El Como Estudiar Las Escrituras
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El Como Estudiar Las Escrituras
escrituras
Joseph Fielding McConkie
Si los cielos se abrieran hoy y Dios nos hablara, ¿no quisieran escuchar
lo que él tiene que decir? De igual manera, ¿si un mensajero viniera en su
lugar, sería de igual interés? Si el mensaje se escribiera, ¿no quisieran leerlo?
Muchas personas fieles han dado sus vidas para que la palabra del Señor
tal como se ha dado a su pueblo antiguamente se preservara para nosotros. El
estudio cuidadoso de este registro solamente puede ser la fuente de una gran
bendición para nosotros, mientras el fracaso para conocerlo sería una pérdida.
Hay que permitir que los principios correctos, no las técnicas, dirijan
nuestro estudio
A través de los años muchos de mis alumnos y otros han llegado a mi
oficina preguntándome cómo pueden llegar a ser mejores estudiantes de las
escrituras. A menudo se me ha preguntado la manera que los hombres como
mi padre, el élder Bruce R. McConkie, y mi abuelo el presidente Joseph Fiel-
ding Smith, ambos de los cuales tenían la reputación de ser estudiosos del
evangelio, han estudiado las escrituras. Implícita en tales preguntas está la
idea que hay alguna metodología o secreto conocido por algunos pocos, y que
aquel secreto da a aquellos que lo conocen, una ventaja distinta en el enten-
dimiento de las escrituras. De hecho, voy a revelar el gran secreto; es que no
hay ningún secreto.
98 Buscad diligentemente • Selecciones de El Educador de Religión
Entre las revelaciones innumerables que han venido del Dios del cielo
algunas pocas se han grabado como escritura. Entre su gran número aún no
han entrado en una colección de tales textos escritos que se han convertido
en forma de libro. Cierta colección de textos escritos se conoce para nosotros
como la Santa Biblia. La palabra biblia viene del Griego biblia, lo cual quiere
decir “los libros”. Por lo tanto, la Biblia es una biblioteca de libros considera-
dos sagrados o santos.
Es importante notar que los católicos, los protestantes y los judíos están
en desacuerdo en cuanto a los libros que deben ser incluidos en esta colección.
La biblioteca de los Santos de los Últimos Días que alberga los libros sagrados
contiene apreciablemente más registros de escrituras de lo que se encuen-
tra en las bibliotecas de las otras sectas. Mientras que las otras religiones no
pueden ponerse de acuerdo en cuanto a cuáles libros han de ser incluidos en
la Biblioteca de la Fe—o sea, la Biblia, como la llamamos—ellos consideran
nuestras adiciones a esta biblioteca como un acto de herejía.
Nosotros, en cambio, creemos que sí tenemos la misma fe que tenían
los antiguos. Recibimos revelación que se relaciona directamente con nues-
tra situación tal como la tenían ellos. Los antiguos fueron edificados por la
revelación dada al pueblo que venía antes pero ellos no se limitaban a la reve
lación antigua. Tal como ha sido con ellos, así es para nosotros. De hecho,
este principio es fundamental para nuestro entendimiento e interpretación de
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ha escrito sino en el espíritu con que se lee. Las santas escrituras leídas con
el espíritu de contención no son escritura; no es la voz del Señor y tampoco
representa su Espíritu. Es sencillamente tinta negra sobre papel blanco. Si el
espíritu con que algo se lee no es correcto, entonces la interpretación de lo que
se ha escrito tampoco puede ser correcta.
Déjenme compartir dos textos clásicos de escritura que enseñan este
principio. El primero viene de una revelación dada para enseñarnos a discer-
nir la verdad del error, buenos espíritus de espíritus malos, doctrina correcta
de falsa doctrina. Al empezar nuestra lectura, el Señor, el gran maestro, in-
centiva nuestro pensamiento sobre este asunto de discernir los espíritus con
una pregunta:
Por tanto, yo, el Señor, os hago esta pregunta: ¿A qué se
os ordenó? [Entonces, en respuesta a su propia pregunta, el
Señor dice:]
A predicar mi evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador
que fue enviado para enseñar la verdad.
Y entonces recibisteis espíritus que no pudisteis com-
prender, y los recibisteis como si hubieran sido de Dios; ¿y se
os puede justificar en esto?...
De cierto os digo, el que es ordenado por mí y enviado a
predicar la palabra de verdad por el Consolador, en el Espíritu
de verdad, ¿la predica por el Espíritu de verdad o de alguna
otra manera? [Nótese que se asume en el texto que lo que ense-
ñamos es verdad—ese no es el punto—el punto es el Espíritu
con el que se enseña.]
Y si es de alguna otra manera, no es de Dios.
Y además, el que recibe la palabra de verdad, ¿la recibe
por el Espíritu de verdad o de alguna otra manera?
Si es de alguna otra manera, no es de Dios.
Por tanto, ¿cómo es que no podéis comprender y saber
que el que recibe la palabra por el Espíritu de verdad, la recibe
como la predica el Espíritu de verdad? (DyC 50:13–21)
¿Lo notaron? Las verdades del cielo no son verdades del cielo si inten-
tamos justificarlas de alguna manera diferente al espíritu de la revelación. Si
vamos a ser “edificados y regocijarnos juntos” debemos enseñar y aprender
por medio del espíritu de la revelación.
102 Buscad diligentemente • Selecciones de El Educador de Religión
Por medio del Libro de Abraham aprendo que los pueblos del Antiguo
Testamento tenían el Convenio de Abraham con su promesa de una conti-
nuación de la simiente y la unidad familiar eterna. Por medio de la fe en la tra-
ducción del libro de Moisés por José Smith, aprendo que Jesús—el Mesías—
se conocía entre Adán, Enoc, Noé, y Abraham y que el plan de salvación que
ellos conocían es el mismo plan de salvación que conocemos hoy en día.
No se trata de un refugio para una posición anti-intelectual común en el
mundo cristiano histórico. Más bien es la declaración atrevida que al traer la
fe al acto del estudio es como una pareja amorosa que trae un hijo al mundo.
El niño es un ser viviente que trae a sus padres una profundidad de amor y
comprensión que nunca podrían haber conocido antes. De la misma manera,
mi fe en Jesús de Nazaret como el por tanto tiempo anticipado Mesías, Sal-
vador y Redentor de la humanidad me da un entendimiento completamente
diferente del Antiguo Testamento de lo que tendría de otra manera.
Todas las cosas se reproducen según su género así que la fe engendra la
fe. La fe en un principio del evangelio que infundirá la fe en otro. Mi fe en
la resurrección—es decir, la unión inseparable de cuerpo y espíritu (una idea
que no se puede defender científicamente)—infunde mi fe en la historia de la
Creación (un asunto sobre el cual hay un sin fin de argumentos científicos).
Es solamente por medio de agregar la fe a nuestro estudio de las escritu-
ras que capturamos la esencia de lo que leemos. La religión verdadera es una
cosa viviente. Exige que las señales sigan a los creyentes. Habla de milagros
para que sepamos que podemos obrar milagros. Describe la voz de Dios para
que reconozcamos su voz al oírla. Comenta sobre el ministerio de ángeles para
que sepamos qué podemos hacer lo mismo; si hemos sembrado las mismas
semillas como los que hemos leído en las santas escrituras, entonces cosecha-
remos tal como ellos han cosechado.
Mantener las cosas en su contexto
Al cuarto principio que quiero llamarles la atención es la necesidad de
mantener las cosas en su contexto apropiado. El contexto da color a o cambia
el color de todo lo que nosotros o cualquier persona dice. Cuando mi esposa
me dice que yo debo decir “te amo” más a menudo, ella no quiere decir que
debo decirlo a otras mujeres. Cada texto de escritura tiene dos contextos: la
circunstancia o el momento inmediato que ha provocado la declaración y
el contexto mayor en relación con todos los otros principios o palabras co-
rrectos. Una declaración oscura o aislada no sería suficiente para sostener el
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tes en detalles, los Evangelios testifican uno del otro. Así sucede con los que
llamamos textos canónicos. No son rivales, sino compañeros.
Yo he escuchado muchas cosas negativas acerca de los comentarios. Re-
cuerden que muchas de las escrituras, si no la mayoría, son comentarios acer-
ca de otras escrituras. Cualquier cosa escrita o dicha acerca del evangelio es
un comentario sobre el evangelio, aun la declaración que no debemos usar los
comentarios es un comentario.
También hay que decir que hay pocas cosas más importantes para com-
prender las escrituras que el sentido común. Ningún pasaje de escritura puede
resistir la mala comprensión y ningún texto de escritura ha resistido el mal
uso. Las causas malas y la mala política a menudo se sostienen con citas de las
escrituras. Los argumentos de las escrituras se explotaron en la época de Jesu-
cristo para rechazarle a él. Para aquellos que buscaban su muerte, Cristo dijo:
Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece
que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas [o sea, las escrituras]
son las que dan testimonio de mí;
y no queréis venir a mí para que tengáis vida.
Gloria de los hombres no recibo.
Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en
vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si
otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis.
¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos
de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?
No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay
quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.
Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque
de mí escribió él.
Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis pa-
labras? (Juan 5:39–47)
dice, “Lo que digo a uno lo digo a todos” (DyC 93:49). Por ejemplo, Doctri-
na y Convenios 25 contiene una revelación a Emma Smith donde él le llama
“una dama elegida” (v. 3). Ella recibe la instrucción específica de seleccionar
himnos para el uso de la Iglesia joven y luego recibe unos consejos generales.
En la conclusión de esta revelación, el Señor dice, “Y de cierto, de cierto te
digo, que ésta es mi voz a todos” (DyC 25:16). Por lo tanto, cada miembro
de la Iglesia tiene un derecho igual para esta revelación. Pertenece tanto a
nosotros como a Emma.
La comprensión de este principio requiere un poco de sentido común
del cual hemos hablado. El Señor no quería que cada miembro recopilara un
himnario, sino que todos debemos evitar la tentación de murmurar acerca de
nuestra suerte, debemos buscar la ayuda del Espíritu Santo en nuestro conoci-
miento y debemos poner al lado las cosas de este mundo para buscar las cosas
de un mundo mejor, tal como Emma fue instruida para hacerlo. Al hacerlo,
tenemos la misma promesa que recibió Emma: recibiremos una “corona de
justicia” con todas las bendiciones que la acompañan.
De igual manera el Señor dio una revelación a José Smith, padre. Es una
revelación acerca del servicio y se encuentra en la cuarta sección de Doctrina
y Convenios. Los misioneros la citan frecuentemente cuando se reúnen, pero
la revelación realmente pertenece a todos nosotros. Es nuestra puesto que los
principios que contiene se aplican a nosotros exactamente de la misma ma-
nera que se aplicaron a José Smith, padre. Así es cuando tomamos la tela de
las escrituras y la adaptamos para conformarla a nuestras circunstancias. Lo
hacemos con integridad, tomando los principios eternos y dejándole, a quien
la revelación iba dirigida originalmente, las promesas que eran para él o ella.
Conclusión
Esto nos lleva a un círculo completo. Sirve para unir nuestros siete prin-
cipios. Empezamos con la idea de que las escrituras, es decir la revelación,
realmente es revelación cuando es acompañada por el espíritu de la revelación.
José Smith y Oliver Cowdery nos dan un ejemplo notable de este prin-
cipio. Después de que Juan el Bautista restauró el Sacerdocio Aarónico a ellos;
después de ser bautizados y que el Espíritu Santo se confirió sobre ellos, José
Smith dijo, “Encontrándose ahora iluminadas nuestras mentes, empezamos a
comprender las Escrituras, y nos fue revelado el verdadero significado e inten-
ción de sus pasajes más misteriosos de una manera que hasta entonces no habíamos
logrado, ni siquiera pensado” (José Smith—Historia 1:74; énfasis agregado).
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