Yvonne Whittal - El Precio de La Felicidad

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 100

El precio de la felicidad

Yvonne Whittal

El precio de la felicidad (1984)


Título Original: Price of happiness (1977)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 218
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Matthew Craig y Tessa Ashton-Smythe

Argumento:
Tessa Ashton-Smythe era guapa, rica y con talento, lo que no atenuó su
dolor cuando su prometido rompió el compromiso dos días antes de la boda,
explicándole que lo único que le había atraído de ella era su dinero. Tessa
decidió emprender un viaje, ocultando su identidad, para descansar de las
presiones que su carrera de concertista le ocasionaba.
Al poco tiempo, conoció y se enamoró de Matthew Craig quien dudaba de
ella y la creía una impostora. ¿Debería decirle la verdad y arriesgarse a
perderle?
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 1
Las horas que pasaba tocando el piano, preparándose para un recital, siempre
estaban llenas de tensión para Theresa Ashton-Smythe y llegaba a su punto
culminante la noche de la actuación. Una vez que todo terminaba quedaba ese
increíble vacío, al que tenía que enfrentarse junto con la fiesta inevitable para celebrar
el éxito de la noche. Esto era lo que menos le gustaba a Tessa. El champán, la gente
arremolinándose alrededor de ella y felicitándola, cuando lo que más deseaba era
acostarse y descansar, para eliminar la tensión que se había convertido en parte de su
vida diaria.
—Quiero enseñar música, no exhibirme en el escenario —le había dicho a su
madre hacía algunos días, en un momento de irritación.
—Tienes mucho talento, sería una lástima —le había rebatido su madre, aunque
estaba de acuerdo con que Tessa hiciera lo que deseara.
La muchacha volvió a la realidad cuando alguien le llenó su copa de champán y
al levantar la vista vio a un joven que le sonreía. Él había entrado en su camerino
para felicitarla, después del concierto y cuando llegó a la fiesta, la siguió con bastante
insistencia.
—¿Se está divirtiendo? —le preguntó, acercándose.
—Sí —contestó con una sonrisa forzada, escapando, como pudo de la repentina
intimidad que vio en sus ojos.
—Permítame presentarlos —le dijo una de las anfitrionas a Tessa al llegar al
otro lado de la habitación y encontrarse con la única persona que hubiera deseado no
ver de nuevo.
—Ya nos conocemos —contestó Jeremy Fletcher haciendo una mueca.
A Tessa le resultaba extraño que después de haber pasado más de un año sin
verle, aún recordara ese gesto. Junto a él estaba una mujer joven, rubia, que parecía
encontrarse fuera de ambiente.
—Permítanme presentarles a mi esposa Meg —dijo Jeremy.
Meg, nerviosa, extendió su mano y Tessa, al estrecharla, sintió pena por ella y
una corriente de simpatía hizo que la rigidez de su cara se transformara en una
sonrisa.
—Esto sí que es una sorpresa —comentó Tessa con una calma que le
sorprendió, incluso a ella misma—. Nunca esperé que nos encontráramos en este
lugar.
—Estoy aquí en representación de mi compañía —explicó Jeremy—, alquilamos
el salón y nos hicimos cargo de las localidades para el concierto.
—¡Oh, ya veo!
Tessa pensaba con cinismo, que estaban manteniendo una conversación
civilizada. Era como si nunca hubiese sucedido nada entre ellos. Si Jeremy hubiera

Nº Páginas 2-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

sido sincero durante todos aquellos meses, ella podría ser la que se encontrara a su
lado como la señora de Jeremy Fletcher. La mirada de Meg era suplicante y su mano
buscó la de Jeremy. Era evidente que él amaba mucho a su esposa y, para su
sorpresa, Tessa no la envidiaba. Parecía que no había nada más qué decir. Tan pronto
como pudo, la concertista se excusó, asombrándose al darse cuenta de que le
temblaban las piernas.
Al regresar a casa en su coche, conducido por el chófer, se recostó en el asiento
y cerró los ojos. Eran los últimos días de mayo y en Johannesburgo se acercaban los
meses de invierno con sus temperaturas bajo cero por las noches y los días
razonablemente templados. En el lujo y calor del coche de su padre, no sentía
ninguno de los inconvenientes por los que pasaban los peatones.
La riqueza le había dado a Tessa toda la comodidad concebible. En ocasiones
ella deseaba ser parte de esa comunidad normal que experimentaba felicidad y
alegría espontánea a pesar de tener que protegerse contra el frío.
Las luces estaban encendidas en la imponente residencia de sus padres, que
habían asistido al concierto pero no fueron a la fiesta que se celebró después. Ella
sabía que estarían esperándola y sin embargo esta noche hubiera preferido que no lo
hicieran. Deseaba estar sola con sus pensamientos, sin importar cuánto pudieran
lastimarla.
Philip Ashton-Smythe abrió la pesada puerta de roble para dejar pasar a su hija
y la precedió a través del amplio vestíbulo, en el que colgaban ideales lámparas de
cristal, y el suelo estaba cubierto de alfombras. Tessa se quitó el abrigo. Su madre
descansaba sentada en una silla.
—Nos sentimos muy orgullosos de ti, Theresa —dijo al recibir el acostumbrado
beso de su hija en la mejilla y Tessa sonrió. Ella era la única persona que no
acostumbraba a llamarle Tessa.
—Tu actuación de esta noche ha sido excepcional —dijo su padre al ofrecerles
una copa de jerez.
Un elogio de su padre significaba mucho para ella. Aunque él no tocaba ningún
instrumento musical, tenía un oído excelente y era un fanático de la buena música.
—Gracias, papá —contestó, sonriendo por encima del borde de su copa. Sin
saber por qué dijo—: Jeremy Fletcher y su esposa estaban en la fiesta.
Ambos se miraron y ella presentía las preguntas que se agolpaban detrás de la
indiferencia forzada de sus expresiones.
—El nombre de su esposa es Meg, parece agradable —al darse cuenta Tessa, de
la preocupación de ambos, abandonó su intento de parecer indiferente—. Creo que
me voy a acostar.
Ellos no intentaron detenerla cuando cogió su abrigo y deprisa subió la escalera
hasta su habitación. Estuvo varios minutos observándose en el espejo. El vestido
blanco que llevaba, se ajustaba en la cintura; se lo quitó, y lo dejó caer sobre la cama.

Nº Páginas 3-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Su pelo era oscuro, casi negro y aunque normalmente lo dejaba suelto, hoy se
había hecho un moño, que le hacía el cuello más esbelto. Mientras se quitaba las
horquillas, su rostro tenía una expresión de dolor.
Se cambió con rapidez, se quitó el maquillaje y se acostó, apagando la lámpara
que estaba sobre la mesilla junto a su cama, para quedarse acostada con la mirada fija
en la oscuridad. Los recuerdos se amontonaban en su mente, eran recuerdos de los
días más desastrosos de su vida. Desde entonces, habían sucedido tantas cosas, que a
Tessa le daba la impresión de que habían transcurrido más de los veinte meses que
en realidad habían pasado. Su vida había estado muy ocupada, cada minuto
dedicado a sus estudios. No tuvo tiempo para pensar en el daño que le habían hecho.
Durante meses agradeció que todo fuera así, pero este encuentro inesperado con
Jeremy, había hecho que recordara muy intensamente sucesos ya pasados.
Jeremy Fletcher le había pedido que se casara con él y a partir de ese momento
se sintió rebosante de felicidad. Era su primer amor y todo sería maravilloso.
Conforme se acercaba la fecha de la boda, Jeremy parecía cada vez más preocupado y
Tessa se sentía tan feliz, que no había reparado en el ligero retraimiento hacia ella,
atribuyéndolo a su naturaleza reservada. Como ella también estaba algo nerviosa no
le dio mayor importancia.
Dos días antes de la boda recibió una carta y Tessa aún podía recordar cada
palabra, como si hubieran sido grabadas en su memoria con un hierro al rojo vivo.

«Querida Theresa: Me resulta difícil escribir esta carta, pero comprendo que no hay
forma en que pueda suavizar el impacto y no perderé tiempo en preámbulos.
Pensaba casarme contigo por el dinero y la posición que me hubiera brindado un
matrimonio de este tipo, pero ahora me doy cuenta de que no puedo hacerlo. He conocido a
alguien a quien amo profundamente. Es una joven normal de una familia normal y ahora me
doy cuenta de lo despreciable que he sido al pensar en casarme con alguien tan delicado como
tú, sólo por el dinero. Después de todo, éste no puede comprar la felicidad.
Es probable que cuando recibas esta carta yo ya me haya casado. Confío en que puedas
perdonarme los problemas y la desdicha que te he ocasionado. Sinceramente, Jeremy Fletcher.»

Todavía recordaba la confusión que se produjo, cuando dio la noticia a sus


padres de que se cancelaba la boda, la miraban como si se hubiera vuelto loca…
Tessa dio vueltas en la cama, extrañada de que pudiera recordar todo con tanta
claridad…
Su padre dejó de fumar, pasando un pañuelo por las comisuras de sus labios. El
anillo de rubíes en su dedo meñique había brillado bajo la luz de la lámpara, en la
mesa, al dejar su puro encendido en el cenicero, con un movimiento brusco y Tessa
recordaba que en aquellos momentos había comparado el rojo intenso del rubí, con
su rostro encolerizado.

Nº Páginas 4-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Sheila, su madre, había sido la primera en reaccionar, alzando sus delicadas


cejas al mirar a Tessa, que nerviosa, permanecía sentada en la silla, jugando con la
carta que sostenía en las manos.
—¿Esto es algún tipo de broma?
—Si es así, se trata de una bastante cruel —contestó Tessa, conteniendo las
lágrimas. Su mano temblaba al entregarle la carta—. Léela tú.
Philip se había acercado a su esposa mientras ésta desdoblaba la hoja de papel y
sus caras habían palidecido visiblemente, al leer su contenido, mientras Tessa,
angustiada, retorcía sus manos.
—¡Cómo se atreve! ¡Cómo se atreve! —había explotado Philip, mientras andaba
de un lado a otro—. ¡Le demandaré, le arruinaré!
—¡No!
El silencio había seguido a la exclamación de Tessa. Sus nervios se tensaron, y
sintió un nudo en el estómago al mirar a sus padres.
—Querida —había comentado Sheila preocupada al devolver la carta a Tessa—.
Jeremy debía de saber, desde hace mucho tiempo que no tenía la intención de casarse
contigo. ¿Por qué esperó para decírtelo dos días antes de la boda? ¿Por qué nos
permitió seguir adelante con los preparativos? ¿Cómo pudo ser tan desconsiderado?
Sin darse cuenta de lo que hacía, Tessa se sentó, rompiendo en pedazos la carta.
—Conociendo a Jeremy como le conozco, creo que tiene que haber estado muy
desesperado para escribir esta carta. Nunca se hubiera atrevido a decírmelo en
persona.
—¡Es un cobarde! —dijo su padre con rencor—, y has tenido suerte de librarte
de él.
Tessa vaciló, pero permaneció callada. No le importaba lo que fuera Jeremy, ella
le había amado. Ni siquiera el conocer su falta de sinceridad podía borrar ese hecho.
En realidad su carta había sido una sorpresa total.
—¿Qué vamos a hacer con todos los regalos de boda que han llegado? —
preguntó Sheila y sus palabras interrumpieron los pensamientos de Tessa.
—¡Devolverlos! —Philip estaba furioso—. ¡Y pensar que yo haya sido tan tonto
como para no darme cuenta! ¡Si pudiera tenerle en mis manos en estos momentos le
daría una lección que nunca olvidaría!
Una vez más la muchacha se estremeció y Sheila tocó a su esposo para que se
callara, antes de sentarse junto a Tessa.
—Acuéstate, querida —le sugirió con suavidad—. No podemos hacer nada por
el momento, hablando de esto. Continuaremos mañana.
Tessa le sonrió agradecida y al levantarse cayeron a sus pies los pedazos de la
carta.

Nº Páginas 5-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Lo siento —dijo con rapidez, agachándose para recogerlos, haciendo al


mismo tiempo un gran esfuerzo para ocultar las lágrimas. Su padre se le acercó, y la
abrazó con cariño.
—Tessa, lo último que habría querido era que esto te hubiera sucedido a ti.
La joven recordó su incapacidad para contener las lágrimas, mientras las dejaba
correr por sus mejillas, mojando su blusa blanca.
Aquella noche había permanecido despierta igual que ahora. La única
diferencia era que en este momento sus pensamientos ya no le hacían daño. En
aquella ocasión, su madre le había llevado un vaso de leche en una bandeja. Tessa
pudo observar que la preocupación se reflejaba en su mirada, y se angustió porque
su propia tristeza hubiera afectado tanto a sus padres. Siempre la habían protegido y
mimado. Sus problemas habían sido los de ellos y juntos habían encontrado solución
para los mismos. Pero este problema había sido sólo de ella.
—Te traigo un vaso de leche y una pastilla que te hará dormir —le dijo su
madre colocando la bandeja en la mesilla al lado de la cama y sentándose mientras
Tessa tomaba la pastilla y bebía la leche caliente.
—Mamá, siento mucho que te hayas disgustado tanto. Si no hubiera estado tan
ciega, me habría dado cuenta de que Jeremy no era sincero.
—No pienses más en ello —le había interrumpido Sheila colocándole bien las
sábanas y dándole un beso en la frente—. Hablaremos sobre ello mañana. Ahora
tienes que intentar dormir —al llegar a la puerta se detuvo—. Theresa, esto no es el
fin del mundo.
La muchacha suspiró y sus pensamientos regresaron al presente. Ahora sabía
que en realidad nunca estuvo enamorada de Jeremy. Fue un sueño romántico que
terminó con rudeza y sólo había sido su orgullo el que terminó herido. Sin embargo,
el saber que él había pensado en casarse con ella por su dinero, era algo que aún le
resultaba desagradable. Eso destruyó su fe en la gente y la llenó de una amargura
poco común y dudas crecientes sobre la sinceridad de sus amigos.
¡Una joven normal! ¡Jeremy se había casado con una joven normal procedente
de un hogar que también lo era! Lo único que le había atraído hacia Theresa Ashton-
Smythe fue el dinero, era la hija del rico Philip Ashton-Smythe. Este era el hecho
estremecedor al que tuvo que enfrentarse Tessa y que aún recordaba.
Inesperadamente, Tessa pudo dormir bien esa noche. Ver de nuevo a Jeremy no
había sido una experiencia tan penosa, sólo le trajo recuerdos que ya no la herían,
pero que sí le despertaban el deseo de ser aceptada y amada por sí misma.
A la mañana siguiente, al reunirse con su madre, para desayunar, encontró el
periódico junto a su plato. Sin prestarle atención se sirvió un vaso de zumo de
naranja y untó mantequilla en un trozo de pan tostado.
—Las críticas sobre tu actuación son muy elogiosas —señaló con entusiasmo
Sheila.
—¿Ah, sí?

Nº Páginas 6-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿No vas a leer lo que dicen?


—Quizá más tarde.
Podía recordar otra ocasión, en que su madre no había estado tan ansiosa de
que viera el periódico. En primera página en letras grandes, estaban las palabras:
Cancelada boda de sociedad. Había una fotografía de Jeremy y ella, hecha sólo una
semana antes de su supuesta boda, cuando llegaban al teatro. El artículo que
acompañaba a la fotografía comenzaba: Ha sido cancelada la boda del año entre Theresa
Ashton-Smythe y Jeremy Fletcher. Aún no se conoce la razón del rompimiento de este
romance que ha recibido tanta publicidad, pero se sabe que el señor Fletcher abandonó la
ciudad hace dos días.
El artículo ocupaba dos columnas.
—¿Te perturbó mucho el ver a Jeremy de nuevo? —le preguntó su madre
interrumpiendo sus pensamientos.
—No —contestó Tessa frunciendo el entrecejo—. Fue una sorpresa.
—Que te ha vuelto a traer recuerdos pocos felices.
—Mamá, desde hace algún tiempo me di cuenta de que en realidad nunca amé
a Jeremy. Estaba enamorada del amor, y por suerte se evitó un matrimonio que
hubiera sido desastroso.
—Anoche parecías tan perturbada.
—Era normal después de encontrarme cara a cara con la persona que ha dado
un golpe tan fuerte a mi orgullo —sonrió.
—Me alegra mucho saber que el encontrarte con él no te haya abierto viejas
heridas.
Tessa se rió por la preocupación de su madre y no se habló más sobre el asunto.
Poco después su padre se reunió con ellas para el desayuno y leyó las críticas sobre
Tessa, mientras comía sus acostumbrados huevos con tocino.
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó, mirando su plato y sirviéndose una
taza de café.
—Por supuesto que no daré otro concierto. ¡Estoy extenuada! —protestó Tessa.
—¿Por qué no haces un viaje en crucero o algo parecido? —sugirió Sheila.
—No sé, no tengo ganas de ir a ningún sitio en concreto —dijo Tessa.
—Un viaje al extranjero te ayudaría a recuperar tu vitalidad —sugirió Philip—.
¿Por qué no haces un viaje en barco, pasas unos días en Europa y después regresas
en avión?
—El año pasado estuve en Europa —le recordó la joven, comenzando a
sospechar.
—Puedes ir a cualquier otro lugar que te guste —insistió Philip.
—¿Estáis tratando de deshaceros de mí?

Nº Páginas 7-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Se produjo un silencio seguido por una risa tímida. Sheila le extendió una mano
por encima de la mesa.
—No queremos deshacernos de ti, pero pensamos que te iría muy bien salir de
Johannesburgo durante un tiempo. Quizá al interior del país, donde puedas relajarte
a gusto.
Tessa tuvo que reconocer que el irse un tiempo resultaba tentador. Y si fuera
algún lugar donde nadie la conociera, mucho mejor, donde fuera aceptada como una
persona normal.
¡Una joven normal! «¡Eso es!», pensó, y su mente comenzó a idear un plan. Se
levantó con rapidez y le dio un beso en la mejilla a su padre.
—Has tenido una idea maravillosa y voy a comenzar a hacer los preparativos
de inmediato.
Abandonó a toda prisa el comedor y subió por la escalera hasta su habitación,
mientras sus padres la miraban asombrados.
Ese mismo día Tessa se fue de compras. Necesitaba ropa, pero nada
complicado. Si iba a convertirse en una joven normal, su vestuario tendría que ir de
acuerdo con su nueva posición y desde luego, no podría ponerse tos vestidos que
tenía en su armario. Al entrar en su casa cargada de paquetes, con un pañuelo en su
cabeza cubriendo el resultado de la visita al peluquero, pudo ver la mirada de
asombro de su madre. Pensó que aquello iba a ser divertido. Se apresuró en ir a su
habitación para abrir los paquetes.
Había media docena de vestidos de sport, y uno de noche de gasa, para
ocasiones especiales, varios pares de pantalones con playeras a juego, una blusa de
seda que no pudo evitar comprar, una chaqueta y dos suéteres amplios. El único
artículo de lujo que conservaría sería su Porsche y, por supuesto, su talonario de
cheques, como una medida de precaución. Por la mañana había retirado una
cantidad de dinero que le permitiría vivir durante un mes o más de acuerdo con las
circunstancias.
Del armario del pasillo de su casa, sacó las dos maletas más viejas que tenían. El
estado en el que se encontraban le añadiría el toque final a su nueva imagen.
Excitada, preparó sus maletas, hacía mucho tiempo que no se sentía tan libre y feliz.
Este viaje suponía una verdadera aventura para ella.
Lo único que no compró fueron zapatos, porque tenía suficientes, y bastante
cómodos para llevarse. Canturreaba, moviéndose por toda la habitación, absorta por
completo en su tarea. Decidió que esa misma noche les daría a sus padres la noticia.
Se puso uno de los vestidos que se había comprado. Ya casi era la hora de la cena y lo
mejor sería enfrentarse a sus padres con su nuevo disfraz, para informarles de lo que
pensaba hacer. Se maquilló y después, frente al espejo, se observó con curiosidad,
preguntándose si daría resultado todo su plan.
Había ido a que le cortaran el pelo, se lo dejaron bastante corto y le quedaba
rizado alrededor de su cara, estaba segura de que no le gustaría a sus padres. Los
periodistas siempre se habían referido a su fascinante belleza, pero con este vestido

Nº Páginas 8-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

dejaba mucho que desear, podría ser cualquier joven de su misma edad. Para
completar su disfraz, se quitó los anillos y reemplazó su reloj de pulsera por uno más
barato.
Sonriente, se miraba en el espejo. Con el pelo corto y casi sin maquillaje, nadie
podría adivinar que fuera Theresa Ashton-Smythe, al menos, era lo que esperaba.
Cuando anunciaron la cena, Tessa tardó unos minutos en presentarse. Quería
que estuvieran sus padres allí cuando ella llegara y su reacción le indicaría si sus
esfuerzos habían sido vanos o no.
Cuando entró, Philip y Sheila estaban sentados a la mesa. Él se levantó de su
asiento, con una expresión interrogante y Sheila observó absorta a su hija.
—Buenas noches a todos —dijo Tessa, extendiendo sus brazos y haciendo una
pequeña reverencia—. ¡Les presento a mi nueva personalidad, Tessa Smith!
Philip se sentó.
—¡Tessa! ¿Qué le has hecho a tu pelo? ¿Y esas ropas?
—¿Qué tal estoy? —les preguntó Tessa, dando vueltas por la habitación—. ¿Me
encontráis diferente?
—¿Diferente? —contestó Sheila confusa y sin aliento—. Si no fueras mi propia
hija, nunca te hubiera reconocido.
—¿Para qué es todo esto? —le preguntó su padre, sirviéndose otro jerez con
manos temblorosas.
Tessa se sentó frente a ellos.
—Observadme bien. ¿Seré reconocida con facilidad? ¿Mamá, qué piensas?
—No a primera vista, aunque por supuesto, si te miran con más detenimiento…
Philip, ¿qué piensas?
—Que quien quiera que haya cortado su cabello hizo un desastre. ¿Para qué es
todo esto, Tessa?
—Voy a tomar las vacaciones que mamá y tú me sugeristeis. Me iré tan lejos de
Johannesburgo como sea posible. Viajaré por el interior del país, veré todo lo que
pueda, como la simple y sencilla Tessa Smith. ¿Crees que podré pasar sin que me
reconozcan?
—No veo ninguna razón por la que no pueda ser así —dijo al fin Philip,
sirviéndose algo de comer—. ¿Cuál es la razón por la que te has disfrazado?
—Padre, no quiero correr riesgos y no deseo que me traten como a una
porcelana de Dresde. Quiero mezclarme con la gente normal y ser tratada como tal.
Esta es la razón del nombre inventado, o parcialmente inventado, de Tessa Smith.
—¿Dónde piensas ir? ¿Estarás segura viajando sola? —preguntó Sheila,
preocupada.
—Mamá, tengo veintidós años, tendré cuidado y en cuanto a dónde iré…
todavía no lo sé. De vez en cuando os escribiré una tarjeta.

Nº Páginas 9-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Cuándo piensas iniciar este viaje? —le preguntó su padre.


—Mañana al amanecer.
—¿Qué sucederá si te reconocen?
—Me iré a otro lugar, aunque no creo que me reconozcan. Después de todo,
nadie esperará verme en los lugares a donde pienso ir.
—Te deseo suerte, Tessa Smith, vas a necesitarla. Sabes, no es fácil fingir que
uno es otra persona —añadió el padre.
—Lo sé.

Si Philip y Sheila estaban preocupados por su hija, no lo demostraron cuando la


despidieron a la mañana siguiente. Tessa suspiró aliviada al salir de la ciudad y
encontrarse por fin en el campo. Pisó el acelerador y sonrió. Le encantaba conducir
su Porsche, había sido un regalo de cumpleaños de su padre, y nunca se había
emocionado tanto por un regalo como por éste, a pesar del miedo de su madre a que
tuviera un accidente.
Tessa se dirigía hacia Natal donde el invierno sudafricano sería más tolerable,
pero no porque los meses de invierno en Johannesburgo fueran rigurosos ya que los
días eran bastante cálidos a pesar de las temperaturas congelantes de la noche. En los
meses de junio y julio la mayoría de la gente se iba a la costa de Natal donde el
invierno parecía ser más suave y el paisaje era más exuberante. Tessa no pensaba
visitar los acostumbrados lugares de veraneo, sino que había decidido ir a pueblos
menos conocidos donde hubiera paz y tranquilidad.
Tessa se detuvo para comer y aprovechó para que le llenaran el depósito de
gasolina. Era un viaje en el que no se dirigía a un lugar determinado, y no sabía
dónde pasaría la noche. Por lo general, ella no era una persona desordenada, sin
embargo odiaba planear por adelantado hasta el último detalle. Jeremy era muy
diferente, siempre tenía que planear todo para el mañana, aunque después le saliera
mal. Tessa prefería aceptar cada día tal como llegara; era más emocionante. Sin darse
cuenta, su imaginación le había traído el recuerdo de Jeremy. Conscientemente, trató
de pensar en otras cosas.
Por la tarde, abandonó la carretera y pasó a otra; la única razón por la que se
cambió fue por probar a ver si la conducía a algún lugar interesante.
Al atardecer llegó a un pequeño pueblo que parecía abandonado y no tuvo
dificultad en conseguir una habitación para esa noche en un hotel pequeño, pero
limpio. Después de estacionar el coche, subió a su habitación, se bañó y se cambió de
ropa para ir a cenar. Su compañera de mesa era una joven que daba clases en la
escuela primaria local y Tessa, que hubiera preferido cenar sola, pasó unos
momentos de tensión con su compañía, hasta que comprendió que la joven no la
conocía.

Nº Páginas 10-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Está usted de vacaciones? —preguntó la compañera de Tessa con la


intención de iniciar la conversación.
—Sí.
—Veo que viene de Johannesburgo —continuó la joven sin molestarse por la
actitud distante de Tessa—. ¿Vive con sus padres o en un apartamento?
—Tengo un apartamento —contestó con rapidez. En realidad no era una
mentira total, puesto que sus habitaciones en la mansión de sus padres, ocupaban
tanto espacio como un apartamento. Ella tenía su dormitorio, cuarto de baño y cuarto
de estar en el ala este de la casa, aunque convivían juntos, como cualquier familia
normal.
—¿En Hillbrow? —preguntó la joven con ojos muy abiertos.
—No, no en Hillbrow —Tessa tuvo que reír—. Es evidente que ha oído historias
sobre la vida en Johannesburgo y en particular en Hillbrow.
La joven dejó el cuchillo y el tenedor y se inclinó sobre la mesa.
—¿Cómo es Hillbrow en realidad? ¿La vida es allí tan desenfrenada como
dicen?
Tessa observó a la muchacha y tuvo que sonreír.
—Yo diría que Hillbrow es el área de mayor población de Johannesburgo y en
cuanto a ser desenfrenada… Es un área muy cosmopolita y no sería exacto decir que
la vida allí sea desenfrenada.
—¿Va usted con frecuencia?
—No, con frecuencia no —y como para darle a entender que la charla debía
terminar, Tessa se concentró en su comida. No estaba de humor para conversaciones
largas, no aún. Y era evidente que esta joven se hallaba deseosa de charlar con
alguien de su misma edad. Lo sintió por ella, pero en esos momentos no deseaba su
compañía.
A la mañana siguiente, Tessa vio a la joven maestra durante breves momentos
en el desayuno y se alegró de haber dormido hasta bastante tarde.
—Que disfrute sus vacaciones —le dijo la joven, recogiendo sus libros—, y
cuando esté recostada en la playa acuérdese de mí, que estaré luchando en el aula.
La maestra supuso que Tessa iría hacia la costa y ella no la contradijo cuando se
despidieron. En los pueblos a lo largo de la costa, habría periódicos y reporteros y
eso era algo que Tessa quería evitar. No estaba segura de que su disfraz fuera tan
bueno y se sentía atemorizada ante la idea de ser descubierta.
Ese día condujo despacio, no tenía prisa, ni destino específico dónde tuviera
que llegar a una determinada hora. Ya era más bien tarde cuando se dio cuenta de
que viajaba por un camino sinuoso, entre plantaciones de caña de azúcar. Tenía que
llegar pronto a un pueblo, de lo contrario tendría que conducir en la oscuridad, cosa
que quería evitar. Salió de la carretera y se detuvo para consultar el mapa. Con
horror descubrió que no tenía la menor idea de dónde se encontraba. Había estado

Nº Páginas 11-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

conduciendo sin ni siquiera fijarse en los indicadores, si es que éstos existían, y ahora
se hallaba perdida.
Se regañó, dejando caer el mapa en el asiento trasero. Decidió que tenía que
dirigirse a la granja más cercana y preguntar por alguna dirección, no podía hacer
otra cosa.
Cinco kilómetros más adelante, en la carretera, encontró un camino vecinal que
salía hacia la derecha. Se dirigió hacia una granja. En la entrada, había un letrero en
el que se podía leer: M.D. Craig y lo único que se le ocurrió a Tessa fue rezar porque
M.D. Craig, no pensara que ella era una tonta. Tessa observó que habían cortado toda
la caña de azúcar a ambos lados del camino. Al conducir despacio, aumentó el calor
en el interior del coche y comenzó a sudar. Tendría que aguantar esta incomodidad
durante un tiempo, hasta que obtuviera la información necesaria para continuar su
viaje.
La casa era distinta a las casas estilo colonial que había encontrado a lo largo del
camino, ésta era baja, alargada y moderna, construida sobre una loma, y estaba
rodeada de jardines y de una naturaleza exuberante. Los prados eran verdes y entre
las rocas crecían plantas. El jardín estaba compuesto en su mayor parte de arbustos,
que indicaban que necesitarían muy poca atención. Sin embargo, era agradable a la
vista.
Tessa dudó un momento, ¿cómo la recibirían? Pensó con ironía que el que
duda, está perdido, y ella estaba bien perdida. Peor aún, el sol desaparecía con
rapidez. Aceleró y momentos después el coche estaba estacionado frente a la entrada
principal de la casa pintada de blanco, con la fachada cubierta de hiedra.
Iba a bajarse del coche cuando observó que alguien se dirigía hacia ella. Era uno
de los hombres más sorprendentes que había visto. Alto y de hombros anchos, estaba
vestido con pantalones de trabajo ajustados y una camisa roja. Su pelo era claro y su
piel, bronceada. Era evidente que tenía prisa, puesto que se acercó decidido al coche
y abrió la puerta para ayudarla a salir. Tessa observó un par de relucientes ojos
verdes y se quedó sin voz mientras la conducía hacia la casa sin hablar una sola
palabra. Este hombre, se encontraba de pésimo humor y Tessa, extrañada de su
propio silencio y de las sensaciones inquietantes que le ocasionaba el contacto de su
mano por debajo del codo, se dejó llevar en silencio por un patio y cruzar las puertas
para llegar al vestíbulo de entrada, decorado con un aire muy moderno.
Ya en la puerta, se detuvo un momento y Tessa recuperó la voz.
—Creo que… —comenzó vacilante y fue interrumpida bruscamente.—Mi
madre contestará con mucho gusto a todas sus preguntas. Yo no tengo tiempo ni
deseo hacerlo —y dicho esto abrió la puerta y de nuevo la condujo hacia adelante.

Nº Páginas 12-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 2
En un sillón junto a la ventana, desde la cual se podía contemplar el jardín,
estaba sentada una mujer de edad avanzada, con su pelo gris peinado hacia atrás y
recogido en un moño en la parte trasera de su cabeza. Su pierna estaba escayolada y
extendida, y tenía el pie sobre un pequeño taburete de piel. Tessa se hallaba frente a
una mirada sorprendida y sintió que su corazón se aceleraba. Su decisión de
detenerse y preguntar dónde se encontraba, se estaba convirtiendo en algo alarmante
e incomprensible.
—Mamá, ha llegado la señorita Emmerson —dijo el hombre a su lado, con voz
profunda y bien modulada—. Te dejaré que le expliques los detalles.
—¡No es posible! —exclamó sorprendida la anciana, que examinaba la
apariencia de Tessa, desde su pelo oscuro hasta sus cómodos zapatos de piel,
regresando después a sus asombrados ojos azules—. Acabo de hablar por teléfono
con la señorita Emmerson. Me dijo que no le sería posible aceptar este trabajo como
ama de llaves, debido a que su propia madre estaba muy enferma.
—¿Entonces, quién es usted? —preguntó el hombre volviéndose hacia Tessa,
tan furioso, que involuntariamente ella retrocedió un paso.
—Yo soy Tessa Smith.
Miró a la mujer en la silla y estaba a punto de comenzar a explicar el por qué
estaba allí cuando vio una sonrisa muy peculiar oculta en los ojos de la mujer que se
encontraba frente a ella.
—Usted debe ser la sustituta de la señorita Emerson —aclaró la señora y Tessa
se sintió desconcertada, ¿Qué estaba sucediendo? Ella tan sólo quería preguntar una
dirección y la habían confundido con la sustituta.
—Usted es la sustituta, ¿no es así?
Tessa observó los ojos verdes similares a los del hombre parado a su lado y fue
como si le enviaran un mensaje de súplica. Antes de que pudiera evitarlo había
respondido de forma afirmativa.
—Bien, las dejaré solas para que arreglen los preliminares.
Sin decir otra palabra abandonó la habitación y dejó solas a las los mujeres.
Tessa se detuvo un momento y observó alrededor de ella. El mobiliario era moderno
y cómodo, y las pinturas que había colgadas en las paredes eran genuinas.
Su rápida mirada no dejó de observar el piano vertical que se encontraba al otro
extremo de la habitación y se preguntó con curiosidad si no era más que un adorno.
—Pensará que todos nos hemos vuelto locos —una voz interrumpió sus
pensamientos y una vez más Tessa miró a la mujer frente a ella. Una sonrisa curvaba
sus labios e iluminaba sus ojos con un verde brillante.
—Admito que ese pensamiento ha cruzado por mi mente —contestó Tessa
devolviendo la sonrisa—. Me temo que no soy la persona que parecen esperar. No

Nº Páginas 13-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

soy la señorita enviada como sustituta de la que usted contrató, lo único que yo
quería era preguntar una dirección. Estoy de vacaciones y me he perdido.
La mujer asintió con la cabeza, entrelazando las manos en su regazo.
—Puedo decirle dónde se encuentra: en el centro de la zona azucarera, a unos
treinta kilómetros de un pueblo llamado Idwala, que es el nombre zulú para una roca
grande. Se encuentra al pie de una loma que tiene la apariencia de una gran roca, y
de ahí su nombre.
—Muchas gracias —suspiró aliviada, poniéndose de pie para retirarse—.
Lamento haberla molestado y ahora que sé dónde estoy seguiré mi camino.
—Un momento. ¿No olvida algo?
—No lo creo —Tessa se volvió con lentitud.
—Usted aceptó, delante de mi hijo Mattew, ser la sustituta de la señorita
Emmerson, que por desgracia, no pudo venir.
Tessa sonrió.
—Eso no era más que una broma.
—Yo hablaba en serio.
De repente el silencio reinó en la habitación. Tessa pensaba que era algo
ridículo. No tenía intención de trabajar como ama de llaves, ni ser acompañante de
nadie, ni siquiera de esta mujer con mirada dulce, incapacitada por la escayola en su
pierna.
—Señora… —balbuceó aturdida.
—Craig. Ethel Craig y fue mi hijo Matthew quien la trajo aquí, de forma tan
poco amable.
Tessa pasó por alto la última parte y se apresuró a contestarle:
—Señora Craig, no es posible que yo me quede aquí como ama de llaves y
acompañante.
—¿Por qué no?
—Pero… pero yo no soy… —casi no podía hablar.
—Sí, ya lo sé, no está preparada para este tipo de trabajo, pero usted me agrada
y creo que encontrará que tenemos mucho en común. La preferiría antes de
cualquiera que eligiera Matthew.
—¡Usted no me conoce! —protestó con desesperación. ¿Cómo podría escaparse
de esta situación? Esta mujer parecía estarle cerrando toda vía de escape y, en lugar
de enfurecerse, Tessa comprendía que cada segundo que pasaba le agradaba más la
señora Craig.
—Quizá debiera explicarle —comenzó con calma Ethel Craig—. La semana
pasada hice una cosa muy tonta. Me caí de la escalera, en la despensa, y me rompí
una pierna. Después de esto, Matthew decidió que debería contratar a alguien que
me ayudara en la casa, así como también en mis necesidades personales, y

Nº Páginas 14-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

acompañarme durante el tiempo que permanezca encadenada a una silla. Si cuando


usted llegó, mi hijo fue brusco, es porque odia la idea de tener extraños en casa,
aunque por el momento lo ha considerado como un mal necesario. Cuando la
señorita Emmerson llamó para decir que no podía venir, me estremecí al pensar con
quién la podría reemplazar Matthew —se inclinó hacia adelante—. Verá, es que lo
que conocí de ella no me agradó mucho. Sin embargo, no había hecho más que colgar
el auricular cuando llegó usted y Matthew, pensando que era la señorita Emmerson,
la acompañó hasta aquí —su mirada recorrió a Tessa desde la cabeza a los pies—. Me
agrada —le dijo con franqueza—. Y creo que podría soportar tenerla conmigo todo el
día. ¿No se quedaría? Le pagaré bien.
Ethel Craig mencionó una cantidad que hizo que los ojos de Tessa se abrieran
sorprendidos, comprendiendo que cualquier joven normal no lo pensaría dos veces
para aceptar la oferta. Tessa se estremeció. ¿No era esto lo que ella estaba tratando de
ser, nada más que una joven normal? Se controló por un momento mientras vacilaba
a punto de aceptar. Había planeado unas vacaciones viajando, no unas vacaciones de
trabajo, y sin embargo… ¿por qué no? Podría ser divertido y por lo menos sería
diferente, a pesar de la desaprobación que había observado en los ojos de Matthew
Craig.
—Señora Craig —comenzó despacio Tessa, eligiendo con cuidado sus
palabras—, no tengo ninguna experiencia para este trabajo que me está ofreciendo.
—¿Sabe cocinar? —la miró atenta.
—Sí, pero…
—Entonces estamos de acuerdo —Ethel Craig hizo sonar la campana que estaba
al lado de su silla y poco después se abrió la puerta entrando una joven sirvienta
zulú con un uniforme verde y un delantal blanco almidonado—. ¿Quiere usted llevar
las maletas de la señorita Smith hasta la habitación que le hemos preparado?
Tessa, sorprendida por su propia reacción, evitando contradecir a esta mujer, se
dio la vuelta para seguir a la sirvienta.
—¡Señorita Smith! —Tessa se volvió con rapidez, a la expectativa—. Ni una
palabra a nadie sobre nuestra conversación. Usted llegó aquí como la sustituta de la
señorita Emmerson. Sobre todo, Matthew no debe saber la verdad.
—Lo recordaré, señora Craig.
—Y regrese conmigo una vez que se haya instalado.
Tessa sonrió y asintió con la cabeza. Más tarde, una vez que había deshecho sus
maletas, la joven se observó en el espejo. Se preguntaba si se habría vuelto loca, y no
sabía porqué se había comprometido.
Movió la cabeza y pensó qué imaginarían sus padres de todo esto. ¿Qué
sucedería si los Craig supieran quién era? ¿Y qué pasaría si Matthew descubriera que
no era la sustituta de la señorita Emmerson, además de otra persona y no Tessa
Smith como les había dicho? Se estremeció al observar lo que la rodeaba. No había
nada extraordinario en la habitación que le habían dado. El suelo estaba cubierto por
una alfombra de color rosa y las cortinas y sobrecama tenían un color que hacía

Nº Páginas 15-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

juego. El armario y la cómoda eran de madera oscura sólida al igual que el tocador
con sus grandes espejos. La cama era sencilla con una cabecera acolchada y junto a
ella había una pequeña mesilla con una lámpara para leer. La habitación mostraba
una sencillez que la hacía acogedora.
Tessa se dirigió por el pasillo, al baño que la sirvienta le había indicado, y se
lavó la cara y las manos antes de regresar a su habitación para cambiarse de ropa. El
sol ya se había puesto pero aún hacía calor, por lo que se puso un vestido de
algodón, y se retocó el maquillaje antes de regresar al salón, donde la esperaba la
señora Craig.
—¡Ah, ya está aquí! —dijo sonriendo mientras le señalaba la silla que estaba
junto a la suya—. Por favor, siéntese y charlemos.
Tessa se sentó con cuidado en el borde de la silla, preocupada por lo que
vendría a continuación. Ethel Craig la estudió durante varios minutos en silencio
antes de sonreír. La joven se sintió incómoda bajo su escrutinio, aunque no le
disgustó.
—Señorita Smith… este… ¿cuál dijo usted que era su nombre?
—Tessa.
—Sí… Tessa —la miró interrogante—. ¿De dónde es usted?
—De Johannesburgo, ¿por qué?
—Sólo tenía curiosidad —Ethel se encogió de hombros.
Nerviosa, Tessa se mordió los labios.
—Señora Craig, está usted corriendo un gran riesgo al darme este empleo.
¿Cómo sabe que no soy una persona desagradable?
Surgió esa sonrisa peculiar que iluminaba sus ojos.
—Tessa, usted tiene una voz refinada que es agradable al oído y que también
me dice que ha tenido una buena educación. Además lleva una gran pena en su
corazón que se le refleja en los ojos.
Esta mujer era mucho más astuta de lo que hubiera podido pensar Tessa y no
iba a resultar fácil engañarla. De pronto esta aventura se había convertido en un reto
para Tessa y a pesar de sus recelos, intentaría llevarla a cabo.
—¿No quiere decirme qué le ha causado su desdicha? —le preguntó la anciana.
Tessa desvió su mirada y juntó las manos con fuerza.
—Si no le molesta, preferiría no hacerlo.
—¿Quizá me lo dirá algún día cuando la pena no sea tan fuerte?
—Quizá —aceptó Tessa—. ¿Durante cuánto tiempo necesitará mis servicios?
—Pienso que por unas seis semanas, hasta que sea capaz de moverme sin
ayuda.

Nº Páginas 16-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Durante varios minutos discutieron sobre el trabajo que había aceptado Tessa y
después la señora Craig le contó algo sobre su vida.
—Mi esposo murió hace varios años y desde entonces Matthew se ha ocupado
de la granja. Tengo dos hijos, Matthew tiene treinta años, es el mayor, después está
Barry que es seis años más joven. Ambos se encuentran aquí en la granja, aunque a
Barry no le agrada mucho la idea de permanecer con nosotros. Él preferiría ir a la
ciudad, pero Matthew ha decidido que se quede. Ya debe haber adivinado usted que
lo que dice Matthew es la ley —la señora Craig se rió—; él es una persona sensible, al
igual que lo era su padre y sabe lo que es bueno para todos nosotros.
—¿No se producen enfrentamientos entre los hermanos? Parece que Barry ya
tiene la edad y la libertad suficientes para tomar sus propias decisiones y sin
embargo, le permite a Matthew dirigir su vida.
—De vez en cuando tienen alguna discusión, pero Barry es bondadoso y no tan
dominante como su hermano. También es más bien descuidado y un poco testarudo
como yo. Matthew piensa que mientras Barry no sea capaz de comportarse
sensatamente, debe permanecer en la granja, donde él le pueda vigilar.
—¿No puede usted moverse?
—Tengo una silla de ruedas —la anciana la señaló, estaba escondida en un
rincón de la habitación—. Puedo moverme bastante bien en ella; si usted me ayuda,
le puedo enseñar la casa.
—¿No protestará su hijo?
—Matthew no dirá nada y no permita usted que la asuste o que la intimide —le
advirtió en broma la señora.
Tessa se acercó donde estaba sentada la anciana, llevando la silla de ruedas y la
ayudó a pasarse a la misma. La mujer era de complexión delgada y Tessa no tuvo
ninguna dificultad para ayudarla. Fue empujando la silla a lo largo del pasillo, y de
este modo Ethel le enseñó toda la casa, hasta que llegaron a la cocina. Al ver la
anticuada cocina de carbón Tessa se quedó sorprendida.
—¿Es en esto donde usted cocina? —tartamudeó con los ojos fijos en aquel
objeto.
—Sí, en realidad es muy sencillo —la señora comenzó a explicarle los detalles
de cómo cocinar allí. A Tessa le pareció una forma bastante primitiva.
—¿Debo comenzar a cocinar esta misma noche? —preguntó preocupada.
—Cuanto antes se adapte usted a todo será mejor. Daisy —señaló la joven
sirvienta zulú que pelaba patatas—, le explicará todo lo que necesite saber.
Tessa la miró desconfiada.
—Señora Craig, ¿se da cuenta de lo que ha hecho?
—¡Joven, acompáñeme al salón y comience a trabajar!

Nº Páginas 17-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Y Tessa comenzó a trabajar. Cuando la cena estuvo lista para servir, Daisy
suspiró aliviada. Tessa tenía una mancha negra en la frente, su nariz brillaba y las
mejillas estaban sonrojadas de agacharse sobre la estufa caliente. Se sentía incómoda.
—¡Hola!, ¿qué tal por aquí?
Tessa se dio la vuelta con rapidez y vio a un joven parado en la puerta exterior.
Tenía el pelo castaño oscuro y sus ojos grises sonrientes la estaban estudiando con un
interés no disimulado.
—¿No me diga que usted es la señorita Emmerson que todos temíamos
conocer? —preguntó, caminando hacia ella.
—Soy su sustituta —mintió, cruzando los dedos.
—Permítame que le dé la bienvenida a nuestra humilde morada, señorita…
—Smith —contestó con calma Tessa.
—¿Smith? —sus ojos se abrieron sonrientes—. ¿Y su nombre?
—Tessa.
—Tessa —repitió—. Me gusta, ¿puedo llamarle Tessa?
—Puede hacerlo —contestó, sin saber bien cómo reaccionar ante este recién
llegado.
El joven se inclinó de forma melodramática.
—Señorita Tessa Smith, yo soy Barry Craig, me pongo a su disposición y puedo
decirle que confío en que su estancia será agradable para todos. Por mi parte estoy
encantado de que la señorita Emmerson no pudiera venir.
Una sonrisa fugaz recorrió los labios de Tessa.
—¿Debo tomarlo como un cumplido, o tiene la costumbre de alabar a todas las
mujeres que conoce?
Cruzó sus manos sobre el corazón y fingió una expresión ofendida.
—Le aseguro que me trata injustamente.
—No lo sé —estaba excitada, pensando que, por primera vez, la notaban como
a una joven normal.
—¿Cuándo tiene usted la tarde libre?
—Señor Craig, acabo de llegar —protestó riéndose.
—¿Representa eso alguna diferencia? Y a propósito, mi nombre es Harry.
—Estoy al servicio de su madre —dijo sin vacilar y en ese momento se abrió la
puerta y entró Matthew, no había duda sobre la expresión amenazadora en su cara.
Barry miró a su hermano y murmurando algo abandonó con rapidez la cocina.
Tessa se enfrentó a Matthew, con la sensación de que había hecho algo mal. Su nariz
recta, los labios firmes y la mandíbula cuadrada indicaban fuerza y al mismo tiempo
desaprobación.

Nº Páginas 18-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Tessa tuvo que admitir que se trataba de un hombre muy atractivo, y que su
presencia tenía un efecto peculiar sobre sus nervios.
—Señorita… Smith —comenzó Matthew en un tono amenazador—, a usted se
le ha contratado como ama de llaves y acompañante de mi madre y no para distraer
a mi hermano.
—Señor Craig…
—Le agradeceré que en el futuro recuerde su puesto en esta casa —le dijo
cortando sus palabras con brusquedad y sin volver a mirarla salió de la cocina.
Tessa no soportaba que la hablaran en ese tono, sintió que la cólera la invadía,
pero se controló con rapidez. Un nuevo sentimiento de desamparo la sobrecogió al
recordar su nueva posición. Ahora no era más que una empleada y eso era algo que
debería recordar, tal como le había dicho Matthew y aunque lo comprendió, no pudo
hacer desaparecer su enfado. Él se creía un ser superior ¡y ella le odiaba!
A pesar de la insistencia de la anciana para que Tessa se reuniera con ellos en el
comedor a la hora de la cena, la joven se empeñó en comer en la cocina. Matthew le
había dado instrucciones de recordar su lugar y ¡ella no lo olvidaría! Él tenía la
facultad de enfadarla y en un momento de ira pudiera sentir la tentación de revelarle
su verdadera identidad y eso era algo que deseaba evitar a toda costa. Cuanto menos
viera a Matthew sería mejor, aunque comprendía que le iba a resultar difícil si tenían
que vivir bajo el mismo techo.
Aquella noche, después de la cena, Tessa ayudó a la señora Craig a prepararse
para ir a la cama. Era una tarea nueva y agradable para la muchacha, pues por
primera vez, en su vida sentía que estaba haciendo algo útil. Cuando Ethel
descansaba cómoda sobre las almohadas, Tessa se volvió para abandonar la
habitación.
—No se vaya aún, quédese un rato más y hable conmigo.
—Pensé que usted querría leer.
—Tengo todo el día para leer si lo deseo, quédese y hablemos, o me volveré loca
de aburrimiento.
Tessa se sentó en una silla junto a la cama y le sonrió con simpatía a la señora.
—Temo que como compañía le resultaré un fracaso. No soy muy conversadora,
no tengo práctica.
—Tessa, por lo menos es usted sincera y original —dijo riéndose—. Seguro que
querrá hacerme preguntas, ¿por qué no comenzamos nuestra charla de esta noche
con ellas?
Tessa apretó las manos sobre su regazo.
—¿No pensará usted que soy curiosa?
—Mi querida Tessa —suspiró Ethel enfadada ——. Le estoy dando la
oportunidad de hacerme preguntas, ¿no es así?
La joven asintió con la cabeza y sintiéndose con más libertad, le preguntó:

Nº Páginas 19-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Cuántos años hace que vive en esta granja? —era una pregunta bastante
tonta, pero no se le ocurrió otra cosa en ese momento.
—Hace treinta y cuatro años. Casi he pasado aquí una vida.
Tessa la miró asombrada, observando los alrededores con interés.
—Esta no es una casa antigua —dijo en voz baja.
—Tiene razón, ésta no es una casa antigua. Hace cuatro años la caña se incendió
y el viento atrajo el fuego hasta la casa y… —hizo un gesto muy expresivo con sus
manos—, la casa se quemó por completo.
—¿Hay incendios con frecuencia en los cañaverales?
—No con frecuencia, pero en algunas ocasiones sí.
Tessa pudo oír la voz fuerte de Matthew en algún lugar de la casa y al momento
sus nervios se pusieron en tensión.
—¿Le desagrada mucho a su hijo la idea de tener a alguien como yo en su casa?
—Él aborrece la idea, pero como dije antes, la considera un mal necesario —por
un momento miró con detenimiento a Tessa—. No permita que su actitud la moleste,
con el tiempo él se acostumbrará a usted.
—¿Quién se acostumbrará con el tiempo a qué idea? —preguntó una voz desde
la puerta y Tessa se levantó de su silla como si la hubieran pinchado.
Matthew entró en la habitación. Tessa estaba muy inquieta. Él se había
cambiado los pantalones de trabajo y la camisa roja, por unos pantalones de franela
color crema y una camisa verde oscuro, que hacía juego con sus ojos… que parecían
estudiar minuciosamente a la muchacha al mirarla.
—Matthew, qué amable de tu parte venir a charlar conmigo —sonrió Ethel,
dando unas palmaditas al lado de la cama—. Siéntate un rato.
—No has contestado a mi pregunta —dijo él, sentándose a su lado y
observando a Tessa que tenía deseos de huir.
—Sólo decía que con el tiempo me acostumbraría a la idea de ser casi una
inválida, durante unas semanas —le contestó la señora sin vacilar.
—Si me disculpan… —murmuró Tessa, dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Señorita Smith!
Tessa se detuvo al instante al oír esa voz autoritaria y se volvió, despacio para
mirarle. No podía pensar en ninguna otra cosa más que en la insistente mirada de
esos ojos verdes sobre su persona y la sangre se acumuló en sus mejillas.
Le parecía un hombre detestable. Era evidente que deseaba hacerla sentirse
incómoda y así era exactamente como se sentía, bajo su intenso escrutinio.
—¿Qué tipo de trabajo ha hecho usted antes de éste? —le preguntó con
brusquedad.

Nº Páginas 20-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Yo… bien, yo… —Tessa se sintió acorralada y en un instante pasó por su


mente su vida de estudiante y pianista como si fuera una acusación—. He actuado un
poco, he trabajado para organizar recepciones y también he hecho algún trabajo de
secretaria —suspiró dando gracias a las organizaciones de caridad de su madre.
—Supongo que tiene referencias —siguió insistiendo en el asunto.
—Yo…
—Por supuesto que las tiene, Matthew —dijo la señora Craig, saliendo en su
defensa—. Ya las he visto y estoy muy satisfecha de que haya aceptado trabajar para
nosotros.
—Aceptaré lo que tú dices madre —respondió con aire pensativo, pero era
evidente que no había terminado aún con Tessa, ya que seguía observándola con una
mirada penetrante—. ¿Siempre tiene dificultades para hablar y termina
tartamudeando?
—No siempre —Tessa se dominó.
—Es evidente que está atemorizada por algo —demostraba con claridad que
había llegado a alguna conclusión—. ¿Tiene algo que ocultar, señorita Smith?
—¡Basta Matthew! ¡Estás yendo demasiado lejos!
—No importa, señora Craig —interrumpió Tessa, sintiendo que aumentaba su
ira por momentos—. No tengo nada que ocultar señor Craig, al menos, nada que le
pueda interesar a usted.
—¿Es que quizá yo la asusto?
—En lo más mínimo.
Matthew permaneció callado, pero sus ojos le dijeron con claridad, que no la
creía. Antes de que pudiera decir algo más. Tessa se dio la vuelta y abandonó la
habitación. Recorrió con rapidez el pasillo y salió al patio para respirar aire fresco y
estar tranquila, pero en su prisa se tropezó con alguien en la oscuridad.
—¡Qué pasa aquí! ¿Dónde es el fuego?
Era Barry y Tessa casi lloró de alivio.
—Lo siento, no le vi en la oscuridad.
—Lo que me sorprende es que no haya chocado contra esas columnas de
piedra, a la velocidad que iba. ¿Por qué tanta prisa? —preguntó burlón.
—Yo… sentí la necesidad de dar un paseo.
—¿Ha estado molestándola Matthew?
—No en particular, ¿por qué?
—Sólo me lo preguntaba —se quedó en silencio por un momento y después la
cogió del brazo—. Si quiere dar un paseo, mejor la acompaño, para evitar que se
pierda.
—¿En el jardín? —Tessa se rió, sintiendo que se iba tranquilizando.

Nº Páginas 21-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Durante la noche, no se distingue bien el final de los jardines, y pudiera


perderse dentro de los cañaverales —durante algunos minutos continuaron el paseo,
Tessa aspiraba el aire perfumado.
—Desde luego que éste es un lugar tranquilo —comentó, rompiendo el silencio.
—Demasiado tranquilo en ocasiones. Algunas veces el silencio es deprimente —
respondió con amargura.
—¿Usted sería capaz de cambiar la paz y la tranquilidad de aquí, por esa prisa
loca de la ciudad?
—Espere hasta que haya pasado aquí un mes más o menos, el silencio y la
monotonía me vuelven loco.
—¿Y usted cree que la vida en la ciudad nunca es monótona?
—¿Con todo lo que hay que ver y todo lo que se puede hacer? Debe estar
bromeando —rió incrédulo.
—¿Qué sucede cuando ya se ha visto y se ha hecho todo?
Continuaron su paseo en silencio mientras Barry pensaba en la pregunta que
ella le acababa de hacer.
—Usted viene de Johannesburgo, por lo que debería poder contestar esa
pregunta por sí misma.
—Señor Craig… —Tessa suspiró, irritada.
—Barry… ¿recuerda?
—Muy bien, Barry —aceptó sonriendo, en la oscuridad—. ¿No será que el
verdadero motivo por el que quiere irse a la ciudad es su deseo de escapar de su
hermano?
—Es usted muy astuta —le dijo sonriendo, mientras su mano le apretaba el
brazo—. Sí, quiero irme. Matthew dice que necesito disciplinarme y hay ocasiones en
las que casi le doy la razón. Estoy cansado de recibir sus órdenes y no me sirve de
nada discutir con él porque en mi interior sé que tiene razón. Matthew es la persona
sensible, fuerte y fiable de nuestra familia —había un pequeño acento de amargura
en su voz—. Siempre sabe lo que es bueno para todos y lo terrible es que
normalmente tiene razón. Puede parecer dominante pero vale la pena hacer caso de
sus consejos. En ocasiones le contradigo nada más que para mostrar que tengo una
mente propia. Después sufro por mi estupidez y por consiguiente aparezco como el
responsable e indisciplinado. Últimamente me he sentido indeciso y desalentado,
quizá sea por eso que la ciudad me resulte tan tentadora.
De nuevo se hizo el silencio entre ellos y Tessa no pudo evitar sentir simpatía
hacia el miembro más joven de la familia Craig. De pronto él se detuvo y se volvió
hacia ella en la oscuridad.
—No sé por qué la he molestado con mis problemas, pero me ha sentado muy
bien charlar con usted, es una oyente maravillosa.

Nº Páginas 22-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Soy una extraña para usted. A veces resulta más fácil conversar con un
desconocido que con alguien de la familia.
—Quizá tenga razón.
La luna apareció detrás de las nubes e iluminó el jardín con su reflejo plateado,
mientras regresaban hacia la casa. La luz de la habitación de la anciana estaba
encendida y Tessa se preguntó si Matthew estaría aún allí con ella y si era así, sobre
qué hablarían. ¿Estaría presionando a su madre para que le diera más información
sobre su nueva ama de llaves? Tessa se estremeció al pensarlo. Dadas las
circunstancias quizá hubiera sido mejor no aceptar la oferta de la señora.
—¿Tiene frío? —le preguntó preocupado Barry, interrumpiendo sus
pensamientos.
—No, son sólo unos pensamientos desagradables. ¿Ha pensado alguna vez en
tener su propia granja en algún otro lugar?
—Ya se lo he sugerido a Matthew, pero no cree que tenga capacidad para ello.
¡Si pudiera convencerle de lo contrario! Matthew y yo heredamos esta granja, y le
sugerí que comprara mi parte para que yo pudiera adquirir mi propia tierra, pero no
quiere oír hablar del asunto.
—¡Eso es ridículo! Tiene que comprender que usted preferiría trabajar por su
cuenta y que sería capaz de tomar sus propias decisiones. Barry exhaló un fuerte
suspiro.
—Lo que sucede es que he cometido tantos errores que él ya no confía en mí.
—Si ya lo sabe, ¿por qué no le demuestra de lo que es capaz?
—No lo sé —se encogió de hombros.
Tessa permaneció en silencio durante un momento, mientras empezaba a
comprender.
—Entonces usted es el único culpable de su situación actual.
—Tiene razón, no puedo culpar a nadie.
—Sin embargo yo comprendo el porqué —murmuró compasiva—. Yo también
reaccionaría contra la dominación.
La risa alegre de Barry se oyó en todo el jardín.
—¡Usted es una joven de mi tipo! Presiento que me va a agradar, Theresa.
El corazón de Tessa dio un vuelco.
—¿Por qué me ha llamado Theresa?
—Tessa es la abreviación de Theresa, ¿no es así?
—Bien… sí, así es —Tessa aspiró con fuerza para controlar los latidos de su
corazón—. Si no le importa, preferiría que me llamara Tessa.
—Muy bien, así será, Tessa —Barry le apretó el brazo.
Para consternación de Tessa se encontraron con Matthew en el patio.

Nº Páginas 23-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Mamá te está esperando para darte las buenas noches —le dijo a Barry.
—Ahora voy —respondió Barry, y se despidió de Tessa.
La joven se dio la vuelta con rapidez para seguirle hacia la casa, pero sintió que
sujetaban su brazo con fuerza.
—Un momento, señorita Smith.
Tessa se detuvo como si la presión de aquella mano la hubiera convertido en
piedra. De nuevo sintió esas sensaciones peculiares que corrían por su brazo bajo su
contacto, pero lo atribuyó a la presión.
—¡Me está haciendo daño!
—Lo siento —la soltó al instante.
Permanecieron en silencio, mientras se miraban uno a otro y en la oscuridad él
parecía demasiado alto. El olor de la loción para después de afeitar se mezclaba con
el del tabaco y Tessa sintió que el perfume la embriagaba. Se estremeció, asustada,
presintiendo el peligro.
—¿Quería usted hablarme sobre algo? —preguntó nerviosa, cuando ya no
pudo soportar por más tiempo el silencio.
—Sí —dejó caer la colilla de su cigarro, y la aplastó con la suela de su zapato—.
Pensé que le había dejado bien claro que su trabajo es con mi madre y no con mi
hermano.
—Sí, señor Craig, usted lo hizo, pero salí a tomar un poco el aire y
prácticamente choqué con su hermano. Insistió en acompañarme y no podía ser
grosera con él —aspiró con fuerza y le miró desafiante—. He sentido un gran placer
con su compañía y si me lo pide, pasearé con él de nuevo.
—Es evidente que usted no desperdicia mucho su tiempo.
—¿A qué se refiere? —ella sabía muy bien lo que estaba insinuando y sólo
consiguió con su pregunta, aumentar su enfado.
—A que se relaciona fácilmente con miembros del sexo opuesto.
—¿Quizá está molesto porque usted y yo no hemos tenido la oportunidad de
conocernos?
Al instante, Tessa lamentó haber dicho esas palabras, la estatura de Matthew
pareció aumentar, y su expresión se volvió aún más fría.
—No necesito conocer a mujeres de su clase —respondió violento.
—¿Y qué clase es ésa? —preguntó Tessa, aumentando su actitud desafiante.
—La clase que vendería su alma por dinero y propiedades. Le prevengo que
tendrá que vérselas conmigo.
Así que Matthew la había clasificado como una explotadora de hombres, pensó
divertida y no pudo contener la risa. ¡Si él supiera!

Nº Páginas 24-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Buenas noches, señor Craig —pudo decirle mientras se retiraba deprisa—.


Que duerma bien.
El juramento que murmuró Matthew llegó a sus oídos, mientras se apresuraba a
llegar a su habitación. Después de cerrar la puerta, su risa cesó para ser reemplazada
por una tristeza inexplicable. Aunque pareciera extraño, le importaba lo que él
pensara de ella. Era ridículo que la opinión de alguien a quien sólo había conocido
brevemente la afectara tanto, y a pesar de sus esfuerzos, no pudo apartarle de sus
pensamientos durante el resto de la noche.

Nº Páginas 25-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 3
Tessa no descansó esa noche repasando los sucesos que la habían llevado a
aceptar un trabajo que más o menos le había sido impuesto. Es su nuevo papel de
Tessa Smith esto le había parecido un reto, sin embargo, le preocupaba pensar si no
llegaría a lamentar en el futuro esta decisión.
Por algún motivo, Matthew sospechaba de ella y sólo podía ser por la forma tan
poco normal en que había llegado. Si de veras hubiera sido la sustituta de la señorita
Emmerson hubiera mostrado más confianza y las referencias necesarias para
confirmar su honorabilidad. En lugar de ello había sido vaga en sus respuestas a las
preguntas y nada profesional. Matthew tal vez pudiera perdonar ese engaño, pero
¿la perdonaría por haber asumido otra identidad?
A las cinco y media de la mañana Tessa ya estaba levantada y vestida.
Intentando no despertar a los demás, se fue a la cocina para encender el fuego con el
fin de preparar café. Quince minutos más tarde aún estaba luchando con la cocina.
Con la paciencia a punto de llegar a su límite, preparó todo de nuevo y encendió otra
cerilla sin éxito, lo único que consiguió fue quemarse los dedos.
—¡Oh, maldición! —exclamó en voz baja, chupándose los dedos.
—¿Tiene problemas?
Tessa se irguió al instante al oír esa voz, su corazón le latía con violencia al ver a
Matthew recostado contra la puerta, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y había
burla en su mirada. Se pasó la punta de la lengua por sus labios secos y admitió su
derrota.
—No puedo encender el fuego.
La mirada de Matthew pareció quemarla y para su disgusto, sintió enrojecer sus
mejillas. ¡Cómo odiaba la autosuficiencia de este hombre!
—Quizá le pueda ayudar —le dijo mientras se le acercaba, pero Tessa no se
engañó, él sentía una inmensa satisfacción ante esta situación que demostraba su
incapacidad y Tessa no podía negar que no había podido encender el fuego. Él
observó la cocina llena de humo y comprendió la situación—. Si abre el regulador del
tiro, el fuego arderá sin problemas. Provoca la corriente necesaria para avivar el
fuego y una vez que ya esté ardiendo, se puede cerrar o dejarlo algo abierto para
regular la temperatura del horno.
—¡Oh! —Tessa se sintió como una tonta al ver cómo lo hacía.
Al final él encendió una cerilla, la cubrió un momento con sus manos y
encendió el fuego. Cuando las llamas se elevaron se enderezó y se le quedó mirando,
divertido por la turbación de la muchacha.
—Es fácil cuando se sabe hacerlo, ¿no le parece?
Tessa contuvo una respuesta desagradable y mantuvo su mirada con firmeza.
Él había dicho lo que quería.

Nº Páginas 26-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Gracias por su ayuda, señor Craig. Siento haberle molestado.


—No fue molestia. Sólo quería estar seguro de que podría tomar algo antes de
irme al campo —contestó indiferente.
Tessa ardía de ira cuando él se volvió para irse, y le miró con odio. Al llegar a la
puerta se detuvo y la miró.
—A propósito, tiene una mancha negra en la nariz —y desapareció por el
pasillo.
Al instante Tessa se llevó la mano a la nariz y al retirarla se vio manchadas las
puntas de sus dedos. No sabía por qué se empeñaba en hacerla sentir como una
tonta, pero lo cierto era que lo conseguía.
Se apresuró a llenar la cafetera y la colocó sobre la cocina. Ahora el fuego ardía
con fuerza y mientras esperaba que hirviera el agua preparó las tazas y buscó el café.
Se preguntaba qué dirían sus padres si la pudieran ver en ese momento. Desde luego
que su madre estaría preocupada y molesta, mientras que su padre lo tomaría todo
como una broma pesada. Tendría que escribirles pronto y darles la dirección, para
que no pensaran que aún estaba dando vueltas por el interior del país. Se rió. Desde
luego que ella no había previsto esta parte de su viaje y nunca imaginó que
terminaría encontrándose empleada sin ni siquiera haberlo solicitado.
—¿Hay algo que la divierte?
La expresión de Tessa se serenó de inmediato. Matthew había regresado sin
hacer ruido y ella se puso nerviosa al instante, mientras él acercaba una silla y se
sentaba. Ella no se había fijado antes en lo atractivo que estaba con sus pantalones y
camisa caqui. Tenía la piel bronceada, por las horas pasadas bajo el sol, y su pelo
claro ligeramente mojado y peinado hacia atrás. La mayoría de los hombres que ella
conocía llevaban el pelo más largo, siguiendo la moda actual, pero él se lo había
cortado con estilo. A Tessa le gustó. Pensó que su padre aprobaría a Matthew Craig.
De acuerdo con Barry él era sensible y fiable, dos cualidades que Philip siempre
había admirado en las personas. Contuvo su aliento con fuerza. ¡En qué estaba
pensando!
Los ojos verdes de Matthew la contemplaron con curiosidad, y al comprender
Tessa que él se había dado cuenta de que ella le observaba, volvió la cara para
esconder sus mejillas enrojecidas y le sirvió una taza de café.
—Le preguntaba si había algo que la divertía —insistió mientras ella colocaba la
taza de café sobre la mesa.
—No soy fácil de divertir señor Craig —se dedicó a preparar una bandeja para
la anciana.
—¿De verdad? —pensativo, bebió un sorbo de su café—. Algo que dije anoche
me pareció que le resultó gracioso.
El corazón de Tessa latía apresurado.
—Usted no lo comprendería.

Nº Páginas 27-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Matthew Craig le recordaba a un leopardo preparándose para atacar a su presa


y mentalmente ella huyó, agradecida por tener algo qué hacer.
—Si siente la necesidad de hacer alguna confidencia, puedo asegurarle que soy
un buen oyente.
En él había algo que la asustaba y odiaba pensar lo que haría si alguna vez
descubría su engaño.
—No tengo nada que contar —replicó con frialdad, sintiendo que se le hacía un
nudo en la garganta—. Y si alguna vez tuviera necesidad de hacerlo, puede estar
seguro de que no le elegiría como mi confidente.
Fue notable cómo se endureció la expresión de Matthew.
—Puede que algún día usted tenga que confiar en mí Tessa, y cuando lo haga…
no seré indulgente con usted —apretó los labios.
Tessa fue a la habitación de la señora Craig llevando la bandeja con el café.
Hubiera sido insoportable permanecer en la cocina un minuto más con Matthew y
pensaba pedirle a la señora Craig que la dejara en libertad de inmediato.
—Tessa, parece molesta —le comentó Ethel cuando se sentó a su lado mientras
ella tomaba el café—. ¿Ha sucedido algo?
—Señora Craig, no creo que haya sido una buena idea el emplearme. De
verdad, no estoy preparada para este tipo de cosas.
—¡Qué tontería! ¿No soy yo quién debe juzgar sus habilidades?
—¡Eso es! No le he ofrecido ninguna referencia mediante la que pueda usted
juzgarme. No me conoce. ¿Cómo sabe usted que yo no me aprovecharé de la
confianza que me ha demostrado?
Ethel Craig la observó fijamente, con una luz peculiar en sus ojos.—Tengo plena
confianza en usted, Tessa.
Esas palabras, dichas con tanta sinceridad le hicieron sentir a Tessa un nudo en
la garganta.
—Señora Craig si descubriera que yo le he… mentido ¿qué diría?
—Que tenía una razón muy buena para hacerlo —replicó sin vacilar la anciana.
Un suspiro se escapó de los labios de Tessa.—No soy muy del agrado de su hijo
Matthew, ésta es la razón por la que he pensado que sería mejor que usted
encontrara alguna otra persona, alguien más capacitado.
—Matthew siempre es un poco difícil con los extraños hasta que los conoce.
Querida, dele tiempo para que se acostumbre a su presencia.
—No creo que nunca lleguemos a conocernos. En las pocas ocasiones en que
nos hemos encontrado, desde que llegué ayer, hemos estado a punto de declararnos
una guerra abierta.

Nº Páginas 28-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Si usted dejara este trabajo, como ha sugerido, estaría admitiendo la derrota y
haría exactamente lo que quiere Matthew —la señora Craig sonrió y colocó su taza
vacía en la bandeja.
Esto era un reto, algo que Tessa nunca había sido capaz de resistir. Si iba a
haber una guerra abierta entre Matthew y ella, ya tenía el permiso de su madre para
llevarla a cabo.
Más tarde Matthew regresó para desayunar y permaneció en silencio mientras
Tessa le servía a él y a Barry en el comedor. La señora Craig prefirió que le llevara el
desayuno en una bandeja a su habitación, para que Tessa pudiera tener más tiempo
disponible para ayudarla a vestirse después de que terminara el desayuno.
Normalmente ellos comían y cenaban juntos en el comedor, según le había dicho la
anciana, aunque Matthew con frecuencia no estaba a la hora de comer.
Esa mañana, cuando Barry entró en la cocina, Tessa miró nerviosa si Matthew le
seguía.
—No se preocupe, estoy solo —sonrió malicioso, observando la actitud de la
muchacha—. ¿Llegué a tiempo para el té?
—Sí —Tessa se rió, nerviosa—. Estoy esperando a que hierva el agua en la
tetera —le acercó un plato con galletas—. Siéntese y coma una de éstas mientras
espera.
—¿Las ha hecho usted? —Barry cogió una de las galletas y la probó.
—Sí… con la ayuda de Daisy, por supuesto. Ella me explica las cosas muy bien
—la cara oscura de Daisy se iluminó con ese elogio inesperado de Tessa.
—Son deliciosas —fue el veredicto de Barry—. ¿Puedo tomar otra?
—Por supuesto —sonrió Tessa retirando del horno, la última bandeja de
galletas.
—¿Dónde aprendió a cocinar así?
—En nuestra casa… —Tessa se detuvo a tiempo. Estuvo a punto de divulgar
que tenían un cocinero, siempre dispuesto a compartir sus conocimientos, y tal
afirmación hubiera provocado preguntas embarazosas—. En casa siempre nos gustó
cocinar y esto no ha sido más que un experimento.
—Entonces, por favor, siga experimentando —Barry sonrió—. ¿Dónde está mi
madre?
—En el salón, escribiendo cartas —Tessa se movía intranquila—. ¿Querría usted
acompañarla mientras preparo el té?
—¿Está tratando de deshacerse de mí? —la miró burlón.
—No, pero a Matthew le sentaría mal llegar y encontrarle aquí, sentado en la
cocina, charlando conmigo.
Tessa tuvo la sensación de estar haciendo algo mal, Matthew le había dado
órdenes de mantenerse lejos de Barry y, a pesar de que estaba determinada a no

Nº Páginas 29-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

hacerle caso, no podía evitar sentir que desobedecía sus órdenes. ¡Cómo odiaba la
actitud de superioridad de Matthew Craig!
—Él sospecha de usted, ¿lo sabía? ——Barry interrumpió los pensamientos de
Tessa y ella le miró con detenimiento—. Él dice que usted no tiene las manos de una
joven normal trabajadora, y que es dueña de un Porsche. Que ninguna joven
trabajadora puede tener un coche como ése a menos…
—¿A menos qué? —exigió Tessa, observando la cara del joven—. Bien siga,
puede decirme lo peor.
—A menos que usted lo haya adquirido mediante servicios prestados…
¿comprende lo que quiero decir? —cogió otra galleta.
—¿Es eso lo que él piensa? —Tessa contuvo la respiración, mientras miraba a
Barry. Se ruborizó, y de repente se quedó tan pálida como una muerta.
La acusación en las palabras de Barry había sido demasiado clara. Matthew la
veía como a una joven con una reputación dudosa y si ella le había juzgado
correctamente, se proponía demostrar que su suposición era cierta. Se estremeció al
pensar en ello. De nuevo se maldijo por haberse detenido para preguntar la
dirección, pues su decisión la había llevado a una situación que fácilmente se podía
convertir en algo embarazoso.
—No quise decir que Matthew pensaba eso de usted, es sólo una suposición —
Barry, trataba de salvar la situación—. Por curiosidad, ¿dónde obtuvo ese coche?
—Fue un regalo de dos personas muy queridas… sin condiciones de ninguna
clase.
—¿Trabajaba para ellos?
—No.
—Entonces cómo…
—No más preguntas, por favor —se retiró al oír que hervía el agua en la tetera,
sobre la cocina.
—Usted es un misterio Tessa Smith y los misterios siempre me han intrigado —
apartó la silla para levantarse.
—No permita que su imaginación la lleve demasiado lejos, Barry —le advirtió
con seriedad—. Yo no soy más que una… joven normal, que intenta hacer su trabajo
lo mejor posible.

Desde la ventana del salón se tenía una magnífica vista del valle, más allá del
cual las plantaciones se extendían tan lejos como podía alcanzar la vista,
transformando las lomas de las suaves laderas, en algo con vida, al mover la brisa las
cañas de azúcar. En el jardín las flores abundaban, bajo la luz del sol, maravillaban a
Tessa.

Nº Páginas 30-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Había sido una mañana tranquila a pesar de los molestos comentarios de Barry.
Después, cuando él se fue, Tessa permaneció en el salón, con la señora Craig bastante
tiempo. Quizá no debía culpar a Matthew por dudar sobre su honestidad, puesto que
ella había llegado desde muy lejos, para aceptar un empleo en su casa, que no era
para ella. El pequeño engaño que la madre de Matthew le había forzado a realizar, no
era nada, comparado con el que estaba llevando ahora a cabo. Decidió que sería
mejor sufrir sus insultos, que sentir la violencia de su ira. A nadie le gusta ser
engañado y Matthew no sería una excepción, puesto que era un hombre orgulloso y
honesto.
—Buenos días, mamá.
Tessa se estremeció cuando entró en el salón el objeto de sus pensamientos.
Hizo una pequeña inclinación con la cabeza hacia ella, y después la ignoró. Por
alguna razón desconocida su actitud le molestó, y se sintió aún más sorprendida al
descubrir que preferiría mucho más tenerle como amigo que como enemigo. Pensaba
que era ridículo sentir eso por alguien a quien casi no conocía, pero Matthew, en el
poco tiempo que le conocía, representaba un reto que no podía pasar por alto con
tanta facilidad.
—Tengo que ir a Idwala esta tarde —acercó una silla a la de su madre, y se
sentó—. ¿Necesitas algo?
—Sólo que me lleves a correos estas cartas —le mostró los sobres cerrados que
estaban a su lado sobre la mesa—. Hay algo que puedes hacer por mí, querido, llevar
a Tessa para que conozca nuestro pueblo.
Por su expresión, Matthew parecía tener la intención de negarse. Tessa se le
adelantó.
—¡Oh, por favor, señora! Seguramente al señor Craig no le agradaría que
estuviera con él todo el día.
—¡Tonterías! —contestó Ethel, con la mirada fija en su hijo—. A Matthew no le
importará lo más mínimo. ¿No es así, querido Matthew?
—Bien, yo…
—Tengo que ocuparme de la cena —Tessa le interrumpió. Estaba muy
nerviosa—. Me es imposible salir.
—Daisy puede arreglárselas muy bien hasta que regrese —insistió obstinada
Ethel—. Usted puede ocuparse de las cartas, después de todo, hacer recados es parte
del trabajo de un ama de llaves —añadió con una mirada divertida, ante la actitud de
Tessa.
—Si lo desea, supongo que tendré que hacer lo que usted dice —accedió Tessa
con un suspiro, mirando a Matthew.
—Saldré tan pronto como terminemos de comer —se puso de pie,
observándola—. Esté lista y no me haga esperar.

Nº Páginas 31-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Sin decir otra palabra, se dio la vuelta y abandonó la habitación. Por un


momento el silencio se hizo tenso, mientras Ethel fruncía el ceño mirando al suelo y
Tessa se movía incómoda en la silla.
—No sé qué le está pasando a Matthew —comentó Ethel confusa—. Ha sido
muy descortés y sin necesidad. Tessa, tiene que disculparnos, le aseguro que por lo
general él no es así. Me pregunto si tiene algún problema.
La joven le pudo haber dicho que ella era la que estaba molestando a su hijo,
pero en lugar de eso, la calmó.
—Por favor, no permita que su actitud hacia mí la moleste. Es precavido y usted
debiera estar contenta de que sea así.
—Eso no excusa su comportamiento —insistió, preocupada—. Nunca ha estado
así.
—Señora Craig… —comenzó Tessa, vacilante—. ¿Qué haría él si llegaba a
descubrir que no soy la sustituta de la señorita Emmerson y que yo…?
—Por supuesto que se pondrá furioso —la interrumpió Ethel, a la vez que
sonreía—. Pero no se lo diré hasta después de que usted se haya ido y estoy segura
de que comprenderá. Yo temía todo ese asunto de entrevistar posibles empleadas.
Tessa observó a la señora Craig y desalentada, movió la cabeza, deseando que
cuando llegara ese momento ella pudiera observar desde lejos, la reacción de
Matthew. Pensaba que sería divertido.

Aquella tarde, mientras se dirigían a Idwala, Matthew permanecía callado, y lo


peor de todo, era que Tessa no sabía qué decir para romper el molesto silencio entre
ellos. Pensaba que era una lástima, que Matthew no pudiera aceptar su presencia en
la casa con tanta facilidad como lo había hecho Barry, su estancia hubiera sido mucho
más agradable.
Durante los pocos minutos libres que había tenido antes de la comida escribió
una breve carta a sus padres, informándoles de la situación peculiar en que se
encontraba, insistiéndoles en que si le escribían, utilizaran su recién adquirido
nombre de Tessa Smith. Había evitado mencionar la actitud de Matthew hacia ella y
lo pintó todo tan agradable como le fue posible, para que se sintieran tranquilos.
Tessa metió la carta en su bolso y confiaba que Matthew no la acompañara hasta la
oficina de correos. El nombre y la dirección del sobre, no harían más que aumentar
su curiosidad y colocarla en peor situación de la que se encontraba. Dirigió una
mirada a Matthew. Su atractiva cara no mostraba ninguna expresión y sus ojos no se
retiraron de la carretera en ningún momento. Se preguntaba en qué estaría pensando.
Debió sentir que le estaba observando, ya que le dirigió una mirada rápida.
Tessa evitó mirarle a los ojos y jugó nerviosa con el asa de su bolso.
—Tengo que disculparme porque se vio obligado a traerme —dijo Tessa
sintiendo un nudo en la garganta.

Nº Páginas 32-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—De este viaje resultará algo bueno. Ahora que ya conoce el camino podrá
conducir hasta Idwala.
—Por favor no piense que me agrada este viaje —contestó con ironía—. Odio
cada minuto que transcurre tanto como usted y no quisiera que esto se convirtiera en
un hábito.
—Es un descanso saber su forma de pensar sobre este asunto —daba por
terminada la conversación, pero Tessa no pensaba lo mismo.
—¿Por qué me odia tanto, señor Craig?
—No la odio, pero tampoco me agrada.
—Entonces, ¿por qué ha sido tan descortés conmigo? —insistió ella, intentando
obtener una tregua entre ambos.
—Si he sido descortés, debo disculparme. Parece que mi actitud le ha
molestado, ¿o es qué está tan acostumbrada a que los hombres caigan a sus pies para
recibir sus favores, que mi actitud de falta de interés le molesta?
—No es necesario que se exprese así —trataba de conservar la calma a pesar de
que temblaba de ira—. Yo sólo quería hacerle comprender que su actitud hacia mí
molesta a su madre y, aunque existía antipatía entre nosotros, confiaba que al menos,
en su presencia, podríamos disimularlo.
Matthew sacó el coche de la carretera y frenó.
—¿En qué tipo de cortesía está pensando usted? —intentó tocarla.
—¡Desde luego no en lo que está pensando! —exclamó molesta, retirándose
para evadir sus brazos.
—Me desilusiona usted —la estudiaba con cuidado.
Tessa estaba asustada por su cercanía y por la forma en que la miraba.
—Me… gustaría que estableciéramos una tregua durante el tiempo que esté en
su casa, lo que será durante seis semanas más, hasta que su madre pueda valerse por
sí misma.
Matthew continuaba mirándola y casi podía jurar que vio un destello de
diversión en sus ojos antes de que se endureciera la expresión de su cara. Por algún
motivo él la asustaba y se sintió aliviada cuando se alejó y puso en marcha el coche.
—Estableceremos una tregua —accedió—, pero esto no significa que esté
satisfecho con usted, señorita Smith.
Tessa decidió que sería inútil ahondar más en el asunto. Ellos habían acordado
una tregua temporal y eso era lo que ella deseaba.
Idwala no era un pueblo grande y se alegró cuando Matthew la dejó sola
después de estacionar el coche y ordenarle que se encontrara con él en el
aparcamiento una hora después. La acompañó hasta la oficina de correos pero no
entró con ella, después Tessa anduvo por el pueblo mirando escaparates. Compró
unas cuantas revistas y después de mirar su reloj decidió regresar al coche para
esperar a Matthew, y no dar lugar a que fuera él el que la esperara. Estaba tan

Nº Páginas 33-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

enfrascada en la lectura de sus revistas que no le vio acercarse y sólo se dio cuenta de
su presencia cuando habló a su lado.
—¿Le gustaría acompañarme a tomar una taza de té antes de irnos? —lo
inesperado de la invitación la dejó sin habla por un momento y vio la ya conocida
expresión, con el ceño fruncido.
—Si no desea hacerlo lo comprendería. Pensé que podríamos celebrar nuestra
tregua con una taza de té.
—Me encantaría —respondió, no deseando molestarle más con su vacilación.
Matthew la ayudó a salir del coche y la cogió por el brazo. Ella era consciente de
la mano que tocaba su piel, cuando cruzaban la calle dirigiéndose hacia el café y
sintió que su pulso se aceleraba, y todo su ser se estremecía. Hacía fresco en el
interior del café y Matthew eligió una mesa cerca de la entrada.
—Parece sorprendida de que la haya invitado a tomar el té —le dijo después de
haberlo pedido.
—Lo estoy —admitió sinceramente, sonriendo nerviosa. Era una experiencia
bastante aterradora para ella. Sólo les separaba el estrecho espacio de la pequeña
mesa y no estaba del todo segura de los motivos por los que la había invitado.
—Corríjame si estoy equivocado —continuó él con suavidad—. Fue usted quien
sugirió que debiéramos establecer una tregua. ¿No es así?
—Sí, pero…
—¿Desea retractarse?
—¡No! —exclamó casi sin aliento—. ¡No, no quiero, sólo es que no esperaba que
lo aceptara con tanta facilidad!
Él sonrió, pero en ese momento les sirvieron el té y se suspendió la
conversación. Tessa lo sirvió en silencio, con una mano no muy firme y comprendió
que Matthew se había dado cuenta de su nerviosismo, era poco lo que se escapaba a
esos ojos interrogadores.
—Dígame señorita Smith, cuando en la actualidad la mayoría de las jóvenes
tienen empleos permanentes, ¿por qué prefiere usted trabajar de esta forma que sólo
dura un corto período? ¿Es que no le agrada todo lo que sea permanente?
Tessa levantó la cabeza con rapidez y le contempló asombrada.
—No… de ninguna manera… —vaciló, confusa durante un momento.
Matthew la observó con atención, entrecerrando los ojos y Tessa tuvo miedo.
Este no era un hombre a quien se pudiera engañar con facilidad y, por la forma en
que la estaba interrogando, sabía que no descansaría hasta que descubriera toda la
verdad. Presentía que su plan fracasaría.
—Tengo el presentimiento de que por algún motivo usted no me dice toda la
verdad —se inclinó hacia ella, sus ojos la miraban inquisitivamente—. ¿Estoy
equivocado?

Nº Páginas 34-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Tessa sintió que casi perdía el aliento. No sabía qué decir para calmar sus
sospechas. Si le decía la verdad, su deseo de conservar el anonimato, de ser aceptada
por sí misma, habría sido vano. Para mantener su secreto, tendría que seguir
mintiendo. La situación se estaba volviendo cada vez más desagradable.
Suspiró profundamente y se pasó los dedos temblorosos por sus cortos rizos.
—Señor Craig, ¿no podría tratar de aceptarme tal como soy? —su mirada
suplicaba con sinceridad—. Estoy aquí para ayudar a su madre y haré todo lo que
esté a mi alcance para hacerlo lo mejor posible, se lo puedo asegurar.
—No sé —murmuró con suavidad sin apartar los ojos de la cara femenina—.
Hay algo en usted que no me parece verdadero, pero por el momento no creo que
pueda descubrirlo —su expresión decidida la preocupó—. Sin embargo, con el
tiempo lo conseguiré, estoy seguro.
Tessa era consciente de su presencia perturbadora y deseaba escaparse antes de
que fuera demasiado tarde. En ese momento sus pensamientos no estaban claros y
ella se preguntaba en medio de la confusión, de quién deseaba más escapar, si de la
ira de Matthew antes de que descubriera su verdadera identidad… o de Matthew
Craig como persona y del efecto que tenía sobre sus emociones.
—Hay otro asunto que quisiera discutir con usted —le dijo él con severidad
antes de llegar a la casa—. Su negativa a comer con la familia.
—Preferiría…
—Lo que preferiría usted no me interesa —la interrumpió con brusquedad,
rechazando sus protestas—. ¡En el futuro comerá con la familia, es una orden!

Nº Páginas 35-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 4
Tessa ocultó sus temores durante los siguientes días. Puesto que ella y Matthew
habían acordado una tregua provisional, hicieron todo lo posible por mostrarse
agradables y si él aún continuaba sospechando de ella no lo demostró en las
ocasiones que estuvieron juntos. Ella sabía que descansaba sobre una seguridad falsa,
pero su creciente amistad con la señora Craig y sus dos hijos era algo a lo que no
quería renunciar o dañar con sus preocupaciones.
Había comenzado la época de la recogida de la caña de azúcar y Tessa pasaba la
mayor parte del día con la anciana. Matthew y Barry se iban a las plantaciones para
supervisar la cosecha y era raro que regresaran a casa antes de la puesta del sol. Por
las noches, después de la cena, Barry normalmente salía, mientras que Matthew se
retiraba a su despacho. En algunas ocasiones Tessa le había llevado una taza de café
y muy amablemente, él le había pedido que le acompañara. Al principio ella se había
sentido nerviosa, después poco a poco comenzó a relajarse, cuando se dio cuenta de
que él no pensaba hacerle preguntas personales o embarazosas. Sólo en una ocasión
él estuvo a punto de tratar algo personal. Ella se había comprado varias batas para
ponerse sobre su ropa y al parecer, esto disgustó a Matthew.
—¿Tiene que llevar obligatoriamente esas batas tan feas? —le había
preguntado.
—Yo… debo ponérmelas —había contestado nerviosa, jugueteando con el
botón superior.
—Preferiría verla sin ellas —le había dicho acercándose, con una expresión
peculiar en sus ojos—. Usted tiene un tipo muy bonito. ¿Por qué esconderlo bajo esas
batas sin forma?
Los latidos de su corazón se habían acelerado y se quedó paralizada, después se
desabrochó la bata y se la quitó, mostrando un vestido sencillo de lana que se
ajustaba mucho más al cuerpo. Matthew dejó caer la bata sobre una silla y la recorrió
con la mirada. Tessa, ruborizada, tembló ante su mirada.
—Con algo más a la moda usted estaría muy guapa —le dijo manteniendo la
mirada—. Muy guapa, de verdad.
Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración sobre la frente y un
inexplicable deseo de que sus brazos la rodearan. Esta sensación fue reemplazada
por el pánico. Tessa recogió su bata y con rapidez se despidió. Ya en el pasillo, se
detuvo y colocó sus manos contra sus mejillas, deseando que su corazón latiera al
ritmó normal. No sabía qué le sucedía. Pensaba que ningún hombre le había afectado
de esa forma, pero Matthew no era un hombre ordinario. Él era… Contuvo el aliento
y se negó a seguir pensando sobre ello.

Nº Páginas 36-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Una mañana Barry fue a Idwala a recoger el correo y regresó con una carta para
Tessa. Ella se dio cuenta de que era de sus padres al reconocer la letra de su madre en
el sobre y la guardó con rapidez en el bolsillo de su bata.
Barry la observó con atención y le dijo en broma:
—¿Es una carta de tu novio?
—¿Qué le hace pensarlo? —preguntó con tono inocente.
—Sólo una corazonada —contestó, encogiéndose de hombros.
Tessa no le desilusionó y con una sonrisa misteriosa continuó amasando la
pasta para la tarta de manzana. Barry permaneció un rato más, y cuando comprendió
que la joven no deseaba hablar, se fue al salón, donde se encontró a su madre
sentada, frente a la ventana, mirando el jardín.
No tuvo oportunidad de leer la carta hasta después de la comida, cuando pudo
meterse en su habitación sin que la molestaran. Ya hacía tres semanas que había
salido de su casa y tenía deseos de saber de las dos personas que más quería.
Su madre le había escrito lo siguiente:

Querida Tessa:
Nos hemos sentido horrorizados al saber lo que estás haciendo y al mismo tiempo,
aliviados de saber que no estás recorriendo el país de un lado a otro, como pensábamos.
Tu padre me ha pedido que te haga una advertencia: engañar a personas a las que
conoces casualmente es una cosa, pero engañar a aquellos con los que estás en contacto diario,
pudiera ser algo desastroso. Creo que en esta ocasión estoy de acuerdo con él. A nadie le gusta
ser víctima de un engaño, sin importar lo inocentes que sean las razones para el mismo.
Jeremy llamó por teléfono y preguntó por ti. Después de transcurrir más de un año, de
repente se preocupa por ti. Me sentí con deseos de decirle lo que estaba pensando, cuando
comprendí que quizá lo que sucedió, haya sido lo mejor. El matrimonio es un asunto muy
serio, y por fortuna Jeremy se dio cuenta de eso a tiempo.
Haznos saber el momento de tu regreso y mientras tanto cuídate y escribe pronto. Tus
padres que te quieren.

Tessa bajó la carta con lentitud y miró por la ventana hasta donde los
cañaverales se perdían en las lomas. ¡Jeremy! Al pensar en él ya no sentía opresión en
su pecho y, aunque resultara extraño, ya casi nunca se acordaba de él.
Ella le había amado en una ocasión, tanto como pensó que ella pudiera amar a
alguien en algún momento y el descubrir que la había engañado fue un golpe del
cual creyó que nunca se recuperaría, sin embargo… la pena y la añoranza habían
disminuido, dejándole sólo esa terrible duda que había provocado este deseo loco de
ser aceptada por sí misma.

Nº Páginas 37-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Tessa regresó con brusquedad al presente al oír la llamada de la señora Craig y


escondió la carta, en un cajón de la cómoda. Decidió que tendría que destruirla más
tarde cuando hubiera tenido la oportunidad de leerla otra vez.
Esa noche estaba ocupada en la cocina, después de la cena, cuando oyó que el
teléfono sonaba insistentemente en el vestíbulo y fue a contestarlo con rapidez.
—¿Oiga? —era la voz de una mujer—. ¿Es el ama de llaves de la señora Craig?
Tessa pensó con ironía antes de contestar que eso era para ponerla en su lugar.
—Sí, así es.
—¿Señorita… Smith, creo? —insistió la voz al otro lado.
—Sí.
—Soy Angela Sinclair —se presentó la mujer, haciendo una ligera pausa—.
Supongo que habrá oído hablar de mí.
—Lo lamento, pero no —contestó con toda sinceridad.
—¡Oh!… ¿está por ahí Matthew? —Angela Sinclair, quien quiera que fuera,
parecía desilusionada.
—Le diré que se ponga —respondió enseguida Tessa. Momentos después
llamaba a la puerta del despacho de Matthew.
—¿Sí? —le oyó decir antes de que ella abriera la puerta.
—La señorita Angela Sinclair le llama por teléfono —Tessa, observaba los
papeles esparcidos sobre el escritorio.
—Gracias —le dijo frunciendo el ceño, y dejando la pluma sobre el escritorio, la
siguió por el pasillo débilmente iluminado.
Tessa regresó a la cocina, pero de todas formas pudo escuchar lo que él dijo, a
pesar de que no hablaba muy alto.
—Hola, Angela. No en particular… sí, bien, iré tan pronto como pueda…
Adiós.
Colgó el auricular y Tessa pudo escuchar sus pisadas mientras se alejaba por el
pasillo hacia su habitación. A la joven se le escapó un suspiro, se repuso y se
concentró en su trabajo, pero la voz de Angela Sinclair siguió sonando en sus oídos.
¡Era evidente que significaba mucho para Matthew, porque al momento suspendió lo
que estaba haciendo para ir a contestarle con rapidez!
—¿Qué la retiene en la cocina esta noche hasta tan tarde?
Tessa levantó la vista con rapidez, para ver cómo su figura empequeñecía la
puerta. Estaba tan enfrascada en sus pensamientos que no oyó sus pasos y su
inesperada presencia en la cocina la había desconcertado.
—Mañana tendré que salir a comprar comestibles —respondió con rapidez,
sintiéndose incapaz de enfrentarse a esa mirada penetrante—. Estoy revisándolo
todo y preparando una lista de lo que se necesita.

Nº Páginas 38-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Se acercó a ella y se paró junto a la mesa, tan cerca, que pudo haberla tocado
con hacer el más ligero movimiento. Este pensamiento absurdo la estremeció.
—Si mi madre le preguntara dónde estoy —oyó que le decía—, dígale que he
ido a Idwala a ver a Angela, ¿lo hará?
—Sí, lo haré.
Matthew se alejó y desde la puerta levantó su mano.
—Au revoir.
Se alejó por el pasillo. La puerta principal se abrió y cerró, y momentos después
se oyó el motor del Mercedes. Un anhelo desesperado la invadió. Sólo había una
forma en la que podía desahogarse de sus emociones reprimidas y ésta era el piano,
donde sus sentimientos más internos pudieran fluir a través de sus dedos. Se
preguntó si al tocar el piano despertaría a la señora Craig y decidió ir a ver si ella
estaba dormida. Para su desconsuelo descubrió que la anciana aún estaba despierta.
—¿Era el teléfono lo que oí hace un rato? —preguntó al entrar Tessa en su
habitación, sin hacer ruido.
—Sí, señora Craig —Tessa anduvo hasta la cama, sus pisadas no se oían gracias
a las gruesas alfombras—. ¿La he despertado?
—No, estaba leyendo —se quitó las gafas, cerrando el libro—. ¿Quién llamó?
—La señorita Sinclair, quería hablar con Matthew.
—¿Angela?
—Sí —asintió Tessa con la cabeza, mientras le arreglaba la ropa de cama—.
Matthew me pidió que le dijera que había ido a Idwala a verla.
—Es una muchacha encantadora —sonrió la anciana—. Me gustaría que
Matthew se decidiera por ella. Han estado viéndose bastante, durante los dos últimos
años, pero Matthew no parece tener prisa por establecer una relación permanente —
Ethel suspiró profundamente—. Sería una lástima que alguien se la arrebatara.
—Sí, estoy segura —afirmó Tessa, haciendo un gran esfuerzo para poder
hablar.
—¿También ha salido Barry?
—Sí, fue a jugar al ajedrez con uno de sus amigos.
—Es bastante desconsiderado por parte de mis dos hijos dejarnos solas aquí en
la granja, ¿no lo cree? —Ethel hizo un gesto a Tessa para que se sentara junto a ella en
la cama.
—¿Está segura de que no corremos peligro? —preguntó la muchacha, mientras
se sentaba en la cama y le cogía una de las delgadas manos a la anciana.
—No con el viejo Madala y sus hijos patrullando alrededor —le aseguró
confiada.
—¿De verdad lo hacen? —se sorprendió. Nunca pensó que hubiera necesidad
de custodiar la casa y las tierras.

Nº Páginas 39-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Desde aquella noche en que se quemó la casa vieja, han hecho un ritual de
patrullar los terrenos. Se habló de que el fuego fue provocado por dos trabajadores
que Matthew había despedido de la granja.
—¿Los llegaron a capturar?
—No —Ethel movió la cabeza—, y si ellos verdaderamente iniciaron el
incendio, parece que decidieron que ya habían hecho bastante daño.
—¡Qué terrible! —Tessa reflexionaba sobre la posibilidad de que ese incidente
pudiera ocurrir de nuevo.
—Sí, fue terrible, pero no hablemos más de ello —su mirada mostró
preocupación—. Tessa, esta noche la veo muy triste. ¿Tiene algún problema?
Tessa dio unos ligeros golpecitos en la mano a la señora Craig para
tranquilizarla.
—No es nada que la deba preocupar.
—Estoy preocupada, querida —insistió Ethel, tratando de sentarse—, ¿no me
puede decir de qué se trata?
Tessa bajó la cabeza y tragó con dificultad.
—Señora Craig, usted es muy bondadosa —pudo decir con voz baja—, de
verdad no hay nada… nada que yo…
—Tessa, ¿se siente feliz aquí?
—¡Oh, sí!
—Matthew ya no le está ocasionando dificultades, ¿no es así? —insistía Ethel.
—No —Tessa, sonriendo, levantó la cabeza—. No, desde que acordamos una
tregua.
—Me alegra oírla —suspiró la señora Craig, apoyándose sobre las almohadas y
cerrando los ojos durante un momento.
En el silencio que siguió Tessa reunió fuerzas para hacerle la pregunta que
ocupaba su pensamiento.
—Señora, ¿la molestaría si tocara un poco el piano?
Los ojos de Ethel Craig se abrieron, asombrados.
—Desde luego que no, Tessa. Si hubiera sabido que era capaz de tocarlo, se lo
hubiera pedido hace mucho tiempo. Me encantaría oír música de nuevo en la casa,
no la oigo desde que Matthew está tan preocupado con la granja.
—No tenía idea de que Matthew supiera tocarlo —una extraña excitación se
apoderó de Tessa.
Ethel sonrió con tristeza.
—Antes lo hacía con bastante frecuencia, pero últimamente parece haber
perdido interés.
—Bien… si usted está segura de que…

Nº Páginas 40-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Querida, siéntase con la libertad de tocarlo cada vez que lo desee, puede estar
segura de que yo no protestaré.
—Gracias, señora Craig —Tessa le sonrió agradecida y dejándose llevar por un
impulso, se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla—. Buenas noches.
—Buenas noches, Tessa.
De pronto se produjo un silencio pesado, al entrar Tessa en el salón y dirigirse
vacilante hasta llegar al piano vertical, en el otro extremo de la habitación. ¡Cuánto
tiempo había pasado desde la última vez que había tocado! Levantó la tapa y acarició
con cuidado las teclas, después se sentó en la banqueta y con suavidad tocó un
momento, antes de comenzar una melodía. Sus dedos ágiles y entrenados se
movieron sobre el teclado con seguridad y de repente en el salón sonó una melodía
muy bien interpretada.

Tessa no pudo recordar el tiempo que estuvo allí sentada, tocando, la música
sonaba, mientras que todas sus emociones parecían volcarse en las piezas que
interpretaba. Ella sabía que estaba tocando con todo su corazón y, al igual que en
muchas otras ocasiones, comprendió lo que había querido decir su profesor cuando
trataba de explicarle cómo debía tocar una pieza.
Con frecuencia le había dicho que debía tocar con el corazón y no con la cabeza.
No tenía que oprimir las teclas como si fuera un autómata apretando botones. Debía
acariciarlas o golpearlas con el corazón. Tenía que hacerle hablar a través de la
música.
Esta noche la música era triste. La angustia de su corazón se plasmaba en la
melodía, su entrega era total. Cuando se silenciaron las últimas notas, tuvo la
sensación de que no estaba sola. Se volvió lentamente sobre la banqueta, y vio a
Matthew sentado en uno de los sillones.
—¿Cuánto tiempo ha estado usted aquí? —preguntó nerviosa, cerrando la tapa
del piano y levantándose.
—Lo suficiente —replicó poniéndose de pie y caminando despacio hacia ella—
—. ¿Por qué se detuvo?
La expresión de Matthew era impenetrable cuando ella le miró.
—Yo… es tarde —dijo, intentando alejarse de él—. Buenas noches, señor Craig.
—¡Un momento! —la cogió con fuerza por la muñeca—. ¿Dónde aprendió a
tocar así?
—Me dieron lecciones de piano —replicó con una voz sin entonación, tratando
de liberarse, lo que por fin logró.
—¿Quién fue su maestro? —le preguntó con brusquedad.
—¿Por qué quiere saberlo? —Tessa tenía la impresión de que Matthew estaba
tratando de atraparla y, haciendo un esfuerzo desesperado, reaccionó.

Nº Páginas 41-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—No conteste a mi pregunta con otra —le replicó Matthew con visible
agitación—. ¿Quién fue su maestro?
Tessa pensó con desesperación tratando de recordar el nombre de su primer
maestro de música, el que seguramente después de tantos años no recordaría con
claridad los nombres de todos sus alumnos.
—La señora Doyle, de Johannesburgo.
Los ojos de Matthew se oscurecieron.
—¿Y quién más?
Tessa trató de abandonar la habitación.
—Por favor señor Craig, es tarde y yo…
—Tessa —le dijo cortante, sujetándola por los hombros y obligándola a
mirarle—. Usted no sólo tomó lecciones de piano en su infancia, toca muy bien.
Sus manos le quemaban la piel a través de la delgada tela de la blusa.
—Usted… parece saber mucho de música —logró decir ella.
—Lo suficiente para saber que a usted la enseñó un maestro. Déjeme ver sus
manos.
Matthew le soltó los hombros, y cogió sus manos. Las examinó con cuidado,
poniendo especial atención en sus dedos fuertes, flexibles, con sus reveladoras
puntas planas. Eran las de un pianista, siempre se lo había dicho su profesor y
Matthew, si sabía tanto, sospecharía, se daría cuenta.
—¿Estudió usted música en el conservatorio? —inquirió él.
—¡No! —gritó, ante la inesperada pregunta—. ¿Por qué insiste en interrogarme
de esta forma? —estaba a punto de llorar, pero Matthew era incansable en su
búsqueda de la verdad.
—Si insisto en mi interrogatorio —continuo sin soltarla—, es porque usted toca
con maestría, con calor, con profundidad y sentimiento, y esto es algo que no se
aprende con sólo pasar los exámenes —la acercó más a él, tan cerca, que ella podía
sentir el calor de su cuerpo—. ¿Quién es usted, Tessa?
—¿Qué quiere decir al preguntar quién soy? —hablaba insegura, sintiendo
cómo un nervio palpitaba en la base de su garganta.
—¡Sólo eso! ¿Quién es usted?
—Esa es una pregunta ridícula —le miró desafiante—. Usted sabe quién soy.
—Yo sé quien usted dice ser —aceptó con aspereza y después, la soltó—. Está
bien, descanse —suspiró él, pasándose las manos por el pelo—. Comencé haciéndole
una pregunta inocente y casi termina en una pelea —cogió su barbilla entre sus
fuertes dedos y la obligo a mirarle a los ojos—. ¿Por qué tiene que ser tan evasiva en
todo lo relacionado con usted?

Nº Páginas 42-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Había una expresión en sus ojos que ella no pudo definir. Su cercanía la
alteraba y trató de esconder sus emociones traicioneras detrás de una ligera muestra
de enfado.
—No estoy siendo evasiva, pero no deseo hablar sobre mí, ¿por qué tiene usted
que insistir en interrogarme?
—Tessa, contésteme sólo a una pregunta y si me contesta la verdad, no volveré
a molestar. ¿Lo hará?
Los ojos verdes mantenían cautivos los de ella.
—Yo… lo intentaré —dijo cansada.
—Su verdadera profesión no es ser ama de llaves.
Tessa aspiró despacio a través de sus labios abiertos.
—No.
Se produjo una expresión de triunfo en sus ojos, como si ella hubiera confesado
algo de lo que él ya estaba seguro.
—Su respuesta negativa me lleva a una última pregunta.
Tessa esperó nerviosa.
—¿De quién o de qué se está escondiendo?
Se aflojó la tensión que la aprisionaba.
—Podría decir que me estoy escondiendo de mi misma.
—¿Cómo debo interpretar esa respuesta?
—Interprétela como quiera —se apartó de él, mordiéndose los labios—. Hay
algo más que debo decirle. No soy un criminal que esté huyendo de la policía.
—Ya lo sé.
Tessa le miró con rapidez, sintiendo que su corazón dejaba de latir.
—¿Ha estado investigando en la policía, si tengo un historial criminal?
—No —Matthew sacó su pitillera, después cambió de idea y la guardó en el
bolsillo, miraba a Tessa con los ojos entrecerrados—. Yo confío en mi propio criterio.
Tessa bajó la vista para esconder las lágrimas que incontenibles acudían a sus
ojos.
—Gracias, Matthew.
—Es la primera vez que me ha llamado por mi nombre —le dijo con suavidad.
—Lo siento.
—No tiene por qué —observó una nota en su voz que la extrañó—. No tengo
nada en contra de ello.
—¿Ya me puedo ir?

Nº Páginas 43-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Sí… y Tessa… —él vaciló y acercándosele, para su sorpresa, le cogió la cara,


con suavidad, entre sus manos—. Ahora que ya la he oído tocar el piano, espero que
lo haga con más frecuencia.
Tessa contuvo el aliento mientras le miraba a los ojos, preguntándose qué
habría detrás de esa expresión. Matthew Craig le parecía un hombre extraño, muy
variable. ¿Llegaría ella a comprenderle alguna vez?
Él dejó caer las manos y se separó de ella, diciéndole:
—Buenas noches.
—Buenas noches —dijo Tessa yendo a su habitación tan rápido como pudo.
Hacía una noche bastante cálida para el mes de junio, cuando en el resto del país
predominaba un frío invernal. La joven suspiró y se cambió con rapidez. Había sido
maravilloso tocar de nuevo el piano, encontrar el descanso que necesitaba con tanta
desesperación. Si Matthew no hubiera llegado en ese momento hubiera continuado
tocando durante horas, saboreando el deleite de ser capaz de expresar sus emociones
de esa forma.
Se preguntaba si Matthew mantendría su promesa y dejaría de interrogarla. Su
corazón le decía que sí. Lo más lamentable era que había tenido que confesarle que
su profesión no era ser ama de llaves, pero su verdadera identidad aún seguía siendo
un secreto. Aún podía ser aceptada como una joven normal.
Tessa volvió a la realidad. ¿En qué estaba pensando? Ella no buscaba un amor
en particular y si fuera así, entonces ¿quién? ¿Matthew? ¡Desde luego que no!, pero
seguía teniendo frente a ella la perturbadora visión de unos ojos verdes, que la
miraban enfadados o tan sólo observándola con esa expresión insondable mientras
los de ella intentaban explorar lo más profundo de su alma.
Pero aún no estaba preparada desde el punto de vista emocional para
complicaciones de esa naturaleza, e interiormente, maldecía a Matthew por su
atractivo tan perturbador.
En el estado confuso y emocional en que ella se encontraba, él estaba
destruyendo las barreras superficiales que había erigido para protegerse del mundo.
Pensó que tendría que tener más cuidado en el futuro, en particular en lo que se
refería a Matthew.

A la mañana siguiente, el amanecer, Barry entró en la cocina, pasándose los


dedos por el cabello despeinado.
—¿Hay alguna posibilidad de que me den el desayuno a esta hora? —dijo
sonriendo como un muchacho, cogiendo una silla y sentándose a la mesa.
—Es demasiado temprano para usted —le dijo Tessa, poniendo dos huevos en
la sartén y dejándolos sobre el fuego—. ¿A qué hora regresó anoche?
—Antes de la medianoche, creo —ahogó un bostezo y cogió una rebanada de
pan tostado, esperando a que Tessa le sirviera los huevos.

Nº Páginas 44-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Cómo le fue con el ajedrez?


—Gané, por supuesto —replicó Barry expandiendo su pecho en una exhibición
burlona de superioridad—. Soy invencible.
—Y presumido —rió ella con afecto, sirviéndole el desayuno.
—Usted ha herido mortalmente mi orgullo —gimió colocándose una mano
sobre el corazón—, yo pensaba que le agradaba.
—Usted me agrada —replicó ella con una solemnidad fingida—, a pesar de que
sea presumido.
—También usted me agrada —le contestó—, a pesar de ser tan fresca.
Su risa llena de camaradería, invadió la cocina y Tessa se sirvió su desayuno.
—¿Ya desayunó Napoleón? —preguntó después Barry, sirviéndose otra taza de
café.
—¿Napoleón? —Tessa le miró, asombrada.
—Sí, Napoleón, el emperador de la granja —explicó dramático—, más conocido
como Matthew.
—¡No debiera hablar así de su hermano! —le regañó Tessa. El comentario de
Barry, sin importancia y más bien sin sentido, la había lastimado.
—¡Vamos! —le dirigió una mirada llena de malicia—. ¿No me diga que está
interesada por Matthew?
—¡No sea tonto! —se ruborizó.
—¿Soy tonto? —insistió riéndose.
—Su hermano trabaja mucho —argumentó Tessa, tratando de cambiar el
tema—, y él nunca ha hecho un comentario tan despectivo sobre usted.
—Vaya, vaya —movió la cabeza y la miró divertido—. No sabía que se daba
tanta importancia, ni que el viejo Matthew tuviera un aliado tan fuerte en usted.
—Lo siento Barry, no era mi intención contestarle tan bruscamente, pero me
sorprendió lo que dijo de él.
Le miró desalentada, incapaz de explicarle la razón de su reacción ante el
comentario, puesto que ella tampoco se lo podía explicar a sí misma. ¿Qué le sucedió
que la hizo hablar de esa forma?
—No permita que esto la moleste, Tessa —fingiendo ignorancia, le dio unos
golpecitos en el hombro animándola—. Lo comprendo.
Cuando él se fue, Tessa permaneció parada donde la dejó, mirando a la mesa
con el ceño fruncido, mientras montones de preguntas se acumulaban en su mente.
¿Qué era lo que había comprendido Barry? ¿Qué le había dado a entender con su
reacción? ¿Quizá se imaginó que estaba enamorada de Matthew? ¡Qué pensamiento
tan ridículo! ¡Matthew Craig no significaba nada para ella! ¡Nada en absoluto!

Nº Páginas 45-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 5
Una tarde mientras tomaban el té en el patio, la señora Craig comentó:
—No ha vuelto a tocar el piano desde la otra noche. Lo hizo tan
maravillosamente, que confiaba en que lo haría con más frecuencia.
—No quiero molestar —contestó Tessa apenada, pensando si Matthew le habría
contado la discusión que tuvieron después.
—¡Tessa! Ya le dije que puede tocar cuando lo desee.
—Sí, ya lo sé —le sonrió agradecida a la señora Craig—. Usted es muy
bondadosa.
—No es que sea bondadosa, sino egoísta. Estaba pensando en lo mucho que
disfrutaría oyéndola —Ethel la miró pensativa—. Usted toca excepcionalmente bien.
¿Ha dado un concierto en alguna ocasión?
Tessa buscaba con desesperación, una respuesta adecuada.
—Yo… he pensado abrir una escuela de música.
—Y ha evitado, muy hábilmente, contestar a mi pregunta —la señora Craig
sonrió, resignada.
—¿Desearía otra taza de té? —la muchacha evitó la mirada de la anciana.
—Sí, por favor, querida y… ¡oh, ése debe ser Matthew! Dijo que no estaría
mucho tiempo en el pueblo.
Oyeron el ruido de un coche, acercándose a la casa y Tessa, automáticamente
preparó otra taza. El Mercedes se acercó por el camino de entrada y de inmediato ella
observó la rubia cabeza de una joven, en el asiento al lado de Matthew.
—¡Magnífico! —exclamó con alegría la señora Craig—. Ha traído a Angela.
Tessa observó admirada, a la joven que se dirigía hacia ellas con su brazo
apoyado en el de Matthew. Llevaba un vestido rojo que mostraba a la perfección
cada una de sus curvas y era evidente que no lo había comprado hecho. Sus ojos
grises, con un toque de arrogancia, miraron más allá de Tessa hacia la señora Craig y
le sonrió.
A Tessa no le extrañó que Matthew estuviera interesado por ella, ya que le
pareció muy guapa. La mirada de Matthew sólo se encontró brevemente con la suya
antes de volver a mirar a la joven que estaba a su lado, y para Tessa ese gesto
significó que la había ignorado a ella por completo. Se estremeció y bajó la cabeza
con rapidez.
—¿Cómo está señora Craig? —la saludó Angela al entrar en el patio—. Espero
que no le importe que Matthew me haya invitado a cenar.
—Querida, tú sabes que siempre eres bienvenida —le contestó la anciana con
amabilidad, y le presentó a Tessa.

Nº Páginas 46-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Nunca pensé que en la época actual aún se pudiera contratar un ama de


llaves y acompañante a la vez.
—Era necesario al estar mamá incapacitada —añadió Matthew con rapidez,
acercándole una silla.
Angela se sentó y cruzó sus piernas, no prestando más atención a Tessa, cuya
posición inferior, a sus ojos, no merecía mayor atención.
—Voy a preparar más té —murmuró Tessa y se escapó a la cocina, dejándolos a
los tres charlando amigablemente.
Tessa pensaba con ironía que Angela Sinclair se las había arreglado muy bien
para colocarla en su lugar. En el fondo, tenía que reconocer que era lo que quería,
escapar de las sonrisas poco sinceras debidas al hecho de que era la hija de Philip
Ashton-Smythe. Sí, ella había querido huir, ser ella misma y aceptada por sí misma.
Si Angela Sinclair la miraba sólo como a una sirvienta, era una reacción sincera y la
sinceridad era lo más aceptable para ella en ese momento.
Tessa suspiró y llenó la tetera una vez más, colocándola sobre la bandeja junto
con una jarra de leche fresca y una taza de porcelana.
—¿Podría ayudarla a llevar la bandeja?
Tessa se volvió con rapidez para encontrarse a Matthew parado a su lado, con
su chaqueta de paño acentuando la anchura de sus hombros, sus pantalones grises
perfectamente planchados y, al igual que siempre, su expresión insondable, aunque
quizá mostrando una ligera burla.
—Me pagan para cargar bandejas y hacer otras tareas en la casa, ¿lo recuerda?
—respondió Tessa cortante, levantando, orgullosa, su barbilla.
No había error en la burla que observó en los ojos de Matthew, al mirarla.
—No le gusta que la pongan en su lugar, ¿no es así? —adivinó él y, fuera de
toda lógica, esto enfadó a Tessa.
—No me importa que me pongan en mi lugar, pero sí que se ofrezca a
ayudarme —le dijo con frialdad—. Sé cuál es mi lugar. ¿Conoce usted el suyo?
En aquel momento hubiera deseado pegarse por dejar que sus sentimientos la
arrastraran de esa forma.
—Está usted pisando terrenos peligrosos —le previno con severidad—. No
tolero que nadie me hable así y mucho menos una subordinada como usted.
Tessa contuvo el aliento. Se había merecido esa reprimenda, se dio cuenta de
ello. ¿Por qué no había aceptado su oferta, sin hacer todos esos comentarios
despectivos? ¿Por qué había permitido que la actitud de Angela la hiriera de esa
forma?
—Lo siento —murmuró, mordiéndose el tembloroso labio inferior—. No tenía
que hablarle así y le ruego que me disculpe.
—¿Qué sucede Tessa? ¿Por qué de repente se ha vuelto tan susceptible? —la
miró especulativo.

Nº Páginas 47-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—No soy susceptible.


—Sí, lo es —insistió mientras la hacía dar la vuelta para que le mirara—, y si
soy buen observador diría que usted al ver a Angela sintió envidia.
—Esa es una suposición absurda —Tessa sintió que el pulso se le aceleraba por
su cercanía—. No hay nada en Angela Sinclair que yo tenga que envidiar.
Él se rió y antes de que ella se diera cuenta de lo que pensaba hacer, le había
cogido la cara entre sus manos, para besarla con suavidad en los labios.
—Ya le dije en una ocasión que si se vistiera con más gusto, podría ser más
atractiva —sonrió, ante la cara sorprendida de la muchacha—. ¿La haría sentirse
mejor que le dijera que tiene los ojos muy bonitos?
—Usted se está burlando de mí.
—Quizá sólo un poco —la soltó y se apartó.
—Eso no es nada amable de su parte —tenía los labios temblorosos y sus
emociones eran un torbellino, sin tener en cuenta las advertencias de su cerebro.
—Usted es un misterio, Tessa Smith —repitió las palabras dichas por Barry
poco después de su llegada a la granja—. ¿Puede reprocharme que en ocasiones
sospeche de usted y que sea un poco desconsiderado?
Tessa no pudo contestarle, tan sólo le miraba desamparada, rezando con
desesperación para que no se diera cuenta del efecto que tenía sobre ella. Cada
nervio de su cuerpo parecía vibrar y sentía un extraño deseo de… ¿comprensión?
No, era algo más que eso, que en ese momento ella se negaba a analizar.
—El té se está enfriando y a su madre le extrañará que no vayamos —comentó.
—Yo llevaré la bandeja —dijo Matthew con firmeza y en esta ocasión ella no
discutió mientras él la cogía, y le hacía señas para que fuera delante de él.
—Por fin ha traído el té —comentó la señora Craig cuando llegaban al patio—.
¿Cómo habéis tardado tanto?
Tessa dirigió una rápida mirada a Matthew como instándole para que dijera
algo, pero su cara permaneció inexpresiva. Colocó la bandeja sobre la mesa y se sentó
junto a Angela. Sus ojos se encontraron con los de ella y su mirada era burlona. Tessa
se dio cuenta de que se estaba divirtiendo con su turbación. De nuevo le había
preparado una trampa mientras él se sentaba tranquilamente observando cómo ella
caía en la misma.
—El agua de la tetera, tardó más en hervir de lo que yo esperaba —explicó
Tessa, nerviosa, la anciana aún la miraba con curiosidad—. Lamento haberle hecho
esperar tanto.
Por fortuna pareció que la anciana se daba por satisfecha, pero ahora era
Angela Sinclair, la que estudiaba con atención a la muchacha. La mano de Tessa
temblaba al servir el té y confundida odió a Matthew por entretenerla tanto tiempo
en la cocina y provocar esta situación embarazosa. En ese momento Matthew desvió
la atención de ella, al conversar con Angela y su madre. Se sintió confundida por este

Nº Páginas 48-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

repentino cambio de actitud y al sentir que las lágrimas acudían a sus ojos, se excusó
para regresar a la cocina.
Nunca comprendería a Matthew Craig. Regresó a la cocina y se secó los ojos
con el pañuelo. En un momento él estaba dispuesto a ofenderla y al siguiente le
ofrecía protección. Pero sus propios sentimientos eran aún menos comprensibles,
porque en un momento despertaba en ella un odio violento y enseguida se
desvanecía. Su ira la asustaba, pero su sonrisa tenía el poder de producirle una
sensación agradable. Nadie la había perturbado de esa forma, ni siquiera Jeremy, a
quien pensó que amaba en una ocasión. Su relación había sido cálida, amistosa y
cómoda. Ni una sola vez los latidos de su pulso aumentaron al verle, ni siquiera el
calor de sus besos lo había logrado, se dio cuenta de ello por primera vez, y al
reconocerlo, comprendió que su relación había sido sin pasión, ¡sin amor!
Tessa se cubrió las mejillas, con manos temblorosas. Había amado a Jeremy, se
repetía, pero no de la misma forma en que ella… ¡no!, gimió mientras se estremecía al
comprender los sentimientos que Matthew le había despertado. ¡Oh no, ella no podía
estar enamorada de él! ¡Imposible! Él no había hecho nada para estimular ese
sentimiento, sin embargo, ella había sido consciente de su magnetismo irresistible
desde el primer momento que miró sus ojos verdes tan peculiares. ¿Por qué? ¿Por
qué había tenido que ser Matthew?
Las sienes le latían mientras continuaba preparando la cena. Se sentía débil y
temblorosa, con el deseo incontrolable de escapar antes de que fuera demasiado
tarde.
En ese momento, Daisy entró en la cocina, Tessa nunca se había sentido tan
aliviada al verla. Donde fallaban sus manos, Daisy seguía con habilidad y entre las
dos se las arreglaron para preparar la cena, puesto que Tessa no era capaz de
concentrarse en lo que estaba haciendo, ya que sus pensamientos seguían fijos en
Matthew.
—¡Señorita! —era la voz de Daisy—. ¡Las patatas se están quemando!
Tessa cogió un paño y retiró la olla de la cocina a tiempo. Se tendría que
concentrar en lo que estaba haciendo, o sólo ofrecería a Angela Sinclair manjares
quemados. De repente se rió, confundiendo aún más a Daisy.

El cenar con los Craig y su encantadora invitada aquella noche, fue una
experiencia angustiosa para Tessa. El darse cuenta de que amaba a Matthew hizo que
se percatara aún más de su presencia y sólo con grandes dificultades pudo dejar de
mirarle con frecuencia. La aparente naturalidad con la que se trataban Angela y él le
hacía sentir unos celos que la herían como puñales. Era una emoción que nunca
había experimentado y la ponía cada vez más nerviosa.
Barry, sentado al lado de Angela, parecía bastante reservado y, como la
conversación se desarrollaba con normalidad, nadie pareció darse cuenta de que ni
Barry ni Tessa hablaban. Excepto por algunas miradas que en ocasiones dirigía hacia

Nº Páginas 49-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Angela, Barry casi la ignoraba y Tessa, se preguntaba si él no estaría también


enamorado de la hermosa rubia. Ella, desde luego era atractiva y, con su animada
conversación, mantenía la atención tanto de Matthew como de la señora Craig, sin
tener que esforzarse demasiado.
En varias ocasiones Tessa observó que Angela la miraba con atención, y por
algún motivo, ese escrutinio alteraba la tranquilidad de la muchacha, hasta tal punto,
que una de las veces se le cayó el cuchillo de las manos, por lo que Matthew le dirigió
una mirada más bien burlona, que la hizo ruborizar.
Tessa sirvió el café y de nuevo se encontró con la turbadora mirada de Angela.
Un pequeño estremecimiento de advertencia, al que trató de no darle importancia,
recorrió todo su cuerpo.
—Tessa, la cena fue excelente —la felicitó la anciana cuando tomaban el café—.
No sé lo que haré cuando se vaya. ¡Ya me imagino todas las quejas que tendré!
—Señora Craig, me está adulando —se rió Tessa nerviosa—. Estoy segura de
que sólo está siendo modesta y de que en realidad usted es una cocinera excelente.
—Para ser una excelente cocinera es necesario que te guste cocinar —añadió la
señora Craig, haciendo una mueca—. Y yo siempre lo he odiado.
Hubo quien hizo una exclamación de incredulidad y otros sonrieron burlones,
hasta que Matthew comentó indiferente:
—Mamá, si te disgusta tanto cocinar, ¿por qué no le ofreces a Tessa un trabajo
permanente?
Se produjo un breve silencio, mientras todos estudiaban la sugerencia. Tessa
sintió como si le tendieran una trampa y contuvo el aliento, esperando el movimiento
final, que ya no le permitiría escape.
—¿Qué piensa usted de esa sugerencia, Tessa? —preguntó con voz calmada la
señora Craig, cuando el silencio era ya tan largo que se hizo insoportable—. ¿Le
interesaría quedarse permanentemente?
De nuevo la atención se centró en Tessa y nerviosa, apretó fuertemente las
manos debajo de la mesa, enterrando las uñas en las palmas.
—Yo… bien yo… —tragó con dificultad—. Siento que yo… no puedo
permanecer aquí más de las seis semanas que acordamos al principio.
—¿Por qué no? ¿Le espera otro trabajo cuando se vaya de aquí?
—No, no lo tengo.
—Consideremos esto. Usted dice que no puede permanecer aquí por más
tiempo del que se la necesitaba en realidad, sin embargo, no tiene otro trabajo
esperándola —se inclinó hacia Tessa y pudo sentir que su mirada parecía quemarla—
. ¿Podría ser un poco más explícita?
De pronto se sintió perdida. ¡Gracias a Dios que la mirada de Barry era
amistosa! La señora Craig la observaba impaciente, Angela mostraba aburrimiento y
Matthew esperaba su respuesta.

Nº Páginas 50-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Me gustaría encontrar un trabajo cerca de mi casa —dijo Tessa.


—Eso es comprensible, querida —añadió la señora Craig, aceptando su
explicación de inmediato, aunque la actitud de Matthew era escéptica.
—Señorita Smith —era la primera vez que Angela se dirigía directamente a ella
y Tessa sintió cómo sus nervios se tensaban ante la mirada insistente de la otra
joven—. Discúlpeme, ¿pero no nos hemos conocido en algún lugar?
—No lo creo —Tessa se las arregló para contestar con calma, ocultando su
agitación.
—Su cara me es muy familiar —continuó Angela sin inmutarse—. En particular
ahora que he tenido la oportunidad de observarla de cerca.
Tessa dirigió una mirada recelosa hacia Matthew. El comentario inocente de
Angela había despertado sus sospechas y era evidente que serviría como estímulo
para que continuara su búsqueda hasta descubrir la verdad.
—Señorita Sinclair —replicó Tessa con suavidad, mirando tranquila a la otra
joven—, tengo una excelente memoria para recordar caras y estoy segura de que
nunca la he visto.
—Debe ser que usted tiene un doble, Tessa —comentó Barry riéndose.
—Eso parece —dijo Tessa sonriéndole agradecida—. ¿Alguien desea más café?

Tessa permaneció en la cocina esa noche hasta que Daisy se fue a su casa y
entonces, salió por la puerta trasera para dar un paseo por el jardín. Sentía el aire
algo frío, pero le agradaba. Le tranquilizó mucho disfrutar de la paz de la noche,
después de haber permanecido en tensión durante la cena. Cada vez se le hacía más
difícil continuar esta vida de engaño. Debido a las preguntas que le hacían se había
visto obligada a envolverse en un capullo de misterio que estaba comenzando a
odiar, ya que ella era una persona sincera. Su padre había estado en lo cierto, al
decirle que meterse en una aventura de engaños, por muy inocentes que fueran,
podía conducir a dificultades desastrosas.
—Parece que no soy el único que necesita aire fresco —la voz de Barry
interrumpió sus pensamientos, al acercarse en la oscuridad.
—Decidí dar un paseo por el jardín antes de que su madre me necesitara —le
comunicó Tessa, sintiéndose culpable.
—¿No nos va a hacer compañía en el salón? —le preguntó acomodándose a su
paso.
—Esta noche tienen una visita. Además no es el lugar que me corresponde.
Barry la sujetó por el brazo e hizo que se diera la vuelta hasta que quedó frente
a él.
—¿Qué quiere decir con que no es su lugar? —frunció el ceño.

Nº Páginas 51-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Soy una empleada de su madre… una sirvienta.


—¡No sea tonta! En nuestra casa usted es más que una sirvienta, es como de la
familia.
Tessa parpadeó por las lágrimas que asomaron a sus ojos.
—Gracias Barry, es una de las cosas más agradables que me han dicho desde
hace mucho tiempo.
—Lo digo en serio, Tessa. Usted es una de la familia.—Creo que Matthew no
está de acuerdo con usted —se rió, temblorosa, tratando de imaginar a Matthew
haciendo esa afirmación, pero no pudo.
—¿A quién le importa lo que piense Matthew?
—A mí —las palabras le salieron sin querer—. Angela es encantadora, ¿no es
así? —trató de llevar la conversación a un terreno más seguro mientras continuaban
el paseo.
—Sí —Barry se puso rígido.
—Matthew debe amarla mucho —insistió de nuevo Tessa, dándose cuenta de
que trataba de conocer algo más sobre esa relación.
Se hizo un silencio desagradable entre ellos y Tessa comenzó a preguntarse si
no se habría sobrepasado al ahondar en sus vidas privadas.
—Matthew no ama a Angela —añadió Barry y Tessa no pudo evitar el destello
de esperanza que la iluminó.
—¿Por qué lo dice?
Barry encendió un cigarrillo y fumó en silencio durante un rato.
—Si Matthew la amara se hubiera casado con ella hace tiempo. En lugar de
hacerlo, la ha tenido esperando durante más de dos años.
—Quizá ella aún no esté preparada para algo serio.
—Ella está preparada para casarse, con el hombre apropiado.
Tessa no pudo comprender las implicaciones de su afirmación.
—Creo que es importante que le diga que pienso casarme con Angela —Tessa
aspiró profundamente mientras él continuaba—, Matthew ya ha tenido tiempo más
que suficiente para decidirse, ahora me toca a mí. Después de todo, nosotros nos
llevamos mejor.
—Usted parece estar muy seguro de sí mismo. ¿Cómo sabe que ella sentirá lo
mismo por usted? Puede ser que lo único que consiga es acercarla más a Matthew.
—¿Dónde piensa usted que he estado todas estas noches que he salido? —reía
confiado mientras se acercaban a la casa.
—¿Con… con Angela? —dijo Tessa vacilante.
—Adivinó al primer intento.

Nº Páginas 52-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Pero… yo pensé que la otra noche cuando usted salió era para jugar al
ajedrez… —dijo Tessa con torpeza deteniéndose.
—Era verdad, pero no las demás noches.
—¡Oh! —¿qué más se podía decir? a pesar de la remota esperanza que la
alentaba, sentía compasión por Matthew. ¿Y si él en realidad amaba a Angela?
¿Aceptaría con agrado que se la quitara Barry?
—Ni una palabra de esto a nadie, ¿me oye? —le previno Barry, dejando caer el
cigarrillo al suelo y aplastándolo con el tacón de su zapato.
—¿Por qué el secreto?
—Bien… —vaciló por un momento, dándole un puntapié a una piedra para
esconder su confusión—, por si acaso Matthew ama a Angela, no debe enterarse de
repente. Será más fácil que lo acepte si todo sucede poco a poco.
—¿Es por eso que esta noche ustedes casi ni se hablaron? —empezaba a
comprender su consideración hacia los sentimientos de Matthew.
—Así es —Barry dio un ligero tirón a un rizo de Tessa—. A propósito —sonrió
malicioso—, Matthew y usted hacen una pareja ideal.
Tessa se quedó sin aliento ante la audacia de su afirmación, pero Barry no le dio
tiempo para contestarle, porque de inmediato, se dio la vuelta y entró en la casa. Ella
se quedó un rato en el jardín tratando de calmarse, y al mismo tiempo haciendo un
esfuerzo para no pensar en ese comentario burlón. Al entrar en la cocina pensó de
nuevo en la confesión de Barry de que Angela y él se amaban. Si fuera cierto que a
Matthew no le interesaba esa muchacha, ¿tendría ella una oportunidad? Se emocionó
al pensarlo. Matthew estaba fuera de su alcance y cuanto antes se diera cuenta de eso
sería mejor para ella. Sabía que él tenía sus sospechas y continuamente intentaba
atraparla en una confesión, ¿por qué se rebajaría a interesarse en el ama de llaves de
su madre?
Todo era tan tonto, tan inútil. Ella quería ser amada por sí misma y sin
embargo, ahora que podía alcanzar su objetivo, se ponía en contra suya.
El murmullo de sus voces llegaba hasta ella en la cocina, donde se quedó
esperando a que la señora Craig la llamara. A pesar de que lo intentaba, no podía
alejar a Matthew de sus pensamientos y el saber que le amaba no hizo más que
agudizar sus sentidos y apartar de su mente todos los pensamientos sensatos.
Oyó que alguien se aproximaba y presintió que sería Matthew. Cuando entró en
la cocina momentos después, no la sorprendió y lo único que pudo hacer fue
quedarse allí parada contemplándole como si fuera la primera vez que le veía.
—Pensé que usted se reuniría con nosotros en el salón, después de la cena.
Angela estaba ansiosa por oírla tocar el piano cuando le contamos de su habilidad.
—Le ofrezco mis disculpas por haber desilusionado a la señorita Sinclair —
replicó Tessa con un tono irónico en su voz.
La mirada de Matthew era pensativa.

Nº Páginas 53-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Qué le ha hecho Angela que le desagrada tanto a usted?


—No me desagrada An… quiero decir, la señorita Sinclair —Tessa contuvo el
aliento.
—Angela está bien —contestó impaciente—. En esta casa no son necesarias las
formalidades —se inclinó sobre la mesa y cruzó los brazos—. Angela jura que la ha
visto en algún lugar y yo le he pedido que investigue este asunto.
El corazón de Tessa dio un vuelco y su voz, cuando la recuperó, era un
murmullo entrecortado.
—¿Por qué?
—Si quiere puede llamarlo curiosidad.
Sin darse cuenta, Angela se había convertido en una amenaza para la felicidad
de Tessa, una felicidad tan frágil que podía deshacerse bajo el más ligero indicio de
engaño. Su corazón se estremeció, mientras se hacía el silencio entre ellos por
primera vez. La muchacha observó en los ojos de Matthew una expresión que no era
de burla y que hizo que se ruborizara, bajando la vista de inmediato. No quería que
Matthew supiera nada sobre sus sentimientos.
—¿No he demostrado que soy capaz de cuidar a su madre y su casa? —le
preguntó suplicante, con un ligero temblor en la voz, mientras fijaba la vista en el
botón más alto de su camisa.
Matthew guardó silencio durante varios segundos antes de contestarle.
—Usted ha demostrado su capacidad como ama de llaves y acompañante, pero
no como persona.
—Comprendo —su respiración era irregular a través de los labios
entreabiertos—. ¿Entonces aún duda dé mí?
Ella no tenía dudas de que Angela Sinclair, con el tiempo descubriría su
verdadera identidad. La rubia insistió durante la cena que había visto a Tessa en
algún lugar antes de su llegada a la residencia de la familia Craig y seguiría
investigando sin descanso y más con el estímulo de Matthew. Hasta entonces Tessa
continuaría con la farsa. Era probable que si dijera la verdad ahora, tendría que irse
y, lo más seguro, que nunca vería de nuevo a Matthew. Por esta razón ella quería
demorar su partida tanto como fuera posible.
—No es que dude de usted, es que desearía conocerla mejor —de nuevo ese
silencio breve e incómodo—. En realidad vine a decirle que voy a llevar a Angela a
su casa y que mi madre ya está lista para acostarse.
—Iré enseguida —se dirigió de prisa hacia la puerta pero Matthew la detuvo.
—Mejor retire la tetera de la cocina a menos que quiera que siga hirviendo en
seco —le recordó burlón.
—Sí —estaba tan nerviosa que lo había olvidado—. Yo… pensé que ustedes
querrían tomar más té —explicó.

Nº Páginas 54-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—No por el momento, pero me agradaría una taza de café cuando regrese del
pueblo.
Tessa se preguntó que si él esperaba que ella aguardara su llegada o sólo se
trataba de una broma. Matthew contestó la pregunta como si hubiera leído sus
pensamientos.
—Puede dejar la tetera a un lado de la cocina, yo me prepararé el café antes de
acostarme, no es necesario que me espere.
Tessa salió de la cocina tan rápido como pudo, sin esperar a ver si Matthew la
seguía. Antes de entrar en el salón se detuvo un momento para pasar una mano
temblorosa por su cara caliente. No sería conveniente enfrentarse a la señora Craig,
mientras no se tranquilizara.

Nº Páginas 55-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 6
Durante la tercera semana de julio, le quitaron el yeso de la pierna a la señora
Craig, pero el tener que acostumbrarse de nuevo a andar, hizo que el médico
aconsejara que Tessa debía permanecer con ella, al menos, otras dos semanas. En su
interior Tessa rebosaba de alegría por esta decisión, aunque tuvo la precaución de no
mostrar sus sentimientos en presencia de Matthew.
Esa misma semana, era el cumpleaños de Barry, y él mismo sugirió que la mejor
forma de celebrarlo, sería invitando a unos cuantos de sus amigos a cenar. Al
principio, Matthew se opuso, pero cuando Tessa se ofreció para ayudar en los
preparativos, accedió.
—No quiero que mi madre haga nada —le dijo a Tessa, al encontrarse con ella
en la cocina.
—No permitiré que trabaje —le prometió Tessa, sonriente al observar la
preocupación de Matthew—. Estoy segura de que a usted no le molesta que Barry
invite a unos cuantos amigos para celebrar su cumpleaños.
—Por supuesto que no, sólo pensaba en el trabajo adicional.
—¿Por qué no permite que yo me ocupe de todo? —bromeaba, con un destello
de risa en los ojos—. Me pagan para preparar comida, ¿no es así?
De repente la cogió por los hombros con tanta fuerza, que casi gritó de dolor.
—Si alguna vez vuelve a hacer un comentario como éste, la…
—¿Sí? —contestó desafiante, sintiendo latir violentamente su corazón—. ¿Qué
hará usted?
Durante un segundo interminable los ojos verdes enfadados, se encontraron
con unos azules interrogantes y entonces, de pronto, Tessa se halló oprimida con
fuerza contra el duro pecho masculino. Antes de que pudiera quejarse él había
bajado su cabeza y sus labios reclamaron los suyos con un beso que lastimó lo más
profundo de su alma. Su beso era un castigo que no dejaba lugar para la ternura.
La soltó con la misma rapidez que la había abrazado, y la joven, un poco
inclinada, le contempló a través de un velo de lágrimas.
—Nunca he sido capaz de resistir un desafío —le dijo con voz apagada y una
ligera agitación en el pecho—. Por lo tanto ¡tenga cuidado!
Se dio la vuelta y salió de la cocina, mientras Tessa se llevaba los dedos a los
labios. Durante varios minutos permaneció parada, incapaz de pensar, hasta que se
le pasó por la mente una idea que la asustó. Si Matthew podía provocar esa
confusión en sus sentimientos con un beso de castigo, ¿qué pasaría si la besara como
si la deseara de verdad? Era un pensamiento que puso en tensión sus nervios e hizo
aflorar una sonrisa temblorosa a sus labios.
Momentos después, entró Barry en la cocina.

Nº Páginas 56-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—He preparado una relación de las personas que me gustaría invitar y… —se
detuvo de repente y observó a Tessa con curiosidad—. Si no estuviera seguro de que
aquí sólo nos conoce a Matthew y a mí, me atrevería a decir que usted está
enamorada.
Tessa intentó sobreponerse, y le miró con una expresión tonta. Mientras tanto,
Barry que la seguía observando con atención, vio cómo desaparecía su sonrisa para
ser reemplazada por el asombro.
—¡Oh, no! ¿No me diga que se ha enamorado de Matthew?
Era una afirmación más que una pregunta y Tessa, de repente no sabía qué
decir, comprendiendo que su silencio indicaba que la suposición era correcta.
—Tessa, Tessa —le dijo Barry moviendo la cabeza—. Si se hubiera enamorado
de mí comprendería que había sido por mi chispeante personalidad… ¿pero
Matthew? Siempre tan serio y tan triste, sin la menor idea de cómo relajarse y
disfrutar de la vida.
—Quizá nunca haya tenido la oportunidad de hacerlo —dijo en defensa de
Matthew.
Barry sonrió y no continuó con el tema. Dejó una hoja de papel sobre la mesa, y
le dijo:
—Aquí está la lista que le mencioné. Verá que sólo he invitado a cuatro parejas,
y a Angela, claro.
—Usted había mencionado una cena —le recordó Tessa, tratando de calmarse.
—Sí, eso me lo puede dejar a mí —le dijo—. Conseguiré carne, encenderé el
fuego y esa noche haré de cocinero al aire libre. Seré el anfitrión perfecto y haré todo
lo que se espera de mí.
—Barry, me gustaría que fuera más formal.
—¡Lo soy! —insistió obstinado—. Todo lo que debe hacer es preparar las
ensaladas y algo para comer, por si alguien tiene más hambre después de la carne.
¿Qué le parece?
—Muy bien. ¿Y qué le parece si le hago una tarta de cumpleaños?
—¡Vamos Tessa! ¿A mi edad? ¿Una tarta con veinticinco velas?
—¿Qué tiene de malo? En la última fiesta de cumpleaños de mi madre hubo
una tarta con cuarenta y cinco velas y a ninguno de los invitados le extrañó.
—¿De verdad?
Tessa en lugar de contarle más cosas le dijo:
—Tome la lista y comience a llamar por teléfono a sus amigos, mientras yo
pienso en el menú.
—No se demore demasiado con los planes, pasado mañana es el día —le guiñó
un ojo.

Nº Páginas 57-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¡Como si yo no lo supiera! —suspiró, empujándole fuera de la cocina para


comenzar a trabajar.

Barry se estaba comportando muy bien el día de su cumpleaños y Tessa estaba


segura de que no le daría motivo alguno de queja a Matthew. Ella se pasó la mayor
parte del día en la cocina, preparando las ensaladas y los postres para la reunión,
hasta que se hizo la hora de ayudar a vestir a la señora Craig. Tessa tenía calor y
estaba cansada por las horas que llevaba de pie en la cocina. Desde la ventana del
dormitorio de la señora Craig, podía ver a Barry seleccionando la madera para
después encender el fuego, y Matthew, de quien había tenido la precaución de
apartarse desde su último encuentro en la cocina, ya se había ido a buscar a Angela.
Con excepción de los silbidos de Barry, la casa estaba en silencio. Tessa se
dirigió con rapidez a su habitación para bañarse y cambiarse de ropa. Iba a ser una
cena informal, por lo que decidió ponerse un vestido de sport, que le sentaba muy
bien.
Se cepilló el pelo y tardó más de lo normal en maquillarse, pensando en agradar
a Matthew. Había algo en ella que la animaba a dejarse llevar por sus sentimientos.
Pronto se iría… ¡dentro de dos semanas! Entonces, no tendría importancia lo que él
pensaba de ella, o si Angela habría conseguido descubrir su verdadera identidad.
Después de pensarlo un poco, decidió que, pasara lo que pasara, esta noche sería su
noche, así como la de Barry.
Al fin llegó Matthew con Angela; ésta llevaba un pantalón y una blusa, y se
había recogido el pelo en la parte superior de la cabeza, en un moño. Poco después
llegaron los demás invitados de Barry. Eran tres matrimonios jóvenes que vivían en
Idwala y la cuarta pareja estaba formada por un granjero joven con su novia.
Hacía una noche estupenda, deliciosa para esta reunión al aire libre y Tessa
había colocado sillas en el césped. Barry encendió el fuego y después, como el
anfitrión perfecto que había decidido ser esa noche, ofreció algo de beber a sus
invitados. Tessa acomodó a la señora Craig en una silla al lado de Angela y después
fue a la cocina para revisarlo todo y comprobar que todo estaba listo.
Barry servía las bebidas cuando regresó Tessa y, al igual que había hecho
durante todo el día, estaba silbando suavemente.
—Angela está guapísima esta noche —comentó Tessa al pasar al lado de Barry.
—Sí, es cierto —aceptó entusiasmado, dándose la vuelta para verla—. Pero
usted no se queda atrás cuando se arregla —le dijo sonriente mirándola con
atención—. ¿Lo ha hecho pensando en Matthew?
—¡No sea tonto! —dijo mientras se enrojecían sus mejillas.
—Le diré algo. Acabo de verle contemplándola y he podido observar cómo se
derretía el hielo que rodea su corazón.
—¡Basta ya, Barry!

Nº Páginas 58-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Es cierto, con una ligera dosis de aliento le tendrá a sus pies.
El corazón de Tessa latía con rapidez. Matthew estaba parado junto a la silla de
su madre, escuchando con atención algo que decía Angela. Tessa estaba segura de
que Barry sólo había estado bromeando.
Todos parecían estar divirtiéndose y se oían fuertes risas entre el grupo de
hombres sentados junto al fuego. Las mujeres también se divertían, habían acercado
sus sillas a las de Ethel y se reían sin cesar con los chistes de Angela.
—¡Tessa! —la llamó Barry—, sea una buena amiga y tráigame la carne, el fuego
está listo.
—Yo la ayudaré Tessa —se ofreció Angela, sorprendiendo a la muchacha y
acompañándola a la casa.
—Yo llevaré la carne y usted las ensaladas —sugirió Tessa agradecida—. Puede
dejarlas sobre las mesas que puse para ese fin.
Angela había abandonado el aire de superioridad de su primer encuentro y
Tessa comprendió que le iba cayendo mejor, según avanzaba la noche. El olor de la
carne en el fuego impregnaba el aire y todos lo olfateaban con agrado.
—A mis padres les encanta la carne hecha al aire libre —le comentó Angela a
Tessa mientras observaban cómo Barry le daba vueltas a la carne—. En la actualidad
está tan cara que se está convirtiendo en un artículo de lujo. Me imagino que en
Johannesburgo debe ser aún más cara, ¿no es así?
—Según —Tessa se sintió atrapada. No podía ser más específica pues nunca
había ido a comprar alimentos. Su madre siempre se ocupó de llevar las cuentas de la
casa y a Tessa nunca se le ocurrió preguntar por los precios.
—Tengo entendido que usted se irá pronto —continuó Angela cogiendo su
bebida—. Estoy segura de que la señora Craig la extrañará.
Tessa pensó que sí, pero ¿sólo la señora Craig? ¿También la echaría de menos
Matthew, o no? Vio su figura cerca del fuego, sobresaliendo por encima de los demás
y su pulso se aceleró.
—¿Buscará un tipo de trabajo similar a este?
—Quizá —contestó Tessa vagamente y por suerte, el anuncio de Barry de que la
carne estaba lista la salvó de un interrogatorio adicional.
Durante el resto de la noche Tessa estuvo sentada cerca de la señora Craig. Los
invitados se rieron de las gracias de Barry, mientras apagaba las velas y después, al
igual que sucede en la mayoría de las fiestas, enrollaron la alfombra del salón y
comenzó el baile.
Mientras Matthew dejaba sentada a su madre en el salón donde podía ver con
comodidad todo lo que sucedía, Tessa sirvió los postres para aquellos que desearan
comer algo ligero entre un baile y otro. Durante un rato Barry se encargó del
tocadiscos pero muy pronto le reemplazaron, y bailó todas las piezas con Angela.
Tessa dirigió una mirada hacia donde se encontraba Matthew sentado fumando un
cigarrillo con toda tranquilidad, y no le pareció que le molestara que su hermano se

Nº Páginas 59-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

hubiera apropiado de la mujer que amaba. Se preguntaba con curiosidad si no le


importaría, o si estaría haciendo un esfuerzo para ocultar sus sentimientos.
—Sabe usted, Tessa —dijo la señora Craig con una expresión soñadora—,
cuando yo era joven, mi esposo y yo con frecuencia dábamos fiestas aquí y
acostumbrábamos a bailar toda la noche, hasta la mañana siguiente.
—Me imagino que eso era en la casa antigua.
—Sí —los recuerdos nublaron sus ojos—. Algún día le enseñaré una fotografía
de cómo era.
—Mamá, algunas veces me da la impresión de que te gustaba más la casa
antigua que ésta —comentó Matthew desde su sillón.
—Nunca he dicho tal cosa. No estoy en contra de las casas modernas, lo que
sucede es que la casa vieja conservaba muchos recuerdos míos.
—Con el tiempo esta casa tendrá tantos recuerdos como la otra —afirmó
Matthew.
—Eso comenzará cuando entre estas paredes se sienta el eco de voces de niños
—comentó intencionadamente la señora—. Cada día que pasa me siento más vieja y
me gustaría llegar a disfrutar de la compañía de mis nietos.
Tessa sintió un profundo dolor. El pensar en Matthew casado con otra persona,
alguien que le diera hijos, la entristecía, no podía evitarlo. Levantó la vista de repente
y se dio cuenta de que Matthew la estudiaba tan minuciosamente, que le hizo
contener el aliento, obligándola a bajar la vista, nerviosa, hacia las manos que
mantenía apretadas en su regazo.
—Quizá no tengas que esperar mucho, madre —comentó él con voz tranquila y
Tessa cerró los ojos con fuerza como si quisiera apartar el dolor.
—Prepararé la tetera y traeré algo para beber —murmuró ella poco después y
huyó hacia la cocina.
Llenó la tetera mecánicamente, cerrando la mente al sonido de la música y la
alegría que llegaban del salón. Sería mejor no pensar ni sentir, cerrar el corazón y la
mente a todas las emociones inútiles.
Colocó la tetera en la cocina y en ese momento un brazo le rodeó los hombros.
Unas manos firmes, fuertes y decididas la hicieron volverse y se encontró mirándose
en los ojos verdes de Matthew, que le daban a entender algo que no pudo definir en
ese momento, mientras el corazón le latía aceleradamente.
—Es demasiado temprano para preparar el té —le dijo él—. ¿Me haría el honor
de concederme esta pieza?
A Tessa le entusiasmó el pensamiento de estar en sus brazos, aun cuando el
motivo sólo fuera bailar con él.
—Será un honor para mí bailar con usted —le contestó con un destello de
alegría en los ojos.

Nº Páginas 60-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Ethel sonrió satisfecha, al ver cómo el brazo de Matthew se deslizaba alrededor


de la cintura de Tessa y desde ese momento la joven ya no vio ni sintió nada más que
el ritmo lento de la música y el brazo de Matthew alrededor de ella. Tessa se apoyó
en él y se dejó llevar, sintiéndose feliz.
¿Qué importaba que la duración de su felicidad fuera breve y quién podía
culparla porque tratara de disfrutar esos pocos minutos?
Le pareció como si las demás parejas se retiraran, dejándolos solos a los dos en
el salón. Su pulso se aceleró. No sabía si se lo imaginó, o fue cierto que los labios de
Matthew rozaron su sien. No, de nuevo lo sentía, el leve calor de sus labios rozando
su frente. ¿Qué significaría eso? ¿Se habría dejado él también llevar por la situación, o
se estaba imaginando que la joven en sus brazos era Angela? Ante este pensamiento
desagradable Tessa se separó de él poniéndole una mano sobre el pecho.
—¿Qué sucede, Tessa? —le preguntó—. ¿La molesté?
—No… no, no sucede nada —tartamudeaba sin poder evitarlo—. Estaba
pensando en otra cosa.
—¿Desagradable?
—En realidad era un pensamiento tonto —suspiró, volviendo a sus brazos.
Sin que ella se diera cuenta él la había conducido al patio, bajo la luz de la luna.
Cuando se dio cuenta, tuvo miedo. La música se detuvo y él, en lugar de soltarla la
atrajo aún más cerca de él. Cuando comenzó la siguiente canción, la cabeza de Tessa
se apoyó en su hombro. Ahora los dos brazos de Matthew la rodeaban y cerró los
ojos aspirando su fragancia masculina, disfrutando del contacto de su pecho donde
podía detectar el fuerte latido de su corazón con la punta de sus dedos.
Estaban muy juntos. Por un segundo el corazón de Tessa pareció detenerse.
Matthew inclinó la cabeza y sus labios rozaron los de ella. Era un beso suave, que la
hizo temblar, muy distinto al que le había dado dos días antes.
Su boca se movió hasta su oído y regresó de nuevo en busca de sus labios. Esta
vez, apasionado y conmovedor, despertando en ella emociones que no conocía. Fue
incapaz de resistirse mientras la acariciaba como nadie lo había hecho, ni siquiera
Jeremy se había atrevido y el comprenderlo la asustó y encantó a la vez. Se
preguntaba si el amor consistía en eso, mientras Matthew le acariciaba el cabello.
¿Era también el amor ese deseo incontrolable de dar, no sólo el amor sino darse una
misma… de todo corazón y por completo?
Matthew la apartó y Tessa respiró profundamente, con los labios entreabiertos,
temblando por sus besos.
—Matthew, esto es una locura —le dijo con la respiración entrecortada y
separándose de él en un esfuerzo por alejarse de su magnetismo irresistible.
—Una locura de irrefutable dulzura —murmuró él pasándole los labios por la
nuca y haciéndola temblar de nuevo.
—Tenemos que dejar esto —le suplicó aunque de nuevo se apretó contra él.
Matthew sonrió, rodeándole la cintura.

Nº Páginas 61-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Por qué no aceptas que estás disfrutando tanto como yo? —Tessa trató de
hablar pero las palabras se negaban a salir. Las caricias de Matthew se hicieron más
íntimas y ella se sintió perdida. Le ofreció los labios con tal ansiedad, que se
sorprendió ella misma. Se besaron con deseo y Tessa se sentía feliz y deseaba que
nunca terminara ese momento.
Fueron unas voces lo que hizo que se separaran. Aturdida y pensativa vio a
Barry y Angela, con sus brazos entrelazados, paseando por el patio hacia el jardín.
Entonces se dio cuenta de que Matthew estaba a su lado, silencioso como una
estatua. Angela y Barry no podían haber hecho más evidente el sentimiento de amor
que los unía y, en su corazón, Tessa lloró por Matthew y por ella. Fue entonces
cuando comprendió el error que había cometido, al permitirle cortejarla en la forma
que lo había hecho. ¿Qué pensaría él? ¿Y si sólo hubiera querido divertirse? Ella le
había mostrado sus sentimientos tan evidentemente, que ahora se sentía
avergonzada.
—Quizá deberíamos regresar, no podemos dejar sola a su madre tanto tiempo
—sugirió Tessa.
Matthew se movió, observándola, aunque ella no podía ver la expresión de su
cara en la oscuridad.
—Sí, entremos —andaba a corta distancia de ella como si no pudiera soportar
tocarla aunque fuera accidentalmente. Con tristeza se preguntaba si la despreciaría
hasta tal punto que quería evitar rozarla.
La señora Craig mostraba señales de cansancio cuando entraron en el salón y
Tessa se dirigió a ella preocupada, mientras Matthew se servía una bebida.
—Si no le importa Tessa, quisiera acostarme —le dijo la señora, en tono de
disculpa.
—Por supuesto, señora Craig —accedió Tessa—. Ha sido un día largo y
emocionante para usted.
Ethel asintió con la cabeza, y se despidió de los invitados de Barry antes de que
Tessa la acompañara a su habitación.
—¿Qué ha pasado con Angela y Barry? —le preguntó a Tessa cuando se
quedaron a solas y la joven vaciló un momento antes de decirle la verdad.
—Creo que fueron a pasear por el jardín.
Antes de hablar, la señora la contempló durante un momento.
—¿Cree que haya alguna relación entre ellos? Siempre pensé que algún día
Matthew y Angela… —se detuvo y frunció el ceño—. Fue inevitable observar cómo
se comportaron Angela y Barry durante la fiesta, y cuando un hombre lleva a pasear
de noche por el jardín a una linda joven, eso sólo puede significar una cosa. ¿Estoy en
lo cierto?
—Sí, señora Craig, usted tiene razón.
—Me pregunto qué dirá Matthew cuando se entere.

Nº Páginas 62-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Creo que él ya lo sabe —comentó con ironía—. Estábamos en el patio cuando


ellos salieron, abrazados y riendo felices, como si no les importara nada de este
mundo.
—Sí, también los vi a ustedes dos bailando en el patio y estuvieron allí durante
bastante tiempo.
Tessa se sonrojó, pero se abstuvo de responder.
—¿Piensa que Matthew se ha disgustado al enterarse? —le preguntó.
Tessa dudó por un instante, pero recordando el cambio en su actitud cuando
vio salir al patio a Barry y Angela, contestó:
—Sí, creo que le ha afectado mucho.

Todo quedó completamente desordenado cuando se retiraron los invitados.


Barry fue a Idwala con Angela y Matthew estaba sentado, en una silla del salón. Con
su mirada seguía todos los movimientos de Tessa, que recogía y colocaba todo en su
lugar. Ella era consciente de que sus ojos la seguían y eso le ocasionaba gran
turbación. De alguna forma ella tendría que aclararle su comportamiento de esa
noche para que la relación entre ellos volviera a ser como antes. El problema estaba
en cómo hacerlo y qué podría decirle.
Lo más sencillo sería decirle que le amaba y que ésa era la única razón por la
que se había dejado llevar.
Se imaginaba que él reaccionaría burlándose, y poniéndola en su lugar con más
furia que nunca. Después de todo, ella era una sirvienta, y no tenía derecho a
albergar esos sentimientos hacia él. Se preguntaba en qué estaría pensando. ¿Es que
la primera impresión que había tenido sobre ella era la correcta? Aterrorizada se dio
cuenta de que no había hecho ningún esfuerzo por rechazar sus insinuaciones y que
en realidad había aceptado de buen grado sus besos. Sus reacciones no habrían hecho
otra cosa más que confirmar sus sospechas, si él había planeado ese encuentro como
una especie de prueba. En la cocina, lejos de sus ojos curiosos, ella pensó una vez
más sobre ese asunto y llegó a la conclusión de que él no podía ser tan ruin. No, ella
no podía haberse equivocado tanto al juzgarle.
Miró con pesar a su alrededor. Había vasos, copas y platos sucios por todas
partes. Miró su reloj y suspiró, era casi medianoche y aunque estaba deseando
acostarse, no podía dejar todo aquel desastre a Daisy para que lo limpiara ella sola
por la mañana. Se puso un delantal, se subió las mangas del vestido y comenzó a
fregar los platos sucios.
Sintió unos pasos detrás de ella, y para su sorpresa, Matthew cogió un trapo y
comenzó a secar los platos. Desde luego que era el hombre más fabuloso que ella
había conocido. Nunca se imaginó que fuera capaz de hacer tal cosa y, sin embargo,
le estaba ayudando. Al ver la mirada sorprendida que ella le dirigió, se sonrió y
siguieron trabajando en silencio. Cuando terminaron, Tessa confiaba en que él se
fuera, pero se quedó, y su presencia la mantenía agitada y nerviosa.

Nº Páginas 63-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Se preguntaba por qué no se iría, mientras colocaba todo en su lugar. Era


evidente que Matthew no tenía intención de irse, porque se recostó contra la pared y
cruzó los brazos. Le ponía nerviosa que no dijera nada, que sólo la mirara. Decidió
que tenía que hablarle, que explicarle que no tenía por costumbre dejarse arrastrar
por sus emociones como había sucedido esa noche.
Tessa se quitó el delantal y lo colocó sobre el respaldo de una silla.
—Matthew, yo quisiera… —mientras hablaba él se volvió y antes de que
pudiera evitarlo, la rodeó con sus brazos y la besó. Al principio no pudo resistirse
porque estaba sorprendida, y para no responder a esos labios, que ya habían
derribado sus defensas, después tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad.
Él levantó la cabeza mirándola inquisitivo y Tessa se apartó aprovechando ese
breve momento en que él había aflojado la presión de sus brazos.
—Matthew, pienso que…
—No pienses, Tessa —le cogió la cara entre sus manos—. Dejemos a un lado
todas las razones sensatas y aprovechemos al máximo este momento.
Ella permaneció inmóvil bajo esa dulce presión, mientras él inclinaba la cabeza.
Su boca buscó y encontró la suya y en esta ocasión no pudo contener su respuesta. Se
apretó contra él y al instante sus brazos la rodearon. Tessa pensó que esta había sido
la orden más fácil de cumplir que había recibido en toda su vida, deslizó las manos
alrededor de su cuello y se rindió a sus besos.
¿Qué importaba si lo único que él buscaba en sus brazos era el olvido? Este
instante era suyo para soñarlo y recordarlo aun cuando esos besos fueran en realidad
para otra persona o él estuviera pensando en otra persona.
Le pareció que había transcurrido una eternidad antes de que él la apartara.
Ahora debía enfrentarse a la cruda realidad. ¡Todo había terminado! Después de
observar la expresión reservada en los ojos de Matthew ella se dio cuenta de que él
también lo había comprendido así.
—Buenas noches, Tessa, que duermas bien.
Con una respuesta entrecortada ella huyó de la cocina, sintiendo un profundo
dolor en su corazón. Ella no significaba nada para Matthew, no después de amar a
alguien tan encantadora y llena de vida como Angela Sinclair. Ni siquiera Theresa
Ashton-Smythe podría compararse o competir con tal encanto.
Se cambió en la oscuridad y se acostó, pero sus pensamientos le daban vueltas
en la mente sin dejarla dormir. Estaba tan cansada, que no podía ver las cosas con
claridad. Pensó que tal vez por la mañana podría llegar a alguna solución.

Nº Páginas 64-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 7
Durante los días siguientes, Tessa evitó todo lo posible encontrarse con
Matthew y sólo le vio en raras ocasiones, a excepción de las horas de la comida.
Desde la noche de la fiesta su actitud era de retraimiento. Con la señora Craig y
Barry, el comportamiento de Matthew no era hostil, pero a Tessa la trataba con
demasiada frialdad, lo que confirmaba sus sospechas de que él consideraba lo
sucedido entre ellos, como un simple escape de la realidad y era probable que se
odiara por esa debilidad que había tenido.
—Me preocupa Matthew —le dijo la señora Craig una noche, después de la
cena, cuando estaban solas en el salón. A petición de la señora, Tessa había tocado el
piano y ahora, cuando le habló, cerró la tapa y volvió a su silla—. Cuando Matthew
se vuelve un malhumorado silencioso —continuó Ethel—, normalmente es que tiene
una gran preocupación. ¿Quizá sepa usted de lo que se trata, Tessa?
—Matthew no suele hablarme de sus asuntos.
—Él no acostumbra a contarle nada a nadie, pero pensé que quizá usted
hubiera observado algo que se me hubiera escapado a mí —la mirada de Ethel
denotaba preocupación—. ¿Piensa usted que tenga algo que ver con Angela?
—Yo… creo que puede ser —admitió vacilante, sintiendo que se le desgarraba
el corazón—. Creo que la amaba más de lo que ustedes creían y fue un golpe para él
descubrir a quién quería ella en realidad. La otra noche pudo verlo muy claro, Barry
y ella permanecieron juntos casi todo el tiempo.
La señora cogió de nuevo lo que estaba haciendo y continuó tejiendo, pensativa.
—Sabe usted Tessa —comentó de repente, dejando caer la labor en su regazo—,
a pesar de lo que usted me ha dicho, tengo la impresión de que él nunca ha estado
enamorado de Angela.
—¿Qué le hace pensarlo? —preguntó.
—Matthew no es el tipo de persona que se quedaría sentado tan tranquilo
permitiendo que le arrebaten algo que él quiere. No, estoy segura de que él lucharía
por lo que ama.
Tessa no estaba de acuerdo con esa teoría de la señora, pero no iba a discutir si
Matthew amaba o no a Angela. Ya era bastante penoso para ella saber que nunca
tendría la oportunidad de conquistar su amor.
—¿Dónde está Matthew ahora? —preguntó la anciana, mientras continuaba
tejiendo.
—En su despacho —respondió Tessa—, allí es donde suspirando suele estar
durante horas.
No es que le importara, pero siempre que estuviese allí, ella no tendría miedo
de encontrarse con él en cualquier rincón.

Nº Páginas 65-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Vamos a tomar un té, querida —sugirió la señora—. Ya quiero acostarme.


Después llévele una taza de té a Matthew al despacho, quizá le siente bien.
El corazón de Tessa latió con fuerza ante el pensamiento de encontrarse a solas
con él, pero asintió con aparente calma y fue a la cocina a preparar lo que le había
pedido la anciana. Le temblaban las manos al coger la bandeja. Había pasado
bastante tiempo desde la última vez que ella le llevó algo de beber, estando solo en el
despacho, y se preguntaba si él pensaría que buscaba una excusa para verle a solas.
—A Matthew le gusta el té con muy poca leche y dos terrones de azúcar —le
informó Ethel, cuando le servía el té.
Después de atender a la señora, le llevó el té a Matthew. Él contestó con sí a la
llamada en la puerta y Tessa rezó una breve oración antes de abrirla y entrar. Allí
estaba sentado, rodeado de papeles y sorprendido al verla entrar.
—Su madre me pidió que le trajera una taza de té —le aclaró dejando la taza
sobre el escritorio y dándose la vuelta para retirarse.
—¡Tessa! —la llamó cuando llegaba a la puerta y ella se volvió. Por un instante
pensó que le iba a decir algo agradable, pero se endureció su expresión y le dijo
moviendo la cabeza—: No es nada, se puede ir.
Al regresar al salón, Tessa se sentía decaída. Se preguntaba por lo que iría a
decirle y por qué habría cambiado de idea. ¿Por qué había tenido que enamorarse de
él? ¿Por qué no había tenido una relación pasajera con el hombre que amaba, al igual
que tantas otras jóvenes? ¿Por qué a ella le era tan difícil encontrar la felicidad que
deseaba?
Dominada por un sentimiento de autocompasión, se sentó y tomó el té antes de
acompañar a la señora Craig a su habitación.
—Anda muy bien con ese bastón —le comentó con sinceridad.
—Sí, es verdad y es agradable saber que usted está a mi lado por si la necesito.
—Usted me engaña, señora Craig —Tessa sonrió—. En realidad no me ha
necesitado desde el día en que le quitaron el yeso. Usted ya puede valerse por sí
misma.
El rostro de la anciana mostraba culpabilidad.
—Acepto que ya no la necesito como antes, pero digamos que ya me he
acostumbrado a su compañía y no deseo que me deje —su sonrisa era infantil y le
dijo suplicante—. ¿Me perdona?
La joven vaciló un instante antes de inclinarse y darle un beso en la arrugada
mejilla.
—Me ha encantado trabajar para usted, también yo he disfrutado con su
compañía. Me da… —hubo un ligero temblor en su voz mientras las lágrimas
amenazaban con salir—, me dará mucha pena marcharme.
—¿No podría quedarse un poco más?

Nº Páginas 66-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—En realidad mi trabajo aquí es innecesario. Tengo que irme a finales de la


semana próxima o antes.
—No antes, por favor.
Tessa no contestó. Se dedicó a preparar el agua para el baño de la señora. A
pesar de que lo deseaba, no podía permanecer ni un día más de lo planeado, no
mientras amara a Matthew con tanta desesperación.
—Quédese y charlaremos un rato —le suplicó la señora, cuando Tessa la
acomodaba sobre las almohadas y arreglaba las sábanas, un ritual que le resultaba
difícil dejar de cumplir, aunque ya la anciana podía hacerlo sola.
—¿Todavía no se ha cansado de hablar conmigo? —se burló Tessa, sentándose
en el borde de la cama.
—Mi querida niña, usted parece tener almacenado en ese cerebro una cantidad
tan vasta de conocimientos, que ni una sola vez me ha aburrido su compañía —cogió
la mano de Tessa y se la apretó—. Algún día será la maravillosa esposa de algún
hombre afortunado.
Las últimas palabras dieron vueltas en la mente de Tessa. Le había hablado de
algún hombre afortunado; pero no de Matthew.
—¿Hay alguien en particular en su vida, Tessa?
La joven reflexionó un momento y decidió que entre todas las mentiras que se
había visto forzada a decir, no podía hacer daño admitir la verdad.
—Sí, hay alguien.
—¿Alguien en Johannesburgo?
—No.
—¿Alguien que yo conozca?
—Eso equivaldría a decírselo, ¿no es así? —Tessa rió nerviosa.
—Sí, creo que sí —admitió apesadumbrada la señora—. Perdone a esta vieja por
ser tan curiosa.
—¿Curiosa sobre qué? —preguntó Matthew, por detrás de Tessa. Ella se
sobresaltó.
—Eso no es asunto tuyo —Ethel regañó a su hijo mayor aunque con afecto—.
Tienes la mala costumbre de acercarte a la gente, en silencio y aparecer de repente en
los momentos más inesperados. Eso no está bien, en particular cuando se trata de
una conversación privada.
—¿Qué quieres que haga? —le preguntó él, sentándose, sonriente, al otro lado
de la cama—. Me conseguiré una campana e iré tocándola para avisar a todos de que
me estoy acercando.
—No seas tonto —riéndose la anciana, le cogió la mano—. Me alegro de que
hayas salido un rato de tu despacho para charlar con tu vieja madre. Últimamente
me has descuidado.

Nº Páginas 67-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Lo siento mamá, he tenido mucho trabajo —después se volvió y miró


pensativo a Tessa—. No creo que usted sepa escribir a máquina, ¿verdad?
—En realidad, sí que sé.
—¡Asombroso! —Matthew alzó las cejas.
—Tenga cuidado Tessa —le previno divertida la señora—. Me da la impresión
de que piensa ponerla a trabajar.
—Mamá tiene razón, tengo doce cartas o más, que escribir. Mi caligrafía es
pésima y sólo sé escribir a máquina con dos dedos. ¿Sería pedirle demasiado que me
las escribiera mañana? —miró a su madre disculpándose—. Es decir, si no la
necesitas para algo.
—Si Tessa está de acuerdo, yo no tengo ningún inconveniente —la señora
sonrió.
Tessa se sintió recelosa, ante la mirada de Matthew.
—Le escribiré esas cartas —contestó al fin, bajando la vista hacia las mantas de
la anciana, confiando que él no pudiera darse cuenta de los fuertes latidos que daba
su corazón traicionero.
—Estamos de acuerdo, venga a mi despacho mañana por la mañana, después
del desayuno. Le enseñaré dónde se encuentra todo y después la dejaré para que lo
pueda hacer —añadió él.
Después de eso comenzó a charlar con su madre, sin prestarle más atención a
Tessa, dándole la oportunidad tan ansiada por ella de escapar. En el vestíbulo se
cruzó con Barry y éste la cogió del brazo para detenerla.
—Usted siempre está corriendo. ¿Dónde es el fuego esta vez?
—Como de costumbre, no hay ningún fuego, no es más que mi terrible prisa
por salir y tomar un poco de aire fresco.
—¡Dios mío, usted es una maniática del aire! —Barry oyó la voz de Matthew
proveniente del cuarto de su madre—. ¿No me diga que está huyendo de Matthew
otra vez?
Tessa salió al patio y el aire fresco de la noche la reconfortó. ¿Por qué siempre le
resultaba tan difícil descansar, cuando Matthew se hallaba cerca? Parecía como si se
hubiera levantado una barrera invisible entre ellos, y que no había desaparecido ni
siquiera en aquellos momentos en que él la cortejaba. Pero Tessa pensaba que no
hubo nada improvisado en la forma en que la había abrazado. Él trató de excitarla,
quizá para comprobar el poder que tenía sobre ella, y lo consiguió.
Barry siguió a Tessa hasta el jardín.
—¿Cuándo va a dejar de huir de Matthew? Ya le dije en una ocasión que si
usted le alentara un poco, le tendría rendido a sus pies.
Tessa rió con amargura al oír aquello.
—Matthew lo interpretaría como un coqueteo, o quizá pensaría que deseo
convertirme en su amante.

Nº Páginas 68-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Tessa, usted no diría eso si conociera mejor a Matthew.


—No, no conozco a Matthew, pero sé que no tiene buen concepto de mí. Si no
fuera así, no… hubiera… —contuvo el resto de la frase y tragó con dificultad.
—¿No hubiera hecho qué?
—Nada —hizo un gesto vago como desechando pensamientos desagradables y
sin darse cuenta aceleró el paso. El jardín siempre estaba muy bonito por la noche
bajo la luz de la luna, pero Tessa estaba demasiado turbada para observar nada en
ese momento.
—Vaya más despacio Tessa, no tengo ninguna intención de trotar por todo el
jardín —la cogió del brazo.
—Lo siento.
Durante un rato pasearon en silencio.
—Tessa, quisiera hacerle una pregunta y recibir una respuesta sincera. ¿Ama
usted a Matthew?
—Sí… ¿es tan evidente? —un estremecimiento la recorrió.
—Para mí sí, pero no creo que los demás se hayan dado cuenta —Tessa se sintió
aliviada—. Hay algo más que también he observado. Matthew últimamente pasa más
tiempo en la casa que antes. ¿Tiene eso algún significado para usted?
—Sí, lo tiene. Me vigila para evitar que me escape con los objetos de plata de la
familia.
—No sea tonta, me he dado cuenta de la forma en que la contempla.
—También yo me he fijado —contestó Tessa con rigidez, tratando de evitar que
las lágrimas cayeran por su rostro—. Me mira con burla y sospecha.
—Sigue usted encerrando la cabeza en la arena como el avestruz —la regañó
Barry mientras la sentaba a su lado en un banco del jardín—. Recuerdo una vez,
cuando éramos niños, que había un pequeño cachorro en una tienda de Idwala.
Matthew quería que nuestro padre se lo comprara, pero papá insistía en que ya había
suficientes perros en la granja. Mi hermano y yo pasamos el resto de aquella mañana
en la tienda y no hizo otra cosa más que permanecer sentado contemplando el
cachorro con expresión desolada, porque sabía que no podía llevárselo.
—¿Por qué me cuenta eso?
—La mira a usted de la misma forma.
Sintió un destello de esperanza, pero lo alejó. Barry estaba equivocado. Quizá
Matthew la deseara, pero el deseo no era amor. Si él la amaba, ¿por qué no se lo
había dicho la noche de la fiesta de Barry? Sólo el cielo sabía que ella le había dado
las suficientes muestras del alcance de sus sentimientos al devolverle sus besos con
una pasión que igualaba la suya.
—¿Tessa?

Nº Páginas 69-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Salió de su triste meditación para contemplar durante un rato la figura de Barry


a su lado.
—Si no le molesta, no me gustaría hablar más sobre este tema. Hábleme de
Angela y de usted.
—Sí. Tengo algunas noticias, Angela ha aceptado casarse conmigo.
—Barry, me alegro mucho por ustedes dos. ¿Cuándo anunciarán el
compromiso?
—Pensamos anunciarlo este próximo sábado y queremos invitar a cenar a sus
padres para poderlo celebrar todos juntos.
—¿Lo sabe su madre? Y Matthew… ¿se lo imagina? —ella frunció el ceño.
—Aún no —admitió Barry, sin darse cuenta de su preocupación—. A mamá se
lo diré esta noche cuando vaya a despedirme de ella y después tendré que
comunicárselo a Matthew.
—¿Cómo… cómo piensa que reaccionará con la noticia? —le preguntó con voz
débil.
—Teniendo en cuenta cuáles son sus intereses, se alegrará mucho por vosotros.
—¡No comience de nuevo con eso! —Tessa evitó su mirada.
—No, no lo haré —aceptó él, cogiéndola de la mano para ayudarla a
levantarse—. Entremos para que pueda terminar con todo esto.
Tessa se separó de Barry en la puerta del cuarto de su madre, antes de seguir
para su propia habitación. Estuvo mucho tiempo con ella pues ya eran más de las
diez cuando le oyó salir y andar por el pasillo hasta el despacho de Matthew. Tessa
se puso muy nerviosa al pensar en lo que podría suceder.
Se puso la bata y las zapatillas, y fue a la habitación de la señora Craig como
acostumbraba hacer antes de acostarse, pero en esta ocasión se sentía incómoda al
hacer esta visita normal, como si la señora pudiera pensar que iba por curiosidad.
Encogiéndose de hombros abrió la puerta del dormitorio de Ethel y entró.
Al acercarse a la cama, la señora la recibió con una sonrisa radiante.
—Barry me acaba de dar una noticia maravillosa y me siento tan contenta que
me dan ganas de celebrarlo en este mismo momento.
Le contó todo muy ilusionada y Tessa lo único que pudo hacer fue contemplar
la felicidad que se reflejaba en su rostro.
—Ahora mi mayor alegría será ver a Matthew felizmente casado —terminó
diciendo con una pequeña nota de tristeza, que encontró eco en el corazón de
Tessa—. ¿Cree que podríamos celebrarlo con una taza de chocolate?
—Iré a prepararlo —dijo sonriendo, y salió de la habitación.
Al pasar junto al despacho de Matthew oyó un murmullo de voces y se detuvo
un momento pensando en cómo reaccionaría Matthew ante la noticia del
compromiso de Barry con Angela. Se tranquilizó al oír que por lo menos, no se

Nº Páginas 70-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

gritaban. Oyó pasos cerca de la puerta y Tessa se dirigió con rapidez a la cocina,
antes de que la descubrieran. Ya había calentado la leche cuando alguien entró en la
cocina.
—¿Preparando chocolate? —le preguntó Matthew, parado detrás de ella,
alterando su sistema nervioso.
—Sí, ¿le apetece un poco?
—Sí, por favor, si no es demasiada molestia.
El tono de burla en su voz la lastimó y enfadó al mismo tiempo mientras se
daba la vuelta para mirarle de frente.
—No se lo hubiera ofrecido si pensara que era demasiada molestia.
Para su consternación, sus ojos la recorrieron desde la cabeza hasta los pies.
Tessa se ruborizó.
—¿Le ha dicho alguien lo guapa que se pone cuando se enfada y lo encantadora
cuando se ruboriza?
Turbada, le contempló, no estaba dispuesta a dejarse vencer.
—¿Alguna vez alguien le ha dicho que es intolerable?
Por un momento pensó que se había excedido al ver cómo se oscurecían sus
ojos, pero se extrañó, al ver que encontraba divertida la situación.
—Si va a preparar chocolate le sugiero que lo haga antes de que se enfríe la
leche —le dijo burlándose de ella y Tessa sintió deseos de lanzarle algo.
El ambiente era tenso mientras ella preparaba el chocolate y después en silencio
le sirvió, evitando mirarle a los ojos.
—¿Supongo que habrá oído las noticias sobre Barry y Angela? —le preguntó
indiferente y entonces ella le miró, pero su expresión no delataba sentimiento alguno.
—Sí, ya he oído —dijo tratando que su voz fuera lo más normal posible.
—Ya es hora de que Barry se formalice y Angela es la joven que puede hacerle
feliz. Son una pareja ideal —añadió él, bebiendo su chocolate y observando la mirada
incrédula de Tessa.
—¿No le importa?
—¿Hay algún motivo por el que debiera importarme?
—Yo… yo pensé que… —sus manos se agitaron nerviosas.
—¿Que yo amaba a Angela? —él terminó la frase por ella.
—Bueno… sí —se sentía tonta y aturdida.
Por un momento estuvieron en silencio hasta que él dijo:
—Siento que la haya desilusionado y que no tenga un corazón destrozado que
enseñarle.
Tessa aspiró con fuerza ante su cinismo.

Nº Páginas 71-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Nunca pensé que tendría destrozado el corazón, en realidad estoy segura de


que eso es algo que nunca le sucederá a usted.
—¿De verdad? —le preguntó con curiosidad y con los ojos entrecerrados—,
¿qué le hace pensar así?
Tessa volvió a aspirar profundamente para calmar sus nervios y contestarle:
—En primer lugar usted es demasiado arrogante y cínico para llegar a
enamorarse alguna vez y como consecuencia, nunca sufrirá por tener destrozado el
corazón, si es que lo tiene, porque estoy segura que en su lugar tiene una piedra.
Sin mirarle recogió la bandeja y se dirigió hacia la puerta. Matthew le impidió la
salida. Ella se asustó más que nunca.
—Deje esa bandeja —le ordenó.
—Su madre está esperando el chocolate —inquieta, trataba de escapar, pero él
repitió la orden y Tessa se dio cuenta de que no podía hacer otra cosa más que
obedecerle.
Matthew cerró la puerta de la cocina y avanzó hacia ella. Tessa retrocedió para
intentar escapar, pero sus brazos la alcanzaron y sus dedos le aprisionaron los
hombros con crueldad mientras la atraía hacia él. Tessa luchó, pero todo fue inútil, él
la rodeó con sus brazos apretándola con fuerza.
—Esta vez has ido demasiado lejos Tessa —le dijo con dureza.
—Matthew, ¡por favor! —suplicó—. Yo… yo no quise decir…
—¡Oh sí, tú quisiste decirlo! Te satisfizo decir cada palabra y ahora pagarás por
ellas.
—No, no, ¡suéltame! ¡Por favor!
Los gritos fueron ahogados, mientras su boca buscaba la de Tessa
desesperadamente, en la forma de castigo más dolorosa que ella jamás había
experimentado. Cada parte de su ser se resistía contra este asalto, hasta que se
produjo un cambio repentino. Con sus propios labios la obligó a abrir los suyos y la
besó. Ella había perdido y él lo sabía, porque pudo sentir la confianza en su contacto,
cuando la besó en el hombro, después de retirarle la bata.
—Así que no tengo corazón, ¿no lo tengo? —murmuró contra su cuello.
—Esto no tiene nada que ver con el corazón o con amar, Matthew —pudo decir,
luchando por soltarse—. No es otra cosa más que deseo animal.
—Quizá, pero el deseo puede ser maravilloso —le dijo abrazándola con más
fuerza—. ¿No estás de acuerdo?
Tessa temblaba y experimentaba otras emociones que no tardaron mucho en
hacerla llorar, fueron lágrimas de ira, frustración y desencanto.
—Por favor, déjame ir —el tono era tan frío que él hizo lo que le había pedido—
. ¿Qui… quisiera usted lle… llevarle el chocolate a su madre? —le preguntó antes de
abrir la puerta y salir.

Nº Páginas 72-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Sola, en la oscuridad de su pequeña habitación, Tessa se tumbó sobre la cama y


lloró hasta que cesaron de fluir las lágrimas, aunque esto no alivió el peso sobre su
conciencia. Se volvió, y contempló la oscuridad con los ojos rojos e hinchados de
tanto llorar. La situación se había vuelto intolerable y sólo podía hacer una cosa: irse
y pronto.
Había llegado a esa casa bajo engaños, ayudada y apoyada por la señora Craig,
quien había insistido en que ella fingiera ser la sustituta de la señorita Emmerson.
Además, estaba su propio engaño al utilizar un nombre falso. Lo que había
comenzado como una aventura inofensiva terminaría en un desastre, si no se iba de
inmediato.
El bueno de Barry había insinuado que su hermano la quería, pero Barry sólo
había sido bondadoso; esto era algo de lo que estaba segura, ya que Matthew aún
mantenía la primera opinión que tuvo de ella… Por supuesto que podía ir ante él y
contarle la verdad, pero sólo conseguiría poner peor las cosas. Molesta, golpeó la
almohada con los puños. Esto terminaría con su deseo de ser amada por sí misma.
Quizá estaba siendo tonta, pero era necesario que no le quedaran dudas en la mente
sobre este asunto.
Durante un rato le dio vueltas a esta idea antes de desecharla. La sugerencia de
Barry en el sentido de que Matthew la quería era ridícula, teniendo en cuenta su
comportamiento con ella, pero… no podía evitar volver a este pensamiento… si fuera
cierto, ¿no se enfadaría aún más si descubriera su verdadera identidad?
Se levantó de la cama y anduvo de un lado a otro. Matthew odiaría saber que
había sido engañado y no dudaría en despedirla, a pesar de lo que sintiera por ella.
Desde cualquier ángulo que Tessa lo analizaba se encontraba en el lado
perdedor y sólo le quedaba una salida. Se iría tan pronto como pudiera, a pesar de
que, durante el resto de su vida, tendría la seguridad de que no le interesaba al
hombre que ella amaba.

Nº Páginas 73-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 8
Tessa no pudo conciliar el sueño en toda la noche y comenzó el día con un
fortísimo dolor de cabeza. Las ojeras que tenía, revelaban la noche de insomnio que
había pasado. Odiaba la idea de tener que enfrentarse a Matthew, pero no había
forma de evitar el encuentro, puesto que había aceptado mecanografiarle esas cartas.
Suspirando, retiró las mantas, se bañó y se puso unos pantalones cómodos de
color beige y una blusa de color cereza, confiando con ello mejorar su apariencia. Se
dio crema en la cara antes de maquillarse y después de peinarse se observó en el
espejo sólo para hacer una mueca ante la evidencia de la noche de insomnio que no
había logrado hacer desaparecer por completo. Se aplicó otra pequeña cantidad de
polvos bajo los ojos, comprendiendo que era todo lo que podía hacer.
Aún no había terminado de preparar el desayuno cuando Matthew entró en la
cocina. Tenía un aspecto jovial; después de un breve saludo, Tessa trató de no
prestarle atención pero, como siempre Matthew hizo que sintiera su presencia
parándose detrás de ella para observar, por encima de su hombro, lo que estaba
haciendo.
—El olor de ese tocino es delicioso —comentó—. No me había dado cuenta del
hambre que tenía.
Tessa no se explicaba que se las arreglara para permanecer tan tranquilo y
sereno después de lo que había ocurrido entre ellos.
—Si se sienta le serviré el desayuno —le dijo cortante mientras pasaba los
huevos y el tocino a su plato.
Apenas había comenzado a desayunar Matthew cuando entró Barry
alegremente. Se frotó las manos antes de darse unos ligeros golpes en el estómago.
—¡Dios mío, tengo hambre!
—Usted siempre tiene hambre —le replicó Tessa en tono de broma, sintiendo
que su presencia aliviaba algo la tensión.
—¿Cómo puedo evitarlo si soy un muchacho en pleno crecimiento que necesita
mucha comida? —le dijo sentándose a la mesa.
—Ya no es usted tan muchacho y en la única dirección en que crecerá será hacia
adelante.
—¿Me está diciendo que estoy gordo? —le preguntó Barry con fingida seriedad.
—No —Tessa sonrió—, pero lo estará si no se cuida.
Matthew no hizo caso a sus comentarios.
—No olvide que la estaré esperando en la oficina después de que haya
desayunado —le recordó mientras Tessa se preparaba a salir con la bandeja del
desayuno para la señora Craig.
—No lo olvidaré.

Nº Páginas 74-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Y era cierto. El pensar en que estaría a solas con él en su oficina la llenaba de


temor, pero si él podía tomar las cosas con tanta frialdad, ella también lo haría.
—Perdóneme que le diga esto —comentó divertida la anciana cuando Tessa se
paró frente a ella—, hoy tiene la apariencia de alguien preparado para una batalla.
Tessa se relajó visiblemente y rió nerviosa ante la sagacidad de la señora.
—Quizá me espera una batalla, ¿quién sabe?
Su respuesta vaga no preocupó a Ethel, y Tessa, después de ponerla cómoda,
regresó a la cocina para desayunar. Estaba demasiado nerviosa para tener hambre y
por fin se decidió por una rebanada de pan y una taza de café. En ese instante entró
Daisy y Tessa, no queriendo hacer esperar a Matthew le pidió que ayudara a la
señora Craig, si ésta lo necesitara.
Cuando Tessa entró en el despacho de Matthew, éste se encontraba parado
frente a la ventana observando el valle y ella se quedó mirándole. En ese momento se
volvió y Tessa desvió con rapidez la vista.
—Le pido disculpas por comprometerla de esta forma —le dijo mientras se le
acercaba—, le agradeceré mucho su ayuda.
Tessa pensó con ironía que se estaba comportando como un ser humano.
—Dígame de qué se trata y lo haré lo mejor posible.
Matthew hizo un gesto señalando hacia su escritorio.
—He colocado aquí la máquina de escribir porque pensé que así tendría más
espacio para trabajar. Si la altura de la silla no le es cómoda, puede cambiarla
haciéndola girar —le sacó un paquete de papel de escribir y de papel carbón—.
Pienso que será suficiente, ¿no cree?
—Más que suficiente —le aseguró ella.
Matthew le entregó varias hojas de papel en las que había escrito las cartas que
debía mecanografiar.
—Confío en que pueda descifrar mi escritura.
Tessa las revisó, leyendo algunos párrafos. Su escritura era firme y grande, al
igual que la de la mayoría de los hombres que conocía.
—Me las arreglaré.
Matthew la observó en silencio durante varios segundos que a ella le parecieron
una eternidad.
—Tiene ojeras ¿se encuentra bien?
—Yo… me duele un poco la cabeza —contestó con un ligero temblor en la voz.
Rehuía su mirada y trataba de quitar importancia al dolor tan intenso que sentía en
los ojos.
—¿Ha tomado algo para el dolor?
—No, lo… lo tomaré más tarde.

Nº Páginas 75-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Ante su sorpresa escuchó cómo vertía agua en un vaso, después pasó cerca de
ella y abrió uno de los cajones de su escritorio, sacando un frasco de pastillas. Lo
abrió y dejó caer una aspirina en su mano.
—Tómela —le dijo con suavidad, mientras su mano rozaba ligeramente la de
ella al entregársela.
La amabilidad de Matthew era poco normal y durante un momento se quedó
observándole con expresión de tonta.
—Quiere que se le pase el dolor de cabeza, ¿no es así? —le preguntó
impaciente.
—Sí… sí, por supuesto.
—Entonces tómese esta aspirina —su mirada tenía vestigios de burla—. Le
aseguro que no se trata de nada mortal.
Tessa no pudo evitar la sonrisa que afloró a sus labios.
—No pensé que lo fuera —le respondió de inmediato y se tragó la aspirina
antes de que él pudiera añadir algo—. Gracias —murmuró mientras él cogía de su
mano el vaso vacío—. Es usted muy amable.
—No estoy siendo amable —le respondió con tranquilidad—. Sólo quería
asegurarme de que el dolor de cabeza no le impidiera escribir estas cartas.
Esto ya fue demasiado para Tessa y su enfado aumentó, a pesar de que sabía
que Matthew lo decía por enfurecerla. Sin poder controlarse se volvió hacia él y dejó
escapar algunas de sus emociones reprimidas en una ráfaga de palabras.
—Debía imaginar que nunca hace nada sin tener una buena razón. Dije que
usted era bondadoso, pero estaba equivocada. No tiene dentro ni un ápice de bondad
por lo que no sabría cómo ser bondadoso aunque lo intentara. ¡Usted es el hombre
más arrogante, ególatra y egoísta que he tenido la desgracia de conocer y confío en
no verle nunca más una vez que me haya ido de aquí!
Se hizo un silencio muy tenso, después de su explosión de ira y una mirada a la
fría expresión en los ojos de Matthew hizo que se calmara. Se llevó la mano al cuello
y para su sorpresa, se dio cuenta de que estaba a punto de llorar.
—Lo siento —murmuró aturdida—. Me duele la cabeza, no he dormido bien y
en realidad no quise decir todo eso.
De nuevo se produjo un silencio y ella vio cómo el pecho de Matthew se
agitaba.
—Aceptaré sus disculpas —dijo él, y, sin decir una palabra más, se dio la vuelta
y salió de la habitación.

Tres horas más tarde Tessa guardaba la máquina de escribir. Puso las cartas de
Matthew en un montón sobre su escritorio y fue en busca de la señora Craig. Muchas
veces había repasado en su mente lo que quería decirle, pero siempre había

Nº Páginas 76-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

rechazado su pequeño discurso, descartándolo por otro. Quizá fuera más


conveniente dejar que todo se produjera con naturalidad sin las pequeñas frases ya
gastadas, aunque agradables, que había pensado.
Encontró a Ethel tomando el té en el patio y la forma en que se iluminó la cara
de la anciana al verla, hizo que le diera un vuelco el corazón y hasta que cambiara de
idea.
—Llega a tiempo para el té —le dijo con dulzura—. Le pedí a Daisy que lo
sirviera más tarde con la esperanza de que usted pudiera acompañarme. Hace un día
espléndido y es una verdadera lástima que haya tenido que estar tanto tiempo
sentada, encerrada en ese despacho.
—No tendré que volver, puesto que ya he terminado todas las cartas de
Matthew —dijo Tessa mientras se servía una taza de té—. Todo mi tiempo es suyo.
—Quizá no crea lo que le voy a decir Tessa —comenzó la señora después de un
breve silencio—, pero me he encariñado en extremo con usted.
—Y yo con usted —respondió Tessa con sinceridad.
—Quisiera que hubiera alguna forma para que pudiera conservarla a mi lado.
Milagrosamente, esto era lo que necesitaba Tessa y desterrando de la mente y el
corazón cualquier otra idea comenzó a hablar.
—Señora Craig, me he sentido muy feliz trabajando para usted y la voy a
extrañar muchísimo, pero quisiera pedirle que dejara que me fuera mañana mismo
—se mordió los labios al ver la expresión de desaliento de la anciana—. Sé que esto
es muy repentino y que usted me ha pedido que… me quede hasta la próxima
semana pero yo… yo tengo que irme antes… —no pudo continuar y se quedó
mirando el suelo empedrado, sintiéndose muy desdichada.
—¿Por qué tiene que irse, Tessa? —le preguntó con suavidad—. ¿No puede
decírmelo?
Las lágrimas cubrieron los ojos de Tessa.
—Señora, obtuve este trabajo con usted mediante afirmaciones falsas.
—Sí, querida, lo sé. Engañamos a todos al decir que usted era la sustituta de la
señorita Emmerson, pero eso fue un pequeño engaño —observó a Tessa con
atención—. Espero que eso no la haya perturbado.
Tessa movió la cabeza.
—Me temo que mi engaño es mucho mayor que ése.
—¿Se refiere al hecho de que usted es Theresa Ashton-Smythe y no Tessa
Smith?
La joven contuvo el aliento y su mirada se fijaba en las facciones calmadas de la
anciana.
—¿Usted lo sabe?
Una dulce sonrisa se dibujó en los labios de Ethel.

Nº Páginas 77-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Lo supe desde el principio.


—Pero… pero… —Tessa la observaba incrédula—. ¿Cómo lo supo? y ¿por qué
no me lo dijo?
Ethel sonrió y se sirvió otra taza de té.
—Olvida querida que al estar confinada en una silla de ruedas he tenido
disponibles muchas horas para leer. He leído todo lo que ha caído en mis manos y así
fue que leí un montón de revistas viejas que nunca había tenido la oportunidad de
hacerlo. En una de ellas leí un artículo sobre su próxima boda. Esto le debe dar una
idea de lo viejas que eran —bebió un sorbo de té—. Tengo que reconocer que al
principio me engañó con su pelo corto y la ropa que llevaba, pero escondida bajo
todo eso se encontraba Theresa Ashton-Smythe. Llegó aquí en un momento oportuno
y de inmediato se me ocurrió presentarla como la sustituta de la señorita Emmerson.
—¿Por qué? —preguntó Tessa, aún asombrada. Una vez más se dibujó una
sonrisa en los labios de la señora Craig.
—Usted dio como su nombre el de Tessa Smith, ¿recuerda? En ese momento
comprendí que estaba escapando de alguien o que la propia vida la había llevado a
tal situación que deseaba refugiarse en el anonimato… —su mirada la interrogaba
con dulzura—, ¿cuál fue el motivo, Tessa?
Tessa se sintió aliviada ante la oportunidad de poder contarle todo a la anciana
y así lo hizo, sin omitir ningún detalle.
—La boda con Jeremy Fletcher nunca se llevó a cabo. El caso es que me dejaron
plantada. Él me envió una corta y enigmática carta en la que me decía que se casaba
con otra persona a la que amaba y que el único motivo que había tenido para casarse
conmigo era el beneficio financiero que obtendría con ello. Esto, para mí fue
horroroso —Tessa dejó correr sus dedos por el brazo del sillón mientras que sus
pensamientos recorrían los últimos veintidós meses—. Estudiaba música en el
conservatorio y me faltaba un año para terminar, lo que pensaba hacer después de la
boda. Poco después de desplomarse todo, recibí una beca para realizar estudios en
Europa y me aferré a ella para alejarme de allí. Mis padres estuvieron de acuerdo en
que un cambio de ambiente sería ideal para mí, desde el punto de vista emocional.
Pasé un año en Europa antes de regresar a África del Sur con la intención de abrir
una escuela de música, pero en lugar de ello me dediqué a ofrecer conciertos, algo
que no me atraía mucho. Mi madre quería que me convirtiera en una concertista de
piano y mi padre la apoyó, pero en el fondo no les importaba mucho, lo que
deseaban era que yo me sintiera feliz.
Se levantó, incapaz de seguir sentada un momento más. Anduvo de un lugar a
otro, mientras continuaba su historia.
—Tengo muchos amigos, señora Craig y los quiero mucho a todos, pero Jeremy
sembró en mi mente una enorme duda. Me estaba volviendo cínica, no confiaba en
nadie y al final, pensaba cuántos de mis amigos eran verdaderos, y si realmente me
apreciaban. Comencé a dudar de su sinceridad.

Nº Páginas 78-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Lo comprendo, usted deseaba que la quisieran por usted misma, no por
quién era.
—Sí —afirmó Tessa con un breve movimiento de cabeza y continuó—: Una
noche, después de un concierto que resultó agotador, asistí a una fiesta para celebrar
el éxito de la noche. Para mi sorpresa allí se encontraban también Jeremy y su esposa.
Nos saludamos como seres civilizados, me presentó a su esposa y después pasamos
el resto de la noche evitando encontrarnos. De mis antiguos sentimientos, hacia él ya
no quedaba nada, pero no podía evitar recordar que se había querido casar conmigo
por mi dinero. El pensamiento me repugnaba y fue entonces cuando decidí alejarme
de todo para encontrarme a mí misma, tal como era y descubrir si la gente me podría
aceptar como una amiga siendo tan sólo Tessa Smith.
—¿No se opusieron sus padres a esta idea?
—No. Por supuesto que están preocupados por mi seguridad, pero por fortuna
me comprenden. Decidí recorrer el país para conocer nueva gente y ver nuevas caras.
El ser sólo la señorita Smith, prometía ser divertido. Por desgracia me perdí y tuve
que venir aquí para que me dijeran cómo llegar al pueblo más cercano. Me
confundieron con la nueva ama de llaves y acompañante, y antes de que pudiera
negarme, me encontré contratada —se rió nerviosa—. El resto ya lo conoce.
La mirada de Ethel Craig estaba llena de disculpas.
—Tengo que reconocer que yo la puse en esta situación sin muchos
formulismos. Por lo general no soy una persona impulsiva pero intuí que era infeliz
y quería ayudarla.
Tessa se arrodilló frente a su silla y le cogió las manos entre las suyas.
—Usted ha sido muy bondadosa conmigo.
—Hay otra cosa sobre la que quiero insistirle —las manos que estrechaban las
de Tessa las apretaron—. El conocer su verdadera identidad no representó ninguna
diferencia en lo que yo siento por usted. Le tengo mucho afecto Tessa y el conocerla
ha sido encantador. La riqueza y el éxito no la han echado a perder. Usted es
afectuosa y sincera, y en su corazón hay encerrada una enorme cantidad de amor,
esperando a que alguien encuentre la llave. Ha demostrado que ninguna tarea es
demasiado humilde para usted y tengo que reconocer que hubo momentos en que
me horrorizó la idea de que sus manos resultaran dañadas con el trabajo doméstico
—dio la vuelta a las manos de Tessa y las examinó con cuidado—. Gracias a Dios que
han sobrevivido. ¿Por qué llora?
Tessa no hizo ningún esfuerzo por ocultar las lágrimas que descendían con toda
libertad por sus mejillas.
—Lloro porque, por primera vez en mi vida siento que tengo una verdadera
amiga y odio la idea de irme. Aquí con usted yo… yo he encontrado felicidad. Tengo
que irme señora Craig. No me atrevo a quedarme un día más.
—¿Por qué no?
—Si Matthew descubriera la verdad sobre mí, nunca me perdonaría. Tengo que
irme antes de que lo averigüe.

Nº Páginas 79-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

La anciana la observó atenta, durante un prolongado silencio.


—Si le importa tanto lo que Matthew piense de usted, ¿está dispuesta a admitir
la derrota sin siquiera tratar de pelear?
Tessa admitió la sagacidad de la mujer.
—Veo que es inútil tratar de ocultarle algo, así que más vale que acepte que
estoy perdidamente enamorada de ese hijo suyo.
Una sonrisa de satisfacción curvó los labios de Ethel Craig.
—¿Va usted a desilusionarme huyendo?
—No puedo aceptar su reto —murmuró desconsolada—. Matthew no me ama.
—¿Está segura?
Tessa se levantó y de nuevo anduvo nerviosa de un lado a otro. En realidad no
estaba segura, se sentía demasiado confusa para estar segura de algo. Matthew no
había mostrado el más ligero indicio de que le interesara. Las veces que la había
cortejado no había sido más que para probar su reacción y confirmar las sospechas
que tenía sobre su moral. Pero a pesar de todo le cabía la duda de si ella habría
interpretado mal sus acciones.

Tessa había obtenido de la señora Craig, la promesa de mantener el secreto,


bajo la condición de que ella permanecería en la casa hasta el próximo fin de semana.
Tessa no pudo negarse. En cuanto a Matthew, ella siguió siendo una cobarde y le
evitó todo lo posible durante los días siguientes.
A Angela y a sus padres los invitaron a cenar, la noche del sábado, para
anunciar oficialmente el compromiso entre Barry y Angela. Tessa estuvo muy
ocupada la mayor parte del día con los preparativos. Al ver que le quedaba una hora
libre, Tessa se dedicó a su pasatiempo favorito, paseó por los jardines, intentando
deshacerse de los inquietantes pensamientos que la perseguían.
—Esa es una flor conocida como ave del paraíso —dijo de repente Matthew
detrás de ella cuando la joven se detuvo para examinar la planta. No le había oído
acercarse.
—Pensé que esta planta se conoce como una strelitzia —replicó, con malicia.
—Si es necesario decir el nombre botánico completo —dijo él—, es una strelitzia
reginae.
Tessa le miró fingiendo sorpresa.
—No sabía que estuviese usted tan bien informado.
—Quizá sea porque nunca se ha molestado en conocerme.
Los ojos verdes la examinaban con atención. Como siempre, Matthew y ella
comenzaban a discutir y Tessa no tenía el ánimo para mantener una batalla, verbal o
física con él.

Nº Páginas 80-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Sí… bien, me tengo que ir.


—¿Huyendo de nuevo?
—Y, ¿qué se supone que quiere decir con eso? —le preguntó enfadada.
—Vamos, Tessa —dijo riendo con ironía—, últimamente ha estado
esquivándome como si yo tuviera una enfermedad contagiosa o algo parecido. Cada
vez que entro en una habitación usted se va. Quiero que sepa que esto ya ha ido
demasiado lejos.
—No me había dado cuenta de que usted sintiera un interés especial por mi
compañía. Lo siento, pero tengo trabajo que hacer, si me disculpa… —sus dedos se
cerraron sobre su muñeca con una presión dolorosa—. ¡Suélteme, me está haciendo
daño!
—No huya más de mí, Tessa —le insistió con calma, suavizando la presión, sin
soltarla.
—No estoy huyendo de usted. ¡Ahora, por favor, suélteme! —le respondió
violenta.
Matthew la observó pensativo durante un momento y, para su sorpresa, la
soltó, y fijó la mirada en algo que había detrás de ella.
—A propósito —dijo con calma—, hay una serpiente detrás de usted.
—¡No! —gritó aterrada mientras se refugiaba en la seguridad de sus brazos que
la esperaban, como una paloma mensajera que regresa al hogar—. ¿Dónde está? —
miraba nerviosa por encima de su hombro.
—No había ninguna serpiente —sonrió él, manteniéndola abrazada con
fuerza—, pero la idea de que hubiera una parece haber dado buen resultado.
—¡Salvaje! —gritó golpeándole con los puños el pecho—. Eso ha sido
abominable y le odio.
—¿Me odia? —le preguntó con suavidad, bajando la cabeza y dejando resbalar
los labios por su cuello—. ¿De verdad me odia?
—Yo… yo… ¡Oh, Matthew, por favor no! —le suplicó débilmente sintiendo que
disminuía su resistencia.
Hizo un último esfuerzo por liberarse y de inmediato sintió que la apretaba con
tanta fuerza contra su cuerpo que casi le impedía respirar. La besó una y otra vez
hasta que ella quedó apoyada en sus brazos, asustada por la intensidad de sus besos,
y al mismo tiempo casi suplicando más.
—No podemos seguir así, Tessa —dijo de repente—, la situación se ha vuelto
intolerable.
—¿Qué… qué se ha vuelto intolerable? —tartamudeó, nerviosa.
—El que yo te esté necesitando y que tú siempre huyas de mí.
—¿Qué piensa que debiéramos hacer? —le preguntó con cautela.
Los ojos de Matthew la recorrieron.

Nº Páginas 81-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Sugiero que aceptemos que nos necesitamos mutuamente y que dejemos las
cosas seguir su curso.
—¿Está sugiriendo —preguntó con torpeza, sintiendo un doloroso vacío en el
corazón—, que me convierta en su amante?
—Por amor de Dios Tessa, ¿qué clase de hombre cree que soy?
Ella hizo un gesto desconsolado con las manos.
—¿Qué puede esperar que piense? —gritó angustiada—. Me dice que me
necesita y que debemos aceptar que ambos nos necesitamos. ¿De qué otra forma
debo interpretar sus palabras?
Matthew hundió los dedos en su cabello. Ella sabía que lo hacía cuando estaba
exasperado.
—¿Por qué no puede comprender lo que estoy tratando de decirle? ¡Hasta
ahora estamos dando vueltas en círculos sin llegar a ninguna parte! —Tessa
retrocedió separándose de él.
—¿Dónde se supone que vamos?
—Tessa, estoy tratando por todos los medios de hacerle comprender que la
amo, pero usted aún insiste en tergiversar todo lo que digo.
Matthew continuó sermoneándola, pero Tessa ya no le oía. Una intensa alegría
la inundaba, haciendo que se aceleraran los latidos de su corazón, dejándola débil,
sabiendo que después de todo, él la amaba.
—Constantemente evita encontrarse conmigo —continuó Matthew—. Siempre
que me acerco enseguida tiene algo que hacer en otra parte.
Tessa sentía que su corazón nunca más podría recuperar su ritmo normal.
—Matthew, ¿cuándo vas a dejar de hablar y vas a besarme?
La observó por un instante y después la cogió en sus brazos y Tessa no opuso
resistencia mientras sus labios buscaban los de ella.
—¡Oh, Matthew! ¿Por qué has tardado tanto en decirme que me amabas? ¿Por
qué dejaste que pensara que sólo te estabas divirtiendo conmigo?
—No se puede decir que pusieras mucho de tu parte.
—No puedes decir que opuse mucha resistencia la noche de la fiesta de
cumpleaños de Barry —le recordó ella.
Él deslizó un dedo por debajo de su barbilla y le hizo levantar la cabeza.
—A pesar de que dudaba de ti, no pude resistirme a cortejarte un poco.
—¿Estás seguro de mí ahora?
—Lo estaré cuando me digas que me amas —su mirada era interrogadora—.
¿Me amas?
—Sí, sí —le aseguró casi sin aliento, deslizó sus brazos alrededor de su cintura y
se apretó contra él.

Nº Páginas 82-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—No hagas eso —casi gimió, separando sus labios de los de ella,
manteniéndola a corta distancia para mirarla—. Eres preciosa, Tessa y te amo.
—No puedo creer que me ames —dijo Tessa, mientras regresaban a la casa—.
Yo pensaba que estabas enamorado de Angela.
Matthew la acercó a su lado.
—Nunca he amado a Angela. El único motivo por el que la traía a casa era
porque confiaba en que Barry se interesara en ella. Hacen una buena pareja, ¿no lo
crees?
—Eres un viejo zorro —dijo riéndose asombrada de ver que pudiera ser tan
natural con él, ahora que estaba segura de su amor.
Lo único que echaba a perder este momento de felicidad era que aún tenía que
contarle todo a Matthew, como lo había hecho con su madre. Pero era un momento
demasiado perfecto para estropearlo con una confesión, en especial con la que ella
tenía que hacer. Pensó que necesitaba un poco más de tiempo para adaptarse a la
nueva situación antes de decirle la verdad. Sabía que se enfadaría, pero ése era un
riesgo que tendría que correr y sólo le quedaba confiar que con el tiempo lo
comprendería.
En el patio la acercó de nuevo a él y la besó.
—Tus pensamientos estaban lejos de mí. ¿En qué pensabas, Tessa?
Ella le acarició con un dedo el contorno de sus labios.
—En ti. Desde el momento en que nos conocimos no he podido pensar en nadie
más.
Había un brillo curioso en los ojos de Matthew mientras decía:
—A pesar de que mis primeros pensamientos sobre tu persona no fueron muy
benévolos, no pude evitar amarte. Aún no conozco el misterio que te rodea, pero no
me importa.
Los ojos de Tessa se llenaron de lágrimas.
—Esto es lo más hermoso que me han dicho. Sé que debo aclararte el misterio,
pero temo echar a perder este momento de felicidad. ¿Tendrás un poco más de
paciencia?
—Cuando lo pides de esta forma tan encantadora, ¿cómo puedo negarme? —le
dio un beso antes de entrar en la casa—. Guardaremos nuestro secreto un poco más,
hasta después del anuncio del compromiso de Barry, ¿te parece?
Tessa accedió de inmediato, no queriendo hacer nada que lastimara a Barry
recreándose en el pensamiento de que podría disfrutar en privado el conocimiento
de su amor. Había ocurrido el milagro. ¡Matthew la amaba! La amaba tal como era y
no porque fuera Theresa Ashton-Smythe y esto era lo que ella había deseado. Aún
faltaba la parte más difícil antes de que pudiera decir que la felicidad de él era suya
por completo. Era como un río peligroso que necesitaba cruzar y ella sabía que no
podía evitar indefinidamente ese cruce.

Nº Páginas 83-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 9
Tessa no vio de nuevo a Matthew hasta la hora en que debía llegar la familia
Sinclair. Después de asegurarse de que todo estaba listo para la cena, se bañó y se
vistió con rapidez. La señora Craig había insistido en que ella se podría valer por sí
misma, por lo que Tessa tuvo tiempo suficiente para maquillarse. Su cara había
perdido la apariencia angustiada y sus ojos adquirieron un brillo especial. Pensó que
eran efectos del amor. Su aspecto era radiante.
Al salir de la habitación se alegró al ver a Matthew que se acercaba por el
pasillo, vestido con un traje oscuro, camisa blanca y corbata. Era la primera vez que
le veía vestido así y el ritmo de su pulso se aceleró involuntariamente. Llegó rápido a
su lado y antes de que ella se diera cuenta de sus intenciones la había obligado a
entrar de nuevo en su habitación y había cerrado la puerta. Sus brazos la rodearon.
—Matthew, no debieras estar en mi habitación. ¿Qué sucedería si alguien nos
encontrara aquí juntos?
—¿Puedo evitarlo si sales al pasillo tan encantadora? —murmuró besándola
con intensidad—. Aún no has pagado por esas cosas terribles que me llamaste el otro
día. ¿Quieres decírmelas ahora? —él levantó la cabeza, pensativo y su cara asumió
una expresión dura que no la asustó—. Ya recuerdo, arrogante, ególatra y egoísta.
—Matthew, yo no quise decir lo que dije —manifestó suplicante,
comprendiendo que sus propias emociones estaban yendo más allá de toda cordura.
—No quiero excusas ahora que te tengo acorralada —se rió con un brillo en los
ojos que la hizo estremecerse—. Acepta el castigo.
La forma de castigarla, era excitar aún más sus emociones, que ella, con valor,
intentaba mantener bajo control y que ya se sentía incapaz de dominar. Se dejó
arrastrar por la marea de emociones hasta que sintió que sus caricias comenzaron a
ser demasiado íntimas.
—Matthew, te… amo pero te… tenemos que irnos —dijo con la voz
entrecortada.
Muy a su pesar, él la apartó, sus manos aún sobre la cintura y su cálida presión
no permitían que se calmaran los rápidos latidos del corazón de Tessa.
—Creo que Angela y sus padres llegarán en cualquier momento —suspiró
Matthew, alejándose de ella y abriendo la puerta—. Me gustaría que fuera nuestro
compromiso el que celebráramos.
—También yo —repitió ella, y Matthew la habría cogido de nuevo entre sus
brazos, si no se le hubiera escapado de prisa, hacia el pasillo.
Aquella noche Angela era la imagen de la belleza, su felicidad era evidente y
Tessa no había visto nunca a Barry tan sereno y seguro.
El señor y la señora Sinclair, eran una pareja encantadora y no disimulaban su
aprobación por la elección de su hija. Tampoco había duda de que la señora Craig

Nº Páginas 84-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

estaba muy contenta de que por fin Barry se formalizara y de que lo hiciera con
alguien que le satisfacía a ella.
Los ojos de Tessa se encontraron con los de Matthew y el calor de su mirada
hizo ruborizar a la joven. Pensaba que si no se hubiera comprometido con tantos
engaños, ahora no sentiría pendiente sobre ella esa sensación de desastre que
empañaba este momento de completa alegría y felicidad.
Esa noche, antes de la cena, Barry abrió las botellas de champán y brindaron.
—Damas y caballeros —comenzó ceremonioso, mientras esperaban sus
palabras—, todos conocemos el motivo de esta pequeña reunión, por lo que no la
demoraremos —acercó a Angela a su lado—. Angela ha aceptado ser mi esposa y
tenemos la bendición de sus padres.
—Y la mía —añadió la señora Craig, contenta.
—Y la tuya, mamá —reconoció Barry sonriente. Colocó su copa sobre la mesa y
después la de Angela a su lado, antes de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta.
Sacó una pequeña caja forrada de terciopelo y la abrió—. Este anillo me está
quemando en el bolsillo, así que lo mejor es que lo coloque donde debe ir.
Deslizó el anillo en el dedo de Angela y después, ante el deleite de todos, la
cogió en sus brazos y le dio un beso. Los presentes levantaron las copas y brindaron
por su felicidad, produciéndose después un pequeño caos cuando todos se acercaron
para felicitarlos.
—¿Cuándo será la boda? —preguntó Tessa a Angela después de admirar el
anillo, con una inexplicable sensación de envidia y una creciente premonición de
desastre.
—Aún no hemos decidido la fecha —le contestó enseguida Angela—, pero
tanto Barry como yo estamos de acuerdo en que nos resultaría insoportable un
noviazgo largo.
—No quiero darle demasiado tiempo, por si cambia de opinión —intervino
Barry riéndose, mientras le pasaba el brazo por la cintura.
—¿Temes que pueda pensarlo dos veces, querido? —se burló Angela.
—No es miedo, sólo precaución —aceptó él con algo de seriedad—. El
conseguir que me aceptaras la primera vez fue bastante difícil y no creo que pudiera
pasar por ello una segunda vez.
—¡Qué pena, pobrecito! —dijo Angela haciendo un puchero burlón, dándole
ligeros golpecitos en la mejilla y enviándole un beso con la punta de los dedos.
Ya bastante tarde, después de ayudar a acostarse a la señora Craig, Tessa
consiguió hablar con Matthew. Parecía que también él quería hablarle, ya que estaba
esperando que saliera de la habitación de su madre y cerrando la puerta, ella se le
acercó de inmediato. Él le dirigió una mirada que la llenó de temor.
—Ven a mi despacho, allí podemos hablar a solas.

Nº Páginas 85-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Tessa le siguió en silencio y cada paso que daba sentía que la acercaba hacia
algo que podía significar su perdición. Sólo había una cosa en la que ella pudiera
pensar que tuviese ese efecto turbador sobre él, y era el que se hubiera enterado de
su verdadera identidad. Cuando estuvieron frente a frente, Tessa le observó nerviosa,
con ojos implorantes.
—Matthew, ¿qué te preocupa? ¿Qué ha pasado?
Sin decirle una palabra sacó del bolsillo un pedazo de papel y se lo entregó. La
mano de Tessa temblaba al coger el recorte del periódico. Era una antigua fotografía
de Jeremy y ella en una de las funciones de caridad de su madre, y debajo de la
fotografía se hacía referencia a su próxima boda. Sintió un frío entumecedor bajo su
piel. Llegó a la conclusión de que ahora sólo había una forma en la que podía
resolver esta situación y era tratar todo este asunto con calma y sin darle mayor
importancia.
—No es muy buena —dejó el recorte sobre el escritorio.
—¿No niegas que eres tú?
—¿Qué objeto tendría hacerlo?
—Sería inútil —continuó con frialdad—. Registré tu habitación mientras estabas
con mi madre y encontré esto.
Le dio su talonario de cheques. Un talonario con su nombre impreso.
Al enfrentarse a su mirada acusadora, Tessa se sintió desfallecer.
—Puedo explicártelo Matthew.
—Estoy seguro de que puedes. ¿Qué pasó con él?
Tessa le miró sin acobardarse.
—Se casó con otra persona.
—¿Por qué?
—En realidad no me amaba, sólo quería casarse conmigo por los beneficios
económicos que obtendría de ello.
—Comprendo.
—¿De verdad, Matthew? —pero la expresión en la cara de Matthew siguió
siendo dura—. Supongo que habrás comprendido que éste era el misterio que tenía
que explicarte.
—¡Te has burlado de mí, Tessa, pero no soy un completo idiota!
—No fue mi intención burlarme de ti —le replicó temblando—, sé que no eres
ningún idiota, pero por favor no estés tan enfadado.
La mirada fría de Matthew la recorrió de pies a cabeza.
—¿Qué quieres que haga? ¿Reírme de esto?
—No —movió la cabeza y se mordió el labio—. Preferiría tu comprensión a tu
enfado.

Nº Páginas 86-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¡Por Dios, Tessa! —exclamó pasándose la mano por el cabello mientras se


separaba del escritorio y de ella—. Cuando pienso en las cosas que te dije y en la
forma en que te tratamos. ¡Tú, Theresa Ashton-Smythe, has sido una sirviente en
nuestra casa y te hemos tratado como tal, la mayor parte del tiempo! Sé que te hemos
pagado un sueldo que hubiera hecho que cualquier joven normal se sintiera como
una reina, pero tú… —su voz se desvaneció en el silencio mientras sus ojos la
analizaban con frialdad—. ¡Dios mío, te has burlado de todos nosotros!
—No de todos —le comentó Tessa, con voz apagada—. Tu madre lo sabía.
Este comentario hizo que se detuviera.
—¿Ella lo sabía? —preguntó incrédulo—. ¿Por qué no lo dijo?
—Acabo de enterarme hace unos días.
Matthew anduvo hasta su escritorio y se sentó. Encendió un cigarrillo con
manos temblorosas y se quedó pensativo. Tessa sentía que sus piernas ya no podían
soportar más su peso y también se sentó.
—Matthew —comenzó vacilante—, esto no cambia nuestra situación, ¿no es
así?
—¡Desde luego que sí! —exclamó furioso—, ¡lo cambia todo!
—Esto no cambia el amor que sentimos el uno por el otro —replicó ignorando
su comentario—. ¡No cambia nada!
—¡Lo cambia todo! —insistió—. ¿Cómo puedo esperar que te quedes en esta
granja durante el resto de tu vida?
—¡Pero es lo que yo quiero!
—¿Por cuánto tiempo? ¿Por unos meses? ¿Por un año quizá? —se burló con
cinismo.
Tessa suspiró profundamente.
—¿Crees que el amor que siento por ti es algo tan mezquino que no resistiría la
prueba del tiempo? —su mirada era suplicante—. ¿No he demostrado que sé
adaptarme?
Matthew no parecía oírla, luchaba con sus propios pensamientos.
—Ahora lo comprendo todo. Estudiaste música en el conservatorio, por eso
tocas tan bien. Has dado varios conciertos en Johannesburgo si la memoria me es fiel
—apagó el cigarrillo en el cenicero—. No comprendo cómo no te reconocí.
Seguramente fue el pelo corto y esa ropa tan ridícula lo que me despistaron. Desde el
primer momento dudé de ti, pero evadiste con habilidad mis preguntas hasta que se
pasó la etapa en que sentía curiosidad por saber la verdad sobre ti —sus ojos
parecían quemarla—. ¿Te enviaron para sustituir a la señorita…?
—No.
Se observaron en silencio, Tessa sentía la mirada acusadora de Matthew que
parecía atravesarla.

Nº Páginas 87-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Cuántas mentiras más tengo que escuchar aún? ¿Era verdad algo de lo que
dijiste?
Al instante comprendió a qué se refería él y el dolor de su corazón la hizo
encogerse.
—Las mentiras que te dije fueron con la única intención de ocultar mi
identidad. Cuando te dije que te amaba lo decía con el corazón.
—Estoy comenzando a preguntarme si eres capaz de amar —sus palabras la
herían en lo más profundo.
—¡Sabes que eso no es cierto! —gritó mientras las lágrimas le nublaron la
visión.
—¡Quién sabe!
Tessa se controló con dificultad, las lágrimas no la ayudarían ahora.
—¿Dónde encontraste ese recorte de periódico? —le preguntó por fin cuando ya
no pudo contener más la curiosidad.
—Me lo dio Angela —le dijo con brusquedad—. ¿Recuerdas que le había
pedido que investigara un poco?
¡Angela! Era curioso que se sintiera herida al saberlo, pero ahora su felicidad se
encontraba en peligro y tenía que destruir la muralla que había levantado Matthew a
su alrededor.
Se puso de pie y se arrodilló junto a su silla.
—Matthew, lo siento. Por favor, perdóname, pero no permitas que esto lo eche
a perder todo entre nosotros.
Matthew se apartó de ella, rechazando sus manos y se levantó de la silla.
—No hay futuro para nosotros dos juntos y te sugiero que te vayas mañana
temprano.
—¡No! —una ola de pánico la envolvió mientras se inclinaba sobre el escritorio
para apoyarse—. ¡No puedes decirlo en serio, no puedes hacer esto!
—¡Puedo hacerlo y lo haré! —le dijo con frialdad—. En lo que se refiere a
nosotros dos, todo ha terminado.
—Matthew, sé sensato —le suplicó ahogándose en las lágrimas que ya no pudo
controlar.
Él permanecía inconmovible.
—Matthew, no permitiré que eches a perder o destruyas nuestro amor.
Tessa se sintió satisfecha al ver que su cara palidecía, pero los labios que podían
producir tales estragos en sus emociones permanecieron cerrados.
—Entre nosotros todo ha terminado ya, por tu engaño. En este momento, creo
que te odio.
—¡No!

Nº Páginas 88-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Ella sabía que él se enfadaría al saber la verdad, pero nunca creyó que su
orgullo le llevaría tan lejos. Buscó en su cara alguna señal que le indicara que no
sentía lo que había dicho, pero no la encontró, tan sólo vio una expresión de
indiferencia. Podía aceptar su enfado, incluso su burla, pero la indiferencia de
Matthew era algo que no soportaría. Sintiendo que todo se desplomaba a su
alrededor, sólo le quedaba algo a qué aferrarse: su orgullo. El orgullo la había
ayudado a pasar por la vergüenza de que la dejara plantada su novio y ahora tendría
que servirle de apoyo.
Respiró profundamente y le miró sin acobardarse.
—Nunca he tenido que suplicar a nadie, y no pienso hacerlo ahora. Si de veras
quieres que me vaya, lo haré.
Matthew se dio la vuelta y anduvo hasta la ventana, con sus manos metidas en
los bolsillos.
—Créeme, será mejor para los dos.
Ella le observó y sintió que comenzaba a temblar sin poder controlarse.
—¿Qué… qué le dirás a tu madre?
—La verdad —replicó él con dureza—. Ya no habrá más mentiras ni engaños.
Tessa miró una vez más su figura implacable a través de una cortina de
lágrimas, antes de darse la vuelta y dirigirse vacilante y a ciegas hacia la puerta. Él no
intentó detenerla. Llegó a su habitación, y dejándose caer sobre la cama, lloró
amargamente.
Su felicidad fue demasiado breve. Apenas unas pocas horas antes, en esa misma
habitación, habían compartido juntos unos momentos preciosos, durante los cuales
ella se sintió segura al conocer su amor. Estaba convencida, de que al decirle la
verdad, su amor por ella superaría a su enfado. Ahora, mientras se secaban las
lágrimas en sus pestañas, se rió con amargura de su propia ingenuidad. ¡Qué
tristemente se había equivocado al juzgarle! Ella podía comprender su razonamiento
de que con el tiempo se pudiera cansar de la vida que él podía ofrecerle en una
plantación de azúcar, porque estaba acostumbrada a un tipo de vida muy distinto,
pero pensaba, si él la hubiera amado de verdad, eso no hubiera sido un problema
insoluble. ¿No sabía él lo poco que le importaba el tipo de vida al que la arrojaba de
nuevo?

Por la mañana temprano Tessa ya tenía preparado su equipaje y estaba lista


para irse. Había dormido muy poco, pero eso no la preocupaba, se detendría en
cualquier lugar del camino cuando la venciera el cansancio. Mientras revisaba la
habitación para asegurarse de que no se dejaba nada, sintió que llamaban a la puerta.
Al instante sus nervios se pusieron en tensión.
—¿Quién es?
La puerta se abrió ligeramente.

Nº Páginas 89-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Soy Barry, ¿puedo entrar?


Barry parecía desconcertado.
—Pase, por favor. Sólo estoy repasando todo para no dejarme nada olvidado.
—¿Entonces es cierto que se va? ¿No es ninguna broma?
—Sí, es cierto que me voy. Supongo que sabrá por qué.
Barry asintió mientras se ensombrecía su expresión.
—¿Qué importancia tiene eso? En el fondo, usted sigue siendo la misma
persona.
Suspirando, Tessa se le acercó, y le cogió el rostro con las dos manos.
—Usted ha sido un amigo y no le olvidaré.
Él le sujetó las manos con fuerza.
—Creo que Matthew está mal de la cabeza, permitiendo que se vaya, cuando
cualquier tonto puede ver que está completamente enamorado de usted.
El pulso se le aceleraba por momentos. Tal vez Matthew necesitaría tiempo para
aceptarlo todo. Si pudiera creerlo, se iría menos dolorida y le daría todo el tiempo
que necesitara, si ello representaba en definitiva la felicidad de ambos.
—Me pidieron que viniera y recogiera sus maletas —dijo Barry interrumpiendo
sus pensamientos—. Matthew también me dijo que él le ha llenado el tanque de
gasolina.
—¿No le veré antes de irme? —le miró ansiosa.
Barry se encogió de hombros.
—Hace unos minutos le he visto paseando por la plantación y parecía tener
deseos de destrozarlo todo. Cuando se encuentra en ese estado de ánimo nadie sabe
qué es lo que hará y nadie se atreve tampoco a preguntarle.
Tessa evitó hacer más comentarios y le dio las llaves de su coche.
—Cuando coloque el equipaje, ¿me haría el favor de dejarme el coche frente a la
puerta principal?
La miró durante un momento antes de coger las llaves y salir del cuarto con las
maletas, Tessa le seguía más despacio.
—¡Me niego a dejar que se vaya así! —exclamó enfadada la señora Craig
cuando Tessa fue a despedirse de ella—. Matthew está permitiendo que su orgullo se
imponga sobre su razón.
—Quizá —aceptó Tessa con calma—, pero de todos modos me voy.
—Él la ama —insistió ella, alzando la voz con desesperación—. Yo sé que la
ama.
Tessa asimiló esto con calma en el breve silencio que siguió. Después,
convenciéndose de que no debía confiar demasiado en ello, se inclinó y besó en la
mejilla a la señora.

Nº Páginas 90-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Si de verdad Matthew me ama, algún día me irá a buscar.


La señora le apretó las manos.
—Si lo hace, usted no le rechazará, ¿verdad?
—No, no le rechazaré.
El jardín resplandecía bajo la luz del sol cuando la joven salió, pero en ese
momento, no era consciente de que la rodeaba tanta belleza. Para su sorpresa
Matthew se había apoyado en el Porsche mientras ella se acercaba y su corazón latió
con violencia al verle.
—No es necesario que te vayas antes de desayunar —le dijo con brusquedad,
esquivando su mirada.
—Preferiría comer algo por el camino.
Sacó su talonario de cheques del bolsillo trasero del pantalón.
—Anoche olvidaste esto en mi estudio.
—Gracias —sus dedos se rozaron al cogerlo y ella estuvo a punto de perder la
compostura.
Sus miradas se encontraron durante interminables segundos, haciendo aún más
dolorosa la separación, pues tanto Matthew como Tessa trataron de ocultar sus
sentimientos, permitiendo el triunfo de la obstinación y el orgullo.
—Adiós, Tessa.
Ella se sobresaltó ante el tono frío en su voz. Se sentó detrás del volante del
Porsche y cerró la puerta antes de hacer girar la llave del encendido y poner en
marcha el motor. Mientras Matthew se apartaba del coche, Tessa le miró con una
sonrisa forzada.
—Adiós, Matthew, hasta que nos veamos de nuevo.
El Porsche se dirigió hacia la carretera principal, a través de los cañaverales.
Tessa no miró hacia atrás, no podía hacerlo ante el riesgo de perder el control y
estaba decidida a demostrarle a Matthew que ella podía ser tan orgullosa y obstinada
como él. A pesar de sus deseos, su esfuerzo se deshizo varios kilómetros después de
salir de la granja y tuvo que aparcar para tranquilizarse.

Nº Páginas 91-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Capítulo 10
Tessa sabía que sólo existía una cosa que pudiera ayudarla a no pensar en
Matthew. Al primer ofrecimiento que le hicieron para dar un concierto aceptó con
gusto y se preocupó de todos los preparativos, para que no le quedara un momento
libre. Durante las ocho semanas que estuvo fuera, había descuidado la práctica y
ahora, estaba sufriendo las consecuencias, pero esto no la desanimó, sólo
representaba más horas de práctica al piano, y durante ese tiempo podía olvidar,
aunque sólo fuera por unas pocas horas, que en alguna ocasión había existido
Matthew Craig.
Al principio no pudo hablar a sus padres de Matthew; la herida aún estaba
abierta para hablar de él sin apasionamiento y sin derramar lágrimas, y cuando al fin
pudo hacerlo, le era imposible detenerse. Él estaba presente en sus pensamientos en
cada momento del día y sus sueños por la noche se centraban en él.
—¿Cuándo vamos a conocer a tu hombre maravilloso? —le preguntaba su
madre con frecuencia.
—Espero que pronto —si él la amaba y Tessa estaba segura de ello, no
permanecería alejado demasiado tiempo. No permitiría que su tonto orgullo
destruyera tanto su felicidad como la de ella.
Hacía casi un mes que Tessa había regresado a su casa, cuando recibió una carta
de Angela. Al principio estaba reacia a leerla, pero la venció la curiosidad, y recelosa
abrió el sobre, sacó la carta:

Querida Tessa: todos han estado más bien reacios a hablar de ti, después de tu partida.
Matthew merodea como si fuera un animal enjaulado y Barry me regaña cada vez que
muestro preocupación. Cuando le pido una explicación, me dice que la culpa la tiene el mismo
Matthew y que no debo malgastar mis simpatías con él.
Ayer la señora Craig y yo mantuvimos una conversación bastante larga, por cierto, ella
te está extrañando muchísimo. Después de esa charla comprendí que yo había participado en
tu repentina partida, Tessa, quiero que sepas que yo no sabía que tú eras Theresa Ashton-
Smythe cuando le di aquel recorte de periódico a Matthew. Para mí sólo te parecías a ella. Es
algo tonto, pero sabes lo que quiero decir.
Sea lo que fuere lo que sucedió entre tú y Matthew, él no es feliz y estoy segura de que
tú tampoco. Fue el orgullo lo que hizo que Matthew te despidiera y eso mismo es lo que le
impide reconocer su error. La señora Craig, Barry y yo hemos establecido un plan. Mientras
que antes nunca se mencionaba tu nombre, ahora hablamos de ti con frecuencia y asediamos a
Matthew con tu recuerdo. Por lo tanto, anímate. Angela.

Tessa sintió un enorme alivio después de leer esa carta. Le había hecho mucho
daño pensar que Angela había tratado intencionadamente de provocar problemas
entre Matthew y ella. Por supuesto que había otro motivo para el entusiasmo que se
había apoderado de su corazón, Matthew se estaba sintiendo tan desdichado como

Nº Páginas 92-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

ella, si es que los comentarios de Angela eran ciertos, y el saber esto aumentó sus
esperanzas para el futuro. Él no podría permanecer siempre alejado.
Su paso era ligero cuando entró en el salón de música y momentos después
interpretaba el segundo concierto para piano de Rachmaninoff, con más intensidad
que nunca. Continuó practicando, incansable, durante tres horas hasta que se abrió la
puerta y entró su madre acercándole el té con una bandeja.
—Ya está bien por esta mañana —le dijo con firmeza, colocando la bandeja
sobre una mesita y sirviendo el té para las dos—. ¡Si oigo otra nota antes de la tarde,
gritaré!
—Lo siento, mamá.
Sheila contempló a su hija y sonrió.
—Hoy estás tocando muy bien. ¿Tiene quizá alguna relación con la carta que
recibiste de Idwala?
—Sí —reconoció Tessa, pensativa—. No es por lo que dice la carta en sí, sino
por lo que leo entre líneas.
—¡Oh!, comprendo.
—¿Lo comprendes, mamá? —Tessa se rió con malicia y buscó en el bolsillo de
su pantalón la carta de Angela—. Léela y dime si estoy leyendo entre líneas e
ilusionándome demasiado.
Sheila leyó con atención la carta antes de devolvérsela a Tessa.
—¿Esta Angela es la misma de quien creías, al principio, que estaba enamorado
Matthew?
Tessa asintió con la cabeza, terminando de tomar su té.
—Ahora está comprometida con Barry y se casarán pronto.
—¿Te ama Matthew?
Tessa vaciló sólo un instante.
—Sí.
—¿Estás segura? —insistió su madre.
—Así me lo dijo —Tessa se mordió los labios—, a menos que vaya declarándole
su amor a cada joven que bese, y Matthew no es así —dijo confiada.
—Entonces no tienes por qué preocuparte —sonrió su madre sirviendo una
segunda taza de té.
No tenía por qué preocuparse ella, sin embargo, al ver cómo transcurrían los
días, comenzó a preguntarse si de verdad no tendría que preocuparse. Recibía cada
nuevo día con una esperanza que se desplomaba por completo al llegar la tarde sin
que supiera de Matthew, y esta situación continuó hasta que comenzó a dudar sobre
si le volvería a ver. Ya llevaba en su casa casi el mismo tiempo que había pasado en la
granja y si él la amaba, ¿no se hubiera tomado la molestia de ir a verla?

Nº Páginas 93-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

Pensaba que quizá tenían mucho trabajo en la granja, y tal vez no podría
dejarla. Pero, ¿por qué le amaba tanto?
El primer concierto después de su regreso había sido un éxito y el segundo aún
más, pero se negó a dar el tercero y no hubo forma de hacerle cambiar su decisión. Su
corazón ya no estaba en lo que hacía y sus perturbados pensamientos ocupaban toda
su mente. Los días se estaban volviendo interminables y en varias ocasiones casi
cedió a la tentación de llamar a la granja para hablar con Matthew. Pero, se decía que
si él era obstinado, ella también podía serlo. Él quiso que ella se fuera y, por lo tanto,
él debía dar el primer paso.
Una tarde, Tessa estaba limpiando el salón de música y ordenando algunas
viejas partituras musicales cuando la sirvienta llamó a la puerta:
—Hay un señor que desea verla, señorita Theresa.
—¿Dónde está? —preguntó la joven, colocando un grupo de partituras sobre el
piano.
—En el salón, señorita.
Mientras se dirigía al salón, pensaba que si era otro intento para que aceptara
un tercer concierto, le diría a quien fuera, que no contaran con ella.
La puerta del salón estaba entreabierta y Tessa la abrió algo más al entrar. Al
instante se quedó paralizada. Frente a la puerta de la terraza, de espaldas a ella,
estaba Matthew.
—Matthew —su nombre no fue más que un suspiro en sus labios, pero lo
bastante alto para que él lo oyera y se volviera, quedando frente a ella. Más tarde,
Tessa no pudo recordar cuáles habían sido sus pensamientos en ese momento. Sólo
era consciente de su cara y de lo esperanzada que se sintió, a pesar de que su
expresión no parecía muy prometedora.
—Esta es la primera vez que te veo como eres en realidad —sus ojos la
recorrieron por completo, observando cada detalle con un rictus cínico en los
labios—. No hay ninguna duda de que se trata de Theresa Ashton-Smythe, desde el
corte de pelo a la moda hasta los zapatos importados. Sin olvidar esa costosa cadena
de oro alrededor del cuello con el brazalete que hace juego —se acercó señalándole la
manga del vestido—. ¿Seda pura?
—¿Has venido de tan lejos para hacer comentarios sarcásticos sobre mi
apariencia?
—No —dijo y se apartó de ella con esa burla ya conocida, en sus ojos—.
Admiraba tu capacidad para adaptarte al medio ambiente que te rodea. En este
momento haces juego a la perfección con la magnificencia de tu medio, mientras que
en la granja usabas ropas baratas y poco llamativas. Por supuesto, representabas un
papel, llevando a cabo un engaño.
—¡Por favor, Matthew! —en ese momento lo que más deseaba, era sentir la
fuerza de sus brazos rodeándola, pero su actitud era amenazante e inaccesible.

Nº Páginas 94-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Mis excusas por recordarte algo, que evidentemente te resultó muy divertido
en ese momento, ¿tu diversión se ha desvanecido un poco?
—No era mi intención divertirme a expensas de otros y tú lo sabes.
—¿Lo sé? —alzó las cejas fingiendo sorpresa—. Me está resultando bastante
difícil creer en tu sinceridad.
—¿Cuál es el motivo de tu visita? —consiguió mantenerse calmada.
Permanecieron contemplándose unos segundos y aunque ella podía acortar la
distancia entre ellos con unos pocos pasos, la barrera invisible permanecía.
Matthew hizo un gesto de enfado.
—Vine porque quería verte, pero ahora que lo he hecho, no sé por qué.
Tessa se sobresaltó de nuevo, pero se controló, evitando dar una respuesta
brusca. No ayudaría enfadarse en este momento tan crítico.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó.
—No, gracias.
Ella le señaló una silla.
—¿No deseas sentarte, por favor?
—La perfecta anfitriona, ¿no es así? Encantadora y serena bajo cualquier
circunstancia —su tono era burlón.
Tessa ya no pudo controlar por más tiempo el temblor de sus piernas y se sentó
en una silla. Matthew permanecía de pie, dominándola con su estatura.
—Matthew, estoy haciendo un gran esfuerzo para comprender tu actitud y
poder controlarme.
—Me extraña que aún no hayas oprimido ese timbre, discretamente escondido,
para que me echen de aquí.
Por un momento desapareció su máscara y Tessa se sorprendió al descubrir que
estaba nervioso. Este descubrimiento le dio un poco de valor.
—Hay tres razones por las que no puedo hacerlo —respondió calmada—. En
primer lugar no hay timbres escondidos en esta habitación; en segundo lugar no hay
alguien a quien pudiera llamar para que te echen y, en tercer lugar, aún no has hecho
algo que merezca una acción así.
La observó con atención durante un momento, antes de sacar con torpeza el
tabaco de su bolsillo y encender un cigarrillo.
—Nunca pensé que podría verte con tanta facilidad —comentó—, creí que
tendría que pedir una cita.
—¡Matthew! —había censura en su dulce voz.
—¿Dónde están tus padres?
—Mi padre está en la oficina y mamá en casa de una amiga —se defendió
tapándole la boca con la mano, al ver el gesto que hizo—. Ahora, no hagas

Nº Páginas 95-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

comentarios irónicos sobre los ricos ociosos. Mi madre no pierde su tiempo jugando a
las cartas con las amigas, esta reunión es para ayudar a obras de caridad.
—Yo no he dicho nada —protestó con fingida inocencia.
—Pero no niegues que te estabas preparando para un comentario hiriente,
¿puedes negarlo? —suspiró y se levantó—. Matthew, dejemos de atacarnos.
La expresión en la cara de Matthew se volvió cautelosa.
—No me había dado cuenta de que estuviéramos haciendo tal cosa.
Tessa hizo un gesto de impotencia con las manos y después le dijo:
—Salgamos al jardín.
Para su sorpresa, Matthew no se opuso a la sugerencia, sino que la siguió en
silencio. Pasearon en silencio entre los árboles y arbustos mientras Matthew
terminaba el cigarrillo, que después tiró al suelo y apagó.
—Esto parece más un parque que un jardín —dijo entrecerrando los ojos al
mirar el sol de septiembre—. Supongo que termina en algún lugar.
—Sí —le replicó distraída —detrás de aquellos árboles hay un banco desde el
que se contempla un estanque. Es un lugar tranquilo y apartado —se daba cuenta de
que Matthew la miraba de un modo extraño y por algún motivo se puso nerviosa—.
¿Qué tal se encuentra tu madre?
—Su pierna ya está bien —arrancó una hoja de eucalipto—. Te envía saludos.
—Me acuerdo mucho de ella —Tessa se mordió el labio—, ¿y Barry?
—Se está preparando para la boda que será dentro de un mes —le contestó con
brusquedad—. Le compré su parte de la granja y en estos momentos está tratando de
adquirir la suya propia.
Tessa se alegró de que por fin Barry consiguiera lo que deseaba.
El banco que ella había mencionado se hallaba debajo de las ramas de un viejo
roble. La joven se sentó en un extremo del banco y Matthew lo hizo en el otro. De
repente, Tessa pensó que la situación no dejaba de tener gracia.
—No pareció sorprenderte mucho que haya venido —comentó Matthew
contemplándola con atención.
—Yo… sabía que vendrías —sonrió.
—¿Sí?
—Hay un límite para la resistencia de una persona —explicó ella con valor—, y
yo ya estaba llegando al mío.
—¿Suponías que cuando yo llegara al mío vendría corriendo?
—No exactamente corriendo, pero yo… confiaba en que vendrías —bajó la
vista.
El corazón de Tessa latía acelerado y un silencio embarazoso se produjo entre
los dos. A Tessa le parecía imposible que todo a su alrededor pudiera estar tan

Nº Páginas 96-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

tranquilo, mientras sus propias emociones estaban tan agitadas. Hasta el momento,
la visita de Matthew había sido muy poco satisfactoria. Ella no estaba segura de qué
era lo que esperaba, pero desde luego nunca imaginó que él aumentaría más la
división existente entre ellos. Confiaba en que él vendría porque la amaba y la
necesitaba.
Matthew se levantó y se dirigió hacia el estanque. Tessa le observaba con
atención, mientras encendía otro cigarrillo. Se preguntaba que en qué estaría
pensando, cuando él se dio la vuelta y regresó hacia ella lentamente. No se sentó,
sino que permaneció de pie, cerca de Tessa, con el ceño fruncido.
—Tessa, hace un momento sugeriste que dejáramos de atacarnos y estoy de
acuerdo con ello. Ahora que te he visto de nuevo, en tu propio ambiente, me doy más
cuenta de lo inútil que ha sido mi viaje.
El corazón de la muchacha dio un vuelco.
—Matthew, yo…
—Por favor, déjame terminar —le interrumpió—. No soy pobre, en realidad
puedo mantener con comodidad a una esposa y una familia, pero mi riqueza no se
podría comparar con la que poseen tus padres.
—Pero yo…
—Para mí, la plantación de azúcar es mi vida y esto es algo que no puedo
cambiar —continuó como si ella no hubiera hablado y todo lo que hizo Tessa fue
mirarle, sintiéndose desdichada, mientras él se movía nervioso de un lado a otro—.
Tú provienes de una familia muy rica y, además, eres una persona excepcionalmente
dotada. Sería mucho egoísmo por mi parte esperar que renunciaras a todo esto a
cambio de la vida en la granja —tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó—. Estoy tratando
de hacerte comprender, Tessa, que mis razones para alejarte y para demorarme tanto
en venir a verte no se basaban sólo en el orgullo. Puedo ver el futuro, quizá con un
poco más de claridad que tú y, por tu propio bien, deseo evitártelo. No puede haber
un futuro para nosotros juntos.
—¿No tengo derecho a opinar en este asunto? —preguntó ella con calma.
—No lo creo, Tessa —contestó con voz cortante y libre de emociones—. Es
necesario ser razonables.
—¿No tienes la menor curiosidad por conocer lo que yo espero de la vida? —su
voz mostraba un leve estremecimiento—. ¿No te interesa en lo más mínimo mi
felicidad?
Cuando contestó había en su voz una nota de desesperación.
—¡Es en tu felicidad en lo que estoy pensando!
—¿Estás seguro? —alzó su pálida cara para mirarle—. Hay un poco de ironía en
esta situación. Sólo han existido dos hombres en mi vida; el primero me quería para
su propio beneficio económico y el segundo no me quiere debido a mi riqueza —su
risa tenía vestigios de histeria—. Todo esto es… bastante cómico, ¿no te parece?
—¡No lo repitas! —su voz fue como un latigazo para ella.

Nº Páginas 97-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—Matthew, ¿es necesario que siempre se le ponga un precio a la felicidad? —


sollozó, incapaz de controlarse durante más tiempo, se levantó y se dirigió hacia él,
para abrazarle. Ella estaba procediendo en contra de su forma de ser, pero ya no le
importaba.
—¡Por Dios, no me hagas eso, Tessa! —exclamó, sin tocarla—. ¡Soy humano!
—Me alegra oírte decirlo —se rió—. Comenzaba a creer que no lo eras.
Sus brazos la rodearon, cálidos y firmes y pareció que todo dejaba de existir
cuando la besó.
—¡Por todos los cielos, Tessa, si supieras lo mucho que te quiero! —gimió,
mientras la mantenía separada de él y sus ojos verdes examinaban su cara—. ¿Has
pensado en todo lo que te he dicho?
—Sí, lo he pensado y más aún comprendo tu punto de vista. Pero estás
equivocado con mi amor. Todo lo que quiero es estar contigo —ella de nuevo le
hubiera abrazado, pero él la sujetó con firmeza por los hombros.
—¿Qué pasará con tu carrera musical?
Tessa suspiró y se alejó de él.
—Para ser sincera a mis padres les gustaría que fuera una concertista de piano,
pero lo que siempre he deseado es tocar para mi propia satisfacción y enseñar
música.
Su mirada era escéptica.
—No encontrarás mucho campo para eso en Idwala.
—No me importa tener un alumno o cien —hizo un gesto expresivo con las
manos.
Por un momento la atmósfera se sintió cargada, ellos se contemplaban.
—Si te llegaras a casar conmigo y después te arrepintieras, ¿qué pasaría? —sus
ojos se oscurecieron, dirigiéndole una mirada amenazadora—. Será mejor que te
advierta que una vez que te cases conmigo, nunca te dejaré ir.
—¿Es esto una declaración?
—Si lo deseas.
En ese momento, todas sus emociones parecieron agitarse dentro de ella, pero
las más importantes eran el alivio que sentía y su indescriptible felicidad.
—¡Claro que lo deseo! —gritó con alegría, abrazándole—. Y la respuesta es… sí,
por favor.
—Tessa, tienes que pensar con sensatez tu decisión —insistió él, manteniendo
controladas sus emociones.
—Matthew, durante estas últimas semanas no he hecho otra cosa más que eso
—le dijo con la mirada ansiosa y suplicante—. ¿No me piensas decir que me amas?

Nº Páginas 98-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¡Mi amor! —exclamó apretándola contra él con fuerza—. Te amo tanto que he
estado aterrorizado ante el pensamiento de que me pudieras decir que habías dejado
de quererme.
—Nunca podría dejar de quererte, Matthew —suspiró sin poder moverse—. Ni
siquiera tu actitud podría cambiar mis sentimientos. La prueba ya la has visto,
cuando has llegado.
—Lo sé —aceptó de inmediato sin que le turbara el brillo de diversión en los
ojos de Tessa—. Me sentía inseguro y todo parecía tan impresionante que me
atemoricé. Entonces entraste y al verte tan encantadora y comprender que eras parte
de todo este ambiente, pensé que ya te había perdido.
—¿Por eso me atacaste en defensa propia, antes de ser agredido?
—Algo por el estilo. ¿Te casarás conmigo, Tessa?
—Ya sabes la respuesta a esa pregunta —murmuró ella.
—¿Cuándo? —inquirió él.
—Tan pronto como lo desees.
—Me imagino que tendrá que ser una gran boda —le comentaba él, mientras
estaban sentados en el banco, y la abrazaba.
Tessa se rió feliz, descansando la cabeza en su hombro.
—Después del fiasco que sufrimos, estoy segura que mis padres estarán de
acuerdo con una boda tranquila, sin llamar la atención y con la menor publicidad
posible.
—¡Nunca pensé en la publicidad! —se puso rígido.
—Si nos comportamos con mucha discreción es bastante probable que podamos
evitarla —le aseguró ella.
—¿Crees que tus padres estarán de acuerdo con nuestra boda?
—Ya tengo más de veintiún años de edad.
—De todas formas, les pediré tu mano —insistió con firmeza.
—Querido Matthew, eso no les sorprenderá —murmuró ella, pasando con
lentitud un dedo por la línea firme de su barbilla—. Ellos saben todo sobre ti y
deseaban conocerte.
Él le cogió la mano y presionó sus labios contra la delicada muñeca.
—Me imagino que querrán examinarme a fondo.
—No, si es necesario te suplicarán que los liberes de su desdichada hija.
Él inclinó la cabeza y la volvió a besar.
—¿Crees que se opondrían si yo sugiero que nos casemos esta misma semana.
—No.
Matthew se paró y la hizo levantarse.

Nº Páginas 99-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad

—¿Tienes alguna objeción?


—No, ninguna —se dejó abrazar de nuevo—. Creo… creo que será mejor que
entremos a la casa. Si el jardinero nos viera pensaría que somos unos inmorales.
—Y con razón —se rió él deslizando un dedo por su cálida mejilla—. Tessa,
¿estás segura…?
—Nunca he estado tan segura de algo —se acercó hacia él y le dio un beso
ligero en los labios—. No más dudas, mi amor.
Regresaron hacia la casa cogidos de la mano. Ninguno notó el ligero descenso
en la temperatura ya que el amor que sentían mutuamente les aislaba del mundo.
También eran ajenos a las dos personas que les observaban acercarse desde la
ventana del salón. Sobre la mesa estaba preparada una botella de champán entre
cubitos de hielo y junto a ella abierta y esperando, una caja de los mejores puros.

Fin

Nº Páginas 100-100

También podría gustarte