Apuntes Literatura XVIII
Apuntes Literatura XVIII
Apuntes Literatura XVIII
7 de noviembre.
DIEGO DE TORRES VILLARROEL.
→ Estamos leyendo la hoja con las citas en las que se debate si Vida de Torres Villarroel es una novela
picaresca o es autobiográfica.
Los elementos picarescos favorecerían la venta de la obra.
Género:
¿Cuál es el modelo de Torres? El molde formal que toma en su Vida se asemeja al de la
novela picaresca. Da a entender en la “Introducción” la semejanza de sus correrías y de su
personalidad con la de los picaros literarios, aunque con cuidado de distinguirse de aquellos:
“Paso (…) por un Guzmán de Alfarache, un Gregorio Guadaña y un Lázaro Tormes; y ni soy
este, ni aquel, ni el otro”.
Torres nos cuenta la historia de un ascenso social; esta es la parte de la novela picaresca
que más le interesa. La evolución psicológica no le interesa, se nos presenta siempre igual:
encontramos episodios “en sarta” porque no hay evolución psicológica, podrían cambiarse de
orden. De hecho, en la Vida, cuenta algunos episodios que en la vida real transcurrieron en otro
orden.
La Vida de Torres no nos narra la vida de un pícaro (sus picardías son más bien poca
cosa) o de un aventurero; no es epistolar (como el Lazarillo o el Buscón), no tiene un fin
moralizador (aspecto importante porque la novela picaresca al final siempre tiene un comentario
moralizante). Es la biografía “rebelde por temperamento” (J. M. Caso), pero sin la condición
marginal propia del pícaro.
No obstante, los rasgos que sí son propios de la picaresca son:
Conceptismos y juegos de palabras, que dan positivo interés a la obra (“Los vivos vean
cómo viven, y viva cada uno para sí, pues para sí solo muere cuando muere”).
Notable abundancia de frases paralelísticas, tautologías (definir algo empleando lo que
se va a definir: las mujeres son las mujeres, el fútbol es el fútbol) y enumeraciones
innecesarias.
Hipérboles, perífrasis, contradicciones y contrastes, oxímoros (“venturosas desdichas”),
muchos coloquialismos cuando se dirige al público…
Actitud de distanciamiento y de relativismo desde el principio de la Vida respecto a su
figura y con su propia obra, ala que finge no tener mucho en consideración, pero sobre
la cual presume de su éxito. Cuando habla mal de sí mismo, como en la Introducción,
relativiza: “Yo soy un mal hombre; pero mis diabluras, o por comunes o por frecuentes,
ni me han hecho abominable ni exquisitamente reprehensible (…) todos somos unos y,
con corta diferencia, tan malos los unos como los otros”. Hablar de maldades atrae al
lector, es una estrategia por parte del autor; pero con las apostillas de carácter
adversativo relativiza y todo queda más o menos bien.
Técnica de omisión sistemática de aquellas partes que, además, presenta casi como las
más interesantes. Es un recurso, tal vez para generar una mayor expectación sobre su
vida y su figura manteniendo cierto misterio en ellas, que utiliza de forma reiterada a lo
largo de toda la novela, excepto en el sexto y último trozo, donde se empeña en mostrar
documentación para corroborar la veracidad de lo que dice; justo lo contrario que en el
resto de trozos, en donde con frecuencia afirma: “Y omito esto porque…”. Torres, en
este aspecto, desconcierta nuevamente.
“A pesar de la cohesión de este autorretrato, lo cierto es que Torres no se presenta de un
modo homogéneo ni uniforme. Nuestro autor muestra mil caras e incurre en contradicciones
que complican la posibilidad de conocer al verdadero Torres. El mismo proceso de escritura
de la obra, en tres frases bien diferentes de su vida, ha condicionado la percepción que nos
ha llegado de él. En los dos primeros Trozos aparece un Torres sencillo, travieso, joven y
alocado. En el tercer cuarto TROZO SE PRESENTA ALGO mas reivindicativo, incluso
soberbio, maduro y emprendedor (…)” (Edición crítica de Penguin Random House)
La Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras de Diego de Torres de Villarroel está
estructurada en seis partes (“trozos”), cada una de las cuales corresponde aproximadamente a
una década de la vida de su autor. Tanto las cuatro primeras, publicadas en conjunto en 1743,
como la quinta, están dedicadas a la duquesa de Alba y precedidas de un prólogo al lector. La
sexta está dedicada al recién coronado Rey de España, Carlos III.
Torres se preocupó siempre de forma especial por estos prolegómenos. Prácticamente
toda su producción está encabezada por dedicatorias y prólogos, escogiendo personalidades
ilustres para sus dedicatorias, para que de algún modo sirvieran de aval a la obra, y pudieran de
paso servirle a él de beneficio en un futuro. De hecho, Torres fue administrador de los bienes de
la casa de Alba hasta su muerte.
Prólogo al lector: Torres comienza su Vida, como hacía en los almanaques, con un
prólogo satírico en el cual regaña o increpa al lector (visto como posible contradictor)
de distintas maneras. Anticipándose a las objeciones que pudiera exponerla, se dirige a
él de manera personal, con una hostilidad casi familiar y confianzuda. Declara sin
ambages el móvil económico que mueve su publicación, su mercantilismo: Dirás,
últimamente, que porque no se me olvide ganar dinero he salido con la invención de
venderme la vida. Y yo diré que me haga buen provecho, y si te parece mal que yo gane
mi vida con mi Vida, ahórcate, que a mí se me da muy poco de la tuya. Si no constituye,
precisamente, el mejor modo de captar la benevolencia de quien inicia la lectura del
libro, quizá sí su interés o curiosidad.
Introducción: en ella Torres explica las razones que le han llevado a escribir su Vida.
En primer lugar, la motivación económica (“Si mi vida ha de valer dinero, más vale que
lo tome yo”) y, en segundo lugar, justificar su existencia y aportar un testimonio
verdadero de la que realmente ha sido su vida, para que no se difundan más engaños y
mentiras. Insiste, en cambio, en el escaso valor que tiene para él la literatura
moralizante.
Ascendencia: tras la Introducción, el autor hace repaso de sus antepasados desde sus
bisabuelos, procedentes de Soria y afincados en Salamanca, hasta sus padres, él librero
y su madre hija de comerciantes que vivían con cierto desahogo. En esta parte, “sus
familiares están descritos más en la tradición de la hagiografía que de la picaresca”
(María Angulo Egea).
Torres empieza por su ascendencia, como los pícaros, pero dando la vuelta a los
orígenes deshonrosos del pícaro. Aquí encontramos orígenes humildes pero honrados;
familiares humildes, sí, pero ninguno judío. Puesto que no es noble, insiste en la
honradez de su familia, insistencia que refleja el miedo que aún había en la época a la
Inquisición (temor que se ve también cuando le retiran Vida natural y católica): “Un
cristiano viejo, sano, robusto, lego y de buen humor es el que debe desear para abuelo el
hombre desengañado de estas fantasmas de la soberbia”. Torres refuerza el mérito de su
ascenso: “Mi afrenta o mi respeto están colgados solamente de mis obras y de mis
palabras”, asevera, como buen español indivvidualista, en un momento de este apartado.
Trozo 1º (Nacimiento): narra su infancia, que se parece a la de cualquier otro niño. Se
detiene a describir su miedo al maestro y a la escuela, y cómo aprendió a leer y escribir
por temor a los castigos corporales: Pagué con las nalgas el saber leer y con muchos
sopapos y palmetas el saber escribir. En este apartado reflexiona, además, sobre los
libros y sus autores. Explica que el contacto diario, ya desde la librería paterna, tanto
con unos como con otros le había llevado a desmitificar el mundo de las letras, al ser
consciente de que aquellos que escribían y publicaban no eran en su mayoría gentes
especiales ni sabias. Torres se muestra así escéptico y burlón.
Trozo 2 º: prosigue su vida de estudiante, primero con su preceptor Juan González de
Dios y después en el Colegio Trilingüe. Se confiesa un mal alumnado: gran parte de su
tiempo lo invierte en juegos y travesuras. Se escapa a Portugal y allí surgen varias
aventuras; vive una temporada con un ermitaño, marcha a Coímbra y se hace pasar por
curandero y profesor de danza, consiguiendo notoriedad y dinero. Un asunto de celos
apenas explicado le hace trasladarse a Oporto; el dinero se le acaba y decide hacerse
soldado. A los tres meses, viendo la posibilidad de regresar as Salamanca, deserta
camuflado en una cuadrilla de toreros. Por fin, regresa a casas donde sus padres le
reciben con alegría, y, para darles contento, se ordena subdiácono. Las raras gentes que
traté en las ridículas aventuras de químico, soldado, santero y maestro de danza, el
crecimiento de los años y la mayor edad de la razón, me pasmaron un poco el orgullo.
21 de noviembre.
El alicantino Pedro Montengón y Pare era un novicio jesuita en el momento de la
expulsión de la Compañía. Su primera novela, Eusebio (1786) cuenta, como el Emilio de
Rousseau, las diversas etapas en la educación del joven. Eusebio, con Séneca (filósofo estoico,
Cartas a Lucilio*) como referente moral, a quien se sumará a una educación práctica recibida
tras viajar por diferentes países, buscando la paz y la felicidad; las cuales alcanzará, después de
muchas pruebas, dentro de una secta cuáquera en América. Las doctrinas pedagógicas de
Montengón no son idénticas a las de Rousseau, si bien habla de un “hombre natural” y en su
obra están presentes el sentimentalismo, la sensibilidad ante el paisaje, las escenas lacrimosas,
los diálogos de ideas… Novela de gran éxito, en 1798 sería prohibida por la Inquisición, lo que
obligó al autor a rehacerla para poder editarla de nuevo en 1807.
*Está siendo un bestseller actualmente, porque se está utilizando como libro de autoayuda.
Clara Jara de Soto es una autora de la que no sabemos mucho; es otra autora invisibilizada
por la historia. J.A.A. le dedica un soneto en el Diario de Madrid (diario de Nipho), 13-VIII-
1790 (lo hemos leído en clase).
Clara Jara de Soto es la única novelista del XVIII junto a María Egual. Se la supone oriunda
de Murcia, aunque se desconoce su fecha de nacimiento. No se sabe tampoco cuál fue su
formación en, ni qué tertulias frecuentó en la Corte. Imitó o tuvo como modelo a Quevedo y
Torres Villarroel cuando escribió El intruso en la Corte y aventuras del extremeño (1789),
narración costumbrista con la que se dio a conocer. Compuso también una segunda parte
titulada Tertulias murcianas, donde se incluyen poesías y una comedia, pero el libro fue
censurado y no llegó a publicarse; tal vez, según apunta Juan Ignacio Ferreras, por inspirarse en
María de Zayas, “una escritora atrevida para los pacatos hombres de la Inquisición
dieciochesca”.
Tras el encuentro inicial de los dos protagonistas, el licenciado García se convierte en el
guía del extremeño Vegas en su visita de los barrios de Madrid, contraponiendo las opiniones
del paleto a las del instruido. De un modo costumbrista, Jara de Soto va describiendo las calles y
plazas de Madrid (Plaza Mayor, el Rastro, Huertas, Cebada, Puerta del Sol), el Paseo del Prado,
los coliseos teatrales, los mesones, botillerías y mercados, la plaza de toros, las fiestas
populares… Siguiendo los usos de la estética barroca, la narración se interrumpe a menudo con
composiciones poéticas de tono popular, especialmente seguidillas.
A juicio de Emilio Palacios, la autora “escribe con gran perspicacia el mundo de la mujer,
del que incorpora curiosos detalles (vestuario, costumbres, lenguaje…) que nunca daría un
costumbrista masculino. Cuida el lenguaje que sabe diferenciar entre el estilo pulido del
licenciado frente a los vulgarismos groseros del extremeño. (…) La narración se ha convertido
en un excelente ejercicio literario para dibujar con pincel vistoso y colorista el pintoresquismo
de la sociedad madrileña de su tiempo, escrita en la tradición de Quevedo y de su continuado
dieciochesco el catedrático don Diego de Torres Villarroel, autor de las Visiones y visitas (1727).
Está interesada en sacar de la misma enseñanzas morales, más que reflexiones sociales que
practicaba el escritor ilustrado”. (La mujer y las letras en la España del siglo XVIII)
TEMA 4.
TEATRO DEL SIGLO XVIII.
El año 1681 es una fecha simbólica en la historia de la literatura española: muere
Calderón de la Barca, el gran dramaturgo cuyo teatro representaría el punto culminante de la
estética barroca materializada en obra literaria. Aunque ya en sus últimos años no había escrito
casi nada de importancia, su desaparición significaba el fin de una etapa importante, iniciándose
un periodo de progresiva decadencia de un barroco escénico que se sobrevive a sí mismo, como
en la prosa y en la poesía, gracias al favor del público.
Así, durante las décadas siguientes perdura en los escenarios y en las imprentas un
teatro posbarroco, tendente a la mera imitación a lo fácil refundición, sin que haya innovaciones
de importancia. El estilo y los personajes quedan estereotipados, y se acentúa y exagera la
aparatosidad escénica.
En los primeros años del XVIII, el teatro se mantuvo en España, con ligeras variaciones,
la misma estructura del siglo anterior. Madrid siguió siendo el centro de la actividad teatral,
reforzada por la centralización impuesta en todos los ámbitos por la nueva dinastía de los
Borbones. Centros muy activos teatralmente en los Siglos de Oro, como Sevilla y Valencia,
sufren ahora una aguda decadencia. En Sevilla, las autoridades eclesiásticas habían conseguido
incluso la prohibición del teatro en 1679, con la consiguiente demolición de los corrales. En
cambio, hay un auge en el teatro en otras localidades, como Barcelona y muy especialmente
Cádiz, que, a finales del XVIII, será la segunda capital teatral en importancia de España
conforme a la importancia económica que había adquirido la ciudad.
22 de noviembre
En Madrid los teatros más importantes siguieron siendo los corrales (o coliseos) de la
Cruz y del Príncipe, a los que se sumó en 1708 el Coliseo de los Caños de Peral, antiguo
lavadero convertido en teatro cubierto para la representación de óperas latinas. Se contaba
además con los teatros palaciegos del Casón del Buen Retiro y el Salón de Comedias del
Alcázar. El incendio de este último en 1734 dejó reducidos a cuatro los recintos teatrales de la
capital, a los que se añadirán, a partir de 1766, los coliseos levantados en los Reales Sitios:
Aranjuez, El Pardo, la Granja de San Ildefonso (Segovia) y San Lorenzo de El Escorial.
Junto a estos teatros públicos o semipúblicos, hay que añadir la gran cantidad de teatros
privados que proliferaron en las casas nobles de todas las ciudades importantes; en el caso de
Madrid, el Palacio de la Liria de los duques de Alba, donde Vicente G de la Huerta estrenó La
Raquel, o el teatro privado de los condes de Benavente, protectores de Don Ramón de la Cruz y
de Leandro Fdez. de Moratín.
*El teatro más antiguo de Europa es (el) Español: En antiguo corral del Príncipe.
2ª Jornada
-Sainete o tonadilla
3ª Jornada
-Fin de fiesta, generalmente con baile
El siglo XVIII recibía del anterior una rica tradición de teatro breve, con toda su
variedad de loas, jácaras, entremeses, bailes y mojigangas. Dada la popularidad de estos
géneros, el espectáculo teatral dieciochesco acumulaba gran número de obras breves en una sola
función Neoclásicos e ilustrados propugnaron la representación de obras largas sin entremeses
ni sainetes en los intermedios; sin embargo, aceptaban el teatro breve como prólogo o fin de
fiesta.
Surgirán así nuevos subgéneros de este tipo nacidos de una evolución de los
tradicionales. Pero representando un espíritu completamente diferente: el sainete y la tonadilla,
que darán carácter propio al teatro breve del XVIII.
El sainete es una pieza teatral breve de carácter cómico y a veces satírico que se
representaba en los entreactos de las obras mayores. Es continuador del entremés, del que, sin
embargo, se aparta en los tipos y recursos utilizados. En su intento de acercamiento a la
realidad, el sainete dramatiza situaciones de la vida cotidiana y coloca en escena personajes
característicos de la época. El más destacado sainetero del XVIII fue Ramón de la Cruz, quien
refleja la vida popular madrileña y las costumbres de la clase media con tono amable y algo
superficial, aunque cautivó también un sainete de corte satírico para censurar tipos de su época,
sobre los que hace recaer algún vicio o alguna mala costumbre, castigándolos al final con
intención moralizadora.
Formalmente, el sainete no presentaba grandes diferencias con el entremés, con
frecuentes cambios de escena y el habitual intercalado de música y baile, aunque simplifica la
métrica: del pareado endecasílabo típico del entremés y la polimetría de las mojigangas al
romance de rima única para toda pieza. Sin embargo, explica Doménech, las ‘’diferencias con el
mundo del entremés son enormes: en lugar de las tópicas tramas grotescas basadas en la burla,
con personajes siempre repetidos [..] y la localización incorrecta, Ramón de la Cruz crea sus
pequeñas historias con personajes reconocibles, que tienen una adscripción social, un oficio,
unas relaciones familiares y a menudo un nombre; la acción ocurre [...] en lugares conocidos de
Madrid o pueblos cercanos; el lenguaje, en fin, deja de ser vehículo de chistes y conceptos para
ser reflejo del habla cotidiana y medio de caracterización de los personajes’’. (Introducción, en
Antología del teatro breve español del siglo XVIII, Biblioteca Nueva, 1997).
28 de noviembre
Las representaciones de las obras incluían todo un entramado de obras breves: loa, sainete o
tonadilla y fin de fiesta.
El sí de las niñas: un récord absoluto.
Don Ramón de la Cruz (1731-1794)
1731: Nace en Madrid el 28 de marzo, en la calle del Prado, Don Ramón Fco. Ignacio
de la Cruz Cano y Olmedilla, siendo bautizado (con el Don incluido) cinco días después
en la Iglesia de San Sebastián.
1744: Se traslada a Ceuta, donde su padre es destinado al Penal de la ciudad con un
cargo burocrático. Fallecerá un año después Don Ramón regresa a la capital madrileña
con quince años de edad.
1746-48: Consigue una pequeña ayuda económica para proseguir sus estudios en las
Escuelas Salmantinas. Aprende francés e italiano.
1757: Estrena su primer sainete, La enferma del mal de boda, después de haber
estrenado alguna comedia y alguna zarzuela.
1759: Obtiene una plaza de empleado público en la Contaduría de Penas de la Cámara y
Gastos de Justicia, con un modesto salario de 5000 reales anuales.
1760: Contrae matrimonio con doña Margarita Beatriz de Magán, con quien tuvo varios
hijos.
1765: Su prestigio le hace ser admitido en la Academia de la Arcadia (Roma) y ser
honorario en el de las Buenas Letras de Sevilla.
1768: El conde de Aranda le encarga la escritura del libreto de Briseida, una zarzuela
que tuvo gran éxito. En septiembre de ese año estrena otra zarzuela de tema español,
Las segadoras de Vallecas.
1769: Estreno de Manolo, “tragedia para reír sainete para llorar”.
1770-80: Los sainetes de Ramón de la Cruz se representan en el teatro de la Cruz y el
teatro del Príncipe de Madrid. Es su época de mayor apogeo.
1781: La condesa de Benavente le nombra su administrador y se traslada a vivir a su
palacio de la calle de Alcalá. Escribe para su teatro particular.
1786: Comienza la publicación, en diez volúmenes, de Teatro o colección de los
sainetes y demás obras dramáticas, para la cual consigue numerosos suscriptores,
incluyendo a los sectores sociales más elevados.
1794: Enfermo de una pulmonía desde el año anterior, tras sufrir hasta tres recaídas
fallecerá a resultas de la última el día 5 de marzo.
Durante tres décadas seguidas de creación dramática, Ramón de la Cruz no solamente fue el
creador, sino el principal mantenedor del sainete; compuso unos 340, junto con otras 135
breves, varias zarzuelas, comedias, tragedias y otras obras mayores. A la hora de establecer una
clasificación de su obra breve, Emilio Palacios (Historia del teatro en España, Tomo II. Siglo
XVIII. Siglo XIX, Taurus, 1988), toma en consideración los temas y su materialización en tipos
y ambientes:
1. Sainetes de costumbres sociales
de ambiente rural
de ambiente madrileño (aristocrático, burgués, popular)
2. Sainetes literarios
de costumbres teatrales
polémica literaria
parodia literaria (ej: Manolo)
3. Otros: circunstanciales, novelescos…
Cuando estrena su primer sainete en 1757, aún domina dentro del teatro breve el género del
entremés, con su carga carnavalesca del “mundo al revés”, su comicidad grotesca y sus clásicas
“salidas a palos”. Don Ramón creará un nuevo tipo de intermedio teatral que rompe con esa
tradición carnavalesca y se acerca, mediante el moralismo y la observación directa de la
realidad, a lo que pretendía la teoría neoclásica de la comedia: amenidad a la vez que utilidad
para la educación del pueblo.
Pero el carácter cómico y sin duda popular de estas piezas breves le atrajo, igualmente,
la oposición de los neoclásicos ilustrados. El sainete ponía en cuestión la tajante división de
géneros y distraía al público en los entreactos, con lo que propiciaba su dispersión y, por
consiguiente, hacía más difícil alcanzar el propósito didáctico de la obra principal. De ahí la
oposición tajante de figuras como Samaniego, Nipho, Iriarte o Moratín a este género breve.
“La importancia de Ramón de la Cruz en el teatro español es comparable a su
fecundidad, pero en su tiempo fue blanco constante de las críticas de los grupos intelectuales
que se reunían en la Fonda de San Sebastián, entre los cuales estaba don Nicolás Fernández de
Moratín. Los severos neoclásicos lo consideraban un escritor venal y populachero, y le
aplicaron el apelativo de Poetiquio. Ramón de la Cruz trató siempre de hacerse respetar
apelando al carácter moral de su teatro, pero no tuvo en vida el reconocimiento que esperaba”
(F. Doménech, “Introducción” en Ramón de la Cruz, Sainetes, Madrid, Bolchiro/RESAD,
2014).
El siglo XIX supuso una reivindicación de la obra de Ramón de la Cruz basada en la
consideración del sainete como comedia de costumbres. Como ha señalado Javier Huerta Calvo
(UCM), Goya, Valle-Inclán y Fco. Nieva, admirarán el teatro de Ramón de la Cruz. Su sainete
grotesco anuncia al sainete tragicómico de Carlos Arniches y también al esperpento paródico de
Valle-Inclán.
Manolo está considerada la pieza más importante del teatro breve del siglo XVIII.
Estrenada el 30 de octubre de 1769 en el coliseo del Príncipe, por la compañía de Juan Ponce,
desde ese momento se convirtió en una de las obras más populares de su autor y el término
“manolo” o “manola” pasó a ser equivalente a majos y majas (de Lavapiés o no).
Manolo es ejemplo de un tipo de sainete que Ramón de la Cruz cultivó con cierta
frecuencia: el sainete paródico. Ofrece el contrapunto burlesco tanto de la tragedia neoclásica,
entonces en boga, como de la comedia heroica posbarroca, con su declamación importada o
impostada. En su edición original en libro, venía precedida de una “Introducción” de 142 versos
para conferirle una mayor importancia como pieza nueva, y como imitación burlesca de las
“loas” iniciales de las obras serias.
Las características tradicionales del género trágico se pueden sintetizar en temas de la
antigüedad grecorromana, personajes nobles, verso largo y solemne, análisis de las
pasiones humanas sirviéndose de los temas elegidos, regla de las tres unidades (de
tiempo, lugar, acción) y carencia absoluta de elementos cómicos.
La comicidad de Manolo, por contra, se fundamenta en el contraste entre el mundo
trágico y el lenguaje sublime con el ambiente social, degradado y castizo en el que
sucede la historia: la grecia antigua o el Imperio romano se truecan por la plaza de
Lavapiés; las expediciones a lejanas tierras por la condena a diez años en el penal de
Ceuta; los personajes nobles por vulgares; los duelos caballerescos por las peleas a
navajazos; las deudas de honor se solucionan con “dos pesetas”... En definitiva, se
distorsionan al máximo los elementos normativos de la tragedia.
El argumento es sencillo: el “héroe”, que es un expresidiario del penal de Ceuta, regresa a su
barrio madrileño de Lavapiés y en una taberna efectúa la relación de sus “probezas” (proezas),
al tiempo que se dirime una devaluada cuestión de honor: “Mi honor valía más de cien
ducados”, dice la Potajera ante la promesa de boda hecha por Manolo una década antes, aunque
ahora mantenga relaciones con Mediodiente (que ama, a su vez, a la Remilgada, quien ha sido
ofrecida a Manolo) y, en un final paródico de las tragedias y dramas de honor, todos van
muriendo, tras un combate a pedradas, cachetes y navajazos, con una dislocada moraleja final.
Ningún sentimiento justifica tal cúmulo final de gestos, abrazos y caídas, Manolo es un
tuno y matasiete, y los demás personajes se relacionan tanto con el mundo del hampa como de
la prostitución: la cuñada de Manolo está en las Arrecogidas; la Remilgada es hija del tabernero
(es decir, “tabernera”, con sentido figurado) y “potajera” es sinónimo de prostituta.
La parodia satírica y las burlas a las teorías teatrales neoclásicas aparecen en toda la
obra de Ramón de la Cruz: desde el subtítulo del sainete (“la tragedia para reír o sainete para
llorar”) a aquellas referidas a la regla de las tres unidades (de tiempo, lugar y acción) y a la
exigencia de que no se rompa la ilusión dramática (motivos de las críticas ilustradas a las piezas
teatrales intermedias). Las ironías del autor alcanzan a todas las convenciones teatrales,
incluidas las gestuales. El tío Matute arenga a su “escuadrón de valientes parroquianos”,
Manolo utilizará la relación de tono épico para contar sus “hazañas” en las cárceles, etc.