0% encontró este documento útil (0 votos)
67 vistas25 páginas

El Miedo

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1/ 25

EL MIEDO Y LA ANSIEDAD

Jose Fermín Antxordoki Ducay 26/06/2014

PRIMERAS MIRADAS SOBRE EL MIEDO

Llega el día, y me enfrento a la situación de investigar sobre el miedo y la


ansiedad. Términos de uso muy coloquial, muy habitual, relacionado y
concordante con un montón de situaciones de la vida cotidiana.
Cuando pongo en San Google, ¿qué es el miedo?, aparece:
Miedo
Nombre masculino

1. Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o


imaginario.
2. Sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho
contrario a lo que se desea.
3. Expresión coloquial. Muy bien.
4. Expresión coloquial. Que es muy intenso o acentuado.

Sensación, emoción, sentimiento… aspectos distintos para un mismo


concepto. Y lo que está claro es que no hay especie más miedosa que la
humana, como un precio alto a pagar por ser la especie más evolucionada del
planeta. La inteligencia libera y a la vez entrampa. Por un lado nos aporta
información útil para sobrevivir, prever, anticipar, y por otro, si nos pasamos de
rosca, puede provocar patología de la anticipación, vivir en el futuro o en el
pasado.
“Vivimos entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del pasado y
fantasmas del futuro, reavivando peligros viejos e inventando amenazas
nuevas, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío. Para colmo
de males, no nos basta con sentir temor, sino que reflexionamos sobre el temor
sentido, con lo que acabamos teniendo miedo al miedo, un miedo insidioso,
reduplicativo y sin fronteras.”1

A pesar de su carácter natural, el miedo ha sido durante mucho tiempo


oculto, o culpabilizado por el discurso de nuestra civilización. Se han establecido
relaciones, ampliamente aceptadas entre miedo y cobardía, valentía y

1
Anatomía del miedo. José Antonio Marina.

-1-
temeridad. La historia del miedo es también la de su culpabilización en
contextos culturales que valoran prioritariamente la valentía.
“Descartes asimila el miedo a un exceso de cobardía: Escribió: “la
cobardía es contraria a la valentía, como el temor o espanto lo son a la
intrepidez”. Además la fórmula de Virgile, “el miedo es la evidencia de un
nacimiento bajo”, (La Envida, 4, 3). Montaigne, en el siglo XVI, y la Bruyère en
el siglo XVII, atribuyen a los pobres, una propensión a la cobardía. ” 2

El miedo, la sensación de tener miedo, indica una desproporción entre


la amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con que contamos para
resolverla. Sin embargo, nuestra confusión e ignorancia lo han convertido en
una «emoción negativa» que debe ser eliminada. Era considerado como
vergonzoso y común, algo perteneciente a las capas más bajas de la sociedad y
que legitimaba su sumisión, su obediencia debida. “Con la Revolución Francesa
consiguieron el derecho a la valentía, pero si bien no se cambió en discurso, se
vino a disimular el miedo exaltando el heroísmo de los pobres. Poco a poco, con
el paso de los siglos, la literatura fue dando progresivamente su verdadero
lugar al miedo, y la psiquiatría se iba interesando cada vez más en él.” 3

No cabe duda en ninguna de las disciplinas científicas que lo estudian, el


miedo es, sin duda, una emoción universal. Y aunque todos hemos vivido
esa experiencia, sin embargo, nos vinculamos con él con un alto grado de
desconocimiento e ineficacia.
Ese desconocimiento se pone de manifiesto en la actitud de
descalificación que las creencias culturales han generado, las cuales han
convertido al miedo en una emoción indigna. Cuando se dice de alguien que no
hizo tal cosa “porque tuvo miedo”, suele hacerse con un tono—más o menos
velado— de descalificación y desprecio hacia esa persona. El núcleo de la
creencia popular es que el problema es el miedo. Todo comienza allí. El miedo
es pura perturbación. Hay que tratar, por todos los medios, de no sentirlo.
Solemos creer que las emociones son el problema. Y no es así. Se convierten
en problemas cuando no sabemos cómo aprovechar la información que
brindan, cuando nos «enredamos» en ellas y nuestra ignorancia emocional las
convierte en un problema más.

Pero en contraposición ha esto, el miedo pertenece al sistema defensivo


de la naturaleza, siendo fundamentalmente el miedo a la muerte su forma más
2
El miedo: reflexiones sobre su dimensión social y cultural. Jean Delameau.
3
Anatomía del miedo. José Antonio Marina.

-2-
íntima de expresión. Todos los temores contienen cierto grado de aprensión
con respecto a esta, lo que nos conduce a una sofisticación continua de los
procedimientos de protección. El ser humano anticipa su muerte mucho más
que el resto de los animales, y es por ello que vivimos en lucha, dicen los
biólogos, en lucha por la vida.

El miedo también es un sentimiento, y todos los sentimientos tienen


unos rasgos comunes. Son, en primer lugar, un balance consciente de nuestra
situación. Nos dicen cómo nos están yendo las cosas. El modo como nuestras
necesidades y deseos se comportan al chocar con la realidad. Si nuestras
necesidades no se cumplen, nos sentimos frustrados o decepcionados. Si
hemos perdido aquello en que poníamos nuestra dicha, nos sentimos tristes o,
en casos extremos, desesperados. Pues bien, si percibimos un peligro que
amenaza nuestros deseos, lo vivimos como miedo.

Podemos entonces hacer una aproximación al miedo como una emoción


caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable,
provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o
incluso pasado. Una emoción de las llamadas emociones primarias que se
deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta tanto en
los animales como en el ser humano.
Es una señal que nos indica que existe una desproporción entre la
magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos v los recursos que tenemos
para resolverla.
La amenaza puede ser física o emocional. Podemos temer ser golpeados, no
contar con el dinero suficiente para mantenernos, ser humillados y excluidos del
afecto de quienes nos rodean, etc. Si bien estos niveles se entremezclan,
siempre alguno predomina, y los recursos requeridos son aquellos que están
relacionados con todos los componentes de la amenaza.

Una respuesta interesante que los seres humanos producimos en


relación con el miedo en particular, y con las emociones en general, es que no
sólo lo sentimos, sino que además reaccionamos interiormente ante el. Y esto
genera una segunda emoción. Solemos sentir miedo por algún motivo y, a
continuación del miedo, podemos experimentar vergüenza, humillación, rabia,
impotencia, etc., por tener miedo. Es decir, siempre tenemos una doble
reacción. El miedo, por lo tanto, no es algo equiparable a una fotografía, a un
instante estático, sino que se parece más a un filme en el cual la secuencia es:

-3-
a) registro de una amenaza, b) reacción de miedo, y c) la respuesta interior a
esa reacción de miedo.
La respuesta interior al miedo es de gran importancia, porque según sea
su calidad actuará atenuando o agravando el miedo original.

BIOLOGÍA DEL MIEDO

Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y


constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir
al individuo responder ante situaciones de peligro con rapidez y eficacia. En ese
sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie hasta que
se sale de control. Como toda emoción, es un acontecimiento fisiológico que
produce unos efectos que pueden ser conscientes o no. Cuando se vuelven
conscientes aparecen los sentimientos. Pero como sabemos, gran parte de
nuestras actividades mentales son inconscientes y sólo conocemos lo que
producen.

De la parte que podemos llegar a conocer en cuanto a los mecanismos


que desatan el miedo se encuentra, tanto en personas como en animales,
localizado en el cerebro, concretamente en el sistema límbico, que es el
encargado de regular las emociones, la lucha, la huida y la evitación del dolor, y
en general de todas las funciones de conservación del individuo y de la especie.

Pero podríamos hablar de dos sistemas de detección del peligro. Uno de


urgencia, tosco, que prefiere equivocarse por exceso de cautela que por exceso
de confianza. Somete el estímulo a una rápida evaluación, que es realizada
fundamentalmente por la amígdala, una pequeña estructura en forma de
almendra, alojada en el lóbulo límbico. Este sistema revisa de manera constante
(incluso durante el sueño) toda la información, a través de los sentidos, y lo
hace mediante la amígdala cerebral, que controla las emociones básicas, como
el miedo, y se encarga de localizar la fuente del peligro.

-4-
“Cuando la amígdala se activa se desencadena la sensación de miedo y
ansiedad, y su respuesta puede ser la
huida, el enfrentamiento o la paralización.
La sensación de miedo está mediada por la
actuación de la hormona antidiurética (o
“vasopresina”) en la amígdala cerebral y
que la del afecto lo está a la de la hormona
oxitocina, también en la amígdala. Es
interesante señalar que el miedo al daño
físico provoca la misma reacción que el
temor a un dolor psíquico. Se han realizado
experimentos con animales en los que la
extirpación de la amígdala parece eliminar el miedo, pero tal cosa no sucede en
humanos (que a lo sumo, cambian su personalidad y se hacen más calmados),
en los que el mecanismo del miedo y la agresividad es más complejo e
interactúa con la corteza cerebral y otras partes del sistema límbico” . 4

El miedo produce cambios fisiológicos inmediatos, y activa el sistema


nervioso autónomo, que se encarga de regular mecanismos que están fuera de
nuestra regulación voluntaria: se incrementa el metabolismo celular, aumenta
la presión arterial, la glucosa en sangre y la actividad cerebral, así como la
coagulación sanguínea. El sistema inmunitario se detiene (al igual que toda
función no esencial), la sangre fluye a los músculos mayores (especialmente a
las extremidades inferiores, en preparación para la huida) y el corazón bombea
sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las células (especialmente
adrenalina).
El sistema simpático, toma el mando en momentos de alarma, dirige
toda la energía al sistema muscular y cerebral para disponerlos a luchar o a
huir. En momentos de peligro no se siente hambre, ni sed, no se orina, no se
tienen deseos sexuales. Todo esto queda momentáneamente en suspenso, para
que no distraiga al sujeto amenazado.
También se producen importantes modificaciones faciales:
agrandamiento de los ojos para mejorar la visión, dilatación de las pupilas para
facilitar la admisión de luz, la frente se arruga y los labios se estiran
horizontalmente. Como el sistema límbico fija su atención en el objeto
amenazante, los lóbulos frontales (encargados de cambiar la atención
consciente de una cosa a otra) se desactivan parcialmente.

4
http://hablemosdemisterio.com/curiosidades/el-miedo-por-profesor-josep-salvans/

-5-
Pues bien, una vez que el peligro ha sido detectado, se alerta el sistema
simpático. El hipotálamo advierte a la hipófisis y ésta ordena la producción de
dos hormonas (dos mensajeros), la adrenalina y la noradrenalina, que pone en
marcha el organismo.

El otro sistema de evaluación es lento y preciso, y tiene lugar en zonas


de la corteza cerebral, la más sofisticada. Imaginemos que andamos por el
campo y vemos una rama en el suelo. Sentimos un sobresalto, porque la
amígdala ha reaccionado como si la rama fuera una serpiente. Por si acaso.
Mientras tanto, el córtex ha analizado el estímulo y comprobado que es una
rama. Nos tranquilizamos y continuamos la excursión.

Jose Antonio Marina, en su libro Anatomia del miedo, nos habla además,
en base a investigaciones como la de Joseph LeDoux, que parte de nuestra
memoria de los miedos es indeleble. Se conserva en la amígdala y no se borra
con el tiempo. Esto puede resultar muy útil, porque conviene que las
situaciones de peligro real se aprendan para siempre. Pero tiene un efecto
desastroso, a saber, que la información recogida puede ser falsa o inadecuada
cuando el ambiente cambia, y podemos convertirnos en rehenes perpetuos de
esos miedos sin huella consciente.

LOS DESENCADENANTES DEL MIEDO

Los mecanismos neurológicos mencionados son comunes a todos los


humanos. Podemos deducir que los diferentes sensibilidades hacia el miedo
proceden entonces de la experiencia. Personas sometidos a violentas y
dolorosas experiencias se volverían miedosas.
El ser humano moderno ha recibido en herencia la propensión a sentir
miedo ante situaciones que amenazaron la supervivencia de nuestros
antepasados, por lo que vivimos atenazados por miedos antiguos. Semejante
tendencia ha de hallarse en nuestros genes y, por tanto, los miedos deben
estar sometidos, de alguna manera, a algún control genético.

Una respuesta interesante que los seres humanos producimos en


relación con las emociones en general —y al miedo en particular— es que no
sólo las sentimos, sino que además reaccionamos interiormente ante ellas. Y
esto genera una segunda emoción.

-6-
Solemos sentir miedo por algún motivo y, a continuación del miedo, podemos
experimentar vergüenza, humillación, rabia, impotencia, etc., por tener miedo.
Es decir, siempre tenemos una doble reacción, una reacción en cadena.
El miedo es un fenómeno en el que se da una causalidad circular que
nos resulta difícil comprender, porque estamos habituados a un pensamiento
lineal y tendemos a pensar que detrás de la causa viene el efecto. Pero aquí
nos encontramos con unas influencias recíprocas, y el efecto se convierte en
causa o al revés.

Para una parte de la psicología moderna, y en concreto para la


psicoterapia gestalt, la vida y el comportamiento humano son gobernados por
un proceso de homeostasis o adaptación mediante el cual todo organismo
busca su equilibrio y satisface sus necesidades.
Todos vivimos en la misma realidad, pero cada uno habitamos en
nuestro propio mundo y buscamos un equilibrio regulado por nuestro
organismo. Cuando el proceso de autorregulación homeostática falla, el
organismo permanece en estado de desequilibrio. Entonces es incapaz de
satisfacer sus necesidades y se enferma. Un valiente y un cobarde no ven lo
mismo. Cuando decimos que miedo es el sentimiento desencadenado por la
aparición de un peligro, estamos diciendo algo verdadero que acaba siendo
falso por su simpleza. La peligrosidad del objeto puede depender de la
evaluación que hace cada persona, y ésta puede estar equivocada. El nivel de
miedo determina el nivel de peligro, y al revés. Hay peligros inequívocos que
despiertan un miedo objetivamente justificado. Otras veces es el trastorno
fóbico de un sujeto lo que convierte el simple hecho de atravesar una plaza en
un peligro insoportable. Entre ambos extremos se da una mezcla graduada de
ambos factores que determina la peculiaridad de los miedos individuales.

Uniéndolo la parte biológica y emocional en referencia a la activación del


miedo sería: un desencadenante, interpretado como amenaza o peligro,
provoca un sentimiento desagradable, de alerta, inquietud y tensión, que
suscita deseos de evitación o huida. El sistema nervioso autónomo se encuentra
activado, lo que implica un estado de alerta, atención hacia posibles amenazas,
un enlentecimiento de las operaciones cognitivas o al contrario, una agitación
mental sin eficacia, y un estado de tensión. Como ya hemos comentado, las
manifestaciones somáticas pueden ser palpitaciones, dificultad de respirar,
perturbaciones gastrointestinales, temblores, falta de deseo sexual, insomnio,
etc. La falta de control va relacionada con la inseguridad que también

-7-
acompaña a este sentimiento. Por muy diferentes que sean, nuestros miedos
comparten este esquema común, y un argumento compartido. Todas estas
características (desagrado, inquietud, alerta, sesgo de la atención, tensión,
molestias somáticas) configuran un factor afectivo que es compartido por el
miedo y por la ansiedad. Podemos sentir miedo de casi todo, y este sentir nos
lleva a las relaciones, los sentimientos, las situaciones, la integridad, el Yo,
porque aunque el miedo es una emoción individual es también una emoción
contagiosa, o sea, social.

Y no solamente esto, sino que algunos de los miedos que compartimos


socialmente, lo son también compartidos con otras culturas. Se trata de los
miedos innatos. Los miedos infantiles a la separación y a los adultos extraños
son comunes entre los ocho y los veintidós meses; el miedo a los niños
desconocidos de su misma edad aparece algo más tarde, y el miedo a los
animales y a la oscuridad, más tarde aún. Al parecer, sucede lo mismo en todas
las culturas. El miedo a los extraños que aparece alrededor de los ocho meses,
o un poco antes, siendo el primer signo el cese de la sonrisa ante personas
desconocidas. Disminuye al finalizar el segundo año, probablemente porque los
niños aprenden a manejar las conductas de los extraños, que dejan
progresivamente de serlo. Pueden persistir, sin embargo, y convertirse en una
timidez estable. También la ansiedad de la separación es similar en todo el
mundo.
Esta constante secuencia parece depender de la maduración como
proceso sometido a control genético, en interacción con el ambiente.

LA PARTE SUBJETIVA DEL MIEDO

El miedo es un modo de percibir el mundo. Surge de la interacción de un


polo subjetivo el sujeto que lo siente y un polo objetivo lo que el sujeto percibe
como amenazador. Las dosis de estos ingredientes cambian. Hay casos de
miedos absolutamente subjetivos, sin causa exterior.

En otras ocasiones, por el contrario, la fuerza impositiva del peligro es


innegable. Una primera diferencia resulta evidente y preocupante. Hay
personas más miedosas que otras. Hay personas que viven continuamente en
un estado de ansiedad. Hay personas tímidas y personas atrevidas.
La idea de personas más miedosas nace de un supuesto equivocado: que
todos disponemos de los mismos recursos para enfrentar los peligros, y que

-8-
algunos, a pesar de contar con ellos, no los enfrentan. Esta denominación es
falsa. Todos los seres humanos disponemos de diferentes instrumentos para
enfrentarnos a amenazas y estamos sometidos a la misma ley psicológica: si la
amenaza supera a los recursos, surgirá el miedo.
Todos los humanos, en todas las culturas, la sienten y, además, la
expresan de la misma manera. El gesto de terror es omnipresente, y
comprensible sin aprendizaje previo, en todo tiempo y latitud. Además, hay
desencadenantes innatos del miedo, como hemos visto. Temores que afectan a
la humanidad entera. Venimos preprogramados para sentirlos.

EL MIEDOSO NACE Y TAMBIÉN SE HACE

A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos


padecido la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. Se nos dice
algo que nos causa enojo y nos lastima. Se nos hiere desde la infancia y por el
resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de que se nos
vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una forma de
resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por ellas creamos
una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
La psicología ha venido comprobado que muchos bebés parecen limitados para
captar todos los estímulos peligrosos o perturbadores que hay en el ambiente.
En los primeros meses de vida, muchos niños muestran ya una alta inhibición,
un modo de vivir en retirada, que se manifiesta en forma de llantos,
irritabilidad, altos niveles de activación motora y emocionalidad. En los dos o
tres años siguientes se manifiesta con comportamientos de búsqueda de
seguridad en una persona conocida y supresión de toda iniciativa cuando se
enfrentan a personas desconocidas. Si esa inhibición se mantiene el bebé se
transforma en un precavido, tranquilo e introvertido niño al alcanzar la escuela.
Desde el punto de vista de la biología, este temperamento huidizo puede
estar relacionado con un bajo umbral del sistema límbico de alerta, del que ya
hemos hablado, particularmente en la amígdala y el hipocampo. En pocas
palabras: se dispara con cualquier cosa. Hay personas que tienen un nivel de
saturación sensorial más bajo que el resto, como si la percepción de ser
agredido por su entorno estuviera sobredimensionada. Si se perciben como
temerosos y miedosos no es por falta de valor, sino por un exceso emocional
frente al peligro.

-9-
Parece, pues, confirmarse la existencia de una predisposición genética
hacia la afectividad negativa, que hace al sujeto más vulnerable a los estímulos
negativos, pero conviene desmitificar la acción de los genes. No determinan
comportamientos complejos. No hay un gen de la inteligencia, ni de la envidia,
ni de la propensión a cenar fuera de casa. Un gen determina la producción de
una proteína. Eso es todo. La influencia sobre la vulnerabilidad a la ansiedad y
al miedo, en parte, tiene que ver con la producción, transporte y metabolizacion
de la serotonina, un importante neurotransmisor. Y por otra parte, se trata de
adquisiciones provenientes de la propia experiencia, del aprendizaje, en
especial del modo en que el niño aprende a regular sus emociones. Una de las
principales tareas de los padres durante la primera infancia es acompañar para
que el niño pueda soportar tensiones cada vez más intensas, que sepa regular
sus propias emociones.

La sintonía con el niño, la buena coordinación de los padres con sus


bebés, ayuda a desarrollar en él un sentido que le defiende de la angustia. Un
exceso de protección impide al niño sentir que controla el mundo. El apego o la
falta de apego determinarán la seguridad o inseguridad básica. Que podamos
confiar en el mundo o que el mundo sea una selva llena de trampas y peligros
va a depender en gran parte de esas experiencias primeras. La presencia o la
ausencia de una figura de apego determinará que una persona esté o no
alarmada por una situación potencialmente alarmante; esto ocurre desde los
primeros meses de vida, y desde esa misma edad empieza a tener importancia
la confianza o falta de confianza en que la figura de apego esté disponible,
aunque no esté realmente presente.

El niño aprende a ver el mundo como previsible o imprevisible. Como


controlable o incontrolable. Como seguro o inseguro. Y estas tres creencias
básicas, certezas vividas más que formuladas, las aprende en la primera
infancia, en el trato con sus primeros cuidadores, y van a favorecer u
obstaculizar el poder del miedo. Un mundo imprevisible, incontrolable resulta
aterrador. Para el niño, el mundo de la experiencia va haciéndose familiar o no,
va implicándose o no, a través de las interacciones con los padres.

Los miedos se aprenden como las demás cosas, por experiencia directa,
por imitación, y por transmisión de información. El círculo de los miedos se
puede ampliar al relacionarse un objeto con un estímulo incondicionado. El
dolor es un estímulo incondicionado del miedo, y por ello todo lo que se

- 10 -
relacione con un dolor, sea de modo real o simbólico, puede adquirir esa misma
capacidad de suscitar temor. Cuatro tipos de aprendizajes son comúnmente
admitidos:

- 11 -
1. Los sucesos traumáticos: un accidente, una violación, una separación
dolorosa, un fracaso amoroso.
2. Sucesos de la vida penosos y repetidos: sufrir pequeños traumas de
manera regular, humillaciones, agresiones, sin posibilidad de control o
defensa, que erosionan los recursos de una persona.
3. Aprendizaje social, por imitación de modelos.
4. La asimilación de mensajes alarmantes. Puede inducirse el miedo por la
repetición de mensajes alarmantes. Una educación que insiste
demasiado en los peligros de cualquier situación puede llevar al miedo.

No es difícil comprender que las experiencias brutales o el desgaste


continuado enseñen el miedo. En cambio podemos no percatarnos de los otros
dos tipos de aprendizaje, los que se adquieren por imitación o por información,
porque suelen darse en entornos familiares tranquilos, no violentos, y por
procedimientos tan sutiles e indirectos que con frecuencia no resultan
conscientes. La manera como se habla en una familia de los problemas, de los
conflictos y del miedo influye en el carácter temeroso o arriesgado del niño.
Hay una correlación entre la frecuencia con que los padres expresan sus miedos
y el nivel de miedo de los hijos.

El niño aprende en familia cómo enfrentarse con el miedo. O, dicho de


manera más técnica, aprende los procesos de afrontamiento. A lo largo de la
infancia vamos aprendiendo los guiones que van a dirigir nuestro
comportamiento. No podemos improvisar soluciones en cada momento.
Necesitamos un arsenal de soluciones que se pongan en práctica casi
automáticamente. Pero alguno de los que aprendemos es perjudicial, por
ejemplo, el de evitación. Siempre tenemos que poner en marcha alguna
estrategia contra el miedo. Pero hay, al menos, dos tipos: las que van dirigidas
a enfrentarse con el problema y las que van dirigidas a enfrentarse con la
emoción provocada por el problema.

De la misma manera que se aprende la seguridad básica se aprende la


inseguridad, la desconfianza hacia los demás y, también, hacia uno mismo.

El núcleo de la personalidad neurótica, es decir, propensa a la angustia,


es la inseguridad. Esta alude a la propia identidad, en su totalidad o en distintas

- 12 -
áreas: eróticas (miedo a fracasar en la relación sexual), corporal (miedo a
enfermar), social (miedo a hacer el ridículo).
La creencia en la imprevisibilidad del mundo, la convicción de no poder
controlar los sucesos y la inseguridad básica son tres factores que determinan
la afectividad negativa, que produce una amplia red de sentimientos. La
desconfianza, por ejemplo, es el miedo a que los demás no sean de fiar. Los
celos son el miedo a que una persona importante para mí prefiera a un rival. La
impotencia, que es la conciencia de no ser capaz.

La afectividad es fuente primaria para provocar distintas situaciones. Los


mecanismos cognitivos van a ser dirigidos por los afectos, y la gran hazaña de
la naturaleza humana es que la inteligencia reflexiva, va a intentar someter a
control alguno de los movimientos del afecto.

La esencia del hombre es el deseo, una energía interna que sería la


intencionalidad, estar en la tensión que me lleva hacia algo. Nuestra primera
relación con el mundo es efectivamente intencional. No nacemos neutrales.
Somos seres necesitados, a medio hacer, esperamos recibir la plenitud del
entorno hacia el que vivimos abiertos y expectantes. Antes de conocer cosas
concretas nos hallamos en un estado de ánimo, en una disposición afectiva.

Dentro de la propia afectividad, nos encontramos con un tipo de


afectividad negativa, que busca estímulos negativos, interpreta de modo pe-
simista los sucesos, vuelve la atención sobre el propio sujeto, recuerda con
gran precisión los hechos negativos, tiende a la rumiación y provoca una
ansiedad desagradable. La afectividad negativa puede manifestarse como
angustia o como depresión. La psiquiatría ha discutido largamente si se trataba
de dos trastornos o de uno solo, atendiendo a la peligrosa índole de nuestro ser
en el mundo.

LA ANSIEDAD O LA ANGUSTIA, Y LOS MIEDOS PATOLÓGICOS

El estrés, la ansiedad, el miedo son funcionalmente útiles. Incluso


pueden ser agradables a veces. Pero dentro de los miedos podemos encontrar
aquellos que son adecuados a la gravedad del estímulo y no anulan la
capacidad de control y respuesta, y aquellos que se corresponden con una
alarma desmesurada, tanto en su activación como en su regulación. Se dispara
con demasiada frecuencia y con umbrales de peligrosidad muy bajos, la

- 13 -
aparición del miedo es demasiado fuerte, sin flexibilidad. Además, no está
modulado y se convierte con facilidad en pánico. El sistema defensivo del miedo
se convierte en tóxico.

Utilizamos indistintamente los términos ansiedad y angustia aunque en


sentido más estricto la angustia es un tipo de ansiedad que aparece como una
crisis aguda con intensa sintomatología y que suele asociarse a la vivencia de
pérdida de control e incluso de muerte inminente (crisis de angustia o ataque
de pánico). Son casi lo mismo aunque con matices distintos. La angustia es un
sentimiento que tiene un gran anclaje corporal, es decir, se vive como muy
corporalizado (al igual que el dolor) y que nos paraliza y nos deja quietos, como
protegiéndonos; lo vivimos como una reacción de “sobrecogimiento”. Algunos
animales quedan como paralizados cuando se asustan o sienten un peligro
otros tienden a sobresaltarse y echan a correr o luchan; en estos casos la
reacción es de “sobresalto”. Las personas podemos reaccionar de las dos
maneras según la persona o la situación. La persona angustiada tiende a
reaccionar con sobrecogimiento, queda como paralizada y parece protegerse el
pecho encogiéndose. La ansiedad parece mas bien un sentimiento unido al
sobresalto: se respira jadeando o suspirando y la persona con ansiedad tiende
a moverse, a hacer aspavientos; es el clásico padre que espera que su mujer
termine el parto en el paritorio y pasea por el pasillo del hospital como un león
enjaulado o el estudiante que espera entrar en el examen. No siempre es fácil
diferenciar la angustia de la ansiedad por lo que en muchos casos no veo
necesario distinguirla.

Como he comentado, la angustia es una ansiedad sin desencadenante


claro, acompañada de preocupaciones recurrentes, con una anticipación vaga
de amenazas globales y con gran dificultad para poner en práctica programas
de evitación. Una persona experimenta angustia cuando sin la presencia de un
peligro le invade un sentimiento desagradable, sin objeto del que separarse,
inquieto, con activación del sistema autónomo, sensibilidad molesta en el
sistema digestivo o cardiovascular, o respiratorio, sentimiento de falta de
control, preocupaciones excesivas y recurrentes, que no llegan a conclusión
alguna, y tendencia a mantenerse en ese estado sin poner en práctica la huida,
lucha, inmovilidad, o sumisión.

La ansiedad es un síntoma, pero no podemos pasar por alto que con ella,
se dan factores altamente adaptativos. Las curvas de rendimiento físico o

- 14 -
mental siempre hacen coincidir el máximo rendimiento con un cierto nivel de
ansiedad. Por debajo de ese nivel de ansiedad, el nivel de alerta, la
concentración y los reflejos son menores. Y por encima de ese mismo nivel de
ansiedad, el rendimiento decrece. Por ejemplo, en un examen, la ansiedad afina
la atención y la memoria, hace relacionar mejor los conceptos...etc y en una
prueba de atletismo la ansiedad pone a punto una necesaria tensión muscular y
nerviosa. Es frecuente ver a los atletas antes de una prueba haciendo gestos
para activarse, a veces se pegan en la cara, respiran fuerte, se dan golpes en
las piernas...

La ansiedad además, tiene una función de adaptación a una cultura


determinada y a su supervivencia. Partiendo del hecho de que en las relaciones
entre el individuo y la cultura la psique individual es generada y configurada
dentro de los requerimientos, valores y sensibilidades de un contexto cultural
particular, la personalidad será determinada para crear el tipo de individuo que
la cultura requiere. Es por ello que podríamos pensar en las ansiedades
actuales y en su función grupal de adaptación a la cultura, como una dimensión
que, a veces, olvidamos.

Desde la psicología actual se habla de un concepto nuevo en relación a


la ansiedad. Se trata más bien de tolerar un cierto grado de ansiedad. Por eso
se habla de sensibilidad a la ansiedad. La sensibilidad a la ansiedad se refiere a
la sensibilidad a experimentar ansiedad. Es la tendencia a experimentar miedo
ante los síntomas de ansiedad y se asocia a la creencia de que tales síntomas
tienen consecuencias peligrosas. Por ejemplo, cuando el metro se para en la
mitad de un túnel, casi todos los pasajeros experimentan un cierto grado de
ansiedad que aumenta a medida que se prolonga el tiempo de parada. Pero
algunos de los pasajeros se asustan de su ansiedad, comienzan a percibir los
latidos de su corazón, el sudor que les invade, un nudo en el estómago...y
tienen el presagio de que todo eso va a ir a peor, de que no van a poder
soportar esas sensaciones. Al mismo tiempo, les pueden invadir pensamientos
de posibles catástrofes personales y colectivas ligadas al hecho de que el metro
se ha detenido. Es decir, tienen una marcada sensibilidad a la ansiedad. La
sensibilidad a la ansiedad es un factor de riesgo para los trastornos de
ansiedad.

Al asociar los síntomas de ansiedad a un miedo que en nuestra fantasía


acarreará un gran peligro, este se convierte en patológico cuando su

- 15 -
desencadenante no justifica la intensidad del sentimiento, se presenta con
demasiada frecuencia, se mantiene durante mucho tiempo, y disminuye la
capacidad de una persona para vivir y para enfrentarse a la situación.
Estos miedos pueden alterar la vida del sujeto, «corromper» su relación
con la realidad, con la familia, en el trabajo, poner en funcionamiento
mecanismos de defensa que le apartan de la realidad y que acaban cronificando
y aumentando su dolencia. Los miedos patológicos tienen sus propias metásta-
sis y pueden adueñarse de la vida entera del paciente.
La psiquiatría suele estudiar y tratar seis tipos de miedo: trastorno de
pánico, fobias específicas (animales, sangre, agorafobia, etc.), fobias sociales,
estrés postraumático, trastornos obsesivos compulsivos, angustia (trastorno de
ansiedad generalizada).

La angustia, es un miedo impreciso en busca de objeto. Freud, lo calificó


como “… un tronco común de la organización neurótica en marcha hacia
conductas neuróticas más estables y más estructuradas.”
La persona angustiada no teme nada en particular. En todo caso, lo que
nos revela es nuestra vulnerabilidad y finitud, porque la angustia es una
permanente ansiedad ante una amenaza imprecisa. La realidad entera se
convierte en significante de una amenaza. Para el angustiado lo visible es
símbolo de lo terrible, de lo incierto, de lo extraño. Todo puede ser un peligro.

FENOMENOLOGÍA DE LA ANGUSTIA

Las funciones de la angustia que después heredará el miedo son:


anticipar, seleccionar, interpretar, magnificar. Una de las cosas que diferencia la
angustia del miedo es la incesante rumia de preocupaciones, la continua
producción de pensamientos angustiosos. La dificultad de controlar las
preocupaciones es el primer aspecto que acerca la angustia a la patología.

En la génesis de la angustia se reconoce el proceso del temperamento


vulnerable, la afectividad negativa, el neuroticismo, es decir, los componentes
biológicos, favorecen la propensión a interpretar señales neutras como
peligrosas. De aquí se deriva una situación de alerta permanente, la atención se
estrecha, aparecen creencias disfuncionales, ideas catastrofistas, y con
frecuencia una exacerbación del sentido de responsabilidad y del sentimiento
de culpa. Por último, como en todas las manifestaciones de ansiedad, en ésta
también aparece una activación del sistema simpático. El organismo está

- 16 -
preparado para actuar, pero no actúa, porque el sujeto se enroca en la
angustia, en la inacción, en la rumia, en los planes sin conclusión, y lo más que
hace es realizar los comportamientos que alivian esa ansiedad.

La angustia, así como el miedo, pone en marcha programas de evitación.


Pero en este caso se trata fundamentalmente de procesos de evitación
cognitiva. Piensa mucho, pero actúa poco, por eso podemos decir que la
agitación y activación angustiosa son pasivas. Rumia sus miedos como la vaca
rumia el pasto, con una diferencia: la angustia nunca digiere sus
preocupaciones, sino que las regurgita una y otra vez. El angustiado se
preocupa, intenta no preocuparse, y cuanto más lo intenta más motivos
urgentes descubre para volver a su preocupación. Se despeña por una catarata
razonadora. El dar «vueltas a las cosas» es un componente de la angustia y un
intento de aliviar la angustia. La verbalización de las preocupaciones amortigua
el poder perturbador de las imágenes, incluso reduce los componentes
fisiológicos de la angustia. Esta supresión del malestar produce una especie de
adicción del angustiado a la verbalización de las preocupaciones. Lo que parece
un remedio se convierte en un tóxico. Una de las características de los
pensamientos angustiosos es que no llevan a ninguna parte. Se mueven en
círculo.
La angustia, con su incesante producción de pensamientos angustiosos,
pone de relieve un mecanismo de la inteligencia humana que interviene en
todos los miedos, y en especial en los trastornos obsesivos compulsivos. La
angustia produce sin parar «preocupaciones». Cuando no tiene motivos, los
encuentra. Es una rutina encapsulada, absolutamente invulnerable al
razonamiento, porque a cada motivo para tener miedo que se desmonta, le
sucede otro. Cuando el angustiado se distrae, la noria de los pensamientos
aprensivos se detiene aparentemente, pero en cuanto la distracción desaparece
vuelve la preocupación a hacerse dueña de la conciencia. La ansiedad es un
sentimiento a la búsqueda de objeto. Mientras que el miedo permite
enfrentarse al peligro o huir, la ansiedad suele encerrarle en un permanente dar
vueltas. Los procesos rumiativos disuaden de la acción, no conducen a nada
más que a dar vueltas sobre sí mismos.

La aparición de ocurrencias constantes puede depender de un fondo


emocional, energético, que activa una parte de nuestra memoria, haciendo que
atienda más a unos aspectos de la realidad que a otros. Los sentimientos no
inventan conceptos, se limitan a elegir aquellos conceptos en los que se ven

- 17 -
expresados. Conforme la memoria se va llenando de contenidos, la acción de
los sentimientos originarios puede hacerse más poderosa y constante. Las
personas angustiosas, poseen un elaborado almacén de memoria para
responder a las cuestiones catastróficas. Parece que la fuente de nuestras
ocurrencias es la memoria y su fértil capacidad combinatoria, encendida y
orientada por un determinado sentimiento. El odio produce muchas ocurrencias
vengativas. Los celos son de imaginación fértil. Al amor se le ocurren muchas
ideas amables. Hay algunas creencias que favorecen los pensamientos
angustiosos:
 Responsabilidad exacerbada. El angustiado, con frecuencia, se siente
responsable de todo lo malo que puede suceder, y considera una
irresponsabilidad culpable no estar pendiente de todas las posibles causas
de desdicha.
 Perfeccionismo. Todo lo relacionado con la evitación de los peligros debe
hacerse con gran perfección, sin dejar nada al azar. Antes de tomar una
decisión, el angustiado tiene que ver todas las posibilidades. Esto acarrea
una especial lentitud en la toma de decisiones, una escasa eficacia en el
enfrentamiento con los problemas. Además, la interferencia de los
pensamientos angustiosos, el cansancio de la hipervigilancia, en muchos
casos la falta de sueño, disminuyen la capacidad del sujeto.
 La creencia en la propia impotencia. La situación anterior favorece la
implantación o el mantenimiento de los pensamientos angustiosos. Se pro-
duce un círculo que se retroalimenta. Las múltiples relaciones entre la baja
autoestima y la angustia procederían de esta creencia. «Lo que mejor
caracteriza el verdadero dolor del carácter angustioso, y que más hace
sufrir a los que lo tienen, es la profunda falta de confianza en sí mismo».
 La creencia en la incontrolabilidady en la imprevisibilidadde los
acontecimientos. Las personas angustiadas tienen una pobre tolerancia a la
incertidumbre o a la ambigüedad. Necesitan tener en el exterior una
seguridad de la que carecen en el interior.

GESTALT Y LA ANGUSTIA

Otra característica importante del ser humano es que somos, tal vez, los
únicos seres vivientes que sabemos de forma consciente que vamos a morir.
Lidiar con ese conocimiento no puede dejarnos relajados, sino ansiosos. El
miedo a la muerte no elaborado puede estar debajo de los trastornos de
ansiedad. Por esta razón podemos considerar a estos trastornos los trastornos

- 18 -
humanos por excelencia. De esta percepción finita de la propia vida, y con el
objetivo de mitigar esa ansiedad, tratar de reforzar el yo como instancia
psíquica, el self, la asunción gradual de la responsabilidad por la propia vida,
que genera un sentimiento de seguridad y control

La angustia es una emoción o estado afectivo que se caracteriza por una


serie de fenómenos de orden fisiológico y psicológico, cuyo surgimiento y
desarrollo durante la vida es un proceso complejo. Si es complejo no se puede
simplificar exclusivamente a correlatos biologicistas, sino que tiene muchas y
variadas dimensiones entrelazadas entre sí. El término emoción o afecto indica
que existe por parte del individuo que lo vivencia, la posibilidad de tener
conocimiento de la excitación de su organismo (darse cuenta 5).

Una persona que no tuvo en la infancia la capacidad de un adulto para


reconocer la emoción del niño, tolerarla, legitimarla y prestarle un lugar donde
alojarla, no ha podido llegar a interiorizarla. No puede mantener dentro de sí
emociones y sensaciones que resultaron insoportables para sus figuras materna
y/o paterna, no posee un espacio interno de contención.
Esta evitación de determinadas situaciones o emociones o incluso
síntomas es lo que produce la patología. Desde la Gestalt, Perls, hablaba de
llenar los agujeros de la personalidad. Y decía que la parte más importante que
puede faltar es el centro y que había necesidad de llenar ese centro. Conceptos
como desarrollar el centro o estar cimentado en uno mismo, eran claves para
Perls.
Las causas de la salud o de la neurosis dependen de la comprensión del
origen, manifestaciones y trasformaciones de la emoción de la angustia.

La posibilidad del darse cuenta de los estados de excitación o tensión


que afectan al organismo dependen de factores madurativos y evolutivos.

Se diferencia del miedo, en que la mayor parte del tiempo la angustia se


corresponde a acontecimientos imaginarios, fantasiosos, que no tienen en su
origen núcleos claros de realidad. Siendo el miedo, una reacción defensiva
básica, desde la que respondemos huyendo, paralizándonos o atacando frente
a un peligro que tiene como objeto original una situación real en el aquí y
ahora.

5
Según la “Terapia Gestalt: excitación y crecimiento de la personalidad humana” el darse
cuenta esta caracterizado por el contacto, la sensación, la excitación y la formación de gestalts.

- 19 -
La angustia ocupa un lugar de gran importancia en la constitución y
proceso de la personalidad. “La personalidad es una estructura psicológica, una
gestalt en continua formación y desarrollo, que se cierra en un momento y se
abre en el siguiente, que está en relación con el pasado y el futuro, y que se
expresa en el presente en función de unas características espacio-temporales, y
unos componentes psico-biosociales que la configuran, por ser la expresión más
profunda de la persona en su actuar e interaccionar con el mundo y consigo
misma”.6

Durante los primeros años de vida la personalidad se va edificando


proveyéndose de sistemas de defensas en su interrelación con el mundo
exterior. La angustia que se genera en esos primeros intercambios con el
mundo externo, imprescindibles para proveerse de elementos que sostengan su
supervivencia, van a ir modelando y configurando la personalidad. Digamos que
estas primeras experiencias donde el individuo se expone por primera vez a las
necesidades básicas (afectivas, de auto conservación, regulación psicobiológica
etc.) van tener un peso decisivo en la conformación de los sistemas de defensa
de la persona y de su modo de interrelacionarse consigo mismo y con el
exterior. En el caso que nos refiere, el manejo de las primeras angustias por
parte del individuo, la presencia o ausencia contenedora del exterior, la
identificación con figuras adultas ante el manejo de la angustia etc. perfilarán la
manera en que nos administraremos en un futuro.

La persona trata de evitar aquellas situaciones generadoras de ansiedad


o angustia, de aquí es donde surge y se conforma los mecanismos de defensa.
Como una consecuencia exitosa de protección el individuo fija estas defensas
como herramientas a la hora de manejarse en situaciones de alerta o ansiedad.

El origen de las angustias hay que buscarla en aquella excitación que no


ha podido encontrar una vía de expresión ajustada que cerrara y completase
una gestalt. Hay que diferenciar las angustias provocadas por demandas del
exterior de aquellas que surgen por un movimiento interno. Las causas
exteriores que generan angustia son aquellas que ponen en peligro la
conservación del individuo. Las causas internas se encuentran en los cambios
profundos de la persona y muchas veces provocados por una etapa evolutiva
(adolescencia, muerte de un ser querido o relevante, crisis existenciales, etc.).

6
MARTIN, ANGELES (2006): “Manual Práctico de psicoterapia gestalt”, Ed. Desclée de Brouwer,
Bilbao, 2006, página 133.

- 20 -
Las angustias influyen en el sistema sensoperceptivo de la persona, en la
manera de integrar la figura que insiste por conformarse a través del fondo. El
angustiado atiende al fondo en vez de a la figura. Atribuye la amenaza al
contexto y no al objeto. En el espacio de contacto del ser humano con la
realidad, cuando un nuevo dato aparece en la frontera del contacto y este dato
es susceptible de generar ansiedad debido a la tensión a la que está sujeto.
Esta tensión es la que viene a ofrecer una oportunidad de realización, de
extraer la figura del fondo y poder integrarla en el mecanismo de satisfacción
de la necesidad, como sería el origen de la propia excitación. Si hubiera tal
realización, alguna situación inconclusa se destruiría y con ella se cerraría el
ciclo gestáltico de realización de las necesidades.
Sin embargo, a veces, la inhibición puede llegar a negar el dato que
aparece en la frontera contacto y, por lo tanto, no sentir, insensibilizando la
piel, primera frontera de contacto. El hábito inhibitorio se transforma en una
respuesta automática de urgencia, cuando el organismo se ve amenazado,
similar a la de hacerse el muerto, entrar en shock, huir presas del pánico, es
decir, es una forma de que continúe la inhibición aprendida en forma reprimida
u olvidada. Se llega a negar el dato de la frontera contacto y la inhibición
reprimida pasa a hacer las funciones del ego.
En otras palabras, la excitación cuando emerge en el organismo lo hace
de una manera tenue y sutil (en un principio imperceptible), a medida que va
aumentando, sino encuentra la manera de concretarse en la expresión de una
acción adecuada produce una fuerte agitación e inquietud (pudiendo llegar a
los ataque de angustia).

Así, el aprendizaje se ve muy afectado e influenciado por los niveles de


angustia que a veces acompaña a este proceso. En realidad, toda función es
susceptible de ser afectada por la angustia. La excitación es necesaria e
imprescindible para el funcionamiento óptimo de la persona. Actúa como
estimulo y motor que mantiene la interrelación con el medio, de el que el
individuo se nutre, a la vez que da aquello que le permite una conformidad para
no desparecer en este medio (confluir).

El estancamiento de la personalidad, y por tanto la detención del sistema


de formación de figura-fondo, supone un refreno y retención de la excitación
interna de la persona. El efecto que encontramos puede ir desde una angustia
paralizante, renuncia anticipada o inhibición (fobias, personalidad retentiva) o
hacia el otro extremo de la polaridad, la angustia flotante que lleva a la acción

- 21 -
desordenada (como se observa en la histeria o en la paranoia). También en los
obsesivos hay una acción, aunque aparentemente controlada, pues lo que
subyace en el fondo son cuotas de angustia que hay que retener en forma de
ritos y compulsiones.

En la retención de la excitación podemos encontrar un conjunto de


respuestas que se acompañan en las personalidades inhibidas, son todos los
comportamientos tímidos que evitan el intercambio con el medio. En estas
personas el exterior influye desmedidamente sobre ellas. Se impide que la
figura resalte sobre el fondo. En el caso contrario, con nivel de excitación que
se reflectan en conductas incontroladas, con aumento de la actividad
psicomotriz, exhibicionismo histriónico… Hay una dificultad en canalizar la
excitación de acuerdo a la necesidad del momento y a lo que la situación
requiere. La figura no tiene en cuenta el fondo sobre el que sobresale.

La intervención terapéutica consiste en poder revivir la experiencia


empobrecida o retenida de la excitación, poder tener una experiencia exitosa
que permita cerrar la gestalt abierta. La personalidad no es un ente rígido sino
que existe cierto grado de moldeamiento y movilidad que va más allá de la
infancia temprana. Siempre existe la posibilidad de tener nuevas y mejores
experiencias y adquirir así habilidades convenientes. Pero estas posibilidades
necesariamente tendrán que ser revividas en este momento, en el presente.
Revivir una posibilidad de atravesar la excitación y ligarla de una manera sana y
adaptada.
Por lo tanto, solamente estimulando el impulso se puede acceder al
recuerdo del hábito aprendido. Y esto es lo que, sobre todo en el trabajo
grupal, se potencia en la Gestalt. Sobre todo en el modelo de terapeuta-grupo,
la persona es empujada a favor de la sensación, a favor de la excitación.
Contactar con esas sensaciones olvidadas, con los sentidos, con las
inhibiciones, para poder hacer más tolerable la ansiedad. Ésta sería la cuestión
más importante en lo referente a los trastornos de ansiedad y común a todos
ellos. Y, además, es común, aunque con distintas terminologías, a distintas
corrientes psicoterapéuticas.
Así en una persona obsesiva, el trabajo, además de la tolerancia a la
ansiedad, será el trabajo con su Superyó o su Perro de Arriba, y su necesidad
de ajustarse a un ideal. La temática en cada trastorno es distinta pero hay algo
común: tratar de hacer dentro de sí un espacio mayor desde el que se pueda
sustentar la ansiedad. Poder ser capaz de experimentar, por tanto, más enfado,

- 22 -
más deseo, más emociones en general y más ansiedad en particular. Poder
hacerse conscientes de las inhibiciones olvidadas. Un trabajo en los temas que
la persona trae y que le irán involucrando, cada vez más emocionalmente, y un
trabajo con el vínculo, trabajo indispensable para poder sustentar el propio
trabajo. Estamos hablando de incrementar la excitación, y el ritmo y el
momento no pueden depender sino de la persona y, muy especialmente, de la
forma en que esta maneja su ansiedad. Y esto atañe en parte a los modos en
que la persona consigue tranquilizarse.

El pasado nos sirve para poder entender algunas de las razones de ser
actualmente. Pero la estructuración de este momento, como construyo mi
relación conmigo y con el medio, esta ocurriendo ahora. La personalidad es una
gestalt única que evoluciona y se configura en cada momento en base a las
particularidades de la situación.

Lo nuclear de la terapia gestalt radica en la posibilidad de integrar


nuevas formas de percibir, comportarse, actuar, recuperar los recursos
perdidos. La personalidad se enriquece y reforma en el intercambio fluido con el
entorno (con los otros seres humanos); entonces es cuando uno accede
realmente a la realidad externa y sus condicionamientos internos.

Finalmente, la persona, al concluir un proceso terapéutico, debería tener


un mayor autoapoyo. Por eso esa capacidad de autoapoyo es lo que falta, la
carencia propia de la ansiedad, algo propio de su condición humana, que
aprendió a estar angustiado para sobrevivir él y/o para la supervivencia de su
comunidad y su cultura.

La angustia de nuestro tiempo revela la condición del hombre actual, que


se siente arrastrado por una maraña de obligaciones, sin la posibilidad de
actuar y tomar decisiones según su conciencia, perdiendo de vista el sentido de
su propia existencia.

APARECE LA VERGÜENZA

No atreverse es sentir miedo a hacer algo que se considera peligroso.


Significa «miedo a hacer». El peligro no viene hacia mí, como un león rugiente,
sino que yo soy el que tiene que ir hacia el peligro. Puedo no atreverme a hacer

- 23 -
alpinismo o a lanzarme en paracaídas. Pero reclamar en un restaurante es una
cosa muy diferente.

La vergüenza es un sentimiento terrible, que afecta a los estratos más


profundos del yo, que desguaza el ánimo. Se puede, literalmente, morir de
vergüenza. También, morir o matar por no sentirla. Y, sobre todo, se puede
vivir escondido, asubio, para librarse de ella. El Diccionario la define así: “Pasión
que excita alguna turbación en el ánimo por la aprehensión de algún desprecio,
confusión o infamia que se padece o teme padecer.”
Es un desencadenante del miedo. Sentir vergüenza es doloroso,
destructivo y terrible. El tímido no se atreve a hacer muchas cosas porque se
siente amenazado por la vergüenza. No puede exhibirse, no quiere ser visto,
para ser más exactos teme «ser mal visto». El mito de Adán y Eva expone la
vergüenza originaria. El pudor es el miedo a ser sorprendido desnudo, sin
defensa, a merced del juicio del otro. Vestirse es ponerse a cubierto. Ponerse
un antifaz o unas gafas de sol es poder mirar sin ser reconocido. La mirada del
otro anula mi libertad, porque estoy a merced de ella.

Tenemos, pues, miedo a sentir vergüenza, como lo tenemos a sentir


cualquier otro dolor. Pero, además de ser un desencadenante del miedo, la
vergüenza es un sentimiento contradictorio, como el propio miedo. Necesitamos
ambos, y ambos pueden destruirnos. La vergüenza es la experiencia del lazo
social, la toma en consideración de la experiencia del otro a través de su
mirada, de su evaluación a partir de las normas de la sociedad en que vivo. El
otro se vuelve un mediador entre yo y yo mismo. En ese permanente diálogo
interior que mantenemos a lo largo de toda nuestra vida, hay un yo que siente
y un yo que evalúa lo que siente el otro yo.

La vergüenza deriva de la necesidad que tenemos de proteger nuestro


yo social, es decir, la imagen que damos a los demás, mediante la que
pretendemos alcanzar su reconocimiento y aceptación. Necesidad del
reconocimiento como fundamento de la ética.
La vergüenza es la conciencia de un déficit, de una falta, de una
deshonra a los ojos de los demás. Es el ideal social, que a veces es infame,
resonando en lo profundo de la intimidad. Con frecuencia la respuesta es
diferente. La vergüenza fomenta la ocultación, el secreto.
Tenemos sentimientos prospectivos, que están provocados por una
escena imaginada. Cuando imaginamos un determinado suceso y sentimos

- 24 -
vergüenza, no nos referimos a una vergüenza real, sino anticipada. Ése es el
miedo. El peligro ha aparecido en esa anticipación. En esa creación imaginaria.
Cuando una persona tiene demasiadas escenas aversivas, decimos que es
miedosa, y si lo que teme son escenas que remiten a la vergüenza, decimos
que es tímida. El lenguaje, que es tan sabio, relaciona en esta palabra el miedo
y la vergüenza. La timidez es la inhibición provocada por el miedo a la
vergüenza.
Tener miedo es vergonzoso o es tratado así en muchas sociedades. Los
niños son avergonzados por tener miedo o por expresarlo. Con lo cual se puede
tener miedo a ser avergonzado por tener miedo.

Bibliografía:
 TRASTORNOS DE ANSIEDAD (TRASTORNOS DEL AUTOAPOYO). Boletín nº
31 de la AETG (Asociación Española de Terapia Gestalt)
 NEUROSIS Y ANGUSTIA. Extracto de la tesina “La angustia en la clínica gestáltica”
de Borja Aula. (2010). Por Ainara Campos Sierra
 ANATOMIA DEL MIEDO. Jose Antonio Marina. Editorial Anagrama. 2006.
 ANSIEDAD GENERALIZADA. José María Prados. Editorial Síntesis. 2008.
 CARÁCTER Y NEUROSIS. Claudio Naranjo. Ediciones La Llave. 2012.

- 25 -

También podría gustarte