Encantar A Un Duque Malvado - Christi Caldwell (THoaD)

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Encantar a un Duque Malvado


The Heart of a Duke Series (13)

Christi Caldwell

Traducción: Manatí
Lectura Final: Bicanya

Un diablo disfrazado
Hace años, cuando Nick Tallings, el reciente Duque de Huntly, vio a su
familia destruida a manos de un noble despiadado, juró venganza. Pero sus
esfuerzos habían sido inútiles, ya que su enemigo, Lord Rutland, no tenia
debilidades.

Hasta ahora...
Con su rival al fin felizmente casado, Nick puede poner en marcha su
despiadado plan. Su estratagema depende de la inocente cuñada de Lord
Rutland, Justina Barrett. Nick la arruinará, se casará con ella y luego la dejará con
el corazón roto.

Una dama soñando con amor


Desde el momento en que Justina Barrett hace su Presentación, ella es
etiquetada como un Diamante. Incluso con su despiadado padre decidido a
venderla al mejor postor, Justina nunca renuncia a su esperanza de encontrar un
caballero bueno y honorable que valore su ingenio más que su apariencia.

Una reunión no tan casual


La estratagema de Nick para atrapar a Justina encaja perfectamente en las
calles de Londres. Con cada encuentro cuidadosamente orquestado, se desliza
más y más dentro del corazón de la dama, sin anticipar que Justina, con su
ingenio y fuerza, derribará sus propias defensas. A medida que los planes de Nick
comienzan a desmoronarse, queda por determinar qué es más importante: el
amor de Justina o su voto de venganza. Pero, ¿puede Justina perdonar al duque
que la engañó?

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

¡Para nuestros lectores!

El libro que estás a punto de leer, llega a ti debido al trabajo


desinteresado de lectoras como tú. Gracias a la dedicación de los
fans este libro logró ser traducido por amantes de la novela
romántica histórica—grupo del cual formamos parte—el cual se
encuentra en su idioma original y no se encuentra aún en la versión
al español, por lo que puede que la traducción no sea exacta y
contenga errores. Pero igualmente esperamos que puedan disfrutar
de una lectura placentera.

Es importante destacar que este es un trabajo sin ánimos de lucro, es


decir, no nos beneficiamos económicamente por ello, ni pedimos
nada a cambio más que la satisfacción de leerlo y disfrutarlo. Lo
mismo quiere decir que no pretendemos plagiar esta obra, y los
presentes involucrados en la elaboración de esta traducción quedan
totalmente deslindados de cualquier acto malintencionado que se
haga con dicho documento. Queda prohibida la compra y venta de
esta traducción en cualquier plataforma, en caso de que la hayas
comprado, habrás cometido un delito contra el material intelectual y
los derechos de autor, por lo cual se podrán tomar medidas legales
contra el vendedor y comprador.

Como ya se informó, nadie se beneficia económicamente de este


trabajo, en especial el autor, por ende, te incentivamos a que sí
disfrutas las historias de esta autor/a, no dudes en darle tu apoyo
comprando sus obras en cuanto lleguen a tu país o a la tienda de
libros de tu barrio, si te es posible, en formato digital o la copia física
en caso de que alguna editorial llegué a publicarlo.

Esperamos que disfruten de este trabajo que con mucho cariño


compartimos con todos ustedes.

Atentamente

Equipo Book Lovers

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Prólogo
Suffolk, Inglaterra
1807
El diablo había venido a reclamar lo que le correspondía.
El rítmico chasquido del bastón del mismísimo Diablo sobre el suelo de
madera y el lento arrastrar de su pierna derecha resonaban en la absoluta
quietud que las sombras no permitían. Desde su posición al final del
pasillo, Dominick Tallings apretó su copia de Evelina contra su pecho.
Agachó la cabeza al doblar la esquina y frunció el ceño. ¿Este es él? Se quitó
las gafas de leer y, entrecerrando los ojos, se las metió en la chaqueta.
¿Este era el hombre que tenía a su padre sollozando de sol a sol? ¿Quién
tenía a mamá encerrada en sus habitaciones con las cortinas cerradas? ¿Este
era el hombre que en última instancia había visto terminar el tiempo de
Dominick en Harrow, y lo había hecho regresar a Suffolk? Todo indicio de
fuerza que transmitía su impresionante estatura y su forma de hombros
anchos, se vio destrozado por esa cojera.
Sin embargo, el forastero caminaba por estos salones como si fueran de
su propiedad. Sin el beneficio del sirviente, cuya escolta había rechazado.
La tabla del suelo bajo los pies de Dominick gimió en protesta,
rompiendo el silencio. El Diablo giró con tal velocidad que Dominick se
quedó congelado, inmóvil. Incluso con la longitud de la sala oscurecida, la
falta de alma de aquellos ojos castaños oscuros brillaba, resplandeciente de
oro: el color de la codicia y la riqueza.
El Marqués de Rutland lanzó una mirada fría y desinteresada sobre su
temblorosa persona. Luego, con pasos precisos, continuó hacia adelante,
hasta desaparecer al doblar la esquina. El débil clic de la puerta del
despacho de su padre abriéndose y cerrándose significó que la reunión
nocturna había comenzado.
Con el corazón golpeando su caja torácica, Dominick se abrió paso
rápidamente por el pasillo, evitando las desgastadas tablas del suelo que
crujían. Conteniendo la respiración, se detuvo frente al despacho de su
padre.
—Estás oficialmente sin tiempo, Tallings—. El tono apagado del
marqués correspondía al Diablo que pretendía ser.
—Tengo una familia. Un hijo, una hija, una esposa—. ¿Acaso esa súplica
débil y raída pertenecía a su otrora alegre papá? —Nos destruirá.
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Tu familia no es mi responsabilidad—, dijo el marqués. El hielo


patinó a lo largo de la columna vertebral de Dominick y éste hundió los
dedos en su libro. —Tus fallos sí lo son.
—¿Por qué hace esto?— suplicó papá.
El susurro amenazante de Lord Rutland perforó la tranquilidad. —
Tienes hasta el final de la semana para pagar tu deuda.
El clic-clac-clac-clac del bastón del marqués indicó que el hombre se
movía. Dominick retrocedió apresuradamente, tropezando consigo mismo.
Tropezó y el libro salió volando de sus manos, por el aire, mientras él
aterrizaba con fuerza sobre sus nalgas. El dolor le subió por la columna
vertebral. La puerta se abrió. Ignorando su malestar, miró frenéticamente a
su alrededor mientras Lord Rutland entraba en el vestíbulo y cerraba el
panel de madera tras él. El marqués se acercó cojeando. Y luego se detuvo,
imponiéndose sobre él.
A Dominick se le secó la boca.
El marqués le dirigió una mirada gélida a su figura temblorosa. Luego, lo
rodeó. Como si él no importara. Como si no valiera la pena gastar un —
perdón— en él.
Dominick miró sin pestañear la silueta del hombre que se retiraba. —
Eres un monstruo—. Esas palabras infantiles resonaron en las paredes y se
encogió cuando el marqués volvió a girar para enfrentarse a él. Luchando
por el valor, Dominick continuó. —Mi padre ha dedicado su vida a Tallings
Iron y tú vienes aquí—, lanzó un golpe al aire con la mano, —y llevas a mi
padre a la bancarrota. Nos dejas en la miseria. ¿Sin siquiera una disculpa?—
Las lágrimas llenaron sus ojos. Entonces, ¿de qué serviría una disculpa?
Una dura sonrisa apareció en los labios de Lord Rutland. —Si no
aprendes nada más, debes saber esto: nunca te disculpes por lo que eres o
por lo que has hecho. Puede que me desprecies, por acciones de las que tu
padre es culpable, pero yo soy dueño de lo que soy. Tu padre no—. Y luego,
con una exasperante displicencia, el marqués continuó su lento caminar
por el pasillo.
Una lágrima corrió por la mejilla de Dominick y se la enjugó con rabia.
—Algún día destruiré a la gente que amas—, juró. Su voz tembló con la
fuerza de su odio. ¿De dónde había salido esa atrevida amenaza? ¿De dónde,
cuando el miedo lo recorría en oleadas?
El marqués se limitó a mirar por encima del hombro. El dolor parpadeó
brevemente en los ojos del hombre y luego desapareció, por lo que
Dominick se preguntó si simplemente lo había imaginado. —No amo a
nadie. Harías bien en aprender ahora que la venganza y el odio te harán
mucho más fuerte que el amor—, dijo Lord Rutland, sacudiendo la barbilla

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

hacia él. —Verás, dejaré esta casa y a tu familia y no volveré a pensar en ti, y
de ahí viene la fuerza.
Con eso, el caballero se fue.
Dominick se quedó tirado en el suelo. Con miedo a moverse. Con miedo
a respirar. Se sentó con el reloj marcando los segundos.
No tenemos nada...
Desde el interior de la casa de campo, el llanto silencioso de su madre
penetró en las delgadas paredes de su hogar. Llorando. Ella siempre estaba
llorando. Lo había hecho desde que él llegó a casa hacía quince días.
Abandonando su libro, se puso en pie, atraído por el sonido de la
desesperación de su madre. Se detuvo frente a sus habitaciones. La puerta
se abrió y el débil resplandor de una vela se derramó en el pasillo. Sentada
en el borde de la cama, de espaldas a él, mamá temblaba como un frágil
junco atrapado en una tormenta de viento.
La preocupación le anudó las entrañas y lanzó una mirada al pasillo en
dirección al despacho de su padre. ¿Qué le ocurriría cuando descubriera las
exigencias de Lord Rutland a papá? Alejándose de su habitación, se detuvo
frente a los aposentos de su hermana. Pulsó el pomo y metió la cabeza
dentro. Apenas un año mayor que él, Cecily había asumido más
responsabilidades estos últimos días de las que cualquier chica debería
conocer.
Mamá dijo que lo perderíamos todo, Dominick, y el abuelo no tendrá más remedio
que acogernos.
Su respiración tranquila y homogénea indicaba que dormía, resguardada
en este momento de la tristeza de su madre. Por ahora, intacta. Dominick
cerró el panel de roble tras de sí.
Un inquietante escalofrío persistía en el aire de medianoche. Dudando,
echó una mirada a la puerta de su habitación, sin querer nada más que
buscar sus habitaciones y olvidarse del negocio fallido de su padre, de la
miseria de su madre y de los temores de Cecily. Quería enterrar su cabeza
en la obra de Byron y recordar cómo había sido todo una vez... pero estaba
papá.
Con un suspiro, comenzó a recorrer el pasillo. Dominick golpeó una vez.
—¿Papá?— El silencio sonó con fuerza. Volvió a golpear. —¿Papá?— Pulsó
el pomo de la puerta y entró en el despacho poco iluminado. Parpadeó,
enfocando la habitación. Drip Drip Drip. Dominick entrecerró los ojos, y su
mirada se dirigió a la botella de coñac volcada que dejaba los restos de la
botella en el suelo. Se le secó la boca y dio otro paso vacilante hacia
adelante.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Luego se congeló. Se quedó paralizado en un interminable momento de


horror.
—Papá—, susurró, con el estómago revuelto. El resplandor de una vela
solitaria proyectaba sombras sobre el cuerpo sin vida de su padre -con la
boca abierta en un grito silencioso y los ojos desorbitados- mientras se
balanceaba de un lazo improvisado desde las vigas. Dominick entró a
trompicones y luego cerró la puerta con llave. Mientras se apoyaba en ella,
pidiendo apoyo, luchó por respirar.
Dominick cerró los ojos con fuerza. No mires. No mires. Porque si miraba,
lo haría realidad. El pánico aumentó, amenazando con hundirlo.
¡Detente!
Por Cecily y mamá tendría que ser fuerte. Se obligó a abrir los ojos. Con
la intención de evitar la figura de su padre, que se retorcía en el silencio,
Dominick se acercó al escritorio desordenado. Sus hombros temblaban bajo
la fuerza de sus lágrimas. Aspiró un sollozo estremecedor y abrió un cajón.
Buscando en el interior, sus dedos chocaron con el frío metal.
Colocó la navaja entre los dientes y enderezó la silla volcada bajo el
cuerpo colgante de su padre. Se subió a la silla de roble y se obligó a mirar.
Sus ojos se encontraron con los de su padre, abultados y sin vida. Un
gemido brotó de los labios de Dominick y rápidamente tomó el cuchillo.
Procedió a cortar la tela de terciopelo utilizada como lazo improvisado.
Él había destruido las cortinas de mamá. El sudor se acumuló en su
frente. Mientras sus brazos se esforzaban, se concentró en el dolor. En
cualquier cosa menos en los rastros de lágrimas que aún quedaban en las
mejillas de su padre, antes sonrientes. El hedor de los licores abofeteó la
cara de Dominick. Papá rara vez se entregaba a los licores. Ahora, sería el
último aroma que llevaría en su persona. La cuerda se rompió y Dominick
tropezó. Con un gruñido, se cayó, aterrizando con fuerza sobre su espalda.
Su cuerpo silenció la caída de la figura inclinada de su padre mientras caía
sobre él.
Un zumbido llenó los oídos de Dominick mientras miraba las vigas de
arriba. Todavía está caliente. ¿Cuándo empezaba a enfriarse un cuerpo? No
supo cuánto tiempo estuvo allí tumbado. Tal vez segundos. Tal vez
minutos. Tal vez más tiempo. Hizo rodar el cadáver de su padre y comenzó
a arrastrarlo hasta su querido sillón de cuero. El sudor picaba los ojos de
Dominick y se mezclaba con las lágrimas. Sus brazos se tensaron bajo el
esfuerzo de levantar el cuerpo sin vida de su padre, y se concentró en el
odio que se encendía. Alimentándolo. Haciéndolo más fuerte.
Adormecido, Dominick contempló durante unos instantes al que fuera
su gran héroe. Con dedos que temblaban, cerró los ojos de su padre.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Y mientras se escabullía del despacho de papá, ahora ordenado, con la


ropa y la corbata de su padre bien arregladas y la evidencia de su acto
cobarde bien escondida, Dominick descubrió que el Marqués de Rutland
tenía razón. La venganza y el odio lo harían mucho más fuerte.
Endureció su mandíbula. Y por papá, algún día se vengaría.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 1
A las afueras de Londres
Inglaterra, 1820
Había diferentes niveles de maldad.
Algunos hombres llevaban esa negrura transparente con cada uno de
sus actos, con cada una de sus palabras. Otros hombres tenían almas
contaminadas que sólo el mismo diablo podía ver y conocer.
Saciado y ahora aburrido de una interminable noche de sexo, Nick
Tallings, el Duque de Huntly, contemplaba con ojos hastiados los
querubines del mural de arriba. Aquellas criaturas regordetas y aladas
bailaban en medio de un cielo azul pálido. Sólo un tonto ángel de mejillas
gordas revoloteaba demasiado cerca de la tierra, con una serpiente cerca de
sus pies. Esto hablaba al final del querubín sonriente de mejillas rosadas.
Sonrió fríamente. Eran los incautos los que al final siempre se arruinaban.
Su padre había sido la prueba de ello. La sonrisa de Nick se marchitó y
balanceó las piernas sobre el costado de la enorme cama de cuatro postes.
Dos brazos de color blanco crema le rodearon la cintura. La sensual
dueña de ellos apretó sus pechos contra su espalda. —No me digas que ya
te vas—, respiró contra su oído. Le pasó la lengua por el lóbulo. —Eres lo
único que me mantiene cuerda en el campo, cariño—. Había una súplica
ligeramente desesperada. Lady Marianne Carew, una dama que una vez fue
anunciada como un Diamante de la Primera Agua. Qué rápido cae una
persona.
Entonces, él bien lo sabía.
Nick apartó su mano. —Difícilmente llamaría a East Grinstead el
campo—, dijo en tono gélido. Tomó sus pantalones y metió una pierna y
luego la otra.
La dama se dejó caer de espaldas y se estiró como un gato en su flexible
gracia. Sus pechos con puntas rojas se balancearon con ese ligero
movimiento. —Oh, Huntly—, hizo un mohín. —Sabes que no puedo volver
a Londres.
Él lo sabía. Aumentaba la comodidad general de tratar con una víbora
como ella. No es que tuviera ningún reparo en tratar con pecadores cuyas
almas eran tan negras como la suya. Ella había demostrado ser una
distracción lujuriosa y, más aún, inestimable en cuanto a la información
que había entregado sobre el Marqués de Rutland. El hombre que había
destruido a su familia. Un enemigo compartido era algo poderoso. Nick

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

sonrió fríamente. Al parecer, Rutland se había saltado esa lección en


particular. —Hemos terminado aquí—, dijo, sin rodeos.
Todo rastro de sueño desapareció de su voz. —¿Terminamos?—, chilló
ella. La cama crujió con su repentino movimiento cuando se levantó, una
muestra de carnalidad en toda su exuberante desnudez.
—Los dos recibimos lo que deseábamos en pareja—, dijo con frialdad,
poniéndose la camisa. —Y fuimos bien complacidos por ello—.
La sirena, infelizmente casada con un anciano barón, le había
proporcionado innumerables noches de placentera diversión. Su utilidad,
sin embargo, había llegado a su fin. —Tengo más información sobre él—.
Desaparecidos todos los vestigios anteriores de desesperación, la ronca
promesa lo hizo recapacitar lentamente.
—¿La tienes?—, preguntó con un tono deliberadamente neutro. Hacía
tiempo que había aprendido a revelar poco de sus pensamientos o
sentimientos. A delatar poco. Había pasado años elaborando con pericia
una máscara, de modo que a los veintisiete años era la única piel que
conocía.
Marianne se levantó de la cama y se acercó con pasos largos y lánguidos
que mostraban artísticamente su bien formada figura. —Lady Rutland dio
a luz a su tercer bebé.
Ahí estaba. La información que había estado esperando. Nick se ajustó
el corbatín y se dispuso a anudarlo en un arreglo descuidado que habría
hecho llorar a su ayuda de cámara. —¿Lo hizo?— El embarazo más reciente
de la marquesa era lo que le había permitido poner en marcha su plan.
—Ah, pero eso no es todo—, se burló ella.
—¿Oh?
—Fue un parto muy difícil. Los periódicos dicen que casi muere en el
parto. Y el bebé está débil—. Un deseo enfermizo brilló en los ojos de la
dama. Mientras acariciaba una mano sobre su pecho, contuvo la
respiración.
Su depravación habría repelido a un hombre más honorable. Nick no
había sido tan tonto de voluntad débil en muchos, muchos años. —¿Tu
información es fiable?—, preguntó él, impaciente.
—Por supuesto—, ronroneó ella.
Se abrió paso entre las prendas tiradas al azar la noche anterior y tomó
su chaqueta.
—Seguro que eso te excita tanto como a mí—, insistió ella.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Y así era. Pero no por las mismas razones que la volvían loca a ella. Una
vez más, le rodeó la cintura con un par de brazos largos y delgados y le
acarició con sus hábiles dedos la parte delantera de los pantalones. El
miembro de él saltó por reflejo bajo sus atenciones.
—Ya veo que sí—. Su risa baja y gutural salió de sus labios, pero
terminó en un agudo jadeo cuando él le agarró la muñeca y la apartó.
—Tengo asuntos que atender—. Lo suavizó sacando un monedero y
arrojándoselo. Las monedas siempre la hacían feliz.
La dama lo atrapó fácilmente en sus codiciosos dedos. —No soy una
puta—. Sus labios formaron un suave mohín de desagrado. Luego, abrió de
un tirón el bolso y recorrió con su mirada el contenido con avidez,
mostrando la profundidad de su avaricia.
—Todos somos putas de una manera u otra, madame—, dijo él
escuetamente.
La baronesa se acercó el bolso al pecho y lo miró. —¿Cuándo te volveré a
ver?—
Nick no se interesaba por las mujeres apegadas. Disfrutaba de su placer
cuando y donde quería, y al diablo con los enredos emocionales. En
silencio, se acercó a la silla y rescató su capa. —Nunca.
—Nunca—, repitió ella. El saco de terciopelo se le escapó de los dedos y
cayó al suelo con un ruidoso tintineo. —Pero...
—No hagas de lo que compartimos más de lo que fue—, dijo él,
implacable en su honestidad. Se abrochó la capa al cuello y se dirigió a la
puerta. Con sus planes, no podía permitirse el lujo de estar ligado a una
amante.
El grito de ella estalló en la habitación y, con una velocidad felina, corrió
por el suelo y se colocó entre él y la puerta, impidiéndole la retirada. —Pero
me necesitas—, dijo rasposamente. —No puedes llevar a cabo este plan sin
mí—. Él apretó la boca, repelido por su desesperación. La desesperación era
lo que había iniciado a Nick en este viaje. Había acabado con la vida de su
padre y dejado a los Tallings destrozados.
—¿No puedo llevarlo a cabo sin ti?—, repitió. Su humor seco subió el
color furioso a sus mejillas.
—Pero-pero, fui yo quien te habló de la afición de la señorita Barrett por
las tontas novelas góticas y su fascinación por los sombreros. Si no fuera
por mí, no sabrías nada de ella.
—¿Crees que necesito más ayuda de ti para seducir a la cuñada de
Rutland?— Su plan ahora debía ponerse en marcha. Según los informes de
las columnas de chismes, la Señorita Barrett era una princesa de hielo con

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

la cabeza vacía en busca del título más poderoso. Sonrió. Afortunadamente,


ahora tenía uno de los títulos más antiguos y ricos para tentar a la dama. —
Tengo, como mucho, quince días para enamorar a la dama, ¿y prefieres que
me quede aquí, durmiendo contigo?—. La rabia brilló en los ojos de
Marianne. Dio un paso alrededor de ella.
—Se lo diré—, dijo ella, con la voz en un tono frenético mientras él se
acercaba a la puerta. —Le diré a Rutland lo que has hecho.
Él se detuvo, con los dedos en el picaporte. —¿Decirle qué, milady? Que
ambos hemos tramado la perdición de su familia—, le recordó, dándose la
vuelta. Una sonrisa fría y despreocupada asomó por la comisura de sus
labios. —Hizo huir a tu hermano al continente. ¿Crees que la doncella infiel
a su servicio no cantará con gusto la melodía de tu traición cuando se le
presente una inquisición de Rutland? ¿Y qué hará un hombre como él con
una mujer que conspiró para destruir a su familia?
El color desapareció de sus mejillas.
—Madame—, dijo en un susurro acerado. —Tengo la intención de
poner a Rutland de rodillas. ¿Su deseo de tenerme entre sus piernas la ciega
al infierno que ahora vive por culpa de ese hombre?
Sus palabras encendieron las brasas del odio en sus ojos marrones. —
Dime lo que les haremos—, roncó ella, con el deseo esmaltando esas
profundidades.
—Llevaré al suegro a la bancarrota—, susurró él, dándole lo que quería,
recordándole lo que los había unido. —Así será tan pobre como Rutland
dejó a tu familia. Despojaré a su tonto cuñado de toda su riqueza y futuras
propiedades—. Porque no cabía duda de que con la afición de los Barrett a
las mesas de juego, apostarían todo lo que no estuviera vinculado. —Todos
los que la esposa de Rutland ama estarán devastados. Sus familias en el
caos.— Tal como le había hecho a Nick. Tal como él le había hecho a la
familia de esta víbora.
Un gemido hambriento salió de los labios de la baronesa y sus pestañas
se agitaron. —Y la chica—, jadeó. —Dime cómo vas a destruir a esa chica—
. Como una de las Incomparables de la Sociedad, Lady Carew había
demostrado una vitriólica aversión por la señorita Justina Barrett; una
mujer a la que nunca había conocido y a la que, sin embargo, odiaba porque
la dama le había quitado el puesto de Diamante de la Temporada.
—La cortejaré—, dijo en un ronco susurro. —La seduciré—. Se mordió
el labio inferior, el hambre nublando sus ojos. —Me ganaré su corazón. Le
tenderé una trampa. La haré mi esposa y luego la destrozaré.
—No necesitas casarte con ella—, protestó ella.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Por supuesto que sí—, dijo él con impaciencia. Desde que había
compartido esa parte particular de la ruina de los Barrett, Marianne Carew
había sido tenaz en tratar de alterarla. La dama estaba demasiado cegada
por su propia lujuria hacia él. —Si no, su padre puede venderla a otro y
tener sus deudas pagadas—, le recordó.
—¿Pensarás en mí cada vez que tengas a esa virgen de boca ancha en tu
cama?.
—¿Cómo no iba a hacerlo?—, replicó él, dándole las palabras que
deseaba escuchar. Aunque no le daría otro pensamiento cuando saliera por
las puertas de esta habitación. Era más seguro alimentar la vanidad de esta
mujer.
—Entonces volverás a mí—, espetó ella mientras él abría la puerta. —
Necesitarás una mujer de verdad en tus brazos, Huntly. En tu cama.
Nick sacudió la cabeza con asco. —Ya he dicho que hemos terminado—
. Hacía tiempo que se había cansado de ella. La suya había sido una relación
basada en la lujuria y el odio por un enemigo mutuo. Nada más los unía.
—No te dejaré ir—, dijo, con un temblor de pánico en su ronco
contralto.
—No tiene elección, madame. Y para que no vuelva a llenar su estúpida
cabeza con la idea de compartirlo todo con Rutland, recuerde que él es el
hombre responsable de que usted haya vendido su alma y su cuerpo a un
viejo barón que la tiene atada a su dinero.
El odio contorneó sus rasgos, convirtiéndola en algo feo por fuera que
coincidía con el interior.
—¿Se humillaría ante el hombre que era dueño de la deuda de su
hermano y la entregó a otro?
La conmoción marcó sus rasgos. Sí, Nick lo sabía todo. Sabía de las
deudas que Rutland entregó al vizconde Wessex; una fortuna que tenía al
hermano de Lady Carew enfrentado a la prisión de deudores. Desde
entonces se había fugado al continente. La dama, sin perspectivas, se había
vendido barata en el mercado matrimonial, consiguiendo en el proceso un
esposo viejo. El hombre tenía un pie en la tumba y el otro tocaba
alegremente un ritmo de vida que prometía convertirla en viuda muy
pronto.
Él sonrió con frialdad. —No creía que sí, milady.
—Pero estamos unidos en nuestro odio hacia él y en nuestra
conspiración—, suplicó ella.
—El odio que compartimos por Rutland no es un vínculo que nos una—
. Nick sacó otro saco de monedas de su bolsillo y lo arrojó.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

La dama inmediatamente dobló los dedos codiciosos alrededor de él. La


indecisión se reflejó en sus ojos y luego la lujuria se impuso. —Quiero más
de ti, Huntly. Me has hecho sentir cosas que nunca había sentido.
Una risa baja y sin gracia retumbó desde lo más profundo de su pecho.
—Has tenido más hombres en tu cama que una puta en una esquina de los
Dials.
Con un gruñido, ella cerró el espacio entre ellos y le rodeó el cuello con
la palma de la mano. Arrastrando su rostro hacia abajo para besarlo, unió su
boca a la de él con una rudeza que había alimentado su ardor en el pasado.
Ahora, él sentía un aburrido adormecimiento con ella. Él se había satisfecho
con lo único que los había unido. —Tenga un poco de orgullo, milady—,
susurró él, apartándose.
—Bastardo—, siseó ella. Inclinándose, le mordió el labio inferior.
Él hizo una mueca de dolor y la apartó de él con fuerza. —Quiero que te
vayas en una hora—, dijo él, aburrido por su exhibición.
Con los furiosos gritos de la dama siguiéndolo, abrió la puerta de un
tirón y salió al pasillo. Cerró la puerta y un fuerte golpe sonó en el pasillo.
Seguido de otro. Y luego una lluvia de cristales.
Olvidando a Lady Carew, Nick sacó un pañuelo blanco bordado del
interior de su bolsillo delantero y se lo puso sobre el labio sangrante. Se
abrió paso por los pasillos. Los antepasados de algún otro hombre,
personas cuya sangre él sólo compartía a distancia, lo miraban con su
pomposa y helada gloria.
Llegó al vestíbulo y su mayordomo, Thoms, se precipitó. —He
preparado su caballo, Su Excelencia.
Nick inclinó la cabeza en señal de agradecimiento. Cuando los dos
sirvientes restantes se habían marchado corriendo y parloteando al mundo
sobre las reveladoras marcas de suicidio en el cuello del Baronet Tallings,
este hombre había permanecido leal. Había permanecido junto a su familia
mientras todo era despojado y hasta que Nick y Cecily habían sido llevados
a la propiedad de su miserable abuelo. En su meteórico ascenso desde el
hijo de catorce años de un avergonzado baronet hasta el repentinamente
nombrado duque de un pariente lejano y sin hijos, la primera tarea que
había emprendido había sido buscar y recontratar a Thoms.
El hombre, que había permanecido en silencio en la oscuridad de aquel
día y se mantuvo al lado de su familia, había demostrado su capacidad para
mantener una propiedad en la que se llevaban a cabo los negocios ilícitos
de Nick. —Quiero que la casa esté cerrada—, dijo, ajustando el cuello de su
capa.
El sirviente canoso asintió. —Como desee, Su Excelencia.
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Dirigió la cabeza hacia el vestíbulo opuesto. —Si no se ha ido en una


hora, haz que la saque.
Thoms volvió a asentir y se apresuró a abrir la puerta.
Nick bajó los escalones y se dirigió al criado que lo esperaba con su
montura, Thunder. Después de subirse a la silla, el semental negro oscuro
con la raya blanca entre los ojos se movió nerviosamente y él ajustó las
riendas, hasta que su caballo se asentó. Instó al semental a descender por el
camino de grava, dejando tierra y polvo a su paso, hasta que llegaron a la
antigua calzada romana que se extendía hacia Charring Cross.
Mientras cabalgaba, la brisa de la mañana le golpeó las mejillas,
vigorizándolas, y tragó profundamente el aire fresco.
De niño, había despreciado Londres. Un hombre que había surgido de
las cenizas de la vida, se había deslizado con facilidad en la fea suciedad de
las calles londinenses y de la gente que llamaba a ese lugar su hogar. Ahora,
como duque, recién llegado a Londres con madres casamenteras deseosas
de conseguir el título de duquesa para sus hijas, había sido acogido en el
seno de la sociedad de una manera que nunca había sido aceptado como un
niño que había pasado tres fugaces semanas en Harrow.
Aquellas ansiosas mamás y papás casamenteros se contentaron con ver
precisamente lo que él mostraba en la superficie. Encantador. Pícaro afable.
Nunca un libertino. Moderado en las mesas de juego. En resumen, un
parangón de la alta sociedad.
En resumen, la manzana colgaba ante los pecadores desprevenidos. A
nadie le importaba ahondar en el pasado de un ahora duque, para ver la
vida que había llevado antes de hacerse rico a expensas del primo cuarto de
su difunto padre.
Sólo había uno que podía ver, tal vez. Una serpiente afín que espiaba el
mal bajo la superficie porque lo llevaba como una marca en su despreciable
alma: Rutland. Si Nick se hubiera arrastrado ante sus pies, el hombre
habría mirado. Más cerca. Porque lo sabía. Sabía que nunca debía confiar
en una sonrisa. Nunca confíes en lo bueno de un hombre. Siempre
cuestiónalo. Después de todo, Rutland lo había hecho así. Lo había
moldeado en formas que ni siquiera el propio padre de Nick había hecho.
Porque después de que su padre se pusiera la soga al cuello y acabara
con su vida, Nick había aprendido una lección entregada con sangre: la
falibilidad del hombre. Su padre no los había amado de verdad. No lo
suficiente como para quedarse y luchar. Nick, sin embargo, no era, ni sería
nunca su padre. Se vengaría no sólo por él, sino por Cecily y su hija,
Felicity. Y por su madre, cuyo espíritu se había apagado, y luego se había
extinguido para siempre, ni siquiera seis meses después de que su marido
hubiera puesto fin a su vida. Cecily, en su romanticismo, había dicho que su
~ 15 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

madre había muerto de un corazón roto. Nick lo sabía mejor. Habían sido
los juegos del Diablo, Rutland, los que habían debilitado su corazón hasta
que ese frágil órgano la había atacado.
Ésa había sido siempre una diferencia nítida y definida entre él y
Rutland. Él tenía personas a las que quería. Personas que dependían de él:
su hermana y su hija. ¿Y Rutland? Bueno, bien podría haber surgido del
lado de Satanás sin una sola persona a su nombre. Era un hecho que Nick
había pasado trece años resintiendo.
Tocando a Thunder con las rodillas, redujo la velocidad de la montura
hasta el galope. Pero cada persona tenía una debilidad. Para Nick, la suya
sería siempre y únicamente Cecily y Felicity. El suyo era un vínculo forjado
por la sangre. Por ello, hacía tiempo que había perdido la esperanza de que
Rutland se comprometiera voluntariamente con la emoción que hacía
vulnerable a un hombre. Entonces sucedió. Su paciencia había sido
recompensada. El Diablo se había enamorado.
Lord Rutland, durante mucho tiempo sin apegos más allá de lo material,
se había atado a otra persona y, al hacerlo, se había encontrado con toda
una familia. Una suegra que llevaba una sonrisa perpetua que no ocultaba
el dolor en sus ojos demasiado amables. Un cuñado que había perdido, y
seguiría perdiendo, innumerables monedas de la manera en que había sido
educado en las rodillas de su regordete padre.
Luego estaba la cuñada. La criatura siempre alegre a la que había echado
un vistazo semanas antes no encajaba con los informes que decían que era
una princesa de hielo. Cuando los demás habían estado absortos en los
chismes y en el espectáculo que se desarrollaba en el teatro de Drury Lane,
él había observado con audacia a la joven que serviría como la última pieza
de ajedrez en su juego de venganza. Ingenua. Con estrellas en sus ojos. Y
esperanza en su corazón. La Señorita Justina Barrett sería su peón. Y con
un pequeño, insignificante e impotente peón, maniobraría en Rutland para
dar el último jaque mate.
Entonces podría haber por fin paz. Una destrucción similar que nunca
aliviaría su sufrimiento, pero que igualaría el mundo, llenando la existencia
de Rutland con una miseria similar.
Dirigiendo su mirada a la distancia, donde el sol, un orbe carmesí y
naranja ardiente, apenas asomaba por el horizonte, impulsó a Thunder
hacia adelante.

~*~

~ 16 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Casi dos horas después, cuando el sol subía en el cielo de la mañana,


Nick llegó a una casa adosada de estuco rosa. Se apeó y entregó las riendas
a un niño de la calle que esperaba —Habrá más—, prometió, entregando
un pequeño monedero a los sucios dedos del muchacho.
El muchacho asintió con entusiasmo y se puso a esperar. Después de
subir los escalones, Nick llamó varias veces a la puerta principal. Un
momento después, el joven y familiar mayordomo la abrió. —Su
Excelencia—, saludó el hombre. Con la sorpresa en su mirada, se hizo a un
lado y le concedió la entrada a Nick. El hombre arrugó la nariz.
Sí, a esta hora no era momento de recibir visitas, especialmente
invitados ducales que apestaban a caballo y sudor. Sin embargo, las
cortesías y las abluciones matutinas importaban poco cuando se le
presentaba la información que había obtenido hacía un rato. Nick se quitó
los guantes y miró a su alrededor. —¿Está mi hermana...?
Un grito de niña excitada interrumpió su pregunta. Levantó la vista
justo cuando una niña pequeña se abalanzó sobre sus piernas.
Inmediatamente puso sus manos alrededor de los hombros de su
sobrina y la levantó en sus brazos. Con sus pálidos ojos azules y sus rizos
rubios, era un espejo de Cecily tal y como había sido en su inocencia. Un
recuerdo eterno de la inocencia destruida. Se obligó a dejar de lado el odio
siempre presente en la superficie y la miró por un largo momento. —
Perdóname. Por un momento, creí que eras mi sobrina, Felicity, y sin
embargo...— Acercó su rostro al de ella y entornó los ojos. —Y sin
embargo, la última vez que la vi, era un retoño. Seguramente, no pudo
haber crecido tanto, y tan rápido.
Su sobrina soltó una risita. —Acabas de verme hace quince días, tío
Dominick—, lo regañó, dándole una palmada en el brazo.
Nick abrió los ojos. —¡Por Dios... eres tú, Felicity!— Se tambaleó por el
peso de la sorpresa fingida, ganándose otra ronda de risas saludables de la
chica.
—Tú, querida, deberías estar en tu guardería ocupándote de tus
lecciones.
Nick y Felicity miraron al mismo tiempo a la dueña de esa voz
suavemente regañona. Su hermana, Cecily, estaba allí, pálida y solemne
como nunca lo había estado de niña. Apenas un año mayor que los
veintisiete suyos, llevaba la misma dureza de la vida en las tristes líneas de
las esquinas de sus ojos. El dolor se le clavó en las tripas. Hubo un tiempo
en que había sido locuaz y siempre sonriente.
—¿Debo ir?— Felicity suplicó a su madre, evitándole a él tener que
formular palabras más allá de su garganta apretada. —El tío Dominick

~ 17 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

acaba de llegar—. La niña miró esperanzada a Nick, sus ojos anchos como
platos se encontraron con los suyos. —¿Me has traído algo?
Él le pellizcó la nariz. —He sido un tío terrible, esta vez—, dijo en tono
conciliador.
—¿Una partida de ajedrez?—, regateó ella.
Él bajó la voz a un susurro. —Debo hablar con tu madre, ahora.
Ella frunció la boca. —¿Prometes volver?— Desde que era una niña que
sólo encadenaba palabras para formar frases, esas dos se habían convertido
en las que pronunciaba en cada despedida.
—A finales de semana, me reuniré contigo para jugar al ajedrez y luego
las llevaré a las dos a dar un paseo por Hyde Park, con una bolsa de
caramelos de menta.
Un chillido de niña salió de los labios de Felicity mientras le daba un
beso a él en la mejilla. —Permiso para irte concedido—. De mala gana, Nick
la dejó en el suelo y ella salió corriendo.
Su hermana habló sin preámbulos. —Hay rumores sobre tus
intenciones para la temporada.
—Es un placer verte, también—, dijo él. Se quitó el sombrero y se lo
entregó a un atento lacayo. Nick se desabrochó la capa y el mayordomo la
aceptó en sus manos enguantadas.
Cecily se puso de pie, con el rostro demacrado y estirado en una
máscara solemne. Luego le dedicó una sonrisa, una interpretación vacía de
las que habían surcado sus labios cuando era joven. —Hueles fatal,
Dominick—, reprendió, la misma pequeña madre que siempre había sido
para él.
Él ofreció una media sonrisa. —Esa no es una bienvenida para recibir
después de haber viajado a Londres para verte a ti y a mi sobrina favorita.
Esta vez, su sonrisa se amplió y, por un instante, llegó a sus ojos. —Es tu
única sobrina—, le recordó sin necesidad y le indicó que se acercara. Nick
se puso a su lado. —No ignoro que no has respondido a mi pregunta—,
observó ella mientras sus pasos caían en un staccato igualado.
—Oh, ¿había una pregunta?—, preguntó él, echando una mirada de
reojo.
Ella resopló. —Puede que seas un hombre hecho y derecho y el pícaro
más buscado de Londres, pero eres tan transparente ahora como lo eras de
niño cuando leías un volumen de poesía.

~ 18 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Aquellos queridos versos, enterrados y olvidados hasta ahora,


resurgieron en su mente. Dios, qué tonto tan ingenuo había sido.
Estudiando versos. Escribiendo sus propias y patéticas tonterías.
Llegaron a un vibrante salón con la luz del sol colándose a través de las
cortinas corridas. —¿Y bien?—, le preguntó ella en cuanto se sentaron. —
¿Ha dejado el querido duque de lado sus imprudentes hábitos?— Aquella
divertida pregunta le hizo subir el calor por el cuello. Una cosa era ser un
pícaro. Y otra muy distinta era discutirlo abiertamente con la hermana de
uno.
Con los hombros tensos por las continuas horas en la silla de montar y
su postura erguida, Nick hizo rodar los músculos agarrotados. —Lo he
hecho.
Cecily se inclinó hacia delante en su asiento tapizado de flores Luis XIV.
—¿Por qué?—, preguntó, entrecerrando sus ojos azules.
En un intento de despreocupación, Nick estiró las piernas. —Me atrevo
a decir que aprobarías que dejara de lado mis...— Enarcó una ceja. —
¿Cómo los llamaste? ¿Mis hábitos imprudentes?
—¿Por qué estás aquí, Dominick?—, preguntó con su habitual seriedad.
Él flexionó la mandíbula. —¿He sido alguna vez un hermano desleal
como para que pongas en duda mi visita?
—No—, dijo ella con calma, cruzando las manos remilgadamente sobre
su regazo. —Me visitas cada semana que estás en Londres con la culpa
estampada en tus facciones. Sí cuestiono que llegues con la cara desaliñada
y oliendo como si hubieras luchado con un caballo.
Él ignoró la última parte de esa admisión, ya que sus palabras lo
golpearon como un puño en el vientre. —La culpa es mía.
—Pfft—, se burló Cecily, acomodándose en su silla. —Ustedes,
caballeros, con su equivocado sentido de la culpa y el honor. ¿Te harías
responsable de dejar que el abuelo me obligara a casarme? Si eso es lo que
motiva tus visitas, prefiero que no vengas. Sólo sirve para recordarme mis
propios errores.
Los errores de ella. Casarse a los quince años con un viejo conde, que se
negó a morir y hacerla viuda. Y Nick había fallado en protegerla. Le falló a
ella cuando a ellos les habían fallado tantos.
Su hermana agitó una mano, cortando sus cavilaciones. —No me
distraigas hablando de mis propias circunstancias. Son tus cambios
repentinos los que me preocupan.
Ella siempre había visto demasiado. Nick le sostuvo la mirada
directamente. —No hay nada de qué preocuparse—, dijo en voz baja,

~ 19 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

ofreciéndole el único indicio de verdad que podía. La vería protegida.


Tampoco podía decirle más, por razones que tenían que ver con su
necesidad de absolverla de cualquier conocimiento de lo que él pretendía.
Cecily entornó los ojos hasta convertirlos en estrechas rendijas. —Esto
se trata de él, ¿no?
Él. El nombre no pronunciado que nunca decían. —Se trata de mí—,
replicó Nick. Acomodó su brazo a lo largo del respaldo del sofá.
—No lo hagas—, le ordenó como una severa institutriz que nunca
admitiría un —no— por respuesta.
—No he dicho nada.
—No hacía falta—, replicó ella. —Te conozco—. Cecily miró hacia la
puerta y luego se arrimó al borde de su silla. Tiró de la pieza grande más
cerca de Nick, raspando el asiento ruidosamente a lo largo de la madera
dura. —Has dejado que te convierta en una cáscara de la persona que eras.
Ambos eran caricaturas vacías de las personas que habían sido.
Decidido a no recordarle la miseria de su matrimonio, enterró esa profesión.
—Te quiero en el campo—, dijo en voz baja.
La comprensión surgió en sus ojos. —Entonces, por eso estás aquí—.
Ella negó lentamente con la cabeza. —No voy a huir al campo. Y
ciertamente no voy a llevar a Felicity a donde está el conde.
Él puso sus manos en puños. —¿Esperas que te pida que te vayas con tu
esposo?— No pudo desterrar la decepción que sus dudas despertaron. —
Ve a Suffolk.
—¿A nuestro antiguo hogar?— Otra pequeña y triste sonrisa se cernió
sobre sus labios. Su compra y restauración de aquella pequeña casa de
campo había comenzado por su afán de erradicar los demonios que la
habitaban y que habían conquistado su pasado. —Oh, Dominick, todavía
no ves que nada puede enderezar el pasado. Nada puede traer de vuelta a
papá y a mamá. Nada puede borrar las agresiones verbales del abuelo. O
deshacer mi...— Matrimonio.
La palabra colgaba inacabada y tan real como si ella la hubiera
pronunciado. —Pero puede haber justicia.
En cuanto ese susurro salió de los labios de Nick, la preocupación
inundó los ojos de su hermana. —Dejarás que te convierta en una versión
de él.
Ya se había convertido en ese hombre. Sólo Cecily y su sobrina veían lo
bueno en él, todavía. No desperdiciaría su aliento tratando de convencer a
su hermana de lo contrario. Nick sacó la correa de su reloj y consultó la

~ 20 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

hora. —Debo irme—, dijo con firmeza. —He quedado con Chilton en
breve—. Cerró la pieza de oro con un chasquido.
Cecily se llevó una mano al pecho y dejó caer los dedos sobre su regazo.
—Siempre ha sido un amigo tuyo—. Había algo triste y contradictorio en
esa tranquila declaración. Los tres habían sido inseparables de niños y
Chilton había desarrollado la misma apatía por la nobleza que el propio
Nick. Se puso en pie. —Deja que tu odio se vaya. Te destruirá.
Como un niño que se había mantenido en el odio y sobrevivido al
infierno de, primero, la muerte de su padre, luego la de su madre, y después
la miseria de residir con su abuelo, había tenido la esperanza de ver a
Rutland amar y finalmente perder, de la manera en que la familia de Nick lo
había hecho.
Este sería un acto de venganza que viviría no sólo para él, sino también
para Cecily. Para todo lo que ellos como familia habían perdido en esa noche
oscura.
Se dirigió a la puerta y puso la mano en el pomo. Nick se detuvo y miró
hacia atrás. —Te pediré de nuevo que por favor te vayas...
—No voy a dejar Londres, Dominick—. La censura se extendió en su
respuesta. —Este es mi lugar. Si crees que algo que pretendes hacer tendrá
ramificaciones en mi bienestar o en el de Felicity, entonces deberías
replantear tu rumbo—. Una maldición picó en sus labios, pero ella lo
sofocó con una mirada. —Yo. No. Me. Voy.
Nick se pasó una mano por el pelo y ante la expresión pétrea de ella, la
lucha se marchitó en sus labios. Era tan testaruda como él mismo. Asintió
con un gesto seco.
—Por favor, ten cuidado, Dominick—. Su súplica en voz baja sonó
como un disparo en la silenciosa habitación.
—No haré nada que te cause más dolor—, juró.
Su hermana le sostuvo la mirada. —No estoy preocupada por mí.
Forzando una sonrisa en su beneficio, Nick le ofreció otro saludo y
luego se marchó.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 2
La Señorita Justina Barrett nunca había entendido la fascinación por los
diamantes.
Eran piedras claras, incoloras y, en definitiva, aburridas. Y, sin embargo,
todos deseaban poseerlas. Era la piedra frente a la que todas las demás se
consideraban un fracaso comparativo. Y también era precisamente como la
alta sociedad había llegado a verla, seis semanas antes, cuando había hecho
su debut.
Agarrando el pequeño libro de poemas de Shelley en la mano, agachó la
cabeza por el pasillo e hizo una rápida búsqueda por la Biblioteca
Circulante1 y la Sala de Lectura. Su mirada chocó con la misma figura
responsable de que ahora se escondiera entre el pasillo de la poesía.
—¿Sigue él aquí?— susurró Lady Gillian Farendale.
Justina se inclinó hacia atrás y presionó las yemas de sus dedos contra
sus labios.
—Por supuesto que sí—, dijo Honoria Fairfax, con mucha más
discreción que la otra dama. —Siempre está aquí.
Siempre está aquí. En resumen, dondequiera que estuviera Justina,
también iba el caballero. Nada menos que el Marqués de Tennyson. Se
había presentado como pretendiente en su primer baile y había mostrado
atenciones ininterrumpidas desde entonces.
—Le pedí a mi hermana que buscara información sobre el caballero—,
susurró Gillian. No era ningún secreto que la hermana de la dama,
Genevieve, se había casado con uno de los libertinos más notorios de
Londres. Por lo tanto, Lord Tennyson era el mismo tipo de hombre con el
que el caballero habría mantenido alguna vez compañía.
—¿Y bien?— Preguntó Honoria en voz baja.
—Dicen que tiene... inclinaciones perversas—. Gillian hizo una pausa.
—Detrás de las puertas de los aposentos—, añadió en un susurro silencioso
que apenas llegó a los oídos de Justina.
Honoria jadeó. —¡Gillian!
El caballero se detuvo de repente y su capa zafiro se arremolinó sobre
sus tobillos. Con el corazón acelerado, Justina se arrimó a la fila de libros.
1
Las bibliotecas circulantes durante los siglos XVIII y XIX ofrecían una alternativa a aquellos lectores
que no podían permitirse adquirir libros nuevos, dado que su intención era la de prestar libros a cambio
de una tarifa.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

¿Puedes irte ya?


Asomó la cabeza una vez más, justo cuando el marqués desapareció por
otro pasillo. Bien. Ahora podría al menos retirar su libro...
Honoria se inclinó a su alrededor y evaluó la biblioteca. Luego tomó a
Justina de su mano libre. —Ve—, susurró.
—Pero...— Justina miró con tristeza el ejemplar de los poemas de
Shelley.
—Antes de que vuelva—, la instó Honoria, y ese recordatorio la puso en
movimiento. Con el remordimiento a flor de piel, Justina colocó el volumen
en la estantería y, con Gillian detrás, se apresuraron a atravesar la
Biblioteca Circulante.
A cada paso, su pulso latía con fuerza en sus oídos mientras esperaba
que Lord Tennyson se interpusiera en su camino y detuviera su retirada.
Honoria agarró el pomo de la puerta y la abrió de un empujón; ese
movimiento hizo sonar la campana de hojalata. El trío se apresuró a salir a
las bulliciosas calles de Lambeth. Justina y las dos damas que ahora estaban
a su lado conocían bien la tenacidad del marqués. Por ello, continuaron su
paso acelerado por la atestada acera, zigzagueando entre las caravanas de
gitanos, hasta llegar al carruaje de la familia de Honoria.
El conductor se mantuvo a la espera junto a la puerta abierta y las hizo
pasar inmediatamente al interior. Un momento después, el carruaje se
hundió bajo su peso mientras él recuperaba su posición en lo alto, y
entonces el transporte dio un vuelco hacia delante.
Justina soltó el aliento que había estado conteniendo y descorrió el
borde de la cortina de terciopelo rojo para mirar al exterior, a las
concurridas calles. Siendo difícilmente el extremo más elegante de Londres,
Lord Tennyson pertenecía a las calles de Gipsy Hill tanto como el propio
rey George.
—Está siendo más que una molestia—, dijo Gillian, haciéndose eco de
los mismos pensamientos de Justina.
—Todos los caballeros son molestos—, replicó Honoria con su habitual
cinismo hastiado hacia los motivos de los jóvenes lores. Sin embargo, en el
reflejo del cristal de la ventana, la preocupación marcaba los rasgos de la
joven.
Justina no conocía todos los detalles que rodeaban la escandalosa
infancia de la joven, hija de una madre de la que se hablaba públicamente,
pero tenía que creer que la decencia permanecía. ¿Cuál era la alternativa?
¿Encontrar que vivían en un mundo en el que un hombre no tenía ninguna
utilidad para una dama más allá de una cara bonita y los bebés que podría

~ 23 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

darle? —Ese no es el caso—, dijo suavemente, dejando que la cortina


volviera a su sitio. Incluso si su propio padre era un maldito canalla con un
alma negra. —El marido de mi hermana es la prueba de lo contrario.
Edmund Deering, el Marqués de Rutland, había demostrado ser más leal
y devoto a todos los hermanos Barrett que incluso su propio padre.
Honoria frunció los labios. —Entre Gillian y yo—, dijo, señalando a la
belleza rubia pálida del banco de enfrente. —En todas nuestras
temporadas, ¿cuántos pretendientes honorables hemos tenido?
Dada su astucia y espíritu, deberían haber tenido innumerables.
Honoria formó un círculo con sus dedos.
—Haces que suene aún peor cuando lo presentas así—, murmuró
Gillian.
Ignorando a la otra mujer, Honoria dirigió su siguiente pregunta a
Justina. —¿Y cuántos pretendientes honorables has tenido que se interesan
de verdad por escuchar tus opiniones y compartir tus pensamientos?
Ella arrugó la boca. Su silencio fue una confirmación condenatoria de la
precisión de la otra mujer. Desde que puso un pie en Almack's y fue
etiquetada como Diamante, la habían invadido los pretendientes. Ni uno
solo de ellos le había hecho más cumplidos que su pelo, su sonrisa e
incluso, en ocasiones, sus dientes. Lo que no hizo más que alimentar su
fastidio con la sociedad. Había sido perseguida sin descanso por caballeros
que no sabían nada de ella... y que sólo deseaban poseerla. Entonces, ¿cuándo
he dicho libremente lo que pensaba? Tal vez si lo hubiera hecho, los hombres la
tratarían como algo más que un objeto.
—Precisamente mi punto de vista—, dijo Honoria suavemente.
Justina levantó la cabeza. —Sí, bueno, sólo porque no hayamos
encontrado un caballero honorable, no significa que no exista—. Porque si
no había nadie por ahí que encajara con todos los sueños que ella llevaba
mucho tiempo con su futuro pretendiente y marido, ¿qué había? ¿Hombres
como su padre, Chester Barrett, el Vizconde Waters, al que su pobre madre
se encontraba atada hasta su último aliento? Un hombre que nunca había
permitido a su esposa tener una opinión libre. Un frío escalofrío la recorrió,
dejando un vacío desolador ante la posibilidad. No seré mi madre.
Gillian levantó una mano. —Antes de debatir los méritos de todos los
caballeros, creo que deberíamos centrarnos en uno solo—. Lord Tennyson. Se
estaba volviendo cada vez más audaz en su búsqueda. Más tenaz. —Debes
enviar un mensaje a Lord Rutland—, insistió Gillian.
Honoria y Gillian intercambiaron una mirada. —Aunque me duele
decirlo—, dijo Honoria en tono sombrío. —Estoy de acuerdo con Gillian.
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Phoebe acaba de tener a su bebé—. Justina frunció el ceño. —No los


agobiaré—, dijo en voz baja.
La pareja del banco de enfrente guardó silencio y una sombría capa
descendió sobre el carruaje. A excepción de la familia de Justina y de las
dos mujeres que la precedían, nadie conocía los detalles del encierro de
Phoebe. Tras un embarazo difícil, según las misivas de su madre, Phoebe
estaba peligrosamente débil. Ni el mismo Dios, con la ayuda del Diablo,
podría apartar a Edmund de su lado. Ni Justina se atrevería a pedir o
esperar eso.
Su boca se tensó involuntariamente. Era lo suficientemente fuerte como
para contener a su padre y a cualquier pretendiente confabulador. Aunque,
si era sincera consigo misma, echaba de menos el apoyo de su intrépida
hermana y su cuñado.
—Nosotras estamos aquí—. La silenciosa declaración de Gillian cortó
los pensamientos de Justina. Ambas amigas la miraron fijamente, con ojos
que irradiaban preocupación.
Sentada en su asiento, Justina volvió a mirar por la ventana la fachada de
estuco blanco de su casa. La puerta principal estaba abierta y dos
desconocidos salieron con un baúl en los brazos, llevándose las
pertenencias de su familia. Se le hizo un nudo en la garganta.
—Lo siento, Justina—, dijo Honoria en voz baja, una grieta notable en
la fuerza siempre presente de la joven. Sí, porque no hacía falta mucho
cálculo para averiguar precisamente qué hacían aquí los caballeros con sus
capas formales y sus monóculos.
Consiguió asentir con la cabeza y siguió mirando mientras dos
acreedores conocidos salían a la calle con baúles más pequeños en los
brazos. ¿Qué libros había vendido su padre ahora? ¿Las obras del Gran
Bardo? ¿Las novelas góticas que una vez había preferido por encima de
todas las demás obras literarias? Se le apretaron las tripas. ¿Cuántos años
había dejado de apreciar esa habitación?
—Si lo supiera, Lord Rutland nunca permitiría esto—, dijo Gillian con
pasión.
—No, no lo haría—, murmuró Justina. Él ya había acudido
innumerables veces al rescate de su despilfarrador padre. Sólo que... —Las
amenazas no cambiarán a un hombre—, dijo, más para sí misma. —Y con
Edmund lejos, mi padre es quien siempre ha sido—. Y quien siempre sería.
Un borracho, que ansiaba apostar casi tanto como esos asquerosos licores.
—Debo irme—, dijo en voz baja y alcanzó el picaporte.
Honoria puso una mano en la rodilla de Justina, deteniendo sus
movimientos. —Voy a retrasar mi visita a Phoebe hasta más tarde en la

~ 25 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

temporada—, dijo. —Me quedaré contigo. Ella preferiría que estuviera a tu


lado.
Dada la legítima aversión de Honoria por Londres, era un testimonio de
la bondad de la otra mujer como amiga que se ofreciera a permanecer aquí
en su nombre. Puede que ellas hayan empezado siendo amigas de Phoebe
simplemente cuidando a la menor de los Barrett, pero en muy poco tiempo
se habían convertido en mucho más. —Gracias—, dijo Justina en voz baja.
Sostuvo la mirada de su amiga. —Cuando vayas, quiero que no le digas
nada a Phoebe—. Sostuvo la mirada de la otra mujer. En las comisuras de la
boca de Honoria se formaron unas apretadas líneas blancas. —Mi hermana
no debe preocuparse por mí—. No cuando todavía estaba débil por el
repentino y complicado parto de su último bebé.
Gillian dio una palmada. —Tampoco tendrá que preocuparse. Las dos
estamos aquí contigo, y cuando Honoria se vaya, yo seguiré aquí. Por lo
tanto, estarás en espléndidas manos—. Un brillo travieso iluminó los
bonitos ojos verdes de la dama, ganándose un gemido de Honoria. —Te
ayudaré a evitar pretendientes no deseados—. Le guiñó un ojo. —Y te
ayudaré a escabullirte para robar tiempo a solas con los deseados—, susurró,
arrancando una carcajada a Justina.
—No harás tal cosa—, dijo Honoria, pasándose una mano por los ojos.
—Oh, nunca—, juró Gillian con profunda solemnidad. Y luego arruinó
esa declaración con un guiño.
Ante la discusión de las damas, Justina empujó la puerta y aceptó la
mano del sirviente que la esperaba con un murmullo de agradecimiento.
Lanzando un saludo por encima del hombro para sus amigas, se apresuró a
recorrer la acera y subir los escalones. Su leal mayordomo familiar,
Manfred, abrió la puerta.
Se quitó la capa y se la entregó a un lacayo que la esperaba. —
Manfred—, le dijo al enjuto mayordomo.
—El vizconde desea verla en su despacho, señorita Barrett.
El temor se arraigó en su vientre. Inevitablemente, sólo había un asunto
que a su padre le interesaba discutir: su estado civil y, sobre todo, cómo le
servía a él.
El viejo mayordomo la miró con lástima.
Sintiéndose como sin duda se sintió Juana de Arco al ser conducida a la
temida pira, Justina esbozó una sonrisa y caminó por los pasillos. El tacón
de sus botas chasqueó silenciosamente en el suelo de madera mientras
avanzaba por los pasillos hasta que, por fin, llegó al temido despacho.
Golpeó una vez.

~ 26 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Adelante—, dijo su padre.


Respirando hondo, se puso la esperada sonrisa en la cara y entró. —Pa...
—Cierra la puerta, niña—, ladró desde su aparador.
Justina cerró el panel y comenzó a cruzar la habitación. De joven, a
menudo se había preguntado si su padre la llamaba —niña— y —chica—
porque no podía molestarse en recordar su nombre. Para él, ella y Phoebe
sólo habían servido para un propósito: formar un matrimonio que lo salvara
de la prisión de deudores. El dolor de esa verdad se había apagado con el
tiempo, dejando una marcada insensibilidad por ese hombre que le había
dado la vida. Con pasos rígidos, ella se acercó. Antes de que se sentara del
todo, su padre habló.
—He tenido otra mala racha en las mesas de juego—, dijo rápidamente,
de forma inesperada.
Siempre tenía mala suerte en las mesas de juego. Sin embargo, no se
molestaba en hablar con su hija de esos asuntos. —¿Padre?
—Últimamente he perdido—, murmuró y agitó una mano.
Últimamente. En resumen, desde que Edmund, el yerno al que temía por
encima de todos, se había marchado al campo con Phoebe. Sin Rutland, no
había nadie que mantuviera a raya al vizconde derrochador. No es que
alguien pudiera realmente mantenerlo a raya. No con su deseo de sentarse
en esas mesas de juego. —Nunca he tenido mucho interés por parte de los
caballeros con tu hermana—, murmuró, más bien para sí mismo, con una
franqueza brutal que hizo que ella curvara los dedos en las palmas de las
manos. —Pero tú, con una cara bonita y bastante habilidad en la pista de
baile, captaste la atención del Marqués de Tennyson.
Un escalofrío helado recorrió su columna vertebral. Esto es lo que él
pretendía. Manipularla para que se uniera con algún noble con bolsillos
abultados, que perdonaría la deuda de su padre. En una interesante
inversión de los acontecimientos, Lord Tennyson había estado buscando
una dote gorda, pero un giro positivo en las mesas había aumentado la
fortuna del caballero.
—El Marqués de Tennyson quiere cortejarte apropiadamente—,
continuó.
—Un hombre que roza mis nalgas durante un baile es tan apropiado
como un cerdo en la iglesia—, murmuró ella en voz baja. Una parte egoísta
y horrible de su alma odiaba a su madre por haberla dejado aquí con su
progenitor, que, con sus maquinaciones, era mucho peor que cualquier
madre casamentera del reino. Y una pequeña parte horriblemente egoísta
de ella deseaba que Phoebe estuviera aquí, todavía. Y más, Edmund. Su

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

presencia había disuadido al vizconde en sus despiadados intentos de


venderla al mejor postor.
Su padre se acercó a su escritorio con su corpulento cuerpo. —Me
prometió que perdonaría mi deuda.
Bajito, regordete y calvo, la frialdad de los ojos del vizconde sólo tenía
como rival la codicia de su corazón. Justina había pasado muchas horas
buscando un atisbo del hombre que de alguna manera había ganado la
mano de su madre. El odio le quemaba la lengua como el vinagre en una
herida abierta. —Apenas conozco a Lord Tennyson—, dijo lentamente, con
un tono uniforme que pretendía hacer entrar en razón a un hombre que
nunca había amado ni se había preocupado por su familia. Tampoco, a
pesar de lo que su padre pudiera desear, nunca se casaría con un hombre
que tuviera algún trato con su réprobo padre.
—Bah, no importa si lo conoces—. Acomodó su considerable
circunferencia en el asiento de cuero desgastado. —Lo conocerás—. Se rió
como si hubiera soltado una broma ingeniosa; su pesada figura se agitó con
su hilaridad de manera que las gotas de líquido cayeron sobre el borde de
su vaso y salpicaron la parte superior de su mano. Apretó sus carnosos
labios contra la humedad como un hombre hambriento que prueba por
primera vez la comida. —De todos modos, ya es hora de que te cases—. Su
padre la miró por la longitud de su nariz bulbosa, con ojos evaluadores que
contaban su valor inherente.
Ella intentó razonar con él. —Es sólo el comienzo de la temporada—,
señaló.
—Ya han pasado seis semanas—, le espetó él, desapareciendo todo
rastro de su anterior humor. —No hay razón para que no estés casada,
niña.
No según él y la despiadada alta sociedad. Su debut la había visto
alabada como una Incomparable. Su belleza dorada fue comparada con aquel
cuadro de da Vinci, La Belle Ferronniere. Sólo Justina parecía darse cuenta de
la ironía que suponía comparar a una debutante rubia con una mujer no
sólo de color oscuro, sino que además tenía fama de ser la amante de un rey.
Su padre gruñó. —Tuviste un lanzamiento exitoso, pero habrá otras
chicas, más jóvenes y más bonitas que tú, el próximo año. Debes aprovechar
tu belleza antes de que se desvanezca.
Lanzamiento. Como un maldito barco. Ante su segunda fría comparación
que la transformaba de una mujer con esperanzas, sueños y emociones en
un recipiente destinado a servir, Justina se clavó los dedos con tanta fuerza
en las palmas de las manos que dejaron marcas de media luna en su carne.
¿Por qué no podía ser más como Phoebe? En control, al mando de cada

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

intercambio con su padre. Donde ella siempre había sido tartamuda y


torpe.
—Eres un Diamante de la Primera Agua—, le espetó su padre, en un
tono más propio de un instructor condescendiente que da lecciones a un
alumno inferior. Volvió a golpear el escritorio. —Pero incluso esas piedras
acaban marchitándose.
Ella encorvó los dedos de los pies en las suelas de sus zapatillas hasta
que sus pies se arquearon. Dios, cómo despreciaba que la comparara con
una piedra fría e insensible por la que no se podía mostrar ninguna emoción
real. Representaba lo material. Una creación para ser poseída pero nunca
verdaderamente amada. En resumen, la forma en que demasiados caballeros
veían a una dama. Tenía en la punta de la lengua señalar que los verdaderos
diamantes nunca perdían su claridad. —Me casaré con un hombre que me
ame y que vea algo más que un adorno para su brazo—. Un escalofrío la
recorrió ante aquella flagrante muestra de desafío. Tal vez tenía más del
espíritu de Phoebe de lo que había creído.
—Vamos, chica—, se burló su padre. —No tienes un cerebro en la
cabeza. No lo has tenido desde que eras una niña—. La misma acusación
que una institutriz odiosa le lanzó cuando era una niña era más aguda
ahora, viniendo del hombre que la había engendrado. —Lo cual es bueno.
Ningún hombre quiere como esposa a una inteligente estudiosa.
Se mordió el interior de la mejilla. Por supuesto, Phoebe siempre había
sido vista como la inteligente de los libros y Justina como la dama con la
cabeza en las nubes, más interesada en un sombrero que en un libro. —
Phoebe...
—Bah, tu hermana tuvo la suerte de que Rutland la quisiera—. Hizo un
gesto con la mano que le sobraba. —Ningún caballero quiere nada más que
una cara bonita. Ya es bastante malo que tu maldito cuñado no te financie
una temporada hasta que cumplas los veinte años. Pero ahora puedo
entregarte a otra persona—. Aquella afirmación tenía un carácter
definitivo.
Su corazón latía a un ritmo lento y aterrador. No me convertiré en mi madre.
Una mujer atada para siempre a un lord inútil que apostaba demasiado y
andaba con otras mujeres. —Si soy...— Hizo una mueca. —Una
Incomparable, un Diamante—, enmendó, utilizando ese odioso lenguaje en
un intento desesperado por disuadirlo de sus objetivos. —Seguramente
sería mejor que no me apresurara a aceptar una oferta—. Justina contuvo la
respiración, utilizando la despiadada lógica con la que vivía su padre como
medio para retener su libertad.
—Él ha medido tu valor, y la oferta es correcta—, dijo, como si
discutieran la venta de una yegua.
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Mi valor. Su carácter y su cuerpo se midieron de la misma manera que un


oficinista cuenta sus monedas. La repulsión la recorrió y Justina forzó su
mirada hacia el repugnante rostro de su padre. —¿También le gustaría ver
mis dientes?—, preguntó en tono modulado. —Me han dicho que poseo
unos dientes extraordinariamente parejos—. Los mostró para que él los
viera.
—No seas tonta—, ladró él. —Por suerte para ti, el caballero se
preocupa más por tus otros atributos.
Las náuseas se agitaron en lo más profundo de su vientre. Voy a enfermar.
—Tennyson vendrá de visita al mediodía—, dijo él con firmeza.
Ella dirigió su mirada al reloj de caja larga. Treinta minutos. Su pánico
aumentó.
Su padre le hizo un gesto para que se fuera. —Hemos terminado aquí,
niña—. Él recogió su vaso, previamente abandonado, y colocó una jarra
vacía sobre su boca. Con los ojos, siguió el rastro de varias gotas de color
ámbar que se deslizaban por su lengua.
Por Dios, vería a un borracho como él en el infierno antes de abandonar
los sueños que tenía de un matrimonio amoroso. Sin tratar de ocultar el
asco en su rostro, Justina se puso de pie y se arrebujó en las faldas antes de
marcharse.
Una vez libre de su despacho, aceleró sus pasos. Su dobladillo se movía
ruidosamente alrededor de sus tobillos. Así que su padre estaba decidido a
venderla, y ni siquiera al mejor postor, sino al más conveniente. La vendería
en cuerpo y alma a ese hombre.
Justina se apresuró a doblar la esquina y abrió de un empujón la puerta
de la sala de billar. Cerró la puerta en silencio tras ella y abrió la boca para
hablar, pero las palabras se le quedaron en los labios. Su hermano estaba de
pie, sobre el borde de la mesa, con una sonrisa tonta en la cara. Su mirada
lejana y soñadora se detuvo en las bolas sin tocar. La urgencia de las
intenciones de su padre para con ella se desvaneció momentáneamente
mientras lo miraba fijamente. —¿Qué te pasa, Andrew?
Él dio un salto y su palo de billar patinó sobre la mesa, arañando la
superficie. Un rubor carmesí tiñó sus mejillas. —Justina—. La miró con
desprecio. —No es apropiado interrumpir a un hombre cuando está...
—¿Fantaseando?— A pesar de la gravedad de su propia situación, una
pequeña sonrisa apareció en sus labios.
Las mejillas de él se encendieron de color rojo manzana. —Jugando al
billar—. Se tiró de su inmaculado corbatín. —¿Qué quieres?—, le preguntó

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

con una franqueza que le hizo fruncir el ceño... y también le devolvió la


razón por la que le había buscado.
Habló con prisas. —Requiero una escolta.
Andrew volvió a prestar atención a las dos bolas que quedaban sobre la
mesa. —Siempre necesitas una escolta—, murmuró mientras soltaba el
taco.
El chasquido de su palo al golpear la bola objeto llenó el espacio.
Justina se cruzó de brazos en el pecho. —Eres mi hermano. Tu papel es
acompañarme por la ciudad cuando necesito que me acompañen—.
—Ese es el papel de Madre—, dijo él, recorriendo la mesa y evaluando
su próximo disparo.
—Madre está con Phoebe y yo estoy aquí—. Hizo una pausa. —Contigo.
—Y yo te acompañé de compras la semana pasada—. Por supuesto, con
sus visitas a Gipsy Hill, él había sacado la misma conclusión errónea que
cualquier hombre podría sacar: que su única razón para visitar ese extremo
de Londres era por alguna que otra chuchería. —Además, he quedado con
alguien.
Justina lo miró con escepticismo. —¿Quién?— Ella conocía a todos los
amigos de Andrew. Hombres que eran más bien conocidos, con intereses
compartidos en el juego y la bebida.
Su hermano se sonrojó. —No es asunto tuyo—, murmuró, evitando
cuidadosamente su mirada. —Un hombre no debería tener que explicar a
quién ve y cuándo.
Ella tamborileó con el pie. En cualquier otro momento, lo habría
presionado por sus mejillas rojas y su mirada enamorada. —Padre tiene una
visita que viene en breve—, dijo ella, avanzando hacia el interior de la
habitación. No se quedaría para que Tennyson la evaluara como a un cerdo
en Navidad.
—Me temo que no puedo—. Andrew se inclinó una vez más sobre la
mesa y colocó su bastón. Hizo su siguiente disparo. Salió desviado, sin
alcanzar su objetivo.
Con el ceño fruncido, capturó el extremo de su taco.
—¿Qué...?
—Tengo que irme, Andrew. Mi padre quiere que vea a Lord
Tennyson—. Soltando su taco, le clavó un dedo en el pecho. —Puede que te
creas totalmente alejado de mis circunstancias, pero si padre consigue
casarme, entonces tú serás el siguiente—. Levantó la cabeza y sus ojos se
abrieron de par en par por el pánico. Ahora ella tenía su atención. —Se

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

espera que encuentres una dama con una gran dote—, continuó ella,
jugando con los mayores temores de cualquier joven caballero. —Así que
reúne algo de devoción fraternal y acompáñame.
La preocupación bailó en los ojos de Andrew. —No puedo casarme con
otra m...— Apretó rápidamente los labios, cortando esas palabras
reveladoras.
Así que había una dama que había atraído la atención de su hermano.
—Además—, se quejó su hermano. —No es bueno aceptar un golpe de
un hombre con mucho dinero.
¿Un hombre con mucho dinero? —En primer lugar, no sé a qué te
refieres con eso—, dijo ella, colocándose entre él y la mesa una vez más, y
ganándose otro ceño fruncido. —Segundo, necesito tu ayuda.
—No—, dijo él, devolviendo su atención a su juego individual.
—Toma—. Justina rebuscó en el ingenioso bolsillo cosido en la parte
delantera de su vestido de terciopelo marfil y extrajo un pequeño saco. Lo
arrojó sobre la mesa. Andrew miró entre ella y el bolso de terciopelo, y lo
alcanzó a tientas. —Nos vamos en diez minutos—, dijo ella, dirigiéndose a
la puerta. Se detuvo con los dedos en el pomo de la puerta. —Y si quieres
hablar de malos modales, Andrew, exigir a tu hermana que pague por tu
ayuda es sin duda la forma más baja de hacerlo.
Su hermano tuvo la delicadeza de sonrojarse. —Sabes que te ayudaría, de
todos modos. No necesitas pagar por mi ayuda.
Justina le devolvió la mirada. —Lo sé—, dijo en voz baja. Y lo sabía.
También sabía que la misma enfermedad que llevó a su padre a las mesas de
juego noche tras noche, y que hundió a su familia en las deudas, aquejaba a
su hermano. No era la primera vez que la preocupación se instalaba en su
pecho por Andrew y por lo que podría llegar a ser algún día.
—Tampoco es que vaya a rechazar tu regalo—, dijo Andrew
apresuradamente y tiró de su corbata de raso azul. —Es de mala educación
rechazar un regalo, especialmente de una hermana.
Sus labios se alzaron por las comisuras. —Diez minutos—, le recordó
ella.
Poco después, Justina, con su reticente hermano a cuestas, se abrió paso
por las abarrotadas calles londinenses, rumbo a Gipsy Hill. Andrew silbaba
una melodía discordante y tamborileaba con las yemas de los dedos al
compás del estruendo de las ruedas del carruaje.
Con la barbilla en la mano, miraba el paisaje que pasaba mientras la
vieja calesa negra los alejaba cada vez más de la casa del pueblo. Allí, su
padre se reuniría con un caballero e intentaría venderla como una preciada
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

yegua de cría. Los músculos de su estómago se anudaron. Ese era el tipo de


hombre que era su padre. Uno que cambiaría su alma por un saco de plata y
entregaría a su hija a un extraño sin pensar en su felicidad. O sus
esperanzas. O en sus sueños.
Con su corazón avaricioso que no latía por nada más que por esas mesas
de juego, nunca pudo ver, ni le importaba que ella era una mujer que
anhelaba mucho más que la sombría existencia que su propia madre
conocía. Justina quería algo más que un esposo respetable y honorable que
llevara una vida separada de la suya. Quería un marido cariñoso, leal y
dedicado a ella y a sus futuros hijos. Y más aún, quería ser libre para leer los
libros que quisiera, escribir y ser una mujer con el control de su vida... y de
sus pensamientos.
Y lo tendría. Maldito sea su despreciable padre.
—¿Por qué no puedes conformarte con quedarte en Bond Street?— Su
hermano la hizo volver al momento. No había ni una sola Biblioteca
Circulante en Bond Street. —Todo está allí, ¿sabes? Hay un espléndido
sastre donde encuentro todas mis chaquetas.
Por el rabillo del ojo, observó su capa de color naranja chillón y los
pantalones de raso amarillo canario que se veían a través de la grieta de esa
prenda. —Oh, espero que puedas encontrar un sastre aún mejor en Gipsy
Hill—. Se mordió el interior de la mejilla para no reírse.
—¿Gipsy Hill?—, repitió su hermano. —Cielos, ¿quieres que me ponga
prendas dignas de un gitano?
El recuerdo de que sus vibrantes prendas serían la envidia de cualquier
gitano de verdad rondó por sus labios, pero lo sofocó. Mientras su madre
permaneciera en el campo con Phoebe, Justina seguiría necesitando su
ayuda. No sería bueno ofenderlo.
—Bueno, a pesar de todo—, insistió Andrew, estirando las piernas y
golpeando sus rodillas. —Sería mejor que encontraras tus chucherías en
Bond Street. Todo es mejor allí, ¿sabes?
—Me gusta Gipsy Hill—. En el cruce de South Croxton Road y
Westow Hill, las bulliciosas calles repletas de mercancías y carros gitanos
no tenían la misma aglomeración de damas y caballeros que se encontraban
en la zona de moda de Londres. Había descubierto, por mera casualidad en
esas calles, la Biblioteca Circulante.
El carruaje se detuvo lentamente y Andrew tomó sus guantes de cuero
del banco y se los puso. —Por fin. ¿Te comprometes a que al menos esta
visita sea corta? Debo encontrarme con alguien—. Infló el pecho como el
preciado gallo que solía danzar en el exterior de la mansión Meadow. El

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

recuerdo hizo que entrara en ese lugar donde ella, Phoebe y Andrew habían
conocido tantas risas.
Su conductor abrió la puerta, sacándola de su ensueño. Andrew se bajó
de un salto y recorrió con la mirada las calles atestadas de gente. El criado,
Stevens, le tendió la mano en el interior. Cuando sus pies calzados tocaron
el suelo, Justina le dirigió una sonrisa. —Gracias, Stevens.
—Vamos—, instó Andrew, alisando las solapas de su capa. —Tenías
ganas de comprar, no nos demoremos.
Le pellizcó el antebrazo a través de la capa, ganándose una mueca de
dolor. —Oh, silencio—. Ella bajó la voz. —Sabes muy bien que estás tan
emocionado de estar aquí como yo—. El rubor apagado en sus mejillas
confirmó la suposición que ella sabía desde hace tiempo. Casi un metro
más baja que el metro ochenta de Andrew, Justina se puso de puntillas y
añadió en un susurro conspirador: —Te prometo que no destrozaré tu
reputación de dandi impecable con la verdad.
Su color se intensificó. —No sé de qué estás hablando—, murmuró,
desviando la mirada. Sus ojos se posaron en un amplio carro lleno de
pañuelos de colores vibrantes.
Justina se rió. —Eres libre de ir a mirar. Quería seleccionar un libro—, el
libro que había tenido que dejar atrás esa misma mañana, —y entonces...
—¿Estás segura?— preguntó Andrew, sus pies ya lo llevaban varios
carros hacia la desdentada Rom. La joven vendedora ambulante levantó
una tela azul pavo real y su hermano la alcanzó con manos reverentes.
Mientras Andrew estaba ocupado, Justina avanzó con paso firme por la
acera hasta llegar a la Biblioteca Circulante. Una vez que entró, recorrió
rápidamente el establecimiento y encontró el ejemplar de la obra de
Shelley. Lo recogió, se dirigió a la entrada y sacó el volumen.
Con el premio en la mano, se apresuró a salir. Una ráfaga de viento le
azotó la cara y tiró de sus faldas mientras volvía a la calle donde Andrew
estaba absorto en una compra. Incluso con la gran distancia que los
separaba, el pañuelo naranja intenso que sostenía para su inspección
destacaba. Su hermano tomó con avidez el brillante trozo. Justina contuvo
una sonrisa. Aunque hacía tiempo que se burlaba de él por su moda
chillona, apreciaba que, al menos, supiera lo que pensaba y no se disculpara
por sus intereses o elecciones.
Se abrió paso alrededor de la tosca mesa con gorros, guantes, abanicos y
otras coloridas fruslerías y se detuvo. Atraída por la mesa, Justina dejó el
libro prestado y pasó las yemas de los dedos por un sombrero de paja con
cintas de raso verde.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Una sonrisa desconcertante se dibujó en sus labios. ¿Cuántos años


había pasado coleccionando nada más que bonitos gorros y cintas? De niña,
había pasado incontables horas probándose los sombreros de su madre.
Luego, de joven, se había deleitado con el poder de elegir por fin algo
propio. Jugueteó con la cinta verde, pasándola entre el pulgar y el índice. La
alta sociedad creía que una dama era incapaz de tener más que intereses
singulares. Según los estrechos criterios de la sociedad, una persona que
apreciaba los sombreros bonitos no podía disfrutar también de los libros.
—¿Guantes blancos, milady?— Una gitana de pelo canoso y fibroso
sostenía en alto un par de guantes largos, de algodón blanco y bordados.
Dejando el sombrero, Justina negó con la cabeza y continuó su
búsqueda.
—¿Quizás un libro entonces?— Esta vez la mujer le tendió un pequeño
tomo de cuero.
Sin darse cuenta, Justina extendió las manos y la gitana le dio la vuelta
para que lo examinara.
La cacofonía de los ruidos de la calle se distanció mientras ella miraba el
título dorado y descolorido: Evelina. Justina hojeó las páginas del viejo
volumen que olía a humedad. De todas las baratijas o adornos, la gitana
debía tener un ejemplar de la obra de Frances Burney. Conmovida, cerró el
libro y pasó la palma de la mano enguantada por la cubierta con un temor
reverencial hacia la autora que había desafiado la desaprobación de su
padre y de la sociedad para publicar la obra, en su día bien recibida, con su
propio nombre.
Lo cual no hacía más que recordarle sus propias y miserables
circunstancias. Tenía su dinero de Edmund y una membresía en la
Biblioteca Circulante. Había pocos fondos para la compra de libros. Con
pesar, Justina se dispuso a dejar el libro cuando una sombra cayó sobre su
hombro.
—Ah, la historia de Evelina—, un barítono profundo, suave como el
chocolate caliente en invierno, sonó sobre su hombro. Le hizo soltar un
grito ahogado.
Ella se giró. El libro se le escapó de los dedos y cayó a sus pies mientras
su mirada ascendía por la figura de más de un metro ochenta del caballero
que tenía delante. La brisa primaveral azotaba su capa de medianoche. La
tela se pegaba a sus musculosos muslos y a su amplio pecho. El tono
oliváceo de su piel y su nariz aguileña delataban sus raíces romanas. Con su
noble mandíbula, con una leve hendidura y unos pómulos afilados y
angulosos, bien podría haber sido esculpido por uno de esos grandes
escultores italianos, y este hombre su última obra maestra. Poseía el tipo de

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

belleza que se encontraría en las páginas de cualquier cuento romántico. El


corazón de Justina dio un vuelco.
Los labios del desconocido se volvieron en una media sonrisa fácil que
revelaba dos hileras uniformes de dientes blancos como perlas. —Milady—
. Se quitó el sombrero y dejó ver una mata de rizos dorados sueltos fuera de
moda por la que el Arcángel Miguel se habría batido en duelo. —
Perdóneme. No era mi intención asustarla—, murmuró, sacándola del
hechizo que había lanzado.
—Está bien—, soltó ella. —No me ha asustado. Bueno, sí lo ha hecho—,
reconoció ella y se ganó otra de esas sonrisas que hacían que su corazón se
acelerara. —Pero está bien. Estaba bien. Sigue estando bien—. Deja de
parlotear, Justina.
Él la estudió con una intensidad penetrante en sus ojos azul cerúleo.
Como el cielo en un día de verano sin nubes. Ningún simple mortal tenía
derecho a una mirada tan cautivadora. —No pude evitar notar...— Su
corazón golpeó con fuerza contra su pecho. —...su libro.
¿Mi libro? Parpadeó lentamente. Por supuesto. Tonta y boba. ¿Realmente creíste
que un extraño gloriosamente dorado estaría hablando de ti en medio de Gipsy Hill?
Entonces sus palabras se registraron. Evelina. Ella jadeó y miró hacia abajo.
El desconocido siguió su mirada.
Ambos se arrodillaron y la calle desapareció para que sólo quedaran
ellos. —Aquí está—, murmuró él y recogió el tomo de cuero envejecido. —
Permítame.
Justina se quedó mirando con los ojos muy abiertos mientras él quitaba
el polvo de la grava y la suciedad de la parte posterior del libro. —Una
historia encantadora, ¿no es así?
¿Este hombre conocía a Evelina? —¿La ha leído, entonces?—, preguntó
ella, sin poder evitar que la sorpresa se colara en su pregunta.
—¿La historia de Evelina y su Lord Norville? Sí—. El desconocido, con
el que realmente no tenía que hablar, y desde luego no sin el beneficio de
las presentaciones o de un acompañante, volvió a prestar atención al libro,
hojeando las páginas y escudriñando las frases.
Su propio padre y su hermano estaban demasiado consumidos por la
bebida y las mujeres como para fijarse en algo tan insignificante para ellos
como un libro. —Mi institutriz llamó una vez a la heroína una tonta con la
cabeza vacía—. Tal como ella y muchos la veían.
—¿Y qué piensa usted de Evelina?—, preguntó él, levantando la cabeza.
Su aliento se entrecortó. Nadie le pedía su opinión. Incluso la hermana y
el hermano a los que quería, y que la querían a su vez, la veían más como

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

una niña a la que había que cuidar. —Evelina es joven y, en muchos


sentidos, desconoce el mundo, pero creo que también es notablemente
inteligente y perspicaz a la hora de emitir juicios sobre quienes la rodean—.
Su mirada se clavó con una intensidad tan penetrante, que era como si
pudiera llegar al interior y arrancar los pensamientos de su propia cabeza.
—Hermoso—, murmuró él en voz baja, acallada por los ruidosos gritos
de los vendedores que pregonaban sus mercancías.
El calor se desplegó en su vientre. En un momento que desafiaba la
lógica y todo el sentido común, quiso quedarse aquí abajo con él, con ese
hombre cuyo nombre desconocía. Di algo, Justina. Di algo. —Lo es—. ¿Eso es lo
que dirías?
Él ladeó la cabeza en un ángulo que hizo que un rizo dorado suelto
cayera sobre su ojo. Sus dedos ansiaban apartarlo.
—Hermoso—, aclaró. —Es un cuento hermoso—. La historia de una
dama, de orígenes vergonzosos, que finalmente encontró el amor de un
noble distinguido y honorable.
—Sí—. Él se acercó, sus labios casi rozando su oreja. —Pero no estaba
hablando del cuento—, dijo en un ronco susurro que alojó el aliento en sus
pulmones. Se puso en pie y le tendió una mano.
Sin dudarlo, Justina puso las yemas de los dedos en la gran palma de él.
Él la dobló sobre la suya, empequeñeciendo la de ella, que era más menuda.
Incluso a través de la tela de sus guantes, un calor abrasador penetró y
envió deliciosos cosquilleos que irradiaron por su brazo, y entonces él la
soltó. Él hizo una reverencia. —Milady—, murmuró, entregándole el libro.
Luego, con la misma rapidez con la que había entrado en su vida, se dio la
vuelta y desapareció.
Con el corazón acelerado, Justina siguió con la mirada su retirada hasta
que desapareció en la distancia. Todo el aire la abandonó en una lenta
exhalación. Qué tontería estar tan singularmente cautivada por un
desconocido demasiado guapo. Y sin embargo... Se mordisqueó el labio
inferior. Había habido algo totalmente cautivador en él. Un hombre cuyos
ojos transmitían un profundo sentimiento y emoción y que hablaba tan
libremente de literatura... literatura escrita por una autora, nada menos.
—¿Le gustaría entonces, milady?
Ella se giró. La anciana romana hizo un gesto con los dedos. —¡Sí!—
exclamó Justina. —Lo tomaré—. Después de su encuentro con el glorioso
desconocido en la calle, ¿cómo podría no hacerlo?
Mientras la gitana empaquetaba limpiamente el ejemplar, echó un
vistazo a las calles en busca de alguna pista sobre el caballero, pero bien
podría haber sido nada más que un susurro de un sueño. ¿Quién era?
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

La calidad de su capa y sus relucientes hessianas denotaban que era un


hombre poderoso y rico. Buscó en su mente un indicio de haberlo conocido
y, sin embargo, si lo hubiera visto en un evento de la alta sociedad, no lo
habría olvidado. ¿Qué había traído aquí a un hombre como él? Como señaló
su hermano, los lores y las damas no pasaban su tiempo en el extremo sur
de Londres.
Intercambiando varias monedas que hicieron que los ojos de la otra
mujer se abrieran de par en par, con una palabra de agradecimiento Justina
recogió su volumen prestado de Shelley y su recién comprado Evelina. Con
los interrogantes que se agolpaban en su mente sobre el hombre cuyo
nombre desconocía, reanudó su paseo por los puestos de los vendedores.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 3
Fue demasiado fácil.
Si hubiera sido cualquier otra mujer, Nick habría sentido, tal vez, algo
más que esta pequeña e indeseada piedrecita de culpa. Pero era esta mujer.
Estaba ligada por matrimonio y ahora por familia al Marqués de Rutland.
Por eso, su destino estaba sellado a través de su conexión, tal como el de su
propia familia lo había estado trece años atrás.
Por eso, la Señorita Justina Barrett no era más que el medio para un fin
proverbial.
Desde el carro en el que se encontraba, oculto de la línea de visión
directa de la dama, Nick la estudió, sin temor a ser notado. Cerca de una
edad de diecinueve o veinte años, había una inocencia juvenil en su rostro
con forma de corazón, dado a sonrojarse. Sus ojos no revelaban nada del
cinismo desconfiado que había invadido los suyos años antes a manos de su
cuñado. Después de haber liberado a su padre de ese lazo hecho por él
mismo, la inocencia de la Señorita Justina Barrett era algo que había llegado
a despreciar. Había servido de burla a lo que a él y a su propia hermana se
les había negado. ¿Cómo se las arreglaba Justina, a pesar de la miseria que
había conocido como hija del Vizconde Waters?
La joven, incluso ahora, estaba de pie, con el viento azotando su capa de
terciopelo verde, con una sonrisa soñadora en los labios, mientras se abría
paso por las calles. Nick comenzó a seguirla, con cuidado de mantener la
distancia entre ellos. De vez en cuando, ella se detenía junto a un carro,
rebuscaba entre las baratijas que había allí y luego continuaba con su ritmo
pausado. Según la útil información que le había proporcionado Lady
Carew, Justina Barrett era una señorita de cabeza hueca a la que le
gustaban los sombreros y poco más.
Sin embargo, lo que la había cautivado no había sido una tontería, sino
un libro. No, no cualquier libro. Evelina. Sus tripas se apretaron
dolorosamente. El Diablo tenía sentido del humor, ciertamente. Que el
tomo de cuero que Justina Barrett acariciaba amorosamente, fuera también
el último que leyera.
Sacudió la cabeza con fuerza y, mientras el núcleo de culpa se
desvanecía, Nick recordó su propósito. Miró a su alrededor en busca del
faetón. Chilton estaba sentado a la espera, con el sombrero calado sobre la
frente y el cuello alto subido. Sí, todo estaba preparado.

~ 39 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nick miró a la dama, una vez más. Y maldijo en voz baja. ¿Dónde diablos
se había metido? Frunciendo el ceño, pasó su mirada rápidamente por la
bulliciosa acera donde hombres y mujeres regateaban con los vendedores
gitanos. Entonces la encontró. Estaba en el borde de la calle empedrada,
con un pie calzado a punto de pisar, y el otro congelado mientras luchaba
contra los hilos de su sombrero, que el viento le azotaba en la cara.
Nick dio un paso hacia adelante, cuando una figura pequeña y
encorvada se interpuso en su camino, deteniéndolo en seco. —¿Quiere que
le lea las palmas, milord, y que le diga su futuro?
Maldijo en silencio a la vieja gitana. —Un hombre crea su propio
futuro—, dijo secamente y se dispuso a rodearla. Pero con una agilidad
sorprendente, la anciana figura interceptó sus movimientos.
—Ah, nosotros determinamos los caminos, pero nuestro destino ya está
fijado para nosotros—, dijo ella en un tono inquietante que hizo que un
escalofrío irracional le recorriera la columna vertebral. —Venga—,
extendió sus nudosas manos y le hizo un gesto para que avanzara. —Deje
que Bunica vea lo que le espera.
No necesitaba la falsa profecía de una charlatana. Sabía muy bien lo que
le esperaba. Venganza. —Yo...
Unos fuertes gritos estallaron en la concurrida calle y, olvidada la vieja
gitana, Nick dirigió su mirada hacia la conmoción que había atraído la
atención de la multitud. Un semental chillando y corcoveante galopaba por
la calle, con su jinete arrastrado por detrás mientras el hombre trataba
frenéticamente de soltar el pie del estribo. Nick siguió el camino del caballo
mientras corría, dirigiéndose a un pequeño niño mendigo que estaba
parado en medio de las calles vacías, congelado. Se oyó un grito agudo y él
siguió el sonido hasta la señorita Barrett. Todo se movió en un zumbido
cuando la joven se lanzó a la calle por el niño, apartándolo de un empujón.
Él maldijo. ¿En qué estaría ella pensando? Nick saltó entre la multitud, con
el corazón bombeando por su esfuerzo. Con un movimiento fluido, derribó
a Justina Barrett, arrancando un suave grito de ella, justo cuando los cascos
del semental golpeaban el suelo donde ella había estado hace unos
segundos.
El jinete se las arregló para liberarse y luego agarró las riendas. La
asustadiza bestia se encabritó sobre sus patas traseras y pataleó en el aire.
Con el corazón a punto de estallar, Nick se apartó a sí mismo y a la joven
para que la Señorita Barrett se desparramara brevemente sobre su pecho.
Rápidamente la puso debajo de él. Levantándose sobre los codos, la
protegió con su cuerpo.

~ 40 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Sus rizos sueltos se soltaron del peinado y cayeron sobre sus hombros
en una cascada dorada y brillante. Y por fin, el joven jinete luchó por
controlar su montura. El niño se puso en pie, miró con los ojos muy
abiertos a la Señorita Barrett y a Nick, y luego salió corriendo hacia la calle
llena de gente.
Con el pecho agitado por el roce con la muerte, Nick miró hacia abajo
para soltar una arenga a los oídos de la imprudente. ¿Qué maldita dama
arriesgaba su estúpida cabeza con tal abandono? Sus ojos se encontraron.
La boca de la joven formó un pequeño círculo que hacía juego con sus ojos
redondos. —Usted.
La punzante reprimenda murió en sus labios. La adoración brotó de los
expresivos ojos azul aciano de la dama y todas las palabras y pensamientos
se atascaron en su cabeza. La vibrante profundidad de su mirada no se
diferenciaba del cielo de Suffolk en verano.
—¿Está bien?— La pregunta de Justina Barrett, cargada de
preocupación, lo hizo reaccionar.
¿Qué demonios estaba haciendo, mirándola como un tonto enamorado?
—Muy bien—, le aseguró. —Yo…
—Me ha salvado—, lo interrumpió ella en un susurro silencioso que
apenas llegó a sus oídos. Pero él lo oyó.
...Nos destruirás...
Las tres palabras de Justina Barrett en desacuerdo con las pronunciadas
hace tiempo por su padre y, por ello, trayendo una mayor satisfacción que
la dama, suave en todos los lugares que una mujer debe ser suave, ahora
bajo él.
Un medio para un fin. Nick movió una mano entre ellos.
—¿Qué...?
—Tiene suciedad, milady—, murmuró, quitando un rastro de barro de
su mejilla. Una descarga se produjo en el punto de contacto.
Ella respiró con una inhalación audible.
—¿Está herida?—, preguntó él, bajando rápidamente la mano.
Ella sacudió la cabeza salvajemente sobre los adoquines. —Me ha
salvado—, dijo ella en voz baja. —Y ni siquiera sé su nombre.
—Nick Tallings, Duque de Huntly—, murmuró él.
—Es usted un duque—, soltó ella. Él se preparó para que la codicia
llenara sus ojos. Cuando era un joven que se ganaba la vida con el trabajo,
una dama como ella no lo habría mirado de reojo. Con la adición de su

~ 41 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

título y su obscena riqueza, todas las damas con mentalidad matrimonial


del reino lo miraban con más atención.
—Efectivamente—, dijo, incapaz de acallar el cinismo de aquella
afirmación.
La joven inclinó la cabeza, la alegría desapareciendo de sus ojos. —No
importaría.
Él frunció el ceño. ¿A qué se refería?
—Si fuera un duque o un caballero sin título—. Ella inclinó la cabeza
hacia arriba, reduciendo el espacio entre ellos, tan cerca que sus labios casi
se rozaron. —Estaría igualmente agradecida por su rescate, Su
Excelencia—. Su aliento, una delicada mezcla de manzanas y menta,
abanicó su rostro y, sin proponérselo, su mirada se dirigió a la boca de ella.
Una potente oleada de lujuria lo recorrió, un sentimiento no deseado, no
bienvenido por esta mujer.
—¡Justina!— Aquel grito frenético procedente de más allá de la cabeza
de la Señorita Barrett rompió el momento.
Un caballero con una repugnante capa naranja se detuvo tambaleándose
y dejó caer las manos sobre sus rodillas. Había visto al hombre
innumerables veces entrando en Placeres Prohibidos, arrojando buenas
monedas. Colocando a dos putas en su regazo. El hombre sería tan fácil de
arruinar como la propia hermana. —Justina—, carraspeó mientras se
inclinaba, aspirando entrecortadamente. —¿Estás...?— Las palabras del
joven se interrumpieron cuando Nick se puso de pie, desplegando su
estatura de metro ochenta y cinco, casi a la altura del dandi.
Andrew Barrett.
Olvidada la hermana, el joven hizo una profunda reverencia. —Eres
Huntly—. El mismo asombro que llenó los ojos de la hermana, coincidió
con la mirada similar de este tonto callado.
Escudriñando sus rasgos para no revelar el disgusto por la reacción del
dandi, Nick se inclinó y levantó fácilmente a la dama. Un pequeño suspiro
salió de los labios de ella cuando él posó sus manos en las generosas caderas
de la mujer. —Ningún otro—, dijo Nick.
El Señor Barrett parpadeó con fuerza y luego, abriendo los ojos, miró a
su hermana. —Justina, ¿estás herida?
Ella abrió la boca.
—He visto a Huntly abriéndose paso entre la multitud para
alcanzarte—. El dandi sacó uno de sus brillantes zapatos de cuero rosa y
extendió los brazos. —No todos los días uno de los tipos más codiciados de

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Londres rescata a la hermana de un... Ay—. Lanzó una mirada ofendida en


dirección a la joven. —¿Acabas de patear...? Ay.
La Señorita Barrett miró a su hermano para que guardara silencio.
Si Nick fuera un hombre que se propusiera algo más que la ruina de la
joven, se habría sentido cautivado por su coraje. Una batalla silenciosa se
prolongó entre los hermanos. Con un suspiro, Lord Andrew volvió a
centrarse en él. —Las presentaciones apropiadas, espero, estén en orden,
dada su heroicidad de este día, Su Excelencia.
Ahora, eso sería beneficioso, para continuar toda esta farsa marchando
hacia adelante.
—Mi hermana, la Señorita Justina Barrett. Justina, Su Excelencia, el
Duque de Huntly.
La dama se hundió en una impecable reverencia. Con el viento agitando
sus largos y dorados cabellos sobre su cara y hombros, tenía el aspecto de la
Venus de Botticelli. —Su Excelencia—, murmuró en un tono dulce y
modulado. —Por favor, permítame agradecerle que haya venido a
rescatarme.
Nada más lejos de la realidad en lo que respecta a sus acciones hacia
ésta. Nick esbozó una profunda reverencia, pasando por las cortesías
sociales que se esperaban de ellos. Al fin y al cabo, la imagen que había
presentado a la sociedad, encantador y afable pícaro, había formado parte
del plan que había conducido a este mismo encuentro. —Ha sido un honor,
señorita Barrett—. Le sostuvo la mirada por un largo momento,
provocando otra audible inhalación de aire por parte de la dama.
Lord Andrew enganchó los pulgares en el cinturón del pantalón y miró a
uno y otro, sonriendo como el tonto del pueblo.
La dama mordió su labio inferior, con una pregunta en sus ojos. Una
pregunta que cuestionaba si volvería a verlo. Una mirada que decía que
anhelaba eso.
Y ella lo vería.
Nick recuperó su sombrero del suelo y le dio forma al ala plana. —
Señorita Barrett—, murmuró de nuevo mientras se quitaba su Aylesbury
negro. Con eso, comenzó a caminar por la calle y dejó a los hermanos
Barrett mirando tras él. Una dura sonrisa se formó en sus labios.
Había comenzado.

~*~
~ 43 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

¿Ese era el Duque de Huntly?


¿El pícaro más buscado en todos los eventos de la alta sociedad? El
hombre cuyo nombre se escribía en los periódicos por la facilidad y el
encanto que poseía. Y la había salvado. Ese era el tipo de romance por el
que todas las jóvenes leían versos románticos y cuentos de hadas.
De pie junto a su hermano, Justina observó la figura en retirada del joven
duque. Casi medio metro más alto que los transeúntes de la calle, se alzaba
fácilmente por encima del resto, moviéndose con una gracia elegante, como
la de una pantera. Cuando por fin desapareció de su vista, todo su cuerpo
se hundió.
Años atrás, cuando era sólo una niña, había leído las historias del
heroico rescate del Duque de Bainbridge a la ahora Duquesa de Bainbridge
después de que ésta se estrellara contra el hielo en la Feria Frost. De niña,
había mirado esas páginas con nostalgia, soñando con conocer eso. El amor.
El romance.
Sólo para ser rescatada, cuatro años después, por un duque que, con su
sonrisa y honorabilidad, avergonzaba a hombres inferiores por cosas que no
tenían que ver con su rango.
—No todos los días una joven es salvada por un duque, ¿eh?— Andrew
le clavó el codo en el brazo.
Ella se estremeció y se masajeó la carne dolorida. Al tener los pies literal
y figuradamente devueltos a la tierra, notó los detalles que antes se le
habían escapado. El dolor agudo de la parte baja de la espalda, donde se
había golpeado contra el suelo. La punzada en la cadera. —No. No lo es—,
dijo con una pequeña sonrisa en los labios.
Andrew levantó el codo. —Deduzco que esto ha sido suficiente emoción
para ti hoy—. Se inclinó y susurró. —Y para todos los demás—, dijo,
moviendo las cejas. Conmovida, se fijó en la gente que se arremolinaba en la
calle y la miraba fijamente.
Aquellos curiosos levantaban las manos, tapándose la boca mientras
hablaban. Sin duda, las historias de las hazañas del duque circulaban ya por
las calles de Londres y llegarían a todos los salones.
Sin proponérselo, Justina volvió a buscarlo.
—No me importaría tener a un tipo así como cuñado—, dijo en voz
demasiado alta y el calor explotó en sus mejillas.
—Calla—, dijo ella por la comisura de los labios.
—¿Qué?— Se erizó. —Sólo digo que, ciertamente, podrías hacer algo
peor que conseguir un hombre que nade en manteca de cerdo.

~ 44 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Justina gimió. —¿No puedes hablar en el buen inglés del Rey?— Debería
ser un crimen que estos dandis corrompieran el habla de tal manera que
una persona no pudiera entender lo que decían.
—Es rico como Creso—, simplificó Andrew. —El primo lejano del
afortunado murió, y se encontró con un duque—. Suspiró. —Algunos
hombres tienen toda la suerte.
¿Qué pasaba con los lores y las damas y sus sueños de riqueza y poder y
nada más? Incluso su hermano. —Sí. Tener tanta suerte como para
encontrarse con un título y riqueza porque algún duque sin hijos tuvo la
desgracia de morir.
—Exactamente—, murmuró Andrew, sin detectar su sutil sarcasmo.
Llegaron al carruaje, mientras su hermano seguía parloteando sobre el
caballo del duque, sus casas y su escandalosa suerte en las mesas de juego.
Seguido de quejas por su parte sobre su propia mala suerte en esas mismas
mesas.
Ella aceptó la ayuda del criado, subió al interior del carruaje y se
acomodó en el banco. Andrew la siguió, ocupando el banco de enfrente. A
pesar de que durante mucho tiempo había aborrecido su afición a seguir los
chismes en las hojas de escándalo, ahora deseaba haber prestado un poco
más de atención ella misma.
Las preguntas sobre Nick Tallings, el Duque de Huntly, pasaban por su
mente. ¿Qué había estado haciendo en Gipsy Hill? Un poderoso par, justo
por debajo de la realeza, no venía a estas calles llenas de gitanos. No, esos
predecibles nobles no se desviaban de sus elegantes clubes y sus compras
en Bond Street y sus paseos matutinos por Hyde Park.
Sin embargo, este hombre lo había hecho.
Nick. Hizo rodar en silencio ese nombre por su mente, probándolo.
Fuerte. Poderoso. Audaz. Como los guerreros de antaño. Qué bien le
sentaba. Justina jugueteó con la cortina y dirigió su atención fuera del
cristal de la ventana de plomo. Muéstrate indiferente. —Entonces, ¿qué sabes
del duque?—, preguntó, infundiendo un deliberado aburrimiento en su
pregunta.
Andrew miró y su frente perpleja se reflejó en el panel de cristal. —
Acabo de decirte que es un duque, con los bolsillos abultados.
Ella tragó un suspiro. Por supuesto, un joven caballero de veintiún años,
no veía mucho del mundo más allá de esos detalles irrelevantes. Algún día
habría una joven que pondría su mundo patas arriba y se deleitaría con su
desconcierto. Justina soltó la cortina y ésta se colocó en su sitio. —¿Hay
alguna dama que se haya ganado su afecto?

~ 45 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su hermano se rascó la frente. —Yo... no he oído hablar de una dama—.


Luego esbozó una sonrisa. —Un duque, con su elección de damas, podría
elegir a cualquiera. Pero podría elegirte a ti—, se apresuró a tranquilizar. —
Al fin y al cabo, no existen reglas para el deseo del corazón.
Ella resopló. —Vaya, gracias.
Él se sonrojó. —Eso no quiere decir que no seas un buen partido para
algún caballero—. En una muestra de devoción fraternal, se inclinó hacia
ella y le acarició la rodilla. —Él haría bien en unirse a ti.
—No lo preguntaba por...— ¿Por qué iba yo a preguntar si no?
Andrew levantó una ceja.
—Simplemente tenía curiosidad, eso es todo—, terminó diciendo con
desgana.
—Ah, por supuesto—. Asintió. —Bueno, como he dicho, podría ser
mucho peor que conseguir un caballero como Huntly.
Sí, aunque sólo lo hubiera conocido un puñado de minutos en la calle,
podía decir con certeza que podía ser mucho peor. El rostro de Lord
Tennyson se deslizó por su mente. Sí, un hombre sin escrúpulos que se
hiciera acompañar de su padre seguramente nunca arriesgaría su cuello,
como lo había hecho el duque, todo por salvarla a ella. Un hombre que no
había sido condescendiente con un cuento escrito por una mujer.
Ella jadeó y miró frenéticamente a su alrededor.
—¿Qué pasa?— preguntó Andrew, volviendo la vista de las calles que
pasaban y que había estado mirando.
—Yo... mis pertenencias—, tiró de la cortina una vez más y evaluó el
extremo de moda de Mayfair por el que ahora viajaban. —Mi libro—. Ese
mismo volumen por el que ella y el Duque de Huntly habían forjado un
ligero vínculo.
—Ah, bueno, una razón para que vuelvas de compras la semana que
viene—, dijo con un guiño.
Tragando su decepción por la pérdida, volvió a pensar en el joven duque
de pelo dorado. Hasta la última novela romántica que había leído advertía a
una dama de los peligros de un pícaro, un libertino o un canalla. Sin
embargo, nunca había comprendido realmente el glorioso atractivo de esos
hombres malvados, hasta ahora.
Mientras el carruaje avanzaba lentamente por las atascadas calles
londinenses, su mente se llenaba de preguntas sobre el hombre llamado
Nick Tallings, el Duque de Huntly. La mayor pregunta: ¿volvería a verlo?

~ 46 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Unos minutos más tarde, el vehículo se detuvo ante la fachada de su


casa de estuco. El carruaje se inclinó cuando el conductor se bajó de su
pescante, y luego abrió la puerta.
—Gracias, buen hombre—, dijo Andrew con alegría.
Stevens le devolvió la sonrisa y le ofreció una reverencia. —Señor
Barrett—, dijo, mientras ayudaba a bajar a Justina. En cuanto sus pies
tocaron el duro pavimento, un dolor agudo y punzante la recorrió desde la
parte baja de la espalda hasta los hombros. —¿Está usted bien, señorita
Barrett? ¿De su caída?— La preocupación envolvió sus arrugadas mejillas.
Para su beneficio, ella sonrió a través del dolor. —Hará falta algo más
que un caballo desbocado para hacerme daño, Stevens—, dijo con un guiño.
Y mientras caminaba hacia la casa, con la piel todavía hormigueando por el
lugar donde el duque la había sujetado, se creyó incapaz de sentir ningún
daño en ese día.

~ 47 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 4
—¿Cuál es el significado de esto, niña?
A la mañana siguiente, acurrucada en el asiento de la ventana con vistas
a las calles de Londres, Justina levantó la vista de su libro y su corazón se
hundió. Su padre estaba de pie en la puerta, blandiendo un ejemplar de The
Times.
Ignorando la punzada en la cadera, se puso en pie. —Padre.
Su respiración surgió como un traqueteo debido a sus esfuerzos. El
vizconde entró en la habitación y arrojó el periódico para que cayera en un
montón agitado a sus pies. La furia llenó sus ojos azules y brillantes. —
Ayer te dije que venía Tennyson. Me quedé inventando excusas por ti—.
Gruñó y enganchó los pulgares en el cinturón de sus pantalones de raso
azul. —¿Y ahora él y todo Londres se enteran de ti y del Duque de Huntly
en las hojas de escándalo?
Justina recuperó el papel y su mirada se clavó en su nombre emparejado
con el del duque. Por supuesto, los chismosos tomarían ese único
encuentro y lo convertirían en algo mucho más. —No pasó nada con el
Duque de Huntly—, dijo entre labios apretados. Aunque deseara que así
fuera. —Estaba de compras—, dijo secamente. —Y un caballo casi me
atropelló—. El hecho de que su padre no se inmutara ante la posibilidad de
su muerte prematura era un testimonio del vacío de su corazón. Antes, esa
indiferencia la había destripado. Ahora, había encontrado la paz con quien
era él, y la comprensión de que nunca, nunca, no importaba cuántas veces
ella lo quisiera o lo deseara o lo rogara desde las estrellas, sería el padre que
ella quería que fuera.
Su padre se frotó la boca con la palma de la mano, contemplándola con
una mirada dura. —¿Eso es todo?—, dijo al fin.
En efecto, es hermoso. Pero no estaba hablando del libro.
Era mucho más. —Eso es todo—, espetó.
—Nunca me senté a jugar con Huntly—, gruñó, con un significado
claro. A menos que un caballero pudiera perdonar sus deudas, entonces
tenía poco interés.
Su padre estaba muy empeñado en que ella contrajera un matrimonio
ventajoso para él, sin cariño para su pareja. Quería que fuera un peón. Lo
esperaba. Sin duda, con razón. Ella siempre había sido la más débil y
obediente de las chicas Barrett. Antes se arrancaría el brazo derecho que

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

vender su alma para saldar las deudas de juego de su padre. Justina apretó
los labios. Tendría amor... o nada en absoluto.
Seguían enzarzados en una batalla silenciosa, cuando sonaron pasos en
el vestíbulo.
Manfred apareció en la entrada, llevando una bandeja de plata.
—¿Qué ocurre?—, ladró su padre.
—El Duque de Huntly ha llegado para ver a la señorita Barrett.
Su corazón dio un salto y se llevó una mano al pecho.
Él había venido.
—¿Huntly?—, espetó, rascándose la panza.
El mayordomo miró de un lado a otro entre padre e hija. —Me tomé la
libertad de llevar a Su Excelencia al Salón Azul. ¿Debo decirle que la
Señorita Barrett no está recibiendo...?
—¡No!— exclamó Justina, y su padre enarcó sus pobladas cejas.
Piensa, Justina. Ella endureció sus facciones. —Supongo que haría que un
Diamante—, enroscó los dedos de los pies en las suelas de sus zapatillas, —
fuera aún más codiciado si un duque cortejara sus favores.
Su padre se tomó la barbilla entre el pulgar y el índice. —Hmm—.
Luego, asintió lentamente. —Supongo que aumentaría tu valor a los ojos de
Tennyson.
—Oh, indudablemente—, dijo ella con un tono mordaz que él no
escuchó ni se molestó en notar. —¿Si me disculpas?— Ella forzó sus pasos
en un paso sedante. Luego, tan pronto como entró en el vestíbulo, aceleró
su paso.
Él está aquí. ¿Por qué está aquí?
Las preguntas se agolparon en su mente al llegar al Salón Azul. Justina
se pellizcó las mejillas y, respirando profundamente, entró.
El Duque de Huntly estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a ella,
observando las calles de abajo. A través de las cortinas corridas, la luz del
sol entraba en la habitación y proyectaba un resplandor sobre sus rizos
dorados. Con su complexión musculosa y su gran altura, era muy diferente
del Marqués de Tennyson.
Apostaría su vida ante otro caballo salvaje a que Lord Tennyson nunca
arriesgaría su vida y su integridad física para salvar a alguien que no fuera
él mismo. Desde el cristal de la ventana, su mirada chocó con la del duque.
El calor estalló en sus mejillas al ser sorprendida mirando.

~ 49 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Se giró lentamente. —Señorita Barrett—, saludó con un barítono


melifluo que hizo bailar mariposas en su vientre.
—Su Excelencia—, respondió ella en voz baja.
Justina se aclaró la garganta y señaló las sillas. —¿Quiere sentarse, por
favor?
El joven duque, que se había ganado la atención y el favor de la alta
sociedad, esperó hasta que ella reclamó una silla. Entonces avanzó con una
lánguida elegancia que hizo que su corazón latiera a doble velocidad y se
sentó a su lado.
Oh, santos del cielo. Le echó una mirada de reojo. De todos los asientos que
podría haber ocupado -la silla Rey Luis justo enfrente, las sillas con
respaldo en los extremos opuestos de la mesa con incrustaciones de rosa-,
él se había sentado junto a ella. Se movió ligeramente y su muslo ancho
como un roble le rozó la pierna, aplastando la tela de sus faldas en un
ruidoso crujido de muselina.
—Confío en que esté bien después de su caída, madame.
—Oh, muy bien—, mintió ella. Todo su cuerpo palpitaba y dolía por su
terrible caída sobre los adoquines. Él metió la mano en la parte delantera de
su chaqueta y Justina siguió esos precisos movimientos. Jadeó cuando él
sacó un pequeño y andrajoso volumen. —Lo ha rescatado—. Con la mirada,
estudió brevemente el ahora ondulado y desgastado cuero.
—No podía dejarlo—, murmuró él. —Había que restaurarlo—. Le
entregó la delicada pieza y Justina la aceptó con la punta de los dedos
temblorosos. Pasó el dedo índice por el lomo arrugado.
Así que esta era la razón por la que estaba aquí. No pudo reprimir la
decepción.
—Es una pena que se haya estropeado.
Justina levantó la vista de la marca. —Oh, no. No se ha destruido—,
corrigió. Cuando él frunció el ceño, ella le explicó. —Verá—, pasó las
páginas, hojeando el libro. —La gente espera que una cubierta sea de cuero
impecable, grabada en oro—. Tal como la sociedad esperaba de una dama.
—Pero no importa lo que hay en la cubierta, sino lo que hay en el interior—
, giró el volumen abierto hacia él. —Estas palabras, cuentan una historia—.
Lo cerró e indicó el lomo marcado. —Al igual que las marcas dejadas aquel
día en la calle.
—¿Y qué historias cuentan?—, insistió él, acercándose. Su aliento le
hizo cosquillas en la sensible piel del cuello y ella se esforzó por responder
a esa pregunta.

~ 50 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Con dedos temblorosos, Justina dejó el libro en una mesa auxiliar


cercana. —Supongo que es una diferente, dependiendo de la persona que lo
cuente.

~*~
Desde que era un niño, había desarrollado una habilidad innata para
detectar los detalles que lo rodeaban.
Así fue como supo, siendo un niño de catorce años, que su familia estaba
sumida en la ruina económica. Cómo había sabido que Lord Rutland, con
esa mirada despiadada, había venido a destrozar a su familia aquella noche,
hacía ya mucho tiempo.
Nick evaluó el alegre espacio que mostraba la edad de una tapicería
descolorida. Los ejemplares de volúmenes de poesía envejecida esparcidos
por una mesa auxiliar se ajustaban perfectamente a una dama con un
rescate oportuno en las calles. Así fue como supo también que Justina
Barrett era una soñadora esperanzada, incluso con su familia en la cúspide
del endeudamiento. Recogió un ejemplar de Camilla de la mesa auxiliar y lo
hizo girar entre sus manos.
De niño, había sido voraz en sus lecturas. No había dejado ninguna obra
sin leer en la antaño vasta biblioteca de su difunto padre. Qué estupidez
había sido todo, poemas y cuentos de amor y obras en honor a la
naturaleza. Todo había resultado ser un divertimento sin sentido que
nunca podría restarle importancia a la fealdad que era la vida.
—¿Ha leído ese título, Su Excelencia?— aventuró Justina con dudas.
Parpadeó, levantando la vista. Ella señaló el volumen que tenía en sus
manos.
Su mirada volvió involuntariamente a la portada. Hubo un tiempo en
que añoraba sus días en las aulas y añoraba sus días en Harrow. —Lo he
hecho—, dijo con brusquedad. Toda esa sencillez le había sido arrancada.
Tras la muerte de su padre, había descubierto la inutilidad de todas esas
frivolidades. Los libros y los poemas no podían salvar a una persona. Sólo
podían distraerla. —Hace muchos, muchos años—, añadió como un
recordatorio silencioso para sí mismo.
No había necesidad de dejar entrar a esta mujer. Su único objetivo era
romper sus defensas, capturar su corazón y destruir a su familia. Entonces,
podría finalmente estar en paz, sabiendo que había provocado la misma
destrucción a todos los que Rutland amaba, al igual que el marqués había
provocado el infierno en la propia familia de Nick.

~ 51 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Con el corazón en los ojos, se arrimó al borde de su asiento,


acercándose. Su contagioso amor por la literatura era una conexión no
deseada que hacía que Justina Barrett fuera real en formas que no habían
importado. En formas que no quería que importaran. —¿No le disgustan las
autoras femeninas?
La culpa se instaló incómodamente en su vientre y la apartó. ¿Había
mostrado Rutland alguna vez tal debilidad al padre de Nick o a alguien
más? El cuerpo de su padre con la boca abierta, inerte sobre esa cuerda,
parpadeó tras el ojo de su mente. Las náuseas se revolvieron en su vientre.
—Al contrario—, dijo con sinceridad y ella levantó la mirada con sorpresa
en sus ojos azules. —No sería tan mezquino como para juzgar una obra
literaria por el género del autor—. Se llevó una mano al corazón. —Pero
tampoco las leo ya—, se sintió inclinado a añadir, cortando ese hilo entre
ellos.
—¿Pero por qué?—, preguntó ella, con sus delicados rasgos envueltos en
decepción.
Ante la pregunta de ella, él respondió con un chasquido. —Porque la
vida acaba demostrando que esas esperanzas de felicidad son sueños
esquivos con los que los niños se llenan la cabeza para atravesar la
oscuridad de la vida.
La boca de ella se abrió ligeramente. Él forzó a alejar la tensión de su
cuerpo y relajó los músculos de su rostro. Su piel se sonrojó bajo la fuerza
de su mirada. —No lo creo—, dijo ella suavemente.
—Eso es porque todavía tiene esperanzas y sueños—, replicó él. ¿Por
qué le discutía sobre los méritos de las novelas románticas y los poemas?
En su afán por robarle el corazón y acabar destrozándolo, debería llenarle
la cabeza de tonterías y alabar a los grandes poetas románticos. En lugar de
eso, le dio las verdades reales que lo habían transformado en el hombre
endurecido en el que se había convertido. Finalmente, todos los sueños
morían. —¿Qué sucederá cuando su padre pierda toda su riqueza?— Lo
que Nick vería realizado. Tan pronto como las palabras salieron de su boca,
deseó devolverlas.
La dama retrocedió como si la hubiera golpeado y eso hablaba de la
debilidad de él, ya que deseaba borrar la evidencia de su dolor; un dolor que
él había infligido. Pero ella no tenía miedo y esa marca de fuerza alivió
momentáneamente su culpa. Porque, cuando él hubiera terminado con
esto, Justina Barrett no estaría totalmente destrozada. No de la forma en
que Cecily había estado, relegada al papel de esposa de un viejo y frío noble.
—¿Qué hay de las damas de su familia?—, insistió ella. Agradeció el
recuerdo de su hermana y su sobrina que, cuando esto terminara, serían

~ 52 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

vengadas. —¿Las disuadiría de leer esos libros porque no son más que
tonterías fantasiosas?
—No lo haría—, respondió con una automaticidad nacida de la verdad.
Cada uno de sus movimientos durante trece años había sido
cuidadosamente medido con el propósito de asegurar la felicidad e
inocencia que pudiera para aquellas dos damas.
Una sonrisa melancólica se dibujó en los labios gruesos de Justina. —
Entonces son muy afortunadas—. ¿Qué explicaba el triste brillo de sus
expresivos ojos?
Él se tragó un sonido de frustración. No importaba qué tipo de
existencia, feliz o no, había conocido la muchacha. Importaba que fuera la
ingenua cuñada de Rutland, amada por la esposa de Rutland y protegida
por el propio marqués del demonio. Ella estaba destinada a sufrir y, a partir
de ahí, a quebrar a Rutland. La pregunta se deslizó, de todos modos. —¿Sus
padres han sido menos indulgentes en sus selecciones de lectura, entonces?
—Oh, nunca—. Un rizo dorado cayó sobre su ceja y su mirada se dirigió
al mechón. Los recuerdos de aquellos largos mechones enredados en las
calles de Gipsy Hill retumbaron en su mente y sintió el deseo de verlos
abanicados sobre su almohada. —Bueno, mi padre no se interesa por lo que
leo—. Sus labios se torcieron en una sonrisa aberrantemente cínica. —
Duda tan a menudo de mi inteligencia que probablemente ni siquiera
confía en que sepa leer—. La dama tenía más inteligencia en su dedo
meñique izquierdo que Waters en todo su cuerpo. —Mi madre nunca se
atrevería a limitar lo que leo—, comentó, dando un manotazo al rizo. —Ella
vive para ver a sus hijos felices.
Una madre que, incluso casada con un réprobo como Waters, no había
renunciado a la vida; que, en cambio, había sonsacado la alegría de donde
podía para sus hijos. A diferencia de su propia madre, que se limitó a
subsistir y finalmente se entregó a la muerte con el fallecimiento de su
esposo. Esa yuxtaposición debería servir como un duro recordatorio de los
objetivos de Nick para la familia Barrett y, sin embargo, existía ese deseo
involuntario e indeseado de escuchar más. Por razones que no entendía.
Por razones que no tenían nada que ver con Rutland o la venganza.
—Mi hermana siempre leía libros de exploración y soñaba con viajar—,
dijo Justina, abriendo más la puerta a su mundo. Dejándolo entrar en la
mente, los sueños y los corazones de ella, así como de la esposa de Rutland.
—Mi madre nunca le exigió que abandonara esos sueños.
—¿Qué hay de tus sueños?—, preguntó él en voz baja, su pregunta no
nació de la semilla de la venganza, sino de una verdadera necesidad de
saber lo que anhelaba una dama que llevaba el corazón en los ojos. El

~ 53 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

vientre se le anudó vilmente y se odió a sí mismo por querer esas


revelaciones de ella.
Justina se mojó los labios. Por un largo momento, creyó que ella
ignoraría su pregunta. Entonces, ella echó una mirada a su alrededor. —
Siempre he querido tener un salón dentro de mi propia casa, un lugar
donde las jóvenes puedan hablar libremente sobre obras literarias y
ejercitar sus mentes sin preocupaciones ni recriminaciones—. Se sonrojó.
—Por supuesto, no creo que vaya a ser una Elizabeth Vesey, o una
Elizabeth Montagu, pero sí sueño con que las jóvenes y los caballeros
vengan a compartir ideas y obras. Como yo comparto las mías, Su
Excelencia—. Justina tomó el diario de cuero negro de la mesa y lo miró por
un momento. Lo extendió.
—Por favor, llámeme Nick—, respondió.
Justina lo miró fijamente, la confusión se extendió por sus rasgos. —
¿Disculpe, Su Excelencia?
—Nick. Ese es mi nombre. Si vamos a hablar de sueños, creo que
podemos usar nuestros nombres de pila en privado, ¿no te parece,
Justina?—, respondió él.
—Yo... supongo que sería aceptable—, balbuceó Justina mientras seguía
tendiéndole el libro.
Nick se quedó con la mirada perdida en el libro. Con qué facilidad le
entregaba sus palabras íntimas. Si se hubiera enfrentado a una despiadada
dama de la sociedad con la cabeza vacía que no buscaba más que riqueza y
títulos, habría sido más fácil que esto. Una mujer que se lamentaba de tener
un padre indiferente. Una mujer de intelecto ingenioso que buscaba más en
términos de su aprendizaje y su felicidad. Se le apretaron las tripas y se
obligó a tomarlo con los dedos rígidos.
Abrió el diario.
Un título elevado, es a lo que una dama aspira. Por supuesto que sí. Un amargo
cinismo tiró de sus labios.
Pero con el tiempo, descubre que hay mayores dones para admirar.
El corazón de un amante, y los labios sinceros, inspiran para siempre.
Él hizo una pausa, con su mirada paralizada por esas palabras.
... labios sinceros...
La culpa abrió un camino ardiente en su conciencia, manteniéndolo en
silencio. ¿Cómo podía la dama conservar esa alegría y creer en el bien
cuando no había verdaderos finales felices? Y yo la destruiré. Aplastaré hasta el
último sueño y esperanza de amor y felicidad. Una presión parecida a la de un

~ 54 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

torniquete le apretó los pulmones cortando el flujo de aire. Y no sabía qué


hacer con esta culpa no deseada ni con ningún sentimiento que corriera
paralelo a su sed de venganza.
—Es increíblemente duro—, dijo ella con naturalidad, levantando la
cabeza. —Esto no es más que el principio, pero he pensado en lo
importante que sería para las jóvenes hablar de los matrimonios que
realizan o se espera que realicen. Y de lo que nosotras, como mujeres,
realmente deseamos—. Dejó caer su barbilla en una mano. —Visito la
Biblioteca Circulante y escucho innumerables discusiones sobre
romanticismo y el significado de los versos, pero nunca los oradores hablan
de desafiar las uniones frías y sin emoción que se espera que
contraigamos—. Eso hacía que el rescate que había planeado para ella en
aquellas calles fuera aún más vil por su frialdad. Se le revolvió el estómago.
¿Quién iba a decir que él, que se enorgullecía de su indiferencia, era capaz
de sentir esa vergüenza? —No importa cuántas veces empiece, no puedo
encontrar la siguiente parte—. Suspiró. —Estoy irremediablemente
atascada con nada más que una idea y un puñado de frases.
Nick volvió a mirar la página. —Escribe tus propias palabras—, dijo en
voz baja.
—¿Qué?
—No busques inspiración en los cuentos o versos de otro poeta o
autor—. Capturó sus dedos y los guió hasta su esternón. —Escribe desde
aquí—. Desde ese lugar donde toda la gran agonía, el amor y la
desesperación vivían en una armonía sincrónica que dejaba a un hombre
para siempre en el tumulto.
Los labios de ella se separaron y recorrió su rostro con la mirada. —
Nunca he conocido a nadie como...
Nick rodeó su nuca con la otra mano y reclamó sus labios bajo los suyos,
acallando palabras que no merecía de esta mujer, silenciando su conclusión
errónea de que él era bueno de alguna manera. Justina se aquietó en sus
brazos y él movió su boca sobre la de ella en una suave exploración,
sacándole la tensión, hasta que se le escapó un suspiro.
Las mujeres que había llevado a su cama a lo largo de los años habían
sido mujeres cuyas almas eran tan perversas como la suya. No había nada
de ternura en sus palabras, pensamientos o besos y caricias. Por ello, había
participado en violentos encuentros de boca que sólo habían servido como
precursores despiadados de su inevitable unión sexual.
Nick continuó saboreándola y, abandonando su diario, bajó las manos
por su cintura. Acarició sus exuberantes caderas, deseando hundir sus
dedos en esa carne sin el obstáculo de sus faldas de muselina entre ellos.

~ 55 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Impulsado por la sensación de ella en sus manos, profundizó el beso,


deslizando su boca sobre la de ella una y otra vez, hasta que ella gimió y le
permitió entrar. Él introdujo su lengua en el interior y ella tocó la suya en
un encuentro tentativo. Aquella inocencia, tan diferente a todo lo que había
conocido en las mujeres anteriores, hizo que la sangre subiera a su eje.
Con una audacia cada vez mayor, Justina respondió a sus caricias con
fiereza, enredando su lengua con la de él en un encuentro primitivo que se
unió a la lujuriosa unión de dos cuerpos. Le rodeó la nuca con las manos y
se apretó contra él.
Él gimió, el sonido grave se tragó en la boca de ella, y él movió sus manos
entre ellos, explorando su cuerpo. Descubriéndola. El amplio volumen de
sus pechos se derramaba sobre sus palmas y nunca había despreciado tanto
las telas como en ese momento por impedirle explorar su suave piel
satinada.
Nick apartó la boca y le besó la mejilla y la parte inferior, hasta el lugar
donde el pulso latía en su garganta. Gruñendo, chupó y mordió la carne.
—Nick—, jadeó ella. Esa súplica de una sola palabra, su nombre, lo
estimuló.
Movió sus labios en un camino lento y perverso hacia su modesto
escote. Dejó caer un beso sobre los montículos de color blanco crema. El
eco de las pisadas en el pasillo penetró en la loca neblina del deseo que ella
había lanzado. Luchando por respirar, él se deslizó rápidamente hacia el
extremo opuesto del sofá.
Con los ojos nublados por la pasión, Justina parpadeó y miró a su
alrededor.
Andrew Barrett irrumpió en la habitación, jadeando. —H-Huntly, viejo
amigo—, dijo en voz baja, con el pecho agitado. —Iba de camino a mis
clubes cuando me enteré de que me habías hecho una visita—. El hombre
no necesitaba más que una sola mirada a los labios hinchados y besados y a
las mejillas sonrosadas de su hermana para comprender lo que él y la
deliciosa Justina Barrett habían estado haciendo. En cambio, el tonto
permaneció fijo en él, ajeno.
El asco cubrió la lengua de Nick. La dama había sido maldecida con un
padre despiadado y un hermano indiferente. —Barrett—, saludó.
El joven caballero se apresuró a acercarse y se colocó en el asiento entre
Nick y Justina. —Gracias por entretenerlo en mi lugar, Justina—.
Ella puso los ojos en blanco y Nick se encontró sonriendo. —Un
placer—.

~ 56 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El futuro vizconde estaba demasiado consumido por su propia


importancia como para escuchar el sarcasmo. —¿Quieres unirte a mí en
Placeres Prohibidos, Huntly, viejo amigo?
Habiendo desempeñado el papel de padre y hermano mayor de su
propia hermana, el absoluto desprecio de Andrew Barrett por la joven que
tenía ante sí desafiaba la lógica fraternal. Enarcó las cejas en una línea de
molestia y miró a Justina de forma directa. —No creo que hablar de esa
manera sea apropiado.
La perplejidad brilló en los ojos del otro hombre mientras miraba a su
hermana y a Nick. —¿Por Justina?—, soltó. —Está bien discutirlo delante
de ella. Lo sabe todo sobre las mesas de juego.
La intriga reemplazó su anterior disgusto con el hombre. —¿Lo sabe?—
Nick se dirigió a la joven con una larga mirada. Una intelectual enamorada
de la literatura y que conocía las mesas de juego.
Un delicado rubor rosado manchó sus mejillas de color blanco crema y
miró a su hermano. —Mi hermano sólo está bromeando...
—No, no es así—. Andrew sacudió la cabeza con tal vigor que, incluso
con el grueso aceite de pomada que engrasaba sus rizos de Brutus
estrechamente recortados, se le cayó un mechón. —Es de mala educación
bromear sobre las mesas de juego, ya sabes, Justina.
—También es de mala educación hablar de las apuestas delante de una
dama—, murmuró ella.
A su pesar, el pecho de Nick emitió una risa baja, áspera por el mal uso,
pero cruda y desenfadada.
—¿Delante de mi amigo, Huntly?— La sorpresa rodeó los ojos del dandi.
—Es bastante seguro hablar libremente delante de los amigos.
Conseguir la gracia de Andrew Barrett y adormecerlo con una falsa
amistad iba a ser más fácil que arrebatarle una menta a un niño
desprevenido. Demasiado fácil para merecer un verdadero sentimiento de
triunfo. De hecho, ambos Barrett lo estaban haciendo demasiado fácil. Era
la única razón que explicaba su inquietud.
Barrett continuó con su parloteo. —Oí que eras muy bueno en las
mesas, pero nunca hubiera podido predecir lo hábil que eras—. El dandi
hinchó el pecho y ese ligero movimiento estiró la tela de satén verde
guisante de su chaqueta. —Es cierto que nunca te has sentado a jugar al
faro conmigo.
—Sí, con toda la destreza que requiere ese juego en particular—, dijo
Justina. Su hermano interrumpió su pomposa fanfarronería para fruncir el
ceño.

~ 57 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—No es sólo un juego de azar como algunos podrían pensar.


Acomodando su brazo en el borde ondulado a lo largo del respaldo del
sofá, Nick se inclinó alrededor del más joven y atrapó la mirada de Justina.
Un pequeño destello bailó en sus insondables profundidades azules. Lo
siento, articuló ella en silencio.
Él le guiñó un ojo y los labios exuberantes de ella formaron una sonrisa
que lo congeló momentáneamente. Con sus pálidos rizos rubios y su rostro
en forma de corazón, Justina Barrett encajaría para siempre con todos los
estándares de la perfección femenina inglesa. Aquella impresionante
sonrisa la transformaba en una cautivadora sirena cuya inocencia ansiaba
desvelar capa a capa para descubrir a la criatura tan bella que había
saboreado momentos atrás, cuya pasión ansiaba ser liberada. Le dirigió una
mirada ardiente.
Sus labios se separaron ligeramente y un suspiro se escapó. Qué libre era
incluso con sus pensamientos silenciosos; esa desesperación tácita por un
atisbo de romance. Uno que él explotaría. Apretó la mandíbula.
—Mi amigo, Huntly, sin duda lo sabe—, continuó Andrew. —Puedo
enseñarte todos mis mejores secretos para ganar al faro. ¿Una visita a
Pacer-er... los clubes?
Nick apartó su atención de Justina y se dirigió al hombre. —Me temo
que debo declinar educadamente—. Se puso rápidamente en pie. —Tengo
asuntos de negocios que atender—. No podía quedarse aquí. No con esta
mujer que ponía en peligro sus ordenados planes y su oscura venganza.
—¿Quizás más tarde, después?— Barrett insistió, adentrándose aún
más en el camino de su propia ruina.
Nick mostró su sonrisa más encantadora. —Estoy deseando que
llegue—, mintió. Nick esbozó una apresurada reverencia. —Si me disculpa,
señorita Barrett.
Los dos Barrett hablaron en armonía. —¿Te vas tan pronto?
Justina rozó con las palmas de las manos las modestas y opacas faldas
de marfil. Buscó su mirada transparente sobre su rostro. —Es decir, lo que
pretendía decir—, si su rubor se volviera más rojo, sus mejillas se
incendiarían, —es que ha sido un placer, Su Excelencia—. Sus palabras, sin
aliento, avivaron las brasas del deseo, una vez más.
—El placer fue todo mío—, murmuró. Nick tomó los dedos de ella y los
llevó a su boca. Le dio un prolongado beso en la parte interior de la muñeca
y se estremeció al sentir el fuerte pulso de la mujer.
Andrew Barrett dio una palmada, cortando el momento cargado. —
Hasta luego, entonces.

~ 58 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Hasta luego—, coincidió Nick. Era seguro que habría un después. No


estaba aquí para hacer amigos o conectar emocionalmente con una mujer,
sino para que se hiciera justicia. Las deudas de Barrett, del vizconde, le
pertenecerían todas, de modo que ni siquiera la obscena riqueza del
Marqués de Rutland pudiera rescatarlas.
Giró sobre sus talones y se marchó.

~ 59 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 5
A la tarde siguiente, Nick, en compañía de Vail Basingstoke, el Barón
Chilton, se sentó a la mesa en la esquina trasera de Brooke's.
—El giro de los acontecimientos de ayer fue ciertamente conveniente—,
dijo Chilton. El hombre, con una sonrisa sarcástica, levantó su vaso. —
Apenas necesitasteis mi ayuda.
Sí, todo había resultado extraordinariamente fácil en lo que respecta a
Justina Barrett. Él había acudido a su rescate, aunque no de la forma
originalmente planeada. Le había hecho la visita de rigor, devolviéndole su
tonto libro de poesía, y la había besado hasta dejarla sin sentido. Sin
embargo, fue fácil. Casi demasiado fácil.
Esa debía ser la única razón para explicar esta... inquietud interior.
Con una copa de brandy entre las manos, Nick dio un lento trago a su
bebida y miró más allá del hombro de su amigo a los caballeros que
miraban con descaro en su dirección. Los susurros furiosos llenaban el
club.
Y fructíferos.
La noticia de su interés por la dama ya había hecho las rondas
necesarias. Los chismes bullían con la historia del romántico encuentro de
un duque y una dama; el rescate de aquella damisela en apuros.
Nick agitó el contenido ambarino de su copa. Todo se había puesto en
marcha de forma experta. Todo, hasta los asombrosos destellos en los ojos
de la ingenua dama. ¿Por qué no podía ser la avariciosa y despiadada
Diamante que la sociedad decía que era? Sus dedos se curvaron
reflexivamente sobre su vaso. No importa qué clase de mujer es. Sólo importaba
su conexión con Rutland.
—¿Cómo es la dama?— Preguntó Chilton con un toque de aburrimiento
en esa pregunta. —¿Tan encantadora como la pintan los periódicos?
Más encantadora. Levantó un hombro encogiéndose de hombros. —
Apenas importa el aspecto de la dama—. O lo generosamente acampanadas
que eran sus nalgas. O lo llenos que eran esos pechos que se habían
apretado contra su pecho. O que se hubiera lanzado al paso de un caballo
salvaje para salvar a un niño mendigo de la calle. Nick dio otro sorbo fuerte.
Al fin y al cabo, podía ser una arpía sin corazón y sin dientes, y el resultado
era el mismo. Un medio para un fin.

~ 60 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Te juro que eres el único hombre que podría emprender un camino
para arruinar a una dama y ser tan despiadadamente indiferente a sus
atributos—, dijo su amigo en tono seco.
La lujuria seguía ardiendo en su interior con la recordada sensación de
que Justina Barrett desmentía la errónea suposición de su amigo. Nick
inclinó su silla sobre las patas traseras. —¿Te gustaría saber algo de la
dama?—, preguntó, levantando una mano en señal de saludo a algún
pomposo lord que necesitaba algún tipo de afirmación por su parte.
Malditos tontos, todos ellos. Y cómo despreciaba la pretensión del
encantador noble por el que todos lo tomaban. —Es rubia como cualquier
otra dama inglesa—. Con hebras doradas besadas por la luz del sol. —
Regordeta—. Perfectamente curvada, con unas caderas en las que un
hombre debía hundir sus dedos. Sacudió la cabeza con asco. Suficiente. Tu
hambre por la dama apenas tiene importancia. —Y bajita. Ojos azules—, pensó
para añadir. Que brillaban con motas de plata a la luz. —Y ella está
maravillada con un ducado. ¿Estás satisfecho con lo que digo?
No importaría si fuera un duque o un caballero sin título... Todas las damas,
desde las debutantes hasta las antiguas viudas, buscaban su atención ahora
que tenía un título. Seguramente, ella no era diferente.
—No es una criatura brillante para atraer tu atención—, convino
Chilton y se bebió el resto de su bebida.
Nick empujó la botella al otro lado de la mesa y su amigo rellenó
rápidamente su vaso. —No tiene por qué atraer la atención de nadie. Sólo
su nombre lo hace—, dijo en un susurro dirigido a los oídos del otro
hombre.
—Ah, pero no es su nombre—, señaló Chilton, con un movimiento de
sus cejas de medianoche. —Es el nombre de su cuñado.
Frunció el ceño ante la siempre presente desaprobación. Se sumieron en
un tenso silencio, mientras Nick pensaba en el cuñado de la señorita
Barrett.
Rutland. El demonio que había destrozado su familia. Un hombre cuya
única familia era la mujer que había convertido en esposa. Nick sacudió la
cabeza. Oh, la oportunidad. Si hubiera estado en posesión del título de
duque y en medio de la sociedad educada entonces, podría haberle robado a
Rutland la persona que más le importaba. Rodó los hombros. Tal como
estaban las cosas, tendría que conformarse con destruir a la cuñada del
hombre. Su suegro. Su cuñado. Y a través de esa destrucción, toda la
felicidad de su esposa.

~ 61 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Entonces, el hombre viviría con la miseria de ser aplastado... sin la


finalidad de la muerte, por la cual la propia familia de Nick había sido
transformada para siempre.
Miró su vaso medio vacío. Su mente se deslizó hacia atrás a un día de
hace mucho tiempo. A otra botella de brandy que goteaba en el suelo. Una
copa de cristal volcada de lado, mientras el brebaje ambarino se derramaba
en un charco deprimido sobre los importantes papeles esparcidos en aquel
escritorio antes desordenado. La mano de Nick tembló y envió el líquido a
un lado, manchando sus dedos. Dejó el vaso con un fuerte golpe.
—¿No esperas que un hombre como él no esté al tanto, incluso en el
campo, del bienestar de su cuñada?— aventuró Chilton, haciéndolo volver
al momento.
—Difícilmente—, afirmó Nick. Puede que Rutland se haya retirado al
campo, pero el hombre, por la naturaleza de su malvada existencia, había
hecho casi imposible penetrar en su mundo. —Sin embargo, el reciente
parto de su esposa y su bebé enfermo acapararán toda su atención durante
algún tiempo.
Si no hubiera sido por la baronesa con una criada que se había escurrido
del escrutinio del marqués, Nick se habría quedado con los mismos
rumores vertidos en esos papeles por la alta sociedad. Pero ahora sabía que
Rutland estaba totalmente concentrado en sus propios asuntos. Apostaría
que tenía a lo sumo un mes -quizás menos-, según sus cálculos, para
enredar a los despilfarradores Barrett en suficientes apuestas como para
costarles todo. Mientras tanto, llevaría a la hija por el camino de la ruina,
sin siquiera una dote a su nombre.
—Bueno, que me parta un rayo—. Chilton silbó suavemente entre los
dientes y Nick siguió su mirada.
El joven dandi, alto y delgado, con pantalones de raso amarillo canario,
atravesó el club. Con el pecho hinchado y la cabeza inclinada hacia atrás,
tenía el aspecto de un gallo pavoneándose en una granja. Lord Andrew.
Así que realmente era así de fácil. Pensó en la debilidad de su difunto
padre. Con qué facilidad había caído en la trampa de Rutland. Qué
oportuno que tanto Andrew Barrett como Justina cayeran tan limpiamente
en una línea similar.
El hombre más joven se detuvo en su mesa. —Huntly, mi amigo—. ¿Mi
amigo? Por el rabillo del ojo, detectó a Chilton enterrando su sonrisa detrás
de una mano. —Después de toda la emoción y de tu heroico rescate en
nombre de mi hermana, pensé en unirme a ti.
Nick se sonrió y abrió la boca para hablar, pero el Señor Barrett ya había
retirado una silla y reclamaba el asiento entre ellos. —Por favor,
~ 62 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

acompáñanos—, dijo secamente. El hombre tenía una arrogancia que


rivalizaba con la del rey o era demasiado idiota para oír el sarcasmo, porque
se sentó en su silla y sonrió. —Barrett, permíteme presentarte a Chilton.
Chilton, Barrett.
El joven estiró un brazo por encima de la mesa y estrechó la mano del
barón. —Un placer—. Su mirada se dirigió a la botella medio vacía y luego
levantó la mano indicando a un sirviente. —Otra botella de brandy y una
copa—. Así que el caballero tenía intención de quedarse. —Es lo menos
que puedo hacer para agradecerte como es debido que hayas salvado a mi
hermana.
¿Había sido él alguna vez tan ingenuo? ...No quiero ser comerciante algún día,
papá. Quiero ser poeta... Su ingenua voz de niño de antaño, resonaba en las
cámaras de su mente. Recogiendo su copa, Nick terminó el contenido.
Tonto. Todos empezaron siendo tontos. Él, Justina y su hermano, incluidos.
Un lacayo vestido de librea se apresuró a traer una nueva botella y un
vaso. Los puso sobre la mesa y, con una reverencia, se fue corriendo. —Hay
que hacer un brindis—, dijo Barrett, sirviéndose un trago. Lo sostuvo en
alto. —Por el comienzo de una amistad.
Nick se atragantó a mitad de trago y Chilton, con los hombros
temblando de alegría silenciosa, se inclinó y le dio una fuerte palmada entre
los omóplatos. —Si me disculpas—, su infiel amigo consiguió zafarse
mientras se ponía en pie de un empujón. —Déjenme abandonarlos a su
incipiente relación—. Nick miró con desprecio al otro hombre mientras se
alejaba.
Y entonces se quedó con Barrett.
—Realmente, fue bastante bueno de tu parte salvar a mi hermana y
devolverle su libro—, dijo el hombre más joven, ordenando su atención.
—No es nada que no hubiera hecho por cualquiera—, dijo él,
automáticamente. Bueno, tal vez por alguien. Unos ojos marrones y sin
alma brillaron en su mente. Con movimientos rígidos y espasmódicos, dio
un manotazo a la botella y se sirvió otro trago completo.
Barrett puso los brazos sobre la mesa y tamborileó con las yemas de los
dedos sobre la superficie lisa de caoba. —No debería decir esto—, dijo.
Luego bajó la voz a un susurro conspirador. —Es escandaloso hablar de la
hermana de uno—. Las orejas de Nick se agudizaron y se quedó
absolutamente quieto. —Pero mi hermana hizo preguntas sobre ti.
Ah. Reprimió la sonrisa cínica que alertaría a este hombre de la
verdadera oscuridad de su alma. —¿En verdad?—, preguntó, inclinándose
hacia delante y borrando el espacio entre ellos.

~ 63 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El otro hombre asintió y luego tiró de sus solapas. —Como su hermano


mayor, he venido a ver si tienes o no intenciones honorables hacia la dama.
¿Qué diría Barrett de las absolutamente deshonrosas intenciones que
tenía para con toda su familia? —Dado nuestro... breve encuentro, no
puedo hablar de ningún... sentimiento por la dama.
La cara de Barrett cayó.
Nick se inclinó más cerca, todavía. —Pero puedo decir con certeza que
la dama tiene un valor, un ingenio y una belleza que cualquier hombre
lucharía por ganar—, dijo. La sonrisa del joven volvió a su sitio antes de que
la última palabra saliera de su boca. Señaló las mesas de fieltro que había en
el club, llenas de hombres que apostaban sus fortunas. —¿Una partida de
piquet, Barrett?
El otro hombre sonrió y, bajando su bebida, empujó su silla hacia atrás y
se levantó rápidamente. —Espléndido, Huntly.
Nick se puso de pie y se puso al lado del dandi charlatán, contento de
llevar la conversación por los dos.
Espléndido, en efecto.

~*~

Justina había pasado los últimos meses lamentando la ausencia de su


madre y de Phoebe. Puede que no tuviera una madre o una hermana mayor
protectora al alcance de la mano, pero lo que sí tenía, sin embargo, era una
madre de facto. O para ser más precisa... dos. El par de mujeres jóvenes,
imágenes contrastantes en todos los sentidos, que ahora mismo se
encontraban al frente de la biblioteca con miradas suspicaces y hombros
decididamente cuadrados.
—Nos enteramos de su encuentro en la calle Lambeth—, dijo Honoria
sin preámbulos, quitándose los guantes. De pelo castaño, ojos marrones y
desconfiada por naturaleza, no podía ser más diferente de la
inquietantemente bella Lady Gillian, que casualmente compartía el espíritu
romántico de Justina.
Abrió la boca, pero Gillian miró fijamente a la otra mujer. —Ésa no es la
forma de preguntar si está herida—. Se apresuró a acercarse en un
torbellino de faldas rosas, condujo a Justina a un asiento y reclamó el lugar
a su lado. —¿Estás bien?— preguntó Gillian apresuradamente. Se retorció
las manos. —Me enteré por mi criada, que a su vez se enteró por el lacayo
de Lady Jersey de que casi te atropelló un carruaje...
—Un caballo—, corrigió automáticamente Justina.
~ 64 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Y que fuiste rescatada por el Querido Duque de Huntly.


—El pícaro—, murmuró Honoria, acercándose y acomodándose en una
silla de cuero con respaldo de alas cercana. —Hemos oído que te rescató un
pícaro y que te hizo una visita.
Sí, había oído rumores de que era un pícaro y no mucho más. Como
alguien cuya familia había sido víctima de chismes durante mucho tiempo,
nunca se había preocupado por las hojas de escándalo o las palabras de los
entrometidos. Después de conocer al Duque de Huntly, deseó haber
prestado un poco más de atención al caballero más codiciado, más allá de
ese detalle poco revelador.
Dejando a un lado las preguntas, aclaró lo sucedido a la preocupada
pareja. —Un caballo cargó hacia mí. Cuando empujé a un niño pequeño del
rumbo del caballo, el duque me apartó del camino—. Y cubrió mi cuerpo
protectoramente con el suyo, como un guerrero de antaño. En lo que fue el momento
más singularmente romántico de sus veinte años.
Gillian fulminó con la mirada a Honoria. —¿No has oído lo que ha dicho
Justina? Casi fue pisoteada por un caballo. Phoebe nunca nos perdonaría si
permitiéramos que su hermana fuera pisoteada por un caballo.
—Un caballo es mucho más seguro que un pícaro, cualquier día—,
murmuró Honoria en voz baja, ganándose otra mirada de advertencia de
Gillian. —Phoebe nunca nos perdonaría si permitiéramos que Justina
mostrara interés por un pícaro.
Con el carácter desconfiado de la joven, pondría en aprietos a cualquier
acompañante vigilante de una dama recalcitrante. Y por la forma en que la
estudiaba ahora con los ojos entrecerrados y penetrantes, Justina sería esa
dama traviesa. ¿Qué diría la otra mujer si supiera que el Duque de Huntly
había pasado sus poderosas manos por encima de ella? ¿O que la había
besado hasta dejarla sin sentido? El corazón de Justina aceleró su ritmo y
envió una silenciosa plegaria al cielo para que las damas no detectaran su
rubor.
En un intento por mantener la indiferencia, Justina tiró de la tela de sus
faldas; un hambre la llenó de saber más sobre el extraño en las calles. —
Pero, ¿es realmente un pícaro? Confío en que la Sociedad no pueda saberlo
realmente.
—El caballero ha adquirido fama de pícaro, así que la Sociedad puede,
de hecho, saberlo—, dijo Honoria, ganándose el ceño de Justina. La mujer
forzó la imaginación de otras jóvenes que se habían ganado el favor del
caballero.
Gillian agitó la mano una vez más. —Bueno, según mi criada, eso no es
del todo cierto. Ya no lo es. El Duque de Huntly era un pícaro, pero ha sido
~ 65 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

bastante...— Arrugó el ceño como si buscara sus palabras. —Respetable—,


se conformó con decir. —Y ha habido rumores de que está buscando una
esposa.
El corazón de Justina se aceleró. —¿Lo está?—, espetó.
—No es que siga los chismes—, dijo Gillian apresuradamente. Un brillo
inusualmente duro iluminó los ojos de la joven. —Cosas desagradables—.
Como dama cuya familia se había visto envuelta en un escándalo tras el
fracaso de la boda de su hermana mayor y su posterior matrimonio, años
más tarde, con un notorio libertino, los chismes habían sido tan poco
amables con los Farendale como con los Barrett.
Honoria frunció la boca. —Te interesa el caballero—. Sus palabras
fueron expresadas con naturalidad.
—Por supuesto que no—, la mentira salió fácilmente de los labios de
Justina. —Apenas lo conozco—. Más allá de su intercambio compartido,
aunque breve, sobre aquella copia de Evelina, y de su rescate en los
adoquines, y de aquel maldito beso.
—Se está sonrojando—, dijo Honoria, devolviéndola al momento.
Apoyando las palmas de las manos en las rodillas, se inclinó hacia delante
para mirar a Justina. —¿Por qué te sonrojas?
—No me estoy sonrojando—, dijo ella rápidamente, con la piel diez
grados más caliente.
—Me temo que lo estás—, dijo Gillian con un movimiento de cabeza. —
Por mucho que me duela estar de acuerdo con Honoria.
Había algo muy reconfortante en la amistad de esas dos mujeres que la
habían acogido bajo sus proverbiales alas. Aunque fueran más
sobreprotectoras que su madre, eran leales y se preocupaban por ella, y eso
era una bondad por la que habría cambiado sus dedos meñiques por
conocer de su propio padre.
Honoria posó su mirada, cada vez más estrecha, en el lugar vacío junto a
Justina. Siguió la mirada de Honoria hasta el volumen de cuero negro
descolorido con letras casi indiscernibles. Casi. Justina tomó rápidamente
el título. —Y tú estás leyendo novelas románticas.
—Poesía—, corrigió Justina. —Estoy leyendo poesía.
—Siempre está leyendo novelas románticas—, señaló Gillian con
acierto. Le dio una palmadita a Justina en la rodilla. —No hay nada malo en
una encantadora novela romántica.
—Hay todo de malo en una novela romántica—, dijo Honoria con
firmeza. —Pero—, continuó, levantando una mano. —Ese no es el motivo

~ 66 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

de preocupación, sino el rubor...— Hizo una pausa y se cruzó de brazos. —


Y tu visita del duque.
—Apenas hay nada que hablar—, aseguró ella. La piel de Justina se
calentó de nuevo. Abrazando su libro, echó un vistazo a la puerta. —Se me
cayó el libro en la calle y Su Excelencia se limitó a devolvérmelo—, dijo,
diciendo la verdad más segura que no revelaba sus esperanzas personales.
El rostro del Duque de Huntly apareció en su mente en un silencioso
testimonio de la mentira de las palabras de la otra mujer. Se mordió el
interior del labio inferior, deseando que sus mejillas permanecieran frías. —
Sin embargo, agradezco tu preocupación—, dirigió ese comentario a
Honoria. —No ha pasado nada malo. Si estuviera aquí, Andrew podría
incluso dar fe de ello—. Y no estaba aquí. Por lo que ella estaba
inmensamente agradecida. —Ahora, ¿podemos irnos, por favor?—,
preguntó y se dispuso a levantarse. —Llegaré tarde a mi conferencia.
—¿De qué podría dar fe yo?
Las tres damas chillaron cuando la puerta se abrió y reveló a un
sonriente Andrew en la entrada.
Justina se tragó un gemido. —Andrew—, murmuró mientras Honoria y
Gillian se apresuraban a ponerse de pie y ofrecían las reverencias de rigor.
—Estábamos...
—Discutiendo el peligroso viaje de Justina por Lambeth.
Él hizo una amplia reverencia y les indicó a las damas que se sentaran.
—Por favor, por favor—, instó, cerrando la puerta tras él. —Supongo que
también estaban discutiendo sobre cierto duque—. Se llevó las manos a la
espalda y se acercó con movimientos perezosos.
Honoria le dirigió una mirada punzante, más que ligeramente
acusadora.
Justina enterró la cabeza entre las manos.
—Yo también apostaría—, aventuró Andrew, —que estabas soñando
despierta con cierto duque.
Maldito infierno. Justina sostuvo la mirada de Andrew y le pidió que
guardara silencio.
Honoria y Gillian intercambiaron miradas, y luego instaron al joven
arrogante con sus miradas.
Ante la atención que le dedicaron, su sonrisa se amplió y continuó
paseando. —Pero no lo has negado—.

~ 67 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Sus mejillas se encendieron. —No estaba pensando en el duque—,


espetó, mirando a Honoria, que la observaba con atención. Resistió el
impulso de golpear con el pie en una demostración infantil.
Andrew le guiñó un ojo. —¿Ah, no?
—No—, dijo en un tono perfectamente modulado que le valió un bufido
a Gillian. Justina se acarició la parte posterior de su flojo peinado. —
Intentaba marcharme para poder visitar mi conferencia, que es mucho más
entretenida que cualquier historia que cuentes—, dijo, poniéndose en pie.
Por desgracia, sus dos amigas traidoras siguieron sentadas.
Su hermano se acercó lentamente al sofá. —¿Así que no te interesaría en
absoluto que te dijera—, bajó rápidamente las manos al respaldo de la silla
y se inclinó hacia ella, —que he bebido copas con el caballero?
Ella jadeó. Su mente se aceleró... ¿Qué...? ¿Por qué...?
Andrew se apartó hasta ponerse de pie y paseó con una languidez
exasperante hasta el sillón de cuero con respaldo de alas que había junto a
Honoria. Se dejó caer en el asiento. —Yo también sé algo sobre el amor—,
añadió, ganándose las risas de Honoria y Gillian.
Y en cualquier otro momento, en cualquier otra época, Justina estaría
totalmente fijada en la mirada de anhelo de su hermano que indicaba que él
sí sabía de esa gran emoción que ella ansiaba desesperadamente
experimentar. Pero una sola mención de su hermano captó su atención. De
los caballeros con los que su hermano se relacionaba, todos compañeros
dandis a los que sólo mencionaba de pasada, nunca había oído hablar de
que se sentara a tomar una copa con el Duque de Huntly. Tampoco el
poderoso y ligeramente pícaro caballero que la había rescatado en las calles
le parecía un caballero que pudiera ser amigo de su llamativo hermano.
—¿Por qué estabas tú bebiendo copas con el duque?
Gillian enterró una risa en su mano, ocultándola rápidamente como una
tos.
Un leve y molesto ceño fruncido marcó sus labios. —Vamos, ¿es
realmente una sorpresa saber que Huntly y yo somos amigos?
—Sí—, dijo ella con un enfático movimiento de cabeza. —Sí, lo es.
—Hmph—, dijo Andrew con todo el fastidio petulante de un niño
molesto. —Muy bien, entonces—. Soltó un largo suspiro y se puso en pie
lentamente. —Entonces, no te diré lo que el caballero puede haber dicho de
ti.
Justina se puso en pie de un salto y se movió con un ruidoso revuelo de
faldas. —No te atrevas a irte, Andrew Algernon Alistair Barrett—, le
advirtió. Agarrándolo del brazo, lo condujo a un asiento. Su hermano se
~ 68 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

instaló correctamente en su lugar previamente abandonado, y ella se colocó


frente a él, con las manos en las caderas.
—Retrocede—. Le hizo un gesto con la mano. —Te estás acercando
demasiado.
Para no permitir que su hermano, ya regodeado, siguiera ganando, se
deslizó en el asiento frente a él.
—Bueno—, instó Honoria, cuando Andrew alargó el silencio.
—Hoy perdí un poco en las mesas—, dijo en un cambio brusco. —No
demasiadas monedas. Pero lo suficiente como para que un tipo sienta
ciertamente apuro.
Gillian entornó los ojos como un búho que se sobresalta de su rama. —
¿Estás... él te está... sobornando, Justina?
Sí, era totalmente descarado.
Él y Justina hablaron al mismo tiempo.
—No.
—Sí—, dijo ella y él se removió en su asiento como lo había hecho
cuando su madre lo había regañado por su picardía. —O al menos lo está
intentando.
En su asiento, Honoria murmuró algo en voz baja que sonó bastante
como: —Ustedes, damas, se niegan a creer que los caballeros no tienen
vergüenza...
Andrew frunció el ceño mirando a Honoria. —No está mal compartir
dinero con el hermano de uno.
—Andrew—. El tono de advertencia de Justina elevó el color de sus
mejillas. —No te voy a dar ningún dinero adicional—. Y ciertamente no
como soborno para obtener información sobre el apuesto duque que la
había rescatado en Gipsy Hill.
—Estás segura de que no puedes desprenderte de...
Honoria y Gillian hablaron al unísono. —Está segura.
—Muy bien—, murmuró en voz baja. Se quitó una pelusa imaginaria del
hombro. —Como decía de mi amigo Huntly—. Justina puso los ojos en
blanco ante aquella burda exageración. —Brindé con el caballero por su
valentía, y dijo...— Su aliento se congeló en su pecho. —...que habría hecho
lo mismo por cualquiera.
Todo el aire la abandonó en una rápida exhalación mientras la
decepción inundaba su ser. —¿Eso es lo que ha dicho?—, preguntó muda.
¿Sólo eso? ¿Qué creía que iba a decir?

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Ves—, ofreció Gillian con demasiada alegría a Honoria. —Es como


dijo Justina, no pasó nada inapropiado, y no hay ni hubo nada más en su
intercambio—. Nada más. El corazón de Justina se hundió. Y sin embargo,
había habido algo gloriosamente vertiginoso en sus palabras susurradas en
voz baja y en su beso involuntario.
—Un caballero honorable—, añadió Andrew.
Sí, un caballero que se lanzara a ayudar a cualquiera era digno de elogio
y, sin embargo, en las horas transcurridas desde su rescate, ella había
permitido que sus caprichosas reflexiones echaran raíces y crecieran.
Apagando su tonto arrepentimiento, Justina suspiró. —Ahora, ¿podemos
irnos?—, preguntó a las otras dos damas.
Y esta vez, se pusieron de pie y se dirigieron a la puerta.
—Oh, ¿Justina?— gritó Andrew cuando ella alcanzó el picaporte.
¿Y ahora qué? —¿Sí?—, preguntó ella, mirando a su alrededor.
—Quería mencionar la parte en la que Huntly dijo que tienes un valor y
una belleza que cualquier hombre lucharía por ganar.
Honoria jadeó.
—¿Él dijo...?— Justina agitó las manos sobre su pecho.
—¿Apuesto a que esa información valía un penique?— Le guiñó un ojo.
—Y ciertamente es más interesante que una conferencia académica—,
añadió Gillian.
Un brillo esperanzador iluminó los ojos de Andrew. —¿Si la
información fuera más valiosa...?
—No, no puedes tener ningún dinero adicional—, dijo, saliendo de la
habitación. Honoria y Gillian la siguieron de cerca.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Justina. Después de todo, tal vez
había algo más que esperar del Duque de Huntly.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 6
La información que Nick había recibido a lo largo de meses durante sus
reuniones con la Baronesa Carew había resultado crucial en sus planes para
Lord Rutland.
Había descubierto que Justina Barrett tenía una tonta fascinación por
los sombreros. Le gustaban las novelas góticas y los cuentos románticos.
Era melancólica y fantasiosa. Y se había aficionado a visitar la Biblioteca
Circulante.
Ese detalle particular sobre los intereses de la dama explicaba su
presencia en el fondo de dicha sala circulante. De pie en la pequeña sala de
conferencias, Nick se cruzó de brazos y evaluó a los visitantes dispersos en
las sillas cuidadosamente dispuestas. Cinco dandis, tres ancianos lores.
Centró su mirada en la penúltima fila. Y una dama sin compañía.
La señorita Justina Barrett, para ser exactos.
La sirena de generosas curvas estaba sentada en el borde de su silla,
pendiente de las palabras del conferenciante como si éste le diera una
lección sobre el sentido de la vida. Por supuesto, la romántica empedernida,
estaría aquí escuchando las lecturas de esos grandes poemas. Los mismos
que él una vez había estudiado con detenimiento en la oscuridad de la
noche hasta que la luz de sus velas se apagaba.
Sacudiendo cínicamente la cabeza, Nick comenzó a recorrer en silencio
el delgado e improvisado pasillo y se detuvo en la segunda fila. —¿Puedo
reclamar este asiento, señorita Barrett?
La joven cambió su atención del lector a él. Abrió los ojos.
Nick enarcó una ceja.
—Por supuesto—, dijo rápidamente, sus palabras retumbando en el
silencio.
Se ganó las miradas de reproche del lector, que tropezaba con sus
versos, y de los demás devotos de la poesía. Justina se sonrojó y sus mejillas
adquirieron un impresionante tono carmesí.
Sin disculparse, Nick se deslizó en la silla vacía mientras el hombre
canoso de gruesos bigotes laterales reanudaba su lectura. Justina se sentó
rígidamente a su lado; sus estrechos hombros estaban tensos. Quitándose
los guantes, los metió dentro de la chaqueta y luego apretó
deliberadamente su muslo contra ella, aplastando la tela de sus faldas de
satén amarillo. La más leve bocanada de aire se escapó de los labios de ella y

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

una oleada de triunfo masculino lo recorrió ante la conciencia natural de su


cuerpo hacia él. —¿También es usted admiradora de la obra de Shelley?—,
le preguntó suavemente.
La dama levantó la vista, con la sorpresa estampada en sus rasgos. —¿Es
usted un admirador de la obra de Shelley?
—Shh—. El dandy de los pantalones morados lanzó una mirada
particularmente desagradable en dirección a Justina.
Nick inclinó la cabeza y luego, ignorando al joven caballero, reanudó la
conversación. —Lo soy—. Un verso parpadeó en su mente. —'La vida
puede cambiar, pero no puede volar; la esperanza puede desvanecerse, pero
no puede morir...'
—'La verdad está velada, pero sigue ardiendo; el amor es repelido, pero
regresa'—, interrumpió Justina con una sonrisa. Toda la tensión
desapareció de los hombros de la dama mientras se movía más cerca en su
asiento; su guardia se derrumbó por completo. —La mayoría son
admiradores de la obra de Byron.
Y él lo había sido alguna vez, cuando era un niño con la cabeza en sus
libros. Desenfadado por esa olvidada hasta ahora afición a los versos, forzó
una sonrisa. —Bah, Byron—, dijo con un pequeño gesto de la mano.
Después de la muerte de su padre, había intentado leer una vez más esas
obras, pero el sinsentido de esas palabras había ridiculizado sus esfuerzos.
—A menudo he sentido su obra tan inflada como su ego.
Si uno pudiera ser testigo del enamoramiento de una persona, apostaría
su título ducal a que capturó una porción del corazón de Justina en ese
momento. Y todo por una mentira.
En realidad, Nick no había pensado en la obra de Byron desde que era
un entusiasta estudiante en Harrow, que había destacado en sus estudios.
Las obras románticas. La literatura clásica. Con la muerte de su padre, por
fin apreciaba que todas esas banalidades inútiles habían demostrado ser la
basura con la que la gente llenaba su vida para olvidar lo miserable que era
la existencia de uno.
El conferenciante hizo una pausa en su lectura y, colocándose las gafas
en el puente de la nariz, miró a Justina y a Nick. Luego continuó su lectura.
—Me despierto de los sueños de ti.
En el primer y dulce descanso de la noche, cuando los vientos soplan bajo y las
estrellas brillan intensamente...
—El poema de Shelley, Me Despierto de los Sueños de Ti—, a lectura en tono
nasal, —es mucho más sencillo que cualquiera escrito por Byron o
Wordsworth...

~ 72 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Una vez más, Justina se quedó mirando, fascinada por el caballero que
hablaba.
—He pensado en ti desde nuestro último encuentro—, susurró Nick
cerca de su oído, removiendo un único rizo dorado artísticamente
dispuesto sobre su hombro.
Ella parpadeó lentamente y luego dirigió su atención hacia él. —¿En
verdad, Su Excelencia?— Su pregunta en voz baja apenas llegó a sus oídos.
—Ah, pero pensé que habíamos acordado referirnos el uno al otro por
nuestros nombres de pila—. El olor fragante de la madreselva y la lavanda
que se pegaba a la piel de la mujer se extendió por sus sentidos,
inundándolo con los ricos y vibrantes olores del verano. Una oleada de
deseo lo recorrió y se obligó a hablar. —¿No estás de acuerdo, Justina?—,
preguntó en un ronco susurro.
—¿Cómo quiere que responda a eso, en público?—, preguntó ella,
dirigiendo una mirada deliberada a la pequeña multitud absorta en la
conferencia en la parte delantera de la sala. —Teniendo en cuenta las normas
de decoro, la mayor parte de la sociedad educada no estaría de acuerdo—,
murmuró ella, y su atrevido desafío suscitó una leve sonrisa. Le sostuvo la
mirada con una inesperada muestra de fuerza y audacia, que desafiaba los
informes que le habían transmitido la baronesa y las columnas de chismes.
La sorpresa se apoderó de él. Cuando había elaborado su plan, con la
intención de utilizar a Justina, había decidido sufrir su compañía para
cortejarla y conquistarla. ¿Quién podría haber imaginado que él, Nick
Tallings, un hombre formado a imagen y semejanza de Rutland, disfrutaría
realmente con ella? —Me atrevo a decir que una dama que tomaría asiento
en una sala de conferencias sobre la obra de Shelley no se impresionaría
demasiado con las temerarias opiniones de la sociedad sobre lo que es
apropiado.
Justina buscó su mirada sobre su rostro. ¿Buscaba un indicio subyacente
de desaprobación? Si era así, la dama no lo encontraría. Le importaba un
bledo lo que pensara un solo miembro de la nobleza.
—Ejem.— Un fuerte carraspeo en la parte delantera de la sala atrajo la
atención de todos hacia el severo conferenciante.
De nuevo, Nick levantó la cabeza en señal de reconocimiento. —Me
sorprende verte aquí—, dijo cuando el anciano caballero reanudó su charla.
Y donde antes había dedicado toda su atención a las palabras que
recitaba el corpulento caballero del frente, Justina levantó la vista hacia él.
—¿Es usted de la opinión de Lord Byron y de todos los demás de que no
debo tener interés en la poesía por el mero hecho de ser mujer?

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Difícilmente—, protestó él. —Hay una diferencia entre leer y recitar


poesía, y...— Inclinó la cabeza hacia el hombre que divagaba en tono
monótono al frente de la sala, —...ser aleccionado sobre versos específicos
elegidos por un pomposo mojigato. ¿No estás de acuerdo?
—No lo estaría.
Ante ese atrevido desafío, inclinó la cabeza. ¿Quiénes habían sido los
contactos de la baronesa que habían dibujado un boceto tan erróneamente
vacío de la mujer que tenía delante?
Justina levantó la barbilla. —Supongo que, al contradecirlo, lo he
escandalizado u horrorizado.
Nadie se había fijado en Nick Tallings cuando era un comerciante que se
esforzaba por reconstruir la riqueza de su familia. Como duque, el mundo
se inclinaba y acobardaba ante él. Y ciertamente no lo desafiaban. Había
algo totalmente refrescante en la honestidad de esta mujer. —En
absoluto—, le dijo en un tono tranquilo, dándole las palabras más
verdaderas que jamás pronunciaría. —Me has intrigado.
—Bueno—, continuó ella, para aclarar. —Con la profundidad y riqueza
de significado de un poema, una persona se conecta emocionalmente con
cada estrofa o verso. Le atribuye sentimientos o pensamientos, ya sea
deliberadamente o por la progresión natural de los propios
cuestionamientos de uno. ¿No se siente así, Su... Nick?—, se enmendó ante
su mirada punzante.
Por norma, no le apasionaba nada más allá de los objetivos que lo habían
impulsado durante trece años. Su odio, como Rutland había predicho hace
tantos años, lo había sostenido. Lo había hecho más fuerte. ¿Pero quién era
él, sin él? ¿Quién sería cuando por fin hubiera destruido a ese hombre... y
destruido a esta mujer con ojos expectantes ante él? —Creo que todos
conectamos con las palabras de diferentes maneras—, se conformó con
decir él, desconcertado por las preguntas que ella había suscitado
inadvertidamente.
—Precisamente—, dijo ella en voz demasiado alta, ganándose otra
mirada de reproche del caballero que estaba al frente de la sala. —No son
las palabras de este hombre—, señaló al conferenciante, —las que me
conmueven. Sino que me hace pensar en los versos bajo una luz que no
había considerado antes, abriendo posiblemente un nuevo significado que
resuena aquí—. Ella se llevó los dedos al centro del pecho, llevando su
mirada hacia abajo, y entonces él forzó su mirada de vuelta a la pasión en
sus ojos.
A pesar de las conclusiones que había sacado antes, basadas en la
información que había recibido sobre la dama, esperaba que fuera la misma
señorita ávida de títulos que la siguiente. Sólo para descubrir, tan
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

rápidamente, la verdad al frente de una sala de conferencias vacía. La dama


era un espíritu libre con pensamientos poderosos que iban más allá de los
sombreros y los adornos y, en eso, no se parecía a ninguna otra mujer que
hubiera conocido en trece años.
Y me despreciará con razón cuando esto termine.
El quejido nasal de la recitación del conferenciante se coló
inquietantemente en las conflictivas cavilaciones de Nick.
Una vez, temprano en la mañana, Belcebú se levantó,
con cuidado adornando su dulce persona,
Se puso su ropa de domingo.
Se puso una bota para ocultar su pezuña,
Se puso un guante para ocultar su garra,
Sus cuernos fueron ocultados por un Bras Chapeau,
Y el Diablo salió tan elegante como un joven Barón
Como Bond-street jamás vio.
El anciano levantó la cabeza y su mirada se posó en Nick, haciendo que
la inquietud lo recorriera. Luego reanudó su lectura de aquellos versos
inquietantemente precisos que el propio Satanás no podría haber elegido
mejor para él y sus intenciones.
—¿Qué ocurre?— susurró Justina, haciéndolo volver al momento,
desprevenido con sus preguntas y sus ojos.
Recuerda quién es ella. Recuerda tus objetivos para su familia. Y para Rutland.
Luchó contra los indeseados brotes de culpabilidad. —¿Qué posibilidades
hay de que de todas las mujeres que pude haber conocido en las calles de
Gipsy Hill aquel día fuera una que compartiera mi amor por la obra de
Shelley?— Despreciando el patético sentimiento de culpabilidad que se
asomaba a esa mentira, Nick bajó la cabeza. —Aunque, seré sincero al decir
que cuando vine hoy, no estaba al tanto de la discusión que estaba teniendo
lugar—, mintió.
—¿No?— Justina se echó hacia atrás y lo miró con una inesperada y
saludable desconfianza. ¿Había oído la dama rumores sobre su reputación
de pícaro? —Entonces, ¿qué lo ha traído aquí hoy, Su Excelencia? Espero
que tenga una biblioteca bien surtida—. Lo que sugería que no era una de
esas personas cuya biblioteca familiar era tan vasta como su riqueza.
—Nick—, le recordó. La dama siguió sus movimientos mientras sacaba
el libro que había obtenido de La Biblioteca Circulante y que había

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

rescatado de su primer encuentro. —Lo recuperé y sólo vine a devolvértelo


cuando...
Otro joven dandi giró en su silla. —Shh.
—-Te vi entrar—, continuó él por encima del hombre humeante.
Justina aceptó el libro y sus dedos se rozaron. Incluso a través de la tela
de sus guantes, pasó una fuerte carga. Doblando los brazos alrededor del
volumen de cuero, Justina miró hacia el frente de la habitación una vez más.
Nick podría haber devuelto ambos títulos cuando la visitó ayer y, sin
embargo, no lo hizo. Era un movimiento deliberado por su parte. Otra
reunión cuidadosamente orquestada. ¿Tenía la dama el sentido común de
preguntarse por ello? Sí, sus planes deberían ser lo primero en su mente y
sin embargo...
Sin quererlo, la mirada de Nick se dirigió a ese libro que ella abrazaba
contra su pecho y sus ojos se dirigieron a la generosa hinchazón de sus
pechos que desafiaban su modesto escote. Un inesperado rayo de lujuria lo
atravesó. El plan que había ideado incluía casarse y finalmente acostarse
con esta mujer; y no necesariamente en ese orden. Las damas de ojos
saltones nunca le habían resultado atractivas. Sólo había buscado mujeres
cuyos corazones estuvieran tan vacíos como el suyo. Por eso, no había
pensado en tener a Justina Barrett en sus brazos.
Hasta ahora.
Ahora, con el tonto al frente de la sala repitiendo los versos de las
palabras de Shelley, Nick miraba a Justina con una potente necesidad de
recostarla y hacerla suya por razones más allá de la venganza, impulsado
por el deseo de un hombre. A pesar del hambre que lo invadía, la dama
observaba al hombre bigotudo en la parte delantera de la sala con una
atención singular que le resultaba difícil no envidiar.
A pesar de los informes de la baronesa, Justina Barrett no era la señorita
mimada que ansiaba el título más alto y las fruslerías. Más bien, tenía
intereses. Intereses genuinos que iban más allá de lo material; una rareza
que él había creído que no existía entre la alta sociedad.
—Shelley, al igual que Byron, ve los peligros de educar a una mujer.—
Ah, así que se habían alejado de la poesía y habían entrado en una
conferencia sobre el propio poeta. —Ve a las mujeres más bien,— el
hombre mayor miró con atención a Justina, —como objetos de belleza que
deben ser reverenciados y cuidados adecuadamente, como todas las cosas
bellas.
Cuando esas palabras resonaron en la sala, Nick observó a Justina más
de cerca mientras los murmullos de acuerdo recorrían los escasos asistentes
presentes. Los labios de la dama se apretaron en la comisura y si una mujer

~ 76 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

pudiera prender fuego con la mirada, el pomposo bastardo sería un montón


de yesca en su podio.
—Shelley no se parece en nada a Lord Byron—, desafió Justina.
El silencio resonó en la pequeña sala y Nick la miró. La joven, con los
ojos muy abiertos, miró a su alrededor como si estuviera sorprendida por su
propio arrebato.
Y por primera vez desde que Rutland había arruinado a su familia, sus
labios se movieron en una sincera expresión de alegría. La baronesa y todos
los chismosos de toda Inglaterra se habían equivocado en lo que respecta a
Justina Barrett. No había nada frágil en ella. No, ella no encajaba con las
palabras susurradas al oído por la baronesa o escritas en los periódicos. Al
elaborar su plan, había sido mucho más fácil arruinar a una mujer a la que
no le interesaba nada más que el rango y la riqueza.
El conferenciante abrió y cerró la boca varias veces. —¿Perdón?
Las mejillas de Justina se enrojecieron y miró sus dedos fuertemente
apretados. —Yo...
Alguna vez había sido esa persona indecisa. Silenciosa, cuando Lord
Rutland se había infiltrado en su casa y Nick había mirado fijamente al
bastardo desalmado, con miedo a hablar. Temeroso de desafiar. A pesar del
odio que sentía y que siempre sentiría por ese hombre, el marqués lo había
liberado de otras maneras esa noche tan lejana. —Mírame—, ordenó en voz
baja y la dama levantó la cabeza. —Nunca te disculpes por lo que eres o por
lo que has hecho—, dijo en voz baja.
La respiración de ella se entrecortó fuertemente. De sus ojos brotó tal
adoración que él se vio obligado a apartar la mirada. Algo en este momento
se había vuelto demasiado real. Porque su estímulo no había nacido del
deseo de atraer o engañar, sino de la necesidad de liberarla de las
restricciones de la sociedad. Se castigó en silencio por ese peligroso desliz
que hizo que su conexión fuera mayor.
Justina miró al conferenciante y se aclaró la garganta. —El señor Shelley
es un campeón de la justicia social para las clases bajas. Un hombre que
una vez dijo: 'Un marido y una mujer deben seguir unidos mientras se amen. Cualquier
ley que los obligue a cohabitar un momento después de la decadencia de su afecto sería
una tiranía intolerable, y la más indigna tolerancia...'— Volvió las palmas de las
manos hacia arriba. —Por eso, creo que el Señor Shelley nunca se atrevería
a hablar en contra de educar a una mujer—. Sus palabras fueron recibidas
con fuertes murmullos.
Un inesperado aprecio por la dama que él había visto como nada más
que el Diamante que los periódicos pretendían que fuera se apoderó de él.
En este caso, ya no sabía lo que era simulado y lo que era real. —Brava,
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

señorita Barrett—, susurró Nick, con sincera admiración por su inteligente


réplica.
Las enjutas mejillas del conferenciante se sonrojaron de un rojo
moteado. —¿Pretende usted saber lo que el Señor Shelley cree sobre
cualquier cosa, milady?
Ante la condescendiente mueca en los labios del hombre, Nick
entrecerró los ojos y le dirigió una dura mirada. Al diablo con la relación de
Rutland con la dama. Antes de obtener el título de duque, el propio Nick
había sido objeto de ese mismo desprecio. No vería a este engreído acosar a
esta dama ni a nadie.
El hombre tragó saliva y miró a su alrededor.
Justina, sin embargo, levantó la barbilla en una impresionante muestra
de espíritu. —Es solo que... un hombre que es amigo de una maestra no
vería con malos ojos a las mujeres educadas—. La dama necesitó poca
ayuda de él. Y a pesar de él, ella se elevó en su estimación.
—¿Una maestra?—, repitió el hombre, con el ceño fruncido.
—Elizabeth Hitchener—, dilucidó ella. —Su confidente y la musa de su
poema Reina Mab.
La dama era... una intelectual. Un nuevo interés que iba más allá de su
relación con Lord Rutland se despertó en su interior. Despertó una
apreciación profundamente olvidada del aprendizaje y de los libros. Un
aprecio del que se había creído incapaz por el rumbo que había trazado en
su vida.
El viejo conferenciante no se inmutó en su debate. —El mejor amigo de
Shelley es, de hecho, Lord Byron. Y Lord Byron tiene muy claro el papel de
las mujeres, milady—. Miró a los otros caballeros repartidos por la sala, que
asintieron en señal de aprobación fraternal.
Las mejillas de Justina se sonrosaron y guardó silencio.
Un músculo saltó en la comisura de la boca de Nick.
Con un movimiento de cabeza complacido, el hombre mayor abrió la
boca y procedió a soltar más tonterías.
Por Dios, el mojigato del estrado no iba a reprimir su espíritu. —No
olvidemos—, dijo Nick en voz alta, interrumpiendo al pomposo idiota. —
Lord Byron también dijo que los que no quieren razonar son fanáticos, los
que no pueden son tontos y los que no se atreven son esclavos. Sin
embargo, Lord Byron no diferenciaba en sus cavilaciones a los hombres de
las mujeres, a los lores de las damas o a los vagabundos—. Su piel se erizó
con el calor de los ojos de Justina sobre él.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El color carmesí tiñó las pálidas mejillas del hombre, que barajó sus
notas, murmurando para sí mismo. Con una reverencia en el podio, dio por
terminada su conferencia ante los educados aplausos de los asistentes, y
salió corriendo de la sala como si le ardieran los talones.
Mientras los invitados se ponían en pie y salían de la sala, miraban con
fastidio a Justina. Luego los dejaron a Nick y a ella solos.
Ella jugueteó con el libro en su regazo. —Eso fue... Estuviste...—,
enmendó rápidamente, —maravilloso—. Una sonrisa de satisfacción hizo
que sus labios en forma de arco se levantaran. —Tú sí conoces a Byron—.
Una leve acusación sonó allí.
—No he dicho que no conozca su obra—, le recordó él. —Simplemente
afirmé que sus poemas estaban sobrevalorados.
Compartieron una sonrisa. Y otra conexión afín surgió para esta mujer
que le recordaba un amor largamente enterrado por las obras poéticas. Las
personas con las que se relacionaba ahora eran cáscaras vacías de personas,
igual que en la que él se había convertido. Endureció su mandíbula. No, tal
como se había visto obligado a convertirse con la traición del marqués.
Justina miró hacia la puerta. —Debería irme—, dijo en voz baja.
Hablaba como quien busca convencerse a sí misma de la acción.
—No me pareces, Justina, una mujer que hace algo simplemente porque
la sociedad lo espera de ti—. Nick estiró las piernas y las enlazó por los
tobillos.
—Y sin embargo, te equivocas—, dijo ella, abanicando las páginas de su
libro.
—¿En verdad?— Apoyó el codo en el respaldo de su silla y se inclinó
para mirarla directamente. —¿Es así, cuando te enfrentaste a un bastardo
pomposo que presume de saber más que tú simplemente por tu género?.
La mayoría de las señoritas adecuadas habrían jadeado y se habrían
sonrojado ante su franco discurso. En cambio, Justina Barrett demostró ser
notablemente diferente a esas mujeres, una vez más. Dejando su libro en el
asiento vacío a su lado, le planteó una pregunta. —¿Cuándo empezaste a
leer poesía, Nick?
Su repentina e inesperada pregunta lo dejó momentáneamente
congelado. ¿Cuántos días había pasado sentado, un niño con gafas de
lectura colocadas en la nariz, estudiando detenidamente los volúmenes de
poesía, perdido en las palabras de esas páginas? Ni siquiera podía recordar
ese nivel de inocencia.
Desde el momento en que se sentó con su primer tutor y le regalaron las
obras de Coleridge, se perdió en el poder de las palabras. —Yo era un

~ 79 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

niño—. ¿Había sido alguna vez un niño? Esos días fueron hace mucho
tiempo. —Ocho años—, murmuró. Un muchacho ingenuo, creyendo en la
gran capacidad del hombre y en el poder del amor. Cuando su familia reía y
su hermana sonreía. —Era un poema de Coleridge—. Se le apretaron las
tripas. Qué fugaz había sido su felicidad. —La felicidad de la vida se
compone de fracciones diminutas...—, murmuró en el silencio de la sala de
conferencias. Los versos de la obra de Coleridge resonaban en las cámaras
de su mente.
¿Por qué, entre todas las malditas mujeres de todo el reino, Justina tenía
que estar vinculada a Rutland?

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 7
Hubo no menos de tres razones que inmediatamente surgieron en su
mente sobre por qué Justina no debería estar en esta sala de conferencias, a
solas con Nick Tallings, el Duque de Huntly. Uno: estaban solos sin el
beneficio de una carabina. Dos, si eran descubiertos, habría rumores y su
eventual ruina. Tres: él era un pícaro.
Y realmente sólo una razón la mantenía fija en su silla: quería estar aquí
con él, ahora.
Quería estar aquí, cuando la lógica y las reglas establecidas
cuidadosamente por la Sociedad señalaban la insensatez en ella,
discutiendo de poesía con él. Cuando todos los caballeros de esta sala de
conferencias, anteriormente llena, la habían escuchado y la habían mirado
como si tuviera dos cabezas y le hubiera salido una tercera ante sus ojos,
este hombre no lo había hecho. En cambio, se había sentado mirando al
conferenciante en la parte delantera de la sala y, con el tenue brillo de sus
ojos azules, la instó a compartir libremente su mente.
En un mundo lleno de personas que creían que era una señorita con la
cabeza hueca, la aprobación de Nick era algo embriagador. Sin embargo...
Justina miró hacia la puerta que se extendía hacia la sala. Honoria y Gillian
estarían esperando. Si la descubrían a solas con Nick no haría más que
alimentar sus sospechas sobre el hombre al que llamaban pícaro.
La emoción oscureció los ojos de él, llenando esas profundidades azules
con una desolación tan sombría que un escalofrío la recorrió. Toda la razón
de su indagación desapareció. Se concentró en esa muestra de emoción.
¿Qué era lo que provocaba ese destello de oscuridad en un hombre que tan
fácilmente lucía una media sonrisa en su rostro?
A pesar de su abierta admiración, ella no solía decir libremente sus
opiniones a todos y, por tanto, perpetuaba las mismas opiniones poco
impresionantes que la gente tenía de ella. No había sido una niña
especialmente estudiosa y apenas poseía la lógica clara de su hermana
mayor. En cambio, Nick había sido un niño de ocho años que leía obras que
ella sólo había descubierto recientemente.
Fue Nick quien rompió el fácil y agradable silencio, sacándola de sus
cavilaciones. —¿Y cuándo descubriste tu amor por la literatura, Justina?—
Su cuello se calentó y miró alrededor de la habitación, contemplando las
grandes diferencias entre ella y Nick Tallings, el Duque de Huntly.
Justina tomó el volumen de poesía de Shelley y se lo tendió.

~ 81 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Tengo veinte años—, comenzó. ¿Qué pensaría él cuando descubriera


que eran menos parecidos en este aspecto de lo que podría creer?
Nick miró el ejemplar un momento y luego lo aceptó entre sus grandes
dedos enguantados. Metió la mano en la chaqueta y sacó un par de gafas.
Con una mano, las abrió y se las colocó en la nariz.
Su corazón se detuvo. Aquellas gafas con montura de alambre le daban
un toque de realidad. Oh, con qué facilidad podía imaginarlo sentado a su
lado en una biblioteca, en una bucólica escena de marido y mujer
contemplando las mismas obras.
Él levantó la vista del libro, interrogante, y sus mejillas se calentaron.
Recordando el momento, Justina se aclaró la garganta. —Un día, vine
aquí—, señaló por la habitación. —Bueno, no aquí, sino a la Biblioteca
Circulante porque...— Hizo una mueca. No quería hablar del lamentable
estado de los asuntos financieros de su familia. Con el despilfarro de su
padre, ya no había fondos para compras ilimitadas y menos para el costo de
un libro.
—¿Por qué?—, le preguntó en voz baja, con su mirada penetrante que
amenazaba con sacar todas las esperanzas más grandes y los miedos más
oscuros que ella tenía.
—Porque buscaba una novela gótica—, sustituyó ella, ofreciéndole la
verdad de lo que la había traído aquí al comienzo de la pequeña
Temporada. —Es todo lo que he leído.
—¿Crees que hay vergüenza en leer esas obras?— Habló como quien
trata de descifrar el significado de sus palabras. Esas obras. Y un pedacito de
su corazón se deslizó entre sus manos ante la falta de condena en esa
pregunta.
Justina sacudió la cabeza tan rápidamente que un rizo siempre
recalcitrante cayó sobre su frente. Se lo puso detrás de la oreja. —Más bien,
es el algo que me trajo aquí—, señaló el suelo. —A esta habitación—.
Echando un vistazo a su alrededor y comprobando que el salón seguía
siendo su santuario privado, se inclinó más cerca. —Había un caballero...—
Aunque, a excepción del título y el rango del Marqués de Tennyson, no
había nada de caballero en él. Ella apretó la boca. Un caballero seguía
cazándola, inflexible en su determinación. Sintiendo la mirada de Nick
sobre ella una vez más, continuó. —Hay... había un caballero
persiguiéndome—. Siempre la perseguía. Por razones que ella no entendía,
Lord Tennyson había puesto sus ojos en ella mucho antes de que hiciera su
debut. Cuando él no sabía nada de ella. Y todavía no sabía nada.
Un gruñido bajo y primitivo retumbó en el pecho de Nick y una extraña
ligereza la llenó ante aquella respuesta protectora tan inesperada en los

~ 82 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

hombres de su vida. Su propio padre la lanzaría desde Tower Bridge si el


Marqués de Tennyson le ofreciera la cantidad adecuada. Y su hermano,
aunque cariñoso, no deseaba realmente molestarse con ella. Pero para
Edmund, no había otra... y su primera prioridad era y sería siempre su
esposa.
—¿Quién?— Nick gruñó.
Ella sacudió la cabeza y apartó el mismo rizo. —No importa—, evadió,
esquivando su pregunta. —Más bien importa cómo he llegado hasta aquí.
Mi cuñado—, amenazó mi padre, —convenció a mi padre de que aún no
estaba preparada para una Temporada—. Al igual que todos los demás,
Edmund había visto a una inocente cabeza hueca que necesitaba
protección. —Mientras otras damas de mi edad tenían su Presentación, yo
leía novelas góticas—. Esos libros por los que una vez había perdido el
sueño hasta bien entrada la noche para leerlos. —Venía aquí y...— Ella
endureció su boca. —Un caballero me perseguía. En un intento de escapar
de sus atenciones, me colé en esta habitación y me senté allí—. Justina
señaló el último asiento de la esquina izquierda; ese lugar que había
ocupado todos esos meses. —Sólo estaba escapando—. Una cobarde en sus
acciones ese día. —No he venido aquí para ser iluminada ni por ningún
intelecto agudo. Y ciertamente no porque sea la mujer enérgica por la que
me consideraste cuando dije mis pensamientos en voz alta—. Porque no lo
había sido. Durante diecinueve años y un puñado de meses se había
contentado con admirar y anhelar nada más que un bonete o un sombrero.
—Pasé incontables años—, demasiados, —leyendo los mismos cuentos de
hadas y anhelando bonitas fruslerías. Sólo tropecé con Shelley por
casualidad.
Durante un largo rato, Nick permaneció callado. Luego se movió. La
delgada silla con respaldo gimió en protesta por su ancha y poderosa
estructura. Le pasó los nudillos por la mejilla, provocando un delicioso
cosquilleo en el punto de contacto. —No importa cuánto tiempo hayas
tardado en desarrollar esa apreciación, sólo que lo hayas hecho. Algunos
somos niños de ocho años, transformados para siempre—, dijo él, rozando
su mano de un lado a otro en una suave caricia silenciosa. Cerrando los
ojos, ella se inclinó hacia ese toque seductor. —Y algunas son jóvenes de
apenas veinte años—. Sus palabras la recorrieron, otorgando un poder
peligroso a su tacto.
Entonces él retiró su mano y sus ojos se abrieron de golpe mientras
lamentaba esa pérdida. Pero él se limitó a mover sus atenciones. Sus labios
se separaron en un suspiro cuando él capturó su rizo suelto entre el pulgar
y el índice y lo frotó suavemente. ¿Cómo era posible que esa acción la
calentara desde dentro hacia fuera, con el mismo calor de su caricia?

~ 83 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Algo atravesó la bruma del deseo. —Sin embargo, según admites, ya no


lees esas obras—. ¿Qué lo había llevado a abandonar sus lecturas? ¿O es que
él también se había dedicado a un nuevo interés que había ocupado el lugar
de un antiguo gran amor? —Tú indicaste que la vida mató la alegría de esas
palabras.
Un músculo le tembló en el rabillo del ojo. —¿Es una pregunta?
—Sólo si respondes.
Él emitió un sonido de impaciencia y ella pensó que no respondería,
pero entonces él sacudió la cabeza. —La vida se entromete. A menudo de
diferentes maneras para diferentes personas. Para ti, te despertó el amor
por los poetas y las obras literarias. Y para mí, se entrometió con
responsabilidades y expectativas hasta que ya no hay tiempo para esas
frivolidades—, dijo, con la voz dura por el pesar.
Justina se inclinó hacia arriba, borrando la distancia entre ellos. —No
creo que un caballero que conoce las obras de Frances Burney y cita a
Byron y Shelley con igual aplomo se atreva a creer que la literatura es
frívola por naturaleza—. Ella se preparó para su refutación. En cambio, la
columna de su garganta se movió, sus ojos transmitían un hombre en
guerra consigo mismo.
Sonaron pasos fuera de la habitación, seguidos por el sonido de dos
voces. Dos voces conocidas. Con el corazón palpitante, Justina se puso en
pie de un salto justo cuando Gillian entró.
—Ahí estás...— Sus palabras se apagaron tan rápido como su sonrisa,
mientras movía su mirada de Justina a Nick mientras éste se desplegaba
hasta alcanzar sus dos metros de masculinidad. Y luego de vuelta a ella.
Gillian entornó los ojos.
Nick hizo una reverencia. —¿Si me disculpan?— Se guardó las gafas. —
Las dejaré con sus entretenimientos, damas.
Una protesta surgió en sus labios y luego se marchitó. No había nada
apropiado en su presencia. Las reglas de la sociedad hacían que su
presencia aquí fuera no sólo imposible, sino peligrosa, y que pudiera
llevarla a la ruina. —Su Excelencia—, murmuró, haciendo una reverencia.
Justina rescató el volumen. —Ha olvidado su libro—, murmuró,
tendiéndoselo.
Él lo estudió durante un largo momento. Y durante uno aún más largo,
ella pensó que él rechazaría ese ofrecimiento. Luego, con un imperceptible
movimiento de cabeza, lo aceptó con sus largos y gráciles dedos, los
mismos que hacía un momento habían acariciado suavemente su mejilla.
Con largas y poderosas zancadas, Nick se dirigió a la puerta. La otra dama
se apartó apresuradamente de su camino y él desapareció.

~ 84 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Cuando las dos jóvenes se quedaron solas, Justina se humedeció los


labios. —Sólo ha venido a elegir un libro.
Gillian sonrió. —No he dicho nada—. No, sólo sus ojos habían
transmitido la profundidad de su preocupación. —Sin embargo, si Honoria
notara su presencia aquí contigo, supongo que cancelaría sus planes de
visitar a tu hermana—. A Justina se le hizo un nudo en el estómago. —Por
eso—, dijo en un susurro conspirador, —es mejor que no le mencionemos
nada—. Acompañó su sugerencia con un guiño.
Las palabras de agradecimiento murieron en los labios de Justina
cuando Honoria entró corriendo en la sala de conferencias, sin aliento. —El
Duque de Huntly estuvo aquí.
—¿Aquí dentro?— Preguntó Gillian, frunciendo el ceño.
—Aquí no—. La dama levantó las manos con exasperación. —En la sala
circulante. Lo he visto marcharse.
Justina levantó la barbilla. —Como duque, espero que el caballero
pueda ir a cualquier parte—. Aunque apreciaba la lealtad de Honoria, no
apreciaba que la trataran como si no conociera su propia mente. Había
vivido con esa baja opinión desde que era una niña con una institutriz
frustrada.
—Los caballeros no vienen a las bibliotecas circulantes—, espetó
Honoria. —Y especialmente los duques.
—Los caballeros también son clientes—, señaló Gillian de forma
amable.
Por lo que Justina le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
—Un duque no vendría a un lugar que ofrece principalmente novelas
góticas y poesía romántica.
La pena llenó a Justina. ¿Qué había convertido a Honoria en la figura
cínica en la que se había convertido? —Creo que es una forma triste de ir
por la vida, formando opiniones y juicios sobre lo que una persona debe
leer, o dónde debe o no debe ir, simplemente por las percepciones de la
Sociedad—, dijo solemnemente. Al fin y al cabo, ¿no eran ésas las mismas
limitaciones rígidas bajo las que ella misma había vivido como la etiqueta
de Diamante que le habían asignado horriblemente? ¿Cuántas veces el
mundo esperaba que ella actuara de una determinada manera y fuera una
determinada cosa sólo porque las normas de la sociedad lo dictaban? —No
juzgaré a una persona simplemente por lo que la Sociedad dice del
caballero, y menos cuando sólo me ha mostrado la mayor amabilidad.
Honoria pasó su mirada por el rostro de Justina y luego dejó escapar un
largo y lento suspiro. —No quiero verte herida como lo fue tu hermana.

~ 85 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Mi hermana está perdidamente enamorada de su esposo—, señaló


Justina, necesitando recordarle a la otra mujer que había bondad en los
caballeros, aunque la propia Honoria no confiara en ello ni lo viera.
—Sólo después de que él la hiriera—, desafió Honoria, sus palabras
cubrieron la habitación de tensión.
—Honoria—, reprendió Gillian, poniendo una mano en el brazo de la
otra mujer.
—Les agradezco a ti y a Gillian que me hayan acogido bajo sus alas—,
dijo Justina.
—Somos tus amigas—, protestó Gillian, con el ceño fruncido.
Justina recogió las manos de la otra dama. —Lo sé. También sé que
Phoebe te pidió que me cuidaras, lo cual te agradezco. Sin embargo, no
permitiré que me hagan daño—, dirigió esa promesa a Honoria.
Honoria apretó la mandíbula. —No puedes controlar las acciones de los
demás y, por lo tanto, no podrás protegerte de las heridas.
—Tal vez—, concedió Justina. De hecho, esa lección le había sido
transmitida años atrás, cuando descubrió la clase de persona que era su
padre. —Pero tampoco voy a construir muros protectores sobre mi
corazón. No cuando eso sólo me negaría la posibilidad de conocer la alegría
y el amor—. A pesar de la fealdad del alma de su padre, había bondad en
Andrew. Y en Phoebe. Y en Edmund.
Y en Nick.
—Ven—, instó Gillian. Ansiosa por terminar de defender sus
decisiones, Justina comenzó a avanzar.
—¿Justina?— Honoria la llamó, deteniéndola.
Miró hacia atrás.
—Quizá el duque sólo vino a devolverte el libro—, concedió Honoria.
—Pero, ¿qué habría estado haciendo en Gipsy Hill cuando tú estabas allí?
Justina frunció el ceño. Más allá del romanticismo de su rescate y del
caos de aquel día, no había considerado realmente lo que había llevado a
Nick a Lambeth.
A pesar de la cautela de Honoria, sólo una pregunta la mantenía
concentrada: ¿volvería a ver al caballero para averiguarlo?

~*~

~ 86 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Tirando de sus guantes, Nick salió de la Biblioteca Circulante y buscó


su carruaje.
Su encuentro con Justina Barrett había sido un éxito en todos los
aspectos que importaban. La dama había sido debidamente seducida con
palabras e intereses compartidos. Sin embargo, en lugar de la emoción de la
victoria, su cuerpo ardía con el hambre recordada de su beso. Localizando
su transporte en el extremo opuesto de Lambeth, avanzó hacia él.
Cuando había elaborado su plan para romperle el corazón y destruir a
todos los Barrett, se había centrado exclusivamente en sus objetivos de
venganza contra Rutland. No había pensado en quién era Justina Barrett.
Por ello, nunca esperó sentir nada por la joven.
Ahora, después de su intercambio en la biblioteca y de todos sus
encuentros anteriores, le invadía no sólo el deseo por ella, sino la intriga. La
chica egocéntrica, con la cabeza puesta en nada más que bonetes y
chucherías, como se había presentado en la información que había obtenido
sobre ella, no encajaba con la mujer que acababa de dejar. Una mujer que
escribía sus propios versos y asistía a conferencias y desafiaba a los viejos,
enfadados y masculinos eruditos.
Frunció el ceño, despreciando la inquietud que le producía esa verdad.
No debería importar qué libros leía o qué sueños tenía. Sólo era relevante
su conexión con el Diablo que había destruido a todos los que amaba. Nick
se abrió paso entre los carros y llegó a su carruaje.
Su conductor se quedó en el borde de la puerta y le hizo un gesto para
que se fuera. —Su Excelencia—, dijo el criado en tono grave. El hombre
miró a su alrededor, con nerviosismo en los ojos, y luego inclinó la barbilla
hacia la puerta del carruaje.
Nick siguió la mirada del hombre y le dirigió una mirada inquisitiva. El
conductor asintió. Tenso, Nick se movió deliberadamente al otro lado de la
acera y abrió la puerta.
La baronesa estaba sentada en la esquina del carruaje con una elegante
capa dorada. Se echó la capucha hacia atrás y le dedicó una dura sonrisa. —
Te he echado de menos, mi amor—, susurró.
Por Dios, la dama estaba loca. O era tenaz. Tal vez ambas cosas.
Tragándose una maldición, Nick se metió dentro y cerró rápidamente la
puerta de un tirón. —¿Qué demonios estás haciendo aquí?—, espetó,
evaluando las cortinas de terciopelo rojo para asegurarse de que estaban
bien cerradas. Una de las conveniencias de su asociación con esta víbora
había sido su destierro al campo por parte de su anciano marido.

~ 87 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

La baronesa hizo un mohín. —Oh, Huntly. Ese no es un saludo para una


amante—. Dado el brillo furioso de sus ojos castaños, no era el momento de
recordarle que él había cortado esa conexión.
Su presencia en su carruaje, si se descubría, resultaría calamitosa para
sus objetivos. Golpeó el techo una vez y el transporte se tambaleó hacia
adelante. —¿Qué quieres?—, le preguntó en tono cortante.
Ella entrecerró los ojos y se inclinó hacia delante. —Te vi con ella.
Nick se paralizó. Observó las tensas líneas en las comisuras de su boca.
La furia irradiaba de su expresiva mirada. La frustración por su propio
descuido se apoderó de él. Había estado tan concentrado en Justina Barrett
que no había oído ni visto a nadie más que a la dama. Y no era tu búsqueda de
venganza lo que te mantenía cautivo. Devolvió la voz burlona. —Entonces me
viste en medio de nuestro plan—, dijo al fin.
La baronesa bufó. —No parecías un caballero fingiendo, Huntly—, le
espetó. —Vi cómo la mirabas.
Él se cruzó de brazos en el pecho. —¿Y qué cree usted que vio,
madame?—, replicó con tono deliberadamente aburrido. En todo momento,
permaneció replegado como una serpiente.
El labio inferior de la baronesa tembló. —Ella te importa.
¿Ella le importaba? Nick parpadeó lentamente. Sólo había visto a Justina
Barrett un par de veces, ¿y la baronesa creía que se interesaba por la joven?
Bueno, eso era... risible. O lo sería, si la mujer sentada frente a él no lo
estuviera quemando con el odio de sus ojos. —No me importa nadie—, dijo
con firmeza. Era mentira. Le importaban su hermana, su sobrina y Chilton,
pero eran personas cuyas vidas se habían unido a la suya y que siempre
tendrían su lealtad y consideración.
—Entonces, la deseas—, desafió ella, con el ánimo restablecido en sus
rasgos antes abatidos.
Él permaneció en silencio. Con sus tirabuzones rubios y sus labios y
ojos siempre alegres, Justina no era como ninguna otra mujer por la que
hubiera sentido hambre antes. Ahora, tenía mucha hambre de la joven.
—No lo negarás—, exclamó suavemente la baronesa.
—No te debo nada—, le recordó él bruscamente. —Nos hemos unido
con un propósito y ése es el único vínculo que aún existe entre nosotros.
—Pero puede haber más—, le prometió en un susurro jadeante. Con un
movimiento fluido, se encogió de hombros para quitarse la capa y dejar al
descubierto un vestido diáfano. El satén se pegaba a su piel, revelando el
contorno de sus generosos pechos. Sus pezones rugosos asomaban por
encima, atrayendo momentáneamente su atención. —Quiero que me hagas

~ 88 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

el amor otra vez—, le dijo, pasando un dedo por su escote. —Lo deseo
tanto que he desafiado a Londres y al descubrimiento para conseguirlo.
En otro tiempo, se habría sentido impulsado por la lujuria al ver esa
ofrenda. Ahora, después de la pura inocencia y belleza de Justina, no había
más que una repugnancia por la desesperada criatura que tenía ante sí. —
También se ha atrevido a arruinar todos nuestros planes para Rutland.
Cúbrase, madame—, ordenó. —No se lo volveré a decir. Hemos
terminado—. El color inundó las mejillas de la dama. —¿Está claro,
milady?—, exigió él.
Ella apretó los labios. —Abundantemente. Pero aclaremos algo más,
Huntly—. La dama se inclinó hacia delante y el penetrante aroma de las
rosas golpeó sus sentidos. —Si no sigues este plan, si no arruinas a la
familia de Rutland, te veré arruinado.
Por el fuego que se reflejaba en sus ojos, esa promesa estaba impulsada
por algo más que la venganza... algo más... algo igualmente peligroso: los
celos.
—No tienes que preocuparte por eso—, le aseguró fríamente. Si Lord
Rutland no hubiera arruinado a su padre y la vida de Nick hubiera
continuado como hasta entonces, con él como el chico intelectual con amor
por la sala de conferencias, podría haber tenido algo más con Justina
Barrett. Pero su cuñado había destrozado a ese niño patético que había
sido.
Él apretó la mandíbula. Al final, podría desear a Justina y sentir un
inesperado aprecio por su mente, pero nunca habría nada más con ella.
Nunca.
Y se alegró de ese recordatorio.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 8
La tarde siguiente, Nick estudió los libros de contabilidad abiertos que
tenía ante sí. Con un suspiro, se quitó las gafas y las dejó a un lado. En
realidad, también había estado estudiando sus libros durante la mayor
parte de la mañana.
Se apretó el puente de la nariz. Habiendo puesto por fin en marcha sus
planes de venganza contra Rutland, se había abierto la puerta a su pasado.
A lo largo de los años, el marqués nunca había estado lejos de sus
pensamientos. Sin embargo, ese poderoso par había existido más como un
demonio amorfo que otra cosa; un demonio que lo había formado. Un
demonio que lo había moldeado a su imagen y semejanza, de modo que
había desarrollado la fuerza necesaria para, por fin, derrotar al Diablo de
corazón negro.
Nunca la venganza había estado tan cerca como ahora con los hermanos
Barrett. Sin embargo, sólo uno de esos individuos le interesaba: la señorita
Justina Barrett.
Las acusaciones de la baronesa lo atormentaban. Interés por Justina
Barrett. Apenas conocía a esa dama. Excepto, un intercambio robado en
una tranquila sala de conferencias persistió en sus pensamientos. No había
leído un verso en trece años. Más concretamente, no había querido leer un
verso en trece años, hasta ella.
Parte del plan que había urdido consistía en cortejar a Justina. Atraparla
con palabras bonitas y ganarse su corazón con cariños vacíos. Sin embargo,
que Dios lo ayude, con cada intercambio, su atención a su plan se
desvanecía cuando ella lo obligaba a pensar y hablar de cosas que alguna
vez le habían importado.
Libros y poesía y obras literarias. Esas páginas inútiles por las que
Rutland se había burlado de él por leer, todos esos años atrás. ¿Qué alegría
o evasión podían traer esos libros, cuando había visto la fealdad que era la
vida? Cuando había sido testigo de la profundidad del mal y de la absoluta
desesperanza.
Aquella noche había sido el momento más formativo de su existencia,
más que todos los miles que lo precedieron. Había marcado el fin de su
inocencia y la de su hermana; la muerte de los sueños y la felicidad, y el
comienzo de la realidad.
Habiendo sido testigo de la desesperación de su hermana con su
miserable matrimonio y de la transformación de Chilton en los campos de

~ 90 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

batalla de Europa, de su propio cambio de humanidad, Nick había llegado a


aceptar como un hecho la verdad de que la inocencia se hacía añicos
inevitablemente. Era lo que había hecho que la implicación de Justina en
sus planes no sólo fuera palpable, sino el camino obvio.
Lo que no se había permitido racionalizar, hasta su encuentro con la
dama, era que sería él quien la haría añicos. Una vez descubierta la razón de
su cortejo, ¿perdería también la dama su amor por la literatura y vería el
mundo con sus propios ojos hastiados? Porque una vez consumada su
venganza, ella lo odiaría con el mismo vitriolo que él le tenía a Rutland.
¿Por qué no había pensado en eso antes? Porque antes ella sólo existía como
un nombre en las hojas de escándalo. Ahora, ella era una joven con deseos e
intereses que coincidían con los que él también había apreciado alguna vez.
—No seas un maldito tonto—, murmuró en voz baja. ¿Por qué iba a
importar que su espíritu romántico fuera aplastado? Eso sólo haría más
dulce la venganza contra Rutland. ¿No es así?
El pequeño ejemplar de las obras de Shelley que ella le había regalado
estaba en la esquina de su escritorio, como un recordatorio burlón de su
bondad frente a su maldad. Apretando la boca, se colocó de nuevo las gafas
en la nariz y revisó las páginas de sus libros de contabilidad. Mientras
tanto, ignoró el volumen de cuero.
O, mejor dicho, lo intentó.
La tentación de recogerlo era tan grande como una manzana en manos
del diablo. Tal vez Rutland tenía razón, después de todo, y Nick era, de
hecho, débil. Con una maldición, tomó el pequeño libro de poemas
encuadernado en cuero y abrió de un tirón el cajón de su escritorio. Se
dispuso a arrojarlo dentro y luego se congeló. Mirando hacia la puerta
cerrada, devolvió lentamente el volumen a su escritorio y lo observó,
luchando consigo mismo.
Respirando profundamente, hojeó el viejo ejemplar. Envejecido por el
tiempo, con las páginas y algunas esquinas dobladas, lo examinó. Los rayos
del sol se colaban por la rendija de las cortinas y proyectaban una suave luz
sobre las páginas amarillentas.
Dejó de abanicar las páginas y su mirada se detuvo en los versos. —...Un
poeta es un ruiseñor, que se sienta en la oscuridad y canta para alegrar su propia soledad
con dulces sonidos...
Basura estúpida, todo aquello. Palabras románticas de soñadores que
dieron a la gente falsas esperanzas de vida y amor. Y sin embargo... siguió
leyendo. Pasando página tras página, perdiéndose en versos que nunca
había leído porque las obras de Shelley habían llegado mucho después de
que él hubiera abandonado su amor por la literatura.
~ 91 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Leyó hasta que le dolió el cuello y se le nubló la vista. Leyó hasta que se
convirtió en aquel niño de antaño, con un hambre voraz que sólo podía
saciar el poder de la palabra escrita.
Sonó un golpe en la puerta y levantó la cabeza con culpabilidad justo
cuando su mayordomo la abrió, admitiendo a su hermana.
—Su Señoría, la Condesa de Dunkerque—, anunció y se despidió.
Con el cuello caliente, Nick cerró apresuradamente el libro y se puso en
pie de un salto. —Cecily.
—Nick—. Ella cruzó los brazos en el pecho y lo miró expectante.
¿Por qué estaba aquí? Ella se adelantó y él se apresuró a rodear el
escritorio, colocándose entre su línea de visión y el libro.
Cecily se detuvo y lo miró con desconfianza. —¿Está todo bien?
—Sí—. No. Le apetecía pasarse los dedos por el pelo. Nada había estado
bien desde que apartó a Justina del camino de un caballo desbocado. —
¿Quieres sentarte?—, preguntó, señalando una silla.
Ella se sentó y él deslizó discretamente un libro de contabilidad sobre
las obras de Shelley. Cecily suspiró. —Dominick—, comenzó. —En primer
lugar, ¿crees de verdad que no me he dado cuenta de que estabas leyendo
un volumen de poesía cuando he entrado?
Por supuesto, ella se había dado cuenta. Él tiró de su pañoleta. Para
disimular el rubor que le subía por el cuello y le quemaba las mejillas, se
acercó al escritorio y se preparó una copa. —¿Es esa una pregunta?
...Sólo si respondes...
Los dulces y líricos tonos de Justina resonaron en su memoria. Tomó la
botella más cercana y se sirvió una copa de brandy. Se lo pensó mejor y la
llenó hasta el borde.
Cuando se volvió, su hermana lo miraba fijamente.
—No te reprocharía que te entretuvieras con los poemas—, dijo Cecily
en voz baja, con una leve acusación. —Todo lo contrario. El día que dejaste
de leer, fue como si la persona que conocía como mi hermano dejara de
existir.
Ignoró la punzada que le produjeron esas últimas palabras. —No me
divertía hacerlo—, dijo mintiendo. Los poemas y los libros eran para chicos
jóvenes que no habían sido marcados por la vida. No eran para bastardos
desalmados y sin corazón como él.
—Bien, entonces—, dijo ella. —Al menos lees. Has estado tan
consumido en amasar tu gran fortuna y poder, y en triunfar sobre Lord
Rutland, que has perdido lo que una vez fuiste.
~ 92 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Se quedó con la mirada perdida en el contenido de su vaso. Llevaba


tanto tiempo perdido que no había forma de volver a ser quien había sido.
—He leído los informes sobre tu encuentro con la señorita Barrett.
En su tono acusador, Nick cuidadosamente endureció sus rasgos. No iba
a debatir más con ella.
Cecily arrastró su silla más cerca, raspando el suelo de madera. —¿De
verdad crees que soy tan ingenua como para creer que tu heroico rescate y
posterior cortejo de la cuñada de Lord Rutland es una mera
coincidencia?— Un cortejo. Uno fingido, por cierto. Y, sin embargo, así era
como el mundo debía verlo.
No importaba lo que ella creyera. O no debería. Excepto que él desvió la
mirada, incapaz de enfrentarse a la decepción que irradiaban sus ojos.
—Hace tiempo que acepté que hay oscuridad en Lord Rutland. Pero tú
eres diferente, Nick. Eras un chico estudioso. Disfrutabas de tus libros y de
tu familia...— Ella miró con atención el ejemplar parcialmente oculto de la
obra de Shelley. —Todavía lo haces.
—Un niño.
Ella ladeó la cabeza.
—Tienes razón. Era un niño—. Desde entonces se había convertido en
un hombre capaz de realizar oscuras hazañas.
Cecily se inclinó hacia atrás en su silla y puso los brazos a un lado. —No
sé cuáles son tus intenciones hacia la Señorita Barrett, pero sí sé que, al
venir aquí y encontrarte leyendo de nuevo, tal vez no pueda ser del todo
malo, tu encuentro con la dama.
Su hermana se equivocaba, demostrando una ingenuidad mucho mayor
de la que antes había desacreditado. —¿Es por eso que has venido
entonces? ¿Para preguntar por mis intenciones con la Señorita Barrett?—
Al decir su nombre en voz alta y sus planes velados para ella a su hermana,
los músculos de su estómago se contrajeron.
Sus ojos centellearon. —Si pensara que podrías responderme con
sinceridad, entonces sí. Le prometiste a Felicity un paseo por el parque.
Nick abrió los ojos y miró el reloj.
—Tampoco recuerdo que hayas olvidado una cita alguna vez.
Porque no lo hacía. Era preciso y metódico y lógico y nunca se distraía,
ciertamente no por pensamientos sensibleros del pasado o por libros de
poesía que le entregaban sirenas tentadoras. Se pasó una mano por el pelo.
—Perdóname. Yo...— No tenía ninguna excusa que no incluyera el nombre
de Justina.

~ 93 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su hermana se levantó lentamente. —Confío en que eres incapaz de


herir de verdad a esa joven—. Ella sostuvo su mirada directamente. —O a
cualquier otra—. Hace cinco días, se habría burlado de su ingenua fe.
Ahora, permaneció en silencio y Cecily suspiró. —Vamos—, dijo, la
decepción en su tono coincidía con sus ojos. —Felicity espera con su
niñera. Ya habrá tiempo más tarde para hablar de la dama que acapara
todas tus atenciones.
Nick trató de decirse a sí mismo que su hermana veía más de lo que
había con ojos esperanzados, que había creído hace tiempo que estaban
hastiados. Intentó decirse a sí mismo que ella veía el bien a su alrededor,
todavía, y, por tanto, estaba cegada a lo que él, de hecho, era. Sólo que,
mientras la seguía de mala gana fuera de la habitación, admitió, al menos en
silencio y sólo para sí mismo, que Justina había tejido algún hechizo
inexplicable sobre él.

~*~

En este preciso momento, Justina no podía escribir ni una sola palabra.


Y, normalmente, no podía escribir ni una sola palabra porque estaba tan
concentrada en seleccionar las palabras correctas, que nada llegaba a la
página. Hoy, no podía por razones totalmente diferentes.
Sentada en una manta a la orilla del río Serpentine, su mirada se fijó en
una pareja en la distancia, o más exactamente, en un caballero. Dejando a
un lado su caja de escritura, se desplazó de lado sobre sus nalgas hasta el
refugio que le ofrecía un enorme montículo. Se estiró boca abajo y levantó
la reveladora manta para ponerse a salvo.
—¿Milady?—, le preguntó su criada. Justina se llevó un dedo silenciador
a los labios, acallando inmediatamente las palabras de la preocupada
sirvienta. Abriendo los ojos, Marisa se apresuró a unirse a ella. —¿Está todo
bien, señorita Barrett?
—Oh, bastante—, dijo ella con la misma naturalidad con la que
hablaban del buen tiempo primaveral que ahora disfrutaban. Apoyándose
en la roca, continuó su estudio.
El Duque de Huntly se detuvo a más de cincuenta pasos y abrió una
manta. El viento la atrapó brevemente antes de depositarla en el suelo. Su
cabeza se levantó y, con el corazón acelerado, ella volvió a colocar la suya
rápidamente detrás de la roca.

~ 94 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Era una debutante que acababa de hacer su presentación hace unos


meses, pero incluso ella sabía que los caballeros no visitaban Hyde Park a
primera hora de la mañana para otra cosa que no fuera un paseo matutino o
una cita perversa. Y no había ningún caballo a su alrededor y una belleza de
pelo rubio impresionantemente impecable a su lado.
Seguramente no contaba como espiar a un caballero si ella simplemente
estaba en el mismo lugar, a la misma hora. Y ella se fijó en él por casualidad.
Justina contó los latidos de su pulso rápido y luego se asomó a la roca, una
vez más.
La pareja estaba de pie, hablando.
Se mordió el labio inferior con fuerza. ¿Quién era la encantadora mujer?
Los caballeros no se encontraban con mujeres, solos, en Hyde Park. No a
esta hora. Ni a ninguna hora. Y, a raíz de eso, un feo sentimiento de celos se
anudó en su vientre. Se abrazó a su caja de escritura con más fuerza, de
modo que la madera aplastó dolorosamente el pecho.
Una carcajada resonó en el silencio de la mañana. Cambiando la carga
en sus brazos, se inclinó una vez más... y se quedó sin aliento.
Una niña pequeña se precipitaba por la hierba, con una niñera pisándole
los talones. El joven duque tomó a la niña de rizos de lino en sus brazos y la
levantó en el aire.
Su rostro, desprotegido, reveló una ternura y un amor que la dejaron
inmóvil. La muestra de esa devoción y fácil burla entre ellos por la que
Justina habría cambiado su alma. ¿Era la niña una hija ilegítima y la
encantadora mujer la amante de Nick? Justo en ese momento, el duque hizo
girar a la niña en un círculo vertiginoso y desde el otro lado de la longitud
que los dividía, sus ojos se cruzaron.
Ella se sacudió, sintiéndose como una de esas pobres criaturas que su
padre y su hermano siempre cazaban en su finca y con la misma gracia que
esas criaturas recién abatidas. Justina se inclinó hacia delante, cayendo con
fuerza sobre su caja con un fuerte gruñido. El dolor la atravesó y agradeció
la punzante distracción.
Maldito infierno.
Tal vez no la había visto. Tal vez, la encantadora dama a su lado no
había notado...
—Oh, cielos, Señorita Barrett, ¿está usted bien?— gritó Marisa.
Justina se tragó la inventiva que su hermano había impartido hacía
varios años. Porque si el duque no había presenciado por algún milagro
desde arriba su humillación, sin duda lo oiría ahora.

~ 95 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Señorita...—, instó su doncella, mirando frenéticamente a su


alrededor.
El crujido de la grava en el camino vacío y las fuertes pisadas que se
acercaban rápidamente la horrorizaron. —Señorita Barrett...
Ellos volvieron a las formalidades, lo cual era una contradicción, ya que
Justina estaba tumbada boca abajo con las nalgas al aire. Miraba la hierba
verde y crujiente bajo su nariz y, aunque nunca había sido de las que rezan,
rezaba en silencio por una intervención divina.
—Creo que se ha golpeado la cabeza, Su Excelencia—, la preocupada
suposición de Marisa se ganó un pequeño gemido. —Ella no...
—No me he hecho daño en la cabeza—. Sólo mi orgullo. Justina se apartó
de la maldita caja y se arrodilló. —Le aseguro que estoy muy...— Sus
palabras terminaron en un chillido cuando Nick la capturó por la cintura y
la guió hasta sus pies. Durante mucho tiempo había despreciado su figura
regordeta, pero con los movimientos sin esfuerzo de Nick, él la hizo sentir
tan delicada como esas damas que siempre había deseado ser. Demasiado
pronto, él retiró su mano de su persona y el calor de su toque perduró. —
Gracias—, dijo ella, haciendo una mueca de dolor por la falta de aliento de
sus palabras. Lo cual era una locura dada su presencia aquí con otra mujer.
Una mujer afortunada. —Por favor—, dijo ella apresuradamente. —No
permita que lo aleje de su... compañía.
Su compañía que incluso ahora caminaba por aquí, la belleza impecable
y la niña dorada saltando a su lado. Otra viciosa ola de celos se apoderó de
ella.
—¿Mi compañía?— Él siguió la mirada de Justina y luego sonrió. —
¿Qué mayor placer podría haber que un encuentro inesperado con usted
aquí hoy?—, le dijo. Demostró ser mucho más capaz que cualquiera de los
maestros poetas juntos, ya que sus palabras conmovieron su corazón,
incluso cuando su mente intentaba descifrar esa audacia en presencia de la
pareja que se acercaba.
Se acercaron a ella y a Nick, y la criada de Justina retrocedió varios
pasos. —Señorita Barrett, permítame presentarle a mi...
—Hola—, interrumpió la pequeña con una sonrisa en los dientes. Con
su coloración olivácea y el tono cegadoramente brillante de su cabello, la
niña bien podría haber sido una réplica infantil de Nick. —Soy Felicity.
Felicity. Un nombre de felicidad que conjuraba la alegría. Con la sonrisa
de la niña, se adaptaba perfectamente a ella. —Hola—, respondió Justina
en voz baja, intentando descifrar el parentesco.
—...Mi sobrina, Felicity—, añadió Nick.

~ 96 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

¡Era una sobrina! El corazón de Justina dio un salto en su pecho y giró su


mirada hacia la tranquila mujer que estaba al lado de Nick. Ella debía ser...
una hermana. Una vertiginosa sensación de alivio bailó en su pecho.
—¿Cómo conoces a mi tío Dominick?— preguntó Felicity, tirando de su
mano.
La niña amplió la puerta de su conexión con este hombre que tenía
delante. Tío Dominick. La posesión de Justina de su nombre completo
intensificó la intimidad de su conexión. —Tu tío...— Levantó sus ojos
brevemente hacia los de Nick. —Me salvó de un caballo desbocado.
Su sobrina jadeó y lanzó una mirada acusadora a su tío. —No me dijiste
que habías hecho algo heroico.
El duque le revolvió el pelo a la niña. —Difícilmente fue heroico,
muñeca. Sólo caballeroso.
Se equivocaba. Había una calle llena de caballeros y ni uno solo se había
apresurado a socorrerla a ella o a aquel niño.
Nick devolvió su atención a la dama a su lado. —Y mi hermana, Cecily,
la Condesa de Dunkerque. Cecily, te presento a la señorita Barrett.
Justina se hundió en una reverencia tardía. —Milady.
La mujer sonrió. —Es un placer—. Por el hoyuelo en la mejilla de la
encantadora dama, casi podía creerlo, y sin embargo había una tensión en
esa sonrisa que coincidía con muchas de las falsas sonrisas que su propia
madre había puesto a lo largo de su vida. ¿Qué explicaba la falta de alegría?
¿Desaprobación?
—¿Estabas jugando al escondite?— dijo Felicity. A su espalda, Marisa
emitió un sonido ahogado que sonó casi como una risa.
Justina enroscó los dedos de los pies en las suelas de sus botas.
—Si es así, me encantaría jugar. Sólo tengo al tío Dominick para jugar y
sólo viene de visita dos veces por semana—. El duque visitaba a su hermana
y a su sobrina dos veces por semana. Toda la sociedad tomaba al caballero
por un pícaro, pero un encuentro fortuito con una niña que parloteaba
como la propia Justina le había revelado que era algo más: un hermano y tío
cariñoso.
La calidez que inundaba su corazón se extendió.
Felicity frunció el ceño hacia su tío. —Excepto que ha estado
desaparecido durante casi una quincena, fuera...
—Supongo que la dama no estaba jugando al escondite—, dijo Nick
bruscamente.

~ 97 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su sobrina frunció el ceño. —Podría haber estado haciéndolo. Estaba


agachada detrás de la roca.
Oh, por favor, que la tierra se abra y me trague entera. —Estaba intentando
escribir—, dijo Justina débilmente. Eso era mucho más seguro que todo el
asunto de —yo-te-estaba-viendo-con-tu-tío.
La condesa le dirigió a su hermano una mirada mordaz que Justina
tendría que estar ciega para no ver. —Entonces, deberíamos dejar que la
joven escriba.

~*~
La desaprobación de Cecily no podía ser mayor que si se hubiera subido
ella misma al roble junto a ellos y hubiera gritado las palabras al parque
vacío.
La preocupación había iluminado sus ojos en el momento en que había
averiguado la identidad de la señorita Barrett. Dadas sus intenciones de
cortejar, conquistar y destruir a la dama, su encuentro fortuito con Justina
Barrett era seguramente la forma en que el destino lo empujaba hacia el
camino de la victoria sobre Rutland. Pero que Dios lo ayude, en el momento
en que la sorprendió asomándose por detrás de aquella roca, se quedó
paralizado, de modo que la última persona o pensamiento que tuvo fue
Lord Rutland... o cualquier otra persona.
—¿Le gustaría unirse a nosotros, señorita Barrett?
La dama abrió sus bonitos ojos azules, y miró entre él y Cecily. ¿Había
detectado la desaprobación de su hermana? Si era así, no podía saber que
toda la decepción estaba reservada para él. —Oh, no quisiera
entrometerme…
—Mi tío es escritor—, anunció Felicity con alegría.
Justina parpadeó con fuerza. —¿Lo es?
Nick se tiró del corbatín. —No me llamaría escritor—, dijo con
sinceridad. En un tiempo, había aspirado a ello. Hacía tiempo que había
abandonado sus actividades académicas y las había cambiado por lecciones
y una vida de traición. Los únicos versos o frases que redactaba ahora eran
los destinados a los niños, su única sobrina.
Como si él no hubiera protestado, Felicity asintió con entusiasmo. —Es
bastante maravilloso, ¿verdad, mamá?
Los ojos de Justina se ablandaron.

~ 98 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Y con la ayuda involuntaria de su amada sobrina, Nick apostaría que se


había ganado otro trozo del corazón de la dama. Y en este momento fugaz,
un cortejo construido sobre el engaño se sintió demasiado real. Luchó
contra la inquietud que se agitaba en sus entrañas.
Cecily alternó su mirada entre él y Justina antes de fijarse en él. —
Efectivamente—, dijo a regañadientes, suplicando con los ojos. —Mi
hermano una vez prefirió sus libros por encima de todo.
Ignorando su silenciosa petición, recogió el estuche de Justina y le
tendió un brazo. La dama dudó y luego puso las yemas de los dedos en su
manga. La guió hasta la manta que había abandonado momentos antes.
Felicity rompió la tensión dejada por el enfado de Cecily. —¿Qué
estabas escribiendo?—, preguntó mientras llegaban a la manta previamente
abandonada.
—Felicity—, reprendió su hermana.
—No, no pasa nada—, instó Justina. Desenredando su brazo del de
Nick, se arrodilló junto a la chica. —Estaba intentando escribir un poema—.
Bajó la voz hasta un exagerado susurro. —Soy bastante mala en eso—.
Levantó unos ojos brillantes hacia los suyos y le guiñó un ojo.
Él parpadeó lentamente al ver la ligereza sin límites de sus
profundidades cristalinas. Desde que ascendió al título de duque, había
tenido debutantes, viudas y damas del demimonde que se arrojaban a sus
proverbiales pies por nada más que su título. A ninguna de ellas le había
llegado una sonrisa a los ojos.
—...¿No es así, tío Dominick?— La pregunta de Felicity lo sacó del
enloquecido hechizo que Justina Barrett había tejido.
—Yo... eh...— No tenía ni una maldita idea de lo que estaba bien o mal,
en este momento.
Justina ladeó la cabeza.
—Diiiiije—, dijo Felicity con un exagerado acento, —que ya que eres
amigo de la dama, podrías leerle uno de tus versos—. ¿Amigo de la dama? Y
con Justina Barrett sonrojada y su sobrina creyendo inocentemente que sus
intenciones sólo podían ser honorables, Nick sintió algo que no deseaba
sentir, una emoción indeseada y desagradable que sólo lo confundía:
vergüenza.
Mientras su sobrina seguía cantando sus inmerecidos elogios, se
removió, deseando de repente adherirse al decoro y queriendo distanciarse
de Justina. El hecho de que ella se sentara junto a su familia, las personas
que le importaban por encima de todas las demás, creó este vínculo
artificial que nunca sería. Que nunca podría ser, dadas sus intenciones para

~ 99 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

su propia familia. Y lo que era más, habría un vínculo adicional que él


cortaría cuando viera su plan realizado. Era un detalle que no había
considerado, hasta ahora. ¿Qué más no he pensado? Nick apretó las manos.
—Cuéntale uno de los poemas que escribiste para mí—, imploró
Felicity, sacándolo del tumulto de sus pensamientos.
Él tosió en su mano. —Estoy seguro de que la señorita Barrett preferiría
no escuchar mi mísero intento de...
—Pero quiero escucharlo—, soltó Justina.
Felicity aplaudió. —Por favor, por favor. Cuéntale el de la noche.
Sonriendo, Justina lo instó con la mirada.
—Oh, muy bien. Yo se lo contaré—, gruñó Felicity poniendo los ojos en
blanco.
—Las sombras bailan, la luna brilla. Las criaturas nocturnas llaman.
El hombre está durmiendo y la tierra celebra la paz que viene, solo cuando la
oscuridad, por fin cae.
Justina aplaudió. —Eso es encantador—, dijo suavemente, sosteniendo
su mirada.
Justina dio una palmada. —Es precioso—, dijo en voz baja, sosteniendo
su mirada.
Desconcertado, Nick forzó una sonrisa. Aparte de Felicity, no había
escrito ni compartido un solo verso. No desde aquel día en que Rutland le
hizo una visita y su padre se ahorcó por ello. Ese crudo recuerdo le provocó
un frío familiar.
—El tío Dominick lo escribió para mí—, explicó Felicity. —Cuando
empecé a tener pesadillas sobre...
—Demos un paseo—, chilló Cecily, poniéndose en pie.
Tres pares de ojos se dirigieron a ella, los de Felicity se llenaron de
confusión. —¿Mamá?— Por supuesto, siendo una niña de siete años, aún
no había aprendido a no revelar secretos a nadie. Con el tiempo, lo haría.
Con el tiempo, la vida los hastía a todos.
—Vamos a recoger flores—, dijo su hermana, suavizando su tono.
La emoción sustituyó inmediatamente el desconcierto de la niña y ésta
se levantó de un salto. Con un último saludo para Justina, madre e hija se
alejaron, dejándolos solos.
Juntos, miraron tras ellas. Justina se llevó las rodillas al pecho y las
rodeó con los brazos. —Es encantadora.

~ 100 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Era una imagen de la persona que Cecily había sido antes de que la vida
la dejara rota. Inquietado por la entrada sin esfuerzo de Justina en su vida,
Nick se centró en la caja de escritura. Los rayos del sol proyectaban una
suave luz sobre su rostro en forma de corazón. —La mayoría de las damas
que andan a escondidas por los parques sólo lo hacen con intenciones
escandalosas—, susurró él tentadoramente, acercándose. Su cuerpo ardió
ante su cercanía y dejó caer su mirada hacia sus labios. Voy a besarla. Voy a
besarla aquí, en Hyde Park, a la vista de todos, en un acto que no tiene nada que ver con el
Marqués de Rutland. ¿Dónde estaba el miedo y el pánico que ese pensamiento
debería provocar?
Justina movió las cejas. —Yo no soy la mayoría de las damas—, volvió a
decir en un fuerte susurro que cortó esta loca bruma de deseo.
Sus labios se tensaron en la esquina y la tensión desapareció de sus
anchos hombros. —No. No lo es—. De muchas formas. Formas que no
tenían nada que ver con su condición de cuñada de Rutland y sí con su
espíritu e ingenio. El miedo a esta inexplicable atracción le secó la boca.
¿Dónde estaba la fuerza de la que se había enorgullecido estos últimos trece
años? En un intento de control, cambió de tema. —Dígame, ¿cuál es el verso
que la tiene tan perpleja, señorita Barrett?—, logró decir con brusquedad.
—Su sobrina indicó que usted es un poeta—, replicó ella.
¿No podía ser una de esas damas que sólo querían hablar de sí mismas?
Era inteligente. Era modesta. Era un maldito enigma en todos los sentidos.
Desenfadado, se pasó la mano por el costado de la pierna. —No soy un
poeta.
—¿Pero escribe?—, insistió ella, implacable. De nuevo con su
interrogatorio, demostrando las mentiras que Marianne había obtenido
sobre la dama. Justina no era una señorita ensimismada, deseosa de hablar
sólo de sí misma y de sus logros.
Cesó su distraído repiqueteo. Las revelaciones personales sobre sí
misma y su pasado no tenían cabida aquí. Y sin embargo... —Lo hacía—,
murmuró, mirando hacia fuera. De niño había permanecido junto a una
llama menguante hasta las primeras horas de la mañana, capturando sus
propios versos. —Ya no—, dijo, sintiendo su mirada en él.
—¿Por qué ha dejado de hacerlo?
El viento azotó su sombrero y lo tomó entre sus manos, golpeándolo
contra la palma opuesta. Miró a la distancia donde Felicity jugaba junto a
su madre, viendo en la niña a su hermana como había sido hace tiempo.
Antes de que la vida interfiriera. Antes de que su felicidad se viera
truncada. —Porque la vida pasó—, dijo en voz baja, más para sí mismo. —

~ 101 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Y al final, las palabras dejaron de salir—. Se le erizó la piel al sentir la


mirada de ella sobre él.
—¿Qué pasó...?
—Uh-uh—, interrumpió él, matando la pregunta en sus labios. No la
dejaría entrar, más de lo que ya lo había hecho. Era demasiado peligroso
para ambos. —Mi turno. ¿Qué verso la tiene tan bloqueada?
Justina se mordisqueó el labio como si quisiera decir algo más. Con un
suspiro, puso su mejilla sobre sus rodillas. —Todos—, murmuró.
Dejando a un lado su sombrero, Nick estiró las piernas ante él y luego
las enganchó en los tobillos. Le lanzó una mirada de reojo.
—Tampoco he escrito nada—, concedió ella. —Pero donde usted fue
capaz de escribir versos y todavía puede hacerlo para su sobrina, yo
simplemente miro la página y apunto ideas.
Desde que entró en la alta sociedad, dos años antes, le molestaba la
falsedad de los lores y las damas. Esas mismas personas para las que Nick y
su familia habían sido invisibles. Las damas eran estiradas y frágiles. Los
caballeros, tímidos e insinceros. Luego, estaba esta mujer. Él hubiera
preferido que la cuñada de Rutland fuera como todos los demás. Sería más
fácil mantener un muro de indiferencia hacia ella.
Por desgracia...
—Debe ser una alegría y lo está volviendo un trabajo. Mientras lo vea
así, nunca tendrá palabras para escribir.
—¿En eso se convirtió para usted?
Ella era tenaz. —No más preguntas sobre por qué dejé de escribir—.
Nick tomó su caja de escritura y abrió la parte superior. Sacando una hoja
de pergamino, un tintero de cristal y una pluma, montó un escritorio
improvisado.
Justina se acercó más a él y sus ojos captaron cada uno de sus
movimientos. Una ligera brisa primaveral tiró de la esquina del pergamino
y él lo colocó en la superficie. Los dedos de ella se dispararon para sujetar
las esquinas por él mientras miraba por encima de su hombro.
—¿En qué encuentra la alegría?—, le preguntó él.
—La lectura—, dijo ella al instante.
Los libros. Y aquí, todo lo que él había entendido de la baronesa, había
presentado a Justina Barrett como una persona con un amor por los
bonetes y las cintas. ¿Qué otra cosa no habían deducido correctamente
sobre la joven? Dejando de lado ese pensamiento preocupante, la miró con
expectación.

~ 102 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Mi hermana, Phoebe—, añadió. Se quedó helado. La esposa de


Rutland. El hielo se disparó por sus venas mientras obligaba a sus dedos a
quedarse quietos y escribía ese odiado nombre. —Así como mi hermano,
Andrew. Mi madre—. No se le escapó que dejó cuidadosamente a su padre
fuera de esa lista. Merecidamente.
Nick estudió la concisa pero reveladora lista, reuniendo una verdad
abrumadoramente clara sobre Justina: su familia le importaba. Era un
vínculo entre ellos que él no quería. Había sido mucho más fácil planear su
destrucción cuando los había visto como nada más que piezas en un tablero
de ajedrez. Ahora, los Barrett eran reales. Demasiado reales. Leales y
cariñosos, y a punto de ser destruidos por él. Debería encontrar una emoción en
ese pensamiento. ¿Dónde estaba? ¿Por qué sentía, entonces, como si una roca
hubiera caído sobre su pecho y le pesara?
—También está mi cuñado, Edmund—, añadió Justina. Nick extendió
las manos sintiéndose quemado por esa página.
Era el recordatorio del Diablo, uno necesario. —Busque las emociones
que evoca su familia y escriba en función de eso—, dijo, con una voz más
áspera de lo que pretendía. Nick se apresuró a recuperar su hoja y le dio la
vuelta. Luego, desplazó el escritorio de su regazo. Con movimientos rígidos
y espasmódicos, devolvió los instrumentos a su lugar apropiado en el
interior. —Como dijo mi hermana, debo permitirle escribir, madame.
¿Imaginó el destello de decepción en sus ojos reveladores? ¿Sentiría ella
ese mismo pesar si supiera de su asociación con su querido cuñado? —Por
supuesto—, murmuró ella, y él la ayudó a ponerse en pie.
Con Justina a su lado, llevó su caja de escritura de vuelta al lugar que
había ocupado anteriormente. —Señorita Barrett—, murmuró después de
dejar su escritorio sobre la manta extendida.
—Su Excelencia—, respondió ella, haciendo una impecable reverencia.
Buscó su mirada en su rostro por un momento y el arrepentimiento le
apretó el pecho; el arrepentimiento de que la vida hubiera ordenado su
futuro juntos hace mucho tiempo como uno plagado de oscuridad.
Con una última inclinación, se alejó de ella, odiando la lealtad que le
profesaba a Lord Rutland.

~ 103 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 9
Tras la entrada de Justina en la sociedad, se había visto cortejada por
caballeros con poco interés en ella más allá del posible adorno para el brazo
que pudiera suponer. Desde ese momento, no había esperado ni un solo
evento de la alta sociedad, hasta ahora.
Mientras el carruaje de su padre avanzaba lentamente por las
abarrotadas calles de Londres, con su padre y su hermano sentados en el
banco de enfrente, ella miraba por la ventanilla. Su mente estaba ocupada
por pensamientos sobre Nick.
Era un poeta. Era un caballero que la animaba a encontrar sus propias
palabras y a decir lo que pensaba. Los latidos de su corazón se aceleraron.
Nadie, ni siquiera sus queridos hermanos, había visto en ella algo más que
una caprichosa señorita. Donde la sociedad educada tenía expectativas
muy específicas de y para una dama, expectativas de que bordaran y
pintaran arreglos florales asombrosamente aburridos, Nick había
demostrado ser totalmente diferente a cualquier otro hombre que ella
hubiera conocido.
Los interrogantes se agolpaban en su mente sobre el enigmático duque
que una vez había escrito... y luego había dejado de hacerlo. ...La vida pasó...
¿Qué había querido decir...?
—Tennyson estará presente, niña—, dijo su padre desde el banco de
enfrente. Justina dio un respingo cuando irrumpió en sus cavilaciones.
Seguramente era la única dama del reino cuyo padre no estaba
interesado en la posibilidad de conseguir un duque como yerno. —Esta vez
no permitiré que eludas al caballero—, continuó, rascándose la barriga que
sobresalía por encima de sus pantalones morados demasiado ajustados.
Andrew le dirigió una mirada compasiva y ella la ignoró. De poco le
servían sus miradas de compasión. Las acciones y las palabras eran mucho
más potentes y las utilizaría para salvarse. —Ya te he dicho que no tengo
ningún interés en casarme con Lord Tennyson—, le informó, orgullosa de
su firme refutación. Toda su vida había sido mansa y dócil. Nick la había
ayudado a encontrar su voz.
Su progenitor ensanchó las fosas nasales. —¿Esto es por tus tontos
pensamientos sobre Huntly?
Sus mejillas ardieron. Para un hombre que había demostrado ser tan
imbécil en tantos aspectos, qué acertada fue su suposición. —No sé de qué
estás hablando—, consiguió decir ella, débilmente. Siempre había sido una

~ 104 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

mentirosa terrible, incapaz de artificios. —Nunca me casaría con Lord


Tennyson independientemente de mi intercambio con el duque—. Eso
estaba, al menos, impregnado de verdad.
—¿Tu intercambio?— Se burló. —Te apartó del camino de un carruaje
desbocado...
—Caballo—, espetó ella. Un padre que ni siquiera podía molestarse con
los detalles de su casi muerte. —Era un caballo—. Ella no mancharía su
último intercambio en el parque compartiéndolo con este hombre.
—Fue más que eso, padre—, añadió Andrew con ayuda desde su lado.
—Algo muy heroico.
—Bah, caballo, carruaje, no importa—. No, porque, en definitiva, nunca
había importado de verdad. Nunca. No más allá del matrimonio que él
pudiera entablar con ella. Odiaba el dolor punzante que el recordatorio
todavía tenía el poder de infligir. Su padre la miró metódicamente. —No le
debo a Huntly ni un penique—. Y el caballero se elevó aún más en su
estima por ello. —El hombre no puede hacer nada para borrar mi deuda
con Tennyson—. O con cualquier otro hombre. El vizconde se enjugó la
frente transpirada. —De cualquier manera—, ladró, —los pícaros como
Huntly no se casan con las chicas como tú. ¿Quieres a Huntly? Entonces
hazlo tu amante después de casarte con Tennyson.
—Padre—, dijo Andrew bruscamente por encima del jadeo de Justina.
—Métete en tus asuntos, muchacho—, espetó su padre, ganándose el
sonrojo de su hijo. —O te utilizaré para conseguir un buen matrimonio—,
amenazó. —Te dejaré sin dinero a menos que encuentres una dama con una
dote gorda.
Todo el color se desvaneció de la piel de Andrew y su garganta se movió.
—Así está mejor—, dijo su padre con un gruñido. Hizo un gesto tan
rápido con la barbilla en dirección a Justina que su papada se agitó. —No
volveré a hablarte de Tennyson. ¿Está claro?
Un odio impresionante se apoderó de ella, atenazándola como garras
viciosas ante el innecesario recordatorio de la crueldad de su padre. ¿Qué
clase de padre depravado hablaba con tanta crudeza a sus propios hijos?
Tal vez hace cinco días, habría asentido débilmente con la cabeza. Quizás
buscó la intervención de su hermano, una vez más. Buscó la ayuda de
Edmund o de su hermana.
Sin embargo, en un puñado de días, fue como si se hubiera liberado de la
jaula dorada en la que su padre estaba tan decidido a mantenerla atrapada.
...Nunca te disculpes por lo que eres o por lo que has hecho... Ella espetó. —Nunca me
casaré con un caballero porque tú lo órdenes y, desde luego, no para
ayudarte de ninguna manera.
~ 105 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Andrew se quedó con la boca abierta y alternó su mirada entre padre e


hija.
Después de años de ser la hija correcta y recatada, por fin había
encontrado su valor. E incluso con las viles palabras de su padre, una
ligereza la llenaba. La dejó sin aliento con el poder de su propia fuerza.
El vizconde balbuceó, sus carnosos labios se agitaron como si fuera una
trucha arrancada del río en busca de agua. —Harás lo que te diga.
Justina levantó la barbilla en un ángulo amotinado. —No lo haré—.
Porque después de que ella rechazara a Tennyson, habría una innumerable
corriente de otros con los que su padre trataría de borrar su deuda,
utilizándola a ella como peón. Y si ella aceptaba, ¿dónde estaría? Miserable
como su madre, con poca alegría en la vida.
—¿La felicidad de tu madre significa tan poco para ti?
Y así como así, el argumento le fue succionado, drenando el aire de sus
pulmones. Su madre, otro peón en los esquemas de vida de su padre. —¿Te
atreves a hablarme de su felicidad?— Aquella pregunta sorprendida salió
de sus labios. —Tú, que no le has traído más que tristeza...
Él alargó una mano y ella jadeó cuando le apretó la muñeca con un
agarre de castigo. Las lágrimas salpicaron su visión y ella parpadeó. Que la
condenaran si le permitía la satisfacción de una sola de esas gotas
cristalinas. —Te has vuelto insolente, niña—, le espetó. —Solías ser dócil y
obediente como tu madre.
Sí, lo había sido. Nick la había ayudado a usar su voz. —Le escribiré a
Edmund—, mintió, invocando el único nombre que su padre temía por
encima de todos los demás. Su yerno; el hombre que se había convertido en
protector y defensor de los Barrett. Él se volvió de un tono gris ceniciento y
la soltó de repente. Justina se frotó la carne magullada, deleitándose con la
debilidad de su padre. Eso la animó. —Me atrevo a decir que Edmund no
verá con buenos ojos tus despiadados intentos de casarme— continuó
advirtiendo.
Él apretó la boca y entonces parte de la tensión abandonó sus anchos
hombros. —Tu hermana estuvo a punto de morir dándole un cachorro a
Rutland—. Su corazón se apretó al recordar la casi muerte de su hermana.
Después de un parto difícil que casi le había costado la vida a Phoebe y
había reclamado a su madre, Justina no podía ser una carga para ellos. No
cuando estaba su sobrino, recién nacido, todavía según la información de su
madre, luchando por su vida. —¿Serías tan egoísta y esperarías que dejara a
tu hermana?

~ 106 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nunca. Simplemente no había creído que su padre viera el vínculo


especial que existía entre ella y Phoebe, para saber que podía utilizarlo en
su contra.
El triunfo llenó sus ojos saltones. —Vigilarás a tu hermana esta noche,
Andrew. Asegúrate de que sea una buena chica—. Mientras su miserable
progenitor, sin duda, pasaba la noche en la sala de juegos preparada por su
anfitrión.
Justina enroscó los dedos con fuerza en el borde rasgado de su asiento.
Había llegado a aceptar por fin la verdad: nada podía hacerse para detener
el descenso de su padre a la ruina. Con cada una de sus acciones, arrastraba
a su esposa y a ella a ese oscuro abismo de incertidumbre. Y ella se había
cansado de ello. Estaba cansada de su influencia en su vida. Quería un poco
de control para poder liberarse de él.
Tras un viaje en carruaje que parecía interminable, su vieja calesa negra
se detuvo frente a la casa del Vizconde Wessex; el estuco blanco estaba
inundado de luz de velas. En cuanto se abrió la puerta del carruaje, se
levantó de su asiento, desesperada por salir de los sofocantes confines con
su padre.
Aceptó la ayuda del conductor vestido de gala con un murmullo de
agradecimiento. Enderezando los hombros, se dirigió rápidamente hacia la
elegante entrada de la residencia de Mayfair.
—Justina—, dijo su hermano, corriendo tras ella. Sus zancadas, más
largas, se tragaron con facilidad la distancia que los separaba. Ella lo miró
con el rabillo del ojo. —Lo siento—, soltó, con la cara manchada de rojo. —
No debería haberlo dejado decir esas cosas ni ponerte las manos encima.
Hizo una bola con sus manos enguantadas.
—Está bien—, le aseguró ella, abandonando parte de la tensión. —Al
igual que Edmund no puede evitar que beba y apueste, tampoco puedes
hacer que sea amable.
Su boca se tensó. —Pero eres mi hermana y debería haberte defendido.
Sí, debería haberlo hecho. Phoebe se había enfrentado a su padre.
Justina había comenzado a desafiar al vizconde derrochador. ¿En qué
momento Andrew encontraría su voz? ¿O tal vez nunca lo haría? El
arrepentimiento tiró de su corazón. Llegaron al interior del salón de baile y
se pusieron en la fila de recepción. Andrew la tomó del brazo. Justina
levantó su mirada interrogativa hacia la de él.
—No dejaré que te cases con Tennyson. No importa lo que desee
padre—. Bajó la voz a un susurro y a ella le sorprendió una solemnidad que
nunca antes había visto o conocido en su hermano. —Sé lo que es amar...—
Por eso fantaseaba... Por supuesto. —Y ser incapaz de... actuar sobre ese

~ 107 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

amor.— Había estado tan consumida por sus propias circunstancias


extremas que no se había permitido pensar realmente en Andrew.
—Lo siento—, dijo suavemente.
Él agitó una mano en un gesto claramente falso de desprecio, mirando a
la multitud mientras se acercaban a la parte delantera de la fila. —Si te
preocupas por él, nada debería interponerse.
Un momento después, fueron anunciados. Desde su posición ventajosa
en la parte superior de la pista, Justina recorrió con la mirada a la multitud,
buscando a un caballero.
—Está en el rincón—, dijo Andrew de soslayo mientras empezaban a
bajar las escaleras. —Mirándote fijamente.
Su corazón se aceleró y lo encontró con su mirada. Sus miradas
chocaron por encima de las cabezas de los invitados, y todo el mundo se
desvaneció brevemente en un zumbido de música lejana y las risas de la
multitud.
¿En qué estaba pensando?

~*~

Después de haber ascendido a su título dos años antes, Nick había


encontrado poco placer en el sinsentido de las funciones de la alta
sociedad. Su presencia en esas mismas funciones tenía ahora un propósito.
Desde su posición en el borde del salón de baile, las damas, desde las
debutantes hasta las viudas, con malvadas promesas en los ojos, le dirigían
miradas. En otro momento, aquellas sensuales invitaciones habrían sido
una distracción bienvenida del tedio de estos asuntos infernales. Por
desgracia, su propósito de estar en el salón de baile de Lord y Lady Wessex
era de naturaleza singular y tenía todo que ver con la dama rodeada de una
multitud de pretendientes.
La tela rosa pálido del vestido de satén de Justina habría hecho
palidecer a cualquier otra dama de piel blanca como la crema. En cambio, el
candelabro proyectaba un brillo suave y etéreo sobre la tela brillante que se
ceñía a sus amplias caderas y a sus curvadas nalgas. Tenía un cuerpo hecho
para amar. La deseo.
Sólo la había visto como un medio para alcanzar un fin en su juego de
venganza. Ahora, miraba a la dama con la lujuria ardiendo a través de él y
un afán lo llenaba de reclamarla por razones que iban más allá de la

~ 108 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

venganza. ¿Por qué no la cortejas? Ese tentador susurro se deslizó por su


cerebro. Podía simplemente retorcer sus planes en algo más honorable para
que Justina nunca supiera lo que había pretendido originalmente.
Encontrar otra forma de tratar con Rutland. Entonces, tendría tanto la
venganza como a Justina como esposa. El aire se alojó en su pecho,
tambaleándose tanto por la profundidad de su debilidad como por la
insensatez de querer creer que ambos fines podrían lograrse.
—Supongo que si pretendes cortejar a la dama, te convendría ofrecerle
un set—. La voz de Chilton, cargada de diversión, sonó por encima de su
hombro y Nick desvió su atención.
Demasiado engreído, con la copa de champán en la mano, Chilton se
colocó a su lado. Nick maldijo en silencio. —Ten cuidado—, dijo. Los
chismosos acechaban por todas partes, hambrientos de un chisme para
esparcirlo.
Sin inmutarse por la amonestación, Chilton silbó lentamente entre
dientes. —Le has hecho un flaco favor a la dama. Es encantadora.
Tales palabras no hacían justicia a la belleza efervescente de la pequeña
sirena, redondeada en todos los lugares correctos. Prefería jurar lealtad al
Marqués de Rutland que admitir abiertamente que deseaba a la dama que
serviría como un peón más en su plan. —Apenas importa el aspecto de la
dama—, le recordó a su amigo en voz baja. El malestar se le acumuló en el
estómago. ¿El recordatorio era para él o para Chilton?
—Supongo que a algunos les importa—. Chilton inclinó la barbilla
hacia la pista de baile y Nick siguió ese movimiento.
Entrecerró los ojos cuando uno de los notorios pícaros de la sociedad, el
Conde de Bradburn, acompañó a Justina a la pista de baile. Incluso con la
longitud del salón de baile entre ellos, captó el brillo hambriento en los ojos
del caballero. Otro maldito pícaro.
Algo oscuro y desagradable se deslizó por su interior; algo que se
parecía mucho a los celos. Tan pronto como la idea irracional se deslizó, él
se mofó. Su único interés en la dama tenía que ver con su nombre y nada
más. Y sin embargo... ¿Lord Tennyson? ¿O Lord Bradburn? Esperaba que el
padre de la dama fuera permisivo, pero ¿qué demonios hacía el hermano de
la dama permitiendo que cualquiera de los dos canallas se acercara a ella?
Nick rechinó los dientes cuando los inquietantes acordes de un vals
llenaron el salón de baile.
—Bradburn tiene fama de ser un granuja, pero es mucho mejor que ese
bastardo traicionero de Tennyson—, añadió su amigo, dando un sorbo
demasiado despreocupado a su copa.

~ 109 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Mejor que un bastardo traicionero como yo. Reprimió el sentimiento de culpa


y se fijó en los movimientos precisos y practicados de Bradburn mientras
guiaba a Justina por la pista de baile. El maldito bastardo le puso una mano
en la cintura. Demasiado cerca. Un gruñido se alojó en la garganta de Nick.
No importaba el interés del caballero. O que él acercara sus labios a la oreja
de ella y dijera algo que suscitara uno de esos seductores rubores...
El tallo de la copa de champán de Nick se rompió bajo el peso de su
mano y varios lacayos vestidos de librea se apresuraron a limpiar el
desastre.
—¿Está todo bien?— preguntó Chilton, frunciendo el ceño.
—Bien—, dijo, la mentira le resultó fácil. Al mismo tiempo, le invadió
un deseo impío de cruzar la habitación y arrancarle las manos errantes al
conde. Por Dios, si el bastardo bajaba más las manos...
—Tennyson le está prestando atención—, murmuró su amigo. Nick
siguió su mirada puntiaguda hacia el marqués, que miraba fijamente a
Justina, como un buitre preparado para cazar su presa. —Dicen que
Bradburn necesita una fortuna y por eso, dadas las miserables
circunstancias de la propia dama, el caballero no representa ningún riesgo
para tus planes.
Nick parpadeó lentamente. ¿Sus planes? Por supuesto. Cortejarla,
arruinarla y luego romperle el corazón. El disgusto le llenó la boca cuando
se le presentaron tan fríamente y con mayor precisión sus intenciones. ¿Por
qué debía sentir esta inquietud al discutir un plan que había sido tan
cuidadosamente elaborado para hacer que Rutland pagara por fin por sus
crímenes?
—Ese caballero, sin embargo—, continuó su amigo, —representa una
amenaza—. Chilton hizo otro discreto gesto hacia Lord Tennyson, de
rostro pétreo, que se encontraba al margen del salón de baile, observando
atentamente todos los movimientos de Justina.
La historia de la dama sobre ese despiadado bastardo surgió en su
memoria. Sin embargo, al mirar a Tennyson y la forma totalmente distante
en que la estudiaba, había algo metódico y preciso en la forma en que la
evaluaba. Un escalofrío de incomodidad recorrió su espina dorsal. La
orquesta terminó el concierto y él encontró a Justina entre la multitud.
Enarcó las cejas.
Ella se movió rápidamente por el salón, bordeando la pista de baile. De
vez en cuando, miraba a su alrededor. ¿A dónde demonios iba? Entonces la
fea posibilidad se deslizó como una serpiente venenosa envenenando sus
pensamientos. El susurro de Bradburn. El rubor carmesí de Justina. ¿Acaso
la dama se escabullía ahora para encontrarse con el caballero?

~ 110 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Él gruñó. Esta rabia en rápida espiral sólo tenía que ver con sus planes
para ella. Nada más. Sin apartar la mirada de la dama, Nick siguió sus
movimientos mientras se movía entre los invitados y se aferraba al
perímetro del salón de baile. Echando una última mirada, Justina se
escabulló del salón de baile con un sigilo que ni un ladrón de los Dials
habría podido reprochar.
—La mayoría de los hombres sentirían algún reparo por lo fácil que la
dama te lo está poniendo—, dijo Chilton, chasqueando la lengua.
—Yo no soy la mayoría de los hombres—, le recordó Nick. Y con eso,
emprendió la persecución. Acelerando sus pasos, mantuvo la mirada fija
hacia adelante, evitando a los lores y damas que buscaban captar su
atención. No se habían molestado antes en mirar al nieto sin título de un
conde. Ahora, todos venderían su alma por una palabra de aprobación de él.
Nick llegó al fondo del salón de baile y miró a un lado y a otro de los
pasillos vacíos. Maldijo en silencio. Maldita sea, la dama era rápida. Realizó
un pequeño círculo y luego se congeló a mitad de movimiento.
Una pequeña niña de pelo dorado lo miraba con descarada curiosidad.
—Hola—, saludó.
Maldito infierno. Descubierto por una maldita niña. —Eh...— Miró a su
alrededor.
—¿Cómo te llamas?
Su mente se quedó en blanco ante su pregunta. —Nick—, respondió.
—Yo soy Marcia—, le dijo ella sin necesidad de preguntarle. —Mi
madre y mi padre son Lord y Lady Wessex.
La chica captó toda su atención. Su padre era Lord Wessex. El hombre
que había poseído la deuda del Marqués de Atbrooke y lo había echado de
Inglaterra; un acto que le había valido a esta familia un poderoso enemigo.
La niña inocente que lo miraba a través de sus inquisitivos ojos marrones
hacía que esta familia, que hasta ahora sólo había sido un nombre, fuera
real de una manera que él no deseaba. Al igual que deseaba que Justina
Barrett fuera algo más que la cuñada de Rutland, ingeniosa e intelectual.
Porque eso los hacía humanos. Personas que vivían, reían y amaban, y no
simplemente las piezas de un tablero de ajedrez que él manejaba desde
lejos.
—¿Buscas a la bella dama rubia?— preguntó Marcia con curiosidad. La
chica se acercó y Nick se quedó helado. Era casi de la misma edad que
Felicity, una niña nacida de un matrimonio odioso para su hermana. Un
matrimonio que había sido producto de las acciones de Rutland trece años
antes. Su mandíbula se apretó por reflejo. —¿Estás enfadado?

~ 111 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Él se sonrojó. Qué perceptivos eran los niños. Veían más que los adultos
del mundo que los rodeaba. —No—, dijo con brusquedad, desesperado por
liberarse de la niña para poder localizar a Justina.
Ella frunció el ceño y siguió acercándose con una intrepidez que un día
la llevaría a la ruina. —Sí, bueno, pareces enfadado—, insistió. —Tienes el
ceño fruncido. Y tus ojos se han vuelto fríos.
Todo él se había enfriado hace tiempo.
—¿Es porque estás buscando a tu dama?—, aventuró ella, iluminándose.
Esa suposición inocente y caprichosa volvió a insinuar su peligrosa
inocencia.
—Así es—, dijo él, suavizando su tono.
Marcia se llevó las manos a la boca y susurró en voz alta. —Se dirigió al
final del pasillo, a los jardines de mi madre—. Luego, tocándose la nariz con
la yema del dedo, la niña guiñó un ojo y se precipitó por el pasillo de
enfrente con un crujido de faldas blancas.
Nick se quedó mirando tras ella un momento y luego sacudió la cabeza.
Los jardines. Una vez más, el zumbido de los celos se deslizó y él aumentó
su paso. Por supuesto, ella no fue a encontrarse en secreto con otro. Y sin
embargo... la buscó. Que lo condenaran si Tennyson, Bradburn o cualquier
otro se atrevía a avasallar a Justina Barrett.

~ 112 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 10
Después de huir del salón de baile de Lady Wessex, Justina se escabulló
por los silenciosos pasillos, desesperada por librarse de los opresivos
pretendientes y de las tonterías sobre el color de sus ojos y de su pelo, todo
aquello. Las acusaciones hechas por su padre antes en el viaje en carruaje
resonaban burlonamente en las cámaras de su mente, y ella odiaba el
torniquete que le apretaba el corazón.
Llegó al final del pasillo y abrió la puerta de un empujón. Una fría ráfaga
de aire nocturno le arrancó el aliento de los pulmones y parpadeó, luchando
por ajustar sus ojos al inesperado santuario del jardín. Ignorando los
efectos del frío nocturno, salió y cerró la puerta en silencio. Cuando se le
presentaban los demonios del salón de baile o el frío de la noche, siempre
buscaba lo segundo.
Una brisa nocturna agitó las ramas que brotaban por encima de ella y
envió un puñado de pétalos rosados olvidados que cayeron sobre el camino
de grava. Frotándose las manos en los brazos, Justina quiso que sus
miembros entraran en calor. A cada paso que se adentraba en los jardines,
sus zapatillas levantaban trozos de piedra.
Se detuvo. Las densas nubes se deslizaban junto a la luna, dejando pasar
un torrente de luz que bañaba con un pálido resplandor una representación
de piedra en la esquina más alejada del jardín. La enorme estatua de piedra
de una mujer y un hombre entrelazados la atrajo y la instó a avanzar.
Bajando los brazos a los costados, se acercó al seco cerezo. Incluso en la
piedra, el escultor había creado con maestría el amor puro que salía de los
ojos del hombre. De espaldas a quien la observaba, la mujer tallada en
piedra pedía la intimidad del momento con tal crudeza que Justina dio un
paso atrás.
Pero algo la hizo volver. Miró a la pareja. Aquel héroe inmóvil, que
adoraba y protegía a la mujer acunada en sus brazos. Justina regresó a la
estatua, con la respiración entrecortada. Con la cabeza inclinada hacia su
amante, había algo tan gloriosamente impresionante en su devoción,
congelada para siempre para que todos la vieran, pero que de alguna
manera seguían compartiendo sólo ellos. Era una locura ver la estatua e
imaginar algo más. Extendió la mano, rozando con las yemas de los dedos
los ondulados bíceps de su brazo, recordando a otro con brazos que bien
podrían haber sido tallados en el mismo mármol.
—Nos encontramos de nuevo.

~ 113 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Chilló y, con el corazón acelerado, giró hacia ese barítono profundo que
había perseguido sus sueños y pensamientos de vigilia. Nick estaba de pie
en la entrada del jardín, mirando a lo largo del espacio amurallado de
ladrillo. Ella siguió su mirada hasta el lugar donde su mano seguía apoyada
en la estatua. Con las mejillas calientes, bajó rápidamente el brazo. —Su
Excelencia, sólo estaba...— ¿Cómo admitir ante un desconocido que había
estado envidiando la estatua de una mujer que, en ese momento
suspendido, poseía todo lo que su propio corazón anhelaba
desesperadamente?
—Nick—, le recordó él, avanzando con esa languidez elegante que hacía
que su corazón se volviera frenético. La grava crujía bajo sus botas negras,
marcando su camino hacia ella. El resplandor de la luna proyectaba un rayo
de luz sobre su cincelado rostro, bañando su robusta mandíbula y sus
duros labios con una luz suave. —La mayoría de las damas que se
escabullen durante un baile lo hacen con intenciones escandalosas—,
susurró tentadoramente, acercándose.
Su corazón se aceleró ante su proximidad. —¿Acaso una dama no puede
desear simplemente escapar de la aglomeración de un salón de baile?— ¿Y
de las insinuaciones de pretendientes impropios?
—La mayoría sólo escaparía con un ansioso pretendiente a cuestas—,
replicó él.
Un músculo saltó en la esquina de su mandíbula y Justina abrió los ojos.
Él... estaba celoso. Seguramente eso significaba que sentía algo por ella. Las
mariposas bailaron en su vientre. —No soy la mayoría de las damas, Nick.
—No—. Sus labios se movieron en la esquina y la tensión desapareció
de sus anchos hombros. —No lo eres—. Lanzando su mirada brevemente
hacia el cielo, se balanceó sobre sus talones antes de volver a centrarse en
ella, robándole el aliento y el pensamiento. —Una vez más, nos
encontramos juntos. Entonces, ¿qué dijo Virgilio? 'El destino encontrará un
camino'—, murmuró, haciéndose eco de aquellas famosas palabras de La
Eneida.
¿Quién era este hombre que conocía a Evelina y leía a los poetas y
recitaba a Virgilio?
—Elijo creer que nuestros encuentros fortuitos—, murmuró, —son
simplemente obra del destino, Justina.
Las mariposas bailaron salvajemente en su vientre. ¿Cómo era posible
que un hombre tomara nada más que un nombre y lo envolviera en un
susurro ronco para que se sintiera como el cariño de un amante? Cerró los
ojos. Su aliento, una deliciosa mezcla de brandy y chocolate, susurraba

~ 114 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

sobre su piel. Su cuerpo ardía ante su proximidad. Sus palabras la


recorrieron con la misma armonía de sus pensamientos.
—Hermoso—, dijo él en voz baja. Dejó caer el brazo a su lado y ella
abrió los ojos, desconsolada por su pérdida. Su mirada se desvió hacia la
obra maestra de piedra que ahora reclamaba su atención.
El remordimiento la atrajo y logró asentir con la cabeza. —Lo es—, dijo
en voz baja.
Nick pasó la palma de la mano por los rizos de la dama y Justina asimiló
esa caricia. ¿Cómo era posible envidiar tanto un trozo de piedra inanimado?
Sin embargo, pasó su gran palma enguantada por encima de ella con una
tierna mirada por la que ella habría cambiado sus dos dedos índices. —¿En
qué crees que estaban pensando los dos amantes?— El murmullo de él hizo
que la mirada de ella se apartara de ese suave toque y se dirigiera a su
rostro.
Justina se humedeció los labios y miró por encima del hombro hacia la
puerta. Era una locura estar aquí a solas con ese hombre. Con cualquier
hombre. Ser descubierta con él significaría su ruina. Apretando y soltando
los puños, miró a Nick una vez más.
Él se llevó las manos a la espalda y retrocedió un paso; su intención era
clara. Si ella deseaba irse, él no la detendría.
Y sin embargo, si se iba, nunca se lo perdonaría. Toda su vida había
soñado con un momento romántico bajo las estrellas. Ahora, con la fealdad
que su padre presentaba como su futuro, robaría su felicidad cuando y
donde pudiera. En esa decisión, se adueñaría de ella y se deleitaría con ese
control, cuando su padre estaba tan decidido a arrebatárselo.
Justina se acercó a la estatua y pasó la palma de la mano por el bíceps
esculpido del hombre, duro e inflexible bajo su mano. Sus dedos se
crisparon, recordando el brazo de Nick cuando había tomado su cuerpo de
forma protectora bajo el suyo. No muy diferente a esa pareja tallada en
piedra. —Si las personas miraran rápidamente, supongo que sólo verían a
los amantes, envueltos en los brazos del otro—. La piel de ella ardía al
sentir la intensa mirada de él en cada uno de sus movimientos. —Una
pareja en pleno abrazo—. Debería escandalizarse por las palabras que
salían de sus labios y, sin embargo, había algo liberador en hablar sin
recriminar a una persona que realmente deseaba escuchar su opinión. Con
una persona que no la veía como una romántica a la que había que proteger
de sí misma.
—¿Qué ves?— Esa pregunta apacible llenó el silencio nocturno.

~ 115 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Veo una pareja desesperadamente enamorada—. Ella levantó su


mirada hacia la de él. —Dos personas que lo único que quieren es apartar la
realidad del mundo y vivir sólo el uno con el otro.
—Eres una romántica—, murmuró él, acercándose para que la espalda
de ella quedara al ras de su pecho. Él la rodeó y ella se quedó sin aliento.
Pero él se limitó a seguir con su mano el mismo camino que la suya había
recorrido sobre el brazo de la estatua.
Justina inclinó la cabeza hacia atrás en busca de la condescendencia que
tan a menudo acompañaba a esa admisión. En cambio, su mirada se detuvo
en su rostro. En sus ojos brillaba algo duro que desmentía la amable sonrisa
de sus labios. Había algo oscuro en ellos. Algo que ella no podía identificar
ni nombrar. ¿Cómo podía un hombre tan afable y encantador poseer ese
brillo feroz? Se frotó los brazos para protegerse de un repentino frío que no
tenía nada que ver con la noche. —Sí—, concedió. Inquieta por la
penetrante intensidad de su mirada de zafiro, se desvió hacia el otro lado de
la estatua, interponiéndola entre ellos. —Nunca dijiste qué te trajo afuera,
Nick.

~*~

No por primera vez desde que Nick conoció a Justina, los ojos y las
palabras de la dama revelaron una adecuada cautela. —¿Y si te dijera que
fuiste tú, Justina?—, murmuró, paseando lentamente alrededor de los
enredados amantes. —¿Y si te dijera que en el momento en que entraste en
el salón de baile, mi mirada se dirigió a ti, y te siguió mientras esos tontos
cortejaban tu favor, y luego vio cómo te escabullías?—. Sus palabras eran
las más verdaderas que tenía, o que jamás le daría. Hasta su matrimonio.
Las manos de ella se acercaron a su pecho, atrayendo su atención hacia
los montículos gemelos que amenazaban con escapar de su escote. —Yo
preguntaría, ¿por qué?—, replicó ella con un atrevimiento sorprendente
que elevó a la dama en su estimación.
Para su primera opinión de que Justina Barrett nunca podría ver más
allá de sus propios sueños de grandeza a la verdad del feo mundo que tenía
ante sí, ahora ella lo acribillaba con sus propias preguntas. —Te haces un
flaco favor si no ves por qué me has cautivado—. Sus ojos se suavizaron
cuando su bonita profesión la devolvió a inocente debutante. ¿Por qué se
sentía como el peor canalla del reino? —¿Fue Tennyson?—, preguntó
inesperadamente.
Ella ladeó la cabeza.
~ 116 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—¿El caballero al que evadiste en la Biblioteca Circulante hace tantos


meses?— ¿Por qué le hizo esa pregunta cuando apenas importaba cuáles
eran los objetivos de Tennyson para ella? En última instancia, este juego de
venganza terminaría con Justina como su novia.
Justina se humedeció los labios y luego asintió vacilante.
Esa confirmación le provocó una roja sed de sangre. —Desprecio a
Tennyson—, dijo con una silenciosa vehemencia que sonaba desde un lugar
de peculiar verdad.
—¿Conoce al marqués, entonces?—, preguntó ella, con cautela.
—Sé que es un jugador despilfarrador—, dijo él, y cada una de sus
palabras aumentó la adoración en los ojos de ella. Se odiaba a sí mismo
tanto como aborrecía a Tennyson. Cada palabra que pronunciaba era un
movimiento artero en el camino para cortejar a la dama que tenía ante sí y
lo marcaba más como ese libertino tramposo que como algo diferente.
Ambos hombres con intenciones deshonrosas. —Sé que es un hombre que
hace su fortuna con la desgracia de otro hombre y tú mereces más que un
hombre así como pretendiente—. Así como ella merecía más que él. Mucho
más. La vergüenza le punzaba su conciencia repentinamente,
condenadamente alerta.
—Ni siquiera me conoces—, dijo ella en voz baja.
Él se acercó a la estatua y le tomó la cara con la palma de la mano. —Sé
que tienes una mente inteligente que hace pensar a una persona. Sé que él
te encerraría, aplastaría tu espíritu, te mantendría en una jaula dorada
como nada más que un bonito adorno que sacaría para impresionar a la alta
sociedad—. Nick bajó su frente a la de ella.
Su pecho se movía con la fuerza de su respiración. —Mi padre...— Ella
hizo una mueca. —Tiene muy claras—, su boca se tensó ligeramente, —las
esperanzas para mi futuro.
Nick lo sabía. Conocía los pasos y los movimientos que haría el
vizconde, quizá antes que el propio gordo réprobo. —Ah—, dijo con
fingida comprensión. —¿Tienes un papá devoto, entonces?
—No—. Su sonrisa se marchitó y murió como una estrella parpadeante
que pierde su luz para siempre. —No es eso—. El rostro de Justina se
convirtió en una máscara amarga, congelándolo momentáneamente. La
ausencia de su habitual espíritu y alegría le puso la piel de gallina en los
brazos. El día que lleve mi nombre y se entere de la profundidad de mi traición, sólo
llevará para siempre esta expresión sombría. Tal verdad no importaba. No podía
importar. La profesión corrió como una letanía hueca dentro de su cabeza y
se encontró siendo más cobarde de lo que nunca acreditó. Porque quería
conocer esas piezas importantes que ella ofrecía como frágiles regalos, no

~ 117 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

como un medio para seguir con su plan, sino simplemente para saber más
de ella.
—Mi padre es...— Justina hurgó en su manga abultada. —Indiferente—
, sentenció. Su tono irónico no concordaba con la inocencia pura que había
mostrado desde su primer encuentro en las calles empedradas de Gipsy
Hill. —La mayoría de las jóvenes estarían, sin duda, agradecidas por un
padre tan alejado de sus vidas que les permitiera leer como quisieran e ir a
donde quisieran, cuando quisieran...
El vizconde se mostró laxo. Nick guardó mentalmente esa pieza
esencial. —Sin embargo, ¿no deseaste eso para ti?— El suyo era un intento
de adormecerla en una falsa sensación de interés. Para hacerla creer que ella
importaba. Y sin embargo, esperando su respuesta, ¿por qué se sentía como
si se mintiera a sí mismo?
—No lo hice—, confirmó ella, levantando su mirada hacia la de él. Qué
libre era la dama con sus palabras; despreocupada. No prevaricaba ni
parloteaba sobre tonterías como lo hacían las damas de la alta sociedad. —
Quería un padre que me quisiera. O que, al menos, se preocupara.
Sus palabras lo atravesaron como flechas bien colocadas. Porque él había
conocido el amor del que ella hablaba. Al igual que Cecily. Todos los
regalos aplastados con la brutal crueldad de la avaricia y la crueldad de un
hombre. Intentó endurecer su corazón a través de su relato. Construir las
barreras que tanto necesitaba, pero las palabras de ella siguieron llegando,
echando por tierra todos sus esfuerzos.
—En última instancia, me habría conformado con un padre que me
viera como algo más que un p...— Se aclaró la garganta y apartó la mirada.
Un peón. Un papel para el que había nacido como hija de Waters y
crecido como cuñada de Rutland. Un papel que desempeñaría como mi esposa. El
arrepentimiento le sabía a vinagre en la lengua, su amargura hacía
imposible las palabras.
—Perdóname—, dijo ella, suavemente. Y había tal tristeza grabada en
los planos en forma de corazón de sus mejillas que hizo que se clavara otra
maldita daga. —He dicho demasiado—. Sí, lo había hecho. Entonces, ¿por
qué deseaba él escuchar más? Porque ella es el peón del que habla sin darse cuenta.
Mentiroso. Ansiaba alejar esa pena de sus expresivos ojos. —Entonces,
¿tu padre tiene una deuda con el hombre?—, preguntó con brusquedad,
poniendo fin al juego de preguntas del que ya poseía todas las respuestas.
Justina dudó y luego asintió.
—Ah—. Alargó esa única sílaba conmiserativa. —Así es nuestro mundo,
¿no?—, preguntó él, alejándose de ella, hacia el banco de hierro forjado

~ 118 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

rodeado por un grupo de rosales estériles. Acomodó su cuerpo en el asiento


y apoyó los brazos en el respaldo, instándola con su mirada silenciosa.
Justina volvió a mirar hacia la puerta. Sacó la delicada punta rosada de
su lengua y la pasó por la costura de sus labios con una inocencia que era
más erótica que cualquiera de los actos más oscuros que él había realizado
con mujeres hastiadas. Como una polilla a esa llama fatal, se acercó a él, y
luego vaciló. Nick le indicó que se sentara a su lado. Pasaron varios
momentos y entonces ella se deslizó en el banco. —Prefiero tener una
visión más favorable del mundo—, dijo ella, sentándose codo con codo con
él.
Sus palabras lo mantuvieron inmóvil. —Incluso conociendo las
intenciones de tu padre para contigo y su desprecio, ¿todavía tienes ese
optimismo?— Era así como, incluso ahora, no era consciente de que
mantenía la compañía del Diablo.
Ella asintió, con la mirada clavada en los amantes del mármol. —Mi
padre cree que soy una cabeza hueca. Ingenua. Veo más de lo que él cree—.
Mucho menos de lo que ella creía. —No me ciega la fealdad que existe en el
mundo. Sólo me centro en lo bueno. Si no, ¿cuál es la alternativa? Habitar
en la oscuridad—. Su mirada se volvió distante mientras se perdía en sí
misma. —Elijo no hacerlo. Elijo la luz.
Lo que la dama no sabía y pronto comprendería era que, en última
instancia, la oscuridad seleccionaba a una persona. No se podía escapar de
ella. Vivía a su alrededor en forma de hombres podridos que habían
arruinado familias y hombres empeñados en vengarse que arruinarían a su
vez. Y para esta mujer, él se convertiría en la figura que llegaría a odiar con
la misma intensidad vitriólica con la que él despreciaba al Marqués de
Rutland.
La verdad de eso picaba en su vientre y odiaba que, incluso con la
lección que le habían dado en esa noche tan lejana, todavía existiera esa
debilidad en su interior.
Levantó el rostro hacia el suyo y el brillo de la luna bañó los delicados
planos en un resplandor etéreo que le dio el aspecto de una sirena en el mar.
—Supongo que te he sorprendido con mi sinceridad—. No había ninguna
disculpa. Él la admiraba aún más por su fuerza. En su primer encuentro,
había tomado a Justina Barrett por una señorita mansa y sonrojada. Se
había equivocado en muchos aspectos.
—No estoy acostumbrado a las damas que hablan con tanta
franqueza—, confesó. Esa admisión no surgió como una forma de ganarse
su confianza, sino más bien por la necesidad de tratar de entender a esa
mujer. Una mujer que le recordaba todos los placeres que una vez lo habían
alegrado y que, a través de su espíritu y su amor por esos mismos libros,

~ 119 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

había despertado una parte de su alma que llevaba mucho tiempo dormida
y que creía muerta. Él retrocedió; las palmas de sus manos se humedecieron
en sus guantes.
—¿Y lo desapruebas?— Por la intensidad de su mirada directa, su
respuesta le importaba.
—¿Y si dijera que sí?—, replicó él, en un intento de enderezar sus
desordenados pensamientos. —¿Buscarías convertirte en alguien distinta
de quién eres?—. No, yo lo haré todo por ella. Él curvó sus manos en bolas
apretadas.
—No lo haría—, confesó Justina. —No conozco otro camino que el de
la esperanza. Mi madre dice que siempre he sido su soñadora. Mi hermana
también lo es—. Se puso rígido cuando ella lo sacó de esa curiosa necesidad
de saber más sobre ella y lo roció con el fresco recuerdo de la mujer cuya
sangre compartía. —Ella soñaba con viajar a Gales—. Una sonrisa
melancólica se asomó a sus labios. —Y finalmente, con Edmund, encontró
su camino hacia allí.
—¿Y qué hay de tu cuñado?—, preguntó, arrastrando palabras
adicionales sobre el hombre que había arruinado a su familia como un
recordatorio para sí mismo: tenía que permanecer muerto para todo.
Especialmente para Justina Barrett. Nada bueno les esperaba en su futuro
juntos. —¿Aquél del que hablabas con tanto cariño en el parque?— Se
resistió a hacer una mueca.
—¿Edmund?— Justina se rió. —La sociedad lo llamó una vez canalla y
se movía con miedo a su alrededor—. Sacudió la cabeza. —No, él nunca
será un soñador, pero es un hombre honorable que ama a mi hermana y, por
eso, siempre lo amaré.
Un odio hirviente lo atravesó como el fuego, quemándolo con la fuerza
de su odio. Borrando toda la ternura anterior. ¿Cómo una mujer como
Justina podía ensalzar tanto a una bestia como Rutland? Es porque es una
romántica que no puede ver lo que tiene delante. ¿No era la facilidad con la que
había caído en su trampa una prueba de ello? Lo que nunca había previsto
era que le importara de un modo u otro cómo saliera Justina Barrett al final
de este juego del diablo.
Un agudo crujido dividió el silencio y sus miradas se dirigieron a la rama
que se rompió y cayó del cerezo. Descendió entre los amantes de piedra,
aterrizando como una división visible entre ellos, atrapada en sus brazos.
—Debería volver—, murmuró Justina, poniéndose en pie. Se quedó
mirándolo un momento.
¿Buscaba ella una protesta por parte de él? Nick se puso de pie y tomó
los dedos de ella entre los suyos. Se los llevó a la boca y le dio un beso

~ 120 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

prolongado en la mano enguantada. —No sé cómo explicar estos


encuentros fortuitos, Justina—, dijo en voz baja. —Pero me alegro de
ellos—. Mantuvo su agarre sobre ella un momento. —Me gustaría visitarte.
Si estás dispuesta a...
—Sí—, dijo ella rápidamente y luego se rió, con un tintineo claro e
inocente como el de una campana. —Me gustaría mucho—, dijo ella con
una sonrisa tan desenfadada que él soltó rápidamente sus dedos.
Justina hizo una reverencia y se apresuró a cruzar el camino de grava. Se
detuvo con la mano en la puerta y luego miró hacia atrás. —Yo también me
alegro por ellos, Nick—. Su ronco susurro se extendió por el jardín. —
Nuestros encuentros fortuitos.
Luego, se fue.
La dama ya se había ido, y Nick la siguió con la mirada. En su búsqueda
de venganza, su odio lo había alimentado. Edmund Deering, el Marqués de
Rutland, había destrozado a su familia. Había dejado a su madre viuda y a
los hijos de su padre, sin madre. Por culpa del cobarde de su padre y de la
maldad de Rutland, habían sido empujados al cuidado de su cruel abuelo,
que se había deleitado en decirles lo inútiles que eran por la sangre de su
padre que corría por sus venas. Por mucho que Nick hubiera despreciado a
su abuelo, había reconocido la exactitud de su mala opinión sobre su yerno.
El difunto baronet había sido débil. No había tenido la fuerza para
enfrentarse a sus propios demonios. A diferencia de Nick, que hace mucho
tiempo había resuelto no ser nunca su padre. Que se había comprometido a
enfrentar a Lord Rutland, cuando su patético padre no había tenido el valor
de hacerlo.
Sin embargo, en su búsqueda, no había pensado realmente en las
personas que quedarían en la ruina, todo para exigir su merecido. Tal vez,
en esto, era como su padre después de todo. Fallando en pensar en aquellos
que dejaría atrás a su paso. Aquella indeseada constatación le robó el
aliento y se apretó las sienes con las yemas de los dedos para ahuyentar el
pensamiento.
Con cada encuentro, Justina se volvía real. Una mujer que amaba la
literatura y decía lo que pensaba. Nick se pasó una mano por la cara. Soy un
tonto débil. ¿Había mostrado Lord Rutland algún reparo o arrepentimiento
en sus viles actos a lo largo de los años? No, y por ello no buscaba destruir a
ninguna otra familia que la vinculada al hombre que lo había destruido.
Si abandonaba un voto que había hecho trece años atrás, todo por una
mujer que conocía desde hacía una semana, ¿qué decía eso de él?
Demostraría que era el mismo chico patético con un libro de poesía pegado
al pecho, temblando de miedo mientras Rutland ponía patas arriba su
mundo.
~ 121 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Con el corazón templado y dejando a un lado su miedo real, se dirigió al


salón de baile de Lord Wessex.

~ 122 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 11
La noche siguiente, en una mesa de Placeres Prohibidos, uno de los
clubes más perversos de Londres, Nick se quedó mirando el contenido de
su brandy, sintiéndose... vacío. Había tenido hambre de venganza como un
hombre hambriento de comida y bebida. Sólo que el hecho de que se le
entregara todo con tanta facilidad lo dejó extrañamente vacío.
Hace unos días, lo único que sabía de Justina Barrett era que la dama
visitaba con frecuencia Gipsy Hill y que tenía la desgracia de ser cuñada de
uno de los bastardos más viles de Londres. Ahora sabía que ella leía poesía
y visitaba las bibliotecas circulantes para asistir a conferencias. Soñaba con
el amor y deseaba escribir sus propios versos románticos.
Y que su padre era un maldito bastardo que había apostado su futuro.
Apretó su bebida, sacando los recuerdos conjurados cuando miró la
copa de brandy; la botella volcada sobre el escritorio de su padre. La
mancha de licor sobre aquellos documentos y el suelo. Pero esos recuerdos
no aparecían. En su lugar, estaban los melancólicos ojos azules de una
dama cuya ruina no podría haber sido más fácil si le hubieran entregado un
guión y le hubieran dado sus líneas.
Con una maldición, Nick bebió un trago largo y lento, dando la
bienvenida al ardiente fuego mientras el líquido bajaba por su garganta.
Dejó el vaso vacío con fuerza y las gotas que se aferraban al borde cayeron
sobre la mesa. Luego, rellenó su vaso, con la esperanza de alejar esos ojos de
su mente.
Sentado frente a él, Chilton se movió en su silla. —Estás de mal humor.
—Siempre estoy de mal humor—, murmuró, paseando su inquieta
mirada por el club.
—Sí, es cierto—, concedió su amigo con una sonrisa.
Nick miró más allá del hombro de Chilton y se congeló; su mirada se fijó
en el gordo y asqueroso Vizconde Waters. El sudoroso lord, con una joven
belleza en su regazo, bramaba de risa, el sonido amortiguado por el
alboroto del club. El hombre enterró su cara en los amplios pechos de la
voluptuosa criatura y derramó su cariño sobre su carne.
En su mente revolotearon palabras escritas en un diario. ...Las sostiene a
través de infancias miserables con padres indiferentes, que traicionan los votos hechos a
sus esposas... Debería estar eufórico de que Waters, con sus defectos, hiciera
sus planes de venganza tan malditamente fáciles.

~ 123 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Waters enredó sus dedos como salchichas en los mechones rubios de la


dama y le inclinó la cara para darle un duro beso. Nick despegó el labio
mientras la repugnancia lo recorría y apartó la mirada del detestable
cuadro.
Chilton siguió su mirada. —Deduzco que él es el motivo de nuestra
visita esta noche.
Asintió con un gesto seco. La única razón por la que se había hecho
socio del club y lo frecuentaba incluso ahora era para arrastrar a los Barrett
por el camino de la ruina observando al hombre. Con las apuestas que su
propio padre había hecho en sus negocios, Nick había alabado y aspirado a
una lógica despiadada en todos los aspectos de su vida: desde los asuntos
de negocios, hasta la venganza, pasando por las mujeres que llevaba a su
cama.
Siguió evaluando al padre de Justina. El hombre sacó su cara carnosa del
cuello de la mujer, una mujer de una edad parecida a la de Justina, y señaló
a una escultural criatura de pelo negro como la noche y labios carmesí. La
bilis picó en el fondo de la garganta de Nick, mientras el viejo vizconde
concedía sus viles atenciones a las dos bellezas.
—¿Estás seguro de que estás decidido a seguir este camino?— preguntó
Chilton echando otra mirada a Waters. —Supongo que es un castigo en sí
mismo estar emparentado con los Barrett—. Hizo un discreto saludo con la
mano y Nick siguió su sutil gesto hacia el menor de los hermanos Barrett.
Sentado a varias mesas de distancia de su progenitor, Andrew Barrett
arrojaba monedas en una mesa de juego.
Estos eran los hombres en los que recaía la seguridad y el bienestar de
Justina Barrett: ¿un padre traicionero y un hermano despilfarrador?
Mientras la joven se preocupaba por su futuro y luchaba contra las
presiones para casarse con un canalla que era dueño de la deuda de su
padre, estos dos nobles se ocupaban de sus propios placeres, y no mucho
más. Y su hermana había unido a su familia con el canalla más negro de
Londres.
Un músculo saltó en el rabillo del ojo. Tal vez la dama estaba mejor bajo
su cuidado, después de todo. Parpadeó lentamente. ¿De dónde diablos
había salido ese pensamiento?
—¿Has considerado ya—, el silencioso murmullo de Chilton le devolvió
al momento, —que cuando te cases con la chica, estarás atado para siempre
a estos réprobos?— El otro hombre hizo una mueca y tomó un sorbo de su
bebida.
Nick estaría atado a ella. A su familia, no necesitaba verla después del
día en que hiciera esos votos vinculantes. Tendría su última palabra con

~ 124 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Rutland y se deleitaría en el momento en que el hombre se diera cuenta


tardíamente de que sus pecados lo habían alcanzado.
Al igual que no necesitaba ver a Justina después de su matrimonio. Le
importaba un bledo un heredero de un título que no significaba nada para
él. —Apenas importa—, dijo con firmeza. Mentiroso. Sí importa. —No tendré
ningún trato con ellos más allá del día en que reclame esas deudas—. Y él
tendría su retribución. No abandonaría trece años de odio por un corto
tiempo de conocer a una dama.
Chilton recorrió con la mirada el rostro de Nick. —Dejarás que tu odio
te destruya.
Nick apretó los labios. Él había sido destruido hace mucho tiempo.
¿Qué habría sido de su vida si no hubiera sido víctima de los fallos de su
padre y de la maldad del marqués? Una imagen bucólica de él y Justina,
estudiando una copia de Evelina, discutiendo los versos de Burney,
revoloteó en su mente. Qué real era ese cuadro.
Demasiado real. Apretó la mandíbula. Cualquier felicidad que le
perteneciera había sido destruida hace tiempo por el cuñado de la dama.
—¿Y qué pasará con la dama cuando sea tu esposa?—, insistió su amigo.
Nick se quedó quieto mientras la silenciosa recriminación lo recorría con
una agudeza no deseada. —¿Esperas que corte tan fácilmente todos los
lazos con su familia porque su esposo los arruinó?.
...Mi madre nunca se atrevería a limitar lo que leo. Ella siempre vivió para ver a sus
hijos felices...
No, una madre que había buscado llenar la vida de sus hijos de amor y
alegría no sería una mujer a la que su esposa cortaría tan fácilmente del
entramado de su vida. Y sin embargo, ¿cuánto había pensado realmente en
la vida con Justina Barrett después de haber destruido a su padre, a su
hermano y a Rutland?
—No es demasiado tarde para alterar tu plan—, dijo Chilton con una
tranquila insistencia.
¿Percibió el otro hombre su vacilación? Ni una sola vez Edmund
Deering, el Marqués de Rutland, se había desviado en su despiadado
desmantelamiento del padre de Nick y, con ello, de toda la familia Tallings.
—No eres un hombre podrido hasta la médula—, insistió su amigo. —
Conozco a esos hombres—. El otro hombre acercó su silla y dejó caer los
codos sobre la mesa. —Trato con hombres cuyas almas están más allá de la
redención. A ti te mueve la venganza... y eso es algo totalmente distinto.
Muy pocos pueden soportar una vida de oscuridad. Tú no eres uno de ellos.

~ 125 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su amigo no conocía la negrura del alma de Nick. Chilton no podía


empezar a entender los demonios que perseguían a un hombre que había
descolgado el cuerpo sin vida de su padre y que luego se había visto
obligado a perpetuar una mentira para salvar a su madre y a su hermana.
Flexionó la mandíbula e, incapaz de enfrentarse a la intensidad de la
mirada de Chilton, miró a los demás lores presentes: esposos infieles,
padres tímidos. Hombres que no se habían parecido en nada a su leal y
cariñoso progenitor.
Él reforzó su decisión. —Mi camino se cimentó hace mucho tiempo—.
Excepto... Miró brevemente a Waters, que estaba jugando al faro con el
Marqués de Tennyson, el hombre que pretendía reclamar a Justina Barrett.
Con una dura sonrisa en los labios, dijo algo que hizo carcajear al Vizconde
Waters. Este era el mal de la vida de Justina. Era una dama que, de alguna
manera, había conservado su rayo de esperanza entre el fango que era su
circunstancia actual, y él sería el encargado de arruinarlo. Las náuseas se
agolparon en sus entrañas.
—No eres un hombre que pueda arruinar a una inocente—, insistió
Chilton en voz baja, siguiendo el camino directo que habían recorrido los
pensamientos de Nick. —Puedes tener tu venganza sin romper su corazón.
Con el argumento de su amigo, permaneció en silencio, con una batalla
interna que se libraba en su interior. Había estado desesperado de tener
alguna vez retribución contra Lord Rutland hasta que el hombre había ido
y se había casado y, por fin, había mostrado una debilidad al mundo. Esa
debilidad era la mujer con la que se había casado: Lady Phoebe Deering y su
familia.
Durante dos años, Nick había dedicado sus días a tramar la ruina de esa
familia. No los había visto como personas, hasta que se deslizó en aquel
maldito asiento de la sala de conferencias y fue testigo del espíritu de una
joven en medio de un grupo de dandis y lores que la desaprobaban. Una
mujer así no merecía pagar por los crímenes de Rutland.
Con una maldición, bebió el contenido de su vaso en un largo y lento
trago que le quemó la parte posterior de la garganta. Arrastró la botella y se
sirvió otro trago. Las gotas de líquido salpicaron la parte superior. Maldito
Chilton por tener razón.
Una camarera se acercó con una bandeja y, sin apartar la mirada de
Nick, Chilton le hizo un gesto para que se fuera. Con un mohín, la dama
cambió de dirección hacia otra mesa de caballeros. —No hace falta que seas
tú quien arruine a esta familia. Ellos—, Chilton sacudió la barbilla primero
hacia Andrew Barrett y luego hacia el padre, —seguirán por ese camino con
alguien que acabará destruyéndolos.

~ 126 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Si lo permito, no seré yo quien provoque esa caída. ¿Dónde está


entonces la retribución contra Rutland?—, exigió.
Su amigo se aferró como un perro con un hueso. —Bien, destruye a su
suegro réprobo y a su hermano derrochador. La dama será vendida a un
caballero que posea la deuda de su padre y Rutland los verá sufrir, por
acciones que no tuvieron nada que ver contigo.
Nick enroscó las manos con fuerza alrededor de su vaso, escurriendo la
sangre de sus nudillos cuando la lógica de Chilton resquebrajó el muro de
odio que había construido sobre sí mismo. Al final, la vida la destrozaría,
pero no sería a manos de él. No puedo hacerlo. No puedo arruinarla. Tendría que
haber otra manera. Y una asombrosa vergüenza y asco por su propia
debilidad se hinchó en lo más profundo de su ser, haciendo que sus ojos se
cerraran con el peso de sus propios fallos. Había pasado trece años
moldeándose a imagen y semejanza del Marqués de Rutland, sólo para
descubrir que era tan frágil como el marqués nunca lo había sido, ni lo sería
jamás.
Abrió los ojos y se quedó mirando la superficie lisa de la mesa de caoba.
Sí, podría arruinar fácilmente a todos los Barrett. Pero eso no requería que
robara el corazón de Justina y la atara a él con un recordatorio de por vida
de su estupidez y su traición.
Chilton levantó la barbilla al otro lado de la habitación. —¿Supongo que
has visto que tu futuro suegro tiene compañía?
Nick siguió el gesto. El Marqués de Tennyson le dio una palmada en la
espalda al otro hombre. Luego, levantando el brazo, hizo un gesto para que
se acercara una ágil belleza que llevaba una bandeja de plata. Se acercó, con
las caderas contoneándose, con una botella llena de brandy. Dejando la
jarra, procedió a servir al vizconde una copa llena hasta el borde, y luego se
inclinó para susurrarle algo al oído.
Waters volvió a inclinarse, olvidándose momentáneamente de las dos
criaturas que tenía en su regazo, mientras la mujer que servía le llevaba la
copa a los labios y sostenía el cristal mientras él bebía. Un momento
después, el vizconde se puso en pie y se dejó arrastrar hacia delante por las
tres exuberantes bellezas, tropezando con él mismo en su prisa por
marcharse.
Chilton siguió la marcha de Waters y luego volvió a mirar a Nick. —Ha
habido rumores sobre el caballero en el pasado. Se deleita
desmesuradamente en avergonzar y quebrantar a las jóvenes. No tiene
ningún reparo en acostarse con una inocente—. Con su depravación y su
devoción por sus impulsos perversos, Tennyson era un libertino en todo el
sentido de la palabra.

~ 127 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nick lo sondeó con la mirada.


—Ha intentado con poco éxito acostarse con La Belle Ferronniere—. Dios,
cómo despreciaba Nick ese apelativo frío e insensible que le había dado a
Justina una sociedad fría e insensible. —Por eso, Tennyson se ha movido en
una dirección diferente para capturar a la dama.
Siguió la atención de Chilton hacia el Vizconde Waters. La copa casi se
quebró bajo el peso del agarre de Nick y se obligó a aflojar su agarre. —
¿Oh?— Esa única expresión sin sentido fue todo lo que pudo decir con la
furia lamiendo sus sentidos.
—Waters le debe una gran suma—. Nick reprimió una maldición. La
desesperación hacía que los hombres hicieran tonterías. Su propio padre
era una prueba de ello. Con una calma contrastante, Chilton dejó caer los
codos sobre la mesa y, inclinándose hacia adelante, habló en voz baja. —
Según mi misma fuente, Waters ha llegado a una especie de acuerdo con
Tennyson.
No preguntes. Los planes de Tennyson no son los míos. Una potente oleada de
algo oscuro y rojo, algo que se parecía mucho a los celos, se enroscó en el
vientre de Nick como una serpiente preparada para atacar. —¿Qué?—,
espetó, condenándose a sí mismo por preocuparse.
Chilton se acomodó en su silla y, con una frialdad exasperante, agitó el
contenido de su vaso en un pequeño círculo. —Se acostará con ella sin
esperar la recompensa del matrimonio—. Su amigo sonrió con ironía. —Y
Waters será libre de casarla con otro al que no le importe la ausencia de su
virtud.
La bilis le picó en la garganta. Habiendo abandonado sus planes para
Justina, lo que ocurriera con la dama a partir de ahora no era importante
para él. O no debería serlo. Y sin embargo, por Dios, la idea de que ella
perteneciera de alguna manera al notorio libertino Tennyson lo hizo desear
acechar al bastardo como una bestia salvaje y despedazarlo por las
extremidades.
Chilton echó su silla hacia atrás y, entre sus tumultuosas cavilaciones,
Nick levantó la vista. —Ves, si simplemente dejas que todo se desarrolle,
los Barrett se arruinarán sin ningún esfuerzo por tu parte. Ahora, si me
disculpas. Tengo asuntos de negocios que atender—. Esos asuntos
resultaban ser siempre sus hermanastros, hijos bastardos del Duque de
Ravenscourt, que Chilton había tomado bajo su protección, como si fuera
su verdadero padre. Hermanos a los que el otro hombre nunca había
fallado, mientras que Nick... Dejó de lado los pensamientos sobre su
hermana. El otro hombre terminó su bebida y dejó el vaso. —Simplemente
pensé en intentar una vez más disuadirte de ensangrentar tus propias
manos.
~ 128 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nick inclinó la cabeza. Tratado con condescendencia por toda la


sociedad por su derecho de nacimiento, el otro hombre tenía más honor
que todos los miembros de la nobleza juntos. Ese honor, sólo probado por
su heroísmo en Waterloo, lo había hecho merecedor de un título.
Cuando Chilton se despidió, Nick volvió a centrar su atención en el
Marqués de Tennyson, ahora totalmente dedicado a una belleza de cabellos
dorados en su regazo. Con sus anchas caderas y sus generosos pechos, tenía
una figura parecida a la de Justina. Tennyson metió la mano en la falda de la
mujer, ganándose un chillido por sus esfuerzos, y enterró su cara en el
amplio escote de la mujer.
Una imagen asaltó a Nick. Una imagen de Justina en toda su gloriosa
inocencia abierta de par en par con el marqués en celo entre sus piernas. La
bebida tembló en su mano y la dejó, salpicando gotas de color ámbar sobre
la mesa. Con la mirada fija en la pareja abrazada, Nick se adelantó. Se
detuvo junto a la mesa.
La belleza de mejillas muy marcadas y labios carmesí fue la primera en
notar la presencia de Nick. Le ofreció una sonrisa lenta y seductora. —
Tiene usted compañía, milord—. El marqués retiró su atención de los
pechos de la dama.
El marqués levantó la vista y sus fríos ojos registraron sorpresa. Empujó
a la mujer de su regazo y ella chocó contra la mesa. —Hasta luego, amor—,
murmuró el hombre, dándole un fuerte golpe en las nalgas. El agudo
chasquido de ese golpe le valió un grito ahogado a la dama y rápidamente se
fue corriendo a otra mesa. Cuando la joven puta se fue, Tennyson abrió los
brazos. —Huntly, ¿a qué debo este placer?
A Nick no se le escapó que el otro hombre no se levantó. Con una
arrogancia ducal a la que el propio Wellington le costaría encontrarle
defectos, apartó el asiento vacante y reclamó una silla. —Quiero los pagarés
de Waters—, dijo cuando Tennyson se llevó la copa a los labios.
El marqués se detuvo, con la copa a medio camino de la boca. —
¿Perdón?—, preguntó, enarcando las cejas.
—¿Qué te debe el caballero?— preguntó Nick con frialdad, lanzándole
una mirada de disgusto. —¿Mil libras? ¿Dos?
Lord Tennyson le devolvió la mirada con ojos astutos, terminó su sorbo
y dejó el vaso. —No están en venta—. En resumen, el único poder que el
hombre tenía sobre el vizconde era el de acostarse con Justina Barrett. Al
despojarse de ese poder, el vizconde ya no tenía uso para él.
Nick se recostó en su asiento y, con movimientos lentos y precisos, se
quitó los guantes. —¿De verdad cree que no puedo averiguar la cantidad
que debe?—, dijo, metiendo el par dentro de su chaqueta.

~ 129 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El marqués recorrió su rostro con una mirada escrutadora. —¿Los


poseerías para poder ganar la mano de la dama a través de Waters?—,
preguntó, con su pregunta cargada de suspicacia.
—Si estuviera decidido a poseer los pagarés para ganar la mano de la
dama, simplemente le daría al vizconde el dinero como acuerdo—, dijo en
tono aburrido. Eso no hizo más que aumentar las líneas que surcaban el
perplejo ceño del marqués. —¿Cuánto?— repitió Nick. —¿Tres mil?
—Siete.
Hacía tiempo que se había convertido en un maestro del disimulo. Aun
así, la asombrosa cantidad lo dejó momentáneamente sin palabras.
—Y la dote de la dama—, añadió Tennyson y tomó otro sorbo de su
brandy.
Su dote. La dama no tenía ni un centavo a su nombre por concepto de
pago de matrimonio y, por lo tanto, su padre la había reducido a un solo
propósito: saldar esas deudas. Un odio vitriólico lo recorrió. —Quiero los
pagarés y la dote—, dijo Nick, por fin. Qué cerca había estado de
conquistar cada parte de la familia Barrett, incluida Justina. Ahora, él
tendría todo de ellos, de todos modos. Sólo en esto, él podría al menos
asegurarse de que ella permaneciera intacta para Tennyson y el padre
réprobo que la vendería.
—¿Con qué fin, si no tienes intención de casarte con ella?
Nick le daría crédito al depravado bastardo por no acobardarse como lo
hacían tantos otros en su presencia. Ignorando esa audaz pregunta,
continuó en tono gélido. —Te ofrezco diez mil y ni una palabra más sobre
esto—. El hombre se atragantó al tragar y Nick continuó. —Haré que mi
hombre de negocios se ponga en contacto con el tuyo—. Se le erizó la piel
al estar en presencia de este hombre, y se puso de pie.
—¿Y no tienes intención de casarte con la dama?
—No voy a responder ante ti—, dijo Nick con una displicencia ducal
que hizo que el color subiera a las mejillas del marqués. —No digas nada
sobre nuestro acuerdo o se acabarán las condiciones—. Con esa amenaza,
se puso en marcha a través del abarrotado club. El espeso humo del cigarro
flotaba en el aire, oscureciendo el espacio ya poco iluminado. Un lugar de
pecado y maldad. Por ello, era un lugar al que pertenecían hombres como él,
Waters y Tennyson. Verdaderamente el salón del Diablo.
—¡Huntly! ¡Huntly, mi viejo amigo!— La voz de Andrew Barrett sonó
entre el estruendo del ajetreado infierno.

~ 130 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Maldita sea, ¿no podía librarse de un solo Barrett? ¿Ésta iba a ser su
penitencia por sus crímenes y sus fracasos? Podía simplemente fingir que
no había oído al joven.
—Huntly—, dijo de nuevo el hermano de Justina.
Tragándose una maldición, Nick forzó una sonrisa y cambió de
dirección. El futuro vizconde levantó los brazos y le hizo un gesto para que
se acercara. Mientras caminaba a lo largo de la alfombra carmesí para
reunirse con el hombre más joven, las palabras de Chilton resonaron en su
mente, trayendo consigo una culpa indeseada y punzante. La apartó y se
detuvo junto al joven. —Barrett—, dijo.
El joven levantó la vista. Sus ojos se iluminaron: los ojos de Justina.
A Nick se le apretó el estómago.
—Huntly, mi viejo amigo—. Barrett se puso rápidamente en pie y
esbozó una reverencia. —¿Quieres unirte?— Señaló el asiento vacío.
Viejo amigo. Por sus observaciones de Barrett en White's, Brooke's, y
ahora en este malvado infierno, había una escasez de cualquier tipo de
amigo para este hombre. Tirando de una silla, Nick se deslizó en el asiento.
Inmediatamente, una hermosa criatura de rizos rubios se acercó con
pasos lentos y lánguidos. La miró un momento. Con su cintura ceñida, sus
caderas acampanadas y su pelo rubio pálido, era una auténtica sirena que
tentaría a cualquiera. La mujer, al sentir su mirada, inclinó la comisura de
los labios en una sonrisa tentadora mientras se acercaba. Sólo que sus rizos
no tenían los tonos dorados de la luz del sol y sus labios eran demasiado
finos. —¿Quiere compañía, Su Excelencia?—, le susurró al oído. Tomando
su silencio como una aceptación, la puta deslizó la palma de la mano dentro
de su chaqueta y le pasó los dedos acariciando el pecho.
Consciente de que Barrett los estudiaba, Nick se echó hacia atrás. —Me
temo que no.
Con un mohín, la belleza rubia se acercó a Barrett, pero el joven le hizo
un gesto para que se fuera.
Cuando volvió a mirar al hermano de Justina, el hombre mostró una
sonrisa tonta. —Lo entiendo—. Barrett tomó la botella y sirvió dos vasos
de brandy. Le dio un empujón a uno de ellos. —Cuando una dama se cuela
en tu corazón, hace que sea imposible pensar en otra—. El dandi hizo un
guiño cómplice.
Nick reflexionó. El joven reveló demasiado. Recogió la copa. —
¿Entonces sabes algo de eso?—, añadió sin compromiso.
La sonrisa de Barrett se amplió y se adelantó. —Bastante—. La
expresión del otro hombre se tornó distante y miró más allá del hombro de

~ 131 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nick. —Conocí a una dama—, dijo, y entonces sus mejillas tomaron color.
—Nunca pensé que llegaría el día en que una mujer lograra conquistar mi
corazón.
El caballero demostró la misma falta de artificio que su confiada
hermana. A Nick se le anudó el vientre ante aquella inoportuna conexión
entre los hermanos. ¿Sería esa su perdición definitiva?
Barrett levantó su vaso. —Entonces, son sirenas, ¿no? Cambian nuestros
pensamientos. Nos hacen olvidar todo lo que no sea la necesidad de ellas.
Esas palabras, infalibles, recorrieron a Nick y miró su vaso. Porque, en
última instancia, ¿no era eso lo que había hecho la Señorita Justina Barrett?
Había demostrado ser una mujer inteligente, que anhelaba el amor, y, por
eso, había desbaratado su plan... para ella, al menos. Él, sin embargo, podía
dejar su dote intacta, apartada para que Barrett no pudiera venderla.
Entonces, con la conciencia tranquila, podría arruinar al resto de la familia
de Rutland.
Con un propósito cambiante, volvió a prestar atención a Barrett. El otro
hombre estaba sentado sorbiendo su bebida, con esa sonrisa tonta en la
cara. Nick aún podía vengarse de Rutland. Todavía la tendría. Sólo que no
era necesario que se casara con una veinteañera romántica con estrellas en
los ojos.
Los hombres Barrett, sin embargo, con su debilidad por las mesas de
juego, eran un juego justo. Eran hombres de la misma oscuridad. Los labios
de Nick se volvieron en una sonrisa lenta y triunfante.
—Justina es una buena chica—, continuó el otro hombre, sin que fuera
necesaria una confirmación por parte de Nick. Con qué libertad el hombre
le entregó piezas íntimas sobre su hermana a un hombre que no era más
que un extraño. Hace unos instantes, habrían sido revelaciones que
guardaba cerca con el objetivo de arruinarla. —Un tanto intelectual.
Él lo sabía bien. Un recuerdo de ella se deslizó en el borde de su silla
rígida de madera en La Biblioteca Circulante. Es que un hombre que es amigo de
una maestra de escuela ciertamente no vería con malos ojos a las mujeres educadas. —
¿Lo es?— Una pequeña sonrisa tiró de sus labios; el movimiento real y
tenso de unos músculos poco acostumbrados a ese movimiento libre.
Barrett dejó caer los codos sobre la mesa y se inclinó hacia él. —Oh, sí.
No siempre fue así—, añadió con un encogimiento de hombros casual. —
Ni nadie lo esperaría de ella. Piensan que es una cabeza hueca, pero visita
museos y librerías.
Con qué facilidad el hombre revelaba los secretos de la dama. El enfado
con Barrett se apoderó de él y de sí mismo por preocuparse de la libertad de
Barrett con la información sobre ella.

~ 132 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Barrett se rió. —Lugares horribles. También le gusta el teatro—, añadió,


las palabras eran más una ocurrencia tardía que otra cosa.
No conocía ese detalle de la dama. Sin embargo, más allá de la
información que le había proporcionado la baronesa, sólo la conocía de
verdad desde hacía un puñado de días. Ese detalle encajaba con la dama
romántica que apreciaba a Tristán e Isolda y veía la belleza en las estatuas
de piedra.
—Quiere que la acompañe de un lado a otro—, continuó parloteando el
futuro Vizconde Waters, devolviendo a Nick al momento. —Me alegré de
que encontrara amigas, pero una dama no puede acompañar a otra con
mucha frecuencia—. El descuidado dandi hinchó el pecho. —Realmente no
importaba antes de renunciar a mi tiempo y todo eso. Soy uno de esos
hermanos devotos.
Nick resopló y luego lo disimuló rápidamente como una tos, tapándose
la boca con la palma de la mano.
—Pero ahora está mi dama, y es toda una tarea tratar de equilibrar la
devoción fraternal con el amor de uno.
—Ah, por supuesto—, Nick alargó esas sílabas en tonos largos y secos.
—¿Y esta es la dama que ha puesto tu mundo patas arriba?
Los ojos de Barrett tomaron esa cualidad lejana, una vez más. —No hay
otra como ella. Inocente. Buena. Le gusta el violín. Yo mismo solía tocar...—
las palabras del caballero se interrumpieron.
Con el otro hombre perdido en sus propios pensamientos, Nick estudió
a Barrett. Hace unos días, se habría burlado de esa tonta ingenuidad. Esa
tontería juvenil en la que un hombre creía que la gente era capaz de hacer el
bien. Fuera de su propia hermana y su sobrina, no había visto ni un atisbo
de eso en otra alma.
Hasta Justina Barrett. Maldita seas, Justina.
Aparentemente aburrido con ese tema en particular, el hermano de
Justina miró el infierno de juegos. Luego miró de nuevo a Nick, con los ojos
brillantes. —¿Te apetece una partida de cartas?
Él inclinó la cabeza. —¿Whist o hazard?— Y con una baraja de cartas y
el tonto de Barrett, Nick se adentró en su camino sin retorno.

~ 133 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 12
Había pasado una semana.
O seis días, si se quería ser realmente preciso. Cosa que Justina no
quería. No deseaba pensar en cómo, durante un puñado de días, había
encontrado a un caballero que le hablaba de sus pensamientos como si
importaran, cuando el mundo no veía nada más allá de la superficie de lo
que ella era.
Sentada en la ordenada hilera de sillas entre Honoria y Gillian, Justina
miraba distraídamente a las parejas que se arremolinaban en una violenta
explosión de telas vibrantes. Odiando que buscaba entre la multitud un
indicio de él. Cuando había sido bastante claro en su desaparición que no
había nada allí.
—Sin duda es lo mejor—, dijo Honoria en voz baja.
Justina no pretendió ni escuchar ni malinterpretar las palabras de la
otra joven. Sin duda. ¿En qué se basó Honoria para hacer esa afirmación tan
inexacta? Apretó los labios. No cabía duda de que se había reído más, de
que había dicho lo que pensaba libremente y de que había conocido el
verdadero sabor de la pasión con Nick.
—Supongo que probablemente haya una razón para la ausencia del
caballero—, dijo Gillian en voz baja, tan llena de su habitual esperanza que
encendió los rescoldos aún presentes de la esperanza que llevaba la propia
Justina.
Porque seguramente había una razón para explicar por qué
simplemente había... desaparecido. —¿Lo crees?—, preguntó, dirigiendo
toda su atención a la siempre optimista dama.
Gillian asintió con énfasis. —Oh, sí. Podría haber...— Hizo una pausa y
arrugó la frente. —O podría haber...
—No has proporcionado la primera razón—, señaló Honoria
distraídamente mientras dedicaba su atención a la multitud de invitados.
O tal vez había hecho más de una visita, un abrazo robado y un
intercambio privado en La Biblioteca Circulante de lo que había. Justina
había asistido a un evento tonto tras otro, todo con la esperanza de volver a
verlo. Se había despertado cada mañana con la esperanza de que él la
visitara.

~ 134 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Bueno, no quiero que estés con un caballero inconstante—, dijo


Gillian, leal hasta el final. Acarició la mano de Justina. —Te mereces un
hombre que sea honorable y bueno.
—Y el duque era... es esas cosas—, dijo Justina en voz baja. El hecho de
que él no se preocupara por ella, no lo hacía deshonroso. Su mirada se fijó
en una pareja que se movía por los intrincados pasos de un reel campestre.
El caballero desconocido bajó la mano en la espalda de su pareja y entre
ellos se compartió una sonrisa tan íntima que ella tuvo que apartar la
mirada. —Es un hombre que no deseaba simplemente poseerme—. Como
Lord Tennyson y tantos otros pretendientes que habían acudido a visitarla.
Miró rápidamente por la habitación y encontró que el marqués,
benditamente, no estaba presente en el evento, todavía. El alivio la asaltó.
—El duque no me vio como el Diamante, sino que me habló de literatura y
de libre pensamiento—. Justo lo que siempre había anhelado en un
caballero y había empezado a desesperar de que existiera un hombre así
para ella.
Gillian suspiró y se agarró la barbilla con la mano. —Estoy segura de
que hay una razón para explicar su deserción.
—A fin de cuentas, siempre te traicionan—, dijo Honoria con una
sombría expresión que sirvió de ligera ventana a su pasado. —Nuestros
padres. Los pretendientes. Caballeros que prometen amarte, fracasan.
—Yo no creo eso—, protestó Justina. —Sí, cada una de nosotras ha sido
testigo de la infidelidad de nuestros padres, pero Phoebe encontró un
caballero que demostró que un hombre es capaz de amar. Que puede
cambiar.
—Al igual que Cedric—, intervino Gillian. Su cuñado, un libertino
notoriamente reformado, había desaparecido en el campo y ahora vivía sólo
para su esposa.
—Tampoco profesó su amor por mí—. Un torniquete le apretó el pecho.
—Sería injusto juzgar a Su Excelencia por no corresponder a mis afectos—,
continuó Justina.
Honoria la miró con tristeza. —¿Lo defenderás, entonces?
—¿Defenderlo?—, se burló ella. —Sería un crimen mayor que el
caballero me hubiera dado falsas garantías de afecto—. Así las cosas, nunca
había habido promesas ni peticiones de más. Una punzada la golpeó. Oh,
pero cómo hubiera deseado que las hubiera habido.
—No creo que el caballero sea indiferente—, murmuró Gillian.
Justina tenía en la punta de la lengua señalar que su ausencia hablaba de
lo contrario, cuando Gillian hizo un discreto gesto hacia el frente de la sala.
Ella siguió el gesto de su amiga y se quedó helada.
~ 135 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nick estaba de pie en lo alto de la escalera, intercambiando palabras con


su anfitrión, pero su mirada permanecía firmemente fijada en ella por
encima de las cabezas de los invitados. La penetrante intensidad de esa
volátil mirada se extendía a través de la distancia que los separaba y la
dejaba sin aliento.
—Ningún caballero puede mirar a una dama como el duque te está
mirando ahora y no sentir algo—, dijo Gillian con una sonrisa socarrona.
—No seas tonta—. Las palabras de Justina surgieron sin aliento. —No
me está mirando—. Miró a su alrededor, pero cuando volvió a centrarse en
el imponente duque que bajaba las escaleras, éste estaba de pie a un lado
del salón de baile, observando a la multitud. Y su corazón se desplomó.
—Bueno, ahora no te está mirando—, señaló Gillian. —Pero lo hacía.
La decepción floreció de nuevo en su pecho.
Honoria gimió, cortando sus patéticas cavilaciones, y siguió su mirada.
Suspiró. Pasando entre los invitados, el padre de Justina se abrió paso entre
la multitud.
—¿Deseas que te escoltemos antes de que Honoria se vaya al día
siguiente?— ofreció Gillian.
A pesar de la proximidad del casamentero padre de Justina, sus labios se
tensaron. Lo que daría por desaparecer al campo para visitar a Phoebe
junto con ella. —No—. Honoria ya había retrasado bastante su visita en
nombre de Justina. —He descubierto que es mejor recibirlo de frente y
luego distraerlo hablando de las mesas de juego.
Su padre se detuvo ante ella, jadeando por el rápido ritmo que había
impuesto. Las tres damas se pusieron en pie con la misma desgana. —
¿Dónde has estado? Te he estado buscando, chica—, resopló, ignorando a
las otras damas a su lado. Se pasó el dorso de la manga morada por la frente.
—No eres una florero—, se quejó.
Justina lanzó una mirada de disculpa a sus amigas. Al tener niñeras e
institutrices adecuadas, las reglas de la sociedad educada le habían sido
inculcadas, al igual que a casi todos los miembros de la nobleza. ¿Cómo
había permanecido su padre tan ciego al decoro apropiado? —Estaba con
Honoria y Gillian—. Señaló a las damas que estaban a su lado.
Su padre se rascó la frente arrugada y siguió su gesto. Sus ojos
inyectados en sangre se detuvieron en Gillian y luego se dirigieron a
Honoria, con la mirada puesta en los amplios pechos de la joven.
—Lord Waters—, dijeron sus amigas al unísono, igualando el desagrado
en sus fríos saludos.

~ 136 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

La vergüenza abofeteó a Justina. Y el odio hacia el hombre que le había


dado la vida volvió a succionarla. —Querías algo—, espetó ella y él
parpadeó lentamente.
Luego, sacudió la cabeza para aclararse. —Tennyson te está buscando—
, espetó.
El estómago se le revolvió y rápidamente escudriñó el salón de baile. —
Yo no...— Noté su entrada.
—Acompáñame—, murmuró.
Como una madre tigresa, Honoria se adelantó. Por la furia que
destellaba en sus ojos marrones, se enfrentaría al vizconde.
Pero no permitiría que sus amigas hicieran una exhibición pública por
ella. Al igual que no se acercaría a Edmund cuando éste estaba pendiente de
su esposa y su nuevo bebé. A pesar del empeño de todos por verla
protegida, en última instancia, desde la partida de su madre y Phoebe al
campo, lo que sus amigas no comprendían es que ella había estado
cuidando eficazmente de sí misma y seguiría haciéndolo.
El pánico aumentó cuando su padre le indicó que se adelantara y Justina
recorrió con la mirada el salón de baile en busca de una escapatoria.
Cuando se había escondido de Lord Tennyson en el Museo Real a
principios de la temporada, se había colado en una sala de conferencias en
la que el presentador había hablado de esas magníficas muestras de la furia
de la tierra en las que el suelo temblaba y se desgarraba. Con su padre
empeñado en llevarla hasta Lord Tennyson, Justina se encontró rezando
por una de esas grandes muestras del poder del Señor.
Por desgracia, la vida ya debería haber demostrado la insensatez de
buscar el rescate de alguien que no fuera ella misma. Sonriendo en beneficio
de sus amigas, Justina comenzó a avanzar, cuando un largo riiiiip cortó el
fuerte ruido del salón de baile. Miró hacia abajo con un alivio vertiginoso el
dobladillo de encaje irremediablemente roto de su vestido que se arrastraba
por el suelo.
Su padre frunció el ceño. —¿Qué te pasa, chica?
Había evitado con éxito a ese caballero en particular durante más de
quince días y ¿ahora su padre la entregaba a él? —Me has roto el
dobladillo—, dijo ella rápidamente y señaló la tela ahora benditamente
hecha jirones. Santos del cielo. ¿Quién iba a sospechar que su padre era útil
para algo?
El vizconde miró sus faldas y se rascó la cabeza. —Entonces arréglalo—,
ladró, ganándose varias miradas curiosas de los invitados cercanos. —Y no
te demores.

~ 137 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Sus amigas le sostuvieron la mirada durante un largo momento, y una


silenciosa mirada de comprensión pasó entre ellas. Con Honoria de pie
como centinela en el borde del salón de baile, Gillian siguió rápidamente el
paso de Justina.
Se movieron a lo largo del perímetro del salón de baile. —Creo que el
duque te estaba mirando—, dijo Gillian, esas palabras silenciosas apenas
llegaron a sus oídos.
—Tal vez—, respondió ella sin comprometerse, con la mirada fija en la
entrada trasera del salón de baile. Hubo un momento en el que su mirada se
posó en ella y el mismo hambre potente que había llenado sus
profundidades azules cuando se habían conocido en el jardín de Lady
Wessex se había extendido por el salón de baile. —Pero tampoco ha venido
de visita—. O a pedir un set. Sus labios se volvieron en una sonrisa hecha
de amargura y arrepentimiento. —Honoria debería estar tranquila porque
esos encuentros fortuitos entre nosotros fueron sólo eso... encuentros
fortuitos.
Gillian se detuvo de repente y tomó a Justina de la mano, deteniendo su
retirada. Miró con curiosidad a la otra mujer. —Honoria se equivoca—,
dijo en voz baja. —El duque ha ido de visita y...— Y eso fue todo. Pero una
vez, y sólo para devolver un libro. —Honoria ha sido tan herida por su
pasado que no reconoce que aún hay bondad en los hombres. Incluso en los
pícaros, los canallas y los sinvergüenzas.
Un momento de afinidad se extendió entre ellas mientras compartían
una sonrisa.
Gillian abrió la boca para hablar cuando su mirada se posó en alguien
más allá del hombro de Justina. Siguió su mirada y se tragó una maldición.
El Marqués de Tennyson, con los ojos fijos en ella, se abrió paso entre la
multitud. —Ve a ver tu dobladillo—, murmuró Gillian, dándole un
empujón. —Yo lo distraeré.
Girando sobre sus talones, Justina se perdió entre la multitud. Cuando
era joven, había lamentado su escaso metro y medio de estatura, pero ahora
agradecía la ventaja que suponía pasar desapercibida. Salió del salón de
baile y se apresuró por el pasillo, con sus faldas crujiendo ruidosamente en
el silencio.
—Bueno, Señorita Barrett, nos encontramos de nuevo.
Esas palabras, inquietantemente familiares, pronunciadas por Nick una
semana antes, y ahora pronunciadas fríamente por otro, la hicieron
detenerse. Justina se dio la vuelta y el miedo heló sus venas. —¿Cómo...?—
¿Cómo la había encontrado tan rápidamente?

~ 138 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Una fea y triunfante sonrisa asomó en el rostro del marqués. Mientras él


avanzaba lentamente, se le ocurrió que si no fuera por la falta de alma de
esa mirada, casi podría ser descrito como guapo. Pero ahí estaba ese vacío.
—Tsk, tsk. Sí que tiene un historial de escabullirse. Bastante
escandaloso—, se burló él, y esa gélida burla la puso de nuevo en
movimiento.
Justina retrocedió varios pasos. —No es apropiado que estemos aquí,
solos, milord—, le recordó. Entonces, ¿se molestaría una bestia como el
Marqués de Tennyson, que se había empeñado en acechar su paradero, por
nimiedades como el decoro? Ella siguió retrocediendo, sin apartar su
mirada de él.
—No—, dijo él con un alegre acuerdo que la hizo detenerse
momentáneamente. —Especialmente no con su vestido roto—.
Involuntariamente, su mirada cayó al suelo y voló de nuevo a la de él. Él
sonrió con satisfacción. El marqués continuó acercándose. —¿Imagina el
escándalo si la Belle Ferronniere fuera descubierta sola, con un caballero?—
Su espalda golpeó con fuerza contra la pared. Su sonrisa se amplió,
revelando unos dientes blancos y parejos en una sonrisa fría que el Diablo
habría envidiado, y luego siguió avanzando. —No se haga ilusiones,
querida. No tengo intención de arruinarla—. Hizo una pausa y esbozó una
sonrisa lenta e insensible. —Ya no.
Ella levantó una mano para apartarlo. ¿De qué hablaba? Su mente daba
vueltas, tratando de encontrarle sentido a esa críptica garantía que no era
tal. —Deténgase—, exigió en tono tranquilo.
Con una calma exasperante, Lord Tennyson se quitó los guantes y se los
metió en la chaqueta. —He recibido una oferta mejor que la que presentó
su padre. No es por eso que estoy aquí.
—Mi padre es un tonto—, dijo ella escuetamente y dio un paso para
rodearlo.
Él se deslizó en su camino. —No estoy en desacuerdo, señorita
Barrett—, dijo él, sonriendo. —En cualquier caso, no estoy aquí para
arruinarla, como esa mirada trágica en sus ojos asegura—, dijo
despreocupadamente. Ella se mantuvo tensa, el brillo burlón de sus ojos
avivando su recelo hacia este hombre. —Estoy aquí para advertirle.
¿Advertirme?
Metió la mano en la chaqueta y sacó una sola misiva. Justina pasó su
mirada entre el trozo y la cara de Lord Tennyson. —Vamos, seguro que le
interesa saber lo que contiene esta página—. Era el Diablo en ese jardín
original con una manzana extendida en sus manos malvadas. Y maldita sea
por ser tan débil como la primera mujer por permitirle jugar con ella.

~ 139 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Justina se mojó los labios. Entonces demostró que tenía mucha más
fuerza que Eva, pues se arrebujó en las faldas y giró para marcharse.
—¿No siente curiosidad por el caballero que la tiene tan cautivada? ¿Su
preciado Duque de Huntly?—, exclamó. El calor abofeteó sus mejillas. —
Dígame, señorita Barrett—, continuó, tentadoramente. —¿Qué tan bien
conoce al caballero?
La inquietud le hizo un nudo en el vientre. No dejaría que jugara con
ella como el gato que tiene un ratón entre sus patas. Que un hombre como
Tennyson pusiera en duda el carácter de Nick era como si el Diablo
condenara al propio Dios.
Excepto que... Ella se quedó.
—Ah, veo que tiene curiosidad, Señorita Barrett. Vamos, vamos—, se
burló, agitando la nota. —Léala.
Ella se mordió el interior de la mejilla y, tonta que era, con los dedos
rígidos, se la quitó y hojeó las letras elegantemente escritas.
Señorita Barrett,
Si fuera sabia, desconfiaría de Huntly. ¿Seguramente no es tan estúpida como
para creer en encuentros fortuitos?
¿Eso es lo que decía la misiva? Se esperaba que ella confiara en este
hombre que la había perseguido sin descanso desde el comienzo de la
temporada. Justina la devolvió a la mano del marqués. —No necesito sus
advertencias de porquería—, dijo bruscamente. Y no sólo porque Tennyson
fuera una serpiente que mantenía compañía a su padre. Un hombre que,
según sus propias palabras, había admitido estar en connivencia con el
vizconde.
Él frunció el ceño. —¿No va a renunciar a su anhelo de niña por Huntly
y su título?
Estaba claro que Tennyson y quienquiera que hubiera redactado su
maldita nota no habían deducido que Nick Tallings, el Duque de Huntly, se
había cansado de ella. Tampoco le importaba un bledo el ducado de Nick.
—No se trata de su título...— Justina cerró rápidamente la boca. Se
condenaría diez veces antes de hablar de sus sentimientos con este hombre.
—Así que sí le interesa el caballero—. El marqués suspiró y guardó la
nota en su chaqueta, como si estuviera aburrido de su intercambio. —No
me lo podía poner fácil, Señorita Barrett. Muy bien, realmente no me deja
otra opción entonces.

~ 140 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El miedo se desbordó ante la críptica resignación de aquella afirmación.


Él dio un paso y ella se mantuvo en pie. —¿Qué está haciendo?— Ella se
enorgullecía de la fuerza acerada de esa liberación.
—Pues, voy a arruinarla, por supuesto—. Empezó a avanzar.
Su corazón dio un vuelco. —Pero dijo que no tenía intención de
arruinarme.
—No—, corrigió él. —Por desgracia, ahora no me deja otra opción.
Maldito infierno.

~*~

Esta era la última noche que vería a la señorita Justina Barrett. Oh,
concedido, dado su estatus en la alta sociedad, se moverían por las mismas
esferas sociales. Sin embargo, no había necesidad de que sus caminos se
cruzaran con algo más significativo.
Buscándola entre la multitud, Nick trató de determinar por qué esa
verdad lo dejaba extrañamente... desamparado. Hueco por dentro. Su
mirada se posó en las pálidas y castañas señoritas, tan a menudo con ella, y
se maldijo por buscar a Justina incluso ahora.
Por Dios, quería dejar este evento infernal. Quería ir a su casa o a su
club, o idealmente a ambos, y emborracharse de verdad. La única razón por
la que estaba presente en el baile de Chilton, incluso ahora, era porque el
evento formal había sido organizado por Nick, con la intención de atrapar a
la cuñada de Rutland y finalmente forzar su mano. Por ello, tenía la
obligación de, al menos, sufrir el evento.
Pero mientras continuaba con su trabajo sistemático de apoderarse de la
deuda del Vizconde Waters y de la deuda del hijo de ese hombre, Justina
había conservado un control tentacular sobre los pensamientos de Nick.
Habiéndose convencido de que la poesía y cualquier otra obra literaria no
era más que podredumbre, y que no había tomado un libro de poesía en
trece años... hasta ella.
Nick miró por encima de su copa de champán la parte superior de las
cabezas de los invitados de Chilton y se cuidó de evitar los ojos de nadie.
No quería la maldita compañía. No quería lucir la sonrisa pícara que la
aristocracia había llegado a esperar del siempre afable Duque de Huntly,
que en su interior tenía un alma tan podrida como el canalla que había sido
el flagelo de Londres.

~ 141 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Y ciertamente no deseaba ver a Justina Barrett y a todos los caballeros


que la miraban con miradas codiciosas, de la misma forma en que podrían
estar hambrientos de esas brillantes gemas que no podían sostener un
destello de luz real ante el espíritu de la joven.
Con un sonido de disgusto, se tragó su bebida.
Chilton se acercó a él, con un vaso en los dedos. —Quiero que recuerdes
que esto fue enteramente para tu beneficio—, señaló con demasiado gusto.
—Lo recuerdo—, dijo. Y la miseria de este evento iba a ser su castigo
por involucrar a Justina en sus planes para Rutland.
La alegría se desvaneció de la sonrisa de su amigo y los duros planos del
rostro de Chilton se convirtieron en una máscara sombría. —Aparte de las
miradas furtivas que has lanzado en dirección a la joven, has hecho por lo
demás pocos movimientos hacia ella.
Dada la silenciosa observación, Nick podía perfectamente fingir que no
había oído las palabras y la pregunta. Sin embargo, este hombre había sido
su amigo desde que era un muchacho joven con un amor por la poesía hasta
el entonces transformado muchacho que había cortado el cuerpo colgante
de su padre de una cuerda. —Yo, por supuesto, pensé en tu... consejo—,
dijo, rígido. Chilton siempre había sido notablemente claro en la lógica
cuando Nick se había dejado llevar por la emoción. Era, sin duda, la razón
del brillante éxito del barón en los campos de batalla de Europa.
Maldito sea el otro hombre. ¿Tenía que estar siempre infernalmente en
lo cierto? Y más, maldito sea él mismo por poner antes de una vida de
hambre de venganza contra Rutland a una joven que no había conocido
más que un puñado de días.
Su amigo asintió con brusquedad y aprobación. —Es la decisión
correcta.
—Es una decisión débil—, murmuró Nick. Y eso que se había pasado
años alabándose a sí mismo como un digno oponente de Rutland.
El otro hombre se acercó más y bajó la voz aún más. —¿Débil, porque no
vas a arruinar a una joven?— Chilton negó con la cabeza. —Eres más débil
si llevas a cabo ese extremo de tu plan—, dijo, señalando a un criado.
Cambió su vaso vacío por uno lleno. Después de que el sirviente se
marchara, continuó. —No arruinamos a las jóvenes—. Aquel duro y velado,
pero claro, recuerdo de la propia hermana de Nick, casada miserablemente
por la presión de su abuelo con un cruel sodomita, despertó todo el odio
más profundo que Nick sentía desde hacía tiempo por Rutland. Cerró los
ojos por un momento para reprimir la culpa siempre presente. —Sólo nos
vengamos de otros hombres, para no convertirnos en esos hombres—. Algo
oscuro brilló en los ojos del barón y luego desapareció rápidamente. —

~ 142 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Como he dicho, el destino de la dama lo decidirá su padre, a través de las


acciones que llevaste a cabo, y no estarás ligado a ella.
¿No era eso realmente igual a que si yo mismo la hubiera arruinado? No importa lo
que le pase a Justina Barrett a partir de ahora. No importa.
Nick buscó con la mirada en el salón a la dama que se negaba a
renunciar a su dominio sobre sus pensamientos.
—Se ha escabullido hace un rato—, murmuró Chilton, señalando la
entrada trasera de su salón de baile.
...Había un caballero que me perseguía...
Hizo un rápido examen del salón de baile en busca del implacable
Marqués de Tennyson. Había desaparecido. Maldijo en silencio. Por Dios,
había tenido la palabra del caballero. Entonces, ¿había realmente algún
valor en la promesa dada por un hombre que cazaría a una dama
desinteresada en su petición?
Ella no es mi responsabilidad. Ella no es mi responsabilidad.
Nick maldijo en silencio y le entregó su vaso a su amigo.
—¿Qué sucede?
Ignorando la pregunta de Chilton, aceleró sus pasos por el abarrotado
salón de baile. Mantuvo la mirada al frente, evitando las miradas de las
damas y las mamás interesadas y deseosas de una presentación. Siguió
caminando hacia el fondo del salón, hacia la entrada trasera. Por supuesto,
era una locura suponer que el hecho de que no hubiera podido localizar a
Justina significaba que estaba en peligro por los avances de Tennyson.
Había comprado los pagarés de Waters y, a través de ella, su dote. Había
más de doscientos invitados presentes e innumerables razones por las que
no podía identificar por sí solo ni a ella ni al marqués entre la multitud.
¿Confías realmente en la palabra de un hombre como Tennyson? Con su propia
alma negra, debería saberlo mejor.
El mismo nudo de inquietud en su vientre que había presagiado la
perdición hace tantos años con la visita de lord Rutland era ahora el mismo
pozo mientras acechaba la casa de Chilton. —Una locura—, murmuró.
Estaba completamente...
—He dicho que me deje pasar—. La voz de Justina, cargada de furia, lo
hizo detenerse bruscamente al final del pasillo. La dama estaba de pie en un
impresionante despliegue de espíritu; una energía audaz e intrépida que
irradiaba de su persona.
Nick recorrió rápidamente con la mirada la escena -Tennyson en
mangas de camisa, su corbata suelta, el dobladillo de Justina destrozado-.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Una furia primitiva, más propia de las bestias de antaño, se apoderó de él.
—Tennyson—, dijo, y la pareja al final del pasillo se giró hacia él.
Un asombroso alivio iluminó los ojos de Justina. Con el marqués
distraído, salió corriendo de detrás del hombre y corrió por el pasillo. Nick
la tomó por los brazos y recorrió su rostro con la mirada. —¿Te ha hecho
daño?—, le preguntó. Por Dios, destrozaría al hombre con sus propias
manos y le metería las entrañas por la garganta.
Ella sacudió la cabeza con fuerza.
—Huntly—, saludó el otro hombre llamando la atención de Nick. —Es
de mala educación interrumpir una cita—. Lord Tennyson sonrió. —
Entonces, invariablemente, el resultado será el mismo que si lo hubiéramos
ensayado.
Las voces sonaron en la distancia, acercándose rápidamente. La sonrisa
de suficiencia en el rostro del marqués contenía su triunfo. El aire dejó a
Nick en un siseo mientras él y Justina, como uno solo, giraron sus miradas
hacia el extremo opuesto del corredor. A las rápidas pisadas. Su piel de
porcelana teñida de rosa se volvió de un blanco mortal.
El pulso de Nick latía con fuerza. Había creído, al comprar los pagarés
de Waters y tener el control de la dote de Justina, que Tennyson pasaría a
buscar la siguiente rica heredera. Con sus maniobras, ella estaría atada a
este hombre. La sociedad la vería arruinada y casada con un lascivo como
Tennyson. —¿Te casarías conmigo?—, instó él, la pregunta surgiendo de un
lugar ilógico.
Los ojos de ella se abrieron de par en par. —No sé...— Siguió su mirada
hacia Tennyson y asintió con una rápida sacudida.
Él bajó la cabeza y reclamó sus labios. Ella merecía algo mucho mejor que
él o Tennyson o la mayoría de los otros miserables de Londres, pero
Tennyson destruiría su espíritu. Habiendo sido testigo de la caída de su
propia hermana en la oscuridad, no podía vivir en la misma sociedad y ser
testigo de esa transformación. Pero con el cuerpo de Justina cerca de él y su
boca flexible bajo la suya, los motivos del beso se transformaron para que
todo lo que sintiera fuera ella. Inclinó la cabeza y profundizó aún más su
exploración de los suaves contornos de su carne.
Grandes jadeos y exclamaciones se elevaron y apagaron la locura
momentánea que se había apoderado de él.
Nick echó la cabeza hacia atrás y se colocó rápidamente entre Justina y
el pequeño público reunido en el pasillo. La boca de su padre se abría y
cerraba como un pez lanzado a la orilla. La notoria chismosa, Lady Jersey,
apodada Silencio, en la mayor de las ironías para la matrona líder, podría
haber hablado con Boney fuera de la batalla con lo mucho que parloteaba.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

La esperanza se agitó. Aunque imprevisible y excéntrica, la dama, sin


embargo, había demostrado ser capaz de una gran amabilidad entre la alta
sociedad. Tan pronto como el pensamiento se deslizó, lo desechó. Ninguna
joven podría capear este chisme sin quedar totalmente arruinada y sin que
el propio Nick fuera etiquetado para siempre como un canalla.
Entonces, ¿no es eso de lo que me he enorgullecido de ser en secreto?
—No lo entiendo—, gimió el vizconde, rascándose la sudorosa
coronilla.
—Me atrevo a decir que no hace falta mucho para entender—, dijo la
condesa. La respetable anfitriona miró a Nick con un brillo en los ojos. —
Tsk, tsk, Su Excelencia—, dijo, golpeando su abanico contra la palma de su
mano. —Su reputación lo precede—. Luego, dirigió su mirada hacia donde
se encontraba el Marqués de Tennyson. —Una noche para las citas, por lo
que veo—, alargó esas silabas en una suposición errónea. —Deberías irte,
Tennyson, mientras se resuelve este asunto—. El marqués vaciló. La
condesa dio una palmada. —Vete, Tennyson.
Entonces, como un niño regañado por un tutor severo, recogió su
chaqueta, se encogió en ella y se marchó. No sin antes dirigirse a Nick con
una dura mirada.
Chilton dio un paso adelante. Con la decepción impregnada en su
mirada, observó al grupo reunido, deteniendo su mirada brevemente en el
vestido arrugado de Justina. Luego desvió educadamente la mirada. Parecía
condenador. Como había pretendido. Pero los motivos que lo habían
llevado por primera vez a Justina Barrett no eran los mismos que lo veían
ahora en esta posición comprometida con ella. Este acto inesperado, pero
necesario, no tenía la intención de destruir, sino de salvar.
¿Seguirá ella viéndolo así cuando arruine a su padre y a su hermano?
—Pero...— El vizconde Waters dejó escapar un pequeño lamento.
Lady Jersey le dio una palmadita en el brazo. —Ten por seguro que
Huntly es un buen chico. Hará lo correcto por la niña—, aseguró. —¿No es
cierto, Huntly?— Ella enarcó una ceja oscura.
Un denso y tenso silencio cayó sobre la reunión. Su piel se erizó con el
calor de la mirada de Justina y bajó la vista. La incertidumbre llenó sus
profundidades azul aciano y ella habló con palabras que apenas llegaron a
sus oídos. —No tienes que hacer esto.
Nick le dijo a su cerebro que le dijera a su cabeza que se moviera y logró
dar una apariencia de asentimiento para la condesa.
—Está decidido entonces—, dijo la mujer con una sonrisa. —Se casará
con la chica. Ha atrapado a uno bueno, señorita Barrett—, dijo en voz alta.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Y allí de pie, con las palabras de Lady Jersey resonando burlonamente en


el pasillo, la mujer mayor no podía estar más equivocada.
Él apretó las manos con fuerza. Con la traición que había destinado a
Justina y la venganza que aún pretendía tener contra Rutland, él era un
engendro de Satanás tanto como el propio Rutland.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 13
A la mañana siguiente, Nick recorrió los pasillos de la casa del Vizconde
Waters. Mientras caminaba, observó las deshilachadas alfombras rojas, la
pintura descolorida de las paredes donde los retratos, ya desaparecidos,
habían dejado la marca indeleble de su presencia. Cuadros que, con sus
propias maquinaciones y los esfuerzos de su abogado, habían sido retirados
y vendidos en parte en una subasta. El papel pintado satinado y
descascarillado era un crudo testimonio de las circunstancias de la familia
Barrett.
Este era el estado en que el vizconde había dejado a su familia. Nick
apretó la mandíbula. Y pronto, serían despojados de hasta el último
vestigio de riqueza que poseían. Justina, sin embargo, se salvaría. ¿Desearía
ella ser perdonada si supiera lo que pretendo para su familia? ¿Lo que ya he hecho?
Apagó las preguntas burlonas en los rincones más lejanos de su mente.
Se salvaría de un matrimonio con Tennyson. Viviría la vida de una duquesa
bien cuidada, con una gran riqueza al alcance de su mano para que no
hubiera necesidad de esas visitas a las bibliotecas circulantes. Una vida
mucho más cómoda, mucho más segura, que el infierno que conoció su
propia hermana.
Con ese recuerdo siempre presente de los males que Rutland había
infligido, el odio seguro, familiar y reconfortante lo recorrió, y Nick apretó
la mandíbula. Siguió detrás del antiguo mayordomo, que se movía con una
lentitud lamentable.
El sirviente los detuvo junto a una pesada puerta de roble y llamó una
vez.
—Adelante—, dijo Waters. El mayordomo abrió la puerta de un
empujón. Sentado detrás de su escritorio, el Vizconde Waters se quedó
helado con la mano sobre una jarra de brandy medio vacía.
—Su Excelencia, el Duque de Huntly—, anunció el hombre y esa
presentación hizo que el vizconde se pusiera en pie de mala gana.
—Fue mala suerte que hayas estado en el pasillo—, dijo el hombre en
cuanto el criado salió de la habitación, dejándolos a él y a Nick solos.
Manteniendo un agarre mortal en su decantador, el vizconde se sentó y
señaló el asiento vacío frente a él. Nick cruzó y se deslizó con rigidez en los
pliegues del viejo sillón de cuero con respaldo. —Tennyson podría haber
arruinado a la chica—, gruñó Waters, sirviendo el líquido hasta el borde.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Varias gotas se derramaron sobre los cortos dedos del hombre y éste chupó
el licor como un hombre sediento de agua.
—Sin embargo, fui yo—, dijo Nick con brusquedad, quitándose los
guantes y colocándolos limpiamente dentro de su chaqueta junto a la
licencia especial que había obtenido esa misma mañana.
—Bah, la culpa es de mi 7niña tonta—, se quejó el vizconde, agitando su
mano libre. —No hay un cerebro en la cabeza de esa.
Él se puso rígido y sintió el deseo de arrastrar al otro hombre por el
escritorio y enterrarle el puño en la cara por aquel inmerecido insulto.
¿Cómo podía un hombre conocer tan poco a su hija? El padre de Nick había
conocido con precisión los intereses de sus hijos y los había cultivado.
Cuando los fondos habían sido limitados, todavía había habido suficientes
libros para alimentar su amor por ellos. —He venido a discutir los términos
del matrimonio.
Por encima del borde de su polvorienta copa, el vizconde frunció el
ceño. —¿Le quitaste la virginidad a la chica?— Con qué frialdad hablaba de
Justina. Las náuseas ardían en su garganta. La dama había merecido más no
sólo en el hombre que sería su esposo, sino en el padre que le había dado la
vida.
—No—, dijo en voz baja.
Una sonrisa se formó en los carnosos labios del vizconde. —Entonces
no hay razón para el matrimonio. Puedo encontrar a otro que se lleve a la
chica, espero—. Esperaba. No es que tuviera ninguna garantía de otro
caballero. Sin embargo, fue suficiente para tirar por la borda la seguridad
que Nick tenía ahora para Justina.
—Ah, pero apenas importa si puede encontrar a otro—, dijo,
infundiendo el duro filo ducal que sacudió la anterior calma del vizconde.
El hombre tragó audiblemente y sus dedos temblaron con tal fuerza, que
dejó el vaso en el suelo, derramando una buena porción de su bebida. —
Importa que me vaya a casar con ella—. Hizo una pausa. —Con o sin su
permiso.
Y eso había sido parte de su plan desde su inicio. Justina Barrett le
habría pertenecido: cuerpo, corazón y alma, fusionados para siempre, con
su papel de peón para la familia Barrett desaparecido, y su felicidad
destruida. Con sus susurros en una sala de conferencias y en un jardín a
medianoche, había abierto un agujero en sus intenciones para con ella
como una bala de cañón en el muro de una vieja fortaleza.
El vizconde frunció la boca. —La dote de la chica pertenece a Tennyson.
La paciencia de Nick se quebró. —Justina—. Cuatro arrugas marcaron
el ceño del noble. —Su nombre es Justina. No chica. No niña. Use su
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

maldito nombre—, dijo. Un torniquete le oprimió los pulmones al imaginar


a la ingeniosa y siempre sonriente Justina bajo el pulgar de este bastardo.
¿Cómo había permanecido tan esperanzada en la vida?
¿Y mantendría esa misma esperanza después de que su hermano y su
padre tuvieran que pagar por los pecados de Rutland?
El vizconde se rascó la barriga. —No importa cómo se llame, sino para
qué sirve—, dijo con una intrepidez poco habitual.
—He conseguido su dote de Tennyson—, la sorpresa iluminó el rostro
del anciano. —Volverá y quedará a nombre de Justina. Sólo de ella, así
como la propiedad familiar que usted perdió con él—. Nick no esperaba
que esos regalos le valieran el perdón cuando descubriera sus acciones
contra su familia, pero serían regalos para que ella tuviera cierto control
sobre su futuro.
Su padre gruñó. —No me importa que la chica... Justina—, enmendó
rápidamente cuando Nick estrechó la mirada, —esté bien atendida. Estoy
en deuda, Huntly—, dijo sin rodeos.
El odio hacia ese hombre ardió con más fuerza. Y eso que había creído
no aborrecer nunca a nadie con el mismo vitriolo que a Rutland. Qué
equivocado estaba. —¿A quién?— El tonto imprudente aún no sabía que
incluso ahora miraba al mayor poseedor. Por primera vez desde que había
urdido su plan, encontró un placer impío en destruir a ese bastardo que
tenía delante, que no tenía nada que ver con su conexión con Rutland y
todo que ver con su trato a Justina.
Waters agitó una mano. —Un poco aquí. Un poco allí. Tennyson es el
que más posee y hay otros. Hombres que estarían dispuestos a pagar el
precio adecuado.
La bilis le picó en el fondo de la garganta. Por Dios, Nick había estado
resentido con su padre por tomar el camino del cobarde y acabar con él.
Pero esos pecados y crímenes palidecían cuando se comparaban con el
padre de Justina, que la vendería como una puta de Covent Garden.
Alisando sus rasgos en la máscara fría y sin emociones que había
perfeccionado años atrás, clavó una dura mirada en el inútil progenitor de
ella. —Me he cansado de esta discusión—. En un falso espectáculo, se puso
en pie y el vizconde agitó las manos frenéticamente.
—No, no. Por favor, siéntate—. Desaparecida la arrogancia, el padre de
Justina juntó las manos. Era demasiado imbécil para ver que Nick estaría
condenado diez veces antes de irse sin asegurar su mano. Ella no podía
quedarse aquí con este hombre. No cuando él la vendería a un libertino
depravado. —Estaría interesado en... negociar—. Waters hizo una pausa.
—Si me ofreces la cantidad adecuada, ella puede ser tuya.

~ 149 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

No hace ni dos días, la oferta presentada por Waters habría sido la


cúspide de todo lo que Nick había soñado en estos trece años. Ahora, había
un amargo triunfo de que su venganza llegara de esta manera, con Justina
todavía utilizada como peón. Sólo que ahora... por el hombre que la
engendró y Nick un jugador involuntario, pero aún voluntario.
—No le daré ni un céntimo como si fuera una puta—, dijo,
acomodándose en su silla.
Waters extendió los brazos. —Entonces hemos terminado aquí—.
Nick colocó los brazos a los lados de su silla y golpeó las yemas de los
dedos con un ritmo entrecortado. —Hay otra manera...— Colgó ese cebo y
el vizconde se inclinó instantáneamente hacia delante.
—Te escucho.
—Compraré sus pagarés—, dijo y dejó de golpear deliberadamente. —
Nombre a todos y cada uno a los que deba fondos y los conseguiré.
Desde que era un niño, Nick había apreciado lo impotentes que eran, de
hecho, los que estaban fuera de la nobleza. Sin embargo, nunca había
percibido el alcance del poder en manos de los nobles, hasta que ascendió
al rango de duque. Las puertas que antes se cerraban, se abrían. Damas que
antes no deseaban más que un lugar en su cama, competían por el papel de
duquesa.
La ironía no se le escapó en ese momento. Ahora estaba sentado ante el
único hombre en todo el reino que prefería tener una bolsa gorda que una
conexión cimentada con un duque. —¿Todo?— Waters graznó. —Ni
siquiera sabes a cuánto asciende la cantidad.
—La cantidad no importa—. Esas fueron las palabras más verdaderas
que le había dado a este réprobo. Nick había construido su fortuna en el
comercio mucho antes de haber heredado una riqueza igualmente vasta de
su pariente muerto. —Deme los nombres de los hombres que poseen su
deuda—, repitió. Sintiéndose mancillado incluso por estar sentado en la
habitación con este hombre, se quitó los guantes de la chaqueta y los
golpeó, ansioso por el final del intercambio.
Waters se atragantó y negó con la cabeza. —¿Tú harías eso?
Lo había hecho. —Lo haré—. Lo poseería todo.
Una inesperada cautela llenó los ojos azules del hombre. Los ojos de
Justina. Nick miró fijamente, remachado por esas claras profundidades
azules; ese recordatorio tangible de su relación de sangre con esta bestia
asquerosa. —¿Por qué estás tan decidido a tener a la chica?
—¿Quiere disuadirme de mi decisión?—, replicó él, deliberadamente
evasivo.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su respuesta tuvo el efecto deseado, ya que el vizconde sacudió la


cabeza frenéticamente. —No. No. Una chica hermosa. Un diamante. La
más guapa de las últimas tres temporadas, dicen. Es una cabeza hueca, así
que no tendrás a una de esas pescaderas desafiándote.
Justina Barrett poseía más ingenio e intelecto que toda la nobleza junta.
La punzante reprimenda en su lengua ardía, pidiendo ser liberada en este
bastardo pomposo y de corazón frío. —Nos casaremos mañana—. Nick se
puso en pie. —Recopile una lista de los propietarios de sus pagarés y
encárguese de que se me entregue—. Al hacerlo, tendría hasta el último
nombre y la última confirmación de que era dueño de todo lo que este
hombre poseía.
El labio de Nick se levantó en una mueca involuntaria. Sin embargo, al
hombre no le importaba en absoluto qué clase de esposo sería para Justina.
—Me iré por mi cuenta—. Antes de que el vizconde cruzara la habitación,
Nick abrió la puerta de un tirón y comenzó a recorrer los mismos pasillos
por los que había marchado hace un rato, deseoso de liberarse de esta casa
y de la vileza del alma de Waters. Cuando fuera padre, sus propios hijos no
conocerían el egoísmo de este hombre, ni siquiera el de su propio padre,
que se había quitado la vida y había dejado a su familia sumida en la
incertidumbre. Lo que sólo evocaba imágenes de acostarse con Justina y
conocerla en todos los sentidos.
Ella será mía.
Antes, la venganza había impulsado esa necesidad. Ahora, junto con eso,
había un hambre por ella; una necesidad irracional e inexplicable que había
demostrado su debilidad.
Giró al final del pasillo y se detuvo. Toda la tensión se desprendió de su
tenso cuerpo. Justina estaba en medio del pasillo. ¿Qué poder tenía ella
sobre él para poder, con su sola presencia, apagar la furia que había
alimentado todos sus pensamientos y movimientos durante trece años?
En sus brazos, ella abrazaba un libro de cuero negro. —Su Excelencia—
, saludó suavemente.
Una pequeña sonrisa se cernió sobre sus labios. —Creo que hemos
superado con creces las formalidades, Justina—, dijo él, en voz baja.
Después de todo, mañana serían marido y mujer.
Su lengua salió disparada y trazó la costura de sus labios. —¿Por qué?
La pregunta de ella lo sacó de sus cavilaciones. —¿Por qué?
—¿Por qué te ofreces a casarte conmigo?
Las imágenes se sucedieron. Justina de espaldas, con los brazos
extendidos. En su cama. —Fue nuestro encuentro en la calle—, comenzó,

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

acercándose y borrando el espacio entre ellos. Nick le pasó los nudillos por
el lado de la mejilla. Bajó la cara y el aroma del chocolate permaneció en su
aliento, acariciando sus labios; tentador y dulce, de modo que quiso
probarlo en ella. —No me digas, has olvidado nuestros intercambios en los
jardines y en tu salón y...
Justina sacudió la cabeza. —No lo he olvidado—, interrumpió. Él
tendría que estar más sordo que un poste para no oír ese ligero énfasis. La
dama se alejó y él lamentó la pérdida de calor que se había derramado sobre
su persona ante la cercanía de su cuerpo. Ella miró a su alrededor y luego
señaló la puerta abierta a su lado. —Me gustaría hablar contigo, lejos de las
miradas indiscretas de los sirvientes.
Nick dudó y luego la siguió al interior del alegre salón.
Ella habló sin preámbulos. —Hace una semana que no vienes—. Sus
palabras salieron, no como una acusación, sino como una declaración de
hecho que buscaba descifrar. Ella golpeó el aire con una mano. —La noche
pasada, me rescatas, una vez más, y luego me ofreces matrimonio,
salvándome de la ruina. ¿Por qué hiciste eso?— Ella recorrió su rostro con
ojos interrogantes.
¿Cómo podía ser la respuesta tanto para destruir como para salvar? Y
sin embargo, esa era la verdad. La salvaría de ser vendida por Waters,
porque si eso ocurriera, su espíritu se marchitaría y moriría. Y que lo
condenaran si dejaba que alguien apagara su efervescente luz.
—Conociste a mi hermana—, dijo él en voz baja. La estaba dejando
entrar, no para engañarla o embaucarla, sino porque quería que conociera al
menos una parte de quién era él.

~*~
Desde que Justina regresó del baile la noche anterior, se había
trasladado a sus aposentos, donde el sueño la eludía. En su lugar, se
mantuvo despierta, acribillada por el arrepentimiento de lo que nunca
sería. Pero también de alivio por lo que no sería: el matrimonio con el
Marqués de Tennyson.
Y a través de ese alivio y ese arrepentimiento, había tratado de descifrar
el rescate y la oferta de matrimonio de Nick, así como la críptica
advertencia de Tennyson antes de que intentara arruinarla. ¿Por qué Nick,
un duque poderoso que podía tener a quien quisiera, que no respondía ante
nadie y que había desaparecido de su vida una semana antes, la salvaría
como lo había hecho?

~ 152 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

De pie, fuera, mientras él se reunía con su padre, con el oído pegado al


panel de roble, esperaba secretamente que se dijera algo: devoción. Afecto.
Incluso la más simple consideración.
Por supuesto, no podía ser amor. Sólo se conocían desde hacía un par de
días y, sin embargo, casi quince días antes, se había permitido creer que
podía existir esa hermosa emoción que siempre había soñado para sí
misma.
Ahora, con sólo un puñado de pasos entre ellos, la inesperada admisión
de Nick, anuló esa romántica pizca de esperanza que había mantenido.
Justina dejó su libro sobre la mesa con un suave golpe. —¿Tu
hermana?—, aventuró, sabiendo que debía sonar como la mayor imbécil
por hacerse eco de sus palabras, que ponían de manifiesto lo poco que se
conocían. —No entiendo cómo tu hermana tiene algo que ver con tu
ofrecimiento por mí—, confesó en tono dubitativo.
—Estoy tratando de explicarlo—. Explicar. La razón por la que él había
pedido su mano. Sus dedos se levantaron por reflejo para frotar el dolor
sordo de su pecho y se detuvo, forzando la mano a situarse a un lado.
Nick se acercó a una mesa con incrustaciones de rosas y recogió una
estatuilla de porcelana; la pareja pintada, ahora desconchada, apenas
valdría un penique y, por tanto, era una de las pocas piezas que su réprobo
padre no había vendido. —No nací para ser duque—, murmuró, más bien
para sí mismo, estudiando aquella pareja de porcelana como si contuviera
las respuestas a la vida. —Mi padre era comerciante—. Por fin, levantó la
cabeza, dirigiéndole una mirada penetrante.
—¿Esperas que te juzgue por tener raíces en el comercio?—, replicó ella.
—Le importaba mucho a toda la Sociedad—, dijo él con una sonrisa
irónica. Como duque, ella lo había creído incapaz de conocer la misma
censura de los ojos indiscretos de la Sociedad. Sólo que, con su revelación,
demostró que él también no había sido siempre inmune a la juiciosa alta
sociedad.
La tristeza inundó su corazón. Sí, qué poco se conocían. Si él se
preguntaba, si pensaba en ella, no la conocía en absoluto. —No soy toda la
sociedad, Nick—. Desde que había hecho su debut, había querido
divorciarse en todos los sentidos de esos lores y damas condescendientes
que se conformaban con la imagen de la superficie; esa gente superficial que
nunca miraba más profundamente. —¿Crees que yo, cuyo padre me
vendería al mejor postor, que orquestaría mi ruina para saldar su deuda,
encontraría a tu padre deficiente por el simple hecho de ser un mercader?—
. No pudo evitar que el dolor se colara en esa pregunta.

~ 153 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Con la mirada todavía fija en ella, Nick dejó la estatuilla. —Hace quince
días, habría dicho que sí. Durante mucho tiempo fui invisible para la
nobleza. Creía que esas personas eran incapaces de ver a nadie fuera de su
respetada esfera.
Justina se acercó al lado opuesto de la mesa y se detuvo frente a él. Pasó
los dedos por la superficie astillada. Toda la alta sociedad veía en Nick
Tallings, el Duque de Huntly, a un pícaro, en posesión de uno de los títulos
más antiguos. ¿Cuántos habían pensado realmente en quién era y quién
había sido fuera de ese título? Incluida ella. La vergüenza la invadió. —
Nunca importó—, dijo en voz baja. —Para la mayoría sí. Para mí, nunca lo
hizo—. Para ella, él había sido el hombre que se había lanzado al camino de
un caballo salvaje para salvarla y que se había sentado a su lado en una sala
de conferencias y la había animado a decir lo que pensaba.
—Ahora lo sé—. Su barítono rudo la inundó. —Te lo digo para que
puedas...— Hizo una pausa y pareció buscar en su mente. —...entender—,
concluyó.
Entender el motivo de su intervención de la noche anterior.
—Cuando era un niño, el negocio de mi padre estaba fracasando. Había
un...— Algo oscuro llenó sus ojos y un escalofrío la recorrió. Había una
profundidad de frialdad que no había visto en él; una frialdad que iba en
contra del hombre que había mostrado ser desde aquel día en Gipsy Hill.
Todos tenían secretos. ¿Cuáles eran los de este hombre?
—¿Había un...?— Ella lo instó con sus ojos y palabras.
—Noble—. Su labio se despegó en una mueca y Justina se quedó
mirando sin pestañear mientras ese brillo cínico de sus ojos lo
transformaba más en un extraño que cuando se habían conocido en la calle.
—Este caballero reclamó los préstamos de mi padre con dos años de
antelación. No importaba que mi padre hubiera dedicado su vida a ese
negocio. O que al reclamar esa deuda, mi padre, toda mi familia se
arruinara. Él destruyó a mi familia—, susurró. Al ver el vacío que había, se
acercó un paso más, queriendo ahuyentar el dolor del que ahora hablaba.
—¿Qué le pasó a tu familia?—, lo animó cuando él se quedó callado,
lleno de repugnancia por el desconocido que había destruido una familia.
Él parpadeó y levantó la vista. ¿Había olvidado su presencia aquí hasta
ahora? —Mi padre murió...— Su expresión se ensombreció y la frialdad que
había en ella hizo que desapareciera todo el calor de la habitación,
dejándola helada por dentro. —...poco después de que las deudas fueran
reclamadas. Nos vimos obligados a vivir con mi abuelo, un conde que se
complacía en recordar a la familia restante nuestra inutilidad. Mi madre
murió poco después de mi padre. Mi hermana y yo...— Otra dura sonrisa se
formó en sus labios. —Acabamos con mi abuelo. Yo estaba decidido a no
~ 154 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

depender nunca de nadie, incluido mi abuelo. Construí una de las mayores


empresas siderúrgicas de Inglaterra.
Ella no sabía de sus raíces mercantiles. —¿Eres un mercader?— El
asombro la invadió por este hombre que se oponía a los dictados sociales y
construía su éxito y poder con sus propias manos.
Sus labios se torcieron irónicamente. —Supongo que te parece
escandaloso casarte con un hombre que trabaja en el comercio, todavía—.
—Al contrario—, dijo ella sacudiendo la cabeza. Le resultaba
inspirador. La alta sociedad despreciaba a los hombres hechos a sí mismos,
y sin embargo... —Hay mucho más honor en un hombre que trabaja en el
comercio para restaurar la riqueza y el honor de su familia, que en un
hombre que lo despilfarra todo, y no confía más que en la indulgencia de
sus acreedores—. Como había hecho su padre.
La sorpresa se reflejó en su rostro.
Eran realmente extraños, en todos los sentidos... él, un extraño que
había intervenido para salvarla por un mal sentido del honor. —¿Qué hay
de tu hermana?—, preguntó ella suavemente, haciéndolo volver a la historia
de su familia. Necesitaba saber quién era Nick Tallings, de hecho.
—Yo tenía catorce años, Cecily quince, y mi abuelo le exigió que se
casara—, habló rápidamente, como si quisiera que la historia se contara lo
más rápido posible.
Su corazón se desgarró. A los quince años, Justina seguía siendo la niña
ingenua perdida en su amor por las cintas y los bonetes, soñando con el
amor. Escuchó su relato, dividida entre el asombro por lo que él había
logrado y el pesar por un chico que se había visto obligado a abandonar su
infancia por el desprecio de un noble despiadado.
—Debí haberlo impedido—, dijo y los músculos de su garganta se
movieron. —Debería haber impedido que ella accediera y no lo hice. Y por
ello, está casada con un viejo y miserable noble que, todavía, no hará de ella
una joven viuda—. El fuego brilló en sus ojos. —Nunca serás como mi
madre o mi hermana—. O como mi propia madre. —Tu dote te pertenecerá. La
mansión que tu padre perdió, te pertenecerá. Todo.— Su corazón se hinchó
hasta reventar, no por los regalos materiales que él ofrecía, sino por la
ofrenda intangible que había. El autocontrol cuando la sociedad le robaría
ese regalo a cualquier mujer.
Él le daría libertad si lo deseaba, cuando su propia hermana no la tenía.
Otra punzada golpeó su pecho, por Lady Cecily que había sido obligada a
crecer demasiado pronto, y por el infierno que ahora conocía, y por la culpa
que él cargaba. Justina estiró una mano sobre la mesa y le tocó el brazo. El
bíceps de él saltó bajo sus dedos y él se encontró con su mirada. —Eras un

~ 155 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

niño. Te culparás por no haber intervenido para salvarla y, sin embargo, no


eras diferente a ella: un niño, todavía—. Un niño obligado a crecer
demasiado pronto. Se obligó a llevar la mano a su lado y alisó las palmas
por los lados de la falda. —Casarte conmigo no corregirá un mal imaginario
que le has hecho a tu hermana—, dijo en voz baja. Él enarcó las cejas en una
línea.
—¿Es por eso que crees que me ofrecí por ti?—, murmuró él,
acercándose a la mesa.
—¿No es así?—, replicó ella, tomando su hasta ahora olvidado ejemplar
de la obra de Shelley.
—¿Deseo librarte de una vida casada con un hombre como Tennyson?—
Siguió caminando hasta situarse frente a ella. Nick colocó sus labios cerca
de su oreja y su respiración se entrecortó mientras un delicioso cosquilleo
la recorría desde el cuello hasta la columna vertebral. —Así es—, susurró
él. —No dudo de que tu inocencia quedaría destrozada para siempre si te
casaras con él o con cualquier hombre como él.
Ella luchó por entender a través de la niebla deseosa que él arrojaba e
inclinó la barbilla hacia arriba amotinadamente. —No obligaría a un
hombre a atarse a mí por lástima o...— Él apretó las yemas de los dedos
contra los labios de ella; el calor de su piel borró momentáneamente todo
pensamiento y palabra.
—No por lástima. Sólo podría admirarte, Justina—, susurró, acercando
su rostro al suyo. Las pestañas de ella se agitaron cuando el embriagador
aroma a sándalo y brandy que se aferraba a él invadió sus sentidos. —
Quería alejarme de ti porque era lo mejor—. ¿Cómo podría ser lo mejor? —
Ahora, me casaría contigo porque la idea de que él, o cualquiera te toque, te
conozca, de cualquier manera, me vuelve loco—. Bajó la boca y reclamó la
suya en un beso abrasador que la atravesó rápidamente, incendiando su
cuerpo con una conflagración que se extendía rápidamente y amenazaba
con consumirla.
El libro se le escapó de los dedos.
Un gemido estremecedor salió de sus labios y él deslizó su lengua
dentro, avivando aún más el fuego. Nick le puso la mano en la nuca e
inclinó la cabeza para recibir mejor su beso. Sus bocas se encontraron en
una ardiente explosión. Mientras que su anterior beso había sido de tierna
pasión, este encuentro no tenía nada de suave. Con un gemido, ella se giró
entre sus brazos y la boca de él se pegó a la suya. Él deslizó su lengua para
encontrarse con la de ella y ella respondió con audacia a sus movimientos.
Sus lenguas danzaron y se acoplaron, y con cada golpe, el deseo por este
hombre la licuó. Sus piernas cedieron, pero él la atrajo hacia sí y le guió las
nalgas por encima de la mesa.

~ 156 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Un suave grito se le escapó cuando él retiró su boca, pero él se limitó a


recorrer con sus labios la curva de su mejilla, hasta el sensible lugar donde
el lóbulo se unía a su cuello. Sacó la lengua para saborearla, y ella hundió
los dientes en el labio inferior, deseando más de él. —Quiero casarme
contigo—, susurró él, entre actos de adoración de su piel con sus besos. —
Porque quiero conocerte en todos los sentidos. Porque quiero tenerte en mi
cama y en mis brazos—. Ella gimió mientras él atraía el lóbulo de su oreja a
su boca y lo chupaba. —Y no quiero que conozcas a otro hombre que no
sea yo.
—¿Cómo podría haber otro que no fueras tú?—, replicó ella en un
estremecedor susurro.
Algo poderoso e inidentificable oscureció sus ojos. Él rozó sus labios
con los de ella, una vez más, en una caricia fugaz. —Nunca dudes de por
qué me voy a casar contigo—, dijo cuando rompió ese contacto. —Necesito
que lo sepas. Necesito que sepas que, desde que te vi en las calles de
Lambeth, me has cautivado. En formas que nunca quise, ni entiendo. Pero
mi deseo por ti es real.
Su deseo. Y sin embargo, quería mucho más.
Nick abrió la boca. Había palabras y preguntas en sus ojos.
Justina ladeó la cabeza. —¿Qué ocurre?—, insistió mientras una
inquietud no deseada tiraba de ella.
—No es nada—, dijo él bruscamente. —Tengo asuntos que atender
antes de que nos casemos mañana—. Le recogió los dedos y se los llevó a
los labios para besarlos. Pequeños escalofríos irradiaron desde el punto de
contacto y recorrieron su brazo.
Pero cuando se fue, Justina se quedó mirando tras él. ¿Por qué, si sus
palabras de despedida sonaban como el más bello de los cariños, había un
hilo siniestro que la inquietaba? Sacudió la cabeza con fuerza. Puede que no
la amara, pero había sentado una verdadera base sobre la que construir su
matrimonio. Se llevó las yemas de los dedos a los labios, donde el beso de él
aún ardía. Y, sin embargo, a pesar de la emoción que la invadía, volvió a
preguntarse por qué había desaparecido durante una semana.

~ 157 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 14
Ellos se casaron a la mañana siguiente. Con una licencia especial. En la
biblioteca vacía de su padre. Con solo Lord Chilton como testigo y Gillian
y Andrew sentados en apoyo.
Sentada en el sofá de botones de cuero junto al hermano de Justina,
Gillian levantó la mano en señal de apoyo y algo de su melancolía se disipó.
Bueno, tal vez no toda. Sonrió y devolvió el saludo a su amiga. A su lado,
con sus gafas de montura de alambre, Nick firmó los documentos
matrimoniales definitivos que estaban sobre el escritorio de su padre.
Cuando terminó, el barón se acercó para hablar en voz baja con su marido y
el vicario.
Gillian se colocó rápidamente a su lado. Radiante, como si se tratara de
un encuentro amoroso y no de un matrimonio destinado a salvar a Justina
de la ruina, su amiga enlazó sus brazos. —¿Eres feliz? Si no eres feliz,
Honoria y Phoebe nunca me lo perdonarán—, dijo en un intento
conciliador.
Sin quererlo, los ojos de Justina se dirigieron a su esposo. —Soy feliz—,
murmuró.
Su esposo. Al estar en el lado opuesto del escritorio de su padre, repasó
esa palabra en su cabeza. Él era su esposo. Un hombre que conocía desde
hacía quince días y al que se había unido para siempre, con votos que los
mantendrían hasta que la muerte los separara.
Con una sonrisa tonta en los labios, Andrew se puso en pie. Con una
alegría en sus pasos más propia de un niño, se apresuró a apartar a Gillian
de su camino.
Ella lo saludó. —An-oomph.
Él la aplastó en un feroz abrazo y la sostuvo con fuerza. —Has tomado
una buena decisión con Huntly—. La suya era una observación de un
hermano que había sido más amigo que nada; que la conocía la mayoría de
las veces, mejor incluso que su hermana mayor. Donde Phoebe había
tratado de proteger, Andrew la había tratado como una igual; una joven
que sabía lo que pensaba y ella lo amaría para siempre por eso.
—Lo hice—, estuvo de acuerdo. Aunque había anhelado palabras de
amor de un caballero honorable, al final había sido rescatada de la ruina por
uno de esos hombres buenos.

~ 158 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Andrew la tocó en la barbilla. —Sé que querías el cortejo y el


matrimonio de esos libros que solías leer—, dijo en voz baja. —Pero
también veo que tienes esa mirada de anhelo cada vez que él entra en una
habitación.
Sin proponérselo, la mirada de Justina se dirigió a su marido, que seguía
hablando con el barón. Cuando era una niña con la nariz enterrada en las
novelas románticas, había leído sobre esas largas y penetrantes miradas que
pasaban entre los personajes. Hasta que su hermana había conocido y se
había enamorado de Edmund, esa mirada no había existido más que como
palabras en una página. Nick la miró a través de unas gruesas pestañas
entrecerradas que aspiraban el aire de su pecho. Una energía cargada pasó
entre ellos y, con un pequeño suspiro, sonrió.
—Y esa es la mirada de anhelo—, dijo Andrew, ganándose una risa de
Gillian.
—¿Qué sabes tú de la mirada de anhelo?—, se burló ella. Justina le dio
un codazo a su hermano en el costado. Un rubor carmesí tiñó las mejillas
de su hermano, desviando momentáneamente su atención hacia él. —
¿Quién es la dama que se ha ganado tu corazón?
—Shh—, ordenó Andrew, con el ceño fruncido. Mirando a su alrededor,
se tiró del corbatín y luego miró fijamente a Gillian.
Ella puso los ojos en blanco. —Soy la amiga más querida de Phoebe y
Justina. Puedes confiar en que soy el epítome de la discreción.
El color salpicó sus mejillas. —No estoy en libertad de decirlo. Es una
unión que nunca podrá ser—, habló con la misma floritura dramática de
aquellos libros que ella había favorecido durante mucho tiempo.
Las dos damas compartieron una pequeña sonrisa. Con su
ensimismamiento y su amor por lo perverso-las mesas de juego y las damas
prohibidas en esos clubes-, Justina nunca había creído que llegaría el
momento en que Andrew pudiera o quisiera dejar de lado sus placeres
personales por otro ser. Sobre todo, no por una joven. Al ver el destello de
preocupación en sus ojos, ella tomó sus manos entre las suyas y las apretó.
—Si hay amor, Andrew, es una unión que puede ser—, le prometió.
—Efectivamente—, coincidió Gillian, con un firme asentimiento. —Mi
hermana y su improbable matrimonio con un antiguo libertino es una
prueba de ello.
Una descarnada tristeza brilló en sus ojos azules como el agua. —No
siempre es tan fácil—, dijo con una media sonrisa forzada. —No todos
podemos sencillamente enamorarnos de un miembro de la nobleza como
Phoebe, Justina y tu hermana.

~ 159 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

¿Enamorarse? Justina agitó la cabeza de forma vertiginosa. ¿Enamorarse


de Nick? Sólo se conocían desde hacía quince días, no podía amarlo. Sí, él la
había rescatado, dos veces. Y la había animado a leer. Y se había hecho
amigo de su hermano. Y no le había importado que asistiera a conferencias
académicas y...
Una mano grande y cálida se posó en su hombro, haciéndola girar.
Nick bajó la mirada con el mismo brillo acalorado que hacía que las
siempre presentes mariposas revolotearan salvajemente en el vientre de
ella. Algo pasó por sus ojos y entonces, siempre un caballero, hizo una
reverencia e intercambió cumplidos con Gillian y Andrew.
Justina lo observó mientras hablaba, con tanta desenvoltura y facilidad,
en absoluto como el tipo pomposo e insensible que se suponía que era un
hombre de su posición. ¿Se arrepentía él de la oferta que le había hecho?
Ella mordió el interior de su mejilla. Seré una buena esposa para él. Y con el
tiempo, tal vez habría más.
—Ya es hora—, murmuró él.
Se obligó a asentir y a volverse hacia Gillian. Recogiendo sus manos,
Justina le dio un suave apretón. —Puedes asegurarle a Phoebe y a Honoria
que soy feliz—. Por supuesto, éste no era el matrimonio romántico que ella
había soñado a menudo, pero era suficiente. Tendría que serlo.
Las lágrimas llenaron los ojos verdes de Gillian y asintió.
Al soltarla, Justina se volvió hacia su hermano. —Te echaré de menos,
Andrew Algernon Alistair—. Se lanzó a sus brazos y él se tambaleó bajo el
inesperado peso, luego los enderezó.
Con un gruñido, la abrazó y enterró su mejilla en la parte superior de su
cabello. —Quiero que seas feliz—. Levantó la cabeza. —Y creo que Huntly
te hará feliz—. Luego, con mucha más madurez de la que ella recordaba de
él, Andrew la apartó y le tendió una mano a Nick. —Cuida de mi
hermana—. Fue una orden brusca que hizo que su esposo frunciera
ligeramente el ceño.
Y entonces... Nick aceptó la mano del otro hombre. —Me encargaré de
que esté bien cuidada—. ¿Y el amor? Se mordió el interior de la mejilla.
Queriendo ese regalo de él, cuando ya le había dado tanto. Con el tiempo,
podría llegar. Llegaría. Tenía que creerlo.
Su padre, con una bebida, se acercó. —Padre—, dijo tímidamente. Era el
hombre que le había dado la vida. Y sin embargo, no tenía palabras para él.
Ningún sentimiento al dejar este lugar. Había habido una tristeza mucho
mayor el día en que su madre y su hermana partieron al campo con
Edmund que al dejar el hogar que había conocido toda su vida con su padre
como compañía.
~ 160 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Hiciste bien, niña—, gruñó. —No muchos caballeros aceptarían a


una chica sin dote y comprarían mis pagarés.
Ella dirigió su mirada hacia Nick y lo encontró mirando con su cara
puesta en una máscara inflexible. Él había hecho esto. Había salvado a su
padre y, lo que era más importante, a su madre y a Andrew de una ruina
financiera segura. Había perdido un trocito de su corazón con su marido.
—Ya es hora—, dijo Nick secamente y le tendió el brazo.
Ya era hora. Ella dejaría de lado la vida dentro de esta casa que era una
sombra raída de la que había sido años atrás y se iría con Nick. Justina
dudó un momento y luego puso las yemas de los dedos en la manga del
abrigo de él. Recorrieron en silencio la distancia que separaba el despacho
de su padre del vestíbulo. A cada paso, su gratitud por él y por todo lo que
había hecho aumentaba.
¿Cómo no puedo amar a un hombre así?
Llegaron al vestíbulo de mármol y un lacayo se apresuró a traer sus
capas. Mientras se encogía en la suya y jugueteaba con el broche en su
cuello, Justina murmuró su agradecimiento. El mayordomo, Manfred, la
observó con ojos húmedos. —¿Puedo desearle toda la felicidad que se
merece, milady?—, dijo, con una voz enronquecida por la emoción, más
propia de un padre que de un sirviente leal.
—Puedes—, dijo ella y se puso de puntillas para darle un beso en la
mejilla. —Debes prometer que cuidarás de A-Andrew—. Quería que las
palabras salieran burlonas. Quería que fueran desenfadadas y
despreocupadas. Sin embargo, el débil quiebre desmintió todos esos vanos
intentos.
—Por supuesto, milady—, juró el viejo sirviente y luego, tragando
fuerte, se dirigió a la puerta y la abrió de un tirón.
Ella enlazo su mano en el codo de Nick, una vez más, y le permitió
guiarla fuera hasta su carruaje que la esperaba. Despidiendo a su sirviente
vestido de etiqueta, la hizo pasar al interior de la enorme calesa negra. Ella
parpadeó, ajustando su mirada a la penumbra y evaluó el elegante
transporte. La tapicería de terciopelo rojo. Los cojines de felpa. Todos los
signos de su riqueza y poder. Una riqueza que ella acababa de conocer ayer
y que no provenía únicamente de su rango, sino del trabajo que había
realizado con sus propias manos.
Su ancha figura llenaba el carruaje mientras reclamaba un lugar en el
banco de enfrente.
Un momento después, el sirviente cerró la puerta y el carruaje avanzó.

~ 161 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Justina descorrió un momento la gruesa cortina de terciopelo y se asomó


a la casa de su familia hasta que se desvaneció de la vista y luego
desapareció. Así de fácil, ahora era una mujer casada. Y siempre había
anhelado el día en que encontraría un caballero y conocería el amor, para
ahora encontrarse casada... como lo estaban su hermana y su madre.
¿Había habido alguna vez en que su madre había sido feliz en su unión?
—Estás callada—, observó Nick, estirando el brazo a lo largo del
respaldo de su asiento.
Ella sonrió con ironía. —Creo que es la primera vez que me han acusado
de ese cargo—, dijo ella, en un intento de acabar con el nerviosismo ante
sus nuevas circunstancias.
—¿En qué estás pensando?
—Estaba pensando en mi madre—, confió suavemente. —Deseando que
pudiera estar aquí. Y en Phoebe y Edmund—, añadió. El cuerpo de él se
paralizó. —Mi madre nunca habla de su matrimonio con mi padre, pero me
pregunto, el día que se casó con él... ¿qué sentía? ¿Fue alguna vez feliz?— Y
si lo fue, ¿cuándo murió su alegría? —Ella nunca desea hablar de ello—. De
él. El Vizconde Waters. —¿Qué hay de tus padres?—, preguntó ella,
necesitando desesperadamente alejar el tema de conversación de sus
propios pensamientos privados y problemáticos.
—Mis padres estaban muy enamorados—. Su corazón cantó bajo esa
prueba adicional de ese sentimiento tan real. Algunos matrimonios se
construían de felicidad y amor y otros... bueno, otras parejas se convirtieron
en sus padres. —No era un matrimonio que mi abuelo aprobara. Era un
conde poderoso, que había planeado que su hija se casara con otro. Al final,
ella eligió a mi padre. Era dueño de una fábrica de hierro. Por lo que
recuerdo, estaba fracasando. Mi familia, sin embargo, era feliz a pesar de
todo—.
Qué parecidos y a la vez diferentes eran. Ambos habían conocido el
amor de una familia. La de Justina, sin embargo, no había conocido ni
siquiera un poco de felicidad con su propio padre. —Fueron afortunados—
, dijo en voz baja. La Vizcondesa Waters había sido engañada por la vida y
las expectativas de su Sociedad.
Juntó las cejas en una línea dura.
—Que tus padres hayan conocido algo de felicidad juntos—. La vida de
su propia madre había estado notablemente desprovista de cualquier afecto
real, devoción o incluso fidelidad por parte de su miserable esposo.
El carruaje se detuvo.

~ 162 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Un momento después, un sirviente abrió la puerta y Nick bajó de un


salto. Se volvió y la ayudó a bajar. Justina subió su mirada por la fachada de
estuco blanco de la casa de Mayfair. Esta era su casa. Muchos de los
recuerdos de la anterior casa adosada que había ocupado estaban llenos de
intentos de ella y sus hermanos por ser felices donde podían. Ahora, ella
miraba esta nueva residencia; una grandiosa. El lugar donde crearía
recuerdos con Nick. El hogar donde vivirían sus hijos.
—¿Justina?— Había una pregunta en esa expresión silenciosa.
Sonriendo, aceptó la mano de él y se puso a su lado. El mayordomo
estaba a la espera con la puerta abierta. Sus ojos fríos y su cara arrugada,
envuelta en una máscara dura, contrastaban con el mayordomo de ojos
amables que había sido más amigo que nada de los niños Barrett.
Con un saludo murmurado para el criado, Justina avanzó delante de su
marido y luego se detuvo. El elevado vestíbulo, con sus amplios techos,
presentaba un mural más apropiado para una de esas catedrales
renacentistas. En el centro colgaba una araña de cristal iluminada con
velas. Se quedó con la boca abierta ante la extravagancia de la residencia
ducal. Apretó los labios y dirigió su atención hacia abajo, donde una mujer
mayor la esperaba con la mirada perdida. Un pequeño resquemor de
nostalgia se agolpó en su vientre.
—Permíteme presentarte a la señora Benedict. Es el ama de llaves—,
dijo Nick a su espalda, y Justina se sobresaltó.
La mujer, de mediana edad, se acercó y realizó una reverencia deferente.
—Su Excelencia—, saludó con un tono austero muy propio de un miembro
de la nobleza.
—¿Cómo está usted?— dijo Justina con una sonrisa forzada. Qué
diferente era esta casa de la anterior, en todos los sentidos. Desde la gran
opulencia que exudaba riqueza y poder ducal, hasta los sirvientes de rostro
severo que revoloteaban entre las alas.
—Esto llegó más temprano, Su Excelencia—, murmuró el mayordomo.
Un lacayo se acercó con una bandeja de plata y una sola carta encima.
Nick estrechó la mirada sobre el grueso papel de marfil y luego, con
rápidos movimientos, lo tomó y lo metió dentro de su chaqueta.
—El señor Stannis ha llegado hace un rato. Me tomé la libertad de
acompañarlo a su despacho, como me pidió.
Su marido asintió secamente y luego la miró brevemente. —Tengo
asuntos que discutir con mi abogado—.
¿Se ocuparía de los negocios el día de su boda? Por supuesto, era una
tontería creer que había algo romántico en el apresurado evento provocado

~ 163 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

por su ruina dos días antes. Más tonto aún era esperar el romance que
habían conocido en los jardines. —Por supuesto—, dijo ella tardíamente,
cuando él siguió mirándola con una mirada inescrutable.
Su esposo tomó sus manos entre las suyas y un estremecimiento familiar
la recorrió al calor de su contacto. —La Señora Benedict te enseñará las
escaleras hasta que yo haya concluido mis asuntos—. Se llevó los nudillos a
la boca y arrastró un lento beso a lo largo de la piel donde la muñeca se unía
a la mano. Su pulso retumbó con fuerza bajo sus labios. —Y entonces iré
hacia ti—. Fue una promesa ronca que hizo que el corazón de ella triplicara
sus latidos y provocara un nerviosismo vertiginoso.
Y que Dios la ayude, con sus sirvientes mirando, debería escandalizarse
por su promesa y su persistente caricia. Sin aliento, consiguió asentir con
dificultad.
Nick la soltó y ella lamentó la ausencia de sus caricias. Luego, con una
sonrisa puramente masculina que prometía más, su marido se alejó. Ella se
quedó mirando tras él un largo rato, hasta que su figura en retirada
desapareció por el largo pasillo.
—¿Su Excelencia?—, la instó el ama de llaves. —Por favor, permítame
mostrarle sus habitaciones—. Sin esperar a ver si Justina la seguía, la
inexpresiva mujer comenzó a recorrer el pasillo. Sólo dio tres pasos antes
de darse cuenta de que Justina permanecía fija en el vestíbulo.
Lo último que le apetecía hacer era pasar la mañana sentada esperando a
que Nick concluyera sus asuntos, nerviosa por lo que pudiera venir. ¿Por
qué no había tenido antes esta conversación con su hermana o su madre?
¿Después de que Phoebe se casara? ¿En algún momento? Porque nunca imaginé
que me casaría tan pronto y, desde luego, no con la mitad de mi familia desaparecida en
esas nupcias. —Gracias, señora Benedict, pero voy a explorar un poco
mientras Su Excelencia celebra su reunión.
La otra mujer frunció el ceño. —Su Excelencia me pidió que la
acompañara a sus habitaciones, Su Excelencia—. En los ojos marrones de la
Señora Benedict había un destello de determinación más apropiado para un
comandante militar que dirige a sus hombres en una carga.
—No estoy lista para retirarme—. Reunió su sonrisa más cálida, pero la
máscara de la mujer de rostro severo no se quebró en lo más mínimo.
La sirvienta permaneció clavada en el suelo. —Es mi deber acompañarla
a sus aposentos, Su Excelencia.
Justina dudó. No iba a enfrentarse a la responsable de su nueva casa,
sobre todo cuando la mujer trataba de evitar el desagrado de su empleador.
Recuperando la sonrisa, inclinó la cabeza y, sin decir nada, la sirvienta
comenzó a recorrer los pasillos, esta vez con Justina detrás. El ruido de sus

~ 164 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

pisadas era sordo en la alfombra de felpa. Qué diferencia con las alfombras
de su familia, ahora manchadas y raídas, la mayoría arrancadas hace
tiempo, dejando sólo la madera dura.
—Aquí estamos, Su Excelencia—, murmuró la señora Benedict,
haciendo que se detuvieran frente a una habitación. Empujó la puerta para
abrirla.
Justina entró y el aire la abandonó con una lenta exhalación al ver la
extravagante riqueza que se exhibía. La inmensa fortuna de su esposo
brillaba en los jarrones de porcelana sobre los muebles Chippendale de
caoba. La gruesa colcha de oro y raso y las cortinas de brocado a juego eran
propias de la realeza. Entonces, su esposo, con su antiguo título, estaba
ahora un poco por debajo de esas exaltadas posiciones.
El sirviente habló, llamando su atención. —¿Necesita algo, Su
Excelencia?
—No—, dijo ella con un movimiento de cabeza. —Eso es todo.
La mujer hizo una reverencia y se retiró. En cuanto cerró la puerta tras
de sí, Justina dio una vuelta alrededor de su habitación. El silencio sonaba
fuerte en el amplio espacio.
Contó los minutos que pasaban, mucho después de que la hosca ama de
llaves se fuera. Este era su nuevo hogar y no se encerraría porque una
sirvienta buscara complacer a su empleador. Como mujer casada, ya no era
necesario andar a escondidas.
Una lenta sonrisa se formó en sus labios.

~ 165 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 15
Su hombre de negocios, Stannis, ocupaba la silla de cuero con respaldo
de alas frente a él. Despiadado. Consumado. Y dedicado, Stannis había
desempeñado su papel con él desde que Nick había amasado una pequeña
fortuna. Donde Chilton había planteado sus reservas por sus planes e
intenciones para la familia Barrett, Stannis había demostrado una
despiadada facilidad para llevar a cabo la destrucción de esa respectiva
familia.
—Firme aquí, Su Excelencia—, dijo el hombre de mediana edad
mientras empujaba una hoja sobre el escritorio de Nick.
Nick miró a través de los cristales de sus gafas y su mirada se detuvo en
el nombre escrito con tinta negra durante tanto tiempo que las letras se
difuminaron. Esta tarde representaba hasta el último objetivo que había
soñado y que por fin había alcanzado. Con movimientos rígidos, sumergió
la pluma en el tintero de cristal y escribió su nombre en la página.
En silencio, Stannis aceptó el documento y espolvoreó polvo secante
sobre la tinta fresca. Nick se quedó mirando aquel acto casual mientras
dejaba a un lado la hoja y sacaba otra. —Esto reclamará la deuda adquirida
a Lord Hertford—, explicó Stannis, empujando otra página sobre el
escritorio de Nick.
Éste escribió rápidamente su nombre. Continuaron con una pila de
documentos, con las reclamaciones oficiales ahora hechas para que Waters
cumpliera con su deuda.
El tiempo se había agotado para el suegro del Marqués de Rutland, la
manecilla del proverbial reloj se había movido junto con las inteligentes
maquinaciones de Nick. Los Barrett estaban efectivamente arruinados. El
hombre había desperdiciado su herencia hacía tiempo. Sus imprudentes
hábitos de juego habían dejado al vizconde, a su esposa, a su hijo y a su hija
sin nada más que sus propiedades vinculadas.
Se había encargado de que ni un solo comerciante o banco le diera un
chelín al réprobo durante el resto de sus días. Sí, hoy representaba una
victoria.
Y sin embargo, qué vacío se sentía.
Su abogado organizó las pilas de hojas de marfil, colocándolas dentro de
los folios de cuero marrón. —Está hecho, Su Excelencia—, dijo el caballero
con un tono frío y sin emoción.
—Está hecho—, murmuró Nick.
~ 166 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—He redactado la carta, enumerando las expectativas de la deuda del


vizconde—. Stannis sacó un pergamino y se lo entregó.
Flexionando la mandíbula, pasó la mirada por la página. En el momento
en que Stannis entregara los documentos y notas oficiales con las firmas y
exigencias de Nick, sus planes para la familia quedarían, por fin, claros. Y la
venganza sería suya.
La venganza que lo había sostenido durante tanto tiempo.
—¿Cuándo quiere que le entregue la nota, Su Excelencia?
Los músculos de su estómago se tensaron. Maldita sea, Justina Barrett
lo había estropeado todo. No, Justina Tallings. Ahora le pertenecía... de
nombre, y esta noche se convertiría en su esposa en todo el sentido de la
palabra. Luchó contra el sentimiento de culpa con la verdad de que, gracias
a su matrimonio, ella se libraría del terror y la incertidumbre de la ruina
financiera de su familia. Nunca conocería el miedo a que los acreedores
fueran a cobrar. O de ver cómo sus últimas posesiones eran retiradas de la
casa y vendidas. Sólo que estos artículos irían como pago a los pecados de
su padre. El propio padre de Nick había trabajado durante toda su vida,
dedicándose a su fábrica, y había perdido.
Pero no podía enviar las demandas de sangre a los Barrett. Todavía no.
Pronto. Apretó los ojos cerrados. ¿Habría sido Rutland tan débil? ¿Habría
esperado? ¿Habría esperado con el propio padre de Nick? Maldijo en
silencio. —Entrégala.
El hombre no mostró ninguna reacción externa a ese pronunciamiento.
Con su rostro como una fría máscara, Stannis esbozó una reverencia. —
Como quiera, Su Excelencia—. Recogiendo sus pertenencias, llenó sus
brazos y se marchó.
Nick se quedó mirando la puerta cerrada durante un largo rato. Había
comenzado. Destruir a los Barrett hoy no sería diferente a si los destruyera
mañana o dentro de quince días. El resultado final estaba destinado a ser el
mismo. Y entonces mi esposa me odiará para siempre. Se le apretaron las tripas
cuando sus ojos se posaron en la misiva que había llegado antes.
El papel condenatorio enumeraba sus mentiras y marcaba su conexión
con la mujer que deseaba la caída de Rutland tanto como el propio Nick.
Mi más querido amor,
Descubrí que la chica tonta disfruta de la poesía. Llena sus oídos con esas
bonitas palabras de las que alguna vez hablaste mientras sueñas con las perversas
que yo te he susurrado al oído.
Siempre tuya,

~ 167 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

A pesar de su separación, la baronesa seguía descubriendo información


sobre Justina y se la enviaba. Casi una quincena después de que él hubiera
roto su acuerdo, ella seguía insistiendo. El odio a sí mismo ardía como un
ácido en su lengua por haber involucrado a alguien como ella en sus planes.
Además, ella había sido la que lo había llevado a este momento. Si no
hubiera sido por la baronesa, nunca habría sabido el paradero exacto de
Lord Rutland. Ella le había permitido poner en marcha su plan sin que el
otro hombre corriera a Londres y acudiera en ayuda de su familia.
Ahora, ¿en qué lugar dejaba eso a Justina? En un tiempo, su papel había
estado claro para él. Ella había sido sólo una pieza más en un ataque
multifacético contra Lord Rutland. Como Chilton había planteado
correctamente, Nick no podía arruinar a una joven dama. De haberlo hecho,
no se habría diferenciado del bastardo que había destruido la inocencia de
su propia hermana.
Dejó caer su mirada a la nota, de nuevo. ¿Podría Justina permanecer
realmente indemne cuando su plan se hiciera evidente para todos? ¿Cuando
su padre y su hermano se encontraran en el campo trabajando en sus
propiedades vinculadas porque no quedaba nada más?
Nick gruñó. Maldita sea esa punzada de culpabilidad que crecía cada
vez que pensaba en el inevitable desenlace. Lleno de inquietud, abrió de un
tirón su cajón y metió dentro la nota de la baronesa. Lo cerró con un
chasquido firme y pulsó la intrincada cerradura que lo mantenía sellado.
Poniéndose en pie, salió de su despacho y se dirigió a los aposentos de su
esposa.
Recorrió los pasillos. Los lejanos antepasados conmemorados en
pinturas al óleo lo miraban con sus narices ducales. Pasó por la biblioteca y
se detuvo, volviendo sobre sus pasos hasta la entrada de la sala. Justina
estaba de pie en el centro de la biblioteca, con la cabeza inclinada hacia
atrás, mientras miraba los estantes hasta el suelo llenos de volúmenes
encuadernados en cuero. Él aprovechó su distracción para estudiarla. Un
temor reverente delineaba sus rasgos y, que Dios lo ayudara, cuando ella
cruzó y rescató un libro de un estante cercano, Nick sintió una oleada de
celos por el hambre en sus ojos mientras acariciaba y estudiaba ese tomo.
—Impresionante, ¿verdad?—, dijo él.
Su esposa jadeó y el libro cayó al suelo a sus pies, la fina alfombra de
Aubusson hizo poco para amortiguar el débil golpe. Ella se agachó con un
crujido de faldas de raso y recuperó el volumen. —Lo es—, aceptó.

~ 168 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Cerrando la puerta, Nick se apoyó en ella. —De niño, habría cambiado


años de mi vida por semejante acumulación de literatura—. Él había
devorado los libros de la misma manera que una persona respiraba. —¿Qué
título te tiene absorta?—, preguntó, mientras se aflojaba el corbatín y se
quitaba el retazo.
Ella siguió sus movimientos despreocupados.
—No estaba mirando ningún título en concreto, sino pensando en mi
biblioteca—, explicó ella, acercándose a una estantería. Pasó las yemas de
sus largos dedos por encima de las letras y, por el infierno, si él no deseaba
ser uno de esos malditos libros para poder ser el destinatario de su tierna
caricia.
—Ah—, murmuró él, alargando esa sílaba. Se metió el corbatín dentro
de la chaqueta. —Pero esta es tu biblioteca—, le recordó. Sintiendo su
mirada en cada uno de sus movimientos, se acercó a ella con pasos
lánguidos.
Ella jugueteó con sus faldas y cuando habló, sus palabras lo hicieron
detenerse. —Es curioso—, dijo ella en voz baja, pasando la palma de la
mano por el borde de un libro. —Durante meses, he visto a los acreedores
entrar en mi casa y llevarse un volumen tras otro que consideraban valioso.
Nick se puso rígido, mientras el sentimiento de culpa le remordía la
conciencia. No quería que ella le contara esta historia. No quería ver la
tristeza en sus ojos mientras contaba una historia que él había escrito,
como una especie de maestro poeta del mal.
Por desgracia, esto iba a ser una especie de penitencia. Sus labios se
inclinaron en una triste sonrisa. Con sus largos y elegantes dedos, tomó un
volumen de la estantería y abanicó las páginas. —Cada vez que venían, me
quedaba mirando por la ventana del salón, esperando mientras entraban, y
me preguntaba...
No quiero saber realmente qué pensamientos desfilaron por su cabeza en aquellos
días en los que llevé a cabo mis planes de venganza. —¿Qué te preguntaste?—,
preguntó en voz baja, un glotón de la auto-tortura, sin que ella lo supiera,
siendo consciente de su papel en su dolor. Y odiándose a sí mismo por
haberla convertido en un peón para ser utilizado.
Justina bajó la mirada hacia el título y pasó las yemas de los dedos por
las letras doradas. —¿Qué libros veía de valor cada subastador? Se convirtió
en una especie de juego para mí. Uno que me permitía superar la
humillación y la tristeza de sus visitas. Primero se llevaron las obras de
Shakespeare y yo contuve la respiración, hasta que llegaron otros y luego
fueron mis novelas góticas—. Una carcajada sin gracia abanicó sus labios.
—De qué les servirían mis novelas y, sin embargo, se las llevaron.

~ 169 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

No. Él las había tomado. Había creído imposible sentir algo más allá del
odio hastiado por su cuñado. Se había convencido a sí mismo de que el fin
justificaba los medios proverbiales, sólo para ser testigo de los efectos de
sus acciones contra Rutland. —Lo siento, Justina—, dijo en voz baja. Por
tanto. Ella había merecido mucho más que él o Tennyson. Un hombre que
había acudido a ella de forma honesta y que no la había engañado desde su
primer encuentro con mentiras e intercambios orquestados.
Ella sonrió, tranquilizadora. —Sin embargo, algo bueno vino de eso.
Con cada libro que me quitaban, me veía obligada a ampliar mi mente... a
mirar nuevas obras que nunca habría sacado de la estantería, a no ser que
no hubiera tenido más remedio.
Él le pasó los nudillos por la mejilla, deteniendo su mirada en la piel que
acariciaba. —¿Cómo has mantenido la esperanza en medio de tanta
oscuridad?— ¿Cómo, cuando él había sido destruido por ella?
Las pestañas de ella bailaron salvajemente mientras se inclinaba hacia
su tacto. —Siempre es fácil tener esperanza. Es mucho más difícil rendirse
a la oscuridad de la vida. Porque entonces, ¿dónde estaríamos?
Precisamente donde él ya estaba.
—No todo ha sido malo—, dijo ella suavemente. ¿Quería tranquilizarlo?
¿Cuando su propia existencia había sido tan miserable como la de él, en
cierto modo? Él se sintió humillado por su fuerza. —Mi cuñado se ha
encargado de que mi madre y yo no seamos indigentes.
Su cuñado. Esa odiada sombra que se interponía entre ellos.
—¿Él es tan bueno y, sin embargo, permite que se lleven tus
pertenencias?— No pudo evitar el odio vitriólico de su pregunta.
Justina arrugó el ceño. —Yo no...
—Permitió que tu familia sufriera. Permitió que tu padre vendiera y
maquinara para estar en deuda con—, conmigo, —los acreedores.
—La única razón por la que tengo lo que tengo es por Edmund—, habló
con una defensa tan apasionada que Nick apretó los dientes. —Me ha dado
dinero para gastos. Ha financiado mi vestuario. Cuando está en Londres, se
las arregla para intimidar a mi padre lo suficiente como para que sea menos
imprudente—. Con eso, por primera vez, ella melló la imagen que él había
aceptado del hombre que había acechado por sus pasillos, todos esos años
atrás. Lo obligó a ver al marqués de una manera que estaba en desacuerdo
con todo lo que había llegado a conocer, creer o aceptar. La mirada de ella
sostuvo la de él. —No lo sabes, pero mi padre es un borracho, Nick. Es un
jugador y un mujeriego. Su comportamiento es una enfermedad que ni
siquiera el miedo a mi cuñado podrá detener. Edmund lo sabe—. Levantó

~ 170 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

los hombros encogiéndose de hombros. —Por eso, no puede limitarse a


entregar una pequeña fortuna cuando sólo se dilapidará rápidamente.
—Eres demasiado indulgente—, dijo él en voz baja. ¿Lo sería igualmente
cuando descubriera su papel en la ruina de su familia? Díselo. Es hora de
decírselo todo. Aunque signifique que probablemente me odie. Pero tal vez ella pueda
entender lo que lo impulsó. Me estoy engañando a mí mismo. Abrió la boca, pero
Justina levantó las palmas de las manos, agitando el libro en su mano.
—¿Por qué debería culpar a Edmund de los vicios de mi padre? Nunca
me atrevería a responsabilizarlo—. Archivó el libro en la estantería y le
sonrió. —Como he dicho, algo bueno salió de ello.
Él ladeó la cabeza. ¿De su estado miserable y su futuro incierto?
Ella apoyó la espalda en la estantería y lo miró. —Si no hubiera sido por
la venta de mis libros, no habría descubierto La Biblioteca Circulante. Y si
no hubiera estado allí quince días antes, no nos habríamos conocido.
Nick levantó una mano y la apoyó sobre su cabeza. —Estábamos
destinados a conocernos—. Esas palabras llegaron, nacidas de una verdad
que los había unido. Él se había empeñado tanto en sus planes de
involucrarla en sus intrigas, que no habría descansado hasta que ella, el
último peón, fuera suya.
Y en la mayor ironía que el propio Bardo no podría haber escrito en sus
páginas, Nick la había hecho suya por razones que no tenían nada que ver
con castigarla. Al final, sólo él podía ser castigado. Cuando su padre
descubriera sus verdaderos planes y Rutland regresara inevitablemente,
esta facilidad entre él y Justina, esta inexplicable atracción se desharía
como las costuras de una prenda deshilachada. Se lo diré. Eventualmente.
Pronto.
Ella buscó su rostro con la mirada. —¿Qué pasa?
No queriendo que este momento se hundiera en la culpa y el
arrepentimiento, Nick bajó sus labios cerca de su oído. —Ahora eres mi
duquesa y no te faltará nada—. Él se encargaría de restaurar cada una de las
obras que le habían sido arrebatadas y de llenar esta misma sala.
Ella respiró con fuerza e inclinó la cabeza para que sus miradas se
encontraran. —Tú eres todo lo que quiero—, susurró.
Con un gemido, él le cubrió la boca. Ella separó inmediatamente los
labios, permitiéndole la entrada. Él introdujo su lengua en el interior y, con
sus lenguas, se batieron en una danza primitiva. Él deslizó una palma sobre
su nuca, inclinándola para recibirlo mejor. Con la otra mano, encontró la
exuberante curva de su cadera y hundió las yemas de los dedos en la suave
carne. Su cuerpo palpitaba con hambre de ella y bajó las manos. Agarró las

~ 171 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

nalgas de ella y la arrastró hacia el pliegue de sus muslos. Girando sus


caderas contra el vientre de ella, sintió un anhelo que nunca había sentido
por ninguna mujer. La conmoción se apoderó de su pecho. Había decidido
no dejar entrar a nadie y, sin embargo, ella se había deslizado sin esfuerzo.
—Nick—, suplicó ella y su cabeza cayó hacia atrás. Varias horquillas se
soltaron de su peinado y sus largos cabellos cayeron en cascada sobre ellos
en una reluciente catarata dorada.
Nick enredó sus manos en aquellos mechones rubios. —Como el
satén—, espetó mientras arrastraba un rastro de besos desde la comisura
de la boca, más abajo, hasta el cuello, chupando suavemente el lugar donde
latía su pulso. Se acercó a ella por detrás y soltó un botón tras otro,
maldiciendo los pequeños trozos de perla que se interponían entre ellos.
Después de arrancar la prenda, la deslizó por encima de los brazos de
ella y aún más abajo, empujándola por sus amplias caderas hasta que cayó
en un montón agitado entre ellos. Se apartó de ella y entrecerró sus
pestañas. Ella estaba de pie como esa Venus orgullosa, conmemorada por
Botticelli; esplendor dorado y carne blanca como la crema.
Con las mejillas sonrojadas, Justina agitó las manos sobre sus pechos y
él bajó sus brazos a los costados. —Eres hermosa—, susurró. Luego,
liberándola de su camisola, Nick llenó sus palmas de sus pechos desnudos.
La abundante carne se derramó sobre sus manos. Temblando por su
necesidad de ella, levantó el montículo derecho hacia su boca y atrajo el
erecto capullo rosado entre sus labios y chupó.
Ella gimió y él la atrapó contra él y la estantería, anclándola para que
permaneciera erguida. Todo el tiempo, él continuó adorando su pecho
perfecto.
Sus pechos se agitaron, con sus respiraciones ásperas y acompasadas.
Nick pasó una mano acariciando su pecho hasta su vientre y luego
encontró la suave vellosidad que protegía su feminidad. La tocó como había
deseado hacerlo desde sus primeros encuentros.
—Nick—, suplicó ella, abriendo las piernas en una invitación que lo
arrastró al borde de la locura.
Un gruñido primitivo retumbó en su pecho. Con un movimiento fluido,
tomó a Justina en sus brazos y la llevó al sofá de cuero cercano.

~*~
Justina estaba en llamas. Su cuerpo palpitaba y se estremecía con cada
toque de Nick. Con cada una de sus caricias.

~ 172 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Mientras él la acomodaba en el sofá, ella se levantó sobre los codos y


observó a través de sus pesadas pestañas cómo él se despojaba de la
chaqueta, tirándola a un lado para que cayera al suelo en un suave montón.
A continuación, se quitó el chaleco. La camisa se sumó a la creciente pila de
prendas en el suelo.
A Justina se le secó la boca. Su figura cincelada era el tipo de belleza al
que los grandes escultores nunca podrían hacer justicia. Los ligeros
mechones de pelo dorado de su pecho, la tersura de su vientre, eran la
perfección masculina personificada.
Sin apartar su mirada de la de ella, Nick se quitó las botas y las dejó a un
lado. Cuando colocó las manos en la cintura de sus pantalones negros, su
corazón triplicó su ritmo. Había visto bocetos de los antiguos dioses
griegos en los cuadros de los museos a los que la había llevado su hermana.
Sin embargo, nada podría haberla preparado para el momento en que Nick
se bajó los pantalones y los hizo a un lado.
Justina se quedó sin aliento cuando él se presentó ante ella en todo su
esplendor desnudo. Era una belleza que rivalizaba con la primera gran obra
maestra masculina modelada en el Edén. Bajó los ojos y luego levantó la
mirada rápidamente. —Tú... yo...— Sus palabras se interrumpieron cuando
él bajó lentamente sobre ella.
—Fuimos hechos para unirnos—, terminó diciendo en un susurro
ronco. Entonces sus labios volvieron a encontrar los suyos, derritiendo sus
reservas, borrando sus miedos, mientras ella se entregaba a la dicha de
simplemente sentir. Él volvió a introducir una mano entre ellos y la acarició
entre sus muslos, deslizando un dedo dentro de su calor fundido. Un siseo
estremecedor brotó de sus labios cuando Nick jugó con su nódulo.
—Nunca he sentido un placer así—, susurró. Justina se mordió el labio
con fuerza y se onduló ante sus expertas caricias.
—Ah—, la sedujo, rozando con sus labios la sien de ella y luego
recorriendo un camino más abajo, sobre su mejilla y su cuello. —El placer
se esparce por la tierra, en regalos perdidos para ser reclamados por
quienquiera que los encuentre—, recordó él, invocando esas grandes
palabras escritas por Wordsworth. —Encontrémoslo juntos—, la instó y
metió otro dedo en su húmedo canal. Su cabeza cayó hacia atrás y un grito
salió de su garganta.
—Nick—, suplicó ella, perdida en un mar de sentimientos.
Él retiró la mano y ella gritó al perderlo, pero él se colocó entre sus
muslos abiertos y colocó su eje en su centro. —No quiero hacerte daño—,
dijo con voz ronca, bajando su frente a la de ella. Unas gotas de sudor le
salpicaban la frente.

~ 173 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Justina le acarició la espalda con los dedos. Los músculos se ondulaban


bajo su caricia. —Nunca me harías daño—, dijo y se inclinó hacia él,
reclamando su boca.
El gemido masculino de aprobación de él se mezcló con los jadeos de
ella mientras él la penetraba profundamente. El cuerpo de ella se agitó ante
la dura intrusión.
Ella gritó, pero él se lo tragó con su beso. Apretando los ojos, Justina se
quedó quieta y se mantuvo inmóvil. La longitud de él estiraba sus estrechas
paredes.
—Justina—, carraspeó, y su aliento se hizo fuerte y rápido cuando tocó
la sien de ella con sus labios. —Lo siento mucho.
Ella se obligó a abrir los ojos. Los planos angulosos de su rostro,
desgarrado, hicieron que el amor se disparara en su corazón. —Shh—,
susurró ella. —Estoy bien—, prometió.
Sus iris se oscurecieron con la pasión, volviendo sus ojos casi negros. —
Nunca he conocido a una mujer como tú—, dijo en tono grave. Entonces
empezó a moverse. Lentamente. Ella se puso rígida. Y luego, el lento
arrastre de él dentro de ella y la presión disminuyeron, dejando en su lugar
una maravillosa palpitación.
Su respiración se entrecortaba y ella levantaba las caderas,
respondiendo a los empujes de él hasta que todo recuerdo del dolor
desapareció, sin dejar nada en su lugar más que el dichoso placer de él
meciéndose dentro de ella. Y saliendo. Una y otra vez. Justina se aferró a él,
sujetándose con fuerza, mientras su ritmo se aceleraba.
Jadeó cuando él la llevó de nuevo a esa gloriosa altura. Sus movimientos
adquirieron un ritmo frenético y desesperado y ella se entregó plenamente
a su dominio. Entonces él metió la mano entre los dos y la tocó con sus
dedos, justo cuando volvió a penetrarla.
Justina gritó suavemente mientras estallaba en un mar de sensaciones;
las motas bailaban detrás de su visión. Nick se lanzó por el mismo
precipicio de maravilla con un gemido bajo y desgarrador que se hizo
eterno. Se derramó dentro de ella, en ondas profundas y ondulantes que
palpitaban en su interior.
Y entonces se detuvo, cayendo sobre los codos para sostener su peso. Su
aliento llegó en rápidas y fuertes exhalaciones contra la sien de ella. Una
sonrisa saciada bailó en sus labios.
—Si tuviera las palabras de Shelley o Wordsworth, podría capturar la
maravilla de un momento así—, dijo ella en tono somnoliento.

~ 174 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Él rápidamente los cambió de lugar, colocándola a ella sobre su pecho.


Ella se acostó con la oreja pegada al lugar donde su corazón latía con
fuerza. El pelo de ella colgaba suelto y fluyendo alrededor de ellos. Nick
acarició con su mano en un lento círculo la parte baja de su espalda; esa
suave caricia hizo que sus pesados párpados se cerraran. —¿Cómo podría
un poeta expresar con palabras lo que acabamos de compartir? Es porque
ese momento sólo nos pertenecía a nosotros—, dijo en voz baja mientras su
barítono lleno de pasión la bañaba. Ante la hermosa connotación de sus
palabras, ella lo miró. Sus miradas se cruzaron. —Y tienes razón. No eres
Wordsworth, Byron, Shelley ni ningún otro poeta.
Sus palabras la golpearon con el mismo dolor que había conocido por la
burla de su padre y la opinión del mundo sobre ella.
Nick dejó de acariciarla suavemente y le llevó la mano a la cara. Le
acarició las mejillas. —Eres Justina Tallings. Escribe tu propia obra.
Ella se echó hacia atrás y buscó en su rostro cualquier indicio de que se
burlaba de ella. Durante toda su vida, su padre había hablado de ella con
palabras despectivas, como alguien que veía poca utilidad en ella o para
ella. No sabía qué pensar de un hombre que hablaba de la posibilidad de
que ella escribiera algo importante.
—Escribe tu propia historia, Justina—, repitió Nick. —Esos pasajes que
empezaste y abandonaste. Byron, Shelley, el conferenciante de la Biblioteca
Circulante, ninguno de esos hombres sabe más que tú... y ciertamente no
saben cómo te sientes—, añadió.
La garganta de ella se apretó espasmódicamente y tragó varias veces,
luchando por hablar. —Para mi padre sólo he sido un objeto. Una pieza de
ajedrez. Me veía como un medio para reforzar su riqueza y su poder. Pero
nunca me vio a mí. Mi hermana, Andrew y mi madre me quieren. Ellos
también se contentan con ver lo mismo que la Sociedad ve en mí—. Justina
se inclinó y capturó su rostro entre las palmas de sus manos. —Tú me ves.
En formas que nunca me vi del todo, hasta ahora—. Y por eso, él sería
dueño de todo su corazón, para siempre.
La pasión nubló la mirada de Nick mientras reclamaba sus labios en
otro poderoso encuentro. Descubrió lo equivocada que estaba en su amor
por la poesía y las novelas góticas.
Nada en esas páginas podría compararse con la sensación de estar en los
brazos de su esposo.

~ 175 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 16
Justina roncaba.
Fue un descubrimiento entrañable el que hizo Nick cuando se despertó
a la mañana siguiente con la figura desnuda de su esposa acurrucada contra
su costado. Su pelo suave y satinado caía en cascada alrededor de ellos y él
le apartó suavemente los mechones de la cara, colocándolos detrás de las
orejas. Otra exhalación suave y ruidosa salió de sus labios ligeramente
arqueados. Era un descubrimiento más sobre la mujer a la que pretendía
atrapar y arruinar, y con la que, al final, se había casado con nobles
intenciones.
¿Pueden existir realmente intenciones nobles cuando pretendo arruinar a su familia?
El sentimiento de culpa le remordía la conciencia y le cortaba la
tranquilidad con la que se había despertado con ella en sus brazos. Ya
habría tiempo para la realidad más adelante. Por ahora, existía esa paz
entre ellos; tanta, de hecho, que era muy fácil creer que eran cualquier otra
pareja felizmente casada y no dos personas unidas por los pecados del
pasado de otro hombre.
Nick pasó su mano en un círculo suave sobre la generosa cadera de ella.
En su sueño, ella se acurrucó contra él. Qué confiada era... en el sueño y en
la vigilia. La inocencia que una vez había poseído había sido hace tanto
tiempo que se creía incapaz de reconocerla. Pero la inocencia de Justina
había resultado ser un bálsamo para su alma herida -una cura y, más aún,
un recordatorio tangible de cómo había sido una vez.
Y de cómo podría seguir siendo, si abandonaba sus intrigas.
Su cuerpo se endureció involuntariamente contra el indeseado
debilitamiento y se llevó una mano a los ojos. ¿Qué le estaba pasando?
Rutland le había prometido a su padre dos años y, en última instancia,
había llegado en la oscuridad de la noche y había reducido esos años a una
quincena. Por eso, Nick debería ser capaz de enviar una maldita nota que
dejara mendigando a la familia Barrett.
Necesitando distancia entre su esposa y sus revoltosos pensamientos, se
alejó lentamente de Justina. Otro fuerte ronquido se le escapó. Cuando ella
se puso de espaldas, extendió los brazos, mostrando sus pechos desnudos a
su mirada.
Nick se tragó un gemido. La deseaba, de nuevo. Habiéndola tomado tres
veces a lo largo de la noche, ella estaría sensible esta mañana. Aunque había

~ 176 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

demostrado ser un bastardo en muchos aspectos, no era un bruto que


saciara su lujuria.
De mala gana, retiró el cobertor sobre el cuerpo de su esposa, ocultando
su esplendorosa desnudez, y luego balanceó sus piernas sobre el borde de la
cama. Rápidamente recuperó su ropa, se vistió y se dirigió a la puerta que
separaba sus habitaciones. Se detuvo, echando una mirada persistente y
arrepentida a su esposa. Luego se marchó. Su ayudante de cámara, Russell,
miró al entrar en la habitación, sin reaccionar a la repentina presencia de
Nick.
Cerrando silenciosamente la puerta tras de sí, Nick atravesó la
habitación, mientras Russell se apresuraba a ir al armario y procedía a sacar
prendas para su empleador, y a ayudar a Nick en sus abluciones.
La mirada de Nick continuó desviándose hacia la puerta que lo separaba
de Justina. Vio su rostro sonriente en el espejo biselado. ¿Qué poder tenía la
dama para ocupar todos sus pensamientos y disuadirlo en el objetivo que lo
había sostenido durante trece años?
Russell se acercó con un corbatín blanco. Aceptándolo entre sus dedos,
Nick hizo un gesto al sirviente para que se fuera y procedió a arreglar la
tela. El joven se apresuró a recoger una chaqueta de color zafiro y cuando
regreso, con la prenda extendida, Nick se enfundó en ella.
Un suave golpe en la puerta principal atrajo su atención hacia adelante.
—Adelante—, exclamó.
Su mayordomo apareció en la entrada. —Tiene usted una visita, Su
Excelencia.
Dirigió una mirada perpleja al reloj de ormolina que había sobre la
chimenea. Las siete de la mañana. Ningún invitado vendría de visita a una
hora tan poco apropiada. —¿Quién...?
Thoms se aclaró la garganta. —Es su hermana, la Condesa de
Dunkerque. Ha pedido verlo. Me tomé la libertad de llevarla a su despacho.
Maldito infierno. Por supuesto, Cecily estaría lívida. —Estaré con ella en
breve—, dijo secamente. Su leal mayordomo asintió y se apresuró a salir de
la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Con una maldición, Nick termino de abotonarse la chaqueta y se dirigió
a su oficina. No le cabía duda de lo que la había hecho venir esta mañana.
En su prisa por conseguir una licencia especial del arzobispo y casarse con
Justina antes de que su padre o Tennyson pudieran actuar, no había
pensado en una boda adecuada. Más bien, se había convencido de que la
oferta que le había hecho a Justina, y su aceptación, no había sido más que
una cuestión de conveniencia para ayudar a la dama. Llegó a su despacho y
se detuvo.
~ 177 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Blandiendo un papel en sus manos, su hermana estaba de pie junto a la


mesa de ajedrez de mármol. La furia irradiaba de su esbelto cuerpo. Sin
perder el tiempo con las sutilezas sociales o los saludos familiares, lo
fulminó con la mirada. —He venido a hablar contigo.
—Ya lo veo—, dijo él. Entró y cerró la puerta tras ellos.
Por el estrechamiento de sus ojos, su intento de humor seco era el
equivocado. —¿Y bien?—, preguntó ella, avanzando a paso ligero. Se
detuvo a varios metros de distancia. —¿Qué es esto?— Le lanzó un
ejemplar de The Times. Rebotó en él y aterrizó en un montón agitado a sus
pies. Miró la columna de chismes, con su nombre claramente marcado
junto al de Justina.
Él suspiró. —Puedo explicarlo—. Pobremente.
—Explica por qué te casaste y yo, como tu hermana, me entero por una
maldita columna de chismes—. Con cada palabra, ella se acercó un paso
más hasta que sus faldas rozaron la parte delantera de su escritorio. —Y
con la cuñada del Marqués de Rutland—, siseó. Ella miró a su alrededor.
¿Buscaba a la persona en cuestión? —¿Qué has hecho?
Por supuesto, ella asumiría que sus acciones sólo tenían que ver con la
relación de Justina con el hombre cuya felicidad deseaba destruir. —No es
lo que parece—, dijo él con brusquedad. No del todo, al menos. Se pasó las
manos por la cara.
—¿Y qué es lo que parece?—, replicó ella. Dejó caer los brazos a los
lados. —Como si te hubieras casado con la cuñada del hombre que juraste
destruir.
—Silencio—, espetó él, mirando rápidamente hacia la puerta. Pronto ella
lo sabrá. Se enterará de mi relación con Rutland y de mi voto de destruir a su padre y a su
hermano. La culpa se instaló en lo más profundo de su vientre.
Cecily cruzó los brazos sobre su pecho. —Muy bien, entonces, dime
cómo es—. Hacía tiempo que su hermana se tomaba sus responsabilidades
como hermana mayor tan en serio como si fuera dieciocho años mayor y no
sólo uno.
Con ella de pie ante él, con un brillo furioso en los ojos, tal verdad nunca
fue más cierta. Nick se inclinó y recogió la hoja de escándalo. —La dama
fue... comprometida.
El estrechamiento de sus ojos insinuaba su furia. —Por ti.
Sacudió la cabeza una vez. —Por el Marqués de Tennyson.
Su hermana ladeó la cabeza. —Pero...

~ 178 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Inquieto, él se acercó al tablero de ajedrez y tomó el peón de mármol.


¿Cuántas veces había encontrado propósito y fuerza en estos tableros?
Tramando. Planeando. Planificando. Nick cerró brevemente la palma de la
mano en torno a él y procedió a explicar toda la velada en el baile de
Chilton. Se cuidó de omitir las verdades incriminatorias de la intención
original de ese gran evento que, de hecho, lo había incluido atrapando a
Justina. Antes de que alguna fuerza inexplicable le hiciera cambiar de
opinión.
Cuando terminó, Cecily lo miró con un escepticismo cauteloso; un
hastío cínico que no había existido antes de su matrimonio con el antiguo
Conde de Dunkerque. —¿Por qué lo hiciste?
Su pregunta lo sorprendió. —¿Por qué...?
—Te casaste con ella—, aclaró ella. —¿Por qué debería haberte
importado con quién se casaba la dama?
Porque habría destruido la parte de su alma que aún vivía al saber que
una mujer como Justina estaba unida para siempre al Marqués de
Tennyson. Que la idea de que ella estuviera en el lecho de ese hombre,
dándole hijos y sufriendo sus perversiones lo hubiera perseguido del mismo
modo que el suicidio de su padre, todos estos años después. Cuando su
hermana lo miró fijamente, se aclaró la garganta. —No podría haberla visto
casarse con alguien como él—. Ya había pecado bastante al permitir que
Cecily se casara con uno de esos réprobos.
Su hermana se llevó una mano al pecho. —Fue por mi culpa—, dijo en
voz baja, haciendo la misma suposición parcialmente acertada que había
hecho Justina.
—Fue por ella... y porque yo te fallé—, concedió.
—¿Y qué hay de su cuñado? ¿Cuáles son tus intenciones hacia ese
caballero, ahora?
Sus palabras arrojaron un espeso manto de tenso silencio sobre la
habitación. ¿Cuáles eran sus intenciones? Todavía, arruinarlo. Sólo que la
pieza principal de su plan había girado en torno a herir a ese hombre a
través de las personas que le importaban al marqués. Obligar a Rutland a
ver sufrir a su esposa mientras su amada hermana se casaba con un hombre
por una cuestión de venganza y mendicidad.
Se le apretaron las tripas. —¿Qué quieres que haga?—, preguntó con
cansancio.
La lucha se apagó en Cecily mientras se movía ante él. —No es
demasiado tarde para cambiar, Dominick. Sigues siendo la persona que una
vez fuiste.

~ 179 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

La garganta de él se movió. —Te equivocas—. Su voz llegó como si


hubiera sido arrastrado por un camino de grava. —Me he consumido en el
odio y la fealdad. Ha destruido todo vestigio del hermano que recuerdas.
—Si eso fuera cierto, no te habría importado nada que la cuñada de
Rutland se casara con un hombre como Tennyson—, señaló ella con
precisión. —Es hora de dejar de lado tu odio y empezar de nuevo—. Su
hermana le puso una mano en el hombro y apretó.
¿Cómo podía perdonar? ¿Cómo, cuando ella vivía con un recordatorio
diario de su infierno? La pregunta quedó colgada en sus labios, sin
formular, mientras miraba el dolor en sus ojos. Ella no necesitaba que él le
recordara la miseria que era su matrimonio.
Él volvió a colocar el peón en su lugar; la mesa tembló bajo la fuerza de
ese movimiento. —Debo hacer esto por nuestra familia—, explicó, la
frustración arrancó esas palabras de él. ¿Quería que ella lo entendiera? ¿O
intentó convencerse a sí mismo de hacer esto?
—No, Dominick—, replicó ella. —Estás haciendo esto por ti—. Su
condena apenas velada sonó como un disparo en la noche. —Esto no es por
papá. O por mamá. O por mí y mi miserable matrimonio. O Felicity. Sino
por ti. Tu odio te destruirá—. Hizo una pausa y le sostuvo la mirada
directamente. —Y si sigues adelante con esto, Justina también será
destruida.

~*~

Cuando se levantó, Justina se apresuró a hacer sus abluciones matutinas.


Había planeado visitar Gipsy Hill para asistir a la conferencia en la
Biblioteca Circulante. Era lo que habría hecho cualquier otro día, durante
cualquier otra semana.
Con la retícula colgando de sus dedos, recorrió su nuevo hogar. Excepto
que...
Entonces, este no es un día cualquiera. Ahora soy una mujer casada.
Casada, ella articuló la palabra. Se había pasado la vida temiendo acabar
en un matrimonio miserable como el de su madre y soñando que
encontraría ese ideal de amor, con un caballero respetable y honorable. Y al
final, había encontrado a su respetable y honorable caballero. O mejor
dicho, se habían encontrado en un encuentro casual en las calles de Gipsy
Hill.
Ella tenía la intención de ir, hasta que pasó por la sala de la mañana y se
congeló.
—...Estás haciendo esto por ti...

~ 180 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Ella se quedó fuera, una intrusa en un intercambio que no tenía derecho


a escuchar. Debería irse. Así como debería haberse ido. Y, sin embargo, los
tonos airados y las voces agudas que se alzaban mientras Nick hablaba con
su hermana la habían retenido en esta puerta. Y equivocada o no, ella seguía
escuchando.
—...tu odio te destruirá...
Aquellas palabras amortiguadas, una reprimenda dirigida a Nick,
llegaron a través de la puerta. Se le puso la piel de gallina. ¿Qué odio tenía
su marido para que su hermana viniera aquí y hablara de él ahora? Eso la
hizo reflexionar, le recordó lo mucho que lo conocía y, sin embargo, lo poco
que sabía de él. Un recuerdo apareció. Esas frías sombras que había visto en
los ojos de Nick...
—...crees que ella no se enterará de quién....
El —ella— y el —quién— en cuestión se perdieron, sólo avivando la
inquietud de Justina. Los pasos sonaron en la habitación y ella miró
frenéticamente a su alrededor, contemplando la posibilidad de escapar para
evitar ser descubierta. Con una sonrisa en la cara, puso los dedos en el
pomo de la puerta justo cuando alguien de dentro la abrió.
Su esposo y su hermana miraron hacia ella con igual grado de sorpresa.
Con las mejillas calientes, Justina se aclaró la garganta. —Perdonen la
interrupción—, dijo débilmente. —Estaba...— Escuchando a escondidas
como un niño travieso. —Estaba...— Inventando cuentos crípticos dentro de mi
cabeza sobre su intercambio. Ambos continuaron mirando fijamente. Ella volvió
a aclarar su garganta. —Simplemente deseaba saludar—, terminó diciendo
torpemente. Tenía poco derecho a estar de pie fuera durante su discusión
personal.
La joven condesa sonrió suavemente y extendió las manos. —Por
favor—, comenzó, tomando la mano libre de Justina. —Quería visitarte y
desearte felicidad—. Lady Cecily lanzó una mirada de desaprobación a su
hermano. —Y regañar a mi hermano por no incluir a su sobrina o a mí en la
alegre ocasión.
La alegre ocasión. Que esperanzador y optimista y, sin embargo, la otra
mujer no podía saber que su hermano se había unido a Justina, todo para
salvarla del matrimonio con otro. —Gracias—, dijo ella tardíamente. Con
el recordatorio involuntario de la mujer, reflexionó sobre el hecho de que él
no había incluido a su familia. Miró a su marido, que permanecía con el
rostro en una suave máscara que no revelaba nada de lo que ahora pensaba.
—No deseo interrumpirte más en el día después de tu boda—, dijo la
condesa, soltando sus manos. —Pero, ¿podrías venir a visitarnos a Felicity
y a mí?— Su nueva cuñada le dedicó una cálida sonrisa que alcanzó sus
bonitos ojos azules.
—Me gustaría mucho—, dijo Justina devolviéndole la sonrisa.

~ 181 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—¿Si me disculpas?— Con una última mirada para su hermano, la


condesa salió de la habitación y Justina se quedó a solas con Nick.
Y a solas, a la luz de todo lo que habían compartido la noche anterior, la
dejó inusualmente callada.
Su marido la estudió a través de unas gruesas pestañas doradas. —
Justina—, saludó él con ese barítono melifluo que le hizo sentir calor.
—N-Nick—, saludó ella. Se mojó los labios y los ojos de él se dirigieron
a ese movimiento sutil e involuntario. —Yo estaba...— Sus palabras se
interrumpieron cuando él se dirigió hacia ella con pasos lentos y lánguidos.
—¿Estabas...?—, insistió él con voz ronca mientras se detenía a un pelo
de ella.
Ella sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que una persona afectara
tanto a su capacidad para hilvanar una frase correcta? Él bajó su boca hasta
la de ella y reclamó sus labios en un beso hambriento que debilitó sus
rodillas.
Pero entonces, con la misma rapidez con la que había empezado, él se
retiró y ella lamentó la pérdida. Él le pasó los nudillos por la mejilla y ella se
inclinó hacia esa caricia. —¿Estás bien esta mañana?—, murmuró él. El
calor se apoderó de sus mejillas tras la pregunta de sus ojos.
—Sí—, le aseguró ella rápidamente. —Bastante bien—. Aunque estaba
un poco sensible a causa de sus relaciones amorosas, él había despertado su
cuerpo y la había hecho sentir viva de una manera que nunca había
experimentado. —¿Y tú?—, soltó ella.
Sus duros labios se crisparon. —En efecto—. Aquella sola expresión
tenía un gran significado que hizo que las mejillas de ella se calentaran de
nuevo. Su mirada se dirigió a su retícula. —¿Y te dirigías a algún sitio este
día?— Su pregunta la hizo volver a su idea inconclusa.
—Sí—, dijo ella, gesticulando con entusiasmo renovado por la
conferencia. —Hay una conferencia esta mañana sobre las obras de la
señora Wollstonecraft—. Ella contuvo la respiración y buscó un indicio de
desaprobación por parte de él sobre la escandalosa pensadora ilustrada que
desafiaba el lugar y la posición de las mujeres.
—Ya veo—, dijo él, revelando poco con esa expresión de dos palabras.
Justina tosió en su mano libre. —Sí, bueno, entonces. Te dejaré con tus
asuntos—. Empezó a girarse cuando él la llamó, deteniendo sus
movimientos.
—¿Justina?
—¿Nick?—, respondió ella.
Su marido cruzó los brazos sobre su pecho ampliamente musculado. —
¿Prefieres asistir a tu conferencia sola?
¿Preferiría asistir sola? —Eh... yo no...
La comisura derecha de sus labios se torció. —¿Prefieres que no te
acompañe?— Él le devolvió la mirada con paciencia.

~ 182 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Él quería acompañarla. Cuando llegó a la planta baja, preparada para ir a


Gipsy Hill, no se atrevió a pedirle que la acompañara. El corazón le latía
con fuerza en el pecho. El matrimonio de sus padres era uno en el que dos
personas llevaban y dirigían sus vidas completamente separadas la una de
la otra. Y con su petición, el resto de su corazón se perdió para él. —Puedes
acompañarme—, sugirió ella.
—Estás seg...
—Estoy segura—, dijo ella, sus palabras llegaron rápidamente.
Él extendió sus dedos y ella deslizó los suyos entre los suyos. La palma
de la mano de él, más grande, se tragó inmediatamente la de ella, más
pequeña, envolviéndola con su fuerza y su calor.
Poco después, caminaban por las atascadas calles de Lambeth,
abriéndose paso entre gitanos que vendían sus productos y clientes
vestidos con ropas burdas. —¿Con qué frecuencia visitas las
conferencias?—, le preguntó él mientras paseaban por la acera.
—Todas las semanas. A veces más—, añadió ella. Ella le echó una
mirada de reojo, buscando un indicio de desaprobación. En cambio, su
mirada permaneció contemplativa. —¿Qué pasa?—, añadió ella, cuando él
permaneció curiosamente callado.
Nick hizo una pausa, obligándola a detenerse. Señaló hacia la calle,
hacia aquel establecimiento que se había vuelto tan importante para ella.
—Te sientas en las últimas filas escuchando las opiniones de los demás—.
A ella se le cortó la respiración cuando él le dio unos delicados golpecitos
en la sien. —Lo que tienes que decir, Justina. Las opiniones que tienes no
son menos importantes. Has deseado un salón—. Le sostuvo la mirada. —
Forma el tuyo propio.
Formar el mío propio.
Mientras la calle seguía bullendo a su alrededor, se sostuvieron las
miradas. Ella había soñado alguna vez con el amor, como sabía su hermana.
Soñó con una vida diferente a la de su madre. Y de alguna manera, con la
mano del destino, había encontrado a este hombre. Mientras que la
mayoría de los duques exigirían nada menos que una esposa adecuada y
formal, Nick haría que ella convirtiera su casa en un lugar de reunión de
eruditos.
Un viento rebelde los azotó y arrojó un sombrero a sus pies, cortando el
hermoso momento. Ella se detuvo y se arrodilló para rescatar la prenda.
Con la mirada, observó la hilera de rosas de raso cosidas a lo largo del
borde, trazándola con las yemas de los dedos.
Qué importantes habían sido esas piezas y, sin embargo, incluso con su
amor por la literatura ahora, los bonitos artículos seguían atrayéndole. Una
sonrisa nostálgica se asomó a sus labios. Su esposo se arrodilló junto a ella
en un momento que le recordó su primer encuentro. ¿Había sido realmente
hace quince días cuando se conocieron en estas mismas calles?

~ 183 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Al igual que había hecho con el libro de este mismo carro, Nick alcanzó
el bonete y ella se lo entregó. —Es precioso—, reconoció.
—¿Le gustaría probárselo, milady?—, preguntó la mujer de pelo gris,
acercándose.
Justina se puso rápidamente en pie. —Oh, no—. Levantó las palmas de
las manos. —No necesito un sombrero—. Hacía tiempo que había dejado
de lado su tonta fascinación por esas fruslerías.
—Ah—, dijo su esposo, subiendo perezosamente a un puesto. —Pero
seguramente una mujer que los coleccionó alguna vez, desearía, al menos,
probárselo—, murmuró. Su corazón latió más rápido cuando le quitó el de
raso que llevaba puesto y lo sustituyó por el de la gitana. —Lo
llevaremos—, dijo Nick. Sin apartar los ojos de ella, sacó un pesado bolso y
se lo entregó a la vieja gitana.
Justina emitió un sonido de protesta, pero él le tocó los labios con la
punta de los dedos, silenciando sus palabras.
—¿Crees que hay algo malo en apreciar la literatura y admirar un
sombrero o un abanico?
Qué fácil era para él ver cada uno de sus pensamientos. Era como si sus
almas se hubieran fundido en estos mismos caminos, todos esos días atrás.
El viento tiraba de los hilos del bonete de terciopelo y los agitaba en el
aire. —Durante mucho tiempo, mi familia y la sociedad sólo vieron a una
chica a la que le gustaban las chucherías y las fruslerías—. Aunque sus
hermanos y su madre no habían juzgado esos intereses, se habían formado
una opinión de su inteligencia por ello. Levantó los hombros encogiéndose
de hombros. —Estos—, dijo, sacando el artículo y sosteniéndolo para su
inspección. —Venían a representar todo lo que yo era. Quería ser algo más
que sombreros y adornos—, añadió, en un intento de hacerle entender por
qué había dejado de coleccionarlos.
—¿Y crees que porque de niña coleccionabas sombreros, como mujer
debes desdeñarlos?—. Su marido desenredó con cuidado el artículo en
cuestión de sus dedos y trazó el mismo camino con la punta de su dedo
índice a lo largo del borde. —Apreciar una prenda bonita o un sombrero no
te hace vanidosa. No te hace menos inteligente de lo que eres. Te convierte
en una mujer con intereses variados y hay algo mucho más hermoso en una
persona que aprecia mucho, que en una persona que teme apreciar en
absoluto.
El corazón le retumbó salvajemente en el pecho.
—Venga—, murmuró la gitana, con un brillo indescifrable en sus ojos.
Guardando su bolso recién obtenido en un bolsillo cosido dentro de sus
faldas carmesí, hizo un gesto con las manos. —Por su generosidad, deje que
Bunica mire sus palmas y vea lo que le depara el futuro.
Nick sonrió con ironía. —Un hombre crea su propio destino.
—Ah—, dijo ella con un tono misterioso que atemperó su sonrisa
arrogante. —Los destinos despliegan muchos caminos... y sólo a usted le
~ 184 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

corresponde elegir el que va a recorrer—. Bunica hizo un nuevo gesto y


Justina miró a su marido.
El escepticismo marcó sus afilados y cincelados rasgos.
—¿No es cierto que hace quince días tomamos caminos diferentes y al
final nos encontramos?— le recordó Justina. Ella le quitó el sombrero de las
manos y esperó.
La mujer torció los dedos. —Seguramente, milord desea saber de la vida
y el amor... y de los hijos que algún día tendrá.
Nick sostuvo la mirada de Justina y luego, con un guiño, se quitó los
guantes. —Dígame—, dijo él mientras la anciana tomaba sus manos y
estudiaba sus palmas. —¿Tendrán mis hijas el ingenio de su madre?
Todo lo que había querido era un esposo que viera más allá de una
belleza superficial a la mujer en la que se había convertido por dentro. El
amor por este hombre le obstruía la garganta y le hacía difícil tragar.
Los silenciosos murmullos de la gitana atravesaron el cargado momento
entre ella y Nick. —Esta línea llega a su corazón y está llena—, dijo Bunica.
La gitana emitió un gruñido de aprobación. —Conoce el gran amor.
Por encima de la cabeza de la anciana, la mirada de Nick chocó con la de
Justina. A pesar de la intensidad abrasadora con la que le devolvía la
mirada, Justina casi podía creer que, de hecho, la amaba. La gitana emitió
un sonido de pitido. —Usted también conoce la oscuridad, milord.
Un duro destello iluminó su mirada. Al oír las palabras proféticas, tan
cercanas a las pronunciadas por su hermana aquella mañana, un escalofrío
le recorrió la columna vertebral. Pensó en las partes de su pasado que su
marido había compartido, en su juventud destrozada y en su lucha, hasta la
vida que ahora llevaba.
—Mire, esta línea de aquí—, continuó Bunica, —es la línea de la
oscuridad. Pero esta que se cruza aquí, la marca de su corazón, muestra el
poder triunfante de esa emoción.
Y en ese simple relato, la mujer tenía razón. ¿Cuántas veces el amor que
Justina sentía por su madre y sus hermanos había sido suficiente para
sacarla de la tristeza de un padre sin corazón? ¿Veía Nick también la fuerza
de esa emoción? Si no lo hacía, ella se lo demostraría. Ella demostraría que
una fuerza abrumadora podía borrar toda la oscuridad.
—Conocerá un gran amor y...— Bunica acercó su mano a los ojos de ella
y escudriñó la piel. —La felicidad, con cuatro bebés.
La mayoría de los caballeros habrían retirado la mano y calificado las
palabras de la gitana de tonterías y, sin embargo, su esposo soportó
pacientemente sus profecías. Algo de la tensión desapareció de Nick
cuando captó la mirada de Justina. —Mientras tengan el espíritu de su
madre, apenas me importa que sean niños o niñas—. Le guiñó un ojo y una
sonrisa trémula se dibujó en sus labios.
La gitana le soltó la mano. Luego extendió la suya hacia Justina.

~ 185 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Rápidamente, Justina se quitó los guantes y se los entregó a su esposo


junto con el sombrero. Luego ofreció sus palmas a la vieja gitana. Sus manos
se tocaron. Un instante de calor la abrasó y jadeó ante el escozor. Bunica la
soltó inmediatamente cuando las mejillas demacradas de la gitana se
volvieron cenizas. Un frío que recorrió la espina dorsal de Justina. —¿Qué
ocurre?— murmuró Justina.
La vieja gitana frunció la boca y luego, con un movimiento de cabeza,
volvió a extender la mano. Esta vez, cuando sus dedos se tocaron, hubo un
calor sordo en las manos nudosas de la mujer. Concentrada en las palmas
de Justina, la mujer las estudió en silencio. —Veo maldad y muerte—, dijo
Bunica en voz baja. A Justina se le hizo un nudo en el estómago. Era una
tontería creer en las tradiciones gitanas y en la magia y, sin embargo, se
quedó paralizada en un horror silencioso. —Veo la muerte de los sueños y
la sangre...
El cargado cosquilleo se rompió cuando Nick apartó las manos de
Justina de las de la gitana y miró a la anciana. —Nosotros hacemos nuestro
propio destino—, reiteró, con fuego en los ojos. —No es más que un juego
de gitanos—, dijo.
Por supuesto, era una locura creer que una persona podía ver el futuro,
sin embargo, el frío interior se mantuvo. Justina esbozó una temblorosa
sonrisa en beneficio de Nick, pero sus labios se resintieron con la sonrisa
forzada. —Deseo saber el resto—, murmuró, aunque no lo quisiera. A pesar
de las protestas de su marido, levantó las palmas de las manos.
Bunica estudió las líneas una vez más. —Hay maldad... pero también
hay luz aquí—. Tocó con una uña astillada la línea central que se cruzaba
desde la muñeca de Justina hasta el centro de su palma. —Esta marca es
mucho más fuerte y tiene el poder de superar incluso la muerte. Mientras
reclame el control de su vida, milady, conocerá la felicidad.
Justina se quedó mirando esa única línea desde la que se conectaban las
demás. No se hablaba de amor, ni de risas, ni de bebés. Qué futuro tan
diferente le pintó esta mujer de la vida que conocería Nick. Según las
profecías de la gitana, era como si fueran dos personas diferentes, que
llevaban vidas totalmente opuestas. —¿Eso es... todo?—, preguntó
entrecortadamente.
Bunica asintió y la soltó por segunda vez.
—Es una tontería—, gruñó Nick. Alcanzando la mano de Justina,
recogió sus dedos y miró con desprecio a la gitana. —Ya lo llamé basura
antes y sigue siendo basura. Nosotros hacemos nuestro futuro—.
Inclinando el hombro de forma despectiva, apartó a Bunica de la línea de
visión directa de Justina. —Nosotros haremos nuestro futuro, Justina—,

~ 186 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

juró y habló como un hombre que se había enfrentado al mundo una vez y
había triunfado.
Ella pensó en la historia que él había compartido de su infancia. En todo
lo que había soportado tras la muerte de su padre, y en la responsabilidad
que había asumido, y su amor por él se hinchó. Él no veía cómo, con el
amor, uno siempre, al final, triunfaría. —No todo es oscuridad, Nick—, le
recordó ella suavemente. —Ella vio la luz—. Los ojos de la gitana, muy
conocedora, permanecieron sobre ellos, asimilando descaradamente su
intercambio. —Y la luz y la esperanza tienen el poder de curarlo todo.
Los ojos de su esposo recorrieron su rostro. —Eres extraordinaria,
Justina Tallings.
Tallings. Ella le pertenecía a él. No, se pertenecían el uno al otro. Era un
vínculo que ella había anhelado incluso antes de que su hermana hubiera
hecho una hermosa pareja de amor con Edmund. Había sostenido a Justina
cuando había visto la miseria que era la fría unión de su madre. Una
inquietante sensación de ser se apoderó de ella y miró a su alrededor en
busca del enemigo invisible que la gitana había conjurado con su profecía.
Apartando a la fuerza los oscuros pensamientos, Justina se volvió para
dar las gracias a la mujer. Bunica metió la mano en el bolsillo y sacó una
pulsera de rubíes y perlas. Unas brillantes perlas blancas recubrían la
banda dorada que conducía a un corazón de filigrana de oro en el centro,
con un único rubí en el centro. —Es para usted—, murmuró,
tendiéndosela.
Con manos reverentes, Justina estudió la pieza. Su mirada se detuvo en
el único corazón, tan parecido al colgante que su hermana había llevado
una vez y que luego regaló a otra. En la pieza faltaban varias piedras
semipreciosas y, sin embargo, la pulsera tenía una sencillez que la hacía
mucho más hermosa que las chucherías que adornaban los cuellos, las
muñecas y las orejas de las damas de moda. —Es hermosa—, susurró
Justina.
—Mientras el oro y la perla se apoyen en la muñeca, el portador del
brazalete sabrá para siempre que el amor verdadero existe—. La profecía
susurrada sonó fuerte en medio de los mundanos sonidos de la calle.
Otro cliente se acercó al carro, reclamando la atención de la gitana,
dejando a Justina y a Nick solos.
Las palabras susurradas de esperanza, rodando por su cabeza, se
mezclaron con el ominoso futuro que había presagiado para Justina. Se
sobresaltó cuando Nick le quitó el brazalete de los dedos. Con
movimientos lentos y precisos, le rodeó la muñeca con el brazalete y apretó
el cierre. Luego, levantando la mano de ella hacia su boca, él le dio un suave

~ 187 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

beso en el lugar donde le latía el pulso. —Te amo—, dijo ella en voz baja y
él se quedó inmóvil; sin pestañear bajo el peso de su profesión.
Nick sacudió la cabeza una vez.
—Sí—, se dijo a sí misma con suave sorpresa, mientras los transeúntes
se apresuraban a rodearlos. Andrew y Gillian habían hablado con seguridad
del amor de Justina por Nick. Vieron el romántico y arrebatador cortejo y
poco más. El amor de Justina, sin embargo, no provenía de lo que él había
hecho al casarse con ella. Por eso, él tendría su gratitud. Más bien, amaba a
Nick Tallings por ser un hombre que la instaba a decir lo que pensaba y a
hacerlo sin disculparse. Que creía que ella tenía una mente, cuando ni
siquiera su familia la veía en posesión de un ingenio inteligente. Ella era
más fuerte por su presencia en su vida. —No te pido ni espero que me
ames—, le aseguró ella, cuando él seguía sin decir nada. Todavía no. Tal vez
con el tiempo, él llegaría a sentir la misma profundidad de emoción en su
corazón. —Me has dado tanto—. Su mirada cayó involuntariamente en la
pulsera, deteniéndose en ese único corazón. —No me exiges ni esperas que
sea una señorita dócil—. La mujer que su padre había exigido que fuera. —
Me aplaudes por pensar y usar mi voz—. Lo cual, habiendo sido testigo de
la existencia sofocada de su propia madre, Justina vio eso como el regalo
que era.
Él se pasó una mano por la boca y miró a su alrededor, pero no antes de
que ella detectara el brillo de pánico en sus ojos. —Justina, hay tanto...—
¿Hay tanto qué? Su mente gritó por el resto de ese pensamiento inconcluso.
—Yo...— Su corazón quedó suspendido en un momento de expectación
por esas palabras. Nick se aclaró la garganta. —Llegaremos tarde a la
conferencia—, dijo con brusquedad y ella logró esbozar una sonrisa tan
quebradiza que sus mejillas parecieron romperse.
Eso fue todo lo que dijo. —Por supuesto—, murmuró ella. ¿Qué esperaba?
¿Qué le confesaría los sentimientos de mi corazón y que, como en esos cuentos góticos que
he leído una vez, él se arrodillaría y me prometería su amor eterno?
Mientras cruzaban la calle, habiéndose dicho a sí misma que, con el
tiempo, él llegaría a interesarse por ella, la decepción golpeó dolorosamente
su pecho.

~ 188 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 17
Había sido inevitable.
Al final, todo lo bueno llega a su fin. El tiempo lo había demostrado.
Para Nick, ese bien llegó a su fin casi una semana después, mientras miraba
fijamente la nota que tenía en sus manos. La arrugó rápidamente y la metió
en su chaqueta. —¿Cuándo llegó esto?—, preguntó a su mayordomo.
—Esta mañana temprano, Su Excelencia—, murmuró Thoms. —Un
chico vino de vuelta y no quiso ponerlo en manos de nadie más.
El temor se retorció en su vientre y lo mantuvo congelado detrás de su
escritorio.
—¿Necesita algo más, Su Excelencia?—, le espetó su mayordomo,
llamando su atención.
Nick sacudió la cabeza para aclararse. —¿Y mi esposa?
—Está en una visita a una tal señorita Farendale, Su Excelencia—,
murmuró el hombre.
—La señorita Farendale—, repitió. Ante el asentimiento del hombre,
Nick consultó su reloj. Sólo le quedaba un rato para reunirse con la
baronesa y luego regresar. Tal vez Justina no llegaría para encontrarlo
fuera. —Haz que mi montura esté preparada, inmediatamente—, ordenó,
metiendo la leontina de su reloj en la chaqueta.
Cuando el otro hombre se apresuró a marcharse, Nick soltó una retahíla
de maldiciones. El problema con una serpiente venenosa era que uno nunca
podía librarse del veneno. Y en su caso, en Lady Carew, se había envuelto
con una criatura letal que no descansaría hasta esparcir ese veneno.
Poniéndose en pie, salió de la habitación.
Poco después, preparado para el inminente encuentro, Nick guió su
montura por las calles de Londres. La baronesa estaba disgustada. Y la
historia había demostrado los peligros de una amante despechada. Habían
estado unidos en sus objetivos para Rutland... y ella esperaba que todos los
Barrett sufrieran por su conexión con el marqués. Todo había cambiado... y
sin embargo, al mismo tiempo, nada lo había hecho.
Después de un paseo aparentemente interminable por las tranquilas
calles de Londres, Nick desmontó y le hizo un gesto a un niño pequeño. El
muchacho se acercó corriendo y recogió las riendas. —Habrá más—,
prometió entregándole un pequeño monedero. A continuación, subió de un
salto los escalones del museo y accedió a la elevada entrada principal.

~ 189 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Parpadeó, luchando por adaptarse al espacio poco iluminado. Una vez que
sus ojos se acostumbraron a la tenue luz, hizo un rápido reconocimiento de
las antecámaras.
Evitando con cuidado el puñado de clientes que circulaban a esa hora
tan intempestiva, Nick bordeó el perímetro del museo, leyendo los carteles
de las antecámaras. Su mirada se fijó en la esquina más a la derecha y
entrecerró los ojos para ver el cartel. —Sala Egipcia—. Con un temor
enfermizo y una anticipación frustrada, se dirigió hacia adelante. El
zumbido del silencio sonó con fuerza. Avanzó lentamente, adentrándose en
la sala, pasando por una fila de momias de gatos y esculturas egipcias de
faraones. Se detuvo al fondo de la sala, entre los monumentos que le servían
de única compañía.
Un par de brazos le rodearon la cintura y se puso firme cuando la
sensual risa de la baronesa resonó en las paredes. —Te he atrapado
desprevenido—, susurró ella contra su cuello. Acarició con sus dedos la
parte delantera de sus pantalones. —¿Estabas pensando en mí, Huntly? ¿Es
eso lo que te tiene tan distraído? Qué delicioso sería tener sexo aquí entre el
travieso arte egipcio.
—Milady—, espetó con fuerza. Él quitó las manos de su persona y se
giró para mirarla. ¿Cómo había podido desear a alguien como ella? Sus
mejillas rugosas y sus ojos delineados con kohl eran un falso atractivo
exagerado que nunca podría rivalizar con la efervescente belleza de Justina.
Ella se tocó la línea de su escote. Sus grandes y blancos pechos casi se
desprendían de la escandalosa prenda y el disgusto le amargó la boca ante
su descarada exhibición. —Sin duda, has echado de menos a una mujer de
verdad en tu cama—. Ella separó ligeramente las piernas, el satén crujió
ruidosamente. —¿Te gustaría tomarme aquí, hmm?
¿Cómo se había sentido atraído por esta víbora? —A pesar de las
exigencias de Wessex a su familia, ha venido a Londres sólo para dormir
conmigo—, dijo él con frialdad.
Una risa jadeante burbujeó entre sus labios. —Si alguna vez ha habido
un amante por el que valerse, Huntly, eres tú.
El pánico se apoderó de su interior y luchó por contenerlo. Una cosa
había sido cuando la baronesa se había encerrado en el campo, temerosa de
desafiar al Vizconde de Wessex. Otra cosa muy distinta era cuando se
presentaba ante él como una figura intrépida y decidida. Aquellos que se
envalentonaban no podían ser contenidos ni controlados.
Por ello, nunca estaría contenta si creía que él había formado un
verdadero matrimonio con la cuñada de Rutland.

~ 190 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—¿Qué quieres?—, susurró. Si los descubrían juntos, las habladurías


serían despiadadas y Justina pagaría el precio más alto.
—¿Preguntas qué quiero?— Sus labios se endurecieron en una línea
quebradiza. —Ha pasado una semana desde que te casaste con el
ratoncito—. Un escalofriante escalofrío recorrió su columna vertebral ante
el brillo maníaco de sus ojos.
Nick se tragó las palabras urticantes por su desprecio a Justina. Con los
celos cegadores de la baronesa, cualquier palabra sería un desperdicio. —
¿Y?—, espetó.
La dama puso sus brazos en jarras. —La sociedad afirma que el suyo es
un matrimonio por amor.
Se le erizó la piel con la sensación de estar siendo estudiado y miró a su
alrededor, encontrando la habitación aún vacía. Nick volvió a centrar su
atención en la vengativa criatura que hacía brillar el odio en sus ojos.
—Baja la maldita voz—, ordenó. Ninguno de sus objetivos
originalmente planeados se había logrado. Ni lo serían. Era una verdad que
le había llegado lentamente... no sólo por la insistencia de Cecily y Chilton,
sino más bien por la comprensión de lo que había llegado a ser y de lo que
no deseaba ser: Rutland.
Un estremecedor jadeo brotó de los labios de la dama y él la miró. —
¿Entonces... las habladurías son ciertas?—, susurró ella, con las cejas
arqueadas hacia la línea del cabello. —Tú... te preocupas por ella.
—Mis sentimientos por mi esposa no son significativos—, mintió él,
sacudiendo el polvo de sus guantes. Tampoco quería hablar de Justina con
esta víbora.
Sus ojos felinos formaron finas rendijas. —Entonces destruirás a los
Barrett.
Dejó que su silencio sirviera de respuesta. Habiendo confabulado con
alguien como la baronesa, no podía haber un simple abandono de sus
intenciones anteriores sin recompensa. La miseria de su suegro y cuñado
tendría que ser suficiente. Su hombre de negocios ya había comenzado a
solicitar los pagarés de Andrew Barrett. ¿Por qué eso no trajo nada más que
un profundo odio a sí mismo?
Porque me he convertido en Rutland. ¿No era eso lo que él había querido?
Había trabajado para ello.
La dama asintió complacida y habló a través de sus tumultuosas
cavilaciones. —Fíjate bien, Huntly. Si toda la sociedad no está alborotada
con la noticia de su ruina en cinco días, yo me encargaré de ello—. Con una
promesa de retribución en sus fríos ojos, su antigua amante se marchó.

~ 191 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su mente se agitó lentamente con la promesa de Lady Carew. Todo


estaba preparado. Lo estaba desde el momento en que firmó los papeles del
matrimonio en el despacho de Waters. Había empezado a apuntalar la
deuda restante y pendiente del padre. Era todo por lo que había trabajado.
Y sin embargo, no hubo emoción.
Es porque Rutland aún no se ha enterado de lo que he hecho. Cuando lo haga... cuando
vea el horror y el dolor en sus ojos, encontraré por fin la paz. Con esa vacía seguridad
resonando en su mente, salió de la Sala Egipcia. Con la cabeza gacha, se
retiró del museo.
Poco después, con la amenaza de la virago tramposa susurrando en su
mente, se encontró en la mesa del fondo de Brooke's. Hizo rodar su copa
entre las manos y contempló las profundidades ambarinas de su brandy.
—Tienes un aspecto horrible.
Con los ojos desorbitados, levantó la vista de su bebida hacia el dueño
de esa voz.
Su amigo, Chilton, no se molestó en pedir permiso, sino que tomó
asiento. Hizo un gesto a un sirviente. El lacayo se apresuró a prepararle un
vaso. —Entonces, ¿los informes de las columnas de chismes han
mentido?—, preguntó cuando el hombre se fue.
—No me interesan las columnas de chismes—, dijo escuetamente y
bebió un largo trago. Una vez le interesaron. Todo para obtener
información inestimable sobre Rutland y las personas relacionadas con él.
Nick apuró su bebida.
—La alta sociedad ha comentado la dichosa unión entre el Diamante y
el duque. Dime, ¿eres el par gloriosamente feliz y enamorado que la
sociedad considera que eres?— Por el tono burlón de esa afirmación, el
barón ya había formulado su propia opinión sobre el estado de felicidad de
Nick.
Los chismosos, habitualmente erróneos, habían demostrado, por una
vez, tener razón. Él era feliz. Una luminosidad dentro de su alma... con la fuerza
para salvar... Hizo una mueca y desechó el inútil verso. Más bien, había sido
feliz. Cuando antes había creído que sólo la miseria de Rutland podía
traerle paz. Nick tomó otro sorbo, librando en su interior una guerra que
no debía existir. Que no había existido hasta Justina.
Su amigo llenó su propio vaso.
—Tengo que hacerlo—, dijo Nick en voz baja y Chilton se congeló. El
barón miró a su amigo con sorpresa en la mirada. —No puede haber paz a
menos que Rutland esté arruinado—, repitió Nick. —Juré destruirlo—,

~ 192 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

dijo, con sus palabras como una ronca súplica, necesitando la fuerza de
alguien que lo había conocido en esos días más oscuros.
Chilton se inclinó hacia delante y redujo el espacio entre ellos. —¿Y tu
esposa?— Su amigo lo miró por encima del borde de su copa. —Supongo
que aún no le has contado de tu conexión con el caballero.
Nick sacudió la cabeza una vez. De todos modos, no importaba. —
Tampoco sospecho que la dama vaya a perdonar semejante engaño por mi
parte—, dijo, expresando el miedo atroz que lo había mantenido despierto
junto a ella cuando yacían entre los brazos del otro después de hacer el
amor.
—Desde luego, no lo hará si destruyes a su padre y a su hermano—.
Chilton soltó una carcajada, un sonido carente de alegría. Terminó su
bebida y dejó la copa vacía. —Seguro que no habrá amor si se cumplen tus
planes—. Aquellas palabras tan directas hicieron un nudo en el estómago
de Nick. —Prefiero apostar mi felicidad en contárselo todo y esperar que
vea que mi amor ha sido mayor que mi odio.
¿Mi amor? Nick abrió y cerró la boca varias veces. —Yo...— La negación
murió de sus labios. La amo. La asombrosa verdad se abalanzó sobre él con
toda la fuerza de un carruaje a gran velocidad. La amo. Amaba su ingenio y
su sonrisa. Amaba su capacidad de albergar esperanzas, a pesar de la
fealdad que el mundo le había mostrado.
—Ya conoces mi opinión, desde el principio. No puedes hacer esto—.
Chilton cortó los pensamientos de Nick. —Habla con la dama. Cuéntale
todo y dile que la amas—. La mirada de Nick adquirió una calidad lejana.
Una chispa de dolor resonaba en sus profundidades. —Porque si no lo
haces, el arrepentimiento amenazará algún día con destruirte de una
manera que ni Rutland ni ningún otro hombre podrían.
Nick le devolvió la mirada. Su amigo hablaba como alguien que sabía.
Todos tenían secretos. ¿Cuáles eran los de Chilton? Sonó un alboroto en la
parte delantera del club y ambos miraron hacia la entrada del elitista
establecimiento mientras un joven caballero atravesaba el club a
trompicones. Encontró una mesa y se desplomó en una de las sillas de
cuero.
Las palabras arrastradas de su cuñado pidiendo una copa despertaron
otra oleada de susurros molestos de los demás clientes. Frunció el ceño. La
miseria del joven no debería importar. Nick había empezado a solicitar los
pagarés del joven Barrett. Esta miseria era obra suya y debería deleitarse
con ella. Simplemente déjalo allí, lloriqueando con su bebida. Pero al igual que
Justina había traspasado sus defensas y penetrado un muro de odio, su
impresionable y siempre sonriente hermano también lo había hecho.

~ 193 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Maldito infierno. —¿Si me disculpas, Chilton?— preguntó Nick, poniéndose


en pie.
—Por supuesto. Ve. Ve—, instó el barón, agitando una mano. —
Sospecho que necesitarás mi carruaje para acompañar al caballero a casa.
Murmurando su agradecimiento, Nick se dirigió al hombre cuyos
pagarés poseía en su totalidad. —Barrett—, saludó.
El hermano de Justina levantó la cabeza, mostrando los ojos inyectados
en sangre.
—¿Puedo acompañarte?
Había desaparecido la sonrisa juvenil. En su lugar había un vacío
descarnado que Nick había aprendido demasiado joven. —Huntly, amigo
míoooo—, balbuceó. —¿Quieres un traaaago?— Movió una mano y empujó
la jarra de brandy.
Nick la rescató rápidamente y la puso en su sitio. Se sentó, sin saber qué
decir, ya que él había provocado esta miseria.
Barrett parecía haberse batido en duelo con el diablo y haber perdido.
Su pelo, normalmente engrasado e inmaculado, colgaba despeinado. Su
corbata en desorden. —Ella terminó conmigo—. A Andrew se le quebró la
voz y, con la garganta moviéndose, metió la mano en el interior de su
chaqueta y rebuscó. Sacó una carta.
El empalagoso aroma de las rosas abofeteó los sentidos de Nick
mientras el joven caballero divagaba. ¿Era eso por lo que el hombre
sollozaba? No por su rápido descenso al mundo de deudores, sino por... una
joven. Entonces, ¿no era ese el efecto que una buena mujer tenía en un
hombre? Hacían que uno olvidara la lógica y el orden y ponían su mundo
patas arriba.
—Me dijo que lo nuestro nuncaa podría serr y que sólo vivíamos en un
mundo de mentira—. El hermano de Justina lo miró fijamente con los ojos
inyectados en sangre. —Le dije que iba a terminar endeudado, pero que
podíamos hacer que nuestro futuro funcionara juntosss.
Rutland estaría devastado por el sufrimiento del joven. Entonces, ¿por
qué Nick se sentó aquí con este dolor hueco, también? Porque él había sido
el que había destrozado tanto su juventud como su corazón. Nick había
robado la inocencia romántica de Andrew rompiendo su posición
financiera. Al igual que lo hice con la inocencia de Justina. —Si ella te amara lo
suficiente, no importaría, Barrett—, dijo Nick en voz baja. —Su amor sería
suficiente—. ¿Será ese el caso de Justina? Un temor que crecía lentamente se
retorcía en su vientre.

~ 194 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El labio superior de Barrett se despegó en una sonrisa cínica. Él había


cambiado para siempre. —Es mucho más complicado que eso. Hay otro...
caballero y ella le pertenece, y siempre lo hará—. Sus palabras terminaron
en un silencio susurrante y comenzó a llorar.
Otra ronda de susurros y miradas de censura se dirigieron a Barrett y
Nick frunció el ceño. No sometería al joven a más susurros y chismes. No
más de a lo que ya lo he sometido en secreto. —Ven—, instó, poniéndose en pie
una vez más. —Deja que te ayude a llegar a casa—, dijo bruscamente.
Envolviendo un brazo alrededor de los hombros de Barrett, lo ayudó a
ponerse de pie.
—Qué bueno eresss, Huntly—, dijo Barrett, tomando prestado el apoyo
de él mientras se abrían paso por el club. —Por eso te mereces amor—. La
culpa apuñaló a Nick como una daga viciosa que se clavaba en su persona y
se retorcía. —¿Y yooo?— Barrett tropezó y Nick lo enderezó rápidamente.
—He sido un pésimo hijo y salvaje—, balbuceó. —Sieeeempre pidiendo la
ayuda de Justina. Y la de Phoebe. Y la de Edmund—. Edmund. Ese nombre
despertó las brasas del odio de Nick. Un recordatorio descarnado y
necesario que necesitaba desesperadamente en este momento.
Llegaron a la entrada de Brooke's y con una orden cortante, Nick pidió
el carruaje de Chilton. —Sí, yo—, continuó Barrett por encima del
intercambio entre él y el criado de la entrada del establecimiento. —Yo era
un igual de podrido...— Arrugó la frente. —¿Horrible? ¿Podrido?— El
hermano de Justina lo miró. —¿Horrible o podrido?
—Creo que cualquiera de las dos cosas son, de hecho, palabras—,
murmuró Nick echando a hombros al hombre alto fuera de las puertas
delanteras y hacia las calles. —Y estoy seguro de que no eras ninguna de las
dos cosas—. Él era el despiadado canalla. La amargura agrió su boca.
—Y yo soy un pretendiente podrido...— El rostro de Barrett se
contorsionó en un paroxismo de dolor.
El carruaje de Chilton esperaba a veinte pasos de distancia y Nick dio
las gracias en silencio, mientras guiaba al otro hombre hacia el transporte.
—Entra—, lo instó cuando llegaron a la puerta.
Barrett levantó una pierna y enseguida cayó sobre su trasero. Nick
maldijo. Rápidamente se agachó y guió al borracho hacia arriba.
Transpirado por el esfuerzo, hizo un gesto al conductor y, juntos,
levantaron al joven hacia el interior, acomodándolo en el banco de enfrente.
Después de que el conductor recogiera y asegurara la montura de Nick
al carruaje, éste subió al vehículo de su amigo. Un momento después, el
vehículo avanzó a trompicones y se quedó a solas con el hermano de
Justina. El joven yacía acurrucado en un rincón, con el lado izquierdo de la

~ 195 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

cabeza presionado contra la ventana. Un llanto débil y apagado llenó los


confines, silenciado por el estruendo de las ruedas que se agitaban
rápidamente. Luego, un ronquido balbuceante escapó de Barrett.
El joven roncaba como su hermana. Ese detalle no hizo sino reforzar aún
más la conexión entre esos hermanos.
Nick miró fijamente al otro hombre. Había tenido la intención de
destruir a cada uno de los Barrett como medio para herir a Rutland.
Mirando fijamente al hermano de su esposa que dormía, expuesto y
vulnerable ante él, buscó el triunfo en esto. Y no encontró ninguno.
Hasta que Rutland no viera sufrir a sus seres queridos, como lo había
hecho la propia familia de Nick, no podría sentir la emoción de la victoria.
El carruaje se detuvo frente a la casa del Vizconde Waters y Nick abrió
la puerta de un empujón. Saliendo de un salto, metió la m ano en el interior
y sacó al futuro vizconde del carruaje. El conductor de Chilton se apresuró
a ayudar a Barrett a salir de la calle. Gruñendo bajo el sorprendente peso
del joven, Nick comenzó a caminar lentamente por la acera y subió los
escalones de la entrada.
Levantó la mano para golpear, pero la puerta se abrió de un tirón. El
viejo mayordomo, con su cara de preocupación, pasó por delante del
conductor y ayudó a Andrew a entrar. Nick murmuró su agradecimiento
cuando se oyó un grito agudo.
—¡Andrew!
Una mujer alta y delgada, con el pelo castaño, bajó corriendo las
escaleras, tropezando con ella misma en su prisa por alcanzar al joven. Pasó
los ojos frenéticamente por su rostro y lo ahuecó entre sus manos. Sus
pestañas se agitaron.
—Madree—, balbuceó Barrett. La madre. —Has vuelto. Te has perdido
los festejos de la boda de Justina.
Mi madre nunca se atrevería a limitar lo que leo. Ella siempre ha vivido para ver a
sus hijos felices...
—Mi amigooo, Huntly, me está cccuidando mucho, ¿no es asssssí?
Parte del pánico desapareció en los ojos azul zafiro de la mujer mayor y
parpadeó lentamente. Entonces pareció darse cuenta de la presencia de
Nick. —Milady—, saludó él con una reverencia.
Sus labios se separaron y soltó las manos de la cara de su hijo. —Usted
es el esposo de Justina—. El podrido. O el horrible. Cualquiera de las dos cosas
le servía también.
—Lo soy, milady.

~ 196 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Rápidamente recogió sus manos entre las suyas y, con mucha más
generosidad o amabilidad de la que él merecía, le sonrió. —Su Excelencia,
hemos recibido noticias de las amigas de Justina sobre...— Su sonrisa se
marchitó y bajó la voz, hablando en voz baja. —Las intenciones de mi
esposo para Justina y el Marqués de Tennyson. Vinimos tan rápido como
pudimos—. Las lágrimas brillaron en sus ojos. —Gracias por salvarla.
Oh, Dios. Esta era su penitencia; ser desgarrado con la culpa de sus
propias mentiras. Mentiras que contenían núcleos de verdad. —Su hija me
salvó mucho más de lo que yo la salvé a ella—, dijo con voz ronca. Justina
había reavivado partes de él que creía muertas desde hacía tiempo. Ella le
había recordado la alegría y el asombro que había encontrado en una
página impresa y en una sala de conferencias. Él había devuelto esos regalos
con mentiras. Y lo compensaría arruinando a su familia.
Estas personas que están delante de mí...
—Están ennnnnamorados—, dijo Andrew en voz alta, con la cabeza
apoyada en el ancho hombro del mayordomo.
La cara de Nick se calentó con la admisión del joven. Un brillo iluminó
los amables ojos de la dama. —Debo hacer que lleven a Andrew a su
habitación, Su Excelencia.
Con una inclinación de cabeza, entregó al futuro vizconde a varios
sirvientes que se pusieron en marcha con su amo borracho. La vizcondesa
hizo una reverencia y subió las escaleras, deteniéndose en el segundo
escalón. Miró hacia atrás. —Gracias por todo, Su Excelencia.
—No hay nada que agradecer—, murmuró. ¿Qué odio sentiría ella por él
si se enterara de la verdad? Cuando se enterara de la verdad. Le sonrió una
vez más y siguió a su hijo.
Nick giró sobre sus talones y luego se detuvo. La inquietud se apoderó
de él. Llegamos tan rápido como pudimos. Las palabras de la duquesa sonaron en
el vestíbulo.
Rutland.
Con el corazón acelerando un ritmo enloquecido, Nick se apresuró
hacia la puerta, y el sirviente en espera la abrió. Nick bajó volando los
escalones y corrió hacia el carruaje del barón. Por supuesto, a estas alturas,
Rutland probablemente habría recibido la noticia y se habría dirigido a
Londres. Y mientras que antes estaba lleno de una expectativa sin aliento
por el inevitable encuentro, ahora lo llenaba un temor enfermizo. Abrió de
un tirón la puerta del carruaje y se metió dentro. Porque no había duda de
que el implacable marqués sabría exactamente quién era... y por qué había
hecho lo que había hecho.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Toda la culpa y el remordimiento por el desafortunado papel de Justina


en sus maquinaciones se borraron brevemente mientras Nick se llenaba de
sed por esa justicia tan esperada...
para sí mismo, y para Cecily, su madre. Y su padre.
Un momento después, el carruaje traqueteaba por las abarrotadas calles
de Londres. La frustración se apoderó de él mientras miraba por la ventana,
maldiciendo la repentina multitud de transportes. Al cabo de un
interminable tramo de tiempo, su casa apareció a la vista y Nick golpeó una
vez el techo. Antes de que la calesa se detuviera por completo, abrió la
puerta de un tirón y saltó. Un dolor punzante le subió desde los pies hasta
las piernas y, sin hacerle caso, pasó por delante de los transeúntes curiosos
hasta llegar a la fachada de su residencia. Miró hacia atrás y ordenó al
conductor del carruaje que atendiera a su caballo.
Atravesó la puerta principal y se detuvo. El Diablo está aquí. De la misma
manera que cuando era un niño de catorce años lo sabía por la ominosa
oscuridad que persistía en el aire, así también lo sabía Nick ahora,
caminando por un conjunto diferente de pasillos. En una casa diferente.
Una mansión palaciega. Poseyendo un nuevo título y una esposa. Y una
familia destruida para siempre.
Su mayordomo se acercó. —Tiene una visita, Su Excelencia—. La piel
del sirviente palideció. —El Marqués de Rutland llegó hace un rato e
insistió en esperar hasta que usted regresara—. Dio a su empleador una
mirada de dolor. —Me tomé la libertad de llevarlo a él a su despacho.
Nick miró frenéticamente a su alrededor. —¿Mi esposa?—, preguntó
con dureza.
—Todavía no ha regresado, Su Excelencia.
Algo de la tensión lo abandonó. Dio gracias a que ella estaría protegida
de este intercambio tan esperado. Nick se quedó mirando el pasillo. Luego,
sintiéndose como el niño que se había escabullido, buscando un vistazo al
Diablo, se preparó para enfrentar al demonio una vez más. Despidiendo al
otro hombre con un cortante agradecimiento, Nick se dirigió a su
despacho. Con cada paso que lo acercaba al hombre que había arruinado a
su familia, un zumbido vital le recorría las venas. La última vez que había
visto al marqués, había sido un niño encogido, acurrucado en el suelo a sus
pies. Ya no. Ahora, se había convertido en un hombre de igual estatura y
poder.
Llegó al panel de roble y se detuvo, con la mirada congelada en la puerta.
Durante años, había soñado y planeado este encuentro. Había soportado las
agresiones verbales y físicas de su abuelo con ansias de venganza. Hoy puedo

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

vengarme y dejar que esos sueños se hagan realidad. Transformando sus rasgos en
una máscara endurecida, Nick pulsó el picaporte y entró.
La odiada figura que estaba en el centro de su despacho se giró. Lord
Rutland.
Se evaluaron mutuamente. El tiempo había envejecido al marqués. Con
su estructura más musculosa y, si cabe, sus ojos más duros de lo que habían
sido trece años antes, Lord Rutland se mostraba ante él con varios días de
crecimiento de barba en su rostro. Sus ropas estaban polvorientas y
arrugadas. En resumen, una sombra del joven y terso lord que tan
despreocupadamente había despedazado a su familia.
Todo el odio con el que se había construido lo avivó y renovó una
promesa que había hecho hace tiempo. Borrando incluso el recuerdo de su
nueva esposa. Porque en este breve momento, fue transportado a otro
despacho. El de su padre. Donde su padre se había reunido con Rutland y
luego se había quitado la vida por los términos que él le había puesto. Nick
cerró la puerta. —Lord Rutland—, dijo con un saludo suave y sedoso que
podía rivalizar con el suave filo de una espada.
El marqués lo miró de arriba abajo. —Tallings—, dijo bruscamente. Esa
sola palabra, el nombre de Nick, decía más que todos los volúmenes de su
vasta biblioteca. El marqués lo sabía.
Él frunció el ceño. ¿Qué sentía el otro hombre? ¿Conocía el mismo
pánico y el mismo terror que habían acribillado a su otrora joven yo? ¿O era
esta bestia hastiada incapaz de esos débiles sentimientos? Una vez más,
Rutland no mostró nada y Nick se sintió destrozado, aun, por dentro.
Decidido a obtener alguna respuesta de su némesis, Nick ensanchó su fría y
practicada sonrisa. —Ah, ¿te acuerdas de mí, entonces?
...Tu familia no es mi responsabilidad, Tallings... Tus fallos, sí lo son... Esas palabras
se enroscaron en su mente como un cáncer vicioso, destruyéndolo de
nuevo.
—Sé quién eres—. Aquella concesión llegó como si fuera arrancada
físicamente del marqués.
Nick sonrió. —Me siento honrado. Yo no era más que un niño—. ¿Se
imaginó a Rutland estremeciéndose? Seguramente el Diablo era incapaz de
sentir culpa. —Después de todo, ¿qué es lo que has dicho, hmm?— Arrugó
el ceño y luego levantó un dedo con un falso gesto de recordar. —Por
supuesto, lo recuerdo—. Enfocó al marqués de Rutland con una mirada
dura. —Dijiste que dejarías esta casa y a mi familia y que no volverías a
pensar en nosotros.
El color se filtró de la piel del marqués. Nick encontró fuerza en esa
ligera grieta en la notable compostura del otro hombre. Su tez pálida lo
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

hacía humano. Probaba que Rutland estaba, de hecho, poseído por las
mismas debilidades que acribillaban el alma de todo hombre. Eso lo hacía
humano. Nervioso, Nick apartó primero la mirada y trató de reconciliar su
descubrimiento.
Se había sustentado en la visión de un monstruo. Los monstruos, sin
embargo, eran de mentira. Reservados a las páginas de los libros y a la
imaginación de los niños. Verlo ahora bajo esta lente no deseada y poderosa
marcaba a Rutland como un hombre que experimentaba compasión... y tal
vez amor. Para ocultar el débil temblor de sus manos, provocado por esa
constatación, Nick las apretó a su espalda.
La inteligente mirada de Rutland captó ese ligero movimiento. Por
supuesto, no se perdería nada. Desconcertado por el silencio pétreo del otro
hombre, Nick se obligó a reírse. —Para ser justos, no era esta casa, ¿verdad?
Era una totalmente diferente y mi padre era un simple baronet.
—No conoces todos los detalles de mis tratos con tu padre—, dijo
Rutland, con sus palabras recubiertas de acero.
—Ah, pero no necesito conocerlos todos. Todo lo que necesito saber es
que todos los miembros de mi familia sufrieron por tu culpa y, ahora,
destruiré alegremente a tu suegro y a tu cuñado—. Nick bajó la voz a un
susurro bajo. —Y mientras lo hago, Rutland, y tu esposa es testigo del
sufrimiento provocado por tus acciones, debes saber que es por tu culpa.
Rutland le ofreció una sonrisa de compasión que hizo que el calor
subiera por el cuello de Nick. ¿Por qué el hombre no estaba enfurecido? ¿O
con miedo? —Todavía no has aprendido, ¿verdad?
Nick luchó contra la pregunta que rondaba en sus labios. De todos
modos, brotó de él. —¿Si aprendí qué?
—Que en cada uno de nuestros tratos, somos responsables, al menos, en
alguna parte, de los resultados. Tu padre no está libre de la absolución. Y,
sin embargo, buscas destruir a los Barrett en un retorcido juego de
venganza contra mí—. La máscara se levantó y, por fin, el deseado
arrepentimiento y la vergüenza desfilaron por el rostro de Rutland. Sólo
que no hubo victoria ni consuelo para Nick. Sin ser invitado, el marqués se
adelantó. —Conozco los juegos de la venganza. Mejor de lo que tú alguna
vez podrás—. El fantasma de una sonrisa vacía hizo girar los duros labios
del hombre. —Apostaría que soy el único hombre del que te has vengado.
Sus músculos saltaron reflexivamente dentro de su abrigo ante esa
suposición tan acertada. —No importa cuántos sino, más bien, el
merecimiento de la persona sobre la que impondrás justicia.
Rutland se rió. —Pero es ahí donde te equivocas.

~ 200 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—En cualquier caso, no voy a debatir contigo—, dijo despectivamente.


Los dientes de Nick se tensaron ante la audacia del marqués y sus malditas
suposiciones. —Se te acabó el tiempo—. Sintió un perverso placer al lanzar
esas últimas palabras dadas por su padre al hombre que lo había destruido.
Rutland se acercó un paso más hasta que sólo un puñado de pasos los
separó. Cuando Nick era un niño, el marqués se había alzado sobre su
pequeña y delgada figura. Con el tiempo, Nick había añadido casi la misma
cantidad de altura y músculo a su estructura. Permanecieron encerrados en
una tensa batalla de silencio. El marqués le miró a través de unas afiladas
rendijas. —¿De eso se trata entonces, Tallings?
—Tsk, tsk—, reprendió Nick, burlonamente. Extendió los brazos de
par en par. —Ahora es Huntly—. Esbozó una dura sonrisa y, con ello, Lord
Rutland volvió a ser la bestia imperturbable que había entrado en la casa de
su familia hace tantos años.
—Soy demasiado viejo para los juegos—. Lord Rutland arremetió. A
pesar de sí mismo, la inquietud recorrió la columna vertebral de Nick. La
voz del marqués, que seguía siendo áspera y grave, lo congeló
momentáneamente y lo hizo retroceder a otro despacho, a otro
intercambio.
Y maldito sea Rutland por transformar a Nick en ese cobarde llorón,
temblando en el suelo del pasillo. Ignorándolo, Nick se dirigió a su
aparador, completamente lleno. Sintiendo la atenta mirada del marqués en
cada uno de sus movimientos, hizo un alarde de estudiar los decantadores
de la misma manera que evaluaría sus informes patrimoniales. Luego,
seleccionando la mejor botella de brandy francés, se sirvió una copa. Sin
dejar de dar la espalda al otro hombre, hizo girar el contenido de su copa en
un círculo, la llevó a los labios y bebió lentamente.
Mientras tanto, miraba fijamente el papel pintado de satén dorado.
...Necesito más tiempo... Me prometiste que tendría más tiempo...
Él cerró los ojos brevemente, borrando la risa despreocupada del
marqués de hace años, pero fue inútil. El bastardo había vuelto a entrar en
su vida, tal y como había planeado, y la puerta se había abierto, dejando
entrar recuerdos que había enterrado durante mucho tiempo. Detrás de los
ojos apretados, el rostro sin vida de su padre danzaba en el aire, suspendido
en aquella soga. La bilis le picó en la garganta.
—Tallings—, ordenó el marqués. Hablaba de la presunción y el poder
de aquel hombre el hecho de que entrara en el despacho de Nick, es más,
ahora en el despacho de un duque, y diera órdenes. —¿Es dinero lo que
quieres?—, preguntó secamente. —Di la cantidad.

~ 201 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nick contó varios segundos, negándose a permitir que el bastardo de


corazón negro controlara el intercambio. Luego se giró lentamente. —La
noche que saliste del despacho de mi padre, se ahorcó—. Todo el color
desapareció de la cara del marqués. —Yo mismo lo bajé—, dijo, con la voz
hueca. —Arrastré una silla y corté el trozo de cortina de mi madre que
había utilizado para hacerlo—. Los músculos de la garganta de Lord
Rutland se movieron. ¿Era miedo por lo que esto significaba ahora para los
Barrett? ¿O era arrepentimiento? Tan pronto como el pensamiento se
deslizó, se burló. Los hombres como Rutland no eran capaces de
arrepentirse. —Mi madre murió poco después de un corazón roto—,
continuó relatando metódicamente, decidido a decir esto de una vez. Tanto
como para él, como para el bastardo ante él. —Mi hermana se vio obligada
a casarse a los quince años con un lord viejo y despiadado que no ha tenido
la gracia de morir y, a través de ello, ¿sabes lo que me fortaleció?
Los hombros del otro hombre se echaron hacia atrás en el único indicio
real de que había escuchado esa afirmación.
Dame alguna respuesta. Alguna maldita reacción. Porque entonces,
seguramente habría algún triunfo en este momento. —Me hicieron más
fuerte las palabras que me diste, Rutland—. ¿Acaso el bastardo recordaba
esa declaración?
El marqués lanzó un suspiro irregular. Todos estos años, Nick había
imaginado que Rutland era invencible sólo para descubrir que la armadura
del hombre también se había resquebrajado. Entonces, tal vez fuera la
brujería de las mujeres Barrett. Sólo lo marcó más como este hombre que
había despreciado durante mucho tiempo. En formas que no quería ser. En
formas que ambos eran hombres que habían sido cambiados para siempre
por las mujeres.
—Cuando mi mundo se desmoronaba, tus palabras de venganza y odio
eran las únicas que me sostenían—. Con el relato de Nick, todas las viejas
pesadillas salieron a la superficie. Pesadillas que tontamente había creído
dominar. —¿Recuerdas lo que te prometí hace tantos años?—, roncó.
Las motas de oro en los ojos de Rutland brillaron con... remordimiento.
Así que era capaz de hacerlo. La máscara se levantó y, por fin, ese deseado
arrepentimiento y vergüenza desfilaron por su rostro. Sólo que no hubo
victoria ni consuelo para Nick. —No.
Qué extraño que esas palabras hayan sido tan formativas en cuanto a
quién y en qué se había convertido. Sin embargo, este hombre ni siquiera
recordaba haberlas pronunciado. Eso reavivó su odio hacia el marqués. —
Destruir a todos los que amabas—. Sólo que ahora... Justina es una de esas
personas. Luchó contra ese recordatorio burlón y se fijó en su necesidad de
infligir daño al despiadado bastardo que tenía delante. —Una vez me

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

dijiste que no amabas a nadie. Pero por tu presencia aquí, bueno, diría que
eso ya no es cierto, ¿verdad?
El rostro de Rutland se contorsionó. Y la absoluta desolación y
desesperación estampada en sus duros rasgos debería provocar la máxima
alegría. Pero Nick se apartó, sintiéndose como el bastardo que había
pasado años profesando a Rutland. —Por eso te casaste con Justina.
Fue el turno de Nick de registrar sorpresa. Por supuesto, la noticia había
llegado hasta el marqués.
—Recibí la mención de tu nombre por parte de las amigas de la dama—,
se burló Rutland. —Pero la misiva se retrasó.
Si no fuera por la nota perdida, el matrimonio de Nick nunca se habría
celebrado. Porque Rutland habría montado a caballo hasta la muerte para
impedirlo. Justina, al enterarse de su relación con el marqués, nunca habría
seguido adelante. El pensamiento lo dejó desolado por dentro. Durante
estas semanas con ella, le había recordado lo que era volver a reír. Había
hecho retroceder todas las pesadillas más oscuras y había dejado en su
lugar esta ligereza que estaba en desacuerdo con el hombre que había
creído ser. —Durante años, juré destruirte—, dijo, más para sí mismo.
—¿Qué quieres?—, repitió el marqués. Había una débil súplica que
coincidía con la desesperación que el padre de Nick había mostrado todos
esos años.
Él encontró fuerza en eso. —Pues ya tengo todo lo que necesito,
Rutland—. Señaló su amplio despacho en el que cabía todo el Ministerio
del Interior. —Soy obscenamente rico, no porque haya llevado a la quiebra
a otras familias para construir mi poder—, un músculo saltó en la esquina
derecha de la mandíbula de Rutland, —sino por el trabajo que realmente
hice con mis manos—. Giró las palmas de las manos hacia arriba, revelando
la carne callosa, marcada por años de trabajo. Nick cruzó los brazos y los
apoyó en el pecho. —¿Y sabes qué más tengo?— Se deleitaba
perversamente en burlarse del otro hombre con la retribución que tenía en
la punta de los dedos.
Rutland guardó un silencio sepulcral. Las preguntas, sin embargo,
brillaron en sus ojos marrones.
—Tengo las propiedades no vinculadas de tu suegro, así como las de su
hijo—. El color que quedaba en las mejillas de Rutland se desvaneció. —
Soy dueño de todos los pagarés que ambos hombres han tenido en
circulación. Ningún acreedor les extenderá una línea de crédito, aunque
vendan su alma por ese dinero—. ¿Dónde estaba la sensación de victoria?
¿La emoción del triunfo? Todo había cambiado. Una cincha estaba
cortando su flujo de aire. Haciendo imposible respirar. Porque no sólo
estaba Justina, sino también el confiado y siempre afable Andrew Barrett.
~ 203 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El marqués cerró los ojos.


Jaque mate.
Sólo que, con el estómago retorcido en nudos agónicos, se sentía como si
hubiera perdido todo de nuevo.

~ 204 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 18
—Juro que eres la única mujer recientemente y felizmente casada que se va
para atender asuntos de negocios—. Los murmullos de Gillian casi se
perdieron en las concurridas calles de Lambeth.
Justina se abrió paso con cuidado sobre un charco turbio. —Ah, pero
mientras reclame el control de mi vida, siempre conoceré la felicidad—,
señaló, haciéndose eco de la gitana Bunica.
La gitana críptica.
Después de las visitas de ella y Nick a Lambeth, había alternado entre
preocuparse por la inquietante profecía que se desprendía de sus palmas y
reprenderse a sí misma por preocuparse por algo que iba mucho más allá de
lo lógico. Cuando Justina se enorgullecía de su claridad de pensamiento.
Fue eso lo que la llevó a salir a las calles de Lambeth hoy, con Gillian a
rastras como compañía.
—¿Quieres ir más despacio?— imploró Gillian, con la respiración
entrecortada.
Justina se detuvo bruscamente y su amiga le dio las gracias entre
dientes. Se echó el sombrero hacia atrás y observó las tiendas que había en
las calles, leyendo los carteles. Y entonces lo encontró. Era un cartel
pequeño. De madera, torcido y, salvo por esa ligera inclinación, anodino.
Una lenta sonrisa apareció en las comisuras de sus labios. El cartel la
llamaba a seguir adelante. Ignorando los lamentos de Gillian, aceleró el
paso. Durante casi tres años, había vivido en un estado de gran
incertidumbre. La única libertad que había conocido frente a las
maquinaciones de su padre había venido de la frecuente intervención y
rescate de Edmund... y de sus propios intentos furtivos de evitar esas
maquinaciones.
En las semanas que había conocido a Nick, había encontrado no sólo la
capacidad de usar su voz sino, ahora, también la capacidad de tomar el
control de todos los aspectos de su vida. Se detuvo frente al
establecimiento de estuco blanco y miró el cartel.
—¿Winslow's?— leyó Gillian mientras se detenía al lado de Justina. Su
amiga se rascó la frente. —¿Qué es Winslow's?
Justina apartó la mirada de aquel odiado nombre. —Son acreedores—,
dijo en voz baja. La comprensión iluminó los ojos de la otra mujer.

~ 205 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Eran los hombres que habían entrado en su casa y se habían marchado


con los brazos llenos de sus pertenencias. Y las de su madre. Y las de
Andrew.
Pero ahora, ella ya no era Justina Barrett, hija empobrecida de un
derrochador. Era una duquesa. Y con ese título venía el poder. Con eso,
Justina presionó la manija y entró.
La luz del sol entraba por las dos pequeñas ventanas delanteras,
bañando la habitación de luz. No estaba segura de lo que esperaba del
lugar. Tal vez porque no se había permitido pensar en los rufianes que
hacían fortuna con las desgracias de otras familias. Pero, sin duda, esto no
era así. Tan modesto por dentro como por fuera, los suelos de madera eran
toscos y marcados, con dos escritorios colocados casi al azar, sin
uniformidad, en los extremos opuestos del establecimiento.
Se oyeron pasos en la entrada trasera del edificio y, al unísono, Justina y
Gillian levantaron la vista.
El Señor Johnson, con su monóculo en el ojo y la boca fruncida, tenía la
misma mirada de desagrado que había puesto cada vez que había entrado
en la residencia de su familia. —¿Puedo ayudarlas?—, preguntó. Por su
tono, la única ayuda que deseaba prestar era guiarla hasta la puerta y salir
de su establecimiento.
Ella levantó la barbilla. —Mi nombre es Justina Barr-Tallings—, se
apresuró a corregir. —La Duquesa de Huntly.
El monóculo del canoso propietario se le cayó y repiqueteó
ruidosamente en el suelo. Gillian ahogó una risa en su mano.
Sí, había algo embriagador y de poder en enfrentarse a las bestias que se
habían llevado las pertenencias más preciadas de su familia como una
mujer de poder, ahora.
—Su Excelencia—, dijo rápidamente el Señor Johnson, haciendo una
profunda reverencia.
¿Acaso la recordaba como la joven cuyos ejemplares de la obra de la
Señorita Austen se había llevado? ¿O acaso un hombre como él no pensaba
nunca más en las personas que habitaban en los hogares que saqueaba?
—Ha sustraído numerosos artículos de mi padre, el Vizconde Waters—
, dijo en tono acerado mientras entregaba su retícula a Gillian.
El señor Johnson enarcó las cejas y éstas casi desaparecieron en la línea
del cabello. Sí, ¿qué debe pensar él de su cambio de circunstancias? Apretó
y desencajó la mandíbula.
—He venido a ver la restauración de las joyas de mi madre y mi
colección de libros.

~ 206 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El odiado acreedor frunció el ceño. —Me temo que eso no es posible—.


Con ese pronunciamiento despectivo, tomó posición detrás de uno de los
escritorios vacíos y procedió a estudiar un libro de contabilidad.
Justina arrugó la nariz. Al parecer, ni siquiera el título de duquesa era
suficiente para impresionar a este acreedor de rostro pétreo. Ella y Gillian
intercambiaron miradas. Echando los hombros hacia atrás, Justina se
acercó al escritorio y puso las palmas de las manos en el borde. —Me temo
que no me ha oído bien—, dijo con frialdad. —He venido a que me
devuelvan las posesiones de mi familia.
El Señor Johnson levantó la cabeza de su libro. Un músculo latió en la
comisura de la boca. —Como he dicho, me temo que eso es imposible—. Él
intentó volver a prestar atención a ese maldito libro de contabilidad y ella
alargó una mano, agarrándolo. —¿Perdón?—, gritó él, poniéndose en pie de
un salto.
Justina cerró el libro con un chasquido y lo colocó ordenadamente en el
borde de su escritorio. —¿Ya ha vendido esos objetos?—, preguntó. No
debería importar. En realidad, no. Eran posesiones materiales. Y sin
embargo, esto iba más allá de la riqueza o el costo de esos bienes. Esto iba
al estado de impotencia en el que ella, Phoebe y su madre habían existido
todos estos años. —¿Lo ha hecho?—, repitió ella, cuando él guardó un
silencio sepulcral.
—No lo he hecho.
Parte de la tensión desapareció de ella. Gillian se colocó en posición
junto al hombro de Justina; una silenciosa pero poderosa muestra de
solidaridad. —Muy bien—, dijo Justina, tendiendo la mano. Su amiga le
devolvió rápidamente la retícula. Buscando en su interior, sus dedos
chocaron con una hoja doblada. Sacó la nota y la deslizó sobre el escritorio,
encontrando un perverso placer en la clara incomodidad del Señor Johnson.
—¿Qué es esto?—, soltó él.
De la misma manera que su propia institutriz había dado sus lecciones
de comportamiento años atrás, Justina habló en esos tonos similares. —Es
una lista, señor Johnson—. Señaló con el dedo índice la página, haciendo
que su mirada pasara brevemente de ella a la hoja y luego volviera a ella. —
Esos son todos los artículos que me gustaría comprar en nombre de mi
familia. Necesitaré la cantidad y luego el hombre de negocios de mi esposo
se encargará de los arreglos.
—Me temo que no puedo ayudarla, Su Excelencia—, dijo con firmeza,
empujando la página hacia atrás. —Le sugiero que regrese a su casa y hable
con su esposo sobre... estos artículos en particular.
El jadeo de Gillian resonó en la habitación.

~ 207 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

La furia se mezcló con el enfado y Justina volvió a apoyar las palmas de


las manos en el escritorio. —¿Está diciendo que no tratará conmigo porque
soy una mujer, señor Johnson?
El canoso acreedor tenía el tono ceniciento de quien ha consumido un
plato de arenques rancios. —Tengo órdenes estrictas de no entregar estos
objetos para ningún otro propósito que no sea la subasta.
Justina se tambaleó. —¿Subasta?—, preguntó con la voz entrecortada.
Se esforzó por entender lo que estaba diciendo. ¿Con qué clase de bastardo
trataba su padre para que el hombre prohibiera a cualquiera ofrecer un
precio justo por esas posesiones? Y la furia se fundió con el dolor y la
frustración de que ella siguiera privada de ese control. Impotente una vez
más. —Pero puedo pagar—, soltó, odiando el tono lastimero de esa
afirmación.
Registró vagamente que Gillian le ponía una mano reconfortante en la
manga. —Ven—, murmuró su amiga, dándole un ligero apretón.
Justina se encogió de hombros ante esa caricia. Por Dios, no se iría hasta
que ese hombre le diera una maldita respuesta.
—El caballero—, un rubor manchó las mejillas del señor Johnson, —ha
ordenado que se subasten estos artículos y no se permitirá hacer ofertas a
nadie que tenga conexiones con la familia Barrett.
El aire se volvió escaso en la oficina y Justina retrocedió un paso. Luego
otro. Y otro más. Odiándose a sí misma por esa debilidad, se obligó a dar la
vuelta. Con pasos lentos y calculados, salió del despacho.
Gillian la siguió de cerca.
No se dijeron nada hasta que el carruaje de Dominick llevó a Gillian a su
casa. —Lo siento—, dijo en voz baja, cubriendo la mano derecha de Justina
con la suya.
—¿Por qué alguien haría eso?—, imploró, cuando se confió para hablar.
Su amiga sacudió ligeramente la cabeza. —Porque no hay gente
comprensiva; hombres o mujeres, lores o damas.
No, no la había. Y así, sin más, se le habían cortado las piernas una vez
más por un maldito caballero. ¿Qué tan diferente habría sido ese encuentro
con el Señor Johnson si Nick hubiera estado a su lado? La amargura agrió
su boca. El trayecto que quedaba hasta la residencia de Gillian en Mayfair
continuó en silencio hasta que el vehículo, bien resguardado, se detuvo
frente a la casa del Marqués de Ellsworth.
Gillian se entretuvo. —No hay vergüenza en pedirle a tu esposo que te
ayude en esto—, dijo suavemente.

~ 208 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

No, no había vergüenza en ello. Ella y Nick serían compañeros de vida.


Sin embargo, se trataba de tomar el control por sí misma y de reparar el mal
que le habían hecho a ella, a su madre y a Phoebe sin la influencia de nadie
más que la suya. —Gracias, Gillian.
Su amiga le dedicó una sonrisa alentadora y luego aceptó la mano de un
lacayo.
Mientras el carruaje llevaba a Justina en el viaje que le quedaba hasta su
nuevo hogar, descorrió la cortina y contempló las casas de moda de la
ciudad. A pesar de la opinión de su amiga, no es que fuera demasiado
orgullosa para buscar ayuda. Había aceptado innumerables veces la ayuda
de su hermana y de Edmund, e incluso de su esposo, que se había casado
con ella para alejarla de alguien como Tennyson. Llegó poco después y
entró por las puertas delanteras cuando éstas se abrieron de golpe. Se quitó
la capa y se la entregó al criado.
—¿Mi esposo, Thoms?—, preguntó, entregándole su retícula.
El mayordomo tragó saliva. —Está en su despacho, Excelencia.
Dio dos pasos.
—Su Excelencia no agradece las interrupciones mientras lleva a cabo
sus asuntos.
Y se congeló.
Una vez más, otra persona dándole órdenes. Determinando por ella lo
que podía y no podía hacer. Con una sonrisa ganadora para el viejo
mayordomo, siguió adelante, sin decir nada, hacia el despacho de Nick.
Alcanzó el picaporte cuando dos voces salieron al pasillo. Ambas eran
conocidas. Pero fue una la que la mantuvo congelada. Edmund. Un fuerte
zumbido llenó sus oídos. Nada apartaría a su devoto cuñado del lado de su
esposa. Nada ni nadie. Con dedos temblorosos, Justina abrió la puerta de
un tirón. —Edmund—, consiguió escurrirse más allá del miedo que la
retenía en la puerta.
El esposo de Phoebe palideció. —Justina—. Su nombre surgió como una
súplica estrangulada y el sonido de su miseria la impulsó a moverse.
Temblando, cerró la puerta y se apoyó en ella. —Phoebe—, balbuceó. —
¿Está ella...?
—Está bien—, se apresuró a asegurar Rutland.
Apretó las palmas de las manos sobre los ojos y envió una oración al
cielo. Y sin embargo... ¿qué lo había traído aquí con tanta prisa?

~ 209 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

~*~
Nick había pasado de controlar por completo su destino y su futuro a ser
un observador externo de un intercambio íntimo entre su esposa y su
cuñado.
—¿Estás seguro de que Phoebe está bien?— Preguntó Justina mientras
se acercaba.
Phoebe. La hermana. Es extraño, hasta ahora no se había permitido
pensar en la mujer a la que Rutland se había unido. La mujer a la que había
llegado a amar y que había roto su armadura y facilitado el plan de Nick.
Hasta Justina. Ella lo puso todo patas arriba.
Rutland sacudió la cabeza con fuerza. —Phoebe está bien—, repitió
bruscamente.
—¿Garrick?— preguntó Justina apresuradamente.
—El bebé está bien.
Parte de la tensión abandonó los hombros de su esposa. Garrick. El hijo
de Lord Rutland. Un pequeño bebé. Frágil y delicado y dependiente de la
hermana de Justina y de ese hombre que había dedicado su vida a odiar.
Una vez más, ese pequeño detalle hizo que Rutland fuera más hombre que
monstruo.
Nick estaba detrás de su escritorio, alejado del intercambio, un
observador de una conversación entre miembros de la familia. Y lo que es
peor, de una forma que hablaba del vínculo forjado entre su mujer y el
hombre que tenía delante. Un vínculo que no se rompería.
Sólo el mío lo hará.
Se esforzó por respirar, asombrado por esa verdad.
Justina mordió por su labio inferior. —¿De verdad?
El marqués miró por encima de sus rizos dorados. —No te mentiría.
Por supuesto, su inteligente esposa detectaría ese ligero énfasis puesto
allí. Su ceño se arrugó. —Edmund, ¿por qué estás aquí?—, preguntó
lentamente.
Silencioso como una tumba, Lord Rutland miró a Nick. Por fin, con la
negra rabia que irradiaban sus iris marrones, el marqués se transformó de
nuevo en el mismo despiadado y letal depredador de la casa de campo de la
familia de Nick.
A pesar de sí mismo, se estremeció ante ese leve y burlón brillo en los
ojos de su cuñado. Oh, Dios, ahora es mi cuñado. Había sido su intención
original unirlos de por vida y, sin embargo, esto los trasladaba de nuevo a

~ 210 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

una esfera nueva y desconocida. —El marqués ya se iba—, dijo Nick


secamente.
Su esposa giró su mirada entre Nick y Lord Rutland. —¿Qué?—, soltó
ella.
Pero el marqués seguía con la mirada fija en el suelo, en un alarde de
insolencia y arrogancia.
Nick ignoró la perpleja pregunta de su esposa. —Lord Rutland ya se
iba—, dijo, su orden salió cortada, mientras la frustración se apoderaba de
él. Qué inquietantemente vacío se sentía con este maldito intercambio.
¿Dónde estaba la emoción de su victoria? ¿Dónde estaba la recompensa
prometida?
Justina se movió en un zumbido de faldas de raso, acercándose a su
escritorio. —No seas tonto, Nick. Edmund acaba de llegar. No podemos ser
tan groseros como para echarlo—. Sin dejarle responder, miró a su cuñado.
—¿Por qué estás aquí, Edmund?— Ella sacudió la cabeza. —No porque no
esté contenta de verte. Lo estoy. Yo...
Por encima de su cabeza, él y Rutland intercambiaron otra larga mirada.
Que Justina, esta vez, vio.
—¿Qué ocurre?— La incertidumbre se apoderó de la pregunta.
Antes de que ninguno de los dos caballeros pudiera responder, sonó una
conmoción en el pasillo. El furioso bramido del Vizconde Waters se
amortiguó a través de la puerta.
—No me importa que esté con el maldito rey de Inglaterra—, tronó el
hombre. —Derribaré todas las malditas puertas hasta que vea al bastardo.
Justina dio un paso apresurado para acercarse a Nick. Ese movimiento
sutilmente confiado le arrancó algún lugar dentro de donde latía su
corazón. Esa confianza moriría. Como debía ser. Se había propuesto
empobrecer a su familia. Aunque la había salvado de un destino miserable
como esposa de Tennyson, ahora ella estaba atada a él, recordándole para
siempre su traición.
El marqués le dirigió una larga y triste mirada y negó con la cabeza; ese
gesto, compasivo y conocedor. Sabiendo que a la tenue y fugaz felicidad de
Nick le quedaban segundos de vida antes de perder todo lo que realmente
importaba. Lo único que había importado de verdad: el amor de Justina.
El Vizconde Waters abrió la puerta de golpe y Nick se concentró en el
frente de la habitación. Los ojos saltones de su suegro hicieron un
inventario de la habitación, deteniéndose brevemente en Lord Rutland. El
miedo destelló en esas profundidades azules y luego los desplazó

~ 211 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

brevemente hacia Nick. Antes de fijarse en Justina. —Maldita imbécil—,


bramó y ella se sobresaltó. El vizconde le lanzó un dedo en su dirección.
Una furia roja e impía nubló la visión de Nick, mientras un gruñido
primitivo retumbaba en su pecho. —Cierra tu maldita boca o yo lo haré por
ti—, le espetó.
El miedo se desvaneció brevemente en los ojos del vizconde, pero luego
volvió a mirar a su hija. —Esto es culpa tuya—, arremetió y se lanzó al
ataque.
El marqués se colocó rápidamente entre el vizconde y el escritorio de
Nick, cortando el paso a Justina. —Cierra tu estúpida boca, Waters—,
ordenó el marqués, apretando el antebrazo del anciano. El vizconde gritó.
Por primera vez, vio que desde que Rutland se había casado con su
hermana, Justina había conocido cierta seguridad gracias a su presencia en
su vida. Si no hubiera sido por el marqués, sin duda estaría casada con otro
hombre, vendida por su padre. ¿Quién habría creído que Nick habría
sentido algo más que desprecio por el todopoderoso Lord Rutland?
—Tú hiciste esto, niña—, continuó Waters, sorprendentemente
implacable ante la furia de su yerno. Pero entonces, la ruina financiera hacía
que un hombre hiciera cosas enloquecedoras; como colgarse del extremo de
una cuerda o desafiar a una bestia como el Marqués de Rutland.
Su esposa demostró su fuerza, una vez más, y salió de su sombra
protectora. —No tengo ni idea de lo que estás hablando—. Miró entre los
caballeros reunidos.
Las palabras se atascaron en su garganta. La revelación que había sido
inevitable. La verdad que ya no podía ocultarse. Ni debería querer
ocultarla. Pero en el momento en que la confesión cobrara vida, todos los
momentos anteriores con Justina sonarían como momentos huecos
construidos sobre el engaño y la traición. La agonía le hizo cerrar
brevemente los ojos.
Al final, fue el vizconde quien le robó la respuesta. —Tu esposo me
empobrecerá a mí, Andrew, y a toda tu familia. Te has prostituido con un
hombre que nos arruinará.

~ 212 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 19
Cuando Justina era una niña que acababa de aprender a nadar, con Andrew
instruyéndola en el lago frente a su casa de campo en Leeds, se había caído
al agua y se había hundido hasta el fondo. El mundo había existido como
un ruido y un sonido apagados desde las profundidades.
Ahora, con las palabras de su padre resonando en sus oídos, se sentía
notablemente como aquel día de antaño. Los gritos estallaron mientras
Edmund agarraba a su padre con fuerza. Ante el agudo grito de su padre,
volvió a salir a la superficie, una vez más.
Justina sacudió la cabeza mientras la culpa se apoderaba de ella. Qué
rápido había dudado de él. —Nick no haría eso—. Dirigió la indignada
acusación a su miserable padre, odiándose a sí misma por permitir que su
réprobo padre plantara la semilla de la duda contra su esposo; el único
hombre que la había apreciado por algo más que una belleza vacía.
—Él lo hizo—, escupió su padre. Su carnoso labio se despegó en un
gruñido, tenía el aspecto de un orangután disecado que ella había visto una
vez en sus visitas al Museo Real con Phoebe. Algo en esa conexión calmó
sus inquietos nervios, ordenó sus tumultuosos pensamientos.
—No vengas aquí—, dijo ella. —A difundir tus mentiras sobre mi
esposo—. Miró a Nick en busca de fuerza, pero él permaneció
imperturbable, con sus rasgos cincelados y tallados en piedra.
—¿Mentiras?—, ladró su padre. Rodeó a Edmund con su corpulento
cuerpo y se detuvo para tenerla a la vista. —Tu esposo se ofreció por ti y me
pidió que nombrara a todos los que tienen mis pagarés—. La saliva se
formó en las comisuras de su boca mientras escupía su furia. —Y envió a
sus acreedores a cobrar.
—Eso no es posible—, dijo ella, su voz llegó como por un largo pasillo.
—Los mismos hombres que han recogido todas nuestras posesiones han
llegado esta mañana para llevarse el resto.
Justina miró frenéticamente a su esposo. Su piel tenía una tonalidad
cenicienta, como la de alguien que ha subido a un barco y ha sido arrojado a
una violenta tormenta. —Dile que se equivoca, Nick—. Él respondió a su
petición con el silencio. —Díselo—, gritó ella, con la voz elevándose hasta
el techo, y él se estremeció.
—No puedo hacer eso—, dijo él en voz baja.

~ 213 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

No. Las rodillas de ella se debilitaron y extendió las manos en busca de


apoyo.
—Sí—, respondió su padre y ella se estremeció, sin saber que había
hablado en voz alta.
Nick levantó las palmas de las manos y se acercó. —Justina—, imploró.
Sólo eso. Su nombre. Sin garantías. Sin negaciones. ¿Por qué? ¿Por qué no
negaba todas esas atroces acusaciones?
Ella miraba fijamente esas manos que la habían acariciado con tanto
cariño. Sus palabras se silenciaron y amortiguaron en sus oídos.
—Es cierto, Justina—, confirmó Rutland.
Ella se llevó la punta de los dedos a la boca. —Por eso estás aquí—. Su
voz surgió como un susurro desvaído. La afirmación de su cuñado,
confirmada por el silencio de Nick, le abrió un agujero en el pecho y luchó
por encontrar palabras.
Inclinando su cuerpo de forma despectiva, el marqués la miró. —Se han
descubierto notas, de una antigua criada—, hizo una mueca. —Al parecer,
los planes de tu... esposo se venían gestando desde hace tiempo.
—¿Notas?—, repitió ella muda.
Unas manchas de color estropearon las mejillas de su cuñado. —Ella
estaba proporcionando información entre tu esposo y su amante.
Sus palabras absorbieron todo el aire de la habitación. Justina se quedó
quieta, incapaz de respirar entrecortadamente. Su amante. No su antigua
amante. Dada la miserable unión de sus propios padres, no había sido
ingenua a la realidad de que muchos hombres tenían amantes, pero la
imagen pintada de su esposo con otra era aplastante. Otra mujer cuyo
cuerpo él había acariciado y que había conocido su tierna caricia y la
sensación de él cuando se movía en su interior. Un gemido torturado se
alojó en su garganta y se atragantó con él.
—Justina, déjame explicarte—, suplicó Nick. —Ya no es mi amante.
Terminé con ella incluso antes de conocerte.
Ella trató de encontrarle sentido a esa admisión. ¿Qué era verdad y qué
era otra mentira?
—Mi criada estaba reuniendo detalles sobre nuestra familia y se los
daba a...— Rutland señaló a Nick. —...éste—, añadió con más dulzura de la
que ella recordaba en él.
No. No podía ser. Era una crueldad de la que su esposo era incapaz.
Excepto... La tierra se hundió y se balanceó y ella se apoyó en el asiento más
cercano. —Nunca te dije que coleccionaba sombreros—. Su voz llegó como

~ 214 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

por un largo pasillo. Era un detalle insignificante, pero su percepción fue


más reveladora que nada.
Su marido cerró los ojos y ella lo supo. Lo supo por las apretadas
comisuras de sus labios. No. No. No. Era una letanía que gritaba por las
cámaras de su mente hasta que pensó que se volvería loca por ello. Todo no
podía ser una mentira. Ella había confiado en él. —Nick—, suplicó con voz
ronca. —Por favor, di algo.
Su boca se movió, pero no salió ninguna palabra.
Justina se clavó las yemas de los dedos en las sienes. Cada momento que
habían compartido había sido para engañar y traicionar. Falsedades.
Mentiras. Sus pies se agitaron con la necesidad de huir y escapar de la
nueva realidad de su existencia. Enroscó los dedos de los pies en las suelas
de sus zapatillas anclándose en el lugar. No había forma de huir de esto.
¿Qué había entonces? ¿Para él? ¿Para ellos?
Nada. No hay nada…
—Me importa un bledo su amante—, se quejó su padre. Sacudió la
barbilla hacia un Nick pálido e inmóvil. —Va a reclamar mis pagarés—. Su
corazón retumbó con fuerza contra su caja torácica. —Hará que Andrew y
yo trabajemos en una granja de nabos—. Se burló. —El mismo maldito
anónimo que cobrará mi deuda esta temporada no es otro que tu esposo—.
El vizconde se lanzó hacia adelante pero, una vez más, Edmund lo atrapó,
deteniendo su ataque.
Justina se llevó una mano a la garganta mientras su mente intentaba
mantener el ritmo de los pensamientos que giraban rápidamente fuera de
control. —No—, susurró y dirigió su mirada hacia Nick. —Diles que se
equivocan, Nick—. Dime que se equivocan. —Diles que hay un malentendido.
Tú no harías estas cosas. No a mi familia—. Sí, había maldad en su padre,
pero sólo había bondad en su madre y hermano. Él no correspondería a esa
bondad con destrucción.
Con la piel cenicienta, su esposo la miró fijamente. Sus ojos estaban tan
llenos de dolor que se le apretaron las tripas. ¿Por qué no decía nada?
Por fin, habló. —Me gustaría hablar contigo...— Miró brevemente a los
demás presentes. —A solas—, enmendó con voz ronca.
—Hablar conmigo a solas—, repitió, con un tono de pánico. —
Simplemente dime que están equivocados—. Su cuerpo se estremeció hasta
que temió romperse bajo su peso. Se abrazó a sí misma para evitar el frío.
—Dímelo—, suplicó.
Nick dudó y luego negó lentamente con la cabeza. —No puedo hacerlo.

~ 215 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Al oír su silenciosa admisión, toda la respiración la abandonó en una


fuerte exhalación. Oh, Dios. Su mente se resistió a lo que su corazón ya
sabía. —¿Por qué no puedes hacerlo?—, exigió ella. Su grito agudo resonó en
la oficina.
Algo crudo brilló en los destellos plateados de sus ojos azules. Su
manzana de Adán se balanceó. —Porque es verdad.
Porque es verdad.
El dolor, el pánico y la desesperación se fundieron en su interior,
mientras pedazos de su corazón se resquebrajaban y se rompían. Justina se
alejó de él tambaleándose. —No—. Esa única palabra, construida sobre una
necesidad desesperada de creer en él -en ellos- y en el bien que siempre
había anhelado en un marido honorable. —¿Buscaste empobrecer a mi
familia?— Cerró los ojos, recordando el dolor y la vergüenza cuando unos
extraños entraron en su casa y se llevaron las posesiones más preciadas de
su madre. Mis libros. —¿Lo hiciste?—, gritó cuando él no dijo nada.
—Esa era... es mi intención.
Es. No era. Y lo dijo tan rotundamente, como si fuera una desconocida
con la que ni siquiera se había cruzado en la calle. Justina se cubrió la cara
con las manos y luchó por respirar.
...El caballero ha ordenado que se subasten estos artículos y no se permitirá hacer
ofertas a nadie que tenga conexiones con la familia Barrett...
Fue por eso que el acreedor le sugirió que hablara con su marido esa
mañana. Por supuesto. Tenía sentido. Una risita de pánico, medio loca,
salió de sus labios. Qué tonta he sido. Y qué bien había caído en su trampa. Él
sólo la había conocido y se había casado con ella para arruinar a su familia.
Cada hermosa palabra, cada encuentro fortuito, no había sido un juego del
destino como él había afirmado... sino algo siniestro. Sus hombros se
hundieron con el peso de su agonía y vergüenza. No tenía sentido. ¿Qué
razón tenía él para odiar a su familia para haberla atrapado tan
despiadadamente en este retorcido plan?
—Justina, hablemos a solas—, repitió Nick bruscamente. Extendió una
palma hacia la de ella. —Puedo explicarlo.
—¿Explicar, Su Excelencia?—, siseó ella, golpeando su mano. Él la dejó
caer a su lado. —¿Qué hay que explicar?— Sintiéndose como un gato
acorralado que una vez espió en la casa de campo de su familia, se
estremeció y retrocedió apresuradamente, acercándose a Edmund. Con los
ojos siempre entrecerrados, su esposo siguió cada uno de sus movimientos.
Se detuvo de modo que quedó al lado de su cuñado.

~ 216 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Edmund tomó inmediatamente una de sus manos y la apretó con


firmeza. —Acompáñame—, le ofreció, con su barítono gutural, áspero por
el arrepentimiento.
Nick se movió con la rapidez de una pantera negra al rodear el
escritorio. —Por favor—, le suplicó. —Si quieres irte después de que te
explique todo, no te lo impediré.
Cobarde como era, Justina deseaba huir, como le instaba su cuñado. Y
sin embargo, durante años, había querido ser valorada como una mujer
capaz de tomar sus propias decisiones y hablar por sí misma. Si se
marchaba ahora o alguna vez con Edmund o con cualquier otra persona,
estaría renunciando a todo el autocontrol que tanto había buscado. Justina
respiró profundamente. —Mi esposo desea hablar conmigo—, dijo. Nick la
miró con esperanza en sus ojos. —Por favor, vete para que podamos
hablar—. ¿Qué podía decir? Nada podría enmendar estos errores. Todo
había sido una mentira.
Su cuñado recorrió su rostro con ojos de dolor. —Lo siento mucho—,
dijo en voz baja, las palabras roncas tan débiles que a ella le costó oírlas. —
Habla con tu...— Palideció. —...esposo. Y después, debes saber que puedes
acudir a mí. Cuando quieras—. Dirigió esa última parte a Nick.
El vizconde gruñó. —No iré a ninguna parte hasta que Huntly perdone
mi deuda—. Sus palabras terminaron en un grito cuando el marqués lo
agarró por el brazo y lo sacó del despacho. Luego, la puerta se cerró tras
ellos, dejándola a ella y a Nick solos.
La tensión colgaba pesadamente en la habitación, espesa como la niebla
de Londres.
Con movimientos rígidos, su marido se dirigió al aparador y se sirvió
una copa. Justina parpadeó rápidamente. ¿Un maldito trago? Su padre y su
cuñado habían entrado aquí y habían destrozado su felicidad con
acusaciones que Nick no había negado, ¿y ahora él se servía un maldito
trago? Estaba cansada de que todos los hombres de su vida recurrieran a la
bebida para fortalecerse. —¿Qué tienes que decir?—, exigió ella, orgullosa
de esa firmeza en sus palabras cuando por dentro estaba temblando. De
miedo. De ira. Y de una desesperación adormecedora.
Él se dio la vuelta y, de un largo y lento trago, terminó su bebida.
¿Buscaba resolución en el fondo de su copa? —Una vez te hablé de mi
infancia.
Ante el brusco cambio de tema, ella negó con la cabeza. —Yo no...
—Hubo un hombre—, dijo él con una sombría naturalidad que le crispó
los nervios. —Un hombre que arruinó a mi familia. Destruyó a mi padre.

~ 217 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Apoyó la cadera en el borde de la pieza Chippendale y le devolvió la mirada


expectante.
En lugar de eso, sacudió la cabeza una vez más, desconcertada. —¿Qué
tiene eso que ver conmigo?—, preguntó ella, odiando la súplica tan poco
convincente. —¿Con nosotros?—, corrigió. Ahora era su vida en común.
—Ese hombre era el Marqués de Rutland.
—El marqués...— El aire la abandonó en un siseo estremecedor cuando
sus palabras la arrojaron a un turbulento mar de confusión. ¿Su cuñado,
Edmund, el héroe de Phoebe, el campeón de su familia, había sido la
persona que había destruido a la familia de Nick? Aquella acusación iba en
contra de todo lo que conocía de Edmund y de todo lo que había llegado a
creer sobre aquel hombre que tenía delante. Un extraño.
Imposible.
Nick se pasó la mano que le sobraba por el pelo. —Oh, te aseguro que es
muy posible.
Sin darse cuenta de que había hablado en voz alta, lo miró fijamente, a
ese caballero que sólo le había contado medias verdades. Este hombre, que
según las palabras de su padre, pretendía arruinar a su familia. Nick no
podía ver, los Barrett habían sido arruinados hace mucho, mucho tiempo
financieramente por el padre derrochador de Justina. Esto era sólo un acto
más que vería a la madre de Justina herida, una vez más. Sólo que esta vez,
por otro hombre: el esposo de Justina, ahora. La bilis le picó en la garganta
y la ahogó.
—Juré vengarme y, sin embargo, a Rutland no le importaba nadie. Hasta
tu familia. Hasta...— Mi. La mirada de él se clavó en la de ella. El peso y la
riqueza del significado detrás del brillo en sus profundidades azules y la
admisión inconclusa robaron la vida de sus piernas. Justina se agarró a la
parte superior de la silla de cuero con respaldo de ala.
Las advertencias de Honoria volvieron a aparecer. —¿Por qué estabas en
Gipsy Hill?— Se humedeció los labios. A la vez que necesitaba una
respuesta de él, no quería saberlo. No dijo nada. —¿Y en los jardines de
Lady Wessex y el salón de Lord Chilton?— Su voz subió de volumen,
temblando bajo el peso de su miedo.
—Tú eras la querida cuñada de Rutland. La amiga más querida de su
esposa—, dijo Nick en voz baja y sus palabras hicieron que el hielo corriera
por sus venas. —Era mi plan ganar tu corazón y romperlo.
—Pero tú eres el Querido Duque, Nick—, susurró ella. La sociedad, sin
embargo, había demostrado estar equivocada con tantos otros antes. —
Creí que querías c-cortejarme—. Su voz se quebró. Porque aún, con todo lo

~ 218 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

revelado en estos momentos, ella quería que él siguiera siendo el hombre


por el que lo había tomado.
—Todo cambió—, dijo él con prisa. Abandonando su vaso, Nick se
acercó y posó sus manos sobre los hombros de ella. Se obligó a mirar a los
ojos de ese mentiroso con el que se había casado y la agonía de su mirada le
abrió otro agujero en su ya desesperadamente astillado corazón. —Cuanto
más te conocía, no podía arruinarte.
Y él no lo había hecho. Lord Tennyson lo había hecho. Y Nick
simplemente intervino y reclamó su justa recompensa.
Encogiéndose de hombros, ella se alejó, necesitando espacio entre ellos.
—Pero me has arruinado—, susurró. Las náuseas se agolparon en su vientre
cuando la verdad se asentó por fin en su mente de lenta comprensión.
Levantó la mirada hacia la de él, sin querer ver su realidad en sus ojos, pero
necesitando saber la verdad. Necesitaba ver lo que su mente seguía
rechazando. Sin duda, no podía estar tan equivocada. Sin duda, no podía
ser tan tonta. —¿Me buscaste, me cortejaste, te casaste conmigo, todo para
castigar a Edmund?— Su pregunta surgió vacilante, plagada de su propia
incredulidad. —Seguramente, una persona no podría haber planeado una
venganza contra toda una familia—. Se tocó el pecho con un dedo. —Yo,
incluida.
Y ella lo sabía. Lo supo por el arrepentimiento que desfiló por sus rasgos
duros y angulosos. Un gemido torturado se atascó en su garganta,
ahogándola, y miró frenéticamente a su alrededor.
—Necesito que entiendas—, imploró Nick. Se acercó a ella con las
manos levantadas en señal de súplica. —Todo empezó así—. Con su
cabello dorado despeinado y sus rasgos impecablemente hermosos, tenía el
rostro que seguramente había puesto el Diablo cuando llegó a la Tierra para
tentar, mancillar y arruinar. —En algún momento del camino, todo cambió.
Tu espíritu, tu fuerza, tu ingenio—, ella se estremeció. —Todo me cautivó.
Oh Dios. A pesar de las advertencias de Honoria y de la preocupación de
la familia de Justina de que su espíritu romántico fuera su perdición, ella se
creía más fuerte. Capaz de ver y conocer lo bueno de la gente. Se agarró la
cabeza con las manos. Qué tonta había sido.... y qué desesperada por el
amor. En eso, había sido la tonta romántica con estrellas en los ojos. —
Mentiras—, susurró. —Todo era mentira—. Levantó el cuello de golpe y se
encontró con su mirada. —Dime, ¿tu amor por la poesía era real?— O era
un truco más orquestado para engañar.
—Era real—, dijo él, con la voz hueca.
¿Y ella debía creerlo? Con ese desconocido delante de ella, mirándola
fijamente, su mundo se deshizo lentamente como las costuras que se

~ 219 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

desgarran de un vestido hasta que todo lo que quedó fue un montón


marchito en el suelo. Se agarró la garganta. —Te di mi mente, mis sueños,
mi...— Se le cortó la voz. —Cuerpo—, susurró. Nick se enderezó como un
látigo. —Todo lo que era y quería ser y lo usaste en mi contra.
Los músculos de la cara de él se estremecieron. —Sí—. Nick arrastró
una mano por sus mechones despeinados. —No—. Respiró lentamente a
través de sus labios apretados.
—¿Cuál es?—, gritó ella.
—Son las dos cosas—, dijo él y los ojos de ella se cerraron
involuntariamente.
Ella había soñado con un matrimonio basado en el amor. Buscaba un
marido que valorara su mente. Se encogió. Al final, había demostrado ser la
estúpida cabeza hueca que su padre la había acusado de ser. La vergüenza
de eso no era nada comparada con la dolorosa pena por el sueño moribundo
que había llevado por una vida con Nick. Justina se atragantó y se tambaleó
hacia atrás, alejándose de él. Había tomado un encuentro mágico en las
calles de Lambeth y los había convertido en el intercambio romántico que
siempre había anhelado. —Dígame, Su Excelencia. ¿Se rieron usted y su
amante a costa mía?— Ella le lanzó esa pregunta, encontrando fuerza en su
furia. —¿Practicó todas sus bonitas palabras con ella?— ¿La amas?
El dolor le apuñaló el pecho.
—En el momento en que te conocí—, dijo él sombríamente. —No pude
ver a ninguna otra mujer más que a ti—. Hizo una pausa y sus rasgos se
convirtieron en una máscara de dolor desgarrado. —Sólo existías... y sólo
existirás, tú.
Las lágrimas se agolparon en sus ojos, desdibujando su rostro ante ella.
Se despreciaba a sí misma por su debilidad al aferrarse a esa promesa tanto
como odiaba a su esposo por esta traición. Era demasiado. Este momento.
Todo ello. Levantó el dobladillo y echó a correr.
Nick se movió rápidamente, y ella tropezó consigo misma en su intento
de escapar de él. Justina corrió detrás de su escritorio, colocando la pieza
de caoba entre ellos. La distancia era pequeña y, sin embargo, el abismo que
los dividía era mayor que todo el Támesis. —Escúchame, Justina—. Se
detuvo en el lado opuesto del escritorio. —Por favor.

~*~

~ 220 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Hoy debería haber sido la culminación de todos los sueños que había
llevado. Sueños que lo habían sostenido en la oscuridad. Sin embargo,
estaba aquí, con Justina mirándolo -una presión visceral estrangulaba su
flujo de aire- de la misma manera que había mirado al Marqués de Rutland.
Ahora la lástima y el arrepentimiento en los ojos de Lord Rutland tenían
sentido. Había sido la mirada de un hombre que había conocido las
implicaciones de las acciones de Nick mucho mejor que el propio Nick.
Porque eso es en lo que me he convertido. Tal como su hermana había predicho
y acusado, había tomado la forma del otro hombre. En un intento de
hacerse más fuerte. De pie aquí, con el rostro en forma de corazón de
Justina pálido como el pergamino en su escritorio y las lágrimas corriendo
por sus mejillas, no se sentía fuerte. Se sentía como si lo hubieran desollado
con una cuchilla sin filo y lo hubieran dejado expuesto y roto.
Nick respiró entrecortadamente y lo soltó lentamente. —En un
principio mi intención era...— atraparte. —...casarme contigo.— Los
mayores crímenes de los que una vez había hablado libremente con Lady
Carew se deslizaron por su mente. Justina siempre había merecido más.
Que él. Tennyson. O cualquier otro maldito noble en Londres.
Los expresivos ojos de ella no revelaban más que un vacío inexpresivo
que se clavó en él. —Casarte conmigo—, repitió ella.
—No podía hacerlo—, confesó él, con la voz ronca.
Su esposa lo miró como si él hubiera descendido a las profundidades de
la locura. Tal vez lo había hecho. Porque cuando se le presentó el
sufrimiento de Justina, Rutland, el único hombre que había ocupado los
pensamientos y esfuerzos de Nick durante trece años, no importaba en
absoluto. —Pero sí lo hiciste—, susurró ella.
Él se pasó brevemente una mano por los ojos. —Atraparte—, enmendó
entre dientes apretados. Ella retrocedió, con el horror derramándose por
sus ojos.
—¿Nuestro encuentro en Gipsy Hill?— Sus brazos colgaban sueltos a
los lados.
El calor le quemó el cuello. Ella le obligaba a respirar esa verdad y se lo
merecía. —Tenía la intención de coordinar nuestro encuentro ese día, pero
ese caballo suelto se escapó por el camino, cambiando mis planes.
—Tus planes—. Justina despegó el labio en una mueca cínica que tuvo
el mismo efecto que una daga clavada en su vientre. —¿Cómo debía ser
nuestro primer encuentro, Su Excelencia?
Su pecho sufrió un espasmo. Su Excelencia. Ese título formal que
despojaba de toda intimidad a sus nombres de pila.

~ 221 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—¿Cómo debía ser?—, volvió a preguntar ella. El agudo timbre de su


voz insinuaba su rápida pérdida de control.
—Había orquestado un faetón desbocado—, dijo en voz baja. La
vergüenza lo invadió. ¿Cómo había pensado en esos planes despiadados
para ella? —No fue necesario debido al caballo salvaje.
—Dios mío—, respiró ella y deslizó su agónica mirada de un lado a otro.
Sus entrañas se retorcían en nudos viciosos. No podía permitirle creer
que todo había sido una mentira. En el camino, todo había cambiado. Ella le
había recordado lo que era disfrutar de cualquier cosa fuera de sus planes
para Rutland. Le había despertado el amor por la poesía y le había
enseñado a sonreír de nuevo. —Después de conocerte, Justina, me di
cuenta de que no podía involucrarte en mis planes para Rutland.
Su insistente afirmación hizo que la cabeza de ella se enderezara, de
modo que sus miradas se encontraron. —Por eso dejó de visitarme—, dijo
ella en voz baja, las palabras pronunciadas más bien para sí misma.
Sin embargo, Nick asintió. Hazla entrar en razón. Hazla entender.
Ya la he perdido.
Luchando contra el pánico, le explicó. —Tu padre iba a venderte a
Tennyson sin el beneficio del matrimonio—. La misma furia, tan potente y
cruda como cuando se había enterado por la boca del marqués, ardía en sus
venas.
Ella ladeó la cabeza. Las lágrimas que brillaban en sus ojos resbalaban
por sus mejillas, dejando marcas silenciosas de su desesperación que lo
asolaban. Animado por su silencio, continuó.
—Aseguré tu dote y los bienes de tu familia, en tu nombre. Eso no es
mentira—. Así ella podría tener algún control sobre su futuro. Incluso con
esto, ella probablemente se iría y se llevaría toda la felicidad que él había
conocido en estos miserables trece años.
—¿Se supone que debo encontrar honor en eso, Su Excelencia?—,
escupió. Justina le dirigió una larga y triste mirada. —¿Debo admirarlo por
haberme preservado de todo tan amablemente?— Levantó la barbilla. —En
el momento en que decidió herir a mi familia como medio para herir a
Edmund, me involucró en su plan—. Sacudió la cabeza con tristeza y
compasión. —No es usted diferente de Tennyson o de cualquier otro
caballero con el que mi padre se relacionó. Es igual a ellos.
Sus palabras punzantes lo golpearon en el pecho. —Sí—, dijo él, con la
voz apagada para sus propios oídos. Eso es lo que él era.
Justina apretó la boca. —¿Yo le importo?

~ 222 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

¿Importarle? Él la amaba. La había amado desde que ella le soltó un reto


a un erudito estirado en la Biblioteca Circulante de Lambeth Street. No
podía decirle esas palabras ahora. Le sonarían vacías y falsas; una maniobra
desesperada para superar la cautelosa guardia que se había levantado en
torno a ella. Sin embargo, necesitaba decirlas de todos modos. Necesitaba
que ella supiera que esas palabras eran, de hecho, verdaderas.
—Si tiene que pensar tanto, entonces ya tengo mi respuesta—, dijo
cansada y se dispuso a rodearlo.
Nick se colocó rápidamente entre ella y la puerta, deteniendo su
retirada. Necesitaba que ella lo entendiera. —Te amo—, confesó en tono
solemne, deseando que ella lo viera.
Una risa vacía brotó de sus labios. —¿Me ama?
Él inspiró con fuerza. Ella tenía derecho a su odio. Siempre había sabido
que ella lo despreciaría una vez que su plan saliera a la luz, pero no había
esperado que doliera tanto. —No espero que perdones lo que he hecho...
—¿Qué asuntos ha atendido esta mañana?—, lo interrumpió ella.
Aquel cambio brusco lo dejó descolocado. Oh, Dios, ella lo sabe. Por un
breve momento, consideró la posibilidad de mentir, pero no podía permitir
más falsedades entre ellos. —Justina—, le suplicó.
—¿A. Quién. Viste?—, le espetó ella con un tono fríamente carente de
emoción. El acero helado estaba tan en desacuerdo con la dama
despreocupada junto a la que se había sentado en La Biblioteca Circulante
y él murió lentamente por dentro ante su transformación. —Era su a-
amante, ¿no es así?
—¿Cómo...?
Ella se sacudió como si él la hubiera golpeado.
—No te he mentido antes. Ella es mi antigua amante—, dijo él con la
garganta apretada. —Terminé con ella antes de conocerte.
—Ya veo—. Esas dos palabras, que lo decían todo y nada al mismo
tiempo, lo hirieron por dentro. La estaba perdiendo. Con cada pregunta y
cada revelación, ella se alejaba más y más.
No, ya la he perdido. La perdí en el momento en que me topé con ella en las calles de
Lambeth. Nick tomó sus manos y las apretó. —Antes de ti, yo era un
miserable, un canalla podrido. Un pícaro. Despiadado. Impulsado por el
mal. No soy ese hombre. Ya no lo soy. Gracias a ti.
Ella levantó la barbilla, con una triste sonrisa colgando de sus labios. —
¿Cuándo pensaba decirme que nosotros existimos nada más que por sus
retorcidos planes de venganza?

~ 223 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Esperé demasiado tiempo. —El momento parece ciertamente condenable—,


concedió con brusquedad. —Pero después de reunirme con...— Ella
retrocedió. —...después de mi reunión—, sustituyó rápidamente. —Me
comprometí a hablar contigo, pero encontré a tu hermano en su club y
borracho y lo llevé a casa con tu madre.
Una risa quebradiza estalló de sus labios. —Vaya, qué galante es.
Ayudando a mi hermano al que empobreció en las mesas de juego.
Nick se estremeció. —¿Qué querías que hiciera? ¿Que lo dejara ahí, con
el corazón roto para que los chismosos lo destrozaran?
—Eso ya lo ha hecho usted por su cuenta.
—Tu hermano y tu padre se jugaron su riqueza—, espetó. —Soy
merecedor de tu resentimiento, pero no pongas a ninguno de los Barrett
como parangón. No cuando también te han perjudicado a ti y a tu familia.
Por las líneas blancas en las comisuras de su boca, ella sabía que él tenía
razón en ese aspecto. De nuevo, él intentó hacerle ver que ella era todo lo
que él quería. —Me merezco tu ira—. Y más. —Pero debes saber—,
continuó en tono sombrío, —que tú eres todo lo que siempre quise. Todo lo
que siempre necesité y que yo mismo creí...
—¡Basta!— gritó Justina. Se soltó de él y apretó los brazos contra su
pecho en un abrazo triste y solitario. —Me dijiste todo lo que deseaba oír.
Alabaste mi mente—, se encogió. —Porque eso es todo lo que quería. Que
un caballero me viera por algo más que la etiqueta de Diamante que me
habían puesto—. Las lágrimas inundaron sus ojos y una única gota
cristalina recorrió su mejilla. Se la quitó con rabia. —Pero ni siquiera viste
eso en mí, Nick. Me veías como un objeto para consumar tu venganza—. La
visión de su dolor orgulloso le hizo estragos.
Nick tomó su rostro entre sus manos y la obligó a mirar hacia él,
deseando que viera. —Todo cambió. Desde el momento en que te arrojaste a
la calle para salvar a un pobre niño, mi mundo se puso patas arriba—. Y
nunca, jamás, se enderezaría. —Quería decírtelo. En la biblioteca, lo
intenté.
—Déjeme ir, Su Excelencia—, ordenó ella. Sus brazos cayeron
inútilmente a los lados.
Justina comenzó a rodearlo y, esta vez, demostró ser un cobarde, una
vez más. Porque la dejó ir. Su esposa se quedó en la parte delantera de la
habitación, con los dedos en el pomo de la puerta. Inclinó la cabeza. —
¿Algo de esto fue real?
Desde el momento en que la tiró al suelo y miró fijamente sus expresivos
ojos, se había perdido para siempre. —¿Me creerías si te dijera que desde el
momento en que me senté a tu lado en esa sala de conferencias, todo lo fue?
~ 224 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Sus dientes blancos y uniformes se hundieron en el labio inferior y las


lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. Sacudió la cabeza con brusquedad.
—No. No lo creería—. Justina se miró las manos, estudiando en silencio las
arrugas de las palmas. —Cuando nos encontramos en los jardines de Lady
Wessex, vi algo oscuro en tus ojos. Algo que no pude identificar—, susurró.
Levantó su mirada hacia la de él. —Ahora lo sé. Era odio. Y no lo vi antes
porque estaba ciega a esos sentimientos. Pero ahora lo sé—. Sus palabras lo
golpearon como una patada en las tripas. Su corazón se contrajo, haciendo
imposibles las palabras y los pensamientos.
Con eso, ella presionó la manija, abrió la puerta, y la cerró detrás de ella
con un silencioso y condenatorio clic.
Nick se quedó allí mucho tiempo después de que ella se hubiera ido,
mirando el panel de roble. Por fin, admitió lo equivocado que había estado
Rutland en las lecciones que había impartido. La venganza y el odio no lo
habían hecho más fuerte. Porque, con la habitación resonando con el
recuerdo de la silenciosa desesperación de su esposa y las estruendosas
acusaciones de su padre, Nick nunca se había sentido más débil que en ese
momento.
Porque aunque ahora la amara, ella había empezado siendo un peón
cuya familia él había intentado destruir... y eso nunca podría deshacerse.
...Tienes toda una vida para demostrarle quién eres...
Con una maldición, Nick salió corriendo de su despacho y atravesó los
pasillos. Las palabras de Chilton resonaron en su mente y, con el pulso
latiendo con fuerza en sus oídos, subió las escaleras de dos en dos. —
Justina—, gritó con voz ronca al llegar a sus habitaciones.
Ella se detuvo con los dedos en el picaporte, pero no miró hacia atrás.
Levantó las palmas de las manos en señal de súplica. —Yo...— Miró
hacia arriba y hacia abajo en el pasillo. —Me gustaría hablar contigo—, sus
palabras surgieron como una súplica.
Ella se enfrentó a él. —No hay nada más que decir.
Alguna emoción oscura y endurecida brilló en sus ojos azules,
congelándolo en su lugar. Porque era un sentimiento que él conocía. Uno
que reconocía.
Odio.
Tal como ella había dicho. La bilis le picó en la garganta y se la tragó. —
Por favor—, jadeó, sin aliento por su carrera hacia el encuentro con ella. No
había orgullo cuando se trataba de esta mujer. Desde el momento en que
había arriesgado su vida para salvar a un niño en la calle, se había ganado su
corazón para siempre.

~ 225 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Abrió la puerta de un empujón y, cuando no dijo nada, él la siguió. Nick


se preparó para recibir el mordaz vitriolo de su indignación. En lugar de
eso, ella lo miró fijamente con ojos cansados. —¿Qué quiere, Su Excelencia?
Su Excelencia. Una vez más, esa barrera de propiedad erigida entre ellos
que rompió la intimidad que habían compartido estas últimas semanas. La
quiero de vuelta. Quiero que seamos como fuimos durante el breve tiempo que
compartimos. —No puedo expiar mis crímenes contra ti—, dijo, dando un
paso hacia ella. Porque, en definitiva, había hecho daño a todos los Barrett.
Ella se puso rígida, pero permaneció fija en el suelo. Animado cuando ella
no retrocedió, él continuó acercándose. —Pero me gustaría explicarme—.
Donde podría hacerlo mejor de lo que lo había hecho en su despacho. No
para que ella lo perdonara, sino para que al menos lo entendiera.
Sin palabras, ella inclinó la barbilla hacia arriba, instándolo a seguir.
Su lengua se sentía pesada en su boca y él luchaba para ocultar este
secreto a ella, todavía. Le debía toda la verdad. —Hace mucho tiempo, mi
padre tenía una deuda con Lord Rutland. Una deuda de negocios.
—Ya lo ha dicho—, dijo ella, con una voz tan inquietantemente carente
de emoción, que un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Ella no era
así. Esta figura hastiada y cautelosa no se parecía en nada a la mujer
vibrante y sonriente que había derribado todas sus defensas.
Él asintió con una sacudida. —Sí, ya te lo dije—. Sin embargo, no le
salían las palabras. Durante toda su vida, había vivido una mentira. Un
secreto compartido con nadie... y sólo los sirvientes sospechosos lo sabían.
—Lord Rutland reclamó esa deuda antes de tiempo—. Por ninguna razón,
más que para destruir. Y en última instancia, había tenido éxito en ese
esfuerzo. —Mi padre se suicidó—, dijo en voz baja, dando por segunda vez
vida a esas palabras.
Justina jadeó. Lo miró con ojos redondos. Sí, ya que en su Sociedad, el
crimen máximo sería para siempre el suicidio de un hombre.
Incapaz de encontrar su mirada por miedo a lo que podría ver allí, miró
más allá de su hombro. —Tras su encuentro con el marqués, entré en el
despacho de papá y lo encontré—. Todos los horrores y recuerdos más
antiguos se precipitaron y se concentró en su relato sin emoción para no
descender a la locura. —Un hombre nunca olvida la visión de un cuerpo,
colgando, en la muerte—. Su voz se volvió ronca. —Es silencioso. Morboso.
Me destruyó—, susurró, esa parte para sí mismo.
Las tablas del suelo crujieron, indicando que ella se había movido.
Un toque suave e inesperado se posó en su brazo y, parpadeando
lentamente, la miró. Ella no dijo nada. No ofreció ninguna palabra. No le
ofreció nada, aparte de esa silenciosa y tácita muestra de apoyo. Un apoyo
~ 226 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

que él no merecía. La hoja se retorció aún más en su pecho. —Permití que


mi odio por tu cuñado me sostuviera—, continuó con voz ronca. —
Encontré un propósito en ese odio. No me creía capaz de sentir nada más
allá de él—. Se le hizo un nudo en la garganta. —Hasta que llegaste tú—.
Ella le había hecho sentir de nuevo. También lo forzó. A pesar de todos los
votos que había hecho para ser despiadado e insensible. Ella había
restaurado la luz cuando sólo había habido oscuridad.
Los dedos de ella se tensaron en su manga. Luego, ella bajó la mano
lentamente, vacilante, a su lado y él lamentó la pérdida de esa conexión. —
Todo fue fingido, Nick—, dijo ella tan suavemente que sus palabras casi se
perdieron para él. —Todo, desde tus acciones hasta tus palabras sobre
poesía y literatura...
—No fue así—, rogó él, tomando las manos de ella. Queriendo que ella
viera. Que supiera que sólo había sido ella. —Eso es lo que fui una vez. Fui
un niño que encontró la felicidad en los libros y los poemas y olvidé todo
eso—. Después de descubrir a su padre, su vida había descendido a un
infierno tal que todas esas palabras y versos habían parecido tonterías
inútiles. Justina le había recordado lo que era sentir algo más que odio y
anhelar aquellos placeres que una vez había conocido. —Si no fuera por el
puñado de versos que escribí para mi sobrina, ni siquiera había pensado en
volver a poner la pluma sobre el papel o leer poesía... hasta ti. Desde el
momento en que te arrojaste a la calle para salvar a un niño, me cautivaste.
Me hiciste olvidar mi odio y me hiciste... sentir de nuevo—. Le sostuvo la
mirada, deseando que viera. —Te amo.
Sus palabras se encontraron con un silencio interminable, puntuado por
el tic-tac del reloj. Su corazón se contrajo dolorosamente. ¿De verdad creí que
podía convencerla tan fácilmente de mi amor?
Justina estrechó sus brazos en un abrazo solitario. —No sé qué hacemos
a partir de ahora, Nick—, confesó.
—Quiero empezar de nuevo contigo—. Se acercó un paso más. —Y yo
quiero que tú quieras volver a empezar conmigo—, dijo y se detuvo. Quería
que ella se acercara a él, porque lo deseaba, no porque él le impusiera su
presencia.
—¿Pretendes destruir a mi familia?
La pregunta de ella lo hizo detenerse. ¿Cómo podría no hacerlo? Era el
objetivo que lo había sostenido durante las pesadillas, la miseria y el
infierno. Le había dado un propósito. ¿Qué era él sin la venganza contra
Rutland?
¿Qué soy yo sin ella?

~ 227 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—¿Qué opción tengo?—, suplicó, queriendo que ella le mostrara cómo


podía lograr ambas cosas: el cierre de su pasado y su amor. Extraño, al
principio había visto a Justina como un peón. Sin embargo, su existencia se
había transformado en un complicado tablero de ajedrez y él estaba
atrapado en la esquina. —No hay otro movimiento que hacer—, dijo
finalmente, aceptando esa verdad.
Justina le dedicó una larga y triste sonrisa. —Siempre hay otro
movimiento que hacer, Nick. Se trata de hacer el correcto—. Ella inhaló en
silencio; ese sonido tenue contradecía la tormenta que se desataba en su
interior. —Dices que quieres empezar de nuevo. Pero no es así. No de
verdad—. Él abrió la boca para hablar, pero ella continuó por encima de él.
—Ya ves, me pides que te perdone. Me pides volver a empezar—. Ella puso
una mano entre ellos. —Y sin embargo, estás tan atascado en el pasado,
odiando a Edmund. Eres incapaz de perdonar. No sé si puedo perdonarte—
, admitió con su habitual franqueza. Sólo que esta vez, esas palabras lo
atravesaron. —Pero sé que, mientras pretendas destruir a los que amo, no
podemos ni siquiera empezar a intentarlo—. Ella alisó sus palmas a lo largo
de sus faldas. —¿Si me disculpas?
—Por supuesto—, dijo él con voz hueca, retrocediendo. Todo eran
formalidades de cortesía, incluso cuando una presión le oprimía el pecho, le
aplastaba el corazón y agrietaba un órgano que había creído incapaz de
sufrir más daño. Otra cosa más en la que se había equivocado. —Te dejaré
con tus pensamientos—. Esbozó una reverencia y con cada paso que lo
llevaba a la puerta, se preparaba para las palabras de ella...
Palabras que no llegaron.

~ 228 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 20
Después de que Nick se despidiera, Justina permaneció en su habitación
sentada en el borde de la cama con las obras completas de Wordsworth
sobre su regazo.
Como había estado sentada durante casi una hora. Adormecida, con la
mirada perdida en la chimenea vacía, tenía miedo de moverse. Tenía miedo
de respirar. Porque si lo hacía, seguramente se rompería en mil pedazos.
El peso del volumen que descansaba sobre sus piernas hizo que su
mirada bajara, sin proponérselo, hacia un verso en concreto, uno que se
burlaba de todo lo que había creído -sus labios se torcieron en una sonrisa
dolorosa-, todo lo que había esperado. Como uno de esos maestros poetas a
los que se habían unido, él le había alimentado con bonitas mentiras que la
habían arrastrado más y más por el camino de la ruina.
El placer se esparce por la tierra, en regalos perdidos para ser reclamados por quien
los encuentre...
Le dolía la garganta y cerró los ojos para borrar las líneas de tinta. Pero
seguían en su mente, susurrando en las habitaciones, respirando el ronco
timbre de la voz de su marido mientras le hacía el amor. Abriendo los ojos a
la fuerza, cerró el libro de un tirón. Con un grito agudo, lo lanzó al otro
lado de la habitación, donde chocó contra la puerta con un suave golpe y
luego voló hasta el suelo, aterrizando indignado sobre su lomo.
La exhibición infantil no sirvió para aliviar la agonía que la corroía por
dentro. En cambio, sólo sirvió como recordatorio de todos los errores que
había cometido, que ahora la veían casada con un hombre que despreciaba
a su cuñado y que destruiría a su madre además de a Andrew.
Lo llevé a casa con tu madre...
Nick había visto a su madre. Había entrado en la casa de su familia. El
mismo hogar que pretendía destruir. No era como ella había pensado que
iba a ser el primer encuentro de su madre con él. Iba a ser alegre y lleno de
risas, y lo único que lamentaba era que la Vizcondesa Waters no hubiera
podido asistir a la inesperada boda.
Oh, Dios, ¿qué iba a ser de su madre? Por supuesto, Edmund nunca la
vería a ella ni a Andrew en la indigencia. Pero tampoco podría protegerlos
del escarnio y la vergüenza de la sociedad si los Barrett acababan en una
granja de nabos, como su padre había dicho enfurecido.

~ 229 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Con un sollozo estremecedor, Justina dejó caer la cara entre las manos.
El problema era que no había sido ingenua respecto a la clase de hombres
que eran y habían sido siempre su hermano y su padre. Con sus perversas
actividades, habrían llevado a la familia a la ruina financiera total. El
vizconde había trasladado a Andrew una adicción a esas mesas de juego.
Pero este... este plan llevado a cabo por Nick había sido un plan
cuidadosamente orquestado para derribar a su familia, para que nunca
pudieran recuperarse. Era un acto perpetrado con odio y ella no había sido
más que una pieza de ajedrez que se movía en un tablero que él había
creado.
Se puso en pie de un salto.
De repente, sentada en esta casa, en la casa del hombre que pretendía
destruirlos, se vio a sí misma como la cobarde que era. Tenía que
enfrentarse a su madre y a Andrew. Justina se puso en pie. Con pasos
rígidos, se dirigió al vestíbulo.
El mayordomo apareció en la esquina. —¿Su Excelencia?— Había
preocupación estampada en sus arrugados rasgos.
—Quiero que preparen el carruaje—, ordenó ella.
Él dudó y miró a su alrededor con una tensión en sus ojos. Ella cerró los
dedos en apretados puños. ¿Buscaba el permiso y la aprobación de su jefe?
Oh, Dios. No soy diferente de una propiedad. Con un paso en falso y costoso,
se había convertido en su madre. ¿Su esposo seguiría viendo a otras mujeres
y la reduciría a ella al mismo estado miserable que su padre había hecho
con la vizcondesa? Tu dote es tuya, al igual que los bienes de tu familia. Se detuvo
con la mirada fija en las puertas dobles. ¿Por qué iba a hacer eso Nick? Si
ella era simplemente otra pieza de su plan para infligir daño a Edmund,
¿por qué había puesto esos regalos a su nombre, permitiéndole ese control
vital? —Quiero que preparen mi carruaje—, dijo en tono firme que puso al
mayordomo en movimiento.
Tras un interminable e infernal lapso de tiempo, el mayordomo
reapareció y le abrió la puerta.
Sin preocuparse por su capa, Justina se apresuró a salir y, aceptando la
mano que le ofrecía el conductor, entró en la elegante calesa negra. Con la
pintura fresca del sello y la suavidad de la laca, el carruaje era un testimonio
de la riqueza de Nick frente a sus propias circunstancias abyectas, hasta
ahora.
Cuando el conductor cerró la puerta tras ella, se acurrucó contra el
lateral del carruaje. Su riqueza, sin embargo, nunca había importado. Quién
había sido y cómo la había tratado había importado más que nada. A través
de todo esto, la venta de las pertenencias de su familia, incluso los libros,

~ 230 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

ella no había llorado lo material. En cambio, se había mantenido con el


sueño de lo que su hermana conocía. El amor escrito en las páginas de esos
sonetos descubiertos sólo en esta temporada. El carruaje se puso en marcha
y Justina se mordió el interior de la mejilla con fuerza.
Todo había sido una mentira. Me hiciste olvidar mi odio y me hiciste... sentir de
nuevo. Pero, una vez más, esas súplicas, la emoción que brotaba de sus ojos,
habían contado una historia diferente a la de la venganza. Golpeó su cabeza
contra el respaldo de su asiento. —Estás tratando de ver sólo lo que
quieres—, murmuró en los confines del carruaje. Había tenido sus tontos
sueños de amor y deseos de ser vista como algo más que un Diamante. Pero
al final, ella había sido menos que ese inútil Diamante para Nick. Había
sido un peón. Una pieza que él había manipulado y maniobrado en el
tablero de ajedrez de la vida, una partida que nunca podría repetirse.
Y una vez más, se entregó a las lágrimas. Enterró la cara entre las manos
y lloró.
Lloró por la muerte de sus sueños.
Lloró por el amor que tanto había deseado y que creía haber encontrado
con Nick.
Lloró por el niño que él había sido y que había sido tan brutalmente
destruido por su odio y su sed de venganza.
Y aún más, lloró por lo que nunca tendrían juntos. Ese hermoso amor
conocido entre Phoebe y Edmund. Para ella, esa emoción no sería más que
un sueño en una página. Lloró hasta que le dolieron los ojos y no hubo otra
lágrima que derramar. Con un hipo estremecedor, se frotó las lágrimas de
las mejillas.
El carruaje se detuvo ante una casa familiar. De repente, se parecía
mucho a la niña que se había raspado las rodillas y buscaba a su madre. Sin
esperar al conductor, Justina abrió la puerta de un empujón y saltó del
vehículo. Con un gruñido, aterrizó con fuerza en la acera. Extendió los
brazos para estabilizarse.
Consciente de las miradas descaradas de los transeúntes, mantuvo la
mirada fija en el frente. Manfred, Dios lo amara, se mantuvo en fiel espera.
Abrió la puerta y le permitió entrar.
—Señorita...— El dolor brotó de los ojos del hombre. —Su Excelencia.
Él lo sabía. Por supuesto, lo sabría. Su padre no sería capaz de contener
sus arrebatos vitriólicos. Las habladurías se extenderían. Por las miradas en
la calle, ya lo habían hecho. Todos los chismosos podían colgarse. Ninguna
de sus opiniones importaba. —¿Mi madre?
—Está en la oficina de su señoría.

~ 231 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Oh, Dios. La vizcondesa pagaría el precio de la furia de su esposo. Como


siempre lo hacía.
Acelerando sus pasos, Justina se apresuró por el pasillo. Sin quererlo,
observó los detalles que había llegado a aceptar como parte de su
existencia; la disminución de la riqueza, los lugares vacíos donde antes
habían colgado los cuadros... todo había desaparecido... reclamado por
Nick. ...Tu hermano y tu padre apostaron su riqueza... Disminuyó sus pasos.
Porque ellos lo habían permitido. Nick puede haberlos engañado y
atrapado, pero si no hubiera sido él, lo habrían perdido todo a manos de
Tennyson o de algún otro bandido.
...él pretendía venderte sin el beneficio del matrimonio...
Un grito estruendoso llegó hasta el vestíbulo y su estómago se agitó. El
grito de su madre llenó el pasillo. Con todos los secretos revelados este día,
quería culpar a Nick de todo esto. Pero que Dios la ayudara, no podía. Al
igual que se había equivocado al culpar únicamente a Edmund por la locura
de su padre, tampoco podía culpar de todo esto a su marido. Enderezando
los hombros, se dio la vuelta para ir a intervenir en favor de su madre
cuando un leve resoplido procedente de la biblioteca congeló sus pasos.
Justina se volvió y abrió la puerta. El dolor golpeó su corazón una vez
más. Andrew estaba sentado en el sofá de cuero con la cabeza hundida en
las manos. Su pelo, habitualmente engominado e inmaculado, colgaba
despeinado sobre sus dedos. Su corbata estaba a sus pies. Otro Barrett que
sufría. —Andrew—, susurró ella y él levantó la cabeza lentamente.
Sus ojos, arrasados por las lágrimas, bien podrían haber sido espejos de
su propio dolor. —Stina—, saludó con voz ronca. Aquel apelativo de la
infancia que él le había asignado de niña le estrujó el corazón.
¿Qué había que decir? Él había sido engañado tanto como ella. Ambos
habían cometido una gran locura al jugar con la información y la confianza.
—Yo...
—Ella lo terminó—. La voz de Andrew se quebró. Con su garganta
moviéndose hacia arriba y hacia abajo, le tendió una carta.
Su inesperado pronunciamiento cortó su agonía. Con una confusión
bienvenida, se acercó y aceptó el papel de marfil. El empalagoso aroma de
las rosas golpeó sus sentidos mientras leía.
Mi amor,
Lo nuestro nunca podría haber sido. Ambos siempre lo supimos. Sólo nos
permitimos ese sueño. Por desgracia, con todos los sueños vienen los despertares.
Ya no puedo verte. Por favor, no te pongas en contacto conmigo. Sólo me traería
mayor sufrimiento. Vivirás en mi corazón.

~ 232 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Con amor y devoción,


Tu corazón
Justina leyó esas hermosas palabras grabadas en la despedida y su
corazón sufrió por diferentes razones. —Oh, Andrew—, dijo en voz baja,
arrodillándose a su lado. Alcanzó su mano y la tomó entre las suyas,
aplastando la carta.
Su hermano miró con los ojos inyectados en sangre los dedos unidos. —
Ella debe saberlo, deduzco. Debe saber lo de mis deudas y que Huntly me
verá en una granja de nabos.
—¿No lo ves, Andrew? Si ella te amara, no importaría. Su amor sería
suficiente—. Ella le apretó la mano. Al igual que ella no era suficiente para
Nick. Su retorcida venganza siempre había importado más. Si él los hubiera
elegido, entonces tal vez podrían empezar de nuevo. Pero, ¿cómo podrían
hacerlo si él estaba decidido a herir a los que ella amaba? Justina se guardó
las lágrimas que le escocían la vista.
Andrew despegó el labio en una sonrisa cínica que la destripó. Él había
cambiado para siempre. —¿Sigues creyendo eso después de lo de Huntly?
Ella le soltó la mano y dejó caer los brazos a los lados. —Tengo que
hacerlo—. Porque si no había amor al menos para algunas almas
afortunadas como su hermana, ¿qué había en el mundo sino oscuridad y
desesperación?
—Es mucho más complicado que eso. Hay otro... caballero y ella le
pertenece y siempre le pertenecerá—. Sus palabras terminaron en un
silencio susurrante.
Un grito retumbante llegó a la biblioteca y ambos miraron hacia la
puerta, recordando a Justina su propia miseria. Ella cerró brevemente los
ojos. Aspirando un poco de aire, ella se puso en pie. —Debo ir a ver a mamá.
—He sido un hijo pésimo—, dijo Andrew en voz baja. —Lo he sido—,
dijo por encima del sonido de protesta de ella. —He sido un pretendiente
igual de pésimo—. Su rostro se contorsionó en un paroxismo de dolor y
tosió sobre su mano. —Pero lo que más lamento es que fui un hermano
terrible. Estaba tan ensimismado que permití que ese bastardo te
atrapara...— Se burló. —Y todo este tiempo, bebí con el tipo y me uní a él
en sus mesas de juego.
—Todos fuimos engañados—, insistió ella, sin excusar las acciones de
su traidor esposo. —Mi disposición a creer en las mentiras que me contó,
no es culpa tuya, Andrew. Es mía—, dijo ella, deseando que él viera la
verdad. Deseando que ella misma empezara a verla.

~ 233 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Otro grito lejano la hizo recordar la agitación a la que se enfrentaba su


madre. Girando sobre sus talones, se apresuró a salir de la escasa biblioteca
hacia el despacho de su padre. Alcanzó el picaporte y se detuvo.
—La animaste a tener sueños malditamente tontos—, gritó.
—La animé a creer en el amor—. Las palabras de la vizcondesa sonaron
con una aguda reprimenda que desencadenó otra andanada de maldiciones
por parte de su lamentable esposo.
—Estamos arruinados—, tronó su padre. —Arruinados. Todo es culpa
de la estúpida chica—. Él se deshizo en una ruidosa ronda de lágrimas.
Y tal vez ella era una hija malvada, pero la evidencia de su desesperación
no le produjo una tristeza adecuada. Desde que era una niña, había sido
testigo de cómo aquellos infiernos del juego resultaban más valiosos e
importantes que incluso su propia familia. Si no hubiera sido Nick, habría
sido otro. Ella lo sabía. Sabía que él habría hecho lo que su marido había
dicho y la habría vendido para saldar una deuda.
Ciertamente no a un hombre que le permitiera disponer de su dote y de
una próspera propiedad. Mientras que la devoción de Nick por su familia lo
había convertido en una figura empeñada en la venganza, el propio padre
de Justina nunca se había movido por nada más que sus propios deseos
materiales. Incluso su hermano era culpable de esa acusación.
—Por Dios, ella tiene mucha más inteligencia en toda su mano que tú en
toda tu persona—. El amor por la madre, que siempre la había defendido, la
llenaba. A pesar de la miseria que suponía estar casada con el Vizconde
Waters, siempre había procurado mostrar a sus hijos la risa y la felicidad.
—Tú eres el que ha empobrecido a esta familia. No yo. No Justina. No
Phoebe. Tú. Y tú envenenaste a Andrew haciéndole creer que tu amor por
las putas y las cartas es la forma de vivir.
El cristal se hizo añicos y, con el grito ahogado de su madre penetrando
en el umbral de la puerta, Justina empujó rápidamente la puerta y entró.
Sus padres giraron sus miradas en su dirección. Rápidamente, vio el agarre
punitivo que su padre tenía en la delicada muñeca de su esposa y la furia la
hizo avanzar. —Suéltala—, gritó, estremeciéndose ante su violencia. Él
había sido un padre díscolo. Un esposo desleal. Pero nunca había sido
violento. Hasta ahora. Mientras que Nick había aceptado todas las palabras
que ella le había lanzado y nunca le había puesto una mano encima. Le
había permitido el derecho a sus sentimientos sin intentar oprimirla.
—¿Vienes aquí y me das órdenes?—, retumbó, su gran barriga se agitó
con la fuerza de su grito. —¿Ves lo que has provocado en esta familia? No
podrías haber abierto las piernas para Tennyson.

~ 234 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

No casarse... abrir las piernas para alguien. Ese punzante recordatorio de una
verdad que Nick le había dado. Justina apretó los dientes. —He dicho que
la sueltes—, ordenó, precipitándose hacia delante. Él nunca había temido a
ella, a su mujer, a Phoebe. Lo único a lo que respondía era al poder y a la
influencia. Para él, una mujer nunca sería más que eso, una mujer. —Si no la
liberas—, amenazó, —se lo diré a mi marido—. Por muy dolida que
estuviera por las maquinaciones de Nick, él le había concedido un gran
poder con el nombre y el título que ahora invocaba.
Eso penetró en la loca neblina que consumía al vizconde. Soltó a su
mujer y se dio la vuelta. Su gran cuerpo se agitó con su risa desesperada y
sin gracia. —¿De verdad crees que a tu esposo le importa lo que le ocurra a
un solo miembro de esta familia?
Te amo.
—Sí—, dijo ella en voz baja. Porque no había razón para que él mintiera.
Con la calma y la lógica restauradas, pudo admitir que él podía haberla
engañado, pero que en algún momento había llegado a... amarla. Había una
calma, una grácil curación en eso. —Creo que sí—. Él simplemente amaba
más sus planes para Edmund.
La profunda carcajada de su padre sacudió su estructura. —Siempre has
sido una tonta.
Tampoco su marido la insultaba y buscaba menospreciarla. Había
querido avergonzarla pero, por su admisión y luego por sus acciones, había
sido incapaz de hacerlo. —Eres un vil matón—, dijo ella, deleitándose en la
forma en que los ojos de él se abrieron de golpe. —Eres un cobarde. Puede
que mi marido se haya vengado de Edmund, utilizando a nuestra familia,
pero tú lo has permitido—, dijo ella con una serena naturalidad. Con cada
admisión verdadera, se quitaba un peso más, liberándola. —Tú fuiste la
persona que se sentó con innumerables hombres para hacer innumerables
apuestas. Tú fuiste el hombre que se entretuvo con putas y amantes—. Ella
lo apuntó con un dedo. —Tú fuiste el que iba a venderme a Tennyson sin el
beneficio del matrimonio.
Su madre jadeó y alternó su mirada horrorizada entre su marido y su
hija. Sí, porque en última instancia madre había sido silenciada para
siempre por el hombre con el que había tenido la desgracia de casarse. Él
nunca le había permitido la libertad de su mente.
El vizconde escupió. —Tú, bocona. Voy a...
—No harás nada—, dijo ella con calma, esparciendo una fría sonrisa. Y
con cada desafío audaz, la fuerza infundía su columna vertebral y algo más:
el orgullo. Durante toda su vida, había sido la hija obediente. Silenciosa.
Silenciada. Podía estar resentida con Nick por haberle mentido y engañado,
~ 235 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

pero al menos le había hecho un regalo: la había liberado de esas ataduras y


ya no estaría callada. —Y no volverás a ponerle las manos encima.
Su padre se acercó y Justina fijó los pies en el suelo, manteniéndose
firme. —No me darás directivas, chica estúpida.
Ella no iba a permitir que la acobardara. Ya no.
—Si vuelves a decir una palabra o a tocar a alguna de ellas, te veré
muerto—. Esa expresión en voz baja hizo que sus miradas se dirigieran a la
puerta.
Justina miró a su hermano, que estaba de pie en el marco, con el rostro
enrojecido por la rabia.
—No te atrevas...— Las palabras de su padre murieron en un gemido
cuando Andrew cruzó la habitación. Con las manos extendidas, agarró al
vizconde por el cuello y lo empujó contra la pared. Un retrato de marco
dorado tembló bajo la fuerza del movimiento.
—Si vuelves a tocarlas, acabaré contigo—, susurró. Andrew apretó el
cuello de su padre con más fuerza.
Justina miró, congelada, mientras su padre se ahogaba y jadeaba. Su
rostro se puso rojo mientras apretaba la mano de su hijo. La saliva se formó
en las comisuras de sus labios.
Al final, no fue la muerte segura de su padre lo que penetró en los
esfuerzos de Andrew, sino el toque de la mano de su madre en su brazo. —
Andrew—, dijo ella, entre lágrimas, con una súplica en su voz.
Él se detuvo y parpadeó lentamente. Luego, con presteza, soltó a su
padre.
El vizconde se derrumbó a sus pies en un montón de sollozos y jadeos.
Sí, Justina, Andrew y su madre habían sido engañados por Nick. Pero
con sus acciones, él los había ayudado a todos: a ella, a Andrew y a su
madre, a encontrar su voz y a enfrentarse al carcelero que los tenía
cautivos. Miró a su hermano de ojos fríos, a su padre acobardado y a su
madre que lloraba en silencio.
Ahora, ¿qué haría Nick con las cadenas que ataban a los Barrett a él?

~ 236 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 21
—Tío Dominick.
Nick extendió los brazos y Felicity se abalanzó sobre ellos.
Seguramente, la única persona en todo el reino que se alegraba de verlo
desde que ayer él mismo había derrumbado su vida.
Haciendo a un lado su miseria, la levantó en sus brazos y se tambaleó
hacia atrás. —Debes haber aumentado al menos cuatro kilos desde la
última vez que nos vimos.
—¿Y he crecido mucho?— dijo Felicity.
—Iba a decir medio metro—. Ante la inocente risa de ella, logró su
primera sonrisa del día. Y se imaginó un mundo en el que él y Justina tenían
un hijo propio. Con su ingenio y espíritu y...
—¿Vas a llorar, tío Dominick?—, le preguntó su sobrina, sacándolo de
un precipicio de anhelo por esa visión de un bebé nacido de él y Justina. —
Tus ojos se han vuelto tristes como los de mamá.
Tristes como los de mamá. Su pecho se apretó. Porque eso era lo que
Cecily había sido durante mucho tiempo. Una joven y triste madre
estropeada por la vida. Infeliz casi tantos años como había sido feliz. Había
sido un resentimiento más que había acumulado a los pies de Rutland. Pero
esa culpa era más suya y de su malvado abuelo que del marqués. Esa
comprensión lo golpeó, tardía y verdadera.
—¿Tío Dominick?— Felicity tiró de su solapa.
—¿Cómo puedo estar triste si estoy aquí contigo?—, replicó él,
forzando otra sonrisa. Le dio a Felicity un ligero apretón y la dejó en el
suelo. Nick miró a su alrededor en busca de una madre y una institutriz
ausentes y enojadas. —¿No deberías estar en una clase?—, preguntó.
Podría haber cometido una traición contra el rey por la indignación que
mostraban sus ojos. —Shh—, siseó ella, llevando un dedo contra sus labios.
Su sobrina echó otra mirada furtiva a su alrededor. En su intento de escapar
de las niñeras y las institutrices, se parecía mucho a Cecily.
—¿Mamá no está en casa?—, supuso.
—No está—. Luchó contra su decepción. Por mucho que quisiera a su
sobrina, lo que buscaba era la compañía de Cecily. —¿Jugarás al ajedrez
conmigo hasta que ella vuelva?— Sin esperar una respuesta, le tomó la
mano y empezó a tirar de él. Cuando llegaron a la modesta biblioteca, Nick

~ 237 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

y Felicity ocuparon sus asientos habituales detrás del tablero de ajedrez de


marfil y procedieron a jugar con su habitual tranquilidad.
Tras el tumulto del regreso de Rutland ayer por la tarde y el legítimo
dolor de Justina y las acusaciones que le habían quitado el sueño, había
algo tranquilizador en el silencio. La calma después de la tormenta en la
que una persona podía pensar en todo lo que había pasado.
Estudió la cabeza agachada de Felicity, mientras ella reflexionaba sobre
el tablero. Qué inocente era. Ella veía un tablero de ajedrez y veía una
partida. Mientras que él había permitido que incluso ese simple placer
fuera pervertido por su retorcida necesidad de venganza. Su sobrina golpeó
distraídamente con la punta de los dedos el borde de la mesa. Después de
un largo rato, emitió un suspiro.
—¿Qué pasa?—, preguntó, moviéndose en su silla.
—El peón es inútil—. Ella señaló la jugada que estaba considerando.
Su mirada se posó en el pequeño peón de marfil. Él lo recogió y lo hizo
girar en su mano. Todo el tiempo, en sus maquinaciones, había creído que
Justina era su peón definitivo. Incluso se había comparado con esa pieza. —
Eso no es cierto—, dijo en voz baja. Felicity levantó la vista, con
desconcierto en sus ojos.
—Pero tú siempre decías—, se aclaró la voz y habló con una voz más
grave, imitando la suya. —'El peón es la pieza menos valiosa'.
Sí, lo había dicho. —Porque soy un maestro horrible—, murmuró. Igual
que había sido un marido horrible. Las divagaciones de Andrew Barrett
rebotaban en su mente. Ahora, gracias a su esposa, veía incluso esta
pequeña ficha bajo una luz totalmente nueva. —El peón es la única pieza
que puede hacer avanzar a cualquier otra pieza una vez que alcanza la
octava fila—. Hizo una pausa, mirando a la más poderosa de la mesa. —
Incluso la reina—, dijo en voz baja. Con su espíritu y valor, Justina nunca
podría haber sido un simple peón. Su sentido de la justicia y el derecho la
marcaba mucho más fuerte que él o Rutland, o cualquier otra persona que
hubiera conocido.
Felicity continuó tamborileando con las yemas de los dedos. —Mi único
movimiento es reclamar tu peón—, dijo en tono atribulado.
—Siempre hay otro movimiento—. Se quedó quieto. Siempre hay otro
movimiento que hacer, Nick. Se trata de hacer el correcto.
No puedo hacerlo... No si él quería un futuro con ella. Y lo quería. Quería
que fueran una familia que amara y riera, y que encontrara fuerza en esos
sentimientos liberadores. No podía. Tal vez lo había sabido todo el tiempo.
Nick se puso en pie.

~ 238 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Felicity levantó la vista. —¿Tío Dominick?


Él se acercó a la mesa y la levantó en sus brazos, dándole un rápido
apretón. —Gracias—, susurró.
—Tu...— Ella arrugó la nariz. —¿Qué he hecho?
—Me ayudaste a ver mi movimiento—. Cuando había estado demasiado
ciego para ver algo más allá de su propia tontería y obstinación. —
¿Prometes regresar?—, se hizo eco de su conocida frase.
—Permiso para irte concedido—, dijo ella y apretó un beso contra su
mejilla.
Él la dejó rápidamente en el suelo. Tomó dos piezas del tablero de
ajedrez, se las metió en el bolsillo y salió corriendo de la habitación. Con el
corazón retumbando contra su caja torácica, Nick corrió por los pasillos.
Qué maldito lío había hecho con su vida. No podía deshacer los errores,
pero, como había dicho Chilton, podía avanzar. E irónicamente, el camino
hacia adelante requería una reconciliación con su pasado.
Llegó al vestíbulo justo cuando entraba su hermana.
Mientras entregaba su bonete a un sirviente, la sorpresa redondeó sus
ojos. —¿Nick?
Él la tomó rápidamente por los hombros. —Tenías razón—, dijo
rasposamente, ganándose las miradas curiosas de los sirvientes. —No
puedo hacerlo. Quería hacer esto por ti y...— Tragó con fuerza, haciéndose
cargo por fin de aquello. —Era por mí—, susurró. —Siempre fue por mí. Y
no puedo hacerlo. La amo—. La ligereza inundó su pecho.
Una sonrisa lenta, la primera real que recordaba de su hermana en más
años de los que le importaba contar, se encontró con sus ojos. —Estoy muy
orgullosa de ti, Dominick—. Cecily le dio un golpe en el brazo. —Ahora,
vete. Ve con ella.
Lo haría. Pero primero, había un asunto de negocios que tenía que ver.
Después de una larga visita con su hombre de negocios, Nick se encontró
subiendo las escaleras de otra casa.
Se detuvo, mirando la puerta negra. Una puerta que preferiría haber
quemado antes que visitar. Nick cerró brevemente los ojos. Tengo que hacerlo.
Nunca había habido una opción en lo que respecta a Justina. Llamó a la
puerta.
La misma fue inmediatamente abierta por un mayordomo anciano que
realizó un rápido examen de él.
—Vengo a ver a su señoría—, dijo Nick rápidamente, sacando una
tarjeta.

~ 239 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El anciano la estudió un momento, sin que su expresión revelara nada.


Dio un paso atrás y le indicó a Nick que entrara. Luego, sin esperar a ver si
lo seguía, el viejo sirviente comenzó a recorrer el pasillo.
Nick ajustó su paso más largo tras los pasos lentos y arrastrados del
mayordomo. Mientras caminaba, se distrajo mirando las paredes del
hombre que vivía aquí. Un hombre al que había pasado años odiando. Y sin
embargo, si no hubiera sido por él, nunca habría conocido a Justina.
A medida que se adentraba más y más en la casa, los marcos dorados
revelaban retratos de una dama sonriente y de pelo oscuro con dos bebés en
el regazo. Nick se detuvo, atraído por ese cuadro. Porque el hombre que
estaba de pie, sonriendo a su lado, con la mirada reservada a la parte
superior de la cabeza de esa dama pintada, no era el Diablo que le había
perseguido todos estos años... sino, más bien, un simple hombre. Un padre.
Miró el rostro suavizado de Lord Rutland. Tal vez ese era el poder que
tenían las mujeres Barrett. Destrozaban el odio y dejaban en su lugar este
amor sanador.
—¿Su Excelencia?
El tono del mayordomo lo devolvió al momento. Nick continuó hasta
que llegaron a una puerta cerrada.
El mayordomo golpeó una vez y empujó la puerta para abrirla. Lord
Rutland levantó la cabeza de los papeles de su escritorio. La sorpresa
apareció en sus ojos, mezclada con un odio ardiente. —Su Gracia, el Duque
de Huntly, quiere verlo, milord.
El marqués no se molestó en levantarse. No hubo ni una pizca de
cortesía o saludo cuando entró y la puerta se cerró tras él. Una vez que él
había imaginado que este hombre era una bestia. Sólo para descubrir... que
era muy humano. Sólo defectuoso y roto, como lo era Nick. Ese
recordatorio silencioso obligó a sus piernas a moverse. Se detuvo ante el
escritorio de Rutland. Su mirada se posó en las hojas enrolladas y luego se
detuvo en el papel limpio, salvo por tres palabras.
Mi querida Phoebe...
Rutland se enfureció. —¿Qué quieres?—, exigió, apoyando las palmas
de las manos en la suave superficie de caoba.
Nick se obligó a apartar su atención de aquella misiva privada.
Metiendo la mano en su capa, sacó un gran montón de notas
encuadernadas. Sin mediar palabra, las arrojó sobre el escritorio. Las hojas
arrugadas se agitaron, y una de ellas cayó sobre el borde.
Rutland lo miró interrogante.
Él señaló con la barbilla hacia la pila. —Tómalas—, dijo con firmeza.

~ 240 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

El marqués lo miró con recelo y recogió las hojas. Sin apartar la mirada
de Nick mientras deslizaba la cinta, Rutland observó por fin las páginas. —
¿Qué es esto?—, preguntó con cautela.
—Es todo—, dijo en voz baja. —Son los pagarés del joven Barrett. Las
propiedades. La deuda del vizconde. Todo es tuyo. Todo, excepto la dote de
Justina y una propiedad—. El otro hombre levantó su mirada llena de
sorpresa.
Durante toda una vida, Nick se había fortalecido soñando con la
desaparición de este hombre y de su familia política. Por eso, debería sentir
un doloroso remordimiento al entregar todo a este bastardo. Y sin
embargo... Una gran presión se alivió en su pecho, llenándolo de una
notable calma. —Quería destruirte—, consiguió decir, con la garganta
apretada. Una risa rota y vacía brotó de sus labios. —Quería volver a
Londres y demostrar que era más fuerte que tú. Quería destruir a todos los
que amabas—. Sus labios se torcieron en una triste sonrisa. —Al final, me
enamoré de Justina. En algún momento del camino, mi plan se torció—. Su
mirada viajó involuntariamente a esas notas. —Quiero que apartes los
fondos para Andrew para cuando sea mayor. Ahora los gastará en las mesas
de juego si se los entregas. Y el resto... he pensado que podrías apartarlo y
permitir que la vizcondesa acuda a ti cuando necesite esos fondos.
Rutland revolvió las páginas y luego levantó la vista, de nuevo. —¿Por
qué hacer que yo lo haga?—, replicó. —Si estás decidido a ganar el corazón
de tu esposa, ¿por qué no hacer esto como el último gesto de tu
consideración?— Por supuesto, los hombres como ellos estarían siempre
recelosos y hastiados... de todas las ofertas.
—No estoy haciendo esto para ganarla—, dijo en voz baja. —Lo hago
porque es lo correcto—. Cuando se había despertado esta mañana, la
opinión de Lord Rutland era lo último que le había importado o
preocupado. Ahora, el cuñado de Justina, este hombre que había protegido
a su esposa estos dos últimos años cuando ella había necesitado esa
protección, lo sabía todo. —¿Puedo sentarme?
Rutland señaló con la barbilla uno de los sillones de cuero vacíos.
Él se acomodó en el borde y levantó las palmas de las manos. —Estos
últimos trece años sólo me ha dominado la búsqueda de venganza—, dijo
en voz baja. —Me ha sostenido durante la miseria en que se ha convertido
mi vida.
Su cuñado se quedó inmóvil.
Nick echó un vistazo al inmaculado despacho. Su mirada se detuvo en
un mapa de Gales que colgaba sobre el escritorio del marqués. ....Ella soñaba
con viajar a Gales... Y finalmente, con Edmund, encontró el camino hacia allí... Añoraba

~ 241 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

esos sueños aún desconocidos e indefinidos con Justina. Obligó a su mirada


a volver a la de Rutland. —He sido una cáscara de la persona que una vez
fui—. Tal y como su hermana había pronunciado acertadamente. —Hasta
Justina—, añadió en voz baja.
Rutland dejó los documentos y se recostó en su silla.
—Ella me enseñó a sonreír de nuevo—. Y a leer los libros que había
abandonado. Nick trago audiblemente. —Volví a vivir. Gracias a ella—. Sin
embargo, al final, había devuelto esos regalos con nada más que dolor. Los
músculos de su estómago se apretaron y se pasó una mano temblorosa por
la cara.
—Ahora, tienes toda una vida para demostrarle quién eres realmente.
Nick bajó el brazo sorprendido. Buscó en su cuñado un indicio de burla
y no lo encontró. Una carcajada desgarrada y rota salió de sus labios,
resonando en la oficina. —No se puede deshacer lo que he hecho.
—No—, convino Rutland. No había ninguna acusación. —Pero pueden
seguir adelante y aprender a confiar y amar juntos.
¿Confiar? Su rostro sufrió un espasmo y apartó la mirada. ¿Cómo podía
uno reconstruir un frágil regalo que había sido destrozado por su propia
mano descuidada? —Ella me odia—, dijo, exprimiendo esas palabras más
allá de una garganta apretada.
El marqués estiró las piernas ante él. —Sí, pero hay una línea delicada
entre el odio y el amor. ¿Se lo has dicho?
Si alguien le hubiera dicho que estaría sentado, aceptando el consejo y la
orientación y el perdón del Marqués de Rutland, lo habría llamado loco y
destinado a Bedlam. —Lo he hecho—. Ella, por supuesto, vio esa promesa
como una mentira más. Y maldijo. Qué error tan grande había cometido en
todo esto.
—No será una tarea fácil ganarse su corazón—, admitió su cuñado, y
había algo tranquilizador en esa honestidad directa.
A través de la bruma de su propia miseria, Nick lo miró, asombrado por
la verdad. —¿Sabes algo de eso?—, preguntó vacilante. Esta relación con
Rutland era nueva. Una relación cautelosa forjada por el amor que sentían
por las mujeres nacidas en la misma familia. Tal vez con el tiempo, podría
haber una curación completa aquí, también.
Rutland asintió casi imperceptiblemente. —Así es. Hablamos de ti—,
añadió el otro hombre, con aspereza. Como alguien que había hecho callar
a todo el mundo sobre el infierno que lo perseguía, reconoció ese intento de
protección en el otro. —Estás casado con Justina—. El marqués entrecerró
los ojos, transformado, una vez más, en el oscuro canalla que todos temían.

~ 242 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Sería un error por mi parte juzgarte cuando fui culpable de los mismos
crímenes contra mi propia esposa. Sea lo que sea lo que esperaba en un
esposo para Justina, tú eres el hombre con el que se casó... y quiero verla
feliz. Si ella puede serlo—, añadió la última parte como un frío
recordatorio. El marqués se puso de pie y extendió una mano.
Nick miró esos dedos. ...siempre y cuando tengas la intención de destruir a los que
amo, ni siquiera podemos comenzar a intentarlo... Los segundos pasaron y luego se
levantó lentamente y colocó su palma en la mano del marqués. Ellos
estrecharon sus manos.
Fue un nuevo comienzo.
Su cuñado retiró el brazo, bajándolo a su lado. Nick se dispuso a
marcharse cuando Rutland lo detuvo. —¿Huntly?
Miró hacia atrás.
—Me equivoqué. La venganza y el odio sólo te debilitan.
Él se estremeció. Rutland recordaba esas palabras que le había lanzado
hace tantos años. Sin embargo, era una verdad que había aprendido
demasiado tarde. Nick asintió con brusquedad. —Ya lo sé. Me pasé años
culpándote de los errores de mi padre. Estaba equivocado—. Todos lo
estaban. Papá, Rutland y yo.
—Yo también lo estaba—, admitió el marqués. —Estaba enfadado,
vacío y roto—. La tristeza hizo estragos en sus rasgos. —Y siento mucho lo
que le hice a tu familia. Nunca podré expiar ese crimen—. Su mirada se
ensombreció. —O muchos de mis otros. Sólo puedo intentar ser un hombre
mejor ahora.
Eso era todo lo que podían hacer. Los dos.
Nick apretó la mandíbula. Y estaba decidido a pasar el resto de su vida
ganándose la confianza y el amor de Justina.
Con eso, se despidió de Rutland y se dirigió hacia su futuro.

~ 243 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Capítulo 22
Las cosas estaban como habían estado tres semanas antes.
Honoria, tras la revelación de Nick y la llegada de Edmund a Londres,
había regresado de visitar a Phoebe y ahora se sentaba lealmente al lado de
Justina en la Biblioteca Circulante. Gillian ocupaba el otro asiento. Andrew
paseaba por las calles de Lambeth. A todos los efectos, todo seguía igual.
Sólo que, mientras Justina esperaba a que comenzara la conferencia, con
la sala llena de un puñado de invitados, aceptó la verdad. La vida nunca
volvería a ser como antes.
Hace tres semanas, era una ingenua señorita que soñaba con el amor y se
escondía en una sala de conferencias, temerosa incluso de expresar su
propia opinión. Ahora, era una mujer casada, consciente de la oscuridad
que existía en el alma de una persona. Sólo que no fue sólo Nick quien le
abrió los ojos a la verdad del mundo que la rodeaba, sino también la verdad
de quién y qué había sido Edmund. Había pasado toda su vida escapando
de la fealdad de su propio padre con sueños de perfección. Había
encontrado un marido cariñoso y devoto, más grande que la vida, que no
buscaba silenciarla, como había hecho su propia madre. Al final, ella había
elevado a Nick a un pedestal que sólo una figura de ficción podría atreverse
a alcanzar.
—Lo siento—, dijo Honoria en voz baja. Extendió una mano, cubriendo
los dedos enguantados de Justina.
Dios, cómo despreciaba ser ese objeto de compasión. Desde el momento
en que sus amigas habían llegado esa mañana y habían insistido en
acompañarla a una conferencia, no había encontrado más que miradas
tristes y un silencio forzado. Al final, había demostrado que el cinismo
hastiado de Honoria sobre un caballero y sus intenciones era correcto.
Sin embargo, no hubo un —te lo dije—. Más bien, había una amistad
devota por la que estaría siempre agradecida.
No se hacía ilusiones de que su oportuna aparición fuera algo más que
deliberado; una petición de Phoebe. Porque, en última instancia, ella
siempre había sido la chica que necesitaba cuidados. Sólo Nick la había
tratado como una mujer en posesión de su propia mente y una mujer que
debía hablar libremente por ella. Confiaba en ella lo suficiente como para
haberle dado una de las propiedades más prósperas que había tenido su
padre, y la había perdido. ¿Qué decía eso de su esposo?

~ 244 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Mientras Gillian y Honoria conversaban, Justina miró varias filas más


adelante, hacia las sillas vacías que ella y Nick habían ocupado hacía unas
semanas. Esa misma sala en la que él había susurrado todas las palabras que
ella esperaba escuchar de un pretendiente; de intereses y sueños
compartidos. Pero entonces, ¿podía realmente fingir ese aprecio por la
literatura? Esa voz molesta continuaba. ¿Cómo, si toda la sociedad no sabía
nada de los intereses y deseos de ella, él no sólo habría sonsacado esa
información, sino que además habría memorizado versos?
No todo fue una mentira. Después de la conmoción y la agonía de las
revelaciones de ayer, ella podía, en este nuevo día, ver que había habido
algo más entre ellos. ¿Pero era suficiente? Se mordisqueó el labio inferior.
—Sé que ambas me llamarán romántica—, dijo Gillian suavemente,
interrumpiendo sus pensamientos y llamando su atención. —Pero a veces,
los caballeros hacen cosas horribles. Y toman decisiones desagradables que
dañan a una persona. Phoebe—, les recordó, mirando de un lado a otro a
sus amigas. —Mi hermana. Pero luego ellos tienen esos momentos—, se
llevó las manos al pecho. —Esos grandes gestos que demuestran su amor y
su valía.
Honoria resopló. —¿Qué estás diciendo?—, preguntó, justo cuando el
conferenciante, un viejo caballero con peluca, ocupaba su lugar en el podio.
Con el ceño fruncido, Gillian dejó caer las manos sobre su regazo. —
Estoy diciendo que sólo porque Su Excelencia haya querido hacer algo
horrible y haya herido a Justina, todavía puede haber amor.
Un largo gemido brotó de Honoria, ganándose varios susurros
silenciadores y fruncimientos de ceño de los asistentes repartidos por la
sala. —¿Crees que Huntly, que pretendía romperle el corazón, va a cambiar
de repente y ser...— Golpeó el aire. —...un héroe montando un noble
corcel?
—¿No está Phoebe perdidamente enamorada del marqués?— Gillian
desafió, enfrentándose a su cínica amiga. —¿Y mi hermana con Cedric?
¿Hmm?
Mientras discutían, el corazón de Justina latía con fuerza. Era una
tontería aferrarse al recordatorio de Gillian y sin embargo...
Me hiciste olvidar mi odio y me hiciste... sentir de nuevo... Te amo...
Él ya tenía su corazón. ¿Qué razón tenía para mentir ahora?
—Shelley escribió una vez: —Primero mueren nuestros placeres, y luego
nuestras esperanzas, y luego nuestros miedos, y cuando éstos han muerto,
la deuda debe pagarse, el polvo clama al polvo, y nosotros también
morimos.

~ 245 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su corazón se contrajo.
—Dios mío, eso es horrible—, susurró Gillian en voz alta, ignorando las
largas miradas que le dirigían. —¿Por qué alguien se atreve a llamar a eso
romántico?
Honoria hojeó el programa que detallaba los debates de la conferencia.
—¿A esto has venido?—, preguntó, agitando la página hacia Justina. —
¿Una discusión sobre Shelley, el pesar y la tristeza?— En retrospectiva,
había sido una idea bastante mala venir aquí también por esa razón.
—Es redundante—, estuvo de acuerdo Gillian.
—Ejem—, el conferenciante hizo una pausa en su discurso y miró
fijamente al trío. Contento con su silencio, continuó. —Cómo iba diciendo.
Shelley escribe sobre el pesar y la tristeza. Este es un tema que es...—
Real.
—Deprimente—, murmuró Gillian en voz baja. —Hay más que
suficiente traición y miseria que uno puede soportar sin las lamentables
cavilaciones de este caballero.
Mientras el conferenciante seguía hablando en la parte delantera de la
sala, Justina se quedó mirando a su lado. ¿Cuánto tiempo de su vida había
tenido un sueño preconcebido y una noción de lo que era el amor y la
felicidad? Había aspirado a esa emoción y había visto la vida en tonos
blancos y negros. Nunca había habido grises. El matrimonio de su madre
era miserable y había servido de base para todo lo que ella nunca quiso. Sin
embargo, en el de Phoebe, había visto el amor... y no el proceso a esa gran
emoción. En su ingenuidad, Justina no había profundizado en los detalles
de cómo Edmund había herido a su hermana. Sólo se había centrado en el
sufrimiento de Phoebe y su eventual felicidad. Ahora deseaba saberlo.
Como mujer. Porque tal vez si Phoebe y Edmund habían encontrado el
perdón y el amor, ese regalo podría existir para ella y Nick.
Qué tonta había sido. Lo había visto bajo una sola luz, sin permitirse a sí
misma detenerse en las piezas más oscuras que él había revelado. No quería
ver nada más... Se había conformado con el sueño. El problema con los sueños
es que invariablemente terminaban y lo dejaban a uno con la fría realidad
que era la vida.
¿Cuál es mi realidad?
Había decidido no ser nunca su madre, pero nunca había pensado bien
en quién deseaba ser y, más aún, en cómo convertirse en esa persona. Las
palabras de Nick resonaron en sus oídos.

~ 246 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

...Vienes aquí semanalmente y te sientas en las últimas filas a escuchar las opiniones
de los demás... Lo que tú tienes que decir, Justina. Las opiniones que tienes no son menos
importantes...
Parpadeó lentamente, mirando al caballero que no paraba de hablar, con
sus propias opiniones, y la verdad apareció en su mente. Ella ya no quería
simplemente sentarse y escuchar. Quería una voz, pero una que no tuviera
miedo de usar. Nick la había ayudado a darse cuenta de eso. Al venir aquí y
esconderse en una sala de conferencias, se escondía de su marido y del
futuro que ahora era suyo. En eso, bien podría ser la misma chica que se
escondía de Tennyson. Tenía que luchar por él y por su futuro, juntos. Una
sensación de ligereza le llenó el pecho y empujó la silla para ponerse de pie
cuando los susurros rompieron la monotonía de la clase.
El paso firme de una pisada atrajo su atención hacia un lado y su
corazón se apretó. Con la mirada fija en el frente, Nick avanzó por el
estrecho pasillo hacia el podio. Sus ojos encontraron brevemente los de ella.
Él estaba aquí. ¿Por qué está aquí? La emoción le obstruyó la garganta y se
esforzó por tragar más allá de la esperanza.
—¿Qué está haciendo él aquí?— susurró Honoria, haciéndose eco de los
pensamientos de Justina cuando se detuvo en la parte delantera de la sala y
procedió a intercambiar palabras en voz baja con el conferenciante.
Con una última inclinación de cabeza, Nick reclamó un lugar detrás del
podio. Metiendo la mano en su chaqueta, sacó sus gafas y se las puso.
Luego sacó un trozo de pergamino blanco.
Justina ladeó la cabeza.
—Los vientos otoñales alfombran la tierra con hojas muertas,
anunciando el frío del invierno—. Sus palabras, pronunciadas en voz baja,
llenaron la sala, levantando murmullos entre los caballeros reunidos.
—Escribe poesía—, dijo Gillian, abriendo los ojos.
—Sí—. No. No lo había hecho. Ella se deslizó de nuevo en su asiento y
se arrimó al borde.
—La estación es eterna, helada, destructora en su dominio—. Nick
levantó la mirada de la página. Desde el otro lado del pasillo, su mirada se
fijó en la de ella. En sus ojos, el amor y el arrepentimiento le robaron el
aliento. —Pero con su amor, la primavera vuelve y lentamente el frío
retrocede. Trayendo esperanza, y risa, y todo lo que puede ser—. La
columna de su garganta se movió.
Las lágrimas se agolparon en sus ojos y su rostro se desdibujó. Se las
limpió frenéticamente. Necesitaba verlo.
Gillian suspiró. —Su gran momento.

~ 247 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Justina se mordió con fuerza el labio inferior. Él había puesto la pluma


en el pergamino, para ella.
—Tú fuiste mi primavera. Me despertaste de formas que creía muertas
desde hacía tiempo. Me llenaste de alegría—, dijo, con voz ronca. —La vida
puede cambiar, pero no puede volar; la esperanza puede desaparecer, pero
no puede morir-— Oh, Dios. Se llevó los dedos temblorosos a los labios. —
La verdad puede ser velada, pero aún arde; el amor repelido...— Nick le
sostuvo la mirada, esperando. Su significado era claro.
Una lágrima bajó en espiral por su mejilla. Dejó caer la mano en su
regazo. —Pero regresa—, susurró. Así era. Porque mientras el perdón y la
redención existían, también lo hacía el amor.
Su marido se llevó la mano al corazón. —He cometido un grave error en
todo esto, Justina—, dijo. Su voz temblaba con el peso de la emoción que
subyacía en esa declaración. Sus palabras llenaron el vestíbulo, levantando
murmullos mientras las miradas de los ojos abiertos se movían entre él y
ella.
El pequeño grupo de caballeros giró la cabeza hacia donde ella estaba
sentada.
—Eso es cierto—, gruñó Honoria, ganándose un codazo en el costado
de Gillian.
Nick continuó por encima de esa interrupción. —No intento pretender
que alguna vez pueda ser digno de ti—. ¿Se humillaría así por ella? Un
hombre que no había compartido nada de sí mismo todos estos años. —
Pero soy lo suficientemente egoísta como para desearte de todos modos—.
Se aclaró la garganta, dobló su pergamino y lo volvió a meter en su
chaqueta. —Si me aceptas—. Y luego inició el mismo camino por el pasillo.
Ella se sentó congelada, con la garganta apretándose dolorosamente, y el
conferenciante reclamó su lugar como si todos los días un poderoso duque
entrara en su salón y leyera un poema ante una multitud de desconocidos.
Él no la había forzado. Donde tantos maridos, como su padre, exigían
sumisión y daban órdenes a sus esposas.
—¿Seguro que no vas a dejar que se vaya sin más?— Gillian susurró.
Justina desvió su mirada hacia el fondo de la sala justo cuando Nick se
marchó. Cerró los ojos con fuerza. Tal vez era débil. O diez veces más tonta.
Empujando la silla hacia atrás, se levantó de un salto y salió corriendo de la
habitación. Pero quería al menos intentarlo con él.
Sus faldas se agitaron ruidosamente en sus tobillos mientras corría hacia
la puerta. Tropezó con ella y, tras enderezarse, la abrió. Sin aliento, salió al
exterior y buscó en las abarrotadas calles. Lo localizó diez pasos por

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

delante, dirigiéndose a su montura. Maldiciendo sus largas zancadas, se


llevó las manos a la boca. —Dominick Tallings—, gritó y él se giró.
La sorpresa y la esperanza se mezclaron en sus rasgos.
Ella corrió tras él y luego se detuvo.
—No pude hacerlo—, soltó.
Ella ladeó la cabeza.
El viento los envolvía, agitando la tela de sus capas en un ruidoso
zumbido. —No puedo destruir a tu padre ni a tu hermano—. Hizo una
pausa. —O a Rutland—. Su corazón se detuvo. —Le hice una visita esta
mañana—. Sus palabras se sucedieron con rapidez, mezclándose unas con
otras. Tan opuestas a su habitual calma y tranquilidad. —Los pagarés de tu
padre. De Andrew. Todo, se lo he entregado a Rutland. Ahora puedes
confiar en que ningún daño llegará a tu familia por mis manos.
El corazón de ella se apretó y se llevó una mano a los labios. Él no sólo
había abandonado su voto de venganza, sino que había buscado a Edmund,
entregándole todas las posesiones de su familia.
—Sé que no puedes perdonar lo que he hecho, Justina, pero…
Ella se inclinó y presionó su boca contra la de él en un breve encuentro,
silenciando sus palabras, y luego se hundió sobre sus talones. —Te amo—.
La esperanza iluminó sus ojos. —No por ningún regalo material que hayas
hecho ni por lo que le has devuelto a mi familia, sino por lo que has cedido.
Él bajó su frente sobre la de ella. Las palabras que abrió la boca para
pronunciar fueron cortadas por una voz afilada, revestida de furia.
—Qué conmovedor, Su Excelencia—, dijo una voz cercana. Ambos se
giraron.
La mujer, una llamativa desconocida de ojos endurecidos, les devolvió la
mirada. —Qué hermosa muestra del Querido Duque para su tonta esposa.
¿Un marido rico y poderoso que además escribe poemas? Tsk, tsk, qué
afortunada es, Su Excelencia—. Ella mostró una pequeña pistola. Un
destello maníaco ardía en el fondo de los ojos de la mujer, insinuando su
locura.
A Justina se le secó la boca. Echó un vistazo a Nick, cuya piel hacía
juego con el blanco de su corbata.
—Vamos, ¿no hay nada que decir? ¿Ningún saludo? ¿Ninguna invitación
a tomar el té? Espero que seamos buenas amigas—, dijo la mujer,
volviéndose hacia Justina. —¿Después de todo lo que hemos compartido?
Todo lo que han compartido. La desconocida de ojos fríos la miró
despiadadamente. Entonces comprendió. Esta era la antigua amante de

~ 249 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Nick. El miedo se revolvió en su vientre cuando la dama agitó su arma en su


dirección.
La tensión se desprendió del cuerpo de Nick. —Lady Carew—, dijo
Nick lentamente, como si estuviera manejando una yegua díscola. —Deje
su arma en el suelo—, instó, guiando a Justina detrás de él.
—Detente—, gritó la mujer, su voz adoptando un tenor agudo que
insinuaba su rápido retroceso en el control. Él se paralizó de inmediato.
El pulso de Justina retumbó con fuerza en sus oídos, amortiguando los
sonidos de la calle. Miró frenéticamente a los transeúntes en busca de
ayuda. Podía ser cualquier otro trío reunido para tomar té y pasteles por
toda la atención que se les prestaba.
—Esto no salió como lo había planeado—, explicó Lady Carew en un
tono inquietante que insinuaba su locura. —Huntly y yo habíamos
elaborado todo de forma tan hermosa. Su cuñado iba a quedar devastado.
Usted iba a ser miserable—. Su rostro se contorsionó, transformando sus
encantadoras facciones en algo macabro. —Iba a tener a Huntly como
amante. Pero no pudo ser disuadida por la nota que Tennyson le entregó.
En lugar de eso, consiguió al duque—, le espetó. El odio en esa acusación
levantó la piel de gallina en los brazos de Justina. Había sido ella. La nota
que Lord Tennyson le había entregado a la fuerza había venido de esta
criatura mercenaria.
—¿Qué quiere?—, preguntó en voz baja, ignorando la mirada
silenciadora que le lanzó Nick.
—Has abandonado todos nuestros planes por ésta, Huntly—. La voz de
Lady Carew tembló.
Nick dio otro pequeño paso, inclinando su cuerpo entre Justina y la
indignada mujer.
—¿Seguramente no pretende matar a un duque y a una duquesa en
medio de Lambeth Street?— le espetó Justina.
Por el rabillo del ojo, Nick captó su mirada y sacudió ligeramente la
cabeza.
—Vamos, Su Excelencia, ¿realmente cree que soy tan despreciable como
para matarla?—, preguntó la dama con una pequeña risita. —Simplemente
deseo conocer a la mujer por la que Huntly me abandonó.
—¿Marianne?— La sorprendida pregunta cortó la diatriba de la dama y
miraron hacia el callejón donde estaba Andrew. La confusión brotó de sus
ojos al ver a la mujer empuñando un arma.
Su brazo oscilaba entre Justina y Nick. —Andrew—, saludó ella como si
se hubieran encontrado en Almack's.

~ 250 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Su mirada confusa se dirigió al arma que apuntaba a su hermana. —


¿Qué estás haciendo?— Su pregunta susurrada, con un toque de
incredulidad, abrió el corazón de Justina. Su esperanzado hermano nunca
sería el mismo después de esta traición.
—Es la antigua amante de mi esposo—, respondió Justina en voz baja.
—¿Qué?— Esa palabra brotó de él mientras Andrew daba un paso lento
hacia adelante. —Te equivocas—. La conmoción brotó de sus ojos y se llevó
una mano al pecho. —¿Huntly, viejo amigo?
Nick giró la palma de la mano hacia arriba. —Yo...
—Cállate—, siseó la víbora, apuntando su pistola en dirección a Nick.
—¿Seguro que no pensaste que podría amar a un chico como tú?—, rió la
dama. —Qué libre fuiste con la información sobre tu familia.
Todo el color desapareció de las mejillas de Andrew y negó con la
cabeza en silencio. —Estás loca—, susurró y dio un paso adelante.
—¡Detente!— El leve temblor de esa orden dejó entrever el escaso
control que tenía la dama mientras giraba la pistola en su dirección.
Justina lanzó un puñetazo, alcanzando a la loca con fuerza en el
estómago. El arma voló por el aire, aterrizando con un ruidoso tintineo en
los adoquines a los pies de Andrew. Nick se abalanzó sobre la dama,
derribándola.
—No—, se lamentó Lady Carew mientras tiraba con fuerza de sus
muñecas por detrás, mirando a su alrededor.
Varios alguaciles acudieron corriendo a recoger a la loca gritona. La
arrastraron a la fuerza, agitando las piernas, con maldiciones en los labios.
Justina se quedó mirando a la joven, no muchos años mayor que ella. En
un intento de alejar el temblor de sus brazos, los dobló cerca de su cintura.
Esta era la mujer que había conocido a Nick en lo más íntimo. Que había
tramado y conspirado con él. Hasta que exhalara su último aliento,
lamentaría su conexión con esa víbora, pero, tal vez, él no habría llegado a
su vida sin ella.
Levantó la mirada hacia el rostro de su esposo. Buscando alguna
respuesta. Sin embargo, él evitó cuidadosamente sus ojos. ¿En qué estaría
pensando?

~*~

~ 251 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Estaba hecho y, sin embargo, no lo estaba.


Cuando los gritos de Lady Carew se desvanecieron hasta convertirse en
un zumbido lejano y luego en nada, el horror se revolvió en su vientre. Yo he
provocado esto. Con sus oscuros y retorcidos planes de venganza, se había
vinculado a personas de verdadera maldad y casi le había costado su
esposa. Nick cerró brevemente los ojos. Hasta que diera su último aliento,
vería esa pistola apuntando al pecho de Justina. Una pistola en la mano de
una loca que, en cualquier momento, habría apretado el gatillo y...
Su esposa deslizó sus dedos entre los suyos. Esos largos dígitos
temblorosos, marcando su propio tumulto, lo obligaron a abrir los ojos y de
repente registró el mar de extraños que los miraban.
Hombres y mujeres que se quedaban boquiabiertos y boquiabiertas, y a
los que les importaba un bledo que ésta fuera, de hecho, su vida, la de
Justina y la de Andrew Barrett.
Una gran mano se posó en su hombro y le dio un ligero apretón. —
Vamos—. La voz inusualmente ruda de Andrew, desprovista de su habitual
alegría y también nuevamente hueca, retorció la hoja de la culpa. —Llévate
a mi hermana de aquí—, instó con el mismo control de un hábil
comandante militar.
Agitando bruscamente la cabeza, Nick guió a Justina hasta el carruaje
con Andrew siguiéndola de cerca. Mientras caminaban a paso ligero por las
calles de Lambeth, sintió la mirada de ella en su rostro. ¿En qué estaría
pensando? Intentó tragar más allá del bulto de arrepentimiento y angustia
que le obstruía la garganta.
Sin duda, en la locura que supuso confiar en mí. En casarse conmigo.
Llegaron al transporte negro. Adormecido, fue a ayudar a Justina a
subir, pero ella ignoró su mano y se volvió hacia Andrew.
Sintiéndose como un intruso, retrocedió varios pasos mientras hermano
y hermana hablaban en voz baja. Se escucharon fragmentos de su
conversación.
—...Lo siento mucho, Andrew...
La respuesta de Andrew se perdió y Nick tragó con fuerza. Su mujer dijo
algo más que le valió una sonrisa de dolor a su hermano. Subiendo de
puntillas, Justina le apretó un beso en la mejilla. Miró en dirección a Nick y
luego a su hermana. —¿Necesitas que me quede contigo?—, preguntó en
voz alta, con su significado claro. Él se enfrentaría a Nick en estas mismas
calles si ella se lo pidiera.
Justina miró a Nick y él se puso rígido. Preparado para su rechazo.
Mereciéndolo. Esperándolo. Aunque ella tenía derecho a su resentimiento y

~ 252 ~
Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

odio hacia él, él quería su perdón. Quería demostrar que podía ser mejor
para ella... no a causa de ella. Buscó un indicio de lo que ella estaba
pensando y sintiendo, pero su expresión no dio ninguna indicación. —
No—, dijo ella en voz baja. —Hablaré con mi marido.
Su cuñado flexionó la mandíbula. —Volveré a casa y me encargaré de
que mamá sea atendida. Pero si me necesitas, Justina, avísame—, ordenó,
lanzando otra dura mirada a Nick.
El sentimiento de culpabilidad se apoderó de él, pero se obligó a mirar
directamente. ¿Qué le decía uno al hombre que se había propuesto
arruinar? ¿Que se había enredado con una víbora por culpa de sus planes y
conspiraciones? ¿A quién se le había destrozado el corazón y la inocencia
en las calles de Londres, nada menos? —Barrett—, comenzó en tono
solemne.
Andrew extendió una mano y Nick se sobresaltó. —Te confío a mi
hermana, Huntly—. Su cuñado frunció el ceño. —No hagas que me
arrepienta o me encargaré de que lo hagas.
Inmediatamente puso su mano en la del otro hombre. Aquella tregua
inmerecida y que decía mucho del carácter de Andrew Barrett. Entonces, la
vida los cambiaba a todos. A veces para mejor. —No lo haré—, prometió.
Justina se demoró. —Gillian y Honoria...
—Ve—, instó Barrett. —Me encargaré de que vuelvan a casa a salvo.
Ella asintió y, esta vez, permitió que Nick la llevara al interior del
carruaje. Él subió tras ella.
Mucho tiempo después de que el transporte rodara por las calles de
Londres, el silencio pesaba entre ellos. Contempló todo lo que Cecily y
Chilton habían dicho estos años. Ambos habían demostrado tener razón:
infligir dolor a Rutland nunca habría deshecho los años de miseria que él y
su familia habían conocido. Desde Justina, había demostrado ser un
hombre capaz de amar y ser bueno. También un hombre con defectos y
fallos.
El ligero peso de dos piezas de ajedrez dentro de su chaqueta lo
interpeló. Nick metió la mano en el interior, sintiendo que la mirada de su
mujer captaba sus movimientos mientras sacaba uno de los peones de
marfil. Se lo tendió y ella se quedó mirando un momento antes de aceptar la
pequeña pieza.
—Tras la muerte de mi padre, vi la vida como un tablero de ajedrez—.
Señaló aquel objeto simbólico que tenía en sus manos y ella trasladó su
aguda mirada de él a Nick. —Era más fácil así—, continuó en voz baja. —
Veía al niño que había sido, a mi padre, incluso a mi hermana y a mi madre,
como esas figuras débiles e impotentes. Nunca quise ser ese hombre—.
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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Una risa triste retumbó en su pecho. —Nunca quise ser rey, pero sí quería
ser dueño de mí mismo. Pero más, quería ser lo que mi padre no era. Un
héroe—. Se le hizo un nudo en la garganta. Qué patético y pequeño había
sido. Lo apreciaba ahora, como un hombre que había vivido la vida.
Dejando el peón en el banco, Justina se colocó al lado de Nick. Levantó
la mano y, con una delicada caricia de mariposa, inclinó su cara hacia la
suya. —Oh, Nick—, dijo suavemente, recorriendo su cara con los ojos. —
Todavía no lo ves, ¿verdad? Seguirás cometiendo errores. Los dos lo
haremos—. Sus labios se volvieron en una tierna sonrisa. —Pero no quiero
un héroe de las novelas góticas que había leído. Te quiero a ti.
—Te amo—, musitó él. —Justina...
Ella capturó su rostro entre las manos y le sostuvo la mirada. —Llévame
a casa—, lo instó con una suave sonrisa, tocando su mejilla. —Contigo.
Donde debo estar.
Y, por fin, el hilo que lo ataba a su oscuro pasado se rompió.
Él era libre.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

Epílogo
Una quincena más tarde
Londres, Inglaterra

Nick había pasado los últimos trece años sumido en el odio. Buscando
venganza. Amargado. Dolido. Justina le había mostrado que había algo
mucho más poderoso, bello y curativo: el amor.
Siempre habría arrepentimiento. Por lo que había sido. Lo que había
hecho... a sí mismo, a Justina. A su familia. A su propia familia. Pero como
ella había prometido, habían seguido adelante juntos.
—Oomph—, gruñó ella cuando Nick inadvertidamente dirigió a su
esposa con los ojos vendados demasiado cerca de la pared.
Los detuvo y le susurró al oído. El aroma de la madreselva en su piel le
llegó a la nariz, embriagador como un buen brandy. —Mis disculpas.
Justina inclinó la cabeza hacia atrás. —¿Una visita de Byron?—,
aventuró.
Nick se rió, la alegría real y plena mientras retumbaba en su pecho. —
Eres implacable, amor.
—Decidida—, corrigió ella. —¿Y Byron?
—Implacable y decidida—, afirmó él, como lo era ella en todos los
aspectos de la vida. A través del corbatín de raso doblado que le cubría los
ojos, él le pellizcó la nariz. —Sir Byron tendría que volver de Ravenna—,
señaló.
Su esposa buscó una mano alrededor y encontró su nariz, devolviendo la
medida. —Ahh, pero entonces ¿no sería esa la sorpresa?
—Efectivamente, tienes razón. Lo sería—. La agarró por los hombros y
la dirigió hacia delante. —Pero eso no es todo—, le susurró al oído.
Su risa respiratoria se reflejó en las paredes del pasillo mientras le
permitía seguir adelante. —¿Shelley?
Una sonrisa se dibujó en los labios de él. —Ya habías supuesto eso—.
Como ella había estado suponiendo desde que él la escoltó fuera desde sus
aposentos a primera hora de la mañana con la mención de que le esperaba
una sorpresa.
—Él—, corrigió su esposa. —Supuse que era él. No eso.

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

—Muy bien. Él. Y no, el Señor Shelley no ha venido de visita—. Hizo


una pausa. —Quizás algún día—. Los hizo detenerse. —Ahora—,
murmuró, colocándola en el centro de la puerta. Estirando la mano detrás
de ella, aflojó lentamente el nudo que mantenía la tela en su sitio. Cayó al
suelo con un revoloteo.
Justina parpadeó lentamente. —Vaya—, dijo. Dio un paso tentativo
hacia adelante y luego se detuvo. Su aguda mirada tocó todos los aspectos
del antiguo salón. Desde las sillas doradas en sus ordenadas hileras,
pasando por los sofás tapizados de raso blanco dispuestos en cada esquina
de la sala, hasta el atril situado en el centro de la misma. Sin mediar
palabra, su mujer se paseó por el interior. Ante el prolongado silencio, él se
revolvió sobre sus pies.
Había querido darle un lugar donde ella tuviera el control. Donde los
temas y la discusión pudieran ser guiados por ella y su agudo intelecto. Ella
pasó la punta de los dedos por el respaldo de una de las sillas doradas. De
repente, inseguro, Nick se aclaró la garganta. —Es un salón—, dijo con
dificultad, cuando ella se giró hacia él. —O eso es lo que esperaba. O
pretendía. O pensé—. Deja de divagar. Apretó los labios en una línea. Y sin
embargo, le importaba que esto le importara a ella.
—Ya lo veo—, susurró ella, volviendo a prestar atención al espacio
transformado.
—Quiero que tengas un lugar que sea tuyo—, explicó él, necesitando
que ella lo entendiera. —Donde ningún hombre pomposo presuma de
dictar tus pensamientos. Pensé que podría ser un lugar en el que alentaras a
otras jóvenes a-oomph—. Se tambaleó hacia atrás cuando ella se abalanzó
sobre él.
Enderezándolos rápidamente, Nick la estrechó inmediatamente entre
sus brazos. La felicidad brillaba en sus ojos, mezclándose con tanto amor
que llenaba cada rincón de su ser, haciéndolo más fuerte por ello. —
Entonces, ¿le gusta, Su Excelencia?—, le preguntó, rozando con la yema del
pulgar el labio inferior de ella.
—Lo adoro, Nick—, respondió ella.
—Eres libre de invitar a quien quieras. No es necesario que yo asista.
Yo…
—Te quiero a mi lado—, dijo ella solemnemente, tomando sus manos
entre las suyas. —Siempre y en todas partes. Para siempre.
Él había vivido en un estado de odio y fealdad durante tanto tiempo, que
alguna vez había creído que su alma estaba muerta. Incapaz de recibir luz o
bondad. Ella lo había salvado. Lo había liberado y restaurado a la persona

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Encantar a un Duque Malvado – Corazón del Duque #13

que una vez había sido. —Para siempre—, prometió y reclamó su boca en
un beso que prometía ese mismo regalo.

El fin.

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