La Fabula Mística DE CERTEAU

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La historia como alegoría de la fábula


Michel de Certeau y la construcción de una
fable mystique

Andrés Gabriel FREIJOMIL

Écoles des Hautes Études en Sciences Sociales (París)


Centre de Recherches Historiques
freixomil@voila.fr

Recibido: 20 de febrero de 2007


Aceptado: 8 de abril de 2007

RESUMEN
La fable mystique, la última gran obra publicada en francés por el jesuita Michel de Certeau, conserva
en su construcción los índices de su propia materialidad. Consiste en un vasto recueil cuya producción
se cifra en la exégesis de una espiritualidad mística, tal como la practicó la Compañía de Jesús desde
los años cincuenta. Sin embargo, de Certeau no sólo cumple con ese propósito, sino que articula la for-
mación histórica de esta práctica religiosa del siglo XVII a partir de una discusión con sus viejas lectu-
ras. En ese marco, el psicoanálisis le será útil como acceso para esa inteligibilidad.

Palabras clave: mística, fábula, recueil, práctica religiosa, psicoanálisis.

L'histoire comme allégorie de la fable


Michel de Certeau et la construction d'une fable mystique
RÉSUMÉ
La fable mystique, le dernier grand ouvrage publié en français par le jésuite Michel de Certeau, conser-
ve dans sa construction les indices de sa propre matérialité. Il s'agit d'un vaste recueil dont la produc-
tion chiffre l'éxegèse d'une spiritualité mystique tel que la Compagnie de Jésus l'a pratiqué depuis les
années cinquante. Pourtant, de Certeau non seulement accomplit ce propos, mais aussi il articule la for-
mation historique de cette pratique religieuse du XVIIe siècle à partir d'une discussion avec ses lectu-
res anciennes. Dans ce cadre, la psychanalyse sera utile en tant qu'un accès pour cette intelligibilité.

Mots clés: mystique, fable, recueil, pratique religieuse, psychanalyse.

Thélème. Revista Complutense de Estudios Franceses ISSN: 1139-9368


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The History as Alegory of the Fable


Michel de Certeau and the making of a fable mystique

ABSTRACT
La fable mystique, the last great work published in French by the jesuit Michel de Certeau, watches over
in his making the signs of his own materiality. It is a large recueil which production encodes the exe-
gesis of a mystics spirituality such as the Society of Jesus has practiced it from the fifties. Moreover, de
Certeau not only carries out this aim but he articulates the historical training of this religious practice
of the 17th century from a discussion with his old readings. Within this context, the psychoanalysis will
be useful for him such as acces for that intelligibility.

Key Words : mystics, fable, recueil, religious practice, psychoanalysis.

Un lieu pour se perdre. Tal es el enunciado que el historiador jesuita Michel de


Certeau utiliza para la primera parte de su obra La fable mystique. XVIe-XVIIe siè-
cles1 , enunciado que, en realidad, parece colocar al lector en el único camino que
podrá atravesar para llegar hasta el final de la obra. Precisamente, en vez de finali-
zar su trabajo con un epílogo clásico, se arroja al análisis de un poema de Catherine
Pozzi, Ouverture à une poétique du corps [1929]2, para resignificar, alegóricamente,
todo lo que la obra proyecta desde el comienzo. De hecho, ya lo anuncia en la pri-
mera frase de su Introducción, ce livre se presénte au nom d'une incompétence: il est
exilé de ce qu'il traite (Certeau, 1982: 9). Sin embargo, por detrás del exilio al que
alude, de Certeau también sugiere el modo en que construyó materialmente su obra.
Por cierto, La fable mystique es un trabajo que fue elaborado a partir de muchos
otros, una serie de ensayos y artículos dispersos, escritos en otro tiempo y pensados,
en principio, para otra comunidad de lectores: revistas y libros en su mayor parte del
ámbito religioso que de Certeau había frecuentando como editor o
redactor entre 1964 y 1981, un tipo de construcción que no sólo constituye la prácti-
ca material de La fable mystique sino de todos sus libros publicados desde 19683.

1 Publicada en 1982 por Éditions Gallimard en la colección "Bibliothèque des Histoires" dirigida
por Pierre Nora, se trata de la última gran obra que Michel de Certeau escribió en francés. En rigor, su
último trabajo es un recueil en inglés que dejó armado poco antes de su muerte y que reúne textos que
aparecieron originalmente entre 1969 y 1983 tanto en francés como en inglés [Heterologies. Discours
on the Other, University of Minnesota Press, "Theory and History of Literature", Minneapolis, 1986].
2 La elección de un poema de Catherine Pozzi no parece nada aleatoria. Nacida en 1882, Pozzi ha
frecuentado a grandes poetas y literatos de los años veinte como Rainer Maria Rilke, Julien Benda,
Daniel Halévy, Anna de Noailles o Jean Poulhan. Sin embargo, su producción poética ha permanecido
marginada de las historias literarias, destino que también ha compartido su larga relación oculta con
Paul Valéry. Precisamente, este tratamiento de los cuerpos ocultos que también son escritura, será uno
de los principales tópicos de La fable mystique.
3 Efectivamente y con excepción de La possession de Loudun [Julliard, Paris, 1970], la práctica del
recueil es la principal materialidad que comparte la construcción de todos sus libros.

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Así pues, el fragmento disperso (o bien, cada ensayo reunido) se unifica tras la ima-
gen de un volumen que juega con la idea de frontera y pertenencia dentro de un
campo discursivo que siempre excede su propia epistemología. De algún modo, este
tipo de secuencia textual tiende a abolir, además, la "tiranía" de los principios del
conocimiento a fin de que la estructura general de la obra siga conservando su forma
dialógica (Susini-Anastopoulos, 1997: 148). Asimismo, la propia tradición literaria
de la fable se inscribe en la producción de recueils: ya se trate de las recopilaciones
de Esopo y Fedro, de los Romuli medievales o de las Fables de La Fontaine, lo cier-
to es que este "género" ha compartido una estructura fragmentaria que remite a la
oralidad de su transmisión y a su redistribución en una textualidad heterogénea
(Parussa, 2006: 221-222). A este respecto, resulta sugestivo que de Certeau no aluda
en ninguna parte de La fable mystique a este tipo de reempleo, una ausencia que
manifiesta el exilio de aquella "incompetencia" del principio la cual, por cierto, tam-
bién es la que los místicos se atribuyen para sí.
Por otro lado, la elección de fable para nominar su obra nada tiene de casual: eti-
mológicamente, el término procede del latín fari, "hablar", un origen estrechamente
vinculado con la idea de parole. A este respecto, resulta revelador un texto que escri-
bió en el invierno de 1984-1985 para una eventual publicación en la revista
Panorama y que permaneció inédito hasta su muerte [1986]. Allí explicita claramen-
te los vínculos que unen la fable con la parole, la mystique est centrée sur la prati-
que et la théorie du "dialogue", que ce soit dans la prière ou dans l'échange spiri-
tuel entre sujets parlants (Certeau, 1987,183). Esta marca de oralidad no sólo resul-
ta clave para comprender de qué modo han circulado durante los siglos XVI y XVII
los textos de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila o Jean-Joseph Surin sino,
principalmente, por qué lo han hecho. En este sentido, lo que de Certeau intenta
demostrar es cómo, a partir de las Reformas4, el primado del libro impreso, la "pro-
fesionalización" del clero y los trabajos de exégesis del siglo XVII, permiten que las
Escrituras abran el camino de la escritura y la alfabetización, un proceso que reduci-
rá la dimensión empírica de la parole y la alojará, precisamente, en el terreno "per-
dido" de la fábula y la ficción, traza que, indudablemente, también encuentra su eco
en la lectura que una década antes de Certeau había hecho de De la Grammatologie
[1967] de Jacques Derrida (Certeau, 1973: 158). En este concierto, los místicos se
solidarizarán con aquellas "voces" que insinúan lo "extraordinario", tales como los
discursos de los grandes "ausentes" de la historia: la infancia, las
mujeres, los analfabetos, la locura, los ángeles o el cuerpo (Certeau, 1982: 22-24).
Por otro lado, no debemos olvidar que se trata de una mística cuyo tratamiento,
en parte, se originó a partir de los modos en que los jesuitas españoles y franceses
leyeron, interpretaron y publicaron los textos fundacionales de la Orden entre los

4 Recordemos que, al menos desde la publicación del díptico de Jean Delumeau, Naissance et affir-
mation de la Réforme [Paris, 1965] y Le catholicisme entre Luther et Voltaire [Paris, 1971], ya no es
posible hablar simplemente de "la" Reforma. Así pues, el movimiento cismá-tico que sacudió los
cimientos del cristianismo entre los siglos XVI y XVII se inscribe en un amplio proyecto de reforma
global que involucra al conjunto de las iglesias, pluralidad a la que de Certeau no ha sido ajeno.

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años cincuenta y fines de los sesenta a través, sobre todo, de las revistas Manresa y
Christus y de la colección "Christus" que editó la casa belga Desclée de Brouwer
(Roullière, 2004: 12-15). De hecho, el propio de Certeau formó parte del comité de
redacción de estas dos últimas empresas y publicó varios artículos y libros allí5.
Ciertamente, buena parte de su producción más temprana está marcada por la bús-
queda de aquel costado místico de la espiritualidad ignaciana en la llamada "prime-
ra Compañía" (O'Malley, 1995). En todo caso, este tipo de trabajo hermenéutico pro-
piciado por los jesuitas se inscribe en un movimiento más amplio de estudios exegé-
ticos y patrísticos que comenzó en la segunda posguerra y que buscaba, ante todo,
revalorizar la particularidad de cada itinerario místico, tal el caso de las ediciones crí-
ticas que se publicaron de Guillaume de Saint-Thierry, San Bernardo, Meister
Eckhardt o María de la Encarnación, entre muchos otros. En de Certeau, sin embar-
go, la principal influencia metodológica provendrá del seminario "Histoire du catho-
licisme moderne et contemporain" de Jean Orcibal, quien entendía que la philologie
est le trou de l'aiguille par lequel tout chameau théologique doit passer s'il veut
entrer dans le ciel de l'histoire (Orcibal, 1997: 28), un "art de lire" los textos que
dejará profundas huellas en La fable mystique. Precisamente, este antiguo aprendiza-
je heurístico en la V sección de la École Pratique des Hautes Études [1957-1964] será
evocado en la obra bajo la forma de un reconocimiento en nota al pie que refuerza
esa condición de revisión y lectura de sí mismo que implica la construcción de un
recueil a partir de trabajos propios6. Sin embargo, Orcibal no será el único. En esta
significativa nota también incluirá a Leszek Kolakowski, a Michel Foucault, a Henri
Bremond y a Michel Vovelle, todos inmersos en un juego de referencias al que de
Certeau agrega una cita de los trabajos que escribió sobre cada uno de ellos. Esta
construcción de una genealogía intelectual, dialéctica por naturaleza, no debe, sin
embargo, llamarnos a equívocos: solamente Orcibal recibe el rango de maître. Así
pues, pese a que, según advierte, ce travail doit évidemment beaucoup aux grandes
études historiques sur le sujet (Certeau, 1982: 20), el resto es invocado para discutir
sus principales tesis: la "historia global" de Kolakowski, el concepto foucaultia-
no de "locura", la noción de "mentalidades" en Vovelle o la idea de "sentimiento reli-
gioso" en Bremond.
Sin embargo, sería un error reducir su idea de la mística al estricto espacio jesui-
ta. Si bien comenzaron allí las primeras reformulaciones, paulatinamente, de Certeau
las irá convirtiendo en un tópico con relativa autonomía, ya fuera del ámbito estric-
tamente religioso. Por cierto, a lo largo de sus obras, la figura de la "mística" ha sido
objeto de un movimiento pendular: comenzó a circular como una voz propiamente

5 A este respecto, el lector puede remitirse a las primeras páginas de la "Bibliographie complè-te"
de Michel de Certeau que estableció Luce Giard, albacea de su obra (Giard, 1987: 199-243).
6 En La fable mystique, la presencia del jesuita francés del siglo XVII Jean-Joseph Surin es, en este
sentido, harto sintomática puesto que alrededor de esta figura se cifra buena parte de su derrotero como
investigador de archivo: junto con una docena de artículos publicados en libros y revistas, de Certeau
había establecido su Guide spirituel pour la perfection en 1963 y tres años después, su Correspondance,
un trabajo monumental de erudición de 1827 páginas, ambas obras publicadas por Desclée de Brouwer.

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jesuita, luego, poco a poco, la fue involucrando con diferentes ciencias humanas y,
finalmente, con La fable mystique, retomó su carácter inicial a partir de una lectura
de lo religioso "por fuera" del mundo eclesiástico. En este sentido, la mística como
figura conserva un fundamento teórico de variabilidad histórica así como su propio
tipo de reempleo, tal como sucede con muchas otras figuras clave de su trabajo, algo
que se vincula con el tipo de relación que mantuvo respecto de la episteme de las dis-
ciplinas que ha frecuentado. Michel de Certeau ha sido una figura intelectualmente
comprometida con su tiempo, con todas las sutilezas a que nos remite ese adverbio.
Entre otras cosas, ha sido miembro cofundador de la École Freudienne de Paris fun-
dada en 1964 por Jacques Lacan, participó activamente del debate en torno del Mayo
Francés y en la revisión epistemológica de un sector de la historiografía francesa
durante los años setenta, tres dimensiones de un discurso donde la parole también ha
estado presente como categoría conflictiva de análisis7. Sin embargo, debemos ser
cautelosos con respecto a la relación que mantuvo con esas coyunturas. Sería arries-
gado suponer que de Certeau ha mantenido una clara filiación con esos espacios de
discusión. En realidad, cabe remarcar que sólo le ofreció a cada campo una contri-
bución original, personal o heterodoxa y que, luego, prefirió apartarse de los debates
internos que organizaban esos discursos a fin de crear uno propio. Michel de Certeau,
ciertamente, apela a su tiempo histórico y lo discute, pero nunca se identifica plena-
mente con él. Antes de convertirse en un intelectual de cuya evolución pueda darse
cuenta a partir de un pensamiento lineal y uniforme, prefiere relacionarse a lo lejos
con cada disciplina que interroga y con cada institución que frecuenta. De algún
modo, intenta hacer de cada trayecto intelectual un espacio autónomo donde los jue-
gos interdisciplinarios deban quedar encerrados en la "cárcel" que le impone la escri-
tura y cuya génesis parte, una vez más, sólo de su propio trabajo como ensayista o
historiador: se apropia y recupera algunas premisas de las ciencias humanas, luego
las resignifica para y dentro de su laboratorio narrativo y, de ese modo, logra una sín-
tesis original donde reformula lo que ya existe, dándole una nueva significación a las
relaciones empíricas que el sujeto mantiene con el objeto.
Así, en su obra, es la percepción la que sufre una seria modificación epistemoló-
gica, algo que se encuentra ampliamente demostrado con La Fable mystique. De
hecho, este trabajo es un largo diálogo con la obra de Freud (a quien leía en su ori-
ginal alemán), el psicoanálisis lacaniano, la lingüística de Greimas o la historia de las
instituciones en Roland Mousnier, entre muchas otras, concierto tras el cual no bus-
cará darle a la mística un marco científico estricto sino descubrir cuál fue su singu-
laridad intrínseca como literatura (Giard: 2002, 95). Este desinterés por "cientifizar"
sus objetos de investigación también debería entenderse bajo el marco del recueil: al

7 De hecho, es frecuente en sus trabajos este tipo de indagación poética sobre la idea de paro-le. Ya
se trate de La prise de parole [1968] su primera obra —y primer recueil—, o bien en los usos que ha
hecho de la parole pleine y parole vide a partir de Lacan, o bien de la parole erotisée en su trabajo sobre
la obra de Jean de Léry, Histoire d'un voyage faict en la terre du Brésil [1578], entre otras indagacio-
nes, por lo general, siempre se trata de una búsqueda sig-nada por las relaciones que mantiene la orali-
dad con la escritura.
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no tratarse de un estudio monográfico sino de la reescritura y reunión de diversos


artículos, el tono del diálogo conservará, necesariamente, una cronología múltiple y
quedará, pese a los esfuerzos por unificar el conjunto mediante una larga introduc-
ción y sucesivas presentaciones para las diferentes partes de la obra, "comprimido"
en los límites de cada texto. Precisamente, pensar en la fecha de publicación de La
fable mystique [1982] no sirve aquí como punto de partida para comprender este tra-
bajo sino, en realidad, como la retrospectiva necesaria de una obra que contiene, por
detrás de cada artículo convertido en capítulo, un objetivo preciso que debe buscar-
se en los enjeux de su medio de publicación original. A este respecto, las marcas de
método "científico", que por cierto existen, se reducen al examen "micropoético" de
cada tópico cuya organización tampoco coincide con la temporalidad de lo ya publi-
cado sino con un criterio pensado para la obra en su conjunto8. Con todo, no se trata
únicamente de un tratamiento textual particular: en esa materialidad hay toda una
declaración de principios frente al conocimiento histórico y sus modos de "fabricar-
lo", traza que, precisamente, se puede percibir en el proceso de omisiones y agrega-
dos de los capítulos y, sobre todo, en los recursos discursivos que utilizó para ensam-
blar los textos entre sí.
Por otro lado, es indudable que existe en de Certeau una clara intención por elu-
dir la filiación de "historia global" tal como Lucien Febvre la entendía (Dosse, 1988:
189). En su lugar, prefiere acudir al psicoanálisis y articular la figura del deseo con
una teología del fantasma, es decir, dos dimensiones que remiten sólo a una: un Dios
fragmentado que, a causa de los nuevos credos, necesita ser hallado en un lugar dife-
rente. Con todo, no es una historia clásica de la mística lo que de Certeau fabrica
con La fable, sino el modo en que, durante la primera Modernidad, esta literatura
construyó un nuevo lenguaje religioso y una nueva "disciplina" (Ahearne, 1995, 95-
96). Bajo este marco, apelará al psicoanálisis como herramienta de inteligibilidad,
mas no como método. Esta remisión a los enjeux del psicoanálisis con respecto a la
mística aparece con mayor elocuencia en el artículo "Mystique" que escribió para la
edición de 1971 de la Encyclopædia Universalis. A partir de la correspondencia entre
Sigmund Freud y Romain Rolland, de Certeau extrae una discusión que, a principios
del siglo XX, se radicalizó en dos puntos de vista: por un lado, un Rolland vía
Bergson entendía que el "dato" [donnée] de la experiencia era una fuente subterrá-
nea de energía religiosa que se diferenciaba de su canalización por las Iglesias;
Freud, por su parte, desvelaba una producción psíquica que radicaba en la combina-

8 Así pues, los textos fueron revisados a partir de lo ya publicado en 1975, 1976 y 1979 en
Recherches de science religieuse [una parte de la Introducción y los capítulos I y V], en 1965 y 1968
en Revue d'ascétique et de mystique [capítulos VII y VIII] y en la entrada que publicó en el Dictionnaire
de spiritualité ascétique et mystique en 1975 sobre el jesuita del siglo XVII Jean de Labadie [capítulo
IX]. Las otras fuentes proceden del N° 2 (1981) de la revista Furor [la parte restante de la Introducción],
el número 5-6 (1976) de la revista Traverses [capítulo II] y de un capítulo que apareció en la obra colec-
tiva L'homme devant Dieu. Mélanges Henri de Lubac [capítulo III] en 1964. Finalmente, el epílogo
constituye la primera parte de un ensayo publicado en 1980 en Philosopher. Les interrogations contem-
poraines. Matériaux pour un enseignement, un trabajo colectivo dirigido por Christian Delacampagne

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ción
AndrésdeGabriel
una representación
Freijomil y un elemento
La historiaafectivo (Certeau,
como alegoría 1971:Michel
de la fábula 521c-522a). En
de Certeau...
todo caso, la discusión es sólo un síntoma para comprender por qué lo "místico"
comúnmente se ha opuesto a lo "científico", discusión cuya trayectoria podría rastre-
arse desde los trabajos de Émile Durkheim hasta la literatura de Aldous Huxley.
Sin embargo, el trasfondo de La fable mystique es, esencialmente, histórico y,
hasta cierto punto, una compleja y extensa puesta a prueba de algunos cometidos teó-
ricos de la historiografía. Si para el de Certeau de una década atrás un texto históri-
co es une organisation sémantique destinée à dire l'autre: une structuration liée à la
production (ou manifestation) d'une absence (Certeau, 1973: 158), la construcción
de esta fable no puede sino partir de los "restos" que le proporcionan otros textos más
dispersos y ocultos. Y es aquí en donde surge la marca de ausencia que asolará el
fenómeno místico, una particularidad que se funda en una búsqueda que, en realidad,
no parte de ningún lugar, razón por la cual es atópica y se convierte en deseo y fan-
tasma a la vez. Así, la mística reinterpretará la tradición cristiana y la inscribirá en
un nuevo proceder con respecto al saber, época en la cual, además, se produce una
redistribución de los espacios heterodoxos en donde la herejía es reemplazada por el
cisma. Precisamente, ésta es una de las discusiones que mantiene con el conjunto de
trabajos dirigidos por Jacques Le Goff en Hérésies et sociétés dans l'Europe prein-
dustrielle. 11e-18e siècles [1968], al erradicar, quizá, la idea de herejía del cuerpo
místico y colocarla bajo el marco de los cismas de los siglos XVI y XVII. En este
sentido, de Certeau trata la mística como una formación histórica más "moderna" que
"preindustrial" y mucho más inserta en el movimiento teológico que surge con la
devotio moderna y el luteranismo que aquel determinado por las herejías medieva-
les, una interpretación que mucho debe a Jean Orcibal y Henri Bremond. En todo
caso, es en este tránsito cuando se produce la fractura en iglesias rivales que pasan a
conformar un cuadro más político. De algún modo, si bien permanecen los conteni-
dos, los místicos los someten a nuevos usos: reclasifican y manipulan la tradición
teológica (el tomismo y el agustinismo, por ejemplo) cuya división obligaba a rede-
finir esos "cortes" mientras salen en busca de una demarcación del "campo" religio-
so que regule sus propias prácticas (los sacerdotes regulares, las congregaciones, la
pastoral de los sacramentos, las misiones, etc.). Por otro lado, su aparición coincide
con aquellos espacios geográficos que se han visto afectados por algún tipo de empo-
brecimiento económico (ya sea como resultado de depresiones o de guerras) lo cual
también contribuye a que los místicos se vean despojados de cierto progreso y lo
refieran en la escritura como una "pérdida": sin duda, la humillación de clase, la mar-
ginalidad de una hidalguía pobre o la existencia como conversos son factores socia-
les que participarán activamente en el origen de la mística cristiana (Certeau, 1982:
38-39).
De hecho, ya en el capítulo IV de L'écriture de l'histoire [1975], "La formalité
des pratiques: Du système religieux à l'éthique des Lumières (XVIIe-XVIIIe siè-
cles)" que también fue construido sobre la base de un artículo9, de Certeau apuntaba

9 Este trabajo, producido para el ámbito de la historia religiosa en Italia, fue publicado, origi-nal-
mente, en Ricerche di storia sociales e religiosa [Roma, t. 1-2, 1972, pp. 31-94] y en las Actas del
Coloquio de Capaccio-Paestum, La Società religiosa nell'età moderna [Nápoles, Guida, 1973, pp. 447-
509] que se celebró en mayo de 1972.
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que al intentar vincular la cuestión de las prácticas religiosas con una sociología del
comportamiento surge, en primer lugar, un cambio esencial en la idea de formalidad
(es decir, como sistema oculto, articulado o coexistente junto a otros) antes que en
los contenidos (Certeau, 1975: 153). Por cierto, ocurre un evidente desplazamiento
en los marcos de referencia: de un universo simbólico dominado por el código teo-
lógico pasamos, a principios del siglo XVII, a una pluralización de esos sistemas teo-
lógicos y a una puesta en duda de los cimientos que sostenían el edificio de la ecu-
menicidad cristiana. Como consecuencia, dos movimientos sociales diferentes fun-
cionarán como síntomas de un proceso que culminará, indefectiblemente, en la razón
de estado como sostén del orden universal perdido: por un lado, los fenómenos des-
articuladores como la brujería, el "ateísmo" o la propia mística y, por otro, la misma
objetivación social de lo religioso como aquéllo que el sujeto ahora puede aislar del
mundo (Certeau, 1975: 157-164).
De este modo, las iglesias sólo conservarán su carácter de ideología religiosa,
pero perderán sus prerrogativas de autodeterminación. Su conducta se verá identifi-
cada con la obediencia al rey del mismo modo en que las prácticas particulares ape-
larán a criterios de funcionamiento sociales y políticos. Y frente a la autoridad per-
dida, la reacción es una privatización de las conductas religiosas. A este respecto, la
elocuencia del Castillo interior en Santa Teresa de Ávila habla por sí misma. De este
modo, la socialización del obrar ingresa en la contradicción: la voluntad por darle
sentido a la fe se confina en el afuera del mundo, mientras las exigencias del hacer
(obras) adquieren lógica sólo bajo el universo político y social. Ya se trate de una
práctica civil ligada con la casuística o bien de una práctica cultual relacionada con
la observancia litúrgica, lo cierto es que los márgenes de contradicción se verán ilus-
trados por una idea de moral práctica que atravesará el conflicto entre jesuitas y jan-
senistas durante el siglo XVII (Certeau, 1975: 174-176). Luego, en el siglo XVIII, el
acento del conflicto recaerá en la relación entre moral y piedad, ambas ya separadas.
De todos modos, ese desprendimiento de las categorías religiosas comenzará a ser
reutilizado para construir un nuevo orden social. La ruptura llegará cuando la inten-
ción por conservar lo específico de una práctica religiosa sea vista como un foco de
resistencia e identificada a la luz de una estrategia política. En este sentido, los escri-
tos de Pascal se inscriben dentro de ese mismo cambio: la fe se ve desposeída de un
lugar propio y queda sometida a los avatares de un juego de combinaciones sociales.
Con la Ilustración, la "razón" intenta organizar las prácticas y separarse de lo
irracional de las supersticiones para sólo concebirlo como objeto de un saber. Y junto
a él, las masas populares permanecerán cada vez más alejadas de la élite noble y bur-
guesa. La religión, en tanto parte del poder político y sometida a él, se convierte en
un cuerpo que resulta útil socialmente. Incluso, en los discursos filosóficos del siglo
XVIII, sobrevive la huella de una práctica religiosa que, a pesar de serlo cada vez
menos, continúa en esencia bajo otro nombre. Ciertamente, tenemos un Estado que
asume la razón ecuménica en reemplazo de una Iglesia que ya no es universal, luego
un individualismo de conciencia que confirma ese desamparo eclesiológico y, final-
mente, modos prácticos de un cristianismo que pocos reconocen ya, pero infiltrado
por entre la cultura y el signo del progreso. Por último, los grupos cristianos verán
miniaturizarse como cuerpo, conservando sólo un culto y un discurso que mira hacia

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dentro. Las Luces se nutrirán de ese deterioro del universo religioso y se apropiarán
de una práctica del lenguaje (hecha escritura) frente a la oralidad que determina los
límites de una cultura popular (donde, a su vez, alojará a la religión). La figura del
sacerdote, en este contexto, se transforma en referencia como marca de grupo y en
escritor inserto en la nueva cultura. Sin embargo, al estar incorporado en el eje
mismo de una transición lo convierte, poco a poco, en un intermedio que debe redu-
cir su actividad a conservar la organización interna de su institución. Por otra parte,
una Iglesia que se mira una y otra vez sin poder escapar de ella misma, es lógico que
encuentre, en esa fijación, la escritura de su propia historia lo cual nos remite, una
vez más, al deterioro de la parole10. Una hermenéutica de clérigos operará en este
sentido junto al descrédito que manifiestará hacia las supersticiones populares,
momento en el cual, sin duda, la cultura popular y el clero se separan. Como conse-
cuencia, se impone una nueva imagen del sacerdote: la del funcionario
que custodia la ideología religiosa o la de una policía que garantiza la conservación
de un lenguaje y un culto cada vez más en peligro. Este marco que de Certeau ofre-
ce en 1973 y que funciona como el trasfondo histórico de un teatro donde la mística
cumplió un rol de suma importancia marca, en realidad, el punto de partida cronoló-
gico (el siglo XVIII) de sus reflexiones sobre el devenir del cristianismo contempo-
ráneo tal como las expone en Le cristianisme éclaté, una obra publicada en 1974
cuya autoría comparte con Jean-Marie Domenach11, les pratiques religieuses ont été
la fortresse silencieuse de l'Église pendant les quatre derniers siècles. C'était un
"refuge", comme on disait au XVIIe siècle, par rapport à la déchristianisation de la
raison occidentale et à la difficulté de déterminer les activités à partir de croyances
religieuses (Certeau et Domenach, 1974: 47).
Por otro lado, de Certeau pensará la mística como un nombre. Así, los místicos
han creado discursos debido a que carecían de un cuerpo social. Es por esta razón
que buscan su legitimación a partir de la escritura y con ella intentan construir un
corpus, en base a tres postulados básicos: los acontecimientos empíricos (dolor,
gozo, éxtasis), los discursos que relatan esos acontecimientos y que los convierten en
verdades (la literatura mística) y las prácticas que instituyen un lugar social y una
comunicación contractual ya sea a través de la fundación de un convento o bien
mediante la creación o reforma de una orden tal como ha ocurrido entre los jesuitas
o los carmelitas. A este respecto, a partir de la segunda mitad del siglo XIII, mientras
la idea de corpus mysticum deja de remitir a la eucaristía (Wolin, 1993:112-113) para
referir a la propia Iglesia, el corpus verum sólo designará al cuerpo de Cristo. Esta

10 Para la teología mística, el siglo XVIII representa una época de grandes "sumas", lo cual refuer-
za el sentido escriturario que opera en detrimento de la parole. Como ejemplo de ello, se encuentra el
Cursus theologiæ mysticæ-scholasticæ de Joseph du Saint-Esprit, publicado en Sevilla en 1720, una
enorme suma teológica de la mística.
11 Este texto es, en realidad, la transcripción de un debate público y radial que de Certeau llevó a
cabo el 22 de mayo de 1973 con Jean-Marie Domenach llamado "le Christianisme, une nouvelle mytho-
logie?". De tal modo, esta cita que aquí tomamos debe leerse a partir de esa discusión con Domenach.

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inversión es esencial para comprender el sentido que tendrá la Santa Sede como cuer-
po social de Cristo, presencia visible de una institución por detrás del pan y del vino.
Dentro de la "dialéctica" de los corpus, los místicos o el "cuerpo místico" también se
impondrán como presencia visible, pero como lo "otro". De algún modo, todo ello
fundará una suerte de paralelismo entre jerarquías, es decir, por un lado, la Iglesia y,
por otro, las órdenes y los propios místicos12. Es por ello que la mística también
representa una suerte de estrategia de lo visible.
La Iglesia comenzará a concentrarse en la tecnificación de una élite. A partir del
siglo XII, se intenta la recuperación de lo visible en los espacios marginales ocupa-
dos por las masas populares y se trata de reconquistar a los creyentes mediante la
confesión auricular, el exorcismo o los milagros que se produjeron dentro del cuer-
po eclesial tal como ocurre, por ejemplo, con las "vidas de santos"13. Así, la mística
jugará con esa frontera entre lo visible y lo invisible a través del simbolismo de la
retórica y la teología. La alegoría (que en sentido estricto significa "decir algo de
otro modo") será utilizada por los místicos como figura retórica: ya sea para gravi-
tarse en una tradición teológica, para hablar fuera de ella (por ejemplo, la de San
Pablo) o para referir el tiempo pasado de los hechos a fin de crear una metafísica con
cualidades que no estén ligadas en forma directa con los objetos que califican
(Certeau, 1982: 121-127). Por ello, la mística también se convertirá en adjetivo cuan-
do sea utilizada para referirse al significado alegórico de la Sagrada Escritura, en
contraposición al sentido literal. Pero en el siglo XVII, este adjetivo indica un cono-
cimiento de lo secreto (bajo la forma de una hermenéutica barroca) mientras los mís-
ticos eran llamados "contemplativos", "espirituales" o "santos". Por su parte, la mís-
tica como sustantivo surge a partir de su connotación como "ciencia", esencialmen-
te, con la obra del Pseudo-Dionisio (la cual será una referencia teórica ineludible y
un modelo esencial durante esta época)14. En todo caso, serán tres las teologías que
se articularán: una de carácter aristotélico y/o nominalista (teología escolástica), otra
de rasgos patrísticos (teología positiva) y, finalmente, una teología mística, ligada
con el Pseudo-Dionisio. Naturalmente, será esta última la que recibirá los famosos
ataques de Bossuet, Boileau y Bayle, entre otros: inevitablemente, la retención del
sentido se dispersa y ya no puede ser institucionalizado por una voz única.

12 En de Certeau, la gravedad del teólogo jesuita Henri de Lubac ha sido enorme, sobre todo, a par-
tir de su obra Corpus Mysticum [1944], citada con recurrencia a lo largo de La fable mysti-que, influen-
cia que lo ha marcado, principalmente, durante los años de formación ignaciana (Dosse, 2002: 47-58).
De hecho, esta presencia se percibe más claramente si atendemos a la materialidad del recueil: como ya
mencionamos más arriba, el capítulo III proviene de un ensayo que de Certeau escribió para la obra
colectiva Mélanges Henri de Lubac [1964] a la que, por cierto, no alude. Toda una operación de "ocul-
tamiento" tal como como ocurría, preci-samente, con el cuerpo místico.
13 Precisamente, de Certeau también publicará en la edición de 1971 de la Encyclopædia
Universalis una entrada para el término "Hagiographie" [t. VIII, pp. 207-209].
14 La influencia de la mística del Pseudo-Dionisio en de Certeau, así como en toda una genera-
ción de pensadores cristianos, es harto recurrente (Bertrand, 1991: 109-127).

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Pero, por otro lado, para de Certeau, la mística también será una práctica, justa-
mente, uno de los principales tópicos que recorren su obra y cuyo marco teórico
podría encontrarse ya en L'écriture de l'histoire [1975] respecto del métier del histo-
riador y en L'invention du quotidien [1980] con relación a las estrategias cotidianas
del "hombre sin atributos". En todo caso, al instituir una forma particular de hablar
(con Dios), la mística se convierte en la práctica de un lenguaje que nos remite a otras
de carácter social que estarán marcadas por una época de bilingïsmo donde convivi-
rán el latín (controlado por una élite intelectual) con las lenguas vulgares (utilizadas
por otra élite, más ligada con la literatura popular). Por otro lado, esto afecta la cir-
culación de los escritos puesto que el hablar místico "traduce" o trae otra palabra
(divina) hacia los márgenes de la propia. A su vez, la mística se nutre tanto de la retó-
rica italiana como de los conjuntos doctrinales (oratio) bajo la doble mirada de una
ratio conventual y cósmica. Sin embargo, también se diferenciará de ellos
creando un lenguaje propio. En este sentido, será esencial el papel de la ciencia estoi-
ca por sobre la aristotélica, árabe o judía del Medioveo. Así, el discurso se torna prio-
ritario. En cuanto texto ético y fragmentario tendrá mayor peso que su lógica intrín-
seca puesto que destronar la lógica proposicional será destronar el verbo, lo cual
estuvo íntimamente relacionado con la progresiva decadencia del latín. Por lo tanto,
ya no será posible encontrar místicos sistemáticos. Por otro lado y paradójicamente,
han perfeccionado y acaso generalizado cierto uso del "método", ya sea para organi-
zar reglas que refieran su práctica, ya sea por analogía con una economía del traba-
jo a fin de ahorrar tiempo a partir de una ciencia de lo útil. A este respecto, es digna
de recordar la preocupación material de Santa Teresa por mantener sus "fundacio-
nes". De este modo, la contradicción de la mística se debatirá en unas prácticas que
se quieren tanto terrenales como consustancialmente espirituales.
Finalmente, en de Certeau la mística será un lugar o, en realidad, una anti-babel.
Esta marca topológica es otro de los tópicos que recorren buena parte de su obra,
figura que ha sido señalada con frecuencia por muchos de sus estudiosos (cf., por
ejemplo, Rabant, 2002: 22-26). Así pues, si bien la mística busca un lenguaje capaz
de establecer un diálogo con Dios, ese hallazgo nunca se produce porque el acto del
habla místico se fundamenta en el deseo de lograr ese diálogo, no en el diálogo
mismo (Certeau, 1982: 216). Además, ese Dios se ha multiplicado en varios credos
paralelos y es imposible asirlo, la mística, por ello, es siempre un aprender a escu-
char, un intentar conversar y se colma en la carencia. No hay comunicación posible,
ni tampoco un lugar donde establecerla, "sitio sin sitio" y, por ello, atopía. Las figu-
ras narrativas o poéticas que proporciona la alegoría son un lugar posible, pero es
metafórico y por lo tanto interpuesto entre las palabras y las cosas. El lugar de la mís-
tica se construye con una nueva elaboración de discursos, producidos por los mismos
místicos quienes, además, le otorgan sus propias condiciones de movimiento, un
lugar que, por así decirlo, es intradiscursivo. Sin embargo, también mira hacia fuera
puesto que estos discursos practican una política de la enunciación. Se reforman
lugares, se trazan nuevos contratos sociales y se apela al discurso persuasivo para
generar unidades sociales, instaurar "repúblicas" y recomposer des places de com-
munication, là où se défait le système qui garantissait la relation par un réseau hié-
rachisé et cosmologique (Certeau, 1982: 226). Michel de Certeau intenta acercar al
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lector a esa escritura atópica de la cual era víctima la mística. Junto a ella y a lo largo
de la obra, varias alusiones dispersas sobre la situación económica, social y política,
logran insertar a los místicos dentro de una época histórica que carece de una voz
divina unívoca, L'Un n'est plus là. "Ils l'ont enlevé", disent tant de chants mystiques
qui inaugurent par le récit de sa perte l'histoire de ses retours ailleurs (Certeau,
1982: 10). El marco teológico se funde aquí con el imaginario social de un período
lleno de remisiones a diferentes percepciones de un "mismo" Dios. A la posición del
clero secular y de toda la jerarquía eclesiástica, se suma la nueva visión de las suce-
sivas reformas, la ambigüedad o el equilibrio erasmiano vía San Jerónimo, la retóri-
ca escolástica de la Compañía de Jesús, la herejía de los alumbrados españoles y, en
el siglo XVII, la "peligrosa" doctrina jansenista de Saint-Cyran y Pascal. Las voces
de los místicos participarán de ese contexto.
Indudablemente, La Fable mystique se perfila como un libro dialógico. En este
sentido, el análisis que lleva a cabo en el capítulo II sobre el Jardín de las Delicias
del Bosco, parece aludir a un recurso ya implementado por Michel Foucault en Les
mots et les choses [1966] a partir de Las Meninas de Velázquez. Sin embargo, pare-
ce que sólo lo hiciera para demostrar cuán primitivo se presenta un análisis cuando
se lo hace depender de la vieja noción de representación, algo que de Certeau
demuestra como irrelevante al evadir de su estudio del Tríptico toda intención mimé-
tica. El tratamiento de la exclusión como categoría teórica (que también aparece bajo
la forma de lo prohibido o lo marginal en ambas pinturas) de Certeau lo aprende de
la Histoire de la folie à l'âge classique y lo somete al Estado absoluto o a la misma
Roma. En todo caso, conviene señalar el origen material de este texto. Verdadero ex-
cursus temporal, histórico y narrativo, en primer lugar, es uno de los trabajos más
recientes [1981] con respecto a su incorporación a La fable mystique como capítulo;
en segundo término, no proviene de una publicación vinculada con el mundo religio-
so, sino de Traverses, la revista que entre 1975 y 1989 publicó el Centre de Création
Industrielle del Centre Georges Pompidou de Paris, revista de cuyo comité de redac-
ción de Certeau formó parte hasta su muerte [1986]; finalmente, supone un enorme
paréntesis respecto de la obra en su conjunto puesto que con este Jardin contre natu-
re (tal el título de este número de la revista) busca representar, iconográficamente, la
desmesura del comportamiento místico. Sin embargo, tampoco se tratará de un sim-
ple cambio de registro: por detrás del exceso del Jardín de las Delicias se cifra la
noción de microestrategia, aquélla que logra eludir la fuerza cohercitiva de las insti-
tuciones e imponer un consumo productivo. Precisamente, tal fue el modo en que la
mística fue incorporándose dentro de la sociedad a través de los usos del lenguaje y
la remisión a una práctica que luego se convirtió en un mero convencionalismo. En
este sentido, es dable pensar en los postulados de L'invention du quotidien. Ars de
faire [1980] como el antecedente teórico necesario de La fable mystique (Giard,
1991: 22).
Por otra parte, la obra clásica Cristianos sin Iglesia [1965] del filósofo polaco
Leszek Kolakowski también se verá sensiblemente cuestionada por no cumplir con
uno de los objetivos que se propuso en el prólogo y que (a juicio del propio de
Certeau), finalmente, jamás apareció en la obra, es decir, prétendait même "traiter"
les idées et les mouvements mystiques "comme des manifestations des conflits

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sociaux" (Certeau, 1982: 37). Con todo, son dos filosofías las que aquí se oponen
antes que serios reproches por promesas incumplidas. Por cierto, la mirada de la filo-
sofía positivista del Kolakowski de los años sesenta que les niega a los místicos toda
utopía por conseguir el "absoluto" o a los jesuitas toda incursión en la mística, se verá
abiertamente contrapuesta por la teología negativa que de Certeau les asigna, junto
al desvío propiamente místico que observa en la Orden de Loyola en el siglo XVII
con exorcistas como Surin. En todo caso, de Certeau discute con toda una serie de
sectores académicos e intelectuales de la segunda mitad de la década del sesenta que
remiten, en sentido amplio, a la Escuela de Annales, a cierto estructuralismo en
Michel Foucault y al posrevisionismo de Kolakowski. Como ya mencionamos más
arriba, la "historia total" era para de Certeau un obstáculo antes que una herramien-
ta eficaz para la indagación del pasado. Con respecto al propio estructuralismo, de
Certeau ya no se muestra tan cautivado como una década atrás, si bien quedarán
algunas huellas de aquella seducción en los textos de La fable mystique que datan,
precisamente, de aquel entonces.
Finalmente, debemos subrayar que se trata de una obra cuyo debate se inscribe,
por un lado, en los enjeux de la historia de la Iglesia y del cristianismo, en general y,
por otro, en la historia de los movimientos cismáticos de los siglos XVI y XVII, en
particular. Es aquí donde La fable mystique opera su principal revolución historio-
gráfica. Disciplinas como el psicoanálisis, la filosofía, la teoría literaria, la historia o
la teología resultan campos adecuados para un análisis que de Certeau llama fable,
son, acaso, una toma en préstamo de varias categorías particulares para hacerlas par-
ticipar de un puzzle que se arma y se desarma al mismo tiempo en que se avanza por
el texto. Efectivamente, nada se presenta como un compromiso, no existe aquí una
interpretación claramente delimitada a partir de una disciplina. Por el contrario, de
Certeau apela a lo multidisciplinario para crear un nuevo modo de análisis que aún
no tendría nombre y el cual estaría ya provisto de sus propios neologismos y mane-
ras de funcionar. Precisamente es por este motivo que carece de límites prefijados o
de una estructura discursiva estable. Es por ello, en suma, que La Fable mystique
seguirá siendo un mapa, una cartografía que busca, tal como hacían los místicos, una
forma singular de perderse.

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