Mary Balogh - Serie Waite 01 - El Lugar de Encuentros

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Capítulo 1

Por dos semanas completas, todos los sucesos en el hogar Maynard giraron en
torno a un solo hecho: Felicity volvía a casa.
Se compraron vestidos nuevos de muselina para las gemelas, hechos por la
costurera del pueblo, no del modelo más moderno, ya que la copia de Belle
Assemble de la cual habían sacado el patrón tenía un año de antigüedad. Pero de
todas formas eran vestidos nuevos, uno del color de las prímulas, y el otro rosa, ya
que nadie, ni siquiera Papá en su estado de ánimo más distraído, podía
diferenciarlas cuando llevaban ropa igual. Felicity las vería en sus mejores galas y
quizás pudieran convencerla que eran jovencitas maduras y sofisticadas.
Durante esas dos semanas, el Señor Maynard pasó menos tiempo del
acostumbrado en su oficina, leyendo los libros de cuentas, y más en el establo,
asegurándose que los animales estuviesen bien cuidados, y en los campos,
controlando que estuviesen bien plantados y las vacas y ovejas a salvo en los
pastizales. Era importante que Felicity encontrara una propiedad próspera al
llegar. No haría que sintiera que su sacrificio había sido en vano. Todavía se sentía
culpable al pensar en ello. Por lo tanto, evitaba hacerlo.
La Señora Maynard acaparó los servicios del ama de llaves y el jardinero. La
primera le ayudó a hacer inventario de toda la ropa de mesa y cama. Las segundas
mejores sábanas y fundas de almohadas no serían suficientes, incluso en las
habitaciones que Felicity no visitaría. Todas las camas estarían vestidas con lo
mejor. Y todos los manteles debían ser cambiados. Los de encaje, esos que ella
misma había bordado con su mamá antes de su boda. Al jardinero se le dieron
instrucciones de asegurarse de que el césped estuviese bien podado, los arbustos
arreglados y los narcisos y tulipanes florecidos. El pobre hombre se vio confundido
por esa última instrucción, ya que, según su experiencia, las plantas florecían
cuando estaban listas y morían cuando les llegaba la hora. Pero si la Señorita
Felicity estaba por llegar, él haría su mejor trabajo.
Los chicos Maynard no estaban en casa. Cedric había sido nombrado
recientemente vicario de St. Jude, a unas treinta millas de distancia, y había
contraído matrimonio con la anteriormente Señorita Bertha Mannering, hija del
dueño de la propiedad vecina. Era poco probable que vinieran por el mero
propósito de ver a Felicity, pero Laura, la más industriosa de las gemelas, se sentó
a escribirles una larga carta informándoles de la próxima visita de su hermana.
También le escribió a Adrian. Pero el pobre chico quizás tuviese sus libertades
mucho más restringidas. Seguro que desearía ver a su hermana, pero los
estudiantes de Eton no eran libres de regresar corriendo a casa por cualquier cosa.
De ser ese el caso, Adrian no sería un alumno interno, sino un simple pupilo de día
reflexionó Laura antes de firmar el pie de la apretada carta.
Felicity regresaría a casa después de cinco años. Era un largo tiempo. El Señor
Maynard apenas empezaba a recuperarse cuando ella se marchó. Sus campos
estaban sin cultivar, los establos vacíos, las cercas rotas y las casas de los inquilinos
dilapidadas. Solo en estos últimos dos años, la propiedad había empezado a verse
como un sitio de calidad nuevamente.
Cinco años antes, la Señora Maynard apenas recuperaba la placidez de
carácter que la habían ayudado a superar innumerables crisis ilesa. La había
perdido durante un tiempo, amargada por la convicción de que se dirigían a la
bancarrota. Su ocupación favorita durante esos días era hacer inventario de los
muebles de la casa, las pinturas, sábanas, vajilla, ollas y sartenes, toda la ropa y
joyas que poseían y hacer listas de en qué orden podrían ser empeñadas o
vendidas.
Cinco años antes, Cedric acababa de marcharse a Oxford y la Señora Maynard
había derramado incontables lágrimas durante la visita de Felicity por el milagro
que le había permitido asistir allí en lugar de buscar trabajo en una granja o en
alguna de las fábricas que recientemente se habían establecido en la ciudad.
Adrian solo tenía diez años entonces y ya se beneficiaba de los servicios de un
estricto tutor. Aunque Adrian no lo había considerado beneficio. Solía ser, y aún lo
era, tan diferente a su hermano como la tiza del queso. Mientras que el hermano
mayor nunca era más feliz que cuando tenía la nariz enterrada en un libro, Adrian
veía el leer y la educación como una invención terrible para interrumpir la vida
cotidiana. De haber podido pasar sus días trepando árboles en la propiedad de su
padre, pescando en el río o paseando a caballo, mezclándose con los trabajadores
de la propiedad, ofreciendo asistencia y mostrando una resistencia notable para
alguien tan joven y de tan gentil crianza, habría pensado que no era necesario
morir para ir al Paraíso.
Las gemelas tenían trece años entonces, altas y larguiruchas, con el cabello a
la cintura, los vestidos invariablemente rotos en algunas partes, ruidosas y algo
salvajes. Tomaban lecciones con Adrian y practicaban en el pianoforte durante
media hora todos los días y se sentaban con Mamá todas las tardes a aprender
puntos de bordado. Dibujaban y pintaban con acuarelas, tan talentosas en el arte
como cientos de otras muchachas inglesas. Todavía trepaban árboles con Adrian
cuando no tenían otra cosa que hacer, y aún montaban a pelo cuando no había
nadie que las regañara. Y empezaban a notar y reír discretamente cada vez que un
muchacho apuesto se atravesaba en sus caminos, normalmente los domingos en la
iglesia. Muchas veces la que quedaba sentada más cerca de su madre recibía como
castigo un afilado codazo en las costillas.
Los cuatro miembros de la familia que aún vivían en casa esperaban con
ansiedad la oportunidad de mostrarle a Felicity cómo habían cambiado las cosas.
El Señor Maynard estaba ahora indiscutiblemente cómodo. Los granjeros en las
propiedades aledañas envidiaban sus campos bien cuidados y próspera propiedad.
La Señora Maynard, sin envanecerse, disfrutaba ahora de la posición de dama
principal del vecindario. Ella y su familia ocupaban los únicos banquillos acojinados
de la iglesia y siempre se le consultaba en asuntos de la comunidad. Su nombre
encabezaba las listas de invitados a todos los eventos sociales de la zona. Era
gratificante, especialmente cuando la poderosa hija de uno venía de visita.
Las gemelas, por supuesto, desbordaban de emoción de poder mostrarle a su
hermana mayor lo maduras que eran ya, a los dieciocho, llenas de elegancia y
sabiduría. Tenían un plan armado, del cual solo ellas estaban al tanto, y
bromeaban a menudo al respecto, pero prometieron no revelarle nada a nadie, ni
siquiera a Felicity, hasta no estar seguras que sería bien recibido.
Al llegar la tarde del día esperado, las emociones alcanzaron su punto más
alto. El Señor Maynard realizó no menos de tres visitas al establo para asegurarse
que los mozos habían cepillado a los caballos hasta que brillaran sus pelajes.
Mamá y las gemelas estaban ya vestidas, las chicas en sus trajes nuevos, la Señora
Maynard en su segundo mejor vestido, el que usaba los domingos en la iglesia. La
cocinera estaba encerrada en la alacena, luego de hornear cuatro tortas al
recordar que las cuatro eran las favoritas de la Señorita Felicity, y preparar una
cena suficiente para un pequeño banquete.
Lady Felicity Wren intentaba relajarse en el lujoso carruaje en el cual viajaba
sola. Si cerraba la ventana, el interior se tornaba caluroso y opresivo. Si la abría, el
polvo del camino lastimaba sus ojos y garganta. El asiento que ocupaba, aunque
acojinado y cubierto de terciopelo, se tornaba incómodo luego de tantas horas de
viaje, con una sola parada para comer. Se había quitado el bonete y los guantes de
cabritilla hacía un buen rato ya. Pero ansiaba llamar al panel delantero y ordenarle
al paje acompañante que la ayudara a bajar para caminar un rato entre la hierba,
sintiendo su frescura en los talones y recoger algunas prímulas. Pero claro, no lo
haría. Ahora era Lady Wren. Pero era increíble como la cercanía al hogar podía
anular los hábitos de ocho años y volver a comportarse como una chiquilla.
Suspiró.
¡Cinco años! Habían pasado cinco años desde que había estado en casa. No
podía explicarse por qué había pasado tanto tiempo. Había pasado la mayor parte
de ese tiempo en Inglaterra, aunque ella y Wilfred había paseado por el
Continente largo rato. Era cierto que vivían al norte, demasiado lejos de Sussex
para hacer visitas casuales, pero no era excusa. Había estado en Londres para la
Temporada casi todos los años. Siempre se había prometido que se tomaría una
semana de las visitas sociales de la ciudad durante la primavera para visitar su
hogar. Pero no lo había hecho luego del primer par de años. Había estado feliz de
ver a sus padres recuperarse, saberlos felices de que su propiedad y posición
estaban seguras. Era gratificante ver a Papá hacer el esfuerzo por mejorar su
propiedad para volverse autosuficiente. Le había alegrado ver a los niños y saber
que su estilo de vida estaba asegurado.
Aun así, esas primeras visitas le habían resultado dolorosas. El preservar su
felicidad y seguridad le habían sido costosas. No que considerara su vida con
Wilfred insoportable. De hecho, había llevado una vida más llena de glamour de la
que había soñado jamás. Pero cuando estaba en casa, recordaba demasiado bien
como había sido antes: una rutina simple y feliz. Y siempre tenía que mostrarse
entusiasmada en esas visitas, describiendo las reuniones en Sociedad, su
presentación ante la anciana reina en St. James, sus visitas a Viena, Roma y Paris.
Tenía que vestirse con sus trajes más finos. Todo para convencerlos de que estaba
feliz y que no había sido ningún sacrificio.
Todo eso podría haberlo soportado. Podría haber continuado sus visitas. Pero
había habido otra cosa. No sabía si podría encontrarse con Tom en una de esas
visitas y eso no lo habría podido soportar. Y aun así, cada vez que no lo
encontraba, regresaba a la ciudad decepcionada. Claro, durante las primeras dos
visitas sabía que no le encontraría. Todavía estaba en la universidad la primera vez.
La segunda, él se encontraba viajando por Europa. Pero en la tercera ocasión, ella
sabía que él estaría en casa y se había esforzado tremendamente por evitarlo,
incluso fingiendo una jaqueca para no tener que acompañar a la familia a la iglesia
el domingo.
Pero todo eso había quedado atrás. Por primera vez en ocho años, era
realmente libre e iba a aprovecharlo. Tenía todas las intenciones del mundo de
vivir a plenitud, dejar el pasado atrás y resarcirse por el tiempo perdido. Se había
casado con Wilfred ocho años atrás. Había hecho el sacrificio, casi a regañadientes,
pero lo había hecho de todas maneras. Podía recordar el horror que había sentido
cuando el anciano caballero que le había causado tanto disgusto en una fiesta de
cumpleaños el día anterior había venido de visita para hacerle una oferta a su
padre. Sabía que era una jovencita muy hermosa, con su bien desarrollada figura,
grueso cabello rubio y complexión de mármol. Y se había vestido para impresionar
ese día, un vestido de brocado de Bruselas con seda rosa, una invención ensoñada
de la costurera del pueblo. Pero al día siguiente maldijo su belleza y su hermoso
vestido. Sir Wilfred Wren deseaba contraer matrimonio con ella.
La idea debería haber sido insólita. La propuesta debió ser tratada como un
enorme chiste familiar. Sir Wilfred tenía más de sesenta años: jamás se había
casado y obviamente jamás había sido un hombre apuesto. Tenía un
comportamiento descarado y excesivamente optimista, el cual Felicity había
encontrado que venía de una profunda inseguridad en sí mismo. Aunque aceptado
en los círculos más altos de la Sociedad, no encajaba con naturalidad allí. Era lo
que llamaban un citadino, un hombre que había amasado su fortuna como
mercader. Solo lo aceptaban por el hecho de ser enormemente rico.
Esto último había sellado el destino de Felicity. En ese entonces su padre estaba al
borde de la ruina. No había manera de posponer ninguna de sus deudas. Su
nutrida familia enfrentaba un futuro bastante negro. Sir Wilfred Wren había sido
como un regalo del cielo. Por alguna razón, había decidido que quería a Felicity
para sí. Estaba dispuesto a pagar las más altas sumas. Ahora que poseía grandes
riquezas, el dinero no era nada para él. El Señor Maynard y luego su esposa le
habían suplicado a ella que lo considerara. Era cierto que era muy joven y que
seguramente Tom Russell le haría una oferta al terminar sus estudios, y que Wren
era un anciano. ¿Pero soportaría ver a su familia arruinada, y compartir esa ruina
cuando tenía el poder de salvarlos, de ayudar a su padre a recuperarse?

Felicity había llorado y agonizado por su decisión, sollozando en voz alta por
Tom, quién en ese momento estaba lejos en la universidad. Pero en el fondo sabía
que no había otra opción. Solo podía reconciliarse con lo que debía hacer. Y
entonces lo hizo. A los dieciocho se casó con un hombre de sesenta y dos y se
había marchado con él. No podía quejarse. Él se había esmerado en complacerla,
cubriéndola de regalos, vistiéndola con lo mejor y llevándola de paseo por toda
Inglaterra y Europa, ufanándose de ella en todos los eventos sociales de mérito.
Había sido muy amable con ella. Pero podía admitir, desde la privacidad de su
carruaje, que la libertad se sentía muy bien. Wilfred había muerto un año antes, de
un infarto. Estaban en Roma. Su paje le había encontrado muerto al llevarle el
agua para afeitarse. Felicity había traído su cuerpo a casa para ser enterrado y
había pasado su año de luto con Beatrice, su cuñada solterona de cincuenta años,
quién había dedicado su vida a cuidar de su hermano. Ahora Felicity era libre. Se
había quitado el vestido gris de luto dos días antes. Ayer en la mañana, al
marcharse a la casa de su padre en Sussex, se había puesto un vestido azul que le
había comprado Wilfred en Italia. Hoy, estaba vestida de verde. Y sentía que le
habían quitado un peso de los hombros. Se había despedido de Beatrice ayer
temprano y se había marchado sola. A su cuñada le había preocupado que
insistiera en viajar sin una doncella, especialmente cuando debía pasar una noche
en el camino, pero Felicity había insistido en viajar sola. No tenía intenciones de
estar atada a nada más. Tenía veintiséis años y era excesivamente adinerada. Si
deseaba viajar sola y quedarse en una posada sola, lo haría.
Empezó a reconocer lugares. Cinco años empezaron a parecerle largo tiempo
otra vez. ¿Habrían cambiado las cosas? De las cartas de Laura y las ocasionales de
su madre y Lucy, sabía que la propiedad prosperaba. Le intrigaba el volver a ver a
las gemelas. Habían crecido, ahora de la edad que ella tenía al casarse con Wilfred.
Seguro ya no usaban colitas. ¿Aún se reirían como niñas? ¿Las sabría diferenciar?
Por primera vez en ocho años podría disfrutar de su hogar. Quizás el verlos
felices le recordaría de los ocho años anteriores no habían sido en vano. Pero, oh,
a veces era tan terrible saber que tenía veintiséis y jamás había sido realmente
libre. Se dio una sacudida mental a sí misma. Había conocido gente y visto lugares
que muchos de cincuenta darían una pierna y un brazo por ver. No debía quejarse.
También podría disfrutar de su visita de otras formas. Luego de ocho años ya
no temía encontrarse a Tom. De hecho, lo deseaba. En esos años finalmente se lo
había sacado del sistema. No diría que le alegraba que Wilfred apareciera para
evitar ese matrimonio, pero le alegraba no haberse casado con Tom. Su vida de
casada le había mostrado que había mucho más que hacer en la vida. Con Wilfred
había visto mucho que la había llenado de ansias por más. Había sido parte de
todo eso, pero de alguna manera excluida. Había sido una mujer casada con un
marido muy posesivo. Se había enterado muy temprano en su matrimonio que
frecuentemente los miembros de la Sociedad, incluso muchas damas, vivían sus
vidas casados con alguien por conveniencia, para mantener su estatus social, pero
llevaban amoríos aparte. Esas personas vivían alegremente y sin preocupaciones.
Pero ella jamás se había unido a sus filas. Podría haberse escapado de Wilfred
algunas veces, pero jamás se habría atrevido siquiera a coquetear con otro
hombre.
Pero había ansiado por esa vida. Y ahora la tenía al alcance. Era dueña de una
elegante mansión en Pall Mall y tenía tanto dinero que jamás dudaba en
comprarse un carruaje o un vestido nuevo. Era aún lo suficientemente joven para
ser deseable, y sabía, sin vanidad, que era hermosa. Quizás más que a los
dieciocho. Era ahora más elegante y sabia. Sabía que los hombres la encontraban
atractiva. Cada Temporada, alguno intentaba seducirla para llevarla a la cama, y
siempre estaban tan rodeada de pretendientes como las más jóvenes debutantes.
Lo sabía y ahora era libre de hacerlo. Luego de visitar a su familia dos semanas, se
mudaría a Londres, donde tendría la más alegre y brillante Temporada de su vida.
Se buscaría un apuesto, joven y adinerado hombre de alto rango y se casaría con
él. La muy pudorosa Lady Wren, a quienes los hombres habían deseado en sus
camas y habían sentido lástima por su matrimonio, se emparejaría brillantemente
en la Temporada, y se casaría en St. George, Hanover Square, con la crema y nata
de la Sociedad como invitados. Viviría el resto de su vida al frente de la vida social.
Sería ricamente compensada por ocho largos y fastidiosos años.
Si, estaba muy feliz de no haberse casado con Tom. La última vez que lo había
visto tenía veinte años, pero ya mostraba la fuerza y madurez de un hombre
adulto. Sabía exactamente lo que quería en la vida y Felicity no pensaba que
cambiaría de opinión. Al menos en las menciones ocasionales en las cartas, parecía
que él vivía de acuerdo a su plan. Había ido a la universidad y esforzado en sus
estudios. Tom siempre había opinado que el conocimiento era invaluable. Incluso
si pensaba vivir el resto de su vida en el campo manejando la propiedad de su
padre, su mente sería libre para vagar por la universidad, solía decir. Leía
constantemente. Su plan había sido regresar a casa, tomar posesión de la
propiedad de su padre, casarse con Felicity y asentarse para producir una familia
numerosa.
No había hecho varias de esas cosas. No se había asentado inmediatamente,
sino que había viajado por más de un año. No se había casado y formado una
familia. Pero si había tomado posesión de la propiedad de su padre, y ahora era
efectivamente el dueño, desde la muerte del mísmo tres años antes. Su madre
había muerto siendo él muy joven. Felicity asumía, por los comentarios en las
cartas, que era un buen administrador. Sus tierras prosperaban, por lo menos
tanto como las de su padre. Y eso le probaba que Tom no había cambiado. Estaría
feliz de pasar el resto de su vida en el campo. Temblaba al pensar que podría estar
atrapada allí con él. Ocho años con Wilfred habían sido difíciles. Pero ciertamente
toda una vida con Tom habría sido insoportable, luego de que el amor se asentara
en una rutina matrimonial.
Estaba ansiosa por verlo. Le daba curiosidad intentar recordar por qué lo
había querido tanto y llorado por más de tres años luego de su matrimonio.
Seguramente lo encontraría aburrido ahora. Incluso le avergonzaría recordar sus
momentos juntos, las cosas que habían hablado, los besos compartidos, en
especial el último cuando él había regresado a toda prisa de Cambridge… Sería
bueno verlo otra vez por lo que era, un aburrido granjero, buen hombre sin duda,
pero ahora muy lejos de lo que deseaba. La última pieza de su pasado por superar
antes de enfrentar su nueva vida.
Oh, era bueno estar viva. Felicity abrió la ventana, respirando el aroma de la
primavera junto al polvo. ¡Pronto ahora! Vería su casa luego de la próxima colina.
Sacó la cabeza por la ventana, sin prestar atención a que la brisa le despeinaba el
cabello. Y allí estaba finalmente, su casa, los establos, sorprendentemente iguales.
El amplio jardín, bordeado de oro y varios tonos de rosa, el orgullo de su madre,
los narcisos y tulipanes. Al este del jardín, el arroyo bordeado de arbustos, un
paraíso para Cedric, Tom y ella de niños, y luego un lugar de encuentros
clandestinos. Si, fue allí, bajo el cedro, donde vio a Tom por última vez antes de
casarse, dónde… Pero no importaba ya. Era historia antigua. El recuerdo ya no le
causaba dolor, sino solamente dulce nostalgia.
Entonces alzó el brazo, sus veintiséis años y elegancia señorial lanzadas al
olvido al saludar a las figuras que le esperaban en la entrada. Desaparecieron un
instante al descender el carruaje la colina que llevaba a la entrada de piedra y el
camino de grava que guiaba a la casa.
Mamá estaba allí, ni un día mayor, vestida como si fuese a la iglesia. Papá
estaba al fondo, las manos a la espalda, con ademán seguro pero una ligera sonrisa
curvando sus labios. Y las gemelas la hicieron reír, obviamente emocionadas pero
intentando parecer elegantes y sofisticadas. ¡Qué hermosas eran! Y, por todos los
cielos, ¿cuál era cuál?
—¡Felicity! —exclamó una y ambas echaron a correr al carruaje.
Capítulo 2
Tom Russell se encontraba sentado en una gastada silla de cuero frente al
fuego que había encendido para calentarse en el frescor de la noche. Descansaba
el mentón sobre la mano, el codo apoyado en el reposabrazos. Un pie embotado
descansaba sobre el otro reposabrazos. No se había vestido para cenar. A veces lo
hacía, pero le parecía una pérdida de tiempo, a menos que tuviera invitados. Tenía
un vaso casi lleno de oporto en la mesita junto a él, pero no lo había tocado en un
buen rato. Una vez se había emborrachado por tres días seguidos, y el proceso de
regresar a la sobriedad le había resultado doloroso. Y todo había sido sin sentido.
La bebida había calmado el dolor por corto tiempo, pero tuvo de todas formas que
enfrentarlo al final. Desde entonces, Tom bebía con mesura, especialmente
cuando algo le carcomía la cabeza. Ahora prefería enfrentar los problemas de
frente, valiéndose de su cerebro y aguante emocional.
Ella estaría en casa ahora, seguramente. Tomaba dos días viajar de Yorkshire,
pero pudo haberse arreglado de modo que no viajara de noche. Y ya había caído la
noche. Los ojos de Tom se dirigieron a la ventana, cuyas pesadas cortinas no
habían sido cerradas. Ella estaría a menos de dos millas de distancia, sentada en
casa, conversando y riendo con su familia, sin duda. Aunque para él no había
diferencia. Bien podía estar a miles de millas de distancia.
Se preguntó cómo sería ella ahora. ¡Ocho años! Habían pasado ocho años
desde la última vez que la vio, y aquella había sido una reunión apresurada y
dolorosa en la noche. Casi nueve años desde la última vez que de verdad habló con
ella. ¿Aún sería tan llena de vida y traviesa como la recordaba? Sabía que aún era
hermosa. No la había visto por sí mismo, claro. Eso de hecho lo evitaba
concienzudamente. Una vez se había marchado de Viena al día siguiente de su
llegada, habiendo oído por casualidad que ella estaba allí con su marido. Pero
había escuchado de ella. Su belleza e indiferencia la habían hecho bastante
célebre. No era difícil encontrar a un grupo de caballeros hablando de ella.
¡Indiferencia! Eso era algo que a Tom le costaba creer. La Felicity que conocía era
de todo menos indiferente.
Ocho años. Tanto tiempo. Ella seguro le habría olvidado, o al menos relegado
al pasado, a sus recuerdos de infancia. ¿Y por qué no? Había vivido una vida
variada. No sabía cómo se había llevado con Wren. Tom solo había visto a su
marido una vez, un hombre mayor que había decidido de pronto que quería una
esposa joven. Pero Tom jamás había escuchado nada malo de él. De hecho, los
rumores decían que la había mimado, usando su riqueza para cubrirla de regalos.
A lo mejor había sido feliz. A lo mejor lamentaba la muerte de Wren.
Tom no querría que fuese distinto. Era demasiado tarde para ellos de todos
modos, aunque ella sintiera algo de cariño aún por él. En ocho años seguro que se
había acostumbrado a la vida brillante que había llevado. Él no podría ofrecerle
eso, aunque tuviera el dinero suficiente. Pertenecía aquí, al campo, manejando su
propiedad. No podría vivir de otra manera por mucho tiempo, ni siquiera por ella.
Tenía que vivir su propia vida o terminaría haciendo infeliz a cualquier mujer,
aunque la amara. Tom había aprendido eso de sí mismo durante sus viajes. Había
visitado todas las ciudades importantes de Europa, cada catedral y museo, galerías
de arte, y se había mezclado con la Sociedad. Y no lamentaba haberlo hecho. Cada
experiencia enriquecía su vida y se sentía más sabio y mejor educado luego de
viajar. También había aprendido mucho de sí mismo. Sabía a dónde pertenecía y
quién era.
Tom se sentía un adulto sensato y razonablemente maduro. Pero solo
razonablemente maduro. No era una actitud completamente adulta seguir
alimentando un amor sin esperanzas por ocho años. Pero justo eso había hecho. Y
había aprendido a aceptar que siempre amaría a Felicity, que jamás amaría a otra
mujer de esa manera. Lo había intentado. Durante su último año en la universidad
y los primeros ocho meses de viajes, había vivido una vida descontrolada,
intentando desesperadamente ahogar su amor una y otra vez en los brazos de
distintas compañeras que solo habían sido mero placer físico. Jamás había sentido
más que lujuria por alguna de las mujeres que se había llevado a la cama.
Bueno, quizás una vez, y ella había sido de muchas maneras su salvación.
Había pasado dos semanas con la misma actriz francesa. Era bonita, e
inusualmente satisfactoria en la cama. Pero, cuando llegó el momento de irse, él la
habría besado y se habría marchado sin pensarlo dos veces. Había estado
impresionado cuando ella se aferró a sus solapas, sollozando en su corbata, no
solo lágrimas sentimentales, sino unas amargas lágrimas de duelo. Solo había
tenido otro amante antes que él, y ese la había tomado por la fuerza. Amaba a
Tom. Le suplicó que se quedara con ella o le permitiera irse con él.
Tom se había sentado junto a ella y habían hablado por horas. Era la primera
mujer desde Felicity con la que había hablado realmente o visto como una
persona. La había dejado luego de eso, e irónicamente había sido su primer acto
altruista en mucho tiempo. Habría sido tentador llevársela consigo para consolar
su propio corazón lastimado, pero sabía que jamás la amaría. Y mientras más
tiempo pasara con él, peor sería el dolor que sentiría al inevitablemente terminar
el amorío. Tom había sopesado por días su propio poder de lastimar a la gente.
Había olvidado que las mujeres tenían sentimientos también, que eran más que
cuerpos para ser usados.
No se había acostado con ninguna otra desde entonces. Y había aceptado el
hecho de que jamás se casaría, jamás tendría la enorme familia que Felicity y él
habían planeado. Iban a ser seis hijos. Tenía que superar a su madre por uno.
Bueno, pensó Tom ahora, empujando un tronco al fuego con el pie, quizás fuese
mejor así. Se había acostumbrado a su soledad luego de la muerte de su padre. No
era ningún ermitaño. Cenaba frecuentemente fuera y asistía a todos los eventos
sociales cercanos. A veces recibía invitados en casa. E iba con frecuencia a la
posada cercana, no a beber, sino a escuchar noticias y quizás jugar una partida de
cartas. No estaba seguro de poder lidiar con seis niños ahora. Sonrió. Claro, no
habrían llegado todos de golpe a la vez. Habría tenido la oportunidad de
acostumbrarse a cada uno a la vez, o quizás dos al mismo tiempo. Había gemelas
en la familia de Felicity.
Su amor se había calmado. Una vez había estado preparado para quitarse la
vida. Todavía detestaba recordar la mañana en la que había recibido la carta de
ella. Había estado de camino a presentar un examen. No lo había fallado, pero
estaba seguro que no le había faltado mucho. Se había marchado a toda prisa a
casa, sin detenerse a pedir permiso para ausentarse durante el término ni avisarle
a nadie a dónde iba. Y, hasta llegar a casa, no se había dado cuenta de lo
irrevocable de su decisión de casarse con Sir Wilfred Wren. Los planes estaban
listos, las invitaciones enviadas. La ceremonia se llevaría a cabo al día siguiente.
Tom supo entonces que no podía evitarlo.
Su padre le había aconsejado no intentar ir a verla. El Russell más viejo, un
hombre amable, se había dado cuenta del dolor de la chica. Era del conocimiento
general que Maynard estaba a punto de caer en la ruina. También que Wren tenía
tanto dinero que no sabía qué hacer con él. No se necesitaba ser demasiado astuto
para entender que la hija mayor de Maynard sería el cordero de sacrificio. Y no
cambiaría de parecer, le explicó el padre al hijo. No podía. Toda su familia
dependía de este matrimonio.
Tom lo había obedecido… casi. Intentó no verla. Pero durante la velada había
ido al cedro junto al arroyo en la propiedad del padre de ella, su viejo lugar de
encuentro. No había esperado verla, pero ella había aparecido de pronto, ya tarde.
Tom no estaba seguro ahora, había sido hace demasiado tiempo, pero casi tenía la
certeza de que no se habían dicho nada al principio. Solo se habían abrazado con
desespero por largos minutos. Y entonces ella alzó el rostro y se habían mirado a
los ojos en la oscuridad del crepúsculo, sin necesidad de palabras. La miseria y
desesperanza de la situación estaban claras en sus ojos.
Entonces él la había empezado a besar, besos desesperados en su boca,
mejillas, párpados, cuello. Y ella le había correspondido, aferrándose a él como
una tabla de salvación. Se habían murmurado palabras de amor antes de terminar
en el suelo, recordaba Tom, la espalda de ella contra el suelo duro que parecía no
sentir, con el peso de él apresándola allí. Entonces él hizo lo que jamás había
hecho. Sus dedos enfebrecidos desamarraron el encaje de su vestido,
descubriendo sus pechos. Tom jamás había estado con una mujer, ella jamás había
sido tocada por un hombre. El instinto lo había hecho tocarla y acariciarla,
mientras ella gemía y se arqueaba contra él.
Le había metido las manos bajo la falda, subiéndoselas, y ella había alzado las
caderas para que le quitara la ropa interior mientras buscaba con las manos los
botones que cerraban sus pantalones.
Cuando él se detuvo de pronto, sus nudillos contra la seda que revestía sus
caderas, ella había llorado de pronto, pronunciando las primeras palabras
inteligibles de la velada.
—¡Tom, por favor no te detengas! ¡Por favor! —había dicho. —Quiero que me
poseas, Tom, quiero que seas el primero. ¡Por favor, amor mío, por favor!
Él había colapsado sobre ella, escondiendo el rostro en su cuello y llorando
lágrimas amargas. La pasión se adormeció entonces, dando paso solo a la ternura.
Sus lágrimas mojaron su cuello y corrieron libres sobre sus pechos, mojándolos.
Ella no había llorado.
Él se había levantado finalmente, dándole la espalda mientras se acomodaba
el vestido. Entonces se había volteado a verla. No se habían vuelto a tocar. Ella
intentó sonreír, intentó decir algo, pero su rostro estaba tan fuera de control que
no dijo nada y se marchó de vuelta a casa de su padre. ¡Eso era lo último que había
visto de ella!
Tom intentó olvidar esa escena lo mejor que pudo. Todavía le causaba
molestia, pero ya no la agonía que solía sentir y con la que tuvo que vivir varios
años.
La amaba, sí. Pero sentía que podía volverla a ver sin sentir dolor innecesario.
Le tomaría algo de valor presentarse allá, pero lo haría; mañana, o quizás el día
después. La vería y le hablaría. Vería cuanto había cambiado y cuanto no. Le
dejaría ver que él se había asentado en una vida plácida y aburrida, y que estaba
feliz con su lugar en el mundo. Quizás el verla otra vez le dejaría claro que había
amado solo un sueño de juventud. Quizás estaría así de cambiada.
Como sea que fuere, solo podría relajarse luego de verla. No la buscaría luego
de eso, pero soportaría mejor los encuentros ocasionales que seguro ocurrirían si
pasaba más tiempo en casa ahora que era viuda. Sí, mañana iría.

***

Felicity se encontró inmensamente ocupada al estar de regreso en casa. Todos


reclamaban su atención. Papá quería llevarla por toda la propiedad para mostrarle
las mejoras, y que viera lo prósperos que eran ahora. Ella lo complació. Antes del
almuerzo, fue con él a los establos y admiró el edificio renovado y el brillo del
pelaje de los animales. Le pidió que le ensillara un animal tranquilo y al ver la
expresión de sorpresa de su padre, le explicó que a Wilfred no le gustaba verla
montar, le preocupaba su seguridad, y su cuñada no había considerado adecuado
que montara durante el luto. Debía practicar para volver a ser un buen jinete.
Juntos, ella y Papá pasearon por casi toda la propiedad, viendo los campos
recién cultivados, las cercas nuevas alrededor de los pastizales, las casitas nuevas
de los trabajadores y la casa renovada de uno de los viejos granjeros de la
propiedad. Felicity se encontró saludada efusivamente por todos e incluso
reconoció un par de rostros. Se sentía bien estar en casa y saber que su padre
había hecho buen uso del dinero adquirido por su matrimonio. Le sonrió con
cariño mientras regresaban a casa.
Su madre quería mostrarle la casa y el jardín. Recordaba los narcisos y
tulipanes de las primaveras de su infancia, pero ahora parecían haberse triplicado.
La casa no había cambiado mucho, excepto una nueva pintura aquí, unas cortinas
nuevas acá, y otros detallitos más, pero Felicity quería verlo todo.
—¿Ya teníamos el pianoforte la última vez que viniste? —preguntó Mamá,
como había preguntado otra docena de cosas. —Pero claro, recuerdo que las
gemelas tocaron algo para ti. Y no era el clavicordio, ya que recuerdo que la
melodía era mucho más dulce y que pensé que era una lástima que no lo
tuviéramos cuando eras pequeña. Siempre fuiste la que más tuvo talento musical
de mis hijos. ¿Aún tocas, querida?
Felicity sonrió, sentándose en el instrumento y tocando una corta fuga. No
exageró su propio talento. A Wilfred le gustaba escucharla tocar durante las tardes
sin compromisos, lo que le había permitido practicar. Pero siempre declinaba tocar
en público. La mayoría de las damas que lo hacían tenían un talento deplorable, y
ella no deseaba unírseles.
Durante el día, las gemelas ocuparon todos los momentos entre actividades.
Fue arrastrada al saloncito por Laura, quién sacó una pila de cartas de su escritorio
y procedió a leerle largos extractos de las cartas de Cedric y Adrian.
—¿Podrás ver a Adrian cuando vayas a Londres, verdad? —le preguntó su
hermana ansiosamente. —Estará muy feliz de poder pasar una tarde o un fin de
semana contigo. El pobre muchacho detesta el colegio, Felicity. Dice que va a
encargarse de la propiedad cuando Papá esté demasiado mayor para hacerlo.
Seguro Cedric no querrá, ya que se ha hecho su propia carrera. Adrian dice que no
necesita saber que dijo Marco Antonio en su discurso frente a Julio Cesar en el
mercado o en qué orden sucedieron las aventuras de Odiseo en la Odisea. Eso no
lo ayudará a sembrar, dice. Y debo decir que concuerdo con él, ¿no crees, Felicity?
Su hermana sonrió.
—Si, a veces es difícil entender por qué se necesita la educación al recibirla —
dijo. —Pero piensa en lo ignorantes que seríamos, Lucy, si solo aprendiéramos lo
necesario para sobrevivir. No necesitaríamos nuestras mentes humanas.
—Suenas como el Señor Russell —dijo Laura, desaprobatoriamente. —Y soy
Laura.
Lucy arrastró a Felicity escaleras arriba para que examinara su vestuario.
—Realmente no tenemos nada a la moda —explicó, —pero Mamá dice que no
es necesario estar comprando ropa a cada rato cuando vivimos tan lejos de la
ciudad. Pero tienes que decirnos realmente que tan atrasadas estamos. Este fue el
que usé para la fiesta de cumpleaños de Hannah Jennings hace dos meses. Me
gustó bastante. Y también al Señor Moorehead —el nuevo vicario— que se fijó
más en nosotras que en ella. Creemos que le gusta una de nosotras, pero creemos
que no puede decidir cuál es la que le gusta.
Su gemela se echó a reír al fondo.
—Es un bonito vestido —dijo Felicity, sosteniendo la confección azul pálida
para examinar el cuello de encaje más de cerca. —Me atrevería a decir qué harías
girar varias cabezas incluso en Londres, Lucy. ¿Eres Lucy, verdad?
Ambas gemelas rieron.
Nadie de la familia se aventuró fuera de los confines de su propiedad ese día,
ni recibieron visitas. Felicity se sintió algo decepcionada. Creyó que Tom pudo
haberse esforzado en venir por los viejos tiempos. De seguro no la había olvidado
por completo. Seguro no le guardaba rencor. Esperaba poderlo ver al menos una
vez durante su visita. El estar de vuelta le recordó poderosamente la íntima
amistad de la que habían disfrutado antes de empezar a considerarse como algo
más. Le parecía que le faltaba algo a su hogar. Habían pasado mucho tiempo en la
casa del otro de niños. No había nada de malo en renovar esa amistad, ¿verdad?
Menos ahora que habían superado todos esos vergonzosos sentimientos.
Él vino al día siguiente. Felicity estaba en el jardín, mirando como su madre
recortaba algunas flores para la casa. No tenía sombrero ni capa sobre su vestido
de muselina. Era uno de esos días cálidos pero frescos de la primavera.
Lo vio venir a lo lejos, atravesando su pastizal, trepando sobre la cerca y
escalando la colina que dividía sus propiedades. Lo miró sin moverse, con
curiosidad y algo de timidez. Era indiscutiblemente Tom, lo supo apenas verlo. Ese
paso cuidadoso y al mismo tiempo descuidado solo podía ser de él. Llevaba un
traje bastante conservador de casaca marrón, pantalones de montar pardos y
botas negras. Siempre se había vestido parecido. No había crecido más, pero ¿por
qué habría de crecer? Había tenido veinte años la última vez que lo vio. Solo le
llevaba algunas pulgadas de estatura. Recordaba el año en el que él se había
sentido celoso de que ella fuese más alta por un momento. Parecía ser el mismo
Tom de siempre.
Al acercarse, ella notó algunos cambios. Tenía el cabello más largo. Al irse a la
universidad, lo tenía lo suficientemente largo como para llevarlo atado con una
cinta negra. Cuando regreso del primer año, se lo había cortado como un
legionario romano, pero no le sentaba bien. Esto sí. La última vez que lo vio, era
delgado, de porte todavía muy juvenil. Ahora era fornido y sólido, la musculatura
en su pecho y hombros llenando muy agradablemente su casaca, y ni hablar de sus
fornidos muslos. Tom había mejorado con la edad.
Se miraron a los ojos a la distancia antes de que él tuviese que bajarlos
nuevamente para vigilar donde ponía el pie. Sus ojos grises seguían siendo los
mismos, pero ya no brillaban traviesos. Su rostro seguía siendo agradable, aunque
nunca había sido realmente guapo de cara, y sus labios estaban serenos, no
sonreídos.
Felicity no se dio cuenta de que aguantaba el aliento hasta que él le dio la
vuelta a la cama de flores junto a ella y su madre. No habrían pasado ni dos
minutos desde que lo vio hasta ahora, pero le parecía una eternidad.
—Buen día, Señora Maynard —saludó él en tono placentero. —Hola, Flick. Es
bueno volverte a ver —le tendió la mano.
Felicity quedó sorprendida. ¡Flick! Había olvidado ese apodo que él le había
dado de niños. Había olvidado ese truco tan atractivo que tenía él de sonreír con la
mirada. Y había olvidado, hasta estrecharle la mano, lo fuertes y sólidas que eran
sus manos. Habían caminado de la mano a menudo de niños.
—Hola, Tom —lo saludó, de pronto sonriéndole ampliamente. —Es bueno
estar en casa —vaciló un momento, con la mano aún en la suya. Entonces respiró
profundo, echándole los brazos al cuello y apretando la mejilla contra la suya. —
Oh, Tom, es bueno estar de vuelta —le dijo, —y verte otra vez, ¡mi queridísimo
amigo!
Tom le rodeó la cintura con los brazo en reflejo. Cuando ella apartó el rostro
para sonreírle, creyó que la besaría. Pero él solo sonrió.
—¡Cielos! —exclamó. —¡La misma Flick de siempre!
—Y ahora que al fin sonríes —respondió ella, apartándose de sus brazos, —
puedo ver que eres el mismo Tom de siempre.
Ella se sintió sumamente aliviada. Era como haber echado el tiempo atrás,
antes de su matrimonio con Wilfred, antes del amor joven que había compartido
con Tom. Era tan amistoso y amable como había sido antes, sin rastro de lo que
habían sido el uno para el otro en su rostro o su comportamiento. Era el gentil,
amable y compasivo Tom, en el cual podía confiar.
Lo tomó del brazo, esperando a que su madre terminara de recoger sus
implementos de jardín, y entonces los tres se dirigieron a casa.
—Cuéntame de ti, Tom —dijo ansiosamente, —y de todo lo que has hecho
estos años. ¡Oh, pero qué cosa más tonta que preguntar! No hay manera más
rápida de hacer que a alguien se le trabe la lengua que darle direcciones. Dime lo
que quieras. Tengo tanto que contarte, Tom. Debes venir de visita con frecuencia
antes de que me marche a Londres. Haré que te arrepientas de tener orejas.
¿Vendrás, Tom?
Él se rió junto a ella, y sí, ella recordaba esos dientes blancos que parecían
mucho más brillantes en verano cuando la piel de él se tostaba al sol.
—No olvides respirar, Flick —dijo él. —Vendré tanto como quieras, y podrás
contarme todo lo que se te antoje. Solo te pido que también me escuches de vez
en cuando. En este momento elogiar las flores de tu madre. ¿Por qué los míos
siempre parecen mustios y pálidos en comparación, señora?
Capítulo 3
Fueron dos semanas maravillosas para Felicity. Todos y todo parecía haber
conspirado para hacerla sentir bienvenida. El clima cooperó. Nadie recordaba una
primavera tan soleada en años. Pero había llovido lo suficiente la estación anterior
para hacer verdear el césped y que los capullos florecieran primorosamente.
Felicity recorrió toda la propiedad de su padre, a veces a caballo, a veces a pie,
a veces acompañada, pero mayormente sola. Sus paseos resultaron en una
combinación de descubrimientos nuevos y viejos recuerdos. Encontró que aún
pastaban a las ovejas en el claro de abajo. La cerca era nueva, pero su antiguo
tablón aún estaba allí, escondido entre los arbustos. Era su lugar favorito a dónde
desaparecer con un libro o solamente para pensar cuando era niña.
Las casitas de los trabajadores eran nuevas y estaban ordenadas
primorosamente en una pequeña villa privada. Eso lo había visto la primera
mañana con su padre. Pero los ocupantes eran viejos conocidos, descubrió al ir de
paseo a pie. El viejo Lionel estaba sentado en la puerta de una de las casitas,
esbozando una alegre sonrisa desdentada al verla. Ya estaba retirado del campo,
pero ella lo recordaba apretándole espigas de trigo recién cortadas en las manitas
para que mascara el grano dulce. La Señora Parsons salió de la casa vecina apenas
la escuchó hablar, pareciendo no haber envejecido un día ni perdido ni una onza
de peso. Antes de poder decir nada, Felicity se encontró sentada en la cocina, con
una taza de sidra y un pastel de grosellas frente a ella. Igual que siempre, aunque
la sidra solía ser leche caliente.
El arroyo y el matorral seguían siendo iguales, aunque el viejo puente había
colapsado. Pero Felicity no recordaba jamás haberlo usado. Siempre parecía
demasiado delgado para soportar el peso de alguien, y era más sencillo recogerse
las faldas y saltar si de verdad querías llegar al otro lado. Visitó este lugar a solas.
Le trajo muchos dulces recuerdos. Había sido un lugar de juegos mágico para ella,
Cedric y Tom de niños. Había muchos lugares donde esconderse. Un claro para
jugar a la pelota. El arroyo para nadar. Había sido una infancia idílica. Incluso los
recuerdos más dolorosos le sacaban una sonrisa ahora. Como la vez que se cayó
en el arroyo, empujada, bien sabía, por Cedric o Tom. Ninguno jamás confesó,
pero ambos se habían reído hasta dolerles el estómago, mientras ella regresaba a
casa desconsolada, llamando sollozante a su madre.
Llegó al enorme cedro, dándole la vuelta y rozando la rugosa corteza. Miró las
ramas que muchas veces habían aguantado el peso de tres niños gritones. Y
recordó, acariciando la corteza casi con cariño, los besos que había compartido
con Tom allí. Besos castos e inocentes, excepto el último. Miró el suelo con
curiosidad. Justo allí había yacido junto a él. Le divertía pero avergonzaba
ligeramente el recordar cómo le había suplicado que le hiciera el amor. Estaba tan
convencida entonces que ningún otro momento en la vida valdría la pena tanto
como ese, tan convencida que el amor era lo único que importaba, y tan
convencida que Tom era el amor de su vida.
¡La dulce inocencia juvenil! Qué bueno que él se había contenido al final.
Quizás ella se habría sentido atada a él de haberla poseído. Y que bendita había
resultado en realidad la llegada de Wilfred. Sus años con él no habían sido
realmente felices, pero había aprendido bastante de la vida. Había aprendido que
el amor realmente no importaba, que lo que importaba era el dinero, el rango y el
estar dispuesto a buscar placer. Su vida ahora sería tan aburrida de no haber sido
forzada a casarse con Wilfred. Tom, probablemente unos seis niños, el campo y
entretenimiento ocasional. ¡Qué aburrido!
Pero si amaba a Tom. Había estado genuinamente feliz de volverlo a ver. Se
había sentido finalmente en casa cuando vino a visitarla. Solo entonces había
notado lo mucho que extrañaba su amabilidad, sus ojos sonrientes, su amistad.
Ahora que lo había encontrado nuevamente, no lo volvería a perder. Él seguía tan
animado y alegre como durante la primera visita. Era claro que no quedaba rastro
de la pasión que había nacido entre ellos en su juventud. Estaban listos para
asentarse en una amistad madura.
Fiel a su palabra, Tom vino de visita todos los días. A veces era una visita corta,
y a veces más larga. Una vez se quedó a cenar y conversaron durante toda la
velada. Él y Felicity conversaban largamente, frecuentemente solos.
Intercambiaban opiniones sobre los lugares que habían visitado, obras de arte que
habían contemplado, libros que habían leído y gente que conocían. Recordaban
sus sueños y fantasías de infancia y sus sueños a futuro. Felicity siempre había
opinado que Tom era una de esas personas con las que se podía hablar de todo.
Cedric había sido así hasta que empezó a acercarse cada vez más a la iglesia. Era
más cercano a los Inconformes que a la Iglesia Anglicana, le dijo una rabiosa
Felicity en una ocasión. Él había empezado a criticar su interés en ropa bonita y
fiestas. Ahora eran amigos, se escribían al menos dos veces al año, pero no tenían
la misma cercanía que ella con Tom.
Felicity le confió a su amigo sus planes a futuro.
—Tendré una maravillosa Temporada, Tom. Verás, estoy completamente
libre. Las debutantes deben cuidar todo lo que dicen, hacen o se ponen. Su
reputación depende de ello. Y deben ser vigiladas todo el tiempo. Ser una viuda de
veintiséis tiene sus ventajas.
—¿Irás sin chaperona, Flick? —preguntó él.
—Ciertamente —dijo ella. —Beatrice se ofreció a acompañarme, aunque sé
que sería un enorme sacrificio para ella. Es mi cuñada, como sabes. Pero dije que
no. Soy demasiado vieja para escandalizar a alguien al estar sola, y la verdad no
soportaría tener una chaperona o una acompañante. La casa de la ciudad está
llena de buenos empleados. Será suficiente con mi ama de llaves, mayordomo y
numerosas doncellas y pajes.
—¿Te agradan todos esos eventos sociales, entonces? —preguntó Tom.
—Oh, sí, enormemente —respondió ella, —aunque nunca pude disfrutarlos
realmente mientras Wilfred estaba vivo. Salíamos con frecuencia y recibíamos
visitas, pero él prefería que me quedara junto a él. No era del tipo que desaparecía
al salón de juegos todo un baile, como la mayoría de los otros maridos.
—¿Fuiste infeliz con él? —preguntó él en voz baja.
—Oh, no, en lo absoluto —respondió ella con una sonrisa. —Era muy amable y
generoso. Pero algo aburrido. La próxima vez las cosas serán distintas.
—¿La próxima vez?
—Sí —dijo ella. —La próxima vez mi marido será brillante. Guapo, rico y de
alto rango. Alguien que disfrute viajar y celebrar.
—¿Tienes a alguien en mente? —preguntó Tom.
—Aún no —admitió ella, —pero miraré cuando esté de vuelta en Londres. No
tengo prisa. No tengo pensado cometer un error, porque este hombre será joven,
y puede que me vea atada a él por el resto de mi vida. También debo tener
cuidado con los cazafortunas. Debe haber muchos extremadamente ricos como
yo. Wilfred me legó todo.
—¿Y qué hay del amor? —preguntó Tom. —¿No deberías buscar a un hombre
al que puedas amar?
Felicity miró cariñosamente a su amigo y se rió.
—No —dijo. —Qué inocente de tu parte, Tom. Buscar amor sería la peor
manera de buscar marido. Una debe usar la cabeza, no el corazón. Claro, tendría
que ser alguien que me agrade, si voy a pasar el resto de mi vida con él. Quizás nos
enamoremos. Ciertamente espero que nos tengamos afecto. Debería estar
contenta con ello.
Tom solo sonrió y continuó caminando junto a ella tras los establos, de camino
al lago tras el mismo. Él y Felicity normalmente echaban a caminar sin un destino
en mente, aunque conscientemente evitaban los matorrales, el arroyo y el cedro.
—¿Y qué hay de ti, Tom? —preguntó ella, mirándolo con picardía. —Es hora
de que pienses en casarte. Tienes veintiocho, se te acaba el tiempo. ¿Qué clase de
esposa piensas elegir? ¿O ya tienes alguien en mente? De ser así, debe estar
furiosa por el hecho de que pases tanto tiempo conmigo. Pero dile que no se
preocupe, me marcho en una semana.
Tom se echó a reír.
—Me sorprende que no tengas ya mi matrimonio planeado, Flick —dijo. —
Desafortunadamente, querida, falta algo elemental: una novia. No, no busco
esposa. Me acostumbré a mi soltería cuando Papá aún estaba vivo y me encuentro
ahora demasiado cómodo y flojo para cambiar. Puedes seguir reclamándome
como tu más querido amigo sin temer que la próxima señorita que conozcas te
quiera sacar los ojos.
—Ah, pero es una lástima, Tom —dijo Felicity. —Desperdicias una vida. Hay
tantas emociones que vivir si uno está dispuesto.
—Habla la voz de la juventud —respondió él. —En dos años, cuando tengas mi
edad, quizás te encuentres dispuesta a dirigirte a una silenciosa y tranquila vejez.
—¡Tonterías! —exclamó ella, y ambos pasaron los siguientes minutos muertos
de la risa.
La familia de Felicity siguió solícita durante las dos semanas. La novedad de
tener a una hija y hermana de vuelta en casa luego de tanto tiempo no se acababa
tan pronto. Fue llevada de visita a todas partes, para pavonearla delante de viejos
y nuevos amigos por igual. Se sentó en el banquillo acojinado de la iglesia durante
el sermón del domingo, saludando a rostros familiares que habían madurado
bastante desde la última vez que los había visto.
El Señor Moorehead dio el sermón. Era un hombre joven y enérgico, alto y
delgado, con un brillante cabello rubio que contrastaba terriblemente con la
imagen de sobriedad que él deseaba irradiar. Tenía la piel pálida, la cual
lamentablemente se sonrojaba con facilidad. Lo hizo en las varias ocasiones
cuando sus ojos encontraron el asiento familiar, donde estaban las gemelas,
elegantemente endomingadas. Era cierto, pensó Felicity divertida, que le gustaba
una de ellas. Pero no estaba tan segura de que no pudiera diferenciarlas. Parecía
mirar con más frecuencia a la gemela junto a ella que a la que estaba sentada un
poco más allá, entre Mamá y Papá. ¡Laura! Luego de un par de días en casa,
Felicity había logrado diferenciar a sus hermanas. Aunque físicamente idénticas,
tenían comportamientos ligeramente distintos. Ambas eran alegres, parlanchinas y
encantadoras, pero Laura era un poco más seria y bondadosa que su gemela. Lucy
era algo más traviesa. Y era Laura a la que el Señor Moorehead prefería. Cuando
salieron de la iglesia, él estaba despidiéndose de sus feligreses, bastante guapo en
sus ropas ministeriales. No había manera que hubiese podido vigilar el asiento
familiar desde allí, y las chicas estaban vestidas iguales, con incluso las mismas
cintas amarillas en el bonete. Aun así, él apretó amablemente la mano de Lucy,
pero se sonrojó notablemente al llegar el turno de Laura. Felicity le sonrió,
estrechando su mano y alabando el entretenido sermón.

***

Las gemelas dejaron pasar una semana antes de poner en marcha su plan. Se
contuvieron bastante, considerando que su plan tendría más posibilidades si
permitían que su hermana las conociera nuevamente y encariñarse con ellas otra
vez. El amor y atención que le brindaron no era en lo absoluto hipócrita, pero a la
vez vigilaban su humor.
La oportunidad finalmente les llegó una mañana cuando Felicity las invitó a
sus habitaciones para mostrarles sus joyas, chales y demás accesorios. Llovía, pero
no era una lluvia torrencial que las habría deprimido, sino una simple llovizna sin
viento que sabían que se aclararía al mediodía.
—¿De verdad es de Paris? —preguntó Lucy, abriendo un delicado abanico de
marfil para admirar el pájaro pintado en su dorso.
—Y estos son los guantes que usaste durante tu presentación ante la Reina —
dijo Laura. No necesitó preguntar. Ambas habían escuchado la emocionante
historia días antes. —El Príncipe Regente los tocó al llevarte a bailar.
—Es cierto —respondió su hermana.
—¿Cómo es él? —preguntó Lucy ansiosamente. —Adrian lo vio una vez en un
desfile. Dice que el príncipe es enormemente gordo y que tiene una ridícula mata
de bucles en la cabeza.
—Oh, vaya —dijo Felicity con una risita. —No puedo negar que es un hombre
verdaderamente voluminoso. Pero es realmente encantador y agradable. Cuando
me solicitó la pieza, yo sentía que tenía dos pies izquierdos y la cabeza llena de
plumas. Pero en momentos me tuvo hablando y riendo y sintiendo como si bailara
con cualquier otro caballero.
—Qué maravilloso debe ser verlo y a la reina, mezclarse con la Sociedad y usar
cosas tan hermosas —suspiró Lucy, encontrando la mirada de su gemela casi por
accidente. Pero el mensaje era claro: la oportunidad era ahora.
—Felicity —dijo Laura. Días atrás habían decidido que ella hablaría. —¿Crees
que sería posible…? Quiero decir, si no es molestia, y logramos convencer a Mamá
y Papá. Estoy segura que dirían que sí, si les preguntas. Y prometeríamos portarnos
bien y escucharte atentamente. Solo por este año. No pedimos más, sería mucho
más de lo que Maude o Harriett o cualquiera de nuestras amigas llegaría a tener. Y
estaríamos eternamente agradecidas, ¿verdad, Lucy?
—¿Qué estás tratando de decir, querida? —preguntó Felicity, interrumpiendo
el confuso monólogo mientras empacaba nuevamente sus abanicos y joyas.
—¿Nos llevarías contigo a Londres para la Temporada? —exclamó Lucy,
levantándose de golpe y olvidando que su hermana tenía más tacto a la hora de
decir las cosas.
Felicity se detuvo de inmediato, mirando a sus hermanas.
—¿A Londres? —repitió. —¿Este año? ¿La semana entrante?
—¡Sí! —exclamó Lucy. —Tenemos dieciocho ya, Felicity, casi diecinueve. Y
jamás tendremos la oportunidad de una Temporada a menos que nos lleves.
Mamá dice que Papá no tiene dinero suficiente para llevarnos. Pero si hay algo,
Felicity. Estoy segura que podríamos permitirnos un par de vestidos y algo de
dinero para accesorios. Tu nos proveerías con alojamiento y comida —agregó
inocentemente.
—Hemos soñado con ir a Londres desde tu última visita, Felicity —dijo Laura,
—y te vimos entrar con todas esas galas. Pero jamás esperamos poder hacerlo
realidad. No nos habríamos atrevido a preguntar si Sir Wilfred estuviese vivo, ya
que sería abusar de su hospitalidad, pero como tú eres nuestra hermana, nos
pareció que podíamos al menos intentarlo.
—Oh, por favor, Felicity —suplicó Lucy, sentándose en la cama y esperando
ansiosamente su respuesta.
Felicity las volvió a mirar.
—¿Qué dice Mamá de todo esto?
—¡Oh! —exclamó Laura. —No le hemos dicho. Seguramente nos habría
prohibido molestarte con esta petición. Pero seguro lo aceptará si le dices, Felicity.
Está increíblemente orgullosa de ti. No creo que sea capaz de encontrarte algún
defecto.
Felicity siguió empacando su caja. Necesitaba tiempo para pensar, pero las
gemelas estaban allí, esperando ansiosamente su decisión. No sabía por qué no se
le había ocurrido. Era una idea espléndida. Era correcto que sus hermanas tuviesen
la oportunidad de asistir a la Temporada en Londres, para encontrarse buenos
maridos y experimentar la Sociedad, y claro, el gasto para ella sería ridículo. Tenía
dinero de sobra. Y aunque no lo tuviera, estaría dispuesta a economizar por su
familia.
Y el tener a las gemelas en Londres con ella sería maravilloso. Serían buena
compañía en casa. Y nadie deploraría su soledad al ser evidente que estaba
fungiendo de chaperona, supervisando el debut de sus hermanas. Podría dar un
baile en la casa de Wilfred, su casa en Pall Mall. La casa tenía un salón de baile
perfectamente adecuado que ella no había planeado usar este año. Pero ahora…
Alzó la mirada y le dirigió una brillante sonrisa a las tensas gemelas.
—¿Por qué no se me ocurrió antes? —dijo. —Iré a hablar con Mamá de
inmediato.
Las gemelas brincaron de la emoción.
—Mamá está en el estudio escribiéndole una carta a Adrian —dijo Laura. —
Vamos ahora.
Felicity alzó una mano.
—No —dijo. —Dije que hablaría con Mamá. Si van ustedes ahora, en su
estado actual, las enviaría de regreso al salón de clases.
No fue difícil convencer a la Señora Maynard de aceptar el arreglo,
especialmente cuando Felicity lo hizo sonar como idea suya. Le preocupaba el
gasto y que las gemelas fuesen una carga para su hermana, pero estaba al tanto de
la increíble oportunidad que eso significaba.
El Señor Maynard resultó un poco más difícil de convencer. Había aceptado
dinero de Felicity en el pasado, o al menos del hombre con la que la había casado.
Había usado dicho dinero para reestablecerse. No deseaba volver a deberle a su
hija. Pero cuando ella le aseguró que sus gastos no aumentarían significativamente
con las chicas en casa y que él podía darles algo de dinero para accesorios, su
resistencia disminuyó. Finalmente capituló cuando ella le echó los brazos al cuello
y le suplicó que le dejara llevarse a las gemelas un tiempo. Estaba tan sola desde la
muerte de Wilfred, ¿qué mejor compañía que sus hermanas?
El ritmo de vida se aceleró a niveles enfebrecidos durante el resto de la
estancia de Felicity. Había que encontrar baúles para las chicas, y esos baúles
debían ser llenados. No tenían nada que ponerse, sus cabellos eran un desastre, y
habían olvidado como bailar. Felicity lo toleró todo con gracia, asegurándoles que
no había necesidad de inundar de trabajo a la costurera del pueblo. Las llevaría a
su propia costurera al llegar a Londres. Sí, el dinero que Papá había separado para
sus vestidos sería suficiente. En realidad no pagaría ni una décima parte de lo que
necesitarían las chicas. Les prometió que llamaría a su peluquera apenas llegaran a
Londres para que se enfrentaran a la ciudad con peinados a la moda. Y llamaría a
un maestro de baile mucho antes de que tuvieran que asistir a su primer baile
oficial.
A Tom lo emboscaron apenas pisó la casa el día que se tomó la decisión. Había
llegado durante la tarde, apenas aclaró el día. Para cuando llegó al salón, con una
dulce sonrisa, tenía a una gemela de cada brazo.
—Pasarás a la historia como una benefactora pública, Flick —dijo él luego de
saludar a la Señora Maynard. —Escuché que sacarás a estas pillas del vecindario
por unos meses.
Ambas protestaron, soltándole los brazos.
—¿Crees que tengas la fortaleza para soportarlo? —preguntó él, aun
sonriéndole a Felicity.
—¡Oh, que terrible! —exclamó Lucy. —¿Si sientes tanta lástima por ella, mi
señor, por qué no vienes a Londres también? Podrías ayudarla a vigilarnos.
—Decidí hace un tiempo —mintió Tom con una sonrisa, —que pasaría una
temporada en la ciudad esta primavera. Incluso la gente rústica como yo necesita
sacudirse las telarañas de vez en cuando. Pero el saber que ustedes andan sueltas
por allí puede que me haga cambiar de opinión.
—¿Tom? —Felicity le sonreía radiante. —¿También irás a Londres? ¿Por la
Temporada? ¡Qué maravilla! Esta primavera será maravillosa, ¡mis hermanas y
mejor amigo, todos juntos conmigo en Londres!
Capítulo 4
Fue un grupo muy feliz el que partió a Londres la semana siguiente. Había
habido mucha conversación, risas; y algunas lágrimas, cuando las chicas se
despidieron de sus padres. Pero finalmente el carruaje de Felicity iba de camino, y
las gemelas olvidaron la tristeza de despedirse de Papá y Mamá para disfrutar de
la opulencia de los asientos de terciopelo y la eficiencia de sus resortes.
Lucy saltó un par de veces en su asiento.
—Oh, Felicity, de no ser por el bamboleo no creería estar en un carruaje —
dijo.
—Es verdad. El de Papá se traquetea tanto, incluso en los viajes cortos a la
iglesia —agregó Laura.
Tom montaba junto a ellas. Tenía las intenciones de viajar por separado, unos
días después, pero la insistencia de las gemelas y la sonrisa ansiosa de Felicity le
hizo cambiar de opinión. Había enviado su equipaje un día antes y ahora
acompañaba a las damas.
—Aunque si creen que las protegeré en el camino, puede que se vean
tristemente decepcionadas —les dijo. —Si viese a un asaltante o bribón a punto de
atacarlas, probablemente huiría como un cobarde.
Las gemelas se habían echado a reír.
—Claro que no, Señor Russell —le aseguró Laura. —Alzaría los puños y nos
defendería hasta la muerte aunque le apuntaran con trabucos. Sé que así sería.
—Estoy de acuerdo, Tom —dijo Felicity. —Siempre he pensado que preferiría
enfrentar el garrote de cualquiera a tus puños.

***

Tom cabalgaba junto al carruaje, ocasionalmente espoleando su caballo y


dándole rienda suelta para correr. El día era perfecto para viajar, fresco más no
húmedo ni ventoso. Pero él no pudo evitar preguntarse, viendo desaparecer los
sitios conocidos de su hogar, qué demonios estaba haciendo. No había tenido
intención alguna de ir a Londres este año, mucho menos pasar la Temporada allí,
ni participar en eventos sociales. Detestaba esas actividades. Le eran mortalmente
aburridas. La idea de ir se le había ocurrido cuando Lucy lo había comentado. Y lo
había dicho sin titubear, como si de verdad lo hubiese considerado. ¿Qué lo había
llevado a eso?
¿Pero por qué no? Pudo haber puesto cualquier excusa para posponer su
partida. Pudo haber ido luego solo por un par de semanas. Había tenido que hacer
miles de arreglos y previsiones para dejar su hogar y su propiedad tanto tiempo.
Pero aquí estaba, cabalgando a Londres, los arreglos hechos a toda prisa la semana
pasada. Debía estar loco.
¡O simplemente enamorado! Tom sabía muy bien, antes de que ella regresara,
que aún amaba a Felicity con todo su corazón. Pero había creído que su amor
había madurado y calmado. No se creía locamente enamorado. Al menos no hasta
que la volvió a ver. El sol le brillaba en el cabello, y el viento susurraba en su
cabello y faldas. Parecía un sueño medio olvidado, irreal. Había apartado los ojos
de ella mientras se acercaba, concentrándose en las flores, el cielo azul y su
madre. Y entonces, al voltearse a verla, lo había sabido, incluso al saludarla con voz
tranquila y mano firme. Voz tranquila, excepto que no la había llamado Lady Wren,
como había planeado, ni siquiera Felicity, sino que había usado sin querer el apodo
que le había puesto a los seis años. Lo había sabido entonces, al mirar su madura
belleza, sus ropajes costosos, y su radiante sonrisa. Estaba completamente
perdido. Estaba tan enamorado de ella como siempre, con el corazón desbocado
de un adolescente. Lo había olvidado todo cuando ella sorpresivamente le echó los
brazos al cuello. La habría besado allí mismo, con su madre a menos de un metro
de distancia, de no haber notado la falta de pasión en su mirada, solo cariño
amistoso. Se había echado a reír, volviéndolo todo una broma.
Le había tomado mucha disciplina acallar sus pasiones durante esas dos
semanas. Ya lo sabía, por supuesto. Sabía que ella ya no podía amarlo, que el
tiempo y la distancia los habían separado irrevocablemente. Esperaba poder seguir
siendo su amigo, pero de todas maneras le dolía cuando ella hablaba tan
descuidadamente de sus planes a futuro. Supo que sus esperanzas eran en vano
cuando la escuchó hablar de la clase de hombre que buscaría para sus segundas
nupcias. Ella se había vuelto parte de esa sofisticada sociedad con la cual él se
sentía tan incómodo, disfrutando del jolgorio solo por el jolgorio, sin respetar el
amor o la tranquilidad.
Pero mezclado con la decepción estaba el gran alivio de que pudieran ser
amigos, amigos cercanos de hecho. Felicity había parecido ser capaz de retomar su
amistad sin la pasión con toda la facilidad del mundo. Era como si hubiese olvidado
el resto. Él estaba dispuesto a aceptarla en sus propios términos. No era que
buscara desesperadamente obtener lo que pudiera de ella. De verdad la amaba,
no con la egoísta necesidad que traía consigo la gratificación sexual, sino con el
altruismo del amor verdadero. Si ella quería su amistad, la tendría. Si lo necesitaba
como confidente, allí estaría para ella.
Quizás esta fuera la razón por la cual decidió irracionalmente ir a Londres.
Felicity estaría allí sola, buscando su sueño. Un amigo debía estar cerca. Si iba con
ella, quizás pudiese añadir algo de estabilidad a su vida. Sería su acompañante
cuando no tuviese uno, su amigo cuando lo necesitara. Y podría verla, hablar con
ella, estar con ella, hasta que encontrara un hombre con el cual casarse. Entonces,
Tom regresaría a la apacible vida en el campo a la cual se había resignado.
Era un plan loco, pensó Tom al tirar de las riendas de su caballo para que
ralentizara el paso y permitiera que el carruaje se le acercara. Era uno que le
traería bastante dolor innecesario, y quizás le tomara meses recuperar la paz
mental que había logrado en casa. Pero no podía hacer nada más. Las gemelas
podrían resultar problemáticas. Puede que necesitaran el apoyo de un hombre.
Dentro del carruaje solo había felicidad, o casi. Lucy, sola en su asiento, se
deslizaba constantemente de un lado al otro, temerosa de perderse algo si no
miraba por ambas ventanas. Felicity dejó de intentar convencerla de que solo
habría campos y más campos hasta que llegaron al peaje del siguiente pueblo.
—Y el césped es tan verde como en casa a veinte millas de distancia —señaló.
—Oh, ¿y cómo es Londres? —preguntó la chica. —¿Podremos verla de lejos,
Felicity?
—Sí, la veremos —respondió ella, —pero todavía faltan horas, querida. Mejor
te quedas quieta y guardas tus energías para explorar la casa de Pall Mall esta
tarde.
Laura estaba demasiado ansiosa. Se alzaba en su asiento cada vez que
llegaban a una nueva villa, observando con curiosidad la iglesia, la herrería y
posada, comparándolas con las que ya conocía. Pero entre ciudades, se quedaba
en relativo silencio, contemplando los campos con el mentón apoyado en la mano.
Felicity la contemplaba de vez en cuando con expresión pensativa. Se
preguntó con algo de divertimento y genuina preocupación si el Señor Moorehead
tenía algo que ver con la preocupación de la chica. Dos días antes, el domingo,
había hecho la misma observación de la semana pasada. El vicario podía
diferenciar a las gemelas, y ciertamente tenía una marcada preferencia por Laura.
Lucy le había comentado al final del servicio que ella y su gemela se marcharían a
Londres por la Temporada. Él se había sonrojado aún más a la hora de estrechar la
mano de Laura.
Y entonces, el día antes, Felicity y sus hermanas habían ido al pueblo a hacer
unas compras de último minuto. Saliendo de la mercería, habían tropezado con el
vicario. El Señor Moorehead las había saludado amablemente, y Felicity y Lucy
habían seguido su camino. Solo minutos después Felicity había notado que Laura
no estaba con ellas. Al voltear, la encontró sonriéndole encantadoramente al
vicario, quién por una vez no estaba tan sonrojado.
Las hermanas esperaron, fingiendo interés en la vitrina del talabartero hasta
que su hermana se reunió con ellas.
—Me preguntó si el Señor Moorehead sabe cuál gemela decidió quedarse a
conversar un momento con él —rió Lucy.
Laura también se rió.
—Igual yo.
Pero al recordarlo ahora mientras miraba a su hermana contemplar el paisaje
tan pensativamente, Felicity estuvo segura de que Laura sabía que él las distinguía
y que sentía algo por ella. ¿Cómo se sentía ella al respecto? Su retraimiento actual
sugería interés. Bueno, pensó, si Laura estaba interesada en el joven, era algo muy
bueno que tuviese una Temporada ahora. Bajo su guía, Laura conocería a muchos
otros jóvenes y se enteraría de las muchas cosas que tenía que ofrecer la vida, más
allá de ser la esposa de un vicario. Después de todo, de Wilfred no haber decidido
visitar a un amigo en Sussex cuando lo hizo, ella se habría casado con Tom.
Notó al protagonista de ese pensamiento en la ventana del carruaje, y se
asomó para saludarlo.
—Tom, te le adelantaste bastante al carruaje —dijo. —¿Ya venciste a muchos
asaltantes?
—No, no —dijo él. —Solo rompí algunas mandíbulas. ¿Nos paramos en la
próxima posada a almorzar?
—Me muero de hambre —anunció Lucy, y Laura se echó a reír.

***

La Sociedad estaba bastante al tanto de que la viuda de Sir Wilfred Wren


regresaría a la ciudad. La noticia se corrió rápidamente vía la servidumbre, como la
mayoría de las noticias lo hacían, filtrándose gradualmente a los amos. Una de las
mozas de cocina de la casa de Wren le había dicho a su novio, un lacayo en otra
casa, quién le había contado a su hermano, paje en una tercera, quién se lo había
contado a su compañero de copas, ayudante de cocina en una cuarta, y así
sucesivamente, que se habían dado órdenes de preparar la casa. Lady Wren
siempre atraía miradas como un imán. Muchos la recordaban como había sido de
joven esposa: tímida y algo ansiosa, colgada del brazo del Viejo Wren. Otros solo la
recordaban como era recientemente: orgullosa, indiferente, misteriosa, y siempre
cerca de su marido. Todos recordaban su casi perfecta belleza, su glorioso y
brillante cabello rubio, cuerpo curvilíneo, la media sonrisa que casi siempre
curvaba sus labios, y sus soñadores ojos seductores, así los había llamado Lord
Edmond Waite una vez.
Pero ninguno de sus antiguos conocidos podía imaginar a la viuda sin su
vigilante marido. Uno de los misterios sobre su persona era si se quedaba cerca de
Wren por decisión propia o porque él era un viejo tirano muy estricto. Ciertamente
se había esperado que tomara un amante un año o dos después de su matrimonio.
El Viejo Wren de seguro no era un amante muy excitante. Pero jamás hubo ni un
susurro escandaloso sobre ella. Era una esposa muy fiel, o llevaba sus romances de
la manera más discreta posible. La mayoría creían la segunda teoría. Uno solo
tenía que mirar a Lady Wren, su belleza y mirada sensual para saber que era una
mujer de experiencia y pasiones. Muchos concluyeron que sus romances
seguramente se habían llevado a cabo en el Continente, lejos de la posibilidad de
algún rumor malicioso.
Pero muchos se preguntaban cómo se comportaría ahora, siendo una joven,
hermosa e increíblemente adinerada viuda. De seguro dejaría atrás algunas
reservas. Seguramente ahora participaría por completo en los placeres de la
Sociedad. Muchos esperaban ansiosamente verla por primera vez. Tendrían la
oportunidad dos días después de la llegada de Felicity a Londres. Había sido difícil
contener a las gemelas tanto tiempo. Estaban listas para tomar a Londres por
asalto la mañana siguiente a su llegada, y se habían visto decepcionadas al
enterarse que pasarían el día en casa. La decepción no duró mucho, claro, a llegar
la costurera con sus millas de tela y cajas y cajas de accesorios. Se tomaron
medidas, eligieron patrones y colores, y antes de que las gemelas pudiesen
aburrirse, la mañana había concluido y la costurera se marchaba con la promesa
de entregar un vestido de noche para cada una de las damas mañana por la tarde.
Gran parte de la tarde la pasaron con el estilista. A ambas gemelas les encantó la
novedad de llevar los bucles cortos, excepto unos cuantos que les bajaban por el
cuello.
Tom vino a cenar y pudo contarles que, luego de una noche en el hotel de
Pulteney, pudo encontrar acomodaciones para sí mismo. Esto lo dijo en pausas
entre la algarabía de las gemelas por los vestidos nuevos y los peinados.
Felicity eligió el teatro como el sitio más apropiado para hacer su primera
aparición en la ciudad desde la muerte de Wilfred y presentar a sus hermanas al
público. No podrían, después de todo, asistir a ningún baile o fiesta hasta su
presentación oficial. Ella ya había iniciado preparaciones para dar un fastuoso baile
la semana siguiente.
Tom las acompañó al teatro. Felicity lo miró con cariño cuando fue anunciado.
De verdad se veía apuesto en su casaca de terciopelo azul marino, combinado con
pantalones azul claro, aunque estaba segura que muchos hombres a la moda
mirarían con lástima su corbata simple y la ausencia de ornamentos. Se veía muy
lindo de todas maneras, y en su nerviosismo por enfrentarse a la Sociedad por
primera vez sin Wilfred, no lo cambiaría por ningún otro. Le tendió las manos.
—Tom, te ves espléndido —dijo. —¿Te importaría si me aferro a tu brazo hoy?
Estoy casi nerviosa.
—¿Tú, Flick? —preguntó él, apretándole las manos. —Serás la mujer más
hermosa en el teatro esta noche. No me cabe duda.
—¡Adulador! —dijo ella, sonriéndole. —No digas eso frente a mis hermanas.
Todavía están arriba, frente al espejo, sin palabras ante su propia hermosura.
—¿Será que eso durará? —preguntó Tom, bromeando.
El teatro estaba casi lleno cuando llegaron al palco que solía pertenecerle a Sir
Wilfred Wren. Felicity no había planeado hacer una entrada tan calculada pero las
gemelas habían causado un par de retrasos imprevistos, primero bajando tarde, y
segundo teniendo que regresar a buscar objetos olvidados. Una vez llegaron al
carruaje antes de que Laura se regresara con un chillido, notando que no tenía el
abanico que había pasado media hora escogiendo esta mañana.
Felicity encontró que sus modales públicos le regresaban con naturalidad.
Notó los muchos ojos en ella apenas entró en el palco. No creyó imaginarse el
murmullo que siguió a la aparición de las gemelas. Pero esperó tranquilamente,
con el brazo apoyado en el barandal y los ojos fijos en el escenario hasta que Tom
acomodó su silla. Entonces tomó asiendo, volteándose a hablar con sus
acompañantes. No miró a nadie más.
Laura y Lucy no fueron tan tímidas. Sus ojos ansiosos se pasearon por el
anfiteatro colmado de jóvenes a los otros palcos, llenos de damas y caballeros
cubiertos de las más elegantes joyas.
—Felicity —siseó Laura. —Todos nos miran.
—¿No es de mala educación que tantos caballeros nos miren por sus
monóculos? —preguntó Lucy.
—Tendrás que disculparlos en esta ocasión al menos —dijo Tom con una
sonrisa. —Deben estarse preguntando si quizás tomaron demasiado oporto con la
cena y están viendo doble.
Las gemelas se rieron.
—Y ambas son tan increíblemente hermosas —agregó Felicity, —que deben
estar rogando que no sea así.
Las gemelas recibieron bastante atención ese día. Había otras lindas
debutantes que mirar, pero ninguna otra venía en par. Nadie parecía saber
quiénes eran y cuál era su conexión con Lady Wren, pero valía la pena investigarlo.
Pero quizás las gemelas se habrían molestado un poco de saber que gran
parte de la atención dirigida a su palco era por su hermana. Todos notaron que era
tan hermosa y enigmática como siempre. Se veía hermosa en su vestido de satén
plateado, de escote bajo y cintura alta, simple pero exquisito. Tenía zafiros en el
cuello y orejas, y uno en la mano que apoyaba lánguidamente en el barandal del
palco. Su cabeza, cubierta de gloriosos bucles dorados, descansaba casi arrogante
sobre su delicado cuello. Parecía tan inalcanzable como cuando pendía sobre ella
la sombra de Sir Wilfred Wren.
Muchos de los caballeros la observaban discretamente. Tenía mucho
atractivo. Solo su belleza habría sido suficiente para atraerle admiradores. Su
riqueza la hacía irresistible a aquellos; y había muchos de esos, cuyos bolsillos
estaban tristemente vacíos a pesar de sus buenos modales y finos ropajes.
Varias señoras a la moda también estaban interesadas en mirarla. Ella no
parecía estar sufriendo demasiado por la pérdida de su marido. Claramente había
regresado a la capital en busca de esposo, y buscaba impresionar con su riqueza. El
collar de zafiros ya era bastante ruidoso, ¿necesitaba también los zarcillos y el
anillo? Aunque se vieron forzadas a admitir que ella se estaba comportando
apropiadamente. Estaba mostrándose, pero no buscaba hombres con la mirada.
Pues, buena suerte. Había soportado las atenciones de un viejo baboso durante
años, quizás se merecía una recompensa. Varias de estas damas miraron con
curiosidad a las gemelas a su lado, y otras tantas a su acompañante masculino. La
mayoría no recordaban haberlo visto, y por lo tanto no lo consideraron digno de
atención. Los binoculares se movieron a otros sitios.

***

Lord Edmond Waite, sentado en su propio palco junto a su prometida, Lady


Dorothea Page, el hermano de ella y cuñada, miraba a la viuda con sus ojos azules
entrecerrados. Su aristocrático rostro, con su nariz aquilina y labios delgados,
estaba inexpresivo. Ignoró las conversaciones de sus acompañantes mientras
jugueteaba con el mango de su monóculo. No se lo llevó a la cara.
Ella era tan atractiva como siempre, quizás más. Era la clase de mujer que
mejoraba con la edad. Sus curvas parecían más pronunciadas, su rostro más lleno
de personalidad que seis años atrás, cuando él se le había insinuado por primera
vez. Le había sorprendido y molestado ligeramente que ella le rechazara. Después
de todo, no podía imaginar que su anciano esposo la complaciera en la cama. Y ella
seguro era una mujer de pasiones inusuales. Cada movimiento de su cuerpo lo
proclamaba, de hecho, incluso ignorando esa sensual mirada. Había concluido
entonces que ella le temía a su marido, que siempre estaba sobre ella. Le sería
difícil a alguien tan joven desarrollar la habilidad de alejarse de su marido lo
suficiente para poder llevar a cabo un amorío satisfactorio.
Pero Lord Waite jamás había abandonado la idea de poseerla como amante.
Hacerla su esposa no era una opción. La alianza entre su familia y la de Dorothea
había sido planeada desde el nacimiento de esta, y un compromiso formal sería
anunciado pronto. Le sería difícil a él evitarlo. De todas maneras no tenía ganas de
contraer matrimonio con la viuda. Aunque fuese hermosa e increíblemente rica,
seguía siendo una campesina con la inteligencia suficiente para camelar a un viejo
estúpido para que se casara con ella. No, Dorothea sería la esposa perfecta para él.
Era un témpano aristocrático quien estaría contenta de ignorar sus actividades
extramaritales, siempre y cuando él engendrara sus herederos con ella. Y Waite no
se imaginaba interesado en la misma mujer por mucho tiempo luego de poseerla,
incluso la deliciosa viuda.
Pero iba a poseerla. La desvistió con la mirada del otro lado del teatro y sintió
el deseo crecer en sus entrañas. No esperaba tener demasiada oposición. Las
mujeres sucumbían a sus atenciones con rapidez. Ni siquiera tenía que alejarse de
su clase social para encontrar compañeras de cama dispuestas. Era bastante alto, y
quizás algo delgado para su gusto, pero tenía un físico atlético que lo hacía
poderosamente atractivo. Aunque sabía que no tenía un rostro apuesto, muchas
damas lo encontraban interesante por su severidad. La viuda pronto sería suya.
Lord Waite dirigió una mirada rápida a las gemelas, ambas demasiado jóvenes
para su interés, y también al hombre que compartía su palco, decidiendo que no
sería un obstáculo. Finalmente prestó atención a algo que le decía su prometida.

***

En el viaje de regreso a casa, Felicity consideró la velada un éxito. Varios de


sus conocidos más influyentes habían visitado el palco para saludar durante los
intervalos entre actos. Ahora que era del dominio público que estaba de regreso y
su duelo había terminado, las invitaciones empezarían a llegar. Y ahora que la
Sociedad había echado un vistazo a las gemelas, la gente asistiría al baile que
celebrarían la semana entrante para contemplar el espectáculo de dos hermosas
debutantes idénticas.
Las gemelas rieron emocionadas al escucharla.
Tom agregó que la obra había estado buena también.
Capítulo 5
El tren de vida se aceleró notablemente luego de la visita al teatro. Al día
siguiente empezaron a recibir tarjetas, invitaciones e incluso visitas. Felicity renovó
amistad con los conocidos de su marido, algunos algo ancianos ya, pero de todas
maneras influyentes y simpáticos. Las gemelas fueron presentadas ante muchos.
Se les permitió acompañar a su hermana a la pequeña celebración de cumpleaños
de Sir Humphrey Browne, y a un musical dirigido por la Señora Hornsby. Visitaron
numerosas veces las tiendas de la ciudad para compras de último minuto. Y
pasearon por el parque varias veces en el coche de Felicity, escoltadas por Tom.
Fueron vistas y admiradas. Las actividades fueron suficientes para intrigar a la
Sociedad, quienes pronto descubrieron que las chicas eran las hermanas de Lady
Wren. El reto de conocerlas y aprender a distinguirlas la una de la otra fue
suficiente para hacer del baile de Lady Wren el evento más popular de la
Temporada hasta ahora. Además la fascinación de ver nuevamente a la viuda en
un baile, sola por primera vez era suficiente para caldear la imaginación de la
ciudad. Todos querían ver cómo se comportaría. ¿Se mantendría tan distanciada
del resto como siempre o empezaría a mostrar favor por algún caballero? Muchos
galanes esperanzados se vistieron con sus mejores galas para la velada. Sería lo
mejor de la Temporada contar con el favor de Lady Wren.
Las gemelas estaban rebosantes de emoción. Felicity había decidido no invitar
a nadie a cenar. Por lo tanto, apenas terminaron de comer, una hora antes de lo
habitual, pudieron retirarse a sus aposentos para prepararse. Felicity disimuló su
propia emoción tras una cortina de divertimento. Tanto dependía de las próximas
horas. Primero, estaba la responsabilidad del debut de las gemelas. Era importante
que hiciesen una buena primera impresión. Solo su belleza y juventud las apoyaba
ahora. Papá ya no era pobre, pero no estaba en posición de ofrecer nutridas dotes
para sus hijas. Felicity se habría ofrecido, pero no deseaba lastimar el orgullo de su
padre. Quizás era mejor así. Las intenciones de cualquier hombre que mostrara
interés por sus hermanas serían honorables. Esperaba que encontraran maridos
durante la Temporada. No creía que Papá aceptara que vinieran a una segunda, ¿y
qué clase de marido encontrarían en el campo? Aburridos reclusos que arruinarían
la exuberancia de las muchachas rápidamente.
Pero Felicity no temía por las gemelas. Era extremadamente hermosas, y
tenían la clase de espíritu que las elevaría del resto. Eran chicas bien portadas y
podía confiar en que se comportarían a la altura de sus expectativas esta noche.
No, era por sí misma que temía. Quería atraer. Quería separarse del segmento más
viejo de la Sociedad. Pero tampoco quería parecer salvaje o atraer la atención de
la clase de hombre equivocado. La verdad, no sabía cómo comportarse. La primera
vez que vino a la ciudad como la nueva esposa de Wilfred, había sido sumamente
tímida. No había sido presentada gradualmente a la Sociedad como debutante,
sino echada inmediatamente al rol de la esposa de un prominente miembro de la
Sociedad. Se había escudado inmediatamente tras una máscara de distancia y
categoría. Casi sin darse cuenta, siempre enderezaba los hombros y alzaba el
mentón al tener compañía, enfrentando a las multitudes con una mirada
entrecerrada y una media sonrisa. Nadie, ni siquiera Wilfred, sabía que tras esa
máscara había una chiquilla tímida y nerviosa que ansiaba mezclarse con toda esa
gente brillante, pero no estaba segura de cómo hacerlo. Por ello, se había aferrado
a Wilfred, su única ancla en este mundo nuevo, le sonreía a la gente, raramente
hablaba y rechazaba cualquier insinuación impropia con desdén y el corazón
acelerado.
Felicity era ahora lo suficientemente madura y experimentada, y había
formado parte de la escena social por el suficiente tiempo para analizarse. Sabía
que tenía una reputación sofisticada y distante. También sabía que esa no era ella
de verdad. Nadie la conocía realmente, excepto su familia y Tom. Y no quería
destrozar esa imagen. Le había sido útil. Era un buen escudo. Pero debía doblarse
lo suficiente para ser simpática. No quería arriesgarse a tener una Temporada
solitaria como la distante viuda cuya única función era presentar a sus hermanas
debutantes. Quería disfrutar de la vida. Quería que los eventos de esta velada la
guiaran a un futuro brillante. Pero debía cuidarse de los cazafortunas. Estaba al
tanto de que su dinero atraería muchos hombres por las razones erróneas.
Normalmente eran los mejores vestidos, los aparentemente más aburridos con el
esplendor que los rodeaba. Serían aquellos que pasaban sus noches apostando y
sus días gastando dinero que no tenían. Serían aquellos suficientemente amables
para bailar con las chicas menos agraciadas, si ellas tenían papás adinerados.
Felicity había elegido inconscientemente un vestido que mejoraba su imagen.
Era de brillante satén dorado, que caía en generosos dobladillos desde la cintura
alta, destellando con cada movimiento. No tenía adornos, con un escote
pronunciado y las mangas abombadas. Lo combinó con guantes de encaje blanco y
las esmeraldas de Wilfred. Su cabello, peinado en un moño alto, carecía de las
plumas que algunas matronas y mujeres jóvenes favorecían últimamente.
Se miró en el espejo mientras la doncella le colocaba el collar de esmeraldas.
—¿Y bien? —preguntó a su doncella, dándose un golpecito en la mano con el
abanico de marfil.
—Jamás la he visto tan hermosa, mi señora —respondió la chica con un gesto
de admiración genuina.
Felicity le sonrió y se dirigió al vestidor que compartían sus hermanas. Le
pareció más seguro ir allí que al salón. Había notado, al volver a conectarse con sus
hermanas, que la puntualidad no era una de sus virtudes. Ambas seguían allí,
listas, excepto Lucy que le faltaba una zapatilla.
—Sé que está por aquí —decía ella, exasperada. —Las traje en la caja.
Ayúdame a buscar, Laura. Oh, Felicity, que hermosa estás. Nos eclipsarás.
—No lo creo —dijo Felicity, inclinándose para recoger la zapatilla prófuga de
debajo de unos fondos de falda abandonados. —Ustedes son jóvenes y alegres. Y
se ven extraordinariamente hermosas.
Se apartó para examinarlas. Ambas llevaban delicados vestidos de encaje
blanco y seda. Ambas tenían largos guantes blancos, collares de perla, cintas en el
cabello y abanicos. Parecían casi completamente idénticas. Pero les había parecido
una broma cruel hacerle casi imposible a la Sociedad diferenciarlas, por lo cual el
fondo de Laura era amarillo pálido, y el de Lucy verde claro.
—Ahora, cuando estemos en el recibidor, tendré que recordar decirles a todos
los que entren: Señorita Lucy Maynard, verde. Señorita Laura Maynard, amarillo —
comentó Felicity.
Las gemelas se rieron.
—¿Crees que vendrá mucha gente? —preguntó Laura ansiosamente.
—Si vienen todos los que respondieron a las invitaciones, no sé dónde nos
tocará ponerlos —dijo Felicity.
Dos horas más tarde, Felicity se atrevió a juzgar su baile un éxito. Ella y las
gemelas se habían pasado una hora en el recibidor, estrechando manos,
recibiendo cumplidos, sonriendo y escuchando bromas sobre lo idénticas que eran
las chicas. Sus tarjetas de baile ya estaban colmadas para cuando llegaron al salón,
así que solo tuvieron que relajarse y disfrutar de la velada mientras esperaban que
su próximo compañero viniera a reclamarlas.
Las gemelas serían un éxito, Felicity ya podía verlo. Se había asegurado
durante una semana y media de que tuviesen toda la ropa necesaria, peinados a la
moda, y que practicaran sus pasos de baile con el tutor. Incluso habían aprendido
a bailar el vals, aunque seguro pasarían unas semanas antes de recibir permiso
para bailarlo en público. Pero no les había enseñado como se esperaba que se
comportaran. Encontraba que sus modales eran encantadores, y sabía por
experiencia personal que las lecciones de Mamá habían sido bastante completas.
Se rehusó a decirles que se esperaba que se comportaran como si ya tuviesen años
en la ciudad y lo encontraran todo francamente aburrido, para ocultar su
inocencia. Pensaba que lo mejor era dejarlas ser. Que se rieran si algo les hacía
gracia, que parlotearan si lo deseaban y que brillaran sin temor.
Por ello, mientras que muchas jóvenes se abanicaban lánguidamente y se
quejaban del calor, sonriendo resignadas a los hombres que venían a buscarlas,
Lucy y Laura reían y sonreían, charlando animadamente con sus acompañantes y
comentando con delicia sobre todas las cosas nuevas que veían. Rápidamente
reunieron una corte de jóvenes deseosos de su atención, ofreciendo traerles
limonada entre bailes e intentando adivinar cuál era cual. Ese juego hizo que
estallaran en risas varias veces, haciendo voltear monóculos y binoculares en su
dirección.
Felicity se alegró al ver que las chicas habían atraído pretendientes de
distintos rangos sociales. El estoico hijo del Duque de Cheswick bailó con ambas y
se le vio sonreír, algo realmente extraño, mientras bailaba con Lucy. El Conde de
Darlington bailó con Lucy, el Vizconde Varley con Laura. Amén de un batallón de
jóvenes de menor rango. Sí, Felicity no debía preocuparse por las gemelas.
También estaba emocionada por sí misma. Inauguró la primera pieza del brazo
de Tom, agradecida por su mano firme y cálida y su rostro familiar. Le sonreía con
la mirada, y eso la hizo sentir mucho más segura. Pudo sonreírle sin tapujo y
conversar con él. La había ayudado a despojarse de la máscara que había
mantenido firmemente puesta durante la fila en el recibidor. Al final del baile, Tom
había garabateado su nombre para el vals de después de la cena antes de retirase
y permitir que otros caballeros presentaran sus respetos y llenaran su tarjeta.
Entonces había bailado con varios viejos amigos de su difunto marido, pero
también con otros más jóvenes y apetecibles. Había hecho un esfuerzo por
relajarse, de hablarles con tanta naturalidad como había hablado con Tom, de
mirarlos a los ojos en lugar de retraerse tras la media sonrisa y párpados caídos. Le
aupó el tener a Tom cerca en varias ocasiones luego de bailar, listo para conversar
del éxito del baile. Felicity notó que bailó todas las piezas, normalmente con las
chicas menos agraciadas, cuyas mamás o chaperonas no hacían un esfuerzo
consciente para buscarles pareja. Siempre sonriéndoles y ayudándolas a superar
su timidez inicial. ¡Querido Tom! Qué afortunada sería la chica que finalmente lo
convenciera de casarse. Ella no creía sus planes de permanecer soltero para
siempre.
Lord Edmond Waite solicitó la pieza de antes de la cena. Felicity se había
sentido algo alarmada al final de la primera pieza cuando se le acercó para hacerle
una reverencia, mirándola con sus penetrantes ojos azul pálido antes de firmar su
nombre en su tarjeta junto a esta pieza en particular. No había dicho nada, alguien
más le hablaba entonces, sino se había inclinado nuevamente antes de marcharse.
Felicity se había quedado ligeramente sin aliento entonces. Ese hombre en
particular siempre la había hecho sentir asustada, aunque no sabía exactamente
por qué. Su apariencia era bastante atractiva. No lo llamaría apuesto. No tenía
nada perfecto realmente en su rostro o cuerpo. Pero era la clase de hombre que
llamaba la atención. ¿Era su actitud arrogante y orgullosa? ¿Era su manera de
vestir, elegante pero sin excesos? ¿O eran sus ojos, que parecían atravesar
cualquier barrera para contemplarte directamente el alma? Ciertamente estaba
espléndidamente vestido hoy, con un traje azul celeste a juego con sus ojos, y
medias, corbata y pañuelo blanco.
Y Felicity recordó, como siempre lo hacía al verlo, como en una fiesta en honor
a las segundas nupcias de su madre, años antes, él se había sentado junto a ella,
conversando deliciosamente mientras la seducía con la mirada, para preguntarle
entonces, con la misma naturalidad que ofreciéndole una taza de té, si quería irse
con él a la cama. Su máscara de elegante distancia había disimulado su sorpresa.
Había logrado rechazarlo de manera elegante, e incluso fría. Pero desde entonces,
sus ojos parecían burlarse de ella cada vez que la miraban.
Y ahora bailaba con él, por primera vez, y un vals, el baile más íntimo de todos.
Miró apresuradamente a su alrededor para asegurarse que Laura y Lucy
estuviesen sentadas con sus acompañantes, lo apropiado para el vals, antes de
regresar su atención a su propio acompañante, cuyas manos exquisitamente
arregladas y hombro cubierto de satén temía tocar. Se escondió tras su máscara.
—Bien, Felicity —dijo él, —¿Cómo se siente estar libre de su perro guardián?
La máscara no le funcionó. Lo miró sorprendida.
—¿Se refiere a mi marido, milord? —preguntó.
Él se rió.
—He notado, mi señora, durante el curso de esta velada —dijo, —que es
usted capaz de abrir esos hermosos ojos bastante bien y de sonreír lo suficiente
como para mostrar sus perfectos dientes. No permitiré que se me congele de esa
manera.
Ella continuó mirándolo, no muy segura de sí sonreír o darle un cachetón. Sus
palabras habían sido calculadamente insolentes.
¡Felicity y su perro guardián!
Él se volvió a reír.
—¿Y bien? —dijo, como leyéndole el pensamiento. —¿Permitirá que gane el
sentido del absurdo y se reirá o estoy a punto de recibir el peor pisotón de mi
vida? Le aseguro, mi señora, que su evento será la sensación de la Temporada si
hace lo segundo. Me parece que nos miran con atención.
Felicity se permitió relajarse y no dijo nada.
—Debe tener padres extraordinariamente guapos —continuó Lord Waite, —
ya que han producido tres extraordinariamente hermosas hijas. Le felicito por el
éxito de sus hermanas. Pero espero, mi señora, que su aparición no la relegue a
usted al papel de chaperona —había una pregunta en su tono.
Felicity se rió.
—Tengo todas las intenciones de disfrutar esta Temporada, milord —dijo,
dándose cuenta entonces de lo provocativo de sus palabras.
Su compañero no se perdió la señal.
—Me alegra escucharlo —dijo en voz baja mientras la hacía girar, atrayéndola
de tal manera que ella esperó sentirlo contra ella en cualquier momento. —Me
aseguraré, mi señora, de ser parte de ese disfrute.
Siguieron bailando, su conversación tornándose menos personal. Para cuando
Lord Waite la escoltó al comedor, Felicity se sentía más en control de la situación.
Estaría bien. Luego de iniciar el baile, se había sentido bastante cómoda con sus
parejas, incluso con la presente luego de ese inicio de conversación tan
perturbador. Si podía pasar tiempo con él siendo ella misma, podría hacerlo con
todos. Sonrió deslumbrantemente a través de la habitación a Tom, quién le pasaba
un plato a una chica rubia de rostro delgado antes de sentarse junto a ella.
Felicity y Lord Waite conversaron alegremente con los demás ocupantes de la
mesa, pero mucho antes de que cualquiera se sintiera inclinado a regresar al salón
de baile, él se inclinó hacia ella, sugiriéndole que se apartaran un momento de la
muchedumbre y el calor. Ella le tomó el brazo y él la llevó al salón desierto.
—Todavía hace calor —comentó él. —Creo que lo mejor sería salir. ¿Hay una
terraza tras esas puertas, mi señora?
—Sí la hay —le aseguró ella. —Las puertas están abiertas para la conveniencia
de mis invitados. Vayamos entonces, milord. Debo estar de vuelta con los
invitados para cuando se reanude el baile.
Él le sonrió, posando los dedos sobre su mano.
—¿No soy también su invitado, mi señora?
La llevó a la terraza, notando con una sonrisa la fila de macetas de piedra que
la adornaban a intervalos.
—Veo que ha tenido el suficiente tacto para proveer algo de privacidad a sus
invitados, mi señora —dijo apenas se apartaron del haz de luz de las puertas. La
llevó hacia el alto barandal, apoyándola contra el mismo y colocándose frente a
ella. Quedaron prácticamente rodeados por todos lados de plantas y oscuridad.
—He esperado mucho tiempo este momento —dijo él, acariciándole la mejilla
con un dedo. —Usted sabe cómo atraer a un hombre, Felicity.
Ella sintió que el barandal se le clavaría en el espinazo si intentaba apretarse
más fuerte contra el mismo.
—Debemos regresar al salón —dijo con una voz que sonaba
sorprendentemente fría para sus propios oídos. —Soy la anfitriona, milord, y
chaperona de las gemelas.
Pudo ver el brillo de su sonrisa blanca en la oscuridad.
—Supongo que tendré que aguantar un poco más —dijo él. —Vivió tanto
tiempo contenida. Soy un hombre paciente, Felicity, dentro de ciertos límites, por
supuesto. Solo demandaré un beso esta noche. Verá, también soy capaz de una
gran moderación.
Sus labios se sintieron firmes y fríos contra los suyos. Las manos de Felicity,
detrás de su espalda, agarraron la barandilla de piedra como si la vida misma
dependiera de que ella no se soltara. Sus manos ahuecaron ligeramente sus
pechos y se movieron detrás de su cintura, de modo que de repente ella se sintió
dura contra él y su boca se abrió sobre la de ella. Las manos de Felicity avanzaron y
empujaron firmemente contra sus hombros. Ella no dijo nada mientras miraba sus
ojos pálidos, a solo unos centímetros de los suyos.
—Ah, Felicity —dijo él, —tan hermosa y fogosa. Pero tienes razón. No es el
momento ni el lugar. Regresa con los invitados. Yo necesito algo de aire fresco a
solas.
Felicity bailó las siguientes piezas como en un ensueño, sonriendo,
conversando e incluso encontrando tiempo para verificar que las gemelas
estuviesen bien emparejadas. Cuando llegó la hora de bailar con Tom otra vez, se
sintió como llegar a un puerto seguro. La calmó la fuerza de sus manos y la calidez
de su mirada.
—Las gemelas han hecho un debut excelente —dijo él. —Debes estar
complacida. Me temo que estarás espantando pretendientes con una escoba toda
la semana.
—Sí, me complace —respondió ella. —Es muy importante que encuentren
maridos para que puedan llevar una vida mucho más interesante de la que podrían
llevar en el campo.
Tom sonrió.
—Y tú, Tom —dijo ella, fingiendo molestia. —Creí que detestabas los eventos
de Sociedad. Esperaba que te retiraras al salón de cartas o a la biblioteca. Pero te
he estado vigilando, bailaste todas las piezas. Quizás consigas esposa esta
Temporada, Tom y te sacudas la soltería.
—Hay demasiadas que elegir —protestó él. —Y en este país no está permitido
tener un harem. No, aunque parezca triste, querida, creo que será más sencillo
que me retire un año más al campo con mis ovejas luego de que termine todo
esto.
—Oh —dijo ella con una mueca. —No te creo, Tom. Si no, ¿por qué viniste a la
ciudad este año?
—Quizás para ser testigo del éxito de mis tres damas favoritas —dijo él. —
¿Cómo te va a ti en este baile, Flick? ¿Crees que ya conociste a ese esposo de
ensueño?
Ella sonrió conspirativamente.
—Creo que sí, Tom.
Él volvió a sonreírle.
Capítulo 6
Dos días después, Felicity se vio aún más convencida de que estaba en lo
correcto. Se sentó en el sofá más cómodo de salón de visitas y esperó a que
trajeran el té. Se sentía bien estar sola en casa por un rato. Había sido la primera
en regresar de su paseo vespertino por el parque. Lucy paseaba con el Conde de
Darlington, de entre todas las personas, y Laura visitaba a su nueva amiga, Lady
Pamela Townsend. Felicity estiró los brazos y las piernas con un bostezo.
Lord Edmond Waite. ¡Lady Felicity Waite! No sonaba muy distinto a su
nombre actual, pero decidió que lo quería, y lo quería a él. Estaba enamorada por
primera vez en su vida, bueno, no exactamente. Pero ese primer amor no contaba.
Había sido demasiado joven e inocente entonces, y no sabía que quería en la vida.
Esto era distinto. Edmond; saboreó el nombre en su mente, aunque nunca lo había
pronunciado realmente, era el hombre con quien quería pasar el resto de su vida.
Era guapo a su manera, tenía un buen título, adinerado, influyente, inteligente, la
lista continuaba. Pero más allá de eso, era atractivo. La hacía sentir viva. La vida le
parecía más emocionante estos dos días que se había despertado pensando en él.
La mañana después del baile no estaba muy segura si la amistad continuaría, o
siquiera si deseaba continuarla. Había revuelto sus sentidos la noche anterior, pero
había sido realmente imprudente. Apenas la conocía y la había llamado por su
primer nombre sin pedir permiso. Había hablado de Wilfred de manera muy
irrespetuosa. Habría sido mucho más apropiado de su parte ofrecer condolencias,
ya que no la veía desde antes de la muerte de su marido. Y la había maniobrado
entre esas plantas en la terraza y besado como si ella fuese una cualquiera. Ni
siquiera había sido un beso casto. La había apretado contra sí de manera que ella
había sentido su masculinidad. Y cuando abrió la boca sobre la suya, ella se había
sentido atraída al calor de su deseo. Ningún hombre le había hecho algo así;
excepto uno, claro. Pero eso había sido distinto, ya que había estado
emocionalmente involucrada en ese abrazo, por lo que su mente no se había
detenido a ponderar lo impropio de la situación. Con Lord Waite había estado
realmente al tanto de que no debería estar haciendo eso. Pero tenía que admitir
que quizás eso aumentó la emoción del momento.
Felicity no tuvo demasiado tiempo para considerar su dilema luego del baile.
Un enorme ramo de rosas blancas de parte de Lord Waite llegó antes del
almuerzo, uno de los primeros tributos florales enviados a las hermanas luego del
exitoso baile. En la tarde, fue el primero en visitar. Se había quedado casi una hora
conversando con las gemelas y otros invitados. Felicity había sentido una punzada
de decepción hasta que lo vio inclinarse frente a ella, mirándola con esos ojos
intensos y preguntándole si podía regresar en media hora para llevarla a pasear al
parque.
—Tengo un nuevo coche alto que probar, mi señora —dijo. —Si no le teme a
las alturas y confía en mis habilidades con las riendas, me honraría tener su
compañía.
Felicity sonrió.
—Debe saber, milord, que estoy enterada de que usted es uno de los mejores
látigos de Londres —dijo.
—¿Uno de los mejores? —preguntó él, y ella se había reído.
Había sido absurdo que un mero paseo por el parque la emocionara tanto. Se
había sentido como una muchachita a punto de ir a pasear con un acompañante
masculino que no era su padre o su hermano. Y siempre disfrutaba el desfile que
coches, caballos y moda que era el parque. Había disfrutado encontrarse
conocidos e intercambiar rumores y noticias. Pero antes jamás se había sentido
como el centro de la atención, como si todos se enfocaran en ella y su
acompañante.
Él de alguna manera la hizo sentir que solo estaba pendiente de ella, aunque
manejaba con lentitud y se detenía frecuentemente a saludar conocidos. Felicity
se había sonrojado, las mejillas tensas de tanto sonreír. Se sentía como una mujer
nueva y estaba convencida de que la Sociedad veía a la verdadera Lady Wren por
primera vez.
—Felicity —había dicho él en un momento. —Es usted realmente hermosa.
Una vez creí que todo dependía de ese glorioso cabello dorado. Pero incluso con
gran parte del mismo escondido bajo ese absurdo bonete, fácilmente opaca a
todas las damas en el parque. Debe saber que soy la envidia de todos los hombres
que nos miran.
—Milord —había protestado ella. —Me hace sonrojar. ¿Cómo se supone que
responda a un elogio así?
Él sonrió, y su mirada vaciló un momento en sus labios.
—También es adorable, además de hermosa —había dicho. —La besaría de no
estar en un lugar tan infernalmente público. Un grupo de gente me acompañará a
mi palco mañana en Vauxhall Gardens. Pero ahora el proyecto me parece algo
aciago, a menos que usted acepte acompañarme también. ¿Iría conmigo, Felicity?
Su corazón había dado un vuelco. Aunque pareciera increíble, solo había ido
una vez con Wilfred. Él la había vigilado especialmente de cerca, ya que el lugar
era notoriamente conocido como un jardín de placer, donde rondaban las clases
bajas, y los jóvenes encontraban señoritas ligeras de faldas. Incluso le había
prohibido aceptar cualquier invitación a bailar. Pero a ella le había encantado lo
romántico de los jardines, caminos y árboles iluminados con linternas. La pista de
baile, rodeada de palcos, le había parecido encantadora. Cómo había ansiado
bailar y explorar libremente. ¡Y ahora iría con la figura más romántica de todo
Londres!
—Me temo, milord —había dicho ella, —que el Señor Russell llevará a mis
hermanas a la ópera mañana en la noche. Hay un nuevo tenor en Coven Garden,
como sabe, sumamente popular.
—Seguirá siendo popular por varias semanas —había respondido Lord Waite.
—Permítale a Russell llevar a sus hermanas. Dos hermosas damas son suficientes
para un hombre. ¿Y quién es este Russell, Felicity? ¿Debería sentirme celoso?
—¿Tom? —había preguntado ella, su sonrisa suavizándose al instante. —Es
vecino de mi padre, y mi más querido amigo.
—¿Amigo?
—Amigo.
—Pues bien, Felicity —dijo él, —espero nunca tener el infortunado honor de
ser llamado su amigo. Ahora, con respecto a Vauxhall, ¿vendrá?
—Sí, iré —había dicho ella, sintiendo solo un poco de culpa.
Tom no había objetado nada. Ella le había contado mientras montaban juntos
por el parque desierto.
—¿Te importaría si no te acompaño esta noche? —le había preguntado
mientras sus caballos caminaban uno junto al otro. —Me han invitado a Vauxhall
Gardens, ya ves, y deseo ir.
—¿Alguien especial, Flick? —había preguntado él en voz baja.
—Lord Waite —había respondió ella. —¿Lo conoces, Tom?
—¿El tipo alto de nariz aristocrática? —había dicho él. —Sí, lo conozco. Lo vi
ganarle cinco mil libras a un pobre diablo hace unos años. ¿Es él quién te tenía tan
emocionada la otra noche?
—Es sumamente encantador —había respondido ella, sus mejillas sonrosadas
en parte por la brisa que les soplaba en contra, —y me dedica los más
impresionantes elogios. Oh, Tom, creo que me estoy enamorando.
—En ese caso —había dicho él con una sonrisa, —creo que estás excusada por
esta noche. Ese par de pillas serán suficiente de todas maneras. Más ahora que la
mitad de la población masculina de Londres las conoce y sin duda inundarán tu
palco entre los intervalos de la obra para jugar a quién es quién.
—Pobre Tom —había dicho ella con una risita. —Eres un santo al pasar tanto
tiempo cuidándonos. Pero no debes arruinar tu Temporada, Tom. Estoy segura
que muchas de las chicas con las que bailaste anoche les gustaría conocerte mejor.
Me encantaría verte bien emparejado.
—El problema contigo, Flick —dijo él, —es que las gemelas despertaron tus
instintos de casamentera. Enfócate en ellas, querida muchacha, y yo me encargaré
de mí —pero había sonreído para demostrarle que solo bromeaba.
Las gemelas tampoco objetaron. A ellas les parecía una deliciosa aventura ir a
la ópera sin chaperona, con solo el Señor Russell vigilándolas.
Así que ahora Felicity estaba en su sala, tomando té y probando una de las
deliciosas tartas de mermelada de la cocinera. Más rosas blancas habían llegado
esta mañana, y otra invitación al parque, aunque lo volvería a ver esta noche. A
este ritmo, casi podría esperar que se le declarara esta misma noche, aunque
quizás no. Sería demasiado pronto. Esperaba una Temporada emocionante, pero
no tan fácil.
El descanso de Felicity no duró mucho. Las gemelas llegaron a casa casi al
mismo tiempo.
—¿Cómo les fue? —preguntó Felicity.
—Lady Pamela es una muy buena amiga —dijo Laura. —No se le sube a la
cabeza que su abuelo sea un Duque.
—El conde me paseó por más de una hora en el parque —dijo Lucy, —y me
presentó a varias personas nuevas. Todas parecían saber que tengo una gemela.
—Tiene una hermosa casa —continuó Laura. —Tienes que ver los jardines.
Parecen un parque. Pero seguro los ves pronto. Lady Townsend dará una fiesta de
jardín pronto y todas estamos invitadas.
—Nos encontramos al Vizconde Varley —dijo Lucy con una risita. —Alzó su
sombrero y me dijo “Buen día, Señorita Laura-Lucy”.
—Lady Townsend dice que escuchó que pronto nos enviarán invitaciones a
Almack —dijo Laura. —Espero que sea cierto. Deseo ir.
—¿Crees que podremos bailar el vals pronto? —preguntó Lucy, despertando
de sus propias ensoñaciones el tiempo suficiente para escuchar lo que decía su
hermana. —Cuando le conté al conde que estábamos tomando lecciones, me
suplicó el honor de ser el primero en bailarlo conmigo. ¡Imagínatelo, Laura!
Felicity finalmente las envió escaleras arriba para que descansaran media hora
antes de arreglarse para cenar e ir a la ópera. Las siguió con paso animado. Tom
vendría a cenar. Una conversación con él la relajaría antes de que llegara Lord
Waite a escoltarla en su carruaje.

***

A Tom no le emocionaba tanto la cena. De hecho, empezaba a preguntarse


por qué había venido a Londres y por qué se quedaba. ¿Le gustaba el dolor? Con
los años había aprendido a manejar sus sentimientos. Había admitido que jamás
sería un hombre realmente feliz. Pero, luego de aceptar esa premisa básica, se
había ocupado en ordenar su vida de manera que le trajera algo de contento. Todo
eso se había arruinado con la llegada de Felicity. Pero él lo había esperado.
Soportaría el dulce dolor de verla, hablar con ella y saber que ya no lo amaba
como él a ella por dos semanas. Lo podría soportar todas las veces que viniera.
Seguramente no lo haría con frecuencia.
Pero ahora había decidido deliberada y tontamente prolongar su agonía. Y se
había apartado de la única cosa que podría proveerle de algo de tranquilidad: su
hogar. No pertenecía aquí. Encontraba mucho más agotador un día de eventos
sociales que un día de trabajar codo a codo con sus granjeros. Se sentía incómodo
con las estrellas de la Sociedad, esas que disfrutaban al máximo los eventos
sociales. Y sentía lástima de aquellos que estaban en los bordes pero obviamente
infelices de jamás tener la oportunidad de ser el centro de atención. Había sentido
una tierna desesperación por esas muchachas en el baile de Felicity que
intentaban parecer deliberadamente aburridas o alegres, cuando era obvio que
sus tarjetas no estaban llenas. Había sentido en el alma su patético
agradecimiento al invitarlas a bailar y conversar con ellas un rato.
Pero aquí estaba él, sin divertirse y sintiéndose mortalmente herido cada vez
que veía a Felicity. El que ignorara sus sentimientos era como una cuchillada en el
estómago, aunque ella ignoraba que existiese tal cuchillo. Mientras se arreglaba
frente al espejo, amarrándose la corbata y pensando que debería cortarse el
cabello, admitió a regañadientes que esperaba que Felicity no encontrara lo que
buscaba. No le deseaba mal, pero había esperado de manera inconsciente, que
regresara a él.
Bueno, no sería así. Y ella había puesto los ojos en Waite. Tom habría
esperado una mejor opción. La verdad no había escuchado nada malo del tipo,
pero era la clase de aristócrata que Tom consideraba insoportable. Altanero. Tom
pensaba que jamás se dignaría a dirigirse a alguien a quien considerara de menor
categoría. Y no era compasivo. Cuando lo vio ganarse las cinco mil libras jugando a
las cartas, Waite no se había dignado ni a mirar al hombre derrotado. Tom sí, y eso
lo había dejado sin sueño esa noche. Había escuchado semanas después que el
hombre derrotado estaba en prisión por deudas. Pero el hecho que más
incomodaba a Tom sobre Waite era su reputación de mujeriego. Además, había
escuchado, casi por accidente, que estaba prácticamente comprometido con una
señorita de alcurnia, Lady Alguien Importante. ¿Acaso jugaba con los sentimientos
de Felicity? ¿Y aunque no, si se casaban, le sería fiel?
El pensar en que un hombre podría atreverse a serle infiel a Felicity hizo que
Tom frunciera el ceño. Se ajustó su abrigo con más violencia de la necesaria. ¡Que
lo intentara! Quizás fuese más habilidoso que él con la espada o la pistola: un tipo
así seguro no tenía más nada que hacer. Pero Tom apostaba que podía superarlo
con creces con los puños. Le encantaría poder tumbarle un par de dientes de un
revés.
Se echó a reír de pronto. Pensaba en el hombre de quien Felicity se estaba
enamorando, el que había traído ese brillo a su mirada que tanto le había
lastimado esta mañana. Ella no era ninguna niña. Era una mujer con bastante
madurez y algo de experiencia. Estaba seguro que tomaría una buena decisión. ¿Y
qué importaba si él no estaba de acuerdo? ¿Quién era él? ¿Solo un tonto celoso?
Tom abandonó su alojamiento y decidió irse caminando. Por encima de todo
debía parecer calmado y alegre al llegar. Ella parecía apreciar genuinamente su
presencia y amistad, y él no podía decepcionarla dejándola ver que no era más que
un cachorro que ansiaba seguirla a donde fuese. No se iría a casa. Estaría presente
como ella le necesitara. Y cuando se casara, que quizás fuese pronto, él tendría
tiempo suficiente para regresar a casa a lamerse las heridas. Ya habría tiempo para
reconstruir su tranquilidad.

***

Entraron a Vauxhall Gardens desde el río, y Felicity se sintió completamente


encantada, justo como lo esperaba. Los colores de las linternas en los árboles
danzaban en las ondas del agua.
Y Lord Waite estaba junto a ella, fascinado con su alegría.
—Qué refrescante es su compañía, Felicity —dijo. —Debe haber visto casi
todos los lugares más hermosos de Europa, y aun así se emociona al ver un lugar
que debió visitar docenas de veces.
—Oh, pero la compañía cambia las cosas —dijo ella, mirando como el bote
llegaba al muelle. Fue solo cuando Lord Waite guardó silencio y ella se volvió para
mirarlo a la cara con curiosidad que se dio cuenta de que había dicho esas palabras
en voz alta. Se sonrojó, pero dudó que él lo notara bajo la luz artificial de las
linternas. Se volvió, algo confundida por la expresión en su rostro.
Sus acompañantes eran otra pareja mayor, algo mayor que ellos, pero
concentrados el uno en el otro. Felicity se había sorprendido al enterarse en la
presentación que no eran una pareja casada. Pero ahora casi no recordaba sus
nombres y no sentía deseos de saber más de ellos. Solo estaba concentrada en el
hombre paseando a su lado, tomado de su brazo. Pensó que se veía magnifico con
su traje y abrigo largo negro. Casi satánico, de hecho. Se sintió mal por todas las
damas que no eran ella. ¿Cómo podrían pasarla bien sin su compañía? Casi se ríe
de ese pensamiento absurdo.
—¿Por qué tan risueña, Felicity? —dijo él en voz baja junto a ella. —
¿Compartiría el chiste conmigo?
Ella se rió en voz alta.
—Solo pensaba en que es una velada magnifica —dijo. —Y en que me
encantaría bailar.
—Entonces bailaremos —dijo él, cubriendo con sus cálidos dedos la mano
posada en su brazo, —y luego nos sentaremos en mi palco y beberemos algo de
vino. Debo dejar que todos vean que escolto a la mujer más hermosa del mundo
esta noche.
Bailaron. Felicity se preguntó por qué la música parecía sonar mejor a cielo
abierto, y por qué sus pies parecían más ligeros. ¿Por qué estaba más al tanto del
calor de su acompañante, su mano firme sobre la suya y su cálido aliento en el
rostro? Alzó la mirada para verlo a los ojos.
—Quizás deberíamos dejar el vino para más tarde —murmuró él. —Estoy
seguro que Peter y su dama no extrañarán nuestra compañía por un rato.
¿Paseamos?
Se sentía extraño poder abandonar la pista iluminada para pasear por un
camino más sombreado en compañía de un caballero sin tener que pedir permiso
antes. Felicity se sintió encandilada por su propia libertad un momento y no
ofreció resistencia alguna, incluso cuando su acompañante la llevó a caminos más
apartados del corredor principal, donde las ramas de los árboles formaban un
tupido techo y las linternas estaban cada vez más espaciadas. Él apretó su brazo
más contra sí, haciendo que su hombro tocara el suyo. Ella siguió sin resistirse.
Disfrutó la emoción que crecía en sus entrañas y se preguntó si la besaría
nuevamente.
No tuvo que preguntárselo mucho tiempo. Luego de caminar varios minutos y
pasar junto a solo dos parejas, la sacó del camino tras el grueso tronco de un
imponente árbol. Se vieron envueltos en una oscuridad casi completa
inmediatamente. Los únicos sonidos eran la brisa en las copas de los árboles y la
música y jolgorio distantes.
Él se apoyó del tronco y la apretó contra sí, inclinándola de tal manera que ella
no podía apoyar su peso sobre sus pies, sino sobre él.
—Felicity —susurró él, —me tienes esclavizado. No puedo estar sin ti más
tiempo.
Ella cerró los ojos y apoyó la frente contra su pecho.
—Sientes lo mismo que yo, ¿verdad? —dijo él. —Dime que no lo estoy
imaginando.
—Si —susurró ella, —no —alzó la cabeza y se echó a reír.
Él sujetó su rostro con ambas manos, besándola fervientemente. Su boca
abierta demandaba respuesta. Una de sus manos bajó a apretarla por la cadera
contra sí.
Felicity se apartó, las piernas temblándole de pronto.
—Sí, sí —dijo él, sujetándola entonces por los hombros con más delicadeza. —
Pierdo todo sentido cuando te toco. Afortunadamente tienes una cabeza más
segura que la mía, Felicity, tanto en esta ocasión como la anterior. Ven, vamos a
mi casa.
—¿Tu casa? —repitió ella.
—Oh, no mi residencia principal —dijo él, acariciando su mejilla. —Tengo una
casa privada para ocasiones íntimas. No te preocupes, querida, mis criados son
sumamente discretos. Perderían sus trabajos de no ser así.
Felicity tragó saliva.
—¿Quiere que vaya con usted ahora? —preguntó.
Él se rió suavemente.
—El suelo sería demasiado duro para tu espalda, querida —dijo. —
Especialmente con mi peso encima. Necesitamos un lecho suave para hacer el
amor. Quiero que la primera vez sea perfecta.
Felicity se sintió agradecida por la oscuridad. Estaba tan sorprendida que no
sabía que decir o hacer. ¿Había vivido una vida más protegida de lo que pensaba
con Wilfred? ¿Era usual que los hombres se llevaran a la cama a sus prometidas
antes de proponérseles? De seguro no. ¿Y si algo pasaba que impedía la
ceremonia? ¿Y cuándo le diría que la quería por esposa?
—Tiene invitados, milord —dijo ella. —Sería de mala educación abandonarlos
así.
Él se rió.
—Probablemente ya nos abandonaron, querida —dijo. —Es raro que Peter
pueda pasar toda una velada con su amante. Tiene una esposa muy celosa.
A Felicity se le aceleró el corazón de manera incómoda.
—Las gemelas regresarán de la opera pronto —dijo. —Esperarán despiertas
para contarme. Debería regresar a casa.
—¿No pueden contener su entusiasmo hasta mañana? —preguntó él.
—Verá, todo es tan nuevo para ellas —explicó ella. —Y seguro Tom esperará
para asegurarme que todo salió bien durante la velada.
Lord Waite se echó a reír de pronto, besándole la mejilla y llevándola de
nuevo al camino principal, que de pronto parecía brillante en comparación a la
oscuridad de la cual emergieron.
—Me parece que eres una pilla, Felicity —dijo, recorriéndola con sus ojos azul
pálido. —¿Quieres desanimarme, verdad?
Ella se escondió tras su máscara usual. Sonrió a medias mientras lo miraba por
debajo de sus párpados.
—De verdad, milord —dijo, —somos prácticamente desconocidos.
Él volvió a reír.
— Te acabo de presentar la oportunidad de rectificar esa situación —dijo. —
Pero puedo ver que deseas ponerme frenético antes de rendirte. Muy bien,
querida, sigue jugando. Disfrutaré el proceso. Disfrutaré muchísimo más llevarte a
la cama cuando al fin decidas volverte mi amante.
Le ofreció el brazo. Felicity lo tomó, el corazón latiéndole a mil por hora tras la
sonrisa plácida y distante que le ofreció al mundo hasta que Lord Waite se
despidió de ella una hora más tarde, besándole la mano frente a la puerta
principal, abierta por un estoico lacayo.
Capítulo 7
Las gemelas esperaron a Felicity, aunque Tom no. Las había dejado en la
puerta, esperando a que entraran antes de marcharse en el carruaje, le dijeron.
Pero Felicity no estaba de humor para lidiar con su emoción. Las envió a la cama,
bostezando largamente para convencerlas de que estaba exhausta, y
prometiéndoles escucharlas temprano en la mañana.
Ciertamente la obligaron a mantener su promesa. Ella fue al jardín después de
desayunar para ver sus rosales. Wilfred los había hecho plantar un año después de
su matrimonio, cuando supo que a ella le encantaban las rosas, docenas y docenas
de todos los colores y variedades. Era muy temprano para que florecieran, pero
ella quería verificar que estuviesen bien cuidados y podados desde la última vez
que había estado en residencia, dos años atrás. Las gemelas la siguieron por el
jardín.
—El Conde de Darlington vino a nuestro palco a presentarle sus respetos a
Lucy —anunció Laura. —Creo que le tiene cariño.
—Oh, en lo absoluto —dijo Lucy con modestia.
—Claro que sí —insistió su gemela. —Solo han pasado unos días desde
nuestra presentación y ya te marcó con atenciones especiales. Y también la
conoce, Felicity, imagínate. Cuando lo vimos venir anoche, decidimos gastarle una
broma. Le dediqué mi mejor sonrisa mientras Lucy fingía que no le importaba su
presencia. Él se inclinó ante mí y yo pensé ¡ajá, caíste! Pero entonces él se volvió a
Lucy con una sonrisa encantadora, la tomó de la mano y se la besó. Me sentí
sumamente avergonzada.
—No, no es verdad —dijo Lucy. —Te reíste tan fuerte que la empolvada dama
del palco vecino te dirigió una mirada mortal antes de abanicarse vigorosamente.
Y le contaste al conde lo que habíamos planeado. Entonces yo me sentí
avergonzada. Deseé que el palco se abriera y me dejara caer al vacío.
—Entonces, querida —dijo Felicity, revisando su rosal favorito, uno que
producía unas primorosas rosas color durazno, —quizás no debiste aceptar hacer
tal broma. ¿Crees que este rosal está muy crecido?
—Pero siempre le gastamos esa broma a nuestros nuevos conocidos —
protestó Lucy. —Es nuestra manera de saber si alguien vale la pena.
—Y el Conde de Darlington pasó la prueba —dijo Felicity. —Dime, Lucy, ¿te
agrada? Debo confesar que jamás he hablado mucho con ese caballero.
Lucy pensó por un momento, arrugando la nariz.
—Sí —dijo finalmente. —Me agrada. Es apuesto, aunque normalmente no me
atraen los hombres rubios. Y es muy atento. Pero, verás, lo que más me
impresiona es su título. Casi no puedo creer que un conde, un conde de verdad,
muestre tal interés en mí, llevándome a pasear y visitando mi palco en la ópera.
Tengo que tener mucho cuidado de no creerme enamorada cuando en realidad lo
que me atrae es su título.
Felicity miró a su hermana, sorprendida. Había empezado a amar
profundamente a sus hermanas estas últimas semanas, y aunque no las
consideraba realmente tontas, pensaba que eran algo distraídas e inmaduras. La
respuesta tan razonable de Lucy la sorprendió e impresionó. Y eso que
consideraba a Lucy la más caprichosa de ambas.
—El pobre Vizconde Varley no pasó la prueba —decía Laura, y ambas se reían
como si jamás hubiesen tenido un pensamiento sensible en sus vidas.
—El pobre hombre vino casi bailando al palco —dijo Lucy, imitando el paso de
un dandy con tanta exactitud que Felicity no pudo sino unirse a sus risas. Lucy
continuó al imitar la manera en que el vizconde se arreglaba las mangas y sujetaba
su monóculo. —Hizo una reverencia muy elegante —dijo, imitando el gesto, —
sonrió como si hubiese practicado toda la semana en el espejo y le dijo a Laura
“¿Señorita Laura? ¿Señorita Lucy?” Y entonces se volvió a mirarme y lo repitió.
Fuimos horribles con él, Felicity. El Señor Russell nos regañó al terminar la obra.
Seguro te cuenta más tarde.
—No respondimos —dijo Laura, continuando la historia, —absolutamente
nada. Ni sonreímos. Lo hemos hecho antes, ¿sabes? Y siempre logramos asustar a
la gente. Mamá te contó que una vez nos deshicimos de una gobernanta luego de
cinco días haciéndolo constantemente, ¿verdad? El Vizconde casi pierde su
elegancia. Afortunadamente el Señor Russell estaba allí. Intervino, diciéndole cual
de nosotras era cual con ese tono tan tranquilo suyo, y explicándole que era un
chiste privado.
—Casi nos molestamos con él —dijo Lucy, —aunque supongo que hizo lo que
era necesario. El Señor Russell siempre hace lo correcto. Sería aburrido si no fuese
tan querido.
—¿Entonces el Vizconde Varley ya no forma parte de la lista de potenciales
pretendientes y amigos? —preguntó Felicity, sentándose en un banco.
—Oh, puede que le dé una segunda oportunidad —dijo Laura, pensativa, —
verás, es tan apuesto. ¿Has visto alguna vez unos bucles oscuros tan hermosos? ¿Y
esos ojos marrones? ¡Y esa sonrisa! Puede que la haya practicado, Lucy, pero
debes admitir que el resultado es bastante devastador. Me temblaron las rodillas.
—Pamplinas —dijo Lucy, —es un simplón.
—Lady Pamela me contó que tiene reputación de buen espadachín —dijo
Laura, algo fastidiada. —Incluso luchó en un duelo una vez y lastimó a su
oponente, aunque lo taparon. ¿Notaste lo grueso de sus pantorrillas?
—No tengo el hábito de andar mirando piernas de caballero —dijo Lucy,
riéndose a carcajadas.
Su gemela le dio la espalda, disgustada.
—¿Y cómo estuvo tu velada, Felicity?
Felicity había evitado la pregunta con la clase de respuesta que sus hermanas
esperaban. Pero la verdad el recordar la velada pasada le arruinó el día. Podría
haberlo dejado de lado de no haber recibido un tercer ramo de rosas blancas de
parte de Lord Waite. Había asumido que el rechazar la propuesta de anoche de
acompañarlo a su casa para hacerle el amor lo habría desencantado. Pero
obviamente no. Agarró el florero lleno, que uno de sus sirvientes ya había
arreglado en el salón y marchó a la cocina a demandar que las flores fuesen
desechadas inmediatamente. ¿Cómo había logrado encontrar rosas si sus propios
rosales indicaban que era demasiado pronto para que florecieran?
Sí mandó rosas, posiblemente tendría la audacia de visitar durante la tarde e
incluso pedirle que paseara con él nuevamente. Por lo que Felicity se vio obligada
a pasar toda la tarde en sus aposentos con un libro que de verdad no tenía ganas
de leer. Al mayordomo le ordenó indicarles a todos los visitantes que ella estaba
en cama con un terrible dolor de cabeza. Tuvo que pedirle al ama de llaves que se
trasladara con su labor de costura al salón para que las gemelas estuviesen
vigiladas de llegarles visita.
Las gemelas llegaron de puntitas a su saloncito en la tarde. Estaban
convencidas del cuento del dolor de cabeza. Parecía no haber otra razón para que
su hermana permaneciera en sus aposentos en lugar de bajar al salón, donde
podría haberse entretenido. Felicity mantuvo la charada al enterarse que Lord
Waite había venido, preguntado por ella y se había quedado quince minutos.
¡Maldito hombre! Ahora tendría que perderse también el compromiso de la
noche. Al negar su presencia en su propio salón, fingiendo malestar, no podía
asistir a la cena y reunión social en casa de Lady Pelman que había aceptado. No
creía que Lord Waite estuviese invitado, pero no deseaba que otros se enteraran y
lo consideraran una falta de educación. Por segunda noche, tendría que confiarle a
Tom el cuidado de las gemelas.

***

Tom aceptó escoltar a las chicas, aunque se había sentido decepcionado


nuevamente de que Felicity no los acompañara. Siempre había tenido debilidad
por las gemelas, quizás porque eran hermanas de ella. Y aunque no se le parecían,
sus ánimos y actitud parlanchina le recordaban como había sido ella de niña. No
había pasado demasiado tiempo antes con ellas, claro. En casa, habían sido
demasiado jóvenes para ser sus amigas. Pero siempre había disfrutado su parloteo
durante sus visitas a los Maynard, y le divertía ver como bromeaban e
intercambiaban codazos discretos, sobre todo ante la presencia de un caballero
desconocido en la habitación.
Y disfrutaba ahora de su compañía en Londres. Calmaba el tedio de sus días
verlas transformarse en señoritas hermosas y a la moda, notando la atención
masculina que atraían con su presencia. Aprobaba la manera en que no se
envanecían o retraían ante toda la atención. Tenían un buen sentido común a la
hora de analizar situaciones y habían desarrollado un desconcertante hábito de
ridiculizar a cualquiera del que sospecharan careciera de sinceridad.
La noche anterior, cuando le habían bajado los humos al engreído Varley, Tom
había tenido que suprimir las ganas de reírse a carcajadas. Su naturaleza amable
había prevalecido. Había calmado la situación y liberado a Varley de su
embarazoso predicamento. Detestaba ver a otras personas sintiéndose o viéndose
ridículas. Poseía un fuerte sentido de la empatía, y entendía cómo se sentían. Pero
debía darles crédito a las chicas. Cualquier otra debutante se habría desmayado
ante una mirada de admiración o una de esas sonrisas practicadas del vizconde.
De camino a casa de Pelman, Tom dejó que las chicas hablaran, mirándolas
con una indulgente sonrisa. Sabía que Felicity tenía un terrible dolor de cabeza y
por ello no había venido; las chicas se lo habían informado al llegar a buscarlas.
Pero escuchó en el viaje que era un dolor extraño. Cuando las chicas habían ido a
sus aposentos antes de cenar, la habían encontrado leyendo un libro, y cuando
fueron a despedirse de ella antes de marcharse, la encontraron bordando. ¿De
verdad se sentía mal o había otra razón para quedarse en casa? Al principio, Tom
pensó que lo evitaba. Era, después de todo, la segunda velada que cancelaba
planes con él. Pero no lo creía. La mañana del día antes se habían despedido en
sus usuales buenos términos. Y había parecido animada durante la cena la velada
anterior. Estaba seguro que no había dejado relucir sus sentimientos por ella en
ningún momento.
El problema molestó a Tom toda la cena y en el salón, donde se encargaba de
voltear las partituras para la jovencita tocando el pianoforte, a quién le había
tocado escoltar a la cena y había decidido apropiarse de él por la velada.
Finalmente tuvo una idea. Laura estaba junto a su nueva amiga, Lady Pamela
Townsend. Lucy iniciaba una partida de cartas con un grupo de jóvenes. Tom notó
con interés que uno de ellos era el Conde de Darlington. Buscó a Lady Townsend,
disculpándose con la señorita del pianoforte antes de dirigirse a ella. Luego de
unas cuantas palabras susurradas, ella asintió con firmeza. Por supuesto que había
espacio en su carruaje para las señoritas Maynard y encantada las vigilaría el resto
de la velada y las llevaría de vuelta a casa. Si Señor Russell tenía un asunto urgente
que resolver, debía encargarse del mismo.
Quince minutos más tarde, Tom llegó a la casa en Pall Mall. No estaba seguro
de estar haciendo lo correcto. Si Felicity de verdad estaba enferma, no agradecería
ser molestada a estas horas de la noche. Quizás no lo recibiría de todas maneras.
Le indicó al mayordomo que no molestara a Lady Wren si ya estaba dormida, pero
que si estaba despierta, le gustaría solicitarle unos minutos de su tiempo.
Dos minutos más tarde, mientras Tom se paseaba por el pasillo, la propia
Felicity bajó a tropezones por la escalera, extendiéndole ambos brazos.
—Tom —dijo cálidamente, —que amable de tu parte venir. ¿Cómo supiste
que necesitaba tu compañía hoy? Ven al saloncito. ¿Dónde están las gemelas?
John, ¿serías tan amable de traer algo de clarete para el Señor Russell?
—Bien, Flick —dijo Tom unos minutos después, en la privacidad del saloncito,
—¿Me dirás de que se trata tu dolor de cabeza?
Ella sonrió con desgana.
—Debí saber que adivinarías que no es un dolor de cabeza real —dijo. —Oh,
Tom, me siento tan desdichada.
—¿Waite? —preguntó él gentilmente. —¿No salió bien la velada?
—Oh, fue maravillosa —dijo ella, levantándose de un salto y dirigiéndose a la
chimenea. Apoyó una mano en el dintel, tamborileando los dedos sobre el
mármol. —Bailamos, Tom, y paseamos. Y no podrías imaginarte un escenario más
romántico. Linternas, luz de luna, caminos envueltos en cálidas sombras. Música.
¿Alguna vez has ido a Vauxhall? Y me besó, Tom. Estaba tan segura de que iba a
proponerme matrimonio, aunque fuese absurdo luego de solo un par de días. Y
bueno, si propuso algo —el tamborileo de sus dedos se aceleró.
—¿Qué propuso? —preguntó Tom. —¿Aceptaste?
—Tom —dijo Felicity. El tamborileo se tornó frenético. —Creo que voy a llorar.
Y jamás lloro. Si dejo de hablar me quebraré y arrancaré en sollozos. Y me sentiré
muy tonta. Mejor…
Tom se puso de pie antes de que ella continuara. La tomó por el hombro con
firmeza y la apretó contra sí.
—Deja de hablar, Flick —dijo, —y llora todo lo que necesites. No te
avergüences de llorar en mi presencia. Soy tu amigo, ¿recuerdas? Tranquila
querida. Llora. Te abrazaré todo lo necesario —la acunó en sus brazos con
gentileza, susurrándole palabras de consuelo mientras ella sollozaba aferrada a su
casaca.
Cuando finalmente se calmó, soltó sus solapas.
—Oh, vaya —murmuró contra su corbata, —te mojé todo, Tom —intentaba
alisar las solapas arrugadas.
—No pasa nada —dijo él. —Ten, toma mi pañuelo, sécate los ojos y suénate la
nariz. No, no tienes que esconder el rostro de mí, Flick. Déjame que lo haga yo.
Probablemente lo tengas rojo. Es normal, le pasa a la gente luego de un buen
llanto. Ahí está, no es tan malo. Menos la nariz. Parece un faro —la tocó con un
dedo.
Ella se echó a reír con voz temblorosa.
—Oh, Tom, tan querido —dijo. —Haces que todo parezca tan normal. Siento
como si me hubiese comportado como una completa idiota todo el día.
—No lo creo —dijo él. —Algo realmente malo debió pasar ayer para afectarte
de esa forma. Ven, sentémonos aquí, pon tu cabeza en mi hombro y cuéntame
que pasó.
—¿Oh, podría? —dijo ella, agradecida. —Siempre me siento tan segura junto a
ti, Tom, como si nada pudiese lastimarme. Tú siempre te encargarás de todo. ¿No
es eso absurdo?
—Mucho —dijo él, ajustando su brazo para que ella pudiese acurrucarse
contra su hombro. —Pero siempre te ayudaré como pueda, Flick. Lo sabes.
Hubo un corto silencio, durante el cual la mano de ella se volvió a aferrar a sus
solapas.
—No me propuso matrimonio —dijo ella. —Me propuso ser su amante.
Los músculos del brazo que la rodeaba se tensaron.
—¿Segura? —preguntó.
—Oh, sí —dijo ella. —Usó esa exacta palabra. Quería que fuera con él a su
casa. No su residencia principal, sino otra que mantiene para sus aventuras.
—¿Te negaste con firmeza? —preguntó Tom.
—No. Puse excusas. Dije que debía regresar pronto a casa porque las gemelas
y tú me estarían esperando. Pero no di una negativa clara. Pensé que interpretaría
mi comportamiento como un rechazo total, pero hoy volvió a mandarme flores y
visitó en la tarde. Por eso fingí tener dolor de cabeza. No fui capaz de verlo.
—Debería llamarle la atención por esto —dijo Tom con fiereza. —¿Cómo se
atreve a hacerte una propuesta tan indecente?
—Oh, no, no debes hacerlo, Tom —dijo Felicity ansiosamente, alzando la
cabeza para mirarlo. —Quizás tuvo razones. He estado devanándome los sesos
toda la noche y el día para recordar si dije o hice algo que indicara que buscaba
una relación así. Quizás soy demasiado vieja para hacer que un hombre piense en
matrimonio. O quizás como soy adinerada y tengo varias casas y demás, Lord
Waite asume que estoy contenta con lo que tengo y solo necesito un amor.
—Debí saber que esto pasaría —dijo Tom. —No te dije nada, Felicity, porque
te veías muy feliz y creí que el tipo sería un imbécil de no ser sincero, pero tiene
cierta reputación con las damas. Y parece que está a punto de comprometerse con
Lady Alguien Importante. Es una de esas alianzas arregladas al nacer,
aparentemente. Ha estado esperando que crezca.
—¿Es así? —comentó Felicity, con la cabeza aún contra su hombro.
—Bien, Flick —dijo Tom alegremente, —no es tan serio, ¿sabes? Como dijiste,
solo han pasado un par de días desde que Waite empezó a cortejarte. Es temprano
en la Temporada y hay muchos otros solteros elegibles que parecen solo necesitar
una señal. Antes de que lo pienses, encontrarás a alguien que te pondrá tan feliz
como ayer en la mañana.
—¿Es así? —repitió Felicity, como si Tom no hubiese dicho nada. Se enderezó
junto a él. —Así que pensó que hacerse con un arreglo bastante cómodo, ¿no?
Una esposa joven, aristócrata como él, sin duda. Una eminencia digna de su hogar
y de producirle herederos. Y yo de lado para darle placer. Yo, la hija de un mero
caballero del campo, modesto, y viuda de un hombre que se ganó su fortuna y
título como mercader. Indigna de su nombre, por supuesto, pero perfectamente
aceptable como compañera de lecho. Pues ya veremos, Lord Engreído Waite. ¡Ya
veremos!
Tom se levantó.
—No te molestes tanto, Flick —dijo. —No vale la pena. Habrá otros hombres
que te aprecien por cómo eres. No tendrás sentimientos por ese tipo, ¿verdad?
—No lo sé —admitió ella. —He sentido tantas cosas distintas por él estos
últimos días, todas intensas. No sé de verdad si lo amo o lo odio o siento
indiferencia. Pero algo sé, Tom: estás mirando a la futura Lady Waite. Es esa pobre
chica, Lady Alguien importante, quién tendrá que buscarse otro marido. Yo lo
tendré para mí.
—Pues —dijo Tom, frotándose la nuca, —¿crees que sea apropiado, Flick?
Ella se recostó contra el sofá, cruzándose de brazos, sonriendo ante el plan
que se formaba en su mente.
—Creo que estoy a punto de divertirme de lo lindo —dijo. —Me llamó
coqueta. No ha visto nada. Lo atormentaré de tal manera, invitándolo y
rechazándolo hasta que solo pueda pensar en hacerme su mujer.
—Flick —dijo Tom, incómodo. —No creo que sepas lo que haces. No lidias con
un muchachito sin experiencia. Estarás jugando con fuego si te metes con Waite.
—Entonces necesitaré tu ayuda —dijo ella. —Verás, Tom, el problema es que
no sé cómo seducir a un hombre. Pero tú debes tener toda clase de experiencia.
No has vivido como un monje todos estos años, ¿verdad? Puedes enseñarme
cómo hacer que los hombres coman de mi mano. ¿Lo harás, Tom?
—¡Santo Dios! —exclamó él, rascándose la cabeza. —¡Santo Dios! ¿Por quién
me tomas, Felicity? Sabes mucho más que yo. Tú estuviste casada.
—Oh, sí —dijo ella, haciendo un gesto desdeñoso con la mano, —pero no
cuenta. Wilfred jamás… —se sonrojó. —Bueno, él, nosotros… Oh Tom, debes
ayudarme. Ni siquiera sé cómo debo besar. ¿Debería, por ejemplo, dejar que el
hombre abra la boca al besarme? ¿Debería abrir la mía? ¿Iría demasiado rápido si
lo hago? ¿O sería más atractivo mantener la boca cerrada?
—Santo Dios, Flick —dijo Tom, avergonzado. —No deberías dejar que ese
sapo se te acerque. El besarte los dedos ya es una presunción demasiado grande
para él.
—Oh —dijo ella, el rostro iluminándosele de pronto. —Tengo una excelente
idea, Tom. Lo pondré celoso. Pretenderé que tú y yo tenemos algo. Que piense
que eres mi amante. Sí, eso es. Lo volveré loco. ¿Lo harías por mí, Tom? Oh, por
favor, querido Tom.
—¡Santo Dios! —exclamó él.
Capítulo 8
Las invitaciones a Almack llegaron el mismo día que las invitaciones a la fiesta
de Lady Townsend. Las gemelas estaban embargadas por la emoción y Felicity
también estaba complacida. No habría siquiera pensado en traerse a sus hermanas
consigo a la Temporada de ellas no haberlo mencionado, pero era tan obvio que
traerlas era lo correcto. Ciertamente lo disfrutaban. Ambas habían hecho amistad
con otras debutantes. Ambas eran admiradas por los caballeros. No pasaba un día
sin que llegara algún visitante para una de ellas. Incluso para las tres. Las gemelas
jamás carecían de compañeros de baile ni escoltas al parque cuando no llovía.
El juego de adivinar que gemela era cual todavía las divertía a ellas y sus
amigos. Sus amigos más cercanos eran aquellos que ya no podían ser engañados.
El Conde de Darlington no había sido engañado ni una sola vez, y parecía estarse
volviendo el pretendiente principal de Lucy. Otros hombres conversaban con ella y
la sacaban a bailar, pero se apartaban apenas el conde entraba en escena, como si
tuviese precedente. Si estaba en el salón a la hora de la visita, ningún otro se
atrevía a pedirle que le acompañara a pasear en el parque.
Felicity ponderó la situación. ¿Se estarían enamorando? ¿Sería algo bueno? Le
habría gustado que Lucy tuviera unas semanas más para conocer más caballeros.
El conde era un hombre callado, gentil y elegante, contemporáneo con ella. Había
heredado su título y riqueza dos años antes, pero no había escuchado ningún
rumor adverso sobre él, nada parecía habérsele subido a la cabeza. Pero su
reciente experiencia con Lord Waite la tenía algo escéptica. ¿El conde acaso
jugaría con los sentimientos de Lucy, sin intenciones de casarse con ella? Ella no
tenía nada que la elevara en los ojos de un hombre de tan alto rango, excepto su
belleza, ánimo y humor.
Laura prefería disfrutar de la compañía de muchos, sin hacer distinción en
nadie con favores especiales. El vizconde al fin había conseguido un método para
diferenciarlas. Simplemente esperaba que Darlington presentara sus respetos a
Lucy y notaba el contraste de ropa entre las dos chicas. Eso lo ponía a salvo por el
resto de esa velada en particular. Las chicas normalmente usaban ropa
ligeramente distinta en color y diseño, a menos que quisiesen hacer bromas esa
velada. Varley parecía empeñado en querer cortejar a Laura, aunque ella lo
trataba con descuido y a veces incluso desdén.
—Es demasiado guapo para su propio bien —le explicó a Felicity cuando esta
la regañó por ser casi maleducada una vez. —Quiero bajarle los humos.
—¿Crees que es correcto? —preguntó Felicity. —Puede que se disguste y te
abandone por completo.
—Pamplinas —dijo Laura. —¿Debería importarme?
Felicity tampoco fue ignorada. Los ramos de rosas blancas llegaban todas las
mañanas. Lord Waite se presentaba de visita todas las tardes. Pero como ya no
estaba encandilada de admiración por él, notó que otros caballeros estaban
interesados en ella. Tom tenía razón. Con algo de incentivo, podría tener varios
apasionados pretendientes. Sir Leonard Tully, por ejemplo, era un viejo amigo de
su marido. Había hecho su fortuna y subido de rango de la misma manera que
Wilfred. Era viudo, de unos cuarenta años, algo mayor de lo que preferiría Felicity
para su segundo marido, pero no sería una mala elección. Era elegante, y su
abundante cabello oscuro solo empezaba a encanecer en las patillas. Y también
era encantador. Felicity accedió a ir con él a la ópera una noche y al parque St.
James la tarde siguiente.
También estaba el Señor Peregrine Hill, un hombre de incuestionable clase
noble, pero sin título. Suponía que tenía alrededor de treinta años, siempre
impecablemente vestido y de modales correctos. Era inteligente, culto y un
apasionado lector. Siempre que le solicitaba una pieza en algún baile, ella sabía de
antemano que no bailarían, sino que pasarían esa media hora sentados en un
rincón hablando de arte y cultura. Felicity contribuía bastante a la conversación.
Sus viajes por Europa la habían educado muy bien. Y sus largos y frecuentemente
solitarios días en la casa norteña de Wilfred la habían hecho una lectora. Le
agradaba el Señor Hill. Pero quería una vida brillante y emocionante. Jamás lo
había visto sonreír.
Había otros también, varios de ellos viejos amigos de Wilfred, varios
obviamente cazafortunas.
Pero siempre estaba Lord Waite y eso evitaba que tomara a cualquier otro de
sus pretendientes en serio. Eclipsaba a los demás. Su confianza era increíble.
Jamás pareció contrariado por el hecho de que Felicity rechazara constantemente
sus invitaciones, citando que estaba demasiado ocupada. Siempre se inclinaba
elegantemente frente a ella, besándole la mano. Y siempre la miraba con sus
pálidos y burlones ojos azules. Sabía que estaba jugando con él, haciéndose la
difícil. Pero aún no sabía cuán difícil, pensó ella seriamente.
Ya no se preguntaba si lo amaba. No había pensado originalmente permitir
que el amor influyera en sus decisiones, de todas maneras. Y tampoco se
cuestionaba si realmente quería pasar el resto de su vida con un mujeriego de ese
calibre. Tenía que tenerlo. Su orgullo exigía tenerlo de rodillas. Él suplicaría tener
el honor de casarse con ella cuando terminara con él. Lady Dorothea Page; Felicity
se había enterado rápidamente de la identidad de Lady Alguien Importante,
tendría que ir a buscar marido a otra parte. En la única ocasión que los había visto
juntos, mientras paseaba en el parque con Tom, no habían parecido demasiado
enamorados. Él miraba abiertamente a todas las que pasaban junto a él y la había
mirado de frente, quitándose el sombrero y haciendo una reverencia en su
dirección. Ella parecía aburrida y vanidosa bajo su parasol azul, sin mirar
directamente a nadie.
A Felicity la ponía algo incómoda el papel de Tom en este plan. Le había
parecido una idea espléndida al principio, usar a Tom para poner celoso a Lord
Waite. Pero Tom era su amigo, y una persona muy querida. No había parecido muy
contento con la idea al principio. De hecho, no había aceptado ser su amante de
mentira. Y claro, la razón era obvia al pensarlo detalladamente. La libertad de Tom
se vería severamente restringida. Si la empezaba a escoltar con más frecuencia y
mostrar marcado interés en ella, no podría elegir una esposa en paz. Y a pesar de
su negativa, Felicity estaba convencida de que esa era su razón para estar en
Londres. Y cuando terminara, cuando finalmente se comprometiera con Lord
Waite, dejaría a Tom como un idiota. No, era mucho pedir de su amistad.
Se lo comentó la misma tarde que vieron a Lord Waite y Lady Page en el
parque.

***

Tom estaba bastante incómodo con el plan en el cual lo habían reclutado. Su


principal preocupación era Felicity. Tenía una extraña mezcla de inocencia y
experiencia. Cuando la volvió a encontrar, luego de ocho años, la había creído una
mujer de mundo. No le habría extrañado que se emparejara con el más dañado de
los aristócratas del país. Pero ahora no estaba seguro. Tenía una timidez que había
sentido en más de una ocasión, por ejemplo esa primera velada en el teatro.
Juraría que no miró jamás a nadie a los ojos. Y no era vanidad lo que la hacía
parecer distante. También estaba esa extraña costumbre que tenía de retraerse
tras una máscara de distancia y categoría cuando estaban en compañía de otros. Él
sabía que esa no era Felicity. Felicity era vivaz, cálida e impulsiva.
Tom se preguntó qué había pasado esos últimos ocho años. Ella ciertamente
había estado involucrada en muchas cosas y había sido parte de la sociedad. Pero,
¿había formado parte de la misma? ¿Acaso su marido había mantenido un control
tan firme sobre ella que no le había permitido hacerse parte de ese mundo como
individuo? Ella misma le había dicho que debía ayudarla, pues él tenía más
experiencia que ella.
Y aun así pretendía jugar algo peligroso con nada menos que Lord Waite. Tom
no dudaba que sería sumamente peligroso. Ese tipo no solamente tenía
experiencia con las mujeres, sino que estaba acostumbrado a salirse con la suya.
No se tomaría a la ligera que jugaran con sus sentimientos. Ella no tendría éxito.
Tom sabía cómo eran estas alianzas a largo plazo. Waite ni siquiera pensaría en
echarse para atrás. Felicity debía parecerle una excelente candidata para amante.
Era una viuda con medios propios, así que no tendría que mantenerla bajo su
protección. Era hermosa y atractiva. Y desafortunadamente la manera en que
actuaba en público hacía creer que tenía mucha experiencia, y que aceptaría los
avances de cualquier hombre que le cortejara.
Tom decidió que debía aceptar su sugerencia. Si no lo hacía, ella seguiría con
su plan de todas maneras. De esta forma, él al menos podría permanecer cerca y
protegerla lo mejor posible. Sería un papel difícil de cumplir, porque tenía que
darle la libertad suficiente para estar a solas con Waite y que su relación se hiciera
más íntima, sin dejarla completamente desprotegida.
Al tomar su decisión, la misma noche que Felicity le propuso el plan, Tom
deseó que en realidad no fuese tan difícil como su razonamiento decía. Si tan solo
no sintiera nada por ella, quizás podría hacer su papel con entusiasmo. ¿Pero
cómo pretender ser su pretendiente, su amante incluso, cuando realmente la
amaba con locura? Sería una situación doblemente irónica y dolorosa. ¿Cómo
podría estar tan cerca y disimular sus verdaderos sentimientos? No podía permitir
que los notara. Ella lo amaba como amigo y se sentiría mal de saber que lo había
lastimado. Su amistad se vendría abajo.
Sería mucho más seguro empacar sus cosas y marcharse de vuelta a casa,
regresar a su vida, con la cual había estado contento hasta que ella había
regresado. Pero no podía, claro. Felicity lo necesitaba, y mientras ella lo necesitara,
él estaría allí. Fue él mismo quien sacó el tema a relucir mientras paseaban en el
parque dos días después.
—Flick —dijo. —¿Todavía estas empeñada en casarte con Waite?
—Por supuesto —respondió ella. —Y lo lograré.
—Haré lo que me pides, entonces —respondió él. —Estas junto a tu más
ardiente pretendiente, amor mío.
—Oh, no, Tom —protestó ella. —Lo he estado pensando. Puedo hacerlo sola.
No quiero arrastrarte a mis asuntos. Es justo que puedas disfrutar de la
Temporada. No podrás buscar esposa si estás ocupado haciéndome ojitos.
Él se rió.
—Te estás volviendo una casamentera consumada —dijo. —¿Cuántas veces
debo decirte que no busco esposa para que me creas? De verdad no lo hago.
Mientras más veo de la Sociedad, más quiero regresar a mi casa en verano,
satisfecho con mi vida soltera. Mientras tanto, amor mío, mantendré mis ojos
firmemente en ti —él se inclinó más cerca, dirigiéndole una mirada seductora
antes de susurrar en su oído. —Luego de unas semanas de conocerla nuevamente,
mi señora, he encontrado que mi corazón clama por usted. Por favor dígame que
tengo oportunidad.
Felicity le dirigió una mirada sorprendida y entonces los ojos le brillaron. Le
dio un golpecito con el abanico.
—Me honran sus atenciones, buen señor —dijo. —¿Confío que seguirá
visitándome?
—¿Asistirá a Almack mañana por la noche? —dijo Tom, mirándole
deliberadamente los labios. —¿Reservaría dos piezas para mí? ¿Dos valses?
—Oh, señor —dijo ella, mirándose las manos. —Sería un gran honor. Y Tom,
mejor dales la vuelta a los caballos. Siento que estallaré en risas en cualquier
momento.
—¿No se siente bien, Lady Wren? —preguntó Tom, todo encanto solicito. —
Debe permitirme escoltarla a casa, a toda prisa.
***

La interacción no pasó desapercibida para Lord Waite. Así que ese cachorro
imprudente creía que tenía una oportunidad con ella, ¿eh? Sonrió con desde.
Aparentemente Russell era dueño de la propiedad vecina a la del padre de ella.
Seguramente habían crecido juntos, novios de juventud. Pero ella no es para los
tipos de su clase ahora, pensó Lord Waite. Te ha pasado con creces, muchacho.
Tampoco le pasó desapercibida la reacción de ella. Pero sonrió divertido e inclinó
la cabeza para escuchar algo que decía su prometida. Lady Wren sabía, por
supuesto, que él estaba allí. Había sonreído cuando él la saludo. Trataba de
ponerlo celoso, ¿verdad? Ni por un momento creyó que sintiera algo real por ese
simplón campechano.
Lord Waite no sabía por qué Lady Wren había decidido hacerse la difícil.
Seguro era una coqueta nata. Durante todos esos años bajo la tutela de Wren,
seguro había perfeccionado el arte de llevar amoríos sumamente discretos. Y
ahora continuaba sus costumbres, aunque no había razón. Nadie los censuraría
particularmente ahora, incluso si se hacía público el amorío. Y con respecto a él,
prácticamente se esperaba que tomara de amante a la mujer más hermosa de la
ciudad.
Pero no lo lamentaba. Había sido algo frustrante en Vauxhall, claro, luego de
estar tan seguro que la poseería antes de terminar la noche, para terminar
jugando cartas en Watie. Pero había empezado a gustarle el juego. No dudaba en
que ganaría al final. Sus miradas le aseguraban su interés y disponibilidad. La haría
suya antes de terminar la Temporada y esa consumación final sería la más dulce.
Casi sentía lastima por Russell. Alguien debería advertirle lo que pasaba.

***

Las gemelas se vieron algo decepcionadas con Almack. El salón de baile era
algo simple, comparado con otros que ya habían visto. Pero entonces Felicity les
había explicado que una persona quizás diese uno o dos bailes al año, por lo que
podían tomarse todo el cuidado del mundo en decorarlo para hacer de la velada
algo memorable. A diferencia de eso, Almack ofrecía bailes todas las semanas. Uno
no podía esperar que las anfitrionas hiciesen algo demasiado elaborado cada vez.
Ciertamente, lo importante del lugar era su reputación, no el lugar en sí. Recibir o
no una invitación a Almack podía hacer o deshacer la reputación de alguien.
Y como dijo Laura, algo disgustada en el paseo de vuelta a casa, uno podía ver
por qué al club se le llamaba “mercadillo nupcial”. Había al menos el doble de
señoritas que caballeros en salón de baile la mayoría del tiempo. Los demás
caballeros se la pasaban en el salón de cartas. Y los presentes elegían a sus
acompañantes con algo de insolencia en la mayoría de los casos.
—Cuando un caballero te mira de arriba abajo con su monóculo del otro lado
del salón —dijo Laura, —y entonces procede a hacer lo mismo con la chica de al
lado, una no puede evitar sentirse que está en subasta.
—Quizás no deberías quejarte —dijo Felicity. —Noté que no tuviste que
saltarte ninguna pieza.
—Pero muchas otras pobres chicas si —respondió su hermana. —Debo
confesar que no me agradó, Felicity, y no me importa si no volvemos a ir.
—La verdad no me molestó —dijo Lucy. —Después de todo, estamos claras
que todas las funciones sociales de la Temporada son mercadillos nupciales.
Parece de mal gusto admitirlo, pero todas las chicas estamos buscando marido, y
varios caballeros buscan esposa.
—Pues yo no —dijo Laura, molesta. —Dicho así suena horrible, Lucy.
—De todas maneras —continuó su gemela, —lo que me horrorizó fue la cena.
Bailaba con Darlington, soñando con pastelitos de langosta y ostras, ¿y qué nos
sirvieron? Pan con mantequilla. ¡Pan con mantequilla! ¿Acaso el banquetero olvidó
hacer pedidos?
Felicity se echó a reír.
—Eso es lo que normalmente sirven en Almack —explicó. —Es como si las
anfitrionas estuviesen preguntándonos cuanto nos importan las apariencias. Un
sitio simplón, comida aburrida y reglas estrictas. ¿Sabían que incluso al más
importante caballero se le niega la entrada si llega después de las once? ¿Y si no
está vestido según el código? Y aun así todos venimos en masa para probar que
somos parte del estrato más alto de la sociedad.
Felicity esperó a estar a solar en su habitación, ya retirada para la noche, con
una taza de chocolate enfriándose en la mesita antes de permitirse sopesar el
éxito de la velada. Había sido muy satisfactoria, pensó, abrazándose las rodillas
con una sonrisa. Su campaña había tenido buen inicio.
No había estado segura si Lord Waite asistiría, y se había sentido
decepcionada al no verlo, ya que pensaba que Tom se veía radiante en su traje de
paño de oro con casaca marrón. Y su vestido de seda blanca con detalles dorados
los hacía ver a juego de manera primorosa. De hecho, parecía que se habían
puesto de acuerdo. Entonces se había sentido emocionada al ver a Lord Waite salir
del salón de juegos, monóculo en mano, justo cuando Tom la llevaba a la pista de
baile para el primero de los valses prometidos.
Tom lo notó también, rodeándola con su brazo y sujetándola cerca, no lo
suficiente para ser impropio, pero si para mostrar cierta parcialidad por su
acompañante. Le sonrió y la miró durante todo el baile.
De verdad, pensó Felicity, que era muy inteligente. Tom tenía profundidad.
Apostaría que sería capaz de seducir cualquier mujer que se le antojara si lo elegía.
Y era un maravilloso bailarín. No lo había notado antes. La sujetaba con firmeza y
guiaba sin titubear. Ella se había apoyado de su brazo, mirándolo a los ojos y había
flotado. Juraba que sus zapatillas no habían rozado nunca el suelo. Casi se sintió
decepcionada al terminar la música.
Pero quedó satisfecha al pensar en lo románticos que se habían visto, dando
vueltas en el salón, con ojos solo el uno para el otro. ¡Qué extraño! A una
normalmente le incomodaba mantener contacto visual prolongado, incluso si la
conversación fluía. Por eso las conversaciones se llevaban a cabo de lado en lugar
de frente a frente. Pero había bailado con Tom todo el vals y juraría que no
dejaron nunca de mirarse a los ojos, sin sentir un ápice de vergüenza.
Había bailado luego con Lord Waite, el baile antes de cenar para ser exactos.
Él había sido todo amabilidad. Ella tenía la incómoda sensación de que se burlaba
de ella un par de veces, pero nunca lo hizo abiertamente.
Tuvo nuevamente una manera desconcertante de ganarse su atención.
—Felicity, querida —había dicho. —Es la primera vez que tengo la
oportunidad de tocar algo más que la punta de tus dedos desde esa memorable
noche en Vauxhall. Me siento como un hombre perdido en el desierto que
finalmente encuentra agua.
Ella se rió.
—Qué comparación más extravagante, milord —dijo. —Solo toca mi cintura y
mi mano —como siempre, parecía tener el desafortunado hábito de decir cosas
provocativas cerca de él.
—Si es una queja, Felicity —dijo él, sus ojos pálidos burlones, —es solo culpa
tuya. Solo dilo y te tocaré en lugares más satisfactorios.
Ella le dedicó su famosa media sonrisa.
—Ah, qué lástima —dijo él. —Pensé que progresábamos. Pero vas de retirada.
Así no mirabas al Señor Russell hace media hora, Felicity. Estoy verde de la envidia.
Ella le dirigió una disimulada mirada de sospecha. ¿Se burlaba de ella?
—¿Tom? —preguntó en tono descuidado. —Nos conocemos de siempre. Es
un querido amigo.
—Sí —dijo él. —Lo sé. Quizás sea prudente recordárselo, por su propio bien —
definitivamente se reía ahora, aunque no había evidencia en su rostro.
—Tonterías, milord —dijo ella con desdén.
—Hablo en serio, Felicity —dijo él, tomándola del brazo para guiarla al
comedor al terminar la pieza. —Eres mía, querida. Lo sabes y yo lo sé. Confío en
que Russell también lo sepa pronto —sonrió.
Sí, pensó Felicity, apretándose las rodillas una última vez antes de tomar su
taza de chocolate. Qué buen inicio de campaña.
Capítulo 9
Laura, como siempre, era la mejor corresponsal de la casa. Escribía a casa al
menos una vez por semana, informándole a Mamá de todas sus actividades y
compras. Reportó que Mamá había respondido quejándose de lo silenciosa que
estaba la casa sin sus hijos y sin siquiera el Señor Russell visitando. Laura le
escribió a su hermano Cedric y reportó que en la respuesta había sido informada
que su cuñada esperaba un bebé.
—Ahora tendremos que encontrar maridos antes de que termine el verano —
comentó Lucy al escuchar la noticia. —Qué terrible sería ser tías solteras, Laura.
Me siento anciana.
Y fue Laura quien le escribió a Adrian para informarle que estaban en la ciudad
por la Temporada. Le llegó entonces una carta tan llena de soledad y nostalgia que
las gemelas le suplicaron a Felicity que lo invitara por el fin de semana.
—Tenemos que rescatar al pobre chiquillo al menos un rato —dijo Laura.
—De seguro le dejaran marcharse al menos un par de días de esa horrible
prisión —agregó Lucy. —Escríbele al director, Felicity.
—¿Qué? —dijo su hermana, riendo. —¿Eton es una prisión? ¡Si supieras que
lugar tan privilegiado es! Sospecho que el Señor Adrian, siendo el más joven de la
familia, está un poco mimado —aunque ella también ansiaba ver a su hermanito,
que solo había sido un niño de diez años la última vez que lo vio. La carta fue
escrita y se acordó que el chico podía salir del colegio el viernes y regresar el
domingo, siempre y cuando lo acompañara un familiar. Como las gemelas
señalaron, su visita mejoraría el tedio de tantos eventos sociales el uno tras el
otro. Para cuando regresara a la escuela, estarían por asistir al evento de los
Townsend.
Tom aceptó usar su fin de semana para entretener al menor de los Maynard.
—¿Qué? —dijo cuándo las gemelas se lo informaron. —¿Ese malcriado
vendrá a tu casa, Flick? El lugar no será el mismo luego de que llegue.
—¿Es tan malo? —preguntó ella, dudosa.
—Peor. Es el tipo de niño odioso que le gusta hacer bromas pesadas, y no
tiene ninguna original en su repertorio. El verano pasado, por ejemplo, cuando
estaba en mi establo supuestamente ayudando al mozo, esperó hasta verme venir
para gritar “¡Fuego!” de manera convincente. Cuando entré de sopetón al establo,
no solo tropecé con el cable que había sido colocado en la entrada, sino que
además se me volcó encima una cubeta de avena que estaba encima de la puerta.
La cubeta no me golpeó, afortunadamente, o si no le habría dado una buena
tunda.
—Oh, cielos —dijo Felicity.
Llegó el viernes en la tarde, luego de que Felicity y Tom lo fuesen a buscar.
Pareció fascinado con la gran señora que era su hermana. Incluso Tom parecía tan
elegante en sus ropajes finos que Adrian se vio sin palabras. Durante el viaje a Pall
Mall, él solo le habló cuando le hablaron y lo primero que hizo fue preguntar muy
educadamente por sus otras dos hermanas. Felicity empezó a pensar que la
escuela había roto el espíritu del muchacho hasta que miró a Tom del otro lado del
carruaje. Este le hizo una morisqueta y le guiñó el ojo.
Menos de una hora más tarde, Felicity deseó estar de vuelta en el carruaje con
el educado escolar. Al entrar a la casa de Pall Mall y las gemelas abalanzarse sobre
su hermano menor, él inmediatamente salió de su trance. Incluso antes de llegar al
salón, ya les había contado lo terrible que era Eton; trabajo y más trabajo, chicos
mayores que se burlaban y abusaban de los más pequeños, maestros tiránicos,
comida que parecía aserrín con pienso para los cerdos y edificios tan sombríos que
rivalizaban con Newgate.
—Qué casa tan magnífica, Felicity —dijo, mirando a su alrededor. —Un chico
podría divertirse jugando a las escondidas aquí. ¿El viejo Wren de verdad estaba
tan cargado?
—Sir Wilfred —dijo ella con firmeza, —se ganó su fortuna con trabajo duro y
gastando concienzudamente. Le gustaban las cosas hermosas.
Adrian no se avergonzó.
—Ustedes se ven tan bonitas como una pieza de cinco peniques —le dijo a las
gemelas. —¿Ya tienen a todos los hombres persiguiéndolas? Supongo que sí,
aunque no entiendo por qué se molestarían. Si estuviese libre y no tuviese que
asistir a esa horrible prisión, pasaría todo el día en Tatter-sail y Newmarket,
averiguando sobre los molinos y las peleas de gallos. No pensaría en chicas.
—Adrian, muchacho, siéntate —dijo Tom, con una firmeza poco característica.
—No creo que a las chicas les incomodaría que no les prestaras atención. Si no te
interesan tus estudios, ¿de qué les hablarías, excepto caballos y molinos? Esa no es
la clase de conversación que haría que una mujer se interesara en ti.
Adrian se sentó.
—Regañas tanto como siempre, Señor Russell —dijo, aparentemente
despreocupado por su futuro sin mujer. —Felicity, ¿podría comerme uno de esos
pastelitos? No he comido nada bueno en años, me parece.
—Pobrecillo —dijo Laura, tomando un plato para él. —Toma, también come
una tarta de jalea. Esta creo que tiene más jalea que las otras.
Tom se encargó de mantener al chico distraído al día siguiente. Lo llevó a
cabalgar en el parque y luego a Tattersalls. En la tarde, él y Felicity lo llevaron a la
Torre de Londres y al Circo de Astley. Y fueron a comer helado antes de regresar a
casa. Había sido una tarde agradable y sin preocupaciones, decidió Felicity, tan
distintas a sus tardes con Wilfred. El día anterior se había visto alarmada por la
aparente falta de interés de Adrian en sus estudios y su mala educación. Pero se
había dado cuenta que era solamente el comportamiento normal de un chico de
quince años. Su disgusto con su educación era mayormente fingido. Al pasear por
Londres, y llegar a la Torre, se hizo aparente que el chico poseía gran conocimiento
de la ciudad y su historia. Conocimiento e interés. Insistió en recorrer toda la
Torre, hasta que Felicity sintió que los pies no le daban para más.
Fue la tarde la que le trajo recuerdos de infancia, por alguna razón.
Claramente no eran sus alrededores. Londres no se parecía en nada al campo en el
que había crecido. Concluyó que debieron ser los ánimos. Parecieron estar riendo
todo el tiempo, aunque ella no podía recordar que le había parecido tan gracioso
al final. En un momento ella y Tom habían estado contemplando tranquilamente el
paisaje desde los parapetos de la Torre y Adrian había corrido a ellos, declarando
que era hora de que Felicity se diera un chapuzón en el río. Se había doblado,
agarrándola por las piernas y fingiendo alzarla. Tom la había sujetado por un
brazo, declarando sus intenciones de ayudar a lanzarla al río. Felicity había chillado
y reído como una niña, y había seguido riendo cuando Adrian le había quitado el
bonete, sujetándolo sobre el abismo.
—¡Adrian! —chilló ella. —Es un bonete nuevo. Si supieras cuanto me costó
conseguir el apropiado. Niño horrible, devuélvemelo.
—Mejor obedece si no quieres irte a la cama sin cenar —había dicho Tom. —
Ella tiene un desván sobre la casa donde encierra a los chiquillos recalcitrantes
hasta que obedecen, ¿sabes, Adrian?
—¡Ups! —exclamó Adrian, el bonete cayendo de su mano, y cubriéndose la
boca con el otro. —Lo lamento, Felicity. Qué suerte tan mala.
Felicity chilló y se inclinó peligrosamente sobre los parapetos, esperando ver
la ruina de su bonete flotando en el Támesis. Tom, muerto de la risa, la sujetó por
la cintura.
—¡Oh, espantoso muchachito! —exclamó ella. —¡Debí saberlo! —se echó a
reír cuando Adrian tiró de la cinta del bonete, que había ocultado astutamente en
su mano para engañarla.
—¿Viste a qué me refería con respecto a tu hermano? —dijo Tom.
—Sí —respondió ella. —Y entre los dos seguro arruinaron mi reputación de
dama distante si alguien nos vio esta tarde. Qué espectáculo más indigno.
Regrésame mi bonete, muchachito horrible. Y usted, señor, más le vale quitarme
la mano de la cintura.
Todo bastante ridículo, juvenil e indigno, concluyó Felicity al regresar a casa.
¡Y maravilloso! Había olvidado como era sencillamente divertirse, por la simple
razón de disfrutar la compañía. Solo la mala suerte había hecho que Lord Waite y
Lady Dorothea Page se cruzaran en su camino cuando comían helados en
Gunther’s. ¿Qué le había hecho voltear a verles allí? ¿Y por qué había decidido
detenerse, entregarle las riendas al cochero y bajar a Lady Dorothea?
Su prometía se veía perfecta, toda de azul helado, con el mentón y la nariz
alzada en gesto desdeñoso. Él se veía magnifico, con su abrigo gris claro y
sombrero alto proclamando su estatus aristocrático. Felicity se había forzado a no
llevarse las manos a la cabeza. Estaba segura que su bonete estaba torcido y que
estaba algo despeinada. Sonrió y presentó a Adrian, tratando de comportarse
como si estuviese en la intimidad de sus aposentos.
—Tienes helado en el mentón, Felicity —proclamó Adrian.
—Permíteme —dijo Tom, sacando un pañuelo y alzándolo hacia su rostro en
un gesto íntimo. Luego de limpiarla, le dirigió esa devastadora sonrisa suya que le
hacía darle un vuelco al estómago.
El incidente duró solo un momento, pero Felicity notó el desdén en el rostro
de la dama y el franco desinterés en el rostro del caballero. La verdad desconocía
su reacción, pero le alegraba que Tom pensara rápido y mantuviera la charada de
intimidad. Aunque habría deseado que el incidente no hubiese sido tan
vergonzoso para ella. ¡Lady Felicity Wren, con helado en el mentón!
—¿Quiénes son esos? —preguntó Adrian con una mueca apenas se
marcharon. —Gunther debería contratarla. Congelaría los helados con solo una
mirada. Él parece todo un creído, ¿Vio su corbata, Señor Russell?
—Sí —respondió Tom. —Supongo que a su mayordomo le tomó al menos dos
horas amarrarla tan primorosamente, muchacho.
Todos estaban agotados para cuando Adrian regresó al colegio el domingo
después de cenar. La cocinera estaba prácticamente exhausta, luego de pasar el
día haciendo tartas de mermelada y crema para que el querido muchacho se
llevara al colegio. El “querido muchacho” se había pasado todas sus horas libres en
la cocina, alabando desvergonzadamente a la cocinera y describiendo con todo
detalle la horrible comida de Eton. Ella sintió que su deber como ser humano era
enviar suficiente comida para Adrian y para sus compañeros que no se habían
beneficiado de un fin de semana tan perfecto como el suyo.
Las gemelas también se habían permitido agotarse el domingo después de la
iglesia, haciendo todo lo que su hermano quería. Como le explicó Laura a Felicity
después, se notaba lo reprimido del espíritu del muchacho por el colegio, si tenía
tanta energía que gastar al verse libre. Tom decidió no preguntar qué causaba la
misma exuberancia del muchacho en casa. Sabía que seguro culparían al tutor.
Felicity sentía que la cabeza le había estado girando sobre los hombros tres
días seguidos. Su hermano era un verdadero vendaval. Pero le alegraba haberlo
visto. Le había traído tantos buenos recuerdos familiares y de la amistad simple. Se
había preguntado más de una vez en los últimos días si ella, Tom y Cedric habían
sido tan enérgicos de niños. Y tuvo que admitir, para su sorpresa, que sí. Tom tenía
casi dieciséis cuando había sucedió el incidente del arroyo. Ella tenía quince y Tom
diecisiete cuando se escondieron entre las ramas del cedro para disimuladamente
tirar bellotas en la cabeza de Señorita Long, su gobernanta, quien la buscaba para
sus clases de clavicordio. Casi se caen de la risa cuando la pobre señora se había
marchado. ¡Qué niños tan horribles! ¡Y qué maravillosos esos días!
De no haber sido por la visita de Adrian, quizás habría olvidado para siempre
esos días maravillosos. Se había alejado tanto de ese mundo durante su
matrimonio con Wilfred. Y había dado por sentado que deseaba adentrarse más
en ese mundo rutilante y frívolo de la Sociedad. Todavía lo quería.
Desafortunadamente uno no podía dar marcha atrás en la vida. Debía continuar
adelante. Se había alejado demasiado del mundo sencillo de Tom y Adrian. Se
aburriría de seguro si la vida fuese todo el tiempo como los últimos tres días, con
solo la familia, sin eventos sociales especiales para agregar brillo. Y jamás podría
vivir permanentemente en el campo nuevamente. ¿Cómo ocuparía sus días?
Pero no debía olvidar. Y debía asegurarse que sus hijos crecieran en el campo,
donde podían ser descuidados y osados si querían sin el temor del reproche
constante de sus padres. ¡Qué raro! No había pensado tener hijos con Lord Waite.
No se lo imaginaba como padre. Pero siempre había querido hijos, siempre había
considerado que la vida no estaría completa sin ellos. Uno de sus retos en la vida
con Wilfred había sido ver su juventud pasar y saber que no podría dar a luz
mientras él viviera. Ella y Tom habían querido seis hijos. Sonrió, mirándolo jugar
una partida de palillos con Lucy, sentado en el suelo. Él habría jugado con sus hijos
con la misma paciencia que ahora. Felicity se sintió arrepentida un momento. Este
último mes había asumido que Wilfred la había rescatado de una vida de
aburrimiento con Tom. Pero quizás no habría sido tan aburrida. De no haberse
marchado de casa, ni viajado y probado las delicias de la Sociedad, quizás habría
sido feliz. Siempre habría estado segura de la devoción de Tom. Tendría ya varios
hijos suyos. Se preguntó si él sentiría lo mismo. Pensó en preguntarle, pero era una
pregunta demasiado íntima, incluso para su amistad.
Todas las damas de Pall Mall se levantaron la mañana de la fiesta del jardín
mirando ansiosamente por la ventana, esperando buen clima. Había estado cálido
y soleado tanto tiempo que inevitablemente esperaban que lloviera pronto. Todas
se alegraron al ver que no sería así. El sol brillaba con fuerza, con solo unas
nubecillas blancas por compañía.
Lucy y Laura pasaron la mañana en su sala compartida, esperando la hora de
arreglarse. Lucy tenía un libro abierto en el regazo. Laura se acariciaba la mejilla
con la pluma, con un papel en blanco en frente. Pero ninguna estaba inmersa en
sus aparentes ocupaciones. Estaban conversando de una forma que le habría
resultado extraña a un escucha foráneo. Parecían tener monólogos separados,
solo compartiendo el mismo tema ocasionalmente. Pero se escuchaban la una a la
otra. Cada una sabía luego exactamente lo que había querido decir su contraparte
y cómo se sentía.
—Han pasado cuatro días desde que vi a Darlington —dijo Lucy. —Parece más
tiempo. ¿Es eso bueno o malo?
—Luego de un tiempo uno deja de conocer gente nueva —dijo Laura, —y
parece siempre asociarse con el mismo grupo. Parece que siempre estoy
emparejada con el Vizconde Varley y no sé si me agrade la idea. Solo parece que
ya no hay ninguna otra opción.
—Tengo la sensación de que se declarará pronto —continuó Lucy, y fue obvio
para ambas que hablaba del conde, no de Varley. —No sé por qué lo creo. Jamás
ha dicho algo realmente personal, aunque siempre me dedica toda su atención en
público. Pero creo que se declarará. ¿Y si lo hace hoy?
—De verdad me agrada —dijo Laura. —Es encantador y se siente bien estar
junto a alguien tan apuesto. Es fácilmente el hombre más guapo de Londres, ¿no
crees?
—Solo no sé cómo responder —dijo Lucy. —Claro, ser condesa es un
prospecto maravilloso, y estoy segura que es un caballero digno. ¿Pero de verdad
quiero casarme con él?
—Pero las apariencias no lo son todo, ¿verdad? —dijo Laura. —Y el encanto
tampoco, aunque lo haga tan agradable. ¿Hay algo tras ese encanto? Esa es la
pregunta.
—Verás, ha sido tan fácil —continuó Lucy. —Nada de chispa. Ni reto. Ahora, si
alguien pudiese insultarme lo suficiente para que Darlington le retara a duelo y
quizás quedara herido, permitiéndome cuidarlo a tal punto que la gente
murmurara sobre lo impropio de pasar tanto tiempo a solas con él, aceptaría su
propuesta sin lugar a dudas.
—¿Y si él se me declara? —preguntó Laura. —No estoy segura de lo que
piensa. Creo que solo disfruta el coquetear con una chica. Apenas tiene
veinticuatro. Los hombres de su rango no empiezan a pensar en matrimonio hasta
los treinta.
—Cómo Lord Waite —dijo Lucy, uniéndose inesperadamente al hilo de
conversación de su hermana. —Creí que se le habría declarado a Felicity pronto.
¿Has visto como la mira?
—Creo que el Señor Russell aún tiene sentimientos por ella —dijo Laura. —
¿Los viste bailar en Almack? Jamás dejaron de mirarse. Me sonrojo de solo
recordarlo.
—Aunque tenga los ojos de un azul tan claro —continuó Lucy, obviamente no
describiendo a Tom, —parecen arder cuando la miran. Y creo que Felicity también
le favorece. Siempre se lleva sus rosas blancas a sus aposentos, excepto la vez que
la muchacha que arregla nuestras habitaciones me contó que las hizo botar.
Seguro pelearon ese día. Fue el día después de Vauxhall. Quizás intentó besarla —
se echó a reír.
—Y pasa mucho tiempo con nosotras o con ella —dijo Laura. —No es normal,
siendo él soltero y joven. Una pensaría que buscaría con quien coquetear. A menos
que aún ame a Felicity.
—¿Recuerdas como llorábamos con esa historia? —preguntó Lucy. —Cuando
Mamá nos contaba lo enamorados que estaban, pero Felicity se vio forzada a
casarse con nuestro cuñado porque era rico y nosotros pobres.
—Siempre echábamos a llorar en la parte donde ella huye de la casa la noche
antes de la boda —dijo Laura. —Y todos sabían que iba a encontrarse con el Señor
Russell, porque él había regresado de repente.
—Solo teníamos diez entonces —dijo Lucy, —y pensábamos lo maravilloso
que era tener una hermana a punto de casarse.
—¿No sería sumamente romántico que se enamoraran otra vez y se casaran?
—suspiró Laura.
—Podríamos ser sus damas de honor —dijo Lucy. —Si es que no estoy casada
con Darlington para entonces.
—¿Qué haré esta tarde? —dijo Laura. —¿Debería intentar conocer gente
nueva? ¿O sería más cómodo permitirle a Varley monopolizar mi tiempo?
—Me pregunto si se declarará esta tarde —dijo Lucy, indicando con la mirada
que no hablaba de Varley.
La mente de Felicity también estaba ocupada con el evento de esta tarde. No
había nada extraordinario sobre esta fiesta de jardín, excepto que era dada por los
amigos particulares de Laura, los Townsend. Pero la visita de tres días de Adrian
había sido como un respiro de todos los eventos sociales, y parecía que la
Temporada había iniciado nuevamente. Habían pasado cuatro días desde la última
vez que había visto a Lord Waite, descontando el embarazoso incidente en
Gunther’s.
Se preguntó si estaba cerca de lograr su cometido. Durante las semanas
previas lo había incitado con sonrisas y aceptando salidas breves y bailes. También
lo había rechazado, citando estar ocupada o previamente comprometida cuando
llegaba a invitarla. Y siempre que estaba Tom presente, se comportaban como si
hubiese algo más entre ellos.
Lord Waite seguía persistiendo en sus atenciones. Sus ramos de flores
llegaban todas las mañanas e invariablemente se presentaba en las tardes.
Siempre la abordaba en eventos sociales. Pero no había dicho nada íntimo desde
Almack. Y ella no tenía idea de cómo le afectaba su coqueteo con Tom. A veces
parecía divertido, como si supiera la verdad. Otras veces su rostro inexpresivo no
le transmitía nada. Pero sabía que su entendimiento con Lady Dorothea no incluía
sentimientos. No había sino aburrimiento cada vez que ambos estaban juntos.
Felicity no sentía nada de culpa de querer robárselo a su prometida.
Y lo robaría. Hoy era el inicio de una nueva semana, el clima era delicioso, y de
todos los eventos, las fiestas de jardín eran sus favoritas. Hoy debía poner en
evidencia sus deseos. Miró nuevamente el vestido de encaje blanco y seda limón
pálido que yacía en su cama. ¿Era el vestido indicado para ganar la partida, junto al
bonete que Adrian había amenazado con echar al río? ¿Se vería demasiado
insípido con su cabello rubio? Felicity sonrió. Me estoy comportando cada vez más
como una niña, pensó.
Capítulo 10
Los jardines de la propiedad de los Townsend eran perfectos para una fiesta.
De hecho, Laura se enteró que era un evento anual, muy disfrutado por la
Sociedad, aunque era el primer año que a Lady Pamela se le permitía asistir.
Durante los años previos, se había visto forzada a contemplar desde la ventana de
su aula, junto a su gobernanta.
El jardín se extendía casi hasta el horizonte. Pero no era un paisaje aburrido.
Varios árboles extendían su sombra a los invitados, y numerosas camas de flores y
fuentes alegraban la vista, infundiendo aromas a la velada. Dos invernaderos, el
orgullo de Lady Townsend y su jardinero, estaban abiertos para el deleite de los
invitados. Una glorieta octogonal, con banquillos cubiertos de terciopelo verde,
ofrecía refugio a la gente dispuesta a alejarse de la casa.
El terreno cercano a la casa estaba cubierto de mesas con blancos manteles,
llenos de tentempiés y bebidas refrescantes. Para cuando Lady Wren hizo acto de
presencia, acompañada del Señor Russell, su escolta, y sus hermanas menores, ya
había una pequeña multitud en el sitio, la mayoría con platos y vasos en las manos.
Lady Pamela se llevó a las gemelas de inmediato, cada una del brazo.
—El Señor Sotheby, mi primo, desea conocerlas —dijo. —Apenas llegó ayer, y
está ansioso por conocer a las gemelas que pocos pueden diferenciar.
—¿Quieres algo de limonada, Flick? —sugirió Tom, abriéndose paso hacia un
lacayo que sostenía una bandeja llena de vasos.
—Me alegra tanto que pudiera venir, Lady Wren —dijo Lady Townsend junto a
ella. —Pamela está muy encariñada con las gemelas, especialmente Laura. Son
niñas muy bien portadas, aunque desearía poder distinguirlas. ¿Cuál de ellas lleva
el vestido durazno y cuál el rosa?
Felicity se echó a reír.
—Creo que debería bordar sus nombres en las espaldas de sus vestidos —dijo.
—Pero entonces seguro intercambiarían ropa deliberadamente. Tratar de
confundir a la gente es su pasatiempo favorito. Lucy lleva el vestido durazno hoy, y
Laura el rosa.
—Pues se ven especialmente bonitas hoy —dijo su acompañante, —y me
alegra mucho por Pamela. Siempre ha sido tan tímida, y mírela ahora.
Las tres chicas estaban sentadas en la hierba bajo un árbol, con cinco
caballeros cortejándolas. Felicity notó que dos de esos caballeros; uno apoyado
indolentemente del tronco y el otro reclinado en la hierba, eran el Conde de
Darlington y el Vizconde Varley.
—Lady Townsend, adoro sus jardines. Mamá siempre dice que se los robaría,
si su reputación pudiera sobrevivir el robo —la que hablaba era Lady Dorothea
Page, hermosa en su vestido de muselina blanca con cintas azules, bonete y
parasol a juego. Una de sus manos descansaba en el brazo de Lord Waite.
—Ciertamente, mi señora —agregó él, —debió ser muy puntual en sus
oraciones para recibir tan hermoso día.
Lady Townsend respondió educadamente antes de excusarse para recibir a
otros invitados.
—¿Sola, Lady Wren? —preguntó Lord Waite, con las cejas alzadas. —Tenemos
una cosecha pobre de caballeros esta Temporada si la dejaron sola.
—No, milord —le aseguró Felicity con su media sonrisa. —Tom solo fue a
buscarme algo de limonada. Veo que ha sido detenido por la Señorita Peington y
su mamá.
—Debo alabar su bonete, Lady Wren —dijo Lady Dorothea lánguidamente. —
He estado buscando uno igual.
Felicity empezaba a preguntarse como haría para sostener una conversación
con ambos cuando Tom regresó, entregándole un vaso.
—Discúlpame por tardar tanto, amor mío —dijo, antes de voltearse a saludar
a sus acompañantes, —pero veo que no estás en mala compañía. ¿Cómo se
encuentran, Waite, Lady Page?

***

El Vizconde Varley había tenido éxito separando a Laura del grupo. Caminaban
lentamente por el jardín, admirando las camas de flores y los arbustos. Laura,
haciendo girar su parasol alegremente, reflexionaba sobre el hecho de que él la
había separado antes de que el conde le prestara algún tipo de atención especial a
Lucy. Parecía que finalmente había aprendido a distinguirlas. Pero lo probaría de
todas maneras.
—Me pregunto si sabe con cuál gemela habla, milord —dijo con una ceja
arqueada.
Él la miró con sorpresa antes de dedicarle una de sus deslumbrantes sonrisas.
—Ah, usted bromea, como de costumbre —dijo. —Debo admitir que por un
momento tanto usted como su hermana me tuvieron confundido. Son
extraordinariamente parecidas. Pero he descubierto que es realmente fácil saber
que eres Laura. Eres la más bonita de las dos.
Laura se sonrojó, haciendo girar su parasol.
—¿Y si le dijera que soy Lucy? —preguntó.
Él se rió.
—Detestaría contradecir a una dama —respondió, —pero me vería obligado a
llamarle mentirosa.
—Oh —dijo ella, y el parasol giró alegremente tras su cabeza.
El vizconde tomó una de sus manos y la posó sobre su brazo.
—He viajado extensamente —dijo con su sonrisa encantadora, —y he
conocido damas en todas las ciudades principales de Europa: Paris, Viena,
Bruselas, pero jamás he conocido una mujer tan hermosa como usted, Laura.
¿Puedo llamarle Laura? Especialmente de día. Muchas mujeres se ven muy bien a
la luz de las velas. La mayoría se ven demasiado pálidas o marcadas por viruela de
día. Su complexión es tan perfecta y delicada —habían dejado de caminar. Él rozó
su mejilla con el dorso de sus dedos. —Me encantaría besarla, pero me temo que
estamos a la vista de al menos doscientas personas.
Laura se sonrojó aún más.
—Y lo agradezco —dijo. —No creo que un beso deba ser dado al descuido.
Jamás he sido besada.
—¡Vaya descuido! —dijo él, contemplando su rostro. Se volvió y empezó a
caminar otra vez, el brazo de ella aún en el suyo. —Lamento haber hablado con
tanto descuido, Laura. Mis intenciones son honorables. No desearía besarla si no
quisiera también hacerla mi esposa.
Laura fue la que se detuvo esta vez.
—¿Desea casarse conmigo? —preguntó, sorprendida.
—Por supuesto —él le dirigió su mejor sonrisa. —Debo casarme
eventualmente. Es una de las desventajas de tener título, uno debe
eventualmente perpetuar la línea. Tengo una fortuna considerable, así que no
necesito casarme por dinero. Soy libre para elegir a la mujer más hermosa que
pueda encontrar. Juntos, encandilaríamos a la sociedad, Laura. Solo tiene que
decir que sí.
Laura se le quedó mirando a su apuesto rostro, esperando, supuso, algo más.
Había sido alabada por el hombre más apuesto de Londres, acababa de recibir su
propuesta. Debería estar rebosante de alegría. ¿Faltaba algo? No podía pensar en
qué. Como él acababa de decir, solo debía decir sí. Decidió que debía estar
simplemente demasiado sorprendida para hablar.
Él sonrió, inclinándose hacia ella.
—Veo que la he tomado por sorpresa —dijo. —¿Pensó que me tomaría más
tiempo llegar al grano? ¿O creyó que no podría elegir por debajo de mi rango? La
he elegido, Laura, y cuando decido algo, me pongo impaciente hasta lograr mi
objetivo. Encontrarás que esa es una de mis características. ¿Puede darme una
respuesta ahora o necesita tiempo?
—Estoy consciente del honor tan grande que me otorga, milord —dijo, —pero
como dice, me ha tomado por sorpresa. Le suplico que me dé algo de tiempo.
Él se llevó su mano a los labios, mirándola a los ojos todo el tiempo.
—Quizá una semana, Laura —dijo. —No soy un hombre paciente. ¿Me dará su
respuesta entonces?
—Sí —dijo ella en voz baja.
Él volvió a tomarla del brazo y la escoltó de vuelta a la casa.
Lucy y Lady Pamela todavía estaban sentadas en la hierba bajo el árbol,
rodeadas de un grupo de caballeros. El Conde de Darlington aún se reclinaba
indolentemente contra el tronco tras Lucy, de manera que ella no podía mirarlo ni
conversar con él sin deliberadamente girar la cabeza. Ella esperó algo confundida
que él se uniera a ella en la hierba o participara en la conversación, o se ofreciera a
traerle algo de beber. Él no hizo nada de eso, sino que se quedó en silencio.
Finalmente, el acompañante frecuente de Lady Pamela, el Señor Booth,
sugirió escoltarla al invernadero para que ella le señalara los exóticos capullos de
los que había escuchado. El Señor Sotheby se inclinó ante Lucy y le preguntó si le
gustaría unírseles. Ella guardó silencio un momento, esperando alguna reacción
del hombre tras ella. No hubo ninguna. Le sonrió al primo de Pamela, quién estaba
ansioso frente a ella y le tomó de la mano, permitiéndole ayudarle a levantarse. Se
retrasó un poco más, abriendo su parasol color durazno con gran cuidado antes de
dirigirse al invernadero con sus tres acompañantes.
Fue mucho más tarde cuando Lucy volvió a ver al conde. Salía de la casa con
Lady Townsend y un grupo de caballeros. Debieron estar jugando a las cartas o
billar, supuso. El conde ciertamente no había estado en el jardín durante la hora
que ella había pasado en el invernadero. Sintió algo de incomodidad. No era
normal de su parte ignorarla así. Justo mientras pensaba eso, sus miradas se
encontraron a la distancia, y él inclinó la cabeza antes de abrirse paso a su lado.
—¿Puedo traerle algo de beber, Señorita Maynard? —preguntó él
educadamente. —¿O acercarle una silla?
—No, gracias, milord —dijo ella. —He estado sentada casi toda la tarde, y
acabo de tomar té.
Hubo una pausa incómoda.
—¿Le gustaría caminar? —preguntó él, ofreciéndole el brazo.
Ella lo tomó y empezaron a alejarse de la casa y la multitud.
—Qué tarde más espléndida, ¿no cree? —preguntó ella, su voz algo débil.
—Ciertamente —dijo él. —Lady Townsend realmente lo logró este año. El
pasado llovió, aunque eso no fue su culpa, claro.
Nuevamente hubo silencio.
—Los invernaderos son magníficos —dijo ella. —¿Ya los vio, milord?
—Sí —respondió él. —El año pasado, mientras llovía.
Silencio. Lucy deseaba desesperadamente preguntarle que estaba mal.
Normalmente era él quién iniciaba la conversación. Tenía un ademán placentero y
fácil que normalmente la hacía sentir cómoda. Ahora claramente no la estaba
pasando bien y no quería estar caminando con ella. Ella apartó la mano de su
brazo.
—Debo regresar, milord —dijo. —Le prometí a Laura que me encontraría con
ella pronto. Debe estarme buscando.
Él la miró con el ceño fruncido.
—Me marcho mañana —dijo.
—¿Se marcha? ¿Mañana? —repitió ella.
—Debo ir a casa —explicó él. —Mi madre no se encuentra bien y debo
asegurarme que no sea nada grave.
—Por supuesto —dijo Lucy. —Lo lamento. ¿Sabe cuánto tiempo estará lejos?
—No —dijo él abruptamente. —No lo sé.
Se acercaron en silencio a la casa. Laura estaba en el medio de un ruidoso
grupo de jóvenes, por lo que Darlington dirigió allí a su acompañante, pero no se
les unió.
—Espero que nos volvamos a encontrar, Señorita Maynard —dijo él. —Le
deseo éxito por el resto de la Temporada.
—Gracias —dijo ella. —Espero que encuentre a su madre en buena salud.
Él se inclinó, mirándola sin sonreír un momento y se marchó.
Lucy sintió un triste vacío en su interior al volverse a unirse a su gemela y al
grupo. ¿Eso era todo, entonces? ¿Nada más? De seguro debió decirse algo más,
¿algún mensaje personal?

***

Lady Dorothea Page había apartado a su escolta luego de unos minutos de


conversación con Felicity y Tom.
—No veo cómo se ganó Lady Wren su reputación de gran belleza —dijo Lady
Dorothea al alejarse lo suficiente. —Si me preguntas, diría que se ve insípida. Un
vestido amarillo no va a juego con ese cabello amarillo.
—Estoy seguro que tienes razón, amor mío —respondió Lord Waite con tono
aburrido. —Pero yo opino que el limón pálido se ve maravilloso con el cabello
amarillo.
Felicity y Tom se mezclaron con la multitud, sintiéndose bastante libres para
ser ellos mismos. Solo más tarde Tom sugirió dar un paseo.
—Me parece demasiado trabajo hablar y hablar de nada en particular —dijo
él, respirando profundamente el aroma fragante a flores. —¿No te parece, Flick?
—Pero así es la vida, Tom —dijo ella con una risita. —Estas son las personas
que importan. ¿Y qué si se habla más que todo de moda y rumores? Es
entretenido, si se tiene un buen sentido del humor. ¿Es de verdad más aburrido
que hablar de ovejas y cultivos todo el tiempo?
Él la miró, curioso.
—Me parece que me tiendes una trampa —dijo él, —pero no caeré. No soy
tan aburrido como crees, Flick. ¿Cuándo hable de ovejas y cultivos, sino muy poco,
o con mi encargado, u otro hombre cuando no había señoritas que aburrir? Me
agravias. Siempre tuvimos mucho de qué hablar sin tener que recurrir a rumores
de otros ni trivialidades.
Ella lo miró, mordiéndose el labio.
—Lo siento, Tom —dijo. —Tienes razón. Pero tú y yo siempre hemos sido un
caso excepcional. Por alguna razón siempre se nos ha hecho fácil hablar sin
pensarlo demasiado. No es tan simple con los demás. Con ellos, si uno esperara a
tener algo bueno que decir, los silencios se harían interminables.
—No te entiendo —dijo Tom. —¿Esta es la vida que quieres, dónde tu
inteligencia y lectura y sensibilidad se verán desperdiciados? ¿Segura que estarás
feliz?
Ella se rió, apretándole el brazo.
—Tom —dijo, —leer y conversar sensiblemente no es demasiado
emocionante. Hay suficientes lugares a dónde ir y gente nueva que conocer y
ocasiones para ocupar la vida. ¿Por qué cuestionarse la utilidad de una vida así
cuando se la disfruta? ¿La vida acaso sirve de algo, sin importar cómo se viva?
Tom se detuvo, mirándola con tristeza.
—No te creí tan cínica, Flick —dijo. —¿Disfrutaste de tus semanas aquí hasta
ahora? Quiero decir ¿lo suficiente para hacerte sentir que esta es la manera en
que quieres vivir?
—Claro que no, tonto —dijo ella afectuosamente. —Aún no me caso. Cuando
lo esté, Tom, con el hombre correcto, la vida será idílica. No habrá más
aburrimiento ni simpleza ni incertidumbre.
Tom la miró antes de mirar al horizonte. ¿Acaso sabía lo inocente de sus
expectativas? se preguntó. ¿De verdad creía que solo necesitaba tener un
matrimonio ventajoso para vivir feliz por siempre? Sintió una necesidad casi
avasallante de apretarla contra sí y decirle que la protegería de todo lo que evitara
que disfrutara su vida. Una actitud igual de inocente, pensó él.
Entonces notó donde estaban. Sin darse cuenta, habían caminado hasta la
glorieta, y Tom acababa de notar a las dos personas dentro, sentadas una junto a
la otra sin tocarse. Reconoció el bonete azul de Lady Page. Su acompañante era sin
duda Lord Waite. Estaba de frente a él y Felicity. Tom volteó furtivamente hacia la
casa. Estaba casi oculta tras los árboles.
—Flick —dijo. —¿Todavía estas empeñada en Waite?
—Sí —respondió ella. —No puedo rendirme. Mi orgullo depende de ello.
—Entonces no te asustes y me golpees —dijo él. —Estás a punto de ser
besada, amor mío, por un apasionado amante. Tu hombre mira hacia acá desde la
glorieta, pero no notará que lo vimos.
Felicity no tuvo tiempo de voltear a ver la estructura u ofrecer una opinión
sobre el plan de Tom. Fue tomada por sus firmes brazos, uno en la cintura, otro en
el hombro. Y entonces la boca de Tom cubrió la suya, nada gentil o amable. Era un
beso de amante, como había prometido, y Felicity se lo devolvió de inmediato. No
había tenido tiempo de prepararse ni de preguntarse cómo sería volver a besar a
Tom luego de ocho años. Y no pensó, mientras su cuerpo se acoplaba al suyo, sus
brazos rodeaban su cuello y su boca se abría a la calidez de él, en cómo se
comportaría para despertar los celos del hombre en la glorieta. Se abandonó sin
pensar al placer de sus caricias.
Acunada contra él, de la boca a los muslos, Felicity olvidó que era Lady Wren,
y él Thomas Russell, su amigo. Olvidó la fiesta, la presencia de unos cuantos
cientos de la elite de la sociedad. Olvidó a Lord Waite y Lady Page en la glorieta. De
hecho olvidó que existía Lord Waite. Solo supo por unos instantes que estaba en
casa, finalmente.
Tom finalizó el beso. La apretó contra sí un rato antes de soltarla. Sonreía
malévolamente cuando finalmente le permitió alzar la cabeza.
—Eso debería ser suficiente —dijo. —No mires, Flick, pero siguen allí. Y
apuesto que, si pudiera verlo más de cerca, encontraría los ojos de Waite más
verdes que el césped.
—Tom, pícaro —dijo Felicity, ahogando una risita, —eso fue muy poco
apropiado. De hecho, creo que mi honor reclama que me pidas matrimonio
inmediatamente.
Él le tomó la mano, inclinándose ante ella de la manera más reverente.
—Mi señora —dijo, —¿me haría el honor de ser mi esposa?
—Ciertamente, señor —dijo ella, con la mano libre sobre el corazón. —Creí
que jamás lo preguntaría. El honor es todo mío. Y de verdad, Tom, es una
espléndida idea. ¿Hablas en serio? Como parte de la charada digo. ¡Qué brillante
idea! Claro, tenemos que comprometernos. ¿Dónde haremos el anuncio? —lo
tomó del brazo y se volvió en dirección a la casa. —¿Seguro que Lord Waite lo
notó? Oh, qué malvado. Besas maravillosamente, Tom. Mucho mejor que él —se
echó a reír.

***

—Deseo regresar a casa inmediatamente —decía Lady Dorothea en la glorieta,


su normalmente pálido rostro sonrosado de indignación. —Jamás me he visto
expuesta a un comportamiento tan terriblemente vulgar. Lady Wren no es ninguna
dama; no es mejor que una mujerzuela. ¡Y hacerlo en un lugar tan público!
Descansaré en casa y esperaré estar suficientemente mejorada para la cena, para
que Mamá y Papá no se preocupen por mi salud.
Lord Waite se levantó lentamente.
—Tranquilízate, amor mío —dijo, —tu constitución no es tan mala. Ellos no
fueron tan indiscretos después de todo. Estaban ocultos de la casa y
aparentemente no notaron que estábamos aquí. Ese tipo de cosas pasan entre
hombres y mujeres, ¿sabes?
—Espero que ni sueñes con tratarme así —dijo Lady Dorothea, dirigiéndole
una mirada fulminante. —No soportaría una vulgaridad así, Edmond.
—No temas, amor mío —respondió Waite, mirándola con sus pálidos ojos
azules. —Ni siquiera pensaría en tocarte así.
Afortunadamente para él, Lady Dorothea se aferró a su indignación el resto
del paseo. No tuvo que buscar tema de conversación. Lord Waite estaba perplejo,
para ser sincero. No estaba seguro de estar molesto o disgustado. Pero algo sabía:
ya no le divertía. No creía que lo hubiesen visto. El abrazo había sido bastante
espontáneo. Se habían creído a solas. Así que no podía achacarlo a un espectáculo
para su beneficio. Y ya no podía asegurarse que el ardor era todo de Russell. Ella le
había respondido con un entusiasmo que no podía ser fingido.
Waite sintió que por primera vez sus cálculos habían errado respecto a una
mujer. Sabía que ella gustaba de él, que le atraía y que quería que se la llevara al
lecho. En su experiencia, las mujeres que lo deseaban, lo deseaban en exclusiva.
Había asumido que Lady Wren era igual. Se había preparado para jugar con ella,
con la confianza en que ella capitularía finalmente y sería suya hasta que se
hartara y se viera libre de buscar en otros lados nuevamente. Pero al parecer ella
no pensaba igual. Mientras retrasaba la consumación con él, se había buscado otro
amante. Waite no dudaba que habían estado juntos en la cama. La mano de
Russell había permanecido en su cintura, pero ella se había arqueado contra él de
una forma que sugería familiaridad. Le había mesado el cabello, y el ángulo de la
cabeza sugería un beso muy íntimo.
¿Pero por qué? ¿Qué le veía a ese otro tipo? Era pasable, admitió él con
desdén, pero seguro ninguna de sus cualidades lo hacían digno de la belleza de
Lady Wren. ¿Por qué estaba con Russell cuando podía estar con él?
Lord Waite, mientras ayudaba a su prometida a subir al carruaje y se montaba
junto a ella, decidió que era hora de que él y Felicity Wren se confrontaran. No le
importaba juguetear. Incluso podía disfrutar del sabor que le daba a conseguirse
una amante nueva. Pero no lo harían pasar por tonto y no la compartiría. Por Dios,
no la compartiría. Ella era suya.
Capítulo 11
Felicity tuvo mucho en qué ocupar sus pensamientos la noche y mañana
siguiente. Incluso así, no le pasó desapercibido el ánimo pensativo de sus
hermanas. Habían estado ansiosas por la fiesta, y cada vez que las buscó en la
misma, parecían bien acompañadas. Esperó que no pudiesen contener sus ánimos
de compartir cuentos al finalizar. En lugar de ello, habían guardado un silencio
poco característico. La cena había sido casi incómoda. Tom se había retirado,
dejándolas solas y Felicity tuvo que llevar la conversación por sí misma.
Le habría gustado retirarse a sus aposentos inmediatamente para sopesar sus
propios sentimientos, pero se sintió en la obligación de atender a sus hermanas
primero. Había tomado la responsabilidad de su presentación, pero a veces sentía
que lo hacía mal. Suponía que la práctica de hacer que una madre, abuela o tía
mayor se encargara del debut de una jovencita era, después de todo, lo correcto.
Tales chaperonas seguro no tenían más en la cabeza que su deber. No debían
preocuparse de hacerse con un matrimonio provechoso para sí también.
Felicity encontró a Lucy en la biblioteca, un santuario inusual para esta gemela
en particular. Había sacado un libro de la estantería, que yacía sin abrir en su
regazo. Felicity, mirando la portada, pensó que la chica debía realmente estar
distraída para haber seleccionado un libro de sermones que seguro ni Wilfred se
había molestado en leer. Pero Wilfred compraba libros de la misma manera que
compraba pinturas o vasijas: no por su contenido, sino para agregar a la apariencia
noble que cultivaba.
—Te he estado buscando, querida —dijo gentilmente, sentándose frente a
Lucy. —¿Te puedo ayudar en algo?
—¿Qué? —dijo Lucy. —Oh, no. Gracias, Felicity, ya encontré lo que buscaba —
señaló el libro en su regazo.
—¿La pasaste bien esta tarde?
—Oh, sí —dijo la chica alegremente. —¿Conociste al Señor Sotheby, el primo
de Pamela? Es muy agradable. Me llevó al invernadero.
—Sí —dijo Felicity. —Parece un muchacho muy agradable. Me parece que te
vi pasear con el Conde de Darlington, ¿o me equivoco?
—¿Quién? —dijo Lucy. —Oh, Darlington. Sí. Paseó conmigo unos minutos. Me
dijo que se marchará.
—¿De verdad?
—Sí. Su mamá está indispuesta. Tiene que ir al campo.
—Oh, ¿y cuando regresa? —preguntó Felicity. —Lo extrañarás.
—¿Quién, yo? —dijo Lucy. —Oh, cielos, no. Estoy disfrutando demasiado para
extrañar a nadie. Oh, Felicity, no dijo cuándo regresaría. Insinuó que no regresaría
pronto. Creo que se despedía de mí.
Felicity frunció el ceño.
—¿Y él te importa, verdad? —dijo. —No me sorprende. Parecía muy particular
con sus atenciones. ¿Es por eso que estás triste, querida?
Lucy dejó el libro en la mesita y se levantó de golpe.
—Se portó tan raro, Felicity, tan distante. Era como si jamás hubiese bailado
conmigo, conversado o mandado flores.
—¿Lo amas, Lucy?
La chica volvió a sentarse, posando las manos en el regazo.
—De verdad no lo sé —dijo. —A veces creo que sí. Pero es el único hombre
que me ha prestado atención, y es atractivo y un conde además. No sé si solo
estoy honrada y encandilada o si de verdad siento algo por él. Pero no necesito
preguntármelo más, ¿verdad? Dejó claros sus sentimientos esta tarde. Estoy
lastimada, pero es todo. Pero no necesitas preocuparte por mí. El Señor Sotheby
ya me pidió la primera pieza y la de antes de cenar en el baile de Grayson mañana
y el Señor Pendleton el segundo.
Felicity sintió preocupación por su hermana, y un grado de rabia contra el
conde. Era cierto que no había comprometido a Lucy de ninguna manera, y hasta
dónde ella sabía, jamás había indicado que deseaba matrimonio. Pero sus
atenciones deliberadas a la chica en cada evento al que asistían, y la frecuencia de
sus visitas y paseos de seguro había hecho que muchos especularan y sembrado
esperanza en la chica. Había parecido un caballero. A Felicity le agradaba. Estaba
decepcionada.
Encontró a Laura en el salón de música, tocando indiferente la espineta.
Claramente no estaba concentrada en la melodía.
—¿Necesitas la partitura? —preguntó Felicity. —Está en el banquillo, ¿sabes?
—Oh, no —respondió Laura distraídamente. —La verdad no deseo tocar. No
me concentro en nada. Empecé tres cartas para Mamá y las rompí todas. Cuando
busqué a Lucy, me gruñó. Todas estamos agotadas.
—No me sorprende —dijo su hermana. —No recuerdo la última vez que
tuvimos una noche de sueño decente. ¿Disfrutaste la fiesta, Laura?
—Bastante —respondió la chica. —¿Sabes que pasó, Felicity? No lo adivinarías
ni en un millón de años. Jamás me he sentido tan sorprendida en la vida, aunque si
me había preguntado cómo sería, claro.
Felicity se echó a reír.
—Como no dispongo de un millón de años —dijo, —mejor me dices.
—¡Varley me propuso matrimonio! —anunció Laura, con ojos como platos. —
¿Puedes imaginarlo? ¡A mí!
—¿Es verdad? —preguntó Felicity. —Debo confesar que no creí que el
vizconde buscara matrimonio.
—Dice que debe casarse de todas maneras —dijo Laura, —y que soy la más
bonita de las chicas que ha conocido —se rió. —Incluida Lucy. ¿Puedes imaginar
algo más absurdo? Somos idénticas.
Felicity frunció el ceño.
—¿Aceptaste, Laura? ¿Lo amas?
Laura se rió otra vez.
—No lo sé —dijo. —Es increíblemente apuesto. Me tiemblan las rodillas cada
vez que lo miro. Y es un vizconde adinerado, Felicity. Imagínatelo, podría ser
condesa y tener muchas casas y montones de dinero a mi disposición.
—Esas cosas no lo son todo —dijo Felicity. —La felicidad es lo más importante.
Debes estar segura de poder ser feliz con el vizconde, de que tengan una amistad
sólida —volvió a fruncir el ceño al escucharse a sí misma.
—Oh, sí, lo sé —dijo Laura. —Lo sé. Tengo una semana para decidir. De verdad
no sé qué hacer, Felicity.
—¿Dijo algo de ir a hablar con Papá? —preguntó Felicity.
—No —respondió Laura. —Supongo que quiere estar seguro de mi respuesta
primero.
Felicity concluyó, al retirarse a sus aposentos esa noche, que las cosas se
estaban complicando para las tres. Una había sido rechazada por un hombre que
parecía a punto de proponerse, la otra había recibido una propuesta seria de un
hombre inesperado, y la tercera acababa de comprometerse con un hombre con la
esperanza de ganar la atención de otro. Suspiró mientras se peinaba su largo
cabello rubio, ahora suelto. Todas habían venido a Londres, para ser honestas, en
busca de maridos. No podían esperar que las cosas prosiguieran sin
complicaciones, decisiones duras y algunos corazones rotos. ¿Y su propio caso?
¿Estaba más cerca de ganar el afecto de Lord Waite que antes? Era cierto que las
rosas blancas seguían llegando y que él la seguía visitando en las tardes. Pero ella
no había podido hablar con él en privado en varios días. Esta tarde, además de los
momentos de charla esporádica, él no se había esforzado en apartarla del resto.
Claro, para ser justos, no había sido una ocasión auspiciosa para ello. Lady
Dorothea no lo había dejado solo, y ella había estado con Tom casi todo el tiempo.
Pero se preguntó si él aún estaba interesado, y si ella hacia lo correcto
intentando ponerlo celoso. ¿Y si su coqueteo con Tom lo alejaba en lugar de
incitarlo? Ese beso en especial, uno que no estaba preparada para analizar en ese
momento, pudo hacer que se disgustara con ella. Y ella lo deseaba tanto. Cada vez
que lo veía, se imaginaba a su lado. Su figura alta y elegante era indudablemente
aristócrata. Como su esposa, se vería en el corazón de la sociedad londinense,
aceptada sin peros en cualquier lugar, una de las anfitrionas principales de
Londres. Jamás la mirarían de soslayo, ni le tendrían lástima, como seguro le
habían tenido siendo esposa de Wilfred. Si, aún lo deseaba. Y tenía que hacerle ver
que él la deseaba, lo suficiente para casarse con ella. No tenía dudas que, una vez
casados, ella podría retenerlo a su lado. Era bonita y él la admiraba, eso lo sabía.
Se encargaría de mantenerlo satisfecho, para que no sintiera la necesidad de
buscarse otra amante. Sería un pequeño precio que pagar por lo que obtendría. Él
era, después de todo, un caballero muy atractivo. Ella disfrutaría sus atenciones.
Quizás llegara a amarlo.
¡Si solo Lord Waite fuese su único problema! suspiró Felicity. También estaba
Tom. Estaba al tanto de que había abusado de los límites de su amistad
terriblemente. Quizás demasiado. Cada vez le pedía más. Al principio era solo un
coqueteo para causar celos. Ahora ella demandaba que se comprometieran. Su
problema, decidió, era que era demasiado impulsiva. Pedirle a Tom que tuvieran
un compromiso de mentira era mucho más serio que sugerir un coqueteo. Para
que pareciera convincente, solo ella y Tom debían saber que no era real. Ya lo
habían decidido, de hecho. Pero eso significaba que las gemelas debían creerlo
real, y era demasiado esperar que Laura no escribiera inmediatamente a Mamá,
Papá, Cedric y Adrian. Mamá haría correr la noticia en casa.
Realmente había hecho algo imperdonable. Tom, por supuesto, había
aceptado. Era demasiado bueno para pelearla si creía que le ayudaba. Pero se
vería obligada a avergonzarlo cuando llegara el momento de romper el
compromiso para casarse con Lord Waite. Sería el amante rechazado, el
hazmerreír del pueblo. En casa, le tendrían lástima. Pobre, querido Tom. ¿Cómo
podía hacerle esto? No era demasiado tarde para darle un alto, pensó. Tom,
tomando la iniciativa, había decidido que el anuncio debía ser publicado en el
periódico de inmediato. Él se encargaría. Si le enviaba una nota ahora…
Felicity se dirigió a la ventana de su dormitorio, descorriendo la pesada
cortina. Miró el jardín iluminado por la luz de la luna. ¡Ese beso! Intentó no pensar
en ello durante la velada, pero lo tenía allí, en un rincón de su mente, molestando.
Había sido solo parte de la charada, puesto en escena en beneficio de uno de los
espectadores en la glorieta. Solo eso.
El problema era que había sido mucho más. No había duda, cuando se
enfrentaba el asunto, que había sido un beso real, de su parte, al menos. No había
pensado en Tom de esa manera durante años. Su amor por él como amigo había
sobrevivido admirablemente, pero había asumido que la pasión física que había
nacido el año antes de casarse con Wilfred había muerto con su juventud. Solo un
recuerdo agridulce de su infancia. Lo había tocado numerosas veces desde su
reencuentro. Y siempre había sido solo Tom. A pesar de los roces, él había seguido
siendo una persona y ella otra.
¿Qué había pasado esa tarde, entonces? Cuando sus labios la tocaron, ella se
vio incapaz de detener su reacción. Él se había vuelto, en sus brazos, esa parte que
le faltaba a su vida, el mismísimo aire que respiraba. De él no haber mantenido la
cabeza fría, pensó ella con las mejillas ardientes, ella le habría suplicado que la
poseyera, como lo había hecho esa otra terrible noche. Pero entonces había sido
solo una niña inocente, demasiado joven para controlar sus emociones. Era
alarmante saber que podía pasar otra vez.
No podía empezar a sentir lo mismo por Tom nuevamente. Sería irreal pensar
en él como un prospecto matrimonial. Jamás calzarían. Él no podía vivir lejos de
casa; ella no podía vivir en el campo. De todas formas, lo más importante era que
no podía cargar a Tom con un amor no correspondido. Él le tenía tanto cariño y era
tan bueno con ella que probablemente aceptaría casarse con ella para hacerla
feliz. Eso no podía ser. Pobre Tom: primero atrapado en un coqueteo, luego en un
compromiso y finalmente en un matrimonio. Y Felicity ahora empezaba a creerle
cuando decía que solo quería una tranquila vida de soltero en el campo.
No, debía tener cuidado. Era un fastidio descubrir que Tom aún tenía el poder
de hacerle hervir la sangre. No quería sentir eso por él, y debía tener cuidado de
asegurarse que él no lo notara. Ya hacía demasiado por ella.

***

Lord Waite había decidido dar un osado paso. Intentaría abordar a Lady Wren
a solas en el baile de Grayson. Pero era sumamente difícil con Dorothea y su mamá
siempre pisándole los talones, y ese campesino que se había vuelto la sombra de
Felicity. Si la visitaba en las tardes, lo más seguro era que ella no estuviera en casa,
o que hubiera otros visitantes en el salón. Y para cuando lograba pedirle que
paseara con él, otro ya se le había adelantado a ocupar su tiempo.
Envió a un lacayo en la mañana con una nota, preguntándole a ella si
aceptaría pasear con él temprano, a Richmond. Agregó que deseaba
particularmente conversar con ella. El lacayo tenía órdenes de esperar respuesta.
El lacayo resultó tener suficiente tiempo para engullir varias tartas y dos jarras de
cerveza en la cocina antes de regresar con una respuesta para su amo. Lady Wren
y sus hermanas estaban de compras cuando llegó.
La carta de Lord Waite había sido calculada, por supuesto, para obtener una
afirmativa de Felicity. A ella le intrigó saber qué exactamente quería conversar él
con ella. ¿Acaso el abrazo de ayer había tenido resultados? ¿Estaba por pedirle
matrimonio? Eligió sus ropas con cuidado y lo saludó en el recibidor, hecha una
visión de belleza en su vestido de muselina color durazno, pelliza café con su
parasol a juego, y su bonete de paja, con cintas color café junto a las amarillas.
—Ah, que hermosa, mi lady —dijo él, haciéndole una elegante reverencia.
Pronto se le hizo evidente a Felicity, mientras él guiaba sus caballos con
elegancia por el tráfico, que no iban a Richmond. Él mantuvo todo el tiempo una
conversación distraída.
—¿A dónde vamos, milord? —preguntó ella.
Él se interrumpió un momento antes de sonreírle, negociando una curva.
—Ahora que finalmente te tengo para mí unas horas, Felicity —dijo, —quiero
que estemos a solas.
Ella sintió algo de alarma.
—¿Oh? —dijo en su tono más frío y distante. —¿Y se me permite saber en
dónde estaremos a solas, milord?
—Te dije una vez de la otra casa que poseo —dijo él. —Allí vamos. Mis
sirvientes nos esperan. Y me llamo Edmond, ¿recuerdas?
—Preferiría permanecer afuera, milord —dijo ella, haciendo girar su parasol
con aparente despreocupación. —Este buen clima no durará. Es una lástima
desperdiciarlo puertas adentro.
Él se echó a reír.
—Eres una seductora nata, Felicity —dijo, —pero hoy no funcionará. Tenemos
cosas de qué hablar.
No le quedó sino girar su parasol como si nada le incomodara, como si todos
los días se la llevaran de su casa en dirección a un lugar donde un hombre
guardaba sus amantes. Ciertamente no iba a dar señales de su poca experiencia o
inocencia.
Felicity miró furtivamente a su alrededor cuando su acompañante finalmente
detuvo su coche. Era un vecindario silencioso y bastante respetable. Había
esperado una tropa de prostitutas paseándose por la avenida, mostrándose. Lord
Waite se bajó de un salto, tendiéndole las riendas a un mozo que apareció de un
costado de la casa.
—No estés tan tensa, Felicity —dijo él, perfectamente leyéndole el
pensamiento. —Todo es muy apropiado, como ves.
El mayordomo parecía ser un pilar de la sociedad. Se inclinó al tomar el
sombrero y látigo de su amo, también al tomar la pelliza y el bonete de Felicity y
una vez más al recibir el abrigo de su amo. Luego de entregarle todas estas cosas a
un sirviente menor, los guió escaleras arriba, abriendo las puertas de un salón e
inclinándose nuevamente.
—¿Será todo, milord? —preguntó.
—Llamaré —dijo Lord Waite, con los ojos fijos en Felicity mientras el
mayordomo cerraba las puertas. Felicity se preguntó qué tan sordas serían esas
respetables orejas si ella decidía gritar. Se quedó de pie en medio del salón,
poniéndose su máscara distante.
—Pues bien, Edmond —dijo. —Me tienes a solas. Ahora quizás pueda
satisfacer mi curiosidad y decirme que es más importante que Richmond.
Él se rió, quitándose su casaca de terciopelo azul. Felicity se preguntó cómo
haría para volvérsela a poner luego. Era tan ajustada a su delgada figura que debió
haber tomado un paje muy musculoso y determinado ponérsela temprano.
Deliberadamente contempló con aburrimiento su camisa de seda blanca, con sus
mangas de encaje, la corbata alta, atada en primorosos nudos. Alzó las cejas y lo
miró con curiosidad.
—Ven, Felicity —dijo él. —Y déjame besarte, para que veas que soy mejor que
el campesino ese.
—¿Disculpe? —dijo ella, toda arrogante inocencia.
—No sabías que te miraban, ¿verdad? —dijo él. —Ayer en la fiesta, quiero
decir.
—¿Con Tom? —dijo ella, mordiéndose el labio. —¿Nos vio?
—Y no me agradó lo que vi —le aseguró él. —¿Te agradaría saber que sentí
celos, Felicity? Unos terribles. Él no te merece. Eres una criatura demasiado
exquisita para ser desperdiciada en él. “El caviar para el general”, como dijo el
inmortal poeta.
Él se le había acercado mientras hablaba y ahora estaba a centímetros de ella.
Un largo y fino dedo le rozó la mejilla mientras el pulgar le rozaba los labios.
—Eres para mí, Felicity —dijo él. —¿Lo sabes, verdad? Te haré el amor y
entonces admitirás que no hay otro hombre para ti.
Felicity lo miró a los ojos. Aún no tenía miedo, aunque él había dejado claro lo
que iba a hacerle antes de marcharse de la casa. Este era el hombre con quién
quería casarse. Le daba curiosidad probar sus caricias, y ansiedad saber si le
afectarían como las de Tom. Luego pensaría como evitar intimidades mayores.
Él no la besó de inmediato. Le puso ambas manos en los hombros y acarició
hacia abajo, explorando su cuerpo como si la tuviese desnuda. Ella se quedó
completamente quieta, demasiado sorprendida para moverse y sin saber cómo
reaccionar. Él le acarició los pechos sobre la tela, tomándolos en sus manos. Rozó
la delgada curva de su cintura, sus caderas. Fue algo perturbador, especialmente
con la mirada de él siguiendo sus manos.
Felicity sintió un calor incómodo subirle por el espinazo hasta su rostro. Se le
aceleró la respiración. Él le sonrió y entonces la besó. A ella no se le permitió calzar
libremente en su abrazo como con Tom. Una determinada mano le había rodeado
la cintura, apretándola contra él para que no le quedara duda de lo que él sentía.
La otra apretaba dolorosamente su moño. Estaba completamente a su merced. Su
boca abierta contra la suya le forzaba a soportar la invasión de su lengua. Ella trató
de relajarse, de recordar que este era el hombre con el que estaba dispuesta a
casarse, a entregarle su cuerpo. Trató de disfrutarlo, sentir deseo en lugar de
pánico creciente.
Entonces lo empujó a ciegas, agitando la cabeza y tratando de arañarlo.
Cuando finalmente se vio libre, le dio un satisfactorio revés.
—¡Pequeña zorra! —exclamó él, llevándose la mano a la mejilla lastimada.
—Milord —jadeó ella, con ojos brillantes, —nadie se toma estas libertades
con mi persona sin mi expreso permiso. ¡¿Cómo se atreve?! ¡Usted no es ningún
caballero!
Él apretó los labios. Sus ojos se tornaron azul ártico al mirarla.
—¿Qué es lo que quiere, mi señora? —preguntó. —He dejado claro lo que
quiero de usted desde el principio. Asumí que deseaba lo mismo. No es ninguna
niña virginal para ser tan escrupulosa. Debió darse cuenta que al entrar a esta
casa, aceptaba hacer el amor conmigo.
—Me parece, milord, que no se me dio opción alguna —dijo ella con frialdad.
—Oh, vamos, Felicity —dijo con impaciencia. —No seas dramática. ¿Acaso te
amarré?
—No di mi consentimiento, señor —dijo ella.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó él. —Eres una mujer rica de alto rango.
Consideraría vulgar ofrecerte un arreglo por tus favores, como me vería obligado a
hacer si fueses una actriz o cantante. ¿Es eso lo que esperas? ¿Quieres un arreglo
definitivo antes de aceptar ser mi amante?
—¿Amante? —preguntó ella con fría arrogancia. —Jamás he sido la amante de
nadie, milord, y jamás lo seré. Estabas en lo correcto, Edmond. Soy una mujer rica
y de rango. No necesito vender mi cuerpo por dinero o placer, o para satisfacer la
lujuria de un hombre. Esto es un insulto. Por favor, pídele a tu lacayo que me llame
un carruaje. Deseo regresar a casa inmediatamente.
Lord Waite se volvió sin palabra y se dirigió a una licorera al otro lado de la
habitación. Se sirvió un trago sin ofrecerle uno a su acompañante y lo bebió
lentamente de espaldas. Así que eso era. Esperaba que le ofreciera matrimonio.
¡Muchachita impertinente! De verdad creía que él se rebajaría a casarse con ella,
la hija de un don nadie, viuda de un hombre que, aunque rico, no había sido más
que un arribista. ¡Qué muchachita tan solapada y engañosa! Que mejor se buscara
a otro.
Él soltó su vaso vacío y se volvió. Ella seguía en el mismo sitio, con el mentón
en alto y un mechón de cabello suelto cayéndole por la espalda. ¡Por Dios, que
hermosa era!
—La llevaré a casa personalmente, mi señora —dijo él, tomando la casaca que
se había quitado. —Por favor tome asiento. Regreso en cinco minutos. ¿Desea algo
de tomar?
—No, gracias.
Él se inclinó y se marchó. Regresó a los cinco minutos, con el abrigo puesto y
el bonete y pelliza de ella en la mano. No intercambiaron ni una sola palabra de
regreso a Pall Mall. Solo cuando finalmente la dejó en la entrada de su casa, le
tomó la mano, llevándosela brevemente a los labios.
—Mis disculpas, Felicity, si le he causado malestar —dijo tensamente. —Que
tenga buen día.
—Buenas tardes, milord —respondió ella.
Capítulo 12
Felicity creyó estar preparada para la reacción que generaría el anuncio de su
compromiso con Tom. Pero en realidad solo había considerado a dos personas. Le
preocupaba Tom, porque el anuncio era falso y él quedaría en ridículo cuando ella
se casara con otro. Y había considerado a Lord Waite, aunque no había estado
segura de que el anuncio tuviese el efecto deseado en él. Al llegar el día, descubrió
que no estaba preparada en lo absoluto.
El anuncio apareció la mañana siguiente de su pelea con Lord Waite. Laura leía
el periódico en la mesa del desayuno, como normalmente hacía. No le interesaba
mucho la parte de política, pero sentía que era su deber leer las páginas de
sucesos sociales para mantener informada a Mamá. A sus hermanas les llamó la
atención cuando esta se ahogó con su café y tosió por casi un minuto.
—¿Estás bien, Laura? —preguntó Lucy, levantándose y palmeando la espalda
de su gemela.
Laura solo logró emitir sonidos incomprensibles mientras tosía y señalaba el
periódico, aún abierto a la mitad sobre la mesa.
Lucy se inclinó sobre el mismo, aun palmeando su espalda y leyó.
—¿Qué? —chilló. Abandonó a su hermana y tomó el periódico con ambas
manos. —Aquí dice que estás comprometida con Señor Russell, Felicity.
Felicity se acomodó en su silla y sonrió avergonzada. De alguna manera no
había encontrado el tiempo para darles la noticia a las gemelas. Ahora era muy
tarde para hacerlo.
—¿Es verdad? —croó Laura.
—Sí, es verdad —dijo ella, con calma. —Decidimos durante la fiesta que
haríamos un anuncio formal.
Ambas la miraron boquiabierta por un segundo. No estuvo segura después
cual chilló primero y se le echó encima. Lo cierto es que estuvo enterrada bajo
besos y abrazos emocionados un rato.
—¡Felicity, sabía que sería así!
—Pero qué astuta, hermanita. Te lo tuviste callado mucho tiempo.
—¡El Señor Russell! Qué afortunada, Felicity. Yo habría intentado seducirlo, si
él fuese un par de años más joven.
—¿Vas a vivir en casa otra vez, Felicity? ¡Qué maravilla!
—¡Y qué romántico! Siempre se han amado, ¿no?
—Y ahora se volvieron a encontrar.
—¿Podemos ser tus damas de honor, Felicity?
—¡Por favor, Felicity!
Felicity se echó a reír.
—¡Niñas, por favor! —exclamó. —Acabo de pasar media hora sentada para
este peinado. Entre las dos, me lo desarmarán. De verdad no hemos planeado
nada aún para la boda, ni dónde viviremos luego. Nos queremos mucho y
queríamos hacerlo oficial, es todo —la explicación le pareció algo aburrida, pero
las gemelas estaban tan emocionadas que dudaba que la escucharan.
Se terminaron el desayuno lo más rápido que pudieron para ir a escribir
cartas. Estuvieron a punto de tener una poco común pelea sobre cual tendría el
honor de informarles a Papá y Mamá. Laura ganó, ya que era la corresponsal
habitual y no sería justo que Lucy les escribiera solo cuando había algo realmente
importante que compartir. Lucy se consoló escribiéndole a Cedric y Adrian.
Tom llegó poco antes del almuerzo. Fue llevado al salón, donde las gemelas
aún escribían industriosamente y Felicity verificaba el correo matutino. Las
gemelas chillaron con solo un poco más de decoro que en el desayuno, y se
abalanzaron sobre Tom. Él sonrió, con las cejas alzadas, mirando a Felicity, quién
solo se encogió de hombros. Cuando las chicas finalmente lo soltaron, se acercó a
ella y se inclinó para besarla en los labios.
—Buen día, amor mío —dijo. —Pensé que necesitarías apoyo emocional hoy.
Al parecer nuestro anuncio causó conmoción. Me han parado en el club y en el
parque desde que dejé el santuario de mis aposentos esta mañana. La opinión
general parece ser que soy un “malvado perro suertudo”, como dijo Su Gracia
Newton. Incluso me examinó bajo su monóculo.
Felicity se echó a reír.
—Cada vez que Wilfred y yo cenábamos con él —dijo, —decía que le
encantaría perseguirme alrededor de la mesa del comedor. Y que me atraparía, de
no ser por su “malvada” gota.
Las gemelas se rieron.
—¿Y qué respondías tú? —preguntó Lucy.
—Le decía que si no tenía gota al empezar, de seguro la tendría al terminar —
respondió ella. —Pero le daba un beso en la mejilla. Siempre lo creí muy simpático,
aunque Wilfred decía que solía ser un libertino consumado antes de que la gota lo
ralentizara.
Hubo, de hecho, un sorprendente número de visitantes esa tarde, la mayoría
con buenos deseos. Más gente de la usual los saludó en el parque. Y el anuncio de
su compromiso en el periódico matutino le dio un toque de algarabía al baile de
los Grayson. Todos habían especulado terriblemente sobre cual hombre
finalmente ganaría el afecto de la viuda. Había atraído mucha atención y sido
escoltada por varios hombres, pero nunca había mostrado especial favor por
ninguno. Extrañamente, no muchos habían notado al hombre que pasaba más
tiempo con ella. Sabían que era un amigo de la infancia, vecino de su padre, un
hombre sin gran riqueza ni enormes propiedades. Era un joven callado, de
excelentes modales. La mayoría cayó en cuenta, ahora que lo pensaban, que les
agradaba. Ciertamente no era como esos jovencitos que solo se quedaban en el
salón de baile lo suficiente para cumplir sus deberes antes de desaparecer al salón
de juegos. El Señor Thomas Russell, la gente recordaba, siempre se quedaba y
bailaba, normalmente eligiendo su pareja luego de que las chicas más atractivas y
populares fuesen escogidas. Mucha gente alabó a Lady Wren por elegir a un
hombre por sus cualidades y no por su rango o riqueza.
Pero una persona estuvo ausente todo el día. No hubieron rosas blancas esa
mañana por primera vez en semanas. Y Lord Waite no apareció en el salón de
Felicity ni en el baile de los Grayson. Tampoco apareció al día siguiente, uno que
Felicity pasó sola en casa. Tom tenía un compromiso que lo mantendría alejado
todo el día y las gemelas tenían compromisos también. Habían sido invitadas a un
picnic para jóvenes en la tarde. La madre de la anfitriona se había ofrecido a hacer
de chaperona para todas las señoritas. Más tarde esa noche, Lady Pamela
Townsend y el Señor Booth, Lucy y el Señor Sotheby, Laura y el Vizconde Varley
irían al teatro.
Felicity no se entristeció por pasar el día a solas en casa. Necesitaba tiempo
para organizar sus pensamientos. Esa idea impulsiva de comprometerse con Tom
había sido una locura total. No había soñado crear tanta conmoción. Se había
sentido tan hipócrita el día anterior, aceptando felicitaciones del brazo de Tom y
sonriéndole afectuosamente. Esa parte al menos había sido sincera, pero se sentía
tan culpable de usar a su mejor amigo así.
Lo peor de todo era que ya no tenía sentido. Los eventos dos tardes atrás
habían finalizado su relación con Lord Waite. Habría querido comportarse como lo
habría hecho una dama sofisticada. Habría querido dejarlo probar sus labios,
sonreír malvadamente y zafarse del asunto con elegancia. Entonces su
compromiso le habría caído a él como un martillo, y lo habría forzado a actuar.
Pero en lugar de ello, se había comportado como una adolescente asustada,
cayendo en pánico apenas empezó a tratarla como la mujer que fingía ser. La
verdad, había estado terriblemente asustada. La lujuria de él y su intención de
poseerla habían sido tan obvias, la había tocado con tanta seguridad, tan confiado
en su reacción que ella realmente había perdido la cabeza. Había caído en pánico
al perder el control de la situación y consecuentemente había golpeado, empujado
y chillado. ¡Qué de mal gusto!
Lo raro era que, en ese preciso momento, había dicho exactamente lo que
quería decir. Le había molestado que la llevara a esa casa y procediera a
manosearla, como si el amor y la ternura no existieran. El tipo parecía tan
concentrado en su propósito. Ella no era más que un cuerpo que él deseaba usar
para su placer. No le interesaba saber quién era ella o por qué era cómo era. Ella
solo había querido regresar a casa y no verlo jamás.
Ahora, dos días más tarde, podía ver el escenario con cabeza fría. Lord Waite
era un hombre experimentado. Ella conocía su reputación con las mujeres. Su
atractivo y confianza no le dejaban dudas que era un amante experimentado. Si
tan solo se hubiese casado con él, muy tarde ahora, sería sin duda muy feliz. Pero
no podía esperar que él supiera que la experiencia de ella no era la misma.
Realmente había sido una adolescente asustada, una de veintiséis años, y encima
viuda.
No podía esperar que Lord Waite supiera que su propia experiencia sexual se
resumía a tres intentos fallidos; cuatro, contando con él. La primera ocasión con
Tom la noche antes de su boda, la única vez que se habría entregado libremente y
por amor. Y entonces la noche de bodas y la noche después. En ambas ocasiones
Felicity se había comportado justo como su madre le dijo, yaciendo quieta y
relajándose para permitirle a su marido hacer su voluntad. Solo serían unos
minutos cada noche, dijo Mamá. Había hecho eso ambas noches, dejando que
Wilfred la sobara y besara hasta que no supo que hacer para no retorcerse del
disgusto. Pero ambas veces, luego de que él le subiera el camisón y se montara
sobre ella, algo había salido mal. Ambas veces él se había marchado de su lecho,
molesto y jadeante. Y no había vuelto a pasar. Su cortesía hacia ella se había
tornado en un afecto casi paternal en privado, y una severa posesividad en
público.
Felicity se preguntó si Lord Waite apreciaría el chiste de saberlo. Había
deseado un amorío que complaciera a ambas partes, en donde ambos tendrían la
misma experiencia. Bien podría estar seduciendo a la debutante más inocente. Ella
era tan virginal como ellas.
Pero no necesitaba preocuparse. El silencio de estos dos días dejaba claro lo
que temía admitir. El anuncio de su compromiso sellaría su decisión en lugar de
forzarlo a declararse. Pero, perversamente, lo deseaba más que nunca. Deseaba
ser conocida como la mujer que había domado al mujeriego.
Felicity creyó que lo peor había pasado. Ella y Tom habían enfrentado gran
notoriedad al aparecer el anuncio. Quizás el baile de Grayson había sido una
bendición en cubierto. Había sido un gran evento y casi toda la gente importante
había ofrecido sus felicitaciones. La novedad pasaría pronto, la Temporada
terminaría, y el compromiso podría ser disuelto en el verano. Para el próximo año
no sería escandaloso enterarse que Lady Wren había rechazado al pobre Señor
Russell. Lo único malo era que la Temporada había sido desperdiciada. Había
perdido la oportunidad de atraer a Lord Waite y ahora estaba forzada a
permanecer junto a Tom el resto de la primavera.
Al menos, decidió Felicity para animarse, tendría más tiempo para volcarse
sobre sus hermanas. Había notado con admiración que Lucy había hecho un
notable esfuerzo por no entristecerse. Hablaba con más emoción sobre el picnic
del día siguiente que Laura, y sobre la visita al teatro en la noche. El hermano del
Señor Sotheby, un caballero casado, había propuesto hacer un grupo para ir a
Vauxhall a ver los fuegos artificiales, y Lucy no había vacilado en aceptar la
invitación del Señor Sotheby. Eso alegraba a Felicity. Conocía lo suficiente a sus
hermanas para saber que la chica sufría a causa del despiadado conde, pero era
demasiado orgullosa para hacerlo saber.
Laura había estado muy pensativa estos últimos días. Felicity sabía que
consideraba seriamente la propuesta del Vizconde. Le preguntó durante el
desayuno.
—Aún no decido —admitió Laura. —A veces creo, Felicity, que él no sería
capaz de darme la vida que disfrutaría. Todo es alegría y frivolidad con él. Y luego,
cuando estoy con él, me preguntó por qué dudo tanto. Es tan encantador y
dinámico. Y veo como lo miran las otras chicas e incluso algunas mujeres mayores,
y me siento sumamente orgullosa que esté conmigo y quiera casarse conmigo.
Pues bien, aún tengo cuatro días, pero me presionó bastante por una respuesta
ayer en la noche.
Si, Felicity se alegraba de que lo peor hubiese pasado y que sus hermanas
probaran ser más sensatas de lo que había esperado. Ciertamente no estaba
preparada para la conmoción que hubo mientras almorzaba tranquilamente con
sus hermanas, ni para ver a sus padres entrar en el comedor.
Las gemelas chillaron.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Qué maravillosa sorpresa! —exclamó Felicity, atravesando
el comedor con los brazos abiertos.
No tuvo que caminar mucho. Un par de pasos más allá y se vio rodeada por los
brazos de la Señora Maynar.
—¡Oh, Felicity, mi querida, querida niña! —dijo. —Jamás he estado tan feliz en
mi vida. Tu padre te puede asegurar que lloré por media hora cuando leí la carta
de la querida Laura ayer en la mañana. El querido Thomas y tú. Soy la mujer más
feliz del mundo.
—No quedó más que hacer —dijo su padre, —qué sacar el viejo carruaje para
venir personalmente a decirte lo felices que estamos.
—Laura y yo estamos muy emocionadas —dijo Lucy. —Imagínate, Mamá, que
no nos dijeron absolutamente nada. Leímos la noticia en el periódico.
—Seremos las damas de honor —dijo Laura. —Felicity nos lo prometerá
pronto.
Felicity estaba horrorizada. Así seguro se sintió el pobre Rey Canuto en la
playa, intentando ordenarle a la marea que no avanzara mientras el agua cubría
lentamente los dedos de sus pies, sus tobillos y avanzaba inexorablemente a sus
rodillas. ¿Cómo lidiaría con esto?
Pronto vino un paje a llevarse los abrigos de sus padres y todos estaban
sentados a la mesa, aunque nadie comía.
—Entonces tuvimos que venir en persona —decía Mamá. —Si se
comprometieron tan repentinamente, le dije a tu padre, entonces se casarán igual
de rápido. Y están en todo su derecho. Tienen la edad apropiada. Pero de verdad,
Felicity, detestaríamos perdernos la boda.
—¿Dónde sería? —preguntó Papá. —¿Estás pensando en una gran boda de
sociedad esta vez, querida?
—No, nosotros…
—Oh, ven a casa y cásate allá, Felicity —suplicó Mamá. —Como tú y Tom son
del mismo lugar, muchos vecinos y amigos querrán asistir a darte sus buenos
deseos. Quiero que te cases en casa, querida, y esta vez estaré contenta de que
sea un matrimonio por amor.
—Siempre he tenido mucho respeto por Thomas —dijo Papá. —Es un joven
sensato. Me alegra, querida, que no seas tan vanidosa como para no poder elegir a
un marido por sus valores personales.
—No lo pensarías tan apropiado de haberlo visto ayer en la mañana —rió
Lucy. —La besó, Mamá.
—En los labios —agregó Laura.
—Eso es muy correcto y apropiado —dijo Mamá. —Ya veo que no han
madurado tanto como creí en Londres. Su Padre y yo nos quedaremos unos días —
agregó, volviéndose a Felicity. —Te ayudaré a elegir tu ajuar, querida. Me dejarás
ayudar, ¿verdad? Aunque tengas mucha más experiencia en esto de la moda.
—La verdad es —dijo Felicity, tratando de evitar que el agua llegara a la
cintura del Rey Canuto, —que Tom y yo no hemos decidido cuando será la boda.
Solo creímos que sería más cómodo estar comprometidos. Puede que no nos
casemos en mucho tiempo.
—Tonterías —dijo Mamá, y el agua le llegó al Rey Canuto a los hombros.
Felicity dejó instrucciones estrictas a su mayordomo que solo estaba
disponible para el Señor Russell esa tarde. Ansiaba a Tom con todo su ser. Tom,
siempre tan tranquilo y sensible, sabría cómo lidiar con este desastre. Podría
relajarse y dejarlo tomar las riendas. ¿Pero dónde diantres estaba? No lo veía
desde ayer. Extrañamente nunca consideró que quizás había hecho como Lord
Waite, retirándose de la partida al no gustarle el asunto.
Finalmente llegó a media tarde. El mayordomo debió advertirle de los recién
llegados, notó Felicity aliviada al verlo entrar. Él sonreía y parecía tan cómodo y
familiar que ella contuvo las ganas de dejarse caer en la poltrona, desmadejada.
Tom le sonrió y se dirigió a saludar a sus vecinos. La Señora Maynard lo saludó
con dos sonoros besos.
—Me tomo las libertades de una futura suegra, Thomas —dijo. —Te amaré
tanto como a mis propios chicos.
—¿Cómo están, pilluelas? —dijo Tom, despeinando a las gemelas, para
enfurecerlas, antes de dirigirse a su prometida. No la besó esta vez, solo se llevó su
mano a los labios. —Hola, Flick —dijo. —Lamento haberme tardado tanto, amor.
Y sonrió. Esta vez a Felicity le temblaron las rodillas, y se sentó
apresuradamente en la amplia poltrona tras ella. Tom se sentó a su lado. El alivio
de Felicity no duró mucho. Conversaron unos minutos y trajeron té y galletas.
—Es increíble que no nos encontráramos en el camino —le dijo Tom al Señor
Maynard. —Regresé a casa un momento anoche y estaba de vuelta a la ciudad
esta mañana.
—¿De verdad? —preguntó Felicity impresionada. —No lo dijiste, Tom. ¿Por
qué irías tan lejos por una noche?
—Por la mejor de las razones, amor mío —dijo él, sonriéndole cálidamente. —
Quería buscar el anillo de compromiso de mi madre. Es una herencia, ¿sabes? Ha
adornado los dedos de cuatro generaciones de mi familia. Tenía que buscarlo
personalmente.
Él se sacó una pequeña caja del bolsillo. Felicity creyó que se desmayaría.
Todo el mundo a su alrededor se desdibujó y solo quedó Tom y su magnífico anillo
de oro con tres rubíes.
—No —susurró, —no debes dármelo, Tom.
—Claro que sí —dijo él, con cálida insistencia. —Debes tener un anillo para
mostrar tu compromiso, y este es el de mi familia. Era de Mamá. Ahora es tuyo —
él le alzó la mano y deslizó el anillo en su dedo.
Era ridículo. El anillo debió atorársele en el nudillo. O debió quedarle tan
grande que se caería apenas bajara la mano. No debió quedarle como hecho
específicamente para ella.
—Mamá casi no lo usó porque era demasiado grande para su dedo —decía
Tom. —Y no se atrevió a mandarlo a reducir para no arruinarlo. Me alegra que te
quede, Flick.
Volvió a escuchar a los demás, felicitándola ruidosamente. Sabía que habían
estado allí todo el tiempo. Se les unió, a punta de fuerza de voluntad, hasta que el
mayordomo vino a retirar la bandeja, y entonces se deslizó hacia el jardín,
atravesando las enormes puertas de cristal. Se estremeció bajo el cielo
encapotado, pero no se atrevió a entrar por un chal. Se rodeó el torso con los
brazos y sintió el anillo apretado contra su piel.
Tom la encontró allí, sentada en el muro de piedra que rodeaba los rosales,
mirando al vacío.
—Te traje un chal, Flick —dijo. —Debes tener frío —se lo puso en los hombros
y se sentó a su lado.
—Tom —dijo ella, —¿Qué te he hecho? Debo ser la persona más egoísta del
mundo.
—No, no —la tranquilizó él. —Es por el anillo, ¿verdad? Solo consideré
necesario hacer parecer las cosas más oficiales. Fue desconsiderado de mi parte.
No quise hacerte sentir mal.
—Oh, Tom —dijo ella, volviéndose hacia él y echándole los brazos al cuello sin
pensar. —No te culpes. Eres tan amable y gentil. De verdad te amo más que a
nadie.
Tom le palmeó cariñosamente la espalda.
—Usa el anillo —dijo, —y no pienses más en ello. La próxima que lo use será
seguramente la esposa de mi heredero, quien quiera que sea. Algún primo, quizás.
Disfrutaré verlo en tu mano mientras tanto.
—Oh, Tom —dijo ella, —¿Qué haremos? No creí que causáramos tanta
conmoción. ¿Cómo saldremos de esta?
—Si Waite reacciona como debe, no habrá problema —dijo Tom. —
Encontraremos la manera de explicar la situación. Y tus padres tendrán que
admitir que es una excelente idea, sobre todo al ver que es lo que realmente
deseas. Si no, pues, podemos seguir así un rato, ¿no crees, Flick? Al menos hasta
que pase la emoción. No te molesta mi compañía, después de todo.
—Tom —dijo ella, apretándose contra él.
—¿Sabes? —dijo él. —Incluso podríamos casarnos de verdad. Sería lo más
fácil, y creo que estaríamos cómodos, ¿no crees?
—Oh —sollozó ella, levantándose de golpe. —No, Tom. Me haces sentir como
una completa villana. Primero estabas dispuesto a coquetear conmigo por nuestra
amistad. Luego, estabas dispuesto a comprometerte y ahora estás incluso
dispuesto a casarte conmigo. Jamás presumiría algo así de nuestra amistad. Sé lo
mucho que valoras tu soltería. No te permitiría sacrificarla por mí. Pero, oh, eres
tan amable. Gracias por la oferta. La recordaré siempre —le tendió ambas manos.
Él las tomó y le sonrió.
—Pues bien —dijo. —Espero que consigas al hombre que quieres, Flick. Pero
si no, mi oferta sigue en pie. Tus padres se acercan a la puerta. Bésame.
Ella lo hizo, aun agarrándole las manos.
—De verdad te amo, Tom —le dijo mientras su familia se acercaba.
Capítulo 13
El Señor y Señora Maynard decidieron quedarse en Londres solo un par de
días luego de que les aseguraran que Felicity y Tom no se casarían con la misma
celeridad que se habían comprometido. Pero la Señora Maynard dejo fuertes
sugerencias de que quizás algún evento oficial para festejar el compromiso sería
adecuado antes de que ellos se marcharan. Un baile a todo dar estaba fuera de las
cartas. Simplemente no había tiempo para organizarlo todo y enviar las
invitaciones. Además, no había pasado suficiente tiempo desde el baile de
presentación de las gemelas. Finalmente se decidió que Felicity celebraría una
festiva cena, para cuarenta invitados, seguida de cartas, conversaciones y música
en el salón de visitas y recámaras adyacentes. Incluso se podría enrollar la
alfombra para bailar si a los jóvenes les interesaba.
Luego de cenar, mientras Tom y el Señor Maynard compartían una botella de
oporto y unos cigarros en el comedor, las damas trabajaron con entusiasmo en la
lista de invitados. Algunos nombres eran obligatorios: los Townsend, Lady Pamela,
el Señor Booth, el Señor Sotheby, el Vizconde Varley. Felicity agregó los nombres
de varios conocidos de Wilfred, gente que la había entretenido mucho en el
pasado y que ahora la trataba con respeto. Con una sonrisa, agregó el nombre del
Duque de Newton. Incluyó a varios conocidos de Tom. Era increíble, la verdad, lo
rápido que se acercaban a cuarenta invitados.
—¿No invitarás a Lord Waite, Felicity? —preguntó Laura, eventualmente
argumentando lo que había estado molestando a su hermana desde que empezó a
hacer la lista.
—Deberías —dijo Lucy. —Es un hombre de consecuencia y lo conoces
bastante bien. De hecho, me parece que sentía algo por ti al inicio de la
Temporada.
—Lord Waite —dijo Mamá. —Es impresionante tener algunos títulos en tu
lista de invitados, querida. Me divertiré mucho conociendo a estas personas.
Felicity agregó su nombre y el de Lady Dorothea Page con algo de vergüenza.
Pero la consoló saber que no vendría. Se salvaría de la vergüenza de tener que
hablar con él en su fiesta de compromiso, delante de sus padres. ¿Pero era de
mala educación invitarlo? ¿Le parecería que intentaba restregarle en el rostro su
compromiso o que intentaba congraciarse con él? ¿Y si venía? Ella encontraría la
situación insoportable, ¿o no? ¿Aprovecharía la oportunidad de volverlo a ver?
Treinta y dos personas aceptaron la invitación, un alentador número, teniendo
en cuenta lo repentino del evento y la época del año, que ofrecía múltiples
distracciones. Entre las últimas confirmaciones, el día antes de la cena, estuvo la
de Lord Waite. Felicity se vio sorprendida, ya que dos días antes había recibido una
negativa de Lady Dorothea Page, citando un compromiso previo en una casa de
campo, donde pasaría unos días. Felicity naturalmente había asumido que se
trataba de la casa de campo de Lord Waite y que él simplemente ignoraba su
invitación.
Se emocionó. Corrió a sus aposentos con la carta, el único lugar donde podía
disponer de algo de privacidad últimamente. ¿Qué significaría su asistencia?
Podría venir a burlarse de ella, a humillarla de alguna manera. O quizás que sentía
curiosidad y venía a asegurarse que el compromiso fuese real. No había manera de
saberlo, claro. Tendría que esperar y ver, ¡por más de veinticuatro horas!
No lo había visto por una semana. De cierta manera eso era un logro bastante
difícil. Normalmente era casi imposible no ver a un miembro de la Sociedad toda la
semana, cuando todos tendían a asistir a los mismos parques y establecimientos
durante el día, y los mismos eventos de noche. Pero había sucedido. Claro, sus
propias actividades se habían visto restringidas desde la llegada de Mamá y Papá.
Eran virtualmente foráneos a la ciudad, y ella y Tom habían disfrutado
paseándolos, no necesariamente por los lugares de moda. Ellos mantenían su
horario del campo, por lo que en deferencia a ello, Felicity no planeó ninguna
salida de noche. Mientras las gemelas eran invitadas a fiestas, óperas y bailes con
incontables chaperonas y escoltas dispuestos, ella se contentó con quedarse en
casa con sus padres y Tom.
Felicity sonrió para sí, haciendo girar el anillo de Tom en su dedo, un hábito
adquirido desde que el objeto había llegado a su posesión, y no se lo había quitado
por miedo a perderlo. Extrañamente, sus salidas familiares y tardes tranquilas le
resultaban agradables. Fueron un agradecido descanso de los movidos eventos,
muy parecido a la visita de Adrian. A decir verdad, una vida dedicada a socializar
podía tornarse aburrida. Uno veía los mismos rostros a dónde iba, y era extraño
como un salón de baile empezaba a parecerse al otro a fuerza de repetición.
Incluso los más notables conversadores se tornaban monótonos. En una fiesta,
empezando la Temporada, había escuchado encantada las historias de peligro y
aventuras relatadas por un veterano de la campaña de la Península. Al escucharlos
por tercera vez, una semana más tarde, no le habían parecido tan emocionantes.
Pero el hecho era, pensó mientras giraba el anillo de Tom, que no había visto a
Lord Waite en una semana y lo volvería a ver mañana en su propio hogar y bajo
circunstancias algo difíciles. No tenía idea si él aún estaba enfadado, o amargado,
o si sentía nada más que indiferencia por ella. Pero sentía que esta velada le daría
una segunda oportunidad para llamar su atención. Si ella le dejaba pasar la velada
sin alguna señal, estaba segura que él se lo tomaría como una señal de que su
compromiso era genuino y que no había marcha atrás.
A veces, el estar en sus aposentos no era garantía de privacidad, pensó ella al
ver aparecer el rostro de Laura en la puerta luego de tocar quedamente.
—¿Estás ocupada, Felicity? —preguntó. —Temí que quizás no te sintieras bien
y estabas recostada.
—No, no —dijo Felicity. —Solo pienso en mañana, asegurándome que no se
me olvida ningún detalle.
—Estoy segura que Mamá no dejaría que pasaras nada por alto —dijo Laura.
—También he estado pensando en mañana. Le prometí a Jonathan que le daría
una respuesta.
—Sí, ¿ya pasó una semana, no? —dijo Felicity. —¿Necesitas mi ayuda, Laura?
¿Aún se te dificulta decidir?
—Un poco —admitió la chica. —Aún no hablo con Mamá. Temo que le
impresionaría tanto que Jonathan sea vizconde que me aconsejaría aceptar. Y no
me gusta hablarlo con Lucy. Está terriblemente despechada por la marcha de
Darlington. No me lo ha dicho, pero lo sé. Las gemelas sabemos estas cosas,
¿sabes?
—Sí —dijo Felicity con un suspiro. —Sé que solo soy una mera hermana.
—He decidido aceptar —dijo Laura, —pero quería consultar algo contigo,
Felicity, ¿está bien aceptar si una no está segura que una será feliz para siempre?
—No podemos estar absolutamente seguras del futuro —dijo Felicity. —Lo
mejor que podemos hacer es usar la cabeza y el sentido común lo mejor posible.
—Pero, verás —dijo la chica. —Te veo con el Señor Russell, e incluso yo puedo
ver que son perfectos el uno para el otro. Quiero decir, siempre conversan
cómodamente sobre cualquier tema. Y se tienen mucho cariño. Solo desearía estar
tan segura de Jonathan.
Felicity se sintió sorprendida.
—No te compares con otros —dijo. —Otras personas y otras relaciones no son
siempre lo que parecen. Tom y yo somos amigos de infancia.
—De todas formas —dijo Laura. —Tengo planeado decir que sí y que Jonathan
hable con Papá antes de que este último regrese al campo y todo quedará listo.
¿Me das tu bendición, Felicity?
—Por supuesto que sí —respondió su hermana, levantándose para abrazarla
con fuerza.

***

La cocinera realmente se había esmerado, pensó Felicity mientras retiraban el


tercer plato y traían el cuarto. Los invitados habían llegado todos a tiempo, la
comida y el vino eran excelentes, y la conversación fluía. La velada sería un éxito a
pesar de la presencia de Lord Waite. Había sido uno de los últimos en entrar al
comedor antes de cenar. Su llegada había causado que el corazón se le acelerara
incómodamente, pero había hecho las presentaciones con sus padres con su
máscara de distancia y categoría firmemente colocada. A Mamá claramente le
había impresionado su atractiva figura aristocrática, impecablemente vestida de
negro y encaje. Él no había sonreído, pero sus ojos pálidos habían mirado
directamente los de Felicity mientras se llevaba su mano a los labios. Había sido
uno de los pocos invitados que no habían hecho deferencia a su compromiso.
Pero ya había pasado. Y ahora él se encontraba sentado a la mitad de la mesa,
conversando agradablemente con las damas a sus costados, su ademán tranquilo.
Debía buscar tener unas palabras con él a solas antes de acabar la velada. Tom
había estado de acuerdo al mencionárselo temprano. Había considerado
importante que hablara con Lord Waite, para averiguar si había esperanzas o no.
Tom había señalado que ambos habían estado molestos la última vez que
hablaron, y tal fin no era satisfactorio. Ambos debían mantener la cabeza fría y ser
razonables antes de tomar una decisión final. Tom siempre hablaba con sensatez.
Felicity no dudó por un momento que el consejo era acertado.
La conversación en la mesa no podía ser general. La reunión era demasiado
amplia. Pero ocasionalmente una de esas raras pausas del ruido en general
permitía escuchar conversaciones ajenas. La Señora Maynard hablaba de su tema
favorito en una de ellas. Estaba sentada a la izquierda de Felicity, quien
encabezaba la mesa.
—Y acabo de acordarme de otra razón por la cual deberías casarte este
verano, Felicity —dijo, palmeando la mano de su hija antes de volver a tomar su
cuchillo. —Este otoño llegará un nuevo vicario. Al Señor Moorehead le ofrecieron
un puesto permanente más al norte. Imagínate, y siendo él tan joven. Pero sería
muy lindo, querida, que los casara alguien conocido. Sé que tú solo lo conociste
brevemente, pero él y Thomas se hicieron amigos.
Felicity se rió, dando una respuesta poco comprometedora, y la conversación
algo más allá en la mesa, en el grupo de las gemelas, inició nuevamente al Señor
Booth proponer un tema nuevo.
Los caballeros no tardaron más de media hora en unirse a las damas luego de
cenar. Un salón fue arreglado para jugar a las cartas y se llenó rápidamente. Se
sirvió el té en el salón de visitas principal, armándose varios grupos, y algunas
chicas decidieron demostrar sus talentos en el pianoforte. Pero, como Felicity
esperaba, la gente joven quería bailar, y la Señora Price aceptó de buena gana
tocar para ellos. Se mudaron los grupos que solo querían conversar y tomar té, se
enrolló la alfombra e inició la música.
Felicity decidió no unirse a ninguno de los tres grupos, sino pasearse por todos
y asegurarse que todos tuvieran lo necesario. Le parecía más fácil mezclarse ahora
que al inicio de Temporada. Y ahora, además de su media sonrisa acostumbrada y
ojos distantes, tenía el anillo de Tom para escudarse.
Tom estaba en el salón principal de visitas, sonriendo y bailando
constantemente. Felicity se sorprendió ante su elección hasta que contó a los
presentes. Las damas superaban a los caballeros por dos cabezas. Por supuesto
que él se quedaría para asegurarse que ninguna chica se sintiera ignorada por
demasiado tiempo. Había sido solo recientemente que Felicity se había enterado
que lo que menos le gustaba a Tom de los eventos sociales era bailar. Pero nadie
lo pensaría de verlo ahora. Sus miradas se encontraron y ella sonrió.
—¿No baila, Lady Wren? —preguntó Lord Waite junto a ella. —La pista está
incómodamente repleta, debo admitir.
—Intento suplir las necesidades de todos mis invitados —dijo ella.
—¿De veras? —de alguna forma ella se encontró mirándolo a los ojos. —
¿Están mis necesidades incluidas, Felicity?
Ella sonrió.
—¿Le pido a un lacayo que le traiga algo de beber?
—¡Bruja! —susurró él. —¿Me malinterpretas a propósito? ¿Dónde podemos
hablar a solas?
Felicity lo miró inexpresiva.
—La biblioteca o el jardín —dijo finalmente, —¿cuál prefiere?
—El jardín —respondió él. —Debe estar desierto en esta noche tan fría. Busca
un chal, te esperaré.

***

Tom los vio marcharse mientras bailaba con la terriblemente tímida Señorita
Price e intentaba hacerla conversar. También notó el chal que Waite tomó de las
manos de Felicity para cubrirla con el mismo. Iban al jardín. Las cosas entre ellos
no estaban terminadas, entonces. Y Waite sabía que ella no sería su amante. ¿Lo
intentaría nuevamente o tenía una nueva propuesta bajo la manga? Tom se sintió
enfermo.
Supuso que era el tonto más grande de toda la Cristiandad. Se había
involucrado más de lo que había pensado. Guiado por sueños y esperanzas vanas,
se había comprometido con ella, y para hacerlo parecer creíble, se había
comportado como si fuese verdad. Tocándola, tratándola afectuosamente, y
besándola, como un perfecto masoquista. Su cerebro le recordaba continuamente
que podía terminarse en cualquier momento y que él se vería obligado a regresar
solo al campo, sin ella.
Todo el asunto con el anillo había sido quizás un acto egoísta, debía admitirse.
Él se inclinó ante la Señorita Bell, asegurándole que no había problemas en bailar
el vals, aunque no tuviese el permiso de las patronas de Almack. Él no la delataría,
y estaba seguro que los labios de los otros bailarines también estarían sellados,
especialmente los de la Señorita Price, que tampoco había recibido permiso. ¡Pero
míralos ahora! Se había convencido a sí mismo de que el anillo agregaría el toque
necesario para que el compromiso pareciera bastante auténtico, si Lord Waite, por
ejemplo, adivinaba que todo era una artimaña preparada para su beneficio. Pero
sabía que el anillo era innecesario. Incluso la había lastimado un poco dárselo.
Pero desde los diecinueve se imaginaba ese anillo en el dedo de Felicity, el anillo
de su familia en el dedo de su novia. Nadie más lo usaría mientras él viviera. No
había podido resistir la oportunidad de verlo en su dedo por algunos días, o quizás
algunas semanas de ilusión.
Tom apretó la cintura de la Señorita Bell e inclinó la cabeza, sonriendo
consoladoramente. Era su culpa que tropezaran tanto. Debía confesarle que jamás
había tomado lecciones de vals. ¿Ella tampoco? Pues para ser un par de novatos
no lo hacían tan mal, ¿verdad? Si ella lograba relajarse y confiar en él, él se
esforzaría por no pisarla, ¿lo haría por él? La Señorita Bell sonrió tímidamente,
relajándose bajo la genuina amabilidad de su expresión. Descubrió que el vals no
era tan difícil, después de todo.
Era algo difícil, pensó Tom, recordar que el compromiso no era genuino a
veces. Se sentía correcto, una extensión natural de su amistad, el poder besarla,
llamarla amor mío, sentarse con ella y sus padres durante una velada de armonía
doméstica. Y era muy difícil mostrar la medida exacta de afecto para que nadie
sospechara la verdad sin mostrar demasiado amor para hacerla sospechar de sus
sentimientos. Él creía haberlo hecho bien hasta ahora. No pensaba que ella
hubiese detectado su felicidad al verla luego de su apresurado viaje a casa. Y
seguro tampoco había notado el dolor que había sentido al ver el anillo en su dedo
y saber que no duraría mucho allí. Después, en el jardín, no había sabido cuán
cruelmente estaba retorciendo el cuchillo en su pecho al rodearlo con sus brazos y
decirle con su más querida forma de hermana cuánto lo amaba.
Y él se había cuidado de disimular su dolor temprano, cuando ella le consultó
como aproximarse a Lord Waite esta velada. Él había intentado darle el consejo
objetivo que le habría dado si de verdad no fuese sino su más querida amiga. La
única vez, de hecho, que había estado cerca de revelar sus verdaderos
sentimientos había sido en la fiesta de los Townsend, cuando la había besado.
Había pensado solo besarla castamente y abrazarla. No sabía que había pasado.
Pero le había alegrado que ella le respondiera tan entusiasmadamente para
convencer a Waite de la pasión entre ellos. De otra manera, ¿cómo no había
notado que la había besado con la pasión de un amante real? Aún no sabía cómo
había logrado librarse de la locura que lo había avasallado entonces.
Tom se sentó junto a Lady Pamela Townsend.
—¿Puedo persuadirla a que baile conmigo la siguiente pieza? —le preguntó.
—¿O prefiere que le traiga una limonada fría?
Ella le sonrió agradecida.
—Oh, la limonada, por favor, Señor Russell. Mis pobres pies. Creí que sería
seguro usar mis zapatillas nuevas, ya que no era un baile.
—Apostaría a que nadie notaría si las zapatillas desaparecen bajo su silla —
susurró Tom conspirativamente. —Quizás otras chicas seguirían su ejemplo,
deseando haber tenido el coraje de iniciar la moda.
—¿Será que me atrevo? —preguntó ella, riéndose con sinceridad.
—Iré a traerle la limonada —dijo Tom.
¿Cómo podía hacer esto? se preguntó mientras buscaba a un lacayo: bailar,
sonreír, hablar de nada en particular y ocuparse de las jovencitas cuando su
corazón estaba en ese encuentro del jardín. ¿Qué sucedía? ¿Acaso Waite había
sentado cabeza y se le estaba declarando a su querida? Por ella, él esperaba que
sí. Casi tenía la esperanza que su rival se comportara honorablemente. Ella lo
deseaba tanto, y la clase de vida que él ofrecía. Y merecía ser feliz. Temía que su
vida con Wren no le había traído demasiada felicidad. Aun así, le aterraba volverla
a ver entrar, le aterraba ver la posible felicidad en su rostro. Sabía que no tenía
esperanzas de todas maneras, pero en su desespero estaba dispuesto a aferrarse a
estos días de ilusión. Los recuerdos le consolarían en su soledad.

***

Felicity y Lord Waite se habían equivocado al pensar que el jardín estaba


desierto. Incluso Tom no había notado la ausencia de Laura y el Vizconde Varley
del salón. Ellos también se había retirado al jardín, él con una sonrisa confiada, ella
con una expresión más seria. Afortunadamente para el otro par, ellos decidieron
caminar hacia los establos, del lado opuesto a las rosas.
—Bien, Laura —dijo Varley apenas estuvieron lejos de la casa, —dime cuál
será mi destino. No he podido descansar desde la semana pasada.
—Lo siento, Jonathan —empezó ella.
—¿Qué? —él se echó a reír, volteándola para que lo mirara. —¿No irás a
rechazarme, verdad?
—Lo siento —repitió ella. —Creí que aceptaría. Y estoy consciente del gran
honor que me brindas, pero no puedo casarme contigo, Jonathan.
—¿Qué? —dijo él, incrédulo. —Seguro bromeas, Laura. ¿Por qué me
rechazarías? ¿Te das cuenta de todo lo que puedo darte?
—Sí, lo sé —dijo ella.
—No puedo creerlo —continuó él. —Estaba preparado para desafiar los
argumentos de mi familia, ¡y tú me rechazas!
—De verdad lo lamento —dijo ella.
—¿Serías tan amable de decirme por qué? —preguntó él secamente.
—N… no creo que seamos compatibles —dijo ella. —N… no t… te amo.
—¿Amor? —preguntó él con desdén. —¿Qué tiene que ver el amor en todo
esto? ¿Crees estar enamorada de otro?
—Sí —susurró ella.
—¡Entonces! —exclamó él. —¿Estás enamorada de otro y aun así me
esperanzaste?
—No soy tan fría, Jonathan —dijo ella, suplicante. —Intenté olvidarlo porque
lo consideraba una mala elección. Pero ahora que ha llegado el momento de
tomar una decisión y encuentro que las circunstancias no importan. Solo importa
la persona.
Él se rió secamente.
—Un granjero, supongo.
Ella no contestó.
—Vencido por un granjero —dijo él, riendo otra vez. —Esto es insólito. ¿Te
das cuenta de cuantas jovencitas y sus madres han intentado atraparme? ¿Te das
cuenta cuantas mujeres casadas se me han insinuado? Y me rechaza una
muchachita cualquiera en favor de un campesino con tierra en las botas y las uñas.
Pues bien, cariño, tendrás algo que contarles a tus nietos, si es que te creen.
—Me alegra ahora haberle rechazado —dijo Laura calmadamente. —Temía
que se molestara. Pero ya no lo lamento. Veo que solo lastimé su orgullo. Ahora sé
que jamás habríamos sido una buena pareja, milord. Solo hay espacio en su vida
para un amor y ya está ocupado. Se ama mucho a sí mismo, milord.
Luego de esa satisfactoria declaración, Laura se devolvió sin prisa a la casa, a
pesar que tenía la piel de gallina por el fresco de la noche. Varley no la siguió
inmediatamente, sino que se quedó entre los árboles para calmar su
temperamento y recuperar su dignidad.
Capítulo 14
—Rosales —comentó Lord Waite. —Muy agradables durante el día, imagino.
Su aroma es bastante potente ahora.
—Sí —dijo Felicity, —están por florecer.
—¿Nos sentamos en este banquillo? —sugirió él.
Se sentaron uno junto al otro, algo distanciados.
—Felicity —dijo él. —¿Puedo hablar con franqueza? Ambos estamos jugando,
me parece, pero lamentablemente no es el mismo juego. Creí saber las reglas y las
seguí. Creí que deseabas ser mi amante tanto como yo. Creí que antes te me
negaste como parte del juego. Pero no dudaba que sentías lo mismo. Creo que
estaba equivocado.
—Sí, estaba usted equivocado, milord —admitió ella.
—En el pasado he encontrado que —continuó él, —las viudas jóvenes, cuando
son hermosas y adineradas, aprecian su libertad y prefieren tener amantes a
entregar sus vidas y riqueza a otro marido. No está bien generalizar, pero de eso
precisamente soy culpable. Tú pareces querer la seguridad de un matrimonio,
¿estoy en lo correcto?
—Sí —dijo ella, conteniendo el aliento sin pensar.
—Felicity —dijo él, —sabes que no puedo casarme contigo. Por mucho que
me gustara, no soy un hombre completamente libre. Si, todavía no se anuncia
formalmente mi compromiso con Dorothea, pero hay un acuerdo entre nuestras
familias desde su infancia. Provocaría un terrible escándalo familiar si me echara
para atrás. Lo que me gustaría que hicieras es casarte también, con alguien con
quien puedas vivir cómoda y respetablemente.
—Voy a casarme con Tom Russell —dijo ella, secamente.
—Pero eso no nos serviría —dijo él. —Russell no es un citadino, Felicity. Sin
duda regresará a casa este verano y no regresará hasta que sea momento de
encontrar marido para sus hijas. Este matrimonio no nos sirve. Tú y yo estaremos
separados para siempre si sigues adelante con esto. No puedo creer que lo
consideres.
—Nos casaremos este verano —dijo ella, retorciendo el anillo en su dedo.
—¿Y dejar atrás esta vida a la que perteneces? —dijo él. —¿Y a mí? No creo
que de verdad quieras hacer eso. Cásate con alguien más, Felicity, alguien que se
mueva en mis esferas. Hay muchos hombres a los que les encantaría casarse
contigo y darte la seguridad que buscas y que no intentarían poner trabas en
nuestro amorío.
—Creo que no me entiende, milord —dijo ella. —No quiero un amorío. No
seré la amante de ningún hombre.
Él se levantó, peinándose el cabello con ademán impaciente.
—Ven acá —dijo, tendiéndole una imperiosa mano. —Déjame probarte
cuanto me deseas y necesitas.
—No —dijo ella. —No permitiré que vuelvas a tocarme o besarme así,
Edmond. Estoy comprometida con Tom. No haré el amor con otro.
—¡Ja, Russell! —se rió él. —No es la clase de hombre al que una mujer desee
permanecer fiel. Aunque en el campo, querida, quizás no tengas opción. Te lo
advierto, te casas con un cachorro aburrido, Felicity.
Ella se levantó de un salto.
—No dirá nada en contra de Tom en mi casa, milord, o en algún lugar donde
pueda oírlo. Es el hombre más honorable, amable y gentil del mundo. Tiene más
valor en su dedo meñique que usted y yo juntos, ¡¿cómo se atreve a insultarlo?!
—Vaya, vaya —dijo Lord Waite, con una sonrisa extraña en el rostro, —estás
por convencerme que es un matrimonio por amor, Felicity. Eres bastante buena
actriz.
—Sí lo amo —exclamó ella. —Lo amo más de lo que he amado a nadie. Y no
soy digna de ni una sonrisa suya.
—¡Y así es! —completó él, imitando su tono de voz. Entonces se rió y la rodeó
con sus brazos. —Si, lo entiendo, querida. Lo has conocido toda la vida, es tu
héroe. Y me atrevo a decir que es verdad. Si logro apartar mis celos, puedo admitir
que es un hombre digno. Parece sorprendentemente popular en todos los
eventos. Pero no debes confundir tus sentimientos con amor. Eres tan diferente a
él como el día y la noche. Si te casas con él porque le tienes cariño, llegarás a
odiarlo, Felicity, y él a ti. Perteneces aquí, donde la vida siempre trae nuevas
emociones y amantes. Ahora, tú y yo seremos afortunados. Podremos amarnos y
darnos placer por todo el tiempo que queramos, toda una vida, quizás. Pero no
nos amarraremos, Felicity. Seremos libres para marcharnos cuando queramos.
Ella había apretado el rostro contra su hombro cuando él la abrazó. Él la acunó
contra sí.
—Veo que te he contrariado —dijo él. —Dejaré que lo pienses esta noche y te
veré mañana. Regresemos a la casa. ¿Un beso antes de irnos?
Felicity alzó el rostro de su hombro, pero lo apartó.
—Es hora de que regrese con mis invitados.
Adentro, los lacayos empezaban a organizar la cena en el comedor. Felicity
acudió primero al salón pequeño, sonriéndole a los que conversaban. Entró de
puntillas al salón de juegos para verificar que la cena podía servirse en cinco
minutos. Y cuando se dirigió a la puerta del salón principal a ver si los bailarines
estaban listos para comer y beber, Tom se unió a ella. La miró sonriente y la tomó
del brazo.
—¿Es hora de comer? —preguntó él. —Marchemos entonces.
Se llevaron los platos de regreso al salón, ya que el comedor estaba atestado
de gente.
—¿No salió bien, Flick? —preguntó él, mientras se sentaban en una amplia
poltrona.
—Él aún me quiere de amante —respondió ella, con los ojos en el plato.
¿Cómo se había servido tanta comida? No tenía hambre.
Tom le apretó la mano brevemente.
—Lo siento —dijo. —Esperaba que las cosas salieran bien. ¿No queda
esperanza alguna?
—Jamás me casaré con Lord Waite —dijo ella. —Así que allí termina todo.
Ahora solo queda liberarte, Tom, de la manera menos vergonzosa posible.
—Sabes que no necesitas preocuparte por ello —dijo él. —Estoy dispuesto a
mantener la charada tanto como quieras. Y no te preocupes por avergonzarme.
Me será indiferente lo que diga la gente cuando nos separemos.
Ella le dedicó una sonrisa temblorosa.
—He hecho de mi vida un desastre, ¿no?
—No veo cómo —la consoló él. —Tuviste el infortunio de enamorarte del
hombre equivocado, quizás. Pero eres joven, Flick, y tienes esta casa, tu fortuna y
tu belleza. Conocerás a alguien con quien puedas vivir tu vida de prominencia
social y despreocupación. El mundo no termina por un corazón roto. Sigue
adelante. Y nosotros también.
Al momento se les unieron Lucy y Pamela con sus respectivos escoltas, y la
conversación fue agradable hasta que la infatigable Señora Price regresó a su lugar
en el pianoforte y volvieron a bailar.

***

Felicity se encontraba en el saloncito, de espaldas a la puerta, cuando entró


Laura. Leía la tarjeta que había llegado con las rosas blancas, aunque en realidad
no necesitaba hacerlo. Se volvió al oír la puerta.
—Oh, Lord Waite te volvió a mandar flores —dijo Laura. —¿Son un regalo de
compromiso o una despedida?
Felicity se rió.
—No tengo idea —dijo. —Te levantaste temprano hoy, Laura. Esperé a que
aparecieras todo el desayuno. Pensé que me buscarías anoche para hacer un
anuncio. ¿El vizconde no tuvo oportunidad de hablar con Papá?
Laura entró y se sentó en un sofá, sonrojada.
—Lo rechacé —dijo.
—¿Hiciste qué? —Felicity se le quedó mirando a su hermana, dejándose caer
en la silla junto al jarrón de flores.
—Lo rechacé —repitió Laura, —y me alegré mucho de haberlo hecho. Siempre
supe, Felicity, que Jonathan era vanidoso, pero creía que tenía razones para serlo.
¡Pero de verdad! No podía creer que no estaba a sus pies, desmayada de alegría
por el honor que me había hecho. Fue horrible. Me recordó que había muchas
mujeres, casadas y solteras, dispuestas a renunciar a todo por estar en mi lugar.
—Oh, vaya —dijo Felicity. —Sin duda se sentía herido por tu rechazo.
—Bueno, le dije unas cuantas cosas de todas maneras —dijo Laura.
—¿Pero por qué, querida? —preguntó Felicity. —¿Por qué lo rechazaste? Creí
que estabas convencida.
—Lo estaba —dijo Laura, mirándose las manos. —Pero Mamá me hizo
recapacitar.
—¿Mamá? Creí que te persuadiría a aceptar.
—Oh, ella no sabe nada de la propuesta —dijo Laura. —Fue lo que la escuché
decir durante la cena.
Felicity la miró, confusa.
—Sobre el Señor Moorehead.
—¿El vicario? —preguntó Felicity. —¿Hay algo entre ustedes dos? Confieso
que cuando fui a casa sospeché que sentía algo por ti. Y ciertamente es capaz de
diferenciarte de Lucy.
—Jamás se lo conté a nadie —dijo Laura. —Ni siquiera a Lucy. Solía ir a la
iglesia todas las semanas a arreglar las flores. Lo he hecho desde los quince. Lucy
solía venir también, pero no le agrada la tarea. Su idea de arreglar las flores es
enredar sus tallos y meterlos en una vasija con agua. Solía impacientarse conmigo
cuando pasaba horas cambiando y cambiando las flores hasta que se veían bien.
De todas maneras, el año pasado, cuando llegó el Señor Moorehead, empezó a
venir a la iglesia cuando yo estaba allí y hablarme un rato. No hubo nada
clandestino, Felicity. Las conversaciones no duraban más de diez minutos.
—Estoy segura que no —dijo Felicity con una sonrisa. No podía imaginarse al
joven vicario que recordaba comportarse mal con alguna jovencita de su propia
parroquia.
—Siempre me emocionaba pensar en esas reuniones —dijo Laura, —y jamás
pensé por qué las mantenía en secreto. Me empecé a dar cuenta que no quería ni
a Lucy en el lugar. ¿Recuerdas cuando nos encontramos al Señor Moorehead en el
pueblo antes de venir? Cuando me retuvo para hablar, me dijo que deseaba que
fuese feliz en Londres. Pero dijo que si regresaba a casa en el verano sin
compromiso, él hablaría con Papá. Me sorprendió. No lo pensé un posible
pretendiente. Y no supe que pensar.
—Y Mamá dijo anoche que se marchará al final del verano —agregó Felicity.
—Sí. Y entonces me di cuenta de lo mal que me sentiría de no volverlo a ver.
He disfrutado estas semanas contigo, Felicity, y siempre estaré agradecida de que
me hayas traído. Siempre me habría preguntado, de otra manera, cómo era esto.
Pero creo que regresaré a casa con Mamá y Papá. Casi no puedo esperar. Siento
que ha pasado toda una vida desde la última vez que lo vi.
—¿Segura que soportarás la vida de la esposa de un vicario campesino? —
preguntó Felicity. —Podría ser muy aburrida. Y los vicarios no son demasiado
afluentes.
—En realidad —dijo Laura, algo avergonzada —sin ofender, Felicity, encuentro
esta vida algo aburrida. En la mañana vamos de compras, en la tarde visitamos o
nos visitan y en la noche vamos a la ópera o al teatro o a un baile. Y todos los días
es lo mismo. ¿Cuándo uno tiene tiempo de hacer algo interesante?
—¿Cómo arreglar flores?
—Exacto —rió Laura. —O arreglar la casa para el marido de una,
asegurándose que esté limpia y ordenada y que haya un plato de comida caliente
para él cuando regrese de visitar a los enfermos.
Felicity se levantó de pronto, abrazando a su hermanita.
—¡Oh, y pensar que las creí unas niñas! —dijo. —Ambas tienen una madurez y
un sentido común suficiente para avergonzarme. No necesito desearte felicidad,
porque sé que la tendrás. Y el Señor Moorehead será un admirable cuñado. Anda a
empacar tu baúl. Enviaré a una doncella a ayudarte.
Sin duda, pensó Felicity una hora más tarde, paseando por el jardín para
atender sus rosales, sus hermanas pequeñas la hacían sentir vergüenza de sí
misma. Laura había tenido la oportunidad de ser condesa, de casarse con un
hombre joven, adinerado y atractivo. No muchas chicas de dieciocho habrían
podido resistir la tentación de esa clase de vida, especialmente en favor de la
alternativa de casarse con un joven vicario quien no tenía mucho más que su
bondad que ofrecer. Laura tuvo suficiente sensatez para darse cuenta que una
vida ocupada no era necesariamente lo mejor para ella. Y tampoco Lucy se había
dejado encandilar por el rango y título del Conde de Darlington. Había tratado de
considerarlo como hombre, como una persona con la cual quizás no habría
deseado pasar el resto de su vida. Y ahora intentaba lidiar con su decepción de la
manera más madura posible. Sus dos hermanas sospechaban que se había
empezado a enamorar del conde.
Ella era ocho años mayor que las gemelas, pero apenas empezaba a adquirir
su entendimiento en la vida. Y era demasiado tarde, terriblemente tarde. Ni
siquiera se había dado cuenta hasta anoche. Era irrisorio, de verdad, aunque ella
solo sentía ganas de llorar. Había estado tan convencida de que deseaba casarse
con Lord Waite, incluso cuando era obvio que él solo la quería para amante, jamás
por esposa. Incluso cuando la forzó a entrar en aquella casa, donde seguro sus
sirvientes la habían pensado una mujerzuela, y la había tratado con familiaridad
indigna. Incluso anoche, al principio, cuando sugirió llevarse a la prometida de otro
al jardín. No había considerado nada de esto una falla de carácter. Solo había visto
que era un hombre tremendamente atractivo, un miembro prominente y titulado
de la Sociedad y que podría ofrecerle una vida entretenida en Londres y otras
ciudades del mundo.
Había estado ciega, casi deliberadamente a su arrogancia, su frialdad y su falta
de valores. Felicity no tenía una buena opinión de Lady Dorothea Page. La chica
parecía insufriblemente vanidosa. Pero a pesar de ello, Lord Waite tenía un
entendimiento con ella. Estaba claro que se casarían en algún momento. Aun así,
él se había dedicado a buscarse una amante durante la Temporada en que ella
hacía su debut. Y anoche él había presentado, como si fuese lo más sensato, que
ella se casara con otro para convertirse en su amante. Su moral no era peor que la
de muchos miembros de la Sociedad, ella bien lo sabía, pero ¿de verdad quería de
marido a un hombre tan inescrupuloso? ¿Si se casaba con él, como se sentiría
cuando él tomara otra amante? ¿Podría comportarse, como muchas otras
mujeres, como si no supiera o no le importara lo que hiciera su marido? ¿Podría
respetarlo si algo así ocurría?
Y no se había dado cuenta hasta anoche la vida tan terrible que planificaba
para sí. Que afortunado que él no cambiara de parecer. Podría estar
comprometida con él en este momento, tan ocupada planeando una boda que no
le daría tiempo de reflexionar. Se habría encontrado atrapada en un matrimonio
más terrible que el que había compartido con Wilfred. Este último al menos la
atesoraba e incluso había llegado a quererla. No podía cuestionar su moral.
Felicity sujetó un capullo de rosa roja en su mano y lo olió. No lo arrancaría.
Era mejor dejar que las flores vivieran sus vidas completas. No forzaría a este
capullo rojo a vivir con los blancos en su salita. ¡Oh, que ciega! De pronto había
habido tres personas en el jardín anoche. Lord Waite, la Felicity iracunda que había
gritado que amaba a Tom más que a nadie en este mundo, y la Felicity oyente,
quién había oído esas palabras y por primera vez entendido lo que realmente
significaban. ¿Cómo no se dio cuenta antes? Le había parecido tan claro durante
toda esa noche en vela. Tom lo era todo para ella en el mundo, su querido amigo,
su querido amor. ¿Cómo podía imaginar una vida sin él? Sería tan vacía y carente
de significado como durante sus ocho años con Wilfred. Había creído que le
faltaba socializar. Pero lo que le hacía falta era Tom.
¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo no lo había sabido apenas vio
su familiar figura caminando hacia ella semanas antes en casa de su padre? ¿Cómo
pudo estar tan ciega? Supuso que el hábito que se había formado con los años
tenía mucho que ver. Durante esos primeros años con Wilfred, casi había perdido
la cabeza. Se había rehusado a olvidar a Tom, y no pasaba una noche sin que
recordara ese último abrazo truncado. Había deseado fervientemente que él no se
hubiese detenido, que hubiese continuado, para poder consolarse con el saber
que ella le pertenecía, que él era el único hombre que la había poseído. En lugar
de ello, solo había tenido el vacío, las ansias y las lágrimas. Una vez casi huyó a
buscarlo, pero su sentido común la convenció de lo contrario, recordándole que lo
pondría en un terrible dilema de hacerlo.
Finalmente, durante una de sus estadías en su hogar al norte de Inglaterra, en
una de esas raras ausencias de Wilfred, en las que solo tenía a su cuñada Beatrice
de compañía, tomó una decisión. Ya tenía tres años de casada. Había cambiado en
ese tiempo, conociendo más del mundo y los placeres que tenía que ofrecer. Tom
seguro ya la había olvidado, o al menos la pasión que habían compartido.
Probablemente había crecido en una dirección distinta a la suya. Ella miraba un
pasado que no existía. Se comportaba como una chica estúpida. Debía olvidar ese
amorío. Debía recordarlo solo como el querido amigo que había sido toda la vida.
Felicity se sentó en el muro que rodeaba sus rosales. Había tenido éxito.
Cuando finalmente lo volvió a ver, a pesar de estar libre y él soltero, solo lo había
visto como amigo. Los argumentos que había usado cinco años atrás para
preservar su cordura la habían convencido tan bien que los aceptaba como verdad.
Lo que faltaba en su vida, se dijo a sí misma, eran la apresurada vida social de
Londres y un esposo carismático con quién compartirla.
¡Idiota! ¿De verdad había sido feliz estas últimas semanas en Londres? ¿Por
qué se había esforzado tanto en convencerse de que si tan solo lograba casarse
con Lord Waite, todo mágicamente se compondría en su vida? Por mucho que
pensara, solo lograba recordar un par de ocasiones felices desde su regreso a
Londres. Esa absurdamente tonta tarde que pasó con Adrian y Tom, y las tardes
que había pasado conversando con Tom y sus padres junto al fuego.
¿Se habría dado cuenta más rápido de Tom no haberla acompañado a
Londres? De seguro. Recordando ahora, solo su presencia había alegrado sus días:
Tom, visitándola y escoltándola. Tom, conversando con ella y riendo. Tom,
abrazándola y besándola. ¡Oh, ese beso! Sus defensas debieron ser monumentales
para no darse cuenta de la verdad allí mísmo en el jardín de los Townsend. Era
obvio que había encontrado su lugar, lo que le faltaba, donde deseaba estar el
resto de su vida. ¡Tom! ¡El amor de su vida!
Y le había hecho cosas terribles. No se había comportado como una amiga de
verdad. Lo había usado, usado al hombre que amaba para su propio beneficio,
para atrapar a otro hombre que no valía más que el dedo meñique de Tom. Él
había venido a Londres a relajarse, a disfrutar de la Temporada por una vez en su
vida y ella lo había arrastrado a sus asuntos, forzándolo a dedicarle todo su
tiempo, a un coqueteo y compromiso falso. Cualquier otro hubiera perdido la
paciencia y se habría marchado. Pero Tom, el querido Tom, se había quedado
junto a ella, animándola y ayudándola a buscar lo que ella creía que la haría feliz. E
incluso se había ofrecido, callada y amablemente, a casarse con ella si ella sentía
que lo necesitaba. También lo haría, bien lo sabía ella, aunque sabía muy bien que
él se había asentado en una feliz vida de soltero y no deseaba cambiarla.
No sabía cómo liberarlo sin dejarlo en ridículo. No importaría lo que pensara la
Sociedad, Tom le daría la espalda a Londres sin pensarlo dos veces. Pero si
importaría lo que pensaran sus amigos y vecinos en casa. Muchos de ellos sin duda
sabían que habían tenido algo ocho años antes. ¿Lo verían como un fracasado
lastimero si regresaba este año a casa solo? Ella se sintió arrepentida. Realmente
no había manera de salvarlo de la opinión de sus vecinos.
Lo único que podía hacer ahora era dejarlo libre y desaparecer de su vida,
para que su presencia no fuese una vergüenza constante para él. Tendría que
quedarse por el resto de la Temporada por Lucy. Pero apenas terminara, le
regresaría el anillo a Tom, le desearía bien y se marcharía a casa con Beatrice. Su
cuñada era bastante mayor que ella, y vivía una vida sedentaria en una casa que
ahora le pertenecía a Felicity. Pero le vendría bien. Concordaba con Laura al
pensar que la Temporada podía ser muy aburrida si uno se detenía a considerar su
propósito.
Quizás con el tiempo viajaría otra vez, a visitar a Cedric y a Laura. El futuro no
tenía por qué ser solitario o aburrido. Podría ir a cualquier parte del mundo.
Excepto a casa. Excepto con Tom.
Capítulo 15
El día estuvo ocupado con las preparaciones para el viaje de vuelta a casa de
los padres de Felicity a la mañana siguiente. Laura los acompañaría. No les dijo la
razón real, solo explicó que ya había visto lo suficiente de la vida londinense y se
había dado cuenta que no era para ella. Les dijo que extrañaba su casa. Felicity
sabía la verdad, claro, y al parecer Lucy también, ya que no insistió que su
hermana se quedara. De hecho, parecía dispuesta a irse también hasta que Felicity
habló con ella en la tarde.
—¿Crees que es lo correcto, querida? —preguntó. —Sé que estás
disimulando, y te admiro mucho por ello, pero todavía te duele Darlington, ¿no es
verdad? Si regresas a casa ahora, quizás lo único que hagas sea entristecerte más.
Al menos aquí tienes amigos y pretendientes que te ayudarán a dejar de pensar en
ello.
Lucy suspiró.
—Sí, estoy segura que tienes razón —dijo, —y de verdad me agradan los
bailes y reuniones, Felicity. De seguro me recriminaré en el futuro si llego a
interrumpir mi única Temporada. Es solo que me siento tan adormecida. Estoy
segura que si me detengo, echaré a llorar tan fuerte que pasaré el resto de la
primavera con los ojos hinchados. Soy una tonta, ¿no?
—No, no lo eres —le aseguró Felicity con una sonrisa. —Solo eres una chica
que pasó por algo malo. Pero tienes otros pretendientes. El Señor Sotheby parece
estar interesado, y es un buen prospecto. ¿Te agrada?
—Oh, si —dijo Lucy, arrugando la nariz. —Me recuerda a Adrian. Es un chico
ansioso. No me veo casada con él.
—Pues bien —dijo Felicity, —solo recuerda que tienes dieciocho. Todavía es
muy temprano para endilgarte el título de solterona. ¿Por qué no disfrutar de la
compañía del Señor Sotheby, a pesar de que sea solo una versión mayor de ese
diablillo? Yo disfruté mucho ese fin de semana con Adrian, y en ningún momento
pensé en matrimonio.
Lucy se echó a reír.
—Me siento mejor ahora —dijo, —y me quedaré. La verdad detestaría
perderme el baile de Lady Jersey en, a ver, uno, dos, tres días —los contó con los
dedos. —Todos estarán allí. Incluso el Príncipe Regente. ¡Imagínatelo! Jamás he
estado en la misma habitación que él.
Lord Waite la visitó en la tarde, como había prometido. El salón estaba
atestado. Algunas personas que habían conocido a los Maynard los días anteriores
habían venido a presentar sus respetos, sabiendo que planeaban regresar a casa el
día siguiente. Laura le había escrito a su amiga, Lady Pamela, que regresaría con
sus padres, y la jovencita había corrido la noticia a otros amigos, que se habían
presentado en la casa de Pall Mall a la hora de la visita.
Felicity trató de mantener distancia con Lord Waite, pero él inevitablemente
encontró un momento para hablar con ella. Esperó a que Lord Townsend
terminara de conversar con ella y tomó su lugar antes de que otro pudiese quitarle
su atención.
—Bien, Felicity —dijo. —No esperé tal circo. Pero no importa. ¿Pasearás
conmigo más tarde?
—No —respondió ella. —Es el último día de mis padres en Londres. Estoy
comprometida con ellos por el resto de la tarde.
—Ah, ya veo —dijo él. —¿Podemos hablar en privado ahora? Hay suficiente
gente aquí, así que no creo que se note tu ausencia un momento.
—Tom lo notaría —dijo ella. —Sería de mala educación para con él ser vista
saliendo de la habitación con otro hombre.
—Entonces deberemos de hablar aquí —dijo él. —¿Consideraste mi propuesta
de anoche?
—No necesité hacerlo —respondió ella.
—¿Tomaste una decisión, entonces?
Ella dejó su taza en la mesita y lo miró.
—Mi respuesta sigue siendo la misma —dijo, —y no hay nada que pueda
persuadirme de lo contrario. Si llego a pertenecerle nuevamente a un hombre,
milord, será como su esposa. No seré amante suya, o de nadie más.
Sus pálidos ojos la miraron con expresión inescrutable.
—¿Y todavía planeas llevar a cabo la locura de casarte con Russell? —
preguntó.
—Sigo comprometida con él —respondió ella.
—Entonces no hay razón para prolongar esta conversación, ¿verdad? —dijo él,
levantándose.
Ella se levantó, tendiéndole la mano.
—Adiós, milord —le dijo. —Me ha honrado su visita.
Él se inclinó elegantemente y se marchó.
El baile de Lady Jersey siempre era uno de los eventos más importantes de la
Temporada. Quizás no era la dama más popular de Londres. Con el inmenso poder
que manejaba, había ofendido a varias personas. Pero una invitación a su baile era
quizás más codiciada que una invitación a Almack. El ser omitido de su lista de
invitados quizás no fuese una sentencia de muerte social, pero si era humillante.
Este año la famosa anfitriona se había esmerado con las decoraciones. Todo el
salón de baile estaba cubierto de flores rosadas y blancas, y helechos verdes, y el
efecto general era totalmente delicado. A través de un ingenioso sistema, una
fuente brotaba del centro del salón. Todas las puertas a las terrazas estaban
abiertas de par en par, y las mismas estaban decoradas tan delicadamente como el
salón. Los lacayos estaban primorosamente vestidos de blanco con casacas rosa
pálido y pelucas empolvadas, a la moda de varias décadas atrás. Los árboles y
arbustos del ornamental jardín estaban iluminados con linternas, para que los
invitados pudiesen disfrutar de la fresca noche.
Felicity y Lucy llegaron con Tom cuando ya la amplia escalinata estaba
colmada de gente que esperaba para entrar. Felicity miró orgullosa a su hermana.
Lucy se veía extraordinariamente hermosa con su vestido azul claro de cintura
baja, cubierto de encaje de un azul más pálido, haciéndola ver casi frágil. Sus
bucles oscuros estaban engalanados con cintas plateadas, a juego con su abanico
de seda y zapatillas. Nadie que mirara sus mejillas sonrojadas y ojos brillantes
creería que tenía el corazón roto.
Felicity volvió su atención a Tom, tan elegante como siempre. Se había sentido
avergonzada al volverlo a ver, luego de aceptar sus verdaderos sentimientos.
¿Cómo haría para comportarse con naturalidad y no revelarle la verdad con cada
gesto? Pero claro, era sumamente fácil. Se habría dado cuenta de considerarlo un
momento.
¿Cómo no estar relajada con Tom, siendo él tan relajado, agradable y alegre?
El problema era que era demasiado fácil dejarse llevar por el juego que jugaban.
Parecía tan natural que la visitara a todas horas, que la escoltara a todas partes,
que le pusiera motes cariñosos y la mirara con afecto cuando estaban en público.
Era tan fácil dejarse llevar, el pensar que si uno aguantaba el aliento y no hacía
nada, las cosas se quedarían así para siempre. Lo miró a los ojos ahora, y él le
devolvió la mirada, sonriente, tomándola de la mano y jugueteando con sus dedos.
—Parece que será una espera larga —dijo. —¿Bailarás la primera pieza y la de
antes de cenar conmigo, Flick?
Ella sonrió, aceptando, y se preguntó por qué seguían con la charada.
Realmente ya no había necesidad de fingir y ambos lo sabían. Claro, lo más
sensato era esperar a que la Temporada terminara oficialmente para romper el
compromiso, pero podían dejar de ser afectuosos en público. De hecho, sería algo
sensato. Habría menos sorpresa, quizás, menos escándalo, cuando el rompimiento
se hiciese oficial. Espero que a Tom no se le ocurriera lo mismo. No podía perderlo
ahora. Necesitaba tiempo para acostumbrarse a la idea de que volvería a estar sola
pronto, insegura de qué hacer para llenar el resto de sus días. Era tan egoísta.
¿Alguna vez pondría a Tom y sus necesidades por encima de las suyas?
Felicity miró algo incómoda, por encima del hombro de Tom, quién
conversaba alegremente con Lucy. Lord Waite estaba unos escalones más allá, con
Lady Dorothea del brazo y la madre de ella del otro. Felicity le dirigió un gesto que
él devolvió sin sonreír. Ella había sabido que él estaría allí, claro, y se había
preparado para ser fríamente educada. No necesitaba temer vergüenza. Él estaría
tan ansioso de evitarla como ella a él.
De pronto se enfocó en una solitaria figura en el pasillo, un hombre que
acababa de entrar a la casa y aún no alzaba el rostro para ver a los demás invitados
subiendo lentamente la escalinata. ¡Era el Conde de Darlington! Miró a Lucy, quién
ya no hablaba con Tom. La chica también se había volteado a mirar a los demás
invitados. Y Felicity pudo ver su reacción al reconocer al hombre que acababa de
entrar. Palideció primero, y entonces sus mejillas se colorearon. Se volteó de
golpe, haciendo un esfuerzo visible por tranquilizarse. Segundos más tarde
llegaron a la cima de la escalinata y fueron admitidos al salón. Para cuando
entraron, Felicity notó admirada que su hermana sonreía y comentaba
alegremente sobre las decoraciones.
Tom estaba de un humor travieso mientras esperaban a que se formara la
gente para la primera pieza. Lady Pamela se había llevado a Lucy, a la que había
adoptado como mejor amiga luego de la partida de Laura.
—Y bien, Flick —dijo él, jugueteando con sus dedos, —este es un nuevo
campo de batalla. Y la Temporada apenas va por la mitad. ¿Intentamos
nuevamente conseguirte marido?
Felicity sintió que el estómago se le cerró, pero decidió bromear con él.
—¿De verdad crees que no debería desilusionarme por una derrota? —
preguntó. —Pues bien, querido Señor, mi primera elección fue un desastre. Quizás
usted tenga mejor sentido. ¿A quién sugeriría?
—Hmmm —dijo Tom. —Asumo que los requerimientos aún son título,
riqueza, prominencia social, juventud, carisma y preferiblemente buen físico, ¿me
equivoco?
¿De verdad había sido tan insulsa para sugerir algo así?
—Definitivamente —dijo. —Y omite el “preferiblemente”. Tiene que ser
devastadoramente apuesto.
—Veamos —dijo Tom, mirando a su alrededor. —No puede ser tan difícil.
Tiene que haber al menos veinte en esta reunión. ¿Qué tal Newton?
Ella pretendió considerar.
—No —respondió finalmente. —Al pedir juventud, tenía en mente alguien
que no supere los sesenta.
—¿Ah, por qué no lo dijiste? —dijo él. —Eso elimina algunos candidatos.
¿Creighton?
Ella contempló al conde en cuestión del otro lado del salón.
—No —dijo. —Debe ser devastadoramente apuesto sin usar corpiño y
hombreras.
—¡No me digas! —dijo él. —Estaba por sugerir al Príncipe Regente.
—Y quizás habría estado de acuerdo —dijo ella, —pero lamentablemente ya
está casado. ¡Qué tristeza!
—¡Realmente! —dijo él y echaron a reír de tal manera que atrajeron algunas
miradas de censura. —Bien —dijo Tom luego de calmarse, —parece que estás
atrapada conmigo. Veamos. No tengo título, riqueza o prominencia social, pero las
otras cualidades si, y en exceso. ¿Te parecen tres de seis?
—Oh, querido —susurró ella, parpadeando exageradamente, —¿puedo
tomármelo como una propuesta formal? ¿Te dije que la modestia también era un
requerimiento?
—¡Entonces he ganado! —exclamó Tom, chasqueando los dedos. —¡Cuatro
de siete! Te desafío a que encuentres a alguien mejor.
Se dirigieron a la pista de baile para formarse. Lady Jersey había entrado, del
brazo de su marido, haciéndole señas a la orquesta que iniciara. No había por qué
esperar a la llegada del Príncipe. Siempre llegaba tarde y se quedaba corto tiempo.
Lucy, pálida pero sonriente, le había asegurado al Conde de Darlington que su
tarjeta de baile estaba colmada para las primeras cuatro piezas, y si, también la
pieza antes de cenar. Pero le permitió poner su nombre junto a la quinta. No lo
miró mientras lo hacía, sino que le sonrió al Señor Sotheby, quién la esperaba
pacientemente para iniciar la primera. El conde se marchó de inmediato al salón
de juegos.
El Príncipe Regente llegó más temprano de lo usual, iniciando la cuarta pieza.
La música cesó de inmediato al llegar la noticia de que él y su grupo acababan de
llegar a la entrada. Lady Jersey se apresuró a ir a recibirlo, las enormes plumas de
su tocado bamboleándose al correr. Los invitados se apartaron de la pista,
esperando con emoción la entrada del Regente, en especial las jovencitas que
jamás habían tenido la oportunidad de verlo.
El Regente, a pesar de su voluminosa figura, obviamente envuelta en un
apretado corpiño, aún conservaba algo de la guapura y todo el encanto que lo
había hecho popular de joven, hasta que la irresponsabilidad, la extravagancia y un
matrimonio desastroso había volcado la opinión pública en su contra. Pero todas
las malas opiniones se desvanecían, al parecer, al estar en su presencia. Él recorrió
lentamente el salón de baile, sonriendo e inclinándose elegantemente delante de
las reverentes damas y caballeros. Se detuvo frecuentemente a conversar con
invitados conocidos. Finalmente bailó con Lady Jersey, y los invitados que se
quedaron mirando pudieron notar que, a pesar de su gordura, el príncipe era
sorprendentemente ligero de pies y tenía un exquisito ritmo. Desapareció luego de
eso, dejando un aura de felicidad a su paso.
—Me sonrió —le dijo Lucy a Lady Pamela al reunirse luego de la pieza.
—Habló con la Señora Gay, que estaba junto a mí —dijo Lady Pamela, con ojos
como platos.
Lucy examinó su tarjeta de baile, satisfecha. Estaba completamente llena.
Entonces notó con sorpresa que la próxima pieza era la de Darlington. Se le había
olvidado con la emoción del príncipe. Miró a su alrededor nerviosamente,
encontrándolo dirigiéndose a ella entre la gente. El corazón le dio un vuelco y
apretó los dientes.
Él no parecía estar en calma al llegar junto a ella. ¡Bien! Quizás no notara la
agitación de ella.
—Tocarán una pieza de campo —dijo él abruptamente. —No podremos
hablar. ¿Le importaría saltarse esta pieza conmigo, Señorita. Maynard?
Incluso mientras aceptaba, Lucy cayó en cuenta de que flaqueaba. Él la había
tratado bastante mal, dejándola casi sin aviso luego de prodigarle sus atenciones
específicamente. Y ahora ella le obedecía. Debió insistir en que no deseaba
perderse la pieza y sonreírle despreocupada cada vez que los movimientos les
separaran.
Él miró apresuradamente alrededor del salón de baile, para encontrar que los
mejores asientos ya estaban ocupados y los que quedaban estaban demasiado
expuestos. La guió a la terraza, solo para encontrarla colmada de bailarines que
intentaban huir del bochorno del salón, empeorado por el aroma de las flores. La
llevó, sin protestar, al camino de gravilla que se extendía con precisión geométrica
por los primorosos lechos florales.
—Creí que estaría usted demasiado enfadada para dirigirme la palabra —dijo
el conde.
—¿Enfadada, milord? —preguntó ella, mirándolo con enormes ojos inocentes.
—¿Por qué debería estarlo?
Él clavó los ojos en el suelo.
—Creo que me comportado de manera terrible con usted —dijo.
Lucy se rió ligeramente.
—De verdad no sé de qué habla, milord —dijo. —¿De qué manera se ha
comportado mal conmigo?
—Le hice creer que estaba por declarármele —dijo él.
Lucy se sonrojó dolorosamente.
—Vaya tontería —dijo. —¿Quién le ha metido esas ideas tan ridículas en la
cabeza, milord?
—La hermana de usted —respondió él.
—¿Felicity?
—No —dijo él. —Su gemela.
—¿Laura? —preguntó ella, sorprendida. —¿Cuándo tuvo Laura la oportunidad
de decir tal cosa?
—Ayer —respondió él, —cuando fui de visita a su hogar.
—¿Estaba usted en mi hogar? —preguntó ella. Había dejado de caminar y lo
miraba de frente. —¿Y Laura le dijo que yo esperaba una declaración suya? ¿Cómo
pudo hacerme eso? Qué mortificante. Y por supuesto, es una tontería.
—No —dijo él, —no se moleste con su hermana. Ya veo que he vuelto esta
conversación un desastre desde el principio. Su hermana no fue indiscreta. Dijo lo
que dijo solo después de enterarse de que yo si tenía las intenciones de
declararme. Fui a pedir el permiso de su padre para hablar con usted.
—¿Qué? —preguntó Lucy, volviéndose y caminando apresuradamente por el
camino.
—Lo estoy haciendo todo mal —dijo él. —Por favor, detente, Lucy. ¿Podemos
sentarnos un momento? —él señaló un banquillo bajo un sauce. —Verás, jamás he
estado enamorado, y jamás le he propuesto matrimonio a ninguna dama. No
tengo ni la menor idea de cómo proseguir.
Lucy se sentó tensamente, con las manos firmemente agarradas en el regazo.
—No puedo excusar mi comportamiento abominable de dejarte sin más
explicación —dijo él. —Solo puedo decirte la verdad. No había pensado en
matrimonio, y creí no tener que preocuparme por ello al menos unos ocho años
más. Ni siquiera buscaba coquetear. Y entonces un día me desperté y me di cuenta
que no podía dejar de pensar en ti y que ya soñaba con hacerte mi esposa. Al
mismo tiempo consideré tu comportamiento. Estás siempre tan llena de vida, tan
risueña y encantada por las cosas nuevas. No creí que sintieras lo mismo que yo. Y
debo admitir que mis propios sentimientos me alarmaron. Fueron tan
inesperados. Cuando mi madre me llamó, como suele hacerlo, olvidando que soy
un adulto y tengo vida propia, decidí ir.
—Y estaba en todo su derecho —dijo Lucy, las manos en el regazo. —Y se
equivoca al pensar que me decepcioné. He tenido numerosos pretendientes. No
espero declaraciones de todos ellos. Soy una persona sensata, milord.
—Lucy —dijo él, rozando sus manos apretadas por un momento. —Pasé días
caóticos. Mi madre deseaba recordarme que existía un acuerdo entre la hija de un
vecino y yo. La chica tiene doce años y el acuerdo existe enteramente en la mente
de mi madre y la suya. Traté de persuadirme de que había exagerado mis
sentimientos por ti, que en realidad solo disfrutaba de la compañía de una chica
linda. Me convencí de que eras demasiado joven y nueva en la Sociedad y no
esperarías una propuesta de matrimonio tan pronto. Pero en lugar de
gradualmente olvidarte, me encontré pensando cada vez más en ti. No podía
olvidar tu lindo rostro, tu risa, la alegría con la que disfrutas la vida.
Lucy alzó la vista para mirarlo, dándose cuenta que él la miraba con tierna
ansiedad. Bajó la vista nuevamente.
—Por lo que fui a visitar a tu padre —dijo él. —Y ahora acudo a ti. Quería
visitarte esta tarde, pero mi caballo se lastimó una pata y no pude llegar sino hasta
la hora de la cena. Me arriesgué a venir aquí esta noche con la esperanza de verte.
No me sorprenderé si me rechazas, Lucy, pero te suplico que me perdones.
—No hay nada que perdonar —dijo ella, continuando su conversación con sus
manos. —Jamás dijo nada que me hiciera pensar que quería casarse conmigo.
—¿Entonces aceptarás ahora? —preguntó él, inclinándose ante ella,
intentando verle el rostro.
—Sí —dijo ella, abriendo las manos.
—¿Sí? —repitió él. —¿De verdad? ¿Aceptarás mi propuesta?
Ella respiró profundo, alzando el rostro para mirarlo.
—Sí —dijo. —Te amo, pero no lo supe realmente hasta que te marchaste. Creí
estar simplemente encandilada por tu título.
—¿Pero no es así? —preguntó él.
—No —dijo ella suavemente. Se echó a reír de pronto. —Pero será
maravilloso; bastante espectacular, como diría mi hermano Adrian, ser condesa.
—Si tanto ansías el título —dijo él, —entonces debo apresurarme en dártelo.
¿Lo hacemos, querida?
Ella no supo cómo terminó jugueteando con los botones planteados de su
casaca. Pero pausó para alzar el rostro.
—Sí, por favor —dijo con una risita nerviosa y él sonrió arrobado.
Finalmente se inclinó a besarla, algo que probablemente salvó a sus botones
de ser arrancados nerviosamente.
Capítulo 16
Felicity se encontró sorprendida y algo preocupada al final de la primera pieza,
cuando aun encontrándose esperando a su acompañante para la próxima, vio a
Lord Waite inclinándose formalmente frente a ella, solicitándole que reservara una
pieza para él. Le había sorprendido demasiado como para pensar en rehusarse,
pero le había informado que la próxima pieza libre era justo la de después de
cenar.
—Entonces por favor considérela mía, mi señora —dijo él, sin sonreír ni dar
señal de su ánimo antes de marcharse.
Felicity se volvió a mirar a Tom. Él alzó las cejas.
—¿De verdad quieres bailar con él, Flick? —preguntó. —No permitiré que te
insulte o te lastime más. ¿Quieres que me encargue?
Felicity sonrió. ¿Acaso Tom sabía que se ofrecía a “encargarse” de uno de los
hombres más peligrosos de Inglaterra? Lord Waite no había luchado en un duelo
durante años. Cualquiera que tuviese un pleito con él preferiría retirarse antes de
cometer suicidio retándolo a un duelo. Pero no importaría si Tom se daba cuenta o
no. Estaba segura que solo bastaría una señal de su parte de que su honor había
sido comprometido para que él retara a Lord Waite o intentara castigarlo
inmediatamente con sus puños.
—No —dijo, posando afectuosamente su abanico en su brazo. —Bailaré con
él. Hay que ser educados.
Más tarde se vio reticente a abandonar el comedor, donde ella y Tom habían
sido saludados por un grupo de amigos de Wilfred y habían pasado una muy
agradable media hora. Tom aparentemente los había impresionado bastante, y
más de uno le dijo que había hecho una buena elección. Una anciana incluso le
aseguró que Sir Wilfred habría aprobado a su sucesor. Era extraño, pensó Felicity.
Durante su matrimonio, le había molestado un poco estar rodeada siempre de
gente mayor. Había ansiado mezclarse con un grupo más joven para disfrutar
mejor la vida. Pero ahora, con Tom a su lado, se encontró disfrutando la astucia y
la amabilidad de esta gente a la que nunca había considerado amigos suyos.
Finalmente llegó el momento en el que el comedor empezó a vaciarse y la
orquesta comenzó a entonar nuevamente sus instrumentos. Tom la llevó al salón y
la dejó para ir en busca de su acompañante prometida para esta pieza. Ella no tuvo
que esperar mucho. Su acompañante estaba bastante cerca, excusándose de la
compañía de su prometida y su madre con una reverencia.
—Bien, Felicity —dijo él, tomándola de la mano, —como de costumbre,
eclipsas a todas las demás damas. ¿Acaso algún espía te informó del esquema de
colores de Sally, para poderte vestir a juego? —él miró apreciativamente su
conjunto de seda rosa oscuro.
—Una afortunada coincidencia, milord —dijo ella, caminando junto a él para
unirse a los bailarines.
—He reservado tu tiempo por media hora —dijo él. —Espero que no me
fuerces a desperdiciarla bailando, Felicity.
Ella lo miró con preocupación.
—Sería la mejor idea —dijo. —No creo que tengamos nada más que decirnos,
milord.
—Quizás tengas razón —dijo él, —pero quizás no. ¿Me concederás esta última
media hora? Si acordamos al finalizar que no hay más que decir, no te molestaré
más con mis atenciones.
Sonaba justo. Lord Waite, a pesar de sus defectos, era básicamente un
hombre honrado y orgulloso, creía ella. Si podía convencerlo ahora de que no
había posibilidad alguna de convencerla de ser su amante, entonces le haría un
favor a ambos. Media hora era un precio justo que pagar por su paz mental.
—Muy bien, milord —dijo ella, tomándolo del brazo y dejándola guiarla hacia
la terraza y el jardín. Él prefirió apartarse del jardín ornamental, dirigiéndose a una
parte más privada. Se detuvo cuando estuvieron lo suficientemente lejos de la
música y las risas.
—Bien, Felicity —dijo finalmente. —Te concedo la victoria. Ganaste el juego.
—¿De veras? —dijo ella, intentando mantener un tono ligero. —Me alegra
oírlo, pero ¿a qué juego se refiere, milord?
—Me casaré contigo —dijo él abruptamente.
—¿De verdad? —Felicity se detuvo de golpe, quitándole la mano del brazo. Su
tono era helado.
—No puedo vivir sin ti —dijo él, —y mientras más lo pienso, más me doy
cuenta de que tenerte de amante no sería suficiente. Te quiero en mi hogar, como
mi compañera además de amante.
—Edmond —protestó ella. —Estoy comprometida. Lo que dices es una locura.
—No —dijo él. —Me niego a creerlo. Nada está escrito en piedra. No puedo
creer que tu compromiso sea serio. Vales mucho más que ese tipo aburrido,
Felicity, y la clase de vida que puede ofrecer. Y aún no le hago una oferta formal a
Dorothea. No pasaré el resto de mi vida con un témpano de hielo cuando puedo
pasarla contigo.
—Amo a Tom —dijo Felicity.
Él hizo un gesto de impaciencia.
—Sí, te creo —dijo, —como una hermana, pero ¿cómo esposa, Felicity?
Enloquecerías de aburrimiento. Conmigo puedes tenerlo todo: joyas, ropa fina,
viajes, compañía maravillosa, la Temporada todos los años. Y amor apasionado. Te
lo prometo. Y creo que lo necesitas. Tienes tanto fuego en tu interior. ¿Cómo
podría satisfacerte ese hombre tuyo? Te aburrirías, Felicity, como con Wren. ¿Lo
estabas, verdad? Ese viejo idiota jamás pudo satisfacerte.
Y cómo para probar su punto, Lord Waite la rodeó con sus brazos y la besó en
los labios, los párpados, las mejillas y el cuello. Felicity se quedó perpleja. Si, había
ganado después de todo. Esto era lo que había planeado obtener, lo que había
ansiado. La vida que deseaba estaba a su alcance. Solo tenía que decir que sí. Y no
sentía nada, absolutamente nada. No sentía asco; Lord Waite era, después de
todo, un hombre sumamente atractivo, que obviamente sabía lo que hacía. Cada
lugar que besaba la hacía sentir cada vez más como una mujer amada y apreciada.
Pero tampoco se sentía triunfante o deseosa de más. Se apartó de él.
—Nos verán —dijo. —Hay otras personas en el jardín.
—Tienes razón —dijo él, tomándola del brazo y caminando lentamente junto a
ella. —No debemos hacer escándalos antes de tiempo. Pero me temo que habrá
algo de malestar. Preferiría evitarlo por ti, pero lo enfrentaremos. Viajaremos por
Europa unos meses, quizás un año. Para cuando regresemos, habrá habido unos
veinte escándalos que reemplazarán el nuestro.
—Asumes demasiado, Edmond —dijo Felicity.
—Debemos casarnos de inmediato —dijo él, —discretamente, fuera de la
ciudad. Ya procuré una licencia especial. Será mejor así, solo un gran escándalo en
lugar de pasar por un compromiso roto, una pelea con mi familia y dolorosos
anuncios en el periódico. Creo que deberíamos marcharnos mañana. Tengo una
propiedad en Hampshire. Podemos casarnos allá mañana por la noche o al día
siguiente.
—Creo que presume demasiado, milord —dijo Felicity con firmeza,
deteniéndose y apartándose de él.
—Ciertamente —él se volvió a mirarla. —No estoy acostumbrado a planear
escapadas. Olvidé lo más importante, ¿no? Felicity, mí amada Lady Wren, ¿me
haría el honor de ser mi esposa?
Y ahora que le había formulado la pregunta, que la miraba a los ojos con
expresión algo ansiosa, el rechazo indignado que había preparado rehusó a
escapar de entre sus labios. Se quedó mirándolo a los ojos, como si intentara verle
el alma.
En lo único que pudo pensar fue en que quizás esta fuese la respuesta, la
manera de salirse de una situación casi intolerable. Podría liberar a Tom, dejarlo
regresar a la vida tranquila que deseaba, podría liberarse a sí misma de la
tentación de hacerlo enamorarse de ella otra vez, y se comportaría con tanto
descaro que la culpa del escándalo recaería por completo sobre ella y toda la
simpatía iría a Tom. Y él podría marcharse tranquilo, sabiendo que había ayudado
a su amiga a obtener lo que quería.
Quizás para ella no fuese malo aceptar la propuesta de Lord Waite. Era el
hombre que había elegido originalmente; él le ofrecía la clase de vida que había
planeado hasta que el amor y Tom se habían entrometido para desbaratar sus
planes. Había pasado meses, incluso años, planeando su vida futura con lo que
había asumido entonces era buen sentido. Jamás podría tener amor, o a Tom.
Luego de superar el dolor de su pérdida, que seguro sería pronto, quizás lamentara
no haber procedido con sus sensatos planes. La vida con Beatrice se haría aburrida
luego de superar su dolor.
Y Lord Waite no era una mala opción. Tenía todos los atributos que buscaba
de un marido y acababa de dejar claro que la necesitaba. Ella no lo amaba. No
sentía la misma emoción en sus brazos que había sentido en los de Tom. Pero
ciertamente no le daba asco. Serían buenos acompañantes. Aprendería a disfrutar,
o al menos tolerar sus caricias. Creía en su experticia amorosa. Sería muy tonta si
se negara.
Estos pensamientos se agolparon desordenadamente en su cabeza. Pero
fueron suficientemente poderosos para evitar la negativa que había pensado dar
inicialmente.
—¿Y bien? —dijo él, una nota de ansiedad en su voz. —¿Me apresuré
demasiado, Felicity? ¿Te tomé por sorpresa?
—Sí —dijo ella, riéndose temblorosamente, —desafortunadamente así es,
milord.
—Y si te doy algo de tiempo —dijo él, —¿considerarás seriamente mi
propuesta? Temo darte tiempo, amor mío. Temo que mañana te rehúses a
recibirme.
—No lo haré —dijo ella. —Si viene mañana a las once, le daré mi respuesta. Y
si es un sí, estaré lista para irme al día siguiente.
Él la tomó por los hombros e intentó besarla nuevamente. Ella apartó el
rostro.
—La música se detuvo —dijo ella. —El Señor Poynter debe estar buscándome.
Le prometí el próximo vals.
Él la llevó de vuelta al salón de baile, donde efectivamente su siguiente
acompañante la buscaba. Y Tom también, notó ella, estaba cerca de la entrada a la
terraza solo, algo ansioso. Sonrió al verla con el Señor Poynter y se volvió a buscar
a su propia acompañante. Felicity se alegró de no tener oportunidad de hablar con
él y que su tarjeta de baile estuviese colmada por el resto de la noche. Ni siquiera
tuvo tiempo de pensar.
El viaje a casa fue algo difícil. Lucy estaba extrañamente callada y pensativa.
Felicity intentó conversar, pero guardó silencio al notar lo falso de su ánimo. Tom
parecía pensativo. Por primera vez, se despidieron incómodamente esa noche, con
algo menos que la usual amistad abierta que compartían.
Felicity despidió a su doncella por esa noche. Se sentó frente al espejo,
peinándose su largo cabello, aunque la doncella ya lo había hecho. Tendría que
hablar con Lucy esta noche. Después de todo, la chica no se levantaba temprano
luego de una noche ajetreada. De seguro seguiría en cama a las once de mañana. Y
quería tener todos los detalles listos antes de la llegada de Lord Waite.
Lucy tendría que quedarse con alguien más, al menos por unos días, hasta que
ella regresara con su marido y tanto ella como Lucy pudiesen quedarse con él en
su casa citadina. Supuso que por eso su hermana se vería arrastrada al escándalo,
pero parecía inevitable. Al menos el comportamiento de Lucy siempre había sido
impecable. Era una chica ejemplar.
Los Townsend parecían la mejor opción. Felicity no creía que rehusaran recibir
a su hermana. De seguro Lady Pamela lo consideraría algo maravilloso. El único
problema real era qué decirle a Lucy. Por alguna razón no soportaba decirle la
verdad. La chica quedaría tan desilusionada con la hermana mayor que admiraba.
La verdad se conocería en unos días, claro, pero parecía más fácil presentarle a su
familia algo ya hecho. De esa manera no podrían rogarle que cambiara de opinión.
Y ella tendría a su marido a su lado para darle apoyo moral. No, no podía decir la
verdad. Entonces ¿qué decir?
¿Un mensaje urgente de Beatrice diciendo que estaba enferma? Podría
funcionar, pero detestaría que la mentira fuese tan obvia días más tarde.
Simplemente tendría que ocultarlo todo y decirle a Lucy que debía irse unos días.
Le diría a su hermana que no podía explicarlo ahora, pero que sería claro luego.
Esa explicación sería un buen compromiso entre decir la verdad y mentir. Pero
debía ir ahora a la habitación de la chica o ella estaría dormida.
Felicity dejó su cepillo en su cómoda y se dirigió a la puerta. Al abrirla, tropezó
con Lucy, que estaba del otro lado a punto de llamar.
—Oh —exclamaron ambas, riéndose.
—Venía a ver si estabas despierta —dijo Lucy.
—Yo iba a lo mismo —respondió Felicity. —Entra, querida, y ponte cómoda.
¿Qué es tan urgente que no puede esperar hasta mañana?
—¿Viste a Darlington en el baile? —preguntó Lucy.
—Sí —dijo Felicity, —y me molestó un poco que apareciera tan
despreocupadamente, como si nada hubiese pasado. ¿Te molestó?
—Bastante —respondió Lucy. —Creo que no volveré a ser la misma.
—Pues que mal —dijo Felicity fieramente, dejándose caer junto a su hermana
en la cama. —Y justo cuando te estabas reponiendo de su ausencia.
Lucy se echó a reír, echándole de pronto los brazos al cuello.
—Nos comprometimos —dijo. —Papá dijo que sí y yo dije que sí. Está todo
listo. Me ama y yo lo amo y es maravilloso. Y gracias, Felicity, por darnos a mí y a
Laura la oportunidad de esta Temporada. Oh, estoy tan feliz.
Felicity se encontró riendo y abrazando a su hermana.
—Espero que no me aprietes lo suficiente para desmayarme —dijo. —Hasta
ahora no entendí nada.
Lucy soltó a Felicity con una risita y procedió a contarle todo lo que había
pasado en el jardín esa velada.
—Habría esperado hasta la mañana para contarte —dijo, —ya que estoy
segura que estás agotada. Ya casi amanece. Pero tenía que preguntarte, Felicity,
¿te importaría si regreso a casa? Sé que parecerá que te abandono, pero
originalmente ibas a venir sola, ¿no? Y tienes al Señor Russell. Debo ir a casa.
Parece absurdo cuando debería quedarme aquí para el anuncio formal y comprar
mi ajuar, pero ansío estar en casa con Laura y Mamá. No parecerá real hasta que
las vea. Darlington cree que es una buena idea. Me seguirá unos días después para
planear la boda. Quiere que sea este verano.
—Oh, sí, eso suena como una buena idea —dijo Felicity. —No te culpo por
querer estar en casa. ¿Te importaría si te acompaño?
—Oh, ¿de veras, Felicity? —preguntó Lucy con ojos brillantes. —Sería
maravilloso. No me sentiría tan mal de irme si vienes también.
—Entonces listo —dijo Felicity, levantándose. —Nos marchamos pasado
mañana, o mañana, supongo. Ahora a dormir.
—¿De qué querías hablarme? —preguntó Lucy.
—Nada en especial, solo quería preguntarte cómo te fue en el baile —dijo
Felicity.
—Buenas noches, entonces —dijo Lucy, despidiéndose de su hermana con un
abrazo.
A punta de fuerza de voluntad, Felicity logró dormir desde que Lucy dejó su
habitación. Y entonces pasó el desayuno y revisó su correo con la mente en
blanco, excepto por lo que debía hacer. Había decidido la noche anterior que
hacer, y no se atrevía a pensar en ello hasta que llegara el momento de llevar a
cabo el plan, para no poder echarse atrás.
Fue casi un alivio cuando el mayordomo apareció a diez para las once,
anunciando la presencia de Lord Waite en el salón. Ella guardó las cartas y tarjetas
en una desordenada pila en su escritorio, arreglándose el cabello antes de
descender las escaleras hacia el salón, donde un lacayo esperaba para abrirle la
puerta.
Lord Waite esperaba de cara a una ventana, y se volvió al oírla entrar. Estaba
vestido para montar, golpeando sus altas botas negra rítmicamente con su látigo.
—¿Y bien? —preguntó imperiosamente luego que el lacayo cerrara la puerta.
—¿Qué has decidido, Felicity? ¿Será un sí o un no?
—Sí —dijo ella. —He decidido casarme contigo.
Él soltó el látigo, acercándose a ella y tomándola entre sus brazos.
—No te arrepentirás —dijo. —Te daré todo lo que deseas —la besó.
Ella encontró, aliviada, que el beso fue bastante placentero.
—Nos vamos esta tarde —dijo él. —Llegaremos a mi propiedad al caer la
noche. La boda será mañana en la mañana. ¿Te alistarás?
—No —dijo ella. —No tan pronto, Edmond. Todavía debo cuidar de mi
hermana. Afortunadamente, ella decidió regresar a casa mañana. Debo
acompañarla. Podría enviar una doncella con ella, pero creo que es más fácil así. Si
viajas un día después, podemos encontrarnos en una villa cerca de mi casa, la que
sea más conveniente para ti.
Él vaciló.
—Quizás sea sensato que no nos vean marcharnos de Londres juntos —dijo.
—No queremos que el escándalo inicie demasiado pronto. Pero tendré que
esperar dos días más de lo planeado para hacerte mía, Felicity. Se me acaba la
paciencia.
—Dos días más —dijo Felicity, echándole los brazos al cuello, —y seré tuya por
el resto de tu vida, Edmond.
—Mmm —dijo él, rodeándola con sus brazos y besándola castamente. —Creo
que eres un mejor premio que cierto témpano con el que estaba prometido. Y
encontrarás que soy más entretenido que el cachorro aburrido que habías elegido
por marido. Quizás cuando estemos casados, podríamos intentar unir a esos dos.
Creo que se llevarían muy bien, ¿no crees, querida?
Se rió abiertamente antes de volverla a besar apasionadamente. Pasó casi
media hora antes de que se marchara. Acordaron no verse más hasta encontrarse
en una posada a seis millas de la casa Maynard, en dos días.
Capítulo 17
La Señora Maynard no cabía en sí de la emoción. Estos últimos meses habían
sido los más movidos de su vida. Ocho años antes, claro, había tenido el
inesperado honor de casar a Felicity con un hombre adinerado y con título, y en la
iglesia del pueblo además, pero se había visto algo empañado por el saber que ella
y su marido habían obligado a su hija a casarse con alguien que podía ser su
abuelo. La boda de Cedric había sido alegre, pero nada emocionante. La novia era
una vecina y la boda había sido vaticinada años atrás.
¡Pero este año! Había iniciado con el regreso de Felicity luego de tanto
tiempo, y tan bonita y elegante. Y adinerada. Luego sus tres hijas se habían
marchado a Londres por la Temporada. Se había ufanado de ese hecho bastantes
veces al reunirse con sus amigas a tomar el té. La Señora Maynard se había visto
muy satisfecha con todo esto durante un tiempo.
¡Pero ahora! Tres hijas comprometidas, una con un conde. Era casi demasiada
felicidad. Estaba tremendamente feliz por Felicity. Había pasado ocho años
cargada de culpa, sabiendo que Thomas y Felicity tenían un acuerdo y estaban
enamorados. Y ahora su historia tendría un final feliz después de todo. No habría
estado tan complacida si su hija mayor se hubiese comprometido con un duque.
¡Y Laura! La astuta Laura. La Señora Maynard se había enfadado tanto con su
hija cuando esta insistió en regresar a casa con sus padres en lugar de terminar la
Temporada. Después de todo lo que su Padre había gastado en sus guardarropas.
Podrían haberla hecho desmayar con una pluma dos días después, cuando el Señor
Maynard había ido a reunirse con ella en el salón, dónde ella hacía labor de
costura, para informarle que acababa de enviar al Señor Moorehead al jardín,
donde Laura esperaba. ¿Qué podía pedirle a Laura que no pudiese pedirle
directamente a ella? le había preguntado a su marido.
—No te puede pedir matrimonio, querida —respondió el Señor Maynard. —Ya
estás casada, y yo me encuentro demasiado feliz contigo para dejarte ir.
¡Pillo! Pero de verdad, jamás lo habría sospechado, y habría creído que Laura
tampoco, si la pícara esa no se hubiese presentado quince minutos después,
sonriendo de oreja a oreja de la mano del sonrojado vicario.
Dos hijas comprometidas maravillosamente. Creyó poder morir satisfecha. Y
entonces, el día después de eso, ser visitados por el mismísimo Conde de
Darlington. El corazón le había dado un vuelco. No sabía que lo traía a la casa, pasó
la media hora que duró la reunión entre este y su marido imaginándose toda clase
de catástrofes. Y entonces había encontrado que el conde era realmente un joven
muy agradable, y que había venido a hacer una oferta por Lucy. La querida Lucy, su
hija más pequeña por doce minutos.
Y ahora, como si el corazón no estuviese por estallarle, acababan de
aparecerse su hija mayor y la menor en la puerta, ambas como si acabaran de salir
de Bond Street. Lo único que pudo ser mejor era que hubiesen pasado por la villa
al llegar, pero no, vinieron por otro camino. Pero no importaba.
Las gemelas estaban tan alegres y exuberantes como Felicity las recordaba de
cuando había regresado por primera vez a casa. Luego del alegre recibimiento de
Mamá y el más callado pero igual de afectuoso de Papá, parecieron no necesitar la
compañía de nadie más. Se encerraron en el saloncito hasta que Mamá decidió
que era buen lugar para tomar el té, y luego de tomarlo y comer una tarta de jalea,
se marcharon juntas al jardín.
Pero Felicity sentía que las conocía mejor ahora. Podían reír y cuchichear y no
controlaban muy bien sus alegrías, pero eran chicas sensatas, para quienes el amor
era más importante que la ambición. Ambas estaban emocionadas, pero ella
estaba convencida de que amaban a sus respectivos elegidos genuinamente.
Desearía poder decir lo mismo para sí. Estaba en una extraña posición; amaba
a su prometido, del cual su madre no paraba de hablar, pero no al hombre con
quién había decidido casarse. Y en dos días estaría casada nuevamente, su futuro
sellado y Tom podría regresar a la vida silenciosa que amaba. El pensar en ello era
tan aterrador que Felicity se esforzó por concentrarse en lo que su madre decía.
Escuchó atentamente los planes que se habían hecho para la boda de Laura en
septiembre, y para la suya, más temprano de ser posible. La boda de Lucy, claro,
no podía planearse. Ella le había dejado claro a su madre que Darlington quería
una gran boda citadina. Pero tendrían la satisfacción de planearla con él cuando
llegara en un par de días. Era una lástima, dijo Mamá, que Felicity tuviese que
regresar apresuradamente a Londres mañana y perderse la visita del conde. Pero
era comprensible que quisiera regresar junto a Tom lo antes posible.
Felicity intentó mantener la mente en blanco por el resto de ese día. Si solo
pudiese hacerlo un día más. Luego de encontrarse con Lord Waite mañana, no
habría marcha atrás. Entonces podría relajarse. Y más el día después de casarse.
Podría pensar entonces, cuando fuese demasiado tarde para arrepentirse. Podría
pensarlo entonces como un amor que había florecido para ella dos veces, pero no
estaba destinado a ser.
Desafortunadamente para su decisión, Felicity se dio cuenta de pronto que
esta era la última vez que estaría en casa. Probablemente volvería a ver a su
familia, si es que estos lograban perdonarla por lo que haría, pero jamás podría
visitarlos nuevamente. Y contenía todos sus recuerdos de infancia, todos sus
momentos felices. Quizás esto no la habría golpeado tanto de estar conversando.
Pero Mamá y Lucy hablaban de bodas animadamente, y Laura estaba sentada algo
más lejos junto al Señor Moorehead y, comprensiblemente, solo tenían ojos el uno
para el otro. El Señor Maynard estaba en su poltrona junto al fuego, fumando
distraídamente de su pipa con expresión tranquila. Pero no parecía dispuesto a
conversar. Felicity estaba sentada frente a él, también aparentemente tranquila.
Pero el dolor de ser parte de esta idílica escena domestica sabiendo que jamás la
volvería a experimentar se hizo insoportable eventualmente.
—Voy a caminar un rato —dijo ella, levantándose.
—¿Vamos al establo? —preguntó su padre.
Pudo salvarse aceptando.
—No —dijo ella, inclinándose para besarle la frente. —Sé que cuando te
apoltronas frente al fuego con la pipa es que estás agotado. Quédate, Papá.
—Llévate un chal, Felicity —dijo su madre, interrumpiendo su conversación un
momento. —La tarde está refrescando, a pesar de lo caluroso del día.
Ella se paseó por el jardín principal, admirando los rododendros en flor y
aspirando su aroma. La tarde estaba preciosa. Prácticamente no necesitaba el chal.
Empezó a alejarse de la casa.
Para cuando se dio cuenta que había dado rienda suelta a sus pensamientos,
era demasiado tarde. Iba a perder a su familia nuevamente. Estaban tan
emocionados por su compromiso con Tom. Se decepcionarían al enterarse que se
había casado con otro y sin avisarles o dar explicaciones. El que se escapara los
lastimaría y no se sentirían cómodos con Lord Waite como parte de la familia. Ella
creía poder hacerlo un esposo tolerable si lograba retener su interés y fidelidad,
pero no lo imaginaba congraciándose con su familia. No lo sabía de seguro, pero lo
pensaba un engreído. Si, podía esperar que su matrimonio pusiese trabas en su
relación familiar, como el primero. No podría asistir a la boda de Laura, ya que
sería en la iglesia del pueblo. Y era posible que no la invitaran a la de Lucy. Incluso
si su hermana la quería allí, Darlington podría pensar que Lord Waite y su esposa
no eran invitados gratos, por el escándalo causado.
Este era el fin, entonces. Rozó la cerca que dividía el jardín del claro. Luego de
mañana no los volvería a ver, al menos no bajo circunstancias favorables. Y a Tom
no lo volvería a ver jamás. Oh, no, no debía pensar en él todavía. Apretó el paso,
trepando la cerca hacia el claro. Edmond. Debía pensar en él. Apuesto de manera
austera. Elegante. Atractivo. Impaciente por poseerla. Su noche de bodas sería
muy distinta a la primera. En dos noches. En dos noches estaría en su lecho, su
esposa. Apretó el paso nuevamente, sintiendo la grama alta del claro rozarle las
pantorrillas y tirarle de la falda.
Tom. Ayer había sido horrible. El peor día de su vida. No, no era verdad. Pero
si había sido un mal día. Él había llegado temprano a invitarla a pasear. Era un día
agradable, y él había considerado necesario salvarla del tedio de recibir visita toda
la tarde. Ella había aceptado y habían charlado animadamente un rato hasta que
no pudo soportarlo y guardó silencio. Esta es la última vez, se dijo uno y otra vez. Y
lo había mirado con desespero, examinando sus manos, grandes, cuadradas y
capaces; y su cabello, siempre algo largo; y su rostro, con sus curiosos ojos
sonrientes, y los hoyuelos en sus mejillas, el izquierdo más pronunciado, ya que él
solía sonreír de lado. Lo había escuchado con desespero, su voz profunda y suave,
su risa genuina. Y había intentado memorizar todo esto, sabiendo de antemano
que era inútil, que los recuerdos se emborronarían en menos de una semana.
Tom había sido muy amable. Le había preguntado sobre la noche anterior. Le
había preocupado verla ir a la terraza con Lord Waite, y más aún al ver que no
estaban en la terraza. No sabía si debía ir tras ella para protegerla. Y por primera
vez, Felicity le mintió. Le había dicho que solo habían paseado, y que Lord Waite
no le había vuelto a pedir que fuese su amante. También había mentido respecto a
su viaje al campo. Dijo que se sentía en la obligación de acompañar a Lucy.
Probablemente se quedaría unos días antes de regresar. No, no era necesario que
Tom las escoltara. Ya había regresado brevemente a casa. Ella no esperaba que
hiciera el viaje tan pronto. Lo vería al regresar.
Cuando la llevó de vuelta a casa a tiempo para cambiarse para cenar, ella le
había pedido que la excusara del musical que habían planeado ir a ver esta velada.
Arguyó que necesitaba descansar para el viaje de mañana. En realidad, no podía
soportar el dolor. Mejor despedirse ahora, de repente, bajo la luz del sol, con un
lacayo sosteniendo la puerta.
—Gracias, Tom —le había dicho. —Espero no te moleste. Te veré en unos días
—y entonces, sin saber por qué, especialmente con el lacayo en medio, Felicity se
inclinó a besar la mejilla de Tom. La última vez, la verdadera última vez que lo
tocaría.
Felicity se encontró al fondo del claro, aferrada a la cerca que lo dividía de la
plantación de maíz, casi invisible en el crepúsculo. Debía escribirle una carta a Tom
mañana temprano. Era justo que él se enterara de todo para poder marcharse a
casa antes de que ella regresara a Londres como Lady Waite y se corriera la noticia
de su apresurado casamiento. Sería una carta difícil de elegir. Apoyó los brazos de
la cerca y escondió el rostro entre ellos.
Mejor aún, pensó, enderezándose, regresaría a casa y escribiría esa carta
ahora mismo. Quizás entonces pudiese dormir. Se regresó por el claro, la tarea
adelante pareciéndole cada vez peor. Para cuando estuvo cerca del jardín, buscaba
excusas para retrasar lo inevitable. Iría al cedro. Se despediría de su antiguo lugar
de encuentros, de su hogar y felicidad juvenil, y de Tom.
Estaba ya algo oscuro entre los árboles, pero a Felicity no la asustó. Conocía
tan bien el lugar que estaba segura de que no importaba cuanto tiempo pasara,
sería capaz de encontrar el camino. Pudo ver el arroyo adelante, brillando bajo la
luz mortecina.
A solo unos pasos del cedro notó, con un vuelco al corazón, que alguien se
apoyaba contra el mismo.
—¿Quién está allí? —preguntó secamente.
—Soy yo, Flick —dijo Tom. —Cedric y yo nos habríamos burlado
horriblemente de ti hace tiempo si no hubieses sido capaz de acecharnos con más
silencio que ahora. Debiste pisar todas las ramas entre la cerca y aquí.
—¡Tom! —exclamó ella. —¿Qué haces aquí, rondando como un fantasma?
—Tratando de decidir si debía ir a la casa o no —respondió él tímidamente.
—¿Qué?
—Vine desde Londres a verte, y caminé hasta aquí desde mi casa, y entonces
me dieron nervios de último minuto. No sabía si me recibirías.
—¿Por qué no te recibiría? —preguntó ella, acercándosele. —¿De qué hablas,
Tom?
Él sonrió, pero incluso en la penumbra ella pudo ver el temor en sus ojos.
—Creí que pensarías que te seguía —dijo él, —primero a Londres y ahora aquí.
Es que no podía sacarme de la cabeza que algo andaba mal y podías necesitarme.
—Estoy a salvo, como ves —susurró ella.
—Fue ayer y el día antes —dijo él. —No sé exactamente qué pasó. Era como si
tuvieras un muro en la mirada. No me incumbe, claro. No tienes que decirme. Pero
siempre lo has hecho, Flick. Siempre hemos compartido lo que pensamos. ¿Te
puedo ayudar con lo que te molesta?
—No, Tom, claro que no —dijo ella, posándole una mano en el pecho y
quitándola apresuradamente. —Oh, si, debo decirte. Debí decirte ayer. Iba a
escribirte esta noche, pero ahora debo decírtelo, Tom. No puedo creer que estés
aquí. Es como un sueño —había empezado a pasearse por la rivera del arroyo,
agitada.
—¿Qué pasa, Flick? —dijo él, sin moverse de debajo del árbol. —¿Qué te
agobia?
—Tengo que irme —dijo ella, —mañana. Ya no lo soporto, Tom, esta
incertidumbre, vivir una mentira. No puedo esperar hasta el fin de la Temporada
para revelar que nuestro compromiso es falso. No es justo para ti. Por eso me
marcho. Eres libre de hacer lo que quieras, Tom. Sé que no te gusta Londres.
Toma, te regreso tu anillo para no tener que confiárselo a un mensajero.
—Déjatelo en el dedo, Flick —dijo él. —No quiero perderlo en la oscuridad. ¿A
dónde vas?
—Regreso a casa —dijo ella. —Beatrice está enferma. Oh, no, eso no es
verdad. Viviré allá hasta decidir qué hacer. No —ella se detuvo frente a él,
mirándolo desesperada. —No te puedo mentir, Tom. Te enterarás tarde o
temprano. No puedo decirte a dónde voy. Lo sabrás pronto.
—Es Waite, ¿verdad? —dijo él secamente. —Te convenció. Serás su amante.
—No —dijo ella.
—Oh, Flick —dijo él, aferrándola por los brazos con tanta fuerza que la hizo
hacer un gesto de dolor, —por favor no hagas eso. Eres una mujer maravillosa, y
tienes mucho más que belleza física. Tienes tanto que ofrecer. No necesitas ser la
amante de ningún hombre, mucho menos la de él. Es un tipo que solo ha buscado
satisfacer sus deseos adultos. Te descartará apenas se harte de tu devoción.
—No es lo que crees —dijo ella, apoyándole las manos en el pecho y mirando
su rostro oscurecido. —Pero debo irme. No intentes retenerme. Estoy muy
vulnerable en este momento.
—¿Lo amas lo suficiente para entregarle tus sueños y esperanzas? —dijo él,
rozándole la mejilla con el dorso de los dedos. —Mejor cásate conmigo. Al menos
te trataré con el respeto que mereces.
—Tom —susurró ella, —no, por favor.
—¡Dios! —exclamó él, abrazándola de pronto. —No lo hagas. Cásate conmigo.
¿Sería tan terrible? Te agrado, Flick. Estarías cómoda conmigo. Podría llevarte a
Londres de vez en cuando. Podríamos viajar, si quieres. Solo no te cases con él.
Dios, no soporto la idea de que te ponga las manos encima.
—Tom —dijo ella, apartando el rostro de su hombro. Su nombre se le escapó
con un sollozo.
Él la besó.
Su boca la cubrió, demandante, su lengua pasando la barrera de sus dientes
para acariciar el interior de su boca. La apretó contra él, sus pechos contra su
casaca, sus manos abiertas contra su espalda. Pero no fue necesario. Felicity le
respondió con su propia pasión fogosa. Él ya no era Tom, su amigo. Ni siquiera era
Tom, el hombre que más amaba sobre todas las cosas. Era Tom, su amante de
hace ocho años, el amor de su vida, su otra mitad. Y mientras sus manos se movían
a sus hombros, aferrándose a su cuello y su cabello, a ella dejó de importarle tener
que dejarlo mañana, que el día después de mañana se convertiría en la esposa de
otro hombre. No le importó tener toda una vida para revivir este momento y
lamentar su amor perdido. Solo le importó que los brazos de Tom la abrazaban,
que su cuerpo estaba apretado contra el suyo, su boca sobre la suya. Esta noche,
este momento era su vida, toda su vida, y ella lo viviría.
Sollozó cuando la boca de él se movió de la suya a su cuello.
Las manos de él bajaron a su escote, apartando ansiosamente el chal y
bajándole las mangas, hasta que pudo acariciarle los pechos.
—No llores —decía él, —no llores, amor mío. Todo estará bien. Haré las cosas
bien por ti. No llores —y entonces le sujetó las mejillas, besándola tiernamente.
—Tom —susurró ella contra su boca, —hazme el amor.
Él la abrazó, apretándola contra sí. Ella esperó su rechazo, a que regresara a
sus sentidos. Estaban en el mismo lugar de hace ocho años, pero ahora ella sabía
el resultado. Cerró los ojos y esperó el fin.
Él tomó la cinta que sujetaba su vestido y la soltó, haciendo que cayera al
suelo y dejándola solo con su chemise. Tom la besó tiernamente mientras se
quitaba la casaca y la tendía en el suelo. Entonces la acostó allí. Ella se quedó muy
quieta mientras él la desvestía y luego a sí mismo. Entonces lo abrazó.
El mañana no existía, tan poco importante como el futuro. Solo hoy
importaba, este momento de amor con Tom. No hubo un segundo de miedo, ni
duda en ella mientras la lengua de él la exploraba en la oscuridad. Le cumplirían
uno de sus mayores deseos de su vida y eso la hacía feliz. Tom sería el primer
hombre en poseerla. Cuando la pasión los hizo asumir posiciones, ella se aferró a
él y aguantó el aliento, esperando el momento que le había sido negado durante
ocho años.
La necesidad de Tom era grande. No la penetró con cuidado. No sabía que
debía tenerlo. La penetró, solo dándose cuenta de la verdad cuando ya era
demasiado tarde para preservarla del dolor y el sollozo involuntario.
—Oh, Dios —dijo él. —Dios, Flick.
—No, no te detengas —chilló ella. —No te detengas, Tom —y le clavó las uñas
en la espalda.
La única vez, la última vez, pensó ella, triunfante mientras Tom la penetraba
una y otra vez, hasta que ya no pudo pensar, sino solo arquearse y aferrarse a su
cuerpo hasta que todo estalló a su alrededor y ya no era solo una mitad, sino un
ser completo.
Yacía en el suelo, aún sobre su casaca, acurrucada contra su cuerpo cálido y
húmedo, medio cubierta con su chal y vestido para preservar el calor cuando
regresó a sus sentidos. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni donde había
estado hasta ahora. La luna ya estaba alta en el cielo. Podía ver a Tom junto a ella,
mirándola intensamente.
—Gracias —susurró ella.
—¿Gracias?
—Sabías que te necesitaba —dijo ella. —Siempre quise que fueras el primero,
Tom. Ahora siempre podré recordar esto.
—Aún no sé cómo resulté ser el primero —dijo Tom. —Pero eso no es tan
importante como asegurarme de ser el último. Nos casaremos antes de regresar a
Londres, si es que quieres regresar.
—Tom —dijo ella con una sonrisa algo adormecida. —No te pedí que hicieras
esto para forzarte a casarte conmigo. Lo hice para liberarte.
Él se alzó sobre un codo, frunciendo el ceño.
—¿De qué hablas, Flick? —preguntó. —Acabas de darme tu respuesta. Eres mi
esposa, incluso si la ceremonia ocurre después de la noche de bodas.
—No, está bien —dijo ella. —No debes sentirte en la obligación de casarte
conmigo. No me sedujiste. Yo te seduje —ella le acarició la mejilla. —Sé que te
gusta tu existencia tranquila de soltero. Me dijiste varias veces que no buscas
esposa. No seré una carga para ti, Tom. Te amo demasiado para hacerte eso. No te
preocupes, no seré la amante de Lord Waite. Seré su esposa.
Ella apartó la mano de golpe al ver la expresión de Tom. Por primera vez en su
vida, tuvo terror de él. Creyó que le pegaría.
—Te puedes olvidar de eso —dijo él, en un tono tan amenazante que ella casi
no lo reconoce. —¿Me crees capaz de poseerte, Flick, solo para regresar a mi vida
de soltero, contento al poder pasarle mis sobras a alguien? Acabo de poseerte, mi
niña. Acabo de hacerte mi mujer. Y solo sobre mi cadáver dejaré que otro ponga
sus manos en mi mujer. Quizás no me ames como yo a ti, Flick, pero sé que no
amas a Waite. No te me habrías entregado de ser así. Lamento si te decepciona,
en caso de que de verdad quisieras vivir sin mí. Pero es demasiado tarde ahora.
Llevas mi anillo y consumaste nuestro matrimonio de buena gana. No te dejaré
escapar. Y si Waite quiere reclamar, bien puede ir escogiendo sus armas.
—Tom —dijo ella, muy quieta. —¿Me amas?
—Por supuesto que te amo —rugió él.
—No —dijo ella, —quiero decir, ¿de verdad? ¿Sientes que no estás vivo
cuando no estás conmigo, como si fueses solo media persona y solo yo puedo
completarte?
Ella lo vio sonreír lentamente, sus dientes brillando a la luz de la luna.
—¿Cómo me describes con tanta facilidad? —preguntó.
—¡Porque yo soy tu otra mitad, chico idiota! —exclamó ella.
—Se me había olvidado ese mote —rió él. —La última vez que me lo dijiste fue
cuando te empujé al arroyo.
—Y todos estos años culpé al pobre Cedric —dijo ella.
—Flick —dijo él, de pronto serio. —Amor mío, ¿es verdad?
—¿Te habría dejado poseerme de no ser así? —preguntó ella.
De pronto se abrazaron nuevamente, riendo y besándose con abandono.
—¡Oh, cielos! —exclamó ella de pronto. —Mamá y Papá deben estar
reuniendo un grupo para buscarme. Tom, alguien puede llegar en cualquier
momento. ¿Dónde está mi ropa? ¿Qué pensarán, Tom? Estoy toda despeinada.
Ayúdame.
—Tranquila —dijo él, risueño. —No nos vemos mal, pero lo suficiente como
para que entiendan cuando les digamos que queremos casarnos la próxima
semana.
—¿La próxima semana? ¿De verdad? Oh, Tom, pero pasado mañana me caso
con Lord Waite. Digo…oh, vaya.
—Aquí está tu otro zapato —dijo Tom. —¿Tienes todo? Está bien, querida.
Caminaremos tranquilamente de vuelta a casa, y me contarás todo este ridículo
plan que tramaste. Yo me encargaré de todo. Pero debes contarme. No caigas en
pánico.
—Oh, Tom —dijo ella, tomándolo del brazo y apoyándose de él, —si supieras
lo mucho que he querido confiar en ti completamente. No soy la viuda fuerte y
autosuficiente que todos creen. ¿De veras puedo dejar que te encargues de todo?
¿No debo preocuparme más?
—De lo único que debes preocuparte es de ver si podemos tener esos seis
hijos antes de que cumplas treinta. Hay gemelas en tu familia, después de todo.
—Oh, Tom —dijo ella, apoyando la mejilla en su hombro. —De verdad te amo.
Él le rodeó la cintura con un brazo, apretándola contra sí.
—A riesgo de sonar repetitivo —dijo, —yo también te amo, querida.

Fin.

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