Cop Hist Isabel II
Cop Hist Isabel II
Cop Hist Isabel II
Esquema.
- Se produce la transformación de la sociedad de estamentos en sociedad de clases.
- El liberalismo es el fundamento del Nuevo Régimen y se traduce en dos planos esenciales:
a) Económico. La práctica económica del liberalismo es el capitalismo.
b) Político. La práctica política es la democracia parlamentaria, regulada por una constitución.
c) Social. El liberalismo social abole la sociedad de estamentos e instaura la sociedad de clases.
- La burguesía es la clase social beneficiaria de la revolución liberal.
- La revolución liberal española fue intermitente en el tiempo e incompleta en sus resultados.
- Etapas fundamentales a considerar: 1ª Regencia (minoría de edad de Isabel II
2ª Primer Bienio Progresista.
3ª Década Moderada.
4ª. Segundo Bienio Progresista.
5ª Epílogo isabelino (Unión Liberal).
Regencia de María Cristina (1833–1840)
La madre de Isabel II ejerce la regencia hasta que Isabel alcanza la mayoría de
edad. En este periodo se enfrenta a los carlistas —que se han levantado en armas contra
su hija— y, para defender el trono, busca ayuda en los enemigos del absolutismo, los
liberales.
El carlismo
En sus orígenes se halla un pleito sucesorio a la muerte de Fernando VII sin
hijos varones. En 1833 dos pretendientes podían heredar el trono: Carlos o Isabel. El
hermano del rey, Carlos María Isidro, basaba su legitimidad en la Ley Sálica de 1713
que excluía a la mujer en línea directa y colateral. La hija del rey, Isabel, nació en
octubre de 1830 legitimada por la Pragmática Sanción de 1789 que recuperaba la
tradición española de aceptar a la mujer en caso de faltar varón. Había sido aprobada en
las Cortes de 1789 pero no fue promulgada hasta 1830 cuando lo hizo Fernando VII
durante el embarazo de la reina María Cristina. A la muerte de Fernando VII, el 29 de
septiembre de 1833, los absolutistas favorables a su hermano se levantaron en armas y
lo proclamaron rey como Carlos V. ´Este, exiliado en Portugal porque no reconocía los
derechos dinásticos de su sobrina, reclamó el trono y se puso a la cabeza del ejército que
le era favorable.
Las bases sociales del carlismo, tradicionalista y antiliberal, se encuentran entre
la nobleza rural, el bajo clero y el campesinado. La nobleza rural, con un bajo nivel de
rentas derivadas de sus medianas propiedades, apoya al pretendiente don Carlos debido
a que no acepta los impuestos liberales sobre la riqueza rústica, una parte del bajo clero
porque odia la impiedad de los liberales, es decir, el carácter laicista y anticlerical del
liberalismo, muchos campesinos, con arrendamientos enfitéuticos, de larga duración,
porque temen el sistema capitalista que les aumenta las rentas que pagan.
Los territorios carlistas se localizaron en el norte de España: País Vasco (menos
las capitales Bilbao, Vitoria y San Sebastián), Navarra, Aragón, en Valencia el
Maestrazgo, el interior rural y agrario de Cataluña y una serie de partidas aisladas en las
dos Castillas, Galicia y Andalucía. Con el lema Dios, Patria, Fueros, Rey se condensa la
ideología carlista. Se basa en la defensa del absolutismo y el tradicionalismo, niega
legitimidad al liberalismo y la monarquía parlamentaria. Defiende el tradicionalismo
católico que otorga a la iglesia la preeminencia política, social, cultural e ideológica.
Pretende volver a la administración foral, en especial, a los fueros vascos y navarros.
Rechaza el centralismo unitario, uniforme, de los liberales.
Su modelo social y económico es arcaico, rural y agrario, añoranza de un pasado
perdido en estos momentos de revolución industrial y desarrollo de una sociedad
moderna, urbana, de proletarios y burgueses. Frente al progreso y la innovación, el
carlismo opone la tradición y las costumbres.
Los fueros vascos y navarros establecían instituciones propias de autogobierno y
de administración de justicia, otorgaban exenciones fiscales a estos territorios y también
quedaban exentos de quintas, es decir, los vascos y navarros no cumplían el servicio
militar obligatorio impuesto por Felipe V (en el alistamiento se procedía a sortear a los
quintos, de manera que 1 de cada 5 cumplía y los otros quedaban exentos). Los
territorios forales sólo tomaban las armas en tiempos de guerra y exclusivamente para
defender sus límites provinciales. Las guerras carlistas fueron los conflictos civiles del
siglo XIX. Los antecedentes del carlismo aparecieron con las partidas realistas del
Trienio Liberal y la sublevación de los Agraviados de 1827.
En la primera guerra carlista (1833–1839) se diferencian tres etapas:
De 1833 a 1835. La guerra se inicia con el levantamiento de una partida en
Talavera de la Reina, a la que se sumaron otras en tierras vascas y navarras. Aunque no
contaron con el apoyo del ejército regular, algunos oficiales sí se unieron a los carlistas.
El general Tomás de Zumalacárregui consiguió organizar un ejército de 25.000 soldados
en el norte, mientras que Ramón Cabrera unificaba las partidas aragonesas y catalanas.
El predominio en el ámbito rural no pudo extenderse al urbano. Las capitales vasco
navarras permanecieron fieles al régimen isabelino. En el fallido sitio carlista a Bilbao
murió Zumalacárregui.
Entre 1835 y 1837. Columnas carlistas recorren con gran rapidez pero sin apoyo
popular ni éxito militar el territorio controlado por el ejército isabelino. Uno de estos
avances, capitaneado por el pretendiente don Carlos, llegó a las puertas de Madrid pero
no pudo conquistar la capital. Un segundo sitio a Bilbao (1836) fracasó por la brillante
intervención de socorro dirigida por el general Espartero.
De 1837 a 1839. El caos, el desorden y los enfrentamientos internos debilitan la
causa carlista. Un grupo, los transaccionistas, se mostraron proclives a llegar a un
acuerdo de paz, mientras que otro, los intransigentes, eran partidarios de continuar la
guerra. El jefe de los transaccionistas, el general Maroto, firmó el Acuerdo o Abrazo de
Vergara (1839) con el liberal Espartero dando fin al conflicto bélico. Sólo algunas
partidas aisladas, encabezadas por Ramón Cabrera, mantuvieron las acciones militares
en el Maestrazgo hasta 1840.
En el Abrazo o convenio de Vergara (1839) los liberales reconocen los grados
militares de las tropas carlistas y aceptan la incorporación de sus oficiales y soldados al
ejército isabelino. Recoge una ambigua promesa de mantener los fueros vascos y
navarros. Pero en 1841 se promulgaron varias leyes antiforales: desaparecieron las
aduanas y las instituciones políticas (Cortes) de Navarra, pero se conservaron ciertos
derechos forales de carácter fiscal y militar; las provincias vascas perdieron ciertos
privilegios forales a la vez que mantuvieron otros. Por ejemplo, fue derogado el pase
foral, que permitía obedecer pero no cumplir, retrasar pero no suspender las
disposiciones del gobierno central.
La Guerra dels matiners (1846–1849) fue un conflicto de raíz carlista, centrado
únicamente en tierras catalanas.
La segunda guerra carlista estalló en 1872, durante el Sexenio Democrático.
Gobiernos liberales moderados (1833–1835).
El primer gobierno formado por la Regente fue confiado a Cea Bermúdez, que
pretendía restablecer el sistema del Despotismo Ilustrado, pero sin desmantelar ninguna
de las instituciones básicas de la monarquía absoluta. La reforma administrativa más
decisiva fue la emprendida por el ministro de Fomento, Javier de Burgos, que consistió
en la división provincial de España en 49 provincias, a cuyo frente se colocó a un jefe
político. Dicha reforma consolidaba la centralización liberal. El descontento de los
liberales y el estallido de la guerra carlista obligaron a la Regente a realizar una
transición pactada impulsada por las élites militares, políticas y económicas que
desmantelase algunas instituciones del Antiguo Régimen para evitar el derrumbamiento
del Estado, y a llamar al gobierno a un líder “doceañista”, Martínez de la Rosa.
El presidente del Gobierno, Martínez de la Rosa, liberal moderado en estos años,
facilita a la regente la promulgación de un Estatuto Real de 1834, una Carta Otorgada
por el monarca, que dispone el poder legislativo en manos del rey. Existen unas Cortes
bicamerales que sólo votan impuestos, compuestas por dos cámaras, el Estamento de
Próceres (arzobispos, obispos, grandes de España y la alta nobleza, todos nombrados
por la Corona) y el Estamento de Procuradores elegidos por sufragio censitario muy
restringido (0’15% de población, la que pagaba altas contribuciones). En el texto
aparece una pequeña declaración de derechos y libertades.
Gobiernos liberales progresistas (1835–37).
Llegada al gobierno. Durante el verano de 1835, unas revueltas urbanas
capitaneadas por los progresistas a través de las Juntas Revolucionarias y las Milicias
Nacionales, sumadas a las revueltas populares en Andalucía, Barcelona y Madrid,
obligaron a María Cristina a nombrar al progresista Mendizábal presidente del gobierno
(septiembre 1835–mayo 1836) que fue destituido cuando decretó la desamortización de
los bienes del clero.
En el verano de 1836, un pronunciamiento militar de La Granja, acompañado de
nuevas revueltas urbanas, obliga nuevamente a la regente a llamar a los progresistas
(agosto 1836–diciembre 1837) y a restablecer la Constitución de Cádiz.
La labor del gobierno progresista se centró en el desmantelamiento del Antiguo
Régimen y la implantación de un régimen político liberal basado en la monarquía
parlamentaria y en la constitución de 1837. Los progresistas afrontaron la reforma
agraria liberal mediante la desvinculación de mayorazgos, la abolición de señoríos y la
desamortización eclesiástica.
La constitución de 1837 fue redactada por unas Cortes extraordinarias de
mayoría progresista (promulgada el 18 de junio de ese mismo año). Aunque se trata de
una constitución de signo progresista, inspirada en la de Cádiz de 1812, también hace
concesiones a los moderados con el fin de conseguir un marco jurídico aceptable para
todos los liberales, amenazados por el peligro carlista. Sus principales características
son: la soberanía nacional, a pesar de que no se proclama explícitamente. La división de
poderes. En el legislativo se introduce una segunda cámara (El Senado), de carácter más
conservador. La potestad legislativa compartida entre la entre las Cortes y el rey, quien
además dispone del derecho de veto absoluto, disolución del Parlamento, facultad de
nombrar y separar libremente a los ministros y asume el poder ejecutivo. El poder
judicial recae en los tribunales de justicia. El sufragio censitario es muy restringido y se
remite a una ley electoral posterior.
Se reconocen algunos derechos, como la libertad de imprenta, de opinión, de
asociación, la de no ser detenido ni preso, ni separado del domicilio sino en los casos
que las leyes prescriban. Igualmente desaparece la confesionalidad católica del Estado.
Cada ayuntamiento organizará una Milicia Nacional, compuesta por ciudadanos
voluntarios para defender el régimen constitucional.
La obra de Mendizábal.
Como figura emblemática del liberalismo en su versión progresista, asumió el
ideario progresista de las Juntas Revolucionarias, y consiguió que las Cortes le
concediesen plenos poderes para legislar. De acuerdo con el programa político de
Mendizábal, para consolidar el régimen liberal y la propia causa isabelina amenazada
por la guerra carlista era preciso: liquidar definitivamente las formas de propiedad
feudal típicas del Antiguo Régimen (señoríos, mayorazgos y bienes de “manos muertas”
de la Iglesia) y reunir recursos financieros y créditos necesarios para permitir al ejército
de la Regente acabar con la guerra civil.
Para ello adoptó tres medidas: la reforma y la reorganización de la Hacienda,
una mayor presión fiscal y, sobre todo, la desamortización de los bienes de los
monasterios y conventos. Y en febrero de 1836 por la primera ley desamortizadora, los
bienes de las órdenes regulares masculinas eran declarados nacionales y se ponían a la
venta con el fin de obtener recursos para las arcas del Estado. En definitiva, se liberaban
las tierras acumuladas por la Iglesia católica (bienes de “manos muertas”, a través de la
expropiación de las fincas rústicas y urbanas del clero, nacionalizándolas y
posteriormente vendiéndolas a los particulares en subasta pública. El Estado se
comprometía a compensar a la Iglesia, haciéndose cargo de los gastos del culto y del
clero.
Reforma agraria liberal. La estructura de la propiedad agraria no se modificó.
Sólo se transformó en el plano jurídico, cambiando el régimen señorial por el capitalista
de propiedad privada. La ley de 26 de agosto de 1837 supuso la abolición (definitiva) de
los señoríos. También se suprimieron los mayorazgos y la vinculación de la tierra: los
propietarios podían vender sus tierras, antes vinculadas o amortizadas, al mejor postor,
medida que permitió la salida al mercado de ingentes extensiones de tierra.
Una serie de leyes implantaron la libertad económica: libertad de explotación
agraria, industria y comercio que abolió los privilegios gremiales, la derogación de los
diezmos eclesiásticos, la eliminación de las aduanas interiores y la desamortización
eclesiástica de Mendizábal.
La desamortización eclesiástica. Los primeros intentos desamortizadores se
remontan a finales del siglo XVIII, a las Cortes de Cádiz y al Trienio Liberal.
Los bienes afectados y desamortizados fueron los bienes inmuebles (tierras,
conventos y monasterios) y bienes muebles (obras de arte) del clero secular y de las
órdenes religiosas (excepto las dedicadas a la enseñanza y a tareas hospitalarias).
El procedimiento legal se inició con la disolución de órdenes religiosas; sus
bienes eclesiásticos se convirtieron en Bienes Nacionales. En otras palabras, el Estado
expropiaba a la iglesia y se convertía en propietario sin pagar indemnización.
Finalmente, se vendían los bienes nacionales en subasta pública al mejor postor. Los
objetivos de esta forma de expropiación y venta eran obtener el precio más alto y aplicar
el principio liberal de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley porque en la subasta
podían participar tanto campesinos como burgueses o nobles.
La forma de pago de las tierras compradas en subastas se establecía al contado o
con vales de Deuda Pública, 1/5 en el momento de la escritura y el resto en plazos de 8
años (en Deuda) y 16 años (en efectivo). Los gobiernos progresistas pretendían alcanzar
tres objetivos con las desamortizaciones:
Objetivo financiero: conseguir ingresos para el Estado, recursos para costear la
guerra carlista y reducir la Deuda Pública.
Objetivo político: ampliar el número de apoyos al régimen liberal entre los
compradores de bienes desamortizados. Desmantelar el poder económico de la Iglesia y
reducir su influencia ideológica conservadora.
Objetivo social: crear una clase media agraria de campesinos propietarios (vieja
propuesta ilustrada).
Los resultados no alcanzaron las previsiones. En lo que se refiere a los
beneficios financieros se obtuvieron pocos ingresos por las ventas, debido a la
corrupción en la tasación de los bienes (valoraciones inferiores a cambio de
comisiones), a los arreglos entre subasteros para repartirse los bienes al precio más bajo
y a la forma de pago, ya que los plazos diferidos fueron difíciles de cobrar. Como
colofón a estos magros resultados, apenas se redujo la Deuda Pública. Los bienes
muebles no se pudieron catalogar, tasar ni vender y fueron esquilmados por
compradores furtivos.
En materia política, el Estado liberal consiguió ampliar la base social con los
compradores pero perdió el apoyo de los más católicos. Por otra parte, la mayoría de la
nobleza se incorporó al liberalismo para mantener sus nuevas tierras provenientes de la
desamortización.
La Iglesia fue compensada por el Estado: desde 1841 se encarga de mantener al
clero secular (Ley de dotación del culto y del clero).
Parte del campesinado fue antiliberal por tradición pero también por los efectos
sociales de la desamortización: los campesinos no pudieron comprar tierras (por falta de
dinero y por los arreglos entre subasteros). Los compradores fueron la nobleza y la
burguesía adinerada. La Iglesia cedió su lugar de propietaria terrateniente a la burguesía,
que aplicó criterios capitalistas en el cobro de rentas a los campesinos (revisión continua
y al alza de los alquileres).
Gobiernos moderados (1837–1840)
Los moderados ganan las elecciones de 1837 e intentan desvirtuar las reformas
progresistas.
Diversos pronunciamientos militares progresistas consiguen que la regente
dimita y le sustituya el general Espartero.
Regencia de Espartero (1841–1843)
El movimiento revolucionario de 1840 fue organizado por los ayuntamientos
progresistas y la milicia nacional contra la pretensión gubernamental de centralización
de los ayuntamientos impidiéndoles su elección y actuación. El movimiento
revolucionario se extendió por todo el país con el respaldo de la mayoría del ejército, y
ante la aceptación del programa de la Junta Revolucionaria de Madrid por parte del
general Espartero, María Cristina renuncia a la Regencia y se exilia en París.
El general liberal progresista Espartero ocupa la Regencia y gobierna siguiendo
las propuestas políticas progresistas. En 1841 se puso en vigor la desamortización de los
bienes del clero secular y desapareció definitivamente el diezmo.
Sin embargo la Regencia de Espartero fue muy inestable por varios motivos: la
división entre los progresistas, las divergencias en el ejército por la cuestión de cargos y
ascensos entre los amigos de Espartero y gobernar de manera autoritaria. Se gana así la
oposición violenta de los liberales moderados y de una parte del ejército. También
perjudica a la burguesía catalana después de aprobar un arancel que abría el mercado
español a los tejidos de algodón ingleses. La durísima represión de la revuelta obrera en
Barcelona en 1842 (disolución de la Asociación mutua de obreros de la industria
algodonera, bombardeo de Barcelona) aumentó su impopularidad. Finalmente, en 1843
una coalición de fuerzas antiesparteristas formada por progresistas y moderados
acudieron a una insurrección de la milicia nacional y junto al pronunciamiento militar
de Narváez, quién derrotó a las tropas esparteristas en Torrejón de Ardoz, pone fin a la
Regencia (Espartero se exilió en Londres) y se proclama reina a Isabel II.
- Junta y Milicia.
Las especiales características del liberalismo español provocaron que la acción
política, la formación de gobiernos o el acceso al poder no vinieran determinados
exclusivamente por el juego de los partidos políticos. El papel de la Corona, con las
enormes atribuciones otorgadas por la Constitución, el recurso al ejército y la enorme
restricción del derecho al voto, marginaron a la inmensa mayoría de la ciudadanía de la
vida política parlamentaria.
Así, los progresistas, la burguesía urbana y liberal y amplios sectores populares
recurrieron a otros mecanismos para poder participar en el sistema. Aparecen entonces
en el proceso de articulación del sistema liberal dos elementos nacidos de la Guerra de
la Independencia, que significan la asunción popular de la organización política y de la
defensa: las Juntas y la Milicia.
Las Juntas habían nacido como la organización de la población ante el vacío de
poder creado en la guerra contra los franceses. Representaban la soberanía nacional y
tenían una organización local o provincial y se coordinaban a nivel nacional. Las Juntas
surgen en momentos de crisis, en los que la acción del poder constituido, de la
monarquía y de los gobiernos moderados, no responde a las expectativas del
movimiento burgués y popular. Se constituyen de forma espontánea mediante procesos
electorales y se reclaman como representantes de la voluntad popular. Aparecen por
todo el territorio español y en ocasiones dan lugar a cambios de gobierno. Así sucede en
1835, 1836 y al permitir la llegada de los progresistas al poder; en 1843, al derrocar a
Espartero, o en 1854 y 1866-68, al acabar con los gobiernos moderados de Isabel II.
La Milicia apareció también en 1808 y las Cortes la transformaron en una fuerza
nacional, una alternativa al ejército regular. En la Milicia todos los miembros eran
iguales, jefes y oficiales eran electivos, la autoridad máxima dependía del alcalde del
ayuntamiento correspondiente. La Milicia estará detrás de los levantamientos liberales
contra el absolutismo y a partir de 1835 será la fuerza que utilizarán los progresistas
para movilizar a los sectores populares y forzar a la Corona a llevarlos al poder.
El movimiento juntero y las milicias nacionales son instrumentos de poder
político que actuaron como elementos principales en las diversas acciones
revolucionarias para implantar el Estado liberal en España. Como movimiento
espontáneo, Juntas y Milicia eran controlables y poco homogéneas ideológicamente.
Sus demandas irán dirigidas contra los impuestos de consumo o contra las quintas.
El papel de la prensa.
La prensa ejerció durante el siglo XIX un importante papel en la vida política
española. La divulgación de los nuevos principios liberales se hizo a través de diarios y
revistas a pesar de que el 85% de la población era analfabeta a mediados de siglo. Era el
único medio de comunicación que existía, con una tirada limitada y escasa propagación.
Los periódicos eran a veces simples medios de expresión de un grupo de intelectuales,
de miembros de tertulias o de sectores de opinión que desaparecían rápidamente.
Destacaban los siguientes: “El Universal”, “El Censor” que representaban las ideas
moderadas; “El Espectador” agrupaba a las corrientes monárquicas y clericales; y “El
Eco de Comercio” y “La Abeja” representaba la a los progresistas.