La Espiritualidad Cristiana en El Concilio
La Espiritualidad Cristiana en El Concilio
La Espiritualidad Cristiana en El Concilio
Vaticano II
Christian Spirituality in Vatican il
P a b lo M arti
Facultad de Teología. Universidad de Navarra
Pamplona. España
pmarti@unav.es
Resumen: La relación entre teología y espiritual¡- Abstract: The relation between theology and
dad, la necesidad de dar una respuesta a la m oder- spirituality, the need for an answer to modernity
nidad, y el empeño por subrayar la unidad entre la and the struggle for stressing the unity o f both faith
fe y la vida del cristiano constituyen la base de los and Christian life, are the basis for the theological
principios teológico-espirituales de la renovación and spiritual principles o f the renewal o f Christian
de la espiritualidad cristiana en el Concilio Vaticano spirituality in Vatican II. The Christian is understood
II. La persona cristiana se comprende desde el mis- from the mysteries o f Jesus Christ and the Trinity, in
terio de Jesucristo y el misterio de la Trinidad, en la the Church and in the world. From the mystery o f
Iglesia y en el mundo. A partir del misterio de Cris- Christ, spirituality is illuminated in three main
to, la espiritualidad cristiana se ilum ina en tres pun- aspects: in the com m union with God (Dei verbum
tos nucleares: en la com unión con Dios (De! Ver- and Sacrosanctum concilium)׳, in the universal call to
bum y Sacrosanctum Concilium); en la llamada holiness and apostolic mission (Lumen gentium and
universal a la santidad y a la misión apostólica (Lu- Apostolicam aduositatem)\ and in the spirituality
men Gentium y Apostolicam Actuositatem)·, en la es- th a t’s lived within the world and for the world’s
piritualidad vivida en el m undo y para la transfor־ transformation (Gaudium etspes).
mación del m undo (Gaudium et Spes).
Palabras clave: Espiritualidad cristiana, Vaticano II, Keywords: Christian Spirituality, Vatican II, Holiness.
Santidad.
1 Muchos estudios se han ocupado de esta temática desde diferentes puntos de vista. Con un enfo-
que descriptivo de los distintos fenómenos, podríamos destacar D e F io r e s , S., voz «Espirituali-
dad Contemporánea»; y G u e r r a , A., voz «Movimientos actuales de espiritualidad», Nuevo Die-
cionario de Espiritualidad, Madrid: Paulinas, 1991; D e P ablo M a r o t o , D ., en el capítulo «La
espiritualidad en torno al Concilio Vaticano II» de su manual Historia de la Espiritualidad cristia-
na, Madrid: Editorial de Espiritualidad, 1990, 339-389; C o d in a , V. y R am bla , J. M., «Cincuen-
ta años de Teología Espiritual: 1962-2012», Selecciones de Teología 200 (2011) 286-298.
Con un enfoque más especulativo sobre el contenido del Concilio, se han presentado muchos
otros trabajos interesantes, especialmente con motivo de aniversarios del Vaticano II. Por ejem-
pío, en el n. 34 de la Revista Espiritualidad (1975) se recogen distintos artículos sobre la espiri-
tualidad en el Concilio: CASTELLANO, J., «Los grandes temas de la espiritualidad tradicional en
el Vaticano II»; C a s t r o , S., «Cristo en la vida espiritual»; ÄSIAIN, M . A., «El Espíritu Santo
en la vida espiritual según el Vaticano II»; G u e rr a , A., «Espiritualidad e historia en el Vaticano
II»; o D e P ablo M a r o t o , D ., «La espiritualidad en el concilio Vaticano II. Bibliografía fonda-
mental». También los trabajos de BERNARD, Ch.-A., «Una spiritualitá viva»; y de CASTELLANO,
J., «Le direttive del Vaticano Π», que ofrecen una explicación completa de la espiritualidad del
Vaticano Π, en F1SICHELLA, R. (ed.), II Concilio Vaticano II: recezione e attualità alia luce del giubileo,
Milano: San Paolo, 2000, 507-512 y 513-526 respectivamente. Además diversos congresos en la
Facultad de Teología de Burgos han dado lugar a publicaciones con aportaciones interesantes
desde el punto de vista de la espiritualidad, especialmente la exposición global de GARCÍA, C .,
«Teología, Liturgia y Espiritualidad. XL Aniversario de la Sacrosanctum concilium», Burgos: 2004;
e «Iglesia, Mundo y Espiritualidad. Comentarios a Lumen gentium y Gaudium etspes en el XL ani-
versario de la clausura del Vaticano Π», Burgos: 2007, el extenso artículo de GARCÍA, C ., «La es-
piritualidad del Concilio Vaticano Π y su proyección posconciliar», en pp. 225-298.
1. V i d a CRISTIANA Y MISTERIO
2 «N o se puede hablar de la espiritualidad del Vaticano II al margen de las grandes líneas doctri-
nales y pastorales» (GARCÍA, C., «La espiritualidad del Concilio Vaticano II y su proyección pos-
conciliar», Burgense 48 [2007] 227).
i B o u y e r , L., Introducción a la vida espiritual, Barcelona: Herder, 1964, 22.
4 Const. Sacrosanctum concilium, η. 1. La referencia al misterio de Cristo y a la naturaleza de la Iglesia
reclama la atención sobre el inicio de Lumen gentium y su temática sobre el misterio de la Iglesia,
que lleva al misterio de Cristo y del Espíritu Santo, y al designio de salvación del Padre sobre la
humanidad: cfr. J0SSUA, J.-P., «La constitution Sacrosanctum concilium dans l’ensemble de l’oeuvre
conciliar», La liturgie après Vatican II, Unam Sanctam 66, Paris: Editions du Cerf, 1967, 128-131.
5 Dei verbum, n. 1.
6 D e L u b a c , H ., La rivelazione divina e ilsenso delPuomo: commenta alle Costituzioni conciliari «Dei ver-
bum» e «Gaudium et spes», Milano: Jaca Book, 1985.
7 Es la idea que subraya R at ZINGER en Transmettre la foi aujord’hui, Paris: Centurion, 1983, 32-54,
cuando explica su sorpresa al descubrir que los teólogos del s. XII no llamaban a la Biblia la Re-
velación, ni tampoco fuente. N o porque no considerarán que no lo fuera, sino por la manera en
que comprendían la armonía entre Escritura y Vida. El término Revelación se aplicaba única-
mente al acto inefable con el que Dios se hace conocer por la criatura y a la aceptación por par-
te de la criatura que percibe esa comunicación de Dios.
8 Dei verbum, nn. 2.4: «2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el mis-
terio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encamado, tie-
nen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina, (...)la ver-
dad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en
Cristo. 4. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifesta-
ción personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrec-
ción gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la
revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para libramos de
las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitamos a la vida eterna».
9 Dei verbum, n. 5: «Cuando Dios revela hay que prestarle “la obediencia de la fe”, por la que el
hombre se confía libre y totalmente a Dios».
10 La bibliografía sería amplísima. Para una síntesis del proceso histórico que resalta dicha relación,
cfr. CASTELLANO, J., Liturgia y vida espiritual, Madrid: Instituto de espiritualidad a distancia,
1984,49-61.
11 Cfr. H o l o t ik , G., «Les sources de la spiritualité catholique selon Vatican Π», Nouvelle revue
théologique 109/1 (1987) 66-70.
12 Cfr. Sacrosanctum concilium, n. 6.
en la palabra de Dios, que es, en verdad, fortaleza de la fe, alimento del alma,
fuente pura y perenne de la vida espiritual»13. La introducción en el misterio de
Dios por medio de Jesucristo se cumple por la aceptación de la Palabra de Dios
y la celebración de la Liturgia, consideradas como realidades inseparables ya
que la Liturgia es el ámbito privilegiado donde la Palabra se cumple hoy día 14.
Efectivamente existe una unidad inseparable entre Palabra, Liturgia y
Vida. «Como la vida de la Iglesia recibe su incremento de la renovación cons-
tante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida es-
piritual de la acrecida veneración de la palabra de Dios que “permanece para
siempre” (Is 40,8; cfr. 1 Pe 1,23-25)» 15. El hombre moderno tiende a decons-
truir todas las realidades y dirigirse al núcleo de las mismas, a su esencia, «al gra-
no» como dice la expresión popular, dejando aparte todos los añadidos. El Con-
cilio a su manera también comparte esta disposición. Por ello dejando al margen
muchas de las formas de espiritualidad -sin negarlas-, se centra en el alimento
esencial que nutre la vida espiritual cristiana: la Palabra de Dios y la Liturgia.
Este núcleo vivifica la relación del cristiano con Dios y es el punto de partida
para una existencia cristiana santa y transformadora de la Iglesia y el mundo.
manifieste en nuestra carne mortal. Por esta causa pedimos al Señor en el sa-
crificio de la Misa que, “recibida la ofrenda de la víctima espiritual”, haga de
nosotros mismos una “ofrenda eterna” para Sí»21; la Liturgia impulsa a «los
fíeles a que, saciados “con los sacramentos pascuales”, sean “concordes en la
piedad”; ruega a Dios que “conserven en su vida 10 que recibieron en la fe”, y
la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía en-
ciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de C risto»22.
La mayor manifestación y realización de la profunda unidad entre miste-
rio y vida; entre palabra, liturgia, oración y existencia; entre persona/cristiano,
pueblo/iglesia y cosmos es la liturgia eucarística. La teología de la Eucaristía
como fuente y cumbre de la vida cristiana {Lumen gentium , n. 11), como cen-
tro y raíz de la vida espiritual (Presbyterorum ordinis, n. 5), implica también una
profundización en la espiritualidad cristiana. El cristiano es introducido en el
misterio de la comunión con Dios. La vida espiritual cristiana se convierte en
un continuo diálogo de amor con Dios, en una ofrenda permanente a Dios
en comunión con la ofrenda eucarística23.
La Iglesia consciente del misterio pascual realizado en el sacrificio del al-
tar, «procura que los cristianos participen conscientes, piadosa y activamente
en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en
la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí
mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino
juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión
con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo e!¡1 todos»24.
2. V o c a c ió n , m is ió n y e s p ir it u a l id a d e n l a I g l e sia
Entramos ahora en uno de los temas del Concilio, que ha marcado pro-
fundamente la espiritualidad cristiana actual: la llamada universal a la santidad.
La comprensión de la vocación cristiana como llamada a la santidad y a la mi-
sión apostólica es una clave de la evolución de la vida de la Iglesia y de la teo-
logia en el siglo XX.
25 PHILIPS, G., La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II: historia, texto y comentario de la consti-
tución «Lumen gentium», 2 vols., Barcelona: Herder, 1968-1969.
26 Cfr. «Segunda Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos», Ecclesia 45 (1985)
1556-1557; y también J u a n P ablo II, Carta apost. Novo millennio ineunte, nn. 30-31.
27 Lumen gentium, n. 39.
“todo el cuerpo crece según la operación propia, de cada uno de sus miem-
bros” (Ef 4,16)». Los distintos ministerios constituyen vías de desarrollo de
esta misión única de la Iglesia. La misma misión requiere diversidad de mi-
nisterios, como la unidad vital del cuerpo necesita y exige la función propia de
cada uno de sus miembros. Por eso el apostolado se ejerce de diversas mane-
ras según la diversidad de los fieles. Estas afirmaciones tienen múltiples con-
secuencias para la espiritualidad, principalmente dos: la conexión entre santi-
dad y misión apostólica; y la unidad y diversidad de espiritualidades.
En primer lugar, hablar de la unión entre santidad y apostolado implica
profundizar en la relación entre Cristo, la Iglesia y el cristiano desde el punto
de vista de la misión que deben realizar. La Iglesia está llamada a continuar la
misión de Cristo: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizán-
doles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). La
misión de la Iglesia como la de Cristo es conducir todas las cosas al Padre, san-
tificar a todos los hombres. Los artífices de esta misión son cada uno de los
cristianos de todas las épocas.
La cristología contemporánea ha subrayado que en Cristo no se pueden
separar su ser (de Hijo de Dios hecho Hombre) y su misión (de salvar, redi-
mir a todos los hombres). Cristo ha salvado a todos los hombres porque es
perfecto Dios y perfecto Hombre, el único Mediador. Su vida y entrega tie-
nen valor infinito y universal, su misión de Redentor se cumple, porque es el
Hijo de Dios hecho Hombre. Pero a la vez, el Hijo de Dios se encarna, Cris-
to es (ha vivido y vive como Hombre), por la misión, porque el Padre le envía
para redimir a todos los hombres.
Este principio también se realiza en el cristiano, puesto que se asocia al
misterio de Cristo, llegando a ser realmente «otro Cristo, el mismo Cristo» 36.
Así el cristiano redime (santifica) todas las cosas, en primer lugar la propia
existencia, luego las demás personas y cosas (trabajos) con las que se relaciona
a lo largo de la vida, porque es santo. A su vez, el cristiano es (existe, vive) a lo
largo de la historia para redimir, para santificar, para que todos los hombres y
todas las cosas glorifiquen a Dios Padre.
Hay una única santidad para todos los fieles cristianos, pero el ejercicio
de esa santidad es múltiple según los propios dones y las gracias recibidas37. La
santidad radica en la respuesta a los dones personales, más que en el hecho de
recibir unos dones u otros; lo importante es la generosidad y la fidelidad de la
respuesta de cada uno a su vocación personal. Hay una única misión en la
Iglesia, pero el cumplimiento de la misión es múltiple según el ministerio o
función propio. La vocación y la misión se corresponden mutuamente. El
ejercicio personal de la santidad está vinculado a la participación en el cum-
plimiento de la misión apostólica. La diversidad de vocaciones en la única san-
tidad y misión de la Iglesia edifica la comunión de todos los hombres con la
Trinidad.
A la vez, vocación y misión configuran la espiritualidad de la persona. La
unidad entre vocación y misión; el hecho de que la santidad abarque la entera
existencia del cristiano; y la diversidad que procede del cumplimiento de la mi-
sión de la Iglesia justifica el discurso sobre la diversidad de espiritualidades
dentro de la espiritualidad cristiana.
Si el ejercicio de la santidad y del apostolado cristiano depende de la vo-
cación personal, también la práctica de la vida cristiana -la espiritualidad-, de-
pende en cierta manera de la propia vocación. Lógicamente se puede hablar
de una única espiritualidad cristiana, pero también se pueden subrayar mati-
ces y aspectos distintos según la diversidad de vocaciones dentro de la Iglesia.
Por eso se habla de la existencia de diversas espiritualidades en el seno de la
única espiritualidad cristiana38, por ejemplo de espiritualidad laical, sacerdotal
y religiosa o de la vida consagrada, etc.
El Concilio apunta algunas ideas esenciales en las que nos detendremos
brevemente:
- para los pastores -obispos y sacerdotes- la santidad va referida a
su ministerio sacerdotal: «los presbíteros conseguirán propiamente la
santidad ejerciendo sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo su
triple función» (Presbyterorum ordinis, n. 13).
Pero el principio general que se recoge al final del número 41, se puede
aplicar a todos. «Por tanto, todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocu-
paciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más
cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran
con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación
a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo». La santidad
se realiza «en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida» y «a
través de todo eso», es decir, depende de la vocación y la misión del fiel cris-
tiano laico, sacerdote, religioso. El ejercicio de la santidad, la espiritualidad,
depende del lugar -del sitio- que ocupa cada fiel cristiano en la Iglesia y en el
mundo: la vida cotidiana secular, el ministerio sacerdotal, la vida consagrada.
Una vez modificado el esquema del «estado de perfección» como modelo para
toda espiritualidad cristiana39, es necesario plantear el estudio de la existencia
cristiana desde el principio general de la secularidad. Es decir, estudiar la es-
piritualidad del fiel -sacerdote, laico o religioso- desde la posición que ocupa
en el mundo en función del misterio de Cristo y del misterio de la Iglesia, des-
de 10 que podríamos llamar su lugar teologal.
¿Cómo alcanzar esta santidad? El n. 42 analiza tanto los caminos como
los medios para la santidad. El camino es la caridad o amor de Dios, difundí-
da en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, con la que
amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Dios. Los medios son
escuchar la palabra de Dios y conformarse a su Voluntad; participar frecuen-
39 «Antes del Concilio se manejaba el esquema del “estado de perfección”: la VC era un modo de
vida más perfecto, más santo y ejemplar que la vida seglar. Sin embargo, el Concilio insiste en
que la llamada a la santidad es común a todos los cristianos y arranca del bautismo (LG, cap. V)»,
UrÍBARRI, G., Portar las marcas de Jesús: teología y espiritualidad, de la vida consagrada, 59.
3. E x is t e n c ia c r is t ia n a y m u n d o
Dios con los hombres, no puede considerarse ya como algo separado del mun-
do, como un poder aparte y quizá incluso enfrentado al mundo. A su vez, el
mundo no es algo ajeno a la Iglesia, sino principalmente el conjunto de los
hombres amados por Dios y llamados a la comunión filial con el Dios Padre,
y el conjunto de las cosas creadas por amor para en armonía universal dar glo-
ría a ese Dios Padre que recapitula todo en Cristo. Estas nuevas perspectivas
del Concilio implican un cambio radical para la existencia cristiana y la teolo-
gía de la vida espiritual.
El mundo no es sólo el ámbito donde se desarrolla el drama de la vida
cristiana, sino que es parte de ella, tarea que es preciso realizar. La existencia
cristiana debe transformar el mundo en el que vive. La caridad es compromi-
so real con el hombre y su mundo. Cada cristiano y la Iglesia en su conjunto
debe realizarlo en virtud de la unidad personal de fe y vida, de vocación y mi-
sión, de identidad y realización personal: «Cristo Jesús, Supremo y eterno
sacerdote a quienes asocia íntimamente a su vida y misión también les hace
partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para
gloria de Dios y salvación de los hombres. Los laicos, como adoradores en
todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo»44, ofre-
ciendo su vida -obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y fami-
liar, el trabajo cotidiano, el descanso, etc - al Padre.
ció? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella?
¿Qué hay después de esta vida temporal?». Ante las cuestiones fundamentales
que plantea la vida humana, la respuesta es nítida: Jesucristo50. Cristo da al
hombre la luz y la fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a
su máxima vocación y salvarse. Cristo es la clave, el centro y el fin de toda la
historia humana51.
Esta respuesta constituye la columna vertebral de todo el documento. La
exposición de los distintos temas de la primera parte -el hombre, la comuni-
dad humana, la actividad humana y la misión de la Iglesia en el m undo- fina-
liza hablando de Cristo, principio y conclusión de 10 tratado (nn. 22; 32; 38;
45)52. Pero, ¿qué significa que Cristo, Verbo encarnado, perfecto Dios y hom-
bre, resucitado es la respuesta al misterio del hombre?
Hay que volver a leer con detenimiento, profundidad y precisión estos
números en que aparecen enseñanzas primordiales del Concilio, como luego
ha sido subrayado y recogido en muchos textos tanto del magisterio como de
la teología53. En primer lugar, el tan citado n. 22 de Gaudium et spes: Cristo, el
50 Sobre la relación entre cristología y antropología en Gaudium et spes, cfr. CAPORALE, V., «An-
tropología e cristología nella Gaudium et spes», Rassegna di teología 19 (1988) 144-165; C o d a , P .,
«L’uomo nel mistero di Cristo e délia Trinità. L’antropología della Gaudium et spes», Lateranum
54 (1988) 164-194; N ’D a t c h i n T r a o r É , H ., «Cristo manifiesta plenamente el hombre al pro-
pió hombre (GS 22). Antecedentes de esta idea y Comentario de Juan Pablo II», Excerpta e Dis-
sertationibus in Sacra Theologia, XL, 3 (2001) 109-176; CORDOVILLA PÉREZ, A., «Π mistero
dell’uomo nel mistero di Cristo», Communia (ed. italiana) 203-204 (2005) 154-166; O ’CALLA-
GHAN, P., «Christ reveals man to man», Scripta Tbeologica 41 (2009) 85-111; CASTRO PÉREZ, F.
A., Cristo y cada hombre: hermenéutica y recepción de una enseñanza del Concilio Vaticano II, Roma:
Gregorian & Biblical Press, 2011, 623 pp.
51 Cfr. Gaudium et spes, η. 10.
52 Se critica que sea la conclusion y no el inicio. Probablemente se deba al influjo del método es-
colástico en la teología de entonces. Sin embargo, la enseñanza es neta: hay que partir del mis-
terio de Jesucristo, cfr. G a r c ía , C., «La hermenéutica antropológica de la Gaudium et spes», 154-
157.
53 El primer autor moderno que ha enunciado abiertamente el principio «Cristo revela el hombre
al propio hombre», ha sido probablemente H. de Lubac, en su conocida obra Catolicismo, del
año 1938. Así lo explicaba el teólogo jesuíta: «Cristo, al revelar al Padre y ser revelado por El,
acaba de revelar al hombre a sí mismo. Al tomar posesión del hombre, asiéndole y penetrando-
le hasta el fondo de su ser, le fuerza a descender también a él dentro de sí para descubrir de re-
pente en su propio interior regiones hasta entonces insospechadas. Por Cristo, la Persona es
adulta, el Hombre emerge definitivamente del universo, toma plena conciencia de sí... Por la re-
velación cristiana, no solamente adquiere profundidad la mirada que el hombre dirige sobre sí,
sino que al mismo tiempo se ensancha la que dirige a su alrededor... La Imagen de Dios, la Ima-
gen del Verbo, restaurada por el mismo Verbo encarnado y a la que presta su esplendor, soy yo
mismo, es el otro, es cualquier otro», D e L u b a c , H., Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, Ma-
drid: Encuentro, 1988, 238ss.
Hombre nuevo 54, verdadero Adán que en la revelación del misterio del Padre y
de su amor, descubre al hombre la sublimidad de su vocación. Cristo imagen
de Dios invisible (Col 1,15) y hombre perfecto ha devuelto a la descendencia
de Adán la semejanza divina, deformada por el pecado. La naturaleza humana
ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual porque el Hijo de
Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. El
hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, recibe al Espíritu (Rom
8,23), que le capacita para cumplir la ley nueva del amor y restaura interna-
mente todo el hombre. La resurrección de Cristo nos da la vida de hijos en el
Hijo en la que clamamos por el Espíritu: Abba!, ¡Padre!55. Cristo en su H u-
manidad Santísima asume todas las realidades terrenas y se une a cada hom-
bre. El hombre en Cristo tiene la capacidad de acoger todo lo humano y trans-
formarlo por el amor, elevando las realidades terrenas hacia Dios Padre y
restaurando la vida creada hasta la recapitulación final.
Además, Dios ha querido que los hombres constituyan una sola familia.
Jesús cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también so-
mos uno <Jn 17,21-22), sugiere una semejanza entre la unión de las personas
divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. «Esta se-
mejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha
amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la en-
trega sincera de sí mismo a los demás»56. Esta doctrina antropológica parece
crucial. Ahí se pone en relación la imagen o semejanza con Dios, la unión con
la Trinidad, la unión del género humano y la unión con la verdad y la caridad.
Y, consecuentemente, explica que el vivir y la realización de la persona en-
cuentra su plenitud en la entrega sincera de sí mismo por el amor.
Por último, después de describir la autonomía que guardan las realidades
creadas, su consistencia propia de verdad y bondad, la realidad del pecado y de
la purificación por la cruz y resurrección de Cristo, el Concilio se detiene a
considerar la perfección de la actividad humana en el misterio Pascual. El Ver-
bo de Dios asume y recapitula la historia del mundo; nos revela que Dios es
amor (1 Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfec
54 «Este número ofrece el sentido último a todo el esfuerzo antropológico realizado por el Conci-
lio», M o u r o u x , J., «Situation et signification du chapitre I: Sur la dignité de la personne hu-
maine», L'Eglise dans le monde de ce temps, Unam Sanctam 65. Π, Paris: Editions du Cerf, 1967,
248.
ss Cfr. Gaudium etspes, n. 22.
56 Gaudium et spes, n. 24.
ción humana es el mandamiento nuevo del amor. Sufriendo la muerte por to-
dos nosotros nos enseña a llevar la cruz; constituido Señor por su resurrec-
ción, obra en el corazón del hombre despertando el anhelo del siglo futuro y
el deseo de edificar ya el reino en la tierra en la medida de lo posible. En la
Eucaristía está la prenda de tal esperanza y el alimento para el camino; en ella
los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el
cuerpo y sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación
del banquete celestial57. Es decir, el Verbo de Dios recapitula todas las cosas
creadas y lo hace mediante la eucaristía que ofrece la Iglesia. Pero la eucaris-
tía que ofrece la Iglesia es la vida de Cristo y la vida de cada uno de los cris-
tianos que liberan a la humanidad entera.
59 El recurso a esa formulación se sitúa dentro de una amplia reflexión teológica que desde el Con-
cilio Vaticano II, el Sínodo de los Obispos de 1987 y la Exhortación apostólica Christifideles lai-
ci (1988) llega hasta nuestros días.
60 Gaudium et spes, n. 38.
61 Cfr. JUAN P a b lo II, Ex. ap. Christifideles laici, n. 15.
4. E l am or d e C r is t o , n ú c l e o d e l a e s p ir it u a l id a d
66 Ph. Delhaye comentando en un artículo muy extenso la enseñanza del Vaticano Π analiza tanto la
historia de los textos como su estudio doctrinal. Detrás de las discusiones sobre los fines del matri-
monio y la paternidad responsable (especialmente en los debates en el Aula conciliar, pp. 400-409),
existe una comprensión más profunda del amor conyugal como núcleo del matrimonio. U n amor
de los esposos que dene en cuenta tanto su especificidad natural como relación interpersonal y se-
xual, como su asunción por la caridad (427-433): DELHAYE, Ph., «Dignité du mariage et de la fami-
lie», L'Eglise dans le monde de ce temps, Unam Sanctam 65.Π, Paris: Editions du Cerf, 1967, 387-453.
67 Para una introducción al contexto en el Concilio, cfr. GAUTHIER, P., Consolez mort peuple. Le Con-
eile et l ’Église des pauvres, Paris: Editions du Cerf, 1965; DUPONT, J., «La Iglesia y la pobreza»,
en B araxjn a, G . (ed.), La Iglesia del Vaticano II, I, Barcelona: Juan Flors, 1968, 401-431.
68 Cfr. B e n e d i c t o XVI, Deus Caritas est.
tura, la política, la economía, etc. Pero sin perder su identidad cristiana, sino
reafirmándola. Porque sólo desde la identidad personal puedo aportar algo
bueno y válido a los demás. Mi aportación a la sociedad es mi amor cristiano,
un amor unido a la justicia y a la humildad, un amor que bebe de la oración o
trato de amistad con Jesucristo, con Dios Padre y con el Espíritu-Amor, un
amor realmente divino que supera las fuerzas propias de la persona, que se ele-
va sobre sí misma porque antepone el bien de los demás al propio.
Tercero, la santidad y la misión dependen de la situación de cada cristia-
no en la Iglesia y en el mundo, es decir, la perfección de la caridad debe reali-
zarse en la vida ordinaria de cada día. El amor de Dios constituye no sólo el nú-
cleo de la vida del cristiano, sino también el núcleo sobre el que construir la
sociedad en la que vive, la «civilización del am or»69. Pero el amor de Dios que
es la ley fundamental de la perfección humana, no hay que buscarlo únicamen-
te en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria70.
En definitiva, la teología espiritual debe partir de una comprensión más
profunda del amor cristiano71. Esta es la perspectiva del Concilio. Plantea la
vida cristiana como existencia teologal mediante una respuesta de fe, esperan-
za y caridad a la revelación del misterio de Dios, en la Palabra y en la Litur-
gia. Concibe la santidad como la perfección de la caridad otorgada a cada cris-
tiano por el Espíritu Santo en el bautismo. Y anima a la transformación del
mundo por la instauración de la ley del amor en lo íntimo de las realidades y
las relaciones humanas, principalmente en la vida ordinaria de cada día.
Pero aquí constatamos un problema. H oy día se introducen a veces plan-
teamientos de tensión, e incluso separación, de algunos binomios fundamen-
tados en la unión inseparable entre amor a Dios y amor al prójimo. Por ejem-
pío, vida de oración y acción caritativa, caridad y justicia, relación espiritual
con Dios y vida moral, moral individual y moral social, etc. Están presentes
tanto en la crítica externa al cristianismo como en la visión del cristianismo
desde dentro, tanto en la práctica como en la teoría. Pues bien, la clave del
69 Ya Pablo VI emplea esta expresión, aunque será Juan Pablo II el que difunda sus planteamientos.
70 Cfr. Gaudium etspes, n. 38.
71 N o es un tema nuevo porque mucho se ha reflexionado sobre el amor en el siglo pasado. Véase
como simple botón de muestra, los significativos estudios de G ille m a n , G ., Le prim at de la cha-
rité en théologie morale: Essai méthodologique, Louvain: Nauwelaerts, 1952, por su influencia en la
teología moral; o VON B a lt h a s a r , H. U ., Glaubhaft ist nur Liebe (Sólo el amor es digno de fe),
Einsiedeln: Johannes Verlag, 1963, desde la espiritualidad. Sin embargo, mucho queda por ha-
cer y señal explícita de ello son los mensajes de BENEDICTO XVI: Deus Caritas est (2005), Sacra-
mentum Caritatis (2007), Caritas in veritate (2009).
72 También es cierto que las acciones transitivas de la persona están dotadas de una existencia por
sí mismas, de tal modo que existen personas colectivas (en el derecho), instituciones (espíritu ob-
jetivo de Hegel), es decir, realidades comunitarias al margen de la persona individual. Y si
observamos la Historia nos damos cuenta de ese doble nivel de la realidad: el sujeto individual y
el sujeto colectivo. Ambos escriben la Historia y los desarrollos de la humanidad. En la base está
la persona (en este sentido el sujeto individual, aunque considerado en su doble dimensión indi-
vidual y comunional): ahí está el protagonista de la historia, la libertad que salva y debe ser sal-
vada, el sujeto trascendente (inmortal, eterno). Pero las acciones de ese sujeto salen de él mismo
y adquieren existencia propia. Así a lo largo de la Historia van apareciendo Instituciones que tam-
bién forman parte de la realidad humana, que influyen y refluyen en la persona individual. Los
sistemas políticos, económicos, culturales, la ciencia, la técnica, los medios de comunicación, etc.
Pero tanto la primacía como el protagonismo es de la persona.
Bibliografía
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