Meditaciones Metafísicas
Meditaciones Metafísicas
Meditaciones Metafísicas
Ideas principales
1. El propósito fundamental de esta meditación es desactivar la hipótesis del genio maligno a través de la
demostración de la existencia de Dios.
2. En el análisis de las ideas, Descartes dice que existen ideas que actúan como modos de los
pensamientos (voluntades o afectos), mientas que otras lo hacen como juicios o imágenes de las
cosas.
3. Sobre las ideas consideradas como modos de pensamiento (facultades) no tiene sentido decir que
son verdaderas o falsas, sino que simplemente existen o no.
4. Por su parte, las ideas como imágenes de las cosas pueden ser, según Descartes, de tres tipos:
- Ideas innatas: representan la facultad natural que nos permite aprehender lo que son las cosas, lo que
es la verdad y lo que es pensamiento.
- Ideas adventicias (adventum): son aquellas que proceden de fuera y que son externas al sujeto.
- Ideas facticias: son aquellas inventadas o fingidas por uno mismo.
5. De estos tres tipos de ideas, Descartes se centra en el estudio de las ideas adventicias para plantearse
las siguientes cuestiones:
- ¿Son las cosas, de las que parecen proceder las ideas, la causa de tales ideas?
- ¿Son las ideas (adventicias) iguales o parecidas a las cosas?
Estas ideas parece que no proceden de las cosas, ni son semejantes a la cosa. Pero, al mismo tiempo,
Descartes tiene la seguridad de que tales ideas existen en él.
6. Parece llegado el momento de analizar esas ideas que existen en uno mismo y dejar de lado las cosas
materiales. Pues bien, a partir de ahora, Descartes se propone repasar de nuevo las ideas que existen
en él mismo e intentar averiguar si también él mismo podría ser la causa de tales ideas (ya que parece
que las cosas no pueden serlo).
7. Descartes afirma que, analizando sus ideas, se encuentra con tres tipos:
- Una clase de ideas se refieren a las cosas corpóreas.
- Otra clase de ideas se refieren a los ángeles y a otros hombres parecidos a mí.
- Otra clase de ideas se refieren a un ser infinito (Dios).
8. Ahora Descartes se pregunta: ¿podría ser yo mismo la causa de tales ideas?
- En lo referente a las ideas que se refieren a las cosas corpóreas, no es absurdo suponer que yo mismo
pudiera ser la causa de tales ideas.
- Por lo que se refiere a las ideas que representan a los ángeles y a otros hombres parecidos a mí, no
sería tampoco absurdo suponer, según Descartes, que yo mismo pudiera ser la causa. Yo mismo podría
ser la causa de ideas que representaran a otros hombres a partir de la idea que tengo de mí mismo
como hombre.
- Por lo que se refiere a la idea de Dios, no resulta nada claro que uno mismo pudiera ser la causa de tal
idea. Y es que en la idea de Dios no únicamente está presente la substancia (como sucede con uno
mismo y con las cosas), sino también la idea de una substancia infinita, eterna, todopoderosa. ¿Podría
ser yo (substancia finita) la causa de una idea que representa una substancia infinita?
9. ¿Puedo ser yo mismo la causa de la idea de Dios en mí? - A esta primera cuestión parte del análisis
de la significación del concepto de Dios como substancia infinita: soy una substancia finita y la idea de
Dios representa una substancia infinita. Pues bien, si yo, como substancia finita, fuera la causa de la
idea de una substancia infinita, entonces lo menos perfecto sería causa de una idea más perfecta,
cuestión que no convence a Descartes. Yo no puedo ser la causa, sino que también tiene que existir un
ser infinito que la ha puesto en mí. Ese ser infinito es Dios. Por lo tanto, Dios existe.
10. ¿Podría yo existir con la idea de Dios en mí si, al mismo tiempo, Dios no existiese? A esta segunda
cuestión, es decir, al tema de si uno mismo podría existir con la idea de Dios si, al mismo tiempo, Dios
no existiese, Descartes da la respuesta siguiente: si puedo existir yo, con la idea de Dios en mí, sin que,
al mismo tiempo, Dios no exista, entonces ello significaría que mi existencia debería proceder:
a) De mí mismo.
b) De seres o causas menos perfectas que Dios.
c) De mis padres.
Descartes somete a prueba a cada uno de estos supuestos y los refuta.
No sólo se trata del reino físico, material; también los otros, los demás hombres, pueden ser mera entelequia,
una jugarreta del genio maligno. No estamos, por ahora, más que en disposición de decir: yo soy real, como
ser que piensa. Pero lo demás, habrá que justificarlo. Mas si hay un genio maligno no podremos hacerlo, ya que
la misión de éste, como hemos dicho, es la de confundir y engañarnos. Para que haya algo real más allá de mí
mismo la hipótesis del genio maligno debe ser erradicada, y ello sólo será posible postulando la existencia de
un Dios benefactor, que haga el bien y quiera el bienestar de los hombres.
Pero ¿cómo llevar a cabo la demostración de este Dios bueno? Iniciamos el camino para ello considerando
aquello en que, de momento, podemos confiar sin duda: nuestro yo pensante. Tenemos ideas, muchas ideas.
De momento solo podemos estar seguros de que las tenemos. No todas las ideas son iguales, pues una de sus
características más importantes es su heterogeneidad. Descartes señala varios grados o escalas de
perfección: “En efecto, las que me representan substancias son sin duda algo más, y contienen (por así decirlo)
más realidad objetiva, es decir, participan, por representación, de más grados de ser o perfección que aquellas
que me representan sólo modos o accidentes”.
Pero existe una idea que supera a éstas, de hecho, supera a todas, es la idea de Dios. Podemos conceder que
la idea de un ser así, infinito, supremo, omnisciente y todopoderoso, debe ser más perfecta que la de una
substancia limitada, como la del hombre. La idea de Dios posee más perfección que cualquier otra. Aceptado
esto, Descartes afirma que toda idea debe tener una causa. Aún más, que la causa debe estar en proporción
con el grado de perfección que posea su efecto: “Ahora bien, es cosa manifiesta, en virtud de la luz natural, que
debe haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y total como en su efecto: pues ¿de dónde puede
sacar el efecto su realidad, si no es de la causa? ¿Y cómo podría esa causa comunicársela, si no la tuviera ella
misma? Y de ahí se sigue, no sólo que la nada no podría producir cosa alguna, sino que lo más perfecto, es
decir, lo que contiene más realidad, no puede provenir de lo menos perfecto.”
Mi mente puede ser la causa de ciertas ideas. Sin embargo, como la causa debe ser siempre del mismo nivel
que el efecto producido, si pudiese hallar una idea de la cual yo no fuera su causa, entonces tendría que
concluir que existe “algo” más allá de mí que la ha introducido en mi mente. Con ello ya demostraría la
existencia de entidades allende la mía propia, es decir, la existencia de Dios. ¿Soy yo el responsable de esta
idea? NO. La causa debe ser de la misma categoría que el efecto. Yo soy una causa (una mente) finita, por
tanto, no puedo concebir un efecto (un Dios) infinito. La idea de Dios no puede ser producto de mí mismo; Dios
debe existir y ser el responsable de que yo posea tal idea: “Eso que entiendo por Dios es tan grande y eminente,
que cuanto más atentamente lo considero menos convencido estoy de que una idea así pueda proceder sólo
de mí. Y, por consiguiente, hay que concluir necesariamente, según lo antedicho, que Dios existe. Pues, aunque
yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una substancia, no podría tener la idea de una substancia
infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese infinita.”
A continuación, Descartes se hace algunas objeciones, encaminadas a discutir que nuestras ideas de
perfección o infinitud sean causadas por Dios. Una arguye es que tales ideas podrían ser generadas a partir de
la idea opuesta: es decir, que concibo la infinitud porque soy finito. Pero Descartes cree lo contrario: como
tengo la idea de infinitud me veo a mí mismo como finito, es la idea de infinitud la que me da la experiencia de
mi finitud.
En otra presupone que si tenemos tal idea de Dios es porque, en esencia, el hombre es como un “dios
potencial”: lo que supongo a Dios son atributos presentes en mí a la espera de ser desarrollados. Si puedo ser
perfecto, es posible que por ello conciba la perfección, no porque Dios exista. Descartes rechaza tal opción
porque hay un contraste esencial entre yo, que soy POTENCIALMENTE INFINITO (PUEDO SERLO) y Dios, QUE
YA LO ES EN ACTO.
Por último, Descartes propone otra precisión para demostrar la existencia de Dios: ¿puedo yo existir aun si Dios
no existe? O, en otras palabras, ¿es Dios quien me da la venia de la existencia? Si fuera así, su realidad sería
incontrovertible, dado que es claro que existo (porque pienso). Ahora supongamos que Dios no existe. ¿Soy yo
mismo el responsable de mi existir? NO, PORQUE ENTONCES SERÍA UN DIOS (lo cual no soy por mi finitud y
limitaciones); además, ¿por qué me habría hecho finito, pudiendo hacerme como el Dios verdadero?
Entonces, ¿son mis padres o una causa similar los responsables? Tampoco. Yo soy un ser finito con la idea de
Dios como infinitud; para que mis padres hubiesen podido transmitirme la idea de la máxima perfección divina
(siendo, ellos mismos, causas menos perfectas que Dios mismo), en tal caso sería necesario que existieran
otras causas más perfectas a ellos, y retrotrayéndose hacia la última de ellas, ya perfecta, llegaríamos al
productor de la idea generada en esos entes o causas secundarias, por medio de las cuales está en mí. Ésa
causa final, última y perfecta, no puede ser otra más que Dios: “Toda la fuerza del argumento que he empleado
para probar la existencia de Dios consiste en que reconozco que sería imposible que mi naturaleza fuera tal
cual es, o sea, que yo tuviese la idea de Dios, si Dios no existiera realmente: ese mismo Dios, digo, cuya idea
está en mí, es decir, que posee todas esas altas perfecciones, de las que nuestro espíritu puede alcanzar alguna
noción, aunque no las comprenda por entero, y que no tiene ningún defecto ni nada que sea señal de
imperfección.”
Descartes llega a un momento de especial entusiasmo: el genio maligno ha sido derrotado; no hay un Dios
perverso que nos engañe, sino un Dios bueno, según todos los indicios. Sabemos que somos un ente que
piensa (existimos en ese acto) y que Dios también existe. Son tres grandes verdades: somos, pensamos y hay
un Dios bueno.