La Fortuna y La Muerte
La Fortuna y La Muerte
La Fortuna y La Muerte
ANDALUCES EN AMÉRICA EN LA
^UCA Universidad
de Cádiz
Servicio de Publicaciones
2003
Barrientos, María del Mar
ISBN 84-7786-667-8
ISBN: 84-7786-667-8
Depósito Legal: CA-777/03
Diseño: Cadigrafía
Maquetación y fotomecánica: Produce
Imprime: Jiménez-Mena Impresores
A Kike, a María y a Blanca
por todo el tiempo robado.
❖ ÍNDICE DE MATERIAS
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................. 13
CAPÍTULO I
ANDALUCES EN AMÉRICA: ¿QUIÉNES ERAN ESTOS HOMBRES?
1. La documentación de Bienes de Difuntos
como fuente para la investigación histórica.......................................................... 29
2. Los que se iban.......................................................................................................... 33
2.1. El número.......................................................................................................... 41
2.2. El sexo y la raza............................................................................................... 42
2.3. La naturaleza.................................................................................................... 43
2.4. La edad ......................... 50
2.5. El estado civil .................................................................................................. 53
2.6. La procedencia familiar....................................................................................58
2.7. La descendencia ............................................................................................... 60
2.8. La profesión....................................................................................................... 65
2.9. El nivel social.................................................................................................... 72
2.10. El nivel cultural............................................................................................... 78
2.11. El nivel económico......................................................................................... 87
CAPÍTULO II
LOS HOMBRES DEL MAR
1. Introducción ............................................................................................................. 93
2. Los barcos en los que partían ................................................................................. 95
2.1. El sistema de flotas........................................................................................ 97
2.1.1. Las Flotas, Galeones y Registros en los
que iban embarcadoslos mareantes..................................................... 99
2.1.1.1. La Flota de Nueva España ............................................................. 101
2.1.1.2. La flotilla deazogue.......................................................................... 115
2.1.1.3. Los Galeones .................................................................................... 117
2.1.1.4. Los Registros sueltos................................................................................. 119
3. La tripulación.......................................................................................................... 122
3.1. Los cargos de autoridad en los barcos de la Carrera de Indias .................124
3.2. Los cargos “prácticos" en los barcos de la Carrera de Indias...................... 135
3.3. La marinería..................................................................................................... 141
3.4. Los artilleros .................................................................................................. 146
3.5. Las Tripulaciones delasArmadas..................................................................... 148
4. El viaje......................................................................................................................151
5. Relaciones personales enlaCarrera ....................................................................... 172
CAPÍTULO III
LOS COMERCIANTES
1. Introducción............................................................................................................. 177
2. Cádiz como enclave mercantil.Su entorno y población ......................................179
3. Los comerciantes..................................................................................................... 184
3.1. Tipología de loscomerciantes......................................................................... 185
-Los cargadores............................................................................................... 187
-Los mercaderes ............................................................................................ 188
-Los intermediarios ...................................................................................... 204
-Los vendedores ambulantes ........................................................................ 211
-Los comerciantes aventureros......................................................................213
-Los dependientes ......................................................................................... 219
CAPÍTULO IV
EL HOMBRE ANTE LA MUERTE
1. -La muerte en sí .................................................................................................... 227
2. -Las disposiciones para después de la muerte........................................................236
3. -Otras disposiciones.................................................................................................. 250
4. -Los costos de la muerte......................................................................................... 265
APÉNDICES ...................................................................................................................285
Andalucía a lo «largo del siglo XVI y las primeras décadas del XVII había llegado al
cénit de su protagonismo mundial, se había convertido en la encrucijada de un mundo
europeo pleno de dinamismo y de un mundo americano repleto de posibilidades. Esta
situación no se va a prolongar durante mucho tiempo. Durante el siglo XVII, Europa y
España, y como ellas nuestra región, se ven envueltas en las crecientes dificultades de esta
etapa, a la que la historiografía ha dado el nombre de crisis del siglo XVII. Si bien es ver
dad que investigaciones recientes han intentado negarla o minimizarla, los últimos estu
dios han demostrado que tal crisis existió aunque no abarcó todo el siglo, ni afectó a todo
el país por igual2. Andalucía, tan sensible a la coyuntura general por sus contactos exte
riores, quedó fuertemente afectada por las repercusiones bélicas y económicas del inmen
so organigrama político en el que estaba envuelta, así como por factores autóctonos,
como fueron las crisis epidémicas, y una climatología que, aunque siempre caprichosa,
agudizó sus rigores. Esta depresión parece que tocó fondo a mediados del siglo (1640
1660), comenzando a partir de aquí una leve recuperación.
La llegada del siglo XVIII trajo consigo la entronización de una nueva dinastía en
nuestro país, los Borbones, y con ella un cambio de orientación en la política exterior e
interior. España se dirige cada vez más hacia la consolidación y ampliación de sus domi
nios americanos, lo que implicaba la restauración del poder naval. La revitalización del
tráfico con las Indias siguió siendo una de las bases de la prosperidad andaluza, aunque
fue creciente la participación de otras regiones españolas, y no cabe la menor duda de que
aún fue mayor la de otras naciones extranjeras.
Inmersos en este mundo, con un bagaje de grandezas y penurias, transcurre la vida de
nuestros protagonistas, los andaluces que en los últimos años del siglo XVII y los pri
meros cincuenta del XVIII marchan hacia las Indias. Historias enmarcadas en este perio
do que en el trabajo vamos a analizar, intentando que sean una muestra que refleje en la
mayor de las medidas esa realidad.
En su mayoría eran hombres que salieron empujados por la precaria situación de su
lugar de origen, las continuas crisis de subsistencia y el deseo de mejorar el status eco
nómico y social. Marcharon en busca de un horizonte más prometedor, se arriesgaron a
nuevas formas de vida, con la pretensión de lograr su Dorado, porque aún pasado el espe
jismo del siglo XVI, el Nuevo Mundo se alzaba ante la población peninsular como un
horizonte de promoción económica y social; la gran aventura americana fue para muchos
andaluces una fuente innegable de prosperidad —ni qué decir con la idea que se tenía en
el siglo XVI-. Por ello algunos emplearon sus haciendas en la ilusión de llegar al lugar
que les procuraría enriquecimiento fácil, al menos en teoría, en un lapso de tiempo no
muy largo.
El objetivo principal es dilucidar qué ofrecía América a este grupo de hombres. Quiénes
son algunos de los andaluces que durante la primera mitad del siglo XVIII deciden salir
hacia las Indias; qué razones les impulsa a marchar; qué buscan en el Nuevo Mundo, y si
ven realizadas las aspiraciones que les llevaron a empeñarse en tan arriesgada empresa.
Estas y otras cuestiones son a las que se intentarán responder, aunque sea para un
grupo determinado, en las páginas siguientes. Bajo el título La fortuna y la muerte. Anda
luces en América en la primera mitad del siglo XVIII, hemos pretendido aproximarnos al
conocimiento de la realidad de estos hombres. No se trata de un trabajo sobre la emi
gración española a América, que acepte las propuestas de la corriente historiográfica que
aspira enfrentarse con el tema de la emigración a Ultramar desde ópticas diferentes a las
tradicionales3, sino del estudio de unos hombres que con el fin de ejercer su actividad
laboral, formando parte de las tripulaciones de las flotas, realizando alguna actividad
comercial, o con otro fin, marchan con el firme propósito de volver, designio que la pro
videncia les negará, y en pocas ocasiones se trata de emigrantes en sí.
Al aspecto social ha apuntado en buena parte el propósito del estudio: se analiza el per
fil socioeconómico de estos hombres, a la vez que se incluyen y estudian dentro del grupo
profesional al que pertenecieron. Con ese fin, se examinan pormenorizadamente los dos
grandes grupos profesionales en los que se incluyen los protagonistas: mareantes y
comerciantes; prestándole especial atención a todo lo que rodeaba a estos dos mundos,
cómo se organizaban y estructuraban. Por otro lado, y en relación con los otros colecti
vos profesionales, es preciso puntualizar que serán analizados en el primero de los gru
pos, evidentemente por la vinculación y lazos que, como se irán observando, mantienen
3 Como dice el profesor Magnus Mórner, estas tendencias historiográficas que se han ido desarrollando en las
dos últimas décadas están más en conexión con la utilización de fuentes nuevas y con testamentos de aspec
tos inéditos de fenómeno migratorio. Es decir, trabajos donde una visión más pormenorizada de los emi
grantes y sus circunstancias se superpone al interés por el número, por la cuantificación.
Introducción 17
con los hombres del mar. En el caso de los mareantes se analizan las diferentes flotas, la
tripulación, etc., el entorno profesional en el que incluiremos objetivos y avatares de los
mareantes, sus vidas; con similar fin se lleva a cabo un estudio del grupo de los comer
ciantes, analizando la tipología de estos, además de los diferentes niveles de transaccio
nes que realizaban.
De todo el grupo se examinan sus inquietudes, sus deseos, sus aventuras hasta el
momento que les sobreviene la muerte. Para seguir estudiando la muerte en sí, nos acer
caremos a las causas que la provocan, a la parafernalia que la rodea y a todas las disposi
ciones que se establecían para después de ella.
En buena medida el propósito apunta a realizar un trabajo sobre la vida y la muerte de
estos hombres, cómo vivían, en qué ámbito se movían, qué hacían para sobrevivir y cómo
morían. Por ello, no se pretende dar unas conclusiones taxativas; el estudio en buena
parte va enfocado hacia el conocimiento de la vida de estas personas en sus distintos
ámbitos.
Asimismo se ha intentado sumar nuestra aportación al análisis de la situación socioe
conómica de la tierra de salida, Andalucía. Con este propósito se indaga en los años en
los que se producen mayor número de salidas, al igual, que se rastrea las causas del por
qué determinadas zonas aportan más individuos.
Cuestiones todas ellas a las que se tratará de dar respuesta a partir de una fuente docu
mental como son los Bienes de Difuntos. Dicha fuente encierra tal riqueza y variedad que
nos ha permitido adentrarnos en el apasionante mundo de ilusiones, fortunas y desenga
ños que América siempre despertó. Es más, el contacto con los expedientes de Bienes de
Difuntos en nuestros primeros trabajos de investigación4, nos ha revelado directamente
sus enormes cualidades y potencialidad.
Para aquellos que no han tenido la ocasión de conocerla y trabajarla, sería interesante
una breve descripción de su diversidad y características, pues no se trata de un docu
mento simple, completo y fácil de interpretar -como puede llegar a aparentar-, sino un
tipo de fuente que exige una gran meticulosidad en su manejo e interpretación. Es un
documento heterogéneo, muy variado y complejo, rico en matices, ya que al no ser una
fuente oficial, domina la naturalidad y espontaneidad en la exposición de las noticias.
Este documento fantasma como lo llama el profesor García-Baquero se puede convertir al
menos en diez documentos distintos: testamentos, inventarios post mortem, almonedas,
resoluciones de cuentas, fe de registros, cartas de diligencias, pedimentos, probanzas,
autos de adjudicación y cartas de pago. La complejidad documental deriva de los nume
rosos trámites y gestiones que debían de efectuarse tanto en los Juzgados de Indias como
4 Hemos manejado estas fuentes para la realización de diferentes artículos y la tesina que en su momento cita
remos.
18 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
en la propia Casa de la Contratación, hasta que los herederos recibían la herencia que les
había sido legada.
De la riqueza y posibilidades que este tipo de documento ofrece para la investigación
se hacen eco muchos historiadores. Ya lo pusieron sobre aviso Guillermo Lohmann Ville-
na, Encarnación Rodríguez Vicente y José Muñoz Pérez5, entre otros. Sin embargo estas
llamadas de atención no han encontrado entre los investigadores la respuesta que mere
cía. El uso que se ha hecho de la misma dista mucho de agotar el aprovechamiento de las
formidables posibilidades de esta fuente. En muy pocos casos se ha utilizado todo el
material informativo que nos proporcionan los distintos tipos de documentos que con
forman el expediente. Si bien hay que citar que en los últimos años se han ido realizan
do trabajos más completos, los que más adelante comentaremos.
Por consiguiente, la fuente primordial que disponemos para este estudio procede de los
denominados autos de Bienes de Difuntos localizados en la sección de Contratación del
Archivo General de Indias, donde se halla el grueso de la información. Con el propósito
de encontrar más documentación relativa a dicha investigación se llevó a cabo toda una
serie de pesquisas en todas las secciones del Archivo General de Indias. Como resultado,
se hallaron documentos relativos a varios difuntos andaluces con la suficiente entidad
como para poder reconstruir una buena parte de sus vidas. Igualmente en las diferentes
secciones se localizan noticias y datos complementarios al trabajo. En las secciones de
Arribada, Consulado, Escribanía, Gobierno en su rama de Indiferente General o en la de
las distintas Audiencias como la de México, Santa Fe o Quito, entre otras, se hallaron
papeles de la más variada índole: Reales Cédulas emitidas al respecto; pleitos por heren
cias; relación de cuentas de partidas de Bienes de Difuntos que ingresaban en la Casa de
la Contratación, etc.
Finalmente, tras el rastreo minucioso de todos los inventarios de las secciones del
Archivo General de Indias, resultaron ser un total de ciento setenta y dos el número de
andaluces fallecidos en Indias sin herederos6 durante las cinco primeras décadas del siglo
XVIII, esto es, expedientes fechados de 1700 a 1750.
Por supuesto, aunque no es seguro que la proporción aquí estudiada nos dé soluciones
a todas las cuestiones planteadas, sí puede resultar un modelo excepcional por los dife
rentes aspectos que se cubren en el periodo abarcado, puesto que no es creíble la posibi
lidad de que tan diversos sujetos constituyan excepciones de los parámetros medios del
5 Lohmann Villena (1958), págs 58 a 133; Rodríguez Vicente (1977), págs. 281 a 292; Muñoz Pérez, (1982),
págs. 78 a 132.
6 Respecto a la relación de difuntos que hemos seleccionado para nuestro trabajo, hay que decir que además
de recoger a todos aquellos difuntos en los que aparecen en el auto el lugar de origen y de defunción, se han
recogido aquellos individuos cuyo lugar de fallecimiento aparece como muerto ”en Indias” siempre que se
especifique el lugar de naturaleza y que ésta sea alguna localidad de Andalucía, al igual que aquellos anda
luces de los que se dice que mueren durante la travesía a Indias, y a los nacidos fuera de la región pero que
por distintas causas se avecindan en ella.
Introducción 19
sistema; reflexión que se completa si se añade que entre los autores de los expedientes de
Bienes de Difuntos los personajes destacados localizados —nos referimos a importantes fun
cionarios, comerciantes o marinos— son muy pocos, siendo la gran mayoría los que se
podrían calificar como hombres sin apellidos, que al fin y al cabo son los que hacen que el
trabajo ofrezca un mayor reflejo de la sociedad de la época, pues en definitiva son ellos
los que hacen posible la historia. Asimismo, nunca debemos olvidar que todo trabajo de
investigación no debe pretender conclusiones definitivas, siempre caben nuevas aporta
ciones a las cuestiones planteadas a partir de otras fuentes y métodos.
Con referencia a las fechas límites establecidas para recoger la muestra (1700-1750),
habría que indicar que en más de un caso los autos pueden pertenecer a individuos que
fallecieron en los años finales del siglo XVII, pero que el proceso no se inicia hasta prin
cipios del siglo XVIII; en el caso de la fecha final —1750— era distinto, pues aunque el
óbito de la persona en cuestión ocurría dentro del periodo delimitado, el proceso se podía
prolongar en el tiempo. En más de una ocasión se localizan expedientes que avanzan
hasta bien entrado el último tercio del siglo XVIII.
Los archivos locales también juegan un papel destacado en la investigación. De ellos se
obtiene una información complementaria, aunque no por ello deja de ser valiosa. Del
Archivo Histórico Provincial de Cádiz obtuvimos documentos referentes a escrituras de
riesgo que llevaban consigo algunos de los que se dedican al comercio, contratos de asien
tos entre los capitanes y las tripulaciones de los barcos, además de otros datos sobre las
flotas. También hemos consultado los fondos del Archivo Diocesano de Jerez de la Fron
tera con el fin de localizar ciertas mandas religiosas dispuestas por algunos de nuestros
hombres y los del Obispado y la Catedral de la ciudad de Córdoba con la intención de
obtener mayor información acerca de la fundación de capellanías.
Respecto a las fuentes bibliográficas hay que constatar la práctica inexistencia de publi
caciones especializadas. En cambio es muy abundante y casi inabarcable para aspectos de
segundo orden, los que se pueden denominar periféricos: la emigración, las Flotas y Gale
ones de Indias, el comercio, e incluso el tema de la muerte, del que en los últimos años
ha aparecido una destacada bibliografía, etc. En definitiva, trabajos prácticamente
inabarcables por su numerosidad. Esta es la razón de porqué se localizan en el repertorio
bibliográfico artículos y libros de la más variada naturaleza; muchos de ellos han sido
consultados con el propósito de dominar distintos aspectos en los que se movía la inves
tigación, haciendo uso de ellos en los puntos concretos que nos interesaban para el tra
bajo.
La investigación se enmarca espacialmente en Andalucía, aclarando que nos referimos
a la división administrativa actual. Nos interesó estudiar aquellos andaluces que a lo
largo de la primera mitad del siglo XVIII partieron hacia América, encontrando allí la
muerte y generaron expedientes de Bienes de Difuntos.
20 La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
La elección del marco geográfico andaluz vino condicionada por varias razones. Prime
ramente por la vinculación de la región, y en especial de la Baja Andalucía, con el Nuevo
Mundo desde el descubrimiento. A partir de ese momento se establecieron unos lazos
que perdurarán a lo largo de los siglos, incluso hasta nuestros días. Andalucía se convierte
en la región que alberga, utilizando y ampliando las palabras de un trabajo de la docto
ra Borrego Plá, a los dos “puertos y puertas de las Indias”7, primero Sevilla y posterior
mente Cádiz. Precisamente ésta sería otra razón y la de mayor peso. Tras el descubri
miento y la erección en 1503 de la Casa de la Contratación en la capital hispalense, la
ciudad se convierte en el centro del comercio con América. De allí partían las flotas hacia
Indias, y en ellas miles de andaluces que de una forma u otra participaron en la empre
sa americana, bien formando parte de las tripulaciones, como soldados, como comer
ciantes, como emigrantes en busca de fortuna, como aventureros o con cualquier otro fin;
y a ese puerto regresaban cargadas de todo tipo de productos americanos y de metales
preciosos.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVII Cádiz va adquiriendo diferentes prerro
gativas y consolidando su posición en la Carrera de Indias frente al protagonismo que
había tenido la capital hética y que había quedado obsoleto —problemas técnicos por el
mayor tamaño de los navios, dificultades para el tránsito a través del río; problemas de
contrabando, de impuestos, entre otros muchos—, para finalmente en el XVIII tomar el
relevo a la ciudad sevillana y convertirse en el principal enclave del comercio americano.
En el nuevo orden establecido tras la Paz de Utrech de 1713, se toma conciencia de
que España había dejado de ser una potencia en el continente, su fuerza estaba en el
Atlántico, en las provincias Ultramarinas. América se delinea como punto de referencia
de la primera estrategia y ello demanda la plena participación de la Bahía de Cádiz, bajo
cuya responsabilidad se encuentra el comercio con América. Es decir, dicho espacio
habría de transformarse en núcleo privilegiado de la política comercial y naval de los Bor-
bones. Cádiz y su bahía se preparaban para un siglo único en su historia, convirtiéndose
en una plaza excepcional dentro del sistema de intercambios mundial. Aquí se anudaban
los tráficos europeos y americanos, en un doble flujo de mercancías: los productos euro
peos que se exportaban a las Indias y los frutos del comercio de Indias que se enviaban a
Europa. Por ello, fue lugar de asentamiento de comunidades mercantiles de diversas pro
cedencias geográficas que configuraron su elevada población. En la ciudad se generará
una creciente actividad y prosperidad económica, es una época en donde el comercio se
erige prácticamente en la base económica de la ciudad, además de convertirse en plata
forma de emigración.
Y el último argumento, por motivos afectivos, por ser andaluza, y además gaditana. El
haber crecido en una ciudad donde la familiaridad con los temas americanos logró crear
inquietudes e interés por conocer todo lo que con ese mundo se relacionaba; el comercio,
nuestro folklore muy vinculado al del mundo americano...entre otros muchos aspectos,
o incluso la simpleza que podemos encontrar en esas frases y gestos que se guardan en la
memoria de la niñez “...desde aquí -nos referimos al Puntal- salían los barcos hacia
América...”; la señalización con el dedo hacia el lejano horizonte y aquellas palabras que
aún nos retumban en el oído “...allí, allí lejos está América”.
El hecho de haber escogido un núcleo tan amplio, como toda la América Latina, vino
determinado por la sencilla razón de estudiar los autos de Bienes de Difuntos de todos
los andaluces que a lo largo de la primera mitad de la centuria dieciochesca marchan a
Indias y que por una u otra razón fallecen en algún lugar de esas lejanas tierras. Este
marco tan extenso puede provocar cierta contrariedad, pues se trata de un espacio geo
gráfico inmenso carente de homogeneidad. Sin embargo, puede mostrar, como preten
demos demostrar, cuales eran los lugares que ejercían mayor atracción, y los motivos por
los que se hacía dicha elección entre los que marchaban, además de proponernos llevar a
cabo un análisis de cuales eran las ciudades donde se originaba un mayor número de
defunciones, estudiando las causas.
A las justificaciones que sobre la demarcación espacial se han expuesto responde, en
parte, el marco cronológico elegido —primera mitad del siglo XVIII—. Igualmente la elec
ción de este periodo apunta a lo que significó en la historia de España la llegada de una
nueva monarquía, la de los Borbones. Nuevos aires, cambios y reformas, ilusionaban el
futuro del país postrado en una crisis que se fue acentuando a lo largo del siglo XVII. La
entronización de Felipe V y todas las reformas que posteriormente planteó dirigen en
buena medida nuestra mirada. En las primeras décadas de la centuria se da por finaliza
do oficialmente el esplendor sevillano, para dar comienzo el siglo de oro gaditano. El hito
más claro que marca el relevo de papeles es el traslado de la Casa de la Contratación de
la capital hispalense a la gaditana, y es en esta etapa donde transcurre nuestra investiga
ción.
Nos proponemos también indagar si estas reformas afectaron de alguna manera al fun
cionamiento de las dos instituciones fundamentales que llevaban a cabo todo el procedi
miento de los Bienes de Difuntos: el Juzgado de Bienes de Difuntos y la Casa de la Con
tratación, ambas encargadas de custodiar y administrar dichas partidas hasta su entrega
a los legítimos herederos.
En otro orden de cosas, tampoco hay que olvidar el conflicto bélico en que se ve envuel
to el país, como fue la guerra de Sucesión, y en la que nuestra región formó parte del
escenario bélico.
Todas las cuestiones y propósitos hasta aquí expuestos han supuesto un planteamiento
metodológico que nos ha llevado a emprender su realización y quizás a alargar su con
clusión más de lo que hubiéramos deseado.
Por otro lado no hay que olvidar el sometimiento a la documentación de Bienes de
Difuntos existente, que ha obligado en parte a centrar la investigación en un estudio
22 •£■ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
social más que económico; pero teniendo siempre muy en cuenta este último aspecto, ya
que es inevitable remitirse constantemente a él.
La diversidad de la fuente documental nos ha legado un abundante material que per
mite reconstruir muchos aspectos de la vida y de la muerte. Documentos como testa
mentos, declaraciones de testigos, inventarios, tasaciones, peticiones de los herederos,
etc. ofrecen noticias que permiten dar una visión de los más diversos asuntos como son
la conformación de la sociedad, la familia, la economía, la cultura, el sentir religioso, etc.,
lo que aunado a los objetivos propuestos en la investigación, ha sugerido plantear una
metodología para su estudio, en la que a través de contemplar los aspectos concretos de
diversos personajes, nos podemos acercar al conocimiento del fenómeno general. De esta
forma fuimos despavesando una buena parte de la información que aportaban los expe
dientes, método que fue imposible de utilizar con otros datos por la entidad que ellos
ofrecían. Seguidamente, se pasó al vaciado de toda esta información en una gran base de
datos que para el tenor se creó. Una vez concluida esta primera fase, dividimos esa gran
base de datos con objeto de hacer otras en función de los temas en que estructuramos el
trabajo, que finalmente fueron cuatro y que a continuación pasamos a exponer:
En el primer capítulo se hará referencia a la documentación de Bienes de Difuntos
como fuente para la investigación histórica, para seguidamente pasar a analizar en pro
fundidad a los protagonistas del trabajo: los andaluces, estos hombres que como los des
cribe un viajero de la época “poseen en grado sumo todos los elementos: coraje, perseve
rancia, honor, sobriedad, obediencia, paciencia y alteza de ánimos”8. Se estudiarán los
fines para los que marchan a Indias; si eran en realidad emigrantes o no; se analizará
quiénes eran, sus edades, naturaleza, familia, estado civil, profesión a la que se dedica
ban, a que estatus social y cultural pertenecían y, como no, también nos ocuparemos del
nivel económico no sólo inicial, sino también -en algunos casos destacados— el que lle
garon a alcanzar.
El segundo capítulo, el más extenso, se consagra a los hombres del mar. Ello es inevi
table, pues entre los protagonistas, existe un porcentaje muy elevado de este colectivo,
además de otro grupo con diferentes empleos o profesiones -calafates, toneleros, ciruja
nos, etc.- estrechamente relacionados con las flotas. Esta situación se debe a la vincula
ción de la región con el mar, con América e implícitamente con la Flota de Indias.
Se ha estructurado en tres partes. Analizaremos los barcos en sí y cómo unidades que
constituyen las flotas de Indias; veremos el funcionamiento de dichas flotas y se profun
dizará en aquellas en las que iban embarcados nuestros hombres. A la tripulación, colec
tivo indispensable para gobernar y desempeñar las tareas necesarias para poner en fun
cionamiento el barco, se dedica la segunda parte del capítulo: el análisis de sus compo
nentes, jerarquías, oficios de cada uno, etc. Para terminar ocupándonos del viaje, es decir,
cómo se enrolaban, cómo era la vida a bordo y, sobre todo, cuales eran las relaciones per
sonales que se entablaban, pues al fin y al cabo era una de las facetas más importante de
la vida.
Introducción 23
Si a los hombres del mar dedicamos el capítulo más amplio debido al papel funda
mental que tienen en el contexto del trabajo, no por ello se presta menos atención a la
labor de los comerciantes. Éstos conforman la tercera parte del trabajo. Es gratuito decir
el lugar que este grupo ocupa en la sociedad dieciochesca, centrando su base de actua
ción en la bahía gaditana. Por ello, se hará un breve recorrido sobre la situación del
comercio español y andaluz en su vinculación con Indias, centrándonos posteriormente
en Cádiz como enclave mercantil. Los diferentes tipos de comerciantes localizados entre
los expedientes será otro de los objetivos de nuestro análisis: las prácticas que llevaban a
efecto, productos con los que mercadeaban, etc, etc.
Y por último, el cuarto capítulo esta dedicado a estudiar lo que significó para estos
hombres el final de sus vidas, cuáles fueron las causas que provocaron sus muertes, cómo
se enfrentaron a ella y cómo se prepararon para el después. En otro apartado nos deten
dremos en analizar los costos que supuso para estos hombres, indicando las diferentes
cuantías que se podían desembolsar dependiendo del estatus socioeconómico del sujeto.
A ello hay que sumarle la posibilidad que se abre de paliar los errores cometidos duran
te la vida a través de gestos que demostraran un verdadero arrepentimiento, como una
ceremonia fúnebre digna y la disposición de mandas pías que proporcionaban la oportu
nidad de subsanar los pecados cometidos y alcanzar la gloria eterna.
Por supuesto, como en todo trabajo de investigación, se ha tenido que hacer frente a
numerosas dificultades que a lo largo de la realización se han intentado solventar. Qui
zás el más grave de los contratiempos vino impuesto porque no todos los expedientes
estaban completos. Algunas veces solo aparecía el procedimiento iniciado y tramitado en
Indias, no constando el que se seguía en la Península y en otros casos todo lo contrario,
pero a veces esto se podía agravar, puesto que en algunas ocasiones nos hemos enfrenta
do a expedientes compuestos simplemente por la petición de la herencia y la presenta
ción de probanzas por parte de los supuestos beneficiarios, por una disposición testa
mentaria, e incluso por parte de la copia de ella: generalmente por las cláusulas que
hacen referencia al nombramiento de herederos y albaceas y a la adjudicación de ciertas
obras pías.
Estas situaciones provocaron que a veces no se pudiera dar datos concretos sobre un
hecho determinado, sin embargo se han intentado solventar a partir de otras informa
ciones que aparecían en los expedientes, como por ejemplo declaraciones de testigos que
hacen situar al individuo en el grupo, o a partir de las fuentes bibliográficas, etc., con las
que se ha suplido con cierta exactitud estas faltas. Venga al caso el ejemplo de aquellos
mareantes de los que se desconocían las Flotas o los Galeones en las que partieron, aun
que si contábamos con el nombre del navio en el que se enrolaron y algunas fechas orien-
tativas. A partir de ahí, y haciendo uso de fuentes bibliográficas se consiguió completar
estos vacíos de información; de igual manera se han localizado algunos de los naufragios
donde fallecen. También los archivos locales permiten subsanar ciertas lagunas. A ellos
nos remitimos en busca de documentos que se mencionaban en el expediente y que se
24 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
Perú; bien de lugar de procedencia y de defunción, como lo hacemos, y aunque sepa a falta
de modestia el citarnos, para los gaditanos que fallecen en las Antillas22. Carmen Pareja
estudia la mujer a través de esta fuente documental2’. Además, se han realizado tres
memorias de licenciatura sobre Bienes de Difuntos por María Remedios Tasset24 Concep
ción Algaba González25, y Marina Zuloaga, estas dos últimas prolongan los estudios en
sus tesis doctorales.
A lo largo del período colonial hombres y mujeres —éstas en una proporción conside
rablemente menor— marcharon al Nuevo Mundo en busca de un horizonte más prome
tedor del que tenían en su lugares de origen. Muchos de ellos murieron en Indias o en
los viajes de ida o de vuelta del continente, tras lograr el fin para el que marcharon o en
el intento de alcanzarlo. La muerte lejos de los Reinos de Castilla sin la presencia de los
sucesores que heredaran el patrimonio del difunto, suscitó a la Corona el dilema de cómo
hacer llegar a los herederos peninsulares dichos legados.
A esta cuestión se le intentó buscar solución desde los inicios de la colonización, la
Corona fue estableciendo los cauces para hacer llegar el producto del esfuerzo de estos
hombres a los beneficiarios peninsulares. El numerario que conformaba el patrimonio
relicto fue denominado por el derecho indiano Bienes de Difuntos.
Gutiérrez Alvíz define los Bienes de Difuntos como:
La legislación especial sobre Bienes de Difuntos se inicia en 1504, hasta que se conso
lida en la Recopilación de las Leyes de Indias de 1680. Los Juzgados Especiales de Bien
es de Difuntos separados de la jurisdicción Ordinaria se crean por la Carta Acordada del
2 Cedulario (1945), Libro Ia, folios 376 a 381. Esta Carta Acordada está dada para todas las Indias acerca del
orden que se ha de seguir en los Bienes de Difuntos.
5 La legislación referente al Juzgado de Indias se encuentra en el Título XXXII del Libro II de la Recopilación
de las Leyes de los Reinos de Indias de 1680. Respecto a las obligaciones que para estos bienes tiene la Casa de
la Contratación están recopiladas en el Título XIV, del Libro IX de dicha Recopilación.
4 Son bienes para los que había sido comprobada la inexistencia de herederos o que los derechos presentados
por los aspirantes no quedasen autentificados.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 31
asimismo ofrecen una excelente información acerca de la vida religiosa de estos hom
bres: honras fúnebres, mandas y legados piadosos.
Los inventarios de los bienes nos relatan con gran minuciosidad todas y cada una de las
propiedades que tenían estos hombres, desde una camisa o calzón hasta el objeto más
valioso que pudieran poseer, obviamente dependiendo de su condición socio-económica.
También dan noticias de los ajuares que componían sus casas, gustos de la época en sus
prendas de vestir, etc. Las tasaciones indicaban el valor que se le daba a cada uno de los
enseres, así como la almoneda pública nos revela quiénes eran los compradores, lo que evi
dentemente permite descubrir el tipo de hombre que acudía a esas subastas, personas de
distinto estatus social, en función de quién fuese el difunto y de lo que fuese a subastarse;
además de darnos a conocer el precio en que se vendían.
Si el individuo fallecía abintestato, las autoridades tomaban declaración a testigos rela
cionados con el finado, bien paisanos, amigos, o bien de su ámbito laboral, etc. De estos
testimonios se obtiene información interesante, obviamente porque nos revelan muchos
datos y aspectos de la vida del fallecido, nos indican el lugar de origen del difunto, su
estado civil, el trabajo que desempeñaba, si tenía descendencia, quiénes eran sus padres,
si el progenitor tenía alguna profesión destacada, en que flota pasó a Indias, el propósi
to para el que marchó, donde residía en Indias, la relación que unía el declarante con el
difunto, etc., etc.
Otros papeles que aparecen son los relacionados con el pago de todos los débitos que
pudiera haber contraído el fallecido, así como gastos de enfermedad, de entierro, etc.,
documentos muy sustanciosos desde el punto de vista de que nos ofrecen datos sobre las
causas del fallecimiento, cuidados y toda la parafernalia que rodea a la muerte, etc. De
igual modo, encontramos documentos del caudal final que se registró en la flota para ser
remitido a la Casa de la Contratación, e incluso en ocasiones localizamos información
sobre la cantidad a la que ascendía las partidas completas de Bienes de Difuntos que se
enviaban en cada convoy.
La fe de registro de la entrada de las partidas que se guardaban en el Arca de Tres Lla
ves de la Casa de la Contratación es otro de los documentos que hallamos. Igualmente,
cartas de diligencias enviadas por las autoridades de la Casa a la población de origen del
finado con objeto de buscar a los sucesores. A partir de este momento, aparecen alega
tos de los pretendientes a esos caudales, la mayoría de las veces pedimentos hechos por
los apoderados y en pocas ocasiones por ellos mismos. Asimismo, comienza la presenta
ción por parte de los aspirantes de declaraciones de testigos, fe de bautismos, de matri
monio, de defunciones, etc., con el objeto de probar sus derechos como legítimos here
deros. Entresacando de todos ellos información sobre quiénes eran los familiares o cómo
vivían. Destacamos de entre todos estos papeles, las misivas que el difunto pudiera haber
enviado desde tierras americanas a la familia. En contadas ocasiones hallamos cartas,
aunque las pocas que localizamos sirven para hacernos ver el valor de este tipo de docu
mento, presentando una humanidad muy superior a la de los fríos documentos oficiales,
pues en ellas rezuma tanto el cariño hacia los seres que dejaron, la añoranza de su tierra
natal, y los planes a realizar en un futuro inmediato, como pueden darnos noticias de
hechos vividos por la persona de gran valor histórico. Por todas estas razones hemos cre
ído que sería interesante reflejar en los apéndices la carta que el capitán de infantería
Josef Francisco Torres6 remite a su padre relatándole lo que le sucedió en aquellas tierras,
a la vez que le pide que le haga llegar su certificado de bautismo (Apéndice 1).
Cuando las autoridades se cercioraban de quiénes eran los verdaderos beneficiarios, se
procedía a la entrega de la herencia. En el caso de aparecer distintos aspirantes dispu
tando por el caudal, se iniciaba un proceso legal entre ellos para designar al auténtico,
procesos que también generaban un importante volumen de documentación.
Por todo lo dicho, podemos manifestar que las posibilidades que presenta la documen
tación de Bienes de Difuntos son muy amplias, abarcando desde aspectos migratorios,
situaciones socio-económicas de la zona de salida y de llegada, vida cotidiana, historia de
la familia, mentalidad religiosa y actuación de la administración, aunque, sobre todo, nos
permite conocer las relaciones que se establecieron entre los dos mundos y la incidencia
que para determinados sectores de la sociedad tuvieron las fortunas indianas, contribu
yendo cuando menos al bienestar de los directamente beneficiados con estos patrimonios.
El valor historiográfico y utilidad de esta fuente ya fue expuesto por el profesor José
Muñoz Pérez7, que puso de manifiesto su carácter fundamental para el estudio de la his
toria de América, de la historia regional y local y el de la propia institución.
Siendo consciente de todas las posibilidades y ventajas que la documentación de
Bienes de Difuntos nos ofrece hemos llevado a cabo el trabajo que seguidamente pasa
mos a exponer.
6 Archivo General de Indias (en adelante A.G.I.) Sección Contratación. Legajo. 5594. N° 3- Advertimos al
lector que siempre que citemos el documento hemos respetado las grafías originales, así como no hemos
modificado los nombres propios, al igual que no hemos corregido los acentos
7 Muñoz Pérez, J.(1982). pág. 112.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 33
Para el siglo XVIII Cádiz toma el papel de capital de la región, quedando a su vez con
vertida en plataforma de salida de nuestros hombres hacia el Nuevo Mundo.
Cuando se hace referencia a las relaciones entre Andalucía y América, parece como algo
inherente su vinculación al tan conocido tema de la emigración peninsular a Indias, aña
diendo a veces de manera involuntaria a todos estos hombres el calificativo de emigran
tes. Pero, ¿eran verdaderamente nuestros protagonistas emigrantes? Seguidamente se
profundizará y reflexionará sobre esta cuestión, cotejándolos en determinadas ocasiones
con la situación de la emigración andaluza hacia las Indias para estos años.
La emigración puede ser considerada el aspecto fundamental de la acción española en
el Nuevo Mundo, pues de ella deriva lo demás, “no se hubiera introducido nuestra len
gua, no se hubiera extendido nuevos cultivos, no se hubieran levantados nuevos edificios
concebidos con patrones europeos si una masa de emigrantes no hubiesen sido los agen
tes de esas transformaciones”12. De ahí, evidentemente se entiende el interés de los his
toriadores por cuantificarla, determinar la procedencia de los emigrantes, así como cono
cer los factores de empuje de nuestra tierra y los de atracción del Nuevo Mundo, si hubo
o no retorno, etc., o sea, todo lo que este fenómeno significó tanto para el Viejo como
para el Nuevo Mundo.
Uno de los propósitos a los que se apunta en este apartado, es realizar un estudio de
quiénes son los que fueron, que les motivó a marchar y que hicieron una vez allí; hacer
una biografía de grupo, incluso cayendo a veces en biografías individuales, capaces de
mostrarnos cuál era la verdadera realidad de estos hombres. Con ello, se conseguirá cono
cer otros aspectos de la emigración que en definitiva influirán en la conformación social,
cultural y económica de Hispanoamérica.
Pero habría que preguntarse si son verdaderamente emigrantes, o que proporción de
ellos lo son. De los ciento setenta y dos autos estudiados, son exactamente veintiuno los
que se pueden considerar emigrantes en sí. Lo que supondría un 12,20%. Se trata de un
tanto por ciento muy bajo en relación al número total. El resto van como tripulantes,
comerciantes, etc., con la intención de regresar a su tierra de origen lo antes posibles;
unos tras haber realizado sus trabajos como tripulantes de la Flota de Indias, otros tras
haber hecho sus transacciones comerciales, o cualquiera que fuese el fin para el que mar
charon, y de todos ellos, muy pocos volverán habiendo amasado una pequeña fortuna.
Fueron numerosos los factores de empuje y atracción que ejercieron nuestra región y
las Indias sobre los emigrantes de este siglo. Aún, en el Siglo XVIII la emigración mos
traba una interesante posibilidad para las vidas más precaria. Es decir, por encima de los
riesgos, los desengaños, las calamidades del Antiguo Régimen, las Indias del Mar Océa
no y Tierra Firme actuaron como una salida de emergencia que permaneció ahí: “escale
ra de incendios de una vida europea siempre a punto de arder”13.
La precaria situación de la región en la primera mitad del siglo XVIII se convierte en
una invitación para pasar a Indias. Emigrar era una forma alternativa de encontrar un
mayor incremento del nivel económico. Los hombres emigran cuando esperan encontrar
en su lugar de destino lo que no se tiene en la tierra de partida. En este caso, aplacar el
hambre y la pobreza fue uno de los factores de empuje más poderosos. Pero analicemos
detalladamente los años de salida de nuestros protagonistas —nos referimos al conjunto
total de los ciento setenta y dos hombres que marchan a Indias, bien como emigrantes,
o bien realizando otra actividad laboral— . De los ciento setenta y dos individuos estu
diados conocemos las fechas de partida del 61,6% del total —o sea de ciento seis hom
bres—, A estos datos se ha llegado la mayoría de las veces tras conocer la fecha de la flota
en la que zarpan hacia América, y en contados casos porque en el expediente se especifi
que por algún motivo determinado. De los sesenta y seis restantes, se desconoce el año
de la salida de la Península, bien porque los datos muestran sólo el año de muerte, o en
el que se inicia el proceso, etc., etc.
Habría que tener en consideración que de los 61,6% que conocemos, un gran número
son marineros, lo cual implica a medias el motivo de su salida, esto quiere decir que las
causas de partida no tiene porque deberse a la mala situación que se vive en el lugar de
origen, sino simplemente porque sus vidas están dedicadas a las labores marítimas.
Veamos en el siguiente gráfico el número de salidas por año
Se observa como el 59,4% de los que parten, lo hacen durante los cuatro últimos años
del siglo XVII y los primeros veinte años del XVIII. Los factores explicativos coinciden
con las malas cosechas, epidemias y guerras14. 1707, 1708 y 17O915 representan unos
años de malas cosechas y coyunturas agrícolas desastrosas que obviamente producen un
aumento de salidas. Estas nefastas situaciones iban casi siempre acompañadas de enfer
medades, así por ejemplo, según el profesor Nadal16 para 1705, la fiebre amarilla se pro
pagó en Cádiz, y es muy probable que el resultado de tal epidemia se tradujera en el
aumento del número de salidas que se producen el año siguiente. Sin embargo, a partir
de 1711 y hasta 1719, resaltando los años 1711, 1712, 1716 y 1719, las buenas cose
chas y situación general vivida, muestran el descenso de individuos que zarpan para
Indias.
Asimismo un factor que influyó en las salidas fue el de reunirse con los familiares o pai
sanos asentados en Indias, a veces para hacerse cargo de los negocios ya establecidos. De
ahí, que las cartas que los emigrantes enviaron desde Indias a sus familiares pidiéndoles
que marcharan con ellos mostrarán en la mayoría de los casos una vida resuelta econó
micamente y fácil. Así se refleja en el auto de Alonso Aragón17 natural de Antequera
—Málaga— que decide marchar a Indias a buscar “alivio” para su familia. Se instala en la
ciudad de Trujillo, donde establece una tienda situada en la Calle del Arco. En ella, ven
día artículos de Castilla. Años más tarde, será cuando Alonso mande llamar por medio
de una carta a uno de sus nietos, llamado Joseph, de edad muy joven. En la misma le
pedía que le ayudase en el negocio, pues ya se encontraba en edad avanzada, además de
ofrecerle un futuro resuelto económicamente. Joseph, parte al encuentro de su abuelo,
pero una vez allí, cambia de pensamiento y decide ingresar en una orden religiosa,
tomando los hábitos de bethlemita18.
Otros motivos, fueron el deseo de incrementar las relaciones comerciales, e incluso la
propia casualidad que convertía a muchos de los marineros transeúnte en auténticos
emigrantes, etc.
Los dos requisitos para pasar a Indias eran obtener la licencia y comprar el pasaje.
Esta última era más complicada teniendo en cuenta el bajo nivel económico de los
hombres antes descritos y del elevado precio de los mismos. De ahí, que los métodos
utilizados sean la venta de propiedades, petición de préstamos a pagar en varios años,
14 Sobre este tema ver el estudio de Iglesias Rodríguez (1991). Analiza entre las páginas 104 a la 126 las dis
tintas crisis que se viven en El Puerto de Santa María provocadas por guerras, malas cosechas y epidemias,
situaciones que pueden ampliarse en muchos casos al resto de Andalucía. Ver también los trabajos de Anes
(1970) y Pérez Moreda (1981).
15 La hambruna de 1709 no se limitó a España, sino también a otros países como Francia. En Mevret (1971),
págs. 272 y 274.
16 Nadal (1973), pág. 117.
17 A.G.I. Contratación. Leg. 5611. N° 1.
18 Es una Orden religiosa fundada en Guatemala en el siglo XVII por Pedro de Betencourt bajo la Orden de
San Agustín.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 37
19 Sobre los polizones véase el artículo de Moscoso Flores (1985), págs. 251 a 269
20 Reiteramos que el concepto de provincia lo ajustamos a la división administrativa actual de Andalucía.
21 Un notable escritor del siglo XVIII señala que las provincias que en su día enviaron más emigrantes a Amé
rica eran Cantabria, Navarra, Galicia y la montaña de Burgos. En Uztariz, (1968), págs. 21-22. Ver Actas
(1991), en las que aparecen diferentes comunicaciones y ponencias sobre emigración para el siglo XVIII de
las regiones del norte de España, donde se comprueba que fue mayor el flujo migratorio que partió de esta
zona para Indias, que el que salió desde Andalucía.
22 Díaz-Trechuelo (1990), pág. 27 a 29 y 32.
25 A.G.I. Contratación. Leg. 582. N° 3. R° .2.
38 «$♦ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
carta que le envía el capitán de infantería Josef Francisco Torres24 a su madre Ana Jose
pha de Guzmán un año antes de fallecer en Veracruz. La misiva denota amor y cariño de
un hijo por su madre a la que anhela y desea ver pronto, aunque al final no logra hacer
realidad su sueño
Hubo veces que hombres solteros, al llegar a Indias, se unen a mujeres de esas tierras,
creando su propia familia. Es lo que le ocurrió al gaditano Juan Antonio Rendon Sar
miento25 cuando se establece en Zacatecas.
En cuanto a profesiones y oficios se refiere, fueron pocos los titulados universitarios que
pasaron, siguiéndole los profesionales liberales como abogados, oidores, fiscales, etc. Sólo
se localiza al maestro cirujano Fernando de Picado26 que ante la mala situación económi
ca, decide dejar su puesto en el Real Hospital de Cádiz, y embarcarse en el navio Nues
tra Señora de la Trinidad de la Flota de Nueva España con el propósito de sacar los mayo
res beneficios de este viaje. Para ello, lleva consigo algunas mercaderías con el ánimo de
traerles “algún remedio a su mujer y a sus hijos”.
Otro grupo seria el de los funcionarios u oficiales reales donde se incluyen escribanos,
contadores, alcaldes y otros oficios de pluma Son los que parten con destino oficial a
Indias, funcionarios propiamente dicho. A este grupo no se le puede considerar emi
grantes como tales, pues la intención con la que marchan era la de cumplir los años para
los que fueron destinados, ascender más deprisa —que en la metrópolis—, y regresar a la
Península cargados de prestigio social, y por el contrario, muchos de ellos acaban allí sus
días. Buena prueba de ello, es el Presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, Don
Thomas Teran de los Ríos27 que llega a Indias como alcalde mayor de Tepeaca y luego
parece que ascendió pasando a Guadalajara.
Le sigue el grupo que engloba a aquellos dedicados al comercio en esas tierras, no son
grandes comerciantes, sino mercaderes, intermediarios, vendedores ambulantes, etc., que
van de un lado a otro comerciando con pequeñas partidas. Esteban Yngran28 se dedica
ba a comerciar con menudencias a lomos de muía de un pueblo a otro, en este caso de
Ayutlán a San Antonio en la provincia de Soconusco; Diego de Ribera29, tras enviudar
deja a su única hija, religiosa en un convento de Sevilla, y parte para Nueva España en
busca de mejor fortuna. Se dedicará a mercadear con cargas de ropa que transportaba
desde Puebla a Guanajuato; o a los también comerciantes: Juan Antonio Rendon Sar
miento30, avecindado en la ciudad mejicana de Nuestra Señora de Zacatecas y Juan
Ximenez Bohorque31, establecido en Guadalajara —Nueva España—, dedicándose ambos
al comercio con distintas partidas de mercaderías. Al parecer, en el último caso, era tra
dición familiar la emigración a esas tierras, pues observamos como tanto un primo de la
esposa, como otros familiares cercanos también marcharon para América, estableciéndo
se allí.
Un número mínimo compondría el grupo formado por los artesanos, donde incluiría
mos a los orfebres, sastres, etc. Lucas Callejas32 después de enviudar por segunda vez deci
de partir hacia América en demanda de mayor ventura, antes de salir deja a su único hijo
Francisco Joseph con una familia muy cercana a él. No sabemos exactamente a que se
dedicaría en Tocatiche —localidad en la que se asienta, dentro de los límites del Virreina
to de Nueva España—, posiblemente el trabajo estaría muy relacionado al del oficio del
horno y pastelería,ya que se conoce que en Sevilla ejerció el de pastelero, pues su prime
ra esposa, Antonia de Baeza, era dueña una confitería en el sevillano barrio de Triana y
que al fallecer ésta, la heredó y trabajó. También, Francisco de Paula y Jurado33 marcha
a México, y allí junto a un paisano ponen una panadería a medias. O aquellos que se ins
talan montando un negocio, como la pulpería que regentaba Manuel Morales34 en Vera
cruz.
Aún menor es el número de servidores o criados que se localizan entre los emigrantes
—entendiendo que en este colectivo se incluyen personas que realmente no lo eran, pues
utilizar este título era una forma fácil para obtener el permiso—. Sólo se localiza a uno,
un tal Diego de Cuevas”, que va como criado del General de la Flota de Nueva España
Don Manuel de Velasco y Tejada, y además de este empleo, sabemos que llevaba otra
intención en su viaje. Anteriormente a ocupar el puesto de criado, Diego había estado
sirviendo a una mujer gaditana Doña Florentina Manuela Angeles Morales y Medina, de
quien sabemos traía varias menudencias de ropa para vendérselas en Veracruz, Puebla o
México al mejor postor.
Y para finalizar, tenemos a los que se integran en el ejército y la marina donde se ins
criben a quienes desempeñaban funciones militares como sargentos, soldados, cabos,
alféreces, capitanes, etc., ejemplo de ello, es el alférez real de la fuerza del Castillo de San
Diego de Acapulco, Don Joseph Gago de la Mota’6, que llega a dicha ciudad tras su pri
mer destino en el puerto de la Habana. En este grupo también se incluiría a los tambo
res, trompetas, mosqueteros y soldados. Y en relación con los oficios del mar se engloba
a los pajes, grumetes, marineros, artillero*37, maestres y pilotos, que conforman el grupo
más numeroso de los que van a ser estudiados. Era muy habitual encontrar hombres que
al carecer de medios económicos para costearse el pasaje, se enrolaban en la Flota de
Indias, formado parte de la tripulación y una vez allí, saltaban a tierra desertando y con
virtiéndose en emigrantes ilegales. Podríamos poner el ejemplo de Ignacio Joseph Miran
da38 como caso tipo de lo comentado. Ignacio va como grumete en uno de los registros
que marchan bajo el asiento de Salvador García Pose hacia el puerto de Buenos Aires.
Según cuentan los testigos llamados a declarar por las autoridades, Ignacio Joseph “salto
a tierra” y puso una pulpería en Buenos Aires “con ánimos de buscarse la vida”. Por ello,
podemos concluir, que los que conforman este grupo no son puramente emigrantes, sino
hombres que ante las malas perspectivas de futuro en la tierra natal, se lanzan al mar
como tripulantes de la Flota con la intención de conseguir un golpe de suerte. Buscan la
fortuna. Buscan una forma de salir de ese horizonte de miseria que tienen por vida.
Al margen de esta clasificación profesional, tenemos otro grupo, de los que no sabe
mos su profesión, simplemente que van en busca de un medio de vida más digno, como
lo hace el sevillano Miguel de Galves39, hombre que decide partir hacia tierras america
nas con su esposa Michaela de Vargas. Una vez allí se instalan en Guichiapa, lugar donde
se avecinan. Otro de parecido talante es Francisco Gutiérrez40 de quien se dice en la docu
mentación “es notorio”. Francisco deja a su familia en la localidad gaditana de El Puerto
de Santa María, de donde eran oriundos y zarpa hacia Indias, asentándose en la ciudad
de Quito, lugar en el que va a permanecer hasta que fallece. Al igual que Francisco, tam
bién el sevillano Diego de Castro41 marcha para Tierra Firme, quedando en su ciudad
natal su esposa y tres hijos. El fin para el que marcha sería similar al del resto, buscar
beneficios económicos que reportasen una mejora de vida, así durante los cinco años que
Diego permanece en Cartagena mantiene un fuerte vínculo con su familia a través de car
tas y envío de socorros, pero después de estos años, y según declaraciones de sus hijos las
actuaciones de nuestro hombre cambian, “...paso a tierra dentro desde donde ya no se
recibió ninguna carta, ni noticias de el durante mucho tiempo...”.
Gran parte de estos emigrantes se asentaron en el Virreinato de Nueva España, virrei
nato estrella durante la centuria ilustrada. Otro importante contingente se repartió entre
el Virreinato de Perú, el Nuevo Virreinato de Granada y el del Río de la Plata; casi siem
pre ubicándose en las ciudades.
En los casos consultados, no podemos hablar de retorno. Fueron varias las causas que
lo explican: bien porque se acomodan a la nueva vida donde prefieren un asentamiento
definitivo, a una nueva aventura en el posible regreso, o bien por el coste y riesgo del
viaje de vuelta, porque no disponían de una fortuna suficiente para poder regresar a la
patria, a vivir de lo amasado, conociendo las condiciones generales de vida y trabajo que
se suponían seguían permaneciendo igual de malas que cuando partieron.
Como conclusión al tema de si son o no estos andaluces emigrantes, sostenemos que
en contraposición a la idea que se tiene acerca de que los autores de los expedientes de
Bienes de Difuntos eran emigrantes, nosotros hallamos un número muy limitado de
ellos, quizás esté encubierto, pues fueron muchos los que se enrolaron en la flota de
Indias como la manera más fácil y barata de pasar hacia América y morían ejecutando su
oficio —como tripulantes—,
2.1. El número
Los autos trabajados pertenecen a todos los individuos nacidos en Andalucía, o en otras
regiones de España o del extranjero, pero que por distintas razones se avecinan en nues
tra región, como es el caso del napolitano Francisco Jordán42, y vienen a fallecer en Amé
rica Latina durante la primera mitad del siglo XVIII. Los expedientes de Bienes de
Difuntos encontrados son un total de ciento setenta y dos. Si bien este número de indi
viduo no es elevado respecto al número de españoles que pasaron a Indias a lo largo de
este período, su estudio y conclusiones no dejan de ser valiosos al constituir una variada
gama de personas andaluzas que por distintos motivos pasaron a Indias, allí fallecieron
solos, lejos de sus seres más queridos, dejando todos sus bienes y posesiones, que poste
riormente tras haberse hecho líquido, serán enviados a la Península para ser entregado a
sus herederos.
Todos los expedientes trabajados pertenecen a varones, no aparece ninguna mujer, ello
obedece a que pocas mujeres marcharon solas o desparejadas a Indias y siguieron en tal
estado allí, pues lo normal era que fuesen acompañando a sus maridos o parientes y una
vez asentadas crearan a su alrededor un circulo familiar, por lo cual, los herederos estarí
an allí establecidos y el Juzgado de Bienes de Difuntos no tendría que intervenir. No obs
tante pudiese darse el caso de una mujer que fuese con su marido o algún otro familiar
a Indias y quedase allí viuda y sola, dueña del patrimonio y sin ningún heredero legíti
mo en América, pero hechos similares no se han encontrado.
De los ciento setenta y dos varones analizados, ciento sesenta y nueve son de raza blan
ca, mientras que dos son negros y el otro se confiesa pardo. Los dos negros serían Juan
Joseph de la Cruz43 y Antonio de Vargas44, y el de raza parda Alonso García45. El prime
ro es un negro libre natural de Sevilla de veinte años de edad que va en la Flota de Nueva
España de 1708 sirviendo plaza de grumete. Al poco tiempo de llegar a Veracruz falle
ce. El segundo, Antonio de Vargas es un esclavo46 propiedad de Tomas Vargas Machuca,
vecino de Cádiz en donde ocupaba el cargo de depositario y receptor de penas de Cáma
ra y gastos de la Real Audiencia y Casa de la Contratación. Este esclavo es de mediana
edad —entre 35 a 45 años— , de estado soltero, y llega al puerto de la Santísima Trinidad
de Buenos Aires donde fallece en 1726 tras padecer una grave enfermedad. Y el tercero,
Alonso García pardo libre, natural y vecino de Ayamonte47, de 42 años de edad, estaba
casado en su lugar de origen con Francisca de los Reyes, con la que tuvo cinco hijos, y es
el primogénito, también llamado Alonso, quien le acompaña en su último viaje en la
flota de Nueva España que sale de la Península en 1699, ocupando la plaza de marinero.
2.3. La naturaleza
Los lugares de origen de los hombres que nacen dentro de los límites geográficos de
Andalucía48, abarcan a todas las provincias de la región excepto Granada, para la que no
localizamos ningún natural ni vecino. Este grupo estaría formado por ciento treinta y
nueve hombres; le sigue otro de once individuos naturales de otras localidades de Espa
ña, que se avecinan en la región; y finalmente un grupo integrado por veintidós hombres
de los que los expedientes no dicen de donde son originarios, pero si que son vecinos de
alguna parte de Andalucía.
Centrándonos en el primer grupo, vamos hacer un análisis por provincias de manera que:
Reiteramos que cuando nos referimos a andaluces en América -como bien dice el título del trabajo- no
solamente tomamos aquellos hombres que son nacidos dentro de los límites geográficos de nuestra región,
sino que también englobaría a aquellos naturales de otras zonas de España, e incluso extranjeros, que por
diversas circunstancias se avecinan —teniendo en cuenta el concepto de vecino— en Andalucía, y acaban sus
días en América.
44 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
49 Para el siglo XVI, tenemos el estudio que nos ofrece el artículo de Móner (1975), págs. 19 a 25 ; y para el
XVII el de Díaz-Trechuelo (1990), pág. 58
50 Díaz-Trechuelo (1990), pág.68
51 Vivent (1981), págs. 373 a 401.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 45
Triana52 6 13,95 %
Ecija 3 6,97 %
Villa de Osuna 3 6,97 %
Castilleja 1 2,32 %
Lebrija 1 2,32 %
Mairena 1 2,32 %
Morón 1 2,32 %
Tocina 1 2,32 %
Ayamonte 6 60 %
Huelva capital 2 20 %
Lepe 1 10 %
San Juan 1 10 %
52 Al distinguir Triana de Sevilla capital, obedece al apego que seguimos a la documentación, puesto que si
un hombre era natural o vecino de Triana, se especificaba en el expediente; la explicación puede deberse a
que al estar Triana separada de Sevilla por el río podría ser considerada como una comunidad aparte.
46 La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII 4*
Antequera 1 33,33 %
Ojén 1 33,33 %
Villa de Alhaurín 1 33,33 %
Baeza 1 100 %
A tenor de lo que se refleja en el primer cuadro, se observa cómo es Cádiz capital, con
un 37.83% la que se lleva el mayor número de los nacidos en la provincia que mueren
en territorios americanos. Esto es obvio teniendo en cuenta que hablamos de la primera
mitad del siglo XVIII, cuando Cádiz inicia su esplendor, y por lo tanto la ciudad refleja
su crecimiento. Además desde 1717 cuenta legalmente con el monopolio del comercio
indiano a través de la Casa de la Contratación, aunque en la práctica se venía ejerciendo
desde 1680. Los otros dos lugares que le siguen en importancia serán Sanlúcar de Barra-
meda y El Puerto de Santa María con el 25.67% y el 22.97% respectivamente.
El número de personas que parten de estos dos lugares es destacable respecto a los
demás, así si confrontamos estos datos con los del estudio de emigración andaluza que
para este siglo hace Lourdes Díaz-Trechuelo, vemos que existe una notable coincidencia
con el aumento de salidas de emigrantes tanto de El Puerto de Santa María como de San
lúcar de Barrameda para el siglo XVIII en relación con el siglo XVII, y en el caso con
trario, para la ciudad de Jerez de la Frontera en donde aparece un notable descenso
durante el XVIII.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 47
Desde fines del siglo XVII, debido al tráfico de Indias, Cádiz atraía gente a su litoral,
modificando el asiento de la población y riqueza, así mientras que Sevilla ve disminuir el
número de vecinos, Cádiz ve aumentarlo aceleradamente.
De la provincia de Sevilla habría que destacar como la capital, en donde incluiríamos
Triana, se lleva el 74.41% de todos los naturales de la provincia. La ciudad que le sigue
es la de Ecija. También se observa un descenso en el número de nacidos en el siglo XVIII,
respecto al XVII. Descenso que viene a coincidir con los datos que obtiene la profesora
Díaz-Trechuelo en su trabajo de emigración para el siglo XVIII.53
En el caso de la provincia de Huelva, la ciudad que mayor número de nacidos aporta
es Ay amonte54 con el 60%. Esta población desde el siglo XVI tuvo un papel fundamen
tal en la participación humana, debido a su vinculación con el mar y por supuesto con la
Flota de Indias. Le sigue Huelva capital con el 20%.
Córdoba está a la saga en número de nacidos, siendo la capital la que aporta el 42,85%.
De nuevo coincide con los datos que nos ofrece la investigación de la doctora Díaz-Tre-
chuelo, es la capital la que contribuye con el mayor número de emigrantes, incluso
aumentando en el siglo XVII respecto al XVIII.
Málaga es una de las provincias que menor número de naturales ofrece, a pesar de
sufrir la ciudad en el siglo XVIII un aumento en el número de emigrantes respecto al
siglo anterior. En nuestro trabajo, para la capital no encontramos ninguno, si bien, si para
Antequera, Ojén y Villa de Alhaurín para las que hallamos uno para cada una. De la pro
vincia de Jaén y Almería sólo localizamos uno respectivamente; y Granada con ninguno.
Esto sería explicativo desde el punto de vista de que son estas ciudades por su ubicación
en la zona interior y oriental de Andalucía la menos relacionada con América. Para Jaén
sabemos que el siglo XVIII es deplorable sobre todo en la capital, pues se produce un
descenso demográfico, del que ya hicimos alusión anteriormente. Granada también nos
muestra un descenso de emigrantes del siglo XVIII en relación al XVII, sin embargo,
ello no explica el porqué no aparece ningún difunto.
En cuanto al grupo de hombres no nacidos en Andalucía, suman un total de once, de
los cuales diez son naturales de otras regiones españolas y uno es nacido en Nápoles.
De los diez no andaluces, dos son gallegos: uno de la Coruña y el otro de la Villa de la
Redondela en el Obispado de Tui; cinco son de Castilla: de Carbia del Final, la Villa de
Valdepeñas, Villanubla de Valladolid, Santoyo de Castilla, y de Medina del Río Seco; uno
de Bilbao; uno de Alicante; y el otro de Tarragona. De estos diez, seis se avecindan en
Cádiz: cuatro en la capital, uno en el Puerto de Santa María y el otro en Sanlúcar de
Barrameda; de los otros cuatro restantes, tres se avecindan en Sevilla capital y uno en
Mairena del Alcor. Por otro lado, el único extranjero llamado Francisco Jordán” era naci
do en Nápoles e hijo también de padres napolitanos Oracio y Porcia. La familia se ave
cinda en Sanlúcar de Barrameda, no sabemos exactamente en que momento lo hace, si
es cuando Francisco contaba con escasa edad, o lo hace ya de edad adulta. En Sanlúcar
de Barrameda Francisco Jordán toma estado, contrayendo matrimonio con Beatriz de
Fernandez, mujer natural de esta tierra, con la cual tendrá su único hijo Francisco
Manuel. Francisco se dedica a los oficios del mar, vinculándose a la Flota de Indias como
condestable de nao, y en uno de sus viajes muere en Cumaná en 1720.
El tercer grupo estaría formado por veintitrés individuos de los cuales no sabemos su
naturaleza, pero si su vecindad, así dieciocho son vecinos de la provincia de Cádiz, once
de Cádiz capital, tres de Sanlúcar de Barrameda, tres de El Puerto de Santa María y uno
de Puerto Real; otros tres, son vecinos de la ciudad de Sevilla, y uno de la ciudad de
Málaga; y queda el caso del esclavo Antonio de Vargas* 56, que a pesar de no saber ni su
naturaleza, ni su vecindad, pues en el expediente no aparece, ya que siempre se hace refe
rencia a ser esclavo de tal fulano, vamos a tomarlo como gaditano pues es esclavo de un
vecino de Cádiz.
Es preciso puntualizar que la vecindad de estas personas en algunos casos no coincide
con su naturaleza. Vemos como la provincia de Cádiz, aumenta en el número de vecinos
en detrimento de las restantes ciudades andaluzas, incluso resaltar el caso de Jaén y
Almería, que el único natural que poseen cada una de ellas, posteriormente se avecindan
en otra ciudad. Algo similar es lo que ocurre con dieciséis naturales de esta región que se
avecindan en territorios americano.
Por otro lado, habría que hacer cierta salvedad respecto a dieciséis hombres de los que
se tiene constancia de su lugar de nacimiento pero de los que se desconoce donde se ave
cindan más tarde. Pero veámoslo mejor en una tabla:
PROVINCIAS N° DE VECINOS %
Cádiz 93 66.42
Sevilla 36 25,71
Huelva 7 5
Córdoba 2 1,42
Málaga 2 1,42
Almería 0 0
Jaén 0 0
Granada 0 0
TOTAL 140 100
v En este caso el concepto vecino hace referencia a un sólo individuo del que conocemos su vecindad.
50 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
a Cádiz. Asimismo, hay que insistir en que la capital gaditana desde el siglo XVII expe
rimenta una pendiente demográfica ascensional, a diferencia de la tónica general que se
produce en la región de descenso poblacional, aumento que se mantiene durante la
siguiente centuria. Sevilla se convierte para el siglo XVIII en un complemento de Cádiz.
Veámoslo ahora dentro de la provincia de Cádiz, cuales son las ciudades que aumentan
su número de vecinos:
CIUDADES N° DE VECINOS %
Cádiz capital 45 48.38
El Puerto de Sta. María 21 22.58
Sanlúcar de Barrameda 19 20.43
Jerez de la Frontera 3 3.22
Puerto Real 3 3.22
Chiclana de la Frontera 2 2.15
TOTAL 93 100
Si comparamos esta tabla con la que anteriormente expusimos para los naturales de la
provincia de Cádiz, observamos que es Cádiz capital la que cuenta con un aumento con
siderable de vecinos, un 48.38%, frente a los 37.83% de naturales. Pierden vecinos todas
las ciudades de la provincia, excepto Puerto Real, que pasa de tener 2.70% de naturales
a 3.22% de avecinados. Lo expuesto más arriba, explica por qué Cádiz capital tiene estos
incrementos de vecinos58.
2.4. La edad
w Cádiz basará su desarrollo a lo largo del siglo XVII y XVIII en el aporte masivo de recursos humanos, pro
cedentes no sólo de su entorno inmediato, sino de los más variados lugares de Europa.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 51
De los ciento setenta y dos individuos de la muestra, se conoce con exactitud las eda
des de setenta y nueve hombres. De los noventa y tres restantes, se ha podido calcular
aproximadamente la de ochenta y tres individuos, con una oscilación de entre cinco y
diez años. La edad del resto, un grupo de diez hombres, la desconocemos.
Del primer grupo, compuesto por setenta y nueve individuos, hemos tenido acceso al
conocimiento de dicho dato porque en el expediente se hacía alusión a ella: bien porque
se declaraba en el certificado de enterramiento, bien por algún testigo mandado a decla
rar por las autoridades sobre si conocían o no al difunto para que diese noticia de éste, o
bien por sus herederos que la hacían constar en las peticiones de los bienes. En muchos
casos se ha averiguado a partir de la fecha de nacimiento que aparecía en los certificados
de bautismo y conociendo el año en que fallecían.
Del segundo grupo, formado por ochenta y tres hombres, no se ha podido hallar la
edad con precisión, pero si una aproximación muy fiable.
Los criterios seguidos han sido los siguientes:
— A partir del estado civil, estudiar si estaban casados, solteros o viudos, pues puede
ser normal que a partir de los veinticinco años59 —como edad media— contrajesen
matrimonio60.
— Si estaban casados, en función de la edad de las esposas, que a veces aparecían en la
petición de la herencia, del número de hijos que tenían y las edades de éstos. Si eran
menores de edad, casi siempre aparecen en los expedientes en la parte correspon
diente a la petición de herencia, pues la persona que lo pide en su nombre, ya sea la
madre como la tutora de sus hijos menores, u otro representante legal, hace constar
la edad de los menores.
— Si vivían o no los padres; si tenían hermanos y sobrinos, de los cuales se hace refe
rencia a sus edades y profesiones.
— A partir de la profesión de estos hombres, pues como veremos más adelante un gran
número eran hombres de mar, y dependiendo del oficio o cargo que iban desempe
ñando, podemos deducir también sus edades.
— Si testaban, pues en este caso, lo habitual era que lo hicieran en edades tardías, aun
que también podían dictarse ante un grave estado de salud, o antes de emprender un
largo viaje, como podía ser el de la travesía a América, por los innumerables peligros
que ello conllevaba.
55 Para las mujeres esta media se reducía. García-Sanz Marcotegui (1985), págs. 287 y 233 a 243 . Este estu
dio, si bien realizado para la zona de Navarra, a pesar de las diferencias que existe entre las familias del norte,
familias extensas, y las andaluzas, familias mediterráneas, viene a coincidir con el nuestro.
60 En el caso de los matrimonios en Granada se observa una excepción, y es que este es precoz. En general las
mujeres al casarse cuentan con una edad media de 19 a 21 años. En Vivent (1981), pág. 386.
52 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Teniendo en cuenta todos estos criterios, hemos elaborado la siguiente tabla, que nos
muestra las edades aproximadas de nuestros protagonistas.
EDADES N° de Individuos %
Entre 21 y 30 56 34,57
Entre 31 y 40 42 25,93
Entre 41 y 50 32 19,75
Entre 51 y 60 13 8,02
De 61 en adelante 6 3,70
Se observa que un gran número de los hombres que conforman nuestro trabajo son
adultos jóvenes. Las dos cuñas que comprenden entre los veintiuno y cuarenta años,
suman un total de noventa y ocho hombres, es decir el 60,11% del total. Le sigue el
grupo que abarca a los mayores de cuarenta y un años hasta los cincuenta, que son trein
ta y dos hombres, un 19-75%.
Los resultados obtenidos son lógicos, pues eran las edades más apropiadas para des
arrollar cualquier tipo de actividad laboral. Asimismo, hay que tener en cuenta que aque
llos que decidían por una u otra causa partir hacia las Indias, debían de ser jóvenes, ya
que sería extraño el caso de que una persona de avanzada edad se dispusiese a llevar a
cabo un viaje de esta envergadura. Además, teniendo en cuenta el alto porcentaje de
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 53
hombres dedicados a los oficios del mar que se localizan entre los titulares de los expe
dientes trabajados, la edad sería una cuestión a tener muy en cuenta para ellos, pues iría
en función de la labor que iban a desempeñar. Igualmente, son muchos los jóvenes que
ante las perspectivas laborales que su tierra natal les ofrecían, decidían lanzarse a la aven
tura del mar.
Por ello, los protagonistas de los expedientes serían en su mayoría jóvenes, hecho que
parece reafirmar también la elevada población juvenil y adulta61 de los censos de Aranda
y Floridablanca de 1768 y 1787 respectivamente —en torno al 38.5 por 100 del total de
la población comprendida entre los dieciséis y cuarenta años62-.
Los otros grupos estarían formados por un número menor. Trece individuos integran el
grupo que posee entre cincuenta y uno y sesenta años, igual número de aquellos que con
forman el de menores de veintiún años, constituyendo un 8.02% del total cada uno. Y
finalmente, el grupo mas reducido sería el de mayor de sesenta y un año, que lo integran
seis individuos, un 3.7% del total, lo cual es comprensible.
Las edades más extremas corresponden a Adrián Alonso63, de catorce años de edad,
natural de El Puerto de Santa María, que viaja con plaza de paje en la almiranta de los
azogues, acompañando a su padre que va en el mismo barco ocupando plaza de artille
ro. El razonamiento del porqué marcha en los azogues a esta edad tan temprana, se sos
pecha que obedece a que el padre tenía en vista que Adrián siguiese sus mismos pasos,
haciendo de esto su medio de vida. En el otro extremo estaría Bernardo de Ortega y
de setenta y siete años, vecino de Sevilla. Se desconoce la causa por la que
Villanueva6465
Bernardo marcha a Indias, puede que con intención de hacer fortuna, circunstancia que
sorprende; teniendo en cuenta la edad y que deja a su familia, esposa e hijos en la ciudad
de Jerez de la Frontera, alojados en la casa de un familiar. Se establece en Lima como
maestro de barbero, ciudad en donde fallece.
De los ciento setenta y dos hombres del estudio, setenta y dos son casados, setenta y
nueve son solteros, trece son viudos y el resto, un grupo de ocho individuos se descono
ce su estado. Así pues, sabemos la situación civil de un 95,34% de la muestra, es decir
de ciento sesenta y cuatro hombres.
61 Plaza Prieto (1976), pág. 103. Tras el descenso demográfico del Siglo XVII, al acabar el primer tercio del
siglo XVIII se recupera las pérdidas demográficas sufridas en épocas de decadencias, lo cual explica en parte
esta abundancia de población joven y adulta.
62 El censo hecho por Aranda abarca a todo el territorio peninsular incluso Ceuta y Canarias, además de aban
donar la antigua clasificación por vecinos, vaga y ambigua expresa la población por almas, con separación de
estados, sexos y edades.
65 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N°4. R°14.
“ A.G.I. Contratación. Leg. 5590.
54 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
13 8
72
■ Casados
79 ■ Solteros
□ Viudos
□ Desconocidos
El conocimiento de un tanto por ciento tan elevado se debe a que era muy habitual en
los expedientes manifestar este dato, de manera que si el difunto era casado o viudo casi
siempre se especificaba. Si se hallaba en estado de soltería, podía darse el caso en que no
se expresase, pero, en estas ocasiones y teniendo en cuenta que los autos se realizaban con
el fin de entregar la herencia a sus legítimos herederos, se haría constar quienes son éstos,
bien sean padres, sobrinos, hermanos, hijos naturales u otros parientes. Y aún más, se
complicaba el procedimiento cuando las autoridades encargadas de buscar a los herede
ros y entregar la herencia tenían duda sobre si eran o no legítimos los que reclamaban la
herencia, entonces se llevaba a cabo otra actuación, como era la publicación de edictos
en los lugares públicos de la ciudad, donde se expresaba el nombre del difunto y los bien
es que éste dejaba. La intención no era otra mas que si existiesen otras personas que
pudiesen tener algún derecho sobre dichos bienes, pudieran reclamarlos, exponiendo su
parentesco con el difunto y sus razones. La autoridad competente decidiría quien era el
heredero con más derecho. Estos documentos aclaran con precisión el estado civil del
fallecido, si hay alguna duda.
Otra manera de conocer el estado civil de estos andaluces era a través del testamento,
cuando existía, ya que no eran muchos los que redactaban este tipo de documento. El
testador declaraba su estado civil y quiénes eran sus herederos.
El desconocimiento del estado civil del grupo de diez hombres, se debe casi siempre a
que el expediente no se hallaba completo, negando el acceso a esta información.
Al analizar el gráfico se aprecia que existe una cifra aproximada entre hombres solte
ros y hombres casados. Este dato es representativo, pues a diferencia de otros muchos
estudios de emigración donde los solteros que marchaban a Indias superaban con un
amplio margen a los casados, en el caso que nos toca sólo supera los primeros a los segun
dos en nueve individuos. Ello parece deberse a que como ya se dijo arriba, el número de
hombres que pasan a Indias lo hacen en edades comprendidas entre los veintiuno y cin
cuenta años, por lo tanto en edades propias de tomar estado, que sería ya bien entrada
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 55
la veintena. Mientras que los menores de veintiún años que serían los que se mantendrí
an aún en estado de soltería es un grupo poco numeroso. Otro dato que explica el núme
ro tan elevado de casados es el tipo de documento en el que se basa nuestra investiga
ción, los Autos de Bienes de Difuntos, el trabajo no se centra en un estudio de emigra
ción, donde los individuos que marchan a Indias lo hacen con el fin de establecerse allí,
sino en el de los protagonistas de los expedientes de Bienes de Difuntos, hombres que se
dedicaron en su mayoría a los oficios relacionados con la Flota, con la intención de ir y
volver de Indias, y en muy pocos casos se constatan emigrantes en sí; por todo ello,
muchos de estos hombres crearán sus familias en España y harían de sus oficios el medio
económico para sustentarlas.
La explicación del alto número de solteros, es por un lado a lo ya aludido arriba, la
edad, existe un grupo de hombres jóvenes, que aún no están en edad de contraer matri
monio, pero por otro lado es el tipo de profesión que la mayor parte de ellos ejercían, una
profesión dedicada al mar. Por estos menesteres, permanecían mucho tiempo lejos de sus
lugares de origen, embarcados durante largos períodos que podían dilatarse a veces inclu
so a años, lo cual les limitaba la probabilidad de formar una familia y echar raíces en su
tierra. No obstante, existe un grupo de seis hombres, que a pesar de que conservan su
estado de soltería, mantenían una relación estable con una mujer con la que incluso lle
gan a tener descendencia, son casos como los de Sebastian Palacios65 que mantiene una
relación con “una persona de onestidad” con la que tiene un hijo natural llamado Miguel,
o de Josef Gago de la Mota66 quien se une a una mujer en la Habana -lugar que fue su
primer destino como alférez real—, con la que tuvo una hija. Como una excepción locali
zamos a Antonio de Ocampo67, que a pesar de estar casado con una sevillana con la que
tenía tres hijas, en uno de sus viajes a Santo Domingo conoce a una dominicana con la
que establece una relación sentimental, producto de la cual nace una niña.
Analicemos ahora el estado civil de los ciento sesenta y dos hombres que conocemos,
por grupos de edades:
Menores de 21 0 13 0 0
Entre 21 y 30 13 42 0 1
Entre 31 y 40 24 12 2 4
Entre 41 y 50 18 4 5 4
Entre 51 y 60 9 2 2 0
Más de 61 3 1 2 0
TOTAL 67 74 11 9
De este cuadro se deduce que normalmente la edad para contraer matrimonio como ya
se comentó arriba comenzaba con la veintena, para ir aumentando a partir de los trein
ta, y que antes de los veintiún años de edad, no era costumbre que ningún mozo toma
se estado, los casos aquí estudiados confirman esta teoría, pues no hallamos ningún casa
do para el grupo de los menores.
Son once los viudos que se localizan en el estudio. Se encuentran repartidos por todos
los grupos de edades a partir de los treinta años, precisándose un aumento en el de los
cuarenta y uno a los cincuenta años. Sin embargo, de este grupo tan sólo dos vuelven a
contraer matrimonio, Juan Gutierrez del Castillo69 que, tras quedar viudo, vuelve a casar
se con Agueda María Valera, con la que tiene su única hija Juana Manuela, y Geronimo
Joyera70 que se casa en segundas nupcias con Victoria Leonor de Condres. Los viudos con
traían segundas nupcias en mayor proporción que las viudas, la duración de la viudez en
el hombre era más corta, por razones obvias tenían más prisa en volver a casarse. Ade
más ello se ve favorecido porque no tenían en contra los hábitos sociales que, por el con
trario, no permitían los rápidos esponsales de las viudas.
En numerosos casos tanto solteros, como casados o viudos que pasan a Indias van ocu
pando algún oficio o cargo en la Flota, ya sea como parte de la tripulación o algún
empleo militar dentro de la Compañía de defensa; y una minoría van en busca de fortu
na, o con el fin de ejercer algún empleo o trabajo. Y es más, habría de destacar que entre
los solteros es difícil encontrar alguno que no fuera ocupando algún puesto en la Flota.
Si estos solteros coincidían con ser menores de veintiún años, iban desempeñando casi
siempre los oficios más bajos de la tripulación de los navios, ejemplos de estos son el gru
“ Cuatro individuos pertenecientes al grupo de los hombres casados, cinco solteros y dos viudos, desconoce
mos las edades que tenían.
® A.G.I. Contratación. Leg. 983.
70 A.G.I. Contratación. Leg. 5592. N° 1. R°. 5.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 57
mete Francisco Manuel Villalba71, el paje Joseph Martín72; o bien, como ya se dijo antes,
ocupando algún lugar en la Compañía de defensa, como Diego Martínez73 que era arca
bucero de nao.
Es en el grupo de los casados, donde localizamos individuos que zarpan para realizar
otras actividades en el Nuevo Mundo. Antonio Aguirre74, y Manuel Ríos y Guzman75 tie
nen como objetivo realizar ciertas transacciones comerciales. Con el propósito de buscar
mejor fortuna, llega a Indias Thomas Figueras76, aunque sin conseguirlo, este motivo
también lo comparten otros solteros y viudos como son Francisco Xavier del Pozo77, o
Lucas Callejas78.
El porqué de un número tan elevado de hombres casados que marchan a Indias sin sus
esposas, a pesar de las muchas trabas79 que el gobierno central impuso con el objeto de
que las llevasen fomentando con ello la emigración familiar, tiene su explicación en este
trabajo, en la intención de la mayoría de estos hombres que parten para América no con
el propósito de emigrar y asentarse, sino que llegan bien realizando trabajos en la Flota,
Flota de ida y vuelta, y por lo tanto sin la necesidad de pedir permiso a las autoridades
para viajar solos, ya que partían realizando una labor con el fin de regresar. Trabajo por
el cual se pagaba una soldada, que constituía el medio económico para subsistir las fami
lias en la Península, o bien, porque se trataba de una emigración temporal, aventurera,
con la pretensión de hacer fortuna lo antes posible y volver al lugar de origen.
Si nos fijamos en el estado civil de las mujeres con las que contraen matrimonio los
setenta y dos hombres casados, son todas de estado soltera, exceptuando cuatro que
cuando llegan a las nupcias con nuestros hombres lo hacen en estado de viudez, estas son:
Sebastiana Benitez, esposa de Francisco de Casanova80; Adela Romero esposa de Josef
Cabreras81; Juana Perez, esposa de Pablo Calvo Perez82 y Beatriz de Fernandez, esposa de
Francisco Jordán8’.
Solamente dos mujeres vuelven a contraer matrimonio tras la muerte de sus maridos:
Juana de Montes, esposa que fue de Juan de Sangronis84 y Margarita Perez que lo fue de
Juan Ximenez de Bohorque85, pues como se dijo antes la duración de la viudez en la
mujer sería más larga que la del hombre, ya que tenía en contra los hábitos sociales que
ven con malos ojos los rápidos esponsales de las viudas. Las demás —según la información
que nos llega—, permanecen en estado de viudez, lo que indica que en cierta manera, este
estado en la mujer era bien acogido, pues significaba la equiparación al hombre desde el
punto de vista jurídico.
También se da el caso de que un viudo se case con una viuda, como le ocurre a Lucas
Callejas86, casado en primeras nupcias con Antonia Baeza de estado soltera y en segun
das con Dionisia Farjan de estado viuda, hecho que podríamos considerar desde el punto
de vista de la sociedad de la época como la elección del mejor modo de subsistir. Será en
el momento que fallece Dionisia cuando decide partir hacia las Indias en busca de una
nueva vida que le aportase un cambio de suerte.
Todos los difuntos aparecen como hijos legítimos, aunque uno es abandonado en el
hospital de niños expósitos, se desconoce quienes eran sus padres, se trata de Francisco
Xavier del Pozo87. La legitimidad se deduce a partir de las partidas de bautismo que apa
recen en muchos expedientes, declaraciones de testigos que afirman que el fallecido es
hijo legítimo de tal persona, últimas disposiciones donde el testador expone quién es: su
naturaleza, quienes son sus progenitores, etc., o simplemente porque no existe docu
mento o declaración que diga lo contrario. El único caso que puede plantear dudas como
ya se ha expuesto arriba es el de Francisco Xavier del Pozo. Francisco era natural de la
Villa de Ojén en Málaga. Tras nacer es abandonado en el hospital de Niños Expósitos de
San Joseph de Málaga. Contando con cuatro años aparece en su vida el matrimonio for
mado por Juan del Pozo y María Luisa de la Rivera, pareja malagueña que no tenía des
cendencia y que deciden “prohijar” a Francisco Xavier y “lo sacaron de la cuna”. Juan del
Pozo, el nuevo padre tras llevar a cabo el prohijamiento88 entrega al colegio “una manda
de cincuenta ducados para cuando el niño tome estado o cumpliese los veinticinco años”.
Con el paso del tiempo, Juan decide otorga al niño su apellido, del Pozo, por lo que el
toma el nombre de Francisco Xavier del Pozo, este dato apunta a que se hubiese podido
llevar a cabo la adopción completa.
La nueva familia pasará a vivir a la ciudad de Málaga, lugar donde residirán hasta la
muerte del padre. Tras quedar huérfano de padre, Francisco Xavier que contaba en ese
momento con veinte años de edad, decide junto a su madre trasladarse a vivir a Cádiz,
donde residirán hasta que el joven se dispone a marchar a Indias —se supone que como
miembro de la tripulación de la Flota—, falleciendo más tarde en Panamá.
Al analizar como suceden los hechos en esta historia, primero con el prohijamiento a
los cuatro años de edad del niño, luego con la donación del apellido por parte del padre,
nos induce a pensar que el difunto podría ser hijo natural, hijo que tuvo fuera del matri
monio, o incluso antes de contraer dichas nupcias con Maria Luisa, y al no procrear deter
mina adoptarlo. Por lo tanto, sea de una u otra forma existe cierto pasado oscuro en este
individuo, por lo que nos atreveríamos a calificarlo de ilegítimo.
De los ciento setenta y dos difuntos que se estudian, cincuenta y cinco pertenecen a
familias con más hermanos, catorce son hijos únicos, y de ciento tres hombres no se cono
ce nada acerca de su familia, pues en el auto no se especifica el tema, bien porque tenga
herederos directos —hijos o padres- y por lo tanto no es necesario aportar esa informa
ción de la existencia de hermanos, o bien porque el documento está incompleto.
Si se analizan a las familias compuestas por varios hijos, se advierte que sólo veintiuno
de estos hombres pertenecen a familias donde son cuatro o más hermanos, de hecho trece
-de estas familias— tendrían cuatro hijos como le ocurre a la familia de Antonio Rico89,
siendo el primogénito de los hijos, siguiéndole Manuel, Isabel y Francisco; cinco hijos tie
nen cuatro de las familias estudiadas como la de Juan Espinar90, que tiene tres hermanos
Diego, Juan Alonso y Gerónimo y una hermana llamada Beatriz; las familias de mayor
número de componentes son las que tiene seis hijos, de las que encontramos tres casos,
Luis Carrillo91, era miembro de una familia de seis hijos, cinco varones entre los que se
encontraba él, junto a Juan, Francisco, Bartolomé, Joseph y una hermana, Francisca.
88 “Prohijar a un niño” en término jurídico no es una adopción integral tal como ahora la concebimos, sino
más bien una legalización de responsabilidades en cuanto a su manutención y futuro, pero no de la trasmi
sión o proyección de la calidad social y el apellido de los adoptantes, o sea el énfasis se pone en las calidades
materiales. Alvarez Santaló (1980), pág. lOl.Véase también Fernández Ugarte (1988).
89 A.G.I. Contratación. Leg 5585. N° 97.
90 A.G.I. Contratación. Leg. 5589. N° 15.
91 A.G.I. Contratación. Leg. 5608. N° 2.
60 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Estos datos vienen a constatar que las familias a las que pertenecían nuestros protago
nistas de la primera mitad del siglo XVIII en Andalucía eran familias nucleares92 de tipo
medio y en pocos casos vemos que existían esas familias numerosas93, quizás la explica
ción se encuentra en que el tipo de familia en las que se inscriben estos hombres era dis
tinto a las habituales, pues como ya se ha reiterado en varias ocasiones, al estar la mayo
ría de ellos dedicados a la vida en el mar, y —pues era habitual que muchos de los padres
también se dedicaran a estos menesteres- permanecer largos períodos fuera de sus hoga
res, no les permitía procrear un mayor número de hijos.
2.7. La descendencia
De los ochenta y cinco hombres casados y viudos, sesenta y nueve tienen hijos legíti
mos, ósea el 81,17%, aunque hay dos excepciones la de Antonio de Ocampo94, que ade
más de tener dos hijas, nacidas de su matrimonio legal en Sevilla, tenía otras dos hijas
naturales, María y Faustina, fruto de su relación con una dominicana llamada Gregoria
López, y la del capitán Diego Ruiz Daza95, que declara en testamento ser padre de cua
tro hijos, tres legítimos, nacidos de su matrimonio y una bastarda, llamada Antonia Flo
res, nacida de su unión con Francisca Teresa de Flores, vecina de Sevilla con la que “no
he contraido matrimonio” y que vive “en la colación Santa Maria Magdalena en la calle
de las Vírgenes...”. Los dieciséis restantes, el 18,82% está formado por hombres casados
o viudos sin descendencia. Por otro lado, encontramos a un grupo formado por seis hom
bres solteros, los cuales también tienen descendencia, en estos casos hijos naturales.
Estudiemos en primer lugar el grupo formado por los casados y viudos. De los casados,
son cincuenta y ocho hombres los que tienen descendencia y de los viudos once. La exis
tencia de los hijos si los hay, es un dato que siempre aparece en los expedientes de Bien
es de Difuntos ya que éstos eran los herederos forzosos y universales, y en tal caso el
número de ellos.
En la siguiente tabla se expone el número de hijos que componían las familias de los
hombres tanto casados como viudos, —no se incluyen a aquellos hijos nacidos fuera del
matrimonio, pues el número de hijos naturales que estos hombres pudieran tener no es
representativo, por ser muy pocos-.
92 Casey y Chacón Jiménez (1987), pág. 172 ; Chacón Jiménez (1990), pág. 34.
” Pérez Serrano (1992). A diferencia de lo que el Doctor Pérez Serrano expone sobre que la media del núme
ro de hijos de las familias gaditanas rondaba entre los seis a siete, en nuestro análisis se observa un número
menor.
94 A.G.I. Contratación. Leg. 5607. N° 5.
” A.G.I. Escribanía. Leg. 1060 A.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 61
N° DE HIJOS N° FAMILIAS %
Uno 22 31,88%
Dos 18 26,08%
Tres 13 18,84%
Cuatro 6 8,69%
Cinco 5 7,24%
Seis 4 5,79%
Siete 0 0.00%
Ocho 1 1,44%
TOTAL 69 100.00%
Se observa que el mayor número de las familias que habían constituido estos andalu
ces, un 76,81%96 estaban compuestas por pocos miembros, de uno a tres hijos. Familias
con un sólo hijo seria el 31,88%, con dos hijos el 26,08% y con tres hijos el 18,84%,
mientras que las familias más numerosas serían las menos, sólo un 23,18% del total,
como es la del viudo Bartolomé Diaz97, maestro de tonelero de profesión y padre de seis
hijos: tres varones Francisco, Antonio y Pedro, y de tres hembras, Mariana, Josepha y
Leonarda; o la del sanluqueño Manuel Rios de Guzman98, comerciante intermediario,
casado con Francisca Paula de Carmona con la que tuvo a: Diego, Pedro, Esteban, Anto
nia, Juana e Isabel, los dos primeros difuntos a corta edad y Juana e Isabel fallecidas al
poco tiempo de nacer. La familia más numerosa es la del jerezano Juan Herrera y Mon
temayor99 formada por ocho hijos, que nombrados de mayor a menor serían: Andrea,
Bartolomé, Juan, Juana, Maria Ignasia, Pedro, Micaela y Antonia.
Advertimos que existe una contradicción entre los datos aquí aportados y los estudios
hechos sobre la cuantificación de los miembros que componían los núcleos familiares del
siglo XVIII, ya que el comportamiento habitual de los matrimonios durante este siglo
fue el de tener más de cuatro hijos a lo largo de su vida fértil, aumentando la cifra en eta
Este tanto por ciento procede de la suma de los tantos por cientos de las familias con uno, dos y tres hijos.
” A.G.I. Contratación. Leg. 983. N°5. R"5.
w A.G.I. Contratación. Leg. 673- N°7. R°3.
” A.G.I. Contratación. Leg. 466.
62 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Insistimos en que en el estudio que hace el profesor Pérez Serrano para el Cádiz del siglo XVIII, expone
que el comportamiento habitual en los matrimonios gaditanos debió de ser de tener una media de seis o siete
hijos a lo largo de su vida fértil. En Pérez Serrano (1992), pág. 271. Familias que estaban lejos de ser macro-
familias de ocho o diez hijos que se suponía hasta hace unos años como normal en una demografía de Anti
guo Régimen. En García-Sanz Marcotegui, (1985), pág. 273.
101 A.G.I. Contratación. Leg. 983
102 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N°3- R°12.
105 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N°4. R° 9.
104 A.G.I. Arribadas. Leg. 378.
A.G.I. Contratación. Leg. 5602. N°4. R°l.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 63
114 Respecto al derecho de sucesión de la herencia de los hijos naturales que eran reconocidos -nos referimos
por supuesto a la primera mitad del siglo XVIII-, se establecía que: "Los hijos naturales y espúreos que no
fueren de dañado y punible ayuntamiento tenían según la Ley 9a de Toro....el derecho de legítima en la suce
sión de su madre, en la misma cuantía que los legítimos cuando no hubiere hijos de esta condición, y cuan
do concurrían con ellos, es decir, con los legítimos, su legítima se reducía a la quinta parte. Este derecho de
legítima no le tenía en la herencia el padre, pues este podía disponer a favor del hijo natural del quinto de los
bienes si tenía hijo legítimos, y del tercio si tenía ascendientes”. En Valverde y Valverde (1935).
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 65
Josef Nicolás Aguilera"5 da a luz a su primera hija Juana a los nueve meses de contraer
matrimonio; o también se daba el caso contrario, donde se alargaba hasta los cinco años,
como tarda Angeles María Muñoz, madre de Ignacio Joseph Miranda* 116 en traerle al
mundo.
2.8. La profesión
de todas las demás actividades1”, a pesar de que para este siglo se produzca un decai
miento de la atracción de los oficios marineros en la Baja Andalucía con respecto a los
siglos anteriores; de hecho, muchas veces, es la causa que provoca los problemas para
poder completar las tripulaciones de la Flota. A este colectivo, se le puede añadir como
más adelante se verá, individuos pertenecientes a otros grupos socioprofesionales, como
el de hombres de armas, artesanos, con estrecha vinculación a la Flota.
Le siguen en numerosidad los dedicados a actividades comerciales, con un 18,66%
-conformado por veintiocho hombres- . En este grupo englobamos desde aquellos
comerciantes que estaban vinculados con la Carrera de Indias como cargadores y facto
res, a otros que tenían tiendas abiertas en los principales puertos americanos o pequeñas
tiendas de pueblos, a los que servían como intermediarios para vender en América las
mercancías entregadas por pequeños comerciantes en la Península, e incluso a aquellos
que iban deambulando de un lado para otro mercadeando baratijas.
Diecisiete individuos, un 11,33%, conforman el grupo de hombres de armas. En éste
se han incluido a todos aquellos cuya dedicación profesional esta relacionada con la gue
rra directa e indirectamente, como pueden ser cabos de escuadra, alféreces, etc., por lo
tanto, alguno de ellos con profesiones muy relacionadas con el primer grupo.
Esto mismo pasa con el colectivo formado por artesanos, con un total de trece hom
bres, un 8,66%, donde junto a plateros, hallamos toneleros, calafates, barberos, cocine
ros, todos ellos oficios muy vinculados a la Flota.
Le siguen en número el de los funcionarios y los profesionales, compuestos por dos
individuos, un 1,33% del total respectivamente. En el caso del segundo grupo, observa
mos como uno de los que lo integran, un cirujano de flota, se podría incluir también en
el primero.
Teniendo en cuenta la importancia del sector minero no sólo en la economía, sino tam
bién en el campo político y social indiano, hemos querido detenernos en un individuo,
aunque sólo supondría el 0.66% del total, Christobal Garfias117
118 que se declara minero en
Lima, a pesar de que en el auto no se señale ni descubra nada más acerca de este asunto.
Una de las causas que pensamos explica el escaso número de mineros hallados, es la
depresión en la que entra el sector en la segunda mitad del siglo XVII y que dura hasta
la segunda mitad del XVIII, pues bien es sabido que gran parte de las exportaciones
americanas a Europa se basaban en metales preciosos, plata necesitada por la Corona
española para la que esos ingresos representaban el medio de mantener la hegemonía en
el Viejo Continente.
117 Estos tantos por cientos están calculados respecto al número total de actividades conocidas. No incluyen
a los desconocidos, un total de 22.
118 A.G.I. Contratación. Leg. 5612.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 67
El último grupo englobaría a Diego de Cuevas119, que marcha como criado del Gene
ral de la Flota Don Manuel de Velasco Y Tejada. Por lo tanto sería un 0,66% del total.
Del resto, el 14,66% de los hombres estudiados, un total de veintidós, no conocemos
su profesión. Ello se debe en la mayoría de los casos a que la documentación esta incom
pleta.
Hagamos ahora una clasificación del primer grupo formado por los mareantes, según
las distintas categorías:
Paje — 11
Grumete - 14
Marinero — 20
Repostero — 1
Guardián - 2
Artilleros - 11120
Condestable - 2
Contramaestre — 1
Ayudante de piloto — 1
Piloto - 2
Piloto y capitán — 1
Maestre de permisión — 1
Maestre - 1
Capitán - 6
Capitán y maestre - 3
Capitán y cargador de Flota — 1
Hombre de mar — 8121
Dentro de este grupo encontramos desde jóvenes que iban desempeñando empleos de
simples pajes o grumetes, hasta otros que iban como capitanes incluso en barcos de su
propiedad.
Al observar la siguiente clasificación, destacamos que el mayor número de ellos ocu
paban los puestos más bajos en las embarcaciones de las Flotas y Galeones.
rrez140, Josef Nicolás Aguilera141 y Josef Gago de la Mota142 y los dos capitanes Josef Fran
cisco Torres143 y Ñuño de Moría Villavicencio144.
Teniendo presente la fuerte vinculación existente entre los cabos de escuadras, sargen
tos de marina y los alféreces con la flota de Indias, estos mandos van a ser estudiados en
un apartado del capítulo II denominado “Tripulaciones de las Armadas”.
Como artesanos se catalogan a los siguientes individuos:
Toneleros — 2
Panadero - 1
Barbero - 2
Platero - 2
Calafates — 4
Cocineros — 2
Vamos hacer una subclasificación dividiéndolos en dos subgrupos: uno que estaría for
mado por los artesanos que se caracterizan por practicar un oficio muy ligado a las pro
fesiones del mar, como son los dos toneleros, los dos barberos, los cuatro calafates y los
dos cocineros, pues de hecho, conocemos que todos iban embarcados ocupando el oficio
del que eran especialistas, así Francisco Diaz145 marcha como maestro tonelero en la nao
capitana de la Flota; Joseph Herrera146 como maestre barbero de la almiranta de los azo
gues; o Juan Antonio Fernandez147 como cocinero del navio San Phelipe, uno de los de
conserva de los guardacostas que salieron en los Galeones de Tierra Firme. Subgrupo que
va a ser analizado en el capítulo II.
Y un segundo subgrupo de artesanos que no tiene vinculación alguna con las activi
dades marineras y que estaría formado por tres individuos, uno que practica el oficio de
panadero llamado Francisco de Paula y Jurado148, pues tiene una panadería a medias con
el sevillano y paisano suyo Benito Nuñez, en la ciudad de México. Y los otros, dos pla
teros Francisco Flores149, que sigue la tradición del oficio familiar, pues tanto su abuelo
como su padre, también llamado Francisco Flores fueron buenos plateros en la ciudad del
Betis, y ahora éste lo ejerce en la de Lima, ciudad muy vinculada a toda la industria
argentífera y Baltasar Moya150.
Dos son los que engloba el grupo de funcionarios, Thomas Theran de los Ríos151 Pre
sidente de la Real Audiencia de Guadalajara, Gobernador y Capitán General de Nueva
Galicia y Francisco Velad152 alcalde ordinario de Veracruz.
El siguiente colectivo lo integran los profesionales. En él, se incluyen a dos maestros de
cirugía, Juan de Castro153 que lo es de un navio de conserva de la Flota, y Fernando Pica
do154 maestro cirujano mayor en el Real Hospital de Cádiz que marcha ejerciendo su pro
fesión en el navio Santísima Trinidad, uno de los de la conserva de la Flota. Sabemos que
uno de sus tres hijos Esteban Picado, también se dedicaba a la cirugía y hacía ya catorce
años que se encontraba en Indias. Los cirujanos no eran abundantes en el Nuevo Mundo,
además solían llegar a Indias con una edad más avanzada que otros, como los barberos-
cirujanos, grupo más en contacto con el resto de la población. Al parecer no debían de
estar muy bien remunerados estos profesionales por la declaración que Fernando Picado
hace del fin para el cual se embarcó “traer algún remedio para su mujer y sus hijos”.
Cerrando la clasificación profesional, se sitúa el grupo compuesto por un minero, y el
denominado “otros”que estaría integrado por un criado, a los que ya anteriormente alu
dimos.
Volvemos a insistir en que prácticamente en casi todos los colectivos aparecen activi
dades muy vinculadas a la Flota de Indias, y por ello, muchos de estos empleos serán ana
lizados en el capítulo dedicado a los Hombres del Mar.
Los criterios seguidos para estudiar el estatus social de los protagonistas han sido los
siguientes:
• La profesión o empleo que desempeñaban. Pues existe una correlación entre el nivel
social que estos hombres ocupaban en la sociedad y la profesión u oficio desempe
ñado. También la profesión u oficio del padre —aunque se conoce en muy pocos
casos—, o de algún otro familiar cercano, es un indicador del grupo social al que per
tenece el individuo.
• La información que dan las declaraciones de los testigos cuando son requeridos por
las autoridades encargadas de llevar a cabo el proceso. Los declarantes normalmen
te son personas que pertenecen al ámbito social del difunto —son amigos, paisanos,
mente infranqueable. Por un lado, estaban los jefes militares de los galeones y armadas
de guerra donde la mayoría pertenecía a la baja nobleza, y por otro lado las tripulacio
nes de los navios mercantes cuyo origen social era bajo. Esta desconsideración social de
la gente del mar alcanzaba desde el grumete hasta el señor de nao. No obstante existía
aquí también cierta escala de prestigio social. Los menos favorecidos eran aquellos que
realizaban los trabajos puramente manuales, es decir, pajes, grumetes y marineros, inclu
yéndose también a otros, tales como guardianes, despenseros o contramaestres, pues no
eran mas que antiguos marineros experimentados.
La situación de pobreza de esta gente humilde era la que los expulsaba de su tierra
natal, buscando en el mar la posibilidad de un mayor enriquecimiento o un ascenso social
que en pocos casos conseguían. Ya en el siglo XVI, un hombre que conocía bien los pro
blemas de la gente del mar, Juan de Escalante y Mendoza, General de Flotas de Indias,
resume los motivos que impulsan al hombre a lanzarse al mar, motivos que aún en el
siglo XVIII permanecen casi inalterables, dice así:
“...de dos suertes de géneros vienen a ser los mas de los marine
ros que navegan por el mar. La primera es todos los que comienzan
a navegar por su principal modo de vivir, como hombres pobres, e
hijos de padres pobres, y que fue este el mas aparejado oficio que
hallaron para sustentar la vida, especialmente por ser nacidos en
lugares de puertos y tierras marítimas. De la cual suerte de criarse
marineros son los mas en numero, si bien se deja entender que estos
tales aunque quisieran estudiar no tiene disposición ni modo para
poderlo hacer. Y también se entiende que si alguno de los tales
acertase a estudiar y a ser grande letrado, que después que lo fuese
no querria acudir a oficio tan peligroso y trabajos como es el de
marinero....’’157.
Las condiciones de vida en las que se desarrollaba la actividad laboral, eran durísimas,
de ahí que la mayoría de los que optaban por utilizar el mar como medio de vida, res
pondía a que la tierra les había negado los elementos imprescindibles para sobrevivir. La
navegación se convertía en una actividad, cuyo ejercicio dependía más de la necesidad
que de la voluntad.
El trabajo en el mar fue considerado durante bastante tiempo como deshonroso, hasta
tal punto que un hidalgo podía perder su condición de noble al hacerlo. Se incluiría den
tro de este nivel a hombres como el paje de los galeones de Tierra Firme Pedro Josef
Gutiérrez Benitez158, o a Joseph Lobaton159 grumete de la capitana de registros que va a
Buenos Aires; de similar origen son los artilleros de los buques de la Carrera de Indias,
Lucas Ruiz o Sebastian Medrano y Olivera160. Este grupo profesional desde muy tempra
no —Siglo XVI- lucharon por obtener privilegios del Rey, pues era un colectivo del que
estaba muy escaso la armada española, por ello la Corona incentivó la profesión y ya en
1595 les concedió importantes derechos como por ejemplo era el de portar armas .
La bajeza de los oficios del mar se observa al comprobar que algunos puestos de gru
metes y marineros eran ocupados por hombres de color, Alonso García161 era pardo y ocu
paba el de marinero, al igual que Juan Joseph de la Cruz162 de raza negra y que iba como
grumete de una fragata, en estos casos eran hombres libres, pero en otros eran aún escla
vos que trabajaban en los barcos al servicio de sus dueños con el objeto de cobrar una sol
dada que posteriormente les entregarían, como le ocurre a Antonio de Vargas163 cocine
ro del registro San Raphael de la Calzada con destino al Puerto de la Santísima Trinidad.
Antonio pertenecía a Thomas Vargas Machuca, depositario y receptor de penas de cáma
ra y gastos de la Real Audiencia y Casa de la Contratación, y quién embarcó a su escla
vo con el puesto de cocinero, para así sacarle los mayores beneficios económicos.
También a este nivel pertenecían los estratos más bajos del ejército, de hecho se obser
va como para el siglo XVIII cada vez son más fuertes las medidas para evitar la entrada
en la oficialidad de personas no nobles ya fuesen de sangre o de vida164, soldados fueron
Luis Contreras165, Sebastian Cortes166 y Cristóbal de Rojas167 los dos últimos de la Com
pañía del capitán de mar y guerra Ñuño de Moría y Villavicencio. En este sentido, se
constata como el grado de sargento será durante buena parte del siglo XVIII el máximo
nivel de penetración de los sectores humildes dentro del ejército.
Hallamos en este estatus algún que otro artesanos, pues hay que tener presente que
cualquier oficio manual tenía una baja consideración social168, sobre todo si eran artesa
nos tales como Josef Alonso Gómez169*de oficio tonelero igual que Francisco Diaz™ maes
tro de tonelero de la capitana de la Flota, o el calafate Alonso Miguel Castellón171, pues
eran mal remuneradas. Existían otros oficios que además de tener más prestigio eran
mejor retribuidos como el del platero Francisco Flores.
También dentro del grupo de los comerciantes encontramos tales diferencias entre unos
y otros. Alguno de ellos se pueden englobar en este primer nivel, como es el caso de Cris
tobal Sierra y Cruz172 mercader que trabajaba en una tienda de “cacahoteria” pertene
ciente a Manuel Fernandez Ortuño, a mitad de gananciales. Sin embargo, hubo veces
que este comercio produjo tales beneficios que fue capaz de encumbrar el origen humil
de del autor. Valga el ejemplo del sevillano Juan Antonio Gonzalez Valdes173, joven per
teneciente a una familia de escasos recursos hasta el punto de que al fallecer su padre es
recogido por un tío, quien le alimenta y educa. Cuando cumple veinte años y decide bus
car mejor fortuna en el Nuevo Mundo, su tío de nuevo le ayuda, entregándole cierta can
tidad para que pudiera llegar hasta Cádiz y una vez aquí, zarpar en la flota hacia Amé
rica. Juan Antonio, consigue su propósito, pues después de trece años de residencia en
Zacatecas, sus bienes se rematan en pública almoneda en la cantidad de 6.610 pesos y 6
granos.
La miseria obligaba a muchos padres a entregar a sus hijos como criados a los oficiales
de los barcos, era una forma de que aprendiera un oficio y una manera de sobrevivir.
Estos chicos quedaban sometidos a la arbitrariedad de sus amos, que sólo les pagaban con
la alimentación diaria, de hecho tenemos un caso, que podía ajustarse a lo antes descri
to, es el de Diego Cueva1’4 que va como criado del General de la flota Manuel de Velas
co y Tejada, aunque anteriormente había estado sirviendo a una vecina de Cádiz.
El siguiente nivel seria el de bajo-medio, en éste también se engloban hombres de dife
rentes profesiones, así hombres de mar, como el guardián de fragata Carlos Guardia175,
que no era mas que un antiguo marinero experimentado176, el ayudante de piloto Joseph
Gudiel177, que de procedencia humilde, había llegado a alcanzar este grado a través de los
correspondientes exámenes; como también militares, de hecho a este estado pertenece el
cabo de escuadra Josephe Antonio de la Peña178 de la Compañía del capitán Ñuño de
Moria de Villavicencio, de la flota del General Juan Bautista de Mascarua.
Como ya apuntábamos antes, comerciantes existían de todos los estatus sociales, de
manera que en este nivel podríamos enclavar a Diego de Ribera179, que se dedicaba a lle
var cargas de ropa de Guanajuato a La Puebla de los Ángeles con la intención de ven
derlas y sacarles el mayor rendimiento posible, o a Juan Jimenez Bohorque180 que com
praba mercancía para abastecer una tienda en Guadalajara.
A un nivel medio corresponderían los cargos de piloto y capitán de la flota, pues bien
es sabido que estos llamados “oficiales de mar” no eran mas que aquellos que habían
alcanzado la cima como trabajadores especializados, ocupando ahora puestos de cierta
responsabilidad en los buques mercantes; era el escalafón más alto al que podía llegar un
trabajador del mar, por ello, proporcionaba algo más de prestigio social, sin olvidar el ori
gen humilde de estos hombres181; Pablo Calvo Perez182 va ocupando el puesto de piloto
del segundo patache de la flota del Capitán General Juan Esteban de Ubilla, o el de capi
tán que va ejerciendo Juan Gutiérrez del Castillo183184
de uno de los barcos de la flota bajo
el mando del General Diego Fernandez de Santillan.
También los maestres de los barcos mercantes se incluían en este estamento, era un
escalafón más alto al de piloto, pues además de ser el administrador económico del barco,
a veces también tenía una parte en propiedad, sin embargo, seguía al igual que los ante
riores teniendo un oscuro origen social, maestre de uno de los navios de la Flota de 1723
es Joseph Fernandez de Villacañas181.
Se engloba en el nivel a mercaderes de cierta condición, pues aunque dicho oficio no
estaba muy alejado del de transportista marítimo, sin embargo, en ocasiones el comercio
trasatlántico producía copiosas ganancias que eran capaz de encumbrar el más humilde
de los linajes, como le ocurre al comerciante intermediario Manuel de los Ríos y Guz-
man185, o incluso el mercader Juan Bartolomé Restan186 que poseía una tienda en Méxi
co donde vendía géneros “al por menor”.
En el nivel medio-alto localizamos a un grupo más reducido compuesto en la gran
mayoría por hombres relacionados con el comercio, individuos como son: Juan del Rio187
capitán y cargador de la flota188, quien deja una destacable suma de dinero al fallecer, y
donde la dote de su esposa nos muestra ese nivel además de económico, también social
al que pertenecían; o Francisco Gutiérrez189, del cual sabemos por las declaraciones de tes
tigos era “notorio”, además de los bienes que deja.
Asimismo se incluye a aquellos hombres que iban ocupando mandos en los barcos de
guerra. Este pequeño grupo, pero muy influyente, tenia un origen muy distinto al de las
tripulaciones de los barcos mercantes. Todos ellos eran militares. Así los más jóvenes
cachorros de la baja nobleza militar se dedicaban a practicar en el desempeño del mando
181 Pérez-Mallaína, (1992). págs. 45 y 48. González Rodríguez (1978), pág. T12.
182 A.G.I. Contratación. Leg. 984. N°3- R° 2.
181 A.G.I. Contratación. Leg. 983.
184 A.G.I. Contratación. Leg. 5587. N° 3. R° 3.
185 A.G.I. Contratación. Leg. 673. N° 7. R° 3.
186 A.G.I. Contratación. Leg. 5613- N° 5.
187 A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 6. R° 4.
188 En nuestra clasificación socio-profesional lo incluimos en el grupo de hombres del mar como capitán, pues
era este puesto el que iba desempeñando en el momento de su fallecimiento.
189 A.G.I. Quito. Leg. 166.
78 *t* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
para más tarde suceder a sus padres, hermanos mayores o parientes, pues cuando algu
no de estos accedía al mando de la Flota, no lo hacía solos, sino rodeados de una cama
rilla de hijos, parientes, amigos y paisanos, eran los nombrados alféreces o gentiles hom
bres de los Generales. Son los casos del alférez Mathias Gutiérrez190, del capitán de infan
tería del castillo de San Francisco de Asis de la Guayanajosef Francisco Torres191, e inclu
so nos atreveríamos a englobar al alférez real de las fuerzas y castillo de San Diego de
Acapulco, Josef Gago de la Mota192, cuyo padre Juan Gago de la Mota era procurador de
número de la villa de Osuna.
Como excepción, tenemos al capitán y maestre Christobal de Urquijo193, pues a pesar
de provenir de un nivel bajo, de origen humilde, los bienes y propiedades que logra
adquirir durante su vida, hace que éste se olvide. Cristóbal llega a poseer a medias con
otro el navio San Ignacio y logra convertirse en un señor de nao194 .
El más alto nivel lo conformaría tan sólo dos personas el Presidente de la Real Audien
cia de Guadalajara Thomas Theran de los Ríos195, Gobernador y Capitán General de
Nueva Galicia, Coronel y Caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de la Cáma
ra de Su Majestad, y otro, llamado Miguel Zamora196 que aunque desconocemos exacta
mente su profesión, se asocia a un hombre perteneciente a la Flota, pues todos sus ami
gos que más tarde declaran, eran oficiales de ésta. Sus pertenencias y sobre todo los obje
tos incluidos en la dote que lleva la esposa compuesta de ropa, joyas, plata labrada, etc.
y el capital aportado por él constituyen los criterios utilizados para la adjudicación a este
nivel.
El tono general deprimido de las últimas décadas del siglo XVII se prolonga en las pri
meras del siglo XVIII, y la actividad intelectual no constituye una excepción, sino uno
de sus más claros indicadores. Hay que tener en cuenta, que la colaboración del estado
en el crecimiento intelectual durante el reinado de los dos primeros Borbones, Felipe V
y Fernando VI, fue muy escasa, no existía una legislación para estimular los centros de
enseñanza, a lo que se le sumó la dura censura tanto civil como eclesiástica. En los pri
meros decenios existía una mezcla de lo religioso y lo profano, de lo filósofo y lo pura
mente técnico.
197 Sarmiento, págs. 99 a 273. Cit. en Domínguez Ortiz (1984a), pág. 104.
,9“ Cipolla (1970), pág. 11.
199 A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 4. R° 5.
80 <• La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo X VIH ❖
200 De la Pascua (1989a), pág. 64; Sobre la cultura y la mujer en Indias, ver tesis doctoral de Parejas Ortiz
(leída en 1995), Capítulo V
201 A.G.I. Contratación. Leg. 5589- N° 11.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 81
Observando este gráfico se advierte que el 44,50% sabían firmar; que el 41.04% no
sabían, y del resto, el 14,45%, se desconoce. El porcentaje de los que sabían firmar, es
solamente algo más elevado respecto de los que no sabían.
Para principios del siglo XVIII Cádiz es la ciudad que más peso tiene dentro de Anda
lucía a nivel económico, y ello conlleva implicaciones culturales; sin embargo, a pesar de
ello, se desarrolló más en tamaño y riqueza que en refinamiento o cultura, de hecho el
padre J.Labat202 tras su viaje a la ciudad en 1706 la describe como “...una ciudad de
comercio y una morada de comerciantes, más que de nobleza y de gente de letras...”, será
más adelante y sobre todo ya en la segunda mitad del siglo cuando Cádiz comience a dar
muestra del progreso cultural.
El grupo considerado como analfabetos englobaría a aquellos hombres que en su
mayoría están relacionados con la flota en los más bajos niveles, como eran los pajes, gru
metes, marineros, etc. Entre otros, es el caso del paje de nao Sebastian Miguel Martín203,
o del marinero Francisco Ximenez Salgado204, de los cuales sus amigos y compañeros de
navio declaran que no sabían firmar. Existen excepciones como la del marinero Pedro
Rendon205 que se constata que sabía leer y escribir, prueba de ello es el poder para testar
que otorga en Chiclana de la Frontera ante escribano público, a su primo Martín de los
Maiores, antes de partir para Indias, y más tarde en 1724 el codicilo que le añade en la
ciudad de Veracruz, firmado de puño y letra por él.
Centrándonos en estos dos grandes grupos. Vamos a describir a quienes integraban
cada cual.
233 El Título completo de la obra de Jerónimo de la Fuente Pierola es Tyrecinio pharmacopeo método medico, y chi
mico, siendo su título original Fons speculum claritatis, per quem divertí modi , res etiam, quae observandae in medi
cinarum rectificationepurgantium, secundum Joannem Mesuem de 1609, la traducción es de 1660. Madrid, 1660;
Alcalá. En la imprenta de Francisco García Fernández. 1673; Madrid. Por Antonio de Zafra, 1683; Zarago
za. Herederos de Diego Domer. 1695; Zaragoza, Manuel Roma. 1698; Pamplona. Joachin Joseph Martínez.
1721.
234 Galeno, Claudio: Terapéutica, método de Galeno en lo que toca a cirugía. Recopilada de varios libros suyos...
nuevamente traducidas en Romance por Hieronymo Murillo. En Qaragoga. En casa de la viuda de Barth de
Nagera. Año 1572.
2.5 En España durante el siglo XVI y XVII se publicaron los aforismos traducidos y comentados por Bernardi
no de Laredo en 1552, años después en Salamanca por Cristóbal de Vega y para 1561 se publican en Alcalá
por Francisco Valle.
2.6 Bernardo de Gordonio fue médico español, autor de varios tratados de medicina.
2,2 Es un tratado de 1566 en el que se enseña lo más necesario del arte de la cirugía. Posiblemente este
hombre llevaba un ejemplar de la sexta reimpresión de 1607.
218 Libro o práctica en cirugía del ...Doctor Juan de Vigo. Traducido de lengua latina a castellana por el Doctor
Miguel Juan Pascual Valenciano. Valencia, 1537; otras ediciones: Toledo, 1548; (Jaragoga, 1581; Perpiñan,
1627, Madrid, 1717.
259 Raimundi Lulli Maiorcani de Alchimia Opuscula quae secuentur Apertorium ítem Magua naturalis. Item de secre-
tis naturae, seu de quinte essentia liber unus, etc. Norimbergae, 1546.
240 Puede ser dos libros: Amiguet, Antonio: Lectura feta per lo reverent mestre en medicum sobre lo tratat segon de
rev. Mestre Guido lo qual tracta de Apostemas en general. Barcelona, 1501; o podía tratarse de López de León,
Pedro: Practica y teórica de las apostemas en general y particular. Questiones y practicas de Sevilla. Impreso
en la oficina de Luys Estupiñán. 1628 -nos inclinamos por este segundo libro-.
241 Pueden ser dos libros: Biana, Juan de: Tratado de la peste. Málaga. J. Serrano de Vargas Ureña. 1637; o
Ximenez Saraviego, Juan —protomedico—: Tratado de peste, donde se contiene las causas, preservación y cura, con
algunas cuestiones curiosas al propósito. Con privilegio. En Antequera, por Claudio Bolán. 1602.
242 León, Andrés de: Libro I de Annathomia. Recopilaciones y examen general de evacuaciones, Annathomia y compos
tura del cuerpo humano. En la muy noble y muy leal y antigua ciudad de Baega. En casa de Juan Baptista de
Montoya, 1590.
243 Secretos del Reverendo Alexo Piamontes llenos de maravillosas diferencias de cosas traducidas de lengua
latina a lengua castellana por el licenciado Alonso de Santa Cruz médico. Visto y examinado por lo señores
inquisidores de Barcelona. La primera edición se remonta a 1555 y desde su aparición obtuvo un gran éxito
comercial. Se tradujo a las lengua europeas más usadas y aunque su cometido no es de gran valor científico
gozó de una gran popularidad. Se publicó en Alcalá de Henares en 1563; Barcelona, 1563; Qaragoga, 1563;
Alcalá, 1640; Madrid, 1689; Madrid, 1691; Madrid 1696.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 85
244 Varias ediciones: Obregón, Bernardino de: Instrucción de enfermos para aplicar los remedios a todo genero de enfer
medades y acudir a muchos accidentes que sobrevienen en ausencia de los médicos. Madrid, 1607. Fernández, Andrés:
Instrucción de enfermeros para aplicar los remedios a todo genero de enfermedades. Madrid. Imp. Real. 1625. Anóni
mo: Instrucción de enfermeros para aplicar los remedios a todo genero de enfermedades....compuesto por los hermanos de la
Congregación del Hermano Bernardino de Obregón. (^arago<_a, 1664. Anónimo: : Instrucción de enfermeros para apli
car los remedios a todo genero de enfermedades....compuesto por los hermanos de la Congregación del Hermano Bernardino
de Ohregón. Madrid. Bernardo de Peralta. 1728.
245 Montemayor, Cristóbal: Medicina y cirugía de vulneribus capitis. En Valladolid, por Juan Godinez de Melli.
1613; y en Zaragoza por Juan de Ibar. 1651.
246 Díaz, Francisco: Compendio de Chirugia en el cual se trata de todas las cosas tocantes a la Teórica y practica della y
de la anatomía del cuerpo humano. Madrid, en casa de Pedro Cosin, 1575.
247 A.G.I. Contratación. Leg. 983.
248 A.G.I. Contratación. Leg. 5602. N° 4. R° 1.
249 A.G.I. Contratación. Leg. 5587. N° 3. R° 3.
250 A.G.I. Contratación. Leg. 983. N° 6. R° 1.
251 A.G.I. Contratación. Leg. 5600. N° 7.
86 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
2,2 El título completo del libro es Gritos del Purgatorio y medios para acallarlos, de 1689- Su autor es Joseph
Boneta y Laplana. Esta obra es modelo de literatura mística extravagante. Basta hojearla para formar un con
cepto global de los gustos barrocos que predominan en los siglo XVII y XVIII.
255 León, Gabriel: Ramillete de divinas flores escogidas en el delicioso jardín de la iglesia. 1698. Hay varias edicio
nes de distintos autores.
254 El peregrino atlante San Francisco apóstol de Oviete, hepiton histórico y panagirico de su vida y prodigios. Valencia,
1670.
255 La obra Historia de Hipólito y Aminta es una novela en prosa y verso de Francisco de Quintana fechada en
1627, con un poemita al fin de la octava intitulado Descripción de la fiesta de Santiago el verde.
2,6 Eugenio Gerardo Lobo, es autor de Selva de las musas que en elegante construcción poética prorrumpe la facundia
de Don Eugenio Gerardo Lobo. Reimpresas en Cádiz con las licencias concedidas a sus originales en 1717. Son
obras poéticas.
257 Niremberg, Juan Eusebio de: De la diferencia entre lo temporal y eterno. Madrid, 1640.
258 Escribió varios sermones contra la venida del anticristo y el apercibimiento del juicio final. Está fechada en
1550 en Valencia.
259 Lucas Gracián Dantisco es autor de Galateo español que aparece en la edición de 1593 nuevo y enmenda
do. Este libro es una refundición del Galateo de Giovanni Della Casa. Suponemos que la primera edición es
en Madrid en 1582, pero no existen ejemplares para probarlo. Desde su aparición, la obra tuvo buena aco
gida entre el gusto popular, y en vista de su éxito Gracián la aumenta con nuevos tratados. Así que para la
tirada de 1592-93, ya figura una segunda parte que sería la de El destierro de Ignorancia de Horacio Raminal-
do de 1592. En las siguientes ediciones aparecerá junto al Galateo Español.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 87
festón que ejercía relacionada con su título, era dueño de un ingenio y molino en la Haba
na264, realizando actividades mercantiles; de ahí se explica que tras su muerte se contabi
liza un capital de más de 120.000 pesos escudos .
No obstante, el que mayor aporte económico ofrece es un funcionario: el Presidente de
la Real Audiencia de Guadalajara Don Thomas Theran de los Ríos265, cuyo capital ascien
de al final de su vida a más de 135.000 pesos de 10 reales de plata cada uno. Le segui
ría en volumen de fortuna, pero del cual no sabemos su ocupación, Francisco Gutiérrez266
cuyo auto dice “ser notorio” dejando 7.169 pesos escudos y 6 reales de plata. (Apéndi
ce 2).
Entre los mareantes sólo dos destacan. El primero, es el capitán y maestre Joseph
Cabreras267, que logra hacerse de un pequeño capital, reúne 10.000 pesos escudos que
posteriormente cobraran sus herederos. Pero dicha cantidad no será producto de su sol
dada como oficial, sino que procede de la práctica de otras actividades lucrativas, como
era el comercio, llevar consigo escrituras de obligación, etc.; y el segundo hombre de mar
es Miguel Zamora268, de quien nos llegan noticias de que cuando fallece, la única here
dera, su esposa Leonarda Josepha Pelaes -tras la muerte temprana de su único hijo
Manuel Francisco de cinco años de edad—, recibe una herencia compuesta por la dote que
ella llevó 1.278 pesos escudos y 5 reales de plata, y el capital que él aportó 2.000 pesos
escudos de plata, más los gananciales que no sabemos a cuanto ascienden.
El nivel económico de la gentes del mar —refiriéndonos a pajes, grumetes, marineros
etc— era bajísimo, esto se comprueba en sus pagas, muy deficientes en comparación con
los salarios de otros trabajadores especializados de la tierra26’, para que nos hagamos una
idea, exponemos seguidamente unos ejemplos en donde se muestra la cuantía de éstos en
el momento de la muerte. Tras el óbito del grumete Josef Espinosa270, se procede a cuan-
tificar todos sus bienes, y tras deducir de su soldada una parte que ya se le entregó al
salir, a modo de adelanto como era costumbre en la época, y el ahorro de vino271 —de este
tema hablaremos mas detalladamente en el siguiente capítulo—, queda líquido 151 rea
les de plata; del marinero Juan Mathias de la Herran272, que recibió antes de zarpar 100
pesos, tras fallecer se le ajustan cuentas y queda 97.5 pesos, ración de vino y 57 pesos de
carena -otro cantidad extra que se sumaba a la soldada por la reparación y carena, que
264 En este molino se molía tabaco ajeno por lo que se cobraba las “miliendas”.
265 A.G.I. Contratación. Leg. 5602. N° 4. R° 2.
266 A.G.I. Quito. Leg. N° 166.
267 A.G.I. Contratación. Leg. 983 y 984. N° 1. R° 1.
268 A.G.I. Contratación. Leg. 5587. N°3. R° 7.
2® Guerrero Cano (1998), págs. 541 a 546.
270 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 82.
271 Gil Bermejo y Pérez-Mallaína (1985), pág. 279. “La ración de vino que se debía de entregar diariamente
a los marineros no era normalmente consumida, sino que, debido al alto precio que los caldos andaluces
alcanzaban en los puertos americanos, los marineros preferían ahorrarlas y venderla al llegar”.
272 A.G.I. Contratación. Leg. 5587. N° 1. R° 1.
Andaluces en América. ¿Quiénes eran estos hombres? 89
ción y alimentación; o el caso del marinero de los azogues Josef de la Rosa279 cuyas penu
rias llegan al extremo de que él mismo se declara “pobre de solemnidad”.
En muy pocos casos difiere el nivel económico del nivel social. Entre estos se encuen
tran los del artillero Pedro Rodríguez280, que deja para sus cinco hijos menores y para su
esposa Elvira Palomino, como tutora, la cantidad de 1.933 pesos. Elevada cifra teniendo
en cuenta su condición socioprofesional. La respuesta a ello, la tenemos en las activida
des mercantiles que paralelamente a su puesto practica en Tierra Firme. Además de
transportar mercaderías propias para venderlas, llevaba firmadas escrituras de riesgo, con
cuyo dinero parece compró partidas de tabaco con las que negoció. Caso contrario, es el
del capitán de infantería del castillo de San Francisco de Asís de la Guayana, Josef Fran
cisco Torres281 que perteneciendo a un nivel socioprofesional más elevado, tras fallecer en
Veracruz, sólo quedan por sus bienes 94 pesos, 3 tomines, 7 granos, los cuales cobra su
madre, Ana Torres como única y universal heredera.
Distinto es lo que sucede a Antonio de Vargas282, pues en su condición de esclavo la
valoración económica es nula, puesto que la soldada recibida por el trabajo que realiza
como cocinero de uno de los navios no sería para sus herederos familiares, sino para su
dueño, que con este fin lo había enviado.
En definitiva, la mayoría de nuestros andaluces, partieron a Indias dejando sus pueblos
y familias, en busca de un medio de vida que les reportara mayores ingresos económicos
que su tierra natal no les ofrecía, sin embargo, son muy pocos casos, los que alcanzan esa
suerte y la fortuna.
1. Introducción
En este capítulo vamos a estudiar a los hombres del mar y su vinculación con Améri
ca, enmarcándolos en la Andalucía marinera del siglo XVIII, y todo ello, visto bajo el
prisma de la política de desarrollo naval llevada a cabo por los Borbones. Con este pro
pósito, vamos a ir acercándonos y analizando los dos elementos fundamentales que con
figuran el tema. Por una parte, el barco, estudiando el sistema de flota, como se organi
zaba, su evolución, las rutas del viaje, deteniéndonos en determinados hechos relevantes
de algún convoy. Y por otro lado, la pieza principal, los hombres, en cuanto que consti
tuyen la tripulación de los barcos de la Carrera, y con ellos, la vida a bordo, y las com
pensaciones económicas.
Desde la antigüedad, toda la costa andaluza ha estado abocada al mar, tanto la ver
tiente oriental hacia el Mediterráneo, como la occidental hacia el Océano Atlántico, pero,
de los cientos de kilómetro de costa con que cuenta nuestra tierra, es la región de la bahía
gaditana —y los pueblos cercanos a ella— la que ha mantenido un vínculo más estrecho
con el mar, “que unas veces —las más—, ha significado vida y en otras, muerte”1 (Ilustra
ción 1), y por ende con las Indias. Esta tierra incitó constantemente el espíritu marine
ro y comercial de sus gentes. Hombres inmersos en una tradición de relaciones e inter
cambios gestados desde la antigüedad más remota. Parecido espíritu marinero estuvo
presente en las costas onubenses —arco que va desde la desembocadura del Guadiana
hasta el Guadalquivir y roto en su centro por la desembocadura del río Tinto y del
Odiel-, Huelva, como el resto de la Baja Andalucía, conserva una dimensión americana
muy característica que ha pervivido a través de los siglos2. Sin embargo, para el período
que nos interesa, se constata esa vinculación con Indias a través del puerto de Cádiz3. La
costa oriental andaluza en su relación con América fue mucho más deficitaria. Granada
vive hacia el interior, dedicándose principalmente a la agricultura y es Málaga la que
Ilustración 1. Detalle de un mapa de Andalucía del siglo XVIII donde se puede observar la distribución de
los asentamientos de población que bordean el Guadalquivir desde el norte de Sevilla hasta su desemboca
dura.
Fuente: Colección Duque de Segorbe (Sevilla). Recogido en El Río. El Bajo Guadalquivir. Madrid, 1985.
Los hombres del mar 95
toma los papeles como puerto de la zona, aunque, con un tráfico más en consonancia con
el norte de Europa4. Por ello, y al igual que la costa onubense, se comprueba ese nexo de
unión con Indias a través del puerto de Cádiz. Será a partir de 1765 por el Decreto de
Comercio Libre de Barlovento5, cuando Málaga se vea favorecida en sus relaciones con
América, y unos años después, en 1778, se incorpora Almería por el Decreto de Libre
Comercio.
Con la llegada del siglo XVIII y la entronización de los Borbones se abre en la Penín
sula un periodo de cambios, reformas que abarcan todos los campos incluida la marina,
que si no cambió en lo sustancial, si introdujo modificaciones apreciables. Es en este
momento cuando se considera que comienza a renacer el poder naval y militar español.
En la misma tónica de reformas toma un papel destacado las constantes medidas dicta
das para hacer el tráfico oceánico más eficaz, o sea una mejor organización de la Carrera
de Indias. Los políticos, destacando a José Patiño, se interesarán por la buena organiza
ción de las Flotas, su puntualidad y el ajuste a unas fechas determinadas6.
4En Vicent, (1981) pág. 398. Sobre las relaciones de Málaga y América véase también los trabajos de la pro
fesora Aurora Gómez.
5 Rodríguez Casado (1841), págs. 100 a 135.
6 Todas estas reformas llevadas a cabo a lo largo del siglo se hallan detenidamente estudiadas en el magnífico libro
del profesor Antonio Garcia-Baquero, Cádiz y el Atlántico.(Y)89i), págs. 151a 163. Para esta etapa de los gran
des ministros -Patiño, Campillo y Ensenada- ver Bordejé, (1992), págs. 264 a 289; Plaza Prieto (1976), pág. 27.
7 Para las técnicas y construcción naval en general existe un manuscrito de 1691, cuyo autor Antonio Garrote
expone los fundamentos científicos de la fabricación de barcos; también Antonio Gastañeta, según Artiñano y
Galdácano puede calificarse como un constructor de barcos modernos con técnica semicientífica. En Artiñano y
Galdácano (1920), pág. 213. Sobre el tema de la construcción naval véase también Merino Navarro (1981), págs.
46 a 68; Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, (1975), págs. 177 y 178. En relación a los fraudes cometidos en la
construcción de los navios ver Serrano Mangas (1985), págs. 56 a 58. y Arazola Corvera (1998), págs. 142 y 143.
El tema de los asientos en la segunda mitad del siglo XVII es tratado con claridad por el profesor García-
Fuentes (1980), págs. 194 a 198.
El interés que despierta la construcción naval viene impuesto en cierta manera por la legislación emitida por
la Corona para que los barcos que viajasen a América fuesen de construcción nacional ver: Antunes y Aceve
do (1797), pág. 41. La falta de navios españoles y la dependencia con respecto al extranjero, llegó a ser tan
fuerte, que fueron flotas francesas las encargadas de vigilar y defender las posesiones indianas, además de
absorber casi por completo el comercio en este período. En Kamen (1974), págs. 161 a 184. De nuevo en el
Proyecto para Galeones y Flotas de Perú y Nueva España y para los Navios de Registros y Avisos de 1720 se insiste
en el tema de la nacionalidad española de los navios.
Para la industria auxiliar de construcción naval ver Díaz-Trechuelo (1978), pág. 144; Serrera Contreras
(1976), /’ágs. 209 a 216 y Leiva y Lorente (1941), págs. 59 a 93.
Y sobre la ubicación de los astilleros Alfonso Mola (1995), pág. 258; Enciso Recio, González Enciso, Egido,
Barrio, Y Torres (1991), págs. 458 a 459 y Pérez-Mallaína (1982), págs. 417 a 419.
“ Pérez-Mallaína (1992), pág. 76.
96 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
buques van a ser utilizados durante el siglo XVIII en la Carrera de Indias. Como nove
dades de esta centuria aparecen el paquebote, la goleta, el jabeque y el quechamarín, ya
que de otros como fragatas, saetías, bergantines, pingues, polacras, balandraso, tartanas
ya se disponía en el siglo XVI y XVII9.
A partir de esta tipología queda determinar que buques eran en los que se embarcan
nuestros hombres, sin embargo nos enfrentamos a dos contratiempos. En primer lugar,
el que en un gran número de expedientes no aparece ni siquiera el barco donde iba el
difunto; y en segundo que cuando aparecen las embarcaciones en las que partían, en
muchos de los casos son denominados genéricamente como “navio” seguido del nombre
con el que había sido botado o bautizado. Siendo consciente de que bajo esta denomina
ción de “navio” subyace o bien, “un tipo específico de embarcación provista de tres palos
y velas cuadradas y dos o tres cubiertas y puentes”10, o un título genérico. Se tomará la
segunda —pues no se sabe cuando se refiere a un navio especial, o a una embarcación en
general- cuando los barcos aparecen bajo el título de navio. Se han localizado varios tipos
de buques como: dos fragatas, dos pataches, un bergantín, un pingue, una nao y un gale
ón. Las dos fragatas, son Nuestra Señora de la Vendición de Dios, que iba en conserva de
la Flota de Nueva España de 1708 y Nuestra Señora de la Luz perteneciente a los regis
tros que van al puerto de Veracruz con azogue en 1744. En la primera iba embarcado
ocupando el oficio de cocinero Juan Joseph de la Cruz", y en la segunda el guardián de
fragata, Carlos Guardia y el grumete Juan Ximenez12* . Este tipo de embarcación, la fra
gata, es la más generalizada en este siglo, siendo su característica principal la rapidez,
gracias al gran número de velas que tiene y a su forma trapezoidal. De los pataches se
sabe que uno iba de registro al puerto de Honduras, no sabemos exactamente la fecha,
sobre 1732, 1733, en él iba embarcado el marino Félix Francisco González11, y del segun
do llegan noticias de que iba en conserva del navio San Raphael y Santo Domingo de la
Calzada de los registros con destino al puerto de Buenos Aires en 1722, en el que iba
ocupando el puesto de repostero Gregorio Hernández14.
El capitán Juan Gutiérrez del Castillo15, es él que marcha ejerciendo dicho cargo en el
único bergantín localizado. Este buque pertenecía a la flota de Nueva España que zarpó
de la Península en 1706 a cargo del General Diego Fernandez de Santillan. El marinero
9 Sobre la tipología de las embarcaciones ver García-Baquero (1988), pág. 240, 241, 242.
ibidem. pág. 240.
" A.G.I. Contratación. Leg. 983.
1; A.G.I. Contratación. Leg. 5602. R° 4. N° 1.
" A.G.I. Contratación. Leg. 5596. N° 9.
14 A.G.I. Contratación. Leg. 5590. N° 3.
” A.G.I. Contratación. Leg. 983.
Los hombres del mar 97
Josef de la Rosa16 se ocupaba en el pingue17 Nuestra Señora del Populo que formaba parte
de los azogues que salen hacia Nueva España en 1728, el uso de este tipo de barco era
sobre todo el de auxiliar de los registros. En el galeón Nuestra Señora de las Mercedes
capitana de la Flota de Nueva España, que parte de Cádiz en 1698 a cargo del General
Juan Baptista de Mascarua, va ocupando el oficio de paje el joven Joseph Martin18. El
galeón era un barco de guerra, y por lo tanto iba armado, siendo su función principal
escoltar y proteger a los mercantes de la Flota1’. Y en la única nao, de la que hace refe
rencia la documentación -pues hay que tener en cuenta que este tipo de embarcación era
específica de los siglos anteriores—, la almiranta de los azogues, que bajo el mando del
gobernador Don Francisco Medina Chacón se dirige en 1701 a Nueva España, va ocu
pando el puesto de grumete Antonio Nuñez20.
Tras el descubrimiento, la Corona comienza a emitir leyes con el fin de proteger a los
navios que hacían la Carrera de Indias de los ataques de los piratas y corsarios. Todas esas
leyes van a incidir en la creación y el establecimiento del Sistema de Flotas. En 1501 se
redacta la primera Real Orden prescribiendo la construcción de carracas para la persecu
ción de los piratas. Más tarde, en 1513 se ordena enviar dos carabelas a la costa de Cuba
con la intención de defender a los barcos españoles de los piratas franceses, creándose ya
para 1521 una escuadra encargada de vigilar las cercanías del cabo San Vicente. En 1537,
aparece como novedad, el envío de una armada real a las Indias con el objeto de garan
tizar la llegada a la metrópolis de los tesoros americanos, y es para 1543, cuando se esta
blece la salida de los navios en flotas anuales y protegidas, esta Ordenanza es la que en
opinión de Clarence Haring21, instaura la salida periódica de las flotas.
En definitiva, las bases por las que se regirá el sistema, se sientan en la Real Cédula de
1561 donde se establecía:
Por esta Real Cédula el Sistema de Flota quedaba organizado bajo el mando de un
Almirante y un General. Se emiten nuevas Ordenes por el decreto de 1564, volviéndose
a insistir en la obligatoriedad de la salida de dos flotas anuales. Una con dirección a
Nueva España a comienzos de abril, cuyos barcos se dirigirían unos para Veracruz, otros
para Honduras y otros para las Antillas. La otra flota saldría en agosto dirección Tierra
Firme, y sus naos se dirigirían al istmo de Panamá, junto con las naves de Cartagena,
Santa Marta y otros pueblos de la costa norte. Las dos flotas invernarían en Indias, más
tarde se reunirían en La Habana en el mes de marzo, desde donde regresarían juntas a la
Península. De manera, que a partir de aquí queda ya instituida la navegación en convo
yes. Todos los años se formarían en Sevilla dos flotas, una con dirección a Nueva España
y la otra a Tierra Firme, en conserva de ambas deberían navegar el resto de los navios con
registro para otros puertos.
Junto a estos convoyes mercantiles, existieron las Armadas de la Carrera de Indias,
escuadrones navales compuestos de seis u ocho navios de guerra, galeones que se encar
garían de patrullar entre el Cabo de San Vicente, Las Canarias y las Azores y que a veces
acompañaban a las flotas hasta sus destinos. Debido a que desde mediados del Siglo XVI,
fue frecuente que la flota a Tierra Firme viajase escoltada por esta armada, se le comien
za a conocer con el nombre de Galeones —por el tipo de navio que componía su escolta—,
y con el de Flotas a las que se dirigían a Nueva España.
A partir de este momento, las Ordenanza que surgen son simplemente para ir com
pletando todo lo anterior. Como las de 1573 donde se establecía una visita a los navios
que iban a realizar el viaje, tanto a la ida como a la vuelta, cuyo fin era controlar si todas
los buques iban lo suficientemente provisto de armas y pertrechos, y el sistema de nave
gación bajo la capitana y almiranta, quedando los mercantes a la conserva de la flota.
Esta normativa aquí legislada va a pervivir a lo largo del siglo XVII, y la primera vein
tena del XVIII, hasta la entrada en vigor del Proyecto de Flotas y Galeones de 1720.
El objetivo de los nuevos Reglamentos de los Borbones fue el de darle solución al cons
tante incumplimiento de las normas anteriores. Los problemas fundamentales estribaban
en el no cumplimiento de las fechas de salida y regreso de los convoyes, del apresto y
equipamiento de los barcos y de las normas de defensa y seguridad. Razones para que el
nuevo rey pusiera sus miras en “encontrar el mejor medio para dar más seguro curso a la
navegación de las Indias, a fin de conseguir el mayor restablecimiento del comercio con
2.1.1. Las Flotas, los Galeones y los Registros en los que iban embarcados los
mareantes
Contamos entre nuestros difuntos con ochenta y seis hombres de mar, o mejor llamé
mosles mareantes. A excepción de dos, del resto de los ochenta y cuatro hombres se cono
cen las rutas que iban haciendo. Al hilo de este tema es preciso advertir que en más de
una ocasión se desconocía la ruta que hace el mareante, pero sí el nombre del barco y una
fecha aproximada, a partir de aquí y utilizando una bibliografía determinada se ha loca
lizado la flota, al igual que algunos de los naufragios donde fallecieron.
“Las rutas del Atlántico de la Carrera son.... , canales por donde llega todo y vuelve
todo”25. A lo largo de los tres siglos de vigencia de la Carrera, no hubo modificación en
las rutas, exceptuando en la década de los cuarenta del siglo XVIII, en que se abre la del
cabo de Hornos para llegar a los puertos de Perú y Chile.
Cuatro fueron los caminos que unieron la Península con América: el de Las Islas
-Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo—, el de Nueva España —Veracruz, Honduras, Cam
peche, Yucatán, Guatemala, Costa Rica y Florida-, el de Tierra Firme —Nombre de Dios,
Portobelo, Cartagena, Santa Marta, Río Hacha, Maracaibo, Caracas, La Guaira, Cuma-
ná y Guayana—, y la del Resto del Continente —Buenos Aires, Valparaíso y Callao-.
Teniendo en cuenta los estudios del profesor García-Baquero para el período de 1717
1778, las rutas más utilizadas a lo largo del XVIII son en primer término la de Nueva
España, que había perdido este lugar, ocupando el segundo durante la segunda mitad del
siglo XVII, a favor de la de Tierra Firme. El segundo lugar lo ocupa Tierra Firme, segui
do de las rutas del Resto del Continente, y finalmente, la de las Islas. Parecido carácter
se refleja en las rutas que iban haciendo nuestros mareantes. Son cincuenta y nueve los
que realizan la ruta de Nueva España, cuarenta y ocho embarcados en la flota de Nueva
España, nueve en los azogues que se dirigen a Veracruz, y dos en los registros para Hon
duras. En segundo lugar, a diferencia de lo expuesto arriba, es igual el número de los que
parten en la ruta conocida como Resto del Continente, que los que lo hacen en la de Tie
rra Firme. Hallamos doce mareantes para la ruta de Tierra Firme, nueve van ocupando
distintos puestos en los Galeones de Tierra Firme, y tres lo hacen en los registros que se
dirigen: uno a Cumaná, otro a Caracas y el tercero a Venezuela sin especificar el lugar; y
similar número de mareantes se localizan realizando la ruta del Resto del Continente,
todos se sitúan en los registros que van hacia el área de la Plata, con destino al Puerto de
la Santísima Trinidad de Buenos Aires . Por lo tanto, se observa la relevancia que va
tomando esta tercera ruta en el siglo XVIII, que para el siglo anterior ocupaba un últi
mo lugar. Y en cuarta posición, está la ruta de las Islas, en la que se localiza a un indivi
duo para la de Santo Domingo.
Como se observa es la ruta de Nueva España la que ocupa un lugar de cabecera indis
cutible, siendo la de Tierra Firme y la del Resto del Continente también de gran noto
riedad, esta última, sobre todo a partir de 1740, comienza a tener un peso específico,
aumentándolo durante los cuarenta años siguientes.
para adelantar el dinero de los aprestos. Por ello, la Corona aceptaba cualquier préstamo,
bajo la promesa de devolverlo con intereses en Indias, lugar donde podría disponer de
suficiente numerario. De esta forma, vemos como el Consulado se convierte en el princi
pal gestor de los préstamos, además de los almirantes, generales y capitanes de los navi
os, cuya ayuda económica casi siempre iba encaminada a realizar las carenas de los
buques, por lo que la Real Hacienda se libraba del desembolso de esas cantidades en
España, y daba a estos oficiales las llamadas “libranzas de carenas”, por las que se les
pagaban en América los gastos ocasionados. Tema interesante, pues se observa como
estas jerarquías de las armadas se convierten en una “mezcla de negociante, militar y
hombre de mar”28.
A pesar de la respuesta negativa de la Casa, el Consejo insistió en la necesidad de enviar
esta Flota al cargo de la cual iría Juan Bautista de Mascarua como General y como Almi
rante Francisco Pineda. Se ordena aprestar diecinueve navios, además de la capitana y la
almiranta, pero tras los numerosos contratiempos provocados por los comerciantes, aña
dido a la tardanza en el apresto de los buques, finalmente sólo parten la capitana, la almi
ranta y un patache el 23 de julio de ese año, quedando atrás el resto de los mercantes,
prácticamente esta flota había quedado reducida a la categoría de flotilla de azogues.
Es oportuno señalar, que incluso para el apresto de estas naves la Real Hacienda se ve
necesitada de numerario, recurriendo a préstamos a través de los que logra reunir la can
tidad de 157.361 pesos procedentes de diferentes fuentes, como eran principalmente el
Consulado de Sevilla, el Seminario de San Telmo de Sevilla, el General y el Almirante de
la Flota y diversos comerciantes particulares29.
En esta flota iban embarcados siete de nuestros difuntos, Francisco de Casanova30, los
hermanos Pablo y Juan Perez31 y Matheo Lucas Ruiz32, los cuatro artilleros de la almiranta
Santo Christo de San Román y en el mismo navio, pero con el oficio de grumete va Josef
de Espinosa33. En el galeón capitana Nuestra Señora de las Mercedes, iban ocupando
plaza de paje y de marinero Joseph Martín34 y Francisco Ximenez Salgado35 respectiva
mente.
El despacho arriba al puerto mexicano el 12 de octubre de 1698. Allí inverna, pues las
instrucciones de vuelta eran para marzo del 1699- Sin embargo, el regreso se retrasa por
dos veces, a causa del supuesto peligro que supondría para la flotilla la presencia de
escuadras enemigas en el Golfo, y por lo tanto la necesidad de esperar la vuelta de la
Armada de Barlovento del Darién“. Todo ello invitó a que la Flota no saliese de Nueva
España hasta agosto de 1700, así que en vez de una invernada fueron dos las que tuvie
ron que pasar nuestros hombres en este puerto. Esta larga estancia es la causa de las
innumerables muertes provocadas por las epidemias declaradas a bordo de los navios,
puesto que era obligación de la tripulación permanecer en los barcos durante las estan
cias en los puertos, tal como se especificaba en los contratos de enrole “no se podría aban
donar el barco sin el permiso del maestre, pues había tareas que realizar, como acarrear
leña y agua, achicar agua de la bodega, ....”. De manera que nuestros hombres obliga
dos a permanecer a bordo durante dos años, sufriendo el insalubre clima del trópico, con
escasas condiciones higiénica -tema que se tratará en otro capítulo mas detalladamen
te—, van a padecer las consecuencias de un terrible brote epidémico que sesga sus vidas
y que según los datos que nos facilita Juana Gil-Bermejo y Pablo Emilio Pérez-Mallía-
na’1, alcanzó a cerca de cien personas de los cuatrocientos cincuenta y siete que formaban
la tripulación de la Capitana y Almiranta, un porcentaje del 21,8. Todos, excepto Mathe-
os Lucas Ruiz que fallece más tarde en 1700, van encontrar la muerte como consecuen
cia de dicha epidemia.
Siguiendo las instrucciones de que saliese una flota cada año, y teniendo en cuenta que
la que partió el año anterior no era completa, en 1699, el Consulado de comercio pro
pone que zarpara una nueva Flota, compuesta de los mercantes remanentes del año ante
rior, más una nueva capitana y almiranta.
Se nombra como General a Manuel de Velasco y Tejada, y como almirante ajóse Cha
cón. De nuevo, surge el constante problema de la falta de navios para la Capitana y
Almiranta. Al final se designa como capitana al navio Jesús María y Joseph de 609 tone
ladas y como almiranta a la Santísima Trinidad de 500 toneladas y de fábrica criolla’8;
—ambas, como veremos más adelante, fueron quemadas en un conflicto naval en Vigo—,
sin embargo, tanto el General como el Almirante, protestaron por los buques asignados,
pues los juzgaban inútiles como navios de guerra, además la Almiranta tenía un arqueo
oficial de 500 toneladas, que estaba falsificado, pues en realidad era menos de 400, lo
cual la dejaba tocada para llevar los armamentos establecidos. A pesar de ser lo mejor
que se pudo encontrar, los mandos pusieron en tela de juicio la posibilidad de que estas
naves pudiesen ser defensa ante cualquier ataque enemigo. Desgraciadamente, estos mie
dos, se convirtieron en realidad, pues fue este convoy uno de los más malogrados de toda
la historia colonial.
Al igual que el resto de las flotas, también ésta necesitó de la ayuda económica del
Consulado, 60.000 pesos entre otras cantidades, junto a los préstamos del General y del
36 Donde habían sido destinadas para desalojar a los escoceses del Darién.
3' Gil-Bermejo y Pérez-Mallaína (1985), pág. 286.
38 Lang (1998), pág. 280.
104 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo X\)III 4*
Almirante que ascendieron a 80.000 pesos y 60.000 pesos respectivamente, para los gas
tos de reparación de los buques puestos bajo su mando.
Tras algunos retrasos, la Flota zarpa de Cádiz el 19 de julio. Estaba formada por vein
te navios, más la Capitana y la Almiranta. En estos despachos van embarcados siete de
nuestros hombres, ocupando distintos puestos en la Almiranta y en otro barco de los que
van en conserva. Seis van en la almiranta, tres como marineros: Antonio Cristóbal3940, Bar
41
tolomé Rodriguez4" y Bartolomé Soriano"; dos como artilleros: Sebastian de Medrano y
Olivera42 y Antonio Ponce43 ; y uno como piloto y capitán Juan Perez de Albela44. Y sólo
uno, Juan del Río45 va ocupando el cargo de capitán en el navio Santo Christo de Buen
Viaje cuyo maestre era Francisco Blanco. Hay un dato anecdótico y es que aparece otro
marinero Alonso García4647 —el cual nosotros incluimos como tripulante de la flota—, del
que sabemos que no llegó a Indias en esta Flota, sino al parecer arribó en otra, una vez
en América permanece durante un tiempo, no sabemos el porqué, ni a qué se dedica, y
más tarde decide regresar en la flota del General Velasco, y para ello lo que hace es asen
tarse reemplazando las plazas que quedaron libres de otros marineros, costumbre muy
arraigada entre los hombres del mar y muy perseguida por las autoridades.
Tras ochenta y un días de travesía, la Flota llega a Veracruz el 6 de octubre, allí se
encuentra con la flotilla del General Mascarua. Nada mas llegar, se desata entre la tri
pulación un brote epidémico que va a causar la muerte de muchos, así de entre los tre
cientos tres soldados y hombres de mar que formaban la tripulación de la Capitana y
Almiranta, exceptuando a los artilleros, mueren en Veracruz setenta y tres, es decir el
26,4%17 destacando la del marinero Antonio Christobal y el artillero Sebastian Medrano
y Olivera.
El regreso se dispuso para mayo del año siguiente, pero problemas del comercio impu
sieron que el virrey aplazara la salida para finales de abril, de manera que saldrían las dos
Flotas allí surtas en el puerto juntas —la de Mascarua y la de Velasco—, Pero nuevos retra
sos, igualmente por cuestiones de comercio hicieron que la Flota no partiera hasta la pri
mavera de 1701.
Las noticias de que las dos Flotas regresarían unidas, y cargadas con mercancía y teso
ros que se calculaba entre doce o trece millones de pesos, había provocado entre los pira
tas franceses e ingleses gran interés. De ello, era consciente el Consejo de Indias, por lo
cual dispuso de mayor refuerzos para los convoyes.
Al final, por no estar dispuesta la carga de la flota del General Manuel de Velasco, se
decide que zarpe primero la del General Mascarua, llegando a Cádiz en enero de 1701.
Un invierno más permanecería la flota de Velasco, pues, aunque por despacho llegado
desde Madrid a fines del 1700, en donde se comunicaba la muerte de Carlos II y la suce
sión de Felipe de Anjou, y por consiguiente, los franceses pasaban de ser enemigos a ser
aliados, aún seguía la amenaza holandesa e inglesa. Ante esta nueva situación, y desde el
bando aliado, Francia decide enviar una escolta bajo el almirante Chateau-Renault48, para
que sirviera de escolta a la Flota del General Velasco y la condujese hasta puerto seguro.
La espera de dicha escolta, que no llega hasta junio de 1702, explica el tercer invierno
que el convoy pasa en Veracruz.
En septiembre de este año, el Consejo de Indias decidió que se procediese al regreso de
la Flota de Velasco, ya que con el refuerzo que suponía la escolta francesa, podría llegar
a buen puerto sin correr peligro. Esta decisión se tomó a pesar de que las costas andalu
zas estaban amenazadas. Desde el verano de 1702 cundía la alarma ante la presencia de
una importante escuadra anglo-holandesa, que había llevado incluso acciones como la
ocupación de las plazas de Puerto Real, Rota49 y El Puerto de Santa María, cuya pobla
ción huyó al acercarse los invasores, que no lograron apoderarse de Cádiz, base principal
del sistema de comunicaciones españolas con América. Posteriormente esta escuadra se
• retiraría. Un hecho que confirma el temor de la población ante el ataque enemigo, se
localiza en nuestra documentación: la noticia de la muerte del capitán Juan del Río50, la
trae en estas fechas un navio de aviso que se adelanta a la Flota y que arriba al puerto de
Bonanza en Sanlúcar de Barrameda; en consecuencia se ordena que se lo comuniquen a
la esposa del capitán, pero “se hallo la casa cerrada, y le dijeron que la viuda y sus hijos
se habian retirado a la ciudad de Sevilla con el motivo de la invasión que hiso en estas
costas la armada enemiga...”.
Con el objeto de evitar a estos enemigos que merodeaban por la bahía gaditana, se
ordena que la Flota entrase por Cantabria. Se comunica a los gobernadores de los cuatro
puertos -Ferrol, La Coruña, Vigo y Santander- que reforzaran sus defensas y agilizaran
los trámites para la descarga urgente de este despacho, portiendo a salvo tierra adentro
el valioso cargamento. La Flota llega al puerto de Vigo en septiembre, tras descargar la
plata, se almacena en Lugo y Segovia, pero al no estar presente el enemigo, no se cum
ple la orden de desembarcar el resto de la mercancía con la mayor rapidez, pues incluso,
la presencia de los comerciantes andaluces en el puerto norteño, hace que se dilatase aún
más el tiempo. Por ello, decidieron que la Flota se desplazase a Cádiz y antes de que
entrara el invierno, descargar aquí el resto de la mercancía. Entre tanto, el 22 de octu
bre aparece por sorpresa una flota angloholandesa en las costas de Vigo, que asalta y des
truye parte de la ya desarmada Flota de Velasco5152. La flota enemiga apresa a un número
de galeones como parte del botín, sólo se salvarán dos de éstos que se separaron del grue
so antes de llegar a Vigo, para arribar al puerto de Santander.
Con la entrada de siglo, España se ve envuelta en la guerra de Sucesión al trono, que
junto con la crisis económica existente, va a provocar una mayor irregularidad en el sis
tema de flotas. Desde 1700 a 1714 sólo se despachan cuatro a Nueva España y una
armada, una a Tierra Firme y cuatro flotillas de azogues. Centrándonos en las Flotas,
tema que ahora nos atañe, para este período zarpan los siguientes años: 1706, 1708,
1711, 1712. El regreso lo hacen de manera irregular, pues si bien las dos primeras emple
aron un intervalo de dos años, las últimas lo hicieron el mismo año de su partida o al
siguiente. Todas regresaron al puerto de Cádiz, excepto la de 1708 que lo hace al de Pasa
jes —Guipuzcúa— por motivos de seguridad.
De 1700 a 1708, los mecanismos del tráfico indiano funcionaron tal como lo habían
hecho en el reinado anterior, o sea según los métodos vigentes hasta entonces en la Carre
ra, bajo condiciones del asiento de avería de 1667. A partir de ahora, cada convoy reci
birá una reglamentación propia en la cual se indicaba el nombre de las embarcaciones
concretas que había de componerlo, los impuestos y fletes que debían cobrarse, las fechas
de partida, etc. Todos estas normativas se recogían en unos documentos que comenza
ban con las palabras Real Proyecto para el Despacho de la Flota.... Las expediciones se regi
rían por ellos, quedando en un segundo plano las órdenes fijadas en las Leyes de Indias”.
Durante los seis primeros años del siglo sólo zarpa una Flota, que será la primera de la
centuria, y sale bajo el mando del General Diego Fernandez de Santillan, y regresan dos
de los convoyes que habían sido enviados a finales del siglo anterior, el de Mascarua y el
de Velasco que se pierde en parte en el puerto de Vigo.
Creemos que sería interesante comentar ciertas cuestiones de cómo se organiza esta
primera Flota del siglo. Desde 1699 hubo intentos de preparar unos galeones a Tierra
Firme, pero hasta 1706 no se hacen a la mar, pues bien, de estos primitivos Galeones, se
desgajó un número de navios -tras la petición al Rey por parte del Consulado de comer
cio de Sevilla solicitando la segregación de alguno de los buques dispuestos para enviar
los a Tierra Firme— con el objeto de crear una flota para la Nueva España, puesto que
hacía más de siete años que no salían a pesar de los numerosos intentos. Las causas de
este retraso se debían a las circunstancias bélicas, pues Cádiz cabecera de la Carrera sufre
51 Lang (1998), pág. 284. El almirante francés Chateau-Renault, con el fin de evitar un destrozo total por
parte del enemigo, ordena quemar toda la Flota junto a sus galeones franceses que sirvieron como escolta.
Sobre el tema del asalto y destrucción de la esta Flota véase Vázquez Gil (1985) y Rodríguez Elias (1935).
52 Pérez-Mallaína (1982), pág. 327.
Los hombres del mar 107
en 1702 un ataque por parte del enemigo, temiéndose que pudiera repetirse también en
1704 y 1705”. Junto a esta causa, se añade la falta de avenencia entre el nuevo rey, Feli
pe V, muy influenciado por sus asesores franceses y los intereses de los comerciantes espa
ñoles y autoridades de la Carrera. Comenzará a existir cierto entendimiento a partir de
1706. Además estaban los problemas entre los comerciantes peninsulares, los que trans
portaban sus mercancías en las Flotas, los llamados Floristas y los comerciantes mexica
nos que debían comprarlas.
Ante todas las debilidades que el sistema mercantil arrastraba desde el tiempo de los
Austrias y los problemas que ello acarreaba, el rey nombró una comisión especial para
estudiar la cuestión del despacho de Flota, Galeones y la Armada de Barlovento, a la que
se le llamó la Junta de Restablecimiento del Comercio.
Al final la Flota junto a los Galeones, zarpa de la bahía gaditana en marzo de 1706. El
convoy completo estaba formado por diecisiete buques, siendo escoltado en la primera
etapa por seis fragatas francesas, que más tarde se separaron dirigiéndose hacia otro des
tino americano.
Como capitana se aprestó el Santísima Trinidad, y como almiranta El Santo Christo de
San Román. Este navio llevaba de contramaestre a uno de nuestros hombres: Juan
Berroa” quien a pesar de tener el título de capitán, en este viaje va ocupando otro pues
to. También iba Juan Gutiérrez del Castillo” como capitán en uno de los bergantines de
la Flota; y con plaza de marinero y artillero respectivamente tenemos a Juan Muñoz del
Oyó*56 y Antonio Rico57, el primero embarcado en el navio de conserva de la Flota Nues
tra Señora de los Remedios y el Santo Christo Rey David y el segundo en la Capitana.
Desde que se inicia el viaje, el infortunio es la nota predominante de esta Flota, ya
durante la travesía del Atlántico tiene que enfrentarse con la escuadra inglesa a mando
de Sir John Leake, viéndose obligada a refugiarse en Cartagena, y por ello produciendo
demoras en su fecha de arribada.
Esta flota, sufre al igual que la anterior, retrasos en su tornaviaje, las discrepancias
entre comerciantes mejicanos y peninsulares sobre los precios de las mercancías, unido a
las noticias de la llegada de una escuadra inglesa a la Isla de Jamaica con la misión de
capturar al convoy tras su salida de Veracruz, hacen que sean dos invernadas las que per
manezca en este puerto, lo cual, por otro lado va a provocar grandes deserciones de las
tripulaciones principalmente en la Almiranta y en la Capitana.
" Aunque esta presión naval comenzó a decrecer a partir de la batalla librada frente a las costas malagueñas
por las escuadras francesas e inglesas en el verano de 1704, demostrando el equilibrio de fuerzas de ambas
potencias.
,4 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 95.
” A.G.I. Contratación. Leg. 983
56 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N°93-
’’ A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 97.
108 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
Para concluir, se ordena que únicamente la Capitana cargada con parte del tesoro,
zarpe aprovechando la bajada de guardia del enemigo. El resto de la Flota no saldría
hasta 1708, protegida desde Cuba por la escuadra francesa del almirante Ducasse58.
Durante la travesía desde Veracruz a la Habana fallecen Juan Berroa y Juan Gutiérrez
del Castillo, pues aunque en esta expedición no se declara ninguna epidemia, sospecha
mos que estos hombres contraen alguna enfermedad endémica de la zona. De la Flota,
se separa un navio de registro de los que iban en conserva, que se dirigirá a un puerto de
Francia59*,mientras que el resto para mayor seguridad no arribará al puerto de Cádiz, sino
al de Pasajes. Esta Flota llegó con algunos galeones de Portobelo.
La Flota de Santillán trajo tesoros“ que no compensaron en absoluto los gastos de des
pacho y de estancia en Indias. Dicho despacho, marcará un hito en la historia de la Carre
ra, será la última que siga las normas establecidas desde mediados del siglo XVII, en el
sentido de ser despachada directamente por la Casa de la Contratación, con el apoyo del
Consulado y el acuerdo de Averías de 1667. La siguiente flota a Nueva España, la de
1708 será la primera que su apresto y fiscalización se lleve a cabo dentro de un nuevo
plan propuesto por la Junta de Restablecimiento del Comercio de 1707. Junto a los
buques españoles, siete navios franceses formarían parte del convoy —dos de guerra y
cinco mercantes—; se sustituía el sistema de indultos por avería, por aranceles aplicados
a los productos individuales del cargamento, fijados de antemano y que serían pagados
al regresar a Cádiz. Este nuevo impuesto se administraría por un delegado especial del
comercio en Madrid quien luego debería remitir el importe a la Tesorería General de
Guerra. Las nuevas normativas entraban en vigor en esta Flota a mando de Andrés de
Pez y se aplicarían a las sucesivas expediciones del siglo XVIII.
En este despacho es donde localizamos mayor número de difuntos. Estaría compuesto
por la capitana de la Flota anterior —la de Diego Fernandez de Santillan, que ya se encon
traba en Cádiz, debido a que se despachó anticipadamente desde Veracruz, cargada con
parte del tesoro—, que tras aprestarla, se sitúa en la cabecera, junto a la Almiranta y cinco
navios mercantes de muy reducido tonelaje —muchos de estos barcos no vuelven de Amé
rica— que formaban el núcleo de la flota española, pues como novedad, el convoy tam
bién lo integraban un cierto número de buques franceses —tanto de guerra como mer
cantes—. En los mercantes españoles iban embarcados nuestros hombres. En el navio de
conserva nuestra Señora del Rosario y San Joseph, iba ejerciendo de maestre y capitán
,s Pérez-Mallaína, (1982), pág.104. En las siguientes Flotas se descartó contratar servicios de buques france
ses, pues esto sólo ocasionaba grandes gastos a la Real Hacienda. El Consejo de Indias veía incluso más ren
table para proteger sus barcos comprar salvoconductos a los ingleses, que costarían sólo una tercera parte de
lo que se le tuvo que pagar a Ducasse por la protección de la Flota de Diego Fernandez de Santillan.
59 A.G.I. Contratación. Leg. 983.
“ A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 95. Entre los bienes que traía repartidos entre la Capitana y Almiran
ta de la Flota existían distintas cantidades que pertenecían a bienes de difuntos, hospitales, etc.
Los hombres del mar 109
Joseph Cabrera61 y ocupando otra plaza suponemos que de menor categoría pues apare
ce en la documentación “hombre de mar” marcha Diego Sánchez Duran62. Con similares
calificativos de “hombre del mar”, van Miguel Jacinto Villete6’, Pedro Veli6164
y Pedro Diaz
Porrero65. En otra de las embarcaciones de conserva nombrada Nuestra Señora de los
Reyes ocupaba el cargo de piloto Gregorio Cerdeño de Monteagudo66, en el Santo Rey
David, va como artillero Andrés Muñoz del Oro67 y Juan Joseph de la Cruz68 ocupa plaza
de grumete en la fragata Nuestra Señora de la Vendicion de Dios, que también va en con
serva. Y finalmente asentados como capitán y marinero de otro de los navios, marchan
Felipe de Hoyos Guerrero6'2 y Juan Cabra7" respectivamente.
La expedición parte de Cádiz en mayo de 1708, escoltada por dos fragatas francesas.
A primeros de agosto de 1708 llega a Veracruz. No sabemos exactamente si al arribar a
puerto se declara alguna epidemia, o cualquier otro hecho parecido, pues Veracruz pade
cía un clima propicio para el desarrollo de muchas enfermedades, con lagunas, insectos,
además de ser un puerto de llegada y confluencia de muchos barcos, y por lo tanto, tam
bién de microbios, esto explica que siete de nuestros andaluces fallecen al poco tiempo
de llegar a puerto, entre el 21 de agosto y primeros del mes de octubre, solamente, Feli
pe de Hoyos Guerrero es el que muere más tarde, en enero de 1710, en el tornaviaje nada
mas llegar a la Habana, lo que hace presumir que también venía enfermo de la ciudad
de Veracruz.
Tras una corta estancia en la ciudad veracruciana, en la primavera del año siguiente se
dispone todo para el regreso.
Como ya se ha señalado antes, algunos de los barcos mercantes españoles, debido a su
poco tonelaje, no regresan; tenemos el caso del navio Nuestra Señora del Rosario y San
Joseph del que Joseph Cabreras era capitán y maestre, además de propietario —de la
mitad- junto a otro sevillano. Pues bien, Joseph antes de emprender el tornaviaje, decla
ra que no conviene que el barco “viajase mas a España en conserva de la Flota, sino que
se vendiese dicho navio o se echase al través, considerando que no se corresponderían los
gastos en su carena a los aprovechamientos de su tornaviaje a España.... ”71, e incluso,
sabemos más acerca de este asunto muy común en los barcos que tenían este problema,
y es que era más rentable vender el navio que echarlo al través72 en la costa, pues la
segunda opción, suponía muchos gastos ya que había que desarmarlo, siendo muy bajo
el valor que en la ciudad de Veracruz tenían las jarcias, municiones y demás pertrechos
del navio. De manera, que al final se opta por la primera opción, la de vender el barco
con todos sus aparejos, artillerías y municiones, de la cual se saca 1.100 pesos libres de
alcabala.
De nuevo llegan noticias de que escuadras inglesas se hallan cerca de las costas de
Jamaica con la intención de asaltar la Flota, por esta razón, el regreso se retrasa hasta el
otoño de ese año, e incluso se toman medidas para burlar al enemigo, como utilizar la
ruta de la Canal Vieja -costa norte de Cuba-, llegando a Cádiz en marzo de 1710.
La llegada del real tesoro de la Flota de Andrés de Pez, supuso un considerable ingre
so de caudales para la Real Hacienda, sin embargo, la necesidad de nuevos efectivos eco
nómicos para proseguir la contienda, hicieron que el monarca de nuevo requiriese al Con
sulado de Sevilla más dinero con el que seguir costeando las últimas operaciones milita
res.
La siguiente Flota no partirá hasta pasados tres años, en 1711, aunque entre tanto lle
garon a despacharse dos azogues al mando de Manuel López Pintado en 1710.
La Flota del General Andrés Arrióla leva ancla en el verano de 1711. Pero para este
convoy se dictan una serie de normas que se recogen en un Real Proyecto. Su autor es Ber
nardo Tinajero, que en ese momento ocupaba un puesto de secretario del Consejo de
Indias. En el Proyecto se recogían todas las órdenes para realizar el apresto y pronta sali
da de la Flota. Será el modelo en el cual se inspiren todos los demás, incluido el Regla
mento de Galeones de 1720. Entre las principales normas destacan: el limite del núme
ro de embarcaciones a ocho; se sustituye la autoridad de instituciones como la Casa de la
Contratación, el Consejo de Indias y la Universidad de Mareantes, por instrucciones que
venían directamente dadas desde Madrid por vía reservada; y en Cádiz se va a instalar
una persona de confianza de la nueva administración borbónica, encargada de organizar
el despacho7’.
En este despacho va como artillero en el navio de refuerzo Nuestra Señora de Atocha,
Andrés Martín de los Reyes74, el cual no llega a culminar el viaje, pues muere ahogado
frente a las costas de Cuba, en septiembre de 1711, “accidentalmente cayo al mar, y aun
que se le echo una boia, un gallinero y el bote para cogerlo, pero se aogo por lo fuerte
que la brisa venteaba y la mucha mar que habia”.
72 ”A1 través" (ir al través) se refiere al desguace en América de barcos demasiados gastados para emprender
el tornaviaje a España.
75 Pérez-Mallaína (1982),. págs. 11 y 12.
74 A.G.I. Contratación. Leg. 569- N° 6. R° 1.
Los hombres del mar 111
El regreso, bajo el mando de Pedro de Ribera -por haber fallecido Andrés de Amola
se comienza en el invierno de 1713 por preferir los rigores del mal tiempo, al encuentro
con el enemigo, además de que los comerciantes, aún no habían finalizado los negocios
para el verano de 1712. Económicamente, la expedición de Andrés de Arrióla, fue todo
un éxito.
Al año siguiente, en 1712 parte la Flota de Juan de Ubilla, igualmente regida por otro
Real Proyecto muy similar al de la anterior. Zarpa del puerto gaditano en agosto, llegan
do al mexicano en diciembre del mismo año. Con arreglo a estos reales proyectos, la Flota
al igual que las anteriores no se acogían al asiento de averías de 1667, teniendo en cuen
ta esto, el General Juan de Ubilla, recordó a los oficiales Reales de la Habana que su
expedición ya no venía acogida a este asiento, ya que era norma que cuando se esperaba
la llegada de una Flota en la isla se enviaban algunas embarcaciones desde la Habana a
la sonda de la Tortuga con la intención de descubrir a los posibles enemigos, siendo estos
gastos remunerados de los caudales de la avería; cuando los oficiales de la Habana, piden
cobrar esos gastos, el General Ubilla se niega. En el caso de esta Flota, es el propio Gene
ral el que se encarga de proporcionar a este despacho los barcos de escolta, así como
aprestarlos, carenarlos y pagar a las tripulaciones. Por todo ello, los beneficios de la Real
Hacienda serían mayores75.
Este convoy no contó con buena fortuna. Los problemas comienzan nada más llegar a
Veracruz, porque coincide con la Flota anterior, y por lo tanto el mercado estaba satura
do de mercancías, de manera que tuvo que dilatar el tiempo de estancia en puerto, para
poder vender los productos. Tras una larga espera, pues también la falta de noticias cier
tas sobre la finalización de la guerra y la existencia de buques hostiles frente a Puerto
Rico, hace que por fin comience el tornaviaje en mayo de 1715. Pero de nuevo se suma
más desgracias, pues la Flota, ya unida a los galeones de Antonio de Echevers, proce
dentes de Cartagena, se ve sorprendida por un huracán en el canal de las Bahamas, nau
fragando un total de once embarcaciones frente a las costas de Florida, aquí perecen entre
600 y 700 hombres76. A pesar de ser aquí donde fallece gran parte de la tripulación, no
es el caso del piloto Pablo Calvo Perez77, que va ocupando dicho puesto en el segundo
patache de la Flota, llamado El Santo Christo del Valle y Nuestra Señora de la Concep
ción78, pues este hombre tras llegar a Veracruz enferma de demencia, falleciendo en mayo
de 1714.
Las siguientes Flotas que se despachan tras el fin de la guerra de Sucesión son las de
los años 1715 y 1717, al mando del General Manuel López Pintado la primera, y del
General Antonio Serrano la segunda. En ellas no nos vamos a detener, puesto que no se
ha localizado a ninguno de los protagonistas.
La organización del tráfico comercial fue uno de los objetivos fundamentales de la
administración borbónica. Por ello, es ahora cuando se puede entender la figura del
ministro José Patiño. Una de las principales preocupaciones de este hombre y de otros
muchos políticos, fue el gran interés por la buena organización de la Flota, su puntuali
dad y ajuste a unas fechas determinadas.
De 1720 es el Proyecto para Galeones y Flotas del Perú y Nueva España, y para los navios de
registros y avisos que navegaren a ambos reinos. Su fin, el mismo, que los despachos se envia
sen con regularidad y cumpliendo las fechas prefijadas. Se establecía la normativa para
dar una mayor seguridad y defensa a los convoyes, también se establecía el señalamien
to de las toneladas de las que constaría el buque de cada flota y el número de navios entre
los que se repartirían. Pero lo más innovador era que se establecía un nuevo calendario
de salidas y regresos, 1 de junio para la Flota y 1 de septiembre para Galeones. La Flota
a la ida iría derecha hacia Veracruz, deteniéndose solamente seis día en Puerto Rico para
la aguada, luego en Veracruz permanecería hasta mediados de abril, regresando a la
Habana, donde permanecerían quince días. Allí se uniría a los Galeones, los cuales sólo
se detendrían cincuenta días en Cartagena y setenta en Portobelo, en el retorno deberí
an volver por Cartagena, donde de nuevo podría permanecer hasta treinta días, pudién
dose detener en la Habana hasta quince días.
A pesar de toda esta nueva normativa, el siguiente despacho a cargo del General Fer
nando Chacón en 1720, zarpa con dos meses de retraso de la fecha prevista, la respues
ta a esta dilación, no era mas que el no arribar al puerto veracruciano antes del mes de
octubre, evitando las epidemias que se producían
Sumada a esta causa había que considerar otra de mayor peso: el interés de los comer
ciantes gaditanos de provocar escasez de productos europeos en los mercados novohispa-
nos para garantizar así la venta de toda la mercancía que la Flota transportaba, impo
niendo además los precios que a ellos le interesasen.
de los Dolores y Santa Isabel, uno de los que iban en conserva de la Flota cuyo maestre
era Luis de Herrera. Como pajes, tenemos a Antonio Perez89 del navio San Ignacio y San
Francisco Xavier y a Pablo Domingo Parodi90 del navio San Joseph y las Animas, ambas
embarcaciones también iban en conserva de la Flota. Igualmente en el último barco pero
ocupando plaza de marinero iba Pablo del Rio91. De Gerónimo Joyera92*también tripu
lante de este convoy no se especifica el oficio, solo “hombre de mar”. Todos encuentran
la muerte ese mismo año, o a comienzos del siguiente . Las causas serían vano volver a
reiterarlas, a juzgar al puerto americano a donde arriban estos navios.
En la siguiente flota que leva anclas de Cádiz en 1732, bajo el mando del General
Rodrigo de Torres, van cinco de nuestros protagonistas. Cuatro van embarcados en el
mismo navio, el San Ignacio, uno de los que van en conserva de la Flota, ocupando dis
tintos empleos. Como capitán y maestre, además de como dueño a medias de dicha
embarcación va Christobal de Urquijo”; como condestable va Antonio Rodríguez94; como
marineros van Sebastian Miguel Martin95 y Felipe Blas de Pazos96, y como hombre de mar
—sin especificar oficio— Félix Francisco González97.
En el regreso, al cruzar el canal de las Bahamas, les acontenció un huracán el 15 de
julio, cuyo resultado fue el naufragio de casi la totalidad de la flota y la pérdida de una
buena parte de la tripulación. En el caso del navio San Ignacio, varó cerca del Cayo de
Vacas, salvando la vida sólo doce hombres, ninguno de los cuatro que anteriormente cita
mos. Una nota anecdótica de este naufragio es que parte del tesoro que transportaban
estos barcos, va a ser rescatado por los buzos desde la Habana, ya que cuando el casco
embarrancado lo permitía, o la profundidad era asequible, se realizaban inmediatos tra
bajos de buceo para recuperar todo lo posible98.
Como se puede observar, a pesar de las nuevas normativas que se iban promulgando,
la situación no se solucionaba y la desorganización de las Flotas y Galeones era cada vez
mayor, todo ello unido a los constantes desacuerdos entre comerciantes de un lado y otro
de Atlántico. Por ello, se procedió a convocar una Junta, en donde habría representación
de los comerciantes peninsulares y americanos. Los resultados son presentados al rey en
1735, aprobándose y plasmándose en una Real Cédula el 21 de enero de 1735.
" Según el Profesor García-Baquero (1988), también en el año 1719 zarpa de Cádiz otra flotilla de azogue,
dato que no recoge Lucena Salmoral (1985).
116 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
En el caso que nos incumbe, vamos hacer referencia a dos de estas flotillas de azogues,
por ser éstas donde se han localizado algunos de los individuos estudiados.
La primera a la que vamos hacer alusión es a la de 1701. La suspensión de la Flota de
ese año, —porque las dos anteriores, la de 1698 y 1699 aún no habían regresado— es la
razón que lleva a tomar la decisión de enviar un navio de azogue, considerando la buena
marcha de la producción de este mineral en Almadén. En un principio se pensó que sólo
partiera un galeón cargado con mercurio, éste sería el San Juan Bautista, pero debido al
volumen de la carga se dispuso aprestar un segundo navio. El segundo galeón sería el
Santa María de Tezano, de mayor porte que el primero. Ajóse Chacón Medina y Salazar
se le nombraría General al mando100.
Esta flotilla tenía instrucciones de pasar el invierno en México regresando a mediados
de mayo de 1702 cargada con el tesoro de la Real Hacienda, no sin antes reunirse en
Cuba con los Galeones que se despacharían desde la Península en otoño de 1701.
Los Azogues salen de la bahía gaditana en el mes de agosto, llegando a Veracruz en el
septiembre. En el mes de enero descargado ya el azogue y dispuesto a la descarga del
acero y hierro que venían sirviendo de lastre, les sorprende un temporal, provocando el
hundimiento de una de las embarcaciones y junto a ella, treinta marineros también malo
gran sus vidas. Sin embargo, no es en este suceso trágico donde pierden la vida nuestros
andaluces, sino a consecuencia de una grave epidemia que se proclamó en la peligrosa
ciudad novohispana, todos fallecen entre finales del mes de noviembre y principios de
diciembre de 1701: el 22 de noviembre el maestre de permisión Francisco de Paula y
Domínguez101, el 26 de noviembre el paje Adrián Alonso102* , el 5 de diciembre los gru
metes Antonio Nuñez10’ y Francisco Manuel de Villalva101 y el marinero Juan Bautista105;
y el único que muere fuera de esa fecha es el artillero Alonso Gallardo106 que fallece en
junio de 1702.
El retraso del otro galeón también viene marcado por el infortunio, pues para colmo
de desdicha vuelve unido a la Flota del General Velasco que recala en el puerto de Vigo,
donde es quemado por la escuadra angloholandesa.
De los siguientes Azogues de que tenemos noticias, son los de Rodrigo de Torres que
levan anclas a mediados de mayo de 1728 en la bahía gaditana, llegando al puerto de
Veracruz a finales de julio de ese mismo año. En estos Azogues va en el navio capitana
A cambio este hombre tendría que financiar la carena de uno de los galeones cuya cantidad ascendía a
16.000 pesos, entregar 8.000 pesos para provisiones, y pagar los sueldos de la tripulación.
101 A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 6. R° 2.
A.G.I. Contratación. Leg. 982. N° 4. R° 14.
u” A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 3. R° 5.
,IM A.G.I. Contratación. Leg. 982. N° 4. R° 13.
105 A.G.I. Contratación. Leg. 983. N° 1. R° 1.
106 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N °4. R° 9.
Los hombres del mar 117
nombrado El Fuerte cuyo capitán era Juan Miguel de León, Pedro Andrés de Aranda107,
y en el Nuestra Señora del Populo Josef de la Rosa108, cuyo maestre era Manuel Gonzá
lez de Arancebo, falleciendo el primero en enero de 1729, y el segundo en diciembre de
1728.
durante sus viajes y le fueron mal las cosas, o por otro cualquier motivo que ignoramos.
Miguel marcha en la capitana de los Galeones nombrada Nuestra Señora de la Asump-
cion. Fallece el 1 de mayo 1722.
Con el regreso de estos despachos —arribaron a la Península en 1723- llegan los bien
es de otro de los difuntos, el capitán Juan de Sangronis114, hombre que arriva a Indias en
uno de los Galeones a Tierra Firme, no sabemos en que fecha, y que fallece entre 1698
y 1699.
Señalamos otro caso similar al anterior, es el de Pedro Josef Gutiérrez Benitez115, este
joven ocupa una plaza de paje en uno de los galeones de Tierra Firme. Pedro Josef falle
ce en el año 1728, y al igual que el anterior se desconoce el convoy en el que llegó, aun
que por la fecha de defunción pensamos que arribaría en el de 1723 comandado por Car
los Grillo.
En el navio mercante Nuestra Señora de la Soledad, alias El Rayo, que iba en conser
va de los Galeones de Manuel López Pintado de 1730116, van ocupando plaza de paje los
hermanos Melchor y Antonio Barranco117 y Juan de Villalobos118*.Los tres fallecen en Car
tagena unos meses después.
Los siguientes Galeones en donde parte uno de nuestros hombres, son los del General
Blas de Lezo, que zarpan del puerto de Cádiz el año 1737. La flota constaba de seis mer
cantes y dos buques de guerra. En ella va un sevillano del que no conocemos su nombre,
pero si su naturaleza por las averiguaciones hechas por el señor Fiscal de la Casa de la
Contratación para localizar a los herederos, a pesar de que tras numerosos intentos no
logra conocer su identidad11’. Este hombre de mar parte en el galeón nombrado Infante
Felipe y fallece en Cartagena entre los años 1738 y 1739-
Este despacho tienen que permanecer en Cartagena más tiempo del previsto, debido a
las dificultades que impone el Consulado de Lima para acudir a celebrar la feria en Por-
tobelo, hay que tener presente que en 1739 comienza la guerra con Inglaterra, una gue
rra cuyo escenario es esencialmente americano, y donde se ponía en juego la soberanía
del Caribe. Por esta razón, en noviembre de ese año el almirante Vernon, lleva a cabo un
duro ataque sobre Portobelo que acaba con sus fuertes y finalmente supone su rendición,
con ello se pone fin a las ferias en el istmo. Tras este desastroso hecho y el peligro de que
Panamá cayese también en manos inglesas, se determina que los barcos que llegaban de
Lima cargados de caudales para la feria, buscasen refugio en otros puertos centroameri
canos. De manera, que las mercancías que transportaban los Galeones de Lezo, se con
ducen parte hacia Mompox y Guayaquil, llevándose a cabo en esta ciudad algunas trans
acciones. El siguiente objetivo de Vernon era Cartagena, allí decidió cañonear desde lejos
a los Galeones atracados en la bahía, sin embargo, pudieron salir escoltados por el Gene
ral Torres hasta la Habana. Estos serán los últimos Galeones en cruzar el Atlántico.
Según lo dicho, dos embarcaciones parten del puerto gaditano en noviembre del 1722
a cargo de García Pose, con destino al puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Aires,
al que llegan en marzo de 1723.
En la capitana de los registros nombrada San Rafael y Santo Domingo de la Calzada,
cuyo capitán y maestre es Don Joseph Fernandez Romero, van embarcados, ocupando
plazas de pajes Juan Joaquín de la Rosa122123y Pedro Juan Arenas'2’; como grumetes van
124
Antonio Aransana121, Antonio Josef Domínguez125, Joseph Lovaton126 e Ignacio Joseph
Miranda127; y como marineros Juan Francisco Guerrero128, Juan de Espinar129130
, Pedro Fran
cisco Palomino150 y Juan Bautista Velez131. Y en el patache San Carlos —cuyo maestre es
Tomas de Cuberriaga— que va en conserva del San Rafael y Santo Domingo de la Calza
da se encuentra ocupando la plaza de repostero Gregorio Hernández132.
Cuatro de los hombres que van en los citados barcos fallecen ahogados a causa del
mismo accidente ocurrido en el Río de la Plata en febrero de 1727. La desgracia sobre
viene, cuando al echarse un bote al agua desde el San Rafael con el fin de alcanzar la ori
lla, según declaraciones de testigos “volcó”, costándole la vida a estos marinos.
La muerte de Gregorio Hernández es también algo singular, pues su vida termina al
ser asesinado por los indios cuando se dirigía de una misión jesuítica a otra. El resto, falle
ce por distintas enfermedades que se contagiaban en los insalubres puertos americanos.
El tornaviaje sólo lo realiza la Capitana, pues el patache San Carlos, debido al estado
de deterioro en que se encontraba se decide dejarlo “al través” en el puerto de la Santísi
ma Trinidad, ya que su reparación, carena y demás, suponía un coste muy alto.
Otro de los registros sueltos que se dirigen al Puerto de Buenos Aires, es el que va bajo
la licencia otorgada a Christobal de Urquijo y Francisco de Alzaibar. Las condiciones de
este asiento eran las siguientes: se les permitía navegar al puerto de Buenos Aires con
1.350 toneladas de registro, en un plazo de cuatro años, a cambio de contribuir a la Real
Hacienda con dos mil doblones de joyas y 25 ducados de plata por cada tonelada, ade
más, tendrían que transportar libre de gastos 400 soldados para la guarnición de Buenos
Aires y 50 familias de las islas Canarias para poblar la zona de Montevideo y Maldonado133.
Dos buques el San Bruno y el Nuestra Señora de la Encina, alias la Bretaña son los que
componían estos Registros que salen de la bahía gaditana en el año 1734, al mando de
Francisco de Alzaibar. Como Capitana va el San Bruno, y en él va embarcado ocupando
plaza de grumete Juan de Miranda”4, este hombre según declaraciones de testigos, pier
de la cabeza y se suicida. De los dos navios, sólo el San Bruno regresa a la Península en
1739, pues el Nuestra Señora de la Encina se hunde.
En la documentación trabajada se ha localizado varios registros sueltos con destino al
área venezolana. Para el período que nos interesa, del primero del que se tiene constan
cia, es el que en 1701 se dirige hacia Cumaná, en él va con plaza de condestable Franci-
so Jordán”5; el segundo es un registro que zarpa de la Península sobre el año 1722”6, con
destino a Caracas. En uno de los navios nombrado Nuestra Señora del Carmen, va el gru
mete Juan Asensio Hernández”7, este barco junto al San Antonio de Padua componían
el registro —dueño y capitán Alonso Ruíz Colorado—. El siguiente registro que señalamos
es el que sale del puerto gaditano con destino a la Guayra en 1724, ocupando plaza de
marinero va Ignacio Miguel Vázquez”8, en el navio El Infante, cuyo capitán era Juan
Melero. Y por último, en un registro con destino a Santo Domingo que se presume sale
a principios de siglo va el capitán Antonio de Ocampo”9.
Pedro García*
140 y Andrés de Casanova141 van embarcados en el navio San Fernando que
139
137
136
formaba parte del Registro que llegan al puerto de Honduras en 1729. Ambos iban ocu
pando plazas de marinero.
Será a partir de la guerra de 1739 con Inglaterra, cuando se va a generalizar el empleo
de navios sueltos, pues era más fácil burlar a los barcos ingleses, de hecho, los resultados
fueron bastante satisfactorios, se agilizaba el tráfico, se evitaban las esperas y favorecía el
contacto de particular a particular.
Una de las regiones que más se benefició de este sistema de transporte fue la de Nueva
España, que duplicó su volumen de comercio respecto al período inmediatamente ante
rior142. Sin embargo, las presiones de los comerciantes de ambos lados del Atlántico,
hacen que la Corona ordene la vuelta al sistema de flotas para Nueva España, mante
niéndose en cambio, el sistema de navios sueltos para Tierra Firme y otros territorios.
De este período bélico son los Registros que zarpan para Veracruz en 1744, regresan
do al año siguiente. En ellos van el guardián Carlos Guardia* 145 y el grumete Juan Jimé
144
nez144, ambos en la fragata Nuestra Señora de la Luz. Estos barcos salen cargados de azo
gue a cuenta de la Real Hacienda y efectos y frutos de particulares con destino al puer
to mejicano. El dueño de esta fragata era el Marqués de Casa Madrid. Carlos y Juan falle
cen de graves enfermedades que padecen, con la diferencia de que el primero lo hace a
finales de 1744, y el segundo a principios de 1745.
3. La tripulación
Desde el siglo XVI las autoridades mostraron un destacado interés por este grupo
socioprofesional, de ahí, que ya en 15 69146 se cree la Universidad de Mareantes de Sevi
lla, institución que alcanzaría gran prestigio en todo lo relacionado con el imperio india
no de Ultramar. En dicha institución sólo tendrían cabida pilotos, maestres y capitanes
de la Carrera, su fin sería el de defender a este colectivo de cualquier persona o institu
ción que lesionase sus intereses y aumentar el prestigio de los oficios marítimos ante la
sociedad147. Además, se crearía una Cofradía, que tendría como objeto las funciones asis-
tenciales tan frecuentes en la época148.
Con el propósito de procurar tripulaciones suficientemente capacitadas, se erige en
1681 el Colegio de Náutica de San Telmo de Sevilla14’, que se ubicaría en los denomina
dos terrenos de San Telmo —sitos en los que posteriormente ocuparía la Real Fábrica de
Tabaco—. El Colegio quedaría bajo patrocinio de la Corona y protección del Consejo de
Indias, de la conservación se encargaría el superintendente de la Casa de la Contratación
y de la administración la Universidad de Mareantes. El interés de la institución por reco
ger a niños e instruirles en el arte de marear, respondía a la dificultad que a veces encon
traban las autoridades para completar las tripulaciones, pues hay que precisar que aun
que la bahía gaditana, Triana y los pueblos del Condado suministraban tripulación
voluntaria para las Flotas y los Galeones de Indias, en cambio era más difícil alistar tri
pulantes para las naos de la Armada del Océano, ya que los beneficios eran menores, ade
más de imperar una fuerte disciplina150. Muchos de estos marineros, eran hombres que se
dedicaban a otros menesteres, como podían ser agricultores, y al anunciarse la salida de
una flota se alistaban con la intención de obtener un sobresueldo pues en América ven
dían su pacotilla, sobre todo la ración de vino -tema que más adelante analizaremos-.
Sevilla y Cádiz fueron las provincias que más alumnos aportaron151. Este Colegio alcanza
tan alta consideración, que será ejemplo del que para 1787 se erija en Málaga.
El número de tripulantes de un navio de la Carrera de Indias iba en función del tone
laje de la embarcación. Lo habitual eran los navios de tonelaje medio —entre 200 y 500
toneladas—, así teniendo en cuenta este tipo medio de barco, se puede calcular una tri
pulación que estaría formada por más de sesenta hombres y menos de cien. La composi
ción de las tripulaciones sería la siguiente: un capitán, un maestre, dos pilotos, un con
tramaestre, un guardián, un condestable, un despensero, un carpintero, un calafate, un
cirujano, un barbero, un sangrador, un escribano y un capellán. Otro grupo lo confor
maban los marineros, grumetes y pajes, todos en un número proporcional a la tripula
ción de cada navio. Lo habitual era que el número de grumetes duplicase al de marine
ros, y que el de pajes, estuviese entre un mínimo de cuatro y un máximo de ocho. En los
navios de pequeño tonelaje, varias funciones se resumían en una misma persona. Por
ejemplo, capitán y maestre o carpintero y calafate entre otros, mientras que los navios
superior a 500 toneladas, se sumaba a los oficiales, uno o dos cocineros152.
147 Para la época los oficio vinculados a las artes manuales estaban desprestigiados, por ello, esta asociación
intentó que el Rey dotase a este grupo de gracias especiales con el objeto de asemejarse a las que anterior
mente se les habían otorgado a la Universidad de Comerciantes de la Carrera de Indias de Sevilla.
148 Borrego Plá, (1991), pág. 135.
149 Se crea por Real Cédula entregada por Su Majestad Carlos II.
150 Domínguez Ortiz (1981c), pág. 71.
151 Jiménez Jiménez (1993), págs. 30 y 31.
1,2 García-Baquero (1988), pág. 289.
124 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
155 Por una Real Orden del 24 de noviembre de 1729 y otra del 24 de diciembre del mismo año dirigidas a
la Universidad de Mareantes y Real Colegio Seminario de San Telmo en respuesta a la preocupación que tenía
esta institución ante el grave problema del contrabando, se insiste en que todos los capitanes, maestres y due
ños de navios mercantes de la Carrera de Indias debían de ser españoles y matriculados en los libros del Semi
nario. En González Rodríguez, (1978), pág. 270
154 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N°3. R° 9. '
155 Según consta en la obra del Profesor Pérez-Mallaína (1992) la edad media de los pilotos para mediados del
siglo XVI era de 40,5 debido a que la principal cualidad que se le exigía para ocupar este cargo era la expe
riencia, y ésta sólo se adquiría con la edad, sin embargo, posteriormente para el siglo XVIII se exige mayo
res estudios científicos.
1,6 Los solicitantes para sacar la matrícula deberían de presentar certificados de limpieza de sangre propio y
también de los padres, abuelos paternos y maternos, lo cual servía para seleccionar a un determinado grupo
social, impidiendo la entrada a todo el que no pudiera acreditar tal limpieza. Aunque existían sectores socia
les que por los privilegios que ellos o sus familiares habían ido adquiriendo cubrían este requisito con una
gran facilidad, estos eran los sectores nobiliarios, religiosos y militares, grupos a los que pertenece la mayo
ría de los navegantes matriculado en la Universidad de Mareantes. González Rodríguez (1978), pág. 274.
Los hombres del mar 125
XVIII, hizo que este requisito no se tuviera siempre en cuenta— y dos meses de clase en
los temas de cosmografía y arte para navegar que impartía la Casa. De estos últimos
requisitos aún no era poseedor Joseph Gudiel157, motivo por el cual Joseph hacía el viaje
como ayudante del piloto principal Felipe del Real, ello quiere decir, que nuestro hom
bre aún no había conseguido su título de piloto. El examen se realizaría ante un tribunal
que estaría integrado por el Piloto Mayor y el Catedrático de Cosmografía de la Casa de
la Contratación, además de poder asistir cualquier piloto que en ese momento estuviese
en la ciudad —un máximo de seis—. Las pruebas consistían en preguntas sobre las reglas
del sol, lunas, mareas, instrumentos, sondas, derrotes y echar puntos de la cartografía,
igualmente se cuestionaba sobre las latitudes, declinaciones, etc., además de las dificul
tades que la ruta a la que se presentaba podía ofrecer, es lo que se conocía como la ruti
na del viaje. En el caso que nos compete, nuestro ayudante de piloto iba realizando este
viaje “en práctica”158, a semejanza del de nuestros contemporáneos estudiantes de náuti
cas en sus últimos años. Marcha embarcado en el galeón Nuestra Señora de la Almude-
na, de la flota de galeones de Tierra Firme del Conde de Casa Alegre, que zarpa en 1706
de la bahía gaditana. Por testimonio de un declarante se sabe que con Felipe del Real,
piloto examinado, además de tener vinculación laboral también mantenían una estrecha
relación de amistad, probablemente porque ambos eran vecinos de Sevilla.
Joseph muere ahogado en Cuba sin hacer disposición testamentaria, quizás porque la
muerte le llega de improvisto, o porque al estar soltero y ser un hombre joven, de poco
más de veinte años, preveía el final de sus días aún muy lejos. Como heredera universal
de todos sus bienes, cantidad que asciende a más de 800 pesos “de permisiones” queda
su madre Antonia Barba.
La legislación mandaba que en cada embarcación deberían de ir dos pilotos, de mane
ra que en la práctica iba el piloto examinado y por otro lado, el maestre que solía ser tam
bién piloto.
Su misión fundamental era la de trazar los rumbos y rutas por las que el navio nave
garía, ósea dirigiría el barco, además de poder predecir un temporal observando la colo
ración del agua, disposición de las nubes o la dirección del vuelo de las aves marinas y
estar capacitado para medir la velocidad de la embarcación1”. De estas funciones tam
bién sabría el maestre. Sus conocimientos científicos serían iguales, ya que en tan larga y
peligrosa travesía podía ocurrirle algún accidente al piloto, o enfermar, por lo cual debe
ría de sustituirle otro que tuviese parecidos conocimientos, éste era el maestre. Buena
cuenta de ello se comprueba en el caso del piloto Pablo Calvo Perez160. Pablo se avecina
un capitán. Ello muestra el interés por parte de las autoridades en precisar el valor de los
distintos bienes. Tras el remate de sus pertenencias, ajuste de lo que le devengaban de la
soldada y pago de las deudas, quedó como herencia final 269 pesos escudos y 3 reales de
plata, cantidad que cobraran la madre como heredera forzosa, exceptuando un quinto de
esos bienes que se los dona a su esposa “por la estima y alivio de su viudez”.
No menos representativo de lo generalizado que eran los problemas de salud entre los
mareantes, es la enfermedad que contrae el piloto Juan Pérez de Albela'6' durante la
estancia en Veracruz. Juan era natural de Ayamonte —Huelva-, y marcha ocupando
cargo de piloto principal, uniendo también en su persona el de capitán en la almiranta
de la Flota del General Manuel de Velasco y Tejada, que leva anclas del puerto gaditano
en 1699-
Esta Flota permanece varias invernadas en Veracruz, por lo cual, Juan al igual que casi
todos los de su misma condición, decide residir en una casa sita en la calle Compañía. En
esta ciudad es presa de una cruel enfermedad que le provoca fiebres muy alta y un esta
do de suma gravedad que le impide dictar testamento, ’’debido a la gravedad de mi
enfermedad no me da lugar a testar en la forma y con el espacio que se requiere las cosas
del descargo de mi conciencia” y por ello, un día antes de fallecer -el 14 de junio de
1701— otorga un poder para testar, nombrando como única y universal heredera a su hija
Nicolasa, que contaba con un año y medio cuando él parte hacia Indias y como tutora y
curadora de ella a su esposa Francisca Camacho, a la cual “releva de fianza porque sabe
de su buen obrar”. De igual manera en este poder nombra como albacea a un vecino de
Veracruz Luis de Montes y a dos capitanes de la Flota Juan Berroa y Miguel Castellano,
suponemos que al ser hombres de su entorno y de su misma condición social les inspira
ría mayor confianza para dejarles encargadas sus últimas voluntades. A ellos les enco
mienda hacer el inventario de sus bienes y la posterior venta en pública almoneda, aún
pasado el año de albaceazgo. Dicho encargo es cumplido, obteniéndose como remate de
todos los bienes 460 pesos y 3 reales.
El maestre era la segunda figura en el buque, aunque en la vida real funcionaba como
la máxima autoridad. Era usual que el maestre fuese a su vez dueño del barco en el que
iba o de parte de él, o socio principal o factor comercial .
En un principio el maestre también tenía que pasar un examen muy semejante al del
piloto, ya que en la práctica ambos estaban equiparados en sus conocimientos científicos,
puesto que al ser la singladura tan amplia, el maestre podría sustituir al piloto en el caso
en que a éste le ocurriese algo. Sin embargo, para finales del siglo XVI se suprimió esta
prueba, siempre que se hiciera acompañar de dos pilotos examinados. Los maestre de la
Carrera de Indias estaban obligados a entregar una fianza en la Casa de la Contratación161162.
Las funciones del maestre consistían en asumir toda la autoridad del navio, además de
saber marcar el rumbo y de conocer la utilización de los instrumentos de navegación.
Otras de sus misiones eran las de ocuparse del apresto y carena del navio, responsabili
zarse de que la embarcación llevara la suficientes jarcias, velamen, aparejos y tripulación.
Junto a todas estas funciones, existían otras administrativas que con el tiempo se fueron
convirtiendo en las más importantes, como la de encargarse del abastecimiento y carga
del buque. De manera que éste se convertía en el responsable ante el estado del cumpli
miento de las ordenanzas de la Casa de la Contratación, sobre todo en lo referente al pago
de impuesto y a evitar el contrabando. El maestre pasaba a ser un intermediario entre los
particulares y la administración pública. Igualmente, entre las obligaciones de este per
sonaje se recogía la de presentar una declaración jurada de la gente de mar “para que en
virtud de las órdenes de Su Majestad la dicha gente de mar volviese a los reinos de Cas
tilla”16’ y de los pertrechos del navio tras el regreso a la Península.
164, va como maestre del Nuestra Señora del
El gaditano Joseph Fernandez de Villacañas163
Rosario, San Christobal y San Antonio, cuyo dueño era Pedro Bernardo de Peralta y Cór
doba. Este navio pertenecía a la Flota que zarpa para Nueva España a cargo del General
Antonio Serrano en 1723. Habían sido ya varios los viajes que había realizado a las Indias
en el mismo navio, pero con distinto destino. De ahí, se entiende los innumerables nego
cios que practicaba durante sus estancias en América. Pues entre otras cosas, en esta oca
sión, tenía que cobrar de manos de un vecino y amigo de San Juan de Ulúa, la cantidad
que había producido la venta de las mercaderías -cajones de clavazón, barriles de aguar
diente, etc— que en el anterior viaje les había dejado para que las vendiese y sacara los
mayores beneficios. También, ahora transportaba más de treinta mil cajones de vidrio de
Venecia, diez mil peines de marfil, ropa de distinto tipo, como cintas, gasas bordadas,
pañuelos de seda, encajes, etc., para vender; llevaba poderes de varios vecinos y vecinas
de Cádiz para negociarles algunos géneros, además del encargo de cobrar diferentes fac
turas. Asimismo era beneficiario de diferentes escrituras de riesgos. Por ello, y por los
numerosos viajes que realiza, durante sus estancias en Indias tenían lugares fijos donde
permanecía —al igual que los pilotos—, cuando la ciudad era Veracruz, se alojaba en una
casa junto al capitán del barco Gregorio de Requena y con el dueño del mismo Bernal-
do de Peralta y Córdoba.
Es en esta casa, el lugar donde Joseph fallece el 11 de octubre de 1723, tras una larga
enfermedad durante la que recibe los cuidados de una mujer y un médico. Tras su muer
te, se hace inventario a cargo del Diputado de comercio y Escribano Mayor de la Flota
Don Joseph López. Una vez pagadas todas las deudas y ajustados todos sus bienes, como
herencia final se le entrega a sus tres hijas menores Josepha, María y Manuela, y en sus
Antonio centra todo su interés en su nueva familia dominicana, conocemos por decla
raciones de Juana Antonia, la hija bastarda, que su padre le había comprado una casa en
la ciudad de Santo Domingo -situada en la calle que va de la capilla del cuerpo de guar
dia al convento de Nuestra Señora de la Merced— para que la disfrutaran ella y su madre,
junto a una criada negra que les deja a su servicio, además de agasajarla con numerosas
alhajas de oro y plata y ropas de vestir, con la condición de que Gregoria “viviese honra
damente y no entre en contacto con su madre o parientes que ordena se le vote de la casa,
y que luego deja a su hija.... asimismo se le pedirá también las alhajas de oro y plata y la
ropa de vestir”. A pesar de todo esto, Antonio dice que no olvidó a su descendencia legí
tima, pues cuando llegó el momento de que sus hijas tomaron estado les envió cierta can
tidad para socorrerlas.
Tras su muerte queda una herencia de 1.065 pesos, y pasados muchos años mientras se
recogen todos los bienes y hacen dinero otros, tienen lugar largos pleitos. El dinero no
llega a la Península hasta 1756. La cantidad es cobrada parte por los nietos de sus hijas
sevillanas, una cantidad estará destina a bolsa vacante, y la casa de Santo Domingo, una
vez demostrada la pertenencia que de ésta tenían los descendientes de su hija ilegítima,
quedará para sus nietos naturales.
El capitán Juan Gutierrez del Castillo167 va ejerciendo otro de los cargos de autoridad
en los barcos de la Carrera. Los capitanes cerraban el grupo de poder que iban al frente
de un navio. Eran los responsables de la seguridad de la embarcación, por lo cual su
misión consistía en la defensa del buque. En caso de ataque, el maestre y el piloto que
daban sometidos a la autoridad del capitán, pero si no era por esta causa, éste no podía
inmiscuirse en los asuntos náuticos ni comerciales de la embarcación. Igualmente, el
capitán también tenía funciones administrativas. Juan marcha ocupando este puesto en
un bergantín de la Flota del General Diego Fernandez de Santillan y aparte de los come
tidos propios de su cargo, insistimos como al igual que los de su condición realiza ciertas
prácticas comerciales, obviamente éstas irían en función del cargo y nivel económico de
los mareantes. Válganos la historia de este capitán para mostrarnos hasta que nivel lle
gaba la situación. Juan llevaba artículos para vender en Indias, en este caso la mercade
ría —aguardiente, ropa, etc.— la llevaba a medias con un piloto de otro de los navios de la
Flota, un tal Matheo Cales. Cuando el capitán comienza el tornaviaje y conociendo que
el barco donde iba Matheo alcanzaría antes las costas cubanas que el suyo, decide encar
garle a éste toda la mercadería con el objeto de ir adelantando las ventas en la isla, sacan
do así los mayores beneficios posibles. El problema surge, cuando Juan encontrándose
muy enfermo —resumimos que durante la estancia en los puertos mejicanos contrae algu
na enfermedad—, fallece antes de recalar en el puerto habanero, de manera que su com
pañero se queda con todas las ganancias de las ventas, pues siguiendo el inventario que
se hace en la Habana y posterior tasación y remate, al fallecido le correspondía la canti
dad de 1.411 pesos escudos, cantidad que Matheo se niega a pagar a las herederas de su
socio, Juana Manuela, su hija legítima -nacida de su segundo matrimonio con Agueda
María Valera, pues de la primera unión no tuvo descendencia-, y su viuda por la dote y
gananciales. Es más, sus herederas declaran que aparte de esos géneros que llevaban a
media, el capitán Gutierrez del Castillo, llevaba otras mercaderías cuyo valor podía
ascender a 5.000 o 6.000 pesos escudos. A partir de ahora en la localidad de Sanlúcar
—de donde ambos, tanto el difunto como su socio eran naturales—, se lleva a cabo un gran
número de litigios entre los apoderados de los herederos y el socio del difunto. La pri
mera parte reclama insistentemente que Matheo entregue las cuentas de las ventas. La
respuesta del piloto es presentar un certificado de enfermedad, donde asegura padecer
una dolencia que no le permite hacer las gestiones necesarias para presentar los papeles
que se le requieren; pero ante la reiterada petición de los herederos, junto a las muchas
presiones y plazos dados por las autoridades bajo amenaza de cárcel, Matheo expone que
debido a su condición de piloto examinado de la Carrera de Indias, y a sus privilegios y
exenciones no se le puede encarcelar por causas de negocios, de manera que el proceso
finaliza tras la negativa del piloto a presentar las cuentas que le entregaron las autorida
des de Cuba sobre el inventario del difunto Juan, porque las perdió, pero a cambio, hará
una declaración jurada de los bienes que ése llevó, eso sí, sujeta a la memoria por carecer
de papeles.
No menos trapícheos parece llevar a cabo el capitán Felipe de Hoyos Guerrero168, que
se infieren del poder testamentario que ordena dictar ante la gravedad de su estado de
salud. En él declara llevar a cabo ciertas prácticas de comercio, que muestra en un libro
de cuentas “donde esta al día el estado de sus negocios”. Felipe de Hoyos era vecino al
igual que el anterior de Sanlúcar de Barrameda, ciudad totalmente vinculada al mar, y
por ello, cuna de muchos capitanes, pilotos, maestres, etc169. Sale en 1708 de la bahía
gaditana, y de nuevo se repite la historia, contrae alguna enfermedad en Méjico, y por
ello, al arribar en el tornaviaje a la ciudad de la Habana, decide quedarse, ya que su mal
no le permitía continuar la travesía. Una vez allí y ante la gravedad del estado de salud
redacta un poder testamentario. A los cuatro días de dictarlo, ordena un codicilo en el
que nombra a su esposa Dorotea Verdín, al hermano de ésta Pedro Verdín, clérigo de
orden sacra y al capitán Diego del Corro sus albaceas, dos días después, Felipe fallece.
El capitán Diego del Corro, el único de los albaceas que se encuentra presente en la
isla, junto a un escribano y un testigo proceden a hacer el inventario de los bienes al día
siguiente de la muerte.
No podemos dejar de mencionar la situación de escasez que para estos años se vivía en
la isla de Cuba, el conflicto bélico en el que se encuentra sumida España, era una de las
causas de las penurias que se vivían, prueba de ello eran las reiteradas disculpas halladas
en algunos de los expedientes trabajados por parte de los escribanos en los que se mani
fiesta haber utilizado papel común, por no haber papel sellado en la ciudad de la Haba
na, en este caso, para redactar el poder testamentario que dicta el moribundo.
Pues bien, tras hacer remate de todos sus bienes, la cantidad que llega a la Casa de la
Contratación es la elevada suma de 18.573 pesos escudos, que quedan para sus dos hijos
legítimos, los menores Juan y María —María nació encontrándose el padre haciendo la
travesía hacia México— y su madre como tutora y curadora de sus bienes.
En el registro nombrado Nuestra Señora del Rosario, San Marcos y San Francisco, de
la Flota del General Fernando Chacón Medina que sale para la Nueva España en 1720,
va Pedro de Mora y Rendón1", que no sólo compartía la misma profesión con los ante
riores, sino también esos lazos de paisanaje que se acentúan fuera del hogar. Los víncu
los se hacen más fuertes entre los hombres de mar, la lejanía de sus familias, de sus seres
queridos logra estrechar esas relaciones, así muestra de este actuar es la constante ayuda
que se prestan entre ellos, se facilitan dinero cuando les es necesario, llevan negocios a
medias y sobre todo cuando ven acercarse el fin de sus vidas, en esos últimos momentos,
se cuidan y acompañan hasta la muerte, e incluso después de ésta, en ocasiones, en las
últimas disposiciones, se nombra albacea a ese compañero-paisano-amigo, pues estos “com
patriotas” les hacen sentir la confianza suficiente para pensar que llevarían a efecto sus
últimas voluntades. Prueba de ello es que en sus estancias en Veracruz -lugar de resi
dencia durante las invernadas de la Flota—, Pedro se alojaba en una casa que allí poseía,
y es en este lugar donde termina sus días acompañado de sus amigos y paisanos que le
van a prestar toda la ayuda posible para que su enfermedad fuese lo más llevadera. El
capitán Mora y Rendon fallece el 5 de mayo de 1721.
Este hombre a diferencia de los otros difuntos, había testado en Sanlúcar de Barrame-
da en enero de 1720, justo antes de zarpar hacia Indias. Esta práctica —testar antes de
zarpar— era muy habitual entre los oficiales del mar, pues nadie mejor que ellos conocí
an los riesgos que ofrecía la profesión, sin embargo, en muy pocos expedientes se cons
tata esta costumbre . Ya en Veracruz, viéndole la cara a la muerte y temiendo por la sal
vación de su alma, para mayor seguridad ordena redactar un codicilo cuyo fin era dejar
bien dispuesto todo lo concerniente a sus honras fúnebres, y para que se lleve a cabo, rei
terando la confianza en sus paisanos elige a dos compañeros, vecinos de Sanlúcar y resi
dentes en Veracruz como sus albaceas testamentarios y tenedores de sus bienes —pues en
Sanlúcar tenía nombrado en testamento a dos albaceas—. Igualmente declara ciertas deu
das que tenía con personas de la ciudad y otros que le debían.
Analizando el inventario de sus bienes se puede deducir que Pedro al igual que los de
su condición también llevaba a cabo prácticas comerciales, sobre todo trataba con ropa.
Por sus bienes queda lo producido del remate, 500 pesos que le deben y una casa de la
que era dueño en su ciudad de origen —Sanlúcar de Barrameda— sita en la Calle Diezmo,
y como herederos su hermana Antonia, su cuñada Michaela Correa —pues al quedar viuda
va a vivir a la casa de éste, y “por su compañía” le deja cierta cantidad—, su ahijado y
varios sobrinos, ya que el capitán Mora y Rendon cuando parte en su última singladura
era de estado viudo y no tenía descendencia — su esposa Francisca Correa, había falleci
do en 1713—-
Angela Romero —ya difunta—, pues el capitán no había tenido descendencia y cuando
contrae matrimonio, Angela era de estado viuda y madre de tres hijas.
Hasta aquí como se ha podido comprobar, todos los oficiales coinciden en realizar dis
tintas prácticas comerciales en función a sus posibilidades, sin embargo, localizamos a
otro pequeño grupo que tras su análisis llegamos a la conclusión de que más que oficia
les son claramente comerciantes, o cargadores.
El ejemplo más llamativo es el de un coruñés avecindado en Sanlúcar llamado Juan del
Río173. Juan era capitán del Santo Christo del Buen Viaje, barco que pertenecía a la Flota
de Nueva España de 1699 a cargo de Manuel de Velasco y Tejada. Al parecer, su profe
sión le venía de familia, pues era hijo de otro capitán de la flota, Vicente del Rio, y que
además era familiar del Santo Oficio de la Inquisición.
En su última travesía nuestro hombre va también como cargador de la Flota, llevaba
numerosas mercancías consignadas, escrituras de riesgos, etc. Durante su estancia en
Indias reside en la calle Vicaria de la ciudad de Veracruz, en una casa particular, lugar en
donde es atendido de su grave enfermedad y donde más tarde fallece el 7 de junio de
1701. Al día siguiente de su muerte, se tiene la noticia de que Juan del Río había dicta
do un testamento cerrado, pero ante la necesidad de conocer el nombre del albacea para
proceder a llevar a cabo el entierro y demás honras, se ordena por el General de la Flota
abrirlo ante testigos. Como albacea, el capitán había designado a su esposa Josepha
Ramos Cavello, a un vecino de Sanlúcar y a un paisano y residente en Veracruz, además
de ser también cargador de dicha flota, Tomas Cloque. Pero, por otro lado, también se
conoce que Juan anteriormente había redactado otra disposición testamentaria en San
lúcar, su ciudad natal, pues bien, aquí hay algo destacable y es que a su viuda Josepha
Ramos Cavello, y a sus dos hijas menores Isabel y Catalina —pues la tercera hija, Jeroni-
ma había muerto a corta edad—, le llegan la noticia de la muerte de su marido y padre
muy tempranamente, de boca de otro capitán y amigo que ejercía su puesto en un navio
de aviso, por lo que ya en Sanlúcar, por orden del gobernador de dicha ciudad se ordena
comience el proceso. Suponemos que la familia no tenía conocimiento de que Juan había
ordenado otra disposición en México antes de fallecer, y en donde revocaba a la primera
hecho en Sanlúcar, excepto en lo referente a las mandas religiosas.
También hombre relacionado con el Santo Oficio era el capitán Diego Ruiz Daza174, en
este caso familiar del Santo Oficio de Sevilla. Nuestro capitán era padre de tres hijos legí
timos, Josepha, María Leonarda y Esteban, y una natural llamada Antonia Flores, fruto,
según declara en el testamento, de una relación que tuvo tras enviudar con una mujer de
Sevilla —de donde el difunto era vecino— y con la que no contrajo matrimonio. Diego
marcha a Indias en 1723, ocupando el cargo de capitán de uno de los navios que forman
la Flota de Nueva España a cargo del General Antonio Serrano.
Al llegar a Cuba, Diego contrae una grave enfermedad y siente que la vida se le esca
pa, por ello, y con el fin de dejar dispuesto todo lo concerniente a su funeral, dicta un
codicilo disponiendo sus honras fúnebres y designando a tres albaceas: uno de ellos, veci
no de Sevilla que se encuentra en ese momento en la Habana, y los otros dos vecinos de
la Habana, para que lo llevaran a la práctica. Tras su muerte en la capital cubana en 1726
y por orden de las autoridades, se procede hacer inventario, tasación y remate de todos
los bienes que poseía en la isla, y es ahora cuando nos llegan noticias de que nuestro
mareante poseía en la ciudad un ingenio con sus pertrechos, esclavos y caballería, y moli
nos de tabaco donde molía tabaco ajeno cobrando las “miliendas” .
Aunque no sabemos con exactitud la cifra que alcanza el monto de sus bienes, por
cuentas que se van enviando rondaba los 120.000 pesos escudos, cantidad nada desde
ñable. Como herederos legítimos designa a sus tres hijos: Josepha, María Leonarda y
Esteban, sin embargo, en sus últimos pensamiento tiene presente a la hija natural, Anto
nia Flores, que dice contar en ese momento con veinte años de edad, y a la que deja el
quinto de sus bienes, además de haberla ayudado durante muchos años para su sustento
y manutención. Parece complicado entender como la hija natural cuenta ya con veinte
años, pues hacía menos años que había enviudado, lo cual nos revela que la relación la
mantenía aún en vida la esposa.
Existen otros cargos formando parte de las tripulaciones de los navios de la Carrera que
son esenciales para su funcionamiento y que forman una jerarquía puramente práctica
obligada por el ejercicio de la disciplina a bordo. Los primeros a los que nos referimos son
los contramaestres. Esta figura se situaba por debajo del maestre y el piloto, venía a ser
como el lugarteniente del maestre. Este puesto ocupa el gaditano Juan Berroa'75 cuando
zarpa en la almiranta de la Flota del General Diego Fernandez de Santillan. Juan tenía
como misión la de transmitir directamente a la marinería las órdenes dadas por el piloto
y por el maestre, vigilar el buen estado de la carga, y el almacenamiento a bordo de pro
visiones y mercancías, además de encargarse durante la travesía del mantenimiento de
las jarcias y velamen. Coincidiendo con el resto de los mareantes declara en testamento
estar llevando a cabo “varias dependencias” refiriéndose a las diferentes prácticas comer
ciales que ejerce en sus viajes.
Sospechamos que nuestro hombre se infecta de algún mal en el puerto novohispano,
por lo que en el viaje de regreso, antes de llegar a la Habana y sintiéndose muy mal,
ruega poder dictar testamento para el descargo de su conciencia, muriendo a las pocas
horas. Entre sus últimas mandas, destacamos una en la que ordena se le de la libertad a
un esclavo que poseía. Como herederas de sus bienes, 1.580 pesos, una casa de la que era
dueño en Cádiz “frente a San Felipe”, y lo que se le debe por razón del viaje, instituye a
sus dos hijas menores Antonia y María y a su esposa por igual parte, debido a que llevo
4.000 ducados de dote al matrimonio.
El contramaestre necesitaba de un ayudante, este era el guardián. Este oficial se situa
ba en la proa mientras que el contramaestre lo hacía en la popa siguiendo las órdenes del
piloto. Joseph Vizioso’76 y Carlos Guardia177 son dos guardianes de la Flota. El primero va
ejerciendo dicho oficio en el navio de conserva de la flota Nuestra Señora de los Reyes y
San Fernando del General Juan Gutiérrez de Calzadilla, el segundo lo realiza en la fra
gata nuestra Señora de la Luz que formaba parte de los Azogues que zarpan en 1744 para
Veracruz.
Joseph, vecino y natural del marinero barrio de Triana, para más datos tenía su casa en
la calle Larga, contando con veinte y pocos años decide embarcar con la intención de
mejorar la situación económica de la familia, ya que su madre tras enviudar se encontra
ba viviendo en una situación de extrema pobreza. Entre las tareas que realiza, esta la de
ayudar a descargar y cargar de nuevo la nave en el puerto de San Juan de Ulúa, con la
ayuda de los bateles o naves auxiliares que llevaban en la embarcación. Esta misión con
vertía a dichos oficiales en los responsables y máxima autoridad de los bateles cuando se
lanzaban al agua. La mayoría de los muelles no tenían buenas condiciones de atraque,
por lo tanto eran estas embarcaciones auxiliares las encargadas de cargar y descargas los
navios. Otra labor que tenían encomendada era la de remolcar la nave en los estrechos o
días de calma, e ir controlando el tipo de fondo, evitando así el peligro.
Joseph fallece en Veracruz sin dejar ninguna disposición testamentaria. Por sus bienes
quedan lo que le restaba de la soldada, más otras cantidades que le debían por las tare
as de carga y descarga del Nuestra Señora de los Reyes y San Fernando. Como única y
universal heredera se nombra a su madre Antonia de Rey Sota. Sin embargo, el proble
ma surge cuando a la heredera se le niega la entrega por parte de las autoridades com
petentes. Se basan en que el barco donde fue sirviendo plaza el difunto Joseph pertene
cía al Marques de Torres de Gines, y que a su vez contrató a Joaquín de Aguirre para que
fuese como maestre, pues bien, a lo que se alude para no proceder a la entrega es a que
el que tenía el deber de abonar la cantidad era el maestre, pues una de las misiones de
este cargo era la de pagar a la tripulación. Ante esta situación, la madre del difunto
entrega su poder a Don Antonio González de Montoya el cual va a rebatir todos estos
argumentos exponiendo que por derecho es el Marques el que tiene abonar la cantidad,
ya que se hizo fiador del maestre.
Al final, los Señores Presidentes y Oidores de la Real Audiencia de la Casa de la Con
tratación dictaminan a favor del apoderado de Doña Antonia, cobrando ésta la soldada
y demás dinero que le debían.
Carlos Guardia comparte con Joseph la profesión. En esta ocasión la vida le juega una
mala pasada a nuestro hombre, pues a los veintiocho días de contraer matrimonio con
Ines Gil, parte en los Azogues hacia México de donde ya no regresará. Además del des
empeño de las labores propias de su oficio, Carlos llevaba consigo algunas mercaderías
para comerciar y
Durante su estancia en Veracruz enferma de gravedad, motivo por el que decide orde
nar su testamento, al día siguiente fallece. Siguiendo los pasos del proceso, se inventarí
an todos sus bienes, que se resumen a la ropa de su uso, algunas mercaderías para ven
der como hebillas, algo de ropa, un barril de pasas, etc., se tasan y finalmente se rema
tan en pública almoneda.
En su última disposición designa como heredero a su hijo o hija postuma si lo hubo,
puesto que no sabe si cuando partió su esposa quedó en cinta, y si no quedó, nombra a
ésta heredera de la mitad de sus bienes —aunque declara que tan solo llevó al matrimo
nio la ropa de vestir-, y de la otra mitad a sus tres hermanas.
El 8 de marzo de 1746 llega al puerto de Cádiz la fragata Nuestra Señora de la Luz.
Tras la visita que se hace a la llegada, el Señor Fiscal de la Casa de la Contratación orde
na al maestre que en el plazo de dos días se deposite en la caja de Bienes de Difuntos de
la Casa de la Contratación las soldadas devengadas a los hombres de la tripulación que
1-8 Se observa los beneficios que daba el comercio del vino en las tierras americanas, beneficios que ya desde
el siglo XVI se conocían, pues la ración de vino que se le entregaba a los tripulantes durante la navegación
como parte de su dieta diaria, era ahorrada, para ser vendida más tarde en Indias sacándole una notable
ganancia.
138 «$* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
habían fallecido durante el viaje, bajo pena de enviar a los alguaciles. Lo mismo se le
exige al segundo piloto de la fragata, por ser el albacea que el difunto Carlos nombró en
su testamento. Pero cuando se le va a comunicar a éste, ya había partido de nuevo para
las Indias, y no será hasta junio de 1752, seis años más tarde, cuando regrese de nuevo
a la Península y entregue los papeles exigidos.
Como herencia final quedan 549 reales de vellón que serían repartidos de la manera
siguiente: la mitad para sufragios por el alma de su esposa ya difunta; y la otra mitad se
repartiría en tres partes, de manera que una sería para dos sobrinos hijos de una herma
na que también había muerto y las otras dos parte para las otras dos hermanas.
La figura que tenía por misión encargarse de los alimentos en el barco era el despen
sero, razón por la cual estaban en su poder las llaves del pañol donde se guardaban. Con
esta misión marcha el sevillano Gregorio Hernández179 en uno de los Registros con des
tino al puerto de la Santísima Trinidad. En él recaía todo lo concerniente al almacenaje,
distribución y control de los víveres.
El escribano era un cargo que se hallaba en las tripulaciones más completas. Entre sus
tareas además de las que a lo largo del trabajo se han ido exponiendo, también estaba la
de redactar testamentos, o llevar a cabo cualquier otro procedimiento judicial que se
diese a bordo, junto a la de registrar la carga comprobando que ésta era entregada sin
problema a sus verdaderos propietario, etc.
Por otro lado, tenemos que señalar a otras figuras cuya misión era la de encargarse de
la salud del cuerpo y del alma de los tripulantes del barco. Estos eran el capellán, el bar
bero y el cirujano. El primero se encargaría de que se cumplieran los preceptos religio
sos en un lugar donde era muy fácil olvidar estas costumbres, pues aquí las normas mora
les se relajaban. Otra de las tareas sería la de asistir a los enfermos y moribundos duran
te la travesía, que eran numerosos como resultado de las pésimas condiciones higiénicas
de los barcos, provocando entre la tripulación muchas enfermedades y bajas.
De sanar los cuerpos se encargaban los barberos y los maestros cirujanos. Existían dis
tintas categorías según practicaban su ejercicio. A los médicos de título universitario le
seguían los cirujanos, y posteriormente los barberos y sangradores. Desde muy tempra
no aparece una legislación acerca de los sanitarios que deberían de componer una tripu
lación. En las Ordenanzas de 1532 redactadas por la Casa de la Contratación y el Con
sejo de Indias se introducen las figuras del médico y el cirujano como parte de la tripu
lación o dotación fija de un barco “obligándoles a depositar fianza para evitar que que
daran ejerciendo la profesión en las ciudades del nuevo continente”180. Estas leyes no per
mitían el ejercicio de profesiones sanitarias que no estuviesen avaladas por el protomedi
cato, como consecuencia de ello, en los barcos ocuparían estas plaza personas cualifica
das. Así a los cirujanos se les exigió una preparación y conocimientos adecuados a su fun
ción, siendo sus obligaciones reguladas en 1593181.
En una categoría inferior se sitúa a Bernardo Ortega Villanueva182183, de oficio maestro
barbero. Bernardo decide partir para Indias siendo ya un hombre maduro, lo que indu
ce a pensar que la vida en la Península no le fue fácil, y que a pesar de la edad, se arries
ga a probar suerte con la esperanza de lograr un cambio de signo en América. Antes de
partir encomienda a un amigo de la familia a sus dos hijos Bernardo y Juana María y a
la esposa, quién los acoge en su casa de Jerez de la Frontera. Este hecho nos sugiere la
pregunta de cuál era el grado de implicación de la esposa en relación a sueños de fortu
na del marido ¿era una estrategia del matrimonio ante las circunstancias, o fue una deci
sión personal del esposo?. Lo cierto, es que cuando nuestro barbero arriba al Nuevo
Mundo decide saltar a tierra y situarse en Lima, según declaraciones de testigos “estuvo
alli muchos años y después vinieron noticias de que murió”. Durante su estancia en esta
ciudad no perdió el contacto con su familia, puesto que era conocedor de que tanto su
mujer como hijos habían fallecido y de quiénes eran ahora sus sucesores. Por ello, cuan
do se siente muy enfermo y prevé cercana la hora de su muerte, aunque no redacta tes
tamento, si deja consignado la fortuna que logra amasar a un buen amigo residente en
la Península con el objeto de que fuese él quién lo entregase a sus nietos. La explicación
a esta irregular forma de actuar pudo estar motivada en que cuando llegó a Indias en la
flota como maestro babero, saltó a tierra abandonando el barco —lo cual no estaba per
mitido—, convirtiéndose así en un emigrante ilegal, de manera que al estar fuera de la
legalidad carecería de derechos, y por lo tanto tampoco los disfrutaría sus herederos. Con
este dato podemos avanzar más en la investigación ya que comprobamos que nuestro
hombre era un potencial emigrante que vio la oportunidad de dirigirse a su destino enro
lándose como barbero, oficio que sigue ejerciendo en Lima.
Finalmente son sus cuatro nietos los que van a percibir los 1.222 pesos y 2 reales de
plata que llegan a la Casa de la Contratación como bienes del difunto, aunque para ello
sufrirán una larga espera debido a la negativa del Fiscal de la Casa para que se proceda
a la entrega, argumentando que la persona a la que venía consignado el dinero había
fallecido.
Fernando Picado11” era maestro cirujano Mayor en el Real Hospital de Cádiz, ciudad
donde reside junto a su esposa Maria Garcia de la Serna, con la que tenía tres hijos, Este
ban que sigue la profesión de su padre y marcha para Chile, Fernando y Manuel. No
conocemos cuales fueron las circunstancias que le hacen padecer necesidades económica,
pues él mismo declara que “con el fin de traer algún remedio para mi mujer y mis hijos
decido hacer este viaje” sirviendo plaza de cirujano en la flota del General Andres de Pez.
Fernando también aprovechó la ocasión para vender algunas mercancías -sobre todo
ropa—, además de llevar un cheque por la cantidad de 2.000 pesos escudos para cobrar
en Veracruz, que suponemos no le pertenecería, sino que tendría el encargo de cobrarlo,
a cambio de lo que obtendría una comisión.
En Veracruz enferma y tras muchos cuidados, pues cuentan testigos que “durante su
estancia en esta ciudad visitó muchas veces la botica de la plaza de dicha ciudad”, falle
ce en la casa donde se alojaba. Era un hombre creyente, de ahí que sus compañeros dicen
que “encontrándose muy enfermo, llamó al escribano, pues por su condición de buen
cristiano, no podía dejar de hacer testamento para el descargo de su conciencia y el bien
de su alma”.
Tras su muerte, se procede a inventariar sus pertenencias destacando los libros de ciru
gía, instrumentos y medicinas que aparecen: “Pedro López de zirujia, Robledo de zirujia,
Farmacopia de germano de la Fuente, espátula de fiero, abuxa de plata para ernias, sal
de saturno, antimonio crudo, etc., etc...”. Pero, el procedimiento seguido se complica,
cuando por distintos motivos que seguidamente pasaremos a exponer la herencia no se
entrega a los sucesores, siendo la situación de la viuda de total miseria, pues incluso llega
hacer una declaración de pobreza ante el procurador de pobres, en donde expresa que “no
pasa hambre gracias a las limosnas”.
La razón del porqué no se le entrega la herencia a los herederos, se debe a lo siguien
te: cuando Fernando es consciente de que padece una grave e irremediable enfermedad
y de que su fin se acerca, decide dejar encargadas todas sus pertenencias a un muchacho,
vecino de El Puerto de Santa María al que había recogido en Veracruz, pero con la mala
suerte de que éste fallece a los pocos días, quedándose al cargo de todo Pedro Antón, des
pensero del navio donde iba el cirujano embarcado. Una vez arribada la Flota a la Penín
sula, la viuda en nombre de sus hijos —los cuales por estar ausentes le entregan su poder—
y representada por su apoderado, el procurador de la Real Audiencia de la Casa de la
Contratación Pablo Ramírez de Aguilar, acusa al despensero de haberse quedado con
todos los bienes de su difunto esposo, elevando una petición ante las autoridades de Cádiz
para que este hombre dé cuentas y si no se proceda contra él y se le encarcele, ya que
estaba presto para zarpar de nuevo hacia Nueva España. Ante la negativa de Pedro
Antón, se ordena su encarcelamiento. Pedro Antón responde presentando a un fiador,
que en este caso es un calesero del que la viuda pone en entredicho su fiabilidad, rogan
do ante las autoridades para que no lo nombrasen como tal, razón por la que cuenta la
siguiente anécdota
Son tres los testigos Bernardo Fabrique, Luis Tribiño y Domingo Salinas que van a
declarar a favor de la viuda sobre este altercado, así que tras prestar juramento declaran:
“...el dia vintidos del mes de julio pasado de este presente año,
siendo hora de las tres de la tarde, estando el dicho Domingo
Salinas maestro de gitaras en su casa que tiene en la calle del Juego
Los hombres del mar 141
Posteriormente, Pedro Antón presenta otro fiador que es aceptado y tras entregar fian
za es puesto en libertad, otorgando éste ahora su poder a los procuradores de la Real
Audiencia de la Casa de la Contratación de Sevilla Manuel de Vargas y Joseph de Sala
zar. El litigio entre ambas partes sigue, aunque desgraciadamente no conocemos el final
de esta historia, pese a ello, nos basta con los datos que tenemos para apostar por la
entrega del caudal que dejó el cirujano a sus sucesores.
3.3. La marinería
Si tenían importancia estos cargos superiores, no menos tenían los que formaban el
groso de la tripulación, pajes, grumetes, marineros...
Para comenzar a analizar este grupo, lo primero a lo que tendríamos que hacer refe
rencia es al lugar de procedencia de los hombres que formaban las tripulaciones, pues en
una gran proporción eran andaluces. Asimismo, podemos detallar que el mayor número
provenía del arco que comprende de Sanlúcar de Barrameda a Cádiz: Sanlúcar, Chipio-
na, Rota, El Puerto de Santa María, Puerto Real, San Fernando y Cádiz; le sigue en
numerosidad Sevilla y su barrio trianero; los pueblos costeros de la zona onubense ocu
142 «$* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII *•*
parían el siguiente lugar; posteriormente estaría Málaga y finalmente los que procedían
de otros lugares de la región. Esta situación no sólo era propia de la marinería, sino que
también se extendía a otros puestos de mayor cualificación técnica como eran los pilotos.
Respecto al origen social de la marinería de la Carrera de Indias cabe esperar que era
bajo, pues simplemente estudiando las difíciles condiciones de vida en la que desarrolla
ban su labor, nos hace comprender que cualquier persona que tuviese la oportunidad de
ejercer otro trabajo, no optaría por éste, se entiende que la miseria era el origen de
muchas de las vocaciones marineras. Aunque, por supuesto también hubo motivaciones
que impulsaron a los hombres a enrolarse: la tradición familiar; la de aquellos más osa
dos, para los que la travesía americana les suponía todo una aventura; el sueño de un
enriquecimiento rápido de la noche a la mañana, de ahí que nuestro gran escritor Miguel
de Cervantes lo calificara como de “engaño común de muchos y remedio particular de
pocos” —sentimiento que aunque disminuyó a lo largo del período colonial siempre pre
valeció latente en el corazón de muchos hombres—; la forma más barata y fácil para emi
grar184.
El escalafón más bajo de la marinería lo ocupaban los pajes. Eran muchachos que
entraban saliendo de la niñez, entre los ocho y diez años y podían permanecer hasta los
diecisiete, aunque hubo casos como el de Antonio Barranco185 que cuando falleció conta
ba con veintidós años. El resto, tenían edades comprendidas entre estos límites, ejemplo
de ello es Adrián Alonso186 de catorce años, o Joseph Martín187 de diecisiete.
Estos jóvenes normalmente eran de condición humilde, pues con estos trabajos se ini
ciaban en los oficios del mar, siendo el puesto de marinero el escalafón más alto al que
podrían llegar; mientras tanto debía de estar bajo sus órdenes y la de los grumetes.
Entres sus tareas destacamos las de repartir la comida, recoger la mesa, recitar las ora
ciones a la caída del sol, barrer el barco y encargarse de llevar el cómputo del tiempo,
dando la vuelta cada media hora a las ampolletas que las embarcaciones llevaban.
Teniendo en cuenta el origen social del que provenían y la edad que contaban cuando
les sobreviene la muerte, lo normal era que por sus bienes sólo quedase la soldada gana
da. Es el caso del paje Pedro Juan Arenas188, que va ejerciendo este oficio en uno de los
registros nombrado San Rafael y Santo Domingo de la Calzada que sale para el puerto
de la Santísima Trinidad bajo el asiento de Salvador García Pose en 1722. Cuando llegan
a dicho puerto, declaran los testigos que Pedro Juan “caio al agua y se ahogo”. Se conta
La Corona desde los inicios del descubrimiento impuso un buen número de cortapisas para pasar a Amé
rica, además de los gastos que suponía el precio del pasaje, de manera que enrolarse en las tripulaciones de
las flotas se convertía en el medio más fácil y barato para alcanzar las tierras americanas y una vez allí deser
taban.
185 A.G.I. Contratación. Leg. 5594. N° 8.
186 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N° 4. R° 14.
187 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 79 ■
188 A.G.I. Contratación. Leg. 5589. N° 7.
Los hombres del mar 143
tienda, al parecer una pulpería, donde vendió géneros que le proporcionó el mismo
dueño y capitán del barco donde iba asentado, aunque no sabemos a cuanto ascendieron
estas ganancias, pues como soldada quedó 58 pesos escudos de plata y un cuartillo de
plata que cobró su madre Doña Angela María Muñoz, de estado viuda.
Una vez que se lograba llegar a marinero, dependiendo de la suerte e inteligencia, se
podía alcanzar un horizonte más lejano, pues hubo casos de algunos que consiguieron
ascender hasta pilotos.
Sus edades podían rondar entre los veinte y pocos y los cuarenta años, aunque hay casos
como el del marinero Bartolomé Rodríguez195 que contaba con cincuenta cuando fallece.
Las funciones de los marineros eran la de manejar la caña del timón siguiendo las órde
nes dadas por el piloto, saber emplear la sonda con el fin de calcular la profundidad de
las aguas por donde navegaban y el tipo de fondo, etc. Marineros son hombres como
Pablo del Río196, que va en el navio San Joseph y las Animas de la Flota de Nueva Espa
ña del General Marques de Mari, y que tras una vida llena de penalidades fallece en Vera
cruz dejando a sus tres hijos menores Miguel, Juan de Dios y María Francisca 56 pesos
que le debían de la soldada, la ropa de su uso, más otros 52 pesos de los que desconoce
mos su procedencia.
Aunque otros, como el marinero Pedro Rendon197 aprovecharon sus viajes a Indias y
sacaron mayores tajadas mercadeando con diferentes artículos, “67 cristales de encender
tabaco, 80 abas de Guatemala, una partidilla de peines...”.
Todo lo que hemos visto hasta aquí corresponde a los elementos humanos imprescin
dibles en un barco, pero junto a este grupo tenemos otro colectivo no menos importan
te y al que calificamos con el término de marinería especializada. Lo primero que habría
que indicar es que estos marineros especializados: calafates, toneleros, cocineros, etc.,
fueron incluidos en la clasificación profesional que realizamos en el capítulo anterior
como artesanos, obviamente por los trabajos que desempeñaban en los navios.
Josef Roca198 es un calafate que vive en el marinero Puerto de Santa María, junto a su
esposa Elvira y su hijo Antonio Jacome de dos años. Antes de partir hacia Indias en uno
de los navios de los azogues del asiento de Fernando Chacón, le llega la feliz y triste noti
cia del embarazo de su segundo hijo, pues conociendo los peligros que entrañaba el viaje
duda en que pueda llega a conocerlo. Josef marcha ejerciendo su oficio, de manera que
se encargaría de mantener la estanqueidad del navio —metiendo en las juntas del casco y
cubierta brea y estopa- y de las bombas de achique. Desgraciadamente el presagio se
cumple, pues una vez en Veracruz parece contagiarse de una grave enfermedad, razón
por la que decide redactar una memoria testamentaria donde nombra albacea a su
amigo, paisano y compañero Felipe Camacho, hace una declaración de los bienes que
poseía, ropa de su uso, botones, zapatos, lo más interesante es que aparece una relación
de las herramientas propias de su trabajo: “tres fierros de cubierta; dos maujos uno chico
y el otro grande; dos fierros de cortar; dos fierros trestes; un fierro de asentar; tres barre
nas; un martillo; dos mallas de encina; una navaja”, al mismo tiempo designa a los here
deros, ordena sus honras fúnebres y declara el grave estado de salud en que se encuen
tra. A los dos días de dictar la memoria Josef fallece.
Tras conseguir que se declare la memoria testamentaria como testamento nuncupativo
y abierto, se nombra como herederos de los bienes a los dos hijos menores y a su esposa
como la tutora y administradora, siendo los bienes a los que se reducen la herencia la sol
dada, la ración de vino, más 20 pesos del flete de dos cajas que llevaba.
El calafate junto al carpintero y al buzo, serían los encargados de las reparaciones de
las embarcaciones, encargados por tanto de su seguridad. El carpintero era una figura
imprescindible, obviamente porque tanto el casco, como las arboladuras de los navios,
etc., eran de madera y por lo tanto, innumerables las reparaciones que se llevaban a cabo
a lo largo de la travesía y durante las estancias en los puertos. En estas reparaciones tam
bién había veces en que el buzo tenía que intervenir sumergiéndose en el agua.
No menos importancia tenían los toneleros, encargados de reparar sobre todo los
barriles en los que se transportaba esos líquidos preciados como eran el agua, el vino y el
aceite, además de muchos alimentos salados que se llevaban para el consumo.
Uno de nuestros andaluces que comparte este oficio es el trianero Bartolomé Díaz199.
Coincidiendo con otros casos, cuando zarpa en su último viaje es ya un hombre maduro,
de unos cincuenta años, y de estado viudo, por estas circunstancias se nos plantea la duda
de si ejerció siempre su oficio en los barcos de la Carrera, o bien, si es el estado de viudez
y la edad lo que le hace tomar la decisión de embarcar en busca de una nueva vida o sim
plemente de sobrevivir. A partir de ahora se repite la historia de todos estos hombres de
mar, tras llegar a Veracruz enferma de gravedad y decide redactar testamento. En él,
nombra a su amigo y compañero el trianero Alejandro Guzman albacea, y a sus seis hijos
herederos legítimos, con la salvedad de que se haga una mejora hacia una de sus hijas,
Leonarda, la única aún doncella, pues los demás ya habían tomado estado, siendo uno de
ellos, Antonio, jesuíta en Galicia. A ésta le deja el tercio y remanente del quinto de sus
bienes. Finalmente a Leonarda le quedan 511 reales y 6 maravedíes y al resto —los cinco
hermanos— 97 reales y 14 maravedíes para cada uno.
La figura del cocinero era también esencial en el buque, a pesar de las connotaciones
rebajantes que este oficio tenía. Para comprender esta cualidad nada más ilustrativo que
el caso que seguidamente pasamos a exponer. Antonio Vargas200, es un esclavo negro, que
su dueño Tomas de Vargas Machuca con el fin de sacarle beneficios económicos —la sol
dada, e incluso podemos sospechar que se le encargaría realizar algunas prácticas comer
ciales que produjeran ciertas ganancias, librándose sus dueños de los peligros e incomo
didades de estos viajes trasatlánticos-, lo embarca ejerciendo el oficio de cocinero en el
registro San Rafael, de los que van al puerto de la Santísima Trinidad.
Antonio fallece en el puerto de destino, quedando por sus bienes la soldada de cocine
ro devengada desde el día que se embarcó hasta el día de su fallecimiento, a la cual dedu
ciéndoles gastos de entierro, más 9 pesos que declara ya se le habían dado en cuenta,
resulta la cantidad final de 254 pesos escudos, que cobrará posteriormente su dueño
Tomas de Vargas Machuca sin precisar certificado alguno, posiblemente porque el cargo
que éste ocupaba —depositario receptor de penas de cámara y gastos de la Real Audien
cia de la Casa de la Contratación- le daba toda la credibilidad necesaria, o quizás por la
condición de esclavo del difunto, la cual estaría anotada en los cuadernos de visita espe
cificando su dueño. Más tarde, a los cinco años de la llegada de la herencia, se lleva a cabo
una segunda entrega, debido al aumento de la plata201. La nueva cantidad suma 52 pesos
de a 8 reales, de los que se reducirá el quinto del difunto para sufragios por su alma.
Entre la marinería y el grupo de los mandos principales se situaban los artilleros, a los
que se les nombra en la documentación con el calificativo de “marineros aventajados”.
Tenían unas tareas determinadas, algunos de ellos incluso con cierta parcela de autoridad
sobre la marinería. Se les exigían ser experimentados marineros, además de saber hacer
funcionar un cañón, puesto que eran responsables de la guardia y de las acciones de com
bate en las embarcaciones. El valor que tenía este grupo como parte de la tripulación de
los barcos, se observa en que en la Casa de la Contratación existió la figura de un Arti
llero Mayor que daba clases sobre el manejo de los cañones, acompañada de sus prácti
cas de tiro.
Al igual que los marineros son hombres de condición humilde y de escasos recursos
económicos. Juan y Pablo Pérez202 ambos hermanos y vecinos de Ecija, se embarcan como
artilleros de la capitana y almiranta de la Flota de Juan Bautista de Mascarua, supone
mos que buscaban un horizonte algo más esperanzador que el que les ofrecía su pueblo
natal, sin embargo el destino les juega una mala pasada, tras enfermar de gravedad en la
ciudad de Veracruz, fallecen dejando por sus bienes las soldadas de artilleros, que son
cobradas por su padre Antonio Perez, como único y universal heredero.
Algo más, aunque no mucho fueron los bienes que quedaron de los artilleros Andrés
Martin de los Reyes203 y Andrés Muñoz del Oro.
El primero fallece ahogado tras caer al agua frente a las costas de la Habana “por la
fuerza que la brisa ventaba y mucha mar que había”. Tras la muerte se procede hacer el
inventario de sus bienes, y una vez llevado a cabo todas las deducciones, queda como
herencia final 400 pesos escudos y 4 reales de plata, que se consiguen de las pequeñas,
pero numerosas transacciones comerciales que este hombre realizó. La designación de los
herederos trajo consigo algunos contratiempo, pues aunque todos conocían que Andrés
era padre de dos niños, habían llegado noticias de que el hijo mayor había fallecido en
México; se contaba que éste siguiendo los pasos de su padre, partió para Nueva España
siendo mozo, donde murió sin tomar estado. Y en el caso del menor, llamado Alonso,
siendo muy pequeño quedó huérfano de madre —llamada Leonor Camachos—, haciéndo
se cargo de él su tía —hermana de su madre y de la que creo oportuno comentar como
también su marido partió hacia Indias en la Flota muriendo allí antes que Andrés, pues
to que llegan noticias de que nuestro artillero le asistió y cuidó en sus enfermedad. Todo
ello nos revela la fuerte vinculación que mantenía la familia con la flota y las Indias—. En
lo concerniente a la entrega de la herencia hubo que demostrar que el hijo mayor había
fallecido, y que el único hijo superviviente, Alonso, menor de edad estaba bajo la tutoría
y curaduría de su tía, a la que se le debería de entregar la cantidad. Al final todo se solu
ciona.
El segundo, Andrés Muñoz del Oro2“ es un artillero de unos treinta años aproximada
mente, que llega a Nueva España en la Flota de Andrés de Pez, y una vez allí y por decla
raciones de su compadre y socio, decide establecer en la ciudad de México una tienda de
vinos sita en la calle que va de Barbanedas a la Merced —vinos que según dice su socio
traía desde España, aunque intuimos, que en más de una ocasión Andrés compraría a sus
compañeros de viaje las raciones de vino que éstos ahorraban durante la travesía, para
venderlo en Indias sacándoles mayor rentabilidad-, que estaría a cargo de dicho compa
dre. Tras fallecer Andrés, su socio tiene que entregar las cuentas de cargo y data del nego
cio. Finalmente, una vez hechas todas las deducciones, quedan para sus dos hijos meno
res Francisco y Josepha Tomasa 621 pesos escudos y 6 reales de plata .
Antonio Rodríguez205 era condestable del navio San Ignacio de la Flota de Rodrigo de
Torres, y por lo tanto, como su puesto le acreditaba estaba al mando de la artillería. Era
natural de Sanlúcar de Barrameda, en donde estaba casado con Manuela Rosende, de la
que no tenía descendencia. Antonio perece ahogado en el Canal de las Bahamas al nau
fragar su barco. Tras la muerte, su único hermano y heredero Alonso, presenta una peti
ción ante las autoridades de Sanlúcar para que se le entregue lo que quedó por sus bien
es. Para cerciorarse si era cierto dicho parentesco entre Alonso y el difunto, las autorida
des acuden a la relación hecha tras la visita realizada al barco antes de zarpar, práctica
muy seguida cuando surgía una duda de este tipo, poniéndose de manifiesto el asiento
que el difunto llevaba, la naturaleza de éste y la familia que tenía. De manera, que que
dan para Alonso como único heredero el escaso caudal de 81 pesos y 2 reales de plata,
procedentes de la soldada devengada al condestable desde el día en que zarpa hasta el de
su muerte.
A parte de los oficios y cargos analizados en las páginas anteriores vinculados a los
navios mercantes, también hallamos algunos individuos, aunque en una proporción
menor, de los calificados profesionalmente como hombres de armas, que fueron ejercien
do sus funciones en los barcos de la Armada que iban protegiendo a los mercantes de la
Carrera.
En estos barcos además de los oficios ya estudiados existieron otros específicos de los
navios de guerra como era el de alguacil, que se encargaba de mantener el orden en los
barcos del rey, y el de veedor y de proveedor que junto al de tesorero tenían por misión
la de encargarse de la administración de los intereses del estado, guardando y adminis
trando todo el dinero, lo cual les confería un gran poder.
La condición social de estos hombres era muy distinta a la de los tripulantes de los mer
cantes, los capitanes de mar y guerra, almirantes o generales, eran en su mayoría de pro
cedencia noble, de la baja nobleza, que más que temas náuticos conocían el mundo mili
tar. Pese a ello, existe un nexo común con los anteriores, pues las situaciones vitales en
un determinado momento de sus historias corren paralelas: todos zarpan ejerciendo un
puesto en los barcos, realizan diferentes prácticas comerciales y la mayoría caen grave
mente enfermos en los puertos americanos falleciendo como consecuencia de esas dolencias.
Asimismo estos parámetros se constatan en la distinta graduación de la tripulación de
estos buques. Joseph Antonio de la Peña206 detenta la graduación más baja hallada entre
nuestros andaluces. Contando tan sólo con veintiún años zarpa de Cádiz como cabo de
escuadra de la Compañía del capitán Ñuño de Moria Villavicencio, en la Flota del Gene
ral Juan Bautista de Mascarua. Siguiendo el esquema establecido, muere a los pocos días
de llegar a Veracruz, dejando tan sólo la soldada que ascendía a 255 reales de plata, can
tidad que cobrará su padre Joan Bautista de la Peña como su universal heredero.
Igualmente se repite en la historia del sargento de marina Pedro Andres de Aranda207
perteneciente a la Compañía de Donjuán Miguel León. Va embarcado en el navio capi
tana de los Azogues nombrado El Fuerte. Fallece en Veracruz sin dictar ninguna dispo
sición testamentaria, sin embargo, deja encargados todos sus bienes al capellán de la
Flota. Estos se resumían a una caja de cedro que contenía algunas alhajas y ropa, más
110 pesos escudos de plata antigua mexicana que pensamos provendrían del pago de la
soldada.
Tras llegar los Azogues a la Península, será el propio capellán el encargado de comuni
carles a los hermanos del difunto, como únicos familiares y herederos la muerte de Pedro
Andrés, además de entregar los bienes que éste dejó en la caja de Bienes de Difuntos de
la Casa de las Contratación. Ahora bien, en este caso existe una excepción, ya que estos
bienes aunque se depositan en la Contaduría Principal, se hace bajo la protección del
Ilustrísimo Obispo de Cádiz.
Son sus dos hermanas Leonor y Mariana -porque el tercero, Joseph había renunciado
a su parte en favor de ellas—, las que hacen la petición de “los papeles originales” al corre
gidor de Lucena —pueblo de donde eran naturales y vecinas— con el fin de certificar sus
derechos, pues aunque estas dos mujeres eran de estado soltera, eran mayores de veinti
cinco años, además de declarar que estaban fuera de tutoría y curadurías y de otros vín
culos de la administración. Una vez autorizados dicho papeles originales, Leonor y Maria
na entregan su poder a un vecino de Lucena llamado Francisco de Aguilar Galeote, para
que con él se presente ante el Señor Obispo y haga la petición. Finalmente le es entre
gado a las dos hermanas como sus herederas legítimas el caudal que quedó por la muer
te del sargento.
Dentro del grupo de la oficialidad, la graduación más baja la ocupaban los alféreces.
Matías Gutiérrez208 era un puertorealeño, y ocupaba este cargo en la Flota. En el último
viaje que realiza a Indias Matías contaba con cincuenta años, aún así, fiel a su profesión,
de nuevo deja a su esposa Lorenza Suara y a sus cinco hijos ya mayores, uno de ellos reli
gioso betlemista -que residía en la Puebla de los Angeles-, y con el grado de alférez de
uno de los navios de la Flota del General Diego Fernandez de Santillan, zarpa hacia el
Nuevo Mundo. Después de llegar a Veracruz, nuestro alférez se siente muy enfermo, y
ante el temor de morir, sin haber dejado escritas sus últimas voluntades redacta una
memoria testamentaria. A diferencia de cualquier otra última disposición, cuya finalidad
era tranquilizar la conciencia, en este caso lo único que declara es que tanto el dinero
como la mercancía que llevaba consigo no le pertenecían, nombrando dos albaceas:
Tomas Fernandez de Acevedo vecino de Veracruz e Isidoro Francisco Gómez, vecino de
Sevilla, con el objeto de que se encargasen de entregar el dinero a la persona que le per
tenecía y la mercadería a su dueño. Así por sus bienes no queda nada y por lo tanto, sus
hijos como herederos legítimos tampoco cobran nada. Pensamos que incluso su soldada
estaría empleada en alguna transacción, o la debería.
A otra escala superior localizamos al capitán de mar y guerra Ñuño de Moría Villavi
cencio™. Los capitanes de mar y guerra eran los jefes de las diferentes compañías de
soldados procedentes del Presidio de Cádiz, que se embarcaban para la defensa de las
naves21“. Eran militares profesionales, aunque para 1717 con la creación de la Escuela de
Guardiamarinas de Cádiz estos cargos cada vez se van profesionalizando más.
En este viaje Ñuño contaba con unos treinta y pocos años y embarca en el galeón Santo
Christo de San Román, Almiranta de la flota al mando del General Bautista de Masca-
rua, al cargo de la infantería del Presidio de Cádiz. Hay que hacer alusión a que a esta
compañía de la que Ñuño era capitán, pertenecían algunos de los soldados protagonis
tas de nuestros autos: Christobal de Rojas, Christobal Perez Ordiales, Joseph Guerrero,
Joseph Antonio de la Peña, entre otros.
Como otros muchos tripulantes, cuando llega a Nueva España Ñuño enferma y falle
ce sin dejar ningún tipo de disposición, quedando por sus bienes la soldada devengada
desde el día que se embarcó hasta el de su muerte —que se extendían a quince meses,
quince días-, que sumaba un total de 4.380 reales y 21 maravedíes de plata, más 32 rea
les y 4 maravedíes de los ahorros del vino —deducidos dos pagas que se le habían dado
antes de salir a la mar, y la media annata211
210
209-.
Su padre Christobal López de Moría viudo, y regidor perpetuo de la ciudad de Cádiz
de donde esta familia era natural y vecina, es el que va a iniciar los trámites para la obten
ción de la herencia. Para ello, eleva una petición al alcalde mayor de la ciudad con el pro
pósito de que se le entregue los papeles que le acrediten ser el padre del finado y el único
heredero, presentando testigos que declaran ser cierto lo que dice. Sin embargo, a dife
rencia del procedimiento que se sigue en otros autos, a Christobal no se le exige que pre
sente certificados de bautismo, ni de matrimonio, ni de defunción de la esposa, ni nin
gún otro, inferimos que se debe a la credibilidad que le daba el cargo de regidor que
ostentaba, pues además los testigos que presentó con anterioridad también eran regido
res e incluso un capitán general. Lo que de nuevo viene a demostrar que determinados
grupos sociales podían hacer caso omiso a algunos de los pasos de la Administración.
Y como autoridades supremas en los barcos de guerra estaba el Almirante o segundo
en el mando y el General que detentaba el gobierno supremo212. El General y el Almi
rante, no sólo dirigían la carena y aprestos de sus respectivos galeones, sino que vigila
ban y aprobaban los preparativos, defensa y carga de los navios mercantes.
A partir de mediados del siglo XVII se percibe un cambio en los requisitos para con
seguir estos títulos, ya no bastaba el mérito, la experiencia y la pericia marítima, sino que
además se les exigía a estos candidatos un status financiero para contribuir al contado al
apresto, concretamente a la carena de la Capitana y Almiranta y muchas veces a la com
pra de los bastimentos a través de préstamos a la corona, librado en el valor del tesoro
recogido en Veracruz o Cartagena. En muchas ocasiones tenían que ayudar a la Casa de
la Contratación en la gestión de créditos con el comercio, cargadores y mareantes y con
juntamente con los oficiales reales llevar la administración financiera de las flotas en San-
lúcar o en Cádiz y sobre todo en los puertos de Indias.
Por consiguiente, los mandos de las flotas se convertían en algo más que simples mari
nos, pues tenían que integrar la habilidad marinera y militar con una capacidad adminis
trativo-comercial, factores que se convirtieron en el fallo del sistema, pues en muchos casos
pesó más la condición financiera, que la marinero-militar. Los Generales y Almirantes fue
ron casi siempre vecinos de los puertos atlánticos de Andalucía -Cádiz, Sanlúcar, Puerto
Real, El Puerto de Santa María o Sevilla-.
4. El viaje
En los lugares más céntricos de los principales puertos de la bahía de Cádiz, de la des
embocadura del Guadalquivir y de la ciudad de Sevilla, se procedía a publicar a tambor
batiente las distintas salidas de las expediciones a Indias. Los pregoneros anunciaban las
salidas y la apertura de las listas de enrole para los diferentes buques de escolta. Por
su parte, los dueños de los navios mercantes firmaban asientos ante notario con los que
se encargarían de tripularlos. Válga el caso de la escritura firmada en Cádiz el 30 de
octubre de 1722, ante el escribano de número Manuel de Ortega entre Salvador García
Pose, capitán, dueño y maestre del navio San Raphael y Santo Domingo de la Calzada y
su patache San Juan Bauptista surtos en la bahía para hacer viaje de registro a las pro
vincias de Buenos Aires, y por la otra varios de los marineros, grumetes y pajes que se
conciertan "... por si y , y en nombre de los demas que sean de embarcar y hazer este
viaje en ellos....” estipulándose las soldadas a pagar y las condiciones en las que se reali
zaría el viaje, y que son las siguientes:
1. - Los marineros y grumetes quedaban obligados a ir asistiendo los dos navios hasta el
puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Aires y desde allí en tornaviaje al de Cádiz,
debiéndole obediencia a sus oficiales, sin ocasionar molestias a los pasajeros, y cum
pliendo sus obligaciones.
2. - Los marineros y grumetes deberán de ofrecerse en las cargas en este puerto como en
sus descargas y cargas en el de Buenos Aires y lo mismo si fuera necesario volverlos
a descargar y cargar de nuevo, una o más veces, así como a darles carena y otras obras
152 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo X\)III 4*
que necesite, y si hubiera una o más arribadas, tanto en la ida como en la vuelta, han
de asistirla en todo lo necesario, ir por lastre, cortar leña en Río Negro u otra parte,
hasta dejar los navios a la vela para seguir su viaje, sin pretender por ello más solda
da de la que se le señalara. Con las cuales queda enteramente pagado su trabajo per
sonal.
3. - En el caso de necesitar estos navios de otras embarcaciones en el Puerto de Buenos
Aires para su avío, quedan obligados los marineros, grumetes y pajes a asistir en las
tales embarcaciones.
4. - Los marineros, grumetes y pajes designados por los oficiales para “hazer barracas, las
tres, leña, arrimar corambre, carenas, y otras que ofrezcan”, si hicieran falta volunta
rios y con licencia de dichos oficiales, han de buscar gente de tierra para realizar
dichas funciones, pagándoseles soldadas de los que faltaren, y rebajando su parte al
tiempo de la paga.
5. - El capitán no esta obligado a suplir a marineros, grumetes y pajes dinero alguno, y si
lo hace será bajo su voluntad, pues sólo debe tener la obligación de socorrerlos por
cuenta de su soldada al que enfermara en tierra, pero sin excederse de lo que se le
devengara. Y si alguno de los marineros, grumetes o pajes se fuera y dejara su plaza,
perderá todo lo que se le estuviera debiendo de su soldada.
6. - Además del alimento diario, el capitán Don Salvador García Pose debe de pagar a
cada marinero por la soldada de un año, doscientos pesos escudos de plata antigua,
empezando a correr y a devengarse desde el día que se hagan a la vela en este puer
to y bahía. A cada grumete dos tercios de la soldada del marinero, y a cada paje dos
tercios de la soldada de un grumete “según el estilo marítimo que se observa en seme
jante viaje”. El tiempo que se pasase de dicho año en el viaje de ida, estada y vuelta,
hasta que se dé por cumplido el registro deberá pagar a cada uno de los marineros
por razón de demoras doce pesos escudos y medio de plata al mes, y a cada grumete
diez pesos escudos, y a los pajes a cinco pesos escudos y medios de la misma moneda,
sin que por ningún motivo puedan pedir ni pretender otra cosa. La paga de lo que
por una u otra razón se le devengara “la a de hazer quatro dias después de aver mon
tado la linea aquinocial de buelta a España, sin aguardar a otro plazo, ni termino
alguno”.
7. - Respecto a lo que se estila de dar en el viaje de ida tres botijos de vino a la gente, se
ha reducido a dinero de contado, recibiendo por esta razón cada marinero, grumete
y pajes cien reales de plata antigua, cantidad que el capitán Salvador García Pose ha
entregado a cada uno su porción de los que componen el equipaje de ambos navios.
8. - Los marineros, grumetes y pajes que llevan cajas de ida, las han de traer de vuelta,
porque sólo se les permite una talega de ropa de vestir, “dando el dicho Salvador Gar
cía Pose....pesos escudos de plata de contado” a cada marinero, grumete, por razón
de las referidas cajas de que a sí mismo se dan por entregados y otorgan carta de pago.
Los hombres del mar 153
9. - Respecto a los calafates y carpinteros, es condición expresa que los días que trabajen
en dichos navios o en otras embarcaciones en sus oficios, se les ha de dar comida dia
ria, sin vino, más un peso escudo cada día por su trabajo, además de las demoras que
sufran como a las demás gente del mar.
10. - El capitán queda obligado a asistir a los marineros, grumetes o pajes si alguno caye
ra enfermo en Buenos Aires con la comida y bebida todo el tiempo que dure la
enfermedad siempre que estuviera atendido en la enfermería que para este efecto ha
de ponerse, pero si el enfermo quisiera recibir los cuidados en una casa particular, el
capitán no queda obligado a asistirle con la comida, sino tan solamente con la boti
ca, cirujano y barbero.
Y bajo estas condiciones se firmaron estas escrituras de concierto
Una cuestión que plantea serios problemas, era la que se originaba con muchos de los
marineros o grumetes que se enrolaban, pues utilizaban este medio como una manera
barata y por supuesto ilegal de emigrar a Indias, ya que formando parte de las tripula
ciones de las Flotas o Galeones no eran precisos los dos documentos requeridos para cru
zar el Atlántico: licencia y pasaje.
La licencia era el primer documento exigido por las autoridades a todo aquel que tuvie
ra la intención de marchar Indias. Este permiso autorizaba a la persona a realizar el viaje,
siendo la Casa de la Contratación la encargada de otorgarlo. Seguidamente, el pasajero
debía de gestionar la contratación de un pasaje. Para ello el individuo se dirigía a Cádiz,
lugar donde se organizaban las Flotas y Galeones durante el siglo XVIII, y aquí se entra
ba en contacto con el propietario del barco, el capitán, o el maestre, u otro oficial encar
gado de ello. Hay que tener presente que en la Carrera de Indias era una práctica habi
tual que el propietario de un barco ejerciese a la vez de capitán e incluso de maestre, por
lo tanto el encargado de gestionar el pasaje era el capitán, seguido del maestre, y después
213 Archivo Histórico Provincial de Cádiz (en adelante A.H.RC.). Protocolos notariales. Leg. 2.407.
154 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo X\)III 4*
el propietario sino era capitán. Joseph Cabreras214 reunía los tres cargos, era propietario
de parte del Nuestra Señora del Rosario y San Joseph junto con un vecino de Sevilla, ade
más de su capitán y maestre. Por todo ello, él era el encargado de cobrar los pasajes a los
particulares que llevaba en su navio con destino a Nueva España, cuantía que se fijaba
en función del volumen del equipaje que llevaba el viajero, del alojamiento y de la ali
mentación. Hallamos pasajes que oscilan entre los 500 pesos de un tal Juan de la Peña,
hasta los 40 pesos que se pagó por el de un mozo que embarcó con su señor, o los 40
pesos que se dio por un esclavo que acompañaba a su amo215, pasando por los 425 pesos
de Juan de Pardo, 400 pesos de Domingo Gil, o los 200 pesos que abonó Francisco de
Soto Sánchez, compadre de Joseph Cabreras. Los pasajes más caros resultaban aquellos
cuyos destinos eran las provincias y reinos de Tierra Firme, por los que se podía pagar
entre 500 a 600 pesos hasta un mínimo de 200 y 300 pesos. Pero, aún mayores impor
tes alcanzaban los pasajes con destino a la provincia de Buenos Aires que venían a costar
entre los 800 y 900 pesos, y los más baratos entre 350 pesos a 450 pesos216.
Se observa que eran cantidades muy elevadas para la época, si los comparamos con los
salarios de los marineros que prestaban servicios en esos barcos, que venía a ser unos 100
pesos217 —cantidad aproximada cuando el lugar de destino era Nueva España—. Todo lo
dicho explica el porqué de tantas deserciones -por parte de la tripulación- al llegar los
barcos a los puertos de destino.
Claro ejemplo de lo aquí comentado es el que nos presenta el marinero Alonso Gar
cía218. Este marinero junto a uno de sus hijos llega a México formando parte de la tripu
lación de un navio de alguna de las Flotas que parte hacia Nueva España —desconocemos
de cual—. No sabemos cuáles fueron las razones exactas por las que Alonso decidió que
darse, pero el caso es que una vez allí abandona el barco, y a partir de declaraciones de
testigos, tenemos constancias de que realiza algunas transacciones comerciales para lo
que llevaba 123 pesos que pidió prestado a un vecino de Ayamonte -de donde también
él era natural—. Además puso una pequeña tienda donde vendía diversas mercaderías,
como encajes, ropas, etc. que estaba situada en un local bajo, sobre el cual tenía una habi
tación alquilada donde residía. También pensamos por los datos que nos facilita el auto,
que Alonso aceptaba algunos objetos en empeño. Cuando decide regresar, nuestro hom
bre se va a asentar en el Nuestra Señora de las Mercedes y San Nicolás de Bari, navio
perteneciente a la Flota de Manuel de Velasco y Tejada ocupando una de las plazas que
se quedaron libres de otros marineros que fallecieron o desertaron. Sin embargo, su sueño
de volver a su tierra natal se truncó, cuando antes de zarpar es asesinado en tierra. Ante
este macabro hecho, los justicias ordinarias intervienen embargando de momento todos
sus bienes. El General de la Flota, para demostrar que el difunto pertenecía a la tripula
ción de su convoy, presenta un certificado de la visita que había hecho a dicha embarca
ción en septiembre de 1701, antes de comenzar el tornaviaje, con el fin de ver y rem
plazar la gente de mar que faltase y reconocer los pertrechos y bastimentos, y entre las
plazas que se sentaron para remplazar a los que faltaban estaba la que ocupaba Alonso.
Las innumerables deserciones que se producían cuando los barcos arribaban a los puer
tos americanos y los problemas que ello planteaba, provocó que las autoridades intervi
nieran dictando numerosas leyes.
A partir de ahora se exigirá a los maestres que a la vuelta del viaje se diese conoci
miento por escrito de aquellos marineros que no habían regresado, el no seguimiento de
esta norma estaba penada con la condena del maestre, que se le acusaba de llevar pasa
jeros en calidad de marineros. Otra de las medidas acometidas fue la de acordar con el
marinero contratado que se le pagaría en la Península al tornaviaje, de manera que así se
aseguraba que no huiría del barco en el que había ido asentado. También se le quiso dar
solución a otra cuestión como era la de que un gran número de marineros durante sus
estancias en Indias se contrataban en otro barco para así ganar doble jornal; la medida
que se tomó contra esta falta fue pagar la soldada al marinero que ocupara su lugar.
Para hacernos una idea del elevado número de marineros o grumetes que huían o falle
cían una vez en los puertos americanos, vamos a presentar una visita llevada a cabo por
las autoridades peninsulares a la fragata Nuestra Señora de la Luz antes de zarpar para
Veracruz, y luego la realizada tras el regreso al mismo puerto. Esta fragata formaba parte
de los registros con destino a Nueva España que zarpan en 1744.
El 10 de abril de 1744, estando la embarcación atracada en el puerto de Puntales y
presta a levar anclas, se procede a hacer la visita de salida. Para ello se desplazan hasta
este lugar un oidor de la Real Audiencia de la Casa de la Contratación, Don Josep Ruiz
de Semano, el capitán superintendente Don Esteban Autran y ejerciendo como visitador
el capitán Don Jacomo Viesta, artillero mayor, y acompañando a éstos, un escribano para
levantar acta del hecho. Seguidamente se procede a examinar la artillería y armas, a las
cuales se le da el visto bueno. He aquí la relación:
Tras reconocer el armamento, se ordena hacer una relación de los oficiales; la fragata
estaba dotada de un capitán, un primer piloto, un segundo piloto, un cirujano, un con
tramaestre, un guardián, un despensero y un cocinero. Como tripulación la fragata lle
vaba a ocho marineros, catorce grumetes y cuatro pajes. De todos se expresan sus nom
bres y apellidos, naturaleza, edad, estado civil, hijos si los tenían y alguna característica
física que los destacase (Lamina 1), lo que indica el estricto control que se mantenía .
La visita prosigue con la toma de juramento al capitán, al contramaestre, al guardián
y al despensero, que dan su palabra de no llevar “polizones ni llovidos, que no van frai
les, ni moros, ni moras, ni esclavos sin licencia”219, además de obligarse a traer a la vuel
ta del viaje a la gente de mar y demás individuos que constan en la visita, sin dejar a nin
guno en algún puerto americano, y si alguno se fugase o falleciera en el viaje, traer la jus
tificación, y los que no viniesen en el tornaviaje por cualquier causa inexcusable, tendría
que ser juzgado y sentenciados a pagar una multa o condena —refiriéndose a los oficiales
a los que se le toma juramento—.
Tras su estancia en la Nueva España, la fragata regresa a la bahía gaditana al año
siguiente, iniciándose el 12 de junio la visita de vuelta por el Presidente de la Real
Audiencia y Casa de la Contratación e Intendente General de Marina Don Alejo Gutié
rrez de Rubalcava. Estando a bordo de la fragata se toma juramento al maestre Juan
Bauptista Oxangoiti, el cual además debía de entregar una declaración jurada de la gente
del mar y pertrechos del navio y seguidamente se le hacen las preguntas pertinentes:
Ia- sobre de que lugar de Indias llega, con que licencia de registro, de que se compo
ne su carga y que pliegos trae para Su Majestad. Responde que es de Joseph Baio
Ximenez y fue con licencia de Su Majestad. Que hizo viaje con registro de azogue,
efectos y frutos al puerto de Veracruz, y expone cual es la carga que trae ahora.
2a- que pasajeros han llegado en la fragata y sus licencias. Responde que cuatro pasa
jeros y uno de ellos con criado. Se toma juramento de no traer ningún indio ni
esclavo.
3a- Si traía algún preso. Responde que a Joseph Villa, coadjunto de la Compañía de
Jesús y que venía remitido por orden del provincial de México a España para ser
entregado al rector del puerto de Cádiz.
4a- Esta pregunta va dirigida al maestre y al capitán sobre los víveres que para la tri
pulación embarcaron en el puerto de la Habana hasta llegar al de Cádiz. Respon
diendo que lo suficiente para que no faltase comida ni bebida. Para cerciorarse de
2,5 Fijándose en la bitácora de la fragata un edicto con copia de la Ley segunda de título 26 del Libro nono de
la Recopilación de Indias, que trata sobre la prohibición a Indias del pasaje de polizones y llovidos, lo cual se
ejecutó en virtud de un auto proveído el 16 de octubre de 1743 por los Señores Presidentes y Oidores a fin
de que conste a los oficiales de la fragata las penas proveídas contraviniendo a las leyes establecidas. A.G.I.
Contratación. Leg. 5602. N° 4. R° 1.
Los hombres del mar 157
Lámina 1. Certificado del asiento del marinero Sebastian Martin en el navio San Ignacio.
Fuente: A.G.I. Contratación. Leg. 5602. N° 4. R°. 15.
158 «fr- La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
“...ese dia todas las procesiones, todas las cofradías con el gober
nador, corregidores y todas las demas corporaciones de la ciudad, se
dirigen a la iglesia, donde se encuentra el gobernador de los galeo
nes con sus principales oficiales y capitanes. La guarnizión esta bajo
las armas, en dos filas, desde la iglesia, hasta el lugar de embarque
cantan una misa de las más solemnes, y después que ha terminado,
el prior del convento entrega la imagen de la Santísima Virgen al
Vicealmirante que jura devolverla y entonces todas las procesiones
Los hombres del mar 159
La expedición se iniciaba en el momento en que tras dar el piloto la primera orden, soli
citaba la protección divina:
comenzaba en este momento una peligrosa aventura donde naufragar era siempre una
posibilidad inmediata. De ahí que se constatan oraciones populares como la de los mari
neros onubenses que invocando a su patrona recitaban: “a los que navegan por los revuel
tos mares, Virgen de la Cinta no los desampares”.
Cada tripulante tenía un lugar determinado donde instalarse dentro del buque. Los
capitanes eran los únicos que junto con los pasajeros distinguidos poseían alojamiento en
la popa. El capitán, el maestre y a veces el piloto podía ocupar un camarote individual. El
resto de la oficialidad y marinería residía en la proa, o en cualquier lugar donde encontra
ran un espacio libre para estirar sus colchoncillos. El lugar donde se alojaban los pasajeros
estaría acordado en el pasaje. Estos se situaban en los camarotes y cámaras ubicadas deba
jo de la popa de los navios que se disponían en dos pisos, el superior lo ocupaban la lla
madas cámaras altas y el inferior las bajas (Ilustración 2).
A la cabeza del convoy iba la Capitana, detrás los mercantes, y cerrando la formación
la Almiranta. El resto de los buques de guerra iban al barlovento de los mercantes para
aproximarse lo más rápido a ellos en caso de ataque. La velocidad la marcaban los navio
más lentos, obviamente los mercantes al ir repletos de carga, por ello, la distancia que un
navio ligero podía cubrir en tres semanas, una flota podía dilatar dicho tiempo hasta
aproximadamente dos meses y medio.
Los grumetes eran los encargados de llevar el cómputo del tiempo en el barco, daban
la vuelta a la ampolleta cada media hora, maniobra que acompañaban con cancioncillas
como la siguiente que recitaban al rayar el alba: “Bendita sea la luz y la Santa Veracruz
y el señor de la Verdad y la Santa Trinidad; Bendita sea el alma y el Señor que nos la
. Y a lo largo de la noche, en
manda; Bendito sea el día y el Señor que nos lo envía”222223
cada vuelta de ampolleta, para asegurarse de que el otro encargado de la guardia per
manecía despierto se recitaba: “Buena es la que va, mejor es la que viene; Una es pasa
da y en dos muele; más molerá si Dios quiere, cuenta y pasa que buen viaje faza; ah de
proa, alerta, buena guardia”225. La vida abordo se regulaba mediante turnos de cuatro
horas. Cuando llegaba la noche, se encendía un gran farol en la Capitana, pues era la que
guiaba a la flota. Y así un día tras otro.
El primer puerto al que se arribaba era casi siempre el de la Dominica, donde todos
bajaban y se hacían grandes comilonas. Desde la Dominica, la flota de Nueva España se
dirigiría hacia Veracruz, y la flota de los galeones ponía rumbo a Cartagena y tras un
corto período en esta ciudad proseguía a Portobelo.
Los maestres eran los que tenían a su cargo la alimentación de la tripulación. Ello apa
rece recogido incluso en las disposiciones legales de la Corona, pues ya desde 1534 exis
tía una Real Cédula que los obligaba a que llevasen víveres y agua suficientes para el
“mantenimiento de marineros, pasajeros224, bestias y ganado”225, disposición que siguió
vigente aún en el siglo XVIII. Aunque en el caso de las tripulaciones de los barcos de
guerra, la alimentación corría a cuenta de la Real Hacienda. Los oficiales de la Casa de la
Contratación tenían como una de sus tareas supervisar que esto se cumpliese durante las
visitas que se practicaban antes de que zarpasen las Flotas y Galeones. Del mismo modo
durante las visita que se realiza a la vuelta se insiste sobre el tema, se pregunta al “maes
tre y al capitán sobre si fueron suficientes los víveres que embarcaron para la tripulación
en puerto americano hasta el de Cádiz”; y para más seguridad se cercioran interrogando
a otros miembros de la tripulación: marineros, grumetes, etc. Existía un tratamiento
diferente si estos barcos eran mercantes o de guerra, ya que en estos últimos se les pro
hibía a los maestres que tomasen la obligación de alimentar a los pasajeros, por no cau
sar perjuicio a la dotación, sin embargo en la práctica no hubo diferencias.
Para los pasajeros existían tres tipos de cubiertos o mesas distintos, cuya diferencia
estaría en la calidad o cantidad de los alimentos que en éstas se servían. A la primera a
la que también se la llamaba mesa del capitán se sentaban los señores que habían paga
do los mayores precios por los pasajes. A la segunda se la llama de los criados y a la ter
cera de los esclavos226.
La dieta consistía en un plato fuerte además de principio y postre. Hacia 1708 la dieta
de las tripulación de los navios de guerra se valoraba en un real y medio y constaba de
tres partes: bizcocho227, vino y el resto de la comida. Durante los primeros días de la trave
sía era buena pues consistía en verdura fresca, carne y frutas, pasados unos días se comen
zaba por las legumbres y ya al final de la travesía se pasaba al tasajo, miel, queso y acei
tunas. En las instrucciones entregadas por el proveedor general de la flota del General
Diego Fernandez de Santillan a los maestres de raciones de los buques, se expone la com
posición de las dietas de la tripulación. A diario se daría a cada hombre una libra y media
de bizcocho ordinario228, un azumbre y medio de agua y medio azumbre de vino. Luego
por cada cinco raciones se entregaría onza y media de aceite y un cuartillo de vinagre, así
como sal, viña y velas de cebo. Los domingos, martes y jueves la dieta se complementa
ria con tocino o cecina y arroz. Este tocino o cecina se podría sustituir por carne fresca
durante las estancias en los puertos, también en los puertos americanos se sustituiría el
aceite por la manteca. Los lunes, miércoles, viernes y sábados acompañaría a los alimen
tos diarios, el pescado salado, como bacalao o atún, acompañado de legumbres. Para los
enfermos la dieta constaba de bizcocho, huevos y gallina. Y las almendras, uvas pasas y
dulces serían el postre con el que finalizarían las comidas229*. Para hacernos una idea de los
costes de la alimentación de una tripulación de uno de los navios mercantes de la Flota
del General Andrés de Pez, según las cuentas presentadas por su capitán y maestre,
durante dos meses de travesía -del 2 de agosto al 3 de noviembre de 1708— se gasta en
la manutención de la gente del mar la cantidad de 319 pesos 2 reales230.
Era costumbre en la época que la ración de vino entregada a cada miembro de la tri
pulación no fuese consumida, sino que se conservaba para ser vendida al llegar a los puer
tos americanos, por el alto precio que estos caldos alcanzaban en América.
La llegada de las flotas a los puertos americanos era recibida con gran júbilo y alegría.
Subían abordo las autoridades locales y los funcionarios encargados del cobro de impues
tos que revisaban todo. A partir de entonces se ordenaba la salida de dos navios de aviso
con dirección a la Península para llevar la feliz noticia del arribo de la flota, además de
transportar la correspondencia urgente.
Luego se procedía a la descarga de los barcos y seguidamente se celebraban las ferias
en Veracruz —pero debido a la insalubridad del clima y a la alta mortandad que se pro
ducía en el puerto veracruciano, sumado al interés de separar la feria de México para ale
jarlo del control del poderoso comercio de la capital, a partir de 1720 las autoridades
ordenan que se celebre la feria en Jalapa, localidad distante a tan sólo 16 leguas de la
anterior, lugar sano, seguro y de fácil acceso entre Veracruz y La Puebla, aquí se celebra
rán todas las ferias desde esa fecha excepto la de 1725 y 1732231- y Portobelo, concen
traciones a donde acudían gentes de distintas procedencias y comerciantes cargados de
plata dispuestos a utilizarla para el pago de las mercancías europeas que se costeaban a
precios de oro.
Sin embargo, no todo en estas ferias era júbilo, pues se planteaba una importante cues
tión, como era la incidencia de epidemias de las que esas ciudades eran víctimas, y como
consecuencia la muerte de muchos feriantes. Los puertos caribeños de climas húmedos y
calores tropicales eran idóneos para la propagación de enfermedades. Obviamente, estas
también afectaban a las tripulaciones que se veían obligadas a permanecer largas inver
nadas en los puertos americanos cuando se retrasaba la salida de las embarcaciones, que
en muchas ocasiones sufrían las expediciones por diversas circunstancias como eran: la
presencia de barcos enemigos, la falta de tripulación, etc., etc. Las enfermedades provo
caban una enorme mortandad, que obligaba a tripulaciones enteras a dirigirse tierra
adentro para salvar la vida. Aunque en muchos de los casos los hombres ya arribaban
enfermos debido a las nefastas situaciones que se soportaban en las naves; la falta de
espacio, de ventilación, de higiene, así como aglomeración de hombres y material, todo
ello unido a la humedad del ambiente, hacía del barco un lugar de cultivo de todo tipo
de enfermedades, junto a las plagas de ratas y otros insectos.
Pero no sólo los hombres eran víctimas de las largas estancias en los puertos, los bar
cos también se deterioraban, sobre todo a causa de los daños provocados por los crustá
231 Real Díaz (1959), págs. 167 a 314., y Gutiérrez Álvarez (1993), págs. 35 y 36.
Los hombres del mar 163
ceos y otros animalitos que lesionaban el casco, provocando un alto coste su reparación,
de ahí que en ocasiones era más rentable venderlo, desmontando aparejos y demás, o
dejarlo al través, éste es el caso de los dos barcos a los que en su momento aludimos, el
del patache que va como capitana en los registros con destino al puerto de la Santísima
Trinidad bajo asiento de Salvador García Pose, o el del navio Nuestra Señora del Rosario
y San Joseph del que Joseph Cabreras232 era dueño, maestre y capitán.
Durante la permanencia de la flota en los puertos americanos, los tripulantes de mayor
rango o posibilidades económicas se hospedaban en casas particulares que bien alquila
ban, como por ejemplo hace el maestro de calafate, Francisco Díaz233, que durante su
estancia en Cartagena permanece en una habitación de una casa particular que arrienda
por 8 reales, o incluso los de mayor categoría y nivel económico compraban, de hecho,
tenemos noticias de que el capitán Juan del Río234 era propietario de una casa en Vera
cruz, sita en la Calle del Vicario. En ocasiones, los cargos superiores de los navios, acogí
an en sus viviendas a sus oficiales, eso sí, sólo a aquellos con los que mantenían una rela
ción más estrecha bien fuese de amistad, paisanaje, o de cualquier otro tipo, e incluso los
asistían y proporcionaban cuidados cuando enfermaban, este es el caso del maestre
Joseph Fernandez de Villacañas23’, que durante sus estancias en el puerto de San Juan de
Ulúa permanece en la casa del capitán y dueño del navio donde iba ejerciendo su oficio,
Pedro Bernardo de Peralta y Córdoba. Situación similar es la que le sucede a Miguel
Alonso Castellón236, calafate de la flota de Nueva España, que al encontrarse enfermo,
uno de los capitanes de la flota, con el que mantenía cierta unión de amistad y compa
ñerismo, lo admite en la casa que tenía alquilada, donde más tarde fallece. El resto de la
tripulación o bien permanecía en el barco, o aquellos que tuviesen mayor poder econó
mico se alojaban en posadas, o habitaciones compartidas con otro compañero. Esta cos
tumbre se lleva a cabo a pesar de que la normativa laboral exigía a ios oficiales y mari
nería que no se ausentaran del barco, con el objeto de que en todo momento se pudiera
realizar cualquier tarea necesaria. Por ello, para ausentarse se necesitaría un permiso espe
cial del capitán que señalaría el tiempo de duración del permiso237.
Una vez realizadas las ferias y casi siempre tras largas esperas, la flota de Nueva Espa
ña como la de Tierra Firme se dirigían a la Habana, donde les esperaban los buques de
guerra para escoltarlos hasta la Península. A partir de ahora, se emprendía el viaje de
regreso. La espera en este puerto cubano de los buques más rezagados, era aprovechada
para carenar los barcos -ya que les esperaba una larga travesía-, para pagar soldadas a
los marineros, etc. La partida como siempre tendría que ser antes del 10 de agosto, de
no ser así era muy probable que le sobreviniese algún huracán al cruzar el canal de las
Bahamas. Si el convoy no estaba preparado para esta fecha se retrasaba la salida un año.
El tornaviaje encerraba una serie de peligros, tales como los huracanes o temporales
muy frecuentes del clima caribeño; la sobrecarga que llevaban los barcos que muchas
veces les hacía varar; y el ataque de los piratas y de los barcos enemigos en tiempos de
guerra, peligro este que aumentaba cuando el valor de la carga que transportaban era
alto. Un punto clave de peligrosidad era la zona del Caribe, siendo la ruta de México la
más atacada por parte del enemigo, pues era obvio que gran parte de la plata que cru
zaba el Atlántico por las rutas españolas lo hacía procedente de México, aunque no por
ello la ruta de los Galeones procedentes de Cartagena dejó de ser asaltada. Para contro
lar la seguridad de estos derroteros, la Corona española contó con la posesión de un puer
to estratégico, la isla de Cuba y sobre todo su capital la Habana, con una situación pri
vilegiada, para vigilar las rutas, o mandar desde aquí una nave ligera con el aviso del
peligro.
Cuando todo estaba dispuesto, la flota reunida, cargados los víveres y hecha la agua
da, se iniciaba la travesía. El convoy tomando la misma formación que en la ida comen
zaba su regreso. Desde la Habana se dirigían al canal de las Bahamas, seguidamente
comenzaba la travesía atlántica, hasta llegar a las Azores, zona donde de nuevo aumen
taba el peligro, por ser un lugar donde el enemigo solía esperar para atacar. Y finalmen
te el convoy tomaba dirección hacia Portugal, para alcanzar el suroeste peninsular hasta
llegar a Sanlúcar y más tarde Cádiz.
Pero ¿cual era el tiempo medio que solía durar un viaje a Indias, contabilizando este
tiempo desde el punto de vista del tiempo real?. La duración del viaje prácticamente no
ha cambiado desde el siglo XVI, dieciocho meses era el tiempo medio que necesitaba un
convoy para completar su ida, estadía y retorno. Pues aunque se podía ir y volver de
América en menos de un año, no se organizaba el comercio en función de esa posibili
dad. Si en vez de una flota tradicional, se trataba de una flotilla de azogues, que era algo
más rápida, la diferencia era casi inapreciable, algo semejante ocurría con los navios suel
tos, que aunque sacaba gran ventaja a los sistemas de navegación en conjunto, a la larga
ofrecía muchas desventajas, debido entre otras cosas a que dichas embarcaciones sufrían
reparaciones más laboriosas, mayor facilidad para desviarse de las rutas, etc.238
El cumplimiento de todos los cargos, oficios o trabajos era recompensado económica
mente por un salario, o soldada que se estipulaba según el tipo de viaje y el puerto de
destino. Había dos formas de viajes “redondos” y “medios viajes”. Los primeros corres
pondían a viajes de ida y vuelta, y los segundo sólo a viajes de ida o de regreso. Cuando
la soldada pertenecía a medio viaje, equivalía no a la mitad de lo acordado para el viaje
redondo, sino a la tercera parte de éste.
Las soldada de la marinería servía para ajustar la del resto de la tripulación, de mane
ra que el grumete cobraría para el mismo tipo de viaje y destino, el 66.5% de la soldada
del marinero. Un guardián, un despensero, un calafate, un carpintero y un condestable
recibirían un sueldo y medio de marinero y un contramaestre tres sueldos de marinero.
El capitán y maestre —del Nuestra Señora del Rosario y San Joseph de la flota de Nueva •
España a cargo del General Andrés de Pez—, Joseph Cabreras239, nos da una relación de
los salarios que cobra toda su tripulación:
Piloto — 900 pesos.
Ayudante de piloto - 113 pesos y medio real.
Contramaestre - 226 pesos.
Guardián - 110 pesos y 2.5 reales.
Despensero -110 pesos y 2.5 reales.
Cirujano - 110 pesos y 2.5 reales.
Carpintero — 110 pesos y 2.5 reales.
Calafate - 110 pesos 2.5 reales.
Marinero, dos tercios de la soldada — 73 pesos y 7.5 reales.
Grumete — 49 pesos y dos reales cada una.
El salario de las tripulaciones de los buques mercantes se cobraba en dos pagos. El pri
mer pago se realizaba antes de zarpar el navio del puerto peninsular. A este primer pago
se le llamaba “socorro o préstamo”, consistía casi siempre en el adelanto de parte del sala
rio, prueba de ello son los 8 pesos y 4 reales que recibe de préstamo el grumete Francis
, concertado para un viaje redondo a Nueva España y que le son remunerados
co Valero240241
el día de la primera visita. Tras fallecer en el viaje de vuelta, se le entrega a sus herede
ros la cantidad proporcional a dos terceras partes del viaje, que suman unos 44 pesos, ya
descontada la cantidad pagada; muy parecido es el caso del paje Antonio Barranco211,
pero esta vez con viaje redondo a Tierra Firme, que también cobra de préstamo antes de
salir para Indias 8 pesos. En ocasiones a la cantidad que se entregaba como préstamo se
le sumaba también un tercio de la soldada, al guardián de fragata Carlos Guardia242 se le
ajusta 150 pesos para un viaje completo en los Azogues de Su Majestad a Veracruz, sol
dada de la que ya se le había anticipado al levar anclas en Cádiz 50 pesos del tercio del
salario, más 18 pesos de préstamo; igualmente sucede con Juan Ximenez243 que va en los
mismos Azogues, ocupando plaza de grumete, a los 66 pesos y 5-5 reales que ascendía
su salario desde que partió hasta que falleció, había que rebajarles 8 pesos de préstamo
más 22 pesos que se le pagaron del tercio de la misma.
Un segundo pago se percibiría una vez se llegaba y la embarcación “este amarrada en
el puerto”, esta segunda entrega equivaldría a lo restante de la soldada, más otras canti
dades extras según las tareas realizadas, como podían ser los trabajos de carena que todos
los barcos debían de pasar en Indias antes de emprender el viaje de regreso. A Juan
Mathias de la Herran244 marinero de la flota de Nueva España, tras su muerte, a la sol
dada devengada se le añade 57 pesos “por razón de utilidad de vino y carena”245. Había
veces que se le sumaba al monto final raciones de pan que el marino había ido ahorran
do durante el viaje, como le ocurre al marinero Bartolomé Soriano246 que va haciendo
viaje redondo en la Flota de Nueva España, y al que a la soldada devengada se le agrega
5 reales y 30 maravedíes de 15 raciones de pan.
Entre los expedientes trabajados hemos encontrado varias excepciones a la hora de per
cibir el salario final. Veamos el caso del grumete Joseph Lobaton247, pues viene a ser seme
jante al de otros de sus compañeros que fallecen durante la travesía del navio de registro
San Rafael y Santo Domingo de la Calzada con destino al puerto de la Santísima Trini
dad, bajo el asiento de Salvador García Pose. Joseph antes de hacerse a la mar desde
Cádiz recibe una cantidad en calidad de préstamo, además de 24 pesos escudos de plata
que le presta el maestre y administrador de dicho navio Joseph Fernandez Romero, prés
tamos por el que firma una escritura, exponiendo que le serían devueltos “pasando la
línea de vuelta a España”. Otra parte del salario Joseph la cobra en plata al llegar al puer
to de Buenos Aires, y el resto de lo que se devengara de la soldada deducido todo lo ya
entregado, se recibiría una vez se tocara puerto en la Península. Hasta aquí todo encaja
ría dentro de la normalidad, lo excepcional se encuentra en otra pequeña cantidad que
se le añade al monto final, por la que va a surgir un problema que provocará un pleito
entre el administrador de los registros Joseph Fernandez Romero y el Fiscal de la Casa de
la Contratación de Cádiz y que pasamos seguidamente a relatar:
El administrador del San Rafael respondiendo a sus obligaciones entrega en la caja de
difuntos de la Casa de la Contratación, 5.203 pesos escudos y medio real de plata, can
tidad que pertenecía a la tripulación que falleció durante la travesía, pero lo hace en “rea
les de a dos del cuño nuevo de molinillo y en oro a respecto de plata sencilla, cuando debe
de ser en plata doble, como es estilo y lo practico con los demas que pago en Buenos
Aires, y en la linea donde se le debe de considerar hecha la solución”, ante este hecho, el
Fiscal expone que no se puede hacer diferencia entre los que allá cobraron y los que allá
murieron, por lo cual exige que el administrador entregue en la caja el aumento corres
pondiente al de la plata doble que se agregará a la otra cantidad. Ante la dimensión que
va tomando el pleito, Joseph Fernadez Romero entrega su poder al procurador de la Real
Audiencia de la Casa de la Contratación Joseph Ramirez de Aguilar, para que lo repre
sente. El procurador responde a la petición del Fiscal con una negación total, declarán
dola de ilegal, y todo lo argumenta exponiendo que dicha cuestión del aumento no se
pactó en las escrituras que el General hizo con la tripulación en Cádiz antes de partir.
Además añade que durante la estancia de los registros en la Plata, se publicó un bando
por orden del Virrey del Perú, en el que prohibía que bajase a Buenos Aires plata de Poto
sí, de Chile o de alguna otra provincia de arriba, donde se acuña moneda, prohibiendo a
los navios y bajeles que salen de Buenos Aires traer oro y plata, y para este efecto se orde
naba a los oficiales reales que los vigilasen. De manera, que si la tripulación hubiese sabi
do que el administrador traía plata al llegar al puerto de Sanlúcar hubiese exigido que se
le pagase lo que quedaba de sus soldadas en dicha plata doble, pero como éstos conocían
que no traía, se les ajustó en plata sencilla. Todo ello, se ratifica con una Ley de la Recopi
lación en donde se establece que aunque “el deudor se obliga a pagar en plata doble, cum
pla con pagar en reales sencillos”; el procurador finaliza su exposición diciendo, que debi
do a que Salvador García no estipuló con la tripulación el pago en plata doble, se le haría
un gran agravio exigiéndole ahora que lo pagara, pues este aumento lo tendría que abo
nar de su propio caudal. A pesar de toda esta manifestación, el Fiscal insiste en que se
ingrese en la caja la diferencia, contestando el procurador del administrador de los regis
tros con el mismo argumento, añadiendo que aunque cuando se dictó esa ley de la Reco
pilación a la que se refiere no tenían las monedas la diferencia que en ese momento tie
nen en el valor, por el Real Decreto del 14 de enero de 1724 se le dio el aumento a la
plata doble, por ello, ese aumento a quien verdaderamente le correspondería sería al
General de los registros, no a la tripulación. Además, sigue argumentando como Salva
dor García Pose a pesar de conocer el bando del virrey, se presentó ante el gobernador de
Buenos Aires para comunicarle que no tenía dinero suficiente en su poder para pagar a
la tripulación de los dos navios que traía bajo su asiento, ante lo que respondió el gober
nador que si no zarpaban de ese puerto en ocho días, se le confiscaría ambas naos, se le
embargaría todos sus bienes y se le enviaría preso a Lima. Ante dicha respuesta, García
Pose pidió al gobernador que reuniese a la tripulación y le proclamase que deberían de
hacer el viaje de regreso sin cobrar, la respuesta que dio dicha tripulación, era la de no
estar dispuesto a realizar el tornaviaje si la plata con la que tenían que ser pagados no
fuese con ellos. Así que Salvador para evitar la confiscación de los navios y embargo de
sus bienes, tomó prestado con su correspondiente interés 48.000 pesos escudos para
pagar parte a la gente del navio San Rafael —25.000 pesos pertenecían a Domingo Perez
168 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Inclan, y los 23.000 pesos a Donjuán Martín Rubín—2,8 y 51.000 pesos escudos para la
tripulación del otro navio, el San Carlos -40.000 pesos que pertenecía a Juan de Alfaro
y 11.000 pesos que puso el mismo gobernador de Buenos Aires sacándolos de un depó
sito mediante la obligación que Don Salvador firmó de reintegrarlos en el plazo de seis
meses o antes si se le pidieran—. De manera que pudieron zarpar comenzando el regreso
y en la línea se distribuyeron entre la tripulación dichas cantidades, además de 40.000
pesos que Salvador traía suyos que no alcanzaron para pagar a toda la tripulación. Por
todo ello Ramirez de Aguilar dice que éste no puede desembolsar el aumento de esa
plata, además de que en este reino no se puede hallar plata doble, por la razón de que Su
Majestad ha hecho suyo toda cuanta plata ha venidos desde las Indias. Todas estas expli
caciones no fueron suficientes para que el Fiscal no solicitase a los Señores Presidente y
Oidores de la Real Audiencia de la Casa de la Contratación, que dictaran un auto de pri
sión contra el administrador de los registros por no entregar el aumento de la plata. El
procurador del administrador insta a estas autoridades para que se acepte parte del dine
ro que de este aumento de la plata se pide, exactamente el 18 por ciento y tres cuartos,
obligándose a entregar el resto más adelante —debido a los gastos del coste de este plei
to—, a cambio de que no se encarcele a Joseph Fernandez Romero. La petición es acepta
da.
De esta cantidad procedente del aumento del valor de la plata se van a beneficiar otros
muchos de los herederos de marineros muertos, ejemplo de ello es la suma que reciben
los herederos del grumete Ignacio Joseph Miranda*249, que fallece a los cinco meses y vein
te días de salir de la Península, y que además de recibir lo devengado de la soldada, más
tarde se les entregan 10 pesos, 3 reales y un cuartillo procedentes del aumento de la
moneda.
Había veces en que en los contratos se estipulaba que todo el tiempo que se pasase de
más en el viaje de ida, estancia en Indias y viaje de vuelta, se le debería de pagar una can
tidad extra por dicha demora. Ello se muestra en el contrato firmado entre el ya citado
Salvador García Pose —bajo cuyo asiento van los registros con destino al puerto de la San
tísima Trinidad de Buenos Aires en 1722— y la tripulación de las dos embarcaciones. Se
acuerda que los marineros cobrarán 200 pesos escudos de plata antigua, las dos terceras
partes de esta cantidad será la asignada a los grumete y a los pajes las dos terceras par
tes del salario del grumete “según el estilo marítimo”. Estas pagas comenzarían a correr
desde el día en que se hagan a la mar desde el puerto de Cádiz
228 De los 23-000 pesos escudos, 2.000 pesos eran en plata fuerte y procedían del Colegio de la Compañía de
Jesús, los cuales pertenecían a Juan Alfaro, que también entregó otros 2.000 pesos pero en plata sencilla, con
la obligación verbal que hizo Ignacio de Zeballos, amigo de Salvador García Pose, de que luego que bajase el
situado remplazaría y entregaría al Padre procurador los 2.000 pesos en moneda doble, y recogería los 2.000
en plata sencilla que por este intermedio de tiempo se había puesto en poder de dicho Padre Procurador.
249A.G.I. Contratación. Leg. 5589. N° 6.
Los hombres del mar 169
Por otro lado, si una vez terminado el viaje, el capitán tuviera la necesidad de que toda
o parte de la tripulación permaneciera abordo, por algún accidente ocurrido “deberá
pagarse, además de la comida o ración diaria, treinta y dos reales de plata al mes a cada
marinero...”251.
Los salarios de las tripulaciones de los navios de escolta se pagaban mensualmente, a
diferencia de las de los mercantes que era una cantidad fija. Y ello, tenía sus ventajas,
porque cuando la flota tenía que pasar más tiempo en un puerto americano de lo que era
habitual —a veces más de un año—, la tripulación de los buques de escolta seguía reci
biendo sus pagas cada mes, en cambio la de los mercantes no, ya que sólo cobraban lo
que se les había estipulado. Podemos imaginar las necesidades que estos hombres sufrí
an durante las largas invernadas, penurias que en muchas ocasiones les obligaba a deser
tar y dirigirse tierra adentro, o a contratarse en otros barcos.
Un marinero solía cobrar 4 ducados mensualmente (1 ducado = 11 reales); los grume
tes y pajes entre 3 y 6 escudos al mes (1 escudo=10 reales); los artilleros eran los que
mayor sueldo tenían de los subordinados, pues solían ganar 6 ducados al mes. Un con
tramaestre cobraba 8 ducados, un capitán de infantería 40 escudos, teniendo los mayo
res salarios los almirantes y generales, que cobraban entre 100 y 200 ducados respecti
vamente cuando el viaje era a Nueva España252* .
Antes de zarpar de la bahía gaditana lo acostumbrado era que la tripulación —de los
buques de escolta— cobrase de dos a cuatro pagas por adelantado. Dos pagas son las que
se le entrega al capitán de mar y guerra Ñuño de Moria y Villavicencio255 antes de salir
de Cádiz en la almiranta de la Flota de Nueva España.
Pero cuando el marino fallecía durante el viaje o en algún puerto americano ¿qué pasa
ba con la salario?. La diferencia la marcaba el difunto, según formase parte de la dota
ción de un buque de guerra o mercante. Si pertenecía a la segunda, lo normal era que la
soldada se ajustara según la parte del viaje que había sido realizado. Esto significaba que
se estipulaba dependiendo de si el difunto había efectuado el viaje de ida y hubiese muer
to en un puerto americano; el de ida y vuelta y hubiese fallecido llegando a la Penínsu
la; o parte de alguno de los dos, de manera que se pagaría la mitad del viaje, dos terce
ras partes, etc. Francisco Valero254255
iba concertado para un viaje de ida y vuelta como gru
mete de uno de los navios de conserva de la flota de Nueva España, por el que se le paga
rían 66 pesos y 6 reales, como sólo realiza las dos terceras partes del viaje, se le entrega
a sus herederos la soldada devengada en razón del viaje hecho, dos tercios de ésta, que
suman 44 pesos. Más llamativo es el caso del paje Pedro Juan Arenas’”, que va hacien
do viaje en un registro con destino al puerto de Buenos Aires. Pedro Juan fallece ahoga
do al poco de salir de la Península, no completando ni siquiera el viaje de ida, por lo que
quedan por sus bienes el corto caudal de 14 pesos.
Si el difunto pertenecía a la tripulación de un buque de guerra la soldada devengada
se ajustaba según los meses y días trabajados, desde el día en que se hicieron a la mar,
hasta la fecha de la defunción. Por ejemplo, el grumete Josef de Espinosa256257
, que va ejer
ciendo esta plaza en la almiranta de la flota del General Juan Bautista de Mascarua, falle
ce en Veracruz, tras ajustarle a cuanto ascendía la soldada devengada conforme al tiem
po trabajado “nueve meses y veintinueve días desde que salió a navegar hasta que murió”
quedan 151 reales de plata corriente una vez hecha todas las deducciones.
Esto era lo acostumbrado y lo establecido por la ley, sin embargo, en ocasiones se hizo
caso omiso, pues como en todo hubo excepciones por distintos motivos, como podía ser
la amistad, o cualquier otra causa. Para comprenderlo, veamos la situación que se plan
tea con el maestre Joseph Fernandez de Villacañas25’. Joseph va ejerciendo dicho cargo el
navio Nuestra Señora del Rosario, San Christobal y San Antonio, uno de los de conserva
del General Antonio Serrano, con el que había firmado un contrato por un viaje redon
do, concertando su salario en 1.000 pesos. Joseph al llegar a Veracruz enferma y fallece,
sólo realiza medio viaje, sin embargo, el capitán del navio Don Gregorio de Requena y
el dueño de dicho navio Don Bernardo de Peralta y Córdoba, por la gran amistad y apre
cio que les unía y según dicen “teniendo en cuenta el trabajo de fletar y firmar conoci
mientos”, le ajustan como soldada devengada dos terceras partes del viaje, un total de
666 pesos y 5.5 reales.
A las tripulaciones tanto de los navios mercantes como de guerra, además de sus sala
rios se les entregaban una ración de comida y vino diarias. La ración de vino normal
mente no era consumida, sino que la ahorraban con el fin de venderla al arribar a los
puertos americano, por los altos precios que estos caldos alcanzaban en Indias258. En el
siglo XVIII esta costumbre estaba tan extendida, que el salario se acordaba desde el prin
cipio dividido en dos partes: dinero y ración de vino, la cual se entregaba no ya en espe
cie sino su valor en dinero. A los herederos del capitán Ñuño de Moria y Villavicencio259,
se les entrega como herencia además de la soldada devengada hasta el día del falleci
miento, 32 reales y 4 maravedíes por el ahorro de tres meses de vino. En el Reglamento
de 1755 de las soldadas que ganarían las tripulaciones de los barcos mercantes y sus ofi
ciales, se establecía que el barril de vino que correspondía al contramaestre, guardián,
despensero, carpintero, calafate, condestable, marinero y grumete, “sería vendido por el
maestre al precio corriente” en el puerto de destino en Indias. La mitad del dinero obte
nido se entregaría al propietario a la salida del dicho puerto hacia España, y el resto ven
dría en “la caja de soldadas” para entregarlo al mismo tiempo que el remate. A los que
regresaran de Buenos Aires, se les canjearía el dinero conseguido con el vino por 30 pesos,
y a los del Mar del Sur por 40 pesos, que se recibirían en igual proporción.260
Hubo otras formas de conseguir un sobresueldo. Con el tiempo se hizo normal permi
tir que cada tripulante y en cantidad proporcional a su categoría profesional, llevase mer
cancías en unos espacios que el buque disponía para tales transportes, de manera que la
carga se podía llevar por cuenta propia o bien cobrar los fletes a un cargador. Esta cos
tumbre estaba tan extendida que se sabe como en la capitana de la flota de Diego Fer
nandez de Santillan se llegaron hacer obras por no tener alojamiento para la permisión
que se le concedía a los oficiales “como era común en la Carrera”261.
En resumen, se puede conocer en buena medida la situación socioeconómica de la
mayor parte de la tripulación -refiriéndonos a los pajes, grumetes, marineros u oficiales
de baja graduación— a partir de los inventarios localizados en los expedientes de Bienes
de Difuntos. En la mayoría de ellos, todos los bienes se resumían a la ropa de uso perso
nal, algún dinero en efectivo, pero casi siempre muy escaso, las soldadas, de las que ya
casi siempre parte había sido entregada antes de zarpar del puerto peninsular, algunas
deudas y escasos débitos, y coincidiendo en casi todos la pacotilla -pequeña cantidad de
mercaderías y artículos que prácticamente todos los hombres del mar llevaban consigo—
para negociarla en Indias, añadiendo de esta manera otra pequeña suma al monto final.
258 Conocemos que para 1702 una botija de vino cubierto en Veracruz valía 9 pesos y de vino blanco 11 pesos.
En 1709 un barril de vino tinto en Veracruz salía por 44 pesos y una botija de vino tinto 13 pesos y 4 reales.
Mientras que en la Península para 1712 un barril de aguardiente costaba 16 pesos. A.G.I. Contratación. Leg.
569. N° 4. R° 4; Leg. 983 y 984 N° 1 . R° 1; Leg. 984. N° 3. R° 2.
Para el período de 1719-1735, se produce en toda la Península un incremento de la producción agrícola, pues
se aumentan los cultivos. Para estos años los precios del vino suben en contraste con los del trigo, originan
do un crecimiento de la extensión dedicada al viñedo. En Plaza Prieto (1976), pág. 938.
A.G.I. Contratación. Leg. 466. N° 4. R° 4.
Guerrero Cano (1998), pág.7.
261 A.G.I. Contratación. Leg. 3236.
172 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Hay que destacar en relación con la ropa que llevaban, que en la mayoría de los casos
hay cierta homogeneidad, un pequeño número de camisas, de calzones de género común,
algunas medias, calzas, una chupa y unos zapatos, todo guardado en una caja. En el caso
de que estos hombres fuesen de mayor estatus, ósea pilotos, maestres o capitanes el ajuar
era mayor, pues se le incluía alhajas, algunos libros, objetos propios de la profesión que
iban ejerciendo, algunas armas, etc.
La mayoría de estos hombres embarcaban solos debido a las condiciones que su profe
sión les exigía; en muy raros casos lo hacían con un familiar, y cuando esto ocurría, obe
decía casi siempre a que dicho pariente también iba realizando alguna labor en la flota.
Es el caso de Adrian Alonso262263
que embarca como paje en uno de los Azogues con desti
264
no a Veracruz, acompañándole su padre, artillero del mismo barco; o del maestro de cala
fate Francisco Díaz26’, que marcha junto a Sebastian, uno de sus cinco hijos; o del tam
bién calafate Pedro Tubora2'" que va con su hermano de igual oficio, en un registro de los
que van a Honduras.
Había veces que cuando alguno de estos hombres llegaba a Indias, se encontraba con
que ya estaba establecido allí algún otro familiar que había llegado antes que él, ocu
pando algún puesto en una de las flotas, como le ocurre al artillero Andres Martin de los
Reyes265, que cuando arriba a Veracruz, uno de sus hermanos Melchor, que ya estaba allí
-y no sabemos en que flota llegó—, fallece, encargándose Andres de organizar y pagar el
funeral. Tenemos noticias también de un cuñado de Andres que tenía su residencia en La
Puebla de los Angeles, que realizaba pequeñas transacciones utilizando algunas de las
mercaderías —como eran puntas de encajes— que el artillero le llevaba en sus viajes, y de
que uno de los hijos -de Andres- parte siendo aún mozo en la flota de Nueva España,
falleciendo al poco tiempo en Indias.
En casi todos los expedientes denotamos fuertes lazos de paisanaje entre los que iban
en la misma flota. Al encontrarse solos y fuera de sus hogares se producía un fortaleci
miento de este vínculo. Esta era la razón de que entre ellos se ayudarán en todo momen
to, sobre todo en los más difíciles, cuando enfermaban o morían. Válganos el ejemplo del
grumete Francisco Manuel Villalva266. Francisco cae enfermo en el navio antes de arribar
a Veracruz, cuando llega, un paisano y compañero llamado Francisco Pinzón —que va
ejerciendo en el mismo barco de maestro de carpintero— declara que lo sacó del barco y
“lo puse en una casa particular para que lo cuidaran hasta que murió”; o el del marine
ro Ignacio Miguel Vázquez26’ cuyos compañeros y paisanos son los que forman el acom
pañamiento de su entierro.
En situaciones críticas y por la confianza que estos vínculos ofrecían, los moribundos se
inclinaban a elegir por albaceas a sus compañeros-paisanos, rogándoles que dispusieran
sus honras fúnebres, que les hicieran llegar sus bienes a los seres queridos, que cuidasen
de ellos, etc. Por estos motivos el piloto Gregorio Cerdeño Monteagudo267 268*designa como
albaceas a sus dos amigos, compañeros y paisanos Gerónimo Domínguez Gallego y Fran
cisco Sánchez, para que ambos ordenaran su testamento, encargándoles que dispusiesen
sus honras fúnebres; también podía darse el caso de que se ayudasen económicamente y
entre ellos se prestasen dinero, cuestión que se infiere de los testamentos en las declara
ciones de deudas o débitos. Alonso García2® era un pardo libre natural de Ayamonte y
como muchos hombres de este lugar su vida estaba dedicada al mar como marinero . Una
vez que fallece en Veracruz, comienza todo el procedimiento, y tras unas declaraciones de
un amigo y paisano, conocemos que le prestó a nuestro hombre la cantidad de 23 pesos.
Otras muestra de la confianza y lealtad existente entre ellos es la que se denota cuando
tras hacer inventario conocemos que Alonso tenía ciertas taleguillas con dinero pertene
ciente a otro vecino de Ayamonte, el cual le entregó en Indias con el encargo de que al
regresar a la Península lo pusiese en manos de su familia.
Pero como contrapartida, en ocasiones la relación de paisanaje se traducía en una rela
jación de los lazos con la familia peninsular, aunque si bien es cierto que en contados
casos se desligaron totalmente de ésta. Prueba de ello son los testamentos, poderes tes
tamentarios o cualquier tipo de disposición que aparecen en los expedientes en los que
cuando se designa a los herederos, siempre recuerdan a los hijos, esposas, padres, sobri
nos, o a cualquier otro familiar que quedó en la Península. La correspondencia que se
añade a algunos de los expedientes entre el difunto y sus familiares es otro ejemplo que
prueba como casi nunca se llegó a romper totalmente con los que quedaron en la tierra
natal2™. El piloto Pablo Calvo Pérez271, al encontrarse muy enfermo y lejos de su casa —en
Veracruz- dicta testamento, al no tener hijos, nombra por su heredera legítima a su
madre María Bermejo, y si esta hubiera fallecido a sus dos hermanos, pero además a su
esposa Juana Pérez “por lo que la estima y para alivio de su viudes” le lega el quinto de
sus bienes. Tras llegar la herencia a Cádiz, y llevarse a cabo todo el procedimiento para
la entrega, el apoderado de la viuda hace alusión a varias cartas que aparecen en el inven
tario de los bienes del difunto, en las cuales se dice que Pablo le enviaba desde México a
1. Introducción
El primer cuarto del siglo XVIII ha sido uno de los períodos más difíciles de la histo
ria de España. La Península que ya desde el siglo siglo XVII venía mostrando una gran
decadencia agravada a fines de siglo por la quiebra de la estructura económica, llega a su
punto álgido con la Guerra de Sucesión1. Sirva de ejemplo que durante la contienda sólo
cinco flotas partieron para Nueva España y una para Tierra Firme, siendo los beneficia
rios de dicho comercio en su mayoría extranjeros, franceses, genoveses, holandeses o
ingleses, que a través de testaferros españoles se hicieron con este comercio.
Una vez finalizada la guerra, José Patiño, Intendente de Marina y Presidente de la Casa
de la Contratación inicia un plan de reformas del sistema. Para Patiño, el comercio y el
imperio eran la fuente de poder que devolvería a España su situación de gran potencia,
el porvenir de España estaba “en las Indias y en el comercio”. Por ello, son numerosas las
medidas dictadas para solventar la situación: desligue total del Consejo de Indias de toda
autoridad sobre el comercio, asignándola ahora a los ministros de la Corona y a la Casa
de la Contratación; reformas en el sistema de flota, se establece una nueva fecha de sali
da tanto para la flota de Nueva España como para los galeones de Tierra Firme, así como
se dispone acortar el tiempo de permanencia en los diferentes puertos americanos y en la
duración de las ferias; pero, su medida estelar será la orden del traslado de la Casa de la
Contratación de Sevilla a Cádiz el 12 de mayo de 1717.
Pese a todos estos cambios no se solucionan los problemas, puesto que la estructura
básica del comercio y la navegación permanecían sin variación. Al mismo tiempo, habría
que añadirle cómo el contrabando y la participación legal de otros países en el comercio
americano continuaban siendo otra grave dificultad, que provocaba la fuga de gran parte
1 Aunque estudios recientes han revelado que durante el siglo XVII el intercambio comercial entre América
y la Península fue mucho mayor de los que las cifras oficiales muestran, tanto en la cuantía de las mercancí
as remitidas desde la metrópolis como en los metales preciosos embarcados desde América. En Castille
Mathieu (1990), pág. 83. Morineru (1985).
178 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
- Vignols, L: ”E1 asiento francés (1701-1713) e inglés (1713-1750) y el comercio franco español desde 1700
a 1730”. En Anuario de Historia del Derecho Español. Tomo V Madrid, 1928.
3 Domínguez Ortíz (1981 d), pág. 412. Descripciones que ofrece el italiano Gervasoni.
4 Con este Proyecto se pretendía dar mayor eficacia en el sistema de flotas. La Corona prometía suministrar
buques de guerra necesarios para escoltar a los navios mercantes y por otro lado, se aseguraba que se man
tendría rígidamente un calendario para ambas flotas; igualmente se reglamentaron las permanencias de
dichas flotas en Indias.
Los comerciantes 179
y de la industria; razones que explican en parte porqué los productos agrícolas, proce
dentes de la Baja Andalucía, eran sobre todo lo que nuestra región exportó a Indias.
Los cargamentos de las embarcaciones con destino a América se componían de ropa de
lana y seda, encajes, lienzos, telas de plata y oro y especiería, que ocupaban dos tercio de
la embarcación y el tercio restante compuesto por la triología vino-vinagre, aceite y
aguardiente5, conocido como “tercio de frutos de la tierra” estaba reservado en régimen
de exclusividad a los cosecheros andaluces6.
Todos estos artículos, junto a otros muchos demandados por la sociedad americana, se
convierten en los elementos de intercambio de los dos grandes acontecimientos anuales,
las ferias americanas. México y Portobelo7 se convertían durante unos días en los centros
donde comerciantes de todo el territorio se reunían y gestionaban todas las compra-ven
tas. A su vez y como contrapartida, también en estas ciudades eran frecuente los críme
nes, robos, reyertas, homicidios y sobre todo la propagación de epidemias que en ocasio
nes diezmaban a los feriantes.
Por supuesto el intercambio fue mutuo pues también por el puerto sevillano primero
y más tarde por el gaditano entraron todos esos productos novedosos y desconocidos para
el Viejo Mundo, y que serían distribuidos por toda Europa. Tabaco, cacao, azúcar, café,
productos tintóreos como el añil, palo campeche o brasil, la grana y la cochinilla y algo
dón —que cada vez sufre más demanda debido a que admitía todo tipo de hilaturas y tex
turas y se podía teñir- entre otros. No sólo son productos los que llegan de América, sino
también su cultura, sus músicas y sones, plantas, etc...
El Cádiz del Siglo XVIII se convierte en el centro del monopolio con América. Desde
1680 se había declarado cabecera de la Carrera de Indias, con ello se estaba reconocien
do las ventajas de este puerto frente al de Sevilla, aunque en ésta sigue quedando todo el
’ Según Braudel nace en el siglo XVI, se expande en el siglo XVII y se vulgaria en el XVIII. A fines del siglo
XVII y principios del XVIII1 era objeto de comercio por toda Europa, sin embargo, según el profesor Gar
cía Fuentes en Indias para finales del siglo XVI aún no se comercializaba, sino que comenzarán a incremen
tarse a partir de la segunda mitad del XVII. En García Fuentes (1981), págs. 19 a 38 y (1984), págs. 181 a
234. La naturaleza de este a guardiente a lo largo del siglo XVIII fue fundamentalmente catalana y levanti
na. En Martínez Shaw (1973), pág 205 y Oliva Melgar (1978), págs. 113 a 131.
6 Sobre este tema tenemos los trabajos de Martínez Shaw (1973), págs. 201 a 211; García-Baquero (1978b),
págs. 107 a 120; y Sáchez González (2000).
Vila Vilar (1982); Ruíz Rivero y García Bernal (1992), págs. 137 a 147.
180 «fr La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII •$*
“Cádiz se puede linsogear de ser uno de los países más bien regu
lados en el punto de policía. Aún descendiendo a las cosas más
bajas, el público disfruta de muchas comodidades. Las calles, a más
de un empedrado menudo y cómodo, están bien enlosadas por los
lados....El alumbrado se halla bellamente distribuido....Las calles
son rectas y bastantes anchas respecto de lo estrecho del terreno. La
de San Rafael y la calle Ancha son espaciosas, más esta última, la
cual, situada en el centro de la ciudad y adornadas de excelentes
edificios, proporciona la reunión de un brillante vecindario”.
8 Aunque no llegó al extremo que muchos historiadores la describen. Sabemos que para 1729 se convierte en
la capital de España, Felipe V junto a toda su Corte se traslada aquí, siguiendo las indicaciones de sus médi
cos con el fin de curar sus frecuentes melancolías. De manera, que Sevilla se convierte durante unos años
—hasta 1733— en una ciudad bulliciosa, llena de fiestas, actos oficiales y recepciones de embajadores. Estrada
en su obra, La población general de España, la describe como “...rica,amena,opulentísima ciudad....la mayor de
todas las demás de España...’’. Cit. en Comellas (1992), pág. 273.
’ Con el Decreto de Comercio Libre de ese año, se preveía la navegación libre desde otros ocho puertos espa
ñoles -destacando entre ellos el de Málaga, por estar ubicado dentro del ámbito geográfico estudiado- al
Caribe y más tarde a otras áreas americanas. Y ya para el año 1778 con el Decreto de Libre Comercio se
ampliaban los derechos aumentando el número de puertos habilitados, que pasaba a trece —entre ellos el de
Almería-.
10 Incluso aumentó la proporción de los productos nacionales en el total de las exportaciones. En Martínez
Shaw (1992), pág. 67.
Los comerciantes 181
No menos relevancia van tomando las ciudades cercanas a la capital gaditana, como
eran El Puerto de Santa María, Jerez de la Frontera y Sanlúcar de Barrameda. El Puerto
lo describe el padre Labat “...que le pareció más grande que Cádiz, atravesada de calles
más anchas, el terreno que está construido es llano, y todos los alrededores en extremo
feroces y bien cultivados...las calles son hermosas...”. También Jerez le pareció de mayor
tamaño que Cádiz, y de Sanlúcar de Barrameda decía que era
” Resultados a los que llega después de estudiar los ficheros de las últimas voluntades en el Archivo Históri
co Provincial de Cádiz. Guerrero Cano (1993).
16 Hay que tener presente que de estas comarcas vinícolas fueron muchos los que comenzaron a llegar a la
ciudad, pues en cierta manera, iba en relación con el crecimiento de la exportación de sus caldos por el puer
to de Cádiz.
17 Guerrero Cano (1994), pág. 426.
Los comerciantes 183
con el ejemplo de Bartolomé Requero'8, natural de Carbia del Final. También hubo un
destacado contingente, procedente de Vizcaya, Navarra y Galicia. Cádiz llegó a ser cómo
lo dijo el diplomático Augusto Conte como “un resumen de España entera”.
Por otro lado, la cada vez mayor demanda de productos manufacturados por parte de
los Reinos de Indias, a la que la metrópoli no podía atender por la debilidad de sus manu
facturas y el escaso control de las redes comerciales y financieras de Europa, se tuvo que
atender con productos y comerciantes extranjeros; por ello, en Cádiz se asienta una
importante y variada colonia de comerciantes e intermediarios extranjeros que cubren esa
demanda de productos, por vía legal o contrabando.
Respecto a la nacionalidad de esos hombres habría que señalar la superioridad de ita
19, de los primeros, destacan sobre todo los genoveses20 y del resto de la
lianos y franceses18
región de Liguria. Hay un caso, que sería interesante apuntar en este momento, es el de
Juan Bartolomé Restan21. Juan Bartolomé era natural de Cádiz e hijo de genoveses. Vivía
con su familia en una casa arrendada a Doña Francisca Trigoso situada en la calle Nueva,
lugar donde él y su hermana menor, María Magdalena, habían nacido, a diferencia de los
dos hermanos mayores naturales de Sestri —al poniente de Génova—, y donde permane
cían. Por su ascendencia, Juan Bartolomé se englobaba dentro del grupo de los jenízaros,
hijo de extranjero pero nacido en España, y por lo tanto considerado por las leyes vigen
tes22*como natural del país, con el mismo derecho que cualquier español para comerciar
con las colonias americanas sin ninguna de las trabas que se les imponían a los extranje
ros. Hay que tener en cuenta que para fines de siglo la colonia genovesa llegó a repre
sentar el 55% de toda la población extranjera residente en la ciudad gaditana. Este grupo
tuvo una fuerza destacada dentro del conjunto de los comerciantes y de la sociedad en
general de la ciudad, ello lo atestigua la Capilla de la Sanación Genovesa25, sita en la cate
dral y utilizada para sus enterramientos, y en cuya bóveda se le dá sepultura a María
Magdalena Restán, la hermana pequeña de Juan Bartolomé. Con este hecho se puede
mostrar el lugar que ocupa ésta colonia de italianos respecto a extranjeros de otras pro
cedencias, cómo portugueses, holandeses, alemanes, ingleses, flamencos, suizos, suecos,
18 A.G.I. Contratación. Leg 568. La presencia de montañeses en Cádiz tiene un papel destacado. Muchos de
ellos se dedicaron al despacho de comestible al por menor. Conocidos también como “chicucos”. En Bustos
Rodríguez (1995), pág. 97.
19 La segunda colonia, la francesa va a tener también un incremento progresivo a lo largo del siglo, teniendo
en cuenta que se impone en España una dinastía gala. En Collado Villalta (1981), pág. 64.; aunque para el
profesor Manuel Bustos (1995, pág. 99) ésta ocuparía el primer puesto en orden numérico.
20 Los genoveses junto a los portugueses, son los que tienen en Cádiz su aparición más temprana, por el siglo
XIII ya se constataban sus apellidos. En Bustos Rodríguez (1991), pág. 58.
21 A.G.I.Contratación. Leg. 5613- N° 5.
22 Esta situación legal queda establecida por la Ley 27, Título 27, Libro IX, de la Recopilación de las Leyes de
Indias.
25 Esta capilla en la catedral vieja logran adquirirla hacia 1487, aquí se instalan las imágenes de laVirgen y de
San José, patrón de su villa natal. En Bustos (1991), pág.58.
184 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
griegos y holandeses.Todos ellos, además de enriquecer la ciudad van a aportar esos mati
ces socioculturales, que le dan a Cádiz ese carácter cosmopolita y de ciudad abierta.
3. LOS COMERCIANTES
Para el siglo XVIII encontramos una gran variedad de personas relacionadas con el
comercio, este grupo social se caracteriza por su heteregoneidad, se dice que constituye
una sociedad dentro de otra sociedad. Por otro lado, la denominación de comerciante no
implica una clase social, en ningún momento la actividad mercantil puede garantizar una
categoría social; tampoco un nivel económico, porque aunque dicho es que la actividad
mercantil reportó cuantiosos beneficios a los que la practicaron, y evidentemente, halla
mos casos de hombres que lograron aumentar notablemente su capital aprovechando las
oportunidades que se les ofrecía, sin embargo, la mayoría de las veces, las prácticas
comerciales simplemente reportaron los recursos suficientes para poder vivir, se tornaron
en el medio de vida.
A lo largo de la centuria el número de comerciantes va aumentando en la ciudad gadi
tana. Así, si para 1730 aparecen censados en el libro de matrícula 592 comerciantes espa
ñoles, para 1742 aumenta a 725. La naturaleza de estos comerciantes en su mayoría es
gaditana, aunque en gran proporción de origen inmediato, otros muchos son de origen
sevillano, navarro, guipuzcuano, vizcaíno y cántabros. El comercio americano se con
vierte en el objetivo de la gran mayoría.
A modo muy general, hacemos la siguiente clasificación de este grupo. En primer lugar
podríamos situar a los Cargadores de Indias; seguidamente los comisionistas o interme
diarios; a continuación aquellos que participaban esporádicamente en el comercio trans
atlántico, y finalmente el que estaba integrado por pequeños comerciantes sin el nume
rario suficiente para participar en el comercio ultramarino, pero que se aprovechaban de
la actividad mercantil.
La burguesía hispana se señala por su carácter de intermediaria y comisionista. El
comercio a comisión era una forma de lucro cómoda y segura, por ello quizás fue tan
practicada, aunque evidentemente conllevó consecuencias negativas, ya que no se esti
mulaba la producción propia, ni multiplicaba los beneficios en forma de inversión24.
Era una cualidad de nuestros comerciantes —primero en Sevilla y luego en Cádiz—, el
no especializarse en un artículo determinado, sino que enviaba a América productos de
la más diversa índole. Por ello, el comerciante gaditano se convierte en una especie de
consignatario en general de los más diversos tipos de mercancías. Los envíos consistían
24 El profesor Domínguez Ortíz explica como el hecho de que la mayoría de los comerciantes gaditanos prac
ticaran el comercio por comisión aparece a la vez como una causa y un efecto; se comercia por cuenta ajena
por escasez de caudales propios, y a su vez esta circunstancia dificulta la formación de grandes y sólidos cau
dales. En Domínguez Ortiz (1976), pág. 8.
Los comerciantes 185
Entre los artículos nacionales que se comerciaban desde el puerto gaditano, destacan
sobre todo el vino-vinagre, aceite y aguardiente, que conformaban el tercio de frutos
monopolizado por los cosecheros andaluces, hierro procedente de las Vascongadas26 y fru
tos secos. También productos nacionales pero en menor cantidad se exportó lo que se
conoce genéricamente por “ropa” como paños, bayetas, medias de seda, pañuelos, cintas,
mantas..., etc.
induce a catalogarlos como una tipología social que comparten el conjunto de los comer
ciantes, aunque quizás la palabra de comerciante en muchos de los casos -que seguida
mente estudiaremos— quede un poco grande.
Una vez más, y coincidiendo con los deseos de todos, se reitera ese objetivo ansiado
por los que parten hacia Indias buscar una mejora de vida, la fortuna. Casi siempre son hom
bres que ven en la marcha al Nuevo Mundo, ese edén del que tantas noticias llegan, la
oportunidad de que con un poco de suerte, se podría conseguir ese sueño, el sueño del
enriquecimiento rápido, de la abundancia y de la felicidad.
Con ese fin marchan gran parte de estos hombres, siempre solos, dejando en la tiera
natal a sus mujeres e hijos, muchas veces en situaciones de total carencia, pues cuando
deciden partir reunen el líquido de todas sus pertenecia, para así apostar la mayor canti
dad posible a esa ruleta de la fortuna que era el comercio americano27.
Dentro de este sistema mercantil cada cual va a realizar diferentes prácticas, algunos
de escasas posibilidades actúan como intermediarios, otros deciden establecer pequeñas
tiendas donde vender productos europeos; otros se dedican a ir de un pueblo a otro ven
diendo sus mercancías a lomos de muía, etc., etc. Pero todos coinciden en que tarde o
temprano les sorprende la muerte sin poder ver realizado su sueño, regresar con las alfor
jas llenas a la ciudad que les vio nacer, y aquí reunirse con sus seres queridos, familiares
que a veces siguieron en contacto con ellos, pero que en ocasiones fueron olvidados,
incluso en situaciones límites, de hecho, apuntaremos casos en que son declarados
“pobres de solemnidad”.
Otra de las cuestiones a tener presente es la dificultad, o casi la imposibilidad de loca
lizar a uno de estos hombres realizando una sola actividad económica, en estado puro, ya
que lo habitual es que estuviesen llevando a cabo varias actividades, pues se tienta la
suerte desde distintos ángulos como otra manera de aumentar las ganancias.
A estos andaluces les sorprendió la muerte en la forja de ese destino que nunca llegó.
Al cabo, también les es común un cierto capital en que se cifran los esfuerzos de toda una
vida, de una apuesta vital frustrada, y que será repatriado para sus deudos.
A la hora de hacer una catalogación cualitativa desde el punto de vista mercantil de los
hombres dedicados al comercio en mayor o menor medida, hemos tenido en cuenta que
la actividad comercial del Cádiz del siglo XVIII es muy variada y en muchos de los casos
las ocupaciones de los comerciantes son muy diversas, pudiendo en un sólo comerciante
encontrar varias de ellas. Por ello, el criterio utilizado para adjudicar a cada comerciante
27 Esta realidad también se refleja en el libro de la doctora Fernández Pérez, pues en más de una ocasión los
comerciantes pidieron prestado para cubrir las necesidades materiales de sus familias en su ausencia, e inclu
so las esposas mismas fueron las que por necesidad o enfermedad utilizaron sus redes de familiares o amista
des en el comercio para obtener préstamos durante las largas ausencias de sus maridos. Fernández Pérez
(1997), pág. 52.
Los comerciantes 187
en uno u otro grupo, ha sido la actividad que éste realizaba en el momento de la obser
vación.
Hay que destacar como peculiaridad de este grupo dos cualidades. La primera es que
todos son comerciantes al por menor28, y la segunda es que a excepción de uno, Juan Ruiz
Piélago ninguno se encuentra matriculado en el Consulado de Comerciantes29, lo que
indica que en la mayoría de los casos estos hombres realizaban sus prácticas como un
medio de vida, o como una oportunidad que se les brinda para sacar algunos ingresos
extras.
Son un total de ventiocho hombres los que conforman el grupo, clasificados de la forma
siguiente: un cargador, seis mercaderes, seis intermediarios, siete aventureros, tres ven
dedores ambulantes, dos dependientes, dos comerciantes y uno indeterminado, pues
carecemos de datos para adjudicarlo a alguno de los grupos citados. A partir de esta cata
logación pasaremos a hacer un análisis de aquellos que bajo nuestro criterio hemos con
siderado más representativos a la vez que interesantes.
❖ Los cargadores
Comencemos por los cargadores, pero antes de nada, habría que cuestionarse ¿qué se
entiende por cargadores?. Bajo este calificativo se incluía a todos aquellos que registra
ban mercancías con destino a Indias, sin que por ello tuviesen que ser considerados
comerciantes. A partir de la Real Cédula de 1686, este término se adjudicaría sólo a
aquellos que cargasen y registrasen en las flotas un volúmen que superase un mínimo
establecido —doscientos mil maravedíes—30.
Sólo hallamos un cargador, Antonio de Castilla, pues aunque se cuenta con la presen
cia de otro, Francisco Gerardo de Bangunigui31, en el viaje del que nos informa la docu
mentación consultada no actúa como tal, sino como ayudante de su hermano Juan
Miguel, también cargador de flota, o sea en esta ocasión marcha como dependiente o tra
bajador de otro, del hermano. Por ello, y siguiendo el criterio utilizado para la cataloga
ción —basado en la actividad que en ese momento se esta realizando—, Francisco Gerar
do lo incluiríamos en el grupo de dependientes.
28 Los contemporáneos distinguieron entre comercio al por mayor y menor, reconociendo en el primero una
categoría social que el segundo no tenía, normalmente abocado al despacho en tienda, medir, pesar la mer
cadería, etc., trabajos considerados plebeyos. Los comerciantes mayoristas con deseos de acercarse a la noble
za lograron establecer dentro de su sector una separación. En Bustos Rodríguez (1995), pág. 87.
29 Hay que aclarar que la matrícula de estos hombres se ha constatado en el trabajo de Julián Ruíz Rivero
(1988), libro que abarca a los matriculados a partir del año 1730 a 1823
30 García-Baquero (1992), pág. 272 a 277. Carrasco González (1997), pág. 18. Heredia Herrera (1989), pág.
51a 54. A pesar de ello, en la práctica el término cargadores se amplio, abarcando a todos los que comer
ciaban con Indias.
31 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 92.
188 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
Una vez en México, desconocemos exactamente cuando, y las causas, Antonio fallece.
Los albaceas nombrados en el testamento se hacen cargo de todas sus pertenencias, pues
además de albaceas, también los instituyó como tenedores de sus bienes. Se comienza
haciendo inventario de todas las pertenencias —la mercancía que llevaba estaba formada
integramente por ropa: encajes, piezas de crudo, hilo de Flandes, cintas, corbatas, etc.; y
tras tasarlas, se rematan en pública almoneda por un total de 5.263 pesos y 3 reales.
Como heredera de todos sus bienes queda su sobrina Doña Ana de Castilla —hija de su
hermano Andrés—, pues no contaba con herederos forzosos, sin embargo pronto comien
zan a aparecer acreedores, a los cuales, los albaceas responden pagándoles. La situación
parece no cambiar, pues a medida que pasa el tiempo van surgiendo más acreedores.
Ante tal situación, los albaceas deciden preguntar que hacer a los Señores Diputados de
la Flota, pues eran los jueces privativos para el conocimiento de todas las dependencias
civiles de dicha Flota. Los diputados responden que se siga actuando de igual manera,
pagando las deudas. Pero como el dinero procedente del remate no era suficiente para
satisfacer a todos los acreedores, y a estas deudas se le unen también otros gastos resul
tantes del entierro, misas que dejó encargadas en su testamento y demás honras fúne
bres, los diputados ordenan que se remunere un tanto por ciento a cada uno, con la pro
mesa de que el resto lo cobrarán una vez lleguen a la Península de los bienes que Anto
nio pudiera tener aquí. Por lo que sus bienes quedan debiendo a sus acreedores “nove
cientos y pico de pesos”. La historia no está completa, pero por los datos que poseemos
permiten imaginar que fueron saldadas todas las deudas.
Los mercaderes
Otro grupo que se incluye en esta catologación, sería el de mercaderes. Este término
se le aplica a los comerciantes que operaban en el ámbito local, si éstos se especializaban
en el intercambio de determinadas mercancías se les podía aplicar el vocablo de tratan-
tes. La actividad del mercader casi siempre estaba vinculada a la venta al detalle de géne
ros de cualquier especie en una tienda la que en muchas ocasiones regentaba”.
En esta tipología incluimos un grupo de hombres cuyas historia vamos a estudiar por-
menorizadamente, y en las que se dibujan unos perfiles cuyos trazos principales, sin
duda, compartieron. El caso de Juan Ruiz Piélago'1, es quizás el más representativo para
comprender esta figura, por ser el que mayor número de transacciones y operaciones
mercantiles lleva a cabo en su viaje a Indias de todo el grupo. Juan también ostentaba
un cargo dentro del Consulado de Comerciantes, el de diputado de comercio, título que
en sus viajes a Ultramar utilizaría como garantía para realizar sus negocios. A Ruiz de
Piélago también lo encontramos matriculado en el comercio, en la matrícula de 1734”.
Pensamos que sobre 1737 nuestro hombre llega a Cartagena en los Galeones a cargo
del General Don Blas de Lezo, una vez allí, comienza a realizar todos los asuntos para los
que marchó.
Juan poseía una tienda en Cartagena de Indias, ubicada en una accesoria de las habi
taciones que tenía para su morada durante las prolongadas estancias que solía pasar en
esta ciudad. No era común que un matriculado poseyese una tienda, ello explica que
estuviera regentada por su primo, el joven Pedro Ruiz de Piélago de 24 años de edad. Es
muy interesante echar un vistazo a la mercancía que en este negocio se vendía —todo tipo
de ropa y enseres para la casa, herramientas, libros de temas religiosos, históricos, filosó
ficos, etc.—, pues no sólo nos indica cuales eran los artículos con los que se negociaba, sino
los productos que demandaba la población de esta ciudad, que en muchos casos, se tra
duce en gustos de la época, o necesidades a todos los niveles, no sólo lo relacionado con
la ropa y mercería, sino gustos por las lecturas, o de cualquier otro tipo. (Apéndice 3).
Tras llegar a Cartagena, el mercader parece contraer una grave enfermedad, ante tal
estado Juan pide a sus compañeros que le tomen notas de sus últimas voluntades, dic
tando un poder para testar, pues “la gravedad de mi enfermedad no me da lugar a dis
poner ni otorgar mi testamento”. En el poder nombra como su albacea a Don Francisco
Xavier Moyano también diputado de comercio, para que redacte su testamento, pues le
tenía comunicado todo lo tocante a sus negocios. Al día siguiente de esta declaración, el
21 de enero de 1738, fallece. El 11 de febrero se dispone comenzar el inventario de los
bienes, proceso que se alargará durante diez días. Antes de proceder a su enumeración,
el albacea, el escribano y el ministro principal de los navios se dirigen a las habitaciones
donde había morado, pues era el lugar en el que tenía todos los papeles de los negocios
que había llevado a cabo y donde se encontraban sus bienes y demás géneros que traía
consignados, cerrándose todo y poniéndose guardia y custodia en la puerta para que pro
hibiese la entrada a cualquier persona bajo ningún pretexto, ni motivo. Por otro lado, se
le pide a Pedro Ruiz -el primo que regentaba la tienda- que mostrase las cuentas, los
recibos y el dinero que tuviese. Hay que tener también muy en cuenta que al tratarse en
este caso de un diputado de comercio, todo el procedimiento va a ser llevado a cabo por
la Diputación del comercio de España en la ciudad de Cartagena de Indias.
De todos los documentos que presenta el primo de nuestro mercader, se ha ido infie-
riendo algunos de los negocios que Juan llevó a cabo durante su estancia, o que tenía en
vista realizar. Como capital propio llevaba 18.274 reales de plata, embarcados en el navio
el Rayo, que van consignados a sí mismo y en caso de su fallecimiento, al también dipu
tado de comercio Javier Moyano —a quién ya antes aludimos por haber sido nombrado
albacea— y si a éste le ocurriese algo a Tomas Gallo, ambos vecinos de Cádiz que le acom
pañaban en el viaje. Pero lo más interesante son las numerosas mercaderías de vecinos de
Cádiz que llevaba consignadas a su persona y que conocemos a partir de los papeles que
se le inventarian. La suma total del valor de los géneros consignados a la persona de Juan
Ruiz de Piélago rondaba el medio millón de reales de plata. De estas consignaciones saca
ría entre el 3 y el 5% aproximadamente. Sospechamos que muchas de estas mercaderías
serían vendidas en la tienda, o sea además de consignadas, venían encomendadas al
mismo Juan con el fin de que éste se encargase de venderlas. En este sentido habría que
hacer una salvedad, puesto que analizando las distintas facturas nos hacen suponer, que
Juan a su vez entregaba mercancía a una segunda persona que se encargaría de llevarla
a los mercados de otras ciudades donde la demanda de determinados productos fuese
mayor y como consecuencia produciría mayores beneficios. Es el caso de las facturas fir
madas por nuestro hombre de diferentes géneros que entregó a un tal Manuel de Luga,
próximo para salir hacia Santa Fe, con el objeto de venderlas, están firmadas en Carta
gena en Mayo de 1737 y su monto es de 21.760 reales de plata y 3 cuartillos. Entre los
documentos de Juan, lo que más se localizan son facturas de varios vecinos de Cádiz.
Señalamos entre estas, tres firmadas por mujeres, y una por un comerciante. Las tres
mujeres son: Nicolasa de Batalla que consigna al difunto mercaderías por valor de 2.314
pesos y 2 reales de plata, Francisca Balleto que embarca artículos por valor de 51.124
quartillos reales de plata, o Micaela Torrero, donde el valor de la mercancía que remite
asciende a 26.000 reales de plata; y el comerciante Antonio Butler —este hombre era
extranjero, exactamente irlandés— que embarca 48.631 reales de plata en género de dife
rente clase.
También entre los papeles aparece un cuaderno escrito por mano de nuestro hombre,
donde hace una relación de los distintos individuos que le estaban debiendo dinero y las
cantidades adeudadas. De esta relación se destacan algunos pagarés firmados en Cádiz
por varios sujetos a favor de Juan Ruiz de Piélago para ser remunerados en distintos pla
zos. Por ejemplo, los que firma Juan de Tres Palacios en Cádiz, entre los que se señala
uno por la cantidad de 1.080 pesos, con el plazo de pago al ser despachados los navios
para España o antes si lo tuviere por conveniente; o el que firma Francisco Joseph Gon
zález para retribuir a Juan la cantidad de 134 pesos al llegar a la ciudad de San Felipe de
Portobelo. Igualmente hallamos un recibo que en cierta manera nos puede dar informa
Los comerciantes 191
ción de las ganancias que producía la tienda. Este documento estaba firmado por su
primo Pedro Ruiz de Piélago en Cartagena el 4 de octubre de 1737, en el que declara
haber recibido del mercader 1.033 pesos, y estando presente Pedro, dijo que esa canti
dad era “la misma que ya el antes le había entregado a Juan del procedido de la tienda
que tiene a su cargo y de efectos suyos propios interinos, y que con ello se liquidaba la
cuenta”.
Por otro lado, se inventaría un libro de facturas de diferentes géneros que había com
prado con distinción de precios y gastos. Siendo el monto total de todas las mercancías
compradas 4.384 pesos y 4 reales y los gastos 859 pesos; también se localizan vales como
son por ejemplo, los tres vales cada uno con media firma que dice Francisco Vargas con
fechas del 1 de noviembre y del 10 y 30 de diciembre de 1737 en Cartagena de a 100
pesos cada vale y aparecen numerosos papeles que indican las varias transacciones de ven
tas de mercancías a distintas personas.
Otro documento enumerado, y que en cierta manera nos define la personalidad o el
carácter de este hombre —es prestamista al tiempo que mercader—, es el firmado por Don
Diego de Iriarte y su esposa Andrea Marran en Cartagena, donde confiesan deberle a
Juan 948 pesos que “le habia prestao por hacerle buena obra para su avio y apresto que
de próximo estaba para hacer a la villa de Mompox sin haverle cargado premio alguno”,
éstos se obligan a pagárselos cuando arriben en su tornaviaje a esta ciudad. A este docu
mento le acompaña un pedazito de papel que dice que dicho Señor Iriarte le debe 68
varas de gantes a tres reales tres cuartillos que importan 255 reales de plata.
Además de todas estas transacciones Juan llevaba consigo escrituras de préstamo a ries
go. De toda la relación de estas escrituras que aparecen entre sus papeles, sólo en dos de
los casos aparece como deudor y en uno como acreedor, en el resto de las escrituras de
riesgo Juan es nombrado apoderado del acreedor cuya misión es cobrar la cantidad en
Cartagena de Indias, aunque también pensamos que unido a esta función estaba la de
“custodiar el dinero” a la vuelta del viaje.
En el primer caso, es Don Juan Bautista Copnolle, vecino de Cádiz, quien entrega a
Juan y a Francisco Vargas comisario de marina la cantidad de 4.384 pesos escudos de
plata y 4 reales de la misma moneda, cantidad en la que están “inclusos los premios de
la paga y riesgo”. La cantidad va corriendo riesgo de la manera siguiente:
los riesgos se extienden “de mar, viento, tierra, fuego, amigos y enemigos y otros des
graciados subsesos...”. Esta escritura entraría en vigor
36 En cuanto a la garantía, el riesgo se podía tomar sobre diferentes efectos. Los más comunes eran sobre el
navio, sobre mercancías, o sobre el sueldo. En el primer caso el deudor o deudores tomaban prestada una can
tidad que luego invertirían en el apresto del navio. Además del casco, quilla, costados, jarcias como garantía,
solían incluir también los fletes, útiles y demás aprovechamientos del navio. Si la garantía corría sobre la mer
cancía, el deudor podía optar por asignar el dinero prestado sobre unas determinadas mercancías que de su
cuenta había embarcado, o podía también con el préstamo, comprar fiadas las mercancías al acreedor. En
ambos casos la cuantía del préstamo no podía superar el valor de la mercancía. Las mercancías no solían apa
recer explícitamente en la escritura, sino con la denominación de si van en en frangotes, fardos, cajones,
pipas.... haciéndose constar en el margen izquierdo de la escritura la marca que las identifica como de un
determinado deudor. Otra modalidad de este tipo de riesgo era el que se tomaba sobre los equipaje, o tam
bién sobre el sueldo. La garantía sobre la que el riesgo se contrataba era la soldada del tripulante del navio.
Carrasco González (1996), pág. 86 a 88
37 A.H.PC. Leg. 4.465.
38 Ibídem.
Los comerciantes 193
Como se dijo anteriormente en sólo un caso nuestro hombre aparece como prestamis
ta de 1.760 pesos de a 8 reales de plata y 3 cuartillos, que entrega a Don Juan Marín de
Vargas y a Don Joseph Delgado, y cuyo pago se haría cuando se aprestaren para la ciu
dad de San Felipe de Portobelo, los presentes navios. Como garantía estos acreedores
ofrecen una “especial hipoteca” de manera que, Juan Marín hipotecó una casa baja de
piedra, madera y teja situada en la calle de las Damas, y Joseph Delgado otra ubicada en
la plazuela del convento de Predicador”, además de cuatro piezas de esclavo -dos varo
nes y dos hembras—. El premio que obtuvo nuestro mercader de dicho préstamo se des
conoce, ya que la cuantía de dicho interés no solía aparecer en la documentación, sino
que se camuflaba en la suma total de la cantidad a devolver. La razón de ello, no era mas
que eludir cualquier acusación de usura por parte de las autoridades civiles o eclesiásti
cas, la Doctora Carrasco y el profesor Bernal ofrecen en sus trabajos una serie de datos
acerca de cómo calcular las cuantías de estos premios40.
En el resto de las escrituras de préstamos a riesgo inventariadas, este mercader sólo
aparece como apoderado del acreedor, cuyo objeto es el de cobrar en nombre de éstos la
cantidad prestada más los premios en la ciudad de Cartagena. Un ejemplo de ello, es la
escritura de obligación a riesgo que parece otorgada por Don Carlos Antonio Alvarez a
favor de Donjuán de Dios Barrios, vecino de El Puerto de Santa María, en Cádiz el 12
de enero de 1737, por la cantidad de 2.375 pesos que dicen van corriendo riesgo sobre
varios cajones de mercancías marcadas al margen, que se embarcan divididas en dos de
los navios, el nombrado Nuestra Señora de los Dolores, alias la princesa, su maestre, Don
Norberto Michilena, y en el Santiago, cuyo maestre es Don Joseph Zavala. Su paga
mento se hará en la ciudad de Portobelo, luego que se hallan vendido los efectos a Don
Juan Ruiz de Piélago y por su falta a Don Francisco Moyano, y por la falta de ambos a
Don Tomas Gallo. O como la escritura de riesgo donde Juan Marín vecino de Cádiz apa
rece como acreedor de Ignacio de Zalabarria por la cantidad de 863 pesos de a 8 reales
de plata cada uno, que van corriendo riesgo sobre “el casco y la quilla” del navio el Con
quistador, disposniéndose que se pague en esta ciudad la cantidad resultada a nuestro
hombre, y en su falta a Félix Tresierra y por la de ambos a Francicisco Moyano, y por la
de éste a Tomas Gallo.
En alguno de los casos son mujeres las acreedoras de las cantidades que se toman pres
tadas en las escrituras. Había veces que el numerario prestado procedía de sus dotes, o
de parte de ellas, con las miras en ver aumentar dicho capital de una forma rápida. Tal
podría ser el caso de Doña Francisca Bayeto, vecina de Cádiz. Francisca firma ante el
notario Don Joseph Antonio Camacho, el 30 de enero de 1737, una escritura de présta
mo a riesgo por la cantidad de 380 pesos escudos de a 8 reales a Don Bernardo Ruiz, car
pintero del navio nombrado El Rayo y a Don Andrés Cales, del cual sólo se dice es resi-
” Hemos intentado localizar dicha escritura de hipoteca en el A.H.PC. sin obtener resultados.
" Carrasco González (1996), pág. 93 y 94. Bernal (1992), pág. 182 a 199-
194 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
dente en Cádiz. Esta suma iría corriendo riesgo en dicho navio sobre “las cajas de ropa
de su vestir”41 consignadas para que se la paguen a nuestro mercader en la ciudad de Car
tagena, y en su falta a Francisco Moyano, y en la de ambos a Tomas Gallo. Otras veces,
hay mujeres que aparecen relacionadas por lazos de parentesco con mercaderes naturali
zados o extranjeros o incluso hubo veces en que la inversión de cuantiosas sumas en prés
tamos a riesgo obedecía a que poseían importantes negocios. Así, pudiera ser posible que
Doña Francisca Barito respondiera a uno de estos dos casos expuestos, pues aunque no
se puede hablar en esta ocasión una gran fortuna, esta mujer se hace acreedora de Don
Gregorio Sánchez García de 1.575 pesos escudos de a 8 reales cada uno, una suma nada
despreciable. Esta escritura de préstamo a riesgo se firma ante notario el 16 de enero de
1737, la cantidad va corriendo riesgo sobre unos cajones de mercancías marcados al mar
gen y distribuidos a bordo de los navios Santiago e Infante Felipe. Dicha suma sería
pagada en Cartagena a Juan Ruiz de Piélago y en su ausencia a los otros dos sustitutos
que anteriormente se han citado.
También se hallan inventariadas pólizas de fletes, de contadurías y diputación.
Como ya dijimos será la Diputación del comercio de España en la ciudad de Cartage
na la encargada de llevar a cabo todo el proceso, por ser este mercader diputado de
comercio, sin embargo, cuando los bienes llegan a la Casa de la Contratación, se produ
ce un enfrentamiento entre las autoridades de dicho organismo y las del Consulado, acer
ca de la competencia de ambos en el asunto. Una vez en Cádiz, el Fiscal declara que el
tema es de índole testamentaria sin mezcla de asunto mercantil, puesto que en la ciudad
de Cartagena los diputados entregaron las encomiendas que llevaba el difunto Juan a los
segundos consignatarios, de manera que, y sigue expresando el Fiscal de la Real Audien
cia de la Casa de la Contratación “no se encuentra el menor fundamento para que salga
de esta Real Audiencia donde privativamente toca su custodia”, por lo cual no tiene por
que intervenir el Consulado de comerciantes. Esto se acepta, pero es ahora cuando
comienza a complicarse el asunto, alargándose el proceso durante muchos años.
De los bienes que quedaron del difunto Juan Ruiz Piélago se hace cargo su albacea
Francisco Moyano, pues bien, éste no entrega los bienes en la caja de Bienes de Difun
tos, sino que los va a utilizar como fianza en un pleito que tenía pendiente con los due
ños de los navios de registro que navegaron a Cartagena en los guardacostas de 1737.
Pero el asunto se complica aún más, cuando el albacea fallece, y los bienes de nuestro
hombre pasan a ser cobrados por sus herederos, esposa e hijos. Los años van pasando y
41 íbidem. pág. 87. Como ya vimos era otra modalidad de tipo de riesgo que se tomaba sobre los equipajes.
El deudor asignaba la cantidad prestada sobre las “cajas de ropa de mi vestir”. Esta clase de riesgo era muy
utilizada por las tripulaciones de los navios, y por los pasajeros que viajaban a América. Por supuesto, en estas
cajas no llevaban sólo el equipaje, sino pequeñas cantidades de mercancías con el fin de venderlas en Indias
para sacarle los mayores beneficios posibles. El dinero pedido a crédito por la gente del mar se empleaba a su
vez en la adquisición de una pacotilla que, libre de fletes, podían vender luego en el mercado americano y
mejorar así sus ingresos
Los comerciantes 195
los hermanos y sobrinos de Juan como sus herederos siguen sin cobrar. En numerosas
ocasiones se le comunica a los sucesores del albacea que den cuenta y entreguen los bien
es que pertenecían a Juan Ruiz, pero, la herencia no es entregada a sus beneficiarios y así
se llega hasta 1777, año en que tanto la madre como dos de los hermanos de nuestro
mercader, Luis y María habían fallecido. De nuevo, en este fecha se reanuda el proceso,
se vuelve a notificar por dos veces a los herederos del albacea que entreguen los bienes
que su padre como testamentario de Juan Ruiz de Piélago les dejó, como tampoco hay
respuesta, las autoridades competentes emiten una cédula con el fin de que se entreguen
los bienes, sin obtener resultados, por lo cual el Fiscal ordena el embargo de las casas
donde vivían los herederos de Francisco Moyano. La casa estaba ubicada en la gaditana
calle del Molino esquina con Bendición de Dios, el número 6642.
Con este cometido llegan al inmueble un alguacil y un escribano. Primero se dirigen a
la primera planta donde vivía la hija del albacea, su esposo e hijos, procediéndose al
embargo de todos los muebles. Seguidamente se pasa a la segunda planta, parte de la
casa que tenían alquilada a un oficial de la contaduría de alcabalas llamado Manuel Her
nández por la cantidad mensual de 13 pesos de a 15 reales de vellón, cantidad que será
embargada, y finalmente se detienen en la planta baja del inmueble, zona que estaba
alquilada a Diego Gómez Castillo por 11 pesos sencillos al mes, de oficio pastelero, lugar
donde tenía ubicada la confitería. También en este caso se embarga el alquiler retenién
dose y poniéndose a disposición de la Real Audiencia de la Casa de la Contratación. Pero
el asunto se sigue complicando y alargando más, pues hasta que se procede a la venta de
los muebles y cobro de los alquileres embargados pasan varios años, periodo en que la
hija del albacea, su marido y dos de sus hijos han fallecido, quedando sólo tres hijos
menores. Ante esta nueva circunstancias, es ahora la viuda del albacea la que remite una
carta al Tribunal de la Real Audiencia de la Casa de la Contratación en la que cuenta
como su hija y nietos padecieron una grave dolencia de la que más tarde murieron y
durante la cual lapidaron todos sus bienes, y de cómo ella se hizo cargo de los tres hijos
menores, para cuyo sostenimiento precisó de vender las escasas joyas que le quedaban,
además tuvo que irse de la casa, porque los padres y hermanos de estos niños murieron
“por contagio”, de manera que ante este triste panorama la abuela y viuda del albacea
expone y pide
42 El prototipo de la casa para comerciantes del siglo XVIII ya aparece en el siglo anterior, normalmente cons
taba de cuatro plantas: planta baja con patinillo y aljibe, donde también aquí se localizaban los almacenes
para la meracancía; el entresuelo, lugar para la oficina, la primera planta, que era la vivienda de la familia y
una segunda plata que la habitaba la servidumbre.
196 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
como aplicar dies pesos mensuales para alimento, casa y ropa de sus
tres nietos menores que lo minimo que nesesitan....y en prueva de
su buena voluntad y de no querer perjudicar a sus acreedores, le
entrega en cuenta los únicos bienes que tiene un relox de sala vein
te y quatro taburetes, una alfombra espexos y cornucopias....’’
Ante esta realidad tan lastimosa y de desamparo, los herederos de nuestro protagonis
ta deciden perdonarle parte de la cantidad que se les debe, quedando la deuda sólo en
veinte mil reales de vellón libres de todo. Tras la nueva situación, la abuela comunica en
otra carta como Juan Antonio Ximenez, comerciante y hombre de bien “.... guiado por
el espíritu de proximidad y compasión que le anima por otros menores, va a dar los vein
te mil reales de vellón...”, por ello, la mujer pide que se levante el embargo que hay sobre
la casa, y de esa manera con los alquileres que irá percibiendo de los inquilinos irá pagan
do la cantidad prestada. La propuesta será aceptada por los Señores Presidente y Oido
res de la Casa de la Contratación, que ordenan anular, romper y cancelar los autos, dán
dose por libres los bienes embargados. Este último episodio que rezuma sentimientos,
sufrimientos y necesidades, viene a mostrar como pese a los suculentos beneficios obte
nidos por los comerciantes, las familias también podían ser vulnerables y castigadas por
las adversidades de la vida.
Como resumen de todos los trabajos que realiza este mercader, podríamos decir que en
la persona de Juan se constatan funciones como mercader, prestamista y comisionista,
actividades que la mayor parte de los comerciantes establecidos en Cádiz compartían.
Los siguientes mercaderes que se van a analizar coinciden en que todos, a excepción de
uno, se sitúan en el Virreinato de Nueva España. Esta región era la clave del imperio
indiano, aportaba regularmente a la Real Hacienda y a la economía de la Península can
tidades siempre crecientes de metales preciosos4’, por lo tanto, era la zona más próspera
y atractiva para que nuestros mercaderes instalasen cualquier tipo de negocio, y es aquí
donde localizamos a Christobal de Sierra y Cruz* 44. Este hombre estaba casado con Doña
Ana María González con la que tenía dos hijas Isabel Francisca Ramona y María Josepha
Juliana. Todos eran naturales de la Villa de Tabernas —perteneciente al obispado de Alme
ría—, donde vivían en un estado de extrema pobreza. Ante tan lastimosa situación, y con
el fin de buscar un futuro más prometedor, deciden trasladarse a la ciudad de Cádiz y una
vez aquí, el padre de familia se embarcaría en la Flota de Indias. Su historia como otras
tantas, nos introduce de lleno en el espejismo del sueño americano. El destino era la ciu
dad de México, y el fin poner una panadería, sin embargo al final los planes cambian, y
en vez de este negocio decide asociarse con Manuel Fernandez Orruño, el cual poseía y
45 Hacia 1725 la caja de México -sin Guatemala ni las restantes cajas centroamericanas- dejaba un beneficio
anual al rey de mas de un millón cien mil pesos. En Navarro García, (1975), pág.,73.
44 A.G.I. Contratación. Leg. 5607.
Los comerciantes 197
regentaba una tienda de “cacahoteria” en la calle del Relox de dicha ciudad a mitad de
ganancias45.
Las cosas parecen irle bien, pues a los cinco años de permanencia en México decide
regresar a la Península con el fin de comprar mercaderías que luego vendería en su tien
da, y para ello trae 2.000 pesos fuertes propios. Junto al fin mercantil, existía también
otro, el de reunirse con su familia que hacia ya tiempo que no veía, y a la que nos llegan
noticias de que añoraba. Nuestro hombre se embarca en la almiranta de la flota nom
brada La Reina, anclada en el puerto de San Juan de Ulúa con destino a la Península, sin
embargo, los planes se truncan, pues una vez que arriban al puerto de la Habana, la Flota
se detiene más tiempo del esperado. Pasando los días y viendo que el retraso de la salida
cada vez era mayor, decide volver a México, no sin antes enviar en la Flota los dos mil
pesos fuertes, con este objeto los registra en el navio y los consigna a su esposa —aunque
más tarde decide encargarle la cantidad a Joseph Alonso García, a quién le dá su poder—,
el fin de este dinero era el de que fueran entregados a los señores Grullys, hermanos y
compañía —comerciantes en la Península-46 para que les comprase género que de nuevo
enviaría a México, donde Cristóbal los vendería.
Junto al dinero manda también una carta dando poder a los señores Joseph Vasque y
Quintana y Joseph Alonso García vecinos de Cádiz, para que llegada la Flota a su desti
no se encarguen de recoger los 2.000 pesos fuertes en plata doble mejicana y
45 Las asociaciones mercantiles en sus diferentes tipologías fueron muy comunes en el siglo XVIII, pues per
mitían aunar esfuerzos y capital. En el caso que nos ocupa, tenemos que hacer referencia a una asociación par
ticular cuyo objeto es poner en explotación esta tienda para sacar los mayores beneficios a mitad de ganan
ciales. Nos atrevemos a decir que el vínculo que les unía era el de paisanaje, posiblemente Manuel Fernan
dez Oruño era natural de nuestra región.
16 Eran muy frecuentes las asociaciones familiares que más tarde se extienden a amigos o conocidos. En este
caso como era corriente, se enuncian con el nombre de los socios seguido de “y compañía".
198 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Tras registrar el dinero en los navios y enviar el poder, Christobal regresa a México
donde muere repentinamente. Nada mas fallecer comienza todo el proceso. Por sus bien
es se inventarían simplemente su ropa, que se le tasa en 109 pesos y 5 tomines. Un dato
curioso es que el comprador de ella es su socio Fernandez Orruño, el cual la adquiere “por
evitar el sonrojo de que se pregonase en la tienda”, por toda ella paga 100 pesos, pues el
resto de la tasación los 9 pesos y 5 tomines, expone se libraría en los costos de almone
da, y que incluso en ésta se podría de dejar de vender algunos bienes por falta de posto
res.
Mientras tanto la familia permanecía en Cádiz, donde había arrendado un huerto en el
sitio del Campo Santo y padeciendo una situación de extrema pobreza, pues hasta ese
momento el esposo no había enviado ningún tipo de socorro, de hecho, conocemos por
declaraciones tanto de ellas —esposa e hijas—, como de testigos, que tuvieron que traba
jar para salir adelante, además de pedir dinero prestado a amigos de su padre para “el
sustento y vestir”, sin embargo, la pobreza llega a tal punto que la esposa es declarada
“pobre de solemnidad”. Pese a ello, el caso de Cristóbal no nos induce a pensar que hubie
se abandonado a la familia, puesto que se observa la intención de volver a reunirse con
ella; las razones de la falta de ayuda económica podrían explicarse en la intención de
invertir el mayor caudal posible en el negocio para así sacar la mayor rentabilidad.
Finalmente y debido a esta situación de miseria, el Fiscal de la Casa de la Contratación
decide tras ingresar el dinero en la caja de Bienes de Difuntos de la Casa de la Contrata
ción, declarar la mitad de la cantidad como bienes gananciales —ya que son adquiridos
por el difunto tras su matrimonio— y a la viuda por su heredera, la otra mitad sería para
sus hijas menores, pero
Siguiendo este mandato, la herencia de las menores sería invertidas en fincas o rentas
seguras dando un 5.5% anual. Así se procede.
Un caso muy parecido al anterior es el de Joseph de Morales47. Joseph tampoco era nat
ural de Cádiz, sino que nace en San Juan del Puerto —Huelva— donde se casa con Jose
pha de Fal y con la que tiene tres hijos —Luis, José y otra hija que no sabemos su nom
bre, aunque si se conoce que ingresa en un convento de Capuchinas—, Y de nuevo se vuel
ve a repetir la historia anterior, ante la situación de penuria en la que viven deciden mar
char hacia Cádiz donde se quedaría la familia, partiendo él en la Flota hacia Nueva Espa
ña en busca de un futuro más esperanzados Una vez en territorio americano se instala
en la ciudad de México donde establece una pulpería. Esta tienda la regentará durante
cinco años, hasta que fallece. Durante los cinco años que reside en México, no hace nin
gún viaje a la Península, sin embargo, a diferencia de Christobal Sierra y Cruz, parece
tener muy presente a su familia. Prueba de ello es una carta que su madre Doña María
Mansa le escribe, y que posteriormente será utilizada por los funcionarios de la Casa de
la Contratación para localizar a los herederos, en dicha misiva la madre le agradece las
distintas cantidades que desde México le ha hecho llegar para socorrerla tanto a ella como
a los demás miembros de la familia. Pero aparte esta carta muestra algo más, pues nos
invita a acceder al mundo de las emociones, de los sentimientos maternanales.
Dice así:
Tras pagar todas las deudas que el difunto tenía en México, además de otros gastos,
ingresa en la Casa de la Contratación por sus bienes la cantidad de 224 pesos, 1 tomin y
11 granos. El siguiente paso será dar con los herederos, los cuales no se conocían y es en
este momento cuando se va a utilizar la carta a la que se ha hecho referencia. Las auto
ridades competentes intentan localizar a la viuda sin resultado; luego, siguiendo la prue
ba de la carta en la que la madre de Joseph le cuenta como una de sus hijas había toma
do los hábitos de la Orden Capuchina, se ordena escribir a las superioras de los conven
tos de la citada Orden de El Puerto de Santa María y de Jerez de la Frontera para pre
guntar por la existencia de una religiosa que se apellidase Morales, pero tampoco hay
suerte. El siguiente y último paso será el de tomar declaraciones a testigos sobre el cono
cimiento del paradero de alguno de sus hijos, de éstas se conoce que el único hijo que
había sobrevivido residía en el Real del Monte de Sonora, así que por medio de un apo
derado se le hace llegar el dinero.
200 La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII 4*
ciudad de México. En esta ciudad pone una tienda de “al por menor”, ubicada bajo el
portal de los mercaderes. De esta tienda se dice que por
De lo que se infiere que Juan Bartolomé, cuya salud era precaria, decidió traspasar la
tienda a dicho alférez por esa cantidad, diez días antes de morir.
Nuestro mercader también llevaba a cabo ciertas “prácticas de préstamo”, pues se
conoce entre otros ejemplos que tenía un reloj empeñado de algún vecino de esa ciudad
por el que le dio 65 pesos.
Tras sufrir un accidente, Bartolomé recae en una enfermedad que padecía desde hacía
años, agravándose ésta, nuestro hombre declara encontrarse “muy dolido y solo”, y es por
ello, por lo que nombra albacea y tenedor de sus bienes a su fiel amigo Mateo Fernandez
Carujo vecino de México “por la confianza que en el tenia depositada”, amigo que le va
a acompañar y cuidar “dándole mucho cariño”, hasta que fallece el 14 de abril de 1744.
Siguiendo el procedimiento habitual, el escribano, el albacea, el alcalde del crimen y el
juez de Corte, se dirigen al lugar donde estaban todos los bienes del finado y comienzan
a inventariarlos. Trabajo que se realizará durante dos días, en sesiones de mañana y tarde.
Entre la ropa de su uso, y objetos personales como eran un fusil y dos espadines guarne
cidos en plata, o el ajuar de su casa: un cuadrito de Nuestra Señora de Guadalupe, seis
sillas, un biombo con seis hojas, dos mesas de madera y una echura de San Joseph de vara
y media de alto con su peana entre otras cosas, aparecen otros artículos que creemos serí
an para venderlos en la tienda, como eran ciertos objetos de plata: un rosario, una caja
de polvos de concha con casquillos de plata, un limpiadientes con cadenilla de plata, un
par de hebillas, un relicario, etc.; otras mercaderías como: piezas de crea de Lyon, varias
varas de crea rascona, de crea de abrigo, cajas de encajes de Lorena, de Flandes, varias
piezas de listón de Génova, de bretaña angosta. También se hallaron varios libros de
cuentas donde se constatan las cantidades que debía y las distintas partidas de géneros
de las que era acreedor. Una vez finalizado el inventario, se procede a la tasación, nom
brándose para la valoración de ciertos objetos a peritos, así para tasar la ropa se elige a
un maestro de sastre, para algunas mercaderías a un comerciante, etc., etc. La tasación
se remonta a 19.782 pesos y 7 reales. Seguidamente se rematan todos los bienes en públi
ca almoneda, obteniéndose la cuantía de 19.875 pesos y 4 reales. Tras pagar todos los
gastos y deudas que dejó Juan Bartolomé, quedan libres para los herederos, sus tres her
manas —pues nuestro hombre estaba soltero—, la suma de 14. 472 pesos y 4 reales de
plata.
202 ♦$* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII *•*
De dicha cantidad se hace tenedor por voluntad del difunto el albacea, el problema
surge cuando éste fallece, dejando a su esposa Doña Lutgarda de Tapia y Beltran, tam
bién vecina de México como su tenerora y albacea. Por este motivo el Juez de Bienes de
Difunto se remite enseguida a ella con el fin de que entregue lo antes posible los bienes
del mercader, lo cual se acepta. Para que la representen la viuda nombra a Don Manuel
de Caravantes, a quien le entrega todo su poder.
Manuel de Caravantes explica al Defensor de los Bienes del Difunto que su poderdan
te no era tenedora de los bienes de Juan Bartolomé, pues su esposo, el albacea de dicho
difunto se los había gastado en otros negocios, por esta razón y con la certera intención
de reponerlos pide que se le alargue el plazo de entrega a seis meses, petición que es acep
tada.
Para responder a la deuda, la viuda del albacea lleva a cabo la venta de unas casas que
poseía en la ciudad de México, situadas en la calle de los Donceles, por las que se le paga
ron 9-500 pesos. Para remunerar el resto, 4.972 pesos, vuelve a pedir que se le dé un
plazo de otros dos meses y se reintegraría con la venta de otros bienes. Sin embargo, el
Defensor de los Bienes de Difuntos se opone a este nuevo aplazamiento por razones que
considera perjudiciales para los herederos, ordenando que se entregue la citada cantidad
en el plazo de tres días bajo pena de embargo. Los cuales se entregan.
Una de las hermanas del difunto envía a su apoderado a México para que éste en su
nombre cobre los caudales que quedaron por muerte de Juan Bartolomé, y a partir de
ahora se inicia un pleito larguísimo por parte de las autoridades españolas contrarias a la
entrega. La negación la argumentan en que Juan Bartolomé pasó a Indias sin licencia,
por ser hijo de padres genoveses. Al final el litigio se soluciona, las autoridades peninsu
lares ordenan entregar la herencia a los herederos de Juan Bartolomé, si bien, una parte
se ingresará en las arcas de la Real Hacienda.
El único mercader que se sitúa en el Virreinato peruano es el malagueño Alonso de
Aragón”, el resto de la historia parece coincidir con las anteriores. Alonso estaba casado
en Antequera con Juana de Valdes y Pacheco con la que tenía una hija también llamada
Juana. Ante la situación de pobreza en la que viven, que parece coincidir con las malas
cosechas de 1708 y las hambrunas del año siguiente”, otra vez se reitera la misma idea
de los anteriores, marchar a Indias en busca de “alivio” para la familia.
Una vez en Indias se asienta en la ciudad de Trujillo, allí, en los portales de la calle del
Arco alquila un local a un presbítero llamado Juan Jacinto González —el cual al parecer
tenía varias accesorias alquiladas a distintas personas— lugar donde establece su tienda y
donde vende género de Castilla, prácticamente eran artículos de mercería, además de
otras mercaderías como espejos, peines y algunas armas como pistolas, escopetas, o espa
das. Ayudándole en su negocio tenía una esclava criolla de veintiséis años”.
Los años van pasando -según declaraciones que hacen los testigos tras la muerte, el
mercader llevaba más de treinta años asentado allí— y las cosas parecen irle bien. Siendo
ya de avanzada edad, y viendo que el negocio era próspero, en una de las cartas que escri
be a su hija Juana, casada en Granada y madre de tres hijos, le anima a que le envíe a
uno de sus nietos para que se haga cargo del negocio, pues él era ya demasiado mayor y
veía acercarse el final de sus días. La respuesta no se hace esperar y pronto llega uno de
sus nietos, Joseph, para ayudar a Alonso en su tienda, pero ocurre algo inesperado y es
que Joseph, una vez en Trujillo decide tomar hábitos, como religioso bethemita y con ese
fin se marcha a Lima* 56 dejando de nuevo solo a su abuelo.
Alonso enferma y fallece a finales de 1738. La noticia de la muerte es conocida pron
to por la hija, por la razón de que un sobrino de su marido vivía en Lima y mantenía con
tacto con Alonso, y es éste el primero en participarle la noticia del fallecimiento a través
de una carta. Hay que señalar como en esta ocasión el procedimiento seguido con los
bienes de este hombre, se hace en ocasiones complicado debido a la falta de escribano
público y real y a la de depositario, situación que pensamos se debe a el momento béli
co que vive nuestro país con Inglaterra, la conocida guerra de la oreja deJekins —1739—.
En la siguiente misiva el sobrino le comunica al tio —marido de Juana— el caudal que
quedó tras rematarse todos los bienes en pública almoneda, además de hacerle saber
como le podían haber entregado un poder a él para así haberse ahorrado gastos:
“.... Thio y muy señor mió querido del alma tengo respondido
antes por varias vias a la favorecida carta que resivi de usted en la
que me ase los encargos por el pariente y suegro de usted Don
Alonso Jiménez de Aragón..... remito ahora la inclusa zertificacion
de haberse remitido a España por el Juzgado de Bienes de Difuntos
la plata que en el habia después de todos los gastos, las que pudie
ran vuestra merced obtener en su poder: se me hubiera escrito y
dado su poder a falta de mi primo y no se hubiera menoscabado el
caudal que quedó, con los gastos e justicia. Y que siempre estuve
en la inteligencia de que estuvieran corridas las diligencias de su
percibimiento para algún apoderado de vuestra merced.
Sin embargo no pierda tiempo (si quiere Dios llegue esta a sus
manos) y acudan a la Contratación de Cádiz donde paran los mil
” Cuando fallece Alonso y se lleva a cabo todo el proceso para reducir todos los bienes a numerario, los tasa
dores exponen que la dicha criolla tenía mas de treinta años además de estar lisiada de una mano, por lo que
se tasa tan sólo en 300 pesos. Esta esclava era madre de tres hijos, los cuales también son tasados, siendo al
final todos rematados -madre e hijos- por 800 pesos en el prior del convento de la Orden de Predicadores
de Trujillo.
56 Sabemos que más tade este nieto se ordena sacerdote y parte para México.
204 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
dozientos treynta pesos tres reales que constan de los autos que
paresen por mi vista, y espresa esa zertificacion y alegrare muy
mucho la una en breve a sus manos para su total alivio el de mi thia
y primos, a cuya obediencia estoi siempre parado que me quisieren
enviar a mandar.... Prevengo a vuestra merced que habiéndome
presentado en el Juzgado de Bienes de Difuntos pidiendo los autos
de esta materia para enterarme me pidieron quarenta pesos, disien
do que costaría de sumo trabajo hallarlos por el tripulis y devalaro
que habia resultado en los legajos y libros del oficio con el temblor
pasado que hubo en esta ciudad; y al fin yo lo compense todo con
la certificación en catorse pesos y dos reales no mas...”
❖ Los intermediarios
57 Como contrapartida este tipo de comercio no estimulaba la producción propia, ni multiplicaba los benefi
cios en forma de inversiones y reinversiones.
58 Carrasco González (1996), pág. 77.
” A.G.I. Contratación. Leg. 983.
Los comerciantes 205
65 En los registros, las exportaciones de papel aparecen contabilizadas en balones . Cada balón hacía 24 res
mas y la resma 20 manos, es decir, 500 pliegos. En García fuentes (1980), pág. 307.
64 A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 6. R° 1.
65 Tampoco pertenecía a un nivel cultural medio, pues como él bien declara en su memoria testamentaria —dic
tada en Veracruz antes de fallecer— no sabía escribir.
66 A.G.I. Contratación. Leg. 582. N° 2. R° 2. Y Leg. 5607.
Los comerciantes 207
objeto de cumplir su encargo, Pedro zarpa en 1711 en la flota del General Don Andrés
de Arrióla, cobrándosele por el pasaje 50 pesos escudos que igualmente le costea su
padre.
Una vez en el Nuevo Mundo se dirige a Zacatecas, donde va a permanecer una serie
de años sin que sepamos el motivo, podríamos pensar que realizaría pequeños negocios,
lo cierto es que cuando su padre fallece en 1722 declara en el testamento que aún no ha
tenido noticias de su hijo. Sobre 1736 Pedro muere en Zacatecas como resultado de una
grave enfermedad que padece, sin dejar ninguna disposición testamentaria. Por sus bien
es quedan 532 pesos dobles y 1 real y medio de plata y por sus herederos los siete sobri
nos, hijos de dos hermanos ya difuntos -pues nuestro hombre era soltero y sus padres ya
había fallecido—.
Mathias Argüellles, residente en Zacatecas y matriculado en comercio, es el encargado
de traer la herencia desde Indias a la Península, obligándose a entregarla directamente a
los herederos —puesto que firma una escritura de obligación-, además de enviar al Juz
gado de Bienes de Difunto de Guadalajara la carta de pago una vez finalizada su misión.
Hay un dato que nos llama la atención, y es que en el auto en sólo una ocasión se indi
ca que la cantidad va corriendo riesgo desde el puerto americano hasta el de Cádiz, sin
embargo, nos cuestionamos la posibilidad de que se traiga el dinero de un difunto, osea
una herencia, corriendo riesgo con el consentimiento del Juez de Bienes de Difuntos.
Pensamos que esto es totalmente ilegal, ya que si se perdía ¿se perdía la herencia?. Sos
pechamos que Mathias Argüelles era un comerciante al que se le encarga traer el dinero
y para ello firma una escritura de obligación, a la vez de firmar una escritura de riesgo
sobre dicha cantidad. Con ese dinero suponemos que bien compraría mercancías que
luego vendería en la Península sacando ciertas ganancias, o bien, llevaría la cantidad en
plata -por tratarse de un hombre que reside en una ciudad argentífera por excelencia- y
una vez aquí, al cambiarla le sacaría por lo menos un 20% de beneficios. La escritura de
riesgo puede que fuese firmada por el albacea del difunto, que era el único que tenía
poder para hacerlo —si bien en este caso no existe ningún tipo de disposición testamen
taria y por consiguiente ningún nombramiento de albacea-, aunque estas escrituras no
aparecen®.
El caso de Manuel de los Ríos y Guzman69 70, es una clara muestra del tipo de comer
ciante que abarca distintas actividades mercantiles, es factor a la vez de cargador.
La factoría es otro tipo de intermediación. El factor tiene un carácter dependiente y su
función es la de comerciar por cuenta de otro, casi siempre de un comerciante al por
69 Este tipo de escrituras de riesgo no aparece en la documentación, se ocultan, si se hacen se localizan en los
archivos particulares, será a mediados del siglo XVIII, por el gran número que se firman, cuando se comien
za a llevar un registro oficial de todas ellas.
70 A.G.I. Contratación. Leg. 673. N°7. R° 3.
Los comerciantes 209
mayor, u hombre de negocio, cumpliendo con las órdenes recibidas, a cambio de una
asignación económica.
Manuel de los Ríos y Guzman es un sanluqueño, vecino de Cádiz, casado con Francis
ca Paula de Carmona con la que tiene seis hijos. Manuel decide marchar a Indias como
factor en la flota del General Diego Fernandez de Santillan, de la que también era car
gador.
Entre los múltiples negocios que tenía en mente practicar destacamos las distintas con
signaciones de mercancías y dinero que llevaba a su cargo —que iban al 4%-; consigna
ciones y encomiendas de vender diferentes mercaderías —sobre todo ropa como camisas,
calzones, armadores, calcetas, almohadas, toallas, servilletas— en México a razón del 3%,
hay que tener en cuenta que estos trabajos suponían para el comerciante muchos gastos,
así por ejemplo, debía buscar un alojamiento en la ciudad mientras realizaba los nego
cios, había que alquilar muías para subir a México o a otras ciudades donde se practica
ra la venta, alquilar almacenes para guardar la mercancía —que a veces permanecía más
tiempo del estipulado esperando mejores condiciones de mercado-, etc., etc.; asimismo
Manuel de los Ríos llevaba encomiendas para cobrar facturas en México -por su cobro
en América se sacaba el 2% y por remitirlo a España el 5%-71; por otro lado, entre los
documentos inventariados aparece un papel que dice deber a un tal Manuel Sánchez 7 5
pesos y 7 reales con el premio del 50%, que pensamos era el interés por un préstamo a
riesgo que debió hacerle a nuestro hombre.
Mientras tanto, en Cádiz permanece su familia en una situación de penuria cada vez
mayor72*. Con el fin de remediarla en lo posible, la esposa pide auxilio económico y para
ello elige a algunos de los amigos de su marido, que en casi todos los casos coinciden en
que son también hombres dedicados al comercio de una u otra forma, por ejemplo Diego
Hureme hombre de negocio de nación flamenca le presta 266 pesos, otros 200 pesos le
son facilitados por un genovés llamado Julio Robereto, dedicado también al negocio, un
mercader de la Calle Nueva” nombrado Juan de Veles le entrega ropa fiada para sus hijos
por valor de 56 pesos escudos de plata, etc., etc. Estas actitudes nos revelan “el padri
nazgo” que existía entre los hombres dedicados a las actividades mercantiles, entre todos
ellos se ayudaban y protegían, actuaciones muy semejantes a las ya se observaron en el
capítulo anterior dedicado a los hombres del mar.
Manuel arriba a Nueva España acompañado de su esclavo negro llamado Juan Balen-
tin —esclavo que había servido a él y a su familia—, parece que al llegar a Veracruz nues
71 íbidem.
2 Sospechamos que la situación de pobreza que vivía la familia podría estar también motivada por la hipoté
tica epidemia de fiebre amarilla que cita Nadal —procedente de una fuente historiográfica— que asola la ciu
dad en 1705. Ver González de Samano (1858), pág. 31.
” Es una de las calles que pertenece al barrio conocido como Ave María, uno de los preferidos por los comer
ciantes. En Bustos Rodríguez (1995), págs. 121 a 131
210 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
tro personaje contrae alguna enfermedad —de las muchas endémicas propias de esta
zona—, y tras dictar testamento declarando su mal estado de salud fallece al día siguien
te, el 22 de diciembre de 1706. Nombra como sus albaceas a los también cargadores y
factores de la Flota, Juan Perez de Cossio y Francisco de los Reyes Torquemada, pasando
consignaciones al segundo consignatario que el comerciante había nombrado.
Tras hacer inventario de todos sus bienes y rematarlos, llegan al puerto de Pasaje74 por
herencia 2.929 pesos escudos y 10 reales de plata, que correspondería parte a la esposa
por bienes gananciales -ya que Francisca de Paula aportó 100 pesos de dote-, y el resto
para sus hijos, aunque su madre quedaría como la tutora y administradora.
Al tener la viuda conocimiento de la feliz llegada de la Flota a puerto español, y ante
la lamentable situación económica en la que se encuentra la familia75, escribe una carta
al albacea de su difunto marido para que lo antes posible le haga llegar la herencia que
quedó por la muerte de su esposo, ésta dice así:
74 Por la situación bélica que se vive, esta flota arriba al puerto guipuzcuano de Pasajes escoltado por una
escuadra de barcos de guerra franceses.
75 Un sector que planteó problemas fue el de las viudas, abundante en una sociedad donde la tasa de morta
lidad masculina era alta. Las posibilidades económicas de éstas eran limitadas pues en el caso de no contar
con bienes familiares o herencia marital, tenían que colocarse en otras tareas subsidiarias. De ahí que apare
cen iniciativas para darle soluciones a este problema. En nuestra ciudad el regidor Diego de Barrios tuvo la
idea de crear una casa para recoger a viudas sin medios, en 1749 Juan Clat Flagela, hombre de negocios, crea
la casa de viudas de San Juan y San Pablo. En Bustos Rodríguez (1991), pág. 117
Los comerciantes 211
familias de los que practicaban estos negocios, pese a ello, se aprecia cierto descuido por
parte de nuestro comerciante.
❖ Vendedores ambulantes
De otra condición son los vendedores ambulantes. Existe gran diferencia entre ellos,
pues se incluyen tanto hombres que tratan con artículos de toda índole, como otros que
comercian sólo con ropas; asimismo, otra diferencia iría en función de lo que sumara el
importe de los bienes de estos comerciantes. Pero si hay algo en común que distingue a
esta tipología del resto son las aventuras y finalmente las desventuras que les sucede a lo
largo de sus vidas, alguna de ellas más digna de una novela que de la vida real. Pero pase
mos a relatar las que bajo nuestro criterio hemos considerado más representativas.
La historia de Esteban Yngran76 nos introduce en este mundo. Soltero y natural de San-
lúcar de Barrameda, lo localizamos comerciando en la zona de Guatemala. La elección de
esta región nos anima a pensar que nuestro vendedor tenía parientes residiendo allí, con
cretamente se cita a un familiar muy cercano, vecino de Santiago de Guatemala, de pro
fesión sargento. Una vez tomada la decisión de marchar al Nuevo Mundo, Esteban se
enfrenta a un grave contratiempo, su penosa situación económica, la falta de medios para
sufragar el viaje, y en esta ocasión es su tía carnal —también vecina de Sanlúcar de Barra
meda— por el cariño que le tiene la que le proporciona el dinero para la travesía. Una vez
en América, se dedica a comerciar entre varios pueblos, acarreando la mercancía a lomos
de muía —transporta mercadería muy variada—, y es en uno de estos viajes cuando tras
intentar cruzar el río de los Naranjos —distante una legua del pueblo de Ayutla, en la pro
vincia de Conusco, Guatemala— cae al agua junto a su yegua, siendo arrastrado por un
remolino. De este accidente nos da noticias la declaración de un criado indio que le acom
pañaba. Dice así:
blo donde fallece Esteban que lleven a cabo el inventario de todos sus bienes y los ven
dan en pública almoneda, enviando seguidamente el resultado del remate a ese Juzgado,
además advierte de que no se pague a ningún acreedor si lo hubiere, sino que se remitan
directamente al Juzgado. Siguiendo lo ordenado se procede hacer inventario de todos los
artículos que llevaba. Paños, cintas, camisas, ropa de la tierra como guruperas, paños de
chocolate, quincallería como tijeras, navajas entre otras cosas son descritas en el inventa
rio. Todo ello es tasado por dos españoles vecino del pueblo cercano y rematado en almo
neda pública en 21 pesos y 3 reales.
Tras ingresar el dinero en la Casa de la Contratación, se buscan los herederos, colgán
dose edictos en la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, de donde nuestro hombre era veci
no. Desconocemos si se llegaron a localizar, pues el auto termina sin facilitar esta infor
mación.
En el caso del lucentino Andres Ruiz Montenegro77 se comprueban unas circunstancias
semejantes al anterior. Pertenecía a una familia de seis hermanos, vecinos todos de los
cortijos de Encinas Ralas y quizás la pobreza que se vivía en esos campos es lo que le hace
pensar en la aventura americana como la única posibilidad de mejorar su estatus, pues
tenemos noticias de que otro hermano, Francisco, también marcha para América,
donde fallece. Andres llega a Indias ocupando un puesto de artillero en la Flota, lo cual
obedece a que siendo sus posibilidades económicas escasas, era la forma más fácil y bara
ta de llegar hasta América. Es el claro ejemplo de esos hombres que se enganchaban en
las tripulaciones de las flotas y una vez llegaban a territorio americano saltaban a tierra
y desertaban.
En el caso que nos ocupa, Andres Ruiz de Montenegro, se va a dedicar a comerciar
como vendedor ambulante por distintos lugares de la provincia de Guatemala. Ejercien
do este trabajo llevaba diez años durante los cuales no regresa ninguna vez a la Penínsu
la, tampoco al parecer tiene interés en saber de su familia, pues no sabía si su padre vivía
o no, tampoco tenía noticias de su hermano Francisco, etc.
En el último de sus viajes, Andres marcha al pueblo de Pitapa, donde concierta a un
ayudante y se hace de provisiones —“tocino y longaniza”— para proseguir rumbo al pue
blo de Tonacatepeque y desde allí a San Martín, pero realizando este camino “le llovio
gran aguasero y dijo sentía mal y al llegar al pueblo...” se alojó en una casa particular
para que le cuidasen y “buscó quien lo sangrara y sacaron mucha sangre hasta hacerse
sajar las piernas,.... ademas de padeser tos seca...”. Ante la gravedad de su estado, redac
ta sus últimas voluntades, y cinco dias después, el 22 de junio de 1702, le acontece la
muerte.
El alcalde del pueblo comunica el fallecimiento al Capitán General, quién ordena se
traslade a la provincia todos los bienes del difunto, y se comience hacer el inventario de
todas las mercadería que llevaba, además de sus ropas y objetos personales. El inventa
rio, ofrece una visión general de todas la mercaderías que un vendedor ambulante en
Indias podría llevar, desde zapatos, mantas, gupiles, medias, calcetas, peines, sombreros,
agujas, salcillos, ... hasta papel.
Tras venderse todo en subasta pública, se saca del remate 918 pesos de plata. Como
herederos de sus bienes quedan los cuatro hermanos vivos, más los hijos de su hermano
Francisco ya difunto, a los que se les otorga dos terceras partes de la herencia, y el tercio
restante siguiendo lo dispuesto en el testamento, se destina para su funeral, misas por su
alma, más donaciones a los conventos de La Merced, Santo Domingo, San Agustín, San
Francisco y El Carmen de Guatemala.
❖ Comerciantes aventureros
Su hija Gabriela, la más pequeña de los tres hijos y única sobreviviente, se nombra
única y universal heredera. Gabriela de estado casada, decide darle un poder a su espo
so, para que en su nombre y como única heredera de su padre, embarque hacia Lima y
allí se presente ante las autoridades y recoja el monto final, en vez de esperar la llegada
por la vía normal y su ingreso en la Casa de la Contratación. Con este fin de que pueda
marchar el esposo y siguiendo lo que establece la ley, solicita se le conceda un permiso de
ausencia. El tema va a ser visto en el Consejo de Indias, y como resultado se emite una
Real Cédula concediéndole al esposo la licencia. El Fiscal añade que el permiso de ausen
tarse no se alargará mas de dos años, que comienzan a correr desde-la fecha en que lle
gue a la citada ciudad de Lima”.
No obstante, para poder marchar hacia Indias tiene que firmar una fianza, la cantidad
que se impone es de 1.000 ducados de plata que en esta ocasión los otorga Don Diego
Rodríguez Picón.
79 Al parecer el marido de Gabriela ocupaba un cargo en la administración real, de ahí que cuando se emite
la Real Cédula el Fiscal declara que ya había satisfecho la cantidad de 1.275 maravedíes en monedas de plata
que tocan al derecho de media annata.
Los comerciantes 215
“.... a quien se obliga a pagar sin pleito, que también hace el viaje
y a quien su poder tuviere derecho........ cuatrosientos y cincuenta
pesos excudos y los mismos que por haverme amistad y vuena obra
me a prestado de dinero de contado antes de otorgar esta escriptu-
ra......... ”,
“........... que en ella van incluso los premios del riesgo que an de
correr según ya expresado que es moderado según corre en el
comercio de esta ciudad de cuia prueba y en los que se convirtieron
le relevo y de una y otra cantidad principal y premios me doi por
entregado a mi voluntad y renuncio sobre su recibo
El riego va coriendo “.... sobre las cajas de la ropa de mi bestir que e de llevar en ella
cuio valor importa mas valor que el de destas scripturas ...”, y comienza a correr “....desde
el dia y hora que dicha nao leve y salga de la baya de esta ciudad a seguir el viaje ... hasta
la que llegue al dicho Portovelo y allí heche su primer ancla y sobre ella se pasen venti-
quatro oras naturales cumplidas.... ”,
Pedro tendrá que pagar “....en aquella ciudad y en su fuero dentro de treinta dias des
pués de pasados los riesgos en peso de a ocho y de a quatro en plata doble colunaria...”.
Sobre 1720 nuestro hombre fallece en San Francisco de Quito por causas desconocidas.
Pero el tema comienza a complicarse cuando el apoderado de Doña Josepha, Don Chris-
tobal de Vara y Varrera también muere. Ante este hecho inafortunado, Doña Josepha
decide entregar su poder a Don Gerónimo Urbaso, vecino de Cádiz que esta presto a salir
en los próximos Galeones para Tierra Firme, con la misión de que se persone en el Juz
gado de Bienes de Difuntos de la ciudad de San Francisco de Quito y reclame los 562
pesos escudos de plata y 4 reales que el difunto Pedro le debía, 112 pesos de préstamo y
el resto de una escritura de riesgo. Una vez en Quito, Gerónimo se presenta ante las
autoridades con los documentos acreditativos, como eran los papeles que certifican esta
deuda, el poder para testar que hizo Christobal de Vara Varrena, donde declara que el
dinero que le entregó a Pedro bajo escritura de riesgo le pertenecía a Josepha Cornelix,
además de presentar una renuncia por parte de los herederos de Christobal a esa canti
dad. De tal manera que con esta petición, y ante la presencia del Defensor del Juzgado
y bajo escritura de fianza que firma el nuevo apoderado se le entrega la cantidad solici
tada “como primer acreedor con mejor derecho a los bienes del difunto”. Sin embargo,
la historia no termina aquí, pues este nuevo apoderado, decide quedarse en Indias sin
entregar a la poderdante la cantidad. Josepha muy consternada ante lo ocurrido toma
medidas, esta vez entrega su poder a Juan Baptista de Arria y Olabarrieta vecino de
Madrid para que presente al Real Consejo de Indias el problema surgido y éste dicte Real
Cédula por la que se obligue a Gerónimo Urbaso a entregar la cantidad a su dueña.
Finalmente se consigue, y por el decreto del 12 de septiembre de 1729 se despacha a los
jueces del Juzgado de Bienes de Difuntos de Quito para que obliguen a Gerónimo de
Urbasa a entregar dicha cantidad, y por ello quedará libre de la fianza que otorgó, enton
ces será Josepha la que tendrá que otorgarla ante los Cónsules de Cádiz por no poder
trasladarse a Quito.
El documento finaliza sin conocer qué ocurrió, pero por los datos que se nos facilita,
podemos imaginar que a pesar de todos los contratiempos, el dinero fue remitido a su
dueña.
Los comerciantes 217
También podía darse el caso del que va en busca de fortuna llevando para negociar la
dote de su esposa, como le pasa a Bartolomé Alejandro Vozmediano81. Bartolomé Ale
jandro es un sevillano, de mediana edad -entre los treinta y los cuarenta-, casado, padre
de dos hijos, al parecer de una familia media desde el punto de vista social, económico y
cultural82*, que decide marchar para Nueva España en busca de fortuna, en el viaje le
acompaña su hijo Christobal. Quizás esta decisión de salir para México junto a su hijo
estuviese motivada por los familiares que ya tenían en dicha ciudad americana, herma
nos, sobrinos, etc., que le animan a partir hacia allá en busca de un golpe de suerte. Para
iniciar su actividad comercial se lleva 22.000 reales de vellón —en alhajas y dinero de con
tado8’- procedentes de la dote que su esposa aportó al matrimonio.
Una vez que llegan a México van a permanecer alrededor de diez años, período en el
que siguen manteniendo relaciones con la familia que quedó en la Península, son nume
rosas las cartas que envían, clara prueba de interés que se opone a las declaraciones
hechas por la esposa sobre la situación en la que viven tanto ella como su hijo Thomas
”.. lamentable y de manifiesto abandono”, que llegó a tal extremo que tuvieron que ser
acogidos en la casa de sus padres “...quienes nos sustentaron en lo que toca a alimentos
de comida y casa........... y en cuanto a lo que toca el bestuario del dicho mi hijo lo hecho
yo vendiendo algunas alajas tocantes a mi dote....”.
De las prácticas comerciales que realizan no se tienen noticias.
El primero en fallecer va a ser Christobal, el hijo, que según afirman testigos murió
muy joven “comido por los caribes”, más tarde el 19 de octubre de 1719 fallece Barto
lomé de “fiebres”. En los días siguientes se procede hacer inventario, tasación por “peri
tos expertos” y remate de los bienes. En total se obtiene de todo la cantidad 456 pesos y
3 tomines.
En esta ocasión a la familia peninsular le llega la noticia de la muerte de Bartolomé
antes de lo normal, por vía extrajudicial, ya que son los amigos de este difunto los que
tras conocer el éxitus informan a sus familiares residentes en México, para que éstos a su
vez lo noticiasen a la familia en la Península y estuviesen prestos en la petición de los
bienes que hubiesen quedado.
Cuando la herencia llega a Cádiz tanto su esposa Ygnacia como su otro hijo Thomas
habían fallecido. Se nombran sucesores a los nietos —dos hijos que Thomas había tenido
con su esposa—, pero cuando les toca cobrar también habían muerto, al igual que su
madre, por lo que como heredera queda María de Casal, una hermanastra de éstos —hija
de la esposa de Thomas en sus primeras nupcias-. Maria cobrará después de todas las
deducciones 219 pesos fuertes y medio real.
Juan Antonio González Valdes84*es otro comerciante aventurero que en esta ocasión
sospechamos utiliza en su tentativa una pequeña cantidad que su tío le proporciona. Juan
Antonio natural de Sevilla, miembro de una familia de cuatro hermanos queda huérfano
de padre desde temprana edad86. Ante la situación de pobreza en la que viven son reco
gidos tanto ellos como su madre Mariana de Rueda, por su tío Francisco Rueda en su casa
sita en la sevillana calle de la Carne. Al cumplir los veinte años y ante el panorama tan
desolador que le ofrecía su ciudad, nuestro hombre decide buscarse la vida en el Nuevo
Mundo, pero al no contar con medios económico, de nuevo, es su tío Francisco quien le
ofrece una pequeña cantidad para poder llegar hasta la ciudad gaditana en donde podría
embarcarse con destino a América. Presumimos que el tío también le entregó alguna otra
cantidad con la que poder negociar.
Una vez en territorio americano Juan Antonio se instala en la ciudad mexicana de
Zacatecas, donde pensamos vive relacionado con el mundo del comercio, actividad que
se infiere por las profesiones de los testigos que declaran sobre su muerte, que eran todos
hombres de comercio, y porque siendo un hombre de escasos recursos logra hacerse de
cierto capital, tras su muerte sus bienes suman el monto de 6.610 pesos y 6 granos.
En Zacatecas va a permanecer trece años hasta el final de sus días, el 26 de mayo de
1727. Durante estos años “ni escribió ni hizo caso de su madre...”, a pesar de ello, en el
poder para testar que dicta, sus últimos pensamientos son para ella, si aún esta viva la
nombra su heredera universal, y si hubiese fallecido todo pasaría a su tío Francisco que
tanto le ayudó, y al Christo de la Humildad de la iglesia del Salvador al que le deja cier
tas joyas.
Como nota a este comerciante habría que señalar que desde el punto de vista econó
mico fue un hombre con suerte, pues en sólo trece años que permanece en Indias logra
el fin para el que marchó a estas tierras.
Al igual que los dos anteriores Manuel López Vique87 también es sevillano, vecino del
barrio de Santiago y que como los otros marcha hacia las Indias a la aventura, en busca
de fortuna, como su hermano Antonio Nicolás. El destino de Manuel era Tierra Firme y
su fin muy parecido al de los anteriores, llevar a cabo prácticas comerciales que le repor
taran ganadas. Para este fin, Manuel lleva una cantidad nada desdeñable, un préstamo
de 8.000 pesos, con el compromiso de devolver la cantidad en un plazo de un año, aña
❖ Dependientes
Existe otro grupo de comerciantes al que se le calificaría de dependientes, pues son per
sonas que trabajan para otros. En esta tipología tenemos a Luis Carrillo89, cajero del Prior
del Consulado de México, el Capitán Don Sebastian Asiburu y Arechaga; y a Francisco
Gerardo de Bangunigui90, ayudante o dependiente de su hermano factor y cargador de la
flota del General Diego Fernandez de Santillan.
88 El Gobernador y Capitán General del Reino de Tierra Firme y los Oficiales de la Real Hacienda ordenan
que se quinte el oro, pagándose por la fundición a razón de 12 reales por cada libra de oro fundido, en total
36 pesos.
89 A.G.I. Contratación. Leg. 5608. N° 2.
90 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 92.
220 4* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
El primero, Luis, era natural de la Villa de Alhurín el Grande —en la actual provincia
de Málaga—, miembro de una familia de seis hermanos decide marchar a Nueva España,
a la ciudad de México donde se avecinda y se emplea como cajero del Prior del Consula
do. Su cometido era el de llevarles las cuentas, recibiendo un sueldo de 700 pesos anua
les, aunque también trabajaba en un almacén que aquel tenía en la ciudad de México en
el cual asistía y vendía.
Luis agravado de una importante enfermedad fallece el 27 de enero de 1739- Seguida
mente al fallecimiento se procede a inventariar todos sus bienes que se reducían a la ropa
y objetos personales, como un rosario engastado en plata, unas hebillas de plata, una
escopeta, un par de pistolas, un sable y poco más. La tasación de todo sumara 221 pesos
y 5 reales, aunque en el remate se logrará alcanzar una cifra algo más elevada, 300 pesos.
Los que se designan como herederos son los seis hermanos -pues los padres ya eran difun
tos—, a pesar de que según declaraciones de testigos acerca de quien era Luis Carrillo,
naturaleza, familia, herederos, etc... exponen como tras fallecer Luis “se presento una que
dijo ser su hija natural, pero no se le tomo en quenta”, ¿por qué?, ¿no se le prestó aten
ción por ser descendiente natural?, ¿o quizás no era cierto y quiso aprovecharse de la
situación?. Lo cierto, es que este tema ya no se menciana en el resto del expediente.
En el arca de Bienes de Difuntos de la Casa de la Contratación se ingresa por herencia
de Luis Carrillo 563 pesos escudos, 2 reales y 5 maravedíes, cantidad que se dividirá en
seis partes91, que correspondería a cada uno de los hermanos o si estos hubiesen fallecido
a sus sucesores.
El otro dependiente es el portuense Francisco Gerardo Bangunigui92, al que ya se hizo
alusión cuando se trató el grupo de los cargadores ya que él era factor y cargador de flota,
sin embargo en esta ocasión va como ayudante de su hermano Juan Miguel, también fac
tor y cargador, y teniendo en cuenta que la catalogación que hacemos de los diferentes
comerciantes se fundamenta en la actividad que en ese momento esta realizando, hay que
incluirlo en el grupo de dependiente.
Francisco Gerardo es un joven, soltero, hijo de Miguel Bangunigui y de Cathalina Van
de For —por el nombre de los padres deducimos que no eran naturales de estos reinos,
posiblemente de Italia y de los Países Bajos respectivamente, ello vuelve a mostrar lo ya
expuesto al principio del capítulo, sobre las personas de diversas nacionalidades que se
asientan en nuestra región—. En esta ocasión se dirige a Nueva España junto a su her
mano Juan Miguel, factor y cargador de dicha flota —con quién vivía y quién lo crió— que
91 Como uno de los hermanos de Luis, llamado Bartolomé, se encontraba ausente en el reino del Perú, sin
conocer su paradero, el Fiscal ordena que la parte que a él le corresponda no se entregue hasta no saber de
él. Pasados dieciseis años y sin tener noticias de Bartolomé, el Fiscal de la Casa de la Contratación manda que
de nuevo se pongan edictos para buscar a los herederos de este hombre, y como tampoco aparece nadie que
tenga derecho, se ordena por parte del Fiscal que se le entregue esa parte a otra de las hermanas del difunto
Luis Carrillo bajo escritura de fianza. Así se hace.
92 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 92.
Los comerciantes 221
en este viaje llevaba gran cantidad de mercancía y varias partidas de pesos consignadas a
su persona. Como factor —dependiente de un comerciante, del que desconocemos su
nombre— su misión era la de colocar todas mercancías consignadas en el mercado mexi
cano, vendiéndolas en las condiciones más ventajosas posibles”. Embarcan en la Flota del
General Diego Fernandez de Santillan*94. Una vez llegan a territorio americano, Juan
Miguel se dirige a la ciudad de México con el objeto de tramitar varios negocios, y Fran
cisco Gerardo queda en Veracruz con el encargo de vender la mercancía que su hermano
le entrega. Desconocemos exactamente lo que le ocurre, parece que sufre un accidente,
pues encontrándose en grave estado de salud, redacta un poder testamentario, que otor
ga a su hermano y en el que declara no recordar el nombre de su padre ni de sus her
manos, antes de terminarlo nuestro hombre fallece el 24 de octubre de 1707.
Tras el éxitus comienza todo el procedimiento, lo primero que se hace es redactar el
inventario. Con tal fin se dirige la autoridad competente a la casa donde se encontraba
el difunto, sita en la calle de San Agustín, domicilio que siempre ocupaban durante sus
estancias en este puerto —la casa contaba con varias salas y bodega, lugares imprescindi
bles para poder albergar todas las mercancías que transportaban-95. En varias de las habi
taciones de la casa y en su bodega se hallan todo tipo de mercancías, sobre todo produc
tos muy andaluces como: barriles de aguardiente —también llevaba dos alambiques —96,
de mistela, de vino blanco, jamones, pellejos de manteca, papadas, matalahúga, aluce
ma; artículos para la escritura como papel blanco y pipas de tinta, tinta espichada, tin
tero; ropa como camisas, casacas, calzones, pañuelos, corbatas, toallas, calcetas, escarpi
nes, servilletas, medias, sombreros, almohadas y fundas de almohadas; algunas armas
como pistolas y espadas; quinquillería como espejitos, abuxetas; un par de libros religio
” En la segunda mitad del siglo XVII, los factores percibían por la realización de esta tarea entre el 7% y el
8%, a la que a veces había que añadirle un 1% u 2% de almacenaje en el caso de que la mercancía perma
neciera en los almacenes a la espera de mejores condiciones del mercado. En Carrasco González, (1996), pág.
76 y 77.
94 Esta flota, como en casi todas las demás, al carecer el Estado de medios económicos, es financiada parte por
el Consulado que era el principal gestor de los préstamos, por otros comerciantes y particulares, y por el
General y Almirante de dicha flota -como ya se comentó en el capítulo III, el servicio más frecuente que éstos
realizaban era el carenar el galeón puesto bajo su mando, lo cual suponía a veces elevadas sumas y una vez
en Indias la Corona pagaría a estos hombres los gastos realizados, es los que se conoce como “libranza de care
na”- , en esta ocasión al carecer el General Diego Fernandez de Santillan de numerario, recibe préstamos a
riesgo y mediante obligaciones simples. En A.H.PC. Protocolos, 2.388. Escritura de préstamo dada en Cádiz
el 11 de febrero de 1706. Son varias las escrituras que aparecen .
” Sospechamos que las casas que estos comerciantes habitaban durante sus estancias en Indias responderían
a una estructura muy similar al prototipo de vivienda que ocupaban los de similar profesión en Cádiz.
96 El aguardiente es el producto resultante de la primera destilación del vino mediante alambiques, aparato
que ya en el siglo XII se conocía. Hasta 1773 se obtenía por procedimientos artesanales, a partir de aquí se
inicia el perfeccionamiento de éstos. Desde el siglo XVI se constata la presencia de estos artilugios en las
haciendas sevillanas e incluso parece probable que el perfeccionamiento de las destilerías estuvo unido a la
presencia de maestros aguardienteros de origen flamencos. En Herrera García, págs. 133 a 154.
222 La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII 4*
sos como “Formación Cristiana” y “Templo Panexirico”97 y dos bolsitas de reliquias; varias
talegas con distintas cantidades de diferentes dueños que todas sumaban mas de 5.000
pesos y un esclavo negro.
Mientras tanto, se envía aviso a través del correo a México98 donde se encontraba Juan
Miguel para comunicarle la defunción de Francisco Gerardo. Juan Miguel, con gran pre
mura, se presenta en Veracruz ante las autoridades competentes y con los certificados
necesarios, demostrando ser suya toda la mercancía que se halla en la casa donde fallece
su hermano, tras cerciorarse las autoridades de que esto era cierto, se suspende todo el
procedimiento, entregándole todos los bienes a Juan Miguel.
Ante la mayoría de los casos descritos, nos detenemos a preguntarnos si ¿verdadera
mente les merecía la pena a estos hombres exponerse a la peligrosidad del viaje, a los con
tagios de los insalubres puertos americanos, etc., etc.?, ¿no era demasiado arriesgado para
los beneficios que se obtenían?, ¿era tanta la pobreza que en sus lugares de origen pade
cían, o tanta la atracción que las Indias ofrecían?. Quizás en estas cuestiones también
estaba la clave del alto número de solteros que hallamos, un 50% de solteros —14 hom
bres-, frente a un 39-28% de casados -11 individuos- y un 10.71% -3 hombres- que
se hallan en un estado de amancebamiento. Estas causas junto a la inestablidad de una
profesión que se vinculaba a la de los mercados y a la situación internacional, los cons
tantes viajes a Indias que imposiblitaban la estabilidad familiar, y quizás a la prioridad
que se le daba a alcanzar una posición económica respecto al matrimonio, sea la razón de
tanta soltería.
Por otro lado, también sospechamos que esta gente además de comerciar con esas par
tidas —en mayor o menor cantidad— y capitales —escasos o cuantiosos— que se constatan
en la documentación, tenían una segunda intención, la de lograr un golpe de suerte que
les reportara algún ingreso extra y conseguir préstamos con los que comprar mercancía
que luego vendería en la Península, llevar alguna misión de la que poder obtener mayo
res beneficios, etc. Es por ello, que cuando zarpan hacia territorio americano, aprovechan
esa oportunidad llevando consigo todo cuanto pueden, dejando a veces a la familia en
una situación lamentable, pues en más de una ocasión ésta tiene que ser socorrida bien
por otros familiares —que incluso a veces es recogida en sus casas-, o por amigos del espo
so, como le ocurre a Francisca Paula de Carmona —esposa de Manuel de los Ríos Guz-
man—99 que es amparada por los amigos de su marido, e incluso hay casos extremos como
97 Todos los libros que se exportaban a Indias tenían que pasar la censura de la Santa Inquisición, diligencia
que se hacía constar a continuación de las relaciones de títulos de las obras que componían una remesa a
Indias. En este caso, son dos obras religiosas lo que indican que pasarían sin ningún tipo de problema. No
obstante, mucho de los libros catalogados como prohibidos pasaron al Nuevo Mundo desde los comienzos de
la colonización por vía ilegal.
98 El viaje desde Veracruz a la ciudad de México se haría en cuatro días y medio el ida y vuelta y se pagaría a
este correo 60 pesos.
99 A.G.I. Contratación. Leg. 673. N° 7. R° 3.
Los comerciantes 223
los de Ana María Gonzales y Ana de Torre, viudas respectivamente de Cristóbal Sierra y
Cruz y Bartolomé Requero100 que son declaradas pobres de solemnidad.
No podemos finalizar este capítulo sin hacer una pequeña mención de todos aquellos
hombres que no dedicándose exclusivamente a las actividades mercantiles, aprovecharon
sus viajes para realizar alguna transacción comercial, destacando sobre todo a los hom
bres del mar, de entre los que sobresale el capitán Juan del Rio101 por las diversas escri
turas de riesgo que llevaba consigo, de diferentes vecinos de Cádiz y de El Puerto de
Santa María, cantidades que todas ellas suman más de 43.000 pesos escudos. Asimismo
llevaba varias partidas de pesos consignadas a su persona.
1. La muerte en sí
Enfermedades, accidentes y en raras ocasiones crímenes, eran los motivos que provo
caban bajas entre nuestros hombres. Muy pocas veces la documentación consultada ofre
ce datos sobre las causas de las defunciones. Lo habitual era, que los expedientes se ini
ciaran dando noticia de la muerte de tal hombre, sin herederos y dando comienzo al pro
ceso.
De los ciento setenta y dos hombres, sólo diecinueve van a fallecer tras sufrir un acci
dente, y cinco son víctimas de asesinatos, mientras que ochenta y tres mueren como con
secuencia de enfermedades. Del resto se desconocen las causas de la muerte.
Los documentos que aportan información a este respecto son los testamentos, las decla
raciones de testigos o autoridades competentes y en muy pocos casos facturas de costos
de médicos, boticas, o cuidadores que se incluyen en los expedientes como gastos que
deben ser remunerados por los bienes dejados. En el caso de que el sujeto dictara su últi
ma disposición, el testador es el que da información de su estado de salud, aunque lo más
frecuente era que simplemente declarase que “...estando enfermo de cuerpo y sano de
mente y en mi entero juicio y entendimiento natural, tal cual Dios fue servido me dar...”,
y en raras ocasiones detallase si sufría una enfermedad o había sido víctima de algún acci
dente.
Sí, encontramos información en el caso de que la persona muriera de repente por cau
sas no naturales, como podía ser un accidente en el desempeño de las labores, caso del
paje, grumete y marinero Juan Joaquín de la Rosa1 2, de Antonio Josef Domínguez’ y de
Juan de Espinar', que tras llegar al Río de la Plata en el navio San Rafael y Santo Domin
go de la Calzada, el superior les ordena tomar un bote junto a otros miembros de la tri
pulación para dirigirse a tierra y alcanzar la orilla, pero la suerte les llega adversa, y un
golpe de mar hace zozobrar la embarcación, cayendo todos los tripulante al agua, per
diendo sus vidas; o cuando son víctimas ocasionadas por naufragios, es el ejemplo de los
que van en el navio llamado San Ignacio, perteneciente a la flota de Nueva España, al
mando del General Don Rodrigo de Torres. La embarcación al cruzar el Canal de las
Bahamas -punto negro de la travesía por ser zona de arrecifes y huracanes- en su torna
viaje, naufraga, perdiendo la vida su capitán y maestre Christobal de Urquijo4 5 además de
otros tripulantes, entre los que destacamos a Antonio Rodríguez6, Sebastian Miguel Mar
tín7 y Phelipe Blas de Pazo8, todos hombres de mar; o sencillamente porque cayesen acci
dentalmente al agua, como le sucede al artillero Andrés Martin de los Reyes9 de la flota
del General Andrés de Arrióla —1711—, que accidentalmente cayó al mar y aunque se le
echó “..... una boya, un gallinero y un bote para recogerlo...pero se ahogo por lo recia
que la brisa venteaba y mucha mar que había...”.
La causa de la muerte del individuo iba en muchas ocasiones en relación a la profesión
que éste ejercía, como se evidencia en los ejemplos expuestos, donde todos los hombres
que mueren ahogados de distinta maneras son hombres de mar; en el caso de aquellos
que se dedicaban al comercio, sobre todo los ambulantes, se observa como algunos
encuentran su fin en los caminos, bien por asaltos de bandidos, asesinatos o enfermeda
des provocadas por el clima. No está de más recordar al mercader Juan Ximenez de
Bohorque10 que se enfrenta a la muerte junto a sus dos compañeros, cuando se dirige por
un paraje conocido con el nombre de Aguas Blancas -en la jurisdicción de Acapulco— con
la intención de comprar mercancías que luego vendería en su tienda. En este lugar son
asaltados por dos ladrones, que les propinan varias puñaladas ocasionándoles la muerte
además de robarles.
Cuando el individuo había sido víctima de un crimen, como le sucede a Juan Ximenez
de Bohorque, la documentación ofrece gran riqueza de datos. Las autoridades encarga
das de llevar a cabo el proceso tomaban declaración a testigos a cerca de cómo habían
ocurrido los hechos. De la muerte del artillero Antonio Ponce11 declaran “...lo mataron
de un trabucazo y diferentes heridas de arma cortante de las quales falleció en un lugar
llamado Asperilla en la jurisdicción de Veracruz...”; del marinero Alonso García12 cuen
tan como tras una discusión con un pardo libre llamado Juan Matheo, éste sacó un puñal
y le asestó varias puñaladas, falleciendo de una de ellas. En la misma línea tenemos otras
muertes violentas, como la del repostero Gregorio Hernández”, quien viajando de un
pueblo a otro por las misiones jesuíticas del Paraguay muere de manos de los indios, o la
de Christobal Vozmediano, hijo del comerciante aventurero Bartolomé Alejandro Voz-
mediano” que es “comido por los caribes”. Sin embargo, cuando las epidemias eran las
que provocaban las defunciones, causa más común de muerte entre nuestros hombres, en
muy raros casos los expedientes dan noticias, lo más que hallamos son testimonios como
el siguiente “murió naturalmente de una enfermedad que contrajo en la ciudad de la
Nueva Veracruz”15.
Puertos como Veracruz o Cartagena, lugares donde arribaba la flota, se convierten en
centros de propagación de epidemias. Clima insalubre, calores tropicales, cientos de clase
de insectos, aguas contaminadas, a lo que había de unir la prohibición que tenían los
hombres que formaban la tripulación de abandonar el barco durante las estancias en el
puerto16, etc., etc., hacían de estas ciudades verdaderos cementerios humanos. Los pro
blemas se agravaban cuando se retrasaba la salida de la flota, las tripulaciones habían de
soportar largas invernadas en los puertos americanos, y era durante esas estancias cuan
do se declaraba las grandes epidemias que causaban estragos entre las tripulaciones de
los navios. Para el siglo XVIII se va produciendo una disminución de las terribles mor
tandades epidémicas. Aparecen Tratados de sanidad, en los que se publican Reglamen
tos basados en la práctica y observación, con el fin de evitar los contagios en los hospita
les. Se comienza a poner en práctica normas higiénicas como separar a los enfermos con
tagiosos de los que no lo son, cambiar el ajuar de las camas cada cierto tiempo, quemar
las ropas de los enfermos contagiosos, evitar los hacinamientos en las salas de los hospi
tales, recibir los cuidados necesarios, etc.17
Siguiendo lo expuesto, se observa como en determinados años del periodo analizado,
1699, 1701 y 1708, aumenta la mortandad en relación a los hombres que componían las
tripulaciones de los buques de la Carrera: 1699 con veinte defunciones, 1701 con once y
1708 con trece, el resto de los fallecimientos se reparten más o menos por igual a lo largo
de los años. Ante estos datos, nos cuestionamos ¿que sucede en estos tres años?, ¿se
declara alguna epidemia? puesto que además coincide con que todas las defunciones se
sitúan en Nueva España, exactamente en Veracruz —a excepción de una en el año 1708
que se localiza en Cuba— , lugar de llegada de la Flota.
Si nos fijamos en los éxitus que se dan en el año 1699, se comprueba que todos se con
centran sobre dos periodos, el primero abarca los meses de junio y julio, a lo largo de los
cuales mueren doce personas, todas pertenecientes a la flota de 1698 a cargo del Gene
ral Juan Baptista de Mascarua, y el segundo período del año abarca los meses de noviem
bre y diciembre con ocho defunciones, todas ellas de tripulantes de la Flota del General
Manuel Velasco y Tejada que zarpa de la Península en 1699'“- Estas coincidencias nos
hicieron pensar que posiblemente pudiera tratarse de un brote epidémico, hecho que así
ocurrió. Las veinte defunciones se atribuyen a un brote epidémico que se declara en este
puerto y que causan grandes bajas en las tripulaciones de ambas Flotas con dos picos más
19. Sería interesante destacar aquí el trágico fin de los hermanos Juan y Pablo
agresivos18
ambos artilleros de la almiranta y capitana de la flota del General Juan Bauptis-
Perez2021
22
ta de Mascarua respectivamente, que nada más arribar a Veracruz enferman de gravedad,
falleciendo ambos, o el del capitán de infantería Ñuño Moría de Villavicencio2' que junto
a algunos soldados que iban bajo sus órdenes en la flota del General Mascarua, como
eran: Christobal Roja, Christobal Perez Ordiales, Joseph Guerrero, Joseph Antonio de la
Peña, entre otros, fallecen en México para este año.
El siguiente año clave es el de 1701, año en que pierden la vida once de nuestros hom
bres, ocho de ellos pertenecientes a la tripulación de los azogues de Fernando Chacón
Medina y Salazar —que zarpa del puerto gaditano en agosto de 1701-, Esta flotilla11 arri
ba al puerto de Veracruz a finales de octubre. Se observa que los ocho tripulantes falle
cen en los meses de noviembre y diciembre, o sea nada más llegar a este puerto, ello viene
a corresponder con las terribles epidemias que se sufren en 1701, hechos a los que hace
alusión el licenciado Juan Antonio de Sala, capellán del hospital de San Juan de Mon-
tesclaro de Veracruz
18 En octubre de 1699 llega a Veracruz la flota del General Manuel Velasco y Tejada, en este puerto ameri
cano viene a coincidir con la del General Baptista de Mascarua que salió en 1698 de la Península y que aún
permanecía allí, pues por dos veces se había suspendido su salida -presencia del enemigo, y espera de pro
tección de la armada de Barlovento a cargo del General Zavala- pasando allí dos invernadas. En el regreso
estuvieron a punto de zarpar juntas en 1700 hacia Europa, pero la valiosa carga que se juntaba con las dos
Flotas y el acecho constante de enemigos, hace que se ordene que regrese primero la del General Mascarua
y posteriormente la del General Velasco y Tejada, esta segunda recalando por el puerto de Vigo.
19 En Lang (1998), pág. 282.
20 A.G.I. Contratación. Leg. 982. Nü 3. R° 10.
21 A.G.I. Contratación. Leg. 466. N° 4. R.°4.
22 Esta “flotilla” como se le suele denominar a los Azogues, pues prácticamente eran como flotas en miniatu
ra, estaba formada por sólo dos embarcaciones.
Los hombres andaluces ante la muerte 231
y el resto, son al igual que los anteriores tres hombres de mar pertenecientes a la flota
de Manuel de Velasco y Tejada.
En 1708 son trece los hombres que van a fallecer. Estas muertes se concentran en los
meses de julio, agosto, septiembre y octubre, pero sobre todo, en el mes de septiembre,
en el que mueren nueve. Era en estas fechas finales del verano y otoño, cuando las epi
demias brotaban en los puertos caribeños. Por otro lado, también coinciden en que a
excepción de uno, todos pertenecen a la flota del General Don Andrés de Pez de 1708.
Aunque lo más común era la muerte por contagio de algunas enfermedades, hubo
otras defunciones que obedecieron a otro tipo de dolencias, como la neumonía que va a
padecer el comerciante Andrés Ruiz de Montenegro24 en uno de sus viajes por pueblos de
Guatemala “...le llovio tal aguasero y dijo sentía mal y al llegar al pueblo busco quien lo
sangrara y sacaron mucha sangre hasta aserse sajar las piernas...”; o la muerte de Josef
Francisco Torres25 capitán de infantería producida por “aogisio”. No se puede dejar de
citar las enfermedades siquiátricas que van a padecer dos de nuestros hombres, el piloto
Pablo Calvo Perez y el grumete Juan de Miranda, llevando a éste último incluso al sui
cidio. Pero veámoslo más detenidamente.
Pablo Calvo Perez26 tras llegar a Veracruz, pierde la cabeza, según declaraciones de sus
compañeros “padese demension”, por ello el General de la Flota, Donjuán Esteban de
Ubilla, ordena ingresarlo en el Hospital de Montesclaro. Transcurridos seis meses, nues
tro hombre recupera la cordura, pero al poco tiempo recae en otra grave enfermedad, y
es en ese momento cuando decide dictar testamento. Teniendo en cuenta el tipo de mal
que anteriormente había padecido, y para certificar que se hallaba en un estado de cor
dura y darle por válida su última disposición, se hace llamar al cirujano de la Flota Don
Pedro de Espejo, doctor en medicina, para que certifique su buen estado mental, decla
rando lo siguiente:
En el caso del segundo, Juan de Miranda27, una crisis de locura le lleva al suicidio. Juan
llega a Buenos Aires en uno de los Registros de 1734. Tras arribar a este puerto y encon
trándose ya enfermo de demencia28, se ordena llevarle a tierra, mientras tanto se le aloja
en un lugar del barco pues hasta ese momento se había comportado de forma pacífica
“tanto en el trato como en la palabra”, sin embargo, al día siguiente y siguiendo los tes
timonio de uno de los testigos:
Cuando los hombres enfermaban necesitaban de un lugar donde poder recibir cuida
dos y atenciones, para ello o bien ingresaban en un hospital, o podían ser atendidos en
casas particulares. El decidirse por una u otra opción iba en la mayoría de los casos en
función del nivel económico del individuo; los cuidados en las casas particulares suponí
an un mayor desembolso monetario que el ingreso en un centro hospitalario, además de
denotar mayor prestigio social.
Con las reformas ilustradas van a ir apareciendo disposiciones tendentes a mejorar la
sanidad e higiene pública, sin embargo, los hospitales van a seguir siendo la última
opción a la que recurrían estos hombres cuando se encontraban enfermos, y no tenían
medios económicos para pagarse unos cuidados. Unido a ello, también existían voces que
iban en contra de los centros hospitalarios para curar y tratar las enfermedades, pues ya
entre los mismos médicos, habían quienes pensaban que “...los hospitales por dentro
están la aflicción y la miseria; el aire esta contagiado de tal manera que las mas simples
enfermedades se convierten en graves...”29.
3” En la bula de Gregorio XIII dada el 28 de abril de 1576 se hace mención de las fundaciones que los her
manos de San Juan de Dios habían hecho en "las diversas Provincias de las Indias del mar Océano”, sin que
se especifiquen el número ni el lugar donde se hallaban. Para 1587 se señalan ya tres hospitales, México, Ciu
dad de Dios y Ciudad de los Reyes en el Perú, aunque se supone que estos hospitales fueron edificados por
los primeros conquistadores, para los españoles que iban a la colonización del Nuevo Mundo. Para 1595, el
rey Felipe II ante la petición de Fray Francisco Hernández que ya había visitado tierras americanas con ante
rioridad, emite una Real Cédula con el fin de que marche este hermano junto a cinco compañeros más, para
hacerse cargo de los hospitales de Cartagena, Nombre de Dios y Panamá. En 1596 arriban al puerto de Car
tagena y se les entrega el hospital que existía con el nombre de Hospital de San Sebastián. En Ortega Láza
ro (1992), págs. XVII y XVIII. A partir de 1777 los contratos se firmaron cada cinco años con objeto de
curar a todos los enfermos militares en las provincias andaluzas. En estos se especificaba el número de camas
contratadas, los alimentos que recibirían, las dietas, la limpieza, medicinas, etc. En Clavijo Clavijo (1950),
pág. 126. En esos contratos periódicos que se firmaban entre la Corona y los Hospitales de la Orden de San
Juan de Dios para la curación de los soldados se estipuló el precio de la estancia. Cada uno de los días que se
pasaba en el hospital en 32 cuartos para la clase de tropa hasta sargento y en 4.5 reales para oficiales. En Pozo
(1917), pág. 29.
11 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N° 3. R° 2.
32 A.G.I. Arribada . Leg. 378.
” A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 2. R° 15.
*' A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 2. R° 11.
234 La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
cruz gravemente enfermo busca refugio y consuelo en la casa de un amigo vecino de esta
ciudad. No podríamos dejar de mencionar a los panaderos Benito Muñoz y Benito de
Paula y Jurado35 socios y dueños a medias de una panadería. Tras enfermar el segundo,
es su socio el que le va a atender y proporcionar cuidados hasta el fin de sus días. Por
supuesto, creo que huelga decir que aquellos que contaban con familiares en la ciudad,
eran éstos los que se hacían cargo del enfermo. Cuando se habla del entorno familiar no
sólo nos referimos a la familia nuclear de padres e hijos, sino a la familia por extenso,
donde cabría también los paisanos y amigos, y dentro de este ámbito son muchos los
hombres que son asistidos por estas personas, por ejemplo el tendero Juan Bartolomé
Restan36 que tras sufrir un accidente declara su albacea Matheo Fernandez Carujo “...dijo
estar muy solo y yo le acompañe y cuide con mucho cariño...”, finalizando sus días en
abril de 1744. En la misma línea se podía citar al grumete Francisco Manuel de Villal-
va37, que yendo en los azogues del Gobernador Francisco Medina Chacón -1701— hacia
Nueva España, cae enfermo en el barco y será su paisano y compañero el maestro de car
pintería Francisco Pinzón el que al arribar a Veracruz declara “lo puse en una casa parti
cular para que lo curaran hasta que falleció...”, corriendo él con todos los gastos que la
dolencia va a ocasionar.
Fuera del entorno familiar, existían mujeres que se empleaban para la atención y cui
dados del enfermo, estas son las que el profesor García-Abásolo llama precursoras de
enfermeras38, y cuya labor era gratificada con un sueldo de 1 peso diario aproximada
mente —para el período estudiado—. A la mujer que atiende al capitán y maestre de nao
Joseph Cabrera”, durante los veintiún días que dura su enfermedad, se le pagan 21 pesos,
uno por día. Estas “enfermeras” no tenían porque ser exclusivamente blancas, también
podían ser pardas; en este sentido no está de más recordar como cuando el artillero Pedro
Rodríguez10 llega muy enfermo al puerto de Cartagena a fines de 1697 desde el de la Tri
nidad, va a ser cuidado por una parda libre llamada Juana, a quién en vez de pagársele
en dinero, se le entrega como remuneración de su trabajo cinco manojos de tabaco y una
camisa.
Los gastos de enfermedad eran a veces demasiado elevados para el status económico
que la mayoría de estos hombres tenían, pues en algunos casos, a la asistencia de las
mujeres había que sumarle gastos de médicos, medicamentos, comidas especiales..., 16
pesos sólo en medicamentos llega a pagar el sevillano Theodoro Parrilla41 durante su mor-
tal enfermedad, y aún mayores son los gastos de medicinas del marinero Pedro Rendón42,
quién tras sufrir una larga y penosa dolencia, fallece en la casa donde residía en Veracruz,
gastando 34 pesos y 4 reales y medio en medicamentos, además de las muchas visitas del
médico a 4 reales de plata cada una, que sumaban el monto de 47 pesos y medio real.
Los males que mayor desembolso supusieron fueron los del maestre Joseph Fernandez de
Villacañas43, quien sufrió una dilatada y grave dolencia. Desglosamos a continuación
todos gastos que produjo dicha enfermedad:
Al barbero por varios sangrados y del tiempo que le curo “los vexigatorios” . . 6 pesos.
Por remedios caseros y varias menudencias en su enfermedad ........................... 5 pesos.
Dos frascos de vino tinto y harina para unos emplastos...................................... 3 pesos.
Lavar la ropa blanca ................................................................................................ 1 peso.
En la manutención del mes de octubre............................................. 12 pesos y 4 reales.
Por las visitas del medico de dos meses ............................................................. 30 pesos.
Por recetas de botica............................................................................................. 30 pesos.
Por una junta que hizo Don Francisco Carmona............................................................ 4pesos.
Por lavar la ropa de su enfermedad .......................................................1 peso y 4 reales.
Por manutención del mes de noviembre............................................................. 15 pesos.
Por manutención del mes de diciembre............................................................. 15 pesos.
Por lavar la ropa blanca .........................................................................................5 reales.
Por lo que le dieron a los señores que le asistieron en dos meses de cama ... 30 pesos.
Por manutención del mes de enero.................................................... 15 pesos y 4 reales.
Por lo que le dio a la mujer que lo cuido dos meses de
cama a razón de dos reales.................................................................. 15 pesos y 4 reales.
Por el tiempo que estuvo en el hospital............................................ 4 pesos y 5 reales.
Los gastos resultaban menos cuantiosos cuando el enfermo era asistido en un hospital,
y aún eran más bajos si se trataba de hospitales contratados con la Orden de San Juan de
Dios, pues los puramente militares eran bastante más caros44. Si el enfermo era militar o
formaba parte de la tripulación los gastos ocasionados por la enfermedad, eran descon
tados del sueldo, cuando el dinero se había anticipado.
Aunque la muerte se concebía como un hecho natural e inevitable para todo ser
viviente, resultaba impactante no sólo por la desaparición física del individuo, sino por
que significaba el paso al más allá, donde habría de pasar el juicio por la vida que se
había llevado. De ello dependía la condenación o salvación, por lo que el rito funerario
resultaría significativo ¿cómo amortajar y sepultar el cuerpo?, ¿qué buenas obras, dona
ciones, limosnas en memoria del difunto, etc., habría que efectuarse?. Por todo ello, los
funerales cobran un lugar destacado en las últimas disposiciones. De los ciento setenta
y dos andaluces que analizamos en el trabajo, sólo treinta y seis van a dictar testamen
to, veinte van a otorgar poder para testar a sus albaceas o algún familiar, añadiéndoles
a la disposición un codicilo seis de ellos, y dieciséis van a hacer unas simples declaracio
nes por escrito —que no llegan a constituir testamento—, con la intención de que sean
declaradas postmortem testamentos nuncupativos. Del resto, no aparece ningún tipo de
disposición, bien porque la muerte le sorprende, o bien, porque no poseen bienes que
legar.
Era costumbre en el hombre de ésta época, dictar testamento antes de emprender un
largo viaje, por los riesgos que suponía, de hecho la ley lo recomendaba. En el supuesto
de que el individuo no hubiese ordenado ningún tipo de disposición y la enfermedad le
aconteciera durante el viaje, se instó a los Generales a velar no sólo por el alivio del cuer
po, sino también del alma4’, de manera que se le exhortara al enfermo a que dispusiera
sus últimas voluntades, puesto que morir sin testamento equivalía a morir dejando cosas
al azar. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, la mayoría de las disposiciones testa
mentarias localizadas en la documentación coinciden en que son redactadas sin antela
ción, sino en los momentos críticos de sus vidas y muy cercanos a la muerte, y por ello
la sinceridad se manifiesta de manera absoluta.
De los treinta y seis testamentos redactados, sólo cuatro son ordenados antes de iniciar
el viaje hacia América. Aunque en algunos casos que seguidamente pasamos a exponer,
el testador le añade a la disposición original algún otro documento46.15
16
15 “Haran se tenga mucho cuidado con los enfermos y los alojaran en el alcázar del navio y señalaran perso
nas que con charidad les asistan, además de los capellanes de los navios a quién por su oficio y profesión
incumbe el cuidar de su curación... y a exhortarlos a que hagan testamento y declaren su hacienda y deu
das..”. En Recopilación., Ley CXXXIII, Título XV, Libro IX. Asimismo, se aconsejaba a los sacerdotes que se
acercaban a visitar a los enfermos que les alentaran a redactar testamento al principio de la enfermedad por
que “aun están despiertos los sentidos y no entorpecidas las potencias...y al contrario sucede, quando se agra
va la enfermedad; de que nacen muchos inconvenientes; olvidanse algunas veces deudas y restituciones....”
En Bosch de Centella (1759), Libro I, Práctica V
16 Véase González Cruz y Lara Rodenas (1991), págs. 227 a 244.
Los hombres andaluces ante la muerte 237
Estas disposiciones solían comenzar casi siempre de la misma manera. Válganos como
ejemplo el encabezamiento del testamento redactado por el factor y cargador de flota
Antonio Castilla47
“...el escribano con una tixeras corta por los extremos que estaba
cosido el testamento serrado de Juan del Rio difunto y quatro sellos
47 A.G.I. Contratación. Leg. 984. N° 2. R° 31. Esta disposición es redactada por el testador en la Península
antes de zarpar hacia Nueva España.
48 A.G.I. Contratación. Leg. 5587. N° 2. R° 4.
49 A.G.I. Escribanía. Leg. 1060 A.
50 Probablemente el testamento fuese cerrado porque el difunto declara tener una hija natural de veinte años
llamada Antonia de Flores, que es vecina de Sevilla, y a la que le había ido entregando diferentes cantidades
para su manutención, y a la que ahora por este testamento le deja “el remanente del quinto de sus Bienes y
hacienda que de el quedaren sacados del funeral, misas y entierro”.
51 A.G.I. Contratación. Leg. 568. N° 6. R° 4.
238 •i* La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVII! «J*
diputado de comercio, además de su amigo y por ello le tenía comunicado no sólo todo
lo tocante a sus negocio, sino también a de la salvación de su alma. El capitán Juan Perez
de Albela56 tras llegar a Veracruz, y sintiéndose al igual que los anteriores muy cercano a
la muerte, entrega su poder a los capitanes Juan Berroa y Miguel Castellano -residentes
en Veracruz, de similar condición social y entorno laboral-, a los que considera de fiar.
Otras veces los otorgantes dan su poder a favor de aquellos que por la situación o empleo
que ocupan son merecedores de toda la confianza. Lo vemos por ejemplo en Thomas
Theran de los Ríos57, Presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, Gobernador y
Capitán General de Nueva Galicia, quién en situación de extrema gravedad entrega su
poder a Don Prudencio de Palacios, Fiscal de la Real Audiencia de México, al Reverendo
Padre Fray Ignacio Navarrete guardián del convento de Santa Barbara, al licenciado Don
Diego Felipe Gomez de Angulo arcediano de la Catedral de la ciudad, al licenciado Juan
Francisco Vergalla canónigo de la Santa Iglesia, al licenciado Miguel Gutierrez cura por
S.M. de Cholula y al capitán Francisco Gonzalez Maldonado, a los que también nombra
como sus albaceas, aunque más tarde conoceremos que todos renuncian al albaceazgo,
excepto el Reverendo padre Fray Ignacio Navarrete y el licenciado Miguel Gutierrez .
En contadas ocasiones se confiere el poder para testar a miembros de la familia como
pudieran ser hermanos, primos, o la propia esposa. No está de más, recordar al trianero
Diego Sánchez Duran58 que llega a Veracruz enrolado en la Flota del General Andres de
Pez y ante la situación de gravedad en la que se halla, otorga poder a su primo Francis
co Sánchez Duran, quién al parecer viaja en la misma Flota, o el también trianero Pedro
Diaz Porrero59, que concede su poder a Doña Juana María Rosa Romero, su mujer, antes
de emprender viaje hacia Nueva España en la Flota del General Andres de Pez, cons
ciente de los peligros que encerraba la travesía que iba a emprender.
No podíamos olvidar a aquellos que ni siquiera tuvieron tiempo de hacerlo o concluir
lo, como le sucedió al sevillano Theodoro Parrilla60, del que sólo sabemos que “llevaba
despachos de comisión al obispo de Guaxaca”, y que sintiéndose muy enfermo, quiso
hacer un poder para testar sobreviniéndole la muerte antes de finalizarlo.
Otro de los documentos de última voluntad que redactaron alguno de estos andaluces
eran los codicilos, que hacían referencia a un testamento anterior, y que casi siempre se
ordenaban para poder aumentar o disminuir los legados u otras disposiciones hechas
anteriormente. Con este fin el marinero chiclanero Pedro Rendon61 redacta un codicilo en
Veracruz al encontrase gravemente enfermo, en el que no sólo ordena sus honras fúne
bres y declara otros bienes que tenía, sino que además dispone que este documento se
68 Frente al esquema dual cielo-tierra, el Purgatorio aparece como un nuevo estado que permite al cristiano
que no murió en paz redimir después de la muerte, penando temporalmente sus pecados. Tal vez su éxito se
debió a que resultaba atractiva la idea de que el fiel no se lo jugaba todo a dos bazas a la hora de la muerte.
Este camino intermedio le facilitaba el salto al ansiado Paraíso. Para la profesora Reder Gadow su desarrollo
tiene lugar a partir del Concilio de Florencia -1459- y su gran expansión en los siglos XVI y XVII. Vovelle
sitúa su difusión a partir del siglo XIV y sobre todo en el XV culminando tras el Concilio de Trento. La pro
fesora de La Pascua continúa indicándonos como la fe en el Purgatorio pareció atravesar unos momentos de
crisis en el siglo XVIII. En Reder Gadow (1986), pág. 122; Vovelle (1985), pág. 35; y De la Pascua Sánchez
(1990), pág. 223. Véase también Le Goff (1989).
“ ’’Tradicionalmente el cuerpo del difunto se envolvía en un lienzo o sudario que solo dejaba ver la cara, las
manos y los pies...”. "Paulatinamente se fue introduciendo la costumbre de amortajar a los difuntos con otro
tipo de indumentaria, pues frente al horror y la miseria del cuerpo característico del siglo XII, la sensibilidad
colectiva se va transformando y el hombre comienza a entrever una posible supervivencia distinta a la tradi
cional, para lo cual necesita prestar una atención al atuendo de su cuerpo difunto”. En Pascua Sánchez (1984),
pág. 114. Reder Gadow (1986), pág. 9
70 La costumbre no sólo de enterrarse con el hábito, sino también de morir con él se confirma en los testa
mentos onubenses del siglo XVII. La introducción del hábito religioso entre los elementos del “bien morir”,
debió ir antes dirigida a esperar con él la llegada de la muerte que a usarlo de mortaja, aunque pronto bastó
sólo el deseo de vestirlo o ser amortajado para ganar la gracia. En Lara Rodenas (2000), Capítulo 8.
Los hombres andaluces ante la muerte 243
las almas del Purgatorio71, o a la popularidad que este santo tenía, pues se le considera
ba como a un segundo Cristo encarnado. El capitán gaditano Juan Berroa72, dicta testa
mento el 15 de mayo de 1708 durante la travesía de Veracruz a la Habana, “a la altura
de los 25o”, al encontrarse gravemente enfermo y creyendo que no llegaría con vida a su
destino, manda en su disposición final
La Orden franciscana había ido adquiriendo gran notoriedad, no sólo entre los secto
res populares, sino también en los más acomodados. Esta era otra causa de la elección,
ya que indicaba un deseo de austeridad, una muestra de espíritu de pobreza que podría
entenderse entre los sectores más adinerados como la búsqueda de moderación que no se
había tenido a lo largo de la vida. En esta línea exponemos un caso muy llamativo, es el
del comerciante Manuel López Vique7’. Manuel es un vecino de Sevilla que pasa a Indias
a practicar sus negocios y las cosas parecen irle bien —teniendo en cuenta el monto de los
bienes que queda tras su muerte-. Estando en Lima, sobre 1735, y presto a salir para
Panamá decide hacer testamento, en esta ocasión además del hábito de San Francisco
también pide el cordón “...que mi cuerpo sea amortajado con el abito y cuerda del Será
fico Padre San Francisco...”.
Manuel contrae alguna enfermedad y es alojado en una casa particular para ser cuida
do, pero agravándose la situación, nuestro hombre ruega que venga un sacerdote y le dé
la extrema unción. El sacerdote que le unge los santos óleos declara “...no se arme escán
dalo pues todavía tiene el alma en la boca, al cabo de un rato espiro...”.
También se solicitan otros hábitos como el de la Orden de San Juan de Dios, o el de
Santo Domingo, pero en una proporción mucho menor. Sebastian Cortes74 es un soldado
cordobés que llega a Veracruz junto a su tío Domingo Martín, en la flota del General
Juan Bauptista de Mascarua. En esta ciudad contrae alguna enfermedad y su tío le aloja
en una casa particular, ofreciéndole todos los cuidados que estaban a su alcance, sin
embargo, en junio de ese año muere. Este joven no hace ningún tipo de disposición tes
tamentaria, pero por deseo expreso de su tío es amortajado con el hábito de la Orden de
San Juan de Dios.
71 Se creía que San Francisco por especial favor de Cristo, podía descender al Purgatorio todos los años el día
de su festividad, el 4 de octubre, hasta que tuviera lugar el fin del mundo, para rescatar las almas de los miem
bros de sus tres Ordenes y de sus devotos y llevarlas al Paraíso. En González Lopo (1989), págs. 271 a 295.
‘2 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 95.
71 A.G.I. Contratación. Leg. 5600.
74 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N3. R° 3-
244 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Por último, hacer mención al comerciante Andrés Ruiz de Montenegro75, quien utiliza
como sudario el hábito de la Orden de Santo Domingo. El porqué de esta elección, pen
samos que obedece a la relación que mantiene con estos frailes momentos antes de su
fallecimiento. A Andrés le sorprende una cruel enfermedad en uno de sus viajes a través
de Guatemala. Con el fin de ser atendido, se hospeda en una casa particular, pero la situa
ción se agrava. Andrés pide ordenar testamento y como expresión de sus devociones
manda venir a dos padres dominicos, a quienes les hace otros encargos relacionados con
la salvación de su alma.
Los testadores que dejan a la determinación de sus albaceas la elección del hábito no
son pocos76 “...mando que quando Su Divina Magestad fuere servido de llevarme de esta
presente vida, mi cuerpo vestido con el abito y manto sea sepultado en la iglesia o cathe
dral que le pareciese a mis albaceas.... ”77. Posiblemente esta decisión no fuese por des
preocupación, sino más bien por una manifestación de confianza de que serían bien aten
didos.
En el caso de que los fallecidos fueran niños, el hábito religioso se cambiaba por otro
tipo de mortaja, especial recuerdo tiene la hija del maestro barbero Bernardo de Ortega
Villanueva78 de trece años de edad, llamada Juana Maria, que tras enfermar fallece en
Jerez de la Frontera, de donde la familia era vecina y “es amortajada de blanco y en las
manos una cruz pequeña y en ellas una palma aderezada con cintas y flores como es cos
tumbre en las donzellas”.
La misa de Réquiem precedía al entierro. Esta ceremonia se convierte en un acto tan
importante que casi todos los testadores coinciden en pedirla en sus disposiciones “y que
el dia de mi entierro, siendo ora de zelebrar y sino al siguiente se me diga una misa de
cuerpo presente ofrendada como es costumbre”.
Para la celebración se colocaba el cuerpo del difunto cerca del altar mayor, sobre una
tarima alta, con los pies dirigidos hacia el sagrario. En las cuatro esquinas se colocaban
cuatro cirios, aumentando a veces el número de velas, hachas, etc., que daba el aspecto
de capilla ardiente.
Este oficio religioso era de gran trascendencia para el cuerpo del difunto, pues como
expone el profesor Chaunú79 significaba la última celebración del misterio de la Eucaris
tía en el que participaba antes de ser inhumado, convirtiéndose en una protección excep
cional. La omisión o el olvido de esta misa, podía ser considerado como signo de muerte
eterna. Esta celebración consistía la mayoría de las veces en una misa cantada sencilla,
como la celebrada por el alma del marinero chiclanero Pedro Rendon80 “cantada y cele
brada como es costumbre”; aunque también podía ser simplemente “rezada” como ocu
rre en la del funeral del grumete sanluqueño Juan Asensio Fernandez81. Otras veces se le
daba un carácter más solemne a la celebración, así, tras fallecer Juan Bartolomé Restan82,
dueño de una tienda en la ciudad de México y con cierto nivel económico se celebra
“...una misa cantada con diácono, vigilia y solemnidad...” en la iglesia del convento de
Nuestro Seráfico Padre San Francisco , para posteriormente proceder a la inhumación de
sus restos en dicha iglesia. En la ceremonia también se hacía la ofrenda del pan y vino,
como se procede en la misa de Réquiem celebrada en la iglesia del convento de San Fran
cisco de la ciudad de Zacatecas por el alma de Juan Antonio González Vades83 al día
siguiente de su fallecimiento “por no dar lugar ...ofrendada con pan, vino y cera...”.
Este oficio religioso, en ocasiones, también se dejaba a la elección de los albaceas, así lo
indica en su testamento —redactado horas antes de fallecer, en Cartagena de Indias el 17
de noviembre de 1738- el maestro de calafate Francisco Díaz84
Una vez que se finalizaba la vigilia, se desfilaba en procesión hasta el lugar de inhu
mación. El cortejo tenía un fundamento religioso “que viene dado por la capacidad que
posee la visión de la muerte de otro para anticipar la propia, y de esta forma asociar soli
dariamente al acompañante en una plegaria general por el difunto”85. La necesidad de los
sufragios y oraciones de las personas que todavía quedaban en este mundo eran tan
importante, que para asegurar la presencia de éstas, los testadores en muchas ocasiones
señalan cuál ha de ser ese acompañamiento en el entierro y funciones.
Se pueden establecer varios niveles en el acompañamiento. Casi siempre éste respondía
al rango social y nivel económico que tuviese el difunto, de manera que hombres de baja
condición social y escasos recursos económicos, que no podían sufragar la presencia de
clérigos, religiosos, etc., se veían acompañados casi exclusivamente por familiares y ami
gos86. Este podía ser el caso del marinero de la capitana de la flota del General Juan Bap
tista de Mascarua, Francisco Ximenez Salgado87 muerto en 1699 en Veracruz tras pade
cer una grave enfermedad, el acompañamiento de su cortejo fúnebre lo componen los
compañeros que a su vez eran paisanos que arriban en la misma Flota. En ocasiones, la
escasez de recursos económicos hace que el mismo testador especifique la humildad del
acompañamiento en el testamento que redacta, Pablo Calvo Perez88* , piloto de uno de los
pataches de la flota a cargo del General Juan Esteban de Ubilla —en Veracruz el 5 de
mayo 1714— dispone que el acompañamiento y todo lo referente a su entierro se haga
“con la maior moderasion que pudieren mis albaseas por la escases de caudal con que me
alio”.
Había excepciones donde el nivel económico y social del testador difería de la clase de
funeral que ordenaba. El ejemplo más representativo es el del Presidente de la Real
Audiencia de Guadalajara, Gobernador y Capitán General de Nueva Galicia y Caballe
ro de la Orden de Santiago Don Thomas Theran de los Ríos85, quien en el poder para tes
tar que ordena en La Puebla de los Angeles —el 22 de mayo de 1728— dos días antes de
fallecer pide
Pese a ello, y teniendo en cuenta todas las mandas religiosas y limosnas que deja dis
puestas en su poder, además de otras que dice tenérselas comunicadas a su confesor en
secreto, sospechamos que esa moderación en la disposición de sus exequias obedecía al
arrepentimiento de algún comportamiento no adecuado al modo de actuar cristiano. En
la misma línea que el Presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, tenemos al comer
ciante intermediario, el sanluqueño Manuel de los Rios y Guzman50. Manuel, a pesar de
“ Con el fin de que aquellos que no tuviesen medios económicos para poder llevar en su cortejo fúnebre reli
giosos, clérigos y pobres que rezarán por su alma, y que nadie quedara desamparado sin estas oraciones que
sirviesen de intercesoras, comienzan a nacer las Cofradías. El objeto de éstas era “ayudar por medio de la ora
ción a los hermanos menos afortunados a alcanzar la salvación de su alma. Y son numerosos los testadores
pertenecientes a la clase social trabajadora de asalariados, comerciantes, artesanos, etc., que se inscriben en
una Cofradía para recibir unas exequias y sepultura por encima de sus posibilidades; para que los hermanos
de la misma asistan con sus plegarias a las ceremonias fúnebres, sirviendo de intercesores terrestres y al mismo
tiempo participar ellos de las rogativas por los hermanos fallecidos”. En Reder Gadow (1986), pág. 116
87 A.G.I. Contratación. Leg. 5585. N° 80.
88 A.G.I. Contratación. Leg. 984. N° 3. R° 2.
85 A.G.I. Contratación. Leg. 5602. N° 4. R° 2.
50 A.G.I. Contratación. Leg. 673. N° 7. R° 3.
Los hombres andaluces ante la muerte 247
minada, como en la petición que hace el calafate portuense Josef Roca'03 en su memoria
testamentaria —hecha en Veracruz el 11 de diciembre de 1701— , para que se le entierre
en la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, quizás ello obedecía a la devoción que Josef
le tenía a esta advocación de la Virgen, aunque por distintos contratiempos conocemos
que finalmente será enterrado en la capilla de Nuestra Señora de la Veracruz. Otras veces
el testador elige un lugar dentro de la iglesia que consideraba que le podría acerca más
a la purificación, como indica el artillero Pedro Rodriguez104 en su disposición testamen
taria —dictada en Cartagena el 20 de octubre de 1697— “...en la nave de Nuestra Señora
del Carmen junto a la pila del agua bendita...” de la iglesia catedral de Cartagena. La cer
canía al agua purificadora, agua que limpiaba todos los pecados y males cometidos
durante la vida, acortaría el tiempo de estancia del alma en el Purgatorio.
Otras de las iglesias que también van a ser solicitadas por nuestros hombres son las
iglesias parroquiales de la Habana, de la Guaira, de Ayutla, de Santiago de los Caballe
ros, de Buenos Aires y de la Trinidad de México, entre otras.
Un grupo también numeroso va a elegir las iglesias conventuales para el reposo de sus
restos. Existe sobre todo una predilección por las iglesias de los conventos franciscanos,
por esta razón se localizan entierros en las iglesias de estos conventos de varias ciudades
americanas, como en la de Zacatecas, México, Panamá, Lima y Veracruz. Incluso, en dos
casos el moribundo elige el lugar exacto donde desea que descanse su cuerpo inerte
“.... junto al altar del Santo Christo que esta en el cruzero de la capilla maior de dicha
iglesia —se trata de la iglesia conventual franciscana de Veracruz— ”, es el sitio que
demanda humildemente el dependiente Don Francisco Gerardo Bangunigui1“ en su
poder para testar, mientras que la capilla de Nuestra Señora de las Soledades del con
vento franciscano de la ciudad de Lima, es la que dispone Francisco Flores106 en el poder
testamentario.
Por otro lado, era frecuente que los fallecidos abintestatos, con escasos recursos econó
micos y sobre todo si eran militares o formaban parte de las tripulaciones de las flotas,
recibiesen sepultura en los cementerios de los hospitales. Entre nuestros hombres el más
utilizado es el de la Orden de San Juan de Dios de Veracruz.
La peor de las situaciones, sin lugar a dudas, era cuando el óbito se producía durante
la travesía, pues el difunto era arrojado a las profundidades del océano, sin apenas nin
gún tipo de pompas, tal como le sucede a al contramaestre Juan Berroa107, que realizan
do el tornaviaje de Veracruz a la Habana se halla gravemente enfermo, hasta el punto
que ordena hacer su testamento ante escribano, disponiendo sobre sus honras fúnebres
“...si muero a bordo del navio, mi cuerpo sea sepultado en el mar como es costumbre...”,
3. Otras disposiciones
La demanda de misas era considerada imprescindible, sin las plegarias de los vivos difí
cilmente se podría salir triunfante del juicio individual ante el Señor, de ahí que además
de la misa de Réquiem o de cuerpo presente, casi todos los testadores solicitasen la cele
bración de misas por el alma.
El número de misas solicitadas iba en función de las posibilidades económicas del otor
gante. Observamos así, desde la posibilidad de celebrar alguna misas por el alma “si
sobrase algo de mis bienes” petición que eleva el grumete Juan Joseph de la Cruz"1 al
capitán de la fragata en su última disposición -a quien nombra por albacea— , hasta, las
ocho mil misas que dispone el Presidente de la Real Audiencia de Guadalajara Thomas
. El mayor números de celebraciones lo van a solicitar sobre todo los
Theran de los Ríos112*
hombres dedicados de alguna manera al comercio. Cuatro mil y tres mil misas rezadas
son las demandadas en sus disposiciones por los comerciantes aventureros Juan Antonio
Rendon115 y Manuel López Vique114 respectivamente. El comerciante ambulante Andrés
Ruiz de Montenegro115 ordena en su testamento —otorgado el 21 de junio de 1702 en San
Salvador- que en los conventos de Santo Domingo, San Agustín, del Carmen, y de Nues
tra Señora de la Merced “...se digan por mi alma mil misas....y se compartan entre dichos
combento que tengo arriba referidos“; y además deja encargado que tras su muerte se
ofreciera un novenario de misas cantadas"6.
La preocupación que latía en esta sociedad por las almas que permanecían en el Pur
gatorio, induce a que en ocasiones el testador además de las misas por su alma, deman
de un número de misas por las ánimas de sus seres más queridos, padres, esposos. En el
testamento que dicta Antonio Cobos116 117 el 1 de mayo de 1747 en Santiago de los Caba
lleros se comprueba este temor “...mando que se digan por mi alma y las de Don Fran
cisco de Cobos y Doña Catharina de Lora mis padres legítimos vezinos de dicha ciudad
de Cordova y demas personas de mi obligacacion quinientas misas resadas”.
Trescientas treinta y ocho misas rezadas son las que ordena celebrar el mercader Juan
Bartolomé Restan"8, en el poder testamentario que redacta en la ciudad de México en
octubre de 1728 —aunque no fallece hasta 1744, año en el que se redacta el testamento
por el albacea—, de las cuales treinta se celebrarían el día de su inhumación119, esto obe
dece fundamentalmente a dos causas: por un lado la cada vez más arriesgada creencia de
un destino eterno resultante del juicio a que todo cristiano es sometido tras la muerte,
por lo que era necesario la mayor intervención posible por medio de las misas, y por otro
lado la desconfianza que se tenía hacia los albaceas. El resto de las celebraciones se ofi
ciarían posteriormente y se repartirían entre los conventos de San Francisco, Santo
Domingo y el colegio de Santiago de la ciudad de México. Esta angustia por la salvación
llega incluso a motivar que algunos hombres sintiéndose gravemente enfermos y muy
cercanos a la muerte ordenasen que aún en vida, se comenzase a celebrar las misas por
su alma, tal es el caso del maestre gaditano Joseph Fernandez de Villacañas120. Joseph va
desempeñando el cargo de maestre de la nao Nuestra Señora del Rosario, San Christobal
y San Antonio en la Flota de 1723, y encontrándose muy enfermo pide al capellán del
navio, el licenciado Donjuán Antonio de León, que se le digan varias misas rezadas por
las que paga 23 pesos, que a su vez pide prestados a un compañero por no disponer en
ese momento de efectivo.
116 Además de la misa rezada, hombres y mujeres del siglo XVIII sentían que era necesario añadir a esta prác
tica la de celebrar otro tipo de mediación más solemnes ante el Juez Supremos: los sufragios cantados. Según
el Doctor Rivas Alvarez este tipo de sufragio no tenía porque implicar que el testador hubiese elegido un tipo
de funeral costoso. En Rivas Alvarez (1986), pág. 195.
A.G.I. Contratación. Leg. 582. N °3. R° 1.
118 A.G.I. Contratación. Leg. 5613. N °3.
119 Estas misas que se celebraban en un corto plazo solían incrementar el precio en medio, uno, o más reales,
debido a que se estaba asegurando su celebración, los clérigos atendían con prontitud aquellas misas que les
reportaban ingresos más elevados. González Cruz (1994), pág. 385.
,M A.G.I. Contratación. Leg. 5587. N° 3. R° 3.
252 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII 4*
Triana, son las que dispone Joseph Cabreras126, maestre y capitán de la flota de 1708 a
cargo del General Andrés de Pez; y cuatrocientas las que manda se digan por su alma el
capitán Felipe de Hoyos Guerrero127, cien en la Habana lugar donde fallece el 7 de enero
de 1710 y el resto donde dispongan sus albaceas.
Teniendo en cuenta la importancia que las oraciones de los vivos tenían para ayudar a
las almas que aún estaban purgando sus penas y que a veces a los hombres la muerte les
sorprendía de repente sin haber ordenado testamento, la iglesia estableció la obligación
de celebrar unos sufragios por sus almas dependiendo de la posición social y económicas
que estos tuvieran. Esta ayuda por el bien del alma del difunto abintestato era costeada
con la quinta parte de sus bienes. En este sentido tenemos dos casos muy particulares,
son los de los gaditanos Josef Sánchez'28 y Thomas Rodríguez129, de ellos conocemos bien
poco, pues sus expedientes arden en el incendio que destruyó la Real Audiencia de Pana
má sobre 1737. Las noticias que nos llegan de ellos son a través de lo que conocían algu
nos funcionarios de la Real Audiencia. Tras enviar el dinero que queda por sus bienes a
la Casa de la Contratación se procede a buscar a los herederos. Durante años se llevan a
cabo varios intentos sin resultado. Ante esta situación, los Señores Presidente y Oidores
de la Casa de la Contratación ordenan que se saque de cada cantidad el quinto que se
destinará al sufragio por sus almas.
Una disposición que aparecía en casi todos los testamentos era las mandas pías for
zosas. Si hasta ahora todas las mandas habían sido voluntariamente ordenadas por el tes
tador, las mandas pías forzosas se comenzaron a considerar como obligatorias por los
legisladores modernos; todo testador debería dejar alguna cantidad para determinadas
obras de caridad1". Se consideró como tales, sobre todo, la limosna a los Santos lugares
de Jerusalén y a la redención de cautivos.
Estas limosnas tenían un fin benéfico y gracias a ellas el Estado atendía a las necesida
des constantes del país por medio de la iglesia, como eran las ya citadas conservación de
los Santos Lugares de Jerusalén y la redención de cautivos.
El donativo que se entregaba para estas mandas era mínimo y según la voluntad del
testador, y sólo por una vez. La cantidad se repartía equitativamente, oscilaba entre 1 real
que Diego Sánchez Duran131 dispone en su poder para testar, medio para las mandas acos
tumbradas y el otro medio para el Santo Sepulcro de Jerusalen; hasta los 10 pesos de a
ocho reales que otorga el comerciante Antonio Cobos1’2 en su testamento “...mando a las
mandas forzosas y acostumbradas diez pesos de a ocho reales de plata a cada uno por una
ves”. Entre otras cantidades que se legan para estas mandas, tenemos los 2 reales que
otorga el comerciante intermediario Juan de Herrera y Montemayor1”, los 8 reales que
dona el piloto Gregorio Cerdeño Monteagudo132 *134, o los 16 que ofrece el piloto Joseph
Cabreras135, todos a repartir por mitad. Aunque hay veces que no se manifiesta específi
camente la cantidad, sino que el testador dispone “lo que es estilo” o “lo que fuera cos
tumbre”136 o incluso la aportación que habían acordado con sus albaceas “la que tengo
comunicada a mi albacea”137.
Hubo veces que a la limosna destinada para la conservación de los Santos Lugares de
Jerusalén, se le añaden otros fines, como los que manifiesta Carlos Guardia138 “...Y a las
mandas forzosas y acostumbradas Casa Santa de Jerusalen y Beatificazion del Benerable
Siervo de Dios Gregorio Lopez mando se de a cada una dos reales con que la aparto de
mis vienes”. En el caso de Alonso Sánchez Diaz Toledano, padre del comerciante inter
mediario portuense Pedro Sánchez Toledano139 otorga su limosna “...y mando las mandas
forzosas y acostumbradas y a los niños de la Cuna para ayuda a su crianza, fue mi volun
tad el mandar les den una vez veinte reales de vellón”140.
Existe otra clase de mandas pías de carácter más espontáneo y concedidas por una
vez, cuyo destino era ayudar a los sectores más necesitados de la sociedad -como pobres,
huérfanos, conventos, etc.—. Esta cláusula religiosa era la respuesta a la práctica de la
caridad, uno de los principios y del modo de actuar cristiano. Todo aquel que durante su
vida había gozado de ciertos bienes, se veía en la obligación de practicar este principio.
De manera, que cuanto mejor era la situación económica de testador, mayor era el núme
ro de mandas que ofrecía: limosnas para pobres, cantidades para dotar a huérfanas, dona
ciones a cofradías y conventos, entre otras. Todas estas acciones no eran más que un
intento de última hora para purificar el dinero, que como lacra pesaba a la hora del jui
cio final.
Dentro de la escatología de la época, los pobres tenían una especial relevancia, los nece
sitados eran los intercesores terrenales privilegiados ante Dios, y las buenas acciones que
con ellos se hiciesen tenían un lugar esencial en la dialéctica de la salvación, de ahí que
dar limosna al pobre o vestir al desnudo serán unas de las mandas caritativas más fre
cuente entre nuestros testadores. En este contexto se entiende la manda hecha por el car
gador Antonio de Castilla141 cuando ordenó “...la ropa de cama y otra que no era de nin
gún probecho se entregue a diferentes pobres por sufragios por el alma...”; o el deseo del
mercader Juan Bartolomé Restan142 de que tras su fallecimiento se repartieran a poder ser
entre pobres vergonzantes y necesitados 418 pesos y 6 maravedíes “por hacer un bien por
mi alma...”. Menor cantidad deja el también comerciante Antonio de Cobos14’ destinado
a los “pobres vergonzantes de Santiago de los Caballeros”, 50 pesos, suma que poste
riormente aumenta por vía de codicilo en 150 pesos más.
Estos legados de caridad en numerosas ocasiones incluían también a otro sector de la
sociedad necesitado: dotar a las doncellas carentes de medios. El maestre y capitán Josep
Cabreras144 dispone en su poder testamentario 1.200 ducados de vellón para dotar a don
cellas pobres naturales de Castilleja de la Cuesta —de donde Joseph era natural—, en dotes
de 50 ducados cada una, y estableciendo un orden de prioridades en la adjudicación.
A veces, los legados de caridad también se hacían extensivos a las comunidades reli
giosas de la zona de donde era natural, o en la que residía el otorgante, el vendedor
ambulante Andrés Ruiz de Montenegro145 dispone en su testamento que 120 pesos sean
repartidos en partes iguales a los conventos de Santo Domingo, San Agustín, del Car
men y de Nuestra Señora de las Mercedes de Guatemala, pues se seguía la pauta de com
portamiento de beneficiar a todos por igual. Por medio de esta limosna se suplicaba a los
miembros de los conventos que intercedieran con sus oraciones ante Dios, para que el
alma alcanzase la salvación eterna. Otras veces, el recuerdo de los santos patrones o espe
ciales devociones de la tierra natal, inclinaba al testador a que lo eligiese como benefi
ciario, otorgando alguna suma. De ahí la donación que hace el capitán sanluqueño Feli
pe de Hoyos Guerrero146 de 250 pesos escudos “al convento del Carmen sito en el con
vento de la Observasia de Sanluncar”.
Resulta llamativa la ofrenda otorgada por el comerciante Manuel de los Ríos Guz-
man147 al “Santisimo de Jalapa”, consistente en dos faroles valorados en ocho pesos cada
uno. Suponemos que la intención era similar a la de todas las demás: la petición al San
tísimo de la ayuda necesaria para la salvación de su alma.
Las cofradías tampoco quedaron fuera de juego, de hecho, algunos de los difuntos per
tenecían a alguna de ellas. De la Orden de los Hermanos Terceros Orden de la Peniten
cia de Sanlúcar de Barrameda era hermano el capitán Juan del Rio148, de la que dice “no
ser digno de pertenecer”. El ser hermano de una de estas cofradías daba ciertos privile
gios a la hora de la muerte, como asegurarse acompañamiento en el funeral. El cortejo
fúnebre de las honras celebradas tras el fallecimiento de Juan estaba compuesto por
miembros de dicha Hermandad, pero de la ciudad de Veracruz, pues suponemos que al
encontrarse enfermo de muerte en esta ciudad americana, comunicaría a la Hermandad
de allí su pertenencia a la de Sanlúcar; de ahí que tras su fallecimiento le acompañan
hasta la sepultura y ofrecen misas a favor de su alma. En esta línea tenemos al sevillano
Juan Antonio González Valdes149150, quien asentado en Zacateca, seguía muy relacionado
con la Archicofradia del Santo Christo de la Humildad de la iglesia del Salvador de Sevi
lla. Este es el motivo, por el que en su poder testamentario dona “...tres marcos -de
plata- y los remite a la ciudad de Sevilla para adorno y obsequio de la Santísima Yma-
gen del Christo de la Humildad y Pasiensia de San Salvador...”, cantidad que será reco
gida por el Mayordomo de dicha Hermandad del arca de Bienes de Difuntos sita en la
Casa de la Contratación.
Tampoco faltaron los que destinaron parte de sus bienes a ofrecer misas y otros sufra
gios por el alma de familiares o persona cercana. En el caso del cordobés Josef Antonio
Ramírez Solano14“, son 260 pesos los que deja para sufragio por el alma de su madre, y
1.500 son los que destina Juan Ruiz Piélago151 a la celebración de misas y demás sufra
gios por las almas de sus hermanos difuntos María y Luis, que fueron enterrados por
limosna. Parecidas connotaciones, aunque con matices de culpabilidad tiene la ofrenda
que dispone el marinero Pedro Rendon152 153. Pedro declara tener unas viñas en su pueblo
natal —Chiclana de la Frontera- valoradas en 300 pesos, una mitad se la deja a su her
mano, pero de la otra mitad, dos partes se utilizarán para decir misas por su alma y la
otra tercera parte “se digan misas por las almas de otras personas a quienes en alguna
manera pueda ser encargo en alguna cosa de que al presente no me acuerdo...”.
Otro tipo de manda o gesto caritativo solicitado entre los testadores fue la manumi
sión hacia los esclavos1”, que bien podía ser completa, o quedar sujeta a una serie de con
diciones. El ejemplo más representativo de la libertad sin trabas es la que le otorga el
capitán Juan Berroa1'” a su esclavo llamado Joseph Antonio, que le acompañaba en este
viaje, al cual “...crio y le tengo gran amor, le concedo la libertad con todas las circuns
tancias que le concede el derecho, como si fuese por escritura autentica ante qualquier
escribano de Su Magestad...”. Esta cláusula testamentaria servía de carta de libertad,
pues así lo indicaba el testador ante escribano. El caso contrario se comprueba en la liber
tad que el comerciante Manuel de los Ríos Guzman155 entrega a su esclavo Juan Valentin
bajo una condición: una vez llegase a los Reinos de Castilla debería de servir a su esposa
e hijos durante seis años, al cabo de los cuales “lo liberto y relevo de todo esclavismo y
servidumbre para que sea libre y como tal y se de su voluntad....otorgue su testamento
y los demas contratos que hazen y otorgan las demas personas libres....”.
De las palabras de esta disposición se infiere cierto grado de afectividad por parte del
señor hacia ese ser privado de libertad, que durante años habitó en la misma casa ocu
pándose de las tareas domésticas y que pasaba a ser un miembro más de la familia. Estos
sentimientos no se identifican en todos los casos, pues a veces los esclavos eran conside
rados una propiedad más, un bien transmisible, como ocurre con la esclava que compra
el capitán Antonio de Ocampo156. En uno de sus viajes a la isla de Santo Domingo, el
capitán de estado casado mantiene una relación con una dominicana llamada Gregoria
López, fruto de la cual nace una niña a la que llaman Juana Antonia y a la que recono
ce legalmente. Antes de emprender nuestro protagonista viaje hacia el continente ame
ricano compra una esclava157, para que sirva a su pareja y a la niña, con la condición de
que dicha Gregoria López no tuviese comunicación con su madre o pariente. Si estas con
diciones no se cumplieran, Antonio dispone que se le retirase la esclava y expulsase de la
casa donde vivía, e incluso si llegara el caso, la esclava se alquilaría utilizando la renta
para el sustento de su hija; y en el caso de que él falleciese, dispone que se reparta la escla
va entre la niña y el postumo del que queda preñada Gregoria.
Un caso que se sale en cierta manera de lo que habitualmente hallamos en este tipo de
cláusulas testamentarias es el del comerciante aventurero Antonio Aguirre158. Al parecer
Antonio compraba y vendía esclavos con fines comerciales, eso sí en pequeñas partidas,
como una mercancía más entre otras con las que comerciaba. Por boca de un testigo
conocemos como nuestro hombre le debía dinero a una mujer llamada Teresa de Padilla,
aconsejándole aquel “que no hacía falta ponerlo en el testamento y que lo mejor era darle
500 pesos para que comprase una negra y que si de Panama quería enviarle otra le cos
taría menos y que con eso se exoneraba de lo que podía deberle”1”.
Pues bien, lo anecdótico del este caso es que este comerciante era dueño de dos negros
Posiblemente esta relación tan especial con dicho negro era el resultado de la ayuda que
Manuel le prestó en una situación crítica, y sigue la declaración de un testigo “...porque
incluso había oido decir que dicho negro le sirvió con tal firmeza que abiendolo cogido y
aprisionado los ingleses se habia escapado y havia ido a buscar y servir al dicho difunto”.
Ahora bien, el que mayor número de mandas religiosas dispone es el Presidente de la
Real Audiencia de Guadalajara Don Thomas Theran de los Ríos'60; generosidad muy rela
cionada con su situación económica. En primer lugar deja varios pesos de oro común para
distintas beatificaciones: dos para los venerables Gregorio López y el Padre Fray Sebas
tian de Aparicio, dos para Fray Francisco Ximenez de Cisnero, dos para Ilustrísimo y
Excelentísimo Don Juan de Palafox y Mendoza y dos para la Madre María de Jesús reli
giosa de velo y coro del convento de la Limpia Concepción Nuestra Señora de la ciudad
mexicana de Los Angeles.
Tampoco olvida a aquellos que le sirvieron durante su vida, teniendo presente a Fran
cisco de Contreras, mozo español que le asistió, y por ello ordena se le entreguen 300
pesos y vestido; a Isabel de la Encarnación que le sirvió y cuido durante su vida y enfer
medad le lega 50 pesos; 100 pesos le deja a Luis Thomas de Fuentes también “en remu
neración por asistido y servido en mucho tiempo y ocasiones”. Especial recuerdo tiene
hacia tres mujeres pobres españolas vecinas de la ciudad de Tepeaca, localidad en la que
en el pasado nuestro hombre ostentó el cargo de alcalde mayor, para ellas dispone 150
pesos, 50 para cada una “por haverle asistido antes y después de estar en la ciudad de
Tepeaca como alcalde Mayor”.
Otro de los legados va destinado a los religiosos, en esta ocasión es el convento de Jesús
María de Guadalajara, para el que aparta de sus bienes 4.000 pesos, dándole poder al
Señor Obispo de esta ciudad para que lo aplique según su parecer. En cierta manera lo
que estaba haciendo no era más que asegurarse oraciones y plegarias por parte de esta
comunidad para alcanzar la salvación.
Una de las mandas pías más llamativas es la que tiene por beneficiarías a
La iglesia y la Corona siempre mostraron gran interés para que los emigrantes y veci
nos de Indias en sus disposiciones testamentarias dejasen parte de lo obtenido con el fin
de evangelizar a los indios, Veitia Linaje16' en su libro EL Norte de la Contratación hace refe
rencia a una Real Cédula dada en Barcelona el 1 de mayo de 1543 con ese fin
(1981).
260 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
De manera que, otra cantidad algo más corta, 20.000 pesos, impone sobre fincas segu
ras, pero en esta ocasión los beneficiarios de los 1.000 pesos de réditos son los indios de
la Provincia de Tepeaca y del Reino de Nueva Galicia, su fin aunque no se especifica en
el poder, posiblemente no era otro que el dedicarlo a la evangelización de los naturales163.
El legado se repartiría por mitad entre los dos lugares y sería el señor obispo de Guada
lajara el encargado de distribuirlo. También para los naturales, pero ya en este caso “si
alcanzase el caudal —pues se ejecutarían siguiendo el orden en que se habían expuesto en
el poder testamentario—”, Thomas ordena que
tigio social1“. Así el monto de las inversiones harían de las capellanías una de las entida
des de crédito más importante de la edad moderna164 165.
Sólo cuatro de nuestros testadores van a fundar capellanías. Este escaso número
demuestra el descenso de fundaciones que se produce a lo largo del siglo XVIII. Ello res
pondía a varias razones tanto espirituales como materiales, entre ellas muchos historia
dores apuntan como las más notables: la laicización de los testamentos; la imposibilidad
desde el punto de vista humano —número de clérigos— capaz de cumplir con las obliga
ciones de la elevada cifra de misas encargadas; el deterioro de las rentas que año tras año
van perdiendo capacidad adquisitiva; la falta de pago de los herederos que olvidan sus
obligaciones; el cambio de concepción del tiempo de los sufragios motivados por la fuer
za que adquiere la idea del juicio particular y la posibilidad de purgar las penas de forma
temporal166.
La imposición de una capellanía era una de las formas que el testador tenía de hacerse
presente y ser recordado en su lugar de origen, en la tierra que tiempo atrás le vio nacer
y crecer y que posteriormente por distintas circunstancias tuvo que abandonar. Sin
embargo, nos sorprende cómo es sólo una la que se ordena fundar en la Península, la del
cordobés Antonio de Cobos167. Las tres restantes son mandadas imponer en Indias, sien
do las más interesante las ordenadas por el Presidente de la Real Audiencia de Guadala
jara Thomas Teran de los Ríos168, pues es el único de los cuatro testadores que manda fun
dar más de una capellanía, dispone cuatro. Recordando lo comentado anteriormente,
observamos que es también este funcionario el que ordena el mayor número de mandas
piadosas, dejando para ello el mayor capital. Lo que nos indica como al igual que muchos
de similar estatus social, quiere hacer de la muerte un momento más de la vida, el últi
mo, al que hay que cargarlo de solemnidad, preparándose para la presencia divina, por
un lado acumulando todo tipo de mandas piadosas, y por otro lado, respecto al resto de
la sociedad, mostrando su rango hasta el final.
Thomas ordena fundar las cuatro capellanías en Indias, destinando para su dotación
16.000 pesos, 4.000 pesos para cada una de ellas, con cien misas “las dos de dichas cape
llanías an de ser para los estudiantes pobres del Reino de Nueva Galicia ....y las otras dos
para los de la provincia de Tepeaca...”. El fin de estas fundaciones sería “...para que a su
titulo se ordenen los estudiantes pobres virtuosos y naturales..”. Respecto a las que
164 Al ser los bienes de la capellanía bienes eclesiásticos estuvieron exentos de pagar tributos hasta 1737. A
partir de este año se mantendrán sin tributar las capellanías de nueva fundación hasta 1817. Escriche, (1874
76), Vol. I., págs. 483 y 484; Anes (1979), pág. 78.
165 González Rodríguez y Pelegrí Pedrosa (1992), Vol, I, págs. 293 a 320.
Estas razones son apuntadas por los autores siguientes: De la Pascua Sánchez (1990), pág. 223; Rodríguez
Vicente (1977), págs. 281 a 289; Reder Gadow (1986), 126 y 127; López, Roberto (1985), págs. 136 a 139;
y Vovelle (1978), pág. 274.
167 A.G.I. Contratación. Leg. 582. N° 3. R° 1.
168 A.G.I. Contratación. Leg. 5602. N° 4. R° 2.
262 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Lo habitual era que la designación del capellán recayese sobre un clérigo que bien fuese
hijo, familiar cercano o persona muy allegada, y en el caso de no existir este pariente se
dotaba a un hermano, sobrino para que tomase los hábitos, nombrándole en estos casos
tanto patrón como capellán de la fundación, o sea, era frecuente reservar el disfrute de la
capellanía a miembros de la familia, formando lo que se conoce como “capellanía colati
va de sangre”, favoreciendo con ello la tendencia a ordenarse para favorecerse de ello y
no por verdadera vocación169. En el caso que nos compete y al no tener nuestro hombre
descendencia170, va a exponer las motivaciones del porqué elige como capellanes a los
hijos de dos capitanes que en el pasado le sirvieron:
de manera que cuando estos falleciesen o tuviesen otro título estas capellanías las servi
rían “...pasen a los demas patricios de Tepeaca, cúmplase asi con lo dispuesto...”.
Como patrono y administrador de las rentas nombra a su albacea, confesor y director
espiritual Miguel Gutiérrez Godines, cura beneficiado por Su Majestad, Juez Eclesiásti
co de la ciudad de San Pedro de Cholula.
También en Indias, pero en otra zona, en la ciudad de Panamá, ordena imponer una
capellanía el comerciante Antonio Aguirre171172. Antonio natural de la villa cordobesa de
Priego, lugar donde residía su esposa e hija, llega a Lima en busca de fortuna y para ello
lleva a cabo diferentes prácticas comerciales, negocios que van a resarcirle económica
mente al final de sus días. Antonio enfermo de una “dolencia que le provocó un acci
dente” en el pasado, dicta tan sólo un poder testamentario y deja comunicado todo lo
referente al descargo de su conciencia a su confesor el religioso Fray Alonso de Bullan de
la Orden de Predicadores, entre las mandas que señalamos está la fundación de una cape
llanía. La fundación estaría dotada por 4.000 pesos escudos, se establecería en el con
vento de San Francisco de la ciudad de Panamá,
el fin para el que se funda dicha capellanía parece que fue tal como le comunicó a fray
Alonso de Bullán para “el descargo de mi conciencia”.
Juan Bartolomé Restan'72 es un jenízaro natural de Cádiz y de padres genoveses, cuya
existencia está marcada por decisiones semejantes al anterior fundador —Antonio Agui
rre—. Siendo joven marcha para la Nueva España estableciéndose en México donde ins
tala una tienda de “al por menor”, las cosas parecen irle bien, pero tras sufrir un grave
accidente decide ordenar un poder para testar —aunque años antes había redactado su
testamento— en donde dispone la imposición de una capellanía. Para ello aparta del quin
to de sus bienes la cantidad de 3-000 pesos escudos, suma que se impondrá “sobre fincas
buenas y seguras.... ”. Respecto a quiénes serían tanto el patrón como el capellán, y el
orden de sucesión de dicha fundación, pues Juan Bartolomé era soltero y sin descenden
cia, dispone lo siguiente:
alta, sita en la Calle del Molino de Viento esquina vuelta a la vendicion de Dios”178, que
producirán un rédito de 30 pesos de 128 cuartos que se utilizarán para la celebración de
misas por su alma. Como patrón y capellán se nombra a Martín de Sirape.
La segunda capellanía es la que Pedro Rendon179 manifiesta en su codicilo. Nuestro
hombre
"... declara que tiene una casa de piedra baja cubierta de teja en
dicha villa de Chiclana, en la calle que llaman del Marques de
Montecorto, con la frente y fondo que le pertenece debajo de lin
dero conozidos que la hubo y heredo del dicho su padre con cargo
de un tribuuto de dos ducados y medios que se pagan en cada un
año de una capellanía de missas rezadas...”.
Podemos afirmar como esas mandas además de ser un acto piadoso, y un medio de
hacerse presente y ser recordado en la tierra de origen, es también una demostración de
un estatus social, o como lo expresa el profesor Gonzáles Sánchez “un derroche de vani
dad en una forma de adecuarse a los cánones de comportamiento de la comunidad donde
se vive”180. Prueba de ello es que ninguno de los que integran este grupo de fundadores
puede catalogarse como hombre de mar, ni dedicados a otros oficios, sino que está cons
tituido por individuos dedicados al comercio y por un alto funcionario; por lo tanto per
sonas con cierta capacidad económica.
Los errores que se habían ido cometiendo durante la vida podían ser paliados median
te una serie de gestos encaminados a demostrar un verdadero arrepentimiento en el
momento del tránsito a la otra vida. El nacimiento del Purgatorio abre la posibilidad de
condena o salvación a la voluntad de los creyentes, de ahí que una ceremonia fúnebre
digna y la realización de determinadas mandas pías proporcionaran al difunto la última
178 Juana Moyano declara sobre esta casa que cuando su marido enfermó no tuvo más remedio que gravarla
a dos censos redimibles uno de 3.200 pesos y el otro de 33-040 reales de vellón, de los que otorgaron dos
escrituras, “...para subvenir a mis estrecheces y manutención de mi dilatada familia...declaro que de los pro
cedido de los dos censos impuestos últimamente sobre la expresada casa de mi habitación que hacen dos una
alta y otra baxa en el barrio de la bendición de Dios, calle de este nombre y del Molino, después de satisfe
chos los empeños urgentes que me afligían y a mi casa y familia, puse en poder de Carlos Antonio Dangla-
da de este vecindario y comercio 1.200 pesos a el premio de medio por ciento el mes para ayuda a manu
tención de mi familia, de que me firmo pagare....asimismo puse 500 pesos para custodia y resguardo sin Ínte
res ni premio alguno en poder de Don Guillermo Marín igualmente de este vecindario y comercio a fin de
que me los vaya entregando a cien pesos cada mes para mi manutención y del citado mi marido hijos y fami
lia......y después continuare gastando los 1.200 pesos que tengo puesto a el medio por ciento a el mes en
poder del expresado Carlos Antonio Danglada...”
179 A.G.I. Contratación. Leg. 5588. N° 2. R° 1.
González Sánchez (1995), pág. 149-
266 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
oportunidad para subsanar todo el mal hecho y alcanzar la gloria. Así se les enseñó a los
hombres el arte del “bien morir”.
En este apartado vamos a intentar conocer los costos de los funerales y mandas pías.
Las fuentes utilizadas son las cuentas de los diferentes gastos que se presentan al Juez de
Bienes de Difuntos o al que realiza las funciones en ese momento, para deducirla de la
cantidad total de la herencia. En ocasiones, se pormenorizan los diferentes gastos lleva
dos a cabo en las honras fúnebres y otras mandas de un difunto, acompañamiento, cera,
misa de Réquiem, sepultura, paños negros, etc., aunque a veces sólo se limitan a dar el
monto global del coste de las exequias. Otra fuente que nos aporta información a este
respecto son los propios testamentos, en los cuales los otorgantes indican la cantidad a
destinar en su funeral y otras mandas.
Por muy modestos que fueran los gastos de entierro, para aquellos de escasos recursos
económicos los costos de las honras fúnebres, misas y demás significaron una merma con
siderable del capital antes de ser repatriado. Estos dependían del número de clérigos que
asistían al sepelio, del tipo y lugar de sepultura, de los componentes del cortejo, del
número de misas, etc., elevándose ya los costos si disponían otro tipo de mandas como
limosnas a pobres, indios, huérfanos, conventos, para dotar doncellas, etc., o fundaciones
de capellanías.
Por otro lado, si los hombres morían abintestatos, se ordenaba que parte de sus bien
es, que vendría a ser más o menos la quinta parte181, de ahí el nombre de “quinto del
alma” se destinase al sufragio de su alma, entierro, funeral y mandas pías. Valga el ejem
plo del sevillano Diego de Castro182, quién tras fallecer en Novita —Santa Fe— sin dispo
sición, las autoridades ordenan se “desfalque el quinto” de los bienes que dejó, aunque
aclaran que por ser los herederos sus hijos “no hace falta desfalcar el quinto completo”,
de manera que se separan 30 pesos de 128 cuartos de los 403 pesos de a ocho reales de
plata que quedaron.
Las cantidades que destinan nuestros protagonistas a estas ceremonias eran muy dife
rentes, pues no sólo dependía del grupo social al que pertenecían sino también de la
situación económica que tuviesen18*, desmintiendo el tópico democrático de la guadaña
que iguala la muerte y haciéndose patente las desigualdades económicas de la vida. Ello
explica que entre nuestros hombres hallemos cantidades que oscilan desde los 4 pesos
que emplea el artillero Sebastian de Medrano y Olivera184 en su “sepultura y su rompi
miento”, hasta un total de 9.000 pesos que se gastan en los funerales y realización de las
181 Respecto a la cantidad que debía de emplearse siempre hubo cierta incertidumbre, Solórzano de Pereira
(1736-1739) dice que se deje al arbitrio del Juez de Bienes de Difuntos la cantidad que se invierta.
182 A.G.I. Contratación. Leg. 5611. N° 5.
La iglesia sería al final la que salía más beneficiada de estos gastos. Aries (1982), pág. 54.
184 A.G.I. Contratación. Leg. 982. N° 3. R° 6.
Los hombres andaluces ante la muerte 267
mandas pías del Presidente de la Real Audiencia de Guadalajara Don Thomas Theran de
los Ríos185, el cual a pesar de pedir “...un entierro con la maior humildad...sin fausto
pompa ni vanidad...”, la celebración de sus exequias se realizan
Por otro lado, había que tener presente que estas ceremonias proporcionaban al difun
to la última oportunidad para dejar constancia del status que mantuvo en vida, al
mismo tiempo que era una ocasión para que sus parientes más cercanos manifestasen su
poder económico y prestigio social ante los miembros de la comunidad, de ahí la afir
mación del profesor Santaló “la jerarquización de las relaciones sociales del vivir se
extienden casi sin censura al morir”186. Respecto a los costos en sí que se pagarían al con
vento por el entierro y funeral, el licenciado Miguel Gutiérrez, uno de los albaceas de
Don Thomas expone
Hay que tener en cuenta que existieron grandes diferencias entre las cantidades gasta
das por los distintos sectores socioeconómicos de la sociedad, ello no trae implícito que
los grupos más pudientes destinasen mayor cantidad de pesos en relación a su capital
total que los menos adinerados. En el caso que nos toca, son los hombres dedicados al
comercio los que mayores fortunas logran reunir al final de sus días, y en contrapartida
son también los que menor cantidad de dinero en relación a la herencia final invierten en
sus funerales y mandas pías. Valga los ejemplos del cargador Antonio de Castilla187, a
quien tras su muerte en la Ciudad de México se le atribuye un capital final de 5.263 pesos
y 3 reales, además de poseer una casa en la ciudad de Cádiz —del capital cierta cantidad
se destinará a pagar deudores, al igual que parte de la casa se utilizará para saldar unas
deudas que tenía pendiente—. Pues bien, la cantidad que se destina a pagar su funeral,
siguiendo su deseo de que fuese el entierro de “medias onras”, es de 156 pesos y 6 rea
les, el 2,9 % de su capital, que se distribuyen de la siguiente manera:
Una misa rezada...................................................................................... 2 reales de plata.
Por la asistencia de los colegiales del Real Colegio de San Juan de
Letrán entierro y responso .................................................................. 12 pesos y 4 reales.
Gastos de la cera que se consumió en el entierro............................. 10 pesos y 3 reales.
Gastos de entierro............................................................................. 133 pesos y 7 reales.
O el mercader Alonso de Aragón1““ cuyo albacea dispone se lleve a cabo un funeral con
“todas las exequias de entierro mayor” en el que se gastan 202 pesos y 4 reales, que se
deducirán de los 1.952 pesos y 3 reales que quedan como herencia final. O sea se gasta
el 10,34% del capital total a repatriar. Desglosado de la siguiente manera:
Derechos parroquiales de cruz doble a las horas acostumbradas,
dos acompañados mayores, capa y tres posas, misa a honras con
diácono y dos vigilias y la sepultura, que todo suman .................... 97 pesos y 5 reales.
Gastos de cera de velar el cuerpo, la de manos del entierro y la
merma de entierro y honras según la cuenta de merma y alquileres
que hizo el mayordomo de las ánimas............................................... 61 pesos y 4 reales.
Por la mortaja de San Francisco se le pago al Reverendo guardián
del convento de San Francisco ........................................................... 13 pesos y 4 reales.
A maestro de capilla por la música del entierro y honra .................................. 12 pesos.
Por el cajón donde se enterró ............................................................................. 14 pesos.
A los peones que asistieron a la función se le pago.............................. 4 pesos y 1 real.
El que mayor cantidad de pesos empleará en su funeral y demás mandas es el merca
der Juan Bartolomé Restan189, quien invierte en su funeral, misas y otras mandas 1.274
pesos, el 10,55% de los 12.070 pesos de plata fuerte, 7 reales y 8 maravedíes que que
dan tras su fallecimiento:
Asistencia de la capilla al entierro y misas ........................................................ 40 pesos.
A la sacristía del convento grande del Seráfico Padre San Francisco de México por los
gastos de consumo de cera que se hizo en dicho convento, en el funeral y entierro de este
difunto distribuido de la siguiente forma:
Por el consumo de cera, pagar a los mozos de la sacristía, tumba, sepultura,
y otro necesarios.................................................................................................... 98 pesos.
Limosna a la sacristía por el cuidado y trabajo de dicho difunto...................... 52 pesos.
Mandas forzosas .................................................................................. 3 pesos y 4 reales.
Entierro.............................................................................................................. 300 pesos.
Por 30 misas que se hicieron a la hora del entierro........................................... 30 pesos.
Impresión de trescientos papeles, lo que se le pago al que lo
repartió y la cera del cura.................................................................... 13 pesos y 2 reales.
Por el entierro que se hizo en la iglesia de San Francisco, con cura,
sacristanes y veinticuatro acompañantes, dos misas cantadas con sus
vigilias y ofrendas y por la asistencia de los pobres del Santísimo
sacramento al entierro ....................................................................... 105 pesos y 1 real.
Por incorporar y asentar hermano en la Archicofradía al difunto . . 12 pesos y 4 reales.
De limosna al sacristán...........................................................................................4 pesos.
Por la asistencia de los hermanos de la casa de la Archicofradía con
el padre capellán al entierro................................................................. 4 pesos y 4 reales.
Por 353 misas aplicadas por el alma del difunto........................................... 353 pesos.
Por la limosna repartida a varios pobres vergonzantes.....................418 pesos 6 reales.
Por el importe de los lutos y alquiler de borlones para llevar el
cuerpo y para el entierro....................................................................... 56 pesos y 1 real.
Por un responso por el alma del difunto que le hacen la comunidad
de San Agustín de México.................................................................. 12 pesos y 4 reales.
Por un responso por el alma del difunto que canta la comunidad
de Santo Domingo en el convento de San Francisco......................... 12 pesos y 4 reales.
Por un responso por el alma del difunto ........................................... 12 pesos y 4 reales.
Por un responso por el alma del difunto que canta la comunidad
de San Diego en el convento de San Diego...................................... 12 pesos y 4 reales.
A la capilla ........................................................................................................... 10 pesos.
A la Santísima Trinidad.......................................................................16 pesos y 4 reales.
A los cargadores.......................................................................................1 peso y 6 reales.
A la moza para velar y los que velaron .................................................................. 1 peso.
Al Padre que le ayudo hasta las nueve .................................................................. 1 peso.
De la licencia del Arzobispado................................................................ 1 pesos y 4 reales.
270 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
A estos gastos habría que añadirle los que trae consigo la capellanía que ordena fundar
en México.
Siguiendo la idea que estamos exponiendo, se observa como los individuos pertene
cientes a sectores sociales más bajos y de menor nivel económico son los que destinan
mayores cantidades a su funeral y otros legados. Es el caso, por ejemplo del marinero
Pedro Francisco Palomino190, que tras su muerte en 1727 queda por sus bienes 205 pesos
y 8 reales de plata, de los que emplea para su funeral y mandas 74 pesos, que viene a ser
el 35,9% del monto final; o del soldado mosquetero Christobal Perez de Ordiales191 que
quedando por sus bienes la soldada devengada que alcanza el importe de 45 pesos y 2
reales, invierte en su funeral el 8,8 %, un total de 4 pesos.
Unos pesos más destina el cocinero de registro Antonio de Vargas192. Antonio es un
esclavo de raza negra que va ejerciendo dicho oficio en esta embarcación, tras fallecer en
el puerto de Buenos Aires víctima de una enfermedad, quedan por sus bienes 254 pesos
de los cuales 37 van a se empleados en su entierro, el 14,5%:
Por la mortaja , paño negro y cera.......................................................................15 pesos.
Por los derechos de parroquia y entierro............................................................. 22 pesos.
Respecto a los datos obtenidos, podemos establecer cierta similitud con otros estudios
hechos para difuntos del Cádiz de finales del Siglo XVII a principio del XIX, la Sevilla
del XVIII o el Perú del XVI y XVII19’, en el sentido de que son aquellos hombres perte
necientes a los grupos socioeconómico de mayor capital los que invierten menos en estos
fines —calculando estos porcentajes, respecto al monto final-.
Como caso anecdótico que nos muestra el sentir de la época en lo referente al aporte
de la mayor cantidad de dinero posible en el funeral, como seguro del más allá, habría
que citar el del artillero sanluqueño Alonso Gallardo194, en cuyo entierro se gastan 6
pesos, según su albacea Francisco Bollardo, cantidad superior a los bienes que deja, pues
como él dice parte de los gastos tuvo que sufragarlos él por el motivo que se expone
“pide esa demasía que hubiere habido en los gastos del entierro y
demostró un arancel antiguo por donde se liberaba —se cobraba— y
expreso que el nuevo habia padecido corrucion con el tiempo como
otros muchos papeles, y asi regulada por el antiguo exivio 45 pesos
con una cadenilla de oro de china y relicario de plata que era el
exceso..”.
En relación a la cuantía de los desembolsos que realizan nuestros andaluces, los que
ocasionan mayores gastos son las misas y los funerales. La misa era una de las peticiones
más solicitada por estos hombres, el precio de la misa variaba según el lugar y el momen
to, de ahí que en la Península, en la población de Sanlúcar de Barrameda hallamos misas
por las que se paga desde 2 reales de vellón en 1719, hasta los 8 reales de plata que se
cobran en 1727; 2 reales de plata se llega a pagar en Veracruz por una misa a fines del
siglo XVII -1699-, años más tarde -1708- en la iglesia parroquial de la misma ciudad
se cobra 6 reales por una misa rezada198.
A pesar de haber elegido un ámbito tan amplio como América Latina, Nueva España
se presenta como la zona que mayor atracción ejercía en un porcentaje elevado de estos
hombres por ser el ’’Virreinato estrella”. Localizamos a una gran mayoría en este área
sobre todo en la ciudad de Veracruz. Ello obedece a que se trata de hombres de mar, con
oficios y profesiones relacionados con ese ámbito laboral, y ser dicha ciudad lugar de arri
bada de la flota. Otro grupo destacable de estos andaluces se halla disperso por toda la
geografía americana, resaltando Cartagena y Buenos Aires por la misma razón que la
anterior.
El número de solteros es algo mayor que el de casados. Ello se explica en parte por la
edad a la que anteriormente se aludió. Existe un grupo de hombres jóvenes que aún no
estaba en edad de contraer matrimonio, además de por el tipo de profesión que la mayor
parte de ellos ejercía, relacionada con el mar. Dicha actividad les haría permanecer
embarcados durante largos períodos lejos de sus hogares, lo cual les limitaba la probabi
lidad de formar una familia y echar raíces. Algo parecido les ocurría a los que se dedica
ban a actividades mercantiles, debido a los constantes viajes que realizaban a Indias,
junto a la inestabilidad de una profesión vinculada a la de los mercados y a la situación
internacional. Por otro lado, nos hemos topado con un corto número de hombres que en
su estado de soltería mantienen relaciones con mujeres con las que incluso llegan a tener
descendencia. Asimismo hemos localizado un pequeño grupo de viudos, la mayoría de
avanzada edad.
Todos aparecen como hijos legítimos a excepción de uno que es recogido del hospital
de niños expósitos y prohijado por un matrimonio malagueño. No son muchos los indi
viduos de los que se conocen las familias a las que pertenecían, pero a grosso modo pode
mos exponer que eran familias nucleares medias, y en muy pocos casos aparecen familias
numerosas. Asimismo tampoco es prolija la descendencia de estos andaluces. Existe una
contradicción entre los datos aquí aportados y los estudios hechos sobre la cuantificación
de los miembros que componían los núcleos familiares del siglo XVIII, ya que el com
portamiento habitual de los matrimonios durante esta centuria fue el de tener más de
cuatro hijos durante su vida fértil, aumentando la cifra en etapas de prosperidad econó
mica, mientras que nosotros hallamos cifras inferiores para un gran número de ellos. El
resultado pensamos que obedece al tipo de empleo que la mayoría de ellos se dedicaba,
los relacionados con el mar, con la Flota de Indias y que implicaban largas estancias fuera
de sus hogares, lejos de la familia, lo que imposibilitaría la concepción de hijos. A ello se
sumaría los constantes peligros y enfermedades a los que estaban expuestos en el mar y
en los puertos americanos que sesgaban sus vidas en edades tempranas.
La existencia de hijos naturales es difícil de conocer, pues casi siempre se ocultaba. Los
casos señalados son aquellos que se exponen en las disposiciones testamentarias, o son
declarados por testigos. Aseveramos que son pocos los que tuvieron hijos fuera del marco
matrimonial o en estado de soltería.
278 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Más de la mitad de estos andaluces son de origen humilde o medio, son los inscritos en
las tripulaciones de las embarcaciones, hombres que realizaban pequeñas prácticas
comerciales, artesanos, etc., el resto de los individuos se distribuían en todos los demás
niveles sociales, situándose el menor número de ellos en los niveles superiores.
El nivel cultural se equipara al tono general deprimido de las últimas décadas del siglo
XVII y primeras del XVIII, constatándose un cierto progreso tras la guerra de Sucesión.
Comprobamos que el porcentaje de los alfabetos es algo más elevado que el de los anal
fabetos, lo que interpretamos pudiera deberse a que un gran número de estos hombres
eran naturales o vecinos de la capital y extrarradio gaditano, ciudad que avanzada la cen
turia comienza a dar muestras de progreso cultural.
Las fortunas que estos hombres dejan oficialmente y llegan a la Casa de la Contrata
ción, en la mayoría de los casos, son escasas. Se observa una significativa relación entre
el volumen de bienes con la categoría profesional, de tal manera que son los mareantes
los que presentan menor volumen, lo que demuestra que la vida que llevaban —además
de ser dura— era tan precaria como la que se vivía en el Viejo Mundo, y que hacer las Amé-
ricas, salvo en contadas ocasiones, era una meta no alcanzada. Por el contrario las que
mayor volumen ofrecen corresponde a los hombres dedicados al comercio, o otras activi
dades y funcionarios, aportando los máximos inventariados.
En muy pocos casos difiere el nivel económico de la condición social, lo que evidencian
que fueron muy pocos los que lograron conseguir ese golpe de suerte y fortuna que la tie
rra natal no les ofrecía y que comúnmente estaba relacionado con alguna actividad mer
cantil.
A modo de conclusión, América les ofreció a un porcentaje muy elevado de nuestros
andaluces un medio de vida como pudiera ser cualquier otra forma de subsistencia en la
Península, pero además las Indias les brindó la posibilidad de conseguir una cantidad
extraordinaria, casi siempre relacionada con la práctica de alguna actividad mercantil en
mayor o menor medida, pues se confirma la extensión de dicha práctica en todos los
estratos sociales. E incluso, en el fondo de los corazones de estos hombres, existió esa idea
de lograr un golpe de suerte que les confiriese un cambio a la precaria y penosa vida que
muchos de ellos llevaban. El resultado fue que todos fallecieron mientras realizaban esas
labores para las que marcharon, y muy pocos consiguieron el objetivo ansiado.
En el contexto histórico de la Andalucía del periodo trabajado, una ciudad va a des
puntar del resto, ésta fue Cádiz. Las ventajas de la costa gaditana incitó constantemente
al espíritu marinero y comercial de sus gentes que conllevó al desplazamiento de vecinos
de otras zonas de la región, sobre todo de las provincias occidentales hacia la bahía gadi
tana, lugar de partida de la flota en la que muchos se alistaron conformado las tripula
ciones.
Por ello nuestra atención y estudio también se centró en la realización de cómo se
estructuraban y organizaban el colectivo de los mareantes, incluyendo dentro de este
Conclusiones 279
grupo a los hombres de armas, artesanos y profesionales vinculados a la flota que zarpan
en los últimos años del siglo XVII y a lo largo de la primera mitad del XVIII, enmarca
dos en la Andalucía marinera de este último siglo, y visto bajo el prisma de la política de
desarrollo naval llevado a cabo por los Borbones.
Uno de los principales objetivos de la nueva monarquía fue el de mejorar la organiza
ción del tráfico comercial de la Carrera de Indias, sobre todo su puntualidad y ajuste a
unas fechas determinadas. Por ello son reiterativos los reglamentos que se van publican
do, y que tal como confirmamos no lograron conseguir el fin propuesto. La escasez de
liquidez de la que siempre era consignataria la Real Hacienda, originó que constante
mente fuese a remolque de las necesidades de los comerciantes, del Consulado, que se
convierte en el principal gestor de los préstamos, adicionados a los que aportaba el Gene
ral y el Almirante de la flota, destinados al apresto -concretamente la carena de la Almi-
ranta y de la Capitana—, La corona captaba cualquier préstamo bajo la promesa de devol
verlos con intereses en Indias, lugar donde podía disponer de suficiente numerario. A
todo ello habría que sumarle las circunstancias bélicas del periodo trabajado.
Tras todos los intentos de mejorar el sistema de flotas, no se observa el logro de nin
guno de los objetivos propuestos. Los despachos seguían zarpando con irregularidad y
algunos de ellos fueron un fracaso económico.
La ruta más frecuentada por nuestro mareantes fue sin duda la de Nueva España,
siguiéndole la de Tierra Firme y la del Resto de Continente con igual participación, y con
una aportación casi insignificante la Ruta de las Islas. En los convoyes que se hacen a la
mar en los años finales del siglo XVII y primera década del siglo XVIII es donde encon
tramos ocupando sus puestos a nuestros andaluces en mayor número.
En lo que se refiere a la vida de los mareantes, el desempeño de las tareas y faenas para
el funcionamiento del barco, se observa una continuidad entre los hombres del mar de
fines del siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII. La vida en estos barcos prácti
camente permanece inalterable desde el siglo XVI. De igual forma se lleva a cabo el
reclutamiento de las tripulaciones, y los convoyes siguen la misma ruta en su travesía. La
vida a bordo permanece igual que dos siglos antes, cada tripulante tiene su misión, su
lugar en el barco y la dieta sigue siendo la misma. Parece como si el tiempo se hubiese
detenido. Si acaso, sería en los objetivos de estos hombres donde hallamos cierta dispari
dad con los siglos anteriores. El mareante del siglo XVIII ve en la flota y en Indias sobre
todo un medio de vida, aunque si bien es cierto que comparte con el de los siglos ante
riores la ilusión o búsqueda de ese golpe de suerte que América les podía brindar, y con
ese fin llevan siempre consigo algunas mercaderías o dinero para realizar pequeñas prác
ticas comerciales.
A otro nivel existe un paralelismo enre la vida que siguen todos los tripulantes de la
flota, nos referimos tanto a la tripulación como a los mandos: realizan el viaje, arriban a
tierra, la mayoría coinciden en realizar pequeñas o mayores transacciones comerciales que
280 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
les reportaran unos beneficios extras, contraen enfermedades e intentan ordenar sus últi
mas voluntades y fallecen.
Por otro lado y dentro del esquema de actuaciones marcadas en la vida de estos anda
luces, se comprueba la existencia de anomalías que responden a las características espe
ciales de cada hombre y sus circunstancias, no ajustando determinadas disposiciones a
individuos concretos, un ejemplo demostrativo puede ser el caso del fallecimiento de
algún tripulante de los navios al que por unirle lazos de amistad o familiaridad con algún
mando, se ordena ajustar la soldada devengada en una cantidad mayor a la que le perte
nece.
La mayoría de los hombres que conformaban las tripulaciones, estaban vinculados a la
flotas desde edades muy tempranas, aunque también hallamos un porcentaje menor
dedicados a otros menesteres, como a la agricultura y que al anunciarse la salida de un
convoy se alistaban con la intención de obtener la soldada, además de un sobresueldo al
vender en América la pacotilla.
No contamos entre nuestros protagonistas con Generales, ni Almirantes, ni grandes
Capitanes, sino hombres que en la mayoría ocupan los puestos más bajos de las tripula
ciones de los navios, como pajes, grumetes, marineros, y en menor número pilotos, maes
tres, capitanes y dueños de embarcaciones, entre otros; hombres sin apellidos que hacen
posible que la investigación ofrezca un mayor reflejo de la sociedad de la época.
Si bien muchos de estos mareantes arribaban enfermos a los puertos americanos debi
do a las nefastas situaciones que soportaban en las naves, era durante las invernadas de
los convoyes en Indias cuando se originan grandes mortandades debido sobre todo al
pésimo y maligno clima tropical de esos puertos. El clima húmedo y los calores tropica
les eran idóneos para la propagación de afecciones; de modo que las Indias eran un lugar,
no sólo de llegada de flotas, sino también de confluencias de enfermedades. A esto hay
que unirle que la ley prohibía a la tripulación abandonar los navios durante la estancia
en los puertos, todo ello nos permite comprender porqué eran reiterados los brotes epi
démicos, sobre todo al final del verano, que sesgaban la vida de muchos de estos anda
luces. Aún podía complicarse más cuando las invernadas se prolongaban durante dos o
tres años, puesto que las posibilidades de sobrevivir disminuían notablemente, por ello la
deserción y el adentrarse en el interior fue uno de los medios empleados por estos hom
bres para salvar la vida. Si bien hay que indicar que un gran número de esas huidas no
respondía a esta causa, sino a otras muchas, como emigración ilegal, búsqueda de otros
empleos para sacar mayores beneficios del viaje, etc., provocando un problema de gran
magnitud por carencias de tripulación.
Pero no sólo en las enfermedades encuentran el final de sus vidas estos mareantes, sino
también en numerosos accidentes como largar amarras, zozobra de botes, naufragios tras
sufrir tempestades, huracanes, etc.
Conclusiones 281
Cádiz como principal puerto que pone en comunicación Europa con América controló
el comercio americano, viendo multiplicarse su riqueza y población. El incremento de
población al que ya se ha hecho alusión se debe en parte al aumento de forasteros pro
cedentes tanto del resto de la región como de otros lugares de la Península y del extran
jero.
A lo largo del siglo XVIII el número de comerciantes va aumentar en la capital gadi
tana. Más de la mitad de nuestros hombres dedicados a estas actividades eran naturales
o vecinos del área gaditana, el resto del grupo procede de otras zonas de la geografía
andaluza, del país, e incluso uno de una región europea. A excepción de unos cuantos
que poseen capitales para invertir en negocios, la mayoría de los que se dedican a las acti
vidades mercantiles se acercan siguiendo el espejismo del sueño americano, de una opor
tunidad para conseguir un enriquecimiento rápido. Llegan impulsados por las penurias y
la falta de futuro que la tierra natal les niega. Vienen en la mayoría de los casos acom
pañados por sus mujeres e hijos que dejan asentados en la ciudad, a veces en unas situa
ciones de total carencia, pues cuando deciden partir reúnen el líquido de todas sus per
tenencias, para así apostar la mayor cantidad posible a la ruleta de la fortuna que era el
comercio americano, y marchan prometiéndoles regresar con las alforjas llenas o enviar
ayuda económica con la mayor brevedad.
Hemos hallado una gran tipología de hombres dedicados a estas actividades, desde car
gadores y mercaderes que realizan todo tipo de transacciones, hasta aquellos que se aven
turan a probar suerte con una pequeña suma prestada o la dote de la esposa. Todos com
parten la peculiaridad de ser comerciantes al por menor, lo que nos indica que en la
mayoría de los casos nuestros hombres realizan estas prácticas como un medio de vida o
como una oportunidad que se les brinda para sacar algunos beneficios extras. Coinciden
en mercadear con géneros de la más diversa índole, predominando todo tipo de ropa,
quincallerías, etc., o sea artículos relacionados con la demanda americana.
En ocasiones los familiares que quedaron a la espera en la Península pasando necesida
des, son olvidados. En ninguno de los casos estudiados estos hombres logran trasladar a
la familia porque les sorprende la muerte en la forja de ese destino que nunca llegó.
A casi todos le es común un cierto capital —en mayor o menor medida- en que se cifran
los esfuerzos de toda una vida, de una apuesta vital frustrada y que será repatriado para
sus sucesores.
Como indicábamos anteriormente al tratarse de un gran porcentaje de hombres del
mar, de armas, artesanos y profesionales relacionados con la flota, encontramos como
causa de defunción las epidemias, naufragios y accidentes en las faenas propias, siendo la
primera de ellas las más frecuentes. Sin embargo, en el caso de los comerciante las cau
sas que originaron las defunciones fueron más variadas, aparte de la epidemias se suman
enfermedades endémicas, accidentes durante los recorridos por tierras americanas, asesi
natos, muertes violentas, etc. Cuando enfermaban eran atendidos en casas particulares
282 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
los de mayores posibilidades económica, mientras que el resto recibía cuidados en hospi
tales, centros que fueron promovidos por la nueva dinastía.
Son pocos los que redactan algún tipo de disposición testamentaria, ya que una gran
mayoría al ser jóvenes y con escasos recursos económicos no tenían nada que dejar a sus
sucesores. A ello habría que añadir que al sorprenderles la muerte sin esperarla, tampo
co concibieron estas disposiciones como un descargo de la conciencia. A partir de las cláu
sulas testamentarias podemos abordar la mentalidad de estos andaluces.
Hemos podido comprobar que la actitud del hombre ante la muerte durante el perio
do de nuestro estudio no difiere de lo que nos preocupa actualmente. Aflicción ante lo
desconocido y un miedo por la condenación del alma para los creyentes, es la razón, por
la que el testador enumera una serie de disposiciones encaminadas a predisponer a Dios
a su favor y conseguir así alcanzar el Reino de los Cielos. Nuestros andaluces pensaban
que podían paliar sus errores mediante gestos encaminados a demostrar un verdadero
arrepentimiento en el momento del tránsito a la otra vida, de ahí que una ceremonia
fúnebre digna y la disposición de determinadas mandas pías proporcionaba la última
oportunidad para subsanar el mal hecho y alcanzar la gloria.
Cuando los hombres estaban lejos de sus hogares y seres queridos, como ocurre con la
mayoría de los que aquí tratamos —pues son pocos los que se avecinan allí—, al llegar los
últimos momentos de sus vidas y sentir que la vida se les escapa, sin más compás ni espe
ras, buscan para que les cuiden, acompañen y amparen aquellos que de una forma u otra
les hacen sentirse más cercanos a sus seres queridos o al lugar de origen, con el objeto de
que les reconforten en la mayor medida de lo posible; paisanos, compañeros o amigos
que “les den la mano” para dar el paso al más allá. AI fin y al cabo, la muerte no es un
acto solamente individual, por ser un gran paso de la vida se celebra con una ceremonia
más o menos solemne que tiene como fin marcar la solidaridad del individuo con su estir
pe y su comunidad. Y son esos compañeros, amigos o paisanos los que habitualmente
nombran por sus albaceas, depositarios, etc., encargados de realizar sus últimas volunta
des y en algunos casos de hacer llegar los bienes —de manera disimulada— a los herede
ros de la Península.
Se observan grandes diferencias entre las cantidades empleadas para los funerales y
demás legados en los diferentes sectores socioeconómicos de la sociedad. Así individuos
pertenecientes a los sectores sociales más bajos, y de menor nivel económico son los que
en proporción destinan mayores cantidades.
La misa de réquiem era solicitada prácticamente por todos los testadores, sin embargo
el acompañamiento y el lugar de sepultura, iba en función del nivel social y económico,
y por ello es contemplada con mayor frecuencia entre los dedicados al comercio y menor
en los hombres que ocupaban los puestos más bajos de las tripulaciones de los navios de
la Carrera. Igualmente el número de misas por el alma en Indias o en el lugar de oriun
Conclusiones 283
dez del difunto —en una iglesia o capilla determinada, estancia del patrón o de otra devo
ción particular— dependía de la capacidad económica del testador.
Entre los legados píos de estos hombres se constata como, siguiendo el ritmo de la
época, la fundación de misas perpetuas y de capellanías van cayendo en desuso.
La consideración por los sectores más marginados de la sociedad fue uno de los objeti
vos de estas disposiciones, de ahí esos legados y mandas cuyo destino era ayudar a pobres,
huérfanos, hospitales, etc. Igualmente el número de estas mandas iba en función de la
categoría socio-económica del testador, niños expósitos, evangelización de indios, etc.,
fueron beneficiados con estas aportaciones. Con el interés de contribuir al fomento de la
moralidad pública se disponen cantidades para dotar a doncellas huérfanas con objeto de
que tomaran estado o entraran en religión. Otro tipo de mandas estuvo encaminadas a
la manumisión de esclavos. Tampoco se olvidan estos andaluces de vestir y adornar con
alhajas la imágenes que son objetos de su particular devoción en la tierra natal, y más de
una suma se entrega para contribuir a una beatificación. Por otro lado también se dis
puso que ciertas cantidades fueran destinadas a cumplir legados o mandas secretas, que
sólo tenían comunicado a algún religioso. Sin embargo, serán los conventos y las iglesias
al igual que las cofradías las que fueron más favorecidas por estas aportaciones.
Los trámites de la institución de Bienes de Difuntos estaban minuciosamente regla
mentados, de ahí que se ha tenido la oportunidad de analizar las diferentes gestiones
seguidas y los esfuerzos llevados a cabo por las autoridades para localizar a los legítimos
sucesores. Muchos de los autos nos revelan el cumplimiento escrupuloso de la normati
va y el cuidado puesto en que los bienes llegasen a sus herederos, pero también se ha
podido comprobar que hay ocasiones en que se alteraba la puesta en práctica de todo el
procedimiento legal, saliéndose de los cauces estrictos y escrupulosamente marcados. Las
diversas situaciones que se presentan son las causantes de las diferentes formas de actuar,
adaptándose a la situación de un determinado difunto, pues hay que tener muy en cuen
ta que detrás de cada herencia o proceso del juzgado, siempre había un hombre; a veces
la voluntad del moribundo estaba por encima de las normas marcadas por la ley.
Respecto a los plazos de tiempo que estipulaba la legislación para el procedimiento se
observa un incumplimiento total, sobre todo en las gestiones realizadas en la Península. Estas
dilaciones podían obedecer por un lado al firme objetivo que tenía la institución de entregar
a los legítimos herederos el fruto de sus familiares fallecidos en Indias, y por otro, no nos cabe
la menor duda de que en última instancia revelaba el interés de la Corona por hacerse de esas
remesas si eran declaradas vacantes, pasando a formar parte de la Real Hacienda.
Referente al funcionamiento de la Institución de Bienes de Difuntos, se mantiene sin
alteración a pesar del cambio de dinastía, tanto en los Juzgados de Bienes de Difuntos
de Indias como posteriormente en todo el proceso que se sigue en la Casa de la Contra
tación, así como tampoco con el traslado de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz.'
Todo permaneció inalterable.
284 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIll ❖
A lo largo del tiempo transcurrido desde que el individuo fallecía en Indias hasta el
momento en que se realizaba la entrega del numerario a sus beneficiarios, el caudal iba
poco a poco mermando a consecuencia de las constantes deducciones que se le aplicaban
tanto en Indias como después en la Península. En contadas ocasiones hemos hallado par
tidas de cierta entidad. Hay que tener presente que una buena parte de los difuntos estu
diados eran mareantes que ocupaban distintos puestos en los barcos, sobre todo forman
do parte de la marinería. Con ello queremos decir que los bienes que quedaron de estos
hombres al final de sus días, exceptuando casos muy puntuales, ascendía a la soldada
devengada y ración de vino. Las cantidades más elevadas pertenecían a aquellos hombres
dedicados al comercio de una u otra forma y a un importante funcionario real. Tenemos
que tener presente como en los casos de aquellos que residían en Indias y sus parientes
en la Península y había por medio una notable fortuna, se intentaría acudir a otros
medios para repatriar el caudal con objeto de que la Hacienda no recabara una elevada
cantidad. Sin embargo la gente humilde acudiría a los medios más usuales para hacerles
llegar a sus herederos en la Península los bienes que poseyeran. Podemos afirmar que en
su conjunto las sumas repatriadas no concuerdan con los esfuerzos realizados por todos
los que se aventuraron en la Carrera de Indias
Sumado a los constantes descuentos, estaba el uso indiscriminado que la Corona y sus
funcionarios hicieron de las remesas americanas. También hicieron un mal uso aquellos
albaceas que trajeron las partidas de difunto corriendo riesgos desde América, pues en
más de un expediente se han localizado este tipo de actuaciones. Todo ello provocó cier
ta desconfianza y temor por parte de los herederos, que incitó a la búsqueda de otras vías
alternativas para hacerse con los legados sin la intervención de la administración, casi
siempre enviando a un apoderado para que en su nombre cobrase la partida.
Por todo este tipo de actuaciones, algunos historiadores han considerado que la insti
tución de Bienes de Difuntos no cumplió los objetivos para la que fue creada: conservar
y tutelar los Bienes. Sin embargo, a modo general y después de analizar como actúo dicha
institución y gestionó los Bienes de nuestros protagonistas, podemos afirmar que aún
reconociendo que hubo muchas deficiencias, la institución cumplió su cometido, actuan
do con eficacia y seriedad.
En definitiva, por encima de la cuantificación, de los porcentajes, de si consiguieron o
no sus objetivos, late la vida de un grupo de andaluces que durante la primera mitad de
la centuria dieciochesca se lanzaron a la aventuran de cruzar el Atlántico, unos confor
mando las tripulaciones de los navios, otros con el fin de comerciar, otros con objeto de
emigrar y realizarse, y casi todos en busca de fortuna y ventura, signo que a muy pocos
favoreció. Se trata simple y llanamente de hombres, personas en su individualidad, cada
uno con su historia, su familia, sus problemas y su ansia de futuro, pero que en conjun
to formaron parte de la sociedad dieciochesca, de la que nos han ofrecido una vista con
la perspectiva que permite nuestro observatorio.
APÉNDICES
APÉNDICE 1
Padre y muy señor mió de muchos repecto sea para mi que de estos renglones llegue a
manos de usted y le halle gosando de la salud que mi cariño desea en compañía de mi
querida y amada madre y hermanos y de demas familia la que me asiste a Dios las guar
de es buena para todos aquellos que vuestra merced me quiere mandar porque lo haré
con todo rendimiento = Digo Señor mió como me alio a la fecha desta dispuesto para
pasar con mi primo Don Christobal y me alio con plasa de soldado de acaballo un año
ace, pues siendo soldado de infantería nos levantamos todos los de la guarnición y nos
fuimos a un paraje que esta a media legua deste puerto nombrado buena vista, donde
nos mantuvimos veinte y tres dias pues teníamos bastimentos que cogimos para poder
nos mantener, ya viendole parte a el dicho señor Virrey mando a el dicho paraje a que se
nos notificaranos volviéramos a la plasa y se nos perdonaría lo echo y al no hazerlo se pro
cedería contra ellos y sus hijos solicitándonos en todo el reino donde se nos recibió su des
pacho que fue a participarlo nuestro sargento mayor donde lo recibimos puestos en pie
y armados a punto de gera...y nos dijo que venia de orden de suesencia a leernos su des
pacho que le dieran atención, y habiéndosela dado nos ofrecía el señor virrey que de los
meses que nos devia nos prometía darnos veinte y perdonarnos de nuestro hiero, donde
respondimos que todo o nada, y vino de México hasta Oritava que esta treinta leguas de
aquí con mas de tres mil hombres y atrevido a bajar siendo nosotros trescientos hombres
y tuvo por bien darnos nuestro dinero y reformar todas las Compañías, y después de aber
pagado baio por la plasa y me amenazo donde estaba resultando una Compañía de Infan
tería y otra de Caballería que ordeno el Virrey que reclutasen y que fueren de los levan
tados....donde a los quarenta dias de aber estado en México meti un gran empeño para
corregir lisensia, donde tuve la dicha de conseguirla, pues era cosa que ninguno consi
guió y me volví a la Veracruz y volví a asentar plasa de acavallo donde a nueve meses que
la sirbo y habiendo solicitado licencia para ir a ver a mi primo Cristóbal no me la an que
rido conceder y estoi con la caja embarcada y pasaje en una fragata que va para la costa
de Caracas para de alli pasar alia que estaria de ocho dias que es mi primo Miguel que
fue de los levantados y sale juntamente en los situados que van a las Islas de Barloven
to, pues volvio otra vez asentar la plasa en la Armada y el no quiere ir a buscar a su
ermano. Lo que suplico a Vuestra Merced es que en viniendo persona segura con quien
remitirme mis informaciones y juntamente la fe de bautismo, pues soi hombre y ando
rodando cada dia y devo tenerlas conmigo, porque no se lo que me podra suceder y vues
tra merced a decir que estando mi primo no necesito della, como yo hubiera de estar
siempre para a mi primo y le vuelvo a suplicar a vuestra merced que me la mande remi
tida al ermano tersero Joseph Baltasar Larios que vive en Veracruz,.... que me enco
miende a mi tio Joseph y a mi ermano Thomas un abraso, a mi ermano Antonio a mi
ermana y sobrinas....
APÉNDICE 2
— Una piesa de peñasco con setenta y tres varas, otra igual con setenta y quatro varas,
otra con setenta y nueve varas, otra con ochenta y una varas, otra con setenta y qua
tro varas, otra con ochenta y tres varas, otra con setenta y tres varas.
— Una piesa de tornasol con setenta y nueve varas, otra con ochenta y tres varas, otra con
setenta y ocho varas, otra con setenta varas, otra con setenta varas.
— Una piesa de zayal de la reina con setenta y ocho varas, otra con setenta y dos varas,
otra con setenta y nueve varas, otra con setenta y tres varas, otra con setenta y quatro
varas, otra con setenta y nueve varas, otra con cincuenta y quatro varas, otra con seten-
■ ta varas.
— Una piesa de media turquesa azul con treinta y seis anas, otras color nacar con treinta
y siete, otra color perla con treinta y nueve, otras color verde con quarenta y dos
medias, otra color azul con treinta y tres, otra color peluza con cincuenta y quatro,
otra color nacar con setenta y dos, una pieza de glaze de Ñapóles con sesenta y ocho
palmos.
— Ciento y ochenta y tres libras de hilo de Flandes.
— Noventa y nueve mazos de listonería batida de Genova y setenta y quatro mazos de
ligera.
— Ochenta y quatro pares de medias de hombre de Genova.
— Ciento y veynte y ocho pares de medias de seda bordadas de mujer de buena calidad.
— Setenta y siete pares de medias de mujer de seda llanas de Genova.
— Doce papeles de medias de seda bordadas de Genova para mujer que contienen cien
to y veynte y un par.
— Una pieza de media nobleza de Valencia con setenta y uno y tres cuartas anas, otra con
setenta varas, otra con setenta y siete varas, otra con sesenta y tres varas, otra con cin
cuenta y cinco varas, otra con setenta y nueve varas, otra con ochenta y quatro varas,
otra con cuarenta y siete varas, otra con setenta y tres varas, otra con cuarenta y ocho
varas.
— Una pieza de tafetán sencillo de Granada con ciento y noventa y seis varas.
-Una pieza de turqueza color aplomado con cuarenta y dos medias anas, otra color
musgo con veynte y nueve anas.
-Una pieza de damasco blanco con cincuenta y seis y tres cuartas anas, otra color nacar
con cincuenta y cuartas anas, otra de color naranja con ochenta y ocho y tres cuartas
anas, otra color negro sin encajes, otra de color azul sin encajes, otra color negro sin
encajes, otra color aplomado sin encajes, otra color negro de moda con ciento y dose
varas.
— Una pieza de tafetán negro de onza de Granada con dozientos y ocho varas, otra con
doscientos y veynta y nueve varas, otra con ciento y noventa y seis varas, otra con dos
cientos y cinco varas, otra con doscientos y catorze varas, otra con setenta y cinco varas,
otra con doscientos y dies y siete varas, otra con doscientos y veynta y seis varas, otra
de color carmesí con doscientos y ocho varas, otra con doscientos y quatro varas, otra
con dozientas varas, otra con doscientos y treze varas, otra con doscientos y doze varas,
Apéndices 293
otra con doscientos y onze varas, otra con doscientos y treze varas, otra con ciento y
cincuenta y cinco varas, otra sin encajes, otra color morado carmesí con ciento y noven
ta y siete varas, otra color rosa con ciento y quarenta y quatro anas.
— Setenta y nueve pares de medias de capullo para hombres de colores, nueve pares lar
gas, onze pares para mujer, treinta y ocho pares de medias de capullo mas ordinaria de
color berde para muchachos, diez docenas de colores para niños.
— Cinco docenas de cruces de metal dorado con piedras verdes.
— Doze pares de guantes de seda para mujer.
— Treinta y seis pares de guantes de algodón para mujer, veynte y quatro pares para hom
bres.
— Veynte y seis abanicos con varetas de hueso algunas embutidas en carey.
— Ciento y tres pares de medias cortas inglesas de seda para hombre, treinta y siete pares
largas, sesenta pares de medias de seda cortas de Francia de varios colores para hom
bre, veynte y quatro pares de medias cortas de Genova, quince pares de medias de seda
de Italia para mujer, llanas, un par de capullos para mujer, ocho docenas de medias cor
tas de seda de colores de Francia para hombres, onze virretes de lienzo bordados de
lana, doze de tafetán bordado.
— Seis cartones de encaxes del Puy.
— Dos piezas de paño negro ordinario.
— Treinta y siete piezas de sargas de Inglaterra de colores azules, berdes y amarillas.
— Dos partidas de a trescientas anas cada una de puntas blancas de Flandes, 4 partidas
mas de trescientas anas cada uno.
— Doscientos y cincuenta y una piezas de encajes de Barzelona de a diecisesis varas cada
una.
— Cuatro partidas de encaxes de Flandes de a trescientas anas cada una.
— Ochenta y dos mazos de seda de Calabria surtida y ochenta mazos de listonería batida
de Genova de colores.
— Una pieza de tafetán de cordova color negro con ciento y quarenta y ocho varas, otra
con veynte y tres varas, otra con ciento quarenta y cinco varas, otra con ciento y trein
ta y ocho varas, otra con ciento y quarenta y siete varas, otra con ciento y quarenta y
nueve varas, otra con ciento y quarenta y seis varas, otra con ciento y sesenta y siete
varas.
— Una pieza doble carmesí de Granada con ciento y siete varas, otra con ciento setenta y
seis varas, otra con doscientas y diez y seis varas, otra con doscientas y quarenta y nueve
varas.
— Una pieza de tornasol de Granada con doscientas y seis varas, otra con ciento y
noventa y dos varas.
-Una pieza de damasco carmesí.
— Una pieza de brocatel de Valencia con ciento y veynta y una varas.
— Noventa y quatro piezas de estopilla.
— Catorze piezas de bramantes floretes todas con quinienta y cincuenta anas.
294 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
— Diez y ocho aderezos de cruz y sarcillo de plata sobredoradas con piedras blancas, qua-
renta y siete cruces de plata sobredoradas con piedras verdes y blancas.
— Ciento ochenta y siete pares de sarsillos de plata sobredoradas con pendientes de per
las falsas.
— Nueve y media dozena de alfileres de plata con sus piedras de plata.
-Una lagartixa pequeña de plata sobredorada y dos monas pequeñitas de plata.
— Quatro águilas pequeñas de plata
— Un Cupido pequeño de plata.
-Un relicario de plata.
— Una medallita con la efixe de Santiago de plata sobredorada.
— Una efixe pequeña de Nuestra Señora del Pilar.
— Sinco bigas de christal guarnecido de plata sobredorada.
— Quatro clavillos de plata sobredorada para el pelo.
— Dies y siete gargantillas de quentas de vidrio blancas y negras.
— Un relicario de plata con la efige de San Francisco Xavier.
— Dose dichos mas pequeños con distintas devociones.
— Nueve de dicho con echura a manera de corazón.
— Dos relicarios medianos de porselana engastado en plata falsa.
— Dies dichos, mas pequeños de Ídem.
— Quatro relicarios con sus cristales su engaste de plata falsa.
— Veinte y sinco tercios de numero, uno a veinte y sinco con la marca del margen y todos
serrados.
— Un tercio numero dose cerrado con la marca del margen.
— Seis dichos serrados numero siete, dies, onse, nueve, treze y dies y nueve de dicha
marca.
— Dos tercios numero cinco y dies cerrados con la marca al margen.
— Dos caxones del numero treinta y seis, y treinta y siete serrados de la marca del mar
gen.
— Veinte y dos tercios serrados de dicha marca y de numero uno, dos, quatro, cinco, siete
a nueve, once a dies y ocho, veynte a veynte y dos, veynte y quatro a veynte y siete.
Se pasa a otro quarto que se halla en el entresuelo, sobre la casa tienda y se halla lo
siguiente:
— Quatro tercios serrados del numero quarenta y tres a quarenta y sinco con la marca del
margen.
— Quatro tercios serrados con la marca del margen del uno al quatro.
-Un tercio serrado numero dies y seis de marca al margen.
— Un tercio numero doce de dicha marca el qual estava abierto y se hallaron seis piezas
de paño del numero setenta y uno a setenta y quatro, quarenta y cincuenta.
— Otro del numero catorze de dicha marca abierto con ciento y ochenta y cinco camisas.
— Un tercio del numero dies y seis serrado de marca al margen.
296 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVI11 ❖
— Quatro y tres varas de Gante, doce bultos de Gantes todos con quinientas sesenta y
siete anas.
— Sinco varas de arpillera.
-Un cartón con ciento y treinta y seis varas de punta de seda blanca, otro con cincuenta
y dos medias varas, otro con cincuenta y una vara, otro con onze y medias varas, otro
color negro con treinta y tres medias varas.
— Veinte y nuebe señidores de lana encarnada.
— Quarenta y tres millares de táchelas doradas de Olanda en paquetillos, quatro papeles
de a dosientas y cinquenta tachuelas de idem, veinte y uno dichas de dichas tachuelas
de a trescientas cada uno, veinte y dos dichos de a trescienta y cinquenta, uno dicho de
a doscientas tachuelas de idem.
— Veinte y siete pares de hevillas de ojilla de plata para charratelas, veinte y nueve pares
de dichas charratelas y zapatos, ocho gruesas hevillas con metal para zapatos de hom
bre, catorze de dicha gruesas para zapatos de mujer siete gruesas y onze dozenas de
dichas para muchachos.
— Onze vidrios de cristal para encender en el sol.
— Dies y siete dozenas de sarrillos de metal con piedras verdes, siete dozenas de dichos
con piedras blancas, seis dozenas de cruces de metal con piedras blancas.
— Cincuenta y nueve garruchas de bronze dorado.
— Dies y seis espaviladeras, y quatro platillos de ellas de metal.
— Dies dozenas y onze cruces con piedras verdes engastadas en metal dorado.
— Tres dozenas de compases de pilotos, dos dozenas de compases de carpinteros.
— Veinte y dos dozenas y ocho candados con sus llaves todo de fierro.
— Tres gruesas de navaxas de cortar plumas de numero cinco, embutidas en metal, siete
de dichas numero dies y ocho gruesas de idem, una gruesa de idem numero dies y
nueve, nueve dichas gruesas navajas sin numero, cinco dozenas dichas navaxas con dos
ojas cada una, con numero dies, un paquete con seis dozenas de dichas navajas ordina
rias y siete navajas mas de dichas, quatro navajas sueltas de las dichas embutidas, cien
to y veinte y nueve dozenas y dies navajas de barbero, quarenta y nueve papeles de a
dos dozenas de navajas grandes cada uno, con cavos de cacha, doze navajas para pluma
de cavo blanco.
— Dies y nueve libras de hilo acarreto.
— Ciento sesenta y nueve y medio papeles de alfileres que hasen ochenta y quatro y tres
quartas gruesas dorados y blancos.
— Ocho jeringas de metal.
— Noventa y quatro paquetes de peynes de Genova.
— Dies dozenas y onze tenasas de fierro para zapateros.
— Treze dozenas y quatro cuchillos flamencos de distintos cavos sus ojas mohosas y cator
ce de ellas despuntados.
— Cincuenta y nueve y medias dozenas de vizagras de Olanda.
— Tres tixeras de fierro para plateros. Quatro vigornias chicas para idem.
298 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
- Siento y setenta y siete libras de velas de sera de a ocho en libras, quatro marquetas de
sera.
-Un cajón numero quatro arpillados y serrado con la marca del margen.
— Dos caxones numero cincuenta y seis y sesenta y tres de la marca del margen serrados.
LIBROS
LOS PROTAGONISTAS
' Le hemos adjudicado a Teodoro Parrilla en este apartado un poder testamentario, pues aunque no llegó a
realizarlo porque le sobrevino la muerte, sin embargo, quiso hacerlo al sentirse enfermo.
310 La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII
113 Bernardo de Ortega Villanueva Medina del Rio Seco. Mairena del Alcor.
Cantería y Martín de Tovar, Francisco (1984): “Los hombres de Huelva en la América del siglo
XVIII”. En Andalucía y América en el siglo XVIII. Tomo I. La Rábida, Huelva, págs.307 a 327.
_(1956): “Informe de Olavide sobre la Ley agraria”. Academia de la Historia. Octubre, págs. 357
a 369.
Carrasco González, Guadalupe (1996): Los instrumentos del comercio colonial en el Cádiz del siglo
XVII (1650-1700). Banco de España. Estudio de Historia Económica, N° 35. Madrid.
_(1997) Comerciantes y Casas de negocios en Cádiz 1650-1700. Universidad de Cádiz. Cádiz.
Casey, James y Chacón, Francisco (1987): La familia en la España Mediterránea. Siglo XV-XIX.
Editorial Crítica. Barcelona.
Castillo Mathieu del, Nicolás (1990): “Las 18 Flotas de Galeones a Tierra Firme (1650-1700)”.
En Suplemento de Anuario de Estudios Americanos. Tomo XLVII, número 2. Sevilla, págs. 83 a 129-
Castro y Bravo, F. (1927): Las naos españolas en la Carrera de Indias. Voluntad. Madrid.
Cipolla, Cario María (1970): Educación y desarrollo en Occidente. Barcelona.
Clavijo Clavijo, Salvador (1950): Breve historia de San Juan de Dios en los ejércitos de mar y tierra.
Madrid.
Colmerio, M. (1965): Historia de la economía política en España. Tomo II. Taurus. Madrid.
330 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
De la Pascua Sánchez, María José (1984): Actitudes ante la muerte en el Cádiz de la primera mitad
del siglo XVIII. Excma. Diputación de Cádiz. Cádiz.
_(1989a) “Aproximación a los niveles de alfabetización en la provincia de Cádiz: las poblacio
nes de Cádiz, El Puerto de Santa María, Medina Sidonia, y Alcalá de los Gazules entre 1675 y
1800”. En Revista Trocadero, N° 1. Universidad de Cádiz. Cádiz, págs. 51a 65.
_(1989b) “La lucha por el control de las exequias: el síndico personero, portavoz del descon
tento popular del pueblo gaditano con sus curas párrocos”. En Alvarez Santaló, C, Buxo, Ma J.,
Rodríguez Becerra, S.: la Religiosidad popular. Tomo III. Barcelona, págs. 384 a 397.
_(1990) Vivir la muerte en el Cádiz del setecientos, Ayuntamiento de Cádiz. Cádiz.
_(1994) “La solidaridad como elemento del “bien morir”. La preparación de la muerte en el
siglo XVIII (el caso de Cádiz)”. En Muerte, religiosidad y cultura popular. Siglo Xlll-XVIII. Editor
Elíseo Serrano Martín. Zaragoza, págs. 343 a 364.
De la Vega Domínguez, Jacinto (1980): “Aproximación socioeconómica a la Villa de Huelva en
la segunda mitad del siglo XVIII”. En Actas de los 11 Coloquios de Historia de Andalucía. Tomo I.
Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. Córdoba, págs. 303 a 373.
Díaz-Trechuelo, Lourdes (1978): “La Real Fábrica de lonas de Granada y el suministro a los
correos marítimos de América”. En Actas del I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Moder
na. Siglo XVIII. Tomo I. Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. Córdoba, págs. 141 a
152.
_(1990) La emigración andaluza a América. Siglos XVU-XV1II. Junta de Andalucía. Sevilla.
Fuentes 331
Domínguez Ortiz, Antonio (1955): La sociedad española en el siglo XVIII. Instituto Balmes de
Sociología. Tomo IV Madrid.
_(1976) “La burguesía gaditana y el comercio de Indias desde mediados del Siglo XVII hasta
el traslado de la Casa de la Contratación”. En Burguesía Mercantil Gaditana (1650-1868). En
XXXI Congreso luso-español para el Progreso de las Ciencias. Cádiz, págs. 3 a 12.
_(1981a) “La sociedad bajoandaluza”. En Historia de Andalucía. Volumen VI. Planeta. Barce
lona, págs. 153 a 183.
_(198le) ’’Andalucía en el siglo XVIII” . En Historia de Andalucía. Volumen VI. Planeta. Bar
celona, págs. 81a 100.
_(198Id) “La imagen exterior de Andalucía”. En Historia de Andalucía. Volumen VI. Planeta.
Barcelona, págs. 403 a 413.
_(1984a) Sociedad y Estado en el Siglo XVIII español. Ariel. Barcelona.
_(1984b) La Sevilla del siglo XVII. Universidad de Sevilla. Sevilla.
_(1991) “Pasajes a Indias en el siglo XVIII: precios y condiciones”. En Actas La emigración espa
ñola a Ultramar, 1492-1914. editor Antonio Eiras Roel. Madrid, pags. 199 a 214.
Enciso Contreras, José (2000). Testamentos y autos de Bienes de Difuntos en Zacatecas (1550-1604).
Zacatecas.
Enciso Recio, L.M.; González Enciso, A.; Egido, T.; Barrio, M.; y Torres, R. (1991): Historia de
España. Los Borbones en el siglo XVIII. 1700 a 1808. Gredos. Madrid.
Espinosa Moro, Ma del Carmen (1990): “Expedientes de Bienes de Difuntos de palentinos en
el Archivo General de Indias (siglos XVI, XVII y XVIII)”. En Actas del II Congreso de Historia de
Palencia. Excma. Diputación de Palencia. Palencia.
Fernández Búlete, Virgilio (1988-89): “Hombres de Cádiz en Indias (1669-1702) a través de
los Bienes de Difuntos”. En Anales de la Universidad de Cádiz. Cádiz, págs. 153 a 166.
_“Notas para el estudio de la emigración española a Indias a través de los Bienes de Difuntos:
el ejemplo sevillano en el siglo XVIII”.
Fernández Pérez, Paloma (1997): El rostro familiar de la metrópolis. Redes de parentescos y lazos mer
cantiles en Cádiz 1700-1812. Siglo XXI. Madrid.
Fernández Ugarte, M°. (1988): Expósitos en Salamanca a comienzos del siglo XVIII. Ediciones de
Diputación de Salamanca. Salamanca.
332 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
_(1981) ” El viñedo y el olivar sevillanos y las exportaciones agrarias a Indias en el Siglo XVI”.
En Actas de las IJornadas de Andalucía y América. Tomo I. Huelva, págs. 19 a 38.
_(1984 ) “ Las exportaciones de productos agrarios de Sevilla en las Flotas de Nueva España,
en el Siglo XVIII”. En Actas de Andalucía y América en el Siglo XVIII. Tomo I. La Rábida. Huelva,
págs. 181 a 234.
García Mercadal, José (1962): Viajes de extranjeros por España y Portugal. Tomo III. Siglo XVIII.
Aguilar. Madrid.
Gómez Crespo, Juan (1980): “Los sistemas de la explotación de la tierra en la Andalucía Bóri
ca durante el siglo XVIII”. En Actas del II Coloquios de Historia de Andalucía . Andalucía Moderna.
Tomo I. Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. Córdoba, págs. 273 a 288.
Lara Rodenas, José Manuel y González Cruz, David (1993): “Vida familiar y economía domés
tica en Huelva ante la Carrera de Indias (siglos XVII y XVIII)”. En Actas de las XIJomadas Anda
lucía y América. Tomo I. La Rábida 1992. Huelva, págs. 68 a 87.
_ Muerte y religiosidad en la Huelva del Barroco (2000). Universidad de Huelva. Huelva.
Le Goff, Jacques (1989): El nacimiento del Purgatorio. Taurus. Madrid.
Lynch, John (1991): El siglo XVIII. Editorial Crítica. Barcelona.
Lockhart, James (1982): El mundo Hispanoperuano 1532-1560. Editorial Fondo de Cultura Eco
nómica. México.
Lohmann Villena, Guillermo (1958): “índices de los expedientes sobre Bienes de Difuntos en
el Perú”. En Revista del Instituto peruano de investigaciones genealógicas, XI, 11. Lima, págs 58 a 133.
López, Roberto (1985): Oviedo: Muerte y religiosidad en el siglo XVIII. Un estudio de las mentalida
des colectivas. Consejería de Educación, Cultura y Deporte. Oviedo.
López-Ríos Fernández, Fernando (1993): La medicina naval española en la época de los descubri
mientos. Editorial Labor. Barcelona.
Lucena Salmoral, Manuel (1985): “La Flota de Indias”. En Cuadernos de Historia 16. N° 214.
Madrid.
Macías Domínguez, Isabelo (1985): “La emigración de Málaga y Jaén hacia América y Filipi
nas en el siglo XVII”. En Andalucía y América en el siglo XVII. Tomo I. Escuela de Estudios His-
pano-americanos. Sevilla, págs 1 a 27.
_“Cartas de emigrantes sanluqueños en Indias. Siglo XVIII”. En Sanlúcar de Barrameda y el
Nuevo Mundo, págs. 63 a 76.
Maldonado y Fernández del Torco, J. (1944): “Herencias a favor del alma en el Derecho Espa
ñol”. Revista del Derecho Privado. Madrid, págs 1 a 165.
Marchena Fernández, Juan (1981): “La emigración andaluza en el ejército de América”. En I
Jornadas Andalucía y América. Tomo I. Institutos de Estudios Onubenses. Huelva, págs. 463 a 490.
_(1983) Oficiales y soldados en el ejército de América. Escuela de Estudios Hispanoamericanos. Sevi
lla, 1983.
Martínez Martínez, María Carmen y Espinosa Moro, María José (1993): “Expedientes de Bien
es de Difuntos de vallisoletanos en el Archivo General de Indias”. En Proyección histórica de Espa
ña en sus tres culturas: Castilla y León, América y el Mediterráneo. Tomo I. Junta de Castilla y León.
Consejería de Cultura y de Turismo. Valladolid, págs. 523-529.
Martínez Shaw, C.( 1973): ”E1 tercio de frutos en la flotas de Indias del siglo XVIII”. En Archi
vo Hispalense. N° 171-173. Cádiz, págs. 201 a 211.
_(1992) “Comercio colonial ilustrado y periferia metropolitana”. En la Rábida, N°ll. Huelva,
págs. 58 a72.
Mauro, F. (1976): Europa en el siglo XVI. Barcelona.
336 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Oliva Melgar, J. Ma (1978): “la aportación catalana a la Carrera de Indias en el siglo XVIII”.
En Actas del I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Moderna. Siglo XVIII. Tomo I. Córdo
ba, págs. 113 a 131.
Ortíz de la Tabla Ducasse, Javier (1981): “Emigración a Indias y fundación de capellanías en
Guadalcanal, Siglos XVI y XVII. En 1 Jomadas de Andalucía y América. Sevilla, págs. 444 a 460.
Fuentes 337
(1985) “Rasgos socioeconómicos de los emigrantes a Indias. Indianos en Guadalcanal: sus acti
vidades en América y sus legados a la metrópolis, siglo XVII”. En Andalucía y América en el siglo
XVII. Escuela de Estudios Hispano-americanos. Sevilla. Tomo I, págs. 29 a 61.
Ots Capdequí, José María (1921): El derecho de familia y el derecho de sucesión en nuestra legislación
de Indias. Publicaciones del Instituto hispano-portugués-americano. Madrid.
Palau y Dulcet, Antonio (1948-77): Manual del librero hispanoamericano. Barcelona, Oxford,
Dolphin.
Parejas Ortiz, Carmen (1992a): “Aproximación a la mujer a través de los Bienes de Difuntos”.
En Gades, N° 20. Cádiz, págs. 221 a 236.
_(1995) La vida cotidiana de la mujer española en Indias a través de la documentación del Juzgado
General de Difuntos. Tesis doctoral inédita, leída en la Universidad de Sevilla en 1995.
Pelegrí Pedrosa, Vicente (1997): Los capitales indianos y el crédito moderno: Extremadura en los siglos
XVI y XVII. Título de la tesis aún inédita leída en Sevilla 1997.
Pérez-Mallaína. PE. (1982): La Política naval española en el Atlántico 1700-1715. Escuela de
Estudios Hispanoamericanos. Sevilla.
_(1992) Los hombres del Océano. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla. Sevilla.
(1996) El hombre frente al mar. Naufragios en la Carrera de Indias durante los siglos XVI y XVII.
Universidad de Sevilla. Sevilla.
Pérez-Mallaína, Pablo Emilio y Babio Walls, Manuel:“El registro de embarcaciones como fuen
te para la historia naval de la Carrera de las Indias”, págs. 73 a 98.
Pérez Moreda, V (1981): La crisis de la mortalidad en la España interior (Siglo XVI-XIX). Madrid.
Pérez Serrano, Julio (1992).' Cádiz, la ciudad al desnudo. Universidad de Cádiz. Cádiz.
Pérez Turrado, Gaspar (1992): Armadas españolas de Indias. Mapire. Madrid.
Peñafiel Ramón. A. (1987): Testamento y buena muerte. Academia Alfonso X El Sabio. Murcia.
Pita Moreda, María Teresa (1984): “Los Hospitales andaluces y el ejército de América”. En Actas
de las IVJornadas de Andalucía y América. Escuela de Estudios Hispanoamericanos. Sevilla, págs.
349 a 378.
Plaza Prieto, Juan (1976): Estructura económica de España en el siglo XVIII. Confederación Espa
ñola de Cajas de Ahorros. Madrid.
338 ❖ La Fortuna y la Muerte. Andaluces en América en la primera mitad del siglo XVIII ❖
Ponce Cordones, Francisco (1979): Rota 1702.Un episodio olvidado de la guerra de Sucesión. Insti
tuto de Estudios Gaditanos. Cádiz.
Pozo, Fray Luciano del (1917): Caridad y Patriotismo. Reresa de la Orden Hospitalaria de San Juan
de Dios. Barcelona.
Rahn Philips, Carla (1991): Seis galeones para el Rey de España. Madrid.
Real Díaz, José Joaquín (1959): “Las ferias de Jalapa”. En Anuario de Estudios Americano. Tomo
XVI . Sevilla, págs. 167 a 314.
Reder Gadow, Marión (1986): Morir en Málaga. Testamentos malagueños del siglo XVIII. Universi
dad de Málaga. Málaga.
Rivas Álvarez, José Antonio (1986): Miedo y piedad: testamentos sevillanos del siglo XVIII. Excma.
Diputación provincial de Sevilla. Sevilla.
Rodríguez, M.C. y Bennansar, B.(1978): “Signatures et niveau culturel des témoins et accúses
dans les procés d’Inquisition du ressort du tribunal de Toléde (1525-1817) el du ressort du tri
bunal de Cordue (1595-1632)”. Caravelle, N°31.
Rodríguez Elias, Avelino (1935): La Escuadra de Plata. Instituto de Estudios Vigueses. Vigo.
Rodríguez Molina, J.( 1981): “Demografía, sociedad y economía de Jaén, 1621-1778”. En His
toria de Andalucía. Volumen VI. págs 289 a 327.
Rodríguez Vicente, María Encarnación (1977): "La patria chica presente en la últimas volunta
des del emigrante montañés a América”. En Santander y el Nuevo Mundo. Segundo Ciclo de Estu
dios Históricos Montañeses. Instituto Cultural de Cantabria. Diputación Provincial de Santander.
Santander, págs. 281 a 292.
Ruiz Martín, Felipe (1970)/ “La Banca española hasta 1782”. En El Banco de España. Una his
toria económica. Banco de España. Madrid, págs. 5 a 197.
Ruiz Rivero J. (1988): El Consulado de Cádiz, Matrícula de comerciantes, 1730 —1823. Excma.
Diputación Provincial de Cádiz. Cádiz.
Ruiz Rivero, Julián y García Bernal, Manuela (1992): Cargadores a Indias. Mapfre. Madrid,.
Sánchez González, Rafael (2000): El comercio agrícola de la Baja Andalucía con América en el Siglo
XVIII: El Puerto de Santa María en el tercio de frutos. Ayuntamiento de El Puerto de Santa María.
El Puerto de Santa María.
Sarmiento, :“Reflexiones literarias para una biblioteca real y otras bibliotecas públicas”. Semi
nario erudito, XX. págs. 99 a 273. '
Serrano Mangas, Fernando (1985): Los Galeones de la Carrera de Indias, 1650-1700. Escuela de
Estudios-Hispanoamericanos. Sevilla.
Sevilla Soler, Rosario (1990): “La minería americana en la crisis del siglo XVII. Estado del pro
blema”. En Suplementos de Anuarios Americanos. Tomo XLVIII, N°2. Sevilla, págs. 61 a 81.
Smith, A. (1996): La riqueza de las naciones. Pirámide. Madrid.
Tasset Carmona, María Remedios (1986): Vínculos entre Sevilla y América a través de la muerte: La
documentación de Bienes de Difuntos 1596-1621. Tesina inédita leída en Sevilla en 1986.
Torre Revello, José (1940): El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación
española. Buenos Aires.
Uztariz, Jerónimo (1968): Teórica y práctica del comercio y de marina. Introducción de G. Franco.
Aguilar. Madrid.
Vázquez Gil, Bernardo Miguel (1985).' Los tesoros de la Ría de Vigo. Aproximación a la historia de
los galeones de Rande. Vigo.
Vázquez de Prada, Valentín (1968): “Las rutas comerciales entre España y América en el siglo
XVIII”. En Anuario de Estudios Americanos. XXV Sevilla, págs 197 a 241.
Valverde y Valverde, Calixto (1935); Tratado de Derecho Civil Español. Tomo V Valladolid.
Vignols, L (1928): ”el asiento francés (1701-1713) e inglés (1713-1750) y el comercio franco
español desde 1700 a 1730”. En Anuario de Historia del Derecho Español. Tomo V. Madrid.
Vila Vilar, Enriqueta (1982): “Las ferias de Portobelo: Apariencia y realidad del comercio con
Indias”. En Anuario de Estudios Americanos. Separata del tomo XXXIX. Escuela de Estudios His
panoamericano. Sevilla, págs. 275 a 337.
(1986) “La documentación de Bienes de Difuntos como fuente para la historia social hispano
americana: Panamá a fines del siglo XVI” En América y la España del siglo XVI. Madrid, págs. 259
a 273.
Vivent, B.(1981):“ Economía y sociedad en el Reino de Granada. Siglo XVIII”. En Historia de
Andalucía. Volumen VI. Planeta. Barcelona, págs. 373 a 401.
Vovelle, M.(1978): Piéte baroque et déchristianisation en Provence au XVIIIe siécle. París.