Nuestro Tiempo COLUMNA PATRICIO ALEXIS CONTRERAS SANCHEZ
Nuestro Tiempo COLUMNA PATRICIO ALEXIS CONTRERAS SANCHEZ
Nuestro Tiempo COLUMNA PATRICIO ALEXIS CONTRERAS SANCHEZ
Intensa es la literatura de las Ciencias Sociales que destaca nuestro tiempo como
Postmodernidad, de “Modernidad líquida”, de “Sociedad del riesgo”, etc. La etiqueta, estrecha
queda. En un mundo altamente complejo, las contingencias se vuelven normalidad, desde una
extraña habitabilidad. Nuestro tiempo es un tiempo altamente desafiante, donde lo hipotetizado
no siempre se resuelve conforme a lo esperado. Y si la ciencia de la Historia antes se dedicaba
relatar hechos y procesos del pasado, “los hombres en el tiempo”, o “lo que realmente sucedió”,
hoy es una muestra de permanente deuda, o replanteamiento, y nos dedicamos más bien a
exponer “lo que adeudamos de haber explicado”, lo que nos quedó pendiente, la Historia es dar
cuenta de lo que se nos olvidó relatar o lo que no resolvimos, lo “urgente”.
Difícil, es generar cambios, cuando en nuestro tiempo perviven elementos de poder que los
síntomas de la convulsión social de 2019 subrayó, como asimismo pretéritamente una
revolución en 1859 y tantos “estallidos” más relacionados con cuestiones urbanas y la forma
de hacer la política en Chile y el mundo, constantes en un centralismo y autoritarismo
naturalizado por la palanca y el consenso de las elites. La persistencia de la crisis de
representatividad e inequidad se naturaliza y simplemente recita como catálogo de tópicos de
ciencia política o memorística sonámbula, y es rayana a una clase política, que no solo se ha
atornillado en el poder, sino que genera un humo histórico sobre una de los antecedentes que le
ha permitido profitar del poder, lo que es peor: un factor, escasamente discurseado, más allá de
los evidentes problemas de administración de la polis, hace relación con la falta de
cuestionamiento a nuestras prácticas de asignar poder: dar el voto sin saber bien las ideas de los
candidatos debilitando nuestra soberanía. La necesidad de exigir, transparentar, debatir, de
discutir, es propia de las democracias y del liberalismo, del parlamentarismo cuyas raíces
remotas vienen desde la Baja Edad Media. El análisis político debería priorizar desde la
existencia de la política moderna, más que nunca, una visión reflexiva de la ciudad
contemporánea desde los ciudadanos. La derrota del "Estado de hecho" por el Estado de
Derecho, iniciada a fines del siglo XVII en Inglaterra y ratificada los siglos posteriores, supuso
nivelar las fuerzas armadas y emparejar la virtud de lo político como garantías, transparencia,
derechos. En el centro de todo orden, debe estar hoy el consenso. No basta la imposición. Se
acabó el orden por el orden de los poderosos. Debatir, el dialogar, se hace cada vez más
urgente, en medio de sistemas altamente complejos.
Si bien los ciudadanos podemos fiscalizar, generar medidas proactivas y no solo diagnosticar
mejorías de cambios, es necesario que ejerzamos un papel activo en las agendas locales y
nacionales. Junto con dejar de votar por los primos, amigos, o gente que nos da trabajo o lo
que creemos es un “favor”, debemos tener claro que debemos votar por aquel que sepa
racionalizar las ideas mejor, y para ello debemos volver al centro de todo en la polis: el
dialogar, el debatir. Sin debate gana el que tiene la mercadotecnia y el poder tradicionalmente
coercitivo o se “vota por el más conocido o menos malo”. Pero por eso debemos exigir se
hagan debates, constantes, no solo uno. Hay ciudades en donde no hay debate, ni siquiera uno.
Porque tampoco es un ejercicio de lenguaje, colegial, en donde alguien que puede ser mejor,
simplemente se pone nervioso y por un debate (mecanismo) queda “anulado”. Pero el ejercicio
de hacer público ideas, es válido, mientras más se testee. Robert Dahl, Guillermo O´Donell
entre otros tantísimos más, han puesto de relieve indicadores de una democracia de calidad y
complementan lo anteriormente señalado.