En Todo Tiempo Ama El Amigo

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“En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de

angustia”
Vivimos en un mundo donde la amistad es definida en función de la
cantidad de amigos y seguidores en los sitios de redes sociales.
Interactuamos con otras personas publicando fotos de las vacaciones, de
los lugares que visitamos y actualizaciones sobre los logros propios, o de
nuestros hijos y cónyuges; compartiendo videos graciosos o de otro tipo en
concordancia con algunos de nuestros intereses. Pero si bien estas cosas
pueden ayudarnos a mantenernos conectados en algún nivel, difícilmente
son los componentes básicos de una relación cercana que resulten
nutricios.

De muchas formas, nuestro estilo de vida moderno va en sentido contrario


de la amistad. Casi todo el mundo está sobrecargado, sobrecargado y
sobrecargado. Entre el trabajo, las clases, las tareas del hogar y los
compromisos familiares, no queda mucho tiempo para desarrollar o cultivar
amistades. Una pequeña charla con compañeros de trabajo o mensajes de
texto para decir «hola» puede ser todo lo que logremos realizar en el día.

Sin duda, incluso las interacciones breves pueden ser bendición en nuestro
día. Sin embargo, Dios nos creó para propiciar algo más que lazos sociales
superficiales. Necesitamos amistades verdaderas. Amistades conforme a
los principios y actitudes sugeridos en la palabra de Dios.

Este es el tipo de compañerismo que Salomón describe en Eclesiastés 4:9,


11-12. Donde escribió: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga
de su trabajo.… De nuevo, También si dos durmieren juntos, se calentarán
mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere
contra uno, dos le resistirán…”.
En la Biblia encontramos una muy amplia variedad de referencias a la
amistad. Y la riqueza de los textos que nos la presentan reside en que
proporcionan una gama de aristas tal, que ponderan muchos de los
atributos de la amistad como don, pero también como ámbito de lo humano,
acaso a veces problemático, pero al final don de gracia del Creador para ser
bendecidos con el que nos otorga su amistad.

Desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, la Biblia está llena de


historias y consejos sobre el tema. Se nos dice que los amigos aman en
todo momento (Proverbios 17:17), que, a pesar de que nos hieren, es una
evidencia del afecto verdadero (Proverbios 27:6), algunos pueden ser
perturbadores, pero otros aún más fieles que la misma familia (Proverbios
18:24), proveen un refinamiento y crecimiento mutuos (Proverbios 27:17),
pueden compartir su sabiduría (Proverbios 13:20), e incluso pueden
sacrificarse por nosotros (Juan 15:13).

En las recomendaciones prácticas sobre la Iglesia, en el Nuevo Testamento,


hay también algunos consejos sobre la amistad. Pablo exhortó a los
creyentes, y esto puede aplicarse a los amigos en la fe, a ser compasivos,
amables, humildes, mansos, pacientes, perdonadores, a tener paz unos con
otros, ser amorosos y agradecidos (Colosenses 3: 13-15). Los amigos
también se enseñan unos a otros y adoran a Dios juntos (Colosenses 3:16).

Los verdaderos amigos permanecen a nuestro lado no solo para tener


diversión, sino también para apoyarnos (Hebreos 10:24-25) y animarnos (1
Tesalonisenses 5:11) mientras corremos la carrera que Dios nos ha puesto
por delante. Puede haber un compromiso compartido con la forma de vida
de Dios y el deseo de agradarlo y glorificarlo por la forma en que vivimos
nuestras vidas. Esa es la esencia del compañerismo bíblico1.
Muy a menudo, nuestra inclinación natural es mantenernos alejados de las
personas que enfrentan circunstancias difíciles. ¿Por qué? «A veces
tenemos miedo de entrar en el dolor de los demás porque sabemos que es
posible que digamos algo incorrecto o que no tengamos las respuestas
correctas. Pero, sobre todo, creo, tenemos miedo de la carga», escribe
Christine Hoover en Messy Beautiful Friendship (2017) 2. Ella llama a la
adversidad la «prueba de fuego de la amistad» porque nos pide que
«entremos voluntariamente en el dolor de otra persona».
Es como un hermano en tiempo de angustia (Proverbios 17:17). Los
verdaderos amigos están dispuestos a soportar la incomodidad para poder
apoyarse mutuamente cuando sea necesario. Esto podría significar ser un
buen oyente de alguien que necesita hablar, orar o ayunar sobre la situación
de otra persona, enviar notas de aliento, brindar ayuda práctica como
proporcionar comida o dinero, o simplemente sentarse en silencio con un
amigo herido que quizás no quiera hablar, pero aun así no quiera estar solo.
Cuando mostramos este tipo de apoyo, no podemos evitar sentirnos más
unidos los unos con los otros.

“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15).
Compartir el dolor de otra persona no es algo que la gente quiera hacer
normalmente, pero la primera mitad de este versículo puede ser igualmente
antinatural. Muchas veces en nuestro mundo de competencia feroz, las
personas se encuentran compitiendo incluso con sus amigos, hundiéndose
en la envidia si un compañero los supera. Esto es desafortunado y se da
aún entre el ministerio cristiano. En marcado contraste, los amigos
amorosos se regocijan en los logros, éxitos y bendiciones de los demás.
Cada uno quiere que al otro le vaya bien, incluso si eso significa ser
eclipsado por él o ella. Los amigos amorosos encuentran la verdadera
felicidad en la felicidad del otro, siempre animando al otro para que lo haga
lo mejor que pueda.
“Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su
compañero” (Malaquías 3:16). Los amigos piadosos participan en
conversaciones significativas para aclarar y profundizar su comprensión de
la Palabra de Dios. No es que todo lo que se diga tenga que ser profundo o
complejo. Pero con una verdadera amistad fundada en principios bíblicos,
nunca parece incómodo hablar sobre los propósitos de Dios y lo que está
haciendo en la vida de cada uno.
“Mejor es reprensión manifiesta, que amor oculto” (Proverbios 27:5). Los
amigos de fe nos dirán si estamos cometiendo un error grave en nuestras
vidas, incluso si nos duele un poco. Todos tenemos puntos ciegos y, a
veces, necesitamos otro par de ojos espirituales para ayudarnos a
mantenernos en el camino correcto. ¿Debemos señalar cada pequeño
defecto o idiosincrasia de nuestros amigos? No, claro que no. Por lo
general, nuestros amigos cercanos están dispuestos a pasar por alto
nuestros defectos, y eso es algo por lo que podemos estar agradecidos. Sin
embargo, cuando lo que estamos haciendo tiene un impacto negativo en
nuestra vida espiritual o en las personas que amamos, el asunto es
diferente. Los verdaderos amigos se enfrentarán a nosotros y nos instarán a
cambiar de dirección.
El ejemplo supremo de amistad es el de Jesús. Él es el máximo ejemplo de
amor incondicional pues, “no vino para ser servido, sino para servir y para
dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Él voluntariamente
entregó su vida en beneficio de la humanidad que no era digna de su amor
y conmiseración. Si queremos tener amistades bíblicas, debemos hacer lo
mismo. Debemos amar a los demás con abnegación, lo merezcamos o no y
sin esperar nada a cambio.
Juan 15:12-15 dice: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros,
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su
vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi
Padre, os las he dado a conocer”. A la luz del ejemplo de Jesús podemos
extraer algunas enseñanzas inmediatas. Los amigos tienen ideas afines (el
amor). Se aman con amor sacrificado, como don de sí mismos. Comparten
el uno con el otro desde lo profundo del corazón. Los amigos se conocen
bien y promueven el bienestar de los demás.
Nosotros tenemos la bendición de haber sido adoptados en la familia de
Dios “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo” (Romanos 8:17) y de haber sido hechos amigos de Jesús. A cambio,
estamos llamados a ser buenos amigos unos de otros conforme a los
principios de la amistad que nos legó Jesús, primordialmente en su vida,
pero también en el resto de su revelación escrita.
Según la Biblia, la verdadera amistad se caracteriza por el amor. Los
Proverbios, el ejemplo de David y Jonatán, las instrucciones a la Iglesia y,
en última instancia, el ejemplo de Jesús representa la verdadera amistad.
Un verdadero amigo ama, da consejos sabios, permanece leal en toda
circunstancia, perdona y promueve el bienestar del otro. Llora y se goza
porque todo ello lo considera un don de gracia del creador.
Mejora tu relación con Dios
O.I. Sugey Zavala
A lo largo del tiempo escuchamos lo maravilloso que es tener una sana
relación con Dios, los beneficios que trae para nuestras vidas cotidianas y
para nuestra vida espiritual, incluso podemos ver a hermanos y hermanas
que tienen un crecimiento impresionante en conocimiento de la Palabra y en
los frutos que refleja el trabajo que hacen en el ministerio que desarrollan;
muchas veces pensamos que ojalá pudiéramos tener las habilidades o
dedicación que ellos tienen para también tener el mismo resultado o uno
aún mejor, incluso podemos llegar a fantasear respecto a lo que se puede
hacer mejor y cómo nosotros implementaríamos nuevas formas para tener
mejores resultados. Sin embargo, nada es suficiente si no tenemos un
tiempo diario para cultivar nuestra relación con Dios, esa que a nivel
personal tienes tú con Él; no la que Él tiene contigo.

Tómate un tiempo para evaluar la forma en que sostienes esa relación,


pregúntate ¿cómo defines tu relación con Dios? ¿Cómo la alimentas? ¿Cuál
es el grado de confianza que existe? ¿Cómo la expresas? ¿Qué frutos
tiene? ¿Cómo contagias a otros las ganas de tener una relación estrecha
con Dios? ¿Qué evidencia ven otros de la relación que mantienes con Dios?
Una vez que tengas las respuestas, te invito a que pienses de qué manera
puedes hacer que mejore esa relación que mantienes con Dios.

Y es que, si somos brutalmente honestos no siempre estamos donde


queremos y/o no con los resultados que queremos. Entonces,
inevitablemente surge la pregunta: ¿Cómo puedo mejorar mi relación con
Dios?
Cuando nos hacemos este tipo de preguntas, nos encantaría encontrar una
receta que nos diera resultados inmediatos, sin embargo, aun las recetas de
cocina requieren un tiempo de preparación, otro tiempo para que los
ingredientes puedan soltar su sabor y estos a su vez puedan mezclarse
para llegar al resultado deseado. Piensa en este tiempo de preparación,
cuando te encuentres ante una situación en la que quieras resultados
inmediatos y es que todo lo que nos edifica merece el tiempo necesario de
preparación, el empeño para que aprendamos a hacerlo bien y
posteriormente podamos disfrutarlo y compartir con alguien más. En fin, te
compartiré algunas cosas que puedes implementar para establecer y
mejorar tu relación con nuestro Creador.

1. Búscalo: preséntate tal cuál eres, Él ya te conoce y sabe quién eres,


cuáles son tus peticiones y fortalezas, las debilidades y angustias que estás
atravesando; sin embargo, Dios escucha la oración de sus hijos y actúa
sobre los corazones que le buscan. Dobla tus rodillas, eleva una oración
hacía Él cada día sin que esté cargada con una petición, sólo date la
oportunidad de agradecer la vida que te da, la familia, los amigos, los
hermanos, incluso las situaciones adversas que estás atravesando. Búscalo
no sólo en momentos de indecisión, angustia o tremenda necesidad, alza tu
voz a Dios cuando tengas las ganas de contarle a alguien la felicidad,
emoción, impulso que te da el que algo esté saliendo bien en tu vida y
reconoce que todo va dándose porque Él así lo permitió. También permite
que esté a tu lado en los momentos de profunda soledad, tristeza o
desaliento; háblale y busca su rosto en situaciones en las que sientas que la
injusticia está llevándose tu voluntad de mantenerte de pie. Él siempre nos
levanta, reconforta, sostiene y sustenta.

2. Establece canales de comunicación: permite que Él te dé respuesta a tus


oraciones: peticiones, acciones de gracias, respuesta por algo que no tienes
claro, etc. Escucha su Palabra, medita en ella y permite que alguien más te
hable de Dios. Puedes escuchar predicaciones en YouTube, siempre bajo la
lupa de 1 Tesalonicenses 5: 21-23: escuchemos, analicemos y retengamos
lo bueno, dejando que Dios nos santifique a través de lo que estudiamos;
escucha testimonios de quienes han vivido en carne propia una
transformación luego que Dios los tocó; lee la biblia, cinco minutos diarios
no son suficientes para leer la biblia, sin embargo, puede ser un buen inicio
si no tienes el hábito de hacerlo y luego reflexiona la enseñanza que se
encuentra en la porción bíblica que leíste; escucha música que esté llena
del mensaje de salvación, música que edifique tu vida. Todo enseña, sólo
basta que le des oportunidad a Dios de hablarte por medio de lo que estás
viviendo.

3. Cuéntale a los demás de Él, estoy segura de que te sabes de memoria


Lucas 6:45b (RVR) “…de la abundancia del corazón habla la boca”. No
temas hablarle a los demás del amor que Dios ha mostrado y sigue
mostrando en tu vida a cada instante; no tienes que preparar predicaciones
super elaboradas para comenzar a hablar de Dios, de hecho es más
sencillo de lo que piensas: cuéntale a tus amigos las cosas que haces con
tu grupo de jóvenes, organízate con tu grupo local para ver una película con
mensajes cristianos e inviten a amigos a compartir el momento y después
platiquen de lo aprendido, agrega a tu play list y comparte cantos cristianos
con tus amigos, organicen juegos o retas deportivas con amigos y jóvenes
de la iglesia para que vean cómo compartir el tiempo en un ambiente limpio,
es muy divertido.
4. Sé ejemplo presente de Su esencia. Jesús vino a servir con amor y
humildad, tú también tienes la oportunidad de hacerlo en todos los lugares
en los que te desenvuelves día a día y para hacerlo no necesitas más que
voluntad de hacerlo. Dios te abre los ojos para que puedas ver la necesidad
de otros y puedas llevarlo a cabo (Mateo 25:40). Sé mayordomo de la
creación respetando espacios, cuidándolos y haciendo lo posible por
conservarlos, ayuda a personas que no puedan cruzar rápido la calle, sé
amable con quienes te encuentres en el camino, sede el asiento en el
transporte, escucha a quienes quieren contarte algo, brinda palabras de
aliento, sé sincero y empático con quienes te rodean, controla tu carácter,
escucha el punto de vista de los otros y no quieras tener la razón siempre
(porque no siempre la tienes), no discutas.

5. Permite que Él obre a través de ti. No tengas miedo de actuar y crecer en


el ministerio de Dios; reconoce cuales son los dones y habilidades que Dios
ha puesto en ti y ponlas en práctica, no dejes enterrado el talento que te fue
dado, porque Dios te pedirá cuentas y frutos de tus dones (Mateo 25: 14-
30), no permitas que por inactividad te sea retirado algo que fue preparado
para que tú lo explotaras para provecho de la obra evangélica: si tienes el
don de la música, de la palabra, del estudio, de la enseñanza, de la
escritura, si las personas se te acercan en busca de consejos, palabras de
aliento, etcétera; no te rindas, sigue estudiando y comprométete a dar lo
mejor de ti a través de la necesidad del otro, pues ejemplo tenemos de que
las cosas pueden hacerse desde nuestra condición humana (1 Corintios
12:7-11).

Identifica cuando lo que haces es por la fuerza y voluntad de Dios


separando cuando es por fuerza y voluntad del egocentrismo que sólo nutre
la banalidad, distingue el momento para que puedas ponerle doble esfuerzo
y con ayuda de Dios domines la vanagloria y todo tu tiempo sea puesto a
disposición de Dios.

El Señor no nos ha dado tareas imposibles de cumplir y es nuestro


momento de ponernos en acción como muestra del agradecimiento que
tenemos hacia Él por rescatarnos de la condición de indiferencia y
comodidad en la que estábamos sumergidos.

Deseo con todo mi corazón que juntos como FJC nos levantemos y
pongamos en marcha todos los talentos que tenemos para lograr que
México se convierta en un país que restaure su relación con Dios a través
de nuestro ejemplo.
Escuchando a Dios en el silencio. Min. Ausencio Arroyo García
“…Y tras el terremoto un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y tras el fuego
un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su mano y
salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino una voz, diciendo: ¿Qué
haces aquí, Elías? 1 Reyes 19:9-13
Durante la II guerra mundial, el gobierno de Gran Bretaña elaboró una serie de
mensajes para mantener en alto el espíritu de los ciudadanos que había estado
expuesto por varios años a la ansiedad y el miedo de la conflagración, entre ellos el
bombardeó sobre Londres. Una frase preparada para tal fin, pero que no se empleó,
ya que se tenía previsto emplearla en caso de que los nazis invadieran su territorio;
al no llevarse a cabo, la publicidad se desechó al finalizar el conflicto bélico en
1945. La frase reza así: “Keep calm and carry on” “Mantenga la calma y siga
adelante”. Desde hace pocos años, se volvió popular y actualmente se imprime el
slogan en indistintos objetos de publicidad. El mensaje: “Mantenga la calma”, se ha
vuelto imprescindible en estos días. ¿Cómo podemos desde la fe mantener la calma?
Hacer, no siempre es lo mejor.
El cuerpo humano está conformado de tal manera que ante el peligro responde
secretando substancias que activan la totalidad de la persona y le empujan a
enfrentar o huir, según el carácter y las circunstancias, a la situación de amenaza. La
adrenalina, noradrenalina y el cortisol reúnen las energías del organismo y lo ponen
alerta para dar una respuesta, aceleran el corazón y mueven a ejecutar acciones. En
razón de nuestra biología, hemos llegado a pensar que en los peligros lo mejor que
podemos hacer es responder con acciones. En los indicios de riesgo nos enfocamos a
construir diques, según la naturaleza del peligro, que detengan la catástrofe. Cuando
las acciones son insuficientes o imperfectas para contener el desastre, nos invade el
pesimismo. Aun en el ámbito espiritual, en una situación crítica, generalmente
respondemos con activismo, como si por el solo hecho de realizar algo fuese
suficiente para superar la adversidad.
La amenaza del COVID 19 ha puesto en suspenso la vida cotidiana que llevábamos
y nos ha obligado a buscar respuestas para evitar el daño o por lo menos sufrir lo
menos posible. La tendencia de nuestras respuestas ha sido de producir algo, de no
estar quietos, buscamos mostrar que somos personas de bien, que somos
responsables y podemos justificar lo que recibimos; para esto, nos hemos enfocado
en construir un discurso, fabricar implementos de protección, repetir, en pequeño, el
servicio de iglesia y muchas otras cosas, que son buenas o más bien excelentes, pero
que no son lo único que debemos emprender. Las acciones sin sentido desgastan
pronto, los intentos de llenar el tiempo o el vacío nos pueden dejar extraviados,
cumplir un programa no es todo. Hay quien en medio del activismo se puede sentir
fracasado. Hay algo que debemos aprender o fortalecer en nuestro caminar con el
Señor como nos lo muestra la historia de Elías.
Elías, el gran profeta del Antiguo Testamento, encontrará a Dios, no el estruendo de
las manifestaciones portentosas sino en la quietud del silbo apacible de la presencia
de un Dios-Pastor que cuida de sus ovejas. Cuando el profeta se vio amenazado por
el poder de la terrorífica reina Jezabel, de inmediato puso en marcha un plan de
escape. Es probable que haya deducido que todo dependía de él, que su astucia y su
voluntad lo pondrían a salvo. Su impulso de huir le lleva al pozo de la
desesperación. Cuando pierde la confianza en sus propias fuerzas, y no siente el
respaldo de quien lo envió a la misión de vocero divino, se siente desvalido y
abandonado, su falta de esperanza le lleva a desear morir. Sin embargo; mientras se
halla invadido de profunda tristeza, Dios lo encuentra en un alto del camino. La voz
de Dios le advierte que se ponga en pie, pues tiene por delante un largo camino,
todavía deberá completar un plan de vida. En la siguiente etapa de su andar por la
soledad del desierto, lo encontramos dentro de una cueva. La narración nos descubre
que ha entrado en un refugio seguro, evita quedar expuesto y se pone a resguardo.
Allí ocurrirá el instante clave que despertará su verdadero poder espiritual.
Elías ha hecho demostraciones extraordinarias frente a los adversarios de la fe de
Israel, pero se inundó de miedo cuando se supo perseguido por la mujer más
poderosa del reino. Mientras está en el interior de la cueva, el Señor le dice que
salga y se ubique en el espacio abierto del monte. Dios se le revelará, se mostrará
ante este hombre que va quedado en evidencia por sus carencias y fragilidades, que
se ha dado cuenta que sus miedos son grandes y sus pensamientos tienden al
pesimismo. Dios quiere dejar de ser el poderoso desconocido, para ser el íntimo
impulso del profeta. El momento del encuentro es muy significativo, ante sus ojos
primero vino un fuerte viento que rompía los montes y quebraba las peñas, pero el
Señor no estaba en el viento; luego vino un terremoto, pero el Señor no estaba en el
terremoto; después vino un fuego, pero Dios no estaba en el fuego; tras el viento
llegó un viento apacible y delicado. Allí vendrá Dios para hablar en intimidad con su
siervo.
Escuchar a Dios en la quietud y el silencio, será siempre mejor
Los encuentros personales de Dios con los seres humanos ocurren en soledad. Estos
encuentros permiten el diálogo sobre los asuntos más profundos como las
motivaciones del corazón, las emociones y la manera de cómo se ven a sí mismas las
personas. ¿Qué haces aquí, Elías? Le pregunta el Señor. Es una pregunta que
contiene muchas otras: ¿Por qué llegaste aquí? ¿Qué persona eres en este momento?
¿Qué te mueve? ¿A qué le temes? ¿Qué te preocupa? ¿Por qué elegiste este lugar?, y
más posibles cuestionamientos. Al hacer propio el relato, estas preguntas resuenan
en nuestros oídos. En la quietud y el silencio escuchamos a Dios decirnos de nuevo
¿Qué haces aquí? La tendencia al activismo, incluyendo el religioso nos impide
escuchar las interrogantes esenciales y las encomiendas personales de Dios,
actuamos en la medida de nuestras fuerzas, lo que nos parece bien. No que sea malo,
pero no es lo único y no siempre es lo mejor que podemos hacer.
El evangelio de Lucas 10:38-42 cuenta la historia de dos mujeres aldeanas quienes
reciben a Jesús en su hogar. La anfitriona Marta, se moverá preocupada por los
quehaceres domésticos, irá de un lado para otro atendiendo las necesidades físicas
de los comensales, no es malo; mientras María, se sentará junto a Jesús y en silencio
escuchará las palabras íntimas de sentido y aliento, María escogió lo mejor. La vida
nos impone acciones para sobrevivir. Pero hay un ángulo que jamás debe
desatenderse, éste tiene que ver con la comprensión del sentido espiritual de la
existencia: ¿Para qué vivimos? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Qué nos mueve? ¿Qué
dice Dios de nosotros? ¿Qué espera que hagamos?
¿De dónde vendrá nuestra fuerza y noble disposición a enfrentar las adversidades?
De percibir la presencia rectora de Dios en lo más hondo del ser, de la confianza que
nos da el saber que estamos en sus planes y que sus promesas son fieles, que todo
tiene un fin aceptable a sus propósitos; de aprender a depender de él y no de nuestras
fuerzas o nuestra inteligencia. Cuando haya que elegir entre pasar tiempo en la
misión de Dios o pasar tiempo con el Dios de la misión, debemos tener clara la
prioridad. A veces el activismo tiene sus raíces en la angustia y se convierte en una
forma de intentar evadirla, lamentablemente, siempre nos alcanzan el miedo, la
frustración o el cansancio.
Aunque parezca una participación infructuosa porque sea invisible a los ojos de los
demás y no deje huellas evidentes para seguir el camino, el tiempo que pasemos en
quietud y silencio con el Señor, hará posible el desarrollo del carácter cristiano, la
sensibilidad espiritual y la resistencia frente a las adversidades. Cuando renunciamos
a la búsqueda del rendimiento y nos enfoquemos en deleitarnos en los momentos de
escuchar a Dios, estaremos dejando a Dios ser Dios y alcanzarás la calma de tu
corazón.

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