Cuento - Mi Cordura Te Persigue

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“MI CORDURA* TE PERSIGUE”

Yo también he vivido como ella… Yo también quiero contar mi historia al igual que ella:
la persona que era más importante para mí, aunque ahora está muerta.

Todo comenzaría un día lluvioso o nublado si el clima me lo hubiera permitido, mas no


fue así. Era verano, quizás, pero el sol y el cielo eran claros y las nubes también se
desplazaban como navegando con presura. No importan los detalles, el hecho es que
para mí nunca hubo antes un día soleado y agradable; todo era gris.

Aun así, ese día —que experimentó el primer cambio para toda mi vida— se llenó de
color. Cómo expresarlo de otra manera sin que suene tan cliché o romántico… Yo no la
amaba, pero la quería a mi modo. Ella había dicho que yo era como ella, que mi
personalidad y su arrogancia se llevaban bien, tal cual los gemelos al nacer, pudiendo
depender uno del otro con confianza. No le creía… En cambio, mis palabras podrían
refutarme tantas veces como las escribiera o expresara para ella.

Era todavía inmaduro cuando me recogió. Ese brillo que dijo haber visto en mis ojos
parecía una patraña típica de un adulto que hace cosas malas para su propio placer.
¿Acaso no debería saberlo? La vida en la calle siempre fue dura. Sin embargo, ella dijo
que podría ser mejor; no tuve más remedio aquella tarde, además que seguirla. Cómo
podría no escoger esa opción por sobre la que me conduciría a un posible encierro
desagradable junto con aquellas corruptas autoridades, si le había arrebatado algo
valioso… Olvidémoslo.

Sentí calor por primera vez desde que mi madre muerta me acarició la cabeza antes de
su último respiro hace unos cuantos años (no tenía más familia; aun si la tuviera, ellos
ya no serían algo de mí). Ella lo había logrado con solo una manta usada, un poco de
comida y sus palabras sarcásticas. Nunca lo olvidaré, eso es seguro.

Conocí su casa, su ambiente y a sus personas, quienes parecían mantenerse detrás de


un borde invisible, pero permanente, trazado por ella. Excepto por dos seres: un
cachorro de pelo mostaza en pleno crecimiento y un anciano de buen porte que la
llamaba “dama”. Más tarde, me enteré de que ese modo de nombrarla había sido un
pedido exclusivo de ella para él. Por lo tanto, yo fui el “joven maestro” desde entonces,
ja, ja… Qué extraña era… Es vergonzoso si lo explico más; me detendré.

En fin, mi —lejos de ser delicada— señorita siempre fue cruel, calmada y elegante. Su
inteligencia e ideas siempre iban más allá de mi comprensión, por más que ella insistiera
en que pronto la superaría. Era firme con sus mandatos, su espalda erguida rebosaba
de confianza y uno se podía sentir seguro si solo la seguía… Está bien, yo en específico.
Pero esa figura solitaria también se tornaba inalcanzable una vez que lo hacía (darme
la espalda y caminar lejos de mí) y yo la resentía. Iba imponiendo su “orden” hasta donde
su gente y sus creaciones pudieran llegar; no obstante, hiriéndose a sí misma en el
proceso y rehusándose a todo tratamiento.

Siempre quise saber y cuestionaba sus motivos a veces, cuando nos reuníamos para
charlar acerca de lo nuevo que estaba aprendiendo. Por supuesto, nunca me lo dijo
directamente, pero yo lo supe al observarla y oírla durante un tiempo: ella se estaba
preparando para dejarme. No, mi error; para dejarlo todo atrás. Entonces, la odié, a
quien se atrevía a embadurnarme de su calidez, sus conocimientos, sus deseos y su
futuro para mí; para volver a abandonarme luego de convertirme en lo que soy ahora.

Ella y yo éramos similares después de todo. ¿Cómo me atrevo a contradecir a mi dama?


Soy egoísta y ambicioso, a pesar de que en ese tiempo no lo entendía. Y empecé a
adentrarme en su mundo, aumentando la profundidad a cada oportunidad. Hablábamos,
jugábamos, planeábamos juntos… Debería ser capaz de inmiscuirme en su corazón, de
algún modo lo lograría. De esa forma, quizás lo pensaría mejor antes de dejarse caer
en el infierno —como ella decía— como pago por sus pecados. Esa era la única
esperanza a la que me aferraba. Sin embargo, no pude evitarlo al final.

Los días en los que se la pasaba en cama iban en aumento, pero seguía despidiéndome
sin piedad hacia el colegio. ¿Qué necesidad había de asistir cuando ella ya me había
enseñado más de lo que tendría que aprender allí? Como sea, esa fue la razón por la
que salí temprano, llegué tarde a casa, hice los deberes, tomé clases complementarias
y avanzadas que ella me encargaba; y platiqué con ella hasta la hora de dormir: cumplía
todo ello como parte de mi rutina de esa época. De vez en cuando, dejaba su vigilancia
a un lado y me mostraba sus bellos ojos oscuros con una pizca de tristeza entre otras
emociones indiscernibles. Esas fueron las noches en que no podía dormir y pensaba
mucho. ¡Al diablo con la adolescencia o las normas sobreentendidas! Haría lo que me
placiera.

Poco tiempo después, aseguré continuar mis estudios en una universidad que serviría
para mis propósitos (o los de ella, si considero mi pasado lleno de su influencia). No
tuve que esforzarme demasiado con las clases: soy consciente de mi inteligencia. No
tuve muchas dificultades en integrarme, aunque no fuera muy sociable. No iba porque
quería ganar amistades, pero había gente que solo me seguía y los dejé hacer lo que
quisieran. ¿Era lo que ella me heredó? El yo de ahora era todavía más irreconocible del
chico bajo las sombras de ese día.
No era mi intención atraer “flores” hacia mí, fue lo más complicado; no estoy
acostumbrado a las flores tiernas y débiles. Puede no tener nada que ver, pero el evento
de este día de conferir flores me despertó para encontrar otra clase de respuestas.

—Este… yo quería decirte… me gustas mucho. ¿No quieres salir conmigo?

—… Sí.

Estaba en un espacio sombreado bajo la copa de un árbol en el campus, cuyas hojas


se mecían con la brisa fría del atardecer. Tenía prisa, sin embargo, fui retenido. Frente
a mí, yacía de pie una chica bonita y delgada de cabellos lisos y teñidos de rubio en las
puntas. Sus ojos marrones claros que difieren mucho de los de ella brillaron expectantes
y abrió la boca sonriendo como para decir lo siguiente que había ensayado. Me apresuré
a corregirla [iluminarla] si sus pensamientos iban en dirección equivocada [por si su
cabeza no lo había pillado bien]:

—Preguntaste si no quería y lo afirmé. Significa que te estoy rechazando —sonreí con


soltura y recibí su mirada de desconcierto. Ya sabía que no obtendría una rendición fácil
por su parte.

Me exigió que le diera un porqué detallado y no le fue mejor. Preguntó si había alguien
que ya me gustaba, luego le contesté que así era; pero que no la amaba. No me entendió
y yo tampoco lo hubiera hecho si hubiera estado en su posición. Más bien, se echó a
llorar reclamando una serie de cosas que no me molestaré en relatar. Solo una frase:
“te quiero mucho más”, me golpeó de sobremanera. De pronto, sentí que no podía
respirar y salí corriendo apresuradamente con dirección hacia nuestra casa.

Mientras estaba en el trayecto, me sumí en mis cavilaciones. ¿No podía ser, aunque
siempre lo pensaba? La realidad insistió en echarme un balde de agua helada: ni una
vez… ¡No se lo había dicho nunca! Por si fuera poco, se encontraba a un paso de cruzar
al otro lado cuando la vi esa mañana. Incluso tuve miedo de salir y no encontrarla a mi
regreso, por lo que me había esforzado en rogar para quedarme; incluso cuando me
expulsó de su habitación y ordenó que me trasladaran a la universidad por la fuerza.
Apreté los dientes, miré mis nudillos emblanquecidos por la presión, ignorando mis uñas
cortas clavándose en la carne de mis palmas. Si tan solo fuera más fuerte que esto…

—¡Oh, Dios! ¡Joven maestro Jean! —escuché gritar a una de las empleadas de casa
sorprendida por mi impetuosa entrada a través del portón que fue abierto de par en par.
No me detuve ni por las escaleras hasta que vi esa puerta específica donde el cachorro
crecido [gigante] que rascaba la puerta sin cesar se asemejaba a un pobre animal
atrapado, tratando de escapar por su vida; aun cuando lo que quería era lo contrario.
¡Idiota! ¡Haces mucho ruido!: fue lo que pensé sin fijarme en mis propios pasos
acelerados y resonantes.

Si bien irrumpí dentro y casi tropezando hasta su cama rodeada de instrumental médico,
no escuché una sola palabra de reprensión; mi corazón estuvo a punto de detenerse y
rezumó de dolor.

—¡Te quiero! ¡No lo olvides, incluso si te vas ahora! —ni yo mismo me había oído tan
desesperado antes. Deseaba que mi voz ronca y jadeante pudiera alcanzarla e
impregnarse entre su destartalada ideología.

No importa lo que creas, te teñiré con mi calor esta vez. Yo también tengo sentimientos
encontrados. Todavía siendo cobarde como para no permitirme quedarme a tu lado —
ni a ese, tu amigo peludo— para este momento desde el inicio. Todo porque tenías
miedo de arrepentirte y de desear vivir para nosotros un poco más.

Lo sé todo. Mientras era arrastrado para irme todos los días o cuando ahora corrí para
encontrarte en tu final, el ambiente de la casa no pudo ocultar nada: los empleados que
se encontraban en un estado constante de estupor; ese colega tuyo que te revisaba
cada día y tú repitiéndole que ya no era necesario; la cara surcada de lágrimas del viejo
detrás de mí que era evidente, me sorprendía que aún pudiera mantenerse así de firme
en esta situación. Ellos fueron salvados o ayudados por ti, tal como yo, fingían respetar
tu línea roja; pero cada uno intentaba escarbarse un espacio alternativo para acercarse
de forma imperceptible. [No nos culpes; tu actitud nos hacía anhelarlo más].

Podrías haber pensado que era mucho como tú: no fue así. Los odiaba, es cierto; ahora
solo me molestan un poco, pero porque querían competir contra mí. ¿Cómo se atrevían?
Y los del exterior no me importan. Son como montones de basura inescrupulosa tendida
por el suelo: solo me fastidia verlos, mas luego puedo tomar acción por ti, sin detenerme
en pensamientos míos.

Solté un largo suspiro seguido de una ligera risa descompuesta. Estoy seguro de que
me escuchaste, tus bonitas pestañas rizadas nunca te delataron ante alguien solo si no
te admiraba tanto como yo.

—Entonces, te dejaré ir por fin… Hasta luego.

Tras llevar a cabo los procesos respectivos, acorde a los deseos que de ella yo conocía
bien y que el viejo resguardaba en sus notas, todos fuimos recuperándonos de forma
pausada y finalmente pude retomar las clases de la universidad (nótese la ironía).
Lo primero que hice cuando llegué fue buscar a la afamada señorita rechazada. No fue
difícil hallarla entre su grupo de amigas y algunos otros puntuales de los que me seguían,
la abordé allí mismo. Mi objetivo era retribuir. Sucedió desde expresar mi más puro
agradecimiento con palabras floridas hasta soltar suaves y dulces sonrisas que se me
escaparon por recordarla a ella. Presumo que fue todo un espectáculo inaudito para los
mañaneros paseando por el campus.

—Por supuesto, esto no quiere decir que te acepto. No tienes oportunidad, solo ríndete.

Era indudable que seríamos la comidilla de la facultad durante las siguientes semanas.
No me disculparé, debería sentirse agradecida porque alguien como yo le agradeciera
de esa manera. Dejando zanjado ese nimio asunto, podía comenzar con esos otros
propósitos dentro de los alcances de la universidad para continuar con el legado de mi
preciada dama.

Y sí, sé que probablemente me quedaré soltero por el resto de mi vida. En ese sentido,
puedo tener algo más en común con ella.

No soy como ella, pero lo soy

Los lazos que se reúnen

Sentimientos enredados

Los trazos de tu aislado corazón

De mi pasado por tu futuro

Te alcancé

*El autor dice: Una pequeña contradicción. Podría pensar en “locura” en vez de
“cordura”, pero lo cierto es que él se cree cuerdo.

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