Yvonne Whittal - El Precio de La Felicidad
Yvonne Whittal - El Precio de La Felicidad
Yvonne Whittal - El Precio de La Felicidad
Yvonne Whittal
Argumento:
Tessa Ashton-Smythe era guapa, rica y con talento, lo que no atenuó su
dolor cuando su prometido rompió el compromiso dos días antes de la boda,
explicándole que lo único que le había atraído de ella era su dinero. Tessa
decidió emprender un viaje, ocultando su identidad, para descansar de las
presiones que su carrera de concertista le ocasionaba.
Al poco tiempo, conoció y se enamoró de Matthew Craig quien dudaba de
ella y la creía una impostora. ¿Debería decirle la verdad y arriesgarse a
perderle?
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 1
Las horas que pasaba tocando el piano, preparándose para un recital, siempre
estaban llenas de tensión para Theresa Ashton-Smythe y llegaba a su punto
culminante la noche de la actuación. Una vez que todo terminaba quedaba ese
increíble vacío, al que tenía que enfrentarse junto con la fiesta inevitable para celebrar
el éxito de la noche. Esto era lo que menos le gustaba a Tessa. El champán, la gente
arremolinándose alrededor de ella y felicitándola, cuando lo que más deseaba era
acostarse y descansar, para eliminar la tensión que se había convertido en parte de su
vida diaria.
—Quiero enseñar música, no exhibirme en el escenario —le había dicho a su
madre hacía algunos días, en un momento de irritación.
—Tienes mucho talento, sería una lástima —le había rebatido su madre, aunque
estaba de acuerdo con que Tessa hiciera lo que deseara.
La muchacha volvió a la realidad cuando alguien le llenó su copa de champán y
al levantar la vista vio a un joven que le sonreía. Él había entrado en su camerino
para felicitarla, después del concierto y cuando llegó a la fiesta, la siguió con bastante
insistencia.
—¿Se está divirtiendo? —le preguntó, acercándose.
—Sí —contestó con una sonrisa forzada, escapando, como pudo de la repentina
intimidad que vio en sus ojos.
—Permítame presentarlos —le dijo una de las anfitrionas a Tessa al llegar al
otro lado de la habitación y encontrarse con la única persona que hubiera deseado no
ver de nuevo.
—Ya nos conocemos —contestó Jeremy Fletcher haciendo una mueca.
A Tessa le resultaba extraño que después de haber pasado más de un año sin
verle, aún recordara ese gesto. Junto a él estaba una mujer joven, rubia, que parecía
encontrarse fuera de ambiente.
—Permítanme presentarles a mi esposa Meg —dijo Jeremy.
Meg, nerviosa, extendió su mano y Tessa, al estrecharla, sintió pena por ella y
una corriente de simpatía hizo que la rigidez de su cara se transformara en una
sonrisa.
—Esto sí que es una sorpresa —comentó Tessa con una calma que le
sorprendió, incluso a ella misma—. Nunca esperé que nos encontráramos en este
lugar.
—Estoy aquí en representación de mi compañía —explicó Jeremy—, alquilamos
el salón y nos hicimos cargo de las localidades para el concierto.
—¡Oh, ya veo!
Tessa pensaba con cinismo, que estaban manteniendo una conversación
civilizada. Era como si nunca hubiese sucedido nada entre ellos. Si Jeremy hubiera
Nº Páginas 2-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
sido sincero durante todos aquellos meses, ella podría ser la que se encontrara a su
lado como la señora de Jeremy Fletcher. La mirada de Meg era suplicante y su mano
buscó la de Jeremy. Era evidente que él amaba mucho a su esposa y, para su
sorpresa, Tessa no la envidiaba. Parecía que no había nada más qué decir. Tan pronto
como pudo, la concertista se excusó, asombrándose al darse cuenta de que le
temblaban las piernas.
Al regresar a casa en su coche, conducido por el chófer, se recostó en el asiento
y cerró los ojos. Eran los últimos días de mayo y en Johannesburgo se acercaban los
meses de invierno con sus temperaturas bajo cero por las noches y los días
razonablemente templados. En el lujo y calor del coche de su padre, no sentía
ninguno de los inconvenientes por los que pasaban los peatones.
La riqueza le había dado a Tessa toda la comodidad concebible. En ocasiones
ella deseaba ser parte de esa comunidad normal que experimentaba felicidad y
alegría espontánea a pesar de tener que protegerse contra el frío.
Las luces estaban encendidas en la imponente residencia de sus padres, que
habían asistido al concierto pero no fueron a la fiesta que se celebró después. Ella
sabía que estarían esperándola y sin embargo esta noche hubiera preferido que no lo
hicieran. Deseaba estar sola con sus pensamientos, sin importar cuánto pudieran
lastimarla.
Philip Ashton-Smythe abrió la pesada puerta de roble para dejar pasar a su hija
y la precedió a través del amplio vestíbulo, en el que colgaban ideales lámparas de
cristal, y el suelo estaba cubierto de alfombras. Tessa se quitó el abrigo. Su madre
descansaba sentada en una silla.
—Nos sentimos muy orgullosos de ti, Theresa —dijo al recibir el acostumbrado
beso de su hija en la mejilla y Tessa sonrió. Ella era la única persona que no
acostumbraba a llamarle Tessa.
—Tu actuación de esta noche ha sido excepcional —dijo su padre al ofrecerles
una copa de jerez.
Un elogio de su padre significaba mucho para ella. Aunque él no tocaba ningún
instrumento musical, tenía un oído excelente y era un fanático de la buena música.
—Gracias, papá —contestó, sonriendo por encima del borde de su copa. Sin
saber por qué dijo—: Jeremy Fletcher y su esposa estaban en la fiesta.
Ambos se miraron y ella presentía las preguntas que se agolpaban detrás de la
indiferencia forzada de sus expresiones.
—El nombre de su esposa es Meg, parece agradable —al darse cuenta Tessa, de
la preocupación de ambos, abandonó su intento de parecer indiferente—. Creo que
me voy a acostar.
Ellos no intentaron detenerla cuando cogió su abrigo y deprisa subió la escalera
hasta su habitación. Estuvo varios minutos observándose en el espejo. El vestido
blanco que llevaba, se ajustaba en la cintura; se lo quitó, y lo dejó caer sobre la cama.
Nº Páginas 3-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Su pelo era oscuro, casi negro y aunque normalmente lo dejaba suelto, hoy se
había hecho un moño, que le hacía el cuello más esbelto. Mientras se quitaba las
horquillas, su rostro tenía una expresión de dolor.
Se cambió con rapidez, se quitó el maquillaje y se acostó, apagando la lámpara
que estaba sobre la mesilla junto a su cama, para quedarse acostada con la mirada fija
en la oscuridad. Los recuerdos se amontonaban en su mente, eran recuerdos de los
días más desastrosos de su vida. Desde entonces, habían sucedido tantas cosas, que a
Tessa le daba la impresión de que habían transcurrido más de los veinte meses que
en realidad habían pasado. Su vida había estado muy ocupada, cada minuto
dedicado a sus estudios. No tuvo tiempo para pensar en el daño que le habían hecho.
Durante meses agradeció que todo fuera así, pero este encuentro inesperado con
Jeremy, había hecho que recordara muy intensamente sucesos ya pasados.
Jeremy Fletcher le había pedido que se casara con él y a partir de ese momento
se sintió rebosante de felicidad. Era su primer amor y todo sería maravilloso.
Conforme se acercaba la fecha de la boda, Jeremy parecía cada vez más preocupado y
Tessa se sentía tan feliz, que no había reparado en el ligero retraimiento hacia ella,
atribuyéndolo a su naturaleza reservada. Como ella también estaba algo nerviosa no
le dio mayor importancia.
Dos días antes de la boda recibió una carta y Tessa aún podía recordar cada
palabra, como si hubieran sido grabadas en su memoria con un hierro al rojo vivo.
«Querida Theresa: Me resulta difícil escribir esta carta, pero comprendo que no hay
forma en que pueda suavizar el impacto y no perderé tiempo en preámbulos.
Pensaba casarme contigo por el dinero y la posición que me hubiera brindado un
matrimonio de este tipo, pero ahora me doy cuenta de que no puedo hacerlo. He conocido a
alguien a quien amo profundamente. Es una joven normal de una familia normal y ahora me
doy cuenta de lo despreciable que he sido al pensar en casarme con alguien tan delicado como
tú, sólo por el dinero. Después de todo, éste no puede comprar la felicidad.
Es probable que cuando recibas esta carta yo ya me haya casado. Confío en que puedas
perdonarme los problemas y la desdicha que te he ocasionado. Sinceramente, Jeremy Fletcher.»
Nº Páginas 4-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 5-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 6-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 7-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Se produjo un silencio seguido por una risa tímida. Sheila le extendió una mano
por encima de la mesa.
—No queremos deshacernos de ti, pero pensamos que te iría muy bien salir de
Johannesburgo durante un tiempo. Quizá al interior del país, donde puedas relajarte
a gusto.
Tessa tuvo que reconocer que el irse un tiempo resultaba tentador. Y si fuera
algún lugar donde nadie la conociera, mucho mejor, donde fuera aceptada como una
persona normal.
¡Una joven normal! «¡Eso es!», pensó, y su mente comenzó a idear un plan. Se
levantó con rapidez y le dio un beso en la mejilla a su padre.
—Has tenido una idea maravillosa y voy a comenzar a hacer los preparativos
de inmediato.
Abandonó a toda prisa el comedor y subió por la escalera hasta su habitación,
mientras sus padres la miraban asombrados.
Ese mismo día Tessa se fue de compras. Necesitaba ropa, pero nada
complicado. Si iba a convertirse en una joven normal, su vestuario tendría que ir de
acuerdo con su nueva posición y desde luego, no podría ponerse tos vestidos que
tenía en su armario. Al entrar en su casa cargada de paquetes, con un pañuelo en su
cabeza cubriendo el resultado de la visita al peluquero, pudo ver la mirada de
asombro de su madre. Pensó que aquello iba a ser divertido. Se apresuró en ir a su
habitación para abrir los paquetes.
Había media docena de vestidos de sport, y uno de noche de gasa, para
ocasiones especiales, varios pares de pantalones con playeras a juego, una blusa de
seda que no pudo evitar comprar, una chaqueta y dos suéteres amplios. El único
artículo de lujo que conservaría sería su Porsche y, por supuesto, su talonario de
cheques, como una medida de precaución. Por la mañana había retirado una
cantidad de dinero que le permitiría vivir durante un mes o más de acuerdo con las
circunstancias.
Del armario del pasillo de su casa, sacó las dos maletas más viejas que tenían. El
estado en el que se encontraban le añadiría el toque final a su nueva imagen.
Excitada, preparó sus maletas, hacía mucho tiempo que no se sentía tan libre y feliz.
Este viaje suponía una verdadera aventura para ella.
Lo único que no compró fueron zapatos, porque tenía suficientes, y bastante
cómodos para llevarse. Canturreaba, moviéndose por toda la habitación, absorta por
completo en su tarea. Decidió que esa misma noche les daría a sus padres la noticia.
Se puso uno de los vestidos que se había comprado. Ya casi era la hora de la cena y lo
mejor sería enfrentarse a sus padres con su nuevo disfraz, para informarles de lo que
pensaba hacer. Se maquilló y después, frente al espejo, se observó con curiosidad,
preguntándose si daría resultado todo su plan.
Había ido a que le cortaran el pelo, se lo dejaron bastante corto y le quedaba
rizado alrededor de su cara, estaba segura de que no le gustaría a sus padres. Los
periodistas siempre se habían referido a su fascinante belleza, pero con este vestido
Nº Páginas 8-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
dejaba mucho que desear, podría ser cualquier joven de su misma edad. Para
completar su disfraz, se quitó los anillos y reemplazó su reloj de pulsera por uno más
barato.
Sonriente, se miraba en el espejo. Con el pelo corto y casi sin maquillaje, nadie
podría adivinar que fuera Theresa Ashton-Smythe, al menos, era lo que esperaba.
Cuando anunciaron la cena, Tessa tardó unos minutos en presentarse. Quería
que estuvieran sus padres allí cuando ella llegara y su reacción le indicaría si sus
esfuerzos habían sido vanos o no.
Cuando entró, Philip y Sheila estaban sentados a la mesa. Él se levantó de su
asiento, con una expresión interrogante y Sheila observó absorta a su hija.
—Buenas noches a todos —dijo Tessa, extendiendo sus brazos y haciendo una
pequeña reverencia—. ¡Les presento a mi nueva personalidad, Tessa Smith!
Philip se sentó.
—¡Tessa! ¿Qué le has hecho a tu pelo? ¿Y esas ropas?
—¿Qué tal estoy? —les preguntó Tessa, dando vueltas por la habitación—. ¿Me
encontráis diferente?
—¿Diferente? —contestó Sheila confusa y sin aliento—. Si no fueras mi propia
hija, nunca te hubiera reconocido.
—¿Para qué es todo esto? —le preguntó su padre, sirviéndose otro jerez con
manos temblorosas.
Tessa se sentó frente a ellos.
—Observadme bien. ¿Seré reconocida con facilidad? ¿Mamá, qué piensas?
—No a primera vista, aunque por supuesto, si te miran con más detenimiento…
Philip, ¿qué piensas?
—Que quien quiera que haya cortado su cabello hizo un desastre. ¿Para qué es
todo esto, Tessa?
—Voy a tomar las vacaciones que mamá y tú me sugeristeis. Me iré tan lejos de
Johannesburgo como sea posible. Viajaré por el interior del país, veré todo lo que
pueda, como la simple y sencilla Tessa Smith. ¿Crees que podré pasar sin que me
reconozcan?
—No veo ninguna razón por la que no pueda ser así —dijo al fin Philip,
sirviéndose algo de comer—. ¿Cuál es la razón por la que te has disfrazado?
—Padre, no quiero correr riesgos y no deseo que me traten como a una
porcelana de Dresde. Quiero mezclarme con la gente normal y ser tratada como tal.
Esta es la razón del nombre inventado, o parcialmente inventado, de Tessa Smith.
—¿Dónde piensas ir? ¿Estarás segura viajando sola? —preguntó Sheila,
preocupada.
—Mamá, tengo veintidós años, tendré cuidado y en cuanto a dónde iré…
todavía no lo sé. De vez en cuando os escribiré una tarjeta.
Nº Páginas 9-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 10-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 11-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
conduciendo sin ni siquiera fijarse en los indicadores, si es que éstos existían, y ahora
se hallaba perdida.
Se regañó, dejando caer el mapa en el asiento trasero. Decidió que tenía que
dirigirse a la granja más cercana y preguntar por alguna dirección, no podía hacer
otra cosa.
Cinco kilómetros más adelante, en la carretera, encontró un camino vecinal que
salía hacia la derecha. Se dirigió hacia una granja. En la entrada, había un letrero en
el que se podía leer: M.D. Craig y lo único que se le ocurrió a Tessa fue rezar porque
M.D. Craig, no pensara que ella era una tonta. Tessa observó que habían cortado toda
la caña de azúcar a ambos lados del camino. Al conducir despacio, aumentó el calor
en el interior del coche y comenzó a sudar. Tendría que aguantar esta incomodidad
durante un tiempo, hasta que obtuviera la información necesaria para continuar su
viaje.
La casa era distinta a las casas estilo colonial que había encontrado a lo largo del
camino, ésta era baja, alargada y moderna, construida sobre una loma, y estaba
rodeada de jardines y de una naturaleza exuberante. Los prados eran verdes y entre
las rocas crecían plantas. El jardín estaba compuesto en su mayor parte de arbustos,
que indicaban que necesitarían muy poca atención. Sin embargo, era agradable a la
vista.
Tessa dudó un momento, ¿cómo la recibirían? Pensó con ironía que el que
duda, está perdido, y ella estaba bien perdida. Peor aún, el sol desaparecía con
rapidez. Aceleró y momentos después el coche estaba estacionado frente a la entrada
principal de la casa pintada de blanco, con la fachada cubierta de hiedra.
Iba a bajarse del coche cuando observó que alguien se dirigía hacia ella. Era uno
de los hombres más sorprendentes que había visto. Alto y de hombros anchos, estaba
vestido con pantalones de trabajo ajustados y una camisa roja. Su pelo era claro y su
piel, bronceada. Era evidente que tenía prisa, puesto que se acercó decidido al coche
y abrió la puerta para ayudarla a salir. Tessa observó un par de relucientes ojos
verdes y se quedó sin voz mientras la conducía hacia la casa sin hablar una sola
palabra. Este hombre, se encontraba de pésimo humor y Tessa, extrañada de su
propio silencio y de las sensaciones inquietantes que le ocasionaba el contacto de su
mano por debajo del codo, se dejó llevar en silencio por un patio y cruzar las puertas
para llegar al vestíbulo de entrada, decorado con un aire muy moderno.
Ya en la puerta, se detuvo un momento y Tessa recuperó la voz.
—Creo que… —comenzó vacilante y fue interrumpida bruscamente.—Mi
madre contestará con mucho gusto a todas sus preguntas. Yo no tengo tiempo ni
deseo hacerlo —y dicho esto abrió la puerta y de nuevo la condujo hacia adelante.
Nº Páginas 12-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 2
En un sillón junto a la ventana, desde la cual se podía contemplar el jardín,
estaba sentada una mujer de edad avanzada, con su pelo gris peinado hacia atrás y
recogido en un moño en la parte trasera de su cabeza. Su pierna estaba escayolada y
extendida, y tenía el pie sobre un pequeño taburete de piel. Tessa se hallaba frente a
una mirada sorprendida y sintió que su corazón se aceleraba. Su decisión de
detenerse y preguntar dónde se encontraba, se estaba convirtiendo en algo alarmante
e incomprensible.
—Mamá, ha llegado la señorita Emmerson —dijo el hombre a su lado, con voz
profunda y bien modulada—. Te dejaré que le expliques los detalles.
—¡No es posible! —exclamó sorprendida la anciana, que examinaba la
apariencia de Tessa, desde su pelo oscuro hasta sus cómodos zapatos de piel,
regresando después a sus asombrados ojos azules—. Acabo de hablar por teléfono
con la señorita Emmerson. Me dijo que no le sería posible aceptar este trabajo como
ama de llaves, debido a que su propia madre estaba muy enferma.
—¿Entonces, quién es usted? —preguntó el hombre volviéndose hacia Tessa,
tan furioso, que involuntariamente ella retrocedió un paso.
—Yo soy Tessa Smith.
Miró a la mujer en la silla y estaba a punto de comenzar a explicar el por qué
estaba allí cuando vio una sonrisa muy peculiar oculta en los ojos de la mujer que se
encontraba frente a ella.
—Usted debe ser la sustituta de la señorita Emerson —aclaró la señora y Tessa
se sintió desconcertada, ¿Qué estaba sucediendo? Ella tan sólo quería preguntar una
dirección y la habían confundido con la sustituta.
—Usted es la sustituta, ¿no es así?
Tessa observó los ojos verdes similares a los del hombre parado a su lado y fue
como si le enviaran un mensaje de súplica. Antes de que pudiera evitarlo había
respondido de forma afirmativa.
—Bien, las dejaré solas para que arreglen los preliminares.
Sin decir otra palabra abandonó la habitación y dejó solas a las los mujeres.
Tessa se detuvo un momento y observó alrededor de ella. El mobiliario era moderno
y cómodo, y las pinturas que había colgadas en las paredes eran genuinas.
Su rápida mirada no dejó de observar el piano vertical que se encontraba al otro
extremo de la habitación y se preguntó con curiosidad si no era más que un adorno.
—Pensará que todos nos hemos vuelto locos —una voz interrumpió sus
pensamientos y una vez más Tessa miró a la mujer frente a ella. Una sonrisa curvaba
sus labios e iluminaba sus ojos con un verde brillante.
—Admito que ese pensamiento ha cruzado por mi mente —contestó Tessa
devolviendo la sonrisa—. Me temo que no soy la persona que parecen esperar. No
Nº Páginas 13-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
soy la señorita enviada como sustituta de la que usted contrató, lo único que yo
quería era preguntar una dirección. Estoy de vacaciones y me he perdido.
La mujer asintió con la cabeza, entrelazando las manos en su regazo.
—Puedo decirle dónde se encuentra: en el centro de la zona azucarera, a unos
treinta kilómetros de un pueblo llamado Idwala, que es el nombre zulú para una roca
grande. Se encuentra al pie de una loma que tiene la apariencia de una gran roca, y
de ahí su nombre.
—Muchas gracias —suspiró aliviada, poniéndose de pie para retirarse—.
Lamento haberla molestado y ahora que sé dónde estoy seguiré mi camino.
—Un momento. ¿No olvida algo?
—No lo creo —Tessa se volvió con lentitud.
—Usted aceptó, delante de mi hijo Mattew, ser la sustituta de la señorita
Emmerson, que por desgracia, no pudo venir.
Tessa sonrió.
—Eso no era más que una broma.
—Yo hablaba en serio.
De repente el silencio reinó en la habitación. Tessa pensaba que era algo
ridículo. No tenía intención de trabajar como ama de llaves, ni ser acompañante de
nadie, ni siquiera de esta mujer con mirada dulce, incapacitada por la escayola en su
pierna.
—Señora… —balbuceó aturdida.
—Craig. Ethel Craig y fue mi hijo Matthew quien la trajo aquí, de forma tan
poco amable.
Tessa pasó por alto la última parte y se apresuró a contestarle:
—Señora Craig, no es posible que yo me quede aquí como ama de llaves y
acompañante.
—¿Por qué no?
—Pero… pero yo no soy… —casi no podía hablar.
—Sí, ya lo sé, no está preparada para este tipo de trabajo, pero usted me agrada
y creo que encontrará que tenemos mucho en común. La preferiría antes de
cualquiera que eligiera Matthew.
—¡Usted no me conoce! —protestó con desesperación. ¿Cómo podría escaparse
de esta situación? Esta mujer parecía estarle cerrando toda vía de escape y, en lugar
de enfurecerse, Tessa comprendía que cada segundo que pasaba le agradaba más la
señora Craig.
—Quizá debiera explicarle —comenzó con calma Ethel Craig—. La semana
pasada hice una cosa muy tonta. Me caí de la escalera, en la despensa, y me rompí
una pierna. Después de esto, Matthew decidió que debería contratar a alguien que
me ayudara en la casa, así como también en mis necesidades personales, y
Nº Páginas 14-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 15-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
juego. El armario y la cómoda eran de madera oscura sólida al igual que el tocador
con sus grandes espejos. La cama era sencilla con una cabecera acolchada y junto a
ella había una pequeña mesilla con una lámpara para leer. La habitación mostraba
una sencillez que la hacía acogedora.
Tessa se dirigió por el pasillo, al baño que la sirvienta le había indicado, y se
lavó la cara y las manos antes de regresar a su habitación para cambiarse de ropa. El
sol ya se había puesto pero aún hacía calor, por lo que se puso un vestido de
algodón, y se retocó el maquillaje antes de regresar al salón, donde la esperaba la
señora Craig.
—¡Ah, ya está aquí! —dijo sonriendo mientras le señalaba la silla que estaba
junto a la suya—. Por favor, siéntese y charlemos.
Tessa se sentó con cuidado en el borde de la silla, preocupada por lo que
vendría a continuación. Ethel Craig la estudió durante varios minutos en silencio
antes de sonreír. La joven se sintió incómoda bajo su escrutinio, aunque no le
disgustó.
—Señorita Smith… este… ¿cuál dijo usted que era su nombre?
—Tessa.
—Sí… Tessa —la miró interrogante—. ¿De dónde es usted?
—De Johannesburgo, ¿por qué?
—Sólo tenía curiosidad —Ethel se encogió de hombros.
Nerviosa, Tessa se mordió los labios.
—Señora Craig, está usted corriendo un gran riesgo al darme este empleo.
¿Cómo sabe que no soy una persona desagradable?
Surgió esa sonrisa peculiar que iluminaba sus ojos.
—Tessa, usted tiene una voz refinada que es agradable al oído y que también
me dice que ha tenido una buena educación. Además lleva una gran pena en su
corazón que se le refleja en los ojos.
Esta mujer era mucho más astuta de lo que hubiera podido pensar Tessa y no
iba a resultar fácil engañarla. De pronto esta aventura se había convertido en un reto
para Tessa y a pesar de sus recelos, intentaría llevarla a cabo.
—¿No quiere decirme qué le ha causado su desdicha? —le preguntó la anciana.
Tessa desvió su mirada y juntó las manos con fuerza.
—Si no le molesta, preferiría no hacerlo.
—¿Quizá me lo dirá algún día cuando la pena no sea tan fuerte?
—Quizá —aceptó Tessa—. ¿Durante cuánto tiempo necesitará mis servicios?
—Pienso que por unas seis semanas, hasta que sea capaz de moverme sin
ayuda.
Nº Páginas 16-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Durante varios minutos discutieron sobre el trabajo que había aceptado Tessa y
después la señora Craig le contó algo sobre su vida.
—Mi esposo murió hace varios años y desde entonces Matthew se ha ocupado
de la granja. Tengo dos hijos, Matthew tiene treinta años, es el mayor, después está
Barry que es seis años más joven. Ambos se encuentran aquí en la granja, aunque a
Barry no le agrada mucho la idea de permanecer con nosotros. Él preferiría ir a la
ciudad, pero Matthew ha decidido que se quede. Ya debe haber adivinado usted que
lo que dice Matthew es la ley —la señora Craig se rió—; él es una persona sensible, al
igual que lo era su padre y sabe lo que es bueno para todos nosotros.
—¿No se producen enfrentamientos entre los hermanos? Parece que Barry ya
tiene la edad y la libertad suficientes para tomar sus propias decisiones y sin
embargo, le permite a Matthew dirigir su vida.
—De vez en cuando tienen alguna discusión, pero Barry es bondadoso y no tan
dominante como su hermano. También es más bien descuidado y un poco testarudo
como yo. Matthew piensa que mientras Barry no sea capaz de comportarse
sensatamente, debe permanecer en la granja, donde él le pueda vigilar.
—¿No puede usted moverse?
—Tengo una silla de ruedas —la anciana la señaló, estaba escondida en un
rincón de la habitación—. Puedo moverme bastante bien en ella; si usted me ayuda,
le puedo enseñar la casa.
—¿No protestará su hijo?
—Matthew no dirá nada y no permita usted que la asuste o que la intimide —le
advirtió en broma la señora.
Tessa se acercó donde estaba sentada la anciana, llevando la silla de ruedas y la
ayudó a pasarse a la misma. La mujer era de complexión delgada y Tessa no tuvo
ninguna dificultad para ayudarla. Fue empujando la silla a lo largo del pasillo, y de
este modo Ethel le enseñó toda la casa, hasta que llegaron a la cocina. Al ver la
anticuada cocina de carbón Tessa se quedó sorprendida.
—¿Es en esto donde usted cocina? —tartamudeó con los ojos fijos en aquel
objeto.
—Sí, en realidad es muy sencillo —la señora comenzó a explicarle los detalles
de cómo cocinar allí. A Tessa le pareció una forma bastante primitiva.
—¿Debo comenzar a cocinar esta misma noche? —preguntó preocupada.
—Cuanto antes se adapte usted a todo será mejor. Daisy —señaló la joven
sirvienta zulú que pelaba patatas—, le explicará todo lo que necesite saber.
Tessa la miró desconfiada.
—Señora Craig, ¿se da cuenta de lo que ha hecho?
—¡Joven, acompáñeme al salón y comience a trabajar!
Nº Páginas 17-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Y Tessa comenzó a trabajar. Cuando la cena estuvo lista para servir, Daisy
suspiró aliviada. Tessa tenía una mancha negra en la frente, su nariz brillaba y las
mejillas estaban sonrojadas de agacharse sobre la estufa caliente. Se sentía incómoda.
—¡Hola!, ¿qué tal por aquí?
Tessa se dio la vuelta con rapidez y vio a un joven parado en la puerta exterior.
Tenía el pelo castaño oscuro y sus ojos grises sonrientes la estaban estudiando con un
interés no disimulado.
—¿No me diga que usted es la señorita Emmerson que todos temíamos
conocer? —preguntó, caminando hacia ella.
—Soy su sustituta —mintió, cruzando los dedos.
—Permítame que le dé la bienvenida a nuestra humilde morada, señorita…
—Smith —contestó con calma Tessa.
—¿Smith? —sus ojos se abrieron sonrientes—. ¿Y su nombre?
—Tessa.
—Tessa —repitió—. Me gusta, ¿puedo llamarle Tessa?
—Puede hacerlo —contestó, sin saber bien cómo reaccionar ante este recién
llegado.
El joven se inclinó de forma melodramática.
—Señorita Tessa Smith, yo soy Barry Craig, me pongo a su disposición y puedo
decirle que confío en que su estancia será agradable para todos. Por mi parte estoy
encantado de que la señorita Emmerson no pudiera venir.
Una sonrisa fugaz recorrió los labios de Tessa.
—¿Debo tomarlo como un cumplido, o tiene la costumbre de alabar a todas las
mujeres que conoce?
Cruzó sus manos sobre el corazón y fingió una expresión ofendida.
—Le aseguro que me trata injustamente.
—No lo sé —estaba excitada, pensando que, por primera vez, la notaban como
a una joven normal.
—¿Cuándo tiene usted la tarde libre?
—Señor Craig, acabo de llegar —protestó riéndose.
—¿Representa eso alguna diferencia? Y a propósito, mi nombre es Harry.
—Estoy al servicio de su madre —dijo sin vacilar y en ese momento se abrió la
puerta y entró Matthew, no había duda sobre la expresión amenazadora en su cara.
Barry miró a su hermano y murmurando algo abandonó con rapidez la cocina.
Tessa se enfrentó a Matthew, con la sensación de que había hecho algo mal. Su nariz
recta, los labios firmes y la mandíbula cuadrada indicaban fuerza y al mismo tiempo
desaprobación.
Nº Páginas 18-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Tessa tuvo que admitir que se trataba de un hombre muy atractivo, y que su
presencia tenía un efecto peculiar sobre sus nervios.
—Señorita… Smith —comenzó Matthew en un tono amenazador—, a usted se
le ha contratado como ama de llaves y acompañante de mi madre y no para distraer
a mi hermano.
—Señor Craig…
—Le agradeceré que en el futuro recuerde su puesto en esta casa —le dijo
cortando sus palabras con brusquedad y sin volver a mirarla salió de la cocina.
Tessa no soportaba que la hablaran en ese tono, sintió que la cólera la invadía,
pero se controló con rapidez. Un nuevo sentimiento de desamparo la sobrecogió al
recordar su nueva posición. Ahora no era más que una empleada y eso era algo que
debería recordar, tal como le había dicho Matthew y aunque lo comprendió, no pudo
hacer desaparecer su enfado. Él se creía un ser superior ¡y ella le odiaba!
A pesar de la insistencia de la anciana para que Tessa se reuniera con ellos en el
comedor a la hora de la cena, la joven se empeñó en comer en la cocina. Matthew le
había dado instrucciones de recordar su lugar y ¡ella no lo olvidaría! Él tenía la
facultad de enfadarla y en un momento de ira pudiera sentir la tentación de revelarle
su verdadera identidad y eso era algo que deseaba evitar a toda costa. Cuanto menos
viera a Matthew sería mejor, aunque comprendía que le iba a resultar difícil si tenían
que vivir bajo el mismo techo.
Aquella noche, después de la cena, Tessa ayudó a la señora Craig a prepararse
para ir a la cama. Era una tarea nueva y agradable para la muchacha, pues por
primera vez, en su vida sentía que estaba haciendo algo útil. Cuando Ethel
descansaba cómoda sobre las almohadas, Tessa se volvió para abandonar la
habitación.
—No se vaya aún, quédese un rato más y hable conmigo.
—Pensé que usted querría leer.
—Tengo todo el día para leer si lo deseo, quédese y hablemos, o me volveré loca
de aburrimiento.
Tessa se sentó en una silla junto a la cama y le sonrió con simpatía a la señora.
—Temo que como compañía le resultaré un fracaso. No soy muy conversadora,
no tengo práctica.
—Tessa, por lo menos es usted sincera y original —dijo riéndose—. Seguro que
querrá hacerme preguntas, ¿por qué no comenzamos nuestra charla de esta noche
con ellas?
Tessa apretó las manos sobre su regazo.
—¿No pensará usted que soy curiosa?
—Mi querida Tessa —suspiró Ethel enfadada ——. Le estoy dando la
oportunidad de hacerme preguntas, ¿no es así?
La joven asintió con la cabeza y sintiéndose con más libertad, le preguntó:
Nº Páginas 19-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—¿Cuántos años hace que vive en esta granja? —era una pregunta bastante
tonta, pero no se le ocurrió otra cosa en ese momento.
—Hace treinta y cuatro años. Casi he pasado aquí una vida.
Tessa la miró asombrada, observando los alrededores con interés.
—Esta no es una casa antigua —dijo en voz baja.
—Tiene razón, ésta no es una casa antigua. Hace cuatro años la caña se incendió
y el viento atrajo el fuego hasta la casa y… —hizo un gesto muy expresivo con sus
manos—, la casa se quemó por completo.
—¿Hay incendios con frecuencia en los cañaverales?
—No con frecuencia, pero en algunas ocasiones sí.
Tessa pudo oír la voz fuerte de Matthew en algún lugar de la casa y al momento
sus nervios se pusieron en tensión.
—¿Le desagrada mucho a su hijo la idea de tener a alguien como yo en su casa?
—Él aborrece la idea, pero como dije antes, la considera un mal necesario —por
un momento miró con detenimiento a Tessa—. No permita que su actitud la moleste,
con el tiempo él se acostumbrará a usted.
—¿Quién se acostumbrará con el tiempo a qué idea? —preguntó una voz desde
la puerta y Tessa se levantó de su silla como si la hubieran pinchado.
Matthew entró en la habitación. Tessa estaba muy inquieta. Él se había
cambiado los pantalones de trabajo y la camisa roja, por unos pantalones de franela
color crema y una camisa verde oscuro, que hacía juego con sus ojos… que parecían
estudiar minuciosamente a la muchacha al mirarla.
—Matthew, qué amable de tu parte venir a charlar conmigo —sonrió Ethel,
dando unas palmaditas al lado de la cama—. Siéntate un rato.
—No has contestado a mi pregunta —dijo él, sentándose a su lado y
observando a Tessa que tenía deseos de huir.
—Sólo decía que con el tiempo me acostumbraría a la idea de ser casi una
inválida, durante unas semanas —le contestó la señora sin vacilar.
—Si me disculpan… —murmuró Tessa, dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Señorita Smith!
Tessa se detuvo al instante al oír esa voz autoritaria y se volvió, despacio para
mirarle. No podía pensar en ninguna otra cosa más que en la insistente mirada de
esos ojos verdes sobre su persona y la sangre se acumuló en sus mejillas.
Le parecía un hombre detestable. Era evidente que deseaba hacerla sentirse
incómoda y así era exactamente como se sentía, bajo su intenso escrutinio.
—¿Qué tipo de trabajo ha hecho usted antes de éste? —le preguntó con
brusquedad.
Nº Páginas 20-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 21-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 22-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Soy una extraña para usted. A veces resulta más fácil conversar con un
desconocido que con alguien de la familia.
—Quizá tenga razón.
La luna apareció detrás de las nubes e iluminó el jardín con su reflejo plateado,
mientras regresaban hacia la casa. La luz de la habitación de la anciana estaba
encendida y Tessa se preguntó si Matthew estaría aún allí con ella y si era así, sobre
qué hablarían. ¿Estaría presionando a su madre para que le diera más información
sobre su nueva ama de llaves? Tessa se estremeció al pensarlo. Dadas las
circunstancias quizá hubiera sido mejor no aceptar la oferta de la señora.
—¿Tiene frío? —le preguntó preocupado Barry, interrumpiendo sus
pensamientos.
—No, son sólo unos pensamientos desagradables. ¿Ha pensado alguna vez en
tener su propia granja en algún otro lugar?
—Ya se lo he sugerido a Matthew, pero no cree que tenga capacidad para ello.
¡Si pudiera convencerle de lo contrario! Matthew y yo heredamos esta granja, y le
sugerí que comprara mi parte para que yo pudiera adquirir mi propia tierra, pero no
quiere oír hablar del asunto.
—¡Eso es ridículo! Tiene que comprender que usted preferiría trabajar por su
cuenta y que sería capaz de tomar sus propias decisiones. Barry exhaló un fuerte
suspiro.
—Lo que sucede es que he cometido tantos errores que él ya no confía en mí.
—Si ya lo sabe, ¿por qué no le demuestra de lo que es capaz?
—No lo sé —se encogió de hombros.
Tessa permaneció en silencio durante un momento, mientras empezaba a
comprender.
—Entonces usted es el único culpable de su situación actual.
—Tiene razón, no puedo culpar a nadie.
—Sin embargo yo comprendo el porqué —murmuró compasiva—. Yo también
reaccionaría contra la dominación.
La risa alegre de Barry se oyó en todo el jardín.
—¡Usted es una joven de mi tipo! Presiento que me va a agradar, Theresa.
El corazón de Tessa dio un vuelco.
—¿Por qué me ha llamado Theresa?
—Tessa es la abreviación de Theresa, ¿no es así?
—Bien… sí, así es —Tessa aspiró con fuerza para controlar los latidos de su
corazón—. Si no le importa, preferiría que me llamara Tessa.
—Muy bien, así será, Tessa —Barry le apretó el brazo.
Para consternación de Tessa se encontraron con Matthew en el patio.
Nº Páginas 23-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Mamá te está esperando para darte las buenas noches —le dijo a Barry.
—Ahora voy —respondió Barry, y se despidió de Tessa.
La joven se dio la vuelta con rapidez para seguirle hacia la casa, pero sintió que
sujetaban su brazo con fuerza.
—Un momento, señorita Smith.
Tessa se detuvo como si la presión de aquella mano la hubiera convertido en
piedra. De nuevo sintió esas sensaciones peculiares que corrían por su brazo bajo su
contacto, pero lo atribuyó a la presión.
—¡Me está haciendo daño!
—Lo siento —la soltó al instante.
Permanecieron en silencio, mientras se miraban uno a otro y en la oscuridad él
parecía demasiado alto. El olor de la loción para después de afeitar se mezclaba con
el del tabaco y Tessa sintió que el perfume la embriagaba. Se estremeció, asustada,
presintiendo el peligro.
—¿Quería usted hablarme sobre algo? —preguntó nerviosa, cuando ya no
pudo soportar por más tiempo el silencio.
—Sí —dejó caer la colilla de su cigarro, y la aplastó con la suela de su zapato—.
Pensé que le había dejado bien claro que su trabajo es con mi madre y no con mi
hermano.
—Sí, señor Craig, usted lo hizo, pero salí a tomar un poco el aire y
prácticamente choqué con su hermano. Insistió en acompañarme y no podía ser
grosera con él —aspiró con fuerza y le miró desafiante—. He sentido un gran placer
con su compañía y si me lo pide, pasearé con él de nuevo.
—Es evidente que usted no desperdicia mucho su tiempo.
—¿A qué se refiere? —ella sabía muy bien lo que estaba insinuando y sólo
consiguió con su pregunta, aumentar su enfado.
—A que se relaciona fácilmente con miembros del sexo opuesto.
—¿Quizá está molesto porque usted y yo no hemos tenido la oportunidad de
conocernos?
Al instante, Tessa lamentó haber dicho esas palabras, la estatura de Matthew
pareció aumentar, y su expresión se volvió aún más fría.
—No necesito conocer a mujeres de su clase —respondió violento.
—¿Y qué clase es ésa? —preguntó Tessa, aumentando su actitud desafiante.
—La clase que vendería su alma por dinero y propiedades. Le prevengo que
tendrá que vérselas conmigo.
Así que Matthew la había clasificado como una explotadora de hombres, pensó
divertida y no pudo contener la risa. ¡Si él supiera!
Nº Páginas 24-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 25-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 3
Tessa no descansó esa noche repasando los sucesos que la habían llevado a
aceptar un trabajo que más o menos le había sido impuesto. Es su nuevo papel de
Tessa Smith esto le había parecido un reto, sin embargo, le preocupaba pensar si no
llegaría a lamentar en el futuro esta decisión.
Por algún motivo, Matthew sospechaba de ella y sólo podía ser por la forma tan
poco normal en que había llegado. Si de veras hubiera sido la sustituta de la señorita
Emmerson hubiera mostrado más confianza y las referencias necesarias para
confirmar su honorabilidad. En lugar de ello había sido vaga en sus respuestas a las
preguntas y nada profesional. Matthew tal vez pudiera perdonar ese engaño, pero
¿la perdonaría por haber asumido otra identidad?
A las cinco y media de la mañana Tessa ya estaba levantada y vestida.
Intentando no despertar a los demás, se fue a la cocina para encender el fuego con el
fin de preparar café. Quince minutos más tarde aún estaba luchando con la cocina.
Con la paciencia a punto de llegar a su límite, preparó todo de nuevo y encendió otra
cerilla sin éxito, lo único que consiguió fue quemarse los dedos.
—¡Oh, maldición! —exclamó en voz baja, chupándose los dedos.
—¿Tiene problemas?
Tessa se irguió al instante al oír esa voz, su corazón le latía con violencia al ver a
Matthew recostado contra la puerta, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y había
burla en su mirada. Se pasó la punta de la lengua por sus labios secos y admitió su
derrota.
—No puedo encender el fuego.
La mirada de Matthew pareció quemarla y para su disgusto, sintió enrojecer sus
mejillas. ¡Cómo odiaba la autosuficiencia de este hombre!
—Quizá le pueda ayudar —le dijo mientras se le acercaba, pero Tessa no se
engañó, él sentía una inmensa satisfacción ante esta situación que demostraba su
incapacidad y Tessa no podía negar que no había podido encender el fuego. Él
observó la cocina llena de humo y comprendió la situación—. Si abre el regulador del
tiro, el fuego arderá sin problemas. Provoca la corriente necesaria para avivar el
fuego y una vez que ya esté ardiendo, se puede cerrar o dejarlo algo abierto para
regular la temperatura del horno.
—¡Oh! —Tessa se sintió como una tonta al ver cómo lo hacía.
Al final él encendió una cerilla, la cubrió un momento con sus manos y
encendió el fuego. Cuando las llamas se elevaron se enderezó y se le quedó mirando,
divertido por la turbación de la muchacha.
—Es fácil cuando se sabe hacerlo, ¿no le parece?
Tessa contuvo una respuesta desagradable y mantuvo su mirada con firmeza.
Él había dicho lo que quería.
Nº Páginas 26-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 27-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 28-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Si usted dejara este trabajo, como ha sugerido, estaría admitiendo la derrota y
haría exactamente lo que quiere Matthew —la señora Craig sonrió y colocó su taza
vacía en la bandeja.
Esto era un reto, algo que Tessa nunca había sido capaz de resistir. Si iba a
haber una guerra abierta entre Matthew y ella, ya tenía el permiso de su madre para
llevarla a cabo.
Más tarde Matthew regresó para desayunar y permaneció en silencio mientras
Tessa le servía a él y a Barry en el comedor. La señora Craig prefirió que le llevara el
desayuno en una bandeja a su habitación, para que Tessa pudiera tener más tiempo
disponible para ayudarla a vestirse después de que terminara el desayuno.
Normalmente ellos comían y cenaban juntos en el comedor, según le había dicho la
anciana, aunque Matthew con frecuencia no estaba a la hora de comer.
Esa mañana, cuando Barry entró en la cocina, Tessa miró nerviosa si Matthew le
seguía.
—No se preocupe, estoy solo —sonrió malicioso, observando la actitud de la
muchacha—. ¿Llegué a tiempo para el té?
—Sí —Tessa se rió, nerviosa—. Estoy esperando a que hierva el agua en la
tetera —le acercó un plato con galletas—. Siéntese y coma una de éstas mientras
espera.
—¿Las ha hecho usted? —Barry cogió una de las galletas y la probó.
—Sí… con la ayuda de Daisy, por supuesto. Ella me explica las cosas muy bien
—la cara oscura de Daisy se iluminó con ese elogio inesperado de Tessa.
—Son deliciosas —fue el veredicto de Barry—. ¿Puedo tomar otra?
—Por supuesto —sonrió Tessa retirando del horno, la última bandeja de
galletas.
—¿Dónde aprendió a cocinar así?
—En nuestra casa… —Tessa se detuvo a tiempo. Estuvo a punto de divulgar
que tenían un cocinero, siempre dispuesto a compartir sus conocimientos, y tal
afirmación hubiera provocado preguntas embarazosas—. En casa siempre nos gustó
cocinar y esto no ha sido más que un experimento.
—Entonces, por favor, siga experimentando —Barry sonrió—. ¿Dónde está mi
madre?
—En el salón, escribiendo cartas —Tessa se movía intranquila—. ¿Querría usted
acompañarla mientras preparo el té?
—¿Está tratando de deshacerse de mí? —la miró burlón.
—No, pero a Matthew le sentaría mal llegar y encontrarle aquí, sentado en la
cocina, charlando conmigo.
Tessa tuvo la sensación de estar haciendo algo mal, Matthew le había dado
órdenes de mantenerse lejos de Barry y, a pesar de que estaba determinada a no
Nº Páginas 29-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
hacerle caso, no podía evitar sentir que desobedecía sus órdenes. ¡Cómo odiaba la
actitud de superioridad de Matthew Craig!
—Él sospecha de usted, ¿lo sabía? ——Barry interrumpió los pensamientos de
Tessa y ella le miró con detenimiento—. Él dice que usted no tiene las manos de una
joven normal trabajadora, y que es dueña de un Porsche. Que ninguna joven
trabajadora puede tener un coche como ése a menos…
—¿A menos qué? —exigió Tessa, observando la cara del joven—. Bien siga,
puede decirme lo peor.
—A menos que usted lo haya adquirido mediante servicios prestados…
¿comprende lo que quiero decir? —cogió otra galleta.
—¿Es eso lo que él piensa? —Tessa contuvo la respiración, mientras miraba a
Barry. Se ruborizó, y de repente se quedó tan pálida como una muerta.
La acusación en las palabras de Barry había sido demasiado clara. Matthew la
veía como a una joven con una reputación dudosa y si ella le había juzgado
correctamente, se proponía demostrar que su suposición era cierta. Se estremeció al
pensar en ello. De nuevo se maldijo por haberse detenido para preguntar la
dirección, pues su decisión la había llevado a una situación que fácilmente se podía
convertir en algo embarazoso.
—No quise decir que Matthew pensaba eso de usted, es sólo una suposición —
Barry, trataba de salvar la situación—. Por curiosidad, ¿dónde obtuvo ese coche?
—Fue un regalo de dos personas muy queridas… sin condiciones de ninguna
clase.
—¿Trabajaba para ellos?
—No.
—Entonces cómo…
—No más preguntas, por favor —se retiró al oír que hervía el agua en la tetera,
sobre la cocina.
—Usted es un misterio Tessa Smith y los misterios siempre me han intrigado —
apartó la silla para levantarse.
—No permita que su imaginación la lleve demasiado lejos, Barry —le advirtió
con seriedad—. Yo no soy más que una… joven normal, que intenta hacer su trabajo
lo mejor posible.
Desde la ventana del salón se tenía una magnífica vista del valle, más allá del
cual las plantaciones se extendían tan lejos como podía alcanzar la vista,
transformando las lomas de las suaves laderas, en algo con vida, al mover la brisa las
cañas de azúcar. En el jardín las flores abundaban, bajo la luz del sol, maravillaban a
Tessa.
Nº Páginas 30-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Había sido una mañana tranquila a pesar de los molestos comentarios de Barry.
Después, cuando él se fue, Tessa permaneció en el salón, con la señora Craig bastante
tiempo. Quizá no debía culpar a Matthew por dudar sobre su honestidad, puesto que
ella había llegado desde muy lejos, para aceptar un empleo en su casa, que no era
para ella. El pequeño engaño que la madre de Matthew le había forzado a realizar, no
era nada, comparado con el que estaba llevando ahora a cabo. Decidió que sería
mejor sufrir sus insultos, que sentir la violencia de su ira. A nadie le gusta ser
engañado y Matthew no sería una excepción, puesto que era un hombre orgulloso y
honesto.
—Buenos días, mamá.
Tessa se estremeció cuando entró en el salón el objeto de sus pensamientos.
Hizo una pequeña inclinación con la cabeza hacia ella, y después la ignoró. Por
alguna razón desconocida su actitud le molestó, y se sintió aún más sorprendida al
descubrir que preferiría mucho más tenerle como amigo que como enemigo. Pensaba
que era ridículo sentir eso por alguien a quien casi no conocía, pero Matthew, en el
poco tiempo que le conocía, representaba un reto que no podía pasar por alto con
tanta facilidad.
—Tengo que ir a Idwala esta tarde —acercó una silla a la de su madre, y se
sentó—. ¿Necesitas algo?
—Sólo que me lleves a correos estas cartas —le mostró los sobres cerrados que
estaban a su lado sobre la mesa—. Hay algo que puedes hacer por mí, querido, llevar
a Tessa para que conozca nuestro pueblo.
Por su expresión, Matthew parecía tener la intención de negarse. Tessa se le
adelantó.
—¡Oh, por favor, señora! Seguramente al señor Craig no le agradaría que
estuviera con él todo el día.
—¡Tonterías! —contestó Ethel, con la mirada fija en su hijo—. A Matthew no le
importará lo más mínimo. ¿No es así, querido Matthew?
—Bien, yo…
—Tengo que ocuparme de la cena —Tessa le interrumpió. Estaba muy
nerviosa—. Me es imposible salir.
—Daisy puede arreglárselas muy bien hasta que regrese —insistió obstinada
Ethel—. Usted puede ocuparse de las cartas, después de todo, hacer recados es parte
del trabajo de un ama de llaves —añadió con una mirada divertida, ante la actitud de
Tessa.
—Si lo desea, supongo que tendré que hacer lo que usted dice —accedió Tessa
con un suspiro, mirando a Matthew.
—Saldré tan pronto como terminemos de comer —se puso de pie,
observándola—. Esté lista y no me haga esperar.
Nº Páginas 31-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 32-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—De este viaje resultará algo bueno. Ahora que ya conoce el camino podrá
conducir hasta Idwala.
—Por favor no piense que me agrada este viaje —contestó con ironía—. Odio
cada minuto que transcurre tanto como usted y no quisiera que esto se convirtiera en
un hábito.
—Es un descanso saber su forma de pensar sobre este asunto —daba por
terminada la conversación, pero Tessa no pensaba lo mismo.
—¿Por qué me odia tanto, señor Craig?
—No la odio, pero tampoco me agrada.
—Entonces, ¿por qué ha sido tan descortés conmigo? —insistió ella, intentando
obtener una tregua entre ambos.
—Si he sido descortés, debo disculparme. Parece que mi actitud le ha
molestado, ¿o es qué está tan acostumbrada a que los hombres caigan a sus pies para
recibir sus favores, que mi actitud de falta de interés le molesta?
—No es necesario que se exprese así —trataba de conservar la calma a pesar de
que temblaba de ira—. Yo sólo quería hacerle comprender que su actitud hacia mí
molesta a su madre y, aunque existía antipatía entre nosotros, confiaba que al menos,
en su presencia, podríamos disimularlo.
Matthew sacó el coche de la carretera y frenó.
—¿En qué tipo de cortesía está pensando usted? —intentó tocarla.
—¡Desde luego no en lo que está pensando! —exclamó molesta, retirándose
para evadir sus brazos.
—Me desilusiona usted —la estudiaba con cuidado.
Tessa estaba asustada por su cercanía y por la forma en que la miraba.
—Me… gustaría que estableciéramos una tregua durante el tiempo que esté en
su casa, lo que será durante seis semanas más, hasta que su madre pueda valerse por
sí misma.
Matthew continuaba mirándola y casi podía jurar que vio un destello de
diversión en sus ojos antes de que se endureciera la expresión de su cara. Por algún
motivo él la asustaba y se sintió aliviada cuando se alejó y puso en marcha el coche.
—Estableceremos una tregua —accedió—, pero esto no significa que esté
satisfecho con usted, señorita Smith.
Tessa decidió que sería inútil ahondar más en el asunto. Ellos habían acordado
una tregua temporal y eso era lo que ella deseaba.
Idwala no era un pueblo grande y se alegró cuando Matthew la dejó sola
después de estacionar el coche y ordenarle que se encontrara con él en el
aparcamiento una hora después. La acompañó hasta la oficina de correos pero no
entró con ella, después Tessa anduvo por el pueblo mirando escaparates. Compró
unas cuantas revistas y después de mirar su reloj decidió regresar al coche para
esperar a Matthew, y no dar lugar a que fuera él el que la esperara. Estaba tan
Nº Páginas 33-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
enfrascada en la lectura de sus revistas que no le vio acercarse y sólo se dio cuenta de
su presencia cuando habló a su lado.
—¿Le gustaría acompañarme a tomar una taza de té antes de irnos? —lo
inesperado de la invitación la dejó sin habla por un momento y vio la ya conocida
expresión, con el ceño fruncido.
—Si no desea hacerlo lo comprendería. Pensé que podríamos celebrar nuestra
tregua con una taza de té.
—Me encantaría —respondió, no deseando molestarle más con su vacilación.
Matthew la ayudó a salir del coche y la cogió por el brazo. Ella era consciente de
la mano que tocaba su piel, cuando cruzaban la calle dirigiéndose hacia el café y
sintió que su pulso se aceleraba, y todo su ser se estremecía. Hacía fresco en el
interior del café y Matthew eligió una mesa cerca de la entrada.
—Parece sorprendida de que la haya invitado a tomar el té —le dijo después de
haberlo pedido.
—Lo estoy —admitió sinceramente, sonriendo nerviosa. Era una experiencia
bastante aterradora para ella. Sólo les separaba el estrecho espacio de la pequeña
mesa y no estaba del todo segura de los motivos por los que la había invitado.
—Corríjame si estoy equivocado —continuó él con suavidad—. Fue usted quien
sugirió que debiéramos establecer una tregua. ¿No es así?
—Sí, pero…
—¿Desea retractarse?
—¡No! —exclamó casi sin aliento—. ¡No, no quiero, sólo es que no esperaba que
lo aceptara con tanta facilidad!
Él sonrió, pero en ese momento les sirvieron el té y se suspendió la
conversación. Tessa lo sirvió en silencio, con una mano no muy firme y comprendió
que Matthew se había dado cuenta de su nerviosismo, era poco lo que se escapaba a
esos ojos interrogadores.
—Dígame señorita Smith, cuando en la actualidad la mayoría de las jóvenes
tienen empleos permanentes, ¿por qué prefiere usted trabajar de esta forma que sólo
dura un corto período? ¿Es que no le agrada todo lo que sea permanente?
Tessa levantó la cabeza con rapidez y le contempló asombrada.
—No… de ninguna manera… —vaciló, confusa durante un momento.
Matthew la observó con atención, entrecerrando los ojos y Tessa tuvo miedo.
Este no era un hombre a quien se pudiera engañar con facilidad y, por la forma en
que la estaba interrogando, sabía que no descansaría hasta que descubriera toda la
verdad. Presentía que su plan fracasaría.
—Tengo el presentimiento de que por algún motivo usted no me dice toda la
verdad —se inclinó hacia ella, sus ojos la miraban inquisitivamente—. ¿Estoy
equivocado?
Nº Páginas 34-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Tessa sintió que casi perdía el aliento. No sabía qué decir para calmar sus
sospechas. Si le decía la verdad, su deseo de conservar el anonimato, de ser aceptada
por sí misma, habría sido vano. Para mantener su secreto, tendría que seguir
mintiendo. La situación se estaba volviendo cada vez más desagradable.
Suspiró profundamente y se pasó los dedos temblorosos por sus cortos rizos.
—Señor Craig, ¿no podría tratar de aceptarme tal como soy? —su mirada
suplicaba con sinceridad—. Estoy aquí para ayudar a su madre y haré todo lo que
esté a mi alcance para hacerlo lo mejor posible, se lo puedo asegurar.
—No sé —murmuró con suavidad sin apartar los ojos de la cara femenina—.
Hay algo en usted que no me parece verdadero, pero por el momento no creo que
pueda descubrirlo —su expresión decidida la preocupó—. Sin embargo, con el
tiempo lo conseguiré, estoy seguro.
Tessa era consciente de su presencia perturbadora y deseaba escaparse antes de
que fuera demasiado tarde. En ese momento sus pensamientos no estaban claros y
ella se preguntaba en medio de la confusión, de quién deseaba más escapar, si de la
ira de Matthew antes de que descubriera su verdadera identidad… o de Matthew
Craig como persona y del efecto que tenía sobre sus emociones.
—Hay otro asunto que quisiera discutir con usted —le dijo él con severidad
antes de llegar a la casa—. Su negativa a comer con la familia.
—Preferiría…
—Lo que preferiría usted no me interesa —la interrumpió con brusquedad,
rechazando sus protestas—. ¡En el futuro comerá con la familia, es una orden!
Nº Páginas 35-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 4
Tessa ocultó sus temores durante los siguientes días. Puesto que ella y Matthew
habían acordado una tregua provisional, hicieron todo lo posible por mostrarse
agradables y si él aún continuaba sospechando de ella no lo demostró en las
ocasiones que estuvieron juntos. Ella sabía que descansaba sobre una seguridad falsa,
pero su creciente amistad con la señora Craig y sus dos hijos era algo a lo que no
quería renunciar o dañar con sus preocupaciones.
Había comenzado la época de la recogida de la caña de azúcar y Tessa pasaba la
mayor parte del día con la anciana. Matthew y Barry se iban a las plantaciones para
supervisar la cosecha y era raro que regresaran a casa antes de la puesta del sol. Por
las noches, después de la cena, Barry normalmente salía, mientras que Matthew se
retiraba a su despacho. En algunas ocasiones Tessa le había llevado una taza de café
y muy amablemente, él le había pedido que le acompañara. Al principio ella se había
sentido nerviosa, después poco a poco comenzó a relajarse, cuando se dio cuenta de
que él no pensaba hacerle preguntas personales o embarazosas. Sólo en una ocasión
él estuvo a punto de tratar algo personal. Ella se había comprado varias batas para
ponerse sobre su ropa y al parecer, esto disgustó a Matthew.
—¿Tiene que llevar obligatoriamente esas batas tan feas? —le había
preguntado.
—Yo… debo ponérmelas —había contestado nerviosa, jugueteando con el
botón superior.
—Preferiría verla sin ellas —le había dicho acercándose, con una expresión
peculiar en sus ojos—. Usted tiene un tipo muy bonito. ¿Por qué esconderlo bajo esas
batas sin forma?
Los latidos de su corazón se habían acelerado y se quedó paralizada, después se
desabrochó la bata y se la quitó, mostrando un vestido sencillo de lana que se
ajustaba mucho más al cuerpo. Matthew dejó caer la bata sobre una silla y la recorrió
con la mirada. Tessa, ruborizada, tembló ante su mirada.
—Con algo más a la moda usted estaría muy guapa —le dijo manteniendo la
mirada—. Muy guapa, de verdad.
Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración sobre la frente y un
inexplicable deseo de que sus brazos la rodearan. Esta sensación fue reemplazada
por el pánico. Tessa recogió su bata y con rapidez se despidió. Ya en el pasillo, se
detuvo y colocó sus manos contra sus mejillas, deseando que su corazón latiera al
ritmó normal. No sabía qué le sucedía. Pensaba que ningún hombre le había afectado
de esa forma, pero Matthew no era un hombre ordinario. Él era… Contuvo el aliento
y se negó a seguir pensando sobre ello.
Nº Páginas 36-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Una mañana Barry fue a Idwala a recoger el correo y regresó con una carta para
Tessa. Ella se dio cuenta de que era de sus padres al reconocer la letra de su madre en
el sobre y la guardó con rapidez en el bolsillo de su bata.
Barry la observó con atención y le dijo en broma:
—¿Es una carta de tu novio?
—¿Qué le hace pensarlo? —preguntó con tono inocente.
—Sólo una corazonada —contestó, encogiéndose de hombros.
Tessa no le desilusionó y con una sonrisa misteriosa continuó amasando la
pasta para la tarta de manzana. Barry permaneció un rato más, y cuando comprendió
que la joven no deseaba hablar, se fue al salón, donde se encontró a su madre
sentada, frente a la ventana, mirando el jardín.
No tuvo oportunidad de leer la carta hasta después de la comida, cuando pudo
meterse en su habitación sin que la molestaran. Ya hacía tres semanas que había
salido de su casa y tenía deseos de saber de las dos personas que más quería.
Su madre le había escrito lo siguiente:
Querida Tessa:
Nos hemos sentido horrorizados al saber lo que estás haciendo y al mismo tiempo,
aliviados de saber que no estás recorriendo el país de un lado a otro, como pensábamos.
Tu padre me ha pedido que te haga una advertencia: engañar a personas a las que
conoces casualmente es una cosa, pero engañar a aquellos con los que estás en contacto diario,
pudiera ser algo desastroso. Creo que en esta ocasión estoy de acuerdo con él. A nadie le gusta
ser víctima de un engaño, sin importar lo inocentes que sean las razones para el mismo.
Jeremy llamó por teléfono y preguntó por ti. Después de transcurrir más de un año, de
repente se preocupa por ti. Me sentí con deseos de decirle lo que estaba pensando, cuando
comprendí que quizá lo que sucedió, haya sido lo mejor. El matrimonio es un asunto muy
serio, y por fortuna Jeremy se dio cuenta de eso a tiempo.
Haznos saber el momento de tu regreso y mientras tanto cuídate y escribe pronto. Tus
padres que te quieren.
Tessa bajó la carta con lentitud y miró por la ventana hasta donde los
cañaverales se perdían en las lomas. ¡Jeremy! Al pensar en él ya no sentía opresión en
su pecho y, aunque resultara extraño, ya casi nunca se acordaba de él.
Ella le había amado en una ocasión, tanto como pensó que ella pudiera amar a
alguien en algún momento y el descubrir que la había engañado fue un golpe del
cual creyó que nunca se recuperaría, sin embargo… la pena y la añoranza habían
disminuido, dejándole sólo esa terrible duda que había provocado este deseo loco de
ser aceptada por sí misma.
Nº Páginas 37-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 38-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Se acercó a ella y se paró junto a la mesa, tan cerca, que pudo haberla tocado
con hacer el más ligero movimiento. Este pensamiento absurdo la estremeció.
—Si mi madre le preguntara dónde estoy —oyó que le decía—, dígale que he
ido a Idwala a ver a Angela, ¿lo hará?
—Sí, lo haré.
Matthew se alejó y desde la puerta levantó su mano.
—Au revoir.
Se alejó por el pasillo. La puerta principal se abrió y cerró, y momentos después
se oyó el motor del Mercedes. Un anhelo desesperado la invadió. Sólo había una
forma en la que podía desahogarse de sus emociones reprimidas y ésta era el piano,
donde sus sentimientos más internos pudieran fluir a través de sus dedos. Se
preguntó si al tocar el piano despertaría a la señora Craig y decidió ir a ver si ella
estaba dormida. Para su desconsuelo descubrió que la anciana aún estaba despierta.
—¿Era el teléfono lo que oí hace un rato? —preguntó al entrar Tessa en su
habitación, sin hacer ruido.
—Sí, señora Craig —Tessa anduvo hasta la cama, sus pisadas no se oían gracias
a las gruesas alfombras—. ¿La he despertado?
—No, estaba leyendo —se quitó las gafas, cerrando el libro—. ¿Quién llamó?
—La señorita Sinclair, quería hablar con Matthew.
—¿Angela?
—Sí —asintió Tessa con la cabeza, mientras le arreglaba la ropa de cama—.
Matthew me pidió que le dijera que había ido a Idwala a verla.
—Es una muchacha encantadora —sonrió la anciana—. Me gustaría que
Matthew se decidiera por ella. Han estado viéndose bastante, durante los dos últimos
años, pero Matthew no parece tener prisa por establecer una relación permanente —
Ethel suspiró profundamente—. Sería una lástima que alguien se la arrebatara.
—Sí, estoy segura —afirmó Tessa, haciendo un gran esfuerzo para poder
hablar.
—¿También ha salido Barry?
—Sí, fue a jugar al ajedrez con uno de sus amigos.
—Es bastante desconsiderado por parte de mis dos hijos dejarnos solas aquí en
la granja, ¿no lo cree? —Ethel hizo un gesto a Tessa para que se sentara junto a ella en
la cama.
—¿Está segura de que no corremos peligro? —preguntó la muchacha, mientras
se sentaba en la cama y le cogía una de las delgadas manos a la anciana.
—No con el viejo Madala y sus hijos patrullando alrededor —le aseguró
confiada.
—¿De verdad lo hacen? —se sorprendió. Nunca pensó que hubiera necesidad
de custodiar la casa y las tierras.
Nº Páginas 39-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Desde aquella noche en que se quemó la casa vieja, han hecho un ritual de
patrullar los terrenos. Se habló de que el fuego fue provocado por dos trabajadores
que Matthew había despedido de la granja.
—¿Los llegaron a capturar?
—No —Ethel movió la cabeza—, y si ellos verdaderamente iniciaron el
incendio, parece que decidieron que ya habían hecho bastante daño.
—¡Qué terrible! —Tessa reflexionaba sobre la posibilidad de que ese incidente
pudiera ocurrir de nuevo.
—Sí, fue terrible, pero no hablemos más de ello —su mirada mostró
preocupación—. Tessa, esta noche la veo muy triste. ¿Tiene algún problema?
Tessa dio unos ligeros golpecitos en la mano a la señora Craig para
tranquilizarla.
—No es nada que la deba preocupar.
—Estoy preocupada, querida —insistió Ethel, tratando de sentarse—, ¿no me
puede decir de qué se trata?
Tessa bajó la cabeza y tragó con dificultad.
—Señora Craig, usted es muy bondadosa —pudo decir con voz baja—, de
verdad no hay nada… nada que yo…
—Tessa, ¿se siente feliz aquí?
—¡Oh, sí!
—Matthew ya no le está ocasionando dificultades, ¿no es así? —insistía Ethel.
—No —Tessa, sonriendo, levantó la cabeza—. No, desde que acordamos una
tregua.
—Me alegra oírla —suspiró la señora Craig, apoyándose sobre las almohadas y
cerrando los ojos durante un momento.
En el silencio que siguió Tessa reunió fuerzas para hacerle la pregunta que
ocupaba su pensamiento.
—Señora, ¿la molestaría si tocara un poco el piano?
Los ojos de Ethel Craig se abrieron, asombrados.
—Desde luego que no, Tessa. Si hubiera sabido que era capaz de tocarlo, se lo
hubiera pedido hace mucho tiempo. Me encantaría oír música de nuevo en la casa,
no la oigo desde que Matthew está tan preocupado con la granja.
—No tenía idea de que Matthew supiera tocarlo —una extraña excitación se
apoderó de Tessa.
Ethel sonrió con tristeza.
—Antes lo hacía con bastante frecuencia, pero últimamente parece haber
perdido interés.
—Bien… si usted está segura de que…
Nº Páginas 40-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Querida, siéntase con la libertad de tocarlo cada vez que lo desee, puede estar
segura de que yo no protestaré.
—Gracias, señora Craig —Tessa le sonrió agradecida y dejándose llevar por un
impulso, se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla—. Buenas noches.
—Buenas noches, Tessa.
De pronto se produjo un silencio pesado, al entrar Tessa en el salón y dirigirse
vacilante hasta llegar al piano vertical, en el otro extremo de la habitación. ¡Cuánto
tiempo había pasado desde la última vez que había tocado! Levantó la tapa y acarició
con cuidado las teclas, después se sentó en la banqueta y con suavidad tocó un
momento, antes de comenzar una melodía. Sus dedos ágiles y entrenados se
movieron sobre el teclado con seguridad y de repente en el salón sonó una melodía
muy bien interpretada.
Tessa no pudo recordar el tiempo que estuvo allí sentada, tocando, la música
sonaba, mientras que todas sus emociones parecían volcarse en las piezas que
interpretaba. Ella sabía que estaba tocando con todo su corazón y, al igual que en
muchas otras ocasiones, comprendió lo que había querido decir su profesor cuando
trataba de explicarle cómo debía tocar una pieza.
Con frecuencia le había dicho que debía tocar con el corazón y no con la cabeza.
No tenía que oprimir las teclas como si fuera un autómata apretando botones. Debía
acariciarlas o golpearlas con el corazón. Tenía que hacerle hablar a través de la
música.
Esta noche la música era triste. La angustia de su corazón se plasmaba en la
melodía, su entrega era total. Cuando se silenciaron las últimas notas, tuvo la
sensación de que no estaba sola. Se volvió lentamente sobre la banqueta, y vio a
Matthew sentado en uno de los sillones.
—¿Cuánto tiempo ha estado usted aquí? —preguntó nerviosa, cerrando la tapa
del piano y levantándose.
—Lo suficiente —replicó poniéndose de pie y caminando despacio hacia ella—
—. ¿Por qué se detuvo?
La expresión de Matthew era impenetrable cuando ella le miró.
—Yo… es tarde —dijo, intentando alejarse de él—. Buenas noches, señor Craig.
—¡Un momento! —la cogió con fuerza por la muñeca—. ¿Dónde aprendió a
tocar así?
—Me dieron lecciones de piano —replicó con una voz sin entonación, tratando
de liberarse, lo que por fin logró.
—¿Quién fue su maestro? —le preguntó con brusquedad.
—¿Por qué quiere saberlo? —Tessa tenía la impresión de que Matthew estaba
tratando de atraparla y, haciendo un esfuerzo desesperado, reaccionó.
Nº Páginas 41-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—No conteste a mi pregunta con otra —le replicó Matthew con visible
agitación—. ¿Quién fue su maestro?
Tessa pensó con desesperación tratando de recordar el nombre de su primer
maestro de música, el que seguramente después de tantos años no recordaría con
claridad los nombres de todos sus alumnos.
—La señora Doyle, de Johannesburgo.
Los ojos de Matthew se oscurecieron.
—¿Y quién más?
Tessa trató de abandonar la habitación.
—Por favor señor Craig, es tarde y yo…
—Tessa —le dijo cortante, sujetándola por los hombros y obligándola a
mirarle—. Usted no sólo tomó lecciones de piano en su infancia, toca muy bien.
Sus manos le quemaban la piel a través de la delgada tela de la blusa.
—Usted… parece saber mucho de música —logró decir ella.
—Lo suficiente para saber que a usted la enseñó un maestro. Déjeme ver sus
manos.
Matthew le soltó los hombros, y cogió sus manos. Las examinó con cuidado,
poniendo especial atención en sus dedos fuertes, flexibles, con sus reveladoras
puntas planas. Eran las de un pianista, siempre se lo había dicho su profesor y
Matthew, si sabía tanto, sospecharía, se daría cuenta.
—¿Estudió usted música en el conservatorio? —inquirió él.
—¡No! —gritó, ante la inesperada pregunta—. ¿Por qué insiste en interrogarme
de esta forma? —estaba a punto de llorar, pero Matthew era incansable en su
búsqueda de la verdad.
—Si insisto en mi interrogatorio —continuo sin soltarla—, es porque usted toca
con maestría, con calor, con profundidad y sentimiento, y esto es algo que no se
aprende con sólo pasar los exámenes —la acercó más a él, tan cerca, que ella podía
sentir el calor de su cuerpo—. ¿Quién es usted, Tessa?
—¿Qué quiere decir al preguntar quién soy? —hablaba insegura, sintiendo
cómo un nervio palpitaba en la base de su garganta.
—¡Sólo eso! ¿Quién es usted?
—Esa es una pregunta ridícula —le miró desafiante—. Usted sabe quién soy.
—Yo sé quien usted dice ser —aceptó con aspereza y después, la soltó—. Está
bien, descanse —suspiró él, pasándose las manos por el pelo—. Comencé haciéndole
una pregunta inocente y casi termina en una pelea —cogió su barbilla entre sus
fuertes dedos y la obligo a mirarle a los ojos—. ¿Por qué tiene que ser tan evasiva en
todo lo relacionado con usted?
Nº Páginas 42-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Había una expresión en sus ojos que ella no pudo definir. Su cercanía la
alteraba y trató de esconder sus emociones traicioneras detrás de una ligera muestra
de enfado.
—No estoy siendo evasiva, pero no deseo hablar sobre mí, ¿por qué tiene usted
que insistir en interrogarme?
—Tessa, contésteme sólo a una pregunta y si me contesta la verdad, no volveré
a molestar. ¿Lo hará?
Los ojos verdes mantenían cautivos los de ella.
—Yo… lo intentaré —dijo cansada.
—Su verdadera profesión no es ser ama de llaves.
Tessa aspiró despacio a través de sus labios abiertos.
—No.
Se produjo una expresión de triunfo en sus ojos, como si ella hubiera confesado
algo de lo que él ya estaba seguro.
—Su respuesta negativa me lleva a una última pregunta.
Tessa esperó nerviosa.
—¿De quién o de qué se está escondiendo?
Se aflojó la tensión que la aprisionaba.
—Podría decir que me estoy escondiendo de mi misma.
—¿Cómo debo interpretar esa respuesta?
—Interprétela como quiera —se apartó de él, mordiéndose los labios—. Hay
algo más que debo decirle. No soy un criminal que esté huyendo de la policía.
—Ya lo sé.
Tessa le miró con rapidez, sintiendo que su corazón dejaba de latir.
—¿Ha estado investigando en la policía, si tengo un historial criminal?
—No —Matthew sacó su pitillera, después cambió de idea y la guardó en el
bolsillo, miraba a Tessa con los ojos entrecerrados—. Yo confío en mi propio criterio.
Tessa bajó la vista para esconder las lágrimas que incontenibles acudían a sus
ojos.
—Gracias, Matthew.
—Es la primera vez que me ha llamado por mi nombre —le dijo con suavidad.
—Lo siento.
—No tiene por qué —observó una nota en su voz que la extrañó—. No tengo
nada en contra de ello.
—¿Ya me puedo ir?
Nº Páginas 43-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 44-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 45-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 5
Una tarde mientras tomaban el té en el patio, la señora Craig comentó:
—No ha vuelto a tocar el piano desde la otra noche. Lo hizo tan
maravillosamente, que confiaba en que lo haría con más frecuencia.
—No quiero molestar —contestó Tessa apenada, pensando si Matthew le habría
contado la discusión que tuvieron después.
—¡Tessa! Ya le dije que puede tocar cuando lo desee.
—Sí, ya lo sé —le sonrió agradecida a la señora Craig—. Usted es muy
bondadosa.
—No es que sea bondadosa, sino egoísta. Estaba pensando en lo mucho que
disfrutaría oyéndola —Ethel la miró pensativa—. Usted toca excepcionalmente bien.
¿Ha dado un concierto en alguna ocasión?
Tessa buscaba con desesperación, una respuesta adecuada.
—Yo… he pensado abrir una escuela de música.
—Y ha evitado, muy hábilmente, contestar a mi pregunta —la señora Craig
sonrió, resignada.
—¿Desearía otra taza de té? —la muchacha evitó la mirada de la anciana.
—Sí, por favor, querida y… ¡oh, ése debe ser Matthew! Dijo que no estaría
mucho tiempo en el pueblo.
Oyeron el ruido de un coche, acercándose a la casa y Tessa, automáticamente
preparó otra taza. El Mercedes se acercó por el camino de entrada y de inmediato ella
observó la rubia cabeza de una joven, en el asiento al lado de Matthew.
—¡Magnífico! —exclamó con alegría la señora Craig—. Ha traído a Angela.
Tessa observó admirada, a la joven que se dirigía hacia ellas con su brazo
apoyado en el de Matthew. Llevaba un vestido rojo que mostraba a la perfección
cada una de sus curvas y era evidente que no lo había comprado hecho. Sus ojos
grises, con un toque de arrogancia, miraron más allá de Tessa hacia la señora Craig y
le sonrió.
A Tessa no le extrañó que Matthew estuviera interesado por ella, ya que le
pareció muy guapa. La mirada de Matthew sólo se encontró brevemente con la suya
antes de volver a mirar a la joven que estaba a su lado, y para Tessa ese gesto
significó que la había ignorado a ella por completo. Se estremeció y bajó la cabeza
con rapidez.
—¿Cómo está señora Craig? —la saludó Angela al entrar en el patio—. Espero
que no le importe que Matthew me haya invitado a cenar.
—Querida, tú sabes que siempre eres bienvenida —le contestó la anciana con
amabilidad, y le presentó a Tessa.
Nº Páginas 46-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 47-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 48-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
repentino cambio de actitud y al sentir que las lágrimas acudían a sus ojos, se excusó
para regresar a la cocina.
Nunca comprendería a Matthew Craig. Regresó a la cocina y se secó los ojos
con el pañuelo. En un momento él estaba dispuesto a ofenderla y al siguiente le
ofrecía protección. Pero sus propios sentimientos eran aún menos comprensibles,
porque en un momento despertaba en ella un odio violento y enseguida se
desvanecía. Su ira la asustaba, pero su sonrisa tenía el poder de producirle una
sensación agradable. Nadie la había perturbado de esa forma, ni siquiera Jeremy, a
quien pensó que amaba en una ocasión. Su relación había sido cálida, amistosa y
cómoda. Ni una sola vez los latidos de su pulso aumentaron al verle, ni siquiera el
calor de sus besos lo había logrado, se dio cuenta de ello por primera vez, y al
reconocerlo, comprendió que su relación había sido sin pasión, ¡sin amor!
Tessa se cubrió las mejillas, con manos temblorosas. Había amado a Jeremy, se
repetía, pero no de la misma forma en que ella… ¡no!, gimió mientras se estremecía al
comprender los sentimientos que Matthew le había despertado. ¡Oh no, ella no podía
estar enamorada de él! ¡Imposible! Él no había hecho nada para estimular ese
sentimiento, sin embargo, ella había sido consciente de su magnetismo irresistible
desde el primer momento que miró sus ojos verdes tan peculiares. ¿Por qué? ¿Por
qué había tenido que ser Matthew?
Las sienes le latían mientras continuaba preparando la cena. Se sentía débil y
temblorosa, con el deseo incontrolable de escapar antes de que fuera demasiado
tarde.
En ese momento, Daisy entró en la cocina, Tessa nunca se había sentido tan
aliviada al verla. Donde fallaban sus manos, Daisy seguía con habilidad y entre las
dos se las arreglaron para preparar la cena, puesto que Tessa no era capaz de
concentrarse en lo que estaba haciendo, ya que sus pensamientos seguían fijos en
Matthew.
—¡Señorita! —era la voz de Daisy—. ¡Las patatas se están quemando!
Tessa cogió un paño y retiró la olla de la cocina a tiempo. Se tendría que
concentrar en lo que estaba haciendo, o sólo ofrecería a Angela Sinclair manjares
quemados. De repente se rió, confundiendo aún más a Daisy.
El cenar con los Craig y su encantadora invitada aquella noche, fue una
experiencia angustiosa para Tessa. El darse cuenta de que amaba a Matthew hizo que
se percatara aún más de su presencia y sólo con grandes dificultades pudo dejar de
mirarle con frecuencia. La aparente naturalidad con la que se trataban Angela y él le
hacía sentir unos celos que la herían como puñales. Era una emoción que nunca
había experimentado y la ponía cada vez más nerviosa.
Barry, sentado al lado de Angela, parecía bastante reservado y, como la
conversación se desarrollaba con normalidad, nadie pareció darse cuenta de que ni
Barry ni Tessa hablaban. Excepto por algunas miradas que en ocasiones dirigía hacia
Nº Páginas 49-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 50-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Tessa permaneció en la cocina esa noche hasta que Daisy se fue a su casa y
entonces, salió por la puerta trasera para dar un paseo por el jardín. Sentía el aire
algo frío, pero le agradaba. Le tranquilizó mucho disfrutar de la paz de la noche,
después de haber permanecido en tensión durante la cena. Cada vez se le hacía más
difícil continuar esta vida de engaño. Debido a las preguntas que le hacían se había
visto obligada a envolverse en un capullo de misterio que estaba comenzando a
odiar, ya que ella era una persona sincera. Su padre había estado en lo cierto, al
decirle que meterse en una aventura de engaños, por muy inocentes que fueran,
podía conducir a dificultades desastrosas.
—Parece que no soy el único que necesita aire fresco —la voz de Barry
interrumpió sus pensamientos, al acercarse en la oscuridad.
—Decidí dar un paseo por el jardín antes de que su madre me necesitara —le
comunicó Tessa, sintiéndose culpable.
—¿No nos va a hacer compañía en el salón? —le preguntó acomodándose a su
paso.
—Esta noche tienen una visita. Además no es el lugar que me corresponde.
Barry la sujetó por el brazo e hizo que se diera la vuelta hasta que quedó frente
a él.
—¿Qué quiere decir con que no es su lugar? —frunció el ceño.
Nº Páginas 51-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 52-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Pero… yo pensé que la otra noche cuando usted salió era para jugar al
ajedrez… —dijo Tessa con torpeza deteniéndose.
—Era verdad, pero no las demás noches.
—¡Oh! —¿qué más se podía decir? a pesar de la remota esperanza que la
alentaba, sentía compasión por Matthew. ¿Y si él en realidad amaba a Angela?
¿Aceptaría con agrado que se la quitara Barry?
—Ni una palabra de esto a nadie, ¿me oye? —le previno Barry, dejando caer el
cigarrillo al suelo y aplastándolo con el tacón de su zapato.
—¿Por qué el secreto?
—Bien… —vaciló por un momento, dándole un puntapié a una piedra para
esconder su confusión—, por si acaso Matthew ama a Angela, no debe enterarse de
repente. Será más fácil que lo acepte si todo sucede poco a poco.
—¿Es por eso que esta noche ustedes casi ni se hablaron? —empezaba a
comprender su consideración hacia los sentimientos de Matthew.
—Así es —Barry dio un ligero tirón a un rizo de Tessa—. A propósito —sonrió
malicioso—, Matthew y usted hacen una pareja ideal.
Tessa se quedó sin aliento ante la audacia de su afirmación, pero Barry no le dio
tiempo para contestarle, porque de inmediato, se dio la vuelta y entró en la casa. Ella
se quedó un rato en el jardín tratando de calmarse, y al mismo tiempo haciendo un
esfuerzo para no pensar en ese comentario burlón. Al entrar en la cocina pensó de
nuevo en la confesión de Barry de que Angela y él se amaban. Si fuera cierto que a
Matthew no le interesaba esa muchacha, ¿tendría ella una oportunidad? Se emocionó
al pensarlo. Matthew estaba fuera de su alcance y cuanto antes se diera cuenta de eso
sería mejor para ella. Sabía que él tenía sus sospechas y continuamente intentaba
atraparla en una confesión, ¿por qué se rebajaría a interesarse en el ama de llaves de
su madre?
Todo era tan tonto, tan inútil. Ella quería ser amada por sí misma y sin
embargo, ahora que podía alcanzar su objetivo, se ponía en contra suya.
El murmullo de sus voces llegaba hasta ella en la cocina, donde se quedó
esperando a que la señora Craig la llamara. A pesar de que lo intentaba, no podía
alejar a Matthew de sus pensamientos y el saber que le amaba no hizo más que
agudizar sus sentidos y apartar de su mente todos los pensamientos sensatos.
Oyó que alguien se aproximaba y presintió que sería Matthew. Cuando entró en
la cocina momentos después, no la sorprendió y lo único que pudo hacer fue
quedarse allí parada contemplándole como si fuera la primera vez que le veía.
—Pensé que usted se reuniría con nosotros en el salón, después de la cena.
Angela estaba ansiosa por oírla tocar el piano cuando le contamos de su habilidad.
—Le ofrezco mis disculpas por haber desilusionado a la señorita Sinclair —
replicó Tessa con un tono irónico en su voz.
La mirada de Matthew era pensativa.
Nº Páginas 53-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 54-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—No por el momento, pero me agradaría una taza de café cuando regrese del
pueblo.
Tessa se preguntó que si él esperaba que ella aguardara su llegada o sólo se
trataba de una broma. Matthew contestó la pregunta como si hubiera leído sus
pensamientos.
—Puede dejar la tetera a un lado de la cocina, yo me prepararé el café antes de
acostarme, no es necesario que me espere.
Tessa salió de la cocina tan rápido como pudo, sin esperar a ver si Matthew la
seguía. Antes de entrar en el salón se detuvo un momento para pasar una mano
temblorosa por su cara caliente. No sería conveniente enfrentarse a la señora Craig,
mientras no se tranquilizara.
Nº Páginas 55-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 6
Durante la tercera semana de julio, le quitaron el yeso de la pierna a la señora
Craig, pero el tener que acostumbrarse de nuevo a andar, hizo que el médico
aconsejara que Tessa debía permanecer con ella, al menos, otras dos semanas. En su
interior Tessa rebosaba de alegría por esta decisión, aunque tuvo la precaución de no
mostrar sus sentimientos en presencia de Matthew.
Esa misma semana, era el cumpleaños de Barry, y él mismo sugirió que la mejor
forma de celebrarlo, sería invitando a unos cuantos de sus amigos a cenar. Al
principio, Matthew se opuso, pero cuando Tessa se ofreció para ayudar en los
preparativos, accedió.
—No quiero que mi madre haga nada —le dijo a Tessa, al encontrarse con ella
en la cocina.
—No permitiré que trabaje —le prometió Tessa, sonriente al observar la
preocupación de Matthew—. Estoy segura de que a usted no le molesta que Barry
invite a unos cuantos amigos para celebrar su cumpleaños.
—Por supuesto que no, sólo pensaba en el trabajo adicional.
—¿Por qué no permite que yo me ocupe de todo? —bromeaba, con un destello
de risa en los ojos—. Me pagan para preparar comida, ¿no es así?
De repente la cogió por los hombros con tanta fuerza, que casi gritó de dolor.
—Si alguna vez vuelve a hacer un comentario como éste, la…
—¿Sí? —contestó desafiante, sintiendo latir violentamente su corazón—. ¿Qué
hará usted?
Durante un segundo interminable los ojos verdes enfadados, se encontraron
con unos azules interrogantes y entonces, de pronto, Tessa se halló oprimida con
fuerza contra el duro pecho masculino. Antes de que pudiera quejarse él había
bajado su cabeza y sus labios reclamaron los suyos con un beso que lastimó lo más
profundo de su alma. Su beso era un castigo que no dejaba lugar para la ternura.
La soltó con la misma rapidez que la había abrazado, y la joven, un poco
inclinada, le contempló a través de un velo de lágrimas.
—Nunca he sido capaz de resistir un desafío —le dijo con voz apagada y una
ligera agitación en el pecho—. Por lo tanto ¡tenga cuidado!
Se dio la vuelta y salió de la cocina, mientras Tessa se llevaba los dedos a los
labios. Durante varios minutos permaneció parada, incapaz de pensar, hasta que se
le pasó por la mente una idea que la asustó. Si Matthew podía provocar esa
confusión en sus sentimientos con un beso de castigo, ¿qué pasaría si la besara como
si la deseara de verdad? Era un pensamiento que puso en tensión sus nervios e hizo
aflorar una sonrisa temblorosa a sus labios.
Momentos después, entró Barry en la cocina.
Nº Páginas 56-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—He preparado una relación de las personas que me gustaría invitar y… —se
detuvo de repente y observó a Tessa con curiosidad—. Si no estuviera seguro de que
aquí sólo nos conoce a Matthew y a mí, me atrevería a decir que usted está
enamorada.
Tessa intentó sobreponerse, y le miró con una expresión tonta. Mientras tanto,
Barry que la seguía observando con atención, vio cómo desaparecía su sonrisa para
ser reemplazada por el asombro.
—¡Oh, no! ¿No me diga que se ha enamorado de Matthew?
Era una afirmación más que una pregunta y Tessa, de repente no sabía qué
decir, comprendiendo que su silencio indicaba que la suposición era correcta.
—Tessa, Tessa —le dijo Barry moviendo la cabeza—. Si se hubiera enamorado
de mí comprendería que había sido por mi chispeante personalidad… ¿pero
Matthew? Siempre tan serio y tan triste, sin la menor idea de cómo relajarse y
disfrutar de la vida.
—Quizá nunca haya tenido la oportunidad de hacerlo —dijo en defensa de
Matthew.
Barry sonrió y no continuó con el tema. Dejó una hoja de papel sobre la mesa, y
le dijo:
—Aquí está la lista que le mencioné. Verá que sólo he invitado a cuatro parejas,
y a Angela, claro.
—Usted había mencionado una cena —le recordó Tessa, tratando de calmarse.
—Sí, eso me lo puede dejar a mí —le dijo—. Conseguiré carne, encenderé el
fuego y esa noche haré de cocinero al aire libre. Seré el anfitrión perfecto y haré todo
lo que se espera de mí.
—Barry, me gustaría que fuera más formal.
—¡Lo soy! —insistió obstinado—. Todo lo que debe hacer es preparar las
ensaladas y algo para comer, por si alguien tiene más hambre después de la carne.
¿Qué le parece?
—Muy bien. ¿Y qué le parece si le hago una tarta de cumpleaños?
—¡Vamos Tessa! ¿A mi edad? ¿Una tarta con veinticinco velas?
—¿Qué tiene de malo? En la última fiesta de cumpleaños de mi madre hubo
una tarta con cuarenta y cinco velas y a ninguno de los invitados le extrañó.
—¿De verdad?
Tessa en lugar de contarle más cosas le dijo:
—Tome la lista y comience a llamar por teléfono a sus amigos, mientras yo
pienso en el menú.
—No se demore demasiado con los planes, pasado mañana es el día —le guiñó
un ojo.
Nº Páginas 57-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 58-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Es cierto, con una ligera dosis de aliento le tendrá a sus pies.
El corazón de Tessa latía con rapidez. Matthew estaba parado junto a la silla de
su madre, escuchando con atención algo que decía Angela. Tessa estaba segura de
que Barry sólo había estado bromeando.
Todos parecían estar divirtiéndose y se oían fuertes risas entre el grupo de
hombres sentados junto al fuego. Las mujeres también se divertían, habían acercado
sus sillas a las de Ethel y se reían sin cesar con los chistes de Angela.
—¡Tessa! —la llamó Barry—, sea una buena amiga y tráigame la carne, el fuego
está listo.
—Yo la ayudaré Tessa —se ofreció Angela, sorprendiendo a la muchacha y
acompañándola a la casa.
—Yo llevaré la carne y usted las ensaladas —sugirió Tessa agradecida—. Puede
dejarlas sobre las mesas que puse para ese fin.
Angela había abandonado el aire de superioridad de su primer encuentro y
Tessa comprendió que le iba cayendo mejor, según avanzaba la noche. El olor de la
carne en el fuego impregnaba el aire y todos lo olfateaban con agrado.
—A mis padres les encanta la carne hecha al aire libre —le comentó Angela a
Tessa mientras observaban cómo Barry le daba vueltas a la carne—. En la actualidad
está tan cara que se está convirtiendo en un artículo de lujo. Me imagino que en
Johannesburgo debe ser aún más cara, ¿no es así?
—Según —Tessa se sintió atrapada. No podía ser más específica pues nunca
había ido a comprar alimentos. Su madre siempre se ocupó de llevar las cuentas de la
casa y a Tessa nunca se le ocurrió preguntar por los precios.
—Tengo entendido que usted se irá pronto —continuó Angela cogiendo su
bebida—. Estoy segura de que la señora Craig la extrañará.
Tessa pensó que sí, pero ¿sólo la señora Craig? ¿También la echaría de menos
Matthew, o no? Vio su figura cerca del fuego, sobresaliendo por encima de los demás
y su pulso se aceleró.
—¿Buscará un tipo de trabajo similar a este?
—Quizá —contestó Tessa vagamente y por suerte, el anuncio de Barry de que la
carne estaba lista la salvó de un interrogatorio adicional.
Durante el resto de la noche Tessa estuvo sentada cerca de la señora Craig. Los
invitados se rieron de las gracias de Barry, mientras apagaba las velas y después, al
igual que sucede en la mayoría de las fiestas, enrollaron la alfombra del salón y
comenzó el baile.
Mientras Matthew dejaba sentada a su madre en el salón donde podía ver con
comodidad todo lo que sucedía, Tessa sirvió los postres para aquellos que desearan
comer algo ligero entre un baile y otro. Durante un rato Barry se encargó del
tocadiscos pero muy pronto le reemplazaron, y bailó todas las piezas con Angela.
Tessa dirigió una mirada hacia donde se encontraba Matthew sentado fumando un
cigarrillo con toda tranquilidad, y no le pareció que le molestara que su hermano se
Nº Páginas 59-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 60-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 61-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—¿Por qué no aceptas que estás disfrutando tanto como yo? —Tessa trató de
hablar pero las palabras se negaban a salir. Las caricias de Matthew se hicieron más
íntimas y ella se sintió perdida. Le ofreció los labios con tal ansiedad, que se
sorprendió ella misma. Se besaron con deseo y Tessa se sentía feliz y deseaba que
nunca terminara ese momento.
Fueron unas voces lo que hizo que se separaran. Aturdida y pensativa vio a
Barry y Angela, con sus brazos entrelazados, paseando por el patio hacia el jardín.
Entonces se dio cuenta de que Matthew estaba a su lado, silencioso como una
estatua. Angela y Barry no podían haber hecho más evidente el sentimiento de amor
que los unía y, en su corazón, Tessa lloró por Matthew y por ella. Fue entonces
cuando comprendió el error que había cometido, al permitirle cortejarla en la forma
que lo había hecho. ¿Qué pensaría él? ¿Y si sólo hubiera querido divertirse? Ella le
había mostrado sus sentimientos tan evidentemente, que ahora se sentía
avergonzada.
—Quizá deberíamos regresar, no podemos dejar sola a su madre tanto tiempo
—sugirió Tessa.
Matthew se movió, observándola, aunque ella no podía ver la expresión de su
cara en la oscuridad.
—Sí, entremos —andaba a corta distancia de ella como si no pudiera soportar
tocarla aunque fuera accidentalmente. Con tristeza se preguntaba si la despreciaría
hasta tal punto que quería evitar rozarla.
La señora Craig mostraba señales de cansancio cuando entraron en el salón y
Tessa se dirigió a ella preocupada, mientras Matthew se servía una bebida.
—Si no le importa Tessa, quisiera acostarme —le dijo la señora, en tono de
disculpa.
—Por supuesto, señora Craig —accedió Tessa—. Ha sido un día largo y
emocionante para usted.
Ethel asintió con la cabeza, y se despidió de los invitados de Barry antes de que
Tessa la acompañara a su habitación.
—¿Qué ha pasado con Angela y Barry? —le preguntó a Tessa cuando se
quedaron a solas y la joven vaciló un momento antes de decirle la verdad.
—Creo que fueron a pasear por el jardín.
Antes de hablar, la señora la contempló durante un momento.
—¿Cree que haya alguna relación entre ellos? Siempre pensé que algún día
Matthew y Angela… —se detuvo y frunció el ceño—. Fue inevitable observar cómo
se comportaron Angela y Barry durante la fiesta, y cuando un hombre lleva a pasear
de noche por el jardín a una linda joven, eso sólo puede significar una cosa. ¿Estoy en
lo cierto?
—Sí, señora Craig, usted tiene razón.
—Me pregunto qué dirá Matthew cuando se entere.
Nº Páginas 62-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 63-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 64-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 7
Durante los días siguientes, Tessa evitó todo lo posible encontrarse con
Matthew y sólo le vio en raras ocasiones, a excepción de las horas de la comida.
Desde la noche de la fiesta su actitud era de retraimiento. Con la señora Craig y
Barry, el comportamiento de Matthew no era hostil, pero a Tessa la trataba con
demasiada frialdad, lo que confirmaba sus sospechas de que él consideraba lo
sucedido entre ellos, como un simple escape de la realidad y era probable que se
odiara por esa debilidad que había tenido.
—Me preocupa Matthew —le dijo la señora Craig una noche, después de la
cena, cuando estaban solas en el salón. A petición de la señora, Tessa había tocado el
piano y ahora, cuando le habló, cerró la tapa y volvió a su silla—. Cuando Matthew
se vuelve un malhumorado silencioso —continuó Ethel—, normalmente es que tiene
una gran preocupación. ¿Quizá sepa usted de lo que se trata, Tessa?
—Matthew no suele hablarme de sus asuntos.
—Él no acostumbra a contarle nada a nadie, pero pensé que quizá usted
hubiera observado algo que se me hubiera escapado a mí —la mirada de Ethel
denotaba preocupación—. ¿Piensa usted que tenga algo que ver con Angela?
—Yo… creo que puede ser —admitió vacilante, sintiendo que se le desgarraba
el corazón—. Creo que la amaba más de lo que ustedes creían y fue un golpe para él
descubrir a quién quería ella en realidad. La otra noche pudo verlo muy claro, Barry
y ella permanecieron juntos casi todo el tiempo.
La señora cogió de nuevo lo que estaba haciendo y continuó tejiendo, pensativa.
—Sabe usted Tessa —comentó de repente, dejando caer la labor en su regazo—,
a pesar de lo que usted me ha dicho, tengo la impresión de que él nunca ha estado
enamorado de Angela.
—¿Qué le hace pensarlo? —preguntó.
—Matthew no es el tipo de persona que se quedaría sentado tan tranquilo
permitiendo que le arrebaten algo que él quiere. No, estoy segura de que él lucharía
por lo que ama.
Tessa no estaba de acuerdo con esa teoría de la señora, pero no iba a discutir si
Matthew amaba o no a Angela. Ya era bastante penoso para ella saber que nunca
tendría la oportunidad de conquistar su amor.
—¿Dónde está Matthew ahora? —preguntó la anciana, mientras continuaba
tejiendo.
—En su despacho —respondió Tessa—, allí es donde suspirando suele estar
durante horas.
No es que le importara, pero siempre que estuviese allí, ella no tendría miedo
de encontrarse con él en cualquier rincón.
Nº Páginas 65-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 66-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 67-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 68-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 69-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 70-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
gritaban. Oyó pasos cerca de la puerta y Tessa se dirigió con rapidez a la cocina,
antes de que la descubrieran. Ya había calentado la leche cuando alguien entró en la
cocina.
—¿Preparando chocolate? —le preguntó Matthew, parado detrás de ella,
alterando su sistema nervioso.
—Sí, ¿le apetece un poco?
—Sí, por favor, si no es demasiada molestia.
El tono de burla en su voz la lastimó y enfadó al mismo tiempo mientras se
daba la vuelta para mirarle de frente.
—No se lo hubiera ofrecido si pensara que era demasiada molestia.
Para su consternación, sus ojos la recorrieron desde la cabeza hasta los pies.
Tessa se ruborizó.
—¿Le ha dicho alguien lo guapa que se pone cuando se enfada y lo encantadora
cuando se ruboriza?
Turbada, le contempló, no estaba dispuesta a dejarse vencer.
—¿Alguna vez alguien le ha dicho que es intolerable?
Por un momento pensó que se había excedido al ver cómo se oscurecían sus
ojos, pero se extrañó, al ver que encontraba divertida la situación.
—Si va a preparar chocolate le sugiero que lo haga antes de que se enfríe la
leche —le dijo burlándose de ella y Tessa sintió deseos de lanzarle algo.
El ambiente era tenso mientras ella preparaba el chocolate y después en silencio
le sirvió, evitando mirarle a los ojos.
—¿Supongo que habrá oído las noticias sobre Barry y Angela? —le preguntó
indiferente y entonces ella le miró, pero su expresión no delataba sentimiento alguno.
—Sí, ya he oído —dijo tratando que su voz fuera lo más normal posible.
—Ya es hora de que Barry se formalice y Angela es la joven que puede hacerle
feliz. Son una pareja ideal —añadió él, bebiendo su chocolate y observando la mirada
incrédula de Tessa.
—¿No le importa?
—¿Hay algún motivo por el que debiera importarme?
—Yo… yo pensé que… —sus manos se agitaron nerviosas.
—¿Que yo amaba a Angela? —él terminó la frase por ella.
—Bueno… sí —se sentía tonta y aturdida.
Por un momento estuvieron en silencio hasta que él dijo:
—Siento que la haya desilusionado y que no tenga un corazón destrozado que
enseñarle.
Tessa aspiró con fuerza ante su cinismo.
Nº Páginas 71-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 72-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 73-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 8
Tessa no pudo conciliar el sueño en toda la noche y comenzó el día con un
fortísimo dolor de cabeza. Las ojeras que tenía, revelaban la noche de insomnio que
había pasado. Odiaba la idea de tener que enfrentarse a Matthew, pero no había
forma de evitar el encuentro, puesto que había aceptado mecanografiarle esas cartas.
Suspirando, retiró las mantas, se bañó y se puso unos pantalones cómodos de
color beige y una blusa de color cereza, confiando con ello mejorar su apariencia. Se
dio crema en la cara antes de maquillarse y después de peinarse se observó en el
espejo sólo para hacer una mueca ante la evidencia de la noche de insomnio que no
había logrado hacer desaparecer por completo. Se aplicó otra pequeña cantidad de
polvos bajo los ojos, comprendiendo que era todo lo que podía hacer.
Aún no había terminado de preparar el desayuno cuando Matthew entró en la
cocina. Tenía un aspecto jovial; después de un breve saludo, Tessa trató de no
prestarle atención pero, como siempre Matthew hizo que sintiera su presencia
parándose detrás de ella para observar, por encima de su hombro, lo que estaba
haciendo.
—El olor de ese tocino es delicioso —comentó—. No me había dado cuenta del
hambre que tenía.
Tessa no se explicaba que se las arreglara para permanecer tan tranquilo y
sereno después de lo que había ocurrido entre ellos.
—Si se sienta le serviré el desayuno —le dijo cortante mientras pasaba los
huevos y el tocino a su plato.
Apenas había comenzado a desayunar Matthew cuando entró Barry
alegremente. Se frotó las manos antes de darse unos ligeros golpes en el estómago.
—¡Dios mío, tengo hambre!
—Usted siempre tiene hambre —le replicó Tessa en tono de broma, sintiendo
que su presencia aliviaba algo la tensión.
—¿Cómo puedo evitarlo si soy un muchacho en pleno crecimiento que necesita
mucha comida? —le dijo sentándose a la mesa.
—Ya no es usted tan muchacho y en la única dirección en que crecerá será hacia
adelante.
—¿Me está diciendo que estoy gordo? —le preguntó Barry con fingida seriedad.
—No —Tessa sonrió—, pero lo estará si no se cuida.
Matthew no hizo caso a sus comentarios.
—No olvide que la estaré esperando en la oficina después de que haya
desayunado —le recordó mientras Tessa se preparaba a salir con la bandeja del
desayuno para la señora Craig.
—No lo olvidaré.
Nº Páginas 74-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 75-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Ante su sorpresa escuchó cómo vertía agua en un vaso, después pasó cerca de
ella y abrió uno de los cajones de su escritorio, sacando un frasco de pastillas. Lo
abrió y dejó caer una aspirina en su mano.
—Tómela —le dijo con suavidad, mientras su mano rozaba ligeramente la de
ella al entregársela.
La amabilidad de Matthew era poco normal y durante un momento se quedó
observándole con expresión de tonta.
—Quiere que se le pase el dolor de cabeza, ¿no es así? —le preguntó
impaciente.
—Sí… sí, por supuesto.
—Entonces tómese esta aspirina —su mirada tenía vestigios de burla—. Le
aseguro que no se trata de nada mortal.
Tessa no pudo evitar la sonrisa que afloró a sus labios.
—No pensé que lo fuera —le respondió de inmediato y se tragó la aspirina
antes de que él pudiera añadir algo—. Gracias —murmuró mientras él cogía de su
mano el vaso vacío—. Es usted muy amable.
—No estoy siendo amable —le respondió con tranquilidad—. Sólo quería
asegurarme de que el dolor de cabeza no le impidiera escribir estas cartas.
Esto ya fue demasiado para Tessa y su enfado aumentó, a pesar de que sabía
que Matthew lo decía por enfurecerla. Sin poder controlarse se volvió hacia él y dejó
escapar algunas de sus emociones reprimidas en una ráfaga de palabras.
—Debía imaginar que nunca hace nada sin tener una buena razón. Dije que
usted era bondadoso, pero estaba equivocada. No tiene dentro ni un ápice de bondad
por lo que no sabría cómo ser bondadoso aunque lo intentara. ¡Usted es el hombre
más arrogante, ególatra y egoísta que he tenido la desgracia de conocer y confío en
no verle nunca más una vez que me haya ido de aquí!
Se hizo un silencio muy tenso, después de su explosión de ira y una mirada a la
fría expresión en los ojos de Matthew hizo que se calmara. Se llevó la mano al cuello
y para su sorpresa, se dio cuenta de que estaba a punto de llorar.
—Lo siento —murmuró aturdida—. Me duele la cabeza, no he dormido bien y
en realidad no quise decir todo eso.
De nuevo se produjo un silencio y ella vio cómo el pecho de Matthew se
agitaba.
—Aceptaré sus disculpas —dijo él, y, sin decir una palabra más, se dio la vuelta
y salió de la habitación.
Tres horas más tarde Tessa guardaba la máquina de escribir. Puso las cartas de
Matthew en un montón sobre su escritorio y fue en busca de la señora Craig. Muchas
veces había repasado en su mente lo que quería decirle, pero siempre había
Nº Páginas 76-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 77-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 78-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Lo comprendo, usted deseaba que la quisieran por usted misma, no por
quién era.
—Sí —afirmó Tessa con un breve movimiento de cabeza y continuó—: Una
noche, después de un concierto que resultó agotador, asistí a una fiesta para celebrar
el éxito de la noche. Para mi sorpresa allí se encontraban también Jeremy y su esposa.
Nos saludamos como seres civilizados, me presentó a su esposa y después pasamos
el resto de la noche evitando encontrarnos. De mis antiguos sentimientos, hacia él ya
no quedaba nada, pero no podía evitar recordar que se había querido casar conmigo
por mi dinero. El pensamiento me repugnaba y fue entonces cuando decidí alejarme
de todo para encontrarme a mí misma, tal como era y descubrir si la gente me podría
aceptar como una amiga siendo tan sólo Tessa Smith.
—¿No se opusieron sus padres a esta idea?
—No. Por supuesto que están preocupados por mi seguridad, pero por fortuna
me comprenden. Decidí recorrer el país para conocer nueva gente y ver nuevas caras.
El ser sólo la señorita Smith, prometía ser divertido. Por desgracia me perdí y tuve
que venir aquí para que me dijeran cómo llegar al pueblo más cercano. Me
confundieron con la nueva ama de llaves y acompañante, y antes de que pudiera
negarme, me encontré contratada —se rió nerviosa—. El resto ya lo conoce.
La mirada de Ethel Craig estaba llena de disculpas.
—Tengo que reconocer que yo la puse en esta situación sin muchos
formulismos. Por lo general no soy una persona impulsiva pero intuí que era infeliz
y quería ayudarla.
Tessa se arrodilló frente a su silla y le cogió las manos entre las suyas.
—Usted ha sido muy bondadosa conmigo.
—Hay otra cosa sobre la que quiero insistirle —las manos que estrechaban las
de Tessa las apretaron—. El conocer su verdadera identidad no representó ninguna
diferencia en lo que yo siento por usted. Le tengo mucho afecto Tessa y el conocerla
ha sido encantador. La riqueza y el éxito no la han echado a perder. Usted es
afectuosa y sincera, y en su corazón hay encerrada una enorme cantidad de amor,
esperando a que alguien encuentre la llave. Ha demostrado que ninguna tarea es
demasiado humilde para usted y tengo que reconocer que hubo momentos en que
me horrorizó la idea de que sus manos resultaran dañadas con el trabajo doméstico
—dio la vuelta a las manos de Tessa y las examinó con cuidado—. Gracias a Dios que
han sobrevivido. ¿Por qué llora?
Tessa no hizo ningún esfuerzo por ocultar las lágrimas que descendían con toda
libertad por sus mejillas.
—Lloro porque, por primera vez en mi vida siento que tengo una verdadera
amiga y odio la idea de irme. Aquí con usted yo… yo he encontrado felicidad. Tengo
que irme señora Craig. No me atrevo a quedarme un día más.
—¿Por qué no?
—Si Matthew descubriera la verdad sobre mí, nunca me perdonaría. Tengo que
irme antes de que lo averigüe.
Nº Páginas 79-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 80-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 81-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Sugiero que aceptemos que nos necesitamos mutuamente y que dejemos las
cosas seguir su curso.
—¿Está sugiriendo —preguntó con torpeza, sintiendo un doloroso vacío en el
corazón—, que me convierta en su amante?
—Por amor de Dios Tessa, ¿qué clase de hombre cree que soy?
Ella hizo un gesto desconsolado con las manos.
—¿Qué puede esperar que piense? —gritó angustiada—. Me dice que me
necesita y que debemos aceptar que ambos nos necesitamos. ¿De qué otra forma
debo interpretar sus palabras?
Matthew hundió los dedos en su cabello. Ella sabía que lo hacía cuando estaba
exasperado.
—¿Por qué no puede comprender lo que estoy tratando de decirle? ¡Hasta
ahora estamos dando vueltas en círculos sin llegar a ninguna parte! —Tessa
retrocedió separándose de él.
—¿Dónde se supone que vamos?
—Tessa, estoy tratando por todos los medios de hacerle comprender que la
amo, pero usted aún insiste en tergiversar todo lo que digo.
Matthew continuó sermoneándola, pero Tessa ya no le oía. Una intensa alegría
la inundaba, haciendo que se aceleraran los latidos de su corazón, dejándola débil,
sabiendo que después de todo, él la amaba.
—Constantemente evita encontrarse conmigo —continuó Matthew—. Siempre
que me acerco enseguida tiene algo que hacer en otra parte.
Tessa sentía que su corazón nunca más podría recuperar su ritmo normal.
—Matthew, ¿cuándo vas a dejar de hablar y vas a besarme?
La observó por un instante y después la cogió en sus brazos y Tessa no opuso
resistencia mientras sus labios buscaban los de ella.
—¡Oh, Matthew! ¿Por qué has tardado tanto en decirme que me amabas? ¿Por
qué dejaste que pensara que sólo te estabas divirtiendo conmigo?
—No se puede decir que pusieras mucho de tu parte.
—No puedes decir que opuse mucha resistencia la noche de la fiesta de
cumpleaños de Barry —le recordó ella.
Él deslizó un dedo por debajo de su barbilla y le hizo levantar la cabeza.
—A pesar de que dudaba de ti, no pude resistirme a cortejarte un poco.
—¿Estás seguro de mí ahora?
—Lo estaré cuando me digas que me amas —su mirada era interrogadora—.
¿Me amas?
—Sí, sí —le aseguró casi sin aliento, deslizó sus brazos alrededor de su cintura y
se apretó contra él.
Nº Páginas 82-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—No hagas eso —casi gimió, separando sus labios de los de ella,
manteniéndola a corta distancia para mirarla—. Eres preciosa, Tessa y te amo.
—No puedo creer que me ames —dijo Tessa, mientras regresaban a la casa—.
Yo pensaba que estabas enamorado de Angela.
Matthew la acercó a su lado.
—Nunca he amado a Angela. El único motivo por el que la traía a casa era
porque confiaba en que Barry se interesara en ella. Hacen una buena pareja, ¿no lo
crees?
—Eres un viejo zorro —dijo riéndose asombrada de ver que pudiera ser tan
natural con él, ahora que estaba segura de su amor.
Lo único que echaba a perder este momento de felicidad era que aún tenía que
contarle todo a Matthew, como lo había hecho con su madre. Pero era un momento
demasiado perfecto para estropearlo con una confesión, en especial con la que ella
tenía que hacer. Pensó que necesitaba un poco más de tiempo para adaptarse a la
nueva situación antes de decirle la verdad. Sabía que se enfadaría, pero ése era un
riesgo que tendría que correr y sólo le quedaba confiar que con el tiempo lo
comprendería.
En el patio la acercó de nuevo a él y la besó.
—Tus pensamientos estaban lejos de mí. ¿En qué pensabas, Tessa?
Ella le acarició con un dedo el contorno de sus labios.
—En ti. Desde el momento en que nos conocimos no he podido pensar en nadie
más.
Había un brillo curioso en los ojos de Matthew mientras decía:
—A pesar de que mis primeros pensamientos sobre tu persona no fueron muy
benévolos, no pude evitar amarte. Aún no conozco el misterio que te rodea, pero no
me importa.
Los ojos de Tessa se llenaron de lágrimas.
—Esto es lo más hermoso que me han dicho. Sé que debo aclararte el misterio,
pero temo echar a perder este momento de felicidad. ¿Tendrás un poco más de
paciencia?
—Cuando lo pides de esta forma tan encantadora, ¿cómo puedo negarme? —le
dio un beso antes de entrar en la casa—. Guardaremos nuestro secreto un poco más,
hasta después del anuncio del compromiso de Barry, ¿te parece?
Tessa accedió de inmediato, no queriendo hacer nada que lastimara a Barry
recreándose en el pensamiento de que podría disfrutar en privado el conocimiento
de su amor. Había ocurrido el milagro. ¡Matthew la amaba! La amaba tal como era y
no porque fuera Theresa Ashton-Smythe y esto era lo que ella había deseado. Aún
faltaba la parte más difícil antes de que pudiera decir que la felicidad de él era suya
por completo. Era como un río peligroso que necesitaba cruzar y ella sabía que no
podía evitar indefinidamente ese cruce.
Nº Páginas 83-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 9
Tessa no vio de nuevo a Matthew hasta la hora en que debía llegar la familia
Sinclair. Después de asegurarse de que todo estaba listo para la cena, se bañó y se
vistió con rapidez. La señora Craig había insistido en que ella se podría valer por sí
misma, por lo que Tessa tuvo tiempo suficiente para maquillarse. Su cara había
perdido la apariencia angustiada y sus ojos adquirieron un brillo especial. Pensó que
eran efectos del amor. Su aspecto era radiante.
Al salir de la habitación se alegró al ver a Matthew que se acercaba por el
pasillo, vestido con un traje oscuro, camisa blanca y corbata. Era la primera vez que
le veía vestido así y el ritmo de su pulso se aceleró involuntariamente. Llegó rápido a
su lado y antes de que ella se diera cuenta de sus intenciones la había obligado a
entrar de nuevo en su habitación y había cerrado la puerta. Sus brazos la rodearon.
—Matthew, no debieras estar en mi habitación. ¿Qué sucedería si alguien nos
encontrara aquí juntos?
—¿Puedo evitarlo si sales al pasillo tan encantadora? —murmuró besándola
con intensidad—. Aún no has pagado por esas cosas terribles que me llamaste el otro
día. ¿Quieres decírmelas ahora? —él levantó la cabeza, pensativo y su cara asumió
una expresión dura que no la asustó—. Ya recuerdo, arrogante, ególatra y egoísta.
—Matthew, yo no quise decir lo que dije —manifestó suplicante,
comprendiendo que sus propias emociones estaban yendo más allá de toda cordura.
—No quiero excusas ahora que te tengo acorralada —se rió con un brillo en los
ojos que la hizo estremecerse—. Acepta el castigo.
La forma de castigarla, era excitar aún más sus emociones, que ella, con valor,
intentaba mantener bajo control y que ya se sentía incapaz de dominar. Se dejó
arrastrar por la marea de emociones hasta que sintió que sus caricias comenzaron a
ser demasiado íntimas.
—Matthew, te… amo pero te… tenemos que irnos —dijo con la voz
entrecortada.
Muy a su pesar, él la apartó, sus manos aún sobre la cintura y su cálida presión
no permitían que se calmaran los rápidos latidos del corazón de Tessa.
—Creo que Angela y sus padres llegarán en cualquier momento —suspiró
Matthew, alejándose de ella y abriendo la puerta—. Me gustaría que fuera nuestro
compromiso el que celebráramos.
—También yo —repitió ella, y Matthew la habría cogido de nuevo entre sus
brazos, si no se le hubiera escapado de prisa, hacia el pasillo.
Aquella noche Angela era la imagen de la belleza, su felicidad era evidente y
Tessa no había visto nunca a Barry tan sereno y seguro.
El señor y la señora Sinclair, eran una pareja encantadora y no disimulaban su
aprobación por la elección de su hija. Tampoco había duda de que la señora Craig
Nº Páginas 84-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
estaba muy contenta de que por fin Barry se formalizara y de que lo hiciera con
alguien que le satisfacía a ella.
Los ojos de Tessa se encontraron con los de Matthew y el calor de su mirada
hizo ruborizar a la joven. Pensaba que si no se hubiera comprometido con tantos
engaños, ahora no sentiría pendiente sobre ella esa sensación de desastre que
empañaba este momento de completa alegría y felicidad.
Esa noche, antes de la cena, Barry abrió las botellas de champán y brindaron.
—Damas y caballeros —comenzó ceremonioso, mientras esperaban sus
palabras—, todos conocemos el motivo de esta pequeña reunión, por lo que no la
demoraremos —acercó a Angela a su lado—. Angela ha aceptado ser mi esposa y
tenemos la bendición de sus padres.
—Y la mía —añadió la señora Craig, contenta.
—Y la tuya, mamá —reconoció Barry sonriente. Colocó su copa sobre la mesa y
después la de Angela a su lado, antes de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta.
Sacó una pequeña caja forrada de terciopelo y la abrió—. Este anillo me está
quemando en el bolsillo, así que lo mejor es que lo coloque donde debe ir.
Deslizó el anillo en el dedo de Angela y después, ante el deleite de todos, la
cogió en sus brazos y le dio un beso. Los presentes levantaron las copas y brindaron
por su felicidad, produciéndose después un pequeño caos cuando todos se acercaron
para felicitarlos.
—¿Cuándo será la boda? —preguntó Tessa a Angela después de admirar el
anillo, con una inexplicable sensación de envidia y una creciente premonición de
desastre.
—Aún no hemos decidido la fecha —le contestó enseguida Angela—, pero
tanto Barry como yo estamos de acuerdo en que nos resultaría insoportable un
noviazgo largo.
—No quiero darle demasiado tiempo, por si cambia de opinión —intervino
Barry riéndose, mientras le pasaba el brazo por la cintura.
—¿Temes que pueda pensarlo dos veces, querido? —se burló Angela.
—No es miedo, sólo precaución —aceptó él con algo de seriedad—. El
conseguir que me aceptaras la primera vez fue bastante difícil y no creo que pudiera
pasar por ello una segunda vez.
—¡Qué pena, pobrecito! —dijo Angela haciendo un puchero burlón, dándole
ligeros golpecitos en la mejilla y enviándole un beso con la punta de los dedos.
Ya bastante tarde, después de ayudar a acostarse a la señora Craig, Tessa
consiguió hablar con Matthew. Parecía que también él quería hablarle, ya que estaba
esperando que saliera de la habitación de su madre y cerrando la puerta, ella se le
acercó de inmediato. Él le dirigió una mirada que la llenó de temor.
—Ven a mi despacho, allí podemos hablar a solas.
Nº Páginas 85-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Tessa le siguió en silencio y cada paso que daba sentía que la acercaba hacia
algo que podía significar su perdición. Sólo había una cosa en la que ella pudiera
pensar que tuviese ese efecto turbador sobre él, y era el que se hubiera enterado de
su verdadera identidad. Cuando estuvieron frente a frente, Tessa le observó nerviosa,
con ojos implorantes.
—Matthew, ¿qué te preocupa? ¿Qué ha pasado?
Sin decirle una palabra sacó del bolsillo un pedazo de papel y se lo entregó. La
mano de Tessa temblaba al coger el recorte del periódico. Era una antigua fotografía
de Jeremy y ella en una de las funciones de caridad de su madre, y debajo de la
fotografía se hacía referencia a su próxima boda. Sintió un frío entumecedor bajo su
piel. Llegó a la conclusión de que ahora sólo había una forma en la que podía
resolver esta situación y era tratar todo este asunto con calma y sin darle mayor
importancia.
—No es muy buena —dejó el recorte sobre el escritorio.
—¿No niegas que eres tú?
—¿Qué objeto tendría hacerlo?
—Sería inútil —continuó con frialdad—. Registré tu habitación mientras estabas
con mi madre y encontré esto.
Le dio su talonario de cheques. Un talonario con su nombre impreso.
Al enfrentarse a su mirada acusadora, Tessa se sintió desfallecer.
—Puedo explicártelo Matthew.
—Estoy seguro de que puedes. ¿Qué pasó con él?
Tessa le miró sin acobardarse.
—Se casó con otra persona.
—¿Por qué?
—En realidad no me amaba, sólo quería casarse conmigo por los beneficios
económicos que obtendría de ello.
—Comprendo.
—¿De verdad, Matthew? —pero la expresión en la cara de Matthew siguió
siendo dura—. Supongo que habrás comprendido que éste era el misterio que tenía
que explicarte.
—¡Te has burlado de mí, Tessa, pero no soy un completo idiota!
—No fue mi intención burlarme de ti —le replicó temblando—, sé que no eres
ningún idiota, pero por favor no estés tan enfadado.
La mirada fría de Matthew la recorrió de pies a cabeza.
—¿Qué quieres que haga? ¿Reírme de esto?
—No —movió la cabeza y se mordió el labio—. Preferiría tu comprensión a tu
enfado.
Nº Páginas 86-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 87-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—¿Cuántas mentiras más tengo que escuchar aún? ¿Era verdad algo de lo que
dijiste?
Al instante comprendió a qué se refería él y el dolor de su corazón la hizo
encogerse.
—Las mentiras que te dije fueron con la única intención de ocultar mi
identidad. Cuando te dije que te amaba lo decía con el corazón.
—Estoy comenzando a preguntarme si eres capaz de amar —sus palabras la
herían en lo más profundo.
—¡Sabes que eso no es cierto! —gritó mientras las lágrimas le nublaron la
visión.
—¡Quién sabe!
Tessa se controló con dificultad, las lágrimas no la ayudarían ahora.
—¿Dónde encontraste ese recorte de periódico? —le preguntó por fin cuando ya
no pudo contener más la curiosidad.
—Me lo dio Angela —le dijo con brusquedad—. ¿Recuerdas que le había
pedido que investigara un poco?
¡Angela! Era curioso que se sintiera herida al saberlo, pero ahora su felicidad se
encontraba en peligro y tenía que destruir la muralla que había levantado Matthew a
su alrededor.
Se puso de pie y se arrodilló junto a su silla.
—Matthew, lo siento. Por favor, perdóname, pero no permitas que esto lo eche
a perder todo entre nosotros.
Matthew se apartó de ella, rechazando sus manos y se levantó de la silla.
—No hay futuro para nosotros dos juntos y te sugiero que te vayas mañana
temprano.
—¡No! —una ola de pánico la envolvió mientras se inclinaba sobre el escritorio
para apoyarse—. ¡No puedes decirlo en serio, no puedes hacer esto!
—¡Puedo hacerlo y lo haré! —le dijo con frialdad—. En lo que se refiere a
nosotros dos, todo ha terminado.
—Matthew, sé sensato —le suplicó ahogándose en las lágrimas que ya no pudo
controlar.
Él permanecía inconmovible.
—Matthew, no permitiré que eches a perder o destruyas nuestro amor.
Tessa se sintió satisfecha al ver que su cara palidecía, pero los labios que podían
producir tales estragos en sus emociones permanecieron cerrados.
—Entre nosotros todo ha terminado ya, por tu engaño. En este momento, creo
que te odio.
—¡No!
Nº Páginas 88-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Ella sabía que él se enfadaría al saber la verdad, pero nunca creyó que su
orgullo le llevaría tan lejos. Buscó en su cara alguna señal que le indicara que no
sentía lo que había dicho, pero no la encontró, tan sólo vio una expresión de
indiferencia. Podía aceptar su enfado, incluso su burla, pero la indiferencia de
Matthew era algo que no soportaría. Sintiendo que todo se desplomaba a su
alrededor, sólo le quedaba algo a qué aferrarse: su orgullo. El orgullo la había
ayudado a pasar por la vergüenza de que la dejara plantada su novio y ahora tendría
que servirle de apoyo.
Respiró profundamente y le miró sin acobardarse.
—Nunca he tenido que suplicar a nadie, y no pienso hacerlo ahora. Si de veras
quieres que me vaya, lo haré.
Matthew se dio la vuelta y anduvo hasta la ventana, con sus manos metidas en
los bolsillos.
—Créeme, será mejor para los dos.
Ella le observó y sintió que comenzaba a temblar sin poder controlarse.
—¿Qué… qué le dirás a tu madre?
—La verdad —replicó él con dureza—. Ya no habrá más mentiras ni engaños.
Tessa miró una vez más su figura implacable a través de una cortina de
lágrimas, antes de darse la vuelta y dirigirse vacilante y a ciegas hacia la puerta. Él no
intentó detenerla. Llegó a su habitación, y dejándose caer sobre la cama, lloró
amargamente.
Su felicidad fue demasiado breve. Apenas unas pocas horas antes, en esa misma
habitación, habían compartido juntos unos momentos preciosos, durante los cuales
ella se sintió segura al conocer su amor. Estaba convencida, de que al decirle la
verdad, su amor por ella superaría a su enfado. Ahora, mientras se secaban las
lágrimas en sus pestañas, se rió con amargura de su propia ingenuidad. ¡Qué
tristemente se había equivocado al juzgarle! Ella podía comprender su razonamiento
de que con el tiempo se pudiera cansar de la vida que él podía ofrecerle en una
plantación de azúcar, porque estaba acostumbrada a un tipo de vida muy distinto,
pero pensaba, si él la hubiera amado de verdad, eso no hubiera sido un problema
insoluble. ¿No sabía él lo poco que le importaba el tipo de vida al que la arrojaba de
nuevo?
Nº Páginas 89-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 90-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 91-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Capítulo 10
Tessa sabía que sólo existía una cosa que pudiera ayudarla a no pensar en
Matthew. Al primer ofrecimiento que le hicieron para dar un concierto aceptó con
gusto y se preocupó de todos los preparativos, para que no le quedara un momento
libre. Durante las ocho semanas que estuvo fuera, había descuidado la práctica y
ahora, estaba sufriendo las consecuencias, pero esto no la desanimó, sólo
representaba más horas de práctica al piano, y durante ese tiempo podía olvidar,
aunque sólo fuera por unas pocas horas, que en alguna ocasión había existido
Matthew Craig.
Al principio no pudo hablar a sus padres de Matthew; la herida aún estaba
abierta para hablar de él sin apasionamiento y sin derramar lágrimas, y cuando al fin
pudo hacerlo, le era imposible detenerse. Él estaba presente en sus pensamientos en
cada momento del día y sus sueños por la noche se centraban en él.
—¿Cuándo vamos a conocer a tu hombre maravilloso? —le preguntaba su
madre con frecuencia.
—Espero que pronto —si él la amaba y Tessa estaba segura de ello, no
permanecería alejado demasiado tiempo. No permitiría que su tonto orgullo
destruyera tanto su felicidad como la de ella.
Hacía casi un mes que Tessa había regresado a su casa, cuando recibió una carta
de Angela. Al principio estaba reacia a leerla, pero la venció la curiosidad, y recelosa
abrió el sobre, sacó la carta:
Querida Tessa: todos han estado más bien reacios a hablar de ti, después de tu partida.
Matthew merodea como si fuera un animal enjaulado y Barry me regaña cada vez que
muestro preocupación. Cuando le pido una explicación, me dice que la culpa la tiene el mismo
Matthew y que no debo malgastar mis simpatías con él.
Ayer la señora Craig y yo mantuvimos una conversación bastante larga, por cierto, ella
te está extrañando muchísimo. Después de esa charla comprendí que yo había participado en
tu repentina partida, Tessa, quiero que sepas que yo no sabía que tú eras Theresa Ashton-
Smythe cuando le di aquel recorte de periódico a Matthew. Para mí sólo te parecías a ella. Es
algo tonto, pero sabes lo que quiero decir.
Sea lo que fuere lo que sucedió entre tú y Matthew, él no es feliz y estoy segura de que
tú tampoco. Fue el orgullo lo que hizo que Matthew te despidiera y eso mismo es lo que le
impide reconocer su error. La señora Craig, Barry y yo hemos establecido un plan. Mientras
que antes nunca se mencionaba tu nombre, ahora hablamos de ti con frecuencia y asediamos a
Matthew con tu recuerdo. Por lo tanto, anímate. Angela.
Tessa sintió un enorme alivio después de leer esa carta. Le había hecho mucho
daño pensar que Angela había tratado intencionadamente de provocar problemas
entre Matthew y ella. Por supuesto que había otro motivo para el entusiasmo que se
había apoderado de su corazón, Matthew se estaba sintiendo tan desdichado como
Nº Páginas 92-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
ella, si es que los comentarios de Angela eran ciertos, y el saber esto aumentó sus
esperanzas para el futuro. Él no podría permanecer siempre alejado.
Su paso era ligero cuando entró en el salón de música y momentos después
interpretaba el segundo concierto para piano de Rachmaninoff, con más intensidad
que nunca. Continuó practicando, incansable, durante tres horas hasta que se abrió la
puerta y entró su madre acercándole el té con una bandeja.
—Ya está bien por esta mañana —le dijo con firmeza, colocando la bandeja
sobre una mesita y sirviendo el té para las dos—. ¡Si oigo otra nota antes de la tarde,
gritaré!
—Lo siento, mamá.
Sheila contempló a su hija y sonrió.
—Hoy estás tocando muy bien. ¿Tiene quizá alguna relación con la carta que
recibiste de Idwala?
—Sí —reconoció Tessa, pensativa—. No es por lo que dice la carta en sí, sino
por lo que leo entre líneas.
—¡Oh!, comprendo.
—¿Lo comprendes, mamá? —Tessa se rió con malicia y buscó en el bolsillo de
su pantalón la carta de Angela—. Léela y dime si estoy leyendo entre líneas e
ilusionándome demasiado.
Sheila leyó con atención la carta antes de devolvérsela a Tessa.
—¿Esta Angela es la misma de quien creías, al principio, que estaba enamorado
Matthew?
Tessa asintió con la cabeza, terminando de tomar su té.
—Ahora está comprometida con Barry y se casarán pronto.
—¿Te ama Matthew?
Tessa vaciló sólo un instante.
—Sí.
—¿Estás segura? —insistió su madre.
—Así me lo dijo —Tessa se mordió los labios—, a menos que vaya declarándole
su amor a cada joven que bese, y Matthew no es así —dijo confiada.
—Entonces no tienes por qué preocuparte —sonrió su madre sirviendo una
segunda taza de té.
No tenía por qué preocuparse ella, sin embargo, al ver cómo transcurrían los
días, comenzó a preguntarse si de verdad no tendría que preocuparse. Recibía cada
nuevo día con una esperanza que se desplomaba por completo al llegar la tarde sin
que supiera de Matthew, y esta situación continuó hasta que comenzó a dudar sobre
si le volvería a ver. Ya llevaba en su casa casi el mismo tiempo que había pasado en la
granja y si él la amaba, ¿no se hubiera tomado la molestia de ir a verla?
Nº Páginas 93-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Pensaba que quizá tenían mucho trabajo en la granja, y tal vez no podría
dejarla. Pero, ¿por qué le amaba tanto?
El primer concierto después de su regreso había sido un éxito y el segundo aún
más, pero se negó a dar el tercero y no hubo forma de hacerle cambiar su decisión. Su
corazón ya no estaba en lo que hacía y sus perturbados pensamientos ocupaban toda
su mente. Los días se estaban volviendo interminables y en varias ocasiones casi
cedió a la tentación de llamar a la granja para hablar con Matthew. Pero, se decía que
si él era obstinado, ella también podía serlo. Él quiso que ella se fuera y, por lo tanto,
él debía dar el primer paso.
Una tarde, Tessa estaba limpiando el salón de música y ordenando algunas
viejas partituras musicales cuando la sirvienta llamó a la puerta:
—Hay un señor que desea verla, señorita Theresa.
—¿Dónde está? —preguntó la joven, colocando un grupo de partituras sobre el
piano.
—En el salón, señorita.
Mientras se dirigía al salón, pensaba que si era otro intento para que aceptara
un tercer concierto, le diría a quien fuera, que no contaran con ella.
La puerta del salón estaba entreabierta y Tessa la abrió algo más al entrar. Al
instante se quedó paralizada. Frente a la puerta de la terraza, de espaldas a ella,
estaba Matthew.
—Matthew —su nombre no fue más que un suspiro en sus labios, pero lo
bastante alto para que él lo oyera y se volviera, quedando frente a ella. Más tarde,
Tessa no pudo recordar cuáles habían sido sus pensamientos en ese momento. Sólo
era consciente de su cara y de lo esperanzada que se sintió, a pesar de que su
expresión no parecía muy prometedora.
—Esta es la primera vez que te veo como eres en realidad —sus ojos la
recorrieron por completo, observando cada detalle con un rictus cínico en los
labios—. No hay ninguna duda de que se trata de Theresa Ashton-Smythe, desde el
corte de pelo a la moda hasta los zapatos importados. Sin olvidar esa costosa cadena
de oro alrededor del cuello con el brazalete que hace juego —se acercó señalándole la
manga del vestido—. ¿Seda pura?
—¿Has venido de tan lejos para hacer comentarios sarcásticos sobre mi
apariencia?
—No —dijo y se apartó de ella con esa burla ya conocida, en sus ojos—.
Admiraba tu capacidad para adaptarte al medio ambiente que te rodea. En este
momento haces juego a la perfección con la magnificencia de tu medio, mientras que
en la granja usabas ropas baratas y poco llamativas. Por supuesto, representabas un
papel, llevando a cabo un engaño.
—¡Por favor, Matthew! —en ese momento lo que más deseaba, era sentir la
fuerza de sus brazos rodeándola, pero su actitud era amenazante e inaccesible.
Nº Páginas 94-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—Mis excusas por recordarte algo, que evidentemente te resultó muy divertido
en ese momento, ¿tu diversión se ha desvanecido un poco?
—No era mi intención divertirme a expensas de otros y tú lo sabes.
—¿Lo sé? —alzó las cejas fingiendo sorpresa—. Me está resultando bastante
difícil creer en tu sinceridad.
—¿Cuál es el motivo de tu visita? —consiguió mantenerse calmada.
Permanecieron contemplándose unos segundos y aunque ella podía acortar la
distancia entre ellos con unos pocos pasos, la barrera invisible permanecía.
Matthew hizo un gesto de enfado.
—Vine porque quería verte, pero ahora que lo he hecho, no sé por qué.
Tessa se sobresaltó de nuevo, pero se controló, evitando dar una respuesta
brusca. No ayudaría enfadarse en este momento tan crítico.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó.
—No, gracias.
Ella le señaló una silla.
—¿No deseas sentarte, por favor?
—La perfecta anfitriona, ¿no es así? Encantadora y serena bajo cualquier
circunstancia —su tono era burlón.
Tessa ya no pudo controlar por más tiempo el temblor de sus piernas y se sentó
en una silla. Matthew permanecía de pie, dominándola con su estatura.
—Matthew, estoy haciendo un gran esfuerzo para comprender tu actitud y
poder controlarme.
—Me extraña que aún no hayas oprimido ese timbre, discretamente escondido,
para que me echen de aquí.
Por un momento desapareció su máscara y Tessa se sorprendió al descubrir que
estaba nervioso. Este descubrimiento le dio un poco de valor.
—Hay tres razones por las que no puedo hacerlo —respondió calmada—. En
primer lugar no hay timbres escondidos en esta habitación; en segundo lugar no hay
alguien a quien pudiera llamar para que te echen y, en tercer lugar, aún no has hecho
algo que merezca una acción así.
La observó con atención durante un momento, antes de sacar con torpeza el
tabaco de su bolsillo y encender un cigarrillo.
—Nunca pensé que podría verte con tanta facilidad —comentó—, creí que
tendría que pedir una cita.
—¡Matthew! —había censura en su dulce voz.
—¿Dónde están tus padres?
—Mi padre está en la oficina y mamá en casa de una amiga —se defendió
tapándole la boca con la mano, al ver el gesto que hizo—. Ahora, no hagas
Nº Páginas 95-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
comentarios irónicos sobre los ricos ociosos. Mi madre no pierde su tiempo jugando a
las cartas con las amigas, esta reunión es para ayudar a obras de caridad.
—Yo no he dicho nada —protestó con fingida inocencia.
—Pero no niegues que te estabas preparando para un comentario hiriente,
¿puedes negarlo? —suspiró y se levantó—. Matthew, dejemos de atacarnos.
La expresión en la cara de Matthew se volvió cautelosa.
—No me había dado cuenta de que estuviéramos haciendo tal cosa.
Tessa hizo un gesto de impotencia con las manos y después le dijo:
—Salgamos al jardín.
Para su sorpresa, Matthew no se opuso a la sugerencia, sino que la siguió en
silencio. Pasearon en silencio entre los árboles y arbustos mientras Matthew
terminaba el cigarrillo, que después tiró al suelo y apagó.
—Esto parece más un parque que un jardín —dijo entrecerrando los ojos al
mirar el sol de septiembre—. Supongo que termina en algún lugar.
—Sí —le replicó distraída —detrás de aquellos árboles hay un banco desde el
que se contempla un estanque. Es un lugar tranquilo y apartado —se daba cuenta de
que Matthew la miraba de un modo extraño y por algún motivo se puso nerviosa—.
¿Qué tal se encuentra tu madre?
—Su pierna ya está bien —arrancó una hoja de eucalipto—. Te envía saludos.
—Me acuerdo mucho de ella —Tessa se mordió el labio—, ¿y Barry?
—Se está preparando para la boda que será dentro de un mes —le contestó con
brusquedad—. Le compré su parte de la granja y en estos momentos está tratando de
adquirir la suya propia.
Tessa se alegró de que por fin Barry consiguiera lo que deseaba.
El banco que ella había mencionado se hallaba debajo de las ramas de un viejo
roble. La joven se sentó en un extremo del banco y Matthew lo hizo en el otro. De
repente, Tessa pensó que la situación no dejaba de tener gracia.
—No pareció sorprenderte mucho que haya venido —comentó Matthew
contemplándola con atención.
—Yo… sabía que vendrías —sonrió.
—¿Sí?
—Hay un límite para la resistencia de una persona —explicó ella con valor—, y
yo ya estaba llegando al mío.
—¿Suponías que cuando yo llegara al mío vendría corriendo?
—No exactamente corriendo, pero yo… confiaba en que vendrías —bajó la
vista.
El corazón de Tessa latía acelerado y un silencio embarazoso se produjo entre
los dos. A Tessa le parecía imposible que todo a su alrededor pudiera estar tan
Nº Páginas 96-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
tranquilo, mientras sus propias emociones estaban tan agitadas. Hasta el momento,
la visita de Matthew había sido muy poco satisfactoria. Ella no estaba segura de qué
era lo que esperaba, pero desde luego nunca imaginó que él aumentaría más la
división existente entre ellos. Confiaba en que él vendría porque la amaba y la
necesitaba.
Matthew se levantó y se dirigió hacia el estanque. Tessa le observaba con
atención, mientras encendía otro cigarrillo. Se preguntaba que en qué estaría
pensando, cuando él se dio la vuelta y regresó hacia ella lentamente. No se sentó,
sino que permaneció de pie, cerca de Tessa, con el ceño fruncido.
—Tessa, hace un momento sugeriste que dejáramos de atacarnos y estoy de
acuerdo con ello. Ahora que te he visto de nuevo, en tu propio ambiente, me doy más
cuenta de lo inútil que ha sido mi viaje.
El corazón de la muchacha dio un vuelco.
—Matthew, yo…
—Por favor, déjame terminar —le interrumpió—. No soy pobre, en realidad
puedo mantener con comodidad a una esposa y una familia, pero mi riqueza no se
podría comparar con la que poseen tus padres.
—Pero yo…
—Para mí, la plantación de azúcar es mi vida y esto es algo que no puedo
cambiar —continuó como si ella no hubiera hablado y todo lo que hizo Tessa fue
mirarle, sintiéndose desdichada, mientras él se movía nervioso de un lado a otro—.
Tú provienes de una familia muy rica y, además, eres una persona excepcionalmente
dotada. Sería mucho egoísmo por mi parte esperar que renunciaras a todo esto a
cambio de la vida en la granja —tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó—. Estoy tratando
de hacerte comprender, Tessa, que mis razones para alejarte y para demorarme tanto
en venir a verte no se basaban sólo en el orgullo. Puedo ver el futuro, quizá con un
poco más de claridad que tú y, por tu propio bien, deseo evitártelo. No puede haber
un futuro para nosotros juntos.
—¿No tengo derecho a opinar en este asunto? —preguntó ella con calma.
—No lo creo, Tessa —contestó con voz cortante y libre de emociones—. Es
necesario ser razonables.
—¿No tienes la menor curiosidad por conocer lo que yo espero de la vida? —su
voz mostraba un leve estremecimiento—. ¿No te interesa en lo más mínimo mi
felicidad?
Cuando contestó había en su voz una nota de desesperación.
—¡Es en tu felicidad en lo que estoy pensando!
—¿Estás seguro? —alzó su pálida cara para mirarle—. Hay un poco de ironía en
esta situación. Sólo han existido dos hombres en mi vida; el primero me quería para
su propio beneficio económico y el segundo no me quiere debido a mi riqueza —su
risa tenía vestigios de histeria—. Todo esto es… bastante cómico, ¿no te parece?
—¡No lo repitas! —su voz fue como un latigazo para ella.
Nº Páginas 97-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Nº Páginas 98-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
—¡Mi amor! —exclamó apretándola contra él con fuerza—. Te amo tanto que he
estado aterrorizado ante el pensamiento de que me pudieras decir que habías dejado
de quererme.
—Nunca podría dejar de quererte, Matthew —suspiró sin poder moverse—. Ni
siquiera tu actitud podría cambiar mis sentimientos. La prueba ya la has visto,
cuando has llegado.
—Lo sé —aceptó de inmediato sin que le turbara el brillo de diversión en los
ojos de Tessa—. Me sentía inseguro y todo parecía tan impresionante que me
atemoricé. Entonces entraste y al verte tan encantadora y comprender que eras parte
de todo este ambiente, pensé que ya te había perdido.
—¿Por eso me atacaste en defensa propia, antes de ser agredido?
—Algo por el estilo. ¿Te casarás conmigo, Tessa?
—Ya sabes la respuesta a esa pregunta —murmuró ella.
—¿Cuándo? —inquirió él.
—Tan pronto como lo desees.
—Me imagino que tendrá que ser una gran boda —le comentaba él, mientras
estaban sentados en el banco, y la abrazaba.
Tessa se rió feliz, descansando la cabeza en su hombro.
—Después del fiasco que sufrimos, estoy segura que mis padres estarán de
acuerdo con una boda tranquila, sin llamar la atención y con la menor publicidad
posible.
—¡Nunca pensé en la publicidad! —se puso rígido.
—Si nos comportamos con mucha discreción es bastante probable que podamos
evitarla —le aseguró ella.
—¿Crees que tus padres estarán de acuerdo con nuestra boda?
—Ya tengo más de veintiún años de edad.
—De todas formas, les pediré tu mano —insistió con firmeza.
—Querido Matthew, eso no les sorprenderá —murmuró ella, pasando con
lentitud un dedo por la línea firme de su barbilla—. Ellos saben todo sobre ti y
deseaban conocerte.
Él le cogió la mano y presionó sus labios contra la delicada muñeca.
—Me imagino que querrán examinarme a fondo.
—No, si es necesario te suplicarán que los liberes de su desdichada hija.
Él inclinó la cabeza y la volvió a besar.
—¿Crees que se opondrían si yo sugiero que nos casemos esta misma semana.
—No.
Matthew se paró y la hizo levantarse.
Nº Páginas 99-100
Yvonne Whittal – El precio de la felicidad
Fin
Nº Páginas 100-100