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Confesiones I, 7, 11 pag 32

Oídme, oh Dios; ¡Ay de los pecados de los hombres! Y esto lo dice un hombre; y Vos os apiadáis de él; porque
Vos le hicisteis, mas no hicisteis en él el pecado.

¿Quién me recuerda el pecado (17) de mi infancia, pues delante de Vos, nadie está limpio de pecado, ni aun
el niño que cuenta un solo día de vida sobre la tierra?(18). ¿Quién me lo recuerda? ¿Acaso cualquier párvulo
tamañito de ahora, en quien veo lo que no recuerdo de mí?.

¿Pues en qué pecaba yo entonces? ¿Acaso en que ansiaba el pecho llorando? Porque si ahora buscase con
aquella ansia, no el pecho, sino el alimento conveniente a mi edad, justísimamente se mofarían de mí y me
reprenderían. Luego entonces hacía cosas reprensibles; mas como no podía entender la reprensión, ni la
costumbre ni la razón permitían que se me reprendiese. Pero cuando vamos creciendo desarraigamos y
echamos de nosotros semejantes defectos; y jamás he visto hombre cuerdo que, al limpiar una cosa, le quite
lo bueno.

¿Acaso era bueno también por razón de la edad pedir llorando aun lo que fuera dañoso que se me diese;
encoraginarme bravamente, aun con las personas mayores y libres que no se me sometían, y aun con los
propios padres; y a otros muchos, que, más prudentes, no accedían a la señal de mis caprichos, esforzarme
con golpes por hacerles todo el daño posible, porque no obedecían a unas órdenes que con perjuicio
hubieran sido obedecidas?

De manera que la debilidad de los miembros infantiles es inocente, no el ánimo de los niños(19).

Vi yo y observé un niño envidioso; aún no hablaba, y ya miraba lívido y con rostro ceñudo a su hermanito de
leche. ¿Quién no sbe esto? Las madres y nodrizas dicen que, con no sé qué remedios, lo conjuran(20). Si no
es que sea también inocencia el no sufrir por compañero en la fuente de la leche que mana copiosa y
abundante, al que está necesitadísimo de socorro, y con sólo aquel alimento sostiene la vida.

Toléranse empero blandamente estos defectos; no porque no lo sean, o porque sean pequeños, sino porque
desaparecerán con la edad. Prueba de ello es que cuando se hallan en personas mayores, no pueden
sobrellevarse con paciencia.

Confesiones II, 4, 9 pag 65

Este era mi corazón, Señor, éste era mi corazón, que estaba en lo profundo del abismo, y Vos os
compadecisteis de él. Digaos ahora este corazón mío qué es lo que allí buscaba, sino ser malo de balde, sin
que hubiese otra causa de mi malicia, sino mi pura malicia. Fea era, pero yo la amé; amé mi perdición, amé
mi culpa; amé, no el objeto por que pecaba, sino mi mismo pecado: alma fea la mía, que saltaba fuera de
vuestro amparo a la perdición, no por apetecer feamente alguna cosa, sino la misma fealdad.

Confesiones II, 5, 11 pag 67

De manera que cuando se inquiere por qué causa se ha cometido algún crimen, no se suele dar crédito hasta
que se averigua que pudo ser el apetito de alcanzar alguno de estos bienes, que hemos llamado ínfimos, o el
temor de perderlo. Son ellos, sin duda, hermosos y de buen parecer; aunque, comparados con aquellos
superiores y celestiales, son abyectos y despreciables. Fulano mató a un hombre. ¿Por qué lo hizo? Estaba
aficionado a la mujer del otro o a su finca: o le quiso robar para tener con qué vivir; o temió que el otro le
quitase algo semejante: o agraviado, se encendió en deseo de venganza. ¿Iba a matar al otro sin ninguna
causa, por el gusto del mismo homicidio? ¿Quién lo va a creer?

Porque aun de aquel hombre malvado y excesivamente cruel, Catilina, de quien se dijo que "de balde era
malo y cruel", empero ya antes se había dicho la causa, a saber: "para que con la ociosidad no se le
entumeciera la mano o el brío"(47). Y todavía preguntarás: Y esto, ¿por qué así? Para, una vez tomada Roma
con aquel ejercicio de crímenes, alcanzar honra, mando y riquezas, librarse del temor de las leyes, y de las
dificultades de la vida, causadas por la escasez de recursos, y por la conciencia de sus crímenes. Ni el mismo
Catilina, pues, amó sus delitos, sino seguramente otra cosa, por cuya causa los cometía.

Confesiones II, 6, 12 pag 68

¿Qué, pues, amé yo, miserable, en ti, oh hurto mío, oh delito mío nocturno, del año dieciséis de mi edad?
Hermoso no eras, pues eras hurto. Pero ¿acaso eres algo, para que hable contigo?

Hermosas eran aquellas peras que hurtamos, porque eran criaturas vuestras, oh Hermosísimo sobre todas las
cosas, Creador de todas, Dios bueno, Dios sumamente bueno, y bien mío verdadero; hermosas eran aquellas
peras: mas no eran ellas lo que deseaba mi alma miserable; porque mejores las tenía yo en abundancia; y
aquéllas, únicamente por hurtar las arranqué del árbol; pues apenas cogidas, las arrojé; y sólo comí la
maldad, en que me gozaba con fruición. Y si algo de aquella fruta entró en mi boca, el delito era lo que le
daba sabor.

Y ahora, Señor Dios mío, pregunto qué era lo que en el hurto me deleitaba, y he aquí que no descubro rastro
de hermosura: no digo como la que se halla en la equidad y en la prudencia, pero ni siquiera como en la
inteligencia del hombre, y en la memoria, sentidos y vida vegetativa: ni como son bellos y hermosos los
astros en sus órbitas; y la tierra y mar, llenos de nuevos vivientes que nacen para suceder a los que mueren;
ni siquiera como aquella hermosura incompleta y umbrátil con que nos engañan los vicios.

Confesiones III, 7, 12

Porque no conocía yo otro ser, el que verdaderamente es(64); y como que sutilmente me aguijaban para que
me declarase en favor de aquellos necios engañadores, cuando me preguntaban de dónde procedía el mal, y
si Dios estaba circunscrito a figura corporal, y si tenía cabellos y uñas; y si habían de ser tenidos por justos los
patriarcas, que tenían a la vez muchas mujeres, y mataban hombres, y sacrificaban animales. Con estas
preguntas yo, ignorante de todo, me desconcertaba, y apartándome de la verdad, me parecía que iba hacia
ella. Porque no entendía que el mal no es sino privación del bien hasta lo que enteramente no es. Y ¿de dónde
lo había de entender, pues con los ojos no veía más allá de los cuerpos, y con el alma no más allá de los
fantasmas? No sabía que Dios es espíritu (Jn.,4,24), que no tiene miembros con extensión a lo largo o a lo
ancho, ni tiene cantidad; porque en la cantidad la parte es menor que el todo; y aun dado que fuese infinita,
la parte contenida en cierto espacio limitado es menor que el todo infinito; y no está toda en todas partes,
como el espíritu, como Dios.

Totalmente ignoraba también qué es en nosotros aquello según lo cual somos, y con verdad se nos llama en
la Escritura (Gen.,1,27) hechos a semejanza de Dios.

Confesiones III, 8, 16 pag 93

Dígase otro tanto de los delitos inspirados por el placer de causar daño, sea con afrenta, sea con injuria; y lo
uno o lo otro, ya por vengarse, como un enemigo de su enemigo; ya por alcanzar algún provecho material,
como el ladrón que roba al caminante; ya por evitar algún mal de parte de la persona a quien se teme; ya
por envidia, como acontece al desdichado con el dichoso, o al que ha prosperado en algo con el que teme se
le iguale o se duele de que ya se le iguala; ya por solo placer del mal ajeno, como los espectadores de la
lucha de gladiadores y los que de cualesquiera otros se ríen y mofan.

Estas son las cabezas y fuentes de la maldad, que nacen del mal deseo de dominar, ver o sentir, de uno solo,
de dos de ellos, o de todos juntos.

Así se vive contra los tres y siete(66), el salterio de diez cuerdas (Ps. 143, 30, vuestro decálogo, oh Dios
altísimo y dulcísimo.
Mas ¿qué torpeza nuestra puede llegar a Vos, que sois incorruptible?, ¿o qué atropello se puede cometer
contra Vos, que no podéis recibir daño? Pero Vos castigáis lo que los hombres cometen contra sí mismos;
porque aun cuando pecan contra Vos, obran impíamente contra sus propias almas, y la iniquidad miente
para su mal (Ps. 26, 12), sea estragando y pervirtiendo su naturaleza, que Vos hicisteis y ordenasteis, sea
usando desmedidamente de las cosas lícitas, o apeteciendo ardientemente las ilícitas para usarlas contra
naturaleza (Rom.,1,26); o se hacen reos enfureciéndose contra Vos de pensamiento y de palabra y tirando
coces contra el aguijón (Act.,9,50, o bien cuando rotas las barreras de la humana sociedad, se gozan audaces
en conciliar o romper amistades privadas, según que alguna cosa les agrada o desagrada. Y estos delitos se
cometen cuando Vos, fuente de vida, que sois el único y verdadero Creador y gobernador del universo, sois
abandonado, y con privada soberbia se ama en lo particular una falsa unidad. Así, pues, por la humilde
piedad volvemos a Vos, y Vos nos purificáis de la mala costumbre, y perdonáis los pecados de los que os
confiesan y escucháis los gemidos de los encarcelados (Ps. 101, 21), y nos soltáis las cadenas que nosotros
nos habíamos forjado, con tal que ya no levantemos contra Vos la cerviz de la falsa libertad, por la codicia de
tener más, y con el riesgo de perderlo todo, amando más nuestro propio interés que a Vos, bien universal de
las criaturas.

Confesiones V, 10, 18 pag 153

Me sanasteis, pues, de aquella enfermedad, y disteis salud al hijo de vuestra sierva (Ps. 85, 16), por entonces
en el cuerpo, para tener a quién dar otra salud mejor y más duradera.

Juntábame yo todavía en Roma con aquellos "santos" engañados y engañadores; y no sólo con los "oyentes"
de aquellos, de cuyo número era también el dueño de la casa donde yo había estado enfermo y convalecido,
sino también con los que llaman "electos". Todavía me seguía pareciendo que no somos nosotros los que
pecamos, sino que es otra naturaleza, no sé cual, la que peca en nosotros: y deleitábase mi soberbia en estar
sin culpa: y cuando había obrado mal, en no confesar que lo había hecho yo, para que sanaseis mi alma, pues
había pecado contra Vos (Ps. 40, 5); antes me gustaba excusarme, y acusar a no sé qué ser extraño, que
estaba en mí, pero que no era yo. Mas el verdadero todo [que pecaba] era yo; y mi impiedad ponía división
en mí. Y mi pecado era tanto más incurable, cuanto yo me tenía por pecador; y era detestable maldad
preferir que Vos, Dios omnipotente, Vos quedaseis vencido en mí(84) para mi perdición, que no yo por Vos
para mi salvación. Todavía, pues, no habíais puesto guarda a mi boca, ni puerta de discreción a mis labios,
para que mi corazón no se deslizase en palabras malignas, buscando excusas de mis pecados con los
hombres que obran la iniquidad: y por eso comunicaba yo todavía con los "Electos" de los maniqueos (Ps.
140, 3-6), mas desesperanzado ya de hacer progresos en aquella falsa doctrina; y aun lo que de ella había
determinado retener mientras no hallase cosa mejor, profesábalo ya más remisa y negligentemente.

Confesiones V, 10, 20 pag 155

De aquí también me nacía creer en una cierta sustancia de mal semejante, y que tenía su mole fea y
disforme, ya crasa, llamada tierra, ya delgada y sutil, como es el cuerpo del aire, que ellos imaginan como un
espíritu maligno que se arrastra por la tierra. Y como mi piedad, por poca que fuese, me obligaba a creer que
un Dios bueno no había creado una naturaleza mala, me imaginaba yo dos magnitudes, una en contra de
otra, ambas infinitas, aunque menor la mala y mayor la buena; y de este pestilencial principio se me
originaban los demás sacrilegios(86).

Porque cuando mi espíritu se esforzaba por refugiarse en la fe católica, era rechazado, por cuanto no era fe
católica lo que yo pensaba que lo era. Y teníame por más piadoso, oh Dios mío, a quien alaban vuestras
misericordias para conmigo (ps. 106, 8), si os creía por todas las demás partes infinito - aunque por una sola,
aquella en que se contraponía la mole del mal, me veía obligado a reconoceros finito -, que si os juzgaba por
todas partes limitado en forma de cuerpo humano. Y me parecía mejor creer que no habíais creado mal
alguno - que yo ignorante pensaba ser, no sólo sustancia, sino sustancia corpórea, pues no podía concebir
que el espíritu mismo fuese otra cosa que un cuerpo sutil que, no obstante, se difundía por el espacio -, que
creer que procedía de Vos la que yo imaginaba naturaleza del mal.
Al mismo Salvador nuestro, vuestro Unigénito, lo imaginaba yo como desprendido para nuestra salud de la
masa de vuestro luminosísimo cuerpo; de tal modo, que no creía otra cosa de él, sino lo que podía
vanamente fantasear. Semejante naturaleza del Verbo juzgaba yo que no había podido nacer de la Virgen
María, sin mezclarse con la carne; mas cómo pudiese mezclarse sin mancharse aquel ser cual yo me lo
figuraba, no lo veía; no osaba, pues, creerle nacido de la carne, por no verme obligado a creerle manchado
por la carne.

Ahora, Señor, vuestros espirituales se reirán blanda y amorosamente de mí si leen estas mis Confesiones;
pero realmente así era yo.

Confesiones II, 6, 13 pag 68

Porque la soberbia imita la celsitud, siendo Vos sólo sobre todas las cosas Dios excelso. La ambición, ¿qué
busca, sino honores y gloria, siendo Vos sólo sobre todas las cosas digno de ser honrado, y glorioso para
siempre? La cruedad de los tiranos quiere ser temida; pero ¿quién debe ser temido, sino sólo Dios, de cuyo
poder qué cosa se pudo librar o sustraer? ¿Cuándo, ni dónde, ni cómo, ni por quién puede jamás? Las
blanduras de los lascivos solicitan amor: pero ni hay cosa más blanda que vuestra caridad, ni que más
saludablemente se ame que vuestra verdad, sobre todas las cosas hermosa y resplandeciente. La curiosidad
parece afectar amor a la ciencia, cuando Vos lo sabéis todo perfectísimamente. Aun la misma ignorancia y
necedad se cubren con nombre de sencillez e inocencia; porque nada se halla más sencillo que Vos; y ¿qué
cosa más inocente que Vos, pues los malos sólo reciben daño de sus propias acciones?(48). La indolencia
afecta buscar descanso; más ¿qué descanso seguro hay fuera del Señor? La superfluidad quiere ser llamada
hartura y abundancia; mas Vos sois plenitud e inagotable abundancia de incorruptible suavidad.

La prodigalidad tiene cierta apariencia de liberalidad; pero Vos sois el dador copiosísimo de todos los bienes.
La avaricia quiere poseer muchas cosas, y Vos las poseéis todas. La envidia litiga por la excelencia; ¿qué más
excelente que Vos? La ira busca venganza; ¿quién ejerce la vindicta más justamente que Vos? El temor se
horroriza de las cosas insólitas y repentinas, que son contrarias a lo que se ama, cautelando su seguridad;
mas para Vos, ¿qué suceso hay insólito?, ¿qué caso repentino?, ¿o quién aparta de Vos lo que amáis?, ¿o
dónde, sino cerca de Vos, hay seguridad firme? La tristeza se consume cuando pierde las cosas en que se
deleitaba el deseo; pues no quisiera le fuesen arrebatadas, como a Vos nada se os puede quitar.

Confesiones II, 6, 14

Así anda fornicando el alma, cuando se aparta de Vos, y busca fuera de Vos lo que no halla puro y limpio,
sino cuando se vuelve a Vos. Perversamente os imitan todos los que se alejan de Vos(49), y se levantan
contra Vos; pero, aun imitándoos así, muestran en ello que Vos sois el Creador de toda la naturaleza, y, por
tanto, que no hay donde nadie pueda totalmente apartarse de Vos(50).

¿Qué es, pues, lo que yo amé en aquel hurto? Y ¿en qué imité yo, aunque viciosa y perversamente, a mi
Señor? ¿Me gocé tal vez de atropellar la ley, al menos por astucia, ya que por fuerza no podía, para simular,
siendo cautivo, una manca libertad, haciendo impunemente lo que no era lícito, con tenebrosa parodia de
vuestra omnipotencia?

Veis aquí al siervo, que huyendo de su Señor, consiguió la sombra(51). ¡Oh podredumbre!, ¡oh vida
monstruosa y muerte profunda! ¿Es posible que me agradse lo que no era lícito, no por otro motivo sino
porque no era lícito?

Confesiones III, 8, 15

¿Por ventura en algún tiempo o lugar es cosa injusta amar a Dios de todo corazón, con toda el alma, y con
toda la mente, y amar al prójimo como a sí mismo? (Mt.,22,37-39). Pues así, los pecados que son contra
naturaleza, como fueron los de los sodomitas, siempre y en todo lugar deben ser detestados y castigados; y
aun cuando todas las gentes los cometieran, serían igualmente culpables ante la ley divina, que no hizo a los
hombres para que de tal modo usasen unos de otros. Porque se destruye la misma sociedad que con Dios
debemos tener, cuando la misma naturaleza de que El es autor, se amancilla con la depravación de la lujuria.

Pero los pecados que son contra las instituciones humanas débense evitar según la diversidad de las
costumbres; de suerte que el mutuo concierto entre pueblos y naciones, establecido por costumbre o por
ley, no se quebrante por el capricho de ningún ciudadano o extranjero; porque es deforme toda parte que
no se conforma con su todo. Mas cuando Dios manda alguna cosa contra la costumbre o pacto de
quienquiera que sea, aunque nunca se haya hecho, se debe hacer; si dejó de observarse, debe restablecerse
de nuevo; si no se ha puesto en uso, debe ponerse. Porque si es lícito al rey en la ciudad donde reina mandar
una cosa que ninguno antes de él, ni él mismo hasta entonces, había mandado, y no es contra el bien común
de aquella ciudad obedecerle, antes lo sería el no obedecerle - pues es ley general de las sociedades
humanas obedecer a sus reyes -, ¿cuánto más Dios, que reina sobre todas sus criaturas, debe, sin duda, ser
obedecido en lo que mandare? Pues como entre la jerarquía de la sociedad humana la autoridad superior es
obedecida con preferencia a la inferior, así Dios sobre todos.

Confesiones VII, 3, 4

Más todavía, aunque yo os confesaba y firmemente os creía incorruptible, inalterable y por ningún concepto
mudable, Señor nuestro, Dios verdadero, que hicisteis no sólo nuestras almas, sino también los cuerpos, y no
sólo nuestras almas y cuerpos, sino todas las almas y todos los cuerpos; no tenía yo averiguada y aclarada la
causa del mal. Pero cualquiera que ella fuese, veía que debía buscarla de tal modo, que por ella no me viese
forzado a creer mudable a Dios inmutable, no fuese que yo mismo me hiciese lo que buscaba(97). Buscábala,
pues, seguro y cierto de que no era verdad lo que decían los maniqueos; de quienes huía con toda el alma,
porque veía que, investigando el origen del mal, estaban llenos de maldad, con la cual antes creían a vuestra
sustancia capaz de padecer el mal, que a la suya de cometerlo.

Confesiones VII, 3, 5

Me esforzaba por entender lo que oía decir, que el libre albedrío de la voluntad es la causa del mal que
hacemos, y vuestro recto juicio del que padecemos; mas no podía verlo con claridad. Y así, procurando
apartar la vista de mi entendimiento de esta profundidad, volvía a sumergirme; y procurándolo repetidas
veces, otras tantas volvía a sumergirme.

Levantábame hacia vuestra luz el ver que tan cierto estaba de que tenía voluntad, como de que vivía; y así,
cuando quería o no quería alguna cosa, estaba certísimo, que no otro, sino yo era el que quería o no quería;
y estaba a punto de caer en la cuenta de que allí estaba la causa de mi pecado. Cuanto a lo que hacía contra
mi voluntad, veía que más era padecerlo que hacerlo(98); y juzgaba que esto no era culpa, sino pena, con la
cual, pensando que Vos sois justo, al punto confesaba que no injustamente me castigabais.

Pero de nuevo decía: "¿Quién me hizo a mí? ¿Acaso no fue mi Dios, que no sólo es bueno, sino la misma
Bondad? Pues ¿de dónde me viene este querer el mal y no querer el bien, para que hubiese causa de ser
justamente castigado? ¿Quién puso esto en mí y plantó en mí este semillero de amargura, pues todo yo fui
hecho por mi dulcísimo Dios? Si el diablo fue el autor, ¿de dónde viene el mismo diablo? Y si él también, por
su perversa voluntad, de ángel bueno se hizo diablo, ¿de dónde le vino a él mismo la mala voluntad, por la
cual se hizo diablo, pues fue hecho todo ángel por el bonísimo Creador?" Con estos pensamientos me hundía
de nuevo y me ahogaba, pero ya sin sumergirme en aquel infierno del error maniqueo, donde nadie os
alaba, pues prefieren pensar que Vos padecéis el mal, que no que el hombre lo hace.

Confesiones VII, 4, 6

Así me esforzaba por averiguar las demás cosas, como ya había averiguado que lo incorruptible es mejor que
lo corruptible, y, por tanto, confesaba que Vos - seáis lo que fueseis - sois incorruptible. Porque nadie pudo
jamás ni podrá pensar cosa mejor que Vos, que sois el soberano y perfectísimo Bien. Siendo, pues,
verdaderísimo y certísimo que lo incorruptible se ha de preferir a lo corruptible, como yo entonces ya lo
prefería, podía yo con el pensamiento hallar alguna cosa que fuese mejor que Vos, Dios mío, si Vos no
fueseis incorruptible.

Allí, pues, donde yo veía que lo incorruptible debe ser preferido a lo corruptible, allí os debía yo buscar, y de
allí echar de ver dónde está el mal, es decir, de dónde proviene la misma corrupción, la cual de ningún modo
puede contaminar vuestra sustancia.

Porque de ningún modo en absoluto mancha la corrupción a nuestro Dios: ni por [su] voluntad, ni por
necesidad, ni por azar imprevisto.

[No por su voluntad]: Porque El es Dios, y lo que para Sí quiere es bueno; y El es ese mismo Bien; y la
corrupción no es ningún bien.

Ni contra vuestra voluntad podéis ser forzado a cosa alguna; porque vuestra voluntad no es mayor que
vuestro poder; y seríalo si Vos fueseis mayor que Vos mismo; porque la voluntad y el poder de Dios son el
mismo Dios(99).

Finalmente, ¿qué puede acaecer imprevisto para Vos, que sabéis todas las cosas? Y ninguna naturaleza
existe, sino porque Vos la conocéis.

Mas ¿para qué decir tantas palabras en razón de que la sustancia que es Dios no es corruptible, cuando si lo
fuera no sería Dios?

Confesiones VII, 5, 7

Nueva investigación sobre el origen del mal.

Buscaba yo el origen del mal; buscábalo mal, y en mi misma búsqueda no echaba de ver el mal. Ponía
delante de los ojos de mi espíritu la creación entera: todo lo que podemos ver en ella, como es tierra, mar,
aire, estrellas, árboles, animales mortales; y todo lo que no vemos, como es arriba el firmamento del cielo, y
todos los ángeles y espíritus celestiales; mas estas cosas ordenadas también, como si fuesen cuerpos, cada
una en su lugar, según mi imaginación. Y hacía de vuestra creación una gran mole distribuida en diferentes
géneros de cuerpos, tanto los que realmente eran cuerpos, como los que yo fingía en lugar de espíritus. Esta
mole hacíala yo grande; no exactamente cuanto ella era - que eso no lo podía saber -, sino cuanto me
parecía; si bien por todas partes finita; y a Vos, Señor, rodeándola por todas partes y penetrándola; pero
infinito en todas direcciones; como si el mar estuviese en todas partes, y en todas direcciones por la
inmensidad infinita formase un solo mar; y tuviese dentro de sí una esponja todo lo grande que se quiera,
pero finita; la esponja estaría, sin duda, por todas partes llena del inmenso mar así concebía yo vuestra
creación finita, llena de Vos infinito, y decía: Veis aquí a Dios y veis aquí las cosas que Dios ha creado; bueno
es Dios, inmensa e incomparablemente mejor que ellas: pero con todo, El, bueno, las ha creado buenas.
¡Ved cómo las abraza y las llena!

¿Dónde, pues, está el mal?, ¿y de dónde o por dónde se nos ha deslizado aquí?, ¿cuál es su raíz y cuál su
semilla?

¿Es que el mal no tiene ser alguno? Pues ¿por qué tememos y nos gusrdamos de lo que no es? Y si
vanamente tememos, al menos el temor mismo ya es un mal, que sin causa nos aflige y atormenta el
corazón; y un mal tanto más grave, cuanto tememos no habiendo de qué temer. Por tanto, o existe el mal
que tememos, o existe este otro mal: que tememos. ¿De dónde, pues, viene este mal, puesto que Dios
bueno hizo todas estas cosas buenas? El mayor y supremo Bien hizo ciertamente los bienes menores; mas,
no obstante, Creador y criaturas, todo es bueno.

¿De dónde viene el mal? ¿Será que aquello de que las hizo, era alguna materia mala, y le dio forma y la
ordenó, pero dejó en ella algo que no convirtiese en bien? Y eso ¿por qué? ¿Acaso el que es omnipotente
era impotente para transformarla toda y mudarla, de modo que no quedase en ella mal alguno? Finalmente,
¿por qué quiso hacer algo de ella, y no hizo más bien con su misma omnipotencia que dejara totalmente de
ser? ¿Pudiera ella verdaderamente existir contra su voluntad? Y si era eterna, ¿por qué la dejó existir así tan
largo tiempo por infinitos espacios de siglos atrás, y tanto después tuvo a bien hacer algo de ella?(100). O ya,
si es que súbitamente quiso hacer algo, nada mejor hubiera hecho el Omnipotente que aniquilarla,
quedándose El sólo, el todo, verdadero e infinito Bien. Y si no estaba bien que no fabricase y produjese algún
bien el que todo es bueno, una vez destruida y aniquilada aquella materia que era mala, hubiera hecho el
mismo otra buena, de donde crease todas las cosas. Porque no sería omnipotente si no pudiese hacer alguna
cosa buena sin ayudarse de aquel material que El no había creado.

Estos pensamientos revolvían en mi mísero pecho, apesadumbrado por desgarradoras inquietudes, por el
temor de la muerte, y por no encontrar la verdad. Pero con todo, estaba firmemente arraigada en mi
corazón la fe de vuestra Iglesia Católica en vuestro Cristo, Señor y Salvador nuestro; todavía, ciertamente,
mal formada y fluctuando fuera de la norma de la doctrina; pero con todo no la dejaba mi alma, antes de día
en día se iba embebiendo más y más en ella.

Confesiones VII, 12, 18

También entendí que las cosas que se corrompen (107) son buenas. Sólo no podrían corromperse si fuesen
sumamente buenas, o si no fuesen buenas. Porque si fuesen sumamente buenas, serían incorruptibles; y si
no fuesen buenas, no habría en ellas cosa que se pudiese corromper. Porque la corrupción daña; y no
dañaría si no menoscabase algún bien. Luego, o la corrupción no daña (lo cual no puede ser), o lo que es
certísimo, todas las cosas que se corrompen pierden algún bien. Y si fuesen privadas de todo bien, dejarían
totalmente de ser. Mas si tuviesen ser, y no pudiesen corromperse, serían mejores, porque permanecerían
incorruptibles. Y ¿qué cosa más monstruosa que afirmar que con la pérdida de todo bien se han hecho
mejores? Luego si llegaren a perder todo bien, dejarían totalmente de ser; luego en tanto que son, son
buenas; luego todas las cosas que son, son buenas.

Y el mal aquél, cuyo origen buscaba yo, no es sustancia. Porque si fuese sustancia, sería bueno; porque o
sería sustancia incorruptible - ¡gran bien, ciertamente! - o sustancia corruptible, la cual, si no fuese buena,
no sería sustancia corruptible.

Vi, pues, y claramente se me dio a conocer, que Vos hicisteis todas las cosas buenas, y que no hay
absolutamente ninguna sustancia que Vos no hayáis hecho. Y porque no hicisteis todas las cosas iguales, por
eso permanecen todas; porque cada una de por sí es buena, y todas juntas son muy buenas; porque nuestro
Dios hizo todas las cosas en gran manera buenas (Gen.,1,31).

Confesiones VII, 13, 19

Para Vos, no hay absolutamente mal alguno. Y no sólo para Vos, pero ni para el universo creado; pues fuera,
nada hay que irrumpa y perturbe el orden que Vos le señalasteis.

Mas en sus partes hay algunas cosas que porque no son convenientes para otras, se tienen por malas; pero
esas mismas convierten a otras, y para ellas son buenas; y en sí mismas también lo son. Y todas estas cosas
que no tienen conveniencia unas con otras, la tienen con la parte inferior de la creación, que llamamos
Tierra, la cual tiene su Cielo con nubes y vientos, cual le conviene.

No quiera Dios que yo diga: "Mejor fuera que no existiesen tales cosas". Porque mirándolas a solas, podría
ciertamente desear otras mejores; pero aun sólo por ellas os debería alabar, puesto que todas las de la tierra
os muestran digno de alabanza; los dragones y todos los abismos; el fuego, el granizo, la nieve y el hielo, el
viento de tempestad, que obedecen a vuestro mandato; los montes y todos los collados; los árboles frutales
y todos los cedros; las bestias y todos los ganados, los reptiles y todos los alados volátiles; los poderosos y
todos los que gobiernan la tierra; los jóvenes y las vírgenes, los ancianos y los de mediana edad (Sal.,148,7-
12).
Y pues también del Cielo os alaban, en las alturas todos vuestros ángeles, os alaban, Dios nuestro, todos
vuestros ejércitos; el sol y la luna, todas las estrellas y la luz; los cielos de los Cielos, y las aguas que están
sobre los Cielos alaben vuestro nombre, ya no las deseaba mejores, porque todas las miraba en conjunto;
mejores ciertamente juzgaba las superiores que las inferiores; pero con más sano juicio miradas, todas
juntas son mejores que solas las superiores.

Confesiones VII, 16, 22

También conocí por experiencia que no es maravilla que al paladar enfermo sea penoso aquel mismo pan
que al sano es sabroso; y a los ojos enfermos sea molesta la luz que es agradable a los puros. Y por el mismo
caso desagrada a los injustos vuestra Justicia; no ya la víbora y el gusano, que Vos creasteis buenos y
convenientes a la parte inferior de vuestra creación; a la cual tanto se allegan los mismos inicuos, cuanto son
más desemejantes a Vos; y en cambio, tanto se hacen capaces de las cosas altas, cuanto son más semejantes
a Vos.

Busqué asimismo qué cosa era la maldad, y no hallé que fuera sustancia, sino perversidad de la voluntad,
desviada de la suma Sustancia, que sois Vos, hacia las criaturas ínfimas, que arroja sus entrañas, y se hincha
por fuera.

Confesiones VII, 7, 11

Ya, pues, Ayudador mío, me habíais librado de aquellas ligaduras; y yo seguía buscando el origen del mal, y
no hallaba salida; pero no permitisteis que las olas de mis pensamientos me apartasen de aquella fe con que
creía que Vos existís, que vuestra sustancia es incomutable, y que tenéis providencia de los hombres, y los
habéis de juzgar, y que en Cristo, vuestro hijo y Señor nuestro, y en las santas Escrituras, garantidas por la
autoridad de vuestra Iglesia Católica, habíais puesto el camino de la humana salud para aquella vida que ha
de venir después de esta muerte.

Dejando a salvo estas verdades que estaban inconcusamente arraigadas en mi espíritu, buscaba febrilmente
de dónde procede el mal. ¡Qué dolores aquéllos de mi corazón parturiente!, ¡qué gemidos, Dios mío! Y allí
teníais vuestros oídos, sin saberlo yo. Y cuando en silencio ahincadamente buscaba, las calladas congojas de
mi corazón eran grandes voces ante vuestra misericordia. Sólo Vos, y no hombre alguno, sabíais lo que yo
padecía; porque de estas cosas, ¿qué venía a ser lo que del interior pasaba por mi lengua a los oídos de mis
íntimos familiares? ¿Sonaba acaso en ellos todo el alboroto de mi alma, que ni tiempo ni lengua bastaban a
declarar? Todo, empero, llegaba a vuestros oídos, lo que yo rugía con el gemido de mi corazón, y delante de
Vos estaba mi deseo, y la luz de mis ojos no estaba conmigo (Ps. 37, 9-11); porque ella estaba dentro, y yo
fuera; ella no ocupaba lugar, y yo tenía fija la mirada en las cosas que ocupan lugar, y no hallaba en ella lugar
donde reposar: ni me acogían de suerte que pudiese decir: "Bástame; bien estoy" , ni me dejaban volver a
donde estuviese completamente bien. Porque yo era superior a estas cosas, pero inferior a Vos; y Vos,
verdadero gozo para mí, sometido a Vos; que sometisteis a mí las cosas que creasteis inferiores a mí. Este
era el justo temperamento y la región media de mi salud: que yo permaneciese a imagen vuestra, y
sirviendoos a Vos, fuese señor de mi cuerpo. Mas como yo me levanté con soberbia conntra Vos, y con el
escudo de mi dura cerviz corrí contra el Señor(102), también estas cosas ínfimas se levantaron contra mí, y
me oprimían, y no me daban reposo ni respiro. De todas partes acudían las cosas en tropel y a montones a
mis ojos; y al querer pensar, las mismas imágenes de los cuerpos se oponían a que me retirase, como
diciéndome: "Adónde vas, indigno y sucio?" Este mal había cobrado fuerza de mis llagas; porque Vos
humillasteis como a herido al soberbio (Ps. 88, 11). Mi presunción me separaba de Vos, y la grande
hinchazón del rostro me cerraba los ojos.

Confesiones VIII, 5, 10

“Mi voluntad estaba en manos del enemigo. De ella había hecho una cadena con la que me tenía preso. Pues
de la voluntad pervertida nace la pasión, de servir a la pasión nace la costumbre, y de la costumbre no
combatida nace la necesidad”
BOECIO. Consolación de la Filosofía IV, prosa 2, 33. München, Saur, 2005.

“Ciertamente a alguien le podrá parecer sorprendente que neguemos la existencia de los malos, que son los
más numerosos de los hombres; y, sin embargo, tal es el estado de la cuestión”
Idea 1

Que el mal no existe, que no hay nada malo: ésa es la tesis de san Agustín, bien conocida por toda la
comunidad filosófica.

De civitate Dei XIV, 11, 1. Brepols, Turnhout, 1955. En adelante, se citará esta obra y esta edición con el
título civ. añadiendo el libro en romanos y los capítulos y párrafos en arábigos. A lo largo del artículo
todas las traducciones son del autor.

“pueden existir bienes sin males […], pero no pueden existir males sin bienes”

Idea 2

Partamos dirigiendo la mirada a la discusión con los maniqueos. Está claro que es aquí donde se forma la
mente de Agustín en torno al problema del mal: en discusión con un grupo gnóstico de influencia vasalladora,
que supone la existencia de dos principios coeternos del bien y del mal, cuya batalla se libra en esta tierra en
seres humanos compuestos precisamente por elementos de cada una de estas sustancias; seres humanos que
requieren pues, librarse de parte de su sustancia, porque ella es algo ajeno a su verdadero yo, y causa del mal

Idea 3

El desenlace de esta discusión es conocido: en el mismo libro VII Agustín narra su camino a la doctrina del
mal como privación. Pero rara vez se repara en el hecho de que la discusión sobre el origen del mal en el libro
VII se ve interrumpida: tras plantear todas sus dudas y los pensamientos que hierven en su pecho, abandona el
tema. Pasa a hablar sobre su abandono de la astrología y nos conduce a uno de los pasajes más célebres de la
obra: la lectura de los libri platonicorum, y el recuento de lo que encontró y no encontró ahí. Sólo una vez
que ha terminado ese recuento retoma el problema del mal, pero ya no es un problema, sino que ahí nos
comienza a hablar el Agustín que todos conocemos, presentando de modo sereno, sin más “torbellinos de
pensamientos”, la doctrina del mal como privación.

Idea 4

Ya al comienzo del de libero arbitrio -primera de las obras antimaniqueas-, se encuentra la distinción entre un
mal de culpa y un mal de pena: “Una cosa es cuando decimos que un individuo ha hecho un mal, otra cuando
sufre un mal”19. Como bien hace notar Agustín, es sólo en relación con el primero de estos tipos de mal, el
mal moral, que resulta impío calificar a Dios como autor del mal; su autoría del segundo tipo, el mal físico
que sufrimos como castigo por el mal moral, no presenta un problema.
EJM del escorpion

Idea 5

Agustín no reduce esto a una fórmula, pero sienta la base sobre la que Anselmo llegará a la definición del mal
como privación del bien debido.

Idea 6

e injustos. El punto de Agustín al enfatizar la gran cantidad de males que son comunes a buenos y malos, es
precisamente el notar que entonces no son esos, el tipo de males que nos hacen malos. Ni los equivalentes
bienes temporales serán entonces los bienes que nos hacen buenos. Precisamente el carácter de comunes a
buenos y malos que tienen ciertos bienes y males es lo que los revela como no decisivos para nuestra bondad
o maldad. “Así aprendemos a no prestar demasiada atención a aquellos bienes y males que son comunes a
buenos y malos”, escribe en el libro XX, y “buscar aquellos bienes exclusivos de los buenos y huir de los
males exclusivos de los malos” 27 (civ. XX, 2.). La aparentemente azarosa repartición de bienes y males es pues
lo que lleva a Agustín al reconocimiento de ciertos bienes como bienes que no nos hacen buenos, y viceversa
con los males.

Idea 7

Pero los paralelos que hemos notado aquí no ceden ante dicha acusación, sino que más bien nos llevan a fijar
la atención en el hecho de que el mal no sólo es una privación de bien, sino enemistad con el bien; y en ese
sentido sin duda es importante notar, como muchas veces se hace, que el bien y el mal no deben ser
comprendidos como opuestos, sino más bien como realidades radicalmente asimétricas.

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