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Nuestro Tiempo COLUMNA PATRICIO ALEXIS CONTRERAS SANCHEZ

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Nuestro tiempo

Intensa es la literatura de las Ciencias Sociales que destaca nuestro tiempo como
Postmodernidad, de “Modernidad líquida”, de “Sociedad del riesgo”, etc. La etiqueta, estrecha
queda. En un mundo altamente complejo, las contingencias se vuelven normalidad, desde una
extraña habitabilidad. Nuestro tiempo es un tiempo altamente desafiante, donde lo hipotetizado
no siempre se resuelve conforme a lo esperado. Y si la ciencia de la Historia antes se dedicaba
relatar hechos y procesos del pasado, “los hombres en el tiempo”, o “lo que realmente sucedió”,
hoy es una muestra de permanente deuda, o replanteamiento, y nos dedicamos más bien a
exponer “lo que adeudamos de haber explicado”, lo que nos quedó pendiente, la Historia es dar
cuenta de lo que se nos olvidó relatar o lo que no resolvimos, lo “urgente”.

Haciendo un símil a la crisis de expectativas (“progreso indefinido” y liberalismos) de inicios


del siglo XX, la primacía del estudio fenomenológico y empírico, controlable, con su
verticalidad sujeto-objeto ha decantado en una inquietud y una situación que pone al
Historiador y analista social con la sensación de ser aquel espectro en la pintura “El grito” de
E. Munch (1893): no vemos el objeto de estudio contingente, hasta que el efecto ya está (muy)
encima; nuestra tardanza y déficit de comprensión disciplinar ante el análisis de los fenómenos
o nuestra imposibilidad de tener una racionalidad global, abre la senda, para quienes tienen el
“plus valor” de la “anticipación” de los fenómenos, de una buena lectura de los tiempos, donde
arte y ciencia pierden sus contornos. El actual conocimiento hiper especializado tiene sus
límites, y son varios los “sismos” históricos que nos demandan un trabajo inter y
transdisciplinario y, exigen humildad epistemológica. El know how, el “poder blando”, la
creatividad, y la intuición y el método deben intersectarse (y comunicarse muy bien). Ya no
basta con la voz de los diagnósticos de especialistas. Esa ciencia fracasa ante la realidad. Y más
fracasa la política cuando no “lee” (literal y metafóricamente) la realidad.

Si bien no aspiramos a la econometría, los fenómenos escurren, no los anticipamos como


deseábamos y sabíamos que vendrían, y los fenómenos “anticipados” no son leídos, mientras
papers y tesis adornan hermosas bibliotecas con libros con olor a nuevo que solo se traduce en
basura y externalidad intelectual: el calentamiento climático y sus efectos, o el terrorismo y su
aparición, los “estallidos sociales”, ¿son acaso inesperados? Si los cambios no los hacemos
nosotros, por consensos y agenda más horizontal, más temprano que tarde, los cambios son un
tsunami sin pedagógica advertencia.

En medio de nuevas inseguridades y la soberanía de lo invisible (dinero virtual, terrorismo


fantasma, virus en sus diversas manifestaciones, etc.), como siempre el hombre buscará la
seguridad, cual contrato feudal, mas quizás los muros estén eso si ya no lejos, sino frente a
nuestras casas, nuestros miedos e intolerancia, nuestros prejuicios, nuestro lenguaje, nuestra
falta de creatividad y, compraremos “tiempo”, “anticipación”, “consejos”. Los desafíos de
nuestro tiempo son diversos. La ciudad sigue siendo el principal elemento de la política como
condición misma de su ejercicio: la polis y la política, están en deuda sobre todo con la
dimensión infraestructura y con la visión de ciudadano que queremos tener (civitas). La actual
pandemia de covid19 que, probablemente no será la última en el siglo (tal como hasta incluso
muchos simples manuales de Historia de enseñanza secundaria lo anuncian hace años), nos está
exhortando lo que nos exigía la “Sociedad del riesgo” y la discurseada ética postmoderna, pero
ahora cataliza cual ultimátum: vamos por parte, en primer lugar, el transporte, imperiosamente
debe ser armonioso, empático y racional, y con un papel importante de regulación y gestión del
Estado, lo mismo que la Educación y Vivienda. La preocupación higiénica actual, no muy
diferente de la urgente y reactiva obsesión higienista de las ciudades de las décadas del medio
dia del siglo XIX, está directamente relacionada con el uso de los espacios y nos demanda
cambios que ya antes han sido advertidos por gremios, comunidades y movimientos sociales.
La sabia pero “maldita” pandemia nos está diciendo, lo mismo que los acontecimientos y
coyuntura iniciada o que entró en erupción entre octubre de 2020 y marzo de 2021: se necesitan
transportes (con valores) más dignos (y competencia ética para quienes los instalen), no pueden
los seres humanos andar como cardúmenes humanos en el transporte metropolitano , es
asimismo insostenible que las soluciones de transporte solamente se centren en las regiones
metropolitanas (descentralización de recursos y gestiones), por otra parte, los maestros de
escuelas no pueden seguir con más de 35 alumnos por clase, y finalmente, se necesitan
viviendas con mayor cantidad de áreas verdes y que cada uno pueda ejercer una actividad más
tranquila en su cotidianeidad. Nuestros problemas pandémicos de este tiempo nos recalcan
simplemente que somos deudores de tener más espacio, más dignidad, tener más tranquilidad,
tener más tiempo, de ser más humanos. Nos está diciendo basta de aprovechamientos hormigas,
de aprovechamientos elegantes. Y cuando cae una gota, cae la lluvia. Y sin ideas e intersección
hay temporal. La pandemia no deja que en una sala puedan haber tantos niños: ¿Pero era
necesario esperar esto para llegar a tales conclusiones? La pandemia nos dice que hay gente que
sufre porque debe estar encerrada en poco espacio y no pueden vivir sus cuarentenas
adecuadamente: ¿Era necesario esto para urgir a mejores conclusiones y gestiones y miradas de
ciudadanía y de la política que hacemos?
Nuestro pandémico tiempo, es nuestro tiempo. Es nuestro espejo, nuestra pesadilla, lo que es la
noche, la higiene del sueño. La mejoría de barrios, la tenencia responsable de mascotas, el
cuidado de los abuelos, la educación financiera, la política del patrimonio social, rural y
urbano, los marginados de la Historia, planificación de riesgos socio-naturales, planificación
urbana, formación de ciudadanía y constitución, tolerancia a la diferencia, inmigración, el
cuidado de los niños, la constante preocupación por la fiscalización, la tecnología y
conectividad, el cuidado de los recursos y nuestra posición en el Geosistema como criaturas, la
investigación y desarrollo, la libertad y diversidad, la salud física y mental, nuestros pueblos
originarios, ciudadanía global, la paz, el estrés, la soledad, el silencio, la sobrevivencia, los
pactos, el respeto, la libertad. Deudas de nuestro tiempo.

Difícil, es generar cambios, cuando en nuestro tiempo perviven elementos de poder que los
síntomas de la convulsión social de 2019 subrayó, como asimismo pretéritamente una
revolución en 1859 y tantos “estallidos” más relacionados con cuestiones urbanas y la forma
de hacer la política en Chile y el mundo, constantes en un centralismo y autoritarismo
naturalizado por la palanca y el consenso de las elites. La persistencia de la crisis de
representatividad e inequidad se naturaliza y simplemente recita como catálogo de tópicos de
ciencia política o memorística sonámbula, y es rayana a una clase política, que no solo se ha
atornillado en el poder, sino que genera un humo histórico sobre una de los antecedentes que le
ha permitido profitar del poder, lo que es peor: un factor, escasamente discurseado, más allá de
los evidentes problemas de administración de la polis, hace relación con la falta de
cuestionamiento a nuestras prácticas de asignar poder: dar el voto sin saber bien las ideas de los
candidatos debilitando nuestra soberanía. La necesidad de exigir, transparentar, debatir, de
discutir, es propia de las democracias y del liberalismo, del parlamentarismo cuyas raíces
remotas vienen desde la Baja Edad Media. El análisis político debería priorizar desde la
existencia de la política moderna, más que nunca, una visión reflexiva de la ciudad
contemporánea desde los ciudadanos. La derrota del "Estado de hecho" por el Estado de
Derecho, iniciada a fines del siglo XVII en Inglaterra y ratificada los siglos posteriores, supuso
nivelar las fuerzas armadas y emparejar la virtud de lo político como garantías, transparencia,
derechos. En el centro de todo orden, debe estar hoy el consenso. No basta la imposición. Se
acabó el orden por el orden de los poderosos. Debatir, el dialogar, se hace cada vez más
urgente, en medio de sistemas altamente complejos.

Si bien los ciudadanos podemos fiscalizar, generar medidas proactivas y no solo diagnosticar
mejorías de cambios, es necesario que ejerzamos un papel activo en las agendas locales y
nacionales. Junto con dejar de votar por los primos, amigos, o gente que nos da trabajo o lo
que creemos es un “favor”, debemos tener claro que debemos votar por aquel que sepa
racionalizar las ideas mejor, y para ello debemos volver al centro de todo en la polis: el
dialogar, el debatir. Sin debate gana el que tiene la mercadotecnia y el poder tradicionalmente
coercitivo o se “vota por el más conocido o menos malo”. Pero por eso debemos exigir se
hagan debates, constantes, no solo uno. Hay ciudades en donde no hay debate, ni siquiera uno.
Porque tampoco es un ejercicio de lenguaje, colegial, en donde alguien que puede ser mejor,
simplemente se pone nervioso y por un debate (mecanismo) queda “anulado”. Pero el ejercicio
de hacer público ideas, es válido, mientras más se testee. Robert Dahl, Guillermo O´Donell
entre otros tantísimos más, han puesto de relieve indicadores de una democracia de calidad y
complementan lo anteriormente señalado.

Patricio Alexis Contreras Sánchez


Licenciado en Historia Universidad de Chile
Profesor de Historia y Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Católica de Chile
Diplomado en Análisis Político, Instituto de Asuntos públicos, Universidad de Chile
Diplomado en Estudios Internacionales, Instituto de estudios internacionales Universidad de
Chile
Diplomado en Historia del Arte, Centro de estudios avanzados y extensión, Pontificia
Universidad Católica de Valparaíso

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