
Luego los trompos tampoco debían tener quiñes...No, nada de lo que un hombre posee, mujer o trompo -juguetes-
podía estar maculado por nadie ni por nada. Que, si el hombre pone toda su complacencia y todo su orgullo en la
compañera o en juego, nada ni nadie puede ganarle la mano. Así es la cosa y no puede ser de otra guisa. Esa es la
dura ley de los hombres y la justicia dura de la vida.
Y no lo olvidó nunca. Tres años pasaron desde que el muchacho se quedara sin madre y, en esos tres años, sin más
compañía que el padre, se fue haciendo hombre, es decir, fue aprendiendo a luchar solo, a enfrentarse a sus propios
conflictos, a resolverlos sin ayuda de nadie, sólo por la sutileza de su ingenio criollo o por la pujanza viril de sus puños
palomillas, En las tientas de gallos, mientras sostenía al chuzo desplumado que servía de señuelo a los gallos que su
padre adiestraba, aprendió ese arte peligroso de saber pelear, de agredir sin peligro y de pegar siempre primero.
Ahora tenía que resolver la dura cuestión que le planteaba la codicia del cholo Carmona: ¡había perdido su trompo! Y
aquella misma tarde de la derrota regresó a su casa para pedir a su padre después de la comida:
-Papá, regáleme treinta centavos, ¿quiere?
-¿Treinta centavos? Come tu ajiaco y cállate la boca,
El muchacho insistió levantando las cejas para exagerar su pena:
-Es que me ganaron mi trompo y tengo que comprarme otro.
-¿Y para qué te lo dejaste ganar?
-¿Y qué iba a hacer?
La lógica paterna:
-No dejártelo ganar...
Chupitos explicaba alzando más las cejas:
-Fue Carmona, papá, que mandó cocina y como tuve que chantarme... Déme los treinta chuyos, ¿quiere?...
En la expresión y en la voz del muchacho el padre advirtió algo inusitado, una emoción que se mezclaba con la
tristeza de una virilidad humillada y con la rabia apremiante de una venganza por cumplir. Y, casi sin pensarlo, se
metió la mano en el bolsillo y sacó los tres reales pedidos:
-Cuidado con que te ganen otro.
El muchacho no respondió. Después de echar la cantidad inmensa de azúcar en la taza de té, bebió resoplando.
-¡Caray con el muchacho! ¡Te vas a sancochar el hocico! rezongó la tía
El zambito, sin responder, bebía y bebía, resopló al terminar, se limpió los belfos con el dorso de la mano y salió
corriendo:
-¿A dónde vas?
-¡A la chingana de la esquina!
Llegó acezando a la pulpería en donde el chino despachaba impasible a la luz amarilla del candil de kerosene:
-¡Oye, dame ese trompo!
Y señalaba uno, más chico que el anterior, también de naranjo, con su petulante cabecita y su vergonzante púa de
garbanzo. Pagó veinte centavos y compró un pedazo de lija con qué pulir el arma que le recuperase al día siguiente el
trompo que fue su orgullo y la envidia de toda la tira del barrio.
Por la mañana se levantó temprano y temprano fue al corral. Allí escogió un claro y comenzó toda la larga operación
de transformar el pacífico juguete en un arma de combate. Le quitó la púa roma y con el serrucho más fino que su
padre empleaba para cortar los espolones de sus gallos, le cortó la cabeza inútil. Luego con la lija, pulió el lomo y fue
desbastando el contorno para hacerlo invulnerable. Dos horas estuvo afilando el clavo para hacer la púa de pelea,
como las navajas de los gallos, y le robó un cabito de vela para encerarlo. Terminada la operación, enrolló el trompo
con la huaraca, la fina cuerda bien manoseada, escupió una babita y lo lanzó con fuerza en el centro de la señal. Y al
levantarlo, girando como una sedita, sin una sola vibración, vio con orgullo cómo la púa de clavo le hacía sangrar la
palma rosada de su mano morena:
-¡Ya está! ¡Ahora va a ver ese cholo currupantioso!
IV
¡La tarde era triste, la nieve caía!...
En Lima, gracias a Dios, no hay nieve que caiga ni caído nunca. Apenas esa garúa finita de calabobos, como dije al
principio de este relato, chorreando su fanguito de las hojas de los árboles, morenizando el mármol de las estatuas
que ornan la Alameda de los Descalzos. Allá iban los amigotes del barrio a chuzar esa partida en que Chupitos había
puesto todo su orgullo y su angustiada esperanza:
-¿Se lo ganaré a Carmona?...
Al principio, cuando Mayta, por sugerencia del zambito, propuso la pelea de los trompos, el propio Chupitos opinó
que en esa tarde, con tanta lluvia y tanto barro, no se podría jugar. Y como lo presumió, Carmona tuvo la
mezquindad de burlarse:
-Lo que tienes es miedo de que te quite otro trompo.
-¿Yo miento? No seas...
-Entonces, ¿vamos?
-Al tirito.
Y fueron al camino que conduce a la Pampa de Amancaes que todavía tiene, felizmente, tierra que juegan los
palomillas. Carmona se apresuró a escupir la babita alrededor de la cual todos formaron un círculo. Mayta disparó
primero, luego Ricardo, después Faustino Zapata. Carmona midió la distancia con la piola, adelantó el pie derecho,
enhuaracó con calma y disparó. Sólo que fue carrera de caballo y parada de borrico porque cayó el último. Chupitos
disparó a su vez, inexplicablemente para él, su púa se hincó detrás de la marca de Ricardo quien resultó prima.
Desgraciadamente, así, en público, el muchacho no pudo sugerirle que mandase la cocina con que habría recuperado
su trompo y Ricardo mandó:
-¡Quiñes!
El trompo que ahora tenía Carmona, el trompo que antes había sido de Chupitos, se chantó ignominiosamente: ¡en
sus manos jamás se habría chantado! Y allí estaba estúpido e inerte, esperando que las púas de los otros trompos se
cebaran en su noble madera de naranjo. Y los golpes fueron llegando: Mayta le sacó una lonja y Faustino le hizo los
quiñes de emparada. Hasta que al fin le llegó el turno a Chupitos. ¿Qué podría hacer?
¡Los trompos con quiñes, como las mujeres, ni de vainas!... Nunca sería el suyo ese trompo malamente estropeado
ahora por la ley del juego que tanto se parece a la ley de la vida... Lenta, parsimoniosamente, Chupitos comenzó a
enhuaracar su trompo para poner fin a esa vergüenza. Ajustó ahora la piola y pasó por la púa el pulgar y el índice
mojados en saliva; midió la distancia, alzó el bracito y disparó con toda su alma. Una sola exclamación admirativa se
escuchó:
-¡Lo rajaste!
Chupitos ni siquiera miró el trompo rajado: se alzó de hombros y abandonando junto al viejo el trompo nuevo, se
metió las manos en los bolsillos y dio la espalda a la tira murmurando:
-Ya lo sabía...
Y se fue. Los muchachos no se explicaban por qué los dos trompos allí, tirados, ni por qué se iba pegadito a la pared.
De pronto se detuvo. Sus amigos que lo miraban marchar con la cabecita gacha, pensaron que iba a volver, pero
Chupitos sacó del bolsillo el resto del clavo que le sirviera para hacer la segunda púa de combate, y arañando la
pared, volvió a emprender su marcha hasta que se perdió, solo, triste e inútilmente vencedor; tras la esquina esa en
que, a la hora de la tertulia, tanto había ponderado al viejo trompo partido ahora por su mano:
-¡Más legal, te digo!... ¡De naranjo purito!
ANEXO 3
FICHA DE LECTURA
ANÁLISIS LITERARIO DE LA OBRA
1. Obra…………………………………………………………………………………………………….…….………………………….
2. Autor………………………………………………………………………………………………………….………………………….
3. Tipo de texto:………………………………………………………………………………………………………………………..
4. Los personajes principales………………………………………………………………………….………………………….
…………………………………………………………………………………………………………………..………………………….
5. Los personajes secundarios……………………………………………………………………..……….......................
…………………………………………………………………………………………………………….….…………………………….
6. Ambiente(s)……………………………………………….………………………………..…………………………………………
……………………………………………………………………………………………………………………………………………….
7. Tema central……………………………………………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………………………………………………………….
………………………………………………………………………………………………………………………………………………
8. Mensaje de la obra:………………………………………………………………………………………………………………..
………………………………………………………………………………………………………..……………………………………..
Comprensión lectora
1. ¿Quiénes formaban el grupo de palomillas? ¿Quiénes eran las personas mayores?
2 ¿Quién era Chupitos? ¿Por qué sus amigos lo bautizaron con ese apodo?
3. Explica cómo perdió Chupitos el trompo que había sido su orgullo.
4. ¿A qué atribuye el autor la mala suerte que Chupitos había tenido desde chiquito?
5. ¿En qué situación queda el niño cuando su madre se ausenta y su padre es llevado a la prisión?
6. ¿Cuál fue la primera lección que aprendió Chupitos en su vida?
7. ¿Cómo vive el pequeño a partir de ese momento?
8. ¿Qué es lo que hace el niño para resolver la dura cuestión que le planteaba el hecho de haber perdido su trompo?
9. Señala todos los pasos que da Chupitos para transformar su nuevo trompo en un arma de combate
10.¿Cómo se desarrolló aquella esperada pelea de los trompos? ¿Qué pasó cuando Chupitos disparó con toda la
fuerza de su alma?
11.¿Por qué se aleja Chupitos dando la espalda a la tira y dejando allí los dos trompos tirados?
Apreciación personal
1. ¿Te gustó la lectura? ¿qué es lo que más te gusto de esta lectura?
2. ¿Qué opinas acerca de las actitudes de Chupitos?
3. ¿Qué otro fin le darías a la lectura?
CREATIVIDAD: dibuja una escena del texto leído que te gustó
Don Fernando Marín, minero, y su esposa Lucia se identifican plenamente con el sufrimiento de los indios de Killac;
cooperan con el dinero al Indio Juan Yupanqui para protegerlo de los cobros injustos a que lo sometían el cura
pascual, el gobernador Sebastián Pancorbo y los vecinos blancos.
Las acciones que cometen los abusivos explotadores de Killac son extremadamente inhumanas, como por ejemplo el
rapto de la pequeña hija de Juan Yupanqui que el cobrador de impuestos hace con la complicidad de las autoridades,
para luego venderla en arequipa.
La ayuda que brinda don Fernando Marín salva a la hija de JuanYupanqui. La solidaridad de la familia Marín con los
indios humillados y maltratados simboliza la medición de un elemento externo y civilizador, ajeno a la estructura
interna de la sociedad lugareña, que rompe el equilibrio tradicional de la explotación del indio.
Los explotadores e sienten amenazados de afuera, por gente que no reconocen el equilibrio de la explotación, y por
ello deciden suprimir la amenaza de manera violenta, recurso tradicionalmente efectivo para controlar la rebelión
del indio.
Organizan una asonada popular contra los forasteros para asesinarlos; los esposos Marín escapan a tiempo del
atentado gracias a otra intervención providencial, en cierto modo otra vez ajena al lugar; se trata de Manuel, un
joven estudiante de jurisprudencia, que con el exilio de su madre Petronila, se hace presente en la casa de los Marín
para salvarlos.
Las niñas Yupanqui, que se habían quedado huérfanas son adoptadas por los Marín. Margarita Yupanqui en manos
de la novelista es apenas un recurso para insertar en la novela la trama romántica; sin ella el paso de la narración
descansaría sobre la denuncia indigenista: Manuel se enamora subidamente de Margarita, como complemento de su
figura como héroe salvador de los Marín. Las preocupaciones de Clorinda Matto de Turner exige el castigo de los
personajes culpables, así la intención moralizante de la novela romántica se hace evidente.
El cura personaje licencioso y uno de los instigadores de la asonada contra los Marín, rápidamente enferma y muere.
Los otros complotados corren el peligro de ser enjuiciados por crimen; parecería que los mecanismos de la justicia,
que no esta del todo ausente, se movía para castigar a los culpables; pero nuevamente son burlados por las
autoridades (el gobernados Sebastián y el juez de paz) encargados de hacerlos funcionar.
Los culpables en Killac, atentados por el nuevo subprefecto, le echan la culpa de la asonada a otro indio, el
campanero champú, que no tiene nada que hacer en el asunto, pero, por ser indio era la victima natural e inevitable
dentro del sistema de explotación.
El indio champú va a la cárcel, se apropian de su ganado, su mujer martinas acude donde los Marín para pedir ayuda;
se repite el patrón de la salvación providencial. Los Marín cansados de vivir en un medio tan injusto y temeroso de
otras represalias, resuelven marcharse a lima.
Los Marín antes de la partida, dan un banquete a las personas mas importantes que eran los mas culpables, para con
loable propósito cristiano logra persuadirles de que cambien sus costumbres ancestrales en nombre de la moral.
Las cosas terminan como terminan con la llegada a killac de una orden judicial de encarcelamiento para los culpables
del crimen. Manuel, entenado del gobernador, gestiona y logra la libertad del indio champú y también la de su
padrastro; así quedan libres tanto el culpable como el inocente.
Los Marín se marchan y Manuel los sigue para pedir la mano de margarita. El final de la novela es cuando Manuel y
margarita descubren que son hermanos, hijos del Obispo Pedro De Miranda Y Claro, producto de una época en que
los dignatarios de la iglesia no solo tenían los privilegios de la riqueza sino también la prerrogativa de los señores
feudales.
En una meseta de España, llamada la Mancha, vive un avejentado hidalgo, algo pobre, llamado Alonso Quijano. Su
mayor ilusión es la selecta biblioteca que posee, que incluye los mejores libros de caballería. Noches enteras se pasa
leyendo el noble hombre estas historias de aventuras. Y con sus amigos, el párroco y el barbero, discute cuál de
todos los caballeros es el mejor. En un momento dado, después de que sus libros le hubieran impresionado
profundamente, al hidalgo se le ocurre la descabellada idea de meterse él mismo a caballero andante, quien,
cabalgando a través del país, luchará en defensa del derecho y la justicia. Puesto que oficialmente ya no hay más
caballeros, el hidalgo habrá de buscar y recuperar en el cobertizo la vieja armadura de su bisabuelo, totalmente
oxidada y cubierta de moho, y confeccionarse él mismo un casco con visera de cartón. A su quebradizo podenco
Rocinante lo engalana a modo de caballo de batalla y, finalmente, él mismo se hará llamar Don Quijote de la
Mancha.
Armarse caballero
A escondidas se lanza don Quijote en busca de aventuras. Pero muy a su pesar no sucede nada. Absolutamente nada.
Entonces piensa que todo caballero, al menos así lo ha leído, ha de tener una señora por cuyo honor ha de luchar. De
ahí que pronto decida hacer de una sencilla campesina del pueblo vecino su señora, a la que llamará Dulcinea del
Toboso. Aun así, hay otro pequeño aspecto que a don Quijote le sigue planteando un problema: el hecho de no
haber sido aún armado caballero, de ahí que decida solventar dicho inconveniente lo antes posible. A lo lejos
vislumbra un castillo, al dueño del mismo y a dos bellas mujeres, si bien, en realidad, se trata de una posada, de dos
mozas y del posadero. A este último don Quijote le pide que le arme caballero. Y el posadero, que encuentra
divertido al loco, acepta la petición.
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de
lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo”
Más adelante en su camino, don Quijote ve a un pastorcillo que está siendo pegado por su señor. De inmediato se
lanza en defensa del supuestamente maltratado sin causa, a pesar de que el amo le asegura que el joven no está más
que recibiendo su justo castigo por vago. Tras conseguir la liberación del muchacho, don Quijote se irá cabalgando,
mientras que el joven será golpeado de nuevo, por su señor. Más tarde, el hidalgo se encontrará con una comitiva de
comerciantes apresurados. Tras darles el alto, don Quijote les obliga a que den testimonio ante el mundo entero de
que su señora, Dulcinea del Toboso, es la mujer más bella que exista. Esta vez, en cambio, los comerciantes no solo
no entrarán en el juego, sino que incluso ofenderán a la dama. Completamente encolerizado, don Quijote comenzará
a blandir su lanza en el momento en que, desgraciadamente, su caballo tropieza y cae con toda la armadura al suelo,
recibiendo, además, el azote del látigo de los viajeros. Inmóvil permanecerá don Quijote en el camino hasta que un
campesino, que casualmente pasaba por allí, le encuentra y le lleva de vuelta a casa.
Ya en el hogar serán sus empleados domésticos, una sobrina, el párroco y el barbero quienes velarán por la salud del
familiar y amigo. Todos achancan la responsabilidad de lo ocurrido a sus novelas. De ahí que enseguida se apoderen
de la biblioteca para decidir qué libro ha de ser conservado y cuál quemado y construyan un muro para cegar el
acceso a la misma. Al despertar don Quijote le cuentan que un mago ha hecho desparecer por obra de magia sus
libros. El plan, sin embargo, no puede salirles peor, ya que don Quijote pronto sospechará que detrás de todo ello
seguramente se halle su archienemigo, el mago Frestón, y decida ponerse en marcha de nuevo en busca de
aventuras. En el camino se topa con Sancho Panza, un campesino a quien hará su escudero. Gracias a sus grandes
dotes de persuasión y a la promesa de que lo primero que hará será nombrarle señor de una isla, don Quijote logrará
convencer al bonachón y, algo barrigón, campesino de que cabalgue junto a él a lomos de su asno.
Apenas llevan recorridas un par de horas que don Quijote dirá ver a un ejército de gigantes frente a él. Sancho Panza
se muestra perplejo pues él no ve más que una serie de molinos de viento cuyas aspas giran por la acción del viento.
No obstante, don Quijote reprende a su escudero por no tener ni idea de aventuras caballerescas. Dicho esto, y con
la lanza en alto, arremete contra los supuestos gigantes. Y pasa lo que tiene que pasar: don Quijote se engancha con
las aspas de un molino y sale por los aires disparado. Solo en ese momento se da cuenta el caballero de que, en
realidad, se trata de molinos de viento. No obstante, afirmará que un mago malvado hizo desaparecer a los gigantes
en un abrir y cerrar de ojos en cuanto vio al hidalgo blandir su lanza.
“Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se
ciñó espada! Mia lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento””.
Al día siguiente don Quijote tendrá ocasión de mostrar de nuevo su valentía. Al ver una carroza en la que viaja una
joven, dos monjes y un par de jinetes, se hace la idea de que se trata de un secuestro, auspiciado por dos magos. Y
de nuevo se lanza el hidalgo a la aventura: primero atacando y dejando inconsciente a uno de los monjes y después,
cerca de la carroza, luchando cuerpo a cuerpo con uno de los jinetes, lo que le costará perder el casco y media oreja.
A pesar de todo, consigue vencer al combatiente y hace jurar a todos los presentes que irán con Dulcinea del Toboso
para informarle de su elogiosa hazaña.
Altercados amorosos
Ambos andantes, quienes se encuentran hambrientos, serán recibidos amablemente por un grupo de pastores de
cabras, quienes les curarán y alimentarán. Don Quijote comenzará entonces a elogiar la edad dorada, en la que las
personas convivían sin discordia alguna y las mujeres eran honradas. Mientras, Rocinante se encaprichará con dos
yeguas nobles, para enfado de sus dueños, que no solo apalearán al podenco, sino también al caballero y su
escudero. Medio inconscientes, consiguen llegar hasta una posada, que don Quijote vuelve a tomar por un castillo,
donde el posadero, su bella hija y una criada les cuidarán. Al caer la noche, no obstante, vuelve a haber un incidente:
Don Quijote confunde a la criada, que había salido en busca de su amante, con la bella hija del posadero, recibiendo
acto seguido por ello nuevos palos.
Tras abandonar la taberna con alguna que otra magulladura, don Quijote divisa la oportunidad para una nueva
batalla. Esta vez, en lugar de ver a las tropas del infiel emperador Alifanfarrón y a las cristianas del rey Pentapolín, lo
que Sancho logra reconocer que no son más que rebaños de ovejas y carneros. A continuación, don Quijote se dará a
la batalla (del lado de los carneros “cristianos”), acuchillando a varias ovejas y resultando ser atacado con hondas por
parte de los pastores. Al término de la contienda al caballero le faltarán siete dientes por lo que Sancho decidirá
llamarle Caballero de la Triste Figura. Después de protagonizar otro incidente en el que don Quijote la toma contra
un cortejo fúnebre, Sancho Panza intentará por todos los medios mantener a su caballero alejado de nuevas
aventuras. Pero cuando su señor atisba el mítico yelmo encantado de Mambrino, éste no hará más que abalanzarse
sobre él. De nuevo, al caballero se le escapa por completo el hecho de que en realidad tan solo se tratara de un
barbero que portaba su palangana de cobre sobre la cabeza para protegerse de la lluvia. Del mismo modo se
equivocará don Quijote al liberar a un par de delincuentes que estaban siendo escoltados por guardias reales hacia
galeras. Tras la operación de rescate y como gesto de agradecimiento los liberados la tomarán a pedradas con el
caballero y robarán el asno de Sancho.
Entre locos
Más adelante ambos aventureros se encuentran en el camino con un hombre de aspecto descuidado y medio
desnudo, de nombre Cardenio, que les contará su historia repleta de desgracias. Cuenta ser un “loco de amor”, que
desde la infancia lleva enamorado de la bella Luscinda. Dicho esto, a don Quijote le vuelve a volar la imaginación: por
honor a su Dulcinea desearía convertirse en su loco de amor. Ante los ojos de su perplejo escudero comienza
entonces a darse contra las paredes y a pegar brincos en trapos ligeros. Tras derramar sus penas de amor en una
carta, don Quijote le pedirá a Sancho que se la entregue a Dulcinea. Sin embargo, en el camino el escudero se
encontrará con el cura y el barbero, deseosos de que su amigo don Quijote regrese de nuevo a la aldea. Con la ayuda
de la campesina Dorotea, traman un plan, por el cual Dorotea, en el papel de Infanta Micomicona, deberá atraer al
caballero a casa. También Sancho se inventa la historia de que ha estado con Dulcinea y que ésta ordena a don
Quijote que se presente de inmediato ante ella. Enseguida, todos ellos se pondrán en marcha. Pero estando en una
posada, don Quijote comenzará a deambular y a imaginarse que dentro de unos barriles de vino hay unos gigantes
que han tratado mal a la infanta Micomicona. A continuación, el caballero inundará la bodega con la sangre de los
gigantes, mientras el dueño de la posada se lamentará por la pérdida de todas sus reservas de vino.
En la taberna sucederán múltiples cosas: Dos amantes se encuentran, un cristiano que escapó de la cárcel relata su
historia y a don Quijote le juegan una broma de mal gusto, según la cual ha de quedar literalmente descolgado en el
aire. Con la ayuda de varios policías el cura y el barbero lograrán encerrar al loco en una jaula, en la que maltrecho
deberá realizar el trayecto de regreso a casa sobre un carro tirado por bueyes. De vuelta en su alcoba el héroe será
atendido por el ama de llaves y su sobrina.
“-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y
lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino””.
Un día, el sabio Sansón Carrasco cuenta que ya se está escribiendo un libro sobre las aventuras de don Quijote, lo
cual renovará las ganas del caballero y su escudero de vivir nuevas aventuras. Sobre todo, porque hasta el momento
el final de su historia no ha sido de lo más elogioso. En completo sigilo juntos abandonarán la aldea para, finalmente,
rendirse ante Dulcinea del Toboso. Dicho plan lo no le hará mucha gracia a Sancho, pues al final nunca llegó a visitar
a la dama de su señor. Por esa razón el escudero imaginará una artimaña consistente en arrodillarse ante tres
labradoras, asegurando que son la bella Dulcinea con un par de mozas. Esta vez, en cambio, será don Quijote el que
tan solo reconozca el rostro de una campesina desaliñada. Pero le sigue el juego y se entristece pues, claramente,
piensa que un mago le ha hechizado.
“...Que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias. El toque está en desatinar sin ocasión y dar
a entender a mi dama que, si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado”?
En otra ocasión, don Quijote se enfrentará al Caballero del Bosque, logrando vencerle. Tras la máscara del otro
caballero se oculta Sansón Carrasco, quien, sin éxito, intentaba de esta forma hacer que don Quijote regresara a
casa. También un encuentro con dos leones, que estaban siendo trasladados a Madrid por un par de domadores
como regalo al rey, discurre sin mayor altercado. Ambos animales, que estaban completamente saciados, ni siquiera
mirarán al caballero cuando este les reta a batirse en duelo. Semejante pasividad es interpretada por don Quijote
como una clara victoria y decide a partir de ese momento llamarse asimismo el Caballero de los Leones.
En la corte ducal
Al asistir a una boda, donde se le permite bajar a una cueva encantada, don Quijote comenzará a tener visiones
absolutamente locas; desde evitar una guerra por culpa de un asno extraviado a confundir una obra de títeres con la
realidad. Finalmente, caballero y escudero terminarán en la corte de una aburrida pareja de duques, los cuales ya
conocían la historia de la original pareja al ya haber sido ésta escrita. Con el fin de divertirse un poco, los duques
enredarán a don Quijote y a Sancho Panza en una serie de situaciones espeluznantes, inventándose historias muy
parecidas a las leídas en el libro. Y, para su gozo, caballero y escudero picarán. Con el fin de liberar a Dulcinea de su
hechizo Sancho habrá de infligirse 3.300 latigazos. Después, junto a don Quijote, deberá galopar con los ojos
vendados sobre un caballo de madera, al que los duques habrán atado petardos. A Sancho le será ofrecido el cargo
de lugarteniente de Barataria, desde el que, para sorpresa de todos, emitirá sentencias realmente sensatas.
Finalmente, el escudero decidirá renunciar al puesto para, en cambio, proseguir al lado de su señor.
Regreso y muerte
Al atravesar un bosque, una banda de ladrones asalta a la pareja de aventureros. Su cabecilla, Roque Guinard, se
revelará como noble ladrón, ofreciéndose a escoltar al caballero y a su escudero hasta Barcelona. Ya en la playa de
esa ciudad tiene lugar un torneo entre don Quijote y el Caballero de la Blanca Luna, que, de nuevo, se tratará de un
enmascarado Sansón Carraco. Esta vez, en cambio, don Quijote es vencido y hecho jurar que habrá de regresar a
casa y no salir de allí en un año. De vuelta en el hogar, el caballero padecerá una serie de fiebres delirantes, de las
que despertará siendo de nuevo Alonso Quijano. Este no sólo condenará sus propias locuras, sino que, además,
renunciará definitivamente a sus novelas de caballería para morir después en paz.
Construcción y estilo
Las más de mil páginas de la novela de Cervantes se articulan en dos grandes partes: la primera de ellas, de 1605,
está compuesta de 52 capítulos, mientras que la segunda, de 1615, contiene otros 74 episodios. La estructura de la
obra está predeterminada por las tres salidas que Don Quijote realiza. Tras una primera introducción, donde se
describe la transformación de Alonso Quijano en don Quijote, el héroe se lanzará solo en su primera y corta salida
(capítulos 2 al 5). El episodio del escrutinio de libros (capítulo 6), en el que los amigos de Alonso deciden limpiar su
“dañina” biblioteca, así como tapiar el acceso de la misma, se presenta a modo de intermedio. La segunda salida la
realiza don Quijote con Sancho Panza (capítulo 7 a l 52), al igual que la tercera (capítulos 8 al 72 de la segunda parte
de la obra). Entre ambas salidas vuelve a haber un añadido, en el que los héroes meditan sobre sus propias
aventuras, así como del libro que las narra. El final lo constituyen la vuelta a la cordura de Don Quijote y su muerte
(capítulos 73 y 74 de la segunda parte). La narrativa de la novela es diversa, pues en ella se dan lugar distintas voces:
Don Quijote y Sancho Panza mantienen diversos diálogos y monólogos, mientras que otros personajes aportan
relatos, episodios e historias. Don Quijote se presenta como una novela universal, en la que la a la gran variedad de
temas (el elogio al amor, los discursos religiosos y filosóficos, entre otros tópicos), y diversidad de estilos de escritura
(chistes, farsas, novela picaresca, romances y lírica) se les unen todas las clases sociales que en ella aparecen. Todo
ello hace que la novela sea una mezcla cambiante entre lo alto y lo bajo, la comedia y la tragedia.
Enfoques interpretativos
Don Quijote es una novela sobre la lectura y la literatura, así como sobre los efectos de una
fantasía desenfrenada: el héroe confunde la ficción de sus novelas de caballería con la realidad, vive su deseo de
convertirse en caballero, y se construye su propia realidad, en la que las posadas se convierten en castillos y los
molinos de viento en gigantes.
En su biblioteca don Quijote alberga las mejores novelas de caballería de su época. La más valiosa
de todas ellas es la que narra las aventuras del caballero andante Amadís de Gaula, de Garcí Ordoñez de Montalvo.
Don Quijote es una parodia de novela de caballería, en la que Cervantes reflexiona acerca del
esquema de literatura caballeresca, exagerando, además, la figura del caballero (que ve aventuras donde no las hay),
hasta llevarla a extremos absurdos.
Cervantes es un maestro de la metanovela: sus figuras literarias discuten entre sí acerca de otras
obras literarias, hasta el punto de construir refinadas metalepsis (mezcla de los niveles de realidad) cuando, por
ejemplo, estando en la biblioteca de don Quijote el cura encuentra una obra anterior de Cervantes y afirma que el
autor es un buen amigo suyo.
En la segunda parte de la novela, de 1615, Cervantes pondrá en varias ocasiones el énfasis en los
plagios a su novela, haciendo leer a don Quijote “sus propias historias” relatadas en ediciones piratas, a las que
tachará de impertinentes, triviales y falsas.
Los nombres de los personajes de novela tienen un significado claro: Don Quijote proviene del
quijote, una parte de la armadura destinada a proteger el muslo. Rocinante hace alusión a un caballo de poca alzada.
Sancho significa bobo, aunque también al mismo tiempo astuto, y Panza se refiere a la barriga o la panza.
Antecedentes históricos
Desde el siglo VIII España estuvo bajo dominio moro (una población mezcla de árabe y bereber del norte de África).
Al norte de la península ibérica se formarán rápidamente una serie de reinos cristianos (León, Castilla, Aragón y
Navarra), que combatirán al ocupante musulmán. En varios episodios de su novela, Cervantes se referirá al conflicto
entre los habitantes moros y cristianos. La Reconquista, o recuperación de la península ibérica, comenzará en el siglo
X y acabará con la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492, poniendo fin a siglos de
dominio musulmán. Poco después, musulmanes y judíos serán expulsados del país u obligados a convertirse.
El ascenso de España como reinado unido a imperio había tenido lugar poco antes, facilitado por el matrimonio entre
la heredera de Castilla y León, Isabel I, con el de Aragón, Fernando II. Ambos monarcas financiaron la expedición de
Cristóbal Colón a las Indias, consiguiendo este último descubrir para los españoles gran parte del continente
americano. Tanto el imperio inca como el azteca fueron destrozados.
Bajo el reinado de Carlos I de España y V de Alemania la influencia de España logró expandirse con territorios
heredados en Italia, América, Borgoña, Países Bajos y Austria. Con Felipe II comenzó en 1556 el lento declive de
España. Causa de ello fue el apoyo de Inglaterra a las guerras de independencia de los Países Bajos, siendo la Armada
Invencible española derrotada por una emergente potencia marítima inglesa bajo el reinado de Isabel I. Con los
acuerdos de paz Felipe III intentó salvar lo que aún se pudo salvar. Pero, a partir de ese momento, España comenzará
a perder poco a poco su lugar como potencia de primer rango. Irónicamente, en ese mismo periodo tendrá lugar la
época conocida como Edad de Oro de la literatura española: junto a Miguel de Cervantes fueron los dramaturgos
Lope de Vega y Calderón de la Barca, en concreto, quienes encarnaron dicha época literaria.
Origen
La novela, considerada como una de las mejores novelas de la literatura mundial, le debe su origen a la mala suerte
personal de su autor. Trabajando como recaudador de impuestos en Granada y Málaga Cervantes fue acusado de
malversación de fondos y enviado a la cárcel. Fue en la prisión de Argamasilla, en plena meseta manchega, donde, a
sus 58 años, el autor comenzó a escribir Don Quijote. Tras finalizar la primera parte del mismo tuvo Cervantes que
buscarse un editor. Finalmente será Francisco Robles quien acepte de mala gana la obra, si bien sólo adquirirá los
derechos de autor para Castilla. Puesto que de inmediato la obra fue un éxito, Cervantes hubo de asegurarse los
derechos de autor para el resto de las regiones españolas y Portugal. Y era más que necesario, pues al año de su
primera publicación ya circulaban ediciones no oficiales del Quijote.
Mientras que las clases populares adoraban la obra, las altas la odiaban: los nobles tomaron a Cervantes como a una
mala difamación de las novelas de caballería, y poetas de la misma época como Lope de Vega menospreciaron su
éxito. En tan solo tres años fueron publicadas en España siete ediciones, en 1608 aparecieron las primeras
traducciones. Mientras tanto, Cervantes había comenzado a escribir nuevas obras, en las que ya insinuaba que
planeaba una continuación de su éxito de ventas. Sin embargo, un año antes de que en 1615 la lograra finalizar se le
coló un tal Avellaneda, el cual, para disgusto de Cervantes, publicó una falsa continuación de Don Quijote. Como
consecuencia, este último decidió dar un impulso a la segunda parte de su propia novela, consiguiendo publicar la
tercera salida y muerte de Don Quijote a finales de 1615.
Resonancia histórica
Por desgracia, nunca consiguió Cervantes transformar el enorme éxito de su novela en monedas contantes o, mejor
dicho, saber mantener las ganancias de forma duradera. Sin embargo, eso no perjudicó a la fama de su héroe: Don
Quijote se convirtió en un mito. La expresión “enfrentarse a las aspas del molino” arraigó como dicho en la lengua
coloquial. Asimismo, Don Quijote influyó en la novela europea a todos los niveles. Más de 700 ediciones albergan
traducciones a todos los idiomas modernos.
Un famoso imitador de Miguel de Cervantes fue el escritor Gustav Flaubert: Su Madame Bovary (1857) confunde,
como don Quijote, el amor de novela con la realidad. Las innumerables escenas y acontecimientos de la novela
lograron inspirar a artistas como Gustav Doré, Honoré Daumier, Alfred Kubin o Pablo Picasso para sus ilustraciones.
También existen adaptaciones musicales: Óperas de Giovanni Paisiello, Jules Massenet y Manuel de Falla, así como
una sinfonía de Richard Strauss. El musical El hombre de la Mancha (1965), de Mitch Leigh, se ha convertido en un
clásico del teatro musical. En su posterior adaptación al cine la actriz Sofía Loren interpreta a Dulcinea del Toboso,
mientras que Peter O’Toole encarna a Don Quijote. Otra docena de adaptaciones al cine dan testimonio también de
la inmensa popularidad del material del “mejor libro del mundo”.