La Solucion Verde Final

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ISIDRO LÓPEZ Y RUBÉN MARTÍNEZ

La solución verde
Crisis, Green New Deal y relaciones
de propiedad capitalista
2 La solución verde

LA SOLUCIÓN VERDE. Crisis, Green New Deal y relaciones de propiedad capitalista


Fecha: Septiembre 2021
Autores: Isidro López Hernández y Rubén Martínez Moreno

Corrección ortotipográfica: Marta Beltrán (L’Entrellat)


Equipo editorial La Hidra: Jaime Palomera, Mauro Castro, Laia Forné Aguirre,
Isidro López y Rubén Martínez Moreno
Diseño y maquetación: Odile Carabantes

Financiación y edición: La Hidra Cooperativa

© 2021, los Autores y La Hidra Cooperativa


Esta obra está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0
Internacional (CC BY-NC-ND 4.0) Se puede copiar, distribuir, comunicar públicamente, traducir y
modificar, siempre que sea para fines no comerciales y se reconozca y acredite su autoría.

La Hidra Cooperativa | www.lahidra.net


lahidra@lahidra.net
@lahidracoop
Índice
Agradecimientos 5
Índice de gráficos 7
INTRODUCCIÓN 1

1. ¿GREEN? ¿NEW DEAL? 5


Introducción 7
1.1 ¿New Deal? La realidad histórica frente al mito 8
1.2 ¿Green? Keynesianismo, ecologismo y Antropoceno 19
1.3 Capitaloceno, la era geológica del capital 31

2. CRISIS DE LA ECOLOGÍA DEL CAPITAL 35


Introducción. ¿Una crisis exógena o endógena? 37
2.1 Crisis de la ecología del capital 38
2.2 Crisis del modo de producción capitalista 42
2.3 Crisis del capitalismo financiarizado 48
2.4 Crisis de la hegemonía estadounidense y ascenso chino 53
2.5 El Estado Público-Privado frente a la crisis 63

3. L A SOLUCIÓN CAPITALISTA Y VERDE A LA CRISIS 71


3.1 Del Desarrollo Sostenible al Green New Deal 73
3.2 La Transición Justa en la UE 79
3.3 Economía global público-privada 89
3.4 Contra las reformas para conservar, la propiedad colectiva 94

4. MIENTRAS MUERE UN MUNDO Y NACE OTRO 97


4.1 La catástrofe en presente 99
4.2 Tendencias de la economía-mundo 100
4.3 La naturaleza del Capitaloceno 109
4.4 E
 spacios de conflicto frente a las relaciones de propiedad
capitalista 112
Bibliografía 121
4 La solución verde
Agradecimientos
Este trabajo no hubiera sido posible sin los espacios colectivos de discusión y
aprendizaje de la Fundación de los Comunes. Cada una de las personas y nodos
que forman parte han aportado algo, ya sea a través de sugerencias, críticas o
comentarios en conversaciones informales o a través de artículos o revisiones
del documento.

De forma destacada, queremos agradecer la revisión atenta de algunos de


los capítulos o del conjunto del texto a Marta Domènech, Marc Pradel, Marta
Beltrán, Alfons Pérez, Fefa Vila, Jaron Rowan, Julio Martínez-Cava, Nuria Alabao,
Emmanuel Rodríguez y Adrià Rodríguez. Una mención especial merecen Jaime,
Mauro y Laia de La Hidra, tanto por acompañar todo el proceso como por crear
las condiciones para que pudiéramos dedicar tiempo a la investigación.

Todas estas aportaciones han hecho posible y enriquecido este trabajo. Cual-
quier error o imprecisión, así como el enfoque y contenidos del documento, son
responsabilidad de los autores.
6 La solución verde
Índice de gráficos

Gráfico 1.1. T
 asa General de Beneficio Mundial durante
el periodo 1950-2016 en países del G20 44

Gráfico 1.2. T
 asas de beneficio en los países centrales
(1850-2009) España y China (1950-2009) 45

Gráfico 1.3. P
 roductividad del trabajo (% crecimiento del PIB
por hora trabajada) en el periodo 1970-2019
en países del G7 46

Gráfico 1.4. E
 volución de la participación de la renta del
trabajo en la renta nacional bruta entre 1970-2016
en economías avanzadas 47

Gráfico 3.1. E
 misiones territoriales (líneas continuas) y de consumo
(discontinuas) en principales países emisores 82

Gráfico 3.2. European Green Deal 83

Gráfico 3.3. C
 ompras netas acumuladas del Programa de Compra
de Activos del BCE (en miles de millones de euros) 84

Gráfico 3.4. I nversión en energía por sectores seleccionados:


2015-2018 (en miles de millones de dólares) 86

Gráfico 3.5. E
 valuación del mercado europeo de partenariados
público-privados 91

Gráfico 4.1. T
 asa general de beneficio y deuda global
(mediana de la deuda respecto al porcentaje
del PIB) 107
1 Introducción

Introducción
Los Freeling son una familia de clase media americana que vive en una urbani-
zación de California. Él es promotor inmobiliario y ella es ama de casa. En mitad
de una noche cualquiera, su hija Carol Anne empieza a hablar con la televisión
y avisa a sus padres de que algo tenebroso va a pasar porque «ya están aquí».
Un árbol monstruoso del patio trasero intenta llevarse a la niña y, a partir de ese
momento, todo tipo de fenómenos paranormales amenazan sus vidas. Médicos,
chamanes y parapsicólogos buscan el origen y la solución para el fenómeno. Al
final resulta que toda la urbanización fue construida sobre un antiguo cemente-
rio indio y un grupo de espíritus molestos quieren vengarse. Esta es la trama de
la película Poltergeist, que bien podría ser interpretada como una metáfora so-
bre los mensajes que envía la naturaleza a la humanidad para que rectifique sus
malos comportamientos. Sin embargo, desnuda de toda su fantasía, Poltergeist
más bien nos muestra una concatenación de decisiones público-privadas en las
que la violencia contra formas de vida pasadas y el imperativo del beneficio
son las causas originarias del problema. Con la ayuda del Estado, la promotora
inmobiliaria transforma los usos del suelo para asegurarse un pelotazo rentable
sin considerar lo más mínimo todo el metabolismo social y cultural integrado.
Dejando a un lado los árboles endemoniados, rápidamente aparecen el poder
colonial, el capital inmobiliario y la naturaleza convertida en un recurso explota-
ble. La conclusión sería que para diseñar una solución acorde a lo que ocurre en
este mundo, parece sensato poner el foco en las relaciones de poder y en los
factores estructurales que originan un problema.

En 1980 el historiador y activista Murray Bookchin afirmaba una idea similar en


su carta abierta al movimiento ecologista1: «La energía solar, la fuerza eólica o la
agricultura orgánica variarán muy poco nuestro desequilibrio con la naturaleza si
dejan intactas la familia patriarcal, la empresa multinacional, la estructura política
centralizada, el sistema de propiedad y la racionalidad tecnocrática». Enfatizan-
do que ecología es sinónimo de ecología social, Bookchin integraba en el mismo
conflicto el dominio humano de la naturaleza junto a la explotación de una clase
por otra, la dominación de un grupo étnico por otro, el control de la sociedad por
el Estado o el sometimiento de un pueblo al poder colonial.

El propósito de Bookchin era alertar sobre las carencias de unos diagnósticos


que daban por buenas soluciones parciales y superficiales a la crisis ecológi-
ca centradas únicamente en su dimensión medioambiental; pero, ante todo, su
objetivo político era exponer lo que consideraba el verdadero origen de esos
impactos. ¿A qué problema fundacional se refería Bookchin? La respuesta de un
convencido anticapitalista y libertario no podría ser otra: la raíz de las causas de
la crisis ecológica se encuentra en una forma de organizar la producción, el con-
sumo y las relaciones sociales dominada por el imperativo del beneficio, la cen-
tralización del poder y los sistemas de propiedad privada. La causa fundamental,
según el padre del comunalismo, es la economía de mercado y el sistema social
de jerarquía y dominación. Bookchin no trataba de suspender la potencia de que
se extendiera la crítica a la acción humana sobre el medioambiente, sino que
advertía (con vehemencia) que por el camino se había perdido el origen causal
de tales consecuencias.

1 Bookchin, M., «An Open Letter to the Ecology Movement», en Toward an Ecological Society, Black Rose Books, Mon-
treal, 1980.
2 La solución verde

Pocos años más tarde, Raymond Williams ofrecía una visión compatible con la de
Bookchin, pero señalando a su vez el haz de relaciones que convierte cualquier
forma de vida, energía y recurso en un todo que es apropiado, transformado y
explotado.

Lo que ahora se conoce como argumento ecológico no debe reducirse


a sus importantes formas menores: la peligrosamente creciente escala
de la contaminación industrial y química; la destrucción de algunos
hábitats y especies naturales. [...] Lo que hay que confrontar es una
versión de la Tierra y sus formas de vida como riqueza extraíble y
consumible. Esta visión no solo considera las fuentes y recursos
de muchas formas de vida, sino absolutamente todo, incluidas
las personas como materia prima disponible para ser apropiada y
transformada. En contra de eso, la cuestión ecológica ha demostrado,
primero caso por caso y luego como una forma diferente de ver el
todo, que un proceso físico complejo y su intrincado e interactivo
proceso biológico no pueden ser tratados durante mucho tiempo de
esa manera sin producir todo tipo de daños graves e imprevisibles2.

Es inevitable que estos argumentos parezcan hoy tan pertinentes como hace
cuarenta años. La amplia difusión de un movimiento ecologista que exige medi-
das contundentes a los gobiernos para frenar el cambio climático es una llamada
a la esperanza, pero también puede generar diagnósticos sesgados o incomple-
tos. Si nos dejamos llevar por la inercia, pueden apoderarse de nosotros los mis-
mos malentendidos espiritualistas que en Poltergeist o las confusiones políticas
señaladas por Bookchin y Williams. No sirve de mucho sobredimensionar la per-
tinencia o la parcialidad de la aplicación de medidas medioambientalistas frente
a la crisis ecológica, pero de menos sirve pensar que toda confianza depositada
en ellas es cosa de optimistas y que matizar su capacidad transformadora es
un entretenimiento de almas oscuras. Nuestro grado individual de optimismo o
pesimismo no puede ser el baremo con el que medir el rigor de un diagnóstico
y unas soluciones que afectan a lo común. El debate sobre nuestra fuerza pre-
sente y nuestra capacidad para diseñar un futuro mejor debería tomarse más en
serio.

Si los programas de políticas públicas que prometen combinar crecimiento eco-


nómico, transición ecológica y justicia social son la respuesta a la crisis, si esas
diferentes versiones de los Green New Deal son la solución, ¿cuál es el proble-
ma? Este trabajo tiene como principal objetivo analizar qué tipo de solución son
los pactos verdes, pero especialmente discutir cuál es el problema al que nos
enfrentamos y analizar sus raíces. ¿Debe ser la humanidad la principal acusada
en el juicio ecológico? ¿Cuáles son los orígenes y dimensiones de la actual crisis?
¿Es una crisis ecológica o más bien es una crisis de la ecología del capital? ¿Qué
significa tal cosa y qué implicaciones políticas tiene? ¿Son el Green New Deal y
el crecimiento verde respuestas adecuadas frente a la crisis global permanente?

Intentar aclarar las causas y los contornos de un problema cuyas consecuencias


resultan inminentes puede parecer que solo es posible al precio de desenten-
derse de la urgencia del momento. En realidad, sucede más bien al contrario.
Cualquier victoria política pasa antes por conquistar la definición del problema

2 Raymond, W., Towards 2000, Penguin, Harmondsworth, 1985.


3 Introducción

que por implementar soluciones sobre contextos mal definidos o que acaban
beneficiando a grupos dominantes. En rigor, eso es la hegemonía. Poco tiempo
ganamos realmente si las respuestas a una crisis sistémica son ajustes que, pro-
metiendo reducir la combustión fósil, a su vez reavivan el ciclo de acumulación
capitalista, reeditan las alianzas público-privadas y reproducen la dominación
del Norte sobre el Sur. ¿La urgencia de medidas que contrarresten algunas di-
mensiones de la crisis ecológica pasa forzosamente por aplicar los principios y
la agenda del crecimiento verde? ¿No hay alternativa a la solución verde capita-
lista?

Según se activan las consultoras que mercadean con kits de soluciones instan-
táneas intentando absorber dinero público, nos sonríe la tentación de entrar en
esa competición con un tono más popular y radical. Mientras tanto, nos espera
una tarea política pendiente menos heroica y chispeante centrada en enmarcar
bien cuáles son nuestras verdaderas preguntas políticas. Elegir esta opción no
significa que todo objetivo se reduzca a alimentar certezas para la desesperanza
o buscar un espacio cómodo en algún rincón de purismo reconfortante. Por lo
menos no es nuestra posición. Más bien se trata de practicar la máxima hones-
tidad intelectual y política para no camuflar problemas ligados al pasado que ya
condicionan el presente sin dejar de formular propuestas para un futuro mejor.
El juicio sobre si lo hemos conseguido o no queda a criterio de quienes lean de
forma crítica los cuatro capítulos que hemos desarrollado.

En el primer capítulo exploramos las raíces históricas del Green New Deal se-
parando los dos conceptos que lo componen para entender mejor la realidad
política que se produce en su unión. Diseccionar la historia y los debates tanto
del New Deal como de su componente Green nos lleva a cuestionar los funda-
mentos de quienes describen esta era ecológica como Antropoceno frente a las
posiciones que la definen como Capitaloceno. Lo que está en juego no es un
debate conceptual ocioso, sino una comprensión más precisa de la actual crisis
para poder actuar políticamente.

En el segundo capítulo analizamos la crisis de la ecología del capital. La geo-


grafía radical nos ha enseñado que el capital no resuelve sus crisis cíclicas, sino
que las desplaza en el tiempo o en el espacio. A su vez, encajona sus efectos
en los segmentos de población y territorios con menor capacidad de respues-
ta política. Partiendo de esta hipótesis, desgajamos las diferentes dimensiones
que componen la actual crisis general, que contiene tanto la crisis del modo de
producción capitalista como la crisis del capitalismo financiarizado y la del actual
hegemón.

En el tercer capítulo nos sumergimos en lo que propiamente se ha denominado


Green New Deal, es decir, los programas de políticas públicas dirigidos a regular
una economía baja en carbono como solución a la emergencia climática. A partir
de las propuestas del contexto norteamericano, y especialmente de las diseña-
das en la Unión Europea, nos preguntamos si es posible un proceso de transi-
ción justa bajo los programas verdes que, como veremos, no son cortafuegos
de las trayectorias ya marcadas ni tampoco flotan por encima de las relaciones
de poder existentes.

El cuarto y último capítulo se inicia con una panorámica de la economía-mundo,


interpretando algunas de las tendencias de la última década en Estados Unidos,
Europa y China. Una de las cuestiones que recorre todos los capítulos toma de
4 La solución verde

nuevo protagonismo: el fortalecimiento de una economía global público-privada.


Frente a los intentos por reflotar una nueva fase del Capitaloceno, proponemos
una tarea política tan compleja como urgente, basada en entender mejor las for-
mas de apropiación del capital y en la necesidad imperante de transformar las
relaciones de propiedad capitalista.

La energía para desarrollar este trabajo proviene de querer aportar elementos


para la discusión política, producir un recurso más para la autoformación al tiem-
po que intentamos dar forma a una herramienta que ofrecemos para la caja co-
mún. Sin ser una excusa para justificar sus desaciertos, solo tendrá sentido en la
medida que pueda ser debatida colectivamente.
5 I. ¿Green? ¿New deal?

1. ¿GREEN?
¿NEW DEAL?

1.1 ¿NEW DEAL? LA REALIDAD


HISTÓRICA FRENTE AL MITO 8
1.1.1 Críticas a la visión tecnocrática y estatocéntrica 8
1.1.2 ¿Es posible un New New Deal hoy? 12
1.1.3 La Comunidad Económica Europea como extensión del New Deal 14

1.2 ¿GREEN? KEYNESIANISMO,
ECOLOGISMO Y ANTROPOCENO 19
1.2.1 Los límites ecológicos del New Deal 19
1.2.2 El eterno retorno del malthusianismo 20
1.2.3 Antropoceno, un antropocentrismo renovado 23
1.2.4 Economía ambiental y economía ecológica:
el debate en el corazón del Antropoceno 27

1.3 CAPITALOCENO, LA ERA
GEOLÓGICA DEL CAPITAL 31
6 La solución verde
7 I. ¿Green? ¿New deal?

Introducción
La profundísima crisis económica que ha sobrevenido a la irrupción de la pan-
demia de la covid-19 desde principios de 2020 ha acelerado muchas de las
tendencias, más o menos subterráneas, que ya definían la coyuntura mundial.
Una situación marcada por la atonía de la inversión, el estancamiento secular
de la productividad y unas tasas de crecimiento anémicas. Tales tendencias de-
crecientes tienen como soporte políticas monetarias expansivas de los bancos
centrales, que se han multiplicado durante la pandemia global.

Sin embargo, no es solo una cuestión de números. La actual también es una crisis
de los discursos legitimadores del capitalismo y, a su vez, de los programas y las
recetas de la izquierda política global. La solución financiera se va desploman-
do al no lograr convertir un modelo de apropiación de la riqueza en formas de
gobernabilidad basadas en el consentimiento de las poblaciones excluidas y no
solo en la coerción a través de la violencia o su amenaza. Se trata de una de las
consecuencias visibles de la financiarización del capital y su carácter dominante
en el proceso de acumulación. En ese sentido, nuestra época se presenta radi-
calmente diferente a esos momentos en que el capitalismo comercial o industrial
era capaz de asumir la apariencia de un proyecto civilizatorio. En respuesta a esa
incapacidad para gestionar los conflictos latentes aparecen nuevos marcos que
prometen una nueva concordia social global.

En la primera parte de este capítulo, nos centramos en analizar las raíces histó-
ricas de la apuesta económica y política de la UE en la actualidad, el Green New
Deal. Un marco que también se presenta como la alternativa para ocupar ese
mismo lugar hegemónico en Estados Unidos, China y los países emergentes.
New Deal y Green son dos componentes semánticos de larga tradición que, por
separado, movilizan distintos afectos políticos. En su aparición conjunta, abren
un campo de problemas relativamente novedoso. Por un lado, el New Deal re-
vive ese momento mitológico en que capital y trabajo encontraron un espacio
común de coexistencia en las refundaciones del Estado en la posguerra euro-
pea y americana. Por su parte, el Green remite de la manera más indiferencia-
da posible a una crisis ecológica de dimensiones gigantescas solo reconocida
desde hace poco, y de manera limitada, por las agencias estatales nacionales,
internacionales o transnacionales.

En la segunda y tercera parte, recorremos los límites ecológicos del New Deal y
las diferentes posiciones del ecologismo para construir el problema que define
la relación entre capitalismo y naturaleza. En gran medida, estas disertaciones
se pueden dividir entre las que proceden de la tradición de las ciencias naturales
y apuestan por el término Antropoceno y las que proceden del campo político
y que, vinculando los conflictos capital-trabajo con los asociados a capital-natu-
raleza, han acuñado el término Capitaloceno. Escapando de la discusión termi-
nológica, el objetivo es intentar una descripción solvente de las diferentes rea-
lidades políticas que representan ambos términos y que enmarcan este trabajo.
8 La solución verde

1.1 ¿ NEW DEAL? LA REALIDAD


HISTÓRICA FRENTE AL MITO
La larga, inestable y precaria salida a la crisis de 2008 en todo el mundo ha ido
diluyendo una orientación ideológica central: el imperativo del «libre mercado».
Menos unos cuantos neoliberales trasnochados, apenas nadie defiende el libre
mercado autorregulado desde una posición fuerte y convincente. Desde ese
enfoque, el mercado se presenta como el mecanismo descentralizado ideal de
coordinación de subjetividades cuya actividad, si no la malogra el intervencionis-
mo estatal, se refleja en el sistema de precios. Pero resulta imposible sostener el
suelo sobre el que reposa el liberalismo económico frente a la tendencia abru-
madora de los capitales, en todos los grados de concentración, que huyen de la
competencia instalándose en nichos de beneficio que, hoy por hoy, son en gran
medida dependientes de las decisiones estatales. Si nadie quiere la competen-
cia y a la vez es inevitable, el liberalismo tiene poco que decir. Solo le queda es-
perar a que vuelva a haber ganadores y perdedores nítidos en las guerras eco-
nómicas, y ahí, si el capitalismo es capaz de fabricar una solución estable a su
atolladero actual, los ganadores impondrán el credo de la competencia al resto.

En la crisis de 2008 ya resultaba muy complicado para el liberalismo económi-


co, siempre en calidad de representante doctrinal de las finanzas, cuestionar la
intervención estatal mientras se producían los rescates billonarios de bancos y
fondos en medio mundo. En la actualidad, resulta imposible mantener la creen-
cia sobre la desvinculación entre capital y Estado mientras se defiende que exis-
te una esfera autónoma de la sociedad civil en la que reina el juego de la oferta
y la demanda, allí donde opera el capital y de la que toma su legitimidad. Eso no
quiere decir que la agrupación de elementos más o menos coherentes llamada
neoliberalismo esté muerta del todo o que carezca de resortes para mantener
posiciones aún muy dominantes.

La actual referencia al New Deal remite al giro del presidente Roosevelt hacia la
regulación estatal del mercado tras la crisis de 1929. Al proclamar su vuelta, se
intenta traer a primer plano el mito de la concertación armónica entre capital, tra-
bajo y Estado. La triada quedaría unificada en una óptica macroeconómica key-
nesiana donde la inversión pública o privada, el crecimiento del PIB y la creación
de empleo son esferas prioritarias de la política económica frente al control del
déficit o la inflación. El New Deal también señala el momento, no menos mitoló-
gico, en que un gobierno y un presidente «cambiaron el mundo» a través de una
revolución desde arriba que rediseñó las sociedades capitalistas avanzadas,
empezando por su potencia emergente, los Estados Unidos, y sin poner en ries-
go su carácter plenamente capitalista. Pero ¿qué hay detrás de este mito? ¿Qué
condiciones históricas se dieron realmente para que avanzara el New Deal?

1.1.1 Críticas a la visión tecnocrática y estatocéntrica


Existen varias líneas de interpretación histórica del New Deal. La inmensa ma-
yoría, al menos las que provienen de Estados Unidos, ponen el foco en la trans-
formación que sufrieron los ideales del libre mercado americano3 y que eran
fundacionales desde que los colonos de la Costa Este se declararan país in-
dependiente. Otras interpretaciones subrayan el juego de poderes entre las

3 Esta lectura se puede encontrar en B. Ackerman, We the people. Fundamentos de la historia constitucional estadou-
nidense, vol. 1, IAEN, Traficantes de Sueños, col. «Prácticas constituyentes», Quito-Madrid, 2015.
9 I. ¿Green? ¿New deal?

potencias no coloniales tras la guerra de 1914. Alemania y Estados Unidos pug-


naban por la hegemonía del mundo posterior a la caída del Imperio británico y
del patrón oro en un proceso que muchos historiadores han nombrado como la
muerte de la civilización del siglo XIX4. Tal enfoque también incluye la aparición
inesperada de la Unión Soviética como actor central en la nueva configuración
de fuerzas económicas y políticas globales. Fascismo, comunismo y keynesia-
nismo-fordismo (en forma de New Deal) competían por hacerse hegemónicos
tras la caída del liberalismo colonialista británico. El New Deal era la solución
interna que ofrecía el capital, proponiendo una economía no planificada pero sí
regulada, pensada para obtener el nivel máximo de recursos económicos acti-
vos y, a través de ellos, los máximos niveles de creación de empleo.

El relato estándar del New Deal presenta a Roosevelt como hombre de gran con-
ciencia social dispuesto a terminar con el desempleo en Estados Unidos. Guiado
por ese fin, Roosevelt se enfrentó a la derecha económica conservadora y a las
grandes fortunas estadounidenses, subiendo los impuestos para financiar los
programas de empleo público o producidos por la demanda efectiva del Estado.
En efecto, el New Deal tiene algo de construcción del Estado como capitalista
colectivo capaz de coordinar procesos de acumulación pujantes e innovadores
en una economía nacional de tamaño continental, actuando por encima de los
intereses particulares de los capitalistas individuales. Por otro lado, las políticas
keynesianas relanzaron el proceso de acumulación hasta arrojar tasas de bene-
ficio muy superiores a las registradas en todo el siglo XX en los países centrales,
que convencieron temporalmente a las elites empresariales de las bondades del
modelo keynesiano a ambos lados del atlántico y en Japón.

Retomada en nuestros días, esta mitología recubre simbólicamente una reclama-


ción de la centralidad del Estado en el proceso de acumulación que, en la prácti-
ca, ya se ha producido. Tal dominio se resume en la toma a cargo de los poderes
estatales tanto de la producción del beneficio creciente como su reparto entre
los agentes capitalistas. Desde estas posiciones, se plantea un retorno al Esta-
do inversor central como forma de movilizar recursos ociosos para lanzarlos al
proceso de formación de beneficios. El origen de la inversión bien puede ser la
creación de dinero o los recursos obtenidos en una reforma fiscal progresiva,
adoptando una posición más ortodoxamente keynesiana. Es una visión que no
solo coincide, sino que en muchos casos comparte la crítica a la financiarización
como una ruptura del pacto social. Este relato tiene como nudo explicativo algo
parecido a una secesión de los ricos, quienes han ido acumulando recursos en
las últimas décadas, generando así desigualdades nunca vistas. Bastaría con
recuperar estos recursos de las manos de los ricos por la vía fiscal para ponerlos
a rendir productivamente desde la inversión pública y generar empleo abundan-
te. De esta manera, se vuelve a legitimar al Estado capitalista como primus inter
pares frente a los demás agentes económicos. El Estado actúa como salvaguar-
da de la supuesta función social indispensable del proceso de acumulación, es
decir, la creación de empleo.

Contra esta visión tecnocrática y estatocéntrica se pueden plantear objeciones


de varios tipos. Algunas críticas remiten al momento histórico en que nace el
New Deal, siendo también válidas para el modelo que hoy se quiere asociar al

4 El término «siglo XX corto», popularizado por Eric Hobsbawm, parece que se ha establecido como la periodización
aceptada del paso del ciclo liberal británico del XIX al ciclo fordista-keynesiano americano, al menos en su fecha
inicial (1914-1991). Sobre la fecha de cierre hay menos acuerdo. La periodización puede variar dependiendo de si se
toman como referencia los hitos políticos o los económicos. E. Hobsbawm, Historia del Siglo XX, Crítica, Barcelona,
1995.
10 La solución verde

término Green. En los puntos que siguen, desglosamos estas críticas para inme-
diatamente después retomarlas en una visión actualizada que nos permita en-
tender los desajustes históricos y políticos de su reedición ajustada al contexto
contemporáneo.

I. La epopeya presidencialista. Es inevitable empezar subrayando la


crítica más consistente al mito que presenta el New Deal como resultado de la
voluntad soberana de un presidente. Por el contrario, sin la participación activa
de los sindicatos, que estaban en su punto álgido de capacidad de movilización
e influencia de las políticas de Estado, jamás habría llegado a buen puerto. Tam-
bién es cierto que Roosevelt era consciente de esta condición. Posiblemente, en
términos de modelo, la reforma más importante del New Deal fue la instauración
de la negociación colectiva obligatoria5. El sindicalismo estadounidense, depu-
rado de gran parte de la carga política del sindicalismo revolucionario europeo,
se consolidó en los sectores emergentes que, desde los años veinte, perfilaban
el modelo de la gran empresa privada y la gestión taylorista del proceso de tra-
bajo. De hecho, la necesidad de un segundo New Deal en 1935 tiene que ver
con el repunte de la lucha de clases que produjo el desempleo de masas. Mu-
chas acciones fueron promovidas por comités de desempleados que escapaban
a la disciplina de los sindicatos masivos como la AFL-CIO, pero que convergie-
ron con ellos en los objetivos. El segundo New Deal, por tanto, debe ser leído
como respuesta a las demandas de los sindicatos que, en contrapartida, debían
trasladar a los trabajadores el nuevo credo de una economía basada en la de-
manda efectiva, los aumentos sostenidos de los salarios directos e indirectos y
los seguros sociales generalizados.

II. Keynesianismo de guerra. Otra necesaria contextualización ligada


a la anterior y que enmarca el primer New Deal está relacionada con las solu-
ciones a las crisis de sobreacumulación, que suceden cuando la capacidad pro-
ductiva del capital supera su capacidad para absorber fuerza de trabajo, y por
tanto, el crecimiento de la población excedente genera una caída paralela de la
demanda. En estas fases, las guerras cumplen el papel de destruir valor hasta
hacer posible el relanzamiento de la acumulación en una escala superior sin to-
par, de forma inmediata, con los límites de la sobreproducción. La Segunda Gue-
rra Mundial fue clave para que esto sucediera tras la década de crisis económica
global posterior al crack del 29, abriendo de par en par la posibilidad a Estados
Unidos para consolidarse como hegemón global. La movilización general que
acompañó a la guerra en la economía estadounidense, con la entrada masiva de
mujeres trabajadoras en la manufactura, conllevó una situación de pleno empleo
y aumentos salariales inéditos. Este proceso determinó el contexto para que el
modelo keynesiano-fordista se consolidara como régimen de acumulación en, al
menos, dos sentidos. En primer lugar, como dispositivo para lanzar los niveles de
productividad del trabajo y crecimiento por encima de sus máximos históricos.
En segundo lugar, por la cadena de transmisión sindical; un modelo de orde-
nación social que integrará a las masas obreras en una nueva clase media que
funcionará como el pivote social y cultural de la sociedad de posguerra.

5 La National Labour Relations Act de 1935 fue la primera ley que regularizó las relaciones sindicales en Estados Uni-
dos y que marca el paso al segundo New Deal en ese mismo año. El primer New Deal (1933) se centró en la reforma
económica, monetaria y financiera, y durante el mismo también comienzan las grandes obras públicas de la PWA
(Public Works Administration). El segundo New Deal (1935) estará mucho más centrado en la gestión de la fuerza de
trabajo y la delimitación de los ámbitos de la reproducción social.
11 I. ¿Green? ¿New deal?

III. Mecanismos de exclusión. Mediante su modelo de ordenación so-


cial, el New Deal produjo una serie de efectos de inclusión/ exclusión/ subor-
dinación sobre distintos sujetos que, no por accidente, quedaban fuera del
perímetro de la militancia sindical estándar. Por un lado, la fuerza de trabajo
femenina movilizada para el esfuerzo de guerra fue en gran medida devuelta al
ámbito doméstico. El papel asignado a la mujer era el de ama de casa taylorista
y mecanizada dependiente del salario y los derechos sociales del marido6. Este
reenvío de funciones económicas centrales a la esfera del trabajo doméstico no
remunerado, incluida una fuerte tendencia a las políticas natalistas, saltaría por
los aires con la emergencia en una escala superior del movimiento feminista a
partir de 1968. Tampoco los afroamericanos fueron integrados. De hecho, fue-
ron activamente excluidos en no pocas políticas sociales y de contratación. Los
numerosos senadores y congresistas demócratas procedentes de Estados del
sur que todavía aplicaban políticas de segregación bloquearon toda posibilidad
de inclusión de la población afroamericana. Por último, el tercer vector de exclu-
sión fueron los migrantes. Roosevelt siguió la tendencia marcada por el anterior
presidente, Herbert Hoover, en la restricción de las cuotas legales de migrantes
no provenientes de las Islas Británicas o de Europa occidental. La AFL, el enton-
ces sindicato mayoritario de Estados Unidos, mantuvo una postura ferozmente
contraria a la inmigración, contribuyendo al régimen de fronteras prácticamente
cerradas.

IV. Nuevo orden monetario mundial. Una última objeción a la visión tec-
nocrática y estatocéntrica del New Deal la encontramos al enmarcar el orden
financiero de la época. La ampliación de los niveles de gasto público necesarios
para construir la demanda del Estado como un agente director del proceso eco-
nómico, una dimensión fundamental del New Deal, fue garantizada por el nuevo
orden monetario de Bretton Woods. La reestructuración del sistema de pagos
mundiales, tras el hundimiento de las divisas nacionales durante el periodo de
entreguerras y la crisis de la libra esterlina y el patrón oro, trajo las bandas de
fluctuación de las monedas en torno al patrón oro marcadas por la consolidación
del dólar como moneda de referencia mundial. En este sentido, Bretton Woods
refrendó la posición de los Estados Unidos como hegemón global del proceso
de acumulación, dotándolo de todos los beneficios en términos de emisión de
moneda que garantizan los derechos de señoreaje7. La coronación de Estados
Unidos como garante de la circulación monetaria global a través del dólar ahu-
yentó al fantasma de su posible pérdida de valor. En parte, esto ocurrió gracias
a la puesta en circulación de nuevas masas de dólares para financiar el desplie-
gue de las nuevas políticas públicas.

Todos estos elementos críticos relacionados no buscan discutir la interpreta-


ción historiográfica del New Deal, sino más bien la imagen ideológica que se ha
transmitido de aquella época basada en un momento de esplendor y apogeo de
la revolución desde arriba propiciado por la voluntad de hierro de un presidente
iluminado. Un relato que, como todas las narraciones mitológicas, recodifica el
pasado a la medida de las necesidades políticas del presente.

6 Dalla Costa, M. A., «Familia, políticas de bienestar y Estado entre progresismo y New Deal», en Dinero, perlas y flores
en la reproducción feminista, Akal, Madrid, 2009.
7 Steil, B., La batalla de Bretton Woods, Planeta, Barcelona, 2016.
12 La solución verde

1.1.2 ¿Es posible un New New Deal hoy?


Estirando este imaginario ideológico, la promesa es que la versión Green del
New Deal cubrirá las necesidades de legitimación de la maltrecha socialdemo-
cracia y de un socioliberalismo aún más lisiado. A su vez, es un relato de exce-
lencia tecnocrática que sitúa a los economistas keynesianos y poskeynesianos
en una carrera por ser la nueva capa de expertos que lideran las directrices
económicas sin fricción alguna. En otras palabras: donde había neoliberales con-
vencidos y ahora deslegitimados, toman posición los keynesianos en sus distin-
tos grados de pureza doctrinal. Sin embargo, más allá del imaginario, la realidad
plantea no pocos impedimentos a un New New Deal.

I. Expertise keynesiana anclada al siglo pasado. La imaginada toma


del aparato económico por parte de un ejército de keynesianos para traer a las
masas el credo de la demanda efectiva y los multiplicadores de la inversión se
plantea como algo del todo ajeno a las luchas sociales. Para el keynesianismo
realmente existente no tienen mayor valor aquellos elementos específicos de
cada coyuntura histórica que pueden dar forma a nuevas demandas políticas o
a versiones transformadas de las antiguas. En parte, lo que estos sesgos afirman
es que los economistas keynesianos, críticos o no, siguen siendo economistas
que llevan consigo una mentalidad de técnicos de Estado. Toda su formación
se nutre de una imagen estereotipada de expertos que conocen la verdad eco-
nómica y que la transfieren a los partidos políticos. En concreto, a los partidos
socialdemócratas o socioliberales y en forma de políticas públicas prediseñadas.
Desde esta atalaya, aseguran que la causa de la persistencia de las crisis es la
«falta de voluntad política». El verdadero mensaje que esconde este réquiem
es que los políticos son culpables de no haber elegido a quienes conocen las
verdades de la ciencia económica para diseñar sus políticas: expertos keynesia-
nos buenos frente a expertos neoliberales malos. En el caso del New Deal o del
Welfare State europeo, esta falta de espesor histórico y político del keynesianis-
mo se traduce en exigir una vuelta literal a estos modelos. Uno de los mayores
defensores teóricos del Green New Deal, Robert Pollin, en un libro anterior a
su conversión al verde8, proponía volver a las regulaciones del New Deal sin
mayor especificación adicional, como si fuera una suerte de núcleo atemporal
que encierra la verdad eterna en políticas económicas. Otros de los demandan-
tes habituales de la expertise keynesiana o neokeynesiana son los sindicatos
mayoritarios, vinculados a los aparatos de Estado. No es casualidad que exista
esta relación estrecha: los sindicatos fueron integrados institucionalmente des-
de una posición gerencialista en el proceso de acumulación y en la construcción
del modelo social fordista durante los años de concepción del New Deal y del
Welfare State. La ecuación podría resumirse tal que así: el keynesianismo doc-
trinal crea la figura del sindicato incrustado en las estructuras de Estado, que
representa al trabajo en la negociación colectiva, ahora obligatoria y convertida
en un ritual de Estado, y décadas más tarde el sindicato da vida y sostiene al
expertise keynesiano. Sin embargo, a medida que los sindicatos mayoritarios en
Europa y Estados Unidos van replegándose durante los años setenta y ochenta,
pierden legitimidad como representantes únicos del trabajo frente al capital. El
resultado es que cada vez más capas sociales son expulsadas de forma crecien-
te de ese radio de acción sindical. Entre otros motivos, esto es debido a que
sus sectores laborales de mayor afiliación –aquellos ligados a la gran industria
fordista– han vivido en una constante pérdida de empleo por la migración del

8 Nos referimos a R. Pollin, Los contornos del declive, Akal, col. «Cuestiones de antagonismo», Madrid, 2003.
13 I. ¿Green? ¿New deal?

capital a Asia. Lo cierto es que los sindicatos mayoritarios ya no tienen la capila-


ridad y la presencia social suficiente como para ser la correa de transmisión de
un gran plan de reconstrucción social. Al tiempo, la falta de capacidad analítica
de los economistas keynesianos sobre la realidad política presente hace muy
dudoso que puedan encontrar otra instancia de inserción social que no sea de
origen fordista. Desprovistos de la base social que sirva de núcleo, correa de
transmisión y soporte suficiente para sus políticas, los partidarios de un nuevo
New Deal carecen de las condiciones que hicieron posible su generalización
durante los años treinta.

II. Baja productividad del trabajo. En términos propiamente económi-


cos, no pueden ser mayores las diferencias entre un mundo arrasado en una
guerra mundial que acababa de destrozar grandes cantidades de valor y el
mundo capitalista actual, definido por una crisis de sobreacumulación casi per-
manente desde finales de los años sesenta. La destrucción provocada por la
guerra liberó espacio para un relanzamiento masivo de la acumulación a gran
escala que traería los mayores niveles de expansión material que ha conocido
el capitalismo en su historia. Uno de los fenómenos más visibles que definen
nuestro mundo frente al que surgió en el New Deal es el drástico descenso de
los niveles de productividad del trabajo en los países capitalistas centrales. La
negociación colectiva rooseveltiana y sus variantes europeas necesitaban el ex-
cedente anual que arrojaban los altísimos niveles de productividad del trabajo
para establecer el campo de las demandas posibles en la negociación por parte
de los sindicatos. Sin el terreno de los incrementos de producción regulares por
trabajador y hora como espacio preferencial para la redistribución, la relación
capital-trabajo en la negociación colectiva queda atrapada en un juego de suma
cero. Las ganancias de unos solo pueden venir de las pérdidas de otros, tal y
como ocurre en el capitalismo financiarizado en que vivimos. De hecho, si las
finanzas han hegemonizado el control político de la redistribución de recursos
interviniendo en la toma de decisiones políticas es porque son la herramienta
más eficaz que han tenido las clases dominantes para controlar la distribución y
la redistribución del ingreso y la riqueza. Desde ahí, han podido someter y des-
pués reestructurar al viejo capital industrial que, a través del cambio tecnológico
y la formación de capital fijo permanente, obtenía altísimos incrementos de la
productividad durante la fase fordista.

III. Tecnocracia ajena a los movimientos. La sordera y ceguera keyne-


siana es absoluta ante todo lo que no sea la observación de su propio saber, una
invalidez que también afecta a buena parte de los analistas políticos progresis-
tas al uso. Así, resulta muy complicada una autocrítica que les lleve a solventar
los evidentes problemas de integración de las mujeres o de los trabajadores no
blancos, por no hablar de los que genera la defensa de regímenes de fronteras
restrictivos como mecanismos de defensa del trabajador nativo. Más complicada
aún resulta una autocrítica sobre el arrasamiento de los recursos naturales y la
alteración a escala global de los procesos ecosistémicos provocados por la ex-
tenuación de las fuerzas productivas durante treinta años de políticas keynesia-
nas. Esta absoluta incapacidad del economista keynesiano para pensar más allá
de su marco teórico implica aún menos probabilidades de que su interpretación
tecnocrática del New Deal tenga alguna encarnación en lo social, pasando por
encima de los mayores vectores de luchas antagonistas a nivel global durante
el ciclo posterior a la crisis de 2008: el feminismo, el antirracismo y las luchas
migrantes. No es en absoluto necesario negar que desde posiciones de ins-
piración o abiertamente keynesianas se lanzaron algunos de los ataques más
14 La solución verde

feroces a la hegemonía neoliberal. No obstante, en una abrumadora cantidad


de casos recientes, esa aparente crítica feroz deja entrever una voluntad de
turnismo político global, con sus dos polos de expertise casi simétricos en su
oposición. De esta manera, un neoliberalismo totalmente alejado de Adam Smith
y Schumpeter daría relevo como credo tecnocrático global a un neokeynesianis-
mo en el que Keynes y Kalecki no se reconocerían.

IV. El orden de las finanzas. Por último, el entorno monetario en que se


movería hoy un nuevo New Deal está lejos del marcado por los acuerdos de Bre-
tton Woods. El régimen de bandas de fluctuación fijadas para las monedas en
torno al dólar —que aún se movía en los marcos de su valor en oro— favorecía
un sistema formado por Estados-nación con capacidad para la devaluación com-
petitiva de la moneda. Cuando una moneda se sobrecalentaba y desequilibraba
las balanzas comerciales y de pagos, se procedía a una devaluación competitiva
que volvía a poner a las empresas de un determinado Estado-nación en posición
exportadora, reequilibrando así las balanzas. Ese modelo murió sin que parezca
que vaya a resucitar en un futuro próximo. Las revalorizaciones y devaluaciones
de las monedas nacionales son decididas, o muy seriamente condicionadas, por
los mercados de divisas globales. En el caso de la Eurozona, ni siquiera hay mo-
nedas nacionales. Aquello que marca y jerarquiza los territorios desde un punto
de vista político es el valor diferencial de los bonos del Estado en los mercados
secundarios de deuda. En resumen, se desvanece un orden monetario transna-
cional que, mediante la regulación competitiva, permitía afrontar las tensiones
sobre la moneda debido a la puesta masiva de dinero en circulación para finan-
ciar las políticas de expansión fiscal de los Estados-nación. En el ordenamiento
actual, tanto las monedas como su cotización o, en el caso de la Eurozona, las
primas diferenciales sobre los bonos, están determinadas directamente por los
mercados. Más allá de los episodios de crisis de deuda soberana, los mercados
ejercen una disciplina permanente sobre el régimen de gasto público de los
Estados-nación.

El marco del New Deal no está del todo completo si, además de situar y com-
prender políticamente sus singularidades históricas frente a las del presente, no
exploramos su relación con el nacimiento de las instituciones europeas. El famo-
so Plan Marshall fue el modelo de extensión a Europa del New Deal americano.

1.1.3 La Comunidad Económica Europea como extensión del New Deal


Si en Estados Unidos la guerra fue una movilización productiva general, en Euro-
pa, principal campo de batalla de la guerra en su vertiente occidental, el resulta-
do fue un territorio arrasado y unas sociedades desarticuladas y exhaustas. Eu-
ropa era el espacio de la reconstrucción o, cabe decir, de las reconstrucciones.
Tanto era necesaria la restauración física del territorio, incluyendo muchas áreas
urbanas arrasadas, como del sistema productivo, destruido en tanto que subor-
dinado al aparato bélico. Antes de afrontar estas dos líneas de reconstrucción,
había que delinear la reconstrucción política del sistema de Estados europeos.
El mosaico de Estados-nación europeos salidos de la Primera Guerra Mundial,
en el periodo de auge del derecho de autodeterminación, quedó desbordado
en sus aspiraciones de soberanía y autodeterminación después de que la crisis
de 1929 en su versión europea lo hiciera saltar en pedazos.
15 I. ¿Green? ¿New deal?

El historiador económico británico Alan Milward9 ha desarrollado la hipótesis


más sólida acerca del nacimiento de las instituciones europeas, considerándolo
una respuesta fundamentalmente estadounidense al desplome del orden nacio-
nalista europeo de entreguerras. El Plan Marshall fue la extensión del keynesia-
nismo como modelo de organización con producción análoga al New Deal, pero
diferente en su formulación. Estados Unidos cerraba su proceso de unidad como
nación-continente ungida y designada para dirigir y organizar la fase de mayor
expansión material del capitalismo en su historia. Mientras, Europa se encon-
traba con un mosaico de Estados-nación descompuestos y con tres potencias
decadentes. A un lado la aspirante Alemania, derrotada en la guerra. Al otro
lado, los restos de los imperios coloniales británico y francés, tras haber sufrido
la mayor escala de daños por una guerra en su historia.

La solución que vehiculaba el Plan Marshall consistía en crear el Mercado Co-


mún, un área económica compartida, pero primero y ante todo comercial, que
funcionara en la esfera transnacional y desde ahí coordinara a los Estados miem-
bros. Frente a ese organismo transnacional, no había más solución que una ce-
sión de soberanía de los Estados-nación. La ampliación del Mercado Común
fue una herramienta de extensión de las condiciones para hacer viable el orden
keynesiano en términos comerciales y monetarios.

Todo el espacio europeo occidental cayó bajo el control directo de Estados Uni-
dos en la posguerra y, de forma indirecta, al marcar el paso de las condiciones
económicas globales, delimitaba las condiciones de posibilidad del bloque so-
viético en Europa Oriental. Al concebirse como un ajuste meramente tecnocrá-
tico para las nuevas condiciones económicas, los Estados-nación podían apa-
recer como los responsables políticos del nuevo crecimiento, el pleno empleo
y el consumo de masas. En última instancia, con cuerpos de altos funcionarios,
gobiernos y ordenamientos político-jurídicos, los Estados aparecían como pro-
ductores de la paz social. Sin embargo, sin las condiciones de partida garantiza-
das por la recién nacida Comunidad de las Comunidades Europeas, cada país
habría tenido bastantes dificultades para construir el modelo keynesiano por su
cuenta sin caer en la tentación de la tradicional guerra-saqueo europea entre
Estados-nación con jurisdicciones minúsculas y nacionalismos encendidos.

Precisamente, gracias al paraguas de los acuerdos multilaterales europeos, Ale-


mania pudo recibir mejor trato que en la Paz de Versalles, donde su papel eco-
nómico se redujo a pagar deudas de guerra y reparaciones a los vencedores sin
ningún límite temporal visible10. Sin un lugar para Alemania en el orden europeo
resultaba imposible imaginar ningún tipo de prosperidad. Como se ha consta-
tado después, el movimiento era de doble vínculo con una Alemania atada a
Europa y así mismo Europa atada a Alemania. La posición de los gobernantes
alemanes, en su mayoría adscritos al ordoliberalismo y diseñadores del modelo
económico de la nueva República federal, estaba clara desde el primer momen-
to11. La nueva soberanía económica alemana no podía estar subsumida en una
entidad política sin un volk común. La cesión de soberanía solo podía ser parcial

9 Milward, A., The European Rescue of the Nation-State, Routledge, Londres, 1992.
10 Keynes, J. M., Las consecuencias económicas de la paz, Alianza, Madrid, 1995.
11 No es complicado escuchar los ecos del congreso del SPD en Bad Godesberg de 1959 y sus múltiples descontentos
en el PSOE de la Transición española o en el debate más reciente entre fundis (fundamentalistas) y realos (realistas)
en el Partido Verde Alemán. Partido que emergió para desbloquear las fuerzas de transformación que el SPD había
encerrado bajo llave en Bad Godesberg y, desde el infame gobierno rojiverde de Gerhard Schröder y Joshka Fisher,
terminó siendo una versión del reformismo económico y social del SPD, menos dependiente del poder sindical cor-
porativista, que en Alemania es notable, pero igual de inocuo que el original.
16 La solución verde

y sujeta a una funcionalidad concreta que traería el bien mayor desde el punto
de vista del Estado alemán: una división continental del trabajo12.

La nueva sociedad europea era un modelo que descansaba en la creación y


sostenimiento de una oferta de empleo suficiente para absorber a la inmensa
mayoría de la fuerza de trabajo de los Estados-nación europeos. Tal era el me-
canismo central para la creación de consensos políticos internos, en su mayoría
bruñidos en un bipartidismo de democracias cristianas y socialdemocracias, al
que se sumaban los partidos comunistas, entonces eurocomunistas, en algunos
países del sur.

En la República Federal de Alemania, el congreso del SPD en Bad Godesberg de


1959 sentó lo que sería el canon de todas las actas fundacionales de la socialde-
mocracia europea: renunciar al marxismo, aceptar la economía de mercado y (la
que entonces era declaración más polémica) apoyar la propiedad privada de los
medios de producción. El SPD sellaba así su largo proceso de integración en el
Estado alemán, obviamente interrumpido por el ascenso del Tercer Reich, pero
bastante anterior a la Segunda Guerra Mundial. Los debates entre Bernstein y
Kautsky de un lado, y Rosa Luxemburg, Paul Mattick o Henryk Grossman del otro,
unos desde el aparato del partido y otros desde el «ala izquierda» consejista13,
finalmente terminaron por resolverse en los términos más cercanos a las posi-
ciones revisionistas de Bernstein14.

La aceptación de la economía de mercado se hacía a través del compromiso


con la santísima trinidad socialdemócrata: políticas keynesianas de gestión de
la demanda, Estado de bienestar y planificación parcial de la economía a través
de la nacionalización de empresas consideradas estratégicas. Unos principios
plenamente coincidentes con la idea de la llamada economía social de mer-
cado, sobre la que el ordoliberalismo construyó la República Federal Alemana.
La declaración de Bad Godesberg, vigente para el SPD hasta la Declaración de
Berlín de 1989, era sobre todo el momento de depuración final de los conside-
rados restos del ciclo de 150 años de luchas obreras en Alemania que impedían

12 El canciller Erhard, en ejercicio como ministro de economía durante el gobierno de Adenauer entre 1949 y 1963, y
luego canciller federal hasta 1966, es considerado el maestro de obra del modelo económico de la RFA y el repre-
sentante de la escuela ordoliberal de mayor perfil político; era claro al respecto: «La idea de que un mercado común
exige las mismas condiciones en la competencia, las mismas cargas, los mismos salarios, la misma jornada laboral o
los mismos costes parciales, y de que tendría que crearse un sistema de asimilaciones para conseguir la nivelación,
no puede armonizarse ni con la teoría ni con la práctica de la división internacional del trabajo». Erhard, L., Economía
social de mercado: su valor permanente, Rialp, Madrid, 1994.
13  ste enfrentamiento distó mucho de ser un elegante intercambio de posiciones teóricas sobre la obra de Marx y se
E
pareció mucho más a una guerra abierta en el seno del movimiento obrero alemán, reprimida, ya desde posiciones
plenamente de Estado, por el ala integrada del SPD, sin escatimar en asesinatos políticos y violencia disuasoria
para encuadrar a los muy dinámicos elementos revolucionarios del SPD. En el campo sindical, punto estratégico
fundamental para dirimir el carácter de la socialdemocracia alemana, se operaron las suficientes fragmentaciones y
jerarquizaciones de las categorías laborales, siendo nativos-migrantes y hombres-mujeres los dos ejes centrales de
exclusión, como para que las capas nativas alemanas masculinas accedieran a las capas de cuadros intermedios del
modelo alemán por la vía sindical, mientras categorías enteras de trabajadores que eran absorbidas por el meteórico
crecimiento de la manufactura alemana tras la Segunda Guerra Mundial quedaban encuadradas de forma subalterna
a las nuevas posiciones de mando sindical. Roth, K.H. y Ebbinghaus, A. El «otro» movimiento obrero y la represión
capitalista en Alemania (1880-1973), Traficantes de Sueños, colección «Historia», Madrid, 2011.
14 La crítica de Bernstein a Marx descansaba en la constatación, a primera vista y en el corto plazo, del carácter mate-
rialmente progresivo del capitalismo del cambio del siglo XIX al XX que, por un lado, estaba aumentando los niveles
de vida de la clase obrera y, por otro, diluyendo la propiedad privada pura en la forma socializada de la sociedad
por acciones. Evidentemente, las predicciones de Bernstein funcionan en un sentido temporal contrario a las de Karl
Marx. Las posiciones de Bernstein, que de alguna manera ganan en Bad Godesberg, fueron palpablemente correctas
en el corto plazo, pero hoy son inviables en la inmensa mayoría de sus formas, aunque los restos de las distintas so-
cialdemocracias sigan sacándoles un rédito electoral, decreciente pero aún existente. El caso de Marx es a la inversa,
en un primer momento los hechos parecían alejarse de su análisis de futuro, pero hoy son plenamente pertinentes,
eso sí, una vez depurado de añadidos estatistas y estalinistas interesados de los distintos tipos de socialismo real o
eurocomunismos. Para una revisión actual de los principios de la socialdemocracia alemana, hecha por sus propios
think tanks, véase: Bläsius, J.; Gombert, T.; Krell, Ch.; Timp, M., Foundations of social democracy, Friederich Ebbert
Stiftung, Berlín, 2009.
17 I. ¿Green? ¿New deal?

la total integración del SPD como fuerza motriz del naciente Estado de la Repú-
blica Federal de Alemania. La naturaleza social y política del Estado alemán de
posguerra, incomprensible sin tener en cuenta la fusión de facto entre ordoli-
berales, democratacristianos y la socialdemocracia reformista de base sindical
corporativista, ha sido tan poco estudiada en el resto de Europa como decisiva
en su construcción.

En los cursos del Collège de France de 1979, Michel Foucault ofrece un tempra-
no y por ello incompleto análisis de un neoliberalismo ya visible en algunos ras-
gos, pero todavía muy emergente. Foucault advierte que el problema de encaje
del Estado alemán en Europa y en el mundo no está para nada solucionado. Un
problema que es muy anterior al III Reich, al hundir sus raíces en la coexistencia
de una emergente burguesía, gobernando el modelo mercantil y manufacturero
capitalista en la parte Oeste, con las aristocracias militares de corte feudal, que
mantuvieron una segunda servidumbre en el Este a base de modelos disciplina-
rios internos15:

La historia había dicho «no» al Estado alemán. De ahora en adelante será


la economía la que le permita afirmarse. El crecimiento económico sigue
ocupando el lugar de una historia claudicante. La ruptura de la historia,
entonces, podrá vivirse y aceptarse como ruptura de la memoria en
cuanto se instaure en Alemania una nueva dimensión de la temporalidad
que ya no será la de la historia sino la del crecimiento económico.

A diferencia de Estados Unidos, en Europa ya existían bastantes mecanismos de


aseguramiento colectivo antes de la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos
estaban fijados a los dispositivos de mutualización entre trabajadores y algunas
instituciones del llamado Estado-providencia, resultado de los ciclos de luchas
de los siglos XIX y XX. El Plan Marshall, que venía rodado en la práctica del New
Deal, puso a la tecnocracia keynesiana al mando para incorporar estas institu-
ciones del protoestado de bienestar anterior a la Segunda Guerra Mundial para
un relanzamiento de la economía europea desde la perspectiva de la demanda
efectiva. Una demanda efectiva que se expandirá a partir del espacio europeo
integrado desde el punto de vista de los flujos comerciales, de capital y de fuer-
za de trabajo.

Estados Unidos puso en marcha un modelo que mezclaba los mecanismos de


aseguramiento privados en la provisión de bienes de consumo colectivo, siendo
la Sanidad pública el más prominente de ellos, con otros elementos de repro-
ducción de la fuerza de trabajo que caían dentro de la esfera doméstica del
trabajo reproductivo no remunerado. Esta particularidad estadounidense, desde
luego favorecida por unos niveles de riqueza y proyección a futuro que nunca
más volverá a tener la economía de Estados Unidos, ha sido objeto de una abun-
dante literatura comparativa entre Estados Unidos y Europa. El viejo consejista
Anton Pannekoek16 ofrece una aportación clave. Pannekoek señala que la clase
dominante americana, en la medida que no tuvo que hacer frente como clase
a los restos del feudalismo, nunca ha sabido operar como capitalista colectivo,
actitud correspondida por un sindicalismo mayoritario de carácter lobbysta y
desprovisto de elementos políticos.

15 Foucault, M., El nacimiento de la biopolítica. Cursos del College de France 1978-1979, Akal, Madrid, 2009.
16 Pannekoek, A., Workers Councils, AK Press, 2003.
18 La solución verde

La esfera doméstica se gestionó mediante una restauración del modelo patriar-


cal desde nuevas bases tecnológicas y organizativas17. Siendo el salario la única
vía de inserción social, el salario masculino debía ser lo suficientemente genero-
so como para restaurar el poder del hombre trabajador sobre la esfera domésti-
ca. El Estado keynesiano nacido del New Deal reforzaba el poder del trabajador
masculino para captar el trabajo no remunerado de la trabajadora ama de casa
femenina en el marco de la familia nuclear convencional. Para la trabajadora no
había un estatuto salarial directo sino mediado por la figura del marido.

En la escena transnacional, el indiscutible poder económico de Estados Unidos


se fue agotando a medida que Alemania, y con ella la CEE y también Japón,
fueron recortando las distancias a finales de los años setenta. La economía es-
tadounidense se volvía más vulnerable a medida que perdía terreno económico
debido a la caída progresiva de la rentabilidad de sus empresas. Como sucede
con las potencias hegemónicas en el sistema-mundo capitalista, los costes deri-
vados del papel de vigilante del orden capitalista mundial terminaron siendo una
carga demasiado gravosa. A través de diferentes dinámicas (que retomaremos
más a fondo en el siguiente capítulo) se abría paso a la solución financiera y a
una economía global dolarizada, sin referencia alguna al patrón oro.

Fue la hora de la venganza del liberalismo sobre el keynesianismo, con la in-


flación y la deuda pública como caballos de batalla. El nuevo liberalismo usó la
denuncia de la incapacidad del keynesianismo para controlar los salarios y el
gasto público. Para mediados de la década de los setenta, la socialdemocracia
europea había hecho suyos los objetivos de control salarial y austeridad. La cor-
ta vida del intento keynesiano de François Mitterrand en 198118 vino a consolidar
el No Hay Alternativa para las socialdemocracias europeas, quedando atadas
a sus compromisos de fase y condenadas a repetir el programa económico y
político con la trinidad keynesianismo-welfare-nacionalización parcial, un mantra
ya desvinculado de sus condiciones sociales de posibilidad. Mientras, el neoli-
beralismo ascendente aspiraba a destruir esos mismos compromisos que sus
predecesores liberales aceptaron a regañadientes y por el camino desvincular-
se, no ya de sus acuerdos puntuales, sino de sus criaturas políticas temporales
como las medidas intervencionistas y arancelarias.

Sin embargo, Europa languideció durante toda la larga crisis iniciada en 1973 y
que duró hasta los primeros ochenta. En esos años se encabalgan las victorias
de Mitterrand en Francia y de Thatcher en Reino Unido, abriendo el escena-
rio europeo a nuevos poderes nacionales que llevaron a la esfera continental
debates inéditos en la década anterior, en la que Europa, muy golpeada por la
profundidad de la crisis, apenas pudo mantener en pie la Política Agraria Co-
mún. La caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana favorecieron que se
aceptase como inevitable la muerte paulatina del gigantesco aparato del Wel-
fare State europeo, dando paso a la privatización por etapas (pero irreversible)
de cuantos se consideraban activos públicos desmercantilizados. En este caso
(y aquí reside la inversión del sentido común antes dominante) ello no ocurre
por una confianza en la economía salarial privada como mecanismo capaz de
proveer la demanda efectiva de sanidad, los fondos de pensiones, la educación
o la vivienda a precios de mercado, como sucedía en los Estados Unidos del

17 Para una visión clarividente: Mª Fernanda Rodríguez, «Ideología de género y estrategias políticas de clase en el auge
de los fascismos: el caso de EE. UU.», en Familia, raza y nación en tiempos de posfascismo, Fundación de los Comu-
nes, Traficantes de Sueños, Madrid, 2020.
18 Attali, J., C’était François Mitterrand, Fayard, París, 2006.
19 I. ¿Green? ¿New deal?

New Deal, sino como un nicho de negocio para unas finanzas ávidas de unos
beneficios que no encuentran en los ciclos industriales.

El tratado de Maastricht de 1992, que da nacimiento a la Unión Europea, ratifica


el proceso de puesta en marcha del euro y del Banco Central Europeo, dando
el visto bueno a la elevación del control presupuestario, el control salarial, las
privatizaciones y los recortes del Welfare State al rango de normas fundaciona-
les. Las políticas de austeridad proveen la línea económica central de la Unión
Europea post-Maastricht, firmemente asentada en principios bastante ajenos a
los del Plan Marshall. En este caso, quien se venga de su archirrival Keynes es
el gurú austriaco del liberalismo económico, F. A. Hayek. En su panfleto Camino
de servidumbre19, Hayek advierte que ningún orden transnacional es democrá-
tico, pero son necesarios órdenes transnacionales (no democráticos) para que
las políticas económicas neoliberales no estén sometidas al capricho de los Es-
tados-nación y su leviatanesca persecución de la libre empresa. Algo bastante
parecido a lo que unos cuantos altos funcionarios y políticos profesionales, cre-
cidos y desarrollados en el marco del New Deal Europeo, firmaron en Maastricht.

1.2 ¿GREEN? KEYNESIANISMO,


ECOLOGISMO Y ANTROPOCENO
Una vez puesto el New Deal en su contexto histórico, y trazada su relación indi-
sociable con la corriente económica keynesiana, queda situarlo frente al Green,
el otro término de la ecuación. En principio, pocas corrientes económicas y políti-
cas son tan opuestas como ecologismo y keynesianismo. Por ese motivo y como
parece lógico, para recorrer la relación Green-New Deal resulta útil empezar por
enfrentar ecologismo y keynesianismo.

1.2.1 Los límites ecológicos del New Deal


Sin margen de comparación con otras, el keynesianismo es la corriente que ha
producido un mayor y más rápido crecimiento de las fuerzas productivas. Si hu-
biera que resumir el objetivo y el método del keynesianismo bien podría ser a
partir de su ciclo virtuoso. En primer lugar y como principal premisa, que haya el
suficiente dinero en circulación para poder usar hasta el extremo la capacidad
productiva social. Cumplida esa premisa, el ciclo continúa absorbiendo toda la
demanda social de trabajo. Por último, a partir del incremento de nuevas mer-
cancías que se enfrentan a una nueva masa salarial en ascenso y que las absor-
be, el círculo virtuoso keynesiano se cierra con la vuelta del dinero en forma de
inversión ampliada. La crítica ecológica de la economía, por su parte, defiende
que sin una integración de los procesos económicos en las dimensiones que
permite la biosfera, el capitalismo supera necesariamente los límites de capaci-
dad del planeta, haciendo imposible sostenerlo en el tiempo. El aumento expo-
nencial en el uso de materiales y energía lleva al agotamiento de los recursos
y a la destrucción de los ecosistemas (evidentemente también de los urbanos).

Comparar ambas posiciones pasa por recalcar que para el keynesianismo la


sola noción de límites a la producción resulta problemática, y normalmente,
de admitir la existencia de límites se sitúan en la esfera interna del proceso de

19 Hayek, F. A., Camino de servidumbre, Alianza, Madrid, 1996.


20 La solución verde

acumulación, allí donde se enfrenta con las normas administrativas concretas.


Pero la noción de límite exterior es totalmente ajena al keynesianismo. No hay
más límite que los marcados por la disponibilidad de liquidez, las interrupciones
del proceso de producción y las malas regulaciones que sitúan al proceso eco-
nómico en algún punto subóptimo. Puede haber errores en la regulación, en los
Bancos centrales o en el proceso tecnológico, pero el planteamiento en sí no
conoce fallo. En realidad, esto es algo que el keynesianismo comparte formal-
mente con el neoliberalismo más puro: las crisis se deben a que las instituciones
y las administraciones no han sido suficientemente liberales (o, dado el caso,
keynesianas). El New Deal, con su tendencia a construir miles de presas y a
drenar los acuíferos hasta secarlos para irrigar el desértico Dust Bowl, tampoco
parece el modelo de políticas públicas preferido por los militantes ecologistas.

Dicho fácil: para el keynesianismo la naturaleza no existe. Se tendrá que generar


un sistema de pagos compensatorios «a la naturaleza» para que quepan fenó-
menos de agotamiento o destrucción de recursos en su sistema. Sistema en el
que simple y llanamente solo los números, preferentemente los asociados al
dinero fiduciario, tienen y producen realidad. Poco sorprende entonces que el
concepto económico más criticado por los distintos ecologismos sea un invento
keynesiano. Se trata de la medida del crecimiento a partir de los movimientos
del PIB calculado por las oficinas estadísticas nacionales a partir de la metodo-
logía de la Contabilidad Nacional (y que designa el valor del flujo de bienes y
servicios anual, trimestral o en otras fases temporales).

El PIB es un indicador de velocidad, no de dirección. Es una medida incapaz de


dar cuenta del perjuicio que causa a la sociedad la producción de esos valores
monetarios que cuando son positivos se contabilizan con gran exactitud, pero
que no se ven cuando son negativos. Resulta útil acudir a ejemplos de libro de
texto para medir el nivel de ceguera. En un accidente masivo al que llega una
ambulancia pagada, el PIB nos dice que es una situación de crecimiento econó-
mico por el flujo de dinero que genera la ambulancia. Si una mujer cobra por su
trabajo en el ámbito doméstico su actividad se registra en el PIB, pero si no reci-
be remuneración no queda registrado y su trabajo, que sigue siendo el mismo,
simplemente no ha ocurrido. Por supuesto, el PIB tampoco registra la destruc-
ción de ecosistemas, la contaminación de aire, agua y suelo o el agotamiento de
los recursos minerales de la corteza terrestre. Para el PIB, herramienta keynesia-
na por excelencia, unos misiles o un producto tóxico letal son deseables social-
mente porque son dinero. No hay más dirección que la marcada por el dinero.

1.2.2 El eterno retorno del malthusianismo


El error de confundir valor y precio es algo expresado en prosa o en verso por
una tradición política que va desde Aristóteles a Machado. El riesgo ligado a los
intercambios monetarios, al ocultar la base biofísica y social que los hace posi-
bles, es algo posiblemente conocido desde las primeras economías monetariza-
das. Incluso es probable que se haya sabido mejor en esas primeras economías
que en el capitalismo financiarizado actual. Pocas formulaciones tan clásicas
como la de Polanyi en La gran transformación cuando define trabajo, tierra y
dinero como las mercancías ficticias que, al entrar en la órbita del mercado, infli-
gen heridas profundas o de muerte a las sociedades sometidas al capitalismo20.

20 Polanyi, K., La gran transformación, La Piqueta, colección «Genealogía del Poder», Madrid, 1986.
21 I. ¿Green? ¿New deal?

En su larga disquisición filosófica sobre el fetichismo de la mercancía21 con la


que abre El capital, Marx aclara que al decir capital se refiere a la producción so-
cial, primero enajenada y privatizada y después fetichizada en forma de dinero,
perdiéndose las huellas de la producción en la equivalencia general. En última
instancia, estas mutaciones del capital confieren un poder nunca visto a una
parte de los seres humanos sobre otros, lo cual remite a una dominación sobre
el trabajo y la energía también inauditas.

El ecologismo, en su despegue posterior a 1968, entró de lleno en la tradición


materialista de desvelamiento de la ruptura originaria con la tierra que suponen
las economías de mercado capitalistas. Sin embargo, el ecologismo nunca ha
terminado de librarse del malthusianismo desde el que irrumpió en los años
sesenta, avisando de los peligros del exceso de población. Una tradición que
nace en el Primer tratado sobre la población de Malthus, centrado en denunciar
la existencia de un excedente demográfico que crece más rápido y no puede
ser abastecido por la capacidad productiva agrícola. El meteórico crecimiento
de la productividad agrícola al poco de escribir Malthus a finales del siglo XVIII
y comienzos del XIX deja claro que sus escasas luces no han sido obstáculo
para que su apenas disimulada demonización de los más pobres vuelva a pre-
sentarse en la forma de una necesaria escasez de recursos provocada por el
excedente poblacional. De hecho, cada cierto tiempo la filiación malthusiana
vuelve a primer plano dentro de los múltiples enfoques que hoy componen el
ecologismo político. Ahora bien, no solo el malthusianismo estuvo presente en
la primera oleada de contribuciones a la ecología política. Primavera silenciosa,
la clásica obra pionera de Rachel Carson, señalaba de forma nítida hacia los
intereses económicos y empresariales como responsables del envenenamiento
del suelo, el aire y el agua por el uso masivo de insecticidas y otros plaguicidas.
En el fondo, era tanto como denunciar las razones económicas que guían la
corrosión y destrucción de los ecosistemas que hacen posible la vida humana22.
Conclusión que, en síntesis, bien podría representar una hipotética declaración
fundante del Antropoceno.

En el momento en que se publicó Primavera silenciosa, la entonces emergente


ecología no era antropocenista, sino sobre todo malthusiana. A veces por sí mis-
mo y otras en hibridación con los enfoques del Antropoceno, el malthusianismo
ha seguido haciendo apariciones más o menos puntuales en los planteamientos
de una parte no pequeña del movimiento ecologista. Basta recordar los éxitos
editoriales en los años sesenta de Paul y Anne Ehrlich que alertaban sobre la ne-
cesidad del control demográfico frente al crecimiento «excesivo» de la población
mundial. No ahorraban en argumentos, fácilmente interpretables desde el auto-
ritarismo, al sugerir que se debía «tener control de la población doméstica, con
suerte a través de un sistema de incentivos y sanciones, pero por compulsión si
los métodos voluntarios fallan. Debemos usar nuestro poder político para impul-
sar a otros países a ejecutar programas que combinen el desarrollo agrícola y el
control de la población»23. Es decir, todo un programa con tintes de exterminio
que para desarrollarse no necesita menos que el poder absoluto.

21 Marx, K., El capital, libro I, FCE, México, 1949.


22 Carson, R., Primavera silenciosa, Crítica, colección «Clásicos de la Ciencia y la Tecnología», Barcelona, 2010.
23 Especialmente Ehrlich P. R., Ehrlich A. H., The population bomb, Pan, Londres, 1971. En artículos más recientes, conti-
nuaron trabajando sobre las mismas hipótesis, relacionando sobrepoblación y colapso, véase: Ehrlich P. R., Ehrlich A.
H., «Can a collapse of global civilization be avoided?», Proc R Soc B 280: 20122845, 2013.
22 La solución verde

Otro ejemplo de la época es el tan famoso como disparatado artículo de Ga-


rret Hardin «La tragedia de los bienes comunes»24, donde confunde «propiedad
comunitaria» con «libre acceso a los recursos» para terminar proclamando que
«lo que es de todos no es de nadie». Un canto a la propiedad privada que ni los
economistas de la escuela neoclásica austriaca se atrevieron a entonar. En esta
constelación, entonces emergente, resultaba relativamente complicado dar un
paso más allá de la visión basada en una humanidad ciega de sus conexiones
entre sí y con la tierra que se envenena sin saberlo. Fuera de foco quedaba la
mirada sobre una crisis ecológica estructural resultado del sometimiento al be-
neficio que impone el capitalismo a la tierra, el trabajo y el dinero, antes arreba-
tados a lo social y a lo comunitario. La reproducción del poder de los capitalistas,
beneficiarios últimos de este modelo de explotación, quedaba camuflada en una
visión donde la «humanidad» o «población» no añadían más matices.

El malthusianismo y sus variaciones no tienen el menor interés en recorrer el


camino de la reconstrucción de tierra, trabajo y dinero como dimensiones que
anidan en el corazón de comunidades y sociedades. Validando lo inmediato,
ahondan la brecha entre la noción culturalmente convencional de «lo natural» y
lo que en general se entiende como «sociedad» o «economía». En su mayoría
herederas de las ciencias naturales, este tipo de posiciones suelen utilizar ver-
siones extraordinariamente planas de lo que excede sus ámbitos académicos.
No es casualidad que Paul Ehrlich fuera entomólogo. En tales codificaciones
de lo social, la crisis ecológica se resuelve de forma similar a, si en lugar de un
exceso de personas, se hubiera detectado una plaga de pulgones, garrapatas o
langostas. Sean humanos o insectos, el excedente debe ser eliminado hasta que
la causa del mal vuelva a unas dimensiones moderadas. El propio Hardin, tras
plantear la falsa disyuntiva entre propiedad privada o destrucción del recurso,
reclama un Leviatán que evite los desastres de la propiedad comunal y su gue-
rracivilismo, entrando de lleno en el terreno del autoritarismo político25.

La cuestión de fondo es que enfoques como los de Ehrlich o Hardin, que en el


ámbito académico se descartarían por su absoluta falta de rigor26, persisten aún
vivos a pesar de su inconsistencia epistemológica, histórica y empírica. La ex-
plicación de su perseverancia es que sus planteamientos «científicos» designan
posiciones políticas que siguen vivas, pertenecientes tanto a las tradiciones fas-
cistas y conservadoras como a las liberales y comunistas, aunque estas últimas
sean menos ingenuas en la designación de quién es «población superflua». Solo
pedir que se abstraigan factores de clase, raza y género para considerar fría-
mente el problema de la superpoblación supone subir el primer eslabón hacia la
apología del dominio, la explotación y el exterminio.

Una segunda posición, el Antropoceno, se sitúa en el punto marcado por Pri-


mavera silenciosa al señalar hacia unos seres humanos ciegos a los efectos no
deseados del uso del dinero sobre la tierra y sus consecuentes relaciones inter-
nas y causalidades externas. Designa un conflicto entre el dinero como función
de las relaciones humanas, desvinculado del capital entendido como relación
de dominio y explotación, y la lógica de la biosfera, de la que forman parte esos
mismos seres humanos.

24 Hardin, G., «The tragedy of the commons», en Science, 13 de diciembre de 1968, vol. 162, issue 3859, pp. 1243-1248
25 Citado en E. Ostrom, El gobierno de los bienes comunes, FCE, México, 1990.
26 La crítica más concluyente desde los parámetros de la academia a Garret Hardin es la de Elinor Ostrom en El go-
bierno de los bienes comunes. Ostrom parte de los propios principios del rational choice para extenderlos en su
análisis sobre la perseverancia histórica de instituciones de acción colectiva que gestionan recursos bajo sistemas
mancomunados, ibid.
23 I. ¿Green? ¿New deal?

Aquí empieza la crítica ecológica de la economía, siempre dentro de unos lími-


tes de «lo económico» marcados por las divisiones académicas. La crítica del
dinero como función social que nos ciega frente a la destrucción de la natura-
leza encaja perfectamente como crítica al dinero hiperfuncional de la economía
keynesiana. Para esa doctrina, el dinero es el único medio posible para lanzar al
máximo el desarrollo de las fuerzas productivas y, al tiempo, producir empleo en
las cantidades necesarias para legitimar todo el modelo.

1.2.3 Antropoceno, un antropocentrismo renovado


El Antropoceno resalta la influencia determinante del comportamiento humano
sobre la Tierra y en base al dominio de esa acción constituye una nueva era
geológica. En la medida en que una posición política asume una unidad de la
acción de los seres humanos sobre sí mismos o sobre sus condiciones materia-
les de existencia aparece el sujeto «sociedad» o «humanidad». Ya se asuma una
u otra posibilidad, estos enfoques se mueven en el terreno de una mistificación
cuasiteológica, donde no es difícil reconocer al uno omnipotente llamado Dios.

Siguiendo el planteamiento unitario, resulta tentador pensar que la humanidad


está dinamitando la vida en la Tierra o que el capital entendido como metáfora
de la humanidad actúa como una fuerza ciega y desinformada sobre la esfera
prístina de lo natural. Tal separación entre Naturaleza y Sociedad ha sido la fór-
mula seguida por los estudios medioambientales. Sin embargo, el diagnóstico
materialista sobre esta cuestión es del todo diferente, en esencia por cuatro
motivos concatenados que exprimen la crítica al Antropoceno.

I. La relación capital-naturaleza. «La naturaleza» que «la humanidad»


está explotando y agotando, y que al parecer desencadena su venganza en
forma de desastres ecológicos, está en realidad internalizada en la circulación
y acumulación de capital. Lo cierto es que el capitalismo es un sistema ecológi-
co en constante funcionamiento y evolución dentro del cual tanto la naturaleza
como el capital se producen y reproducen continuamente. Tal sistema, que no
está preñado de sustancias («la naturaleza», «la humanidad», «el capital») sino
de relaciones, se construye a partir de la unidad contradictoria de capital y na-
turaleza. Si hay problemas graves en la relación capital-naturaleza se trata de
una contradicción interna y no externa al capital. Por ejemplo, el huracán Katrina
supuso en Estados Unidos, y en cierta medida también en el resto del mundo,
un punto y aparte. La evidencia de la devastación de los barrios más pobres y
afroamericanos de Nueva Orleans fue trayendo a primer plano una interpreta-
ción de las catástrofes naturales como fenómenos sociales y políticos, hasta en-
tonces circunscrita a la geografía radical. En este ámbito, Mike Davis, uno de los
primeros autores que buscó el punto de análisis histórico sobre los fenómenos
naturales en su monumental Los holocaustos del fin de la era victoriana tardía,
avanzó una interpretación singular de las enormes hambrunas que asolaron a
finales del siglo XIX al Raj británico en la India. Interpretación también del des-
ajuste en los sistemas hidrológicos en las grandes cuencas de irrigación chinas
que provocaron el multitudinario levantamiento Taiping (1851-1864) en las tierras
interiores de China del sur y la impresionante rebelión popular de los llamados
Boxers (nombre puesto por los ocupantes ingleses a los rebeldes por su conoci-
miento de las artes marciales) contra las potencias ocupantes extranjeras en las
tierras interiores del norte de China entre 1899 y 1901.
24 La solución verde

Mike Davis analiza simultáneamente las estructuras del poder colonial en Asia
y los patrones de circulación atmosférica conocidos como El Niño y La Niña,
para concluir que los cambios en los regímenes de precipitación debidos a am-
bos fenómenos no bastaban per se para explicar las hambrunas. Las tácticas de
desabastecimiento intencionales del Imperio británico rompieron la economía
de subsistencia del subcontinente, que garantizaba unos mínimos de control
de los campesinos sobre sus condiciones de vida. La hambruna fue el método
utilizado para introducir el régimen de producción de la aldea de la India en el
mercado mundial, o lo que es lo mismo para suprimir cualquier poder sobre las
condiciones de vida materiales de la aldea. Según Davis fue la conjunción inte-
resada de ambos elementos, históricos y ecológicos, lo que produjo el fenóme-
no hambruna; y fueron las elites coloniales capitalistas quienes sacaron rédito
político de él27.

II. El capitalismo es una forma de organizar la naturaleza. Como se-


ñala Jason Moore28, el capitalismo produce naturaleza o es una forma de organi-
zar la naturaleza. En el último medio siglo, la división internacional del trabajo, la
financiarización de la economía o la introducción de servicios públicos o bienes
comunes en la lógica de mercado han producido una «naturaleza histórica». Hay
paisajes y formas de vida integradas en las burbujas inmobiliarias y en cada
arreglo espacial. Dicho de otra manera: en la medida que la temperatura mundial
crece debido a los procesos de mercantilización, comercialización y consumo,
eso trae consigo un metabolismo específico. Vivimos en un ecosistema produci-
do a partir de las soluciones diseñadas por las fuerzas capitalistas y los pactos en
los que han tomado parte para alcanzar un imposible en su intento de equilibrar
la unidad contradictoria capital-naturaleza sin dejar de producir beneficios priva-
dos. Es un ecosistema a pesar de no ser armónico, sostenible o autorreparable
en una escala cada vez mayor (y esta es la denuncia medioambientalista basada
en los resultados de la investigación ecológica). Para designar las diversas fases
cuya sucesión forma la historia del capitalismo, Nancy Fraser propone el término
«regímenes de acumulación socioecológicos», que se diferencian entre sí por
dónde establece cada uno la línea entre economía y naturaleza y por el modo en
que efectúan esa división. Siguiendo a Fraser, la trayectoria histórica de la con-
tradicción ecológica del capitalismo abarca cuatro regímenes de acumulación
que, en cada caso, han producido una «naturaleza histórica» específica: la fase
capitalista mercantil (siglo XVI y el XVIII), el régimen colonial-liberal (durante el
siglo XIX hasta comienzos del XX), la fase dirigida por el Estado (segundo tercio
del siglo XX), y el actual régimen de capitalismo financiarizado29.

III. Una acción humana muy particular. No es la humanidad quien ac-


túa de manera coordinada en el diseño de cada naturaleza histórica. La cate-
goría «humanidad» no designa más que a un sujeto abstracto e indefinido al
cual solo es posible formular como agente unificado si se ignora el conjunto de
relaciones de poder que lo atraviesan. Sin embargo, también esa unidad etérea
y homogénea que descansa de manera armoniosa dentro de «la humanidad» es
la médula espinal de los enfoques ecologistas que tipifican nuestra época como
Antropoceno. El término se acuña en un artículo del premio nobel P. J. Crutzen

27 Davis, M., Los holocaustos de la era victoriana tardía, PUV, Valencia, 2006. Fue también Mike Davis quien apuntó
a una línea menos conocida, pero desde luego también más orientada a un análisis propiamente político, de fusión
entre el espacio de las ciencias sociales y naturales en su reivindicación del proyecto de historia climática del histo-
riador francés de la escuela de Annales, Emmanuel LeRoy Ladurie. Davis, M., «Tomándole la temperatura a la historia:
las aventuras de Leroy Ladurie en la Pequeña Edad de Hielo», en New Left Review, n.º 110, mayo-junio de 2018.
28 Moore, J. W., El capitalismo en la trama de la vida, op. cit.
29 Fraser, N., «Los climas del capital», New Left Review, 127, marzo-abril de 2021.
25 I. ¿Green? ¿New deal?

publicado por la revista Nature en el año 2002, en el que tras enumerar una
serie de impactos «antropogénicos» sostenía que:

Nos parece más que apropiado subrayar el papel central de la


humanidad en la geología y la ecología proponiendo el uso del
término Antropoceno para la época geológica actual. [...] Asignar
una fecha más específica al inicio del Antropoceno parece algo
arbitrario, pero proponemos la última parte del siglo XVIII, aunque
somos conscientes de que se pueden hacer propuestas alternativas
(algunos pueden incluso querer incluir todo el Holoceno). Sin
embargo, elegimos esta fecha porque, durante los dos últimos
siglos, los efectos globales de las actividades humanas se han hecho
claramente perceptibles. Este es el periodo en el que los datos
recuperados de los núcleos de hielo glacial muestran el comienzo
de un crecimiento de las concentraciones atmosféricas de varios
«gases de efecto invernadero», en particular el CO2 y el CH430.

En 2011 Crutzen, junto a otros proponentes del término, lo ponen al día y pro-
ponen formalmente su adopción para designar una nueva era geológica que
seguiría al Holoceno31:

Hasta ahora el concepto del Antropoceno se ha limitado casi


enteramente a la comunidad de investigadores. ¿Cómo será percibido
por el público en general y por los líderes políticos o del sector privado?
Si el debate sobre la realidad del cambio climático antropogénico
supone un indicio, el Antropoceno será un concepto muy difícil
de aceptar para muchas personas. Cada vez se reconoce más el
aumento del escepticismo climático, no como un debate científico
sobre pruebas y explicaciones, sino más bien como un debate
normativo profundamente sesgado por las creencias y los valores (y,
ocasionalmente, por un cínico interés propio). El escepticismo climático,
o más apropiadamente la negación del cambio climático contemporáneo
y/o sus causas humanas es, en muchos casos, un ejemplo clásico de
«disonancia cognitiva»; es decir, cuando se presentan hechos que
desafían una creencia profundamente arraigada, el creyente se aferra
aún más fuertemente a sus creencias y puede comenzar a hacer
proselitismo ferviente ante otros a pesar de la creciente evidencia
que contradice la creencia. Esta respuesta puede ser aún más
pronunciada en el Antropoceno, cuando se cuestiona directamente
la noción de «progreso» humano o el lugar de la humanidad en el
mundo natural. De hecho, los sistemas de creencias y los supuestos
que sustentan el pensamiento económico neoclásico, que a su vez
ha sido uno de los principales impulsores de la Gran Aceleración, se
ven directamente desafiados por el concepto del Antropoceno.

30 Crutzen, P. J., «Geology of mankind», en Nature, 415, 23 de enero de 2002.


31 Crutzen, P. J.; Grinevald, J.; Steffen, W. y McNeill, J., «The anthropocene: historical and critical perspectives», en
Philosophical Transactions of The Royal Society A Mathematical Physical and Engineering Sciences, 369(1938), pp.
842-67, marzo de 2011.
26 La solución verde

El aliento que hay detrás de estas palabras es claramente político y transforma-


dor: no es ese punto el que estaría en juego. Sin embargo este párrafo, como
ejemplo típico de muchos otros, se halla lejos de cuestionar las posiciones clási-
cas del expertise en el organigrama de los Estados capitalistas occidentales. El
experto informa de una realidad futura desconocida por la inmensa mayoría de
la población, a quien convertida en opinión pública se informa para que, final-
mente, el político decida. Una separación que resulta hoy tan simplona y esque-
mática como desde sus formulaciones tempranas. El científico es quien habla
por la Tierra y se convierte en voz de los objetivos políticos de los movimientos
ecologistas. Un esquema que ha dado lugar a que los movimientos ecologistas
tengan tendencia al lobbysmo en su presión directa a las autoridades estatales
competentes. Lejos de resultar una debilidad, este permanente contacto con «la
mejor ciencia disponible» y su traducción para presionar a los gobiernos ha sido
uno de los puntos fuertes históricos del movimiento ecologista. A su vez, aunque
de forma contraria, uno de sus puntos más débiles ha sido traducir al lenguaje
de la práctica política transformadora esas mismas conclusiones de los expertos.

Desde una aproximación meramente descriptiva, no hay la más mínima duda


respecto a la responsabilidad humana en la destrucción acelerada de la biosfera
y muy particularmente en el cambio climático. La confusión empieza tan pronto
se pasa por alto que se trata de una acción humana muy particular, moldeada
por relaciones de poder donde unos grupos sociales con intereses particula-
res, privilegiados políticamente, someten sistemáticamente a otros seres vivos
humanos o no humanos para ampliar y perpetuar su posición dominante. Es
ilustrativo que el propio Crutzen en su artículo originario cita el crecimiento ab-
soluto de la población como primer factor de desestabilización siguiendo la más
pura tradición malthusiana32. Por el contrario, entre 1820 y 2010 las emisiones
mundiales se multiplicaron por 654,8 mientras la población se multiplicó por 6,6
en el mismo periodo. No parece que entre el crecimiento de la población y el
incremento de las emisiones exista una relación causal33.

IV. La ahistoricidad es otro elemento problemático del enfoque del


Antropoceno. Esta era geológica comienza a partir de determinados niveles
de crecimiento de la población y del consumo de recursos y energía. De esta ma-
nera, se vincula a nociones como Revolución Industrial, un término relativamente
neutro de las ciencias sociales en tanto que describe cambios perceptibles a
primera vista en las fuerzas productivas, pero sin entrar en las relaciones de
poder que están detrás de la tecnología incorporada a la producción. Grinevald
y Crutzen, por su lado, sitúan en la segunda mitad del siglo XX algo llamado la
Gran Aceleración que coincide con el despliegue del fordismo-keynesianismo y
recoge un aumento exponencial de todos los indicadores de desgaste y deterio-
ro ambiental. El caso es que ni en Revolución Industrial ni en Gran Aceleración
hay rastro alguno de las fuerzas sociales que les dieron forma, ni tampoco se
expresa que fueron el resultado de cambio alguno en la dinámica capitalista.
Tales nociones pretenden explicarnos que la especie humana en su culto al pro-
greso ilimitado y a la economía de mercado actúa como una sola fuerza sobre

32 Monbiot, G., «Population panic lets rich people off the hook for the climate crisis they are fuelling», en The Guardian,
26 de agosto de 2020: «La fórmula para calcular la huella ambiental es sencilla, pero ampliamente mal entendida:
Impacto = Población x Riqueza x Tecnología (I = PAT). La tasa global de crecimiento del consumo, antes de la pande-
mia, era del 3% anual. El crecimiento de la población es del 1%. Algunas personas asumen que esto significa que el
aumento de la población tiene un tercio de la responsabilidad del aumento del consumo. Pero el crecimiento de la
población se concentra de manera abrumadora entre las personas más pobres del mundo, que apenas tienen A o T
para multiplicar su P. El uso de recursos adicionales y las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por el
aumento de la población humana son una fracción diminuta del crecimiento del consumo».
33 Malm, A., Capital fósil, Capitán Swing, Madrid, 2020.
27 I. ¿Green? ¿New deal?

el medioambiente. A ese respecto, la respuesta de Andreas Malm es del todo


oportuna34: «Ningún ser humano ha formado parte de la extracción a gran escala
de combustible fósil para la satisfacción de fines de subsistencia. Más bien, la
noción misma de combustible fósil presupone la producción de mercancías y el
trabajo asalariado o forzoso».

En conclusión, si nuestro empeño es organizar una política transformadora, ase-


gurar que la responsabilidad del cambio climático es de origen humano o an-
tropogénica oscurece más que explica, en la medida que malinterpreta los con-
flictos de fondo y diluye las relaciones de poder que entran en juego. Términos
como «humanidad» y «sociedad» actúan como fetiches teológicos que camuflan
la explotación y el dominio sistemático integrados en un proceso de acumu-
lación de capital que necesita reproducir y extender sus relaciones de poder.
Supone la reproducción del régimen de propiedad que articula la dominación
del capital sobre las fuerzas productivas, sean estas salariales, biofísicas o re-
productivas. Por eso, incluso el término «capitalismo» expresa una realidad vaga
cuando remite a un simple modelo de intercambio más o menos desigual. Desde
la perspectiva del capital como entidad política dominante, en cambio, no se
pasa por alto que «naturaleza» es sinónimo de apropiación de energía y trabajo
no remunerado de igual forma que «sociedad» y «humanidad» son extracción
sistemática de plusvalor.

1.2.4 E
 conomía ambiental y economía ecológica:
el debate en el corazón del Antropoceno
El modelo keynesiano que dio forma a la economía global de posguerra implica-
ba una suerte de aceleración del proceso productivo capitalista que provocaba
frecuentes saltos de escala ligados a una altísima erosión de los ecosistemas;
una intensidad gradual que se vincula tanto a la producción y el consumo como
a los modelos de despliegue geográfico de las grandes empresas transnaciona-
les oligopolistas, en su mayoría estadounidenses. Por sí mismo, el keynesianis-
mo es incapaz de considerar variables externas a lo monetario que funcionen
como límite a este proceso, ya sean ambientales o de cualquier otro tipo. Frente
a las primeras críticas ecológicas consistentes, la ciencia económica dominante
de raíz keynesiana respondió con la Curva Ambiental de Kuznets. En homenaje
a Simon Kuznets, el inventor de los sistemas de Contabilidad Nacional, esta pro-
puesta defiende que el crecimiento del PIB, al generar mayor ingreso y mayor
empleo, a corto plazo facilita las condiciones de la emergencia de problemas
ambientales, pero a largo plazo también permite su resolución mediante el uso
de ese ingreso extra para atenuar los síntomas de la crisis ecológica.

Años antes, Alfred Marshall35, uno de los fundadores de la economía contempo-


ránea y profesor en Cambridge de Keynes y Pigou, definió las «externalidades»
para referirse a los fenómenos económicos relacionales que se producen entre
el output de algunas empresas y los inputs de otras. Cuando el output de un
grupo de empresas impacta de forma negativa o positiva en los inputs de otras,
se habla de externalidades. Describen el efecto negativo o positivo de la pro-
ducción o el consumo de algunos agentes económicos sobre la producción o
consumo de otros agentes, sin que los segundos realicen ningún pago o cobro

34 Malm, A., «The origins of fossil capital: from water to steam in the British cotton industry», en Historical Materialism,
n.º 21.1, 2013, pp. 15-68.
35 Marshall, A., Principios de Economía, Síntesis, Madrid, 1986.
28 La solución verde

a los primeros. Son consideradas «externas» en tanto influyen sobre el sistema


de precios sin estar contabilizadas en tal sistema.

Karl William Kapp, procedente de la corriente de la economía institucionalista36,


da un giro a la noción de externalidades planteando que el modelo capitalista
solo resulta viable porque es una máquina de desviar los costes de las empresas
y de la economía privada hacia el conjunto de la población. En parte, Kapp des-
vela que «externalidades» es un término adecuado para su uso político, pero no
por estar asociado a economías externas, sino porque borra el origen interno a
las empresas de esos impactos. Es decir, externalidades es un concepto útil po-
líticamente por cuanto define a un sistema económico que busca ocultar aquello
que en buena parte le sostiene. A partir de esta premisa, el economista británico
Arthur Pigou37, en una aportación pionera para lo que en adelante será recono-
cido como economía ambiental, plantea la internalización de las externalidades,
es decir, la necesidad de rehacer las cuentas empresariales (y sociales) para que
incluyan los verdaderos costes de la actividad económica. El ingreso generado
por la internalización funcionaría como una suerte de pagos a la naturaleza, simi-
lar al salario directo sobre el trabajo o, de forma más rigurosa, jugando el mismo
papel que el salario indirecto. Toda la teorización sobre los tributos ambientales
surge a raíz de este punto.

Podríamos decir que la proposición básica de la economía ambiental es que


«capital natural» y «capital manufacturado» son intercambiables. Si la pérdida de
un recurso natural se paga de forma adecuada se puede generar un recurso mo-
netario equivalente, evitando así la pérdida colectiva de capacidad productiva.
Al decir «capital natural», en efecto, se busca describir la capacidad productiva,
pero fetichizada, sin que «capital» remita a ninguna relación de poder basada en
la apropiación o la explotación. La misma macroposición sirve como base para
los Green New Deals y, en general, para la mayoría de aproximaciones tecnocrá-
ticas y estatistas de la ecología política.

Sin embargo, la larga crisis que comienza en 1973 va a dejar claro que esta pos-
tura es, en el mejor de los casos, una estilización académica de los intereses
del dinero. Durante este periodo, dos movimientos dan muerte al orden global
keynesiano. En 1971, Estados Unidos desvincula el dólar del oro, dando el pisto-
letazo de salida a la fase hegemónica del dólar como moneda global de reserva
y pagos. En 1973, los países extractores de petróleo elevan los precios del crudo
por el riesgo de agotamiento del recurso.

Bajo los criterios de la economía ambiental, la situación posterior a 1973 tendría


que haber sido idónea teniendo en cuenta los niveles crecientes de precios del
petróleo, es decir, debido a la monetización del recurso natural. Sin embargo,
la crisis ecológica seguía expandiendo sus radios de acción con los combusti-
bles fósiles, especialmente con el petróleo. Empiezan los problemas de escasez,
pero también se incrementan los problemas de emisiones por la combustión
permanente de una economía global dependiente del petróleo que, a su vez,
contribuye a acelerar el cambio de usos de suelo, generando así nuevos fren-
tes de la crisis ambiental38. En última instancia, para la economía ambiental, es
la supervivencia de la especie humana la que vuelve a estar amenazada por

36 Kapp, K. W., Los costes sociales de la empresa privada, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2006.
37 Pigou, A. C., The economics of welfare, Macmillan, Londres, 1920.
38 Esto no significa que los problemas asociados con las emisiones de GEI comiencen en este momento, puesto que se
despliegan a lo largo de toda la era del «capital fósil», tal y como señala Andreas Malm, Capital fósil, op. cit.
29 I. ¿Green? ¿New deal?

su ceguera ante las consecuencias de sus acciones. La economía ambiental,


simplificando un poco las cosas, no avanza un paso más allá de la conclusión
de Primavera silenciosa. El keynesianismo estaba crecientemente muerto como
técnica de gobierno global, y si bien son innumerables las diferencias entre neo-
liberalismo y keynesianismo, en lo que toca a su relación con la ecología su po-
sición es similar. Ni keynesianos ni neoliberales son capaces de romper el cerco
del dinero. En realidad, la incapacidad del keynesianismo, apoyado en la econo-
mía ambiental, para romper el cerco del dinero se encabalga con la celebración
neoliberal del poder del dinero.

Una corriente ecologista de diferente tradición es la economía ecológica, cuya


formación bebe de muchas fuentes. Una de las primeras es la llamada Coal
Question que planteó W. Stanley Jevons en la Inglaterra del siglo XIX, quien
auguraba la muerte de un mundo amenazado por el agotamiento del carbón
sobre el que se sostenía su prosperidad. Más tarde los trabajos del economista
norteamericano Herman E. Daly39 plantean la necesidad de una economía de
estado estacionario que no tenga el crecimiento económico como fin último y
no se guíe por el PIB para definir objetivos sociales o ambientales. También Ni-
cholas Georgescu Roegen40, en estudios anteriores, busca extraer el proceso
económico de la órbita monetaria y llevarlo hacia la segunda ley de la termodi-
námica, entendiendo la economía industrial como una máquina de generación
de entropía y disipación de energía y materiales. Desde otra perspectiva que
irá ganando peso y abrirá nuevas dimensiones, los geógrafos reunidos en 1955
en el simposio Man’s role in changing the face of Earth41 ponen el acento en el
cambio de usos de suelo y, de forma general, en los cambios y las dinámicas
en el territorio como dimensión física sobre la que se anudan todas las demás
expresiones de la crisis ecológica.

En síntesis, la economía ecológica sostiene una posición diametralmente opues-


ta a la economía ambiental. De acuerdo con la segunda ley de la termodinámica
(principio de entropía), no hay sustitución posible de la riqueza natural por rique-
za monetaria, solo disipación de materiales y energía. La cuestión es tan simple
y a la vez tan profunda como asumir la existencia de recursos no renovables
que no encuentran nunca sustitución por dinero. Hay dinámicas ecosistémicas
globales que una vez iniciadas no pueden ser detenidas con dinero: más bien al
contrario, puesto que la utilización restrictiva de criterios monetarios redobla la
velocidad de alteración del mundo en que vivimos hasta poner la supervivencia
de casi toda especie ante nuevos umbrales de peligro. Los economistas ecoló-
gicos limitan drásticamente el PIB como indicador de riqueza y lo sustituyen (o
más bien complementan) por cuentas de materiales y energía, separando cui-
dadosamente los flujos de los stocks o reservas. Hasta hace bien poco, la eco-
nomía ecológica planteaba las críticas más profundas y sustanciosas al modelo
económico dominante. No obstante, ha logrado poco calado político más allá de
su influencia en circuitos académicos radicales y en espacios militantes ecolo-
gistas, sin lograr trascender esas posiciones de insider.

39 Daly, H., Steady State Economics, Londres, 1992 y Kunkel, B. y Daly, H., «Ecologías de Escala», en New Left Review,
n.º 109, marzo-abril de 2018.
40 Georgescu- Roegen, N., La ley de la entropía y el proceso económico, Visor-Argentaria, serie «Economía y Naturale-
za», Madrid, 1996.
41 Gutiérrez, J. M. y Naredo J. M. (eds.), La incidencia de la especie humana sobre la faz de la Tierra, Universidad de
Granada, Granada, 2005.
30 La solución verde

Durante los últimos años de la burbuja financiera global que estalló en 2008, el
discurso del Peak Oil o Pico del petróleo basado en la teoría del pico de Hub-
bert42 fue uno de esos intentos de expansión del ecologismo político. Pasando
por encima de algunos principios de la economía ecológica (como la no sustitu-
ción de recursos naturales por dinero) la ausencia de datos geológicos solven-
tes sobre reservas de petróleo y sobre la velocidad de extracción llevaron a los
peakoilers a utilizar como criterio el precio del petróleo. A partir de ese criterio,
analizaron su evolución asimilando de forma lineal la escasez de reservas con
los precios crecientes del petróleo. Bajo este método, aparece el pronóstico que
indica un colapso de la civilización capitalista debido al estrangulamiento de la
oferta de combustibles fósiles por los altísimos precios del crudo previstos43.

Serían muchos los elementos necesarios para un análisis de las causas de este
fallo de predicción. Los precios del petróleo no solo no han subido, sino que
más bien han tendido a la baja en fechas recientes. Un descenso del precio que
no está relacionado con el aumento de las reservas de petróleo, sino por una
creciente competencia entre los productores44. El error de esos análisis está en
su propio origen y de hecho lo comparten con la economía ambiental. Se trata
efectivamente de la visión del dinero como un mero elemento funcional al pro-
ceso capitalista y no como una tecnología relacional sobre la que se encabalga
el poder del capital, la reproducción capitalista y el dominio y explotación de la
fuerza de trabajo. A fin de cuentas, podríamos decir que si algo parece resistirse
a entrar en estas corrientes del ecologismo son las relaciones de poder capita-
listas. Sin embargo, eso para nada significa que la cuestión del poder no se haya
tratado en la economía ecológica. Dos ejemplos cercanos los encontramos en el
ecologismo de los pobres promovido por Joan Martínez Alier y en los estudios
de José Manuel Naredo sobre territorio y poder, ambos dedicados a profundizar
sobre una ecología política del poder y su necesaria superación45.

Por otro lado, la economía ecológica, entendida en un sentido amplio, se ha


hibridado con las teorías de la dependencia y el subdesarrollo a las que han
recurrido algunas experiencias militantes en el Sur global. Desde estas posicio-
nes, se han cuestionado las deudas monetarias del Sur frente al Norte poniendo
sobre la mesa la deuda ambiental producida en sentido inverso. De esta manera,
se ha dejado claro que no todos los países son responsables en la misma me-
dida de la crisis ambiental global, describiendo de manera rigurosa las transfor-
maciones territoriales que provocan fenómenos financieros como las burbujas

42 Hipótesis teórica que predijo que el pico de extracción de petróleo se alcanzaría en Estados Unidos a partir de 1971, y
que a partir de esa fecha el coste de extracción por barril aumentaría rápidamente. Muchos analistas han querido ver
en la subida de los precios del petróleo posterior a 1973 la confirmación de las hipótesis de Hubbert, geofísico que
desarrolló por primera vez el modelo matemático del pico de extracción del petróleo. Como se argumenta en el texto,
la confusión entre precios y reservas físicas afecta plenamente a la validez de la hipótesis más allá de la aserción
banal de que el petróleo es no renovable y crecientemente escaso.
43 El documento de mayor rango administrativo en el que se sostiene el discurso del pico del petróleo es el llamado
Informe Hirsch, encargado por la Agencia Norteamericana de Energía: Hirsch, R. L.; Bezdek, R.; Wendling, R., Peaking
of World Oil Production: Impacts, Mitigation, & Risk Management., U.S. Department of Energy, National Energy Tech-
nology Laboratory, 2005.
44 La crítica al enfoque peakoiler no se centra en si hemos alcanzado o no el pico de extracciones. Tal cosa no está en
discusión. La verdadera cuestión es que las predicciones peakolier están ligadas a los precios. Un ejemplo reciente
lo podemos encontrar en el ensayo Petrocalipsis del científico y divulgador Antonio Turiel (2020). Una de las fuentes
de Turiel es el informe de 2010 de la Agencia Internacional de la Energía, en el cual se destaca que en 2005 se llegó
al máximo de la producción del petróleo crudo convencional. A partir de esa afirmación, la AEI lanza escenarios más o
menos funcionales al capitalismo fósil. La cuestión, insistimos, es que la AEI parte de análisis derivados de los precios,
como ocurre en sus metodologías basadas en la producción media anual de millones de barriles diarios. De fondo,
todo descansa bajo la creencia —a menudo inconsciente cuando se citan esos datos— de que cantidades físicas y
dinero mantienen un vínculo directo. Ni que decir tiene que la economía monetaria no solo dificulta comprender el
mercado energético global, sino que oculta sus factores explicativos centrales.
45 Véase Martínez Alier, J., El ecologismo de los pobres, Icaria, Barcelona, 2005, y Naredo, J. M., Raíces económicas del
deterioro ecológico y social, Siglo XXI, Madrid, 2009.
31 I. ¿Green? ¿New deal?

inmobiliarias. A partir de aquí, se ha reforzado la posición de los países del Sur


en las instituciones de la globalización, se han colocado no pocos temas en las
agendas de los gobiernos y sin duda se ha evitado una profundización mayor
de la crisis ecológica. Un punto ciego, sin embargo, ha sido la falta de una vía
propiamente política ligada a no dar solución a algunas de las lagunas del eco-
logismo político, como esa condena a no tener más subjetividad que la Madre
Tierra y más reclamación de representatividad que los intereses de la Tierra
tomada como un todo. Al bajar al territorio en sus luchas, esta suerte de econo-
mía ecológica subalterna ha conseguido victorias inauditas para movimientos
sociales presentados inicialmente como minoritarios, pero no ha generado res-
puestas orgánicas o teóricas a la explotación de clase y a sus intersecciones y
especificaciones en dominios de clase, raza o género. La especie humana sigue
así presentándose como un todo que se enfrenta a la naturaleza mediante un
dinero funcional a las necesidades (en gran parte ficticias) de la propia especie.

Persiste así el enfoque del Antropoceno y su corolario, la catástrofe, que es


también producto de los límites políticos ya señalados. Una catástrofe que, de
alguna manera, significa la venganza de una Tierra maltratada y que toma su
revancha frente al ninguneo de sus portavoces ecologistas. Mientras llega la
purificación catastrófica, al parecer nos toca emprender el camino de santidad y
renuncia al mundo, en un sacrificio que debe ser bien visible para ser identifica-
dos como justos y sensatos por la naturaleza rabiosa. El conocido como decre-
cimiento, en su faceta mayoritaria, ya sea ética y estética, sería el mejor ejemplo
de esta impotencia política.

1.3 C
 APITALOCENO, LA ERA
GEOLÓGICA DEL CAPITAL
Una manera de resumir lo que en todo este apartado Green se pone en discu-
sión es la necesidad de desfetichizar la mercancía hasta la más remota de sus
capilarizaciones. Algo sin duda omitido por completo en el keynesianismo, pero
también escorado cuando no ausente en algunas corrientes transformadoras
que han intentado comprender la relación entre economía y ecología.

Lejos de la unidad mercancía, es necesario que tierra, trabajo y dinero se inte-


gren en relaciones políticas y comunitarias que las vuelvan gestionables políti-
camente y no sean simples condiciones del proceso de acumulación capitalista.
Si desaparece el velo del fetichismo y, en ese desplome de apariencias, desa-
parece cualquier doctrina económica que se repliega en su objetividad, la do-
minación y la explotación de unos miembros de la especie humana sobre otros
se muestra con total claridad. La desfetichización de las relaciones de poder de
una clase sobre otra es indispensable para la superación de la dominación y la
explotación. A este enfoque podríamos considerarlo el propio del materialismo
histórico.

Tampoco hay que olvidar que, en nombre del materialismo histórico, o más bien
en su secuestro estalinista y eurocomunista, se intentó hacer creer al mundo
que el desarrollo agonístico de las fuerzas productivas era la vía para la libe-
ración. La famosa fórmula de Lenin comunismo = soviets + electrificación se
ha tendido a leer enfatizando el sumando desarrollista y pasando por alto el
autogestionario. Si la revolución significa autodeterminación de los oprimidos
32 La solución verde

resulta poco discutible la necesidad de construir instituciones políticas autoges-


tionadas. En todo caso, en esa suma entre soviets y tendido eléctrico hay que
introducir la profunda visión de los tan machacados ludditas cuando en la máqui-
na identifican las relaciones de producción que les someten. Podríamos buscar
una adaptación a un lenguaje político más manejable y razonable que depure
esa variante de la alienación del trabajo y la destrucción de la tierra que fue el
productivismo estalinista soviético. Sería algo parecido a asambleas autogestio-
nadas que deliberan y deciden sobre las relaciones de producción que deben
integrarse en la expansión del tendido eléctrico.

Sin embargo, también a esta fórmula bolchevique renovada le sigue faltando


algo fundamental para un programa de emancipación capaz de ir más allá de los
límites clásicos y los compartimentos estancos asignados al movimiento obrero
y al ecologista en una especie de división del trabajo emancipador. El problema
es que sigue presentando a un grupo de humanos tomando decisiones sobre
usos de los recursos naturales y la energía como si la «naturaleza» fuera algo
exterior a ellos. A ese respecto, Jason W. Moore argumenta que:

Las dos unidades que actúan —humanidad/medioambiente— no son


independientes, sino que están entreveradas a todos los niveles, desde
el cuerpo hasta la biosfera. Quizá, más que nada, eso significa que las
relaciones que parecen producirse solo entre seres humanos —digamos,
la cultura o el poder político— ya son relaciones «naturales» y siempre
están vinculadas con el resto de la naturaleza, que se enlazan dentro,
fuera y a través de los cuerpos y las historias de los seres humanos.46

Las teorías del valor-trabajo y su ampliación al valor-naturaleza, son en realidad


la misma en tanto que la captación de energía mediada por la fuerza de trabajo
es un proceso único. El capitalismo ha organizado relaciones estables entre los
seres humanos y el resto de la naturaleza en su búsqueda de un proceso de acu-
mulación incesante. El paso del enfoque del Antropoceno al Capitaloceno impli-
ca una recomposición de lo que deshizo una de las separaciones fundamentales
de la modernidad: no hay naturaleza y sociedad, sino sociedad en la naturaleza
y naturaleza en la sociedad. Las relaciones entendidas como «naturales» en el
sentido de ajenas a la esfera de lo social están tan fetichizadas como la mer-
cancía que sale del proceso de producción. A diferencia del naturalismo des-
criptivo del Antropoceno, el Capitaloceno es un término explícitamente político
que enmarca una era dominada por el capital, sin abstraerse de las relaciones
históricas de capital, clase e imperio. El Capitaloceno como concepto político
abre la posibilidad de configuraciones distintas de lo que han sido las limitadas
perspectivas del movimiento ecologista sobre la dominación y la explotación
social y las escasas perspectivas del movimiento obrero sobre la dominación y
la explotación de lo natural.

El capital no solo acumula y revoluciona la producción de mercancías, también


diseña formas de producir naturaleza barata: una corriente creciente de alimen-
tos, fuerza de trabajo, energía y materias primas a bajo coste. Esos procesos
de explotación y apropiación son la manera de garantizar la acumulación de
capital. Tanto la amplitud de la apropiación como la capitalización de la produc-
ción conforman la lógica a la que el capital debe su éxito. El fin de la naturaleza

46 Moore, J. W., El capitalismo en la trama de la vida, op. cit


33 I. ¿Green? ¿New deal?

barata teorizado por Moore apela a la imposibilidad de una creciente apropia-


ción de trabajo-energía no remunerado por parte del capital-en-la-naturaleza47.
Esto también significa que la actual crisis ecológica no es una capa interpretativa
ni superior ni inferior a la crisis de acumulación, sino que son la misma crisis fruto
del codesarrollo histórico de naturaleza y capitalismo.

47 Moore, J. W., El capitalismo en la trama de la vida, op. cit.


34 La solución verde
35 II. Crisis de la ecología del capital

2. CRISIS DE LA
ECOLOGÍA DEL
CAPITAL
2.1 CRISIS DE LA ECOLOGÍA DEL CAPITAL 38
2.1.1 Un capitalismo necesariamente inestable 39
2.1.2 Inestabilidad y solución financiera 39

2.2 CRISIS DEL MODO DE


PRODUCCIÓN CAPITALISTA 42
2.2.1 Crisis de sobreproducción y caída tendencial
de la tasa de beneficio 42
2.2.2 Represión salarial 45
2.2.3 Agotamiento del cambio tecnológico y la productividad del trabajo 46
2.2.4 Erosión de la inversión productiva 48

2.3 CRISIS DEL CAPITALISMO FINANCIARIZADO 48


2.3.1 Las finanzas tras la crisis de 2008 48
2.3.2 Los Bancos centrales como gobiernos reales 50

2.4 CRISIS DE LA HEGEMONÍA
ESTADOUNIDENSE Y ASCENSO CHINO 53
2.4.1 La muerte del régimen dólar-petróleo 54
2.4.2 Un capitalismo chino con características verdes 57

2.5 EL ESTADO PÚBLICO-PRIVADO


FRENTE A LA CRISIS 63
2.5.1 La libre competencia regulada 63
2.5.2 El Estado como garante de las relaciones de propiedad capitalista 66
2.5.3 La reproducción social como relaciones de propiedad 68
36 La solución verde
37 II. Crisis de la ecología del capital

Introducción. ¿Una crisis


exógena o endógena?
¿La actual crisis es un fenómeno endógeno o exógeno? ¿Las causas de la crisis
son externas al modo de producción capitalista o son estallidos de las contra-
dicciones acumuladas en los ciclos anteriores de expansión y crisis? Partimos
de premisas que niegan la existencia de una esfera «natural» que podamos con-
siderar autónoma del capital48. Desmentir que esta crisis provenga de un afue-
ra desligado del metabolismo capitalista es precisamente lo que se expresa al
catalogar nuestra era geológica como Capitaloceno. Tal cosa no significa que
la completa vida social y el conjunto de relaciones que sostienen, se integran
y forman este planeta sean funcionales al capital, sino que son violentamente
modeladas en nombre del beneficio privado y están altamente condicionadas
por los circuitos del capital.

Asumir este enfoque tiene importantes implicaciones analíticas y políticas. De la


misma manera que el capital es precondición para el trabajo también lo es para
aquello llamado «naturaleza». No se trata de una feliz casualidad. La fuerza de
trabajo es, en parte, energía y cuerpo que producen materia: pocas lecciones
más claras ha podido dejar la pandemia. La cuestión es que tan saqueado por
la explotación del capital está el cuerpo colectivo del trabajo como lo están los
ecosistemas de los que forma parte. Uno de los conflictos políticos de fondo
radica en ocultar o hacer visible esa energía y las relaciones de explotación a
las que está sometida. Magnitudes basadas en medir el valor monetario como el
PIB no solo no capturan ese deterioro ecológico, sino que lo invisibilizan. Otras
medidas diseñadas bajo nociones de productividad no capitalistas, como la pro-
ducción primaria neta49 manejada por los ecólogos, permiten observar parte
de lo que el PIB oculta. La diferencia entre medir el valor monetario o, dado el
caso, medir la producción de biomasa, es similar a la diferencia entre el valor
de cambio y el valor de uso, cuestión que debería vertebrar cualquier política
económica materialista.

En realidad, el mero hecho de aceptar que existe una separación entre crisis
endógena (estallido de las contradicciones) y exógena (shock externo) ya reve-
la una posición política. Desde esa posición que muestra desconcierto cuando
no pasividad frente a lo externo, se descarta la posibilidad de acción sobre los
agentes y los conflictos que provocan las crisis al tipificarlos como parte de los
afectados. Sostener cualquier versión del shock externo presupone que las in-
tervenciones políticas ante la crisis solo pueden basarse en «mitigar» efectos y
«adaptar» poblaciones. Esta jerga esconde, como mínimo, dos vertientes que
conducen a la impotencia política. En su versión tecnocrática, supone la subordi-
nación casi total al objetivo de formación de beneficios a través de las finanzas.
En su versión ecomesiánica, conduce a la espera de un fuego purificador frente
a la catástrofe global.

48 Moore, J. W., El capitalismo en la trama de la vida, op cit.


49 En ecología se utiliza el término producción primaria neta para medir la cantidad de biomasa por unidad de tiempo
que produce un ecosistema en sus cadenas tróficas primarias. Para medir el flujo de energía entre órdenes tróficos se
utiliza el término productividad secundaria. En cualquier caso, fuera de los ecosistemas capitalistas, la productividad
primaria es un simple dato descriptivo, nunca un fin normativo.
38 La solución verde

Partiendo de estos presupuestos, este capítulo trata de medir la profundidad


de lo que entendemos como una crisis general que acumula las contradiccio-
nes arrastradas y enviadas a futuro por sus predecesoras. Resulta evidente que
no estamos en un escenario coyuntural cuya solución pasa por gestionar los
impactos de un agente externo, sino que más bien hunde sus raíces bajo las
consecuencias de las soluciones a las crisis practicadas en ciclos anteriores.
Una manera de medir el calado y la extensión de una crisis es comprobar qué
procesos históricos de distinta escala y duración se sincronizan entre sí. No es
una tarea fácil ni inmediata. Las primeras interpretaciones suelen ser movimien-
tos semirreflejos que se centran en alguno de estos procesos o, en el mejor
de los casos, interrelacionan dos o tres. Solo el tiempo y la decantación de las
tendencias pueden dar una perspectiva de conjunto sobre las múltiples capas
analíticas que aparecen entrelazadas en las representaciones de la crisis. En ese
sentido, resulta lógico que comprender cómo se relacionan entre sí las distintas
vertientes del vasto metabolismo de la economía global sea un atolladero meto-
dológico para las ciencias sociales contemporáneas. En gran parte, los proble-
mas provienen de la jerarquización de distintas esferas de conocimiento que a
veces se dividen a partir de criterios epistemológicos, pero que habitualmente
reproducen disciplinas o subdisciplinas que encierran las posibilidades del sa-
ber bajo el candado de los departamentos universitarios.

La tradición marxista tampoco está libre de haberse enredado en sus propios


malentendidos al confundir el saber con la doctrina, tal y como ocurre con la
explicación de las crisis o de casi todo fenómeno social a partir de la separa-
ción entre la base material y la superestructura ideológica50. Si los fenómenos
materiales o estructurales —los que componen la famosa «base material»— se
diferencian de los procesos culturales o ideológicos no es por una relación de
determinación directa, sino porque los primeros tienen mayor tendencia a per-
sistir a las oleadas de transformaciones históricas. Los procesos de cambio se
tienden a valorar en su profundidad en tanto alteran estructuras o procesos de
larga duración. Este es el punto de partida de la historia pensada como longue
durée, que levantó debates entre los historiadores del siglo XX de casi tanta
longue durée como su objeto de estudio. Complementado por algunas contribu-
ciones del ecologismo, el análisis de la crisis que proponemos en este capítulo
busca apoyarse en ese legado.

2.1 CRISIS DE LA ECOLOGÍA DEL CAPITAL


El capital no resuelve sus crisis cíclicas, sino que las desplaza hacia el futuro, al
tiempo que encajona sus efectos en los segmentos de población y territorios con
menor capacidad de respuesta política. De esta manera recurrente funcionan las
respuestas capitalistas a la crisis y tal es nuestra hipótesis de partida respecto al
origen y condición de la actual. Al designar como «solución verde» al despliegue
de evidencias, imaginarios y reformas actuales asociadas a una nueva fase de
crecimiento, en realidad estamos poniendo en juego esa misma hipótesis. ¿La
solución verde quiere funcionar como desplazamiento temporal de las contra-
dicciones acumuladas? ¿Implica un sometimiento de los territorios periféricos?
¿Qué estrategias y tecnologías se postulan para diseñar esos desplazamientos

50 Marx y Engels usaron esta metáfora en un sentido de duración diferencial de los procesos históricos y no como
causalidad en el sentido estricto del término. Sin embargo, fue utilizada hasta la extenuación por los manuales de
materialismo histórico de los años sesenta y setenta hasta convertirse en una especie de determinismo económico
plano.
39 II. Crisis de la ecología del capital

espaciales y temporales? Antes de responder esas preguntas, que son materia


del siguiente capítulo, es necesario abordar una cuestión previa y fundamental.
¿A qué crisis busca dar realmente respuesta esa solución capitalista? En una
perspectiva un tanto diferente a las representaciones que ya circulan y se nor-
malizan, nuestro objetivo es ofrecer un diagnóstico propio sobre el tipo de crisis
que está avanzando y que se ha visto acelerada durante la pandemia.

2.1.1 Un capitalismo necesariamente inestable


La resolución de las crisis a través de arreglos espaciales o temporales sucede,
al menos, desde la organización taylorista de la producción en los primeros años
veinte y de forma más generalizada después de la Segunda Guerra Mundial, ex-
tendiéndose a Europa y a Japón. Resulta evidente que, fuera de estos periodos,
el capitalismo tampoco ha cerrado sus crisis de forma satisfactoria ni ha perma-
necido en algo semejante a un estado de equilibrio o estacionario. El capitalismo
es necesariamente inestable y funciona, también por necesidad, mediante ciclos
de crisis y expansión alternados. La naturaleza de esta necesaria inestabilidad
puede ser explicada a través de las dinámicas que, en apariencia, contrariamen-
te presentan al modelo como estable.

En primer lugar, la dinámica capitalista niega el carácter social de la producción


a priori y delega en el mecanismo ciego del mercado el proceso por el cual,
una vez producidas las mercancías, se forman «libremente» los precios. La ex-
plicación capitalista sobre la formación de precios se basa en tratarlos como
resultado del choque entre la masa de mercancías y las necesidades sociales
subjetivas.

En segundo lugar y como consecuencia de lo anterior, esta forma de socializa-


ción de la producción en el mercado es sistemáticamente inestable en la medida
que los empresarios capitalistas individuales están obligados a invertir «a cie-
gas». Cuanto más se expanden los mercados, por las necesidades de crecimien-
to de la extracción de plusvalor en la esfera de la acumulación de capital, más
complejas se vuelven las necesidades de coordinación mínimas para soportar
la viabilidad de las inversiones. El crecimiento de la esfera financiera, que en
origen se presenta como semiautónoma y que después pasa a ser hegemónica,
está relacionado con esta necesidad de interpretar las tendencias sistémicas
de futuro que pueden marcar el comportamiento de los demás agentes antes
de invertir51. Al ascender la competencia en una escala ampliada, se producen
tensiones permanentes en las estructuras de propiedad y de poder.

Para comprender mejor este proceso, merece la pena seguir brevemente el iti-
nerario del actual hegemón norteamericano resaltando los costes que supone
sostener esas tensiones y su relación con el ascenso contemporáneo de las
finanzas.

2.1.2 Inestabilidad y solución financiera


Imperialismo y monopolismo, dos caras de la misma moneda, fueron la respuesta
del nuevo poder hegemónico estadounidense al tensionamiento debido al ascen-
so de la competencia en una escala ampliada. En última instancia, como expresión

51 Arrighi, G., El Largo Siglo XX, op. cit. Después de la que Arrighi denomina hegemonía holandesa del sistema-mundo
en el siglo XVII, las finanzas, en su fusión casi completa con el capital comercial, fueron perfectamente capaces a
nivel tecnológico de desarrollar sistemas de crédito y aseguramiento a plazos entre largos y muy largos.
40 La solución verde

de ambos procesos, la forma institucional diseñada para gobernar esa nueva


fase histórica del capitalismo fue la gran empresa transnacional monopolista
norteamericana52. La crisis de 1973, primera en que la potencia estadounidense
siente las consecuencias de una caída de la rentabilidad manufacturera, con-
llevó la reestructuración del mundo en torno al dólar y el petróleo o, lo que es
lo mismo, dirigida por las finanzas y los productores de combustibles fósiles.
Ambos procesos llevaban adjunta su contrapartida: la reestructuración industrial
global. Por el camino, las luchas de la onda revolucionaria del 68 fueron domes-
ticadas en su asimilación al crecimiento de la sociedad de consumo. La identi-
ficación del consumidor como ciudadano estereotípico a la vez que ejemplar,
con sus compras a plazos de casa y coche estandarizados, sobrevivió al modelo
originario en el periodo posfordista en una nueva versión formada por nichos de
consumo identitarios, fragmentados y superpuestos. Sin embargo, pocas veces
se dice que todas las áreas emergentes de movimiento durante el 68 y en ade-
lante han supuesto una fuente de costes para el capital, acelerando así la crisis
general hasta nuestros días. En ese sentido, Greta Krippner53 ha señalado que
las primeras oleadas de financiarización de la economía fueron consecuencia de
la incapacidad de la administración norteamericana para superar la avalancha
de demandas sociales procedentes de todo el ciclo de luchas del 68.

A falta de mejores ideas, el Tesoro de Estados Unidos y la Reserva Federal se


encomendaron al crédito sin saber muy bien su destino ni sus posibilidades
de éxito pese a que, en poco tiempo, vieron que la apuesta resonaba con las
estrategias de los agentes financieros y económicos globales. Sin embargo, el
recurso al crédito no abrió una etapa armoniosa entre demandas sociales con-
tradictorias, muchas de ellas conducidas por los movimientos sociales y urbanos
que emergieron con la oleada de luchas (aunque la mayoría de ellos, también el
ecologismo, hundían sus raíces mucho más atrás). Más bien se inauguraba un
periodo donde se dispararon los costes para sostener la hegemonía estadouni-
dense. A las crecientes demandas sociales internas se sumaron los costes de
mantener el orden capitalista global por medios que, en principio, excluían la
conquista territorial directa. Para Estados Unidos, evitar la «conquista territorial
directa» quería decir no reproducir un modelo de presencia territorial permanen-
te, de administración y colonos, en una tipología similar al que habían mantenido
los imperios francés y británico. Para Estados Unidos, los costes del aparato po-
lítico colonial eran un despilfarro innecesario al tener total seguridad de poder
obtener mayores rendimientos por medios estrictamente económicos. La idea
era que dominar el mercado podía ser una forma de conquista más eficaz que la
fuerza bruta. Sin embargo, en un mundo donde las desigualdades han crecido
durante los dos últimos siglos, resulta entre cínico y naif pensar que por vías
exclusivamente comerciales se puede mantener un régimen de sumisión de la
mayoría de la población mundial y el acceso casi libre a los recursos naturales.

52 El imperialismo tenía un doble sentido de circulación, como acertadamente vieron Hobson, Lenin y Luxemburg desde
posiciones particulares en los textos que abrieron la discusión histórica sobre el imperialismo. Por un lado, llevaba la
competencia entre empresas y Estados-nación capitalistas a todo el mundo y, por otro, traía de vuelta las coyunturas
de las colonias hacia la metrópolis. Entre los requerimientos necesarios para el desplazamiento de los costes de la
competencia estaba un grado amplio de descolonización formal que coexistió con un grado aún más alto de depen-
dencia sustantiva de los entonces «países del tercer mundo» respecto de sus colonizadores europeos, y después,
del imperio norteamericano. A. Hobson, Estudio sobre el imperialismo, Alianza, Madrid, 1981 (1906). Lenin, V. I., El
imperialismo, fase superior del capitalismo, Fundación Federico Engels, 1913, y Luxemburg, R., La acumulación de
capital, 1916.
53 Krippner, G., Capitalizing on crisis: the political origins of the rise of finance, Harvard University Press, 2012.
41 II. Crisis de la ecología del capital

Lo cierto es que, en contra de las apuestas iniciales por los ideales de un mer-
cado armonioso, la necesidad del recurso a la violencia fue permanente. La Ad-
ministración estadounidense no había tomado en cuenta que el gasto en los
medios de coerción necesarios para mantener los derechos de propiedad capi-
talistas iría de la mano con el mayor despliegue de tropas, armamento e instala-
ciones militares del ejército jamás visto en la historia humana. Durante su larga
guerra en Indochina, Estados Unidos comprobó el tipo de costes que ocasiona
el mantenimiento del orden global a través de un modo que más que policial era
propiamente imperial.

Los costes necesarios para mantener el orden interno y externo coincidieron


con una reducción de los ingresos netos, siendo la tasa de beneficio capita-
lista la principal fuente para captarlos. El gobierno de Nixon no tenía la menor
intención de incurrir en niveles de déficit que debilitaran la posición cambiaria
del dólar, que aún estaba vinculado a las bandas de fluctuación frente al oro
establecidas en Bretton Woods. La salida a este atolladero es bien conocida. En
1971 bastó un anuncio de cuatro minutos de Nixon en la televisión para liquidar
el orden monetario mundial establecido en Bretton Woods con grandes dosis de
bombo y platillo. No podemos pasar por alto esa doble imagen. De un encuentro
en un resort de montaña de Bretton Woods relleno de parafernalia diplomática
decimonónica, pasamos casi treinta años después a una liquidación sumaria del
orden mundial en menos de lo que dura la sección de cultura del telediario. Sin
duda, es una buena expresión de la transformación del mundo conforme a los
modelos estadounidenses de ejercicio del poder.

El desenganche completo del oro trajo un enorme flujo de crédito en dólares y,


por tanto, un imperio de derechos de propiedad sobre beneficios futuros vincu-
lados al dólar. La característica determinante de este aluvión de crédito es que,
de forma creciente a partir de 1971 y sobre todo desde los años 1980, no ha
habido un solo momento en que los beneficios de las empresas capitalistas pro-
ductivas hayan sido ni por asomo suficientes para satisfacer la masa de títulos de
propiedad negociada en los mercados financieros. Sin demasiados problemas,
las finanzas han basculado del reparto de beneficios al cobro de la deuda que
las propias entidades financieras van dejando a su paso y que los Estados pagan
gustosamente con tal de no confrontar los conflictos estructurales de fondo de
las sociedades capitalistas. Lo cierto es que dichos conflictos resultan irresolu-
bles si son planteados como nuevos retos para que el capital muestre su «cara
humana» y los incorpore a su estructura de gastos. En una sociedad con escasos
incrementos de productividad del trabajo, cada ítem económico que cambia de
bando en el conflicto por la distribución del ingreso y la riqueza lo pierde algu-
na de las contrapartes. En otras palabras, conflictos como los generados por
las gigantescas desigualdades sociales no son resolubles desde el modelo de
dominio actual del capital puesto que implican cargas impositivas y exacciones
sobre la cada vez más menguante producción de plusvalor.

El tipo de crisis general que vivimos en la actual fase del capitalismo proviene
de las cenizas del modelo de burbuja financiera global que se fue en 2008 para
no volver. Para designar de manera más precisa esta crisis general, tomamos
prestada de David Harvey su concepción del capital como un haz de relaciones
ecosistémicas insertado de forma extraordinariamente conflictiva en el continuo
ecosistémico que define el planeta Tierra. Nociones como ecología-mundo de
Jason W. Moore o, en menor grado, capital fósil de Andreas Malm hacen refe-
rencia, desde puntos ligeramente diferentes, a la misma realidad: la unidad de
42 La solución verde

explotación capitalista está compuesta por fuerza de trabajo, energía y recursos


naturales54. A esta fase se ha llegado como resultado histórico del acumulado de
crisis a las que se ha enfrentado de forma parcial el capitalismo a lo largo de su
desarrollo y cuyos efectos se han ido desplazando en el espacio y en el tiempo
para encontrarse en una escala superior en el futuro. Ese futuro ya está aquí. La
crisis actual es la crisis de la ecología del capital.

Siguiendo este enfoque y sin ánimo exhaustivo, encontramos al menos cuatro


procesos de alcance creciente que definen el actual momento histórico y po-
lítico. En primer lugar, la crisis del modo de producción capitalista, que avanza
en los mismos términos esenciales ya manifestados a lo largo de la década de
los setenta. En segundo lugar, una crisis de sobreproducción permanente que
impide la producción de plusvalor nuevo en la escala requerida para relanzar el
proceso de acumulación y que es también la crisis de la «solución financiera» al
ciclo anterior. Las finanzas siguen siendo los actores centrales del capitalismo
actual, pero la creencia de que por sí mismas favorecen el retorno a la prospe-
ridad en sociedades tecnológicamente efervescentes murió con la quiebra de
Lehman Brothers. En tercer lugar, encontramos un proceso que acompaña a
los dos anteriores y que remite a la deslegitimación constante desde 2008 de
Estados Unidos y del neoliberalismo como régimen de gobernanza global. Se
trata de la crisis conjunta de la hegemonía americana y de los preceptos polí-
ticos liberales que rigen en la práctica las democracias representativas en los
países capitalistas. En cuarto y último lugar, tendríamos la crisis de la ecología
del capital en sí misma y que es la suma de todas las crisis anteriores no resuel-
tas, respondida de forma decadente y violenta para las clases subalternas por el
Estado Público-Privado.

2.2 C
 RISIS DEL MODO DE
PRODUCCIÓN CAPITALISTA
El sistema capitalista es, en esencia, una máquina de generar beneficios priva-
dos sin interrupción y en escala creciente. Vivir en un mundo plenamente capita-
lista significa que ese mandato se ha extendido a todos los territorios del mundo
y en todas las modalidades de estratificación y segmentación social posibles.
Como ya hemos avanzado, no existe un «estado estacionario» en el capitalismo
realmente existente. Si el capital no logra producir plusvalor en escala creciente
y que se valorice mediante su venta en el mercado, nos encontramos frente a
una crisis de sobreacumulación capitalista. Pero ¿hay realmente una caída del
beneficio? ¿Qué papel cumplen factores como el cambio tecnológico o la pro-
ductividad del trabajo? Tratamos estas y otras cuestiones en los siguientes apar-
tados para, en conjunto, explicar la crisis del modo de producción capitalista.

2.2.1 C
 risis de sobreproducción y caída
tendencial de la tasa de beneficio
De entrada, un vistazo al mundo que nos rodea no haría pensar que exista un
problema, precisamente, de extracción de beneficios. A lo largo de las cuatro

54 Las distintas formulaciones de la hipótesis de la ecología del capital, en sus distintas versiones y por orden cronoló-
gico, se pueden encontrar en: Smith, N., Desarrollo desigual, Traficantes de Sueños, col. «Prácticas constituyentes»,
Madrid, 2020; Harvey, D., Justicia, naturaleza y la geografía de la diferencia, Traficantes de Sueños, «Prácticas cons-
tituyentes», Madrid, 2018; Moore, J. W., El capitalismo en la trama de la vida, op cit.; Malm, A., Capital fósil, op cit.
43 II. Crisis de la ecología del capital

décadas de dominio neoliberal se ha hecho cada vez más evidente la creciente


concentración del beneficio y el poder en manos de los más ricos del planeta.
Las descomunales desigualdades saltan ya tanto a la vista que prácticamente
nadie las niega. El descenso sistemático de los salarios en favor del beneficio es
fácilmente comprobable en la distribución funcional de la renta nacional desde
su punto máximo a finales de los años setenta55. La era neoliberal ha sido una
gran exhibición de poder y riqueza por parte de los ricos. Así las cosas, no pare-
ce que sea precisamente el beneficio lo que escasea.

Los datos oficiales de crecimiento de las contabilidades nacionales, fundamen-


talmente el PIB, tampoco nos llevan a pensar en una crisis persistente de bene-
ficios. No sería así en España, ni en Europa, ni tampoco en el resto del mundo.
Aunque es evidente que el crecimiento en términos de PIB dista mucho de lo
que fue en los años cincuenta y sesenta, estos datos no han registrado en las
últimas décadas una caída continuada de los niveles de actividad económica.
Tal vez las series históricas del PIB global del Banco Mundial sean más ilustrati-
vas. Desde los años noventa, tanto Europa como Estados Unidos muestran un
crecimiento anémico cercano al 2% que está lejos de poder asociarse a una
fase expansiva. Si se toma como marco temporal la última década, las series del
Banco Mundial también muestran un progresivo agotamiento del crecimiento en
el Este de Asia.

En el ruedo del macrodato empírico, las tasas de beneficio a nivel global en el


periodo neoliberal se mantienen muy por debajo de las alcanzadas en el punto
álgido del periodo fordista-keynesiano (ver Gráfico 1.1). Mucho más si se excluye
a China y a los países periféricos, los llamados «emergentes». Las caídas en la
tasa de beneficio global resultan menos pronunciadas en la medida que las de la
semiperiferia y la periferia van compensando las caídas de los países centrales,
una trayectoria totalmente concordante con la lectura marxista de la caída ten-
dencial de la tasa de beneficio. Cuanto más elevada es la composición orgánica
de los capitales entrantes en el ciclo, es decir, cuanto más trabajo absorben, más
altas son las tasas de beneficio. Y en la medida en que las economías entrantes
en el proceso capitalista se introducen en la dinámica de sustitución de fuerza
de trabajo por máquinas, la tasa de beneficio original va cediendo paso a la
alternancia de caídas y mantenimiento, siempre en niveles menores que en el
periodo 1945-1973.

55 OECD, The Labour Share in G20 Economies, G20 Employment Working Group, Turquía, 2015.
44 La solución verde

Gráfico 1.1. T
 asa General de Beneficio Mundial durante el periodo
1950-2016 en países del G20

11.5 EDAD CRISIS DE FASE LARGA


DE ORO BENEFICIO NEOLIBERAL DEPRESIÓN

11.0

10.5

10.0

9.5

9.0

8.5

8.0

7.5

CRISIS DE ONDA LARGA


7.0
56
50

83

95
71

20 1

13
92

04
74

89
53

68

16
65

07
86

98

10
80
62

77
59

0
19

20
20
20

20
19
19

19

20
19
19

19
19
19
19

19

19
19

19
19
19

19

Fuente: A partir de Roberts, M. (2020)

Si solo se consideran los países capitalistas centrales, los periodos entre 1955-
1959 y 1965-1969 son los últimos momentos históricos en que las tasas de bene-
ficio en esos territorios alcanzaron niveles entre el 20% y el 15%. Desde enton-
ces, se han mantenido por debajo del 15% y amenazando en algunos momentos
por debajo del 10%. La caída por debajo de este umbral, y la presión constante
a la baja sobre la tasa de beneficio, marcan la crisis larga de sobreproducción,
convertida ya en rasgo permanente de las economías capitalistas avanzadas al
que se enfrentan sistemáticamente los actores económicos privados (ver Gráfi-
co 1.2).
45 II. Crisis de la ecología del capital

Gráfico 1.2. T
 asas de beneficio en los países centrales (1850-2009)
España y China (1950-2009)

50

45

40

35

30

25

20

15

10

2005-09
2000-04
1905-09
1900-04

1965-69

1995-99
1955-59
1925-29
1865-69

1895-99
1855-59

1960-64

1990-94
1950-54
1920-24

1985-89
1860-64

1890-94
1885-89

1980-84
1880-84

1945-49
1935-39
1940-44
1930-34

1975-79
1875-79

1970-74
1870-74

1915-19
1910-14

Alemania EEUU Japón UK España China

Fuente: Elaboración propia a partir de Maito, E. (2018)

2.2.2 Represión salarial


La inmensa mayoría de los casos de repunte de la tasa de beneficio en los paí-
ses centrales se debe a la represión de los niveles salariales. Estos repuntes,
insistimos, se dan además siempre por debajo de los niveles alcanzados en el
apogeo keynesiano de la golden age. La relación capital-trabajo (tasa de ex-
plotación) y la relación capital-ingreso componen la tasa de beneficio, pero la
primera es la que dinamiza el beneficio en la inmensa mayoría de los contextos
neoliberales. Esto ocurre precisamente porque es en la parte distributiva de la
relación capital-trabajo donde, por medios políticos, el capitalista se queda con
una proporción mayor del producto a partir del ejercicio jerárquico del poder. Ni
que decir tiene que para que pueda producirse este proceso de saqueo de las
rentas salariales, las relaciones de propiedad neoliberales son condición sine
qua non.

A finales de los sesenta y principios de los setenta, el pleno empleo, los movi-
mientos del 68 y el declive de la hegemonía industrial de los Estados Unidos die-
ron como resultado una clase obrera con un enorme poder de negociación. Sus
niveles de captación del producto social en la lucha capital-trabajo pusieron en
jaque el beneficio capitalista y la continuidad del capitalismo en los años setenta.
46 La solución verde

En adelante, diversas décadas de represión salarial en los países centrales y


de spatial fix56 animado por los menores costes laborales, ecológicos y fiscales
del Sur global, en especial en el sureste de Asia, solo han traído repuntes oca-
sionales y no consolidados de la tasa de beneficio. Los aumentos de la tasa de
explotación son consistentes con el modelo de acumulación por desposesión
que practican las finanzas. De hecho, este modelo de despojo no es otra cosa
que una extensión de la tasa de explotación hacia el ámbito social, territorial y
ambiental.

2.2.3 Agotamiento del cambio tecnológico y la productividad del trabajo


Salvo en momentos puntuales, como en el ciclo de las tecnologías de la informa-
ción y la comunicación, el capitalismo financiarizado opera en entornos económi-
cos y productivos sin aumentos de la productividad del trabajo57 (ver Gráfico 1.3).

Gráfico 1.3. P
 roductividad del trabajo (% crecimiento del PIB por hora
trabajada) en el periodo 1970-2019 en países del G7

-2
1975 1980 1985 1990 1995 2000 2005 2010 2015 2020

Fuente: OECD (2021), Labour productivity indicator

En la mayoría de los casos, la relación capital-ingreso hace descender de forma


sistemática la tasa de beneficio. Solo en Estados Unidos, durante el breve pe-
riodo entre 1995 y 2001, se produce un aumento cíclico de la tasa de beneficio

56 En los momentos de crisis sistémica, el capital busca desplazar temporal o físicamente sus contradicciones mediante
un largo proceso de destrucción, producción o reconstrucción de espacio. Las políticas de urbanización y financiari-
zación promueven su ampliación sobre el territorio, construyendo una geografía acorde a la circulación y valorización
del capital. El spatial fix o «arreglo espacial» describe ese impulso insaciable del capitalismo para resolver, al menos
temporalmente, sus tendencias inherentes a la crisis mediante la producción de espacio. Cada nuevo ciclo de acu-
mulación conlleva, por tanto, procesos de expansión territorial y prácticas de saqueo de recursos naturales. De forma
especial, remite a procesos ligados a la acumulación de base territorial a partir de entornos construidos, sistemas de
transportes, grandes obras de ingeniería, construcción de viviendas, etc. En Harvey, D. Espacios del capital, Akal, col.
«Cuestiones de antagonismo», Madrid, 2003.
57 Sus infrecuentes aumentos en los países centrales suelen provenir de los momentos de ajuste en la industria en que
los despidos provocan un efecto contable de mayor productividad, pero estos aumentos no se consolidan en una
tendencia medianamente expansiva. Al enfrentarse a la demanda menguante, el mayor stock de capital por trabaja-
dor se convierte en exceso de capacidad productiva.
47 II. Crisis de la ecología del capital

basado en el rendimiento monetario del capital y la productividad del trabajo58.


Este corto ciclo alcista coincide con la emergencia de las tecnologías de la infor-
mación y la comunicación que alcanza rápidamente el exceso de capacidad pro-
ductiva. Entonces la relación capital-ingreso desciende por un aluvión de capital
excedente en distintas formas monetarias procedente de los mercados financie-
ros, llevando a las empresas tecnológicas emergentes a cargarse de capital fijo
por encima de su capacidad para valorizarse a través de la demanda.

La evolución de la participación de la renta del trabajo en la renta nacional bruta


(labour income share) en los últimos años (ver Gráfico 1.4) verifica que, en eco-
nomías como las capitalistas centrales donde apenas hay incrementos de pro-
ductividad del trabajo, toda la carga de la competitividad descansa en el recorte
de salarios.

Gráfico 1.4. E
 volución de la participación de la renta del trabajo en
la renta nacional bruta entre 1970-2016 en economías
avanzadas

75 %

70 %

65 %

60 %

55 %
20 2
20 0

20 6
20 8
04
86

10
90

16
80

92

14
96
82

12
94

98
76
78
70

88
72

84
74

0
0

0
0

20
20
20

20

20
19
19
19
19
19
19

19
19
19
19
19

19
19
19

19

EU Germany USA Advanced economies

Fuente: AMECO (base de datos macroeconómica anual de la Comisión Europea)

Por tanto, cualquier programa de gobernanza futuro que se desarrolle en tér-


minos de reestructuración capitalista solo tendrá dos opciones: o bien reducir
salarios o bien elevar la productividad del trabajo mediante el cambio tecnoló-
gico, algo que, como se ha podido comprobar en las últimas tres décadas, lejos
de resolver la tendencia del capitalismo global a la sobreproducción más bien
la agrava.59

58 Ese pequeño ciclo de crecimiento consolidado de la productividad en Estados Unidos a mediados de los años no-
venta es en buena medida imputable a los cambios en el sector logístico derivados de las externalizaciones a Asia.
El sector logístico se computa como sector servicios de forma absolutamente arcaica. En la actualidad buena parte
de la actividad en la logística sería perfectamente clasificable como manufactura.
59 Brenner. R., La economía de la turbulencia global, Madrid, Akal, col. «Cuestiones de antagonismo», n.º 54, 2009.
48 La solución verde

2.2.4 Erosión de la inversión productiva


El agotamiento progresivo de la dinámica tecnológica del capitalismo conlleva
también el de todo un modelo de gestión económica de corte keynesiano basa-
do en políticas de aumento de la demanda efectiva a través de volúmenes cre-
cientes de inversión agregada. Como se ha venido recordando, el cambio tecno-
lógico acelerado revierte en niveles crecientes de productividad del trabajo que,
mediante economías de escala, abaratan la producción de medios de produc-
ción y bienes de consumo. De esta manera, se genera un creciente excedente
que en la era fordista se resolvía por la vía distributiva mediante una negociación
capital-trabajo altamente institucionalizada. Sin este reparto del excedente obte-
nido por el crecimiento constante de la productividad, las sociedades fordistas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial hubieran sido simplemente imposibles.

La posibilidad de reeditar el «acuerdo» originario entre capital y trabajo, y sobre


todo el orden social que se fundó sobre tal acuerdo, ampliándolo a los recursos
naturales, es realmente escasa. Tan solo hay que tener en cuenta los gigantes-
cos requerimientos de beneficio necesarios para mantener las distintas posicio-
nes de mando capitalista relativamente a salvo de la competencia destructiva.
Considerando este factor, lo cierto es que la capacidad para desbloquear la in-
versión productiva es una de las funciones centrales que las posiciones neokey-
nesianas actuales atribuyen al Green New Deal, sin mayor preocupación por su
rentabilidad a medio plazo. Esa capacidad de desbloqueo pasa por arrancar los
recursos financieros que ahora están en las malas manos de las finanzas para
ponerlos en las buenas manos del capital productivo, el cual podría entrar en
expansión gracias a la transición ecológica. De esta manera, la solución verde
se enfrenta también a la posición hegemónica de las finanzas en el proceso de
acumulación capitalista, que sigue siendo una problemática central.

2.3 CRISIS DEL CAPITALISMO FINANCIARIZADO


La crisis de 2008 fue, ante todo, una crisis financiera. Sin embargo, hay una di-
mensión importante que la diferencia de otras crisis financieras anteriores; tam-
bién de algunas más virulentas como la de 1929. La crisis de 2008 ponía fin a
una onda de dos décadas de experimentos de sostenimiento del crecimiento
mediante vías financieras que fueron la espina dorsal de la arquitectura social
neoliberal, resumidos en ocasiones como Capitalismo Popular o Sociedad de
Propietarios.

2.3.1 Las finanzas tras la crisis de 2008


Durante todo el periodo neoliberal las finanzas fueron el principal vehículo en el
intento de relanzar un nuevo régimen de acumulación y un ciclo de formación
de beneficio que se ahorrase el calvario de los costes de producción, el exceso
de capacidad permanente y la competencia destructiva60. Tales son las diná-
micas arrastradas por la máquina capitalista global desde los años setenta que
ralentizan la caída de la rentabilidad, provocando nuevas caídas de la inversión,

60 Tampoco es este un fenómeno nuevo. Marx ya señaló cuando se ocupó del capital a interés que los capitalistas
intentan permanentemente que sus procesos de formación de beneficios no pasen por la fase «capital-mercancías»
de su metamorfosis en beneficio, esa no es otra que la famosa M intermedia del formula ciclo D-M-D’, los grandes
capitalistas siempre están interesados en que los ciclos productivos y la formación de beneficio se asemejen lo más
posible a un ciclo D-D’. En palabras de Marx, este es el más alto nivel de fetichización de la mercancía: «dinero que
pare dinero».
49 II. Crisis de la ecología del capital

frenando así la productividad del trabajo y, en última instancia, del empleo. Eso
no significa que el empleo asalariado deje de ser el mecanismo vertebrador de
las sociedades capitalistas, sino que cada vez menos población puede acceder
al modo de integración salarial.

Tanto en la literatura sobre la financiarización como en los textos clásicos del


marxismo61, las finanzas suelen ser conceptualizadas como gigantescos meca-
nismos de concentración del capital en su forma-dinero, la más abstracta forma
del valor. La capacidad de las finanzas para acaparar la riqueza social está fuera
de toda duda. La trayectoria histórica de los mercados financieros desregulados
desde el comienzo de los años ochenta ha supuesto una constante y creciente
captura de toda tendencia o producto social susceptible de ser monetizado y
mercantilizado62. Tanto en la esfera de la producción y la reproducción, como en
la esfera social y medioambiental, las finanzas han sido auténticas máquinas de
centralizar la riqueza social.

Mucho menos se ha tratado el papel de las finanzas como directoras de la asig-


nación social de recursos a crédito en la esfera de la reproducción social y, muy
especialmente, en los mercados inmobiliarios. Una corriente de la investigación
marxista más reciente ha desarrollado la categoría de capital ficticio63 entendi-
do como forma relativamente autónoma y fetichizada que adoptan los títulos
de propiedad sobre flujos de beneficios futuros. Ahora bien, se da una firme
tendencia a que aquello que comienza como adelanto sobre beneficios futuros
pronto se convierte en un esquema de Ponzi o estructura piramidal, es decir, que
necesita entradas de liquidez constantes y crecientes para poder por lo menos
cubrir los intereses de la deuda contratada en el pasado y consolidada en el
presente. Según la hipótesis de la inestabilidad financiera del poskeynesiano
Hyman Minsky, el destino de cualquier ciclo financiero es terminar no teniendo
suficiente liquidez ni para pagar los intereses de la deuda64. Así ocurre en cual-
quier crisis del capital ficticio, al que mejor que ficticio valdría llamar performativo
por sus «efectos de realidad». Es decir, el garante final de su valor es la posición
jerárquica y de poder del emisor, lo que convierte a los instrumentos financieros
en una suerte de dinero según estatus que vale tanto como poder atribuido
tiene la posición de quien lo emite. Esa es la característica distintiva del dólar a
partir de 1971, puesto que el garante último de su valor es la posición hegemóni-
ca en el mundo de Estados Unidos. Precisamente por esta extensión del poder
jerárquico y de estatus a la validez de su funcionamiento como instrumentos mo-
netarios, en las crisis financieras la pérdida de valor de los títulos es correlativa
a la devaluación del poder percibido de sus emisores. Las caídas en los valores
son de una rapidez fulminante debido a que los precios de bonos o acciones no
encuentran soporte más allá del prestigio de sus propios emisores.

61 Hilferding, R., El capital financiero, Tecnos, Madrid, 1985.


62 La formación de las primeras grandes masas monetarias de la era de la financiarización vino de la mano de los fondos
de pensiones. Fondos privados en su mayoría, pero también fueron, y siguen siendo extraordinariamente importan-
tes en este terreno, los fondos de jubilación de los sindicatos americanos. Desde mediados de los años ochenta a
mediados de los años noventa, los fondos de pensiones, gestionados plenamente por brokers, traders y gestores
de Wall Street sin más compromiso frente a los propietarios de los fondos que el de una rentabilidad alta. La crisis
de 2008 supuso una pérdida de valor considerable de estos fondos y puso encima de la mesa los problemas de
representación que la jerga financiera denomina principal-agente. Es decir, se puso a debate la relación entre las de-
cisiones de inversión de los profesionales de las finanzas y los intereses, monetarios y políticos, de los detentadores
de la propiedad de los fondos. Véase R. Blackburn, «La crisis de las hipotecas subprime» en New Left Review, n.º 50,
mayo-junio de 2008.
63 Durand, C., El capital ficticio, NED Ediciones, Barcelona, 2018.
64 Minsky, H., Stabilizing an unstable economy, McGraw-Hill, Nueva York, 2008.
50 La solución verde

En la crisis de 2008, y siguiendo los tiempos de su extensión planetaria, tanto la


inversión como el empleo cayeron en todos los países capitalistas occidentales,
aunque ni mucho menos en todas partes por igual. La gestión de las crisis capita-
listas tiene mucho de mecanismo de adjudicación diferencial de sus efectos más
duros, tendiendo siempre como resultado a la reproducción de las estructuras
de poder existentes entre territorios y, por supuesto, dentro de las estructuras
sociales de cada territorio. El mando capitalista tiende, de manera poco sorpren-
dente, a la autoconservación.

Ante todo, lo que definitivamente se ha vuelto insostenible es la creencia en un


libre mercado que «premia a los mejores» y en unos mercados financieros que
cumplen con una misión social por ser punta de lanza en la inversión innovadora.
De hecho, la mera existencia de un libre mercado como algo radicalmente dife-
rente a la esfera del Estado quedó en entredicho tras la larga cola de consecuen-
cias sociales y políticas de la crisis de 2008, un proceso que no deja de exten-
derse (agravando la crisis de legitimación en la que ahondaremos más adelante).

2.3.2 Los Bancos centrales como gobiernos reales


Las burbujas gigantescas de precios de activos, alimentadas por parte de todos
los agentes económicos con base a un recurso unánime al crédito, fueron los
resortes económicos centrales del experimento de régimen de acumulación fi-
nanciarizado. Si la crisis de 2008 no hubiera sido financiera sino productiva, ha-
bría resultado casi inevitable una fuerte turbulencia que habría puesto a prueba
el rol del dólar como moneda de reserva global. En primera instancia, fue una
crisis bancaria que afectaba al régimen Dólar-Wall Street instaurado por Nixon65.
La Reserva Federal emergió públicamente como una suerte de gobierno mun-
dial del capitalismo financiarizado, cada vez más desvinculado de los circuitos
económicos internos de los Estados Unidos.

El tamaño de los rescates del sistema financiero global quizás evitó el hundi-
miento del dólar como moneda de reserva, manteniendo a las finanzas con vida
y en una posición hegemónica en el proceso de acumulación capitalista. Pero,
sobre todo, con el estallido de la burbuja española y el encajonamiento de la
crisis global en el flanco sur de la Eurozona, esos rescates impidieron una crisis
completa del sistema financiero global en su eje central atlántico. Nos referimos
a la conexión histórica entre Wall Street y la City de Londres, siendo los dos pun-
tos sobre los que se apoya el dominio del dólar sobre el mercado de divisas en
que se determinan las tasas de cambio de las monedas nacionales.

En última instancia, la Reserva Federal asumió el papel de prestamista a nivel


global con una independencia relativa del gobierno de los Estados Unidos. En
la práctica, se trata de una misión similar a operar como el guardián de la hege-
monía del dólar y de la función central de los mercados financieros estadouni-
denses en el modelo de acumulación global. La Reserva Federal ha calculado
que entre diciembre de 2007 y agosto de 2010 gastó más de 10 billones de
dólares en swaps sobre divisas para apuntalar el rol mundial del dólar66. A partir
de ese momento, para la Reserva Federal era relativamente sencillo ampliar sus

65 Gowan, P., La apuesta por la globalización, Akal, col. «Cuestiones de antagonismo», Madrid, 2001.
66 Un swap, que a menudo se traduce como permuta financiera, es un contrato por el cual dos partes se comprometen a
intercambiar una serie de cantidades de dinero en fechas futuras. En los datos de la Reserva Federal, desclasificados
en 2011, se puede comprobar la larguísima lista de bancos europeos y británicos que acudieron a las mastodónticas
compras de estos swaps sobre divisas: Barclays, RBS, HBOS, Credit Suisse, UBS, Deutsche Bank, Commerzbank,
Dresdner Bank, DEPFA, BNP-Paribas, Société Générale, Dexia y Fortis. Véase: Tooze, A., Crash, Crítica, Madrid, 2018.
51 II. Crisis de la ecología del capital

operaciones de compra masiva a títulos de deuda pública y privada. Así lo hizo a


partir de 2009, inaugurando la fase de expansión cuantitativa o QE (Quantitati-
ve Easing) en las políticas de los Bancos centrales que han definido la coyuntura
hasta 202067.

Desde el punto de vista del proceso de acumulación y la formación de beneficio,


estas gigantescas operaciones de sostenimiento monetario del dólar, prolonga-
das mediante la QE en sus efectos, impidieron un ajuste del aparato productivo
redundante a la escala requerida. De esta manera, se extendieron los problemas
de rentabilidad y de exceso de capacidad en el aparato productivo global hasta
la nueva crisis de 2020, momento en que estas tendencias seculares se ampli-
ficaron y cruzaron con los elementos más coyunturales del contexto pandémi-
co. Sin embargo, la combinación de un fuerte retroceso de la inversión y una
baja productividad del trabajo con un entorno de política monetaria expansiva y
unos tipos de interés históricamente bajos no parece dejar otra alternativa a las
finanzas que forzar los pagos de la deuda pública y privada generada durante
la pandemia de 2020-2168. La nueva brecha de endeudamiento crecerá a ritmo
exponencial hasta que comience un ajuste que será tan caótico como grandes y
generalizados estos niveles de endeudamiento.

Durante marzo de 2020, el mercado de bonos privados se secó de liquidez


como consecuencia de la huida de los inversores asustados por los primeros
bloqueos de la producción en la China del coronavirus y por la guerra de precios
del petróleo comenzada por la Aramco (compañía petrolera del reino de Arabia
Saudí). En su anuncio del 23 de marzo de 2020, la Reserva Federal declaró que
«haría lo que hiciera falta» para defender la economía empresarial y en las dos
semanas posteriores, hasta el 9 de abril, proporcionó una aclaración completa
de sus intenciones. Ese día, la Reserva Federal puso en circulación millones
de dólares dirigidos a los mercados financieros, con la mayor cantidad nunca
dispuesta para intervención o rescate alguno en la historia de EE. UU.: 2,3 billo-
nes de dólares. El salto es cualitativo además de cuantitativo: pensemos que el
TARP (Troubled Asset Relief Program), principal programa de rescate al sector
financiero estadounidense, ascendió hasta la posibilidad de 750.000 millones
de dólares, entonces (2008) considerada una cifra escandalosa.

La Reserva Federal estableció un conjunto de instrumentos para adquirir deuda


empresarial, directa o indirectamente, con la intención de prestar cantidades de
dinero virtualmente ilimitadas a casi cualquier tipo de empresa no financiera,
independientemente de la calificación de su deuda. En concreto, casi más de la
mitad del presupuesto de la intervención estaba destinado a la compra en los
mercados secundarios de deuda con calificación baja (bbb) o directamente con
calificación de «bonos basura». Con esta mastodóntica intervención, la Reserva
Federal compraba literalmente todos los bonos privados del mercado. En pala-
bras de Robert Brenner69:

67 Implementadas por los Bancos centrales, desde la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra
y el Banco Central Japonés, los QE son programas de estímulo monetario a grandísima escala consistente en que el
Banco Central adquiere grandes cantidades de deuda pública, y en la última fase también de deuda privada. De esta
manera, se aumenta la liquidez de la economía y, al mismo tiempo, se almacenan las hipotecas y bonos que, de otro
modo, pesarían sobre la actividad de los bancos comerciales. Tooze, A., Crash, op. cit.
68 FMI, Global Financial Stability Report, 2021.
69 Como suele suceder en estos casos, una avalancha de capitales huyendo de los riesgos asociados al crash inmi-
nente se refugió en los bonos del Tesoro americano a diez años como valor seguro, generando un rápido aumento
de las primas de riesgo de los bonos privados. Brenner, R., «Saqueo pantagruélico», en New Left Review, n.º 123,
julio-agosto 2020.
52 La solución verde

El establishment político bipartidista estadounidense y sus líderes


políticos han llegado, consciente o inconscientemente, a la dura
conclusión de que la única forma en que pueden asegurar la
reproducción de las corporaciones no financieras y financieras,
de sus altos directivos y accionistas, así como de los dirigentes de
los principales partidos estrechamente conectados con ellas, es
intervenir políticamente en los mercados de activos y en el conjunto
de la economía con el fin de respaldar la redistribución de la
riqueza hacia arriba por medios directamente políticos. Esto es, en
realidad, lo que el Congreso y la Reserva Federal han llevado a cabo
con su rescate financiero a gran escala de las grandes empresas
ante la caída de la producción, el empleo y los beneficios.

Desde ese 9 de abril de 2020, la Reserva Federal mantiene a toda la masa de


empresas norteamericanas emisoras de bonos en una sala de espera hasta el
momento en que tengan que ajustar sus niveles de actividad y de empleo a la
nueva capacidad productiva disponible. Lo cierto es que no hay perspectiva al-
guna de que se recupere la capacidad que se mantenía operativa debido a los
bajísimos tipos de interés de los últimos años. Más bien al contrario, la masa de
capitales salientes desde Europa y Estados Unidos hacia China durante los me-
ses de pandemia hace que el tamaño del ajuste postergado sea cada vez más
parecido a un abismo.

En el otro lado del atlántico, la QE llevada a cabo por el BCE no comenzó for-
malmente hasta el 2014 con sus primeras operaciones de compra masiva de
bonos y valores respaldados por activos con el fin inmediato de mantener la
liquidez en el sistema bancario europeo. En una primera fase, las compras de
activos se centraron en la deuda pública de los países miembros, seguida de
una segunda fase con compras de deuda privada. En sus primeros momentos,
la QE europea funcionó como una especie de monetarismo inverso: el aumento
en las cantidades de capital circulante pretendía calentar la economía y lubricar
el crecimiento de la Eurozona. Pero si el monetarismo no comprende las causas
reales de la inflación, lo mismo sucede con la deflación. Los saldos bancarios
estaban todavía llenos de activos dudosos o directamente tóxicos y no había la
menor esperanza de que las instituciones financieras se lanzaran a ofrecer nue-
vos préstamos a las clases medias y a la producción. La QE alejó a los agentes
financieros de los mercados secundarios de deuda. El tamaño de la intervención
fue tan grande que resultó inevitable la caída de precios de los bonos de deu-
da pública —y la subida de la prima de riesgo— debido a la falta de demanda
en los mercados primarios donde los Bancos centrales de los países miembros
venden directamente bonos a los agentes financieros. A cambio del cierre de
estos nichos de beneficio financiero, se dio a los agentes financieros suficiente
liquidez para comenzar un nuevo ciclo en los mercados de acciones privadas,
bonos privados y derivados financieros. El problema de fondo es que no existía
ninguna tendencia rentable subyacente que pudiera alimentar ese ciclo desde
la esfera de la producción. La QE ha quedado claramente presentada como un
dispositivo político para ganar tiempo narcotizando a los agentes financieros
con un carrusel de liquidez permanente.

Alemania se aseguró de que tal movimiento del BCE no fuera posible hasta que
las medidas de austeridad estuvieran bien establecidas en los países deudores
y se garantizara el pago de la deuda. Alemania incluso demandó al BCE ante el
53 II. Crisis de la ecología del capital

Tribunal Constitucional alemán, primero sin efecto, y en 2020 consiguiendo una


sentencia que cuestiona la «proporcionalidad» de la participación alemana en
la QE. En última instancia, generar estabilidad en los mercados secundarios de
deuda soberana de los países fue y sigue siendo el objetivo inmediato.

Hay algunos elementos diferentes en esta crisis por lo que toca a la configu-
ración política europea. El primero de ellos es que Alemania ya no controla de
manera absoluta el BCE. La puesta en marcha de un segundo bazooka moneta-
rio bajo la forma de QE de emergencia ha corroborado este dato. Las primas de
riesgo de los países del sur han bajado tanto que, de forma momentánea, sus
bonos públicos se venden a interés negativo. Esta coyuntura perjudica la finan-
ciación del Estado alemán mediante el uso del bund como activo de seguridad
de baja rentabilidad en un momento en que el sistema sanitario público alemán
se encuentra desbordado y, en consecuencia, pasará lo mismo con la deuda
pública alemana.

Aparte de esta actuación preventiva, que desdibuja los intereses inmediatos de


Alemania, hay que recordar que el BCE de Mario Draghi, ahora Primer Ministro
del gobierno tecnocrático italiano, fue el arma definitiva para ganar el envite a
Syriza en 2015. Los niveles de endeudamiento astronómicos solo son un proble-
ma si hay alguna entidad o institución en posición de ejecutarlos y abrir nichos
de beneficio a partir del ajuste.

La dureza y el desgaste del Brexit, aunque Gran Bretaña haya sido visiblemente
perjudicada en el divorcio, dificultan a Alemania reproducir la actitud agresiva
mantenida frente a Grecia en 2015. Posición que, además, confiere cierta cre-
dibilidad en el nuevo mundo (imaginario) de valores de «responsabilidad social
y ambiental» en el corazón de una «transición energética justa». La retirada de
Alemania a un segundo plano ha sido suplida por un grupo de países satélite
con Holanda a la cabeza (ridículamente llamados frugales) que ejercen de hal-
cones de la deuda y que, paradójicamente, mantienen más vivos que nunca los
intereses de Alemania.

2.4 C
 RISIS DE LA HEGEMONÍA
ESTADOUNIDENSE Y ASCENSO CHINO
La guerra de Vietnam, asegura Arrighi, supuso un giro de la posición de Estados
Unidos en el mundo70. Desde entonces, no paran de crecer los datos y eviden-
cias sobre la trayectoria decadente del único tipo de capitalismo realmente exis-
tente, el dominado por Estados Unidos. Las dimensiones de la discusión acerca
de la muerte de la hegemonía estadounidense y sus consecuencias sobre el
capitalismo global sobrepasaron el estatuto de debate académico y entraron en

70 «La guerra de Vietnam demostró que la protección estadounidense no era tan fiable como proclamaba Estados Uni-
dos y como esperaban sus clientes. En el transcurso de las guerras mundiales, Estados Unidos se había hecho rico y
poderoso dejando a otros países arrostrar la mayor parte del combate, suministrándoles crédito, alimentos y armas,
observando cómo se agotaban mutuamente en los terrenos financiero y militar e interviniendo al final del conflicto
para asegurar un resultado favorable a su interés nacional. En Vietnam, en cambio, tuvo que asumir la mayor parte del
combate en un entorno social, cultural y políticamente hostil, mientras que sus clientes europeos y de Asia oriental
se fortalecían como competidores económicos y las multinacionales estadounidenses acumulaban beneficios en
mercados financieros extraterritoriales, privando al gobierno estadounidense de rentas tributarias muy necesarias.
Como consecuencia de esta combinación de circunstancias, el poderío militar estadounidense perdió credibilidad
y el patrón oro-dólar se vino abajo. Para empeorar aún más las cosas, las Naciones Unidas se convirtieron en una
tribuna resonante para las quejas del Tercer Mundo, generando poca legitimidad para el ejercicio estadounidense de
funciones gubernamentales a escala mundial». Arrighi, G., «Hegemony Unravelling. Part II», en New Left Review, n.º
33, mayo-junio de 2005.
54 La solución verde

los editoriales periodísticos con la figura de Trump y el trumpismo como parte


más visible de este fenómeno. Sin embargo, al alzar la vista, el paso de Trump
por la Casa Blanca se muestra más como consecuencia antes que como causa
de la decadencia norteamericana. Trump ha sido el representante más histrió-
nico de una posición clásica de la derecha estadounidense, que tanto desde el
punto de vista interno como internacional hizo todo lo posible por presentar el
conflicto con China como una reedición de la Guerra Fría. Pero lo cierto es que
también encontramos estos discursos exaltados durante el periodo 2001-2007,
que estuvo marcado por las continuas y erráticas intervenciones militares de
Estados Unidos en Afganistán e Irak durante los mandatos de George W. Bush.
Esta invención del peligro chino se encuentra con un problema evidente: China
no ha dejado de decir, y en buena medida lo ha practicado, que no tiene inte-
rés en la expansión militar a costa de los Estados Unidos. Aunque cada cierto
tiempo el Partido Comunista de China acuda a la retórica de la Guerra Fría para
generar el enemigo externo imperialista, ni mucho menos se trata del discurso
público dominante en China, que tiende más a presentar un modelo de creci-
miento armónico y beneficioso para todo el orbe71.

Desde luego, poco contaba la derecha norteamericana con que la disputa in-
mediata con China se fuera a jugar en el terreno de la salud pública y el siste-
ma sanitario, una reordenación geopolítica poco previsible en 2019. China justo
acababa de ampliar su red de salud pública hasta abarcar a un alto porcentaje
de su población, como parte de su gigantesco estímulo fiscal keynesiano. En
apenas tres meses, la irrupción del coronavirus en China pasó a convertirse en
una ventaja competitiva más frente a Estados Unidos, en el que probablemente
ha sido el evento más visible dentro del largo proceso de cambio hegemónico
que se lleva sintiendo desde inicios de los setenta.

El ciclo de dominio económico norteamericano se inicia con el final de la Guerra


de Secesión, la expansión de la frontera al este y la construcción del ferrocarril.
Ese ciclo empieza a transitar hacia su final en 1971, dejando como recuerdo las
mayores tasas de expansión material y productividad jamás vistas en el capitalis-
mo. También deja atrás el mayor grado de control sobre el mundo que haya teni-
do potencia alguna y que será prácticamente total desde mediados de los años
ochenta, con la derrota visible de la URSS. El paisaje diseñado durante este ciclo
hegemónico ha caminado a manos de un gobernante absoluto del capitalismo
fordista-keynesiano de posguerra ligado a la destrucción de los ecosistemas. A
partir de 1971, empieza un periodo cualitativamente distinto del dominio global
de la economía estadounidense con el dólar como moneda global de reserva,
relativamente desvinculada de las vicisitudes del capital, el trabajo y de los re-
cursos en la economía interior estadounidense.

2.4.1 La muerte del régimen dólar-petróleo


El periodo entre 1971 y 2021 ha supuesto una pérdida progresiva de la potencia
económica de Estados Unidos como país, y correlativamente el crecimiento del
dólar como moneda de intercambio y reserva internacional. Esta paradoja no
lo es tanto si tenemos en cuenta el papel de la OPEP en la subida cartelizada
de precios del petróleo que provocó la primera crisis energética global a par-
tir de 1973. Un ascenso del precio que se incorpora a una dinámica histórica

71 Arrighi también enfatiza el papel de la derrota militar de Estados Unidos en Irak como detonante del salto cualitativo
de China en su estrategia para definitivamente hacerse con el control de la parte productiva de la economía global.
Arrighi, G., Adam Smith en Pekín, Akal, col. «Cuestiones de antagonismo», Madrid, 2009.
55 II. Crisis de la ecología del capital

norteamericana como líder del mundo capitalista totalmente dependiente del


consumo barato de petróleo y del consumo barato de fuentes de energía y re-
cursos no renovables.

Desde finales de los sesenta, Estados Unidos ya no sostiene la extraordinaria


posición competitiva que había tenido desde finales del siglo XIX y de forma
casi absoluta desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El encarecimiento
de los costes del petróleo, derivado en última instancia de los conflictos juris-
diccionales sobre los recursos naturales en la era poscolonial, se redobla con
el encarecimiento de los costes laborales ligado a la oleada revolucionaria de
1968. La acción conjunta de ambos tipos de costes eleva la inflación hasta nive-
les máximos históricos, sin por ello generar niveles de crecimiento significativos.
Estados Unidos estaba cada vez más atenazado por la reducción de las tasas de
beneficio de sus empresas y necesitaba la deuda y el crédito como herramienta
política principal, tanto en la esfera estatal como en la privada. De esta manera,
podía seguir desplazando hacia el futuro los conflictos derivados de la explo-
tación y el dominio creciente sobre la biosfera para conseguir los insumos más
baratos posibles de trabajo, energía y recursos.

Durante el primer shock petrolero, Estados Unidos convenció en secreto a


Arabia Saudí para que comprara bonos del Tesoro estadounidense hasta llegar
a un 30% de su gigantesco superávit comercial72. Más adelante, en un pacto
también secreto entonces pero hoy desclasificado, se regulariza este modelo
de reciclaje de los superávits de los países del Golfo Pérsico liderados por
Arabia Saudí. En ese momento, Estados Unidos aún mantenía la retórica del
multilateralismo frente a lo que entonces denominaba «coacción oligopolista»
de la OPEP. Este es un movimiento que la ciencia económica ortodoxa siempre
interpretó como la acción de un mercado donde se habría revelado la prefe-
rencia del reino saudí por invertir un 30% de gasto casi constante en bonos
del tesoro estadounidenses. En realidad, este movimiento era una especie de
concesión en forma de respaldo «objetivo» al dólar. Un apoyo que, además, no
estaba directamente vinculado a la economía doméstica de Estados Unidos,
que comenzaba su declive. Más bien, su sentido era sumarse al pulso de la
nueva economía global que estaban construyendo los flujos financieros a me-
dida que caían las regulaciones de Bretton Woods en los mercados monetarios
transnacionales. Abundando en este modelo dólar-petróleo como armazón de
la nueva presencia hegemónica de EE. UU. en el mundo, el centro de opera-
ciones de este reciclaje fue el mercado de dólares desterritorializados, es de-
cir, no sujetos a las regulaciones bancarias estadounidenses. De esta manera,
también se asignaba un lugar a la antigua potencia hegemónica, el Imperio
británico, en el nuevo arreglo.

El relato no estaría completo sin tener en cuenta el llamado «Golpe de Volcker»,


así bautizado en «honor» al que fuera presidente de la Reserva Federal durante
el gobierno de Jimmy Carter y luego en el de Ronald Reagan. Volcker subió los
tipos de interés hasta llegar al 20% en diciembre de 1980. En un momento tan
cercano como 1977, los tipos de interés de los Fondos Federales eran del 4%. En
la más pura tradición monetarista de Milton Friedman, se entendía que la masa
de dinero e instrumentos monetarios circulantes estaba provocando inflación,
en lugar de entender que la masa monetaria creciente solo era un reflejo de las
subidas de precio del petróleo y los salarios. Esta decisión provocó una fortísima

72 Spiro, D. E., The hidden hand of American hegemony: petrodollar recycling and international markets, Cornell Univer-
sity Press, Ithaca y Londres, 1999.
56 La solución verde

crisis de la deuda en los países del entonces llamado «Tercer Mundo», atenaza-
dos por la presencia ubicua de monocultivos agrícolas y extracciones mineras
orientadas al mercado mundial que habían dejado las metrópolis coloniales en
su territorio.

La OPEP nació auspiciada por el presidente egipcio Nasser como una forma de
evitar que las siete mayores compañías petroleras del mundo (conocidas como
las siete hermanas: BP, Shell, Texaco, Mobil, Exxon, Gulf y Chevron) siguieran im-
poniendo condiciones draconianas a los recientemente independizados países
del «Tercer Mundo». Sin ser la única causante, la OPEP tuvo mucha responsabi-
lidad en la subida de 3$ a 39$ por barril de petróleo entre 1973 y 1980. La inten-
ción original de servir de modelo para más asociaciones de control de precios
de las materias primas quedó descartada tras las enormes deudas a las que
tuvieron que hacer frente los países productores de materias primas después
del golpe de Volcker. La tarea la terminaron las instituciones del llamado Con-
senso de Washington, especialmente el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional. Su principal herramienta fueron los llamados ajustes estructurales,
vinculados a la secuencia de deudas inasumibles, declaración de bancarrota
del Estado e impago de la deuda, a lo que seguía el rescate del Banco Mundial
condicionado al ajuste estructural.

En marzo de 2020, durante los primeros signos de existencia de la covid-19,


Saudi Aramco73, compañía petrolera pública saudí bajo el control de Bin Salman,
nuevo príncipe heredero y pujante sátrapa saudí, lanzó una guerra de precios
y producción contra el resto de países productores de petróleo74, incluyendo
el objetivo no declarado de abrir una guerra frente a las fuentes de energía re-
novables. Desde sus primeros pasos en 1962, la OPEP se ha mantenido como
un cártel que ha controlado buena parte de la oferta mundial de petróleo, mo-
dulando los precios desde la producción bajo la constante amenaza del uso de
las subidas de precios para estrangular la balanza por cuenta corriente con los
países occidentales. Reproduciendo una posición oligopólica clásica, se trataba
de controlar el grifo del petróleo para controlar el precio.

Una accidentada salida a bolsa de Saudi Aramco en 2019, donde los saudíes de-
nunciaron que el regulador estadounidense estaba manipulando a la baja el pre-
cio por acción, a lo que se sumó a una campaña por parte de las organizaciones
ecologistas para bajarlo aún más, coincidió con la ruptura de las negociaciones
entre Rusia y la OPEP para restringir la producción. Rusia, decidida a romper la
rentabilidad de las empresas estadounidenses de fracking (y canadienses de
extracción en arenas bituminosas) mediante precios bajos del petróleo conven-
cional, no aceptó la propuesta de restricción presentada por Arabia Saudí por
considerarla excesiva.

En febrero de 2020, la compañía saudí anunció una guerra de precios y de can-


tidad, amenazando con romper el mercado por abajo por primera vez desde la

73 Saudi Aramco es la mayor empresa petrolera del mundo tanto por número de reservas en stock como por benefi-
cio operativo. También es la primera empresa del mundo por beneficios declarados, y entre las grandes empresas
petroleras, la que tiene unos compromisos de reducción de emisiones más laxos, por no decir inexistentes: apenas
llegaban al 5% de sus emisiones, las mayores entre las grandes compañías petrolíferas.
74 En julio de 2021, un año y tres meses después del «golpe de Bin Salman» al mercado petrolero mundial, los precios
del petróleo han marcado una trayectoria ascendente que les ha llevado a los 70 dólares por barril, pero lejos de
señalar una vuelta de los patrones clásicos de cartelización de la OPEP, señalan un momento parecido a una concer-
tación de subidas de precios y recortes de la producción entre agentes como forma temporal de apoyo económico a
la recuperación, pero en la que todos los agentes saben que el futuro es la guerra de precios a la baja. Raval, A., «Oil
jumps as Opec and allies decide against big rise in output», Financial Times, 4 de marzo de 2021.
57 II. Crisis de la ecología del capital

instauración del orden transnacional de posguerra. Si el objetivo era generar


inestabilidad, el timing no pudo ser más preciso. Fue el 28 de febrero de 2020,
justo cuando empezaban a tomarse en serio las repercusiones del coronavirus
sobre la economía global y empezaba a parecer posible la predicción de encie-
rros en ciudades y países de Europa. El efecto conjunto de un estrangulamiento
de la demanda y una expansión de la oferta tuvo como resultado la mayor caída
en un solo día del precio del petróleo (de 45 a 30 dólares por barril) desde la
Gran Depresión. Los resultados no se hicieron esperar. Bajada del rendimiento
de los bonos del Tesoro estadounidense, bajadas del dólar y de las monedas
de los países productores de petróleo, sacudida de la cotización en bolsa de las
empresas energéticas tradicionales y, como resumen, ascenso del índice VIX de
volatilidad, que alcanza máximos desde su pico en la anterior crisis de 2008. To-
dos estos efectos, encadenados sobre los mercados de futuros, mandaron una
fortísima señal de crisis que reverberó en todo el sistema financiero global. La
turbulencia en los mercados energéticos dio la señal a la Reserva Federal para
adoptar las medidas extraordinarias de marzo de 2020, tratando de contener un
crash absoluto de las finanzas globales, provocado por la caída simultánea del
dólar y el petróleo que se dibujaba en el horizonte.

Siguiendo la lógica de la salida de la crisis del 73, se puede decir con relativa
seguridad que al capitalismo le queda un sector monopolista menos. Nos referi-
mos a las guerras de precios en la manufactura durante la crisis de los setenta,
que fueron el preludio de una fase de competencia destructiva entre empresas
y países para forzar un ajuste hacia la capacidad productiva real del enorme
aparato industrial fordista. Un ajuste dependiente de una destrucción de valor
cuyos efectos intentaron ser trasladados en la mayor medida posible hacia los
territorios y poblaciones relegadas de Europa y Estados Unidos75.

El arreglo dólar-petróleo de los años setenta, pactado en origen por EE. UU. y Ara-
bia Saudí, estaba diseñado para subir los precios o negociar bajo la amenaza de
estrangulamiento de la oferta y subidas de precios. Aquel acuerdo de reciclaje de
petrodólares situaba al dólar, en tanto moneda mundial, como la divisa respal-
dada por la comercialización de petróleo, y por tanto relativamente desengan-
chada de la producción interna de los Estados Unidos. Así, el dólar post-73 en la
práctica no era una moneda plenamente fiduciaria, sino que ha tenido algo de
«patrón petróleo». Si el poder del dólar no es reflejo de la mayor competitividad
de la economía estadounidense, por fuerza debe asegurar su legitimidad en la
esfera transnacional, que se ha movido al ritmo que marcaban los precios del
crudo y de sus consecuencias en la distribución global de ingresos, rentas y re-
cursos. La escasez relativa de petróleo, con su régimen de precios, es la garantía
última de la estabilidad del dólar como moneda de referencia76. La agonía del
régimen dólar-petróleo va dando paso a la hegemonía de China.

2.4.2 Un capitalismo chino con características verdes


En septiembre de 2020, durante la asamblea general de Naciones Unidas, el
presidente chino Xi Jinping habló prácticamente ya como nuevo líder del mundo
y se situó en un punto de paso político que también fue puerta de entrada a la

75 En esta misma línea se pronunciaban en mayo de 2021 el Financial Times siguiendo a la Agencia Internacional de la
Energía: Brower, D.; Jacobs, J.; McCormick, M., «6 takeaways from the IEA’s net-zero scenario», en Financial Times,
20 mayo de 2021.
76 Las cotizaciones de dólar y petróleo tienden a funcionar a la inversa, cuando baja el petróleo sube el dólar, y vicever-
sa, a la manera en que las hedge finance siempre operan con al menos un polo de seguridad y otro de rentabilidad.
En este caso intercambiando papeles cada cierto tiempo.
58 La solución verde

hegemonía económica mundial en los casos del Imperio británico y Estados Uni-
dos. Se trata de ese momento en que la potencia hegemónica aspirante abraza
el libre comercio después de un periodo proteccionista inicial, lo cual siempre
ha representado una declaración de superioridad competitiva en la esfera pro-
ductiva. Implica que la distancia es tal que la vía de los mecanismos de mercado
por sí misma solo puede amplificar la posición del dominante en la esfera de la
distribución de la riqueza. Si además el comercio mundial, mediado antes por las
relaciones entre los Estados que entre las empresas, es casi la única forma de
mercado que sigue funcionando hoy, aún bajo la economía de los confinamien-
tos o post-covid, la declaración frente al mundo de superioridad productiva ergo
comercial de China resulta poco discutible77.

En un punto central para el desarrollo futuro del capitalismo global, en esa misma
asamblea general de la ONU, Xi Jinping dio su bendición a los compromisos de
neutralidad climática, y con ellos a la entrada china en el juego del capitalismo
verde, juego que abre toda una avenida para la consolidación de China como
dominador casi absoluto de las manufacturas en todo su ciclo de valor. Como
de costumbre, es la Unión Europea quien pierde esta batalla. China, el mayor
contribuyente neto al aumento de las emisiones de CO2 en los últimos treinta
años, el país siempre señalado, no sin hipocresía, como responsable del cambio
climático por parte de la Unión Europea, se ha puesto a la cabeza de la lucha
contra el cambio climático, sin que la UE, que no ha dejado de congratularse de
ser faro mundial de lo verde desde hace veinte años, haya podido dar respuesta
alguna. Entre otras cosas, porque en el modelo chino anterior al giro de 2008
China era la forma en que las empresas occidentales, también las de la UE, se
deshacían de costes ambientales.

La intervención de Xi Jinping en la ONU es clara al respecto. Si el mundo decide


entrar en un ensayo de capitalismo verde, será la industria china la que provea
los medios para hacerlo. Una vez que China ha logrado no depender tecnológi-
camente de Occidente y se ha quitado de encima la tutela de los centros de di-
seño y organización occidentales, cualquier intento de reanudar la acumulación
de capital a partir del cambio tecnológico hacia tecnologías de sustitución de los
combustibles fósiles pasa por el aparato productivo chino. Destaca la produc-
ción de infraestructuras para captar energías renovables, pilar de la transición
energética global, que China ha abaratado y aumentado extraordinariamente en
lo que toca a la capacidad de aprovechamiento de energía por unidad de trabajo.

La apuesta China por el Green New Deal se enmarca dentro de su maniobra


expansiva con la que se pretende rentabilizar su nueva posición tecnológica
dominante, la nueva hegemonía productiva china, en una nueva ronda de fi-
nanciarización de la economía china, en la que, fundamentalmente, las nuevas
empresas de energías renovables chinas y los fabricantes del coche eléctrico
sean atractores para las enormes masas de capital que siguen entrando en los
mercados financieros, listas para una fuerte ola de inversión financiera.

77 La aceptación tácita del cargo de aspirante a capitalista colectivo global ya estaba en la intervención de Xi Jinping en
el Foro de Davos en 2017 que dejó completamente boquiabiertos y maravillados a los voceros del orden económico
global. Estos grandes influencers globales, sin duda desorientados por el neoconfucianismo expansivista de Xi, se
convirtieron en firmes defensores de China, su partido comunista y su modelo comercial y productivo como garantes
de la globalización capitalista. Obviamente, a esta defensa siempre se le añade una cláusula en letra pequeña que
recuerda, más o menos, que «todo bien con China, pero la situación de los derechos humanos y políticos es mejora-
ble».
59 II. Crisis de la ecología del capital

Hasta la crisis de 2008, China se mantuvo bastante fiel a su papel como «taller
del mundo» y economía diseñada para la captación de capitales en fuga de la
larga crisis de rentabilidad, con sus diferentes reverberaciones en forma de tur-
bulencias financieras a lo largo de los años ochenta y noventa. A diferencia de
otros países, China no ha sido vulnerable a los ataques al modelo de sustitución
de importaciones —la producción industrial local de bienes que están siendo
importados— propio de los llamados «países en vías de desarrollo» durante los
años sesenta y setenta. La principal explicación a este fenómeno es que, desde
el primer momento de la «apertura» económica, los dirigentes chinos tuvieron en
mente las estructuras de poder globales del Consenso de Washington. Siguien-
do esa doctrina, apostaron por los superávits por cuenta corriente y, de forma
más concreta, por la obtención de grandes reservas en dólares como garantes
de la soberanía económica. Toda la estrategia exportadora china estuvo dirigida
por este criterio.

La gestión de la crisis de 2008 fue decisiva para el cambio de modelo en Chi-


na, que pudo comprobar cómo la mera posibilidad de quiebra de los gigantes
hipotecarios americanos Freddie Mac y Fannie Mae amagaba con dañar su posi-
ción como mayor tenedor de activos denominados en dólares fuera de Estados
Unidos (y desde ahí, su soberanía económica). El llamado Documento Central
número 18 del Partido Comunista Chino establecía las bases del giro hacia el
mercado interno y de una política presupuestaria expansionista que iría de la
mano de una política monetaria «adecuadamente laxa»78. Con ese fin tensionaba
las unidades locales del Partido para sacar adelante un programa de transición
económica basado en la inversión en construcción de entornos urbanos nuevos
e infraestructuras para fortalecer el mercado interno, que ya tenía más peso que
el percibido habitualmente por analistas occidentales. En concreto, incluso en
los años de mayores tasas de exportación alcanzaba dos tercios de la demanda
total. Un 12% del PIB chino, una masa monetaria nada desdeñable, sería emplea-
do para este propósito.

La reforma del sistema sanitario fue el objetivo estrella del programa keynesia-
no. El debate iniciado por Hu Jintao sobre la reforma del sistema sanitario a raíz
de la gripe aviar se materializó en el anuncio en 2009 de que la cobertura sanita-
ria pasaría del 30 al 90% de la población y que se asignarían fondos del gobier-
no central para pagar dos mil hospitales comarcales y cinco mil centros clínicos
municipales: la mayor expansión sanitaria de la historia mundial. El otro proyecto
estrella del Documento Central 18 fue la construcción del tren de alta velocidad.
Entre 2008 y 2014, la red ferroviaria preparada para circular a más de 250 km/h
pasó de 1.000 km a 11.000 km. Los 1.300 km que separan Pekín de Shanghái se
cubrían en cuatro horas y media.

Sin embargo, tampoco China es del todo ajena a la crisis generalizada. De he-
cho, en los meses anteriores a la irrupción de la covid-19 la situación de China
se presentaba como un atolladero de difícil salida. El gobierno parecía atena-
zado entre los requerimientos necesarios para mantener los niveles de creci-
miento y la posición que ocupaba China en las cadenas de valor globales, para
lo que necesitaba escalar la creación de crédito. También por los requerimien-
tos necesarios para evitar una caída del renminbi (el yuan convertible) en los
mercados de divisas que amenazase con una fuga de capitales similar a la del
crash de las bolsas chinas en 2015. En el origen de esta dinámica, señalaban

78 Tooze, A., Crash, Crítica, Madrid, 2018, pp. 266 y ss.


60 La solución verde

los comentaristas occidentales, estaba la concesión de refinanciaciones sin lí-


mite a las empresas públicas en quiebra, dinámica que tendía a generar fuertes
excesos de capacidad en la medida en que impedía el ajuste y la salida de las
empresas no rentables del mercado. A su vez, esto generaba nuevas rondas de
endeudamiento para sostener la demanda que trasladaban aún más tensiones
al renminbi.

En última instancia, la renuncia china a pelear por arrebatar la hegemonía mo-


netaria al dólar como moneda de reserva mundial, junto con las peculiaridades
«socialistas» de su modelo, como la no existencia de la quiebra empresarial,
han traído tensiones considerables sobre la posición financiera de China. Al no
existir expediente de quiebra, se sigue concediendo crédito en moneda local a
estas empresas no rentables, generándose masas de deuda incobrable, y como
consecuencia el renminbi tiende a depreciarse. Así acaba generándose una es-
tampida de capitales chinos denominados en moneda local hacia el dólar. Antes
de 2008, cuando el modelo chino era claramente una economía de exportación
manufacturera de baja cualificación y alta intensidad en trabajo, este problema
no existía. En ese momento, el Banco Popular de China centralizó los dólares
que entraban en el circuito económico interno y con ellos desarrolló una política
a largo plazo de compra de instrumentos monetarios norteamericanos denomi-
nados en dólares. El objetivo era mantener el tipo de cambio del renminbi bajo
el expediente de sostener al dólar mediante compras masivas en los mercados
de divisas79.

El menor crecimiento de las exportaciones y el registro de menores aumentos


del superávit por cuenta corriente tras la crisis de 2008, unido a las gigantescas
dimensiones del gasto en programas anticíclicos keynesianos, dieron como re-
sultado que en 2016 China necesitase tres veces más crédito para generar los
mismos niveles de crecimiento que en 2010. En tan solo diez años el montante
total de la deuda china ha aumentado tres veces y media. La deuda en relación
al PIB ya es un 326%, frente al 146% que representaba en 2009.

La respuesta del gobierno de Xi Jinping a este cenagal financiero ha sido lo


que el propio presidente chino llamó doble circulación80. Se trata de un nuevo
patrón de desarrollo que, centrado en la promoción del mercado interior, busca
la retroalimentación mutua entre ambos polos. En un movimiento que recuerda
poderosamente al «un país, dos modelos» de Deng Xiaoping, China abrirá una
parte de su circulación económica a los flujos de capital globales mientras otra
esfera permanece en la órbita de la circulación interna manteniendo niveles muy
altos de endeudamiento en renminbi sin ningún tipo de presión hacia el ajuste
más allá de las que pueda ejercer el Banco Popular de China.

Este nuevo diseño general del modelo, pensado antes de la irrupción de la co-
vid-19 en Wuhan, ha convertido la parte «abierta» de la economía china en el
mayor, y casi único, yacimiento de beneficios financieros globales después de
que las intervenciones de la Reserva Federal en el crash de marzo 2020 hayan

79 «Un tipo de cambio bajo en ese momento era fundamental para no dañar el crecimiento de la exportación china.
Pero de paso, al centralizar los dólares el Banco Popular de China, y con la ayuda de estrictos controles de capital,
se evitaba que se perdieran en decisiones a corto plazo, o directamente especulativas, de los inversores privados.
Por citar un precedente del que eran perfectamente conscientes en el PCCh, en los primeros ochenta, los empre-
sarios japoneses ungidos por su posición dominante en los mercados de exportación, y los gigantescos superávits
por cuenta corriente que registraba la economía japonesa en la época, se lanzaron a una estrategia de compras de
prestigio en los países centrales que dilapidó buena parte de las entradas de divisas». Shih, V., «El dilema del crédito
chino: entrevista con Robert Brenner», en New Left Review, n.º 115, marzo-abril de 2019.
80 Buckley, C., «Xi’s Post-Virus Economic Strategy for China Looks Inward», New York Times, 7 de septiembre de 2020.
61 II. Crisis de la ecología del capital

prácticamente neutralizado la dinámica de formación de beneficios en el mer-


cado estadounidense, y de rebote, en el europeo. La puesta en marcha de los
primeros mutual funds, que conducen parte de las gigantescas masas de ahorro
chinas a los mercados financieros globales, atrajo desde 2019 a BlackRock y
Goldman Sachs a tomar posiciones fuertes en este mercado. Pero ha sido el
gigantesco caos decisorio durante la pandemia en Europa y Estados Unidos el
que ha terminado por provocar una salida masiva de la inversión tanto financiera
como productiva hacia el emergente mercado financiero chino. Si algún riesgo
de inestabilidad planea sobre la economía china es precisamente el relacionado
con la apertura de esta porción de su pujante constelación empresarial en un
momento de máxima contracción de las economías occidentales.

En Asia, el neoliberalismo ascendente y sus instituciones globales chocaron


contra un muro. El orden global marcado por los ajustes estructurales comenzó
a mostrar síntomas de desgaste en la crisis asiática de 1997, que a su vez coin-
cide en el tiempo con las primeras manifestaciones en Seattle contra la OMC,
pistoletazo de salida del movimiento antiglobalización. La evidencia de los ni-
veles de crecimiento chinos a lo largo de los años noventa y primeros dos mil,
junto con el fracaso estrepitoso del FMI en la gestión de la crisis de las monedas
nacionales asiáticas, abren la puerta a una recodificación de las economías del
Sur global bajo el término de economías emergentes (diseñado para inversores),
señalando a sus cuatro países centrales, los BRIC (Brasil, Rusia, India y China). En
realidad, salvo su subordinación al orden del dólar y Wall Street, esas economías
emergentes apenas comparten nada que permita clasificarlas como una entidad
económica coherente.

La pandemia global ha dejado bien a la vista que el Estado ha quedado colapsa-


do en sus funciones más básicas en Europa y Estados Unidos mientras en Asia
y especialmente en China se ha caminado rápidamente hacia un capitalismo
gerencialista de Estado. Resulta evidente la superioridad gerencial y administra-
tiva de los Estados asiáticos frente a los residuos del poder de los Estados oc-
cidentales. Si se quiere una respuesta a este fenómeno más allá de la narración
eurocéntrica habría que buscarla tanto en las culturas funcionariales históricas
como en la organicidad de unas sociedades ordenadas hasta un punto inconce-
bible en las sociedades de mayor o menor filiación histórica liberal de Europa y
Estados Unidos. Robert Taggart-Murphy, haciendo suya una reflexión del filósofo
escocés Alastair McIntyre, sostiene que:

MacIntyre sugiere que el lenguaje moral —y en consecuencia


político— occidental se basa en una estructura profunda que se ha
derrumbado. Además, nuestra memoria del colapso —y con ella los
significados subyacentes de las palabras y conceptos que usamos
para discutir la realidad política y moral— se han desvanecido en
gran medida. Nos preocupamos por términos como «libertad»
y «autonomía», pero hemos olvidado lo que significan81.

Frente al cascarón vacío que hoy por hoy son los lenguajes políticos de la Ilustra-
ción en sociedades europeas y norteamericanas que, en su supuesta capacidad
de integración, han resultado devastadas por treinta años de neoliberalismo, las
sociedades del este de Asia son más verticales y orgánicas que nunca debido

81 Taggart-Murphy, R., «Oriente y Occidente: las geoculturas y el coronavirus», en New Left Review, n.º 122, mayo-junio
de 2020.
62 La solución verde

a una «combinación de respeto generalizado por el conocimiento experto e


hipersensibilidad a la amenaza del desorden —ya sea social o natural—»82. La
identificación monopolista entre megacorporaciones y Estados ha producido un
escenario en que la competencia global se desarrolla mediante un neosistema
de Estados. Ese hecho tiene una gran deuda con la capacidad del Partido Comu-
nista Chino para reciclar el aparato de Estado maoísta en una suerte de nave no-
driza preparada para acometer todas las funciones burocráticas y empresariales
necesarias para pasar a toda velocidad por las fases del desarrollo capitalista.
Si se le añade a esta nave nodriza una sociedad diseñada para recibir flujos de
energía e información desde arriba, se entiende que en veinte años China haya
comprimido trescientos años de desarrollo capitalista.

El actual juego de fuerzas global, que cada vez tiene más forma de competencia
entre Estados-nación, más o menos subordinados a órganos megarregionales,
antes que entre empresas, corresponde, al menos parcialmente, a los diseños
del Partido Comunista Chino. Un Estado solo habla con otros Estados, no con
sus empresas multinacionales o sus fondos de inversión. Máxime cuando ese
Estado financia al Estado que conserva el dinero más poderoso del mundo, es
decir, cuando es el principal agente legitimador del poder financiero del dólar.
Pero pocos son los Estados-nación de Estados Unidos y Europa que ahora mis-
mo no sean a su vez resultado del modelado por parte de las elites económi-
cas locales. Sin embargo, la similitud entre el modelo chino y el neoestatismo
occidental es puramente nominal. Donde en China hay un Estado nodriza que
alimenta a sus unidades capitalistas a través de propiedad, recursos públicos y
masas de fuerza de trabajo explotables para golpear conjuntamente en el ám-
bito exterior, en Europa y Estados Unidos hay un Estado-búnker oligárquico que
aspira a construir posiciones monopolistas y rentistas desde su posición privile-
giada. Unas posiciones monopolistas y rentistas que implican necesariamente la
detracción de recursos públicos a sus competidores, a la población en general
o a las clases subalternas.

La acumulación sistemática de dólares por parte del Estado chino —en forma de
atesoramiento de todos los instrumentos financieros en dólares concebibles—
desde hace más de treinta años es algo simplemente inimaginable en las
culturas políticas de raíz liberal. China ha derrotado comercialmente a Estados
Unidos mediante el método de ser el mejor cliente del dólar, y por tanto del
poder financiero global, a cambio de una estrategia implacable de control de la
industria, de toda la industria. Tal cosa equivale a decir un control casi total de
las pocas fuentes de absorción de trabajo, y por tanto de producción de masas
de plusvalor nuevo y posterior valorización de las nuevas masas de plusvalor. En
esto se equivocan radicalmente las lecturas keynesianas. No hay una crisis de
inversión capitalista global, hay una total centralización de la inversión productiva
rentable en China. El control chino de las cadenas de valor en todos los grados
de cualificación de la producción hace que queden ya muy pocos subsectores
económicos donde China no esté en condiciones de dictar los criterios de
viabilidad de las estructuras de costes de sus rivales (lo cual, como se ha visto
más arriba, está lejos de alejar el fantasma de la crisis financiera interna china
de manera automática). Y desde luego, China tiene la ventaja abrumadora sobre
Occidente de no necesitar un gigantesco aparato de persuasión ideológica de
masas para mantener viva la representación de un modelo de libre concurrencia
que se supone premia a los innovadores y castiga a los acomodados en una

82 Ibid.
63 II. Crisis de la ecología del capital

suerte de fair play decimonónico. No quiere esto decir que China no tenga un
potente aparato propagandístico interno y externo, que efectivamente lo tiene. La
cuestión es que no lo dedica a convencer a su población de que siguen viviendo
en la Revolución Cultural de Mao, por citar un equivalente grueso a hacernos
creer que vivimos en el reino de la armonía liberal, con sus disrupciones, siempre
ocasionales y de origen externo.

Por lo demás, no es difícil predecir que el futuro inmediato de ecosistemas de


todo tipo, con mayor o menor grado de transformación humana, y por tanto tam-
bién de nuestras vidas, estará aún más modelado directa o indirectamente por
las decisiones estratégicas del Partido Comunista de China —como ya lo está
por las decisiones monetarias de la Reserva Federal de Estados Unidos—.

2.5 E
 L ESTADO PÚBLICO-PRIVADO
FRENTE A LA CRISIS
Si algo emerge con fuerza frente a las dinámicas de crisis articuladas que hemos
descrito es el apuntalamiento de lo que en fases anteriores se presentaba como
experimento avanzado y hoy se muestra en su despliegue total. Se trata de la
relación directa entre una crisis general y la necesidad de aplicar la fuerza bruta,
regulatoria y simbólica del Estado para ser garante de los derechos de propie-
dad capitalista. A esa relación organizada para apropiarse, modelar y explotar lo
que habita encima, debajo y en la misma línea del suelo que pisamos la deno-
minamos Estado Público-Privado, noción que desarrollamos como conclusión a
este capítulo.

2.5.1 La libre competencia regulada


En el capitalismo, la producción se socializa en el mercado a través de la compe-
tencia. Los productores individuales solo saben si su producción completará el
proceso de valorización a posteriori, una vez se han enfrentado a otros capitales
en el mercado. Su valorización y, en última instancia la tasa de beneficio, son
dependientes de que el ciclo de las mercancías se complete en el mercado. En
ese sentido, la competencia está muy lejos de coincidir con el ideal de la econo-
mía liberal basado en la maximización individual de beneficios y en la asignación
eficiente de recursos. La competencia en el capitalismo histórico no es algo que
se pueda decretar o construir, sino que depende de las distribuciones de capital
con las que los productores operan en el mercado.

En el neoliberalismo doctrinal de F. A. Hayek, la competencia se plantea como


un proceso de descubrimiento empírico de las condiciones concretas intersub-
jetivas del entorno83. Una vez completada la interacción, esas condiciones se ex-
presan en un determinado momento en forma de precios. Para Hayek, el sistema
de precios en un mercado de libre concurrencia es la única forma en que se
pueden conocer las preferencias subjetivas de la población en sociedades com-
plejas. Oponerse al mercado solo puede venir del miedo a ser disciplinado por
la oferta y la demanda y a que su implacable ley ponga a cada cual donde le co-
rresponde. En este punto, Hayek se aleja de la tradición liberal de Adam Smith,
quien marcaba el motor de la concurrencia en el interés individual del productor,

83 Hayek, F. A., «Competition as a discovery procedure», en Quarterly Journal of Austrian Economics, vol. 5, n.º 3, otoño,
2002.
64 La solución verde

para llevarlo en realidad a una versión restringida de corte aristocrático. Según


Hayek, al mercado se va con una suerte de espíritu empirista de verificación de
hipótesis, pero pronto este candor investigador se convierte en una demostra-
ción de la inferioridad o temeridad de quien quiera controlarlo o regularlo. Como
señala Hayek:

Las consecuencias de esta interpretación errónea del orden de


mercado como una economía cuya tarea es satisfacer las diversas
necesidades de acuerdo con un orden jerárquico dado se reflejan en
los esfuerzos políticos para corregir los precios y los ingresos al servicio
de la llamada «justicia social». A pesar de los diversos significados
con los que los filósofos sociales han intentado cubrir este concepto,
en la práctica apenas ha tenido uno solo: proteger a algunos grupos
de personas de tener que descender del estilo de vida absoluto o
relativo que han disfrutado hasta el momento. Sin embargo, este es
un principio que no se puede implementar en general sin destruir los
cimientos del orden del mercado. [...] El orden del mercado es una
forma de coerción impersonal, ciega a necesidades específicas, y que
hace que los individuos cambien su comportamiento o les obliga a
imitar las mejoras, y por eso la gente tiende a rebelarse contra él84.

Si se toma esta vara de medir, resulta que nunca jamás ha habido libre mercado,
algo que Hayek no deja de lamentar. Tampoco hay constancia de momento o
lugar alguno en los que se haya demandado o siquiera sostenido esta concep-
ción idealizada y moralista del mercado y sus precedentes. Más bien al con-
trario: si de algo hay precedente en casi cualquier momento del desarrollo del
capitalismo histórico es de capitalistas individuales que han querido restringir la
competencia por todos los medios, sean económicos o extraeconómicos. En la
práctica, decir monopolio (y la mayoría de las veces también oligopolio) no es
más que referirse al ejercicio del poder en el mercado para restringir la com-
petencia. A más poder económico y político, más capacidad de someter a los
rivales. La concepción hayekiana de la competencia como un mecanismo que
de forma sistemática produce un resultado óptimo que no es el deseado por nin-
guno de los participantes admite tácitamente que la libre competencia no tiene
el suficiente calado como principio político rector dentro de los propios estratos
capitalistas. Sin embargo, eso no quita que la construcción de la moneda única
europea, el gran legado póstumo del aristócrata austrohúngaro, termine preci-
samente por componer un cuadro de mercado bastante parecido al definido por
Hayek. Al menos en cuanto a la producción en el mercado de soluciones que
ninguna de las partes quiere, algo que define a la perfección las políticas de la
Unión Europea para la Eurozona.

La libre competencia se dirime para Hayek, y también para Milton Friedman85,


como una lucha de costes bastante directa: gana quien logra producir más ba-
rato. Para la otra gran familia de visiones liberales de la competencia, la schum-
peteriana86, la competencia es un asunto de innovación y tecnología. De tal

84 Ibid.
85 Friedman, M. y Friedman, R., Free to Choose: a personal statement, Hardcourt Brace Jovanovich, Londres y Nueva
York, 1980.
86 Schumpeter, J. A., Capitalism, socialism and democracy, Routledge, Londres, 2009.
65 II. Crisis de la ecología del capital

manera, Schumpeter deja para el mercado la tarea de ejecutar la destrucción


creativa, refiriéndose a la destrucción de valor en la operación de ajuste que es
causa y a su vez consecuencia de la apertura de nuevos sectores monopolistas.
Para que este esquema sea posible, Schumpeter repite hasta la saciedad que
son indispensables los monopolios temporales para aquellos que disponen de
una tecnología productiva emergente. Unos monopolios que se van disolviendo
según avanza la difusión tecnológica. La conclusión de Schumpeter es que la
competitividad no necesariamente se mide por los menores costes, sino que
más bien está ligada a diferentes factores de innovación. Ni que decir tiene que
la hipótesis de Schumpeter es más acertada en la medida que señala la manera
«canónica» de superar la competencia por medios económicos en el capitalis-
mo realmente existente, asociada a la elevación constante de los niveles de
productividad y eficiencia para eliminar a los rivales económicos. Aunque, por
ese mismo motivo, si ha habido un lenguaje falseado por el Estado-empresa
neoliberal y sus instituciones público-privadas ha sido el de la «innovación» y el
«emprendimiento» schumpeteriano87.

El problema central de los últimos cuarenta años es que esta operación de eli-
minación de competidores por vías «puramente económicas» solo se ha dado
puntualmente, y las más de las veces con el concurso intensivo de los Estados88.
El recurso neoliberal al crédito en cantidades crecientes, y en peores condi-
ciones de devolución en relación a las tasas de beneficio y a los salarios, to-
davía distorsiona más la operación de ajuste de mercado. En esto Hayek, muy
al contrario del desarrollo real del modelo económico que ayudó a construir,
era inflexible: el «dinero barato» no debe falsear las condiciones de mercado89.
Resulta difícil estar más lejos de la dinámica histórica del neoliberalismo y del
comportamiento de los distintos tipos de capitales en lucha en el mercado.

Sin embargo, en esa misma distancia se puede leer el itinerario de la estruc-


tura de poder económico global auspiciada por la hegemonía estadounidense
denominada neoliberalismo, que se ha ido progresivamente desvinculando de
la defensa de la «libre competencia». La competencia entendida como «motor
de la historia» ha ido perdiendo fuerza según los ciclos de crecimiento neolibe-
rales iban arrojando tasas de crecimiento más que discretas. En la actualidad,
las economías del crecimiento rara vez no tienen al Estado-empresa en su cen-
tro y utilizan lenguajes con mayores o menores ecos keynesianos. Siguiendo
una distinción marxista clásica, la misión central de los Estados capitalistas ac-
tuales es que la crisis del capital-función, una vez aligerada de la carga de la

87 La última bastardización exitosa en la adopción por parte de altos funcionarios, gestores de fondos y analistas globa-
les del lenguaje schumpeteriano de la innovación se debe a la economista best seller Mariana Mazzucato. La tesis de
partida de esta asesora del Partido Laborista y la Comisión Europea es innegable: las nuevas tecnologías que están
detrás de las empresas puntales se han originado a través de ciclos de inversión pública. A partir de ahí, empieza
un festival de mistificaciones que tienen tanto de adulación a las capas de altos funcionarios del Estado como de
verdadero candor analítico. El error central de Mazzucato es creer que empresa y Estado son dimensiones analíti-
camente separables en una coyuntura histórica como la actual. Sus llamadas a las «grandes inversiones» estatales
para desarrollar la tecnología verde son apologías del Estado empresa. El mensaje para el capitalista ansioso de
transferencias de rentas inmediatas es sencillo: hay gente desde el Estado muy interesada en restaurar el beneficio
capitalista y que está trabajando para que el inversor privado tenga mañana grandes tasas de beneficio. Mazzucato,
M., The entrepreneurial state, Demos, Londres, 2011.
88 Baste pensar en el peso del gigantesco programa de keynesianismo militar de Ronald Reagan en el desarrollo de las
tecnologías de información y vigilancia que hoy dominan la economía norteamericana.
89 Hayek, F.A., The denationalisation of money, Institute of Economic Affairs, Londres, 1990. En este texto, Hayek de-
muestra saber perfectamente que el proceso de creación y extensión del crédito de masas respondía y responde
a factores propiamente políticos, en concreto relacionados con las luchas de clases entendidas en sentido amplio.
Por supuesto, Hayek hace culpable de este uso del crédito de masas como herramienta de aplazamiento de ajuste
de mercado a toda una panoplia de instituciones socialistas de forma abierta, como los sindicatos, o instituciones
filosocialistas como los Bancos centrales, cuya desaparición pide unas pocas líneas después de acusar a todos los
gobiernos occidentales de doparse con dinero crediticio.
66 La solución verde

sobreproducción por los Estados, no dañe al capital-poder, que se expresa en


una doble dimensión. Por un lado, en las relaciones de propiedad vigentes y, por
otro, en el uso del enorme poder de las finanzas para garantizar que los títulos
de propiedad son monetizables a precios de mercado. Es decir, el mantenimien-
to de las jerarquías sociales se confirma garantizando la conversión en líquido
de los títulos de propiedad.

2.5.2 El Estado como garante de las relaciones de propiedad capitalista


Si la performance económica neoliberal no pasa de mediocre según sus pro-
pios indicadores no será porque se hayan relajado o transformado las nuevas
relaciones de propiedad, fundamentalmente vinculadas a las distintas formas
de privatización. Al abandonar progresivamente la libre competencia como prin-
cipio rector de la economía, el ímpetu neoliberal se ha centrado en el manteni-
miento o la imposición de las relaciones de propiedad capitalista. Durante los
años sesenta y setenta el neoliberalismo ascendente, apoyado por unas elites
empresariales norteamericanas asustadas por las primeras grietas en la posición
hegemónica, tenía como principal preocupación el establecimiento de nuevas
relaciones de propiedad. No por casualidad, esos principios se materializaron
durante la edad dorada del neoliberalismo doctrinal, cultural e ideológico de Re-
agan y Thatcher. Las privatizaciones a gran escala, el recurso al crédito masivo y
los distintos intentos de capitalismo popular de la época contaron con el apoyo
de toda una ofensiva cultural que glorificó el deseo individual de adquisición de
riquezas como motor de un mercado que asigna recursos de forma sistemática
y eficiente a «los mejores». Hoy muerto, ese primer neoliberalismo cultural de
raíz hayekiana-friedmanita no solo generó nuevas relaciones de poder en forma
de nuevas relaciones de propiedad, sino que, más allá de eso, las legitimó por
medios ideológicos y culturales.

Alan Greenspan fue una de las figuras clave del poder financiero global y quizá
el banquero central que más hizo por que las finanzas encontrasen una política
monetaria a medida para aumentar los precios de los activos exponencialmen-
te. Sin embargo, a pesar de la aparente revalorización automática de los títulos
de propiedad inmobiliaria o financiera, en la práctica serían papel mojado si no
fuera porque las políticas de bajísimos tipos de interés lubrican la monetización
de estos precios de activos revolucionados, forzando nuevos precios al alza por
aumento de la expectativa de beneficio. En sus memorias, Greenspan no recurre
a Hayek, sino a Adam Smith y en menor medida a John Locke90, para justificar el
mecanismo de remuneración de los títulos de propiedad:

90 La influyente legitimación de la propiedad que John Locke expone en el Segundo Tratado del Gobierno civil procede
de la privatización de los comunales. Algo que le emparenta con los argumentos del buen amigo de Hayek, Garret
Hardin, autor de la narrativa ultracapitalista sobre la tragedia de los comunes. De hecho, ya Locke apunta la corre-
lación entre la sobrepoblación y la posibilidad de apropiarse de tierra y recursos sobrantes en forma de propiedad
individual. En buena medida esta es una noción de propiedad fabricada para la desposesión y conquista colonial.
Locke entiende que, si las tierras comunales están infraexplotadas, el individuo tiene derecho a tomar sus recursos
y convertirlos en propiedad privada. Locke considera que cualquier recurso obtenido por una sola persona es el
fruto de su trabajo. De entrada, sorprende que se muestre en contra del acaparamiento de tierras por encima de la
capacidad de producción del propietario y se declare en contra del atesoramiento de recursos físicos perecederos.
Aunque, por supuesto, saluda la posibilidad, entonces novedosa, de cambiar tierra por oro, que no se echa a perder:
«Así fue como se introdujo el uso del dinero: una cosa que los hombres podían conservar sin que se pudriera, y que,
por mutuo consentimiento, podían cambiar por productos verdaderamente útiles para la vida, pero de naturaleza
corruptible». El punto más radical de la exposición de Locke es, sin duda, la consideración de cualquier actividad
extractiva o de recolección como trabajo fundante de propiedad privada del recurso que lo sostiene: «Aunque la
tierra y las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene una propiedad que
le pertenece solo a su persona y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto él mismo, el trabajo de su cuerpo y
la labor producida por sus manos podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la
naturaleza la dejó, es propiedad suya». Locke, J., Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, Alianza, Madrid, 1960.
67 II. Crisis de la ecología del capital

Mi experiencia me lleva a considerar los derechos de propiedad


protegidos por el Estado como la institución fundamental para el
crecimiento económico. Puesto que, si esos derechos no se observan
y se cumplen, el libre comercio y los enormes beneficios de la
competencia se obstruyen seriamente. La gente por norma general
no se toma la molestia de acumular el capital necesario para lanzar el
crecimiento a menos que tenga la seguridad de que posee ese capital.
[...] Si los gobiernos pueden confiscar mi propiedad discrecionalmente
¿cuánto valen mis derechos de propiedad? Si vivo bajo un miedo
constante a la expropiación, no voy a poner mucho esfuerzo en la mejora
de mi propiedad. ¿Y qué precio podría ponerle si decido venderla?91

La propia trayectoria de Greenspan al frente de la Reserva Federal pone radical-


mente en contexto esta rotunda defensa ideológica de las estructuras de pro-
piedad. Si por algo se conoce el largo mandato de Greenspan es precisamente
por haber bajado los tipos de interés a niveles mínimos (a la manera de Japón
en 1985) para que una inundación de crédito garantizase la remuneración de
los títulos de propiedad, ya fuera mobiliaria o inmobiliaria. De igual forma que
anteriores liberales, no sorprende que Greenspan tome precisamente la tierra,
la fuente de rentas por excelencia, como epítome de la propiedad privada remu-
nerable. En estos tiempos, cuando las grandes empresas socializan en términos
de clase la inmensa mayoría de sus beneficios a los accionistas siguiendo el ca-
tecismo del shareholder value92, cuando la inversión productiva se ha reducido
drásticamente fuera de China, los derechos de propiedad a los que se refiere
Greenspan no son otros que los derechos de los rentistas a la plena satisfacción
del valor nominal de sus títulos de propiedad de tierras, viviendas o acciones.
Por supuesto, la centralidad de este planteamiento en el capitalismo neoliberal
estadounidense es tal que todo desafío a este orden ha quedado tachado de
inmediato por el establishment dirigente global como antidemocrático, sinónimo
en muchos casos de comunista.

En el momento actual, basta mirar alrededor para comprobar que tanto los capi-
tales productivos como los sistemas financieros nacionales están completamen-
te empotrados en los aparatos de Estado. La ideología del libre mercado como
institución autónoma y aspirante a soberana está temporalmente y quizá defi-
nitivamente muerta. Los Estados-nación ejecutan las operaciones en el ruedo
transnacional como valedores de sus grandes empresas, sus bancos o sus fon-
dos de jubilación. La gran batalla por la supervivencia, al menos fuera de Estados
Unidos y China, es muy probable que se dispute en el terreno de juego de las
finanzas públicas de cada país conforme a la «seguridad» o «inseguridad» que
los agentes financieros transmitan acerca del país en cuestión. Esa «seguridad»
o «inseguridad» de la que hablan los mercados no es otra que la probabilidad
que tienen de ser remunerados a precios de mercado y, por tanto plenamente
validados, los derechos de propiedad legalmente reconocidos. Unos derechos
que, recordemos, son eficaces en la medida en que los valores nominales de

91 Greenspan, A., The Age of Turbulence, Penguin, Londres, 2007. Esta rotunda defensa de la centralidad de los dere-
chos de propiedad viene de quien no solo fue responsable de las políticas monetarias que trajeron la crisis de 2008,
sino también uno de los más visibles defensores de la desastrosa segunda guerra de Irak para controlar el mercado
de crudo.
92 El shareholder value o doctrina del valor para el accionista es el modelo de regulación societaria más extendido entre
las empresas financiarizadas. Consiste en dar prioridad absoluta al reparto de dividendos a los accionistas sobre
cualquier otra asignación de recursos en el seno de las empresas. Tras las crisis de 2008 estas prácticas han venido
cuestionándose cada vez con más frecuencia, particularmente en su escandalosa variante del reparto de bonus y
primas a los CEO y CFO empresariales.
68 La solución verde

dichos títulos sean remunerables por encima de un determinado nivel. En caso


contrario, un título de propiedad desvalorizado en el mercado y cuyo precio no-
minal no resulte monetizable es poco menos que papel mojado.

No se debe confundir el aparente movimiento pendular de las empresas bus-


cando refugio en el Estado (que es casi total y agónico en la actualidad pospan-
demia) con que efectivamente exista una separación entre el Estado liberal y el
mercado. Aunque una de las trampas clásicas de liberales y neoliberales ha sido
negar su creación del Estado capitalista actual, de facto ya está incrustado en un
proceso de reducción permanente del impacto de la competencia para sus capi-
tales nacionales a la vez que se mantienen intactos los derechos de propiedad
y su estructura. Un aviso repetido siempre por Immanuel Wallerstein93 es que se
comete un grave error si se acepta la presentación que hacen los liberales de
sí mismos como refractarios al Estado: sucede más bien lo contrario. Si por algo
han destacado los liberales es por ser partidarios del Estado siempre que consi-
gan ventajas para sus empresas o pueda afianzar las relaciones que, por una vía
o la contraria, sostengan su doctrina.

Los capitalistas individuales, o en grados parciales de coalición, compiten en


realidad por incrustarse en las instituciones políticas buscando hacer uso de
los monopolios que el Estado moderno retiene desde el periodo absolutista: el
monopolio del uso de la fuerza y el monopolio de la tributación. El uso del mo-
nopolio de la fuerza entra de lleno en las funciones que el liberalismo reserva
para el Estado como guardián del respeto de los derechos de propiedad, po-
niendo los medios para responder con violencia ante su vulneración. El segundo
monopolio que buscan los capitalistas en el Estado es la capacidad de imponer
tributos, usando los medios de recaudación pública para una transferencia pos-
terior, directa o indirecta, de los recursos fiscales a las empresas «estratégicas».
Un tercer monopolio sería la emisión de moneda de curso legal, pero dada la
composición mixta Estado-capital de las juntas directivas de los Bancos centra-
les, en ese caso hay que considerarlo un monopolio público-privado desde su
origen. Agudizada hasta el extremo en las últimas décadas, la manera clásica
que tienen los poderes financieros de controlar las finanzas públicas es la com-
pra masiva de bonos del Estado a interés. Un impago de la deuda soberana
es, desde el punto de vista liberal, una de las vulneraciones más graves de los
derechos de propiedad.

2.5.3 La reproducción social como relaciones de propiedad


No debe sorprender que a medida que la recesión global pospandemia resulta
cada vez más evidente, y así mismo la inminencia de un ajuste para adaptarse
a las nuevas condiciones de la demanda, se vuelva cada vez más visible y feroz
la defensa de los derechos de propiedad por parte de las elites capitalistas y
de sus aliados en partidos políticos y medios de comunicación. El liberalismo
ascendente nunca ha tenido el menor problema en rehacer las relaciones de
propiedad e imponer nuevos modelos de extracción de rentas, ya sea por la vía
de las subidas de precios de compra y alquiler de la vivienda o la privatización
de la sanidad pública.

En un memorable artículo de 1986, Robert Brenner critica con extraordinaria so-


lidez el argumento central de Adam Smith en defensa de la «autorregulación»,

93 Wallerstein, I., El moderno sistema mundial, IV libro, Siglo XXI, Madrid, 2018.
69 II. Crisis de la ecología del capital

esto es, que los productores se especializan y acuden al mercado por su propio
interés personal. Brenner acude a sus propios trabajos sobre la transición del
feudalismo al capitalismo para criticar a Smith por poner el carro antes de los
bueyes y utilizar como un principio dado lo que en realidad debería ser explica-
do. La cuestión es: ¿por qué coinciden el interés propio en la especialización y la
consecuente renuncia a la economía de subsistencia con unas condiciones de
mercado capitalistas? Según Brenner:

La prevalencia de relaciones de propiedad con un desarrollo


histórico específico (que deberían ser consideradas como relaciones
de reproducción) provee la condición fundamental bajo la que los
actores económicos individuales encuentran posible y racional el
tipo de crecimiento al que se refiere Adam Smith. Llamaré a estas
relaciones de propiedad relaciones de propiedad capitalista94.

El cambio en las relaciones de propiedad que trajo el capitalismo agrario ascen-


dente no puede explicarse desde el deseo de lucro individual que lleva a espe-
cializarse, introducir tecnologías eficientes y aumentar la dependencia del mer-
cado, sino desde la existencia previa de unos nuevos derechos de propiedad. La
asignación de esos nuevos derechos para los productores capitalistas solo fue y
sigue siendo posible a partir del saqueo violento de lo que estaba regulado por
las antiguas relaciones de propiedad comunales y feudales. Efectivamente, se
trata de la conocida acumulación originaria que analizó Marx. Sin este proceso
anterior de desposesión masiva de los medios de subsistencia a las comunida-
des tardofeudales, glorificado por Locke y Smith, no existirían las relaciones de
producción capitalista.

Las relaciones de propiedad no son otra cosa que relaciones de poder entre las
personas concretas. El acceso diferencial marca una posición en la jerarquía so-
cial a través de su posición en el régimen de propiedad existente. Las relaciones
de propiedad capitalista, dado el carácter fetichista de la producción de mercan-
cías, vehiculan las relaciones de dominio entre las personas a partir del dominio
de «cosas». Cuáles son esas «cosas» que domina el capital y cuánto extrae en
términos de dominio y explotación es algo que cambia según va variando el
régimen de acumulación. En la actualidad, dando la razón a Brenner, es en la
esfera de la reproducción social y no tanto en la producción donde hay un serio
conflicto en torno a la legitimidad de la extracción de rentas para satisfacer los
valores nominales de los títulos de propiedad.

La captura progresiva de los aparatos de Estado por parte del capital es el ga-
rante de que las relaciones de propiedad capitalista se mantengan en el tiempo
sin depender de las vicisitudes de la producción, sus tasas de beneficio y su
capacidad para extraer plusvalía a las masas trabajadoras. Para que estas rela-
ciones de propiedad se mantengan y los precios sean satisfechos monetaria-
mente en el mercado sin depender de las sacudidas de la competencia, resulta
indispensable que los Estados mantengan y amplíen los nichos de beneficio en
la reproducción social a través de un proceso de privatización y subcontrata-
ción constante. Vivienda, trabajo doméstico no remunerado, sanidad pública,
educación superior, recursos naturales o servicios ecosistémicos —como la po-
linización, la producción de agua limpia, la regulación del clima por parte de los

94 Brenner, R., «The social basis of economic development», en J. Roemer (ed.), Analytical Marxism, Cambridge Univer-
sity Press, 1986.
70 La solución verde

bosques, etc.— todo queda sometido a los ciclos de acumulación por despose-
sión conducidos por el Estado Público-Privado.

Esto lleva al concepto weberiano de «capitalismo político», que en las últimas


décadas se ha vuelto fundamental. Mediante el uso intensivo de redes de cer-
canía y relaciones personales, las empresas que logran mayor favor de los go-
biernos se convierten en beneficiarias de una suerte de cesión del monopolio de
tributación para fines privados que les permite tener ventaja sobre las empresas
con menor grado de cercanía al poder político de turno. La «competencia» en
realidad suele referirse a las luchas en el interior del Estado entre fracciones
y escalas del capital que dominan diferentes recursos económicos y procuran
evitar por todos los medios posibles tener que valorizarlos, plenamente, a través
de la competencia. Si estas luchas son viables sin provocar conflictos constantes
entre esas mismas fracciones capitalistas que desordenarían la distribución del
ingreso y la riqueza cada cierto tiempo, es porque los derechos de propiedad
son inquebrantables para el Estado-empresa. A fin de cuentas, los títulos de
propiedad ponen a sus detentadores por encima de quienes no los tienen ni los
tendrán, cosa que vale igual para todos los espacios arrasados por el capital, ya
sea en forma de destitución de las clases subalternas o de ecosistemas destrui-
dos. A su vez, también pone al propietario en la jerarquía de la propiedad y en la
carrera para aumentar su valor monetario y su estatus personal.

El atrincheramiento actual del capital en el Estado-empresa ejemplifica esa mu-


tación en la forma de operar los mercados reales que provocaba la nostalgia
aristocrática de Hayek. En primera instancia, la figura mitológica del emprende-
dor capitalista dinámico y rompedor hayekiano que pide medirse con sus rivales
en el libre mercado. Pero en la práctica observamos el tránsito hacia el gran em-
presario o ejecutivo actual patológicamente asustadizo, devenido rentista, y que
pide al Estado su despliegue de medios policiales y de coerción para que la pro-
ducción social y biofísico-ambiental se transforme en pagos regulares de renta
sin más soporte legitimador que el sello estatal sobre un título de propiedad.

Frente a la crisis de la ecología del capital, donde se articulan la crisis del modo
de producción, de la solución financiera y del actual hegemón, resulta del todo
inquietante la intensidad con la que se despliegan imaginarios y reformas que
apuntan a una solución verde como nueva fase de crecimiento. Los Green New
Deal existentes parece que ya se van definiendo en la mayoría de tendencias
hasta aquí mencionadas, pero bañadas en diferentes tintes para responder a
todos los gustos, ya sean liberales, socialdemócratas, ecologistas o ecoliberales.
Aquello en apariencia emprendedor es en la práctica un arreglo público-privado.
El esperado «dinero gratis» de los Bancos centrales responde a prebendas para
agentes financieros y a nuevos ciclos de endeudamiento. Lo presentado como
transición ecológica es una reedición de las relaciones de propiedad capitalista.
Todas estas medidas, una vez empaquetadas y lanzadas como respuesta planifi-
cada a la crisis, son además elogiadas y justificadas bajo el delirante argumento
de ser «más sostenibles».
71 III. La solución capitalista y verde a la crisi

3. L A SOLUCIÓN
CAPITALISTA
Y VERDE A
LA CRISIS

3.1 DEL DESARROLLO SOSTENIBLE


AL GREEN NEW DEAL 73
3.1.1 Desarrollo Sostenible, sindicalismo y reformismo verde 73
3.1.2 El Green New Deal: la agenda del crecimiento verde 76
3.1.3 El crecimiento verde frente a la crítica decrecentista 77

3.2 LA TRANSICIÓN JUSTA EN LA UE 79


3.2.1 Trayectoria de la UE hacia el «crecimiento verde inclusivo» 79
3.2.2 La división continental del trabajo y otros desajustes sistémicos 85

3.3 ECONOMÍA GLOBAL PÚBLICO-PRIVADA 89


3.3.1 Las alianzas público-privadas constitutivas del capitalismo 89
3.3.2 Viejos y nuevos capitalistas en busca de nichos de mercado 92

3.4 CONTRA LAS REFORMAS PARA CONSERVAR,


LA PROPIEDAD COLECTIVA 94
72 La solución verde
73 III. La solución capitalista y verde a la crisi

3.1 D
 EL DESARROLLO SOSTENIBLE
AL GREEN NEW DEAL
Tanto en las instituciones transnacionales como en los gobiernos nacionales, re-
gionales o locales, el Desarrollo Sostenible era la jerga dominante para explicar
y actuar en la relación entre economía, sociedad y medioambiente. El término
termina de acuñarse en 1987 en el Informe Brundtland de Naciones Unidas y su
principal objetivo es anudar los intereses ambientalistas y económicos en las
instituciones y organizaciones que los toman como bandera. Sin embargo, la
repetida definición del Desarrollo Sostenible como la «satisfacción de las nece-
sidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generacio-
nes» apenas ha quedado como una tabla sagrada para consultores y creyentes
de la Responsabilidad Social Corporativa o para los informes prospectivos del
Banco Mundial. La crisis de 2008 y su posterior despliegue en forma de crisis
de la Eurozona fueron un duro golpe para el discurso del Desarrollo Sostenible.

3.1.1 Desarrollo Sostenible, sindicalismo y reformismo verde


Más allá de las críticas a un concepto en coma profundo, las relaciones entre
trabajo y ecología política nunca han sido sencillas. La economía ecológica, en
su marco termodinámico, considera el trabajo como poco más que un proceso
de transformación de la materia y la energía, quedando relegado a un punto
de tránsito en la circulación del metabolismo social y económico. José Manuel
Naredo, pionero de la economía ecológica, llama regla del notario a la forma en
que las jerarquías y el poder modelan el mundo del trabajo. Según esta regla,
las actividades de mayor consumo energético y transformación material quedan
relegadas a los escalafones salariales y de estatus más bajo, mientras que las
de menor consumo energético pasan a las posiciones de mayor riqueza y poder,
hasta llegar al notario, el punto álgido de menor gasto energético y mayor remu-
neración y posición. Los sueldos de los directivos de la consultoría global siguen
confirmando esta regla95.

En cualquier caso, siguiendo la tradición de la economía ecológica y su concep-


ción del trabajo, resulta difícil encontrar algo parecido a una teoría del valor-tra-
bajo96. Ahora bien, sería muy reductivo afirmar que el marco ecologista, en tanto
modelo de transformación social, se agota en esas ideas. El ecologismo militan-
te que se ha apoyado en la economía ecológica ha sido bastante rico a la hora
de imaginar grandes cambios sociales y, aunque inspirados en sus enunciados,
la mayoría no se deducen de la economía ecológica.

La historia relatada por los partidos de izquierda tradicionales sobre su relación


con el ecologismo nos cuenta que los partidos verdes, el movimiento obrero

95 En agosto de 2020, Business Insider publicó un informe sobre los sueldos en Deloitte, KPM, EY y PwC. En el caso de
gerentes y directivos, los sueldos se mueven entre una horquilla de 150.000-600.000€ anuales.
96 Jason W. Moore, retomando algunas aportaciones de Marx y de la economía ecológica, sí ha elaborado una teoría del
valor que integra lo que denomina naturalezas baratas. Según Moore (2020, p. 73), «la sustancia del valor es el tiem-
po de trabajo socialmente necesario. La fuerza motriz que hace avanzar la productividad del trabajo es fundamental
para la adecuación competitiva. Eso significa que la explotación de una fuerza de trabajo mercantilizada es esencial
para la acumulación del capital y para la supervivencia de los capitalistas particulares. Pero la historia no acaba aquí,
ya que las relaciones necesarias para acumular trabajo social abstracto son —necesariamente— más amplias, en
escala, ámbito, velocidad e intensidad. El capital no solo debe acumular y revolucionar incesantemente la produc-
ción de mercancías; debe buscar y encontrar incesantemente formas de producir naturalezas baratas: una corriente
creciente de alimentos, fuerza de trabajo, energía y materias primas de bajo coste que llega hasta la entrada de la
fábrica (o hasta la puerta del despacho o...). Estos son los “cuatro baratos”. La ley del valor en el capitalismo es una
ley de la naturaleza barata».
74 La solución verde

y el ecologista provienen de linajes históricos muy diferentes. De fondo, asoma


sonriente la fórmula con la que se parodian los problemas de sujeto político
que arrastra el ecologismo: los intereses de la clase obrera organizada están
condenados al conflicto frente a los intereses de... ¿la Tierra? Bajo la lectura de
los grandes sindicatos, este conflicto debe gestionarse mediante alguna forma
derivada de la negociación colectiva. Es decir, se pueden aceptar de forma gra-
dual las demandas medioambientales de la Tierra siempre que no perjudiquen a
la posición del obrero fordista protegido sindicalmente. Este relato es interesado
y parcial, siempre que no se acepte considerarlo como un perfecto disparate.

En realidad, ecologismo y movimiento obrero no provienen de universos diferen-


tes97. La crítica a la insalubridad o a la contaminación de los lugares de trabajo,
uno de los primeros medios de enganche entre sindicalismo y medioambiente,
es tan antigua como el propio sistema fabril o los primeros movimientos obreros.
Pero, además, hay vida más allá del sindicalismo oficial. Desde 1968 en adelante,
toda una nueva serie de luchas obreras de corte autónomo se oponen y luchan
contra las derivas del sindicalismo oficial. Entre otros síntomas de conformismo,
el sindicalismo arrastra la sobreexplotación ambiental como contrapartida para
mantener el estatus de «consumidor desahogado» del obrero fordista. Es en su
hibridación con algunas de estas posiciones autónomas cuando el ecologismo
entra, en la práctica, en el terreno de la militancia obrera, o al menos en sus ele-
mentos más críticos e inquietos.

Un buen ejemplo es el de André Gorz. Teórico marxista antes y después de su


alejamiento de las osificadas estructuras de la izquierda política, Gorz recupera
un fundamento de los movimientos obreros históricos como parte de una estra-
tegia ecosocialista: la reducción del tiempo de trabajo con vistas a la abolición
del trabajo asalariado. Sin embargo, la propuesta es, en ese momento histórico,
tan remota como complicada. A medida que avanzan los años setenta, estas
primeras críticas ecosocialistas coinciden con la desaparición casi total de la
capacidad de absorción del empleo en la industria. En estas condiciones, no
resulta muy complicado acusar al ecologismo de manera directa o indirecta de
favorecer el paro y promover la deslocalización.

La propia crisis del sindicalismo fordista en la mayoría de los contextos occiden-


tales, con sindicatos convertidos en proveedores de servicios para afiliados y,
dependiendo de cada país, en ramas de los Ministerios de Trabajo o Economía,
hace que un reciclaje ecológico sea una de las pocas vías de proyección a fu-
turo. Sin embargo, podríamos trazar el enésimo trasunto de escisiones entre
posiciones reformistas y revolucionarias98. Por un lado, la posición consensual a
dos bandas de los sindicatos, tanto con el Estado y la patronal en la negociación
colectiva como siendo mediadores de las demandas del movimiento ecologista

97 Un buen ejemplo del grado de integración del naciente ambientalismo europeo en el movimiento obrero anterior a
la Primera Guerra Mundial lo ofrece este texto de Anton Pannekoek en 1909, en que se expresa lo que hoy llamamos
Capitaloceno con una notable claridad: «El capitalismo es una economía sin cerebro que no puede regular sus accio-
nes al ser consciente de sus efectos. Pero su naturaleza devastadora no se deriva solo de este hecho. En los últimos
siglos, los seres humanos han explotado tontamente la naturaleza sin pensar en el futuro de toda la humanidad. Pero
su poder se redujo. La naturaleza era tan vasta y poderosa que con sus medios técnicos limitados, solo podían cau-
sarle un daño excepcional. El capitalismo, por otro lado, reemplazó la necesidad local por la necesidad global, creó
medios técnicos para explotar la naturaleza. Estas son enormes masas de material que sufren colosales medios de
destrucción y son desplazadas por poderosos medios de transporte. La sociedad bajo el capitalismo se puede com-
parar con la fuerza gigantesca de un cuerpo desprovisto de razón. A medida que el capitalismo desarrolla un poder
ilimitado, al mismo tiempo devasta el entorno en el que vive locamente. Solo el socialismo, que puede darle a este
poderoso cuerpo conciencia y acción conscientes, reemplazará simultáneamente la devastación de la naturaleza con
una economía razonable». Pannekoek, A., La destrucción de la naturaleza, 1909.
98 La separación poco tiene que ver con que gusten más o menos las reformas. La diferencia estriba en que la vertiente
reformista toma las reformas como el único horizonte político al que puede aspirar el ecologismo.
75 III. La solución capitalista y verde a la crisi

ante el Estado. Por otro lado, la parte del movimiento sindical que integra el
ecologismo en una estrategia anticapitalista y mantiene la tensión frente al tacti-
cismo cuando no inmovilismo del sindicalismo oficial.

En ese sentido, es ilustrativa y muy significativa para la historia europea la evolu-


ción política de Los Verdes alemanes y su escisión interna. De un lado los fundis,
más apegados al ámbito alternativo y que agrupa desde ecosocialistas hasta
ecofeministas; de otro, la posición de los realos de Joschka Fischer, Otto Schily
y Daniel Cohn-Bendit, defensores del pragmatismo político y de un grado mayor
de negociación con el sistema de partidos99. La división entre la parte institucio-
nal y la de movimiento se salda con la victoria por mayoría de los realos en el
congreso federal de diciembre de 1988 y su posterior entrada en el gobierno
rojiverde de Schröder.

La posición de los realos lleva a la desmembración de las bases ligadas al ecolo-


gismo social, sumiendo al partido en una deriva estatalizada, que al tiempo abre
una vía verde institucional y burocratizada. Mientras, el gobierno de Schröder
diseña el mayor ajuste de los salarios reales privados de la historia alemana.
De esta manera, desde mediados de los años noventa, se forma una de las
principales fuerzas de inclusión de las agendas ambientales y sus baterías de
indicadores en la UE. Se inicia así un itinerario de eternas promesas verdes que
analizamos con más detalle en el apartado siguiente, dedicado a la trayectoria
de la UE.

Esta tensión entre el statu quo del empleo como eje de la vertebración de las
sociedades capitalistas y la superación constante de los límites biofísicos del
planeta por parte del proceso de acumulación capitalista ha tenido varios resul-
tados. Entre otros, diversos informes y directrices políticas centradas en sumar
coincidencias entre las necesidades de una «transición» hacia un modelo de
producción circular, limpio y en continuo decrecimiento de los requerimientos
de materiales y energía, y las sucesivas estimaciones de los empleos que podría
generar la inversión en nuevos sectores verdes o en el reverdecer de los llama-
dos «empleos marrones». Es a principios de los años noventa cuando la Orga-
nización Internacional del Trabajo comienza a proponer este tipo de enfoques,
con los primeros informes sobre yacimientos de empleos en energías renova-
bles, el mismo sector productivo que hoy protagoniza los Green New Deals. No
obstante, el periodo clave se desarrolla durante los años 2007 y 2008. En este
momento, el fuerte crujido de la crisis financiera y el estallido de la burbuja in-
mobiliaria global dan pie a la aparición de los Planes de Estímulo y Empleo. Uno
de los primeros es el del Political Economy Research Institute (PERI) de Robert
Pollin100, que buscaba influir en la administración Obama para la inversión en
infraestructuras verdes. A partir de ese año, no habrá organismo internacional
relacionado con la política ambiental global que no publique su informe sobre
empleos verdes, en su mayoría reciclados más tarde como Green New Deal.

99 Para un análisis más detallado de la trayectoria del Partido Verde Alemán, las diferentes apuestas entre realos y fun-
dis y otras experiencias de movimiento-partido, recomendamos el capítulo «De hippies, Provos, verdes y libertarios»
del libro La apuesta municipalista, del Observatorio Metropolitano, Traficantes de Sueños, Madrid, 2014. Un repaso
histórico muy afinado sobre el Partido Verde Alemán y las posibles alternativas a su estatalización lo ofrece Joachim
Jachnow en su artículo «¿Qué ha sido de los verdes alemanes?» en la New Left Review, n.º 81, 2013.
100 En 2008, el PERI publicó trabajos como Green Recovery: A Program to Create Good Jobs & Start Building a Low-Car-
bon Economy (Pollin et al., 2008). En síntesis, la propuesta defiende una inversión del gobierno federal de 100.000
millones de dólares en infraestructuras públicas, remodelaciones de edificios públicos, transporte público y de sis-
temas de redes inteligentes. Las inversiones en energía renovable y eficiencia energética también son centrales en
esta propuesta, que se propone financiar combinando fondos públicos, créditos fiscales y garantías de préstamos
para estimular la inversión del sector privado.
76 La solución verde

3.1.2 El Green New Deal: la agenda del crecimiento verde


En febrero de 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que si
las tendencias actuales continúan, el calentamiento global conllevará un cuarto
de millón de muertes más al año entre 2030 y 2050. El Grupo Intergubernamen-
tal de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publica en octubre de 2018
su informe especial sobre las repercusiones de un calentamiento global de 1,5
°C por encima de los niveles preindustriales y sobre las vías mundiales de emi-
siones de gases de efecto invernadero relacionadas. El IPCC advierte que, si
continúa aumentando al ritmo actual, es probable que el calentamiento global
sume 1,5 °C o más entre 2030 y 2050. Cruzar ese umbral de aumento desenca-
denará bucles de retroalimentación descontrolados, con cambios duraderos o
irreversibles como la pérdida de algunos ecosistemas101. Para evitarlo, en 2030
deben reducirse un 45% las emisiones —en referencia a los niveles de 2010—
que provocan el calentamiento global.

Tras las advertencias del IPCC y no pocas protestas en todo el mundo, lideradas
por nuevos movimientos como Fridays for Future y Extinction Rebellion, han ido
cobrando fuerza diferentes propuestas para conducir una transición a manos de
líderes políticos, intelectuales y activistas. Es en el mundo político anglosajón, de
forma perfectamente acoplada a la rapidísima erosión de la legitimidad del esta-
blishment, donde este nuevo ciclo de luchas ambientales y por el clima prende
con fuerza.

En febrero de 2019, la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez


presenta en la Cámara una resolución para un Green New Deal en EE. UU.: un
plan federal de inversión en energía verde que promete la creación de millones
de empleos con salarios altos102. Según Ocasio-Cortez, el GND será similar en
escala a los esfuerzos de movilización vistos en la Segunda Guerra Mundial o el
Plan Marshall, invirtiendo en el desarrollo, fabricación, despliegue y distribución
de energía, pero esta vez apostando por lo verde103. Entre otros, los objetivos
pasan por la creación de una red eléctrica basada en energías renovables, la
rehabilitación de edificios para maximizar la eficiencia energética, un sistema
ferroviario de alta velocidad y asequible, así como transportes públicos y otras
propuestas para reducir las emisiones. Todas estas medidas, a su vez, generarán
«millones de empleos de calidad bien remunerados», afrontando incluso la repa-
ración de injusticias históricas al beneficiar a comunidades racializadas, mujeres
y poblaciones indígenas. En síntesis, un programa keynesiano «a lo Pollin» que
promete combinar crecimiento económico, transición ecológica y justicia social.

Una manera de pasar revista a las propuestas de Ocasio-Cortez es contrastar-


las con las del Green New Deal Group del Reino Unido, espacio fundado en
2007 donde por primera vez se despliega el término104. Las propuestas de este
grupo responden a un triple crunch: crisis económica derivada de un régimen

101 Por ejemplo, se prevé que desaparezcan el 99% de los arrecifes de coral con un aumento de temperatura de 2 °C.
Con un calentamiento global de alrededor de 1,5 °C a 2 °C, la capa de hielo de Groenlandia empezaría a reducirse de
forma irreversible. A la larga, esto haría aumentar el nivel del mar hasta 7 metros, afectando a las zonas costeras de
todo el mundo.
102 Hay algunos antecedentes recientes en el contexto norteamericano. Además de los programas (fallidos) de la admi-
nistración Obama, en abril de 2017 los Senadores Bernie Sanders y Jeff Merkley lanzaron un proyecto de ley para
poner fin al uso de combustibles fósiles en 2050. No obstante, el GND de Ocasio-Cortez ha sido el más ambicioso
hasta la fecha al proponer una transición de EE. UU. hacia el 100% de energías renovables en un plazo de diez años.
103 La propuesta de Ocasio-Cortez se puede leer en https://www.ocasiocortez.com/green-new-deal
104 El origen de la expresión data de un año antes, a manos del periodista americano Thomas Friedman en el artículo
«A Warning From the Garden» publicado en The New York Times el 19 de enero de 2007. Pese a ser el autor original,
apenas la dotó de contenido, más bien funcionó como provocación de un confeso creyente en el libre mercado.
77 III. La solución capitalista y verde a la crisi

de crecimiento dominado por la valorización financiera, elevados precios de la


energía respaldados por un pico en la producción de petróleo y la aceleración
del cambio climático105. En su artículo «¿Qué pasa con el Green New Deal?»106,
el activista Richard Seymour compara ambos programas. La diferencia principal
radica en que el grupo británico pide control de capitales, restricciones de los
mecanismos financieros, la división de los grandes bancos y la reducción en
el papel de la City de Londres. El GND en su versión Pollin/ Ocasio-Cortez, en
cambio, no menciona ni la reducción del poder de Wall Street ni el control de
capitales, pero además hay otros límites importantes. En primer lugar, el GND no
toma en cuenta la oposición capitalista a medidas que restrinjan su capacidad
de expandirse y extraer plusvalías, que supone un espacio de conflicto funda-
mental. En segundo lugar, la versión Pollin/Ocasio-Cortez no considera las ven-
tajas y opciones capitalistas para especular en nuevos mercados —como ocurre
en los derechos de emisiones— que pueden privilegiar a los actores económi-
cos en posiciones de monopolio. Por último, Seymour recalca las limitaciones
de programas de corte nacional para responder a problemas sistémicos, con
deficiencias de análisis por basarse en diagnósticos y prospecciones realizadas
a partir del PIB. La combinación virtuosa entre crecimiento, transición ecológica
y justicia social no parece tan sencilla: incluso pueden considerarse procesos
contrarios e irreconciliables. En gran parte, ese ha sido el centro de la crítica del
movimiento decrecentista al GND.

3.1.3 El crecimiento verde frente a la crítica decrecentista


Como se ha explicado en el primer capítulo, el marco del New Deal de Roo-
sevelt y sus políticas keynesianas fueron una planificación para intervenir en
las industrias, pero siempre bajo fórmulas de propiedad privada y garantizando
ampliamente los beneficios capitalistas frente a las rentas de trabajo. Tal y como
está planteado, el GND beneficiaría a los monopolios energéticos a través de
la financiación pública y de programas corporativos de prestaciones sociales. A
partir de estas constataciones, Robert Belano y Nathaniel Flakin107 defienden un
modelo de producción socialista, tomando como referente el Plan Quinquenal
de la Unión Soviética y su intervención directa sobre la propiedad privada y el
libre mercado. A distancia sideral de ese grado de colectivización, el programa
de Ocasio-Cortez ni siquiera plantea la nacionalización de las empresas de com-
bustibles fósiles o la auditoría y regulación de los monopolios norteamericanos
existentes como Duke, Dominion o Exelon. Bien al contrario, incluye la creación
de compañías público-privadas en el sector ecológico así como subsidios esta-
tales para empresas privadas en el sector industrial de las energías renovables.

Esta normalización de las alianzas público-privadas, desplazadas del debate


al ser tratadas como una simple caja de herramientas sin contenido político,
se reproduce en las defensas más referenciadas del GND. En su aportación a
un importante debate en la New Left Review entre decrecentistas y partidarios
del GND, Pollin defiende un «crecimiento verde igualitario» en el proceso de

105 El aviso del Green New Deal Group (2008) fue que estos eventos superpuestos estaban funcionando como una
tormenta perfecta, solo comparable a la Gran Depresión. Aunque sin mayor fortuna en su implementación, algunas
de sus propuestas lograron seducir al entonces primer ministro Gordon Brown.
106 Publicado en el Patreon de Richard Seymour bajo el título «What’s the Deal with the Green New Deal?», (Seymour,
2019). La versión traducida al castellano del artículo puede encontrarse en Contra el Diluvio.
107 Belano, R.; Flakin, N., «A Green New Deal Can’t Save Us. A Planned Economy Can», Leftvoice, 2019.
78 La solución verde

reducción drástica del consumo de petróleo, carbón y gas natural108. Pollin pre-
senta como sinónimos el GND y el crecimiento verde igualitario, que pretende
ser la síntesis entre crecimiento económico, transición ecológica y justicia social.
La fórmula básica de su planteamiento se resume fácilmente: mediante las inver-
siones en energía limpia, no solo se desvincula el crecimiento del impacto am-
biental, sino que los países situados en todos los niveles de desarrollo pueden
experimentar una creación de empleo mayor que si apuestan por mantener su
infraestructura de combustibles fósiles. En esta lista incluye a Brasil, China, Ale-
mania, India, Indonesia, Puerto Rico, Sudáfrica, Corea del Sur, España y EE. UU.
Para avanzar en este ecologismo de mercado, se argumenta que son necesarias
inversiones en energías limpias equivalentes al 1,5 o el 2% anual del PIB mun-
dial109 combinadas con una drástica reducción de la utilización de combustibles
fósiles a la vez que disminuyen —sin entrar en mayor detalle— las exigencias de
rentabilidad. De esta manera, se generaría una significativa creación de empleo
manteniendo alto el PIB y el crecimiento a través de la inversión verde. Según
Pollin, también se crearán nuevas oportunidades para «formas alternativas de
propiedad», incluidas diversas «combinaciones de propiedad pública, privada
y cooperativa en menor escala». La verdad es que diseñar ese escenario no
precisa mucha imaginación. Hace siglos esa ha sido la norma: el dominio de lo
público-privado mientras se contempla a las formas cooperativistas como una
fascinante especie exótica, pero que tan pronto salen de su hábitat apenas pue-
de acometer tareas menores.

La tesis principal de Pollin es que las economías pueden seguir creciendo e


incluso crecer con rapidez, como China o India, y a su vez presentar un pro-
yecto viable de estabilización climática, siempre que sigan un proceso de des-
acoplamiento, es decir, que desvinculen el crecimiento económico del consumo
de combustibles fósiles. A grandes rasgos, la propuesta del neokeynesiano no
esconde sus cartas: se trata de facilitar una expansión de la acumulación por la
vía verde conducida por los mismos oligopolios que han creado el problema.
Además de no pagar por las enormes externalidades negativas producidas, es-
tos mastodontes económicos llegan al rescate gracias a toneladas de inversión
pública que posibilitan una mayor expansión. Pollin es plenamente consciente
de esas contradicciones, pero las presenta con audacia y las excusa por formar
parte de un programa con un alto grado de realismo y viabilidad, algo de lo que,
a su juicio, carecen el resto de alternativas.

Desde su posición de realpolitik, Pollin no escatima ataques frontales contra los


decrecentistas. Alerta de que si se implementan las propuestas decrecentistas
se alcanzarán niveles exorbitados de pobreza, inequidad y desempleo sin lograr
detener el cambio climático. Algunas réplicas a este planteamiento sitúan bien
la crítica decrecentista al GND. Mark Burton y Peter Somerville subrayan que
el capitalismo mitigado por un GND será de poca ayuda porque no elimina el
conjunto de sistemas de mercantilización y los motores de la expansión110. Lejos
de centrarse solo en las emisiones de carbono tal y como hace Pollin, sostienen
que la huella material de la actividad humana agregada es actualmente 1,7 veces
superior a la biocapacidad del planeta. Su propuesta, dirigida en gran parte al

108 El artículo puede encontrarse traducido en la web de la New Left Review española bajo el título «Decrecimiento vs.
nuevo New Deal Verde», incluido con otras aportaciones clave de este debate en el libro Decrecimiento vs.Green
New Deal (Daly, H.; Vetesse, T.; Pollin, R.; Burton, M.; Somerville, P., 2019).
109 Esto equivale, de manera aproximada, a un billón de dólares en el nivel actual de la economía mundial, y a una media
de 1,5 billones de dólares en los próximos veinte años.
110 Nos referimos a la aportación de los investigadores y activistas Mark Burton y Peter Somerville (2019) al debate de la
New Left Review bajo el título «Decrecimiento: una defensa».
79 III. La solución capitalista y verde a la crisi

Norte global, es que la actividad económica se reduzca un 40%, recortando la


producción industrial, la construcción, la agricultura (monocultivos dependientes
de combustibles fósiles) y la distribución. Esto supondría una contracción del
PIB, pero cuyos efectos podrían limitarse a los grupos sociales con mayor acu-
mulación de riqueza y renta. Bajo este planteamiento, señalan que la principal
contradicción interna del GND es que el crecimiento del PIB hace que la reduc-
ción de las emisiones sea mucho más difícil, en la medida que esa expansión su-
pone mayor extracción, producción, distribución y consumo, y cada uno de estos
procesos genera emisiones. Cuanto más éxito tenga la inversión en renovables
para producir millones de empleos, tanto mayor será el aumento en el consumo
de servicios y productos intensivos en CO2. Sin embargo, concluyen Burton y So-
merville, eso no significa que una inversión pública en energías limpias y medi-
das de reducción de la demanda no puedan ayudar, pero siempre que la política
de los gobiernos rompa con su «habitual función de servidora del capital global».

En pleno anuncio de la crisis de 2008, decía Pollin que ser utópico pasa por
ser realista. En la práctica, lo que se traduce de esta borrachera de sensatez
es señalar a las empresas privadas como beneficiarias de las inversiones en
energía limpia111. Es difícil encontrar mayor constatación del realismo capitalista
identificado en su momento por Mark Fisher en el que capitalismo y normalidad
resultan ser sinónimos, pero lo cierto es que el enfoque del crecimiento verde
ha impregnado las propuestas del GND de corte norteamericano. En la siguiente
sección analizamos la trayectoria del Pacto Verde en el contexto europeo y, con
más detalle, exploramos sus contradicciones.

3.2 LA TRANSICIÓN JUSTA EN LA UE


Desde el gobierno de coalición «rojiverde» de Gerhard Schröder y Joschka Fis-
cher iniciado a finales de los noventa, Alemania empieza a tomar posición de
liderazgo en el combate contra el cambio climático. La Große Koalition de 2005,
el inicio de Angela Merkel como canciller, adopta planteamientos del Partido
Verde, absorbiendo parte de un ideario muy lejano ya de sus postulados más
radicales. Dentro de su nebuloso proyecto de hegemonía, Alemania ha ido avan-
zando en su pretensión por trasladar al continente esas políticas verdes, guiada
tanto por objetivos económicos como por considerar esas políticas como uno de
los vectores de su legitimación tras su gestión en la crisis de la Eurozona, en la
que el gobierno de Merkel antepuso el autoritarismo político al interés económi-
co mayoritario de la clase capitalista.

3.2.1 Trayectoria de la UE hacia el «crecimiento verde inclusivo»


A escala europea, el Libro Verde de la Unión Europea de 1995 y el Libro Blanco
de las Energías Renovables de 1996 son los primeros documentos estratégicos
donde se fijan objetivos cuantitativos para la sustitución de las fuentes de ener-
gía fósiles y no renovables. En concreto, alcanzar en 2010 una penetración mí-
nima del 12% de las fuentes renovables en el consumo interior bruto de energía
de la Unión Europea. En estos documentos, marcando línea en lo que más tarde
serán las políticas energéticas consolidadas de la UE, la extensión de las reno-
vables se entiende como un derivado de la armonización del mercado interior.

111 Escrito a principios del 2009, el breve artículo «Be Utopian: Demand the Realistic» (The Nation) de Pollin toma hoy
mayor significado al contrastarlo con sus propuestas de crecimiento verde.
80 La solución verde

En otras palabras, esto significa la sumisión a las especializaciones de la división


europea del trabajo y la «liberalización» del sector de la energía. Bajo el término
«liberalización», como en incontables ocasiones, se esconden los intereses de
las finanzas en busca de nichos de beneficio en el corazón de las antiguas em-
presas públicas del modelo fordista-keynesiano.

En el año 2000, el Consejo Europeo presenta la llamada Estrategia de Lisboa


para convertir Europa en la economía «basada en el conocimiento más compe-
titiva del mundo». Esta agenda se revisa hasta tres veces para incluir elementos
de su coetánea de rango inferior, la Estrategia Europea de Desarrollo Sostenible.
En 2001, se añade el medioambiente a la Estrategia de Lisboa. Frente a los esca-
sos avances, en 2005 se renombra como Estrategia para el Crecimiento y el Em-
pleo, incluyendo las mismas recetas que llevaron a resultados insuficientes pero
con alusiones a la cohesión social. En 2009 se presenta como Estrategia Europa
2020, mandando los objetivos de nuevo fallidos a un horizonte futuro. El marco
estratégico que hoy maneja Europa es el resultado de sumar los conceptos-fuer-
za que resultan de las revisiones de Lisboa. Si a la competitividad se añade la
cuestión medioambiental y se integra la cohesión social, el resultado es el «cre-
cimiento verde inclusivo» de Pollin, un marco también defendido por organismos
como la OCDE. Especial mención merecen las aportaciones del Banco Mundial
en ese mismo marco, que plantea una solución neocolonial para que los «países
subdesarrollados salgan de la pobreza». Para ello, el Banco Mundial tipifica el
medioambiente, los recursos fósiles y la biodiversidad como un «capital natural
que se puede gestionar mejor» y etiqueta de «innovadores» a los derechos de
propiedad112.

Más adelante analizamos con detalle los enormes desajustes sistémicos que
se obvian al asegurar que el crecimiento no solo puede ser verde sino también
inclusivo. De entrada, respecto a las promesas de crecimiento del empleo aso-
ciadas a este marco, bastan algunos datos para que se desplome el castillo de
naipes. Si cotejamos con la realidad la enorme cantidad de informes prospecti-
vos sobre medioambiente y empleo aparecidos entre 2000 y 2009, el escepti-
cismo que podamos tener sobre cualquier cifra salida de Bruselas todavía puede
aumentar. Desde la publicación del informe MITRE del 2000113 en adelante, no
se han dejado de plantear escenarios que superan de largo el millón de nuevos
empleos en las energías renovables. En pleno 2021, si miramos qué hay tras la
economía circular —nuevo concepto manejado por la UE que abarca bastante
más que los empleos ambientales— aparecen los mismos tres millones quinien-
tos mil trabajadores europeos que había en 2008.

La acumulación de estrategias revisadas para alcanzar la eterna promesa ver-


de puede considerarse el germen de la denominada «fórmula 20-20-20». Estos
protocolos exigían que para el entonces lejano 2020, los Estados miembros de-
bían aumentar su eficiencia energética en un 20%, reducir las emisiones respon-
sables del calentamiento global en otro 20% (en relación a niveles de 1990) e
incrementar las energías renovables en un 20%.

112 En 2012, el Banco Mundial publica «Inclusive Green Growth The Pathway to Sustainable Development», donde se
asegura que el crecimiento verde no solo es posible, sino que es la única vía para «para llevar a los países en desarro-
llo al nivel de prosperidad a la que aspiran». El mismo año y con un planteamiento similar, la OECD publica «Inclusive
Green Growth: for the future we want».
113 «Informe de Empleos Verdes en España», del Observatorio de la Sostenibilidad en España, 2000.
81 III. La solución capitalista y verde a la crisi

Tras el Protocolo de Kyoto adoptado en 1997, en la Conferencia de París sobre


el Clima de 2015 un total de 195 países firmaron un nuevo acuerdo mundial,
igualmente insuficiente en sus medidas y, no menos importante, sin cláusulas de
responsabilidad sobre el cambio climático. Un año antes, en 2014, la UE fue la
primera gran economía en presentar su contribución prevista al nuevo Acuerdo,
argumentando que en Europa ya se estaban tomando medidas para reducir las
emisiones para 2030 en un 40% como mínimo. En noviembre de 2018 la Comisión
Europea comunica la siguiente fase hacia la descarbonización: acompasando su
diagnóstico con los datos del informe del IPCC, el objetivo declarado es conse-
guir en 2050 las cero emisiones netas de GEI (gases de efecto invernadero) por
medio de una «transición socialmente justa realizada de manera rentable»114.

En su libro El Green New Deal Global, el sociólogo Jeremy Rifkin (2019) hace
un relato elogioso de esta trayectoria europea por ser puntera en «la Tercera
Revolución Industrial de carbono cero». También resalta la trayectoria de la Re-
pública Popular China, tanto por su liderazgo en la producción de instalaciones
de tecnología solar y eólica como por su inversión en energía renovable, un 45%
de toda la inversión global en 2017. Más que el GND, el hilo conductor del libro
parece ser el propio Rifkin, al ser incontables las automenciones como principal
protagonista.

Vanidades aparte, para la agenda verde de Estados Unidos Rifkin propone tomar
como modelo la trayectoria europea por ser líder indiscutible en la reducción de
emisiones y en el camino hacia una transición justa. Según sus datos, entre 1990
y 2017 el consumo de energía en la UE se reduce casi un 2% y las emisiones de
gases de efecto invernadero un 22%. En el mismo periodo, el PIB aumenta un
54%. Apoyado en esta correlación, Rifkin considera a Europa la vanguardia en
la lucha contra el cambio climático sin sacrificar el crecimiento económico. Sin
embargo, estos datos ocultan más que muestran. En primer lugar, la propia Co-
misión Europea los relativiza frente al objetivo de cero emisiones netas en 2050,
a lo que cabe añadir mayor escepticismo si no se obvian los efectos rebote de
salida a la crisis, que tienden a incrementar los impactos115. En segundo lugar y
más importante, esos datos pasan por alto un proceso fundamental que explica
el descenso de emisiones de GEI en Europa durante ese periodo: la externaliza-
ción de procesos industriales a otros territorios con mano de obra barata. Entre
2002 y 2019, la UE multiplica cuatro veces y media el valor de las importaciones
desde China. No es que Europa esté cada vez más cerca de desacoplar su cre-
cimiento de su impacto medioambiental, sino que ha desplazado parte de las
emisiones a otros territorios. Tomando eso en cuenta, el descenso de emisiones
en Europa o en Estados Unidos y su ascenso meteórico en China son procesos
directamente relacionados (ver Gráfico 3.1).

114 En esta comunicación, bajo el título «Un planeta limpio para todos. La visión estratégica europea a largo plazo de una
economía próspera, moderna, competitiva y climáticamente neutra», la Comisión Europea (2018) considera que no
implementar nuevas políticas tendrá consecuencias graves para la productividad de la economía, la infraestructura,
la capacidad para producir alimentos, la salud pública, la biodiversidad y la estabilidad política de Europa. Señala que
los daños anuales causados por inundaciones fluviales en Europa podrían ascender a 112.000 millones de euros,
frente a los 5.000 millones de euros actuales. El 16% de la zona de clima mediterráneo —prosigue en su diagnóstico—
puede convertirse «en una zona árida hacia el final del siglo, y en varios países del sur de Europa, la productividad de
la mano de obra que trabaja al aire libre puede reducirse en torno al 10-15% respecto a los niveles actuales».
115 Los últimos años han supuesto un periodo de estancamiento y, según la Comisión Europea, como mucho Europa
podría conseguir una reducción de gases del 60% para 2050, pero no del 100%. Respecto al efecto rebote de las
crisis, véase el artículo Sadorsky, P., 2020.
82 La solución verde

Gráfico 3.1. E
 misiones territoriales (líneas continuas) y de consumo
(discontinuas) en principales países emisores

3 (c)

China

2.5

2
USA

1.5

1
EU27

0.5
India

0
1960 1970 1980 1990 2000 2010 2020

Fuente: Global Carbon Budget (2020)

Reproduciendo estos sesgos y sosteniendo un diagnóstico optimista, a finales de


2018 la Comisión anuncia que el camino hacia una economía de cero emisiones
netas debe basarse en diversos componentes estratégicos ajustados a los Objeti-
vos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas116. Finalmente, toda esta trayec-
toria culmina con la presentación del European Green Deal (EGD) donde también
se muestra la ambición por ser líder global en cumplir los objetivos de París. Las
propuestas del EGD son un compendio de lo ya recogido en comunicaciones y
planes anteriores, poniendo énfasis en sectores relacionados con la generación
de energía, el consumo de alimentos, el transporte o la fabricación y la construc-
ción, así como su respeto a la biodiversidad y la sostenibilidad (ver Gráfico 3.2).

116 Los siete ámbitos de acción estratégica hacia «una economía climáticamente neutra» son (1) apostar por la eficiencia
energética con edificios de cero emisiones; (2) mayor despliegue de energías renovables y el uso de la electricidad
para descarbonizar el suministro energético; (3) apuesta por una movilidad limpia, segura y conectada; (4) la eco-
nomía circular; (5) desarrollo de infraestructuras smart; (6) crear sumideros esenciales de carbono, y (7) combatir las
emisiones de CO2 con captura y almacenamiento de carbono.
83 III. La solución capitalista y verde a la crisi

Gráfico 3.2. European Green Deal

Movilización de la
investigación y fomento
de la innovación
Transformación de
la economía de la
UE con miras a un
futuro sostenible

Hacia una contaminación cero en


Un mayor nivel de un entorno sin sustancias tóxicas
ambición climática de la
UE para 2030 y 2050
Preservación y
restablecimiento
Suministro de energia de los ecosistemas
limpia, asequible y segura y la biodiversidad
PACTO VERDE
Movilización de la industria EUROPEO «De la granja a la mesa»: un
en pro de una economía sistema alimentario justo,
limpia y circular saludable y respetuoso
con el medio ambiente

Uso eficiente de la energía


y los recursos en la Acelerar la transición a una
construcción y renovación movilidad sostenible e inteligente

FINANCIACIÓN QUE NADIE QUEDE


DE LA ATRÁS (TRANSICIÓN
TRANSICIÓN JUSTA)

La UE como Pacto Europeo


líder mundial por el Clima

Fuente: Comisión Europea (2019)

En esos primeros pronósticos, la Comisión estima una inversión de un billón


de euros para cumplir el plan, que supone unos 260.000 millones de inversión
anual adicional, casi un 1,5% del PIB de 2018. Se trata del Plan de Inversiones
para una Europa Sostenible, cuya aplicación estaba prevista durante la próxima
década a través del presupuesto de la UE y de varios instrumentos asociados,
en particular el InvestEU. Todo este proceso y sus pronósticos se han acelerado.
La irrupción de la covid-19 ha dejado claro que el EGD es el escenario A, B y C de
la UE, al menos como envoltorio simbólico117. Todas las medidas e instrumentos
de «rescate» y «recuperación» puestos en marcha desde el inicio de la pandemia
se han anunciado como procesos integrados en el EGD.

117 Tan pronto emergieron los efectos de la crisis de la covid-19, empezaron las alusiones y acuerdos que señalaban al
EGD como hoja de ruta para la recuperación. A mediados de 2020, España, Austria, Dinamarca, Finlandia, Italia, Leto-
nia, Luxemburgo, Holanda, Portugal, Suecia, Francia, Alemania y Grecia suscribieron una carta en la que solicitaban a
la Comisión que el EGD sea la «gran palanca para la recuperación frente a la crisis de la pandemia» (Mineco, 2020).
Desde el inicio de la pandemia, Frans Timmermans, vicepresidente ejecutivo del European Green Deal, y Ursula
von der Leyen, presidenta de la Comisión, ya insistían en que las medidas de recuperación económica han de estar
vinculadas a la «reconversión verde». En el último Diálogo de Petersberg sobre Acción Climática, en abril de 2020, se
señaló la necesidad de «una economía neutra en carbono, más resiliente, inclusiva y justa» y, en particular, se subrayó
la reflotación de sectores como la construcción, el transporte y el sector energético. En síntesis, el objetivo pasa por
invertir en la rehabilitación de viviendas, coches eléctricos e infraestructuras verdes para empujar un Green Recovery
que articule crecimiento del empleo con transición verde.
84 La solución verde

En marzo de 2020 se inicia el Programa de Compras de Emergencia Pandémica


del BCE, una medida de política monetaria basada en la compra temporal de
activos de valores del sector público y privado. En mayo de 2020 se aprueba
un paquete de medidas por un total de 1,8 billones de euros que combinan el
presupuesto europeo para los próximos siete años con el Next Generation, un
programa específico para la recuperación. Esta maratón de actividad financiera
ha convertido a la UE en el mayor emisor supranacional de deuda del mundo118.
Desde marzo de 2015, cuando se puso en marcha el Programa de Compra de
Deuda del Sector Público en los mercados secundarios, las compras netas acu-
muladas del BCE rozaban los 3 billones de euros, un límite ya rebasado en la
actualidad (ver Gráfico 3.3).

Gráfico 3.3. C
 ompras netas acumuladas del Programa de Compra de
Activos del BCE119 (en miles de millones de euros)

EUR bn

3200

2800

2400

2000

1600

1200

800

400

2015 2016 2017 2018 2019 2020 2021

PSPP CBPP3 CSPP ABSPP

Fuente: Banco Central (2021)

118 La referencia sobre esta afirmación junto a otros datos relevantes sobre Next Generation se pueden encontrar en la
Guía NextGenerationEU: más sombras que luces realizada por Nicola Scherer (ODG), Erika González (OMAL) y Nuria
Blázquez (Ecologistas en Acción), OMAL, 2021.
119 Las siglas remiten a diferentes programas de compras de activos, en concreto, programa de compras del sector em-
presarial (CSPP), programa de compras del sector público (PSPP), programa de compra de valores respaldados por
activos (ABSPP) y tercer programa de compra de bonos garantizados (CBPP3).
85 III. La solución capitalista y verde a la crisi

En particular, Next Generation tiene por objetivo «la reconstrucción verde y di-
gital» y está dotado con 750.000 millones de euros, de los cuales 360.000 mi-
llones son préstamos reembolsables y algo más de la mitad son subvenciones
a fondo perdido120. Para ello, y captando dinero de los mercados de capitales a
devolver en las próximas tres décadas, la Comisión emitirá bonos por valor de
900.000 millones hasta 2026.

Para analizar con detalle cuánto se pueden asociar estas medidas a un progra-
ma de crecimiento verde e inclusivo, a continuación desglosamos las principales
contradicciones y los impactos reales derivados que incorpora el EGD así como
instrumentos coyunturales como el programa Next Generation.

3.2.2 La división continental del trabajo y otros desajustes sistémicos


De la misma manera que expresa la propuesta de Ocasio-Cortez, la agenda eu-
ropea promete combinar crecimiento económico, transición ecológica y justicia
social. Sin embargo, ambas propuestas prescinden de no pocos factores sisté-
micos en sus diagnósticos idealizados sobre el «crecimiento verde igualitario».
¿Puede Europa ser líder en la economía verde? ¿Cuánto hay de transición social-
mente justa o de crecimiento verde igualitario en el EGD? ¿Qué papel ejercen
en estos nuevos programas de recuperación las alianzas público-privadas? En
los tres puntos que siguen desglosamos diversos elementos críticos centrados
en el contexto europeo.

I. ¿Liderazgo europeo en la economía verde global? China concentra


en sus centrales fotovoltaicas más de la mitad de la capacidad mundial y es líder
mundial en la creación e instalación de tecnología solar y eólica. Entre 2015 y
2018 fue responsable del 30% de toda la inversión global en renovables. Solo en
2017 China dedicó 133.000 millones de dólares a energías renovables. La estra-
tegia de China no es sustitutiva, sino que suma consumo de energía renovable
a la de origen fósil o nuclear. Es una dinámica recurrente en todas partes: la ex-
pansión de las energías renovables se produce como añadido a los suministros
de combustibles fósiles, no como sustitución (ver Gráfico 3.4). También ocurre
en Alemania, el país europeo más adelantado en el desarrollo de energía reno-
vable y también el más contaminante, puesto que mantiene un gran consumo
y dependencia de combustibles fósiles, especialmente de carbón. Entre 2010
y 2012 Alemania y el conjunto de Europa perdieron su liderazgo en energías
renovables.

En parte, el EGD es una respuesta a ese declive, pero el problema de la UE fren-


te al gigante asiático no solo son sus esquilmadas ventajas comparativas, sino
la falta de soberanía industrial. La UE es dependiente de la producción china en
componentes básicos para su «reconversión verde». China domina las cadenas
de suministro en ámbitos donde Europa quiere invertir, como el desarrollo de ba-
terías para coches eléctricos121. La paradoja es que la UE solo se acerca a China
en un tipo de inversiones: los programas dedicados al petróleo y al gas122.

120 Los Estados miembros pueden solicitar las inversiones a través del Mecanismo para la Recuperación y la Resiliencia,
y en el caso de Italia y España, hasta un 40% del total. España ya ha iniciado los primeros pasos para la solicitud de
140.000 millones de euros, de los cuales 72.000 millones serán subvenciones y 68.000 millones serán préstamos.
121 Para más detalle, véase: «EUreaffirms commitment to Battery industry to boost Green Recovery», del European Invest-
ment Bank, 2020.
122 China domina los mercados de baterías de iones de litio y de almacenamiento de energía. Para un análisis más deta-
llado, véase: «China invierte en energía un 7% más que Estados Unidos y hasta un 70% más que Europa», en Energías
renovables, 15 de mayo de 2019.
86 La solución verde

En paralelo al EGD, en 2020 el comité de industria del Parlamento Europeo to-


davía tenía previsto invertir 29.000 millones de euros en 32 proyectos para una
nueva infraestructura de gas123. Tales dependencias y apuestas no solo desmien-
ten el liderazgo europeo en la economía verde o su camino hacia una transición,
sino que cuestionan su soberanía.

Gráfico 3.4. I nversión en energía por sectores seleccionados:


2015-2018 (en miles de millones de dólares)

450

400

350

300

250

200

150

100

50

0
2015 / 2018 2015 / 2018 2015 / 2018 2015 / 2018 2015 / 2018 2015 / 2018
China Estados Europa India Sureste África
Unidos asiático subsahariana

Renovables térmicas y para el transporte Suministro de carbón


Petróleo y gas Eficiencia energética Redes eléctricas
Electricidad renovable Electricidad térmica

Fuente: Energias-renovables.com

II. La división internacional del trabajo y la falacia del desacopla-


miento. Actuar sobre una geografía desigual sin compensar o eliminar tales
inequidades conlleva reproducirlas o incluso ampliarlas. Los programas verdes
no actúan sobre un vacío territorial, institucional y político: las relaciones asimé-
tricas entre el Sur y el Norte global son determinantes. Las empresas afincadas
en los países ricos obtienen bienes producidos en países pobres, con bajos cos-
tes salariales pero vendidos en los países ricos a sus precios de mercado, y las
ventas pasan a figurar en el PIB del país rico. Los países considerados «desaco-
plados» —la tendencia a desvincular el crecimiento económico del impacto am-
biental— han sido desindustrializados y transformados en economías capitalis-
tas financiarizadas, con grandes sectores de servicios que importan mercancías

123 Pascal Canfin, legislador francés que preside el comité ambiental del Parlamento, señala que esto significa que por
cada euro otorgado al Fondo de Transición Justa, la Comisión dedicará cuatro euros para la financiación de proyec-
tos de gas.
87 III. La solución capitalista y verde a la crisi

manufacturadas de otras partes del mundo124. Más allá de los niveles de emi-
siones de GEI, los flujos de materiales que sustentan la escala actual de la eco-
nomía ya implican enormes problemas con las industrias extractivas ubicadas,
en su gran mayoría, en el Sur global. Lo mismo sucede con el cambio en el uso
del suelo, en general, en procesos canónicos de acumulación por desposesión.
Para estos flujos materiales, la evidencia general es que no hay desacoplamien-
to del crecimiento del PIB, con una huella material internacional que aumenta un
6% por cada aumento del 10% del PIB125. Tampoco hay una relación equilibrada
entre territorios del Sur y el Norte global, sino más bien claras tendencias de un
nuevo imperialismo energético126. A nivel interno, en la economía de la Eurozo-
na, el proceso de transición justa promete invertir 100.000 millones de euros
durante una década en países productores y dependientes del carbón, como
Hungría y, especialmente Polonia127. No parece suficiente, puesto que República
Checa y Polonia han amenazado con suspender las políticas climáticas128. Estas
divisiones, dependencias y procesos de dominación, tanto globales como conti-
nentales, no dejarán de acentuarse si un problema planetario integrado en una
geografía desigual se desplaza como asunto regional de los países ricos.

III. Relanzar las alianzas público-privadas, el endeudamiento públi-


co y la disciplina económica. Una agencia es capitalista cuando su dinero
está dotado del poder de reproducirse de modo sistemático, con independen-
cia de la naturaleza de las mercancías y actividades particulares que sean, in-
cidentalmente, el medio para ello. Entidades como las consultoras financieras
transnacionales tienen grabado a fuego ese mandato del beneficio capitalista,
sin importar si el medio para cumplirlo es uno o el contrario, desde la industria
petrolera a la economía verde129. El caso es que su protagonismo en los pactos
verdes está siendo absoluto. Entidades como Blackrock están asesorando a la

124 Durante el periodo 2000-2014, según el World Resources Institute, el crecimiento del PIB quedó desacoplado de las
emisiones de CO2 en EE. UU., Alemania y Gran Bretaña. Los defensores del crecimiento verde toman esos y otros
datos similares sin cuestionarlos, pero el PIB de los países ricos queda inflado mediante la neocolonial captura del
valor y las emisiones se contabilizan en las economías emergentes donde se produjeron las mercancías (Burton y
Somerville, 2019, pp. 124-125). En su crítica al Green New Deal, Jasper Barnes (2019) expone conclusiones parecidas:
medir las emisiones dentro de las divisiones nacionales es igual que medir nuestro consumo de calorías contando
solo el desayuno y el almuerzo.
125 Mark H. Burton (2019) aporta estas reflexiones a partir de los datos del estudio «The material footprint of nations»
(Wiedmann, T. O. et al., PNAS, 2015). También Hickel y Kallis (2019) demuestran que la tesis principal del crecimiento
verde —el desacoplamiento absoluto— puede lograrse en naciones de altos ingresos en condiciones muy optimistas,
pero que no hay ninguna evidencia empírica que señale la posibilidad de mantener esta trayectoria a largo plazo.
También recalcan que no existen evidencias de que, bajo el marco de crecimiento verde defendido por la OECD o
el Banco Mundial y que ha penetrado en los pactos verdes existentes, se puedan evitar los impactos debido a un
calentamiento global de 1,5 °C señalados por el IPCC.
126 Un caso ilustrativo son las actuales propuestas de Alemania para abastecerse de hidrógeno verde producido en la
República Democrática del Congo. En septiembre de 2020, Günter Nooke, el comisionado del gobierno alemán para
África, presentó el proyecto como una propuesta beneficiosa para todas las partes. Sin embargo, a los costes tecno-
lógicos y ambientales se suma la erosión de la soberanía del Congo, un territorio ya sometido a múltiples procesos de
extractivismo y explotación. Más información en «Alemania, el Congo y el nuevo imperialismo energético europeo»,
Público, 26 de septiembre de 2020.
127 Sobre el problema del carbón en Europa, Adam Tooze (2019) ofrece un buen diagnóstico respecto a los intereses
económicos y políticos que esconde. Entre otros datos, señala que «el carbón representa el 80% de la electricidad
que alimenta la actividad económica de Polonia, de rápido crecimiento, y el 86% de la calefacción hogareña de sus
38 millones de personas pues su actividad económica está alimentada por un 80% de electricidad».
128 El Primer Ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, declaraba a principios de 2020 que Polonia alcanzará la neutrali-
dad climática «a su propio ritmo» y que no empezarán a reducir su consumo de carbón hasta 2030.
129 Por ejemplo, la compañía norteamericana de gestión de inversiones BlackRock controla acciones en compañías de
combustibles fósiles por valor de 87.300 millones de dólares. También está en las primeras posiciones como inversor
en las ocho compañías petroleras más grandes del mundo y entre los principales financieros de la industria de armas.
Pese a esa carga, no cesa en mostrar su liderazgo en el giro verde de las finanzas.
88 La solución verde

UE sobre cómo integrar la sostenibilidad en la regulación bancaria, logrando una


victoria en sus esfuerzos por pulir sus credenciales de protección climática130.

El Ministerio para la Transición Ecológica de España ha contratado a Deloitte


para la captación y ejecución de los fondos europeos. En paralelo, las Big Four
de la consultoría global elaboran informes para facilitar que sus clientes accedan
a los fondos europeos. Pero las alianzas público-privadas no se agotan en los
procesos de asesoramiento y evaluación, sino también en el destino de los fon-
dos de recuperación. En España, aproximadamente 100.000 millones de Next
Generation ya han sido solicitados por empresas del Ibex 35131. Por otro lado,
si bien 360.000 millones corresponden directamente a préstamos que habrán
de devolver los Estados, también hay que computar la mutualización del pago
exorbitado que supondrán las emisiones conjuntas de deuda a cargo del presu-
puesto comunitario.

Dicho de forma rápida y sencilla, la UE asumirá deuda encubierta que no paga-


rán los actores privados beneficiados, sino el total de los contribuyentes. Tan
pronto se reactiven el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y los techos de déficit
que fueron suspendidos temporalmente en marzo de 2020, se reeditarán las
reformas y recortes en gastos públicos del ciclo de crisis anterior. En general, el
relanzamiento de las alianzas público-privadas, el endeudamiento y la disciplina
económica son la misma banda sonora del último medio siglo: socializar el gas-
to, privatizar los beneficios y emitir deuda pública, que de facto es un traslado
hacia las clases subalternas y los ecosistemas de aquellos costes excesivos de
los que se deshace el capital.

Existen otros límites y contradicciones detalladas en otros estudios, como las


utopías tecnológicas integradas en programas como Next Generation, la impo-
sibilidad de sustituir la magnitud energética mundial actual por energías renova-
bles o, de mayor envergadura y apremiantes, todos los problemas titánicos re-
lacionados con otros límites planetarios más allá del cambio climático132. Hemos
puesto especial énfasis en aquellas contradicciones que el keynesianismo verde
no solo pasa por alto, sino que incorpora en forma de sesgos en sus agendas
políticas. En esas esferas, parece abrumador el consenso en torno al crecimien-
to verde justificado por ser lo políticamente realista. En realidad, es una expre-
sión bastante tímida. La solución verde es más bien hiperrealista: reproduce las
desigualdades territoriales internas y globales, erosiona la soberanía de las eco-
nomías nacionales, normaliza la explotación del Sur global y, al mismo tiempo,
intensifica el extractivismo y destruye la biosfera.

Por ser una dimensión clave para explicar la forma en que se despliegan estos
programas y su control político, dedicamos la siguiente sección a profundizar
sobre la reactivación de los arreglos público-privados, añadiendo un breve pero
necesario análisis histórico. Lo público-privado es una vieja estrategia que se

130 En noviembre de 2020, la Comisión Europea declaró que BlackRock estudiará cómo la UE podría usar factores
ambientales, sociales y relacionados con la gobernanza en la supervisión prudencial y en el análisis de riesgos re-
gulatorios de los bancos de la región. BlackRock también analizará cómo la UE podría impulsar el crecimiento de las
finanzas verdes y el mercado de productos financieros sostenibles.
131 Las vías para solicitar financiación del Next Generation al gobierno central son tres: a través de las comunidades
autónomas, a través de los Ministerios y a través de «ventanillas informales» para grandes empresas y consorcios.
Por lo pronto, algunas de las empresas más contaminantes ya están optando por esa vía: «Endesa ha presentado 110
proyectos por valor de 19.000 millones de euros 22; Iberdrola, 150 iniciativas por 21.000 millones; Naturgy, 13.000
millones; ACS, 4.500 millones» (Scherer et al., op. cit., p. 12).
132 Entre otros, son interesantes estudios como Pactos verdes en tiempos de pandemias, de Pérez, A. (2021) o «Plane-
tary boundaries: Guiding human development on a changing planet», de Steffen, W. et al. (2015).
89 III. La solución capitalista y verde a la crisi

presenta como innovadora bajo nuevas carcasas discursivas en cada fase de


crisis, pese a no ser más que el vínculo histórico entre Estado y capitalismo.

3.3 ECONOMÍA GLOBAL PÚBLICO-PRIVADA


A lo largo de este trabajo hemos ido recalcando que uno de los elementos
constitutivos sobre los que pivota la articulación histórica del capitalismo es su
identificación con el Estado. Controlar el poder del Estado ha sido el objetivo
estratégico de los principales actores en el ruedo político durante toda la his-
toria del capitalismo moderno, usando su poder coercitivo para abrir espacios
donde florezca el capital. Existen todo tipo de evidencias de que estos procesos
ocurrieron desde mucho antes que los regímenes de propiedad privada fueran
dominantes.

En sus análisis del capitalismo como economía-mundo, Giovanni Arrighi junto a


otros historiadores como Wallerstein han hecho más comprensible un sistema
global que necesita a los Estados para existir. En El largo siglo XX, Arrighi analiza
los diferentes ciclos sistémicos de la economía-mundo, desde el ciclo genovés
entre el siglo XV y el siglo XVII, pasando por la etapa británica que domina el
siglo XIX, y finalmente el ciclo que comienza a finales de ese mismo siglo, el ciclo
estadounidense, todavía en su actual fase de dominio financiero. La transición
realmente importante, afirma Arrighi, no es tanto la del feudalismo al capitalismo,
sino la producida desde un poder capitalista disperso a uno concentrado.

3.3.1 Las alianzas público-privadas constitutivas del capitalismo


No es necesario reducir el Estado a mera herramienta de la clase dominante
para entender el papel que ha ejercido como campo de batalla estratégico con-
quistado por el capital, no sin oposiciones ni contradicciones. Si en algún territo-
rio se produjo la fusión única del Estado y el capital de forma más favorable para
el capitalismo fue en Europa. En los orígenes del capitalismo, en ciudades-Esta-
do como la Venecia del siglo XV, el «sector público» intervino activamente pro-
porcionando a los mercaderes y a las asociaciones privadas las infraestructuras
básicas necesarias para sus negocios. Venecia constituyó el prototipo del capi-
talismo (monopolista) de Estado que, en combinación y oposición con formas
organizativas basadas en las finanzas, han sido el magma de modelos cada vez
más abigarrados. Las alianzas público-privadas, por tanto, no son una extrava-
gancia contemporánea, más bien al contrario: se trata de un elemento fundacio-
nal y constitutivo del capitalismo, que ha sido central en los desplazamientos del
territorio hegemónico de cada ciclo y de sus procesos de expansión.

Aseguraba Max Weber que la expansión del poder capitalista está vinculada a la
competencia interestatal por el capital en busca de inversión. Sin menospreciar
ese factor, dicha expansión también ha sido conducida por la formación de es-
tructuras políticas con recursos organizativos para controlar el entorno territorial,
social y político de la acumulación de capital a escala mundial. En la dinámica
del sistema-mundo, los países centrales ganan la hegemonía en una geografía
política desigual, donde la acumulación incesante se asegura a través del some-
timiento institucionalizado de territorios periféricos. Para confirmar esa tesis, no
hay más que observar el largo ciclo de reordenación territorial a escala europea,
a través de la financiarización y el desarrollo desigual de los países del norte
frente a los del sur.
90 La solución verde

El proceso político que empuja las formas contemporáneas de lo público-priva-


do trae bajo el brazo una doctrina que, según las posiciones utópicas ya des-
critas en el capítulo anterior, quiere reducir el Estado. La crisis de las políticas
intervencionistas asociadas al periodo fordista y las críticas al exceso de buro-
cracia del Estado promueven la «eficacia» y la «eficiencia» del mercado como
métricas óptimas para evaluar y mejorar la acción pública. La introducción de
reglas fiscales neoliberales reduce el endeudamiento estatal, pero las nuevas
fuerzas políticas seducidas por estos dogmas quieren poder invertir en infraes-
tructura pública. Siguiendo el legado de Thatcher133, la propuesta del Primer Mi-
nistro Tony Blair para reformar el Estado de Bienestar también pasa por impulsar
un sistema que combine «la provisión privada y pública en una nueva forma de
colaboración para nuestra época» para «una forma moderna de bienestar que
cree en el empoderamiento, no en la dependencia»134. En efecto, es la conocida
como «Tercera Vía», que incorpora la racionalidad empresarial como alternativa
a la planificación público-estatal cuestionada por ser jerárquica, burocrática e in-
eficiente135. De fondo, este escenario configura la respuesta capitalista a la crisis
de rentabilidad surgida tras el colapso de la tupida red fordista de mecanismos
de concertación entre capital y trabajo. Es bien sabido que este largo ciclo no
supone una reducción del Estado, sino un cambio de prioridades en sus ámbitos
de actuación, una re-territorialización de sus campos de acción, así como la inte-
gración del sector privado en su arquitectura institucional.

En las etapas contemporáneas, los partenariados público-privados han funcio-


nado como una treta contable para esquivar las restricciones del gobierno en
cuanto al endeudamiento público, ocultándolo para equilibrar los presupuestos
—punto que sigue siendo la principal atracción para los gobiernos y las institu-
ciones internacionales a la hora de implementarlos—. A medida que en Europa
se limita el endeudamiento público con las medidas de austeridad tras la crisis
financiera de 2008, se dispara la utilización de los partenariados como un com-
ponente de la política de privatizaciones, especialmente en Reino Unido, Fran-
cia, España, Portugal y Alemania (ver Gráfico 3.5).

133 Los así llamados partenariados público-privados tienen su origen contemporáneo a principios de los años ochenta
en Reino Unido durante el gobierno de Margaret Thatcher. Funcionaban como estratagemas contables, en la medida
que permitían sortear las propias restricciones del gobierno para endeudarse. En la práctica, son una forma de priva-
tización, permitiendo a las empresas beneficiarse del dinero y la inversión pública y exigiendo a los servicios públicos
que faciliten oportunidades comerciales rentables. Aunque el gobierno se compromete a sufragar la inversión como
si hubiera tomado prestado el dinero, las normas contables permiten tratarla como un préstamo privado sin infringir
las normas fiscales. En el artículo «La privatización encubierta de nuestros bienes y servicios públicos» publicado en
La Marea en octubre de 2019, Nicola Scherer y Emma Avilés, del Observatori del Deute en la Globalització, explican
que «las prácticas contables de las colaboraciones público-privadas permiten a los gobiernos mantener estos pro-
yectos fuera de sus cuentas (no son transparentes ni auditables), ya que el sector privado —y no el gobierno— es
el titular del préstamo que financia el proyecto. Una maniobra de contabilidad creativa, donde el coste real de un
proyecto queda escondido, hasta que algo falla y todo revierte sobre lo público y los bolsillos de la ciudadanía».
134 En marzo de 1998, el Gobierno británico publicó su Libro Verde sobre la reforma del bienestar, que tiene la virtud de
ser muy explícito respecto al significado del Third Way y al papel del sector privado en esa «nueva época». Para una
revisión crítica, es interesante el artículo breve de Alan Deacon (1998) titulado «The Green Paper on Welfare Reform:
Case of Enlightened Self-interest?», en The Political Quarterly Publishing, 69 (3), pp. 306-311.
135 La literatura sobre este periodo es infinita, pero por su rigor y lucidez es interesante el libro de Jonathan Davies (2011)
Challenging Governance Theory: From Networks to Hegemony, Policy Press, Bristol.
91 III. La solución capitalista y verde a la crisi

Gráfico 3.5. E
 valuación del mercado europeo de partenariados
público-privados

400
1800

350
1600

1400 300

1200 250

1000 200

800
150

600
100
400
50
200

0
0
20 0

02

20 8
09
20 6
20 3

20 5
04

07
20 1

10

15
96
90

16
12
99
92

95

98

13
93

14
94

97

20 1
91

0
0

0
0
0

1
20

20

20

20
20
20

20

20
20
20
19
19

19
19
19

19

19
19
19

19

Número total de proyectos Inversión total M €


(escala izquierda) (escala derecha)

Fuente: EPEC Market update

Más allá de esas figuras legales, que en algunos países como España ni siquiera
cuentan con una regulación específica, las alianzas público-privadas desbordan
semejante ingeniería opaca. Han sido y son parte de la expansión del poder ca-
pitalista y de las respuestas capitalistas frente a la crisis, y remiten a una extensa
realidad histórica, territorial y política. Pueden incluir argucias tecnocráticas im-
plementadas durante periodos concretos, tales como concesiones, consorcios,
sociedades mixtas o subcontrataciones, pero no se reducen a esas figuras. Los
arreglos financieros y espaciales buscan resolver los problemas de sobreacu-
mulación y, de forma particular, dan protagonismo al circuito secundario: la acu-
mulación de base territorial a partir de los entornos construidos, los mercados
inmobiliarios o las grandes inversiones en infraestructuras y obras públicas. En
conjunto, estos procesos han supuesto una enorme implementación de parte-
nariados público-privados, pero con la misma intensidad también procesos de
conversión de diversas formas de derechos de uso y usufructo (comunes, co-
lectivas, estatales) en derechos de propiedad exclusivos, la mercantilización de
necesidades básicas para insertarlas en mercados especulativos, así como el
creciente dominio de los Bancos centrales y las políticas monetarias. Todas res-
ponden al réquiem principal del mandato capitalista: todo lo que existe sobre la
tierra debe ser sometido a la mercantilización, la monetización y la privatización
para producir beneficio. Los últimos ciclos de crisis, en los que ha ido madurando
la solución verde a la crisis, no solo no son una excepción, sino que suponen un
salto de escala cualitativo respecto a la centralidad del Estado Público-Privado.
92 La solución verde

3.3.2 Viejos y nuevos capitalistas en busca de nichos de mercado


Desde la década de los noventa, las instituciones europeas han fomentado las
alianzas público-privadas en la construcción y en la gestión de infraestructuras
pese a que, de forma recurrente, se ha demostrado su opacidad e ineficiencia136.
En 2018, el Tribunal de Cuentas Europeo publica un informe sobre varias colabo-
raciones público-privadas en Europa donde concluye que la gestión de los pro-
yectos tiende a ser ineficaz y no proporciona una rentabilidad adecuada137. Lo
cierto es que las políticas de austeridad europeas han venido acompañadas de
medidas para imponer una nueva disciplina a través del mercado138. Es evidente
que a la falta de «eficiencia» y «eficacia» le ha seguido un escaso control público
y una erosión de los mecanismos democráticos para deliberar sobre qué inver-
siones son necesarias. Sin embargo, a toda crisis le sigue la reproducción del
vínculo entre las grandes corporaciones y el Estado. El interés en el Estado no
solo es por su capacidad para producir norma, financiar actividades con exen-
ción de impuestos o diseñar ventajas fiscales, bonificaciones laborales, créditos
y subvenciones. También tiene que ver con la capacidad estatal para reproducir
el discurso hegemónico sobre las virtudes de la gran empresa, ampliar los dis-
positivos de represión y control social o, ya hemos visto, concesionar servicios
para la construcción y gestión de infraestructuras. En España, la gran alianza
público-privada entre el Ibex-35 y el poder estatal siempre viene aliñada por el
dogma de que aumentar la internacionalización empresarial y atraer inversiones
extranjeras es la única forma de salir de la crisis139.

En la práctica, las alianzas público-privadas se basan en la socialización de la


inversión y el riesgo frente a la privatización de los beneficios. Son privatizacio-
nes que, bajo la promesa del trickle down, producen sobrecostes, esquilman el
medioambiente, desplazan a poblaciones originarias y ocultan el endeudamien-
to público. Sin embargo, de poco sirven las evidencias. Evaluaciones como las
del Tribunal de Cuentas o las de Eurodad140 no han supuesto cambios en los
marcos de regulación, ni siquiera moderación en las campañas. Los inversores
privados e institucionales siguen presionando al G20 para que les ayuden a

136 Entre 1990 y 2009 se firmaron más de 1.300 contratos de partenariados público-privados (PPP) en la UE, que en suma
representaron más de 250.000 millones de euros. En ese mismo periodo, si bien Reino Unido lideró la puesta en
marcha de los PPP a nivel europeo, España fue el segundo Estado miembro en el ranking con un 11% del total del vo-
lumen económico (Kappeler y Nemoz, 2010). Estos cálculos no incluyen las privatizaciones con venta de activos o la
subcontratación de servicios, que dispararían por mucho las cifras. Entrado el ciclo de crisis en 2008, las instituciones
europeas han seguido animando a sus Estados miembros a «desarrollar la colaboración público-privada [...] frente a
la afectada capacidad de la Hacienda Pública para obtener los fondos necesarios y asignar recursos» (Comisión Eu-
ropea, 2009). Entre 2000 y 2018, el BEI invirtió 5.176 millones de euros en 30 proyectos público-privados en España,
de los cuales 26 (un 87%) fueron en el sector del transporte (Scherer, N.; Martínez, R., 2019).
137 Informe Especial 09/2018, «Colaboraciones público-privadas en la UE: Deficiencias generalizadas y beneficios limi-
tados». En general, todos los proyectos analizados por el Tribunal de Cuentas padecieron demoras, aumentos de
costes e infrautilización. No aprobaron ni el juicio de la libre competencia: la mayoría de concesiones no se some-
tieron a ningún análisis comparativo con otras opciones de contratación ni a ninguna otra evaluación de la relación
calidad-precio. Sin embargo, continúan los rescates a concesionarias de obra pública, autopistas o aeropuertos
respondiendo a los compromisos adquiridos por las administraciones públicas en los contratos en forma de garantías
de cobertura de ingresos o concesión de avales.
138 Como bien es sabido, el ejemplo palmario es la imposición de políticas de austeridad tras los «rescates» del Fondo
Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), unas medidas que reescalaron en diferentes esferas territoriales. En Es-
paña, esta imposición se expresó en la reforma constitucional del artículo 135 para priorizar el pago de la deuda y
limitar la inversión y el endeudamiento público. Subsidiaria de esta reforma, se implementó la Ley de Racionalización
y Sostenibilidad de la Administración Local (LRSAL) para disciplinar a los municipios.
139 Un análisis histórico detallado de estos procesos de alianza Estado-multinacionales en España se puede encontrar
en el libro A dónde va el capitalismo español, de Pedro Ramiro y Erika González (2019). Las tesis principales están
dedicadas a explicar cómo se ha construido la centralidad de las grandes empresas en el modelo socioeconómico
español a través de un enfoque elitista sobre la distribución del poder público y la función del Estado.
140 En el informe «Historia repetida: Cómo fracasan las Asociaciones Público-Privadas», de Eurodad (2018), se analizan
diez casos de escala global, incluyendo Colombia, España, Francia, India, Indonesia, Lesoto, Liberia, Perú y Suecia.
Los sectores cubiertos son agua y saneamiento, educación, energía, salud y transporte. Las conclusiones redundan
en aspectos ya remarcados por el Tribunal de Cuentas Europeo.
93 III. La solución capitalista y verde a la crisi

maximizar sus rendimientos transformando las obras de infraestructura en una


clase específica de activos141.

Detrás de la relación público-privada han ido tomando posición no solo las gran-
des corporaciones multinacionales y las entidades financieras, sino también
todo el aparato de consultoría global. No es ningún secreto que las Big Four
funcionan como comisarios de políticas nacionales y reciben altísimos honora-
rios en cada etapa del proceso. No han innovado mucho en sus relatos, puesto
que siguen defendiendo que los consorcios y los partenariados son garantía de
reducción de costes en la financiación de infraestructuras142. Más reveladores
son los argumentos hermanados con la doxa schumpeteriana: un capitalismo en
estado estacionario es una contradicción en los términos. McKinsey & Company,
consultora que opera como remodeladora a escala mundial de servicios públi-
cos en beneficio del capital privado, lo expresa de forma nítida: «Solo mantener
el ritmo del crecimiento proyectado del PIB mundial durante los próximos diez
años requiere 57.000 millones de dólares de inversión en infraestructura»143. Pa-
rece que Estados Unidos y la UE ya tomaron nota, aunque las predicciones de
McKinsey palidecen frente a las políticas chinas.

Hasta aquí nada estrictamente nuevo. La verdadera extravagancia en el ca-


pitalismo histórico sería que, antes o después de cualquier ciclo de crisis, los
principales pilares de la gobernanza económica mundial no apostaran por la
explotación y la apropiación de lo común. No hay más que revisar las interven-
ciones del gobierno estadounidense y la Reserva Federal durante los inicios
de la pandemia bajo estrategias que Robert Brenner señala como «beneficios
por depredación»144. Los planes verdes o de reconversión no son cortafuegos
de las trayectorias ya marcadas ni tampoco flotan por encima de las relaciones
de poder existentes. La toma de posición de Blackrock y Deloitte en los progra-
mas verdes o el dinero de los nuevos rescates para empresas del Ibex35 no
son intentos de cooptación externa de tiburones recién llegados. Los maridajes
capitalistas que hoy se integran en la solución verde, ya hemos visto, son algo
más sofisticados y vienen de lejos. Daniela Gabor ha denominado «Consenso
de Wall Street»145 al conjunto de principios sobre los que caminan las alianzas
público-privadas ligadas a la transición a economías bajas en carbono. Tanto
las infraestructuras como la naturaleza pasan a ser considerados y modelados
como activos financieros siguiendo los criterios de los Objetivos de Desarrollo
Sostenible de la ONU. De esta manera, los administradores de activos del Norte
global pueden llegar a absorber fondos de los inversores de los países pobres y
tomar decisiones de asignación a nivel global.

141 Nos referimos al «Roadmap to Infrastructure as an Asset» del G20. Entre otros, el objetivo es desbloquear los billones
de dólares de pensiones y seguros que están invertidos en acciones, bonos, fondos de inversión y otros instrumen-
tos. Debido a que el enorme riesgo puede espantar a los inversores, la fascinante propuesta del G20 es que sea
asumido por las arcas públicas. El G20 no corre en solitario esta carrera, le acompañan entidades como el BM y la
OCDE. Se pueden encontrar más detalles sobre la relación entre organismos supraestatales y entidades financieras
en las estrategias público-privadas de Europa y Latinoamérica en el informe «¿Por qué las asociaciones público-pri-
vadas (CPPs) no funcionan? Las numerosas ventajas de la alternativa pública», Hall, D., 2015.
142 Estos argumentos se pueden encontrar en los propios informes y publicaciones de estas consultoras. Véase, por
ejemplo, la publicación Infra-structura de Deloitte.
143 Se pueden encontrar esas y otras conclusiones similares en «Bridging infrastructure gaps: Has the world made pro-
gress?» de Mackinsey. Frente a las restricciones fiscales que padecen los gobiernos, McKinsey insiste en que las
alianzas público-privadas son la mejor opción para llenar esa brecha financiera. La búsqueda de nuevos espacios
rentables ha llevado a estos magnates del expolio a fomentar la privatización de los suministros de agua, la vivienda
social, la educación o la sanidad en diferentes territorios del planeta y a competir por dominar los nichos de mercado
que abre la consultoría de la sostenibilidad. En 2013, las Big Four ya dominaban las preferencias en este mercado
según la encuesta realizada a 250 ejecutivos por la empresa Verdantix.
144 Brenner, R., Saqueo pantagruélico, New Left review, n.º 123, julio-agosto de 2020.
145 Gabor, D., «Wall Street Consensus. Development and Change», International Institute of Social Studies, n.º 0, pp. 1-31,
2021.
94 La solución verde

Así pues, la verdadera «normalidad» pasa por la colonización de los nuevos pro-
gramas de recuperación por parte de las finanzas, la posición de ventaja que
están tomando los grandes oligopolios en su reparto o que, en el caso español,
sea directamente el sector privado quien ejecute los fondos de programas de
recuperación como el Next Generation146. Mención aparte y más importante, por
ser la estructura de estas tendencias y ya en su origen público-privada, merece
la posición de mando consolidada por el Banco Central Europeo con sus com-
pras de activos, bonos y acciones, inundando de liquidez los mercados financie-
ros y disciplinando a las economías nacionales, regionales y urbanas.

Frente a este apuntalamiento de poder en las finanzas, la especialización espa-


ñola en el circuito secundario delimita los estrechos contornos de la «reconver-
sión verde» en el territorio más dócil del sur europeo. Si algo se asegura Espa-
ña es su posición subalterna en la jerarquía de la Unión monetaria como país
deficitario y deudor. Tal y como ocurría en planes anteriores con énfasis en lo
medioambiental y sus recurrentes promesas de reestructuración del capitalismo
español147, las actuales inversiones en energías renovables o la remodelación
del mercado inmobiliario no pasan de ser intentos por reflotar burbujas que ase-
guren, al menos en un ciclo corto, rentas financieras e inmobiliarias para unos
pocos. El papel del Estado español como garante de los derechos de propiedad
y sus posibles regalías tiene que medirse en competencia con las posiciones
de ventaja y dominio ya tomadas y fijadas en la geografía política continental y
mundial.

3.4 CONTRA LAS REFORMAS PARA


CONSERVAR, LA PROPIEDAD COLECTIVA
Frente al control chino de la producción y el dominio de las finanzas por el dó-
lar, a Europa no le queda más posibilidad para encontrar posición de ventaja
comparativa que recurrir a su antigua función de faro civilizatorio global. La UE
es el proyecto más acabado del neoliberalismo, pero la gran paradoja es que
su signo de distinción frente al resto de grandes economías mundiales es pro-
yectarse como el modelo más progresista. El EGD se integra en esa trayectoria
europea, presentándose como la vanguardia mundial en la respuesta al cambio
climático. De espaldas a estas performances solemnes, los primeros pasos aso-
ciados al EGD promueven un capitalismo verde y refuerzan el poder de agentes
financieros, bancos y oligopolios energéticos con acciones que reproducen las
desigualdades territoriales internas y globales. En términos económicos, vista la
posición hegemónica del bloque asiático y la coyuntura europea, el plan para un
crecimiento verde igualitario de la UE está llamado a engrosar su lista de pro-
mesas no cumplidas que, pasados los años, se revisan con un nuevo concepto
en el futuro.

146 Es significativa la figura creada en España para desarrollar los denominados como Proyectos Estratégicos para la Re-
cuperación y Transformación Económica (PERTE), que integran grandes proyectos estructurales con gran capacidad
de arrastre para el crecimiento, el empleo y la competitividad y que, de nuevo, suponen grandes beneficios para el
sector privado y desplaza los riesgos hacia el sector público (Scherer et al., op. cit.).
147 Entre otros planes anteriores, nos podemos remitir a la Ley de Economía Sostenible de 2011. Como señala una inves-
tigación sobre el capitalismo español finalizada el mismo año que se presentaba la ley, «La retórica oficial del «cambio
de modelo productivo» se articula en relación con una oleada de innovación verde que, a través de la intensificación
del uso de las energías renovables, desembocará en una economía baja en carbono. Más allá de estas fantasías
tecnocráticas, lo cierto es que las políticas energéticas que, sobre el papel, tienen la misión de liderar este cambio
son poco más que intentos de generar nuevas burbujas ligadas a las energías renovables», Rodríguez, E y López, I.
(2010).
95 III. La solución capitalista y verde a la crisi

Figuras impulsoras de una reedición socialdemócrata del capitalismo, como Re-


becca Henderson o Mariana Mazzucato, dan por bueno el pacto verde siempre
que se abra el debate sobre la distribución de las recompensas de las nuevas
alianzas público-privadas. Mazzucato insiste en marcar más condiciones a las
empresas en dichas alianzas y sumar mecanismos de control público. Hender-
son, más allá del papel que pueda cumplir el Estado, señala la necesidad de
diseñar acuerdos éticos entre inversores, accionistas y empresas para que el im-
perativo del beneficio no esquilme los bienes públicos148. Ambas posiciones han
tenido voz y difusión en el Financial Times tras inaugurar su nueva línea editorial
a finales del 2019 en la que se defiende un capitalismo donde «los beneficios
tengan sentido» y la necesidad de que se apliquen «reformas para conservar».
Martin Wolf, columnista insigne de la gaceta financiera británica y reputada au-
toridad en la defensa de la globalización, preside esa nueva línea editorial149.
Wolf considera que frente a las injusticias del capitalismo rentista, liderado por
un poder político que privilegia a algunos individuos y empresas para que ob-
tengan riqueza a costa de todos los demás, son necesarias reformas que nos
devuelvan al equilibrio entre un verdadero capitalismo y la democracia liberal.
Lo curioso es que Wolf, Mazzucato o Henderson no andan tan lejos de las formu-
laciones sindicales dominantes, más ajustadas a los contextos de negociación
colectiva del capitalismo industrial que a una economía global financiarizada y
a un capitalismo anémico de beneficio. Puestos a reformar, otra posibilidad es
subir el grado de ambición y que quienes se autodefinen como defensores de la
socialdemocracia se la tomen un poco más en serio.

No parece fácil que la UE tome un camino anticapitalista o que sus valores so-
cialdemócratas sean algo más que una perpetua escenificación conceptual, pero
nada impide ampliar el frente ecosocialista mientras se profundizan los debates
en torno a la ecología política. Más que el New Deal de los años treinta, que se
integra en la lista histórica de programas públicos que han otorgado poder a las
mayores fortunas de la lista Forbes150, existen otros referentes que parecen en-
terrados en la historia europea. Entre otros, los fondos accionariales de asalaria-
dos, un mecanismo para que los sindicatos y otras asociaciones de la sociedad
civil obtengan un control sustancial sobre el funcionamiento de las grandes em-
presas. Dotaban de derecho a los dividendos, derecho a voto para la elección
del Consejo de administración y derecho para decidir sobre las políticas de las
compañías. Estas instituciones de democracia económica, diseñadas por Rudolf
Meidner en los años setenta, no solo buscaban contrarrestar el poder concen-
trado del capital, sino que podían ser la base material para una organización
social de la producción y el consumo. Hoy, si bien las condiciones materiales
en las que se hacía posible un plan como el de Meidner son irreproducibles, el
espíritu de transformación que destilan es una buena fuente de inspiración de la
que deberían tomar nota quienes se siguen haciendo llamar socialdemócratas.

148 La diferencia fundamental entre Henderson y Mazzucatto es el énfasis que la primera pone en el liderazgo del
sector privado y que la segunda aplica al sector público. Para un resumen de la posición de Mazzucato, autora de
libros como El Estado emprendedor, se puede consultar el artículo «The Covid-19 crisis is a chance to do capitalism
differently», en The Guardian, 18 de febrero de 2020. En el caso de Henderson, autora de libros como Reimagining
Capitalism, muy centrado en cómo el sector privado puede diseñar una solución capitalista a la emergencia climática,
su posición queda sintetizada en esta conversación para Wired.
149 El artículo que tal vez mejor expresa la nueva agenda del Financial Times y el diagnóstico de Wolf es «Why rigged
capitalism is damaging liberal democracy», Financial Times, 18 de septiembre de 2019.
150 Las infraestructuras industriales y urbanas de los siglos anteriores se concibieron para ser centralizadas, verticales y
privadas, y tenían que integrarse verticalmente a fin de crear economía de escala y devolver beneficios a los inver-
sores. El resultado es que las empresas globales de la lista Fortune 500, la mayoría de ellas radicadas en EE. UU.,
representan 30 billones de dólares en ingresos, en torno al 37% del PIB global, con solo 67,7 millones de empleados
en una fuerza de trabajo global de unos 3.500 millones de personas.
96 La solución verde

Una agenda emancipadora debería tomar esos referentes como propios, adap-
tándolos a las condiciones sociales, productivas y políticas de la Europa post-co-
vid, diseñando como principal instrumento la transferencia de la propiedad de
los activos productivos. La capacidad transformadora de programas de transi-
ción que no discuten sus formas de control político, su modelo de financiación
y los sistemas de propiedad es entre muy dudosa y nula. La UE tiene previsto
intensificar la inversión en ámbitos como las infraestructuras verdes y de energía
renovable, en la rehabilitación de edificios y viviendas o en industrias relaciona-
das con la movilidad baja en carbono. En proporción a la inversión pública como
se inyecte, debe aplicarse la socialización de los derechos de uso y usufructo a
las infraestructuras y bienes ligados a esos sectores, sea el energético, el inmo-
biliario, el transporte o el digital.

Estas formas de propiedad colectiva no son la solución a todo el desaguisado


sistémico, en absoluto, pero sí una táctica de ruptura contra el Estado Públi-
co-Privado. Instituciones como los fondos accionariales de ciudadanía sobre los
bienes y las infraestructuras pueden erosionar el poder concentrado por los oli-
gopolios y el capital financiero al tiempo que redistribuyen recursos y dotan de
poder de organización para empujar una transformación deseable.

Supongamos que se asume que los Green New Deal son una oportunidad para
redistribuir poder. Dado el caso, a nadie le pasa por alto que solo sería posible
avanzar hacia ese horizonte mediante un conflicto abierto contra el diseño ins-
titucional y los actores privilegiados por las alianzas público-privadas. Un pacto
sin verdaderas contrapartes no hace más que consolidar la jerarquía de poder
en la sombra sedimentada en los Bancos centrales, las grandes corporaciones y
los organismos supraestatales.
97 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

4. MIENTRAS
MUERE UN MUNDO
Y NACE OTRO

4.1 LA CATÁSTROFE EN PRESENTE 99

4.2 TENDENCIAS DE LA ECONOMÍA-MUNDO 100


4.2.1 Estados Unidos, un capitalismo sin amo 100
4.2.2 China y su ascendente dominio 102
4.2.3 Europa, crisis solapadas 103
4.2.4 Economía global público-privada 106

4.3 LA NATURALEZA DEL CAPITALOCENO 109


4.3.1 ¿Una política de la naturaleza? 109
4.3.2 Por una ecología política de la vida 111

4.4 ESPACIOS DE CONFLICTO
FRENTE A LAS RELACIONES
DE PROPIEDAD CAPITALISTA 112
4.4.1 Producción y consumo 112
4.4.2 Reproducción social 113
4.4.3 Propiedad colectiva 114
4.4.4 Ecologismo de los pobres y lucha de clases 116
98 La solución verde
99 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

4.1 LA CATÁSTROFE EN PRESENTE


La primera gran pandemia global del siglo ha supuesto un enorme despliegue de
efectos ampliados. Algunos ya conocidos han multiplicado su escala, no pocos
han aparecido sin previo aviso y otros cuentan con una larga trayectoria, entre
los que destaca la sensación compartida de «fin de época». ¿Qué instituciones
sociales, económicas y políticas van a constituir la nueva época? ¿Cómo se va a
desarrollar en el tiempo? ¿Cuáles son los imaginarios de lo que está por venir?
Toda una lucha social se abre ahora, tanto en lo micro como en lo macro, que
definirá las respuestas a esas preguntas. Por lo pronto, se acumulan los bocetos
con imágenes de posibles futuros, sean utópicos o distópicos, para intervenir
en el presente. A la par, se aviva la contienda por los recursos y por conquistar
poder político. Aquellas personas, instituciones o territorios que dominen esas
dimensiones materiales y simbólicas tendrán más capacidad para condicionar
—si no determinar— cómo será esa «época» y sus formas de gobierno.

Lo cierto es que estamos frente a la muerte de un viejo mundo que todavía


carece de imaginarios para el nuevo mundo que debería estar surgiendo. Los
monstruos que van apareciendo en el claroscuro transicional parece que van
llegando para quedarse. Transición y decadencia se encuentran fundidas en la
indeterminación, mezcladas hasta ser una y la misma cosa. Las aristas de esta
transición son infinitas y se mezclan con diagnósticos y perspectivas que depen-
den de diferentes escalas geográficas y de múltiples configuraciones sociales.
Resulta difícil entonces encontrar un discurso uniforme y coherente sobre lo que
está pasando.

Mientras, salida de los debates marxistas que resistieron al auge cultural neoli-
beral, la cuestión sobre el fin del capitalismo ejemplifica no tanto el caldo primi-
genio como el puré crepuscular donde se sumerge la dinámica histórica de la
modernidad. Entre tanta confusión, la extensión del debate sobre el fin del capi-
talismo corre el riesgo de convertirse en el cajón de sastre donde meter cientos
de rasgos del mundo en transición. Más que un asunto complejo debido a su
tecnicismo, como pasa con las explicaciones sobre la transición del feudalismo
al capitalismo, puede ser una discusión acerca de todo y de nada.

Algunas cuestiones nos pueden ayudar a aclarar un poco este escenario borro-
so. Para analizar este momento histórico tal vez resulta tan importante separar
transición y decadencia como aceptar que fin del capitalismo y emancipación
no son sinónimos. Las evidencias sobre si vivimos en algo que ya no podemos
llamar capitalismo no deberían aportarnos más o menos sentimientos recon-
fortantes o decepcionantes sobre un futuro emancipador. De igual forma que
un mundo sin Dios, decía Nietzsche, puede ser tan represivo y oscuro como el
gobernado por la divinidad, no cabe esperar menos de un mundo en el que la
producción capitalista no sea central.

La buena noticia es que no es lo mismo enfrentarse a un poder naciente y vigo-


roso que a uno en decadencia. Es diferente una estructura de poder que con-
sidera la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza como «malas
decisiones estratégicas» que deben equilibrarse con políticas públicas y desa-
rrollo tecnológico, que una guiada por el imperativo del beneficio creciente que
redobla la explotación y la dominación para mantener su estatus. En la primera
es donde se intenta enmarcar a los Green New Deals y otras estrategias varia-
das de «reformas para conservar». La segunda estructura de poder es conocida
100 La solución verde

como capitalismo histórico. No tardan en asomar las malas noticias puesto que,
fuera de los discursos, ambas estructuras de poder no solo están lejos de ser
contrarias, sino que son la misma. La única duda que abre la solución verde es
si, más que el fin del capitalismo, presenta el cierre de un capitalismo o si aca-
so vamos a vivir para ver los primeros pasos hacia un modo de producción sin
predominio del capital en el cual la dominación y la explotación siguen siendo
centrales. La historia ofrece varios ejemplos.

Así las cosas, el debate sobre el fin del capitalismo no es puramente nominalista,
sino que depende de cómo se caracterice el momento histórico y sus tenden-
cias para así poder diseñar estrategias políticas. Nada está dado. Lo que venga
no está escrito y ni mucho menos consolidado. Sin embargo, caminar por este
terreno transicional sin un diagnóstico propio nos puede llevar a echar mano
de brújulas trucadas que no solo señalan al Norte, sino que lo sugieren como
único origen y destino. Mientras las soluciones verdes tomen al Sur como un
repositorio de territorios y fuerza de trabajo barata que explotar, a la vez que
como maquila y vertedero del Norte, resulta obsceno asegurar que tengan algo
que ver con la prosperidad de las generaciones presentes y futuras. Frente a la
profunda crisis del capitalismo y la oscuridad de sus alternativas, necesitamos
seguir produciendo imágenes y análisis colectivos para construir movimientos
emancipadores conectados a escala global.

Intentando aportar algo en esa dirección, los bloques que siguen tienen como
objetivo acabar de situar los contornos políticos de la solución verde capitalista
ya desarrollados a lo largo de este trabajo. En primer lugar, desglosamos algu-
nas tendencias de la economía global que definen este periodo transicional. En
el segundo bloque, retomamos los enfoques del Antropoceno y el Capitaloce-
no para definir este cambio de época. En tercer lugar y para finalizar, situamos
algunos espacios de conflicto que, en mayor o menor medida, ya marcan las
agendas políticas de los movimientos. Nuestra intención no es que esos últimos
puntos se interpreten como un golpe en la mesa o un ya te lo dije. Ni siquiera
que suenen novedosos. Más bien al contrario, intentan estirar algunos hilos his-
tóricos que creemos tiene sentido recuperar para aprender de ellos y aportar
algunas ideas al debate, asumiendo que cualquier avance de hipótesis política
solo puede ser tentativo.

4.2 TENDENCIAS DE LA ECONOMÍA-MUNDO


Si bien nos hallamos en un momento en que sentir perplejidad no solo resulta
lógico sino también sensato, a la vez parece evidente que sobre la estructura de
la economía global están avanzando cambios de gran calado sin vuelta atrás. Al
menos cuatro procesos relacionados vertebran estos cambios.

4.2.1 Estados Unidos, un capitalismo sin amo


La potencia norteamericana ha ido extendiendo su poder a través de sus com-
pañías multinacionales y, en siguientes fases, con el dominio del dólar-petróleo a
través de sus mercados financieros. En la actualidad, existe un sinfín de datos y
evidencias que muestran la trayectoria decadente del único tipo de capitalismo
realmente existente, el dominado por Estados Unidos. Un capitalismo que pier-
de al agente central que lo sostiene tiende a la turbulencia y solo permanece
parcialmente vinculado a sus arreglos institucionales concretos. En tanto que
101 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

potencia continental, la economía norteamericana se estructura a partir de una


división del trabajo análoga a la de una entidad transnacional como la Eurozona.
Desde el punto de vista de la producción capitalista, en el territorio estadouni-
dense, al menos tres cuartas partes de esa división del trabajo interna de tama-
ño continental están en abierto declive.

Al mismo tiempo, sigue siendo enorme la riqueza social, organizativa e intelec-


tual con la que Estados Unidos ha sido primera potencia durante el siglo XX. Las
grandes universidades estadounidenses prometen, sin mucha discusión, seguir
siendo el foco central de la transmisión de saberes reglados de todo el mundo.

Desde el punto de vista de los movimientos antisistémicos, el territorio estadou-


nidense es y promete seguir siendo el lugar donde, en última instancia y como
síntesis de un conflicto de escala global y local, se decida el futuro del planeta.
Siendo todavía difícil diferenciar el fin del capitalismo del fin del mundo y sin
alternativa construida o con ella, los contornos del sujeto político que derroque
al viejo régimen ya están en formación. Esto, por supuesto, no quiere decir que
todos los conflictos significativos que vamos a presenciar en los próximos años
vayan a tener lugar en Estados Unidos, ni siquiera la mayoría, pero sí que buena
parte de ellos van a ser planteados desde composiciones sociales y vectores
políticos análogos, cuando no semejantes, a la naciente pluralidad del sujeto
emergente norteamericano. Un sujeto juvenil en buena parte surgido en el cru-
ce entre los movimientos antirracistas, decoloniales, queer, o el movimiento por
el clima; y que bebe de otros legados como las expresiones aún vivas del ciclo
antisistémico del 68 (el feminismo, el ecologismo, el sindicalismo autónomo o los
movimientos urbanos), leídas ahora desde una nueva óptica.

Mientras se conforman esos sustratos sociales, el hegemón económico se des-


ploma poco a poco. Un aspecto que ilustra esa erosión, tal vez coyuntural y es-
cénico, pero no menos explicativo, es la relación entre el desinfle del trumpismo
y China. Por sus efectos ideológicos y comunicativos antes que económicos,
Trump eligió a China como enemigo externo para teatralizar un asalto a la recu-
peración de la hegemonía global perdida. Sin embargo, en la gestión planetaria
de la pandemia China ha marcado las políticas de contención de la inmensa
mayoría de países del Occidente capitalista, poniendo en evidencia a Trump y
sumando puntos para su derrota. Trump no perdió por China, pero China ganó
con Trump.

Pocos días después de su elección como nuevo presidente de los Estados Uni-
dos, Joe Biden reincorporó al país en el acuerdo climático de París y presen-
tó un programa de inversión que se nutre del Green New Deal defendido por
Ocasio-Cortez. La promesa es financiar parte de ese programa con el aumen-
to de las cargas impositivas sobre las rentas más altas y las rentas del capital.
La estrategia integra todas las contradicciones de los planes de reformas para
conservar (ver capítulo 3). Más allá de esos límites evidentes, el plan de Biden
supone un intento de contrarrestar la creciente hegemonía de China y, como
detallamos más adelante, refuerza un ciclo de economía global público-privada.
«El Consenso de Wall Street» avanza, con su plan de conversión de la naturaleza
en activo financiero.
102 La solución verde

4.2.2 China y su ascendente dominio


El mundo ha acelerado el desplazamiento de su centro de gravedad hacia Asia.
Un año después de la irrupción del coronavirus en Wuhan, ciudad modelo del
nuevo keynesianismo chino, la posición económica dominante en el mundo
toma tintes asiáticos. La tranquilidad de las autoridades chinas, que se mantu-
vieron fieles a su estilo de expansión silenciosa frente a los constantes ataques
de Donald Trump, tiene su explicación en las gigantescas reservas de dólares
almacenadas durante décadas. Ganar a la potencia hegemónica siendo su me-
jor cliente es una estrategia propiamente china que marca las especificidades
de esta transición.

Antes de que los efectos multiplicados de la pandemia fueran una preocupación


en la Casa Blanca, China ya había logrado presentar una imagen de resolución
de la crisis, dejando al gobierno de Trump completamente desorientado. La dis-
tancia simbólica entre uno y otro modelo ya no puede dejar de ampliarse, visibi-
lizando un creciente dominio asiático en la reconfiguración de fuerzas.

A estos indicios hay que sumar otros que desbordan lo simbólico. En el plenario
de las Naciones Unidas de septiembre de 2020, Xi Jinping bendijo el camino ha-
cia el capitalismo verde, sumando fuerzas para la consolidación de China como
capitalista colectivo global en el escenario de la producción. La base de su dis-
curso se apoya en las directrices aprobadas en el decimotercer Plan Quinquenal
(2016-2020), donde el desarrollo verde es uno de los principales conceptos y se
promete disminuir las emisiones de CO2 un 18%. Sin embargo, China es el mayor
contribuyente neto al aumento de las emisiones en los últimos treinta años, un
aspecto enfatizado con hipocresía por las potencias occidentales que la seña-
lan como principal responsable del cambio climático. Sin negar su contribución
a la aceleración del cambio climático es necesario contextualizar que la China
anterior a 2008, centrada en el control de la manufactura de exportación a partir
de trabajo de baja cualificación, fue la vía por la que las empresas capitalistas
occidentales buscaron la reducción de costes salariales y ambientales. La in-
tervención de Xi Jinping en septiembre de 2020 aclara el papel de China en el
nuevo orden. Si el mundo decide entrar en un ensayo de capitalismo verde, la in-
dustria china será la proveedora de los medios para hacerlo. Ya sin dependencia
tecnológica de Occidente ni tutela sobre sus centros de diseño y organización,
la producción china resultará determinante para cualquier intento de reanudar
la acumulación de capital a partir del cambio hacia tecnologías de sustitución de
los combustibles fósiles. En la producción de las nuevas tecnologías de energías
renovables —pilar en los programas de transición energética dominantes— Chi-
na ha abaratado y aumentado extraordinariamente su capacidad productiva por
unidad de trabajo. Lejos quedan los tiempos que definían el capitalismo verde
como una estrategia para el crecimiento del empleo y la reindustrialización en
Europa y Estados Unidos.

La estrategia de China no supone cambiar su modelo productivo. El objetivo es


diversificar la economía, afrontando la sobrecapacidad generada en las indus-
trias tradicionales como el acero y el carbón. La estrategia es intentar ampliar su
modelo hasta ser la potencia líder en todas las ramas posibles de la producción
del capitalismo, sea tipificado como marrón, verde o rojo. La adopción de los
Acuerdos de París y la fijación del objetivo de neutralidad de emisiones para
2060 están sirviendo para que China, y con ella los países asiáticos, aminoren
su dependencia del carbón. Operación que forma parte de la puesta en marcha
103 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

del nuevo sistema financiero abierto a los flujos financieros transnacionales que
ha organizado el gobierno chino y que permitirá la quiebra de las empresas
públicas sobreendeudadas de este sector, así como la atracción de las masas
de liquidez orientadas a las tecnologías ambientales y de reducción del cambio
climático que inundan los mercados financieros. A su vez, China avanza con su
estrategia de inversión titánica en grandes infraestructuras con el proyecto One
Belt, One Road, una Nueva Ruta de la Seda del siglo XXI formada por una red
de conectividad con corredores económicos marítimos y terrestres entre China,
Eurasia, Oriente Medio, Europa y África.

En definitiva, China se mantiene en el pulso por dominar las finanzas, es el mayor


productor industrial y manufacturero del planeta, se ha convertido en el principal
proveedor en sectores tecnológicos punteros y busca además afianzar su capa-
cidad competitiva en el comercio mundial con nuevas redes de infraestructuras
superando las antiguas fronteras nacionales y delimitaciones geográficas. A día
de hoy, no hay territorio capaz de competir con China en ámbitos de producción
ligados a las renovables o, entre otros, la movilidad baja en emisiones de car-
bono.

4.2.3 Europa, crisis solapadas


Europa, en concreto la Eurozona, vuelve a tener todos los elementos para ser la
pieza de la triada de centros del poder capitalista que se lleve la peor parte en
los conflictos intercapitalistas que van a jalonar el futuro económico. A los rescol-
dos de la crisis de la Eurozona se suman las normas del Tratado de Maastricht,
que elevan la austeridad a la categoría de viga maestra de la unificación. Solo
parece haber un único discurso monocorde en los ministerios de Berlín y en las
Direcciones Generales de Bruselas. Un discurso sobre el crecimiento basado en
la productividad del trabajo que se supone financiará el modelo social europeo y
que generará los recursos económicos que paguen los astronómicos niveles de
endeudamiento público actual. El problema es que la productividad del trabajo
es un zombi en Europa desde hace treinta años.

Europa mantuvo un modelo de reproducción social asociado al predominio de


lo público y vinculado a las figuras del trabajo y del capital en el proceso pro-
ductivo de la manufactura mientras sus grandes fábricas prácticamente desapa-
recían dejando paisajes sociales y territoriales destrozados a su paso: un dra-
ma solo retrasado en sus tiempos de despliegue por las subvenciones públicas
para retener industrias en el territorio. Se podría argumentar que Alemania es el
contraejemplo. Ahora bien, hay que tener en cuenta que las reorganizaciones
de la división europea del trabajo, incluida la más reciente y actualizada en los
rescates a Grecia y a España, han estado dirigidas a concentrar la capacidad in-
dustrial de exportación en Alemania mediante mecanismos antes estatales que
de mercado.

Los efectos del welfare europeo están casi totalmente desvinculados desde los
años setenta de las luchas de clases. El propio modelo europeo ha logrado enca-
jar y contener esas pugnas en los espacios nacionales, combinando los efectos
de las reestructuraciones de la división europea del trabajo con la extensión de
los mecanismos de negociación colectiva a los países del sur y unas cadenas de
mando regidas por el principio de subsidiariedad. Es decir, al ser más cercanas
al ciudadano, las escalas regionales, nacionales y especialmente las locales son
lanzadas a su suerte para cargar con las responsabilidades políticas y las deudas
104 La solución verde

económicas que genera el modelo de Maastricht. En el sur europeo, bien sea


por responsabilidad política o por no quedarles más remedio, las administracio-
nes locales cargan con el peso de responder a todo tipo de problemas sociales,
sean nuevos o recurrentes, sin contar con más recursos ni competencias. Más
bien al contrario, deben hacerlo en un marco de austeridad y disciplinamiento
económico diseñado bajo una gobernanza opaca y jerárquica.

A diferencia de Estados Unidos, Europa dispone de un gigantesco sistema pú-


blico de asistencia, seguros públicos de salud, sistemas de pensiones, seguros
de desempleo, redes de transporte, educación, etc. No sin pocos vaivenes, este
modelo ha resistido a la arremetida privatizadora de Maastricht. Sin embargo,
durante los últimos años, el mantenimiento de los sistemas de protección pú-
blica no se ha acompasado con la productividad del trabajo, sumida en un ver-
dadero coma. Desde una vertiente económica, el resultado es que los sistemas
públicos han sido financiados o bien a costa de las menguantes tasas de benefi-
cio privadas o bien a costa de la capacidad de consumo de la gran clase media
fordista. En su aspecto político, más que como un derecho colectivo inalienable,
la sanidad pública se ha presentado como una dádiva otorgada por el Estado a
sus usuarios.

En la actualidad inmediata, Europa se encuentra en un momento muy delicado


con respecto al trabajo productivo. El abuso de las transferencias de fortísimas
sumas de dinero público para evitar que los empresarios apliquen despidos en
masa excede lo que se supone es una respuesta interna a un shock rápido. Nos
referimos a los ERTE en España, también aplicados en gran parte del continen-
te bajo otras denominaciones. La pérdida aún mayor de nichos de rentabilidad
para la producción por la acelerada migración de capital a Asia durante 2020 va
incrementando los costes públicos. Al gasto por mantenimiento de las empresas
se suman los costes futuros de un ajuste competitivo cada vez más profundo y
temido por unas elites empresariales europeas cada vez más atrincheradas en
las distintas escalas del Estado.

Simultáneamente, el modelo de gestión del mercado de trabajo basado en la


precariedad estructural es una máquina de individualizar y atomizar las muchas
franjas laborales que escapan a la presencia sindical tradicional. La tendencia al
crecimiento de la figura del trabajador autónomo desvinculado de una estructura
empresarial no parece que vaya a frenarse, más bien al contrario: la categoría va
a ampliarse en número y a estirarse notablemente en su significado. La figura del
autónomo promete extenderse en la economía posicional y jerárquica mediada
por las finanzas y el crédito que se perfila como salida a esta crisis. Comparada
con ese mar de trabajadores que solo acceden puntualmente a rentas salariales,
la pertenencia contractual a la empresa parece cada vez más un mecanismo de
asociación minoritario y privilegiado. La distancia entre el trabajador de la gran
empresa privada y el alto funcionario del Estado se va a reducir todavía más, al
tiempo que no van a dejar de crecer las diferencias de ambos perfiles con la
masa de trabajo excedente y desvinculado.

No parece probable que haya un nuevo diktat generalizado de austeridad, no al


menos en los términos en los que los conocimos en la crisis de la Eurozona. No
parece que volvamos a la situación de una Alemania visiblemente al mando de
operaciones punitivas en forma de rescates —visible y ejemplarizante en el caso
de Grecia, camuflada y amenazante en España— y con el control absoluto de ese
conciliábulo informal llamado «Eurogrupo», del BCE y de la Comisión Europea.
105 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

El apoyo decidido del FMI de puertas para afuera completaba el despliegue de


apoyos y clientelas de la Alemania dominante en 2015. En 2021, las opciones de
control de Alemania sobre la maltrecha Eurozona siguen siendo elevadas, pero
son numerosos los motivos para creer que el ejercicio de estas opciones va a
ser más prudente que en 2008.

El shock político que ha supuesto el Brexit es el elemento de desprestigio de la


Unión Europea de mayor calado popular, y también lo es indirectamente para
Alemania como poder hegemónico regional. El miedo a una variante local del
rechazo a la Unión Europea atenaza a cada uno de los países miembros, acos-
tumbrados a que una esfera supraestatal que se presenta como neutral y no
discutible sea la baza legitimadora para la aplicación de medidas de reestructu-
ración, privatización y ajuste. El uso punitivo del Banco Central Europeo por par-
te de Alemania durante la negociación del tercer tramo del rescate a Grecia no
gustó a todos por igual. En consecuencia, el BCE ha ido desarrollando una serie
de mecanismos que le han garantizado una independencia relativa del mando
directo alemán. El principal mecanismo ha sido una creciente vinculación a la
política monetaria ultraexpansionista de la Reserva Federal de EE. UU.

Pero quizá el elemento central de esta nueva crisis europea que la distingue de
la anterior sea la imposibilidad de contener los efectos de las políticas de aus-
teridad dentro de los países del sur, y su salto a la escala continental. Las con-
secuencias de casi dos décadas de políticas de austeridad se sienten en toda
Europa en forma de desbordamiento de la sanidad pública y, en última instancia
y de forma derivada, también de la educación pública y los servicios sociales. La
demanda de servicios sanitarios durante la pandemia ha desbordado por com-
pleto los hospitales y consultorios de salud. Alemania, buque insignia de los
sistemas sanitarios continentales, también ha padecido las deficiencias de su
sistema sanitario. El problema en el caso alemán no son los medios materiales,
sino la falta de personal sanitario en un país que, desde la «reunificación», ha
reducido cuanto ha podido los costes laborales.

El expertise financiero global maneja el término japonización para designar la


nueva amenaza que vive Europa. Este tecnicismo se refiere a la trayectoria de
Japón cuando, a mediados de los años ochenta, deja de ser la pujante potencia
industrial exportadora que compite con la economía estadounidense. Tras ser
obligada por Estados Unidos a revalorizar el yen, una enorme burbuja inmobilia-
ria amplía el desequilibrio en la balanza comercial japonesa. La peculiaridad del
modelo japonés es que las enormes cantidades de deuda privada y pública que
permanecieron una vez pinchada la burbuja nunca fueron ejecutadas. Lo que ha
sostenido la economía japonesa, si bien en una atonía generalizada, pero a flote,
ha sido un programa para mantener unos bajísimos tipos de interés y una expan-
sión monetaria casi permanente. La Quantitative Easing (expansión cuantitativa),
tan presente en la Unión Europea, tiene de alguna forma origen japonés. En el
fondo, ese mensaje de japonización de Europa adjunta un archivo de ejecución
de las masas de deuda actuales y la necesidad de rehacer el beneficio financie-
ro con una ronda global de austeridad, privatizaciones y externalizaciones y con
un ataque a los sistemas públicos de pensiones. Una vez perdido el control de la
producción, ahora radicada en China y los países asiáticos, a Estados Unidos y a
Europa no les queda más que la acumulación por desposesión para recomponer
el poder de las finanzas y, desde ahí, el de las estructuras de dominio y explota-
ción que someten todo el proceso social y ambiental a la disciplina de mercado.
106 La solución verde

4.2.4 Economía global público-privada


Relacionado con diversos aspectos de las tendencias anteriores se asienta un
proceso vertebral: tres cuartas partes del aparato productivo y de los mercados
financieros globales están hoy incrustados en el Estado. La economía global
propiamente privada ha dado paso a un ciclo de economía global público-priva-
da. Uno de los ejes sobre el que pivota la situación actual es el uso indiscrimi-
nado por parte de los Bancos centrales del helicopter money al que se refería
Milton Friedman, con sus mareantes programas de compra de activos, bonos y
acciones para inundar de liquidez los mercados financieros. La trayectoria de la
relación deuda-PIB mundial en los países del G-7 es ilustrativa. Debido al océa-
no de intervenciones para mantener a flote las economías, la deuda mundial ha
aumentado del 85% del PIB en 2005 al 140% en 2020. Es una trayectoria que
viene de lejos: el ascenso disparado de la deuda global no cesa desde inicios
de los años setenta, en paralelo y ligada al descenso de la tasa de beneficio (ver
Gráfico 4.1).

En la actualidad, estas rotundisímas intervenciones público-privadas a cargo de


los Bancos centrales bajo la batuta de la Reserva Federal han evitado una crisis
financiera, pero a su vez diluyen cualquier expectativa de repuntes significati-
vos de la rentabilidad financiera a corto plazo. Tal momento de impasse se ha
movido al son de las campañas de vacunación, mientras se espera que los pro-
gramas de «reconversión» o de «transición» puedan absorber las masas de ca-
pital mantenidas en expectativa de valorizarse y que no han entrado en quiebra
gracias a la acción de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo. La acción
de ambas entidades ha espantado la aparición de episodios de carry trade o de
explotación de los diferenciales de prima de riesgo. Esto ha ocurrido tanto en
los mercados de deuda soberana de la Eurozona como en el mercado de bonos
corporativos, rescatado por la Reserva Federal incluso a través de la compra de
bonos basura de empresas norteamericanas.
107 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

Gráfico 4.1. T
 asa general de beneficio y deuda global
(mediana de la deuda respecto al porcentaje del PIB)

11.5

11.0

10.5

10.0

9.5

9.0

8.5

8.0

7.5
Descenso Tasa General de Beneficio
7.0

04

07
01
80

16
68

95

98

10
86

89

92

13
83
74

77
71

20
20

20
20

20
20
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19

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19

19

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80

60

40

20
Ascenso de la deuda global

0
1960 1970 1980 1990 2000 2010 2020

Economías emergentes del G20 Economías desarrolladas del G20

Fuente: Michael Roberts (2020) y Armstrong, R (2020)


108 La solución verde

El goteo de noticias relativas a las posiciones de poder del dólar y el petró-


leo muestran cómo se tambalean los dos puntos centrales del modelo de glo-
balización posterior a 1973. Entretanto, en China se abren mercados financie-
ros internos, con posiciones ya tomadas por parte de BlackRock y Goldman
Sachs. Así las cosas, la única salida para las finanzas globales es la ejecución
de las enormes masas de deuda arrastradas desde antes de la pandemia y
multiplicadas después. La consecuencia es que, dicho de forma sencilla, el com-
bo capitalismo verde —sea cual sea su forma final— y austeridad va a desplegar-
se en toda su magnitud ante nuestros ojos.

A día de hoy, ya podemos encontrar al nuevo CEO de Wall Street que domina
el lenguaje de las ONG negociando sus posiciones con el gestor estatal o euro-
peo. En la medida en que el sector público y los buques insignia de las empre-
sas privadas van a fusionarse aún más, parece poco relevante si las posiciones
gerencialistas se mantendrán dentro o fuera del tradicional aparato de Estado.
El carácter más estatal o financiero de las alianzas público-privadas dependerá
de si los beneficios vinculados a la «transición verde» son nominalmente priva-
dos aunque, eso sí, se obtengan a partir de la acción monopolista del Estado y
supongan transferencias de recursos colectivos hacia el sector privado.

Todavía queda en el aire saber cuál será la entidad y el conjunto de alianzas


que ejecuten la masa de deuda global y cuáles serán las posiciones políticas
frente a este ajuste. Lo que no es un enigma es el papel fundamental que ya
está tomando el Estado. Sin su acción de ajuste de mercado a la capacidad pro-
ductiva viable, caería toda la estructura de dominio capitalista en la medida que
las poblaciones excedentes (desde el punto de vista asalariado) superarían a las
posiciones sociales aún productoras de plusvalor. Sin el control del mercado de
trabajo ni de los medios sociales de producción y sin aumentos en la producti-
vidad del trabajo, se desploma el edificio del poder capitalista privado y queda
desnuda la formación originaria, esto es, el Estado fiscal y represivo moderno.
Ese era uno de los mensajes fundamentales de Marx en El capital. De la misma
manera que la nobleza feudal buscó resguardar sus poderes al concentrarlos en
la figura de los monarcas absolutos, la clase capitalista financiarizada va a buscar
al Estado, concentrando y centralizando su poder en su estructura decisional.

Estas tendencias, en suma, revelan hasta qué punto el capitalismo está agotan-
do su régimen económico de longue durée. En el fondo de todas las estrategias,
regulaciones y procesos hay un mismo problema por resolver: la extracción de
plusvalor y el saqueo gratuito de recursos naturales, energía y trabajo humano
no remunerado ha entrado en una espiral de encarecimiento y por momentos de
inviabilidad que está poniendo en apuros la reproducción ampliada del capital.
Desde hace varias décadas, este proceso produce más costes que ventajas a la
mayoría de la población mundial. Una de las expresiones de esa forma de valor
negativo a la que ha llegado el capitalismo histórico es el calentamiento global
que amenaza la vida en la Tierra, pero antes y de forma más inmediata es una
amenaza para la propia acumulación capitalista. Es precisamente frente a la im-
posibilidad de mantener a flote la tasa de beneficio y frente a la clara materializa-
ción de las contradicciones capital-naturaleza por lo que las fuerzas capitalistas
plantean su solución verde.
109 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

Si tomamos estas dinámicas mínimamente en serio, resulta incoherente en tér-


minos analíticos, y sobre todo confuso en términos políticos, seguir señalando el
comportamiento de «la humanidad» como principal factor corrosivo de la actual
era geológica. En el primer capítulo ya hemos situado los debates de fondo
sobre el enfoque del Antropoceno. Para acabar de situar la perspectiva política
que proponemos, retomamos esa discusión sobre la relación entre seres huma-
nos y naturaleza y el tipo de época que se deriva.

4.3 LA NATURALEZA DEL CAPITALOCENO


En el pensamiento ecologista crítico tradicional, la defensa política de los ecosis-
temas y sus funciones frente a la rapiña humana se ha ido dibujando como una
esfera autónoma. Al parecer, el conflicto humanidad-naturaleza está despegado
de cualquier forma de conflicto social entre los miembros de la especie humana,
que ejercen su poder sobre la naturaleza como un bloque unificado y homogé-
neo. Tal y como se ha codificado desde los años sesenta hasta la actual crisis,
resulta que la naturaleza es indiferente a las estructuras y relaciones de poder
internas de los humanos.

En este punto, es importante diferenciar ecología y ecologismo, puesto que no


son la misma cosa. La ecología es una especialidad científica nacida a principios
del siglo XX con el objetivo de estudiar las relaciones entre las distintas partes
de un sistema biofísico. El término ecosistema, utilizado por primera vez en 1935,
describe un espacio de flujos entre sus elementos que se define por las dos le-
yes de la termodinámica: la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma
y en esa transformación tiende a la disipación de energía y materiales (la ley
de la entropía, responsable teórica del agotamiento de los recursos naturales).
Ramón Margalef y Eugene Odum dieron forma cibernética y cuantitativa al aná-
lisis ecológico y construyeron una noción de ecosistema basada tanto en los
elementos sistémicos como en un permanente flujo de información y energía
entre las partes que lo componen. El movimiento ecologista, a diferencia del
ambientalista o conservacionista, es muy anterior a la aparición de la ecología.

El ecologismo se presenta desde el primer momento como una política de los


desequilibrios ecosistémicos ocasionados por una de las partes que componen
estos ecosistemas: los humanos. En una deriva fáustica, los humanos habrían
creído que a través de la tecnología podían someter los ecosistemas a los ca-
prichos de sus modos de vida, asociados tanto a la variante productivista como
a la consumista. Como resultado de esta deriva, los equilibrios dinámicos de los
ecosistemas han sido desbordados y el ecologismo político es la posición que
implica una movilización social para la vuelta a unos niveles de equilibrio de la
presencia humana en la biosfera.

4.3.1 ¿Una política de la naturaleza?


Al entrar en esta esfera ecológica y cultural de la especie humana, esto es, en
sus modos de vida y comportamiento respecto a su entorno, el ecologismo da
un uso político específico al término naturaleza. Al menos hay dos límites en esta
concepción de la naturaleza que, más allá de las consecuencias teóricas, conlle-
van efectos políticos. El primer límite remite a la idealización de la naturaleza y el
segundo a las relaciones de poder existentes en el conflicto capital-naturaleza.
110 La solución verde

I. Una noción idealizada y estetizada de la naturaleza. A menudo se


presenta la tarea política de corrección de los desequilibrios ecológicos como
un mandato de la naturaleza. En la versión última que puede producir más mal-
entendidos, la naturaleza nos lanza mensajes para su socorro y nos recuerda la
relación armónica que en otro tiempo manteníamos con ella. Tal idealización se
nutre de una sensación de pérdida. En las migraciones a las ciudades industria-
les, los nuevos habitantes urbanos perciben la naturaleza como objeto de de-
seo. Para las masas trabajadoras migrantes del campo a la ciudad, la naturaleza
queda como la marca de la pérdida de los medios de subsistencia, la privatiza-
ción de las tierras comunales y de la comunidad rota. La naturaleza extraviada
y estetizada, en tanto resumen de la sujeción al mecanismo salarial, responde a
un proceso de desarraigo que se renueva en cada desplazamiento del capital
en busca de nuevos territorios de explotación barata. La naturaleza también es
un objeto de consumo mercantilizado. La producción y venta de medioambien-
tes turistizados puede llegar a dilapidar los recursos sobre los que se sostienen
esas operaciones. La destrucción de los ecosistemas litorales, puntos vitales de
intercambio entre las masas continentales e insulares y los océanos y mares,
se produce con el predominio creciente de los usos de suelo que implican su
sellado o artificialización, erosionando su riqueza y productividad ecosistémica.
La expansión global del urbanismo difuso durante los años de la burbuja inmobi-
liaria entre 2001 y 2007 supuso un consumo desmedido de suelo y de recursos.
Desde el punto de vista ideológico, esta expansión obedecía a una estética de
la vida en contacto con la naturaleza, orientada a las clases medias y altas. En
la práctica, la gama de visiones estético-ideológicas de lo natural se jerarquiza
conforme a los precios del suelo en la medida que uno u otro entorno respon-
den a una mayor o menor calidad natural percibida. Neil Smith y David Harvey
han explicado de manera detallada que cada ciclo de acumulación capitalista
crea unas relaciones espaciales a su medida. A su vez, estos procesos también
crean y se nutren de representaciones mercantilizadas y estetizadas de cada
naturaleza específica.

II. El Antropoceno y las relaciones entre los seres humanos y sus


entornos. La intención de los pioneros del Antropoceno era llevar a cabo uno
de los grandes proyectos del ecologismo político: terminar con una visión an-
tropocéntrica del mundo en la cual el ser humano es la medida de todas las
cosas. La contradicción fundamental e irresoluble de esta perspectiva crítica es
que necesita legitimar y con ello reproducir una concepción del Ser Humano
como entidad abstracta y unificada. La paradoja es que el diagnóstico y discurso
del Antropoceno es profundamente antropocéntrico. Por el camino, al intentar
atrapar nuestra era en un marco que idealiza la naturaleza, normaliza relaciones
de poder y de esta manera malentiende los conflictos, se iguala lo desigual,
se homogeneiza lo heterogéneo y se inunda de espiritualidad al sujeto político
del cambio. El grito revolucionario sería algo así como: «¡humanos del mundo,
uníos para salvar a la Naturaleza!». Por biensonante que parezca, esta consig-
na camina sobre todo tipo de equívocos. Las relaciones de poder y domina-
ción sedimentadas históricamente entre los propios sujetos humanos, así como
entre territorios, especies y seres humanos quedan naturalizadas, lo que en la
práctica significa que quedarían completamente borradas. En las visiones más
vulgares del Antropoceno, la acción y responsabilidad del 1% más rico parece
exactamente igual que la de cualquier otro ser humano, pese a que ese grupo
social exclusivo emite más del doble de CO2 que la mitad más pobre. Una de
las principales causas de la pérdida de biodiversidad, un 87% desde 1970, es el
desarrollo del modelo agroindustrial, pero resulta que «los humanos» tenemos
111 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

la culpa. Si vives en Ghana, país al oeste de África donde se ubica el vertedero


de desechos electrónicos más grande del mundo, parece que es igual que si
vives en cualquier capital europea, donde el consumo tecnológico per cápita se
dispara. Lo cierto es que la división internacional del trabajo no solo convierte en
proveedores baratos (de materia prima y de mano de obra) o en vertederos a los
países del Sur Global, sino que los territorios que menos GEI emiten son los más
vulnerables a los impactos del cambio climático. El Antropoceno corre el peligro
de integrar a cualquier persona y territorio dentro de la «humanidad» definida
como causa, borrando las relaciones de poder y las desigualdades sociales y
espaciales y, en general, las profundas dinámicas de injusticia y desigualdad
entre clases sociales y territorios.

En las formas de organización de la producción y el consumo dominantes, las


relaciones entre humanos, territorios y especies no solo están lejos de ser equi-
libradas, sino que tienden a formas jerárquicas y a procesos de apropiación y
explotación. Esas relaciones no funcionan sobre una Naturaleza abstracta, atem-
poral y estática, sino que producen a la vez que son condicionadas por natura-
lezas históricas. Se trata entonces de naturalezas concretas e históricamente
cambiantes, marcadas en sus diferentes fases por las interacciones metabólicas
previas entre sus elementos humanos y no humanos. Lo que existe tras las ma-
yúsculas de Ser Humano y Naturaleza no son instancias aisladas entre sí que
entran en combates teológicos, sino más bien un continuo entre fenómenos
biofísicos y fenómenos políticos entrelazados. Desde esa perspectiva, pode-
mos llegar a una ecología política centrada en la vida histórica concreta, con
medioambientes, especies, personas y comunidades sometidas al muy concreto
poder del capital y a sus sistemas de propiedad asociados.

4.3.2 Por una ecología política de la vida


Lejos del naturalismo descriptivo del Antropoceno, el Capitaloceno enmarca una
era dominada por el capital, sin abstraerse de las relaciones históricas de capital,
clase e imperio. El capitalismo ha organizado relaciones estables entre los seres
humanos y el resto de la naturaleza en búsqueda de un proceso de acumulación
incesante.

Frente a esa ecología del capital en crisis, pero todavía hoy dominante, que
moldea casi a su antojo la actual naturaleza histórica, necesitamos desarrollar
hasta el límite la única manera que tenemos para transformar nuestro entorno: la
subjetividad y la acción humana. La pregunta es qué tipo de acciones humanas
podemos imaginar y organizar para que lo que venga no sea una reproducción
de esa misma ecología del capital que dilapida toda forma de vida para beneficio
de un fragmento privilegiado de nuestra especie.

En una evocadora afirmación, Jason W. Moore asegura que cerrando una planta
de carbón se puede ralentizar el calentamiento global por un día, pero cerrando
las relaciones que producen la planta de carbón se podría parar para siempre.
Nuestra capacidad subjetiva y de acción bien podría enfocarse tanto en enten-
der mejor las formas de apropiación del capital como en la necesidad urgente
de transformar las relaciones de propiedad capitalista.
112 La solución verde

4.4 E
 SPACIOS DE CONFLICTO FRENTE A LAS
RELACIONES DE PROPIEDAD CAPITALISTA
Las relaciones de propiedad son el núcleo del modelo de dominio capitalista. El
liberalismo ascendente nunca ha tenido el menor problema en rehacer las rela-
ciones de propiedad e imponer nuevos modelos de extracción de rentas, ya sea
por la vía de las subidas de precios de compra y alquiler de la vivienda, la priva-
tización de la sanidad pública o la financiarización de las economías domésticas.
Durante los años setenta y ochenta, el neoliberalismo apoyado por unas elites
empresariales norteamericanas asustadas por las primeras grietas en la posición
hegemónica tenía como principal preocupación el establecimiento de nuevas
relaciones de propiedad, fundamentalmente vinculadas a distintas formas de
apropiación y privatización.

Seguramente no hay mayor defensor y artífice contemporáneo de la articulación


entre Estado, crisis y relaciones de propiedad capitalista que Alan Greenspan,
quien jamás tuvo el más mínimo problema en declarar que los derechos de pro-
piedad, al ser la institución fundamental para el crecimiento económico, deben
ser protegidos por el Estado. Si algo emerge con fuerza frente a la crisis de la
ecología del capital es el apuntalamiento de lo que en fases anteriores se pre-
sentaba como laboratorio y hoy se extiende con total normalidad. Se trata de
la relación directa entre una crisis general y la necesidad de aplicar la fuerza
bruta, regulatoria y simbólica del Estado para asegurar los derechos de propie-
dad capitalista. Tales formas de garantía de beneficio privado auspiciadas por el
Estado reflejan hoy de manera cada vez más clara que la unidad de explotación
capitalista está compuesta por fuerza de trabajo, energía y recursos naturales.
Siguiendo algunas de las dinámicas ya vigentes y avanzando otras en pleno des-
pliegue, enlazamos en diferentes puntos algunos espacios de conflicto frente a
la continua reedición de las relaciones de propiedad capitalista.

4.4.1 Producción y consumo


Un conocido aforismo asegura que resulta imposible diseñar un sistema tan
bueno que no necesite que las personas seamos buenas. Es una idea de Gand-
hi, elegante y poderosa, que entra en el meollo de la relación entre agencia
y estructura. Sea o no cierta, una pequeña inversión de su sentido ofrece un
resultado esclarecedor: el problema es que sí hay sistemas tan malos hasta el
punto de resultar casi indiferente cómo seamos nosotros. No hace falta caer en
el determinismo estructural para percatarse de que al capitalismo histórico no le
entorpecen demasiado nuestros cambios de chip individuales. Asumir nuestra
responsabilidad en los circuitos de consumo para, de forma individual y agrega-
da, ir paliando los impactos medioambientales, es algo que resulta indiferente al
imperativo del beneficio incesante.

Frente a la insistente realidad material, resultan algo extravagantes las agen-


das políticas que aconsejan prepararse para un colapso cambiando nuestros
estilos de vida o que se ciñen al diseño de medidas para compensar proble-
mas medioambientales. Sin duda es imperativo reducir las emisiones de GEI y
resulta lógico escuchar que los Green New Deal son nefastos, pero sirven para
ganar tiempo. Sin embargo, actuar solo sobre las consecuencias deja intactas
las causas, que volverán en un futuro cercano con inmensos regalos en forma de
viejas y nuevas consecuencias. Repetir una y otra vez este ciclo envenenado no
113 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

parece tanto ganar tiempo como tirarlo por la borda. Especialmente cuando las
soluciones verdes existentes desplazan la carga de emisiones a las periferias,
reproducen el extractivismo neocolonial, se implementan sin arreglo a ningún
principio de justicia global, integran procesos de explotación de clase y expro-
pian recursos a comunidades indígenas.

Desde nuestro punto de vista, la urgencia pasa por definir las causas de la de-
predación capitalista y organizar luchas que muerdan las relaciones de propie-
dad. Las estrategias seguro que son múltiples, incluso contradictorias, pero de-
ben estar dirigidas a empujar procesos de desmercantilización y reapropiación,
aunque sea en la clave más posibilista y viable. La supresión directa de la uti-
lización de combustible fósil requiere un cambio en los sistemas de propiedad
y, sin lugar a dudas, una planificación pública que no solo se desvincule de los
oligopolios que controlan la producción y el consumo, sino que pueda llegar
a confiscar capital fijo. Nuestra ética individual y el cambio en nuestros estilos
de vida tal vez puedan dialogar con esas estrategias. No obstante, el poder de
negociación como meros consumidores individuales, incluso asociados en peti-
ciones bajo manifiestos conjuntos, tiene poca capacidad para producir algo más
que nichos de mercados ecológicos o, en el mejor de los casos, cooperativas
integradas en las formas variadas de capitalismo metropolitano.

Esas tendencias no significan que comprender y politizar nuestras formas de


consumo sea un ámbito de lucha menor para cooperativistas concienciados o
para rellenar el tiempo de ocio o la cuota de sacrificio de sujetos privilegiados.
La espiral de beneficio integrada en el modo de producción capitalista se articu-
la tanto en los circuitos de producción como en los circuitos de consumo. Afirmar
que la producción es «más estructural» que el consumo o que la contradicción
capital-trabajo esconde la piedra filosofal de los conflictos no son más que feti-
ches ideológicos. En el proceso de acumulación de capital no hay producción
sin consumo en la misma medida que no hay consumo sin producción.

Ambas esferas, de igual forma que la distribución o el intercambio, son diferen-


tes momentos integrados en el circuito de circulación del capital y, en ese senti-
do, son parte de una misma unidad. Si el valor no puede monetizarse mediante
una venta en el mercado, si no culmina su circuito en los procesos de consumo,
entonces deja de ser valor. La conclusión es que para el proceso de valorización
continua del capital es tan problemático no extraer plusvalor de la fuerza de tra-
bajo como no realizar ese valor en el mercado. Justo ahí entra en juego la eco-
logía del capital. El proceso de valorización circula a través de la naturaleza: la
organiza para apropiarse de trabajo y energía de todo el planeta y la integra en
la espiral de beneficio. El valor se produce, realiza y reparte sobre procesos de
producción, intercambio, consumo o distribución. Las crisis, sean consideradas
endógenas o exógenas, se producen debido a bloqueos en cualquiera de esos
momentos de circulación del capital. Si algo nos muestran las salidas capitalistas
a las crisis anteriores —y sin duda es algo que se despliega en la crisis actual—
es que, para superar esos bloqueos, el capital se ha apropiado cuanto ha podido
de las esferas de la reproducción social.

4.4.2 Reproducción social


El capital se enfrenta a múltiples contradicciones: entre otras, no garantiza con-
diciones dignas para la mayoría de cuerpos que explota y destruye los ecosis-
temas de los que se nutre. Eso no significa que, en breve, la acumulación de
114 La solución verde

capital se detendrá por sí sola. Para el ecologismo, la contradicción capital-natu-


raleza conduce a un colapso civilizatorio. El capital, en cambio, define la natura-
leza como un combustible externo, un activo o un bien de capital al que hay que
cuidar para explotarlo mejor compensando las «externalidades negativas». Para
el capital y, en realidad, para quienes lo acumulan, la relación capital-naturaleza
es una colaboración que produce desajustes que no solo es posible solucionar,
sino que abren oportunidades de mercado. Para sostener la circulación de capi-
tal, más allá de la producción o el consumo, la espiral de beneficio debe capila-
rizarse y penetrar en las esferas de la reproducción social.

Los Estados dominados por el capital deben mantener y ampliar los nichos de
beneficio en la reproducción social a través de procesos constantes de apropia-
ción, privatización y subcontratación. Vivienda, trabajo doméstico no remune-
rado, sanidad pública, educación superior, recursos naturales o servicios eco-
sistémicos, todo queda sometido a los ciclos de acumulación por desposesión.
Frente a la caída tendencial de la tasa de ganancia, las salidas del capital pasan
por aumentar la función económica no retribuida salarialmente, fragmentar los
mercados laborales conforme a su estructura de costes (bajo criterios de género,
raza y nacionalidad) y exprimir los procesos de acumulación por desposesión,
saqueando los ecosistemas biofísicos y urbanos. De la misma manera que los
desastres medioambientales generan oportunidades de beneficio para el «capi-
talismo del desastre» y para el «capitalismo de vigilancia», el desplazamiento de
la subsistencia hacia esferas reproductivas, sin acciones públicas redistributivas,
abre vías para la financiarización y el endeudamiento de las economías domés-
ticas. Sin duda alguna, una de las esferas condicionantes de la reproducción
social y que ha sido espacio central de la especulación y el rentismo ha sido la
vivienda, con regulaciones estatales de los mercados inmobiliarios dirigidas a
componer e integrar a las clases medias y a expulsar a quienes no participan de
las bondades de la sociedad de propietarios. Estas dinámicas de apropiación y
privatización de las bases de la reproducción social se amplían a todo tipo de
servicios ecosistémicos, recursos y energías.

En la práctica, estas dinámicas de extracción de beneficio se sostienen sobre


la apropiación de enormes cantidades de trabajo-energía no remunerado. Todo
el trabajo, los recursos y la energía que sostienen nuestras vidas, y que perma-
necen invisibilizados bajo las métricas basadas en el valor monetario, solo se
toman en cuenta una vez son reguladas para ser valorizables en el mercado con
el objetivo de incrementar el beneficio capitalista. De fondo, el conflicto político
fundamental que se fragua en estas formas de privatización de lo común es el
del imperativo del valor de cambio frente a una economía basada en el valor de
uso. Una posible estrategia para la defensa y conquista de una economía de
valor de uso, fundamental para una política económica materialista y que empu-
ja procesos de reapropiación y desmercantilización, es la conquista de nuevos
derechos de propiedad colectiva.

4.4.3 Propiedad colectiva


La nueva naturaleza histórica que ya diseña el capital empieza a tomar forma
en los nuevos extractivismos de litio y coltán, en reproducir los cercamientos de
tierras y recursos, la privatización de bienes tan indispensables como el agua,
así como en procesos de segregación territorial por índices de bienestar. Tam-
bién se insinúan propuestas de salida a la crisis que, presentadas como coyun-
turales, en la práctica operan como formas de chauvinismo econacional o como
115 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

neofascismos disfrazados de verde. En esos proyectos de capitalismo verde el


problema ecológico empieza y acaba en las fronteras del Estado-nación y el
bienestar es una categoría exclusiva de ciudadanos de primera. Los efectos vi-
sibles son la gestión demográfica y de fronteras conforme a la nueva estructura
de costes del capital, con una mayor centralidad de las fronteras entre el Norte
y el Sur, y la gestión neocolonial de las poblaciones subalternas internas, espe-
cialmente de las poblaciones racializadas. Estos regímenes fronterizos se van
a solapar con los conflictos entre los Estados por captar «inversiones verdes» y
en las luchas por tomar posición de ventaja en territorios ricos en yacimientos
minerales.

En la actualidad ya es evidente la centralización de la «inversión verde» que


proviene de los diferentes planes de recuperación y transición en los fondos
de inversión y agentes financieros, que ilustra su toma de posición frente a los
ajustes venideros. También en la toma de posición dominante por parte de las
finanzas como supervisoras de los regímenes de «inversión verde» en escalas
regionales y nacionales. Huelga señalar que todas estas dinámicas suponen una
aceleración de la acumulación por desposesión a través de viejos y nuevos cer-
camientos biofísicos. Tales dinámicas ya empiezan a abrir conflictos entre los
objetivos declarados de los Green New Deal y su funcionamiento real, sometido
al imperativo de generación de beneficios futuros.

Esos modelados espaciales, sociales y medioambientales empiezan a recibir


algunas respuestas desde el Sur Global. Por ejemplo, posiciones como las ex-
presadas en el Red Deal: Indigenous Action to Save Our Earth, que apuntan
hacia procesos de organización de base indígena y comunitaria que entran a
discutir la solución verde capitalista. Lejos de que su objetivo sea una refun-
dación medioambientalista del capitalismo, tantean estrategias para construir
una contraparte negociadora a la vez que fuerzan la soberanía y el control co-
munitario sobre los medios de subsistencia, entendiendo que la liberación de
los nativos debe ser fundamental para la lucha por la justicia climática. Además
de ser movimientos que combinan estrategias de negociación con posiciones y
objetivos radicales, también nos recuerdan que la agenda ecológica no puede
separarse de la opresión racial, el dominio imperial y la desposesión y genocidio
de los indígenas. ¿Qué procesos de ruptura ligados a nuestro territorio pueden
aliarse a esas prácticas emancipadoras desde las periferias del Sur? ¿Podemos
practicar estrategias aliadas y arraigadas en el espacio de la economía-mundo
donde habitamos, producimos y consumimos?

En el tablero de juego del Norte global las cartas empiezan a ponerse boca
arriba. Mientras muere un mundo y nace otro, las alianzas público-privadas de
nuevo están llamadas a ser las fórmulas dominantes. Frente a este proceso ya
en marcha, las estrategias políticas de movimiento deben integrar formas de
ruptura radical combinadas con alternativas viables que erosionen la reanuda-
ción del diseño institucional capitalista. Las relaciones de propiedad y las formas
de control político de los recursos que integran las alianzas público-privadas
son, hoy por hoy, la base material de los pactos verdes.

Una posible estrategia es la defensa de modelos de propiedad colectiva o de


participación ciudadana directa en el control de los recursos y las infraestruc-
turas. Sin embargo, no deberían formularse como soluciones técnicas sustitu-
tivas o de compensación. No se trata de exigir, sin más, la cuota ciudadana en
los partenariados o la descentralización de la titularidad de activos financieros
116 La solución verde

de energía renovable en beneficio de organizaciones ciudadanas. No cabe leer


así programas redistributivos como los fondos accionariales de asalariados en
Suecia, la Ley de Derechos Forestales en India o incluso los planes de energía
comunitaria en Holanda. Se trata más bien de retomar los principios de estas es-
trategias basadas en la democracia económica, territorial y política para acumu-
lar capacidad de organización y conquistar poder de negociación en los ciclos
de claroscuros y austeridad venideros. No perder el horizonte de cambio puede
convertir «conquistas parciales» en estructuras sólidas de impulso para luchas
más ambiciosas y de largo recorrido. Sobre todo, si esas conquistas no solo son
boicots a la producción y el consumo para arrancar concesiones, sino tomas de
posición en el control de los propios activos productivos y las infraestructuras.

En esencia, un objetivo político a medio plazo es combinar la transferencia del


control de los medios de producción y de los circuitos de consumo con la de-
mocratización en la toma de decisiones medioambientales. Si tan saqueado por
la explotación del capital está el cuerpo colectivo del trabajo como lo están los
ecosistemas de los que forma parte, esta estrategia pasa por vincular la explo-
tación de clase con la explotación del planeta, afrontados como un mismo con-
flicto. El objetivo a largo plazo, retomando una de las hipótesis de Murray Book-
chin, no es montar cooperativas integradas en modelos urbanos capitalistas,
sino instituciones basadas en cooperativas de propiedad municipal bajo control
ciudadano y con capacidad para federarse con otros territorios.

En conjunto, lo que se dibuja desde el Sur global con posibles alianzas con
movimientos del Norte es la defensa y reapropiación de economías de subsis-
tencia. De nuevo, no son circuitos de revalorización del dinero dirigidos por el
imperativo del valor de cambio, sino espacios de producción, reproducción y
consumo ligados al valor de uso. En la práctica, son conflictos jurisdiccionales
sobre la tierra, los recursos y sus regímenes de propiedad. Es el ecologismo de
los pobres del que habla Joan Martínez Alier desde hace más de dos décadas.

4.4.4 Ecologismo de los pobres y lucha de clases


La clase no es algo dado, sino que se compone en la práctica, en el escenario
complejo de conflictos y alianzas que se puedan dar en todas las escalas po-
sibles. A veces esas alianzas son tácticas, a veces ideológicas y otras muchas
construidas en el seno de las propias luchas. La clase no está prefigurada ni se
puede formular hoy de la misma manera que en otros episodios históricos. Ha-
remos un enorme favor a los interesados en reproducir la valorización del capital
si reducimos la clase a la unión entre quienes producen plusvalor desde sus tra-
bajos asalariados. Las extrapolaciones mecánicas de los movimientos obreros,
sociales o, en realidad, de cualquier proceso histórico, carecen de toda utilidad
política y solo generan estúpidos malentendidos.

De la misma manera que la ecología del capital, su contraparte no está formada


por sustancias, sino por relaciones. La clase no es «blanca», «masculina», «obre-
ra», ni tampoco «urbana». Nunca lo fue ni lo será. Esas esencias no encajan ni
dialogan con el trabajo de reproducción social, que recae principalmente sobre
mujeres y en un alto porcentaje sobre mujeres migrantes pobres. La historiadora
Selina Todd ya ha explicado con rigor y enjundia el papel jugado por las cria-
das en la formación de la clase obrera británica desde principios del siglo XIX.
La abstracción de «la clase obrera» también prescinde de prácticas de sindica-
ción producidas en torno al consumo, como los sindicatos de inquilinos que se
117 IV. Mientras muere un mundo y nace otro

enfrentan al capital inmobiliario y a las inamovibles estructuras concentradas de


la propiedad en las metrópolis. Tampoco integra a quienes exprimen las minas
de Bayan Obo, en la Mongolia Interior, y de territorios ricos en minerales como
el Congo, Bolivia o Chile, que no solo padecen la explotación sino también altí-
simos niveles de toxicidad. Esa idea de clase fetichizada pasa por encima de las
más de 250 organizaciones de agricultores de la India que empujaron en 2020
la mayor huelga general que se recuerda, donde participaron más de 250 millo-
nes de trabajadores.

En general, las prácticas variadas de sindicalismo, así como los movimientos


feministas, ecologistas, antirracistas o decoloniales no entran en la foto fija de
una clase que, presentada como materialista, está trufada de idealismo. En el
mundo material realmente existente, constituido por relaciones de poder y no
por espectros, son precisamente estos movimientos los que van definiendo a un
sujeto político de clase en formación. Su unificación, si bien todavía muy borro-
sa y poco delineada en objetivos compartidos, descansa en la acción colectiva
frente a las múltiples formas de explotación en la producción, frente a todos los
procesos de apropiación de trabajo-energía y en la denuncia de los diversos
ejes de opresión social.

La clase, en definitiva, no es una identidad estática y homogénea preñada de


nostalgia, sino una estrategia política hecha de multitud de fragmentos que, de
manera situada y concreta, se enfrenta a la ecología del capital. La formación de
la clase avanza siempre en oposición al capital, sea en su forma dinero, en sus
despliegues coloniales y tipificaciones de raza o en su explotación de natura-
lezas baratas. Al tiempo, también se forma en oposición a la espoleta del capi-
tal, esto es, el Estado Público-Privado y su gobierno por deuda y sometimiento.
Frente a este esquema de poder, la clase es una federación de contrapoderes
que emergen en un doble movimiento entre, por un lado, los conflictos concre-
tos frente al capital y, por otro lado, las alianzas entre comunidades nacidas de
dichos conflictos.

La sensación, no falta de evidencias empíricas, es que la actual intensidad de


ese doble movimiento entrelazado es insuficiente para organizar los intereses
de los sectores sociales más vulnerables y desposeídos. Sin duda es débil en los
conflictos abiertos y sostenidos frente a las estrategias de reforma del capital,
pero especialmente en la falta de alianzas necesarias para, como mínimo, poder
entrever un futuro digno para el conjunto de las especies y del planeta.

Más que despertarnos nostalgia, el poder social acumulado en siglos pasados


por la fuerza obrera debería servirnos para tomarlo como referencia de que, por
difícil y lejano que parezca, es posible golpear por encima de nuestro propio
peso. Tampoco está de más recordar que la historia y cultura del movimiento
obrero cabalgaron sobre el rechazo del trabajo y no tanto sobre la afirmación or-
gullosa de la profesión del explotado. Ese deseo de fuga del trabajo y, por ende,
de todo momento integrado en el circuito del capital, es el verdadero principio
político que hoy debemos retomar. El conflicto hoy se eleva a un saqueo del
tiempo de trabajo remunerado, del trabajo no remunerado, de los sistemas de
mantenimiento, distribución y provisión de recursos esenciales para la subsis-
tencia (salud, energía, agua, tierra) y de todo ecosistema biofísico. Es un conflicto
capital-vida, y el sujeto político que emerja será un sujeto de clase plural consti-
tuido en la esfera reproductiva.
118 La solución verde

Estamos frente a un mundo viejo en descomposición, pero las posibilidades de


empujar un futuro emancipador no vendrán por sí solas. Serán tantas como sea-
mos capaces de imaginar, organizar y sostener. Necesitamos horizontes desea-
bles que logren eclipsar las promesas de la solución verde capitalista y procesos
de organización que no culpen a los faltos de conciencia, sino que los seduzcan
para integrarse en las luchas. De lo contrario, el futuro de nuestro planeta está
literalmente vendido.
119 IV. Mientras muere un mundo y nace otro
120 La solución verde
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