El Puente

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GRAN PREMIO BANCO PROVINCIA DE LITERATURA 2023

“El puente”
Por Tufa

-No saltes.

A pesar de estar haciendo mi mayor esfuerzo por ignorar los abrumadores ruidos de la ciudad,

aquellas palabras sonaron tan claras como si me las hubieran dicho al oído. No sé cuánto tiempo

había pasado abstraído en mis pensamientos, como de costumbre, tratando de evitar la realidad.

De hecho, no fue hasta que volvió a hablarme que fui capaz de formular una respuesta.

-No saltes, no vale la pena.

- ¿Cómo? - le respondí.

-Vení, primero alejate del borde, es peligroso.

Me resultaba muy difícil creer que alguien se hubiera interesado en mí. Y todavía más me costaba

entender que hubiera bajado hasta lo más recóndito de aquel puente para salvarme. No recuerdo

bien si en ese momento ya estaba decidido a dar el salto, llevaba un rato con las piernas

tambaleando a metros del agua, viendo pasar los barcos de carga. De lo que estoy seguro es de que

esa idea estuvo dando vueltas en mi cabeza durante meses y esa noche estaba dispuesto a

ejecutarla, si no hubiera sido por su voz.


A pesar del estado de desconcierto, respondí casi de manera automática a sus órdenes mientras

miraba por sobre mi hombro para identificar quién era la persona que me estaba hablando. Debo

admitir que, si antes se había ganado mi corazón por su gesto de interés, al verla me lo robó

completamente.

No podría encontrar nunca las palabras para explicar su belleza en un texto, ni tampoco las pinturas

para poder retratarla sobre un lienzo. Quizás una fotografía sería la traducción más perfecta, aún

así, ni la mejor cámara, ni el mejor fotógrafo, podrían inmortalizar su encanto.

Me sentía tan hipócrita; de una realidad que odiaba, algo me resultaba perfecto. Lo peor de todo

es que era una perfección meramente superficial. Yo, que me había prometido no caer en las

trampas de un mundo estereotipado, quedé completamente atrapado.

Reordené mi mente lo mejor que pude y finalmente le dije:

-Gracias.

-No hay de qué – respondió con una amable sonrisa.

-Digo, que gracias en serio, o sea te tomaste el tiempo de bajar y eso…

-Me preocupaba verte acá abajo solo, por eso bajé, para asegurarme de que estuvieras bien.

-Bueno ahora sí lo estoy.

Me incomodaba admitir que me había salvado y que estaba sentado rendido a sus pies. Mientras

decía esta última frase agaché la cabeza matando el contacto visual. Sin embargo, ella, lejos de

tomarlo como un insulto, entendió perfectamente mi situación y me extendió la mano para

levantarme.
Acepté sus buenas intenciones y le tomé la mano. Me sujetó apaciblemente firme mientras me

levantaba del piso. Por un segundo tuve que resistir mis impulsos de abrazarla sin intermediar ni

una sola palabra más. Pero no hizo falta seguir negando mis intenciones, ella tomó la iniciativa y

me tomó suavemente con sus dos brazos sobre mi espalda.

-No quería que saltes, hay tantas cosas que no viviste todavía.

Éramos tan solo dos desconocidos, pero ella me hablaba como si supiera todo de mí y yo no era

capaz de cuestionarle nada. Si me decía que era un ángel se lo iba a creer.

-Ya no quiero saltar, pero no me sueltes todavía.

-No crees que es un poco pronto para pedirme que me quede si hace minutos vos eras el que se

quería ir.

Su respuesta me dejó mudo. Si no fuera por ella el silencio hubiera sido eterno.

-Primero empecemos por salir de este puente y tomar algo – mientras hablaba agarró mi mano y

comenzó a caminar.

Fuimos a un café del barrio que estaba a tan solo unas cuadras, siempre había querido ir, pero

nunca había tenido la oportunidad. Me pareció el momento ideal así que la invité a entrar. Nos

sentamos en una mesita del fondo que originalmente era para una persona, pero le pedí al mozo

que agregara una silla más.

Hablamos durante una eternidad o un instante. La charla fue ajena al tiempo de cualquier reloj,

ajena al resto de la cafetería, ajena a todo. Bien podría haber terminado el mundo y no nos hubiera
interrumpido. Éramos nosotros, tan solo dos almas que se habían encontrado hacía apenas un rato

pero que se conocían desde siempre.

Cuando ya el único rastro de la merienda eran unas migas sobre la mesa y las tazas vacías

decidimos salir a caminar. Recorrimos los lugares por los que pasaba a diario, fue una mezcla de

sentimientos encontrados muy fuerte. La melancolía habitual que me transmitían luchaba por no

desaparecer ante la belleza que ahora me suscitaban esos mismos paisajes.

Luego de haber paseado por el barrio, sentí como si el sofocante cielo grisáceo por fin se hubiera

despejado, dando lugar al cálido sol. Le propuse ir a ver el atardecer al puente, el lugar de nuestro

encuentro.

Ver el sol desaparecer sobre la línea que se forma entre el río y el cielo era una de las pocas cosas

que todavía podía disfrutar y quería compartirlo con ella. Me parecía muy egoísta de mi parte que

después de que ella me hubiera enseñado a ver más allá de la pena y la amargura, yo no le adornara

al menos un poco su vida.

Bajamos por las escaleras ignorando las señales de prohibición y nos sentamos donde habíamos

estado antes. Esta vez no me daba miedo estar al borde, mis piernas ya no tambaleaban dudando

entre la vida y la muerte, ahora se hamacaban alegremente.

-Es realmente extraño esto.

-¿Qué es lo que te resulta tan raro?- respondió mientras apoyaba su cabeza en mi hombro.

-Todo. Estuve tan cerca de saltar porque no quería vivir más y ahora me arrepiento de haber vivido

tan poco. ¿Cómo hiciste para quebrar mis prejuicios y abrir mis ojos?
- ¿Yo? No seas iluso, yo no hice nada. Solamente te acompañe.

-Si pretendés que no te dé el crédito, la ilusa sos vos. Cuántas noches soñé con una aventura como

esta, con ir a ese café, recorrer la ciudad, mirar el atardecer, simplemente aprender a disfrutar las

cosas. La ilusión de que alguien vendría era lo único que me mantenía vivo. Justo cuando todas

mis esperanzas desaparecieron apareciste vos.

- ¡Exactamente! ¿Todavía no te das cuenta?

- ¿De qué hablas?

-Cualquier idea, por más fascinante que sea, es inútil hasta que decidimos llevarla a cabo. Yo

solamente te armé del valor que necesitabas. A fin de cuentas, ¿qué es lo peor que te puede pasar?

¿Fracasar? No, del fallo vas a aprender a triunfar. Del dolor aprenderás a gozar. Del desamor

aprenderás a amar. De eso se trata la vida. Definitivamente lo peor que te puede pasar es nada.

De nuevo me remití al silencio. Tenía razón en todo lo que decía y parecía conocerme incluso

mejor que yo mismo. Por fin me decidí a hacer la pregunta que llevaba en mi cabeza desde que la

vi.

- ¿Quién sos?

-Sabía que en algún momento me lo preguntarías.

- ¿Qué más sabías? ¿Qué no sabés? Me diste toda la tarde respuestas sobre mí, pero ni una sobre

vos.

Esta vez ella no supo qué decir, o quizás sí, pero nunca lo hizo.
Mientras esperaba una respuesta me di cuenta de que no sentía más el peso de su cabeza en mi

hombro ni su mano en mi regazo. Rápidamente giré mi cabeza en ambas direcciones esperando

encontrarla, pero no lo logré.

Sin saber qué hacer saqué mi celular del bolsillo pensando en llamarla, aún sabiendo que no tenía

su número, no sabía ni su nombre. Ahí fue cuando vi la hora, habían pasado tan solo quince

minutos desde que había bajado al puente solo la primera vez. Cómo era posible si yo estaba seguro

de haber pasado una tarde con ella…

Miré al horizonte, vi cómo se alejaba lentamente el mismo barco que había pasado por debajo de

mis pies justo antes de oír por primera aquella voz.

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