La Cruzada en Las Fuentes Cronisticas CA

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TESIS DOCTORAL

LA CRUZADA EN LAS FUENTES CRONÍSTICAS


CASTELLANAS DE LA GUERRA DE GRANADA

JOSÉ FERNANDO TINOCO DÍAZ

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

Conformidad del Director:

Fdo: Manuel Rojas Gabriel

–CÁCERES 2017–
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

PRÓLOGO Y AGRADECIMIENTOS

A menudo, la redacción de una tesis doctoral se convierte en una etapa muy significativa para
la vida de una persona. Es una fase preciosa, de búsqueda y enriquecimiento personal, pero
también un periodo lleno de inseguridades y preguntas sin respuestas. En este largo viaje, que
finalmente ha durado más de lo esperado, han sido muchas las personas que han influido en la
redacción de este trabajo. Unas han colaborado activamente en su redacción, mientras otras han
sabido mantener el ánimo de su redactor en tan ardua tarea. A todas ellas hay que agradecerles su
influencia y reconocerles sus aportaciones al trabajo que aquí se presenta.

En primer lugar, es menester reconocer la labor de mi director, Manuel Rojas. Durante este
tiempo, él se ha convertido en un verdadero maestro que ha destacado mis virtudes, pero también
reconocido mis defectos. Esto me ha dado pie a trabajar con él con total libertad, con una
confianza mutua que nos ha permitido ser valientes frente a los desafíos que se nos han
presentado. Ante ellos, siempre actuó como un verdadero guerrero, peleando cada día contra las
adversidades y valorando cada momento y cada pequeño éxito como un importante triunfo. Del
mismo modo, debo agradecerle la oportunidad de haber cabalgado al lado de reyes. A pesar de
haber compartido grandes experiencias durante todo este tiempo, me alegro de que aún
conservemos de esa esencia de pequeños niños curiosos que ambos compartimos.

Debo sobre todo dar las gracias a mis padres, Fernando y María. Ambos han sido magníficos
maestros y excepcionales ejemplos, siempre luchando pero disfrutando de cada momento que la
vida puede ofrecer. A vosotros va dedicado este trabajo. El esfuerzo con el que ha sido redactado
pretende corresponder vuestro completo apoyo a tal abrumador proyecto. Pero igualmente debo
corresponder la entrega de Prado, la persona que me ha acompañado todos estos años. Gracias
por haberte convertido en mi hogar, el lugar del que partir y al que siempre volver. Prometo
devolverte todas las horas de dedicación a mi cruzada personal.

Por último, también hay que agradecer el apoyo de mis familiares y amigos santeños, pero
también de mis otras familias. A la cacereña, con la que comencé el camino. Fue un honor
compartir con vosotros esa etapa inicial, y un placer ser partícipe de los éxitos que hemos
conseguido durante estos últimos años. Y a la barcelonesa de la Institución Milà i Fontanals, con
la que lo he concluido. Lo que el destino ha unido, que no lo separe el tiempo y el espacio.

J. Fernando Tinoco

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José Fernando Tinoco Díaz

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 11

PRIMERA PARTE: MARCO DE ESTUDIO

CAPÍTULO PRIMERO. MARCO TEÓRICO


23
1.1. LA PERSPECTIVA CRISTIANA DE LA GUERRA DURANTE LA EDAD MEDIA 23
1.2. CONCEPTUALIZACIÓN DEL TÉRMINO DE CRUZADA 33
1.3. LA GUERRA FRENTE AL MUSULMÁN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.
RELACIÓN DE LOS CONCEPTOS DE RECONQUISTA Y CRUZADA 50

CAPÍTULO SEGUNDO. MARCO CONTEXTUAL


71
2.1. DINÁMICA SOCIOECONÓMICA Y POLÍTICA DE LOS REINOS DE CASTILLA
Y GRANADA DURANTE LA BAJA EDAD MEDIA 71
2.1.1. EL EMIRATO NAZARÍ DE GRANADA (1246-1482): UNA LARGA EXISTENCIA A LA
SOMBRA DEL REINO CASTELLANO 71
2.1.2. EL INICIO DEL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS (1474-1482): LA INTEGRACIÓN
POLÍTICA DE LAS CORONAS CASTELLANO-ARAGONESA 84
2.2. LA GUERRA DE GRANADA (1482-1492) 103

CAPÍTULO TERCERO. MARCO METODOLÓGICO


119
3.1. VISIONES HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LA GUERRA DE GRANADA 119
3.2. UTILIZACIÓN DE FUENTES CRONÍSTICAS: MÉTODO Y FINALIDAD 137
3.2.1. DESCRIPCIÓN DE LA INTERVENCIÓN METODOLÓGICA 137
3.2.2. DESCRIPCIÓN DE LAS FUENTES CRONÍSTICAS ANALIZADAS 146

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José Fernando Tinoco Díaz

SEGUNDA PARTE: ESTUDIO DE LAS FUENTES CRONÍSTICAS


CASTELLANAS REFERENTES A LA GUERRA DE GRANADA

CAPÍTULO CUARTO. EL EMIRATO NAZARÍ DE GRANADA EN LA POLÍTICA


BAJOMEDIEVAL CASTELLANA
223
4.1. LA GÉNESIS DE UN DISCURSO SACRALIZADO DE LA GUERRA FRENTE AL
MUSULMÁN. LOS REINADOS DE JUAN II Y ENRIQUE IV (1406-1474) 226
4.1.1. ANTECEDENTES DE LAS RELACIONES CASTELLANO-NAZARÍES EN EL CONTEXTO DEL
ASCENSO AL TRONO DE LA DINASTÍA TRASTÁMARA 226
4.1.2. LA REGENCIA DEL INFANTE DON FERNANDO DE ANTEQUERA (1406-1410) 232
4.1.3. EL REINADO DE JUAN II (1419-1455) 244
4.1.4. EL REINADO DE ENRIQUE IV (1455-1474) 255
4.2. EL PROVIDENCIALISTA ASCENSO AL TRONO DE LOS REYES CATÓLICOS
(1474-1482). EL ORIGEN DE LA NUEVA MONARQUÍA CRISTIANA 276
4.2.1. ¿UN PERIODO DE CRISIS GENERALIZADA? LA ÚLTIMA FASE DEL REINADO DE ENRIQUE
IV Y LA GUERRA DE SUCESIÓN CASTELLANA (1475-1479) EN LA CRONÍSTICA
CASTELLANA 276
4.2.2. UN TIEMPO DE ESPERANZA. EL INICIO DEL REINADO DE ISABEL DE CASTILLA (1474-
1482) Y EL DESARROLLO DE LA POLÍTICA DE MÁXIMO RELIGIOSO 293
4.3. EL RETORNO DEL IDEAL NEOGÓTICO Y SU PROYECCIÓN HISPANA.
DEFINICIÓN Y NATURALEZA DE LA GUERRA DE GRANADA (1482-1492) 307
4.3.1. EL TRATAMIENTO DE LA PERSPECTIVA NEOGOTICISTA A TRAVÉS DE LAS FUENTES
MEDIEVALES. LA OBRA DE ALONSO DE CARTAGENA COMO MARCO DE REFERENCIA
DOCTRINAL 307
4.3.2. LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA GUERRA FRENTE AL MUSULMÁN EN LAS FUENTES
CASTELLANAS DEL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS 315

CAPÍTULO QUINTO. LA CONSTRUCCIÓN DE LA GUERRA DE GRANADA EN


LA CRONÍSTICA CASTELLANA CONTEMPORÁNEA
335
5.1. LA GÉNESIS DE LA CONTIENDA: LA RUPTURA DE TREGUAS ENTRE
REINOS EN UN MARCO TRADICIONAL DE RELACIONES FRONTERIZAS 338
5.1.1. LA REALIDAD DEL CONTEXTO FRONTERIZO ANDALUZ DURANTE EL SIGLO XV 338
5.1.2. EL ESTADO DE LA FRONTERA CASTELLANO-NAZARÍ DURANTE LA GUERRA DE
SUCESIÓN CASTELLANA (1475-1479). LAS INICIATIVAS DE DON RODRIGO PONCE DE
LEÓN 344
5.1.3. EL FINAL DE LOS ACUERDOS DE PAZ ENTRE CASTILLA Y GRANADA (1479-1481). LA
TOMA NAZARÍ DE ZAHARA DE LA SIERRA 356
5.1.4. EL INICIO DE LA GUERRA DE GRANADA (1482). LA CONQUISTA CASTELLANA DE
ALHAMA 375
5.2. LA DOCTRINA CABALLERESCA COMO MARCO DE REFERENCIA
CULTURAL DURANTE EL CONFLICTO FRENTE A GRANADA 385
5.2.1. LA REFLEXIÓN EN TORNO A LA DEFINICIÓN DEL ETHOS CABALLERESCO DURANTE EL
SIGLO XV CASTELLANO 385
5.2.2. EL SERVICIO A DIOS Y A LOS REYES. LA BÚSQUEDA DEL HONOR Y LA FAMA COMO
VERDADERO ESTÍMULO DEL EJERCICIO DE LA CABALLERÍA DURANTE LA GUERRA DE
GRANADA 394
5.2.3. EL MANTENIMIENTO DE LA TRADICIONAL DOCTRINA CABALLERESCA Y LA INCIDENCIA
DE LA NUEVA PERSPECTIVA RENACENTISTA 409

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

5.3. EL CARÁCTER FEUDAL DE LA CONTIENDA Y SU PROYECCIÓN NACIONAL 421


5.3.1. EL PROTAGONISMO PRINCIPAL DE LOS REYES CASTELLANOS EN LA PROSECUCIÓN DE
ESTE CONFLICTO 421
5.3.2. LA PERSPECTIVA NACIONAL DE LA EMPRESA FRENTE A GRANADA 438

CAPÍTULO SEXTO. LA FACETA RELIGIOSA DE LA GUERRA DE GRANADA


455
6.1. UNA CERCANA VISIÓN DEL ENEMIGO GRANADINO. LA IMAGEN DE LOS
NAZARÍES EN LA CRONÍSTICA BAJOMEDIEVAL CASTELLANA 460
6.1.1. LA NATURALEZA DE LAS HOSTILIDADES FRENTE A LOS MUSULMANES. LA
REPRESENTACIÓN TRADICIONAL DEL ENEMIGO EN LAS FUENTES CRISTIANAS
HISPÁNICAS 460
6.1.2. UNA PERSPECTIVA REALISTA DE LA CONTIENDA CASTELLANO-NAZARÍ. EL AUTÉNTICO
DESAFÍO PLANTEADO POR EL EMIRATO NAZARÍ DE GRANADA A LA CORONA DE
CASTILLA 478
6.2. EL COMPORTAMIENTO DE LOS CASTELLANOS ANTE EL ENEMIGO
MUSULMÁN 484
6.2.1. LA IMPORTANCIA DE LAS CUESTIONES DINÁSTICAS NAZARÍES EN EL DEVENIR DEL
CONFLICTO. EL VERDADERO PESO DE LA RELIGIÓN EN LAS RELACIONES CASTELLANO-
GRANADINAS 484
6.2.2. LA GENEROSA POLÍTICA CASTELLANA DE CAPITULACIONES. UN CONTRADICTORIO
PROBLEMA SOCIAL DE PERSPECTIVA RELIGIOSA 496
6.3. LA IMPORTANCIA DEL FACTOR DOCTRINAL EN LA LITURGIA DE LAS
DIVERSAS CELEBRACIONES DE VICTORIA CASTELLANAS 509
6.3.1. LA FUERTE DETERMINACIÓN CRISTIANA DE LOS REYES CATÓLICOS FRENTE A LA
TIPOLOGÍA GENERAL DE LAS CEREMONIAS DE CONQUISTA CASTELLANAS 509
6.3.2. EL ENALTECIMIENTO DE LOS SÍMBOLOS VEXICOLÓGICOS DE LA HUESTE CASTELLANA.
UN ACTO JURÍDICO DE MARCADA SIGNIFICACIÓN RELIGIOSA 514
6.3.3. LA PURIFICACIÓN DE LAS POBLACIONES MUSULMANA Y SUS LUGARES DE CULTOS. EL
RESTABLECIMIENTO DE LA JURISDICCIÓN ECLESIÁSTICA CRISTIANA EN EL TERRITORIO
GRANADINO 534
6.3.4. LA EXALTACIÓN DE LA NATURALEZA REDENTORA DE LOS REYES CATÓLICOS. EL
PAPEL CENTRAL DE ESTOS MONARCAS EN LA CEREMONIA DE LIBERACIÓN DE
CAUTIVOS CRISTIANOS 549

CAPÍTULO SÉPTIMO. ASPECTOS INSTITUCIONALES DE LA


CONSIDERACIÓN CANÓNICA DE CRUZADA
565
7.1. LA CONCESIÓN DE BULA DE CRUZADA DESDE LA VISIÓN CASTELLANA:
UN PROBLEMA DE EMINENTE PROYECCIÓN POLÍTICA 571
7.1.1. LOS ANTECEDENTES DE LA CONVOCATORIA DE CRUZADA DURANTE EL PONTIFICADO
DE SIXTO IV. EL AUMENTO DE LA PRESIÓN TURCA EN EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO 571
7.1.2. EL CONTEXTO DE LAS RELACIONES HISPANO-ROMANAS DURANTE LA PRIMERA FASE DE
LA GUERRA DE GRANADA. LAS NOVEDADES INSTITUCIONALES EN MATERIA
CRUZADISTA 586
7.1.3. LA PERSPECTIVA DIPLOMÁTICA Y PROPAGANDÍSTICA TRAS LA CONCESIÓN Y
RENOVACIÓN DE BULA DE CRUZADA DURANTE EL PONTIFICADO DE INOCENCIO VIII
(1484-1492) 599
7.2. LA REALIDAD DE LOS BENEFICIOS DE LA CONCESIÓN PONTIFICIA DE
BULA DE CRUZADA 616

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José Fernando Tinoco Díaz

7.2.1. LA COMPLEJA CONFIGURACIÓN INSTITUCIONAL DE LA GRACIA PAPAL. EL MARCADO


CARÁCTER ECONÓMICO DEL INTERÉS TRAS LA CONCESIÓN DE BULA DE CRUZADA 616
7.2.2. LA POSIBLE PERSPECTIVA CRUZADISTA EN LA NARRACIÓN CRONÍSTICA DE ALGUNOS
ASPECTOS RESEÑABLES DE CARÁCTER HISPANO DURANTE LA CONTIENDA 626
7.2.3. ¿EL VERDADERO GERMEN DEL ESPÍRITU CRUZADISTA? LA PARTICIPACIÓN DE
EUROPEOS EN LA GUERRA CASTELLANO-NAZARÍ 647
7.2.4. EL ESTUDIO DE UN RESEÑABLE CASO SINGULAR: LA FIGURA DEL NOBLE INGLÉS
EDWARD WOODVILLE EN LA CRONÍSTICA CASTELLANA 662
7.3. EL ALCANCE PROPAGANDÍSTICO DE LA GUERRA EN EL CONTEXTO
MEDITERRÁNEO Y SU PROYECCIÓN EN EL OCCIDENTE CRISTIANO 672
7.3.1. LA EQUIPARACIÓN ENTRE LA GUERRA PENINSULAR FRENTE AL EMIRATO NAZARÍ, Y LA
AMENAZA OTOMANA EN EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO 672
7.3.2. EL GERMEN DE UNA NUEVA ETAPA EN EL CONTEXTO DIPLOMÁTICO EUROPEO. LA
BRILLANTE PROYECCIÓN INTERNACIONAL DE LA VICTORIA CASTELLANA FRENTE AL
EMIRATO 683

CAPÍTULO OCTAVO. LA PERSPECTIVA ESCATOLÓGICA Y DIVINAL DE LA


CULMINACIÓN DE LA RECONQUISTA HISPÁNICA
695
8.1. LA INFLUENCIA DEL CONTEXTO GEOGRÁFICO Y TEMPORAL EN LA
TRASCENDENCIA HISTÓRICA DE LA CONTIENDA CASTELLANO-NAZARÍ 699
8.1.1. LA ADAPTACIÓN DEL MITO JEROSOLIMITANO AL CONTEXTO HISPANO BAJOMEDIEVAL 699
8.1.2. LA IDENTIFICACIÓN DE LOS SIGNA IUDICII EN EL ENTORNO TEMPORAL Y ESPACIAL
CONTEMPORÁNEO A LA DERROTA DEL EMIRATO NAZARÍ 707
8.2. LA PERSPECTIVA PROVIDENCIALISTA EN LA NARRACIÓN DE LOS
PRINCIPALES HECHOS DE LA GUERRA CASTELLANO-NAZARÍ. 718
8.2.1. LA PERVIVENCIA DE LOS VALORES MORALES TRADICIONALES EN EL SENO DE LA
SOCIEDAD CASTELLANA. EL «JUICIO OCULTO » DE DIOS 718
8.2.2. LA ACTITUD ESPIRITUAL ANTE LA GUERRA. LA INCIDENCIA DEL CULTO MARIANO Y
SANTIAGUISTA ENTRE LOS GUERREROS CASTELLANOS 731
8.2.3. LA INCIDENCIA CAPITAL DE LA INTERVENCIÓN DIVINA DURANTE LOS AÑOS CENTRALES
DE LA GUERRA DE GRANADA 743
8.3. EL DESARROLLO DE UNA CORRIENTE MESIANICA DE ÍNDOLE
UNIVERSALISTA EN EL CONTEXTO PENINSULAR. 763
8.3.1. LOS CARACTERES ESENCIALES DE LA CORRIENTE FRANCISCANISTA ARAGONESA Y SU
INFLUENCIA EN LA TRADICIONAL DOCTRINA NEOGOTICISTA. LA IDENTIFICACIÓN DE
DON FERNANDO DE ARAGÓN COMO MONARCA UNIVERSAL 763
8.3.2. LA GRAN SIGNIFICACIÓN DE LA CONCLUSIÓN DE LA CONTIENDA CASTELLANO-NAZARÍ.
LAS ASPIRACIONES HISPÁNICAS DE RETOMAR LA CONQUISTA CRISTIANA DE
JERUSALÉN 787

CONCLUSIONES 801

DOCUMENTACIÓN ANEXA. PROYECTO PARA LA MENCIÓN DE


DOCTORADO INTERNACIONAL
809

BIBLIOGRAFÍA
821
FUENTES CRONÍSTICAS 821
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 825

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

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José Fernando Tinoco Díaz

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

INTRODUCCIÓN

Los primeros años de este nuevo siglo XXI han estado marcados por la confusión y
crisis de una mentalidad postmoderna en la que todo se ha relativizado. En este complejo
panorama de crisis intelectual que se parece vivir en la actualidad, se han ensalzado, por
contrario, la definición de ciertos conceptos tradicionales como verdades casi
intemporales. Tal determinación ha intentado llenar el vacío ideológico que diversas
doctrinas habían ocupado a lo largo de las centurias precedentes. En ese sentido, es
generalizada la creencia que sitúa a la libertad y la democracia como los pilares
fundamentales de la civilización occidental, condicionando la existencia del primero al
triunfo de una precisa concepción del segundo. Aunque el alcance de este concepto de
modelo político dista sobremanera de la realidad que representaba en la Grecia clásica,
este término de marcado sesgo eurocéntrico puede encontrarse hoy día como cimentación
de todo discurso que aspire a definir un modelo de comportamiento socialmente
aceptado. En otras palabras, pareciera como si la democracia se hubiera convertido en un
valor en sí mismo, una verdad considerada dogmática casi por principio ontológico para
la existencia de cualquier sociedad humana. Pero, ¿acaso tiene la sociedad una verdadera
certeza de conocer en profundidad el significado de estos términos en un periodo en el
que los políticos que gobiernan las más importantes sociedades occidentales de nuestros
días todavía promueven opresiones, tiranías y guerras en nombre de tales valores? En un
brillante artículo de reflexión al respecto, el filósofo austriaco Karl Popper afirmaba que,
«como todo el mundo sabe, democracia quiere decir ―poder o soberanía del pueblo‖, en
contraposición a aristocracia (poder de los mejores o de los más nobles) y a monarquía
(mando de un solo individuo). Pero el significado literal no nos ilumina mucho más. Pues
el pueblo no manda en ningún lado: quienes rigen en todas partes son los gobiernos»1.
Esta afirmación pone de manifiesto la carga utilitarista que se encuentra tras la rígida
definición de determinados vocablos con una carga ideológica poliédrica muy potente.
Cuando se asimila que una determinada acepción de estas realidades sociales es la única
correcta y se la representa como verdad absoluta, se está condicionado el conocimiento

1
POPPER, KARL: «Apuntes a la teoría de la democracia» En El País, 8 de agosto de 1987 (dirección web:
http://elpais.com/diario/1987/08/08/opinion/555372008_850215.html) [fecha de consulta: 18/09/2016].

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José Fernando Tinoco Díaz

de otras versiones de la realidad solo visibles a través del criterio subjetivo de cada
sujeto. Parece necesario, por tanto, reclamar que sentimientos como, valga de ejemplo, el
amor no son cuestiones definibles de forma objetiva y total. En contraposición, su
comprensión queda condicionada por el entendimiento de una serie de circunstancias que
los hacen perceptibles o, lo que es lo mismo, representan los valores que
tradicionalmente se encuentran unidos a su comprensión.

Un caso semejante a la noción de democracia o el sentimiento del amor sucedió con


la idea de cruzada durante el periodo medieval. El paulatino intento de conceptualizar
una expresión ideológica de tal complejidad quedó reducido a una mera concreción
doctrinal que siempre detentó un marcado carácter institucional. Con el paso del tiempo,
el vocablo se convirtió en una representación del afán de expansión cristiana frente a los
enemigos de la sociedad europea occidental, dejando a un lado la compleja idea original
de la lucha escatológica por exaltar la fe cristiana que había guiado su génesis. Tal
circunstancia marcó sobremanera el tratamiento historiográfico de este concepto a lo
largo de las centurias posteriores. Durante las últimas décadas del siglo XX, el campo de
definición de la cruzada había sido ampliado en exceso. En la actualidad, son
consideradas como empresas de este calibre muchas de las operaciones militares que
tuvieron lugar en un marco geográfico y político muy diferente a aquellas dirigidas a
recuperar el dominio cristiano sobre Tierra Santa. Tal determinación condicionaba esta
identificación a la mera exaltación de su faceta religiosa. En el caso de la Península
Ibérica, muchos han sido los historiadores actuales que han defendido las evidentes
implicaciones doctrinales de las hostilidades entre cristianos y musulmanes en territorio
hispano, lo cual les ha llevado a determinar el pretendido carácter cruzadista de la
llamada Reconquista hispana. Pero sucede algo muy semejante al caso de la cruzada en
lo que se refiere a la definición de este término como concepto histórico. Al no estar
frente a un concepto absoluto, sino ante un ―convenio‖ cultural de una faceta ideológica
de la sociedad occidental, a lo largo de las décadas se han generado múltiples
interpretaciones del proceso histórico medieval hispano desde diversas perspectivas.
Gran parte de ellas parecen establecerse sobre unas bases teóricas que parecen obviar los
rasgos esenciales de la singularidad peninsular dentro de la evolución histórica
occidental. Es necesario, por tanto, una acotación y redefinición de los conceptos de
cruzada y Reconquista que tenga en cuenta realmente la expresión ideológica concreta a
la que hacen referencia estos términos. En ese sentido, la meta principal de este trabajo

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

ha sido la de revisitar uno de los problemas historiográficos de más importancia en la


actual Historia Medieval desde una óptica que centra su atención en los diversos
componentes que hacen definible una cruzada como tal. Esta óptica no busca determinar
una respuesta clara y concisa a la definición de ambos conceptos, sino abrir una nueva
vía de reflexión sobre la amplia realidad histórica a la que hacen referencia. Para lograr
tal menester, se ha optado por ahondar en el tratamiento del trasfondo doctrinal de uno de
los grandes conflictos de la historia medieval hispana: la Guerra de Granada (1482-
1492).

Esta contienda ha sido considerada, tradicionalmente, como la última gran contienda


de la Edad Media hispana y el capítulo final de la Reconquista. Es innegable que la
misma fue resultado de la dirección personal de unos reyes que mantuvieron las bases
feudales del compromiso social. Pero esta acción bélica, marcada por el poderío
castellano en los asedios, talas y expediciones, se complementó con una proyección de la
influencia castellana en los círculos de poder nazarí, lo cual acentuó más la debilidad
interior que ya arrastraba el emirato. Se está, por tanto, ante una guerra medieval por su
planteamiento, contenido, estrategia y organización mental. Pero, a pesar de mantener
muchos de los rasgos propios del periodo medieval, esta guerra fue también una de las
primeras contiendas de la Edad Moderna. En ese sentido, tanto la conducción de un
ejército que estaba en camino de convertirse en casi permanente y semiprofesional, como
por las maniobras políticas y diplomáticas que atrajeron la atención de pensadores como
el italiano Nicolás Maquiavelo (1469-1527), han sido rasgos lo suficientemente
novedosos para defender tradicionalmente tal afirmación. Con este nuevo acercamiento
que se realiza en el presente trabajo, se pretende incidir en este aspecto cultural de la
contienda castellano-nazarí para abrir nuevos campos de análisis que amplíen su estudio
desde una visión realmente poliédrica. Se procura con ello localizar, exponer y afrontar
nuevos problemas desde una perspectiva crítica lo más amplia posible, que en algunos
casos también reconoce la imposibilidad de dar respuesta a tales desafíos.

Partiendo de estas premisas, la estructura de este análisis parte de la necesidad de


establecer un marco teórico a partir del cual poder determinar las bases para el posterior
análisis histórico (capítulo 1). En ese sentido, se ha decidido por comenzar con el examen
e identificación de los conceptos de guerra justa y guerra santa, y su imbricación con la
génesis del movimiento cruzado a partir del siglo XI. Una vez definidos estos términos,
se intenta dar una respuesta clara a la definición de cruzada que se toma como punto de

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José Fernando Tinoco Díaz

partida, realizando un recorrido historiográfico a lo largo de las distintas escuelas y los


matices aportados por cada una de estas corrientes al respecto de la evolución de la
realidad cruzadista medieval. Con matices, se acota y emplea un concepto de cruzada
aceptado en la actualidad por la mayoría de los historiadores que se dedican a esta labor,
aunque se tiene consciencia de la subjetividad que rodea al tratamiento de esta idea. Con
ello, se pretende incidir, tanto en la faceta institucional de esta realidad, como en su
vertiente más emocional. De este modo se puede establecer un estudio de todas las
posibles facetas cruzadistas de la Guerra de Granada como inicio de un conflicto de
mayor trascendencia y culmen de la llamada Reconquista hispana. Dejando al margen la
validez y definición del propio concepto historiográfico, en todo momento se intenta que
la perspectiva que articule este estudio se encuentre ajena a la corriente generalista que
considera el proceso histórico hispano medieval como una simple variante del fenómeno
europeo cruzado. En ese sentido, cabe afirmar que la relación existente entre la idea
neogoticista hispana y la cruzada está envuelta en coincidencias y conexiones. Pero,
aunque el tratamiento de ambas nociones ha sido semejante en determinados momentos
históricos, e incluso ambas pudieran aparecer unidas en torno al desarrollo de una
construcción doctrinal homogénea, nunca fueron realidades equitativas. Por este motivo,
se ha creído oportuno discriminar el término de Reconquista, entendida siempre como
una guerra justa, de la posible faceta santa de las hostilidades frente a los musulmanes
peninsulares y, sobre todo, de su oportuna consideración de cruzada por el mero hecho de
contar con una concesión papal de bula de indulgencias. Tal determinación ha supuesto
la necesidad de reflexionar, por tanto, sobre la propia conceptualización de la cruzada
durante la Baja Edad Media. Dentro de este planteamiento, se hace especial hincapié en
la contextualización diacrónica de la evolución de la guerra frente al musulmán en el
contexto peninsular siguiendo con esta contextualización geográfica y temporal,
concluyendo en el periodo previo a la contienda castellano-nazarí.

Una vez tratado lo referente al marco teórico del conflicto, la atención recae en el
contexto sociopolítico donde tuvo lugar la Guerra de Granada (capítulo 2). Para poder
comprender realmente cuáles fueron los condicionantes temporales y espaciales que
pudieron intervenir en la génesis de esta contienda, se procura realizar un somero
acercamiento a la evolución del emirato granadino y sus relaciones con la monarquía
castellana. Posteriormente, es el turno de analizar el proceso que llevó al ascenso de
Isabel I de Castilla (1474-1504) como reina, con el consiguiente fortalecimiento de poder

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de la corona que supuso su llegada al trono castellano. Este análisis pretende recorrer
superficialmente el proceso de la llamada Revolución Trastámara y la génesis de la
futura monarquía hispánica en este periodo. Asimismo, se plantea necesaria la
incorporación de un breve resumen de la contienda sometida a estudio, el cual incide en
el transcurso y los hechos más destacados de la Guerra de Granada. Esta narración de
naturaleza factual pretende servir como referencia inicial para las cuestiones esenciales
de esta guerra y su prosecución, ya que el examen que se realiza con posterioridad no
sigue una secuencia cronológica lineal. Por contraposición, la naturaleza del análisis que
aquí se plantea determina la necesidad de llevar a cabo una lectura transversal del
conflicto castellano-nazarí, lo cual en algunos momentos puede dificultar la comprensión
de las referencias a etapas o caracteres concretos de este enfrentamiento. Tal disposición,
sin embargo, se ha determinado imprescindible para plantear una visión de la contienda
desde una verdadera óptica poliédrica y multidisciplinar que ampliase realmente las
facetas de estudio de la Guerra de Granada.

El punto referente al contenido teórico del presente trabajo pretende incorporar unas
pequeñas referencias de la línea metodológica sobre la que se sustenta (capítulo 3). En
ese sentido, el análisis de la Guerra de Granada que aquí se expone ha sido planteado
desde una perspectiva lo más amplia posible, intentando diferenciar los diversos
caracteres singulares de la doctrina cruzadista que expresaron las principales fuentes
escritas del periodo coetáneo a la guerra castellano-nazarí. La línea principal de trabajo
se plantea, por tanto, como la búsqueda de elementos potencialmente cruzados en estas
crónicas para después comparar las referencias de los distintos autores del periodo y
realizar un estudio de las representaciones y el tratamiento que se le concede a la cruzada
en el conflicto. De forma consciente, este acercamiento a las fuentes historiográficas del
periodo asume como válidas las interpretaciones de la contienda que transmiten. Pero tal
postura siempre tiene en cuenta la parcialidad con la que fueron compuestas. De esta
manera, tales narraciones son valoradas como un hecho retórico, social y político
coherente en sí mismas, algo que las hace ser consideradas como reflejo de una realidad
histórica marcada por la consolidación de la monarquía Trastámara. A pesar de esta
cercanía a la línea retórica homogénea impuesta por el entorno cortesano, sin embargo,
las obras del periodo pre-renacentista también muestran la emoción y personalidad del
autor como un elemento inseparable de los hechos que recoge. En ese sentido, resulta
pertinente incluir una reseña sobre las distintas fuentes cronísticas castellanas

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José Fernando Tinoco Díaz

seleccionadas y sus autores. En estas breves notas se pretende resaltar la condición social
de dichos individuos, así como sus principales rasgos como historiadores y su visión de
la realidad del conflicto entre cristianos y musulmanes peninsulares. En el caso concreto
de la Guerra de Granada, todas estas fuentes presentan información bastante fidedigna,
que al haber sido seleccionada siguiendo un criterio personal, facilita conocer los
distintos matices de unas campañas que llegaron a convertirse en una empresa de carácter
mítico. Pero no hay que olvidar en ningún momento que su principal objetivo siempre
fue el de transmitir, desde una clara perspectiva propagandística de larga duración
expresada de forma subjetiva, un mensaje destinado a fortalecer la autoridad real en el
territorio peninsular. Por este motivo, también es interesante incluir referencias a las
principales fuentes historiográficas del siglo XVI, las cuales muestran a la perfección el
éxito de estas representaciones coetáneas de la Guerra de Granada que consiguieron alzar
dicho conflicto como exponente de la grandeza hispánica.

La estructura de la parte central de esta tesis doctoral compone el verdadero cuerpo


de este análisis, donde es aplicando todo lo mencionado hasta este momento de forma
práctica. En este apartado se comienza realizando un acercamiento a la realidad social
donde fue gestada la Guerra de Granada para buscar los antecedentes de dicho conflicto
(capítulo. 4). Esta aproximación se inicia durante los primeros años del siglo XV, cuando
se estructuró una nueva forma de entender la relación castellana con el emirato nazarí. A
partir de los reinados de Juan II y Enrique IV, comenzaron a destacarse en la cronística
castellana diversos caracteres y gestos que los Reyes Católicos posteriormente
recuperaron cuando dio comienzo su conflicto frente a Granada. Asimismo, es
interesante indagar en el inicio del reinado de estos monarcas para intentar determinar el
origen de la política de ―máximo religioso‖ llevada a cabo por ellos, y la forma en la que
las crónicas del periodo retrataron esta etapa como una época propicia para la
proliferación de lecturas escatológicas y providencialistas de marcado sesgo neogoticista.
Es muy posible que este nuevo contexto social determinara la idoneidad de llevar a cabo
una campaña frente al reino de Granada, empresa que hundía sus raíces en la propia
identidad del reino hispano. Sin embargo, el inicio de este conflicto se situó en el
contexto fronterizo entre los reinos castellano y nazarí. Por este motivo, el siguiente
apartado está dedicado al estudio de las causas que dieron lugar al estallido de las
hostilidades y la perspectiva con la que estos hechos fueron recogidos por las crónicas
contemporáneas (capítulo 5). La forma en la que los historiadores castellanos coetáneos

16
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

consiguieron convertir la Guerra de Granada en un conflicto de mucho más calado –


puede afirmarse incluso de índole nacional– es tratada a través la definición de la
doctrina caballeresca durante este periodo bajomedieval. Las referencias a los valores
culturales que movieron realmente a los caballeros castellanos a participar en la empresa
encabezada por Isabel y Fernando dan pie a poder tratar temas como el reforzamiento del
compromiso feudal y la autoridad regia de estos reyes, algo que tuvo una importante
representación retórica en este periodo. De hecho, esta sección concluye con una
reflexión sobre el propio contexto en el cual fueron compuestas la mayoría de fuentes
escritas acerca de la Guerra de Granada. Con todo ello, se pretende determinar la
naturaleza de un conflicto definido por la consideración del enemigo como vasallo
rebelde, pero que tuvo implicaciones doctrinales evidentes.

El estudio de las facetas que elevaron el significado de su prosecución para la


sociedad hispánica del momento ocupa otra parte específica, la cual versa sobre la
dimensión cristiana de las hostilidades desde una visión de marcado carácter institucional
(capítulo 6). En este apartado se pretende analizar diversas y heterogéneas facetas de la
contienda que tienen que ver con la definición del enemigo castellano, como las
ceremonias de victoria o el propio trato que los nazaríes recibieron en las obras narrativas
del periodo. Dichas referencias a esta perspectiva doctrinal del conflicto permiten
introducir las reflexiones sobre la tradicional consideración de cruzada de la Guerra de
Granada. De esta manera, el siguiente punto del trabajo profundiza en las relaciones entre
los Reyes Católicos y los pontífices romanos, así como la verdadera aportación de la
institucionalizada bula de cruzada en la guerra frente al reino nazarí (capítulo 7). En este
apartado se tratan aspectos como la importancia económica de la bula de la cruzada para
esta empresa, la incidencia de tropas europeas o la colaboración de diversos príncipes
cristianos en un periodo marcado por la amenaza turca en el contexto mediterráneo. Por
último, y de forma complementaria a este aspecto más oficialista de la guerra, se analiza
la faceta más escatológica mostrada por los cronistas en sus obras (capítulo 8). Con ello,
se procura dirimir si realmente fue una pulsión escatológica de marcado sesgo
milenarista, la que influyó en la prosecución definitiva de la empresa castellana por
acabar con el emirato nazarí. Tal determinación esta irremediablemente ligada al análisis
de la creación de un halo mesiánico e imperialista alrededor de la figura de los Reyes
Católicos, el cual estuvo relacionado de manera directa con su triunfo en esta contienda.
La atención sobre estos rasgos permite determinar realmente la faceta cruzada de la

17
José Fernando Tinoco Díaz

Guerra de Granada desde una visión, tanto institucional, como espiritual, conjuntando las
dos perspectivas más reconocidas que tradicionalmente han copado los análisis de este
concepto.

El presente trabajo de tesis doctoral ha sido el resultado de años de esfuerzo y


constante dedicación. A pesar de todo, éste puede considerarse un proyecto inacabado
que, sin embargo, supone una evidente línea de trabajo para el futuro. Al fin y al cabo, en
eso consiste una tesis doctoral, en tratar «un problema referente a los estudios en que
quiere doctorarse»2; algo que no implica que dicho trabajo deba ser completo o
perfecto. El planteamiento que ha guiado la estructuración teórica de este estudio nunca
pretendió ser conclusivo, sino determinar un acercamiento reflexivo a dos temas
monográficos con un amplio recorrido historiográfico previo. Tal determinación ha
respetado y valorado todos los trabajos previos referentes a la conceptualización de la
idea de cruzada y los relativos al estudio del definitivo conflicto entre castellanos y
nazaríes. Pero también ha pretendido volver a reflexionar sobre un periodo histórico que
destaca por su complejidad para intentar aportar nuevas vías de estudio desde una óptica
poliédrica y multidisciplinar. Para lograr tal cometido, se ha planteado una línea de
análisis que uniera las corrientes de estudio de ambos temas teniendo en cuenta en todo
momento la imposibilidad de conjugar determinadas posturas, sobre todo al respecto de
la propia conceptualización del término cruzada. La solución elegida para conciliar tantas
y tan contradictorias opiniones puede no contentar a todos los que se acerquen al
planteamiento propuesto. No obstante, en este trabajo se ha intentado aportar una nueva
visión con la que enriquecer las diversas interpretaciones previas del estudio del conflicto
castellano-nazarí. Se espera que estas páginas sean útiles también para retomar la
atención sobre diversos temas capitales del final del periodo medieval en el contexto
hispánico.

Este trabajo también ha sido hijo de su tiempo, algo que ha condicionado


sobremanera todo el imperfecto proceso de elaboración y los propios resultados
obtenidos. En este preciso momento se está viviendo una época de cambio en el ámbito
universitario español, una fase de convergencia hacia un nuevo modelo de educación
superior que se define más por sus incongruencias que por sus aciertos. El camino de este
reajuste administrativo e institucional ha sido apresurado y falto de una verdadera

2
ECO, UMBERTO: Cómo se hace una tesis. Técnicas y procedimientos de investigación, estudio y escritura.
Barcelona: Gedisa, 1997, p. 14.

18
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reflexión de las necesidades y retos actuales de la sociedad del momento, lo cual ha


generado una inseguridad general sobre el propio futuro de la universidad española. Tal
incertidumbre se acentúa sobremanera en el caso de los estudios de índole humanístico y
social, los cuales se debaten ante un porvenir incierto que amenaza su propia existencia.
El presente trabajo de tesis doctoral ha intentado respetar el espíritu original de las
enseñanzas de doctorado tradicionales, pero con la obligación de adaptar este sentimiento
a los ritmos productivos actuales que se le exigen a cualquier investigador. Esta
determinación ha condicionado el tiempo y la energía que ha podido dedicarse a tal
menester, pero nunca el espíritu crítico que ha pretendido guiar el planteamiento del
análisis que aquí se presenta. En ese sentido, cabe rememorar el siguiente pasaje de
Hamlet, de William Shakespeare. En este fragmento, el chambelán Polonio se dirige al
padre del protagonista destacándole: «¡Cuántas veces, con el semblante de la devoción y
la apariencia de acciones piadosas, engañamos al mismo diablo!»; a lo que el monarca
responde: «demasiado cierto es… ¡Qué cruelmente ha herido esta reflexión mi
conciencia!»3. Con la reflexión que se recoge en este trabajo, se ha pretendido aclarar
conceptos y sentimientos que habían sido vaciados de su significado histórico para ser
convertidos en verdaderas armas doctrinales; algo que muestra evidentes similitudes con
la realidad que nos rodea en la actualidad.

3
SHAKESPEARE, WILLIAM: Hamlet; traducción de Rafael Martínez. Buenos Aires: Galerna, 2006, p. 88.

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

PRIMERA PARTE

MARCO DE ESTUDIO

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO PRIMERO. MARCO TEÓRICO.

1.1. LA PERSPECTIVA CRISTIANA DE LA GUERRA DURANTE LA EDAD


MEDIA.

Para el historiador Maurice Keen, la guerra siempre ha supuesto «el centro de la


historia política de la Edad Media siendo también central para su historia cultural»4. En
ese sentido, el francés Philippe Contamine afirmaba de esta actividad que, en tanto
fenómeno social, esta faceta humana «se encuentra envuelta (también enmascarada) en
todo un aparato conceptual que tiene que ver con la costumbre, el derecho, la moral, la
religión, aparato destinado en principio a domesticarla, orientarla, canalizarla»5. Este
fenómeno llevaba aparejado la proyección de un conjunto de condicionamientos jurídicos
y morales que surgían para legitimar y dirigir su empleo, de forma que fuera socialmente
aceptada como una acción de carácter integrador. De este modo, las diversas
organizaciones sociales y los poderes jurídicos siempre se dotaron de instrumentos
doctrinales, expresadas acorde a la ideología y la escala de valores comunitarios
predominantes, destinados a justificar ante sí mismos, y ante otros, sus actuaciones
violentas. En última instancia, el éxito de esta justificación institucional estaba
determinado por lo que García Fitz identifica como una «confluencia entre el mensaje
propuesto y el conjunto de representaciones mentales a través del cual una sociedad
determinada percibe el mundo e interpreta la realidad»6. En ese sentido, desde la época

4
KEEN, MAURICE: Historia de la guerra en la Edad Media. Madrid: Antonio Machado, 2005, p. 18.
5
Este autor determinaba que la guerra «es un fenómeno político, que se difundía de arriba hacia abajo,
como consecuencia de una decisión de las autoridades oficiales, que se esforzaban por dirigirla tras haberla
declarado, apropiarse de ella, encuadrarla, terminarla, provisional o definitivamente, llegado el caso. Pero
era también un fenómeno que surgía de la base como una fuerza independiente del control de los Estados a
partir del potencial belicoso que conocían todas las sociedades medievales en diferentes grados»;
CONTAMINE, PHILIPPE: La guerra en la Edad Media. Barcelona: Labor, 1984, pp. 329, 305-306.
6
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: La Edad Media, guerra e ideología: justificaciones religiosas y jurídicas.
Madrid: Sílex, 2003, p. 16. Según este historiador, «los argumentos de este tipo no son más que máscaras
propagandísticas que sirven para ocultar los verdaderos intereses y motivos, y para manipular en beneficio
propio a los colectivos de los que se espera una respuesta, un sacrificio o un servicio. Sin embargo, por
mucho que falsifiquen o simplifiquen la realidad, estos recursos, en la medida en que entroncan con los
ideales colectivos o con las tradiciones religiosas o culturales del grupo, pueden llegar a condicionar los
comportamientos individuales, canalizándolos hacia fines considerados como buenos, admirables,
deseables y meritorios por la colectividad en la que el individuo está integrado, aunque ello no siempre
repercuta en su beneficio material [...] ello no significa que las razones de índole jurídica o religiosa que
conforman los entramados ideológicos ya referidos sean las que determinen la acción de los dirigentes

23
José Fernando Tinoco Díaz

romana la guerra apareció asociada a la definición aportada por el derecho comunitario y


ciertas nociones jurídicas de índole institucional. Este hecho ayudó a forjar una forma de
legitimar el empleo de la fuerza en una causa aceptada legalmente como válida bajo la
denominación de ―guerra justa‖7. La institucionalización de este término, determinaba la
legitimidad de una sociedad o a una nación a emplear la violencia en los momentos
determinados en los que era un recurso necesario para restablecer un derecho violado,
recuperar un territorio invadido o vengar una afrenta recibida. De este modo, la
intervención militar frente a tales hechos era vista como un acto de legítima defensa para
restablecer la paz en este contexto social, determinando su proporcionalidad acorde a los
objetivos y los medios empleados. Esta tradición legal fue continuada durante todo el
periodo final del Imperio romano y el inicio de la época medieval, etapa marcada por la
expansión de la ideología cristiana en el contexto occidental.

Durante los siglos iniciales del Medievo, el concepto jurídico inicial tuvo que ser
redefinido de una forma más precisa y técnica, que adaptara su licitud a una fase histórica
en el cual se gestaba una nueva forma de entender el mundo y vivir la propia guerra,
derivada de la proyección de la pacífica doctrina cristiana en este contexto clásico. En ese
sentido, una primera tendencia de apologistas defendió el rechazo total a la guerra,
asentándose en una lectura partidista del Nuevo Testamento, donde las referencias a esta
faceta social fueron bastante ambiguas. Esta línea sería encabezada, principalmente, por
Rabano Mauro (776-856); aunque algunos de sus partidarios, como Nicolás I (858-867),
admitieron la violencia en circunstancias políticas de necesidad defensiva, sobre todo si
era dirigida contra paganos. La segunda tendencia interpretó la guerra como
manifestación de la voluntad divina a partir del Antiguo Testamento, lo que determinó
incluso una acusada tendencia a sacralizar la guerra. Esta corriente condenaba la
violencia injustificada, pero consideraba la guerra como un acto plausible en el momento
en el que era suscitada por el propio Dios. Esta perspectiva establecía un modelo de
guerra promovida por la Providencia, en el que la divinidad delimitaba los objetivos,
determinaba las conquistas, e intervenía en las operaciones para ordenar la suerte en

políticos o constituyan la motivación esencial para hacer la guerra, pero cuanto menos le dan un soporte
teórico y dogmático que la justifica y ampara en términos morales y teológicos»; GARCÍA FITZ,
FRANCISCO: Las Navas de Tolosa. Barcelona: Ariel, 2004, pp. 390-391.
7
Sobre esta definición de ―guerra justa‖, se remite a los estudios clásicos de RUSSELL, FREDERICK H.: The
just war in the Middle Ages. Cambridge: Cambridge University Press, 1977; KANTOROWICZ, ERNST H.:
Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval. Madrid: Alianza Universal, 2012, pp.
243-273.

24
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

batalla. La visión pragmática representada por esta tendencia se fue imponiendo sobre la
pacifista de forma paulatina, hasta dominar la actitud cristiana ante la guerra. La
violencia fue así gradualmente aceptada y adaptada por una sociedad europea que
adaptada esta realidad social insoslayable a la nueva ética cristiana que comenzaba a
consolidarse en el panorama ideológico. En ese sentido, fue la obra de San Agustín de
Hipona (354-430), la que estableció de forma definitiva los fundamentos para el
desarrollo de una nueva moral de la guerra asentada sobre la definición cristiana de esta
actividad social. Con la génesis de la nueva visión agustiniana del término de ―guerra
justa‖, la dinámica de estudio durante los siglos posteriores giró en torno a la definición
de los casos en los que la violencia estaba justificada desde una perspectiva moral. Tal
menester determinaba una definición del concepto de guerra justa, no tanto como guerra
de religión, sino como una guerra de implicaciones éticas, permitida en los casos en los
que ésta fuera entendida como guerra estrictamente justificada8. La consecuencia de todo
ello, fue el desarrollo de una doctrina que determinaba el uso de la violencia dentro de la
sociedad cristiana en los momentos en los que era necesario llevar a cabo la restauración
de un orden o un statu quo determinado, establecido conforme a una justicia de carácter
institucional que derivaba de la fe católica.

Con el ocaso del Imperio Romano, surgió la necesidad de establecer un nuevo


principio de autoridad pública que pudiera establecer esa causalidad justa de

8
San Ambrosio (340-397) sería el primero de los Padres de la Iglesia que justificó plenamente la guerra
llevada a cabo en defensa de la patria contra los bárbaros que amenazaban la existencia del Imperio.
Durante esta etapa, la guerra justa era aquella que se libra por previo acuerdo para recuperar los bienes
robados o para expulsar al enemigo, como era esta ocasión. Sin embargo, a partir de la obra de San Agustín
se comienza a entender que la paz completa era algo imposible, lo cual dio cabida a una nueva forma de
entender la guerra, determinándola como un mal menor, un remedio necesario determinado en su fórmula
justa bella ulscicuntur injurias; RUSSELL, FREDERICK H.: The just war…, op.cit., pp. 16-63. Con
posterioridad, un buen número de autores propusieron diversos elementos de definición para su
acomodación a una nueva etapa medieval. Raimundo de Peñafort (1175/1180-1275) amplió esta definición
clásica sin modificar su esencia, con una definición más extensa del tipo de criterios y la calidad de las
personas que combatían, sus objetivos y causa, su intención y las autoridades que la dirigían. A partir del
siglo XIII, se puede establecer la guerra justa en base a tres preceptos considerados como justos, esto es,
recuperación de los bienes perdidos, mantenimiento de la integridad territorial y venganza de injurias. De
la misma manera, los teólogos y canonistas simplificaron la guerra justa en base a tres criterios: una causa
justa, la autoridad del príncipe y la intención correcta. Durante el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino
(1225-1274) establecerá que la guerra justa era determinaba por tres requisitos: la dirección de una
autoridad pública, que él identificaba con la autoridad de un príncipe en tanto representante de la
colectividad, la existencia una causa justa que culpase al adversario y merecedor de un castigo, y la recta
intención de sus participantes para intentar alcanzar la paz; SÁNCHEZ PRIETO, ANA BELÉN: Guerra y
guerreros en España según las fuentes canónicas de la Edad Media. Madrid: Adalid, 1990, pp. 36-39
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: La Edad Media..., op.cit., pp. 75-84.

25
José Fernando Tinoco Díaz

implicaciones morales, a través del reconocimiento de su potestad como delegación del


poder divino. Ante tal cuestión, surgieron dos esquemas teóricos que mantendrían una
dura pugna a lo largo del periodo medieval. El primero de ellos establecía la tesis de que
Dios confería el poder al Emperador y al papado de manera independiente. Al primero le
competía la autoridad en asuntos de orden político, mientras que el pontífice era
verdadero soberano en cuestiones de materia religiosa. En contraposición, la segunda
tendencia defendía que el mando del soberano temporal procedía de la divinidad, pero a
través de la figura del santo padre, por lo que éste disfrutaba de una superioridad evidente
sobre el poder secular. A pesar de que ambas corrientes determinaban que la guerra
siempre estaba condicionada por la voluntad de Dios, la colisión entre estas dos
perspectiva del origen de la licitud de la guerra determinaron el desarrollo en paralelo de
dos procesos dispares: el de la cristianización de la violencia y el de la progresiva
vinculación de la Iglesia con la guerra. Con el desarrollo de la Reichskirche o Iglesia
imperial, a partir de la subida al trono de la dinastía franca de los pipínidas, la esfera de
los gobernantes temporales como protectores de la sociedad, se fue uniendo a la
articulación de una idea colectiva de salvación. De esta manera, mientras la
responsabilidad material recaía en el príncipe como guerrero, la proyección moral de su
autoridad partía de la vinculación personal de éste con el clero, de forma que la voluntad
de Dios quedaba unida a la acción violenta sin que con ella el orden temporal se
beneficiase de la perspectiva sagrada de la auctoritas eclesiástica. Este proceso culminó
con el nombramiento de Carlomagno como Emperador de Occidente (768/800-814). El
hecho político de un alto contenido moral consiguió representar la asociación entre el
Imperio y el papado desde una perspectiva netamente cristiana. La estabilidad del cuerpo
político, la patria y la res publica, fue desde entonces entendida como la defensa de una
idea unitaria, un ente eclesiológico homogéneamente secular y religioso. En este
contexto, la Iglesia abandonó su ambigua perspectiva ante la guerra, para declararse
abiertamente en favor de la lucha frente a los paganos, justificándola como una forma
cristiana de encauzar la expansión de la sociedad feudal. Asimismo, la defensa de la
comunidad cristiana fue cobrando especial importancia como un concepto superior,
determinando una paulatina sacralización de la guerra como resultado de la estrecha
relación entre la Iglesia y la realeza. Empero, como destacó Erdmann, «la religión no
aparecía como motivo independiente, sino como un atributo del Estado: el elemento

26
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

decisivo seguía siendo la lucha por el poder estatal»9. Por este motivo, la jerarquía
eclesiástica experimentó de forma inevitable una secularización en lo que respecta a sus
relaciones estamentales dentro de esta dinámica altomedieval, de forma que se fue
gestando una realidad donde actividades belicosas y preocupaciones pastorales
comenzaban a no ser realidades necesariamente incompatibles.

El siglo X asistió a la disolución del poder central imperial, tras la desintegración


política del proyecto carolingio, lo que debilitó la capacidad de reacción de las fuerzas
seculares ante las nuevas amenazas externas de la cristiandad, encarnadas en las
conocidas como ―Segundas Invasiones‖. Las respuestas que afloraron en el seno de
Occidente fueron muy heterogéneas. En el caso de la Iglesia, se tomó la opción de
comenzar un programa de defensa propio frente a unos enemigos que, de forma territorial
o doctrinal, pretendían arrebatarle derechos y territorios adquiridos o atentar contra la
defensa de la fe. En ese sentido, la activa acción apostólica para frenar a las acometidas
contra la Península Itálica, culminó con la promoción de acciones defensivas en
momentos de extrema dificultad. Éstas fueron dirigidas por poderes seculares,
considerados como miles sancti Petri, lo cual derivó en una concepción de la guerra
desarrollada por poderes laicos a instancias de la autoridad y las leyes morales impuestas
por la Iglesia romana. Pero a pesar de esta tolerancia de la violencia en los momentos en
los que se requería de ella para defender los intereses eclesiásticos, la Iglesia no
abandonó su rechazo a una perspectiva general de la violencia como forma de imponer
un criterio político. De hecho, ante la crisis del poder centralizado y la fragmentación
política, que desencadenó unas destacadas cotas de violencia descontrolada en todo el
contexto occidental, comenzaron a desarrollar elementos de control doctrinal, como las
denominadas ―Paz de Dios‖ y la ―Tregua de Dios‖, los cuales pretendían establecer
mecanismos de control moral frente a este tipo de excesos. Mientras que la primera de
estas instituciones se configuró como una cobertura papal de la sociedad cristiana ante
las propias amenazas internas, esta última determinaba que la guerra no es un fin en sí
misma, sino un modo de llegar a la paz, por lo que tenía que ser considerada por los
poderes laicos como una verdadera razón de justicia10.

9
ERDMANN, CARL: The origin of the Idea of Crusade. Nueva York: Priceton University Press, 1977, p. 20.
10
Diversos autores entroncan la génesis de estos movimientos, junto con la reforma de la Iglesia acaecida
durante este periodo, para explicar la evolución del concepto de cruzada como guerra santa ofensiva,
aunque actualmente se considera que ambos fenómenos siguieron caminos diferenciados; COWDREY,
H.E.J.: «The Peace and the Truce of God in the Eleventh Century» En Past and Present, nº 46. Oxford:

27
José Fernando Tinoco Díaz

A partir del siglo XI, un nuevo peligro comenzó a amenazar la integridad material de
la propia Iglesia, que se vio obligada a defenderse ante la amenaza de los poderes
seculares, mediante la fuerza de las armas y reforzamiento en el plano ideológico. En este
contexto se asistió al comienzo de una la paulatina liberalización de la Iglesia del
dominio secular. La progresiva toma de protagonismo de la sede romana determinó la
progresiva anulación del papel espiritual del elemento dominante seglar, lo cual facilitó
un reforzamiento de la auctoritas y la potestas papal. De esta consolidación de
supremacía papal sobre la faceta moral del poder secular del Occidente cristiano surgió la
llamada ―reconquista pontifica‖, la cual se verá coronada con el desarrollo del concepto
de ―guerra santa‖11. Al respecto de la utilización de este concepto, North denotaba que
«si quisiésemos calificar como santas ya a guerras con rasgos religiosos (ayuda de Dios y
de los santos, ceremonias religiosas antes, durante y después de la batalla; el hecho de
portar consigo objetos consagrados, entre otros), entonces deberíamos reconocer este
calificativo a muchas, de hecho a la mayor parte, de las guerras medievales, tanto en la
cristiandad como también en el Islam»12. A pesar de que este autor determinaba el hecho
de no se puede aportar una definición clara de este término, puede tomarse como válida
la consideración general de guerra santa a cualquier «guerra librada por un poder
espiritual, o al menos, la guerra librada por este poder con razón de intereses
religiosos»13. En ese sentido, Tyerman afirmaba que si bien la guerra santa comprendía
las guerras hechas por la Iglesia y en nombre de la Iglesia, estas iniciativas combinarían
elementos tanto de guerra santa, como de guerra justa, para conseguir definir la violencia
como una actividad válida que expresaba la vocación de la fe cristiana en un determinado
contexto14. Partiendo de las consideraciones de estos autores, cabe afirmar que la

Oxford University Press, 1970, pp. 42-67; BARTHÉLÉMY, DOMINIQUE: El año mil y la paz de Dios.
Valencia: Universidad de Valencia, 2005; y Caballeros y milagros: Violencia y sacralidad en la sociedad
feudal. Valencia: Universidad de Valencia, 2006. Asimismo, también es interesante consultar las
reflexiones de CONTAMINE, PHILIPPE: La guerra…, op.cit., pp. 335-343; SÁNCHEZ PRIETO, ANA BELÉN:
Guerra y guerreros..., op.cit., pp. 103-110.
11
Sobre este proceso, FLORI, JEAN: Guerra Santa, Yihad, Cruzada: violencia y religión en el cristianismo y
el Islam. Valencia: Universidad de Granada–Valencia, 2004, pp. 157-160 y 201-213, pp. 157 y ss.
12
NORTH, ALBRECHT: Heiliger Krieg und Heiliger Kampf in Islam und Christentum. Beiträge zur
Vorgeschichte und Geschichte der Kreuzzüge. Bom, 1966, p. 9, nota 7. citiado en BORNISCH, ALEXANDER
P.: Reconquista y Guerra Santa la concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos
hasta comienzos del siglo XII. Granada: Universidad de Granada, 2006, p. 285. Para un recorrido
historiográfico sobre la definición de este concepto, es interesante consultar BRONISCH, ALEXANDER P.:
Reconquista y Guerra Santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta
comienzos del siglo XII. Granada: Universidad de Granada, 2006, pp. 277-303.
13
ERDMANN, CARL: The origin of…, op.cit., p. 21.
14
TYERMAN, CHRISTOPHER: Las Cruzadas: realidad y mito. Barcelona: Crítica, 2005, p. 112.

28
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

verdadera guerra entendida como santa, era definida por la sacralidad de su causa, siendo
ésta una categoría derivada de la institucionalización de la guerra justa por parte de la
institución eclesiástica, pero desde una perspectiva que denotaba su carácter religioso y
atestiguaba la recta faceta moral de quienes toman parte en ella.

El surgimiento de esta consideración de ―guerra santa‖ debe entenderse como


resultado de un proceso en el que el orden temporal, y la cosmología providencial de la
sociedad cristiana occidental, quedaron anexionados de forma intrínseca a un proyecto
bélico común bajo la dirección pontificia. El origen de esta doctrina puede situarse en
torno a la década de 1050, cuando comenzó a aparecer una verdadera ―teología de la
guerra‖ cristiana que determinó una nueva concepción religiosa y ecuménica de la
violencia. Tal planteamiento se asentó sobre la base legal impuesta por el concepto de
guerra justa, pero reformulada en torno a una cuidada elaboración ideológica que
defendía el papel rector del Pontificado romano sobre una nueva forma de entender la
violencia desde una perspectiva moral. De hecho, cabe destacar la pervivencia de tres
aspectos que articulan esta naturaleza justa de la guerra proyectada por el pontificado: la
consideración de una agresión pasada o presente o una acción dañina realizada por
terceros como principio conflictivo, la respuesta sustentada por la autoridad de un
príncipe y la legitimidad de la contienda en tanto poseyera una intención correcta y que
socialmente fuera único medio de restauración. Pero mientras la anterior concepción
justa de la guerra era definida por su carácter secular, esta nueva visión ofrecía una
perspectiva sacralizada del hecho bélico, que ampliaba su carácter defensivo en torno a
un concepto universalista de cristiandad y un dominio territorial homogéneo. Esta
doctrina adaptaba el modelo anterior de una guerra socialmente favorable, a una nueva
religiosidad social reglada por la uniformidad pastoral y el derecho canónico dependiente
de la curia romana. El papado consiguió unir así la idea del patrimonium petri, con la del
milites sancti petri, dando lugar así a un verdadero cuerpo doctrinal en torno a la defensa
de los derechos de la Santa Sede que acentuó acentuando su papel rector en la sociedad
cristiana.

Como consecuencia del reforzamiento de los lazos de enfeudación espiritual con la


Santa Sede, la Iglesia desarrolló la capacidad de realizar llamamientos militares propios a
través de la promulgación de diversos dogmas doctrinales establecidos en torno al
supremo beneficium espiritual pontificio. En la evolución de esta forma de entender la
guerra bajo la dirección papal intervinieron diversos factores doctrinales e

29
José Fernando Tinoco Díaz

institucionales, que fueron modificando poco a poco la percepción de la guerra en


Occidente. En ese sentido, León IV (847-855) comenzó a producirse la cristianización de
la proyección clásica de gloria derivada de la defensa de la patria romana, entendida
ahora como patria christianorum. Pero no fue hasta dos siglos después, durante el
pontificado de León IX (1049-1054), cuando realmente comenzó a impulsarse la
concesión de proto-indulgencias a los participantes en contiendes que concernían a la
Iglesia romana. A pesar de que esta conmutación de penitencias ofrecida por el Santo
Padre no era más que una incitación doctrinal puntual ad hoc a participar en las empresas
encabezadas por Roma, ofrecidas de forma puntual en circunstancias de imperiosa
necesidad, tal determinación estableció una importante novedad de futuro. De hecho, con
su sucesor Alejandro II (1061-1073) se aseguró la conmutación de penas para quienes
participen en operaciones bélicas frente a los musulmanes, convirtiendo el combate
frente al enemigo de Dios en algo lícito. Gregorio VII (1073-1085), consideró las
indulgencias de una forma más ambigua. A partir de su pontificado, combatir por la
Iglesia frente a un enemigo de la fe, fue asimilado a la automática absolución de pecados.
Asimismo, el proyecto de este papa recogía las primeras alusiones a la ayuda de los
cristianos de Oriente, y la posible extensión jerosolimitana del proyecto pontificio.
Recientemente, Paul Chevendden ha apreciado el concilio de Amalfi (1059), como el
germen de lo que puede considerarse este tipo de empresas, dirigidas por el papado, para
liberar a la iglesia cristiana oriental y recuperar las tierras perdidas a manos del infiel,
como paso previo a la liberación de Jerusalén15. A finales del siglo XI, este tipo de guerra
indulgenciada generó una nueva consideración de violencia legítima, a la par que se
convirtió en un depurado instrumento institucional en manos del papado al introducirse
una diferencia significativa: la consideración del ejército papal como militia Sancti Petri.
Tal concepción universalista de las fuerzas romanas trataba de ganar la batalla al poder
secular, establecida sobre la sublimación de la capacidad coactiva del santo padre en
detrimento de la influencia de cualquier otra figura dominante en el seno del cristianismo
militante16.

15
CHEVEDDEN, PAUL: «The Islamic view and the Christian view of the crusades: a new synthesis» En
History, The Journal of the Historical Society, nº 93. Norwich: Wikey, 2008, pp. 181-200.
16
Sobre todo ello, FLORI, JEAN: Guerra Santa, Yihad..., op.cit., pp. 157-160, 201-213; GARCÍA-GUIJARRO
RAMOS, LUIS: «¿Cruzadas antes de la Primera Cruzada? La Iglesia y la Guerra Santa, Siglos IX-XI» En
Iglesia Duarte, José Ignacio de la (coord.): García Sánchez III “el de Nájera” un rey y un reino en la
Europa del siglo XI: XV Semana de Estudios Medievales, Nájera, Tricio y San Millán de la Cogolla del 2
al 6 de agosto de 2004. La Rioja: Instituto de Estudios riojanos, 2005, pp. 269-293.

30
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

De este giro eclesiológico iniciado durante esta centuria, nacieron paulatinamente las
nuevas competencias espirituales del pontífice en cuestiones bélicas, de las que
posteriormente surgió la cruzada como guerra pro fide. A lo largo de este periodo, el
Pontificado fue componiendo un discurso formados por distintos elementos, fuertes por
sí mismos, pero más vigorosos al asociarse, como eran la devoción, el milenarismo y la
idea de salvación, lo cuales comenzaban a hacerse especialmente presentes en la sociedad
medieval occidental. El proceso tuvo su culmen durante el pontificado de Urbano II
(1088-1099), cuando comenzó la asimilación del movimiento popular que se estaba
desarrollando entre las clases populares, con la recompensa divina derivada de un
servicio armado entendido como peregrinación. En ese sentido, Riley-Smith define la
Primera Cruzada (1096-1099) como una «guerra santa por vez primera proclamada por el
papa en nombre de Cristo, cuyos participantes recibían el tratamiento de peregrinos, se
comprometían mediante votos y disfrutaban de indulgencias. Las claves del fenómeno
por tanto si bien, no novedosos por separados, sí lo son como realidad conjunta»17. La
convocatoria de esta empresa debe ser vista, por tanto, como consecuencia última de la
particular modalidad de guerra cristiana surgida a partir del desarrollo de la concepción
de ―guerra santa‖ y el mencionado reformismo gregoriano. Pero mientras estos
llamamientos puntuales estaban destinados a resolver un problema estricto que afectara
al Pontificado romano, este nuevo tipo de guerra tenía un carácter universalista.

La principal novedad que se estableció durante el pontificado de Urbano II, fue el


paso del llamamiento puntual, destinado a la defensa colectiva del Patrimonuim Petri, a
la consideración de la convocatoria destinada a la liberación de Jerusalén realizado en
nombre de Cristo, para la salvaguarda de todo el catolicismo militante. La convocatoria
realizada por este pontífice pretendía canalizar una nueva devoción popular surgida en
este periodo, la cual proyectaba el combate, más que como una guerra santa, como un
hecho sacralizado y meritorio, que contaba con elementos escatológicos ligados con la
noción apocalíptica jerosolimitana y el combate del Fin de los Tiempos. En ese sentido,
Jean Flori determinaba que «para los cristianos de aquel tiempo [este movimiento de
cruzada original] se presentó como una guerra de liberación querida y emprendida por
Dios, que reunía todos los caracteres de sacralidad que permitieron, en el seno del
cristianismo, esta revolución doctrinal que condujo a la religión de Cristo, religión de
amor y no-violencia, a revalorizar la acción guerrera hasta el punto de hacer de ella una

17
RILEY-SMITH, JONATHAN: The first Crusade and the Idea of Crusade. Londres: Athlone, 1993, p. 18.

31
José Fernando Tinoco Díaz

acción meritoria. Una acción piadosa que permitía expiar pecados que, en la conciencia
de los hombres de hoy, parecen mucho más benignos que la muerte de un hombre,
aunque sea ―infiel‖»18. La cruzada fue definida así como un acto de fe, conceptualizada
como la respuesta a un ideal penitencial exigido por Dios mismo a sus creyentes, que
excedía los términos de la guerra santa. Sin embargo, Christopher Tyerman ha
puntualizado con bastante acierto, que la convocatoria pontificia pretendió
institucionalizar tal sentimiento en torno al desarrollo de «una guerra en respuesta a una
orden dada por Dios, autorizada por una autoridad legítima, el papa, quien, en virtud del
poder que se le atribuía como vicario de Cristo, identificaba el objetivo de la guerra y
ofrecía a los que la llevaran a cabo la remisión total de las culpas de sus pecados
confesados y un conjunto de privilegios temporales relacionados con esa empresa […] La
duración de los privilegios espirituales y temporales la determinaba el cumplimiento del
juramento, la absolución o la muerte del sujeto; […] componiendo una serie de analogías
con un cometido casi monástico»19. En este aspecto, la convocatoria pontificia de
cruzada fue, por tanto, un producto de «la pretendida preeminencia romana en el
territorio espiritual temporal», de tal manera que «el hilo conductor, no las formas,
fueron los anhelos de la sede de San Pedro por erguirse como gran poder universal
expresados mediante control de brotes del movimiento general expansivo –cruzadas
musulmana, oriental o báltica–, el castigo de las infidelidades o la supeditación al
dominio eclesiástico del Imperio [...] las acciones contra musulmanes, paganos eslavos,
cristianos de rito griego o herejes eran igualmente políticas en cuanto dirigidas al
mantenimiento de la preeminencia romana»20.

Con estas breves líneas conceptuales, se ha pretendido incidir en el hecho de que no


todo combate sancionado por Roma debe ser tomado sensu stricto como cruzada. En ese
sentido, el historiador germano Carl Erdmann afirmaba que «cruzada y guerra santa no
son lo mismo, ni conceptos equivalentes; ni disolución del primero en el seguro, sino que
desde uno, surge otro con raíces propias en la segunda mitad del siglo XI»21. En ese
sentido, este historiador afirmaba que, en una verdadera contienda cruzada, «la religión
por sí misma determina la causa específica de la guerra, sin comprometer el bienestar del

18
FLORI, JEAN: Guerra Santa, Yihad..., op.cit., p. 273.
19
TYERMAN, CHRISTOPHER: Las Cruzadas: realidad..., op.cit., p. 40.
20
GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, LUIS: Papado, cruzada y órdenes militares: Siglos XI-XIII. Madrid: Cátedra,
1995, pp. 243, 265-266.
21
ERDMANN, CARL: The origin of…, op.cit., pp. 27.

32
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

bien público, la defensa territorial, el honor nacional o intereses de estado»22. Más allá de
categorizarse como una guerra justa o santa, esta categorización definía el sentimiento de
participar en un combate escatológico que conllevaba un verdadero acto de penitencia,
una decisión de total abnegación. Pero al poco tiempo, ese espíritu original cruzadista fue
canalizado hacia un movimiento institucional que convirtió la toma de la cruz en un
símbolo de lealtad a Roma, lo que acabó diluyendo la verdadera naturaleza primigenia de
la cruzada en una pretendida definición penitencial y litúrgica. Tal definición de la
evolución de este concepto lleva a determinar que la verdadera consideración de una
empresa como cruzada debe derivar de otros factores más profundos que la mera
cuestión institucionalista de su convocatoria, los cuales fueron resultado, tanto de esta
lenta evolución de la definición cristiana doctrinal de la guerra, como de una nueva
forma de entender la religiosidad cristiana surgida en el seno de las capas más bajas de la
sociedad europea. Se hace necesario, por tanto, incidir sobre esta última faceta para poder
entender el verdadero alcance del fenómeno cruzado desde una perspectiva poliédrica
que pueda incidir en todas las facetas de dicho término.

1.2. CONCEPTUALIZACIÓN DEL TÉRMINO DE CRUZADA.

El término cruzada no cuenta con definición homogénea entre los investigadores,


bien sea por su extensa evolución histórica, como por su destacada capacidad de
adaptabilidad, lo que ha generado que su conceptualización siempre ha dependido del
momento social en el que contemplara su proyección doctrinal y la lectura que se hiciera
del mismo. En ese sentido, la historiografía referente al estudio de esta idea o institución
debe ser considerada como un fenómeno de larga duración, que tuvo su propio inicio en
la época medieval en el que fue gestado. A lo largo del que se conoce como el periodo
clásico del fenómeno cruzado, etapa que comprende con los siglos XI a XIII, fueron
varios los autores contemporáneos que se encargaron de plasmar la realidad de estas
campañas que tuvieron como objetivo restaurar el control cristiano sobre Tierra Santa.
Asimismo, una corriente narrativa influida sobremanera por esta narrativa continuó
bastante vigente durante los siglos posteriores, en un periodo marcado por el crecimiento
de la amenaza otomana oriental23. A partir del siglo XVI, se dio inicio a una nueva fase,

22
ERDMANN, CARL: The origin of…, op.cit., p. 3.
23
Una selección de las fuentes cronísticas más destacables de estas centurias, puede consultarse en el
artículo de Constable dedicado al estudio de la Historiografía referente a este fenómeno, donde se pueden
encontrar referencias más amplias a todo ello; CONSTABLE, GILES: «The Historiography of the Crusades»
En Laiou, Angeliki E. y Mottahedeh, Roy P. (eds.): The Crusades from the Perspective of Byzantium and

33
José Fernando Tinoco Díaz

en la que la institución de la cruzada comenzó a ser observada como un fenómeno propio


de un pasado considerado a veces bastante lejano, desde la distancia que aportaba un
nuevo panorama internacional. Durante las centurias posteriores, los occidentales
continuaron volviendo la mirada a las empresas cruzadas, tanto para crear mitos
nacionales, como para presentar lo que era considerado como una expresión colectiva de
la estupidez y el fanatismo medieval. El siglo XX trajo consigo un evidente cambio de
signo. Tras la conclusión de la I Guerra Mundial (1914-1918), se asistió al nacimiento de
una corriente de estudio de las cruzadas que pretendió comenzar a tratar este fenómeno
desde una visión positivista. Este fue el verdadero punto de partida de la historiografía
moderna sobre este concepto, la cual abogaba por realizar un primer acercamiento a la
relación existente entre los hechos acaecido y el análisis de las fuentes que dieron noticia
de ellos. En ese sentido, la monumental obra del francés René Grousset, Histoire de
Croisades et du Royaume Latin de Jérusalem, debe ser considerada como el mejor
ejemplo de esta novedosa perspectiva de estudio24. Durante los años que antecedieron a
la II Guerra Mundial (1939-1945), una nueva generación de historiadores comenzó a
proyectar el análisis de las campañas cruzadas desde una perspectiva mucho más amplia.
En estos años vio la luz la obra de Steven Runciman, A History of the Crusades25.
Traducida a numerosas lenguas, este trabajo de conjunto sirvió para establecer las bases
para el estudio de las cruzadas desde varios aspectos, entre los que destacaban la faceta
socioeconómica, religiosa, e incluso popular, de las diversas campañas cruzadas
destinadas a Tierra Santa26. En este nuevo contexto intelectual, surgió la necesidad de
retomar la reflexión acerca de varios conceptos de base en torno al estudio del fenómeno
cruzado, como era la propia definición de la cruzada. Esta perspectiva dio nueva vida a
obras que vieron la luz con bastante anterioridad, pero que habían pasado desapercibidas
para el conjunto de investigadores occidentales. Este fue el caso del estudio del alemán
Carl Erdmann, The Origin of the Idea of Crusade, publicada inicialmente en 1935 pero

the Muslim World. Washington: Dumbarton Oaks, 2001, pp. 1-23, pp. 2-10. En el ámbito de estudio
español, mencionar el tímido acercamiento realizado por RODRÍGUEZ GARCÍA, JOSÉ MANUEL:
«Historiografía de las Cruzadas» En Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, Hª Moderna, tomo 13. Madrid:
UNED, 2000, pp. 341-395, pp. 373-395, pp. 343-345.
24
GROUSSET, RENÉ: Histoire de Croisades et du Royaume Franc de Jérusalmen. París: Plon, 1936-39.
25
RUNCIMAN, STEVEN: A History of the Crusades. Cambridge: Cambridge University Press, 1951-54.
26
Al respecto de toda la labor historiográfica producida en este contexto, es bastante interesante consultar
la reflexión realizada por ATIYA, AZIZ S.: Crusade: Historiography and Bibliography. Oxford: Indiana,
1962.

34
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reeditada casi cuatro décadas después27. La recuperación de este legado facilitó una
estimulante renovación sobre los estudios de la idea de cruzada, denotando que el propio
término que definía al fenómeno era algo artificial y un problema terminológico que a lo
largo de la Historia había variado y evolucionado, como manifestó muy acertadamente
Ernst Blake28. Las nuevas perspectivas de estudio acabaron por establecer diversas
corrientes de definición que han tenido una evolución hasta la actualidad, las cuales
plantean conceptualizaciones contradictorias, aunque complementarias en algunos casos,
del término de cruzada29.

27
ERDMANN, CARL: Die Enstehung des Kreuzzugsgedanken, Forschungen zur Kirchen- und
eistesgeschichte. Srurrgart, 1935. A finales de la década de 1970, esta obra fue traducida y difundida a gran
parte de Europa bajo el título The origin of the Idea of Crusade. Nueva York: Priceton University Press,
1977. Asimismo, cabe citar otras obras que sufrieron un tratamiento semejante como fue el caso de la
reimpresión de los estudios del propio Grousset o Delaruelle; GROUSSET, RENÉ: Histoire des Croisades...,
op.cit.; DELARUELLE, ETIENNE: «Essai sur la formation de l'idée de croisade» En Bulletin de Littérature
Ecclésiastique, nº 42. Tolouse: Institut Catholique de Tolouse, 1941, pp. 86-103.
28
BLAKE, ERNST O.: «The Formation of the Crusade Idea» En Journal of Eclesiastical History, nº 21.
Cambridge: Cambridge University Press, 1970, pp. 11-31. Asimismo, también es especialmente interesante
consultar la reflexión realizada por Christopher Tyerman con respecto a la invención moderna de la
cruzada compuesta en esta época, y reeditada a finales de la centuria; TYERMAN, CHRISTOPHER: The
Invention of the Crusades, Toronto: University of Toronto Press, 1998.
29
Hay que tener en consideración la afirmación realizada por Carlos de Ayala en referencia a la multitud
de corrientes de definición del término cruzada. Al respecto de todas ellas, el español denotaba que
«naturalmente es difícil hablar de representantes puros de una u otra postura, siendo las ambigüedades
cuando no las paradojas o contradicciones respecto a su teórica línea de adscripción lo que caracteriza los
puntos de vista de la mayoría de ellos»; AYALA MARTÍNEZ, CARLOS DE: «Definición de Cruzada: estado de
la cuestión» En Clío y Crimen: Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, nº 6. Durango:
Centro de Historia del Crimen, 2009, pp. 216-242, p. 217. La división y la denominación de las diversas
escuelas de definición se ha estructurado a partir de los siguientes trabajos de referencia: CONSTABLE,
GILES: «The Historiography of…», op.cit; RILEY-SMITH, JONATHAN: ¿Qué fueron las cruzadas?
Barcelona: Acantilado, 2012; HOUSLEY, NORMAN: Contesting the Crusades. Oxford: Blackwell
Publishing, 2006; BALARD, MICHEL: «L‘historiographie des croisades au XXe siècle» En Revue Historique,
nº 302. Paris: Presses universitaires de France, 2000, pp. 973-999; CLAVERIE, PIERRE VINCENT: «Les
dernières tendances de l‘historiographie de l‘Orient latin (1995-1999)» En Le Moyen Âge, nº 106. París: De
Boek Université: 2000, pp. 577-594. Al margen de las escuelas aquí mencionadas, cabe afirmar que se
identifican otras corrientes de estudio que se centran en los condicionantes socio-económicos o
psicológicos de las distintas campañas, como la postura marxista seguida por Zavarob. Se ha preferido
obviar su identificación singular por incorporar con ellas otros debates historiográficos en torno a la
cruzada, que únicamente servirían para descentrar la atención de la definición que aquí interesa. Zavarob,
al igual que Kostick, centra sus estudios en las fuertes tensiones sociales del siglo XI como detonantes de
una expansión feudal identificada en la cruzada. De ahí que la Iglesia, en tanto garante de este sistema,
intente proteger y justificar tanto el control ideológico como la instauración de la paz europea bajo un
sistema de expansión controlada; ZAVAROB, M.: Historia de las Cruzadas, Madrid, 1978. Otros autores
abogan por teorías cercanas al colonialismo o el aumento demográfico como razones de esta presión
feudal, abogando por definir la cruzada desde las perspectivas de sus causas y consecuencias y no por sus
elementos clave de singularización. Por ello, se ha optado por centrar el apartado historiográfico dedicado a

35
José Fernando Tinoco Díaz

En primer lugar, la visión más tradicionalista del estudio de la cruzada, designa bajo
esta denominación solo a las expediciones dirigidas hacia Jerusalén, siempre y cuando
éstas fueran entendidas como una peregrinatio en defensa de los Santos Lugares. La
mejor introducción a esta corriente se debe a Hans Mayer, el cual destacaba que «la
sencillez casi increíblemente obstinada del creyente corazón significaba que las cruzadas,
se convocaron una y otra vez el mismo objetivo: Jerusalén. Esta simplicidad de
pensamiento, la tala y la actividad no deben ser pasados por alto»30. Para los autores de
esta corriente, los cuales también son conocidos como ―singularistas‖, la verdadera
definición de una empresa como cruzada viene dada por el objetivo de liberar Tierra
Santa del dominio musulmán, o asistir a los cristianos que residen en este territorio
amenazado, algo que solo ocurrió verdaderamente durante la Primera Cruzada.
Verbigracia, Steven Runciman solo nombraba como cruzada, aquellas campañas
destinadas a reconquistar Jerusalén, siendo la primera casi la única verdadera dentro de la
llamada teoría singularista que defendió junto con Hans Mayer31. Más recientemente,
esta postura ha sido defendida por Jean Flori, Jean Richard o Alain Demurger, los cuales
han centrado su atención en la Primera Cruzada, que estableció la síntesis perfecta entre
la idea de guerra santa y peregrinación. El propio Flori definía tal empresa como «una
guerra santa que tuvo como objetivo la recuperación de los Santos Lugares de Jerusalén
para los cristianos»32. Según esta perspectiva, con la conquista de la ciudad
jerosolimitana en 1099, concluyó propiamente este movimiento cruzado. Tal
determinación, ha generado que esta escuela sea considerada una corriente muy acotada
en lo que se refiere a su contextualización espacio-temporal. Sin embargo, algunos
representantes consideran que el modelo aún se extendió hasta la conclusión de la
Tercera Cruzada, cuando el objetivo de las fuerzas europeas fue el debilitamiento del
poder mameluco en Egipto con la conquista el delta del Nilo, para posteriormente atacar
Tierra Santa. En ese sentido, Christopher Tyerman, en su etapa más clásica, considera
cruzadas sensu stricto a las campañas organizadas a Tierra Santa, aunque reconoce que

la definición de cruzada en aquellas escuelas que se rigen por unos preceptos de definición en torno al
aspecto formal y cultural de la cruzada.
30
MAYER, HANS E.: The Crusades; trans. J. Gillingham. Oxford: Oxford University Press, 1988, p. 283.
(editada al español como Historia de las Cruzadas. Madrid: Istmo, 1995).
31
RUNCIMAN, STEVEN: The Crusades, Princeton: University Press, 1958.
32
FLORI, JEAN: «Pour une redéfinition de la croisade» En Cahiers de civilisation médiévale, nº 47. Poitiers:
Centre d‘Etudes Supérieures de Civilisation Médiévale, 2004, pp. 329-350, p. 349; del mismo autor: La
guerra santa: la formación de la idea de cruzada. Madrid: Trotta, 2003; RICHARD, JEAN: Histoire des
Croisades. París: Fayard, 1996; DEMURGER, ALAIN: Croisades et croisés au Moyen Âge. París: Champs,
2006

36
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

tal fenómeno finalizó partir del siglo XII con las campañas organizadas en suelo europeo,
las cuales carecían de cualquier expresión de santa en apelativo, organización y
plasmación jurídica33.

En el lado opuesto, la corriente denominada pluralista considera el carácter modélico


de esta Primera Cruzada como un primer episodio de una realidad que, con posterioridad,
tendería a ser amplificada y universalizada. Giles Constable fue uno de los primeros
valedores de esta teoría pluralista. Más actualmente, Housley o Riley-Smith continúan
trabajando bajo esta línea de definición. Este último la define como «la guerra santa
dirigida contra los que estaban considerados como enemigos, en el exterior y en el
interior, para la recuperación de los bienes de la cristiandad o la defensa de la Iglesia o el
pueblo cristiano». De este modo, el autor consideraba como cruzada cualquier «guerra
penitencial que se equiparaba a un peregrinaje y presentaba mucho de los atributos de
ésta […] La causa –la recuperación de la propiedad o la defensa ante un daño– podía
entenderse en un sentido tradicional, aunque también se relacionaba con las necesidades
de toda la cristiandad o la Iglesia, en vez de con los intereses de un país o región en
particular. Una cruzada era legitimada por el papa en calidad de cabeza de la cristiandad
y representante de Cristo [...] Como mínimo, algunos de los participantes formulaban un
voto que los subordinaba a la Iglesia»34. Esta perspectiva de estudio amplía la definición
de cruzada a una variedad más extensa de campañas militares, libradas por hombres y
mujeres que juraron votos cruzados y disfrutaron de privilegios papales. Los autores que
se engloban dentro de esta escuela, abogan por una comprensión del fenómeno cruzado
en un sentido amplio, como un tipo particular de guerra santa cristiana. Las cruzadas son
así entendidas como un ejercicio en defensa de la Iglesia cristiana y sus intereses, con
independencia del lugar donde se produzcan y del enemigo al que se haga frente. Esta
determinación origina que cualquier empresa respaldada por el Pontificado a través de
una concesión de bula de cruzada, de forma independiente a su verdadero objetivo o
frente de acción, pueda ser considerada como verdadera cruzada. De esta manera, la
escuela considera cruzadas igual de auténticas las diversas campañas dirigidas a la
recuperación de Jerusalén, que las convocadas frente a herejes o el mismo movimiento

33
TYERMAN, CHRISTOPHER: «Where there any crusades in the twelfth century?» En English Historical
Review, nº 110. Oxford: Oxford University Press, 1995.
34
RILEY-SMITH, JONATHAN: ¿Qué fueron las…?, op.cit., pp. 156-157, 133; CONSTABLE, GILES: Monks,
Hermits and Crusaders in Medieval Europe. Londres: Variorum, 1988; HOUSLEY, NORMAN: The later
Crusades, 1274-1580. From Lyon to Alcazar. Oxford: Oxford University Press, 1992.

37
José Fernando Tinoco Díaz

báltico del Drang Nach Osten, e incluso las campañas hispánicas de la llamada
Reconquista, a pesar de que estas últimas tuvieron lugar en escenarios bélicos muy
distintos a los estados cristianos de Ultramar. Para ellos, la definición cruzadista de estas
campañas reside, por tanto, en la argumentación de la consideración contemporánea de
estas empresas como cruzadas, a raíz de la existencia de una autorización papal anterior a
la campaña, la aparición del voto cruzado, y la concesión de privilegios espirituales.

La dualidad entre estas dos escuelas, las corrientes de estudio más prominentes
durante los últimos años, puede resumirse en la siguiente frase de Giles Constable, el
cual afirmaba que «los tradicionalistas se preguntan a dónde va la cruzada […] en
cambio, los pluralistas quieren saber cómo se inició y organizó una cruzada»35. La
contradictoria visión del fenómeno cruzado defendida por ambas, ha generado una
perspectiva estrictamente irreconciliable del concepto de cruzada. Si para los primeros
las verdaderas cruzadas concluyeron definitivamente tras la caída de los estados cruzados
en el este, los pluralista extienden la proyección histórica del fenómeno cruzado desde
una perspectiva geográfica y cronológica mucho más amplia, que llega a abarcar
campañas acaecidas en los siglos XVI y XVII. En ese sentido, las perspectivas
tradicionalista y pluralista proyectan una evidente conceptualización del término bastante
diferente, aunque ambas también presentan evidentes contradicciones en sus
explicaciones. Mientras las reflexiones realizadas por ―singularistas‖ pueden pecar de
excesivamente limitadas, la corriente que aboga por una definición más amplia de este
fenómeno ha intentado limitar su propia conceptualización subordinando tal
consideración a un rasgo institucional concreto, lo cual también ha limitado la posible
consideración de las llamadas ―cruzadas populares‖ y la perspectiva sentimental que se
manifestaba en este tipo de iniciativas espontáneas. Este cuestionamiento derivó en la
génesis de una corriente generalista, que tomaba como cruzada cualquier acto de
providencialismo militar, es decir, toda guerra religiosa cristiana librada en nombre de
Dios, o con la creencia de que dicha empresa estaba en consonancia con los designios
divinos. Esta escuela aporta una opinión más abierta frente a las restricciones de las
definiciones anteriores, que pretende identificar la cruzada al margen de existencia de
una autorización papal. La corriente sostiene que una cruzada fue una guerra librada bajo
la voluntad de Dios y por lo tanto ganar el perdón de los pecados de manera
35
CONSTABLE, GILES: «The Historiography of…», op.cit., p. 12. Una sugerente reflexión sobre esta
perspectiva de ambas corrientes, puede encontrarse en HOUSLEY, NORMAN: Contesting the crusades...,
op.cit., p. 4-5.

38
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

independiente a la concesión de una bula de indulgencias por parte del Pontificado. De


este modo, la escuela defiende que la definición de una campaña como cruzada, reside en
el hecho de que su objetivo se establezca en torno a la defensa un territorio cristiano
frente a los enemigos de Dios, participando necesariamente de los elementos derivados
de la evolución de los conceptos de guerra justa y guerra santa. Asimismo, estas
campañas podían ser dirigidas ante cualquier enemigo de Dios, siempre y cuando esta
rivalidad se definiera en términos religiosos36. Frente a esta amplia definición de cruzada,
la rama institucionalista hizo especial hincapié, como su propia denominación indica, en
el carácter formal de las campañas tildadas de cruzada. Para los historiadores que
participan de ella, el concepto de cruzada es derivado de la iniciativa papal en el proceso
de evolución que llevó a proyectar la guerra santa desde perspectiva institucional
definida con claridad. Michel Villey, por ejemplo, afirmaba que el hecho de que la
iniciativa de promover tales empresas partiera directamente de la Iglesia es lo que definía
a una cruzada, en tanto la institución eclesiástica estaba amparada por la auctoritas del
derecho canónico37. En el caso español, José Goñi Gaztambide proyectó los elementos
utilizados por esta corriente para definir la cruzada, a la que entendían como una «guerra
santa indulgenciada»38. Con este tipo de conceptualizaciones, se conseguía limitar
formalmente la holgada definición de las campañas cruzadas expuesta por la corriente
generalista.

Aunque ambas perspectivas plantean serias alternativas a las escuelas predominantes,


ninguna de ellas aporta una verdadera solución al auténtico problema que se presenta en
la definición de este término, referente a la consideración del aspecto emocional de esta
realidad. Esta situación ha generado la recuperación de las posturas que planteaban
formas alternativas de entender el fenómeno cruzado desde una perspectiva espiritual o
psicológica. Tal perspectiva tenía su origen en la definición de Leopol Von Ranke de la
distinción entre el impuso popular o ―momento‖ de la cruzada, y lo que él llamó jerarquía

36
El principal antecedente de esta escuela es identificado en las obras de Carl Erdmann, aunque salvando
las distancias entre ambas posturas; ERDMANN, CARL: The origin of…, op.cit. Erns-Dieter Hehl, en su
artículo sobre los elementos esenciales de la definición de cruzada, critica lo restrictivo de las definiciones
de pluralistas y tradicionalistas, defendiendo una idea de cruzada mucho más amplia sobre los elementos
arriba mencionados; HEHL, ERNST DIETER: «Cruzada y peregrinación bajo el signo de la Imitatio Christi»
En Caucci von Saucken, Paolo (coord.): Santiago, Roma y Jerusalén: actas del III Congreso Internacional
de Estudios Jacobeos. A Coruña: Xunta de Galicia, 1999, pp. 145-160.
37
VILLEY, MICHEL: La Croisade: Essai sur la formation de una theorie juridique. París, 1943.
38
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la Bula de Cruzada en España. Vitoria: Editorial del Seminario,
1958, p. 46.

39
José Fernando Tinoco Díaz

de la cruzada que convergieron durante el pontificado de Urbano II39. Con posterioridad,


Carl Erdmann recuperó esta conceptualización para destacar la distinción fundamental
entre las ideas jerárquicas y populares de la cruzada, dando lugar al marco en el que se
gestó esta escuela40. En ese sentido, la denominada corriente populista ha reivindicado
que la verdadera esencia de la cruzada no se halla en la perspectiva institucional de este
fenómeno, sino en la exaltación profética, escatológica y colectica, unida al concepto
neoplatónico de la recuperación cristiana de Jerusalén. Como antecedente directo de tal
perspectiva, cabe destacar la obra de Paul Rousset, el cual identificaba la cruzada en una
definición amplia, como fuerza que excita la imaginación y el entusiasmo y que fortalece
voluntades, formando un nuevo conjunto o sistema de ideas41. Con posterioridad, el
influente trabajo de Paul Alphandéry y Alphone Dupront estableció las bases de la
definición de la cruzada esencialmente como un acto escatológico, interiormente
trascendental, producto de una oleada de excitación colectiva religiosos experimentada
sobre todo por las clases pobres. De esta manera, la Primera Cruzada, la que realmente
ellos consideran bajo esa denominación de cruzada, era identificada como un proyecto
arrastrado por fuerzas escatológicas relacionadas con la idea de la próxima venida del
Anticristo y la creencia de la Jerusalén divinal. La proyección posterior de los rasgos de
esta empresa fue rápidamente encaminada por la élite clerical, formando parte de la
doctrina que sustentaba a las élites guerreras, alejándose de su forma primaria42. En la
definición aportada por esta escuela no prima, por tanto, el papel del proyecto oficialista
en la creación de una realidad cruzada, sino los matices espirituales y psicológicos que
influyen en la disposición a que se produzcan este tipo de fenómenos, los cuales eran
derivados de un contexto social marcado por la generalización de ideas derivadas de la
escatología milenarista. De este modo, para los populistas, solo los hechos acaecidos en
torno a la génesis de la Primera Cruzada, y no la expresión de la campaña armada que

39
VON RANKE, LEOPOLD: Weltgeschichte, vol. 8, Kreuzzüge und päpstliche Weltherrschaft (XII. und XIII.
Jahrhundert). Leipzig, 1898, pp. 71-80.
40
ERDMANN, CARL: The origin of..., op.cit., pp. 269-354.
41
ROUSSET, PAUL: «La croyance en la justice immanente ál’époque féodale» En Le Moyen Age, nº 54.
Lagrasse: DRAC Languedoc–Roussillon, 1948, pp. 225-248; del mismo autor: Les Origines et les
caracteres de la première croisade. Geneva: Neuchâtel, 1955.
42
ALPHANDÉRY, PAUL Y DUPRONT, ALPHONSE: La cristiandad y el concepto de cruzada. Las primeras
cruzadas. México: Unión tipográfica editorial hispano América, 1959; de los mismos autores: La
cristiandad y el concepto de cruzada. Las cruzadas (siglos XII-XIII). México: Unión tipográfica editorial
hispano América, 1962. Más recientemente, el propio Christopher Tyerman también ha destaca el elemento
popular como definidor de la cruzada, realizando un acercamiento a esta corriente; TYERMAN,
CHRISTOPHER: God’s War. A new History of the Crusades. Londres: Penguin Group, 2006.

40
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

marcó la primera recuperación de Jerusalén, puede ser considerada bajo esta


denominación, por el entusiasmo religioso y la respuesta popular que acarreó este
movimiento primigenio. Asimismo, también se asocia este movimiento a otras épocas
más tardías, donde la relevancia del rol escatológico de Jerusalén, unido al retorno de la
esencia de la verdadera cristiandad, reveló el inicio de una época de sentimientos
escatológicos que permitió la proyección de verdaderos sentimientos cruzadistas hasta
mediados del siglo XIII.

Muy cercana a esta corriente, se encuentra la línea de definición empática, centrada


en el estudio de las ideas interiores de sujetos que aceptaron la cruz. De forma
complementaria a la postura de los populistas, los empáticos definen la cruzada dentro de
un marco de creencias e instintos subyacentes, que hasta ese momento no habían hallado
ninguna salida concreta. Siguiendo a Marcus Bull, el principal valedor de esta corriente,
esto incluye el estudio de las creencias subyacentes y los instintos dentro y las influencias
y de los espacios mentales que hasta la génesis de la cruzada no habían encontrado una
salida concreta43. Asimismo, Regine la define como un fenómeno único en su género,
ajeno a las corrientes de migración o colonización. Para el autor las cruzadas fueron
llevadas a cabo por voluntarios procedentes de todos los pueblos de Europa, al margen de
cualquier recurso regular u organización centralizada44. Esta corriente aboga por estudiar
la motivación personal que marcó la respuesta de los cruzados, la cual no siempre era
uniforme, para poder estructurar un discurso asentado sobre una imagen más real de los
cruzados y las influencias a las que fueron expuestos.

El análisis de estas diversas escuelas de definición de la cruzada, denotan el carácter


polisémico y poliédrico del propio término, pero también la dualidad de perspectivas en
cuanto a su tratamiento. En ese sentido, Alain Milhou destacaba que hay dos maneras
complementarias de enfocar el concepto de cruzada: «una desde el punto de vista
jurídico, estudiando la concesión oficial por la Iglesia de ―bulas de cruzada‖; otra desde
el punto de vista de la historia de las mentalidades colectivas y de su instrumentalización
por el poder civil y eclesiástico»45. En el primer caso, la atención de los investigadores se
centra en el reconocimiento, por parte del Pontificado romano, del carácter canónico de

43
BULL, MARCUS: «The roots of Lay Enthusiasm for the First Crusade» En History, vol. 78, nº 254. Nueva
York: Wiley, 1993, pp. 353-372.
44
REGINE, PERNOUD: Los hombres de las cruzadas. Historia de los soldados de Dios. Madrid: Sawn, 1987.
45
MILHOU, ALAIN: Colón y su mentalidad mesiánica en el ambiente franciscanista español. Valladolid:
Casa Museo de Colón: Seminario Americanista de la Universidad, 1983, p. 287.

41
José Fernando Tinoco Díaz

cruzada a través de la concesión de una bula de indulgencias. En contraposición, la


segunda corriente pretende analizar la pulsión escatológica, con frecuencia de índole
milenarista, que animó a una sociedad a emprender una empresa salvífica de índole
cruzadista; mientras que los poderes procuran encauzar este tipo de movimientos en su
favor, a través de una férrea institucionalización que, en muchas ocasiones, acabó por
desvirtuarlo. La primera perspectiva intentar entender qué es una cruzada desde el punto
de vista conceptual, atendiendo a las siguientes consideraciones: dónde se produce,
cuándo tiene lugar, de quién es la iniciativa de su convocatoria o con qué intereses lo
hace. Por otro lado, la definición más empática de este término, pretende mesurar la
aparición de sentimientos de índole cruzado en estos elementos para comprender
realmente el alcance emocional de estas empresas. Atendiendo a ambas perspectivas,
cabe afirmar que a la hora de analizar el concepto de cruzada y su fisonomía
característica, se debe centrar la atención en su evolución, extensa en el tiempo, que
marcó la madurez y cohesión de las emociones que produjeron su génesis y los atributos
principales que fueron componiendo sus rasgos esenciales y determinaron la
supervivencia del movimiento institucional en torno al concepto de cruzada a lo largo de
los siglos posteriores.

El origen de la cruzada se ha situado tradicionalmente en 1095, cuando la predicación


del papa Urbano II (1088-1099) llamó a los combatientes cristianos a participar en la
empresa para socorrer a los cristianos de Oriente. La convocatoria que partía del
Pontificado romano, pronto contó con una amplitud religiosa que la convirtió en un
fenómeno de masa y una experiencia mítica dirigida hacia la recuperación de Jerusalén.
Sin embargo, una serie de manifestaciones anteriores denotan que el impulso primitivo
del movimiento cruzado se debió más a un sentimiento colectivo, que al propio
llamamiento realizado por el santo padre. El verdadero origen del ideal de cruzada
respondió a una pulsión social, un sentimiento surgido en el seno de la cristiandad
occidental, que una institucionalización religiosa de la guerra cristiana46. De hecho, la
Primera Cruzada fue realmente la extensión de una manifestación emocional surgida en
el seno de los paupers, que contaba con una clara conciencia de peregrinaje unida a un
ideal soteriológico. Esta pulsión original generó la participación entusiasta de este grupo
social en una empresa que se convirtió finalmente en una auténtica experiencia mística.
El compromiso voluntario de participar en una guerra dirigida por Dios, y no la

46
ALPHANDÉRY, PAUL Y DUPRONT, ALPHONSE: La cristiandad y…Las primeras cruzadas, op.cit., p. 198.

42
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

concesión de indulgencias papales, generó un contexto confesional donde el uso de la


fuerza bélica fue una realidad aceptada y deseada por una corriente de influencia
escatológica, que paulatinamente se configuró en torno a la exaltación del concepto
milenarista jerosolimitano. La posterior idea jerárquica de la cruzada fue, en cierta
medida, una proyección de la guerra santa concebida durante el reinado de Gregorio VII,
que pretendía canalizar tal iniciativa en una expedición militar de significación política.
El sentimiento original pareció mantenerse vivo en la conciencia colectiva de los
participantes en ella, de forma que la cruzada se convirtió poco a poco en una nueva
manifestación de la vida religiosa en todo el Occidente cristiano, aunque su desarrollo
quedó supeditado a la institucionalización de este movimiento por parte del pontificado.
La paulatina generalización de este tipo de convocatorias a lo largo de las campañas
posteriores, determinó que la cruzada perdiera parte de su carácter primario, tomando
fuerza el aspecto de indulgencial unida a ella y sobre todo, lo que Tyerman ha
denominado como «lenguaje de cruzada». Como el mismo autor reconoce, «un arranque
individual de convicción o la repentina convulsión colectiva de una multitud acaso
provocaron el acto inicial de compromiso, la adopción de la cruz. Sin embargo, la
traducción de esta obligación en acción tuvo que basarse en una preparación y una
planificación personal, política, social, financiera y económica, y dio lugar a una serie de
instituciones legales y fiscales muy extendidas»47.

Es una aceptación historiográfica generalizada el considerar a la Primera Cruzada


como un acontecimiento único e irrepetible, el único que puede ser denominada sensu
stricto como cruzada, tanto en lo formal, como en el aspecto devocional. Como afirman
los tradicionalistas, esta campaña supuso una ruptura con los modelos de religiosidad
anteriores y estableció un modelo de comportamiento; al igual que los pluralistas
determinan que, a partir de su carácter modélico, paulatinamente fue surgiendo una
nueva manera de entender este fenómeno cruzado desde el punto de vista institucional.
En torno a la concreción de esta idea primigenia de cruzada, se fue constituyendo un
conjunto de rituales sociales y políticos que no resultaban novedosos por sí mismos,
como el peregrinaje, la emisión de votos o la concesión de indulgencias, pero que
aparecieron juntos por primera vez expresados a través de un vocabulario especial, que
pretendía destacar la faceta penitencial del movimiento. Este proceso proporcionó a la
Iglesia un arma muy poderosa que esgrimir frente a sus adversarios y un medio de

47
TYERMAN, CHRISTOPHER: Las Cruzadas: realidad…, op.cit., pp. 152-153.

43
José Fernando Tinoco Díaz

cimentación política con un alcance universal. De hecho, solo el santo padre, en calidad
de vicario o representante de Dios, podía realizar el llamamiento de estas campañas
militares en nombre de Cristo. A partir de la publicación de la bula papal Quantun
praedessores en 1145, concedida por Eugenio III (1145-1153) con el objetivo de
convocar la Segunda Cruzada, se estableció el modelo base de convocatoria de cruzada
bajo la autoridad papal. En ella ya aparece la primera mención explícita a las
indulgencias pontificias, denotando que el fervor de la experiencia anterior había sido
canalizado bajo el control establecido por la Iglesia romana, la cual suministraba las
garantías temporales y definía las intenciones espirituales de esta campaña destinada a
Tierra Santa. La convocatoria realizada por este pontífice estaba asentada sobre el
establecimiento de un marco jurídico y canónico que concretaba las directrices previas
establecidas Inocencio II (1130-1143), de forma que se produjera la reconversión del
entusiasmo inicial en una obligación formal para con el Pontificado, que tomó la forma
del llamado voto cruzado.

Mientras este compromiso estuviera activo, el sujeto participaba de una doble


naturaleza como sacerdote eclesiástico y guerrero secular. Por este motivo, debía ser
juzgado por tribunales de la Iglesia, mientras que sus propiedades feudales, tenencias y
derechos lo hacían por tribunales seglares. Entre las principales prerrogativas de este
voto cruzado, se encontraba la exención de excomunión por la cruz, licencia para tener
trato con excomulgados, derecho a no ser reclamado en un proceso legal fuera de la
diócesis de nacimiento, inviolabilidad de sus propiedades en tanto estuvieran ausentes,
exención de las consecuencias de un interdicto, privilegio de contar con un confesor
personal, derecho de conceder el voto como sustitutivo de otro anterior y la concesión del
perdón de los pecados anteriores. La ceremonia de aceptación de la cruz solía ser un acto
social solemne, de naturaleza especial, voluntaria y a menudo condicionada. Comenzaba
con una misa en presencia de altos cargos eclesiásticos, para después leer la traducción
de la carta papal que convocaba la cruzada. Posteriormente, el predicador presentaba su
homilía, breve e inspiradora, para concluir con la invitatio, momento en el que se tomaba
la cruz de tela mientras se cantaba un himno religioso. Las mismas, por su carga emotiva,
podían ser sacadas de contexto en ocasiones y acabar en pogromos contra etnias
minoritarias. Desde el pontificado de Alejandro III (1159-1181), se comenzó a
generalizar la dispensación, sustitución, redención y conmutación de este voto original.
Esta situación pone de manifiesto el distanciamiento paulatino entre las verdaderas

44
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cruzadas y las realizadas bajo el seno político, en tanto las primeras respondían al
sentimiento de sus participantes. Por último, con la generación de las órdenes militares
aparecerá otro tipo de voto, ligado a la protección religiosa más que a la penitencia
permanente de los peregrinos48.

Durante la prosecución de la Segunda Cruzada, quedó presente cuál sería el


verdadero futuro de la faceta institucional del movimiento cruzado. A pesar de que la
dirección y el control de las operaciones siguió siendo detentado por el papado a través
de sus legados, en la práctica, el brazo secular, representado por los monarcas o grandes
señores que participaron en el proyecto, determinó la verdadera suerte de estas campañas.
A pesar de que el santo padre mantuvo el control de la proclamación, predicación y
financiación de la empresa durante los siglos posteriores, la cruzada realmente se fue
tornando un fenómeno en manos seglares. Paulatinamente, se reconoció la naturaleza
cooperativa de la relación entre el poder temporal y el espiritual, de forma que la
autoridad pontificia fue siendo reducida a las funciones de asesoramiento, arbitraje y
exhortación durante este tipo de empresas. Esta situación incidió en la pérdida de la
naturaleza espontánea inicial de tal movimiento, en favor de su reconversión en una
peregrinación armada, donde primaban los intereses de carácter laico. De este modo, la
cruzada se difuminó de forma paradójica desde mediados del siglo XII, ganando en
coherencia y adaptación al contexto europeo, pero perdiendo en frescura y riqueza
religiosa. Durante este periodo comenzó a proyectarse la extensión del modelo gracias a
la consolidación de la republica christiana, lo cual permitió aplicar los beneficios de la
cruzada a contexto geográficos y temporales muy diversos. Por analogía, y como
resultado de un ejercicio de amplificación, pronto comenzaron a desarrollarse
operaciones que también contaron con elementos constituyentes de esta institución
cruzada, en otros diversos escenarios y frente a enemigos no necesariamente
musulmanes, como cismáticos y herejes. Sirva como ejemplo la cruzada albigense
convocada por Inocencio III frente a los cátaros (1209-1244). Asimismo, esta institución
también fue utilizada como arma contra algunos príncipes de la cristiandad, como
sucedió con las campañas de prédica dirigidas contra la figura de Federico II
Hohenstaufen (1212-1250). Estas últimas campañas son conocidas por algunos como

48
Sobre el voto cruzado, se remite a los apuntes generales expresados en RILEY-SMITH, JONATHAN: ¿Qué
fueron las…?, op.cit., pp. 73-75, 90-94, 105-109.

45
José Fernando Tinoco Díaz

«cruzadas políticas», a pesar de que todas las anteriores también contaban con esta
evidente perspectiva secular49.

La extensión de los privilegios y ceremonias asociados originalmente con la


expedición cristiana destinada a recuperar el control sobre Jerusalén, amplió
inevitablemente el alcance de las devociones indulgenciales relacionadas con la
institución cruzada, pero también las críticas y la desvaluación de esta proyección de su
idea original. El propio concepto de cruzada se vio obligado a sufrir un largo proceso de
configuración jurídico-administrativa que tuvo su origen en el fuerte movimiento
institucional surgido durante el pontificado de Inocencio IV (1234-1254), para solventar
la necesidad papal de mantener su control frente a las pretensiones de las potencias
seculares de Occidente sobre su capacidad de auctoritas. Aunque la cruzada siguió
siendo un concepto legal mal definido hasta el final de esta centuria, las reflexiones en
torno a los elementos que conformaban tal institución se perfilaron definitivamente
durante este periodo. Como guerra de proyección religiosa, el concepto seguía apelando a
cuestiones fundamentales de la identidad cristiana, por lo que sus elementos constitutivos
continuaban evocando la idea original de este sentimiento, proporcionando un
instrumento doctrinal bastante útil que acabó por constituir un complemento idóneo a la
expansión de la faceta eclesiología del poder europeo secular. Pero la convocatoria de
pontificia dejó de manifiesto la posibilidad de exigir la contribución de los fieles en un
negocio de índole religiosa, algo que se tradujo en la pretensión de control político y la
explotación fiscal por parte de los poderes seculares y eclesiásticos de esta institución. La
principal consecuencia de todo ello, fue la penetración del lenguaje de la cruzada en
conflictos profanos que no tenían nada que ver con el aparato formal anterior. Esto
permitió tildar de cruzada a cualquier conflicto con algún tinte ideológico religioso,
incluso en las situaciones más contradictorias, para obtener con ello importantes ventajas
económicas y doctrinales50.

El optimismo que guió a las primeras cruzadas dirigidas a Oriente, paulatinamente se


fue convirtiendo en pragmatismo y, finalmente, en un generalizado sentimiento de
incapacidad frente a la creciente amenaza islámica. Asimismo, los abusos registrados en

49
Un recorrido por estas campañas, consideradas como cruzadas por la corriente pluralista, puede
consultarse en RILEY-SMITH, JONATHAN (ed.): The Oxford Illustrated History of the Crusades. Oxford:
Oxford University Press, 1995.
50
Sobre todo ello, KANTOROWICZ, ERNS: Los dos cuerpos…, op.cit., pp. 243 y ss; ROUSSET, PAUL: «La
croyance en…», op.cit., pp. 228-233.

46
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

lo referente al destino del diezmo de la cruzada, la generalización de esta institución en


conflictos políticos contra cristianos, la nueva tolerancia al islam de la mano de las
órdenes mendicantes y la aparición de una clase burguesa de moral religiosa más
relajada, hicieron que su función originaria quedara difuminada para el conjunto de la
sociedad medieval. Sin embargo, el ideal primigenio aún sobrevivió en diversos
ambientes comunitarios, surgiendo en determinados momentos en los que se hizo
necesario una reacción frente a una situación de crisis generalizada o una ruptura del
orden social feudal. Durante estas épocas de marcada incidencia escatológica, se dieron
dos movimientos populares de entusiasmo religioso muy cercanos a las primeras
manifestaciones cruzadas, como fueron las llamadas ―cruzada de los niños‖ (1212) y
―cruzada de los pastores o Pastoreaux‖ (1251). También se tiene constancia de otras
noticias expresiones de inquietud social y política por la recuperación de los Santos
Lugares en Italia, durante 1309, y en Francia, a lo largo de 1320. Este tipo de expresiones
mostraban la inquietud de la sociedad cristiana ante la incapacidad de los dirigentes de
responder a la amenaza exterior que sufría la cristiandad, denotando que el sentimiento
cruzadista, y la realidad institucional que pretendió englobar este movimiento bajo una
teología pontificia claramente definida, se habían distanciado por completo. De hecho,
esta corriente popular se fue desviando cada vez más de las representaciones oficiales de
cruzada, quedando reducida a iniciativas aisladas que generalmente fueron proyectadas
frente al propio poder central de los diversos reinos cristianos. Por este motivo, la escuela
populista considera que, en gran medida, la pulsión que llevaba a morir por la restitución
de esa idea primigenia de recuperar Jerusalén, se agotó a mediados de esta centuria del
120051. Sin embargo, parece cierta el hecho de que la cruzada siguió viviendo en la
colectividad de Occidente después del siglo XIII, lo que explica la lenta desaparición de
la verdadera vocación. En ese sentido, Norman Cohn afirma que la esperanza milenarista
aún ejercía atracción y fascinación sobre los descontentos y los frustrados de la sociedad
durante la Baja Edad Media. Esas capas sociales encontrarán su ideal y objetivo en la
realización, a veces muy violenta, de ese sueño redentor y salvífico, en movimiento como
los mencionados anteriormente. De esta manera, el verdadero celo cruzado pasó a ser un
monopolio de las clases más desarropadas de la sociedad que, en ciertos momentos de

51
ALPHANDÉRY, PAUL Y DUPRONT, ALPHONSE: La cristiandad y…Las cruzadas (siglos XII-XIII), op.cit.,
pp. 192-206; TYERMANN, CHRISTOPHER: «Where there any crusades in the twelfth century?» En English
Historical Review, nº 110. Oxford: Oxford University Press, 1995, pp. 553-577.

47
José Fernando Tinoco Díaz

malestar general, desarrollaban corrientes revolucionarias de lucha social ajenas, por lo


general, a la forma institucional de la cruzada52.

Las escuelas que determinaron la extensión del modelo cruzadista más allá de este
periodo clásico, identificaron el final de la etapa inicial del movimiento cruzado con la
muerte de San Luis durante el sitio de Túnez, el 25 de agosto de 1270. El fallecimiento
del monarca francés significó la conclusión de la llamada Octava Cruzada, la última
empresa europea dirigida hacia Tierra Santa. Con la derrota del ejército cristiano en esta
iniciativa, la mejor preparada y más ambiciosa de cuantas fueron destinadas a recuperar
Jerusalén, quedó de manifiesto que el movimiento cruzado oriental estaba destinado al
fracaso, dando a entender que el éxito y la constitución de los estados de Ultramar
durante la centuria anterior había sido una verdadera paradoja. A pesar de la
determinación posterior mostrada por los pontífices para apoyar iniciativas destinadas a
la liberación de Jerusalén, durante el II Concilio de Lyon (1272), se hizo patente la
imposibilidad de celebrar una nueva cruzada transnacional para reconquistar la Ciudad
Santa, aceptando la pérdida irremediable de los Lugares Santos 53. Ante esta realidad, el
movimiento cruzado entró en una importante crisis. Durante este periodo, los elementos
donde se hizo presente el sentimiento cruzadista comenzaron a proyectar una evolución
autónoma, mientras se debilitaban sus nexos comunes. Por este motivo, la influencia
doctrinal de la cruzada decayó como una fuerza política, religiosa y social, diluida entre
rivalidades políticas, la proyección de las exigencias locales de los nuevos estados
nacionales, e incluso la profesionalización del negocio de la cruz. En ese sentido, Alain
Milhou ilustra perfectamente esta fase cuando afirma que «la historia de la idea de
cruzada después de las cruzadas es la de la disgregación de los diferentes elementos que
la componían»54. El control de los diversos mecanismos de esta institución generó un
choque entre el universalismo cristiano, representado en la capacidad espiritual del
pontificado y los nuevos intereses estatales, personificados en el ascenso de las
monarquías nacionales y en la recuperación del derecho romano y la noción más pura de
la guerra justa secular. Quizá esta situación no sea tan radical como afirmaba Antonio
Antelo, cuando apunta que la cruzada «como empresa del pontificado acaba en el siglo

52
COHN, NORMAN: En pos del milenio: revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad
Media. Barcelona: Barral, 1972, pp. 88-111.
53
Sobre todo ello, es interesante consultar SCHEIN, SYLVIA: Fidele Crucis. The Papacy, the West and the
Recovery of the Holy Land (1274-1314). Nueva York: Oxford University Press, 1991.
54
MILHOU, ALAIN: Colón y su..., op.cit., p. 290.

48
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

XIII por la secularización y la razón de Estado»55; pero es cierto que el realismo político
provocó una desviación tardía del antiguo ideal de cruzada, adaptado al contexto de un
naciente sentimiento nacional. De la misma manera que el ideal de cruzada había
sacralizado las regiones donde se combatía al enemigo de la fe, se produjo la sublimación
por analogía de un concepto de guerra nacional, reforzado por una propaganda política
que asimilaba el Bien Común de la patria, con la proyección religiosa de la nación
cristiana. De forma paulatina, la institución de la cruzada pasó a ser un instrumento de
política secular que pretendía proyectar la analogía entre la guerra nacional y la religiosa,
vaciando totalmente de sentido su contenido primigenio.

Parece que, en el otoño de la Edad Media, el sueño de salvar a la cristiandad se fue


apagando en Europa, a la luz del surgimiento de determinados sentimientos de índole
nacionalista. Sin embargo, el mito universalista de las cruzadas pareció sobrevivir entre
las diversas capas de la sociedad medieval gracias, en gran medida, al interés de los
pontífices romanos. A partir del siglo XIV, las campañas bajo ese cariz cruzado
continuaron con cierta asiduidad, de forma acotada, en la Península Ibérica, Rusia y el
contexto del mar Mediterráneo. Pero la doctrina cruzadista unida a estas empresas se
encontraba cada vez más alejada de la concepción doctrinal primaria, diluida en la
extensión de cuestiones políticas internas de la cristiandad durante este periodo56. Solo
con el ascenso del poder turco en Oriente, la convocatoria de cruzada aparentó recuperar
cierto papel protagonista en el devenir de la cristiandad occidental. Así lo consideran los
historiadores que identifican el desastre de la batalla de Nicópolis, acaecida el 28 de
septiembre de 1396, como una verdadera empresa cruzada bajomedieval. Pero esta
campaña no se trataba de una iniciativa destinada a reconquistar Jerusalén, sino a
rechazar la amenaza otomana que comenzaba a amenazar el territorio cristiano oriental.
Hasta ese momento, el reino de Hungría había mantenido una dura pugna por defender al
resto de Europa del crecimiento de la amenaza otomana en Oriente. Sin embargo, a
finales de esta centuria, se hacía necesario establecer una verdadera ayuda para que estos
guerreros continuaran frenando el avance musulmán en esta zona, lo cual determinó el

55
ANTELO IGLESIAS, ANTONIO: «El ideal de Cruzada en la Baja Edad Media» En Cuadernos de Historia;
Anexos de la revista Hispania, nº 1. Madrid: CSIC, 1967 pp. 37-43, p. 38.
56
Sobre este periodo y la perspectiva pluralista del estudio de estas contiendas como cruzadas, HOUSLEY,
NORMAN: «The Crusading Movement (1274-1700)» En Riley-Smith Jonathan (ed.): The Oxford Illustrated
History of the Crusaders. Nueva York: Oxford University Press, 1995, pp. 260-294; del mismo autor: The
later crusades..., op.cit.; del mismo autor Religious warface in Europe (1400-1535). Nueva York: Oxford
University Press, 2000.

49
José Fernando Tinoco Díaz

retorno de las iniciativas cruzadas al más alto nivel doctrinal. Empero, a pesar de este
empuje, cabe reconocer que el verdadero espíritu cruzado era ya un sueño quijotesco,
como manifiestan los fallidos intentos de llevar a cabo una nueva iniciativa conjunta para
defender Constantinopla del asedio turco. De hecho, esta situación concluyó con la
desaparición del Imperio Romano de Oriente en 1453, tras un largo asedio que no contó
con ayuda de Occidente. La conquista de Constantinopla causó un impacto sin
precedentes en la situación política y económica del Occidente cristiano, así como en su
conciencia religiosa y en los pilares que fundamentaban su identidad cultural, que se
concretaron en la convocatoria de nuevos proyectos cruzadistas como los de Pío II
(1458-1464). Pero tales esfuerzos retóricos, técnicos y diplomáticos resultaron
insuficientes y no evitaron que estas empresas fracasaran motivadas por la incapacidad
de las potencias cristianas de concretar una expedición militar común57. En este contexto,
la dinámica de supervivencia de la doctrina cruzadista encontró un nuevo sentido en la
unión entre los éxitos hispánicos y la amenaza del contexto mediterráneo a fines del siglo
XV. Enarbolando la causa de la fe cristiana, los reyes de Castilla consiguieron recuperar
esta institución en todo su esplendor, para proyectar sus anhelos universalistas en torno a
la proyección religiosa de esta institución cristiana. Dentro de esta dinámica de
recuperación del ideal más clásico de la lucha frente al musulmán, se situó la proyección
de la guerra frente a Granada, el último capítulo de la Reconquista hispánica, como una
empresa que encontró una afiliación natural con el aparato cruzadista.

1.3. LA GUERRA FRENTE AL MUSULMÁN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.


RELACIÓN DE LOS CONCEPTOS DE RECONQUISTA Y CRUZADA.

Con respecto al fenómeno denominado Reconquista, cabría comenzar afirmando que


éste es otro concepto historiográfico cuyo significado y alcance ha generado, y genera
aún, grandes debates entre los principales historiadores dedicados al estudio de la
materia. Por lo tanto, resulta imposible realizar un acercamiento al mismo, sin prescindir
de una breve referencia inicial al debate que envuelve su conceptualización en la
actualidad. A finales de la centuria pasada, el hispanista Derek Lomax destacaba que el
término Reconquista debe ser entendido como «un marco conceptual utilizado por los

57
Sobre este periodo, es interesante consultar el reciente trabajo de conjunto de Paviot, Jacques (ed.): Les
projets de croisade. Géostratégie et diplomatie européenne du XIV e au XVIIe siècle. Toulouse: Presses
universitaires du Mirail, 2014; también es interesante consultar las reflexiones de BEINERT, BENTHOLD:
«La idea de Cruzada y los intereses de los pontífices cristianos en el siglo XV» En Cuadernos de Historia;
anexos de la revista Hispania, nº1. Madrid, CSIC, 1967, pp. 45-59; CHAMBERS, DAVID: Popes, cardinals
and war. The military church in Renaissance and Early Modern Europe. Nueva York: I. B. Tauris, 2006.

50
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

historiadores». Sin embargo, «a diferencia del concepto de Edad Media, no se trata de un


concepto artificial. Por el contrario, la Reconquista fue una ideología inventada por los
hispano-cristianos [...] y su realización efectiva hizo que se mantuviera desde entonces
como una tradición historiográfica»58. El término se consolidó en la historiografía
hispánica durante la segunda mitad del siglo XIX, obedeciendo a un periodo histórico
marcado por las pugnas ideológicas entre liberales y conservadores, surgidas por la
necesidad de definir el Estado español. En un inicio, tal concepto estuvo asociado a la
idea de una formación de la identidad nacional española en el contexto medieval, a través
del establecimiento de unas bases comunes, asentadas sobre la idea de la prosecución de
una empresa colectiva y singular determinada en el contexto peninsular. La construcción
de esta perspectiva del periodo medieval hispánico, desde una visión harto romántica y
nacionalista, tuvo un éxito notable en la centuria posterior, cuando se consolidó
definitivamente esta óptica. De este modo, Ramón Méndez Pidal destacó que el concepto
unitario de España solo pudo robustecerse como consecuencia del complejo proceso
medieval hispánico de lucha frente a los musulmanes, asentado sobre la concepción de
ideal religioso y la idea de la prosecución de una empresa común en torno a la
recuperación de un territorio usurpado durante el periodo visigodo59. Asimismo, frente a
las teorías expuestas por Américo Castro a mediados de la centuria, Claudio Sánchez
Albornoz consideraba la Reconquista como «clave de la Historia de España», afirmando
que bajo esta denominación, se narraba la «recuperación del solar nacional por un grupo
disperso de pequeños estados cristianos»60.

Durante la época del Franquismo, este concepto acabó formando parte de la doctrina
afín al régimen, por la fácil asimilación entre los principales rasgos de este proceso
histórico y los nuevos valores del nacional-catolicismo, que se pretendían imponer a la
sociedad española. A partir de 1968, y sobre todo, con el inicio de la democracia en
España, muchos fueron los historiadores que pusieron de manifiesto la validez y
pertinencia de este concepto desde distintos horizontes temáticos, metodológicos e
interpretativos. En ese sentido, destaca las tesis de Abilio Barbero y Marcelo Virgil, que
vino a representar una ruptura radical de los orígenes y el significado histórico de la

58
LOMAX, DEREK: La Reconquista. Barcelona: RBA, 2006, p. 19. Al respecto de la evolución
historiográfica de este término, cabe mencionar el completo estudio realizado por RÍOS SALOMA, MARTÍN:
La Reconquista en la historiografía española contemporánea. Madrid: Sílex, 2013
59
MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN: Los españoles en la Historia. Madrid: Espasa Calpe, 1991, pp. 172-176.
60
SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO: España, un enigma histórico. Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1956,
pp. II, 9-16

51
José Fernando Tinoco Díaz

Reconquista. La obra de estos autores se centró en la supuesta herencia de los pueblos


norteños con respecto al reino visigodo y el pasado romano de la Península Ibérica,
destacando que la reacción que condicionó el inicio del proceso de expansión de astures,
cántabros y vascones, realmente se debió a motivos de orden socioeconómico61. Aunque
con posterioridad tal perspectiva fue suavizada, su trabajo dejó de manifiesto que los
ideales neogóticos tuvieron una génesis posterior al inicio del proceso de expansión
cristiana en la Península Ibérica. De esta forma, se daba una imagen de la Reconquista
que «no fue la ―recuperación de unas tierras previamente perdidas‖, sino la consecuencia
del crecimiento de los Estados feudales cristianos peninsulares ante la decadencia del
islam andalusí»62. Con ello, quedaba presente que entre los medievalistas hispánicos se
cuestionaba el contenido del término, pero no su uso. De hecho, a finales del siglo XX,
José María Mínguez denotaba que «para la historiografía más tradicional, el término
reconquista alude a un supuesto proceso de reconstrucción de la unidad política
peninsular que se había configurado inicialmente en el periodo visigodo y posteriormente
destruido por la invasión musulmana a partir del año 711. Se trataría, por tanto de la
restauración de la antigua unidad política española del período visigodo. Esta conquista
militar se complementaría con la repoblación del territorio como forma de asegurar el
control sobre los espacios conquistados dotándolos de población suficiente capaz de
defender el territorio y de proveer contingentes militares para la prosecución de las
conquistas. Dentro de esta concepción, la monarquía representaría el papel directivo por
excelencia y la fuerza motriz fundamental de la conquista y de la repoblación de los
territorios conquistados». Si bien este autor aún afirmaba que aunque que tal definición
planteaba «una interpretación esquemática, simplista y lamentablemente demasiado
difuminada del verdadero contenido de nuestra Edad Media», él mismo utilizó este
«título absolutamente convencional, incluso inexacto -hasta erróneo, si se me apura un
poco-»63.

El uso del concepto de Reconquista se ha mantenido vigente en la actualidad como


una cuestión de convencionalismo, «en la medida en que se trata de un término
ampliamente difundido, con significados implícitos que eximen de mayores
explicaciones, el usuario tiende a perpetuarlo sin entrar en mayores cuestionamientos, o

61
BARBERO, ABILIO Y VIRGIL, MARCELO: Sobre los orígenes sociales de la Reconquista. Barcelona: Ariel,
1988.
62
CORRAL, JOSÉ LUIS: Una historia de España. Barcelona: Edhasa, 2008, pp. 324-325
63
MÍNGUEZ, JOSÉ MARÍA: La Reconquista. Madrid: Historia 16, 1989, p. 7.

52
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

al menos sin rechazarlo de manera absoluta»64. Recientemente, Martín Ríos Saloma ha


denotado el carácter polisémico de esta expresión, afirmando que la Reconquista hace
referencia a una categoría historiográfica, así como a un periodo histórico o momento
preciso, marcado por un proyecto ideológico «desarrollado principalmente por las
monarquías astur-leonesa, primero, y castellana, después, a lo largo de la Plena Edad
Media que contemplaba la restauración del antiguo orden político visigodo y la
implantación de la soberanía cristiana (castellano-leonesa) sobre la totalidad de la
Península Ibérica»65. Por lo tanto, es necesario aclarar que cuando se habla de este
término en el momento presente se está haciendo referencia, tanto al proceso de
expansión de los reinos peninsulares en detrimento del territorio peninsular, como a la
doctrina que sustentó tal fenómeno, asentada sobre el mito de la desaparición del reino
visigodo y el deber de sus herederos de restituir el dominio sobre estas tierras en manos
musulmanas. Centrando la atención sobre el origen de esta idea, cabe afirmar que su
génesis parece situarse en los años centrales del siglo IX. Durante este periodo, una gran
cantidad de clérigos mozárabes fueron expulsados o huidos de Córdoba Toledo, como
consecuencia de la consolidación de la dinastía omeya en Al-Andalus y la islamización
del territorio y la sociedad bajo dominio musulmán. Estos eclesiásticos, que no aceptaron
la nueva situación jurídica en este contexto social, fueron acogidos en el norte peninsular
con gran aceptación, convirtiéndose en grandes figuras de las cortes cristianas. En el caso
del reino astur-leonés, la influencia de estos emigrantes se hizo notar en la revitalización
64
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: «La Reconquista: un estado de la cuestión» En Clío y Crimen, nº 6. Durango:
Centro de Historia del Crimen, 2009, pp. 151-215, p. 161.
65
Para este autor, la Reconquista puede ser entendida como un «proceso histórico de lucha entre cristianos
y musulmanes desarrollado en la Península ibérica a lo largo de la Edad Media [...] un periodo histórico
particular que por lo general se asimila con la Edad media y que comprende desde la batalla de Covadonga
en 7118 hasta la conquista de Granada en 1492 [...] momento preciso en la historia hispana determinado
por la conquista militar de una fortaleza y su posterior reorganización política, administrativa y religiosa
[...] proyecto ideológico desarrollado principalmente por las monarquías astur-leonesa, primero, y
castellana, después, a lo largo de la Plena Edad Media que contemplaba la restauración del antiguo orden
político visigodo y la implantación de la soberanía cristiana (castellano-leonesa) sobre la totalidad de la
Península Ibérica [y] categoría historiográfica que sirve para definir y analizar el mencionado proceso de
conquista y repoblación y sus implicaciones ideológicas»; RÍOS SALOMA, MARTÍN: La Reconquista. Una
construcción historiográfica (siglos XVI-XIX). México: Universidad Autónoma de México, 2011, p. 30.
Sobre este aspecto polisémico del término, y su alcance en la cronística del periodo, es interesante
consultar la reflexión realizada por PERISSINOTTO, GIORGIO: Reconquista y literatura medieval. Cuatro
ensayos. Maryland: Scripta Humanística, 1987. En contraposición a todo lo mencionado, Josep Torró
defendía que tal término nunca fue utilizado en las crónicas peninsulares, sino que constituyó un proceso
de expansión general que supuso la emigración en torno a la expansión de la sociedad medieval occidental;
TORRÓ, JOSEP: «Pour en finir avec la ―Reconquête‖. L‘occupation chrétienne d‘al-Andalus, la soumission
et la disparition des populations musulmanes (XIIe-XIIIe siècle)» En Cahiers d’historie. Revue d’histoire
critique, nº 78. París: Cahiers d‘historie, pp. 79-97.

53
José Fernando Tinoco Díaz

del recuerdo visigodo y en la sublimación de la faceta religiosa de la sociedad hispánica,


como fórmula para aunar a los diferentes pueblos que integraban la corona astur en torno
a los éxitos militares cosechados por Alfonso III. Las fuentes de este periodo se
encargaron de realizar una profunda reflexión sobre la historia del reino, para denotar que
el rey era el legítimo heredero del reino visigodo y estaba llamado a reconstruir la unidad
política y recuperar las tierras arrebatadas por los musulmanes a través de la guerra. De
este modo, se reconocía el papel superior de la figura de este monarca, al cual se le
intitulaba como imperator del territorio hispano66. Adeline Rucqui defiende que durante
los siglos posteriores, la guerra contra el Islam se convirtió en la principal forma de las
monarquías hispánicas para legitimar su posición frente a otros grupos sociales y poderes
europeos, siendo esta idea completamente legítima, en tanto que los reyes astures se
sentían herederos de los visigodos67.

La doctrina reconquista original pareció «concebida para justificar y dar sentido, en


un plan de conjunto, a las pretensiones expansionistas de las monarquías hispánicas a
costa de sus vecinos musulmanes, pero también para movilizar, en aras de la consecución
de tal fin y a través de la propaganda política, a sus recursos humanos, económicos e
institucionales»68. Sobre la configuración de una auténtica guerra concebida frente al
ancestral enemigo musulmán, se gestó la construcción teórica de una operativa doctrina
que, desde su origen, fue pensada para ser llevada a la práctica. De hecho, el proceso
histórico hispánico permitió ordenar a las culturas peninsulares como una sociedad
organizada para la guerra. De este modo, para autores como Angus Mackay, «la
existencia de una frontera militar permanente significaba, virtualmente, que la España

66
Al respecto, MARTÍN RODRÍGUEZ, JOSÉ LUIS: Origen y consolidación de los reinos cristianos. Madrid:
Historia 16, 1995; CANTARINO, VICENTE: Entre monjes y musulmanes. El conflicto que fue España.
Granada: Editorial Alhambra, 1978.
67
RUCQUOI, ADELINE: Histoire médiévale de la Péninsule Ibérique, París, Seuil, 1993. José Antonio
Maravall amplió este panorama inicial afirmando que el proceso de formación del mito reconquistador
también tuvo su proyección en la historiografía de los territorios aragonés y catalán, profundizando en la
influencia de esta doctrina en la formación de estos reinos. A pesar de que este tipo de concepciones no
aparecen de forma explícita en las crónicas, la ausencia de tal evidencia no es una prueba concluyente de la
falta de estos conceptos de restauratio, cuanto más los condados pasaron a formar parte del entorno
ibérico. En ese sentido, cabe afirmar que esta doctrina pasó también a formar parte de las provincias
orientales tras la independencia del poder carolingia, cuando los reyes de estos territorios se convirtieron en
los únicos responsables de asegurar el bienestar de su comunidad a costa de hacer frente a los musulmanes;
MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: El concepto de España en la Edad Media. Madrid: Centro de Estudios
Constitucionales, 1981, pp. 326-335.
68
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: «La Reconquista: un...», op.cit., p. 184.

54
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

medieval era una sociedad organizada para la guerra»69. El neogoticismo que galvanizó
tal proceso acabó formando una parte esencial de la sociedad hispánica lo largo de la
Edad Media, madurando y perfeccionándose con el tiempo, de manera que configuró un
marco teórico que contribuyó a construir lazos de unión y legitimidad gubernamental, y
definía un programa determinado de actuación política de la monarquía hispánica, donde
cualquier empresa quedaba incluida en un proyecto histórico: la legítima recuperación de
un territorio herencia de la monarquía visigoda. Esta idea se asentaba sobre una
motivación principal: la necesidad de recuperar el señorío político sobre el antiguo
territorio del reino visigodo y la restauración de la Iglesia hispana en esta tierra. A pesar
de que tal planteamiento denotaba que el conflicto frente al musulmán peninsular era
definido en términos jurisdiccionales, la configuración de esta contienda en el seno de
una sociedad cristiana, en conflicto frente a un enemigo islámico, generó que la
Reconquista y todas sus manifestaciones e instituciones vinculadas adoptaran, desde muy
pronto, un tono religioso.

Con respecto a esta lectura de la doctrina reconquistadora, Manuel González


destacaba que «no es posible deducir como se ha hecho más de una ocasión que la
reconquista fue una respuesta por parte cristiana a la yihad o guerra santa, como
defendiera Américo Castro, ni que en sus orígenes estuviese influida por la idea de
cruzada, lo que es lo mismo, una guerra de carácter esencialmente religioso»70. En la
misma línea, Luis García-Guijarro determinaba que la guerra frente a los musulmanes en
la Península Ibérica «no sería sustancialmente religiosa, aunque pudiera revestir esta
forma, sobre todo en interpretaciones post eventus»71. La lectura de la contienda frente a
los musulmanes, como una guerra de connotaciones dogmáticas en un marco teológico,
se producirá de forma tardía, respondiendo a una acomodación coherente y compleja de

69
MACKAY, ANGUS: La España de la Edad Media: desde la frontera hasta el imperio (1000-1500).
Madrid: Cátedra, 1980, p. 12; del mismo autor: «Religion, culture and ideology on the late medieval
Castilia-Granada frontier» En Bartlett, Robert J. y Mackay, Angus (eds,): Medieval Frontier Societies.
Medieval Frontier Societies. Oxford: Oxford University Press, 1989, pp. 217-243; Al respecto, se remite al
estudio clásico de LOURIE, ELENA: «A Society Organized from War. Medieval Spain» En Past and
Present, nº 35. Oxford: Oxford University Press, 1966, pp. 54-76.
70
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «Sobre la ideología de la Reconquista: realidades y tópicos» En Iglesa
Duarte, José Ignacio de la y Martín Rodríguez, José Luis (coords.): Memoria, mito y realidad en la historia
medieval: XIII Semana de Estudios Medievales, Nájera (29 de julio al 2 de agosto de 2002). Logroño:
Instituto de Estudios Riojanos, pp. 151-170, p. 164; del mismo autor «¿Re-conquista? Un estado de la
cuestión» En Benito Ruano, Eloy (coord.): Tópicos y realidades de la Edad Media (I). Madrid: Real
Academia de la Historia, 2000, pp. 155-178.
71
GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, LUIS: «¿Cruzadas antes de...», op.cit., p. 281.

55
José Fernando Tinoco Díaz

los patrones preponderantes en la realidad occidental. Para Alexarder P. Bronisch, la


interpretación providencialista de la guerra surgida en época visigoda, de clara lectura
veterotestamentaria, aportaba un tono de guerra santa a la significación que tuvo este
enfrentamiento para los cristianos peninsulares72. Asimismo, para otros autores, como
Fernández Armestro, la guerra contra el Islam mantuvo un marco ideológico asentado en
el conflicto entre antagonistas religiosos. Esta coyuntura desarrollaba la consideración de
cualquier combate como hecho sacralizado a lo largo de la evolución de esta doctrina
durante los años centrales del periodo medieval73. Frente a esta postura, Richard Fletcher
defendía la tesis de que, realmente, «las guerras contra los musulmanes son guerras justas
en las que Dios peleará en el lado cristiano»74. De la misma manera, Carl Erdmann
afirmaba que la Reconquista fue «una guerra profana y lucharon por el dominio del
territorio en contienda. Se luchó para defender la casa y el hogar como para ampliar los
límites del orden [...] no se permite imaginar que las guerras de los jinetes ibéricos fueron
diseñados como servicio religioso y llevadas a efecto como con una intención de
cruzada»75.

Si bien la legitimación del empleo de la violencia que planteaban estas sociedades, se


asentaba sobre mitos, imágenes, argumentos y comportamientos de clara inspiración
cristiana, esto no siempre significó la sacralización de la guerra como método de
purificación y salvación del pueblo hispano. Tal afirmación deja de manifiesto que si
bien pueden detectarse algunos sesgos religiosos en la configuración de esta doctrina, su
génesis doctrinal se produjo al margen de cualquier interpretación sacralizada de dicha
contienda. Uno de los principales defensores de la faceta santa de la Reconquista, como
es Francisco Gracía Fitz, también reconoce que «aquella guerra no era únicamente santa,
sino que también era justa, y los argumentos derivados del derecho ocuparon un papel
central, a veces más importante que el de los religiosos, en la justificación de esta
confrontación armada, en la creación de una ideología belicista [...] No se trataba ni de
convertir a los musulmanes ni de aniquilarlos físicamente, sino de anular su expresión

72
BRONISCH, ALEXANDER P.: Reconquista y Guerra…, op.cit.
73
FERNANDEZ ARMESTO, FELIPE: «The survival of a Notion of Reconquista in the Late Tenth and
Eleventh-Century León» En Reuter, T. (ed.): Warriors and churchmen in the Middle Ages. Essay presented
to Karl Leyser. Londres: Río Grande, 1992, pp. 123-143.
74
FLETCHER, RICHARD A.: «Reconquest and Crusade in Spain» En Transactions of the Royal Historical
Society, nº 37. Cambridge: Cambridge University Press, 1987, pp. 31-47, p. 38.
75
ERDMANN, CARL: A idea de Cruzada En Portugal. Coimbra: Públicaçoes do Instituto Alemao da
Universidade de Coimbra, 1940, p. 5.

56
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

política en orden a su integración en los reinos cristianos»76. No cabe duda de que la


sublimación de esta perspectiva religiosa del conflicto estuvo bastante presente en
algunas fases de la llamada Reconquista, en tanto enriquecía y matizaba la doctrinal
original, dando posibilidades de una formulación propagandística y motivación social
que enriquecía su proyección. Esta situación facilitó la génesis de un marco teórico de
relaciones, coincidencias y conexiones, entre esta doctrina hispánica y diversas
expresiones de la guerra santa, así como de la cruzada; todo ello proyectado dentro de
una visión interpretativa común al cristianismo de la guerra frente al infiel. De hecho, se
contó con una abundante reflexión desde el debate surgido en el contexto europeo, entre
tradicionalistas y pluralistas, en torno a la posible definición cruzadista de la contienda
peninsular. En ese sentido Mayer se negaba a aceptar la guerra frente a los moros en
España como una cruzada77. Jean Flori matizaba esta afirmación, expresando que las
indulgencias concedidas a ambos combatientes eran semejantes en algunos casos
circunstanciales78. En el extremo opuesto, la corriente pluralista siempre la ha
considerado como una cruzada más, dentro de la extensión del modelo original surgido
en el siglo XI. Esta postura ha sido es expuesta extensamente por Jospeh O‘Callaghan en
su serie de libros dedicados a la Reconquista penínsular79. Pero aunque el tratamiento de
ambas nociones fue semejante en determinados momento, e incluso ambas pudieran
aparecer unidas en torno al desarrollo de una construcción doctrinal homogénea, nunca
fueron realidades equitativas.

76
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: La Edad Media..., op.cit., pp. 211-212. Este autor reconoce que «la guerra
contra el Islam responde a un amplio abanico de motivaciones, desde las más generales dinámicas
expansivas de las sociedades occidentales o el más particular interés por la ganancia material a través de la
participación en el botín, hasta la venganza personal en respuesta a un perjuicio recibido previamente,
pasando por los repartos de tierras conquistadas, el cobro de tributos, el ascenso social, la fama, el interés
político, la ampliación del dominio o la defensa de una zona de influencia, por indicar algunas de las
causas más habituales de la conflictividad armada. Ni qué decir tiene que, en este contexto, habrá ocasiones
en las que el móvil ideológico de tipo reconquistador esté completamente ausente, mientras que en otras
concurrirá junto a los anteriores. A su vez, en estos últimos casos encontraremos situaciones en las que su
presencia no sea determinante ni en la causa ni en la justificación de la acción bélica, pero también habrá
otras en las que la carga ideológica sea omnipresente y envuelva a todos los testimonios que nos han
llegado de determinados hechos de armas»; GARCÍA FITZ, FRANCISCO: «La Reconquista: un...», op.cit., p.
174.
77
MAYER, HANS E.: Historia de las Cruzadas. Madrid: Istmo, 1995, pp. 285 y ss.
78
FLORI, JEAN: «Pour une redéfinition...», op.cit., p. 337.
79
O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: Reconquest and Crusade in Medieval Spain. Pennsylvania: University of
Pennsylvania, 2003; The Gibraltar Crusade: Castile and the Battle for the Strait. Philadelphia: University
of Pennsylvania Press, 2011; The Last Crusade in the West. Castile and the Conquest of Granada.
Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2014.

57
José Fernando Tinoco Díaz

En referencia a esta relación entre esta doctrina reconquistadora y la institución


cruzadista, cabe afirmar que no existe una opinión homogénea con respecto al inicio de
la vinculación entre ambas doctrinas80. En ese sentido, algunos autores defienden la
capital influencia de la guerra frente al musulmán en la Península Ibérica, en el desarrollo
de la cruzada. Los primeros autores que asimilaron asimilado la idea de cruzada a la de
guerra santa, consideraron algunos hechos acaecidos en la Península Ibérica como
precedentes de la génesis de la propia cruzada. Este fue el caso de Prosper Boissonade,
Augustin Fliche o Etienne Delaruelle, que valoraron la intervención franca en suelo
hispánico, y la promoción pontificia de una guerra espiritualmente favorable en este
contexto, como los verdaderos orígenes del futuro movimiento cruzado europeo. Con
posterioridad, historiadores como John France o Benito Ruano ha abogado por la
importancia del escenario y los reinos peninsulares no solo en el origen, sino también en
el desarrollo, evolución y pervivencia del fenómeno cruzado81. Para estos historiadores la
conquista de Barbastro (1064) a manos del conde de Urgel y el rey de Aragón 82, supuso
el precedente institucional más inmediato de la organización de la Primera Cruzada, en
tanto los guerreros aragoneses combatieron bajo la concesión de indulgencias papales.
Sin embargo, una parte de los investigadores actuales consideran que esta campañas
junto a la posterior toma de Tarragona (1089), fueron el resultado del derrumbe de la
potencia musulmana y la paulatina cohesión del complejo mapa político cristiano en el
norte de la Península Ibérica. Como determina José Luis Martín, «difícilmente puede
hablarse del espíritu cruzado de los hispanos en esta época: se combate a los musulmanes

80
Al respecto de la relación entre cruzada y Reconquista, un recorrido sobre la extensa bibliografía
referente a este aspecto, puede encontrarse en RODRÍGUEZ GARCÍA, JOSÉ MANUEL: «Historiografía de
las...»..., op.cit., pp. 373-395; del mismo autor: «Reconquista y cruzada. Un balance historiográfico doce
años después (2000-2012)» En Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, Hª Moderna, tomo 26. Madrid: UNED,
2013, pp. 365-395; asimismo, BRODMAN, JAMES W.: «The Rhetoric of Ransoming. A contribution to the
debate over crusading in Medieval Iberia» En Gervers, M. y Powell, J. M. (eds.): Tolerance and
Intolerance. Social conflict in the Age of the Crusades. Nueva York: Syracuse Univ. Press, 2001, pp. 41-
52. Más recientemente, LALIENA CORBERA, CARLOS: «Holy War, Crusade and Reconquista in Recent
Anglo-American Historiography about the Iberian Peninsula» En Imago Temporis. Medium Aevum, nº IX.
Lleida: Universidad de Lleida, 2015, pp. 109-122.
81
BOISSONADE, P.: «Les premiéres croisades françaises en Espagne. Normands, Gascons, Aquitains et
Bourguignons (1018-1032)» En Bulletin Hispanique, nº 36. Burdeos, 1934, pp. 5-28; FLICHE, Augustín:
«Les origines de l‘action de la Papauté en vue de la croisade» En Revue d’Histoire Ecclésiastique, nº
XXXIV. Louvain: Université Catholique de Louvain, 1938, pp. 765-775; DELARUELLE, E.: «Essai sur
la…», op.cit.; BENITO RUANO, ELOY: «España y las Cruzadas» En Anales de Historia Antigua y Medieval,
nº 2. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, 1952-1953, pp. 92-120; FRANCE, JOHN: Victory in the
East. A military history of the First Cursade, Cambridge: Cambridge University Press, 1994.
82
Sobre este episodio, FERREIRO, ALBERT: «The siege of Barbastro, 1064-1065: a reassessment» En
Journal of Medieval History, nº 9. Paris: Taylor and Francis, 1983, pp. 129-144.

58
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

por razones más prosaicas que la defensa de la cristiandad: para que el lugar no sea
ocupado por un rival cristiano, y para conseguir el pago de parias o el botín derivado de
los éxitos militares»83. Ambas empresas no fueron cuestiones estrictamente religiosas,
sino que deben ser entendidas como una proyección de la política expansiva cristiana
peninsular que había en la década anterior, y perduraría tras estas victorias. La
intercesión papal en ambas campañas no fue consecuencia de un especial celo por
instigar una campaña frente al de la enemigo religión católica. En contraposición, tal
determinación se debió a un intento por establecer la autoridad pontificia en el seno de
unas tierras hispánicas consideradas como una parte más del Patrimonium Petri. En ese
sentido, Luis García-Guijarro afirma que desde el siglo IX, era visible una perspectiva
religiosa en torno a esta doctrina reconquistadora, pero que esta idea tuvo su origen en el
propio territorio hispano y no como producto de la génesis de una perspectiva de raíz
cruzadista amparada por el impulso pontificio84. En una línea complementaria, Carlos
Lalinea defenderá un desarrollo de una idea de guerra religiosa en este siglo XI, la cual
surge al margen de influencias externas y él define como «modelo secular de guerra
santa». Tal perspectiva se encontraría fuera de cualquier consideración como cruzada,
estado más relacionado con la legitimación de la nobleza y la visión de la guerra frente al
moro como un hecho virtuoso85 . De hecho, Fletcher, o más recientemente Bull, han
defendido que la Península Ibérica no tuvo ningún papel en la configuración y desarrollo
de las cruzadas, y que las intervenciones francesas en esta tierra durante el siglo XI, que
ayudar a extender una perspectiva más religiosa de la lucha frente a los musulmanes,
fueron solo en base a botines económicos86.

83
MARTÍN RODRÍGUEZ, JOSÉ LUIS: «Reconquista y Cruzada» En Studia Zamorensia, nº 3. Zamora: UNED,
1996, pp. 215-241, pp. 216.
84
GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, LUIS: «¿Cruzadas antes de...», op.cit.
85
LALIENA CORBERA, CARLOS: «Encrucijadas ideológicas. Conquista feudal, cruzada y reforma de la
iglesia en el siglo XI hispánico» En XXXII Semana de Estudios medievales de Estella. La reforma
gregoriana y su proyección en la Cristiandad Occidental, ss. XI-XII. Pamplona: Gobierno de Navarra,
2006, pp. 289-334.
86
FLETCHER, RICHARD A.: «Reconquest and Crusade…», op.cit., pp. 31-34; BULL, MARCUS: Knightly
Piety and the Lay Response to the First Crusade. The Limousin and Gascnony, c. 970- c. 1130. Oxford:
Oxford Clarendon Press, 1993. En una línea cercana pero con un matiz bastante diferenciado, Antonio
Ubieto defendió la idea de que la actitud religiosa demostrada por los combatientes hispánicos frente al
Islam durante este periodo, comenzaba a ser más nítida, facilitando la futura inclusión de la doctrina
cruzadista a través del establecimiento de una estrecha relación con el papado: «La Reconquista [en su
acepción de conquista violenta de unas tierras con una motivación religiosa] es un fenómeno muy tardío,
que fue motivado por la introducción en España del espíritu de cruzada, predicado por la Santa Sede a

59
José Fernando Tinoco Díaz

Frente a esta idea de la Reconquista como modelo de cruzada, se plantea la idea de la


cruzada como modelo para la propia Reconquista. En ese sentido, cabe comenzar
determinando que, tras convocatoria pontificia de la Primera Cruzada, la Reconquista
continuó evolucionando como un elemento independiente a lo largo de la segunda mitad
del siglo XI, mientras en el seno del Occidente cristiano comenzaba a configurarse la
doctrina cruzada. Durante este periodo, Urbano II se vio obligado a conmutar el voto
cruzado a los guerreros peninsulares para que no realizaran peregrinaciones a Tierra
Santa y abandonaran estas tierras amenazadas por las fuerzas islámicas. Asimismo, en
1109, Pascual II volvió a recordar a los castellano-leoneses, su deber de guerrear en esta
tierra hispana, concediendo una remisión de pecados a quienes ayudaran a estabilizar esta
frontera frente al musulmán. Durante el I Concilio de Letrán (1123), Calixto II (119-
1124) equiparó las indulgencias concedidas por tomar partido de la cruzada en Oriente,
con el perdón otorgado a los combatientes de la Península Ibérica. Asimismo, el pontífice
reconocía que la guerra en tierras hispana se producía en servicio de la cristiandad, por lo
que sus participantes podrían ganar la misma remisión de pecados otorgada a los
cruzados en Tierra Santa. Con la medida se pretendió salvaguardar la participación de
hispanos en este frente de la contienda frente al Islam y no comprometer sus éxitos
anteriores. Nuevas autorizaciones para la prédica de indulgencias en territorio hispánico
llegaron en 1147 y 1448, en tiempos de la Segunda Cruzada, coincidiendo con la llega de
los almohades a la Península Ibérica. En este contexto de equiparación entre ambas
iniciativas, se generaron algunos proyectos que parecían adaptar las empresas
peninsulares a las pretensiones de los pontífices romanos, como fue el caso de la
proyección de la llamada «Vía Hispánica» hacia Jerusalén. Esta perspectiva ya aparece
mencionada en 1125 por el arzobispo de Compostela Diego Gelmírez, el cual planteaba
una ruta alternativa hacia Jerusalén partiendo desde tierras ibéricas. La aceptación de esta
posibilidad por los diversos pontífices cristianos, supuso el reconocimiento, por parte del
papado, de los reyes hispánicos como dignos soportes espirituales y materiales de la
misión castellana para llegar a Jerusalén a través del norte de África.

El desarrollo de este tipo de relación entre los reyes peninsulares y el pontificado


romano, ha llevado a Jospeh O‘Callaghan, junto con otros historiadores pluralistas
europeos, a retomar la tesis clásica de Goñi Gaztmabide de que la empresa hispánica

partir de 1063»; UBIETO ARTETA, ANTONIO: «Valoración de la reconquista peninsular» En Príncipe de


Viana, nº 120-121. Zaragoza: Institución Príncipe de Viana, 1970, pp. 213-220, p. 220.

60
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

tuvo el mismo rango y legitimación cruzada que la campaña destinada a liberar Tierra
Santa, equiparando ambos fenómenos bajo una misma terminología. Este hispanista en
concreto, entendía que «el choque de las armas entre cristianos y musulmanes en la
península Ibérica desde principios del siglo VIII en adelante, comúnmente etiquetada la
Reconquista, se transformó en una cruzada por el papado durante los siglos XII y XIII»87.
En el caso español, Carlos de Ayala ha considerado que, a partir del siglo XI, se produjo
una integración entre la doctrina reconquistadora y cruzada. Este historiador afirmaba
que «esta bien construida cobertura ideológica de la guerra peninsular contra los
musulmanes experimentó una importante transformación a partir de la segunda mitad del
siglo XI. Nuevos elementos ideológicos, provenientes del horizonte conceptual de la
cruzada naciente, enriquecieron el discurso justificativo, y la reconquista, sin dejar de
serlo, se revistió de un halo especial de sacralidad que la convirtió ocasionalmente en
cruzada»88. En ese sentido, cabe afirmar que innegable el factor religioso de la
Reconquista se encontraba especialmente presente en un momento en el que la cruzada
encaraba su periodo de esplendor. Esto pudo incidir en la proyección más activa de la
interpretación religiosa de la guerra en la Península Ibérica; pero en ningún caso alteró en
ningún momento su naturaleza como guerra justa.

A lo largo de todo el periodo medieval hispánico, la idea de Reconquista se vio


afectada por la difusión de la doctrina de naturaleza cruzada; y en momentos
especialmente claves, la guerra contra el musulmán en la Península Ibérica se tiñó de
claras connotaciones de esta naturaleza. Sin embargo, la Reconquista nunca fue una
simple manifestación hispánica de la cruzada. En el panorama hispánico, esta doctrina
universalista no era necesaria para justificar una guerra contra el moro que se encontraba
asentada sobre una necesidad de reintegración surgida con bastante anterior en el tiempo.
La conexión entre ambas nació prácticamente a la par que lo hace la idea de cruzada, en
un momento en el que el proceso de Reconquista hispánico comienza a tomar la forma de
grandes operaciones militares sobre los territorios poblados por el enemigo islámico.

87
«The clas of arms between Christians and Muslims in the Iberian peninsula from the earrly eight century
onward, commonly labeled the reconquest, was transformed into a crusade by the papacy during the
twarlfh and thirteenth centuries».Este hispanista consideraba que el periodo que abarcó la expansión
hispánica armada, comprendido entre esta campaña de Barbastro (1064) y la conquista de Sevilla (1248),
era considerado como un verdadero conflicto cruzado; O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: Reconquest and
Crusade…, op.cit., p. XI.
88
AYALA MARTÍNEZ, CARLOS DE: Las cruzadas. Madrid: Sílex, p. 296; GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA
PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la Reconquista. Madrid: Marcial Pons, 2014.

61
José Fernando Tinoco Díaz

Pero no hay que olvidar que el proceso histórico hispano contaba ya con tres siglos de
desarrollo previo, caracterizados por una fuerte resistencia a la presencia islámica
peninsular y al inicio de un proceso de expansión asentado sobre el desarrollo de una
potente doctrina neogoticista. De esta manera, cuando las ideas de cruzada comenzaron a
definirse en lo institucional, la idea de Reconquista era ya algo estructurado de manera
sólida, tanto en la faceta doctrinal, como en la práctica política, en el que existía una
evidente noción sacralizada de guerra que no dependía de la perspectiva institucional de
este tipo de iniciativas. Si bien la cruzada y la Reconquista se enfocaban en un mismo
rival musulmán, la consideración de del enemigo fue muy distinta en el seno de ambas
concepciones. Mientras la cruzada se dirigía contra unos rivales desconocidos, definidos
por sus creencias religiosas opuestas al cristianismo, las luchas en la Península Ibérica se
producían entre sociedades cualitativamente diferentes, asentadas en un contexto
geográfico marcado por la coexistencia y el conocimiento del adversario político. En ese
sentido, el conflicto hispano se desarrollaba sobre un objetivo muy distinto a la lucha por
la fe, como era la restitución del dominio sobre un territorio usurpado a los herederos de
la dinastía goda. La perspectiva jurídica de este propósito permitía proyectar su
prosecución a través de diversos medios, como eran la conquista directa o del
reconocimiento de la superioridad cristiana mediante pactos y acuerdos de vasallaje. Este
tipo de acuerdos, derivados generalmente de la firma de treguas temporales e incluso
alianzas, generaron relaciones de dependencia entre los reinos cristianos y los estados
musulmanes, que no se basaban en el mero sometimiento por un motivo religioso.
Asimismo, el objetivo hispano era el de recuperar la gracia de Dios a través de la
prosecución de un objetivo meritorio espiritualmente que implicaba al conjunto de la
sociedad cristiana peninsular. En cambio, participar en la cruzada no era una necesidad ni
una obligación, sino una acción meritoria de carácter voluntario e individual. En última
instancia, los reinos cristianos hispánicos podían asegurar su autoridad y control directo
sobre un territorio islámico sumiso, a cambio de la entrega de unas parias anuales. De
esta manera, cabe reconocer que la doctrina acorde al proceso de Reconquista no fue
semejante ni se situó en los mismos términos que la cruzada. La hegemonía peninsular de
los monarcas castellanos y aragoneses se asentó sobre la base de su propio liderazgo en
esta contienda reconquistadora. Estos reyes dirigieron e impulsaron los diversos
conflictos llevados a cabo en este territorio, mostrándose como responsables de la
salvación colectiva del pueblo hispano. En contraposición, la salvación perseguida por
que participaban en la cruzada era de índole individual, derivada de la concesión del

62
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pontífice romano como director de un proyecto universalista que rebasaba la perspectiva


local de cualquier contienda. Si bien siempre hubo una intensa presencia de elementos de
índole religioso en el caso de las disputas entre cristianos y musulmanes de la Península
Ibérica, estas manifestaciones tuvieron un protagonismo compartido con otras
motivaciones de diversa índole que, en casos puntuales, también tuvieron una correlación
con la idea de cruzada cuando la situación así lo requería. Por consiguiente, cabe concluir
que cada una de estas construcciones doctrinales contó con un origen, desarrollo y
objetivos distintos, que marcaron una desigual naturaleza intrínseca a lo largo de todo el
periodo plenomedieval.

En los momentos en los que el papado predicaba una cruzada en territorio hispánico,
parecía que ambas doctrinas se superponían aparentemente y podían llegar a confundirse.
Sin embargo, lo cierto es que una y otra siempre mantuvieron sus rasgos específicos y
diferenciados, algo que hacían destacar las singularidades del caso hispánico por encima
de la proyección universalista de la cruzada. En ese sentido, cabe destacar que el marco
cruzadista nunca sustituyó a la genuina doctrina reconquistadora, sino que se limitó a
complementar ciertos aspectos de ésta. Esta perspectiva de la relación entre ambas deja
de manifiesto que, en el panorama peninsular, continuamente dominó una postura
genuinamente hispana de la guerra frente al musulmán durante todo el periodo medieval,
marcada por la tolerancia frente al enemigo y el carácter regional que impregnaba la
proyección de estas contiendas. En contraposición, los elementos de carácter cruzadista
fueron utilizados puntualmente, con carácter complementario, en los momentos en los
que se necesitaba un prestigioso impulso doctrinal adicional o una destacada fuente de
ingresos, que permitiera acometer grandes iniciativas que sobrepasaran el carácter
regional de esta guerra. Verbigracia, esto sucedió durante las empresas que concluyeron
con la victoria en Las Navas de Tolosa (1212) o la conquista de Valencia (1236)89.
Durante este periodo parece que la cruzada y la Reconquista encontraron un momento de
especial comunión y se produjo la definitiva cristalización de la expansión cristiana en la
Península Ibérica, como una guerra multisecular compuesta en torno a la motivación
político-territorial. Tras las victorias de Fernando III de Castilla (1230-1252) y Jaime I de
Aragón (1213-1276) la frontera peninsular cristiana con el territorio musulmán retrocedió
considerablemente, lo cual permitió comenzar a contemplar la posibilidad de llevar su
89
Al respecto, es interesante consultar la reflexión de GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, LUIS: «Christian
Expansion in Medieval Iberia: Reconquista Or Crusade?» En Boas, Adrian J.: The Crusade World.
Londres–Nueva York: Routledge, 2016, pp. 163-179.

63
José Fernando Tinoco Díaz

lucha más allá de la Península, a África o Palestina. Pero los hechos posteriores
determinaron que el modelo cruzadista fue asimilado, por las diversas coronas
peninsulares, como una fórmula más de fundamento legitimador, de manera que la
cruzada no fue el condicionante para las conquistas acaecidas en estas centurias, sino que
sirvió como elemento asistencial al verdadero carácter hispano de estas contiendas.
Aunque las conquistas de estos grandes reyes fueron acompañas de gestos doctrinales
religiosos, siempre gobernó la perspectiva más institucional del conflicto frente al
musulmán, aquella que abogaba por la negociación y la adaptación de las libertades
religiosas y civiles. Ni Fernando III de Castilla, ni Jaime I de Aragón, los protagonistas
de estas hazañas, adquirieron el compromiso de su contemporáneo Luis IX de Francia.
En contraposición, sus victorias conllevaron negociaciones donde la voluntad de acuerdo
giraba en torno a la rendición y reconocimiento de vasallaje a cambio de determinadas
libertades religiosas y civiles.

Desde mediados del siglo XIII, comenzó el desmoronamiento del dominio almohade
en la Península Ibérica, dejando tras de sí un conjunto de desorganizadas taifas que
paulatinamente fueron claudicando frente al avance cristiano. En 1264, Jaime I de
Aragón sometió al reino de Murcia, el cual se había rebelado contra los castellanos
rompiendo los pactos de sumisión acordados un lustro antes, finalizando la expansión de
este reino cristiano hacia el sur peninsular. Durante estos años previos, Castilla había
conseguido conquistar Córdoba (1236) y Sevilla (1248), y someter al nuevo emirato
nazarí de Granada bajo vasallaje (1246), dando así por concluida la restauración del
señorío cristiano sobre el territorio andaluz que aún quedaba en manos musulmanas. Sin
embargo, la mera existencia de este pequeño estado islámico independiente representaba
un peligro permanente por sus activos contactos con las fuerzas benimerines del norte de
África. Por este motivo, una vez que las salidas al Atlántico quedaron bajo el control de
los castellanos, tras las la incautación de Niebla (1262) y la conquista de Cádiz (1264),
los reyes castellanos comenzaron a realizar diversas incursiones con el objetivo aislar
Granada del contexto islámico mediterráneo. La mayoría de estas campañas fueron
organizadas bajo el amparo de una concesión de cruzada pontificia. Se publicaron bulas
en 1253 y 1259 en apoyo al movimiento africano de Alfonso X y en 1265 frente a la
revuelta mudéjar, renovada 1259. Asimismo, durante la invasión mariní de 1275,
Gregorio X (1272-1276) volvió a proclamar la cruzada. Sin embargo, la principal victoria
de este periodo se produjo sin esa consideración. En los últimos años de su reinado, el

64
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

excomulgado Sancho IV (1284-1295) fijó su atención sobre el punto más meridional de


la Península Ibérica, Tarifa, que fue tomada el 21 de septiembre 1292. A partir de este
momento, gran parte del esfuerzo cristiano se centraría en la conservación de esta plaza
capital para el devenir de la llamada Batalla del Estrecho90.

En abril de 1308, tras la muerte de este monarca, los reyes de Castilla y Aragón,
Jaime II (1291-1327) y Fernando IV (1295-1312), llegaron a un acuerdo para proyectar
la conquista conjunta del territorio nazarí91. Sin embargo, esta empresa no parecía posible
sin contar con la necesaria concesión económica de una bula de cruzada papal. Para
lograr tal menester, se demostraba necesario manifestar que la guerra frente al emirato no
era un obstáculo para los tímidos proyectos de cruzada oriental que aún defendía el
Pontificado. En ese sentido, el rey aragonés defendió la posibilidad de acometer a los
sarracenos desde diversos frentes, minando su resistencia en ambos contextos
geográficos. Asimismo, una convocatoria de cruzada cercana al seno europeo podría
generar que los cristianos occidentales colaboraran con más devoción en la causa papal,
lo cual redundaría en los beneficios de esta iniciativa a nivel general. Por otro lado, la
diversificación de zonas donde acometer la lucha frente al musulmán, haría esforzarse a
los guerreros de cada parte por emular a sus hermanos en los logros que cada parte fuera
consiguiendo en su conflicto frente al infiel. Por último, culminando con esta conquista
de Granada, sería más fácil proyectar el avance hispano en Ultramar y optar a proyectar
la recuperación de Tierra Santa desde dos vías distintas. A pesar de que este discurso
pareció facilitar que la proyección de esta campaña territorial finalmente contara con una
concesión papal de bula de cruzada otorgada por Clemente V (1305-1314), la poca
voluntad de Jaime II de Aragón por llevar a cabo tal iniciativa dio lugar al sonado fracaso
del asedio a Almería. Sin embargo, los castellanos consiguieron tomar Gibraltar y

90
Sobre este periodo, GARCÍA FITZ, FRANCISCO: «Los acontecimientos político- militares de la frontera en
el último cuarto del siglo XIII» En Revista de Historia Militar, nº 32. Madrid: Instituto de Historia y
Cultura Militar, 1988, pp. 9-71.
91
Esta alianza suponía la ruptura del tratado de Almizra, rubricado el 26 de marzo de 1244, a través del
cual Castilla había logrado excluir al reino de Aragón de la conquista de este reino bajo su proyección. Este
tratado, firmado por Jaime I de Aragón y el aún infante Alfonso X de Castilla, fijó los límites del Reino de
Valencia. El acuerdo pronto fue vulnerado cuando el soberano aragonés conquistó Villena, Caudete y Sax.
Asimismo, Alfonso X también intentó tomar Játiva, que correspondía al dominio de Aragón. Con
posterioridad, en 1296 se produjo una revisión del mismo tras la conquista del Reino de Murcia, quedando
dividido este territorio en dos partes, una de las cuales pasó a formar parte del reino de Valencia. Al
respecto, FERRÁNDIZ LOZANO, JOSÉ: Data Almizrano. Siete siglos y medio de historiografía valenciana
sobre el Tratado de Almizra (1244-1994). Alicante: Ateneo, 1994.

65
José Fernando Tinoco Díaz

sitiaron Algeciras ese mismo año de 1309, poco antes de que ambos bandos cristianos
dieran por concluida la empresa92.

Durante los años siguientes a la muerte de Fernando IV, Jaime II continuó siendo el
principal interesado en llevar a cabo una reanudación de las campañas frente al emirato
en la Península Ibérica, denotando que las intenciones de este monarca más tenían que
ver con la obtención de una gran fuente de ingresos extraordinarios, que con proyectar
una empresa seria frente a los musulmanes nazaríes. El rey aragonés apoyó la subida al
trono nazarí de Ismail I (1312-1325), lo que generó que el anterior mandatario
musulmán, Abû al-Juyûch Nasr ben Mohammed Nasar (1309-1314), forjara una alianza
con las fuerzas marroquíes que denotó la posibilidad de una nueva invasión africana. Esta
situación fue utilizada por Jaime II para presionar al nuevo pontífice, Juan XXII (1316-
1334) para que concediera una nueva bula de cruzada que finalmente fue rubricada en
agosto de 1318. Sin embargo, la concesión fue dirigida al reino de Castilla, por las
desavenencias de la Santa Sede con el rey. Las pretensiones de Jaime II durante los años
siguientes volvieron a ser rechazadas por la curia papal, afirmando que su verdadera
intención era conseguir una fuente de ingresos considerable que ayudara a extender sus
dominios. La negativa pontificia ante tal determinación del mandatario aragonés, pone de
manifiesto que el papado comenzaba a mostrarse reticente a entregar unas gracias
pontificas a los reyes hispanos, que con demasiada frecuencia se habían empleado en
fines ajenos a la guerra frente al musulmán. Para el pontificado romano, comenzaba a
hacerse especialmente presente el carácter netamente territorial del conflicto que
enfrentaba a cristianos y musulmanes en este contexto peninsular. Pero los reyes
peninsulares se esforzaron en demostrar que guerra contra Granada era tan necesaria
como útil para el conjunto de la cristiandad occidental, por lo que la convocatoria formal
de cruzada se repitió con eficacia durante los años siguientes.

Con la llegada al trono de Alfonso XI de Castilla (1311-1350), las empresas


reconquistadoras volvieron a la primera plana del reino de forma paulatina. Este monarca
demostró un especial celo en la lucha frente al musulmán que le hizo fortalecer su
autoridad en la corte castellana. Pero su victoria en la llamada batalla de Teba (1330),
provocó una llamada de auxilio nazarí al sultán de los benimerines norteafricanos, que

92
Sobre esta campaña, O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: «La cruzada de 1309 en el contexto de la Batalla del
Estrecho» En Medievalismo, nº19. Murcia: Sociedad de Estudios Medievales Españoles, 2009, pp. 243-
257.

66
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pronto se apoderaron de Gibraltar (1333) en su camino por restaurar el dominio político


sobre el antiguo imperio almohade. Ante esta amenaza, el pontificado extendió una
nueva cruzada a favor de Castilla bajo unas férreas condiciones, a la que pronto se
sumaron los reyes peninsulares Alfonso IV (1325-1357) de Portugal y Alfonso IV (1327-
1336) de Aragón. Durante esta década de 1330, tanto el bando castellano, como la
alianza de benimerines y nazaríes, hicieron los mayores esfuerzos posibles por ampliar
sus ejércitos y concertar la paz con sus reinos vecinos, lo cual se vio reflejado en un
aumento de la proyección doctrinal de índole religiosa surgida en torno a la prosecución
de esta contienda. Finalmente, en otoño de 1339 Castilla comenzó las hostilidades a gran
escala, lo que provocó la rápida reacción marroquí. El monarca hispánico contaba con la
concesión de cruzada pontifica, la cooperación marítima y terrestre de Portugal, a lo que
se sumó una pequeña armada enviada por Pedro IV (1336-1387) de Aragón. Ambas
fuerzas acabaron chocando en las cercanías del rio Salado, el 30 de octubre de 1340,
concluyendo con una aplastante victoria cristiana sobre la coalición islámica de nazaríes
y africanos. El éxito de Alfonso XI fue rodeado de un eminente halo religioso, que ayudó
a que el eco del triunfo recorriera todo el continente europeo como siglos antes lo había
hecho la victoria de Carlos Martel en Poitiers para frenar el avance musulmán. En este
momento, solo los cristianos de la Península Ibérica mantenían una frontera contigua con
los musulmanes, por lo que la posibilidad de extender sus dominios a costa de los infieles
nazaríes volvió a teñir esta empresa hispánica con el espíritu de la cruzada más clásica93.
Pero a pesar de que parecía haberse producido un renacer de la doctrina cruzadista en el
territorio peninsular durante este periodo, la doctrina reconquistadora seguía siendo el
verdadero corazón del conflicto. La cruzada solo suponía un modo de impulsar este
conflicto en el seno del cristianismo militante, ganando con ello en eficiencia y alcance.
De hecho, esta perspectiva cruzadista del conflicto peninsular que atrajo a gentes de todo
Occidente e indujo al santo padre a mostrar una generosidad más acusada por la causa
hispana. Solo gracias a este potente soporte doctrinal e institucional generado en torno a
la concesión pontificia, pudo plantearse la posible extensión de la Reconquista hispánica

93
En referente a la denominada ―Guerra o Cuestión del Estrecho‖, para lo concerniente a la temática del
presente trabajo, es bastante atractivo consultar las disertaciones realizadas por ARIAS GUILLÉN,
FERNANDO: «Los discursos de la guerra en la Gran Crónica de Alfonso XI» En Miscelánea medieval
Murciana, nº 31. Murcia: Universidad de Murcia, 2007, pp. 9-21; FERNÁNDEZ GALLARDO, LUIS: «Guerra
santa y cruzada en el ciclo cronístico de Alfonso XI» En En la España Medieval, vol. 33; Madrid:
Universidad Complutense, 2010, pp. 43-74. AGRAIT, NICOLAS: «The Reconquest during the Reign of
Alfonso XI (1312-1350)» En Kagay, Donald J. y Vann, Theresa (eds.): The Social Origins of Medieval
Institutions: Essays in Honor of Joseph F. O’Callaghan. Leiden: Brill, 1998, pp. 149-166.

67
José Fernando Tinoco Díaz

en el territorio norteafricano, una iniciativa que tenía su origen en la propia doctrina


neogoticista peninsular. En marzo de 1344, un nuevo choque entre las fuerzas
encabezadas por Alfonso XI y las tropas benimerines, concluyó con la rendición de
Algeciras. Este triunfo exhortó a proseguir la lucha contra el Islam allende, para lo que
era necesario asegurar la vía marítima hacia el continente africano. De esta forma, el 29
de agosto de 1339 comenzó el cerco a Gibraltar, uno de los últimos puntos estratégicos
del Estrecho en manos musulmanas. Sin embargo, Alfonso XI murió ante esta plaza, el
26 de marzo de 1350, lo que implicó el inmediato levantamiento del asedio y la
interrupción indefinida de esta empresa castellana.

El periodo que comprende el inicio del reinado de Pedro I (1350), hasta el comienzo
del siglo XV, marcó una profunda decadencia de la doctrina cruzada en el contexto
hispánico que coincidió con el ascenso de los Trastámara y la consolación de esta rama
dinástica en el trono castellano. Durante estos años, la preocupación esencial de los
reinos giró en torno a las luchas internas dinásticas y los conflictos con Portugal. Debido
a esta situación, los proyectos de continuar la lucha frente a Granada quedaron
aparcados. En contraposición, la cruzada se empleó en luchas puramente dinásticas,
como la convocatoria de Urbano V (1362-1370) de una campaña frente a Juan I (1379-
13900), por sus pretensiones de anexionar Portugal. Sin embargo, en la frontera entre los
reinos cristiano y musulmán no dejan de producirse luchas y tomas a escala menuda en la
frontera, con un claro componente territorial. A partir de 1400, comenzó una nueva etapa
en las relaciones castellanas con el emirato nazarí Granada, que determinó la vuelta de la
lucha frente al musulmán en este territorio hispánico, lo cual volvió a atraer la atención
del Pontificado romano. La decisión de emprender nuevas acciones militares frente a este
reino estuvo condicionada por la maduración interna de la monarquía castellana, y el
inicio de la expansión otomana en el Mediterráneo tras la caída de Constantinopla. Esta
etapa concluirá con el reinado de Juan II y Enrique IV y sobre todo, con la subida al
trono de los Reyes Católicos, periodo en el que la bula de cruzada volvió a tener un papel
primordial en la configuración del conflicto frente al emirato nazarí. Durante la llamada
Guerra de Granada, el uso del ideal de cruzada significó, además de los beneficios
económicos y de otras índoles institucionales, una poderosa fuente de legitimación y
reforzamiento de la imagen de estos reyes en el contexto europeo94.

94
Una visión de conjunto de esta etapa desde la óptica cruzadista, puede encontrarse en O‘CALLAGHAN,
JOSEPH F.: The Last Crusade..., op.cit.; EDWARDS, JOHN: «Reconquista and Crusade in Fifteenth-Century»

68
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En Housley, Norman (coord.): Crusading in the Fiftheenth Century: message and impact. Nueva York:
Palgrave MacMillan, 2004, pp. 163-182; GARCÍA FITZ, FRANCISCO; FELICIANO NOVOA PORTELA:
Cruzados en la…, op.cit., pp. 166-178.

69
José Fernando Tinoco Díaz

70
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO SEGUNDO. MARCO CONTEXTUAL.

2.1. DINÁMICA SOCIOECONÓMICA Y POLÍTICA DE LOS REINOS DE


CASTILLA Y GRANADA DURANTE LA BAJA EDAD MEDIA.

2.1.1. EL GRANADA (1246-1482):


EMIRATO NAZARÍ DE UNA LARGA EXISTENCIA A LA
SOMBRA DEL REINO CASTELLANO.

El reino musulmán de Granada tuvo su origen en el ascenso al poder de la dinastía de


los Banû Nasr o Nasríes, linaje andalusí que comenzó a tomar importancia tras la victoria
cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). A raíz de la derrota musulmana en
esta batalla, el poder de los almohades comenzó a declinar, facilitando las conquistas de
Jaime I de Aragón en Levante, y Fernando III de Castilla en Andalucía, y el surgimiento
de los llamados «Terceros reinos de Taifas». Durante este reducido espacio de tiempo, la
Taifa de Murcia, creada en 1228 a raíz de una exitosa sublevación anti-almohade,
extendió su dominio sobre gran parte del territorio oriental de Al-Andalus. Pero las
posteriores derrotas que el emir murciano, Ibn Hud (1228-1237), comenzó a cosechar
contra los castellanos, acabaron por facilitar el alzamiento Muhammad ibn Nasr, quién
consiguió proclamarse sultán de la Taifa de Arjona en 1232. A pesar de que Ibn Hud
pudo superar esta primera crisis al reconquistar Córdoba en 1235, ser nombrado rey de
Sevilla y reconocido como gobernante musulmán por el califa de Bagdad, el avance de la
conquista cristiana acabó por hacer desaparecer su reino en favor del creciente poder de
la taifa urgabonense. Tras el asesinato del mandatario murciano en 1238, la unidad de Al-
Andalus se restableció de forma paulatina bajo la autoridad de Muhammad ibn Nasr, el
cual contó con el apoyo de las oligarquías de Guadix, Baza y Jaén. Gracias a esta
colaboración, en poco tiempo se produjo la anexión de la Taifa de Málaga, la sumisión
de Almería y la conquista de Granada, donde instaló la capital del futuro emirato
nazarí95.

95
Sobre esta etapa fundacional, RODRÍGUEZ LLOPIS, MIGUEL: Historia de la Región de Murcia. Murcia:
Tres Fronteras, 2004; VIDAL CASTRO, FRANCISCO: «Frontera, genealogía y religión en la gestación y
nacimiento del Reino Nazarí de Granada. En torno a Ibn al-Aḥmar» En III Estudios de Frontera.
Convivencia, Defensa y Comunicación en la Frontera. Jaén: Diputación provincial de Jaén, 2000, pp. 793-
810; TORRES DELGADO, CRISTÓBAL: El antiguo reino nazarí de Granada (1232-1340). Granada: Anel,
1974.

71
José Fernando Tinoco Díaz

Con respecto al recorrido histórico del último reino musulmán de la Península


Ibérica, seis periodos suelen ser señalados por la historiografía clásica en lo referente a su
evolución96. Su constitución se data entre los años 1232 y 1237, bajo la dirección del
primer emir Muhammad I ibn Nasr Alhamar (1238-1273); aunque tradicionalmente se ha
considerado la rúbrica del Pacto de Jaén (1246), como el verdadero inicio del emirato
recorrido como ente independiente. Este acuerdo, alcanzado entre el rey de Castilla,
Fernando III el Santo (1217/1230-1252), y Muhammad I ibn Nasr (1238-1273),
reconocía la existencia de este reino musulmán como estado vasallo a cambio del pago
de unas parias anuales que reconocían la autoridad del monarca cristiano. Rodríguez
Molina destaca que el mismo, «instauraba unas decisivas relaciones de vasallaje, que
suponen la inferioridad de Granada, que debe aceptar sin velicaciones la tendencia
hegemónica de aquella. En consecuencia, el sultán granadino estaba obligado al «pago de
cuantiosas parias y la prestación de ―auxilium et consilim‖, es decir, asistir a las Cortes
castellanas y secundar al rey cristiano en la lucha contra sus enemigos»97. Asimismo, el
acuerdo también fijaba las fronteras entre ambos reinos, las cuales no fueron modificadas
en los dos siglos y medios posteriores98. El pacto fue renovado en 1254 tras la muerte de

96
Al respecto de la historia del emirato nazarí de Granada, consultar VIGUERA MOLINS, MARÍA JESÚS
(coord.): «El reino Nazarí de Granada» En Menéndez Pidal, Ramón (dir.): Historia de España, tomo VIII.
La España musulmana de los siglos XI al XV. Madrid: Espasa- Calpe, 1969, vols. III y IV; ARIÉ, RACHEL:
L’Espgne musulmane au temps des Nasrides (1232-1492). París: Éditions de Boccard, 1973; LADERO
QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Granada. Historia de un país islámico. Granada: Universidad de Granada,
1989; GUICHARD, PIERRE: De la expansión árabe a la reconquista: esplendor y fragilidad de al-Ándalus.
Granada Fundación El Legado Andalusí, 2002; LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de
Granada (1354-1501)» En González Jiménez, Manuel y López de Coca Castañer, José Enrique (dirs.):
Historia de Andalucía; vol. III. Andalucía del Medievo a la Modernidad (1350-1504). Madrid: Editorial
Planeta, 1980, pp. 317-485; del mismo autor, «El reino nazarí de Granada y los medievalistas españoles.
Un balance provisional» En La Historia Medieval en España. Un balance historiográfico (1968-1998).
Actas de la XXV Semana de Estudios Medievales de Estella. 14 al 18 de julio de 1998. Pamplona:
Gobierno de Navarra, 1999, pp. 149-174; BARRIOS AGUILERA, MANUEL Y PEINADO SANTAELLA, RAFAEL
(coord.): Historia del reino de Granada; vol. 1: De los orígenes a la época mudéjar (hasta 1502). Granada:
Universidad de Granada–Fundación El Legado Andalusí, 2000, pp. 187-450. En torno a la extensa
bibliografía referente al reino musulmán, PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: «Balance historiográfico del emirato
nazarí de Granada (siglos XIII-XV) desde los estudios sobre al-Andalus: instituciones, sociedad y
economía» En Estrato da Reti Medievali Rivista, nº IX. Florencia: Firenze University Press, 2008
(dirección web: <http://www.rmojs.unina.it/index.php/rm/article/view/118/100>) [fecha de consulta:
20/02/2015].
97
RODRÍGUEZ MOLINA, JOSÉ: La vida de moros y cristianos en la frontera. Madrid: Alcalá, 2007, p. 137.
98
Sobre este acuerdo y sus repercusiones, consultar GARCÍA SANJUÁN, ALEJANDRO: «Consideraciones
sobre el pacto de Jaén de 1246» En González Jiménez, Manuel (coord.): Sevilla 1248. Congreso
Internacional Conmemorativo del 750 Aniversario de la Conquista de la Ciudad de Sevilla por Fernando
III, Rey de Castilla y León. Madrid: Fundación Ramón Areces, 2000, pp. 715-722. Al respecto de la
consideración del poder nazarí como vasallo de la corona castellana, LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ
ENRIQUE: «El reino de Granada: ¿un vasallo musulmán?» En Fundamentos medievales de los

72
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Fernando III. Sin embargo, el emir nazarí finalmente se sublevó ante los nuevos términos
impuesto por Alfonso X, lo que dio inicio a una destacada contienda entre las fuerzas
reales del reino castellano y una alianza de nazaríes, tropas de otros reinos de taifas,
señores andaluces e incluso la ayuda de fuerzas norteafricana. Los benimerines de la
tribu de los Banu Marín, gobernantes del reino de Fez, habían heredado de los almohades
las pretensiones de unificar el Occidente islámico tras haber dominado la mayor parte del
Magreb. Finalmente, ambas partes llegaron a un acuerdo con la rúbrica del Pacto de
Alcalá de Benzaide (1265). Sin embargo, durante los años posteriores los conflictos en la
frontera entre los reinos continuaron, como determina la constante firma de treguas entre
ambos bandos. Asimismo, a partir de 1275 se llevaron a cabo nuevos ataques
norteafricanos a Tarifa, Algeciras y algunos puntos del Bajo Guadalquivir, mientras los
benimerines intentaban influir en el gobierno interno del reino musulmán. Este mismo
año, el emir Muhammad II (1273-1302) declaró la definitiva ruptura de los compromisos
con Castilla, comenzando una dinámica que perduró hasta mediados de la centuria
siguiente que es conocida como la Batalla del Estrecho.

El periodo inicial del reino islámico se extendería a lo largo de toda la segunda mitad
del siglo XII, hasta los primeros años de la nueva centuria, coincidiendo con los reinados
de Muhammad II (1273-1302) y Muhammad III (1302-1309). Toda esta etapa se
caracterizó por el complejo equilibrio de fuerzas que comenzaba a gestarse en torno al
dominio del Estrecho de Gibraltar, lugar con importantes intereses mercantiles y políticos
para varias potencias mediterráneas. En ese sentido, la primera gran crisis del estado
musulmán se produjo entre 1309 y 1333, coincidiendo con el recrudecimiento de esta
contienda durante el gobierno de los emires Nasr (1309-1314) a Muhammad IV (1325-
1333). Los descendientes de Alfonso X estructuraron su política exterior en torno a la
conquista de las principales plazas estratégicas que dominaban el Estrecho de Gibraltar,
lo que traería consigo el conflicto con las fuerzas musulmanas norteafricanas por el
dominio de la navegación marítima en esta zona. En 1288, ambos reinos islámicos
firmaron una alianza formar con el fin de tomar Cadí, que sin embargo fracasó. Pero
durante los años posteriores, la fuerza musulmana aliada continuó amenazando el posible
avance de los cristianos en este contexto. A pesar de que en 1294 no tuvo éxito el asedio
a Tarifa, en 1329 los benimerines y sus aliados consiguieron tomar Algeciras durante las

particularismos hispánicos. IX Congreso de Estudios Medievales (León, 15-18 de diciembre de 2003).


León-Ávila: Fundación Sánchez Albornoz, 2005, pp. 313-346; QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Granada.
Historia de…op.cit., pp. 86-92.

73
José Fernando Tinoco Díaz

acciones llevadas a cabo a lo largo de estos primeros años. En contraposición, Castilla


lograba triunfar ante Granada en la batalla de Teba, imponiendo al emirato una nueva
tregua a cambio de parias. Pero tras el ascenso al poder del sultán de Fez Abu l-Hasan
(1331-1351), la intensidad de las acciones norteafricanas se recrudecieron, y las fuerzas
de este rey recibieron la plaza granadina de Vera y lograron conquistar Gibraltar en 1333.
A lo largo de esta fase de la Batalla del Estrecho, el influjo de los benimerines en el
Mediterráneo se intensificó sobremanera, de manera que Castilla tomo conciencia de que
solo una gran reacción podría rechazar el ataque norteafricano. De este modo, el 30 de
octubre de 1340, una alianza de tropas cristianas peninsulares, encabezadas por el
monarca castellano Alfonso XI, derrotaron a una coalición de benimerines y nazaríes en
la batalla del Salado. La victoria cristiana en esta contienda, sumada a la posterior
conquista de Algeciras, dejarían al enemigo nazarí aislado definitivamente del contexto
norteafricano; A lo largo de este periodo, quedó de manifiesto la débil posición nazarí
frente a benimerines y castellanos, en tanto Granada tuvo que atender con urgencia la
defensa de sus fronteras territoriales y marítimas, intercambiando alianzas y conflictos
con ambos bandos para asegurar su propia supervivencia a lo largo de estas hostilidades.
Asimismo, la victoria de Alfonso XI en la Batalla del Salado (1340), con la cual acabó
esta contienda, significó el definitivo aislamiento del emirato con respecto al norte de
África y la apertura de tímidas relaciones con las principales potencias islámicas del
Mediterráneo99.

A este momento de debilidad y reestructuración de las relaciones nazaríes en el


contexto internacional, le siguió una fase de apogeo a lo largo de los años centrales del
siglo XIV, coincidiendo con los reinados de Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-
1362). Esta recuperación fue consecuencia del estado del reino castellano, que
permitieron establecer un paréntesis de paz en la relación entre ambos estados. Durante
estos años, Castilla sufrió el convulso final del reinado de Pedro I (1350-1366) y el
ascenso de la dinastía Trastámara, lo cual abolió cualquier intento de retomar la lucha
frente al emirato. Asimismo, tras la derrota en la Batalla del Estrecho, los benimerines se
encerraron en sus propios problemas sucesorios, mientras que la corona de Aragón
rechazó sus pretensiones sobre este reino en favor del reino castellano. Todo ello dio pie
a que los diversos emires que ocuparon el trono de Granada, durante este periodo,
99
Sobre esta etapa ROSENBERGER, B.: «El problema del Estrecho a fines de la Edad Media» En Actas del II
Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Medieval. Córdoba, 1994, pp. I, 245-287; O‘CALLAGHAN,
JOSEPH: The Gibraltar Crusade..., op.cit.

74
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

olvidaran la mentalidad bélica que había regido los anteriores reinados y se dedicaran a
reorganizar la vida civil y militar de su reino. Muestra de esta nueva perspectiva, fueron
las obras ampliación de la Alhambra, la recuperación de Algeciras y el dominio de
Ceuta100. Pero tras esta etapa de sosiego, los problemas sucesorios comenzaron a
aparecer como consecuencia de la incapacidad de los distintos mandatarios nazaríes de
mantener un férreo control sobre el territorio granadino. Esta fase coincidió con el inicio
de una grave crisis económica del emirato y la consolidación de la dinastía Trastámara en
el trono castellano, lo que facilitó un claro cambio de signo. Durante los últimos años del
gobierno de Yusuf III (1376-1417), se asistió a la pérdida de Antequera, hecho que
marcó un punto de inflexión en la relación del emirato con la corona de Castilla. A partir
de esta fecha, y obviando un periodo de efímera recuperación durante el reinado de Abû
l-Hasan o Muley Hacén (1464-1482), la decadencia del reino continuó a lo largo de la
centuria de 1400, hasta su definitiva desaparición tras la derrota en la contienda frente a
los Reyes Católicos101.

A lo largo de estos dos siglos y medio de vida del emirato, el reino musulmán
consiguió mantenerse en vida gracias a un complejo cúmulo de factores que posibilitaron
su supervivencia. Algunos de ellos fueron impuestos, como fue el caso de la excepcional
geografía del territorio nazarí, situado entre el amplio litoral mediterráneo y la
accidentada orografía andaluza, la escasa incidencia de los inmigrantes mudéjares que
llegaron a sus tierras, o los convulsos conflictos que acaecieron en el reino castellano
durante todo este tiempo. Sin embargo, otras causas fueron consecuencia directa de la
política llevada a cabo por los emires nazaríes en el contexto internacional, que buscó un
apoyo oscilante entre sus correligionarios y la corona castellana, y el desarrollo de
importantes transacciones comerciales en el Mediterráneo. Desde su fundación, este
emirato siempre estuvo regido la dinastía de los Banu Nasr, o Banu l-Alhmar. Estos
mandatarios nazaríes adoptaron como título oficial el de «emir de los musulmanes» (amir

100
Al respecto de este periodo, GHEJNE, ANWAR G.: Historia de la España musulmana. Barcelona:
Cátedra, 1974, pp. 92-94; LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-
1501)...», op.cit., pp. 318-332.
101
Sobre todo ello, consultar LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «Revisión de una década de la
historia granadina (1445-1455)» En Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, vol. 29. Granada:
Universidad de Granada, 1980, pp. 61-90; VIDAL CASTRO, FRANCISCO: «Una década turbulenta de la
dinastía nazarí de Granada en el siglo XV: 1445-1455» En Moral Molina, Celia del (ed.): En el epílogo del
Islam andalusí: la Granada del siglo XV. Granada: Universidad de Granada, 2002, pp. 75-116; PELÁEZ
ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí de Granada en el siglo XV: dinámica política y fundamentos sociales
de un estado andalusí. Granada, Universidad de Granada, 2009.

75
José Fernando Tinoco Díaz

al-muslimin). Bajo su responsabilidad directa, se acumulaban las principales funciones


rectoras del Estado musulmán y de su vida religiosa, destacando su dirección en los
aspectos jurídico, militar, diplomático, hacendístico y monetario del reino. En ese
sentido, el proceso de legitimación del poder político nazarí siguió los cauces del modelo
islámico clásico, que defendía que la autoridad político religiosa de un territorio
musulmán debía ser respetuoso con la religión musulmana, en función del procedimiento
de la bay’a y el cumplimiento de la saria, para poder garantizar el bien de la población
mahometana102. De este modo, fueron varias circunstancias las que favorecieron la
consolidación del proyecto granadino y su desarrollo hasta el siglo XV, entre las que se
puede destacar el prestigio religioso como forma de legitimidad interna de la dinastía
nazarí y su habilidad diplomática para mantener cierto equilibrio en sus inestables
relaciones con los reinos cristianos y musulmanes de su entorno. Sin embargo, cabe
afirmar que las eficaces instituciones nazaríes se convirtieron en la verdadera columna
vertebral del emirato musulmán en el ámbito interior del reino, actuando como principal
factor de entereza y continuidad de la corona musulmana y permitiendo la supervivencia
de este poder central durante estas dos centurias de vida.

Los mandatarios nazaríes solo lograron configurar su poder gracias a la eficiente


labor de unas estructuras de gobierno que pueden ser calificadas como de islámicas
clásicas. Para la gestión de las funciones públicas, estos emires se rodearon de cuadros
administrativos fundamentalmente construidos por visires (wazir) y secretarios,
encabezados por un primer ministro y ocasionalmente por un gran chamberlán (hayîb) o
lugarteniente. Excepto en las breves épocas en que existió este cargo de chamberlán,
solía haber un visir principal con doble competencia civil y militar. Asimismo, la
cancillería palatina poseyó una destacada importancia, tanto política como administrativa
y cultural. Fuera de la capital, la representación política y las funciones administrativas
eran ejercidas por un gobernador y/o un jefe militar y/o un agente fiscal, además de
existir una ramificación de la administración de justicia por todo el territorio por parte de
los mâlikíes. Entre éstas últimas poco a poco se generalizó el título de al-wazil o alguacil
como representante de la administración local. Por otro lado, los malikíes consiguieron

102
MOLINA LÓPEZ, EMILIO: «La dinámica política y los fundamentos del poder» En Peinado Santaella,
Rafael (ed.): Historia del reino de Granada; vol. 1. De los orígenes a la época mudéjar (hasta 1502).
Granada: Universidad de Granada-Fundación El Legado Andalusí, 2000, pp. 211-248; CHALMETA
GENDRÓN, PEDRO: «Presupuestos políticos e instrumentos institucionales y jurídicos en al-Ándalus» En
Iglesia Duarte, Juan Ignacio (coord.): V Semana de Estudios Medievales de Nájera. Logroño: Instituto de
Estudios Riojanos, 1995, pp. 51-64.

76
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

monopolizar la organización judicial del reino, lo cual generó una gran estabilidad en las
funciones de los cadíes y otras magistraturas103. Este aparato administrativo se estableció
sobre un territorio que apenas se escindió circunstancialmente, lo cual aportó un amplio
grado de estabilidad al gobierno del reino. En ese sentido, cabe destacar que, desde su
origen, un la demarcación emirato nazarí comprendía un espacio geopolítico que
entendía las tierras de las antiguas coras y taifas de Granada, Málaga y Almería, a lo que
se sumaba parte del territorio actual de Algeciras y Ronda. La población total del emirato
se situaba en torno a unas 100.000 personas en el ámbito rural y 150.000 en enclaves
urbanos o de mayor entidad entre mediados y finales del siglo XV. Esta cifra
probablemente fuera más reducida que al comienzo del emirato y sobre todo, durante el
siglo XIV, por las distintas despoblaciones derivadas de la guerra, la emigración y la
epidemia de Peste Negra de Almería de 1348104. La absoluta mayoría de la población
nazarí era musulmana, de ascendencia árabe y andalusí. Este rasgo incidía en la
homogeneización de la sociedad en torno a su cultura islámica. Asimismo, el pueblo
nazarí se estructuraba en dos grandes clases sociales muy diferenciadas, la aristocracia
(jassa), donde se englobaban los grandes linajes nobiliarios granadinos, los notables, los
grandes comerciantes e industriales, los intelectuales y los funcionarios de corte; y el
pueblo (amma), formado por el resto de la población: desde artesanos o agricultores,
hasta pequeños comerciantes y funcionarios de escasa cualificación. Al contrario que la
sociedad cristiana, este modelo social se estructuraba de manera estamental, pero nunca
rechazó la dinámica derivada de la meritocracia. En ese sentido, no permanecieron
demasiados cristianos en tierras nazaríes, más allá de los comerciantes que se
establecieron en las tierras del emirato. En cambio, la población de judíos fue
significativa, aunque menor que en el resto del territorio andaluz105. El reino estaba

103
VIGUERA MOLINS, MARÍA JESÚS: «El soberano, visires y secretarios» En Menéndez Pidal, Ramón (dir.):
El Reino Nazarí de granada (1232-1492). Política. Instituciones. Espacio y Economía. tomo VIII-III, pp.
317-363; CASCIARO, JOSÉ MARÍA: El visirato en el reino nazarí de Granada. Madrid, 1947; CALERO
SECALL, MARÍA ISABEL: «Rulers and qadis: their relationships during the Nasrid Kingdom» En Islamic
Law and Society, vol. 7, nº 2. Edimburgo: Brill, 2000, pp. II, 235-255.
104
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «Datos demográficos sobre los musulmanes de Granada en el siglo
XV» En Granada después de la conquista: repobladores y mudéjares. Granada: Diputación provincial de
Granada, 1993, pp. 235-243; JIMÉNEZ MATA, MARÍA CONCEPCIÓN: La Granada islámica. Contribución a
su estudio geográfico-político administrativo a través de la toponimia. Granada: Universidad de Granada,
1990.
105
GUICHARD, PIERRE: Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente. Barcelona:
Crítica, 1976; PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: Dinamismo social en el reino de Grabada (1456-1501): de la
Granada islámica a la Granada mudéjar; tesis doctoral dirigida por Emilio Molina López. Granada:
Universidad de Granada, 2006.

77
José Fernando Tinoco Díaz

dividido en circunscripciones territoriales y administrativas denominadas iqlim por su


tradicional sentido agrícola-tributario. Las principales unidades de poblamiento seguirán
siendo la ciudad, el castillo y la alquería, con control sobre su respectivo entorno y sobre
todo en relación con las circunscripciones menores o camâla.

La articulación administrativa de este territorio se estructuraba de manera


descentralizada, en un modelo de poliarquías que Antonio Peláez ha definido de forma
brillante, lo cual también representaban la perspectiva poliédrica que regía la realidad
estatal del reino nazarí. Según afirma este autor, «Granada fue la capital de una unidad
política que controló militar y fiscalmente un territorio en constante evolución [...] cuya
extensión real se fijó en cada momento en función de la existencia de otros centros de
gobierno rivales de esta ciudad, cuyas autoridades políticas actuaron con autoridad al
controlar militar y fiscalmente parte del dominio islámico andalusí»106. Como
consecuencia de esta heterogénea situación interior, el reino de Granada siempre tuvo
una cadencia de verdadera unidad interna, ya que, desde su fundación, el emirato estuvo
minado por las disidencias internas de los diversos linajes nazaríes. Esta falta de
consistencia política estuvo motivada, en gran medida, por la falta de un sistema
institucional que legalizara la sucesión dinástica. Las sublevaciones frecuentes de
pretendientes al trono hicieron al reino vulnerable a las intervenciones extranjeras, tanto
cristianas como musulmanas, impidiendo la consolidación de una fuerte monarquía
granadina. En ese sentido, el gran coste para la corona de mantener un ejército
permanente de cierta importancia, con el cual defenderse de los ataques externos, unido a
la obligación periódica de abonar parias a Castilla, agotó los pocos recursos económicos
del país. Las treguas firmadas entra el reino castellano y el emirato renovaban este pago
de parias, salvo que en los casos que Castila no tenía fuerza para exigirlo. En tiempos de
Muhammad I, se fijó un pago a Castilla de 150.000 maravedíes de oro, posteriormente
rebajados a 50.000. En el siglo XV tal cantidad solía oscilar entre 11.000 y 15.000 doblas
de oro anuales. En diversos momentos de debilidad granadina, este tipo de impuestos
pasaron de suponer la mitad de las rentas granadinas a la cuarta o quinta parte del total.
Por este motivo, los emires optaron por imponer diversas cargas tributarias puntuales que
en la mayoría de los casos eran ilegales al no estar contempladas ni en el Corán ni en la
Sunna, como el zaquí, la almaguana, alfitra, alacer, dirhamer o el magrán. Esta

106
PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp. 386-387, 182-232.

78
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

determinación contribuyó a mantener viva una agitación social frente al poder central en
determinados momentos de la historia nazarí107.

Tras la conclusión de la batalla del Estrecho, Juan Torres Fontes identificó varios
periodos en la relación entre las coronas de Castilla y Granada. Entre 1350 y 1429, se dio
un periodo de treguas continuadas, donde se alternaron 85 años de paz oficial y otros 25
de guerra, en los que destacaron las empresas fronterizas de Fernando de Antequera.
Entre 1430 y 1454, se sucedieron dos destacados etapas ofensivas, una encabezada por el
rey Juan II de Castilla, a la que siguió una contraofensiva granadina que recuperó todo lo
conquistado por este mandatario cristiano. Entre la fecha de la muerte de este monarca y
1482, Enrique IV llevó a cabo varias iniciativas destinadas a debilitar la economía
granadina antes de que diera comienzo la guerra civil castellana108. Durante toda esta fase
de la historia peninsular, la frontera entre las coronas de Granada y Castilla se mantuvo
prácticamente fija que ayudó a establecer un complejo sistema institucional asentado
sobre el desarrollo de varios cargos públicos, como los alcaldes, los fieles del rastro o los
alfaqueques, destinados a regular las relaciones entre ambas sociedades109. A pesar de
que tal situación estaba llamada a no perdurar en el tiempo, este hecho influyó
sobremanera en la estructuración de la sociedad asentada en este entorno y lo convirtió

107
Al respecto, MELO CARRASCO, DIEGO: «En torno al vasallaje y las parias en las treguas entre Granada y
Castilla (XIII-XV): una posibilidad de análisis» En Medievalismo, nº 22. Murcia: Sociedad de Estudios
Medievales Españoles, 2012, pp. 139-152.
108
TORRES FONTES, JUAN: «Dualidad Fronteriza: Guerra y paz» En Segura Artero, Pedro (coord.): Actas
del Congreso La Frontera Oriental Nazarí como Sujeto Histórico (S. XIII-XVI), Lorca-Vera, 22 a 24 de
noviembre, 1994. Almería: Instituto de Estudios Almerienses, 1997, pp. 63-78.
109
Una perspectiva más amplia de la incidencia de estas diversas instituciones fronterizas en este aspecto
de los cautivos cristianos, se encuentra en LAMBTON ANN K.S.: «Institutions on the Castilian-Granadan
Frontier, 1369-1482» En Bartlett, Robert y Mackay, Angus (coords.): Medieval Frontier Societies. Oxford:
Oxford University Press, 1989, pp. 113-131. La bibliografía sobre este aspecto de relación entre Castilla y
Granada es bastante amplia. Destacan títulos como CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «La vida en la
frontera de Granada» En VVAA: Actas del I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Medieval.
Córdoba: Universidad de Córdoba, 1978, pp. II, 279- 302; TORRES FONTES, JUAN: «Dualidad Fronteriza:
Guerra…», op.cit.; CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: En la frontera de Granada. Sevilla: Facultad de
Filosofía y Letras, 1971; GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La Frontera entre Andalucía y Granada:
realidades bélicas, socioeconómicas y culturales» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.): La
incorporación de Granada a la corona de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp.
87-147. Sobre el estado de la historiografía en torno a la frontera de ambos reinos, es muy atractivo
consultar ROJAS GABRIEL, MANUEL: «La frontera de Granada. Perspectivas y planteamientos» En
Meridies, nº 8. 2005, pp. 245-268. Al respecto de la dinámica sociopolítica nazarí en la frontera durante
este periodo, PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp. 139-182; PEINADO SANTAELLA,
RAFAEL G.: «Frontera, guerra santa y cruzada en la Andalucía medieval» En Peinado Santaella, Rafael G.:
Guerra santa, cruzada y yihad en Andalucía y el reino de Granada (siglos XIII-XV). Granada: Universidad
de Granada, 2017, pp. 3-55.

79
José Fernando Tinoco Díaz

en un lugar de intercambio cultural, económico y sobre todo, un ámbito de violencia


endémica. En ese sentido, Manuel González definió muy acertadamente esta frontera,
como «el símbolo del enfrentamiento entre dos mundos que habían renunciado a la
integración de un espacio político compartido»110. Las treguas y acuerdos acordados
entre los mandatarios de ambos reinos, no evitaron la paulatina configuración de este
espacio como un lugar con su propia idiosincrasia, donde la guerra no fue un asunto de
Estado, sino que se convirtió en un negocio de particulares. De este modo, los
enfrentamientos bélicos se extendieron a lo largo de todo el territorio fronterizo, llegando
a convertirse en la forma de vida de una élite social que asentó su autoridad sobre su
capacidad de poder coercitivo.

El carácter transitorio de la relación entre Castilla y Granada obligó a ambos bandos a


estructurar un permanente sistema defensivo acorde a la inestable realidad de esta
frontera. Con respecto al bando cristiano, el territorio colindante con el emirato nazarí se
dividió en varios sectores, que correspondían a las ciudades donde se establecieron las
bases desde donde coordinar las acciones en esta comarca, a saber, Córdoba, Jaén,
Sevilla y Murcia. En estos territorios se desarrolló una destacada concentración señorial,
que ayudó tanto a la defensa como al debilitamiento progresivo del enemigo en una
especie de «válvula de seguridad»111. En el caso nazarí, los granadinos constituyeron un
espacio vertebrado por fortificaciones jerarquizadas, en torno a áreas fronterizas o tugur,
que formaban un espacio vertebrado por fortificaciones jerarquizadas que articulaban la
protección territorial frente a ataques y cabalgadas en base a defensas en altura. Éstas se
dividen según su función en castillos, alcazabas y murallas urbanas, torres de alquerías y
atalayas, articulando una potente protección territorial frente a los posibles ataques

110
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La Frontera entre…», op.cit., p. 92. Frente a lo desarrollado por Benito
Ruano y otros autores posteriores, las relaciones entre ambos bandos responden a un doble campo más
complejo que la simple búsqueda de la paz como objetivo de la alta política pre-estatal; ELOY BENITO
RUANO: De la alteridad en la Historia, discurso leído el día 22 de Mayo de 1988. Madrid: RAE, 1988;
RODRÍGUEZ MOLINA, JOSÉ: «Relaciones pacíficas en la frontera con el reino de Granada» En Segura
Artero, Pedro (coord.): Actas del Congreso la Frontera Oriental Nazarí como Sujeto Histórico (S.XIII-
XVI): Lorca-Vera, 22 a 24 de noviembre de 1994. Almería: Instituto de Estudios Almerienses, 1997, pp.
257-290. El contacto entre ambos reinos determinó una intensa relación bélica, que no significó una
anulación de trasvases culturales. Por tanto, puede afirmarse, como de hecho lo hace Mackay, que se
produjo una aculturación mutua, pero que nunca llegó a sobrepasar las evidentes diferencias existentes
entre ambas sociedades; MACKAY, ANGUS: La España de..., op.cit., pp. 92-107.
111
ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre los reinos de Sevilla y Granada en el siglo XV (1390-
1481): Un ensayo sobre la violencia y sus manifestaciones. Cádiz: Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Cádiz, 1995.

80
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

castellanos112. Por otro lado, el ejército nazarí estuvo formado por dos grandes núcleos de
tropas: los guerreros propiamente nazaríes y las milicias africanas de «voluntarios de la
fe» o guzat. Asimismo, también eran contratados mercenarios castellanos, e incluso
algunos jóvenes renegados de origen cristiano pasaron a formar parte de la guardia
personal del emir en momentos determinados. Aunque los medios nazaríes fueron
similares a los de la hueste castellana hasta una época muy tardía, la débil militarización
de la sociedad nazarí siempre fue un fuerte hándicap frente a la evidente superioridad de
las huestes cristianas. De hecho, a pesar de la fuerte reorganización institucional que se
produjo durante el reinado de Muhammad V en el ejército del emirato, cabe destacar que
esta fuerza no sufrió importantes reestructuraciones a lo largo de su existencia. Tras una
primera fase donde la dirección de estas fuerzas dependía del sultanato de Fez, el
mandatario granadino se ponía al frente de las tropas de su reino en contadas ocasiones, a
pesar de que solía participar en persona durante algunas de las correrías realizadas en
territorio cristiano. En contraposición, el mando unificado de las huestes del emirato era
delegado, durante los conflictos más importantes, en la autoridad de un jefe supremo a
elección del emir. Tal situación denota que las fuerzas africanas, que otrora componían el
grueso de las huestes nazaríes, habían dejado de jugar un papel político importante tras la
finalización de la Guerra de Estrecho, aunque su influencia como tropas auxiliares aún se
haría notar con fuerza hasta la desaparición del propio reino granadino. Con respecto a la
marina nazarí, hay muy pocos datos acerca de esta fuerza naval, por lo que su
operatividad se supone escasa frente a la fuerza naval de las principales potencias del
entorno mediterráneo113.

En el caso de la frontera marítima, el envidiable emplazamiento geográfico del


emirato le permitió establecerse como un centro de intercambio único en el paso
marítimo de la llamada ruta de Poniente, que conectaba el noroeste europeo con el mar
Mediterráneo. Esta estratégica situación generó que el comercio se convirtiera en la
principal fuente de ingresos nazarí, aunque la agricultura y la ganadería nunca dejaron de

112
MALPICA CUELLO, ANTONIO: Poblamiento y castillos en Granada. Sevilla: Fundación El Legado
Andalusí, 1996; TORRES DELGADO, CRISTÓBAL: «Organización de la defensa del territorio y el ejército del
reino Nazarí de Granada (siglos XIII-XV)» En Qalat, nº 3. Motril: Ayuntamiento de Motril, 2002, pp. 159-
188.
113
ARIÉ, RACHEL: «Sociedad y organización guerrera en la Granada nazarí» En Arié, Rachel (coord.):
Historia y cultura de la Granada nazarí. Granada: Universidad de Granada, 2004, pp. 69-119, pp. 97-119;
PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp. 62-72.

81
José Fernando Tinoco Díaz

ser consideras actividades esenciales para la supervivencia del reino 114. Los puertos
donde se concentraba esta actividad mercantil, principalmente fueron Málaga y Almería.
Los comerciantes extranjeros, tanto cristianos como musulmanes, solían formar colonias
en estos destacados enclaves urbanos, bajo la condición de dimmies o protegidos. Entre
las diversas nacionalidades de estos mercaderes, sobresalían los de origen catalano-
aragonés y genovés115. Empero, a partir del siglo XV, las especialidades y producciones
más rentables de Granada, como la seda procedente del suroeste del emirato, la cerámica
dorada, el azúcar y los frutales malagueños, comenzaron a competir con el comercio
veneciano. La jassa granadina luchó en este competitivo contexto comercial por
mantener sus niveles de ingresos, mediante el control de los resortes del poder y la
apertura de nuevas vías de apoyo diplomático en el Mediterráneo. Tras la decadencia de
los benimerines norteafricanos, Granada tuvo se solicitar el apoyo de algunas de las
grandes potencias islámicas mediterráneas, como el Sultán de Babilonia o, con
posterioridad, el Imperio turco, que acababa de conquistar victoriosamente
Constantinopla (1453). Sin embargo, tal movimiento diplomático no pudo impedir el
progresivo aislamiento internacional del reino musulmán; algo que quedó sellado
definitivamente tras la conquista cristiana de Gibraltar en 1462. Durante esta etapa final
del medievo, los llamamientos granadinos de ayuda exterior, que llegaron hasta el Egipto

114
El emirato hubo siempre de realizar un destacado esfuerzo por aumentar la producción agraria de su
territorio, lo cual consiguió a través de un aprovechamiento de las técnicas de regadío y una minuciosa
regulación del uso y reparto de agua en las vegas y hoyas granadinas. A pesar de que el déficit de cereales
siempre fue importante, este reino consiguió una gran abundancia en las cosechas de productos hortícolas y
frutícolas, destinadas tanto para el mercado interior como exterior. De la misma manera, esta actividad se
complementó con la actividad ganadera en las zonas montañosas, y la pesca en la costa y los recursos
mineros del sureste; LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...»,
op.cit., pp. 366-382; MALPICA CUELLO, ANTONIO: «Economía rural en el reino de Granada. De la sociedad
andalusí a las modificaciones castellanas» En Chronica Nova, nº 30. Granada: Universidad de Granada,
2003-2004, pp. 265-316; TRILLO SAN JOSÉ, MARÍA CARMEN: Una sociedad rural en el Mediterráneo
medieval: El mundo agrícola nazarí. Granada: Al-Baraka, 2003.
115
FÁBREGAS GARCÍA, ADELA: «Redes de comercio y articulación portuaria del reino de Granada: puertos
y escalas en el tráfico marítimo bajomedieval» En Chronica Nova, nº 30. Granada: Universidad de
Granada, 2003-2004, pp. 91-102; FERRER Y MALLOL, MARÍA TERESA: «La corona catalano-aragonese,
l‘Islam e il mondo mediterraneo: vent‘anni di richerche» En Medioevo. Saggi e Rassegne, nº 25. Cagliari:
Consiglio Nazionale delle Ricerche, Istituto sui Rapporti Italo-Iberici, 2002, pp. 35-78; SALICRÚ I LLUCH,
ROSER: El sultanato nazarí de Granada, Génova y la corona de Aragón en el siglo XV. Granada:
Universidad de Granada– Fundación El Legado Andalusí, 2007; de la misma autora, «Génova y Castilla,
genoveses y Granada. Política y comercio en el Mediterráneo Occidental en la primera mitad del siglo XV»
En Le vie del Mediterraneo. Idee, uomini, oggetti (secoli XI-XVI). Genova, 19-20 aprile 1994 (Col.
Collana dell'Istituto di storia del Medioevo e della espansione europea, 1). Génova: Istituto di storia del
Medioevo e della espansione europea, 1997, pp. 213-257; LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: El
reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., pp. 382-387.

82
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

mameluco y la Constantinopla otomana, no dieron resultado. En el caso norteafricano,


los reinos de Fez, Tremensén e Ifriqiya se encontraban en un proceso de evolución social
hacia un sistema urbano, que estaba minado el poder central de sus mandatarios116. Esta
situación también incidió sobremanera la progresiva recesión de la economía exterior
nazarí, infeudada a los mercaderes italianos y con una enorme dependencia del exterior
en materia de cereales y ganado, lo que acabó generando una grave crisis económica en
el reino musulmán que repercutió en todas sus facetas.

A lo largo de esta última centuria de vida del emirato, los conflictos políticos internos
en el seno de la sociedad musulmana comenzaron a hacerse constantes como
consecuencia de los enfrentamientos entre linajes y los problemas económicos derivados
de la crítica situación general del reino granadino. Tras la muerte de Muhammad V, se
dio inicio a un periodo donde la legitimidad sucesoria dependió de las relaciones
individuales de los emires con la élite social del reino, dividida en dos grandes bandos
representados por las familias de los zegríes o Bannigas y los abencerrajes117. Dentro de
esta dinámica, a comienzos del siglo XV se produjo la usurpación del trono por parte de
Muhammad IX el Izquierdo (1419) con la ayuda de este último linaje. Durante las
siguientes décadas, los golpes de estado se sucedieron, denotando la realidad de los
conflictos que se producían entre la propia nobleza granadina por mantener el control de
los resortes del poder nazarí. Ambos bandos trataron de buscar apoyos militares y
económicos en el exterior para apoyar sus pretensiones al trono, hecho que fue
aprovechado por el reino de Castilla para interceder en la política del emirato y, con ello,
prolongar las divisiones internas que debilitaran al reino musulmán de forma progresiva.
La corte castellana había mantenido una política tradicionalmente intervencionista en las
querellas dinásticas nazaríes, en virtud del régimen de protectorado que Granada tenía
que soportar. Sin embargo, ahora esta medida se proyectaba con mucha más intensidad,
de forma que la corona cristiana secundó a diversos candidatos al trono musulmán que
habían mantenido una intensa relación con el reino cristiano. Verbigracia, Álvaro de
Luna consiguió el ascenso al trono de Yusuf ib al-Mawl, mientras que Enrique IV apoyó
al príncipe Abu Nasr Sa‘d ibn Ali. Estas medidas eran compatibles con la guerra de

116
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «Mamelucos, otomanos y caída del reino de Granada» En
En la España medieval, nº 28. Madrid: Universidad Complutense, 2005, pp. 229-258; del mismo autor: El
Reino de Granada en la época de los Reyes Católicos. Repoblación, comercio, frontera. Granada:
Universidad de Granada, 1989. PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp. 273-320.
117
Sobre todo ello, PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp. 383-389.

83
José Fernando Tinoco Díaz

desgaste en la frontera, que le aportaba a la corona y a la clase aristócrata andaluza


pingües beneficios políticos, económicos y sociales, y que planteaba un medio
inmejorable para canalizar las disensiones internas del reino frente a un enemigo exterior.
De esta manera, los grandes señores fronterizos del bando cristiano consiguieron usurpar
paulatinamente pequeños territorios del emirato, aunque algunas de esas tentativas
castellanas acabaron en rotundos fracasos. En contraposición, los ejércitos nazaríes
también trataron de lanzar razias sobre los territorios cristianos, aprovechando los
momentos de debilidad de la propia corona castellana, inmersa en graves conflictos
intestinos. Estas intervenciones musulmanas estaban destinadas a forzar una redefinición
de los pactos entre ambos reinos a favor del territorio granadino, algo que solo pudo
producirse en los momentos de debilidad de la corona castellana, como sucedió durante
la primera época del reinado de Abu l-Hasan Ali, el Muley Hacén de las crónicas
castellanas. El ascenso al trono de este emir coincidió con una etapa marcada la
estabilidad interior, que permitió llevar a cabo una verdadera ola de ataques musulmanes
frente a una Castilla dividida por las disidencias derivadas de la sucesión de Enrique IV.
Pero, tras esta fase de esplendor, la situación interna del emirato se tornó inestable debido
a las agitaciones y conspiraciones que acabaron con la proclamación como emir de
Muhammad XI Boabdil, en julio de 1482. Meses antes, había comenzado la definitiva
contienda que emirato sostendría frente al reino de Castilla, fortalecido sobremanera por
la subida al trono de los Reyes Católicos118.

2.1.2. EL INICIO DEL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS (1474-1482): LA


INTEGRACIÓN POLÍTICA DE LAS CORONAS CASTELLANO-ARAGONESA.

Dentro de la Historia Medieval Occidental, el siglo XV simboliza la cristalización de


las estructuras políticas, religiosas, económicas y culturales, que compondrán la base de
las grandes monarquías de la época Moderna. El origen de este proceso se produjo
gracias a la suma de distintos factores integradores, unidos en torno al nacimiento del
sentimiento nacional y la idea de Estado como ente centralizador, y expresados en el
ascenso de unas nuevas dinastías reales en los principales reinos europeos de este
periodo. Este fue el caso de los linajes Valois, Avis, Tudor, Estuardo, Habsburgo, o de

118
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «De la frontera a la guerra final: Granada bajo la casa de
Abu Nasr Sa‘D» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.): La incorporación de Granada a la corona de
Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 709-730. ÁLVAREZ DE MORALES, CAMILO:
Muley Hacén, El Zagal y Boabdil: los últimos reyes de Granada. Granada: Comares, 2000.

84
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

los Trastámara en territorio hispánico119. En el reino de Castilla, el ascenso de esta nueva


dinastía significó el paulatino triunfo de la centralización de una idea de monarquía con
pretensiones absolutistas. Su llegada al poder se produjo tras la victoria de Enrique II de
Castilla (1366-1367) en su conflicto fratricida con Pedro I (1350-1366). Desde el inicio
del reinado de este monarca, el gobierno del reino comenzó a plantearse como un
ejercicio de poder uniforme sobre la diversificación social y económica de cada uno de
los territorios de la corona castellana. Esta perspectiva fue el resultado final de la lenta
gestación incorporación de zonas geográficas al señorío real, marcada por el ritmo que el
proceso histórico reconquistador impuso durante toda la Edad Media. Las medidas
llevadas a cabo por los herederos del fundador de la casa Trastámara continuaron con
esta línea de actuación, la cual acabó por determinar un eminente cambio de signo tras la
llamada ―crisis del siglo XIV‖. Todo ello lleva a destacar el inicio de la centuria
siguiente, como «un periodo de gran atractivo para los investigadores por cuanto se trata
de una etapa de gran trascendencia política e institucional para comprender la evolución
y consolidación del Estado Moderno en tierras hispánicas, y además cuenta con una
documentación lo suficientemente amplia como para acometer este tipo de estudios»120.

Durante el siglo XV, tanto la faceta económica, como demográfica, del reino
castellano, comenzaron a recuperarse de manera paulatina. Esto generó un progresivo
aumento de la población y una revitalización de los intercambios comerciales. Junto a
todo ello, se produjo un verdadero relevo generacional en las capas altas de la sociedad,
que influyó sobremanera en el desarrollo de una nueva teoría y práctica política influida
por la recuperación de conceptos de influencia aristotélica y romanista, como ocurría en

119
Un sugerente comentario acerca de la esencia de la ascensión de estas dinastías, puede encontrarse en
BERNAL, ANTONIO MIGUEL: Historia de España; vol. III, Monarquía e Imperio (ed. J. Fontana y R.
Villares). Barcelona: Crítica, 2010, pp. 11 y ss.
120
CAÑAS GÁLVEZ, FRANCISCO DE PAULA: «La evolución política en Castilla durante el siglo XV: de Juan
II a los Reyes Católicos. Perspectivas bibliográficas de la nueva historia política y sus aplicaciones
metodológicas» En eHumanista: Journal of Iberian Studies, vol. 10. California: University of California,
2008, pp. 31-50, p. 32. Sobre la evolución de la idea de estado en el otoño de la Edad Media, LADERO
QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «La monarquía: las bases políticas del reinado» En Ribot García, Luis;
Valdeón Baruque, Julio y Maza Zorrilla, Elena (coord.): Isabel La Católica y su época: actas del Congreso
Internacional, Valladolid-Barcelona-Granada, 15 a 20 de noviembre de 2004; Valladolid: Instituto
Universitario de Historia Simancas, 2004 pp. 135-170; NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos
ideológicos del poder real en Castilla (SS. XIII-XVI). Madrid: Eudema, 1988; CANELLAS LÓPEZ, ÁNGEL Y
VIVENS VIVES, JAIME: Historia de España; vol. XV. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV.
Madrid: Espasa Calpe, 2000; VALDEÓN BARUQUE, JULIO: La dinastía de los Trastámara. Madrid:
Ediciones el Viso-Fundación Iberdrola, 2006; MONSALVO ANTÓN, JOSÉ MARÍA: La Baja Edad Media en
los siglos XIV y XIV: política y cultura. Madrid: Síntesis, 2000, pp. 49 y ss.

85
José Fernando Tinoco Díaz

el entorno europeo de este momento. Pero el producto de la mente de los principales


pensadores castellanos del periodo pronto contrastó sobremanera con la verdadera
evolución política de la corona de Castilla. El proceso de consolidación en el cual estaba
inmersa la monarquía castellana, generó grandes tensiones entre los partidarios de la
corona y los defensores de la nueva oligarquía urbana nobiliaria. En otro nivel, los
conflictos sociales, entre los que destacaron el latente anti-judaísmo social y las diversas
formas de los movimientos frente a los excesos señoriales, siguieron surgiendo en los
momentos de máxima dificultad para el pueblo castellano. Todo ello hizo que a lo largo
de estas décadas, guerras civiles y conflictos interiores se sucedieran casi sin descanso,
denotando el complejo entramado de relaciones políticas establecidas en torno al control
de la influencia de una corona castellana definida en términos cada vez más
centralizados. A finales del reinado de Enrique IV (1454-1474), estos conflictos
interiores terminaron por colapsar. Las disputas entre las capas más altas de la
aristocracia de Castilla, divididas entre bando real y los favorables al príncipe don
Alfonso, se alargaron durante casi dos décadas, en las cuales se sucedieron diversos
enfrentamientos armados que incidieron de forma bastante negativa en el ánimo del
conjunto de la sociedad del reino hispánico. En el medio de este conflicto, la fulminante
muerte del joven infante, durante el verano de 1468, dio pie a que su hermana Isabel
reclamara su propio derecho a heredar el trono castellano. La demanda de la princesa
estaba apoyada por la liga nobiliaria favorable a su hermano, la Hermandad castellana y
varias grandes ciudades castellanas. Tras un complejo desarrollo de los acontecimientos,
don Enrique acabó por reconocer el derecho de su hermanastra a heredar el trono
castellano a su muerte. El Pacto de los Toros de Guisando, firmado entre ambas partes en
1468, estableció el marco legal necesario para llevar a cabo esta disposición. Sin
embargo, el posterior matrimonio de la infanta con el príncipe aragonés don Fernando,
sin autorización explícita de la corona, incumplió una de las principales cláusulas de este
acuerdo. Un año después, el monarca reinante declaró nulo el acuerdo con Isabel, en
tanto el compromiso de la joven parecía vaticinar un retorno a la aciaga época de las
disputas entre la corte castellana y los infantes de Aragón. Este movimiento de don
Enrique pareció ser un último intento de atraer a los detractores de Isabel hacia la causa
de su cuestionada hija Juana. Pero la falta de apoyo directo hacia la figura del monarca,
generó que en diciembre de 1473, poco tiempo antes de morir, ambos hermanos se
reconciliaran públicamente e Isabel volviera a ser reconocida como sucesora.

86
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Al día siguiente de la defunción de Enrique IV, el 12 de diciembre de 1474, Isabel era


proclamada reina en Segovia. Frente a este ágil movimiento, los partidarios a su sobrina
Juana, apoyados por el futuro marido de ésta, el rey Alfonso V de Portugal (1438-
1477/1481), se levantaron en armas para defender las pretensiones al trono de la llamada
Beltraneja. De esta manera dio inicio la llamada Guerra de Sucesión Castellana (1475-
1479), que enfrentaría al bando de doña Juana y los partidarios de doña Isabel 121. La
contienda supuso mucho más que un mero choque bélico por apoyar derechos legales de
las dos princesas rivales a la corona de Castilla, ya que el resultado de la misma
determinaría toda la orientación política de Castilla, e incluso de la Península Ibérica y el
contexto mediterráneo. Tras los primeros compases de un conflicto que llegó a tener un
marcado carácter internacional, el partido isabelino consiguió imponerse paulatinamente
en el campo de batalla. En ese sentido, la victoria de la facción favorable a doña Isabel en
la batalla de Toro, acaecida el 1 de marzo de 1476, significó un verdadero punto de
inflexión para el resultado final de esta contienda. Poco tiempo después de este episodio,
se celebrarían cortes en Madrigal de las Altas Torres, las primeras que contaron con la
castellana como reina reconocida del reino hispánico. Sin embargo, la disputa interna no
concluiría de forma definitiva hasta la firma del Tratado de Alcaçovas (1479), que
declaraba a Isabel como reina legítima de Castilla a cambio del reconocimiento de las
pretensiones portuguesas sobre el Atlántico. Ese mismo año, don Fernando de Aragón
heredó el trono de su padre, el rey Juan II (1458-1479). A partir de esta fecha, comenzó
realmente el reinado conjunto de ambos como monarcas de Castilla y Aragón (1474-
1504; 1479-1516)122.

121
Al respecto de este periodo y la Guerra de Sucesión Castellana, FERRARA Y MARINO, ORESTES: Un
pleito sucesorio: Enrique IV, Isabel de Castilla y la Beltraneja. Madrid: Ediciones La Nave, 1945;
SARASOLA, MODESTO: Isabel la Católica y la Beltraneja. Madrid: CSIC, 1955; VAL VALDIVIESO, MARÍA
ISABEL DEL: Isabel l Católica, Princesa (1468-1474). Valladolid: Instituto Isabel la Católica, 1974; de la
misma autora, «La sucesión de Enrique IV» En Espacio, Tiempo y Forma. Serie III, Hª Medieval, serie I,
vol. VII, nº 4. Madrid: UNED: 1991, pp. 43-78; ÁLVAREZ PALENZUELA, VICENTE ÁNGEL: La guerra civil
castellana y el enfrentamiento con Portugal (1475-1479). Madrid: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes,
2006; GARCÍA LOUAPRE, PILAR: Proceso al trono de Isabel la Católica. Barcelona: Juventud, 1994;
GONZÁLEZ HERRERO, MANUEL: Castilla: negro sobre rojo: de Enrique IV a Isabel la Católica. Segovia:
Ediciones Castellanas, 1993.
122
Sobre las líneas generales del reinado de los Reyes Católicos, consultar EDWARDS, JOHN: La España de
los Reyes Católicos, 1474-1520. Barcelona: Crítica, 2001; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: La España
de los Reyes Católicos. Madrid: Alianza, 2003; PÉREZ, JOSEPH: Isabel y Fernando, los Reyes Católicos.
Hondarribia: Nerea, 1998; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Claves históricas en el reinado de Fernando e
Isabel. Madrid: Real Academia de la Historia, 1998; Del mismo autor, cabe destacar la serie Los Reyes
Católicos (Fundamentos de la Monarquía; La conquista del trono; El tiempo de la guerra de Granada; El

87
José Fernando Tinoco Díaz

Durante los primeros años de su gobierno, marcados por las consecuencias de este
conflicto sucesorio, los monarcas tuvieron por delante el deber de volver a instaurar la
justicia en Castilla. Si gran parte de la nobleza se encontraba sublevada frente a la
autoridad del poder real, el clero castellano daba claras muestras de corrupción y la falta
de cumplimiento de sus deberes morales. Asimismo, la administración central sufría de
una parálisis interna consecuencia de los años de desgobierno real, por lo que el pueblo
se encontraba en un estado de descontento generalizado por su situación de indefensión
frente a los abusos nobiliarios. Por este motivo, los nuevos reyes centraron sus
actuaciones iniciales en la recuperación de la autoridad real y la pacificación interior del
territorio de Castilla, a través de medidas como el establecimiento de la Santa
Hermandad (1476), algo que no agradó a las capas más altas de la sociedad del reino123.
Frente a este caótico contexto, Isabel y Fernando hicieron gala de un extraordinario
talante unificador que denotaba su objetivo de conseguir llevar a cabo una verdadera
política de reconciliación con los linajes aristocráticos y la élite burguesa, sin incidir en
aspectos demasiado comprometedores. Esta línea de actuación les permitió lograr un
equilibro social relativamente amplio en un periodo corto de tiempo, sobre una campaña

camino hacia Europa; La expansión de la fe). Madrid: Rialp, 1989-1990; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS Y
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: La España de los Reyes Católicos: las bases del reinado, la guerra
de Sucesión, la guerra de Granada, Menéndez Pidal, Ramón (ed.): Historia de España, vol. XVII/I
Madrid: Espasa Calpe, 1989; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS Y FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, MANUEL: La España de
los Reyes Católicos: las edificación del Estado y la política exterior, Menéndez Pidal, Ramón (ed.):
Historia de España, vol. XVII/II. Madrid: Espasa Calpe, 1989. Sobre la reina Isabel, WALSH, WILLIAM T.:
Isabel de España. La última cruzada Madrid, 1939. AZCONA, TARSICIO DE: Isabel la Católica. Estudio
crítico de su vida y reinado. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1993; FERNÁNDEZ ÁLVAREZ,
MANUEL: Isabel la Católica. Barcelona: Espasa Libros, 2013; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Isabel I Reina
(1451-1504). Barcelona: Ariel, 2002; ALVAR EZQUERRA, ALFREDO: Isabel l Católica: una reina
vencedora, una mujer derrotada. Madrid: Temas de Hoy, 2002. En lo referente a don Fernando de Aragón,
BELENGUER CEBRIÁ, ERNEST: Fernando el Católico: un monarca decisivo en las encrucijadas de su época.
Barcelona: Península, 2001; GARCIÁN, BALTASAR: El político don Fernando el Católico. Zaragoza:
Institución Fernando el Católico, 1985; VICENS VIVES, JAUME: Historia crítica de la vida y reinado de
Fernando II de Aragón. Zaragoza, 1962; SESMA MUÑOZ, JOSÉ ÁNGEL: Fernando de Aragón: hispaniarum
rex. Zaragoza: Departamento de Cultura y Educación, 1992. Sobre toda la producción historiográfica de su
reinado, LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL (dir.): Bibliografías de Historia de España, nº 12. Los Reyes
Católicos y su tiempo. Madrid: CSCIC-Fundación Cultural de la Nobleza Española, 2004. De igual
manera, una reflexión historiografía de conjunto sobre el estado de las investigaciones al respecto, puede
consultarse en RABADÉ OBRADÓ, MARÍA DEL PILAR: «La España de los Reyes Católicos: Estado de la
investigación» En Cuadernos de Historia Moderna, vol. 13. Madrid: Editorial Complutense, 1992, pp.
239-267.
123
Sobre esta institución MARTÍNEZ RUIZ, ENRIQUE: «Algunas reflexiones sobre la Santa Hermandad»
En Cuadernos de Historia Moderna, nº 13. Madrid: Universidad Complutense, 1992, pp. 91-107; LADERO
QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: La Hermandad de Castilla; cuentas y memoriales, 1480-1498. Madrid: Real
Academia de la Historia, 2005. LUNENFELD, MARVIN: The Council of the Santa Hermandad. Miami:
University of Miami Press, 1970.

88
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

propagandística cortesana que destacaba su ejercicio del poder real como el mecanismo
idóneo extender de nuevo la paz y recuperar la justica en el territorio de Castilla. De esta
forma, el primer periodo de su reinado fue considerado entre sus contemporáneos como
un «tiempo áureo y de justicia» que traería el equilibrio de los diferentes grupos sociales
del reino.

Tras lograr la victoria definitiva frente al partido juanista, la celebración de las Cortes
de Toledo (1480) significó el verdadero reconocimiento de la autoridad de doña Isabel en
el reino castellano y el punto de partida de su línea política futura. En esta reunión, con
alta carga simbólica, ideológica, ceremonial y retórica, se decidieron medidas decisivas
que acabaron por constituir «un programa de reformas que fue ejecutado a lo largo de los
siguientes 20 años»124. En ese sentido, fueron varios los aspectos de la vida castellana
que se reestructuraron por decisión de la reina, denotando su deseo de reestructurar las
principales instituciones del reino para asegurar su eficacia. En el plano monetario, por
ejemplo, se tomaron medidas para asegurar la estabilidad de la moneda y garantizar el
libre flujo dinerario por todo el reino, mientras se prohibía la salida de oro y plata.
Asimismo, se llevaron a cabo diversas acciones para que la corona recuperase el control
sobre la apertura de ferias y mercados. Dentro de las medidas hacendísticas, destacó la
mejora del sistema de impuestos y monopolios tradicional en pos de sanear, ordenar y
fortalecer las medidas de obtención de rentas. Ya con anterioridad, la corona abocó por
llevar a cabo la recuperación de varias rentas reales en torno a la cuestión de los juros, de
los que se beneficiaban gran número de personas, pero hipotecaban la mayor parte de
ingresos del erario público. Por este motivo, los reyes nombraron dos contadores
mayores, encargados de revisar los libros y eliminar los juros irregulares, y fijaron un
límite a los intereses pagados, de acuerdo a los rendimientos reales y no con su valor
nominal. De la misma manera, los monarcas abolieron la recaudación directa por parte de
los concejos y consiguieron recuperar gran parte de las tierras usurpadas por las
municipales o los particulares a la corona, reforzando la imagen del corregidor como
delegado de la monarquía en las ciudades. Con respecto al problema judeoconverso, se

124
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. Fundamentos de la monarquía. Madrid: Rialp, 1989,
pp. 11-13. Sobre todo ello, es interesante consultar CARRETERO ZAMORA, JUAN MANUEL: Corpus
documental de las Cortes de Castilla (1475-1517). Toledo: Cortes de Castilla La Macha, 1993; Del mismo
autor: «La consolidación de un modelo representativo: Las cortes de Castilla en época de los Reyes
Católicos» En Valdeón Baruque, Julio (ed.): Isabel la Católica y la Política. Valladolid: Ámbito, 2001, pp.
259-291; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: La hacienda real castellana entre 1480 y 1492. Madrid:
RAH, 2009.

89
José Fernando Tinoco Díaz

aprobó una medida que obligaba a judíos y mudéjares a vivir en barrios apartados de los
cristianos. En el plano administrativo, los diversos aspectos judiciales que anteriormente
ocupaban a la antigua Audiencia fueron concentrados en las Chancillerías de Valladolid
y Ciudad Real; ésta última trasladada a Granada algunos años más tarde.

En otro orden de cosas, la base de la nueva soberanía real se estableció sobre la


fórmula del llamad poderío real absoluto, que solo reconocía a Dios como superior, y
garantizaba el cumplimiento estricto de la justicia al respetar las leyes naturales de los
hombres y la capacidad administrativa de los diversos reinos bajo su dominio. Este
paradigmático sistema parecía regirse por una clara orientación anti-nobiliaria, que
detendría el crecimiento del poder señorial del reino en favor de la recuperación completa
de la autoridad de los reyes. Al fin y al cabo, la aristocracia feudal castellana
representaba la amenaza más seria para poder llevar a cabo esta nueva política real
autócrata. Sin embargo, Isabel y Fernando no llevaron a cabo una persecución de la
levantisca nobleza de este reino, sino que se limitaron a llevar a cabo medidas para
reintegrar el patrimonio real los territorios enajenados durante los años finales el reinado
anterior, y limitar la actividad política de esta clase social, de tal forma que sus
pretensiones no supusieran un peligro para su autoridad. La monarquía sabía que su
triunfo personal dependía de que este partido señorial mantuviera su excepcional poder
económico y su prestigio social. Por este motivo, prefirieron respetar, procurar, e incluso
aumentar, las cotas de poder económico y social de estos prohombres dentro de unos
cauces oportunamente delimitados. De esta manera, doña Isabel les confirmó sus cargos
en la corte, junto a sus títulos de nobleza y las riquezas personales obtenidas durante este
último periodo. A cambio, la corona se reservó el control directo de administración y
gobierno del reino, relegando a los grandes representantes de este estamento, de las
principales instituciones administrativas y religiosas de la corte, en favor unos nuevos
colaboradores de primer nivel: los hombres de letras. Los reyes modernizaron así el
Consejo Real y desbancaron de él a la alta nobleza, a favor de burócratas y letrados
cercanos a la corona. Con esta profunda reforma de marcado carácter jurídico e
institucional, este órgano se convirtió en el principal instrumento ejecutivo de la
monarquía. Con este movimiento, consiguieron incorporar a la nobleza al nuevo régimen
jurídico al mismo tiempo que garantizaban su estatus social y económico. La alianza con
las ciudades y el control del aparato burocrático permitieron el desplazamiento paulatino
de los nobles, a los que no se les discutió su preeminencia social ni se les negó ciertos

90
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cargos honoríficos en la milicia, diplomacia e Iglesia. En ese sentido, la nobleza


dependerá cada vez más de las dádivas del trono y de medidas como la posterior
universalización del mayorazgo (1505), frente a una corona que ya controlaba los bienes
anteriormente usurpados, así como el maestrazgo de las Órdenes Militares. Dentro de la
propia nobleza, se diseñaron auténticas estrategias matrimoniales de cara a la cohesión
interna de las grandes estirpes, promoviendo el equilibrio y la normalidad entre las
distintas ramas familiares. De este modo, las decisiones de los monarcas garantizaron el
estatus social y económico de la formidable nobleza castellana respetando siempre la
autonomía del estamento, mientras que limitaron sus ambiciones de poder125.

En el caso del estamento eclesiástico, los Reyes Católicos pretendieron hacer frente al
llamado ―feudalismo episcopal‖ y la presencia extranjera en las diócesis peninsulares, a
través de la paulatina reforma de lo que se ha venido a denominar ―Iglesia de Estado‖.
Desde la convocatoria del Concilio Nacional de Sevilla (1478), mostraron un gran interés
por mejorar el gobierno de la Iglesia a través del control de aquellos aspectos del poder
religioso que tradicionalmente se habían escapado de la influencia real. Esos reyes no
vacilaron en confrontarse con los altos cargos eclesiásticos del estamento nobiliario,
acaparando los derechos de patronato y alentando la reforma de las costumbres y la
educación de los clérigos. Su objetivo último era el de convertir a los obispos castellanos
en verdaderos pastores y no terratenientes o políticos, obligándolos a residir y trabajar en
sus diócesis y no en las cortes, campos de batalla o cacerías. Sin embargo, platear esta
meta no significaba cumplirla y, en muchos casos, las medidas llevadas a cabo por Isabel
Fernando solo determinaron el débil inicio de una línea de actuación mucho más
ambiciosa. En ese sentido, cabe afirmar que los monarcas se comportaron con el alto
clero de la misma forma que lo hicieron con la aristocracia castellana, facilitando su
inclusión en el nuevo sistema político de una manera controlada126. En el caso de las

125
FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La España de los siglos XIII-XV, Transformaciones del
feudalismo tardío. San Sebastián: Nerea, 2004, pp. 173-176; PARDO DE GUEVARA VALDÉS, EDUARDO: «El
reinado de los Reyes Católicos: política interior» En Álvarez Palenzuela, Vicente Ángel (coord.): Historia
de España de la Edad Media. Barcelona: Ariel, 2011, pp. 877-906, pp. 892-894; GONZÁLEZ ALINSO,
BENJAMÍN: «Poder regio, reforma institucional y régimen político en la Castilla de los Reyes Católicos» En
El Tratado de Tordesillas y su época. Valladolid: Asociación V Centenario del Tratado de Tordesillas,
1995, pp. I, 23-47; DE DIOS, SALUSTRIANO: «Sobre la génesis y los caracteres del estado absolutista en
Castilla» En Stvdia historica, Historia Moderna, nº 3. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1985, pp.
11-46.
126
GONZÁLEZ NOVALÍN, JOSÉ LUIS (ed.): Historia de la Iglesia en España; vol. 3. La Iglesia en la España
de los siglos XV y XVI. Madrid: La Editorial Católica, 1979-1980; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL Y
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: «Iglesia y sociedad en los siglos XIII al XV (ámbito castellano-leonés).

91
José Fernando Tinoco Díaz

capas más bajas del estamento religioso hispánico, esta reforma se extendió de forma
paulatina a todas las órdenes monásticas y mendicantes, así como al propio clero secular.
Se puede destacar al respecto la firmeza y eficacia en la corrección de abusos y
corruptelas, el paso de muchos monasterios y casas religiosas a la unificación
congregacional y el afianzamiento definitivo de los focos reformadores unido a las
Congregaciones de Regular Observancia127. Esta deseada renovación llevó aparejada una
profunda rehabilitación de las órdenes religiosas, destinada a elevar el nivel intelectual y
moral del clero secular. Gracias a grandes personalidades como el cardenal Cisneros, las
condiciones morales del clero mejoraron, y los obispos dejaron de ser señores feudales
incluidos en los bandos nobiliarios, para convertirse en destacados letrados e
intelectuales que atendían primordialmente a sus funciones pastorales. El apoyo de la
corona al brazo eclesiástico más reformador se hizo visible al permitir el desarrollo de
novedosas manifestaciones religiosas, como fue la aparición de los Jerónimos en
territorio castellano o la difusión de conventos de influencia franciscana. Como
consecuencia de esta completa transformación de todo el estamento eclesiástico
castellano, en líneas generales la Iglesia del reino hispánico se convirtió en una
institución mucho más ejemplar, mejor organizada y con una mayor altura cultural. Pero
tal logro fue solo posible gracias a la capacidad de Isabel y Fernando de influir en las
decisiones papales.

Los Reyes Católicos mantuvieron una estrecha relación con el Pontificado romano en
un contexto de cierta tensión, pero también marcado por la colaboración entre ambas
instituciones. En este contexto se inscribieron tres grandes logros logrados durante este
periodo: la preeminencia de la justicia real en materia eclesiástica en el ámbito
peninsular, la exclusión de extranjeros en la provisión de empleos y dignidades
eclesiásticas y, por último, el derecho de presentación. Asimismo, Isabel y Fernando

Estado de la investigación» En En la España Medieval, nº 11. Madrid: Universidad Complutense, 1988,


pp. 126-151; NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Iglesia y génesis del estado moderno en Castilla (1369-1480).
Madrid: Universidad Complutense, 1993; ALCALÁ GALVE, ÁNGEL: «Política religiosa de los Reyes
Católicos» En Valdeón Baruque, Julio (ed.): Isabel la Católica y la política. Valladolid: Ámbito– Instituto
de Historia Simancas, 2001, pp. 117-156.
127
GUTIÉRREZ, CONSTANCIO: «La política religiosa de los Reyes Católicos hasta la conquista de Granada»
En Miscelánea Comillas, nº XVIII. Madrid: Universidad Pontifica de Comillas, 1952, pp. 227-269;
GARCÍA ORO, JOSÉ: La reforma de los religiosos españoles en tiempo de los Reyes Católicos. Valladolid:
Instituto Isabel la Católica, 1969, pp. 129-131; CARLÉ, MARÍA DEL CARMEN: «La sociedad castellana del
siglo XV. La inserción de la Iglesia» En Anuario de Estudios Medievales, vol. 15. Madrid: CSIC, 1985, pp.
367-414.

92
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

también lograron otra importante fórmula de obtención de rentas, al conseguir del papado
la paulatina concesión de la administración de los maestrazgos de las principales Órdenes
Militares peninsulares y la instauración del tribunal de la Santa Inquisición. En el primer
caso, este tipo de instituciones habían conseguido acumular un extraordinario peso
económico y patrimonial en el contexto hispánico, lo que les permitía mantener unos
importantes ejércitos permanentes. Por este motivo, los maestres de estas órdenes se
habían convertido en árbitros del panorama político castellano, lo cual había atraído a las
grandes familias aristocráticas hacia tales dignidades. A partir de 1485, los monarcas
decidieron apartaron a los destacados linajes nobiliarios de la dirección de estas
instituciones suprimiendo el régimen de los maestrazgos y unificar, paulatinamente, el
control y administración sobre estas en distintas fechas. Ese mismo año, por ejemplo, la
Orden de Calatrava pasó a manos reales, mientras que la Orden de Santiago lo hizo en
1493 y la de Alcántara al año siguiente. Esta reforma concluyó con la creación del
llamado Consejo de las Órdenes en el nievo sistema administrativo impulsado por la
Corona128. En lo que se refiere a la fundación del Tribunal de la Santa Inquisición, café
afirmar que ésta fue el único organismo unificado en ambas coronas, al ser creado
exclusivamente por los Reyes Católicos durante esta primera fase de su reinado129.
Aunque en Aragón ya estaba presente de forma muy débil, no deseaban una simple
extensión del modelo inquisitorial pontificio tradicional, sino un instrumento eficaz al
servicio real. Por este motivo, la institución fue autorizada en la corona de Castilla por la
bula Exigit sincera devotionis affectus de Sixto IV, promulgada el 1 de noviembre de
1478.

En las últimas décadas del siglo XV, la población del conjunto de los territorios de
Castilla oscilaba sobre unos cuatro millones y medio. La Meseta norte era la zona más
poblada del reino, aunque los habitantes de la Andalucía Bética crecían muy deprisa
gracias a la exportación de productos agrícolas. En ese sentido, la base económica del
reino castellano seguía estando compuesta por la agricultura, la ganadería lanar y la
exportación de materias primas, que habían aumentado considerablemente como
consecuencia de la depresión europea del siglo XIV y la Guerra de los Cien Años. En lo

128
AYALA MARTÍNEZ, CARLOS DE: Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV).
Madrid: Marcial Pons, 2007.
129
Al respecto de la Inquisición en este periodo ver: NETANYAHU, BENZION: Los orígenes de la Inquisición
en la España del siglo XV. Barcelona: Crítica, 2000; ESCUDERO LÓPEZ, JOSÉ ANTONIO: Estudios sobre la
Inquisición. Barcelona: Marcial Pons, 2005; KAMEN, HENRY: La Inquisición española: una revisión
histórica. Barcelona: Crítica, 2005.

93
José Fernando Tinoco Díaz

referente a estas actividades económicas, los Reyes Católicos hicieron especial hincapié
en la defensa de los intereses de los grupos de burgueses como complemento a la anterior
economía ganadera y lanera, quedando al margen cualquier intento por impulsar la
actividad proto-industrial pañera. Dentro de las medidas destinadas a estimular este tipo
de negocios, destacaron las disposiciones concedidas al Honrado Concejo de la Mesta en
1492, o las medidas de reactivación del comercio de la última década del siglo XV. Estas
disposiciones incrementaron los movimientos comerciales castellanos en el contexto
atlántico, aunque mantuvo la modesta posición de los intercambios en las costas
mediterráneas. Asimismo, la corona se aseguró el incremento de sus ingresos sobre el
comercio a través del espectacular aumento de las alcabalas y las actividades
bancarias130.

Con respecto a las aristocracias locales, este tipo de nobleza de baja alcurnia se
convirtió en una pieza fundamental de la restitución del poder de la corona durante este
periodo. Los Reyes Católicos les mostraron su apoyo en la lucha que mantenían por
romper los lazos de clientelismo y dependencia política con respecto a linajes de la alta
clase, lo cual desencadenó una sustituir de estos lazos tradicionales por una sujeción
efectiva a las directrices de la política monárquica. Con ello, se produjo la integración de
esta clase social en el renovado sistema político castellano, mediante la generalización de
acuerdos y pactos que aseguraban su compromiso de no intervenir de manera directa en
la gestión administrativa del reino. En ese sentido, fueron muy numerosos los individuos
de baja alcurnia que detentaron competencias para nombrar magistraturas inferiores e
incluso fueron nombrados corregidores, cargo que permitió acentuar intervención directa
de la monarquía en el gobierno de las ciudades y concejos castellanos. Aunque la
utilización de esta institución no representaba una novedad en sí misma, la innovación
130
Sobre todo ello, consultar VALDEÓN BARUQUE, JULIO (ed.): Sociedad y economía en tiempos de Isabel
La Católica: ponencias presentadas al II Simposio sobre el reinado de Isabel La Católica, celebrado en
las ciudades de Valladolid y Buenos Aires en el otoño de 2001. Valladolid: Ámbito, 2002; CASADO
ALONSO, HILARIO (ed.): Castilla y Europa. Comercio y mercaderes en los siglos XIV, XV y XVI. Burgos:
Diputación provincial de Burgos, 1995; GARCÍA SANZ, ÁNGEL: «Economía y sociedad en la Castilla de los
siglos XV y XVI» En Actas del V Centenario del Consulado de Burgos (1494-1994). Burgos: Diputación
Provincial, 1994, pp. I, 55-68; del mismo autor: «La economía castellana en el primer tercio del siglo XVI
(1490-1530)» En Congreso Internacional de la Unión de Coronas al Imperio de Carlos V (Barcelona,
2000). Madrid: Sociedad Estatal de la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001,
pp. I, 47-65; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «Población, economía y sociedad» En Suárez Fernández,
Luis (ed.): Historia general de España y América; tomo V. Los Trastámara y la unidad española (1369-
1517). Madrid: Rialp, 1981, pp. 3-103; DIAGO HERNANDO, MÁXIMO: Mesta y trashumancia en Castilla
(siglos XIII a XIX). Madrid: Arco, 2002; KLEIN, JULIUS: La Mesta. Estudio de la historia económica
española 1273-1836. Madrid: Alianza, 1979.

94
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que establecieron los Reyes Católicos residió en la generalización sistemática de este


cargo como representante del poder real, atribuyéndole amplias atribuciones judiciales,
administrativas y políticas, con las que defender los intereses reales en las ciudades. De
esta manera, su principal misión fue la de imponer el orden en las municipalidades y
acabar con las luchas de clanes oligárquicos, concluyendo así con las ansias de
autonomía de las principales ciudades del reino. Asimismo, los monarcas también
nombraron nuevos gobernadores, dotados con una jurisdicción más amplia, que
recibieron el encargo de restablecer la paz y la seguridad en las regiones agitadas por
graves problemas económicos y sociales. Estos cargos fueron ocupados por una
generación de miembros de la Baja nobleza y segundones que, ante la decadencia de las
ocupaciones clásicas de la aristocracia, se formó en los centros universitarios de
Salamanca o Alcalá de Henares como eficaces administradores131. En lo referente a los
núcleos urbano de especial importancia, la corona se ganó la atracción de estas ciudades
a través de la implantación de un régimen político que delimitó el crecimiento de la
influencia de los linajes oligárquicos en la vida política de estas urbes, lo cual facilitó
asimilación entre el estamento nobiliario y una burguesía castellana en evidente ascenso
social. Esta relajación del control señorial permitió a los municipios continuar ampliando
su importancia en órganos de gobierno central, como las Cortes o la Hermandad General,
los cuales se convirtieron en los principales escenarios para el diálogo entre el monarca y
los territorios de su reino.

En el caso de las clases bajas de la sociedad del reino, la adhesión de este estamento
se produjo gracias al restablecimiento de la autoridad real frente a los abusos del
estamento nobiliario. En ese sentido, es necesario resaltar la importante labor política y
propagandística generada desde la misma corte real castellana, que tuvo como objetivo
representar a los mandatarios del reino como monarcas cercanos y accesibles para estos
estratos del pueblo. Gracias a la difusión de esta faceta de la política llevada a cabo por
los Reyes Católicos, el sector popular mantuvo el ingenuo puesto que le correspondía en
ese nuevo orden social castellano, algo que recompensaron actuando a su favor en las

131
Sobre estos aspectos de la administración pública, consultar GARCÍA MARÍN, JOSÉ MARÍA: El oficio
público en Castilla durante la Baja Edad Media. Madrid: Instituto Nacional de Administración Pública,
1987; MARTÍNEZ DÍEZ, GONZALO: «Los oficiales públicos: de las Partidas a los Reyes Católicos» En Actas
del II Symposium Historia de la Administración. Madrid: Ministerio de Administraciones Públicas, 1971,
pp. 125-136; GERBERT, MARIE-CLAUDE: Las noblezas españolas en la Edad Media: siglos XI-XV. Madrid:
Alianza, 1997; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Nobleza y monarquía: entendimiento y rivalidad: el proceso de
construcción de la corona española. Madrid: La Esfera de los libros, 2003.

95
José Fernando Tinoco Díaz

ocasiones que se prestaron a ello. De hecho, en líneas generales se puede afirmar que este
periodo destacó por la poca conflictividad social ciudadana, aunque cabe reconocer que
se produjeron minoritarios movimientos anti-señoriales, como fue el caso del capítulo
final de los irmandiños, y algunos de índole socio-religiosa. En ese último aspecto, cabe
destacar que Isabel y Fernando abandonaron la tolerancia a los judíos como fórmula de
concesión a la presión popular. En un principio, su actitud hacia la comunidad hebrea fue
de consideración, como denotan algunas de sus primeras medidas de gobierno y la
inclusión de importantes hombres de negocios en su corte. Sin embargo, entre la
sociedad castellana la hostilidad frente a los hebreos, a quienes se presentaba como
―deicidas‖ y usureros, no dejó de crecer siguiendo una dinámica que hundía sus raíces en
las últimas décadas de la centuria anterior. De hecho, durante finales de la década de
1480, esta actitud se vio intensificada por los numerosos rumores que acusaban a este
grupo de cometer actos violentos contra los cristianos, como el del llamado ―martirio del
Santo Niño de La Guardia‖. Tras estas acusaciones se encontraban diversos fundamentos
de orden religioso, pero también connotaciones sociales, debido a que el pueblo recelaba
de aquella minoría, a la cual se le veía encumbrarse mientras participaba en la percepción
de tributos y préstamos. Por este motivo, los Reyes Católicos se vieron obligados a tomar
diversas medidas destinadas a aislar, aún más, las poblaciones de judíos. Todo ello
concluyó con la expulsión de los judíos que no aceptaran el bautismo cristiano. El
número de expulsados, se calcula entre setenta mil y cien mil, siendo la mayoría de ellos
originarios de la corona de Castilla. Por otro lado, el tribunal de la Inquisición se encargó
de investigar los casos de las conversiones poco sinceras de nuevos cristianos acaecidas
durante este periodo. Años más tarde, también se incitó a los mudéjares del territorio
peninsular a aceptar la fe cristiana y se expulsó a aquellos que no la reconocieron,
logrando así dar forma a una de los principales objetivos de su reinado: la unidad
religiosa de la Península Ibérica en torno a la fe cristiana132. Empero ello pudo producirse
solo tras la conclusión de la conquista de Granada, una de las principales hazañas

132
PÉREZ, JOSEPH: Historia de una tragedia: la expulsión de los judíos de España. Barcelona: Crítica,
1993; Al respecto de los conflictos sociales que se generaron en seno castellano, consultar VALDEÓN
BARUQUE, JULIO: Los conflictos sociales en el reino de Casilla en los siglos XIV y XV. Madrid: Siglo XXI,
1975; CARO BAROJA, JULIO: Los moriscos del Reino de Granada. Ensayo de Historia Social. Madrid:
Itsmo, 1976. Un acercamiento general a esta realidad castellana, puede consultarse en VALDEÓN BARUQUE,
JULIO: «La sociedad castellana durante el reinado de Isabel la Católica» En Ribot García, Luis; Valdeón
Baruque, Julio y Maza Zorrilla, Elena (coords.): Isabel La Católica y su época: actas del Congreso
Internacional, Valladolid-Barcelona-Granada, 15 a 20 de noviembre de 2004; Valladolid: Instituto
Universitario de Historia Simancas, 2004, pp. 121-134.

96
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

llevadas a cabo por estos reyes. Tal proeza, que solo pudo llevarse a cabo por la unión de
todo el conjunto de la sociedad castellana en torno a la culminación de la Reconquista,
supuso el primer paso pasa la cimentación de la unidad de los territorios hispanos bajo
una misma autoridad.

Durante los primeros años del reinado de la Isabel y Fernando, se consolidó el


germen de la idea de Monarquía hispánica; aunque ésta no contó con una única línea
institucional homogénea hasta el siglo XVIII. Los Reyes Católicos nunca pretendieron
crear un Estado peninsular unitario, pues la soberanía de cada monarca en su reino siguió
siendo equivalente a la capacidad para ejercer un señorío pleno sobre sus súbditos o
vasallos directos. Por este motivo, más que una unión de coronas, se creó un sistema de
Joseph Pérez denomina como diarquía o doble monarquía, asentada sobre la unión
personal de dos soberanos, que mantuvieron intactas sus cotas de poder personal en cada
uno de sus territorios. Las prerrogativas de ambos mandatarios en sus respectivos reinos
fueron establecidas en la llamada Concordia de Segovia, rubricada el 15 de enero de
1475. Este pacto confirmó que Isabel era la única propietaria del reino castellano, por lo
que sus títulos serían heredados por sus descendientes tras su muerte. Asimismo, don
Fernando recibió el título de rey y no de consorte, reconociendo su papel protagonista en
el gobierno de Castilla. De este modo, ambos monarcas mantuvieron la jurisdicción
conjunta sobre aspectos judiciales, monetarios y de expedición de privilegios, mientras
Isabel mantendría la decisión directa en la provisión de cargos públicos y el destino del
producto de los impuestos castellanos. La principal consecuencia de esta concordia, fue
el establecimiento de una cohesión política entre ambos cónyuges, que anuló la
posibilidad de cualquier intriga política destinada a ahondar en las posibles
desavenencias entre ambos. Con posterioridad, el 14 de abril de 1484, en las Cortes de
Calatayud, don Fernando otorgó a su esposa los mismos poderes que él había recibido,
designándola como corregente y administradora de los reinos de la corona de Aragón. De
esta manera, cada uno de los cónyuges conservó la preeminencia en su reino, aunque
ambos actúan de común acuerdo, cooperando estrechamente en todas las grandes
empresas que rebasaban sus capacidades133. Pero si bien el principio que parecía regir
esta relación entre coronas era la paridad, la situación de cada uno de los reinos

133
Sobre ello, es interesante consultar la reflexión de ENCISO RECIO, LUIS MIGUEL: «Isabel la Católica y la
monarquía española» En Torre de los Lujares: Boletín de la Real Sociedad Económica Matritense de
Amigos del País, nº 55. Madrid: Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, 2004, pp. 31-
56.

97
José Fernando Tinoco Díaz

imposibilitó que pudiera establecerse una unión basada estrictamente en este


fundamento. En ese sentido, el reino de Castilla, donde el desarrollo pleno de una
teocracia real amparaba el poder legislativo del monarca, se prestaba a ocupar una
posición preponderante al facilitar la proyección acciones de ámbito estatal con menos
trabas que en lo referente al estado constitucionalista aragonés. Este territorio, que
contaba con una mayor extensión y densidad de población, e incluso mayor dinamismo,
acabó imponiendo su ritmo a un reino en regresión como era Aragón. Las nuevas
estructuras administrativas y judiciales establecidas durante este periodo se estructuraron
en torno a la preponderancia de Castilla, lo cual afectó irremediablemente al
desequilibrio entre las partes constituyentes de esta unión monárquica. Sin embargo,
frente a esta falta de cohesión interna, se impuso el compromiso de una política exterior
unitaria, que condujo a los reinos de Isabel y Fernando a participar en una ambiciosa
línea de actuación conjunta llamada a perdurar en el tiempo.

En el contexto atlántico, desde 1475 el tradicional conflicto existente entre Castilla y


Portugal se recrudeció cuando los Reyes Católicos reclamaron sus derechos de conquista
sobre África y Guinea. Asimismo, también determinaron llevar a cabo la definitiva
incorporación de las Islas Canarias al realengo castellano a partir de 1478, para anular así
cualquier reclamación lusa sobre estos territorios134. Tras la Guerra de Sucesión
Castellana (1474-1479), la firma del Tratado de Alcaçovas (1479) determinó la renuncia
de Portugal a sus pretensiones sobre estos territorios atlánticos a cambio del
reconocimiento de su jurisdicción sobre los territorios situado en entre los cabos de
Aguer y Bojador. La firma de este acuerdo, junto a la posterior paz de Toledo (1480),
impidió el surgimiento repentino de nuevos problemas de envergadura entre ambas
coronas ibéricas durante la década de 1480. Esta situación de equilibrio fue respaldada
por el compromiso de matrimonio entre la princesa castellana doña Isabel y el infante

134
Al respect de todo lo referente a la conquista de estas islas, O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: «Castile,
Portugal, and the Canary Islands. Claims and counterclaims, 1344-1479» En Viator: medieval and
renaissance studies, vol. 24. Turnhout: Brepols, 1993, pp. 287-309; PÉREZ, JOSEPH: Isabel la Católica,
África y América. Conferencia leída en el XVI Coloquio de Historia Canario-Americana (octubre de 2004)
(dirección web: <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/isabel-la-catlica-frica-y-amrica-
0/html/007b802a-82b2-11df-acc7-002185ce6064_3.html>) [fecha de consulta 8/12/2014]; RUSSELL, PETER
EDWARD: Portugal, Spain and the African Atlantic, 1343-1490. Chivalry and Crusade from John of Gaunt
to Henry the Navigator. Aldershot: Variorum, 1995. Asimismo, sobre las referencias al emirato nazarí en
estos conflictos, LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «Portugal y los ―derechos‖ castellanos sobre
Granada (siglo XV)» En Acta Historica et Archaelogica Mediaevalia, vol. 22. Barcelona: Universitat de
Barcelona, 2001, pp. 601-616.

98
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Alfonso de Portugal, hijo del monarca Juan II (1481-1495); enlace que se celebró en la
primavera de 1490. Pero la muerte prematura de este joven heredero al trono portugués,
en julio de 1491, ocasionó que las relaciones entre ambos reinos volvieran a complicarse,
algo que coincidió con el inicio de las expediciones comerciales lusas llevadas a cabo en
territorio atlántico con el objetivo de hallar una ruta hacia la India. En estos años, se
realizaron hazañas tan destacadas como el descubrimiento de la boca del río Congo, la
circunvalación del Cabo de Buena Esperanza o la colonización de las islas de Santo
Tomé y Príncipe. Tras las grandes bulas de mediados de la década de los 80 favorables
Castilla y su política de expansión territorial, Portugal obtuvo del papado la bula
Orthodoxe fidei, en 1486. Con ella, el reino portugués conseguía una útil herramienta
para apoyar sus expediciones territoriales en el Atlántico. Esta activa intervención de
Portugal en el continente africano, desvió el principal itinerario económico de Castilla,
incrementando la competencia castellano-portuguesa por el dominio de las rutas del oro,
los esclavos y las especias. La contienda entre ambas coronas fue solventada
parcialmente por los distintos pactos firmados a expensas papales, entre los que destacó
el Tratado de Tordesillas (1494), que establecía un reparto de las áreas de exploración de
cada reino en este contexto territorial135.

A pesar de esta convulsa e insegura relación con el reino de Portugal, la atención de


los reyes realmente recayó en el establecimiento de una nueva realidad diplomática que
les permitiera consolidarse en el contexto de la política continental europea. En este
marco occidental, el matrimonio entre la infanta doña Isabel y don Fernando de Aragón,
supuso un claro acercamiento de la corona de Castilla al reino aragonés, el cual se
encontraba en franca enemistad con la monarquía francesa por la cuestión de la

135
Sobre todo ello, consultar LOSSADA, ÁNGEL: «Repercusiones europeas del Tratado de Tordesillas» En
El tratado de Tordesillas y su proyección. Valladolid: Universidad de Valladolid, 1973, pp. II 217-265;
CAVALCANTI, SONIA: Ysabel la Católica e o Tratado de Tordesilhas. Salvador: Fundaçao Pedro Dalmon,
2000; FONSECA, LUIS ADÃO DA Y CUNHA, MARIA CRISTINA: O Tratado de Tordesilhas e a Diplomacia
Luso Castelhana no Século XV. Lisboa: Inapa, 1991; RUMEU DE ARMAS, ANTONIO: El Tratado de
Tordesillas. Madrid: Mapfre, 1992; MARQUES, JOSÉ: Relaçoes entre Portugal e Castella nos finais da
Idade Média. Lisboa: Fundaçao Calouste Gubelkian, 1994; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Relaciones
diplomáticas entre Portugal y Castilla en la Edad Media» En I Jornadas Académicas de História da
Espanha e de Portugal. Lisboa: Academia Portuguesa da História, 1991, pp. 215-233. PÉREZ, JOSEPH:
«Avance portugués y expansión castellana en torno a 1492» En Las relaciones entre Portugal y Castilla,
en la época de los descubrimientos y la expansión colonial. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1994,
pp. 103-110; RUFO YSERN, PAULINA: «La expansión peninsular por la costa africana. El enfrentamiento
entre Portugal y Castilla (1475-1480)» En Actas do Congresso Internacional Bartolomeu Dias e a sua
Época (Porto, 1988). vol. III. Economia e Comércio Marítimo. Oporto: Universidade do Porto, 1989, pp.
59-79.

99
José Fernando Tinoco Díaz

restitución de los condados de Rosellón y Cerdaña. Durante mediados del siglo XV, las
tensiones políticas del territorio catalán condujeron al estallido de la Guerra de los
Remensas (1462-1472). En 1462, el monarca aragonés Juan II (1458-1479) firmó el
Tratado de Bayona, por el cual se comprometía a entregar los condados de Rosellón y
Cerdaña al rey francés a cambio de su asistencia en tal conflicto. Cuando este conflicto
finalizó, los franceses siguieron ocupando este territorio, atrayendo las iras del monarca
aragonés y su sucesor don Fernando136. Sin embargo, durante los primeros compases del
reinado de los Reyes Católicos, la defensa de las rutas comerciales del golfo de Vizcaya
obligó a mantener la cordialidad con Francia y establecer estrechas relaciones con la
Casa de Borgoña, y un reino de Inglaterra envuelto en la Guerra de las Dos Rosas. Este
aspecto de la política exterior de los mandatarios hispánicos dejaba de manifiesto que
heredaban sistemas de alianzas muy contradictorios, donde los intereses geoestratégicos
de la corona de Aragón tropezarían con las pretensiones castellanas en el atlántico137.
Durante los primeros años de la década de 1480, los Reyes Católicos consiguieron
establecer una alianza con estas dos potencias norte-europeas sobre la promesa de una
unión dinástica, política y comercial, a la falta de verdadera afinidad entre las partes.
También se mantuvieron buenas relaciones con Flandes durante estos años, bajo lo que
se denominó la alianza del Toisón de Oro, y se apoyó el principal partido navarro, los
beamonteses, para sostener la necesidad de una solución española a la cuestión de la
sucesión del trono de este reino hispánico. En 1483, la muerte de Leonor y de su
primogénito, Francisco Febo, le había abierto a Francia la posibilidad de influenciar el
devenir político del reino pirenaico y reclamar su derecho sobre el pequeño estado. Sin
embargo, Isabel y Fernando decidieron reconocer a Catalina de Foix y Juan de Albret, su

136
MARCET JUNCOSA, ALICIA: «Louis XI et le Roussillon» En Histoire et archéologie des terres catalanes
au Moyen Âge. Perpignan: Presses Universitaires de Perpignan, 1995, pp. 431-444; SAN JOSÉ, MERCEDES;
ESTEBAN RECIO, ASUNCIÓN Y MARTÍN CEA, JUAN CARLOS: «Las relaciones entre Castilla y Francia (siglos
XIII-XV)» En Les communications dans la Penínsule Ibérique au Moyen Age (Colloque de Pau, 28-29
mars 1980). París: Centre National de la Recherche Scientifique, 1981, pp. 45-53.
137
Al respecto de la política internacional de los Reyes Católicos, DOUSSINAGUE, JOSÉ MARÍA: La Política
internacional de Fernando el Católico. Madrid: Espasa Calpe, 1944; OCHOA BRUN, MIGUEL ÁNGEL:
Historia de la diplomacia española; vol. 4. La diplomacia de los Reyes Católicos. Madrid: Ministerio de
Asuntos Exteriores, 1995; TORRE Y DEL CERRO, ANTONIO DE LA: Documentación sobre las relaciones
internacionales de los Reyes Católicos. Barcelona, 1949-1966; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Política
internacional de Isabel la Católica. Valladolid: Instituto Universitario de Historia Simancas, 2002;
SALVADOR ESTEBAN, EMILIA: «De la política exterior de la corona de Aragón a la política exterior de la
monarquía hispánica de los Reyes Católicos» En Ribot García, Luis; Valdeón Baruque, Julio y Maza
Zorrilla, Elena (coords.): Isabel La Católica y su época: actas del Congreso Internacional, Valladolid-
Barcelona-Granada, 15 a 20 de noviembre de 2004. Valladolid: Instituto Universitario de Historia
Simancas, 2004, pp. 711-746.

100
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

esposo, como reyes, a cambio del compromiso francés de no utilizar este territorio como
posible base de operaciones. De manera paulatina, Navarra se fue alegando de la
influencia gala para convertirse en un protectorado español, a partir de los acuerdos de
Valencia en 1488. Este hecho determina que su estrategia diplomática nunca dejó de lado
el objetivo de impedir a Francia reactivar sus pretensiones hegemónicas sobre la
Península Itálica, tradicional objetivo territorial de la corona de Aragón.

En agosto de 1483, moría el rey francés Luis XI. Según denotan algunas fuentes, el
monarca pareció disponer que se devolvieran los condados pirenaicos a Aragón en un
último movimiento para sanear su conciencia antes de fallecer. Sin embargo, su hija Ana
de Beaujeu, la regente del reino durante este periodo, se negó a cumplir esta voluntad.
Don Fernando decidió reaccionar y, en febrero de 1484, se reunió Cortes aragonesas en
Tarazona con motivo de la posible convocatoria oficial de guerra frente a Francia. Pero el
fracaso de estas cortes, unido a la negativa de su esposa de priorizar las pretensiones de
su marido sobre la conquista del emirato nazarí, provocaron que el rey aragonés tomara
consciencia de que era necesario concluir con la Guerra de Granada antes de comenzar a
emprender una verdadera línea de política exterior aragonesa. El monarca decidió optar
entonces por una política exterior pasiva con respecto a Francia que consiguiera su
aislamiento internacional. En ese sentido, la firma del Tratado de Londres (1484) entre
Castilla, Borgoña e Inglaterra, tuvo como objetivo la creación de un verdadero bloque
mercantil de alianzas políticas que mostrara al reino francés vulnerable ante un posible
ataque militar conjunto. Este acuerdo fue avalado con la firma del Tratado de Okyng
(1490) y el desarrollo de una importante alianza matrimonial entre cuatro de las más
grandes dinastías reinantes europeas, esto es, Avis, Tudor, Habsburgo y Trastámara. A
punto de concluir la Guerra de Granada, entre esta nueva coalición y el reino francés se
dibujaba una posibilidad de enfrentamiento abierto. El acuerdo entre las partes se
extendió hasta la conclusión de la Guerre folle (1485-1488) y la posterior boda entre Ana
de Bretaña y Carlos VIII de Francia (1483-1498) en 1491 138.

A pesar de que un nuevo pacto de paz entre Francia y las coronas de Castilla y
Aragón fue acordado en 1493, los conflictos entre Fernando de Aragón y la corona
francesa se recrudecieron tras el intento de anexionarse el reino de Nápoles y Sicilia
llevado a cabo por el monarca galo Carlos VIII. Sin embargo, el inicio de la inevitable

138
Un preciso resumen de este periodo, puede consultarse en SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes
Católicos. El tiempo de la Guerra de Granada. Madrid: Editorial Rialp, 1989.

101
José Fernando Tinoco Díaz

contienda abierta frente al enemigo francés debió de esperar varios años. En este
territorio italiano, el peligro turco se hizo muy real tras la temporal conquista otomana de
la población de Otranto, acaecida durante los primeros años de la década de los 80 del
siglo XV. Este hecho supuso un verdadero desafío para los diversos estados italianos y,
por extensión, para la Península Ibérica. Frente a esta creciente amenaza, Fernando de
Aragón llevó a cabo varios intentos para formar una liga anti-turca en este contexto
mediterráneo, gracias a su destacada influencia en el reino de Sicilia. Pero esta actuación
del rey aragonés chocó con las pretensiones de un Pontificado inmerso en una dinámica
política bastante terrenal. Durante este periodo, la Santa Sede había condicionado su
independencia política frente a la pujanza de las grandes ciudades-estado de Milán,
Venecia, y Florencia, a la conservación y ampliación de la frontera romana. En esta
coyuntura, la crisis de Ferrara (1482-1484) denotó el interés de los Reyes Católicos de
mantener la figura papal como sustentador de la idea de lucha cristiana común para la
defensa italiana, mientras que ellos mismos se fueron convirtiendo, paulatinamente, en
árbitros de la política italiana. De hecho, gracias a su intervención diplomática a lo largo
de la década de 1480, se consiguió finalmente la composición de una liga anti-turca,
compuesta por Milán, Florencia, Nápoles y el papado. Tras la firma de la paz de Bagnolo
(1484), Venecia y Génova también se incorporaron como fruto de la presión
internacional llevada a cabo por estos reyes hispánicos.

Durante toda esta década, fuerzas aragonesas se mantuvieron en Rodas y en otros


puntos estratégicos del Mediterráneo, para facilitar la defensa frente a la amenaza turca y
reactivar el comercio con distintos lugares del Mare Nostrum. En ese sentido, las coronas
de Castilla y Aragón reforzaron sus relaciones mercantiles con los reinos de Marruecos,
Túnez y Bugía y, durante los últimos años de la contienda frente a Granada, con el
sultanato egipcio, lo que ayudó a establecer el aislamiento del emirato nazarí y el Imperio
otomano139. El reino nazarí no era considerado como un elemento extraño, sino como
una entidad a tener en cuenta en el complejo sistema diplomático que regía el territorio
mediterráneo. Una posible alianza entre el emirato y el Sultán turco podría haber
fracturado todos los esfuerzos llevados a cabo por estos poderes cristianos para hacer
frente a los ejércitos turcos. Gracias a esta perspectiva del conflicto castellano-nazarí, se
consiguió que los diversos pontífices cristianos reconocieran que la Guerra de Granada
139
Sobre este periodo, consultar VVAA: Fernando el Católico e Italia (Actas del V Congreso Historia de
la corona de Aragón. Zaragoza: Diputación Provincial–Institución Fernando el Católico, 1954; LÓPEZ DE
COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «Mamelucos, otomanos y...», op.cit.

102
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

era del interés de toda la cristiandad, y no solo del ámbito hispánico, concediendo a esta
contienda el carácter de cruzada en varias ocasiones. De hecho, la victoria en la Guerra
de Granada se alzó como uno de los principales medios propagandísticos de la política
hispánica en este entorno. De este modo, los reyes de Castilla y Aragón vieron en la
culminación de este conflicto de carácter internacional, pero de proyección castellana,
una eficaz forma de elevar su prestigio como adalides del cristianismo y convertirse en
figuras políticas protagonistas del Occidente europeo. Esta consolidación de su imagen
en el contexto cristiano, les permitió defender sus nuevas pretensiones imperialistas y
afrontar su conflicto frente a la corona francesa y el Imperio otomano, desde una
situación de clara ventaja diplomática140.

2.2. LA GUERRA DE GRANADA (1482-1492).

Las etapas de la Guerra de Granada se plantean de mayor a menor intensidad: desde


su inicio como una campaña tradicional fronteriza, hasta su conversión en un proceso de
conquista paulatino, llamada a cumplir unos objetivos anuales previstos según el
desarrollo de un complejo y sistemático plan estratégico. En ese sentido, Miguel Ángel
Ladero Quesada identifica tres fases en el desarrollo de la contienda. La primera de ellas
se extendió entre los años 1482 y 1484, centrándose en los acontecimientos en torno a la
toma y defensa de la plaza de Alhama. José Enrique López de Coca Castañer identifica
muy acertadamente esta etapa como el periodo de «guerra tradicional», en tanto las
campañas de estos años fueron regidas por las formas de actuación habituales de las
hostilidades fronterizas. Entre este último año y 1485, se produjo un importante punto de
inflexión en la estrategia operativa del conflicto. A partir de esta fecha, comenzó la
dedicación más continúa de los reyes a esta empresa, y la agudización de la crisis interna
nazarí, dando así inicio a una segunda fase, que se alargó hasta la conquista de Málaga,
en 1487. Durante este tiempo, que Suárez Fernández denomina como «los años
decisivos», tuvieron lugar las campañas más cruciales de esta iniciativa, que tuvieron
como consecuencia la conquista completa de la parte occidental del reino musulmán. Por
último, el inicio del último periodo de la contienda castellano-granadina se produjo entre
1488 y 1489, momento en el que la actividad bélica se tornó alrededor del aislamiento

140
Al respecto, es interesante consultar las reflexiones de HERNANDO SÁNCHEZ, CARLOS JOSÉ: «La corona
y la cruz: el Mediterráneo en la monarquía de los Reyes Católicos» En Ribot García, Luis; Valdeón
Baruque, Julio y Maza Zorrilla, Elena (coords.): Isabel La Católica y su época: actas del Congreso
Internacional, Valladolid-Barcelona-Granada, 15 a 20 de noviembre de 2004. Valladolid: Instituto
Universitario de Historia Simancas, 2004, pp. 611-649.

103
José Fernando Tinoco Díaz

definitivo de la capital granadina a través de la ocupación castellana de toda la parte


oriental del emirato. La guerra civil en el bando nazarí, iniciada durante el intervalo
anterior, se recrudeció en estos años, posibilitando la conquista de las grandes ciudades
del territorio oriental islámico en un corto periodo de tiempo. Tras esta fase, las
operaciones castellanas se centraron en la conquista definitiva de la ciudad de Granada,
lo cual tuvo lugar entre finales de 1491 y enero de 1492141.

La Guerra de Granada se inició al modo tradicional; esto es, como una sucesión de
incidentes fronterizos que desembocaron en una guerra generalizada en el territorio entre
el reino de Castilla y el emirato musulmán. El periodo final de vigencia de las últimas
treguas firmadas por el reino castellano y el nazarí, en la década de 1470, estuvo marcado
por la progresiva multiplicación de acciones violentas llevada a cabo por ambos bandos.
Durante los seis años que comprendieron las treguas de 1475 y 1478, ambos bandos
realizados diversos ataques en tierra enemiga, en los cuales los musulmanes parecieron
llevar cierta ventaja porque la situación interior del reino cristiano así lo permitía. De este
modo, en 1476 AbüI-Hassan‘Alíi estuvo a punto de tomar por sorpresa Alcalá la Real.
Un año más tarde, el emir saqueó Cieza, en el reino de Murcia, y efectuó una cabalgada
por Antequera. En contraposición, don Rodrigo Ponce de León, saqueó en el verano de
1477 la villa de Garciago y en 1481, llegaba a la misma Ronda en una destacada
cabalgada. Dentro de esta inestabilidad fronteriza, la toma musulmana de Zahara de la
Sierra, acaecida en la navidad de 1481, se produjo en un periodo de treguas entre ambos

141
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la conquista del reino de Granada. Granada: Diputación
provincial de Granada, 1993, pp. 37-112. LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada
(1354-1501)…», op.cit., pp. 405-440; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de...,
op.cit., pp. 69-162, 235-254. Cabe destacar que López de Coca extiende la primera fase de la contienda
solo hasta 1483, denotando con ello el carácter profundamente andaluz de esta primera fase en
contraposición a la campaña real contra Granada propiamente dicha. Asimismo, este historiador también
considera la caída de la capital del emirato como una fase en sí misma. Otros autores, como el hispanista
Joseph Pérez, realizaron una división de la Guerra de Granada muy similar a la realizada por Ladero
Quesada, centrada en los acontecimientos más importantes de esta disputa, al margen del estudio de la
estrategia castellana. Para este historiador, la primera etapa comprendería el inicio del conflicto y las
campañas castellano-nazaríes hasta 1484, produciéndose una segunda fase entre 1485 y 1487. Entre 1488 y
1489 tendría lugar la conquista del resto del territorio granadino, a excepción de los aledaños a la capital,
que cae entre ese mismo año y 1492; PÉREZ, JOSEPH: Isabel y Fernando…, op.cit., pp. 250-255. Al
respecto de las narraciones de este conflicto, que han servido como base para la redacción del presente
resumen de la disputa castellano nazarí, cabe reseñar los siguientes trabajos además de las fuentes
anteriormente citadas: GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La guerra final de Granada» En Barrios Aguilera
Manuel y Peinado Santaella Rafael Gerardo (coords.): Historia del reino de Granada; vol. 1 (desde los
orígenes hasta la época mudéjar). Granada: Universidad de Granada, 2000, pp. 453-476; LADERO
QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Granada, historia de..., op.cit., pp. 247-262.

104
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

estado. Este matiz posibilitó su consideración como casus belli para que los Reyes
Católicos comenzaran una contienda a gran escala frente a la corona islámica,
determinando así el carácter justo y necesario de tal empresa. Pero el marqués de Cádiz
se adelantó a los deseos de sus soberanos y como respuesta al agravio nazarí, conquistó
la plaza nazarí de Alhama el 28 de febrero de 1482, dando así inicio a las hostilidades
frente a Granada de forma oficial.

A pesar de que tal triunfo supuso un brillante éxito castellano, la preservación de este
punto avanzado se convirtió en un auténtico quebradero de cabeza para el ejército
castellano. La comprometida situación de la plaza, ubicada a pocas leguas de la capital
nazarí, planteaba la imposibilidad de mantener constantemente la ciudad abastecida y en
permanente estado de defensa. Por este motivo, la decisión de conservar Alhama marcó
el desarrollo inicial de la guerra, pues gran parte de la estrategia castellana estuvo
determinada por la necesidad de aliviar la presión musulmana sobre la plaza y sus
complejas vías de avituallamiento142. Así lo demuestra la necesidad que surgió de
socorrer a los propios guerreros que habían llevado a cabo tal hazaña, del asedio a esta
plaza que Muley Hacén llevó a cabo días después de su pérdida del 2 al 29 de marzo.
Solo gracias al desempeño de los grandes nobles andaluces, entre los que destacó don
Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia, se hizo posible levantar tal cerco.
Empero, con posterioridad, la fortaleza fue asediada en dos ocasiones más: el 16 de abril
y entre julio y agosto de este mismo año, sin lograr recuperarla. Su defensa y
mantenimiento se convertiría tanto en una prioridad para la corona castellana durante esta
primera fase de la contienda. De hecho, el mismo don Fernando encabezó las fuerzas que
socorrieron a la plaza durante el segundo asedio musulmán. Con posterioridad, el rey
dirigió en persona el primer gran ataque castellano de estas campañas hacia la población
de Loja, para asegurar así el camino cristiano de Alhama. Este objetivo fue seleccionado
desoyendo a sus principales consejeros, los cuales abogaban por atacar otros objetivos
musulmanes como Álora o Málaga. El asedio a la población se produjo entre el 9 y el 13

142
Durante este primer año de la disputa, el frente bélico se extendió en torno al eje geográfico de Écija,
Jaén y Lorca, desde el cual se aseguró la conservación de Alhama en manos castellanas. El maestre de
Santiago y el duque de Nájera fueron los encargados de los dos primeros frentes, mientras que el
adelantado Alonso Fajardo hizo lo propio con la frontera lorquina. A la muerte de éste, lo sucedió don Juan
Chacón, quien se estableció en el cargo hasta agosto de 1483. Por otro lado, cabe destacar que el sustento
de este punto adelantado recaló sobre la ciudad de Sevilla, desde donde partieron las diversas empresas
para abastecer la plaza. Tales operaciones se realizaban siempre al final del periodo de campañas castellano
frente a Granada, lo cual tuvo lugar prácticamente hasta la finalización del conflicto.

105
José Fernando Tinoco Díaz

de julio, y desde un inicio estuvo marcado por la insuficiencia de efectivos cristianos, el


mal abastecimiento de esta hueste y la deficiente localización táctica del campamento, lo
que facilitó una rápida reacción granadina. La consiguiente derrota sufrida por don
Fernando acabó suponiendo una dura derrota para el ejército cristiano, que permitió a
Muley Hacén atacar Tarifa, indefensa, y realizar un tercer cerco sobre Alhama. Este
episodio denotó que la guerra frente al emirato supondría algo más que un conflicto
fronterizo y requeriría toda la atención del reino cristiano y sus monarcas.

Durante estos primeros años, los nazaríes continuaron realizado correrías en el


territorio castellano, mientras que los cristianos consiguieron superar al ejército
musulmán en algunos conflictos localizados, como la llamada Batalla del Lomo del Judío
(1482). El descontento del pueblo musulmán Fruto de las derrotas cosechadas por las
fuerzas de Muley Hacén en sus tentativas por recuperar Alhama y en algunas de estas
entradas en tierra cristiana, fue canalizado por el bloque político de los abencerrajes para
apoyar la subida al trono del hijo de Abu al-Hassan, Abu ‗Abd Allāh Muhammad Ibn, el
Boabdil de las crónicas castellanas. De esta manera, el joven nazarí era proclamado emir
en la capital del emirato bajo el nombre de Muhammad XII (1482-1483/1486-1492), de
forma paralela a la victoria de su padre en el primer asedio castellano a Loja. En
contraposición, Muley Hacén se vio obligado a refugiarse en Málaga, comenzando así la
guerra civil entre ambos bandos nazaríes. Este conflicto interno avivó el fuego de la
violencia fronteriza, en tanto ambos musulmanes necesitaban elevar su prestigio a base
de conseguir victorias frente al bando castellana. A finales de 1482, estas incursiones
aumentaron hasta tal punto, que la guerra se convirtió en un hecho generalizado en la
frontera occidental entre ambos reinos143. El año siguiente comenzó con la mayor derrota
cristiana de la Guerra de Granada, la acaecida en la correría que el marqués de Cádiz y el
maestre de Santiago llevaron a cabo por tierras de la Ajarquía malagueña. Los castellanos

143
El viernes 1 de marzo de 1482, se produjo un localizado conflicto en el que los caballeros de Utrera
vencieron a una pequeña hueste musulmana, consolidando así la conquista de Alhama. De igual manera, se
documentan ataques musulmanes a Teba, Arales, Turón y durante septiembre, a Cañete la Real, que fue
saqueada y quemada. Sin embargo, la situación estratégica de la plaza, cerca de Setenil, obligó a los
cristianos a recobrarla con rapidez y fortificada por su señor, el adelantado de Andalucía don Pedro
Enríquez. De la misma manera, el marqués de Cádiz, junto al maestre de Santiago, realizó una correría por
las tierras aledañas a Setenil, que intentó tomar por sorpresa, y atacó también la fortaleza de Las Salinas,
torre cercana a Ronda. Asimismo, el duque de Nájera, don Pedro Manrique, llevó a cabo una destacada
cabalgada sobre la Vega de granada, en octubre de este mismo año. En enero de 1483, don Alonso de
Aguilar y de Sánchez, señor de Jordá, realizó algunas entradas de cierta importancia. De la misma manera,
el comendador mayor de Calatrava don Diego de Castilla, llevó a cabo algunas entradas en tierra
musulmana en marzo.

106
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pretendieron seleccionar para llevar a cabo esta tala, un destacado objetivo que habría
supuesto un duro golpe para la industria de la seda nazarí y habría dividido en dos el
sector occidental del reino cristiano. De este modo, las huestes cristianas llevaron a cabo
tal entrada el 19 y el 21 de marzo. Sin embargo, la mala conducción del guía de la
expedición en su camino a tierras malagueñas, junto con la confusión en el objetivo real
de la campaña, provocó que sufrieran tal destacada derrota. Esta victoria reforzó
sobremanera la autoridad de Muley Hacén, lo cual obligó a su hijo a llevar a cabo una
gran hazaña frente a los castellanos. Sin embargo, las tropas del joven emir fueron
derrotadas mientras llevaban a cabo tal empresa, cerca de la población cordobesa de
Lucena. Además de su trascendencia militar, este hecho marcó el desarrollo político del
resto de la contienda castellano-nazarí a favor del bando cristiano, pues concluyó con la
captura del propio Boabdil144.

Durante los meses siguientes, los Reyes Católicos recibieron embajadas de ambos
bandos nazaríes para tratar la situación de Boabdil145. Tras largos debates en el seno
cristiano, en agosto de 1483 estos mandatarios decidieron liberar al nazarí y apoyar sus
pretensiones al trono granadino para recrudecer el conflicto interior en el emirato, y
debilitar así la capacidad de unidad del reino musulmán frente a los ataques castellanos.
144
Durante este periodo, los caballeros de Murcia talaron la tierra de Vera entre el 4 y el 11 de abril, a la
par que intentaban llegar a Almería, donde Yahia Alnayar, otro pretendiente al trono musulmán, los
esperaba para entregar la ciudad. Sin embargo, esta entrada fracasó por el retraso producido por la lluvia, lo
cual permitió a Boabdil hacerse con el control de la ciudad y Alnayar pasó a apoyar al bando de su padre.
Asimismo, Muley Hacén consiguió atacar el castillo de Turrón y con posterioridad, sus fuerzas lograron
derrotar a los castellanos en la Ajarquía malagueña. En contraposición, las tropas favorables a Boabdil
habían corrido la tierra de Luque y Baena a comienzos del mes de abril, pero no consiguieron lograr un
gran triunfo como fue éste de Málaga. Por este motivo, el emir decidió realizar una destacada correría por
las tierras aledañas a Lucena. A lo largo de varios días, los campos de las tierras cercanas a esta ciudad,
Montilla y Santaella, fueron arrasados. El 21 de abril, mientras se retiraba, fue asaltado por el conde de
Cabra y el alcalde de los donceles, Diego Fernández de Córdoba, los cuales desbarataron la hueste
musulmana y consiguieron acabar con algunos de los más destacados caudillos nazaríes, como Abrahem
Alatar, suegro de Boabdil y alcaide de Loja. Gracias a esta derrota, su padre recuperó el control de la
ciudad de Granada.
145
Antes de decidir el destino del emir nazarí, don Fernando llevó a cabo una destacada entrada en tierras
musulmanas que comenzó el 5 de junio y concluyó el 27 de ese mismo mes, realizando la primera tala
sistemática de la Vega de Granada. Esta correría estuvo auspiciada por la debilidad de Muley Hacén en el
trono nazarí, por lo que se saldó con un rotundo éxito. Sin embargo, el viejo emir también realizó una
algara en los alrededores de Antequera y Teba. A pesar de que no se pudo atacar Íllora de forma directa,
que parecía ser el objetivo principal de tal correría, la hueste real taló la Vega granadina y arrasó la
fortaleza de Tájara, próxima a Alhama y Loja, el 14 de junio. Don Fernando en persona llegó hasta
Alhendí, donde mantuvo negociaciones con la facción de Muley Hacén y Boabdil. Mientras tanto, las
fuerzas del conde de Cabra y don Alonso el de Aguilar talaron los campos de Montefrío. Asimismo, en la
frontera murciana se produjo una nueva entrada del adelantado Chacón, que devastó los campos de la Vera
granadina nuevamente y los dos Vélez.

107
José Fernando Tinoco Díaz

El convenio entre ambos bandos se ratificó en agosto de este mismo año, con la firma de
una tregua y un pacto de vasallaje entre el emir musulmán y los reyes de Castilla.
Muhammad XII quedó en libertad a cambio de 12.000 doblas de oro anuales, la entrega
de 400 cautivos cristianos, más la liberación de otros 60 cada año, y su compromiso de
asistencia en futuras campañas frente a Muley Hacén. Como garantía de lo acordado, el
joven nazarí entregaba a su único hijo y a otros diez vástagos de las grandes familias
granadinas de su propio partido. El acuerdo pronto demostró su eficacia incidiendo en la
ruptura de la sociedad nazarí ya que, a su regreso a tierras nazaríes, Muhammad XII
comprendió la imposibilidad de recuperar el control sobre la capital del emirato de forma
pacífica. El resentimiento de los partidarios de su padre le valió una fatwa dictada el 17
de octubre de 1483 por un tribunal compuesto de los más prestigiosos cadíes, muftíes,
imanes y profesores de todo el reino. Tal condena obligó al musulmán a establecer su
nueva corte en la zona oriental del emirato. Ayudado por sus partidarios, Boabdil
establecerse en Guadix, donde residió hasta 1485. Durante este periodo, la vigencia del
acuerdo de paz castellano con esta facción aseguraba que la frontera murciana disfrutaría
de un prolongado periodo de paz. En la frontera occidental, sin embargo, Muley Hacén
intensificó sus ataques en las fronteras de Écija y Jaén, talando las tierras de Teba y
Antequera. Pero la situación de fragmentación política permitió a los castellanos
agenciarse importantes triunfos durante el final de 1483 y los primeros meses de 1484,
tales como la conquista de Tájara, o la victoria del marqués de Cádiz en la batalla de
Lopera. Este último triunfo le posibilitó llevar a cabo la recuperación de Zahara para el
bando castellano el 29 de octubre de este último año, así como realizar diversas tentativas
en todo el territorio occidental del emirato146.

146
Durante el final de este año, se llevaron a cabo ataques castellanos desde todos los puntos de la frontera
con la parte occidental del emirato. Entre ellos destacaron las cabalgadas del maestre de calatrava, de don
Alonso el de Aguilar y de Luis Portocarrero, así como la alarma de la falta toma de Overa en la frontera
murciana. Para coordinar tal incremento de la acción, la Corona castellana otorgó la capitanía general de la
frontera de Sevilla y Cádiz al maestre de Santiago, don Alonso de Cárdenas. Tal situación de hostilidades
continuó durante los primeros meses de 1484. En febrero de este año, se produjeron las fallidas tentativas
de Ponce de León a Cárdela, y la del comendador mayor de Calatrava ate Iznalloz. De igual manera, a
finales de marzo, Juan de Benavides realizó una pequeña tala fronteriza de muy corta duración. Asimismo
el marqués de Cádiz, junto a Alonso de Cárdenas, realizaron una gran correría que supuso la entrada por
tierras de Almojía, Alhaurín, Pupiana y Churriana, al oeste de Málaga, y regresaron por Alozaina, donde
intentaron llevar a cabo la toma de El Burgo, que fracasó, hasta entrar en tierra castellana por Antequera. A
su vuelta, llevaron a cabo los saqueos de las tierras cercanas a Álora, Coín y Casarabonela, hasta entrar en
tierra castellana por Antequera.

108
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Hasta mediados de 1484 la guerra había consistido, a grandes rasgos, en la defensa


castellana de Alhama y el hostigamiento esporádico de la Vega granadina y de los
campos próximos a Málaga. Durante este periodo, predominó sobremanera la
improvisación táctica del ejército cristiano. Las cabalgadas de los nobles andaluces y los
maestres de las principales órdenes militares castellanas se sucedieron, sin control ni
objetivo aparente, denotando que la dinámica puramente fronteriza seguía constituyendo
el fundamento del conflicto. Este tipo de entradas y correrías, realizadas de manera
metódica y en cierta manera autónoma, no contaban con una verdadera finalidad más allá
de debilitar la economía del emirato, por lo que sus consecuencias no sobrepasaban la
toma de algunas pequeñas aldeas aisladas. En contraposición, las pocas tentativas
llevadas a cabo para conquistar algunos de los principales puntos fuertes del emirato
fracasaron, en tanto el equilibrado sistema defensivo de Granada no se vio fragmentado
realmente por estas heterogéneas acciones de depredación de los guerreros castellanos.
Por este motivo, se hizo necesario cambiar la estrategia que tradicionalmente había
regido las guerras contra Granada, reduciendo la importancia de las cabalgadas a favor de
un método de guerrear asentado sobre una sólida previsión de futuro en el diseño de las
campañas anuales. Este cambio de estrategia fue consecuencia directa de la decisión de
los reyes de Castilla de acometer la empresa frente a Granada con determinación, hasta
sus últimas consecuencias. Durante los primeros meses de 1484, don Fernando se mostró
reticente a continuar las hostilidades frente a los nazaríes. El monarca aragonés, confiado
en el éxito de los pactos acordados con Boabdil, prefería resolver la cuestión del
Rosellón que mantenía en pugna su reino con la corona francesa y dejar la contienda
frente a granada en manos de los señores andaluces. Sin embargo, la determinación de la
reina doña Isabel se impuso, y la guerra comenzó a proyectarse como la conquista del
emirato nazarí. En ese sentido, el episodio de la «decisión de Tarazona», referente a la
reunión cortes aragonesas en 1484, marcó el cambio en la consideración de este conflicto
frente a Granada, aportando prioridad a tal empresa por encima de otras contiendas de
carácter europeo. En ese periodo, los reyes castellanos también debieron apreciar que las
incursiones localizadas de los grandes señores de la guerra andaluces, y las maniobras
diplomáticas realizadas para influir en el conflicto interno musulmán, no hubieran
decidido la guerra por si solos. Por este motivo, los reyes comenzaron a estar presentes
en todas las decisiones pertinentes a la prosecución de tal empresa, de manera que el
ataque cristiano adquirió progresivamente una intensidad y continuidad que demostraba
su voluntad de suprimir definitivamente la existencia del reino de Granada.

109
José Fernando Tinoco Díaz

Guiado por la providencia real, este nuevo planteamiento de la estrategia operativa en


torno a la conquista del reino granadino permitió llevar a cabo un proyecto sistemático en
la preparación de las campañas anuales, que se reflejó en la génesis de operaciones
bélicas a gran escala en la parte occidental del reino a partir de 1484. Durante la segunda
mitad de este año, comenzó a hacerse presente una nueva estrategia castellana compuesta
por el desarrollo de tres acciones tácticas escalonadas: escaramuzas, talas y asedios, pero
nunca batallas campales. Tales iniciativas fueron llevadas a cabo por una compleja
hueste castellana que comenzaba a plantear innovaciones tácticas bastante reseñables. A
lo largo del conflicto frente a Granada, la composición del ejército castellano denotaba la
vigencia de tradiciones prácticas medievales en su convocatoria y formación, lo cual
determinaba un origen heterogéneo de las huestes castellanas. En ese sentido, fueron
cinco los elementos fundamentales que compusieron la fuerza cristiana durante estas
campañas. En primer lugar, los monarcas contaron con las propias tropas reales, grupo
diverso que incluía guerreros de diversa situación, origen y papel en la guerra, pero que
compartían el deber para con el rey de Castilla sin necesidad de la mediación de nobles o
concejos. En este cuerpo, destacaron las compañías de la guardia real y las hermandades,
que acabarían fundiéndose en torno 1495 para constituir la pieza fundamental del
llamado ―Ejército del Rey‖ durante los siglos posteriores. Asimismo, también se incluyen
en esta división otros cuerpos de hombres dotados de nuevas armas de artillería y
disparo, los cuales recibía su soldada de la corona.

En segundo lugar, se encontraban los vasallos reales propiamente dicho. En este


aspecto, destacaron las tropas convocadas en como consecuencia de las mercedes reales
de ―acostamiento‖ y los privilegios y exenciones inherentes a los título de hidalga,
constituyendo una clara manifestación del régimen vasallático que aún perduraba en
Castilla. Por otro lado, las mesnadas de los nobles y las órdenes militares compusieron el
grueso del ejército de los reyes durante estas campañas. Estas fuerzas proyectaron un
fuerte aspecto medieval a la contienda por el origen de su obligación y por el tono bélico
de los nobles que encabezaron estas huestes. En ese sentido, los grandes señores
andaluces se entregaron totalmente a la guerra, puesto que se juegan sus intereses
inmediatos en el territorio nazarí, como denotó el comportamiento del marqués de Cádiz
o el conde de Cabra. Pero un segundo grupo solo acudió a los llamamientos reales o
enviaron tropas al mando de capitanes, dejando el mando de estas campañas a los
grandes guerreros de la frontera. En cuarto lugar, cabe destacar el papel de las diversas

110
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

milicias concejiles, el cual fue muy notable en los casos de las fuerzas procedentes de
Murcia y Andalucía. Asimismo, también participaron fuerzas de extremeños, castellanos,
gallegos, asturianos, cántabros y vascos. Con respecto a las ciudades, su participación en
la contienda se produjo a través de la Hermandad. Por último, cabe mencionar otro
heterogéneo grupo formado por homicianos, aragoneses, cruzados y mercenarios, que
participaron en un número menos destacado. En el caso del mar, los reyes de Castilla
potenciaron la creación de una armada naval, encargada de la vigilancia del Estrecho de
Gibraltar, la cual fue formada por marinos castellanos, aragoneses e italianos.

Todo este vasto sistema militar, fue acompañado por el incremento de los medios
tácticos, formado por diversas carretas y acémilas, picos y palas, hornos y almacenes, y
diversos especialistas que acompañaban al ejército. El incremento del tamaño de esta
fuerza, generó la necesidad de mantener un complejo sistema de financiación que
procedía de diversos cuerpos. En ese sentido, la principal fuente de beneficios, residió en
las fuentes religiosas destinadas este menester. Tanto la concesión de bula de cruzada
pontificia, como la cesión de la décima papal y diversos servicios extraordinarios al clero
castellano, constituyeron el sustento básico del conflicto. Todo ello supuso unos
800.000.000 maravedíes Por otro lado, los municipios de Castilla y León también
participaron con contribuciones extraordinarias a través de las Hermandades, que se
calculan en unos 300.000.000 maravedíes entre 1483 y 1491. Asimismo, las
comunidades hebrea y mudéjar también fueron obligadas a participar con unas ayudas
extraordinarias anuales. En último lugar, los reyes también se vieron obligados a acudir a
empréstitos, realizados a nobles, particulares, corporaciones, ciudades, e incluso
banqueros, con distintos modos de amortización. La cantidad conseguida de este modo
fueron unos 300.000.000 maravedíes147.

Gracias a la inclusión de esta nueva perspectiva en el modo de afrontar la contienda,


pronto el bando cristiano consiguió importantes victorias destacadas, como la toma de
Álora, el 20 de junio de 1484. Este año se cerraba con la conquista de Setenil, el 21 de
septiembre, y las primeras entradas castellanas en territorio musulmán producidas en

147
Al respecto de todo ello, LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 163-262, 295-
324; del mismo autor: «Ejército, logística y financiación en la guerra de Granada» En Ladero Quesada,
Miguel Ángel (coord.): La incorporación de Granada a la corona de Castilla. Granada: Diputación
provincial de Granada, 1993, pp. 675-709; BENITO RUANO, ELOY: «La organización del ejército cristiano
en la guerra de Granada» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (ed.): La incorporación de Granada a la
corona de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 635-651.

111
José Fernando Tinoco Díaz

invierno, lo cual también denotaba una novedad en la manera de proceder tradicional 148.
Al inicio de 1485, dos posibles objetivos se presentaban ante los reyes castellanos:
completar la cuña iniciada el año anterior con la conquista de Álora a través de la toma
de Málaga, lo cual dividiría el reino nazarí en dos territorios incomunicados, o concluir la
ocupación de la región más occidental del reino asediando Ronda. Siguiendo el prudente
consejo del marqués de Cádiz, los monarcas deciden atacar la Serranía rondeña, el foco
más activo de la guerra fronteriza, demostrando que las campañas castellanas
comenzaban a presentar una cohesión evidente en la selección anual de objetivos. De esta
manera, Coín y Cártama fueron tomadas simultáneamente en abril, y poco después
Ronda fue entregada el 22 de mayo149. Con la conquista de estas poblaciones, todo el
dispositivo defensivo del occidente malagueño se desplomó, provocando, en apenas dos
meses, más la capitulación de las villas de la llamada marca rondeña, Marbella y el valle
del Guadalhorce.

Al rápido sometimiento de todo este vasto territorio también ayudó la generalización


de un generoso sistema de capitulación por parte de la corona de Castilla, destinado a
lograr la asimilación del territorio nazarí de la manera más rápida y práctica posible.
Hasta este periodo, tradicionalmente se había impuesto un modelo de rendición sin
148
Durante este año, fue la reina doña Isabel la que se encargó de reunir a la hueste por la ausencia del rey
Fernando, el cual se encontraba negociando en las cortes aragonesas la posibilidad de iniciar un conflicto
frente a Francia por la restitución de los condados pirenaicos. Sin embargo, cuando finalmente el rey se
puso a la cabeza del ejército, se decidió atacar Álora por el consejo del marqués de Cádiz. Asimismo,
también se estableció que las fuerzas castellanas no dejaran de realizar talas para desviar la atención de los
musulmanes de sus objetivos reales. De este modo, el miércoles 9 de junio, la hueste real partió hacia
Alhama para distraer al enemigo, mientras el marqués comenzaba el cerco de Álora, poco guarnecida pues
los nazaríes esperaban el asedio a Loja. La plaza fue rendida con rapidez gracias a la primera gran
intervención de la artillería de sitio castellana. Posteriormente, la hueste atacó los valles de Santamaría y
Cártama, llegando a Alhaurín y tomando Alozaina, que fue destruida, e irrumpiendo en las tierras de Coín
y Casarabonela. Por último, se taló nuevamente la Vega granadina. Durante los últimos meses de este año,
se produjo la conquista de Setenil y la cabalgada del conde de Cabra hasta Nívar y Guájar. Ambos triunfos
supusieron el bloqueo de las comunicaciones de Ronda con el resto del reino musulmán, e inauguraron la
modalidad de cerco breve y capitulación benévola que se repetirá con asiduidad en las siguientes
campañas. Estas iniciativas denotaban que la estrategia de los años siguientes se perfilaba en torno a la
conquista del conjunto de la Serranía rondeña.
149
Las campañas de 1485 se iniciaron con una gran entrada que don Fernando realizó en territorio nazarí, y
que supuso la caída de la Garbía malagueña. Simultáneamente, se sitió las villas de Benamaquís, donde sus
defensores fueron asesinados, Coín, que caía el 29 de abril, y Cártama, que fue entregada al maestre de
Santiago poco tiempo después. A esta pérdida para el emirato, se sumó la entrega de muchos pequeños
lugares, hasta Campanillas y Churriana, cerca de Málaga. Tras esta entrada, parece que el ataque cristiano
sería dirigido hacia Málaga, por lo que El Zagal preparó la población para un largo asedio y reforzó las
defensas de Loja. Sin embargo, los monarcas cambiaron de criterio y atacaron Ronda en junio, la cual se
encontraba mal defendida y debilitada. Asimismo, también es reseñable la posibilidad de que Rodrigo
Ponce de León hubiera acordado previamente la entrega de esta población con sus habitantes.

112
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

condiciones, hecho que implicaba cautividad, pérdida de bienes y, en algunas ocasiones,


castigos ejemplares a las poblaciones que eran conquistadas por las huestes cristianas.
Pero a partir de 1484, comenzaron a acordarse diversos tipos de capitulaciones que
tuvieron como factor común el respeto a la libertad personal, a la propiedad de bienes
muebles y a la conservación de la estructura cultural y socioeconómica musulmana. Esta
disyuntiva determinaba el reconocimiento de una nueva situación política de los nazaríes
dominados, los cuales reconocían la soberanía castellana a cambio de pasar a ser
considerados como nuevos súbditos naturales, respetando su libertad personal, religiosa,
de organización social, régimen hacendístico y, en general, el conjunto de costumbres y
formas de vidas propia de la comunidad musulmana granadina. Durante los años
posteriores, este tipo de concesiones fueron capitales para incidir en la aceleración del
ritmo de la asimilación de este territorio por parte de Castilla150. Gracias a este tipo de
acuerdos, Castilla consiguió el rápido sometimiento de una región que podría haber
mostrado una dura resistencia y el debilitamiento de las incursiones nazaríes en el valle
del Guadalquivir151. Asimismo, por primera vez se lograba la conquista homogénea de
una parte considerable del reino de Granada, lo cual también supuso el inicio de los
primeros problemas de reorganización del espacio sometido152.

Las últimas acciones llevadas a cabo en 1485, dieron inicio a la conquista de la Vega
granadina, que concluiría al año siguiente con la toma de Loja, el 29 de mayo de 1486.
Con este triunfo, los castellanos conseguían privar a la ciudad de Granada de una de sus
principales fuentes de aprovisionamiento y aislaban a la capital de sus comunicaciones
con los territorios occidentales del emirato. Las campañas cristianas del año 1487 fueron

150
Sobre todo ello, se remite al capital estudio de LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…,
op.cit., pp. 127-155.
151
La caída de aquella plaza debilitó la serranía y la franja costera desde el Estrecho hasta las tierras
malagueñas, que quedó protegida solamente por los castillos de Mijas y Osuna. En las semanas siguientes,
las villas de Villaluenga, Harval rondeño, Gaucín, Casares y Gárbides pasaron al dominio del rey
castellano. De la misma manera, en septiembre se ocupan las dos grandes defensas granadinas en el sector
jiennense, los castillos de Cambril y Alhabar, importantes para la pacificación de la frontera de Jaén, y la
fortaleza de Zalías, en Zafalla, y Zalea, población cercana a Vélez Málaga. Solo las villas de Mijas,
Casarabonela y Marbella mostraron intención plantar cara ante el ataque castellano. Esta determinación les
sirvió para lograr capitulaciones semejantes a la de Ronda.
152
Tras estas conquistas, comenzó una rápida reorganización y repoblación de las villas donde se había
expulsado a la población musulmana, al tiempo que se reestructuraba el sistema defensivo castellano,
asentado ahora en las fortalezas de Gibraltar y Jimena, Castellar, Zahara, Olvera, Pruna, Setenil, Cañete la
real, Teba y Ardales. Al respecto de este aspecto, consultar LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y
la…, op.cit., pp. 268-291.

113
José Fernando Tinoco Díaz

dirigidas a la conquista del territorio malagueño, el corazón económico del país153. El


inicio de esta iniciativa dio como fruto la toma de Vélez Málaga, que posibilitó el inicio
del largo asedio a Málaga, acaecido entre el 6 de mayo y el 18 de agosto. El cerco a esta
ciudad se preveía corto por los contactos mantenidos anteriormente con los grandes
magnates malagueños, entre los que destacaba Ibn Kumassa o Abén Comixa. Pero los
partidarios de El Zagal, bajo la dirección de Ahmad al-Tagri o Hamet el Zegrí, junto a
una fuerza conjunta de gomeres y renegados de distintas partes, consiguieron tomar el
control de la plaza y plantar cara al ejército castellano. Las óptimas condiciones
defensivas de la plaza obligaron a llevar a cabo un enorme esfuerzo militar y financiero,
que convirtió este cerco en una de las empresas más duras de toda la Guerra de Granada.
Tras un largo asedio de cuatro meses, que evaluó la efectividad del nuevo sistema táctico
determinado por los Reyes Católicos, la cuidad capituló el 13 de agosto de 1487; y con
ella lo hizo toda la Ajarquía malagueña. Con esta conquista, toda la zona oeste del reino
musulmán quedó en manos de la corona castellana.

Durante esta etapa crucial para el devenir del conflicto, la diplomacia castellana
ayudó a ahondar en las disidencias internas entre la familia real de Granada. Entre 1484 y
1485, la situación interna del emirato se volvió crítica. Esta situación aseguró la
estabilidad de la frontera murciana por la vigencia de los pactos entre Boabdil y los reyes
de Castilla. Sin embargo, a comienzos de 1485, esta estrategia política pareció fracasar
por completo cuando el joven emir fue expulsado por su tío Abū `Abd Allāh Muhammad
az-Zaghall. A su regreso a la capital del emirato, el conocido en las crónicas castellanas
como El Zagal fue elegido líder del partido favorable a Muley Hacén, comenzando así
una dictadura militar en nombre de su enfermo hermano. Poco antes de la muerte de éste,
en junio de ese mismo año, fue nombrado nuevo emir de Granada bajo el nombre de
Muhammed XIII (1485-1486). Sin embargo, al poco tiempo de su designación, se

153
En septiembre de 1485, la hueste del conde de Cabra se dirigió hacia Monclín, donde sufrió una seria
derrota. Sin embargo, los castellanos consiguieron tomar Cambril y Alhabar, dos castillos cercanos a Jaén.
Con ambas fortalezas, también se entregan las villas de Iznalloz, Piñar y Arenas que son abandonadas. Al
año siguiente, don Fernando comenzó las campañas en mayo entrando sobre la Vega granadina. Loja es
asediada y tomada entre el 15 y el 29 de mayo de 1486. El efecto sumado de la artillería y la falta de
combatividad musulmana, explican el rápido éxito de este cerco. Posteriormente, se producen las
conquistas de las aledañas de Salar, Íllora, Monclín, y las capitulaciones de Colomera y Montefrío mientras
la hueste talaba la Vega. Con esta rauda conquista, la capital del emirato fue privada de su principal fuente
de abastecimiento agrícola y se anuló cualquier posibilidad de comunicación con Málaga. Al año siguiente,
poco antes del asedio a la población malagueña, las estratégicas fortalezas de Bentomiz o Comares se
entregaron pacíficamente. Poco después de la conquista de esta plaza, se entregaron Mijas y Osunilla.

114
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

produjo la pérdida de varias poblaciones en la frontera de Jaén, lo cual redundó en el


recrudecimiento de la guerra civil entre los bandos nazaríes. En la primera de 1486, el
barrio del Albaicín granadino se sublevó en favor de Boabdil, el cual vio la oportunidad
de reforzar su denostada posición y recuperar el control de la capital del emirato. Tras
graves conflictos acaecidos entre ambos partidos, en marzo de 1486, Boabdil y El Zagal
concertaron una paz auspiciada por los alfaquíes musulmanes, con el objetivo de
establecer una defensa común frente al avance castellano. El joven nazarí reconoció el
nombramiento de su tío como emir y su control de las plazas de Granada, Málaga y
Almería, a cambio de la consolidación de su dominio en la zona oriental del emirato y la
tierra lojeña. A pesar de que el joven mandatario actuaba confiando la validez del tratado
rubricado en 1483, los Reyes Católicos consideraron este pacto de vasallaje quebrantado
y declararon la guerra a su partido. Finalmente, la toma de Loja propició la firma de un
nuevo acuerdo entre los monarcas castellanos y Boabdil, que reconocía la autoridad del
granadino sobre parte del emirato a cambio de su compromiso de continuar el conflicto
frente a su tío. En este documento, rubricado el 29 de mayo de 1486, negaba el
reconocimiento del joven nazarí como emir que había sido acordado con anterioridad. En
contraposición, se pactó que el principal objetivo de Boabdil sería la entrega de la capital
granadina, a cambio de la concesión de un señorío autónomo nombrado como duque o
conde de Guadix, el Cenete, Baza, Vera, Vélez-Blanco, Vélez-Rubio y Mojácar, si
conseguía recuperarla antes de ocho meses. Asimismo, los reyes se comprometieron a
convenir una tregua con sus partidarios, vigente durante los siguientes tres años. Tras su
liberación, Boabdil se dirigió a Murcia y luego a Huéscar, donde consiguió encontrar
apoyos con los que encaminarse a la Ajarquía malagueña para intentar minar las fuerzas
del partido fiel a su tío bajo la promesa de poder negociar una paz duradera con Castilla.
Esta política propagandística tuvo bastante éxito, sobre todo en el barrio del Albaicín
granadino, lo cual avivó la guerra civil entre los partidarios de los dos mandatarios
nazaríes.

A pesar de que El Zagal aún contó con el apoyo de un amplio sector social del
emirato, Boabdil consiguió resistir sus ataques apoyado por los alcaides castellanos de la
Vega. En enero de 1487, volvió recuperar el control sobre la capital del emirato gracias a
la ayuda de tropas castellanas, y fue nombrado nuevamente emir de Granada. Los
partidarios de El Zagal se replegaron entonces a Guadix, mientras asistían impotentes a la
caída de las tierras malagueñas en manos cristianas. En esta tesitura, se produjo la firma

115
José Fernando Tinoco Díaz

del tercer acuerdo de los Reyes Católicos con Boabdil, que consolidó el anterior pacto de
1486 y estableció las bases para la entrega de la capital nazarí. Este tratado perfilaba la
situación algo confusa del el pacto del año anterior. Con el mismo, se aseguraba la
consideración de Boabdil como el emir legítimo de Granada, debilitando así la autoridad
de El Zagal en este territorio. El acuerdo amplió la extensión del señorío prometido al
joven rey al valle del Almanzora, todo el Cenete y la mitad oriental de La Alpujarra,
Purchena, y las ―tahas‖ de Marchena y Ugíjar, a excepción de los lugares costero de estos
territorios. A cambio, el musulmán renunciaría a tal título cuando fueran conquistadas las
plazas de Guadix, Almería y Baza, Asimismo, los monarcas castellanos garantizaron a
los principales partidarios de Boabdil el mantenimiento de sus bienes y propiedades,
libertad de residencia y de práctica religiosa, exención fiscal por diez años a los moros
del Albaicín y la liberación de los cautivos musulmanes en esta contienda.

Una nueva fase comenzaba en 1488, cuando los Reyes Católicos determinaron la
conquista de todo el territorio nazarí oriental, que se encontraba bajo el control de El
Zagal. A pesar de que los monarcas castellanos trasladaron la base de operaciones a
Murcia entre junio y agosto de este año, los restantes meses fueron un periodo de escasa
actividad bélica como consecuencia del esfuerzo que había supuesto la culminación de la
conquista del Occidente nazarí154. Por este motivo, la conquista de esta zona geográfica
no se completó hasta el año siguiente, con la toma de Baza. A pesar de que Guadix y
Almería eran centros urbanos más destacados, esta ciudad fue elegida por su importancia
estratégica y su situación lejos del mar, así como la posibilidad de delimitar mejores
caminos de aprovisionamiento por tierra, desde Quesada y el Guadalquivir, por mar,

154
Las campañas militares de este año se vieron frenadas por varios factores, como una epidemia de peste
en toda Andalucía, centrada sobre todo en Sevilla, y acentuada por un periodo de intensas inundaciones, así
como la convocatoria de cortes aragonesas y el cansancio propio del esfuerzo andaluz tras haber
conseguido conquistar la plaza de Málaga. Pero, a pesar de tal coyuntura, los ejércitos de Castilla
consiguieron algunas conquistas. A principios de año, el marqués intentó ocupar Almuñécar con poco
resultado. Durante ese verano, las fuerzas reales de Castilla tomaron las poblaciones de Vera y Las Cuevas,
el 10 de junio y Mojácar el 12 de este mismo mes. Durante los días siguientes las poblaciones del valle del
río Almanzora y la sierra de Filabres hasta Níjar, cerca de Almería, junto a Vélez Blanco y Vélez Rubio,
Tabernas y Purchena, Mojácar, se entregaron a los castellanos. Una semanas más tarde, Huéscar,
Benamaurel, Orce y Galera también harán a medida que el ejército cristiano se acercaba a Baza y Almería.
Al final de 1488, más de cincuenta lugares habían sido ganados por el bando castellano. Durante el
invierno de este año, El Zagal atacó Alcalá la Real y consiguió recuperar Níjar y algunos de los lugares
perdidos en la Sierra de Filabres con el valle del Almanzona, llegando a asediar Cullar de Baza, Fines y
Cercos. Asimismo, desde Almuñécar ataca Nerja y Torrox, y penetró en la Vega granadina, donde se
apoderó de Alhendrín y El Padul, lo que obligó a Boabdil a pedir ayuda a los castellanos. Los reyes
consideraron conveniente reforzar la frontera occidental concediendo la capitanía general al marqués de
Cádiz.

116
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

hasta Vera y las playas del sur de Murcia. El sitio a la población comenzó en torno al 15
o 18 de junio, y tuvo una duración de casi seis meses, convirtiéndose en la operación más
costosa de la empresa, aunque la mejor organizada y más importante de la Guerra de
Granada. En ese tiempo, se demostró que los medios tácticos de Castilla comenzaban a
superar a los tradicionales elementos del periodo medieval. De hecho, Solo la perfección
lograda por los castellanos de las técnicas de asedio y la autoridad real para mantener el
pago y aprovisionamiento del ejército por tiempo indefinido, permitieron a los
castellanos alzarse con la victoria. El 28 de noviembre, se producía la capitulación de la
ciudad, y el 6 de diciembre se producía la entrega efectiva. La rendición de la plaza
batestana supuso la entrega de todos los dominios de El Zagal y la derrota definitiva de
uno de los dos bandos musulmanes en contienda155.

A partir de esa fecha, se asistió al epílogo de la guerra en torno a la conquista de la


capital nazarí, la cual se encontraba bajo el control del emir Muhammad XII. En ese
sentido, las campañas de 1490 no fueron más que expediciones aparatosas y estratégicas,
proyectadas por los Reyes Católicos para forzar el inicio de la actividad diplomática con
el musulmán para la entrega de la ciudad. A pesar de que el partido de Boabdil comenzó
a negociar la entrega de la capital nazarí, el partido belicista de la sociedad musulmán
tomó fuerza progresivamente156. Finalmente, las hostilidades se reanudarían tras la
negativa del joven emir de realizar tal concesión, dando lugar a la ruptura formal de

155
Ese mismo mes de diciembre de 1489, cayeron Purchena, el 7 de diciembre, y las poblaciones del valle
del Almanzora y la Sierra de Filabres definitivamente. Asimismo, el Zagal se avino a firmar un nuevo
acuerdo con los reyes, que facilitó las capitulaciones de las plazas Almería, el 22 de diciembre, y Guadix,
el día 30 de este mismo mes, junto con Almuñécar y Salobreña. A estas rendiciones, siguieron las de
Salobreña y Almuñécar, las villas y lugares de la Alpujarra, el Cenete y el Valle de Lecrín. Tras estas
rendiciones, la capital del emirato quedaba totalmente aislada, tanto por tierra como por mar. Durante los
últimos meses de 1489, la caída de El Zagal y los acuerdos vigentes entre los bandos castellano y
musulmán provocaron la entrega de varias pequeñas fortalezas a Gonzalo Fernández de Córdoba, como
fueron Mondújar, Nieles y Alhedín, junto a Castell de Ferro y La Malahá.
156
Los planes de Boabdil eran lograr la unificación de la resistencia musulmana, sumando a su causa a los
antiguos partidarios de su tío El Zagal, para abrir camino hasta el mar por donde recibir la ayuda
internacional que se precisaba de forma urgente. Este plan se trataba de una medida totalmente
desesperada. De este modo, se produjeron correrías nazaríes por las tierras recién conquistadas del Valle de
Lecrín, la torre de El Padul, Berja, Dalçias, Marchena, Alboloduy, Alhecín y el cerco fallido a Salobreña,
así como las invitaciones a Baza, Guadix y Almería de rebelión frente al poder castellano. En una segunda
salida, Muhammad XII intentó conseguir un camino de comunicación con el mar a través del asalto a
Alhendín, que concluyó sin éxito. Con posterioridad, el soberano musulmán realizó una tercera entrada
destinada a la conquista de Salobreña, que tampoco llega a tomar. A raíz de estos sucesos, El Zagal
renunció a sus posesiones y pasó a África. Durante los últimos meses de este año, Boabdil llevaría a cabo
una última correría en La Alpujarra, donde recuperó Andarax, Márjena y El Boloduy, llegando a Purchena.
Sin embargo, la revuelta anti-castellana que el soberano islámico pretendía incitar no llegó a producirse.

117
José Fernando Tinoco Díaz

pacto entre ambas partes. A finales de abril 1491, los reyes de Castilla se dispusieron a
comenzar el asedio a Granada, el cual se alargó hasta finales de ese mismo año. Tras un
largo cerco de ocho meses con pocos acontecimiento militares reseñables, la noche del
25 de noviembre de 1491 se produjeron las capitulaciones de la capital granadina157. La
ciudad fue entregada el día 2 de enero de 1492. Al día siguiente, el conde de Tendilla
izaba la señal real en la ciudad, mientras que Isabel y Fernando hacían su entrada en
Granada cuatro días después. Con este hecho, concluyó la Guerra de Granada y la
existencia del último bastión político musulmán independiente en la Península Ibérica.

157
La primera parte de la campaña de 1491 tuvo como objetivo la Alpujarra y el valle de Lecrín, para
privar a Granada de los abastecimientos y refuerzos de estas regiones. A finales de abril de 1491, el rey don
Fernando entró nuevamente en la Vega granadina y para talar las tierras de la capital. El martes 23 de abril,
se instala el Real, y días después llegó la reina, comenzando un cerco que se extendió a lo largo de ocho
meses. Los primeros ataques cristianos tienen como objetivos Alfacar, Armilla, Puliana o Rubite, los
principales abastecimientos de la capital nazarí. El rey volvería a talar la Vega granadina a principios de
junio, mientras comenzaba a alzarse Santa Fe. Durante las semanas posteriores, se sucederán los ataques
entre ambos bandos, los cuales contaban con una baja intensidad. Una vez fueron resueltos los diversos
conatos de rebelión de los partidarios del emir, ambos bandos toman consciencia de que la defensa de la
independencia del reino nazarí de Granada era algo utópico.

118
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO TERCERO. MARCO METODOLÓGICO.

3.1. VISIONES HISTORIOGRÁFICAS SOBRE LA GUERRA DE GRANADA.

Ningún acontecimiento de los ocurridos durante la etapa medieval contó con


despliegue cronístico e informativo de tanta enjundia como la Guerra de Granada, tanto
en sus días como a posteriori. A través de las heterogéneas crónicas que se compusieron
durante los años de estas campañas, y aquellas que recogieron el recuerdo más cercano
de su prosecución, el enfrentamiento se presentó desde una amplia perspectiva poliédrica
que proyectaba su excepcional envergadura. En ese sentido, las fuentes contemporáneas
básicas para el estudio de este conflicto fueron las narraciones de Fernando del Pulgar,
Alonso de Palencia, Andrés Bernáldez y Diego de Valera, las cuatro grandes crónicas
compuestas a finales de esta centuria. Mientras el primero planteó una excelsa y
oficialista narración de la contienda rica en detalles rigurosos158, Palencia y Bernáldez
aportaron sus antagónicos punto de vista al análisis de este episodio desde una
perspectiva humanista y ortodoxa en cada caso159. En lo referente a mosén Valera,
también destacó sobremanera la edición su epistolario, donde el castellano aportó
valiosas apreciaciones y consejos a los reyes, así como diversos juicios de opinión sobre
el devenir de la guerra. En estas cartas, él mismo desarrolló un complejo plan estratégico
acorde con su amplio conocimiento del contexto andaluz y su excelsa experiencia militar,

158
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los Reyes Católicos, edición y estudio por Juan de Mata Carriazo;
presentación por Manuel González Jiménez; estudio preliminar por Gonzalo Pontón. Granada: Universidad
de Granada, 2008. De manera complementaria a la redacción de esta crónica, se debe destacar la colección
de epístolas publicadas originalmente como PULGAR, FERNANDO DEL: Letras. Burgos: Fadrique de Basilea,
1485; las ediciones posteriores fueron incorporando diversas cartas. Asimismo, al castellano se le atribuyó
la autoría de una continuación de su propia crónica y del conocido Tratado de los reyes de Granada y su
origen, algo que en la actualidad se ha desmentido, ANÓNIMO: «Continuación de la crónica de Fernando
del Pulgar» En Rosell, Cayetano (ed.): Biblioteca de Autores Españoles, volumen LXX. Madrid:
Rivadeneyra, 1878, pp. 513-531; PULGAR, FERNANDO DEL: «Tratado de los reyes de Granada y su origen»
En Valladares de Sotomayor, Antonio: Semanario erudito. Madrid, 1788, pp. 57- 144. Por último, la
Crónica de los Reyes Católicos de Fernando del Pulgar parece que fue traducida, o refundada, por Antonio
de Nebrija (1444- 1522) durante los años posteriores a la muerte del cronista. El humanista prefirió aportar
una visión más estética, en detrimento de la objetividad histórica demostrada por el cronista oficial del
reino, que demostraba su amplia perspectiva humanística; NEBRIJA, ANTONIO DE: Decades duae. Granada,
1545.
159
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada; estudio preliminar de Rafael Peinado Santaella e índice de
Antonio González Ferrer. Granada: Universidad de Granada, 1998; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del
reinado de los Reyes Católicos; edición y estudio por Manuel Gómez Moreno y Juan de Mata Carriazo.
Madrid: Real Academia Española–Patronato Marcelino Menéndez Pelayo del CSIC, 1962.

119
José Fernando Tinoco Díaz

del cual hizo partícipes a la pareja real desde el propio inicio del conflicto160. En
referencia a este género epistolar, es menester mencionar igualmente el epistolario del
italiano Pedro Mártir de Anglería, el cual estuvo presente en las últimas campañas
castellanas161. Asimismo, también deben ser destacados los Anales escritos por Lorenzo
Galíndez de Carvajal, tanto por la información cronológica que aparece en ellos, como
las importantes referencias a la existencia de otras fuentes cronísticas que se encuentran
desaparecidas en la actualidad162. Al margen quedan también aquellas muestras
doctrinales de marcada perspectiva propagandística, como pudieron ser los discursos de
los diplomáticos castellanos en la corte pontificia, o los propis oficios compuestos por los
principales eclesiásticos hispánicos para celebrar el triunfo de los Reyes Católicos163. Por
último, el recuerdo reciente del triunfo castellano fue recogido por Lucio Marineo Sículo,
en una obra que marcaría un referente en lo que se refiere al tratamiento de las fuentes
que narraron esta contienda durante toda la centuria posterior164.

Pero las noticias sobre la Guerra de Granada no solo coparon las narraciones de
las principales crónicas oficialistas de este periodo, al igual que la lucha frente al moro
no fue labor exclusiva del monarca castellano. Fueron varios los personajes de alta cuna
que decidieron poner por escrito sus hazañas en la liza frente al musulmán, como una
forma de justificar el liderazgo social de la clase eminente y demostrar el compromiso de

160
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los Reyes Católicos; edición y estudio de Juan de Mata Carriazo.
Revista de Filología Española, Anejo VIII. Madrid: Centro de Estudios Históricos, 1927; Epístolas de
Mosén Diego de Valera, embiadas en diversos tiempos é á diversas personas. Edición y estudio preliminar
de José Antonio de Balenchana. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1878.
161
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Opus epistolarum. Alcalá de Henares, 1530.
162
GALÍNDEZ DE CARVAJAL, LORENZO: «Anales breves del reinado de los Reyes Católicos D. Fernando y
Doña Isabel, de gloriosa memoria, que dejó manuscritos el Dr. D. Lorenzo Galindez de Carvajal, de su
Consejo y Cámara, y de la de los Reyes Doña Juana y D. Cárlos, su hija y nieto» En Salvá, Miguel y Sainz
de Baranda, Pedro (ed.): Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo XVIII.
Madrid: 1851, Imprenta de la viuda de Calero, pp. 227- 422.
163
ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro Bosca, doctor en Artes y Sagrada Teología, Auditor del
Reverendísimo Sr. Cardenal de San Marcos, habido en Roma en el 11 de las kalendas de noviembre (22 de
octubre) al Sagrado Colegio Apostólico de Cardenales, en la fiesta de la victoria malacitana, lograda
felizmente por los serenísimos Fernando e Isabel, Príncipes Católicos de las España, en el año de Cristo
1487» En Olmedo Checa, Manuel (dir.): Miscelánea de documentos históricos urbanísticos malacitanos.
Málaga: Ayuntamiento de Málaga, 1989, pp. 466-487; LÓPEZ DE CARVAJAL, BERNARDINO: La conquista
de Baza; introducción, texto, traducción y notas de Carlos de Miguel Mora. Granada: Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Granada, 1995; TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis
nominatissimae urbis Granatae; edición de Jesús M. Morata. Grupo de Estudios Literarios del Siglo de
Oro (dirección web: <http://www.antequerano-granadinos.com/archivos/talavera-totum.pdf>) [fecha de
consulta: 27/06/2014].
164
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas memorables de España. Alcalá de Henares, 1530; del mismo
autor, Vida y hechos de los Reyes Católicos. Alcalá de Henares, 1587.

120
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

estos sujetos y su linaje con los valores de la monarquía reinante en territorio hispánico.
En ese sentido, destacan la Historia de los hechos del marqués de Cádiz, obra dedicada a
don Rodrigo Ponce de León, y el Breve parte de las hazañas del Gran Capitán, que
recogió los primeros lances de Gonzalo Fernández de Córdoba frente a los
musulmanes165. Otras obras más personales, como las compuestas por Hernando de
Baeza, o las notas que el alemán Jerónimo Münzer redactó a lo largo de su viaje por
tierras hispánicas, también aportaron una perspectiva mucho más amplia de la
significación de esta empresa entre la sociedad peninsular166. Igualmente, distintos poetas
castellanos de diversa consideración social, también decidieron recoger sus experiencias
por escrito, dando lugar a narraciones que destacan por la singularidad apologética de su
contenido, alejado en muchos casos del rigorismo prosista de las anteriores obras167.
Gracias a la labor de todos estos cronistas coetáneos que recogieron en sus narraciones el
conflicto entre castellanos y nazaríes, la victoria cristiana en la Guerra de Granada
continuó perviviendo en el recuerdo peninsular intensamente durante todo el siglo XVI.

A lo largo de la centuria que precedió a esta victoria castellana, su consideración


como hecho que daba por concluido el proceso de Reconquista peninsular, e iniciaba la
política imperial de los reyes de la nueva corona castellano-aragonesa, la alzó como el
máximo exponente de la gloria nacional hispana. Así la representaron los grandes
cronistas del periodo inicial de la Edad Moderna, como fueron Jerónimo Zurita (1512-
1580), Alonso de Santa Cruz (1505-1567), Esteban de Garibay (1533-1600) o el padre
Juan de Mariana (1536-1624)168. Estos historiadores utilizaron las narraciones

165
ANÓNIMO: Historia de los hechos del marqués de Cádiz; edición, estudio e índices de Juan Luis
Carriazo Rubio. Granada: Universidad de Granada, 2003; PÉREZ DEL PULGAR, HERNÁN: «Breve parte de
las hazañas del excelente nombrado Gran Capitán» En Rodriguez Villa, Antonio (ed.): Crónicas del Gran
Capitán. Madrid: Librería Editorial de Bailly Bailliere e Hijos, 1908, pp. 555-589.
166
BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que pasaron entre los reyes de Granada desde el tiempo de el rrey
don Juan de Castilla, segundo de este nonbre, hasta que los catholicos reyes ganaron el reyno de Granada,
scripoto y copilado por Hernando de Baeça, el qual se halló presente á mucha parte de lo que cuenta, y lo
demas supo de los moros de aquel reyno y de sus corónicas» En Relaciones de algunos sucesos de los
últimos tiempos del reino de Granada. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1868, pp. 1-44;
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España y Portugal (1494-1495); nota introductoria por Ramón Alba.
Madrid: Ediciones Polifemo, 1991.
167
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla» En Cátedra García, Pedro M. (ed.): La historiografía en verso
en la época de los Reyes Católicos. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1989, pp. 166-332;
MARCUELLO, PERO: Cancionero. Edición, introducción y notas por José Manuel Blecua. Zaragoza:
Institución Fernando el Católico, 1987; GUILLÉN, DIEGO: Panegírico a la reina Doña Isabel. Valladolid,
1509.
168
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la corona de Aragón. Zaragoza, 1562-1580; SANTA CRUZ, ALONSO DE:
Crónica de los Reyes Católicos. Sevilla, 1533; GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros del compendio

121
José Fernando Tinoco Díaz

contemporáneas a la contienda, para componer unos discursos que ayudaran a mantener


vivo el espíritu imperial de la nueva corona hispánica durante los reinados peninsulares
de Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598). Por este motivo, su perspectiva de la
contienda castellano-nazarí se centró en las cuestiones más institucionales y doctrinales,
sin llegar a profundizar en el análisis de otras facetas de la guerra. Habrá que esperar a
los años finales de esta centuria, para comenzar a percibir un tímido examen sobre el
origen y verdadero alcance de la empresa de los Reyes Católicos. En este periodo, el
estallido de la llamada Rebelión de las Alpujarras (1568-1571) mantuvo vivo el interés
por la cuestión granadina en esta centuria, como retrataron Diego Hurtado de Mendoza
(1504-1575) y Luis del Mármol Carvajal (1520-1611) en sus respectivos trabajos acerca
de este enfrentamiento intestina169. Asimismo, el calibre de tal hazaña también suscitó
que no fueran pocos los autores menores que hicieron referencias a episodios de tan
magno triunfo, para ensalzar el pasado de varias casas destacadas de la nobleza andaluza,
o incluso de la propia ciudad de Granada170. Aunque algunos de ellos comenzaron a
utilizar las fuentes nazaríes para enriquecer las narraciones cronísticas del periodo, su
trabajo aún se situó en los márgenes de la mera interpretación imaginativa en muchas
ocasiones. Avanzado el siglo XVII, el interés por este conflicto disminuyó
progresivamente a favor de otros aspectos de la historia peninsular, aunque las
referencias a esta contienda nunca desaparecieron de las obras históricas compuestas en
estos años finales de la centuria.

historial de las Crónicas y Universal Historia de todos los Reynos de España. Amberes, 1571; MARIANA,
JUAN DE: Historia General de España. Toledo, 1601.
169
HURTADO DE MENDOZA, DIEGO: Guerra de Granada hecha por el Rey de España Felipe II contra los
moriscos de aquel reino, rebeldes. Toledo, 1627; MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: Historia del rebelión y
castigo de los moriscos del reino de Granada. Málaga, 1600. Asimismo, también cabe citar la obra de
Ginés Pérez de Hita, aunque su obra se alejó del rigorismo histórico para plantear una verdadera visión
romántica de la contienda castellano-nazarí, PÉREZ DE HITA, GINÉS: Historia de las guerras civiles de
Granada. Zaragoza, 1595; Cuenca, 1619.
170
ARGOTE DE MOLINA, GONZALO: Nobleza del Andalucía. Sevilla, 1588; Fernández de Córdoba,
Francisco: Historia de la Casa de Córdoba. Córdoba 1954; BARRANTES MALDONADO, PEDRO:
Ilustraciones de la Casa de Niebla. Cádiz: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1998;
MEDINA, PEDRO DE: Crónica de los duques de Medina Sidonia. Sevilla, 1561; del mismo autor, Libro de
las grandezas y cosas memorables de España. Sevilla, 1571; RADES Y ANDRADA, FRANCISCO DE:
Chronica de las tres Ordenes Y Cauallerías de Sanctiago, Calatraua y Alcantara. Toledo, 1572; ORTIZ DE
ZÚÑIGA, DIEGO: Anales eclesiásticos y seculares de la ciudad de Sevilla (1246-1671). Madrid, 1677;
HENRÍQUEZ DE JORQUERA, FRANCISCO: Anales de Granada: Descripción del reino y ciudad de Granada.
Crónica de la Reconquista. (1482-1492). Sucesos de los años 1588 á 1646; edición preparada por Antonio
Marín Ocete; estudio preliminar por Pedro Gan Giménez; índice por Luis Moreno Garzón. Granada:
Universidad de Granada, 1987; BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica. Principios y
progreso de la ciudad y religión católica de Granada, corona de su poderoso reyno, y excelencias de su
corona. Granada, 1637.

122
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Durante el final del siglo XVIII, fueron varios los escritores que volvieron a
interesarse por el pasado islámico peninsular, y sobre todo la Guerra de Granada, desde
una óptica romántica. A pesar del eminente carácter literario de estos discursos
narrativos, cabe destacar que en ellos comenzó a estar presente un primario afán por
dirimir y reconstruir un discurso bastante coherente con la realidad vivida durante esta
etapa final del siglo XV. Quizá el ejemplo más destacado de esta perspectiva fue la obra
que el autor y diplomático Washington Irving dedicó a los últimos años de la vida del
emirato nazarí, compuesta durante las primeras décadas del siglo XIX171. Aunque su obra
nunca tuvo visos de plantearse como un verdadero estudio histórico del conflicto
castellano-nazarí, el autor americano demostró el esfuerzo de haber intentado consultar
diversas fuentes históricas para saciar su entusiasta sed de conocimiento sobre esta
contienda. Pocos años más tarde, William Prescott compondría el que quizá fuera el
primer acercamiento historiográfico serio a la Guerra de Granada desde una perspectiva
académica, dentro de su estudio dedicado al reinado de los Reyes Católicos172. Si bien su
trabajo también contaba con un marcado carácter expositivo y en cierta medida
romántico, que se denota en su discurso sesgado e irrelevante en ocasiones, el autor sentó
las bases discursivas para posteriores análisis de las facetas política y militar de esta
guerra peninsular. En el caso de la historiografía hispánica, una primera obra de conjunto
al respecto del análisis de esta contienda, fue compuesta por José Antonio Conde durante
los primeros años de esta centuria del 1800. El trabajo del arabista e historiador español,
aunque atacado duramente por su deficiente trabajo de traducción y análisis, puede
establecerse como un primer acercamiento a las fuentes de este periodo bajomedieval
hispánico173. Sin embargo, la bibliografía peninsular dedicada al estudio del conflicto
comenzó verdaderamente a definirse a partir del estudio del malagueño Miguel Lafuente
Alcántara, Historia de Granada, publicado a mediados de este siglo y reeditado aún
finales del siglo pasado174. Esta última puntualización refleja que todavía a día de hoy,

171
IRVING, WASHINGTON: Chronicle of the Conquest of Granada. París, 1829.
172
PRESCOTT, WILLIAM H.: History of the Reign of Ferdinand and Isabella the Catholic. Boston:
Stationers, 1837. La parte dedicada a la Guerra de Granada fue reeditada y publicada de forma externa con
mucha posterioridad por McJoynt; PRESCOTT, WILLIAM H.: The Art of War in Spain. The conquest of
Granada (1482-1492). Londres: Greenhill Books, 1995.
173
CONDE, JOSÉ ANTONIO: Historia de la dominación de los árabes en España; volumen III. Madrid, 1821.
174
LAFUENTE ALCÁNTARA, MIGUEL: Historia de Granada: Comprendiendo sus cuatro provincias Almería,
Jaén, Granada y Málaga desde tiempos remotos. Granada: Sanz, 1843-1846. El texto fue reeditado con
posterioridad en varias ediciones, la última de ellas LAFUENTE ALCÁNTARA, MIGUEL: Historia de
Granada: Comprendiendo sus cuatro provincias Almería, Jaén, Granada y Málaga desde tiempos remotos

123
José Fernando Tinoco Díaz

los volúmenes dedicados por este investigador a la historia de la ciudad granadina


suponen una referencia esencial para el acercamiento a esta materia, a pesar de sus
pretensiones de erudición y excesos de imaginación.

Durante el periodo final de este siglo XIX, también vieron la luz algunos otros
escritos más exiguos, pero que igualmente aportaron novedades documentales reseñables
sobre el estudio de la Guerra de Granada. Este fue el caso de las obras de Antonio
Benavides, Leopoldo Eguilaz o Mariano Gaspar y Remino, todas ellas muy influidas por
el anterior trabajo de Lafuente175. A lo largo de los primeros años del siglo XX, verían la
luz otros diversos estudios en torno a distintos aspectos de esta contienda, la mayoría de
ellos en clave narrativa. Aunque en conjunto no supondrían una gran ampliación de la
información que hasta ese momento se manejaba de la guerra castellano-nazarí, todos
ellos fueron componiendo un extenso corpus documental para generaciones
posteriores176. En 1910, sería publicado el elemental estudio de Miguel Garrido Atienza
sobre las capitulaciones para la entrega de la capital nazarí, influido sobremanera por la
corriente de modernización epistemológica que parecía surgir en el seno de los estudios
históricos hispánicos. El tratado del granadino establecería un primer acercamiento al
estudio de los documentos generados en torno a este conflicto, tratando de realizar un

(Granada: 1843-1846); edición facsímil con estudios preliminares de P. Gan Jiménez y J. Gay Armenterios.
Granada: Universidad de Granada, 1992.
175
BENAVIDES, ANTONIO: Memorias sobre la guerra del reino de Granada y los tratados y conciertos que
precedieron a las capitulaciones de la ciudad, Madrid, 1845; EGUILAZ, LEOPOLDO: Reseña histórica de la
conquista del reino de Granada por los Reyes Católicos según los cronistas árabes. Granada, 1894;
GASPAR Y REMIRO, MARIANO: Documentos árabes de la Corte nazarí de Granada o primeros pactos y
correspondencia íntima entre los Reyes Católicos y Boabdil sobre la entrega de Granada. Granada, 1910.
176
Este es el caso de ARCO Y MOLINERO, ÁNGEL DEL: Glorias de la nobleza española. Resumen histórico
de los caballeros principales que concurrieron a la conquista de Granada; bienes y honores que
recibieron de los Reyes Católicos. Tarragona, 1899; DURÁN Y LERCHUNDI, JOAQUÍN: La toma de Granada
y los caballeros que concurrieron en ella. Madrid, 1893, (Ambas obras estaban compuestas por una serie
de biografías de los principales caudillos del ejército cristiano); BALAGUER Y CIRERA, VÍCTOR: Las
Guerras de Granada. Madrid, 1898. CAMBRONERO, CARLOS: Acuerdos del ayuntamiento de Madrid
referentes a la Guerra de Granada (1486 a 1492). Madrid: Boletín del Archivo y Bibliotecas Municipales,
1986, pp. 170-173; CARRERES ZACARES, SALVADOR: Por qué la conquista de Granada no se hizo, cuanto
menos, un siglo antes de lo que fue. Valencia, 1908; SECO DE LUCENA PAREDES, LUIS: Síntesis y glosario
de la historia de Granada desde los tiempos primitivos hasta la coronación de Zorrilla. Granada, 1916
(aunque se supone la existencia de una edición anterior de finales del siglo XIX); DUARTE DE BELLUGA,
JOSÉ: Apuntes históricos de la reconquista de Málaga por los Reyes Católicos en 19 de agosto de 1487 y
relación de las epidemias, terremotos, inundaciones y hechos más notables ocurridos desde la fundación
de Málaga hasta nuestros días. Málaga, 1887; AMADOR DE LOS RÍOS, RODRIGO: «Notas acerca de la
batalla de Lucena y la prisión de Boabdil en 1483» En Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, nº XVI.
Madrid, 1907, pp. 37-66. Algo más tardías, GONZÁLEZ DE AMEZÚA Y MAYO, AGUSTÍN: La batalla de
Lucena y el verdadero retrato de Boabdil. Madrid, 1915; SÁNCHEZ JARA, DIEGO: Monografía histórica de
la reconquista de Málaga por los Reyes Católicos. Murcia, 1918.

124
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

verdadero análisis epistemológico del contenido de las mismas y su relación con el


contexto en el cual se produjeron177.

Las décadas posteriores del siglo XX trajeron consigo el desarrollo de estudios


históricos con una eminente gran carga patriota, que continuaron la perspectiva de la
idealización romántica de los Reyes Católicos como paradigma del buen gobierno,
iniciada a finales de la centuria anterior. Para los historiadores del periodo, la lucha
continua de los reinos medievales peninsulares frente a los musulmanes debía ser
considerada un rasgo propio en todo el contexto europeo, lo cual ofrecía un sólido
trasfondo histórico a cualquier estudio de índole nacionalista. En ese sentido, la Guerra
de Granada continuaría siendo considerada como el primer paso de la unidad territorial
conseguida por estos soberanos, relegando el análisis del carácter de la contienda al
examen de la línea política conjunta de ambos monarcas. Sin embargo, durante estos
años también comenzaron a surgir los primeros trabajos que proyectaron la posibilidad
de plantear el estudio del conflicto castellano frente al emirato nazarí desde una
perspectiva poliédrica, que tomó como referencia la amplia cronística contemporánea a la
prosecución de este conflicto178. Tras el estallido de la Guerra Civil Española (1936-
1939) y la victoria del bando nacional, el pensamiento liberal de principios de siglo fue
apropiado y adaptado por el régimen franquista. La perspectiva nacionalista en torno a la
figura de los Reyes Católicos se acentuó sobremanera, convirtiendo el reinado de Isabel y
Fernando en el pretendido germen de la grandeza del estado español, y la Guerra de
Granada como uno de los mayores hitos de la nación hispana en su lucha por defender la
fe católica. Durante este periodo, la faceta política de la historia idealizada de este
reinado se impuso a cualquier otra faceta del análisis de los principales hechos acaecidos
en esta etapa de la historia peninsular. Esto determinó que el carácter de estos episodios
fuera sublimado al tono general del discurso historiográfico, perdiendo su carácter
singular por completo.

En el caso de las referencias a la contienda castellano-nazarí, el mito de la conclusión


de la Reconquista, entendida como cruzada del destino providencial del pueblo
hispánico, fue utilizado por diversos apologistas del régimen para poner de relieve los

177
GARRIDO ATIENZA, MIGUEL: Las Capitulaciones para la entrega de Granada. Granada, 1910. En 1992
se reedito esta obra en edición facsímil; Las Capitulaciones para la entrega de Granada; estudio
preliminar realizado por José Enrique López de Coca Castañer. Granada: Universidad de Granada, 1992.
178
Sirva de ejemplo el discurso clásico del arabista GASPAR Y REMIRO, MARIANO: Fernando II de Aragón
y V de Castilla en la reconquista del reino moro de Granada. Zaragoza, 1918.

125
José Fernando Tinoco Díaz

deseados valores que el franquismo pretendía imponer sobre el pueblo español. Sirvan
como ejemplos la obra dedicada por William Walsh a la imagen cruzada de la reina
Isabel y su determinación por concluir con la presencia islámica en territorio hispánico, o
el estudio dedicado por José María Doussinague a la política internacional de Fernando el
Católico179. En estas obras, el enfoque religioso de la guerra sirvió para asimilar la lucha
de los reinos peninsulares frente al moro, con la contienda que el propio Franco llevó a
cabo frente a las fuerzas liberales y bolcheviques. En este contexto, ve la luz un primer
artículo de José Goñi Gaztambide dedicado a la incidencia de la concesión de bula de
cruzada papal para el devenir de la contienda castellano-nazarí, que recoge desde una
perspectiva nacionalista las diversas referencias a al factor cruzadista del conflicto
castellano-granadino. Esta investigación será incluida con posterioridad, en su pionera
obra dedicada a la influencia de las bulas de cruzada papales en la Península Ibérica 180. A
pesar de que el trabajo de este autor comienza a mostrar una perspectiva más amplia de
las repercusiones de este conflicto, su perspectiva de la institución cruzada aboga por
presentar las hostilidades frente a los musulmanes como una verdadera guerra santa, lo
cual condicionó sus deducciones sobre la relación entre Reconquista y cruzada. En ese
sentido, cabe afirmar que su propuesta aún se muestra insuficiente ante el estudio de la
relación entre ambos términos, pues solo se centró en la visión más institucional del
proceso medieval hispánico. Dejando a un margen esta perspectiva, es reseñable el hecho
de que el corpus documental utilizado por Goñi Gaztambide aún hoy sigue siendo
esencial para realizar cualquier acercamiento a la faceta institucional cruzadista de esta
contienda.

Al margen de esta corriente de análisis más oficialista, cabe destacar la obra de varios
autores que se refirieron a la Guerra de Granada al margen de esta perspectiva del
conflicto como un ejemplo del espíritu cruzado, aunque aún cercanos a la línea
metodológica más oficialista sobre el reinado de los Reyes Católicos. Entre todos ellos,
destacan el estudio realizado por Tarsicio de Azcona sobre la vida de Isabel la

179
WALSH, WILLIAM T.: Isabel de España, la última cruzada. Madrid: Fondo de Cultura Española, 1939;
DOUSSINAGUE, JOSÉ MARÍA: La política internacional de Fernando el Católico. Madrid: Espasa Calpe,
1944.
180
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: «La Santa Sede y la Reconquista del reino de Granada» En Hispania Sacra,
nº 4:7. Madrid: CSIC, 1951, pp. 43-72; del mismo autor, Historia de la…, op.cit., pp. 371-403. Con
anterioridad, la primera obra que comenzó a referir inequívocamente la reconquista como cruzada, había
sido la de ARRABÁS IRIBARREN, JOAQUÍN: Historia de la Cruzada Española; 8 vols., Madrid, 1939-1943.

126
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Católica181, o las aportaciones de Antonio de la Torre, con respecto a la relación entre el


emirato nazarí de Granada y los reyes de Castilla y Aragón182. El trabajo de este último
autor destacó por la inclusión de diversos documentos inéditos del Archivo de la corona
de Aragón, así como el intento de realizar un tratamiento de conjunto de las diversas
crónicas contemporáneas al conflicto. Desde finales de la década de los 60 del siglo XX,
la eminente perspectiva política del estudio del reinado de los Reyes Católicos comienza
a ser complementada por diversos estudios de carácter cultural. Esta corriente fue
seguida por algunos destacados autores con opiniones contrarias a la línea oficialista
anteriormente mencionada, como fueron los casos del propio Sánchez Albornoz183, o
Américo Castro184, que protagonizaron un destacado debate historiográfico sobre el
concepto de convivencia.

En este contexto, comenzó a ampliarse el punto de vista de la contienda castellano-


granadina en España, de manera pareja a la reedición crítica de las principales fuentes
referentes a esta guerra. Durante este periodo, algunas investigaciones, como los trabajos
realizados por Antonio Domínguez Ortiz, supusieron un puente entre la historiografía
más tradicional y la pretendida renovación generacional metodológica aplicada en el
estudio del conflicto de forma singular185. Ésta vendrá de la mano de dos estudios
principalmente. Por un lado, destaca la monografía de Juan de Mata Carriazo y Arroquia
sobre la Historia del Reino de Granada, dentro de la Historia de España dirigida por
Menéndez Pidal186. El historiador ya había destacado con bastante anterioridad con
trabajos dedicados al estudio y transcripción de las diversas narraciones del periodo de
los Reyes Católicos187. Sin embargo, esta narración de la contienda castellano-nazarí
sobresale por encima de todos sus trabajos, por suponer la relación de hechos factuales
más completa realizada hasta la fecha. Por otro, destacó la renovadora exposición de

181
AZCONA, TARSICIO DE: Isabel La Católica: Estudio crítico de su vida y reinado. Madrid: Biblioteca de
Autores Cristianos, 1964.
182
TORRE Y DEL CERRO, ANTONIO DE LA: Los Reyes Católicos y Granada. Madrid: Instituto Jerónimo
Zurita, 1946.
183
SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO: La España musulmana. Buenos Aires, 1960; El Islam de España y el
Occidente. Madrid, 1973; Ensayo sobre historia de España. Madrid, 1973.
184
CASTRO, AMÉRICO: La realidad histórica de España. México, 1954.
185
DOMÍNGUEZ ORTIZ, ANTONIO: El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias. Madrid:
Alianza Universidad, 1973.
186
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la Guerra de Granada» En Menéndez Pidal, Ramón
(dir.): Historia de España; tomo XVII. Madrid: Espasa-Calpe, 1969, pp. 387-914.
187
Al respecto, se remite a consultar la extensa referencia bibliográfica incluida sobre este autor en la
bibliografía final.

127
José Fernando Tinoco Díaz

Miguel Ángel Ladero Quesada en Castilla y la Conquista del Reino de Granada188.


Apoyándose sobre diversa documentación de archivo y las principales fuentes narrativas
del periodo, Ladero Quesada estructuró un completo estudio sobre todas la dimensión
económica, social y de organización política del conflicto. El análisis llevado a cabo por
este autor, se centró en el examen del potencial humano que participó en la conquista, el
esfuerzo tributivo del reino y el respaldo financiero derivado de las medidas decididas
por la corona castellano, que hicieron posible soportar una contienda de tal magnitud. La
obra de estos autores defendió el carácter singular de la Guerra de Granada dentro del
reinado de los Reyes Católicos, examinando el estudio de los diversos aspectos de este
conflicto desde una perspectiva mucho más amplia que los anteriores investigadores del
periodo franquista.

A partir del trabajo de ambos historiadores y la reedición crítica de varias de las


fuentes históricas del periodo que aún no habían visto la luz, durante la década de 1980
comenzaron a multiplicarse los trabajos de análisis y síntesis sobre la contienda
castellano-nazarí189. A lo largo de este periodo, fueron publicadas importantes
aportaciones realizadas por distintos investigadores hispánicos, que se encargaron de
aportar luz a diversas perspectivas del conflicto que hasta ese momento habían pasado
inadvertidas o habían sido desatendidas. Este fue el caso de José Enrique López de Coca
Castañer, que aportó un somero estudio sobre las facetas doctrinales del conflicto, en su
obra dedicada a la historia de Andalucía190; o la monografía realizada por Luis Suárez
Fernández, que retrató el panorama político internacional en el que se produjo la guerra
frente al emirato nazarí, dando continuidad al punto de vista positivista de la anterior

188
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la conquista del reino de Granada. Valladolid, 1967. El
trabajo fue reeditado con posterioridad en 1993 por la Universidad de Granada, LADERO QUESADA,
MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la conquista del reino de Granada. Granada: Diputación provincial de Granada,
1993. Este historiador ha seguido trabajando en torno a la relación entre Castilla y Granada con
posterioridad. El resultado de dichas investigaciones ha quedado presente en la publicación de varias obras
referentes a esta etapa histórica: Granada. Historia de un país islámico (1232-1571), Madrid: Gredos,
1979; Granada después de la conquista: repobladores y mudéjares, Granada: Diputación Provincial de
Granada, 1993; Guerra de Granada 1482-1491, Granada: Diputación Provincial, 2001; Las guerras de
Granada en el siglo XV, Barcelona: Ariel, 2002.
189
Un resumen de estos trabajos de referencia, puede encontrarse en LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL:
Castilla y la..., op.cit., pp. 433-441, 450-456.
190
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)» En González Jiménez,
Manuel y López de Coca Castañer, José Enrique (dirs.): Historia de Andalucía; vol. III. Andalucía del
Medievo a la Modernidad (1350-1504). Madrid: Editorial Planeta, 1980, pp. 317-485.

128
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

etapa historiográfica191. Con respecto a la faceta internacional de la contienda, es


menester hacer referencia a los trabajos de Eloy Benito Ruano sobre la participación de
fuerzas europeas y los contactos nazaríes en el entorno mediterráneo192. Desde la
perspectiva musulmana, destacó sobremanera la tesis de Rachel Arié acerca del último
periodo de vida del emirato granadino, la cual ayudó a entender la suerte de los vencidos
en esta guerra y si visión de tal conflicto193. Esta nueva corriente de análisis poliédrico de
la Guerra de Granada, tuvo uno de sus puntos cúlmenes en el ciclo de conferencias
celebrado en la ciudad granadina, bajo la denominación Seis lecciones sobre la Guerra
de Granada194. Asimismo, durante los años finales de esta década, la historiografía
referente a la contienda también fue ampliada por los títulos de diversos autores
extranjeros que mencionaron diversos aspectos de la guerra de forma colateral. Sirvan
como ejemplo el análisis del hispanista Joseph Pérez al respecto del reinado de los Reyes
Católicos, o el trabajo dedicado por Leonard P. Harvey al mudejarismo peninsular y el
reino nazarí de Granada195.

Por otro lado, el estudio del conflicto castellano-nazarí también se extendió desde
una perspectiva más amplia que hacía referencia al contexto regional en el cual tuvo
lugar, realidad unida de manera indisoluble a la prosecución esta contienda. En ese

191
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de la Guerra de Granada. Madrid: Editorial
Rialp, 1989.
192
BENITO RUANO, ELOY: La participación extranjera en la Guerra de Granada» En Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos, vol. LXXX, nº 4. Madrid: Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y
Ciencias, 1977, pp. 679-701; del mismo autor, «Granada o Constantinopla» En Hispania: Revista Española
de Historia, nº 20. Madrid: CSIC, 1979, pp. 267-325; del mismo autor, «Un cruzado en la Guerra de
Granada» En Anuario de Estudios Medievales, nº 9 (1974/ 1979). Madrid: CSIC, 1980, pp. 585-595. Más
recientemente, se ha vuelto a este aspecto de la contienda, completando las referencias anteriores, en el
trabajo GARCÍA FITZ, FRANCISCO; FELICIANO NOVOA PORTELA: Cruzados en la…, op.cit., pp. 166-178. En
esta línea de análisis, también debe ser mencionado el posterior trabajo de LÓPEZ DE COCA CASTAÑER,
JOSÉ ENRIQUE: «Mamelucos, otomanos y caída del reino de Granada» En En La España Medieval, nº 28.
Madrid: Universidad Complutense, 2005, pp. 229-258.
193
ARIÉ, RACHEL: L’Espgne musulmane au temps des Nasrides (1232-1492). París: Éditions de Boccard,
1973. Una buena muestra de la bibliografía compuesta en torno al estudio del reino de Granada durante
estos años, puede consultarse en los trabajos de referencias citados en el apartado 2.1. del presente trabajo.
194
BENITO RUANO, ELOY (coord.): Seis lecciones sobre la Guerra de Granada. Granada: Diputación
Provincial de Granada, 1983. En este ciclo de conferencias, promovidas por la Diputación y la Universidad
de Granada, participaron los profesores Manuel González Jiménez, Eloy Benito Ruano, Miguel Ángel
Ladero Quesada, José Enrique López de Coca Castañer, Luis Suárez Fernández, y Cristóbal Torres
Delgado. El texto fue también incluido como apéndice a las actas del Symposium Internacional La
incorporación de Granada a la corona de Castilla; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL (coord.): La
incorporación de Granada a la corona de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993.
195
PÉREZ, JOSEPH: Isabel y Fernando, los Reyes Católicos. Hondarribia: Nerea, 1988; HARVEY, LEONARD
P.: Islamic Spain. 1250-1500. Chicago: University of Chicago Press, 1990.

129
José Fernando Tinoco Díaz

sentido, sobresalió la obra de diversos historiadores, como Juan Torres Fontes196, Manuel
González Jiménez197, o el propio Juan de Mata Carriazo198. A pesar de que algunos de
sus trabajos se realizaron de manera bastante previa, fue durante este periodo cuando los
mismos volvieron a tener especial relevancia por la repercusión de la redefinición del
carácter fronterizo y andaluz de la contienda. Sin embargo, la perspectiva de estos
análisis derivaba, en gran medida, de la faceta institucional relacionada con esta faceta
regional del conflicto. Desde otro punto de vista más cercano a la realidad diaria del
contexto rayano, llegaron algunas de las aportaciones más interesantes para comprender
este enfrentamiento en su perspectiva más amplia. Este fue el caso del análisis de Angus
Mackay de los romances compuestos en esta zona geográfica199, que abrió un nuevo y
fructífero campo de estudio basado en la literatura popular del periodo, o el trabajo
dedicado por Manuel Rojas a la evolución del contexto fronterizo andaluz desde la
finalización de la Guerra del Estrecho. Aunque su trabajo concluye con el inicio de la
Guerra de Granada, la disertación del gaditano aporta interesantes notas para comprender
la estructuración de las campañas castellanas, así como las líneas maestras que rigieron el
devenir de la pugna durante la primera fase de la contienda200. En el aspecto más general,
los investigadores de este periodo se limitaron a poner de relieve los rasgos típicamente
medievales de la empresa castellana (el empleo de un sistema de composición de la
hueste típicamente feudal, que marcaba su heterogeneidad, la cadencia de una verdadera
estrategia de campaña), frente al surgimiento de novedades verdaderamente reseñables
que se concretarían con posterioridad durante las iniciativas italianas de Carlos V201. Esta

196
TORRES FONTES, JUAN: «Las relaciones castellano-granadinas desde 1475 a 1478» En Hispania: Revista
Española de Historia, vol. 86. Madrid: CSIC, 1962, pp. 186-229.
197
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: En la frontera de Granada. Sevilla: Facultad de Filosofía y
Letras, 1971.
198
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La guerra en su vertiente andaluza: participación de las ciudades, villas
y señoríos andaluces» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (ed.): La incorporación de Granada a la corona
de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 651- 674.
199
MACKAY, ANGUS: «Los romances fronterizos como fuente histórica» En Segura Graiño, Cristina
(coord.): Relaciones exteriores del reino de Granada, Actas del IV Congreso de Historia Medieval
Andaluza. Almería: Instituto de Estudios Almerienses, 1988, pp. 273-285; del mismo autor La España de
la Edad Media: desde la frontera hasta el imperio (1000-1500). Madrid: Cátedra, 1980.
200
ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre los reinos de Sevilla y Granada en el siglo XV (1390-
1481): Un ensayo sobre la violencia y sus manifestaciones, Cádiz: Universidad de Cádiz, 1995.
201
Sirvan como ejemplo los trabajos incluidos en Seis lecciones sobre la Guerra de Granada de BENITO
RUANO, ELOY: «La organización del ejército cristiano en la guerra de Granada» En Ladero Quesada,
Miguel Ángel (ed.): La incorporación de Granada a la corona de Castilla. Granada: Diputación provincial
de Granada, 1993, pp. 635-651; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «Ejército, logística y financiación en
la guerra de Granada» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.): La incorporación de Granada a la
corona de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 675-709. Sobre estas facetas

130
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

línea de trabajo se ha demostrado muy continuista, como determina que son muy pocos
son los trabajos actuales que han ahondado verdaderamente en esta faceta de la Guerra de
Granada202. Al margen de estos trabajos de referencia, cabe destacar algunos estudios
más recientes, como el dedicado por John Edwards al epistolario de Diego de Valera, que
aporta una imagen diferente del análisis estratégico de la contienda203.

En los años 90 del siglo XX, los estudios sobre la Guerra de Granada se generalizaron
y ampliaron de forma abundante, hasta componer un panorama realmente abrumador.
Durante el final de la centuria pasada, se publicaron nuevas investigaciones sobre las más
diversas facetas de la guerra y el contexto donde en el cual se produjo, así como trabajos
regionales y locales que fueron arrojando luz sobre aspectos secundarios de la contienda
que habían sido tratados con anterioridad de manera somera204. Quizá el mejor ejemplo

tradicionales y originales de la disputa, véase LOMAX, DEREK, Novedad y tradición en la guerra de


Granada, 1482-1491» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.): La incorporación de Granada a la
corona de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 229-262. Más reciente ha sido el
trabajo de RIBOT GARCÍA, LUIS: «Types of Armies: Early modern Spain» En Contamine, Philippe (ed.):
War and Competition between States. Oxford: Clarendon Press Publication, 2000, pp. 37-68.
202
Un somero análisis de la historiografía clásica referente a esta faceta de la Guerra de Granada, puede
encontrarse en MARTÍNEZ RUIZ, ENRIQUE: «Tradición y novedad en la organización político-administrativa
de la corona de Castilla en el reinado de los Reyes Católicos En Crónica Nova, nº 21. Granada:
Universidad de Granada, 1993-1994, pp. 379-404. Asimismo, para consultar una perspectiva más
internacional, se remite a MCJOYNT, ALBERT D.: «An appreciation of the War of Granada (1481-1492): A
critical link to Western Military History» En Kagay, Donald J.; Villalon, L.J. Andrew: Crusaders,
Condottieri, and cannon. Medieval Warfare in Societies Around The Mediterranean. Leiden-Boston: Brill,
2003, pp. 239-252.
203
EDWARDS, JOHN: «War and peace in fifteenth-century Castile: Diego de Valera and the Granada War»
En Studies in Medieval History presented to R.H.C. Davis. Londres: The Hambledon Press, 1985, pp. 283-
295. Asimismo, también se destaca la brillante reflexión sobre el aspecto estratégico de la contienda que
este autor incorporó en EDWARDS, JOHN: La España de los Reyes Católicos, 1474-1520; Barcelona:
Crítica, 2007, pp. 183-194.
204
Sirvan como ejemplo las siguientes publicaciones ABELLÁN PÉREZ, JUAN: Murcia, la guerra de
Granada y otros estudios (siglos XIV-XVI). Cádiz–Murcia: Agrija–Real Academia de Alfonso X el Sabio,
2001; AYLLÓN GUTIÉRREZ, CARLOS: La intervención albacetense en la Guerra de Granada (1482-1492).
Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses, 1996; BENITO RUANO, ELOY: «Aportaciones de Toledo a la
guerra de Granada» En al-Andalus: Revista de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada, nº
25. Madrid: Instituto Miguel Asin, 1960, pp. 41-70; del mismo autor: «Aportaciones de Madrid a la guerra
de Granada» En Anales del Instituto de Estudios Madrileños, vol. 8. Madrid: Instituto de Estudios
Madrileños, 1972, pp. 15-103; CÓRDOBA DE LA LLAVE, RICARDO Y PINO GARCÍA, JOSÉ LUIS DEL: «Los
servicios sustitutivos en la guerra de Granada: el caso de Córdoba (1460-1492)» En Segura Graíño,
Cristina (coord.): Relaciones exteriores del reino de Granada. Actas del IV Coloquio de Historia Medieval
Andaluza. Almería: Diputación provincial de Almería, 1988, pp. 185-210; FERNÁNDEZ-DAZA, MARÍA DEL
CARMEN: «La participación de Trujillo en la Guerra de Granada» En En la España Medieval, vol. 8.
Madrid: Universidad Complutense, 1986, pp. 343-360; MALALANA UREÑA, ANTONIO: «Participación de
Escalona en la guerra de Granada» En Cabrera Muñoz, Emilio (coord.): Andalucía entre Oriente y
Occidente (1236-1492). Córdoba: Diputación de Córdoba, 1988, pp. 399-404; RUFO YSERN, PAULINA:
«Participación de Écija en la Guerra de Granada (1482-1492)» En Historia, Instituciones, Documentos, nº

131
José Fernando Tinoco Díaz

de esta perspectiva, fuera la organización del Symposium Internacional titulado La


Incorporación de Granada a la corona de Castilla, celebrado en Granada como
conmemoración del Quinto Centenario de la conquista castellana del emirato nazarí205.
Asimismo, la faceta más antropológica del conflicto fue protagonista del volumen Las
tomas: antropología histórica de la ocupación territorial del reino de Ganada,
coordinado por José Antonio González y Manuel Barrios a principios de este siglo206. Por
último, el interés por la perspectiva europeísta del conflicto también ha quedado presente
sobremanera en los últimos tiempos en el contexto hispánico. Sirva como ejemplo la
celebración del coloquio La Guerra de Granada en su contexto europeo, que tuvo lugar
en mayo de 2013, y que recoge las reflexiones sobre la dimensión global del conflicto
por los distintos historiadores que han destacado en el estudio de las relaciones
internacionales del emirato nazarí y la corona castellana207. Asimismo, también cabe
mencionar las jornadas dedicadas al estudio de la imagen de don Fernando de Aragón en
Zaragoza durante 2014, por las amplias referencias a este conflicto desde una perspectiva
cercana al monarca aragonés208.

A pesar de que todos estos trabajos sobre la Guerra de Granada ampliaron


sobremanera el conocimiento acerca de las principales facetas del conflicto, cabe afirmar
que todos ellos tomaron como punto de origen la narración realizada por Juan de Mata

21. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1994, pp. 423-451; TORIJA RODRÍGUEZ, ENRIQUE: «El subsidio
eclesiástico para la guerra de Granada (1482-1492). Aportación, ingresos y gastos en el Arzobispado de
Toledo» En Medievalismo, nº 22. Murcia: Sociedad de Estudios Medievales Españoles, 2012, pp. 217-237;
GARCÍA FERNÁNDEZ, ERNESTO: «Acerca de la contribución militar de la Junta General de la provincia de
Guipúzcoa a la guerra de Granada en 1484» En Anuario de Estudios Medievales, nº 40/2. Madrid: CSIC,
2010, pp. 617-642. De la misma manera, cabe destacar que no se han dejado de editar obras de conjunto,
como BARRIOS AGUILERA, MANUEL; PEINADO SANTAELLA, RAFAEL (eds.): Historia del reino de Granada;
vol. I. De los orígenes a la época mudéjar (hasta 1502). Granada: Universidad de Granada, 2000.
205
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL (coord.): La incorporación de Granada a la corona de Castilla.
Granada: Diputación provincial de Granada, 1993.
206
GONZÁLEZ ALCANTUD, JOSÉ ANTONIO Y BARRIOS AGUILERA, MANUEL (eds.): Las tomas: antropología
histórica de la ocupación territorial del reino de Ganada. Granada: Diputación Provincial de Granada,
2000.
207
BALOUP, DANUEL; GONZÁLEZ ARÉVALO, RAÚL (coords.): La Guerra de Granada en su contexto
europeo. Coloquio celebrado los días 9 y 10 de mayo de 2013 en Granada. Asimismo, en este campo
destacan algunos otros trabajos previos de los autores que participaron en esta reunión, como por ejemplo
GONZÁLEZ ARÉVALO, RAÚL: «La guerra di Granada nelle fonti fiorentine» En Archivio storico italiano, nº
164/609. Florencia, Deputazione di Storia Patria per la Toscana, 2006, pp. 387-418.
208
EGIDO, AURORA Y LAPLANA, JOSÉ ENRIQUE (eds.): La imagen de Fernando el Católico en la Historia,
la Literatura y el Arte. Jornadas Fernandinas desarrolladas en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Zaragoza y el Palacio Español de Niño de Sos del Rey Católico entre los días 7 y 9 de
marzo de 2013. Zaragoza: Institución Fernando el Católico-Excma. Diputación de Zaragoza, 2014

132
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Carriazo de los principales acontecimientos de la contienda, así como el análisis


realizado por Miguel Ángelo Ladero del planteamiento financiero que rigió la
prosecución de esta empresa. De la misma manera, las grandes obras de conjunto que
hicieron alguna referencia guerra castellano-nazarí, se limitaron a plantear una división
de las fases en las que se estructuró la prosecución de la conquista castellana del emirato
nazarí, siguiendo el planteamiento realizado por Ladero Quesada, aunque aportando
matices de diversos autores que han enriquecido esta secuenciación en cierta medida209.
Los estudios de carácter menor, por otro lado, solo han aportado pequeñas pinceladas que
complementaban, o ampliaban en algunos casos, la información acerca de alguna de las
dimensiones del conflicto castellano-nazarí. Mención aparte merece la aportación de
diversos temas afines a esta contienda, como pudieron ser el estudio del reino nazarí de
Granada, de algunas facetas del devenir histórico del reinado de los Reyes Católicos y el
universo cultural de la sociedad hispánica, o las relaciones diplomáticas de las coronas
del Mediterráneo, que vinieron a aportar novedades parciales en algunos aspectos
concretos de la contienda210. Pero pocos fueron, sin embargo, los trabajos singulares que
abordaron verdaderamente la amplia naturaleza de la Guerra de Granada en su
perspectiva más extensa durante estas últimas décadas. Esta realidad fue especialmente
visible en el estudio de la propia naturaleza de la guerra.

209
Sirva como ejemplo de la continuidad de esta propuesta, la reciente narración de la contienda aportada
por GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La guerra final…», op.cit., pp. 453-476.
210
Verbigracia, NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Iglesia y génesis del Estado moderno en Castilla (1369-
1480). Madrid: Universidad Complutense, 1994; del mismo autor, Ceremonias de la realeza. Madrid:
Nerea, 1996; RIBOT GARCÍA, LUIS; VALDEÓN BARUQUE, JULIO; MAZA ZORRILLA, ELENA (coords.), Isabel
La Católica y su época: actas del Congreso Internacional, Valladolid-Barcelona-Granada, 15 a 20 de
noviembre de 2004. Valladolid: Instituto Universitario de Historia Simancas, 2004; SARASA, ESTEBAN
(coord.), Fernando II de Aragón. El Rey Católico. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1996;
CARRASCO MANCHADO, ANA ISABEL: Isabel I de Castilla y la sombra de la ilegitimidad: propaganda y
representación en el conflicto sucesorio (1474-1482). Madrid: Sílex, 2006; FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA
MIRALLES, ÁLVARO: La corte de Isabel I. Ritos y ceremonias de una reina (1474-1504). Madrid:
Dykinson, 2002; del mismo autor, «Imagen de los Reyes Católicos en la Roma pontifica» En En La
España Medieval, nº 28. Madrid: Universidad Complutense, 2005, pp. 259-354; CASTILLO CÁCERES,
FERNANDO: «La funcionalidad de un espacio: la frontera granadina en el siglo XV» En Espacio, Tiempo y
Forma. Serie III, Hª Medieval, tomo 12. Madrid: UNED, 1999, pp. 47-64; GARCÍA GARCÍA, ANTONIO:
«Las donaciones pontificias de territorios y su repercusión en las relaciones entre Castilla y Portugal» En
Las relaciones entre Portugal y Castilla, en la época de los descubrimientos y la expansión colonial
(Congreso Hispano-Portugués celebrado en Salamanca, 1992). Salamanca: Universidad de Salamanca,
1994, pp. 293-310; GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ, Las profecías del Anticristo en la Edad Media. Madrid:
Gredos, 1996; FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval en España (siglos XIV-
XV) Oviedo: Trea, 2011.

133
José Fernando Tinoco Díaz

El carácter del conflicto castellano-nazarí parecía estar completamente establecido a


razón de su consideración como culminación de la empresa reconquistadora hispánica.
Por este motivo, las reflexiones al respecto de la faceta ideológica de esta pugna
castellano-nazarí tradicionalmente quedaban ligadas a las consideraciones
historiográficas sobre la conceptualización y validez del término de Reconquista en el
contexto hispánico que han sido mencionadas con anterioridad. En la mayor parte de
trabajos referentes a la naturaleza del proceso medieval peninsular, el definitivo
enfrentamiento entre castellanos y nazaríes era presentado como el último capítulo de
una larga empresa dilatada en el tiempo. Para algunos autores hispánicos, asimismo, la
iniciativa llevada a cabo por los Reyes Católicos contaba con una marcada faceta
religiosa que permitía constatar la pervivencia del ideal cruzadista en su seno. Si bien la
definición de la contienda parecía remitir al carácter que pretendió imponerse durante el
periodo franquista, tal perspectiva era ahora bastante distinta. Esta exaltación de la faceta
cruzadista de la Guerra de Granada permitía ahora defender el posible carácter europeísta
de la Reconquista hispánica, determinando la estrecha relación entre el movimiento
cruzado europeo y la prosecución de la guerra frente al musulmán en la Península
Ibérica. La corriente que abogaba por esta lectura de la contienda estuvo muy influencia
por los diversos trabajos en materia de cruzada aparecidos en el continente europeo a lo
largo del siglo XX211. En estos estudios de índole pluralista, que reafirmaban las ideas
expuestas por Goñi Gaztambide, la Guerra de Granada era considerada como la
culminación de un proceso hispano cruzado y el inicio de un conflicto religioso frente al
turco en el seno del contexto mediterráneo. Al respecto, cabe destacar que en muchas
ocasiones estos trabajos carecen de una verdadera perspectiva amplia de la guerra
castellano-nazarí, relegando cualquier episodio del el proceso histórico hispánico
medieval como una simple variante del fenómeno europeo cruzado. Sin embargo, esta
perspectiva aún sigue vigente en la mayoría de estudios publicados en el contexto
europeo, como parecen denotar recientes trabajos entre los que destaca el trabajo
dedicada a esta contienda por el hispanista Joseph O‘Callaghan212.

211
RILEY-SMITH, JONATHAN: The Crusades. A Short History. Londres: Cambridge University Press, 1987,
pp. 237-240; HOUSLEY, NORMAN: The later crusades. From Lyon to Alcazar (1274-1580). Nueva York:
Oxford University Press, 1992, pp. 291-321; TYERMAN, CHRISTOPHER: God’s War. A new History of the
Crusades. Londres: Penguin Group, 2006, pp. 875-915.
212
O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: The Last Crusde in the West. Castile and the Conquest of Granada.
Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2014.

134
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En el lado opuesto, cabe destacar que el componente ideológico-doctrinal de la guarra


ha sido un objeto de estudio relativamente poco atendido entre los historiadores
hispánicos. En la actualidad, solo José Enrique López de Coca213 y Angus Mackay214, a
principios de la década de 1980, o más recientemente Rafael Peinado, han realizado
aportaciones que realmente analizaran la perspectiva doctrinal que las fuentes del periodo
expresaban sobre la naturaleza ideológica que rigió la estructuración de este conflicto215.
En ese sentido, durante las últimas décadas del siglo XX, la obra de otros autores que han
tratado el contexto espiritual de la Castilla de finales del periodo medieval, como fue el
caso de Alain Milhou, abrieron nuevas perspectivas de esta contienda que, sin embargo,
quedaron inconexas con muchas de las reflexiones posteriores realizadas sobre la faceta
doctrinal de la contienda216. Pero aunque todos estos trabajos mencionados son
excelentes, y muestran una perspectiva muy distinta del verdadero carácter de la guerra
castellano-nazarí, aún parecen mostrarse insuficientes dada la verdadera complejidad
doctrinal de esta contienda parece sugerir desde una amplia perspectiva más
multidisciplinar.

Todo este devenir historiográfico lleva a preguntarse si es la Guerra de Granada


un tema de estudio completamente agotado en este nuevo siglo. Durante su intervención
en el Symposium celebrado a raíz del aniversario de la conquista de la capital nazarí,

213
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)» En González Jiménez,
Manuel y López de Coca Castañer, José Enrique (dirs.): Historia de Andalucía; vol. III. Andalucía del
Medievo a la Modernidad (1350-1504). Madrid: Editorial Planeta, 1980, pp. 317-485; del mismo autor,
«La conquista de Granada: el testimonio de los vencidos» En Norba. Revista de Historia, vol. 18. Cáceres:
Universidad de Extremadura, 2005, pp. 33-50.
214
MACKAY, ANGUS: Andalucía y la guerra del fin del mundo» En VVAA: Andalucía entre Oriente y
Occidente (1236-1492). Actas del V coloquio internacional de Historia medieval de Andalucía. Córdoba:
Universidad de Córdoba, 1988, pp. 329-342.
215
Recogida principalmente en PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: Guerra santa, cruzada y yihad en
Andalucía y el reino de Granada (siglos XIII-XV). Granada: Universidad de Granada, 2017. Por la
influencia directa en muchas de las ideas que han estructurado la presente tesis doctoral, cabe destacar con
especial énfasis su artículo «―Christo pelea por sus castellanos‖. El imaginario cristiano de la guerra de
Granada» En González Alcantud, José Antonio y Barrios Aguilera, Manuel (eds.): Las tomas:
antropología histórica de la ocupación territorial del reino de Granada. Granada: Universidad de
Granada, 2000, pp. 453-524. Muchas
216
MILHOU, ALAIN: «Esquisse d‘un panorama de la prophétie messianique en Espagne (1482-1614).
Thématique, conjoncture et fonction» En Redondo, Agustín (ed.): La prophétie comme arme de guerre des
pouvoirs. XVe-XVIIe siécles. París: Presses de la Sorbonne-Nouvelle, 1999, pp. 1-29; del mismo autor, «La
chave-souris, le nouveau David et le roi caché (trois images de l‘empereur des desniers temps dans le
monde ibérique: XIIIe-XVIe s.)» En Melanges de la Casa de Velázquez, nº 18. Madrid: Casa de
Velázquez, 1982, pp. 61-79; asimismo, Colón y su mentalidad mesiánica en el ambiente franciscanista
español. Valladolid: Casa Museo de Colón: Seminario Americanista de la Universidad, 1983.

135
José Fernando Tinoco Díaz

Emilio Cabrera ya afirmaba al respecto que «la Guerra de Granada es una de esas
materias en las que resulta difícil aportar nada verdaderamente nuevo porque casi todo
parece estar dicho desde hace tiempo», aunque «siempre cabría añadir los matices que
puede proporcionar una nueva reflexión sobre el tema desde nuestra perspectiva
actual»217. Según la perspectiva del historiador cordobés, la narración de los hechos
militares de la conquista, junto a los marcos organizativos y los esfuerzos financieros de
la sociedad castellana en torno a este conflicto, serían las facetas del conflicto que
habrían recibido una atención suficiente por los historiadores. Según la perspectiva del
historiador cordobés, la narración de los hechos militares de la conquista, junto a los
marcos organizativos y el inmenso esfuerzo financiero de la sociedad castellana por
lograr la derrota del emirato, serían las facetas del conflicto que habrían recibido una
atención suficiente por los historiadores. En otro lado quedarían los temas estratégicos y
doctrinales relacionados con la prosecución de esta empresa, íntimamente relacionados
con el desarrollo de la faceta más cultural del análisis histórico. En ese sentido, la
reedición de textos muy fecundos para el estudio de estos aspectos más complejos de la
contienda durante los últimos años, como han sido el caso del estudio dedicado a la
género historiográfico en verso del periodo de los Reyes Católicos por el lingüista Pedro
Cátedra218, o las reflexiones de Gonzalo Pontón sobre la perspectiva cronística de los
narradores del conflicto219, han denotado que la incorporación de reflexiones realizadas
por especialistas de otros campos brinda una oportunidad idónea para que la Guerra de
Granada vuelva a ser un prolífico terreno de trabajo. Esta nueva perspectiva, de marcada
orientación multidisciplinar, ha supuesto un punto de inflexión para la estructuración de
nuevos trabajos de índole poliédrica al respecto del estudio de la propia contienda entre
castellanos y granadinos, denotando que todavía es posible desarrollar un conocimiento
más profundo del estudio de la Guerra de Granada «bebiendo para ello de las crónicas

217
CABRERA MUÑOZ, EMILIO: «La Guerra de Granada a través de las crónicas cristianas» En Ladero
Quesada, Miguel Ángel (ed.): La incorporación de Granada a la corona de Castilla. Granada: Diputación
provincial de Granada, 1993, pp. 441-469, p. 441. Más recientemente, esta afirmación ha vuelto a ser
puesta de manifiesto por GARCÍA FERNÁNDEZ, MANUEL: «Prólogo» En Peinado Santaella, Rafael G.:
Guerra santa, cruzada y yihad en Andalucía y el reino de Granada (siglos XIII-XV). Granada: Universidad
de Granada, 2017, pp. IX-XII, pp. X-XI.
218
CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO M.: La historiografía en verso en la época de los Reyes Católicos.
Salamanca: Universidad de Salamanca, 1989, pp. 49-68.
219
PONTÓN GIJÓN, GONZALO: Escrituras históricas: relaciones, memoriales y crónicas de la Guerra de
Granada. Madrid: Marcial Pons–Centro para la Edición de los Clásicos españoles, 2002.

136
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que se hicieron eco de aquel decisivo enfrentamiento para la suerte del último estado
andalusí de la Península»220.

A día de hoy podemos afirmar que esta guerra aún se presta a realizar un nuevo
análisis de sus diversas facetas desde una visión poliédrica, mucho más abierta y
heterogénea que los estudios compuestos durante las últimas décadas, que pueda plantear
verdaderas novedades en el tratamiento de las diversas facetas de dicha empresa. El
punto de inicio de estos estudios ha tomado como origen la reflexión que el propio
Miguel Ángel Ladero realizaba en su intervención durante el primer gran ciclo de
conferencias dedicado a este enfrentamiento. En la década de 1480, este autor denotaba
que «más allá de su importancia como tema concreto, [la Guerra de Granada] es una
ocasión sobresaliente para discernir las realidades profundas de una situación histórica, y
sus formas de funcionamiento y relación, a través de unos métodos de trabajo por los que
se aboga hoy la nueva historia política en toda Europa»221. Prácticamente treinta años
más tarde, la vigencia de esta sentencia aún parece hacerse sentir en el panorama
historiográfico actual, de forma que el presente trabajo pretende dar continuidad a esta
reflexión y dar continuidad al estudio poliédrico de la contienda castellano-nazarí desde
su faceta ideológica a través del análisis de las principales fuentes cronísticas
contemporáneas a dicho conflicto. En ese sentido, Norman Housley destacaba que si bien
«gracias en gran parte al trabajo del Profesor M.A. Ladero Quesada, el carácter de la
guerra está claro; tanto el fondo de la cruzada, como sus resultados a largo plazo siguen
siendo una gran problemática». Este autor reconocía que «en el caso del [fondo de la
cruzada], la dificultad radica en decidir si la cruzada representa un cambio radical en la
política castellana hacia Granada»222. Sobre esta idea gira el planteamiento del presente
trabajo, que pretende abordar la faceta ideológica y doctrinal de la Guerra de Granada y
su posible caracterización como cruzada.

3.2. UTILIZACIÓN DE FUENTES CRONÍSTICAS: MÉTODO Y FINALIDAD.

3.2.1. DESCRIPCIÓN DE LA INTERVENCIÓN METODOLÓGICA.

A lo largo del análisis histórico que se recoge en el presente trabajo, se plantea el


estudio del posible carácter cruzadista de la Guerra de Granada, y la influencia que las
220
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. XI.
221
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «Ejército, logística y…», op.cit., p. 707.
222
«Thanks largely to the work of Professor M.A. Ladero Quesada, the character of the war itself is now
clear; but both the background to the crusade, and is long-term results, remain highly problematic»;
HOUSLEY, NORMAL: The Later crusades..., op.cit., p. 291.

137
José Fernando Tinoco Díaz

distintas facetas de esta consideración cruzada jugaron en el transcurso de una contienda


que significó la conclusión de la Reconquista hispánica. Para abordar este objetivo, se ha
optado por plantear una conceptualización de la cruzada desde una perspectiva que, si
bien tiene en cuenta el trabajo de las diversas escuelas de análisis de este término,
reconoce la imposibilidad de precisar una definición concreta. Al igual que otras
emociones humanas, como el amor o el miedo, la verdadera cruzada respondió a la
proyección de un sentimiento interior, «una fuerza que excita la imaginación y los
entusiasmo y que fortalece las voluntades»223. En este caso concreto, la realidad de la
cruzada estuvo asentada sobre un sistema de creencias íntimamente conectado con la
ideología cristiana predominante en el seno de la sociedad occidental durante el periodo
medieval. En este contexto fue donde paulatinamente tomó forma en torno a una
concepción de lucha sacralizada frente a los antagonistas enemigos de la fe que mostró
una rica variedad de matices. De esta manera, la verdadera definición de la cruzada solo
se hace visible a través del estudio de ideas y actitudes como pudieron ser las pulsiones
escatológicas, con frecuencia de índole milenaristas, que animaron a una sociedad a
emprender diversas empresas de carácter salvacioncista. Pero esta perspectiva también
conduce irremediablemente al análisis de diversos elementos doctrinales donde pudo
hacerse presente. En ese sentido, destaca sobre todo el estudio de la forma en la que los
poderes medievales procuraron encauzar este tipo de movimientos en su favor, a través
de una férrea institucionalización que, en muchas ocasiones, acabó por desvirtuarlo de su
espíritu original.

El enfoque de cruzada utilizado en el presente trabajo ha pretendido diferenciar los


conceptos de guerra santa indulgenciada, y la acción bélica que posee, en su fuero
interno, un claro componente colectivo de índole salvífico. Por este motivo, se ha hecho
necesario delimitar la instrumentalización de este sentimiento por parte de los principales
actores del periodo, de manera que se realizara un acercamiento, lo más sincero posible,
a la realidad social donde se gestó este movimiento. El presente trabajo parte, por tanto,
de un tratamiento de la concepción de cruzada desde una perspectiva poliédrica, que
pretende examinar las diversas facetas proclives a ser consideradas manifestaciones de
esta realidad. La aparición de estos fundamentos no asegura, por sí mismo, la definición
de una campaña bélica como una verdadera cruzada, pues en la mayoría de los casos
estos elementos son producto de una concepción cristiana de la guerra. De hecho, en

223
SÁNCHEZ PRIETO, ANA BELÉN: Guerra y guerreros..., op.cit., p. 117.

138
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

algunos casos incluso con un origen incluso anterior a la aparición del fenómeno de
cruzada. Por este motivo, se hace necesario dirimir si realmente su identificación es
consecuencia de una verdadera actitud cruzada y, participan de esta realidad; o si, por
otro lado, son productos de la institucionalización que la realidad cruzadista sufrió a lo
largo del periodo medieval.

Partiendo de estas premisas, el presente estudio de la perspectiva cruzadista de la


Guerra de Granada se va a enfocar desde dos ámbitos complementarios que intenta cubrir
el espectro poliédrico de la definición de cruzada medieval. De un lado, la atención se
centrará en las representaciones institucionales y jurídicas producto de la consideración
de este conflicto como una guerra religiosa bajo el amparo del papado romano. El
ensalce de esta faceta de la contienda castellano-nazarí permitió a los Reyes Católicos
reforzar la perspectiva cristiana de su empresa en el contexto occidental y contar con la
concesión pontificia de bula de cruzada. De otro, se intentará hacer hincapié en las
diversas corrientes espirituales y doctrinales expresadas al respecto de la consideración
de este conflicto como un trance escatológico superior. En una época de especial
sensibilidad milenarista, tal visión de la guerra castellano-nazarí determinó el desarrollo
de la faceta mesiánica de los monarcas hispánicos como adalides del cristianismo
militante, la equiparación del conflicto castellano con la idea de la lucha jerosolimitana, y
la demonización del rival musulmán como un verdadero enemigo de la fe católica. A
través de ambas visiones de la guerra, se pretende realizar un acercamiento, claro y
conciso, a una supuesta concepción de cruzada de esta contienda, tanto desde sus rasgos
internos, como externos, para dirimir si realmente ésta fue una empresa de carácter
cruzadista.

En el primer caso, el estudio de la faceta institucional de la Guerra de Granada se va a


estructurar a partir de la definición institucional del carácter del conflicto. En ese sentido,
el centro de atención girará en torno a la consideración de este conflicto como una guerra
justa, y la influencia que tuvo la perspectiva religiosa de la lucha frente al infiel en los
diversos discursos compuestos por los cronistas del periodo. Asimismo, se determinará la
importancia que la rivalidad doctrinal con los musulmanes del emirato nazarí tuvo en los
diversos gestos y decisiones llevados a cabo por los Reyes Católicos. El análisis de esta
perspectiva a lo largo del discurso cronístico, servirá para dirimir el verdadero peso de
ambas en la concepción de este conflicto en el seno de la comunidad castellana, y la
imbricación de ambas facetas de la contienda en torno a la descripción de esta iniciativa

139
José Fernando Tinoco Díaz

como una empresa necesaria, tanto para el contexto hispánico, como para la realidad
cristiana occidental. En ese sentido, la atención se centrará especialmente en la
proyección de la contienda frente a los nazaríes como un capítulo más de la guerra frente
a la amenaza turca en el contexto mediterráneo, lo cual permitió atraer la atención de
toda Europa y, sobre todo, del Pontificado romano. Tanto Sixto IV, como Inocencio VIII,
concedieron a la empresa de los reyes castellanos diversas prerrogativas papales, entre
las que destacó la bula de cruzada. Se hace necesario, por tanto, determinar cuál fue la
realidad de esta gracia pontificia en la definición formal de este conflicto y el control de
la curia romana sobre el aparato forma de esta institución. Esta perspectiva debe ser
estudiada en las crónicas desde dos puntos de vistas complementarios. En primer lugar,
la presencia o ausencia de alusiones referentes a los distintos elementos que
determinaban la faceta institucional de la cruzada pontifica, entre los que destacan el voto
cruzado, la predicación de las diversas indulgencias plenarias y las referencias a la
aparición de elementos como estandartes o emblemas que determinaban el carácter
cruzado de esta contienda, así como el peso de todo ello en las diversas liturgias llevadas
a cabo por los guerreros que tomaron parte en ella. A través del análisis de todos ellos se
pretende dirimir si esta concesión realmente sirvió como un estímulo esencial para la
prosecución de la campaña, o si solo significó un refuerzo socioeconómico de los medios
al servicio de la monarquía hispánica. Por otro lado, este otorgamiento producido por una
autoridad legítima universal, como era el santo padre, también sirvió como eje para la
configuración de una propaganda cronística sustentada en el carácter cristiano y universal
de la campaña frente a Granada, lo cual permitió proyectar la imagen de los Reyes
Católicos como líderes del cristianismo militante. Por todo ello, se observa necesario
determinar qué gestos, palabras e imágenes sirvieron para expresar la realidad cruzadista
de esta campaña a través de los diversos elementos que tradicionalmente formaban parte
de la institución cruzada, y cuáles derivaban de la propia doctrina reconquistadora
hispánica.

Al margen de estas directrices institucionalistas, este estudio también pretende


abordar el contexto social en el que se gestó la contienda frente a Granada y la
consideración de esta empresa para el pueblo castellano, para poder determinar la
existencia de un verdadero sentimiento que permitiera definir esta campaña
verdaderamente como cruzada. Como se ha citado anteriormente, este enfoque, estudiado
por autores de la corriente populista como Alphandéry, considera la cruzada como una

140
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pulsión escatológica, con frecuencia milenarista, que anima a las masas de Occidente a
emprender el viaje que ha de culminar y acabar la historia de la salvación. Más allá de
que esta categoría dependa de la concesión de indulgencias derivadas de la iniciativa
papal, la verdadera cruzada debe responder a una necesidad social. La iniciativa cruzada
es definida así por un sentimiento y no por un reconocimiento institucional. Se diferencia
con este planteamiento entre guerra santa indulgenciada y la acción bélica que posee en
su fuero interno un claro componente voluntario y escatológico, como camino de
resolución de conflictos. Por este motivo, se ha decidido centrar la atención en el
convulso ascenso al trono de Isabel de Castilla, para determinar si este hecho realmente
fue sentido en Castilla como una señal divina, que facilitó la génesis de un ambiente
propicio para la generalización de diversas profecías que anunciaban el cambio de signo
para el pueblo castellano. Pero esta perspectiva también conduce irremediablemente al
análisis de la forma en la que los poderes bajomedievales procuraron encauzar este tipo
de movimientos en su favor, a través de una férrea institucionalización que, en muchas
ocasiones, acabó por desvirtuarlo de su espíritu original. En ese sentido, el enfoque de
cruzada utilizado en el presente trabajo ha pretendido diferenciar los conceptos de guerra
santa indulgenciada, y la acción bélica que posee, en su fuero interno, un claro
componente colectivo de índole salvífico. Por este motivo, se ha hecho necesario
delimitar la instrumentalización de este sentimiento por parte de los principales actores
del periodo, de manera que se realizara un acercamiento, lo más sincero posible, a la
realidad social donde se gestó este movimiento.

Desde esta perspectiva, parece necesario determinar el papel de los cronistas del
entorno cortesano en la génesis de este tipo de interpretaciones de la realidad del reino y
en la divulgación de este tipo de vaticinios que anunciaban el reinado de los nuevos reyes
de Castilla y Aragón como una nueva parusía para el territorio peninsular. En ese sentido,
la idoneidad de llevar a cabo una nueva contienda frente al musulmán pareció nacer de la
demanda histórica del propio reino cristiano, lo que conducirá a un estudio de la propia
Guerra de Granada bajo la consideración de capítulo final de la Reconquista. Sin
embargo, cabe precisar el verdadero alcance de esta visión de la empresa en el conjunto
de la sociedad castellana, para concluir el verdadero carácter de esta contienda y la
proyección milenarista de su conclusión como redención del pueblo castellano. Dentro de
este aspecto, es interesante detenerse en el verdadero peso de la religión en este conflicto
y la sublimación de esta faceta dentro del desarrollo de un fuerte sentimiento nacionalista

141
José Fernando Tinoco Díaz

en torno a la conclusión de la Reconquista hispánica y el reforzamiento de la autoridad


real. De la misma manera, es necesario hacer referencia a los valores que movían a estos
guerreros a participar en dicha guerra y en las diversas liturgias y ritos que determinaban
la actitud del cristiano ante la batalla. Entre todos estos elementos, destacaba la
pervivencia de un ethos caballeresco que afrontaba una nueva etapa de definición. Pero el
final de la contienda también determinó la génesis de una propaganda hispánica asentada
sobre las tradiciones castellanas y aragonesas, que realizó una lectura de signo
escatológico del alcance de esta conquista proyectándola como el inicio de una nueva
campaña que culminaría con la recuperación de Jerusalén por don Fernando, el rey
destinado a encabezar la cristiandad occidental. En ese sentido, la propaganda castellana
se sirvió de las posibilidades doctrinales en torno a la lucha por la defensa de la fe
cristiana, para desarrollar una línea escatológica muy cercana a las profecías europeas de
clara influencia cruzadista, que justificara las acciones imperialistas de una nueva
monarquía hispánica y las identificase como unos hechos de marcado carácter
providencial. Con todo ello, se pretende dirimir la verdadera significación de la
sublimación religiosa del conflicto como fórmula de reforzamiento de la imagen de los
Reyes Católicos en el reino castellano y en el conjunto de toda la cristiandad.

Para llevar a cabo este arduo cometido, se ha optado por centrar la atención del
análisis en las fuentes narrativas del periodo de la Guerra de Granada. A través del
estudio de los principales cronistas del periodo, como fueron las obras de Fernando del
Pulgar, Diego de Valera, Alonso de Palencia o Andrés Bernáldez, se pretende denotar la
verdadera realidad de la Guerra de Granada la ideología castellana durante la Baja Edad
Media, así como la incidencia de conceptos unidos a la cruzada o la reconquista pudieron
incidir sobre los guerreros de Castilla frente al secular enemigo musulmán que fue el
emirato nazarí de Granada. Partiendo del análisis de estas fuentes y de sus antecesoras, se
puede determinar el grado de novedad en el discurso de los cronistas del periodo de los
Reyes Católicos, así como la continuidad de determinados enfoques retóricos que
tuvieron su origen a principios de siglo, durante las campañas de Fernando de Antequera.
Asimismo, también se ha contado con el estudio algunas de las crónicas posteriores a
esta contienda, las cuales deben ser consideradas como una herencia directa de la
proyección de esta guerra en las obras narrativas anteriores. Estas perspectivas
posteriores permitirán contrastar y complementar la información aportada por las
primeras fuentes historiográficas, así como analizar y enriquecer el presente trabajo, con

142
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la incorporación de diversos juicios de valor de esta contienda, realizados varios años


después del conflicto. De la misma manera, las narraciones compuestas durante siglo
XVI referentes a este conflicto, deben ser tratadas como una muestra de la robusta
influencia del discurso construido por los cronistas de los Reyes Católicos y su influjo en
la proyección del proceso propagandístico, generado en torno a la sublimación de la
significación de la conquista de Granada, en un entorno regido por las aspiraciones
imperialistas de la corona hispánica. Con todo ello, se pretender dirimir la verdadera
significación de esta trascendental contienda a través de la deconstrucción del discurso
cronístico en torno a esta guerra, analizando los diversos elementos que lo compusieron a
raíz del contexto espacial y temporal en el que fue construido.

Con respecto a la metodología utilizada para el presente análisis, cabe afirmar que
este estudio pretende realizar un trabajo de tratamiento de las fuentes cronísticas
sistemático y riguroso, sin romper con la tradición historiográfica anterior, pero teniendo
en cuenta las novedades establecidas en los últimos años en este campo de análisis. En
ese sentido, el procedimiento de examen de estas narraciones se ha planteado desde una
perspectiva teórica y metodológica asentada sobre los postulados del llamado Nuevo
Medievalismo, defendidos por autores como Paul Freedman o Gabrielle Spiegel. El
origen de esta corriente procede de la llamada Nueva Historia, término que denominaba
una línea historiográfica relacionada con la école des Annales que abogaba por llevar
adelante la premisa impuesta por el paradigma postmodernista, de establecer un
replanteamiento en el modelo tradicional historiográfico. Frente a la política como objeto
esencial de la historia rankeana, la Nueva Historia se interesó por casi cualquier actividad
humana, proyectado lo que se denominó como Historia Total. Esta diversificación de
temas, con el consiguiente relativismo cultural implícito, dio pie a una nueva forma de
historiar, dedicada al análisis de estructuras sobre los acontecimientos, que asimismo
ampliaba las fuentes disponibles del investigador224. Pero a mediados de la década de
1960, esta corriente entró en crisis. Cuestionada por las Ciencias Sociales y amenazada
por el surgimiento del llamado giro lingüístico, se hizo necesario recuperar el sentido
original del estudio del ser humano. De este modo, una nueva corriente, denominada
Historia Cultural, comenzó a postular la necesidad de dejar de considerar los
documentos como simples fuentes históricas, para abrir nuevas perspectivas derivadas de
224
Al respecto de este método de estudio, es muy sugerente la reflexión realizada por BURKE, PETER:
«Overture: the New History, its Past and its Future» En Burke, Peter (ed.): New Perspectives on Historical
Writing. Cambridge: Polity Press, 1991, pp. 1-23.

143
José Fernando Tinoco Díaz

su consideración como un resultado ideológico intencional. Para los defensores de esta


línea de trabajo, «la eficacia de los textos históricos no reside en la racionalidad de su
contenido, sino en la coherencia de su relato, que tan bien se aviene con las motivaciones
de quienes las promocionaron y con las inquietudes de sus lectores»225. En el caso del
medievalismo, la corriente del conocido como New Medievalism fue una concesión de
esta idea postmodernista aplicada a los estudios medievales226.

La perspectiva analítica propuesta por esta línea de trabajo pretendía desarrollar un


acercamiento poliédrico a la realidad pretérita desde una perspectiva lo más completa
posible, basada en un concepto amplio de cultura, que centraba la atención en la
reactivación de unos temas desechados por espurios, con documentación que hasta ahora
se consideraba residual o ya trabajada. Verbigracia, uno de los principales representantes
de esta escuela, el historiador Aengus Ward, afirmaba que «la historia es siempre
discurso, siendo las crónicas el mayor exponente del discurso histórico por
antonomasia»227. Estos autores entienden las crónicas como construcciones literarias,

225
AURELL, JAUME: «El Nuevo Medievalismo y la interpretación de los textos históricos» En Hispania:
Revista Española de Historia, vol. LXVI, nº 224. Madrid: CSIC, 2006, pp. 809-832, pp. 822; RORTY,
RICHARD M. (ed.): The linguistic turn. Recent essays in philosophical method. Chicago: University of
Chicago Press, 1967; sobre el giro cultural; FOUCAULT, MICHEL: Les mots et les choses. Une archéologie
des sciences humaines. París: Seuil, 1966; DERRIDA, JAQUES: L’écriture et la différence. París: Seuil, 1967.
Sobre todo ello, es muy interesante consultar la reflexión realizada por RÍOS SALOMA, MARTÍN: «De la
historia de las mentalidades a la historia cultural: notas sobre el desarrollo de la historiografía en la segunda
mitad del siglo XX» En Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, nº 37. México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 97-137.
226
Sobre todo ello, HUNT, LYNN (ed.): The New Cultural History. Berkeley: University of California Press,
1989, SPIEGEL, GABRIELLE M.: The Past as Text. Theory and Practice of Medieval Historiography.
Baltimore: JHU Press, 1997; De la misma autora: «La historia de la práctica: nuevas tendencias en historia
tras el giro lingüístico» En Ayer, nº 62, 2006, pp. 19-50; BROWNLEE, MARINA S., BROWNLEE, KEVIN Y
NICHOLS, STEPHEN G. (eds.): The New Medievalism. Baltimore: The Johns Hopkins University Press,
1991; BURKE, PETER: «Overture: the New…», op.cit.; AURELL, JAUME Y CROSAS, FRANCISCO (eds.):
Rewriting the Middle Ages in the Twentieth Century, Turnhout: Brepols Publishers, 2005; GUENÉE,
BERNARD: Historie et culture historique dans l’Occident médiéval. París: Aubier, 2011.
227
WARD, AENGUS: Teoría y práctica de la historiografía medieval ibérica. Birmingham: Birmingham
University Press, 2000, p. 6. La propia forma literaria adoptada por el texto cronístico es un reflejo de los
condicionantes, en tanto el propio género literario de la crónica debe ser entendido como forma de
conocimiento que privilegia en el objeto su condición de instrumento. A lo largo de la Edad Media, el
género cronístico evoluciona desde los simples escritos que se encargan de codificar fechas acorde a unos
sucesos, hasta su fusión con los anales. A partir del siglo XIII, el concepto de crónica designa dos géneros
muy distintos de narrativa. Por un lado, la relación de sucesos contemporáneos donde ha intervenido el
autor o bien la síntesis más o menos elaborada de los documentos relativos a los grandes Estados. Por otro,
la crónica militar o política estrictamente, que nace de la narración de guerras santas en el ámbito
mediterráneo mercantil. En el siglo XV ambos modelos aparecerán estrechamente unidos, generando un
estilo narrativo e histórico al servicio del Estado y de la idea de nación; ORCÁSTEGUI, CARMEN Y SARASA,

144
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

sociales y políticas, producidas en un espacio y un tiempo concretos, que condicionan la


propia visión doctrinal que de ella se desprende. De este modo, las fuentes no son sino el
resultado de una propaganda de larga duración, destinada a controlar y configurar la
propia memoria colectiva de la sociedad, pero siempre en un nivel en el que el sustrato
ideológico y doctrinal expresado en ellas permanece dentro de la denominada «lógica
social del texto»228. Apoyándose en las ideas de Mikhail Bakhtin, Spiegel afirma que los
textos históricos son al mismo tiempo, producto de una sociedad y agentes de esa misma
sociedad. Para esta autora, el discurso verbal siempre tiene una dimensión social y
lingüística que debe analizarse como un conjunto de elementos indivisibles. Entendido en
clave heurística, esta metodología influye en la forma en que la crónica se entiende como
documento o monumento, con todo lo que ello conlleva para el modelo historiográfico
actual. El relato cronístico es entendido, por tanto, como un hecho retórico, social y
político, reflejo del sistema social, en tanto producto ideológico y elemento doctrinal. En
ese sentido, Felipe Maíllo considera que en ellas, al margen de la consciencia del autor,
también se acierta a adivinar un claro referente de la posición doctrinal de un sistema de
valores coetáneo229.

La crónica, por tanto, deber ser considerada como «una realidad coherente en sí
misma, tanto histórica como literaria, que precisa de unas condiciones específicas para su
comprensión y, que, por tanto, no pueden ser analizadas basándose exclusivamente en
nuestra rígida mentalidad racional»230. Esta complejidad hace necesario un acercamiento
a ellas desde una visión poliédrica e pluridisciplinar, de forma que se abarque el estudio
de todas las dimensiones históricas del documento desde su naturaleza discursiva y sus
condicionamientos ideológicos. La nueva interpretación de textos históricos propuesta
está basada en la interacción del historiador con el documento, a través de la aplicación
de las nuevas corrientes epistemológicas, provenientes de la antropología, la lingüística o
la sociología, y del denominado giro lingüístico. Importaba así, tanto el contenido, como
la propia forma de estas fuentes, de tal manera que la idea que articulaba cualquier
análisis era el hecho de que cualquier representación del pasado estaría condicionada por

EMILIO: La Historia en la Edad Media. Madrid: Cátedra, 1991; WHITE, HAYDEN: El contenido de la
forma: narrativa, discurso y representación histórica. Barcelona: Paidós Ibérica, 1997.
228
SPIEGEL, GABRIELLE M.: «History, Historicism and the Social Logic of the Text in the Middle Ages» En
Speculum nº 55. Cambdrige: Medieval Academy of America, 1990, pp. 59-86.
229
MAÍLLO SALGADO, FELIPE: Un análisis del discurso histórico: la ideología (lección teórico
metodológica). Salamanca: Comercial Salmantina Prado, 1980.
230
AURELL, JAUME: «El Nuevo medievalismo…», op.cit., pp. 810, 813.

145
José Fernando Tinoco Díaz

el contexto social y su relación con las redes sociales y políticas desde las que ha sido
articulada. Con su estudio, donde interesa tanto lo real como lo ficticio, lo expresado y lo
silenciado, se ha pretendido abordar la dimensión comunicativa de la cronística
castellana y su manifestación como ejemplo de justificación dinástica, actividad
gubernativa y exaltación monárquica. De esta manera, el objetivo del historiador no era
reconstruir el pasado, sino simplemente volver a hacerlo presente, denotando la
intencionalidad acorde con el periodo donde han sido articulados. En ese sentido, estas
fuentes contienen una ideología o intencionalidad que hace necesaria una interpretación
crítica que les ponga en su contexto e interprete la realidad en la que fueron compuestos.
Sin embargo, el investigador debe tener siempre presente los posibles condicionantes
para su comprensión. En este aspecto, quizá el historiador no siempre esté en condiciones
de evaluar con absoluta seguridad los motivos últimos y reales que llevan a un
gobernante o a una sociedad a hacer la guerra. Pero en todo caso, lo que sí puede hacer es
analizar las razones que alegaron para librarlas a través de la construcción de un discurso
asentado sobre unos acontecimientos reales, en una secuencia narrativa comparada y
contextualizada, que dote de un significado formal a la crónica como reflejo del sistema
social231.

3.2.2. DESCRIPCIÓN DE LAS FUENTES CRONÍSTICAS ANALIZADAS.

A partir del giro romanista que se produce en el reino de Castilla durante el reinado
de Alfonso X (1252-1284), el género histórico ocupó un papel fundamental como soporte
del programa político de la monarquía de este territorio peninsular. Las obras compuestas
durante este periodo, comenzaron a definir las ambiciones imperiales de la corona
castellana, a través de la mitificación de un pasado descontextualizado que ayudaba a
justificar las acciones monárquicas en su entorno hispánico. Con el posterior ascenso al
trono de la dinastía Trastámara, la necesidad de legitimar y reforzar el poder de este

231
Al respecto, consultar MARTIN, GEORGES: Histories de l’Espagne médiévale. Historiographie, geste,
romancero. París: Klincksieck, 1997; LEROY, BÉATRICE: L’historien et son roi. Essai sur les chronicles
castillanes (XIVe-XVe). Madrid: Casa Velázquez; LINEHAN, PETER: History and the Historians of Medieval
Spain, Oxford: Clarendon, 1993; MARTÍNEZ SOPENA, PASCUAL Y RODRÍGUEZ LÓPEZ, ANA (eds.): La
construcción medieval de la memoria regia. Valencia: Universitat de València, 2011; FERNÁNDEZ DE
LARRE, JON ANDONI Y DÍAZ DE DURANA, JOSÉ RAMÓN (eds.): Memoria e historia. Utilización política en
la corona de Castilla al final de la Edad Media. Madrid: Sílex, 2010. Una breve reflexión sobre la
aplicación de esta perspectiva al estudio de la cronística castellana del periodo bajomedieval, puede
consultarse en GARCÍA, CHARLES: «Las crónicas de la Baja Edad Media Ibérica en la historiografía europea
(no ibérica) (1999-2010)» En Revista diálogos mediterráicos, nº 2. Brasil: Universidad Federal do Paraná,
2012, pp. 48-67.

146
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

linaje frente a las pretensiones nobiliarias de la aristocracia del reino, generó la


configuración de las crónicas reales como objetos de difusión de un conjunto de
estructuras doctrinales, que ayudaron a consolidar la línea de los reyes de esta estirpe en
el poder. A lo largo de siglo y medio, la casa real se sirvió de historiadores profesionales
para apoyar su consolidación en el trono, a través de la composición de narraciones
cronísticas en castellano vinculadas a la reclamación de un pasado y un proyecto político
de futuro que apoyaba la consolidación de una idea de identidad colectiva concreta. Este
tipo de escritos aportaran un evidente aire de continuidad entre la historia de este reino
hispánico y las acciones llevadas a cabo por los monarcas de esta nueva dinastía, lo cual
ayudaba a legitimar el fortalecimiento de su propia autoridad.

El desarrollo de esta nueva corriente historiográfica, que paulatinamente sustituyó al


viejo modelo de la llamada crónica general, fue concretado en la aparición del cargo de
cronista real. A partir del reinado de Juan II, los historiadores de este periodo
comenzaron a ser considerados como agentes de la propaganda regia, en cuanto que
supieron asociar la línea política de los monarcas de turno, con los valores culturales de
la época. El resultado de esta labor narrativa, fue la génesis de un discurso histórico que
aunó las nociones naturales, jurídicas e históricas, predominantes durante esta etapa, que
colaboró sobremanera en el reforzamiento de la figura del rey en este territorio. A través
de las obras de autores como Fernán Pérez de Guzmán, Gonzalo Chacón, o Diego
Enríquez del Castillo, se difundieron nociones elementales, pero de fácil arraigo
colectivo, que jugaron un papel notable en la configuración de opinión pública e ideas
políticas, que dieron pie a la génesis de sentimientos patrióticos y pro monárquicos en
torno al afianzamiento del linaje Trastámara en el trono castellana. Un pasado unificado
y un presente de unión parecen comenzar a dibujarse en las crónicas castellana de este
periodo, que tuvieron en el carácter providencial del inicio del reinado de Reyes
Católicos su punto culminante. En ese sentido, el contraste que se produjo entre la visión
del reinado de Enrique IV como la decadencia del reino, y el ascenso al trono de Isabel y
Fernando como el inicio de nueva época de unidad y progreso, «corresponde a la
conciencia de que el estado moderno castellano-aragonés se ha establecido
definitivamente»232. El reinado de estos monarcas acabó por consolidar a la dinastía

232
DEYERMOND, ALAIN: «La ideología del Estado moderno en la literatura española del siglo XV» En
Rucquoi, Adeline (cood.): Realidad e imagen del poder: España a fines de la Edad Media. Valladolid:
Ámbito Ediciones, 1988, pp. 171-193, p. 186; Sobre este aspecto, TATE, ROBERT B.: «La historiografía del
reinado de los Reyes Católicos» En González Iglesias, Juan Antonio y Codoñer Merino Carmen (coords.):

147
José Fernando Tinoco Díaz

Trastámara en el trono de la corona hispánica, y recuperó el ideal del destino imperial


que impuso la cronística medieval alfonsina para proyectarla hacia un brillante futuro.

El cargo de cronista oficial de la corona, entendido como un funcionario al servicio


de la corona, no apareció hasta el nombramiento de Juan de Mena (1411-1456) en el
siglo XV, al cual sucedieron Martín de Ávila, Diego Enríquez del Castillo, Alonso de
Palencia y Fernando del Pulgar. A partir de la generalización de este título por la
monarquía Trastámara, la misión de escribir la Historia de ese reino como prolongación
de las crónicas generales comenzó a concretarse en la labor de estos verdaderos
funcionales reales. Estos cronistas no solo exponían la política oficial de los monarcas,
sino que servía como enviados regio, es por ello que Gonzalo de Oviedo los denominó
muy acertadamente como «evanjelistas». Por tanto, su función residía en cumplir los
diversos encargos particulares de los reyes castellanos, siempre trabajando bajo una
cierta censura real, a la par que se ocupaba de acumular manuscritos de crónicas
anteriores y contemporáneas con vistas a la paulatina redacción de los hechos más
destacados de su tiempo. Pero si durante el reinado de Juan II y Enrique IV se duplicaron
los letrados en el seno de la corte real castellana, a lo largo del de los Reyes Católicos su
número se triplicó.

El trabajo de los cronistas de este reinado, es considerado como el mejor ejemplo del
papel de la narración literaria bajomedieval como forma de justificación dinástica,
actividad gubernativa y exaltación militar, abocada a una culminación providencialista
como clave hermenéutica. Sobre desarrollo doctrinal de un neogoticismo tardío, la
imposición del castellano como lengua de expresión y la búsqueda de una identidad
castellana compartida, estos autores orientaron sus obras hacia la defensa de la génesis de
un modelo de Estado centralizado. Pero, a diferencia de etapas anteriores, todo ello se
desarrolla bajo un razonamiento y uso de la retórica secular, derivado de las corrientes
pre humanistas que copaban las cotas culturales más alta de la sociedad castellana
bajomedieval. Durante el final esta centuria, este humanismo hispánico se canalizó en
una nueva forma de entender secularmente la política de forma sistemática, que quedó
reflejada en las distintas obras escritas a lo largo de las últimas décadas del siglo XV. A

Antonio de Nebrija, Edad Media y Renacimiento. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1994, pp. 17-28;
GARCÍA, MICHEL: «La crónica real castellana en el siglo XV» En Actas del II Congreso Internacional de la
Asociación Hispánica de Literatura medieval (Segovia, del 5 al 9 de octubre de 1987). Alcalá de Henares:
Universidad de Alcalá de Henares, 1991, pp. I, 53-70.

148
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la par, fueron nombrados historiadores personas de amplia formación académica, que


ayudaron en Castilla al desarrollo del modelo pre estatal bajomedieval233.

A pesar de la importancia capital de estos cronistas reales en el contexto del reinado


de los Reyes Católicos, cabe tener en cuenta que, como señaló Robert Tate, «en la
historiografía medieval de la Península Ibérica no hay ningún siglo que pueda competir
con el XV en variedad de formas y en las diversas maneras de abordar temas
históricos»234. Es en esta etapa cuando se produjo el incremento en la cantidad de autores
que dedicaron su obra a temas de índole histórica, dando lugar a la aparición de diversas
narraciones que destacaron por su subjetividad y singularidad en el conjunto de crónicas
compuestas durante este periodo. Esta heterogénea nómina de escritores amplió los
puntos de vista individuales ofreciendo interpretaciones diversificadas, y a menudo
contradictorias, sobre los acontecimientos más destacados, acaecidos en el reino de
Castilla, durante este periodo. Si bien todos ellos responden una línea ideológica común,
con contenidos doctrinales bastantes semejantes, la voz del historiador en esta etapa se
encuentra cada vez más individualiza, mostrando la emoción y personalidad del narrador
como un elemento inseparable de lo narrado, e incluso enriquece el propio relato. En el
caso de la Guerra de Granada, este rasgo se encuentra más marcado aún si cabe, debido a
que los hechos descritos fueron coetáneos a los autores que los expusieron y que a su vez
pudieron tener una influencia directa sobre ellos235.

233
Para el caso de los cronistas del siglo XV, es interesante consultar TATE, ROBERT B.: «El cronista real
castellano durante el siglo XV» En Santiago Otero, Horacio (ed.): Homenaje a Pedro Sáinz Rodríguez ; vol
III. Estudios históricos. Madrid: Fundación Universitaria Española, 1986, pp. 659-668; SALVADOR
MIGUEL, NICASIO: «La actividad literaria en la corte de Isabel la Católica» En Ribot García, Luis; Valdeón
Baruque, Julio y Maza Zorrilla, Elena (coord.): Isabel La Católica y su época: actas del Congreso
Internacional, Valladolid-Barcelona-Granada, 15 a 20 de noviembre de 2004. Valladolid: Instituto
Universitario de Historia Simancas, 2004, pp. 1079-1098. CARRASCO MANCHADO, ANA ISABEL:
«Aproximación al problema de la consciencia propagandística en algunos escritores políticos del siglo
XV» En En la España Medieval, nº 21. Madrid: Universidad Complutense, 1998, pp. 229-269; AGUADÉ
NIETO, SANTIAGO: «Humanismo y orígenes del Estado Moderno» En Vicente Ángel Álvarez Palenzuela
(coord.): Historia de España de la Edad Media. Barcelona: Ariel, 2011, pp. 843-875.
234
TATE, ROBERT B.: «La historiografía del...», op.cit., p. 18.
235
Francisco García Fitz puso de manifiesto que este era ya un rasgo común a los cronistas de la conquista
del territorio andaluz durante los siglos anteriores. Por este motivo, se debían tener en cuenta las
advertencias de Paul Veyne al respecto del papel de la conciencia como raíz de acción; VEYNE, PAYL:
Cómo se escribe la Historia. Ensayo de Epistemología. Madrid: Alfaguara, 1972; GARCÍA FITZ,
FRANCISCO: «La conquista de Andalucía en la cronística castellana del siglo XIII: las mentalidades
historiográficas en los relatos de conquista» En Cabrera Muñoz, Emilio (coord.): Andalucía entre Oriente y
Occidente (1236-1492). Córdoba: Diputación provincial de Córdoba, 1988, pp. 51-62. En referencia a la
Guerra de Granada, prácticamente la totalidad de los cronistas seleccionados tenían su residencia fija en la

149
José Fernando Tinoco Díaz

Las narraciones de este conflicto, determinante para la defectiva consolidación del


poder real de la dinastía Trastámara, copó la mayor parte de las grandes expresiones
literarias del final del siglo XV castellano. A través de todas estas heterogéneas fuentes,
«la gran lucha emerge ante nosotros, de mano de los cronistas, como una singular
epopeya en que el valor y las desdichas del enemigo reciben un trato respetuoso como si
la calidad de éste aumentara la magnitud de la victoria»236. La gran parte de estas fuentes
históricas fueron contemporáneas a la contienda castellano-granadina, por lo que muchas
de ellas se muestran inconclusas por la avanzada edad de su autor, o incluso porque la
muerte alcanzó al escritor antes de que se produjera la caída de la capital nazarí. A pesar
de esta cercanía temporal con el episodio referido, estas diversas narraciones de la guerra
presentan información bastante fidedigna por la cercanía del cronista a los hechos,
mostrando la narración de los sucesos más destacados de forma ordenada, siguiendo un
criterio más que aceptable, y facilitando el juicio de valor de los cronistas sobre las
diversas acciones y métodos que se llevaron a cabo en la prosecución de tal empresa.
Asimismo, es visible el parentesco entre todas ellas, reconociendo que los autores se
influyeron mutuamente y de manera consciente en la mayor parte de los casos. Empero,
cada uno presenta unos matices que caracterizan y enriquecen la visión aportada sobre
unas campañas que llegaron a convertirse en una iniciativa de carácter casi mítico. En ese
sentido, cabe afirmar que muy pocos acontecimiento de la historia de España parecieron
interesar y asombrar más a los propios contemporáneos y a la posteridad, por lo que se
hace especialmente conveniente la consideración singular de cada una de ellas, de forma
que se puedan apreciar esos matices especiales que cada uno de los autores aportó al
respecto de la contienda. El análisis a fondo de todas en conjunto, «no solo nos permite
conocer ese episodio del final de la Reconquista, sino que nos ayuda también, en gran
medida, a comprender numerosos aspectos relacionados con los procesos de reconquista
y repoblación de Andalucía»237.

propia Andalucía durante este periodo. Valera sustentaba el cargo de alcalde en el Puerto de Santa María,
Bernáldez era párroco de Los Palacios, Palencia residía en Sevilla de forma habitual y Pulgar expone en
varias ocasiones que por motivos de su labor de cronista, se encuentra en territorio andaluz.
236
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 71.
237
CABRERA MUÑOZ, EMILIO: «La guerra de...», op.cit., p. 462. Sobre las diversas fuentes literarias
utilizadas para el estudio de la Guerra de Granada, CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de
la...», op.cit., pp. 391-398; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., pp. 433-441;
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., pp. 454-462; TINOCO DÍAZ, J.
FERNANDO: «Guerra de Granada, cronística castellana y planteamientos de raíz cruzadista» En Eighth
Quadrennial Conference of the SSCLE (Cáceres, Spain), Servicio de Publicaciones de la Universidad de

150
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Las principales referencias narrativas para el estudio del último cuarto del siglo XV
castellano derivan de la prolífica obra de Fernando del Pulgar (1436-1493?), hombre al
servicio de la corona desde el decenio de 1440. Durante un periodo de más de cincuenta
años, el castellano sirvió desde distintos cargos a Juan II, Enrique IV, e Isabel de Castilla.
En este contexto cortesano, adquirió formación técnica en el oficio de escribano,
experiencia personal en el trato con la nobleza y pudo acceder al conocimiento y diversos
fondos bibliográficos que le proporcionaron un vasto conocimiento de la historia del
reino castellano, mostrándose siempre independiente a las pugnas entre los diversos
partidos aristocráticos que coparon este entorno. Gracias a su brillante desempeño, fue
elegido para distintas misiones diplomáticas en Francia e Italia, llegando a ocupar el
cargo de secretario de Enrique IV con posterioridad. Tras un alejamiento parcial de la
corona durante los últimos años del reinado de este rey, es nombrado cronista oficial en
torno al año 1481 tras la destitución de Alonso de Palencia. Parece que fue el propio
Pedro González de Mendoza quien lo recomendó como su predecesor, lo cual le aseguró
cierto rédito que él mismo se encargó de corroborar238.

Durante más de una década, Pulgar ocupó su tiempo componiendo la Crónica de los
Reyes Católicos, obra considerada en la actualidad como fuente básica para el estudio del

Extremadura, en prensa. Asimismo, se pueden encontrar diversas notas sobre transmisión textual y
bibliografía acerca de muchos de los cronistas y autores castellanos citados en estas páginas, en ALVAR,
CARLOS Y LUCÍA MEGÍAS, JOSÉ MANUEL (coords.): Diccionario filológico de literatura medieval española.
Textos y transmisión. Madrid: Castalia, 2002; ALBORG, JUAN LUIS: Historia de la Historia de la literatura
española; tomo I: Edad Media y Renacimiento. Madrid: Gredos: 1975; DIEZ BORQUE, JOSÉ MARÍA:
Historia de la literatura española (hasta S.XVI). Madrid: Guadiana, 1974; GÓMEZ REDONDO, FERNANDO:
Historia de la prosa medieval castellana. Madrid: Cátedra, 1999; del mismo autor: Historia de la prosa de
los Reyes Católicos: El umbral del Renacimiento; vol. I. Madrid: Cátedra, 2012. Un estudio del alcance y
difusión de estas fuentes cronísticas analizadas en el presente trabajo puede consultarse en TINOCO DÍAZ, J.
FERNANDO: Repertorio bibliográfico de fuentes cronísticas castellanas para el estudio de la Guerra de
Granada (1482-1492); trabajo Fin de Máster inédito dirigido por el profesor Pedro Luis Lorenzo Cadarso.
Badajoz: Universidad de Extremadura, 2015.
238
Para un estudio pormenorizado de su vida, se recomienda consultar el estudio preliminar a la edición
seleccionada para el trabajo por Gonzalo Pontón; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. I,
XII-LI. De forma complementaria, FRADEJAS LEBRERO, JOSÉ: «Fernando del Pulgar. Vida y obra» En
Isabel la Católica y Madrid: Ciclo de Conferencias. Madrid: Biblioteca de estudios madrileños, pp. 109-
143. Con respecto a la obra literaria de este autor, PONTÓN GIJÓN, GONZALO: La obra de Fernando del
Pulgar en su contexto histórico y literario. Barcelona: Universidad Autónoma, 1999; GÓMEZ REDONDO,
FERNANDO: Historia de la prosa de los Reyes Católicos: El umbral del Renacimiento. Madrid: Cátedra,
2012, pp. I, 44-96; PÉREZ PRIEGO, MIGUEL ÁNGEL: «El retrato historiográfico de Fernando de Pulgar» En
Actas del X Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval. Alicante:
Valenciana, 2005, pp. 169-184; HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, MARÍA ISABEL: «Fernando del Pulgar» En Alvar,
Carlos Y J. M. Lucía Megías, José Manuel (coords.): Diccionario filológico de literatura medieval
española. Textos y transmisión. Madrid: Castalia, 2002, pp. 521-557.

151
José Fernando Tinoco Díaz

reinado de estos monarcas y la propia Guerra de Granada239. En palabras de Gonzalo


Pontón, esta obra puede definirse como «una narración oficial encargada por la corona a
uno de sus funcionarios, circunstancia que condiciona esencialmente las características
de la obra»240. El hecho de que el castellano ocupara el cargo de cronista oficial en la
corte hace que, tradicionalmente, haya sido considerada como producto del trabajo de un
agente de la propaganda política, puesto que la ortodoxia doctrinal y obediencia a la reina
doña Isabel marcaban el oficio de un hombre vinculado al poder de manera directa. En
ese sentido, es totalmente cierto que la línea de trabajo de Pulgar señala la voluntad de
orientar la Historia oficial del reinado hacia una perspectiva netamente castellana,
comprometida con la idea de monarquía como institución central del reino hispánico.
Pero la narración del cronista también destaca por su rigor histórico, consecuencia, tanto
de la estancia del autor en la corte real, como de su intensa formación humanística, lo
cual hace singular su labor de anteriores historiadores al servicio de la corona castellana.
Siguiendo el ejemplo del historiador clásico Tito Livio, Pulgar insertó en su narración
diversos documentos y elementos que ratificaban la veracidad de los hechos narrados,
dando una importancia sobremanera los parlamentos de los personajes compuestos en
torno a esta información rigurosa. Por otro lado, esta influencia clasicista también fue
visible en su preocupación estilística, lo que lleva a «considerar su crónica como uno de
los primeros intentos, conscientes, de prosa humanística, valorando la lengua romance

239
La Crónica de los Reyes Católicos de Fernando del Pulgar contó con una rápida difusión en su propio
tiempo, convirtiéndose en la principal fuente de referencia para el reinado de los Reyes Católicos. A pesar
de que la primera edición impresa de 1565 fue atribuida a Antonio de Nebrija, en 1567 vio la luz una nueva
versión donde se corregía este malentendido. Asimismo, muy pronto se incluyó esta obra en los diversos
repertorios de crónicas reales, que sirvieron como fuente de estudio para los historiadores del siglo XVI.
Por otro lado, varias ediciones manuscritas de la Crónica de los Reyes Católicos, realizadas durante esta
centuria, intentaron completar la narración de Pulgar utilizando otras fuentes del mismo periodo, como las
Memorias de Andrés Bernáldez o los Anales de Galíndez de Carvajal. Durante los siglos siguientes su
reproducción continuó siendo regular y bastante profusa en el tiempo. De hecho, aún hoy se considera la
crónica de Pulgar como la fuente básica de estudio para el reinado de Isabel y Fernando, contando con
varias ediciones de la misma. En ese sentido, la publicación crítica más acertada fue PULGAR, FERNANDO
DEL: Crónica de los Reyes Católicos; edición y estudio por Juan de Mata Carriazo. Madrid: Espasa-Calpe,
1943. La edición la utilizada para el estudio, reproducción facsímil de la anterior, es esta que sigue:
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los Reyes Católicos; edición y estudio por Juan de Mata Carriazo;
presentación por Manuel González Jiménez; estudio preliminar por Gonzalo Pontón. Granada: Universidad
de Granada, 2008.
240
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. I, LIII.

152
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

con nuevos criterios e cuanto que no solamente ha de decir, sino decir con arte, y no
como auxiliar de la lengua latina, sino con auténtico valor en sí»241.

La narración completa de Fernando del Pulgar comprende el arco cronológico de la


historia castellana entre los años 1468 y 1490. En referencia a la Guerra de Granada, la
sección dedicada a narrar el conflicto se engloba dentro de los capítulos CXXVI a
CCLXI, suponiendo algo menos de la mitad del conjunto de toda la Crónica de los Reyes
Católicos. A lo largo de estas páginas, el cronista aporta un relato en castellano muy
detallado de esta contienda, ya que demuestra conocer los pormenores de una campaña
que se supone vivió en persona en repetidas ocasiones. Esta información subjetiva es
complementada por diversa documentación real, a las que pudo acceder gracias a su
cargo oficial. En ese sentido, el principal interés de Pulgar siempre residió en detallar el
curso de las campañas y el proceso de consolidación de la autoridad directa de los reyes,
y en especial de doña Isabel; de ahí que preste importancia a la forma en que se va
constituyendo la guerra y el papel de los monarca en el mismo. Mientras Fernando
encarnaba el ejemplo del perfecto rey y caballero cristiano, Isabel representaba el papel
de madre redentora del pueblo de Castilla, de forma que ambas figuras se complementan
a la perfección. De hecho, para el cronista, la conquista del emirato fue resultado del
afianzamiento dinástico y la pacificación interna que los monarcas habían logrado en un
breve periodo de tiempo, junto a las disensiones internas del seno nazarí. Pero a pesar de
este realismo analítico que parece plasmar su obra, la visión historiográfica del autor,
aunque influida por el humanismo, conecta directamente con la tradición medieval.
Frente a la implementación de fragmentos clásicos que realiza en algunas ocasiones, la
Sagradas Escrituras aún le sirven a Pulgar como principal marco doctrinal, intelectual,
histórico e incluso léxico, a la hora de redactar su composición. El providencialismo
cristiano, entendido en clave hermenéutica, va a destacarse sobremanera en este
fragmento de la crónica, haciendo que las campañas frente al emirato sean definidas
como consecuencia de la misión ética de los monarcas por dignificar la fe católica. De
esta manera, también cabe resaltar la existencia de una considerable carga ejemplar en la
narración, especialmente en la inclusión de anécdotas y discursos que toman como
sujetos a las principales figuras de la hueste cristiana en liza. Asimismo, la imagen
241
DÍEZ BORQUE, JOSÉ MARÍA Y ENA BORDONADA, ÁNGELA: «La prosa en la Edad Media» En Diez
Borque, José María (coord.): Historia de la literatura española (hasta S.XVI). Madrid: Guadiana, 1974, pp.
331-425, p. 413. Un análisis de la crónica desde su perspectiva literaria, puede encontrarse en SÁNCHEZ
ALONSO, BENITO: Historia de la historiografía española. Madrid: CSIC, 1949, pp. II, 367-418; GÓMEZ
REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa de..., op.cit., pp. I, 76-88.

153
José Fernando Tinoco Díaz

doctrinal que se imprime en su obra conecta con el ideal neogoticista más clásico,
poniendo de manifiesto la adecuación de los hechos llevados a cabo por los últimos
descendientes de la monarquía Trastámara, con la historia de las hazañas de sus
antepasados en el trono castellano.

El relato de Fernando del Pulgar termina abruptamente en septiembre de 1490. Si


bien Carriazo afirma que murió este mismo año, documentación de Simancas alarga su
vida hasta después de la conquista de Granada, pero no más de 1500. Durante estos años,
es muy posible que el cronista no continuara su obra. Sin embargo, parece existir un
texto que amplía la narración de este escritor hasta el inicio del reinado de Carlos I de
Castilla, el cual se ha conocido tradicionalmente bajo la denominación de la
Continuación de la crónica de Pulgar242. Sánchez Alonso identifica esta narración como
«una croniquilla, a cuyo autor parece preocupar, ante todo, lo relativo a Granada, incluso
después de la rendición; contiene información muy incompleta, revuelta y mal expuesta,
desde donde lo dejó Pulgar hasta la venida de Carlos V»243. A pesar de que el
desconocido autor de esta obra afirma ser testigo de los hechos que recoge, en realidad
este narrador anónimo parece haberse servido de otras diversas fuentes para componer un
relato plagado de contradicciones, que muestra la falsedad de tal afirmación. De hecho,
en esta crónica aparecen algunas referencias erróneamente traducidas del latín, junto con
otras noticias mal transcritas, datos erróneos y falta de referencias cronológicas.
Asimismo, se repiten muchos de los acontecimientos recogidos en la anterior crónica de
Pulgar, mientras que el inicio de esta narración no concuerda con el corte cronológico
realizado por el otrora cronista oficial del reino, comenzando ésta por el relato del cerco
de Baza que ya había incluido Pulgar en su obra. Todo ello ha llevado a llevado a afirmar
que el responsable de tal narración no pertenecía a los medios cercanos al gobierno del
reino, sino que fue un hombre de mediana formación, que pretendió reproducir sin
mucho éxito el estilo del anterior autor. Con respecto a la Guerra de Granada, la
información que se aporta es muy parca y muy poco novedosa si se compara con otras
fuentes de este periodo posterior al conflicto. El autor anónimo de esta continuación

242
Esta supuesta continuación de la crónica de Pulgar aparece reproducida en varios manuscritos del siglo
XVI de la obra original. A partir de todos ellos, se compuso la edición utilizada para el presente trabajo,
que es esta que sigue: ANÓNIMO: «Continuación de la crónica de Fernando del Pulgar» En Rosell,
Cayetano (ed.): Biblioteca de Autores Españoles, volumen LXX. Madrid: Rivadeneyra, 1878, pp. 513-531.
243
SÁNCHEZ ALONSO, BENITO: Historia de la..., op.cit., p. II, 398, nota 78. Un análisis literario
complementario, puede consultarse en GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa de..., op.cit., pp.
I, 140-145.

154
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

prefiere centrarse en el relato de los hechos políticos más destacados de los últimos años
del reinado de los Reyes Católicos, y en la sucesión del reino castellano tras la muerte de
don Felipe. Por este motivo, son muy pocas las referencias a esta crónica que se han
incluido en el presente trabajo.

Por otro lado, a Fernando del Pulgar también se le ha atribuido tradicionalmente la


autoría del conocido como Tratado de los reyes de Granada y su origen244. Sin embargo,
Juan de Mata se encargó de restar valor a esta afirmación, denotando que esta obra fue
compuesta después de 1505. El historiador se basó en la hipótesis de que el verdadero
autor de la misma utilizó entre sus fuentes la aportación realizada por Hernando de Baeza
de sus vivencias en la corte nazarí, la cual fue editada con posterioridad a esta fecha245.
Dejando a un lado estas discusiones sobre la paternidad de la obra, este texto puede ser
considerado como el primer ejercicio cronístico destinado a reflejar la historia del reino
de Granada en exclusiva, aunque fue compuesto desde una eminente perspectiva
cristiana. En ese sentido, destacaron las referencias a diversas crónicas castellanas
anteriores; aunque esta información apareció complementada por la alusión a varios
textos árabes y a distintas observaciones epigráficas en lengua musulmana. Tal
predominancia de textos cristianos repercute en la subordinación del texto a la
perspectiva castellana de la suerte del emirato nazarí. De hecho, es especialmente visible
cómo el contenido este tratado destaca por pretender constituir un análisis de los vínculos
políticos y dinásticos de las coronas cristianas y árabes, denotando los casos en los que la
fe de Cristo se impuso sobre la doctrina islámica. Todo este recorrido por la historia
musulmana en la Península Ibérica concluyó con la narración de la conquista de Granada,
a través de la cual se restauró el dominio de Castilla sobre unas tierras que emirato poseía
en régimen de tiranía. Al respecto, es muy reseñable señalar que el objetivo último de

244
A pesar de no contar con una rápida difusión, durante largo tiempo la fuente vino a cubrir un espacio
infecundo de la historiografía hispánica en un periodo de especial interés por esta realidad como fue el
siglo XVII, al ser una de las pocas fuentes que hacía referencia a la existencia del último reino musulmán
de la Península Ibérica a través de algunas de las propias fuentes históricas granadinas. Por este motivo, el
tratado contó con una edición bastante amplia hasta finales de la centuria posterior, cuando su lugar fue
ocupado por otras fuentes históricas de carácter directo. A partir de esta fecha, este Tratado de los Reyes de
Granada pasó a un segundo plano en la historiografía peninsular, hecho que ha desencadenado su pobre
reproducción posterior. De hecho, la edición utilizada para el presente trabajo, la más actual hasta la fecha,
es esta que sigue: PULGAR, FERNANDO DEL: «Tratado de los reyes de Granada y su origen» En Valladares
de Sotomayor, Antonio: Semanario erudito. Madrid, 1788, pp. 57- 144.
245
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., p. 394. Otros autores, como es el caso
de Fernando Gómez Redondo, aún analizan esta obra afirmando que el autor de la misma fue Fernando del
Pulgar; GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa de..., op.cit., pp. I, 276-282.

155
José Fernando Tinoco Díaz

esta narración fue elogiar a los monarcas que habían logrado conquistar este reino, algo
que se logró a través del análisis partidista de las causas del ocaso del último reino nazarí
hispano. Esta obra, por tanto, no debe ser considerada como una narración de hechos de
armas que tuvo como sujeto histórico el emirato de Granada. En contraposición, el relato
mantiene una perspectiva de alta índole moral, que pretende señalar la decadencia ética
del último reino musulmán de la Península Ibérica como motivo de su desaparición, para
intentar extraer de todo ello una lección de futuro que redundara en el contexto de la
corona hispánica.

Por último, la Crónica de los Reyes Católicos de Fernando del Pulgar parece que fue
traducida, o refundada, por Antonio de Nebrija (1444- 1522), durante los años
posteriores a la muerte del cronista. Durante algún tiempo, la obra de ambos autores
incluso llegó a confundirse, atribuyendo a este autor la autoría de la crónica de Pulgar.
Sin embargo, parece que a finales del siglo XVI ya se tenía constancia de la singularidad
de la obra de ambos y su verdadera relación 246. Nebrija fue la figura más destacada de la
primera fase del humanismo español. Se educó tanto en Salamanca, donde cursó estudios
de Gramática, Filosofía, como Bolonia. En 1475 es nombrado catedrático en Salamanca
de Gramática y poética. Impartió docencia en este centro entre 1486 y 1509,
compartiendo esta labor con el cargo de cronista oficial del rey don Fernando desde
1502247. Posiblemente durante este periodo compusiera las llamadas Decades Duae. La
primera de estas Décadas compuestas por Nebrija, la cual quedó inconclusa o no se
conocen copias completas de la misma, recogía la narración de los años 1479 a 1481. La
segunda, hacía lo propio con el comienzo de la Guerra de Granada, quedando también
interrumpida, incluyendo algunas notas sobre las campañas de 1485 en la isla de Gran
Canaria248. Esta obra vertía al latín parte de la narración original de Fernando del Pulgar

246
Sobre esta relación de la obra de Nebrija con la crónica de Fernando del Pulgar, ARRIBAS FERNÁNDEZ,
MARÍA LUISA: «Las Décadas de Antonio de Nebrija, ¿traducción de la Crónica de Hernando del Pulgar?»
En Maestre Maestre José María y Pascual Barea Joaquín (coord.): Humanismo y pervivencia del mundo
clásico. Cádiz: Instituto de Estudios Turolenses-Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz,
1993, pp. I, 283-294.
247
Sobre su biografía, RODRÍGUEZ DEL POZO, JESÚS: Antonio de Nebrija: el hombre y su obra. Lebrija,
Ayuntamiento de Lebrija, 1989; FONTÁN, ANTONIO: Antonio de Nebrija, príncipe de los humanistas
españoles. Sevilla: Fundación Sevillana de Electricidad, 1993; CORDERO RIVERA, JUAN: Elio Antonio de
Nebrija y su obra. Lebrija, Ayuntamiento de Nebrija, 2007.
248
A pesar de su carácter inconcluso, las Decades Duae fueron obras fueron publicadas, por primera vez,
en 1545, contando con varias ediciones en latín durante las décadas posteriores. Asimismo, las ediciones
traducidas utilizadas para el presente trabajo son estas que siguen: NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de

156
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

sobre la Guerra de Granada y otros hechos destacados del periodo recogidos por el
cronista. Es muy probable que la elección de la Crónica de los Reyes Católicos se
debiera a la utilidad que éste podía ofrecerle a Nebrija, ya que se trataba de una redacción
perfectamente ordenada de los acontecimientos acaecidos durante este conflicto,
sometida a cierto control por parte de la corona castellana, y exenta de elementos baldíos
que pudieran perturbar su ardua labor de traducción. Sin embargo, el humanista
castellano siempre mantuvo una perspectiva personal que permite diferenciar a la
perfección la obra de ambos autores.

Frente a la narración realizada por Pulgar de este periodo inicial del reinado de los
Reyes Católicos, Nebrija prefirió aportar una perspectiva más estética, imponiendo una
retórica clásica con notas y aportaciones propias, en detrimento de la rigurosa objetividad
histórica demostrada por el cronista del reino. De la misma manera, también suprimió
bastante información aportada por el cronista, para conseguir un relato central más
comprimido, al que complementó con algunas aclaraciones y observaciones necesarias
para su criterio. Asimismo, el castellano incluyó algunos datos originales, que ampliaban
la redacción de Pulgar en algunos puntos concretos. En ese sentido, Carriazo Arroquia
afirmaba que su adaptación no fue textual por tanto, ya que «unas veces resume,
selecciona, y otras amplía»249 . Por otro lado, el profundo laicismo con el que Antonio de
Nebrija trata la narración de los hechos que menciona, contrasta sobremanera con la
convicción providencialista de Fernando del Pulgar. Frente a esta perspectiva de neto
carácter medievalista, su razonamiento se basa en el derecho y en el hecho, dejando al
margen el elemento tradicional250.

Con respecto al tema del presente estudio, la breve narración realizada por el
destacado lingüista en el primer libro de la segunda de sus Décadas, denominado De
bello Granatensis, comprende el desarrollo de las primeras campañas de los reyes
castellanos frente al reino de Granada, hasta el desastre del cerco a Loja, acaecido en

Granada; edición y transcripción de María Luisa Arribas. Madrid: UNED, 1990; NEBRIJA, ELIO ANTONIO
DE: Cerco al reino de Granada; edición y transcripción de Matilde Conde Salazar. Madrid: UNED, 1992.
249
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, LXXII.
250
Para autores como Cátedra, este cambio en la visión de la historia bajo un prima laico se debe a la fatiga
ideológica que supuso el arrinconamiento de una tendencia providencialista, que cada vez daba menos
juego al autor; CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO MANUEL: La historiografía en..., op.cit., p. 89. Al respecto de la
perspectiva histórica expresada por este humanista en sus obras, DEYERMOND, ALAIN: «La ideología
histórica de Antonio de Nebrija» En VVAA; Lengua, variación y contexto. Estudios dedicados a
Humberto López Morales. Madrid: Arco Libros, 2003, pp. II, 957-974.

157
José Fernando Tinoco Díaz

julio de 1482. Asimismo, el segundo volumen, fue dedicado a narrar los principales
hechos del año 1483, entre los que destacó el desastre de la Ajarquía malagueña. En
ambos escritos, los puntos más destacables son las referencias al contenido jurídico y
laico del conflicto, que se aleja de la lectura religiosa que otros autores castellanos
realizaron de esta contienda, quedando así de manifiesto el hecho de que esta era una
campaña de guerra justa sustentada por el vasallaje feudal. La visión del sevillano
presente una perspectiva de un conflicto netamente medieval desde una perspectiva
moderna, manifestando los cambios que progresivamente coparan la manera de entender
la guerra en el panorama castellano durante esta etapa. De este modo, Antonio de Nebrija
ofreció una narración de los primeros choques de la contienda frente a los musulmanes
que destaca por su trasfondo humanista, en comparación a la visión del resto de cronistas
contemporáneos al conflicto.

En una línea humanística cercana, aunque de carácter mucho más moderado, se


encuentra situada la obra del cronista Alonso de Palencia (1423-1490/92). Juan de Mata
Carriazo lo describe como el historiador más profundo de este final de siglo, mientras
que Robert Tate afirma que fue el paradigma de letrado-burócrata que triunfó con los
Reyes Católicos, siendo a la vez testigo, comentarista y juez de los acontecimientos que
narraba251. De origen converso, Palencia gozó de un contacto cercano con Alonso de
Cartagena. El obispo de Burgos lo introduzco desde muy temprano en el conocimiento de
las obras clásicas y en la idea de la ampliore Hispania y el ―belicismo teológico‖,
derivados de los conceptos de ―guerra divinal‖ y ―altos pensamientos neogóticos‖. Esta
formación se complementó con varios viajes de carácter internacionales, en un contexto
marcado por la celebración del Concilio de Basilea. En Italia mantuvo contactos con
diversas personalidades europeas y castellanas, como el propio Nebrija, que lo guiaron en
su formación humanista. Durante su madurez, Alonso Palencia demostró tener una
especial consciencia de la complejidad de la realidad política hispánica, nunca ocultando
su afinidad al partido aragonés, identificado en la figura de Don Fernando. Su devoción
hacia el Trastámara aragonés fue creciendo casi a la par que se entibiaba su simpatía
hacia Isabel y los íntimos de ésta. Aun así, participó activamente en los nuncios entre la

251
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la…», op.cit., p. 419; TATE, ROBERT B: «Alfonso
de Palencia y Los preceptos de la historiografía» En García de la Concha, Víctor (coord.): Nebrija y la
introducción del Renacimiento en España. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1983, pp. 37-51; del
mismo autor: «La sociedad castellana en la obra de Alfonso de Palencia» En Actas del III Coloquio de
Historia Medieval Andaluza, Jaén, 1981, pp. 35-40.

158
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pareja. Durante todo este tiempo, fue cronista oficial de Enrique IV, tras suceder a Juan
de Mena en 1456. Con posterioridad, volvió a ocupar el cargo durante el reinado de
Isabel I, entre 1475 y 1480, amén de ocupar otros cargos oficinales para la pareja a lo
largo de la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479). Durante estos primeros años, es
innegable que este autor ofreció a la corona su trabajo como eficiente fortalecedor del
programa político real, al canalizar la propaganda monárquica en su narración de hechos
políticos y militares de la Castilla de finales del siglo XV. En ese sentido, sus primeros
trabajos pretendieron resaltar el reinado de Enrique IV como el final de una etapa y la
subida al trono de los Reyes Católicos como el culmen de las aspiraciones morales del
pueblo castellano. Sin embargo, sus continuos desencuentros con la reina Isabel lo
apartaron del cargo de cronista real, tras lo cual continuó desempeñando diversos puestos
cercanos al entorno cortesano de don Fernando. En este contexto, continuó desarrollando
una brillante obra literaria que comprendió diversos géneros narrativos252.

Alonso de Palencia es considerado un verdadero humanista por algunos autores


actuales, en tanto que intenta dotar a su obra de apariencias y formalidades retórico-
literarias propias de esta corriente. De hecho, incluso pretende verter en sus escritos la
mezcla de experiencias político-diplomática y propiamente historiográficas, que
caracterizó las obras italianas del momento. Sin embargo, no puede afirmarse que el
autor posea una verdadera actitud humanista, pues sus obras históricas siguen pecando de
supersticiosa y providencialista, denotando su evidente herencia medieval. Al margen de
esta cuestión, cabe destacar que la obra literaria palentina tenía su origen en una
perspectiva cronística donde el verdadero objeto historiable era la historia del reino y no
la del propio rey. El método de trabajo que utilizó se basó principalmente en el estudio
del hecho y sus consecuencias, para desarrollar una explicación racional que poder
transmitir en su trabajo como historiador. Pero, al igual que Pulgar, Palencia también
hizo gala de un carácter pesimista muy posiblemente influido por su origen
judeoconverso. Asimismo, aunque no mantuvo una cerrada opinión anti nobiliaria, el
autor siempre mostró desconfianza ante la ética caballeresca y cortesana, criticando de

252
Al respecto de su biografía, PAZ Y MELIÁ, ANTONIO: El cronista Alonso de Palencia. Su vida y sus
obras. Nueva York, 1914; ANTELO IGLESIAS, ANTONIO: «Alfonso de Palencia: historiografía y humanismo
en la Castilla del siglo XV» En Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, Hª Moderna, tomo 3. Madrid: UNED,
1990, pp. 21-40. Al respecto de la diferencia de perspectiva en la obra del autor y su contemporáneo
Fernando del Pulgar, TATE, ROBERT B.: «Poles apart -to official historians of the Catholic monarchs-
Alfonso de Palencia and Fernando del Pulgar» En Soto Rábanos, José María (ed.): Pensamiento medieval
hispano. Homenaje a Horacion Santiago Otero. Madrid: CSIC, 1998, pp. I, 439-463.

159
José Fernando Tinoco Díaz

forma abierta el egoísmo de este grupo social. En contra de esta realidad social, el
cronista se mantuvo como un defensor de las leyes del reino y un visionario reformador
secular. Esta perspectiva tomó más fuerza mientras su vida avanzaba, de manera que la
pugna entre su visión intelectual de su oficio de historiar, y la realidad de una corona
ajena a la verdadera situación interna de la sociedad castellana, se hizo más palpable en
sus últimos escritos. Esta concepción de la sociedad, unida a sus reflexiones sobre la
política entre los reinos ibéricos, lleva a autores como Maravall a afirmar que en su obra,
por primera vez, queda patente el profundo problema de la «España invertebrada»253.

Dentro de esta prolífica obra, los Annales belli Granatensis o Anales de la Guerra de
Granada, fueron compuestos por Alonso de Palencia durante el periodo final de su
vida254. La crónica comprende la narración de la Guerra de Granada, desde el periodo
previo al conflicto, hasta la toma de Baza y la rendición de Almería, en diciembre de
1489. Esta composición es considerada como una de las mejores referencias
historiográficas al periodo contextual en el que tuvo lugar el conflicto, a pesar de que el
cronista dio prioridad al estilo literaria sobre la comprensión de los hechos que narraba.
La crónica destaca por aportar una visión más profunda que la narración de Pulgar,
aunque desde una perspectiva de influencia humanística menos detallada. Empero, al no
estar tan mediatizada por el mecenazgo real y cortesano, Palencia escribió influido por un
fuerte subjetivismo que dejó de manifiesto una personalidad paradójica, grabada tanto
por una moralidad secular, como por las supersticiones fruto de su naturaleza conversa.
De esta manera, la visión que aporta de la Guerra de Granada destaca por su profundidad
de contenidos. A lo largo de toda la narración, el rey don Fernando es exaltado como el
buen caudillo, mostrando cierta indiferencia hacia la figura de la reina Isabel. Por otro
lado, el autor justifica las claves de la participación de los nobles castellanos a través de
la exaltación de los valores tradicionales del orden, exerçiçio y obediencia a la corona.

253
MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: El concepto de…, op.cit., p. 537.
254
Cabe destacar al respecto, que los Annales Bello Granatensis han sido considerados parte de las
Décadas escritas por este autor, aunque otros autores consideran que la misma se encontraba al margen de
las tres décadas que constituían su Gesta Hispaniensia, siendo un trabajo con una configuración propia que
serviría de continuación a las anteriores. Sobre todo ello, ALEMANY FERRER, RAFAEL: «La aportación de
Alfonso de Palencia a la historiografía peninsular del siglo XV» En Anales de la Universidad de Alicante.
Historia Medieval, nº 2. Alicante: Universidad de Alicante, 1983, pp. 187-205, pp. 191-195. La edición
utilizada para el presente trabajo es esta que sigue: PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada; estudio
preliminar de Peinado Santaella e índice de Antonio González Ferrer. Granada: Universidad de Granada,
1998. Ésta es una adaptación de la edición en castellano a cargo de Antonio Paz y Meliá; PALENCIA,
ALONSO DE: Guerra de Granada; edición y traducción de Antonio Paz y Meliá. Madrid: Tipografía de la
Revista de Archivos, 1909.

160
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Con respecto a la doctrina que Palencia expresa a lo largo de sus páginas, este autor
acentúa sobremanera la recuperación del lenguaje de Alonso de Cartagena del ―belicismo
teológico‖ y la ―guerra divinal‖. Ambos conceptos se encuentran íntimamente
imbricados con el neogoticismo y el papel de Castilla como ampliatore Hispanie. Por
último, cabe mencionar que Alonso de Palencia es el autor, de entre los seleccionados,
que muestra una preocupación más enfatizada por mostrar el contexto internacional en el
que se desarrolló el conflicto castellano-nazarí.

La tercera de las principales crónicas que narraron la Guerra de Granada, fue


compuesta por mosén Diego de Valera (1412-1488), el cual encarna la visión más
tradicional de este conflicto castellano-nazarí. Este cronista y militar resume, bajo su
figura, muchas de las actitudes típicas del ocaso de la Edad Media en Castilla. El
pensamiento del castellano, afirma Simonetta Scandellari, «se sitúa entre un ideal
medieval, caballeresco, y una visión más práctica y cercana al pensamiento renacentista
acerca de la función política del príncipe». A lo largo de su vida, la efigie de don Diego
evolucionó desde la imagen del caballero inquieto, hacia un espíritu de marcada
perspectiva pre-renacentista, que lo convirtió en guía y consejero de diversos reyes
castellanos255. De procedencia social conflictiva, por ser hijo de converso aunque de
madre hidalga, desde muy temprano participó en algunos episodios bélicos contra los
nazaríes. El castellano mantuvo estrecho contacto con los reyes Juan II y Enrique IV,
ocupando diversos cargos de confianza durante ambos reinados. Gracias a esta posición y
gracias a su intelectual y cultural, desempeñó importantes misiones a lo largo de su vida
como delegado y embajador de la monarquía castellana en las cortes de Dinamarca,
Inglaterra, Francia y Borgoña, llegando incluso a ser armado caballero. Tras el estallido
de la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), participo en el partido favorable a doña
Isabel. A lo largo del reinado de los Reyes Católicos, Valera ocupó diversos cargos
militares tanto en el interior del reino castellano, como en la frontera, que le ayudaron a
crearse una perspectiva realista del conflicto bélico. Entre ellos, destacaron el
corregimiento de Segovia y su estancia en el Puerto de Santa María 256. A lo largo de este

255
SCANDELLARI, SIMONETTA: «Mosén Diego de Valera y los consejos a los príncipes» En Res Publica:
Revista de Filosofía Política, nº 18. Murcia: Diego Martín, 2007, pp. 141-162, p. 143.
256
Sobre su biografía, JIMÉNEZ MONTESERÍN, MIGUEL (coord): Mosén Diego de Valera y su tiempo.
Cuenca: Ayuntamiento de Cuenca, 1996; SANCHO DE SOPRANIS, HIPÓLITO: «Sobre Mosén Diego de
Valera. Notas y documentos para su biografía» En Hispania: Revista Española de Historia, vol. 7. Madrid:
CSIC, 1947, pp. 531-553. Al respecto de un breve estado de la cuestión sobre su biografía y producción
literaria, se puede consultar el trabajo de RODRÍGUEZ VELASCO, JESÚS D.: El debate sobre la caballería en

161
José Fernando Tinoco Díaz

extenso periodo de tiempo que comprende su vida, el castellano también desarrolló una
pródiga obra narrativa que se singulariza sobremanera por transmitir un sentido que
bascula entre lo histórico y lo moralizador, lo diplomático y lo político257.

Entre todas sus creaciones literarias, cabe destacar la Crónica de los Reyes Católicos,
redactada entre 1487 y 1488258. Escrita a sus 66 años, durante los últimos años de su
vida, esta obra representa la culminación del proyecto historiográfico que doña Isabel
había encargado al castellano de redactar la historia de los reinados de su padre y
hermano. La narración relata los hechos acaecidos en el reino de Castilla entre 1474 y el
mismo año que alcanza su composición, desde la perspectiva analítica de un
experimentado guerrero y estadista. Con respecto a la Guerra de Granada, el castellano
comienza su relato destacando las acciones previas de don Rodrigo Ponce de León en la
frontera frente al emirato nazarí, a los que dedica el Capítulo XLV. Desde este episodio,
hasta la conclusión de dicha crónica, toda la exposición se centra en destacar los diversos
hechos acaecidos durante la contienda, dedicando especial atención a la figura del
marqués de Cádiz y el rey don Fernando.

Valera relata el conflicto castellano-nazarí desde una perspectiva eminentemente


caballeresca; aunque esta visión comparte espacio con la exaltación de la dimensión
nacional que los nuevos reyes de Castilla pretendían imponer entre sus propios vasallos.
El castellano se hace partícipe de una doctrina política centrada en la figura patriarcal y
heroica de la corona, donde los príncipes son identificados como cabeza de un cuerpo
común, la nación, en la prosecución de unas expectativas morales que Valera entronca
con el ideal neogoticista castellano. A pesar de que en esta crónica no se encuentra un
relato innovador como aparece en otras crónicas seleccionadas, sí que aparecen
apreciaciones a sucesos y noticias que solo Valera recoge. Al igual que Pulgar, es muy

el siglo XV. La tratadística caballeresca castellana en su marco europeo. Valladolid: Junta de Castilla y
León 1996, pp. 195 y ss.; LUCÍA MEGÍAS, JOSÉ MANUEL Y RODRÍGUEZ VELASCO, JESÚS D.: «Diego de
Valera» En Alvar, Carlos y Lucía Megías, José Manuel (Coords.): Diccionario filológico de literatura
medieval española. Textos y transmisión. Madrid: Castalia, 2002, pp. 403-431.
257
Sobre la producción de este autor, MOYA GARCÍA, CRISTINA: «La producción historiográfica de mosén
Diego de Valera en la época de los Reyes Católicos» En Salvador Miguel, Nicasio y Moya García, Cristina
(eds.): La literatura en la época de los Reyes Católicos. Madrid: Editorial Iberoamericana, 2008, pp. 145-
166. Un comentario filológico sobre estas obras puede encontrarse en GÓMEZ REDONDO, FERNANDO:
Historia de la prosa de..., op.cit., pp. I, 96-105.
258
La crónica de Valera parece que contó con una reducida reproducción en manuscrito durante el siglo
XVI, conservándose muy pocas reproducciones de la misma. La edición utilizada para el presente estudio
es esta que sigue: VALERA, DIEGO DE: Crónica de los Reyes Católicos; edición y estudio de Juan de Mata
Carriazo. Revista de Filología Española, Anejo VIII. Madrid: Centro de Estudios Históricos, 1927.

162
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

posible que este autor también presenciara algunas de las grandes hazañas del ejército
castellano en campaña, lo cual amplía el valor añadido de esta exposición valentina. De
hecho, otro de los puntos más destacables de la narración de Diego de Valera, es su
interés por incardinar el análisis del desarrollo de la guerra desde la perspectiva más
amplia posible. Como también fue visible a lo largo de sus epístolas, el castellano dio
muestras de mostrarse interesado sobremanera por el devenir de este conflicto,
mostrándose siempre bien informado de las diversas campañas e intentado participar
activamente en la prosecución de la victoria castellana desde su posición de consejero
real y gran conocedor de la realidad andaluza. De este modo, a través de sus
apreciaciones y juicios de opinión sobre diferentes hechos acaecidos durante el conflicto,
se hace partícipe al lector de la evolución de esta contienda desde su origen, donde fue
entendida como una liza fronteriza, hasta convertirse en una auténtica guerra de
conquista que involucró al conjunto del reino castellano.

La última de las grandes crónicas referentes a la Guerra de Granada, fue compuesta


por el extremeño Andrés Bernáldez (1450-1513). Poco se sabe de este eclesiástico más
allá de que nació en la localidad extremeña de Fuentes de León. Tras una formación en la
Universidad de Salamanca, fue nombrado párroco en la Parroquia Mayor de Santa María
la Blanca, de la sevillana localidad de Los Palacios y Villafranca hasta su muerte.
Durante su vida, llegó a ser un personaje muy activo de su tiempo. Cabe destacar que el
mismo. Se sabe que mantuvo estrechos contactos con algunos de los grandes personajes
de su época, como fueron don Rodrigo Ponce de León o don Diego de Deza, Arzobispo
de Sevilla, de quien fue confesor. Asimismo, también logró una amistad cercana con
Cristóbal Colón, al que llegó a alojar en su domicilio de Los Palacios tras su regreso de
su segundo viaje a América. Por otro lado, también estuvo muy vinculado a la corte de
los Reyes Católicos, donde llegó a ocupar el cargo de capellán de la reina doña Isabel y
fue nombrado cronista oficial259. Todas las experiencias que el conocido como ―Cura de

259
Las referencias a la vida de este eclesiástico son muy parcas, por lo que se remite al estudio preliminar
de la crónica utilizada para el presente estudio: BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado de los Reyes
Católicos; edición y estudio por Manuel Gómez Moreno y Juan de Mata Carriazo. Madrid: Real Academia
Española–Patronato Marcelino Menéndez Pelayo del CSIC, 1962, pp. XIII-XXV.

163
José Fernando Tinoco Díaz

Los Palacios‖ vivió durante este periodo, fueron recogidas en su obra Memorias del
reinado de los Reyes Católicos260.

Frente a las composiciones de Pulgar, Palencia y Valera, Bernáldez presenta una


perspectiva muy distinta del reinado de los Reyes Católicos, mucho más cercana y
personal. En ese sentido, Gómez Redondo denota que este autor «sólo pretendía ser un
riguroso, pero anecdótico memorialista». Por este motivo, sus memorias no van a ser una
crónica en sentido estricto, sino «un conglomerado de evocaciones que se van tornando
progresivamente más nítidas en función del conocimiento que este memorialista iba
teniendo de los sucesos que habla»261. Los escritos del castellano recogen todo tipo de
noticias y curiosidades, seleccionadas desde su propia conciencia personal y presentadas
a través de una consciente visión parcial, lo que convierte a su narración en una muestra
de subjetivismo puro, una forma de que perdurase el recuerdo de un individuo que vivió
un momento crucial de la historia andaluza. Asimismo, el cronista siempre pretendió
destacar su fuerte moral católica tradicional, expresada a través en unas reflexiones que
ponen de manifiesto su experiencia como ejemplo de obediencia ante el poder real y la fe
cristiana. En el aspecto formal, esta crónica destaca por intentar mostrar un estilo sobrio,
que pretende reflejar rigorismo y objetividad. Sin embargo, tras la ingenuidad con la que
parece escribir el eclesiástico, denotan un estilo familiar y cercano, que expresa la
intención del autor de llegar a la opinión pública del común castellano. La cronología de
las memorias abarca el periodo comprendido entre 1478 y 1513, aunque aparecen
algunas referencias anteriores a modo de introducción. En ese sentido, es destacable
resaltar que este autor es el único de los contemporáneos que vive completamente la
Guerra de Granada y la retrata desde una perspectiva más personal, dedicando los
capítulos XLVIII a CI de su obra.

Frente al discurso más amplio de los otros autores que hicieron referencia a esta
contienda de forma contemporánea, esta vez el contenido de la narración brilla por la
concisión en aspectos que ya habían sido tratados en otras narraciones. De hecho, cabe
afirmar sin lugar a duda, que la principal fuente utilizada como apoyo para esta
redacción, fue la propia crónica de Fernando del Pulgar; aunque el autor también toma

260
Las memorias de Bernáldez contaron con una extensa reproducción a lo largo de las centurias
siguientes. En especial, durante el siglo XVII, muy posiblemente por la información que contienen sobre
Cristóbal Colón y el descubrimiento de América.
261
GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa de..., op.cit., pp. I, 116-140, 118- 119.

164
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

distintas referencias a otras obras conocidas como la crónica de Valera. Pero este hecho
no hace que el conjunto de la obra del eclesiástico no deje de ser especialmente
interesante por la información complementaria que incorpora. En algunos casos, el
discurso contiene precisiones que no aparecen en otras narraciones principales, derivadas
de la información conseguida por el religioso a través de la consulta de documentación
nobiliaria o las noticias que llegaban a sus oídos. Asimismo, Bernáldez muestra un
especial afán por destacar la importancia de la figura la aristocracia andaluza en conjunto
en este conflicto, algo que logra a través de la narración de las hazañas del marqués de
Cádiz, don Rodrigo Ponce de León. Por otro lado, la continua alusión a la faceta religiosa
de la contienda que este autor incorpora, contienen un gran valor añadido, en tanto
algunas de ellas son las únicas referencias a diversos aspectos de la bula de cruzada
incluidos en las crónicas contemporáneas al conflicto. En conclusión, la perspectiva
subjetiva aportada por Bernáldez, en cuanto a la selección de contenido, hace que su
crónica acabe destacando como una encendida proclamación del triunfo castellano como
muestra de la unidad patriótica y religiosa de la nación hispana.

En último lugar, los Anales Breves del reinado de los Reyes Católicos don Fernando
y Doña Isabel, de Lorenzo Galíndez de Carvajal (1472-1528), pueden ser considerados
como una fuente complementaria a toda esta información aportada por la cronística
contemporánea al conflicto. Tras haberse formado como jurista, muy pronto el noble
extremeño entró a formar parte de la Chancillería castellana. Tres años después, en 1502,
fue nombrado miembro del Consejo Real de los Reyes Católicos. Durante su estancia en
la corte, Galíndez destacó por desarrollar una brillante labor como editor de crónicas
anteriores al periodo del reinado de Isabel y Fernando262. Pero su gran conocimiento de
la realidad castellana hizo que, en torno a 1525 este jurista castellano decidiera componer
estas notas breves, donde dejó constancia de toda la información posible sobre su larga
estancia en la corte, la cual se alargó desde el año 1468, hasta 1518. La narración del
reinado de Isabel de Castilla está compuesta por un mero sumario de referencias
ordenadas y comentarios a diversos datos sobre los viajes de los monarcas, fruto de su
propio juicio y experiencia política como servidor de los reyes castellanos en algunos de

262
Un breve estudio de su vida, se puede consultar en RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «el doctor Lorenzo
Galíndez de Carvajal, Hombre de negocios en el reino de Granada» En Baetica. Estudios de Arte,
Geografía e Historia, nº 3. Málaga: Universidad de Málaga, 1980, pp. 167-181. Algunas notas al respecto
de su obra y labor como editor, SOTO VÁZQUEZ, JOSÉ: Lorenzo Galíndez de Carvajal. Estudio
Bibliográfico para su lectura y su didáctica. Cáceres: El Broncese, 2009.

165
José Fernando Tinoco Díaz

los hechos más importantes acaecidos en los reinos peninsulares. A partir de 1505,
comienza a ser visible un registro de hechos mucho más elaborado, con epígrafes más
amplios que convierten esta obra prácticamente en una crónica de los años finales del
reinado de don Fernando y su hija doña Juana263.

La composición de esta primera parte de la obra de Galíndez de Carvajal, donde se


recoge todo lo referente al periodo que comprendió la Guerra de Granada, no contribuye
más que a aportar una información de tipo cronológico. Al ser una aportación en forma
de anales, esta obra no aporta reseñables novedades informativas más allá de aclarar el
lugar donde se encontraban los Reyes Católicos a lo largo de estos años de contienda. En
ese sentido, Emilio Cabrera denota que los datos que Carvajal aporta «sirven de
complemento y, algunas veces, de corrección a la crónica de Pulgar»264. Esta perspectiva
del trabajo del castellano ha permitido que su obra tuviera una amplia difusión posterior
como una fórmula de completar el trabajo inconcluso del cronista castellano, sirviendo
como base para la composición de multitud de narraciones del reinado de Isabel y
Fernando. Pero esta obra es especialmente importante para la composición del presente
análisis por las el análisis que este autor realiza en el proemio de sus anales sobre la
copiosa producción historiográfica dedicada al reinado de los Reyes Católicos, en el que
aparecen importantes referencias a otras fuentes que se encuentran desaparecidas en la
actualidad265.

263
Los Anales compuestos por Galíndez de Carvajal contaron con una profusa difusión a lo largo de los
siglos posteriores, siendo utilizados como una fuente complementaria a la Crónica de los Reyes Católicos
de Fernando del Pulgar, junto a la cual se editó en varias ocasiones. De entre todas ellas, la edición
utilizada para el presente trabajo es esta que sigue GALÍNDEZ DE CARVAJAL, LORENZO: «Anales breves del
reinado de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel, de gloriosa memoria, que dejó manuscritos el
Dr. D. Lorenzo Galindez de Carvajal, de su Consejo y Cámara, y de la de los Reyes Doña Juana y D.
Cárlos, su hija y nieto» En Salvá, Miguel y Sainz de Baranda, Pedro (ed.): Colección de documentos
inéditos para la Historia de España, tomo XVIII. Madrid: 1851, Imprenta de la viuda de Calero, pp. 227-
422. Más recientemente, se ha publicado un estudio más actual de esta obra, bajo el título de CARRETERO
ZAMORA, JUAN MANUEL: Lorenzo Galíndez de Carvajal, Memorial o Registro Breve de los Reyes
Católicos. Introducción y Estudio. Segovia: Patronato de Alcázar, 1992. Sobre la edición de esta obra a lo
largo del tiempo, SOTO VÁZQUEZ, JOSÉ: «Problemas de transmisión del Memorial de los Reyes Católicos
de Lorenzo Galíndez de Carvajal» En Cañas Murillo, Jesús; Grande Quejigo, Fco. Javier y Roso Díaz,
José: Medievalismo en Extremadura: estudios sobre literatura y cultura hispánicas de la Edad Media.
Actas del XII Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, celebrado en
Cáceres entre los días 25 y 29 de septiembre del año 2007. Cáceres: Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Extremadura, 2009, pp. 461-476.
264
CABRERA MUÑOZ, EMILIO: «La guerra de...», op.cit., p. 453. Emilio Cabrera asocia este formato a una
obra inacabada, que pretendía ser posteriormente una crónica que no llegó a escribirse. Por ello la
información que proporciona no va más allá de notas cronológicas.
265
GALÍNDEZ DE CARVAJAL, LORENZO: «Anales breves del...», op.cit., pp. 240-245.

166
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Al margen de las referencias a los ya conocidos Fernando del Pulgar, Alonso de


Palencia y Antonio de Nebrija, Galíndez de Carvajal también dio cuenta de los trabajos
de Gonzalo de Ayora, compuestos a partir de 1500 pero que no han llegado a la
actualidad. Asimismo, también mencionó la existencia de una crónica rimada atribuida a
Hernando de Ribera, vecino de Baza, dedicada al conflicto frente al emirato nazarí y que
supone que fue escrita a medida que esta guerra avanzaba. Asimismo, esta obra será
citada con posterioridad por Lucio Marineo Sículo y Luis del Mármol Carvajal, aunque
ninguno de los dos aportó nueva información al respecto de su existencia. Más
recientemente, Pedro Cátedra ha conseguido contribuir al conocimiento de esta narración
en verso con algunas notas acerca de este título, destacando que podría centrar su
atención en don Rodrigo Ponce de León como triunfador de la Guerra de Granada,
destacando que ésta habría influido sobremanera en la composición de la restante la
historiografía en verso de esta época266. De la misma forma, se deben citar el caso de
otras obras que han sido extraviadas a lo largo de la centuria y de las que da cuenta el
propio Galíndez de Carvajal, como fue el caso de la crónica de Pedro de Medina, o Pedro
Santerano, natural de Sicila, también mencionadas por Lucio Marineo. Este autor
italiano, que va a desarrollar su trabajo de forma algo posterior, también da cuenta de los
trabajos Gonzalo de Ayora, y Tristán de Silva, vecino de Ciudad Rodrigo que parece que
no compuso nada reseñable para sus contemporáneos. Por último, algunas fuentes
documentales secundarias también atestiguan la existencia del llamado Laberinto del
Marqués de Cádiz, redactado en torno a 1493 y del cual no se tiene noticia de su
contenido267.

Dejando al margen el análisis de estas fuentes cronísticas primarias, cabe afirmar que
las noticias sobre la Guerra de Granada no solo coparon las narraciones de las principales
crónicas reales de este periodo, al igual que la lucha frente al moro no fue labor exclusiva
del monarca castellano. En ese sentido, fueron varios los personajes de alta cuna que
decidieron poner por escrito sus hazañas en la liza frente al musulmán, expresando así su
deseo de ser considerados como principales referentes de las meritorias actuaciones que
se esperaban de la nobleza castellana durante este siglo. Al igual que sucedió en el resto

266
CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO M.: La historiografía en..., op.cit., pp. 34-35.
267
Sobre la desaparición de diversas obras cronísticas de este periodo, consultar DEYERMOND, ALAIN: «La
historiografía trastámara: ¿una cuarentena de obras perdidas?» En Estudios en Homenaje a Don Claudio
Sánchez-Albornoz en sus 90 años. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras–Instituto de Historia de
España, 1986, pp. 161-194 (Anexos de Cuadernos de Historia de España; vol. IV), pp. 181-182.

167
José Fernando Tinoco Díaz

de Europa, estos libros fueron muy comunes en la literatura del reino hispánico, como
una forma de justificar el liderazgo social de la clase eminente y demostrar el
compromiso de estos sujetos y su linaje con los valores de la monarquía hispana.

Con respecto al entorno fronterizo en el cual se produjo este conflicto, se ha decidido


destacar una obra que, aun bastante previa al inicio de la Guerra de Granada, es
considerada esencial para comprender el contexto en el que se produjo la contienda. Esta
no es otra que la Relación de los hechos del muy Magnífico e más Virtuoso Señor don
Miguel Lucas de Iranzo, Muy Digno condestable de Castilla268. Tras la llegada al trono
de Enrique IV, Miguel Lucas de Iranzo fue nombrado condestable del reino de Castilla
como fruto de la amistad que ambos profesaban desde pequeños. Movido por los recelos
de los aristócratas cortesanos hacia su persona, poco tiempo después de su designación el
castellano decidió trasladarse a Jaén como un exilio voluntario, en torno al año 1460.
Tras su llegada a tierras jienenses, pronto ocupo el cargo de alcaide de esta ciudad hasta
su asesinato, acaecido el 21 de marzo de 1473. En ese sentido, este inacabado relato de la
vida del castellano debió comenzarse a componer en torno a 1463-1464, momento en el
que las críticas hacia su persona en Jaén comenzaban a resonar con más fuerza269.

La obra se inicia con la narración de su nombramiento como barón, conde y


condestable de Castilla, el sábado 25 de marzo de 1458, concluyendo de forma abrupta
en diciembre de 1471. Al respecto de su autoría, algunos investigadores se han
aventurado a atribuir la misma a Pedro de Escavias, gobernador de Andújar, y a Luis del
Castillo, secretario del biografiado; aunque cabe admitir que este aspecto aún no ha

268
Esta obra contó con abundantes reproducciones durante el siglo XV y las centurias posteriores, así como
varias ediciones críticas en la actualidad. La edición utilizada para el presente trabajo de todas ellas, es esta
que sigue ANÓNIMO: Hechos del condestable don Miguel Lucas de Iranzo; edición y estudio por Juan de
Mata Carriazo. Madrid: Espasa-Calpe, 1940. Más recientemente, se ha publicado una nueva edición que
incluye la introducción de las ediciones anteriores de Pascual de Gayangos y Juan de Mata Carriazo;
CUEVAS MATAS, JUAN; ARCO MOYA, JUAN DE Y ARCO MOYA, JOSÉ DEL: Relación de los hechos del muy
magnífico e más virtuoso señor, el señor don Miguel Lucas, muy digno condestable de Castilla. Jaén:
Ayuntamiento-Universidad de Jaén, 2001. Por otro lado, un completo análisis literario de esta obra se
puede encontrar, tanto en las diversas ediciones críticas de la crónica, como en GÓMEZ REDONDO,
FERNANDO: Historia de la..., op.cit., pp. IV, 3558-3579.
269
Al respecto de la biografía del condestable, TORAL PEÑARANDA, ENRIQUE: Estudio sobre Jaén y el
condestable don Miguel Lucas de Iranzo. Jaén: Instituto de Estudios Giennenses del CSIC, 1987;
RODRÍGUEZ MOLINA, JOSÉ: La vida en la ciudad de Jaén en la época del condestable Iranzo. Jaén:
Ayuntamiento de Jaén, 1996; SORIANO, CATHERINE: «El exilio voluntario de un condestable de Castilla,
Miguel Lucas de Iranzo» En Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, vol.
VI-VII. Madrid: SELGYC, 1988, pp. 71-79.

168
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

podido ser dirimido con certeza270. Con respecto a su contenido, además de contar con
una finalidad moralizante, la obra también muestra una eminente intencionalidad política
en su tono narratorio, al estar centrada, casi en exclusiva, en la exaltación de Iranzo como
una destacada figura histórica de relieve en la Castilla del siglo XV. Sin embargo, este
noble castellano no tuvo la importancia histórica de otros grandes personajes de su época,
como fue el caso de don Álvaro de Luna, algo que acaba por reflejarse en una crónica
que termina por destaca principalmente por su valor como retrato de la vida cotidiana en
la frontera. En ese sentido, la Relación de los hechos del condestable fue compuesta
siguiendo el esquema característico de la historiografía medieval castellana bajomedieval
de índole señorial. Pero esta obra se distingue de otras crónicas contemporáneas de esta
temática, por el empleo referente y sistemático de fuentes documentales, junto a la
referencia a romances y costumbres propias de la frontera entre el reino castellano y el
emirato nazarí. Estos elementos populares enriquecen el relato y lo dotan de una
perspectiva única que refleja con fidelidad del modo de vida predominante en esa
realidad rayana del contexto andaluz. De esta manera, a través de sus páginas, se detallan
la mecánica de las incursiones cristianas al otro lado de la frontera, y se da cuenta de la
rivalidad existente entre los propios miembros de la nobleza andaluza. Todo ello hace
que la crónica sea considerada, en la actualidad, como un documento de primera mano
para conocer la vida y los valores de las poblaciones que residieron en este territorio
durante la segunda mitad del siglo XV. Por este motivo, Emilio Cabrera la destaca como
«el mejor precedente y la mejor ambientación en el tema de la frontera granadina»271.

Dentro del periodo que comprendió la contienda castellano-nazarí, don Rodrigo


Ponce de León (1443-1492) fue protagonista de la Historia de los hechos del Marqués de
Cádiz, una crónica anónima que narró los hechos más destacados de su vida272. Del autor

270
Gayanos afirma que podía haber sido Juan de Olí, u Olid, criado del condestable, secretario del que se
hace mención en 1471. Esta afirmación se ha mantenido en la bibliografía general al respecto, hasta que
Carriazo afirma en la introducción de su edición que esta crónica es obra de Pedro de Escavías, alcaide de
Andújar, como ya habían informado Hurtado y González Palencia. Sobre este asunto, SORIANO,
CATHERINE: «¿Autor o autores en los Hechos del condestable don Miguel Lucas de Iranzo?» En Toro
Pascua, María Isabel (ed.): Actas del III Congreso de la Asociación Hispánica de la Literatura medieval.
Salamanca: Universidad de Salamanca, 1994, pp. 1037-1047.
271
CABRERA MUÑOZ, EMILIO: «La guerra de...», op.cit., p. 442-443.
272
Frente al anterior caso, solo se ha conservado un manuscrito de esta obra, conservado en la Biblioteca
Nacional de España bajo la signatura MSS/2089. La edición crítica utilizada para este estudio, basada en el
anterior documento, es la que sigue: ANÓNIMO: Historia de los hechos del marqués de Cádiz; edición,
estudio e índices de Juan Luis Carriazo Rubio. Granada: Universidad de Granada, 2003. Una referencia a
las distintas ediciones, llevada a cabo por Carriazo Rubio, se encuentra en el estudio preliminar de la
edición utilizada.

169
José Fernando Tinoco Díaz

no se conocen datos fiables más allá de que actuó por admiración a la figura de don
Rodrigo, lo cual da a entender una posible relación cercana con el marqués.
Recientemente, Juan Luis Carriazo ha afirmado que muy posiblemente esta obra fuera
escrita por Juan de Padilla (?-1520), poeta y monje cartujo residente en Sevilla. De la
misma manera, la fecha de redacción tampoco se sabe con certeza. El autor no completa
las referencias a los reinados de Fernando e Isabel, por lo que se considera casi coetáneo
a los mismos. Por tanto, parece reciente a la muerte del propio Rodrigo en ese año de
1492, como matiza Carriazo Rubio, el cual también identifica Sevilla como la zona
donde es escrita esta composición273.

Esta crónica comprende la narración de los hechos más destacado de la biografía del
marqués de Cádiz, desde sus primeras correrías en tierra musulmana, hasta las entradas
castellanas en tierra granadina acaecidas en septiembre de 1488, centrándose siempre en
la figura de don Rodrigo, al que se retrata como un nuevo «Çid en nuestro tiempo
naçido». Frente al retrato que aportan otros cronistas del agresivo noble andaluz, esta
versión panegírica destaca por la amabilidad en el tratamiento de la figura de este señor
de la guerra castellano desde una perspectiva que se aleja del simple género biográfico.
En ese sentido, la narración destaca, tanto por su naturaleza singular dentro de las obras
compuestas durante este periodo, como por la selección de su contenido. El relato de las
gestas del marqués contiene un sustrato caballeresco prominente, que hace que la obra se
convierta en un auténtico modelo de comportamiento vasallático para los sucesores del
noble. De este modo, la Historia centra su atención en las acciones de Rodrigo Ponce de
León, no en su persona, de manera que la narración toma forma como una linealidad de
acontecimientos llevados a cabo por un siervo que es presentado como un instrumento de
la voluntad real y divina. Por este motivo, la crónica, en su conjunto, debe ser tomada
como un instrumento de linaje, donde quedó representada la idealización de las acciones
de un hombre en su búsqueda de la redención de su linaje, hasta llegar a fundar de una
nueva etapa gloriosa para su propia estirpe. De esta manera, la obra representa la
integración de los valores nobiliarios andaluces en el magno proyecto de los Reyes
273
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 51-59. El estudio preliminar realizado por este autor de la obra
afirma que, en un principio, el autor pudiera ser de origen hidalgo. Por la naturaleza de la crónica y la
estructuración interna de la misma, el mismo debía tener alguna relación de proximidad con el linaje de los
Ponce de León, pero no ser parte de su círculo doméstico. Asimismo, el hecho es que el cronista tuvo
acceso a documentos privilegiados, tanto a relaciones directas como a cartas personales del propio
marqués, ratificaría esta tesis. Pero que no puede descartarse que fuera un religioso unido por algún
compromiso de patronazgo al linaje, ya que destaca sobremanera la religiosidad y moralidad del texto,
llegando a la conclusión mencionada anteriormente.

170
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Católicos, identificado la Guerra de Granada como una empresa colectiva, y al marqués


como adalid del programa político de unos monarcas elegidos por la divinidad274.

En lo referente a la información que la Historia de los hechos del marqués de Cádiz


aporta sobre la prosecución de la guerra castellano-nazarí, a simple vista puede parecer
insuficiente frente al relato de otras fuentes escritas. De hecho, gran parte de esta
narración presenta destacados paralelismos con la Crónica de los Reyes Católicos de
Diego de Valera, lo cual denota que el autor de la misma posiblemente consultara el
relato anterior del castellano como base para su propia composición275. De esta manera,
la descripción de las acciones de Rodrigo Ponce de León dibuja el idealizado retrato de
este destacado caudillo, que se convirtió en un auténtico referente del ejército castellano
durante esta contienda. El marcado carácter biográfico de esta obra, unido a su reducido
alcance como obra destinada a los descendientes del propio marqués de Cádiz, la hizo
desaparecer del panorama histórico hasta fechas muy recientes. Este hecho ha supuesto
que tradicionalmente la Historia haya ocupado un hueco en la historiografía tradicional
entre las fuentes históricas de segunda fila, lo cual ha redundado en su escasa
reproducción a lo largo de los siglos posteriores. Pero cabe reivindicar el papel de esta
crónica como la principal referencia al conflicto desde la perspectiva del comportamiento
caballeresco, reproduciendo los relatos de las costumbres de la vida en la frontera e
incidiendo en las creencias más profundas de estos guerreros andaluces. En ese sentido,
la estricta selección de temas, la excesiva parcialidad y el apego a fuentes de información
propias, la hacen destacar entre todas las crónicas seleccionadas para el presente trabajo.

274
Es muy destacable que, en la crónica, la omisión de referencias genealógicas, así como la propia
selección de personajes que se produce. Se nombra a los distintos guerreros del partido nobiliario que
acompañan a Rodrigo Ponce de León en pocas ocasiones, como el caso de Pedro de Vera. Pero esto se hace
de manera que no puedan hacerle sombra al propio protagonista. Rodrigo Ponce de León dirige su
comportamiento por la obediencia tanto a Dios y a los reyes, mientras que participa de los tradicionales
gestos y doctrinas caballerescas expuestas por Maurice Keen. De esta forma, la representación de la figura
del marqués denotaba su capacidad para mantener y asegurar la paz, extender la ley de las figuras a las que
sigue y guardar como caballero lugares destacados con un especial celo religioso. En este caso, no se
escatima en la identificación del marqués de Cádiz con otros referentes de tradición antigua, castellana y
hagiográfica. La vocación de las armas expuesta en toda la obra muestra que ya no constituye un fin en sí
mismo, sino un instrumento de promoción social en manos del guerrero. Al respecto de todo ello; KEEN,
MAURICE: La caballería. Madrid: Alianza, 2010, pp. 164 y ss.; FERNÁNDEZ GALLARDO, LUIS: «La
biografía como memoria estamental» En Nieto Soria, José Manuel (coord.): La monarquía como conflicto
en la Corona castellano-leonesa (c. 1230- c. 1504). Madrid: Sílex, 2006, 423-488.
275
Sobre este aspecto, VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. CXLII-CLIII; ANÓNIMO: Historia
de los…, op.cit., pp. 121-125.

171
José Fernando Tinoco Díaz

Dentro de este tipo de crónicas de índole señorial que recogieron la narración de


diversos hechos acaecidos durante el conflicto frente a Granada, también debe ser
destacado el Breve parte de las hazañas del excelente nombrado Gran Capitán, de
Hernán Pérez del Pulgar (1451-1531). El autor de esta crónica participó activamente en
la Guerra de Granada como parte del ejército castellano, donde se destacó como valeroso
combatiente. Como recompensa a su arrojo en la defensa del cerco musulmán a Alhama,
años más tarde recibiría el cargo de Capitán General de la plaza por los Reyes Católicos.
Con posterioridad, Pérez del Pulgar sería nombrado emisario del trono castellano durante
las negociaciones de rendición de la ciudad de Málaga y participaría activamente en la
conquista de Baza, venciendo personalmente a Aben-Zaid, comandante del ejército
granadino que defendía la plaza. Esta acción le valdría el título de caballero y el
sobrenombre de «Alcaide de las Hazañas», o simplemente «El de las Hazañas». Durante
los últimos años del conflicto, el guerrero seguiría despuntando en varias operaciones del
bando cristiano que acrecentarían su leyenda, donde destaca su actuación en el asedio a
Salobreña (1490). Tras presenciar la rendición de Granada y el sofoco de la sublevación
morisca en las Alpujarras, se instaló en Sevilla, donde comenzó a ejercer como
historiador276. Fruto de esta labor, fue su crónica dedicada a su compañero Gonzalo
Fernández de Córdoba (1451-1531), escrita entre 1526 y 1527 por encargo del
emperador Carlos I277.

La obra compuesta por Pérez de Pulgar debía recoger las gestas de este destacado
guerrero castellano, tanto en la Guerra de Granada, como en el transcurso de sus célebres
campañas en Nápoles. Sin embargo, el autor decidió centrarse en los episodios de la vida
del campeón castellano que él mismo había vivido, por lo que las referencias a la guerra
castellano-nazarí copan el conjunto de los hechos expresados en esta narración 278. Esta

276
Al respecto de la biografía de Hernán Pérez del Pulgar, cabe citar el estudio clásico de MARTÍNEZ DE LA
ROSA, FRANCISCO: Hernán Pérez del Pulgar: el de las hazañas. Bosquejo histórico. Madrid: Jordan, 1843;
más recientemente, VILLA REAL VALDIVIA, FRANCISCO DE PAÚL: Hernán Pérez del Pulgar y las Guerras
de Granada. Málaga: Algazara, 1999.
277
El manuscrito más antiguo que se conserva de esta obra data del siglo XVI, estando conservado en la
Real Biblioteca del Monasterio de san Lorenzo de El Escorial bajo la signatura MS/Y-III-6. La edición
utilizada para el presente trabajo, basada en el anterior documento y el manuscrito MSS/11267/21 de la
Biblioteca Nacinal de España, es esta que sigue: PÉREZ DEL PULGAR, HERNÁN: «Breve parte de las hazañas
del excelente nombrado Gran Capitán» En Rodríguez Villa, Antonio (ed.): Crónicas del Gran Capitán.
Madrid: Librería Editorial de Bailly Bailliere e Hijos, 1908, pp. 555-589.
278
Aunque el nombre de este castellano aparece distinguido como uno de los más notables guerreros en las
filas al mando de Alonso de Cárdenas desde muy temprano, no fue hasta la toma de Tájara (1483), cuando
Gonzalo comenzó a mostrar destacadas dotes de mando. Durante contienda frente al emirato nazarí, las

172
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

breve obra pertenece al género laudatorio, aunque Juan de Mata Carriazo también destaca
su doble carácter de crónica fragmentaria, compuesta por una selección subjetiva de
hazañas relatadas siguiendo el modelo bajomedieval tradicional, y narración ejemplar,
destacando la faceta moral de las muestras de heroicidad más relevantes del Gran
Capitán que aquí se recogen279. En ese sentido, el estilo del castellano se asemeja al de
los restantes cronistas de este periodo pre-renacentista, sirviéndose de las obras de Valero
Máximo como inspiración. A través de sus relatos de los triunfos de Fernández de
Córdoba, se hacen visibles los valores de la joven caballería en la frontera granadina, de
sus deseos de destacar en contienda y de su avidez por ascender gracias a su desempeño
en el campo de batalla. Sin embargo, estos rasgos internos, muy semejantes a los de la
anterior Historia de los hechos del marqués de Cádiz, también la han relegado a un
segundo plano entre las fuentes historiográficas del conflicto, como sucedió con la
narración de los triunfos de Rodrigo Ponce de León. Asimismo, el relato de Hernán Pérez
comparte con la crónica anterior su reducida relevancia, quedando relegada ante fuentes
históricas de más calado informativo. Pero al igual que la biografía del caudillo andaluz,
el texto compuesto por este antiguo guerrero muestra con claridad la realidad fronteriza
andaluza, ahondando en la relación entre los diversos individuos que formaron parte de
los ejércitos de Castilla durante la contienda frente al emirato nazarí.

Al respecto de la historiografía en verso compuesta durante el reinado de los Reyes


Católicos, cabe destacar que el tratamiento del conflicto castellano-nazarí, en este tipo de
fuentes, presentó unos rasgos bastante semejantes a los destacados al hablar de las obras
narrativas en prosa. Todas estas crónicas historiadas también compartieron con las
narraciones compuestas en prosa, el deseo de servir a los intereses de la corona. Sin
embargo, en este caso, los escritos en verso de esta época destacan por presentar la
regeneración de la sociedad desde una fuerte perspectiva providencialista, que se denota
a través de su marcado carácter laudatorio y la presencia de un alto contenido de
expresiones retóricas proféticas. A nivel general, se puede afirmar que todas las crónicas

acciones que más lo distinguieron en el campo de batalla, fueron las conquistas de Íllora, Montefrío y Loja,
donde hizo prisionero al propio emir Boabdil. Por todo ello, ese mismo año de 1486 fue nombrado alcalde
de Íllora, desde donde apoyó las disensiones entre el soberano nazarí y su tío El Zagal. La confianza
depositada por los Reyes Católicos en él fue tan grande, que él mismo se hizo cargo de las últimas
negociaciones para la rendición de la ciudad de Granada. Sobre este personaje, RUIZ-DOMÈNEC, JOSÉ
ENRIQUE: El Gran Capitán: Retrato de una época. Barcelona: Ediciones Península, 2002.
279
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historiografía del Gran Capitán: El ―breve parte‖ de Fernán
Pérez de Guzmán» En Carriazo Arroquia, Juan de Mata: En la frontera de Granada. Sevilla: Facultad de
Filosofía y Letras, 1971, pp. 497-524.

173
José Fernando Tinoco Díaz

rimadas presentaron una pobreza estilística intencionada. Los autores de estas obras
rimadas prefirieron destacar la verosimilitud del hecho historiado, en detrimento de la
calidad de sus composiciones. Esta naturaleza apologética ha condicionado sobremanera
el acercamiento de los diversos investigadores de la Guerra de Granada hacia este tipo de
fuentes, lo cual las ha condenado al olvido durante largo tiempo. Las copias de estas
obras rimadas fueron muy escasas con posterioridad, a la par que los manuscritos
originales de las mismas se fueron perdiendo con el paso del tiempo, lo cual generó que
las referencias a las mismas en las obras compuestas durante del siglo XVI y a posteriori,
sean prácticamente nula. Empero, su reedición a lo largo de los últimos años del siglo
XX, y la recuperación del interés por el estudio de la faceta ideológica de la contienda,
han hecho que en los últimos años el estudio de las mismas cobre una nueva importancia
como contrapunto de la información aportada por las restantes fuentes en prosa que
recogieron el devenir del conflicto castellano-nazarí280.

La principal de estas crónicas en verso que se hicieron partícipes del conflicto


castellano-nazarí, fue la Consolatoria de Castilla, compuesta por Juan Barba281. Los
datos biográficos de este autor son muy parcos, por lo que cualquier acercamiento a su
persona se denota insuficiente282. En el aspecto literario, Barba destaca por presentarse
como un continuador del estilo de Juan de Mena. Su obra presenta un marcado tono
ético, visible en la selección subjetiva de sucesos y en la perspectiva con la que son
narrados los mismos. En ese sentido, las campañas del ejército cristiano durante la
Guerra de Granada fueron recogidas en esta crónica de manera parca, aunque destaca
sobremanera la información aportada por la narración con respecto la campaña de 1485,
en la que se consiguió tomar Ronda. El relato de Barba se ve interrumpida en 1488, muy
probablemente por la muerte del autor. A lo largo de todo el periodo que comprende la
narración de este castellano, se destaca el carácter histórico y verídico del discurso, lo

280
Al respecto de la evolución de este género durante el ocaso de la Edad Media peninsular, CÁTEDRA,
PEDRO M.: La historiografía en..., op.cit., pp. 15-37; CONDE LÓPEZ, JUAN CARLOS: «La historiografía en
verso: precisiones sobre las características de un (sub)género literario» En Paredes, Juan (ed.): Medioevo y
literatura. Actas del V Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (Granada, 27
septiembre- 1 octubre de 1993). Granada: Universidad de Granada, 1995, pp. 47-59.
281
El único manuscrito que se conserva de esta crónica está datado en el siglo XV, conservado actualmente
en la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca bajo la signatura MS/1.871. El mismo
ha sido utilizado para componer la edición utilizada para el presente estudio, la cual es esta que sigue:
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla» En Cátedra García, Pedro M. (ed.): La historiografía en verso en
la época de los Reyes Católicos. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1989, pp. 166-332.
282
Sobre de los datos sobre su autor y su composición, se remite al estudio preliminar de Pedro Cátedra en
su edición de la misma obra; CÁTEDRA, PEDRO M.: La historiografía en…, op.cit., pp. 39-49.

174
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que denota que es posible que el autor estuviera presente en muchos de los hechos que
relata.

Juan Barba se esforzó por exaltar la faceta teocéntrica y mesiánica de doña Isabel de
Castilla, lo cual logró a través de la reinterpretación de la historia de Castilla a finales del
siglo XV. Esta visión del pasado peninsular le sirvió al autor para demostrar que la reina
fue la consolación del reino castellano por designio divino de la providencia, frente a los
castigos y penurias que sus súbditos se vieron obligados a sufrir durante las centurias
anteriores a la llegada de esta redentora monarca elegida por la divinidad. De la misma
manera, el autor también deseó hacer partícipe a la propia reina de la necesidad de
agradecer a Dios su intercesión en los triunfos conseguidos por el reino, y por ello
destinó su obra a dejar constancia de que la victoria sobre las fuerzas nazaríes no había
sido sino un ejemplo del triunfo de la fe verdadera. En ese sentido, la narración de la
Guerra de Granada denota cómo la contienda frente al musulmán fue el camino
seleccionado por la divinidad para señalar su favor a estos reyes destinados a la grandeza.

En segundo lugar, cabe destacar el Rimado de la conquista de Granada o Cancionero


del zaragozano Pero Marcuello283. Al respecto de la vida de este autor, hay muy pocos
datos al margen de su ciudad de origen y su relación con la corte de don Fernando de
Aragón, donde dejó diversas muestras de su quehacer en el campo de las letras 284. Entre
la sucinta producción de este poeta, destaca su devocionario rimado, escrito entre 1482 y
1405, para ser ofrecido a Isabel y Fernando, además de a su hija y sucesora doña Juana.
Como afirma José Manuel Blecua, el objetivo de esta composición fue «rogar a Dios, a
nuestra Señora y a muchos santos para que protejan a los Reyes Católicos y puedan
conquistar Granada y más tarde Jerusalén, inscribiéndose así en aquella especie de

283
Solo se han conservado dos manuscritos de esta obra, siendo el volumen MS/1339 de la Bibliothéque et
Archives du Château de Chantilly una versión más completa que la que aparece contenida en el
Cancionero General guardado en la Biblioteca Nacional de España bajo la signatura MSS/3764-3. La
edición utilizada para el presente trabajo, basada en el primero, es esta que sigue: MARCUELLO, PEDRO:
Cancionero; edición, introducción y notas por José Manuel Blecua. Zaragoza: Institución Fernando el
Católico, 1987. Más recientemente, se ha realizado un nuevo estudio del manuscrito y una reedición del
trabajo anterior de José Manuel Blecua bajo el título MARCUELLO, PEDRO: El rimado de la conquista de
Granada o Cancionero de Pedro Marcuello: edición crítica del ms. 1339 de la biblioteca del Museo
Condé; estudio del texto y de las miniaturas, transcripción y notas por Estrella Ruiz-Gálvez Priego.
Madrid: Edilan, 1995.
284
Al respecto de la biografía del autor, sobrino del camarero mayor del monarca don Fernando, consultar
SERRANO Y SANZ, MANUEL: «Noticias biográficas de Pedro Marcuello» En Boletín de la Real Academia
Española, nº 4. Madrid: RAH, 1917, pp. 22-37.

175
José Fernando Tinoco Díaz

mesianismo de la época»285. Por ende, se debe considerar la obra como «un libro
edificado en torno a una idea central: acompañar el esfuerzo reconquistador de los Reyes
Católicos desde el inicio de la campaña de 1482, hasta su culminación en 1492»286.

En cuanto a su composición, Rafael Peinado afirma que el Cancionero «está


estructurado como un devocionario impregnado de un misticismo anti-islámico, muy
representativo de la mentalidad popular o más precisamente de la pequeña nobleza»287.
La poesía de Marcuello presenta un estilo muy sencillo, pero con una importa litúrgica
que da un tono elevado a una composición que destaca por su grado de religiosidad. Esta
característica formal ayuda a que el zaragozano refleje la Guerra de Granada desde una
perspectiva mesiánica, representando esta contienda como un conflicto donde la fe
cristiana y el futuro del reinado de Isabel y Fernando se entrecruzaron de manera
indisociable. Entre los aspectos más reseñables del contenido de la misma, cabe subrayar
el gusto de Marcuello por rememorar profecías sobre el Planto de España y los diversos
tópicos proféticos y mesiánicos que parecían correr entre el pueblo castellano desde el
inicio del reinado de los Reyes Católicos. El poeta denotó así el clima triunfalista de la
sociedad hispánica a través de sus versos, pero siempre desde el punto de vista de la
ortodoxia católica más íntegra. En ese sentido, para este autor la conquista de la capital
nazarí anunciaba la redención del reino castellano y el inicio de una nueva etapa dorada
para toda la sociedad hispánica, representada en don Fernando, el caudillo elegido para
conquistar Jerusalén y restaurar la fe cristiana en Constantinopla. Tal perspectiva
escatológica pareció restar valor histórico a la composición de Marcuello. Sin embargo,
esta obra en verso supone una de las principales fuentes del alcance doctrinal que llevó a
proyectar la imagen mesiánica de estos reyes en todo el panorama peninsular.

La última de estas crónicas en verso es el Panegírico a la reina doña Isabel, de Diego


Guillén de Ávila (¿?-1558). Frente al caso de los anteriores autores mencionados, pocos
conocidos en el entorno cortesano, el castellano destacó su labor como traductor en el

285
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 11.
286
GARCÍA, MICHEL: «El cancionero de Pero Marcuello» En Deyermond, Alain y MacPherson, Ian (eds.):
The Age of the Catholic Monarch, 1474-1515. Literary Studies in Memory of Keith Whinnom. Liverpool:
Liverpool University Press, 1989, pp. 48-56, p. 55. Es interesante también consultar MARÍN PINA, MARÍA
CARMEN: «Composición y cronología del Cancionero de Pedro Marcuello» En Archivo de filología
aragonesa, vol. 44-45. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1990, pp. 161-178.
287
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., p. 459. Al respecto de este aspecto
de la obra de Marcuello, ALVAR, MANUEL: «Sentido del Cancionero de Pedro de Marcuello» (dirección
web: <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/sentido-del-cancionero-de-pedro-de-marcuello-
0/html/00f6a408-82b2-11df-acc7-002185ce6064_12.html#I_5_>) [fecha de consulta: 23/01/2015].

176
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

último cuarto del siglo XV, a pesar de que su vida aún es poco conocida288. Asimismo,
este escritor también sobresalió como autor de la teatral Égloga interlocutoria y dos
panegíricos, uno dedicado al arzobispo Carrillo y otro a doña Isabel de Castilla. Este
último texto parece que fue concluido en julio de 1499, siendo publicado en 1509 289. El
objetivo de la obra no fue otro que elogiar a la reina desde una perspectiva muy
semejante a la de Juan Barba, aunque «éste inserta en su revisión del pasado, presente y
futuro una marca explícita de carácter providencial»290 . En ese sentido, la obra puede
dividirse en tres partes. La primera de ellas, dedicada a realizar una propuesta goticista y
continuista de la historia de la monarquía castellana hasta el reinado de Enrique IV. La
segunda narra el inicio del reinado de doña Isabel hasta la Guerra de Granada, contienda
que ensalza como el gran éxito alcanzado por esta soberna durante el comienzo de su
mandato. Pero a pesar de la especial atención que presta en narrar la toma de Alhama y el
comienzo de dicha guerra frente al emirato, Diego Guillén resume, con bastante
parquedad, las campañas posteriores del conflicto. De hecho, dedica la última de parte de
este panegírico a la expulsión de los judíos y a definir la proyección de las grandes
glorias futuras para el reino de Castilla, restando importancia a los hechos pasados a
favor de las importantes aspiraciones y esperanzas puestas en la persona de esta reina
castellana por el conjunto del pueblo hispánico.

Al margen de la perspectiva netamente castellanas de todas estas fuentes cronísticas,


Hernando de Baeza compuso un sumario del final del reino nazarí desde su envidiable
perspectiva como confidente de Boabdil. Los datos de la vida de este eclesiástico
castellano son muy breves, reduciéndose a los que él mismo incluyó en su narración. Uno
de los hechos que marcó su vida fue conocer al joven emir nazarí durante su cautiverio
en tierras castellanas, tras la derrota nazarí en la batalla de Lucena (1483) 291. Gracias a la

288
Sobre su biografía, ROCA BAREA, MARÍA ELVIRA: «Diego Guillén de Ávila, autor y traductor el siglo
XV» En Revista de Filología Española, nº LXXXVI. Madrid: CSIC, 2006, pp. 373-394.
289
La edición utilizada para el presente trabajo corresponde a la edición facísimil de la primera edición
impresa, siendo esta que sigue: GUILLÉN DE ÁVILA, DIEGO: Panegírico a la reina doña Isabel;
reproducción facsímil de la edición realizada en Valladolid durante 1509. Madrid: Real Academia de la
Historia, 1951. Aunque no se conserva el manuscrito original de la misma, la primera edición impresa
concluye afirmando que la obra original se culminó en «Roma, a xxiij días de julio año de noventa e
nueve», lo cual denota una versión anterior que no ha llegado hasta la actualidad; GUILLÉN DE ÁVILA,
DIEGO: Panegírico a la…, op.cit., p. CIIIj.
290
CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO M.: La historiografía en..., op.cit., p. 31. También son muy interesantes los
datos aportados a lo largo de su trabajo por CONDE LÓPEZ, JUAN CARLOS: «La historiografía en...», op.cit.
291
Con respecto a la prisión del denominado rey Chico en Alcaudete, donde ambos se conocieron, la
información de este episodio fue recogida en la anónima «Relación circunstanciada de lo acaecido en la

177
José Fernando Tinoco Díaz

íntima relación y el apego que se generó entre ambos, con posterioridad el castellano se
trasladó en 1487 a la corte nazarí como mensajero e intérprete de los Reyes Católicos en
sus relaciones diplomáticas con la corona musulmana. A lo largo de estos años,
Hernando de Baeza convivió estrechamente con las capas más altas del emirato, desde
donde vivió la caída del propio emirato. Durante esta etapa, afianzó su amistad con el
emir granadino y con su propia familia, lo que le hizo ser partícipe de la historia de este
reino de una manera especialmente cercana. Los frutos de estos intentos contactos del
traductor con la cultura nazarí quedaron presentes en la redacción, en torno a 1505, de la
Suma que hizo estando en Granada de las cosas de aquel reino292.

Juan de Mata Carriazo no dudaba en calificar esta crónica como una «joya entre todos
los textos coetáneos de la extinción del reino de Granada», en tanto «su testimonio es
precioso por muchos conceptos; siendo de lamentar que su relato se encuentre
incompleto, truncado en la parte final, en los dos manuscritos que lo conservan, y por
tanto en la edición»293. Las líneas del contenido de la obra son muy dispersas, ya que el
relato se inicia en el reinado de Juan II y concluye, de forma abrupta, en el asedio de los
Reyes Católicos a la capital nazarí. El estilo de la misma es sencillo y llano, aunque tan
lleno de exactitud y expresión que parece hacer partícipe al lector de una realidad

prisión del Rey Chico de Granada» En Relaciones de algunos sucesos de los últimos tiempos del reino de
Granada. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1868, pp. 47-67.
292
Solo se conserva un manuscrito incompleto de esta obra, el cual permanece en la Real Biblioteca del
Monasterio de San Lorenzo del Escorial bajo la signatura MS/Y-III-6. La edición utilizada para el presente
trabajo, la cual utilizó la anterior versión, es esta que sigue: BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que pasaron
entre los reyes de Granada desde el tiempo de el rrey don Juan de Castilla, segundo de este nonbre, hasta
que los catholicos reyes ganaron el reyno de Granada, scripoto y copilado por Hernando de Baeça, el qual
se halló presente á mucha parte de lo que cuenta, y lo demas supo de los moros de aquel reyno y de sus
corónicas» En Relaciones de algunos sucesos de los últimos tiempos del reino de Granada. Madrid:
Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1868, pp. 1-44. Al respecto, es también interesante consultar GOZALBES
CRAVIOTO, ENRIQUE: «El epílogo de la Granada nazarí en la obra de Hernando de Baeza» En Temimi,
Abdeljelil (ed.): Mélanges María Soledad Carrasco Urgoiti. Zaghouan: Foundation Yemimi, 1999, pp. I,
63-71.
293
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., p. 395, SANTA CRUZ, ALONSO DE:
Crónica de los..., op.cit., pp. CCL-CCLI. Esta crónica contó con una escasa transmisión posterior que la ha
hecho contar con muy poca importancia dentro del panorama historiográfico actual. Sin embargo, se tiene
constancia de que la mayor parte de cronistas del siglo XVI, como fueron los casos de Gonzalo Argote de
Molina o Alonso de Santa Cruz, la utilizaron para completar la narración de la Guerra de Granada en sus
respectivas crónicas. Este último autor incluso incluyó un fragmento íntegro de la crónica del castellano
que amplia el contenido de la edición que ha llegado a la actualidad, que denotan que este autor pudo
consultar una versión mucho más completa que la que pudo consultar Carriazo para su edición; CARRIAZO
ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Continuación inédita de la Relación de Hernando de Baeza» En al-Andalus:
Revista de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada, nº 13. Madrid: Instituto Miguel Asin,
1948, pp. 431-442.

178
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

histórica muy desconocida para los restantes cronistas castellanos del periodo. De hecho,
al contrario que estos otros narradores hispánicos, Baeza no mencionó los
acontecimientos que afectaron a los reinos cristianos durante los reinados previos a la
llegada al trono de los Reyes Católicos. En contraposición, el eclesiástico recogió por
escrito gran cantidad de la historia del emirato nazarí que él mismo fue reuniendo durante
su permanencia en la corte islámica, la cual sirve para ilustrar la situación interna de
reino musulmán durante los años previos al definitivo conflicto frente a Castilla. Esta
información procedía, tanto de obras escritas que pudo consultar gracias a su
conocimiento del árabe, como de las conversaciones que mantuvo con diversos
miembros de la familia real nazarí, lo cual enriquece el carácter subjetivo del texto
sobremanera. Por este motivo, Gómez Redondo afirma que «la obra se asemeja más a un
memorial que a una crónica»294.

Dentro de la narración de la definitiva contienda castellano-nazarí, destaca


sobremanera la simpatía especial que el autor demostró por Boabdil y su familia, a
quienes retrata desde una perspectiva bastante amable. De hecho, Hernando Baeza
pretende justificar, en algunos momentos, las decisiones a las que el joven emir se vio
obligado a recurrir para intentar parar el avance de los reyes de Castilla en su conquista
del territorio musulmán. Por otro lado, cabe destacar que la selección de hechos que el
eclesiástico recogió en esta narración, intentaron conceder a la historia del reino nazarí
una eminente finalidad ejemplar, destacando que el emirato calló derrotado frente
superioridad de la fe cristiana, en gran medida, debido a las intrigas y desavenencias
internas existentes entre los bandos musulmanes. De la misma manera, López de Coca ha
señalado que otros de los objetivos de esta obra, fue apoyar la vuelta al territorio
castellano, de aquellos renegados cristianos residentes en Granada que se habían vistos
obligados a renegar de su fe por encontrarse al servicio de los emires nazaríes, los cuales
habían llegado a entablar amistad con el propio autor295. Por todos estos motivos, la
crónica de Hernando de Baeza ha sido considerada, tradicionalmente, como el único
testimonio contemporáneo de la contienda que retrata la perspectiva islámica de la
misma.

Dejando a un lado estas obras pertenecientes al género cronístico en prosa, es


menester hacer referencia a las referencias epistolares en prosa que tradicionalmente han

294
GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa de..., op.cit., pp. I, 283-288.
295
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: José Enrique: «La conquista de…», op.cit., p. 34.

179
José Fernando Tinoco Díaz

servido para complementar la información aportada por las fuentes anteriores, a la hora
de articular cualquier análisis del conflicto castellano-nazarí. Durante el final de esta
centuria de 1400, gracias al paulatino incremento de la influencia pre-renacentista en las
esferas culturales más altas del reino hispánico, se produjo una revitalización de la misiva
como expresión de la dialéctica platónica más clásica. Esta corriente consideraba el
diálogo entre dos personas como la oportunidad idónea de expresar las cualidades
pensamiento racional, por lo que el género epistolar se convirtió así en la principal
herramienta de los autores castellanos para expresar ideas y procedimientos formales
desde una perspectiva de carácter más personal. Las misivas fueron editadas y publicadas
en forma de conjuntos epistolares de variada naturaleza, de modo que «los modelos
retóricos sobre los que la epístola se asienta permitirán ensayar procesos muy variados de
articulación temática, de análisis de conceptos o de valoración de sentimientos»296. En
ese sentido, las cartas que se incluyeron en estos compendios tomaron la forma de
memoriales políticos, relaciones de hechos, o meras consultas y ejemplos de la posición
de su autor sobre algún hecho o cuestión relevante de la vida castellana del momento.
Entre todos estos temas, destacó la composición de cartas de contenido político,
compuestas por los principales historiadores y analistas del momento, las cuales dieron
cuenta de la vinculación del autor a su cargo y denotaron la idoneidad de su posición para
formular comentarios y plantear análisis sobre hechos y situaciones que registraban de
forma posterior en sus escritos y narraciones.

Este tipo de expresiones epistolares plantearon el resurgir del individualismo a través


de la edición de conjuntos de misivas de autores que realmente pretendía denotar su
espíritu crítico y sus cualidades sobresalientes y distintivas, a través de la adaptación y
difusión de su correspondencia privada con las grandes personalidades de su momento
histórico297. Al igual que sucedió con el género cronístico, las cuestiones en torno a la
prosecución de la Guerra de Granada, y la significación de su prosecución, también
estuvieron muy presentes en los escritos de este género epistolar, mostrando otra

296
GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa de..., op.cit., p. I, 557.
297
Cabe afirmar que este tipo de compendios epistolares incluyeron cartas que, con posterioridad, han sido
halladas en diversos documentos históricos. En ese sentido, el carácter del presente trabajo ha influido en la
decisión de incluir solo las versiones íntegras de estas obras, dejando al margen las referencias singulares a
este tipo de documentos históricos. Al respecto de la evolución este género durante el final del periodo
bajomedieval, MARTÍN BARRIOS, PEDRO: El arte epistolar en el Renacimiento europeo 1400-1600. Bilbao:
Universidad de Deusto, 2005; PONTÓN GIJÓN, GONZALO: Correspondencias. Los orígenes del arte
epistolar en España. Madrid: Biblioteca Nueva, 2002; COPENHAGEN, CARLOS: Letters and Letter Writing
in Fiftheenth-Century Castile: A Study and Catalogue. California: University of California, 1984.

180
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

perspectiva de la contienda mucho más subjetiva. Sin embargo, durante los siglos
posteriores a su edición original, este tipo de correspondencia fue considerada como un
elemento de curiosidad, más que una fuente de información de primer grado, por lo que
su estudio quedó supeditado al campo de la literatura. Durante los años finales del siglo
XVIII, en contraposición, se comenzó a plantear el carácter de estas cartas como una
fuente de información histórica complementaria a las grandes obras cronísticas del
periodo. Esta perspectiva concedió a los repertorios epistolares un nuevo tratamiento de
la información contenido en ellos, destacando su carácter personal y cercano, donde
brillaba la subjetividad de los temas expuestos en las diversas epístolas de algunos de los
autores más notables del panorama peninsular.

Dentro del género epistolar, las Letras compuestas por Fernando del Pulgar son
consideradas uno de los mejores ejemplos de esta prosa pre-renacentista, y una fuente de
primera mano para retratar la realidad de la corte castellana durante los años posteriores
al nombramiento de doña Isabel como heredera del trono castellano. La colección
completa de mensajes enviados por del cronista está compuesta por treinta y dos
epístolas, escritas entre los últimos días del reinado de Enrique IV y el año 1484, que el
castellano envió a diversas personas ilustres del reino hispánico298. Juan Luis Alborg
destaca que «en ellas se alternan las referencias a sucesos políticos o militares, los
comentaros filosóficos o simplemente adoctrinadores y las referencias autobiográficas;
todo ello en tonos muy diversos, que oscilan desde la gravedad profunda hasta la alusión
sarcástica, desde la pincelada ingeniosa hasta la confidencia íntima»299. Las epístolas de
Pulgar adoptaron un esquema clásico, con rasgos propios de las epístolas ciceronianas.
Aunque la mayoría de estos mensajes fueron escritos en tono íntimo y familiar, son
comunes en ellas las citas clásicas y bíblicas que denotaban el carácter y los valores
298
Cabe destacar que la obra original circuló a finales del periodo bajomedieval en Castilla en forma de dos
ediciones. La primera de las ediciones de estas letras, compuesta por 15 cartas, vería la luz a lo largo de
1485 y nuevamente en 1486. Años más tarde, en 1493, se volvería a publicar este conjunto epistolar,
siendo ampliado a 31 cartas. Para Gómez Redondo, esta reimpresión amplificada es muestra del interés que
las epístolas supuso en su primera publicación. Asimismo, es destacable el carácter literario que se
mantuvo en las distintas ediciones de las mismas, las cuales aparecen con asiduidad junto a la obra de los
Claros Varones de Castilla de Pulgar. Un comentario bastante completo al respecto de este asunto, con
diversas referencias bibliográficas, se encuentra en GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa
de..., op.cit., pp. I, 561-562. La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue: PULGAR,
FERNANDO DEL: Letras; edición y notas de J. Domínguez Bordona. Madrid: Espasa Calpe, 1958. Este fue
el primer trabajo que incluyó un verdadero estudio preliminar de las Letras de Pulgar tras su oblicación en
diferentes colecciones de autores medievales, siendo publicado en origen en 1929, 1949 y nuevamente en
1982.
299
ALBORG, JUAN LUIS: Historia de la..., op.cit., pp. I, 480.

181
José Fernando Tinoco Díaz

culturales predominantes entre las principales personalidades castellanas de este periodo.


Asimismo, tampoco escasearon los comentarios políticos sobre diversos hechos
destacados del panorama social hispánico, lo cual facilita conocer la opinión del autor y
los destinatarios de estas misivas al respecto de los mismos. Por otro lado, las epístolas
que poseen un carácter más oficioso, en las cuales el autor refiere sucesos actuales que
justifica y actúa de consejero o mediador, parecen responder a un esfuerzo, por parte del
propio Pulgar, de demostrar su comunión incondicional con el pensamiento de los reyes.
Es en estas misivas de carácter más institucional, donde aparece información
complementaria referente a la Guerra de Granada.

Con respecto a la contienda castellano-nazarí, las epístolas que refieren información


sobre el conflicto son muy poco numerosas en el conjunto de toda la correspondencia del
cronista. Solo las letras XI, XVII, XIX, XXVIII, XXXII y la misiva dirigida Al muy
noble e magnífico señor, mi señor el Conde de Cabra, señor de la villa de Baena,
añadida más tardíamente en las ediciones modernas del conjunto, refieren datos
reseñables al respecto. En todas ellas, Fernando del Pulgar se limitó a informar a diversos
personajes castellanos de las intenciones de los monarcas de llevar guerra al emirato
nazarí, y a consolar a algunos de los grandes nobles del reino que fueron derrotados
durante los primeros compases del conflicto. A pesar de que el contenido expuesto en
todas ellas es real, cabe destacar que la composición y selección para su publicación se
produjo siguiendo unos intereses determinados, lo cual posiblemente alteró el espíritu
original de estos escritos. El propio orden de estas misivas no responde a su cronología
original, sino que tiene un elemento retórico bastante pronunciado. Sin embargo, el
carácter personal de las mismas las hace un elemento esencial como complemento a la
Crónica de los Reyes Católicos compuesta por el cronista.

En referencia a estas epístolas, cabe destacar que los discursos o arengas aparecidos
en las diversas obras de Fernando del Pulgar tradicionalmente habían sido estudiados
como una inserción narrativa totalmente contextualizada, que se ajustaba servilmente a
los modelos clásicos de discursos desde López de Ayala. Aunque, como bien destacó
Eduardo Fueter, Pulgar se había desmarcado de esta corriente al esforzarse por adaptar
sus creaciones a la realidad española bajomedieval300. Sin embargo, todas estas
disertaciones sobre este aspecto de la obra de Pulgar, realizadas durante el inicio del siglo

300
FUETER, EDUARDO: Hitorie de l’histographie modernes. París, 1914, pp. 280-282.

182
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

XX, quedaron al margen con la publicación de la carta del cronista al Conde de Cabra.
La epístola expresa cómo en enero de 1484, el castellano se encontraba finalizando la
narración de los hechos en torno a la prisión y liberación de Boabdil, última página de la
narración de 1483, momento en el que decide enviársela al protagonista de dicho hecho
para que éste ratifique su testimonio301. De este documento se puede deducir que, si bien
Pulgar escribe bajo dictado de los poderosos, el cronista ponía especial importancia en la
configuración de estos fragmentos, por encima incluso de la propia narración, en tanto
pretendían mostrar el propósito tras el hecho. Por tanto, estos discursos no pueden ser
tomados como opinión explícita del personaje al que se atribuyen y sí como implícita del
autor. No se puede aventurar por qué razón el discurso no fue identificado finalmente con
la figura del conde, como aparece solicitado en la epístola, ya que no se conoce réplica.
Pero lo que sí se extrae de ella es la forma de trabajar estos recursos como si fueran las
piezas maestras de su escrito, siendo la carta, en palabras de Juan de Mata Carriazo «un
ejemplo precioso del margen de libertad que el cronista se concede y de sus
procedimientos de trabajo». Este historiador afirmaba al respecto que estos discursos que
intercala Pulgar en su crónica deben de ser considerados como elementos retóricos,
respondiendo los mismos a una forma de disponer los materiales con los que pretende
engrandecer las acciones de los personajes identificados en estas arengas 302. Pero no
puede dejarse atrás el hecho de que recogen la opinión y vivencias del autor en tanto los
hechos son seleccionados y compuestos bajo su propia pluma. Por ello, al acercarse a los
mismos, queda de manifiesto tanto el razonamiento de Pulgar como el mensaje que a
través del cronista pretendía aportar Castilla como aparato monárquico303.

Un caso semejante al sucedido con la edición de la correspondencia de Pulgar sucedió


al respecto de las epístolas de Diego de Valera. Las misivas que este castellano envió «en
diversos tiempos y á diversas personas» fueron publicadas, muy posiblemente, tras la

301
«Yo, muy noble e magnífico señor, en esto que escribo no llevo la forma destas corónicas que leemos
de los reyes de Castilla; mas trabajo cuanto puedo por remediar, si pudiere, al Tito Livio e a los otros
estoriadores antiguos, que hermosean mucho sus corónicas con los razonamientos que en ellas leemos,
enbueltos en mucha filosofía e buena doctrina. Y en estos tales razonamientos tenemos liçençia de añadir,
ornándolos con las mejores e más eficaçes palabras e razones que pudiéremos, guardando que no salgamos
de la sustançia del fecho»; SERRANO, LUCIANO: «Documentos referentes a la prisión de Boabdil en 1483»
En Boletín de la RAH, nº LXXXIV, 126. Madrid: RAH, 1924, pp. 439-448, p. 441.
302
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: Las arengas de Pulgar. Sevilla: Universidad de Sevilla:
Universidad de Sevilla, 1954, pp. 43-74
303
Sobre todo ello, es interesante consultar TINOCO DÍAZ, J. FERNANDO: «Ideología tras la guerra de
Granada en la obra de Fernando del Pulgar: Análisis del discurso de Alonso de Cárdenas, Maestre de la
Orden de Santiago» En Roda da Fortuna, nº1/13. Lisboa: Roda da Fortuna, 2013, pp. 149-172.

183
José Fernando Tinoco Díaz

muerte de su autor, bajo la denominación de Tratado de las epístolas304. De ellas, afirma


Menéndez Pelayo que «son, sin contienda, la mejor de sus obras […] sin ser propiamente
cartas familiares, sino más bien memoriales, disertaciones y arengas políticas disfrazadas
en forma epistolar»305. Estas cartas presentan unidas las dos facetas más destacables de
las obras compuestas por Valera: su brillante reflexión histórica y la interesante
valoración política de los diversos hechos de los que este autor fue testigo. Entre el
conjunto de todas estas misivas, destaca la diversa y pródiga correspondencia de don
Diego tuvo con los propios monarcas castellanos, fruto de la entusiasta relación entre
ambas partes. En ellas son visibles diversos y eficaces consejos que el caballero
castellano brindó a sus reyes, en los cuales siempre quedó presente un evidente espíritu
práctico, ceñido de forma íntima a la realidad castellana bajomedieval que él mismo
vivió. Persistiendo en los nuevos rumbos del Renacimiento, Diego de Valera comprendía
la necesidad de dar una solución al estado en el que se encontraba el reino castellano tras
la subida al trono de esos monarcas. Pero ese remedio debía ser fruto de la concreción
política de unos dictámenes bien calculados, en armonía con los nuevos requerimientos
que la evolución cultural europea exigía. De esta manera, «entre frases de adulosa
superficialidad se envuelven consejos magníficos de gobierno prudente, con acusada
exactitud política, y junto a ellos se hermanan ideas y anhelos»306.

Con respecto a la Guerra de Granada, el período de tiempo durante el cual se extendió


la contienda, corresponde con las epístolas XVI a XXVI, las cuales aparecen ordenadas
siguiendo un estricto criterio cronológico. A lo largo de las mismas, Valera se mostró
firme partidario de llevar a cabo la conquista del emirato. De hecho, él mismo desarrolló

304
Frente al caso de las Letras de Pulgar, estas epístolas de mosén Diego de Valera no contaron con una
profusa difusión en su época, siendo una obra limitada por su reproducción manuscrita. Estas versiones
incluían las diversas cartas enviadas por Valera a varios de los miembros más importantes de la sociedad
castellana. Únicamente cuatro de las 26 epístolas no pertenecen al autor, a saber, la VIII, escrita por el rey
don Fernando a Valera en 1476; la X, un memorial en el que Valera colaboró con una breve redacción; la
XI, redactada por Diego Enríquez del Castillo, y la XIV, enviada por los Reyes Católicos a Valera en 1480.
Habrá que esperar hasta finales del siglo XIX para contar con una verdadera edición impresa de las
mismas. En ese sentido, la edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue: VALERA, DIEGO DE:
Epístolas de Mosén Diego de Valera, embiadas en diversos tiempos é á diversas personas; edición y
estudio por José Antonio de Balenchana. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1878. Con
posterioridad, la versión compuesta por José Antonio de Balenchana fue reeditada en diversos tomos y
colecciones de prosistas castellanos del siglo XV.
305
MENÉNDEZ PELAYO, MARCELINO: Historia de la poesía castellana en la Edad Media; tomo II. Madrid,
1911-1916, p. 237.
306
TODA OLIVA, EDUARDO: «Doctrinal político de mosén Diego de Valera» En Revista de Estudios
Políticos, nº 52. Madrid: CEPC, 1950, pp. 165-174, p. 170.

184
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

un complejo plan estratégico acorde con el contexto andaluz, y con su experiencia y


conocimientos, tanto personales como militares, del cual hizo partícipes a los reyes desde
el propio inicio del conflicto, volviendo a ello siempre que tuvo la oportunidad de traer a
colación esta cuestión. En ese sentido, las indicaciones del castellano a lo largo de toda la
guerra fueron, en palabras de Carriazo, «concretas y discretísimas […] Valera razona
como hombre de Estado lleno de experiencia y de circunspección, y los sucesos
posteriores vinieron casi siempre a demostrar lo acertado de sus indicaciones»307. Sin
embargo, cabe afirmar que, a grandes rasgos, los Reyes Católicos no siguieron este
planteamiento en cuanto a la dirección estratégica de la contienda. Pero, en lo táctico, la
organización de los medios prácticos y administrativos expuesta por Valera en esa
primera epístola, fue concretada en su mayor parte a lo largo de toda la guerra frente al
emirato nazarí. Por otro lado, el autor siempre se mostró resoluto a expresar, de una
forma sincrónica, su opinión sobre el devenir del ejército castellano en liza, la
responsabilidad de la manera de proceder de los monarcas en todo referente a esta
conquista del reino nazarí, y la esperanza personal que él mismo depositaba en tal
empresa. En ese sentido, Valera se esforzó por hacer partícipes a los Reyes Católicos, de
la sincera confianza que depositaba en su figura como los herederos de la ancestral
dinastía gótica hispana, destinados a concluir definitivamente con la Reconquista del
territorio peninsular308.

La tercera de las obra epistolares de autores contemporáneos al conflicto castellano-


nazarí más destacada, fue el Opus Epistolarum de Pedro Mártir de Anglería (1457-1526).
El italiano arribó a la Península Ibérica durante 1487, acompañando a la embajada
castellana encabezada por Iñigo López de Mendoza, que había defendido las pretensiones
reales en materia de cruzada ante la curia papal de Inocencio VIII. El conde de Tendilla
había quedado admirado por el talento y conocimiento de Pedro Mártir durante su
estancia en Roma, y decidió contratarlo como instructor de sus hijos, pasado a formar
parte del séquito de este noble hispánico a su regreso a Castilla. Pero parece que, movido
por el deseo de destacar en el campo de las armas, el humanista acabó acompañando al
noble castellano en las campañas frente al emirato nazarí. Tras asistir en persona a las

307
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. LXII-LXV.
308
Sobre el estudio de estas epístolas y su imrbicación con la evolución estratégica en la manera de
proceder del ejército castellano, EDWARDS, JOHN: «War and peace…», op.cit.; TINOCO DÍAZ, JOSÉ
FERNANDO: «The Operational Strategy during the War of Granada (1482-1492)» En III Syposium
Internacional sobre la Conducción de la Guerra (950-1350): Fronteras Medievales en Guerra. Cáceres,
2010, en prensa.

185
José Fernando Tinoco Díaz

últimas campañas de la conquista granadina, Pedro Mártir se ordenó sacerdote y pasó a


formar parte de la corte de la reina de Castilla. Cuando esta empresa concluyo, este
italiano permaneció en Granada, donde fue nombrado deán de la catedral y alcanzó
varias dignidades eclesiásticas. Asimismo, ocupó diversos cargos para los monarcas
castellanos, entre los que destacó el de embajador de sus majestades en diversos
territorios309. Durante los últimos años de su vida, el eclesiástico preparó la edición de su
Opus Epistolarum, que reunía 813 cartas redactadas en latín y dirigidas a varias
personalidades hispánicas e italianas, con las cuales mantuvo una prolífica relación que
comprendió el periodo de 1488 a 1525310.

Estas misivas dieron fe de algunos de los sucesos más destacados acaecidos en


Castilla durante el periodo de 1488 a 1525. En estas misivas, el autor recogió referencias
a aspectos que fueron «desde la Teología a la Filosofía vulgar, desde la noticia histórica
rigurosa como de un testigo de vista, hasta las habladurías de la corte y las suspicacias de
una sutil política, desde las tiaras y los tronos hasta el humilde pueblo y las intimidades
familiares, van enjuiciados en estas epístolas en todos los tonos, acentos y expresiones de
que es capaz la lengua latina, manejada por un temperamento latino, exaltado, ágil, fino y
cultivado en la corte pontifica, en los campos de batalla, en las aulas regias, en academias
públicas y en andanzas internacionales»311. A pesar de que la fecha de cada una de las
epístolas parece coincidir con el momento en el que fueron compuestas, cabe destacar

309
Sobre la biografía de este autor, LÓPEZ DE TORO, JOSÉ: «Pedro Mártir de Anglería, cronista del
Emperador» En Hispania: Revista Española de Historia, nº 73. Madrid: CSIC, 1958, pp. 469-504;
ARMILLAS VICENTE, JOSÉ ANTONIO: «Pedro Mártir de Anglería, continuo real y cronista de Castilla. La
invención de las nuevas Indias» En Revista de Historia Jerónimo Zurita, nº 88 (Monográfico Jerónimo
Zurita y los cronistas de Aragón). Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2013, pp. 211-229; RIBER,
LORENZO: El humanista Pedro Mártir de Anglería. Barcelona: Barna, 1964.
310
La primera edición impresa de este conjunto epistolar fue publicada en 1530, tras lo cual su
reproducción se pierde a lo largo de los siglos, contando solo con unas pocas copias realizadas en el
entorno europeo, junto a las letras de Pulgar, durante los siglos XVII y XVIII. La edición utilizada para el
presente estudio, la primera crítica de las mismas, es esta que sigue: MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Pedro:
Epistolario; estudio y traducción por José López del Toro. Madrid: Góngora 1953 (Documentos inéditos
para la Historia de España, tomo IX). Al respecto de esta obra, es interesante consultar MARÍN OCETE,
ANTONIO: Pedro Mártir de Anglería y su Opus Epistolarum. Granada: Universidad de Granada, 1943.
Asimismo, es destacable el reciente estudio que no ha podido ser consultado, de SOLA ESTÉVEZ,
INMACULADA: Pedro Mártir de Angleria: “Opus epistularum”: selección de cartas en torno a la guerra de
Granada. Edición, traducción e introducción de Inmaculada Sola Estévez; [dirigida por Elena Rodríguez
Peregrina]. Memoria inédita de Licenciatura. Granada, Universidad de Granada, 1995.
311
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. XXXVII. Otros autores, como es el caso de
Sánchez Alonso, destacaron el valor de la opinión y el juicio de valor que el autor vierte desde una
perspectiva íntima los datos que aporta sobre las más destacadas figuras de la España de finales del siglo;
SÁNCHEZ ALONSO, BENITO: Historia de la..., op.cit., pp. II, 404-405.

186
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que la agrupación de las cartas es posterior a esta fecha, denotando una posible reedición
de las mismas para su publicación conjunta. Así lo manifestaba Menéndez Pelayo, el cual
se lamentaba porque «por desgracia no lo poseemos en su forma primitiva. Retocando
por el autor cuando había perdido ya la memoria de muchos incidentes, refundido
(probablemente) después por mano desconocida, que dio a la mayor parte de las cartas
una cronología absurda, barajó unas con otras y quizá se permitió graves
intercalaciones»312.

En lo referente a la Guerra de Granada, Pedro Mártir comenzó su participación del


conflicto durante la campaña castellana de 1488, prácticamente coincidiendo con el
inicio de sus epístolas. Asimismo, la última de estas misivas concernientes a la conquista
del emirato nazarí fue la número 92, dirigida al arzobispo de Milán, Juan Arcimboldi, en
marzo de 1492, en la cual narraba la definitiva rendición de la capital granadina. A través
de todas estas cartas enviadas a sus confidentes en Roma, los cardenales Ascanio Sforza
y Bernardino López de Carvajal, el humanista Pomponio Leto y el propio pontífice
Alejandro IV, el italiano describió sus vivencias y reprodujo distintos comentarios acerca
del inicio de la guerra y su significación en la historia del reino de Castilla de los que él
mismo fue partícipe como consecuencia de su relación con destacados guerreros
castellanos que participaron en dicha contienda. En ese sentido, Pedro Mártir transmitió
con bastante detalle cómo era la vida de los diversos reales de los ejércitos bajo el mando
de don Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, haciendo partícipe al lector del ambiente
que se respiraba en el ejército castellano, así como de la esperanza que la sociedad
castellana parecía tener en la persona de ambos reyes. De hecho, el mismo italiano ocupó
gran parte de sus epístolas en destacar el halo mesiánico que parecía emanar de estos
monarcas castellanos y sus acciones, aseverando su compromiso para con la santa
empresa hispánica de conquistar definitivamente el emirato de Granada. Esta perspectiva
singular de la contienda, generó que sus epístolas fueran consideradas como una fuente
de información de primera mano durante todo el siglo XVI. Asimismo, el carácter
literario de las mismas hizo que continuaran siendo editadas a lo largo de las centurias
posteriores, al igual que sucedió en los casos de las misivas compuestas por Pulgar y
Valera, aunque siempre con un alcance bastante reducido.

312
MENÉNDEZ PELAYO, MARCELINO: Estudios de crítica literaria. Buenos Aires: Espasa Calpe, 1912, p.
230.

187
José Fernando Tinoco Díaz

Una perspectiva muy semejante a la incluida en las epístolas laudatorias escritas por
este autor de la persona de los monarcas castellanos, fue representada en varios de los
discursos que fueron compuestos durante este periodo para elogiar las acciones de los
Reyes Católicos frente al emirato nazarí en el contexto del cristianismo occidental. A
pesar de no contar con una subjetividad tan marcada como otros géneros literarios, estas
alocuciones supusieron la principal forma de representación y producción de los valores
que la corona castellana pretendía expresar hacia el exterior. En ese sentido, cabe
destacar dos tipos de discursos. En primer lugar, es reseñable la labor de los diplomáticos
castellanos enviados por los monarcas a Roma, para desempeñar la labor de
propagandistas de sus piadosas acciones en una época en la que la Guerra de Granada
entraba en su fase más crucial. Estos emisarios, muchos de ellos eclesiásticos, debieron
negociar con el santo padre diversos asuntos complejos para la relación entre ambas
instituciones, como fue la concesión de la bula de cruzada pontifica. A través de sus
intervenciones frente a la curia papal, los representantes castellanos denotaron que los
triunfos conseguidos por el ejército castellano habían sido una victoria de toda la
cristiandad. Asimismo, denotaron que estos triunfos constituían el anuncio de nuevos
éxitos futuros para los Reyes Católicos en su lucha frente al musulmán en el contexto
mediterráneo. Aunque los monarcas hispánicos mantuvieron informados a los curiales
romanos durante toda la campaña a través de estos embajadores y del envío de epístolas
personales, el inicio de las campañas decisivas de la contienda forzaron la necesidad de
ampliar esta perspectiva propagandística, habida cuenta de la necesidad de los monarcas
de mantener el apoyo del pontificado en este punto crucial de la guerra313.

Tras la destacada toma de Málaga de 1487, Pedro Boscà pronunció un discurso de


celebración en Roma, el 22 de octubre de 1487. En esta alocución, el castellano anunció
la próxima conquista del emirato nazarí y la próxima continuación de la lucha frente al
musulmán de los reyes de Castilla y Aragón en tierras norteafricanas314. Un caso

313
Sobre este aspecto, es interesante consultar FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: «Imagen de
los Reyes Católicos en la Roma pontifica» En En la España Medieval, nº 28. Madrid: Universidad
Complutense, 2005, pp. 259-354, especialmente pp. 290- 305.
314
A la espera de una verdadera edicioón critica, la edición parcial utilizada para el presente trabajo es esta
que sigue: ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro Bosca, doctor en Artes y Sagrada Teología,
Auditor del Reverendísimo Sr. Cardenal de San Marcos, habido en Roma en el 11 de las kalendas de
noviembre (22 de octubre) al Sagrado Colegio Apostólico de Cardenales, en la fiesta de la victoria
malacitana, lograda felizmente por los serenísimos Fernando e Isabel, Príncipes Católicos de las España, en
el año de Cristo 1487» En Miscelánea de documentos históricos urbanísticos malacitanos. Málaga:
Ayuntamiento de Málaga, 1989, pp. 466-487. Sobre este documento y su autor, se remite al excelsto

188
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

semejante sucedió tras la toma de Baza, acaecida el 4 de diciembre de 1489. El


encargado de celebrar el solemne acto litúrgico para celebrar tal triunfo castellano, fue
Bernardino López de Carvajal y Sande (1456-1523). Además de ser el embajador de
facto de los Reyes Católicos en la curia papal, este extremeño ostentó los cargos de
nuncio y colector de la cruzada entre 1485 y 1488315. Durante su labor en la corte
pontifica, Bernardino gestó una campaña favorable muy útil a los intereses de la corona
castellana, que denotaba su compromiso con los problemas políticos y religiosos de su
tiempo. Fruto de esta perspectiva, fue su Discurso de la Toma de Baza, presentado el 10
de enero de 1490 ante la curia romana316. Esta intervención le sirvió para negar la
existencia del derecho de propiedad o gobierno a los infieles sobre sus tierras, y defender
la justa pertenencia de todos los territorios del urbe a la cristiandad. En el caso de la
Península Ibérica, tras realizar un recorrido por las etapas de la Reconquista del territorio
godo, López de Carvajal justificó las acciones de los reyes por tratarse de una guerra
justa y bendecida por Dios. Para el castellano, el éxito de la campaña residió en la fe y
religiosidad con que se acometió. Por este motivo, el eclesiástico expresaba la necesidad
agradecer a toda la cristiandad la ayuda prestada para que los Reyes Católicos pudieran
conquistar la plaza de Baza, y con ello ensalzar la fe católica en esta tierra con más
determinación.

En segundo lugar, los propios eclesiásticos castellanos ayudaron a ensalzar la hazaña


lograda por las tropas de Isabel y Fernando desde sus púlpitos. Al respecto, cabe destacar
que no se tiene mucha información de la predicación de los eclesiásticos del reino por el
territorio castellano durante la empresa frente al emirato nazarí, al igual que se desconoce
la mayoría de la información sobre las campañas de predicación de la bula de cruzada en
tierra peninsular. Pero es muy posible que las composiciones de estos clérigos

estudio con amplas referencias bibliográficas realizado por SALVADOR MIGUEL, NICASIO: «Pere Boscà y su
oratio romana (octubre de 1487) por loa conquista de Málaga» En Egido, Aurora y Laplana, José Enrique
(eds.): La imagen de Fernando el Católico en la Historia, la Literatura y el Arte. Jornadas Fernandinas
desarrolladas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza y el Palacio Español de
Niño de Sos del Rey Católico entre los días 7 y 9 de marzo de 2013. Zaragoza: Institución Fernando el
Católico-Excma. Diputación de Zaragoza, 2014, pp. 171-200.
315
Al respecto de las notas sobre la biografía de este personaje, se remite al estudio preliminar de su
discurso, realizado por Carlos de Miguel de Mora. Asimismo, GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: «Bernardino
López de y las bulas alejandrinas» En Anuario de Historia de la Iglesia, nº1. Zaragoza: Universidad de
Navarra-Instituto de Historia de la Iglesia, 1992, pp. 93-112, pp. 100-102;
316
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue: LÓPEZ DE CARVAJAL, BERNARDINO: La
conquista de Baza; introducción, texto, traducción y notas de Carlos de Miguel Mora. Granada: Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Granada, 1995.

189
José Fernando Tinoco Díaz

compartiesen el contenido político-religioso presente en el resto de obras narrativas


compuestas en la Corte de los Reyes Católicos317. Así lo manifiesta una de los pocos
ejemplos de este tipo de plegarias que se conserva, el oficio In festo deditionis
nominatissimae urbis Granatae, compuesto por Hernando de Talavera (128-1507) para
celebrar la conquista de la capital del emirato nazarí318. En este texto, el eclesiástico
destacó la conquista del emirato nazarí desde una perspectiva religiosa, identificando la
hazaña de los Reyes Católicos como la redención del pueblo castellano frente a su Dios,
y la derrota islámica con la venganza de la Providencia y la restauración de la fe católica.
El objetivo del discurso fue dar gracias a Dios por su intercesión a favor de la hueste
cristiana mediante la estructuración de secuencias rezadas y cantadas, a modo de laudes
regia, que pretendían denotar también la particular predilección divina por los reyes y sus
victorias. Frente a otras perspectivas más bélicas de la victoria conseguida por los
monarcas hispánicos, Talavera confiaba en la conversión a la fe cristiana de musulmanes
y judíos de todo el mundo, para así iniciar una nueva parusía asentada sobre las bases de
la fe católica. El acierto en la composición de este oficio fue tal, que durante siglos se
siguió utilizando en las iglesias de este territorio, para conmemorar la rendición del
último emir nazarí y la conclusión de la Reconquista hispánica319. Al margen de esta

317
La falta de información sobre este aspecto de la contienda fue denotada por Derek Lomax. Asimismo,
Rafael Peinado destaca dos pasajes de la Historia del marqués de Cádiz que pueden resultar útiles para
conocer el contenido de estas prédicas; LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición en la guerra de Granada,
1482-1491» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.): La incorporación de Granada a la corona de
Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 229-262, pp. 241-244; PEINADO
SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., pp. 46-462.
318
La edición utilizada para el presente estudio es esta que sigue TALAVERA, HERNANDO DE: In festo
deditionis nominatissimae urbis Granatae; edición de Jesús M. Morata. Grupo de Estudios Literarios del
Siglo de Oro (dirección web: <http://www.antequerano-granadinos.com/archivos/talavera-totum.pdf>)
[fecha de consulta: 27/06/2014]. Este trabajo está basado en la edición anterior TALAVERA, HERNANDO DE:
Oficio de la Toma de Granada; estudio y edición de Javier Martínez Medina, Elisa Varela Rodríguez y
Hermenegildo de la Campa. Granada, Diputación Provincial, 2003. Al respecto de la biografía del autor,
RESINES LLORENTE, LIS: Hernando de Talavera, prior del monasterio del Prado. Valladolid: Junta de
Castilla y León, 1993; LEBRERO FRADEJAS, JOSÉ: «Notas sobre fray Hernando De Talavera» En
Macpherson, Ian y Penny, Ralph (eds.): The medieval mind. Hispanic studies in honour of Alain
Deyermond. Londres: Támesis Hispanic Studies, 1997, pp. 127-138; del mismo autor, «Bibliografía crítica
de fray Hernando de Talavera» En Soto Rábanos, José María: Pensamiento medieval hispano. homenaje a
Horacio Santiago-Otero. Madrid: CSIC–Junta de Castilla y León y Diputación de Zamora, 1998, pp. II,
1347-1358.
319
Un completo estudio de este oficio puede encontrarse en AZCONA, TARSICIO DE: El oficio litúrgico de
fray Fernando de Talavera para celebrar la conquista de Granada» En Anuario de Historia de la Iglesia,
vol. 1. Navarra: Universidad de Navarra, 1992, pp. 71-92. VEGA GARCÍA-FERRER, MARÍA JULIETA: Isabel
la Católica y Granada. La Misa y el Oficio de Fray Hernando de Talavera. Granada: Centro de
Documentación musical de Andalucía, 2004. Sobre la relación del eclesiástico con la capital del emirato

190
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

aportación, las fuentes cronísticas refieren la labor de fray Diego de Muros (1487-1492),
predicador de cámara de don Fernando y obispo de Tuy. Parece que este eclesiástico fue
autor de dos opúsculos latinos sobre las conquistas de Málaga y Baza, que elogiaban la
figura de los Reyes Católicos y la idea de cruzada. Sin embargo, las referencias a estos
escritos son muy parcas en las crónicas del periodo.

En último lugar, se ha querido destacar una última fuente que sobresale por su
singularidad frente a las anteriores obras anteriormente mencionadas, tanto por su
contenido formal, como por su origen. Esta no es otra que la relación del Viaje por
España y Portugal en los años 1494-1495, realizada por el alemán Jerónimo Münzer
(1437?-1508) a su regreso a tierras bávaras. Se van conociendo la mayoría de datos
biográficos de este doctor y humanista alemán, destacando su reconocido prestigio como
geógrafo. Entre sus trabajos más reseñables, destacó la edición de diversas obras de
contenido geográfico y sus colaboraciones con Martin Behaim, en la confección del
famoso globo terráqueo que lleva su nombre, y con Hartmann Schedel, con la inclusión
de un detallado mapa de Centroeuropa en su Liber Chronicarum. Estas últimas
aportaciones le aseguraron un puesto de honor entre los componentes de la llamada
«escuela de geografía de Nüremberg»320. Parece que, movido por el deseo del emperador
Maximiliano de conocer los resultados de los viajes colombinos y comprobar las
intenciones de la corte española en ese sentido, el germano viajó a la Península Ibérica
entre septiembre de 1494 y abril de 1495. Pero el motivo de su viaje posiblemente fuera
más amplio, ya que su relato evidencia un gran interés por ampliar sus redes de contacto
comerciales y conseguir importante información cosmográfica, cartográfica, e incluso
cultural, de estos territorios. De hecho, durante su trayecto por tierras hispánica fue
acompañado por personalidades de la talla de fray Bernardo Boil, Pedro Mártir de
Anglería o fray Hernando de Talavera, con los cuales mantuvo animadas conversaciones
sobre la nueva realidad de los reinos hispánicos.

nazarí, VEGA GARCÍA-FERRER, MARÍA JULIETA: Fray Hernando de Talavera y Granada. Granada:
Universidad de Granada, 2007.
320
Sobre la vida de Jerónimo Münzer, además de los diversos estudios de su obra mencionados con
anterioridad, cabe destacar las notas de ANTELO IGLESIAS, ANTONIO: «Estado de las cuestiones sobre
algunos viajes y relatos de viajes por la Península Ibérica en el siglo XV. Caballeros y Burgueses» En
Temas medievales, nº 7. Buenos Aires: Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, 1997,
pp. 147-168, pp. 163-168; MARTÍNEZ GARCÍA, PEDRO: El cara a cara con el otro: la visión de lo aheo a
fines de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna a través del viaje. Frankfurt: Perter Lang, 2015,
pp. 136-172.

191
José Fernando Tinoco Díaz

Todas estas vivencias y observaciones recopiladas por el alemán durante este largo
periplo por tierras peninsulares, fueron publicadas con posterioridad bajo el título
Itinerarium sive peregrinatio per Hispaniam, Franciam et Alemaniam, excellentissimi
viri artium ac utriusque medicinae doctoris Hieronimi Monetarii de Feltkirchen civis
nurembergensis321. Lo más destacado de los detalles que Münzer aporta sobre el
recorrido que siguió por tierras hispánicas, son los datos que proporciona acerca de la
vida cotidiana en la España de finales del XV, y las referencias a las consecuencias de la
Guerra de Granada cuando aún no se habían cumplido tres años de la culminación de esta
empresa. De este modo, a través de sus memorias, se hizo presente el recuerdo más
cercano del pueblo castellano sobre el conflicto y sus protagonistas, de una forma breve y
concisa, que aporta ciertos detalles significativos para complementar las grandes
narraciones de la contienda. Por todo ello, la perspectiva aportada por el alemán destaca
por su singularidad y subjetividad, fruto de las sinceras conversaciones que mantuvo con
el variado número de castellanos, todos ellos de distinta cuna, de los diversos lugares que
visitó a lo largo de su trayecto por estas tierras hispánicas.

En referencia a las fuentes narrativas del siglo XVI, consultadas para el presente
trabajo, cabe afirmar que este periodo es considerado, en la actualidad, como la centuria
de oro para la historiografía española, por la conjunción de autores destacados en este
campo que desarrollaron su obra a lo largo de estos cien años. De hecho, en este periodo
se gestó lo que Baltasar Cuart ha venido a denominar como «nueva cronística española»,
una corriente historiográfica que aunó lo mejor de la cronística medieval autóctona, con
las nuevas influencias de la historiográfica humanística europea, dando lugar a un

321
La fuente compuesta por Jerónimo Münzer pasó muy desapercibida para todas las generaciones
posteriores de historiadores europeos, en tanto la misma fue compuesta y editada en su tierra natal. Por este
motivo, solo se ha conservado una copia manuscrita, incluida en el manuscrito Codex Latinus Monacensis
431 de la Biblioteca Estatal de Babaria de Hartmann Schedel, en Múnich, compuesto entre 1498 y 1507
por Hartman Schedel. El itinerario no fue analizado hasta el siglo XX, cuando su carácter histórico lo hizo
destacar como algo más que un mero cuaderno de viaje. Desde esa fecha, fueron varios los estudios críticos
que aparecieron en territorio peninsular al respecto. La edición utilizada para el presente trabajo es esta que
sigue: MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España y Portugal (1494-1495); nota introductoria por Ramón Alba.
Madrid: Ediciones Polifemo, 1991. Asimismo, se citan las principales anteriores ediciones de esta obra por
contener interesantes notas y puntualizaciones que se han tenido presentes para este estudio; MÜNZER,
JERÓNIMO: «Viaje por España y Portugal en los años 1494-1495. Versión del Latín por Julio Puyol» En
Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 84. Madrid: RAH, 1924, pp. 32-119 y 197-279.
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España y Portugal: 1494-1495; prólogo de Manuel Gómez Moreno;
traducción de José López Toro. Madrid: Aldus, 1951.

192
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

novedoso género complejo y de gran formación intelectual322. En ese sentido, se pueden


diferenciar dos claras fases en el desarrollo de la labor cronística durante esta etapa,
coincidentes con los reinados de Carlos I (1520-1558) y Felipe II (1556-1598). Tras la
regencia del Francisco Jiménez Cisneros (1436-1517), la llegada al trono del primero
trajo consigo la consolidación de la unificación hispánica en torno a una idea común de
reino. Esta perspectiva también afianzó la subordinación de la disciplina histórica al
poder político.

A pesar de que la polarización del oficio del historiador se produjo en torno a la


narración de la conquista y colonización de América por lo general, las obras de
referencia histórica, que tenían como objetivo destacar la política del Emperador en el
contexto europeo, también destacaron sobremanera por la calidad y consideración que
llegaron a tener en todo el panorama internacional. Ahora España estaba en condiciones
de fijar su posición con autoridad en Occidente, y ejercer una destacada influencia en el
panorama europeo a costa de extender su cultura a lo largo del contiene. Por este motivo,
los cronistas unidos a la corte se vieron obligados a reescribir una narración del pasado
de los reinos de la Península Ibérica, que subrayara el origen común de estos territorios y
legitimara su posición dominante frente a las monarquías europeas con las que se
disputaba la hegemonía de la cristiandad. Las raíces de esta configuración cronística, se
encontraban en la propia historiografía de la Baja Edad Media, en la cual el pasado
gótico y la culminación de la empresa castellana frente a Granada jugaban papeles
capitales para tal menester. Sobre esta doctrina neogoticista, y la lectura
veterotestamentaria de los triunfos logrados por los reyes castellanos anteriores, se
continuó escribiendo prosa histórica en una línea continuista con la literatura compuesta
durante el reinado de los Reyes Católicos323. En este campo, sobresalieron historiadores

322
CUART MONER, BALTASAR: «La larga marcha hacia las historias de España en el siglo XVI» En García
Cárcel, Ricardo (coord.): La construcción de las historias de España. Madrid: Fundación Carolina, 2004,
pp. 45-126. Una reciente reflexión al respecto de la historia de la historiografía moderna del siglo XVI,
puede encontrarse en CASTILLO FERNÁNDEZ: JAVIER: La historiografía española del siglo XVI: Luis del
Mármol Carvajal y su Historia del rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada. Análisis
histórico y estudio crítico. Granada: Universidad de Granada, 2014, pp. 19-46.
323
Al respecto de este periodo, es interesante consultar la reflexión realidad por FERNÁNDEZ ALBALADEJO,
PABLO: «―Materia‖ de España y ―edificio‖ de historiografía: algunas consideraciones sobre la década de
1540» En Fernández Albaladejo, Pablo (ed.): Materia de España: cultura, política e identidad en la
España moderna. Madrid: Marcial Pons, 2007, pp. 41-64. Sobre la perspectiva con la que era tratado el
recuerdo del anterior reinado de los Reyes Católicos, PÉREZ, JOSEPH: «La memoria de los Reyes Católicos
en los siglos XVI y XVIII» En Egido, Aurora y Laplana, José Enrique (eds.): La imagen de Fernando el
Católico en la Historia, la Literatura y el Arte. Jornadas Fernandinas desarrolladas en la Facultad de

193
José Fernando Tinoco Díaz

de la talla de Pedro Mexía (1497-1551), Florián de Ocampo (1499-1558) o Luis de Ávila


(1504-1573)324. Sin embargo, las obras de estos autores apenas llegan a sobrepasar
verdaderamente la transición del periodo medieval a la Época Moderna, más allá de
presentar una somera influencia del erasmismo de corte europeo325. En contraposición,
las novedades más reseñables en el campo historiográfico comenzaron a ser visible en la
segunda mitad de esta centuria.

Durante el reinado de Felipe II, el género historiográfico destacó por el rigor


demostrado por los distintos cronistas de la corte y la profusión con la que se cultivó esta
materia en el conjunto de la narrativa hispánica326. Por otro lado, cabe afirmar que fruto
de la recia definición del carácter confesional de la monarquía católica que se impuso
durante el periodo, la mayoría de las obras históricas redactadas a finales de la centuria,
incluyeron el vector religioso escolástico en su interpretación de los hechos históricos.
En todas estas crónicas, la imagen de los Reyes Católicos fue representada como el
culmen de un largo periodo de profundas transformaciones políticas, sociales y
culturales, que había llevado a España a un nuevo y glorioso tiempo tras conseguir su
redención a través de la victoria frente al emirato musulmán de Granada. Como reconoce
John Elliot, Isabel y Fernando «habían pasado ya a la historia como símbolos de una
edad dorada a la que Castilla siempre desearía volver»327. Tras la celebración del
Concilio de Trento y la Reforma católica, el triunfo de estos reyes volvió a tomar

Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza y el Palacio Español de Niño de Sos del Rey Católico
entre los días 7 y 9 de marzo de 2013. Zaragoza: Institución Fernando el Católico-Excma. Diputación de
Zaragoza, 2014, pp. 119-130.
324
Sobre la obra de estos cronistas, CUART MONER, BALTASAR: «La historiografía áulica en la primera
mitad del siglo XVI; los cronistas del Emperador» En Codoñer, Carmen y González Iglesias, Juan Antonio
(eds.): Antonio de Nebrija: Edad Media y Renacimiento. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1994, pp.
39-58; KAGAN, RICHARD L.: Los cronistas y la Corona. La política de la historia en España en las Edades
Media y Moderna. Madrid: Marcial Pons, 2010. Al respecto del cargo de cronista del reino durante este
inicio del periodo moderno, GARCÍA HERNÁN, ENRIQUE: «La España de los cronistas reales en los siglos
XVI y XVII» En Norba. Revista de Historia, nº 19. Cáceres: Universidad de Extremadura, 2006, pp. 216-
254.
325
En lo referente a esta afirmación, se remite al texto de AVALLE-ARCE, JUAN BAUTISTA: «Características
generales del Renacimiento» En Diez Borque, José María (coord.): Historia de la literatura española
(hasta S.XVI). Madrid: Guadiana, 1974, pp. 463-490.
326
ALBORG, JUAN LUIS: Historia de la..., op.cit., pp. 990 y ss. Sobre las obras de este periodo, ALVAR
EZQUERRA, ALFREDO: «Sobre la historiografía castellana en tiempos de Felipe II (unas biografías
comparadas: Sepúlveda, Morales y Garibay)» En Torre de los Lujanes, nº 32. Madrid: Boletín de la Real
Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, 1996, pp. 89-106; del mismo autor, «La historia, los
historiadores y el rey en la España del humanismo» En Alvar Ezquerra, Alfredo (coord.): Imágenes
históricas de Felipe II. Madrid: Centro de Estudios Cervantinos, 2000, pp. 216-254.
327
ELLIOT, JOHN: La España Imperial. Barcelona: Vicens Vives, 1993, p. 160.

194
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

especial consideración, como una reivindicación llena de nostalgia del glorioso pasado de
una nación que comenzaba a encerrarse sobre sí misma.

La transición entre la última fase del reinado de los Reyes Católicos y la subida al
trono del emperador Carlos I, fue cubierta por la obra del humanista Lucio Marineo
Sículo (1460-1533) El italiano llegó a la Castilla en torno a 1484, de la mano del
almirante de Castilla Fandrique Enríquez, cuñado del rey Fernando. Tras doce años como
profesor de latín en la Universidad de Salamanca, durante 1496 fue llamado por el propio
don Fernando a su corte como capellán real e historiador personal del monarca. Además
de atender a las labores de cronista, durante su etapa formando parte del entorno cercano
del rey aragonés se encargó de la educación de los hijos de varios nobles castellanos, lo
cual afianzó su posición en este contexto peninsular328. Fruto de su labor como
historiador de la corte fernandina, fue su obra De Aragoniae regibus et eorum rebus
gestis, composición de marcada perspectiva aragonesa. Sin embargo, tras su
incorporación a la corte real hispánica, tanto esta composición, como algunas otras
narraciones históricas compuestas por el autor con anterioridad, fueron amoldadas a la
preeminencia política del reino de Castilla. De este modo, en 1530 el italiano publicó una
nueva versión de sus estudios históricos, que llevaba por título Opus de rebus Hispaniae
memorabilibus Libri XXV, siendo traducida ese mismo año al castellano como De las
Cosas Memorables de España329.

El objetivo principal de esta obra, fue establecer un principio de identidad ibérica


homogéneo a través de la exaltación de valores y conceptos extraídos de la antigüedad
clásica, que dejaban de manifiesto el renacimiento de la idea de una Hispania unificada.
El trabajo está dividido en 22 libros, de los cuales el reinado de los Reyes Católicos es
narrado en los tomos XIX, XX y XXI. En esta parte del texto, Lucio Marineo recoge los
principales valores de la labor unificadora de Isabel y Fernando, a los cuales alaba y

328
Al respecto de su biografía, JIMÉNEZ CLAVENTE, TERESA: Lucio Marineo Sículo y la nueva literatura
humanística: Los epistolarum familiarum libri XVII; tesis doctoral dirigida por Antonio Alvar Ezquerra.
Alcalá: Universidad de Alcalá, 1996; ARAMBURU SÁNCHEZ, CELIA: «Lucio Marineo Sículo» En
Salamanca, revista de estudios, nº 56. Salamanca: Diputación de Salamanca, 2008, pp. 19-30; RUMMEL,
ERIKA: «Marineo Sículo: A Protagonist of Humanism in Spain» En Renaissance Quarterly, nº 50/3. Nueva
York: Renaissance Society of America, 1997, pp. 701-722.
329
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue MARINEO SÍCULO, LUCIO. De las cosas
memorables de España. Alcalá de Henares. Brocar, 1539. En la actualidad, se cuenta con varias ediciones
facsímiles de esta primera publicación, siendo la más reciente MARINEO SÍCULO, LUCIO. De las cosas
memorables de España; reproducción de la edición de Alcalá de Henares, 1530. Madrid: La Hoja del
Monte, 2004.

195
José Fernando Tinoco Díaz

retrata como grandes emperadores romanos y descendientes de los antiguos castelli


romani. Esta narración del periodo de diarquía aragonesa-castellana fue desglosada y
publicada en Castilla, con posterioridad, bajo el título de Sumario de la vida de los Reyes
Católicos, don Fernando y doña Isabel, impresa en Madrid durante 1587330. Esta crónica
dibuja un cuadro bastante detallado del funcionamiento del estado durante el reinado de
los Reyes Católicos, y sus pretensiones de imponer una nueva organización social en
torno a los conceptos de orden y religiosidad cristiana. En ella, Lucio Marineo subrayó la
perfecta coordinación de los reyes a la hora de actuar políticamente en cada uno de sus
territorios, su preocupación por la justicia y el buen gobierno, y la cohesión que supieron
dar a los diversos reinos y gentes que formaban parte de su compleja Monarquía
Católica.

Con respecto a la Guerra de Granada, Lucio Marineo dedicó el libro XX de su obra


De las cosas memorables de España, a narrar la guerra que el Rey don Fernando y la
Reyna doña Ysabel: Católicos Príncipes hizieron a los Moros de Granada. Sin embargo,
la información referente a este conflicto, y sus repercusiones políticas e incluso
escatológicas, se encuentran repartidas a lo largo de sus dos principales composiciones.
El italiano mostró una narración continuista con la línea de los cronistas bajomedievales,
aportando una descripción de los hechos más destacado de dicho conflicto desde una
perspectiva neogoticista rica en referencias providencialistas. De hecho, el propio autor
dedica un breve fragmento a citar las fuentes de las que se ha servido para componer tal
relato, entre las que destacan las obras de Pulgar, Palencia, Pedro Mártir o Gonzalo de
Ayora y Tristán de Silva, ambas perdidas en la actualidad. Sin embargo, cabe destacar
que ambas obras destacan por cubrir toda la contienda de manera algo somera, aunque
incluyendo información muy relevante sobre la entrega de la capital granadina que
complementa las inacabadas obras de finales de la centuria anterior.

Frente a esta perspectiva hegemónica castellana que comenzaba a consolidarse en el


panorama historiográfico peninsular, como quedó presente en la obra de Lucio Marineo,
el aragonés Jerónimo Zurita y Castro (1512-1580) desarrolló una excelsa obra que tuvo
como objetivo reivindicar la importancia de la corona de Aragón en el pasado de la
Península Ibérica. El zaragozano Jerónimo Zurita cursó su amplia formación humanística
en Alcalá de Henares. Gracias a la influencia de su padre, médico de Fernando el

330
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue MARINEO SÍCULO, LUCIO: Vida y hechos
de los Reyes Católicos. Madrid: Atlas, 1943.

196
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Católico y Carlos I, consiguió varios puestos de magistrado cercanos a la corte real,


siendo nombrado cronista del reino aragonés en 1548. Finalmente, en 1566, Felipe II lo
elige como secretario de su Consejo y Cámara, así como representante para el concilio de
la Inquisición, relegando en su persona todos los asuntos de suficiente importancia como
para requerir la firma del rey331. A lo largo de estos años, Zurita trabajó durante más de
treinta años en su obra magna, los Anales de la corona de Aragón332. La crónica es
considerada como una de las obras capitales de la historiografía española por Sánchez
Alonso, el cual la juzga como «la expresión de todo lo que en el siglo XVI podía
investigarse sobre un reino medieval, comprendiendo junto a la historia política, noticias
de los ricos hombres, la institución de Justicia, heráldica, concilios, fundaciones de
monasterios, etc.»333.

Esta obra recoge los sucesos más destacados acaecidos en estos territorios, desde el
inicio del periodo islámico, hasta el final del reinado de Fernando el Católico. Dejando a
un lado la narración de leyendas o rumores, el aragonés se alejó de la tradición cronística
bajomedieval para depurar su discurso histórico, a través de la consulta de documentos
de diversos archivos aragoneses e incluso europeos. El filtro utilizado para llevar a cabo
esta depurada selección del material publicado, que aportó un nuevo grado de objetividad
al conjunto de la composición, residió en la propia erudición del autor. En ese sentido,
cabe destacar que la investigación realizada por Zurita tiene un alcance más allá de lo
netamente aragonés, a pesar del título de la obra propia obra, siendo mencionados
sucesos destacados de todos los reinos peninsulares. De hecho, la narración de este autor
adquiere proporciones de historia nacional en algunos fragmentos relacionados con estos
territorios, incluyendo Portugal y el desaparecido emirato nazarí de Granada. Con
respecto a este último caso, la crónica destaca por ser «el más veraz depósito de noticias
del periodo hispano-árabe, es decir, desde la invasión musulmana hasta la conquista de

331
Sobre la biografía de este autor, RIBA GARCÍA, CARLOS: Gerónimo Zurita, Primer Cronista de Aragón.
Zaragoza: Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, 1946; MATEU Y LLOPIS, FELIPE: Los
historiadores de la corona de Aragón bajo los Austrias. Barcelona: Horta, 1944, pp. 15-19; CANELLAS
LÓPEZ, ÁNGEL: «El historiador Jerónimo de Zurita» En Jerónimo de Zurita: su época y su escuela.
Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1986, pp. 7-22.
332
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la corona
de Aragón. Los cinco libros postreros de la segvnda parte de los Anales de la corona de Aragón.
Zaragoza: 1579. Una edición más reciente puede encontrarse en ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la corona
de Aragón; edición de Ángel Canellas. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2007.
333
SÁNCHEZ ALONSO, BENITO: Historia de la..., op.cit., pp. II, 33-34.

197
José Fernando Tinoco Díaz

Granada»334. Por todo ello, la obra de Jerónimo Zurita destaca por mostrar un estilo
literario sobrio, herencia de la influencia clásica de Tácito, que denota una nueva forma
de entender la prosa histórica. En ese sentido, Emilio Mitre afirma que este autor «está
respaldado por un vigor e imparcialidad realmente encomiables»335.

Con respecto a la Guerra de Granada, la narración de la última contienda entre los


reinos castellano y granadino, está recogida en el Libro XX de estos anales
principalmente, aunque las referencias a aspectos que tienen relación con el conflicto se
pueden encontrar a lo largo del conjunto de toda la narración. En lo referente a este
conflicto, Jerónimo Zurita describió la conquista castellana como un proceso meramente
territorial, mediante el cual los reyes de este reino hispánico consiguieron imponer su
jurisdicción en tierras musulmanas. Aunque el autor siempre reconoció que la guerra
tuvo marcado carácter castellano, el protagonismo principal de la narración de estas
campañas recayó en la figura de don Fernando como rey guerrero. En ese sentido, Zurita
pretendió destacar que la fama de las acciones del aragonés lo situaron como el principal
valedor de la fe católica ante el sumo pontífice y, por extensión, del conjunto de la
cristiandad. Parece que la principal fuente de la que se sirvió para narrar estas campañas,
fue la crónica de Alonso de Palencia, lo cual facilitó esa perspectiva que pretendía exaltar
la figura del monarca aragonés como gran adalid del cristianismo occidental. De hecho,
poco tiempo más tarde a la difusión de esta gran obra, vio la luz la Historia del rey don
Fernando el Católico. De las empresas y ligas de Italia, publicada en 1580. Este
volumen completó el último periodo abordado en los anteriores Anales, profundizando en
la figura de este rey y de sus hazañas tras la conquista de la capital granadina, entre las
que destacaron sus diversos intentos de iniciar una nueva iniciativa en territorio
norteafricano, con carácter de cruzada, que continuaran las campañas anteriores dirigidas
frente al emirato nazarí336.

334
ALBORG, JUAN LUIS: Historia de la..., op.cit., p. 995.
335
MITRE FERNÁNDEZ, EMILIO: «La historiografía sobre la Edad Media» En Andrés-Gallego, José Antonio
(coord.): Historia de la historiografía española. Madrid: Encuentro, 2000, pp. 67-116, p. 78. Un análisis de
la perspectiva historiográfica de este autor, en relación con la historia medieval castellana, también puede
consultarse en RÍOS SALOMA, MARTÍN: La Reconquista. Una..., op.cit., pp. 82 y ss.
336
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue ZURITA, JERÓNIMO: Historia Del Rey don
Hernando el Católico. De las empresas y ligas de Italia. Zaragoza: 1670. Una edición más reciente puede
encontrarse en ZURITA, JERÓNIMO: Historia del Rey don Hernando el Católico. De las empresas y ligas de
Italia; edición al cargo de José Javier Iso (coord.), Pilar Rivero y Julián Pelegrín. Zaragoza: Diputación de
Aragón, 1994. Sobre el tratamiento de la figura de don Fernando de Aragón por este cronísta, se repite al
estudio de SARASA SÁNCHEZ, ESTEBAN: «Fernando el Católico en la obra del cronista Jerónimo Zurita» En

198
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

A pesar de que la obra de Jerónimo Zurita contó en la corte castellana con el


beneplácito de autores como Ambrosio de Morales, fueron más numerosos los
detractores que mostraron públicamente su desdén hacia el trabajo del autor aragonés.
Quizá el principal de estos críticos fuera Alonso de Santa Cruz (1505-1567), el cual
achacaba a Zurita una acusada parcialidad a favor de su patria y en detrimento del reino
de Castilla337. Formado en la Casa de Contratación sevillana, Santa Cruz participó en
varias expediciones destacadas en territorio americano, como la de Sebastián Caboto por
el río de la Plata. Tras su vuelta a Sevilla, el castellano comenzó a destacar por su labor
como cosmógrafo de la corona hispánica, pasando a formar parte de la corte de Carlos I
en un breve periodo de tiempo. Durante esta etapa, también ejercitó ampliamente su
faceta de historiador, componiendo algunos escritos que pretendían continuar la obra de
Fernando del Pulgar, entre los que destacó su Crónica del Emperador Carlos V338. En
torno a 1550, este castellano también redactó una Crónica de los Reyes Católicos que
pretendía continuar la obra inconclusa de Fernando del Pulgar, recogiendo los hechos
más destacados, acaecidos en el reino de Castilla, durante los últimos años del reinado de
los Reyes Católicos y la subida al trono de su nieto339.

El mismo autor afirmaba, en la introducción de su crónica, que pretendía aportar una


narración de los hechos veraz que se alejase de la subjetividad de Fernando del Pulgar.
Sin embargo, la obra de este cronista aún se encuentra dentro de la influencia de la
tradición cronística medieval, aportando pocas novedades en cuanto a la forma de
historiar el periodo final del reinado de estos monarcas. En ese sentido, Juan de Mata
Carriazo concluía que esta crónica se sitúa «demasiado lejos de los sucesos para ser una

Egido, Aurora y Laplana, José Enrique (eds.): La imagen de Fernando el Católico en la Historia, la
Literatura y el Arte. Jornadas Fernandinas desarrolladas en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Zaragoza y el Palacio Español de Niño de Sos del Rey Católico entre los días 7 y 9 de
marzo de 2013. Zaragoza: Institución Fernando el Católico-Excma. Diputación de Zaragoza, 2014, pp.
105-119.
337
Baltasar Cuart ha estudiado con análisis esta disputa, alegando que detrás de la polémica en torno a la
obra de Zurita realmente existía una tensión entre «la visión castellanista de la historia de España y una
visión más amplia que incluyese las aportaciones de la corona de Aragón, y sobre todo las de Fernando el
católico»; CUART MONER, BALTASAR: «La larga marcha...», op.cit., p. 104 y ss.
338
Sobre los datos biográficos del autor, se remite al estudio introductorio a esta edición del historiador
Juan de Mata Carriazo. Sobre los datos biográficos del autor, se remite al estudio introductorio a esta
edición del historiador Juan de Mata Carriazo.
339
La edición utilizada para el presente estudio es la que sigue SANTA CRUZ, ALONSO DE: Crónica de los
Reyes Católicos; edición y estudio por Juan de Mata Carriazo; Sevilla: Publicaciones de la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1951.

199
José Fernando Tinoco Díaz

fuente directa, pero demasiado cerca para resignarse a la seca y fría erudición»340. Sus
esfuerzos por dar gala de una objetividad notable se tradujeron, por tanto, en un somero
afán por matizar ciertos datos de crónicas anteriores que él mismo utilizó como fuentes
para componer su relato. En ese sentido, cabe mencionar las referencias explícitas a las
historias de los reinados de Juan II y Enrique IV, junto a la consulta del propio Fernando
del Pulgar, Tristán de Silva, Alonso de Flores, Hernando de Ribera, Alonso de Palencia,
Antonio de Nebrija o Gonzalo de Ayora. Asimismo, en la obra de Santa Cruz aparecen
fragmentos literales de las narraciones de Hernando de Baeza, Andrés Bernáldez y
Galíndez de Carvajal. A pesar de ser una composición poco elaborada y escasamente
original en conjunto, este historiador añadió información muy útil, en los cinco primeros
capítulos de su obra, sobre los últimos tiempos de la contienda castellano-nazarí y los
años posteriores a la conquista castellana. Por todo ello cabe concluir que, como destacó
José Cepeda, con la obra de Santa Cruz «se inaugura esa nostalgia española por los
Reyes Católicos que había de perdurar en nuestra historia, viendo en ellos a los reyes
perfectos»341. Su proximidad a la corte castellana le avaló para mostrarse como el
perfecto transmisor de la forma en la que la generación de castellanos posterior a la caída
del emirato nazarí, contemplaba el recuerdo del gobierno de Isabel y Fernando.

A medio camino entre las posturas historiográficas de ambos autores, se situó la labor
del guipuzcoano Esteban de Garibay y Zamalloa (1533-1600)342. Este cronista, con un
perfil mucho más heterogéneo que los anteriores historiadores, nació y se formó en la
provincia de Guipúzcoa, donde participó activamente en la vida política de esta región
hasta que decidió intentar formar parte de la corte de Felipe II. Fruto de estas
inquietudes, fue la redacción de sus Quarenta Libros del Compendio Historial,
redactados entre 1556 y 1566. A pesar del esfuerzo económico personal que le supuso la
publicación posterior de esta obra, entre 1570 y 1572, la difusión de la misma le remitió
un gran prestigio que se vio reflejado en su nombramiento como «Cronista de Su
Majestad» en 1592. Durante los años posteriores, Garibay continuó componiendo

340
SANTA CRUZ, ALONSO DE: Crónica de los..., op.cit., p. I, CCXCCII. Un estudio complementario al
realizado por Juan de Mata Carriazo en esta edición de la crónica de Santa Cruz, se puede encontrar en
SÁNCHEZ ALONSO, BENITO: «La ―Crónica de los Reyes Católicos‖ de Alonso de Santa Cruz» En Revista de
Filología Española, nº XVI. Madrid: CSIC, 1928, pp. 35-50.
341
CEPEDA ADÁN, José. En torno al concepto de Estado en los Reyes Católicos. Madrid: CSIC 2010, p. 33.
342
Al respecto de la obra biográfica de este autor, AROCENA, FAUSTO: Garibay. Zarauz: Itxaropena, 1960;
VVAA: El historiador Esteban de Garibay. Donostia: Eusko Ikaskuntza, 2001; ALVAR EZQUERRA,
ALFREDO: «Esteban de Garibay (1533-1599)» (dirección web: <http// humanismoyhumanistas/estebande-
garibay-biografia>) [fecha de consulta: 11/01/2015].

200
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

diversas obras, tanto en castellano, como en euskera, que continuaron exponiendo las
investigaciones históricas de este autor.

El compendio compuesto por el guipuzcoano a lo largo de toda una década, puede ser
considerado como el primer intento de componer una verdadera historia general de
España343. Pero a pesar del rigor con el que Garibay intentó establecer su trabajo, cabe
afirmar que la narración de este cronista denota cierta falta de crítica documental al
incorporar ciertas fuentes que lo hacen alejarse alejan del rigor histórico presente en la
obra de otros autores de este periodo. De hecho, Sánchez Alonso denota que su obra
adolece de grave defectos heurísticos y refleja una gran «pobreza intelectual»344. Por este
motivo, su trabajo debe ser considerado, en realidad, una yuxtaposición de referencias a
diversas crónicas compuestas en los reinos de Castilla, Aragón, Navarra,
complementadas por la consulta de varias fuentes musulmanas peninsulares. En
referencia a este último caso, cabe afirmar que su consideración de la situación política
peninsular, le llevó a no identificar con plenitud el concepto de España en torno a la
preeminencia de Castilla. En contraposición, la visión que expresa del pasado de la
Península Ibérica se aleja aún de una proyección de gobierno de una monarquía de
carácter unitario, para presentar la narración de un conjunto de hechos compartidos por
unos reinos herederos de un pretérito godo común. Asimismo, la crónica de Garibay
denota un especial cuidado por no desprestigiar el pasado islámico de algunos territorios
peninsulares, a pesar de que contaran con un eminente papel secundario a comparación
de los grandes reinos cristianos, «reconociendo la importancia histórica de los reinos
cristianos orientales como de los reinos musulmanes»345.

Con respecto a la Guerra de Granada, Esteban de Garibay definió este conflicto como
el punto y final de una larga lucha de conquista y recuperación de un territorio legitimado
por la herencia ancestral goda. En ese sentido, cabe afirmar que habrá que esperar hasta
el último tercio del siglo XVIII, para volver a encontrar un punto de vista territorial tan
343
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta
libros del compendio historial de las Crónicas y Universal Historia de todos los Reynos de España.
Barcelona: 1628. En la actualidad se cuenta con la edición facsímil basada en esta publicación: GARIBAY,
ESTEBAN DE. Los Quarenta libros del compendio historial de las Crónicas y Universal Historia de todos
los Reynos de España. Reproducción facsímil de la edición de Barcelona: Sebastián de Cormellas, 1628. A
Coruña: Obrigo, 2006.
344
SÁNCHEZ ALONSO, BENITO. Historia de la..., op.cit., pp. III, 23-25.
345
RÍOS SALOMA, MARTÍN F.: La Reconquista. Una..., op.cit., p. 50. Sobre la perspectiva de la doctrina
reconquistadora en la obra de Esteban de Garibay, RÍOS SALOMA, MARTÍN F.: La Reconquista. Una...,
op.cit., pp. 59-68.

201
José Fernando Tinoco Díaz

singular de este hecho. La información referente a esta guerra castellano-nazarí se


encuentra principalmente incluida en el libro decimoctavo del compendio, el cual es
dedicado al reinado de los Reyes Católicos. Pero otras referencias a esta contienda
también aparecen en el último apartado de la obra, referente a la historia de los emires
nazaríes de Granada. Aunque cabe que reconocer que algunos de los datos aportados por
esta obra superaban la producción cronística existente hasta ese momento, esta novedad
aún no llega a ser suficiente para llenar el vacío de la historiografía hispánica durante
este periodo al respecto del pasado musulmán de la Península Ibérica.

A finales del siglo XVI, el teólogo e historiador Juan de Mariana (1536-1624) dedicó
un nuevo trabajo a la historia peninsular que compilara los trabajos anteriores. El padre
Mariana ingresó muy joven en la orden jesuita, donde pronto se gestó una gran fama que
le llevó a ejercer la docencia en distintos lugares de Europa como Roma o París. En 1574
regresó a España, viéndose obligado a interrumpir su brillante carrera de catedrático a
causa de su intensa actividad. Desde ese momento, hasta su muerte, asentó su vida en
Toledo, donde su carácter retirado y su afición al estudio se retrataron en la proyección
de una brillante obra narrativa. Entre toda su producción, destaca su Historiae de rebus
Hispaniae Libri XXX, obra considerada como la culminación del modelo historiográfico
heredero de la cronística bajomedieval peninsular346. Esta crónica, publicada en latín
durante 1592 y traducida al castellano, con posterioridad, bajo la denominación de
Historia general de España, es considerada como el primer intento modero de constituir
una verdadera historia hispánica que también pudiera ser dada a conocer en todo el
contexto europeo347.

Como ha destacado recientemente Ríos Saloma, el rasgo que más destaca de esta
visión historiográfica de Juan de Mariana es su consideración providencialista de la
Historia de España como «una sucesión de invasiones [...] en la que los pueblos
invasores fueron contagiados por el espíritu hispano [hasta] que España se convirtió en la

346
Sobre su persona, CRESPO LÓPEZ, MARIO: El Padre Juan de Mariana. Aproximación a su vida y obra.
Madrid: Fundación Ignacio Larramendi, 2009; GARCÍA HERNÁN, ENRIQUE: «Construcción de las historias
de España en los siglos XVII y XVIII» En García Cárcel, Ricardo (coord.): La construcción de las
historias de España. Madrid: Fundación Carolina, 2004, pp. 127- 224.
347
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue MARIANA, JUAN DE: Historia General de
España; Madrid: Gaspar y Roig, 1852. Algo posterior fue la publicación de la edición MARIANA, JUAN DE:
«Historia General de España» En Biblioteca de Autores Españoles, tomo XXXI. Madrid 1876. En la
actualidad se cuenta con varias copias digitales de esta obra, que toman como base la edición de 1617.

202
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

defensora y propagadora de los valores cristianos y en una poderosa nación»348. La


cronología de la obra comienza narrando, desde una perspectiva clasicista heredera de las
obras de Tito Livio, el origen clásico de Hispania y la implantación de la fe cristiana en
la Península Ibérica por los visigodos. Esta historia peninsular tendría su punto culmen
con el triunfo de los Reyes Católicos sobre el emirato nazarí de Granada, hecho al cual
dedicó el Libro XX de esta crónica. Con esta definitiva derrota de las fuerzas
musulmanas peninsulares, el pueblo castellano consiguió finalmente redimir los pecados
de la nación hispana y comenzar una nueva etapa de gloria marcada por la unificación
religiosa del territorio hispánico en torno a la preeminencia del reino de Castilla. La
obsesión del Padre Mariana por estructurar un discurso histórico veraz, apuró la crítica de
las crónicas anteriores que recogieron los hechos más destacados de esta contienda,
estableciendo el modelo de prosa historiográfica vigente durante los siglos siguientes349.
Pero a pesar del rigorismo que el eclesiástico intentó imponer en sus escritos, cabe
reconocer que demostró bastante indulgencia a la hora de seleccionar el material de
referencia para su obra. En ese sentido, son destacables las referencias a diversas fuentes
romanceadas o leyendas románicas, tales como las profecías merlinianas, que
desfavorecen la veracidad general del discurso. Por este motivo, la obra es considerada
un retroceso con relación al trabajo de historiadores como Jerónimo Zurita. Sin embargo,
hay que reconocer que el trabajo de conjunto de Juan de Mariana supuso un importante
adelanto, en tanto el hito de la creación de una historia general de este calibre «no tendrá
parangón hasta la gran obra de Ferreras, durante el reinado de Felipe V»350.

Con respecto al género epistolar durante este periodo, se ha decidido hacer una breve
referencia a las epístolas de fray Antonio de Guevara (1480-1545). Este eclesiástico
castellano vivió desde muy joven en la corte de los Reyes Católicos, donde parece que
fue paje del infante don Juan y posteriormente de la reina doña Isabel. Tras la muerte de
la reina, ingresó en la Orden de los franciscanos, en la cual llegó a ocupar el cargo de
«Predicador de la Corte» desde 1521. Desde esta activa situación, Guevara intervino
activamente en las principales causas del reino, como la insurrección de los comuneros,

348
RÍOS SALOMA, Martín. La Reconquista. Una..., op.cit., pp. 70-71. Sobre la perspectiva de la idea de
Reconquista en su obra, RÍOS SALOMA, Martín. La Reconquista. Una..., op.cit., pp. 68-76.
349
En ese sentido, Sánchez Alonso destaca que gran parte de este éxito se debió a los frutos del trabajo
anterior de Ocampo y Morales, que influyeron sobremanera en el desarrollo de esta original perspectiva
historiográfica del padre Mariana; SÁNCHEZ ALONSO, Benito. Historia de la..., pp. II, 171.
350
SÁNCHEZ MARCOS, FERNANDO: «La historiografía sobre la Edad Moderna» En Andrés Gallego, José:
Historia de la historiografía española, Madrid: Ediciones encuentro, 1999, pp. 117-182, p. 122.

203
José Fernando Tinoco Díaz

la Guerra de las Comunidades, e incluso llegó a formar parte del Consejo del Emperador
durante varias misiones diplomáticas. Esta cercana relación con el monarca le valió su
nombramiento como cronista oficial en 1527. Fruto de sus intensas relaciones con las
diversas instancias del reino castellano, fueron la composición de sus Epístolas
familiares351. En ellas, se recogen diversas noticias cortesanas que abarcan un amplio
repertorio de temas, y «constituyen una miscelánea más mezcla de erudición y
falsificación que caracteriza a la obra de este autor»352. Entre todas las cartas que
componen este epistolario, destacan las misivas que trataron sobre algunos aspectos del
pasado cercano peninsular que pretendieron explican la situación general de la España
del reinado de Carlos I, a diversos personajes destacados de su época. En ese sentido,
Antonio de Guevara dio suficientes muestras de su consideración de la Guerra de
Granada, como el principal ejemplo del celo de Isabel y Fernando en hacer la guerra
frente a los musulmanes para extender la fe católica. Por otro lado, el castellano también
reprodujo algunas noticias y rumores acerca de la caída del emirato nazarí, que aportan
luz sobre algunos aspectos de la conquista de los Reyes Católicos que no aparecían
mencionados en crónicas anteriores.

En un segundo plano historiográfico, se sitúan las crónicas e historias compuestas


para ensalzar el pasado de varias casas destacadas de la nobleza hispánica. Aunque los
Reyes Católicos consiguieron someter a la levantisca aristocracia a favor de las clases
burguesas que pasaron a administrar el reino, la nobleza continuó siendo la clase
dominante de la sociedad castellana. Este hecho permitió que los ideales de los grandes
linajes continuaran dominando los valores que regían al reino. En ese sentido, las
narraciones destinadas a satisfacer pruritos familiares o destacar los varones de las
principales casas señoriales tuvieron un peso enorme en la historiografía de los primeros
siglos de la Edad Moderna. Estas crónicas fueron escritas por historiadores que
pertenecían a la condición de hidalgos o eclesiásticos, lo cual tiene una manifestación
obvia en el tono de las obras del periodo. A nivel general, destaca la crónica de
Fernández de Oviedo, Quincuagenas de la nobleza de España, junto a la obra de Vasco
de Aponte, Relación de algunas casas y linajes del Reino de Galicia, ambas redactadas a
principios del siglo XVI. En el caso del reino andaluz, las narraciones compuestas en

351
La edición utilizada para el presente estudio es esta que sigue GUEVARA, ANTONIO DE: Epístolas
familiares; edición y prólogo de José María de Cossío. Madrid: Espasa Calpe, 1948
352
JONES, ROYSTON OSCAR: Historia de la literatura española; vol. 2. Siglo de Oro: prosa y poesía.
México: Ariel, 1979, p. 42.

204
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

torno a la historia de los grandes linajes de este territorio peninsular, continuaron


explotando la faceta guerrera de sus antepasados. Este fue el caso la Nobleza del
Andaluzía, escrita por Gonzalo Argote de Molina (1548-1595), el más notable de los
genealogistas españoles de la segunda mitad del siglo XVI353.

El eje de este relato, publicado en 1588, fue la recopilación de diversa información


fidedigna sobre el origen castellano-leonés de las familias aristocráticas de Sevilla,
Córdoba, Granada y Jaén, que ensalzara el glorioso pasado de los más de quinientos
linajes nobiliarios del territorio andaluz. Sin embargo, esta obra quedó incompleta y solo
llegó a ser publicada lo referente al reino giennense. El testimonio aportada por Argote
de Molina se asentó sobre la documentación de archivo consultada por el autor a lo largo
sus años de investigación, junto con las referencias a diversas crónicas e historias
anteriores, que sirvieron para complementar los testimonios de la tradición oral que se
recogen en esta obra. En lo referente al reinado de los Reyes Católicos, las fuentes que
utilizó este autor fueron las crónicas principales del periodo, junto a otras obras
secundarias como las memorias de Hernando de Baeza, las anotaciones de Galíndez de
Carvajal o las de Juan Díaz de Fuenmayor, diversos fragmentos de las narraciones de
Pero Mexía, así como otras crónicas locales y de diversos linajes menores que hoy se
consideran perdidas. Asimismo, el cronista también dio credibilidad veraz a los romances
fronterizos, rasgo que aporta un sentido muchas veces artificioso a la crónica. De todas
estas narraciones procede la información que este autor menciona sobre diversos hechos
acaecidos durante la Guerra de Granada en algunas de las entradas referentes a estos
linajes fronterizos, la cual es bastante breve y se limita a denotar el carácter vasallo del
reino nazarí con respecto a Castilla354.

353
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue ARGOTE DE MOLINA, GONZALO: Nobleza
del Andalucía. Sevilla, 1588. Con respecto a las ediciones recientes, todas ellas facsímiles, cabe destacar
por su contenido crítico ARGOTE DE MOLINA, Gonzalo. Nobleza de Andalucía. Libros I y II. Coordinación
de Jesús Paniagua Pérez; introducción de Margarita Torres Sevilla-Quiñones de León. León, Universidad
de León, 2004. Al respecto de la biografía de este autor, se remite al trabajo de referencia PALMA
CHAGUEDA, ANTONIO: El historiador Gonzalo Argote de Molina. Estudio Biográfico, Bibliográfico y
Crítico. Las Palmas, 1973. Asimismo, sobre esta obra, GILLÉN BERRENDERO, JOSÉ ANTONIO: Notas para el
estudio de la tratadística nobiliaria en Andalucía: el nobiliario de Gonzalo Argote de Molina. Córdoba:
Publicaciones Obra Social y Cultural Cajasur, 2002.
354
En torno a las fuentes utilizadas por este autor, consultar GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «Documentos
referentes a Andalucía contenidos en Nobleza de Andalucía de Gonzalo Argote de Molina» En Historia,
Instituciones, Documentos, nº 17. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1990, pp. 83-106; VALLADARES
REGUERO, AURELIO: «Anotaciones de las fuentes literarias utilizadas por Gonzalo Argote de Molina en la

205
José Fernando Tinoco Díaz

Dentro de esta historiografía referente a los grandes linajes nobiliarios andaluces,


también cabe mencionar otras crónicas con un carácter más concreto, como fue el caso de
la Historia y descripción de la antigüedad y Descendencia de la Casa de Cordoua
compuesta por Francisco Fernández de Córdoba (1565-1626). Este destacado humanista
español descendía de la ilustre familia de los Fernández de Córdoba, de la cual destacaba
su antecesor el Gran Capitán. Francisco Fernández recibió amplia formación como
acompañante de don Antonio Fernández de Córdoba, duque de Sessa, durante su estancia
en tierras italianas como embajador español ante la Santa Sede. Con posterioridad, el
andaluz volvió a tierras cordobesas para desempeñar diversos cargos eclesiásticos,
mientras se dedicó a trabajar su faceta como historiador355. Durante este periodo, el que
fuera nombrado abad de Rute redactó esta obra para honrar a los grandes antecesores de
su linaje, entre los que destacó especialmente las hazañas que don Alonso de Aguilar
(1450-1501) realizó durante la Guerra de Granada. A lo largo de su breve discurso sobre
esta contienda, el autor se hizo eco de diversos hechos recogidos en las fuentes
cronísticas del periodo, destacando sobremanera el papel de su antepasado en la batalla
de Lucena (1483)356.

Por otro lado, también deben ser destacadas las obras que tuvieron como objetivo la
historia de la casa de Medina Sidonia. Este ducado, uno de los más importantes y
antiguos del reino de Castilla, pasó por una época llena de vicisitudes al inicio del siglo
XVI, ocasionadas, fundamentalmente, por las ambiguas alianzas familiares contraídas y
los diversos pleitos territoriales consecuencia de la inestabilidad política general que
atravesaba la nobleza andaluza. Sin embargo, tras prestar un destacado servicio en la
Guerra de las Comunidades de Castilla y afianzar su relación con la corona real a través
de varios matrimonios, la importancia de la familia retornó al primer plano de la política
hispánica. Durante este periodo, Juan Alonso Pérez de Guzmán, VI duque de Medina
Sidonia, confió al extremeño Pedro Barrantes Maldonado (1510-1579) la redacción de
una obra narrativa que reinterpretara y enalteciera el pasado de la casa de Medina

Nobleza de Andalucía» En Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 162. Jaén: Instituto de Estudios
Giennenses del CSIC, 1996, pp. 383-440.
355
Al respecto de si vida, cabe afirmar que la misma ha sido puesta en valor en torno a la relación de
Francisco Fernández con el poeta Luis de Góngora principalmente, como puede consultarse en ALONSO,
DÁMASO: «Góngora en las cartas del Abad de Rute» En Dámaso, Alonso (coord.): Obras completas; vol.
VI. Góngora y el gongorismo. Madrid: Gredos, 1982, pp. 203- 218.
356
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, FRANCISCO:
Historia de la Casa de Córdoba. Córdoba: Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de
Córdoba, 1963.

206
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Sidonia. El autor trabajó en este encargo entre 1540 y 1544, siendo publicada su
Ilustraciones de la Casa de Niebla y hechos de los Guzmanes, señores de ella tres años
más tarde357. En esta obra, Pedro Barrantes planteaba un nuevo origen de la casa de los
duques de Medina Sidonia al margen de su ascendencia almorávide. Asimismo, la
historia de cada uno de los antecesores del linaje fue relatada desde una perspectiva que
exaltaba una religiosidad y valores católicos acorde a los nuevos valores impuestos por la
monarquía hispánica imperial. A pesar de que el estilo de esta obra destacaba por su
parcialidad, la publicación de la misma le reportó al autor un amplio renombre entre sus
contemporáneos y permitió a esta casa afianzar una nueva línea historiográfica de su
pasado reciente358.

Algunos años más tarde, concretamente en 1561, vio la luz la Crónica de los duques
de Medina Sidonia publicada por Pedro de Medina (1493-1567)359. Este religioso
andaluz aparece asociado a la casa de los Medina Sidonia desde muy temprano, antes de
abandonar de manera amistosa la casa para ser nombrado cosmógrafo en la corte real.
Posteriormente, entró a formar parte de la Casa de Contratación sevillana, donde
desarrolló una excelsa obra que lo llevó a ser muy conocido como profesor y maestro de
ciencia náutica360. Frente al estilo familiar del anterior trabajo de Barrantes, el autor
compuso una crónica donde recogió la vida de los doce primeros señores de la familia de
los Guzmanes desde una perspectiva que pretendía resaltar la relación de esta familia con
los hechos más notables de la historia del reino Castilla.

A pesar de que la documentación que Pedro Barrantes y Pedro de Medina aportaron


es bastante rica en algunos pasajes de ambas narraciones, cabe afirmar que la
información referente a la Guerra de Granada no es tan completa como la aportada por
otros escritos de esta centuria. Este hecho se debe, principalmente, a que la casa no

357
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue BARRANTES MALDONADO, PEDRO:
Ilustraciones de la Casa de Niebla. Cádiz: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1998.
358
En ese sentido, una interesante valoración de las Ilustraciones de la Casa de Niebla puede encontrarse
en REDONDO, AGUSTÍN: Revisitando las culturas del Siglo de Oro. Mentalidad, tradiciones culturales,
creaciones paraliterarias y literarias. Salamanca: Universidad de Salamanca, 2007, pp. 63 y ss. De igual
manera, GARCÍA HERNÁN, DAVID: «Guerra, propaganda y cultura en la monarquía hispánica: la narrativa
del Siglo de Oro» En Obradoiro de Historia Moderna, nº 20. Santiago de Compostela: Universidad de
Santiago de Compostela, 2011 pp. 281-392, pp. 297 y ss.
359
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue MEDINA, PEDRO DE: Crónica de los
duques de Medina Sidonia. Madrid, 1959.
360
Al respecto de la biografía del autor, TORO BUIZA, LUIS: «Notas biográficas de Pedro de Medina» En
Revista de Estudios Hispánicos, nº 2. Madrid, 1937, pp. 31-38.

207
José Fernando Tinoco Díaz

participó con la intensidad de otros linajes andaluces, como fue el caso de los Ponce de
León, en la prosecución de tal empresa. De hecho, el Libro de grandezas y cosas
memorables de España, también compuesto por Pedro de Medina, incluyó referencias
mucho más profundas de este conflicto castellano-nazarí361. En esta obra de carácter más
general, la narración del castellano recuperó algunos de los aspectos más destacados de
esta contienda, haciendo especial hincapié en la perspectiva religiosa de la conquista
llevada a cabo por los Reyes Católicos.

A semejanza de la composición de estas crónicas aristocráticas, las órdenes religiosas


también se prestaron a la redacción de historias centradas en su pasado, algunas de ellas
de merecedoras de notable mención. Éste fue el caso de la Historia de la Órden de San
Jerónimo (1600) de Fray José de Sigüenza, la Historia general de la orden de los
predicadores (1584) de Hernando del Castillo, o la Crónica del Císter e instituto de San
Bernardo (1602), escrita por Bernabé de Montalbo. Asimismo, para el caso del presente
estudio, cabe destaca la obra del fraile calatravo Francisco de Rades y Andrada (¿?-
1599), Chronica de las tres órdenes y cauallerías de Sanctiago, Calatraua y Alcantara:
en la qual se trata de su origen y successo, y notables hechos en armas de los maestres y
caualleros de ellas: y de muchos senores de título y otros nobles que descienden de los
maestres: y de muchos otros linajes de España362. Editada en 1572, el compendio
compuesto por el que fuera capellán de Felipe II es considerado el primer intento de
establecer un verdadero compendio historial de las órdenes de caballería más destacadas
de la corona de Castilla.

Para su composición, Francisco de Rades se sirvió, tanto de la lectura de las


principales crónicas medievales del reino hispánico, como de la consulta de diversos
documentos pertenecientes a los archivos de estas mismas órdenes. A pesar de contar con
algunas notables deficiencias, el rigor histórico demostrado por el castellano sirvió para
que esta crónica fuera considerada como la principal fuente de referencia, para cualquier

361
La edición consultada para componer el presente trabajo es esta que sigue MEDINA, PEDRO DE: Libro de
las grandezas y cosas memorables de España. Sevilla, 1571. Recientemente, se ha reeditado una versión
facsímil del mismo, MEDINA, PEDRO DE: Libro de las grandezas y cosas memorables de España.
Valladolid: Editorial Maxtor, 2009. Al respecto de esta obra, consultar VINDEL ANGULO, FRANCISCO:
Pedro de Medina y su Libro de grandezas y cosas memorables de España. Madrid, 1927.
362
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue RADES Y ANDRADA, FRANCISCO DE:
Chronica de las tres Ordenes Y Cauallerías de Sanctiago, Calatraua y Alcantara. Toledo, 1572. Existe
una versión facsímil muy reciente de la crónica, la cual incluye un sugerente estudio biográfico del autor
realizado por Derek Lomax; RADES Y ANDRADA, FRANCISCO DE: Chronica de las tres Ordenes de Y
Cauallerías de Sanctiago, Calatraua y Alcantara. Estudio de Derek Lomax. Barcelona: El Albir, 1980,

208
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

trabajo sobre esta temática, durante siglos. De hecho, habría que esperar hasta la
composición de la crónica de la orden de Alcántara de Alonso de Torres y Tapia, a
mediados del siglo XVIII, para encontrar una obra que igualase este trabajo y
complementase la información aportada por Rades y Andrada363. Con respecto a la
contienda castellano-nazarí, el autor narró algunas de las últimas hazañas de estas
órdenes en la lucha frente al musulmán, destacando la prosecución de este tipo de
empresas cristianas como uno de los principios que justificaba la propia génesis de estas
instituciones hispánicas. De esta manera, en su crónica se destaca la especial inclinación
del maestre de Santiago por comenzar dicha guerra, así como el papel de los superiores
de estas órdenes en la prosecución de dicha victoria.

El inicio de la Edad Moderna hispánica también destacó por ser el periodo de


eclosión de la corografía, un nuevo modelo de historia particular centrado en el pasado
de las grandes ciudades del reino. Este género tuvo su momento álgido en el último
cuarto del siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, momento en el que las élites
urbanas procuraban ensalzar su poder frente a los nobles locales, a través de la
reivindicación del pasado glorioso de las urbes de las que ellos mismos se sentían
orgullosos de haber erigido. Con la generalización de estas obras, la clase burguesa
pretendía hacer uso de diversos recursos y argumentos suministrados por los
historiadores del periodo, para defender y justificar los privilegios de su ciudad y la
superioridad moral de ésta sobre las restantes metrópolis del reino. De este modo, la
orientación de este tipo de escritos fue dirigida al ensalzamiento de las particularidades y
detalles de estos núcleos urbanos, en contraposición a las historias universales
compuestas por la propaganda real. En ese sentido, destacaron obras como el Discursos
históricos de la ciudad de Murcia (1621) de Casales, o la Historia de Segovia (1637) de
Diego de Colmenares364. Asimismo, este fue también el caso de la llamada Anales
eclesiásticos y seculares de la muy Noble y muy Leal Ciudad de Sevilla, Metrópoli de

363
Sobre la composición de esta crónica, consultar RABOS TORROBA, FRANCISCO: «Aproximación a la
Chronica de las tres Órdenes y Cavallerías de Santiago, Calatraua y Alcantara de frey Francisco de Rades
y Andrada» En Campo de Calatrava. Revista de Puertollano y comarca, nº 8. Puertollano: Ayuntamiento
de Puertollano, 2010, pp. 43-68.
364
Al respecto de este género KAGAN, RICHARD L.: «La corografía en la Castilla moderna: Género,
Historia, Nación» En Studia Historica. Historia Moderna. nº 13. Salamanca: Universidad de Salamanca,
1995, pp. 47-60. Para el caso andaluz, DOMÍNGUEZ ORTIZ, ANTONIO: «La historiografía local andaluza en
el siglo XVII» En Actas del XI Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. California: Irvine,
1992, pp. I, 29-41.

209
José Fernando Tinoco Díaz

Andalucía, de la que contiene sus más principales memorias desde el año de 1246 hasta
el año 1671, compuesta por Diego Ortiz de Zúñiga (1636-1680).

Este andaluz de noble cuna llegó a ser considerado en su tiempo como unos
historiadores castellanos de más renombre, siendo nombrado caballero de la Orden de
Santiago e incluso llegando a formar parte de los llamado Veinticuatro de Sevilla.
Durante su juventud, sirvió en la frontera de Portugal, pero muy pronto fue destinado por
el rey don Felipe IV para servir en el gobierno de la capital hispalense. Tras su
matrimonio con Ana María Caballero de Cabrera, el caballero comenzó a destacarse
como historiador gracias a los encargos realizados por el mayor de la casa de los Ortiz de
Sevilla, Alonso Ortiz de Zúñiga, II marqués de Valencia365. Muestra de su labor en este
campo, fue la composición del Discurso Genealógico de los Ortizes de Sevilla, que
demuestra sus dotes como genealogista y su afán por realizar un trabajo a base de la
consulta de fuentes históricas. Años más tarde, verían la luz los Anales eclesiásticos y
seculares de la muy Noble y muy Leal Ciudad de Sevilla366. En esta obra, editada en 1677
por Juan García Infanzón, fueron recogidos los acontecimientos más importantes
acaecidos en esta ciudad durante el periodo de tiempo que anunciaba el propio título. En
lo referente al conflicto de la Guerra de Granada, cabe afirmar que la información
referente a esta contienda se encuentra en el Libro XII de los Anales, dedicado el periodo
de tiempo comprendido entre el año 1474 y 1504, correspondiente al reinado de Isabel I
de Castilla. En estas páginas, Ortiz de Zúñiga incorporó diversas referencias a las
noticias que llevaban a Sevilla de las campañas de los Reyes Católicos frente al emirato
nazarí. Entre las fuentes de las que se sirvió el autor para esta obra, se refieren noticias de
crónicas, tanto medievales, como modernas, así como los archivos sevillanos y de otras
parroquias del cabildo catedralicio y alusiones a información procedente de las notas no
publicadas por Gonzalo Argote de Molina. Lo más destacado de todas estas reseñas es el

365
Al respecto de la biografía, se pueden consultar los estudios de CHAVES REY, MANUEL: Don Diego
Ortiz de Zúñiga: su vida y sus obras: estudio biográfico y crítico. Sevilla: E. Rasco, 1903; FERRAND
BONILLA, MANUEL: «Aproximación a Ortiz de Zúñiga» En Boletín de la Real Academia Sevillana de
Buenas Letras, vol. IX. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1981, pp. 73-77; LÓPEZ LOZANO, JOAQUÍN
CARLOS: «Ortiz de Zúñiga y su tiempo» En Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras; vol.
IX. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1981, pp. 79-86.
366
La edición utilizada para el presente trabajo de esta obra es la que sigue: ORTIZ DE ZÚÑIGA, DIEGO:
Anales eclesiásticos y seculares de la ciudad de Sevilla (1246-1671). Madrid: 1795. Existe una edición
facsímil más reciente, de esta misma edición: ORTIZ DE ZÚÑIGA, DIEGO: Anales eclesiásticos y seculares
de la ciudad de Sevilla (1246-1671). Edición al cargo de Justino Matute y Gaviria. Sevilla: Guadalquivir
Ediciones, 1988.

210
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

rigor documental de su autor, que trata de huir de fantasías para expresar verazmente el
desarrollo de los hechos a través de la información consultada. Un caso cercano en el
tiempo es el de la Historia de la Conquista de la Nobilísima Ciudad de Loja, que Manuel
Barrios atribuye a Alonso Castañeda en torno a 1686367. Este discurso está compuesto
utilizando varias fuentes del periodo contemporáneo a la conclusión de la empresa nazarí
y otros posteriores, como Lucio Marineo o Jerónimo Zurita. En el mismo, se destaca el
aura sacra que rodeaba a Loja desde su fundación y la importancia de la toma de la
ciudad para el destino del propio Fernando de Aragón, forzando la comparación de su
hazaña con el intento de conquista llevado a cabo por Fernando III el Santo368.

Dentro del género corográfico de este periodo, destacó sobremanera el caso de la


ciudad de Granada. Desde la segunda mitad del siglo XVI y, sobre todo, en las décadas
finales de esta centuria y el inicio del siglo XVII, el mito surgido en torno a la fundación
y conquista antigua capital del reino nazarí dejó paso a la normalización de su
consideración en el contexto peninsular. Esta situación generó que la decadencia
económica, que comenzaba a afectar al contexto urbano español, se hiciera especialmente
presente en esta ciudad andaluza. A pesar de la resignación general de los granadinos
frente a la degradación del rango de capital simbólica de su urbe, entre ellos aún se
conservaba el recuerdo de la excelsa conquista llevada a cabo por los Reyes Católicos,
como fue el caso de Francisco Henríquez de Jorquera (1594-1646). De la vida de
Francisco Henríquez se sabe poco más allá de su íntima relación con la ciudad de
Granada369. Fruto de este vínculo, el poeta compuso varias obras que actualmente son
consideradas fuentes destacadas para el estudio de la historia local granadina. De entre
todas ellas, el segundo tomo de sus Anales de Granada fue dedicado a la narración de la
guerra castellano-nazarí a partir de las grandes crónicas castellanas bajomedievales,

367
La edición utilizada para el presente trabajo de esta obra es la que sigue: ANÓNIMO: Historia de la
Conquista de la Nobilísima Ciudad de Loja; edición y estudio de Manuel Barrios Aguilera. Granada:
Ayuntamiento de Loja, 1983.
368
Sobre todo ello, BARRIOS AGUILERA, MANUEL: «La toma de Loja como paradigma identitario» En
González Alcantud, José Antonio y Barrios Aguilera, Manuel (eds.): Las tomas: antropología histórica de
la ocupación territorial del reino de Granada. Granada: Universidad de Granada, 2000, pp. 227-280, pp.
245-280.
369
Sobre esta obra y su autor, es interesante consultar, además del prólogo compuesto por Antonio Marín a
la edición anterior, el clásico estudio realizado por PAULA VALLADAR, FRANCISCO DE: Los “Anales de
Granada”, por Francisco Henríquez de Jorquera. Informe presentado a la Excelentísima Diputación
Provincial de Granada. Granada: Imprenta de los Reyes, 1889.

211
José Fernando Tinoco Díaz

considerando el final de esta contienda como la conclusión definitiva de la Reconquista


hispánica370.

Con alguna anterioridad, otro de estos defensores del carácter único de Granada,
Francisco Bermúdez de Pedraza (1576-1655), compuso a principios del siglo XVII,
diversas obras referentes a su ciudad natal. Desde muy joven, y dentro de esa línea
marcada por el auge de la historiografía urbana, el autor mostró interés en la historia de
Granada, ciudad donde nació. Tras formarse en Letras y Leyes, pasó a formar parte de la
Real Chancillería de Granada hasta que fue trasladado a Madrid, donde comenzó a
ejercer la abogacía. Siendo nombrado sacerdote unos años después, en 1628 regresó a
Granada tas ser nombrado canónigo y tesorero de la catedral. Durante estos años, el
eclesiástico se implicaría sobremanera en la vida universitaria de su ciudad como
profesor, llegando a ser, posiblemente, rector de la propia institución granadina371. Según
afirma Juan Calatrava, las obras de este humanista, eclesiástico, jurista e historiador de
origen granadino, «presentan la perfecta confluencia entre el contexto cultural y religioso
tridentino y las aspiraciones de las élites granadinas a seguir desempeñando en el
conjunto del reino (o, al menos, en su imaginario político) un papel privilegiado y
protagonista que ya hacía décadas que no se correspondía con la realidad»372.

Las primeras investigaciones archivísticas e históricas de Bermúdez de Pedraza


vieron la luz en 1608, como parte de su obra Antigüedades y excelencias de Granada.
Años más tarde, en 1637, esta obra fue ampliada y publicada bajo el título de Historia
eclesiástica de Granada y su arzobispado373. El planteamiento general de su trabajo

370
La edición utilizada para el presente estudio es esta que sigue: HENRÍQUEZ DE JORQUERA,
FRANCISCO: Anales de Granada: Descripción del reino y ciudad de Granada. Crónica de la Reconquista.
(1482-1492). Sucesos de los años 1588 á 1646; edición preparada por Antonio Marín Ocete; estudio
preliminar por Pedro Gan Giménez; índice por Luis Moreno Garzón. Granada: Universidad de Granada,
1987.
371
Al respecto de la biografía de Francisco Bermúdez de Pedraza, cabe afirmar que aún no existe un
estudio monográfico como tal de la obra de este autor. Sirvan las referencias de VIÑES MILLET, CRISTINA:
Figuras granadinas. Granada: El Legado Andalusí, 1996, pp. 126-129; BARRIOS AGUILERA, MANUEL:
Granada morisca, la convivencia negada. Historia y textos. Granada: Comares, 2002, pp. 482-490. Sobre
la destaca obra jurídica de este autor, CUENA BOY, FRANCISCO: «La cronología y el estilo al servicio de la
interpretación de las leyes en el Arte Legal de Bermúdez de Pedraza» En Sánchez Sánchez, Carlos
(coord.): Actas del VI Congreso de historia de la cultura escrita. Madrid: Calambur, 2002, pp. 299-304
372
CALATRAVA, JUAN: «Contrarreforma e imagen de la ciudad: la Granada de Francisco Bermúdez de
Pedraza» En Barrios Aguilera, Manuel (dir.): Los plomos del Sacromonte. Invención y Tesoro. Valencia:
Universitat de València, 2006, pp. II, 419-458, p. II, 420.
373
La edición utilizada para el presente estudio es esta que sigue: BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO:
Historia eclesiástica. Principios y progreso de la ciudad y religión católica de Granada, corona de su

212
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

residió en la reivindicación del papel histórico de Granada, en la prosecución de del


pueblo castellano por purgar el pecado de haber permitido la dominación musulmana de
este territorio durante largo tiempo. Según este autor, la conquista de la ciudad, por parte
de los Reyes Católicos, inició una nueva época para la sociedad hispana, en la que la
metrópoli se convirtió en el emblema perfecto de la proyección moral superior de la
corona castellana. Durante las décadas posteriores al reinado de estos soberanos, Granada
se consolidó como la expresión perfecta de la restauración de la fe verdadera, destacando
el nombramiento episcopal de fray Hernando de Talavera como la reanudación de una
supuesta mítica línea de grandes obispos cristianos granadinos, iniciada por el patrón de
la ciudad San Cecilio en el siglo I d.C.

En lo referente a la Guerra de Granada, este autor realizó una narración de la


contienda que contó con un marcado carácter religioso, haciendo especial referencia a
elementos que evocaran el recuerdo de gloriosos héroes cristianos del pasado, así como a
nombres o hechos tradicionalmente unidos con destacadas profecías escatológicas de
índole europeísta. Este aspecto de la guerra pretendía aportar a la conquista de la urbe
una excepcionalidad sin parangón entre las otras ciudades hispánicas, situándola al nivel
de las grandes capitales santas de la cristiandad occidental, como Roma y Jerusalén. Las
principales fuentes que Francisco Bermúdez utilizó para tal cometido, fueron las obras de
diversos cronistas castellanos de las centurias anteriores, junto a otros escritos y leyendas
de eminente carácter oral, que ayudaron a construir una nueva perspectiva mítica de la
historia de una ciudad granadina considerada cristiana desde su propia fundación374.

En último lugar, cabe destacar que durante el final del siglo XVI, el recuerdo de la
Guerra de Granada volvió al primer plano de la sociedad castellana con motivo del
estallido de la llamada Rebelión de las Alpujarras (1568-1571). La revuelta se fue
gestando en un contexto social marcado por la consciencia morisca de que las ventajas
excepcionales, acordadas en la rendición de 1492, no iban a ser respetadas por la corona
castellana. Las instancias más altas de la corona hispánica eran partícipes de que una
minoría musulmana aún se resistía a aceptar su autoridad, ofreciendo incluso su

poderoso reyno, y excelencias de su corona. Granada, 1648. Existe un ejemplar facsímil más reciente de
esta edición, BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica de Granada. Prólogo de Ignacio
Henares Cuéllar. Granada: Editorial Don Quijote, 1989.
374
Al respecto de esta faceta mítica de la obra de Bermúdez de Pedraza, HARRIS, KATIE A.: «La historia
inventada. Los plomos de Granada en la Historia Eclesiástica de Francisco Bermúdez de Pedraza» En
Barrios Aguilera, Manuel y García Arenal, Mercedes (eds.): ¿La historia inventada? Los libros plúmbeos y
el legado sacromontano. Granada: Universidad de Granada, 2008, pp. 189-214.

213
José Fernando Tinoco Díaz

colaboración a los piratas turcos y africanos en el Mediterráneo. Desde la década de


1550, esta presencia islámica en las cosas hispánicas se hizo más presente, lo cual generó
un peligroso clima de terror generalizado ante el inicio de un nuevo conflicto a gran
escala. En ese contexto, Felipe II decidió tomar medidas decisivas para intentar contener
cualquier conato de subversión antes incluso de que éste se produjera. De esta manera, en
1566, exigió el desarme de los moriscos y la eliminación del respeto a su cultura a través
de la Pragmática Sanción (1567). A pesar de que las negociaciones entre la corona y la
población morisca para intentar normalizar nuevamente la situación se sucedieron
durante 1568, en Nochebuena de ese mismo año las fuerzas musulmanas se alzaron
frente a la autoridad del monarca hispánico bajo la dirección de Abén Humeya,
autodenominado descendiente de los califas cordobeses. Tras un arduo conflicto que se
alargó durante casi tres años, el bando real resultó vencedor acabando con esta
insurrección con férrea determinación. A partir del 1 de noviembre de 1570, los moriscos
que sobrevivieron fueron deportados hacia otros lugares de la corona de Castilla,
concluyendo así con los problemas derivados del complejo marco social derivado de la
conclusión de la propia Guerra de Granada375.

Tras concluir con una insurrección que se alargó durante varios años, las duras
medidas impuestas por la corona castellana a los moriscos granadinos supervivientes
acabaron también por incidir en la proyección negativa del gobierno hispánico que
comenzaba a manifestarse en el Occidente cristiano, a raíz de la conquista castellana de
América. Por este motivo, pronto nació la necesidad de elaborar crónicas que narraran
este conflicto desde una perspectiva favorable a la monarquía peninsular, cuestionando
las razones de su inicio y esclareciendo el desempeño de las tropas reales durante la
contienda. Para lograr tal menester, los historiadores del periodo vieron pertinente
retrotraer su disertación hasta el final del emirato nazarí de Granada, la última etapa de

375
Sobre este conflicto, CARO BAROJA, JULIO: Los moriscos del..., op.cit. En torno a la influencia de la
contienda en la historiografía contemporánea del siglo XVI, CASTILLO FERNÁNDEZ, JAVIER: «La guerra de
los moriscos granadinos en la historiografía de la época (1570-1627)» En Barrios Aguilera, Manuel
(coord): La historia del reino de Granada a debate: viejos y nuevos temas: perspectivas de estudio.
Málaga: Universidad de Málaga, 2004, pp. 677-704; BUNES IBARRA, MIGUEL ÁNGEL DE: Los moriscos en
el pensamiento histórico: historiografía de un grupo marginado. Madrid: Cátedra, 1983; MÁRQUEZ
VILLANUEVA, FRANCISCO: «El problema historiográfico de los moriscos» En Bulletin hispanique, nº 86, 1-
2. Bourdeaux: Université Michel de Montaigne, 1984, pp. 61-135; BARRIOS AGUILERA, MANUEL: «Una
aproximación biblio-historiográfica a los moriscos granadinos» En Barrios Aguilera, Manuel (coord.):
Moriscos y repoblación en las postrimerías de la Granada Islámica. Granada: Diputación Provincial de
Granada, 1993, pp. 23-41.

214
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

independencia del pueblo musulmán en la Península Ibérica, marcada también por la


desunión y el conflicto interno. Sin embargo, los autores de estos escritos pronto
descubrieron que las fuentes para emprender el análisis de cualquier periodo de la
historia de la presencia islámica en la Península Ibérica eran insuficientes, por lo que en
muchos casos tuvieron que servirse de su ingenio para establecer discursos coherentes
con la realidad que pretendían representar en sus escritos376. Este fue el espíritu detrás de
obras como Guerras civiles de Granada, publicada por Ginés Pérez de Hita (1544-1619)
en dos volúmenes377.

El primer ejemplar de la obra de Pérez de Hita, titulado el primero Historia de los


bandos de los zegríes y abencerrajes, caballeros moros de granada, de las civiles
guerras que hubo en ella…hasta que el rey don Fernando quinto la ganó, fue compuesto
en los últimos años del siglo XVI y publicado en torno a 1595. En este volumen, el autor
pretendió relatar los últimos años del emirato nazarí, centrándose en las rivalidades entre
los bandos de zegríes y abencerrajes. Su objetivo no era otro que intentar ilustrar las
verdaderas razones de rebelión de los moriscos de las Alpujarras, la cual era narrada en el
segundo volumen de esta obra, desde una eminente perspectiva romántica, muy
influenciada por el género caballeresco y los romances moriscos. De esta manera, los
diversos ejemplos de las discordias y traiciones que precipitaron el fin de Granada
parecieron renacer en este nuevo enfrentamiento frente a los musulmanes sublevados,
justificando así el inicio de una nueva contienda que en este caso afectó la sociedad
cristiana del periodo378. Las fuentes utilizadas por Pérez de Hita proceden de diversos
romances y tradiciones fronterizos moriscos, junto con las crónicas de los principales
historiadores contemporáneos a la Guerra de Granada. Sin embargo, gran parte del
contenido fue obra de la propia imaginación del autor. A pesar de este rasgo, los escritos
de Ginés Pérez de Hita reflejan, de forma bastante correcta, las luchas internas y la

376
Esta tesis fue establecida, principalmente, por KAGAN, RICHARD L.: «La historia y los cronistas del rey»
En VVAA: Philippus II Rex. Madrid: Lunwerg, 1998, pp. 87-118.
377
La edición consultara para el presente trabajo, en la cual se puede encontrar un completo estudio de su
autor y de la obra, es la que sigue PÉREZ DE HITA, GINÉS. Historia de las guerras civiles de Granada;
estudio preliminar e índices por Pedro Correa Rodríguez. Granada. Universidad de Granada, 1999.
378
Al respecto y las implicaciones sociales que representa, es atractivo consultar CARRASCO URGOITI,
MARÍA SOLEDAD: «Ginés Pérez de Hita frente al problema morisco» En Bustos, Eugenio de (coord.): Actas
del cuarto Congreso Internacional de Hispanistas. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1982, pp. 269-
282; SIEBER, WILLIAMS D.: «The Frontier Ballad and Spanish Golden Age Historiography:
Recontextualing the Guerras Civiles de Granada» En Hispanic Review, nº 65-3. Pennsylvania: University
of Pennsylvania, 1997, 291-306.

215
José Fernando Tinoco Díaz

intriga que llevó a la caída de Granada, a la par que describe las costumbres más
populares de la vida del emirato. Sin embargo, esta obra no debe ser leída «como una
novela de interés histórico que ofrecía una imagen relativamente fiel de la vida del estado
nazarí», sino «como una obra de intenciones estrictamente literarias»379. En ese sentido,
el principal problema que presenta la narración del autor español, es la necesidad de
deslindar lo histórico de lo fabulado, lo cual también es el principal mérito del autor. Por
ello, se ha creído oportuno no incluir referencias a sus escritos en el presente trabajo.

Dejando al margen la línea historiográfica seguida por Ginés Pérez de Hita, cabe
destacar otras obras también referentes a este conflicto, que intentaron alejarse de esta
perspectiva romántica, para intentar aportar una perspectiva analítica de la relación entre
el pasado del reino nazarí, y el contexto de la Rebelión de las Alpujarras. En ese sentido,
dos son los trabajos que sobresalen. El primero de ellos fue compuesto por el diplomático
y militar castellano Diego Hurtado de Mendoza (1504-1575). El hijo del Capitán General
del reino de Granada, Iñigo López de Mendoza, nació en Granada. Creció bajo la tutela
del mismo Pedro Mártir de Anglería, lo cual le hizo estar muy vinculado con estas tierras
y su pasado reciente. Durante su edad adulta, desempeñó el cargo de embajador en
diversas cortes europeas, hasta que diversas vicisitudes le llevaron a ser desterrado de la
corte real hispánica hacia Granada, donde fue puesto al frente del ejército que tuvo que
combatir la sublevación de los moriscos380. Muestra de su destacada experiencia bélica
en el conflicto de las Alpujarras, fue la redacción de su Guerra de Granada hecha por el
rei de España don Phillippe II, nuestro señor contra los Moriscos de aquel reino, sus
rebeldes, basada en sus experiencias militares y políticas durante esta insurrección 381. A
pesar de que esta obra fue escrita durante los últimos años de su vida, no fue publicada
hasta el siglo siguiente, posiblemente por su atrevido lenguaje a la hora de juzgar el
conflicto y los personajes que intervinieron en la misma. Pero esta disposición no eliminó

379
CARRASCO URGOITI, MARÍA SOLEDAD: «Las Guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita» En
Rico, Francisco (coord.): Historia y critica de la literatura española. Siglos de oro, Renacimiento; tomo 1,
dirigido por Francisco López Estrada. Madrid: Crítica, 1979, pp. 314-317, pp. 316-317.
380
Sobre su biografía, GONZÁLEZ PALENCIA, ÁNGEL Y MELE, EUGENIO: Vida y obras de don Diego
Hurtado de Mendoza. Valencia: Instituto de Valencia de Don Juan, 1941-1943; SPIVAKOVSKY, ERIKA: Son
of the Alhambra: Diego Hurtado de Mendoza. Austin: University of Texas Press, 1970.
381
La edición utilizada para el presente trabajo es esta que sigue HURTADO DE MENDOZA, DIEGO: Guerra
de Granada hecha por el Rey de España Felipe II contra los moriscos de aquel reino, rebeldes. Alicante:
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999 [edición digital preparada a partir de la edición de Biblioteca
de Autores Españoles: historiadores de sucesos particulares, tomo I. Madrid: M. Rivadeneyra, 1852, pp.
65-122].

216
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

el hecho de que muy pronto la crónica alcanzó una rápida difusión en su forma
manuscrita.

El estilo conciso y exhaustivo de la obra, modelo de prosa de transición entre el estilo


renacentista y barroco, destaca por mostrar el afán de veracidad e imparcialidad de un
militar que vivió el conflicto y sus consecuencias de primera mano. En ese sentido,
Francisco Vivar afirma que la narración compuesta por el castellano, no es más que una
«profunda meditación sobre el significado de la guerra en el destino de las naciones o
imperios», la cual cuenta la historia de un conflicto de «españoles contra españoles»382.
Para Hurtado de Mendoza, la conquista del territorio nazarí llevada a cabo por los Reyes
Católicos, había supuesto el culmen de la historia hispánica y el inicio de una idea de
Imperio asentada sobre la unidad de la Península Ibérica. Así lo relataba en los primeros
párrafos de esta obra, los cuales dedicaba a relatar la historia del emirato hasta la
culminación de la empresa reconquistadora. En contraposición, la Rebelión de las
Alpujarras, una guerra producida entre individuos que formaban parte de un mismo
reino, había sido causada por la codicia, miedo y estupidez. La génesis de este hecho
violento denotaba que el régimen impuesto tras la conquista castellana del emirato
nazarí, mostraba evidentes signos de decadencia.

En último lugar, la crónica más destacada de todas las referentes a este episodio, y su
relación con la contienda castellano-nazarí, fue la compuesta por el erudito militar
español Luis del Mármol Carvajal (1520-1611). Durante los primeros compases de su
carrera como soldado, el castellano estuvo presente en las campañas africanas e italianas
de Carlos V y Felipe II, donde fue capturado por las fuerzas musulmanas y condenado a
vagar por varios territorios mediterráneos. Tras ser rescatado algunos años después,
decidió explorar algunos de los más importantes reinos islámicos del periodo. Las
experiencias de estos viajes intensificaron su conocimiento de la cultura y lengua árabe,
siendo recogidas, con posterioridad, en su Descripción general de África. Después de un
breve paso por Italia, regresó a Castilla probablemente en 1557, donde comenzó a
desempeñar el cargo veedor de la intendencia del ejército real al servicio de don Juan de

382
VIVAR, FRANCISCO: «Tucídides y La guerra de Granada de Hurtado de Mendoza» En Sánchez
Sánchez, Carlos (coord.): Actas del VI Congreso de historia de la cultura escrita, vol. 2. Madrid:
Calambur, 2002, pp. 1819-1826. p. 1819. Al respecto de los caracteres historiográficos expresados por este
autor, DARST, DAVID H.: «El pensamiento histórico del granadino Diego Hurtado de Mendoza» En Revista
Española de Historia, vol. 43, nº 154. Madrid: CSIC, 1983, pp. 281-294.

217
José Fernando Tinoco Díaz

Austria, coincidiendo con el estallido de la Rebelión de las Alpujarras383. Sus vivencias


durante este conflicto fueron volcadas en su segunda gran obra, Historia de la rebelión y
castigo de los moriscos del reino de Granada. Compuesta a partir 1574, y publicada en
1600, esta es la crónica que más detalle aporta de este levantamiento acaecido en las
Alpujarras granadinas384.

Sobre el objetivo de esta obra, Puglisi denotaba muy acertadamente, que «la Historia
del rebelión y castigo de los moriscos, cuyo destinatario es la red de contactos letrados de
la corte de Felipe II, enlaza las ambiciones del hombre no noble con los intereses en el
territorialismo de los nobles gobernantes»385. Con ella, el cronista buscaba la oportunidad
de destacar en la corte de Castilla, a través de la composición de un escrito que
consiguiese aunar los valores y objetivos que la corona hispánica procuraba transmitir,
con el sentir de la sociedad peninsular del momento. De hecho, el primer libro de esta
composición fue destinado a estructurar una aportación empírica de la historia de
Granada, desde sus orígenes, hasta su conquista, que denotase el interés del autor por la
cultura musulmana y su conocimiento de la historiografía más reciente.

La información utilizada en esta primera parte de la crónica procedió de diversas


fuentes de tipo etnológico-arqueológico y documental, que generalmente fueron
incorporadas en forma de epítome personal al cuerpo de la narración, a semejanza del
estilo de Pulgar o Zurita. Entre todas las referencias incorporadas, destacan por primera

383
Al respecto de la semblanza vital de este autor, consultar el estudio realizado por GONZÁLEZ DE
AMENZÚA, AGUSTÍN: Prólogo En Mármol Carvajal, Luis del: Descripción General de África (1573-1599):
la publica reproducida en facsímil el Instituto de Estudios Africanos del Patronato Diego Saavedra
Fajardo del CSIC. Madrid: CSIC, 1953, pp. 9-28. Más recientemente, CASTILLO FERNÁNDEZ, JAVIER: La
historiografía española del siglo XVI: Luis del Mármol Carvajal y su Historia del rebelión y castigo de los
moriscos del reino de Granada. Análisis histórico y estudio crítico. Granada: Universidad de Granada,
2014, pp. 85-194.
384
La edición utilizada para el presente estudio es esta que sigue: MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia
del rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada» En Castillo Fernández: Javier: La
historiografía española del siglo XVI: Luis del Mármol Carvajal y su Historia del rebelión y castigo de los
moriscos del reino de Granada. Análisis histórico y estudio crítico. Granada: Universidad de Granada,
2014, pp. 523-1056. Esta edición está basado en la anterior MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del
rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada» En Biblioteca de Autores Españoles:
historiadores de sucesos particulares, tomo 1. Madrid: Rivadeneyra, 1852, pp. 123-365.
385
PUGLISI, ANTHONY: «Escritura y ambición: La Historia del rebelión y castigo de los moriscos de Luis
del Mármol Carvajal» En Investigaciones Históricas, nº 28. Valladolid: Universidad de Valladolid, 2008,
pp. 141-156, p. 149. Al respecto de la redacción de esta obra en el contexto del conflicto, consultar
SÁNCHEZ RAMOS, VALERIANO: «El mejor cronista de la guerra de los moriscos: Luis del Mármol Carvajal»
En Sharq a-Andalus: Estudios mudéjares y moriscos, nº 13. Alicante: Centro de Estudios Mudéjares, 1996,
pp. 235-255.

218
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

vez las alusiones a documentos tan emblemáticos, como las capitulaciones para la
entrega de Granada, la versión discursiva del memorial de Núñez Muley, las lápidas de
los reyes granadinos, u otras fuentes traducidas por Alonso del Castillo en su famoso
Cartulario, inédito hasta mediados del siglo XIX. Asimismo, Luis del Mármol reconoció
la consulta de las grandes crónicas bajomedievales referentes a la contienda castellano-
nazarí. En ese sentido, predominan las alusiones a Hernando del Pulgar y Galíndez de
Carvajal, y en menor medida, al humanista Alonso de Palencia o Pedro Mártir. De la
misma manera, el autor también reconoce haber examinado los escritos de algunos
escritores más recientes, como Lucio Marineo, Pedro de Medina, Fray Antonio de
Guevara, e incluso Hurtado de Mendoza o Esteban de Garibay. Todas estas referencias
hacen que esta primera parte de la obra de Luis del Mármol Carvajal, dedicada al ascenso
y caída del emirato nazarí de Granada, sea uno de los ejercicios historiográfico más
completos en torno a la Guerra de Granada. Habrá que esperar hasta el inicio del siglo
XVIII, para volver a consultar una obra de tal calibre al respecto del análisis del último
conflicto castellano-nazarí. Toda esta información fue destinada a denotar que Granada
fue subyugada a Castilla para su propio beneficio, en tanto la fe católica era la única que
podía salvar las almas de estos individuos. Por este motivo, cualquier intento de ruptura
de esta nueva unidad, asentada sobre los principios de la religión cristiana, solo podía
significar el retorno a un periodo de ruptura y tensión social.

219
José Fernando Tinoco Díaz

220
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

SEGUNDA PARTE

ESTUDIO DE LAS FUENTES CRONÍSTICAS


CASTELLANAS REFERENTES A LA GUERRA DE GRANADA

221
José Fernando Tinoco Díaz

222
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO CUARTO. EL EMIRATO NAZARÍ DE GRANADA


EN LA POLÍTICA BAJOMEDIEVAL CASTELLANA.

Durante las primeras décadas del periodo bajomedieval, las relaciones entre la corona
de Castilla y el emirato nazarí de Granada experimentaron un significativo cambio de
signo, marcada por ascenso al trono del linaje Trastámara. La llegada al poder de esta
nueva dinastía trajo consigo una importante necesidad de legitimación. Se necesitaba
encontrar una afiliación natural entre la nueva línea política impuesta por los miembros
de esta estirpe bastarda, y las decisiones y actos llevados a cabo por los monarcas
anteriores, de forma que sus programas de gobierno se vieran secundados por el peso de
la propia historia peninsular. A fin de lograr tal cometido, la relación de estos reyes con
el emirato nazarí de Granada, en un contexto marcado por la necesidad de concluir el
ancestral proceso reconquistador hispánico, comenzó a jugar un papel capital para su
propia reafirmación en el trono castellano. En ese sentido, los primeros años del siglo XV
representaron un importante punto de inflexión, tanto para la corona castellana, como
para el emirato nazarí. Mientras Castilla asistía a la génesis de un periodo de crecimiento
interior generalizado, el reino musulmán comenzó a acusar la generalización de los
conflictos por la sucesión del emirato. Esta situación, sumada al progresivo aislamiento
de sus relaciones con el Mediterráneo islámico, desencadenó que el emirato dejara de ser
percibido como una amenaza y comenzara a adquirir un marcado carácter funcional para
la monarquía castellana. Castillo Cáceres destaca que Granada se convirtió entonces,
para el reino cristiano, en «una fuente de ingresos, de prestigio y de afirmación política,
resultando más útil para la monarquía el mantenimiento de un estado vasallo bajo control
que su conquista definitiva»386. El retorno del conflicto frente al emirato nazarí se
demostró entonces un medio perfecto para determinar el compromiso de estos reyes con
el pasado hispano, reforzando su capacidad de dirección de la sociedad de Castilla en la
prosecución de un objetivo común tan elevado, como era la restitución del dominio
cristiano sobre estas tierras.

Fue durante el periodo de regencia de la minoría de edad de Juan II, cuando la


retórica de la lucha frente al musulmán realmente volvió a contar con un papel
determinante para la estabilidad de la política interna de Castilla. En este periodo, el

386
CASTILLO CÁCERES, FERNANDO: «La funcionalidad de…», op.cit., pp. 49-50.

223
José Fernando Tinoco Díaz

infante don Fernando de Antequera se sirvió de la recuperación de un discurso rodeado


de una eminente carga religiosa, para crear de un clima ideológico que posibilitara la
subordinación del conjunto de la sociedad castellana a esta empresa de carácter histórico.
Al fin y al cabo, la necesidad de concluir con el dominio musulmán derivaba del ánimo
real de restituir las tierras despojadas a sus antecesores y dar inicio a un nuevo periodo de
esplendor para su propio reino. El acierto de este tipo de iniciativas frente a un enemigo
de la fe cristiana pronto se demostró especialmente útil para el propio regente, lo que le
permitió contar con un medio de granjear favores y conseguir importantes ingresos
económicos con los que sustentar otro tipo de intereses más personales. Sin embargo, el
castellano también consiguió imponer una nueva forma de entender la frontera con el
emirato nazarí como recurso político y económico de primer nivel, lo que convirtió la
guerra contra Granada en «meta, propósito y propaganda» de la política real castellana
durante los años posteriores387.

A lo largo de los reinados de Juan II y Enrique IV, las iniciativas llevadas a cabo por
estos reyes frente al moro demostraron ser idóneas oportunidades para que la sociedad
castellana se aunara nuevamente bajo una causa común. Así queda presente en la
narrativa del periodo, que consideraba la lucha frente al moro como una acción justa y
santa, que ensalzaban a los monarcas castellanos como adalides del cristianismo
militante. Esta cronística colaboró con la consolidación de esta perspectiva divinal de las
campañas frente a Granada, cultivando un discurso continuista que se fue configurando y
enriqueciendo a lo largo de las distintas iniciativas llevadas a cabo por estos reyes
castellanos. En torno al ejercicio de la caballería y la prosecución de la vieja idea de
Reconquista, la corona consiguió consolidar un funcional medio económico y político, y
convertirlo en una oportunidad que explotar en momentos donde era necesario reforzar
su prestigio. Sin embargo, los conflictos internos acaecidos en el reino hispánico durante
este periodo, acabaron por interrumpir la proyección de estas campañas frente al emirato
nazarí de forma indefinida, convirtiendo la conquista de Granada en una empresa
plausible pero inaccesible por momentos. Esta insalvable situación incidió sobremanera
en la perspectiva que diversos historiadores aportaron de ambos reyes, ayudando a
consolidar el clima de descontento generalizado que parecía regir el entorno castellano
durante este periodo. Tal discurso retórico estaba asentado sobre clara perspectiva
387
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Granada en la perspectiva castellana» En Ladero Quesada, Miguel Ángel
(coord.): La incorporación de Granada a la corona de Castilla. Granada: Diputación Provincial de
Granada, 1993, pp. 19-40, p. 32.

224
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

finalista, heredera de la herencia doctrinal neogoticista hispana, que condicionó el futuro


del reino cristiano a la génesis de un gran cambio reformador en el gobierno de este
territorio.

Las luchas intestinas entre las capas más altas de la sociedad castellana tuvieron su
punto culminante en el inicio de la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479). La
definitiva victoria de doña Isabel en este conflicto fue retratada, por los cronistas del
periodo, como el final de una de las etapas más negras de la historia hispánica. Para estos
autores, el ascenso al trono de la nueva reina del reino peninsular parecía ser fruto de la
propia Providencia divina, la cual pretendía anunciar el punto de partida de una nueva
época de esplendor para Castilla marcado por la justicia y la fe. Tanto Isabel de Castilla,
como su marido, Fernando de Aragón, parecieron comulgar con esta idea de futuro y,
tras conseguir consolidar su triunfo frente al partido juanista, se embarcaron en la
restauración completa del orden en el reino castellano a través de una concienzuda
reorganización fiscal y administrativa que tenía como finalidad fortalecer su poder. Los
reyes consiguieron así unificar la opinión de las distintas capas sociales en torno a una
nueva idea de monarquía, entendida ésta como auténtica cabeza rectora de una sociedad
unida en torno a su fe católica. El contexto social resultante, de clara inspiración
cristiana, permitió a estos monarcas justificar pretensiones de mucho más calado que la
propia restauración de la autoridad real, las cuales tenían como objetivo extender su
influencia en el complejo contexto diplomático europeo.

El primer paso de este complejo proyecto político de futuro, cargado de referencias


proféticas y providencialistas, no fue otro que la conclusión de una iniciativa tan
significativa para el reino de Castilla, como era la recuperación del territorio usurpado
por los musulmanes en la Península Ibérica. De esta manera, la guerra frente al moro
volvía a consolidarse como uno de los pilares fundamentales de la monarquía castellana,
recuperando la línea retórica iniciada a principios de la centuria por Fernando de
Antequera, y continuada por Juan II y Enrique IV. Sin embargo, ahora su proyección era
mucho más amplia y de clara índole regeneradora. A través de la recuperación del
discurso divinal compuesto por el eclesiástico Alonso de Cartagena, los cronistas de este
periodo supieron destacar el carácter finalista de la tradicional doctrina neogoticista, y
adaptarlo a las nuevas aspiraciones providencialistas de la sociedad castellana, para
definir la guerra final frente al emirato nazarí de Granada como la primera gran empresa

225
José Fernando Tinoco Díaz

de unos reyes destinados a encabezar una nueva edad de oro para toda la sociedad
cristiandad occidental.

4.1. LA GÉNESIS DE UN DISCURSO SACRALIZADO DE LA GUERRA


FRENTE AL MUSULMÁN. LOS REINADOS DE JUAN II Y ENRIQUE IV (1406-
1474).

4.1.1. ANTECEDENTES DE LAS RELACIONES CASTELLANO-NAZARÍES EN EL CONTEXTO


DEL ASCENSO AL TRONO DE LA DINASTÍA TRASTÁMARA.

Tras la firma del Pacto de Jaén (1246), el emirato de Granada pasó a ser considerado
como una parcela dependiente del reino de Castilla. A costa de sacrificar su
independencia política bajo una forma de señorío jurisdiccional, el reino musulmán
consiguió el reconocimiento castellano de su condición de territorio con soberanía e
identidad propia. Sin embargo, la firma del acuerdo no se mostró como una solución de
continuidad. De forma simultánea a la paulatina consolidación de sus instituciones,
Granada intentó reaccionar a este status quo de sumisión oponiéndose abiertamente al
dominio castellano. Durante el año 1275, el emirato nazarí, ayudado por fuerzas
africanas, decidió concluir con el vasallaje que lo vinculaba con el reino cristiano de
forma unilineal. Comenzaba así un conflicto a tres bandas, la llamada ―Batalla del
Estrecho‖, que ocuparía el final de esta centuria y la primera mitad del siglo XIV. En
torno a 1350, Castilla acabó por imponer su criterio frente al pequeño reino islámico,
dando por concluido este conflicto y aislando al territorio granadino de sus posibles
aliados en el norte de África. Pero el resultado de esta contienda también denotó un
aspecto esencial de la relación entre ambas coronas que hasta entonces parecía pasar
desapercibido para los reyes de estos reinos: la inferioridad militar del emirato nazarí
frente al poderoso reino cristiano. Tras esta destacada victoria, Castilla parecía
encontrarse en una situación de evidente preeminencia que podría obligar a los
musulmanes a claudicar en sus pretensiones de independencia política. Sin embargo, la
corona castellana no consiguió restablecer por concreto el homenaje nazarí durante los
años que precedieron a su triunfo, dando comienzo a un periodo sin hostilidades
destacables entre ambos bandos. Esta situación estuvo condicionada sobremanera por el
ascenso al trono castellano de la dinastía Trastámara y su necesidad de legitimación
inmediata. Tras la muerte de Alfonso XI en el sitio de Gibraltar (1350), su hijo Pedro I
(1350-1366) fue proclamado monarca del reino hispano. Durante la primera fase de su
reinado, apoyó la revuelta nazarí que dio pie al nombramiento de Muhammed V (1354-

226
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

1359) como emir granadino. Este rey musulmán apoyó al bando castellano durante su
primer conflicto frente al reino de Aragón. Pero una nueva sedición secundada por el
aragonés Pedro IV (1336-1387), concluyó con su reinado en favor de Ismail II (1359-
1360) y, poco tiempo después, de Muhammed VI (1360-1362). Durante 1462, Pedro I
decidió llevar a cabo una primera tentativa frente en territorio granadino en venganza por
este hecho, el cual consideraba una afrenta directa frente a la honra real castellana. En
dicha entrada, se apoderó de las plazas de Iznájar, Sagra, Cesna y Benamejí,
demostrando su poder frente a una fragmentada sociedad nazarí. Muhammed VI intentó
contrarrestar estas incursiones negociando una tregua entre ambos reinos. Sin embargo,
el rey de Castilla, autoerigido justiciero de la legítima realeza, condenó a muerte al emir
nazarí, restituyendo en el trono a su protegido Muhammed V388. Durante ese mismo año,
Pedro I comenzó a plantear una nueva invasión de los territorios de Aragón, que
concluyó con sus fracasados intentos de ocupar Barcelona (1359) y Valencia (1361). En
este contexto de conflictos peninsulares, el partido aragonés y el reino de Francia
mostraron su apoyo a Enrique de Trastámara, hijo bastardo de Alfonso XI, animándole a
levantarse en armas frente a su hermanastro. Tras una dura pugna fratricida, que se alargó
entre 1366 y 1369, la muerte de Pedro I concluyó definitivamente con el ascenso de un
nuevo linaje al trono de Castilla389.

Con el inicio del reinado de Enrique II (1366-1367/1367-1379) se produjo una


primera tentativa de volver a retomar la empresa frente al emirato para pacificar la
frontera con el reino granadino. Esta campaña concluyó poco tiempo después con la
firma en 1370 de una tregua de ocho años de duración, que prácticamente fue siendo
renovada con posterioridad hasta el inicio del siglo XV. A lo largo de este periodo de
más de cincuenta años, la frontera entre Castilla y Granada se mantuvo en una tensa
calma, dentro de un clima que Ladero Quesada ha definido como «paz insólita»390. Pero

388
DÍAZ MARTÍN, LUIS VICENTE: Pedro I el Cruel (1350-1369). Gijón: Trea, 2007, p. 194 y ss.
389
Sobre este conflicto y el ascenso al trono de la dinastía Trastámara, VALDEÓN BARUQUE, JULIO: Pedro I
el Cruel y Enrique de Trastámara: ¿la primera guerra civil española?. Madrid: Aguilar, 2003; del mismo
autor, La dinastía de…, op.cit., pp. 15-25.
390
Al respecto de la etapa posterior a la conclusión de esta disputa interna y las relaciones entre Granada y
Castilla hasta el inicio del siglo XV, consultar LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Granada. Historia de...,
op.cit., pp. 157-165. Asimismo, sobre los hechos más relevantes de este periodo, MITRE FERNÁNDEZ,
EMILIO: «De la toma de Algeciras a la campaña de Antequera (Un capítulo de los contactos diplomáticos y
militares entre Castilla y Granada)» En Hispania: Revista Española de Historia, nº 120. Madrid: CSIC,
1972, pp. 77-122; TORRES FONTES, JUAN: «La frontera murciano-granadina en el reinado de Enrique II» En
Torres Fontes, Juan: La frontera murciano-granadina. Murcia: Real Academia Alonso X el Sabio, 2004,

227
José Fernando Tinoco Díaz

un acuerdo de conciliación sostenible entre Castilla y Granada no era una opción de


futuro contemplada por el bando cristiano. En ningún momento los reyes de este reino
hispano abandonaron la idea de recuperar el control sobre este vasallo rebelde. Sin
embargo, la necesidad de esta dinastía de consolidarse en el trono castellano
definitivamente, y asegurar sus pretensiones territoriales frente a los reinos de Portugal y
Aragón, se antepuso al deseo de Enrique III de retomar la guerra para someter al enemigo
musulmán de manera definitiva. Tanto él mismo como sus predecesores, aguardaron el
momento oportuno para retomar esta empresa con determinación, algo que siempre
dependió de la estabilización del propio linaje Trastámara en el trono castellano.

Durante esta fase de consolidación dinástica y enraizamiento de los esquemas


político-institucionales impuestos por los primeros Trastámara, la doctrina
reconquistadora pareció pasar a un estado de latencia en las crónicas castellanas, del cual
solo despertó durante el inicio del reinado de Enrique III el Doliente (1390-1406). En los
últimos años del siglo XIV, el incremento de la frecuencia de incidentes fronterizos entre
ambos bandos comenzó a desestabilizar nuevamente la relación entre Castilla y el
emirato nazarí. Tras el ascenso al trono musulmán de Muhammad VII (1392-1408), el
nuevo emir lanzó varios ataques contra las fronteras cristianas para consolidar su
posición y asegurar el establecimiento de una tregua con el trono castellano favorable a
sus intereses inmediatos. La tortuosa fase de minoría de edad de don Enrique favoreció la
falta de una verdadera respuesta bélica homogénea de la nobleza castellana frente a estas
tentativas realizadas por las fuerzas de Granada, por lo que el joven emir pudo cumplir su
objetivo, forzando a Castilla a reconsiderar los pactos vigentes con el reino musulmán.
Esta coyuntura de inseguridad ante la amenaza granadina acentuó la rivalidad castellana
con el reino islámico hasta límites que extrapolaron los contactos entre ambas
sociedades. De ello deja constancia el carácter de algunas singulares acciones llevadas a
cabo por los castellanos durante los primeros años de esta década. Entre todas ellas,
destaca la fracasada cruzada popular que el maestre de la Orden de Calatrava, Martín
Yáñez de Barbudo, dirigió contra el reino de Granada en la primavera de 1394391.
Aunque excepcional, el recuerdo posterior de este hecho se mantuvo en la memoria

pp. 95-114. LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «Sobre las relaciones de Portugal con el reino de
Granada 1369-1415)» En Meridies, nº 5-6. Córdoba: Universidad de Córdoba, 2002, pp. 200-210.
391
Sobre esta campaña y sus repercusiones, consultar LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «La
cruzada particular de un maestre de la Orden de Alcántara (1349)» En Studia historica. Historia Medieval,
nº 30. Salamanca, Universidad de Salamanca, 2012, pp. 175-195.

228
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

castellana durante toda la centuria posterior. Verbigracia, Juan Barba denota que en la
campaña castellana de 1485 frente al emirato nazarí, donde fueron tomadas las
poblaciones de Cambril y Alhavar por parte de don Fernando de Aragón, era:

«[…] muy notorio que son dos lugares/ qu‘están en el paso daquella fortaleza/ que haza Jahén,
donde se perdiera/ un nuestro maestre que dizen cantares; que Martyanes cuenta el estoria/ con tres
392
mill onbres que yvan con él,/ allý se perdieron ellos y él/ e este Canbril se haze memoria» .

Finalmente, Enrique III asumió el poder efectivo del reino el 2 de agosto de 1393.
Los cronistas del periodo afirmaban que desde esta misma fecha, el rey albergó el
proyecto de conquistar Granada o, al menos, de debilitar significativamente al reino
musulmán atacando de forma drástica sus fronteras. Joseph O‘Callaghan y Norman
Housley determinan que el inicio de estas campañas respondió al declive de un periodo
de tolerancia peninsular, al que siguió un despertar del sentimiento cruzado en una
Castilla. Para ambos investigadores, acciones como la fundación de la Orden de la Jarra y
el Grifo, o el incremento de la conflictividad anti-judía en el seno de la sociedad
castellana, denotando el desarrollo de una activa devoción religiosa 393. Sin embargo,
Miguel Ángel Ladero afirma que este interés de Enrique III por promover el combate
frente al emirato, fue consecuencia del deseo de su hermano don Fernando de
Trastámara. El historiador español defiende que el infante castellano fue quien promovió
realmente esta iniciativa fronteriza, durante el último periodo del reinado de su enfermo
hermano, a fin de plantear una tarea común para el reino «que evitase las discordias y
pusiese a disposición del regente la fuerza y el prestigio necesarios para consolidad su
autoridad»394. Conocedor de los problemas que una minoría acarreaba para el futuro del
reino, es muy posible que don Fernando pretendiera utilizar este tipo de operaciones para
reforzar la autoridad real de su enfermo hermano, e incentivar la unión de los nobles
castellanos bajo la dirección de una figura que demostrase determinación en la guerra
frente al infiel. En ese sentido, es muy posible que el infante también intentara asegurar
su participación ocupando esta posición a la cabeza del ejército castellano, de manera que
tal contienda pudiera consolidar su influencia como responsable del reino y gran director
de las campañas contra el Islam en el caso de que se produjera la muerte de su hermano.

392
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., p. 272.
393
O‘CALLAGHAN, JOSEPH: The Last Crusade..., op.cit., pp. 42 y ss.; HOUSLEY, NORMAL: The later
crusades..., op.cit., pp. 283 y ss.
394
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Granada. Historia de..., op.cit., p. 168.

229
José Fernando Tinoco Díaz

Tras alcanzar un acuerdo de paz con el reino de Portugal en 1402, la situación general
de Castilla parecía idónea para canalizar el esfuerzo del reino en la empresa fronteriza
frente al musulmán al inicio de la nueva centuria. Las incursiones nazaríes sufridas por el
concejo Morón de la Frontera, entre 1402 y 1404, ofrecieron la oportunidad idónea para
poner de manifiesto ante la sociedad castellana la necesidad de retomar esta empresa para
la seguridad común de los territorios andaluces. Sin embargo, la respuesta obtenida por el
rey no fue aún lo bastante contundente como para permitir la organización de una gran
campaña frente al emirato nazarí. Por este motivo, Enrique III se vio obligado a negociar
la creación de una coalición anti-granadina con los distintos monarcas peninsulares
cristianos. Esta iniciativa contó con un seguimiento desigual, lo cual denotó la limitada
proyección de cualquier tipo de futura iniciativa conjunta que pudiera amenazar
realmente la existencia del reino musulmán. Mientras tenían lugar estos contactos, los
nazaríes reanudaron las incursiones en la frontera murciana y consiguieron tomar por
sorpresa el castillo de Ayamonte en la primavera de 1405. Este hecho, unido a la
imposibilidad de devolver tal afrenta de forma contundente, forzó a Castilla a acordar un
acuerdo de paz al año siguiente. Sin embargo, los enfrentamientos en la frontera
prosiguieron a pesar de la formalización de esta tregua entre ambas coronas.

Un fortalecido Muhammad VII interpretó como un signo de debilidad la actitud


pacifista demostrada por Enrique III, y el emir decidió no cesar en sus ataques
fronterizos. Durante 1406, las fuerzas musulmanas continuaron atacando algunas plazas
de los reinos de Sevilla y Córdoba, como Vejer, Medina Sidonia, Écija, Estepona y
Benamejí. En la primavera del año siguiente, el conflicto se intensificó, hasta que las
huestes de ambos reyes chocaron en la llamada batalla de los Collejares (1406), localidad
jienense cercana a Úbeda y Baeza395. Esta contienda concluyó con la victoria castellana,
marcando el final del periodo de paz institucional entre ambos bandos. Enrique III acusó
al emir nazarí de romper las treguas vigentes con Castilla de forma unilateral. Con este
argumento se determinaba la necesidad de que el reino castellano llevara a cabo una
poderosa contraofensiva con la que responder ante las afrentas realizadas por las fuerzas
granadinas durante este periodo. A fin de llevar a cabo la organización de tal empresa, el

395
Al respecto de las disputas fronterizas, que concluyeron con esta batalla SUÁREZ BILBAO, FERNANDO:
«La guerra de Granada en tiempos de Enrique III» En González Jiménez, Manuel (ed.): La Península
Ibérica en la era de los descubrimientos (1391-1492). Actas III Jornadas Hispano-Portuguesas de Historia
Medieval. Sevilla, 25-30 de noviembre de 1991. Sevilla: Consejería de Cultura, 1997, vol. II, pp. 1421-
1436.

230
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

monarca convocó a las Cortes castellanas en la ciudad de Toledo durante los meses
finales de este año396. Sin embargo, la avanzada enfermedad del rey imposibilitó su
asistencia. Fue su hermano don Fernando el que apeló a los diversos estamentos de la
sociedad castellana, para poder obtener los medios necesarios con los que comenzar esta
«justa guerra», como la define el infante según determina Fernán Pérez de Guzmán en su
obra:

«El Rey de Granada le haber quebrantado la tregua que con él [Enrique III] tenia, é no le
haber querido restituir el su castillo de Ayamonte, ni le haber pagado en tiempo las parias que le
debia, él le entiende hacer cruda guerra, y entrar en su Reyno muy poderosamente por su propia
persona, é quiere hacer buestro parecer é consejo: principalmente quiere que veais si esta guerra
que Su Merced quiere hacer, es justa […] En lo que toca á la guerra si es justa, yo afirmo que la
guerra contra el Rey de Granada é su Reyno es muy justa, y mucho á servicio de Dios, é honor é
bien destos Reynos, é se debe poner en obra como al Rey mi señor é mi hermano place que se
haga: é soy presto para le servir en ella con mi persona y Estado, quanto mi vida durare, é yo
pudiere»397.

Como queda de manifiesto en esta narración cronística, que recoge las palabras de
don Fernando en esta reunión de las Cortes, el infante sugería la necesidad de formalizar
la convocatoria de un fuerte ejército capaz de quebrantar definitivamente a los moros.
Con la prosecución de una empresa tan justa, que tenía como objetivo la restauración del
dominio cristiano sobre el territorio nazarí, las tropas castellanas también enaltecerían la
fe de Dios. La doctrina reconquistadora más clásica comenzaba a volver a la primera
plana del panorama político del reino hispano, inaugurando un nuevo periodo en el modo
de entender la cuestión granadina. Esta perspectiva que tendría vigor hasta la
desaparición definitiva del emirato nazarí, tomando diversas formas retóricas pero
manteniendo la operativa esencia original recuperada en este periodo. De hecho, el éxito
de este discurso pronto se hizo evidente, y ese mismo año don Enrique III consiguió
recaudar unos 45 millones de maravedíes para financiar su deseada campaña en tierras
granadinas. Sin embargo, la muerte sorprendió al rey justo cuando preparaba el inicio de
su empresa, interrumpiendo las iniciativas frente al emirato de manera indefinida.
Durante los meses posteriores, don Fernando nunca eliminaría sus pretensiones de

396
En lo referente a esta reunión de Cortes, MITRE FERNÁNDEZ, EMILIO: Enrique III, Granada y las Cortes
de Toledo de 1406. Valladolid: Universidad de Valladolid, 1966.
397
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor rey don Juan II. Valencia: 1779, pp. 2-3. Sobre la
autoría de esta crónica y sus caracteres principales, es interesante consultar GÓMEZ REDONDO, FERNANDO:
Historia de la..., op.cit., pp. III, 2211 y ss.

231
José Fernando Tinoco Díaz

reanudar el conflicto tras su muerte aludiendo al deseo de su difunto hermano. Así lo


recordaba a las Cortes castellanas en una reunión que mantuvo con los oficiales de
Sevilla durante 1407, donde la voluntad testamentaria del difunto monarca demostró ser
suficiente legitimidad para continuar sustentando sus demandas de encabezar una
campaña frente al emirato nazarí:

«E ya sabedes en cómo el Rey mi señor e mi hermano, que Dios de santo paraiso, dexó
començada esta guerra que avemos con los moros enemigos de la Fe católica, e quánta voluntad
yo ove siempre de la aver con ellos, que aún en vida del Rey mi señor e mi hermano siempre me
desplogo de la tregua con ellos, antes la desto qué quanto yo pude, porque es guerra justa contra
estos infieles que dizen que Jesucristo no es fijo de Dios, e no creen en la Santa Trinidad, creyendo
en su falso profeta engañador mahoma. Quanto más aviendo tomado e furtado el castillo de
Ayamonte, que era de mi señor el Rey e mi hermano; e aviendo puesto con él de ge lo tornar,
398
nunca lo quisieron fazer. E pues plogo a Dios que quedase començada, quedó la carga a mí» .

4.1.2. LA REGENCIA DEL INFANTE DON FERNANDO DE ANTEQUERA (1406-1410).

Tras el fallecimiento de Enrique III, el joven príncipe Juan sucedió a su padre en el


trono del reino hispano. Con el objetivo de eliminar cualquier disidencia que pudiera
acontecer durante esta minoría de edad, antes de morir su padre quedó establecido en su
testamento quién debía de encargarse de la regencia del reino, hasta que su hijo pudiera
hacerlo por sí mismo. En ese sentido, el monarca eligió a dos personas de su máxima
confianza, aunque de perfiles muy distintos para eliminar cualquier opción de que el
reino sufriera una regencia autoritaria durante este periodo. De esta manera, su hermano,
don Fernando de Trastámara, junto a su viuda, Catalina de Lancaster, gobernaron Castilla
como tutores del pequeño monarca durante los primeros años de su reinado. En un
comienzo, esta disposición fue muy eficiente. Por el bien del reino, se estableció para
cada uno de los tutores una zona geográfica delimitada de actuación directa, aunque las
medidas más cruciales para el futuro de la corona siempre estuvieron subordinadas a su
discusión en Cortes. Catalina de Lancaster capitalizó el gobierno de las regiones del
norte, mientras que don Fernando hizo lo propio con la zona meridional del reino, donde
se encontraba el límite geográfico con el emirato de Granada399. Desde esta posición de
representante real en la frontera del reino con el emirato, el regente continuó fomentando

398
GARCÍA DE GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II de Castilla. Edición de Juan de Mata
Carriazo. Madrid: Real Academia de la Historia, 1982, p. 192.
399
Sobre este periodo de regencia, consultar TORRES FONTES, JUAN: «La regencia de don Fernando de
Antequera» En Anuario de Estudios Medievales, nº 1. Madrid: Instituto de Historia Medieval de España,
1964, pp. 375-439.

232
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la reanudación de la empresa frente al musulmán con especial interés, pues sabía de su


importancia para el fortalecimiento de la imagen real y la consolidación de su propia
persona. El cronista Álvar García de Santa María (1380?-1460) queda constancia del
deseo de don Fernando a ocuparse de esta zona fronteriza, narrando que él mismo se
prestaba a:

«[…] tomar carga en la frontería, e estar en ellas por mi cuerpo, con mi gente. E fío por Dios
que con los del Andaluzía e con mi gente e con los que yo ende entiendo tener en la frontería, que
daremos buena quenta al Rey mi señor e mi sobrino de la frontería, e guardaremos bien su tierra. E
si el rey de Granada entrare en la tierra del Rey mi señor e mi sobrino, de le fazer yr della o le dar
la batalla. Por ende, pues así es, dexad la carga de la frontería a mí, que con el ayuda de Dios yo
400
entiendo poner en ella buen recaudo» .

Santa María narró todo este periodo de la minoría de edad del rey desde una
perspectiva que no escondía el entusiasmo por la figura de don Fernando, figura
dominante del panorama castellano de estos años. Frente al cuestionable comportamiento
de otros nobles castellanos de este periodo, el cronista se esforzó por retratar la efigie del
infante desde una perspectiva idealizada, representando al castellano como el encargado
de custodiar el trono de su sobrino en una época dominada por la violencia y la codicia.
Esta imagen del regente, como el prototipo de la romántica caballeresca, sirvió con
posterioridad como base para la sublimación de la figura del futuro regente aragonés,
como fue el caso de la obra de Pérez de Guzmán401. En estas narraciones favorables a su
persona, el infante era considerado por este cronista como un verdadero espejo de
caballería cristiana, un guerrero que representaba todas las virtudes que cualquier
guerrero aspiraba a poseer. La principal de ellas, era su afán por servir a su rey en batalla,
en una causa tan justa como la restitución de las tierras que pertenecían a la jurisdicción
castellana. Pero además de ser un gran y honorable guerrero fiel a la corona, Fernando de

400
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 185-186.
401
Este autor afirmaba que las grandes virtudes del infante don Fernando fueron tres: «Primera, grande
fidelidad de lealtad al Rey. Segunda, grande justicia en el Reyno. Tercera, procurando grandísimo honor a
la nación. Ca como á todos es notorio, aquella guerra de Granada quel Rey su hermano dexó comenzada
con necesidad, él la prosiguió é continuó con voluntad del servicio de Dios é honor de Castilla»; PÉREZ DE
GUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor..., op.cit., p. 371. Al respecto de la imagen caballeresca de Fernando
de Antequera, TORRES FONTES, Juan: «Don Fernando de Antequera y la romántica caballeresca» En
Miscelánea medieval murciana, vol. 5. Murcia: Universidad de Murcia, 1980, pp. 83-120; MUÑOZ GÓMEZ,
VÍCTOR: «La guerra contra el Islam en el proyecto político de Fernando el de Antequera, infante de Castilla
y rey de Aragón (1380-1416)» En Ríos Saloma, Martín F. (ed.): Actas del Encuentro Internacional El
mundo de los conquistadores. La Península Ibérica en la Edad Media y su proyección en la conquista de
América. México: UNAM, en prensa, p. 27.

233
José Fernando Tinoco Díaz

Antequera era un devoto cristiano que pretendía la búsqueda de la fama por medio de la
hazaña frente al musulmán. Por este motivo, el regente proclamaba la faceta religiosa de
este conflicto exponiendo su carácter santo, para denotar su deseo de tomar partido en
una contienda por la extensión de la fe cristiana y servicio a Dios y a su monarca402.

A pesar de este prometedor inicio del reinado del joven Juan II, pronto la relación
entre ambos regentes comenzó a mostrarse tortuosa a consecuencia de diversos
desacuerdos en algunos de los temas más importantes que ocupaban el gobierno de
Castilla. Las desavenencias generadas entre los partidos nobiliarios que ambos
encabezaban, ayudaron a que finalmente se produjera la colisión entre los regentes. El 24
de febrero de 1407, el infante solicitó a las Cortes de Segovia la reanudación del
conflicto contra el emirato nazarí. Para el rector del reino, la contienda poseía una
entidad justa eminente, como ya se había puesto de manifiesto el año anterior, con
motivo de la solicitud de su hermano de comenzar tales hostilidades. Pero también se
destacaba la faceta moral más elevada de la guerra frente a Granada en este caso. Según
expresa el cronista Álvar García de Santa María, en boca del mismo don Fernando, el
pueblo de Castilla estaba ante la oportunidad de demostrar su calidad moral en la liza
frente al ancestral enemigo del reino hispano, lo cual convertía esta iniciativa en una
empresa éticamente superior al resto de conflictos que implicaban a la corona castellana:

«[...] espero en la merçed de Dios que peligro ninguno no á de aver de mi ni de nosotros, por
la guerra de ser tan justa e tan razonable e tan con Dios como todos sabemos, e a esta nuestra Fee
católica. E avn afuera de ser esta gente enemigos de la Fee, tienen tomada su tierra al Rey mi
señor e mi sobrino, e aquella tierra fué de los reyes donde él e la Reyna mi señora e mi hermana e
yo venimos [...] Por tanto, requiérovos por Dios e por la lealtad que siempre ovo en vos e en
vuestros anteçesores, e por ensalzamiento de la Fee católica e seruiçio de nuestro señor el Rey e
acreçentamiento de sus reinos e señoríos, vos plega con buena voluntad firme e acuçiosa de luego
poner por obra de vos aperçibir, e que vayamos en ora buena, con ayuda de Dios, a esta obra tan
santa, en que tantos bienes ha. En la qual saluaremos nuestras almas, e seruiremos a nuestro señor

402
En el prefacio de la edición que Galíndez de Carvajal realizó de dicha crónica en el siglo XVI, el mismo
incluyó una airada crítica al trabajo de Santa María, en tanto esta obra presentaba el inicio del reinado de
Juan II centrándose en los hechos realizados por su tío: «la dicha crónica dando a entender que era del
dicho infante Don Fernando; y tuvo alguna razón, porque más se recuentan en ella en aquel tiempo de
tutorías sus hechos, que los del Rey don Juan, de quien principalmente se trata»; GALÍNDEZ DE CARVAJAL,
LORENZO: «Prólogo a la Crónica de Juan II» En Biblioteca de Autores Españoles, vol. LXVIII. Madrid,
1953, p. 273. Un comentario muy completo a esta obra se puede encontrar en ALBORG, JUAN LUIS:
Historia de la..., op.cit., pp. 474-475, GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la..., op.cit., pp. III, 2207
y ss. Al respecto de las notas biográfica acerca de la vida del cronista, SÁNCHEZ CANTÓN, FRANCISCO
JAVIER: Álvar García de Santa María, Cronista de Juan II de Castilla. Madrid: Bermejo, 1951.

234
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

el Rey, e honrraremos nuestros cuerpos e nuestra tierra, e quedará para siempre fama buena de
403
nosotros que nunca peresçerá» .

Este fragmento de la crónica de Santa María, confesado converso, muestran un audaz


movimiento retórico que posiblemente pretendiera conjugar la doctrina de la guerra
cristiana tradicional, con los caracteres de lenguaje goticista más clásico, aquel que tuvo
su culmen en la obra de Rodrigo Jiménez de Rada, en el reino castellano. En ese sentido,
la obra de este autor parece representar el inicio de una recuperación del discurso de
índole reconquistador que será consumado por sus sucesores, entre los que destacará su
sobrino Alonso de Cartagena. Esta generación iniciaría el último periodo de esplendor de
esta doctrina neogótica, amoldando esta doctrina a los nuevos tiempos que habrían de
venir para Castilla. A través de sus obras, es visible cómo el tradicional discurso
reconquistador se ponía al servicio del reforzamiento de la autoridad de la corona en este
reino. Pero la trascendencia de la contienda frente al musulmán también debía atraer la
atención del resto de la cristiandad, lo cual consolidaba la expansión de la influencia
hispánica en el resto del continente europeo.

A pesar de contar con un razonamiento apoyado en estas potentes líneas doctrinales,


don Fernando no lo tuvo fácil para llevar a cabo su deseada reanudación de la lucha
frente al emirato. La legitimidad del conflicto frente al musulmán nunca se puso en duda
por parte de Castilla. Tal cosa era impensable a razón de los argumentos esgrimidos por
el infante, que Santa María recogió en sus escritos. De hecho, estos argumentos le
llevaron a conseguir la concesión de Benedicto XIII (1394-1423) de una bula papal de
cruzada, la cual respaldaba el carácter cristiano de la guerra desde una perspectiva
institucional404. Sin embargo, el regente se encontró con la airada oposición castellana
del partido favorable a Catalina de Lancaster a comenzar tal contienda. En este bando se
encontraban miembros de la nobleza tan influyentes, como Juan de Velasco o Diego
López de Estúñiga, que consideraban que el riesgo de estas campañas, y el gasto que
éstas pudieran suponer para el erario de la corona excederían sobremanera las
consecuencias de una posible victoria castellana405. Ante tal fuerte oposición, Santa

403
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 70-71.
404
Sobre de esta concesión del conocido como ―Papa Luna‖, consultar O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: The Last
Crusade..., op.cit., pp. 43-47; GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 341-342.
405
La propia reina madre supo canalizar, en una brillante alocución que no minaba el prestigio que estas
campañas, este desacuerdo frente a las empresas proyectadas por don Fernando; GARCÍA DE SANTA MARÍA,
ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 72-73.

235
José Fernando Tinoco Díaz

María afirma que fue necesaria la intervención de uno de los partidarios más destacados
de la causa fernandina, el obispo Sancho de Rojas, para amparar las pretensiones del
infante y eliminar cualquier oposición ante lo que se consideraba como una «justa y santa
empresa»:

«La verdad muestra el Ynfante en dos maneras. Lo primero, por ensalçamiento de la Fee
católica. Lo segundo, por el amor de la justiçia. E quanto a lo primero, la Fee católica se funda por
la verdad diuinal, e por ende todos los fieles en Jesucristo deben pelear por la Fee [...] ¡Quánto
más debemos nosotros entender que nos será gran fama e gloria por el mundo si esta guerra
fazemos con diligençia e coraçones esforçados, contra gentes que tantos daños nos fizieron fasta
aquí e nos fazen de presente! Pues el ensalzamiento de la Fee católica claramente muestra que la
proposiçión de nuestro señor el infante es declarada en palabra de verdad. E según mostró nuestro
señor el infante que se deuía fazer esta guerra por el amor de la justiçia, ca a la justicia pertenesçe
dar a cada vno lo que es suyo; pues como a nuestro señor el Ynfante pertenesca en fazer justiçia en
todas las tierras e señoríos de nuestro señor el Rey, por la tutela e regimiento que le fué
encomendada por el rey don Enrrique su hermano, nuestro señor, que Dios perdone, esta tierra
debe de ser de derecho de nuestro señor el Rey: razón es que él, con la graçia de Dios e ayuda de
406
nosotros la torne al seruiçio e jurediçión del poderío de nuestro señor el Rey» .

Según narra este cronista castellano, el discurso realizado por el obispo de Palencia
volvía a remitir a los tradicionales argumentos esgrimidos por Fernando de Antequera
para defender el carácter moral superior de tal contienda. Sin embargo, en esta ocasión,
tal premisa se encuentra desarrollada desde una perspectiva mucho más compleja, que
permite realizar un análisis más detallado de la definición de este conflicto frente al
emirato nazarí durante las primeras décadas del siglo XV. Para Sancho de Rojas, la
guerra frente a Granada sigue siendo designada, en primer lugar, como una guerra justa,
un conflicto frente a un enemigo que poseía ilegalmente una tierra que pertenecía por
derecho a la corona de Castilla. Este argumento remitía a la tradicional perspectiva que
ponía de manifiesto la necesidad de recuperar estos territorios que pertenecían a la
corona castellana como heredera de la dinastía goda. Tal premisa instaban a los nobles
del reino a luchar por el monarca de Castilla y por el recuerdo de sus antecesores,
demostrando su fidelidad hacia el pasado del propio reino cristiano. En ese sentido, la
definición del conflicto retomaba las líneas doctrinales de la Reconquista más clásica, la
cual consideraba la lucha frente al musulmán como la máxima expresión del deber
histórico hispano. Sin embargo, el eclesiástico asimilaba esta causa justa de la
recuperación de la tierra perdida, con aquella doctrina cristiana que defendía el combate
406
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 74-75.

236
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

contra los infieles como una forma de redención y exaltación de la fe. De esta manera, la
necesidad de iniciar nuevamente las campañas frente al moro respondía, tanto a recursos
legales, como a otros de orden teológico, que excedían el mero carácter justo de
cualquier conflicto feudal.

El ejercicio de la guerra frente al moro significaba la exaltación de los valores


clásicos de la caballería y del propio espíritu cristiano de defensa de la fe verdadera.
Según esta perspectiva, la contienda contra los nazaríes también era identificada como
una lucha religiosa, un lugar donde purgar los pecados y participar en una empresa
proyectada por un bien moralmente superior. Esta expresión cristiana de la contienda
aportaba al combate frente al musulmán un claro carácter redentor, que pretendía dirigir
las acciones del conjunto del reino hacia una especie de ―destino manifiesto‖ y dotaba a
toda la acción emprendida frente al Islam de un sentido moral coherente, más allá de las
causas reales y objetivos concretos que movieran a la corona a iniciar tal empresa. La
justificación de esta iniciativa contra el emirato se asentaba sobre la necesidad de llevar a
cabo un verdadero proyecto global como era la guerra frente al moro, que sobrepasaba la
legítima recuperación del dominio de los antepasados de la corona castellana. De esta
manera, el tradicional discurso de carácter neogoticista alcanzó una nueva dimensión en
la que todos los caracteres unidos a esta retórica se ponían al servicio del fortalecimiento
del poder real en este territorio cristiano. Ante tal proyección moralizante de la campaña
frente al emirato, el bando de la regente doña Catalina no pudo justificar una defensa de
los intereses materiales del reino hispano. Tras varias deliberaciones e intervenciones de
los partidarios de ambos bandos, finalmente las Cortes castellanas deciden retomar la
contienda frente a Granada este mismo año de 1407. Como cabría esperar, don Fernando
de Antequera fue el encargado de dirigir una campaña que tuvo como objetivo el ataque
a las tierras aledañas a la ciudad de Ronda, uno de los focos musulmanes de ataques
fronterizos más activos. En líneas generales, el resultado de esta empresa puede tildarse
como muy deficiente. Aunque las tropas castellanas consiguieron conquistar las
fortalezas de Zahara, Pruna, Torre Alháquime, Ayamonte y Cañete la Real, se fracasó en
la prosecución del propósito principal de esta iniciativa, la toma de la plaza musulmana
de Setenil407. Tal hecho fue en gran parte consecuencia de la propia intención con la que
fue convocada. A pesar del ardor con el que el regente defendió el inicio de tal iniciativa
en las Cortes de Toledo, parece probable que el propósito del regente no fuera levantar

407
Sobre esta campaña, LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 169-170.

237
José Fernando Tinoco Díaz

un fuerte ejército castellano que quebrantara definitivamente a los granadinos y pusiera


en riesgo la propia existencia del emirato. Sabedor de que gran parte del reconocimiento
político en la Península Ibérica estaba supeditada a la guerra frente al musulmán, es muy
posible que Fernando de Antera únicamente deseara procurar los medios necesarios para
llevar a cabo una operación breve, a través de la cual pudiera afianzar su imagen como
adalid de la lucha peninsular frente al infiel. Sin embargo, el escaso resultado final de
esta expedición se demostró muy adverso para su futuro inmediato.

La respuesta nazarí ante tal iniciativa cristiana no se hizo esperar. Mientras los
castellanos asediaban Setenil, las fuerzas enviadas por Muhammad VII llegaron a los
muros de Jaén para llevar a cabo una contestación ante el desafío de don Fernando. Al
año siguiente de esta entrada castellana en tierras musulmanas, la iniciativa bélica pasó a
manos granadinas. El 18 de febrero de 1408 se produjo el sorpresivo ataque del emir de
Granada a la fortaleza de Alcaudete. Esta amenazante situación en la frontera con el
emirato, devolvió las discusiones en la corte de Castilla al respecto de la respuesta que el
reino cristiano debía dar frente a estas afrentas sufridas por el emirato nazarí.
Esgrimiendo el argumento de que Castilla había quedado agotada por la anterior aventura
de don Fernando, los partidarios de Catalina de Lancaster defendieron la idoneidad de
acordar una nueva tregua temporal con el reino musulmán, que permitiera al reino
cristiano establecer una eficiente defensa en la frontera y recuperarse de los ataques
anteriores. La propia reina se manifestó personalmente, según Santa María, al afirmar
que «nos paresçe que pues este año no es ordenado que aya fronteros, e no se puede fazer
guerra, como deseo, que sería mejor la tregua que los fronteros, por quanto se escusaría
el sueldo que se da a la gente que está en las fronterías»408. A pesar de que don Fernando
abogaba por una respuesta inmediata frente a estas incursiones de los musulmanes, el
partido favorable al infante tuvo que ceder terreno ante la debilitada imagen del regente
en la corte. De este modo, aunque «unos dezían que la tregua era más daño en se otorgar
que no si fuese guerra: otros tenían el contrario […] a la conclusión a otorgarse todos que
hera bien la tregua»409. El partido de la reina tutora acabó triunfando, y la tregua entre

408
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., p. 229.
409
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 230.

238
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

ambos reinos se selló el 15 de noviembre de 1408. Este acuerdo fue prorrogado el 1 de


abril de 1409 hasta agosto de ese mismo año, y nuevamente, el 1 de abril de 1410410.

Apenas concluyó el periodo de tiempo determinado en esta última renovación, los


musulmanes intentaron recobrar la fortaleza de Priego y saquearon Zahara de la Sierra.
Tal situación denotaba que el conflicto entre ambos reinos seguía vivo, lo cual alentaba a
los partidarios de retomar tal contienda y volver a intentar llevar a cabo una nueva
campaña frente al emirato que concluyera definitivamente con esta amenaza. Durante
estos más de dos años que comprenden el final de la campaña de Setenil y la conclusión
de las treguas castellanas con Granada, don Fernando consiguió alcanzar diferentes
acuerdos con quienes se habían mostrado hostiles hacia su figura hasta ese momento.
Gracias a estos pactos, el regente logró reforzar su influencia en Castilla y encauzar la
organización de una nueva campaña frente a Granada que tuviera realmente un carácter
decisivo desde su proyección inicial. Por este motivo, la nueva operación no se diseñó
como una maniobra fronteriza puntual, sino como una verdadera y seria contienda con un
objetivo claramente definido: la ocupación de la plaza musulmana de Antequera. Esta
población contaba con un valor estratégico muy superior a Setenil. Su conquista
amenazaba la defensa de dos pilares fundamentales para la existencia del emirato nazarí:
Ronda y Málaga. El asedio de la ciudad comenzó el 26 de abril de 1410, finalizando el
25 de septiembre de ese mismo año con la victoria del bando castellano411. La caída de
esta estratégica plaza supuso un duro golpe moral para el pueblo granadino, como
expresó la posterior multiplicidad de romances que aludieron a la consternación que tal
hecho produjo en el entorno nazarí. En el otro lado de la moneda, los cronistas de este
periodo pretendieron destacar el desvelo del regente de Castilla por lograr que la caída de
la ciudad musulmana tuviera las mayores repercusiones posibles en el contexto hispano y

410
Al respeto de la documentación de estas treguas, consultar SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Juan II y la
frontera de Granada. Valladolid: Facultad de Filosofía y Letras de la universidad de Valladolid, 1954, pp.
12-21.
411
Sobre la campaña de Antequera, sus implicaciones y resonancias posteriores, véase el estudio clásico
de TORRES BALBÁS, LEOPOLDO: «Antequera islámica» En al-Andalus: Revista de las Escuelas de Estudios
Árabes de Madrid y Granada, nº 16. Madrid: Instituto Miguel Asin, 1951, pp. 427-454; más reciente,
MARTÍNEZ VALVERDE, CARLOS: «La campaña de Antequera en 1410, y la toma de la plaza por el infante
Don Fernando» En Revista de Historia Militar, nº 42. Madrid: Instituto de Historia y Cultura Militar, 1977,
pp. 19-57; MONTES-ROMERO CAMACHO, ISABEL: «Una nueva estrategia para una vieja guerra. La
preparación en Sevilla de la campaña de Antequera (1410)» En Historia, Instituciones, Documentos, nº 36.
Sevilla: Universidad de Sevilla, 2009, pp. 269-312.

239
José Fernando Tinoco Díaz

Occidental412. González Alcantud afirma que la toma de Antequera supuso la primera


obra propagandística de carácter reconquistador plenamente Trastámara, en la que el
protagonismo de las narraciones recayó en los señores castellanos y andaluces que
tomaron partido en esta campaña. Tal triunfo inauguró la idealización heroica de la
conquista, que fue representado a través de un modelo de poema épico y cronístico que la
narración del propio Álvar García simboliza a la perfección413:

«En primero día de otubre, ordenó el infante de yr de fazer bendecir vna mezquita que es en el
castillo de Antequera. E partió el infante de sus tiendas muy solenemente, en proçesión, yendo con
él todos los clérigos e frayles que avía en el real, con las cruzes e reliquias de su capilla, lleuando
delante los pendones de la Cruzada e del señor Sant Isidro de León e el de Santiago, e sus
pendones. E con él todos los grandes e caballeros e ricos omes de la hueste, yendo diziendo cantos
muy solenes, dando muchas gracias e loores a Dios. E llegaron a la mezquita mayor, que está en el
castillo, e dixeron misa cantada, e predicaron. E vendezieron los altares, e posiéronle nonbre San
414
Saluador» .

Este fragmento destaca las distintas muestras públicas de agradecimiento a la


divinidad que el infante realizó, como muestras de su profunda devoción como cristiano
piadoso y comprometido con la causa de su sobrino, el monarca castellano. El principal
gesto que denoto todo ello, fue la triunfal entrada en ella de don Fernando y la señalada
ceremonia religiosa que se produjo con motivo de la conquista de esta plaza, ambas
fueron rodeadas de una eminente solemnidad de proclamas y gestos que recordaban a los
viejos hábitos y creencias de la lucha peninsular frente al musulmán. Este tipo de
ceremonias confirmaban que el prestigio y la honra ganada por don Fernando en batalla,
era entregada por el mismo Dios, al que se reconocía su protección y dirección en la
contienda frente al moro. De hecho, si la narración de la conquista de Antequera que este
autor realizó estuvo rodeada de este halo santificado, el relato de la entrada triunfal del
infante en Sevilla, el 14 de octubre de 1410, representa una exaltación religiosa aún
mayor:

«[…] á sus espaldas venian sus pendones y el estandarte de su devisa: é á la mano derecha
venian el pendon de Santiago, y el de Santo Isidro de leon, y el de Sevilla […] é luego venia un

412
Sobre esta perspectiva de la conquista, se remite al estudio de MARTÍNEZ INIESTA, BAUTISTA: «La toma
de Antequera y la poética del heroísmo» En González Alcantud, José Antonio y Barrios Aguilera, Manuel
(eds.): Las tomas: antropología histórica de la ocupación territorial del reino de Granada. Granada:
Universidad de Granada, 2000, pp. 383-415.
413
GONZÁLEZ ALCANTUD, JOSÉ ANTONIO: «Estudio preliminar» En GARRIDO ATIENZA, MIGUEL: Las
fiestas de..., op.cit., pp. I-LVI, pp. XXI-XXIV.
414
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., p. 394.

240
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Crucifixo, y em pos dél dos pendones de la Cruzada, el uno colorado, y el otro blanco: é luego mas
cerca del infante venia el Adelantado Perafan que traia delante dél la espada del Rey Don
Fernando que gano á Sevilla […] y el Arzobispo é todos los Clérigos lo saliéron a rescebir en
procesioná la puerta del Perdon cantando: Te Deum Laudamus: é llegó así ante el altar mayor,
llevando en la mano el espada del Rey Don Fernando, é adoró la Cruz: é despues puso el espada
415
con gran reverencia en la mano del Rey Don Fernando donde la habia sacado» .

La sublimación de los actos llevados a cabo en torno a esta hazaña lograda por el
regente consiguieron generar una realidad propagandística derivada la expresión
idealizada del poder real, en un contexto donde los estratos de la guerra santa sirvieron a
unas pretensiones de reafirmación funcional de claro sesgo político416. Pero su hazaña
también elevó su prestigio hacia cotas que sobrepasaban su influencia en tierras
castellanas. Las narraciones de la toma de esta población comulgaban con las grandes
historias de las conquistas realizadas en los tiempos castellanos pretéritos frente al moro,
las cuales parecían ahora volver a producirse solo gracias a la determinación del regente.
De este modo, don Fernando convirtió Antequera en un verdadero mito, un hecho que
afianzaba su posición política en Castilla, cumpliendo su deseo personal. Pero la propia
proyección del conflicto también resonó en toda Europa, como si de una santa victoria en
una empresa cruzada frente a los musulmanes se tratara. Así lo explicaba el cronista
Álvar de Santa María, que afirma que «la guerra quel Rey de Castilla avía con los moros,
e de los fechos quel infante su tío e su tutor fazía, sonavan por todas partes del
mundo»417.

Los cronistas del periodo afirman que estas empresas llevadas a cabo por el infante en
la frontera nazarí, atrajeron la atención de la cristiandad occidental. Según determinaban
las fuentes del periodo, fueron varios los ofrecimientos de ayuda externa a Castilla «por
servicio de Dios e amor suyo». Este fue el caso de Jacques II de Borbón, conde de la
Marche y yero del rey de Navarra, que lideró un contingente de caballeros durante las
campañas de 1407, en el que se encontraban nombres tan relevantes como Guillebert de
Lannoy o Jacques de Marquette. Por parte francesa, «el duque de Borbón», y «un hijo del
conde Claramonte» mandaron sendas cartas anunciado su participación en la siguiente
campaña organizada frente al Islam. En el caso alemán, el ofrecimiento llegó de parte del

415
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor..., op.cit., pp. 99-100.
416
Sobre este tipo de actos de victoria que «siempre se acabaron convirtiendo en una exaltación del poder
regio», es interesante consultar NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Ceremonias de la…, op.cit., pp. 146-151.
417
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 271-271.

241
José Fernando Tinoco Díaz

«duque de Austerriche» (Austria) y «el conde de Locenburi» (Luxemburgo) 418. Santa


María destacó con determinación los motivos religiosos que llevaron a estos caballeros a
proponer tal colaboración, aunque este cronista también reconocía los beneficios
políticos que estos nobles pretendían obtener en Castilla con motivo de su visita. En ese
sentido, Francisco García Fitz y Feliciano Novoa reconocen que «los que aquí llegaban
ya no veían la guerra contra el Islam en la Península con los ojos, ni con los intereses del
papa de Roma, sino con los suyos propios y los de los reyes peninsulares»419. Frente a
este tipo de ofrecimientos, Fernando de Antequera pretendió imponer una visión
netamente castellana de las empresas frente a Granada, las cuales serían encabezadas por
«naturales del reyno e non con estranjeros». Con esta decisión, el regente buscaba hacer
aún más partícipes a los nobles del reino, y eliminar cualquier recompensa que los
europeos pudieran demandar por su ayuda. Asimismo, una victoria tan destacada en el
campo de batalla frente al musulmán, conseguida únicamente por los guerreros del reino
hispánico, elevaría sobremanera la categoría moral de estos triunfos. Esta perspectiva
lleva a los propios García Fitz y Novoa Portela a concluir que, «no puede ser más
evidente la desviación del ideal cruzado –y con él la desviación de los posibles ideales de
los cruzados europeos–, al menos en lo que concierne a la lucha contra los infieles y la
recuperación de la patria de los cristianos»420.

La gran victoria obtenida por el regente en el asedio a Antequera abría la posibilidad


de continuar hostigando sistemáticamente las tierras del emirato para damnificar
seriamente el equilibrio vital del reino musulmán. De hecho, es reseñable que la pérdida
de Antequera fue la desencadenante del inicio de la desestabilización interna que el reino
sufrió hasta su desaparición. Al año siguiente de la hazaña de don Fernando, las cortes de
Castilla le concedieron una nueva de 45 millones de maravedíes para la continuación de
la empresa frente a Granada. Sin embargo, el infante castellano aceptó de inmediato las
propuestas de treguas nazaríes y, el 10 de noviembre de 1410, se firmó un nuevo acuerdo
entre ambos bandos, que sería renovada con posterioridad en 1412, 1412 y 1415. El

418
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 280-282. Al respecto de todo ello,
también es interesante consultar GONZÁLEZ SÁNCHEZ, SANTIAGO: Las relaciones exteriores de Castilla a
comienzos del siglo XV. La minoría de Juan II (1407-1420). Madrid: Comité Español de Ciencias
Históricas, 2013, pp. 205-263; GOÑI GAZTAMBIDE, José: Historia de la..., op.cit., pp. 341-342.
419
GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la…, op.cit., p. 156.
420
GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la…, op.cit., p. 156. Al respecto,
es interesante consultar la información que este autor recoge de todos los participantes extranjeros en las
campañas del regente castellano, en GARCÍA FITZ, FRANCISCO: Cruzados en la…, op.cit., p. 155-165.

242
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

objetivo personal del regente ya estaba cumplido, y sus aspiraciones comenzaban a


extrapolar el territorio de Castilla para fijar su atención en el vecino reino de Aragón. El
31 de mayo de 1410, moría el monarca aragonés Martín I el Humano (1396-1410) sin
haber nombrado sucesor. Don Fernando, conocido ya como ―de Antequera‖, contaba con
apoyos importantes entre los nobles y burgueses aragoneses, amén del respaldo del
propio papa Benedicto XIII y la posibilidad de contar con el respaldo económico de las
cortes castellanas, lo cual le movió a proyectar una campaña personal para optar a tal
honor. Su sólido prestigio militar y la intensa y exitosa injerencia que éste mantenía
sobre el trono castellano, le sirvieron de aval para presentar su candidatura a heredar el
trono vacante. El reino de Aragón, orgulloso de su aportación histórica en el seno del
cristianismo occidental, no podía sustraerse de una campaña propagandística personal tan
potente como había sido la conquista de Antequera, la más importante desde la victoria
del Salado (1340) y la conquista de Algeciras (1344). Por todo ello, la propuesta del
infante se impuso a otras importantes opciones, entre las que destacaba la solicitud de
Jaime de Urgel, el anterior Gobernador General de la corona de Aragón. Con la firma del
Compromiso de Caspe, el 28 de junio de 1412 Fernando de Antequera fue nombrado rey
de Aragón421.

En el ánimo del nuevo monarca aragonés parece que siempre estuvo presente el
ánimo de comenzar una campaña definitiva frente al emirato. Pero solo en los últimos
compases de su vida, cuando consiguió aunar a todos sus aliados peninsulares en torno a
la continuación de esta empresa, pareció posible su conclusión definitiva. De esta
manera, durante 1416 se iniciaron nuevas conversaciones con algunos reinos
peninsulares para comenzar a proyectar una contienda de gran envergadura contra los
nazaríes. Sin embargo, su prematura muerte, el 2 de abril de este mismo año, concluyó
repentinamente con esos planes422.

421
Al respecto de esta etapa política aragonesa, SESMA MUÑOZ, JOSÉ ÁNGEL: El Interregno (1410-1412).
Concordia y compromiso político en la corona de Aragón. Zaragoza: Institución Fernando el Católico,
2011.
422
Sobre estas posibilidades de reanudación de la guerra frente a Granada durante este periodo, TORRES
FONTES, JUAN: «La regencia de...», op.cit., p. 438; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Granada en la...», op.cit.,
pp. 31-32; SALICRÚ I LLUCH, ROSER: «Posibilidades de reanudación de la guerra de Granada a finales del
reinado de Fernando I de Aragón (1415-1416)» En La Península Ibérica en la Era de los Descubrimientos
(1391-1492). Actas III Jornadas Hispano-Portuguesas de Historia Medieval (II): 1437-1452. Sevilla: Junta
de Andalucía, 1997, pp. 1437- 1452.

243
José Fernando Tinoco Díaz

4.1.3. EL REINADO DE JUAN II (1419-1455).

Juan II fue declarado mayor de edad en marzo de 1419. Durante la primera fase de su
reinado, el rey depositó su confianza en don Álvaro de Luna, un antiguo paje con el que
mantenía una cercana amistad. Pero esta relación no fue bien acogida por un amplio
sector nobiliario que veía con recelo al nuevo condestable del reino, algo que se presentó
en la cronística del periodo. De esta manera, mientras Fernán Pérez de Guzmán
determina que esta persona era «grant disimuylador, fingido e cabteloso e que mucho se
deleytava en usar de tales artes e cabtelas, así que pareçe que lo avía a natura»423, el
cronista Carillo de Huete afirma que «este condestable don Álvaro de Luna alcançó tanto
en Castilla, que non se falla por corónicas que hombre tanto alcançase, ny tan poderío
touiese, ni tanto amado fuese por su Rey como él hera»424. Las críticas hacia el castellano
acabaron por dividir a la nobleza del reino hispano entre los partidarios de Juan II y su
condestable, y el bando encabezado por los llamados infantes de Aragón, hijos de don
Fernando de Antequera. Esta última facción contaba con apoyo del monarca aragonés
Alfonso V (1416-1458), hermano de ambos príncipes, lo cual recrudeció la oposición al
partido real. Tras una larga y soterrada contienda, la discordia acabó por desencadenar un
conflicto bélica en 1429, que concluyó un año más tarde, cuando el bando real consiguió
imponerse en el campo de batalla y expulsó a los infantes de Aragón del territorio
castellano425.

423
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Generaciones y semblanzas. Madrid: Domínguez Bordona, 1979, p. 132.
424
CARRILLO DE HUETE, PEDRO: Crónica del Halconero de Juan II; edición y estudio de Juan de Mata
Carriazo. Madrid: Espasa Calpe, 1946, p. 176. Al respecto de la obra de Pedro Carrillo, cabe afirmar que
esta última crónica destaca por el rigor y objetividad histórica que muestra, al incorporar a la narración
referencias al gran valor de crítica documental realizado por su autor. Frente a los conflictos cortesanos, el
autor muestra una posición de absoluta independencia, sin denotar ningún juicio al respecto de las disputas
entre bandos que afectaban a la vida política del reino. Sin embargo, la atención de la narración se centra
sobremanera en reconstruir la cultura caballeresca de la corte y en la conversión de esta nobleza en
palaciega y cortesana. Asimismo, la llamada Refundación de la Crónica del Halconero, realizada por el
obispo Lope de Barrientos, se aparta de este estilo conciso y netamente histórico, a pesar de tomar la
costumbre de insertar documentos en el cuerpo del texto. En contraposición, su semblante aparece
retratado en otras crónicas contemporáneas de manera muy vilipendiada, denotando el predominio de esta
imagen negativa del condestable. Un amplio estudio sobre estos aspectos propagandísticos, se encuentra en
CARRASCO MANCHADO, ANA ISABEL: Discurso político y propaganda en la corte de los Reyes Católicos
(1474-1482); tesis dirigida por J.M. Nieto Soria. Madrid: Universidad Complutense, 2000, pp. 112-123.
425
Sobre el reinado de Juan II de Castilla, una actualizada visión general del mismo se encuentra en
PORRAS ARBOLEDA, PEDRO ANDRÉS: Juan II rey de Castilla y León (1406-1454). Oviedo: Trea, 2009.
Sobre este conflicto, consultar BENITO RUANO, ELOY: Los infantes de Aragón. Madrid: Real Academia de
la Historia, 2002. De igual manera, es muy sugerente la lectura que Angus Mackay hace de esta disputa,
dentro de la evolución política de la corona castellana bajomedieval; MACKAY, ANGUS: La España de...,
op.cit., pp. 150-152.

244
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Durante este convulso periodo, las iniciativas del reino cristiano frente a los nazaríes
fueron suspendidas de manera indefinida. A pesar de que la corona castellana contaba
con el respaldo económico de la concesión de una bula de cruzada papal desde 1421, la
firma de treguas entre los castellanos y el emirato se sucedió hasta 1428426. A lo largo de
estos 20 años de paz institucional entre ambos reinos, la influencia de Castilla en la corte
islámica aumentó considerablemente. En 1419, un grupo de nazaritas del linaje de los
abencerrajes, encabezado por la familia de los Ibn al- Sarray, proyectaron un golpe de
estado para expulsar al emir Muhammad VIII (1409-1431) y proclamar a Muhammad IX
El Zurdo (1419-1427/1454) como nuevo monarca nazarí. Juan II, posiblemente influido
por don Álvaro de Luna, interpretó esta rebelión como una oportunidad manifiesta de
intervenir activamente en el devenir político futuro del reino musulmán. Por este motivo,
se interesó sobremanera en apoyar el ascenso al trono de este pretendiente al trono
nazarí, «pensando poder conquistar mejor el dicho rreyno por causa de la dicha
discordia»427. Los propios cronistas del periodo denotan que, con este movimiento
político, el rey de Castilla deseaba «desbaratar la casa de Granada, porque sy aquella se
desbaratase se perderían ende los más grandes del rreyno, e sería causa para que lo vos
cobrásedes más ayna»428. Hasta este momento, las relaciones oficiales entre ambas
coronas se habían limitado a la firma de pactos acordados y la renovación de las treguas
pactadas. Sin embargo, tal acción rebasaba las tradicionales negociaciones con el bando
nazarí, lo cual denotaba que Castilla realmente proyectaba la injerencia en los asuntos
internos del reino nazarí como una fórmula de conquista paulatina, que gradualmente
hiciera retornar la situación de vasallaje del emirato con respecto al reino cristiano429.

426
Al respecto de esta concesión, GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 342-345. Desde la
firma de treguas de 1410, éstas se renovaron los años 1412, 1414, 1417, 1419, 1421, 1424 y 1426. Con
respecto a las relaciones en frontera de Castilla y Granada, durante la época de Juan II, se remite a SUÁREZ
FERNÁNDEZ, LUIS: Juan II y la..., op.cit.
427
CARRILLO DEHUETE, PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., p. 91.
428
CARRILLO DEHUETE, PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., p.71.
429
La costumbre de que los reyes castellanos pretendieran incidir en la política interior de los reinos
musulmanes peninsulares, hunde sus raíces en una tradición que tuvo a Alfonso VI como principal
exponente. El soberano, aprovechando las disidencias entre los reinos taifas del periodo, consiguió
conquistar Toledo más por la diplomacia que por las armas. La alianza con los pequeños estados
musulmanes, sirvió como un buen apoyo frente a otros reyes más fuertes, asegurando además el puesto
predominante del reino cristiano en las negociaciones posteriores. Un caso semejante acaeció durante el
reinado de Fernando III, el cual consiguió atraer al banzo nazarí a su causa en la conquista de Andalucía. A
lo largo de todo el periodo bajomedieval, la corona castellana siguió intentando desarrollar tal línea
diplomática, que no era más que la expresión de la superioridad política castellana frente a la debilidad del
emirato nazarí, como se mencionó en el caso de Pedro I de Castilla.

245
José Fernando Tinoco Díaz

Para los cronistas castellanos, Muhammad IX era considerado un regente muy


inseguro, con el que Castilla podría negociar cualquier tratado desde una cómoda
situación de superioridad manifiesta. Tras el triunfo de su alzamiento, las primeras
relaciones entre ambas coronas parecían corroborar estas opiniones. Sin embargo, esta
coyuntura de debilidad diplomática frente al enemigo cristiano desencadenó que un
amplio grupo de la sociedad mostrara su apoyo al anterior gobernante nazarí,
Muhammad VIII, reclamando su regreso al trono. En este contexto, el bando cristiano
decidió defender la posición de El Zurdo de manera manifiesta, dirigiendo los medios
oportunos para sostener en el poder a este emir. Esta medida pretendía asegurar el control
indirecto sobre el reino musulmán con el que Castilla contaba, el cual había permitido
suspender las hostilidades fronterizas durante el conflicto entre don Álvaro de Luna y los
infantes de Aragón. El apoyo castellano permitió a Muhammad IX acabar de forma
diligente con la rebelión encabezada por Muhammad VIII, ejecutando al propio regente
nazarí. Sin embargo, el rey musulmán pronto comenzó a alejarse de la influencia
castellana en favor de la apertura de relaciones con Alfonso V el Magnánimo. En este
momento, el aragonés se encontraba en guerra con Juan II para defender las pretensiones
de sus hermanos sobre el trono del reino hispano, por lo que se mostró partidario de
secundar cualquier ataque del emirato que pudiera minar la capacidad defensiva del reino
castellano. Alegando la necesidad de imponer una ruptura del excesivo régimen de
parias con Castilla, ofreció al amenazado emir su apoyo en su deseo de romper
paulatinamente los lazos de dependencia que lo unían al monarca castellano. Cuando
finalmente estos tratos realizados a espaldas de Juan II salieron a la luz, tal determinación
fue interpretada en el reino castellano como un desafío que debía ser contrarrestado de
manera tajante430.

Desde su papel de genuino valido real, Álvaro de Luna comprendió entonces la


idoneidad de apoyar la proclamación de un nuevo mandatario musulmán que hubiera
sido educado bajo la tutela castellana, lo cual podría permitir al reino cristiano imponer
realmente un dominio más estable de la relación con la corona granadina. El condestable
decidió entonces secundar el ascenso al trono de Yusuf Ibn al-Mawl, el joven nieto de
Muhammed VI (1360-1362) que había sido criado en la corte del reino cristiano,
retirando el favor de la corona castellana al actual emir nazarí. Esta decisión produjo el

430
Sobre estas relaciones diplomáticas entre ambas coronas hispánicas, se remite a los estudios de SALICRÚ
I LLUCH, ROSER: El sultanat de Granada i la corona de Aragó, 1410-1458. Barcelona: CSIC, 1998.

246
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

inicio de nuevos ataques musulmanes al territorio cristiano en noviembre de 1430 431. La


reacción castellana estuvo a cargo del Adelantado Mayor de Andalucía, Diego Gómez de
Ribera, y el obispo de Jaén, don Gonzalo de Zúñiga. Al año siguiente, la iniciativa
cristiana se diversificó, al igual que la suerte de ambos bandos en estos conflictos bélicos.
Rodrigo de Perea, adelantado de Cazorla, salió derrotado de una incursión en tierra de
Baza. En contraposición, el mariscal Pedro García de Herrera tomó Jimena de la
Frontera. En este contexto de violencia generalizada surgió la idea de organizar una
campaña frente a Granada a nivel estatal, siguiendo las determinaciones sugeridas por el
bando de Yusuf Ibn al-Mawl. La nueva empresa frente al emirato se presentó en tierras
castellanas como la oportunidad idónea para que el reino llevara a cabo una iniciativa de
pleno carácter hispánico, recuperando así la línea del discurso doctrinal establecido a
principios de siglo por don Fernando de Antequera. El cronista Pedro Carrillo recoge en
su crónica la carta que Juan II envió a Diego López de Sandobal, en la que expresa que la
guerra frente a Granada solo se había interrumpido temporalmente por las cuestiones
interiores del reino castellano, por lo que ahora podría retornarse nuevamente como era
menester para la gloria de la corona:

«Sepades que yo tengo de ber fabla e consulta de auer acuerdo con algunos grandes de mis
rreynos, de los quales vos sodes vno, así sobre la guerra que yo entiendo fazer, con el ayuda de
Dios, con los moros del rreyno de Granada, enemigos de nuestra sancta ffe católica, la qual yo he
començado a proseguir, como quier que ante de agora no se pudo continuar por algunos
ynpedimentos, según vos bien sabedes, como por otras cosas complideras al seruicio de Dios e
mío, e de la corona rreal de mis rreynos, e a por el bien común e paz e sosiego, e al paçífico estado
e tranquilidad de los mis rreynos e señoríos, e de los mis súbditos e naturales dellos, no tocantes en
cosa alguna a los negoçios del rrey de Aragón e Nabarra, ni de los ynfantes sus hermanos, ni de
432
alguno dellos» .

Las campañas frente a Granada diseñadas en este periodo pretendían retomar el


espíritu de aquellas empresas destinadas a aumentar el prestigio del rey de Castilla y
ofrecer a la nobleza castellana la oportunidad de participar en una iniciativa donde
desplegar sus energías más primarias. Empero, a pesar de que Juan II actuaba impelido
por emular las hazañas de don Fernando, la sombra de los infantes de Aragón aún estaba
muy presente entre los grandes señores del reino. En la memoria castellana, la figura del

431
Una reseña clásica de las complejas relaciones políticas existentes entre Castilla y Granada durante este
periodo, a la luz de las fuentes primarias, se encuentra reeditada en SECO DE LUCENA PAREDES, LUIS:
Muhammad IX, sultán de Granada. Granada: Patronato de la Alhambra, 1978.
432
CARRILLO DE HUETE, PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., p.78.

247
José Fernando Tinoco Díaz

regente era ahora recordada con desdén por las negras consecuencias que su influencia en
la política del reino habían ocasionado. Por este motivo, el rey de Castilla se preocupó de
convertir esta campaña en una verdadera misión divinal, que aspirara a superar la hazaña
lograda por el infante en Antequera. Los cronistas del periodo se hicieron partícipes de
tal deseo, y concedieron a esta empresa un halo de prestigio incuestionable derivado de la
exaltación de la faceta moral de tal contienda. El complejo movimiento propagandístico
pretendía que la exclusividad de la victoria frente al enemigo de la fe, le fuera arrebatada
a la dinastía del infante y ungiera a la dinastía Trastámara castellana como la verdadera
heredera del espíritu reconquistador. Nieto Soria considera esta narración cronística
como el ejemplo perfecto de «un ciclo ceremonial completo en torno a una victoria
militar». El relato del triunfo de Juan II quedó integrado por tres momentos de
sublimación real perfectamente diferenciados: «la celebración de la marcha de las tropas
encabezadas por el monarca, la conmemoración inmediata de la victoria, bien en el
campamento regio, o bien a través de la entrada ritual en la ciudad conquistada y,
finalmente, la ceremonialización del retorno del rey victorioso»433. Siguiendo esta
conceptualización, el primero de estos protocolares actos llevados a cabo por el monarca
castellano, tuvo lugar antes de su partida. La ceremonia de preparación del rey previa a
su marcha, fue rodeada de gestos que rememoraban aquellas ceremonias previas a las
grandes batallas de sus antepasados frente a los musulmanes:

«Jueves a quinze días de abril, año de 31, entró el Rey don Juan en la çibdad de Toledo, que
se yba para fazer la guerra de los moros del rreyno de Granada E luego, el juebes siguiente, veló
en la noche sus armas e sus pendones en Santa María de la çibdad de Toledo, delante del altar de
Santa María. El otro dia, biernes, por la mañana, oyó misa rreçada, e vendixieron la espada e la
cota de armas de su condestable. E luego fuése a la capilla de cabildo, a la proçesión, que començó
desde el altar de Santa María del Pillar; e asy mesmo estavan sobre el altar quatro pendones del
Rey: el vno era del apóstol Santiago, e el otro era el pendón rreal de Castilla, e el otro era vn
pendón de la su debisa de la Vanda, e el otro era vna enbençión que él abía tomado, de vn rristre.
E éstos llebaron en la procesyón los más onrados onbres que a la sazón abía entre los señores de la
yglesia de Toledo [...] E dixo la misa el obispo de Ávila, don Diego de Fuensalida. E estando en la
misma se bendixieron los sus pendones, e la su cota de armas, e todas las otras armas del su
cuerpo [...] E este día se fizo vn muy sol en abto, el qual nunca tal se fizo después de vida del rrey
434
don Alfonso su rrebisaguelo, el que murió sobre Gibraltar» .

433
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Ceremonias de la..., op.cit., pp. 151-153.
434
CARRILLO DE HUETE, PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., pp. 90-91.

248
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Con este tipo de ritos de marcado carácter religioso, Juan II deseaba manifestar su
compromiso con el pasado del reino hispano y exaltar su deseo de ensalzar la fe cristiana
en contienda frente a los musulmanes. Gracias a ellos, el inicio de la campaña se enunció
como un auténtico retorno de la ―guerra divinal‖ más pura, aquella que había regido la
suerte del reino durante las victorias en la batalla del Salado o la conquista de Algeciras.
Esta evocación de las hazañas de Alfonso XI pretendía aminorar la imagen de la más
reciente victoria en Antequera para aludir a un pasado más lejano e idealizado. El propio
monarca se preocupó de incentivar este mensaje de que sus campañas recuperaban el
espíritu más puro de la guerra hispana frente al infiel, aquel influido por la doctrina
tradicional santiaguista, tomando «una cruz pequeña e púsola en los pechos; e por
semejante otros quarenta o çinquenta cavalleros»435. Esta perspectiva religiosa de la
contienda fue también ratificada por parte del papado romano, a través de la concesión de
una bula de cruzada pontificia. El condestable castellano don Álvaro de Luna fue el
encargado de negociar con el papa Martín V (1417-1431) el otorgamiento de esta gracia
que respaldara la faceta moral de la iniciativa castellana frente al emirato. La bula de
cruzada extendida por este pontífice en 1431 incorporaba la introducción de una tasa fija
para participar de las indulgencias unidas a esta concesión, de manera que el reino se
asegurara una cantidad estable de ingresos durante el periodo de tiempo que durara tal
empresa. Esta innovación siguió estando presente en las renovaciones posteriores de esta
gracia papal, aunque la cantidad disminuyó de 8 ducados a 5 y posteriormente a 3
florines, para que las clases bajas pudieran acceder al disfrute de la absolución papal. Por
otro lado, Martín V también concedió a Juan II y sus sucesores las tercias para la defensa
y extensión de la fe cristiana en este territorio, a condición de que su montante fuera
íntegramente invertido en la lucha frente al musulmán. A la muerte de este pontífice, su
sucesor Eugenio IV (1431-1447) continuó mostrándose un fervoroso defensor de la causa
hispánica y confirmó el apoyo papal a las campañas que Juan II pretendía comenzar.

Este provechoso acuerdo con la Santa Sede fue interpretado como un destacado
triunfo diplomático y económico por parte de don Álvaro, de forma que la figura del
valido se reforzó en el contexto castellano436. Sin embargo, la oligarquía del reino

435
CARRILLO DE HUETE, PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., p. 100.
436
Como se tendrá oportunidad de destacar más tarde, la realidad tras la concesión de Martín V denotó que
el objetivo de Castilla era la obtención de una cantidad económica, al margen de cualquier intento de
incitar a la colaboración de tropas que participaran de manera voluntaria en sus empresas frente al emirato.
Al respecto de estas concesiones, GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 342-347.

249
José Fernando Tinoco Díaz

hispano aún consideraba que este personaje controlaba al indolente Juan II por completo,
imponiendo su criterio sobre los intereses generales del bando nobiliario. El condestable
sabía que el reconocimiento dentro de la sociedad hispánica podría depender del
desempeño como guerrero de un individuo. Por este motivo, los cronistas afirmaron que
fue empujado a realizar un auténtico ejercicio de gallardía e iniciativa caballeresca que le
hiciera destacar en el campo de batalla, lugar donde era especialmente ducho, para
ahogar cualquier crítica hacia su persona. En concreto, el cronista Gonzalo Chacón
recoge en su crónica las palabras que el castellano dirigió al monarca, donde ambos
reconocían este prestigio que las victorias frente al musulmán aportaban en un reino
donde la realidad política y la romántica caballeresca tenían su concreción real en torno a
la lucha frente a Granada:

«Pues fabló el condestable al Rey, é dixole: Señor, pues la disposición de la mi edad agora,
que soy mancebo, é mi deseo es tan conforme para vos servir, é el caso se ofresce muy dispuesto
en que yo lo pueda facer: es á saber, que vos, Señor, teneis acordado de ir poderosamente á facer
la guerra al Regno, é Moros de Granada: yo vos suplico Señor, me deis licencia, para que con la
gente de mi casa vaya adelante, á facer alguna entrada é daño en el su Regno; porque quando
vuestra merced vaya, con el ayuda de Dios é con la vuestra, yo los tenga en alguna manera
quebrantados é atemorados-. El Rey non quisiera dar licencia al condestable; ca tanto lo amaba,
que en ninguna manera lo queria partir de sí; mas con tanta instancia ge lo suplicó, que le fué
otorgada por el Rey licencia para la ida, é dadas cartas para los capitanes de la frontera, é para que
assi ficiessen lo que él mandase. Como aquel que representaba la persona del Rey [...] Ca si de
mayor virtud ó bien procuráre de usar, por facerla desechar de los corazones dañados, mayor
envidia acrescienta en ellos. Aqueste vuestro virtuoso condestable, veyendo quanta envidia avian
algunos grandes del Regno, del gran amor que el Rey le avia, e del grand lugar é cercania que
tenian acerca de la persona del Rey: él mismo procuraba algunos fechos peligrosos, en que
sirviesse al Rey, estando apartados dél, por dar lugar é cercania con el Rey á los que tanto la
deseaban. E assi fizo aquella ida á la frontera de los Moros, á la qual se movió á dos fines; assi por
dar lugar é cercania con el Rey á los que pensaban que él les estorvaba; como pro faver servicio á
Dios é al Rey en la su ida, é daño en los enemigos de la sancta Fé. Pues estos apartamientos, que
usaba por virtuosos remedio contra los envidiosos, estos eran mayor envidia á ellos: disiendo que
él queria aventajarse sobre todos, é que buscaba é tomaba para sí las empressas de mayor honra, é
grandes fechos: é por aquí indibana é inficionaban las sus dadas voluntades contra la persona del
437
condestable» .

437
CHACÓN, GONZALO: Crónica de don Álvaro de Luna, Contestable de los reinos de Castilla y León.
Madrid: Antonio de Sancha, 1784, pp. 106-107. Existe una edición más reciente de la misma, CHACÓN,
GONZALO: Crónica de don Álvaro de Luna, Contestable de los reinos de Castilla y León. Edición y estudio
de Juan de Mata Carriazo. Madrid: Espasa-Calpe, 1940. A pesar de que esta crónica es atribuida a Gonzalo

250
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En un primer momento el condestable de Castilla barajaba la posibilidad de comenzar


las iniciativas frente al emirato, realizando una destacada entrada en tierras cercanas a la
ciudad de Málaga, plaza clave para la vida económica del reino nazarí. Sin embargo, el
ofrecimiento de Yusuf Ibn al-Mawl y la influyente familia musulmana de los Bannigas,
de proyectar un ataque directo contra la capital del emirato, modificó los planes iniciales
de don Álvaro. Finalmente, la campaña castellana de 1431 se marcó como objetivo
realizar un gran ataque en las proximidades de la capital nazarí. Los primeros combates
de esta empresa entre ambos bandos se iniciaron con suerte alterna para el bando
castellano. Pero la campaña culminó de forma muy grata, tanto para el partido favorable
a Yusuf Ibn al-Mawl, como para los intereses de la propia corona de Castilla. El 1 de
julio de 1431, cerca de la capital del emirato, se producía la batalla de La Higueruela. La
contienda fue uno de los pocos conflictos entre cristianos y musulmanes que pueden
considerarse campales dentro de la historia hispánica bajomedieval, lo cual la convertía
en el centro de cualquier narración cronística contemporánea por su potencialidad como
acto decisivo. El resultado de la misma fue una aplastante victoria castellana sobre las
huestes del emir Muhammad IX. Como consecuencia, el derrotado emir nazarí fue
depuesto en favor del triunfante Yusuf Ibn al-Mawl, que subió al poder bajo el nombre
de Yusuf IV (1432). En el caso castellano, este triunfo se convirtió «en uno de los más
brillantes episodios caballerescos del reinado de Juan II», permitiendo a este mandatario
contar con un éxito decisivo de resonancia en toda la cristiandad occidental 438. De hecho,
la entrada en Toledo del victorioso rey castellano, el 28 de agosto de ese mismo año de
1431, no fue sino una reproducción del recibimiento realizado en Sevilla a su tío don

Chacón, son muchos los autores que en la actualidad defienden que no hay mucho fundamento en esa
atribución. Esta crónica destaca por incluir información directa de otras obras narrativas castellanas
consultadas, como las Partidas, Doctrinal de Privados, o la Crónica de Juan II compuesta por Pérez de
Guzmán, pero aportando manifiesta parcialidad hacia la figura del condestable. La finalidad de este escrito
apologético no es otra que reivindicar la controvertida figura de don Álvaro de Luna. En ese sentido,
Sánchez Alonso afirmó que «pocas veces la psicología de un personaje histórico nos llega tan acabada»;
SÁNCHEZ ALONSO, BENITO: Historia de la..., op.cit., pp. II, 349-350. Asimismo, DÍEZ BORQUE, JOSÉ
MARÍA Y ENA BORDONADA, ANTONIA: «La prosa en...», op.cit., p. 397 y ss.
438
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Juan II y la..., op.cit., p. 19. Un análisis histórico del conflicto se encuentra
en esta misma obra; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Juan II y la..., op.cit., pp. 19-21.La narración
contemporánea de la batalla se encuentra recogida en PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor...,
op.cit., pp. 318-320; CHACÓN, GONZALO: Crónica de don..., op.cit., pp. 128-142; CARRILLO DE HUETE,
PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., pp. 101-107. Un trabajo breve sobre este conflicto el de DONCEL
DOMÍNGUEZ, JUAN CARLOS: «La táctica de la batalla campal en la frontera de Granada durante el siglo
XV» En Segura Artero, Pedro (coord.): Actas del Congreso la Frontera Oriental Nazarí como Sujeto
Histórico. Almería: Instituto de Estudios Almerienses, 1997, pp. 137-144. Al respecto de la consideración
de la batalla campal dentro de la cronística medieval, es interesante consultar la reflexión realizada por
CONTAMINE, PHILIPPE: La guerra en..., op.cit., pp. 286 y ss.

251
José Fernando Tinoco Díaz

Fernando años antes439. Asimismo, el especial desempeño de don Álvaro en la


prosecución de este triunfo, sirvió la cronística resaltara su brillante desempeño en la
contienda frente a las fuerzas musulmanas:

«Este [don Álvaro de Luna] fué con el Rey de Castilla su señor en vencer en batalla campal en
la vega acerca de la cibdad de Granada á todo el poder del Rey Izquierdo, con la infitina Morisma
de aquende, é allende la mar, que con él estaba ayuntada. E este virtuosos Maestre fué el que alli
aconsejó al Rey que diesse la batalla á los Moros, é el primero que los acometió. E aún oviera
seído en ganar con el Rey su señor dentro de poco tiempo universalmente todo aquel Regno de
Granada, que de tantos años acá la infiel perfidia de aquella gente pagana tiene ocupado á la
corona de Castilla, si la triste envidia que cruelmente apodera los corazones de los grandes con
rabiosos zelo de la virtud del nuestro Maestre, tentando contra él abominables cosas, non lo
oviesse estorvado. Pues él fué el primero que acometió, firió e irumpió por los mayores tropeles de
los Moros, matando é destrozando en ellos, é les siguió su alcance, aparejando al su Rey é
soberano señor victoria gloriosa. Este fué a combatir, é tomar muchos logares de los Moros, é
quemarlos» .
440

El eco del triunfo de la batalla de la Higueruela favoreció a que los siguientes años
del reinado de Juan II prosiguieran bajo una relativa calma, a pesar de que las facciones
nobiliarias del reino nunca pudieron llegar a concluir con sus controversias internas de
forma definitiva. Los grandes señores castellanos jamás olvidaron que don Álvaro había
conseguido ascender al poder gracias al apoyo de la pequeña nobleza, el bajo clero, la
ascendente burguesía y los judíos del reino. Por este motivo, la oligarquía aristocrática
siempre lo vio como un enemigo frente a sus pretensiones de recobrar los antiguos
privilegios recuperados por la institución real durante este reinado. Esta compleja
situación interior, unida a la indolencia del propio rey, suprimió cualquier posibilidad de
unificar realmente a la sociedad castellana bajo la prosecución de una empresa común
que excediera la proyección de la campaña de 1431. Pero no por ello Álvaro de Luna
dejó de intentar incidir en la relación entre el reino cristiano y el emirato mazarí.

Si bien las fuerzas castellanas habían triunfado en La Higueruela y Yusuf IV había


subido al trono, el mandatario musulmán pronto fue acusado por los musulmanes de
pactar con el reino cristiano y Muhammad IX consiguió apoyos para volver al trono del
emirato. Debido a este cambio de coyuntura, el deseo de restablecer un régimen de parias
favorable a la corona hispánica fracasó estrepitosamente. Las relaciones entre ambos
439
Una completa narración contemporánea de tal entrada, puede encontrarse en CARRILLO DE HUETE,
PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., pp. 110-113.
440
CHACÓN, GONZALO: Crónica de don..., op.cit., pp. 387-388.

252
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

estados pronto empeoraron, y el valido decidió optar por continuar con una larga política
de desgaste diseñada por él mismo. El condestable sabía que Granada era una fruta
madura que podía caer si se atacaba de la forma correcta, presionando los principales
puntos económicos del territorio musulmán. Por este motivo, se decidió establecer una
estrategia asentada en la organización de campañas anuales de talas y correrías en zona
nazarí. Para llevar a cabo tales iniciativas, los castellanos contaron con la renovación de
la bula de cruzada por parte del papado, la cual permitió mantener una fuente de ingresos
estable con la que llevar a cabo tales correrías y mantener la defensa del territorio
fronterizo. De esta manera, las operaciones bélicas frente a localizados objetivos
musulmanes se sucedieron en el periodo de tiempo comprendido entre los años 1432 y
1439. En líneas generales, puede afirmarse que el balance fue positivo para las fuerzas
castellanas, aunque estas huestes también sufrieron algunas destacadas derrotas a manos
de los musulmanes. Verbigracia, el 17 de marzo de 1435, un pequeño ejército
comandado por el maestre de Alcántara Gutierre de Sotomayor, capitán de la Frontera,
sufría una gran derrota en las cercanías de Ubrique que costó la vida a varios de los
miembros más destacados de esta expedición. Pero los éxitos fueron más numerosos.
Durante este periodo, las plazas fronterizas de Jimena, Huéscar, Benmaurel, Bezalema,
Huelma, Galera, Vélez Blanco y Vélez Rubio cayeron en manos castellanas. Aunque la
mayoría de estas poblaciones conquistadas fueron recuperadas por Granada con
posterioridad, estas iniciativas dejaron de manifiesto la forma en la que había de ser
conquistado el emirato, desgranando uno a uno sus ―granos‖. Don Álvaro de Luna
demostró así que la destrucción final del reino granadino era posible a través de ataques
puntuales a localizados puntos de la geografía nazarí, como más tarde volverían a probar
los sucesores de Juan II441.

A partir de 1439, las tensiones internas en el reino castellano se recrudecieron, lo cual


provocó que la dirección real en las campañas fronterizas concluyera beneficiando la
supervivencia del emirato nazarí. Tras el establecimiento de una primera tregua oficial
con el emirato en este año, los conflictos con el bando encabezado por los infantes de
Aragón retornaron. En este caso, don Álvaro de Luna fue vencido y desterrado de
Castilla, concluyendo así con cualquier opción inmediata de volver a plantear el inicio de

441
Al respecto de las campañas acaecidas durante este periodo, consultar LADERO QUESADA, MIGUEL
ÁNGEL: Granada. Historia de..., op.cit., pp. 175-185; TORRES DELGADO, CRISTÓBAL: «El reino nazarí de
Granada (S. XIII-XV)» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (ed.): La incorporación de Granada a la
corona de Castilla. Granada: Diputación Provincial de Granada, 1993, pp. 747-777, pp.762-765.

253
José Fernando Tinoco Díaz

cualquier iniciativa frente al emirato. La vuelta del condestable a la corte de Juan II, unos
años más tarde, no cambió esta dinámica de relaciones con el reino nazarí. El poder del
valido se encontraba muy mermado por los acuerdos que se vio obligado a alcanzar con
sus rivales políticos, por lo que se vio obligado a continuar renovando las treguas. Este
fue el caso del armisticio firmado en 1450, por ejemplo, que Pedro Carillo atribuye a la
situación interior de la corona cristiana:

«En este dicho mes de março del dicho año de cinquenta, acatando el Rey los muchos males e
daños que los moros fazían e non los podiendo rresestir, por las muchas devisiones que el rreyno
avía, por mejor atajar e rremediar las dichas divisiones, ovo de tratar con el rrey de Granada, e
442
conçertóse con él por estonce, e otorgóle treguas por cierto tienpo» .

Durante el periodo que comprende el final del reinado de Juan II y la subida al trono
de su hijo, la paz institucional acordada entre ambos estados continuó en una situación de
relativa estabilidad. Solo entre 1445 y 1449, la tranquilidad de la frontera se quebró
débilmente debido al desarrollo de algunas iniciativas musulmanas a pequeña escala. A
lo largo de estos años, Muhammad X el Cojo (1445/1446-1448) consiguió hacerse con el
trono nazarí, pero Muhammad IX volvió a recuperar el mando del reino musulmán ese
mismo año. Una nueva revuelta alzaría por un breve periodo de tiempo a Yusuf V (1445-
1446/1462), antes de que su tío, Muhammad X, retornara a reclamar el control del
emirato. En 1448, Muhammad IX consiguió establecer su mandato por cuarta y última
vez. La situación interna del territorio islámico demandaba que los aspirantes al trono
granadino realizaran una gran hazaña ante Castilla que los hicieran meritorios del apoyo
de sus correligionarios. Por ejemplo, Muhammad IX se apoderó de las plazas de
Benamaurel, Huéscar, Vélez Rubio y Vélez Blanco durante su breve reinado,
recuperando además el control sobre las posiciones perdidas durante el decenio anterior.
Mientras este caótico panorama político se gestaba en Granada, se hizo necesario reforzar
las fuerzas castellanas en la frontera. El 30 de mayo de 1448, meses antes de que
finalizara el periodo de treguas acordado con el emirato, Nicolás V (1447-1455)
concediera una nueva bula de cruzada a Castilla para convocar una nueva empresa que
debilitara estos ataques nazaríes. Sin embargo, el ejército nunca llegó a ser congregado, a
pesar de contar con una nueva renovación pontificia en 1451. Transcurrido el tiempo, los
ingresos generados por la concesión papal se interrumpieron, demostrando nuevamente
que la institución de la cruzada era un medio de la corona castellana para obtener

442
CARRILLO DE HUETE, PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., p. 542.

254
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

impuestos extraordinarios, al margen de cualquier deseo de comenzar una verdadera


contienda frente al musulmán que exaltara la fe católica443.

4.1.4. EL REINADO DE ENRIQUE IV (1455-1474).

En una Castilla desolada por conflictos interiores, el príncipe don Enrique comenzó a
destacarse sobremanera en importantes hechos bélicos como la batalla de Olmedo
(1445). Este triunfo significó la derrota definitiva del bando de los infantes de Aragón,
eliminando cualquier opción de que se produjera un nuevo periodo de influencia
aragonesa sobre el reino castellano. Asimismo, la victoria aportó al infante castellano una
operativa imagen de restaurador del orden y la autoridad de la corona, que lo acompañó
hasta la primera época de su reinado como rey de Castilla. Durante los meses siguientes a
este gran éxito del bando real, la influencia del príncipe sobre su padre cobró fuerza
frente a la paulatina pérdida de poder sufrida por Álvaro de Luna. Este nuevo panorama
político acabó con el arresto y ejecución del propio condestable en 1453. Al año
siguiente, el 20 de junio de 1454, fallecía Juan II y su hijo era proclamado nuevo
monarca444. Las crónicas de este periodo manifiestan que gran parte de la opinión pública
apoyaba a este joven rey a su llegada al trono, pues parecía reunir todas las condiciones
necesarias para convertir su reinado en una época gloriosa. Pero don Enrique también
heredó un grave problema de su padre que aún no había sido solucionado: la frontera con
el emirato se encontraban bastante desguarnecidas como consecuencia de la dejadez
institucional de los últimos años del reinado de Juan II.

Los grandes conflictos interiores que habían asolado Castilla y dejado agotadas las
fuerzas de los grandes partidos nobiliarios, también habían concedido la oportunidad de
que las incursiones musulmanas aumentaran en el territorio andaluz. Los ingresos
económicos aportados por la concesión papal de bula de cruzada, cantidad que habría
podido significar cierto desahogo para esta región, no fueron dirigidos a la prosecución
de tal menester. Tal disposición indicaba que las intenciones de los reyes hispanos de
luchar frente al emirato eran solo una fachada retórica para obtener un medio de ingresos

443
Al respecto de esta perspectiva de la bula de cruzada bajomedieval, es interesante consultar la reflexión
de GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 350-353. Se volverá sobre ello más adelante.
444
Sobre el reinado de Enrique IV, SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Enrique IV de Castilla. La difamación
como arma política. Barcelona: Ariel, 2013; MARTÍN RODRÍGUEZ, JOSÉ LUIS: Enrique IV de Castilla: rey
de Navarra, príncipe de Cataluña. Hondarribia: Nerea, 2003; PÉREZ BUSTAMANTE, ROGELIO Y CALDERÓN
ORTIZ, JOSÉ MANUEL: Enrique IV de Castilla (1454-1474). Palencia: La Olmeda, 1998; SÁNCHEZ PRIETO,
ANA BELÉN: Enrique IV el Impotente. Madrid: Aldebarán, 2004.

255
José Fernando Tinoco Díaz

extraordinario de gran incidencia. El Pontificado fue consciente de ello, y gran parte de


las prerrogativas concedidas a la corona castellana fueron derogadas durante esta década
de 1450. En esta situación de auténtica desatención, los habitantes de esta zona fronteriza
se vieron obligados a llevar a cabo diversas tentativas de organización de iniciativas
autónomas de defensa frente a los ataques nazaríes, algunas de ellas incluso fueron
apoyadas por Nicolás V bajo el carácter de cruzada oficial. La narración cronística de
este tipo de iniciativas aisladas, de índole casi popular en algunos casos, dejaban de
manifiesto la posible pervivencia del espíritu cruzadista en este contexto de violencia
generalizada frente al enemigo de la fe cristiana. Quizá el ejemplo más claro de este tipo
de campañas, sea la cruzada que Juan de Cervantes, Arzobispo de Sevilla, encabezó
contra el emir de Granada, recogida en la crónica de don Rodrigo Ponce de León:

«E commo el cardenal de Hostia don Juan de Çeruantes, arçobispo de Seuilla, de loable


memoria, santa gloria aya su ánima, viese la poca fe y grand crueldad del duque, mandó a
pregonar por toda la çibdad commo la estrangera que en ella estaua, predicóles tantas e tan
marauillosas cosas acerca del servicio de Dios, commo era perlado de muy buena vida, e díxoles
que todos los que quisiesen yr con él a dar la batalla al rey de Granada, que él los absoluía a culpa
e a pena commo en aquella hora que fueron baptizados, y que él esperaua en la pasión de nuestro
Sennor Iesu Christo de lo vençer y matar y catiuar a él e a toda su gente. E commo esto le oyeron
decir, todas las gentes llorauan de alegría, e todos respondieron que les plazía de yr a morir con él
por la fe de Iesu Christo, debaxo de su bandera; e asy lo pusieron por obrar. E luego, el cardenal n
ese día mandó sacar vna bandera a Tablada, muy ricamente labrada de oro e seda: de la vna parte
tenía vn deuoto cruçifixo e de la otra parte vna deuotísima imagen de nuestra Sennora la Virgen
María, e a los pies de las imágenes, las armas del rey de Castilla, e las suyas debaxo dellas por
acatamiento de la Corona real. E fállose al tiempo de la partida al derredor de su bandera con
quatro mil de cauallo e más de veynte mil peones. E partió de allí con la dicha gente e fuese
derecho a la villa de Vtrera. E asentó su real de la otra otra parte della, en el camino de Los
Molares; e predicóles ally otra vez, esforçándoles mucho. E todos con muy alegre gana, no vían la
hora de ser llegados a pelear con los moros. E acabado el sermón y descendiendo el cardenal del
púlpito, el duque lo apartó y fabló muy largamente con él, çertificándole que el rey de Granada ya
se yua y que desto él le daua la fe; y así se desconçertó. E se boluió el cardenal a Seuilla con muy
grande enojo. E commo todas las gentes esto supieron, clamauan diciendo muchos desonores
contra el duque porque así lo avía fecho, que espanto era grande de lo oyr. E allá están donde non
445
lo quisieran aver fecho, y darán estrecha a Dios dello» .

445
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 182-183. Algunas notas sobre esta campaña, pueden
consultarse en GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 353-354.

256
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En septiembre de 1450, el emir de Granada, había atacado la localidad de Los


Molares, cerca de Utrera. Juan de Cervantes consideró tal ataque una afrenta a la
cristiandad, por lo que decidió poner en marcha un llamamiento general a la lucha frente
al infiel. El cronista anónimo de la obra dedicada al marqués de Cádiz centró la atención
de su narración en el tono religioso de tal convocatoria, que destacaba elementos
retóricos de clara índole cruzadista, como eran la predicación, la absolución, e incluso la
exaltación de elementos con un claro carácter sacralizado. Tal determinación puede
llevar a considerar este acto como un verdadero simulacro de cruzada en lo formal. Sin
embargo, cabe afirmar que este hecho debe incluirse dentro de las tradicionales disputas
de bandos andaluzas, en las que los grandes señores de la guerra proyectaban alianzas
puntuales al margen del credo de sus integrantes. De hecho, cabe destacar que es muy
posible que el cronista pretendiese utilizar la posible proyección religiosa de esta
contienda para desvirtuar y denigrar a la casa de Arcos, rival de los Ponce de León, pues
el duque de Medina Sidonia parecía haber demostrado estar aliado con el emir nazarí
cuando se produjo este ataque a la población sevillana. Sin embargo, no hay que negar
que este fragmento también denota la vigencia de una perspectiva religiosa de la guerra
frente al musulmán, la cual era exaltada en momentos en los que esa visión podría servir
para reafirmar ciertas iniciativas de carácter personal.

Enrique IV, conocedor del hecho de que la guerra frente al emirato continuaba siendo
una de las acciones más loables ante la sociedad castellana, pronto comprendió los
beneficios que podría aportarle el inicio de una nueva campaña en la frontera durante el
inicio de su reinado. Las empresas dirigidas frente al moro habían demostrado ser la
forma habitual de poner fin a las tensiones nobiliarias tras el ascenso al trono de un
nuevo mandatario en el reino de Castilla, de forma que el conjunto del reino proyectara
sus desavenencias en un conflicto tan elogiable frente a un rival común y ancestral como
era el musulmán. Asimismo, esta iniciativa podría estabilizar la situación en este
territorio fronterizo, demostrando la capacidad de reacción del nuevo rey frente a
cualquier peligro que pudiera amenazar a su pueblo. Por todos estos motivos, don
Enrique no dudó en comenzar centrándose en la cuestión nazarí, haciendo partícipes a
todos sus súbditos de su deseo de retomar las armas frente al moro. Alonso de Palencia,
quien fuera redomado enemigo del partido favorable al monarca a posteriori, relata de la
siguiente manera las expectativas que esta decisión generó en el conjunto del pueblo
castellano:

257
José Fernando Tinoco Díaz

«Dignísimo del cetro, decían, era quien, apenas empuñado por derecho de herencia, ardía en
deseos de sacudir la ignominia de la nación que por la apatía de los reyes, por las revueltas de los
Grandes o por el descuido de los pueblos, no solo toleraba a los moros en el corazón de la
península, sino que les permitía ir adquiriendo preponderancia, y que, con mengua de reyes
poderosísimos y de su innumerables huestes, aguerridas por mar y tierra, poseyese lo mejor de
España un puñado inerme de bárbaros infieles, procedentes de aquellas bandas africanas que por la
desidia de los Godos, señores de estos reinos, los invadieron y ocuparon en otro tiempo casi por
completo, y que ahora, limitados por el estrecho del Mediterráneo, faltos de defensas y auxilios
marítimos, no tenían más poder que el que nuestro descuido les dejaba; pero que ya por
disposición divina y bajo los mejores auspicios había entrado a reinar pacíficamente D. Enrique, a
quien habían concedido riquezas de fortuna; la virtud, singular esfuerzo de ánimo; robusta salud
en la flor de la edad la naturaleza y a cuya intrepidez en suma todo se sometería. Tales o parecidos
eran los elogios que le tributaban los vanos juicios del vulgo y especialmente los aduladores que le
446
rodeaban» .

En este fragmento de su Crónica de Enrique IV, el cronista castellano pretende


transmitir el sentimiento de la opinión pública castellana ante la subida al trono de don
Enrique, al cual se representaba como un rey rodeado de un halo mesiánico. Las largas
luchas intestinas habían acabado por generar una situación de incertidumbre nada
deseable para ninguna de las capas sociales de este reino hispano. Pero frente al lacerante
reinado de sus antecesores, que habían permitido la pervivencia de la secta mahometana
en suelo hispano a costa de sus luchas internas con la nobleza levantisca, el nuevo
monarca parecía haber sido elegido por la divinidad para volver a ocupar a Castilla en
una empresa que se había convertido en una necesidad verdadera histórica. La
generalización de este tipo de presagios corroboraba la proyección providencialista del
inicio del reinado del nuevo gobernante castellano que la cronística del periodo pretende
transmitir. Ese sentido, no se puede dirimir hasta qué punto el propio Enrique IV creía en
ellos de manera sincera. Pero lo que sí se puede corroborar es el hecho de que, tras
asegurar una fuerte alianza con Portugal y Francia, y suprimir definitivamente las
posibilidades de intervención del rey Juan II de Navarra en Castilla, el monarca decidió
concretar sus aspiraciones con rapidez.

En ese momento, el emirato de Granada se encontraba dividido por las discordias


internas que también amenazaban al reino castellano. Parece que don Enrique apoyó
nuevamente el ascenso al emirato de Muhammad IX, fomentando así el incremento del

446
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV; traducción de Antonio Paz y Meliá. Madrid: Revista de
Archivos, 1908, pp. I, 65.

258
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

malestar interior y los conflictos intestinos por la gobernación del reino musulmán. A la
muerte de este emir, se planteó un nuevo problema sucesorio en el emirato de Granada al
no existir un heredero varón. En la parte oriental del reino se designó como heredero a
Muhammad XI el Chiquito (1453-1454), hijo de Muhammad VIII, el cual había estado
aliado con los linajes opuestos al clan abencerrajes. Para equilibrar la balanza, esta
influyente familia apoyó el ascenso de Abu Nars Sa‘d (1454-1462/1464), más conocido
entre los castellanos como Ciriza. Comenzaba así una contienda que concluiría con la
victoria de este último candidato, que también contaba con el apoyo del reino castellano.
Pero tras su triunfo, el mandatario musulmán alegó que el vasallaje con Castilla era de
carácter personal, por lo que había concluido con la muerte de Juan II447. En este
contexto, don Enrique convocó a los Grandes del reino en Ávila en 1455. En esta
asamblea se acordó retomar la guerra frente a los musulmanes a razón de que «á nuestro
Señor había placido dar al Rey tantos é tan grandes aparejos para recobrar la tierra que
los moros en España tenian usurpada, en injuria de los Reyes antepasados é dél, é de tan
noble caballería cuantas en sus Reynos había»448. Al año siguiente, el monarca citó
nuevamente las Cortes del reino en la ciudad de Cuéllar, para concluir con los últimos
preparativos del inicio de esta empresa. Allí se dirigió a los diversos representantes del
reino castellano en los siguientes términos:

«E asi llamados los tres estados, é convenidos en la Villa de Cuellar ante su Real presencia,
les dixo: Entre los varones romanos siempre fue la paz más peligrosa que la guerra, porque con
ella puestos en ociosidad se dieron más a los deleites que al exercicio de las armas, y procurando
sus particulares intereses, menospreciaron la fama, pospusieron el bien de la patria común, e
perdieron el señorío universal del mundo, que como industriosos guerreros alcanzaron e
poseyeron. Mientras les tuvo la guerra fueron siempre virtuosos, señorearon la monarquía,
vencieron sus enemigos, sostuvieron la república, multiplicaron el bien de ella, e quedaron
renombrados. Pues si tantos y tales bienes suelen nascer de la guerra, justa cosa e muy necesaria es
que nosotros los católicos como verdaderos christianos la queramos emprender, porque con ella
desechando los vicios e tomando las virtudes, destruyamos los enemigos que persiguen nuestra fe,
peleemos contra los moros que usurpan nuestra tierra, tomada por gran traición a aquellos que ge
la dieron. Para lo qual tres cosas señaladas son las que nos ayudan: la primera que nos mueve justa

447
Cabe destacar que este periodo de la historia nazarí aún se encuentra muy mal documentado debido a la
disparidad de opiniones contradictorias y la escasez de fuentes históricas de las que se dispone. Sobre esta
característica del periodo se remite al estudio de VIGUERA MOLINS, MARÍA JESÚS (coord.): «El reino Nazarí
de Granada» En Menéndez Pidal, Ramón (dir.): Historia de España; tomo VIII. La España musulmana de
los siglos XI al XV. Madrid: Espasa- Calpe, 1969, vols. III y IV.
448
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas hazañas. Crónica de Enrique IV; edición y estudio por Juan
de Mata Carriazo. Madrid: Espasa-Calpe, 1941, p. 4.

259
José Fernando Tinoco Díaz

causa; la segunda que tenemos clara justicia; la tercera, que nuestro propósito es sancto y el celo
de Dios nos guía, cuya causa es la que se hace. Así que guerreando contra ellos, nosotros
pelearemos por la verdad y ellos por la mentira; nosotros por glorificar a Dios, los otros por
ofenderle. Por donde espero en la infinita bondad de nuestro redentor que nos dará vencimiento de
ellos tal, e de tal manera, que tornaremos con honra, e recobraremos lo que nuestros antepasados
449
perdieron» .

El tono general de este discurso, redactado por el cronista del reino Diego Enríquez
del Castillo (1433-1504), puede tildarse de clasicista450. Durante el reinado de Alfonso X
(1252-1284), el caballero había sido definido como «el encargado de defender el orbe
cristiano de los enemigos con el esfuerzo, la honra y el poderío»451. Pero a lo largo del
siglo XV, varios autores castellanos, como Alonso de Cartagena o Rodrigo Sánchez de
Arévalo, habían precisado tal consideración a la luz del ascenso de un nuevo tipo de
nobleza de carácter más laico y secular. El resultado de esta reflexión fue la gestación de
una nueva noción de virtud caballeresca, destinada al servicio a los reyes y la
participación destaca en los negocios de la gobernación452. El discurso expuesto por
Enrique IV pretendía recuperar, o más bien adaptar, la nostalgia por el mundo
449
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey Don Enrique el Quarto. Madrid: Antonio de Sancha,
1787, pp. 16-17. Se cuenta con una edición más reciente de la misma, ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO:
Crónica de Enrique IV de Diego Enríquez del Castillo; edición crítica de Aureliano Sánchez Martín.
Valladolid: Universidad de Valladolid, 1994.
450
Diego Enríquez ocupó el cargo de cronista oficial durante el reinado de Enrique IV a la par que fue
capellán, consejero y embajador del monarca. Su Crónica del rey Don Enrique el Quarto destaca por la
parcialidad de la misma, la cual da motivos para dudar del rigor y objetividad de su autor en varios de los
pasajes incluidos en ella. Su inclinación hacia el partido del regente no se observa en los hechos que recoge
en su narración, sino en las opiniones que vierte en ellos. La versión que ha llegado a la actualidad es una
refundación realizada por el mismo autor, ya que la obra le fue arrebatada tras la batalla de Olmedo. Buena
parte de los errores cronológicos de esta crónica pueden deberse a esta redacción posterior. Al respecto del
papel de Diego Enríquez como cronista a sueldo de la corona de Castilla, ver MACKAY, ANGUS: La España
de..., op.cit., pp. 224-225. Un estudio muy completo de la misma, se encuentra en SÁNCHEZ MARTÍN,
AURELIANO: «Diego Enríquez del Castillo. Crónica de Enrique IV» En Alvar, Carlos y Lucía Megías, José
Manuel (coords.): Diccionario filológico de literatura medieval española. Textos y transmisión. Madrid:
Castalia, 2002, pp. 432-445; GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la..., op.cit., pp. IV, 3482-3508.
451
FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval…, op.cit., p. 59.
452
RABADÉ OBRADÓ, MARÍA DEL PILAR: «La educación del príncipe en el siglo XV: del ―Vergel de los
príncipes‖ al Diálogo sobre la educación del príncipe Don Juan» En Res publica: revista de filosofía
política, n nº 18. Murcia: Diego Marín, 2007, pp. 163-178; FERNÁNDEZ GALLARDO, LUIS: «Alonso de
Cartagena y el debate sobre la caballería en la Castilla del siglo XV» En Espacio, Tiempo y Forma. Serie
III, Hª Medieval, nº 26. Madrid: UNED, 2013, pp. 77-118; RUCQUOI, ADELINE: «Ser noble en España
(Siglos XIV-XVI)» En Rucquoi, Adeline: Rex, sapientia, nobilitas. Estudios sobre la Península Ibérica
Medieval. Granada: Universidad de Granada, 2006, pp. 211-248. Sobre la evolución de la doctrina
caballeresca en este siglo, RODRÍGUEZ VELASCO, JESÚS D.: El debate sobre..., op.cit.; FERNÁNDEZ CONDE,
FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval…, op.cit., pp. 53-114. Posteriormente se volverá a esta
realidad cuando se trate de la doctrina caballeresca expuesta durante las narraciones de la Guerra de
Granada.

260
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

caballeresco idealizado de la Plena Edad Media, aquel que encontró su culmen en la obra
del rey sabio. Para ello, se procuró perpetuar aquella forma de vida basada en la guerra
frente al infiel, a través de un discurso que abogaba por recuperar la definición más
santificada de la contienda contra la fe islámica. De esta manera, la actividad bélica
frente al moro era nuevamente definida como un ejercicio loable, un lugar donde ejercitar
las grandes virtudes fundamentales de la caballería en búsqueda de la fama y el honor.

La empresa frente a Granada que este monarca planteaba, pretendía convertirse en el


capítulo definitivo de los tiempos heroicos de la lucha contra el Islam, el cual estaría
protagonizado por grandes caballeros de rectos ideales sacralizados. La práctica de esta
iniciativa ocuparía al conjunto de los nobles del reino, los cuales se sentían obligados a
ejercitar la verdadera función social que se esperaba de ellos. A cambio, se confiaba en
que las grandes victorias que estos guerreros iban a alcanzar durante su desempeño en el
campo de batalla, fueran tenidas en cuenta como una fórmula para alcanzar dignidad y
honra, lo cual les reportaría riquezas y reconocimiento social. Todo ello configuraba la
nueva empresa frente a Granada como un negocio verdaderamente admirable, que
implicaba al conjunto de la sociedad castellana en torno a la prosecución de un objetivo
tan elevado como era la defensa de la fe cristiana. En ese contexto doctrinal, volvía a
tomar especial fuerza la idea de la guerra en la frontera como el ejercicio más puro de la
caballería cristiana, aquella destinada a ensalzar la fe católica frente a los enemigos de la
divinidad. De hecho, en un concepto más amplio, Enrique IV expuso su deseo de
reemprender la conquista del emirato nazarí desde una perspectiva netamente
reconquistadora, que, sin dejar de lado la defensa de la herencia neogótica, definía la
guerra frente al infiel como un medio de redimir los pecados del pueblo hispano. La
definición de una causa justa, y un propósito tan santo como era la recuperación de los
territorios usurpados por los musulmanes, apoyaban la prosecución de un negocio que se
había convertido en una verdadera exigencia histórica para el reino castellano. Las
razones que movían al monarca a solicitar el apoyo del conjunto del reino en su empresa,
eran las más elevadas que cualquier gobernante podía enarbolar en el conjunto del
territorio hispano. La expectativa de reanudar la lucha en la frontera, como si realmente
se produjera un retorno de las grandes campañas de la Reconquista hispánica, pareció
calar hondo en la sociedad castellana. El conjunto del reino aceptó de buena gana
comenzar esta nueva guerra frente al emirato nazarí. Pero Enrique IV no se contentó con
el apoyo unánime del reino de Castilla y sus Cortes. Según denota Alonso de Palencia, el

261
José Fernando Tinoco Díaz

rey proyectó estas campañas siguiendo las recomendaciones del Contador del Reino,
Diego Arias. El consejero real planteaba esa empresa como un medio de acallar el
descontento del pueblo y los nobles castellanos, impulsando así una campaña que
aglutinara a todas las capas de la sociedad y asegurara un importante medio económico
de financiación extraordinario al margen de los ingresos concedidos por las cortes del
reino:

«El Contador del Rey, Diego Arias, desoyendo las quejas de los vejados, y acumulando
atropello sobre atropello, aconsejaba al Rey, que en sus escondrijos huía del concurso de las
gentes, que no hiciese caso de las querellas y enojosos llantos del necio vulgo y del insolente
populacho, mientras tuviese dinero en abundancia; ni temiese las murmuraciones de los Grandes,
ni su adusto ceño mientras capitanease escuadrones satisfechos con el aumento de soldada; pues
tanto las querellas del pueblo como las maquinaciones de los levantiscos magnates quedarían
acalladas al solo apellido de guerra contra los granadinos. Por otra parte, hasta el coste mismo de
la campaña podría convertirse en ganancia, si ordenaba para tal objetivo nuevos repartimientos
personales de impuestos, y si además impetraba del papa Nicolás V, tan complaciente con los
Reyes, una indulgencia, únicamente valedera para los que espontáneamente contribuyesen con
quince reales de plata para la expedición. Estos pérfidos consejos reanimaron en gran materia el
abatido espíritu del Rey, y en premio de tales méritos se revistió la autoridad del Consejo de
facultades tan discrecionales como cabían en la terrible clausula de que a Diego Arias le fuere
lícito cuando a bien tuviese; con lo cual se declaró guerra a la honradez, y se abrió franca puerta a
453
toda suerte de maldades» .

Influido por sus propios consejeros, el monarca se propuso atraer la atención sobre
Roma, la eterna capital del cristianismo occidental. Don Enrique sabía que el Pontificado
había sido una importante fuente de prestigio y financiación para sus antecesores.
Conocedor de la idoneidad de contar con el apoyo económico y propagandístico de la
institución eclesiástica en su empresa, el rey castellano decidió llevar a cabo una
campaña de acercamiento a la curia romana en las vísperas de la organización de su
primera entrada en territorio musulmán. En ese momento, la comunidad cristiana aún
estaba conmocionada por la caída de Constantinopla en manos turcas, acaecida poco
tiempo antes454. Entre los grandes líderes de la cristiandad surgió el debate sobre la

453
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., p. I, 64.
454
Aunque posteriormente se volverá a incidir de manera más amplia sobre la caída de Constantinopla,
cabe resaltar un fragmento de la crónica de Alonso de Palencia prácticamente contemporáneo a este hecho.
Él mismo destaca, de una forma acertadamente sintética, lo que significó la pérdida de esta ciudad para el
cristianismo europeo contemporáneo: «En tales circunstancias, y mucho antes de la pérdida de la antigua
Bizancio, empezó a vaticinarla aquel espíritu profético por inspiración de la gracia, o por sugestiones de su
experiencia, cuando, queriendo sacudir con sus amenazas la indolencia de los pontífices, escribió entre

262
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reacción que el cristianismo debía tomar ante tal afrenta455. El papa Calixto III (1455-
1458), convencido partidario de reavivar el espíritu cruzado frente a la amenaza
musulmana que se cernía sobre las costas mediterráneas, no hizo oídos sordos a la
candidatura abierta de don Enrique a convertirse en el nuevo paladín cristiano. El mismo
día de su elección como santo padre, el nuevo pontífice extendía la bula a favor del
monarca castellano456. Esta concesión fue considerada, por el entorno cortesano del reino
de Castilla, un apoyo explícito a sus pretensiones de ser visto como adalid de la
cristiandad en su lucha frente a la fe islámica en todo el contexto occidental:

«Con no menor interés [que los castellanos] oyó el Papa los pomposos discursos de los
embajadores en que auguraban el fracaso de todas las expediciones contra el Turco dirigidas, a
excepción de la que D. Enrique preparaba, pues que, vencidos los granadinos, arrojados de aquel
rincón de España, no exento de importancia, y libre ya la nación, el mismo Monarca sabría poner
freno al poder del Turco y sujetar a los tártaros, persas y otros asiáticos, satisfechos en sus
antiguos dominios, porque lo que en contraria se proyectaba caría de toda firmeza [...] Así pues,
convenía que el Papa favoreciese a aquel Príncipe, nacido para las más arriesgadas empresas
guerreras, reputado por el azote más terrible de los enemigos, fundados de la paz verdadera, y a
quien no había que auxiliar con dinero del erario pontificio, sino con el que se sacase del
457
espontáneo tesoro de las indulgencias que a los fieles se concedieran» .

La gran novedad retórica que se estableció durante el reinado de Enrique IV, fue la
implementación del discurso castellano de la guerra frente al emirato nazarí dentro de la
línea doctrinal europea que defendía la reacción armada frente al turco. Hasta ese
momento, las motivaciones que habían movido a la corona castellana a solicitar el apoyo
del papado habían sido harto ambiguas. Durante las campañas de 1412 y 1431, las
peticiones de los reyes de este reino hispano no habían mostrado decididamente el ardor
propio del discurso cruzadista en lo referente a la guerra contra al infiel musulmán. Estas

otras cosas: Constantina cadent et alta palatia Romae. Estos versos corrían de boca en boca por Italia en
tiempos de Enrique IV, y principalmente en la corte romana, donde a veces llegaban a oídos del pontífice
[...] Este cruelísimo infortunio, que la indolencia y cobardía de los Cortesanos de Roma hizo más amargo,
acarrea de día en día al nombre de la Cruz calamidades sin número, de que no poca responsabilidad toca a
los Príncipes cristianos, culpables de igual apatía»; PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV...,
op.cit., pp. I, 50-52.
455
Al respecto de esta dialéctica, es interesante consultar la reflexión que O‘Callaghan realiza sobre las
obras de Juan de Segovia y Alonso de Espina en el contexto castellano, la cual incluye las principales
referencias bibliográficas al respecto de este tema; O‘CALLAGHAN, JOSEPH: The Last Crusade..., op.cit.,
pp. 235-237.
456
Sobre las bulas de cruzada concedidas por el Pontificado durante esta fase del reinado de Enrique IV, se
remite a GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 355-366.
457
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., pp. I, 66.

263
José Fernando Tinoco Díaz

solicitudes se limitaron a denotar la necesidad de proyectar una defensa frente al enemigo


nazarí que desafiaban las fronteras castellanas, pero no de tomar las armas decididamente
contra de la amenaza islámica que se cernía sobre el conjunto de la cristiandad. Tras el
desarrollo de la obra de Alonso de Cartagena, la asimilación del concepto de ―guerra
divinal‖ –bellum divinum–, con el espíritu de guerra santa que se respiraba en Europa,
ayudó a construir esta nueva perspectiva universalista de la empresa enriqueña. De esta
forma, el impulso de predicar nuevamente la contienda frente a Granada se imbricó con
la necesidad de combatir el avance del Gran Turco, de manera que ambas iniciativas
dieran lugar a un frente común contra la amenaza islámica.

La necesidad del papado de encontrar un apoyo entre los príncipes europeos, los
cuales consideraban la cruzada un ideal vacío de contenido, también ayudó al éxito de
esta asociación de proyectos contra el musulmán. Calixto III pretendía interpretar la
concesión de una bula de cruzada como la expresión de su antigua auctoritas sobre la
comunidad cristiana europea. El pontífice tenía como objetivo que el resto de Europa
acometiera con brío nuevamente la lucha contra el infiel bajo su dirección. No hay que
olvidar que el universalismo aún era una expresión muy valiosa de lo que antaño había
constituido el ideal de cruzada. De esta manera, la perspectiva doctrinal cruzadista más
clásica parecía volver a llenar de contenido la faceta más institucional de la concesión
pontificia de bula de cruzada. Sin embargo, el monarca utilizó esta obsesión pontificia
como una fórmula de consolidación y legitimación de su poder en Castilla y en el resto
del continente europeo, anulando cualquier oportunidad de que el papado incurriera en la
proyección de una campaña de neto carácter castellano. En ese sentido, la imagen de
Enrique IV contó con una elaborada campaña de alabanza apologética, que en algunos
momentos incluso se acercó al mesianismo escatológico de esencia jerosolimitana.
Verbigracia, el autor de la Crónica incompleta de los Reyes Católicos, no duda en
afirmar del rey castellano que los musulmanes temían que fuera «quien sus adevinos
dixieron que ganaría a Jerusalén y sojusgaría los bárbaros y alárabes»458. El argumento

458
ANÓNIMO: Crónica incompleta de los Reyes Católicos (1469-1476); edición de Julio Puyol. Madrid:
Real Academia de la Historia, 1934, p. 49. A pesar de que esta fuente documental no puede reconocerse
como un testimonio de capital importancia histórica, destaca por fragmentos como este último, uno de los
pocos ejemplos de intento de objetividad en la presentación del reinado del monarca Enrique IV, durante la
época de los Reyes Católicos. Quizá la referencia más significativa de este periodo al aspecto escatológico
del soberano, donde aparece Enrique IV como conquistador de Constantinopla y Jerusalén, se encuentra en
la obra compuesta por Pero Guillén de Segovia; citado en FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JOSÉ: La
religiosidad medieval…, op.cit., pp. 297-298.

264
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

expuesto por la corte real hispánica tuvo bastante éxito, y pronto desencadenó que las
campañas encabezadas por el monarca obtuvieran un reconocimiento que trascendía la
propia Península Ibérica para implicar a toda la cristiandad occidental459.

Con este apoyo incondicional del reino de Castilla y del propio papado, Enrique IV
comenzó su ambiciosa empresa frente a Granada a lo largo de los meses de 1455. Pese a
las airosas expectativas de que el conflicto sería la oportunidad idónea para ejercer la
caballería y aliviar la belicosidad de la nobleza castellana en una causa común para el
reino, las esperanzas depositadas en el inicio de esta empresa fueron despareciendo
paulatinamente. En realidad, el monarca no había planteado unas operaciones bélicas que
pretendieran rescatar el modo de guerrear de sus antecesores, marcadas por la existencia
de grandes asedios o determinantes batallas campales que pudieran hacer resonar el eco
de sus triunfos en la cronística contemporánea. En contraposición, el planteamiento de
las operaciones bélicas realizadas por don Enrique se asentaba sobre la formal
superioridad bélica castellana frente a las fuerzas del reino de Granada. La idea esencial
era continuar la estrategia operativa expuesta durante las últimas campañas dirigidas por
Álvaro de Luna en el contexto fronterizo. De esta forma, las fuerzas de Castilla debían de
llevar a cabo talas periódicas y devastaciones en puntos variados de la frontera y el
interior del reino musulmán para poder minar la gran red nazarí de fortalezas, generando
así una paulatina debilitación de la economía del emirato. El reino cristiano conseguiría
así una posición ventajosa desde donde acabar con la fuerte resistencia de los pilares
fundamentales para la supervivencia del emirato, asediando una a una las principales
plazas fuertes granadinas, siguiendo un claro esquema geográfico regional. A la par, la
corona castellana intentaría incidir en la debilidad interna del emirato a través de la vía
diplomática, al igual que había sucedido durante el reinado de Juan II, para debilitar

459
Al respecto de esta perspectiva internacional de la propaganda castellana durante este periodo, es
interesante consultar la reflexión realizada por BENITO RUANO, ELOY: «Granada o Constantinopla…»,
op.cit.; NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Iglesia y génesis..., op.cit., pp. 322-337. Sobre esta artificial faceta del
rey Enrique IV como cruzado, ECHEVARRÍA ARSUAGA, ANA: «Enrique IV de Castilla, un rey cruzado» En
Espacio, Tiempo y Forma. Serie III, Hª Medieval, tomo 17. Madrid: UNED, 2004 pp. 143-156;
O‘CALLAGHAN, JOSEPH: The Last Crusade..., op.cit., pp. 92-121. Cabe destacar que en este aspecto
propagandístico, jugaron un papel capital los conversos. Los cristianos nuevos estaban muy interesados en
cimentar la imagen de don Enrique como una fuerte autoridad, frente a los ataques antisemitas que se
producían en las diversas ciudades del reino. A través de un discurso con una eminente carga religiosa,
estos cristianos nuevos vieron una oportunidad en el enaltecimiento de la religión cristiana, de asegurar su
afiliación verdadera a la fe católica. Sobre el influjo literario que estos conversos desarrollaron en la
narrativa de este periodo, ASENSIO BARBARIN, EUGENIO: «La peculiaridad literaria de los conversos» En
Anuario de Estudios Medievales, nº 4. Madrid: CSIC, 1967, pp. 327-354.

265
José Fernando Tinoco Díaz

cualquier intento de establecer un fuerte bloque unido frente al avance del ejército
cristiano. El reino nazarí, incapaz de sustraer ninguna de sus zonas vitales a las
destructivas incursiones enemigas, y dividido por las rivalidades internas, estaría
condenado a caer en manos castellanas en poco tiempo.

A pesar de que este planteamiento parecía asentarse sobre una buena base
argumentativa, su prosecución del mismo no fue tan exitosa como don Enrique esperaba.
Una parte de la nobleza castellana desconfiaba de la figura de este monarca desde su
ascenso al trono, pues aún continuaba la pugna entre las diversas facciones aristocráticas
del reino por controlar el creciente poder de la corona. El significativo alejamiento entre
el rey y este grupo aristocrático mayoritario fue siendo cada vez más destacado, lo cual
también acabó por incidir en la prosecución de esta empresa. En ese sentido, uno de los
argumentos que el bando opositor enarboló para criticar la campaña de don Enrique, fue
su propia actitud personal ante la batalla y la manera de proceder de la hueste castellana.
Para estos grandes señores castellanos, el rey parecía actuar movido por la cobardía de
entrar en combate, sentimiento contrario a lo expuesto en sus exaltados discursos previos.
Su temor también alejaba a los gallardos caballeros castellanos de cualquier peligro que
pudiera ocasionar una contienda abierta, arrebatándoles cualquier oportunidad de
destacar en el campo de las armas.

La dualidad de opiniones al respecto de la dirección de Enrique IV de estas


campañas, fue recogida, de una forma exquisita, por las partidistas narraciones
cronísticas del periodo. Quizá el ejemplo más claro de la perspectiva partidista a favor de
Enrique IV, se encuentre en la narración que Diego de Valera realiza de las entradas del
rey a tierra musulmana. El castellano se empeña en dar fe de sus muestras de gallardía
durante las campañas en los que tomaba parte este monarca. De hecho, en una de sus
correrías por la tierra de Monclín, Valera destaca que «le tiraron vna saeta que le dio en
la estribera, de que todos los grandes del reyno que con él estauan ovieron gran
desplazer, e se maravillaron mucho de vn princepe tan grande quererse meter en tales
escaramuças, donde ligeramente podía ser muerto sin hazer cosa de su honor». Con la
narración de este episodio, el cronista pretende poner de manifiesto que don Enrique «fue
hombre regido más por voluntad que por razón, [que] no dexaua de se meter cada día en
las semejantes cosas»460. Por otro lado, el cronista Diego Enríquez también defendía la

460
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 22.

266
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

actitud del monarca, afirmando que «quando quiera que los Moros salían a trabar
escaramuzas, el Rey no daba lugar que ninguno de su hueste saliese á ellos […]
recelando, como era la verdad, que los Moros eran mas industriosos en aquello, é que
saliendo á se mesclar con ellos, avria mas muertes de Christianos, que de Moros»461.
Frente a este hecho, la estrategia diseñada por don Enrique tenía en cuenta que:

«
E puesto que los caballeros mancebos así generosos, como hijos-dalgos é otras personas
señaladas iban ganosos de hacer algunas cosas hazarósas, famosas de varones, por ganar honra, é
alcanzar nombradia, segund la costumbre de la nobleza de España, quando los Moros solian á dar
las escaramuzas, jamás el Rey daba lugar á ello; porque como era piadoso, é no cruel, mas amigo
de la vida de los suyos, que derramador de su sangre, decia: que pues la vida de los hombres no
tenia presio, ni avia equivalencia, que era muy grand yerro consentir aventuralla: é que por eso no
le plascia, que los suyos saliesen á las escaramuzas, ni se diesen batalla, ni convates. E quanto
quiera que en las tales entradas se gastaban grandes sumas de dineros, queria mas expender sus
462
tesoros, dañando los enemigos poco á poco, que ver muertes, y estragos de sus gentes» .

Mientras Diego de Valera y Enríquez del Castillo procuran destacar la humanidad y


coherencia que el monarca demostraba con su resolución de debilitar al emirato a través
de este tipo de medidas indirectas, Alonso de Palencia narra una realidad muy distinta de
estas campañas. Según afirma Robert Tate, este autor no dudó en criticar abiertamente la
actitud de los cronistas cortesanos con respecto a la narración del verdadero desempeño
del ejército cristiano en campaña. Frente a estas versiones, el castellano pretendió recoger
por escrito lo que él consideraba como un relato fidedigno y verídico de la realidad de
esta empresa463. El siguiente fragmento que se incluye recoge la reflexión del propio

461
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey…, op.cit., p. 20
462
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey..., op.cit., p. 23.
463
Alonso de Palencia mantuvo un cargo oficial en la corte de Enrique IV como secretario de cartas latinas,
sustituyendo a Juan de Mena. Sin embargo, la simpatía del cronista por el monarca nunca fue muy activa.
De hecho, Palencia se unió muy pronto al bando del infante don Alfonso tras la rebelión nobiliaria de
Castilla, participando en las negociaciones para la boda entre doña Isabel y don Fernando. Fruto de la
colaboración de Alonso de Palencia con el partido, fue la composición de una crónica que complementa la
visión partidista de Enríquez del Castilla, aunque en sentido contrario. Alonso de Santa Cruz no dudaba en
criticar la obra de ambos historiadores en su Crónica de los Reyes Católicos, denotando que «la Crónica
del Rey don Henrrique Quarto, hijo del dicho Rey don Juan, escribieron dos cronistas, vno llamado Hernán
Alonso Enrríquez, capellán del Rey, y el otro Alonso de Palencia, que fué cronista del Rey don Alonso su
hermano, que en su vida fué alçado por Rey por algunos grandes del Reyno, y murió a los tres años
después de elejido. Y los dichos grandes mandaron al dicho Alonso de Palencia que prosiguiese la dicha
Crónica, quitándosela a vn cronista del Rey don Henrrique que la hacía, tomando por ocasión que el dicho
cronista no escribía bien lo que avía pasado en la vatalla de Olmedo, como lo dice en su Crónica el dicho
Alonso de Palencia. El qual se lo pagó muy bien, porque no solo escribió en la vatalla todo lo que ellos
quisieron, pero aún todo lo demás que escribe es en alabança suya y en bituperio del rey don Herrique y de
sus cosas. Lo qual hace al contrario Alonso Enrriques el capellán, el qual alaba en esta manera al Rey,

267
José Fernando Tinoco Díaz

Palencia en la que el cronista afirmaba que el afán castellano en la lucha frente al


musulmán no tardó en desvanecerse, dejando a la luz la verdadera realidad tras estas
campañas de la corona castellana:

«La nobleza vacilaba entre el temor y la esperanza, y no proveía atinadamente, con arreglo a
las leyes, el Consejo de los Grandes; pues a los que acongojaban tamaños desaciertos, faltábales
resolución para las reformas, conociendo el favor que el vulgo prestaba a D. Enrique, y
regocijábanse los que suspiraban por la acostumbrada tiranía, como que del malestar general
esperaban su provecho. Inútilmente se consumieron allí sumas incalculables e inmensos
aprovisionamientos; ningún hecho notable vino a compensarlos. No faltaron, sin embargo,
historiadores sobornados, a quienes llamamos cronistas, que prometían dejar descritas en
imperecederos monumentos literarios tantas insignes hazañas; ensalzaban con el mayor descaro lo
vitupendiable; recomendaban el sistema de pelear en haz desordenada, llamándole habilidad y
noble anhelo de combatir; y como ningún hecho glorioso ocurría, registraban algunos tan
insignificantes, como el de que un caballero al saltar había oprimido con suma destreza los ijares
del caballo; que otro llevaba empechada celada y resplandeciente armadura, o que algunos habían
burlado la persecución de muchedumbre de moros, merced a la agilidad de sus caballos, y dado
ocasión a que se empeñase alguna ligera escaramuza; sobre todo, enaltecían el arrojo del Rey,
considerándole superior al de Alejandro, por cuanto diariamente recorría la vega, lejos del ejército,
con 20 jinetes muy conocedores de la tierra, aguardando impávido una y otra vez a igual número
de granadinos; y cuando por si acaso daba muerte a uno de éstos alguno de sus caballeros,
afirmaban haberla recibido de mano del Rey, y enseñaban entusiasmados la lanza tina en sangre,
cosas todas seguramente tan ridículas a los ojos de los infieles, como tristes para todo hombre de
464
sana intención» .

Aunque desmesuradamente crítico y partidista, el testimonio de Alonso de Palencia


no deja de mostrar una posible representación bastante objetiva y veraz de la realidad
fronteriza. Durante los cuatro años que duraron estas campañas encabezadas por Enrique
IV en tierra nazarí, no sucedió ningún hecho bélico reseñable. Los capítulos de las
crónicas que recogen este periodo se suceden, sin ningún hecho que relatar, a excepción
de las talas y los ademanes de escaramuzas que rara vez llegaron a producir un choque
bélico destacado. De hecho, según llega a destacar un desencantado mosén Diego de
Valera, en la parte final de estas campañas la humillación al aparato caballeresco llegó

diciendo muchos males de los grandes. Por manera que según que estos dos cronistas escribieron casi no se
podrá sacar resolucion verdadera de la vida y hechos deste serenísimo Rey, ni de sus cosas»; SANTA CRUZ,
ALONSO de: Crónica de los..., op.cit., pp. I, 14-15. Sobre este conflicto directo que se dio entre los
cronistas Alonso de Palencia y Enríquez del Castillo, y el reflejo en sus obras cronísticas, consultar
FERRARA, ORESTES: Un pleito sucesorio. Enrique IV, Isabel de Castilla y la Beltraneja. Madrid: 1945, en
especial, pp. 225-236.
464
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., p. I, 72.

268
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

hasta tal punto que la propia reina doña Juana y sus damas de corte participaron en una
de las entradas en tierra de moros cerca de Cambril. Viendo la reina que los nazaríes se
asomaban desde las murallas de la fortaleza, «demandó vna ballesta, la qual el rey le dió
armada, y fizo con ella algunos tiros en los moros. Y pasados este juego, el rey se boluió
para Jaén, donde los caualleros que sabían facer la guerra y la abían acostumbrado,
burlaban y reían diziendo que aquella guerra más se hazía a los cristianos que a los
moros»465.

En la actualidad, el plan táctico de Enrique IV es valorado por diversos historiadores


como un planteamiento táctico muy acertado. El monarca era consciente que si se
deseaba eliminar al emirato nazarí por completo, debía de utilizar otras fórmulas
estratégicas que se alejaban del ejercicio de la idea romántica del desafío abierto. Así lo
resume Enríquez del Castillo, cuando afirma que «su voluntad era solamente hacer la tala
por tres años, para ponellos en mucha hambre é mengua de vetuallas, é luego poner su
cerco y estar sobre ellos hasta tomarlos [...]»466. Al contrario de lo sucedido en las
campañas acaecidas durante el reinado de Juan II, la estrategia del rey se basó en los
métodos de guerra que predominaban en la zona fronteriza. La concepción de la
beligerancia que tenía la aristocracia fronteriza tomó por fin un papel principal en la
prosecución de la empresa frente al emirato nazarí. Pero los objetivos que el rey se
impuso parecieron haber sido tan ambiciosos como ingenuos para la nobleza castellana.
A ojos de sus contemporáneos, don Enrique demostró una incapacidad para responder a
las exigencias que la doctrina caballeresca le exigía. Este sistema de guerra de desgaste
era muy poco estimado, y peor considerado, por una oligarquía señorial castellana que
ardía en deseos de ejercitar las armas frente al enemigo de la fe cristiana. Para ellos, la
iniciativa era considerada como una fuente de promoción y prestigio social, a la par que
un medio económico de obtener nuevas rentas y títulos467. Por este motivo, la nobleza
supo utilizar como excusa la contradictoria perspectiva de las necesidades socialmente
impuestas por los ideales de la caballería, y la realidad de las campañas enriqueñas frente

465
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 45. Sobre la crítica a la empresa del rey don
Enrique por parte de Alonso de Palencia y Diego de Valera, es interesante consultar GÓMEZ REDONDO,
FERNANDO: Historia de la..., op.cit., pp. IV, 3522-3526.
466
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey…, op.cit., p. 20.
467
Al respecto de estas campañas granadinas de Enrique IV durante este periodo, ver LADERO QUESADA,
MIGUEL ÁNGEL: Granada. Historia de..., op.cit., pp. 185-192. Sobre esta perspectiva dual de las mismas,
es interesante la reflexión realizada por MARTÍN ROMERO, JOSÉ JULIO: «La crítica a la actitud de Enrique
IV sobre la guerra de Granada en los Hechos del condestable Miguel Lucas» En eHumanista: Journal of
Iberian Studies, vol. 18. California: University of California, 2011, pp. 38-53.

269
José Fernando Tinoco Díaz

a Granada, para finalmente hacer visible su descontento general con el monarca. De esta
manera comenzó una dura campaña propagandística que buscó minar la autoridad del
rey, y paulatinamente forzó a la interrupción de estas campañas en suelo musulmán.

Aunque en el interior de Castilla la distancia entre la realidad política y la propaganda


doctrinal era casi infinita, con estas pequeñas y estudiadas incursiones don Enrique
consiguió atraer la atención del resto de Europa. El monarca no contó con grandes
victorias de renombre frente a los nazaríes, como habían sido la conquista de Antequera
o el triunfo en La Higueruela. Sin embargo, su acierto residió en esconder sus fracasos y
ensalzar sus éxitos, de forma que sus acciones acabaron por ser presentadas como hechos
decisivos para el futuro del cristianismo occidental468. El resultado de este movimiento
fue la reafirmación del incondicional apoyo papal hacia su persona, como deja del
manifiesto el propio Enríquez de Castillo en su crónica. Este autor destaca el regalo
bendecido enviado por el pontífice al rey castellano como muestra de su apoyo
incondicional a la causa enriqueña:

«E como la fama de su grandesa se publicase por todo el mundo con muy claro renombre,
diciendo, que guerreaba contra los Moros enemigos de la sancta Fe cathólica, conquistando el
reyno de Granada, era tenido en grande estima entre los príncipes christianos, mayormente por el
Papa Calixto, que entonces era sumo pontífice en la Iglesia Romana. El qual teniendo del muy alto
concepto, é viendole pro el mejor de todos los Reyes que entonces reynaban en la christiandad: y
porque el dolor de la perdicion de Constantinopla, que el Turco avia tomado, estaba muy reciente
en los corazones de todos; parecióle que él mas dignamente merescia ser honrado por la Sede
Apostolica, que ningunode los otros. E ansi bendixo el sombrero y el espada, que la noche de
Navidad á los maytines el Papa pone en el altar quando celebra la Misa del gallo [...] El Rey con
mucho amor rescibió el Breve y el presente del Papa, é mandó hacer grandes mercedes al
469
mensagero» .

Al concluir estos cuatro años de campaña, parecía que la táctica propagandística del
rey Enrique IV comenzaba a surtir efecto, denotando que el espíritu de cruzada
aparentaba seguir vivo en las acciones del monarca hispano. Sin embargo, la realidad del
gasto de las rentas concedidas al reino castellano por el Pontificado fue muy distinta. El

468
Sirva como ejemplo de esta perspectiva retórica, la narración cronística de la derrota del conde de
Castañeda frente a los nazaríes en la frontera de Jaén. El cronista Diego Enríquez de Castillo destacaba que
«de este destrozo el Rey fue muy pesante, no tanto por la pérdida de su gente, quanto por la fama que de
ello sonaría por el mundo». Este fragmento pone de manifiesto la importancia que para el monarca tenía la
propaganda del resultado de sus hazañas en el resto de Europa; ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica
del rey..., op.cit., p. 28.
469
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey..., op.cit., pp. 27-28.

270
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

montante de estas ganancias extraordinarias fue destinado a muchos y muy diversos usos,
entre los cuales la guerra frente al emirato no ocupó un papel predominante. Pero don
Enrique debía asegurarse que este caudal no se agotara, pues se había convertido en uno
de los principales medios de financiación regulares de la corona. Hasta ese momento, la
demostración del celo religioso le había reportado pingües beneficios a la corte del reino.
Por este motivo, el marqués de Villena, gran conocedor de los medios políticos
internacionales, expuso al rey la necesidad de seguir proyectando la necesidad de
continuar con el conflicto frente al emirato para poder prorrogar estas mercedes la bula
papal. Según relata Alonso de Palencia, el monarca destinó nuevos embajadores a Roma,
siguiendo este consejo de Juan Pacheco, para que encandilaran nuevamente al deseoso
pontífice. Estos enviados reales hicieron partícipe a la curia papal de que el conflicto
hispano estaba dando sus frutos, pero era necesaria una nueva renovación de la concesión
de cruzada que asegurase los éxitos obtenidos y permitiera continuar con esta empresa
frente a los musulmanes nazaríes:

«[Enrique IV] envió al papa nuevos embajadores que le interesasen con relaciones falsas y le
persuadiesen de que la guerra del año anterior se hubiera hecho con energía y al fin conseguido la
victoria, a no haberse encerrado astutamente los moros en lugares fortísimos por naturaleza y por
sus reparos, que aun así no hubieran escapado a la valerosa diestra de los cristianos, si se les
hubiese acometido con ejército más numeroso; pero que encontrándoles entonces tan bien
pertrechados para que en otra campaña hubiese seguridad de vencerlos, había resuelto atacarles
con fuerzas imponentes para ahorrarse con un solo esfuerzo y acometida, muchos cuidados y
penalidades y nuevos repartimientos de soldados: que esto era imposible sin la liberalidad de la
Santa Sede, según se había demostrado antes al principio de su reinado; pero que con ella, al punto
enviaría fuerzas considerables y muy sobradas [...] Por todo lo cual no debía el pontífice diferir la
concesión de la indulgencia, con cuyo auxilio y con las más ilustres hazañas, destruiría don
Enrique por completo a los granadinos en el primer choque; pero que si se demoraba el despacho.
Él no por eso retrasaría la expedición, sino que atacaría nuevamente al enemigo, y mientras se
470
recogía el dinero, procuraría al menos hacerles daño con las talas» .

Entre 1457 y 1458, Granada se vio obligada a acordar treguas con Castilla,
demostrando que las operaciones de tala eran muy eficaces y empujaban al emirato a
claudicar ante tal tipo de ataques indirectos. Aunque finalmente se firmaron estos
acuerdos en 1459, parece que la intención de Enrique IV era retomar parcialmente la
guerra frente al emirato en unos meses, cuando fuera recibida la renovación de la
concesión pontifica de cruzada. Sin embargo, el rey cristiano tardó bastante tiempo en

470
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., pp. I, 217-221.

271
José Fernando Tinoco Díaz

asimilar que la interrupción que le había llevado a abandonar su última campaña frente al
emirato iba a ser permanente. Los acuerdos de paz firmados entre ambas coronas fueron
prorrogados durante un largo periodo posterior, denotando que la realidad interior del
reino castellano había acabado nuevamente por imponerse a las pretensiones reales de
acabar con los nazaríes. Una nueva fase del reinado de don Enrique estaba tomando
forma, la cual estaría marcada por los conflictos interiores entre la corona y la nobleza471.
Meses después de la interrupción de esta empresa, se produjo la destitución de Juan
Pacheco, Alfonso Carillo y Alonso de Fonseca de sus cargos en la corte real. Esta
decisión personal del rey, en claro favor a Beltrán de la Cueva, le aportó al bando
nobiliario contrario al monarca el argumento idóneo para llevar sus pretensiones de poder
hacia un nuevo nivel. El descontento generalizado de esta clase aristocrática fue
finalmente plasmado en una colosal operación de deslegitimación frente a su persona,
que tuvo como eje definitivo el Manifiesto de Burgos (1464), base de la posterior
Sentencia de Medina del Campo (1465). Los nobles rebeldes a la corona proyectaron una
auténtica guerra abierta frente a don Enrique en materia diplomática, gestando una dura
campaña internacional de desprestigio sobre Enrique IV. El argumento de tal exposición
estuvo asentado sobre las críticas de desgobierno, acusaciones de maurofilia y diversas
vejaciones a la imagen caballeresca y personal del monarca. A pesar de que la mayoría
de estas acusaciones hacían referencia una realidad retórica y coyuntural, que escondían
simples criterios de oportunismo político, la difusión de esta imagen del rey en Occidente
cumplió su cometido. Pero el bando nobiliario no se contentó con ello, y decidió implorar
al Pontificado que se posicionara con firmeza en este perturbador conflicto. Para ello,
estos nobles levantiscos no dudaron en recuperar el argumento de la realidad de las
campañas enriqueñas en la frontera castellano-nazarí.

471
Andrés Bernáldez, apoyándose en los escritos de Fernando del Pulgar, resume magistralmente estas dos
fases diferenciadas del reinado del monarca: «[Enrique IV] continuó algunos tienpos guerra contra los
moros; fizo algunas entradas con gran copia de gente en el reino de Granada. En su tienpo se ganó
Gibraltar y Archidona y otros algunos lugares de aquel reino. Costriñó a los moros a que le diesen parias
algunos años, porque no les hiziese guerra; y los reyes comarcanos tenían en tanto su grand poder, que
ninguno osavahazer al contrario de su voluntad. Y todas las cosas le acarreava la fortuna como él las
quería, y algunas mucho mexor de lo que pensava, como suele hazer a los bien afortunados. Y los de su
reino, todo aquel tienpo que estuvieron en su obediencia, gozavan de paz y de los otros bienes que della se
siguen. Fenecidos los diez primeros años de su señorío, la fortuna, invidiosa de los grandes estados, mudó,
como suele, la cara próspera y començó a mostrar la adversa. De la qual mudança muchos veo quexarse, y
a mi ver sin causa [...] Y Nuestro Señor, que algunas vezes permite males en las tierras generalmente, para
que cada uno sea punido particularmente, según la medida de su yerro, permitió que oviese tantas guerras
en el reino, que ninguno puede decir ser eximido de los males que ella se siguen»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS:
Memorias del Reinado..., op.cit., pp. 7-8.

272
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

El hecho de que don Enrique fuera el único rey que decidió tomar las armas contra
los musulmanes, no consiguió esconder el verdadero resultado de esta empresa. De
hecho, las propias crónicas del periodo afirmaban que la realidad del gasto ilícito de las
cantidades procedentes de la cruzada no era un secreto ocultado por la corona, sino que
posiblemente fuera conocida por todo el reino castellano. Así queda de manifiesto en las
diversas narraciones de este periodo, en las cuales se afirma abiertamente que del «dinero
que por virtud desta bula de Cruzada se ovo para el rey durante el tienpo de los quatro
años en ella contenidos […] muy poca parte se gasto en la guerra de los moros, de lo qual
todos los grandes del reyno fueron mucho turbados»472. Por consiguiente, hacia 1460
estalló un importante litigio entre el Pontificado y la corona castellana por el escándalo
de los abusos cometidos con las ganancias de la bula de cruzada. Pero el papado no podía
privarse de la alianza con Castilla y volver a desatender este frente en un momento en el
que se reavivaban la amenaza turca y las confrontaciones políticas en Italia473. Por este
motivo, en un inteligente movimiento intermedio, Pío II (1458-1464) retiró el apoyo total
a las campañas castellanas una vez concluyó la vigencia de la concesión de bula de
bruzada de 1461, pero decidió establecer a cambio una cuantía fija para el sustento de
una defensa estacional de la frontera castellana frente a Granada. A cambio, una gran
parte de este montante sería destinado a la defensa del Mediterráneo frente al Turco.

Frente a estas acusaciones, Diego Enríquez intenta justificar el inicio de esta campaña
de desprestigio de los nobles castellanos frente al monarca, destacando que «aqueste Rey,
á quien propia cosa era reynar, é hacer mercedes, ensalzar los hombres, é ponerlos en
grandes estados, si la deslealtad no le fuera contraria e pudiera enclavar la rueda de la

472
ANÓNIMA: Crónica anónima de de Enrique IV de Castilla, 1454-1474; edición crítica y comentada de
María Pilar Sánchez-Parra. tomo II: Crónica castellana. Madrid: Ediciones de la Torre, 1991, p. 67. Otros
autores, como Diego de Valera, también hicieron hincapié en el hecho de que el soberano desprestigiara la
ayuda papal empleando las rentas obtenidas en otro tipo de menesteres. Con respecto a los beneficios de la
concesión de cruzada de 1457, el castellano afirmaba que «vinieron a poder del rey más de cien quentos, de
los quales muy poca parte se gastó en la guerra de los moros, de lo que todos los grandes del reyno fueron
mucho turbados»; VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 41.
473
En la crónica de Diego Enríquez queda patente, de manera muy explícita, el deseo del papado de
comenzar una gran campaña contra el turco durante estas fechas: «En este mesmo tiempo subcedió, que
como el Papa Pio segundo fuese asumpto en el Papazgo, llamó todos los Príncipes christianos para la dieta
que hizo en Mantua. Donde convenido con sus Cardenales quiso primero rescibir las obediencias de todos
los Reyes, para notificarles después la cabsa de su llamamiento [...] Publicado el propósito del Papa, é
notificado á los Reyes christianos, dió indulgencias plenarias con infinitos é grandes perdones para todos
aquellos, que á su costa por un año le fuesen á servir é ayudar en la Santa Cruzada contra el Turco enemigo
de Jesu Christo, perseguidor de la Religión christiana»; ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del
rey..., op.cit., pp. 37-38

273
José Fernando Tinoco Díaz

fortuna»474. Asimismo, otros diversos autores coetáneos, como Sánchez Arévalo, se


esfuerzan por rescatar la efigie de Enrique IV como defensor del cristianismo frente a los
enemigos de la fe aprovechando los triunfos de los señores andaluces en el territorio
fronterizo475. En ese sentido, hay que destacar que cuando llegó a su término la tregua
firmada con Granada en abril de 1462, los enfrentamientos fronterizos entre ambos
bandos volvieron a incrementarse. Ya a principios de 1461, se había producido el asalto
nazarí a los arrabales de Quesada, lo que obligó a las fuerzas castellanas a comenzar una
nueva ofensiva frente al emirato. Sin embargo, durante este periodo la iniciativa de estas
acciones no recaería en la corona, sino en los nobles andaluces que habían continuado las
contiendas bélicas en la frontera entre ambos reinos. Frente a la prosecución de las
campañas encabezadas por don Enrique de la década anterior, en este caso la nobleza
andaluza se lanzó en una auténtica guerra abierta contra Granada que consiguió alcanzar
éxitos inusitados. Entre estas victorias obtenidas por figuras tan célebres como el
condestable Miguel Lucas de Iranzo, o un joven Rodrigo Ponce de León, destacan el
éxito de la batalla del Madroño (1462), el triunfo sobre Gibraltar (1462), la toma de
Archidona (1462) o la recuperación de Algeciras (1462).

Gracias al contexto político del momento y los triunfos cristianos en territorio


peninsular, don Enrique había podido mantener parte del apoyo de Roma frente a la
amenaza de la aristocracia rebelde castellana. Pero en el caso del resto de las cortes
europeas, la información vertida por el partido castellano consiguió desprestigiar su
imagen como paladín de la cristiandad. Dentro de este contexto de deslegitimación
generalizada de la figura real, el 5 de junio de 1465 tuvo lugar la llamada Farsa de Ávila.
Esta ceremonia significó la coronación del príncipe Alfonso y el comienzo del
intermitente conflicto civil armado en el seno castellano, el cual se extendería en el
tiempo hasta el año 1468. Cuando esta guerra estalló en Castilla, el partido alfonsino no
dudó en utilizar el denigrante retrato de Enrique IV como fracasado protector de la fe
católica, para defender sus pretensiones de nombrar a su hermano como rey de Castilla.

474
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey..., op.cit., p. 73. Angus Mackay incluye en su estudio
un comentario muy sugerente sobre la influencia de la contienda frente a Granada entre las diversas
pretensiones nobiliarias que este grupo hizo llegar a don Enrique. El historiador relaciona los ataques de
maurofilia contra la figura del rey, con una solicitud para volver a iniciar la guerra frente al emirato, la cual
no fue llevada a la práctica; MACKAY, ANGUS: La España de..., op.cit., p. 221.
475
SANTIAGO OTERO, HORACIO: «Rodrigo Sánchez de Arévalo. Discurso a Pío II con motivo de la
conquista de Gibraltar (1462)» En Revista Española de Teología, nº 37. Madrid: Universidad San Dámaso,
1977, pp. 153-158.

274
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

El 9 de diciembre de 1465, los nobles le remitían la siguiente carta al papa Paulo II


(1464-1471), donde la fallida campaña dirigida frente al emirato volvía a ser mencionado
como una prueba de que era lícito deponer a un tirano que ponía en peligro la defensa de
la legitimidad, el orden y la religión católica en el reino hispano:

«Azote de Dios fue verdaderamente D. Enrique, tan enemigo de la fe como apasionado de los
moros, pues supo convertir los bienes que estaba obligado a procurar a sus pueblos, la gloria y la
justicia, en abominables males, en escándalo y en violentísima tiranía. No consintió que se
infiriese el menor daño a los moros, pero los causó innumerables a los soldados: pidió sus
sufragios a la Iglesia, y ésta nunca tuvo más encarnizado enemigo: exigió dinero para combatir a
los infieles, y despojó así de sus bienes a los cristianos para hazer opulentos a los sarracenos:
debió atemorizar a éstos rodeándose de multitud de soldados católicos, e infundió terror a los
fieles con todo género de ofensas, infortunios, ultrajes y desdichas, haciéndose seguir de infames
satélites moros, cuyos robos, estupros, fuerzas e inhumano furor contra los nuestros, cruelmente
476
extendido por todo el reino, no hay pluma que pueda describir» .

En el momento en el que se produjo el nombramiento papal de Sixto IV (1471-1484),


las aspiraciones de Enrique de conquistar Granada estaban ya agotadas. Cuando esta
empresa pudo volver a plantearse, durante los últimos años de su reinado, el ficticio celo
que el monarca castellano había intentado demostrar ante Roma y la cristiandad militante
ya no tenía ninguna credibilidad en la corte papal. En contraposición, la cruzada
mediterránea frente al turco, proyectada por el nuevo pontífice Sixto IV, acabaría por
rebasar las expectativas puestas en la contienda frente al emirato nazarí que Castilla
mantenía en Occidente, volviendo a situar en una escala inferior a esta contienda
hispánica. Pero la cuestión granadina aún daría pequeñas alegrías a don Enrique durante
los últimos años de su vida. Tras un breve periodo de correrías fronterizas, nuevas
treguas con el emirato volvieron a firmarse en 1463 y 1465, siendo éstas renovadas en
1467, 1469 y 1472477. Durante todo este periodo, la zona geográfica entre ambos reinos
no sufriría grandes alteraciones durante este espacio de tiempo, al margen de la
476
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., p. II, 72. Este aspecto de la búsqueda de una
intervención del Pontificado en la guerra civil tras el levantamiento de los partidarios del príncipe don
Alfonso, es uno de los temas más destacados de la cronística referente al reinado de Enrique IV. Sobre este
aspecto, NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: «Enrique IV y el Pontificado (1454-1474)» En En la España
medieval, nº 19. Madrid: Universidad Complutense, 1996, pp. 167-238, especialmente pp. 179-186, 219-
222. Asimismo, un breve estudio de este conflicto entre la nobleza y la monarquía enriqueña, desde una
perspectiva más completa que la mera política, se encuentra en NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: «El poderío
real absoluto de Olmedo (1445) a Ocaña (1469): La monarquía como conflicto» En En la España
medieval, nº 21. Madrid: Universidad Complutense, 1998, pp. 159-228, en especial pp. 215-221.
477
TORRES FONTES, JUAN: «Las treguas con Granada de 1462 y 1463» En Hispania: Revista Española de
Historia, vol. 90. Madrid: CSIC, 1963, pp. 163-199.

275
José Fernando Tinoco Díaz

celebración de algunas escaramuzas puntuales, hasta el inicio de la definitiva Guerra de


Granada.

En diciembre de 1474, moría Enrique IV. El espíritu cruzado que había regido el
inicio de su reinado dio paso a la efigie de un rey vilipendiado, que había sido acusado
abiertamente de mostrar una eminente falta de fe cristiana. Su semblanza quedaba
influida sobremanera por el fracaso político y bélico que le fue atribuida, de manera
simplista, por la imparcialidad de los diversos cronistas que narraron su reinado478.
Verbigracia, mosén Diego de Valera, caballero fiel que fue a este monarca, relata de esta
manera tan amarga las últimas horas de vida de don Enrique:

«[El rey don Enrique IV] començó a reboluerse en la cama, torçiendo la boca e los ojos,
moviendo los braços a vna parte y a otra, e començó de temer, como ya su muerte fuese çercana.
Fué mandado poner el altar, pensando provocarlo a deuoçión, e ni por eso mostró señal de
católico, ni menos arrepentimiento de sus culpas e pecados. E así dende a poco espaçio espiró,
poco ante que amanesçierse, en doze días de dizienbre del año de Nuestor Redentor de mill e
quatroçientos y sesenta y cuatro años. Fué levado su cuerpo a Santa María del Paso, sin ponpa
alguna de las que se acostunbravan fazer en el fallesçimiento de los grandes príncipes. E allí
estobo depositado gasta que fué llevado a Santa María de Guadalupe, donde está sepultado, çerca
479
de la serenísima reyna doña María, su madre» .

4.2. EL PROVIDENCIALISTA ASCENSO AL TRONO DE LOS REYES


CATÓLICOS (1474-1482). EL ORIGEN DE LA NUEVA MONARQUÍA
CRISTIANA.

4.2.1. ¿UN PERIODO DE CRISIS GENERALIZADA? LA ÚLTIMA FASE DEL REINADO DE


ENRIQUE IV Y LA GUERRA DE SUCESIÓN CASTELLANA (1475-1479) EN LA CRONÍSTICA
CASTELLANA.

A lo largo del periodo bajomedieval castellano, la soberanía había recaído sobre una
realeza que se encontraba cada vez más sometida a las pretensiones de la alta nobleza del
reino. Esta aristocracia no estaba compuesta por un homogéneo cuerpo social, sino que
se encontraba formada por varios grupos sociales. La vieja nobleza castellana, forjada en
la expansión de las empresas fronterizas, aún destacaba como cabeza visible del
estamento. Sin embargo, el paulatino debilitamiento de la influencia ejercida por estos
478
Aunque la evaluación de la imagen histórica que ha permanecido del monarca, se vio muy perjudicada
la proximidad cronológica a los hechos de los Reyes Católicos, no es menos cierto que, como Keitt
Whinnom ha destacado; «los cronistas isabelinos nos han hecho aceptar una historia deformada del reinado
de Enrique IV»; SAN PEDRO, DIEGO DE: Obras completas; estudio preliminar de Keitt Whinnom. Madrid:
Castaliam, 1973, p. T1, XXI.
479
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., pp. II, 293-294.

276
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

grandes linajes de antaño, por azares de la guerra y la política, había generado el gradual
encumbramiento de una nueva élite gracias al éxito cosechado por su política cortesana.
A pesar de la influencia de esta antigua élite parecía suficiente para controlar las
decisiones de la corona en las cuestiones generales del reino, la relación entre ambos
bandos nobiliarios siempre estuvo marcada por grandes problemas de fondo, entre los
que destacaron los conflictos jurisdiccionales de diversa índole. Finalmente, la paulatina
generalización de estas diferencias desencadenó la división del estamento nobiliario en
dos claros bandos en un enfrentamiento por mantener la influencia sobre el poder real.
Por un lado se encontraba el que tradicionalmente se ha definido como partido
monárquico, al que se le atribuía la virtud de haber reforzado el orden y la legitimidad
del poder central de la corona; por otro, el partido aristocrático, defensor de los intereses
particulares y oligárquicos de la nobleza. La lealtad de los diversos grupos aristocráticos
hacia uno u otro partido, basculó según sus intereses personales, de forma que la lucha
entre los bandos por conseguir el monopolio del poder local se fue gestando durante todo
el siglo XV sin una perspectiva de solución clara. Esta situación generó un incierto y
caótico panorama político para el futuro del reino hispano, que acabó por derivar en «una
situación de ineficacia, discordias y desmesurados privilegios del poder nobiliario»480.

Durante los últimos años del reinado de Enrique IV, cuando la cuestión en torno a la
sucesión del rey comenzó a surgir en el panorama político del reino, la dinámica interna
de los conflictos aristocráticos en Castilla se recrudeció sobremanera. El ejercicio de la
soberanía real parecía encontrarse desatendido en manos de una figura que, según los
cronistas contemporáneos, representaba el ocaso moral de una sociedad castellana en
franca decadencia. Los miembros más destacados del estamento nobiliario, ávidos de
poder, habían salido victoriosos de su ambiciosa pugna personal frente al poder real; algo
que les permitió disfrutar de un amplio dispendio de bienes del propio dominio realengo,
a cambio de continuar mostrando su apoyo al débil monarca. Pero esta situación no

480
ÁLVAREZ ÁLVAREZ, CÉSAR: «Los infantes de Aragón» En Álvarez Palenzuela, Vicente Ángel (coord.):
Historia de España de la Edad Media. Barcelona: Ariel, 2011, pp. 727-744, p. 727. Sobre este conflicto, es
interesante consultar las reflexiones de MOXÓ ORTIZ DE VILLAJOS, SALVADOR DE: «De la nobleza vieja a la
nobleza nueva. La transformación nobiliaria castellana en la Baja Edad Media» En Cuadernos de Historia,
nº 3. Madrid: CSIC, 1969, pp. 1-210; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Nobleza y Monarquía. Puntos de vista
sobre la política castellana del siglo XV. Valladolid: Estudio y Documentos–Cuadernos de Historia
Medieval, 1975.Asimismo, GARCÍA VERA, MARÍA JOSÉ: «Poder nobiliario y poder político en la corte de
Enrique IV (1454-1475)» En En la España medieval, nº 16. Madrid: Universidad Complutense, pp. 223-
237; VAL VALDIVIESO, MARÍA ISABEL DEL: «Los bandos nobiliarios durante el reinado de Enrique IV» En
Hispania: Revista Española de Historia, vol. 35, nº 130. Madrid: CSIC, 1975, pp. 249-294.

277
José Fernando Tinoco Díaz

ayudó a concluir con todas las contiendas internas existentes entre las capas más altas de
la sociedad castellana, sino que las agravó. Esa actitud de la corona castellana de premiar
a los linajes nobiliarios que se mostraban favorables a su causa, desencadenó un
complejo juego de lealtades entre los presuntos partidarios de Enriqe IV y las grandes
oligarquías aristocráticas. En este contexto, las grandes familias nobiliarias que
encabezaban cada partido siempre pretendieron influir y apoderarse de la capacidad de
potestas de la corona en favor de sus pretensiones particulares, lo cual acabó por
desencadenar verdaderos conflictos armados en algunos casos. En esta fase de auténtica
guerra civil, los grandes damnificados resultaron ser las clases bajas y la propia corona
de Castilla, ya que la usurpación de rentas reales y las apropiaciones de jurisdicciones de
ciudades y villas del patrimonio real, se fue haciendo cada vez más común en el reino
hispano. De esta turbia situación dieron especial cuenta los principales historiadores del
periodo en sus obras, como fue el caso de un Fernando del Pulgar que comenzaba a
destacarse como cronista:

«En esta division se despertó la cobdicia, é creció el avaricia, cayó la justicia, é señoreó la
fuerza, reynó la rapiña, é disolvióse la luxuria, é ovo mayor lugar la cruel tentacion de la sobervia
que la humilde persuasion de la obediencia, é las costumbres por la mayor parte fueron
corrompidas é disolutas, de tal manera que muchos, olvidada la lealtad é amor que debian á su Rey
é á su tierra, é siguiendo sus intereses particulares, dexaron caer el bien general de tal forma que el
general y el particular perescia. El Nuestro Señor, que algunas veces permite males en las tierras
generalmente, para que cada uno sea punido particularmente segun la medida de su yerro, permitió
que oviese tantas guerras en todo el Reyno, que ninguno puede decir ser eximido de los males que
dellas se siguieron; y especialmente aquellos que fueron causa de las principar se vieron en tales
peligros, que quisieran dexar gran parte de lo que primero tenian, con seguridad de lo que les
quedase, é ser ya salidos de las alteraciones que á fin de acrecentar sus estados inventaron: é así
pudieron saber con la verdadera experiencia lo que no les dexó conocer la ciega cobdicia. E por
cierto así acaesce, que los hombres antes que sientan el mal futuro, no conoscen el bien presente;
pero quando se ven envueltos en las necesidades peligrossas en que su desordenada cobdicia los
481
mete, entonces querrian é no pueden facer aquello que con menor daño pudieran aver fecho» .

En este fragmento de su obra Claros Varones de Castilla, dedicada a doña Isabel de


Castilla, Pulgar realiza una lectura del estado del reino que, aunque partidista, pretende
dejar de manifiesto la necesidad de un gran cambio que fortaleciera la autoridad de la
agraviada institución monárquica en el territorio castellano. Esta perspectiva fue

481
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros varones de Castilla; edición y estudio lingüístico. Madrid: Editorial de
la Universidad Complutense de Madrid, 1992, pp. 99-100.

278
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

compartida por otros autores castellanos de la época, que pretenden transmitir en sus
escritos una sensación semejante de la realidad social del periodo. Para estos cronistas,
las localizadas incursiones de unos y otros señores nobiliarios no respondían a un plan
bélico de actuación concreta, sino que derivaban de unos intereses particulares anteriores
al propio conflicto por la sucesión. Estas tensiones personales perjudicaron
indirectamente al conjunto de una población castellana, que vio como acrecentaba el
miedo por la indefensión ante tales muestras de violencia señorial sin límites.
Concretamente, el anterior relato de Pulgar denota cómo la actitud depredadora sin freno
de la nobleza, había acabado por afectar a la calidad moral de la comunidad castellana,
rompiendo con la cohesión de las diversas capas sociales del estado organicista
medieval482. Mosén Diego Valera también lo transmitía en sus escritos desde una
perspectiva cargada de desilusión y pesimismo que destaca el hecho de que:

«[…] estos reynos quedaron en tan corrutas e aborrecibles costumbres que cada uno usava de
su libre voluntad e querer, sin aver quien castigar ni reprehenderlo quisiese. Las quales, tan
luengamente tenidas, ya eran convertidas poco menos en naturaleza; de tal manera que en los ojos
de los prudentes e sabios paresçe ser difiçile, o poco menos inposible, poderse dar orden en tanta
desorden ni regla sabida en tan grand confusión. Donde ninguna justiçia se guardava, los pueblos
eran destruidos, los bienes de la corona enajenados, las rentas reales reduzidas en tan poco valor
que verguença me hacen dezirlo. Donde no solamente en los canpos eran los hombres robados,
mas en las çibdades e villas no podían seguros bivir: los religiosos y clérigos sin ningund
acatamiento tractados. Eran violadas las iglesias, las mujeres forçadas, e a todos se dava suelta
483
liçencia de pecar» .

Para estos cronistas favorables al partido monárquico, Castilla estaba sangrando con
este conflicto bélico, y no solo lo hacía en el aspecto material más evidente. Esta
contienda también estaba afectando a los ancestrales valores del reino hispano, lo cual
acabó por generar un marcado desconcierto social ante el panorama incierto que parecía
guiar el futuro castellano. Entre las capas más bajas de la sociedad surgió entonces la
necesidad de generar una contundente respuesta frente la violencia endémica cada vez
más desmesurada y arrogante de las minorías hegemónicas del reino. De este modo, las
tendencias anti-señoriales comenzaron a proliferar por toda la geografía castellana, como
una forma de autoafirmación colectiva frente a las corrupciones del sistema. Estas

482
Al respecto de la influencia de esta perspectiva pesimista del reinado de Enrique IV, es interesante
consultar PHILLIPS, WILLIAM D.: Enrique IV and the Crisis of fifteenth-century in Castile. Cambridge:
Medieval Academy of America, 1978.
483
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 5.

279
José Fernando Tinoco Díaz

turbaciones sociales estuvieron presentes, tanto en el ámbito rural, como en el urbano,


reflejando la generalización de tensiones internas en situaciones con complejas
implicaciones sociopolíticas. La tendencia tomó una forma heterogénea durante los años
centrales de la década de 1470, a través de diversos «movimientos populares, de
oposición a la nobleza feudal, centrados en concejos de tradición realenga y de vigorosa
organización y protagonizados por gentes que eran, en su mayoría, campesinos»484. Este
tipo de iniciativas englobaron una serie de actos bastantes diversos, que fueron desde las
diversas reacciones espontáneas surgidas en el seno campesino, hasta la decisión de
retomar distintas iniciativas de asociacionismo organizado. Este último caso fue el de las
denominadas Hermandades.

Desde el siglo XII, la finalidad de este tipo de organizaciones era la de establecer una
fuerza armada destinada a defender a los entes urbanos que la componían de los ataques
nobiliarios y perseguir a los bandidos que actuaban en el territorio bajo su jurisdicción.
Su funcionalidad, por tanto, giraba en torno a la acotación de la violencia señorial, y a la
relajación del control que este estamento había desarrollado sobre la economía y el
ámbito jurídico que pertenecía a la corona. Pero nada parecía escapar a las manos de este
codicioso estamento aristocrático, pues muchas de estas instituciones también acabaron
en manos del control señorial. Verbigracia, el cronista Fernando del Pulgar denota que
este tipo de iniciativas habían acabado por generar cierto recelo «por ser cosa de
comunes e de pueblos, do harán diversas opiniones e voluntades, las quales podían ser de
tanta discordia que lo derribasen e destruyesen según se fizo en las otras hermandades
pasadas». Por este motivo, «el Rey Don Enrique, que las había de sostener e favorecer,
éste las contradecía e repugnaba de tal manera que las destruyó en poco tiempo»485. Sin
llegar a negar la subjetiva perspectiva de la obra de Pulgar, cabe reconocer que es cierto
que algunas Hermandades compuestas durante este periodo quedaron a dispensas de
alianzas temporales con los grandes oligarcas, algo que dio lugar a destacadas
actuaciones a favor de determinados intereses peninsulares486.

484
VALDEÓN BARUQUE, JULIO: Julio: Los conflictos sociales..., op.cit., p. 125.
485
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 302.
486
Sobre de los antecedentes y desarrollo de estas Hermandades, consultar UROSA SÁNCHEZ, JORGE:
Política, seguridad y orden público en la Castilla de los Reyes Católicos. Madrid: Ministerio de
Administraciones Públicas, 1998; ÁLVAREZ DE MORALES, ANTONIO: «La evolución de las Hermandades en
el siglo XV» En la España Medieval, nº 7 (Monográfico La Ciudad Hispánica en los siglos XIII-XVI).
Madrid: Universidad Complutense, 1985, pp. 93-104; BERMEJO CABRERO, JOSÉ LUIS: «Hermandades y

280
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Los movimientos populares surgidos en las capas más bajas del pueblo castellano
también acabaron por ser influenciados por los propios nobles del reino hacia otros
objetivos colindantes de manera cada vez más frecuentemente. En ese sentido, la clase
aristocrática supo canalizar el descontento generalizado de la sociedad para dirigirlo
contra los grupos marginales de la sociedad hispánica. Verbigracia, no son pocos los
cronistas de este periodo que acusan al propio monarca Enrique IV de ser el partícipe de
la generalizaron de judaizantes en el reino de Castilla. Como destaca mosén Diego de
Valera:

«La pereza e floxedad e poco cuydado que el rey don Enrique tovo en mirar el serviçio de
Dios ny el bien de sus reynos, dieron a los malos suelta liçençia de vivir a su libre voluntad. De lo
qual se siguión que no solamente muchos de los convertidos nuevamente a nuestra santa Fee mas
algunos de los viejos christianos desviasen de la verdadera carrera, en perdimiento de sus ánimase
grand daño e oprobio destos reynos, donde el culto divino de muchos centenarios de años acá
ynviolablemente fue y es observado, tomando siniestros caminos: los unos públicamente
judayzando, sin temor de Dios ny de su justicia, algunos de los otros tomando yrróneas opiniones,
como fueron los de Durango e otros, que creyeron no aver otra cosa que nasçer y morir; algunos
que quisieron entender la Sacra Escritura en otra manera de cómo la entendieron los sanctos
doctores de la yglesia»487.

Este tipo de comportamientos ayudó a defender las pretensiones de las antiguas clases
hegemónicas de la sociedad, a costa de mantener vivo el odio frente a judíos y conversos,
como venía sucediendo desde los siglos postreros. Solo el esfuerzo minoritario de
algunos responsables de la administración real pudo ayudar a mejorar, o al menos
compensar, esta violenta situación social. Sin embargo, tal conflicto nunca pudo
encontrar una solución realmente estable, ya que la crisis del reino parecía haber calado
en la propia faceta moral del reino castellano. Alonso de Palencia transmite esta
pesimista perspectiva de manera manifiesta, al afirmar que:

«Si terrible eran los males que […] afligían á los cristianos por toda Europa, á causa de las
discordias de los Príncipes; pero mucho mayores los sufría España, donde la tiranía en sus mil

comunidades de Castilla» En Anuario de Historia del Derecho Español, nº LVIII. Madrid: Ministerio de
Justicia, 1988, pp. 277-412.
487
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 122. Al respecto de este rasgo de violencia frente a los
conversos presentado por el conjunto de la sociedad castellana, MONSALVO ANTÓN, JOSÉ MARÍA: Teoría y
evolución de un conflicto social. El antisemitismo en la corona de Castilla en la Baja Edad Media. Madrid:
Siglo XXI, 1985; MACKAY, ANGUS: «Popular movements and pogrom in fifteenth Century Castile» En
Past and Present, nº 50. Oxford: Oxford University Press, 1971, pp. 4-18.

281
José Fernando Tinoco Díaz

formas se había difundido hasta las entrañas de los más pusilánimes. Las prolongadas guerras, y la
488
libertad para el mal habían corrompido á las muchedumbres» .

La faceta religiosa de la vida castellana siempre había supuesto un elemento propicio


para relajar las tensiones del pueblo, a través del pleno ejercicio de la espiritualidad
social. Pero esta dimensión tampoco pudo escapar a un control que parecía copar bajo su
influencia todas las facetas posibles del poder señorial. Desde mediados del siglo XIV, la
Iglesia castellana había comenzado a entrar en una etapa de decadencia generalizada,
caracterizada por la inmoralidad e ignorancia con la que actuaban sus ministros
episcopales. Esto fue consecuencia, en gran parte, de la paulatina incorporación de la
nobleza del reino a las capas más altas del clero regular. Durante estas décadas, algunos
de los miembros secundarios de estos linajes aristocráticos pasaron a formar parte activa
del gobierno de importantes episcopados y cabildos catedralicios, lo que desencadenó el
rápido ascenso de la nobleza nueva en el panorama eclesiástico de Castilla y la
consolidación de las oligarquías urbanas asociadas a estos sujetos. Con la generalización
de este fenómeno, se produjo la definitiva integración total de estos representantes
seculares de los grandes linajes señoriales, en las diversas redes clientelares que existían
en torno al control del poder real. El resultado de toda esta situación, fue la génesis de un
marcado proceso de feudalización laicista que sufrió la Iglesia castellana a lo largo de los
años finales de la centuria del 1400. La consecuencia directa de esa consolidación
eclesiástica de algunos de los miembros pertenecientes las familias aristocráticas del
reino hispano, fue el abandono de la supervisión de sus sedes religiosas, la relajación en
el cumplimiento de las funciones pastorales de estos religiosos, así como la
generalización de costumbres poco edificantes con las que los sacerdotes de bajo rango
obraban. Consecuentemente, poco se podía esperar de unos eclesiásticos más
comprometidos en defender sus pretensiones políticas o cortesanas, que en cuidar de su
rebaño y defender la religión católica de los abusos señoriales cometidos durante estos
conflictos aristocráticos489. Esta situación lleve a Pulgar a redactar una epístola a don
Alonso de Carrillo, obispo de Toledo, donde utilizaba una cita del Antiguo Testamento

488
PALENCIA, ALONSO de: Guerra de Granada..., op.cit., p. 197.
489
Al respecto de este fenómeno de incidencia de las clases nobiliarias en el seno de la clase eclesiástica
castellana, DÍAZ IBÁÑEZ, JORGE: «La incorporación de la nobleza al alto clero en el reino de Castilla
durante la Baja Edad Media» En Anuario de Estudios Medievales, nº 35/2. Madrid: CSIC, 2005, pp. 557-
603; MUNSURI ROSADO, MARÍA NIEVES: «Clero e iglesia en la baja Edad Media hispánica: estado de la
cuestión» En eHumanista: Journal of Iberian Studies, vol. 10. California: University of California, 2008,
pp. 133-169; FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval…, op.cit., pp. 251-281.

282
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

(Isaías 58:1) para recordarle al eclesiástico que la oración aún era uno de los principales
medios de la sociedad para intentar purgar sus penas. Asimismo, su deber como pastor
era oír tales plegarias y abandonar su actitud de complicidad ante tales desmanes 490. De
la misma manera, Andrés Bernáldez denota que la negativa actitud del clero secular
había permitido que se llevara a cabo una auténtica degeneración del culto a la verdadera
fe cristiana entre la sociedad del reino castellano. Para este fervoroso eclesiástico
extremeño, Castilla se encontraba:

«[...] llena de mucha sobervia e de mucha eregía e de mucha blasfemia e avaricia e rapiña, e
de muchas guerras e bandos e parcialidades, e de muchos ladrones e salteadores e rufianes e
matadores e tahures, e tables públicos que andavan por renta, donde muchas veces el nonbre de
Nuestro Señor Dios e de Nuestra Señora la gloriosa Virgen María eran muchas vezes blasfemados
e renegados de los malos honbres tan hures, y las grandes muertes y estragos y rescates que los
491
moros hazían en los cristianos» .

Frente a la compleja crisis moral que los cronistas enfatizaron, pareció surgir un
extendido sentimiento de desengaño en todas las capas de la sociedad de este reino. El
pueblo castellano, inmerso en unas condiciones de vida deplorables, y amenazado por la
compleja situación política del reino, se veía abandonado completamente a su suerte. El
día a día de cada individuo comenzó a estar marcado por el miedo a los sufrimientos
cotidianos, algo que alentó una situación de pesimismo generalizado. Este desánimo hizo
aflorar preocupaciones de carácter escatológico, e incluso apocalíptico, que propiciaron
la aparición de una sensibilidad especial hacia una religión devocional más personal, así
como la generalización de diversas supersticiones y vaticinios. Este tipo de expresiones
emocionales de marcado carácter finalista, supusieron la materialización doctrinal de
procesos espirituales más profundos, que pretendían constituir una válvula de escape para
las tensiones acumuladas por las vivencias cotidianas y el desgaste moral de las propias

490
«Clama, no cesses, dice Isaías, muy reverendo Señor: é pues no vemos cesar este reyno de llorar sus
males, no es de cesar de reclamar á vos, que dicen ser causa dellos […] Durante esta division si se despertó
la maldad de los malos, la cobdicia de los cobdiciosos, la crueldad de los crueles, é la revelion de los
inobedientes, vuestra muy reverenda Señoría lo considere bien, é verá quan medicinal es la Sacra
Escriptura, que nos manda por Sant Pedro obedescer á los Reyes, aunque disolutos, antes que facer división
en los Reynos; porque la corrupción é males de la division son muchos, é mas graves sin comparacion que
aquellos que del mal rey se pueden sufrir [...] Hierusalen é todas aquellas tierras, segun cuenta el
historiador Josepho, en caída tal vinieron quando los Sacerdotes, dexando su oficio Divino, se mesclaron
en guerras y en cosas profanas»; PULGAR, FERNANDO DEL: Letras..., op.cit., pp. 15-19.
491
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 20.

283
José Fernando Tinoco Díaz

instituciones castellanas492. Pero a diferencia de otras etapas, tal perspectiva también tuvo
su representación en las obras narrativas del momento.

José Guadalajara Medina denota que la cronística de las centurias anteriores a este
siglo XV, destacaba por la sobriedad en sus composiciones. Por este motivo, no había
posibilitado las incursiones de referencias al ambiente escatológico de aquellas
sociedades. Sin embargo, este autor afirma que, en las fuentes de finales del siglo XV,
«el cronista ha insertado detalles de importante significado que permiten captar la posible
conexión entre éstos y el desarrollo de las preocupaciones apocalípticas durante este
siglo»493. Este pequeño cambio, fruto en gran medida de la paulatina influencia del
humanismo, determinó un nuevo panorama mucho más rico de interpretación para el
historiador actual. A lo largo de las diversas narraciones compuestas durante el periodo,
son perfectamente visibles las referencias a antiguas predicciones y profecías que
pretendían dar sentido a esta caótica situación y encaminar el sentimiento de desengaño
hacia el anhelo de un profundo cambio en el reino de Castilla. En ese sentido, la
explicación más generalizada que el entorno cortesano propuso ante tal turbia perspectiva
de la realidad castellana, hundía sus raíces en la propia conciencia histórica de la
sociedad hispánica medieval.

Desde los inicios de la monarquía asturiana, la comunidad cristiana de la Península


Ibérica había identificado la invasión musulmana como un castigo enviado por Dios al
reino visigodo. Esta visión cosmológica se asentaba sobre la determinación de que la
divinidad había decidido escarmentar con esta derrota a una corona goda en evidente fase
de decadencia moral. Así quedó plasmado en diversos textos en lengua latina compuestos
en este territorio peninsular durante el siglo VIII, como fueron la Crónica Mozárabe o la
Crónica Profética. En la primera de las mencionadas se afirmaba sobre la desaparición
de la corona visigoda, que «tal destroymiento es una plaga que fue mandada por Dios
para castigar a España de sus culpas y en especial del desgobierno y de los pecados de
Rodrigo»494. A través de los siglos posteriores, esta versión de la conquista islámica del

492
Sobre cómo el proceso de crisis social que se vivía afectaron a las creencias de la sociedad castellana, es
interesante consultar la reflexión de FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval...,
op.cit., pp. 165-206.
493
GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del Anticristo en la Edad Media. Madrid: Gredos, 1996,
pp. 289-290.
494
Citado en MILHOU, ALAIN: «Destrucción de España y destrucción de las Indias» En Communio, vol. 8.
Sevilla: Studium Generale OP, 1985, pp. 31-57, pp. 33-34. Sobre esta incidencia de la «Pérdida de España»
en la proyección de la doctrina reconquistadora hispánica, consultar BARKAI, RON: Cristianos y

284
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

territorio cristiano como una consecuencia divina había sido enriquecida, reinterpretada,
e incluso sublimada, pero nunca olvidada. En el siglo XIII, Lucas de Tuy (¿?-1249)
volvió a recuperar este discurso de índole goticista a través de las referencias a la
profecía isidoriana del Planto de España. Esta interpretación no era más que una
reformulación de la tradicional concepción de la pérdida de España pro ratione peccat,
esto es, la explicación del quebranto de la unidad del reino cristiano de los visigodos
como consecuencia de la desviación moral de su pueblo. La novedad surgía en la
atribución del vaticinio de la destrucción del reino hispano en tiempos de don Rodrigo al
sabio Isidoro de Sevilla. Según se relataba en las leyendas, el santo hispalense realizó
esta predicción durante el IV Concilio de Toledo (633), en el que anunció que la
estabilidad del reino de los godos habría de depender de la observancia de las leyes
divinas y eclesiásticas de este pueblo.

La fuerte influencia que este vaticinio causó en la memoria de los castellanos,


permitió establecer un paralelismo entre los rasgos que condenaron al pueblo visigodo y
la realidad de los conflictos interiores acaecidos en este reino durante determinados
periodos de su historia. De esta manera, la vieja profecía del Planto de España pudo ser
adaptada con facilidad por los cronistas castellanos en cualquier etapa, renovándose y
adquiriendo vida propia según las necesidades del momento495. Durante el siglo XV, la
profecía contó con una generalización bastante destacada. En ese sentido, Guadalajara
Medina afirma que la redacción de la Crónica sarracina o Crónica del rey don Rodrigo
con la destruyción de España, escrita por Pedro del Corral a mediados de la centuria,
influyó sobremanera en la recuperación de esta profecía durante los últimos años del

musulmanes en la España medieval (el enemigo en el espejo). Madrid: Rialp, 1991, pp. 40-53; MARAVALL,
JOSÉ ANTONIO: El concepto de..., op.cit., pp. 288-295.
495
En palabras de José Guadalajara, lo largo de la historia «el hombre crea la expectativa de ―otra historia‖
que, con la destrucción de la primera, le garantice sus ansias de eternidad, nacidas tal vez como una
necesidad del instinto de conservación de la especie. El mito del fin del mundo es, por esta razón, un nuevo
renacer de la vida y la inauguración de otra edad dorada que sustituye a una historia envejecida y
corrupta». La puntual incidencia en este arcaico vaticino, dentro de un clima social gobernado por las
supersticiones, permitía contar con un indicio de tipo escatológico que incidía sobre el augurio de un
porvenir distinto, de forma que este tipo de profecías «terminó adaptando la forma de una profecía de
carácter apocalíptico, que, aunque reivindicara ideales, construcciones y utopías políticas [...] conservó su
talante de vaticinio finalista»; GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., p. 30. Sobre el
denominado Planto de España, consultar MILHOU, ALAIN: Colón y su..., op.cit., pp. 348-351; LÓPEZ
ORTIZ, JOSÉ: San Isidoro de Sevilla y El Islam. Madrid: Cruz y Raya, 1936; CARRIAZO RUBIO, JUAN LUIS:
«Isidoro de Sevilla, spiritu prophetae clarus» En En la España Medieval, nº 26. Madrid: Universidad
Complutense, 2003, pp. 5-34; GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., pp. 283-284, 293-
298, 343-352.

285
José Fernando Tinoco Díaz

reinado de Juan II496. De hecho, en las fuentes narrativas compuestas a lo largo de las
décadas posteriores, parece haber nuevamente un fuerte incremento de menciones al
Planto de España. Sirva como ejemplo la Lamentaçión de España de don Íñigo López de
Mendoza, o algunos fragmentos de la Crónica Abreviada de Valera. En esta última obra,
el autor incluye una de sus epístolas dirigidas al monarca Juan II, donde le advierte de
que:

«Escrito es en la Sacra Escritura que el pueblo de Isrrael, auiendo muy justa razón de pelea,
dos vezes fué vencido, et mucha de su gente muerta [...] Dios sabe cierto quien ha la justicia, et
todos sabemos, así del un cabo como del otro, auer mucho a Dios ofendido, porque no dudo quiera
tomar muy dura vengança»497.

En otra carta posterior, Valera vaticina que este castigo estaba próximo y una nueva
destrucción habría de desolar el reino de Castilla si el rey no luchaba por enterrar las
querellas internas que comenzaban a manifestarse entre la nobleza:

«Catad, Señor, que escrito es por algunos santos varones, España auver de ser otra vez
destruyda. No plega á Dios en vuestros tiempos esto contezca; que mal auenturado Rey es, en
cuyo tiempo los de su señorío reciben cayda [...] É no querays que en vuestros tiempos sea
verificado aquel dicho de Isidoro que dize: -¡o mezquina España! dos vezes eres destruyda é
498
tercera vez lo serás por casamientos illícitos-» .

Estos fragmentos denotan que, durante la última parte del siglo XV, los rasgos más
característicos de la explicación isidoriana de la pérdida pretérita de la unidad hispana
parecían haber retornado a la imaginería popular. De hecho, son varias personalidades
del momento las que referenciaron en sus escritos que los males de la sociedad, «a juizio

496
GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., opc.cit., pp. 352 y ss.
497
VALERA, DIEGO DE: ―La Valeriana‖ (―Crónica abreviada de España‖ de mosén Diego de Valera);
edición y estudio de Cristina Moya García. Madrid: Fundación Universitaria Española, 2009, pp. 327-328.
498
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 7, 10. En lo que se refiere a estas epístolas que
Diego de Valera envió a Juan II, parece necesario traer a colación el comentario posterior que Esteban de
Garibay realizó de las mismas, en la cual el cronista destacó la reacción que la llegada de estas noticias
tuvo en la corte del reino castellano: «entre las demas autoridades de historias diuinas y humanas, [mosén
Diego de Valera] refiere aquella sentencia de San Isidro, diziendo: Guay de ti España dos vezes perdida, y
que, y que otra vez lo seras. Aunque en todo lo demás Mossen Diego habló prudentemente, en esto no fue
aduertido, porque este dicho que atribuyen a san Isidro, se cumplió, quando los Moros conquistaron a
España, porque San Isidro fue antes, que la venida de los Moros a ella, segun manifiestamente lo ha
mostrado la historia. El Rey holgó mucho con esta carta, aunque no el condestable y los suyos, los quales
porque Mossen Diego dezia al Rey las verdades, y lo que cumplia a su seruicio, hizieron, que no solo el
Rey le dexasse de dar lo que solia, mas aun los salarios de la procuracion. Muchas copias desta notable
carta, embiandose a diuersas partes, huuo vna don Pedro de Estuñiga Conde de Plasencia, a quien tanto le
agradó, que luego recogió y tomó en su seruicio a Mossen Diego, haziendole hayo de su nieto don Pedro de
Estuñiga»; GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., p. 484.

286
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de muchos, [eran] venido por los pecados de los naturales della e açidentalmente o
açesoria por la remisa e nigligente condiçión del rey»499. Según esta interpretación de la
realidad hispánica, los designios de la Providencia habrían condenado a la comunidad
castellana por su debilidad moral, política, e incluso social, lo cual había dado lugar a la
germinación de traiciones y divisiones internas que habían quebrado completamente el
tejido de esta sociedad. Al igual que había sucedido en el reino visigodo, Castilla estaba
al borde de «una destruición, que es peor que la de Don Rodrigo»500. Pero la resignación
de estos autores determinaba que el reino debía de sufrir la ineptitud de sus gobernantes y
la desunión del pueblo a causa de un específico pecado frente al resto del mundo
cristiano, la incapacidad de acabar con la dominación musulmana de un territorio que
pertenecía a la fe católica. Verbigracia, mosén Diego de Valera reconoce, en una epístola
dirigida a don Alfonso de Velasco, que la pervivencia de un reino islámico independiente
en estas tierras significaba el desprestigio del pueblo heredero de una de las naciones más
poderosas de Europa. Esta situación de imposibilidad de reaccionar ante las fuerzas
islámicas había supuesto, para los reinos hispanos, perder su lugar predominante en el
panorama cristiano occidental. Sin embargo, en este vaticinio también había lugar para la
esperanza de un futuro brillante:

«[...] despues de la vniversal destruyicion de España, los reyes de Francia han sydo preferidos
á los nuestros de Castilla, que podrian ser estos reynos, engrandecidos é tornados en el estado que
solian, é asy acaesciendo, podrian ser nuestros Reyes ante puestos á los reyes de Francia, commo
lo fueron en tienpo de los gloriosos Reyes despaña Ervigio é Banba que señorearon todas las
Españas é Leguado que, y el Delfinado, que entonces la Francia gótica se llamaua, é llande la mar,
Cebta é Tanjer é muy gran parte de África, lo más de lo qual perdió el rey Don Rodrigo por los
abominalbes pecados de los maluados reyes Egica é Vitisa que reynaron antes dél, á cuya cabsa
nuestro Señor permitió quel rey Don Rodrigo forçase la Caua, fija del conde Don Julian, en
501
vengança de lo qual ouiesen de entrar los moros en España é total mente la destruyesen» .

499
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Generaciones y semblanzas..., op.cit., p. 48. Adeline Rucquoi afirma que
esta interpretación de la realidad castellana de finales de la centuria, se encontraba influida sobremanera
por las reflexiones teológicas en torno al pecado la salvación que los estudiosos hispánicos comenzaron a
fomentar durante este periodo. Más adelante este aspecto parece regir la mentalidad religiosa europea a lo
largo de los siglos XV y XVI, pasando a formar parte de manera general del ideario político occidental;
RUCQUOI, ADELINE: «Mancilla y limpieza: La obsesión por el pecado en Castilla a fines del siglo XV» En
Rucquoi, Adeline: Rex, sapientia, nobilitas. Estudios sobre la Península Ibérica Medieval. Granada:
Universidad de Granada, 2006, pp. 249-283.
500
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey Don Enrique..., op.cit., p. 277.
501
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 25.

287
José Fernando Tinoco Díaz

Como afirma Maravall, «a finales del siglo XV, aunque sea en medio de discordias y
desórdenes, el cuerpo hispánico es empujado por un fuerte crecimiento y de ese hervor
vital que le sacude surge renovado, el mito neogótico. Entonces no será solo un esquema
para trazar la línea continua de nuestro pasado, sino un programa de futuro, en el que se
manifiesta el anhelo de dar cima a una obra»502. El doloroso periodo que el pueblo
castellano estaba sufriendo, no era más que la última fase de ese largo proceso de
redención que los herederos de la dinastía goda debían sufrir, hasta conseguir purgar las
faltas de sus antecesores. De esta manera, en el pecado del reino también estaría su
redención, en tanto la derrota del Islam peninsular supondría la vuelta de la corona de
Castilla a su lugar como cabeza de la nación católica. El tiempo más oscuro de la historia
del reino sería entonces el presagio de un verdadero cambio de signo que acompañaría a
la definitiva derrota del Islam peninsular y el inicio de una nueva Edad de Oro para la
unidad del territorio hispano.

Lo más original de esta fase de la Historia medieval hispánica en la cronística


contemporánea «está en el carácter culminante y definitivo que tienen estos conflictos:
hay un ―fin de etapa‖» 503. Frente al miedo y la angustia, el desconsuelo y la desdicha, la
instrumentalización narrativa de estas predicciones permitió proyectar los sentimientos
del pueblo hacia un nuevo y clarificado porvenir. Sin embargo, el acierto de los cronistas,
no fue tanto realizar esta lectura partidista de la situación castellana en torno a una
brillante proyección de futuro, sino canalizar este sentimiento hacia la promoción de una
figura concreta, doña Isabel de Castilla. La penetrante y segura personalidad de doña
Isabel sirvió para que estos autores descubrieran, desde muy temprano, la persona
necesaria que la circunstancia requería para conseguir llevar a cabo los cambios
profundos y duraderos que la sociedad castellana parecía demandar. Por este motivo, las
diversas crónicas e historias que narraron el inicio de reinado de esta infanta siempre
tuvieron su punto de inicio en el convulso reinado de su predecesor, el cual era
interpretado como la culminación de una fase de decadencia testimoniada. Desde esta

502
MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: El concepto de…, op.cit., pp. 325-326. En torno a la construcción de la idea
general del eterno retorno hacia una Edad de Oro, sobre la que se asienta la conclusión de este Planto de
España, consultar ELIADE, MIRCEA: El mito del eterno retorno. Madrid: Alianza, 1989. La autora concreta
esta teoría del eterno retorno en dos doctrinas, la del «tiempo-cíclico infinito» y la del «tiempo-cíclico
limitado». En ambas «esa Edad de Oro es repetible, una infinidad de veces en la primera doctrina, una sola
vez en la segunda». Al respecto de la generación de la idea de este tiempo áureo, también es interesante
resaltar GONZÁLEZ-HABA, MANUELA: El mito de la Edad Dorada. Madrid: Swan, 1989.
503
OLIVERA SERRANO, CÉSAR: «Una etapa de guerras civiles» En Álvarez Palenzuela, Vicente Ángel
(coord.): Historia Universal de la Edad Media. Barcelona: Ariel, 2002; pp. 775-794, p. 775.

288
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

perspectiva finalista, la narrativa que recogió el ascenso al trono de Isabel se convirtió en


una especie de narración hagiográfica que ensalzaba su nombramiento como el inicio de
un nuevo periodo de esperanza. Sirva como ejemplo el siguiente fragmento de la crónica
de Alonso de Palencia:

«Mas con los infortunios de nuestros compatriotas una nube de tristeza lo cubría todo; que la
continuada desdicha ahoga todos los sentimientos si de cuando en cuando no sonríe algún suceso
afortunado. Sin embargo, este mismo infortunio despertó las beneficiosas energías de los ilustres
cónyuges D. Fernando V de Aragón y D.ª Isabel, esclarecida heredera de León y Castilla, á
quienes parece haber otorgado la Providencia las dotes necesarias para desarraigar los inveterados
hábitos de anarquía de los naturales y someter á los tenaces enemigos del Cristianismo en España
con el éxito que demostrarán los siguientes sucesos»504.

Según afirmaba el hispanista Joseph Pérez, este tipo de expresiones narrativas


pretenden denotar que «a excepción de unos cuantos facciosos, cansada por la anarquía y
el desorden del reinado anterior, acogió con entusiasmo el advenimiento al trono de los
jóvenes príncipes Isabel y Fernando, en quienes depositaban sus ansias de una era de paz,
de prosperidad y de justicia». Pero es muy posible que la realidad del entorno castellano
fuese muy distinta, pues «la inmensa mayoría del pueblo debía de mostrar indiferencia en
el pleito sucesorio [...] el problema, sin embargo, era de tipo meramente político»505. A
pesar de que la capacidad legal de la feminidad para reinar no se ponía en duda en este
territorio, se consideraba como un hecho excepcional que atraía la atención de los
cronistas del periodo. A lo largo de la historia peninsular, las diversas mujeres que
gobernaron el reino, desde que Sancha de León ocupara el cargo de consorte del rey
Fernando I (1037-1065), por lo general fueron objeto de muchos elogios por parte de sus
contemporáneos, por su prudencia y equidad. Sin embargo, también se dieron situaciones
contrarias en las que la labor de estas féminas fue ignorada o menospreciada por sus
contemporáneos. Este fue el caso de Urraca I de León (1109-1126), la hija de Alfonso VI
el Bravo (1047-1109) a la que la muerte de su hermano Sancho convirtió en la heredera
al trono de su padre. Pero otra Urraca, hija ilegítima de Alfonso VII de León y Castilla

504
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 1-2. Con posterioridad al periodo de los
Reyes Católicos, tanto el reino de Juan II, como el de Enrique IV, continuarían siendo consideradosa como
una etapa de decadencia en el devenir del reino castellano. Sirva como ejemplo para corroborar esta visión
histórica, la siguiente cita de Esteba de Garibay: «Si el reyno del Rey don Iuan, despues que salió de
tutorias, fue lleno de escandalos, trabajos y guerras ciuiles, fue el deste Rey don Henrique peor, y el mas
diforme, estraño y aun tenpestuoso, que en España costa auerauido, desde su general perdida de la entrada
de los Moros»; GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., p. 496.
505
PÉREZ, JOSEPH: Isabel y Fernando..., op.cit., p. 15.

289
José Fernando Tinoco Díaz

(1126-1157), no solo heredó la corona de Navarra en 1150, sino que fue nombrada por su
padre gobernante del principado de Asturias. Asimismo, por medio de otra mujer,
Berenguela de Castilla (1217), hija de Alfonso VIII (1158-1214), se reunificó León y
Castilla506. Todos estos reinados fueron clave para la configuración de la representación
cronística de la propia Isabel de Castilla, ya que sirvieron como precedentes positivos
para reclamar la regeneración de la sociedad castellana que la infanta deseaba llevar a
cabo. De esta manera, Juan Barba cual no duda en afirmar en su Consolatoria que «Dios
eterno le quiso dar con el nacimiento de vuestra alteza, con quien enbió a ella la
perfeçión de vuestras grandes virtudes para sanar los males en ella usados y darnos
governaçión de justiçia y paz»507. Asimismo, mosén Diego de Valera, en una de sus
primeras epístolas dirigidas a la futura reina castellana, le recuerda a doña Isabel que:

«Bien se puede con verdad desir, que asy commo nuestro Señor quiso en este mundo nasciese
la gloriosa Señora nuestra, porque della procediese el vniuersal Redentor del linaje humano, asy
determinó, vos, Señora, nasciésedes para reformar é restaurar estos reynos é sacarlos de la tyránica
gouernacion en que tan luenga mente han estado; é bin asy commo la muy ecelente reyna Doña
Berenguela ayuntó estos reynos repartydos, de Castilla é de León, é con su gran discricion é
prudencia domó la soberuia desta vuestra maior España, asy vos, Señora, los aveys ayundato con
Aragon é Seçilia, é aveys acabado tan grandes cosas con el ayuda de Dios é del viguroso braço del
Serenísymo Rey é Señor en tan breue tienpo, que parescia ynposible en los ojos de todos en muy
largos tienpos poderse acabar. Pues mire bien, Vuestra gran Ecelencia, quántas gracias á Dios deue
dar y en quánd gran cargo le es»508 .

506
Al respecto de esta perspectiva de la posible coronación de una reina en el panorama castellano,
FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: La Corte de…, op.cit, pp. 43-50, 66-74; SEGURA GRAÍÑO,
CRISTINA: «Las mujeres y la sucesión a la Corona en Castilla en la Baja Edad Media» En En la España
medieval, vol. 12. Madrid: Universidad Complutense, 1989, pp. 205-214.
507
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., p. 171.
508
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 46. En un tono muy cercano, Hernando de
Talavera afirmaba que «Ella, en su momento, fue llamada Isabel por un presagio de futuro, porque se ha
convertido en la séptima de las mujeres que, con pleno derecho, se han sucedido en los reinos de las
Españas. Y ha sido regalada por los Siete Dones del Espíritu Santo, mucho más que todas las mujeres de
nuestro tiempo [...] Ella, como una nueva y sapientísima Débora, con su consejo, su ánimo y ayuda, por
medio de un excelente Barac (su ilustrísimo esposo) derrotó y humilló a los infieles reyes Sísara y Yabín, y
a los demás enemigos de la fe. Y, como otra agraciadísima, religiosísima y honestísima Judit, con su
consejo, con sus oraciones dirigidas al Señor, con sus sacrificios permanentemente ofrecidos a Dios, con su
esclava (esto es: con los continuos ayunos y oraciones de sus servidoras que, en el aposento real, oraban sin
cesar al Dios inmortal, de quien depende la victoria), por medio del brazo potentísimo de su invictísimo
esposo, no solo conservó su reino, sino que le devolvió su integridad. En consecuencia, ella, gloria de los
españoles, alegría de los habitantes de Iberia, honor de Hesperia, bendita sea por siempre. Y Tú, Señor, ten
misericordia de nosotros»; TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 27.

290
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Durante la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479), surgió la ineludible necesidad


de imponer una legitimidad sucesoria que fuera más allá de esta lectura finalista, que
reforzara la imagen de doña Isabel como protectora del reino para propiciar el apoyo del
conjunto de la sociedad castellana a su causa. Es muy posible que la propia reina de
Castilla tuviera presente que su quehacer en el oficio como rectora de la sociedad
castellana en esta contienda, iba a ser considerado como su primera gran aportación a la
restauración de la dañada legitimidad monárquica. Por este motivo, no solo era necesario
salir victoriosa del enfrentamiento, sino que Isabel necesitaba asegurar realmente las
bases de su autoridad como nueva monarca castellana para el bien de su futuro reinado.
Esto provocó que, en palabras de Carrasco Manchado, «la legitimación [de Isabel] se
intentara conseguir recurriendo a todos los argumentos posibles»509. A través de la
composición de un complejo discurso compuesto de elementos de índole intelectual,
jurídica, religiosa e incluso histórica, la facción de la nueva reina consiguió generar una
fuerte opinión pública favorable al inicio del reinado de doña Isabel, al que se representó
como verdadera garante de una nueva etapa para la corona de Castilla. Como
consecuencia de todo ello, su ascenso al trono acabó por ser apreciado como el símbolo
de una nueva parusía del reino hispánico, una válvula de escape que la divinidad
aportaba al conjunto del reino hispano frente a la situación apocalíptica que se vivió
durante los reinados de sus antecesores, cumpliendo con lo que el mismo San Isidoro
había pronosticado siglos antes:

«E como el clementísimo Redemptor nuestro oyese las continuas peticiones e anxiosos


gemidos de los pobres e presos por los más poderosos, después de tanta tiniebla, quiso tan claro
sol enbiarnos dándonos milagrosamente estos gloriosos sanctos prínçipes rey e reyna don
Fernando e doña Isabel nuestros señores, para los reformar, conservar e acreçentar, e para punir e
castigar los sobervios, e destruir e desolar todos los enemigos de nuestra sancta fee católica;
porque se verificase aquella sentencia del bienaventurado Isidoro que dize: estonçes Nuestro
Señor enbía los remedios quando los honbres no esperan averlos. A los cuales el soberano dador
de todos los bienes de tantas virtudes dotó que no basta mi lengua espresarlas ni mucho menos mi
510
pluma escrevirlas» .

509
CARRASCO MANCHADO, ANA ISABEL: Isabel I de…, op.cit, p. 301. Cabe afirmar que este conflicto
propagandístico que se produjo durante la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), es considerado aún
como uno de los enfrentamientos más complejos de la Historia medieval europea. Sobre este complejo
conflicto propagandístico entre ambos bandos, ver OHARA, SHIMA: La propaganda política en torno al
conflicto sucesorio de Enrique IV. Valladolid: Universidad de Valladolid, 2004.
510
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 5-6. Un resumen de todas estas perspectivas que
resaltaban los atributos de la figura de la soberana castellana, puede encontrarse en LADERO QUESADA,

291
José Fernando Tinoco Díaz

Mientras la figura de su marido era consolidada por los éxitos que conseguía en el
campo de batalla frente al partido juanista, las crónicas castellanas, influenciadas
sobremanera por la obra de fray Martín e Iñigo de Mendoza, rodearon a la reina de un
especial halo marinólogo que pretendía destacar su papel como restauradora de la
autoridad regia. Esta visión santificada de la figura de doña Isabel fue consecuencia del
esfuerzo coordinado de varios escritores conversos que habían invertido grandes
esperanzas en la figura de la reina. Desde mediados de la década de 1470, se fue
gestando una analogía entre Isabel y la propia Virgen María que paulatinamente se fue
enriqueciendo con otras teorías y comparaciones, como las realizadas por parte de Antón
de Montoro o Martín de Mendoza. Se configura así la imagen de la reina como un escudo
maternal para sus súbditos. El resultado de este atrevido mensaje de índole teológico, que
rayaba lo blasfemo, fue la representación hiperbólica de la reina con rasgos de la misma
madre de Dios. Esta perspectiva subrayaba los atributos de la reina como rasgos divinos;
aunque esto no significa que ella, al igual que la Virgen, fuera considerada parte misma
de la divinidad. En un tono más nacionalista, Isabel también era identificada con una
nueva Eva unificadora, en tanto se creía que la fragmentación del cuerpo social
castellano había sido causada por la falta de rectitud y honestidad511. Al igual que Juana
de Arco, la reina había encontrado a su proclamación un reino destrozado, y con la ayuda
de Dios había luchado para devolver la unidad y recuperar su vigor, lo que la llevó a ser
considerada como «la consolatoria de Castilla»512. Todos estos atributos le otorgaban a la
reina la más firme preocupación por la fe cristiana y la protección del reino de Castilla y
sus súbditos, como si de una nueva virgo bellatrix se tratara, la máxima manifestación

MIGUEL ÁNGEL: «Isabel la Católica vista por sus contemporáneos» En En la España medieval, nº 29.
Madrid: Universidad Complutense, 2006, pp. 225-286; VAL VALDIESO, MARÍA ISABEL DEL: «La reina
Isabel en las crónicas de Diego de Valera y Alonso de Palencia» En Valdeón Baruque, Julio: Visión del
reinado de Isabel la Católica: desde los cronistas coetáneos hasta el presente, Valladolid: Ámbito, 2004,
pp. 61-91; VALDEÓN BARUQUE, JULIO: «La reina en las crónicas de Fernando del Pulgar y Andrés
Bernáldez» En Valdeón Baruque, Julio: Visión del reinado de Isabel la Católica: desde los cronistas
coetáneos hasta el presente, Valladolid: Ámbito, 2004, pp. 13-61; ORTEGA CERA, ÁGATHA: «La figura de
Isabel I a través de las obras históricas y literarias coetáneas del reinado. Una aproximación
historiográfica» En Chronica Nova, nº 30. Granada: Universidad de Granada, 2003-2004, pp. 557-593;
RODRÍGUEZ VALENCIA, VICENTE: Isabel la Católica en la opinión de españoles y extranjeros: siglos XV al
XX. Valladolid: Instituto Isabel la Católica de Historia eclesiástica, 1970. Al respecto de la corte de los
Reyes Católicos y su perfil sociológico, FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: «Sociedad
cortesana y entorno regio» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (ed.): El mundo social de Isabel la Católica.
Madrid: Dikinson, 2004, pp. 49-78.
511
Sobre esta construcción retórica, se remite a la reflexión de EDWARDS, JOHN: Isabel la Católica: poder
y fama. Madrid: Marcial Pons, 2004, pp. 60-73.
512
CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO M.: La historiografía en..., op.cit., p. 47.

292
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

femenina de la dignidad divina. Las palabras del eclesiástico Bernardino López de


Carvajal sirven para atestiguar que con su definitiva consolidación en el trono castellano,
los males que habían asolado a esta tierra habían concluido definitivamente, y la religión
católica había vuelto a reinar en el seno de este reino hispánico:

«[…] sacudido en otro tiempo por mil crímenes. La blasfemia y el perjurio, anteriormente
delitos comunes entre los españoles, se alejaron de todo el territorio al llegar el sol de la justicia y
de la religiosidad de Fernando e Isabel. Los hurtos, pillajes, crímenes, las prostitutas, la
alachuetería, los tugurios públicos de juegos y dados, cosas en las que proliferaba muchísimo
España, fueron desterradas de ella; la herejía de los que cada vez crucifican a Cristo mediante la
ceremonia de la circuncisión y el sábado fue castigada y condenada, y del mismo modo los demás
513
delitos sufren los castigos que justamente merecen» .

4.2.2. UN TIEMPO DE ESPERANZA. EL INICIO DEL REINADO DE ISABEL DE CASTILLA


(1474-1482) Y EL DESARROLLO DE LA POLÍTICA DE MÁXIMO RELIGIOSO.

Gracias a su victoria en la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), el amparo del


derecho hereditario y, sobre todo, la sublimación de la concepción divinal de la realeza
en torno a su persona, doña Isabel se consolidó con rapidez como monarca de facto del
reino hispano. En un breve periodo de tiempo, el sino del territorio castellano parecía
haber cambiado, y donde antes reinaba la anarquía, ahora lo hacía la justicia y la unidad.
Para la generación de autores hispanos que vivió el ascenso al trono de esta reina, la
transformación que había sufrido el reino de Castilla no había sido posible sin la
intercesión de una fuerza más allá de la mera voluntad humana, por lo que solo la
determinación de la divinidad había podido llevar a cabo un fenómeno histórico de tal
calibre en un periodo tan breve de tiempo. Según afirmaban estos cronistas coetáneos,
«[parecía] haber otorgado la Providencia las dotes necesarias [a esta reina] para
desarraigar los inveterados hábitos de anarquía de los naturales y someter á los tenaces
enemigos del Cristianismo en España»514. Su idónea edad de acceso al trono, junto a su
grandeza de ánimo, ingenio, experiencia, autoridad, prudencia e inteligencia, hacían de
doña Isabel la persona perfecta para retornar el ejercicio de la soberanía. Pero tal fama
también fue conocida en el continente europeo. Antes de su llegada a tierras hispánicas,
Pedro Mártir se preguntaba al conocer las capacidades atribuidas a esta mujer, «¿Qué
novedad era ésta? ¿Por ventura de la naturaleza había dado a luz otra Semíramis o a
alguna hija de Lesbos? Y como a mi inteligencia no se contentase con figurárselo así de

513
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 105-107.
514
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 1-2.

293
José Fernando Tinoco Díaz

oídas, decidí verlo con mis propios ojos»515. Tras conocer a doña Isabel, el propio autor
italiano destaca sus virtudes y las de su marido don Fernando en otra de sus famosas
epístolas:

«A juicio mío, esta mujer no puede comprar con ninguna de las Reinas alabadas por la
antigüedad: es valerosa, grande y digna de elogio en sus empresas. Suelen las mujeres, en su
mayoría, revestirse de una invencible firmeza para lo malo. Esta es más constante que la misma
constancia, lo que es del todo contrario a la fragilidad de la mujer, animal imperfecto; es admirable
ejemplo de honestidad y pudor, casi rarísimo cuando se tiene la máxima libertad; está dotada de
prudencia más allá de los límites de lo imaginable. Llevó el dote y por derecho dotal le cupieron
en suerte muchos más reinos y más poderosos que los del marido. En todos ellos se hace cuanto
ella ordena; pero de tal manera anda, que siempre parezca hacerlo de acuerdo con el marido, pues
los edictos y demás documentos se publican con la firmeza de ambos. En cambio, los reinos que
por derecho hereditario vinieron a manos del Rey, como el de Aragón, Valencia, Baleares, Sicilia
y Cerdeña, son gobernados por él solo. Pero en lo fundamental para la guerra, es decir, el dinero,
hombres, caballos y armas, en modo alguno se pueden comparar los de Castilla, siendo esta la
razón de que siempre vivan en Castilla y de Castilla saquen todos los preparativos y gastos de las
guerras. Estas virtudes, inauditas en una mujer, juntamente con la magnanimidad de su esforzado
corazón, le han ganado esta merecida fama. [...]»516.

Uno de los primeros obstáculos frente a la opinión pública castellana con el que
Isabel tuvo que lidiar, fue su enlace con Fernando de Aragón. La frustrada influencia que
los descendientes de Fernando de Antequera habían intentado imponer durante el reinado
de Juan II de Castilla, aún resonaba en la corona de Castilla. La sociedad de este reino,
cansada ya de sufrir graves cuestiones por las sucesiones del trono, no deseaba volver a
una etapa que pudiese estar regida por el miedo de la amenaza a sufrir una anexión poco
beneficiosa con la corona aragonesa. Frente a este áspero recuerdo, los cronistas de este
periodo destacaron que la unión de ambos cónyuges solo podía haber sido posible por la
voluntad de la divinidad. Para estos cronistas, ciertamente parecía que «ambos
juntamente fueron enbiados por la mano de Dios para esecutar su justiçia y castigar los

515
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 20-21. Según cuentan las leyendas griegas,
Semíramis fue esposa del rey asirio Nunus (Nimrod), al que sucedió tras su muerte. Durante más de 50
años, Semíramis se encargo del gobierno del imperio, extendiendo sus dominios hasta Etiopía y la India,
fundando numerosas ciudades y ennobleciendo otras tantas. Tras este periodo, en el que también conquistó
Egipto, ascendió al cielo en forma de paloma.
516
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 39-41.

294
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

malos»517. Sirva como ejemplo el siguiente fragmento de la Crónica incompleta de los


Reyes Católicos, donde el cronista anónimo destaca que:

«Ella [la Reina Isabel] deuiese casar con don Fernando, rey de Çeçilia, fijo primero génito
heredero del muy esclareçido rey don Juan de Aragón, por ser tan natural destos Reynos, porque si
Dios della alguna cosa disposiese, a él perteneçia la suçeçion dellos […] y porque los muchos y
grandes Reynos que él esperaua heredar eran tan comarcanos y gratos a estos, y por la grand fama
de muy esforçado y esçelente en todas las virtudes que entre todos los prinçipes christianos era
loado, y por ser el mayor en estado y grandeza que ninguno de quantos en su tiempo en la
christiandad auia, y por tener muchas y muy acabadas graçias y de muy bella y dispuesta persona,
y porque su visabuelo de él fue rey de Castilla, donde por ser del tronco y sangre de los reyes
della»518.

La perspectiva providencialista que parecía regir el destino de la realidad hispánica,


anunciaba el matrimonio entre ambos reyes como el comienzo de un nuevo proyecto
político común, asentado sobre la perspectiva de unos territorios separados pero unidos
por una historia compartida. De hecho, Hernando de Talavera no duda en afirmar que:

«[…] ha sido el mismo Dios quien ha sanado a España […] Él mismo, sobrepasando cualquier
expectativa, ha escogido, entre mil, a estos príncipes serenísimos, y los ha encontrado y hecho
según su corazón. El mismo Dios unificó en ellos los ánimos de todos los habitantes del reino,
grandes y pequeños, de tal manera que avanzaran unidos como un solo hombre»519.

No cabe duda de que la euforia invadió la sociedad de Castilla, algo que denota el
hecho de que, como afirma José Cepeda, «en ninguna época el sentimiento de lo
extraordinario fue tan apasionado y vivo como en aquélla»520. En esta época «tejida de
hechos providenciales», se hizo presente un sentimiento de esperanza profética en torno
al inicio del reinado conjunto de unos reyes de Castilla y Aragón que parecían protegidos
por la misma divinidad. Sobre esta idea de la proyección de un plan divino conjunto para

517
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 157.
518
ANÓNIMO: Crónica incompleta de..., op.cit., p. 75.
519
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 29.
520
CEPEDA ADÁN, JOSÉ: En torno al concepto de Estado en los Reyes Católicos. Madrid: CSIC, 2010, p.
132; del mismo autor, «El providencialismo en los cronistas de los Reyes Católicos» En Arbor, nº XVIII.
Madrid: CSIC, 1950, pp. 177-190. Tal perspectiva providencialista incluso fue concretado en la intitulación
real de Isabel y Fernando que aparecía en las diversas referencias narrativas del periodo. En ella se
destacaba que ambos eran los «Muy serenísimos rey y reyna nuestros sennores, el muy magnifico señor rey
don Fernando e la muy esclareçida señora reyna donna Ysabel, reyes y sennores de los reynos de Catilla,
Aragón y Çeçilia, elegidos, alumbrados y enviados por la graçia del Spíritu Santto para esecutar su justicia
y ensalçar la santa fe cathólica»; ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 138. Sobre esta proyección de la
imagen regia al más alto nivel político, es interesante consultar NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos
ideológicos del…, op.cit., pp. 78-90.

295
José Fernando Tinoco Díaz

los diversos reinos cristianos del territorio peninsular, trazado a largo plazo desde la
caída del reino godo, se comenzó a interpretar el reinado de los Reyes Católicos como el
definitivo retorno de la unidad de esta tierra cristiana. Uno de los principales testimonios
de la alegría que supuso para el pueblo de Castilla esta unión que parecía anunciar una
nueva etapa para ambos reinos, es el aportado por Andrés Bernáldez en la introducción
de sus Memorias:

«E así fue, que las flores y el pendón de Aragón entraron en Castilla a celebrar el santo
matrimonio con la reina doña Isabel. Donde juntos estos dos reales ceptros de Castilla y Aragón
procedieron, en espacio de treinta años que anbos reinaron juntos, tantos bienes e misterios, e
tantas e tan milagrosas cosas cuantas aveis visto he oído los que sois vivos. Las cuales Nuestro
Señor en sus tienpos e por sus manos de ellos obró y hizo; y los que dello somos testigos bien
podemos tomar por nos aquello que dixo Nuestro Redemptor: ―Beati oculi qui vident quod vos
videtis‖. Y assí con esta junta de estos dos reales ceptros se vengó Nuestro Señor de sus
enemigos»521.

Durante los primeros años de su gobierno, los Reyes Católicos se esforzaron


especialmente por reforzar y consolidar las futuras bases de su proyecto personal y
político en torno a las idea de unión y justicia. Al fin y al cabo, como destaca Valera en
una de sus epístolas dirigidas al propio rey don Fernando, para «serle verdadero
gradeciente é seruidor [a Dios], deueys trabajar de complir vuestro oficio, lo qual
principal mente consyste en derraygar los males é acrecentar los bienes, segun sentencia
de Isydoro»522. Jerónimo Münzer, que visitó el reino casi dos décadas después del inicio
de este reinado, corrobora que este objetivo fue conseguido con bastante celeridad. Este
alemán desta en sus escritos que «cuando el serenísimo e invictísimo monarca don
Fernando y su casta y devotísima esposa la reina doña Isabel heredaron los tronos de sus
mayores […] el rey, durante varios años, no pudo atender a otros negocios que a los de
pacificar las contiendas y ordenar lo conveniente para la gobernación y tranquilidad de su
reino»523. En este planteamiento inicial ya comenzaron a destacar los aspectos que han
permitido, con posterioridad, identificar a los reyes como príncipes modernos. Su
programa de gobierno reflejaba los principios políticos de lo que puede considerarse
como un primario Estado centralizador, con cierta impronta absolutista. Sin embargo,
como Fernández Conde recuerda con bastante acierto, «Isabel y Fernando no hicieron

521
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 22.
522
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., pp. 34-35.
523
MÚNZER, JERÓNIMO: «Viaje por España...», op.cit., pp. 98-99.

296
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

más que utilizar, con corrección y mejor fortuna, todos los mecanismos político-
administrativos que ya venían funcionando en los respectivos estados feudales»524. A
pesar de que algunos historiadores del periodo pretendieron transmitir una imagen de
novedad formal en la actuación de estos monarcas, cabe afirmar que en su planteamiento
de gobierno hay todavía más de tradicional que de innovador. De hecho, para Miguel
Ángel Ladero Quesada, su verdadero acierto residió en el hecho de «presentar su
proyecto político, no como una innovación sino como culminación restauradora de la
España política y religiosa destruida por la invasión musulmana del siglo VIII»525. La
mayoría de crónicas castellanas de este periodo denotan que realmente Isabel y Fernando
fueron restauradores, más que fundadores, de una idea de monarquía asentada sobre las
complejas líneas de reflexión política desarrolladas a lo largo de todo el periodo
bajomedieval.

Los Reyes Católicos se preocuparon de establecer una legitimidad de gobierno


asentada sobre la necesidad de llevar a cabo una restitución de la soberanía real que
significase una ruptura con los reinados de sus antecesores. Pero la máxima de recuperar
el «oficio de reyes» que estos monarcas procuraron, demandaba que su ejercicio del
poder estuviera garantizado por el cumplimiento estricto de la justicia y el respeto a las
leyes del reino. Su voluntad legislativa no podía generar leyes, sino que debía seguir los
principios naturales ya establecidos por la misma divinidad y aceptados por el conjunto
de la comunidad política. Esta disposición implicaba que el rey, como cabeza rectora de
la sociedad bajo su autoridad, debía cumplir las exigencias impuestas por el concepto de
Bien Común, entendido éste como «el predominio que el interés común del reino debía
tener para la acción gubernativa del rey frente a cualquier otro interés particular»,
mientras respetaba el marco legal derivado de las leyes generales que gobernaban el
reino526. De esta manera, el rey se convertía en el representante, ejecutor e instrumento
de los intereses de la comunidad, de la cual forma parte como cabeza visible, siempre
rigiendo su gobierno por los preceptos de la propia divinidad cristiana. La recuperación
de esta noción moral de gobierno, gracias a las reflexiones políticas de influencia
romanista que comenzaron a recuperar diversos principios aristotélicos y tomistas

524
FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La España de los siglos XIII-XV, Transformaciones del
feudalismo tardío. San Sebastián: Nerea, 2004, p. 141.
525
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Lecturas sobre la España histórica. Madrid: Real Academia de la
Historia, 1988, p. 89.
526
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., pp. 146- 151.

297
José Fernando Tinoco Díaz

constituyó uno de los más importantes referentes supra-estructurales de esta sociedad


bajomedieval hispánica. Empero, en la doctrina política castellana, aún pervivían
profundamente elementos de la escolástica más clásica, como fue el ideal del rey virtuoso
y la concepción corporativa del reino.

En un primer momento, se puede aventurar que el contacto entre ambas mentalidades


pudo ocasionar un arduo conflicto durante todo el periodo bajomedieval, pues tanto una
como otra concepción del ejercicio del poder eran fruto de doctrinas contrapuestas. De un
lado, la corriente tradicional cristiana era esencialmente teocrática. De otro, las tesis
basadas en la jurisdicción del Derecho Romano defendía el predominio de elementos
doctrinales de carácter laico o secular. Sin embargo, la herencia clásica ya había sido
incorporada, de manera paulatina, a la doctrina jurídica desarrollada durante los últimos
tiempos del periodo plenomedieval, como lugares comunes de reflexión política. Esta
tesitura de complementariedad entre ambas doctrinas, hizo emerger nuevos conceptos
políticos en el panorama intelectual de Occidente durante la Baja Edad Media, los cuales
influyeron sobremanera en la nueva conceptualización del ordenamiento institucional de
la sociedad europea. Pero la base del sistema siguió siendo el propio modelo feudal,
perdurando todavía la relación de dependencia por encima de otros ámbitos de
competencia. En ese sentido, cabe afirmar que si bien ninguno de los partidos castellanos
utilizó el lenguaje del vasallaje clásico durante el periodo medieval, todas las fuentes del
periodo refieren conceptos generales de este modelo, como la monarquía el señorío o el
poder, considerando el gobierno real como un acto social que implicaba al monarca y sus
súbditos. Este tipo de definición de las relaciones estatales sirvió para configurar el
programa político que aseguró la consolidación de la propia dinastía Trastámara, en torno
a las nuevas realidades formales del periodo bajomedieval527.

Hasta la llegada al poder de este linaje, la cronística castellana se limitaba a reafirmar


la autoridad de los reyes de Castilla a través de su vinculación como herederos de la

527
Al respecto, es interesante consultar, MARTÍNEZ RUIZ, ENRIQUE: «Tradición y novedad…», op.cit.;
Sobre la evolución de la realeza Trastámara como problema político, consultar SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS:
Los Reyes Católicos. Fundamentos de la..., op.cit., pp. 9-14; NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: «La realeza» En
Nieto Soria, José Manuel (dir.): Orígenes de la monarquía hispánica: propaganda y legitimación (CA.
1400-1520). Madrid: Dikinson, 1999, pp. 25-63; DIOS, SALUSTIANO DE: «Sobre la génesis y caracteres del
Estado absolutista en Castilla» En Studia Histórica. Historia Moderna, vol. 3, nº 3. Salamanca:
Universidad de Salamanca, 1985, pp. 11-46.

298
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

dinastía gótica, desde un ámbito que podría denominarse como nacional 528. Sin embargo,
con la llegada al trono de esta dinastía bastarda, comenzó a hacerse recurrente un tipo de
propaganda que pretendía apoyar su legitimación a través de una acusada campaña de
perspectiva religiosa, que ayudó a reforzar la autoridad de la propia corona. De manera
paulatina, las crónicas del periodo comenzaron a ser partícipes del desarrollo de un
feudalismo teológico que mostraba a los reyes Trastámara como vicarios de Dios,
describiendo su reinado como un pretendido arquetipo político cristiano. Este afán
doctrinal fue especialmente visible durante el reinado de Juan II, cuando este rey
pretendió desarrollar un concepto de religión monárquica que incidiera en el carácter
divino del cuerpo real. Frente al caso europeo, José Manuel Nieto Soria defiende que esta
sublimación de la faceta divinal de la monarquía castellana era lograda a través del
recurso a lo religioso como forma de propaganda real. El autor define lo que él denomina
«religiosidad política», como el «conjunto de creencias de significación religiosa y de
proyección política que, aplicadas, mediante el uso de diversas imágenes, a una
institución política concreta, otorga a ésta connotaciones de indudable valor religioso que
incluso pueden llegar a justificar ciertas formas específicas de culto o devoción». Tal
afirmación implica que «el pensamiento religioso hace más comprensible al modelo
político que se quiere imponer, en un contexto en el que el lenguaje político es
metafísico, jurídico o teológico, esto aún no es propiamente político»529.

Esta definición sacralizada del poder real supuso un eficaz instrumento de propaganda
política, en tanto que hacía más comprensible el modelo político que se deseaba imponer,
en un contexto ideológico de marcada perspectiva cristiana. Sin embargo, también influía
inevitablemente en la manera en la que se evaluaba el comportamiento de los monarcas
en materia de gobierno. Por este motivo, la cronística también se preocupó sobremanera
por resaltar las características personales de estos reyes como buenos cristianos, de
manera que sus decisiones de gobierno fueran determinadas como reflejo de la propia
voluntad divina. El mismo Nieto Soria ha denominado a este proceso «moralización de la

528
En este momento, el adjetivo debe ser entendido en un sentido primigenio, haciendo referencia a la
superioridad de los monarcas sobre la ley, pero dentro de unos cauces derivados de la exaltación de la
función justiciera de los soberanos y el reformismo emprendido por éstos, tanto en un sentido eclesiástico
como político.
529
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., pp. 99, 192; del mismo autor,
«Imágenes religiosas del rey y del poder real en la Castilla del siglo XIII» En En la España medieval, nº 9.
Madrid: Universidad Complutense, 1986, pp. 709-730; asimismo, «La Monarquía bajomedieval castellana
¿una realeza sagrada?» En Homenaje al prof. J. Torres Fontes. Murcia: Universidad de Murcia, 1987, pp.
1223-1237.

299
José Fernando Tinoco Díaz

imagen regia», o lo que es lo mismo, la exaltación de estos reyes como monarcas


cristianos530. La lectura significó un acierto que consiguió elevar el prestigio de su
autoridad real y crear un halo de previsión divina en sus acciones. En ese sentido, huelga
traer a colación el siguiente fragmento de la obra Generaciones y Semblanzas de Fernán
Pérez de Guzmán, en el que el castellano recuerda la relación entre estos principios de
gobierno y la propia providencia:

«[…] como el [Dios] hizo sus vicarios a los reyes en la tierra e les dio gran poder en lo
temporal, lo cierto es que mayor servicio avrá de aquestos e más le son obligados que aquellos a
quien menor poder dio. Y esta obligación quiere que les sea pagada en la administración de la
iustiçia pues para eso les prestó poder. E para la execiçión deella los hizo reyes» 531.

Con este tipo de retórica, se consiguió potenciar la imagen de unos monarcas


castellanos que pretendían ser representados como virtuosos cristianos, modelos éticos y
morales para el conjunto de sus súbditos. Esta visión cristocéntrica del poder real se
encontraba también unida de forma intrínseca al modelo jurídico de base romanista, que
definía el ejercicio de un poder de carácter sacro que encarnaba un mandatario laico,
discurriendo a través del derecho y la propia ley divina. A través de esta proyección de la
misión divinal de estos reyes, se fraguó la ampliación del original objetivo fundamental
del restablecimiento de la paz y el orden, hacia objetivos más profundos, que afectaran a
la cosmología del propio pueblo castellano y reforzaban su imagen como elegidos de la
divinidad:

«Entendieron, pues, estos magníficos príncipes, que era la mano del Señor, y no la suya, la que
hacía todo esto. Y por ello siempre, y ante cualquier suceso favorable, decían: ―No somos
nosotros, Señor, no somos nosotros los que merecemos esta gloria, sino tu nombre. Pues nosotros
somos unos siervos inútiles, y nos hemos limitado, con tu ayuda, a hacer lo que debíamos. Y ojalá

530
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., pp. 225. Al respecto de la
evolución y significado de la imagen moralizadora real, NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos
ideológicos de..., op.cit., pp. 79-84. Asimismo, se puede consultar de forma complementaria NAVARRETE
ALONSO, ROBERTO: «Del Estado como creación de Dios o de Dios como creación política» En Bajo
Palabra, Revista de Filosofía, II Época, nº 5. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2010, pp. 459-
466. Cabe puntualizar que Nieto Soria ha querido interpretar esta perspectiva de unos monarcas «movidos
por la inspiración divina», como un rasgo del monarca castellano, entendido éste como rey taumaturgo. Sin
embargo, otros autores como Adeline Rucquoi o José Antonio Maravall, defienden que este tipo de
expresiones se encuentran más cercanas al mesianismo regio, que a la propia característica taumatúrgica de
los reyes castellanos; NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., pp. 67-77;
RUCQUOI, ADELINE: «De los reyes que no son taumaturgos: Los fundamentos de la realeza en España» En
Rucquoi, Adeline: Rex, sapientia, nobilitas. Estudios sobre la Península Ibérica Medieval. Granada;
Universidad de Granada, 2006, pp. 9-45.
531
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Generaciones y semblanzas…, op.cit., p. 699.

300
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que lo hayamos hecho bien y así lo sigamos haciendo‖. Y Tú, Señor, ten misericordia de
nosotros»532.

Siguiendo esta línea doctrinal seguida por sus antecesores, el reinado de los Reyes
Católicos pretendió ser presentado como un reinado cristiano arquetipo, en
contraposición con la situación caótica que rigió el territorio castellano durante los dos
primeros tercios del siglo XV. Ellos eran representados como vicarios de Dios, quien los
había elegido para mantener la justicia en su territorio. La importancia que esta
idealización de Isabel y Fernando como reyes cristianísimos fue adquiriendo, resultó
capital para alcanzar la estabilidad política del reino castellano en torno a la sublimación
de su autoridad. Su programa político alcanzaba cotas que lo convertían en una misión
moral, en tanto «los dos regios esposos habían hecho del servicio divino una altísima
razón de Estado para su gobierno»533. Pero este principio doctrinal, que produjo la
sumisión del orden político a una moral superior, también planteó el germen de la
llamada política de ―máximo religioso‖534. La autoridad de unos monarcas que
demostraron ser vicarios de Dios, derivó en el hecho de que la moral católica volvió a
impregnar la justificación detrás de cada una de sus decisiones de gobierno, de manera
que la religión acabó por convertirse en el aparente motor tras las acciones de la corona
castellana.

Esta lectura significó un gran acierto, pues con ello se consiguió elevar el prestigio de
la autoridad real a través de la difusión de «nociones elementales pero de fácil arraigo
colectivo [que jugaban] un papel notable en la configuración de la opinión pública, de las

532
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 29.
533
GUTIÉRREZ, CONSTANCIO: «La política religiosa de...», op.cit., p. 232.
534
En palabras de Suárez Fernández, «el cristianismo, todavía sólidamente unido, no era únicamente un
conjunto de dogmas, liturgias y normas de vida, sino también una doctrina moral sólidamente establecida y
claramente expuesta [...] A ella se sometían las leyes civiles. A esto es a lo que podemos llamar máximo
religioso»; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. Fundamentos de la..., op.cit., p. 32; del mismo
autor «El máximo religioso» En Sarasa, Esteban (coord.): Fernando II de Aragón, el Rey Católico.
Zaragoza: Institución ―Fernando el Católico‖, 1996, pp. 47-59; FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La
religiosidad medieval..., op.cit., pp. 149 y ss.; MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: Carlos V y el pensamiento
político del Renacimiento. Madrid: Boletín Oficial del Estado, 1999, pp. 14 y ss. Sobre la noción de
ciudadanía religiosa en la corona de Castilla, es interesante consultar LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL:
«Sociedad y poder real en tiempos de Isabel la Católica» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.): El
mundo social de Isabel la Católica: la sociedad castellana finales del siglo XV. Madrid: Dykinson, 2004,
pp. 11-28, en especial pp. 15-16. Esta teoría del «máximo religioso», fue aceptada posteriormente por los
diversos Estados europeos del siglo XVI, tanto católicos como protestantes. Suárez Fernández opta por
utilizar este concepto de «máximo religioso», para enfrentarlo al «mínimo religioso» que Jean Bodin
enarbolo frente al conflicto religioso que asoló la Francia a finales de este mismo siglo.

301
José Fernando Tinoco Díaz

ideas políticas y de los sentimientos patrióticos y pro-monárquicos»535. La religión


cristiana, el principal elemento que aportaba cohesión política a cualquier comunidad
occidental, se convirtió así en la causa soberana de la política de Castilla. Pero esta
adecuación de los principios de la soberanía real a los preceptos de la fe católica, no solo
afecto a la consideración de los reyes como representantes de la divinidad. Tal
perspectiva también pretendía reformar la propia sociedad castellana, desarrollando un
mecanismo de cohesión que asegurara el equilibrio de las diversas capas estamentales del
reino castellano. Enarbolando la causa de la religión como soberana, los Reyes Católicos
comenzaron una verdadera revolución en el reino castellano, que pretendía renovar el
cuerpo moral del conjunto de la sociedad del reino. Paulatinamente, la sociedad hispánica
fue asimilando esta nueva idea de reino, como una mezcla de devoción política y
emoción semi-religiosa. En poco tiempo, estos reyes consiguieron extender su poder a
través del control de uno de los pilares fundamentales de la sociedad europea, la firme
creencia en los principios de la fe cristiana. Para lograr tal cometido, los propios
monarcas tuvieron que luchar porque el credo cristiano se restituyera en estas tierras,
defendiéndolo de la desintegración moral que había sufrido durante los reinados
anteriores:

«Cuando començaron a reinar [los Reyes Católicos], la mayor parte de estos reinos serles en
contra, y dárselos Dios en sus manos maravillosamente, pues por fuerza de armas los ganaron,
como por todos fué visto. De donde quebrantaron la sobervia de los malos, e puestos sus reinos en
mucha justicia, encendieron el fuego a los ereges, donde con justa razón, por sidonal constitución,
han ardido y arden e arderán en vivas llamas, fasta que no haya ninguno. E por más aína dar fin a
la eregía musaica, le quitaron los raízes, que eran las descomulgadas sinagogas. A los renegadores,
ladrones, rufianes, ya sabéis cuánto los aborrecieron e mandaron punir; pues el tablero público de
los grandes juegos, que por renta andava en las tierras de los señores, donde el nombre de Nuestro
Señor era muchas vezes blasfemado sin que nadie por El bolviese, ved desque lo defendieron sin
más se ossó usar»536.

535
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. Fundamentos de la.., op.cit., p. 28.
536
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 23. Para los diversos autores hispánicos
posteriores, el fundamento del reinado de los Reyes Católicos se centró en la exaltación y defensa de la fe
divina, al igual que destacaba Bernáldez. Sirva como ejemplo el siguiente fragmento de los Anales de
Jerónimo Zurita: «Como por inspiración diuina, fueron alumbrados aquellos Principes, y aquel sancto
varon, no solo para restauración de la religión, y de las cosas sagradas, que tanta necesidad tuuieron deste
remedio en aquellos tiempos, pero que principalmente se fundo para estos nuestros en los quales es tan
perseguida la Iglesia Catholica con diuersos errores, y heregias que han destruydo, y desolado la Viña del
Señor en tanta manera, que diuersos reynos, y prouincias, que florecieron en la deuocion, y religión de la
Fe debaxo de la obediencia de la Sede Apostolica, están fuera della y padecen por nuestros pecados, tantas

302
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En torno a una misma fe y una misma monarquía, los nuevos reyes de Castilla y
Aragón pretendieron generar una homogénea conciencia de comunidad nacional
hispánica, asentada sobre la cosmología cristiana pero alimentada también por el
recuerdo de un pasado común de raíz goticista. Una refundada idea de patria parecía
surgir entre los castellanos, ya no solo como vínculo de naturaleza geográfica, sino como
una idea mística imbuida por el halo providencialista que rodeaba el gobierno de los
propios Reyes Católicos. De esta forma, la consecución de una homogeneidad política y
religiosa en el panorama peninsular, quedaba también supeditada a la vuelta a la unidad
que representaba los tiempos de grandeza de este territorio. El mismo Pedro Mártir
denota que «en todo el ámbito del mar de la cristiandad no encontrarás otro [reino] más
seguro. Aquí no hay ni borrascas, ni oleaje, ni tempestades. Y toda esta tranquilidad y
felicidad inaudita les viene a los españoles de su unidad»537. La misión de gobierno de
estos reyes englobaba así a toda la comunidad del reino, estableciendo una identificación
entre los valores más destacados de la ideología cristiana Occidental, con los del pasado
hispano. En el extremo opuesto, quedaban los individuos que ahora se reconocían fuera
del tejido social castellano. Los males que habían asolado las tierras del reino, eran ahora
identificados en los enemigos de Dios, estereotipados a partir de la doctrina católica
tradicional. Así los identifica Andrés Bernáldez, cuando afirma que «enemigos de Dios
son los malos cristianos e aquellos que están en propósito de todo mal; los ereges e
ladrones e engañadores, e todos los que andan fuera de la doctrina de la santa Iglesia»538.
Con esta idea de gobierno cristiano, los reyes comenzaron a imponer una identificación
absoluta entre la comunidad política y religiosa. Todos sus súbditos quedaban

turbaciones, y guerras, que han llegado al profundo de todo mal, y miseria y permite Nuestro Señor, que
desuiando se del verdadero camino desu Iglesia Catholica Romana, se hallen en peor estado, que si fuesen
infieles y biuan estando, que si fuesen infieles y biuan entre si en diuersas setas, en perpetua dissension, y
confusión los hijos contra los padres y hermanos contra los hermanos y las mujeres contra sus maridos y
vayan perdiendo el beneficio de la paz, que resulta de la justicia y toda policía, y gouierno ciuil»; ZURITA,
JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 325v.
537
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 30-31. A principios del siglo XVII, el padre
Mariana aún se atrevía a asegurar que «la flaqueza de nuestros reyes fue causa que las reliquias de aquella
gente, aunque reducidas á un rincon de España, se conservaron tanto tiempo por estar dividida España en
muchos principados, poco unidos entre si á propósito de destruir los enemigos de cristianos. Es asi de
ordinario que tanto sentimos los daños públicos, y no más, cuando se mezclan con nuestros particulares. El
amor de la religion poco mueve cuando punza el deseo de vengar otras injurias, ó la codicia de acrecentar
el estado. Si alguna vez como era justo se concertaban para destruir los moros, impedian las fuerzas de
Africa que cae cerca do tenian cierta esperanza de socorros; además que muchas veces innumerables
gentes, pasado el mar, á manera de rio arrebatado se derramaron y rompieron por España con espanto de
todos los cristianos»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 92.
538
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 22.

303
José Fernando Tinoco Díaz

moralmente ligados al servicio de una monarquía que encarnaba ahora una autoridad
moral y colectiva, aunando las funciones de paz y defensa, justicia y mantenimiento del
orden global del sistema. En el lado opuesto, a través de los diversos medios
propagandísticos de la corona se estableció una imagen unitaria del rival al que se
enfrentaba Castilla, del que solo cabía esperar destrucción, rapiña y abusos.

Housley sostenía la tesis de que el reinado de Isabel I «afirmó y consolidó el rechazo


a la convivencia y el triunfo de su rival, lo que se ha sido denominado ―belicosidad
exclusivista‖»539. Para el conjunto de la sociedad castellana, el concepto del mal acabó
siendo encarnado por cualquier desviación de una recta conducta regida por la moral
cristiana; esto es, acorde a la fe que los reyes del reino castellano defendían. Dentro de
este grupo, se encontraban un amplio abanico de individuos o actitudes, encarnadas tanto
por simples ladrones o asesinos, como por herejes o apóstatas. Toda la amplia variedad
de acciones y creencias de las cuales hacían gala estos malhechores, se destacaban por
quebrantar un orden social unificado en torno a la fe. Los nuevos enemigos de la corona
hispánica fueron identificados así como los adversarios de toda la sociedad cristiana,
aquellos que pretendían atentar contra los elementos más sagrados de la comunidad540.
Esta proyección doctrinal explica decisiones tan polémicas como la creación de la
Inquisición y la expulsión de los judíos, que pretendían incidir en la asimilación de las
comunidades minoritarias a la cultura hispana dominante. Pero tal perspectiva también
daba sentido a la predisposición a proyectar retorno de la lucha frente al musulmán, la
principal exigencia del rey para con la sociedad castellana y uno de los medios de
redención más importantes para el conjunto de la cristiandad medieval. Así lo
determinaba el Padre Mariana, el cual no dudaba en relacionar la idea del Planto de
España, con la nueva unidad del pueblo castellano en torno a la fe cristiana y su
proyección en la lucha frente al musulmán:

539
«There can be no doubt that Isabella‘s reign in Castille affirmed and consolidated the rejection of
convivencia and the triumph of its rival, wat has been termed ―bellicose exclusivism‖»; HOUSLEY,
NORMAN: The Later Crusades…, op.cit., p. 297.
540
Un claro ejemplo de esta realidad social, se encuentra referido en CÓRDOBA DE LA LLAVE, RICARDO:
«Violencia cotidiana en Castilla a fines de la Edad Media» En Iglesia Duarte, José Ignacio de la (coord.):
García Sánchez III “el de Nájera” un rey y un reino en la Europa del siglo XI: XV Semana de Estudios
Medievales, Nájera, Tricio y San Millán de la Cogolla del 2 al 6 de agosto de 2004. La Rioja: Instituto de
Estudios riojanos, 2004, pp. 393-444, pp. 399-404. Al respecto de la identificación, en las fuentes
narrativas, del ataque interno del reino con la defensa de la ve, y el progresivo fortalecimiento de los
medios represivos reales, es interesante consultar GARCÍA PELAYO, MANUEL: Los mitos políticos. Madrid:
Alianza Editorial, 1981, pp. 32-36.

304
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«Esta fue la causa que el imperio de aquella gente, que ellos fundaron en menos de tres años,
se conservó tanto tiempo: así fue la voluntad de Dios que castigó con este daño los pecados de
nuestra nacion. Quien tiene el cielo ofendido, ¿qué maravilla que su trabajo é intentos salgan
vanos? Y al contrario todo sucede prósperamente cuando tenemos á Dios y á los santos. Así se vió
en este tiempo. Ordenando que se hobo el santo oficio de la Inquisición en España, y luego que los
magistrados cobraron la debida fuerza y autoridad, sin la cual á la sazon estaban, para castigar los
insultos, robos y muertes, al momento resplandeció una nueva luz, y con el favor divino las
fuerzas de nuestra nación fueron bastantes para desarraigar y abatir el poder de los moros» 541.

Housley ve en este empuje de la guerra frente al musulmán una evidente prueba de la


semejanza entre la Guerra de Granada y la Primera Cruzada, en tanto que ambas eran
dirigidas para concluir con el dominio islámico de una zona que usurpaba al cristianismo.
Pero él mismo reconoce que en este caso la empresa buscaba unir a sus súbditos en una
causa común y reforzar el prestigio de la autoridad real542. Al igual que sucedía a lo largo
del continente europeo durante la Edad Media, solo al rey le correspondía defender con
las armas a sus súbditos. Pero en el caso del territorio hispano, al monarca no le bastaba
con demostrar «tener hábitos bélicos, ni aun es suficiente cumplir con determinadas
condiciones de valor. Se trata de un deber concreto y específico: la guerra contra el
moro»543. Los nuevos reyes de Castilla comprendieron desde su llegada al trono, que la
guerra frente al musulmán conllevaba un aspecto paroxístico intrínseco, que la convertía
en una forma de propaganda superior y un sublime elemento cohesionador de la
sociedad. En un panorama lleno de ilusiones mesiánicas, donde las esperanzas de la
población parecían realmente depositadas en la figura de unos monarcas que
representaban la unión del pueblo hispano y su regeneración moral, los reyes encontraron
una afiliación natural de sus proyectos de futuro, con las tradicionales ideas neogóticas
de la recuperación del territorio visigodo. Terminado el conflicto sucesorio y la guerra
con Portugal, la lucha contra el Islam hispano parecía inevitable como método de
consolidar el consenso interno y la nueva idea de gobierno impuesta por estos reyes,
aunando así el discurso teológico de índole política, con una nueva perspectiva de guerra
ineludible de faceta sacralizada. Volver a unificar el señorío de la Península Ibérica se

541
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 92.
542
HOUSLEY, NORMAN: The Later Crusades…, op.cit., pp. 297-298.
543
MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: El concepto de..., op.cit., p. 262. Asimismo, Adeline Rucquoi denotó que,
en el contexto hispánico, la realeza se fundamentó en conceptos derivados de la exégesis de la tradición
romanista cristianizada, en torno al derecho de imperium, y la magnificación de la función militar del
soberano en torno al concepto de Reconquista; RUCQUOI, ADELINE: «De los reyes que no son taumaturgos:
los fundamentos de la realeza en España» En Temas Medievales, nº 5. Buenos Aires: Consejo nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas, 1995, pp. 163-183.

305
José Fernando Tinoco Díaz

había constituido como una exigencia, una herencia histórica que debía ejercerse en
servicio de todos los castellanos y, por extensión, del propio conjunto de la hispanidad.
Este cometido debía consumarse de la manera más cristiana posible, algo que acabó por
destacar la imagen moralizadora de los reyes castellanos como monarcas defensores de la
fe cristiana. Con la proyección de esta contienda al más alto nivel moral, la corona
pretendía adaptar el sentimiento occidental más clásico de la lucha frente al musulmán, a
la génesis de una potente realidad nacional hispánica, presentando la empresa frente a
Granada como la última oportunidad para el pueblo castellano de redimirse frente a Dios
por ese gran pecado histórico que fue la «Pérdida de España». En contraposición, la
imagen del Islam peninsular volvió a aparecer nuevamente bañado por una nueva luz
escatológica, que demonizaba la imagen de los musulmanes hispanos y alentaba a los
castellanos a participar de un contexto escatológico que anunciaba el principio de una
nueva etapa para el reino.

El futuro enfrentamiento con el reino nazarí trascendería así el mero carácter de


conflicto bélico peninsular frente al moro en la Península Ibérica, para definirse como un
trance de proyección teológica. En torno al inicio de una iniciativa frente al emirato, se
produjo una asimilación entre el ideal religioso de la guerra santa, y las aspiraciones
patrióticas nacidas en torno a la prosecución del Bien Común, de manera que el conflicto
frente al moro se convirtió en un deber necesario para la propia sociedad castellana. Con
este tipo de sublimación del discurso tradicional de las hostilidades contra el emirato
nazarí, que proyectaba las ansias de gloria del reino castellano, se consiguió aunar a los
diversos cuerpos sociales en torno a la prosecución de ese objetivo común que fue la
conclusión de la Reconquista y el ensalzamiento de la fe cristiana. De esta forma, «hacia
Granada se desplegaron los estandartes y, en el optimismo general y la expectativa
desatada, se minimizaron las hogueras y el humo de los conversos y otros problemas
sociales»544.

544
VILLACAÑAS BERLANGA, JOSÉ LUIS: La monarquía hispánica (1284-1516). Madrid: Espasa Calpe,
2008, p. 651.

306
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

4.3. EL RETORNO DEL IDEAL NEOGÓTICO Y SU PROYECCIÓN HISPANA.


DEFINICIÓN Y NATURALEZA DE LA GUERRA DE GRANADA (1482-1492).

4.3.1. EL TRATAMIENTO DE LA PERSPECTIVA NEOGOTICISTA A TRAVÉS DE LAS FUENTES


MEDIEVALES. LA OBRA DE ALONSO DE CARTAGENA COMO MARCO DE REFERENCIA
DOCTRINAL.

La idea de la restauratio goticista, surgida durante el periodo astur, se convirtió en


uno de los pilares fundamentales sobre los que se asentó la legitimidad de la monarquía
castellano-leonesa durante los años centrales del periodo medieval. Esta lectura del
pasado hispano no estaba asentada sobre la reproducción de un mensaje inmutable que
había sobrevivido impasible desde su génesis, sino que era una concepción totalmente
viva. A lo largo de los siglos, su interpretación estuvo condicionada por el interés
personal de monarcas, élites gobernantes, e incluso la sociedad hispana en general, de
forma que pudiera ofrecer «una visión interpretativa de las sociedades cristianas
peninsulares que daba sentido a lo ya acontecido, a la forma de actuar en cada momento
presente y a lo que debería ocurrir en tiempos venideros, engarzándolo en un discurso
lógico y sentimentalmente estructurado»545. En ese sentido, cabe afirmar que la obra del
castellano Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247), supuso el momento culmen de la
influencia de esta doctrina en la narrativa hispánica. Durante las centurias posteriores, el
ideal neogótico pareció sufrir una lenta fase de decadencia paulatina. Solo a lo largo del
siglo XV, momento en el que la guerra frente al musulmán nuevamente se convirtió en
una fórmula de fortalecimiento de la imagen real, se produjo el último hálito de esta
doctrina en la cronística castellana. Sin embargo, la perspectiva del conflicto frente al
musulmán reflejada en estas fuentes cronísticas castellanas era bastante diferente a
aquella doctrina originaria, aunque ambas compartían el objetivo original de servir como
fundamento legitimador de la monarquía de este reino.

Para los autores hispanos de la etapa bajomedieval, la llegada de los invasores


musulmanes a la Península Ibérica había supuesto el final de la monarquía visigoda y la
unidad político-administrativa del territorio hispano. Pero la continuidad de la dinastía de
los reyes godos había estado asegurada con el nombramiento de Pelayo como primer
monarca asturiano. Durante los siglos posteriores, su recuerdo siguió prolongando esta
línea dinástica hispana original hasta la propia génesis del reino de Castilla. Todos los
reyes pertenecientes a este linaje se sintieron continuadores de esta estirpe, lo cual les

545
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: La Reconquista. Granada: Universidad de Granada, 2012, p. 71.

307
José Fernando Tinoco Díaz

obligaba a afrontar necesidad de volver a componer la unidad peninsular y recuperar el


señorío sobre estas tierras usurpadas. En ese sentido, el reinado de Fernando III el Santo
(1217-1252) encarnó el punto culminante de los cinco siglos de ofensiva y expansión
frente al Islam que habían ocupado a los distintos reyes cristianos de la Península Ibérica.
Durante el mandato de este soberano, se logró la reunificación definitiva de Castilla y
León, y la conquista de la mayor parte del valle del río Guadalquivir. El resto del
territorio andaluz, compuesto principalmente por las futuras tierras del emirato nazarí de
Granada, fue asimilado por el reino castellano bajo un modelo de vasallaje directo
derivado de la rúbrica del Pacto de Jaén (1246). Con este acuerdo, Castilla se aseguraba
el control sobre el último bastión musulmán independiente de la Península Ibérica, dando
por así concluida la restitución del señorío cristiano sobre todo el territorio hispano.
Desde ese momento, el emirato nazarí de Granada, cuya existencia se había formalizado
propiamente tras la firma de este compromiso, pasó a ser considerado, en la cronística
bajomedieval, como un territorio dependiente del reino castellano bajo una forma de
«señorío feudal amparado por condiciones jurídicas de corte europeo»546. En el Tratado
de los reyes de Granada y su origen, por ejemplo, se destaca que el reino musulmán se
pudo constituir solo gracias a la asistencia de San Fernando: «la gran ayuda del señor
Rey Don Fernando quedó Abenalamr establecido en su nuevo estado, habiéndose dado
Granada la obediencia»547.

En las narraciones compuestas durante la última centuria medieval, aún continuaba


vigente la idea de que recuperación del territorio que pertenecía a Castilla, como heredera
directa del reino visigodo, se había conseguido durante el periodo de gobierno de
Fernando III el Santo. Así lo destaca Fernán Pérez de Guzmán, cuando afirma que
«reynáron los reyes que descendiéron deste Don Fernando el Magno, continuando el gran
trabajo de la guerra de los Moros, ganando todavía dellos, hasta en el tiempo del dicho

546
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Granada en la...», op.cit., p. 21.
547
PULGAR, FERNANDO DEL: «Tratado de los...» op.cit., pp. 66. A finales del siglo XVI, Argote de Molina
nuevamente incluirá una significativa referencia a las consecuencias de este Pacto de Jaén, en su Nobleza
de Andalucía, en la cual se pretendía retomar esta idea de que los nazaríes siempre tuvieron consciencia de
su sumisión ante este monarca castellano: «Para alcançar este Principe [Mahomad Aboadille, Abe Azar,
Abe Albamar] el Reyno contra la fuerça y resistencia del linage de Sysemel (en aquella sazon era el mas
poderoso) fue favorecido del Sancto Rey don Fernando, cuyo vassallo fue. En cuya memoria despues de su
muerte imbiava cada año a Sevilla el dia de su Anniversario muchos Moros principales con cien peones
con hachas de Cera blanca, que ardian alrededor de su tumba. Cumpliose en este Principe el antiguo
Refran, que no ay Rey, que no venga de Pastor»; ARGOTE DE MOLINA, GONZALO: Nobleza del
Andalucía..., op.cit., p. 100r.

308
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Rey Don Fernando el Sancto, padre del dicho Rey Don Alonso el Sabio, que acabó la
conquista de España». Sin embargo, el mismo cronista también reconoce que su hijo «fué
Señor della é de los Moros que en ella quedáron hasta la mar, é que el dicho Rey don
Fernando finó»548. Tras la muerte de este soberano, los acuerdos de sumisión entre
Granada y Castilla se quebraron unilateralmente, lo cual demandó el inicio de un nuevo
periodo de hostilidades frente a los musulmanes. Tal empresa también estaba arropada
por la cobertura legal derivada de la propia tesis neogótica, al igual que los conflictos que
habían antecedido esta etapa. Pero este tipo de discurso de índole legal hubo de sufrir una
adecuación, para adaptar a la nueva situación de dependencia quebrada del emirato nazarí
con respecto al reino castellano. La necesidad de volver a restituir el dominio sobre este
territorio, otrora bajo el señorío cristiano, originó el desarrollo de una retórica que incidía
en la esencia restaura de la idea neogoticista, pero la enmarcaba dentro de una nueva
perspectiva, mucho más institucional y jurídica, que denotaba la necesidad del reino
castellano de restituir su autoridad sobre un vasallo declarado en rebeldía. Esta visión del
conflicto vigente frente a los granadinos, facilitaba la proyección de un nuevo discurso
real asentado sobre la necesidad de dar respuesta a una situación temporal concreta,
marcada por la existencia de continuos ataques fronterizos y firmas de eventuales treguas
entre ambos bandos. De esta manera, la lucha frente al musulmán volvió a reclamarse
como la principal seña de identidad de la monarquía de Castilla, aunque desde una nueva
óptica mucho más cercana, que se adecuaba al contexto inmediato en el que tenía lugar
esta contienda.

Como consecuencia del incremento de la amenaza turca en el contexto mediterráneo,


durante esta etapa final bajomedieval se estaba produciendo una airada discusión en el
seno de la comunidad cristiana en torno a la redefinición de la naturaleza del conflicto
entre cristianos y musulmanes. La acalorada contienda centraba el debate entre los
defensores de la necesidad de comprender la religión islámica, para poder luchar frente a
ella en el campo doctrinal, frente a los valedores del uso de la actividad bélica y la
proyección de la doctrina cruzada como fórmula de sometimiento del enemigo
musulmán. Aprovechando la destacada repercusión de la victoria castellana en la batalla
de La Higueruela, don Alonso de Santa María (1385?-1456) intervino en el Concilio de
Basilea (1431-1445) el 14 de septiembre de 1434, para defender la idoneidad de la
segunda de estas líneas doctrinales. Este humanista y eclesiástico hispano, más conocido

548
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor..., op.cit., p. XX.

309
José Fernando Tinoco Díaz

como Alonso de Cartagena, fue una de las personalidades más relevantes de la corte del
monarca Juan II de Castilla. Como afirma Fernández Gallardo, al cual seguiremos en
estas líneas, su producción intelectual respondió, casi en su totalidad, a requerimientos
del entorno cortesano y el desempeño de sus obligaciones como diplomático o curial en
la corte romana. Estos menesteres permitieron a Cartagena erigirse como portavoz del
nuevo ideario político de la realeza castellana en el ámbito europeo, destacando siempre
el papel protagonista que el reino hispano venía protagonizando dentro del conflicto
global que el cristianismo mantenía frente al Islam549.

Su alocución ante los representantes de toda la cristiandad occidental, titulada


Propositio altercatione praeminentiae sedium inter oratores regum Castillae et Angliae
in Concilio Basiliense, debe ser considerada como una muestra de la última fase de
esplendor del discurso neogoticista más clásico550. En el mismo, el castellano realizó un
brillante alegato donde vertió su eminente erudición jurídica e histórica, para defender el
derecho preferente del rey de Castilla sobre el de Inglaterra. Para amparar tal idea, el
eclesiástico se sirvió de argumentos de peso, como la antigüedad de la monarquía
hispánica, la independencia histórica de la Península respecto al Imperio, y la variedad de
pueblos y culturas del reino que convivían como una comunidad moral dentro del marco
de la Cristiandad. Sin embargo, la premisa central de su reflexión residió en su definición
de la histórica empresa castellana frente al musulmán, la cual detalló como el gran
servicio que la corona de Castilla prestaba a la salvaguardia de la cristiandad.

El discurso de Cartagena no rechazaba la tradicional retórica neogoticista que


acentuaba el carácter jurídico del conflicto frente al musulmán, asentada sobre la especial
relación de dependencia existente entre Castilla y Granada, y la reclamación del reino
cristiano sobre el señorío de estas tierras. Pero ahora Castilla necesitaba hacer evidente la

549
FERNÁNDEZ GALLARDO, LUIS: Alonso de Cartagena. Iglesia, política y cultura en la Castilla del siglo
XV. Madrid: Universidad Complutense, 1998. Sobre el Concilio de Basilea y sus repercusiones en el
panorama europeo bajomedieval, RODRÍGUEZ-SAN PEDRO BEZARES, LUIS ENRIQUE: Historia de la
Universidad de Salamanca; vol. III.1. Saberes y Confluencias. Salamanca: Universidad de Salamanca,
2006, pp. 513-514.
550
Un comentario muy completo sobre este discurso se encuentra en ECHEVERRIA GAZTELUMENDI, MARÍA
VICTORIA: Edición crítica del discurso de Alfonso de Cartagena Propositio super altercatione
praeminentiae sedium inter oratores regum Castellae et Angliae in concilio Basiliense: versiones en latín y
castellano; Madrid: Universidad Complutense, 1991. El discurso se encuentra reproducido íntegro en
CARTAGENA, ALONSO DE: «Discurso sobre la precedencia del Rey Católico sobre el de Inglaterra en el
concilio de Basilea» En Penna, Mario (ed.): Biblioteca de Autores Castellanos, vol. CXVI. Madrid:
Ediciones Atlas, 1964, pp. 205-233.

310
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

contribución de su causa a la defensa de la cristiandad. Por este motivo, don Alonso se


valió de la sublimación de la dimensión religiosa de la idea de Reconquista, para
presentar esta empresa como una contienda cristiana, dirigida frente a un enemigo
islámico por la restitución y el ensalzamiento de la fe católica en este territorio
castellano. Pero en ningún momento el burgalés pretendió facilitar la subordinación de
estas campañas a Roma, sino que su objetivo fue explotar un elemento de rédito
disuasorio bastante complejo, como era el hecho de que el emirato nazarí se asentaba
sobre un territorio que tradicionalmente habían pertenecido a los reyes herederos de la
monarquía goda. El autor evitó cualquier referencia explícita de tipo jurídico de este
conflicto durante su intervención en el Concilio, aunque el carácter restaurador de la
empresa implicaba tal proyección. Él mismo era plenamente consciente de que la
singularidad de la iniciativa castellana residía en el hecho de que la causa justa del reino
hispano estaba dirigido frente a un enemigo islámico, asentado sobre un antiguo territorio
cristiano, lo que le permitía destacar esta faceta religiosa de la contienda:

«Ca una de las principales cosas que la Eglesia desea, es que los paganos e las nasciones
bárbaras e infieles sean convertidos a la Fee o destruídos, e face por ello oración solemne
especialmente el día del Viernes Santo. Pues claro es que los señores reyes de Castilla, que por
tienpo fueron, e mi señor el rey de Castilla después dellos continuamente trabajaron e trabajan por
lo acabar pugnando e guerreando con los moros sin cesasión [...] El señor rey de Inglaterra,
aunque face guerra, pero no es aquella divinal [...], ca nin es contra los infieles, nin por
ensalzamiento de la fe católica, nin por extensión de los términos de la Cristiandad» 551.

A su regreso a tierras hispánicas, don Alonso se entregó al realce de la doctrina


reconquistadora más tradicional, de una forma que respaldara este carácter moral
superior del conflicto hispánico que él mismo había destacado durante su intervención en
el concilio europeo. Una versión bastante depurada de sus ideas quedó expuesta en el
Duodenarium (1442), obra no oficialista donde el burgalés presentó sus propias
convicciones sobre la definición del conflicto histórico que Castilla mantenía con el
Islam peninsular. En ella, Cartagena realizó una «identificación del destino de Castilla
con el de la Cristiandad, resultado de presentar a Juan II como paladín cristiano: ―los
enemigos propios lo son ahora de toda la Cristiandad‖»552. Esta definición del
enfrentamiento castellano-nazarí determinaba con bastante claridad una doble naturaleza
551
CARTAGENA, ALONSO DE: «Discurso sobre la...», op.cit., pp. 222-223.
552
FERNÁNDEZ GALLARDO, LUIS: «Guerra justa y guerra santa en la obra de Alonso de Cartagena» En
eHumanista: Journal of Iberian Studies, vol. 24; California: University of California, 2013, pp. 341-354, p.
349.

311
José Fernando Tinoco Díaz

religiosa y secular de la contienda que el reino mantenía con los musulmanes. En sus
anteriores Allegationes super conquistam insularum Canarium (1437), el castellano ya
había ofrecido un atrevido enfoque que imponía una reformulación de los argumentos
legitimadores de la empresa castellana, basada en el derecho de la propia monarquía
hispánica sobre los territorios heredados de los reyes godos. En el Duodenarium,
quedaba totalmente diferenciado este realce de la dimensión religiosa de la Reconquista,
de su definición como guerra justa. Cualquier referencia al enfrentamiento con los
enemigos de otro credo, debía ser entendida bajo una lectura subordinada a la definición
del conflicto como hecho jurídico. Con la recuperación de la doctrina goticista más
tradicional, desaparecida de la narrativa castellana tras la obra de Jiménez de Rada, don
Alonso pretendía incidir en la falta de legitimidad de la ocupación de las tierras hispanas
por parte de los musulmanes y aunar esta perspectiva del conflicto, con la proyección de
la lucha frente al Islam en el contexto Occidental, pero sin perder su singularidad.

Para Cartagena, la herencia goda del reino castellano tenía «un sentido normativo,
estrictamente jurídico. De ella, como de una herencia legal, derivan obligaciones y
derechos susceptibles de reclamación jurídica»553. En ese sentido, quizá sea su
Anacephaleosis la obra en la que se encuentre elaborada más ampliamente esta teoría de
la supremacía de la corona de Castilla, con respecto a los restantes reinos cristianos de la
Península Ibérica. La clave de este tipo de reclamación residía en la prueba de que los
reyes de Castilla descendían del linaje visigodo, aquel que había obtenido su soberanía
por medio de una transmisión legítima legal de la autoridad imperial, hecha en 418 por
Constancio y Gala Placidia, al rey visigodo Walia. La ininterrumpida sucesión dinástica
del cargo de Rex Gothorum, Rex Hispaniae y Rex Castellae, permitía proseguir
identificando sin discusión la función rectora del monarca de Castilla, como principal
cabeza rectora de la restauración de la unidad hispana. Asimismo, todos los territorios
que hubieran formado parte de la antigua diócesis, incluyendo la Tingitania, podían ser
considerados como integrantes de la unidad a restaurar, lo que extendía la doctrina de
índole reconquistadora hacia el mismo norte de África554.

La línea argumentativa compuesta por Alonso de Cartagena fue secundada en su


tiempo por otros autores, como el eclesiástico Rodrigo Sánchez de Arévalo (1404/1405-

MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: El concepto de…, op.cit., p. 324.


553

554
Sobre esta obra, TATE, ROBERT B.: «La Anacephaleosis de Adolfo García de Santa María» En TATE,
ROBERT B.: Ensayos sobre la historiografía peninsular. Madrid: Gredos, 1970, pp. 55-73.

312
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

1470). La Compendiosa historia hispánica, compuesta por este reputado diplomático


castellano, es considerada por algunos historiadores en la actualidad, como «la obra
culmen del neogoticismo castellano del siglo XV», en tanto ilustra esa visión histórica de
la monarquía Trastámara como continuación del linaje gótico. Dedicada a Enrique IV, la
crónica presenta una edición más completa que la propia De rebus Hispaniae de Rodrigo
Jiménez de Rada, ampliando la información de las referencias políticas internacionales y
completando la narración de los reinados posteriores a Fernando III de Castilla. La
apología que el autor realizó a los reyes castellanos, descendientes del antiguo linaje
visigodo y, por tanto, únicos mandatarios capacitados para ser llamados reyes de España,
los colocaba en una situación predilecta, tanto a nivel europeo, como en la propia
Península Ibérica555.

Tanto Cartagena, como Sánchez de Arévalo, se sirvieron de una depurada retórica de


índole historicista, para mostrar el periodo visigodo como un ejemplo de gobierno
cristiano unitario. Ambos autores defendían así la necesidad de que Castilla acometiera
definitivamente la empresa de la restitución del señorío visigodo sobre las tierras
peninsulares, ya que solo de esta manera el reino conseguiría redimir los pecados que
llevaron a su pérdida. Esta necesidad de enmendar una falta hacía de la guerra algo
necesario pero también meritorio, una especie de acto de penintencia colectiva iniciada y
dirigida por los descendientes de los reyes visigodos, los monarcas castellanos.
Ayudados por la Providencia, estos mandatarios debían encabezar la contienda llevada a
cabo por los bravos guerreros castellanos desde hacía siglos, que tenía como objetivo
restituir el señorío en las tierras usurpadas por el enemigo musulmán y volver a izar el
pendón de la fe cristiana en este territorio hispano. Con esta victoria definitiva frente a
los enemigos del cristianismo, el pueblo castellano conseguiría con su esfuerzo servir a
su rey logrando la extensión de sus dominios, y redimirse ante la divinidad a través de la
defensa del credo cristiano y la extensión de su fe por tierras infieles. En ese sentido, la
sublimación de las recientes victorias de Juan II y Enrique IV en sus campañas frente al
musulmán, les permitió a ambos autores presentar estas iniciativas hispánicas como
proyectos de un verdadero plan divino, dirigido frente a las fuerzas islámicas que
amenazaban a la fe católica. Influenciado por la teoría absolutista del poder real que se

555
TATE, ROBERT B.: «Rodrigo Sánchez de Arévalo (1404-1470) y su Compendiosa Historia Hispánica»
En Tate, Robert B.: Ensayos sobre la historiografía peninsular. Madrid: Gredos, 1970, pp. 74-104. Sobre
la biografía de este autor castellano, LABOA, JUAN MARÍA: Rodrigo Sánchez de Arévalo, alcaide de
Sant’Angelo. Madrid: Fundación Universitaria Española, 1973.

313
José Fernando Tinoco Díaz

fue gestando durante el reinado de Juan II, el rey de Castilla era presentado así como una
figura clave para el futuro de la cristiandad occidental, un verdadero representante de
Dios en la tierra. La causa hispánica se asentaba así sobre la plena fundamentación del
razonamiento jurídico, aunque explotaba aquella faceta de impronta cristiana, que
consideraba la Reconquista como una «guerra divinal por mandado del soberano
emperador que es Dios»556.

Sánchez Albornoz subrayó que esta expresión de ―guerra divinal‖, forjada por el
propio Alonso de Cartagena en sus escritos, era la más adecuada a los fines de lo que se
ha venido a denominar con posterioridad como Reconquista, pues esta empresa
castellana no podía ser equiparada ni a la guerra santa, ni a la propia idea de cruzada
realmente, a pesar de contar con rasgos muy semejantes557. El obispo diferenciaba con
claridad el carácter de guerra religiosa y conflicto secular que suponía esta empresa
reconquistadora, de las iniciativas guiadas por el pontificado romano, de manera que la
imagen del rey no quedaba minada ante la auctoritas papal, sino reforzada por el carácter
providencial de las iniciativas llevadas a cabo en suelo peninsular. En ese sentido, cabe
destacar que el eclesiástico castellano supo nivelar a la perfección, la definición justa de
la contienda, con su perspectiva sacralizada, de tal forma que se produjo una adecuación
teórica de la justa lucha contra el musulmán y la religiosidad cristiana, a través de una
lectura providencialista de la historia castellana que aportaba a la contienda un halo
moral superior. Con esta definición del conflicto frente al emirato nazarí como una
―guerra divinal‖, se establecieron las bases del desarrollo de una doctrina que interpretara
la guerra frente a Granada como una acción destinada al Bien Común de la totalidad de la
sociedad cristiana. Este tipo de razonamiento providencialista y agustiniano recuperaba
los caracteres del modelo historiográfico creado por Jiménez de Rada, pero los adaptaba
de una forma acorde con las corrientes doctrinales de carga romanista predominantes en
el razonamiento político bajomedieval. Con todo ello, el eclesiástico consiguió aunar la
doctrina más belicista frente al Islam, con las nuevas ideas aristotélicas cada vez más

556
CARTAGENA, ALONSO DE: «Discurso sobre la...», op.cit., p. 221. Este término parece aparecer durante el
reinado de Alfonso XI, como un gran proyecto contra los musulmanes de Granada. Sin embargo, no es
hasta este momento cuando toma forma como un concepto con carácter propio.
557
SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO: La Edad Media española y la empresa de América. Madrid: Cultura
hispana del Instituto de cooperación iberoamericana, 1983, pp. I, 310-369. Otros autores posteriores, como
es el caso de Julio Valdeón, consideran que esta perspectiva de la disputa frente a Granada como una
«guerra divinal […] daba al conflicto cierto aire de cruzada», pero no la definía en estos términos»;
VALDEÓN BARUQUE, JULIO: La Reconquista. El concepto de España, unidad y diversidad. Madrid: Espasa
Calpe, 2006, pp. 381.

314
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

presentes en el panorama intelectual europeo, sentando las bases doctrinales sobre las
que el reino castellano posteriormente defendió su estatus de adalid de la defensa de la fe
cristiana en la órbita internacional558.

4.3.2. LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA GUERRA FRENTE AL MUSULMÁN EN LAS FUENTES


CASTELLANAS DEL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS.

Los principales historiadores del último periodo de esta centuria, como fueron Diego
de Valera o Alonso de Palencia, deben ser considerados herederos directos del discurso
doctrinal desarrollado por Alonso de Cartagena. Estos cronistas, que comenzaron a
escribir durante el reinado de Enrique IV, eran partícipes de que la guerra frente al moro
había acabado por convertirse en «una exigencia a la que ineludiblemente tenían que
hacer frente los monarcas hispanos, [era] una obligación histórica que derivaba del cargo,
por cuyo cumplimiento o incumplimiento serían juzgados posteriormente»559. Cada vez
que un rey accedía al trono del reino cristiano, el nuevo monarca debía enfrentarse a la
exigencia histórica de concluir definitivamente con la restauración del señorío sobre un
territorio musulmán, que era ya considerado como una parte más de «Las Españas» en la
conciencia de los castellanos. En ese sentido, las fuentes cronísticas afirmaron con
rotundidad que los Reyes Católicos también participaron de esta necesidad auto-impuesta
de retomar la lucha contra el emirato nazarí, acatando con determinación la proyección
de este conflicto que se les exigía. Gran parte de los historiadores del periodo denotan
que los nuevos reyes de Castilla habían dejado de manifiesto, desde su llegada al trono,
que «tenían mayor voluntad de facer fuera a los moros que la tovieron ninguno de los
reyes sus predecesores, e tan grand afición mostrauan a las cosas que para al proseguir
eran necesarias, que pareció ser mouidos a ella por alguna ynpsiraçión diuina»560.

Cuando se produjo la llegada al trono de los Reyes Católicos, el entorno cortesano de


la corte castellana determinó la necesidad de recuperar en sus narraciones las grandes
hazañas llevadas a cabo por los más destacados antecesores del linaje Trastámara en su
lucha frente al moro. Solo de este modo se podía incitar a la sociedad castellana a volver
a retomar este tipo de empresas que tantos beneficios había aportado a la corona del reino

558
Al respecto, es interesante consultar VILLA PRIETO, JOSÉ: «La ideología goticista en los pre humanistas
castellanos: Alonso de Cartagena y Rodrigo Sánchez de Arévalo. Sus consideraciones sobre la unidad
hispano-visigoda y el reino astur-leonés» En Territorio, Sociedad y Poder, nº 5. Oviedo: Universidad de
Oviedo, 2010, pp. 123-145.
559
MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: El concepto de..., op.cit., p. 263.
560
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 144.

315
José Fernando Tinoco Díaz

hispano. Partiendo de las premisas impuestas durante mediados de la centuria, los


cronistas del periodo comenzaron a construir una operación de propaganda bélica que
pretendía alzar la nueva contienda frente al emirato de Granada por encima del recuerdo
de las anteriores campañas fronterizas. En ese sentido, la figura de don Fernando de
Antequera, denostada por la historiografía anterior, sufrió un proceso de rehabilitación
moral durante este periodo que lo hizo alzarse como el último gran héroe castellano
victorioso en la guerra frente al musulmán. Aunque la actitud del entonces regente de
Castilla había demostrado que el verdadero objetivo sus campañas fue enaltecer su propia
figura política, el idealista recuerdo de las hazañas del abuelo de don Fernando perduró
en estas fuentes como un ejemplo a seguir por los descendientes de su estirpe, sirviendo
como punto de partida para ensalzar lo que se esperaba de sus descendientes. En
contraposición, las empresas llevadas a cabo durante la mayoría de edad de Juan II y el
reinado de Enrique IV, marcaron un punto y aparte en la prosecución de la conquista del
emirato nazarí. El recuerdo negativo de sus iniciativas en la frontera nazarí pasó a formar
parte del ideario castellano como ejemplo de la gran oportunidad pérdida de poder
concluir definitivamente con la existencia del emirato. Ambas formas de valorar las
últimas iniciativas castellanas frente al musulmán, aunque contradictorias, ayudaron a
generar un sentimiento de deber en torno a la finalización de la cuestión reconquistadora
mucho más fuerte, que proyectaba esta exigencia histórica como una verdadera empresa
de futuro. En este fragmento de su obra de bello Granatensi, Antonio de Nebrija realiza
un completo recorrido por ese alegato trascendental que obligaba a los nuevos reyes de
Castilla a retomar de nuevo las armas frente a los musulmanes:

«Ya desde el comienzo de su reinado [e los Reyes Católicos] se había asentado en su ánimo la
enorme preocupación e cómo podrían borrar aquel desonor de España y además singular oprobio
para toda la religión Cristiana [...] Ninguna causa de guerra podía parecer más justa que levantar
las armas en pro de la Religión y contra los enemigos del nombre de Cristo, ya que algunos
filósofos dicen que los que se rigen por la inteligencia, y en razón de su propia inteligencia pueden
ser dominio sobre los bárbaros, también con este mismo derecho pueden declararles la guerra
legítimamente. Se añadirían, sin embargo, otras causas más inmediatas, las cuales no permitían
que los nuestros permanecieran inactivos durante tanto tiempo, y especialmente aquella de que,
por naciones extranjeras, hacía ya largo tiempo que se nos achacaba la deshonra de que no solo no
rechazábamos a los enemigos puestos en nuestra presencia y ante nuestros ojos, sino que además
apenas podíamos contener a los que libremente nos hostigaban con repetidas afrentas [...] Había
también otra causa que nos estimulaba de un modo más importante, la de no reclamar con justa

316
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

demanda y en virtud del derecho de amplio postliminio, las cosas que habían sido enajenadas por
561
la negligencia de nuestros mayores y que nos pertenecían por derecho de herencia [...]» .

Según determinan las palabras de Nebrija, la pervivencia del dominio musulmán


sobre las tierras peninsulares había llegado a convertirse en una importante lacra para la
representación de la corona española en el contexto europeo. Si antes Europa se había
sentido atraída por participar en este conflicto, el autor reconoce que en ese momento la
cristiandad occidental tenía en mucha consideración esta incapacidad de los castellanos
de acabar definitivamente con el emirato nazarí, e incluso de defenderse con cierta
eficacia en momentos oportunos donde los ataques musulmanes fueron más activos. Esta
situación había sido consecuencia directa de la ineficacia de los últimos gobernantes del
reino. Su decisión de conceder acuerdos de treguas había provocado el abandonado de la
prosecución definitiva de la recuperación de la herencia goda, exigencia que debía haber
sido el principal objetivo de cualquier mandatario cristiano de la Península Ibérica. Es
bastante obvio que este tipo de discursos posiblemente pretendiera avergonzar al
conjunto de la sociedad de Castilla y empujarlos a retomar las armas frente al musulmán.
Los autores de estos alegatos fueron conscientes de que en el momento en el que las
aspiraciones de la corona castellana se proyectaron hacia Europa, la necesidad de
eliminar la tacha de la presencia islámica en la Península Ibérica se hizo presente, e
incluso deseable. El territorio castellano, que ahora aspiraba a convertirse en el escudo
del catolicismo frente a la amenaza turca y la cabeza visible de la cristiandad, necesitaba
concluir con la presencia musulmana en su propio territorio, para poder demostrar su
capacidad de llevar a buen puerto tal iniciativa. Solo así la sociedad castellana se alzaría
para reclamar la grandeza a la que parecía estar destinada. Esta perspectiva procuraba
precipitar que la sociedad castellana considerara muy necesario el retorno de este tipo de
iniciativas que pudieran concluir definitivamente con la cuestión nazarí, pues solo a
través de ellas Castilla podría comenzar a labrar su brillante futuro. Si Isabel y Fernando
realmente pretendían restaurar completamente la unidad del territorio de la Península
Ibérica bajo su mando, debían retomar esta empresa con más determinación que sus
antecesores:

«Entendieron el Rey, y la Reyna, que era este tan necesario remedio, para el beneficio de sus
reynos, como el proseguir por las armas la empresa, que auian tomado de hazer la guerra a los
Moros y que la prosperidad de su reyno auia de tener fuerças y fundamento en conseruarse la

561
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 33-35.

317
José Fernando Tinoco Díaz

fuerza y sinceridad de la Fe Catholica y en destruyr y desarraigar todo error, y especie de heregia y


assi se començo a entender en este negocio santo con grazelo del seruicio de Nuestro Señor, y del
562
ensalçamiento de la Fe Catholica» .

La prosecución de la guerra frente al emirato nazarí de Granada estaba argumentada


en sí misma, en tanto se planteaba como una guerra justa por la restitución de un
territorio que pertenecía a los herederos de la monarquía castellana y, por extensión, del
linaje visigodo. Este concepto de recuperación hacía referencia al sentido más clásico del
concepto neogoticista, el cual condenaba el dominio musulmán sobre las tierras hispanas
sin haber estado legitimado por derecho a ello. La justificación del conflicto frente al
emirato remitía así a una causa tan justa, como era la restauración de señorío castellano
sobre las tierras que los nazaríes ostentaban en régimen de tiranía, y no por su condición
religiosa. Quizá el autor que mejor había expresado esta faceta de la contienda entre
castellanos y musulmanas, fuera don Juan Manuel. Más de un siglo antes del inicio de la
Guerra de Granada, este castellano afirmaba que

«[…] por la ley ni por la secta que ellos tienen, no habria guerra entre ellos; [hay] guerra entre
los cristianos et los moros, et la habrá hasta que hayan recobrado los cristianos las tierras que los
moros les tienen por la fuerza; ca, por lo que se refiere a la ley ni a la religión que ellos tienen, non
563
habría guerra entre ellos» .

Las crónicas del periodo bajomedieval continuan determinando que la lucha contra el
musulmán no tenía como objetivo final restaurar el culto cristiano, sino recuperar el
señorío castellano sobre estas tierras y liberar a los cristianos que residían en ellas del
yugo musulmán. El ideal neogótico perseguía algo tan puramente terrenal como la
defensa y ampliación de los límites de la corona de Castilla en un territorio que le
pertenecían por derecho. Así lo deja de manifiesto Alonso de Palencia, cuando afirma
que el deber de Isabel y Fernando no era otro que el de «recuperar un territorio tan largo
tiempo ocupado por los enemigos»564. Para apoyar este razonamiento, el cronista remite a
un discurso que recupera esa proyección neogoticista del conflicto castellano-nazarí, en
tanto se denota que:

«[...] eran notorias la violencia y perfidia de que se valieron un tiempo los árabes para ocupar
las Españas y otras muchas provincias del mundo poseídas por los cristianos por derecho

562
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 324v.
563
DON JUAN MANUEL: «Libro de los Estados» En Don Juan Manuel: Obras Completas; edición prólogo y
notas de José Manuel Blecua. Madrid: Editorial Gredos, 1982, pp. I, 191-502.
564
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 324.

318
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

hereditario. Y territorios ocupados injustamente podían con justicia ser recuperados por sus
señores legítimos, como recuperaron los franceses gran parte de Francia, invadida por los
565
sarracenos en la primera acometida» .

A pesar de esta evidente continuidad, la llegada de los Reyes Católicos también


inauguró un nuevo periodo que enriqueció esta perspectiva del conflicto con términos
derivados del fortalecimiento de la idea de monarquía como eje central de una unión
territorial y religiosa peninsular. La época visigoda, y en particular el siglo VII, había
supuesto un momento clave para el desarrollo del mito político de España. Las obras de
Isidoro de Sevilla y Julián de Toledo, aunque influidas sobremanera por una eminente
perspectiva veterotestamentaria de la caótica realidad política visigoda, comenzaron a
destacar el carácter intrínseco superior de este concepto de unidad hispana. Tras la
invasión árabe, las crónicas peninsulares continuaron considerando el concepto de
Hispania como un heterogéneo conjunto de ideas, suma de la proyección cosmológica
compuesta durante el periodo visigodo y las nuevas perspectivas políticas desarrolladas
durante este periodo por la naciente monarquía asturleonesa. Los primeros indicios de la
verdadera maduración de esta concepción de unidad aparecieron durante el siglo XIII,
coincidiendo con la recuperación de la doctrina aristotélica y el derecho jurídico romano.
Estos estudios clásicos implicaban que la concepción geográfica de Hispania pudiera
tomar más fuerza como unidad política. Con la obra del Lucas de Tuy, las referencias al
pasado romano de la Península Ibérica comenzaron a hacerse visibles en la cronística
castellana, aunque de una manera aún escasa. Será más de un siglo después, de la mano
de Juan Margarit, cuando esta perspectiva romanista vuelva a ocupar un papel de vital
importancia para exponer y valorar las capas más antiguas de la comunidad hispana.

Durante el proceso de consolidación de la dinastía Trastámara en el trono castellano,


el topónimo de España comenzó a adoptar unas connotaciones muy semejantes a las
actuales. En este periodo, el término era entendido como vocablo polisémico, en tanto
hacía referencia, tanto a una realidad geográfica, como a un ideal de referentes históricos.
En la obra de los primeros historiadores humanistas aparece ya una idea de España
inserta dentro de un nuevo modelo de representación historiográfica, caracterizado por el
peso de la antigüedad clásica en la formación de la nación hispana, y la proyección
política de tal realidad en el desarrollo del papel cohesionador de la monarquía
castellana. Sobre un tiempo y un espacio delimitados con anterioridad a la caída del reino

565
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 395-396.

319
José Fernando Tinoco Díaz

bárbaro, estos cronistas dieron forma a la justificación de la causa reconquistadora como


algo más que una simple restitución territorial. Para ellos, la contienda frente a Granada
significaba la oportunidad de recuperar una identidad establecida en el mítico pasado
romano de Hispania, de lo que habría de volver a ser y lo que se tuvo en algún
momento566.

Esta redefinición del concepto de unidad hispana, dio origen a una nueva proyección
de futuro surgida dentro de la doctrina de la Reconquista, la cual planteaba que la lucha
de los españoles contra los musulmanes se sustentaba en el derecho de los reyes
cristianos a recuperar la unidad del territorio hispano, y no tanto en restaurar la
monarquía visigoda. La naturaleza de la contienda frente a Granada ya no estaba
estrictamente relacionada con una cuestión de restauración de lo que había sido perdido
en el 711, sino con la construcción de un nuevo marco político, post-medieval en muchos
aspectos, pero que aún mantenía su esencia neogoticista. La principal diferencia de esta
alteración en la representación de la doctrina reconquistadora, residió en el cambio de
actitud ante el objetivo al que aspira la sociedad. Mientras la influencia del goticismo
más clásico apostaba por establecer una justificación de las acciones de los reyes
asentada sobre una base territorial, el retorno del romanismo y la revaloración del
concepto de Hispania extendían hacia el futuro la proyección del pasado glorioso de la
unidad política de la Península Ibérica. Tal perspectiva no situaba los antecedentes de la
deseada unidad política en el reino visigodo, sino en la época romana.

Partiendo de esta redefinición de la doctrina reconquistadora, el objetivo al que


aspiraban los Reyes Católicos no solo era redimir la falta que provocó la caída de los
godos, sino restituir el pasado más glorioso de la unidad peninsular y asegurar con ello el
brillante futuro de la corona en torno a la génesis de una ambición imperialista superior,
de carácter netamente hispano. El propio humanista Nebrija resume esta idea en el

566
Al respecto de todo ello, BRONISCH, ALEXANDER P.: «El concepto de España en la historiografía
visigoda y asturiana» En Norba. Revista de Historia, nº 19. Cáceres: Universidad de Extremadura, 2006,
pp. 9-42; VALDEÓN BARUQUE, JULIO: La Reconquista. El..., op.cit., pp. 166-179; MARAVALL, JOSÉ
ANTONIO: El concepto de..., op.cit., pp. 335-340; GARCÍA OLIVA, MARÍA DOLORES: «España en las fuentes
narrativas castellanas de la época Trastámara» En Norba, Revista de Historia, nº 19. Cáceres: Universidad
de Extremadura, 2006, pp. 73-93; NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: «Conceptos de España en tiempo de los
Reyes Católicos» En Norba, Revista de Historia, vol. 19. Cáceres: Universidad de Extremadura, 2006, pp.
105-123; TORRE Y DEL CERRO, ANTONIO DE LA: «El concepto de España durante el reinado de los Reyes
Católicos» En Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, nº 23. Madrid:
Ayto. de Madrid, 1954, pp. 285-294.

320
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

aforismo latino «Hispania tota sibi restituta est»567. Aunque Fernando e Isabel no
abandonaron completamente el enfoque que justificaba la necesidad de restituir el
vasallaje nazarí impuesto en las campañas de sus antecesores, su empresa pretendía dar
forma a un verdadero proyecto de unidad asentada sobre una estructura política
homogénea. Sobre esta nueva perspectiva doctrinal, adaptación de la doctrina goticista
más tradicional a las nuevas corrientes del periodo final de la Edad Media, la lucha frente
al emirato nazarí volvió a ser asumida como una misión necesaria, un deber de carácter
justo que debía de ser acatado de manera rauda y eficaz para la prosecución de ese
objetivo que era restaurar la unidad del territorio hispano.

Quizá la definición más clara del carácter de esta perspectiva de la contienda


castellano-nazarí en la cronística contemporánea al conflicto, se encuentra en la narración
de la llegada, el 5 de septiembre de 1489, de una epístola enviada por Kâit-Bey, soldán
de Babilonia, a los monarcas de Castilla. Poco después de la conquista de Málaga (1487),
los Reyes Católicos comenzaron a afianzar nuevos lazos diplomáticos el sultanato
egipcio gracias a la intercesión del reino de Nápoles. Con este naciente acuerdo de
colaboración, los mamelucos se asegurarían contar con un fuerte aliado frente al
creciente poder otomano, mientras Fernando el Católico conseguía establecer una nueva
base de contención de las iniciativas turcas que permitiera reanudar las relaciones
comerciales con la zona cristiana más occidental del contexto mediterráneo. Además, el
rey aragonés podría reactivar así las relaciones de protectorado de los Santos Lugares
jerosolimitanos, con el prestigio y fama que ello le conllevaría568. Sin embargo, el Soldán
de Babilonia debía respetar las exigencias formales que su credo le imponía. Desde el
inicio de las relaciones entre ambos reinos los egipcios insistieron sobremanera en su
preocupación por la prosecución de la Guerra de Granada y sus consecuencias para sus
correligionarios peninsulares. Consciente de que su aislamiento del resto del mundo
Islámico mediterráneo crecía, es muy posible que el emirato nazarí decidiera realizar una
última solicitud de socorro al sultán de Babilonia durante los últimos años de la década
de 1480. Según los historiadores castellanos del periodo, Kâit-Bey se vio entonces
obligado a enviar esta epístola a los reyes castellanos que sus crónicas castellanas
denotan. Sin embargo, el motivo de esta embajada debió de ser múltiple, como denotan

Citado en TATE, ROBERT: Ensayos sobre historiografía…, op.cit., p. 296.


567

568
Al respecto, consultar SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Las relaciones de los Reyes Católicos en Egipto» En
En la España medieval, nº 1. Madrid: Universidad Complutense, 1980, pp. 507-520.

321
José Fernando Tinoco Díaz

la contradicción en algunos puntos determinantes de las diferentes versiones aportadas


por estos autores.

Poco tiempo antes de la llegada de los reyes al campamento castellano durante el


asedio de Baza, arribó al real una embajada de franciscanos procedentes de Jerusalén,
encabezada por su prior fray Antonio de Millán, fray Alfonso de Lezcano y Francisco del
Águila, con la misión de entregar a los reyes una carta redactara por el mismo mandatario
musulmán. Tanto Andrés Bernáldez, como Fernando del Pulgar y Alonso de Palencia,
recogen este episodio en sus crónicas, aunque desde perspectivas distintas. Mientras el
Cura de Los Palacios afirma que tal visita respondía a una petición egipcia de ayuda
frente a la creciente amenaza turca, para Palencia existe una clara relación entre esta
misiva, y las demandas granadinas de auxilio frente a la amenaza castellana. El cronista
afirma que la epístola recogía una clara advertencia: si los reyes de Castilla no
interrumpían sus operaciones militares frente a Granada, el sultán egipcio se vería
obligado a proceder contra los Santos Lugares de la cristiandad. Por último, Fernando
Pulgar también añade la posibilidad de que el prior franciscano pretendiera incidir en esta
amenaza sobre Jerusalén, para intentar atraer la generosidad de unos reyes que ya tenían
asignado una renta anual de mil ducados a este lugar. Este cronista ofrece una versión
bastante completa y subjetiva de la llegada de esta delegación, aunque menciona que fue
el papa, y no el rey de Nápoles, quien actuó de mediador entre ambas partes569:

Suárez Fernández afirma que «es bastante probable que las tres noticias recojan los
aspectos diversos que se trataron en la embajada»570. En ese sentido, es cierto que debió
de existir una queja por parte de Kâit-Bey, aunque posiblemente menos virulenta de lo

569
La narración de este episodio puede encontrarse en BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado...,
op.cit., pp. 208-209; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 395-398; PALENCIA,
ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 395-398. Asimismo, Jerónimo Zurita también utilizó todas
estas narraciones, para componer un nuevo resumen de este episodio, donde destacaba que«a fama desta
guerra y de las victorias del Rey fue por todo el Oriente [que] puso en gran tristeza y quebranto toda la
Morisma y el Soldan de Babylona en vengança desto, amenazaua pasar en todo vigor a perseguir los
Christianos que habitauan en Egypto, y Suria y mandar derribar los tenplos y Igleisas que auia en su reyno
hasta destruyr el Sepulchro santo de Ierusalen»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., pp. 364v-365r.
En el siglo XVII, Juan de Mariana recuperaba la narración de este episodio, destacando que «el rey don
Fernando ni se espantó por las amenazas del bárbaro, ni le plugo el consejo del rey de Nápoles, dado que
acabada la guerra envió por su embajador a Pedro Mártir para que diese razon al soldan de todo lo que en
aquella conquista pasó, y con palabras comedidas le aplacase»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de...,
op.cit., p. 115.
570
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 197. Asimismo, LÓPEZ DE
COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «Mamelucos, otomanos y...», op.cit., pp. 235-242.

322
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que Palencia afirma. No hay que olvidar que el mandatario musulmán se encontraba
amenazado por el creciente poder otomano, por lo que necesitaba contar con el apoyo
material y militar ofrecido por los reyes de Castilla y Aragón. Y lo mismo ocurría en el
otro extremo de la balanza, Fernando e Isabel se apresuraron a dar una pequeña
satisfacción a su interlocutor, generando en agosto de 1489 una disposición real que
suspendió la predicación de indulgencias derivadas las bulas de cruzada pontificias hasta
que las mismas fuesen examinadas y redactadas nuevamente, siguiendo un discurso
respetuoso con la creencia y sentimientos de Kâit-Bey. Asimismo, la respuesta enviada
por estos reyes castellanos ante las reclamaciones egipcianas, presentó la campaña que se
estaba llevando frente al reino granadino desde una perspectiva realmente precisa, que
remitía a la definición más tradicional de la contienda peninsular entre cristianos y
musulmanes. Este acertado documento, muestra de la extraordinaria habilidad
diplomática de los servidores de Isabel y Fernando, definía el conflicto ante Granada
como un castigo legítimo ante unos súbditos que habían roto su vasallaje hacia la corona
castellana, y no como guerra religiosa. El planteamiento no faltaba a la verdad, pues
desde 1246 el reino nazarí había aceptado su condición de vasallo de Castilla a cambio
de un tributo. Tal acuerdo nunca había sido considerado concluido, determinando un
marco jurídico estable en los momentos en los que estallaban las hostilidades entre
ambos bandos, al margen de cualquier definición doctrinal del conflicto. De hecho, los
reyes hispanos hacían mención explícita al hecho de que siempre se respetaba la religión
de los vencidos por parte del bando cristiano, como dejaban de manifiesto los tratados de
rendición que se habían otorgado a los nazaríes derrotados. Este argumento referenciaba
una realidad parcial de los acuerdos de sometimiento que fueron rubricando a lo largo del
conflicto, pero probablemente bastaba para calmar los ánimos egipcios. Se ha
seleccionado la reproducción de Fernando del Pulgar de esta contestación que los
monarcas de Castilla dirigieron al sultán mediante sus respectivos intermediarios
diplomáticos:

«Era notorio por todo el mundo, que las Españas en los tienpos antiguos fueron poseídas por
los reyes sus progenitores; et que si los moros poseyan agora en España aquella tierra del reyno de
Granada, aquella posesión era tiranía, et no jurídica. E que por escusar esa tiranía, los reyes sus
progenitores de Castilla y León, con quien confina aquel reyno, sienpre pugnaron por lo restituyr a
su señorío, según que antes avía sido. Otrosí, le escriuieron que, allende de tener los moros
tiránicamente esta tierra de Granada, avían fecho e facían guerra continua a los cristianos, sus
súbditos et naturales, que morauan en las çibdades, e villas, e tierras que confinan con aquel reyno

323
José Fernando Tinoco Díaz

de Granada; et avían pugnado por tomar, e tomauan quando podían, las çibdades, et villas, e
castillos, e fortalezas que son en su señorío; et tomauan ganados, et tomauan de ellas catiuos, et
facían guerra cruel a todas las partes de los cristianos que son en sus comarcas. Lo qual veya bien
Su Santidat que no era de sufrir, e que les era necesario cobrar lo suyo guerreando, et defender los
suyos resistiendo. E que si el Soldán trataua bien a los cristianos que moran en las tierras de su
señorío, ellos asimismo tratauan bien a otros muchos moros que están asimismo en sus reynos, et
tierras, e proviçias, que biuen so su ynperio, et conseruan sus personas en toda libertad, et poseen
sus bienes libremente, e los consienten biuir en su ley con toda esençión, syn les paçer premia. E
que esta conservación e libertad avían guardado a los moros de algunas çibdades et villas et tierras
de aquel reyno de Granada, que avían querido estar debaxo de su ynperio, e gozarían della todos
los que quisiesen estar. Pero que los otros rebeldes, e aquellos que tiránicamente presumen de
poseer la tierra que no es suya, et facer guerra a los cristianos sus súbditos, et pugnan por tomar las
çibdades et villas de su señorío, que Su Santidad veya bien quánta razón avía de resistir su tiranía,
e de facerles guerra fasta que dexen la tierra. Saluo si quisieren biyir en ella debaxo de su ynperio,
como los otros moros que moran en biuen en otras partes de sus reynos» 571.

Pulgar comienza su narración con una referencia al pasado gótico de Castilla y a la


idea de que todos los reyes castellanos procedían de esta rama dinástica, por lo que les
pertenecía, por derecho de cuna, la tutela de toda la tierra hispana. Ésta era la razón por la
cual se designaba el dominio nazarí de esta tierra como una tiranía, frente al verdadero
derecho de gobierno que detentaba el monarca del reino castellano. La respuesta Isabel y
Fernando, por tanto, se expresa en unos términos que definen la intervención de los
Reyes Católicos como una respuesta a la necesidad de restituir el derecho tradicional de
imperio y domino castellano sobre el territorio usurpado por el emirato musulmán. Tal
hecho podía producirse siguiendo dos caminos claramente diferenciados, el de la paz y el
de la guerra. En el primer caso, los monarcas de Castilla se limitaban a entregar la
libertad a los musulmanes que pasaban a formar parte de la corona castellana como
súbditos. En el lado opuesto, los elementos que se mostraran contrarios a su integración
en el reino cristiano, sufrirían la violencia del ejército cristiano, hasta que fueran
expulsados de sus propias tierras o reconocieran el señorío de Castilla sobre las mismas.
Pulgar transmite así una interpretación del conflicto frente a Granada de claro signo
jurídico, con unos evidentes argumentos que pretenden justifican las acciones castellanas
de manera incuestionable. Con este razonamiento, el cronista pretende rebatir la
acusación del Sultán de Babilonia que los Reyes Católicos procuraban un trato vejatorio
a sus congéneres musulmanes vencidos. De hecho, él considera que la pertenencia al

571
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 397- 398.

324
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reino castellano, que no a la ciudadanía castellana, depende de la identificación con la


corona de Castilla y la comunión con su política real, lo cual descarta cualquier lectura
religiosa del motivo de la contienda entre castellanos y nazaríes. Así lo manifiesta
también Lucio Marineo en sus escritos, el cual destacaba que entre los propios
musulmanes igualmente tenía cabida esta perspectiva jurídica de la relación entre Castilla
y Granada:

«Porque el Rey Boabdelin de Granada […] pensó de darle a partido [a Castilla] y llamados los
de su consejo de quien se confiaua: les demando sus sentencias y paresceres. De los quales vno
que assi en edad como en autoridad prefería todos los otros (según auemos entendido) hablo en
aquesta forma. Pues mandas mi bien señor y Rey que yo diga lo que siento deste nuestro infortunio
y misera condición en que estamos quiero que sepas que lo que yo dixere no a salido de mi ingenio
y juyzio sino que a sido pensado y prudentemente mirado por todos estos que están presentes […]
Assi que pues la suma necesidad te costriñe: y toda la esperança de la salud consiste en hazer el
partido: ciertamente si tu vida y la de los tuyos amas no lo deyes diferir. A lo qual no solamente la
extrema necesidad mas también la singularidad humanidad y muy entera fe del rey don Fernando y
de la Reyna doña Isabel te deuen amonestar […] y si te es molesto y muy graue y difficultoso
dexar el nombre et insifnias de Rey: empero puedes te consolar con vna muy gran razón: porque
aqueste reyno (como sabemos) en otro tiempo fue de los Christianos y por sus antepassados
vsurpados y agora tu injustamente lo posees. Assi que no lo pierdes pero restituyes lo a quien de
derecho le perensce y peresceras su gracia y amistad la qual todos los reyes engrandescen y
estiman en mucho»572.

Si bien los argumentos empleados en esta justificación ante el Soldán no


referenciaban que este conflicto fuera una guerra de religión o conquista, la realidad
institucional de la prosecución de esta empresa mostraba otra perspectiva bastante
distinta. Dada la naturaleza religiosa de la institución pontificia de la cruzada, era común
en todas los documentos internacionales generados en territorio hispano utilizar
expresiones que en la mayoría de los casos resaltaban que la Guerra de Granada estaba
destinada a vencer al Islam en el territorio peninsular y, por tanto, a amenazar la
existencia del propio sultanato por su carácter musulmán. Esto ha llevado a autores como
Joseph O‘Callaghan, a definir la Guerra de Granada como una «guerra de religiones» –a
war of religions–573. Sin embargo, cabe determinar que la contienda frente al emirato fue
realmente una empresa destinada a concluir con la restitución del dominio castellano
sobre estas tierras. Este conflicto no fue planteado como una guerra santa para los

572
LUCIO MARINEO, SÍCULO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXVIIv-r; CLXXVIIIr.
573
O‘CALLAGHAN, JOSEPH: The last crusade..., op.cit., p. 226.

325
José Fernando Tinoco Díaz

cronistas castellanos, ya que los Reyes Católicos se preocupan de respetar la ley y


religión de los conquistados en todo momento, a cambio de que éstos se mostraran
partidarios de su autoridad.

Las narraciones de los historiadores castellanos de este periodo esbozaron unos claros
alegatos de índole jurídica, que se alejaban de cualquier idea de carácter cruzadista que
pudiera derivar de la faceta religiosa del conflicto. La exclusiva imagen religiosa de la
guerra castellano-nazarí, como pretendida guerra santa frente al enemigo de la fe
cristiana, no tenía cabida por sí sola. El énfasis de estos autores en la faceta moral del
conflicto, venía a completar, e incluso sublimar, la definición justa de esta contienda
desde una perspectiva ética, al igual que antaño lo había hecho Alonso de Cartagena. La
recuperación del lenguaje divinal utilizado por el obispo burgalés sacralizaba la guerra
frente al musulmán como una empresa justa de altas connotaciones morales, y asociaba
esta iniciativa con la necesidad de restituir la grandeza pasada del reino visigodo. Los
cronistas consiguieron así generar una visión de las campañas frente al infiel como el
culmen de la unión hispana y el máximo exponente de la política de ―máximo religioso‖
de los Reyes Católicos. Producto de esta perspectiva, la Guerra de Granada se convertía
en una contienda de índole superior, meritoria y deseable, una tarea de titánica
envergadura para Castilla, que parecía rodearse de un halo providencial, casi sagrado,
que convertía su prosecución en una aspiración deontológica. Los reyes de Castilla, por
tanto, luchaban por inspiración celeste, en pos de la definitiva derrota del Islam en la
Península Ibérica y el enaltecimiento de la religión cristiana, como mosén Diego de
Valera le recuerda a don Fernando en una de sus epístolas:

«Pues note Vuestra Real Magestad, quánto conviene en esta sancta é necesaria guerra leuar el
propósiyto quel bien aventurado Agustino nos amonesta tener, el qual es que á los moros se haga
la guerra por amenguar los enemigos de nuestra sancta fe é por los tomar la tierra que vsurpada
tienen; é porque ally donde agora es Dios vituperado, blasfemado é deservido, ally sea loado,
adorado é temido; y esto tomado por fundamento, quered, Señor, faser la guerra commo la fizieron
574
gloriosos Reyes de donde venis questos reynos ganaron» .

Quizá el único ejemplo de una clara distinción entre estas facetas justa o santa del
conflicto castellano-nazarí, se encuentre en la narración de Fernando del Pulgar de la
conocida por la historiografía clásica como «decisión de Tarazona». La muerte del
monarca francés Luis XI (1461-1483) en agosto de 1483, reavivó el conflicto que este

574
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 76.

326
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reino mantenía con la corona de Aragón por la tenencia de los territorios del Rosellón y
la Cerdaña. Según afirmaban ciertos rumores llegados a oídos de la corte hispánica, el
rey había querido limpiar su conciencia en el lecho de muerte y, poco antes de morir,
ordenó la restitución de estos condados pirenaicos a la corona aragonesa. Esta coyuntura
planteó a Fernando el Católico una fuerte duda con respecto a lo idóneo de continuar
apoyando la guerra frente a Granada. Durante estos primeros años, los castellanos habían
conseguido conquistar y mantener la plaza de Alhama, lugar desde donde podrían atacar
con facilidad la capital del emirato. Asimismo, la firma de la tregua pactada con el emir
Boabdil en agosto de 1483, parecía comenzar a dar sus primeros frutos durante los
últimos meses de ese mismo año. Por todo ello, el monarca determinó que la hora de
defender las pretensiones de Aragón había llegado. Don Fernando decidió no perder la
oportunidad que se le presentaban de demandar la restitución de esos territorios, tanto por
la vía diplomática, como por la fuerza, y decidió plantear a su esposa la opción de aplazar
la prosecución de la contienda frente al emirato para priorizar esta cuestión que parecía
capital para el futuro de su reino. El aragonés proponía priorizar la resolución de esta
cuestión con Francia, mientras el reino de Castilla mantenía las hostilidades en la frontera
a través de talas y escaramuzas llevadas a cabo por las tropas señoriales andaluzas,
esperando el curso de nuevos acontecimientos en el ámbito político interior del emirato
nazarí. Sin embargo, Isabel prefería continuar la prosecución de la empresa frente a
Granada; decisión que condicionaba la posible ayuda económica del reino castellano a la
causa aragonesa. Fernando del Pulgar recoge esta dualidad de opiniones con respecto a la
necesidad de continuar priorizando la cuestión nazarí, a través de la definición de esta
iniciativa como guerra justa o guerra santa:

«La Reyna, que tenía mucho en el ánimo aquella guerra de los moros, acordaua que se debían
dexar aquellas Cortes de Aragón, por la dilaçión grande que se daua en la conclusión dellas, e
todas cosas pospuestas debían yr al Andaluzía, en prosecución de la guerra de los moros. Porque
decía ella que eran tan justa e tan santa empresa, que entre todos los príncipes cristianos no podía
ser más honrrada, ni que más digna fuese; para que faciéndole debidamente se oviese el ayuda de
Dios et el amor de las gentes. El voto del Rey era que primeramente se debían recobrar los
condados de Risellón et Cerdania, injustamente ocupados del rey de Françia; e que la guerra con
los moros se podía por agora suspender, pues era voluntaria e para ganar lo ageno, e la guerra con
Françia, no se devía escusar, pues que era neçesaria, para recobrar lo suyo. E que si aquella era
guerra santa, esta otra guerra era justa, e muy conveniente a su honrra. E porque si la guerra de los
moros por ahora no se proseguise, no les sería ynputada mengua; e si esta otra no se fiziese,

327
José Fernando Tinoco Díaz

allende de reçebir daño e pérdida, incurría en deshonrra, por dexar a otro rey poseer por fuerça lo
suyo, sin tener a ello título ni razón alguna»575.

Con esta narración subjetiva de la contienda entre ambos reyes, el cronista castellano
pretende reproducir los argumentos esgrimidos por uno y otro bando para defender la
idoneidad de la continuación de la conquista del reino granadino, o el carácter urgente de
la cuestión aragonesa de la restitución de los condados pirenaicos. Tal disposición
permite a Pulgar exponer la posible naturaleza de la Guerra de Granada desde dos puntos
de vista contrapuestos. En primer lugar, la reina Isabel, cabeza visible de la postura
castellana, la defiende como una guerra tan justa como santa. De esta manera, la lucha
frente al emirato se alzaba moralmente sobre las demás guerras producidas en el
continente europeo, las cuales estaban justificadas jurídicamente pero no contaban con un
objetivo tan loable como ésta. En contraposición, el castellano se esfuerza en hacer ver
que don Fernando, responsable de la postura aragonesa, solo la considera como guerra
santa. Bajo esta perspectiva religiosa, que colocaba tal empresa en una posición de
debilidad frente a su definición del conflicto aragonés, la contienda castellano-nazarí
tiene visos de ser una campaña voluntaria, destinada a la extensión de la fe cristiana en
una tierra bajo la influencia islámica. La verdadera guerra justa concernía por tanto a la
corona de Aragón y el reino de Francia, ya que el monarca de este reino poseía el
derecho completamente legítimo de reclamar las regiones del Rosellón y la Cerdaña por
herencia. Con esta representación de las posibles palabras del rey, Pulgar intenta
justificar las pretensiones de Fernando el Católico, alegando que éste elevó a categoría de
causa lo que realmente componía el espíritu de la guerra y la singularizaba del resto de
choques bélicos. Este tipo de definición de las empresas castellanas frente al emirato
como una guerra santificada, pero no necesaria, fue una constante entre los detractores de
la proyección de este tipo de campañas, como se tuvo oportunidad de destacar durante el
periodo de regencia de Juan II. Sin embargo, Fernando del Pulgar pretende hacer resaltar

575
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 112-114. Cronistas aragoneses posteriores,
como es el caso de Jerónimo Zurita, expresaron de una forma poco semejante la naturaleza y resultado de
esta discusión entre la pareja real, intentando así restablecer la determinación que se le supuso al monarca
en su contienda frente al moro: «No deseaua menos el Rey cobrar lo de Rosselló, que fenecer la guerra de
los infieles, considerando que si aquella conquista se remataua, resultaua mayor dificultad en persuadir a su
aduersario a la concordia, si le viesse mas libre, y desembaraçado, y fuera de la antigua contienda de los
Moros, pues entretanto que duraua, era menos temido, para que se pensasse que auia de mouer otra guerra:
y assi, siendo para todo tan omportante lo de Rosselló, y estando en poder de Franceses, por esta causa,
desde que el Rey Carlos començó a reynar, se trató de assentar paz con el por medio de matrimonio de la
Infanta doña Isabel»; ZURITA, JERÓNIMO: Historia del Rey..., op.cit., p. 6v.

328
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

con esta narración de la contienda entre ambos bandos reales, que el patrón legal era
capital en la definición de la guerra castellano-granadina como una empresa legada de la
herencia gótica de la propia corona de Castilla, por encima incluso de las connotaciones
religiosas que pudieran expresarse en la prosecución de cualquier hecho bélico frente al
musulmán. Más allá de manifestar abiertamente la capacidad de decisión política
independiente de doña Isabel, el cronista también procura transmitir así esa visión
castellana del conflicto que entroncaba el ideal goticista más tradicional de la
recuperación de la tierra conquistada, de esencia netamente jurídica, con la faceta santa
de la contienda que la hacía destacar como actuación deseable y meritoria.

Desoyendo los deseos de su esposa, don Fernando convocó a las Cortes de Aragón
para los primeros meses de 1484 en el municipio zaragozano de Tarazona, con el
objetivo de obtener subsidios extraordinarios que le permitieran comenzar un conflicto a
gran escala frente a Francia para reclamar estos territorios del Rosellón y la Cerdaña. Sin
embargo, las pretensiones económicas del monarca se ahogaron entre acusaciones de que
la convocatoria había sido ilegal, lo que desvió rápidamente el asunto principal de dicha
asamblea. Asimismo, doña Isabel, que había decidido acompañar a su marido en un
primer momento, abandonó al poco tiempo la ciudad para volver a Andalucía, donde
comenzaba a proyectarse la campaña frente al emirato de ese año. Esta resolución de la
reina castellana mostraba su total desacuerdo ante la postura de su marido de emprender
una iniciativa que podría condicionar el futuro inmediato de sus coronas. Castilla no
podía asentar una previsión sólida de futuro sobre una tregua acordada con Boabdil,
porque la inestabilidad interna del reino granadino lo impedía, por lo que la empresa
frente al emirato debía ser acometida con el máximo interés posible. Poco tiempo
después, las Cortes aragonesas también demostraron no tener mayor interés por el
proyecto fernandino. Todo ello hizo que Fernando tomara consciencia de la necesidad de
concluir definitivamente con la cuestión nazarí y abandonara el propósito de recuperar
los condados pirenaicos por la fuerza de las armas. En contraposición, la culminación de
la Guerra de Granada se convertía en una prioridad para el monarca. Solo así se podría
comenzar a proyectar una política exterior conjunta, asentada sobre los amplios recursos
de Castilla, que ayudara a lograr las pretensiones aragonesas en todo el contexto
mediterráneo576. De hecho, tras este fallido episodio, ambos monarcas decidieron

576
Sobre este episodio y sus consecuencias en la política exterior hispánica, consultar SUÁREZ FERNÁNDEZ,
LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 118-126; MUÑOZ POMER, MARÍA ROSA: «Las Cortes

329
José Fernando Tinoco Díaz

imponer el criterio de proseguir sistemática la guerra hasta acabar con el reino nazarí,
comenzando así una nueva fase en esta contienda castellano-nazarí que marcó los años
decisivos de su prosecución. Durante la misma, esa definición de Fernando del Pulgar de
la Guerra de Granada, como una empresa santa y justa, tomó cada vez más importancia
en las diversas narraciones cronísticas compuestas durante esta etapa.

La perspectiva general en los cronistas de este periodo final del Medievo denota que
esta diferenciación entre guerra justa y guerra santa, no parecía remitir a una
conceptualización más allá de la índole retórica que esta contienda entre los reyes pudo
determinar. De hecho, la mayoría de estos narradores utilizan ambos términos para
definir la naturaleza de la guerra. Verbigracia, el propio Pulgar menciona en otros de los
fragmentos de su crónica, que ésta era una «tan justa, tan santa et tan neçesaria
guerra»577. Asimismo, Palencia destaca que ésta era una «justa y necesaria guerra contra
los granadinos»578, mientras que Valera la identifica como una «santa y loable
conquista»579, o Pedro Mártir como una «religiosa guerra [...] justa, laudable y aún
piadosa»580. Nebrija aúna ambos conceptos en torno al carácter noble de la contienda,
cuando destacaba que «qué se puede pensar que es más noble que tomar las armas en
favor de la religión cristiana en contra de los enemigos del nombre de Cristo, ni más
justo que tratar de recuperar con las armas lo que nos fue arrebatado de forma injusta»581.
Esta muestra de la utilización de ambos términos desde una perspectiva netamente
retórica, denota que ambos vocablos no fueron más que elementos de construcción
teórica que pretendía fundamentar acciones e interpretar la realidad acorde a una escala
de valores netamente cristianos. Esta característica, de hecho, fue lo que permitió la
supervivencia del discurso neogoticista durante tantos siglos. El problema surge cuando
se intenta calibrar hasta qué punto primaron los intereses políticos o materiales y su
relación con la actitud o mentalidad religiosa de la sociedad del momento.

Como puntualiza el profesor Peinado Santaella, durante este periodo «el dilema entre
finalidad religiosa y recuperación territorial no se planteaba como tal en la

de Tarazona-Valencia-Orihuela (1484-1488) y la guerra de Granada» En González Jiménez, Manuel


(coord.): La Península Ibérica en la época de los Descubrimientos. Sevilla: Junta de Andalucía, 1997, pp.
II, 1481-1511.
577
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 84.
578
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 6.
579
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p.76.
580
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 106, 155-156.
581
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 63.

330
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

gramaticalidad de la ideología de reconquista»582. Para los cronistas castellanos, la


definición de la empresa contaba con una naturaleza inexcusable, derivaba de una
situación de injusticia que contaba con implicaciones, tanto de orden legal, como
religioso, por el contexto mental en el que era interpretada. Esta interpretación del
conflicto no se adecuaba a un férreo marco de definición, sino que los cronistas hacían
referencia a concepciones derivadas de la propia definición que rodeaba la
conceptualización historia de la empresa castellano-leonesa frente al musulmán. Al fin y
al cabo, como Ana Belén Sánchez destaca, «la mayoría de pensadores no se plantean el
problema ni de su existencia ni de su definición, sino por el contrario se limitan a teorizar
sobre una realidad que les es presentada»583. Para ellos, la propia iniciativa de combatir
frente al moro ya era considerado un hecho plausible y socialmente aceptado como
virtuoso, de manera independiente a la causa concreta que lo moviese. Por este motivo, a
la hora de configurar la justificación social de cualquiera de estas empresas, el
componente religioso no justificaba la guerra como una acción deseable, meritoria,
piadosa y santificada por sí solo, pero jugaba un papel importante como medio
propagandístico más potente del periodo. Siguiendo esta determinación, la cronística
contemporánea definía la empresa de los Reyes Católicos como «tan sancta é tan
necesaria, é de tanto seruycio á nuestro Señor se espera seguir, é tanto honor, gloria é
fama á Vuestra Real Magestad, é tanta vtilidad á la corona de vuestros reynos»584. La
sublimación moral de esta guerra impregnaba el conflicto de un espíritu sacro que
implicaba la simbiosis perfecta entre la propaganda religiosa y política, permitiendo que
los historiadores del periodo reclamaran que «con mucha vigilancia é diligencia se deue
aparejar todo lo nescesario para ella, é con toda prestez ponerse en obra»585. Esta
perspectiva pretendía conseguir que toda la fuerza institucional del reino, y la sociedad
castellana, participasen de espíritu religioso que los Reyes Católicos enarbolaban como
seña de identidad. Según estas fuentes narrativas, el resultante grado de convicción que
se generó en Castilla no pudo compararse con ningún otro caso de los recogidos por el
resto de la historiografía europea contemporánea. Sin embargo, la contienda frente al

582
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., pp. 472-473.
583
SÁNCHEZ PRIETO, ANA BELÉN: Guerra y guerreros..., op.cit., p. 26. Al respecto, también es interesante
consultar la obra de James Johnson, el cual denotaba que este concepto de guerra santa no hacía referencia
a una realidad singular y única, sino a un conjunto de realidades heterogéneas que se prestaban a una
interpretación sacralizada de la guerra; JOHNSON, JAMES T.: The Holy War Idea in Western and Islamic
Traditions. Pennsylvania: University Park, 1997.
584
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 55.
585
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 55.

331
José Fernando Tinoco Díaz

rival nazarí nunca dejó de definirse como una guerra justa, en la expresión más pura del
término.

El conflicto de Castilla estaba dirigido frente a pueblos que habían usurpado la tierra
de los herederos de la dinastía visigoda. Esa era la razón principal por la cual los
castellanos debían prestar combate a los musulmanes asentados en territorio hispánico.
En ese sentido, el discurso que Bernardino López de Carvajal pronunció en Roma, el 10
de enero de 1490, con motivo de la celebración de la conquista de Baza (1489),
posiblemente suponga la expresión narrativa que aunó, con más coherencia, todas estas
perspectivas de la contienda castellana contra el emirato nazarí. A lo largo de su
alocución, este eclesiástico pretende dar solución a lo que él denomina «un problema
discutible, a saber, si existen entre los infieles auténticos derechos de dominio, de
principado de reino o si no»586. La primera contestación que aportaba al respecto de esta
pregunta, refiere a la Apparatus in quinque libros Dectralium, compuesta por el papa
Inocencio IV (1243-1254). En ella, el pontífice respondía afirmativamente a tal cuestión
en los casos en los que el territorio hubiera sido ocupado desde un principio por los
progenitores de estos mandatarios musulmanes. En las ocasiones donde las tierras a
conquistar anteriormente habían sido ocupadas por cristianos, como era el caso expuesto
para la Península Ibérica, el Santo Padre debía defender el derecho de estos infieles a
poseer este territorio. Sin embargo, el castellano trae a colación las teorías jurídicas
desarrolladas por el teólogo cristiano Enrico Ostiense, que defendía que tras la llegada de
Cristo a la tierra, todos los dominios del orbe mundial pasaron a pertenecer a los
cristianos como herederos de Jesucristo. De esta manera,

«[…] los paganos han de ser considerados poseedores usurpadores en los reinos o dominios
más que dueños por derecho [...] por consiguiente los fieles les pueden demandar y arrebatar todo
con las armas, en tanto que son intrusos e injustos propietarios, sobre todo mediado el
mandamiento, la autoridad y la licencia del Vicario de Dios Omnipotente, que posee toda la tierra
y su extensión»587.

Pero en los casos donde el pueblo de Dios había renegado de sus creencias, como
sucedió con respecto al reino visigodo, esta población perdía su potestad sobre sus
territorios. El regreso a la verdadera fe, como había sucedido con la subida al trono de
Isabel y Fernando, volvía a recuperar la determinación de volver a recuperar la tierra que

586
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 83.
587
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., pp. 89, 85.

332
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

les pertenecía por herencia. De este modo, la respuesta definitiva de López de Carvajal
ante su pregunta inicial remite, por tanto, al propio título de la homilía del eclesiástico
castellano, «la victoria que vence al mundo es nuestra fe». Tal sentencia, clara alusión a
la Epístola primera del Apóstol San Juan, determina que por la fe «no solo se nos
procura el Reino eterno, sino que también se nos proporciona el temporal, pues por
ninguna otra cosa que por la fe ganamos el derecho de heredad de Cristo y de sucesión
del dominio de la tierra»588. La primacía de los elegidos por la divinidad cristiana se
convertía así en «la victoria que vence al mundo, es decir, que gana el derecho a vencer y
poseer los dominios y principados del mundo»589. Con esta reflexión, López de Carvajal
consigue fundir en una sola razón el doble objetivo de la empresa granadina: «por un
lado para aumentar la religión, por otro para recuperar unas posesiones ancestrales»590.
La exhortación expuesta por el eclesiástico denota que la perspectiva religiosa que
rodeaba a la culminación de la conquista del emirato nazarí no ahogaba la expresión de la
propia esencia de las campañas reconquistadoras hispánicas como conflictos de
naturaleza justa. En contraposición, el elemento doctrinal religioso, tan presente en la
expresión ideológica de todos los conflictos medievales, quedaba supeditado al objetivo
propagandístico del discurso, el cual pretendía incidir en la consideración de la Guerra de
Granada como conflicto más allá de su mera naturaleza jurídica. La lucha frente al
musulmán, por tanto, se definía en términos de guerra justa, pero poseía una
consideración moralmente superior ya que realizaba bajo los valores de una sociedad
cristiana y como forma de enaltecimiento de la verdadera fe católica. Tal perspectiva
componía un marco idóneo para forjar una imagen de la empresa frente al emirato nazarí
que destacara la definición de esta categoría religiosa del conflicto y proyectara su
carácter cristiano en el contexto occidental. La iniciativa llevada a cabo por los Reyes
Católicos completaba así la concreción de esa nueva Hispania unida bajo un mismo
señorío cristiano, algo que los autores posteriores al final de la contienda se encargaron
de resaltar sobremanera en sus escritos:

«Concluyo con decir que con la entrada de los reyes en Granada, y quedar apoderados de
aquella ciudad, los moros por voluntad de Dios dichosamente y para siempre se sujetaron en
aquella parte de España al señorío de los cristianos, que fue el año de nuestra salvacion de 1492 á
seis de enero, dia viernes; conforme á la cuenta de los árabes el año ochocientos y noventa y siete

588
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., pp. 83, 97.
589
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 97.
590
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 109.

333
José Fernando Tinoco Díaz

de la Egira, á ocho del mes que ellos llaman Rahib Haraba. El cual dia como quier que para todos
los cristianos por costumbre antigua es muy alegre y solemne por ser fiesta de los reyes y de la
Epifania, así bien por esta nueva victoria no menos fue saludable, dichoso y alegre para toda
España, que para los moros aciago; pues con desarrigar en él y derribar la impiedad, la mengua
pasada de nuestra nacion y sus daños se repararon, y no pequeña parte de España se allegó á lo
demás del pueblo cristiano, y recibió el gobierno y leyes que le fueron dadas [...] la guerra de los
moros quedaba acabada, muertos y sujetados los enemigos de Cristo, puesto el yugo á Granada,
ciudad antiguamente edificada y soberbia con los despojos de cristianos. Por conclusion, que toda
591
España con esta victoria quedaba por Cristo Nuestro Señor, cuya era antes» .

591
MARIANA, JUAN DE: Historia general de..., op.cit., pp. 118-119. De una manera muy semejante lo
expresa Esteban de Garibay en su obra, afirmando que «Desta manera huuo fin la Catholica y santa guerra
de Granada, acabandose de conquistar y recuperar totalmente los reynos de España del dominio, que de
gente Mahometana restaua, a cabo de sietecientos y ochenta años, despues que los Moros possehian sus
tierras»; GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., p. 675.

334
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO QUINTO. LA CONSTRUCCIÓN DE LA GUERRA DE


GRANADA EN LA CRONÍSTICA CASTELLANA
CONTEMPORÁNEA.

En su introducción de la Crónica de los Reyes Católicos, Fernando del Pulgar


determina que los Reyes Católicos eran conscientes de que «ninguna guerra se debía
principar salvo por la fe e por la seguridad»592. Con esta frase, el castellano hace
partícipe al lector de dos sentimientos contrapuestos. Por un lado, estos monarcas
pretendían tomar las tierras del reino de Granada y expulsar la religión musulmana de la
Península Ibérica desde su llegada al trono, como cabía esperar de cualquier rey cristiano
del territorio hispano. La lucha contra el Islam hispano se había configurado como la
empresa aglutinante por antonomasia de la sociedad castellana en torno a una finalidad
común, por lo que, «considerando la final consolidación monárquica, la guerra de
Granada parecía inevitable y no por casualidad se emprende con decisión en estas
fechas»593. Sin embargo, los cronistas sabían de la necesidad de que esta resolución fuera
llevada a cabo bajo un fundamento justificado, que evidenciara la exigencia de comenzar
una contienda frente al emirato nazarí. Era imprescindible, por tanto, la búsqueda de una
causa que significara la supresión de los pactos vigentes con Granada y levantara al
pueblo castellano a participar en una nueva guerra frente al reino musulmán. Es por ello
que, según afirma Nebrija, «nuestros Príncipes se esforzaba en encontrar las causas que a
ellos, adormecidos por el ocio y la larga paz, les sirvieran de estímulo»594. Al igual que
sus antecesores, pronto encontraron tal argumento en la tradicional dinámica violenta que
regía el contexto fronterizo entre ambos reinos hispanos.

La situación general en esta zona limítrofe entre las coronas de Castilla y Granada,
respondía a los caracteres de una «una guerra atenuada y vergonzante, más peligrosa que
la otra franca y declarada, aunque menos espectacular». En este contexto, las treguas
firmadas por Isabel y Fernando en 1475, 1478 y 1481 «no fueron entonces, como no lo
habían sido en tiempos anteriores, verdaderos periodos de paz y de cesación de guerra,
aunque así lo decían los documentos, juras y pregones»595. Tras la conclusión de la

592
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. I, 3.
593
CARRASCO MANCHADO, ANA ISABEL: Isabel I de…, op.cit., pp. 536, 462-469.
594
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 33.
595
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., p. 409.

335
José Fernando Tinoco Díaz

Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), la situación de latente violencia existente en


la frontera entre el reino cristiano y nazarí se incrementó paulatinamente, excediendo los
caracteres de las tradicionales correrías entre ambos bandos. La dinámica generada acabó
determinando que las dos sociedades se vieran arrastradas por una cadena de operaciones
y represalias personales, que transformaron estas iniciativas limítrofes, en una verdadera
guerra. El progresivo incremento de la escala de esta contienda fronteriza fue
aprovechado por los castellanos para encontrar una determinante razón que alegar a la
necesidad de iniciar una guerra frente al emirato nazarí. En ese sentido, los cronistas de
este periodo supieron leer con maestría los principales hechos acaecidos dentro de esta
compleja e inestable situación, e intentaron manejar su significación de manera que les
fuera favorable a los intereses inmediatos de los nuevos reyes de Castilla. De esta
manera, el ataque musulmán a Zahara de la Sierra (1481), un hecho producido en
respuesta de las anteriores correrías castellanas del marqués de Cádiz en territorio
granadino durante un periodo de treguas, se convirtió en el casus belli necesario para
alegar la necesidad de comenzar una verdadera empresa armada frente al emirato. La
Guerra de Granada se iniciaba así por una ruptura de treguas por parte de los granadinos,
dando cumplido deseo a las ambiciones de los Reyes Católicos de dar inicio a una
contienda definida en términos de guerra justa.

Una vez comenzó este conflicto, la perspectiva fronteriza continuó marcando la


estructuración de la guerra castellano-nazarí en sus primeras fases. De hecho, los
primeros años de dichas hostilidades estuvieron marcados por ataques y correrías de
claro signo rayano, como fue la propia conquista de Alhama por don Rodrigo Ponce de
León (1482). Sin embargo, pronto se denotó que este tipo iniciativas no asegurarían la
victoria por sí mismos Desde el instante en el que los Reyes Católicos demostraron su
determinación por concluir con la independencia del emirato y se pusieron a la cabeza de
esta iniciativa, el carácter particular de la empresa se fue tornando cada vez más amplio.
Pero en todo momento, los cronistas parecieron entender la importancia esencial del
carácter regional de esta contienda durante toda su prosecución, destacando los valores
de los grandes señores andaluces como verdadero motor de la lucha frente al emirato. La
cronística se esforzó por destacar la preeminencia de este grupo político sobre el ejercicio
del ideal caballeresco y de la exaltación de los valores de la monarquía hispánica, en
tanto la concepción bélica del conflicto definía la guerra frente al moro como una de las
principales actividades ligada a los estratos sociales más elevados de la sociedad. Según

336
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

relatan estos escritos, a cambio de este servicio personal, Isabel y Fernando no anularon
sus pretensiones políticas y territoriales, sino que supieron premiar con generosidad las
iniciativas de estos grandes aristócratas frente a las fuerzas nazaríes. Esto convirtió al
conflicto en una fuente de consolidación económica, territorial, e incluso política, para la
aristocracia andaluza, que paulatinamente fue incorporándose a esta gran empresa
proyectada por los monarcas hispanos. Pero tal determinación también hizo despertar al
resto de la aristocracia castellana, que acudió a la llamada de la monarquía y se impregnó
del aroma de esta iniciativa frente al musulmán que representaba el ideal moral más alto
al que podía aspirar cualquier combatiente castellano. En ese sentido, el inicio de este
conflicto castellano-nazarí también ofreció a esta clase hegemónica del reino de Castilla
la última oportunidad de destacar en la empresa frente al musulmán como lo habían
hecho sus antecesores. La nobleza del reino no dudó en responder a esta gran
oportunidad, desarrollando al máximo los ideales de la guerra contra el moro, rivalizando
por ser el mejor en el campo de batalla, solicitando los puestos que entrañaban mayor
riesgo, o protagonizando hechos de armas, en los que se combinaban a la perfección el
tradicional valor caballeresco y las nuevas corrientes de influencia clasicista.

Pero la proyección de la Guerra de Granada iba mucho más allá de ser una guerra en
la cual el sentimiento individualista de la caballería más clásica definiera la actuación de
los guerreros al servicio de Dios y los reyes. Tras siglos de conflicto frente al musulmán,
la conclusión definitiva de la Reconquista parecía posible solo gracias al esfuerzo del
conjunto de todos los estamentos de la corona de Castilla. Esta definición del conflicto
permitió a los Reyes Católicos aunar bajo su causa al conjunto de la sociedad castellana,
lo que les posibilitó acceder a unos medios tácticos excepcionales a costa de sacrificios
económicos nunca antes vistos en los territorios hispanos. Sin embargo, paulatinamente
la realidad demostró superar al ánimo expresado por los propios reyes, y los medios que
el conjunto del propio reino puso a su disposición, demostraron ser insuficientes. Los
cronistas del periodo tuvieron que demostrar una vez más su brillante capacidad para
realizar una partidista lectura del contexto que rodeó este conflicto, para proyectar su
prosecución como una verdadera lucha por el Bien Común del pueblo castellano. Sobre
esta perspectiva finalista de la contienda, que confería a continuación un carácter
emocional casi religioso, pudo aparecer el anhelo necesario para culminar esta guerra en
la que estaba en juego conseguir la redención del reino de Castilla y el inicio de una
nueva y brillante proyección hacia el futuro de la patria hispana. Sin embargo, todo ello

337
José Fernando Tinoco Díaz

fue expresado a través de una retórica que remitía a una evidente definición jurídica,
tanto de este conflicto, como de las propias relaciones entre los miembros del reino
castellano, como una herencia de las influencias romanistas y aristotélicas
bajomedievales que ahora llegaban a su punto máximo de expresión.

5.1. LA GÉNESIS DE LA CONTIENDA: LA RUPTURA DE TREGUAS ENTRE


REINOS EN UN MARCO TRADICIONAL DE RELACIONES FRONTERIZAS.

5.1.1. LA REALIDAD DEL CONTEXTO FRONTERIZO ANDALUZ DURANTE EL SIGLO XV.

Durante la Baja Edad Media, el ritmo de los grandes conflictos e interrupciones de


hostilidades en los cuales habían estado entreverados el reino de Castilla, y el emirato
nazarí de Granada, quedó supeditado al compás de los acontecimientos interiores de este
reino cristiano. Como quedó presente en el capítulo anterior de este estudio, siempre que
la corona castellana se vio libre de conflictos interiores, la guerra frente al emirato se
retomaba como una gran empresa que implicaba al conjunto de la sociedad hispánica. Sin
embargo, la convulsa realidad política de este territorio descartó la organización de una
iniciativa que pudiera poner en peligro la existencia del reino musulmán. Exceptuando
algunas campañas puntales, como la toma de Antequera o el éxito de la Higueruela, la
intervención oficial de la corona castellana se limitó a nombrar adelantados y pactar
treguas con el emirato nazarí a lo largo de la mayor parte de la centuria de 1400. Estos
acuerdos de suspensión temporal de las hostilidades, venían a significar el
reconocimiento puntual de la superioridad de Castilla por parte de Granada, lo cual se
traducía en el pago musulmán de unos tributos anuales o parias, y/o la entrega de
cautivos cristianos tomados en anteriores correrías. En ese sentido, el autor castellano
que mejor expresa la dinámica en las relaciones entre Castilla y Granada en este siglo,
fue Gonzalo Argote de Molina. A finales de la centuria siguiente, el sevillano se refiere
así a la relación de ambos reinos durante el otoño del periodo medieval:

«No se tiene noticia por ninguna historia de tan continuada guerra de naciones tan vezinas y
contrarias, a quien (o guerras Civiles de los Castellanos, o la poca aficion que los Grandes deste
Reyno tuvieron, de que el de los Moros se acabasse, o el mismo tiempo que tiene su curso) lo
hizieron andar siempre iguales con el poder Christiano, haziendo que la corona de Castilla (en su
mayor prosperidad) se contentasse con pequeñas Parias»596.

596
ARGOTE DE MOLINA, GONZALO: Nobleza del Andalucía..., op.cit., p. 100r.

338
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Al respecto de este tipo de tratados entre Castilla y Granada, Manuel García afirma
que «la tregua fue desde siempre una institución fronteriza tremendamente monótona,
que repitieron desde el siglo XIII idénticas clausulas, todas derivadas del modelo que se
establece a partir del vasallaje granadino del Pacto de Jaén de 1246 […] que, sin
embargo, presentó importantes clausulas particulares, específicas de cada momento
históricos que no solo las diferencias sino las explican»597. En el caso del siglo XV, la
firma de este tipo de tratados nunca fue entendida, por parte de los cronistas castellanos,
como la rúbrica de un tratado de paz definitivo y duradero entre ambos bandos. En
contraposición, los distintos narradores de los reinados de esta centuria realizaron
diferentes alegatos para justificar el reconocimiento puntual de estos acuerdos y de las
clausulas incluidas en el propio documento. Verbigracia, Alvar García de Santa María
incluye en su Crónica de Juan II, un fragmento de la tregua acordada con el emirato
nazarí el 10 de noviembre de 1410 por el infante don Fernando. Previo al mismo, el
cronista afirma que tal acuerdo se tomó:

«[…] por muchas razones. La vna, porque no avía dineros para la fazer [la guerra]. La otra,
porque toda la gente salieron muy gastados de la guerra, ansí de vestias como de las faziendas. Lo
otro, que la tierra no estaua ansí basteçida de pan como estouo el año que pasó, e en toda la tierra,
por cabsa de la guerra pasada, estauan todas las cosas en grande carestía»598.

En el otro extremo, la mayor parte de cronistas pertenecientes a los reinados de Juan


II y Enrique IV atribuyen sin contemplaciones a la codicia por cobrar las parias
musulmanas de estos reyes castellanos, que el emirato nazarí de Granada pudiese haber
sobrevivido hasta los últimos años de esta centuria. Así lo afirma Lucio Marineo, cuando
denota que «estas dos cosas el dolor de la agena felicidad y la mucha cobdicia del oro
(que son rayzes de todos los males) fueron causa de morar en España tantos años hasta
los Catholicos príncipes las gentes Barbaras enemigas de nuestra sancta fe católica»599.
Pero más allá de la justificación de su existencia, la necesidad de renovación de los
acuerdos de suspensión de hostilidades entre ambos, antes de que éstos concluyeran,
denotaba el perpetuo estado de enfrentamiento en la zona de contacto de estos reinos
escapaba de la simple identificación de periodos de guerra y paz claramente
diferenciados. Mientras el emirato intentaba mejorar su situación de sujeción a la corona
597
GARCÍA FERNÁNDEZ, MANUEL: «Las treguas entre Castilla y Granada en tiempos de Alfonso XI, 1312-
1359)» En Ifigea, Revista de la Sección de Geografía e Historia, nº 5-6. Córdoba: Universidad de Córdoba,
1988-1989, pp. 135-153, p. 135. Más recientemente, MELO CARRASCO, DIEGO: «En torno al…», op.cit.
598
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 406-407.
599
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXIv.

339
José Fernando Tinoco Díaz

castellana, el reino cristiano no renunció a su derecho de señorío sobre las tierras del
emirato, por lo que la concordia acordada entre ambos reino era considerada realmente
como una situación eventual. La consecuencia de esta compleja relación, en palabras de
Alonso de Palencia, fue que «nada definitivo se conseguía, y entre la guerra y las treguas,
las fronteras andaluzas padecían las consecuencias de tanta indecisión, no sin grave
peligro para muchos»600. En esta misma línea, Juan de Mata Carriazo afirma que «ni las
treguas eran tales treguas: todo lo más, un estado de guerra atenuada». El historiador
determina que este contexto de inseguridad generó que «la situación normal de la
frontera granadina resultaba algo así como una semi-beligerancia, a merced del genio
inquieto y los mil impulsos cambiantes de los fronterizos de cada vertiente [...] Cada uno
hace su guerra y su paz, a su antojo; y queda expuesto, natural y recíprocamente, al
antojo de su vecino»601 . De este modo, «paz y guerra no son asuntos de Estado, que
incumben a los gobernantes. Son negocios particulares de cada fronterizo, que los
resuelve conforme a sus intereses privados y a su libérrima determinación, sin tener para
nada en cuenta la situación general ni los acuerdos de los príncipes. Cada uno hace su
guerra y su paz, a su antojo; y queda expuesto, natural y recíprocamente, al antojo de su
vecino»602. El territorio geográfico entre los reinos de Castilla y Granada se fue
configurando, paulatinamente, como un territorio particular, en muchas ocasiones ajeno a
las directrices y acuerdos alcanzados por los poderes centrales. Como denotada Manuel
Rojas, este espacio llegó a conformarse entonces como un «microcosmos con serias
inclinaciones a lo autónomo [que] tendría un aliento vital que se estaría alimentando a sí
mismo a base de la acción de la violencia y la reacción del pacto; un sentido de la
autonomía que solo se vería roto cuando hacían su aparición elementos ajenos e
instancias superiores»603.

En este contexto geopolítico, las reglas y pactos establecidos por los reyes de estos
reinos hispanos demostraron tener una eficiencia limitada. Las treguas y suspensiones de
hostilidades nunca lograron poner fin a las luchas en esta zona, a pesar de las

600
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., pp. II, 482.
601
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Un alcalde entre los cristianos y los moros, en la frontera de
Granada» En Carriazo Arroquia, Juan de Mata: En la frontera de Granada. Sevilla: Facultad de Filosofía y
Letras, 1971, pp. 85-143, p. 139.
602
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Un alcalde entre...», op.cit., p. 92. Asimismo, GARCÍA FITXZ,
FRANCISCO: «Una frontera caliente. La guerra en las frontersas castellano-musulmanas (siglos XI-XIII)»
En Ayala Martínez, Carlos de; Buresi, Pascal y Josserand, Philippe (eds.): Identidad y representación de la
frontera en la España medieval (siglos XI-XIV). Madrid: Casa de Velázquez, 2001, pp. 159-180.
603
ROJAS GABRIEL, MANUEL: «La frontera de Granada...», op.cit., p. 253.

340
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

estipulaciones y los nombramientos de intermediarios decididos por las máximas


instituciones de ambos bandos. En contraposición, los intereses privados primaron sobre
la autoridad de los poderes locales, de forma que el recurso de la represalia fue a ser
entendido como una respuesta violenta perfectamente legalizada a las destructivas
acciones llevadas a cabo por el rival de turno. Las algaras, cabalgadas, robos, cautiverios
y talas, realizadas de manera puntual por los nobles castellanos y nazaríes, se hicieron
harto frecuentes, hasta constituir una activa atmósfera de hostilidades en la frontera entre
cristianos y musulmanes. Este tipo de acciones, que recibieron el nombre de «guerra
menuda» o, como la denominaba el infante don Juan Manuel, «guerra guerriada»,
acabaron por convertirse en un mal endémico, que afectó de forma profunda a la vida y
los modos de comportamiento de las poblaciones asentadas en la frontera entre ambos
reinos. Mediante estas acciones puntuales, se mantenía un clima bélico de resentimiento
entre moros y cristianos que alimentaba la consideración de la violencia como medio de
expresión social. La guerra acabó por convertirse así «para algunos, una actividad
lucrativa, aunque arriesgada; para los más, una amenaza y un freno del normal desarrollo
de las actividades económicas»604. De este modo, la generalización de esta agresiva
actitud depredatoria, entendida como un modo de obtener honor y botín, llegó hasta el
punto de convertirse en una labor complementaria de la actividad económica tradicional.
En ese sentido, la Historia de los hechos del marqués de Cádiz puede servir para dibujar
a la perfección la realidad de la vida de uno de estos grandes señores fronterizos desde su
primera gran victoria frente a los musulmanes en la batalla del Madroño (1462)605.
Asimismo, la crónica anónima del condestable Iranzo también expresa la necesidad de
estos nobles de expresarse socialmente a través de la guerra frente al musulmán en la
frontera jienense:

«Dexando agora de referir la esclareçida vida, costunbres et actos del dicho señor condestable
[don Miguel Lucas de Iranzo], que en todas cosas tenía, et prosiguiendo lo que toca a la guerra,
como todo su estudio et yndustria fuese ocuparse noches et días no en otra cosa mas que en
proseguir y continuar la guerra contra aquellos ynfieles enemigos de nuestras santa fé, desechando
toda oçiosidad et todos los otros actos a la natura recreables, sienpre estaua ocupado en el consejo
de lo que tocaua a este militar exerçiçio, con los que de vso et sabiduría de aquel en aquella tierra

604
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La frontera entre…», op.cit., p. 129. Sobre el papel económico de las
correrías de ambos bandos, ROJAS GABRIEL, MANUEL «El valor bélico de la cabalgada en la frontera de
Granada (c. 1350-1481)» En Anuario de Estudios Medievales, vol. 30, nº 1. Madrid: CSIC, 2001, pp. 295-
328.
605
La narración de esta entrada puede consultarse en ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 159-168.

341
José Fernando Tinoco Díaz

eran sufiçientes; pensando et deliberando y marauillosamente exsecutando las cosas que ya çerca
de aquello tenía acordadas. Y a grand costa suya ynquiriendo et buscando ardides de nueuo, a lo
qual no le enbargaua trabajo ni cansançio alguno; ni la no fauorable ayuda del dicho señor rey,
segúnd que su alteza et sus progenitores sienpre acostumbraron facer, dando grandes gentes et
sueldo, merçedes et grandes poderes et facultad para tal exerçiçio. Pues ¿quanto más se deuyera
facer a este señor, que toda su continua deleytaçión y deseo era proseguir y facer esta guerra? Ca
verdaderamente se puede decir que, avnque no todos, mas sí algunos de los que en estos reynos
más tenían y podían, y çerca del rey nuestro señor mayor lugar avían, se conformaran con el deseo
de dicho señor condestable tenía, no solamente este pequeño rincón de Granada sería ya junto y
abraçado con estos reynos de Castilla et de León, mas los reyes paganos de allende fueran et serían
vasallos et tributarios del rey nuestro señor»606.

Este tipo de cabalgadas, algaras, rebatos, correduras, celadas o emboscadas


representadas en este texto, que ambos bandos llevaban a cabo, eran expediciones ligeras
de caballería para saqueo y castigo del territorio enemigo, que casi nunca partían
directamente de iniciativa regia. La monarquía castellana se había limitado a regular
algunos aspectos de su ejecución, como queda de manifiesto en el Fuero de las
Cabalgadas de Alfonso X por ejemplo607. Sin embargo, Alonso de Palencia deja de
manifiesto hasta qué punto la guerra se convirtió en una actividad independiente en este
contexto, al afirmar la existencia de un código de honor, ajeno a las directrices reales, por
el cual:

«[…] los moros y cristianos de esta región, por inveteradas leyes de la guerra, les es permitido
tomar represalias de cualquier violencia cometida por el contrario, siempre que los adalides no
ostenten insignias bélicas, que no convoquen a la hueste a son de trompeta y que no arman tienda,
sino que todo se haga tumulariamente y repentinamente»608.

El mismo autor lo vuelve a manifestar al tratar en inicio de la Guerra de Granada,


cuando determina que:

«[…] a moros y a cristianos de esta región, por inveteradas leyes de la guerra, les es permitido
tomar represalias de cualquier violencia cometida por el contrario, siempre que los adalides no
ostenten insignias bélicas; que no se convoque a la hueste a son de trompeta, y que no se armen
tiendas, sino que todo se haga tumultuaria y repentinamente [...]»609.

606
ANÓNIMO: Hechos del condestable..., op.cit., p. 85.
607
ALFONSO X: «Fuero sobre las Cabalgadas», ed. Egmont Lee, en Memorial Histórico Español, vol. II.
Madrid: Real Academia Española, 1851, pp. 435-506.
608
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., p. II, 8.
609
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 28.

342
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

La existencia de esta especie de acuerdo tácito entre ambas partes, de lo permitido y


lo prohibido en cuestiones de guerra fronteriza, determinaba una realidad bastante
incierta de los conflictos en este territorio que se prestaba a cierta interpretación
partidista. Durante el siglo XV, la vaga definición de este tipo de violencia reconocida
por la sociedad andaluza facilitó que, cuando las circunstancias generales del reino
cristiano así lo demandaba, o la presión en la frontera se hizo especialmente insoportable,
la corona de Castilla tenía facilidad para incidir en el ritmo de estos conflictos y gestar
sin esfuerzo una nueva empresa frente al emirato nazarí que les reportaría una importante
fuente de prestigio y patrimonio. Cualquier destacado golpe de mano realizado por las
tropas de Granada durante este periodo, aspiraba a convertirse en el casus belli necesario
para la ruptura de treguas y el inicio oficial de hostilidades. Cuando éste se producía, los
reyes instrumentalizaban la interpretación de este hecho para justificar la necesidad de
comenzar una nueva campaña de desquite frente al desafío nazarí.

La guerra que los Reyes Católicos emprendieron contra las fuerzas del emirato, no
fue una excepción a esta manera de entender la cuestión nazarí impuesta por Fernando de
Antequera a inicios de esta centuria. De hecho, el origen de esta contienda debe verse
como una consecuencia de aquel conflicto que el regente comenzó frente al emirato
granadino, tanto en las cuestiones estratégicas, como en el aspecto doctrinal y
propagandístico de la propia empresa. En ese sentido, Luis Suárez considera las
operaciones que don Fernando de Antequera inauguró y, posteriormente, Juan II, Enrique
IV y los Reyes Católicos continuaron, como diversos capítulos de un solo conflicto que
se alargó durante toda la centuria610. La manera de entender las iniciativas de la corona
castellana frente al emirato nazarí, que el infante don Fernando impuso durante las
primeras décadas de la centuria, fue determinante para la concepción de las diversas
empresas emprendidas por sus sucesores. Durante estas décadas, las huestes de estos
reyes de Castilla solo buscaron «conquistar una plaza musulmana importante o provocar
una batalla campaña que demostrase la superioridad de las armas castellanas, o al menos,
tomar un rosario de villas y castillos fronterizos que, en conjunto, dignificase y diesen
sentido al gran esfuerzo económico y humano que significaba organizar y hacer
operativo al ejército empleado»611. Una vez que este hecho reseñable se producía, el

610
Este historiador estructura las iniciativas frente a Granada como primera, segunda, tercera, y cuarta
guerra respectivamente, separadas entre ellas por breves periodos de tregua vigente; SUÁREZ FERNÁNDEZ,
LUIS: «Granada en la...», op.cit.
611
ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre..., op.cit., p. 35.

343
José Fernando Tinoco Díaz

monarca de turno forzaba al emir a firmar un nuevo acuerdo de paz favorable a los
intereses del reino castellano. Tras el convenio de esta nueva suspensión de hostilidades,
el estado de este territorio fronterizo pasaba a un segundo plano para la política del reino
cristiano. La tregua firmada por los reinos acaso era respetada durante un breve periodo
de tiempo. Sin embargo, comenzaban nuevamente las pequeñas desavenencias entre
ambos bandos poco tiempo después. En el momento en el que estas discrepancias
particulares alcanzaban un cariz especialmente agresivo, ambas coronas volvían a
negociar una nueva renovación de los acuerdos de paz si Castilla lo creía necesario. En el
caso contrario, comenzaba una nueva campaña frente a Granada, como sucedió en 1482.
El inicio de la contienda que los Reyes Católicos mantuvieron hay que buscarlo, por
tanto, en la situación fronteriza durante los últimos años del reinado de su antecesor en el
trono.

5.1.2. EL ESTADO DE LA FRONTERA CASTELLANO-NAZARÍ DURANTE LA GUERRA DE


SUCESIÓN CASTELLANA (1475-1479). LAS INICIATIVAS DE DON RODRIGO PONCE DE
LEÓN.

La realidad que se vivió en el contexto andaluz durante los últimos años de la década
de 1470, aún sigue siendo una realidad poco conocida por la deficiente documentación
que se conserva del periodo. Esta situación llevó a Juan de Mata Carriazo a concluir que
«conocemos bastante mal los antecedentes inmediatos de esta guerra [de Granada], que
son el estado real y el estado oficial de las relaciones entre Castilla y Granada durante los
primeros años del reinado de los reyes Fernando e Isabel. Los cronistas de aquel tiempo
dicen muy poco, y los historiadores posteriores se han conformado con repetir esa parva
información, sin acudir a las fuentes documentales, que todavía recatan su secreto»612. A
lo largo de los años cruciales de la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), las
crónicas oficialistas del periodo parecieron limitarse a exponer, de manera exigua,
algunas entradas destacadas de nobles andaluces y, sobre todo, las firmas de treguas entre
el emirato nazarí y el monarca castellano. Esta fragmentada perspectiva de la realidad
castellana que las fuentes del periodo transmiten es muy razonable, en tanto la principal
preocupación de sus autores no era otra que transmitir los hechos más destacados del
conflicto que estaba teniendo lugar en el propio territorio del reino cristiano. En el caso
del territorio fronterizo con Granada, los pocos relatos que se conservan transmiten la

612
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Las treguas con Granada de 1475 y 1478» En Carriazo
Arroquia, Juan de Mata: En la frontera de Granada. Sevilla: Facultad de Filosofía y Letras, 1971, pp. 193-
236, p. 195.

344
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

sensación de que los pocos conflictos que se ocasionaron entre ambos bandos durante
dicha contienda, se limitaron a los intentos musulmanes de realizar localizadas correrías
por las poblaciones más cercanas a tierras nazaríes y las pequeñas reacciones castellanas
ante dichos ataques. Sin embargo, si se vuelve la atención hacia otras obras cronísticas
que tradicionalmente han sido consideradas por su valor complementario a las grandes
historias de los cronistas reales, la realidad de la frontera parece hacerse más nítida. Estas
fuentes denotan que, en esta región rayana, a pesar de la vigencia de las treguas firmadas
por don Enrique de Castilla durante la última fase su reinado, la violencia nunca dejó de
articular el día a día de las sociedades establecidas en este territorio.

Durante los primeros años de la década de 1460, el emir Abu Nars Sa‘d Ciriza intentó
liberarse de la fuerte influencia de la familia abencerraje. Pero las medidas tomadas para
lograr tal menester por este mandatario musulmán desencadenaron una airosa reacción de
este clan nazarí, el cual apoyó el retorno de su hermano Yusuf V, destronado años antes.
Tras un breve periodo de inestabilidad interna, Abu Nars Sa‘d consiguió recuperar la
corona gracias a la determinación de su hijo, Abu al-Hassan, conocido en las crónicas
cristianas como Muley Hacén. Al igual que sucedió con Enrique IV, el joven había
conseguido asegurarse un gran apoyo social, gracias a las victorias conseguidas frente a
los cristianos en diversas escaramuzas fronterizas. Durante estos años, sus triunfos se
convirtieron en el contrapunto de las derrotas de su padre frente a las fuerzas de Castilla
durante estos años, lo cual acabó por significar la caída en desgracia de Ciriza y el
ascenso de Muley Hacén. De esta manera, en agosto de 1464, Abu al-Hassan Ali Ibn
Nasr (1464-1482/ 1483-1485) logró convertirse en el vigésimo emir nazarí de Granada.
Es muy posible que el nuevo monarca fuera consciente de que el inicio de su mandato se
producía en un momento en el que el reino de Granada se debatía entre la vida y la
muerte. Por ello, la principal cuestión que tuvo que acometer a su llegada al trono fue el
fortalecimiento de la frontera granadina frente al reino cristiano. Para lograr tornar la
situación de debilidad frente a los ataques de los nobles andaluces, Muley Hacén, de
carácter belicoso y autoritario, intentó imponer un caudillismo muy tradicional, asentado
sobre las bases de la identidad religiosa nazarí. En su cabeza parecía estar el recuerdo de
los días gloriosos del emir Muhammad IX, que consiguió forzar a Castilla a plantar cara
a sus desafíos en varias ocasiones. El primer paso para lograr resucitar esta gloria nazarí
de tiempos pasados, consistió en lograr reforzar el poder de la propia corona sobre el
conjunto del reino musulmán. En ese sentido, Abu al-Hassan consiguió tener éxito donde

345
José Fernando Tinoco Díaz

su padre había fracasado, gracias a lo que López de Coca denomina «política de


recuperación del patrimonio dinástico»613. El nuevo emir supo llevar a cabo una política
de restauración de las posesiones reales, que junto a la búsqueda del apoyo de los
antiguos linajes legitimistas de la corona granadina, le aportó la fuerza necesaria para
enterrar la fuerte influencia de la estirpe abencerraje sobre el gobierno de Granada. Para
asegurar estos acuerdos con las grandes familias del emirato, el propio mandatario se
casó con Aixa, viuda de Muhammad XI y sobrina de Muhammad IX mientras llevó a
cabo una represión feroz y violenta frente a los partidarios de este linaje. A pesar de la
dureza de la medida, la coacción no consiguió eliminar por completo las intrigas internas
en las capas más cercanas al emir, algunas de ellas alimentadas por la propia corona
castellana. Al igual que sucedió durante la última fase del reinado de su padre, el bando
abencerraje intentó apoyar la sublevación de Muhammad Sa‘d El Zagal, hermano de Abu
al-Hassan, durante el año 1470. Pero en este caso, el emir reinante pudo asegurar su
permanencia en el trono nazarí y pronto derrotó esta sublevación614.

Esta recuperación efectiva del control del emir sobre el poder y el patrimonio real,
junto a las diversas medidas económicas impuestas por Muley Hacén, pronto generaron
una paulatina bonanza financiera en el reino musulmán. El siguiente paso del monarca
fue canalizar esta prosperidad en el fortalecimiento de la faceta militar del propio
emirato. Sabedor de la necesidad de afianzar la unidad del pueblo nazarí en torno a la
defensa del reino frente a los ataques cristianos, Muley Hacén decidió componer su línea
política regia sobre dos fundamentos: restablecer el sentimiento religioso y reforzar el
poder militar de Granada, el programa que se esperaba de cualquier buen príncipe
musulmán. Para llevar a cabo estas aspiraciones con cierto margen de éxito, el emir
comenzó reforzando las fortalezas fronterizas y reorganizando las fuerzas nazaríes en
torno a la composición de «un ejército sometido a la voluntad del monarca, incrementado
con unidades africanas de ―voluntarios de la fe‖, capaz de sentar bien la mano a los
fronteros y de devolver golpe por golpe a los monarcas castellanos en el caso de una
posible guerra»615. Una vez el reino estuvo asegurado ante los posibles ataques cristianos,

613
LÓPEZ DE COCA, JOSÉ ENRIQUE: «De la frontera a la Guerra final Granada bajo la dinastía Abu Nasr
Sa‘d» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (ed.): La incorporación de Granada a la corona de Castilla.
Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 709-730. Sobre el ascenso al trono nazarí de Muley
Hacén, también es interesante consultar PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp. 36- 42.
614
Una narración muy cercana de todos estos acontecimientos en el emirato nazarí, se encuentra en BAEZA,
HERNANDO DE: «Las cosas que...»; op.cit., pp. 4-13, 15-16.
615
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Granada en la...», op.cit., p. 39.

346
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

era el momento de hacer notar el nuevo poderío del emirato a la corona castellana.
Aprovechando la próxima finalización de las treguas con Castilla, y la inestabilidad
provocada por las revueltas nobiliarias en el reino castellano, Muley Hacén comenzó a
hostigar los territorios fronterizos a finales de la década de 1460, con una violencia
extrema:

«Aquel rey moro, que se llamaua Alí Muley Abenhazan, tenía entonces mayor número de
gente a caballo e artillería, e las otras cosas necesarias a la guerra, que tovo ningún rey de los que
fueron en Granada todos los tiempos pasados; e confiando en sus fuerzas, entraba a facer guerra en
la tierra de los christianos. E la gente de armas que estaban fronteros entraban a facer guerra en la
tierra de los moros. E tan bien los unos como los otros facían robos de ganados, e prisioneros, e
talas e otros daños, especialmente trabajaban de haber por furto cibdades e fortalezas, para se
apoderar más adelante de la tierra»616.

Con este tipo de incursiones localizadas, Abu al-Hassan pretendía hacer frente a los
conatos de incursiones cristianas y garantizar unos términos beneficiosos en sus
relaciones de dependencia con el reino hispano. Asimismo, las victorias que se agenció
contra las fuerzas cristianas durante este periodo, también le garantizaron la estabilidad
interna en su propio reino y el respeto de las grandes familias nazaríes. Todo ello
propició que el emirato nazarí de Granada pareciera vivir una nueva edad dorada. Así lo
denotan las propias fuentes cronísticas árabes, que afirman que Muley Hacén «proclamó
el Imperio de los preceptos religiosos, atendió a mejorar los castillos, y dio gran
desarrollo al ejército; lo cual determinó que los cristianos le temieran y firmasen con él
tratados de paz, tanto por mar como por tierra»617. Estas narraciones del periodo parecen
determinar que el emir ciertamente había conseguido aunar la opinión pública de
Granada en torno a la necesidad de plantear la defensa del reino frente a un enemigo
común a la fe islámica. En contraposición, la convulsa situación interna del reino de
Castilla obligó a Enrique IV a acordar la firma de una nueva tregua muy favorable a los
intereses nazaríes, rubricada en 1469 y renovada en 1472. Pero a pesar de la vigencia de
estos acuerdos, no hubo periodo de tiempo que el emir organizara una entrada a tierras
cristianas. Consciente de la evidente debilidad interna castellana, el mandatario nazarí y
sus fuerzas continuaron realizando entradas y correrías por tierras cristianas, lo cual le
supuso abundantes beneficios y reforzó su autoridad. En el otro extremo, la situación

616
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 5.
617
BUSTANI, ALFREDO Y QUIRÓS, CARLOS: Fragmento de la época sobre noticias de los Reyes Nazaritas o
Capitulación de Granada y emigración de los andaluces a Marruecos. Larache, 1940, pp. 4-5.

347
José Fernando Tinoco Díaz

fronteriza en el bando castellano se complicaba por momentos, como consecuencia del


incremento de las disidencias en el interior del reino a razón de la cercana sucesión de
Enrique IV. De hecho, el 15 de octubre de 1471, el condestable Miguel Lucas de Iranzo
envía una epístola al sumo pontífice Sixto IV, solicitando la concesión de una bula papal
para el sostenimiento de la defensa de una frontera cristiana abandonada a su suerte por
el monarca de este reino:

«Y oue lugar de seguir este santo exerçiçio fasta que, por nuestros pecados, nasçieron tantos y
tan grandes escándalos en aquestos reynos, por algunos caualleros que contra el estado y persona
de la real magestad se mouieron, a que fallándome en esta tierra quasi solo, y sienpre porfiando en
el seruiçio de mi prínçipe y rey, cargó desta causa sobre mí y puso sitio mas del conde y de los
suyos, de que voy la grand quema y daño terrible que en la cristiandad se avíe fecho, de que voy a
mis hermanos y todas sus faciendas en perpetuo catiuerio leuar y no les poder algúnd cobro dar.
¡Con qué angustia y pasión, con qué amargura y tormento, los pude yo mirar; y mirando, triste,
boluerme! Pues ¿a quién reclamaremos, ¡O muy bienaventurado Padre!, nosotros los cristianos,
vuestros fidelísimos fijos, saluo a Vuestra Santidad? ¿A quién yremos, que ya el rey mi señor no
puede, segúnd sus trabajos y nesçesidades; sus caualleros mucho menos quieren, ante ay algunos
que no son más contrarios que los mismos enemigos de Cristo? [...] Y lo peor, clementísimo
Padre, que las amenazas de los moros de continuo creçen, et ua no miran sinó a esta çibdad,
porque sola esta le resiste, sola tiene el paso y la guarda de aquesta tierra. Aquesta perdida, toda la
frontera está en sus manos. Sola esta queda, sola y desanparada de todos, que no ay onbre que mire
por ella. [...] ¡O, pues, soberano y benignísimo prínçipe de la cristiandad, o padre clementísmo,
subueníd a vuestros fijos, y con el thesoro de la Yglesia y limosna de los cristianos socorred a esta
çibdad! Y pues nosotros ponemos todas las faciendas, las mugeres, los fijos, los parientes, la
libertad, la patria, y a la postre, las vidas, pongan los otros cristianos siquier vn poco dynero por la
santísima defensión, no de qualquier, mas de la misma cosa pública de Cristo. Y otorgue Vuestra
Santidad para esto plenaria yndulgençia a todos aquellos que siquiera vn mes estovieron a su costa
en defensión desta çibdad o expugnaçión de algunos castillos de moros por donde la çibdad mayor
peligro pasa. Y a todos aquellos que, por podiendo venir y por alguna expensas alguno otro en su
lugar, o enbiaren tanto dinero quanto avíen de gastar en la guerra. Y dure la yndulgençia dos, tres
o tantos años quantos a Vuestra Santidad sea bien visto y la nesçesidad lo requiere. Fará en ello
Vuestra cristianísima Santidad grandísimo seruiçio a Dios, a toda la cristiandad mucho bien, y a
esta çibdad, y no a ella solamente mas a toda el Andalucía y a mi señaladamente sobrada y
espeçial merçed et limosna»618.

618
ANÓNIMO: Hechos del condestable..., op.cit., pp. 467-475. Un análisis de esta epístola, puede ser
consultado en EISMAN LASAGA, CARMEN: «Carta del condestable Iranzo al papa Sixto IV, defensor de la
cristiandad y propulsor de las artes» En Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 144. Jaén Instituto
de Estudios Giennenses, 1991, pp. 35-52.

348
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Durante los últimos años del reinado de Enrique IV, Muley Hacén supo aprovechar a
la perfección la debilidad de este monarca frente a los distintos partidos aristocráticos del
reino castellano. Contando con el apoyo del conde de Cabra, noble contrario al bando
favorable al partido isabelino, el emir consiguió los mayores éxitos de su reinado en los
primeros años de la década de 1470. En este periodo se produjeron hechos algunos
destacables, como el ataque a La Higuera de Martos (1471). A la muerte del rey
cristiano, las acciones musulmanas en este territorio se recrudecieron sobremanera. El
emir era partícipe de la situación de confusión que sufría el reino de Castilla tras la rápida
proclamación de la reina Isabel. Por ello, no esperó para realizar algunas entradas
destacadas en tierra cristiana, con el objetivo de que estas iniciativas influyeran también
en las disidencias producidas durante el inicio de la crisis por la sucesión a la corona
castellana619. Estas acciones llevadas a cabo por las fuerzas nazaríes, destinadas a
aumentar la presión en la frontera, pronto empujaron a los nuevos reyes de Castilla a
firmar una tregua con el emirato. El acuerdo entre ambos mandatarios acabó por cerrarse
en torno al 30 de enero de 1475, meses antes del inicio de la Guerra de Sucesión
Castellana. Asimismo, se produjo una posterior renovación de esta tregua, firmada el 11
de enero de 1476, que extendió cuatro años más el periodo de no agresión acordado por
los mandatarios de ambos bandos620. Con estos convenios, Isabel y Fernando se
aseguraban un periodo largo de suspensión de hostilidades con el emirato nazarí que les
permitían centrar su atención en la prosecución de este conflicto intestino. De esta
manera, las acciones en la frontera de Granada volvieron a pasar a un segundo plano para
la cronística del reino cristiano a favor de la narración de dicha contienda entre el bando
juanista y el isabelino. Pero la suspensión de hostilidades en la frontera entre ambos

619
Sobre esta etapa en la frontera castellano-nazarí, consultar LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL:
Granada. Historia de..., op.cit., pp. 187-188.
620
Sobre esta tregua de 1475, TORRES FONTES, JUAN: Las relaciones castellano-granadinas desde 1416 a
1432: I, Las treguas de 1417 a 1426» En Cuadernos de Estudios Medievales y Ciencias y Técnicas
Historiográficas, nº 6-7. Granada: Universidad de Granada, 1981, pp. 297-311; CARRIAZO ARROQUIA,
JUAN DE MATA: «las treguas con…», op.cit., pp. 212-216; MELO CARRASCO, DIEGO: Un modelo para la
resolución de conflictos internacionales entre Islam y Cristiandad. Elaboración y estudio de un corpus
documental de los tratados de paz y tregua entre Al-Andalus y los reinos cristianos (reino Nazarí de
Granada con Castilla y Aragón, Siglos XIII-XV; tesis doctoral dirigida por José Luis Martín Rodríguez y
Francisco Vidal Castro. Salamanca: Universidad de Salamanca, 2012, pp. 207-208. Al respecto de la
extensión de este acuerdo, GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «Peace and war on the frontier of Granada. Jaén
and the truce of 1476» En Collins, Roger y Goodman, Anthony (eds.): Medieval Spain: Culture, Conflict
and Coexistence. Sudies in Honor of Angus Mackay. Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2002, pp. 160-175;
PEREA CARPIO, CARMEN: «La frontera concejo de Jaén-Reino de Granada en 1476» En Cuadernos de
estudios medievales y ciencias técnicas historiográficas, nº 10-11. Granada: Universidad de Granada,
1983, pp. 231-238.

349
José Fernando Tinoco Díaz

reinos no fue a respetada por ninguna de las dos partes de manera íntegra y los ataques
musulmanes se sucedieron en las diversas zonas de la frontera con el reino cristiano,
destacando sobremanera los incidentes acaecidos en el entorno de los reinos de Jaén y
Murcia. Durante los últimos años de la contienda que determinaría la legitimidad al trono
de la reina Isabel, los conflictos entre nobles castellanos fronterizos acabaron por
involucrar al emirato nazarí. Al igual que había sucedido con anterioridad, Muley Hacén
comprendió que este conflicto podría ayudarlo a intervenir activamente en la política del
reino cristiano, por lo que decidió tomar parte en el mismo. La cuestión granadina volvía
así a llamar la atención de la cronística castellana.

En este contexto de hostilidades cruzadas entre los bandos castellano y granadino en


la frontera occidental destacó una figura con nombre propio, don Rodrigo Ponce de
León, segundo marqués y primer duque de Cádiz, primer marqués de Zahara, tercer
conde de Arcos, séptimo señor de Marchena y señor de Rota. Tradicionalmente, la
familia de los Ponce de León había constituido uno de los principales linajes nobiliarios
andaluces, herederos de la nobleza vieja leonesa, y ejemplos de lo que significó la
frontera como eje de promoción social y política. Su señorío llegó a ocupar un dominio
importante y especialmente estratégico, asentado entre las actuales provincias de Sevilla,
Cádiz y Málaga, desde donde hostigó los territorios del emirato. Pero su actividad
política solo se limitó a lo referente a la frontera granadina, sino que los señores del
linaje tuvieron frentes abiertos frente a la corona, la ciudad de Sevilla, el condado de
Niebla y la familia de los Guzmanes621.

Durante los últimos tiempos antes del inicio de la Guerra de Sucesión Castellana
(1474-1479), don Rodrigo sufrió la pérdida de la villa de Cárdela a manos del emir de
Granada, el 15 de agosto de 1473. A pesar de que Diego Enríquez niega cualquier
colaboración, tanto la crónica de Diego de Valera, como la Crónica castellana dan a
entender que este ataque a Cárdela se produjo por concierto del duque con el emir de
Granada, algo que la crónica de Ponce de León afirma con rotundidad622. Como buen
caballero de frontera, don Rodrigo no dejó esta injuria sin respuesta, y decidió devolver

621
En torno a este linaje, consultar CARRIAZO RUBIO, JUAN LUIS: La Casa de Arcos entre Sevilla y la
frontera de Granada (1374-1474). Sevilla: Universidad de Sevilla, 2003; del mismo autor: «Dos siglos de
estudios sobre los Ponce de León. Historiografía de un linaje» En Historia, Instituciones, Monumentos, nº
22. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2002, pp. 9-22.
622
ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, DIEGO: Crónica del rey..., op.cit., p. 372; VALERA, DIEGO DE: Memorial de
diversas..., op.cit., 235-236; ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 180-182.

350
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la ofensa a ambas partes. En respuesta a esta supuesta colaboración de la casa de


Medinaceli con el bando nazarí, Ponce de León acusó al duque de ser «persona que se
apartó de la vnión y santa fé católica, aviéndose conçertado con el rey moro para fazer
tan grande ofensa a la Santísima Trinidad y a toda la Christiandad y a la Corona real de
Castilla, la qual injuria, Dios ni el santo padre nin los reyes deuían perdonar»623. Tras
vengarse de Juan Alonso Pérez de Guzmán conquistando la propia ciudad de Medina
Sidonia, el marqués intentó buscar la oportunidad de ampliar sus territorios en la frontera
y recuperar su prestigio a costa de demostrar su potencial ante las fuerzas del emirato
nazarí llevando a cabo varias correrías por territorio musulmán.

Coaccionado por el conflicto ancestral que ocupaba a este linaje de los Ponce de León
y la familia de los duques de Medinaceli, detractores de la figura de Enrique IV, Rodrigo
Ponce de León decidió participar en la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479) a
favor del bando de la Beltraneja. Tras la finalización definitiva de esta cuestión, el noble
castellano incrementó sus ataques en la frontera, mientras que mantuvo una activa
negociación con algunos enclaves nazaríes insurrectos para incorporarlos a su señorío
personal. Actuando al margen de las treguas entre ambos reinos, Ponce de León tomó y
destruyó la villa de Garciago en el verano de 1477, aprovechando un mal recaudo de la
misma. En septiembre de ese mismo año, también recuperó la villa musulmana de
Ortejícar para el bando cristiano, la cual había sido arrebatada al conde de Ureña poco
tiempo antes. Meses más tarde, los granadinos respondieron a estas correrías,
incendiando la villa de Villarrobledo, llevando a cabo el asalto de los términos Alcalá la
Real y Alcaudete, y el saqueo de Cieza y Balcarrillo, hasta llegar a las cercanías del
municipio de Cañete624. La conclusión de esta escalada de hostilidades llegó, de forma
prematura, con el acuerdo de una nueva tregua en enero de 1478. En ese sentido, Diego
Melo ha podido documentar que estas correrías tuvieron un papel destacado en las

623
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 182; VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., 236-
240. Este recrudecimiento de las relaciones entre ambos linajes, concluyó un año más tarde con la firma de
las paces de Marchenilla (1474), la cual tuvo lugar más por agotamiento que por deseo de ambas partes.
624
La narración contemporánea de estas campañas puede consultarse en BAEZA, HERNANDO DE: «Las
cosas que...», op.cit., pp. 13-15. De ellas también se hizo eco posteriormente ZURITA, JERÓNIMO: Anales de
la…, op.cit., p. 276v. Sobre este modo de comportamiento nobiliario en la frontera, consultar ROJAS
GABRIEL, MANUEL: «En torno al ―liderazgo‖ nobiliario en la frontera occidental granadina durante el siglo
XV» En Historia, Instituciones, Monumentos, nº 20. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1993, pp. 499-522.

351
José Fernando Tinoco Díaz

distintas negociaciones que mantuvieron la corona castellana y el emirato nazarí a razón


de la firma de esta suspensión de hostilidades625.

A pesar del deseo de los Reyes Católicos de comenzar una contienda frente al emirato
nazarí, Alonso de Palencia desta en las primeras páginas de su Guerra de Granada, que
«desde la muerte del rey D. Enrique, D. Fernando y D.ª Isabel habían tenido que luchar
con múltiples e insuperables dificultades para combatir contra los moros»626. De esta
manera, durante los últimos compases de la guerra por la sucesión del reino castellano,
los reyes se decantaron nuevamente por interrumpir las crecientes hostilidades entre
ambos bandos por un espacio breve de tiempo en favor de la culminación definitiva de
esta contienda. La cuestión nazarí volvió entonces a las narraciones de los principales
cronistas cristianos, aunque aún de forma muy tibia:

«Aunque antes de la llegada de don Fernando [la reina] no hizo bastante para evitar las
entradas de los granadinos, procuró al menos corregir de algún modo los pasados descuidos. Al
efecto envió al rey de Granada Abulhacén a Pedro de Barrionuevo, con el encargo de procurar a
toda costa la paz entre los andaluces y moros granadinos, por lo menos mientras la guerra
empeñada con los portugueses aconsejase no seguirla simultáneamente con aquéllos [...] Fácil
hubiera sido pactar con él [Muley Hacén] firme alianza si nuestros reyes le hubieran enviado un
embajador de mayor autoridad y pericia. Pero ni don Fernando proveyó a este asunto, ni doña
Isabel dio resolución a tan grave urgencia, y solopor voluntad del Cardenal envió con la enbajada a
Barrionuevo, que siguió la negociación con menos autoridad y astucia de lo necesario» 627.

Como pone de manifiesto Alonso de Palencia, las negociaciones para la firma de este
pacto fueron apresuradas y estuvieron envueltas en un halo de desidia que sorprende
cuanto menos. Dejando a un lado la mordaz crítica a la eficacia de la reina Isabel, el
cronista castellano resaltó que ambos cónyuges no le atribuyeron a este asunto el valor
real que parecía tener para el devenir del reino castellano. Gracias a Juan de Mata
Carriazo y José Enrique López de Coca, conocemos que los Reyes Católicos habían
emprendido relaciones secretas para apoyar las disidencias internas del reino nazarí,
desde antes incluso de su ascenso al trono. La negociación tenía como objetico apoyar la
sublevación del infante de Almería Aben Celín Abragen el Nayar, hijo de Yusuf IV de
Granada y pretendiente al trono del emirato. De hecho, en concreto se documenta el

625
MELO CARRASCO, DIEGO: Un modelo para..., op.cit., pp. 209-211. Al respecto de la documentación de
esta tregua CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA «Las treguas con...», op.cit., pp. 232-236; igualmente,
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 410-413.
626
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 6.
627
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., pp. II, 440-441.

352
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

envío de una carta de don Fernando dirigida al «príncipe de Almería» en 1474, en la cual
agradece los regalos de este pretendiente al trono nazarí y reconoce el plan de atacar el
emirato628. Pero con el inicio de la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), parece
que estas negociaciones y sus pretensiones de atacar el emirato fueron abandonadas. En
contraposición, los Reyes Católicos transfirieron la gestión de esta cuestión a la
intercesión de diversos embajadores de poco relieve. Algunos historiadores actuales han
señalado que, tras la designación de esos primeros emisarios de escaso peso político que
refiere Palencia, los reyes de Castilla pretendían esconder sus intenciones de asegurar
que el acuerdo del nuevo armisticio fuera del agrado del emir nazarí. En ese momento,
Isabel y Fernando estaban más preocupados en asegurar su autoridad en el trono del reino
castellano, que en resolver, definitivamente, la amenaza que suponía Granada para los
fronteros castellanos. Sin embargo, el propio cronista narra que, finalmente, «la triste
experiencia le hizo abrir los ojos al fin, y llamando al conde de Cabra, don Diego de
Córdoba, su pariente, sujeto de gran prudencia, de lealtad y afecto bien probados hacia
los Reyes y no malquisto del de Granada, le confió aquel cargo [de embajador], muy
adecuado a sus cualidades». La conclusión de todo ello fue que don Fernando «procuró
que se assentassen treguas con Albuhacén, rey de Granada, por medio de Don Diego
Hernández de Córdova, conde de Cabra, que era su amigo»629.

La narración que realiza Fernando del Pulgar de la negociación de este armisticio no


deja lugar a dudas de que este supuesto espíritu de concordia con el emirato, estaba
condicionado por los intereses inmediatos de los monarcas castellanos. Según denota este
cronista, el nuevo acuerdo de suspensión de hostilidades fue solicitado por el emir de
Granada bajo sus propias demandas; algo que Isabel y Fernando no dudaron en otorgar.
Los cónyuges, sabedores de que un nuevo frente de conflicto significaría la debilitación
de sus fuerzas, decidieron sacrificar su relación de superioridad con el emirato, para
asegurar que no se iniciaba una nueva contienda en el flanco oeste del reino. De hecho,
Pulgar incluso reconoce que esta controvertida concesión fue algo consultado al Consejo
Real castellano, que no se opuso ante tal concesión prestada a favor los musulmanes. La
firma de la tregua de 1478 se acordó, por tanto, bajo unas condiciones realmente
propicias para los intereses de Granada, de forma que el emirato no tuviera que abonar
parias a cambio de la suspensión de hostilidades con el bando castellano:
628
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., p. 351;
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 416-417.
629
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., pp. II, 450-452.

353
José Fernando Tinoco Díaz

«El rey de Granada enbió sus embaxadores a demandar treguas por çierto tiempo. El rey e la
Reyna, avido sobrello su Consejo, acordaron gerlas otorgar, por tres años. E no se demandaron
estonçes a los moros parias ningunas de las que solían dar quando les ortorgauan treguas, por
causa de la guerra que tenían con el rey de Portogal; e pendiente aquélla, no estauan en tienpo de
mover guerra contra los moros»630.

El acuerdo de un convenio con unas condiciones tan beneficiosas para el bando


musulmán, pareció representar una especie de momento culminante en el reinado de
Muley Hacén. Sin embargo, la cronística castellana posterior silenció esta perspectiva del
acuerdo entre ambas coronas, enterrando la idea de que la desaparición del abono de
parias en este pacto fuera una licencia de los propios reyes castellanos. En ese sentido, la
obra del eclesiástico Andrés Bernáldez inició una corriente narrativa que alegaba que el
resultado de estas treguas, más que una donación derivada de la compleja situación del
reino, respondió a la actitud gallarda del emir de Granada. Su versión de la firma de este
concierto dista en muchos ámbitos, de la narración anterior de Pulgar. En primer lugar,
Bernáldez destaca que fue el monarca don Fernando el que se prestó a entablar nuevas
negociaciones con el emirato nazarí para llegar a acordar una suspensión de hostilidades.
Pero el fortalecimiento del poder de las fuerzas fronterizas musulmanas había
contribuido a que el emir nazarí exigiera un cambio en las condiciones acordadas en el
armisticio de 1475 de forma unilateral. Según esta interpretación, Muley Hacén se habría
negado a entregar parias, al considerar concluido el periodo de dependencia de Granada,
determinando así la defensa de sus pretensiones en el campo de batalla si se daba el caso.
En ese sentido, surge una de las sentencias más repetidas por la historiografía posterior,
la cual afirmaba que Muley Hacén se negó a sufragar las parias que el emirato debía a
Castilla en calidad de vasallo. Este argumento pronto pasó a la cronística contemporánea
de forma que Pedro Mártir de Anglería afirma que una de las causas que movieron el
inicio de la Guerra de Granada,

«[…] fué altanera respuesta del Rey de Granada Muley Hacen -que era tributario- […]:
Solíamos los Reyes Zaidas granadinos pagar algunas doblas como tributo a los reyes de Castilla;
pero en el taller donde se acuñaban estas monedas, se fabrican ahora estas puntas de hierro para las

630
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 326.

354
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

lanzas (y cogió una en sus manos). En adelante hemos de entendérnoslas con ellas y no con
oro»631.

Este discurso del eclesiástico extremeño pretende dejar de manifiesto que había sido
esta actuación altanera la que había hecho fracasar las negociaciones entre ambos reinos,
rompiendo una de las cláusulas del acuerdo vigente y desencadenando los actos que
darían lugar al inicio de las hostilidades castellanas en la frontera:

«En estos tienpos [1478] después de sojuzgar el Andalucía, envió el rey don Fernando
enbaxada a Granada, a demandar las parias al rey moro Muley Bulhacén, que eran devidas, según
que las solían dar los reyes moros antepasados a los reyes de Castilla, e que se las enviase. El rey
de Granada estava en aquel tiempo rico e muy poderoso, e respondió que los que las davan ya eran
muertos, e los que las recebían tanbién; que él allí estava para las non dar, salvo defenderlas en el
canpo con su cavallería e gente. E de aquí se començaron a hazer algunos actos de guerra contra
los moros por estas fronteras, que de antes pazes avía. E el rey don Fernando mandó facer muchos
tiros de pólvora e gruesas lonbardas e petrechos. E dende a pocos días mandó a pregonar guerra
contra los moros en toda la frontera, desde Lorca a Tarifa»632.

El testimonio de este cronista reiteraba que la negación de Muley Hacén a entregar


parias, conllevaba también la amenaza del inicio de un nuevo conflicto fronterizo entre
ambos reinos a una escala superior a lo ocurrido durante estos años. No cabe duda de
que, durante esta etapa, el mandatario nazarí se encontraba en la cumbre de su poder
cuando se produjo la firma de este nuevo acuerdo con Castilla. Tras el éxito de su
política de reforzamiento de la autoridad regia, Abu al-Hassan estaba consiguiendo un

631
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 42-43. Esta perspectiva pasó a la cronística
hispánica de forma generalizada, como puede observarse en las obras de MÁRMOL, LUIS DEL: «Historia del
rebelión...», op.cit., pp. 13b-14a; BARRANTES MALDONADO, PEDRO: Ilustraciones de la..., op.cit., p. 296.
632
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 77. En el Tratado de los reyes de Granada y
su origen, aparece una versión de este episodio que parece estar influenciada por este texto de Andrés
Bernáldez y el anterior de Fernando del Pulgar, en tanto parece intentar aunar ambas versiones: «[los Reyes
Católicos vivieron] en paz con el Rey Albohacen de Granada algunos años, hasta el de 1478 que envió el
dicho rey sus Embaxadores á los reyes Católicos, que se hallaban en Sevilla, á pedirles treguas, é le
respondieron se las darían, como pagasen las parias que los Reyes de Granada habian pagado á los Reyes
de Castilla, é con esta respuesta se volvieron los Embaxadores a Granada, é con ellos otros de los Reyes
Católicos, á los quales respondió el rey Albohacen con grande ánimo, que ya eran muertos los reyes de
Granada que pagaban parias á los reyes de Castilla, é que en las casas de moneda de Granada, ya no se
labraba sino alfanjes, é hierros lanza contra sus enemigos, si les pidiesen semejante tributo; y aunque fue
respuesta que tomaron muy á mal los Reyes Católicos Don Fernando é Doña Isabel, disimularon por
entonces, por los malos tiempos en que se hallaban, respecto de las turbaciones sobre dichas, é aprieto del
Rey de Portugal, é porque en este tiempo estaba el Rey Albohacen muy pujante, é magnanimo para
emprender qualquiera empresa»; PULGAR, FERNANDO DEL: «Tratado de los...», op.cit., p. 127. Sobre el
análisis de los fragmentos de Pulgar, Bernáldez y este último, y si interrelación, puede encontrarse en
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 196- 199.

355
José Fernando Tinoco Díaz

respaldo social considerable gracias a sus hazañas en el campo de batalla frente a


Castilla. Sin una resistencia interna reseñable hacia su persona, sus acciones habían
generado un consenso amplio de la sociedad granadina. Por tanto, parece posible que
pudiera haber optado por finalizar con el acuerdo de vasallaje de épocas anteriores de
manera unilineal. El éxito militar de sus iniciativas en la frontera lo habría secundado,
como demostraban las decididas respuestas a las correrías del marqués de Cádiz. El
emirato parecía estar, por tanto, en condiciones de buscar, al menos, una nueva relación
equitativa con una Castilla agotada por los conflictos interiores. Sin embargo, es más
posible este último momento de esplendor de Granada no era suficiente para demandar,
con tal autoridad, un cambio de signo en las relaciones con el reino castellano. Si Abu al-
Hassan hubiese actuado como la pluma de Andrés Bernáldez afirmó, el emir habría ido
contra los designios de los Reyes Católicos, los cuales hubieran reaccionado con presteza
dentro de la medida de sus posibilidades. Al fin y al cabo, la guerra frente al partido de la
Beltraneja estaba ya más que decidida. Es muy posible que el propio emir fuera
consciente de ello, y evitara cualquier conflicto destacado que desencadenara la
supresión definitiva del régimen de acuerdos de paz entre ambos bandos y el inicio de un
conflicto a gran escala con el reino castellano. Por este motivo, es probable que la
versión aportada por Fernando del Pulgar, un hombre muy cercano a la monarquía
castellana, fuera más veraz que las narraciones posteriores que se basaron en el
testimonio de Andrés Bernáldez. Asimismo, no hay que dejar escapar que la narración
del eclesiástico reconoce que el inicio de los enfrentamientos fronterizos durante esta
etapa, fue consecuencia directa de las decisiones de los reyes castellanos. Bernáldez
afirma que el propio don Fernando, obligado por las amenazas musulmanas realizadas
durante la negociación de la firma del armisticio, decidió aumentar la presión fronteriza
frente al emirato rebelde. Empero, en un análisis más amplio del contexto fronterizo,
parece que la iniciativa directa de la corona nazarí en el inicio de este incremento de
hostilidades en la frontera no fue tan determinante como afirmaba el Cura de Los
Palacios.

5.1.3. EL FINAL DE LOS ACUERDOS DE PAZ ENTRE CASTILLA Y GRANADA (1479-1481).


LA TOMA NAZARÍ DE ZAHARA DE LA SIERRA.

La tregua acordada durante 1478 acabó por demostrarse ineficaz en el contexto


localizado de la frontera, y muy pronto los conflictos entre ambos bandos retornaron. En
el caso del emirato nazarí, la primera etapa del mandato de Abu al-Hasan habían

356
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

destacado para la prosperidad, la unión interna y los éxitos en el campo de batalla que el
emir consiguió para el reino de Granada. Sin embargo, el sino de su suerte pareció
permutar en torno a 1480. El emir granadino, guiado por conflictos amorosos e intrigas
palaciegas, relajó el férreo control con el que mantenía al reino, lo que facilitó el
incremento de las desavenencias en el seno de la corte nazarí. Esta situación acabó por
afectar profundamente a la cohesión interna del propio reino nazarí, repercutiendo
sobremanera en la cohesión y organización del ejército que defendía las fronteras con el
reino de Castilla. Así se pone de manifiesto en las propias fuentes árabes, las cuales
achacan a la persona de Muley Hacén este cambio en su gobierno del emirato:

«El rey se dedicó a los placeres, se entregó a sus pasiones y se dio a divertirse con cantoras y
danzaderas. Sumido en el mayor ocio y descuido, destrozó el ejército, del cual suprimió gran
número de esforzados caballeros. Por otra parte abrumó el país con tributos y a los zocos con
impuestos. Cometió en una palabra una serie de errores con los cuales no puede subsistir un reino
bien ordenado»633.

Las grandes y gloriosas victorias musulmanas logradas en el campo de batalla frente a


las fuerzas castellanas, dejaron paso a una etapa de decadencia, desunión y derrota. En
contraposición, la paulatina estabilización del régimen castellano tras la finalización de la
cuestión sucesoria, la pacificación de las relaciones señoriales andaluzas, y la firma de
treguas con Portugal, permitió que el programa de gobierno de los Reyes Católicos
comenzara a configurarse de manera independiente. En ese preciso momento, quedó de
manifiesto lo oportuno de iniciar una guerra contra el emirato nazarí que pudiera eliminar
cualquier disensión interna entre los nobles de Castilla y elevara su prestigio como reyes
cristianísimos y orgullosos herederos de la dinastía goda.

La crónica de Alonso de Palencia deja de manifiesto que «desde la muerte del rey D.
Enrique, D. Fernando y D.ª Isabel habían tenido que luchar con múltiples e insuperables
dificultades para combatir contra los moros»634. En un término semejante al expresado
por Palencia, Nebrija expone que «aun cuando ya desde el comienzo de su reinado se
había asentado en su ánimo la enorme preocupación de cómo podrían borrar aquel
deshonor de España y además singular oprobio para toda la religión Cristiana, sin
embargo, los asuntos inminentes no les permitían reflexionar acerca de la grandeza de
una guerra tan importante, especialmente al estar la república hispana profundamente

633
BUSTANI, ALFREDO Y QUIRÓS, CARLOS: Fragmento de la..., op.cit., pp. 4-5.
634
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 6.

357
José Fernando Tinoco Díaz

debilitada por guerras anteriores y perturbaciones de todo tipo»635. Estos dos ejemplos
pueden servir para denotar que la mayor parte de cronistas castellanos de este periodo,
manifestaron que el pensamiento de estos reyes de tomar las armas frente al reino nazarí
de Granada, había sido algo planteado con anterioridad a la década de 1480. Asimismo,
estas mismas fuentes parecen establecer que la determinación por comenzar esta
contienda no recayó equitativamente entre ambos cónyuges. En las primeras líneas de su
Crónica de los Reyes Católicos, Fernando del Pulgar reconoce que «por la solicitud desta
Reyna [doña Isabel] se començo, e por su diligencia se continuó la guerra contra los
moros, fasta que se ganó todo el reyno de Granada»636. Otros autores contemporáneos
expresan referencias semejantes que corroboran esta afirmación. Alonso de Palencia, por
ejemplo destaca que don Fernando siempre actuó «atento […] a secundar los vivos
deseos de su carísima esposa Dª. Isabel de hacer la guerra a los granadinos»637. Pero la
determinación de la reina también era conocida en todo el contexto europeo. En ese
sentido, Pedro Mártir reconoce, al poco de llegar al suelo hispano, que:

«[…] en boca de todos los italianos corría la voz de que en nuestro tiempo había bajado del
cielo una mujer admirable, la cual había juntado en un cuerpo sano y robusto los grandes reino de
sus abuelos destrozados por los ladrones internos merced a la incuria de los antepasados; que,
juntamente, con su esposo, había afianzado en toda España la religión cristiana, espantada ante la
perfidia de los judíos; que había sometido a su imperio a las misteriosas islas Afortunadas -si lo
son las islas canarias-, y añadían que no contenta con esta, estaba dispuesta a comenzar otra
empresa, aunque difícil, como era la de ganar para nuestra religión una nueva provincia, a los de
granada, que hacía ya ochocientos años ocuparon aquella parte de España que da hacia el mar de
Hércules»638.

Las narraciones castellanas de este periodo dejan de manifiesto que su deseo de


iniciar la guerra frente a Granada, se precisó cuando el reino empezó a gozar de una
cierta situación de seguridad interna; algo que Pulgar atribuye el cronista a la decisión de
la divina providencia. Afirmaba este autor, en boca de don Alonso de Cárdenas: «[…]
quien bien mirare las cosas pasadas en estos vuestros reynos, después que, por la graçia
de Dios, vos e la Reyna en ellos reynastes, claro verá que Dios adereçó la paz con quien

635
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 33-34.
636
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 78.
637
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 44
638
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 9-11. Esta idea de la Guerra de Granada como
un proyecto isabelino, fue principalmente esbozada en tiempos modernos por LISS, PEGGY K.: Isabel la
Católica. Su vida y tiempo, Madrid: Nerea, 1998 pp. 189 y ss.

358
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la devíades tener, quando la Reyna la concluyó con el rey de Portogal […]»639. La


primera referencia concreta en las crónicas contemporáneas a la proyección de una gran
empresa frente al musulmán, aparece en relación a la celebración de las Cortes de Toledo
(1480). Durante la narración de Pulgar de la proclamación del príncipe don Juan como
heredero de la reina Isabel, el cronista castellano denota el deseo del maestre de Santiago
de tomar las armas frente al infiel. La respuesta de los reyes ante tal solicitud manifiesta
que la guerra era ya un proyecto efectivo, en tanto ellos mismos «estauan en propósito de
dar horden en la guerra contra los moros; pero porque agora estavan ocupados en mandar
facer armada contra los turcos, aquella expedida, luego entenderían en aquella su
suplicaçión, e le llamarían para lo que çerca de aquella guerra se deviese facer»640.
Durante su segundo periodo de reinado como sultán del Imperio otomano, Mehmet el
Conquistador (1444-1445/1451-1481) llevó a cabo hazañas tales como la conquista de
Constantinopla (1453). A partir de esta gran victoria, el gobernante consiguió extender su
poder por los territorios de Bosnia, Serbia y Grecia, tras lo cual puso su atención sobre
los dominios venecianos del Mediterráneo. La ciudad italiana, se vio empujada a firmar
un tratado de paz a cambio de una indemnización y un tributo anual, para conservar su
libertad de comercio, lo que hizo desviar la atención de la armada musulmana hacia el
sur italiano641.

Luis Suárez no se atreve a situar, claramente, el comienzo de estas pretensiones antes


de esta fecha, en tanto diversos motivos, como la toma de Otranto (1480) que Pulgar
mencionaba en el anterior fragmento, pudieron condicionar la situación política
internacional. El historiador plantea que la falta de una evidente seguridad política en
todo el ámbito de acción de estos monarcas, eliminó cualquier posibilidad de afrontar el

639
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 83.
640
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 246-247.
641
Todas estas campañas tuvieron un gran eco en la cronística castellana en la que se representó al líder
turco como un auténtico demonio. De hecho, cuando el soberano falleció a los 49 años de edad preparando
una nueva campaña, este hecho fue recibido con suma alegría en el bando cristiano. Los propios cronistas
castellanos recogieron tal hecho, denotando que la información de los ataques musulmanes a estas tierras
cristianas era recibida con mucho interés en la Península Ibérica: «El mes de mayo, el tercero día de dicho
mes, día de Santa Cruz, año de MCCCCLXXXI, murió e descendió a los infiernos el Gran Turco,
enperador de Constantinopla, llamado Mahometo Otomano, que más de treinta años avía hecho la guerra
muy cruelmente a los cristianos de Grecia e sus comarcas, e ganó de ellos muchas tierras e cibdades e
villas e lugares, e ganó la cibdad de Constantinopla al enperador e mató al enperador, en el año del Señor
de MCCCLV años»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 106-107. Más adelante se
volverán a retomar estos ataques turcos en el Mediterráneo oriental.

359
José Fernando Tinoco Díaz

planteamiento de cualquier iniciativa con una solidez asegurada642. Asimismo, hay que
tener en cuenta que Sixto IV proclamó el mensaje de la guerra cristiana contra Granada
en 1475, cuando afirmó que el infiel emirato nazarí era considerado un colaborador del
Turco, y por tanto un rival antagónico para todos los príncipes europeos. De hecho, el
pontífice extendió una primera bula de cruzada el 13 de noviembre de 1479. Sin
embargo, esta concesión debe ser considerada aún como una extensión de las bulas
otorgadas por los distintos pontífices para salvaguardar los intereses cristianos en la
frontera occidental con el Islam. A pesar de esta consideración, también cabe reconocer
que con este tipo de gracia papal, queda de manifiesto el hecho de que Sixto IV no
reconocía de facto la situación de treguas entre Castilla y el reino nazarí, denotando su
intención de apoyar cualquier iniciativa bélica frente al musulmán en el contexto
mediterráneo643. Todos estos testimonios aquí citados denotan que, a principios de la
década de 1480, la guerra frente a Granada comenzaba a ser una realidad. De hecho,
Mosén Diego de Valera dirige a don Fernando una epístola, el 10 de febrero de 1482, tras
la toma de Zahara (1481). En ella, el castellano reconoce que «era pública fama en esta
comarca que Vuestra Altesa los querie faser guerra en el verano venidero»644.

Las crónicas castellanas contemporáneas a estos últimos años de la década de 1470,


guardan un extraño silencio general en todo lo referente al estado de la frontera andaluza
durante el periodo posterior a la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479). Esta falta
de información puede atribuirse a los mismos motivos que explicaban la falta de
referencias al estado general de las relaciones castellano-nazaríes durante el último
periodo del reinado de Enrique IV. Se presupone que la atención general de los cronistas
del reino hispano, se centraba en relatar las últimas acciones de los Reyes Católicos para
acabar definitivamente con los partidarios favorables a doña Juana la Beltraneja. De esta
manera, las narraciones contemporáneas de estos autores únicamente resaltan algunos
acontecimientos fronterizos aislados, sin mostrar la posible relación entre estos sucesos.
En la mayor parte de los casos, la información que aportan entre ellas es muy
contradictoria. Verbigracia, Diego de Valera relata una correría en tierras musulmanas
acaecida en 1480, la cual parece que fue encabezada por el mismo monarca castellano. El

642
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de…, op.cit., p. 9.
643
Sobre la documentación acerca del ofrecimiento de Sixto IV, para sustentar las futuras campañas de los
monarcas de Castilla y Aragón, y las negociaciones entre ambas partes, consultar GOÑI GAZTAMBIDE,
JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 371-374. Sobre todo ello se volverá más adelante, al respecto de las
concesiones papales de la bula de cruzada.
644
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 55.

360
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

castellano afirma que tal iniciativa fue destinada a «basteçer la cibdad de Alhama e talar
la vega de Granada», cuando aún la fortaleza continuaba en manos del bando nazarí645.
Sin embargo, este hecho sucedió en 1482, de forma coincidente a la incursión de Muley
Hacén sobre el campo de Gibraltar. Del resultado de estas pocas acciones que aparecen
mencionadas en las fuentes cristianas, puede denotarse un evidente cambio de signo en la
dinámica fronteriza: el ejército de Castilla parecía comenzar a imponerse a las fuerzas
musulmanas. Esta situación parecía responder a este eminente cambio de signo que el
reinado de Muley Hacén sufrió durante los últimos años de esta década de 1470. Los
reyes de Castilla eran conscientes de ello, por lo que intentaron incidir en el ritmo de este
territorio andaluz para favorecer a sus intereses inmediatos. Por este motivo, Alonso de
Palencia afirma que los propios monarcas confiaron en Diego de Merlo para apoderarse
de una fortaleza o plaza granadina antes de declarar la guerra al emir, que lo obligase a
acordar nuevas treguas. Esta información también vendría a ratificar parte del testimonio
anterior de Bernáldez, denotando que la iniciativa de las acciones bélicas en la frontera
pasó al bando castellano a pesar de la vigencia del acuerdo entre cristianos y
musulmanes:

«Desde los comienzos de su reinado D. Fernando y D.ª Isabel tenían puesto el pensamiento en
esta guerra; pero nunca habían podido verse libres de innumerables dificultades, porque, ya en una
parte, ya en otra, su propósito tropezaba con un obstáculo donde menos se esperaba. Cansados ya
de tan prolongadas contrariedades, resolvieron acometer la empresa sin detenerse por nada que
pudiera estorbarla. Al tanto de los levantados propósitos de los Reyes, recibieron algunos
servidores secreto encargo de encomendar el asunto a Diego de Merlo, Asistente de Sevilla, como
a hombre muy a propósito por su carácter para semejantes empeños, y que ponía tanto más interés
en el cumplimiento de las comisiones que los Reyes le daban cuanto más numerosas eran, sin tener
para nada en cuenta dificultades o necesidades públicas […] Conocido el deseo de los Reyes de
apoderarse de alguna plaza o fortaleza de los granadinos antes de declararles abiertamente la
guerra, empezó a disponer lo necesario para satisfacerle. Don Fernando le comunicaba por cartas
cuantos planes se le daban relativos a la empresa, y, a su vez, Merlo le proponía las medidas que
consideraba necesario adoptar en Andalucía. Mientras esto se trataba, empezó a dar más claros
indicios de sus intentos, atacando de repente con sus tropas la aldea de Villalonga, en término de
Ronda, fortísima por su situación y reparos, y lugar señalado por frecuentes descalabros de los
nuestros»646.

645
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 114-115.
646
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 20-21.

361
José Fernando Tinoco Díaz

En la narrativa contemporánea del periodo, Diego de Merlo fue retratado de forma


muy contradictoria. Algunos autores, como el mismo Alonso de Palencia, no dudan en
destacar su cara más negativa. En la narración de los sucesos de la toma de Alhama
(1482), el cronista destaca que «pretendió el Asistente Merlo el primer día del ataque de
la villa atribuirse la principal gloria del hecho; mas como su valentía no igualó a su
arrogancia, casi todos le despreciaron [...]»647. Otras fuentes, como la Historia de los
hechos del marqués de Cádiz, dibujaron un semblante muy distinto del castellano, al
determinar que «este buen cauallero, Diego de Merlo, que era tanto católico christiano y
amigo de Dios y seruidor de los reyes, y tan bueno, que todo se podía dél confiar»648.
Desde 1477, don Diego había ocupado el cargo de asistente real de Córdoba, como
guarda mayor y corregidor de la ciudad. En el año 1478, los Reyes Católicos deciden
trasladarlo a Sevilla. En esta ciudad, sus atribuciones iniciales fueron las de ejercer de
representante real en el gobierno municipal, el control en su nombre las diversas
responsabilidades de gobierno municipal y la gestión del cabildo y sus oficiales. Muestra
de la confianza de los reyes en su persona, su nombramiento fue prorrogado el 28 de
agosto de 1479, siendo ampliadas sus funciones en 1480 y pasando a formar parte, un
año después, del tribunal de la Inquisición649. Asimismo, Suárez Fernández afirma que
Isabel y Fernando le encomendaron diversas atribuciones secretas, entre las que figuraba
la de proporcionarles una oportunidad de mostrar la manifiesta superioridad castellana,
como menciona Palencia en su crónica650. Desde la capital sevillana, ciudad destinada a
ser la gran base de operaciones para las campañas venideras, el asistente real debía incitar
al partido nobiliario castellano a atacar y tomar fortines en poder musulmán, para dirigir
las iniciativas de los grandes nobles andaluces hacia un contexto que realmente pudiera
desencadenar una nueva interrupción del conflicto frente a Granada cuando se acercaba
el final del acuerdo de 1478.

Bajo esta mencionada orientación de Diego de Merlo, fuerzas cristianas habrían


atacado y tomado la población musulmana de Villaluenga, en torno al año 1480. Pero
otras fuentes del periodo, que relatan el suceso de forma más pormenorizada, aportan una
visión algo distinta de los acontecimientos que desencadenaron este hecho, el cual parece

647
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 37.
648
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 200.
649
Sobre la figura de Diego de Merlo, MADRID Y MEDINA, ÁNGELA: «Sobre Diego de Merlo y otras cosas:
notas para un avance de estudio» En Cuadernos de estudios manchegos, nº 22; Castilla la Mancha:
Instituto de Estudios Manchegos, 1996, pp. 57-75.
650
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de…, op.cit., p. 78.

362
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

situarse dentro de una cadena de acontecimientos más compleja que lo relatado por
Palencia. Tanto la Crónica de los Reyes Católicos, de mosén Diego de Valera, como la
Historia de los hechos del marqués de Cádiz, denotan que, a pesar de la vigencia de las
suspensiones de hostilidades acordadas por castellanos y nazaríes, el conflicto en la
frontera no se extinguió completamente durante los años finales de la década de 1470.
Meses después de la firma del armisticio, los habitantes de la villa musulmana de
Montecorto se sublevaron frente al emirato nazarí, atrayendo la atención de las tropas
rondeñas que pronto acudieron a sofocar tal rebelión. Ante tal tesitura, don Rodrigo
Ponce de León ofreció a los rebeldes a formar parte de la jurisdicción del marquesado de
Cádiz como vasallos, «diziéndoles que si aquella fortaleza le dauan, les farían muchas
merçedes» 651. Ante la amenaza que suponía el cerco de la ciudad por parte de las tropas
fieles a Muley Hacén los insurrectos accedieron a la demanda del noble andaluz.
Empero, en la navidad de 1478, los nazaríes recuperaron la población por las armas y
atacaron varias villas cristianas como represalia, algo que contrarió sobremanera al
marqués y lo obligó a reaccionar ante tal afrenta. Mosén Diego de Valera resume esta
compleja situación a la perfección, afirmando que «teniendo pazes los moros de la sierra
fueron algunas prendas tomadas contra razón en vassallos del marqués de Cádiz, don
Rodrigo Ponce de León, conde de Arcos, señor de Marchena»652.

Según denota la Historia del marqués, era costumbre entre ambas sociedades que
«cuando alguna fortaleza en tiempo de paz o de tregua se toma de los unos a los otros, lo
que pierden la tal fortaleza sus bienes son libres». Por este motivo, «el marqués envió a
demandar los que allí avían seido presos, con los bienes que les fueron tomados»653. Sin
embargo, los nazaríes se negaron a cumplir tales demandas, por lo que don Rodrigo «ovo
de mandar fazer así mismo prendas en ellos»654. Según las ancestrales leyes de la guerra
en este territorio, el marqués de Cádiz tenía derecho a llevar a cabo una iniciativa de
compensación contra el bando musulmán por este agravio. Esta empresa de retribución
fue dirigida contra la población musulmana de Villaluenga en 1480, teniendo como
resultado la liberación de los presos cristianos que habían sido tomados durante los
ataques a Montecorto. Un año más tarde, el marqués volvió a atacar esta villa nazarí y las
tierras aledañas a Ronda, alegando que aún no se habían restituido por completo la

651
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 192.
652
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 134-135.
653
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 195.
654
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 134-135.

363
José Fernando Tinoco Díaz

merma que la pérdida de la población malagueña le había supuesto. Para Andrés


Bernáldez, este ataque supuso el verdadero inicio de un conflicto manifiesto entre
nazaríes y castellanos que extrapolaba el ritmo tradicional de los encuentros en este lugar
geográfico:

«En este año de mill e cuatrocintos e ochenta e uno, en el mes de otubre, començó el marqués
de Cáliz a facer públicamente la guerra a los moros; e sacó su hueste e amaneció una mañana
sobre Vilaluenga e quémola. E corrió los lugares de la tierra, e corrió Ronda e durmió sobre ella, e
derribóles la torre de Mercadillo e fíçoles muchos daños, e bolvióse con su honrra e cavalga. E
dende en adelante fizo otras muchas entradas, e se siguió la guerra entre los cristianos e moros en
toda la frontera»655.

Frente a la anterior referencia de Alonso de Palencia, en estas narraciones de las


correrías realizadas por Ponce de León no se nombra a don Diego de Merlo como
impulsor de tales empresas. En contraposición, estos autores afirman categóricamente
que la iniciativa de las mismas fue decisión de don Rodrigo. Posiblemente la intención
del marqués se limitaría a realizar una correría a través de la cual conseguir aumentar su
prestigio y obtener beneficios económicos. De hecho, el noble andaluz habría elegido la
tierra de Ronda por ser ésta una antigua aspiración de la casa de Arcos y encontrarse
cerca de su propio territorio. Sin embargo, sus acciones tuvieron consecuencias
posteriores mucho más amplias que las de cualquier hecho rayano. El ataque a la
población de Villaluenga de 1481, y la posterior destrucción de la torre del Mercadillo en
las cercanías de las murallas de Ronda, fue considerado, por algunos cronistas cristianos,
como el primer capítulo de la contienda a gran escala frente al emirato nazarí. Así lo
entendieron, tanto Andrés Bernáldez, como Diego de Valera, los cuales situaron el casus
belli de la guerra entre cristianos y moros en estas correrías del marqués de Cádiz. Pero
la corona castellana no podía permitirse ser retratada como una fuerza agresora que
pretendía forzar el inicio de una empresa frente al emirato nazarí que tuviera como
objetivo la conquista de este territorio. Alonso de Palencia refleja este interés de los reyes
castellanos de que el incidente fuera tratado como un hecho más dentro de la dinámica
fronteriza andaluza, y no como un desafío destinado a alterar la vigencia de una tregua
próxima a expirar. El humanista reconoce que, a pesar de que esta entrada «no contradijo
en nada las disposiciones de Merlo», el asistente real se vio obligado a manifestar «que
con ella no se había propuesto declarar la guerra a los moros, sino castigar a los rondeños

655
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 110.

364
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

por haber roto las treguas ajustadas». Sin embargo, el mismo Palencia concluye
denotando que «los sucesos posteriores demostraron que la expedición contra los
rondeños estaba muy lejos de sus propósitos»656. De hecho, la reacción musulmana ante
tal desafío no se hizo esperar, y:

«En este mismo anno de IUCCCLXXXI annos, commo los moros de la çibdad de Ronda
estouiesen muy sentidos de los grandes dannos que del marqués de Cádiz y sus capitanes cada día
resçebían, en espeçial, commo les oviese quemado a Villaluenga y talado todas las vinnas y
huertas, y tomado los ganados y muertos y presos muchos moros e grandes despojos, e les ouiese
derrocado la torre del Mercadillo, que era cosa bien fuerte, de la qual torre dazían grand danno los
moros, y en general la derribar fue grand pérdida y destruyçión para Ronda y toda la Serranía, para
lo qual se ovieron de juntar muchas cabeçeras, onbres muy prinçipales del reyno de Granada, para
aver consejo qué manera tenían para aver de tomar la villa y fortaleza de Zahara» 657.

Este texto seleccionado parece confirmar que don Rodrigo Ponce de León se adelantó
a las instrucciones de Diego de Merlo, actuando bajo su propia decisión658. De hecho, el
propio Palencia parece contradecirse de sus afirmaciones anteriores, en otro fragmento de
su crónica que hace referencia a la incursión que Ponce de León por tierras cercanas a la
ciudad musulmana de Ronda, tras una segunda tentativa sobre Villaluenga. En este caso,
el cronista afirma que:

«[…] era éste [el marqués de Cádiz] entre los magnates andaluces el primero en las artes de la
guerra y el segundo en poderío. Receloso en sumo grado de las informaciones del asistente Merlo,
a quien los Reyes daban en todo entero crédito, no esquivaba peligro alguno, antes cuantas veces
solicitaba su concurso reunía sus lanzas y peones a las tropas sevillanas, para que no pudiera decir,
como acostumbraba, que era un obstáculo para sus acertadas medidas» 659.

En ese sentido, las acciones del marqués deben entenderse principalmente en su


contexto social. No hay que olvidar que estos grandes señores fronterizos, estaban muy

656
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 21-22.
657
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 197-199.
658
Quizá esta muestra de iniciativa personal tuviera que ver algo con otras motivaciones al margen de la
mera venganza fronteriza, pues este noble castellano había tomado partido del bando juanista durante la
Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479). Empero, tras concluir esta disputa, doña Isabel aceptó las
disculpas del noble castellano y confirmó sus títulos y privilegios en el territorio andaluz a cambio de su
fidelidad. Es muy posible que don Rodrigo deseara premiar la confianza de la reina a través de la
realización de grandes hazañas que beneficiaran la línea política de la corona. Pero no se tiene ninguna
constancia de que el noble actuara regido por el interés de los soberanos de llevar a cabo acciones
localizadas para mantener viva la conflictividad fronteriza.
659
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 21-22.

365
José Fernando Tinoco Díaz

acostumbrados a actuar bajo sus propios intereses territoriales. Más allá de las
pretensiones de los reyes de Castilla, la situación fronteriza se estaba volviendo
irreversible de manera progresiva, de forma que «las dos sociedades se vieron
enfrentadas a lo largo de la frontera, y arrastradas por la cadena de represalias y de
reclamaciones no satisfechas, pasaron a operaciones de guerra que, llegado el momento,
se hicieron irreversibles»660. Alonso de Palencia destaca que el asistente real en Sevilla se
esforzó por dejar presente que el ataque del marqués respondía a una reacción personal
frente a los conflictos localizados entre este noble castellano y las tropas de Ronda.
Castilla no podía permitirse ser vista como la agresora, por lo que esta contienda fue
tratada como un hecho más dentro de la dinámica fronteriza andaluza. Asimismo, este
cronista resalta la mala relación entre Ponce de León y Merlo, algo que con seguridad
afectaría al desempeño de don Rodrigo en el caso de verse obligado a actuar bajo el
mando del oficial real. Los objetivos que el marqués pudiera seleccionar para llevar a
cabo sus correrías, no tenían por qué estar en consonancia con los planes del adelantado
de los monarcas en Sevilla o del deseo de los propios reyes. Así, el noble andaluz habría
elegido la tierra de Ronda para realizar esta entrada, por ser ésta una antigua aspiración
de la casa de Arcos. Sin embargo, las acciones del marqués tuvieron consecuencias
mucho más amplias que las de un mero hecho rayano. Este ataque a la población de
Villaluenga y la posterior destrucción de la torre del Mercadillo, en las cercanías de las
murallas de Ronda, vino a ser entendido, por algunos cronistas cristianos, como la
intención del marqués en comenzar «a facer públicamente la guerra a los moros»661.

Los últimos compases del año 1480, coincidieron con la futura finalización del
periodo de treguas acordado en el pacto de 1478. Tras estos tres años de suspensión de
hostilidades entre ambas coronas, la frontera volvía a convertirse en un hervidero de
entradas y correrías entre ambos bandos. Sin embargo, una cosa había cambiado. Las
operaciones fronterizas comenzaron a mostrarse, de manera mayoritaria, a favor del
bando castellano. Los Reyes Católicos habían conseguido acabar con la mayoría de
disidencias internas frente a su autoridad, y el conflicto en la zona andaluza parecía
volver a unir a los nobles del reino más autárquicos en una causa común que les otorgara
importantes beneficios. Este contexto, obligó al emir nazarí a acordar una nueva tregua
antes el 12 de marzo de 1481, por un año de duración. Pero la sociedad granadina,
660
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 78.
661
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 110. Sobre estas campañas anteriores al inicio
de la Guerra de Granada, GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La guerra final de…», op.cit., p. 455.

366
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

alimentada por la propaganda de los linajes contrarios a Muley Hacén, no dudaba en


mostrar su descontento con respecto al rumbo que parecía tomar la política fronteriza del
emir granadino. Durante los meses siguientes parece que las predicciones y malos
augurios, que anunciaban el final del emirato estaba próximo, comenzaron a
generalizarse entre el pueblo nazarí. Así lo testimonia el castellano Hernando de Baeza,
quien narra la inundación del río Darro que se produjo durante un alarde fechado en
torno al 27 de abril de 1478. La asombrosa riada, que arrasó parte de la capital del
emirato, parece que fue precedida por un cometa, el cual «mostraua grandíssima guerra y
grande destruycion en ella»662. Entre la propia sociedad nazarí, este hecho fue
considerado como un punto de inflexión en el reinado de Muley Hacén por el carácter
extraordinario que lo rodeó. En este contexto marcado por los vaticinios negativos, la
opinión pública musulmana comenzó a interpretar las victoriosas correrías castellanas
como la confirmación del futuro incierto que esperaba al reino nazarí. La compleja
situación social parecía obligar al monarca nazarí a reaccionar rápido y buscar una
victoria ante las fuerzas cristianas que pusiera de manifiesto el poderío bélico que el
emirato aún ostentaba.

El planteamiento de una nueva operación en la frontera con Castilla, podría reforzar


la autoridad de Muley Hacén en el emirato y aunar al pueblo granadino en la prosecución
de una causa común para todo el Islam. No cabe duda de que, en ese momento, los
granadinos estaban animados por la exitosa ofensiva que los turcos habían llevado a cabo
en el contexto mediterráneo desde mediados de la centuria. El emir nazarí esperaba que
la amenaza de una posible ayuda musulmana en el contexto mediterráneo también
incidiera negativamente en la moral de las fuerzas cristianas. Asimismo, una decisiva
conquista en la zona limítrofe con el territorio castellano, podría servir como un medio
muy eficaz de inducir a los reyes de este reino a firmar una renovación de las treguas
favorable al emirato, como ya había sucedido en 1478. Por este motivo, la contraofensiva
musulmana debía plantearse como una auténtica demostración de la fuerza bélica de la
corona granadina, como antaño el propio Abu al-Hasan había llevado a cabo
personalmente durante el inicio de su reinado. Pero el ataque de Rodrigo Ponce de León

662
BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que...», op.cit., pp. 16-18. Al respecto de la interpretación de este
tipo de fenómenos entre la sociedad nazarí, se remite en primer lugar al estudio clásico GASPAR Y REMIRO,
MARIANO: Presentimiento y juicio de los moros españoles sobre la caída inminente de Granada y su reino
en poder de los cristianos. Granada, 1911; CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE Mata: «Historia de la...», op.cit.,
pp. 404-405; más actual es el trabajo de LÓPEZ DECOCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «La conquista de…»,
op.cit.

367
José Fernando Tinoco Díaz

al arrabal del Mercadillo malagueño pareció precipitar las iniciativas musulmanas hacia
otro cauce más personal. El objetivo seleccionado para llevar a cabo un ataque que
vengara esta correría castellana, fue la significativa plaza castellana de Zahara de la
Sierra, situada entre la ciudad de Utrera y la serranía rondeña:

«En este mismo anno de IUCCCLXXXI annos, commo los moros de la çibdad de Ronda
estouiesen muy sentidos de los grandes dannos que del marqués de Cádiz y sus capitanes cada día
resçebían, en espeçial, commo les oviese quemado a Villaluenga y talado todas las vinnas y
huertas, y tomado los ganados y muertos y presos muchos moros e grandes despojos, e les ouiese
derrocado la torre del Mercadillo, que era cosa bien fuerte, de la qual torre dazían grand danno los
moros, y en general la derribar fue grand pérdida y destruyçión para Ronda y toda la Serranía, para
lo qual se ovieron de juntar muchas cabeçeras, onbres muy prinçipales del reyno de Granada, para
aver consejo qué manera ternían para aver de tomar la villa y fortaleza de Zahara, que la tenía
Gonçalo de Saauedra, mariscal de Castilla»663.

Al contrario que las operaciones bélicas que la precedieron, la toma de Zahara fue
algo más que una simple correría fronteriza. La elección de esta población no fue
cuestión baladí. Tras la conquista de la plaza por parte del infante Fernando de
Trastámara, el 30 de septiembre de 1407, la excepcional ubicación estratégica de esta
fortificación la convirtió en un privilegiado lugar desde donde proyectar la posterior toma
de Antequera (1410). Durante los años posteriores a la hazaña del regente de Castilla, la
población continuó siendo un importante punto avanzado desde donde las fuerzas
cristianas pudieron amenazar las tierras aledañas a la gran ciudad musulmana de Ronda.
A partir 1464, la plaza pasó a pertenecer al mariscal de Castilla Fernando Arias de
Saavedra, quién intentó mantenerla en buen estado debido a su funcionalidad táctica.
Empero, bajo la dirección de su hijo, Gonzalo de Saavedra, el estado de la fortaleza
degeneró por lo costoso de su mantenimiento, a pesar de que Zahara seguía siendo la
localización defensiva castellana más cercana a las tierras musulmanas 664. Aunque la
fortificación sufría una precaria situación a inicios de la década de 1480, su

663
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 197-199.
664
Al respecto de la historia de la fortaleza de Zahara, consultar ROJAS GABRIEL, MANUEL: Zahara y su
castillo en la Edad Media. Cádiz: Diputación Provincial de Cádiz, 1983; TORRES DELGADO, CRISTÓBAL:
«La fortaleza de Zahara de la Sierra: pérdida y recuperación» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.):
La incorporación de Granada a la corona de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993,
pp. 343-371; RODRÍGUEZ BECERRA, SALVADOR: «La toma de Zahara: antropología histórica de una
comunidad fronteriza en la baja Edad Media» En González Alcantud, José Antonio y Barrios Aguilera,
Manuel (eds.): Las tomas: antropología histórica de la ocupación territorial del reino de Granada.
Granada: Universidad de Granada, 2000, pp. 137-158.

368
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

mantenimiento aún era vital para el bando cristiano como punto de vigilancia y centro
operativo de primer orden para desarrollar cualquier correría fronteriza. No se tiene
constancia de quién fue el que decidió tomar esta iniciativa de atacar Zahara, si el propio
emir, o Abrahén Alháquime, cabecera o arraez de Ronda, que deseaba vengar el anterior
ataque de Ponce de León a su ciudad. En ese sentido, las crónicas cristianas determinan
que la acción fue fruto del rey de Granada, aportando importancia al hecho de armas de
forma aislada e ignorando con ello la actuación particularista de muchos alcaides y
líderes militares de la frontera. Pero las fuerzas musulmanas que asaltaron la plaza fuerte
de la población durante la madrugada de uno de los últimos días de 1481, tomándola con
rapidez, parece que realmente actuaban como consecuencia de las correrías del marqués
de Cádiz. Así lo relata el cronista anónimo de la vida de Rodrigo Ponce de León, la
narración cronística del periodo que aporta una versión más rica:

«En este mismo anno de IUCCCLXXXI annos, commo los moros de la çibdad de Ronda
estouiesen muy sentidos de los grandes dannos que del marqués de Cádiz y sus capitanes cada día
resçebían, en espeçial, commo les oviese quemado a Villaluenga y talado todas las vinnas y
huertas, y tomado los ganados y muertos y presos muchos moros e grandes despojos, e les ouiese
derrocado la torre del Mercadillo, que era cosa bien fuerte, de la qual torre dazían grand danno los
moros, y en general la derribar fue grand pérdida y destruyçión para Ronda y toda la Serranía, para
lo qual se ovieron de juntar muchas cabeçeras, onbres muy prinçipales del reyno de Granada, para
aver consejo qué manera ternían para aver de tomar la villa y fortaleza de Zahara, que la tenía
Gonçalo de Saauedra, mariscal de Castilla. Los cuales acordaron de enbiar sus adalydes que la
tentasen; y tentada, fallaron que non se velaua bien y se podía tomar. E fueron con esta nueua a
Abrahén Alháquime, cabeçera de Ronda. El qual, commo lo supo, resçibió grandísimo plazer e
prometió a los adalides muchas dádiuas sy así fuese. E fizo juntar trezientos de cauallo e quatro
mill peones de la Serranía. E el terçero día de Pascua de Nauidad [28 de diciembre] escalaron el
castillo e tomaron e mataron todos los christianos que dentro fallaron, saluo al alcayde, que lo
prendieron. E después que fue de día, salieron e abrieron la puerta del castillo; e desçendieron a la
villa e tomaron e catiuaron çiento e çincuenta christianos, onbres e mugeres e ninnos, que metieron
atrayllados en Ronda. E commo la nueua desto se supo en toda el Andaluzía, todos los caualleros y
gentes della resçibieron grand pesar y dolor. Y no menos el rey don Fernando y la reyna donna
Ysabel, su muger, mostrando grand sentimiento desque lo supieron, así por los grandes dannos que
los moros de allí podían fazer, como por la pérdida de los christianos»665.

Fernando del Pulgar sitúa la conquista musulmana de Zahara en enero de 1482666,


mientras que Alonso Palencia afirma que este triunfo musulmán se produjo la noche del

665
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 197-199.
666
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 3.

369
José Fernando Tinoco Díaz

27 de diciembre de 1481667. En contraposición, Andrés Bernáldez notifica que tal hecho


acaeció «en el segundo día de navidad»668. Por último, la información de esta Historia de
los hechos del marqués de Cádiz parece ser la fuente más fiable al respecto, la cual fecha
la conquista musulmana «el Tercer día de Pascua de Navidad», un día después que lo
hace Bernáldez669. Las contradicciones entre todas estas fuentes pueden deberse a varias
cuestiones. En primer lugar, se puede destacar el desigual tiempo que tardaban las
noticias en llegar a distintos destinos. En el caso de la crónica de Pulgar, el autor que más
tarde la sitúa, la razón más probable de que el castellana considerara que este hecho se
produjo al año siguiente, fue que el año acababa el 25 de diciembre y la toma se produjo
la madrugada del día 27, por lo que el autor se prestó a incorporar la toma ya dentro del
nuevo año. Posiblemente ello fuera también una forma de resaltar que la toma significó
el inicio de un nuevo periodo para Castilla marcado por el inicio de un año nuevo.
Asimismo, la diferente consideración entre la madrugada y el alba, con el inicio de un
nuevo día o la continuación del anterior, pueden explicar el caso de los otros narradores.
De hecho, Cristóbal Torres Delgado, el cual afirma consultar documentos inéditos que no
llega a identificar con claridad, sitúa la conquista al alba del 28 de diciembre de 1481, al
igual lo hace el cronista anónimo de la crónica de Ponce de León 670. Por todo ello, se
puede concluir que la madrugada entre el 27 y el 28 de diciembre fue cuando se produjo
la pérdida de Zahara. Rápidamente el emir nazarí supuso que, tras esta conquista, las
fuerzas musulmanas podrían extender su radio de acción por estas tierras colindantes a la
población andaluza de Utrera, mientras que el bando castellana perdería un punto de
especial singularidad estratégica.

La cronística contemporánea pone especial énfasis en que la sorpresa de la pérdida de


Zahara «pesó mucho al Rey y a la Reina, […] porque de ella, según donde estaba
asentada, se esperaba que los moros harían grandes robos y daños en la tierra»671. De
hecho, nada más producirse el asalto musulmán, los nazaríes realizaron varios ataques
sobre poblaciones fronterizas cristianas, como Castellar y Olvera. Sin embargo, como
denota Andrés Bernáldez, «la villa así tomada, tuviéronla e defendiéronla cerca de dos
años, hasta que se la ganó e tomó el marqués de Cáliz. E de muchas veces que por allí

667
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 30.
668
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 114.
669
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 198, nota 226.
670
TORRES DELGADO, CRISTÓBAL: «La fortaleza de...», op.cit., pp. 355-361.
671
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 76.

370
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

entraron, mientras la tuvieron, a correr la tierra de cristianos, sienpre les fué mal a los
moros e bolvieron vencidos e desbaratados». A pesar de que las correrías nazaríes de
estos años no tuvieron bastante éxito, demostraron las intenciones del bando nazarí de
continuar presionando a Castilla para poder obtener un nuevo acuerdo de treguas
favorable a sus intereses672. Sin embargo, Luis Suárez afirma que «[Muley Hacén] logró
el efecto contrario: hacer de Granada la agresora en lugar de la agredida»673. Como ha
demostrado Manuel Rojas, la información referente a la vigencia de las treguas en la
frontera era, en algunos casos, casi intuitiva. Por tanto, no se puede realizar un juicio de
valor rotundo al respecto de qué iniciativa fue la que desencadenó el comienzo del
conflicto674. Sin embargo, como destaca López de Coca al respecto de la pérdida de esta
población, «la significación especial que se le ha pretendido dar está, sin duda, motivada
por los acontecimientos posteriores»675. Las fuentes castellanas no tienen dificultad en
señalar que la actuación de las tropas del emirato iba «contra la ley divina y el derecho de
guerra y contra los pactos de treguas acordados»676. Mientras el bando nazarí consideraba
que este hecho había sucedido al margen de la tregua entre ambas coronas, el reino de
Castilla hizo valer el acuerdo vigente entre ambas coronas. Si estos acuerdos de paz entre
ambos estados habían sido quebrantados, Castilla estaba en su derecho de iniciar una
represalia ante lo sucedido. La respuesta castellana frente a Granada se definió así como
la réplica justa a una agresión musulmana durante un periodo de tregua, dejando a un
lado cualquier sentimiento religioso que pudiera derivarse de su consideración como
conflicto frente al moro infiel.

La cronística determina que la guerra volvía a convertirse, en este momento, en una


cuestión de estado, de forma que la pérdida de Zahara fue considerada como el casus
belli para el inicio de una nueva empresa frente al emirato nazarí. En ese sentido, el

672
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 114. A pesar de estas parcas referencias, cabe
destacar que muy pocos cronistas contemporáneos se hicieron eco de estos frustrados intentos de asaltos
musulmanes, no así los narradores posteriores del conflicto. Este es el caso de Barrantes Maldonado, el
cual afirmaba que «poco después y con igual diligencia intentaron granadinos apoderarse de Castellar y
Olvera; pero la vigilancia y resolución de las guarniciones frustró sus planes»; BARRANTES MALDONADO,
PEDRO: Ilustraciones de la..., op.cit., p. 319; Otros autores que también refirieron estos hechos con
posterioridad, fueron MARIANA, JUAN DE: Historia general de..., op.cit., p. 92; ZURITA, JERÓNIMO: Anales
de la…, op.cit., p. 315v.
673
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Granada en la...», op.cit., p. 39.
674
Sobre este aspecto fronterizo y su relación con el inicio de la Guerra de Granada, es muy atractivo
consultar ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre..., op.cit., pp. 159-160, nota 5.
675
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., p. 355.
676
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 36-37.

371
José Fernando Tinoco Díaz

discurso compuesto durante el reinado de los Reyes Católicos no variaba sobremanera de


la línea retórica neogoticista expuesta en las diversas narraciones castellanas compuestas
durante el reinado de sus antecesores. La línea narrativa mantiene aún los caracteres
principales de la doctrina neogoticista expuesta por Alonso de Cartagena a mediados del
siglo XV. Sin embargo, esta narración contemporánea al reinado de los Reyes Católicos
contenía elementos mucho más emocionales que las referencias a la restitución del
pasado glorioso de la dinastía visigoda, que denotaba la fuerte influencia de la esencia
trastamarista en los razonamientos expresados durante esta etapa. Los monarcas
castellanos debían vengar el agravio que significó la conquista de Zahara de la Sierra
para el reino de Castilla y, sobre todo, para su linaje en particular. El enemigo al que se
enfrentaban, no solo había arrebatado el territorio que pertenecía a los herederos de la
estirpe goda, sino que también era el usurpador de una plaza que correspondía a los
sucesores del linaje Trastámara como herencia directa de su propia casa. A pesar de que
las hazañas llevadas a cabo por el infante Fernando a principios de siglo habían sido
denostadas durante los reinados de Juan II y Enrique IV, la negativa consideración del
reinado de estos reyes ayudó a rehabilitar el recuerdo de la regencia del primero.
Olvidados los conflictos que se desencadenaron por la influencia del mandatario
aragonés en el reino castellano, el abuelo de don Fernando fue nuevamente presentado
como una gloriosa figura del pasado de Castilla.

En ese sentido, traer a colación a estos antecesores destacados del linaje de los reyes
castellanos, no ser considerado como un elemento singular de la obra de los cronistas del
periodo, sino como una característica general de los historiadores del linaje Trastámara.
De hecho, en las crónicas hispánicas de este periodo bajomedieval se identifica el
desarrollo de una especie de coleccionismo por personajes, hechos o relatos, que
pudieron rememorar este victorioso pasado de lucha frente al musulmán. Esta
particularidad de subrayar y destacar las acciones meritorias de distintos miembros de
este linaje real, en sus conflictos frente a las fuerzas del emirato nazarí, fue un rasgo muy
posiblemente derivado la tradición de la cronística aragonesa. En torno a figuras como el
abuelo de don Fernando, o el propio monarca castellano Fernando III el Santo, la
narrativa propagandística acabó por generar un panteón de antepasados, cultos y
símbolos, que pretendía acentuar la herencia goticista unida al linaje Trastámara. Pero
este aspecto cronístico no se limitaba solo a resaltar el recuerdo de los grandes reyes del
linaje Trastámara. Otros personajes, como es el caso de Rodrigo Díaz de Vivar o Pelayo,

372
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

experimentaron durante esta etapa una redefinición de sus valores y caracteres acorde a la
sociedad castellana del momento. Tal cualidad respondía a la necesidad política de ligar
las acciones de los actuales monarcas del reino, con el recuerdo cercano los triunfos
hispanos contra el enemigo ancestral de los cristianos hispanos.677 Siguiendo esta
perspectiva, cualquier hecho que pudieran incidir en la conversión de este linaje en una
dinastía puramente reconocida de iure y de facto, como heredera de la esencia gótica, era
firme candidato a copar las narraciones de los reinados posteriores. En este caso, las
acciones del conquistador de Antequera, entre las que destacaba la propia toma de
Zahara, volvieron a ser consideradas como un símbolo y referente de los valores
ejemplares que cualquier monarca Trastámara debía demostrar. En contraposición, la
pérdida de esta plaza, que él mismo había conquistado, significaba un verdadero insulto
hacia la memoria de esta rama familiar. Este alegato consiguió alzar la pérdida de Zahara
como algo más que una simple ruptura de treguas entre castellanos y nazaríes. Así lo
manifiesta Alonso de Palencia en el que puede ser el ejemplo más claro de la madurez de
la influencia de Alonso de Cartagena sobre sus alumnos. Con una narración rica en
elementos emocionales, el cronista incide en esa carga sentimental que el triunfo
musulmán tuvo para el rey castellano don Fernando:

«La noticia de la pérdida de Zahara causó honda tristeza al Rey, cuyo abuelo don Fernando de
Aragón, mientras la reina de Castilla, muerto su hermano Enrique III, ejercía la tutela de D. Juan
II, heredero de estos reinos, en edad pupilar había castigado duramente a los granadinos
apoderándose de Antequera, y después, tras largo asedio, a Zahara, reconocido el vano empeño de
tomarla por asalto. Así, el nieto se dolía de que en su tiempo se hubiese empañado en parte la
gloria del abuelo, y como movido por irresistible impulso, se afirmaba más y más en romper
678
abiertamente la guerra contra los granadinos» .

677
MUÑIZ LÓPEZ, IVÁN: «Pasado y mitos de origen al servicio del poder. La imagen de la monarquía
asturiana en la España de los Reyes Católicos» En Ribot García, Luis; Valdeón Baruque, Julio y Maza
Zorrilla, Elena (coords.): Isabel La Católica y su época: actas del Congreso Internacional, Valladolid-
Barcelona-Granada, 15 a 20 de noviembre de 2004. Valladolid: Instituto Universitario de Historia
Simancas, 2004, pp. 435-461. Sobre este aspecto propagandístico de la dinastía Trastámara, ver CHUECA
GOITIA, FERNANDO: «Poder y piedad: patronos y mecenas en la introducción del Renacimiento en España»
En Luca de Tena, José Ignacio (coord.): Reyes y mecenas. Los Reyes Católicos. Maximiliano I y los inicios
de la casa de Austria en España. Toledo: Ediciones castellanas, 1992, pp. 21-54.
678
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 28-29. De una forma semejante, Jerónimo
Zurita también destacaba la proyección del recuerdo de las hazañas del infante en la pérdida de Zahara a
manos nazaríes: «Recibio el Rey muy gran pesar de la perdida de Zahara acordando se auer sido ganada
por largo cerco en la guerra de Antequera por el Rey don Hernando su aguelo, siendo infante y que auia
costado mucho de auer la no se pudiendo ganar por conbate mas fue justa ocassion para tomar de veras la
empresa de la guerra»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., pp. 315v. Posteriormente, Juan de

373
José Fernando Tinoco Díaz

La pérdida de la fortaleza de Zahara acabó por convertirse en el perfecto símbolo de


la perfidia musulmana para el bando castellano y la necesidad castellana de asentar una
respuesta justa sobre la necesidad de vengar tal afrenta para el linaje del reino cristiano.
De hecho, alguno de los historiadores de este periodo se encargaron de recordar
personalmente a los monarcas y a otros destacados miembros cercanos a la familia real
castellana, su deber histórico de dar respuesta a la injuria nazarí y restituir el recuerdo de
sus antepasados castellanos más gloriosos y emular sus triunfos frente a los moros de
Granada. El 10 de febrero de 1482, tras la toma de Zahara, Valera le escribe al rey don
Fernando para recordarle las hazañas de sus antecesores, Fernando III de Castilla y el
regente Fernando de Antequera, frente al emirato nazarí: «Aved Señor, en memoria con
quánto menor poder del que vos tenés, el bien aventurado rey Don Fernando, tercero
deste nombre, ganó á Córdoua é á Seuilla é la mayor parte de la Andaluzía; y el
Serenísimo rey Don Fernando, abuelo vuestro, seyendo infante ganó a Sahara, la que
agora los moros hurtaron»679. Asimismo, Fernando del Pulgar dirige una epístola a don
Enrique Enríquez de Quiñones, mayordomo mayor y tío del rey don Fernando, donde se
denota el sentimiento que esta pérdida había causado en todos los miembros de este
linaje hispano:

«Muy noble y magnífico señor: tanto place houe del pesar que houistes por la pérdida de Zara,
cuanto pesar houe del placer que houieron los moros en ganarla. E por cierto, señor, si deste deue
pesar al buen cristiano e al buen cauallero, mucho más deue pesar al visnieto del infante don
Fadrique y del rey don Alfonso de Castilla, como vos sois. Ese tal, por cierto, no solo deue hauer
pesar, mas deue hauer ira: porque el pesar a las veces es de las cosas que no lleuan remedio, y la
ira es de las que se spera remedio y vengança […] Asi que, muy noble señor, como suelen decir:
pésome de vuestro enojo, así os digo que me plogo deste vuestro pesar; porque de razón, como fijo
de vuestro padre y nieto de vuestros auuelos, lo deués hauer, y no medre Dios quien consolatoria
os enbiase sobre ello»680.

Este tipo de discursos retóricas pretendían reforzar las pretensiones de legitimación


histórica del linaje Trastámara, pero también galvanizar el ánimo general del pueblo
castellano de participar en una empresa bélica frente al moro. En ese sentido, José

Mariana volverá a poner énfasis en este aspecto de la herencia Trastámara con respecto a la pérdida de la
fortaleza: «A las causas antiguas que justificaron esta guerra […] se añadió una nueva insolencia. Esto fue
que la villa de Zahara asentada entre Ronda y Medina Sidonia, pueblo bien fuerte, estaba en poder de
cristianos desde que el infante don Fernando abuelo del rey don Fernando la ganó de los moros, como
arriba queda declarado»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 92.
679
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., pp. 58-59.
680
PULGAR, FERNANDO DEL: Letras..., op.cit., pp. 139-140.

374
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Enrique López de Coca destaca que «la idea de que viene a ―recuperar‖ lo que había sido
de sus antepasados supondrá un poderoso estímulo para los cristianos de condición
humilde, que van a combatir en las diferentes campañas, aunque esa idea no tarde en
ponerse en entredicho»681 . De esta manera, los cronistas del periodo manifestaron que
crimen cometido por los nazaríes pareció despertar las emociones más profundas de la
sociedad castellana, la cual contestó con ardor a la llamada de las armas de sus reyes.
Según relatan estas narraciones, la atronadora respuesta del conjunto reino ante tal
afrenta, fue oída por los musulmanes del reino nazarí, que recibieron esta réplica como
un anuncio de su aciago destino. De hecho, la historiografía romántica más tradicional de
principios del siglo XVI se esforzó por denotar que el pueblo granadino pareció recibir la
noticia de la conquista de la plaza castellana con más miedo que optimismo. Verbigracia,
el Tratado de los Reyes de Granada afirma que un agorero alfaquí de la corte de Muley
Hacén, informó a este mandatario de que su ofensa al reino Castilla habría de significar
el cercano final de los días del emirato granadino:

«É porque en este tiempo estaba el Rey Albohacen muy pujante, é magnanimo para emprender
qualquiera empresa, é como fuese un rey animoso, é diestro en el arte militar, descontentándose de
vivir en paz, fue con sus gentes sobre Zahara, é la tomó, é dexando en ella muy buena guardia, se
volvió a Granada, é sabiendo este caso uno de sus Alfaquies, á quien tenia por adivino, é lo que le
dexaba hecho en Zahara, dixo: acabado el antiguo reyno de los Moros, que habemos poseído mas
de setecientos años en España, é el pronóstico de este moro fue cierto, pues desde entonces
comenzaron los Reyes Católicos muy de proposito la guerra de Granada, é entonces tomaron á
Alhama, con cuya pérdida quedaron los Moros muy apretados, é comenzaron á reconocer su
ruina»682.

5.1.4. EL INICIO DE LA GUERRA DE GRANADA (1482). LA CONQUISTA CASTELLANA DE


ALHAMA.

Es muy destacable que Diego Valera no recoge ninguna referencia a la conquista de


Zahara de la Sierra como casus belli de la Guerra de Granada en su Crónica de los Reyes

681
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «La caída del...», op.cit., p. 412.
682
PULGAR, FERNANDO DEL: «Tratado de los...», op.cit., p. 128. De semejante manera lo recoge el padre
Mariana en su Historia General: «Congojábanles [los nazaríes] algunas señales vistas en el cielo: y un
viejo adevino luego que los moros tomaron á Zahara, refieren dijo en Granada á gritos; -Las ruinas deste
pueblo (ojalá yo mienta) caerán sobre nuestras cabezas. El animo me da que el fin de nuestro señorio en
España es ya llegado-»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 93. Al respecto de todo ello,
también es interesante consultar PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «El final de la Reconquista: Elegia de
la derrota, exaltación del triunfo» En García Fernández, Manuel y González Sánchez, Carlos Alberto
(eds.): Andalucía y Granada en tiempos de los Reyes Católicos. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2006, pp.
55-86.

375
José Fernando Tinoco Díaz

Católicos. El castellano considera esta iniciativa musulmana como un capítulo más de la


dinámica bélica seguida por Rodrigo Ponce de León, que acabará con la incorporación de
la corona castellana en esta contienda fronteriza tras la toma de Alhama (1482). De
hecho, el cronista titula el capítulo XLV de su obra, como «del comienço que ovo la
guerra que el marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León, ovo de fazer con los
moros, teniendo treguas; e de cómo les quemó la villa que se llama Villaluenga»,
reconociendo así que los ataques del andaluz se produjeron durante la vigencia del
acuerdo de paz y supusieron el inicio de unas hostilidades a gran escala683. De una
manera semejante, Andrés Bernáldez sitúa el inicio de la «guerra entre cristianos e
moros» en estas correrías del marqués de Cádiz. Sin embargo, el entorno cortesano
castellano se esforzó por convertir la conquista de Zahara de la Sierra en una verdadera
declaración de intenciones por parte de la corona musulmana. De hecho, días después del
aciago suceso, los reyes castellanos enviaron al concejo sevillano una epístola donde
reconocían que:

«[…] ouimos plazer desto que ha pasado, lo diremos porque nos dé ocasión para poner en obra
muy prestamente lo que teníamos en pensamiento de hacer y por ventura algund día se sobreseyera
[…] Nos entendemos en dar forma cómo la guerra se faga a los moros por todas partes y de tal
manera que esperamos en Dios que muy presto non solo se recobrará esta villa que se perdió, más
se ganarán otras»684.

A pesar de este afán cronístico por representar el inicio de esta contienda como una
iniciativa de índole real, cabe afirmar que el comienzo de la guerra tuvo un carácter
mucho más personal. Como respuesta ante las diversas afrentas musulmanas que había
sufrido durante la década anterior, el 28 de febrero de 1482, don Rodrigo Ponce de León
tomaba la plaza musulmana de Alhama, ciudad que controlaba la ruta principal hacia el
corazón del emirato. Mosén Diego de Valera afirma que esta conquista no tuvo relación
con la pérdida de Zahara, sino con el ataque musulmán a la plaza de Villaluenga. Tras ser
informado por «çiertos adalides» de la descuidada situación de Alhama, don Rodrigo
«determinó de se poner a todo el peligro e trabajo por fazer tan grand serviçio a Dios y al
rey e reyna nuestros señores en tomar aquella cibdad». El cronista además, menciona que
Diego de Merlo y otros destacados caballeros conocieron las intenciones del marqués de
la mano del propio noble andaluz poco antes de que ésta se llevase a cabo 685. La versión

683
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., p.134
684
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., p. 433.
685
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 136-137.

376
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de la Historia de los hechos del marqués de Cádiz presenta una narración muy semejante
a la obra de Valera, pues determina que sobre don Rodrigo Ponce de León recayó toda la
iniciativa y la responsabilidad de la elección de ese objetivo686. Andrés Bernáldez,
contradice esta información en cierta medida, al afirmar que, con anterioridad, el
marqués «fízolo saver al rey don Fernando, estando el rey en Castilla la Vieja; e el rey
cometió el caso con gran secreto dello al marqués susodicho, confiando con su notable
esfuerzo e liberalidad [...] E no savía ninguno dónde iba, sino el marqués é Diego de
Merlo e el Adelantado»687. Sin embargo, la mayoría de autores cristianos afirman que
aunque Merlo posiblemente fuera partícipe de los planes del marqués, los reyes
desconocían la intención de Ponce de León hasta que la noticia llegó a la corte, en torno
al 10 de marzo de 1482. Así lo manifiesta Pedro Mártir en una de sus epístolas, donde
determina que:

«[…] estando en Medina del Campo, de Castilla la Vieja, emporio de mercados, se les notificó
[a los reyes], después de algunos meses, que, en venganza de la anterior tropelía, se les había
cogido Alhama, en el mismo corazón del reino de Granada. Comenzóse entonces a preparar
nuevas armas, a pulir las lanzas»688.

La conquista del marqués de Cádiz causó una honda impresión en las filas
musulmanas, ya que «desta manera la pérdida de Zahara se recompensó, y del agravio se
tomó la debida satisfacción: mas perdieron los moros que ganaron, y su insulto se rebatió
con hacerles daño»689. Con la toma de esta plaza, comenzó verdaderamente la Guerra de

686
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 199-200. Sobre todo ello, también es interesante consultar el
estudio clásico de BUSTOS Y BUSTOS, ALFONSO: «Fecha de la toma de Alhama y carta de Isabel la Católica
sobre Portugal» En Correo Erudito: gaceta de las letras y las artes, vol. IV. Madrid: Correo erudito, 1947,
pp. 129-130.
687
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 115-116. Otras crónicas posteriores,
contrarias a la casa de Arcos, intentaron aunar esta versión con el protagonismo que Palencia dio a la figura
de Diego de Merlo. Verbigracia, Pedro Barrantes afirmó que la iniciativa de enviar «algunos adalides á
tierra de moros á espiar la tierra» recaló en Merlo por completo. Estos exploradores «volvieron con dezir
que la cibdad de Alhama se podia escalar porque estava mal guardada», lo que Merlo comunicó a Ponce de
León. Sin embargo, esta narración denota que «no consintió el Marqués que lo comunicasen con Don
Henrrique de Guzman, duque de Medina, conde de Niebla, que estava en Sanlucar, por la grande enemistad
que entre ellos avia avido é todavia durava»; BARRANTES MALDONADO, PEDRO: Ilustraciones de la...,
op.cit., p. 459.
688
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 42-43.
689
El padre Mariana destacó un recuerdo que pone en solfa que «sobre la toma de Alhama anda un
romance en lengua vulgar que en aquel tiempo fue muy loado»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de
España..., op.cit., p. 93. Este romance puede encontrarse reproducido de manera íntegra en MENÉNDEZ
PIDAL, RAMÓN: Flor nueva de romances viejos. Madrid: Espasa Calpe, 1950, pp. 230-232. Autores, como
Luis Suárez, afirman que estos romances son, en el fondo, una continuación de las canciones árabes

377
José Fernando Tinoco Díaz

Granada para los cronistas castellanos del periodo. Así lo expresa Juan Barba cuando
afirmaba que esta población «era portillo para dar guerra/a todos los moros y a toda su
tierra/ para comienço d‘aver a Granada»690. Con todo, parece que los nobles andaluces no
tenían la intención de conservar la plaza una vez fue saqueada a conciencia. Esta
determinación demostrada por los castellanos denota que este hecho siguió siendo
planteado como una iniciativa de índole plenamente fronteriza. Solo la llegada del propio
Muley Hacén, a la cabeza de una rápida contraofensiva nazarí, les obligó a mantenerse
dentro de las murallas de la población durante todo el mes de marzo. Tras salvar este
asedio, defender Alhama seguía siendo una decisión ilógica por el enorme gasto y
esfuerzo insensato que suponía su mantenimiento. De hecho, tras el primer asedio, la
población fue nuevamente cercada en dos ocasiones; el 16 de abril y entre julio y agosto
de 1482. Aunque, desde el punto estratégico, la preservación de la plaza fuera un
disparate, Valera reconoce en una epístola fechada el 22 de julio de 1483, que «seríe
marauilla no perderse Alhama con tan noble cauallero y gente tan escogida commo en
ella está [en referencia a Rodrigo Ponce de León], lo qual no seríe pequeño infortunio,
porque conuiene todas las vías é medios buscar porque esto se evite emendando con
fuerça el yerro pasado»691. En el debate por la defensa de la plaza, la propia reina se
pronunció al respecto, y «no aprobó el parecer de aquellos que decían que Alhama debía
ser destruida, ni que hubiera de interrumpirse por causa alguna la guerra, una vez que
había comenzado»692.

La decisión de mantener y auxiliar a la plaza acabó triunfando. Esta determinación


por conservar Alhama, posiblemente fuera producto del deseo castellano de mostrar de

populares contemporáneas, por lo que hay que considerarlos como una fuente bastante fiable de la opinión
musulmana sobre los hechos contemporáneos a los mismos; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes
Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 94, nota 33. Al respecto de la toma de esta plaza, CARRIAZO
ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 439-452; LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ
ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., pp. 415-417; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los
Reyes Católicos. Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 79-83; LADERO QUESADA, MIGUEL
ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 37-43. Sobre la faceta literaria posterior de la conquista, también es
interesante consultar LÓPEZ ESTRADA, FRANCISCO: «La toma de Alhama: repercusiones literarias» En
González Alcantud, José Antonio y Barrios Aguilera, Manuel (eds.): Las tomas: antropología histórica de
la ocupación territorial del reino de Granada. Granada: Universidad de Granada, 2000, pp. 417-452.
690
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 223. A pesar de esta referencia, Juan Barba
iniciaba la narración de la Guerra de Granada sin citar este episodio, afirmándole a don Fernando que
«¡Alama vos llama, rey eçelente,/ y la vuestra gente ally vos espera [...] y en Dios y en vos todos esperan/
muy alto rey, quered socorellos!»; BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 222.
691
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 67.
692
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 79.

378
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

forma manifiesta su superioridad frente a Granada, minando el prestigio de los


mandatarios musulmanes. Asimismo, con esta medida quedaba de manifiesto el deseo de
los Reyes Católicos de proseguir la guerra hasta sus últimas consecuencias. Los cronistas
así lo manifiestan, cuando describen el significado que llegó a tener el custodio de la
fortaleza. Sirva como ejemplo la arenga de Pedro Portocarrero ante el tercer asedio a la
plaza, que Pulgar recoge en su crónica, del significado que el mantenimiento y defensa
de Alhama llegó a tener entre las tropas castellanas:

«-Bien sabéys, caualleros, que fuesteis escogidos en la hueste del Rey et de la Reyna por
varones esforçados para sobrir los peligros et pasar los trabajos que en la guerra desta çibdad [de
Alhama] se requieren [...] E agora si por miedo, sin ninguna fuerça, desamparásemos estos muros
que nos fueron encomendados, de razón seríamos reputados como los onbres liuianos que a toda
cosa se ofreçen sin deliberación, e se retraen della con vergüenza; los quales, queriendo antes de la
afrenta pereçer esforçados, son soberuios, puestos en ella enflaquecen e caen […] E nosotros
debemos considerar que estos muros son fuertes, si nuestra flaqueza no los ficiere flacos, e que
tenemos para los defender artillería e armas, e el bastimento que para asaz días es necesario. ¿Qué,
pues, falleçe aquí, saluo esfuerço de buenos omes, et devoción de buenos cristianos, para pelear en
defensa de nuestra fe, e por el ensalçamiento de la qual con tanto mayor vigor debemos pelear
quanto más verdadera es nuestra santa Ley que su mentirosa seta? […] Bien creo yo, caualleros,
que mis razones despiertan vuestra virtud para ser constantes; pero también creo que vos engañe el
amor de la vida, et vos turbe el temor de la muerte para tener entera constancia. E querría
preguntaros, ¿a qué lugar fuera de aquí yremos que no tengamos ese miedo? O ¿qué cosa son toda
hedat los días de la vida, sino çiertas e presurosas jornadas para llegar a la muerte, para la qual
todos nos devríamos aparejar, pues ninguno la puede fuyr? Porque temer aquella cosa que no se
puede escusar, por cierto estrema flaqueza es, mayormente a nosotros, que tomamos ofiçio que nos
obliga toda ora a muerte horrada, e nos defiende huyda torpe […] Dexemos pues, los sentimientos
que las vejezuelas flacas facen por los que mueren antes de tienpo, porque ningún puede morir mal
si biuió bien. Y no penséis que Dios sea perezoso en los actos vmanos; mas algunas veces
proluenga sus remedios, a fin de experimentar la virtud de la constancia que debemos tener en las
tentaciones y estremas necesidades. Por estos capitanes et por mí vos seguro que entendemos
morir defendiendo Alhama, et no biuir catiuos de los moros en el corral de Granada. Como quiera
que devemos tener firme esperança que ni nuestro Dios desanparará su pueblo, ni nuestro Rey
oluidará su gente»693.

La cronística castellana del periodo convirtió la defensa de Alhama en un hecho épico


que sobrepasaba su carácter fronterizo, el emblema de la determinación castellana en
continuar con la guerra frente al emirato hasta sus últimas consecuencias. De hecho, la

693
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 23-37.

379
José Fernando Tinoco Díaz

preservación de esta plaza solo había sido posible porque los distintos intereses de estos
grandes caudillos andaluces, se habían aunado en torno a la prosecución de un interés
común para el reino castellano. Tal sentimiento fue representado en la cronística, por la
reconciliación del marqués de Cádiz y el duque de Medina Sidonia en las murallas de
esta misma fortaleza. Diego de Valera informa que fue la propia marquesa de Cádiz, tras
conocer el peligro que acuciaba a su marido, quién escribió «a todos los grandes del
Andalucía, pidiéndoles por merced quisieren socorrer al marqués e a los otros caballeros
e gentes que en el Alhama estavan; en lo qual harían grand servicio a Dios e al rey, e
cumplirían aquello que la fee católica e la nobleza les obligava»694. La sorpresa para
todos fue el rápido ofrecimiento de ayuda que prestó el duque de Medina Sidonia. La
escena de reconciliación de los dos grandes rivales andaluces, denotaba que la Guerra de
Granada se había convertido en una necesidad común para el reino castellano. Pulgar
recogie las palabras del marqués ante esta iniciativa de su gran enemigo: «-Señor, el día
de oy distes fin a todos nuestros debates. Bien pareçe que en nuestras diferençias pasadas
mi honrra fuera guardada, si la fortuna me truxera a vuestras manos, pues me avéys
quitado de las agenas et crueles-»695. Asimismo, la contestación del duque fue recogida
por la crónica de Nebrija:

«-Encomienda estas cosas en la Misa, mi muy ilustre Marqués. No está bien, en efecto, que
hombres honrados tengan presentes sus diferencias privadas; y aún más, todas las ofensas -si
algunas, por ambas partes han sido causadas o recibidas- perdonémoslas en aras de la patria y el
cristianismo, y sepultémoslas en un perpetuo olvido»696.

El episodio protagonizado por ambos nobles andaluces se convirtió en el principal


ejemplo de que «el amor de la patria prevaleció en su noble ánimo, y la grandeza del

694
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 142.
695
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 15-16.
696
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 65. Esta actitud del noble andaluz parece
que también fue aplaudida por otros miembros del contingente castellano, como destaca la completa
narración que ofrece Barrantes Maldonado de tal episodio: «el conde de Ureña Don Juan, padre de Don
Pedro Giron, como era dezidor, dixo al duque de Medina en presençia de çiertos cavalleros que estavan con
él: -Saveis lo que veo, señor Duque, que aveis hecho mas que Jesucristo, porque él fue á sacar del linbo á
vuestros enemigos, que nunca os esperaron-. Ansi fue verdaderamente este caso vno de los notables é de
grande enxenplo de virtud que se pueden hallar escritos, ni los presentes avemos visto ni oido; porque
socorrer los onbres á sus amigos cosa es comun é que cada dia acaeçe; pero ir á librar la muerte é cativerio
á sus enemigos, esto es cosa de gran virtud, de gran cordura é de gran caridad; é mayor esfuerço poder yo
subgetar é refrenar mi ira é indignaçion; poder ser señor de mi mismo, é ser bastante á vençer mi propia
pasion, es mas que vençer çien mill enemigos en el campo»; BARRANTES MALDONADO, PEDRO:
Ilustraciones de la..., op.cit., pp. 462-463.

380
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

peligro comun hizo que se uniesen los que antes andaban discordes y desgustados»697.
Los cronistas del periodo comenzaron así a proyectar la contienda frente a Granada como
un proyecto del reino, quod omnes tanguiti, algo que dejaba atrás cualquier perspectiva
fronteriza de esta empresa frente al emirato nazarí. Sin embargo, cabe reconocer que tal
expectativa tardó en ahondar en estos grandes señores de la guerra andaluces, que
continuaron desarrollando iniciativas en esta zona siguiendo sus intereses particulares.
Tal perspectiva quedó de manifiesto ampliamente en el caso de los diversos intentos de
recuperar Zahara de la Sierra de forma personal. Durante esta primera fase del conflicto,
la importancia de preservar el control castellano sobre Alhama no inhibió el hecho de que
la recuperación de Zahara llegó a convertirse en una verdadera aspiración para las tropas
cristianas. El afán por reconquistar esta plaza nunca decayó de la memoria de los nobles
del bando cristiano, a pesar de convertirse en un objetivo verdaderamente secundario
para el devenir del conflicto698. Los caballeros castellanos sabían que las repercusiones
morales de su recuperación resultarían muy apreciadas para las tropas de su band, y, en
especial, para los monarcas del reino cristiano. Por este motivo, no fueron pocos los que
tentaron llevar a cabo una iniciativa para recuperar la plaza de manos musulmanas. Pero,
al igual que había sucedido en lo concerniente al inicio del conflicto, la atención volvió a
recaer sobre don Rodrigo Ponce de León. El propio Palencia reconoce que la
recuperación de Zahara se convirtió, para el marqués de Cádiz, en una obsesión:

«El Marqués de Cádiz, siempre vigilante, estudiaba activamente el medio de recuperar la villa
de Zahara, unos dos años antes ocupada por los moros de Ronda, pues de continuar en su poder,
amenazaba a los nuestros grave daño, por proporcionar firme baluarte al dominio de los enemigos
rondeños, y no detenerlos otra cosa en sus correrías contra nosotros sino las sediciones de
Granada, que habían enervado y destruido su vigor, al mismo tiempo que la escasez de cereales les
había imposibilitado para enviar a Zahara víveres suficientes para la guarnición. Y por cuanto el
Marqués era quien más de cerca había de tocar el peligro de las funestas correrías, fue también el

697
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 93.
698
Las fuerzas castellanas en Andalucía que la reina había conseguido aunar, se vieron obligadas a
emplearse a fondo rápidamente para rechazar las distintas incursiones granadinas. Tras controlar estos
primeros conatos de recuperación musulmana, Alhama siguió planteando grandes problemas de defensa y
abastecimiento que se hicieron notar a lo largo de las campañas postrimeras, siendo su mantenimiento la
prioridad del ejército castellano hasta mediados de la década. Por todo ello, muchos autores consideran que
la primera fase de la Guerra de Granada, que recoge el periodo comprendido entre los años 1482 y 1484,
gira en torno a esta plaza. Sobre este primer periodo de la Guerra de Granada, consultar LADERO QUESADA,
MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 269-272.

381
José Fernando Tinoco Díaz

primero y el más activo en atajar el daño futuro, valiéndose para ello de mensajeros fieles,
conformes con sus miras y de gran pericia militar»699.

Ponce de León decidió llevar a cabo la recuperación de la villa a título personal, de


manera muy semejante a lo sucedido con la conquista de Alhama. Pero solo tras la
derrota de los musulmanes en la batalla de Lopera, el 7 de septiembre de 1483, el noble
andaluz pudo encabezar con determinación la empresa de asaltar esta población con
éxito. Gracias a este fracaso musulmán, que minó las fuerzas nazaríes en esta zona de la
frontera, el castellano pudo escalar personalmente las murallas de Zahara la madrugada
del lunes 26 de octubre, junto a la gente de Luis Portocarrero y Juan de Almaraz.
Mientras tanto, el grueso de la fuerza castellana se mostró a la vista de las defensas
musulmanas. El resultado de este doble ataque, fue la ruptura de la defensa de la villa,
tras lo cual los moros se refugiaron en la fortaleza que coronaba la población. Según la
tradición castellana, el 28 de octubre de 1483, don Rodrigo consiguió reconquistar la
villa tras haber luchado «con osadía, y orgullo de aquel su gran corazón»700. En ese
sentido, es atractivo señalar que esta conquista, es de las pocas que aparece mencionada
con el prefijo «–re» en la cronística del periodo. Así lo menciona Valera, el cual utiliza el
verbo «recobrar» para identificar el triunfo conseguido por Rodrigo Ponce de León,
determinando así las implicaciones lícitas de tal hazaña701. Con esta victoria, don
Rodrigo conseguía asestar la deseada venganza a los nazaríes por la derrota sufrida,
meses antes, en la Ajarquía malagueña. Además, esta heroica hazaña le valió al marqués
de Cádiz, el reconocimiento de los reyes, lo cual también despertó la envidia entre la

699
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 100.
700
La batalla de Lopera tuvo lugar entre septiembre y octubre de 1483. Avisado el duque de la entrada de
moros procedentes de Málaga, sobre Utrera, Morón y Lopera, don Rodrigo Ponce de León les atacó,
ayudado por Luis Portocarrero, logrando una destacada victoria cerca de la Torre de Lopera (cerca de la
actual Montellano), donde fueron capturados importantes nobles nazaríes. Esta victoria facilitó la
recuperación de Zahara, la cual se produjo el 29 de octubre. Al respecto del contexto en el que se produjo
esta conquista, CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 531-537; SUÁREZ
FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 89. La narración más detallada del
episodio se encuentra en ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 226-229. Es destacable que las fuentes
cronísticas varían la fecha de este hecho entre el 26 y el 28 de octubre de 1483; PALENCIA, ALONSO DE:
Guerra de Granada…, op.cit., pp. 100-103; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp.
149-150; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. 94-96.
701
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 176-177.

382
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

clase nobiliaria castellana702. El autor de la Historia de los hechos del marqués de Cádiz,
se muestra mucho más efusivo, afirmando que los Reyes Católicos:

«[…] dixieron ante todos los grandes de su Corte e muchas otras gentes que ay estauan: -
¿¡Vendito sea Dios! Que en nuestros tienpos alcançamos ver y tener en nuestros reynos otro conde
Fernand Gonçález- [...] los reyes ovieron grandísimo placer; e le fizieron merçed de aquella villa e
fortaleza de Zahara de juro»703.

Como determina el cronista anónimo, éstos le otorgaron el título nobiliario de


marqués de Zahara y la elevación de su rango a duque de Cádiz, consolidando su figura
como el principal general castellano de la Guerra de Granada. Asimismo, también se le
concedió a don Rodrigo la villa de Zahara por juro de heredad, el 8 de diciembre de ese
mismo año. Con posterioridad, el 16 de agosto de 1484, se ordenó que en adelante se le
anteponga a sus distinciones nobiliarias como duque de Cádiz, el título de marqués de
Zahara. De esta manera lo relata Bernáldez:

«Nuestro Señor se lo aderezó todo bien al marqués, e tomó a Zahara sin peligro ni muerte de
su gente [...] Sabida por el rey e por la reina la buena andanza e ventura que el marqués ovo en
tomar a Zahara en tal manera, ovieron por bien de le fazer merced della para siempre, e
mandáronle intitular duque de Cádiz, e marqués de Zahara, dende en adelante; e él en cuantas
cartas firmava nunca dexó este nombre de marqués, e primero ponía marqués que no duque, en
esta manera: el Marqués Duque de Cádiz»704.

702
Palencia destaca el conflicto entre los nobles que esta conquista supuso: «Recuperada la villa, algunos
de los Grandes andaluces se quejaron de que el Marqués se les había adelantado empleando astutos
recursos, cuando ellos se disponían a la misma empresa y preparaban los oportunos planes. Tomó el
Marqués esta ofensa, hija de la emulación de la envidia, con prudente serenidad, y revelando a las claras
los recursos a que había apelado, exentos por completo de toda malicia, acalló de tal manera las quejas, que
en cierto modo obligó a sus émulos a avergonzarse de su conducta. Difícil es expresar el regocijo de los
nuestros por la recuperación de la villa, amenaza de futuros desastres para los pueblos cristianos, de
haberla seguido ocupando el enemigo. No fue menor la alegría de los Reyes al recibir la grata nueva»;
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 103. Esta afirmación es ratificada, si se tiene en
cuenta la carta que el marqués escribió a su sobrino, Juan de Pineda tras la conquista de la plaza. En ella,
además de afirmar sus aspiraciones de recibir la tenencia de la villa por parte de los monarcas, don Rodrigo
afirma sin tapujos que «bien sabéys cómo escreví al duque de Medina Sidonia, faziéndole saber la toma de
Zahara, de que ha estado tres días en su casa ençerrado llorando, teniendo mayor sentimiento de ello que
los moros, que la perdieron, e agora me ha escrito en remedio para su pena, salvo dezir que é l tenía en
voluntad de la tomar [...] De la carta que sobre ello me escrivio os envio el traslado, e asy el de mi
respuesta. Todos se rien aca de ello, creo que non se hara alla menos»; PENNA, MARIO (ed.): Prosistas
castellanos del siglo XV, tomo XI. Madrid: Atlas, 1959, pp. I, 22-23.
703
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 226-229.
704
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 150.

383
José Fernando Tinoco Díaz

Como se ha dejado de manifiesto, la estampa de Rodrigo Ponce de León ejemplifica,


de manera excelente, los rasgos que dieron forma a la Guerra de Granada en sus primeras
fases. De hecho, Manuel González Jiménez ha apuntado que «tal vez fuese don Rodrigo
Ponce de León, marqués de Cádiz, quien mejor refleje el talante y la actitud de la nobleza
de Andalucía ante la guerra»705. Dotado de una personalidad muy adecuada al momento
que le tocó vivir, su estampa se convirtió, desde antes de su muerte, en una figura de
notable proyección literaria. En la totalidad de crónicas referentes a la contienda
castellano-nazarí, el trato que se le suministra a su estampa resulta totalmente acorde a la
grandeza de sus actos. Verbigracia, Alonso de Palencia destaca que «sobresalía el
Marqués entre todos, no menos por su valor que por su dignidad. Veíanle todos recorrer
las estancias, inspirando y ejecutando las más notables hazañas, y arrostrando los
peligros antes que permitir el ajeno, cuando por caso se acometía alguna empresa
temeraria»706. Realizando un pequeño recorrido por la historiografía tradicional posterior,
todos los tratadistas e historiadores han estado de acuerdo en la importancia del papel que
jugó Rodrigo Ponce de León en la Guerra de Granada. De esta manera, si en el siglo XIX
Diego Clemencía lo definía como el «rayo de la guerra, Marqués de Cádiz, señor de
Granada y caudillo principal de su conquista», casi un siglo después Juan de Mata
Carriazo lo hizo en términos muy semejantes, como «el caudillo más eficiente de la
Guerra de Granada»707.

A pesar de todas estas referencias, cabe afirmar que las acciones de este noble
andaluz, que incidieron en el propio inicio de la contienda, realmente fueron dirigidas por
sus intereses privados. Sin embargo, sus iniciativas fueron utilizadas por los historiadores
de este periodo como un medio de enaltecer el espíritu más clásico de la guerra frente al
moro como servicio a Dios y a los reyes del reino castellano. Sobre esta sublimación de
las tradicionales hostilidades acaecidas frente al emirato nazarí en la frontera andaluza,

705
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La Frontera entre…», op.cit., p. 94.
706
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 188. De entre los distintos cronistas, se ha
decidido destacar un caso singular, el de Alonso de Palencia. Rodrigo Ponce de León tuvo sus disputas con
el duque de Medinaceli, el cual mantenía buenas relaciones, tanto con Diego de Valera, como con Alonso
de Palencia. Por ello mismo, el trato con ambos cronistas no fue el más indicado, sobre todo en el caso de
Palencia posiblemente por su naturaleza de judeoconverso. Aún así, en su crónica se le sigue viendo como
uno de los más grandes caudillos de las campañas. Sin embargo, la visión aportada por el cronista está más
cercana al respeto emanado de su propia autoridad y actos, que a su presencia como ejemplo de cristiano
virtuoso.
707
Un completo estudio de don Rodrigo Ponce de León se encuentra incluido en la edición realizada por
Juan Luis Carriazo de la crónica dedicada a su persona; ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 15-30.

384
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

paulatinamente se fue imponiendo una imagen de la iniciativa que participaba de una


visión más unitaria. El conflicto fue dejando atrás su imagen de guerra encabezada por
las pretensiones individuales de los señores del sur, para dar paso a la construcción de
una verdadera empresa que implicaba al conjunto de la sociedad castellana. Este proceso
también tuvo su representación doctrinal en la cronística del periodo, que sobresalió por
su labor de convertir los deseos de gloria caballeresca de la nobleza del reino, en un
elemento unificador en torno al servicio a la corona castellana en su prosecución de la
victoria frente al emirato nazarí. De hecho, el propio marqués de Cádiz acabó
convirtiéndose en el principal caballero al servicio de los Reyes Católicos, y su estampa
sobresalió como el más destacado de los capitanes del ejército real en su guerra frente al
emirato. Verbigracia, Juan Barba afirma categóricamente que en su crónica que don
Rodrigo no era sino un fiel servidor de los reyes, que en todo momento actuó bajo su
dirección y en beneficio del deseo de estos monarcas:

«Por esto el Marqués á bien trabajado/ que vuestr‘alteza los tenga y abrigue,/ porque se halla
que dellos prosigue/ el muro y la fuerça de lo qu‘es ganado;/ el gran servidor del real estado/
piensa y conoçe, trabaja y aplica/ todas las proes que se çertifica/ por donde toméis lo que no es
tomado. Y tales serviçios por graçias de Dios,/ muy altos reyes, quel Marqués vos haze/ Dios le da
graçia y mucho le plaze/ que sirva y descargue trabajos a vos./ Y bien es creydo que vuestras
altezas/ conoçen su obra de paz y de guerra/ y en vuestra vyrtud y cargo s‘encierra/ los galardones
de su destreza»708.

5.2. LA DOCTRINA CABALLERESCA COMO MARCO DE REFERENCIA


CULTURAL DURANTE EL CONFLICTO FRENTE A GRANADA.

5.2.1. LA REFLEXIÓN EN TORNO A LA DEFINICIÓN DEL ETHOS CABALLERESCO DURANTE


EL SIGLO XV CASTELLANO.

La idea de caballería medieval debe ser considerada como un referente cultural que
pretendía regular las cualidades y valores éticos expuestos por la élite social guerrera,
proporcionando el nexo deseado entre los ideales que se consideraban indisociables a
este grupo nobiliario y su modo de reproducción. En ese sentido, Rodríguez Velasco la
ha definido muy acertadamente, como «un dispositivo político y cultural [...] su
establecimiento consiste en una estrategia intelectual que sirve, al tiempo, para sostener
la evolución de su funcionalidad socio-política y para mantener a una franja entera de la

708
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 256.

385
José Fernando Tinoco Díaz

sociedad en una función tradicional y defensiva»709. Para el periodo de la Baja Edad


Media, Johan Huizinga considera que la caballería aún proporcionaba cierta moderación
sobre los instintos y conductas violentas de la clase nobiliaria, aunque su función
principal había quedado ahogada por la pérdida de hegemonía militar de esta clase social.
Sin embargo, el historiador holandés define realmente la caballería bajomedieval como
«la evasión lúdica y colectiva de una nobleza en un proceso de desvinculación de la
hegemonía militar perdida»710. En contraposición, Maurice Keen afirma que este último
periodo medieval no significó el ocaso de la caballería, sino un cambio en su concepción
real. Este autor defiende el mantenimiento de una estrecha correspondencia entre la
cultura caballeresca cristiana y una noción bajomedieval de guerra, donde ésta era aun
altamente valorizada como servicio al Príncipe y al Bien Común del reino711.

A pesar de que esta doctrina permaneció vigente durante gran parte del el periodo
medieval como universo cultural de referencia, la caballería sufrió muchos cambios en su
propia concepción. Con respecto al caso castellano, cabe destacar que, a partir del
reinado de Alfonso X (1252-1284), la doctrina caballeresca fue expuesta a diferentes
reflexiones teóricas por autores nobles y prelados de condición. La labor de estos
escritores cortesanos centró su atención en los aspectos culturales del ethos caballeresco,
dejando al margen temas referentes al modo de obtención de las dignidades aristocráticas
y títulos nobiliarios que denotaban la pertenencia de un sujeto a esta élite guerrera. En
ese sentido, la concepción de la caballería durante el periodo final pleno-medieval,
expresaba una idea política restrictiva de índole monárquica e influencia laicista, que

709
RODRÍGUEZ VELASCO, JESÚS D.: El debate sobre..., op.cit., pp. 376. Una visión general de la definición
de la caballería durante el periodo medieval, puede encontrarse en KEEN, MAURICE: La caballería...,
op.cit.; FLORI, JEAN: Caballeros y caballería en la Edad Media. Barcelona: Paidós, 2001; RUIZ-DOMÈNEC,
JOSÉ ENRIQUE: La caballería o la imagen cortesana del mundo. Génova: Istituto de Medievistica, 1984.
710
HUIZINGA JOHAN: El otoño de la Edad Media. Madrid: Alianza, 1982, p. 133.
711
KEEN, MAURICE: La caballería..., op.cit., p. 314. Para aportar una visión general y comparativa de la
idea de caballería durante esta etapa bajomedieval, y su papel en la dinámica bélica del periodo en el caso
hispánico, consultar PORRO GIARDI, NELLY R.: «¿Decadencia o cambio en la caballería? Un capto
esclarecedor en la Castilla bajomedieval» En Martínez López, Miguel (coord.): Literature, culture and
society of the middle ages studies in honour of Ferran Valls i Taberner. Madrid: Promociones y
Publicaciones Universitarias, 1989, pp. 2741-2759; GOODMAN, JENNIFER R.: «European Chivalry in the
1490s» En Comparative Civilizations Review, nº 26. Salzburgo: International Society for the Comparative
Study of Civilizations, 1992, pp. 43-72; SÁIZ SERRANO, JORGE: Guerra y nobleza en la corona de Aragón.
La caballería en los ejércitos del rey (siglos XIV-XV); tesis doctoral dirigida por Dr. Antoni Furió Diego.
Valencia, Universitat de Valencia, Servei de Publicacions, 2003; PORRO GIARDI, NELLY R.: «¿Decadencia
o cambio en la caballería? Un capto esclarecedor en la Castilla bajomedieval» En Martínez López, Miguel
(coord.): Literature, culture and society of the middle ages studies in honour of Ferran Valls i Taberner.
Madrid: Promociones y Publicaciones Universitarias, 1989, pp. 2741-2759.

386
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pretendía superar la tradicional imagen del caballero cristiano que rigió las anteriores
centurias. Esta nueva perspectiva, consecuencia directa de la recuperación del lenguaje
romanista y la influencia del discurso aristotélico, reforzaba una autoridad real amparada
por el nuevo marco legalista que se estaba estableciendo en la sociedad europea. Tras la
subida al trono de Alfonso XI (1312-1350), se asistió a la concreción práctica de esta
nueva visión caballeresca, a través del Ordenamiento de Alcalá (1348) y la consolidación
de la Orden de la Banda, una de las primeras órdenes caballerescas laicas de la Europa
Occidental712. Pero, tras la finalización de la Guerra del Estrecho, los reyes de Castilla
abandonaron la persecución de ese ―destino manifiesto‖ para el reino hispano que
significaba la conclusión de la deseada Reconquista frente al Islam. Con ello, el ejercicio
del ideal más tradicional de la caballería castellana, aquel que ensalzaba la lucha
sacrificada frente al musulmán como un hecho plausible y admirable, acabó por
convertirse en un mero sueño de nostalgia713. El recuerdo de los grandes caballeros de
antaño, aquellos cuyas heroicas hazañas habían sido relatadas durante siglos por la
narrativa más romántica, palideció paulatinamente ante la nueva realidad social de la
clase noble castellana.

A pesar de que la idea de caballería aún seguía muy unida a las capas más altas de la
sociedad, durante esta etapa comenzó a surgir una corriente de reflexión que abogaba por
la restitución del control real sobre las diversas representaciones institucionales de esta
institución. La monarquía volvió a recuperar el control sobre la esencia de la doctrina
caballeresca, en tanto la defensa de la república ya no era una función monopolizada por
los guerreros, sino con un encuadre institucional supeditado al poder real. De esta
manera, a finales del siglo XIV una concepción más amplia de caballería comenzaba a
ser concebida. Esta perspectiva de la doctrina caballeresca reconoció la herencia de la
concepción cortesana anterior, pero renegó del hermetismo que condicionaba la
pertenencia a este cuerpo. En ese sentido, la obra estadista Pero López de Ayala (1332-
1407) sirvió como punto intermedio entre estas dos etapas de la historia de la caballería
castellana. Este autor «concibió una sociedad política aparte de los caracteres de nobleza
de linaje, y se fundamentó la caballería como idea, como teoría política», sentando las
bases del denominado «humanismo caballeresco». Sin embargo, a pesar de que esta idea

712
Al respecto de todo ello, CEBALLOS-ESCALERA Y GILA, ALFONSO: La orden y divisa de la Banda de
Castilla. Madrid: Prensa y Ediciones Iberoamericanas, 1993. De igual manera, RODRÍGUEZ VELASCO,
JESÚS D.: El debate sobre..., op.cit., pp. XXIV-XXXI.
713
RODRÍGUEZ VELASCO, JESÚS D.: El debate sobre..., op.cit., p. 153.

387
José Fernando Tinoco Díaz

de caballería predominante era ya mucho más abierta y permeable, el marco moral y


jurídico en el que se movían los tratadistas siguió respondiendo a unos esquemas
mentales de inequívoca inspiración cristiana. De hecho, los cronistas siempre destacaron
que el ethos caballeresco medieval representaba un compromiso de marcado carácter
feudal, aunque impregnado y reforzado por la doctrina cristiana occidental714. Esta
esencia marcó la continuidad de una línea de definición de la caballería en torno a la
prosecución de ciertos modos de vida repetitivos, que determinaron la supervivencia de
un arcaico concepto caballeresco de clara perspectiva cortesana. De esta manera, durante
las primeras décadas del siglo XV, la caballería cortesana acabó por ser considerada
«commo la dignidat más comun en el mundo»715. Diego de Valera, el autor de esta
sentencia, dedicaba su Espejo de verdadera nobleza al monarca Juan II, al cual advertía
de que:

«[…] ya son mudados por la mayor parte aquellos propósitos con los quales la Caballería fue
començada: estonges se buscaua en el cauallero sola uirtud, agora es buscada cauallería para no
pechar, estonce a fin de honar esta orden, agora para robar en su nombre; estonce para defender la
república, agora para señorearla [...] y así como el ábito non fase al monge, así lo dorado non fase
al cauallero; e bien tanto quanto la fe sin obras no aprouecha, otro tanto la Cauallería syn guardar
su Orden...»716.

Durante el inicio del siglo XV, comenzó a surgir una moderna tratadística
caballeresca en la corte castellana. Estas obras fueron compuestas, en su mayoría, por

714
TATE, ROBERT B.: «López de Ayala, ¿historiador humanista?» En Tate, Robert B. (ed.): Ensayos sobre
la historiografía peninsular del siglo XV. Madrid: Gredos, 1970, pp. 33-54, p. 46. Sobre la biografía del
personaje, se puede consultar el título de GARCÍA, MIGUEL: La figura del Canciller Ayala. Álava:
Diputación Foral de Álava, 2007. Al respecto de su papel en la configuración de la nueva idea de
caballería, TOVAR JÚLVEZ, TOMÁS RAFAEL: «Aspectos caballerescos de las Crónicas de Pero López de
Ayala» En Clío: Hisotry And History Teaching, nº 32. Proyecto Clío: 2006 (dirección web:
<http://clio.rediris.es/n32/ayala.htm>) [fecha de consulta: 26/07/2014]. Sobre el concepto de «humanismo
caballeresco», cabe afirmar que este término se utiliza para designar una evolución muy semejante a la
producida contemporáneamente en Italia, como puso de manifiesto RUGGERI, JOLE SCUDIERI: Cavalleria e
cortesia nella vita e nella cultura di Spagna. Módena: Mucchi, 1980, pp. 59-118. En torno a este concepto,
es atractivo consultar RODRÍGUEZ VELASCO, JESÚS D.: «De Prudentia, Scientia et Militia. Las condiciones
de un humanismo caballeresco» En Atalaya: Revue d’études médiévales romanes, nº 7; Lyon: Ens de Lyon,
1996, pp. 117-132. Otros autores, como Fernández Gallardo, defienden la concepción de lo que él ha
denominado como «escolasticismo caballeresco», alegando que la utilización de elementos de la retórica
humanística dentro de la formación del estado moderno se encontraba dentro de una base tomista;
FERNÁNDEZ GALLARDO, LUIS: «Alonso de Cartagena...», op.cit.
715
VALERA, DIEGO DE: «Espejo de verdadera nobleza» En VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén Diego
de Valera embiadas en diversos tiempos é á diversas personas; edición y estudio preliminar de José
Antonio de Balenchana. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles 1878, pp. 167-232, p. 215.
716
VALERA, DIEGO DE: «Espejo de verdadera...», op.cit., p. 219.

388
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

castellanos de origen hidalgo o plebeyo, que habían comenzado a labrarse un futuro


brillante gracias a su trabajo en la corte, verbigracia mosén Diego de Valera. Para estos
nuevos cortesanos de baja cuna, la caballería, además de ser una realidad estamental, era
un hecho cultural enlazado con la sociedad en la que tomaba forma717. Frente a la
decadencia del ethos caballeresco, la tratadística del periodo bajomedieval pretendió
concebir la caballería como un dispositivo político y cultural más accesible y
subordinado al poder real. De esta manera, la caballería solo podría ser ejercida por
aquellos que estuvieran dotados de la virtud moral e intelectual de la prudencia
caballeresca, desde el punto de vista de las formulaciones filosófico-morales, sin
importar su cuna o su condición social. Esta nueva perspectiva del oficio caballeresco
ponía en valor la dimensión cívica del concepto, la cual permitía entender el ejercicio de
la caballería como una función pública, mediante la cual se podía tener acceso a esta
dignidad a partir de méritos de cada individuo. Así se defendió la idoneidad de la
pertenencia a este grupo, según unos estrictos criterios políticos, morales y culturales,
que dependían de la clase social del individual.

En contraposición, el tradicional tono bélico que impregnaba a la cúspide social


castellana, aún estaba regida por la búsqueda de la honra y la fama como principales
ideales caballerescos. Pero estas referencias a los valores clásicos del ethos caballeresco
también comenzaron a estar influidos por las nuevas corrientes de índole humanista. La
caballería romana paulatinamente se convirtió en un referente que «proporcionaba a los
caballeros nobles una legitimación histórica, fundamentada en los ámbitos político, moral
y cultural, la cual pasó a ser considerada como origen de esta nueva clase social»718. El
recuerdo de algunos de los héroes destacados por la literatura grecorromana fue
generando de una especie de «clasicismo ejemplarizante», de manera que surgió una
necesidad por tomar por escrito las hazañas de esta caballería castellana, como una
muestra de su legitimidad social. Verbigracia, Andrés Bernáldez destaca que si «dares e
Omero, coronistas, escrivion my por estenso, las estoria de la conquista de Troya, […]
Pues cuánto más devían ser escriptas las cosas fazaosas e virtuosas que los nobles
caballeros de España fa e han hecho en las guerras e junto con ello las faiciones de cada

717
Sobre este tema, GÓMEZ MORENO, ÁNGEL: «La caballería como tema en la literatura medieval española:
tratados teóricos» En VVAA: Estudios de lengua y literatura. Homenajea Pedro Sáinz Rodríguez. Madrid:
Fundación Universitaria Española, 1986, pp. II, 311-323. Sobre la perspectiva clásica de la caballería
castellana durante esta centuria, se remite a RIQUER, MARTÍN DE: Vida caballeresca en la España del Siglo
XV. Madrid: Real Academia Española, 1965.
718
FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval..., op.cit., p. 77.

389
José Fernando Tinoco Díaz

uno!»719. Así lo expresa también Fernando del Pulgar en el prólogo de sus Claros
Varones de Castilla, cuando afirma que:

«[…] algunos istoriadores griegos e romanos escrivieron bien por estenso los fazañas que los
claros varones de su tierra fizieron e les parescieron dignas de memoria. Otros escritores ovo que
las sacaron de las istorias e fizieron dellas tratados aparte a fin que fuessen más comunicadas […]
e otros algunos que, con amor de su tierra o con afección de personas o por mostrar su eloqüencia,
quisieron adornar sus fechos, exaltándolos con palabras algo por ventura más que lo que fueron
sus obras»720.

Esto llamaba al castellano a comprometerse a componer una obra «en perjuicio


grande del honor que se debe á los Claros Barones naturales dellos, é á sus descendientes
porque como sea verdad que ficiesen notables fechos […] que no fueron menos
excelentes, que aquellos griegos e romanos e franceses que tanto son loados en sus
escripturas»721. Pero exceptuando las incursiones de los grandes señores andaluces, la
guerra frente al musulmán había desaparecido del comportamiento de la clase nobiliaria
castellana, aunque no de sus ideales. La idea de la guerra como un acto sacralizado
siempre se mantuvo vigente en el panorama peninsular, aunque en algunos momentos
compartiera importancia con otro tipo de motivaciones más prosaicas y mundanas, otras
aspiraciones de índole moral o espiritual, o los incluso los meros instintos y pasiones
personales. Todos estos valores formaban parte de una cosmología que siempre se
mantuvo en la cultura de esta sociedad hispana. Valga como ejemplo la introducción de
Pulsar de sus Claros Varones de Castilla, donde el cronista destaca que el ejercicio de la
caballería aún era el medio para enfatizar los valores propios de la sociedad castellana:

«E ni estos grandes Señores é caballeros é Fijosdalgo de quien aqui con causas razonables es
hecha memoria, ni los otros pasados que guerreando á España la ganaron del poder de los
enemigos, no mataron por cierto sus fijos, como ficieron los Consules Bruto é Torcato, ni
quemaron sus brazos, como fizo Cévola, ni ficieron en su propia sangre las crueldades que
repugna la natura, é defiende la razón; mas con fortaleza é perseverancia, é con prudencia é
deligencia, con justicia é con clemencia, ganando el amor de los suyos, é seyendo terror á los
estraños, gobernaron huestes, ordenaron batallas, vencieron los enemigos, ganaron tierras agenas,
é defendieron las suyas»722.

719
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 238.
720
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros Varones de..., op.cit., pp. 1-2.
721
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros Varones de..., op.cit., pp. 2-3.
722
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros varones de..., op.cit., pp. 160-161.

390
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

A finales del siglo XV, la frontera castellana con el reino granadino se había
convertido en un marco único en todo el Occidente europeo. Este contexto limítrofe con
el reino islámico, escenario idóneo para exhibiciones de valor y fortaleza, hacía que «los
buenos reyes cristianos os an envidia [a los reyes de Casilla], en tener en vuestro confines
gente pagana con quien no solo podéys tener tener guerra justa, más guerra santa en que
entendáis y hagáis exercer la cauallería de vuestros reinos, que no piense vuesta alteza
723
ser pequeño proueimiento» . Las principales obras de este periodo explotaron la
posibilidad que se les presentaba de igualar los modelos de conducta fronteriza, con la
iniciativa de los nobles del reino que pretendían retomar la imagen más clásica de la
caballería, y hacer gala de un código de conducta moralmente superior, a través de las
entradas por tierras musulmanas. El límite territorial entre el reino de Castilla y el
emirato nazarí acabó siendo así considerado, para la cronística castellana, como un
«palenque de heroísmo, campo de destierro y castigo para banderizos indómitos, liza
para el deporte caballeresco, lonja de negros y lucros y granjerías»724. En este lugar
rodeado por un especial aura de carácter mítico, cualquier caballero castellano aún podía
encabezar acciones de heroísmo que le hicieran destacar individualmente y protagonizar
todo tipo de relatos sobre sus proezas frente a un verdadero enemigo de la sociedad
cristiana en conjunto725.

A partir del inicio del reinado de Juan II, la corona castellana pareció recuperar ese
afán por concluir con la existencia del emirato y, con ella, la posibilidad de perpetuar la
imagen más idealizada del estamento guerrero hispano. Como determina Nieto Soria,
buena parte de la contestación política a la que debían de hacer frente los reyes
Trastámara provenía, precisamente, de lo que él denomina como «sociedad
caballeresca», por lo que estos mandatarios se vieron obligados a realizar iniciativas que
pudieran perpetuar su propia imagen como adalides de la caballería726. Aunque el

723
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 85-86.
724
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Cartas de la frontera de Granada» En Carriazo Arroquia, Juan
de Mata (ed.): En la frontera de Granada. Sevilla: Facultad de Filosofía y Letras, 1971, pp. 29-84, pp. 34-
35.
725
Sobre esta perspectiva, consultar CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «La vida en…», op.cit., pp.
289-290; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Granada. Historia de…, op.cit., pp. 211-215; del mismo
autor: «El héroe en la fronteera de Granada» En Ladero Quesada, Miguel Ángel: Los señores de
Andalucía. Investigaciones sobre nobles y señoríos en los siglos XIII a XV. Cádiz: Universidad de Cádiz,
1998, pp. 597-617; Mackay, Angus: «Los romances fronterizos…», op.cit.; del mismo autor: « Religion,
culture and…», op.cit.; PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «Frontera, Guerra Santa…», op.cit.
726
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Ceremonias de la…, op.cit., p. 73.

391
José Fernando Tinoco Díaz

emirato nazarí de Granada ya no suponía una amenaza real para el reino castellano, este
tipo de empresas ofrecieron «una posibilidad de imbricación entre realidades, más bien
prosaicas y dolorosas, y ensoñaciones que se alimentaban porque eran a su vez sustento
del prestigio de la clase noble»727. Los grandes señores del reino respondieron a tal
requerimiento a través del ejercicio de una artificial forma de vida, que pretendían emular
las proezas idealizadas de sus antepasados. Estos caballeros intentaron mantener vivo ese
espíritu de la hazaña participando en este tipo de iniciativas reales de manera decidida,
denotando el deseo de la élite guerrera de subrayar su protagonismo social través de la
empresa frente al moro. Ésta era su forma de expresar su adhesión con los principios del
reino castellano, entre los cuales, la decisión real de recuperar la guerra en la frontera con
el reino de Granada, era considerada como una acción especialmente loable. Tal
determinación sirvió a los cronistas para destacar que los grandes guerreros castellanos
que tomaron partido en esta contienda, lo hacían para presentar «un grand serviçio a Dios
y al rey e reyna nuestros señores»728. Este compromiso con la divinidad, y con los
propios reyes del reino castellano, era propio de la «buena caballería, la mejor que
ningund cavallero puede hacer: pelear por su ley e fee»729. La sentencia de Gutierre Díez
de Games dejaba de manifiesto que el ethos caballeresco medieval representaba
realmente un compromiso de marcado carácter feudal, aunque impregnado y reforzado
por la doctrina cristiana más tradicional730. De esta manera se consistió mantener vivo y
desarrollar los ideales aristocráticos y caballerescos propios de la doctrina de índole
trastamarista. Sin embargo, la realidad de las lides caballeresca se había alejado ya
completamente de la verdadera esencia de las grandes campañas de antaño.

Más allá de la prosecución de estas iniciativas aisladas, la imbricación entre la


realidad cortesana y el entorno fronterizo fue algo meramente temporal y artificial, que
no escondió la verdadera realidad del ethos caballeresco castellano. El artificio
caballeresco generado para mantener viva la esencia de este grupo social, había acabado
por sustituir las acciones netamente heroicas por meros actos cortesanos, de manera que

727
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Granada. Historia de..., op.cit., p. 212.
728
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., p. 136.
729
DÍEZ DE GAMES, GUTIERRE: El Victorial; estudio, edición, crítica, anotación y glosario de Rafael Beltrán
Llavador. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1997, p. 323.
730
A pesar de que la mayoría de tratadistas y autores del siglo XV fueran de familias conversas, sus
razonamientos y reflexiones seguían siendo de inspiración cristiana. La representación cada vez más laica
de esa corriente caballeresca no eliminó nunca las referencias a la propia esencia cristiana de la sociedad;
Al respecto, consultar FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval..., op.cit., pp. 74-
79.

392
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la caballería se convirtió en «una gran farsa, una ficción, con lenguaje comedido y claves
de interpretación»731. Pero al margen de las puntuales iniciativas reales, la nobleza
cortesana siguió ocupada con las intrigas palaciegas, mientras que la élite andaluza
continuó ejerciendo la lucha en la frontera como forma de vida. En esta zona geográfica,
no había lugar a los problemas que afectaban a la reflexiones sobre la caballería
cortesana bajomedieval, ya que «la nobleza frontera tenía pocas dudas acerca de cómo
combinar y contra quién los valores que proporcionaba y estimulaba el universo cultural
caballeresco, su aprendido dominio de las técnicas de combate y su recurrente empleo de
la fuerza como medio para obtener sus fines, ya que [...] su incardinamiento, era
considerado, en la lucha contra el musulmán en su rol de paradigma del enemigo, como
socialmente deseable y estable ideológicamente justificado»732. El comportamiento de
estos señores de la guerra no respondía a la conservación de unos ideales arcaicos, sino a
la perpetuación de un sistema de vida basado en la lucha de frontera, ajeno en muchas
ocasiones a las directrices del poder real733. Este desempeño de la vocación guerrera en
frente al musulmán, generó el desarrollo de un liderazgo carismático en torno al prestigio
social de estos individuos, que daba sentido a estas acciones individuales dentro de las
normas de conductas del propio estamento. En líneas generales, el tratamiento de este
comportamiento se puede incluir en lo que George Duby identificaba como la
representación del valor personal como la suma de unos comportamientos ideales734.
Fueron las correrías de estos señores de la guerra, las que permitieron mantener vivo un
verdadero modo de vida basado en la lucha frente al moro, hasta el periodo final de la
Edad Media.

731
BENITO RUANO, ELOY: Los infantes de..., op.cit., p. 25. En palabras de Huizinga, durante la Baja Edad
Media la caballería acabó por convertirse en una «¡Vana ilusión, aquella popa caballeresca, aquella moda y
todo aquel ceremonial! Juego tan bello como engañoso»; HUIZINGA, JOHAN: El otoño de la Edad Media.
Madrid: Alianza, 1982, pp. 132-133. Cabe afirmar que una vez que la función militar de la caballería fue
dejando paso a una concepción más humanística del ethos caballeresco, que se refugió en la expresión
idealizada de sí mismo. Sobre esta realidad caballeresca durante el siglo XV castellano, es interesante
consultar MARTÍN JOSÉ LUIS Y SERRANO PIEDECASAS, LUIS: «Tratado de Caballería. Desafíos, justas y
torneos» En Espacio, Tiempo y Forma. Serie III, Hª Medieval, tomo 4. Madrid: UNED, 1991, pp. 162-242.
732
ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre..., op.cit., p. 50.
733
Un completo estudio de esta clase fronteriza, puede consultarse en ROJAS GABRIEL, MANUEL: «La
nobleza como élite militar en la frontera con Granada. Una reflexión» En Segura Artero, Pedro (coord.):
Actas del Congreso la Frontera Oriental Nazarí como Sujeto Histórico (S.XIII-XVI): Lorca-Vera, 22 a 24
de noviembre de 1994. Almería: Instituto de Estudios Almerienses, 1997, pp. 181-191; CARRIAZO RUBIO,
JUAN LUIS: «Imagen y realidad de la frontera en la ―Historia de los hechos del Marqués de Cádiz» En II
Estudios de Frontera. Actividad y vida en la frontera. En Memoria de Claudio Sánchez-Albornoz. Jaén:
Diputación Provincial de Jaén, 1998, pp. 197-190.
734
DUBY, GEORGES: El domingo de Bouvines. Madrid: Alianza, 1973, p. 27.

393
José Fernando Tinoco Díaz

El inicio de Guerra de Granada constituyó una nueva oportunidad de aunar ambas


realidades en lo que, a la postre, se convertiría en la última gran expresión de la esencia
más pura de la caballería castellana. De hecho, toda la cronística del periodo dio cuenta
de que, en todas estas campañas, se dieron multitud de hecho «muy notables de
caballeros y peones, así cristianos como moros, que procuraban señalarse en presencia de
sus Reyes: unos por fama, y otros por premio, y muchos por religión»735. Es en estas
fuentes contemporáneas a la contienda, donde quedó mejor retratado la nueva concepción
de caballería en la Península Ibérica, confluencia de la tradición cristiana medieval y la
perspectiva más profana de esta realidad institucional al servicio de los reyes.

5.2.2. EL SERVICIO A DIOS Y A LOS REYES. LA BÚSQUEDA DEL HONOR Y LA FAMA COMO
VERDADERO ESTÍMULO DEL EJERCICIO DE LA CABALLERÍA DURANTE LA GUERRA DE
GRANADA.

En el recuerdo de los más destacados linajes del reino castellano siempre pervivieron
los triunfos de estos destacados adalides hispanos, como fueron don Rodrigo Díaz de
Vivar o Fernán González. Las grandes victorias conseguidas en el campo de batalla por
estos adalides cristianos, se habían ido acumulando en la conciencia colectiva castellana
a lo largo de todo el periodo. La reproducción de estos patrones de comportamiento
reconocidos por la sociedad peninsular, estaba destinada a fomentar una serie de «pautas
conductuales de carácter intelectual, la cual función era ir conformando una conciencia
de grupo al que se pertenecía [creando] un corpus teórico cuya función era potenciar el
heroísmo a través de constantes sentencias de signo moralistas y didáctico, de alusiones
de corte ejemplificador»736. Este marco idóneo de referentes grupales de conducta
ejemplar, que ensalzaban las proezas individuales en la lucha contra el moro como la
máxima expresión del carácter castellano, siempre se mantuvo vigente en la sociedad
hispánica. Sin embargo, solo la proyección de conflictos como la Guerra de Granada,
determinaban que los caballeros que participaran en ellos pudieran igualar a sus
antecesores en sus lizas frente al musulmán. Sirva como ejemplo de todo ello la siguiente
semblanza del marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León, «el más noble y el más
bien andante cauallero que oy ay en todos los reyno christianos»737, a quien el cronista
anónimo de su vida equiparó con:

735
MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DE: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 583.
736
ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre..., op.cit., p. 79.
737
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 244.

394
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«De los duques, el duque don Godufre de Bullon, que fizo cruel guerra a los moros e mató
infinitos dellos conquistando la casa santa de Ierusalem, por la ganar; De los maestres, don Peláez
Correa, maestre de Santiago, por el qual Dios fizo muchos milagros; De los condes, el buen conde
Ferrand Gonçales, que ovo grandísimas victorias contra los moros e fizo grandes fechos; De los
caualleros, el santísimo Çid Ruy Díaz, al qual apareció Sant Pedro de Cardenna. El qual le reueló
de partes de Dios nuestro Sennor cómo dende en XXX días supiese cómo avía de morir, y que
después de su fallesçimiento avía de vençer vna grand batalla de reyes moros»738.

En el seno de la sociedad hispánica bajomedieval, era una costumbre ampliamente


reconocida considerar al Cid como referente nacional en la lucha frente al musulmán, al
igual que también lo era tomar a Fernán González como uno de los máximos exponentes
de la historia del reino castellano. Tanto uno como otro, eran verdaderamente admirados
en la mentalidad bajomedieval castellana, llegando incluso a detentar una dignidad regia
por su importancia en el contexto de la construcción de una doctrina castellana en torno
al concepto reconquistador. Diego de Valera, por ejemplo, reconoce que sus hazañas no
solo sirvieron como modelo de comportamiento para los vasallos, sino también para los
reyes. Así, cuando Enrique IV decidió emprender una nueva empresa frente a los
nazaríes, Valera destacó que «por cierto, esta guerra bien parece a la quel Cid en su
tiempo solía fazer»739. Pero, como bien apunta Gómez Redondo, durante el siglo XV la
representación literaria de ambos sufrió una gran adecuación a las nuevas realidades
sociales imperantes en este periodo. La interpretación partidista de sus actos deseaba
resaltar la necesidad de mantener un fuerte compromiso con el poder real y su deseo de
concluir con un proceso reconquistador que hundía sus raíces en la génesis del reino
castellano. De hecho, la fecha del inicio del conflicto frente a Granada coincide con una
edición de la crónica sobre la vida del Cid y dos biografías sobre el personaje,
compuestas al resguardo de los nuevos valores que la monarquía castellana pretendía
generalizar. En ellas, se destacará de su semblante el esfuerzo militar en defensa de la fe,
sus orígenes humildes y el mantenimiento de la verdad y la búsqueda de la honra política

738
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 158. De la misma manera, se remite a la introducción de esta
biografía dedicada a don Rodrigo Ponce de León, donde su anónimo traía a colación el recuerdo de
diversos héroes de la Reconquista hispánica, para poder destacar así algunos de los hechos conseguidos en
vida por este noble andaluz; ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 142-145.
739
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 45; Asimismo, el castellano también destaca en
su obra esta consideración regia de ambos caudillos, cuando afirma que este monarca «fortificó
maravillosamente el alcázar [de Segovia], e hizo ençima de la puerte del una muy alta torre, labrada de
maçonería, y en el corredor que se llama en aquel alcáçar de los cordones, mandó poner todos los reyes que
en Castilla y León han seydo despúes de la destruyiçión de España, començando de don Pelayo fasta él; e
mandó poner con ellos al Cid, e al conde Fernán Gonçález, por ser caballeros tan nobles e que tan grandes
cosas hizieron»; VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., pp. 294,

395
José Fernando Tinoco Díaz

y social como camino al éxito personal. El propio Gómez Redondo afirma que la
canonización progresiva y calculada imagen de don Rodrigo Ponce de León, a lo largo
del conflicto frente al emirato nazarí, tuvo mucha semejanza con la que sucedió con
Rodrigo Díaz de Vivar740. Las hazañas logradas por el marqués de Cádiz en esta
contienda, lo hicieron ser identificado como un nuevo «Çid en nuestro tiempo naçido».
Parece que ésta fue una sentencia muy repetida entre los propios castellanos de este
periodo, pues apareció con bastante frecuencia en las crónicas de los principales
historiadores del periodo. Verbigracia, Pedro Marcuello reconoce que don Rodrigo «es al
buen Cit comparado;/ pues tal guerra ha principado y los Reyes puesto el sello,/ d‘allende
por él privado/ vn lugar sea ganado/ para principio muy bello»741. Es muy posible que la
primera referencia a esta identificación de Rodrigo Ponce de León como reencarnación
de la figura del Cid, se encuentre en una de las epístolas de mosén Diego de Valera,
escrita a raíz de la conquista de Alhama por parte del marqués de Cádiz (1482). En ella,
se dirigía al propio marqués para hacerle notar que:

«[…] infinitas gracias sean dadas á nuestro Redentor que de tanta virtudes vos dotó […]
mirando las señaladas cosas por vos, Señor, fechas en la mocedad, é continuadas en la jouentud, é
acabadas en el medio de vuestra hedad. Pues de vos, Señor, ¿qué se espera saluo que sereis otro
Çid en nuestros tienpos nacido?»742.

El cronista castellano destaca los grandes triunfos de este noble andaluz en la batalla
del Madroño (1462), y los asaltos a Cardela, Montecorto, Garciago y Villaluega (1479-
1481), así como la conquista de Alhama con la que se inició la Guerra de Granada
(1482). Al respecto de esta última hazaña, el historiador castellano afirma de ella que fue:

740
GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: «El Cid humanístico: la configuración del paradigma caballeresco» En
Olivar: revista de literatura y cultura españolas, nº10. Buenos Aires: Universidad Nacional de la Plata,
2007, pp. 327-345. Asimismo, Angus Mackay denotó la existencia de una evidente correspondencia entre
la narración de la relación entre Ponce de León y los soberanos castellanos, y el Poema del Mío Cid. Este
autor realizó un recorrido sobre las diversas muestras del íntimo trato entre el marqués y los soberanos de
Castilla en la cronística contemporánea al conflicto frente a Granada, comparándolas con las muestras de
afecto entre Alfonso VI y Rodrigo Díaz de Vivar, de tal forma que llega a concluir que «el Poema
directamente o indirectamente ofrecía un modelo de comportamiento para el marqués de Cádiz»; MACKAY,
ANGUS: MACKAY, ANGUS: «Un Cid Ruy Díaz en el siglo XV: Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz»
En El Cid en el Valle del Jalón. Calatayud: Centro de Estudios Bilbilitanos- Institución Fernando el
Católico, 1991, pp. 192-202, pp. 193-195, 200. Al respecto de la reinterpretación de su recuerdo y la
proyección de esta nueva imagen en el seno de la historiografía castellana bajomedieval, ARMISTEAD,
SAMUEL: «La perspectiva histórica del «Poema de Fernán González»» En Papeles de Son Armadans, nº 61.
Palma de Mallorca, 1961, pp. 9-18; LACARRA, Mª EUGENIA: «El significado histórico del Poema de Fernán
González» En Studi Ispanici, nº IV. Roma: Istituti Editoriali e Poligrafici Internazionali, 1979, pp. 9-41.
741
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 194.
742
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 60.

396
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«[…] por cierto, digna de eterna memoria e de grandísimo galardón, en que avés dado materia
a los coronistas de escriuir, e a los caualleros enxenplo, e a todos deseo de fazer su deuer. Espero
en Nuestro Señor que los serenísimos Rey e Reyna, nuestros señores, vos darán el premio
condinno a tan señalados seruicios; e a muy luengos años. Aquel berbo divino encarnado vos
743
colocará en aquella soberana e gloriosa cibdad a que todos sospiramos» .

Los cronistas de este periodo denotaron que los reyes castellanos y su corte también
eran partidarios de utilizar esta identificación. Verbigracia, Andrés Bernáldez afirma que
doña Isabel y sus damas afirmaban que don Rodrigo era el «Cid Ruy Díaz en su
tiempo»744. De la misma manera, el anónimo autor de la biografía del marqués no duda
en poner en boca de los monarcas castellanos esta imploración: «―¡O, bendito sea Dios
nuestro Sennor, que en mi tiempo quiso que ouiese vn conde Fernand Gonçález e vn Çid
Ruy Díaz!‖»745. La asimilación de Rodrigo Ponce de León, con la figura de estos
legendarios caudillos hispanos, tenía como finalidad resaltar el buen servicio del vasallo
hacia su señor, y la posibilidad de rehabilitación política implícita en la guerra de
frontera frente al musulmán. Tanto Rodrigo Díaz de Vivar, como Fernán González, se
habían revelado frente a la autoridad de la Corona, al igual que don Rodrigo Ponce de
León participó en el bando de doña Juana durante la Guerra de Sucesión Castellana
(1474-1479). Sin embargo, la tradición afirmaba que ambos caudillos legendarios
obtuvieron su mayor gloria y el perdón a sus pecados a través de la lucha contra los
musulmanes, en la cual estuvieron protegidos por la divinidad. De manera semejante, en
la crónica anónima del andaluz se destacó especialmente esta posibilidad de redención a
través de la fe y las armas, equiparando a don Rodrigo con San Estasio, una de las figuras
de la tradición clásica cristiana más populares746. Al igual que el santo mártir, don
Rodrigo tuvo que renegar del bando juanista para ser indultado por el partido de la reina
doña Isabel. Sin embargo, el perdón absoluto solo fue logrado a través de sus hazañas
frente al musulmán.

743
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 61.
744
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 238.
745
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 206.
746
«E segund estos fechos de cauallería, bien pareçe el marqués de Cádiz a los nobles antigos, el conde
Ferrand Gonçález e Çid Ruy Díaz, nuestros naturales, e avn a otros nobles romanos, así commo Pláçido,
que fue capitán del emperador Trajano, que fizo muy grandes destruyçiones en los bárbaros que fazían
grand guerra al ynperio Romano. E avn algunas vezes aconteçió en solooyrlo mentar o verlo venir con sus
batallas, caer algunos dellos muertos en tierra del grand temor y espanto que le tenían. El qual mereçió ser
santo y bienaventurado, y fue llamad San Estaçio. Y no menos se espera deste noble cauallero, marqués de
Cádiz, don Rodrigo Ponçe de León»; ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 239. Sobre la figura y la
influencia posterior de este santo cristiano, es interesante consultar el estudio preliminar que realiza
Carriazo Rubio; ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 84-87.

397
José Fernando Tinoco Díaz

Estas gestas protagonizadas por el marqués de Cádiz en batalla, sirvieron a los


distintos historiadores contemporáneos, para resaltar los valores y virtudes que los
caballeros castellanos debían presentar en el «servicio a Dios y los reyes». Esta
perspectiva de las hazañas del caudillo andaluz en el campo de batalla, permitió asimilar
su determinación de luchar frente a los musulmanes con algunos de los tradicionales
referentes de las cruzadas cristianas, como fue el caso de Godofredo de Bouillon747. Este
tipo de referencias a grandes cruzados no era extraña dentro de la narración de cualquier
conflicto europeo que tuviera connotaciones religiosas, pues servían para ejemplarizar la
actitud devocional de cualquier participante en la batalla; cuanto más en conflictos en los
que aparecía el aparato formal de la cruzada a través de la concesión pontificia. En el
caso de don Rodrigo, su cronista destacaba que se prestaba a guerrear para «si menester
fuese, morir en serviçio de Dios y suyo en santa romería [...] y que él quería ser el
primero, porque esto era su gloria y descanso»748. Gracias a este arrojo, producto de su
«inflamado deseo del seruiçio de Dios», el marqués protagonizó desesperados hechos de
armas, que se convirtieron en piezas centrales de las diversas narraciones caballerescas
de esta contienda749:

«El marqués [de Cádiz] fue a socorrer las estanças, todo solo, sin otras armas salvo coraça e
una espada en la mano, pensando hallar las gentes de armas en ellas, e falló las estanças tomadas
por los moros. E como alguna de su gente le viniese, e con otra que a él se llegó trabajó tanto e
peleó de tal manera y esforçó los que con él llegaron que recobró las estancia […] E tanto se ganó
en esto, que los moros no podieron llegar al real; e si entonces se dexaba de hazer, segund la gente
de los christianos fuya, todo se robaba»750.

Acciones como esta, llevada a cabo por don Rodrigo durante el fracasado cerco de
Loja (1482), fueron muestras del ardor que el marqué demostraba en su desempeño
miliar. De hecho, en la Historia de los Hechos del marqués de Cádiz, se afirmaba que el
noble castellano era el guerrero que siempre encabeza las cargas cristianas, hasta el punto
de que en más de una ocasión, las crónicas refieren que siempre puso su persona en
verdadero riesgo. Sin embargo, en todos estos casos la divinidad intercedió por él.

747
Al respecto de la representación de Godofredo de Bouillon en la tradición caballeresca, en la cual se
confunden la realidad histórica de su protagonista y la ensoñación caballeresca, cabe destacar el estudio
realizado por Maurice Keen; KEEN, MAURICE: La caballería…, op.cit., pp. 164 y ss. Sobre esta referencia a
grandes caudillos cruzados en la historiografía bajomedieval, como referentes de comportamiento moral, es
interesante consultar TYREMAN, CHRISTOPHER: Las Cruzadas: realidad…, op.cit., p. 128.
748
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 287.
749
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 264.
750
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 152.

398
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Destacada es la narración de la carga que lideró durante el cerco de Málaga (1487).


Según afirma su cronista anónimo, «el marqués era muy conoçido de los moros e yua en
la delantera, [por lo que] todos le tyrauan a él y dauan a los que más çercanos dél yuan».
Sin embargo, «al marqués le dieron vna espingardada que le pasaron el adaraga; e las
borlas de los cordones della enbaraçaron la pelota, que le non firiese, que le dio baxo de
las coraças, en la yngle, do non tenía arma ninguna, e pareçe que milagrosamente Dios lo
quiso guardar»751. De la misma manera, el valor personal del caudillo castellano ayudó a
concluir algunas contiendas a favor del bando castellano, siguiendo el ejercicio de los
valores caballerescos más tradicionales. Sirva como ejemplo este otro fragmento de la
crónica de Rodrigo Ponce de León en el que se cuenta la toma de la villa de El Burgo
(1483/1484). Según se afirma en la narración, la guerra por tomar esta población «fue tan
crudamente ferida que por más de dos horas nunca se conoçió quién avría el
vençimiento». Sin embargo, la conclusión de tal batalla acaeció, cuando:

«[…] El marqués adereçó a vn moro, valiente cauallero, que le pareçió segund su arreo ser el
más prinçipal y cabeçera de todos, y diole vn tan grand golpe de encuentro por la escotadura del
sobaco yzquierdo, que cayó muerto en el suelo. E commo los moros vieron aquel cauallero
muerto, y de tres vanderas que trayan no vieron ninguna, enflaqueçieron e començaron a fuyr,
cada vno por donde mejor podía [...]»752.

Todas ellas hazañas llevan al cronista anónimo de la vida del marqués, a concluir que
«si todos fuesen tales y tan esforçados, y con tal buena gana, y supiesen tanto de la
guerra, non ay reyno en el mundo que se detouiese que muy presto no se ganase, quanto
más Granada»753. La narración de estas gestas frente al enemigo nazarí se fue
acumulando en la memoria de los propios guerreros castellanos, animándolos a mostrarse
más resolutos en la prosecución de proezas que rivalizaran con las acciones de otros
grandes caballeros del reino hispano. Así lo reconoce Fernando del Pulgar, cuando
afirma que «si por ventura alguno de su natura era cobarde, la vergüença del conpañero,
e la presençia del Rey, le costreñían a encobrir su flaqueza, et a mostrar en aquella ora
fuerças y esfuerço para pelear»754. De hecho, los Reyes Católicos se encargaron de
promover personalmente este tipo de comportamientos. Fernando del Pulgar atestigua
que la reina Isabel,

751
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 280.
752
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 235-236.
753
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 247.
754
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 407.

399
José Fernando Tinoco Díaz

«[…] escriuía cartas graçiosas a los grandes de sus reynos, que estauan en la hueste, e a
algunos otros caualleros e capitanes, a quien entendía ser necesario: a vnos gradesçiéndoles lo que
facían, e a otros loando su voluntad de lo que deseavan hazer. E con estos proueymientos que la
Reyna facía, tenía gratos a los grandes señores e a los otros caualleros para sofrir los trabajos que
pasauan»755.

De la misma manera, el cronista informa que esta monarca castellana solía consolar a:

«[…] los caualleros et otros continuos de su casa que allí avían quedados feridos, diziéndoles
que debían ser alegres, porque siguiendo su costunbre de pelear como caualleros, se ofrecieron a
los peligros de las batallas por ensalçar la Fe y ensaçar la tierra, e que así ella gelo agradecía e
entendía remunerar en esta vida, e Dios, cuya era la causa, no se olvidaría de lo remunerar en la
otra»756.

Según establece Zurita, este tipo de comportamiento llevado a cabo por los reyes de
Castilla se establecía «conforme a la costumbre de aquellos tiempos, que se honrauan los
caualleros, que acometían tales hazañas»757. Por ejemplo, Diego Guillén recoge en su
obra laudatoria que, «a los fuertes varones osados/ con ricas mercedes y dones premiaua
[la reina]/ los hechos bien hechos conino loaua/ los no generosos también reprendía/ asi
que quienquiera a la vida ponía/ en ver los honores que ffuerço ganaua»758. Este tipo de
reconocimiento social que se recoge en la cronística del periodo determinó que Francisco
Bermúdez de Pedraza decretara que, en esta contienda, «no luzia el soldado que no se
adelantaua a otro en algun hecho particular, frutos del premio, efectos de la presencia
Real, donde no ay pies para huir, sino manos para pelear»759. De hecho, el propio rey

755
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 162.
756
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 231-232.
757
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., pp. 328v. Sirva como ejemplo el trato que el Alcalde de los
Donceles y el marqués de Cabra recibieron de sus altezas tras captura al emir Boabdil en la batalla de
Lucena. Pedro Mártir relataba que tras su llegada a la corte real, ambos monarcas les reconocieron que «-
Justo es que quienes a los Reyes vencen, se sienten delante de los Reyes y coman en su mesa-. A nadie, ¡oh
revendísimo purpurado, los reyes españoles hacen sentar a su mesa, fuera de aquellos que hacen prisionero
a un Rey o lo salvan»; MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 74-75. Un relato de todas
las ofrendas y cargos que recibieron por ello, se encuentra en VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit.,
pp. 205-206.
758
GUILLÉN DE ÁVILA, DIEGO: Panegírico a la…, op.cit., p. bVI.
759
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 158v. Sobre este
protagonismo de las acciones de los nobles en la cronística, es destacable que no se hagan menciones a la
muerte de personas de extracción humilde, ni tan siquiera referencias con un número indefinido. Como
bien ha demostrado Arias Guillén, este desdén no es algo exclusivo de la cronística castellana, sino una
práctica común en Europa. Generalmente sólo se menciona la actuación de actores de baja condición social
de un modo negativo, para resaltar un comportamiento deshonroso que destaque los hechos encabezados
por los nobles de alta cuna. A pesar de este fuerte peso cronístico, en contadas ocasiones también aparecen
en las crónicas referencias a las tropas e individuos que se destacaron en la campaña sin pertenecer a este

400
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

aragonés no dudaba en ponerse en peligro para demostrar ser el primero en ejercitar estos
valores, o en esforzar a los guerreros castellanos cuando la necesidad del curso de la
batalla así lo demandaba. Como afirma Pulgar, «la presençia del prínçipe mucho haze en
las batallas, asy para poner ánimo a los suyos, como para que el esforçado no quede sin
ser galardonado, e el flaco no quede syn ser conosçido»760. En ese sentido, don Fernando
nunca se quedó atrás cuando la necesidad del curso de la batalla demandaba generar
nuevamente el afán de ardor caballeresco en sus tropas. Verbigracia, Diego de Valera
determina que en el cerco a Málaga (1487), «el rey aver puesto tantas vezes su persona
en peligro, como si fuera un simple cavallero o gentilhonbre, e aver por su braço peleado
e muerto e ferido moros con muy grand peligro de su persona»761. Asimismo, Alonso de
Palencia manifiesta que durante el asedio de Baza (1489),

«[…] era grande el riesgo para los nuestros, de venir a las manos aquella multitud irregular
con la recia hueste formada en batallas, y no pudiendo don Fernando sufrirlo con paciencia, púsose
el casco y se lanzó contra el enemigo. Al observar el peligro que corría, la vergüenza obligó a
todos los valientes a arrostrarle antes que ocurriese al Rey alguna desgracia» 762.

Durante los hechos de armas frente a los musulmanes, la presencia de estos grandes
caudillos de la hueste castellana también fue simbolizada por el enaltecimiento de sus
763
propias enseñas personales . Desde antaño, la utilización de este tipo de banderas y
estandartes había tenido como objetivo el establecimiento de una forma de identificación

cuerpo cultural. Quizá el ejemplo más destacado de la verdadera presencia e importancia de las acciones de
soldados destacados o capitanes de segunda fila, que vieron su fama mermada por el esplendor de los
generales que comandaron las expediciones, fue el caso singular de Ortega el escalador, el cual fue
profusamente estudiado por el profesor Benito Ruano. Este individuo participó en gran parte de las
conquistas de la Guerra de Granada, como las propias fuentes contemporáneas destacan; BENITO RUANO,
ELOY: «Ortega, el escalador» En En la España Medieval, nº 2. Madrid: Universidad Complutense, 1982,
pp. 147-160; ARIAS GUILLÉN, FERNANDO: «Honor y guerra. La tensión entre la realidad bélica y el
discurso ideológico en la cronística castellana de la primera mitad del siglo XIV» En Hispania: Revista
Española de Historia, vol. 69, nº 232. Madrid: CSIC, 2009, pp. 307-330.
760
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 407.
761
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 275.
762
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 404.
763
Para el caso castellano, la utilización de estas enseñas fue regida por Alfonso X, el cual dejó establecido
en sus Partidas el uso de enseñas, pendones y estandartes por los ejércitos castellanos; ALFONSO X: Las
Siete Partidas. Madrid: Real Academia de la Historia, 1808, pp. II, 237-240; Segunda Partida, Título
XXXIII, leyes XII a XV. Durante el siglo XV, esta normativa aún seguía vigente, como denotan los
escritos de autores como Fernández de Oviedo o Diego de Valera, el cual realizó una breve reflexión sobre
este tema en su Tratado de los rieptos é desafíos; VALERA, DIEGO DE: «Tratado de las armas, publicado
con el título Tratado de los rieptos é desafíos» En Epístolas de mosén Diego de Valera embiadas en
diversos tiempos é á diversas personas; edición y estudio preliminar de José Antonio de Balenchana.
Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1878, pp. 243-304, pp. 281-303; FERNÁNDEZ DE OVIEDO,
GONZALO: Las quinquagenas de la nobleza de España. Madrid: Manuel Tello, 1880, pp. 107-108.

401
José Fernando Tinoco Díaz

visual que ayudara reconocer a las diversas fuerzas de un ejército a corta y media
distancia. Asimismo, contaban con un fuerte componente táctico dentro de la propia
batalla, pues su visualización por los guerreros del ejército permitía transmitir diversas
señales y órdenes en la batalla y establecían un punto de encuentro determinado. Pero
estos elementos vexilológicos también contaron con un destacado componente
psicológico, pues asumieron la representación de los valores e intereses de los guerreros
a los que representaban. Para los guerreros hispanos, este tipo de banderas también eran
consideradas como un auténtico símbolo del honor de los combatientes que luchaban
bajo su sombra, por lo que se convirtieron en un referente capital en los ejércitos
cristianas. Por este motivo, su mera visión inspiraba y exigía a los demás combatientes la
realización de grandes alardes de valor. Sirva como ejemplo un fragmento de la narración
de Andrés Bernáldez de uno de los episodios acaecidos durante el sufrido cerco de
Málaga (1487). Sobre este hecho, el extremeño afirma en su crónica que:

«[…] desque los escuderos que huían vieron al marqués [de Cádiz] con su gente e vandera,
cobraron esfuerço e bolvieron sobre los moros, e pelearon muy fuertemente los unos con los otros,
e la vandera del marqués en medio, en lo más áspero de la pelea la figura del marqués de Cádiz y
su estandarte como símbolo de fortaleza frente al ataque musulmán[…] e los cristianos dieron a
huir, los de aquella estancia y de otras cercanas a ellas; e el marqués arremetió a pie, armado,
dando muy grandes vozes, desde vido que todos huían, diziendo: ¡Vuelta, hidalgos; vuelta,
hidalgos, que yo soy el marqués! ¡A ellos, a ellos, no temáis! E iba su vandera ante él. E desque
los escuderos que huían vieron al marqués con su gente e vandera, cobraron esfuerço e bolvieron
sobre los moros, e pelearon muy fuertemente los unos con los otros, e la vandera del marqués en
medio, en lo más áspero de la pelea; la cual estuvo muy cerca de ser perdida, si el mesmo marqués,
764
con su persona e los que la guardavan, no la socorriesen» .

Los castellanos se esforzaban con determinación para defender y ensalzar estos


símbolos que acompañaban a la tropa en cada batalla, evitando su pérdida o caída
durante la batalla. En ello iba la dignidad y el orgullo de todos los combatientes que
guerreaban bajo una misma enseña. A lo largo de las crónicas referentes a la contienda
castellano-nazarí, son muy abundantes los casos donde el enaltecimiento de estas
banderas es representado como una expresión del triunfo castellano sobre el adversario.
No hay que olvidar que el acto de enarbolar estos pendones en un lugar elevado de los
baluartes ocupados por el enemigo, podía expresar una conquista en sí mismo, y permitir

764
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 183.

402
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

a sus portadores reclamar la honra de esta victoria765. La siguiente narración de uno de


los hechos acaecidos durante el asedio a la ciudad de Ronda (1485), protagonizado por
Alonso Fajardo, documenta este carácter victorioso del estandarte como símbolo del
triunfo militar cristiano. Este hijo bastardo del conocido castellano Alonso Fajardo «el
Bravo», se distinguió especialmente en este episodio, emulando «las andanzas y valentía
de su padre, aunque sin su mudanza, conforme testimonia el Rey Católico»766. En esta
ocasión, el castellano encabezó el asalto a un suburbio de la fortaleza de Ronda. La
conquista de este sector del bastión acabó precipitando la rendición de toda la ciudad:

«Acaesçió que vn cauallero que se llamaua Alonso Fajardo, capitán de ciertos peones, puso
vna escala al muro en la parte que conbatía, et subió el primero por ella; e luego subieron con él
çiertos otros escuderos e peones, los quales pelearon con los moros, e guardaron aquella parte del
adarue. Y este capitán Fajardo se adelantó, et tomó la seña que llevaua el alférez de aquellos
peones, et trabajó por la poner ençima de vna torre de vna mesquita que estaua en aquel arrabal.
Los moros que guardavan la torre vinieron contra él, e tomáronle la bandera. Y él, peleando con
ellos en los tejados de la mezquita, a vista de todos, la recobró por fuerça de armas, con ayuda que
le fizieron los que le seguían; e pelearon con los moros de aquella torre, fasta que la ganaron et
767
fizieron retraer a los moros pro las puertas del alcáçar de la çibdat» .

Al igual que valoraban sus enseñas, los castellanos siempre demostraron estimar
sobremanera la captura de las banderas musulmanas como una muestra de sus triunfos
personales. Verbigracia, Alonso de Palencia determina que, tras la derrota de las fuerzas
moras en la batalla de Lucena (1483), «de los muchos estandartes, unos cogió el Conde
de Cabra y otros el Alcaide de los Donceles. También conservó el último las armas del
Rey por haberle tenido prisionero»768. En el caso contrario, los adversarios nazaríes que

765
De hecho, la consideración de los estandartes personales como la representación de la honra personal
podía incluso servir como aliciente para comenzar una airada disputa. Sirva como ejemplo la narración que
Álvar García de Santa María realizó de la toma de Antequera, donde los nobles castellanos se disputaron el
lugar para colocar sus enseñas personales. Según narraba este cronista, «desque los caualleros del real
vieron las banderas del obispo e del conde don Fandrique ençima de la torre, oviéronlo a mal, diziendo que
por qué avían destar sus banderas allí más que las de los otros caualleros […] Al infante pesó mucho del
enojo de los caualleros, e díxoles que pusiesen ellos las suyas. E algunos caualleros y ovo que las fizieron
poner; otros que no quisieron ponerlas, que entendieron que les hera ya vergüeça». Por este motivo,
advertía Santa María, «los reyes sienpre deben hazer en manera que los caualleros no ayan continente vnos
más que otros, pues todos son en el fecho, que todos sean en la honrra»; GARCÍA DE SANTA MARÍA,
ÁLVAR: Crónica de Juan II de Castilla; edición de Juan de Mata Carriazo. Madrid: Real Academia de la
Historia, 1982, pp. 390-391.
766
TORRES FONTES, JUAN: «Las andanzas granadinas de Fajardo el Africano» En Hispania: Revista
Española de Historia, vol. 81. Madrid: CSIC, 1961, pp. 3-21, p. 5.
767
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 169.
768
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 77-78.

403
José Fernando Tinoco Díaz

consiguieron capturar este tipo de enseñas durante la batalla, no dudaron en mostrarlas


durante algunos de los más importantes choques bélicos de este conflicto. Estos
estandartes castellanos fueron exhibidos junto con diversas piezas de armamento tomadas
a los derrotados cristianos, para humillar al enemigo vencido y minar así su moral. En
ese sentido, Diego de Valera informa en su crónica que, durante el asedio a la ciudad de
Málaga (1487), «los moros mostraron al maestre [de Santiago] la bandera que le avían
tomado en la del Ajarquía, e algunos moros se mostraron armados en blanco de los
arneses que avían tomado a los honbres de armas el día del conbate del arrabal [de
Málaga]»769. Este texto denota que, a pesar de haber pasado varios años del desastre de
las fuerzas de Alonso de Cárdenas y Rodrigo Ponce de León, el recuerdo de tal derrota
aún pesaba en el ejército castellano. La recuperación de estas enseñas de victoria
humilladas por los musulmanes, preocupó sobremanera a las tropas cristianas durante
toda la contienda. De hecho Andrés Bernáldez destaca que las tropas castellanas habían
conseguido recuperar parte de estos elementos perdidos en Ajarquía malagueña, durante
la anterior batalla de Lopera (1483). Este acto de restitución supuso «que por la misma
forma que ofendieron fueron ofendidos, y aquellos que lo fizieron, aquellos lo vinieron a
pagar, por mal de los moros»770. De esta forma tan expresiva recoge el eclesiástico tal
episodio en sus escritos:

«[…] en el despojo de la batalla se ovieron muchas ricas corazas e capacetes e baberas de las
que se habían perdido en la Axarquía, e otras muchas armas; e algunas fueron conocidas de sus
dueños que las habían dejado por huir; e otras fueron conocidas, que eran muy señaladas, de
hombres principales que habían quedado muertos o cautivos. E fueron tomados muchos de los
mismos caballos, con sus ricas sillas, de los que quedaron en la Axarquía, e fueron conocidos
cúyos eran»771.

El conjunto de las crónicas de este periodo denotan que los castellanos guerreaban
por su reino, peleaban por su fe, sus reyes, y su propia vida, pero, sobre todo, luchaban
por alcanzar honra y fama, los valores más tradicionales del ideal caballeresco. Esta
perspectiva cronística reflejaba una realidad social donde la vida y el honor significaban
el bien más preciado para un hombre. De hecho, el italiano Pedro Mártir se sorprende y
destaca en una de sus epístolas enviadas a su tierra natal, que «el impulso daba a los
nuestros hacerles frente [a los moros], la gloria que para los españoles -por natural

769
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 248.
770
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 148.
771
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 148.

404
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

condición innata- es preferible a la vida»772. Otros autores extranjeros, como fue el caso
del embajador italiano Francesco Guicciardini que formó parte de la corte de Fernando
de Aragón entre 1511 y 1512, llegó a afirmar al respecto que «[los castellanos] son
inclinados a las armas, acaso más que ninguna otra nación cristiana, y aptos para su
manejo, por ser ágiles, muy diestros y sueltos de brazos; estiman mucho el honor, hasta
el punto de que, por no mancharlo, no se cuidan generalmente de muerte»773. No cabe
duda de que el miedo que los castellanos podían sentir al entrar en liza frente al
musulmán, palidecía ante la perspectiva de sacrificarse en una empresa que les asegura la
prosecución de la auténtica nobleza, la que no procedía de la cuna, sino la que se gana a
través de la abnegación en la batalla:

«[...] el conde [de Medina Sidonia], cuando vido los ánimos de quellos dudosos y algo
englaqueçidos, esforçándoles dixo cómo la vida, que en poco tiempo se pasaua, e con pequeña
dolençia se atajaua, devían aventurar por aver fama loable si vençiesen, y gloria si allí muriesen, y
que en tal lugar estauan puestos donde toda esperança de la vida estaua puesta en el esfuerço, y no
774
en la huyda. Y esforçando toda su gente con semejantes razones, fueron contra los moros [...]» .

Los cronistas enfatizaron que los nobles del reino encontraron en esta guerra la
oportunidad idónea para «rivalizar por ser el mejor en el campo de batalla; solicitar los
puestos que entrañaban mayor riesgo, o protagonizar hechos de armas en los que se
combinaba a la perfección el valor y el conocimiento consumado del enemigo»775. Este
tipo de testimonios denota que el objetivo principal de cualquier guerrero hispano que
entraba en liza, era alcanzar un resultado provechoso en el campo de batalla gracias al
cual se pudiera valorar su esfuerzo como digno. En ese sentido, los historiadores del
periodo denotan que los castellanos guerreaban por su reino, peleaban por su fe, sus
reyes, y su propia vida, pero, sobre todo, luchaban por alcanzar honra y fama, los valores
más tradicionales del ideal caballeresco. Esta perspectiva cronística reflejaba una realidad
social castellana, donde la vida y el honor significaban el bien más preciado para un
hombre que le hacía pelear «con aquel esfuerço et osadía que la extrema necesidad pone
a los varones fuertes por saluar las vidas et guardar las honrras»776.

772
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 117.
773
ALONSO GAMO, JOSÉ MARÍA (ed.): Viaje de España de Francesco Guicciardini, embajador de
Florencia ante el rey Católico; traducción de José María Alonso Gamo. Valencia: Editorial Castalia, 1952,
p. 56.
774
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 70-71.
775
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La guerra en...», op.cit., p. 659.
776
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 31.

405
José Fernando Tinoco Díaz

El honor y la honra estaban íntimamente relacionados, siendo ambos términos


sinónimos, garantes de un sentimiento interno de satisfacción por la victoria y una
manifestación social externa de liderazgo. Asimismo, la fama, entendida como cupido
gloriae o gloria terrena, tenía sentido como valor absoluto, aunque siempre unido a las
virtudes cristianas propias de la cosmovisión medieval777. Según el relato de los cronistas
contemporáneos a la Guerra de Granada, los grandes líderes castellanos nunca dudaron
en utilizar estos conceptos para arengar a sus tropas a realizar grandes actos de guerra.
Este fue el caso de las palabras pronunciadas por don Alonso de Cárdenas, gran maestre
de la Orden de Santiago, durante la funesta correría realizada por la Ajarquía malagueña
durante 1483. A pesar de que la perspectiva de la derrota podía significar una fuente de
prestigio, de botín y cautivos para El Zagal, el castellano no dudó en arengar a sus
guerreros a combatir cara a cara con los moros y vender cara su derrota en el campo de
batalla:

«-Muramos- dixo el maestre- muramos haciendo camino con el corazón, pues no lo podemos
hazer con las armas, e no muramos aquí muerte tan torpe. Subamos a esta sierra como onbres, et
no estemos abarrancados esperando la muerte, e veyendo morir nuestras gentes, no les pudiendo
valer»778.

Esta búsqueda de la honra llevó a grandes competiciones entre los propios nobles
castellanos que participaron en esta contienda. Las mismas no solo se dieron en torneos o
justas, sino que alcanzaron el mismo terreno del campo de batalla, donde los grandes
señores rivalizaron por alcanzar la victoria más señalada y el reconocimiento real. Pero
en esta guerra tan virtuosa, los caballeros inexpertos también tendrían la oportunidad de
sobresalir poniendo en juego sus vidas, afrontando el peligro sin temor, mostrándose
decididos en la prosecución de un objeto tan justo y santo como era la derrota de los
crueles enemigos de la fe católica. El hábito de que los jóvenes nobles castellanos
demostraran su valía en el campo de batalla, era una costumbre muy arraigada en la
cultura de frontera. Este contexto imponía que los nuevos guerreros no solo debían

777
Sobre la problemático definición de la honra y el honor, consultar MAIZA OZCOIDI, CARLOS: «La
definición del concepto de honor: su entidad como objeto de investigación histórica» En Espacio, Tiempo y
Forma. Serie IV, Hª Moderna, tomo 8. Madrid: UNED, 1995, pp. 191-209. Al respecto de su influencia
durante el periodo medieval, PITT RIVERS, JULIAN: Honor and Social Status» En Peristiany, J.G. (ed.):
Honor and Shame: The Values of Mediterranean Society. Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1965, pp.
19-78; PERISTIANY, JOHN (ed.): El concepto de honor en la sociedad mediterránea. Barcelona Labor, 1968.
En torno a la idea de fama, consultar LIDA DE MALKIEL, María Rosa: La idea de la fama en la Edad Media
castellana. México: Fondo de Cultura Económica, 1952.
778
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 65.

406
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

ejercitar el uso de las armas en torneos, sino también en escaramuzas, en las que asumían
cierto grado de responsabilidad en su dirección y ejecución. Todos los hijos de los
barones andaluces debían destacar en la lucha frente al musulmán desde muy temprana
edad, mientras sus hazañas eran retratadas como el triunfo de la iuventuus, uno de los
valores clásicos del ethos caballeresco cortés779. El inicio de la Guerra de Granada
extendió esta costumbre propia de la geografía rayana, atrayendo a algunos de los
muchachos pertenecientes a los principales linajes del reino, ávidos de favor real y
reconocimiento personal. Estos jóvenes dispuestos a convertirse en adalides castellanos,
debían estar preparados para enfrentarse a grandes penalidades y fatigas, enormes
sufrimientos y múltiples peligros. Las promesas que estimulaban los actos de estos
aspirantes a caballero superaban el temor de ser derrotados por el moro, y no fueron
pocos los grupos de guerreros noveles y nobles segundones que decidieron poner en
peligro su integridad por llevar a cabo una correría por tierra nazarí bajo su propia
responsabilidad. Al fin y al cabo, la guerra en sí misma seguía siendo una «escuela de
ascetismo», como reconocía el cronista y guerrero Hernán Pérez del Pulgar en sus
escritos. Este destacado capitán del ejército castellano, conocido como el ―Alcalde de las
Hazañas‖, reconocía que «a cuanto mayor es el peligro que el bueno defiende, tanto
mayor gloria y fama se le deve»780.

En las diversas crónicas del conflicto quedaron presentes las audaces hazañas que
estos mozos castellanos, ávidos de reconocimiento y recompensas, se esforzaron por

779
Quizá el caso más representativo de todo ello, fuera la narración de la batalla del Madroño (1462),
enfrentamiento que culminó la primera gran entrada don Rodrigo Ponce de León por tierra musulmana: «Y
sabiéndose de esta entrada de los moros por la tierra, don Rodrigo, fijo de don Juan Ponce de León, conde
de Arcos, seyendo moço de diez y siete a diez y ocho años, salió de Marchena e se juntó con Luis de
Pernia, alcaide de Osuna, e con doscientos de cavallo, que aquí se hallaron e algunos peones, e fueron
desde Osuna a buscar los moros; e hallaron los cuatrocientos corredores sobre Teba […] Y dixo Luis de
Pernía a don Rodrigo: -Señor, estos moros quieren pelear; ved qué quereis que hagamos-. E dixo don
Rodrigo: -¿Qué avemos de hazer, sino pelear con ellos?- […] E don Rodrigo dixo: -Conviene que no
vamos de aquí sin pelear. Y mostró allí muy viril coraçón, y habló cosas con que se esforçó mucho la
gente; que no hizo más demudamiento, por ser moço, que si fuera de cuarenta años e tuviera allí diez mill
de a caballo […] E allí pelearon muy fuertemente los unos con los otros, e don Rodrigo Ponce e Luis de
Pernia de tal manera pelearon e esforçaron sus gentes, e Nuestro Señor milagrosamente les dio tanto
esfuerço, que se mezclaron peleando con la batalla del infante y mataron allí muchos moros»; BERNÁLDEZ,
ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., pp. 14-15; ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 159-168.
Sobre este tipo de comportamiento social en el entorno europeo, es interesante consultar el estudio de
DUBY, GEORGES: ―Los ―jóvenes‖ en la sociedad aristocrática de la Francia del noroeste en el Siglo XII‖ en
Duby, Georges: Hombres y estructuras de la Edad media. Madrid: Siglo XXI, 1997, pp. 1432-1472. Al
respecto de este tipo de comportamientos de la nobleza fronteriza, ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera
entre…, op.cit., pp. 49 y ss.
780
PÉREZ DEL PULGAR, HERNÁN: «Breve parte de…», op.cit., p. 570.

407
José Fernando Tinoco Díaz

llevar a cabo para demostrar su compromiso en servicio a Dios y a los reyes. Las
promesas que estimulaban los actos de estos aspirantes a caballero superaban el miedo a
mostrar arrojo en sus hazañas frente al moro. Verbigracia, Palencia destacaba que,
durante los primeros momentos de 1483, los grandes señores andaluces decidieron llevar
a cabo varias empresas a razón de que «reunieron crecida hueste, porque casi todos los
caballeros de la juventud de Sevilla, Écija, Jerez y Carmona se alistaron voluntariamente
en sus escuadrones»781. En ese sentido, cabe destacar que no fueron pocos los grupos de
jóvenes guerreros y nobles segundones que decidieron poner en peligro su integridad por
llevar a cabo una correría por tierra nazarí bajo su propia responsabilidad. Fue
costumbre, por tanto, que ciertos personajes de las casas nobles «juntaran gente» y se
lanzaran a empresas personales de conquista y saqueo. La relación entre estos sujetos, y
sus compañeros, no estaba sujeta por unos férreos lazos de vasallaje, sino que en su
autoridad radicaba en el liderazgo del caudillo en el cual se tiene confianza por su
prestigio, y el cual promete la prosecución de provechos y honras. Sirva como ejemplo el
relato del cronista Fernando del Pulgar de la entrada más destacada del propio Pérez del
Pulgar acaecida en tierras de Guadix, durante el largo asedio de Baza (1489). Según
relata Pulgar, la determinación de Pérez de Pulgar movió a los castellanos a obtener una
destacada victoria que le supuso a él mismo ser armado como caballero por el rey don
Fernando:

«Acaesçió en aquellos días que algunos mançebos, fasta trezientos de cauallo, et dozientos
peones de los que estauan en el real, con ánimo de ganar honrra e aver prouecho [...] et informados
de algunos adalides que podrían façer presas en çiertas aldeas cercanas a la çibdat de Guadix,
fueron a aquellas partes, e tomaron algunos ganados e prisioneros. E como veían con la presa,
salieron contra ellos, por mandado del rey moro que estaba en Guadix, fasta seysçientos moros a
caballo y a pie, para les defender la presa. Algunos de los cristianos, quando vieron los moros ser
en mayor número que ellos dezían que debían dexar la caualgada e saluar sus personas, pues lo
podían hazer buenamente [...] Los capitanes esforçauan la gente, es amonestáuanles que boluiesen
e peleasen con los moros [...] Estas amonestaciones de los capitanes, ni forçauan ni esforçauan
mucho aquella gente, porque eran onbres allegados de vnas partes y de otras, e no eran de sus
casas proprias, ni les dauan sueldo que les obligase a seruir [...] Vista esta discusión por vn
escudero que era de las guardas del Rey e de la Reyna, alcayde de la fortaleza de Salar, que estaua
en aquella compañía, et se llamaua Fernán Pérez de Pulgar, onbre de buen esfuerço, tomó vna toca
de lienço, e atóla en su lança por vía de enseña, e dixo a aquellos caualleros: -Señores, ¿para qué
tomamos armas en nuestras manos, si pensamos escapar con los pies desarmados? Pocas vezes se

781
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 61-62.

408
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

vee vençido el buen esfuerço. Oy veremos quién es el onbre esforçado, e quién es el cobarde; el
que quisiese pelear con los moros, no le falleçerá bandera si quisiere seguir esta toca-. E diciendo
estas palabras, boluió su cauallo con aquella seña contra los moros. E todos los caualleros, como
aquello vieron, dellos movidos de su voluntad, dellos vençidos de vergüença, siguieron aquella
toca, mirándola por bandera, y entraron en los moros, et pelearon con ellos [...] El Rey, informado
cómo avía pasado aquel fecho, armó cauallero a aquel alcayde de Salar; e por memoria de su buen
esfuerço, le dio liçençia para traer por armas vna lança con una toca atada en el cabo della, que fue
782
la vandera de aquel vencimiento, por memoria de el buen esfuerço que ovo aquel día» .

5.2.3. EL MANTENIMIENTO DE LA TRADICIONAL DOCTRINA CABALLERESCA Y LA


INCIDENCIA DE LA NUEVA PERSPECTIVA RENACENTISTA.

El recuerdo de estas gestas caballerescas se fue acumulando en la memoria de los


guerreros castellanos, animándolos a mostrarse más resolutos en la prosecución de
proezas que rivalizaran con las acciones de otros grandes señores castellanos. Quizá el
ejemplo más significativo de la perseverancia y el arrojo que los castellanos debían
demostrar en sus contiendas frente al musulmán, fuera el relato de la ardua preservación
de la plaza de Alhama. En palabras de Carriazo Arroquia, el difícil mantenimiento de
esta fortaleza durante la fase inicial de la guerra, generó que su preservación se
constituyera como una verdadera «una escuela de valores morales y militares, suscitando
una emulación de heroísmo entre las sucesivas guarniciones y capitanes»783. Tras la
conquista de la población, el riesgo de encontrarse defendiendo una plaza en el propio
centro del emirato, generó una enorme tensión en las tropas del bando cristiano, que
gravitaban desde el sentimiento temor hasta la más animosa pasión. Pero el miedo de
sufrir un inminente y sorpresivo ataque musulmán, era ahogado por el entusiasmo de
defender este símbolo del triunfo de Castilla y de la obstinación de los reyes en concluir
con los enemigos del reino cristiano. Todos estos sentimientos quedaron especialmente
presentes en el momento en el Alhama fue asignada a don Iñigo López de Mendoza, el
16 de junio de 1483. Afirmaba Nebrija que, cuando el conde de Tendilla tomó el mando
de la plaza:

«[…] contuvo en su disipación a los soldados demasiado desenfrenados y, sobre todo,


siguiendo el ejemplo de Escipión Emiliano y Metelo, sacó del campamento a jugadores,
meretrices, taberneras, venteras y otros obstáculos del ejército; sometió a los soldados a ejercicios

782
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 391-393.
783
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 541.

409
José Fernando Tinoco Díaz

ecuestres y de a pie; siempre que tenía ocasión enviaba corredores y espías a los campos de
Granada, de forma que ni descansaba él ni permitía que los enemigos estuviesen tranquilos» 784.

Fernando del Pulgar atribuyó al caballero castellano unas palabras que reflejaron el
esfuerzo que supuso mantener disciplinados y diligentes a los guerreros bajo sus órdenes,
y la necesidad de incitar a la ejemplaridad personal como fórmula de alcanzar el honor y
la gloria:

«Caualleros, no digo que somos mejores que los otros que este cargo an tenido, para que con
orgullo caygamos en algún herror, ni menos somos peores, para rehusar los peligros de la muerte
por ganar la gloria que ellos ganaron. Conviene, pues, que en aquello que virtuosamente fizieron
les remedemos, e si en este cargo subçedieren reputen a buenas venturas quando por dieren
ygualar por nuestras hazañas- [...] E aviendo avisos continuos de los consejos e movimientos de
los moros, ni dexaua en ocio a los suyos, ni en seguridad a los enemigos. E algunas vezes salió de
la çibdat, e conbatió muchas torres e casas fuertes que eran çerca de Granada, e las derribó e tomó
prisioneros e bestias de arada, e otros muchos que fasta vna legua no osauan salir a senbrar ni
hacer labor en el canpo, se levantaron contra el rey viejo, e le pidieron remedio para poder salir de
la ciudad seguros. El qual acordó de poner gente de cauallo que estouiese en el canpo e continuo,
entretanto que las gentes de la çibdad facían sus labores [...] este conde de Tendilla fizo poner a
sus espensas en una torre de Alcalá la Real un farol que ardiese para sienpre todas las noches, para
que los cristianos que estauan catiuos en Granada, e en los otros lugares de moros, que se soltauan
de la prisión, pudiesen venir de noche a se salvar al tino de aquella lunbre. El qual dicho conde,
por estas fazañas e otras muchas, cuando se ganó la çibdat de Granada, fue escogido para alcayde e
capitán general della»785.

Más allá de la veracidad de esta alocución reproducida por Pulgar, cabe destacar que
el éxito obtenido por el castellano en la prosecución de la defensa de Alhama, le valieron
la fama necesaria para ser nombrado con posterioridad capitán general de Granada. Pero
este tipo de comportamiento caballeresco, guiado por un espíritu más allá de la
inclinación a la hazaña personal, debe entenderse dentro de la génesis de un nuevo
modelo de entender la guerra. La fuerza que el ánimo y el valor de luchar frente al
musulmán generaba en el bando castellano, se encontró orientada a través de la disciplina
impuesta por estas destacadas figuras de la hueste castellana. A través de las arengas de
los grandes señores castellanos, estos caudillos consiguieron encaminar en ímpetu o el
espanto de sus guerreros en favor de un objetivo estratégico común que se alejaba de

784
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 79. Sobre el periodo de tenencia de esta
fortaleza, por parte del conde de Tendilla, CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...»,
op.cit., pp. 541-546; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de…, op.cit., p. 90.
785
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 96-98.

410
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cualquier objetivo individual. El mantenimiento del orden y la contención de las pasiones


propias de la guerra gracias a las palabras y actos de estos líderes, eliminaba cualquier
acto de excesivo arrojo, a la par que suprimía puntuales conatos de cobardía. El propio
cronista Alonso de Palencia, determinaba en su crónica la necesidad de tomar cuidadas
«disposiciones estratégicas, cuidados diligentes, esfuerzo de ánimo, resistencia en los
trabajos y anhelo de gloria, y el empuñar las armas no asegura el éxito mientras dura la
lucha, por lo cual, quien desease hallar su camino libre de dificultades, debía emprender
cualquiera que no fuese el de la guerra»786. Asimismo, Juan Barba afirmaba que «en el
pelear con maña de çiençia/ se haze la guerra tan conçertada,/ tanto a las vezes como el
espada,/ pues que lo vemos por espiriençia»787. Sirva como ejemplo de esta nueva visión
de la empresa militar el razonamiento expuesto por el propio marqués de Cádiz, a razón
de la idoneidad de continuar el arduo cerco de Baza (1489). En este fragmento de la
crónica de Palencia, el cronista destacaba que don Rodrigo reconocía la necesidad de esta
perspectiva teórica en todo el entramado estratégico del bando castellano:

«[…] el feliz éxito de todas las empresas empezadas [estaba asegurado] siempre que los
propósitos de los cristianos se conformasen con los designios del Omnipotente y no olvidaran
cuántos moros granadinos habían sido vencidos en los pasados años por intervención divina y
fuera de todos los cálculos de la guerra. Pero si se quería tomar consejo de los dictados de la
ciencia militar, la persistencia en el sitio de Baza parecía a todas luces funesta»788.

Quizá el caso más ejemplar de entre todos estos caballeros que se destacaron, tanto
por sus acciones en el campo de batalla, como por su labor de liderazgo y novedosa
perspectiva táctica, fuera el de don Gonzalo Fernández de Córdoba. El segundón del
linaje de los Aguilar tomó parte en esta guerra desde los primeros momentos de dicha
contienda, al mando de una unidad de caballería pesada. Tras despuntar en la conquista
castellana de Tájara (1483), el castellano demostraría nuevamente grandes dotes de
mando en las conquistas de Íllora, Montefrío y Loja (1486). De este castellano se decía
que,

«[…] comenzada la pelea era el primero que entraba en ella y el mas tardio que se partia de la lid,
y el aficion que aquellos que le seguian le tenían, ca les mostrava ansi como en escuela de virtud
tratandolos blando y con alhago, tuvo cura de le honrar por le ver delantero en los peligros» 789.

786
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 150.
787
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 258.
788
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 406-407.
789
PÉREZ DEL PULGAR, HERNÁN: «Breve parte de...», op.cit., pp. 560-561.

411
José Fernando Tinoco Díaz

En estas campañas frente al emirato nazarí, don Gonzalo también sobresalió por su
comprensión de la distancia que mediaba entre los tratados caballerescos y la realidad de
la lucha en la frontera. La habilidad del noble por adaptar la táctica a las condiciones del
momento, lo convirtió, desde muy joven, en uno de los más destacados jefes militares al
servicio de los Reyes Católicos. De forma simultánea, el castellano también se destacó
como gran diplomático, gracias a la gran amistad que estableció con Boabdil y que le
permitió mantener un papel protagonista en las negociaciones más importantes de
Castilla con el bando del emir. Por todo ello, el ―Gran Capitán‖ representó a la
perfección las aspiraciones de esa nueva caballería renacentista, regida por los valores
tradicionales del compromiso caballeresco, pero marcada por una novedosa perspectiva
de sus atribuciones. Su ardor en batalla y sus discursos de entusiasmo eran el mejor
ejemplo para los guerreros bajo sus órdenes, los cuales se vieron obligados a esforzarse
con brío y determinación en sus confrontaciones frente al moro. Quizá el ejemplo más
claro de esta perspectiva de su novedoso desempeño como general pueda encontrarse en
la narración de Pérez del Pulgar del socorro de la población andaluza de Alhendin,
acaecido en torno a 1485. El discurso previo de don Gonzalo recogido por este cronista
en su obra, representan un brillante esbozo del significado de esta empresa, para todos
esos jóvenes guerreros castellanos que comenzaban a entender la nueva perspectiva del
oficio caballeresco:

«-E mirad que los hombres no sugetos a vicios como vosotros no han de ser vencidos de
miedo, y el ageno temor de algunos no cause daño a todos. Ca assi como aqui a unos nos faltará
sal y sepultura, menos á los otros fuera honor y crecido galardon. E para perseverar en lo que
estauas, acuerdeseos lo que deveis á nuestra fé y á vuestra honra y á nuestro rey, y esperad en Dios
la [fortaleza de] Malaha ha de ser testigo de vuestras fuerzas y esfuerzo; por nada, amigos, sabed
que haciendo lo que devemos teneys libertad y glorioso deleyte con esperanza del galardon que
presto terneys, con mas loor de vuestra virtud; lo que del contrario quedamos con mengua,
subjecion e pena. Ca devese jusgar por de poco valor aquel que cobdicia la brevedad desta vida
menospreciando la perpetua, que no se alcanza sin trabajo. Ca notorio es el bueno, assi como
dessea honra, deve menospreciar peligro. E remiremos y remedemos la vida de aquellos que
mediante su fatiga han avido loor, y pues que de los presentes autos de virtud y valentía, y no en el
vientre de la madre se engendra la hidalguya, sed constantes á lo que os ofrecistes, y pueda mas
con vosotros la vergüenza que el temor, y miembros que toda excelente memoria en tal lugar como
790
este se cobra aventurado la vida por ganar honrra-» .

790
PÉREZ DEL PULGAR, HERNÁN: «Breve parte de...», op.cit., p. 568.

412
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

A pesar de la incidencia de la doctrina caballeresca tradicional siguió bastante


presente, la guerra castellana frente a Granada también respiraba el aire exhalado por la
recepción de los valores clasicistas de la caballería romana. Esta perspectiva denota que
el buen quehacer que el caballero castellano debía demostrar en el campo de las armas,
había estar regido por la virtud de la sabiduría, entendida ésta en su definición más
homérica como virtud moral, intelectual y, sobre todo, práctica791. De esta manera, se
imponía una orientación cívica del oficio de la caballería, herencia de esta tratadística
bajomedieval pre-humanística, donde las virtudes guerreras dejaban de depender el
hecho individual y de la propia Providencia, para subordinarse al conocimiento y
eficiencia de la táctica bélica en pos de un objetivo común para el conjunto del reino.
Este rasgo se hizo especialmente visible en las narraciones que dejaron de manifiesto la
forma en que los grandes caudillos dirigieron a los ejércitos cristianos según fue
avanzando el conflicto. La fuerza que el ánimo y el valor en la lucha frente al musulmán
generaba en el bando castellano de manera singular, se encontró conducida a través de la
disciplina impuesta por estas destacadas figuras de la hueste castellana. A través de las
arengas de los grandes señores castellanos, estos caudillos consiguieron encaminar en
ímpetu o el espanto de sus guerreros en favor de un objetivo estratégico común que se
alejaba de cualquier objetivo individual. El mantenimiento del orden y la contención de
las pasiones propias de la guerra gracias a las palabras y actos de estos líderes, eliminaba
cualquier acto de excesivo arrojo, a la par que suprimía puntuales conatos de cobardía. El
propio rey se encargó de guardar a sus hombres de escaramuzas y desafíos más
perjudiciales que beneficiosos, a pesar de conseguir la victoria en actos tan destacados
como desafíos singulares:

«Acaesçió en esta escaramuça, quando ya los vnos e los otros se retrayan, que vn cauallero
que se llamaua Martín Galindo, de la capitanía del marqués de Cález, llamó a batalla syngular de
vno por vno a un moro que estaua a cauallo. El moro, visto que aquel cauallero cristiano le
llamaua, vino para él, y encontráronse de las lanças, y en el primero encuentro el cristiano derribó
al moro del caballo. E como el moro se vido en tierra, avnque ferido en la cara, se lenvantó presto,
et cobró su lança; e antes que el cauallero cristiano le pudiese tirar golpe, fué contra él, et peleó
con él a pie con tanta fuerça et osadía, que le firió dos feridas, vna en la mano e otra en el brazo; et
feriérale más, saluo porque fué socorrido de otros. Otros algunos mançebos de la hueste,
enbidiosos de la destreza que este moro tuvo, avnque en lugares asaz peligrosos, se ofreçían a

791
Al respecto de la redefinición de la prudencia, como sinónimo de sabiduría, y su relación con el rechazo
de la abnegación personal, consultar CONTAMINE, PHILIPPE: La guerra en..., op.cit., p. 317; FERNÁNDEZ
GALLARDO, LUIS: «Alonso de Cartagena...», op.cit., pp. 110-115.

413
José Fernando Tinoco Díaz

fazer semejantes armas con algunos moros. Pero el Rey, que no menos cuydado tenía de la guerra
de sus gentes que de la victoria que esperaua, defendía los osados atrevimientos do se mostraua el
peligro manifiesto; otrosy, defendía que no se moviesen escaramuças, porque allende de ser los
moros más mostrados que otras gentes en semejante arte de pelear, los lugares do las movían les
eran tan fauorables, que más veçes facían daño en los cristianos que lo reçebían» 792.

Como destacó Huizinga, el verdadero ejercicio de «este ideal [de la caballería] puede
haber dado forma y fuerza al espíritu bélico, pero lo cierto es que sobre el arte de la
guerra ejercía por lo regular un efecto más pernicioso que favorable, pues sacrificaba las
exigencias de la estrategia a las de la belleza de la vida»793. Parece que los castellanos
fueron conscientes de ello, y esta nueva perspectiva del hecho de armas afectó al el papel
que don Fernando desempeñó en esta campaña. La actuación del rey en el campo de
batalla estaba regida por los mismos principios de la caballería que gobernaban el
comportamiento de sus vasallos. Esta doctrina le obligaba a destacar en el campo de las
armas y prestar ayuda a los cristianos que se encontraran en una situación de peligro, sin
importar que arriesgara su vida con ello. Sin embargo, el ejercicio de esta faceta
caballeresca real pareció encontrarse con la negativa de los grandes señores del reino que
participaron en el conflicto. Estos individuos planteaban un desempeño del soberano en
batalla acorde con la nueva realidad de los principios tácticos de la guerra, en el que
destacara como director y eje aglutinador de la heterogénea hueste castellana. De esta
manera, la proyección del don Fernando como figura directora de las tropas castellanas
en campaña, se fue imponiendo a la imagen tradicional del rey castellano como adalid de
la lucha caballeresca; aunque esta última pervivió en las diversas fuentes documentales.
En ese sentido, Fernando del Pulgar destaca un episodio, acaecido durante el asedio a
Vélez Málaga (1487), en el cual el monarca aragonés:

«[…] visto los moros venían haciendo daño en los cristianos, así como se halló a la ora,
armado solamente de vnas coraças, et con vna espada en la mano, sin esperar otra arma ni ayuda
de gente, arremetió contra los moros; et entro tan de rezio en ellos, que algunos de los cristianos
que venían huyendo, visto el socorro del Rey por su persona les facía, tomaron tanto esfuerço, que
tornaron a entrar en los moros. E así, juntos con el Rey, pusieron a los moros en huyda, matando e
firiendo en ellos, fasta los meter por las puertas de la çibdat [...] En aquella ora los que se hallaron
más çerca del Rey fueron el marqués de Cález, y el conde de Cabra, e el adelantado de Murçia, e
otros dos caualleros, el vno se llamaua Garçilaso de la Vega, e el otro Diego de Atayde. Estos
caualleros, visto el peligro en que el Rey se metía, pusiéronse delante, porque no reçibiese daño de

792
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 401-402.
793
HUIZINGA, JOHAN: El otoño de..., op.cit., p. 142.

414
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la multitud de las saetas y espingardas que los moros tirauan. Sabido por la hueste cómo el Rey
peleaua con los moros, acorriernon allí muchas gentes. Y los grandes e caualleros que con el Rey
se fallaron, et los otros que después vinieron, como quiera que conoçieron bien aquello que el Rey
fizo ser necesario para librar los suyos del daño que reçebían, pero veyendo de quanto preçio era la
vida del Rey para la conservación de todos, le dixeron que pues tantos grandes y tan buenos
capitanes y caualleros avía en su hueste, le plugiese en semejantes casos seruirse dellos y guardar
su real persona; porque el príncipe que ama a sus gentes, guarda si uida, que es vida de los suyos.
Y que considerase quántas huestes fueron perdidas por la cayda de su rey, e por ende le suplicaua
que dende en adelante les ayudase con la fuerça de su ánimo gouernado, y no con la de su cuerpo
peleando. El Rey les respondió que les tenía en seruicio lo que le dezían, et que no podría
buenamente sufrir ver los svyos padecer, y no aventurar su persona por los saluar. E de esta
respuesta todas las gentes ovieron gran placer, e tomaron grande esfuerço, porque veyan que como
rey los gobernaua, e como buen capitán los socorría»794.

La historiografía tradicional hispánica afirmaba que, durante la Guerra de Granada, se


fue imponiendo una nueva concepción de la doctrina caballeresca a través del conflicto
con la perspectiva más tradicional de este ethos. De hecho, se representaba la línea de
actuación más tradicional, a través de la figura de don Rodrigo Ponce de León. En el otro
extremo, la tendencia más innovadora del ethos caballeresco, personificada en el duque
de Media Sidonia, Enrique de Guzmán, noble más cercano al movimiento cortesano de
influencia renacentista. Mientras el primero había participado activamente en el
conflicto, mostrando arrojo y determinación en la lucha contra el moro, el segundo
acudió con a la cabeza de su hueste cuando la necesidad del rey lo requería, limitándose a
cumplir sus funciones como vasallo real. Pero aunque las crónicas atestiguan el hecho de
que se estaba librando la lucha interna entre dos perspectivas contrapuestas cabe destacar
que esta dualidad no reflejó la realidad del momento. A pesar de la proyección de índole
humanista, las crónicas del periodo aún refieren la aparición de actitudes entre las tropas
castellanas que denotaron la pervivencia de los valores más clásicos de la caballería.

El incomparable marco de la Guerra de Granada se prestaba al ejercicio de una idea


caballería totalmente vacua, basada simplemente en la exposición de unos símbolos de
estatus social superior. En ese sentido, algunos grandes aristócratas del reino parecían
contemplar la Guerra de Granada como una especie de gran torneo caballeresco, donde
presentar sus estandartes y enseñas en un suntuoso despliegue de lujo y poder. Este tipo
de comportamientos presuntuosos flaqueaban los umbrales de la modernidad más
profana, desacralizando la principal función cívica de esta institución. Por este motivo,

794
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. 266-267.

415
José Fernando Tinoco Díaz

los propios reyes tuvieron que tomar partido e imponer un férreo control sobre el carácter
y ejemplaridad de los que estos aristócratas hicieron gala al llegar al campo de batalla.
Verbigracia, el cronista Fernando del Pulgar reconocía que los mandatarios de Castilla se
vieron obligados, durante la campaña de 1485, a interceder para dar a entender al duque
del Infantado, don Iñigo López de Mendoza, «cuánto daño e cuán poco fruto avía en
aquellos gastos exçesivos, rogándoles que los tenplasen, espeçialmente en tienpo de
guerra, porque los otros tomasen ejenplo»795. Sin embargo, los reyes nunca permitieron
que los comportamientos caballerescos más tradicionales llegaran a ser eliminados del
real castellano. Esta faceta aún suponía una parte esencial de la esencia de la caballería
cortesana, aquella asentada sobre unos modelos de comportamiento carentes de sentido
más allá de la mera representación de la ostentación social. De hecho, Pulgar atestigua
que el propio duque del Infantado incitaba a sus tropas a:

«[…] mostrar los coraçones en la pelea, como mostramos los arreos en el alarde; e si os
señalastes en los ricos jaezes, mejor os devéis señalar en las fuentes fazañas. Porque no es bien
abundar en arreo et falleçer en esfuerço […] que como ovimos la onrra de onbres bien arreados, la
avremos de caualleros bien esforçados»796.

En muchos momentos, la Guerra de Granada pareció convertirse en una auténtica


celebración de la caballería cortesana. Este espíritu tiñó los más diversos aspectos
sociales relacionados con estas campañas, estando presentes en elementos como los
juegos y alardes que se realizaban en la propia corte, e incluso en otras facetas de la
cultura caballeresca, como los llantos por los caballeros caídos. Esta perspectiva
romántica del sacrificio caballeresco quedó especialmente presente en el caso de la
muerte del comendador Martín Vázquez de Arce (1461-1486), más conocido como el
―doncel de Sigüenza‖. Cabe destacar que este caballero de la Orden de Santiago, murió
en una correría por la «Acequia Gorda de la Vega granadina», encabezada por el duque
del Infantado, durante los últimos episodios de la conquista de la capital del emirato797.
Asimismo, se aprovechaban los periodos de prórrogas para realizar grandes festividades,
donde los caballeros pudieron mostrar su maestría en la liza798. A medida que el ocaso
granadino comienza a vislumbrarse, este tipo de comportamientos se intensificaron en el
propio campo de batalla. Este fue el caso del asedio de la capital nazarí, momento en el

795
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 149.
796
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 230.
797
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 237-239.
798
Sobre este tipo de actos, junto con una amplia bibliografía al respecto, se remite al estudio de
FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: La Corte de…, op.cit., pp. 344-360.

416
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que las proezas individuales encontraron lugar dentro de las grandes batallas. Durante el
largo sitio de la capital, no pocos caballeros musulmanes y cristianos tomaron liza en
grandes duelos personales. Alonso de Palencia atestigua que:

«Un moro de Baza, notable por sus extraordinarias fuerzas y destreza, provocó a Martín
Galindo a singular combate, que se verificó al punto en presencia de numerosos testigos de ambos
campos. Nuestro adalid derribó en tierra con su lanza a su contrario, gravemente herido […]
Mientras los moros se ocupaban en transportar a la ciudad al herido agonizante, los nuestros
acompañaron a su adalid hasta el campamento»799.

Entre todas estas facetas que pretendían ensalzar la pervivencia de los valores
caballerescos más clásicos, también destacaron los ritos destinados a armar caballero a
un individuo que hubiera destacado en el campo de las armas. Este tipo de actos eran
considerados propios del oficio de reyes, pues

«A los Reyes pertenesce en su real actividad, y por la soberana dignidad suya ennoblecer y
criar y facer nobles a las personas que son de virtud dotadas, especialmente aquellas que en
condiciones, crianza y custumbres no se apartan de verdadera nobleza; la qual no sea cosa que
comprar se pueda por precio ni por riquezas, salvo solamente por notables et leales obras y usanza
virtuosa»800.

Durante la Guerra de Granada, tales ceremonias fueron bastante frecuentes como


resultado de acciones militares heroicas, como la protagonizada por Pérez de Pulgar que
se mencionó con anterioridad, o de grandes victorias y conquistas especialmente
destacas. Tal fue el caso de la toma castellana de Málaga (1487), que supuso la
culminación de la conquista del flanco occidental de emirato nazarí. Afirma Andrés
Bernáldez que los nombres de los principales «los nombres de los grandes de Castilla que
se hallaron presentes en la dicha victoria [sobre Málaga], no es razón que queden en
silencio, pues ovieron parte de gloria en ella, e fueron vitoriosos sirviendo a su rey
[…]»801. Durante las fiestas de celebración por aquel vencimiento, un desconocido
Francisco Ramírez fue armado caballero «considerando [el Rey] los trabajos y fechos de
armas que aquel Françisco Ramirez fizo en aquellos conbates, hallándose digno del

799
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 407.
800
Citado en NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos del poder..., op.cit., p. 229; del mismo autor:
Ceremonias de la…, op.cit., pp. 73-76; FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: La corte de…,
op.cit., pp. 360-365. Cabe destacar que durante este periodo, básicamente se produjo el nombramiento de
«caballeros de privilegio»: rango que se podía a conceder tanto a nobles como a pecheros y que suponían la
misma exención fiscal que las hidalguías, transmisibles de forma hereditaria a condición de continuar
dedicándose al servicio de las armas cuando el soberano lo reclamase.
801
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 199-200.

417
José Fernando Tinoco Díaz

honor de la Cauallería, le armaron cauallero en aquella torre que ganó por conbate»802.
En el caso de la nobleza, la obtención de este honor por parte de los descendientes de un
linaje llegó a ser considerada como una importante fuente de prestigio para el resto de la
familia. Por este motivo, los grandes señores intentaban que sus hijos fueran armados
durante la prosecución de importantes victorias, de manera que su nombre fuera ligado a
este significativo acontecimiento de por vida. El propio príncipe don Juan, contando solo
con diez años de edad, fue investido caballero mientras el ejército castellano llevaba a
cabo el largo asedio a la capital nazarí:

«El príncipe don Juan fué al real, donde fué armado caballero, junto a la acequia gorda; e
fueron sus padrinos el duque de Medina Sidonia y el marqués de Cáliz, estando el príncipe y el
Rey su padre, que lo armó caballero, cavalgando. El príncipe, armado caballero, armó caballeros
aquel día a fijos de señores»803.

En ese afán de la cronística castellana por resaltar los valores de esenciales del ethos
caballeresco más tradicional, la definición caballeresca de la Guerra de Granada también
alcanzó al enemigo musulmán. Verbigracia, un defensor tan firme de la verdadera
nobleza, como fue don Diego de Valera, no dudaba en identificar al joven emir del reino
nazarí Boabdil, como un «caballero esforçado»804. Pero, para este cronista, las hazañas de
estos guerreros islámicos también debían de ser reconocidas al igual que sucedía con los
triunfos de las tropas castellanas, pues ¿pues quién podria á los tales la ciuil nobleza ó
fidalguía denegar?»805. En las obras tratadísticas de este castellano, se denota cómo la
condición noble de los musulmanes constituía un valor a respetar por el bando cristiano,
pues «―Sy vn moro catiuo nuestro, que segunt su ley o ó seta era noble, será noble cerca é
nos; cierto es que non pues es sieruo; é asy vno de nuestros nobles preso entre los moros,
mas recobrando su libertad, cada vno destos será noble commo primero sea [...]»806.
Asimismo, en el caso de las conversiones, esta categoría moral también debía ser
respetada por los reyes, pues:

«[…] no sola mente los tales rretienen la nobleza ó fidalguía despues de convertidos, ántes
digo que la acrescientan, lo qual se prueua por rrason necesasaria é auténtica abtoridad; ca cierto es
que los tales, despues de venidos en el verdadero conoscimiento, están en potencia de gozar de la

802
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 325.
803
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 444.
804
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 118.
805
VALERA, DIEGO DE: ―Espejo de verdadera…‖, op.cit., pp. 212-213.
806
VALERA, DIEGO DE: ―Espejo de verdadera…‖, op.cit., p. 179.

418
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

theologal nobleza, de la qual eran desterrados ó desheredados seyendo fuera de la rreligion


cristiana»807.

A través de esta perspectiva caballeresca del rival, se esperaba que los guerreros
castellanos mostraran un respeto digno de su condición a estos enemigos, de manera que
el trato respecto ante estos nobles nazaríes hiciera aumentar la calidad moral y magnitud
de las victorias cristianas808. De hecho, el respeto al enemigo, aunque su condición
religiosa fuera musulmana, aparece en más de una ocasión durante el conjunto de
crónicas contemporáneas a este periodo. Uno de los ejemplos más significativos es el
producido cuando el conde de Cabra captura a Boabdil tras la batalla de Lucena (1483).
Para consolarle, el noble castellano:

«[…] le dixo que si como ome discreto considerase el presuroso mouimiento de las cosas
vmanas, ni la prosperidat que poco antes tovo le devía alterar, ni la aduersidad que tan presto le
vino le devía entristecer. Porque asy como el bien pasado no tuvo firmeza, así el mal presente se
puede mudar. E con estas et semejantes palabras consolándole, et guardándole la honrra que devía
como a un rey, lo llevó preso a la su villa de Baena»809.

Para María Carmen Martín, todas estas muestras de enaltecimiento de los valores
caballerescos que quedaron recogidas en la cronística, dan muestra de que, durante este
periodo, «dialéctica, literatura y realidad se nutren mutuamente [...] en perfecta
simbiosis, consiguiendo así integrar la caballería, entendida en su sentido más amplio
como ―lenguaje‖ social, cultural, ético y religioso, al servicio de su ideario y proyecto
político»810. En ese sentido, el comportamiento de estos caballeros denotaba su sumisión
ante una nueva forma de entender la guerra, que nació en el seno del tradicional sistema
de valores feudo-vasallático de índole cristiano. El conflicto frente al emirato demostró
ser así la oportunidad idónea de mostrar un compromiso con la nueva concepción de la
victoriosa idea de monarquía impuesta por los Reyes Católicos, que representaba el
esfuerzo colectivo en la búsqueda de un Bien Común para el pueblo castellano en
conjunto. El deber de estos guerreros en el campo de batalla quedaba dignificado en sí
mismo, puesto que ya no se combatía por el mero hecho de destacar en la liza frente al

807
VALERA, DIEGO DE: ―Espejo de verdadera…‖, op.cit., pp. 206-208.
808
Al respecto, es interesante consultar LACARRA DE MIGUEL, JOSÉ MARÍA: «Ideales de la vida en la
España del siglo XV: el caballero y el moro» En Medievalia, nº 10. Barcelona: Universitat Autònoma de
Barcelona: 1992, pp. 203-216
809
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 69.
810
MARTÍN PINA, MARÍA CARMEN: «La ideología del poder y el espíritu de cruzada en la narrativa
caballeresca del reinado fernandino» En Sarasa, Esteban (coord.): Fernando II de Aragón. El Rey Católico.
Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1996, pp. 87-105, p. 105.

419
José Fernando Tinoco Díaz

moro, sino por obtener el reconocimiento de la sociedad castellana y el de sus reyes. De


este modo, el ejercicio de los valores caballerescos fue canalizado para consolidar la
imagen de una contienda que iba más allá de suponer una mera guerra de conquista, para
configurarse como una iniciativa bélica que recuperaba los valores más ancestrales de la
sociedad castellana. De hecho, sus propias hazañas se convirtieron en la propaganda
perfecta de la determinación que los Reyes Católicos esperaban de sus súbditos, de modo
que los musulmanes «quedaron los moros de Granada muy atemoriçados del rey don
Fernando, de ver tanta y tan noble caballería y gente como llevaba»811. Como determina
tal sentencia, al frente de este cuerpo caballeresco se encontraba el propio rey aragonés.
Él era el primer caballero de este ejército, pero también el principal caudillo de la hueste
castellana. La voluntad de canalizar la tradicional doctrina caballaresca en torno a la
dirección y control de la figura del rey determinaba una nueva perspectiva de este
conflicto mucho más unitaria:

«No digo yo que las constituciones de la caballería no se deven guardar por los inconvenientes
generales que no se guardando pueden recreacer, pero digo que deven ser añadidas, menguadas,
interpretadas y en algunos casos templadas por el príncipe, aviendo respeto al tiempo, al logar, a la
persona y a las otras circunstancias y nuevas cosas que acaescen, que son tantos y tales que no
pueden ser comprehendidos en los ringlones de la ley»812.

Los reyes castellanos fueron conscientes de que esta contienda no iba a resolverse
gracias a grandes alardes de valor individual, sino a través de una concepción de la
guerra mucho más unitaria, que implicaría al conjunto de todos los súbditos del reino
castellano. De hecho, poco antes de su entrada en Granada, los propios soberanos
quisieron hacer partícipes a estos grandes caballeros de la conquista definitiva de la
capital del emirato y, según recoge Diego Ortiz, enviaron una epístola a todos ellos:

«[…] en cuya carta de mandato dicen los Reyes: -querian, aunque la guerra estaba tan cerca de
su conclusion, que se hallasen á la entrega de la ciudad sitiada, en que mediante Dios habiam de
entrar en breve, porque los que habian tenido tanta parte en la conquista de aquel Reyno, fuesen
testigos de su última victoria-»813.

En una línea semenaje, el autor anónimo de la crónica de Ponce de León se sirve de la


afirmación de que este servicio a unos reyes que parecían guiados por la propia
providencial, auguraba una recompensa material e incluso espiritual. Este discurso

811
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 135.
812
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros varones de…, op.cit., p. 99.
813
ORTIZ DEZÚÑIGA, DIEGO: Anales eclesiásticos y..., op.cit., p. III, 149.

420
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pretende promover la adhesión del conjunto de la sociedad castellana a esta empresa


divinal, pues solo así podría lograrse un objetivo tan alto como era la redención del
pueblo hispano:

«Y todos los que fueren obedientes al seruiçio y mandamiento de sus reyes naturales, Dios les
honrrará mucho y les dará grandes bienes a los cuerpos y ánimas, dexando gloriosas famas y
nobles memorias. Y los que la contra fizieren, presto ensenna Dios su vengança [...] ¡O, caualleros
de Castilla! Plega a Dios nuestro Sennor que vos dexe acabar en su verdadera penitençia porque
vuestras ánimas se saluen, y lynpiamente procurando la honrra y estado de la Coronal real [...] Y
esto, sennores, digo porque todos en persona y con todos vuestros estados, e con muy alegres
coraçones, deuéys seruir e ayudar a tan noble rey a destruyr todos los moros y herejes, ensalçando
la santa fe cathólica. En esto Dios será muy seruido, y sonará por todo el mundo la grand lealtad y
gloriosa fama de vuestras nobles y virtuosas presonas; y más, la gloria eterna del paraíso, commo
non aya otra bienaventurança saluo seruir a Dios derechamente. Y en breue tiempo veréis cosas
marauillosas, esecutando Dios sus luengas venganças con derecha justicia contra todos los malos,
e dando grandísimas victorias a los que tienen meresçimiento por virtudes» 814.

5.3. EL CARÁCTER FEUDAL DE LA CONTIENDA Y SU PROYECCIÓN


NACIONAL.

5.3.1. EL PROTAGONISMO PRINCIPAL DE LOS REYES CASTELLANOS EN LA PROSECUCIÓN


DE ESTE CONFLICTO.

Tras la victoria de doña Isabel en la cuestión sucesoria por la herencia del reino, la
corona se preocupó por restaurar paulatinamente los vínculos de vasallaje que unían al
estamento nobiliario con el rey. Para ello, los nuevos monarcas no dudaron en incentivar
el perdón de aquellos miembros de la nobleza que habían participado en el conflicto a
favor de la facción perdedora. Este tipo de medidas brindaron una oportunidad única para
que los prohombres castellanos se mostraran a favor de la nueva reina castellana, pero no
de que las luchas internas entre ellos, anteriores al propio conflicto civil, concluyeran.
Los reyes debían incentivar la aparición de una causa común en la que aglutinar a estos
grandes señores de la guerra en el conjunto de la sociedad castellana. En ese sentido, la
iniciativa cristiana frente a Granada se alzó como la forma idónea para que los nobles y
caballeros al servicio del reino, participaran en un conflicto a favor de la corona
castellana y sus súbditos. En esta empresa podrían demostrar sus virtudes al servicio de
una monarquía que pretendía consolidar su faceta unificadora y orientadora del conjunto
del reino hispano en torno a la búsqueda del Bien Común del conjunto del reino hispano.

814
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 245-246.

421
José Fernando Tinoco Díaz

Gómez Redondo determina que durante esta etapa, se generó una «nueva caballería de
los Católicos [que fue] soporte de la expansión militar promovida por los reyes»815. En el
momento en el que se inició la cuestión castellano-nazarí, muchos grandes señores
participaron en la contienda movidos por estos lazos de dependencia. La cronística del
periodo se encargó de mantener vivo este espíritu al exaltar el «orden, exerçiçio y
obediencia» demostrado por estos leales vasallos castellanos. El propio duque de Medina
Sidonia, al llegar al real durante el duro asedio de Málaga (1487), le recordaba a la reina
que «la necesidad del rey llama al cauallero leal, avnque el rey no le llame; y que él venía
allí a los servir [...] con la fidelidat que aquellos donde él venía avía seruido a los reyes
sus progenitores»816. De una forma semejante, Rafael Peinado ha definido muy
acertadamente este ethos caballeresco castellano, como una institución «vasallática y
teocéntrica, pues creía en la soberanía suprema de un Dios que dirige el mundo por
medio de unos príncipes por él elegidos, y de quienes, a su vez, los miles eran meros
agentes subordinados del poder e indirectos servidores de Dios y la Iglesia»817. Sirvan
para ilustrar estas palabras, el siguiente fragmento de la crónica de Juan Barba, en la que
el poeta se vanagloriaba de que:

«[…] noten aquellos los buenos guerreros/ discretos varones de toda Castilla/ con qué duçes
modos en maravilla/ los reyes aplican a sus cavalleros;/ cómo los onran, cómo los quieren/ cómo
recíben reales plazeres/con todos sus hijos y con sus mugeres,/ con ánimo claro quantos vinieren.
Cómo grandeçen con graçias devidas/ a sus naturales y todas sus tierras,/ y quánto les plaze de los
qu‘en las guerras/ consiguen su grado como sus vidas;/ y cómo las gracías de Dios repartidas/ son
en los onbres según su poder;/ cometen los fechos con gran entender/ a los que las graçias tienen
subidas. Y por sus altezas ser tan amados/ de duques y condes, marqueses, varones,/ van los
serviçios de claras razones/ con tod‘afiçión en muy altos grados;/ son ellos servidos de todos
estados/ y recíben gloria con sus cavalleros/ y ellos con ellos an gozos enteros,/ don son por el
mundo mucho loados»818.

Las fuentes castellanas afirmaron que cuando estalló el conflicto, los servidores de
los reyes se mostraron prestos a colaborar en la defensa de la frontera, como era su
principal responsabilidad. En ese sentido, Fernando del Pulgar recoge un episodio
acaecido entre el condestable de Castilla, Pedro Fernández de Velasco, y la propia reina
Isabel, quién le hizo llamar para «dexar el cargo de la justicia en toda la tierra de allende

815
GÓMEZ REDONDO, FERNANDO: Historia de la prosa de..., op.cit., pp. I, 84-89.
816
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 317-318.
817
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., p. 498.
818
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., pp. 265-266.

422
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

los puertos, juntamente con el almirante don Alfonso Enrríquez». Sin embargo, Pulgar
afirma que el caballero le respondió en estos términos:

«-Señora, sy en estas partes oviese necesidad de guerra, como la ay en Andaluzía, sería en


vuestra eleçión mandarme que os siruiese en qualquiera de las guerras que mandásedes. Pero
aviendo, por la graçia de Dios, paz en todos vuestros reynos, et guerra con los moros, no es cosa
razonable que, yendo el Rey a la guerra, quede yo en la tierra paçificada, teniendo como vuestro
condestable el cargo principal de vuestras huestes.Por donde vmildemente suplico a Vuestra real
Magestad que no me mande hazer aquello que yo avría por malo, y las gentes no avrían por
bien»819.

De una forma semejante, el cronista también destaca en que los señores eclesiásticos
del reino se prestaron a tomar partido en esta contienda cuando la necesidad así lo
demandada. Durante el asedio a Vélez Málaga (1487), por ejemplo, Pulgar afirma que:

«[…] el cardenal de España, que avía quedado con la Reyna, ofreçió sueldo a toda la gente de
cauallo que le quisiese seguir, et se dispuso a partir luego de Córdova et yr do el Rey estaua, para
se hallar con él et con la gente de los cristianos en aquella neçesidat [del asedio de Vélez
Málaga]»820.

A pesar de que el conflicto frente al emirato se rigió por unos planteamientos muy
cercanos a la tradicional forma de entender la guerra en Castilla, cabe destacar que el
inicio de contienda planteó cuestiones muy singulares. De hecho, fue algo especialmente
particular para los castellanos, el hecho de que el monarca del reino durante este periodo
fuera mujer. Aunque doña Isabel había ganado en el campo de batalla el derecho a ser
reina, la sociedad hispánica consideraba que este tipo de lances bélicos necesitaban del
férreo mando de un varón. Por este motivo, don Fernando siempre atrajo la atención de
los principales narradores del periodo como cabeza de la caballería de los reinos de
Castilla y Aragón. Al fin y al cabo, el aragonés había demostrado con creces su buen
desempeño en el arte militar desde la propia Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479).
Así, el cronista Fernando del Pulgar reconoce que el rey de Aragón, «desde su menor
hedat fué criado en las guerras que el rey su padre tovo en la tierra de Cataluña, e en
aquellas partes, y era bien mostrado en todos los actos que se requerían para la disçiplina
militar, e tenía buena yndustria en las cosas del canpo»821. En un fragmento de su misa de
acción de gracias, fray Hernando de Talavera también determina que «por medio del

819
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. I, 19-20.
820
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 276.
821
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 403.

423
José Fernando Tinoco Díaz

brazo potentísimo de su invictísimo esposo, [Isabel] no solo conservó su reino, sino que
le devolvió su integridad»822.

Cabe destacar que algunos autores castellanos, posiblemente reacios a la


conceptualización de una monarquía femenina, pusieron especial énfasis en esta idea de
que don Fernando debía encabezar las fuerzas cristianas en liza. Este fue el caso de
Alonso de Palencia, el cual no dudaba en reconocer que cuando llegó el rey al
campamento castellano, se produjo «gran alegría de la Reina, y no menos entusiasmo de
los moradores, recelosos del buen éxito de la Guerra de Granada con otro caudillo que no
fuese D. Fernando, por reunir en su persona, a una dignidad suprema, todas las dotes de
un gran general»823. Pero las crónicas castellanas atestiguan que don Fernando siempre
tomó partido en estas contiendas castellanas siguiendo los designios de la «reina
propietaria» de Castilla, para «secundar los vivos deseos de su carísima esposa D.ª Isabel
de hacer la guerra a los granadinos»824. En el aspecto táctico, parece que las grandes
decisiones estratégicas de la empresa fueran tomadas por ambos cónyuges, aunque la
determinación de la reina Isabel acabó por imponerse al criterio de su marido en algunas
de las decisiones más importantes tomadas en torno a la prosecución de esta iniciativa.
De hecho, es muy posible que fuera ella quien decidiera aplicar algunas de las propuestas
expuestas por mosén Diego de Valera, en su famosa epístola XVI, fechada el 10 de
febrero de 1482, donde el castellano expone un verdadero plan de campaña destinado
planificar las futuras operaciones bélicas frente al emirato nazarí825. Pero en el momento
en el que comenzó realmente el conflicto frente al emirato nazarí, el monarca aragonés
dirigió al ejército castellano en algunas de las primeras incursiones en territorio
musulmán, como fue el primer intento de asedio a la plaza musulmana de Loja (1482).
Esta tentativa acabó en una destacada derrota de las fuerzas cristianas. Al respecto de este
triste desastre, afirmaba Alonso de Palencia que:

«[…] antes que el Rey partiera, abortó D.ª Isabel […] no sin que muchos achacasen a mal
agüero la rareza del caso, principalmente por haber dispuesto el Rey el mismo día retirar
ceremoniosamente las banderas en aquella solemnidad, cuando era costumbre celebrar la

822
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 27.
823
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 118.
824
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 44.
825
EDWARDS, JOHN: Isabel la Católica…, op.cit., p. 92; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos.
El tiempo de…, op.cit., p. 133.

424
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

procesión antes de la misa; y esta desusada tristeza y cierto alarde de abatimiento pareció presagio
de algún desastre»826.

Más allá de atribuir la suerte de tal empresa a la funesta decisión del monarca
aragonés de desoír estos aciagos augurios que antecedían a su marcha, su derrota tuvo
origen en la propia decisión de atacar Loja (1482). Don Fernando había pedido consejo
para decidir el objetivo de esta empresa con anterioridad a sus principales consejeros
castellanos. En ese sentido, las fuentes recogen diversas respuestas a tal requerimiento.
Diego Valera sabía que la ciudad malagueña había sufrido una importante escasez de
cereales durante 1480, que sumada a la importante crisis de peste que asolaba la ciudad
con anterioridad, incidió sobremanera en la penuria económica de la urbe malagueña. La
población se encontraba diezmada y sin una defensa consistente frente al peligro que
pudiera suponer un asedio cristiano por sorpresa, como el castellano sugería en una de
sus epístolas827. Asimismo, otros nobles andaluces, como fue el caso del marqués de
Cádiz, también propusieron otros diversos objetivos. En la Historia de los hechos del
marqués de Cádiz, se expresa que don Rodrigo Ponce de León animó a los monarcas a
tomar la villa de Álora, reconociendo que la proposición de asediar la población lojeña
podía ser muy peligrosa debido a los refuerzos que los musulmanes habían situado en la
plaza828.

A pesar de estos valiosos consejos, don Fernando decidió atacar Loja a finales de
junio, cuando aún el ejército no había estado completamente formado y todas las medidas
tácticas debieron ser decididas sobre la marcha. El real se asentó en unas grandes cuestas,
apartadas unas de otras. Esto genero una la difícil comunicación entre los diferentes
826
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 45-46. Este hecho se asentó posteriormente
en la cronística hispánica, de manera que Zurita destacaba en su crónica que «Vn dia antes, que el Rey auia
de partir [hacia Loja], que fue a veynte y nueve de Iunio, pario la Reyna en aquella ciudad vna hija a tres
horas del dia que fue la infante doña Maria y aborto luego otra y como los Andaluzes, por la vecindad de
los Moros, quenian en aquel tiempo mucho de agoreros, lo tuuieron por mala señal y porque lleuando a
bendecir las banderas a la Iglesia mayor de Cordoyoa, con la solenidad, y ceremonia, que se acostunbra,
pasando la procesión por la ciudad, se vio que yuan todos con semblante de gran tristeza que a su parecer
amenazaua alguna grande aduersidad»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 316r. De igual forma,
Juan de Mariana afirmaba que «Parió (la Reina) dos criaturas á veinte y nueve de julio, la una en tiempo
que se llamó doña María, la otra por nacer antes de tiempo no vivió. El vulgo tomó desto ocasion para
hablar diversamente, y hacer pronósticos sobre aquella guerra, unos de una manera y otros de otra, como á
cada cual se le antojaba. El temor que muchos tenian, se aumentó por una tristeza estraordinaria que se veia
en los que llevaban los estandartes reales á la iglesia Mayor para que allí los bendijesen otros se burlaban
de todo esto como de cosas vanas y que suceden acaso»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de...,
op.cit., p. 94.
827
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de Mosén…, op.cit., p. 67.
828
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 210.

425
José Fernando Tinoco Díaz

cuerpos del bando castellano. Los granadinos aprovecharon esta coyuntura, acometiendo
al real sobre la cuesta llamada Santo Albohacen. El maestre de Calatrava, Rodrigo Téllez
Girón, murió en esta acometida, junto con otros muchos caballeros castellanos. Entonces
el rey comprendió la mala situación en la que se encontraba el grueso de sus fuerzas, y
determinó la retirada de su ejército, reconociendo así el primer gran fracaso cristiano en
estas campañas829. Diego de Valera destaca que la divinidad había protegido a los
grandes caudillos castellanos durante este fracaso, en tanto «quiso Nuestro Señor que los
prinçipales se salvaron, por que se pudiesen remediar muchos de los que allí se
perdieron; como, a Nuestro Señor graçias, después se hizo»830. Sin embargo, el hecho
causó una honda impresión en el conjunto de fuentes castellanas del periodo. A pesar de
que éstas reconocían la gravedad del asunto, también inciden en que el mismo «fué
escuela al rey este cerco primero de Loxa, en que tomó lición e deprendió ciencia, con
que después fizo la guerra e con ayuda de Dios ganó la tierra, según adelante será
dicho»831. En todas estas narraciones contemporáneas de este episodio, quedó de
manifiesto la necesidad de encarar la empresa frente a Granada desde una nueva
perspectiva que alterara el tradicional ritmo de las iniciativas fronterizas.

Durante la etapa inicial del conflicto, el papel de la corona no fue tan protagonista
como pudo serlo en el fracasado cerco a Loja. Los reyes se limitaron a dirigir, de manera
tibia, algunas de las talas y correrías de los grandes señores castellanos en territorio
nazarí. En contraposición, la labor de los principales caudillos andaluces destacó
sobremanera, en tanto éstos eran «generales sobresalientes en la guerra y conocedores
sobre los demás de la táctica enemiga, porque nacieron, se educaron y ejercitaron desde
pequeños en las armas de los moros, de quienes eran vecinos»832. Como afirma Manuel

829
Al respecto de este episodio, véase CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit.,
pp. 465-468; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 43-44; LÓPEZ DE COCA
CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., p. 416-418; BARRIOS AGUILERA,
MANUEL: «La toma de…», op.cit., pp. 228-236.
830
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 165.
831
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 125.
832
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 147. Los autores castellanos posteriores a esta
disputa, como es el caso de Pedro de Medina, no dejaron de destacar esta labor crucial de la nobleza
andaluza en la prosecución de la conquista del emirato nazarí: «La gente de Andalucía hallo yo que es la
mas belicosa y fuerte, y de mas ánimo que otra ninguna de España; porque esta provincia fué la que mas
tiempo sostuvo la guerra contra los moros del reino de Granada, por ser tan junta y vecina con él; y esta es
la que agora tiene guerra contra los moros de Africa»; MEDINA, PEDRO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 261.
De forma semejante, Juan de Mariana afirmaban que durante toda esta contienda, «los soldados de
Andalucía y los capitanes así de su voluntad como por mandado de la reina trataban con mucho calor de
hacer guerra á los moros. Persuadianse que pues los principios procedian prósperamente y casi sin tropiezo,

426
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

González, la importancia de estas tropas andaluzas venía impuesta por la proximidad de


la región y por su experiencia en conflictos fronterizos principalmente833. Estos señores
de la guerra fronteros y los maestres de las órdenes militares castellanas, recibieron de la
corona la ocupación de defender las fronteras con el emirato, a la par que realizaron
incursiones para atacar débiles núcleos poblacionales de la geografía nazarí. Este tipo de
entradas tenían como objetivo debilitar la economía del reino musulmán, eliminando los
principales medios de sustento de los grandes núcleos poblacionales a través de talas
localizadas. Los éxitos cosechados en estas iniciativas, «preludio de un término
glorioso»834, demostraban que una hueste castellana en campo abierto era inexpugnable
bajo una férrea dirección señorial. Gracias a las acciones esclarecidas de estos destacados
señores de la guerra fronterizos, el mismo cronista Fernando del Pulgar reconocía que «el
Rey tributaba grandes elogios a los soldados andaluces, pues después de la toma de
Alhama (1482), frecuentemente los pueblos y los Grandes de Andalucía habían
marchado con numerosas tropas contra los moros»835. Sin embargo, no todo fueron éxitos
durante esta primera fase de la contienda. Las derrotas sufridas por el bando castellano
durante 1483, unido a la falta de una destacada hazaña que se asemejara al éxito
conseguido en la conquista de Alhama, denotaron que las incursiones fronterizas de estos
señores andaluces no hubieran decidido la contienda por sí mismas.

En esta primera etapa de la contienda castellano-nazarí, el dinamismo de las


intervenciones bélicas llevadas a cabo por el bando castellano, no contaban con una
verdadera constancia más allá del propio fin de hacer la guerra al emirato nazarí. Diego
de Valera se mostraba favorable a continuar con esta estrategia señorial de llevar a cabo
un paulatino desgaste de los territorios musulmanes, en tanto «paresce se deuíe hacer la
tala en Granada con gente poderosa, porque sy ouiese resystencia no se pudiese daño

que lo demas sucedería como deseaban. Con este intento no cesaban de espiar los intentos de los enemigos,
sus pretensiones y caminos, sin aflojar ni descuidarse en cosa alguna, ni dejar a los enemigos alguna parte
segura. No descansaban de dia ni de noche, ni en invierno ni en verano antes ordinariamente hacían
correrías, y todo mal y daño en los todos los lugares que podian»; MARIANA, JUAN DE: Historia General
de..., op.cit., p. 100.
833
Este autor tuvo oportunidad de analizar esta aportación de medios hombres preeminente andaluza y las
diversas razones para llevar a cabo desde esta perspectiva la en GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La guerra
en...», op.cit., pp. 657-664.
834
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 115-116. En torno a este aspecto de las
incursiones y talas fronterizas, consultar SEGURA GRAÍÑO, CRISTINA: «La tala como arma de guerra en la
frontera» En VI Estudios de Frontera. Población y poblamiento. Homenaje al prof. González Jiménez.
Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 2007, pp. 717-724.
835
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 115-116.

427
José Fernando Tinoco Díaz

rescybir»836. Sin embargo, en una epístola posterior, el autor puntualiza esta perspectiva,
reconociendo su desacuerdo frente a los nobles castellanos que «afirman con talas
poderse ganar el reyno de Granada»837. Después de más de dos siglos de conflictos
fronterizos, la experiencia castellana demostraba que las talas, cabalgadas y escaladas de
las plazas más débiles, solo significaba la debilitación temporal de algunas zonas de
población nazaríes. En un corto periodo de tiempo, los musulmanes conseguían
restablecer los daños sufridos, permitiendo mantener de forma continuada una cierta
estabilidad en la disposición general de su sistema defensivo838. Si Castilla deseaba llevar
a buen puerto la guerra frente a Granada, necesitaba, por tanto, cambiar el ritmo de la
contienda y proyectar la empresa como una verdadera guerra a gran escala. Don Diego
conocía de primera mano la imposibilidad de que este tipo de acciones fronterizas
aseguraran la victoria definitiva del bando cristiano. Por este motivo, el castellano
defendía un plan estratégico basado en la acción complementaria de talas y asedios sobre
grandes objetivos del vasto sistema defensivo nazarí determinados con antelación por los
propios reyes. Este tipo de planteamientos tácticos determinaba la necesidad que fueran
estos monarcas los que se pusiera a la cabeza de la hueste, e hicieran valer su autoritario
papel de unificadores de la heterogénea hueste cristiana que se enfrentaba a los ejércitos
nazaríes. Así lo afirma Juan Barba, cuando determina que: «Daquellos eternos divinos
loores/ devidos a Dios por omipottente/ procéden al rey, qu‘es buen presydente,/ loanás
onestas con buenos señores./ Un Dios en el cíelo, un rey en la tierra,/ el reino regido por
tales abtores,/ biven en paz los pueblos menores/ y en este gran vien todo s‘ençierra»839.
Otros autores castellanos del periodo, como Alonso de Palencia, también defendieron
esta necesidad de transformar profundamente la forma de dirigir este conflicto. Según
relata este cronista, la derrota de la Ajarquía malagueña había dejado de manifiesto las
funestas consecuencias de una falta de férreo caudillaje:

«[...] la suprema autoridad del mando infundió valor a los Grandes y a las tropas confianza en
la victoria, porque antes de su llegada, inciertos acerca del general que elegiría la Reina, temían
igual desastre que en la Axarquía, donde la falta de caudillo fue causa del desorden entre los

836
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de Mosén…, op.cit., p. 57.
837
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de Mosén…, op.cit., pp. 62-63.
838
Cabe afirmar que la defensa estática del territorio era el punto fuerte de los recursos militares
granadinos, gracias en gran medida a las posibilidades ofrecidas por el relieve andaluz. De hecho, después
de la conquista, los castellanos mantuvieron en uso el 80% de las fortalezas nazaríes; LADERO QUESADA,
MIGUEL ÁNGEL: Granada. Historia de..., op.cit., pp. 252-255.
839
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., p. 171.

428
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

demás jefes. Falta es ésta en todas partes funestísima; pero especialmente perjudicial entre los
castellanos, que a impulsos de siniestras rivalidades y de diversos propósitos, se inclinan, ya a la
obediencia, ya a la desobediencia de unos o de otros, e introducen la perturbación en las filas,
donde toda vacilación origina efectos desastrosos. Bajo el mando de un Rey, este defecto de
nuestra nación tiene más fácil remedio, sobre todo porque D. Fernando era universalmente
querido, y pasado aquel vértigo, causa del desastre de los nuestros junto a Loja, dirigía los asuntos
de la guerra con gran pericia y con la conveniente prudencia; disponía todo a su voluntad con el
mayor acierto, y, finalmente, creciendo el valor con los años, ventajosamente fortificado con la
experiencia, nadie dudaba de que había de igualar al padre y al abuelo en destreza en la guerra y
superarles en gloria militar. Así, la confusión de pensamientos antes de su llegada, se convirtió
ahora en alegre confianza, y para no perder el tiempo, reunidas rápidamente algunas tropas que
iban llegando de las provincias más lejanas de Castilla, marchó, después de pasar diez días al lado
840
de la Reina, a los puntos de Andalucía señalados para esperarle en día determinado» .

Finalmente, el punto de inflexión en la forma de acometer la contienda por parte del


reino cristiano, se produjo en torno a los años centrales de la década de 1480. Según
determinaba el propio Palencia, fueron los propios vasallos reales los que reclamaron una
figura central que dirigiera el esfuerzo de las tropas cristianas hacia un objetivo común.
Sin embargo, cabe destacar que el hecho de que esta guerra pudiera evolucionar, desde
un sistema bélico heredado de tiempos anteriores, hasta definirse como un verdadero
conflicto de iniciativa y dirección real, se debe, en gran medida, al esfuerzo de
centralización y control administrativo de la corona castellana. Contra el titubeo inicial
que significó la denominada «decisión de Tarazona», los Reyes Católicos dedicaron la
mayor parte de su tiempo a llevar adelante la guerra a partir de 1484. En este año
Fernando del Pulgar escribe una epístola al prior del Paso, donde ya reconoce que «Inter
alia me mandais que os escriua nueuas: e para decir verdad de lo que yo sé, ningunas hay
de presente sino guerra de moros»841. De forma paulatina, en este periodo comenzó a
apreciarse el manifiesto deseo de los reyes por concluir definitivamente con la
independencia política del emirato nazarí. Desde este año, verbigracia, los monarcas
pasaron en las provincias limítrofes con el reino de Granada, un total de 56 meses, el
63% de su tiempo total842. Cuando Isabel y Fernando comenzaron a concebir el espacio y
el tempo de la guerra frente al emirato a través las diversas posibilidades tácticas que se
podían plantear desde una perspectiva realista, se empezó a construir una verdadera gran

840
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 120-121.
841
PULGAR, FERNANDO DEL: Letras..., op.cit., pp. 130-13.
842
RUMEU DE ARMAS, ANTONIO: Itinerario de los Reyes Católicos. Madrid, 1974, pp. 101, 194.

429
José Fernando Tinoco Díaz

estrategia operativa en torno a la conquista de Granada. En el momento en el que se


produjo esta implementación de racionalidad y equilibro en la organización del esfuerzo
en el aparato bélico castellano, la victoria cristiana frente al emirato nazarí fue cuestión
de tiempo. Pero ello exigía una sólida perseverancia y previsión de futuro, la cual solo se
aseguró con la constancia y dirección personal del propio don Fernando en campaña, y la
previsión en la selección de propósitos concretos para las diversas operaciones anuales
frente al emirato nazarí. Esta decisión acabó por configurar la Guerra de Granada «como
una gran operación de conquista paulatina, y no como quebranto y capitulación de un
reino, la cual marchaba por etapas sucesivas que nadie quería modificar»843. Desde esta
perspectiva, la contienda se convertía en una empresa guiada verdaderamente por Dios y
los reyes, donde los grandes nobles del reino participaban guiados por la determinación
de servir a estos destacados señores:

«Puédese bien creer por todos aquellos que esta Corónica leyeren, que los grandes señores et
caualleros, e los capitanes que siruieron al Rey e a la Reyna en esta jornada, ovieron singular
afición al seruiçio de Dios et suyo. Lo qual pareció en la grande obidieçia que ovieron a los
mandamientos que les eran fechos, porque desta obidiençia avida por cada vno en especial,
procedió gran concordia de todos en general; e de la concordia se siguió buen conocimiento e recto
consejo para administrar las cosas que ocurrían. E disponiendo sus personas al trabajo, et dando
exenplo a las otras gentes que se dispuyesen a trabajar, se siguió el loable fin que avemos
844
contado» .

Durante esta nueva etapa, la selección de objetivos anuales de las tropas castellanas
comenzó a estar regida por una coherente estrategia geográfica, marcada por el
conocimiento de la frontera y la situación de cada una de las fortalezas musulmanas de
los nobles andaluces que participaron en las huestes reales. Con este planteamiento tuvo
lugar las conquistas de Álora y Setenil (1484). Durante las campañas posteriores, se
produjo la aceleración en el ritmo de la conquista, lo cual fue una consecuencia directa
del progresivo aumento de peso de la incidencia real en la organización de las empresas
bélicas. Al año siguiente, Ronda fue entregada el 22 de mayo de 1485, provocando que

843
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de…, op.cit., p. 135. Ladero Quesada llega a
afirmar que «si estrategia es el arte de trazar un plan de campaña para cuya realización se cuenta con los
medios precisos, no cabe duda de que la guerra contra Granada comenzó a haberla no en 1482, ni tal vez en
1483 y 1484, años de acciones cortas, cuyo planteamiento es sencillo, pero sí desde 1485 hasta 1491: en
todos estos años hay un plan previo, posible, para cuya consecución en un período de tiempo determinado
se han tomado las providencias y se ha buscado el consejo de los entendidos»; LADERO QUESADA, MIGUEL
ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 32-33.
844
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 187-188.

430
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

toda la serranía renunciara a una resistencia que podía haber sido durísima. Con este
triunfo, los reyes conseguían acabar con la línea de defensa que dominaba la Vega de
Granada y la franja costera desde el Estrecho hasta las cercanías de la propia Málaga. En
mayo de 1486, caía también Loja, cerrando definitivamente a los nazaríes las
comunicaciones entre la zona geográfica occidental y la ciudad de Granada. De esta
manera, se eliminaba la principal fuente de abastecimiento agrícola y toda la posibilidad
de comunicación de la capital con los puertos de la zona malagueña. Transcurridos solo
dos años, esta nueva forma de entender la guerra demostró haber resultado un rotundo
éxito. La conquista castellana de un tercio del reino granadino en el mismo periodo de
tiempo que había costado a los castellanos asegurar la plaza de Alhama, hizo considerar a
Diego de Valera que se tomarían los restantes grandes centros del territorio nazarí
occidental en el plazo de un año, como así fue. Entre ese mismo mes de mayo y junio de
1486, Castilla conseguiría llevar a cabo la conquista definitiva de la Vega granadina,
tomando posteriormente las poblaciones Íllora, Monclín, Montefrío y Colomera. A
principio de 1487, la empresa de tomar la costa malagueña comenzaba a hacerse posible,
como Diego de Valera manifiesta en una de sus últimas epístolas a los reyes. En ésta, el
castellano se pregunta:

«¿Quién es que no esté atónito en ver é oyr en espacio de veinte é dos días, Vuestra Alteza
aver debelado, vencido é sojuzgado el tercio del reyno de Granada, en que ganastes treinta é dos
lugares principales, donde dexadas otras fortaleças que son asaz grandes, ay quatro en que de
rason, en cada vna dellas, ganar deviérades tardar un año?»845.

Una vez se produjo la caída de esta región, la supervivencia del territorio nazarí se
vio ligada al mantenimiento de sus cuatro bases principales, a saber, Málaga, Baza,
Almería y Granada. El resto del conflicto girará en torno a la conquista de cada una de
estas plazas centrales. Durante esta etapa crucial del conflicto, la representación del rey
como figura directora de las tropas castellanas en campaña, se fue imponiendo a la
imagen tradicional del rey castellano como adalid de la caballería del reino. Su autoridad
en el campo de batalla comenzó a hacerse incuestionable a medida que el propio monarca
dio claras muestras de su férreo mando personal. Los cronistas de la Guerra de Granada
dejan de manifiesto algunas de las amenazas que el rey realizaba para que las tropas
castellanas cumplieran sus decisiones estratégicas, las cuales estaban condicionadas por
las circunstancias de los hechos y sus aspectos tácticos. Diego de Valera, por ejemplo,

845
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de Mosén…, op.cit., p. 87.

431
José Fernando Tinoco Díaz

determina que frente a las exigencias del ethos caballeresco, «el rey mandó pregonar que
ninguno fuese osado de salir a escaramuçar de la estancia donde esoviese, so pena de
muerte»846. Don Fernando no duda en reprender con decisión las acciones que iban
contra su voluntad, imponiendo férreamente su criterio al ejército de Castilla, haciendo
muestras públicas de su ira frente a los que osaban desobedecer sus órdenes. Pero el
monarca también mostró a sus tropas una cara más paternal en los momentos de
necesidad. Alonso de Palencia recoge en su narración un episodio protagonizado por
García Enríquez, conde de Belalcázar y adalid del duque de Medina Sidonia, quién:

«[…] no pudiendo refrenar sus ímpetus […] a pesar de haber prohibido el Rey responder a
este género de combate, se lanzó con otros muchos al empeñado entre los huertos. Pero el infeliz,
herido en el primer encuentro por una saeta envenenada, no pudo salvarse ni Álvar a los suyos
[…]»847.

Al conocer esta noticia, Palencia afirma que don Fernando «acudió a toda prisa, y
encontrándose en el camino con el joven casi expirante, empezó a reprenderle
airadamente por la desobediencia a sus órdenes, causa de su perdición y de la de otros
muchos; mas cuando se enteró de la desgracia, su enojo se trocó en lástima»848. Este tipo
de sucesos hacían destacar la faceta condescendiente del rey, lo cual podía resaltar su
dimensión más cercana. De hecho, en algunas referencias cronísticas, aparecen alusiones
a comportamientos humildes, muy semejantes a los de figuras legendarias como el Rey
Tafur de la Primera Cruzada:

«El Rey, aconpañado de muchos caualleros et fijosdalgos de su hueste, andaua de vnas partes
a otras, amonestando los caualleros et capitanes que avivasen las fuerças para pelear; porque en tal
lugar estauan, que ninguna manera de guarnecer avía, saluo el buen esfuerço. Y como le truxeron
vn cauallo, dexoló et caualgó en vna mula; porque las gentes conosçiesen que, así como era Rey
849
para mandar, sería compañero en la neçesidat» .

Si don Fernando encarnaba todas las facetas del brazo armado de la sociedad, la reina
doña Isabel congregaba en su persona los valores espirituales y terrenales necesarios para
asegurar el sostenimiento de todas las necesidades de la hueste castellana. En una de sus
epístolas dirigidas al rey aragonés, Diego de Valera le recuerda que:

846
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 260.
847
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 125.
848
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 125.
849
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 274.

432
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«Dios es con vos, y en virtud vuestra é de la serenísyma princesa Doña Isabel, Reyna e Señora
nuestra, quiere destruyr é deslar la pérfida mahométyca seta, la qual [Reyna] no ménos pelea con
sus muchas limosnas é deuotas oraciones, é dando hórden á las cosas de la guerra, que vos, Señor,
con la lança en la mano?»850.

Con estas palabras el cronista castellano pretendía resaltar que, mientras el monarca
se encargaba de encabezar los ejércitos castellanos en el campo de batalla, doña Isabel
permaneció en tierras andaluzas, intercediendo por la hueste en las cuestiones referentes
al sostenimiento material y religioso del ejército castellano. Asimismo, Juan Barba le
dedica varias inspiradoras letras a estas oraciones de la reina, las cuales denotan su
importancia para el devenir de la contienda frente a Granada:

«[…] la verdad escriva los espirituales/ quel alta reyna en tanto hazía,/ que con la çeleste
cavallerýa/ ruega y pelea con los temporales. Las misas devotas, con las proçesiones,/ las
universas plegarias continuas,/ […] asý que ganaron la graçia daquella/ Madre de Dios, que fue
causa plena/ de aver el rey vitoria tan llena/ por su rogativa y por causa della»851.

La inferioridad de la mujer en materia de racionalidad y fortaleza era una creencia


muy extendida en el seno de la sociedad castellana. Empero, en este caso, el papel de la
reina no solo se limitó al aspecto religioso de la contienda. Muchos autores
contemporáneos a esta guerra se esforzaron por representar la imagen de doña Isabel
desde la excepcionalidad de una masculinización que fuera compatible con su condición
femenina. Vebrigracia, Jerónimo Münzer destaca que «tanto es su conocimiento en las
artes de la paz y de la guerra, tanta su penetración, que parece tiene todas las virtudes en
mayor grado que se admite en el sexo femenino […] Durante la conquista de Granada
siempre estuvo en el ejército al lado del rey, y muchas cosas fueron resueltas según sus
consejos [...]»852. Gracias a estas muestras de tenacidad por parte de la reina, un
apasionado defensor de la figura de don Fernando, como fue Alonso de Palencia, se vio
obligado a reconocer que en el feliz resultado de esta campaña «influyeron no poco las
virtudes de la Reina, sus ardientes súplicas al Altísimo y su innata caridad hacia los que
formaban en el ejército cristiano»853. Estas manifestaciones coetáneas ponen de

850
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 87. Las palabras expresadas en esta epístola fueron
también incorporada a la propia crónica de mosén Diego de Valera; VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…,
op.cit., p. 7.
851
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., p. 171.
852
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 273. Al respecto, es interesante consultar la
reflexión de EDWARDS, JOHN: Isabel la Católica…, op.cit., pp. 70-71.
853
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 243-244. Alonso de Palencia pareció haber
tenido grandes dificultades para aceptar el hecho de una mujer monarca. A lo largo de su crónica sobre la

433
José Fernando Tinoco Díaz

manifiesto que la imagen de virgo bellatrix acuñada durante la Guerra de Sucesión


Castellana (1474-1479) habían dado paso a la representación de la monarca como un
icono femenino de gobierno y mando854.

Doña Isabel puso en la empresa frente al emirato nazarí toda su obstinación personal
y política, movilizando los recursos humanos de la corte y del reino, organizando los
abastecimientos y comunicaciones de los ejércitos en campaña y los hospitales para los
heridos, y, cuando fue preciso, asistiendo en persona a diversos escenarios del conflicto
para mostrar su voluntad de concluir con la existencia del emirato. Frente a los
momentos de desánimo o menor interés, este tipo de decisiones mostraron una
determinación, que llevó a los castellanos a creer que «esta Reyna, aunque es muger,/ es
más quel Cit cauallero [...]»855. Isabel estuvo presente en el real castellano en las últimas
fases de la conquista de Loja (1486), durante el asedio a Málaga (1487), en la conclusión
del sitio a Baza (1489) y, desde 1491, en el cerco a la capital de Granada, para conocer de
primera mano el devenir de estas iniciativas. Posiblemente las razones que la llevaron a
desplazarse al frente fueron muy distintas, como queda de manifiesto en las distintas
versiones que aportan las crónicas al respecto. Según recoge Rafael Peinado, Diego de
Valera y el autor de la Historia de los hechos del marqués de Cádiz afirman que le pidió
licencia a don Fernando para ello; mientras que Fernando del Pulgar afirma que fue el
propio rey el que se lo solicitó y Palencia determina que la presencia de extranjeros
determinó tal necesidad856. Todas estas fuentes determinan que en todos estos asedios
donde estuvo presente, la reina jugó un papel capital para el sostenimiento moral de la
tropa, pues «reanimó a los nuestros, fatigados ya por los prolongados trabajos, las

Guerra de Granada, critica a la reina castellana de forma indirecta en repetidas ocasiones. La visión
palentina, al contrario que la de su predecesor en el cargo Fernando del Pulgar, ofrece de la realidad de una
sociedad abrumadoramente patriarcal, que veía en la naturaleza femenina una debilidad de carácter que
tenía su correspondencia política Este matiz de carácter posiblemente fuera clave para la destitución como
cronista real de Palencia en 1480 por orden de la reina.
854
Unas referencias más amplias a esta idea pueden encontrarse en FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES,
ÁLVARO: «La emergencia de Fernando el Católico en la Curia papal: identidad y propaganda de un
príncipe aragonés en el espacio italiano (1469-1492)» En Egido, Aurora y Laplana, José Enrique (eds.): La
imagen de Fernando el Católico en la Historia, la Literatura y el Arte. Jornadas Fernandinas
desarrolladas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza y el Palacio Español de
Niño de Sos del Rey Católico entre los días 7 y 9 de marzo de 2013. Zaragoza: Institución Fernando el
Católico-Excma. Diputación de Zaragoza, 2014, pp. 29-83, especialmente pp. 58-61.
855
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 133.
856
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL: «Ferrandi martia coniunx: Isabel la Católica y la Guerra de Granada»
En Peinado Santaella, Rafael: Guerra santa, cruzada y yihad en Andalucía y el reino de Granada (siglos
XIII-XV). Granada: Universidad de Granada, 2017, pp.157-172, pp. 166-167.

434
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pesadas vigilias, el calor, el frío y el hambre. Al reafirmarlos y fortalecerlos, quitó al


enemigo toda esperanza»857. Así relata Andrés Bernáldez la llegada de la reina al real que
se encontraba sitiando en la capital batestana:

«Llegó [la reina] al real a cinco días de noviembre, donde le fué fecho solepne recebimiento,
como solía en los otros reales. Con su venida todos los del real fueron muy alegres y esforçados,
porque en pos de sí llevava sienpre muchos mantenimientos e gentes; e creían que pos su venida se
haría más aína el partido con los moros. Los moros fueron mucho maravillados de su venida en
invierno, e se assomaron de todas las torres e alturas de la cibdad, ellos y ellas, a ver la gente del
recebimiento e oír las músicas de tantas bastardas e clarines e tronpetas italianas e cheremías e
sacabuches e dulçainas e atabales, que parescían el sonido llegava del cielo»858.

Como denota el Cura de Los Palacios, la reina jugó un papel psicológico esencial en
los asedios que se prolongaron por largo tiempo, en los que el hambre, la sed, el dolor y
la muerte fueron la tónica predominante en el real. La defensa de los musulmanes en
estos casos fue tan cerrada, que la moral de los castellanos sitiadores se vio gravemente
resentida. Pero la venida de doña Isabel anulaba cualquier atisbo de debilidad y desunión
en el bando cristiano, e incidía en el ánimo de sus enemigos, haciéndoles partícipes de la
voluntad de esta reina por no concluir con el cerco hasta conseguir la rendición de la
plaza. De hecho, Fernando del Pulgar afirma que «después del día que esta Reyna entró
en el real [de Baza] pareçió que todos los rigores de las peleas, todos los espíritus crueles,
todas las yntençiones enemigas e contrarias, cansaron et çesaron, e pareçió que
amansaron»859. Otros autores castellanos, como Pedro Boscà, se muestran orgullosos de
que, gracias a la autoridad de los reyes, en los campamentos castellanos, «no existía
ningún libertinaje, no había rufianes, ningún perjurio [...] ninguna clase de juegos de azar
se permitían en el ejército, para que no pudiese darse ocasión de comportarse mal e
857
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 133-134.
858
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 209. Al respecto de estas ceremonias de
recibimiento de la reina en los campamentos castellanos, NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Ceremonias de la...,
op.cit., p. 153. Sobre la incidencia de la presencia de doña Isabel en el ejército castellano, es interesante
consultar la reflexión de LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición...», op.cit., pp. 234-236; SEGURA GRAIÑO,
CRISTINA: «Las Reinas Castellanas y la Forntera en la Baja Edad Media» En Toro Ceballos, Francisco y J.
Rodríguez Molina, José (coords.): IV Estudios de Frontera: Historia, tradiciones y leyendas en la frontera.
Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp. 519-533, 522-532; LETHFELDT, ELIZABETH A.: «The queen
at war: shared sovereignty and gender in representations of the Granada campaign» En Weissberger,
Barbara F. (ed.): Queen Isabel I of Castile: Power, Patronage, Persona. Suffolk: Tamesis, 2008, pp. 108-
119.
859
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. 419. Asimismo, el cronista llega a afirmar que a la
llegada de la reina al real de Málaga, «algunos caualleros et fijosdalgo, e otros mançebos dados a la virtud,
que no avían sido llamados este año para la guerra, sabido que la Reyna estava en el real, se movieron a
venir por sus personas a la seruir»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. 295-297.

435
José Fernando Tinoco Díaz

incorrectamente»860. De esta manera, mientras don Fernando personificaba los valores


del grupo encargado de guerrear e imponía su dirección personal, doña Isabel se
encargaba de orar por la tropa, mantener su fe cristiana y procurar los medios de
abastecimiento de esta gran hueste. Todas estas facetas complementarias demostradas
por don Fernando y doña Isabel, llevaron a Pedro Mártir de Anglería a determinar que
ambos representaban a la perfección el conjunto de los estamentos que formaban la
sociedad medieval, en perfecto equilibrio:

«No tiene interés para mí el pueblo, al que siempre tuve en menos; sin embargo, del Rey y de
la Reina, consortes que gobiernan las Españas con perfecta justicia, exceptuados algunos rincones,
puedo, gracias a estos dos meses de experiencia, asegurar que si alguna vez se puso a discusión la
posibilidad de que entre los mortales dos cuerpos estuvieran animados de un solo espíritu, son
estos efectivamente, pues están regidos por un solo pensamiento y por una sola alma. Jamás los
filósofos descubrieron en la Naturaleza nada tan unificado que supere a la unidad de éstos. En
cuanto al marido, ¡oh, Pomponio!, nada tiene que sorprenderle el que sea admirable, porque en las
historias hemos leído que existieron innumerables varones justos, fuertes, sabios y adornados de
todas las demás virtudes. Pero en cuanto a la mujer, ¿cuál me podrías mostrar de entre las antiguas
(se entiende de Reinas y poderosas) a quienes no haya faltado o el valor para acometer las grandes
empresas o la constancia para llevarlas a cabo o el encanto de la honestidad? Ten, Pomponio,
como oráculo de la Sibila lo que te voy a decir: Es esta mujer más fuerte que un varón fuerte, más
constante que toda alma humana, maravilloso ejemplo de honestidad y pudor, semejante a la cual
nunca la Naturaleza hizo otra mujer. ¿No es, pues, admirable, oh, Pomponio!, que aquellas
cualidades ajenas a la mujer -como términos puestos- se encuentren en ésta como nativas y
amplificadas?»861.

El éxito que acompañó a este modelo de entender la empresa frente a Granada, dio
lugar a la representación de Isabel y Fernando como verdaderos ejes aglutinadores del
ejército castellano. La heterogeneidad que regía la composición de esta hueste, formada
por «considerables tropas por todas partes, desde Vizcaya y Guipúzcoa y las costas del

860
ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro...», op.cit., p. 476.
861
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 10-11. Es interesante también consultar las
referencias qe Rafael Peinado realiza a la obra de Hernando de Talavera o la de los humanistas Cesena
Carlo Verardi, Paolo Pompilio, Ugolio Verino o el borgoñés Jean Molinet; PEINADO SANTAELLA, RAFAEL:
«Ferrandi martia coniunx…», op.cit. Asimismo, algunos autores posteriores, como fue el caso de Luis del
Mármol, también destacaron este papel de la reina en retaguardia, aunque de una forma mucho más parca
que las crónicas de este periodo contemporáneo a la disputa: «Mientras el rey don Hernando hacía estas
entradas con su ejército, la Católica Reina doña Isabel era su proveedora, y andaba de una parte a otra
proveyendo y enviando todo lo necesario al real; y con esto había siempre en él muchos bastimentos,
armas, municiones y gente, porque era grandísima su solicitud y diligencia»; MÁRMOL CARVAJAL, LUIS
DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 576.

436
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Océano, hasta los límites de Castilla»862, daba lugar a que las motivaciones y nivel de
entusiasmo de cada grupo que participaba en él fueran muy diversos. Los nobles de todo
el reino actuaban guiados por un deseo de enriquecimiento y reconocimiento personal,
mientras que los andaluces consideraban la guerra como una forma de garantizar la
seguridad de la frontera y la extensión de sus territorios. Para los soldados profesionales
dicho conflicto se planteaba como un negocio duradero, mientras que, para las clases más
baja, ésta no era sino una oportunidad para dar consuelo a sus penalidades. En una faceta
más general, algunos individuos también consideraban que ésta era una empresa con
cierto carácter salvífico, lo que les hacía participar en ella con afán religioso. A pesar de
contar con una fuerza tan amplia como diversa, los cronistas determinaron que el férreo
mando que Fernando e Isabel supieron imponer sobre todos estos grupos sociales,
consiguió componer una verdadera hueste unida bajo un único objetivo común. Quizá el
exponente más claro de esta perspectiva resida en el siguiente fragmento, el cual
pertenece a una de las epístolas compuestas por Pedro Mártir de Anglería. Para el
humanista italiano, la capacidad de mando demostrada los reyes durante las campañas de
la Guerra de Granada, había convertido el campamento de las tropas de Castilla en una
especie de comunidad platónica, un lugar donde guerreros de las distintas regiones del
reino conformaban una homogénea unidad superior. Esta alusión directa a la ciudad
perfecta que Platón planteaba en su obra sobre la República, no es asunto baladí. Con la
referencia a este clásico arquetipo político, Pedro Mártir pretende reflexionar sobre una
de sus más destacadas ideas utópicas platónicas, la cual entendía la génesis de una
metrópoli ideal como el proceso de desarrollo de lo que él llamaba «comunidad estética
en la tierra». La expresión comprendía la aspiración de una colectividad a sentir en
unidad, como una sola alma, lo cual comprendería el paso previo hacia el logro de la
felicidad general del reino. Una vez establecidos los primeros resortes que hicieran
posible esta quimérica concepción de la unidad política, el carácter ético del vínculo
entre los diversos miembros de la comunidad proyectaría el brillante destino a través del
ejercicio de la virtud. Pedro Mártir entiende así que la prosecución de la Guerra de
Granada comprende ese paso previo al establecimiento de la unidad de la sociedad

862
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 44-45.

437
José Fernando Tinoco Díaz

hispánica que determinaría el mayor bien al que podría aspirar esta comunidad
cristiana863:

«Voy a referirte, excelente perlado, dos detalles, a juicio mío, dignos de consignarse: lo
increíble que resulta el que entre tantos militares, de tan diferentes idiomas de las más variadas
regiones, y entre tan diversas costumbres y tan distintas ordenanzas de 80.000 infantes y 15.000 de
caballería, reine la más completa armonía. Es tanto el respeto a la majestad real, que hasta hoy no
se ha producido el más leve motín que ocasionara la más ligera perturbación. Aquí no hay
latrocinios, ni salteadores de caminos, ni riñas de importancia. Y si casualmente surge alguna, los
demás escarmientan en los severos castigos que inmediatamente se aplican a sus autores ¿Quién
jamás creería que los astures, gallegos, vizcaínos, guipuzcoanos y los habitantes de los montes
cántabros, en el interior de los Pirineos, más veloces que el viento, revoltosos, indómitos,
porfiados, que siempre andan buscando discordias entre sí y que por la más leve causa como
rabiosas fieras se matan entre sí en su propia tierra, pudiera mansamente ayudarse en una misma
formación? ¿Quién pensaría que pudieran jamás unirse los oretanos del reino de Toledo con los
astutos y envidiosos andaluces? Sin embargo, unánimes, todos encerrados en un solo campamento,
practican la milicia y obedecen las órdenes de los jefes y oficiales de tal manera, que creerías
fueron todos educados en la misma lengua y disciplina. Pensarías que nuestros campamentos son
la ciudad soñada en la República de Platón»864.

5.3.2. LA PERSPECTIVA NACIONAL DE LA EMPRESA FRENTE A GRANADA.

Como consecuencia de la concepción aristotélica del estado bajomedieval, los


cronistas medievales destacaban que, tanto la institución de la monarquía, como el
conjunto del reino castellano, formaban un solo cuerpo, en el que el rey suponía la
máxima institución del reino. De esta manera, López de Carvajal determina que:

«[…] si ciertamente, tal como testimonia Aristóteles en De Republica: ―el Rey es el verdadero
padre de la patria, y la patria es padre y madre de los ciudadanos‖, no cabe duda de que el Rey
español ha de ser considerado padre de todos los españoles con merecido derecho; y hemos
aprendido a comportarnos como hijos, para honra de los padres, según el mandamiento del
Señor»865.

La obligación para con la cabeza de este cuerpo social se irradiaba a todos los
súbditos de la corona, los cuales eran considerados miembros de esta comunidad que

863
QUESADA, RAÚL: «Platonismo y retórica» En Analogía filosófica: revista de filosofía, investigación y
difusión, vol. 22, nº 1. México: Centro de Estudios de la Orden de Predicadores: 2008, pp. 55-66; OLMO,
MARISA DEL: «La ―República‖ de Platón» En Filosofía, política y economía en el Laberinto, nº 1. 1999
(dirección web: <http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2020329.pdf>) [fecha de consulta:
20/11/2014].
864
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 122-123.
865
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 81.

438
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

debían de contribuir al mantenimiento y la defensa del bienestar general. Este servicio al


rey era considerado el procedimiento a través del cual, la sociedad podría unirse y
alcanzar unos determinados objetivos de mediante la obediencia y sujeción personal,
sancionados tanto por una teoría político-jurídica como por la cotidianidad de la praxis
social cristiana. El resultado de la proyección de esta doctrina, fue la génesis de una
perspectiva retórica donde lealtad y fe se relacionaron íntimamente con el modelo
jerarquizado feudal. Miguel Ángel Ladero Quesada apunta que este servicio al rey en la
Baja Edad Media castellana «encarna así la identidad colectiva, la defensa de la tierra
como concepto más cercano a la idea de patria, frente a enemigos de los que solo cabía
esperar destrucción»866. La guerra contra el Islam, el principal deber del monarca, se
alzaba así como la ocasión apropiada para el pueblo castellano de participar del principal
deber de la monarquía de este reino. Así se lo expresa Diego Valera a don Fernando por
epístola, haciéndole saber la necesidad de que fuera servido por cada una de las cases del
reino para que su gobierno pudiera ser dirigido hacia la prosecución de este Bien Común:

«Preclarísymo Príncipe, que lo primero que cunple para esto conseguir, es que querais de cada
vno ser seruido del oficio que sabe: de los letrados, en la ciencia é justicia; de los religiosos é
clérigo, en las cosas de conciencia; de los caualleros esperimentados, en lo que toca á la guerra, no
menospreciando el consejo de los adalides ni de los que algo conoscen de la tierra, costunbre y
estado de las cibdades é villas é fuerças de vuestros enemigos»867.

En torno a esta perspectiva de la prosecución general del Bien Común del reino, los
reyes de Castilla pudieron contar con un arma extraordinaria a la hora de justificar sus
pretensiones con respecto a la obtención de medios y hombres para la prosecución de su
lucha ancestral frente al musulmán. Frente a los casos de sus antecesores, que habían
movido este tipo de campañas como un modo de ensalzamiento personal, en este caso los
cronistas evidenciaban que la clemencia de los reyes para con su pueblo, desde su llegada
al trono, había sido la razón que les llevaba a querer concluir definitivamente con la
existencia del emirato nazarí por el bienestar de sus súbditos. La Guerra de Granada se
definía así como una empresa justificada en sí misma, pues iba dirigida hacia un objetivo
nacional, una causa común que contribuiría a unir a los miembros de la sociedad
castellana para lograr un triunfo que lograra mejorar su situación y asegurar la

866
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «Guerra y paz teoría y práctica en Europa occidental (1280-1480)»
En VVAA: Guerra y diplomacia en la Europa occidental 1280-1480 (Actas de la XXXI Semana de
Estudios Medievales de Estella). Pamplona: Gobierno de Navarra, 2005, pp. 21-68, p. 27.
867
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 67.

439
José Fernando Tinoco Díaz

salvaguarda del brillante futuro de esta colectividad. Esta perspectiva del conflicto iba
más allá del carácter feudal que regía las relaciones entre los miembros de esta
comunidad, para implicar al conjunto del reino. Era la sociedad castellana quien había
recogido la herencia goda, y, por tanto, el derecho y el deber de redimir el pecado
ancestral del pueblo hispano con la recuperación del señorío cristiano sobre esta tierra.
Sobre todos ellos recaía el deber y el privilegio de sustentar esta contienda, que llegó a
ser considerada «no solo por su duración, sino por el aparato de las expediciones, la
fuerza de los enemigos y la dificultad de los lugares, la mayor de todas las que se
realizaron nunca en España, tras la destrucción del poder de los godos». De esta manera,
durante una década, todo el pueblo castellano guerreó de tal manera, que «apenas se les
concedió ningún descanso a los soldados, ni en sus casas, ni en los campamentos de
verano, ni por último, en los de invierno; más aún, el fin de cada victoria anterior, era el
principio de la siguiente»868. Alonso de Palencia justifica tal esfuerzo remitiendo a las
propias palabras de los reyes castellanos, que remitían a ese objetivo de conseguir el Bien
Común para todo el reino de Castilla:

«A ésta y a otras muchas quejas que diariamente llegaban a oídos de los Reyes contestaron
bondadosa y benignamente: Que bien sabían cuánta angustia y cuántos trabajos habían pasado sus
fieles vasallos en tantos años de guerras, y que, por conocerlo y haber sido testigos de ello, tenían
propósito de corresponder con el mayor agradecimiento a los méritos contraídos por los leales,
cuando con el exterminio de los infieles se consiguiese el triunfo deseado. Porque a romper la
guerra contra los granadinos les había movido la compasión hacia estos mismos vasallos,
cruelmente y por tanto tiempo vejados por los moros con continuas incursiones y talas y con
miserable cautiverio»869.

Una contienda de tal magnitud acarreaba la necesidad de que la sociedad hispánica se


esforzara hasta unos niveles inauditos, posiblemente fuera de las previsiones de
cualquiera de los grandes estadistas del periodo. Como reconoce Diego de Valera, «la
guerra no se puede bien hazer syn gran gasto; é sy, Señor, quereis conquistar, conviene
que larga mente gastéis; é sy no fallesce el querer, no fallescerá que gastar; é sy quereis
ganar gloria, honor é fama, abrid la mano é apretad el espada»870. A pesar de que el
emirato ya no era una amenaza para Castilla desde hacía más de un siglo, una guerra
ofensiva frente a las fuerzas musulmanas a una escala tan destacada, requería de

868
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 27.
869
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 390-391.
870
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén…, op.cit., p. 68.

440
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

extraordinarios medios y de prestaciones especiales que acabaría por transformar de la


monarquía y la propia sociedad castellana. El coste de movilización de grandes
contingentes de tropas, el cual debía proyectarse durante un prolongado periodo de
tiempo, excedería el gasto propio de la frontera en un periodo de paz. De la misma
manera, la ingente suma de excedentes necesarios para el abastecimiento de la hueste, a
lo que había que añadir el abundante transporte de los diversos materiales necesarios para
el mantenimiento del ejército, generarían un incremento de las necesidades económicas
destinadas a llevar a cabo estas empresas. Fernando del Pulgar, autor contemporáneo a la
conquista, intenta resumir de la siguiente manera todos estos gastos de los reyes en
campaña:

«El Rey e la Reyna facían grandes gastos en pagar los acostamientos a las personas que dellos
tenían tierras, et los sueldos a la gente de armas que continuamente trayan en su guarda, et en la
guarda de las çibdades et villas et castillos que avían ganado en tierra de moros; e otrosí, los gastos
que se requerían hazer en el artillería, et en la provisión de la gente de la flota que continuamente
andaua armada por la mar. Otrosí, aván neçesidat de gran cantidad de dinero para pagar el sueldo a
la gente de armas e peones que mandauan llamar quando entrauan en el reyno de Granada, e para
los otros gastos neçesarios continuamente para prouisión de la guerra» 871.

Este fragmento de la obra del autor castellano deja de manifiesto que la mayor
dificultad para los Reyes Católicos durante toda la contienda, fue bregar con la necesidad
de ingentes cantidades económicas que el desarrollo de las hostilidades imponía. De
hecho, aún hoy parece imposible calcular el gasto total de las campañas. La cifra más
cercana al gasto total, en metálico, de la guerra, la aporta Ladero Quesada, que sitúa esta
cifra en torno a 800.000.000 maravedíes, aunque afirma que la suma total se elevaría
muy por encima de la misma872. Los propios cronistas contemporáneos a esta contienda
denotan que:

871
PULGAR, FERNANDO DEL: Guerra de Granada..., op.cit., p. I, 243. Ya en el siglo XVI, el eclesiástico
Francisco Bermúdez de Pedraza parecía tomar este fragmento como modelo, para citar los diveros gastos
generales de todo el conflicto: «El Rey e la Reyna facían grandes gastos en pagar los acostamientos a las
personas que dellos tenían tierras, et los sueldos a la gente de armas que continuamente trayan en su
guarda, et en la guarda de las çibdades et villas et castillos que avían ganado en tierra de moros; e otrosí,
los gastos que se requerían hazer en el artillería, et en la provisión de la gente de la flota que continuamente
andaua armada por la mar. Otrosí, aván neçesidat de gran cantidad de dinero para pagar el sueldo a la gente
de armas e peones que mandauan llamar quando entrauan en el reyno de Granada, e para los otros gastos
neçesarios continuamente para prouisión de la guerra»; BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia
eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 150v.
872
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 295-297.

441
José Fernando Tinoco Díaz

«[…] porque era neçesarios gastos et costas, et ni el Rey ni la Reyna tenían tanto dinero que
bastase para lo que se rrequería gastar en aquella fuera, ni menos do lo pudiesen [...] por todas las
vías que pudo, la Reyna buscó dineros para los gastos que se requerían facer en la guerra» 873.

El hecho de que los monarcas de Castilla debieran asumir una cantidad tan alta de
gastos, los obligó a recurrir a cualquier fuente de financiación a su alcance. En lo
referente a los impuestos extraordinarios que se implantaron en el reino castellano
durante este periodo, los reyes pretendieron diseñar un nuevo sistema de fiscalidad para
asegurar el mantenimiento bélico de la hueste cristiana. A pesar de que esta medida
suponía un paso más hacia la eficacia estatal, la esencia del reparto de cargas fiscales
seguía siendo harto improvisada, pues aún estaba regida por el método impositivo
medieval tradicional del reino castellano. Este carácter espontáneo del gravamen permitía
a los reyes contar con un sistema de empréstitos muy flexible, con el que disponer de
bastante libertad en el manejo y aplicación de su política fiscal. Sin embargo, gran parte
del montante no era designado a su verdadero objetivo, pues este procedimiento aún
planteaba serias deficiencias formales874. Los reyes debieron buscar otras vías
alternativas que aseguraran una obtención de beneficios económicos directos bastante
continua. En ese sentido, quizá la principal fuente de financiación para esta guerra
provino en la explotación de la consideración de la misma como un conflicto religioso de
marcada proyección nacional.

Los Reyes Católicos sabían de los beneficios que sus antecesores habían obtenido de
la sublimación la faceta religiosa de este tipo de empresas. Por este motivo, a partir de
1485, la perspectiva moral de la Guerra de Granada comenzó a copar todos los medios
propagandísticos a su disposición. Durante este periodo, fueron compuestas la mayoría
de crónicas y discursos que pretendieron dejar constancia de la verdadera prosecución de
esta titánica iniciativa castellana. En todas estas fuentes se pretendió denotar la
envergadura de esta contienda frente al musulmán, justificando que la exigencia de
nuevos impuestos excepcionales a los súbditos castellanos estaba asentada sobre la

873
PULGAR, FERNANDO DEL: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 26-27.
874
Así lo destacaba Bermúdez de Pedraza en su Historia eclesiástica, destacando el carácter medieval del
sistema impositivo de los Reyes Católicos: «Las armas con que esta Catolica Reina conquista a los reynos,
y los medios más expertos de svs victorias; no sabia vsar de otros arbitrios ni imposiciones, porque tenia
muy en la memoria el dicho del Rey don Fernando el Santo, que refiere la historia general de España»;
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica..., op.cit., p. 150v. Sobre lo referente aspecto
económico del reinado de los Reyes Católicos, consultar LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: La Hacienda
Real..., op.cit.

442
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

argumentación de estar llevando a cabo una lucha por la prosecución de ese ―destino
manifiesto‖, que esperaba al pueblo de Castilla tras alcanzar su definitiva victoria frente
al Islam. El resultado de esta perspectiva, fruto de la unión entre el compromiso personal
para con los mandatarios del reino, y su objetivo de ensalzar la fe católica, fue el
fortalecimiento del compromiso que todo el conjunto de la sociedad hubo de prestar para
con esta virtuosa empresa. Sirva como ejemplo la siguiente narración del cronista
extremeño Andrés Bernáldez al respecto del discurso con el que estos reyes demandaron
su ayuda al conjunto del reino castellano:

«Ayudóse entonces el rey para la dicha guerra con presidios de dinero que echó a las cibdades
e villas e logares de sus reinos de Castilla; e en esta Andaluzía, con presidios que echó de mucho
trigo e cevada, lo cual todo después bien pagó; e ovo en las comunidades, con la fortuna del
mucho pechar e de los prestidos, muchas murmuraciones, diziendo que tomasse el rey todas las
faziendas e cunpliesse por ellos, que no lo podían conplir. E como en esta España, para tal casso,
los vasallos e lo suyo todo sea del rey, más quiso fatigar sus reinos e atreverse a sus vasallos e a
sus bienes, que non dexar los moros allí por siempre, los cuales desipavan e despechavan e
matavan en los cristianos, lo que numerar no se puede; e conosció el tiempo en que Nuestro Señor
permitía llevarlos de vencida, e suele forçado fatigar a sí mesmo e a todos estos sus reinos
eseñoríos. E paresció que Nuestro Señor quiso que todos recebiesen fatiga, por quitar la fatiga e el
trabajo que tantos tienpos avía que les fatigava. E segund lo que desta vitoria e entrada floresció, e
aquellos pechos e servicios aprovecharon en seer enpleados e gastados en tan santo acto de guerra,
los que lo dieron se hallaron más ricos con los que les quedó, que no de antes con todo. Esto se
entiende por lo que los ángeles dixeron en el glorioso nascimiento de Nuestro Redenptor, cuando
cantaron la gloria in excelsis Deo, et in terra pax, etc. Halláronse ricos, con lo que les quedó, los
buenos cristianos e de buena voluntad, llegados a razón, temerosos de Dios; porque el coraçón del
rey bueno Dios lo rije, e no puede el rey fazer la guerra por sí solo ni con lo suyo, sino con ayuda
de sus vasallos e de sus bienes»875.

En este fragmento seleccionado de las Memorias de Andrés Bernáldez, se reconoce el


hecho de que, en tiempos de guerra, el rey tenía la opción de imponer nuevas rentas para
el mantenimiento de la hueste castellana. Esta noción jurídica derivaba de la
consideración bajomedieval del monarca como administrador de la res publica y «figura
imprescindible para la supervivencia del reino y el mantenimiento de su unidad y
cohesión interna»876. Tal determinación referenciaba el papel del rey como rector de los

BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 213.


875

876
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., pp. 241, 97- 223; ORTEGA RICO,
PABLO: «Justificaciones doctrinales de la soberanía fiscal regia en la Baja Edad Media castellana» En En la
España medieval, nº 32. Madrid: Universidad Complutense, 2009, pp. 113-138.

443
José Fernando Tinoco Díaz

medios del reino en esa búsqueda del beneficio comunal, de forma que sobre él recaía la
responsabilidad de gestionar los medios económicos del reino y encauzarlos hacia una
causa tan superior como era proteger los intereses de sus súbditos. De esta manera, la
idea de defensa del reino, imbricada con la noción de la lucha por el bien de la
colectividad, generaba una concepción de la guerra definida como una actividad dirigida
por el rey en engrandecimiento de la patria común. Aunque tal término ya aparecía
mencionado en el derecho romano y canónico, su desarrollo en el periodo medieval
contenía en su base una evidente influencia religiosa, derivada de la ideología cristiana
que de las comunidades políticas. En ese sentido, cabe destacar que Kantorowicz ve el
comiendo de esa idea en un mundo de pensamiento que era religioso en un sentido
amplio, donde corpus politicum del Estado había llegado a alcanzar una proyección
corpus mysticum comparable a la propia iglesia. Este fenómeno se incluyó dentro de las
propias cruzadas, en tanto éstas fueron destinadas en su evolución para la defensa de la
patria a la vez que la tradicional defensa de la fe y la Iglesia.

Tras el desarrollo del tomismo y el retorno del aristotelismo, el problema de la patria


se hizo más intenso. Con la secularización progresiva de esta idea, los valores de Tierra
Santa y Roma fueron transferidos a unos reinos que se encontraban en un proceso de
singularización. Pero la recuperación del derecho romano determinó la posibilidad de
realizar una equiparación entre el concepto de reino nacional y la communis patria
cristiana. De esta manera, cada príncipe comenzó a ser considerado est in patria sua
imperator. Esta perspectiva doctrinal no hacía más que trasladar, a la faceta bélica de la
sociedad, el interés monárquico de acentuar su papel rector frente al peso creciente de
otras instancias de poder. El concepto organológico del estado se unía así a la llamada
razón natural para dar forma a un sistema donde todos los miembros del cuerpo no solo
deben ser dirigidos por la cabeza a la que han de servir, sino que han de estar dispuestos
a exponerse por la misma en pos de la protección del cuerpo natural. De esta manera, el
concepto de reino o monarquía se veía ya asimilado con el de patria, generando una
soberanía nacional de la Corona sobre los súbditos de su territorio frente a los vínculos
supranacionales de un Imperio Universal ficticio877. La defensa de la patria se alzó
entonces como el ideal a defender, uniéndose a algunos de los antiguos vínculos
supranacionales vigentes. La causa de proteger los valores de esa la patria se justificaba
desde una perspectiva devota y legal, reflejada en la expresión pro patria mori, lo cual

877
KANTOROWICZ, ERNST: Los dos cuerpos…, op.cit., pp. 246-275.

444
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

generó una devoción semejante a la religiosa por preservar el servicio a la monarquía


nacional como garante del Bien Común878. El nuevo patriotismo justificaba así, desde
una perspectiva moral y legal, la necesidad de mostrar devoción ante cualquier empresa
destinada a defender la patria. Frente a este potente alegato real, las poblaciones debían
aceptar cualquier demanda real, como fueron las imposiciones tributarias extraordinarias.
Sirva como ejemplo para ilustrar todo ello el siguiente fragmento de la crónica de
Fernando del Pulgar, que hace referencia a la junta de las Hermandades de 1484, la cual
tuvo lugar en la villa de Orgaz:

«Juntos en aquella congregaçión, et platicadas algunas cosas necesarias de se proueer,


aquellos ministros relataron los trabajos et grandes gastos quel Rey e la Reyna facían en la
conquista que continuaban contra los moros, en la qual se facían tan grandes gastos, que
sobrepujauan a las rentas ordinarias quel Rey e la Reyna tenían. Por ende les encargauan, de parte
de su Real Magestad, que considerada aquella necesidad, et la cosa en que se avían de destruyr,
repartiesen, allende del repartimiento hordinario, alguna suma para ayuda de pagar las llevas de los
mantenimientos que se avían de llevar al real el verano siguiente, e para bastecer la çibdat de
Alhama; otrosí para ayudar de pagar las costas que se requerían fazer en el artillería, e para pagar
los cauallos que eran muertos en las peleas et batallas ávidas con los moros. Aquellos procuradores
e diputados, oydo lo que les fue propuesto, et avida consideración a las cosas para que se
demandaua aquella ayuda, con buena voluntad de todos respondieron que les placía de seruir al
Rey e a la Reyna con todo lo que de su parte les era demandado; porque como reyes esecutauan la
justicia, et como señores defendían sus reynos, et como católicos çelauan la fe, como animosos
guerrereauan los enemigos, e como prudentes gouernauan en tal manera sus reynos, que cada uno
era señor de lo suyo, e no dauan lugar que ninguno robase lo ageno. E porque con los tributos que
les dauan, ellos eran reyes más poderosos, et con su poder sus súbditos eran más honrrados et
defendidos […] considerando que la yntinçión con que se pide este seruiçio es recta, et la guerra
en que se gastaua es sancta, y la manera del gastar veyan ser reglada, les pareçía que la razón les
obligaua a contribuyr nuevas contribuciones, pues se facían nuevos et neçesarios gastos»879.

Los Reyes Católicos no dudaron en acudir también a los préstamos personales con
algunos de los más destacados miembros de la sociedad castellana, concejos, o incluso

878
Sobre todo ello, consultar NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., p. 229 y
ss. Al respecto del renacer de las ideas aristotélicas durante los siglos XIII y XIV, BLACK ANTHONY:
Political Throught in Europe, 1250-1450. Cambridge: Cambridge University Press, 1992. En referencia la
influencia del aristotelismo dentro del siglo XV español, HEUSCH, CARLOS: «El renacimiento del
aristotelismo dentro del humanismo español» En Atalaya: Revue d’études médiévales romanes, nº 7; Lyon:
Ens de Lyon, 1996, pp. 11-40. Sobre la evolución del tomismo en este contexto peninsular, ULLMAN,
WALTER: Historia del pensamiento político en la Edad Media. Barcelona: Ariel, 2013, pp. 152-165;
SÁNCHEZ HERRERO, JOSÉ: José: Historia de la Iglesia; vol. II. Edad Media. Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos, 2005, p. 502.
879
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 129-131.

445
José Fernando Tinoco Díaz

entidades bancarias extranjeras, aunque su utilización se produjo con una intensidad muy
desigual880. Este recurso era uno de los medios de procedimiento tradicional al que los
retes podían acudir en el caso de contar con la necesidad inmediata de contar con una
fuente de ingresos extraordinarios. Sin embargo, tal demanda siempre estuvo
condicionada a la respuesta obtenida por el conjunto de la sociedad castellana. En ese
sentido, Juan Barba se dirige a los nobles castellanos para expresarles «cómo nos quiere
Dios ayudar/ en esta guerra por acreçentar/ la su santa fe por las devoçiones/ de nuestros
reyes, que sus entynçiones/ vee muy claras en el desar/ de subir la fe y en esto gastar/
averes y rentas de sus regiones»881. Los cronistas refieren que este tipo de demandas eran
muy bien recibidas por la nobleza castellana, pues estas «personas singulares prestauan
de buena voluntad lo que les era pedido»882. Incluso Pulgar atestigua que «algunos
caualleros et [otras] personas se ofrecían a prestar de sus dineros sin gelos pedir, porque
vían que los gastauan en aquellas cosas que eran seruicio de Dios et honrra de su corona
real»883. Pero el mismo cronista reconoce en otros fragmentos de su crónica, que también
se prestaban a ello «porque la Reyna tenía grand cuidado de mandar pagar bien a
qualquier persona que le prestaua dinero para aquellas necesidades»884. No cabe duda de
que el beneficio de contar con el favor del poder político demandante era, en muchas
ocasiones, motivo más fuerte para que la sociedad castellana hiciera gala de un
desinteresado altruismo económico.

Si bien la mayoría de clases sociales del reino castellano se vieron obligadas a


auxiliar económicamente a la corona en esta empresa frente al emirato nazarí, esta
situación no siempre fue consentida de buena gana. De hecho, algunos años más tarde de
la conclusión de la contienda castellano-nazarí, el cronista Bermúdez de Pedraza no duda
en afirmar que, a la hora de solicitar estos empréstitos, la reina Isabel «temia más las
maldiciones de las viejas, que a los Moros»885. Como destaca este autor, los testimonios

880
Ladero Quesda afirma que se recurría a los empréstitos como fin para no afectar al sistema impositivo
vigente. Aunque a veces se otorgaban voluntariamente, la mayoría eran obtenidos haciendo uso del poder
real o por medio de las presiones indirectas a ejercer sobre los grupos sociales beneficiarios de la situación
política. Hasta 1488 son poco numerosos y el dinero se devolvió con rapidez, pero desde 1489 a 1491, la
cantidad aumentó, junto con las vías y la complicación de la devolución; LADERO QUESADA, MIGUEL
ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., pp. 313-318.
881
BARBA, JUAN: Consolatoria de Castilla..., op.cit., p. 227.
882
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 244.
883
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 243.
884
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 243.
885
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica..., op.cit., p. 150v.

446
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de los contemporáneos parecen denotar que a los Reyes Católicos les preocupaba
sobremanera la opinión general que sus súbditos tenían hacia su persona y, sobre todo, en
cualquier aspecto que pueda incidir sobre su ánimo de participar en la concesión de
fondos con los que continuar su contienda. Frente al peligro que suponía para la corona
contar con una sociedad descontenta, el entorno cortesano se encargó de proyectar una
campaña propagandística en el seno de la sociedad castellana para asegurar que estos
empréstitos se dedicaban por completo a la lucha frente al Islam. Asimismo, los propios
monarcas también se preocuparon de dar un claro ejemplo con sus decisiones personales
del arrojo y generosidad que esperaban de todas las capas de la sociedad para concluir
con la presencia islámica en el territorio hispano. En ese sentido, el mismo Diego de
Valera menciona a los reyes en una de sus epístolas que si era necesario, sus no debían de
temer «comer en barro é desfaser la baxilla, é vender las joyas, é tomar la plata de
monesterios é yglesias, é ávn vender lugares seríe sacta obra»886. Isabel y Fernando
siguieron el consejo de don Diego, y en todo momento se mostraron dispuestos a que el
pueblo conociera su intención de enajenar sus propios bienes a favor de la campaña
frente a Granada. Aparecen así varios fragmentos cronísticos que atestiguan que:

«[…] porque todo este dinero se consumía, et no bastaua a los grandes gastos del sueldo
continuo, e otras cosas concernientes a la guerra, la Reyna envió todas sus joyas de oro y de plata,
et joyeles, et perlas, e piedras, a las çibdades de Valençia e Barçelona, a las enpeñar; et se
enpeñaron por grandes sumas de maravedís»887.

Es muy posible que la rama eclesiástica se encargara de hacer saber a los súbditos el
destino de los gastos reales a través de las oratorias realizadas desde sus púlpitos.
Aunque, por desgracia, casi no se cuenta con ningún ejemplo de estos discursos más allá
de los alegatos castellanos ante la Santa Sede. Sin embargo, el tono posiblemente fuera
muy cercano a este fragmento de la obra del poeta Diego Guillén. En el mismo, el
castellano determinaba la necesidad de que el pueblo «conviene quentienda/ que dios dio
a tus reyes tan grande contienda/por mas confirmar los en girme potencia»888. Asimismo,
los monarcas también se preocupaban de informar personalmente a los diversos
estamentos de sus gastos, como fórmula para justificar la demanda de la renovación o
incremento de los tributos percibidos de manera extraordinaria, como quedó presente
sobre todo en la Crónica de los Reyes Católicos de Fernando del Pulgar. Por otro lado,

886
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén…, op.cit., p. 88.
887
PULGAR, FERNANDO DEL: Guerra de Granada..., op.cit., p. 412.
888
GUILLÉN DE ÁVILA, DIEGO: Panegírico a la…, op.cit., p. IIIj.

447
José Fernando Tinoco Díaz

las propias victorias conseguidas en el campo de batalla también reportaban una razón de
peso para extender estas solicitudes puntuales de contribuciones y empréstitos.

Todos estos factores testimoniales retóricos tenían como objetivo la construcción de


un consenso social en torno a una empresa de la monarquía tan señalada, como era la
propia conquista del emirato nazarí, algo que pareció tener bastante éxito. Según destaca
Alonso de Palencia, «cuando los pueblos conocieron esta resolución de los regios
cónyuges, todos aceptaron la carga de las exacciones impuestas, y lo que parecía
imposible a la pobreza lo suplió la voluntad de obedecer»889. Asimismo, Fernando del
Pulgar reconoce que «sufrían los pueblos aquellas fatigas grandes, asy porque les era
plazible la guerra contra los moros, e ninguno osaua contradecir sus mandamientos»890.
Pero a medida que la magnitud de la contienda aumentaba y su duración se prolongaba
en el tiempo, el conjunto del reino castellano comenzó a sentir sobremanera el peso de
este conflicto. Durante las etapas centrales del conflicto, entre el pueblo hispano, ajeno a
la alta política, surgió un clima de desencanto generalizado ante las expectativas y
consecuencias de una empresa que parecía acercarse a su fin, pero que nunca concluía
definitivamente. En ese sentido, no fueron pocas las voces que se alzaron contra la
intención real de proseguir con la contienda, afirmando, como lo hace Alonso de
Palencia, que «debía anteponerse el término de esta guerra a la reparación de cosas ya
pasadas»891. Estas opiniones fueron fehacientes sobre todo a partir de la campaña de
Ronda (1485), dejando de manifiesto la génesis de una creciente opinión reticente al
alargamiento de las campañas frente a Granada. Parte de la sociedad creía más oportuno
centrar la atención en cuestiones interiores del reino y dejar al margen la guerra
expansiva que los monarcas llevaban a cabo frente al emirato nazarí. El mismo Palencia
reconoce en su narración que:

«[…] tal era su empeño [de los Reyes Católicos] por reunir un ejército tan numeroso como
jamás desde el principio de la guerra contra los agarenos se había visto, que no hacían cuenta de la
extrema miseria de los pueblos, especialmente de los de Andalucía, esquilmados por las frecuentes
expediciones de cada año»892.

Los éxitos obtenidos por los monarcas durante estos últimos años de la década de
1487, acabaron por denotar que el conflicto debía continuar con una marcha imparable.

889
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 390-391.
890
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 26-27.
891
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 376.
892
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 385.

448
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En su epístola al pior del Paso en 1484, Fernando del Pulgar reconoce que la reina «Face
bien de perseuerar en su enpresa, porque no le conosca lo que acaesció a muchos reyes e
enperadores, que no sabiendo conoscer su tienpo, ni su vencimiento, perdieron todo su
trabajo pasando, y ouieron infortunios en lo porvenir»893. Como denota esta carta del
cronista, Castilla se había visto empujada hacia una empresa en el cual ya no había vuelta
atrás. Esta ya no era una campaña destinada a firma de una nueva tregua favorable a
Castilla, o la restitución del vasallaje nazarí. El reino se encontraba ante la posibilidad de
culminar una empresa ancestral, y no podía desfallecer en el momento más crucial de su
historia. Fernando del Pulgar, en boca de Alonso de Cárdenas, determina la necesidad de
dar sentido a todo este esfuerzo concluyendo definitivamente con la contienda frente al
reino de Granada:

«[…] no sé yo qué aprouecharán los llamamientos de vuestras gentes, venidas de los fines de
vuestros reynos, ni las batallas ávidas con los moros, ni las talas et destruyçiones que por vuestra
persona real et por vuestros capitanes son fechas en su tierra, ni menos sé que aprouecharían los
presidios, los tributos, las ynpusiçiones puestos en vuestros reynos, sy teniendo la guerra para que
se pusieron en el estado que la tenéys, la dexásedes agora, para que se pierda juntamente con el
fruto que dello se espera»;894

Ante tal tipo de alegato, el propio Alonso de Palencia, que había criticado tanto esta
determinación, acabó reconociendo que «no se dudaba tampoco de los innumerables
daños que acarrearía el suspender por algún tiempo una campaña con tanta felicidad
comenzada y hasta tan victoriosamente concluida»895. Autores clásicos, como Walsh,
vieron en esta pretensión de los Reyes Católicos de continuar con las campaña hasta
conseguir la plena resolución del conflicto, cierto celo religioso 896. Pero hay que
reconocer que al reino castellano no lo movía el ánimo de enaltecer la religión cristiana,
sino el deseo de culminar un proceso que interrumpía la proyección de las coronas
castellana y aragonesa en el contexto geoestratégico de la lucha en el Mediterráneo. No
cabe duda que la voluntad castellana de conservar el reino nazarí, sometido y controlado
como enemigo rentable, concluyó en el momento cuando se hizo necesario acabar con un
anacronismo que impedía destinar energía a otras iniciativas ajenas al suelo hispánico.

893
PULGAR, FERNANDO DEL: Letras..., op.cit., pp. 130-131.
894
PULGAR, FERNANDO DEL: Guerra de Granada..., op.cit., pp. II, 84-85.
895
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 385. Sobre las críticas de la sociedad
castellana por continuar esta disputa, es interesante consultar PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo
pelea por...‖», op.cit., pp. 482-484.
896
WALSH, WILLIAM T.: Isabel de España..., op.cit., pp. 296-297.

449
José Fernando Tinoco Díaz

Por este motivo, la determinación de los reyes del reino cristiano se antepuso a los
padecimientos de sus súbditos, en tanto la culminación de la Guerra de Granada se
convirtió en su principal propósito y hecho esencial para poder emprender su verdadero
deseo de incidir en la política internacional a gran escala. Por tanto, nada podía
interrumpir esta empresa. Sin embargo, Ferdinand Braudel determinaba muy
acertadamente que si la Guerra de Granada fue la gran oportunidad para la monarquía
castellana de destacar entre las potencias cristianas europeas, para el conjunto del reino
de Castilla esta fue una guerra «ingrata, pero esencial»897. Las estructuras económicas y
la mentalidad de la época aún no estaban preparadas en modo alguno para unas campañas
de tal envergadura, lo cual acabó por agotar a la sociedad castellana y repercutir
gravemente en su ánimo general. La prolongación de esta empresa durante diez años
finalmente la convirtió en una carga pesada e insoportable que solo fue admitida por la
perspectiva mesiánica que rodeaba a este magno proyecto. Pero tras la euforia que
significó la entrada de los Reyes Católicos en la Alhambra, progresivamente los síntomas
de cansancio y agotamiento se fueron haciendo especialmente presentes en todas las
facetas de la vida castellana. A la conclusión de la conquista del último reino musulmán
independiente en la Península Ibérica, el reino de Castilla se enfrentaba a una situación
de inquietud y, en cierta medida, desengaño generalizado ante la posible suerte de una
proyección externa de la lucha frente al musulmán.

Uno de los cauces donde se representó esa inquietud por el inicio de una nueva etapa
con futuro incierto, fue el desconsuelo por la desaparición del ejercicio de la antigua idea
de caballería castellana, aquella forjada en la lucha frente al moro. Durante el conflicto el
ejercicio de estos valores, acompañado por la exhibición de la estética propia de esta
condición, fue canalizada para consolidar la imagen de las victoriosas fuerzas cristianas
como un ejército imbatible que se encaminaba a conquistar el emirato nazarí de manera
imparable. Pero, con la desaparición del reino musulmán de Granada, la idea más
tradicional de la caballería murió con él; al igual que lo hicieron los grandes caballeros
castellanos que mantuvieron vivos estos ideales a través de sus hazañas. El 6 de enero de
1492, murió el condestable Pedro Fernández de Velasco en Burgos. El 8 de febrero,
falleció el adelantado mayor de Andalucía Enríquez, en las inmediaciones de Antequera.
Seis meses más tarde, en agosto, lo hicieron el duque de Medina Sidonia y el marqués de

897
BRAUDEL, FERDINAND: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. México:
Fondo de Cultura Económica, 1976, pp. I, 153.

450
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Cádiz con tres días de intervalo. En septiembre de ese mismo año moría Pedro de
Estúñiga, conde de Miranda, y en octubre, Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque.
En julio de 1493, perecía Alonso de Cárdenas, el último maestre de la Orden de Santiago,
y dos años después, en enero de 1495, el cardenal Mendoza. Como afirma Luis Suárez,
estas muertes hacían parecer que «el término del esfuerzo hubiera quebrado las energías
de los protagonistas de aquella guerra»898, de forma que con la desaparición de esta
generación de brillantes adalides cristianos, se daba por concluida toda una etapa
histórica para el reino de Castilla. Así lo reconocieron los propios castellanos con
posterioridad, cuando afirman que «nuestros abuelos, señores, se lamentaban de que
Granada se hubiese ganado a los moros, porque ese día se mancaron los caballos y se
enmohecieron las adargas, y se acabó la caballería tan señalada de Andalucía, y mancó la
juventud y sus gentilezas tan valerosas y conocidas»899. Tras la definitiva conquista del
último territorio musulmán del suelo hispano, una parte de la esencia de la nación
española había desaparecido con él. Aquella frontera que determinaba una singularidad
especial dentro del contexto occidental europeo, había desaparecido de las tierras
peninsulares. Las antiguas fortalezas, villas y cabalgadas, por las cuales cristianos y
musulmanes habían guerreado durante siglos, dejaron de ser lugares amenazados. De
igual manera, el sentimiento de valor y coraje único de los nobles castellanos, comenzó a
languidecer a la sombra del recuerdo de los grandes héroes de los linajes castellanos. En
el seno de la sociedad castellana, incluso surgieron varios pensadores que llegaron a
preguntarse si no hubiera sido mejor no suprimir por completo el estímulo que
significaba la existencia del reino musulmán en territorio cristiano. Este fue el caso del
eclesiástico Juan Ginés de Sepúlveda, el cual afirma que:

«[…] la naturaleza, para avivar sus virtudes, dotó a los hombres de cierto fuego interior, que,
si no se atiza y pone en acción, no solo no lice sino que languidece y a veces se apaga. Por eso, a
veces me vienen dudas de si no habría sido mejor para nosotros que se mantuviera el reino moro

898
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 247. De este modo tan
sentido lo relataba Jerónimo Zurita: «Falleció este Cauallero [don Rodrigo Ponce de León] algunos meses
después de la entrega de la Ciudad de Granada, y fue el que en la conquista de aquel Reyno mas gloria, y
renombre alcançó entre todos los Grandes de sy tiempo y sin que ninguno se pudiesse agrauiar de ello, fue
el que mas parte tuuo en las hazañas, y proezas que allí se obraron, y a quien los Moros mas temieron[…]
Por el mismo tiempo que falleció el Dique de Cádiz, murieron don Enrique de Guzman Duque de Medina
Sidonia, y don Pedro Enriquez Adelantado de la Andaluzia y sucedió en la casa de Niebla don Ioan de
Guzman, hijo del Duque don Enrique y poco antes auia sucedido don Bernaldino de Velasco al condestable
don Pedro Hernandez de Velasco su padre»; ZURITA, JERÓNIMO: Historia del rey..., op.cit., 22r-23v.
899
Texto citado por CASTRO, AMÉRICO: España en su historia. Cristianos, moros y judíos, Barcelona:
Crítica, 1983, p. 570.

451
José Fernando Tinoco Díaz

de Granada, en lugar de hundirse completamente. Pues si bien es cierto que extendimos el reino,
también examos al enemigo más allá del mar, privamos a los españoles de la ocasión de ejercitar
su valor, y destruimos el motivo magnífico de sus triunfos. De ahí que tema un poco que, con tanto
ocio y seguridad, el valor de muchos se debilite»900.

Durante los siglos posteriores a esta gran victoria, el relevo generacional producido
tras esta contienda, obligó a no pocos tratadistas castellanos a realizar profundas
reflexiones en torno a los valores que habían articulado la sociedad hispánica a lo largo
del periodo medieval. A pesar del menosprecio que estos autores mostraban por la forma
de vida de sus antepasados, los mismos reconocían que el ejercicio de la guerra frente al
musulmán había ayudó a consolidar los grandes dominios señoriales y la idea del
servicio a la monarquía desde una perspectiva cívica. De hecho, durante el periodo final
del siglo XV, se asistió a una importante recuperación y fortalecimiento del feudalismo
en torno a los grandes linajes andaluces que participaron en esta contienda, como una
muestra de reconocimiento a sus hazañas. Luis del Mármol, por ejemplo, determina en su
crónica que:

«[…] habiéndose tomado posesión de la ciudad de Granada y de todas las fortalezas, y


asegurándolas con gente de guerra, los Católicos Reyes comenzaron a dispensar su magnificencia,
haciendo mercedes en general y en particular a todos los que habían servídoles en aquella guerra
[…] lo cual todo hacían con tanta resolución, que parecía bien ser negocio guiado por Dios para
honra y gloria suya»901.

Pero aunque el emirato nazarí de Granada había desaparecido de manera irreversible,


el recuerdo de las grandes leyendas y hazañas que tanto beneficio habían generado en el
seno castellano nunca acabó por desaparecer, viviendo entre la memoria y la nostalgia de
las posteriores generaciones hispánicas. La frontera se convirtió en la remembranza de
los ancianos, y en el anhelo de los jóvenes faltos de aventuras. En ese momento, una
nueva época comenzaba a manifestarse, donde la sublimación del ideal de la caballería
cristiana, y el afán por destacar singularmente en el campo de las armas, había dado paso

900
Texto citado por CASTRO, AMÉRICO: España en su..., op.cit., pp. 569-570.
901
MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 593. Un ejemplo muy significativo
de este comportamiento fue la renovación de sus viejas residencias, algo que se convirtió en un proceso
competitivo de lujo y ostentación que nunca olvidó la caballería como esencia de su despliegue y fama;
FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval..., op.cit., p. 104. El propio Jerónimo
Münzer, en su visita a España, afirmaba sobre el palacio del Infantado de Guadalajara, que «en toda
España no existe palacio semejante a este [de Iñigo López de Mendoza] [...] Es una inmensa sala estaban
pintados los escudos de todos los antepasados del duque [...] nos enseñaron también la caballería
abovedada [...]»; MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., pp. 265-266.

452
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

a una nueva forma de entender el servicio a la corona hispánica. A lo largo de estas


centurias, nuevas guerras y conflictos internacionales obligarían a los monarcas hispanos
a estructurar ejércitos profesionalizados, mientras la nobleza castellana paulatinamente
comprendió su nuevo papel en la compleja estructura de lo que se vino a denominar
Estado Moderno. Dentro de este contradictorio contexto social, el afán por destacar
singularmente en el campo de las armas, dio paso a una nueva forma de servir a la corona
castellana que se alejaba de aquellos valores de la empresa frente al musulmán en
territorio hispano:

«Podemos decir que con esta conquista cesó en gran parte la gloria militar que la vecina
guerra tenia tan en su punto. Nacian los nobles desde la cuna destinados á las armas, porque en ella
los prevenia el sueldo de los Reyes con sus acostamientos, á que crecian obligados; y el exemplar,
la emulacion y el premio hacian que ningun dexase de servir en la guerra: eran las armas la mas
preciosa prenda de sus casas, y la destreza de su manejo el mas apetecido exercicio de la juventud
noble. Y como campeaban tan cerca de sus casas, con fácil dispendio hacian las marchas, y las
retiradas. Entró con la paz el ocio, entorpeció los brios, y cubrió de modo las aceradas armas,
embotó las cuchillas, y halláron en él mejor acogida los vicios; cesaron los acostamientos Reales,
que honraban y ayudaban á mantener los hijosdalgo: alejándose la guerra, llevando sí tal vez al
Africa, las mas á la Italia las fuerzas Españolas, en la gran costa de las jornadas, y la prolixa
ausencia de la patria desmayáron las inclinaciones bélicas: también ayudó á esto el descubrimiento
de las Indias con sus mas útiles atractivos»902.

902
ORTIZ DE ZÚÑIGA, DIEGO: Anales eclesiásticos y..., op.cit., p. III, 162.

453
José Fernando Tinoco Díaz

454
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO SEXTO. LA FACETA RELIGIOSA DE LA GUERRA DE


GRANADA.

Philippe Contamine afirma que, durante el periodo medieval en Occidente, «toda


batalla formal era precedida de ritos religiosos: la confesión, comunión, misa, señales de
la cruz que llevaban a cabo los combatientes antes de arriesgar sus vidas»903. Este autor
considera que la cristianización de la faceta bélica inherente a la sociedad, iniciada
durante el periodo romano por el emperador Constantino (306-337), había dado lugar a
una visión elogiosa de esta actividad humana que incidió sobremanera en el
reforzamiento del prestigio de los guerreros y del propio oficio de las armas a lo largo de
los siglos siguientes. En el caso del periodo medieval, toda intervención armada estuvo
siempre rodeada por un halo de religiosidad que definía su prosecución en un lenguaje
cercano a la propia esencia ideológica de la sociedad europea del momento. Para muchos
historiadores, esta perspectiva religiosa de la guerra debía ser entendida al margen del
proceso que dio lugar a la génesis de la idea de guerra santa, pues en verdad respondía a
una simple adecuación paulatina de la violencia generada en este contexto social, a una
nueva construcción doctrinal de marcada índole cristiana. Empero, para otros autores,
este rasgo fue sinónimo de una evidente sacralización de la guerra, visible sobremanera
en los casos en los que esta actividad estaba dirigida a exaltar la fe cristiana o luchar
frente a sus enemigos. Estos historiadores defienden que cualquier conflicto frente a
musulmanes o herejes, en los cuales se hiciera una especial incidencia en elementos con
una importante carga doctrinal, eran propicios para ser considerados bajo esa
denominación de contienda santificada. En el casto del contexto peninsular, el discurso
cronístico que ensalzaba la faceta religiosa de la guerra fue especialmente recurrente por
la condición de infiel del enemigo cristiano, a pesar de que rara vez una campaña frente
al musulmán fue iniciada argumentando motivos puramente religiosos. Tal
determinación permitía a algunos investigadores identificar la llamada Reconquista
hispánica como una guerra santa, lo cual ha determinado el inicio de una amplia
discusión al respecto que aún hoy continúa.

903
CONTAMINE, PHILIPPE: La guerra en..., op.cit., p. 369.

455
José Fernando Tinoco Díaz

La dificultad de definir la noción de guerra santa ha determinado un amplio abanico


de opiniones al respecto del carácter sacro de la Reconquista hispánica. Verbigracia,
Carlos de Ayala afirma que este conflicto debe de tildarse como «guerra santa en estado
puro», al ser una empresa dirigida por «los reyes con la colaboración de la Iglesia, su
gran beneficiaria». El historiador defiende el carácter multisecular de esta contienda, en
la que el principal objetivo sería recuperar la tierra usurpada a los antecesores godos
desde una perspectiva providencialista y religiosa, que comporta necesariamente la
restauración de la antigua Iglesia hispana904. Asimismo, otros autores actuales defienden
aún las tesis de Goñi Gaztambide, el cual determinaba que la Reconquista no era sino una
«guerra santa indulgenciada», que había sido concebida con rasgos religiosos desde su
origen905. Por otro lado, Alexander Bronisch determina que esta guerra era definida
formalmente como una guerra santificada, al configurarse su faceta doctrinal en torno a
la idea de un fuerte providencialismo que dirigía la verdadera culminación de estas
campañas redentoras. Si se considera cualquier contacto con la divinidad como un signo
de santidad, como él lo hace, entonces es correcta esta consideración 906. Pero el mismo
Bronisch denota que, «para juzgar sobre su carácter de santas hay que preguntarse por
morfología y función de los fenómenos y acciones que son claramente religioso o, al
menos, lo son más claramente, y merecen el atributo de santidad»907. Por este motivo, no
basta con estudiar los gestos, comportamientos o intenciones representados en las fuentes
del periodo de forma aislada, sino que se hace necesario intentar dirimir realmente cuál
fue la verdadera conexión entre el motivo de la contienda y la religión, así como el

904
AYALA MARTÍNEZ, CARLOS DE: «Reconquista, Cruzada y Órdenes Militares» En Sarasa Sánchez,
Esteban (coord.): Las cinco villas aragonesas en la Europa de los siglos XII y XIII: de la frontera material
a las fronteras políticas y socioeconómicas. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2007, pp. 23-38, p.
26. Más reciente es la obra de conjunto AYALA MARTÍNEZ, CARLOS DE; HERNIET, PATRICK; PALACIOS
ONTALVA, J. SANTIAGO (eds.): Orígenes y desarrollo de la guerra santa en la Península Ibérica: palabras
e imágenes para una legitimación (siglos X-XIV). Madrid: Casa de Velázquez, 2016.
905
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la…, op.cit., p. 46; GARCÍA FITZ, FRANCISCO: «La Reconquista,
un…», op.cit., p. 212, nota 88.
906
Este autor considera que la Reconquista fue una verdadera guerra santa, que no una guerra de religión,
en tanto incluye bajo esta definición a aquellas «empresas militares, que Dios ordena iniciar a su pueblo, o
que le impone por medio de la amenaza de otro pueblo, que en este caso aparece como un instrumento. El
origen de la guerra está en la providencia divina [...] La motivación para la guerra santa está radicada en los
preceptos de la propia religión y no en la religión del adversario pagano, o en las divergentes ideas del
adversario hereje»; BRONISCH, ALEXANDER P.: Reconquista y Guerra..., op.cit., p. 309.
907
BRONISCH, ALEXANDER P.: Reconquista y Guerra..., op.cit., p. 310; del mismo autor, «La (sacralización
de la) guerra en las fuentes de los siglos X y XI y el concepto de guerra santa» En Ayala Martínez, Carlos
de; Herniet, Patrick y Palacios Ontalva, J. Santiago (ed.): Orígenes y desarrollo de la guerra santa en la
Península Ibérica. Palabras e imágenes para una legitimación (siglos X-XVI). Madrid: Casa de Velázquez,
2016, pp. 7-30.

456
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

posible carácter sacralizado de esta acción social. Cabe preguntarse, por tanto, si la
posible dimensión religiosa de un conflicto, tanto en su parte doctrinal, como
institucional, puede definirle como una guerra religiosa o una verdadera guerra santa, en
el aspecto más formal de dicha acción social.

Tradicionalmente, la guerra en la Península Ibérica fue percibida y presentada como


una guerra dirigida por el mismo Dios, el cual se implicaba de manera directa en las
hostilidades. Asimismo, otros enviados de la divinidad también aparecieron mencionados
en las crónicas de este periodo, como un ejemplo palpable de la generalización de cultos
como el mariano y el santiaguista. Pero como destaca Patrick Herniet, la concepción de
la guerra en la Península Ibérica no difería sobremanera con aquella que estaba en vigor
en el resto del Occidente medieval, en la cual la faceta providencialista jugó un papel de
primer orden como explicación de la suerte en batalla de estos guerreros 908. Aunque
desde su origen tuviera ese carácter de marcada perspectiva veterotestamentaria, habría
que esperar prácticamente al siglo XI para que la lucha peninsular comenzara a
desarrollar una destacada faceta dogmática que representara el choque doctrinal entre
cristianos y musulmanes. Para Antonio Ubieto, al igual que para otros muchos, esta
perspectiva fue fruto de la influencia foránea y el impacto emocional e ideológico de la
Primera Cruzada, mientras que otros autores defienden que este fortalecimiento del perfil
religioso que la Reconquista tenía desde su origen fue una reacción doctrinal frente a las
fuertes contraofensivas musulmanas de las primeras décadas del siglo XII909. Si bien
cabe destacar que la contienda peninsular tuvo una motivación principal jurídica y un
carácter cristiano, de ello no puede deducirse que su sublimación religiosa fuera una
respuesta a la idea de cruzada o yihad islámica. En contraposición, cabe reconocer este
tono desde el origen mismo del movimiento reconquistador910. A partir de esta etapa
central del periodo medieval, la imagen de la guerra hispánica como una lucha de
implicaciones religiosas fue especialmente visible a través de las diversas narraciones

908
HERNIET, PATRICK: «L‘ideologie de guerre sainte dans le haut Moyen Âge hispanique» En Francia:
Forschungen zur westeuropäischen Geschichte, nº 29/1. Paris: Deutsches Historisches Institut Historique
Allemand, 2002, pp. 171-220.
909
UBIETO ARTETA, ANTONIO: «Valoración de la…», op.cit., pp. 215-220; ERDMANN, CARL: A idea de…,
op.cit.; FLETCHER, RICHARD A.: «Reconquest and Crusade…», op.cit.; en el lado opuesto, CASTRO,
AMÉRICO: La realidad histórica…, op.cit., pp. 407 y ss. Sobre todo ello, GARCÍA FITZ, FRANCISCO: «La
Reconquista, un…», op.cit., pp. 208-212.
910
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «Sobre la ideología…», op.cit., pp. 164 y ss.

457
José Fernando Tinoco Díaz

cronísticas de los triunfos cristianos hasta el final del periodo medieval, pero el origen
secular de este conflicto siempre estuvo determinando.

En cuanto a los gestos y ceremonias ligados a la preparación y celebración de las


victorias cristianas frente al musulmán en el contexto hispano, en estos ritos se producía
la exaltación de unos símbolos con alto contenido doctrinal perfectamente conocidos por
el conjunto de la sociedad occidental, junto a otros elementos que contenían una marcada
significación peninsular. Para diversos historiadores, tales manifestaciones son evidentes
muestras de un sentido de trascendencia espiritual que determina el carácter santo de
estas empresas. Sin poder negar las múltiples implicaciones religiosas que subyacieron
en este tipo de gestos, cabe destacar la guerra por restituir el antiguo territorio de la
corona visigoda siempre representó una idea de restauración jurídica, aunque ésta fuera
expresada acorde a los principales valores cristianos de la cosmología occidental. En
otras palabras, las hostilidades frente al Islam pudieron ser descritas e interpretadas en
clave religiosa, pero esta lectura no deja de ser una acomodación de la realidad a los
patrones ideológicos del momento. De hecho, a través de estos fastos los mandatarios
hispanos pretendían exaltar la fe cristiana, pero sobre todo legitimar su victoria en el
campo de batalla, señalando así la restauración efectiva del señorío cristiano sobre estas
tierras. De esta manera, la posible faceta santa del conflicto hispánico que se menciona
en estas narraciones, fue siempre un modo de expresar la enjundia moral de tal empresa y
reforzar la legitimidad de la realeza cristiana, pero no como una razón que justificara este
conflicto por sí misma. Este tipo de discursos doctrinales, que sublimaron los rasgos
religiosos del conflicto y adaptaba su conceptualización al contexto ideológico cristiano,
también fueron paulatinamente acomodados a otro objetivo tan terrenal como fue el
reforzamiento de la imagen real en el contexto hispano.

En las narraciones compuestas en la última etapa del periodo plenomedieval, se hizo


patente la intención de la monarquía castellano-leonesa de canalizar sus pretensiones
políticas de autodeterminación a través de la guerra frente al infiel, optando así a emplear
una maquinaria propagandística tan potente como era la exaltación de la fe cristiana. La
sublimación de esta faceta religiosa de la contienda frente al musulmán, ayudó a los
reyes peninsulares a reforzar su identificación como adalid de esta guerra guiada por la
divinidad, generando así una instrumentalización de los elementos propagandísticos e
institucionales unidos al concepto tradicional de la lucha contra el Islam. De esta manera,
las expresiones religiosas de estas hostilidades realmente ayudaran a divulgar un sistema

458
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de valores que exaltaban a la monarquía castellana como adalid de la Reconquista


hispánica y la propia fe católica. En el periodo tardo medieval, la recuperación de la
España cristiana se había convertido en una lucha bajo la protección de Dios, dirigida por
unos monarcas que buscaban legitimar su poder a través de la prosecución de unas
acciones bélicas que, en última instancia, podían lograr cautivar y satisfacer las
necesidades espirituales de los combatientes que participaban en ellas. Pese a todo, la
dimensión religiosa de una lucha no era necesariamente un rasgo que la definiera como
guerra santa. Este tipo de iniciativas no eran contiendas dirigidas por la fe, como destacó
Norman Housley, sino respuestas ante una determinada injuria recibida por los reyes de
Castilla911. Esta perspectiva determinaba que la guerra peninsular siempre siguió siendo
definida como una guerra de carácter justo, realizada para restituir el señorío de esta
monarquía sobre el antiguo territorio godo. De hecho, cuando esta situación se conseguía,
los musulmanes nazaríes dejaban de ser considerados enemigos del reino para ser
aceptados e incorporados como vasallos. A pesar de que su fe aún planteaba un serio
hándicap negativo a tener en cuenta por los gobernantes castellanos, estos individuos
eran considerados como verdaderos súbditos. Sin embargo, no eran ciudadanos de
derecho, lo cual determinó importantes dilemas que determinaban las contradicciones
reales de esta perspectiva religiosa de la guerra hispánica. En ese sentido, la actitud de
los Reyes Católicos de respetar la fe de los nazaríes derrotados, supuso el culmen de esta
perspectiva que definía la empresa frente a Granada como una verdadera conquista y
anexión de un territorio limítrofe, en la cual las evidentes contradicciones del modelo
acabaron por salir a la luz.

Cuando los monarcas castellanos consiguieron finalizar el asedio a la capital del


emirato, la desaparición del emirato nazarí de Granada fue celebrada como el triunfo del
cristianismo y la culminación de una etapa de la historia de España. Con la conquista
definitiva de la capital nazarí, y el esfuerzo de los reyes por imponer los símbolos del
cristianismo militante, concluía la dominación de los musulmanes en la Península Ibérica
tras ocho siglos de conflictos entre ambas sociedades. Esta faceta establecía un marco de
rivalidad entre sociedades y dogmas de fe, pero no entre sujetos y creencias personales.
De hecho, cabe afirmar que la culminación de la campaña de conquista del emirato no
concluyó con el afán de estos reyes de extender la fe cristiana en el territorio granadino,
lo cual denota la pervivencia de la fe musulmana en este reino bajo jurisdicción cristiana.

911
HOUSLEY, NORMAN: Contesting the Crusades..., op.cit., p.139.

459
José Fernando Tinoco Díaz

Durante su visita a España, acaecida pocos años después de esta hazaña, Jerónimo
Münzer destaca que Fernando e Isabel «una vez conquistada Granada y reducida España
al mejor estado, se consagran ahincamente a la religión, restaurar las iglesias antiguas,
edifican otras nuevas y fundan y dotan numerosos monasterios». Según el alemán, tanta
fue la dedicación de ambos a esta empresa, que él mismo llega a afirmar de manera
entusiasta que «tanto hace este rey en favor de la religión, que lo creerías otro
Carlomagno. Igualmente la reina»912. Esta referencia realizada por el autor alemán
denotaba que la expansión del cristianismo en esta región se produjo a un ritmo distinto
que la conquista del territorio, a pesar de que los Reyes Católicos pretendieran expresar
sus conquistas como una verdadera extensión de la fe cristiana. Este aspecto de la
contienda demuestra que tal conflicto contenía un marcado fondo jurídico, a pesar de su
eminente carácter doctrinal de índole cristiano. De hecho, ambas perspectivas de la
conquista castellana acabaron por mostrarse en contradicción, en el momento en el que
los castellanos denotaron que los enemigos vencidos no eran tratados como enemigos de
la fe cristiana, sino que fueron asimilados como nuevos súbditos de Fernando e Isabel en
un primer momento, respetando su credo. Aunque la perspectiva religiosa del conflicto
castellano-nazarí estuvo bastante presente en la cronística del periodo, la iniciativa frente
al emirato nazarí de Granada estaba dirigida a restituir el control real sobre un territorio
determinado, como denotaron las diversas ceremonias de conquista celebradas a lo largo
de esta contienda. La empresa contenía un evidente carácter moral, herencia de una
forma cristiana de entender la guerra. Sin embargo, el enemigo de los cristianos
peninsulares no fue la religión islámica, sino una sociedad musulmana que había
usurpado unos territorios que pertenecían a la monarquía heredera de los reyes visigodos.

6.1. UNA CERCANA VISIÓN DEL ENEMIGO GRANADINO. LA IMAGEN DE


LOS NAZARÍES EN LA CRONÍSTICA BAJOMEDIEVAL CASTELLANA.

6.1.1. LA NATURALEZA DE LAS HOSTILIDADES FRENTE A LOS MUSULMANES. LA


REPRESENTACIÓN TRADICIONAL DEL ENEMIGO EN LAS FUENTES CRISTIANAS
HISPÁNICAS.

A lo largo de todo el periodo medieval hispano, la representación del musulmán en la


cronística cristiana estuvo íntimamente ligada a la llamada «imagen en el espejo». Para
Ron Barkai, este término delimita una «expresión simbólica literal de la realidad a
criterio del escritor», o lo que es lo mismo, «un reflejo de las concepciones subjetivas de
912
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 255.

460
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

aquellas que la reseñan». A través de lo este autor que identificaba como «mentalidad de
hostilidad», se produjo «la consolidación de la autoconciencia en el seno de ambos
grupos rivales». De esta manera, la visión de los musulmanes divulgada por los cronistas
cristianos a través de sus obras, «no se trata de una descripción objetiva de la realidad,
sino del reflejo de las concepciones subjetivas de aquellos que la reseñan»913. Pero al
igual que cada uno de los cronistas estuvo condicionado por su entorno inmediato, la
identificación del musulmán como un contrario no fue homogénea desde que se produjo
la invasión árabe a la Península Ibérica. Esta imagen estuvo condicionada por diversos
factores, entre los que destacó sobremanera el determinado grado de la perspectiva
religiosa del conflicto frente a estos enemigos.

Las primeras representaciones del bando islámico en la cronística peninsular, denotan


que los historiadores cristianos no consideraban a los moros como una fuerza antagónica,
sino como un pueblo invasor, que había sido utilizado por la divinidad para castigar los
pecados de la dinastía gótica. El análisis de los caracteres singulares de esta raza
determinaba ciertas cualidades que eran atribuidas de manera específica, y no respondían
a una categorización genérica que pudiera contener una carga negativa desde el punto de
vista doctrinal. Desde finales del siglo VIII y la primera mitad del siglo IX, comenzó a
generarse un cierto movimiento anti-islámico, como réplica al impacto de la cultura
árabe y musulmana en el territorio hispano. En ese sentido, Jean Flori afirmaba que el
Islam fue demonizado en Europa desde las primeras invasiones acaecidas en el siglo VII.
Sin embargo, fue durante la época de las primeras cruzadas a Tierra Santa, cuando
comenzó a desarrollarse un verdadero halo escatológico en torno a la liberación de los
Santos Lugares del control musulmán. A lo largo de los siglos XI y XII, parece que esa
imagen opuesta del moro derivada de la percepción dogmática cristiana, empezó a ser
913
BARKAI, RON: Cristianos y musulmanes..., op.cit., pp. 11-12. Sobre este tema de estudio, la bibliografía
es especialmente extensa. Sin embargo, no son tantos los autores que reflejan realmente la singularidad del
caso hispánico con respecto a la construcción de la imagen del musulmán en el contexto europeo como lo
hace Barkai. Con posterioridad, otros historiadores españoles, como Rodríguez Valencia, también
realizaron una contextualización del problema histórico muy semejante, aunque en este caso el autor
prefirió utilizar el concepto de «doble» o la «aprehensión del otro» para identificar la identificación
negativa de los caracteres del enemigo en el proceso de conformación de una cultura propia; VALENCIA
RODRÍGUEZ, RAFAEL: «La imagen del Otro en el medioevo Hispano» En Bargalló, Juan (ed.): Identidad y
Alteridad: Aproximación al tema del “Doble”. Sevilla: Alfar, 1994, pp. 171-181. Para una perspectiva más
general de esta visión de los cristianos en el entorno occidental, RICHARD, BERNARD: «L‘Islam et les
musulmans chez les chroniqueirs castillans du milieu du moyon âge» En Hespéris-Tamuda, nº 12.
Marruecos, 1971, pp. 107-132; SÉNAC, PHILIPPE: L’image d l'autre: l’Occident médievale face à l’Islam.
París: Flammarion, 1983; TOLAN, JOHN: Les Sarrasins. L’islam dans límagination européenne au Moye
Àge. París: Aubier, 2003.

461
José Fernando Tinoco Díaz

más visible en las fuentes hispánicas, a la par que la contienda entre ambas sociedades
comenzaba a presentar rasgos de cierto carácter religiosa desde una perspectiva más
doctrinal de manera manifiesta. Pero la imagen negativa de los musulmanes hispanos
siempre mantuvo una moderación derivada de la intensa relación política entre ambas
sociedades. Esta perspectiva de cercanía se alejaba de la naciente línea de guerra
religiosa extrema europea, lo que distinguía con claridad la identificación de los
musulmanes peninsulares, con la amenaza que suponían los reinos islámicos africanos y
orientales. Solo a partir del periodo final plenomedieval, la cronística hispánica inauguró
una etapa donde la se planteaba la lucha por reconquistar el antiguo territorio visigodo
como un hecho que sobrepasaba el mero carácter jurídico de esta contienda, destacando
el rechazo de la religión del enemigo y resaltando con ello el carácter dogmático de esta
guerra peninsular.

A partir de la victoria cristiana en las Navas de Tolosa (1212), la representación


negativa del mundo islámico comenzó a estar íntimamente ligada al desarrollo de una
fuerte alteridad religiosa; realidad en la que pudo influir el desarrollo de la ideología
cruzadista en el seno europeo como se apuntó con anterioridad. Cuando las campañas
orientales de carácter cruzado concluyeron abruptamente, el interés general de la
cristiandad se desplazó hacia los conflictos interiores de la cristiandad latina. Sin
embargo, el papel del Islam en la interpretación de diversas profecías europeas se adaptó
a una realidad más nacional. El anuncio de un nuevo conflicto frente la «secta
mahometana» siempre desempeñó un papel principal en el método de cronología relativa
utilizado en las profecías de índole apocalíptico, derivadas de las revelaciones
testamentarias de los libros de Daniel y el Apocalipsis de San Juan914. Esta imagen
acentuó la perspectiva escatológica en los escritos referentes a los musulmanes durante
este periodo en todo el territorio occidental. En el caso del territorio hispano, según
denota Manuel García, en los escritos compuestos durante el tránsito entre el periodo
plenomedieval y la Baja Edad Media, se fue generando «la imagen distorsionada del

914
FLORI JEAN: El Islam y el fin de los tiempos. La interpretación profética de las invasiones musulmanas
en la Cristiandad medieval. Madrid: Akal, 2010, pp. 354 y ss. Al respecto de este periodo, también es
interesante consultar AYALA MARTÍNEZ, CARLOS DE: «De Toledo a Las Navas: La reconquista que se
convierte en cruzada» En Peña González, José y Rodríguez de la Peña, Alejandro (eds.): Iglesia, Guerra y
Monarquía en la Edad Media: Miscelánea de estudios medievales. Madrid: CEU: 2014, pp. 109-138;
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «Frontera, guerra santa…», op.cit., pp. 19-41. asimismo, también se
remite a la parte dedicada al estudio de las Navas de Tolosa en el MONOGRÁFICO AYALA MARTÍNEZ,
CARLOS DE; HERNIET, PATRICK; PALACIOS ONTALVA, J. SANTIAGO (ed.): Orígenes y desarrollo…, op.cit.,
pp. 127-260.

462
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

musulmán no solo como adversario político e ideológico sino como aliado de Satán,
negro, feo, barbudo, traidor, cruel y sobre todo desleal»915. La drástica perspectiva que
estos escritos transmitieron, no era más que la representación de la superioridad
ideológica de una corona castellano-leonesa que comenzaba a imponerse en el campo de
batalla, y pretendía extender su poder en la sociedad cristiana a través de la exaltación de
la fe católica. Esta representación del conflicto entre ambas sociedades fue gestada por
los propios poderes centrales y la jerarquía eclesiástica castellana, como elemento para
reforzar su propia autoridad. De esta manera, el rival político comenzaba a ser
representado también como un antagonista religioso, reforzando así la faceta doctrinal de
la contienda en el campo de batalla frente a los enemigos de la fe. Asimismo, el propio
Barkai denota que las fuentes escritas de este periodo, «reflejan a aquellos sectores de la
sociedad medieval que se contaban en los círculos de influencia con capacidad de
decisión [por lo que dichas fuentes supusieron] los medios de expresión de las capas
cuyas percepciones prevalecieron en el transcurso del conflicto». Para este autor, «la
consolidación de la ―imagen del espejo‖ está involucrada en la exageración de los elogios
a la autoimagen, por una parte, y en la presentación de una imagen diabólica para el
grupo adversario, por la otra»916.

Aunque esta visión de la contienda fue imponiendo gradualmente una representación


general de los musulmanes como la encarnación del mal y la némesis del credo cristiano,
tal imagen no llegó al extremo de la clásica doctrina cruzadista europea, en la cual el
Islam aparecía retratado desde una eminente perspectiva milenarista. Pero, como afirma
Manuel García Fernández, la religión de cada bando siempre fue un «factor clave del
rechazo mutuo»917. En la obra de los herederos de Rodrigo Jiménez de Rada, se percibe
con claridad que la fe de cada bando era realmente politizada para justificar una
verdadera guerra de expansión territorial, en las cuales la religión enriquecía la

915
GARCÍA FERNÁNDEZ, MANUEL: «Sobre la alteridad en la frontera de Granada (Una aproximación al
análisis de la guerra y la paz, siglos XIII-XV)» En Revista da Facultade de Letras, História, III Serie, vol.
6. Porto: Universidade do Porto, 2005, pp. 213-235, p. 217. Sobre la imagen del musulmán en este periodo,
GARCÍA ARENAL, MERCEDES: «Los moros en las Cantigas de Alfonso X El Sabio» En Al-Qantara, nº VI.
Madrid: CSIC, 1985, pp. 133-151. Al respecto de las profecías que asimilaban la figura del Anticristo con
los musulmanes durante este periodo, GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., p. 256 y
ss.
916
BARKAI, RON: Cristianos y musulmanes..., op.cit., pp. 14, 12-13.
917
GARCÍA FERNÁNDEZ, MANUEL: «La alteridad en la frontera de Granada (siglos XIII al XV)» En García
Fernández, Manuel y González Sánchez, Carlos (eds.): Andalucía y Granada en tiempos de los Reyes
Católicos. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2006, pp. 87-109, p. 88.

463
José Fernando Tinoco Díaz

conciencia nacional hispana aunque no definía, por si sola, la naturaleza del conflicto
entre ambas sociedades. A finales del periodo bajomedieval, la visión general del Islam
para los castellanos seguía asentándose sobre una perspectiva dogmática negativa que
parecía haberse convertido en un estereotipo general. Tras la etapa de fervor religioso
que supuso la culminación de la conquista de Andalucía y la victoria en la Batalla del
Estrecho, en la cronística castellana comenzó a asentarse una imagen del musulmán más
mitigada pero aún despectiva, establecida sobre la crítica a los aspectos y caracteres más
representativos de este pueblo, como pudieron ser la descripción de sus actos o su
carácter. Verbigracia, Juan Barba considera que los nazaríes eran «perros malditos/ [que]
no çesan ni dexan sus malos conçertos,/ moviendo partidos, falsos repletos/ de
malinidades de sus apetitos;/ asý como tienen fe mentirosa,/ que seta se dize luçiferyna,/
piensan salvarse en esta malina/porfía de la fe la más engañosa»918. Esta perspectiva que
destacaba lo erróneo de sus creencias doctrinales y rechazaba terminantemente tales
dogmas frente al triunfo del cristianismo. Pero algunos autores más tolerantes ya
comenzaban a afirmar de forma tajante que, en realidad, gran parte de la rivalidad entre
ambas religiones se asentaba sobre el hecho de que «siempre y por todos los medios, la
obstinada secta mahometana se había resistido a prestar obediencia a Cristo, desde que en
lo antiguo trocaron la verdadera fe por la inicua infidelidad»919.

Durante las décadas centrales del siglo XV, comenzó a desarrollarse en Europa lo que
algunos investigadores han venido a denominar literatura de cruzada. Bajo este término
se ha venido a englobar una gran variedad tipológica de textos que pretendían favorecer
el conocimiento del Imperio otomano en Occidente, para poder estructurar con ello una
campaña bélica eficaz que pusiera freno al expansionismo turco920. En este tipo de

918
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., p. 326.
919
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 285. Sobre este etapa, en la que se formó una
nueva imagen del musulmán en la cronística hispánica, influida en cierta medida por la mentalidad
prehumanística consultar BARKAI, RON: Cristianos y musulmanes..., op.cit., p. 205-253. Al respecto de la
condena categórica de la religión islámica del durante este periodo, ECHEVARRÍA ARSUAGA, ANA: The
Fortress of Faith: The attitude towards Muslims in Fifteenth Century Spain. Edimburgo: Brill, 1999;
MENDIZÁBAL, MARÍA FLORENCIA: «Las imágenes del Islam y de los musulmanes en la corona de Castilla:
construcciones discursivas cristianas (ss. XII-XV)» En Estudios de Historia de España, vol. XII, tomo 2
(dirección web: >http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/imagenes-islam-musulmanes-
corona-castilla.pdf>) [fecha de consulta: 05/ 12/ 2014].
920
La literatura sobre esta cuestión es muy amplia, pero continúa siendo imprescindible la consulta de los
trabajos clásicos de PERTUSI, AGOSTINO: «I primi studi in Occidente sull‘origine e la potenza dei Turchi»
En Studi veneziani, nº 12. Pisa-Roma: Frabrizio Serra editore, 1970, pp. 465-552; del mismo autor, «La
lettera di Filippo da Rimini, cancelliere di Corfù, a Francesco Barbaro e i primi documenti occidentali sulla
caduta di Costantinopoli (1453)» En Mnemosynon Sofias Antoniade. Venecia, dell‘Istituto Ellenico di

464
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

escritos, se precisaba de la imagen de un enemigo musulmán que combinó los


característicos topoi anti-islámicos tradicionales del pensamiento cristiano –infidelidad,
barbarie, violencia contra los cristianos– con nuevas ideas, de inspiración humanista,
relacionadas con la visión del turco como rival no solo religioso, sino también, y sobre
todo, político y cultural921. El principal objetivo de estas nuevas descripciones de los
moros fue representar lo «errado de su fe» a través de la crítica a Mahoma, los pilares de
la fe islámica y las conductas sociales opuestas a las creencias cristianas. Esta postura
comenzó a distanciarse de otras posturas más generalistas para expresar representaciones
mucho más cercanas de los nazaríes del reino granadino. Frente a la pervivencia de la
tradicional esencia europea que representaba a los musulmanes como enemigos sin
rostro, las obras narrativas castellanas de este periodo también dibujaban un semblante
mucho más cercano de los granadinos, que se alejaba de esta radical representación del
musulmán. En ese sentido, Alonso de Palencia quizá fuera cronista que más incidió en
desarrollar esta imagen en sus escritos. En su crónica sobre la Guerra de Granada, el
castellano afirma de estos musulmanes granadinos que:

«[…] eran pertinaces en sus herejías; sabían aprovechar rápidamente los trances favorables de
fortuna; con su notorio aborrecimiento de la ociosidad, continuamente, durante el vagar de la paz,
meditaban empresas de guerra, y en todas sus hablas los asuntos militares obtenían preferencia; de
modo que, por antigua costumbre, antes de entablar conversación sobre otras materias, trataban de
922
las de la guerra» .

Studi bizantini e postbizantini di Venezia, 1974, pp. 120-157. Para un balance historiográfico más reciente,
véanse ALBANESE, GABRIELLA: «La storiografia umanistica e l‘avanzata turca: dalla caduta di
Costantinopoli alla conquista di Otranto» En Houben, Hubert (ed.), La conquista turca di Otranto (1480)
tra storia e mito. Galatina: Congedo, 2008, pp. I, 319-352; MESERVE, MARGARET: «Italian Humanists and
the Problem of the Crusade» En Housley, Norman (ed.): Crusading in the Fiftheenth Century: message and
impact. Nueva York: Palgrave MacMillan, 2004, pp. 13-38.
921
Sobre la construcción de la imagen del Turco desde el humanismo cristiano, véanse las recientes
aproximaciones de SOYKUT, MUSTAFA: Image of the “Turk”. A history of the “Other” in early modern
Europe (1453-1683). Berlín: Klaus-Schwarz Verlag, 2001; PUIG DE LA BELLACASA, RAMÓN; SERVANTIE,
ALAIN (eds.): L’Empire ottoman dans l’Europe de la Renaissance: idées et imaginaires d’intellectuels, de
diplomates et de l’opinion publique dans les anciens Pays-Bas et le monde hispanique aux XVe, XVIe et
début du XVIIe siècles. Lovaina: Leuven University Press, 2005.
922
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 164-165. Una identificación contemporánea
muy extensa y detallada de las creencias y ritos musulmanes durante este periodo bajomedieval, se
encuentra en MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., pp. 123-131. Sobre la imagen dual del
musulmán durante este periodo final de la Edad Media, PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «El final de...»,
op.cit. Este autor realiza un recorrido por la concepción de los musulmanes en la obra de los principales
cronistas de este periodo, destacando el doble rasero que utilizaban para describirlos.

465
José Fernando Tinoco Díaz

Es innegable que la información que transmite Palencia nace de un conocimiento del


modo de vida de los musulmanes contemporáneos mucho más profundo que el aportado
por los anteriores cronistas castellanos, lo cual le permitió emitir un cierto juicio de valor
más elaborado sobre la cultura de este pueblo. Al fin y al cabo, durante más de dos
siglos, ambas sociedades habían mantenido un fuerte contacto en un contexto fronterizo
relativamente cercano, que las había llevado a conocerse e interactuar en torno a unas
relaciones asentadas sobre un territorio donde reinaba la violencia y los ataques mutuos.
Este vínculo condicionó la génesis de un sentimiento de odio generalizado, pero también
la aparición de estas referencias narrativas donde el musulmán era representado de una
manera mucho más que realista. Las mismas estaban asentadas sobre una serie de hechos
que contenían una importante carga de veracidad, pero que no perdían la perspectiva
doctrinal clásica de la oposición entre las creencias religiosas de ambos bandos. Esta
dualidad creó un sistema de expresión homogéneo y equilibrado, donde la definición
negativa más clásica del Islam, y la auto-proyección elogiosa de la imagen del victorioso
cristianismo, compartían espacio con un retrato más familiar de los hechos y actitudes de
los nazaríes del emirato923. Las narraciones contemporáneas a la Guerra de Granada aún
participaban de la imagen clásica del Islam, pero también presentaban rasgos de esta
visión cercana de los nazaríes hispanos. Los autores de estas crónicas destacaban las
clásicas cualidades negativas otorgadas a los musulmanes, como eran el fraude, la
maldad, o la crueldad frente al pueblo cristiano, contextualizándolas ahora a través de las
correrías que estas fuerzas realizaban por tierras castellanas. Esta perspectiva del
conflicto entre ambos bandos denota que, en realidad, el verdadero problema latente de
este reino castellano con el emirato granadino no contaba con una base religiosa, aunque
la expresión de tal contienda también participaba de la rivalidad doctrinal existente entre
ambas culturas. La rivalidad que empujó al inicio de la empresa frente al reino musulmán
derivada, principalmente, de un conflicto de sesgo jurídico originado por la ruptura de las
treguas acordadas con Castilla como reconocían de forma explícita los cronistas. Sirva

923
Algunos autores, como es el caso de Donald Kagay, han utilizado la imagen del musulmán expresada de
las crónicas generales del inicio del periodo bajomedieval, para generalizar la perspectiva cronística del
moro en todas las expresiones narrativas castellanas de estos siglos. En contraposición, otros historiadores,
como Angus Mackay, se han servido de los romances fronterizos y diversos elementos narrativos, para
expresar la diferenciación entre las diversas perspectivas del Islam aportadas por las fuentes hispánicas de
esta fecha; KAGAY, DONALD: «The Essential Enemy: the Image of the Muslim as Adversary and Vassal in
the Law and Literature of the Medieval Crown of Aragon» En Blanks, David R. y Franssetto, Michael
(ed.): Western Views of Islam in Medieval and Early Modern Europe. Nueva York: Saint Martin‘s Press,
1999, pp. 119-136; MACKAY, ANGUS: La España de..., op.cit., pp. 214-222.

466
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

como ejemplo el siguiente texto compuesto por Fernando del Pulgar, donde este autor
realiza una descripción general del pueblo musulmán, asentada sobre la existencia de ese
conflicto ancestral que había marcado la relación entre ambas sociedades. En el mismo,
se destacan sus aptitudes para la guerra y las confrontaba con el esfuerzo cristiano para
mantener su régimen de superioridad política sobre unas tierras que pertenecían al
señorío de Castilla:

«Y es de considerar, que como quiera que los Moros son hombres belicosos, astutos é muy
engañosos en las artes de la guerra, é varones robustos é crueles, é aunque poseen tierra de grandes
é altas montañas, é de lugares tanto asperos é fragosos, que la disposicion de la misma tierra es la
mayor parte de su defensa; pero la fuerza y el esfuerzo destos Caballeros, e de otros muchos Noble
se Fijosldagos vuestros naturales que continuaron guerras con ellos, siempre los orpimieron á que
924
diesen parias a los Reyes vuestros progenitores, é se ofresciesen por sus vasallos» .

En líneas generales, estos autores cristianos transmiten la idea de que la sociedad


granadina estaba formada por un pueblo de ignorantes, con el monarca nazarí a su
cabeza, que vivían ajenos a las directrices legales que marcaban la relación entre estados
civilizados. Esta perspectiva lleva a Pedro Mártir a considerarlos como «los sin ley», y a
Lucio Marineo a denominarlos como «enemigos crueles», en tanto a su comportamiento
se debía a sus «sus costumbres bárbaras y malos y perversos ingenios»925. Es por ello que
debían ser tratados como «gente inhumana […] hombres feroces y refractarios a todo
sentimiento razonable de humanidad»926. Esta negativa a acordar cualquier tipo de
armisticio lleva a Pulgar a reconocer que en la frontera entre ambos reinos, nunca dejó de
darse el caso de que «por las vnas partes e por las otras facían continua guerra, et facían
daño los vnos a los otros; porque la gente de los moros en el arte de guerrear es más
sabida que fuerte para pelear en las batallas canpales»927. Por este motivo, no había lugar

924
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros varones de..., op.cit., pp. 160-162.
925
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 96; MARINEO SÍCULO, LUCIO: Vida y hechos...,
op.cit., p. 92. Esta perspectiva de los musulmanes como bárbaros fue analizada por Emilio Mitre, el cual
afirmaba que los cruzados consideraban a sus enemigos como elementos ajenos a la civitas Dei; MITRE
FERNÁNDEZ, EMILIO: «Otras religiones ¿Otras herejías? (El mundo mediterráneo ante el ―choque de
civilizaciones‖ en el Medievo)» En En la España medieval, vol. 25. Madrid: Universidad Complutense,
2002, pp. 9-45, pp. 31-40.
926
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de…, op.cit., pp. 289.
927
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 254. Otros autores posteriores, que no vivieron
este periodo desde una perspectiva tan cercana como estos narradores, como fue el caso de Jerónimo
Zurita, se sorprendían de que los musulmanes no salían a realizar correrías frente a los ejércitos castellanos
que asediaban la vega granadina. Según estos cronistas, la explicación más razonable era que cambiaran su
forma de guerrear por la potencia del ejército castellano y los conflictos internos en el interior del emirato:
«parecía cosa muy nueua y estraña, no salir los Moros a pelear como lo hizieron siempre entrando mayores

467
José Fernando Tinoco Díaz

a poder entablar verdaderos acuerdos duraderos con ellos, pues se mostraban ajenos a
cualquier legislación que derivara de la ley natural de Dios. Se determinaba así
claramente que la contienda contra ellos se producía frente a unos enemigos que no
respetaban ninguno de los acuerdos y leyes éticas que regían cualquier conflicto bélico
entre dos bandos opuestos. Así, Palencia afirma que la larga vida del reino de Granada,
había generado que aumentara «su confianza de permanecer perpetuamente en aquellas
sierras, y la ingénita perfidia de esta raza, quebrantadora de todo pacto y juramento, se
ensañaba con crueldad de fieras contra los cristianos, fieles observadores de los
pactos»928. Asimismo, frente a la costumbre castellana de plantar cara al enemigo en el
campo abierto, el pueblo nazarí sabía explotar perfectamente la accidentada orografía de
su territorio, para plantear batallas a menor escala que beneficiaran a sus tropas, mucho
más débiles que las fuerzas cristianas. Según los castellanos, tal rasgo también expresaba
la flaqueza del ejército islámico, reconociendo que el emirato se había servido de otros
métodos de guerra más viles para plantar cara a la poderosa hueste castellana y conseguir
sobrevivir durante estos últimos siglos. Por estos motivos, se consideraba que los
nazaríes constituían una nación especialmente belicosa, a pesar de que algunos cronistas
los tachaban de «voltarios e livianos en sus fechos»929.

Para el conjunto de autores cristianos de este periodo, la guerra tenía un papel capital
en la organización cultural del reino granadino. De hecho, afirmaban que la importancia
de esta faceta bélica en la sociedad musulmana era tal, que el rey de este reino era
elegido exclusivamente por su desempeño en la lucha frente a los pueblos cristianos de la
Península Ibérica. Así lo atestigua Fernando del Pulgar, el cual asevera «que los moros
tienen afiçión con aquel rey que mayor guerra faze a los cristianos»930. De la misma
manera, Alonso de Palencia destaca el hecho de que los granadinos «estiman
sobremanera a un Rey, azote de los cristianos y aborrecedor de nuestra nación»931. Esta

exercitos que este, en la vega y no se podía entender la causa hasta que supo el Rey, que se hazia por temor
del pueblo de Granada que eran enemigos del Rey Albohacen»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit.,
p. 326v.
928
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 397-398.
929
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 22. Fernando del Pulgar realiza unos
comentarios muy semejantes con motivo de la conquista de Alhama por parte de Rodrigo Ponce de León,
afirmando que esta derrota musulmana se produjo por decisión de la providencia divina, como castigo a
unos baños que «eran causa de algunas mollesas de los cuerpos et deleytes demesiados, do proçedía oçio,
et del oçio luxurias malas et feas, et otros engaños et malos tratos que facían vnos a otros, por sostener
oçiosidar en que estauan acostunbrados»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 11.
930
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 69.
931
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 93.

468
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

perspectiva castellana de las costumbres del emirato guardaba mucha semejanza con el
propio caso cristiano hispánico, donde al buen monarca se le demandaba participar
activamente en la lucha frente musulmán y procurar la recuperación del territorio
cristiano de la Península Ibérica. Estas acciones servían como medio para aglutinar las
voluntades de la población hacia unos objetivos comunes, además de suponer una
oportunidad de proyectar las creencias islámicas frente a la fe cristiana. En este sentido,
Antonio Peláez reconoce que el emir nazarí se vio obligado a garantizar la seguridad de
sus súbditos, lo que redujo su capacidad para gestionar medidas políticas que
favorecieran su desarrollo político en pos de otras medidas de índole más populista.
Dentro de esta determinación, «la práctica granadina del yihad lanzado contra el enemigo
exterior se convirtió en una forma de legitimar las acciones militares emprendidas en el
territorio controlado por las autoridades castellanas, con el objetivo de defender la
integridad del territorio granadino proteger la vida de los habitantes residentes en las
localidades fronterizas»932. El carácter belicoso negativo que se suponía a la monarquía
nazarí y, por extensión, del propio pueblo islámico, pretendía determinar un rasgo de
violencia y tosquedad primitiva. Esta no era más que otra forma de representar la
pretendida superioridad social cristiana frente al modelo político musulmán, el cual
Alonso de Palencia identifica con «la tiranía y el gobierno de la injusticia»933. De esta
manera, los reyes castellanos que participaban en conflictos frente a estos nazaríes
actuaban en coherencia con la motivación plenomedieval de la guerra religiosa, pero,
sobre todo, perseguían responder al imperativo humanista de luchar contra la barbarie,
identificada con el mundo otomano, y en defensa de la civilización, considerada
consustancial a la cristiandad. En contraposición, este cronista determinaba en esta
proyección bélica de la imagen de la monarquía musulmana, el rasgo principal para
explicar las desavenencias generadas entre los distintos miembros de la familia real
nazarí durante la última etapa del emirato, con la consecuente inestabilidad interna que
ello supuso y que repercutió en la propia defensa del estado islámico granadino frente al
avance castellano:

932
PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp. 61-62, 81.
933
En los inicios de la cronística hispánica, se impuso una imagen muy positiva de la forma de gobierno
musulmán. De hecho, las fuentes de ese periodo formativo medieval destacan muy positivamente el
sistema de herencia de gobierno con el que contaban los musulmanes, frente al inestable sistema electivo
visigodo. Sin embargo, una vez que la imagen del musulmán empezó a contar con una esencia negativa,
esta perspectiva fue evolucionando hacia una opinión adversa; BARKAI, RON: Cristianos y musulmanes...,
op.cit., pp. 24-25.

469
José Fernando Tinoco Díaz

«Es costumbre entre los moros de aquel reino, por exigirlo los apuros de las guerras y los
peligros que por doquier les amenazaban, nombrar por voto de los ciudadanos un monarca de valor
y experiencia entre los de regia estirpe y descendiente de los árabes que reinaron con acierto en
Granada, y cuando la opinión pública se equivoca, condénanle sin tardanza a muerte, y proceden al
punto a proclamar a otro de la misma estirpe y que parezca a propósito del cargo [...] Y como el
poder fácilmente se deja arrastrar a la molicie, y el género humano opone debilísima resistencia a
los alicientes del placer entre la abundancia de riquezas y las comodidades del mando, la mayor
parte de los que desde aquella pobreza pasan repentinamente a la opulencia, y del destierro al
humilde acatamiento del pueblo, caen, por el cambio de fortuna, en la corrupción de costumbres,
olvidados del ejemplo de sus predecesores. Así muchos reyes de Granada, enervados por el lujo y
la molicie, vinieron a dar en la muerte, siendo, por tanto, el pueblo en que más inestable es el
934
trono» .

Durante la Guerra de Granada, las crónicas castellanas muestran al ejército musulmán


como una fuerza apasionada por la guerra, formada por aguerridos combatientes que
estaban dispuestos a luchar hasta la muerte, lo que igualaba las desequilibradas fuerzas
entre ambos bandos. En ese sentido, fueron especialmente numerosos los comentarios a
la furia que los guerreros nazaríes demostraron en el campo de batalla a lo largo de las
diversas narraciones del conflicto. De hecho, la perspectiva castellana afirmaba que fue
tal la agresividad y crueldad del ejército musulmán en determinadas ocasiones, que no
mostraron piedad ninguna frente a los cristianos derrotados y sus indefensas familias.
Esta perspectiva del conflicto también podía facilitar la interpretación de esta contienda
desde una perspectiva demonizada, ya que, para estos autores castellanos, este hecho era
una consecuencia directa de los preceptos de la fe islámica que practicaba este pueblo
nazarí; una creencia religiosa que ellos consideraban antagónica a la cultura occidental.
Verbigracia, Andrés Bernáldez identifica a los musulmanes como vengadores, en tanto:

«Vengador quiere decir matador, el que mata sin piedad, como hazían los moros antes que el
reino de Granada se ganase; que sin ninguna piedad, cuando podían, matavan a los cristianos, e
por ellos se tome aquello: Ut destruas innimicum et ultorem, porque destruias el enemigo e el
935
matador» .

934
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 68-69. Al respecto de este tema, es
interesante consultar el retrato que Penado Santaella reconstruye de la importancia de la guerra en la
sociedad musulmana, donde se observa que «el divorcio entre el ímpetu guerrero de ―los musulmanes‖ y el
freno que trataba de sujetarlo desde el Poder no podía más que conducir a la sedición»; PEINADO
SANTAELLA, RAFAEL G.: «El final de…», op.cit., pp. 60-68.
935
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 22. De una manera semejante, Juan Barba
afirmaba que «aquel Luçifer, que tiene conçierto/ con esta seta que aprueva por buena,/ les da salvaçión

470
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En algunas de las fuentes cronísticas castellanas escritas por eclesiásticos, aparecen


referencias que demonizan la imagen de los granadinos, en consonancia con la visión
cristiana más tradicional de los mahometanos como seres diabólicos. Esta imagen de los
guerreros musulmanes como combatientes sin compasión, hundía su origen en la
expresión más religiosa del conflicto reconquistador, que reinterpretaba la doctrina
goticista para incidir en la faceta doctrinal del enemigo musulmán. Sirva como ejemplo
el siguiente fragmento del sermón sobre la conquista de Granada de Hernando de
Talavera. En las postrimerías de esta contienda frente al Islam, el eclesiástico afirma que
aún era necesario recordar el hecho de que:

«El Señor golpeó a toda España por el pecado del rey Rodrigo. Entraron, pues, los árabes, y,
como jabalíes salvajes, devastaron y exterminaron España, y, como fieras nunca vistas, pastaron
en sus tierras. Profanaron los templos sagrados. Dejaron los cadáveres de los cristianos para
alimento de las aves del cielo; las carnes de los santos para las bestias de la tierra. Derramaron
sangre inocente como si fuera agua por toda España. Humillaron al pueblo cristiano y se burlaron
de la herencia de Cristo. Asesinaron a las viudas y a los peregrinos; mataron a los niños.
Humillaron a las mujeres y forzaron a las doncellas. Colgaron de las manos a los príncipes. No les
avergonzó el aspecto de los ancianos. Abusaron impúdicamente de los jóvenes, y los niños caían
bajo las cargas de leña. Los ancianos ya no se están a la puerta, ni los jóvenes en el coro. Y
entonces dijeron: ―Venid y eliminemos a los cristianos de entre los pueblos, y nunca más sea
recordado el nombre de Cristo‖. Se confabularon y, de pleno acuerdo, forjaron una alianza contra
Cristo: las tiendas de los idumeos y los ismaelitas, Moab y los agarenos, Gebal y Ammón con los
habitantes de Tiro. Así es como el Señor golpeó a España. Y Tú, Señor, ten misericordia de
936
nosotros» .

A pesar de todo, esta perspectiva no determinaba que la religión musulmana fuera la


causa de tal enfrentamiento. Ya en el siglo XIV, don Juan Manuel afirma con rotundidad
que «tienen los buenos cristianos que la razón por la que Dios consintió que los cristianos
hubiesen recibido de los moros tanto mal, es porque tengan razón de haber con ello
guerra con derecho»937 . Estas palabras manifiestan de forma excepcional el hecho de que
conflicto entre cristianos y musulmanes en la Península Ibérica era definido como una
guerra justa de implicaciones morales. Para Alexander Bronisch ésta era la propia

con su propia pena,/ que los condena al fuego muy çierto»; BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...»,
op.cit., p. 320.
936
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 29. Sobre la construcción de esta imagen
agresiva y cruel del pueblo musulmán a través de la ocupación del territorio hispánico, véase BARKAI,
RON: Cristianos y musulmanes..., op.cit., pp. 23 y ss., 139 y ss.
937
DON JUAN MANUEL: «Libro de los Estados…», op.cit., pp. I, 248-249.

471
José Fernando Tinoco Díaz

esencia de la doctrina reconquistadora, en la que «el ímpetu religioso se dirige hacia


dentro, hacia la propia relación con Dios, en correspondencia con la imagen
providencialista del mundo, basada en las ideas de castigo divino y misericordia»938. Era
la divinidad la que aportaba la causa para una guerra que sin embargo era definida por su
carácter jurídico. Tal matiz providencialista ha servido para calificar de guerra santa a
estas iniciativas expresadas bajo un discurso de marcada raíz neogoticista. Pero esta
referencia a Dios pretende hacer del combate frente a los musulmanes algo más
meritorio, pues la verdadera razón de la guerra siempre estuvo al margen de cualquier
definición doctrinal. El castellano Fernando del Pulgar, por ejemplo, identifica las
correrías del bando granadino que habían quebrantado los pactos entre ambos reinos,
como un deplorable hecho cercano en el tiempo, sin incidir en razonamientos de índole
religiosos. Por ese motivo, se pregunta «¿con cuánta más justicia debería tratarse de
hacer el mayor daño posible a aquella gente, a la que por el mismo derecho había que
expulsar del territorio violentamente usurpado?»939. En boca del cardenal de España, el
cronista también reflexiona sobra las derrotas sufridas por los cristianos contra los
granadinos, determinando que todas ellas no hacían sino corroborar estas aseveraciones
que manifestaban la naturaleza secular del conflicto castellano-nazarí:

«Avéis, señora, de creer, que ninguna conquista de tierras ni de reynos se fizo jamás, donde
los que son vençedores algunas vezes no sean venzidos, porque si no oviesen resistençia en las
conquistas, más se podría decir tomada posesión de avtos de guerra. Considerad, señora, que los
moros son homes belicosos, que poseen tierra montuosa et áspera, que no se pudo conquistar en
los tienpos pasados por ninguno de los reyes vuestros predeçesores; porque la dispusiçión de la
tierra es la mayor parte de su defensa. Y vos, señora, devéys dar gracias a Dios, porque así como
940
ovistes más constante propósito que ninguno de ellos para guerrerar» .

Durante la Guerra de Granada, el principal ejemplo expresado en las crónicas de la


ferocidad y sadismo con la que los mahometanos atacaban a los desamparados
castellanos, fue la narración de la toma por sorpresa de la fortaleza de Zahara de la Sierra
(1481). En esta victoria nazarí, la cual ya estuvo rodeada de un especial halo de injusticia
por la consideración que tuvo para el bando de los Reyes Católicos, las fuerzas del emir
«muy cruelmente mataron a los Christianos que dentro estauan: que con seguridad de las
treguas fin guardadas y velas seguros y desnudos dormiam: no perdonando a las mujeres

938
BRONISCH, ALEXANDER P.: Reconquista y Guerra..., op.cit., p. 317.
939
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 397-398.
940
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 195-196.

472
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

ni a los niños». El autor de este fragmento, Lucio Marineo Sículo, concluye recordando
que casos como éste determinaban que «es increíble la crueldad de la gente Mora contra
los christianos»941. Ejemplos como este, que destacaban la violencia de los musulmanes
frente a las fuerzas castellanas fueron muy recurrentes durante las narraciones del resto
de la contienda. En ese sentido, se puede citar el siguiente fragmento de la crónica de
Diego de Valera referente al periodo del asedio cristiano a Málaga (1487). Según este
cronista, las poblaciones musulmanas aledañas se negaron a cumplir con los pactos
acordados previamente con los castellanos al entregar sus villas, al vislumbrar una
posible derrota cristiana en este cerco. De este modo, «acordaron de matar como mataron
no solamente a los arrendadores que yvan a cobrar los derechos reales, mas a todos los
que con ellos yban». De esta manera, «así fueron muertos por ellos catorce christianos
muy crudamente, haziéndoles pedaços, cortándoles los dedos por las coyunturas; e
llevando allí sus hijos les dezían: aprender cómo avéys de matar los cristianos»942. Pero
este rasgo violento de los granadinos no solo marcaba la ruptura de pactos entre ambas
coronas. Alonso de Palencia incluso fue más allá, denotando que la crueldad del pueblo
musulmán también se producía con sus mismos correligionarios. El castellano afirma que
«tan a mal llevaron la entrega de Álora los malagueños, que les negaron la entrada en la
ciudad y dieron muerte a algunos»943.

Aunque los cronistas castellanos se esforzaran por presentar todos estos hechos como
consecuencia de la importante influencia de la guerra y la religión en la vida social
nazarí, en muy pocas ocasiones estos autores denotaron con claridad que los granadinos
estaban llevando adelante una guerra santa frente al reino de Castilla. Solo cuando se
produjo el asedio a la ciudad de Málaga (1487), los valores clásicos atribuidos al yihad
musulmán fueron proyectados en la narración castellana de este cerco 944. En ese sentido,

941
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXIv.
942
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 259
943
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 124.
944
Esta perspectiva del conflicto castellano-nazarí choca con la narración de distintas incursiones
musulmanas a partir de la segunda mitad del siglo XV, en la cual parece haber una especial predilección
por incrementar el afán religioso de los guerreros musulmanes cuando conseguían plantar cara a las fuerzas
cristianas a través de las figuras de este tipo de santones moros. Sirva como ejemplo este fragmento de la
Crónica de Enrique IV de Palencia, referente al ataque a Ceuta de 1476: «En este mismo mes de Mayo de
1476 intentaron los moros hacer sufrir otro descalabro á los portugueses, obedeciendo las órdenes de un
árabe tenido en gran veneración entre ellos, y que le había asegurado que se apoderarían fácilmente de
Ceuta, si se esforzaban por sacudir la vergüenza del nombre cristiano [...] Las excitaciones del santón
hicieron mella en el ánimo de los moros, que le escuchaban ansiosos, y hasta de las más distantes regiones
del África acudió tal número de infantes y caballos, que, reunida una hueste de 20.000 mahometanos y

473
José Fernando Tinoco Díaz

José María Ruíz Povedano denota muy acertadamente que, «si Málaga constituyó una
excepcionalidad, no basta con atribuirlo a los comportamientos bélicos de los
contenientes y a una ―violencia organizada ejercida por entidades políticas, una contra
otra. Además, hay un trasfondo ideológico, utilizado intencionadamente por las
instancias mediadoras de ambos bandos para hacer resurgir el enfrentamiento religioso,
dentro del tradicional choque entre el Islam y la Cristiandad»945. Fernando del Pulgar
destaca que, tras conocer las intenciones de los Reyes Católicos de cercar la ciudad
malagueña:

«el rey viejo, que estaba en Guadix, requerido por algunos alfaquís de la tierra, escojió
algunos moros a cauallo et de pie, et enbiólos camino de Málaga [...] Estos caualleros moros,
creyendo que sy entrasen farían grand fazaña, y si muriesen peleando ganarían el ama, yvan con
voluntad de morir o entrar en la çibdat. [De manera simultánea] algunos moros de África, sabido el
çerco que estaua sobre aquella çibdat, armaron de sus fustas, y puestos en el estrecho de Gibraltar,
tomaron algunos barcos de aquellos que continuamente yvan et venían con provisiones»»946

A la cabeza de esta hueste de gomeres y experimentados guerreros nazaríes se


encontraba Ahmad al-Tatri o Hamet el Zegrí, el alcalde de Gibralfaro, el cual «avía
tomado aquel cargo con obligaçión de morir o ser preso defendiendo su ley, e la çibdat,
et la honrra del que gela entregó; e que si fallara ayudadores, quisiera más morir
peleando que ser preso no defendiendo»947. La llegada a la ciudad de esta fuerza conjunta
de guerreros enviadas por El Zagal y los voluntarios norteafricanos, impidió la entrega
pacífica de la ciudad a los reyes castellanos, dando inicio a un largo cerco que se
extendería por cuatro meses948. Como afirma Juan de Mata Carriazo, «la presencia de

tunecinos, calleron con terrible ímpetu sobre la guarnición portuguesa [...] El santón había prometido á los
moros que los que muriesen en batalla ó en el asalto de la ciudad, irían á gozar de un paraíso eterno, y con
esta ilusión los bárbaros, sin buscar amparo alguno en las armas, se lanzaban desnudos hasta los umbrales
de las puertas, guardadas por soldados armados y defendidas por toda suerte de máquinas de guerra, con lo
que, cayendo unos sobre otros, como locos, iban formando inmenso montón de cadáveres. Calcúlanse en
5.000 los que allí perecieron. Ni las balas, ni el fuego de la artillería les arrendraba; de los motones de
muertos hacía puente la muchedumbre que les seguía; al cabo, aquella furia fué poco á poco calmándose,
hasta convertirse en pusilánime cobardía y hacerles desistir de su temerario arrojo»; PALENCIA, ALONSO
DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., pp. II, 233-234.
945
RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «La conquista de Málaga. Historia y crueldad» En En González
Alcantud, José Antonio y Barrios Aguilera, Manuel (eds.): Las tomas: antropología histórica de la
ocupación territorial del reino de Granada. Granada: Universidad de Granada, 2000, pp. 159-226, p. 191.
946
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II 307, 303-304.
947
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 332.
948
Sobre las negociaciones previas entre granadinos y castellanos, se remite a las acertadas referencias
bibliográficas y notas realizadas por RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «La conquista de…», op.cit., pp. 166-
169.

474
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

estos africanos fue un acto lleno de sentido histórico, pero un elemento perturbador de lo
que parecía la marcha normal de los acontecimientos. Sin ellos Málaga no hubiera
resistido»949.

Los emires granadinos solían contar con la ayuda de estos guerreros o voluntarios de
la fe (mudiahidum) para defender sus tierras del ataque cristiano desde la génesis del
propio emirato. Estas fuerzas complementarias, que recibían el nombre de guzat o
―combatientes de la fe‖, no recibían sueldo alguno, sino que se les concedía una parte del
botín tras la derrota del enemigo. Sin embargo, el padre Mariana se sorprendía del hecho
de que «lo que hace maravillar es, que dado que andaban tan revueltos (los reyes moros),
ninguna de las partes llamó á los fieles en su socorro», por lo que, durante la Guerra de
Granada, «de África no les venia socorro ninguno, á lo menos de importancia, sea por
estar aquella gente embarazada en sus guerras, sea porque tos nuestros con sus armadas
como señores que eran del mar, no daban lugar á los contrarios de rebullirse»950. Las
referencias de los cronistas castellanos que dan noticias de la llegada de estos voluntarios
antes del inicio del asedio a Málaga son muy parcas, aunque se tiene constancia de que
esto sucedía con cierta asiduidad. Diego de Valera, por ejemplo, realiza referencia a esta
cuestión en el memorial compuesto con motivo de la composición de la armada del
Estrecho951. En la Historia de la Casa de Granada se afirma que un destacado número de
estos voluntarios cruzaron el Estrecho de Girbaltar «algunos moros aphricanos de Belez
de la Gomera», en torno a 1485952. Aunque su principal objetivo fue auxiliar a las fuerzas
defensoras de Coín (1485), posteriormente fueron enviados a Ronda (1485), Loja (1486)
y, finalmente, Málaga (1487). A estas fuerzas se fueron uniendo diversos grupos de
renegados y criminales que habían huido a territorio musulmán para salvar sus vidas,
conscientes de que serían excluidos de cualquier capitulación en territorio nazarí por
parte de la corona castellana. Así lo manifiesta el cronista Alonso de Palencia, el cual
afirmaba que:

949
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., p. 708.
950
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., pp. 94,100.
951
En ese documento, el castellano reconocía sin tapujos que «como los nauíos de los moros sean muy
pequeños y en ellos no puedan mucho para traer, procurarán, como es cierto que lo han procurado, de pasar
en nauíos venecianos, ó ginoueses, ó florentinos, ó por aventura de portogueses»; VALERA, DIEGO DE:
Epístolas de mosén…, op.cit., p. 79. Al respecto de este tipo de ayudas norteafricanas que recibía el bando
nazarí, ARIÉ, RACHEL: «Sociedad y organización...», op.cit., pp. 96-99.
952
Citado en CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., p. 486.

475
José Fernando Tinoco Díaz

«A los arrojados gomeres se unieron varios renegados y conversos, condenados por apóstatas
en Sevilla y en otras partes de Andalucía, hombres criminales que temían más crueles castigos si el
Rey llegaba a apoderarse de la ciudad. Así, los que siempre habían sido extremadamente tímidos,
veían menor castigo en cualquier otro género de muerte Además, se encerraron en Málaga muchos
monfíes que habían cometido crímenes en la Serranía de Ronda, después del plazo en que debieron
someterse a D. Fernando; pero no habiéndolo hecho así, antes continuado sus fechorías pública y
953
escondidamente contra los cristianos, se acogieron al amparo de los malagueños» .

Entre todos los guerreros bajo las órdenes de Hamet el Zegrí, destacó la presencia de
un alfaquí al que la hueste consideraba como santo. Este anciano sabio les prometió que
«avían de ser descercados y vencedores, e que assí le era a él revelado de mahomad; e
con esto les fazía salir a pelear muchas vezes»954. La mayoría de crónicas castellanas
hicieron amplias referencias a este personaje ridiculizándolo. Verbigracia, Alonso de
Palencia informa que durante los primeros compases del cerco, el religioso defendía «la
supersticiosa idea de que si lograban resistir los peligros del sitio durante cuarenta días,
vencerían seguramente a los nuestros»955. Según determina el cronista, este sabio
defendía ser un elegido de la divinidad, al demostrar tener una «milagrosa señal de
protección, el que pudiese caminar por la playa contigua a la ciudad, a caballo y con un
pendoncillo, sin que las aguas pasasen de las patas del corcel. Ante tal muestra de
santidad, los crédulos africanos dieron entero crédito a estas patrañas y le siguieron»956.
Asimismo, Bernáldez afirma, a modo de burla, que este alfaquí había determinado «que
los montones de harina que venían en el real blanqueando, ellos comerían de aquella
harina, y que no temiessen, que los del real les huirían. Y en algo dixo verdad; que ellos
comieron después de la harina de aquellos montones gran parte, empero estando
captivos»957. Solo Fernando del Pulgar realiza un acercamiento a la figura del sabio
musulmán desde una perspectiva más objetiva, que pone de manifiesto la faceta de
exaltación religiosa tras el discurso de este individuo:

«Aquel moro que tenían por santo les dixo que saliesen de la çibdat et que peleasen con los
cristianos, et que Dios les daría victoria, et vengança de sus enemigos; et amonestándoles que
guardasen de pararse al despojo, saluo que peleasen con varones esfoçados, y cada vno fuese
adelante matando cristianos, e que no perdonasen la vida a nignuno de quantos topasen. Otrosy,

953
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 290-292.
954
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II 332.
955
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 303. Una versión muy semejante es aportada
por VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 262-263.
956
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 308.
957
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 187.

476
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

amonestóles que se perdonasen las ynjurias vnos a los otros, et que la caridat que oviese entre ellos
958
los facía vençedores» .

Sirviéndose de la coerción violenta y religiosa, este heterogéneo grupo de guerreros


unidos por la fe islámica impuso en la ciudad un caótico régimen que determinó la
supresión de cualquier opción de negociación o pacto del bando castellano con el resto de
habitantes de Málaga. Esta situación hizo necesaria la intensificación de la presión
cristiana durante el cerco a esta plaza para conseguir su rendición, lo cual determinó el
aumento de la escala del conflicto hasta un nivel hasta entonces inaudito. Los cronistas
castellanos explotaron al máximo esta fuerte resistencia malagueña para representar tal
determinación como una expresión del desmesurado afán religioso de los guerreros
islámicos. Los rasgos más característicos de la imagen negativa del moro como un
enemigo cruel y exaltado, guiado por unas agoreras creencias paganas, quedaron así
presentes en las narraciones de los diversos hechos acaecidos durante este asedio. Según
relata Palencia, estas radicales creencias obligaron a los habitantes de la urbe malagueña,
«por la observancia de su ley y por el acrecentamiento de su pueblo, no solo a sufrir todo
género de trabajos, sino a despreciar los más atroces suplicios y los géneros de muerte
más terribles»959. Pulgar, asistente a este asedio de Málaga, pretende transmitir la
desesperada situación del pueblo malagueño, denotando que «la hanbre creçía tanto en la
çibdat, que los más días algunos moros salían a se ofreçer por esclavos de los cristianos,
eligiendo de su voluntad el catiuerio, por sostener la vida [...]»960. Sin embargo, el mismo
autor reconoce que entre los castellanos era conocido el hecho de que «si alguno [de los
habitantes de Málaga] mostraua desear concordia para escusar aquellos males, los
gomeres, gente ynvmana, o lo matauan o atormentauan, de manera que ninguno osaua
mouer trato de concordia con el Rey e con la Reyna»961. De igual manera, Diego de

958
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 325-326.
959
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 312-313. Informaba este cronista que «los
ciudadanos de Málaga, aleccionados por el ejemplo de otras ciudades conquistadas por el mismo Rey, y
confiados en la clemencia que había usado con los vencidos, hubieran preferido acogerse a ella antes que
defenderse con las armas, en cuyo ejercicio, por sus decididas inclinaciones comerciales, eran considerados
muy inferiores a los demás granadinos. Deseaban vivamente permanecer en aquélla su fértil tierra natal;
pero temían la cólera que contra ellos había concebido el poderosísimo rey D. Fernando a causa de la
crueldad de los renegados, berberiscos, y otros bárbaros del África que, como referí, habían asesinado al
gobernador de la Alcazaba, y más enfurecidos después de cometido el crimen y desesperados del perdón
del Rey, solo confiaban en continuar la defensa de la ciudad. Los apáticos ciudadanos no se atrevían a más
empresas que a las que la multitud africana se lanzaba, y para librarse de su crueldad creían necesario
secundar su energía»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 290-292.
960
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 321-322, 325-326.
961
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 301-302.

477
José Fernando Tinoco Díaz

Valera, también presente en el cerco, informa «que los moros tenían asentado entre sí de
matar a qualquiera que hablase en partido; e que las mugeres e niños se querían salir, si
no que los moros no los dexavan salir; e que en la çibdad avía hasta nueve mill hombres
de pelea»962. Esta difícil coyuntura para el conjunto del pueblo malagueño continuó
durante algunos meses, hasta que los guerreros musulmanes cedieron ante la penuria y el
hambre. Bajo el consejo del sabio santo, realizaron un último ataque final el lunes 23 de
julio. La victoria de la hueste castellana frente a esta desesperada tentativa de los
combatientes islámicos, «fué tanto grande, que aquel capitán prinçipal no osó estar en la
çibdat, y se retruxo al alcauaça, et dixo a los moros que fiziesen partido de entregar la
çibdat con todas sus fortalezas al Rey e a la Reyna»963.

6.1.2. UNA PERSPECTIVA REALISTA DE LA CONTIENDA CASTELLANO-NAZARÍ. EL AUTÉNTICO


DESAFÍO PLANTEADO POR EL EMIRATO NAZARÍ DE GRANADA A LA CORONA DE CASTILLA.

Esta faceta violenta de la sociedad musulmana justificaba por completo el exceso con
el que el ejército castellano actuó frente a los nazaríes. Para los guerreros hispanos, este
tipo de crueldad incluso determinaba una forma de redención. Así lo afirma Luis García
Montero, quien destaca que «luchar con los moros fue en la Edad Media una forma de
combatir el pecado, el demonio interior de los cristianos»964. Asimismo, cabe reconocer
que tal manifestación de ardor también era reconocida como un acto loable para el
conjunto de la sociedad castellana. Ésta era la forma de demostrar la superioridad
castellana y el verdadero afán por acabar con unos enemigos ancestrales de los que solo
podía esperarse odio y destrucción. La Historia de los hechos del marqués de Cádiz, por
ejemplo, recoge un hecho donde esta perspectiva queda ampliamente de manifiesto. En
este caso, fue un tornadizo el que puso a don Rodrigo en conocimiento de que los
combatientes de Vélez-Málaga iban a recibir la ayuda de los nazaríes de Málaga durante
el asedio a la ciudad (1487). Ante tal hecho:

«[…] mandó luego llamar a su hermano don Diego a don Alonso de León, su primo, fijo de
don Fernando de León, su tío, ca eran caualleros muy nobles y de quien él mucho confiaua; y
contóles todo el caso que el moro le avía dicho. E díxoles que les rogaua y mandaya, commo a
parientes mtan çercanos, que ellos fuesen esa noche con aquel moro con trzientas lanças delas
suyas e trezientos peones, todos gente escogida y muy armada, y muy secreto a se poner en los

962
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 262-263.
963
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 325-326.
964
GARCÍA MONTER, LUIS: «Las lecciones de la literatura», suplemento especial con motivo del ―Día de
Andalucía‖, Diario El País, año XXIV, nº 7.958 (27 febrero de 1999), pp. 15-16, p. 15; citado en PEINADO
SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., p. 514.

478
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

lugares donde aquel moro los leyase. Y les rogaua mucho ellos trabajasen con aquellos moros que
por ally avían de pasar e fiziesen commo quien eran, como en otros fechos de mayor peligro
muchas otra vezes se oviesen visto e dieron buena cuenta de sy. Y no menos se esperaya qe agora
farían así commo si el presente fuese; en lo cual Dios sería muy servido y el rey su sennor, y que él
resçibirçia grande honrra y ellos tanbién. E luego, don Diego e do Alonso respodieron al marqués:
―Sennor, muy alegres somos y tenemos en buena ventura el cargo de Vuestra Meéd nos da, y vos
besamos las manos por ello; y faremos todos nuestro poder y fiamos en Dios nuestro Sennor
seremos vençedores‖ [...] E al fyn, los moros fueron vençidos, e muy pocos escaparon que no
fuesen muertos, porque don Diego e don Alonso avían fecho voto, dándoles Dios victoria, de no
tomar ninguno a vida. E fallaron dellos muertos más de trezientos e veynte, e feridos más de
ochenta, los quales mandaron meter a espada [...] E todo así recogido, mandaron a los penoes que
cada vno leuase vna cabeça de moro en las manos [...] Y entrados por el real, commo todos vían
965
las cabeças de los moros puestas en las lanças, gozáuanse mucho en lo ver» .

Estos autores también resaltaron las muestras de esta crueldad de los cristianos en su
combate frente al bando nazarí, como un hecho que denotaba la categoría moral superior
de este tipo de comportamientos. Hernando de Talavera, por ejemplo, no duda en
afirmar, en un Salmo del Oficio por la toma de Granada, que «el Dios de las venganzas
ha obrado libremente. Levántate Tú, que juzgas la tierra; dale su merecido a los
soberbios»966. La aparición en la propia cronística castellana de varios ejemplos de las
implacables acciones llevadas por parte de la hueste cristiana para acabar con los infieles
musulmanes, destacaron que la crueldad que los guerreros emplearon para matar a los
moros no era percibida como un comportamiento deplorable por el conjunto de la
sociedad hispánica, sino como la consecuencia de una necesidad de devolver las afrentas
al enemigo. De hecho, no fueron pocos los autores que se aventuraron a afirmar que los
castellanos estaban actuando como un látigo de Dios para castigar los pecados del pueblo
nazarí. De forma muy explícita, Fernando del Pulgar alude en múltiples ocasiones a esta
concepción doctrinal veterotestamentaria en su Crónica de los Reyes Católicos. Uno de
esos principales ejemplos expuestos por el cronista en esta obra, remite directamente al
contenido de uno de los fragmentos del Antiguo Testamento, referente al castigo sufrido
por el pueblo de Judea a manos de Dios (Jeremías 15):

«E porque hallamos en la Sagrada Escritura quando Dios se indignaua contra algund pueblo
los amenaçaua con destruyçión total, fasta los perros, plógonos inquirir la manera de biuir de la
gente de aquella cibdat, porqué plugo a Dios mostrar su yra tan súpita et tan cruel contra ellos […]

965
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 264-266.
966
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 28.

479
José Fernando Tinoco Díaz

Esto considerado, creemos que plugo a la justicia de Dios darles tal pugniçión, que avn fasta los
perros de aquella çibdat no quedasen biuos; porque fuese exenplo para los que lo oyesen, e
967
temiesen de perseverar en los pecados por no incurrir en la yra diuina» .

A pesar de que las narraciones de tipo de comportamientos determinaban la


repetición de un vocabulario retórico de cierta índole goticista, durante este periodo
también fueron visibles otro tipo de alegatos que mostraron una perspectiva más real de
la guerra frente al emirato. Para algunos de los autores castellanos de este periodo, el
carácter violento que era atribuido a los musulmanes granadinos se contradecía con la
realidad de un reino nazarí abocado a la desaparición, que realmente no suponía una
amenaza para el pueblo castellano. Durante los primeros compases de esta contienda, el
propio Fernando del Pulgar, en boca del maestre de Santiago don Alonso de Cárdenas, se
ve obligado a afirmar que los reyes debían «considerar si se pueden forçar las fuerças del
enemigo» antes de dar inicio a tal disputa. Él mismo contesta ante tal requerimiento,
afirmando que «desto no conviene mucho declarar, pues las veemos tan flacas»968.
Antonio de Nebrija completa esta reflexión en sus escritos, destacando que «esta guerra
en la que ahora nos ocupamos no es ni tan difícil que nos deba asustar, ni tan fácil que la
debamos despreciar». El humanista determina que si las fuerzas de uno y otro bando eran
comparadas, «todo es más favorable para nosotros: el número de soldados es superior,
mucho más vivas las fuerzas de cuerpo y espíritu, los capitanes más diestros en dirigir la
guerra, las máquinas de guerra, las que sirven para atacar a los enemigos como aquéllas
con las que nos defendemos, constituyen un aprovisionamiento increíble en importancia
y en número»969. A pesar de que realmente el comportamiento de ambos bandos fue
bastante parejo en determinadas ocasiones, los historiadores del periodo siempre
mostraron una gran preocupación por determinar la motivación de cada una de las
facciones de una forma claramente diferenciada. En ese sentido, los guerreros castellanos
destacaron por sus muestras de valor, de forma que los cronistas siempre enfatizaron el
carácter de estos guerreros cristianos a través del uso de adjetivos adverbializados como
«ferozmente», «valientemente» o «duramente»970. Pero al mismo tiempo que se ponía de
manifiesto la belicosidad de los musulmanes y el ardor castellano, estas crónicas
cristianas también reconocían que Castilla se enfrentaba ante un enemigo agotado, pues

967
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 11.
968
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 84.
969
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 63.
970
Sobre todo ello, se remite a RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «La conquista de…», op.cit., pp.193 y ss.

480
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

el pueblo nazarí constituía una sociedad en franca decadencia. Por este motivo, la suerte
de la guerra parecía bastante clara a pesar de la fiereza demostrada por los nazaríes. Con
motivo del asedio a la ciudad de Loja (1486), Fernando del Pulgar destaca un episodio
pero que representa a la perfección esta perspectiva del conflicto, el cual narró de manera
bastante onerosa para el propio bando cristiano. El cronista personifica en la figura de un
simple tejedor nazarí, la suerte de un emirato que solo podía esperar un aciago destino
frente a la gran potencia de la fuerza castellana. De esta manera, el inocente musulmán
encontró la muerte de forma especialmente violenta a manos de los guerreros castellanos
que estaban combatiendo en el arrabal de la población lojeña:

«Acaesçió que vn moro texedor con su muger estaua texiendo en su casa, sin ninguna
alteraçión de las que la furia que pasaua en aquella ora le deviera poner. E como su muger et
veçinos le aquexasen que se retruxiese presto a la çibdat, por escapar con sus bienes, como todos
los otros facían, este moro respondió:-¿Do queréys que vayamos, o para qué nos guardásemos;
para la habre o para el hierro, o para la persecuçión? Dígole, muger, que pues no ay amigo aviendo
piedat de nuestros males me repare, quiero esprar enemigo que, aviendo codiçia de nuestros
bienes, me mate. E por no ver los males de mi gente, quiero más morir agora con fierro, que
después en fierros; porque ya Loxa, ofensa de cristianos e defensa de moros, es fecha sepultura de
sus moradores e morada de sus enemigos-. E con esta opinión quedó este moro en casa, fasta que
971
los cristianos la entraron et lo mataron» .

Pero otros tantos historiadores castellanos que pretendieron aportar una visión más
honesta del conflicto castellano-nazarí, afirmando que «a los christianos apremiava la
vergüenza, a los moros forzaba necesidad»972. A pesar de que ningún autor cristiano
cuestionaba que el enfrentamiento entre ambos reinos había sido desencadenado por el
bando musulmán, algunos de ellos denotaban que a los granadinos no los movían deseos
de muerte o saqueo de las tierras del enemigo castellano para continuar guerreando. En
contraposición, los musulmanes estaban luchando por algo más que su animadversión al
credo cristiano. Como Pedro Mártir explica en una de sus epístolas, estos guerreros
islámicos «valerosamente pelean por sus hijos, por sus esposas, por sus haciendas, y,
finalmente por su vida y religión»973. El italiano afirma, en otra de sus misivas que
durante el asedio castellano a Baza (1489), «reunidos los grupos de jóvenes [moros], los
ancianos los exhortan a la defensa de la patria y se esfuerzan en persuadirlos de que nadie
debe desmerecer de sus antepasados, quienes en alguna ocasión hicieron frente a fuerzas

971
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 223.
972
PÉREZ DEL PULGAR, HERNÁN: «Breve parte de...», op.cit., p. 573.
973
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 98.

481
José Fernando Tinoco Díaz

más numerosas y salvaron la patria de enemigos más encarnizados». La consecuencia de


todo ello fue que «mandado pos Raduam Zafargial, cristiano renegado, se esforzaban los
moros [de Baza] en defender lo suyo; los nuestros ponían su empeño en avanzar por la
provincia conquistada»974. Como queda de manifiesto en ambos fragmentos, los cronistas
eran partícipes de que la supervivencia del reino granadino y su propia forma de vida
estaban en juego en esta contienda frente a Castilla.

Siguiendo esta perspectiva, en varias ocasiones Fernando del Pulgar intenta retratar
las derrotas sufridas por el bando nazarí desde una perspectiva bastante sentimentalista.
Esta visión se alejaba sobremanera de ese perfil violento del musulmán que aparecía en
el relato de la toma islámica de Zahara de la Sierra (1481), para intentar incidir en la
realidad que vivió el pueblo musulmán durante esta guerra. De esta manera, con motivo
de la narración de la conquista de Alhama llevada a cabo por las huestes al mando del
marqués de Cádiz (1482), el cronista afirma que:

«Los moros pelearon aquel día con aquella fuerça de cuerpo e de coraçón que se requiere
pelear a todo ome esforçado por la defensión de la vida suya et de sus mugeres et fijos, que ívan
matar e catiuar, e por conseruación de su libertad, por la cual no dudauan andar peleando sobre los
cuerpos de sus fijos et hermanos et propincos que cayan muertos delante dellos, a fin de saluar si
pudieran algunos de los biuos»975.

El mismo autor también recogió un caso muy semejante, referente al asedio de Coín
(1485), donde desarrolla de manera más amplia a esta necesidad musulmana de plantar
cara a los cristianos para salvar a sus familias. Según recoge en su crónica:

«Un moro capitán dellos les dixo:-Ea, moros, quiero ver quién será aquel que se conpadesçerá
de los niños et mugeres de Coyn, que esperan la muerte et el catiuerio. E aquel a quien la piedat de
Dios mouiere, sígame, que yo me dispongo a morir como moro por socorrer los moros. E diçiendo
estas palabras, tomó una seña blanca, e siguiéronle los moros gomeres»976.

Frente a la valentía, el coraje y la virilidad demostrada por los castellanos en el


campo de batalla, Palencia achaca parte de esta incapacidad de reacción del ejército
musulmán ante el avance cristiano, a la fuerza de las mujeres en esta sociedad. Afirma
este cronista que «viven los moros muy supeditados a sus mujeres; el tierno amor de los
hijos los hace cobardes, y como procuran afanosamente la propagación y el sustento de la

974
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 116-117.
975
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 9.
976
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 157.

482
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

prole, todas las casas estaban llenas de seres indefensos, y los hombres difícilmente
lograban reunir sus familias, mientras todos los jóvenes y viejos atendían a la
defensa»977. Quizá el caso donde mejor se expresó esta debilidad por la fuerza de la
mujer en la sociedad, sea el del propio Boabdil. Aunque Hernando de Baeza determina el
verdadero alcance protector de la figura maternal de Aixa, las fuentes castellanas no
dudaban en afirmar que durante la conclusión de esta contienda frente a Granada, «el
Rey Chiquito se guardaba que su madre no supiese que él trataba con los Reyes
Cathólicos de entregalles el reino»978. Este tipo de narraciones, que pretendían destacar la
impotencia de los musulmanes frente al ataque cristiano, fueron más recurrente de lo que
puede parecer a lo largo de todo el conflicto. Sirva también como ejemplo el siguiente
fragmento de la crónica de Alonso de Palencia. En ella, el autor destaca que, durante el
asedio a Vélez Málaga (1487), los musulmanes «solo habían tomado las armas contra los
cristianos por la protección de sus lares; por la conservación de la tierra tantos años
poseída; por la defensa de sus mujeres, hijos y bienes, y por el libre ejercicio de su
religión en las mezquitas»979. Según determina Hernán Pérez del Pulgar, esta situación de
sufrimiento del pueblo granadino era determinada verdaderamente, más que por la
autoridad femenina, por las disputas derivadas de las cuestiones internas del reino, la
verdadera causa de la desaparición del emirato nazarí:

«En Granada continuavanse las tiranyas con enredamientos los unos con otros, y los inocentes
padecian males de la gente suelta que ni aceptaban razon ni querian justicia con gana que todos
tenien que hacer mudanza por cobdicia de ganar, y con esto crecia osadia en las cosas llanas rota y
turbadamente, porque todos desatinados no sosegavan con estar llenos de division. E como fuessen
mas los malos, execedian en poderío á los pacificos; que ni trataban ni caminaban, ni los campos

977
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 122.
978
ANÓNIMO: «Continuación de la...», op.cit., p. 516. BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que...», op.cit.,
pp. 42-44. A pesar de que la versión de la crónica de Baeza actual concluye en este punto, la crónica
Alonso de Santa Cruz; SANTA CRUZ, ALONSO DE: Crónica de los..., op.cit., p. I, 42-43. Esta narración de
los últimos hechos del reino nazarí, contradice a la versión posterior que pronto se generalizó del papel de
la madre del emir durante este periodo, en la cual se afirmaba que «poniendo los ojos en aquellos ricos
alcázares que dejaba perdidos, [Boabdil] comenzó a sospirar reciamente, y dijo Alabaquibar, que es como
si dijésemos Dominus Deus Sabaoth, poderoso Señor, Dios de las batallas; y que viéndole su madre
sospirar y llorar, le dijo: ―Bien haces, hijo, en llorar como mujer lo que no fuiste para defender como
hombre‖ Después llamaron los moros aquel viso el Fex de Alauaquibar en memoria de este suceso»;
MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., pp. 592. Al respecto, de esta influencia
de las mujeres en la esfera del poder, consultar PELÁEZ ROVIRA, ANTONIO: El emirato nazarí..., op.cit., pp.
72-73.
979
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 285.

483
José Fernando Tinoco Díaz

se labravan, lo cual causavan los naturales enemigos de su propia tierra, porque con la
980
destruyccion della esperavan aver muy grandes provechos» .

6.2. EL COMPORTAMIENTO DE LOS CASTELLANOS ANTE EL ENEMIGO


MUSULMÁN.

6.2.1. LA IMPORTANCIA DE LAS CUESTIONES DINÁSTICAS NAZARÍES EN EL DEVENIR DEL


CONFLICTO. EL VERDADERO PESO DE LA RELIGIÓN EN LAS RELACIONES CASTELLANO-
GRANADINAS.

Si desde la llegada al trono de Muley Hacén, su prestigio «se había basado única y
exclusivamente en sus triunfos militares»981, las derrotas sufridas durante los últimos
años de la década de 1470 y, sobre todo, la pérdida de la plaza de Alhama (1482),
cuestionaron sobremanera la autoridad del emir en su propio reino. Entre los nazaríes se
fue extendiendo la necesidad de contar con un monarca que verdaderamente los
protegiera de los cada vez más comunes ataques castellanos. Su fracaso en los diversos
intentos de recuperar con posterioridad esta estratégica plaza, provocaron su definitiva
caída982. El mismo día que se producía el desastre castellano frente a las murallas de
Loja, el 14 de julio de 1482, Muhammad XII era proclamado emir apoyado por el bando
nazarí de los abencerrajes y se hacía con el control de la capital granadina. Tras este
hecho político de capital importancia para el futuro del emirato, el reino musulmán quedó
dividido entre los partidarios del joven rey y los que aún se mantuvieron fieles a su
padre. A pesar de lo que pudiera parecer, esta contienda no debilitó la guerra fronteriza
que los musulmanes mantenía con las huestes castellanas, pues ya se ha mencionado que
el prestigio de cualquier mandatario musulmán dependía directamente de las victorias
que éste consiguiera frente al enemigo cristiano como se ha mencionado con

980
PÉREZ DEL PULGAR, HERNÁN: «Breve parte de...», op.cit., pp. 568-569.
981
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., p. 250.
982
Este rasgo de la sociedad musulmana de sentir inseguridad cuando los castellanos comenzaban a
cosechar victorias en la frontera entre ambos reinos, ya aparecía con mucha normalidad en las diversas
crónicas castellanas bajomedievales anteriores al conflicto frente a los Reyes Católicos. Sirva como
ejemplo la narración de la reacción nazarí a las correrías realizadas por el condestable Iranzo durante 1462,
las cuales llegaron incluso a las tierras aledañas a la misma capital nazarí y denotaron el ascenso del propio
Muley Hacén al trono granadino: «Como la nueua de la destruyçión et grandes males et daños quel dicho
señor condestable fizo en tierra de moros, segúnd dicho es, llegase a la çibdad de Granada, todo el común
de la dicha çibdad se alborotó et leuantó contra su rey Çidi-Çaha, diciendo que no tenían ellos rey sinó para
los despechar y robar, mas no para los defender y anparar de los cristianos, que les corrían et robaban et
quemauan la tierra, et les matauan et leuauan sus parientes catiuos. Y demás desto, que avían pechado las
párias que avían de dar al rey de Castilla y se las avía tomado et comido, et no las avía pagado; por cabsa
de lo qual los cristianos les facían por todas las partes la guerra, y la tierra de los moros de cada día se
despoblaua y perdía»; ANÓNIMO: Hechos del condestable..., op.cit., pp. 82-83.

484
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

anterioridad. Por este motivo, a lo largo de los primeros compases del conflicto
castellano-nazarí, ambos monarcas tuvieron que esforzarse por obtener grandes triunfos
en tierra cristiana que legitimaran sus pretensiones al trono del emirato, contrarrestaran
las posibles derrotas sufridas por su bando y anularan los éxitos logrados por sus
enemigos. En un acertado análisis de esta coyuntura política que rigió estos primeros
años de la contienda, Jerónimo Zurita destaca que:

«Toda la avtoridad, y reputación de los Reyes de Granada, padre e hijo, y el crédito con que se
sustentauan en su enemistad, y guerra, se fundaua en qual se señalaría mas por las fronteras de la
Andaluzia y las estendiera mas y no eran entre si tan enemigos, como lo procurauan mostrar en la
competencia de la defensa de su reyno […] porque con los buenos, y prosperos sucessos, les
animarian mas los Africanos a pasar en su socorro y hazer la guerra dentro en la Andaluzia de
donde se esperaua sacar mucha honra y prouecho»983.

Los dos primeros años que siguieron a la conquista cristiana de Alhama (1482)
favorecieron a los intereses de ambos bandos nazaríes, pues los musulmanes atesoraron
varias victorias destacadas frente a las fuerzas castellanas en distintos puntos de la
geografía rayana. Entre todas ellas, destacó el desastre castellano de la Ajarquía
malagueña, acaecido en marzo de 1483. En este choque, las tropas de Abu al-Hassan y su
hermano El Zagal consiguieron destrozar a las huestes cristianas al mando del marqués
de Cádiz y el maestre de Santiago. El joven emir granadino Muhammad XII, presa de la
necesidad de igualar la heroicidad que supuso esta victoria del bando favorable a su
padre, se vio forzado a plantear una entrada en tierras castellanas al mes siguiente con el
objetivo de «ganarse las simpatías de los suyos -haciendo algo de importancia-»984. El
objetivo de esta correría fue la plaza de Lucena, conquistada en 1240 por el monarca
castellano Fernando III, que en ese momento se encontraba en manos de un joven Diego
Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles. Con la ayuda de su suegro, el alcaide de
Loja Ibrahim Aliatar, Boabdil logró reunir un poderoso ejército para intentar recuperar de
esta ciudad de manos cristianas y poder así conseguir un golpe de efecto moral que
consolidara su posición como emir nazarí. Según afirmaban los cronistas castellanos, el
rey actuó animado por el conjunto de victorias que los musulmanes habían conseguido
durante este periodo frente a unos castellanos que parecían sufrir una derrota tras otra en
sus combates frente a los nazaríes. Sin embargo, este altivo sentimiento y prepotencia y

983
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 322r.
984
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 70-71.

485
José Fernando Tinoco Díaz

seguridad fue la razón que realmente le llevó a sufrir esta crucial derrota que acabó con
su captura por el bando cristiano985:

«El rey Boabdil, dueño de Granada, Guadix, Loja y otras muchas ciudades y villas del
territorio granadino, y que contaba con gran favor de los pueblos, deseando realizar alguna hazaña
memorable y grata a los moros, reclutó gente para exterminar con un nuevo golpe a nuestros
andaluces, quebrantados con el reciente descalabro [...] Impulsaba, además, al joven y arrojado
Monarca, la emulación de la fortuna de su padre contra los nuestros, y el anhelo por alcanzar igual
victoria, para que los granadinos, que dan gran importancia a los buenos auspicios de sus
caudillos, no considerasen solo al padre dotado de este don. Creían, finalmente, que se les
brindaba ocasión para hacer terrible tala, en tierra enemiga, con que el Rey, al frente de escogida
hueste atacase de repente a Lucena, amedrentando a la escasa guarnición que creían encontrar en
plaza tan mal defendida por su situación y por sus reparos. Confirmaba esta opinión el suegro del
Rey, Aly Aliatar, o sea el Droguero, anciano corregidor de Loja, muy versado en las cosas de la
guerra, belicoso y afortunado en los combates, y que por sus relevantes méritos había sabido
enaltecer lo oscuro de su linaje, hasta tener por yerno al Rey, presidir el Consejo y acaudillar
tropas, a pesar de ser nonagenario. El fracaso de esta expedición empañó el brillo de tan relevantes
merecimientos»986.

A lo largo del siglo XV, Castilla había sabido beneficiarse de los conflictos intestinos
del bando nazarí, denotando que la relación entre los monarcas cristianos y sus
semejantes musulmanes distaba de plantear cualquier problema por causa de la fe
antagónica de ambos reinos. Sin embargo, según afirma el cronista Fernando del Pulgar,
durante los primeros compases de esta contienda, cuando se estaba produciendo la lucha
«entre el padre y el fijo, y los caballeros de vna parte e de la otra, ninguna de las partes
quiso reçebir ayuda de los cristianos, e antes querían pareçer la hanbre et muertes que

985
A lo largo de todas las narraciones de las campañas, los cronistas castellanos denotaron que sus derrotas
encendían en los musulmanes sentimientos de soberbia, los cuales les hacían aventurarse hacia campañas
se sobrepasaban sus posibilidades. Este fue el caso, por ejemplo, de las primeras grandes campañas
encabezadas por El Zagal tras su nombramiento como emir, las cuales Pedro Mártir de Anglería atribuye a
las victorias puntuales de los musulmanes en 1485: «Engreídos los moros con la doble victoria de Loja y
de Lombres, al mando del Zagal -a quien por su buena fortuna profesaban veneración-, con sus incursiones
perturban, infestan, devastan y se llevan grandes botines en Castro del Río, a quince millas de la ciudad de
Córdoba. Preparan golpes de más altura»; MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 70-71.
986
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 70-71. Al respecto de esta batalla, AMADOR
DE LOS RÍOS, RODRIGO: «Notas acerca de…», op.cit.; GONZÁLEZ DE AMEZÚA Y MAYO, AGUSTÍN: La
batalla de Lucena y el verdadero retrato de Boabdil. Madrid, 1915; CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA:
«Historia de la...», op.cit., pp. 499-501; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 48-
54; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 86-88. Un estudio de la
información aportada por las fuentes sobre este episodio y sus consecuencias para el conflicto, PONTÓN
GIJÓN, GONZALO: Escrituras históricas. Relaciones..., op.cit., pp. 61-91.

486
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reçebirían que meter cristianos en su reyno»987. Alonso de Palencia aún fue más directo,
al afirmar que «ni aun en la mísera situación a que estaban reducidos podían los moros
sometidos al poder de D. Fernando ocultar su reconcentrado odio a los cristianos»988. A
través de este tipo de referencias, los diversos cronistas castellanos pretendían dejar de
manifiesto que el pueblo musulmán se regía por una intensa fe en el credo islámico, lo
cual condicionaba todos los aspectos de su cultura y no permitía a los reyes de Castilla
interceder en tal contienda interna. Según estos historiadores, esta fuerte creencia
religiosa había establecido la imposibilidad de que ninguno de los bandos nazaríes viera
a los castellanos como un posible aliado frente al bando enemigo, como ya había
sucedido con anterioridad en diversas ocasiones. Pero la derrota de Boabdil en la batalla
de Lucena (1483), alteró sobremanera este marco de relaciones retornando a la situación
que había regido la relación entre ambos reinos hispanos desde el inicio de la centuria.

La captura del joven emir por parte del bando castellano, permitió a Muley Hacén
recuperar el control sobre la capital granadina. Restituido en su puesto, el partido de este
monarca ofreció a los castellanos diversas prebendas y acuerdos de paz a cambio de la
entrega de su hijo. Su intención era impedir que Boabdil volviera con sus partidarios, a
los cuales les había ofrecido un perdón general para concluir así con la contienda interna
y constituir un bando homogéneo frente al reino castellano. De igual manera, los aliados
de Muhammad XII «muchas vezes ofrecieron gran número de oro en parias al Rey et a la
Reyna, e quel rey moro sería su vasallo para los seruir, segúnd lo avían sido algunos
moros del reyno de Granada de los reyes de Castilla sus anteçesores». Sin embargo, los
Reyes Católicos decidieron declinar ambas ofertas en un primer momento, «porque su
propósito, segúnd avemos dicho, era de conquistar todo el reyno de Granada»989.
Fernando del Pulgar, en boca de Alonso de Cárdenas, denota al respecto que ambas
partes «os ofreçen parias, et demandan tregua». Pero él mismo debe reconocer también
que a los reyes no les interesaban ya las concesiones económicas de un reino derrotado,
pues:

«En prosecución de lo qual, allende de los peligros et aventuras et trabajos ávidos por vuestra
persona real, et por vuestros capitanes et gentes, es cierto que son fechos tantos et tan inmensos
gastos, sobrepujan a al cantidat de las parias que estos moros ofreçen, ni podrían dar en muchos
años [...] los prouechosos de las parias que dieren no son tan grandes que no sean mayores los

987
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 40.
988
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 351.
989
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 129.

487
José Fernando Tinoco Díaz

trabajos que vuestra gente oviere, et los gastos que vos fiziéredes en le poner paçífico en su reyno
[...]»990.

El castellano concluye este razonamiento determinando que:

«Asy que mi pareçer es que la guerra començada se debe continuar, e que ni devéys soltar este
rey, ni recibir las parias del otro, porque no movistes tan gran guerra para reçebir lo que los moros
vos quisiesen dar, mas para que le quede lo que les quisiéredes dexar, quando so vuestro ynperio
quisyéredes que biuan. E lo que vos, señor, podéis tomar, no esperéis reçebirlo de otro» 991.

Pero algunos castellanos también defendían que esta situación podría ser la
oportunidad idónea para que los reyes de Castilla nuevamente comenzaran a intervenir de
forma activa en la política nazarí. De esta forma expone el mismo cronista Fernando del
Pulgar, en boca de don Rodrigo Ponce de León, el razonamiento de estos partidarios de
una liberación que habría servido para alentar la contienda interna de Boabdil con su
padre:

«Notorio es, muy poderoso Rey et señor, que antes de que este rey fuese preso, la división que
avía entre él et su padre los tenía tan ocupados, que la guerra que les facíamos era más prouechosa
a nuestra parte, et más dañosa a la suya; porque queriendo cada vno dellos seguro su propósito, ni
se podían bien defender de la guerra que les facíamos de fuera, ni podían remediar a la que ellos
tenían de dentro. Agora, después de que este rey fue preso, algunos de los principales de Granada
que estauan por el fijo se an juntado con el padre, an avido ligar para defender mejor su tierra. Yo,
muy poderoso rey et señor, no digo que çese la guerra que tenéys contra los moros, pero digo que
se suelte éste que es causa de si división, para que tengan dos guerras, vna con ellos e otra con
nosotros, porque lo podáis mejor guerrar, y ellos se puedan ménos defender [...] Y esto debe facer
Vuestra Alteza por dos razones: la primera, por vsar de caridad con vuestros súbditos los cristianos
que éste ofrece, redimiéndolos del catiuerio que ovieron en seruicio de Dios e vuestro; la segunda,
porque huséys de menfiçençia e liberalidad con este rey que os la demanda, la qual si él no es
merecedor de recebir por ser pagano, vos soys digno de dar por ser católico […]»
992
.

Aunque las alianzas habían existido a lo largo de la historia entre ambos reinos, en
general los castellanos consideraban que «no existe lazo bastante fuerte de amistad entre
cristianos y moros, cuya supersticiosa falacia es declaradamente hostil al catolicismo y
990
PULGAR, FERNANDO DEL: Guerra de Granada..., op.cit., pp. II, 84-85.
991
PULGAR, FERNANDO DEL: Guerra de Granada..., op.cit., p. II, 87. De una manera semejante, Pedro
Marcuello instaba a doña Isabel a que «Avnque os dé tributo el moro,/ ni las doblas a quintales,/ grande
reyna, más tesoro/ es el recebir el choro/ de las glorias terrenales [...] Considerat los pasados/ de Castilla
grandes reyes/ si fueran mejor librados/ que dexaran conquistados/ en sus reynos los infieles./ Vos, por
seruir a Jhesús/ con mucho amor entrañable,/ siempre en la mente la cruz,/ no parias del rey marfuz/ y
hauéis gloria perdurable»; MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 37.
992
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 88-89.

488
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

trabaja por su exterminio, y de que las alianzas entre ambos pueblos no excluyen
semejantes ardides, con tal que no aparezca á las claras intento de guerra»993. Ron Barkai
postuló que esta imagen del musulmán como un ser falso, al no se debía creer, se
manifestaba en las crónicas cristianas desde el inicio del periodo medieval. Según estas
fuentes hispánicas, tal rasgo derivaba de la falsedad de las creencias y valores islámicos,
los cuales chocaban frontalmente con la cultura de los pueblos cristianos994. A finales de
la Edad Media, este rasgo negativo atribuido a la personalidad de los moros se convirtió
en el atributo esencial de la concepción del pueblo nazarí. El conjunto de la sociedad
cristiana de la Península aún participaba de una desconfianza generaliza frente a los
granadinos, debido a la convicción de que no tenían sentido del honor pues «siempre
fueron quebrantadores de fe y engañosos»995. A pesar de que la cautividad del joven emir
se presentaba como una importante baza diplomática, Pulgar afirma que entre estos
caballeros castellanos, había algunos que «sospecharon que todas aquellas diferençias
que los dos reyes mostrauan eran fingidas; y avnque fuesen verdaderas, reçelavan que en
aquella ora, para mal de los cristianos, se conçertarían el tío con el sobrino; e los vnos y
los otros los tomarían en medio por lo matar o catiuar»996. Sin embargo, Hernando de
Baeza se esfuerza en mostrar un retrato del joven emir mucho más amable y cercano, que
se aleja de esta perspectiva castellana tradicional de los líderes musulmanes. El
eclesiástico afirma de Boabdil, poco después de su elección como monarca nazarí, que
«cierto yo tuue esta palabra de gran persona, y es testigo nuestro señor que en cuanto yo
dél conocí en tres ó quatro años que le comuniqué, assí lo era, y rrealmente creo que si
alcanzara á ser cristiano, que fuera uno de los mejores que jamas fueron»997.

Finalmente, los Reyes Católicos comprendieron que era mejor devolver la libertad a
Boabdil. A cambio, acordaron con el mandatario musulmán una tregua de corte
tradicional, que recordaba a los pactos de vasallaje firmados en 1246 entre la corona de
Castilla y el emirato. El acuerdo, firmado el 30 de abril de 1483, aseguraba la redención
de Boabdil a cambio de un tributo anual de 12.000 doblas, el compromiso de asegurar la

993
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 322.
994
BARKAI, RON: Cristianos y musulmanes..., op.cit., pp. 23-48, 136, 219-223.
995
MARINEO SÍCULO, LUCIO: Vida y hechos..., op.cit., p. 103. Aún a comienzos del siglo XVII, el padre
Mariana afirmaba que «la nación de los moros es mudable y desleal, y no se refrena ni por beneficios ni
por miedo, ni aun tiene respeto á las leyes y derecho natural»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de...,
op.cit., p. 101.
996
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 256.
997
BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que...», op.cit., pp. 36-37.

489
José Fernando Tinoco Díaz

liberación de ciertos cautivos cristianos y, sobre todo, el vasallaje del musulmán y su


compromiso de intervenir a favor del bando cristiano en la guerra frente al partido de
Muley Hacén. Aunque Isabel y Fernando finalmente depositaron su confianza en
Boabdil, muchos fueron los castellanos que recelaron de su persona por su condición de
musulmán. De hecho, el acuerdo del pacto de dependencia ofrecido al nazarí no estuvo
exento de gran polémica entre los miembros del Consejo Real y los principales nobles
del reino, a pesar de la demostrada operatividad del planteamiento de liberar al joven
emir. De esta manera, Pulgar concluye que:

«La reyna, vistas las razones de vna parte e de la otra, respondió al Rey que, vistas las
voluntades de aquellos caualleros sobre la deliberaçión del rey moro, porque muchos reyes de
aquel reyno de Granada fueron vasallos de los reyes sus progenitores, si a su merçed plugiese
deuía darle la libertad, e reçebirlo por vasallo»998.

Desde el siglo XIII, los emires de Granada eran considerados como vasallos del rey
de Castilla por naturaleza, por lo que este pacto parecía no ser más que la confirmación
del antiguo estatus de dependencia del estado islámico frente a la corona castellana. Pero
aunque el comportamiento de los monarcas de este reino cristiano parecía denotar que el
sentido de la guerra era devolver la sumisión al vasallo rebelde, en el fondo se deseaba
crear una nueva condición jurídica para este reino musulmán999. De hecho, las fuentes
cronísticas cristianas denotan que, tanto Isabel, como Fernando, nunca expresaron un
juicio negativo sobre Boabdil, al cual le profesaron el reconocimiento pertinente derivado
de su estatus de mandatario nazarí. Durante todo el cautiverio del joven emir musulmán,
los reyes de Castilla manifestaron tener ante Muhammad XII un gran respeto, digno de
su dignidad real. Alonso de Palencia, por ejemplo, afirma que durante este periodo que el
granadino estuvo confinado en Córdoba, «se dignó honrar al cautivo con la mayor
generosidad, hizo limpiar todas las calles de la ciudad, consintió que tuviese intérpretes y
otorgó treguas de dos meses a los pueblos que le acataban, con otras muchas concesiones
propias de su ánimo clemente»1000. Asimismo, cuando el emir acordó prestar vasallaje a
los monarcas castellanos, éstos rechazaron cualquier gesto que implicara su dependencia.
Según relata Pulgar, don Fernando alegó que no era necesario tal expresión de
dependencia, pues «en su bondad que fará todo aquello que buen onbre et buen rey deve
998
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 89.
999
Al respecto de las cláusulas del pacto de Boabdil y los Reyes Católicos, y sus consecuencias directas en
el conflicto, consultar CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 512-516;
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la conquista..., op.cit., pp. 50-52.
1000
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 83

490
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

faver»1001. Para Antonio de Nebrija, el aragonés daba tal muestra de benignidad y poder
con este acto, que lo hacía ser comparado con el mismo dios Júpiter:

«Con la misma acción mostrarás a todos los pueblos la graneza del poder cuando oigan que
has otorgado la libertad al Rey con el que estás en guerra y que le has devuelto parte del reino, de
forma que, con un solo hecho, mostrarás que tú aventajas a los demás en dos cosas que los
antiguos atribuían a Júpiter y nosotros a nuestro Dios, vivo y verdadero, cuando les llamaos
óptimo y máximo: óptimo por su clemencia, de la que se sirven los mortales, y máximo por su
omnipotencia que se extiende no por partes, como otras, sino a todo. Del mismo modo por
1002
clemecia concederás al prisionero lal ibertad y gracias al poder no temerás una rebelión» .

Con la firma de este tipo de acuerdo de claro corte feudo-vasallático, los reyes
castellanos pretendían apelar a unos principios de concordia entre ambas coronas que
permitieran establecer con rapidez las bases para la inclusión del reino musulmán en el
conjunto de señoríos de los monarcas castellanos. La incidencia de los cronistas en este
aspecto de la relación entre ambas coronas, buscaba poner de manifiesto la humanidad de
los Reyes Católicos, expresando la superioridad ética de sus valores morales por encima
de los principios éticos de la propia religión islámica. Estos historiadores se esforzaron
por afirmar que, tanto Isabel como Fernando, mostraron constantemente una alta
consideración por los acuerdos rubricados con los emires nazaríes. Este comportamiento
denotaba que la relación entre ambas coronas estaba establecida acorde a un marco de
relaciones legales que se alejaba de cualquier expresión tradicional de la guerra de
religión. De hecho, los Reyes Católicos siempre pretendieron dar muestras de máximo
respeto ante los acuerdos alcanzados con estos mandatarios musulmanes desde su subida
al trono. Con el inicio del conflicto frente al emirato, esta perspectiva no cambió, sino
que se intensificó sobremanera como una forma de demostrar la faceta justa de estos

1001
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 91. Poco tiempo más tarde, el soberano
aragonés repitió este comportamiento con El-Zagal, cuando el nazarí claudicó y entregó todos sus dominios
en el territorio oriental del emirato: «Trasladado el vencido a presencia del vencedor, inmediatamente
descendió aquél de su caballo y, en actitud suplicante y humilde, insistentemente, en prueba de
servidumbre, pidió al Rey la mano para besársela. Reflexionando en mi interior, ¡oh, purpurado ilustre!,
sobre su fortuna, casi le tuve lástima. Es cierto que era un sin-ley y un bárbaro; pero Rey, al fin y al cabo, y
egrario en virtudes militares. No consintió Fernando esta humillación y tildó de poca finura a quienes tal
aconsejaron. Y porque no era decoroso que un Rey, aunque vencido y despojado de su reino, saludase a
otro Rey, aunque vencedor, en forma tan humillante, le mandó levantarse y montar inmediatamente en su
caballo. Y así, de igual a igual, después de abrazarse, vencedor y vencido, emparejados se dirigen los dos
hacia nuestras tiendas, emplazadas en la costa almeriense, a once millas de Tabernas, dando vista a la
misma Almería, y allí se ratifican los convenios que en su nombre habían negociado el Virrey y el Capitán
General de Baza»; MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 140-141.
1002
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 71.

491
José Fernando Tinoco Díaz

monarcas castellanos. En ese sentido, Pulgar destaca el episodio acaecido durante 1483,
donde los reyes cristianos ajusticiaron a un escudero cristiano, llamado Juan de Corral,
por negociar un pacto falso con Muley Hacén aun suponiendo éste la liberación de varios
cautivos del bando castellano:

«Acaesçió que vn escudero de los que estauan en la capitanía de Diego López de Ayala, que se
llamaua Juan de Corral, onbre de astuçia cautelosas, conçida la voluntad que los moros tenían de
recobrar a Alhama, con propósito de los burlar, procuró seguro rel rey de granada para y a fablar con
él. Auid el seguro, la fabla que se fizo fué que haría que el Rey e la Reyna le restituyesen Alhama, sy
el rey de Granada diese çierto número de doblas e catiuos. El rey de la Granada, e los cabeçeras que
oyeron aquel partido, fueron muy alegres [...] Este Juan de Corral vino con este partido al Rey e a la
Reyna, et no les dixo las cosas que el rey de Granada les ofreçió; pero díxoles que el rey de Granada
les restituyría a Zajara, et con ellla les daría otros castillos et villas del reino de Granada, que son
frontera de Castilla, e soltaría todos los cristianos que estauan catiuos, e daría vna gran suma de doblas,
si le tornasen la çibdad de Alhama. Al Rey e a la Reyna plugo de aquel partido, e acordaron de le
restituyr a Alahama, e les dar treguas por çiertos años, cumpliendo ellos aquello que aquel Juan de
Corral de su parte les ofreçía [...] Este Juan de Corral fué con este poder, firmado de los nombres del
Rey e de la reyna, e sellado con su sello, al rey moro. El qual, oydas las palabras blandas e promesas
graciosas que le fizo, e mirando solamente a la firma et sello del Rey e de la Reyna, e no examinando
el poder limitado que dieron, ni la condiçión que en él se contenia, dieron luego a este Juan de Corral
çiertas doblas e catiuos, con lo qual muy contento de sy mismo, porque avía sabido burlar a los moros
[...] El duque de Nájera, sabida la manera de aquel engaño, enbió aquel Juan de Corral a la villa de
Madrid, donde el Rey e la Reyna estauan [...] El Rey e la Reyna fueron muy yndignados contra aquel
escudero: mandáronlo prender, y enbiáronle preso al duque de Nájera; al qual enbiaron a mandar que
fiziese restituyr luego las doblas et otro qualesquier dones que avía reçebido de los moros, e mandaron
1003
pagar el rescate que fué aperçiado por los catiuos cristianos que avían soltado» .

Muy pronto se demostró que la inseguridad de los consejeros castellanos era algo
infundado, ya que «en este tiempo pues que los moros tenían más necesidad de
conformidad, permitió Dios que sus fuerzas se disminuyesen con división, para que los
Católicos Reyes tuviesen más comodidad en hacerles guerra»1004. Tras la liberación de
Muhammad XII, afirma Palencia que «el temor de estos pactos llegó de diversas maneras
a noticia de Albuhacén y de sus amigos, e inmediatamente empezó a tratarse entre los
moros de oponerles obstáculos»1005. Los partidarios de Abu al-Hassan decidieron optar
por plantear una campaña de desprestigio frente a la persona del joven monarca basada
en las referencias a la religión islámica, el gran pilar de la sociedad del emirato nazarí.
1003
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 57-59.
1004
MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 572.
1005
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 87.

492
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

De esta manera, el viejo mandatario musulmán «pareció encender el fanatismo religioso,


haciendo que los alfaquíes, en sus predicaciones, excitasen a los granadinos a no
sacrificar lo más sagrado para todo mahometano, la religión y la libertad, al afecto hacia
un hombre»1006. El 17 de octubre de 1483, los máximos consejeros religiosos de Granada
dictaron una fatwâ en la cual condenaban la rebelión de Boabdil porque, según su
criterio, éste había encendido el fuego de la guerra intestina. El pronunciamiento de los
grandes alfaquíes extendió entre el pueblo «la vulgar creencia de ser [Boabdil] más
inclinado a la Cruz que al Korán, y estas murmuraciones del pueblo habían infundido tal
audacia a los faquíes, que en sus predicaciones en las mezquitas acusaban al joven rey de
Granada, de estar resuelto a seguir disfrutando del falso nombre de Rey, aun a costa de la
religión de Mahoma»1007. Nebrija destaca que «decían de aquél [Boabdil] había realizado
una acción impía, criminal y en contra de la Ley de Mahoma, ya que el pacto con los
cristianos repercutía en prejuicio de su pueblo. Además, la mayoría de los que antes lo
seguían se apartaron de él y se volvieron hacia su padre guiados por el amor a su
religión»1008. Asimismo, Alonso de Palencia determina que desde este preciso momento:

«Disputándose ambos la corona, trabajaban con empeño por conciliarse el favor de los
numerosos bandos en que los ciudadanos estaban divididos, y para ello se valían de variados
recursos y hacían servir a su causa las contrarias predicaciones de los faquíes, con lo que el furor
de la morisma, acostumbrada a engolfarse en semejantes tumultos, tomaba pie para trabar diarias
peleas»1009.

Como han denotado los análisis efectuados por José Enrique López de Coca y Rafael
Peinado de las fuentes musulmanas del periodo, la nación granadina realmente atribuía la
derrota que estaba sufriendo el emirato nazarí, al abandono de los deberes de sus
gobernantes para con la divinidad. Por este motivo, los grandes líderes religiosos
instaban a ambos monarcas a entablar la paz y volver a unir sus banderas bajo la
1006
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 87-88.
1007
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 357-358. Al respecto de este documento,
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «La conquista de...», op.cit., pp. 37 y ss.; GRANJA
SANTAMARÍA, FERNANDO DE LA: «Condena de Boabdil por los alfaquíes de Granada» En al-Andalus:
Revista de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada, nº 36. Madrid: Instituto Miguel Asin,
1971, pp. 145-176.
1008
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 73. Luis del Mármol resumió el rechazo a la
llegada del joven a la capital nazarí por la firma del pacto con los soberanos castellanos: «no fue tan bien
recibido de los ciudadanos como se pensaba; porque cuando supieron las capitulaciones que dejaba hechas
con los reyes cristianos, y que había de ser su vasallo, los proprios que habían puéstole en el reino fueron
los primeros que se alzaron contra él»; MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p.
573.
1009
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 263-264.

493
José Fernando Tinoco Díaz

verdadera fe en Alá. Pero aunque los narradores castellanos, e incluso las propias fuentes
musulmanas, se esforzaron por representar las disidencias internas del pueblo nazarí
como una muestra del fanatismo religioso y el espíritu banderizo propio de la religión
islámica, cabe destacar que la división surgida en el seno granadino sobrepasaba con
creces esta perspectiva doctrinal del conflicto intestino1010. Sirva como ejemplo el
siguiente fragmento de la crónica de Alonso de Palencia, donde este autor pretende
exponer el estado interior del emirato desde su propio criterio:

«El furor popular iba haciendo de día en día más terribles los tumultos en Granada, porque,
unánime y públicamente, achacaban las derrotas sufridas a la incapacidad del Rey. Los alfaquíes,
que con sus predicaciones sabían perfectamente apaciguar o excitar los tumultos, habían acalorado
los ánimos del pueblo para que, al menos, por medio de ruidosas protestas, buscasen algún
remedio al daño común que exigiese la intervención eficaz de un Monarca, ya que Albuhacén, en
otro tiempo esforzado guerrero, se hallaba postrado por larga enfermedad en ocasión en que se
necesitaba un hombre dotado de enérgica resolución». De hecho, fue por la incapacidad de este
soberano por el que se produjo el nombramiento de El-Zagal al cargo del ejército nazaríes, dejando
al margen a los partidarios de Boabdil e incidiendo en esa fractura: «Todos a una voz contestaron
que lo que se necesitaba era la presencia del Rey, y que los granadinos querían a toda costa tener
uno. La Reina replicó: -Aquí tenéis al hijo del Rey, de todos vosotros bien quisto, adornado con
numerosos trofeos, y que hizo más por la gloria y por la extensión de nuestro pueblo que ningún
otro monarca granadino; mas si para las gravísimas urgencias de la actual guerra consideráis la
misma cosa estar enfermo que haber muerto, proclamad Rey al joven con el asentimiento del
padre. A esto respondieron los alfaquíes por el pueblo que, ni un Rey enfermo ni un Rey niño era
lo que exigían las presentes circunstancias, en que apenas bastaría para atender a los aprietos que
por todas partes se presentaban la energía de un guerrero esforzado y de gran experiencia militar;
así que procurase llamar a Abohardillas, hermano de Albuhacén, y ella y su hijo marcharan a
reunirse con el enfermo, si deseaban librarse de la furia popular. Obedeció la Reina, bien a su
pesar, a las intimaciones del pueblo»1011 .

En la mayor parte de luchas internas acaecidas en el territorio de Al-Andalus durante


el periodo medieval, tanto la exaltación de la religión islámica, como las divisiones
teológicas que separaba a almohades heréticos de súbditos ortodoxos, o incluso las
fragmentaciones raciales entre europeos y africanos, siempre habían jugado un papel
central en la configuración de los diferentes bandos que se habían disputado el control de
1010
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., pp. 419-422;
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «La pérdida del emirato nazarí en las fuentes árabes: el imaginario de la
derrota» En Cortés Peña, Antonio Luis; López-Guadalupe Muñoz, Miguel Luis y Sánchez-Montes
González, Francisco (eds.): Estudios en homenaje al profesor José Szmolka Clares. Granada: Editorial
Universidad de Granada, 2005, pp. 459-475.
1011
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 197-200.

494
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

esta zona geográfica. Sin embargo, la disputa sucesora por el emirato mantenida por Abu
al-Hasan y Muhammad XII, quedó supeditada a una cuestión más concreta: el tipo de
respuesta que ambos bandos defendían frente a la amenaza cristiana. Joseph Pérez
apuntaba que los Reyes Católicos nunca tuvieron frente a sí un pueblo unido sólidamente
tras la figura unitaria de un emir, sino que el curso del conflicto devendrá en la aparición
de adversarios y situaciones determinadas que impusieron una casuística determinada. En
ese sentido, la inicial decisión castellana de presentar a Boabdil como el emir de la paz y
la concordia, consiguió aunar a los partidarios de la corriente pacifista y enfrentarlo a los
nazaríes que deseaban continuar con una política belicista frente a la amenaza del reino
castellano1012. Sin embargo, el rápido ascenso de su tío Abū ‗Abd Allāh Muhammad az-
Zaghall, conocido entre los cristianos como el Zagal (el valiente), denotó que entre los
musulmanes del emirato aún había bastantes partidarios de la resistencia y hostilidad
hacia Castilla. Tras el nombramiento de este emir, la faceta conciliadora de Boabdil se
difuminó paulatinamente frente al avance inexorable de los Reyes Católicos. Según relata
Fernando del Pulgar, los alfaquíes vieron entonces la oportunidad idónea para volver a
unificar ambos bandos a través de un discurso retórico que reclamaba la defensa de la fe
islámica verdadera. Estos sabios le comunicaron a Boabdil que:

«Dios estaua ayrado contra ellos, por sus divisiones, que les avían fecho perder la tierra e la
libertad, e amonestáuanles que despertase y no callasen sus males, como fasta aquí avían fecho, e
con el ayuda del Poderoso se remediasen, et fuesen a ayudar a su sangre, pues se derramaua por
saluar la de todos ellos»1013.

Parece que el joven emir comprendió que esta división interna realmente condenaba
la independencia del emirato con respecto a Castilla, y por ello decidió aliarse con su tío
con el objetivo de intentar cortar sus lazos de sumisión que les unían a los reyes
cristianos. Empero, tras la conquista de Loja (1486), Muhammad XII volvió a caer
prisionero y se vio obligado a firmar un nuevo tratado de vasallaje con los monarcas
castellanos. Este pacto fue ratificado un año después en unos términos bastantes
favorables a los intereses de Boabdil, al cual se le concedieron nuevas mercedes que le
ayudaron a recuperar el control de una parte de la capital nazarí. Tal hecho sirvió a los
monarcas cristianos para revalidad sus antiguas pretensiones de aislar al bando belicista

1012
PÉREZ, JOSEPH: Isabel y Fernando…, op.cit., p. 260. Sobre esta perspectiva del conflicto interior del
reino nazarí, también es interesante consultar LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición…», op.cit., pp. 237-
241.
1013
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 394.

495
José Fernando Tinoco Díaz

de El Zagal, que encontraría la derrota un año más tarde tras el asedio a Baza y las
entregas de Almería y Guadix (1489). A partir de ese momento, Boabdil volvería a
encarnar la última esperanza para la sociedad nazarí. Sin embargo, el intento de reacción
llevado a cabo por este emir, pronto se demostró ineficaz, pues el emirato ya estaba
condenado a la desaparición.

6.2.2. LA GENEROSA POLÍTICA CASTELLANA DE CAPITULACIONES. UN


CONTRADICTORIO PROBLEMA SOCIAL DE PERSPECTIVA RELIGIOSA.

Durante todo este periodo de conflictos entre castellanos y musulmanes, en el caso de


los cercos donde la resistencia musulmana fue mayor, la religión tomó un papel
predominante en la descripción de la victoria del bando cristiano frente al infiel. En el
relato cronístico de tipo de sitios, en los que el ejército de los Reyes Católicos se veía
obligado a actuar por sorpresa o asaltar por la fuerza la plaza, Isabel y Fernando no se
enfrentaban a un enemigo movido por la necesidad de mantener su territorio y sus
costumbres, sino que medían sus fuerzas contra un adversario que deseaba defender sus
pretensiones de poder a costa de la exacerbación religiosa o la ruptura de pactos con el
bando cristiano. En la narración de este tipo de hechos, los cronistas recuperaron la idea
más clásica del moro como un ser deplorable y fanático, aunque en ningún caso se llegó
a demonizar y despersonalizar su imagen desde una perspectiva general. Sirva como
ejemplo este fragmento de la crónica de Alonso de Palencia, referente al cerco de Vélez-
Málaga (1487). En el mismo, este cronista castellano destaca que:

«[…] la feroz crueldad de los moros iba contrariando cada día más las inclinaciones del Rey a
la clemencia, porque hasta en los mismos momentos de rendirse algunas ciudades y villas poco
antes conquistadas, no habían dejado de perpetrarse más crímenes que los que el poder de los
vencedores había impedido cometer hasta con los enfermos, con los inermes y con los que se había
permitido residir en el interior del reino»1014.

En estos casos, el triunfo de la hueste cristiana imponía una rendición sin


condiciones. Esta determinación implicaba la pérdida de bienes personales y la
imposición de importantes castigos ejemplares que aleccionaran a las poblaciones
aledañas a no continuar con su resistencia frente al avance castellano. El principal
ejemplo de este tipo de medidas fue el caso de Málaga (1487). A pesar de las súplicas de
los ciudadanos que habían tenido que sufrir la intransigencia de los gomeres
norteafricanos, el duro y largo asedio que mantuvieron las tropas castellanas durante casi

1014
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 286-287.

496
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cuatro meses, condicionó la entrega de esta ciudad y el destino del conjunto de los
malagueños que se encontraban dentro de ella. La crónica anónima de Ponce de León
pretende certificar el intento del marqués por mediar por los habitantes de Málaga, para
que su rendición no estuviera condicionada por las acciones de los guerreros
musulmanes. Sin embargo, la voluntad de los Reyes Católicos en ese sentido, pareció
inamovible. Alonso de Palencia informa que:

«[…] el Rey había resuelto que se acañaverease a los renegados, que los desertores, conversos
y judaizantes fuesen quemados vivos, y que los gomeres, los de Osunilla y Mijas y cuantos habían
acudido a la defensa de Málaga desde los pueblos de la sierra quedasen en duro cautiverio,
repartiéndolos entre los Grandes y soldados distinguidos y enviando algunos, como muestra de
congratulación, al Papa y a varios Príncipes de la Cristiandad. La sentencia de los malagueños fue
más clemente. Toda persona, sin distinción de clase, sexo o edad, debía pagar por su rescate 36
ducados en el término de diez y seis meses, con arreglo a la última súplica de los infelices,
confiados en que los demás gomeres, granadinos o berberiscos les pagarían por caridad mutua el
rescate»1015.

Como consecuencia de la determinación de los reyes, parece que don Rodrigo se


negó a encabezar la delegación castellana que tenía como objetivo tomar a los derrotados
nazaríes1016. Para el cronista anónimo de la vida del marqués, al igual que para otros
narradores del periodo, ésta era una decisión triste pero necesaria. De esta afligida forma
relata Fernando del Pulgar la solicitud de rendición de Málaga que estos nazaríes
hicieron llegar a los monarcas castellanos, y la autoritaria réplica de éstos ante tal
mensaje:

«El Rey e la Reyna, vista esta demanda, cometieron la respuesta al comendador mayor de
León. El qual, por su mandado, les respondió que si al principio entregaban la çibdat, según
fiçieron los de Vélez Málaga e de las otras çibdades, ellos les dieran el seguro que a las otras
dieron. Pero que después de tantos días pasados y tantos trabajos ávidos, venidos en el estado en
que su pertinacia les avía puesto, más estauan en tienpo de dar que de demandar ni de escoger
partidos. E que no darían tal seguro que demandauan, porque bien sabían ellos que los vençinos
deber ser subjetos a las leyes que los vençedores quisieren. Y que pues la hanbre y no la voluntad
les facía entregar la çibdat, que se defendiesen, o se remitiesen a lo quel Rey e la Reyna

1015
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 326-328. Asimismo, cabe destacar el
comentario realizado por Jerónimo Münzer al respecto, el cual destacaba que «al apoderarse de Málaga,
hacía setecientos años, los mahometanos dieron muerte hasta al último de los cristianos. El rey juró hacer
esto mismo; pero llevado de su clemencia y humanidad, los vendió como cautivos»; MÜNZER, JERÓNIMO:
Viaje por España..., op.cit., p. 147.
1016
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 282-283.

497
José Fernando Tinoco Díaz

dispusiesen ellos; conviene a saber, los que a la muerte [a la muerte], y los que al catiuerio [al
1017
catiuerio]» .

En referencia a la doctrina cristiana que daba marco a la esclavitud, Santo Tomás


afirmaba al respecto que la libertad personal y el disfrute de su propiedad, patrimonio y
dominio eran ajenos a cualquier ley terrenal. En el lado opuesto, se encontraba la tesis de
Egidio Romano, recuperadas a mitad del siglo XIV, o las teorías del cardenal ostiense
Enrique de Sousa, que identificaban el derecho natural con la ley romana, por lo que la
sanción derivada del incumplimiento del marco jurídico general determinaba, tanto la
licitud de las guerras, como la propia esclavitud. Este tipo de retórica estuvo muy
presente en las tesis de Alonso de Cartagena, al igual que también alimentaron las
propias bulas del siglo XV de Portugal y Castilla sobre el dominio del Atlántico. Para los
autores de este periodo, los monarcas de Castilla tenían derecho a la conversión de los
habitantes de una ciudad en cautivos y esclavos, con la consiguiente petición de un
rescate a cambio de su libertad como indemnización por los gastos que el propio sitio
había causado. Tal perspectiva de la cautividad determinaba que el individuo continuaba
bajo esta consideración aunque recibiera el bautismo cristiano, pues su condición no
dependía de su fe, sino de sus actos previos. Esta consideración chocaba frontalmente
con la manera de proceder musulmana, donde el cautivo cristiano tenía la posibilidad de
liberarse si renegaba de su fe, pasando a ser considerado helche. Durante este periodo
bajomedieval, los teólogos y juristas siguieron discutiendo sobre la naturaleza de la
esclavitud como institución, lo que denotó que esta práctica no fue erradicada.
Verbigracia, las islas Canarias continuarán contando con mano de obra esclava e
indígena hasta final de siglo1018. En el periodo de la Guerra de Granada, la esclavitud era
entendida como consecuencia de la resistencia a la justicia real respondía, por tanto, a
una consideración jurídica. En el caso de la rendición de Málaga, por ejemplo, Bernáldez
denomina a los cautivos en este asedio como «vencido del todo»1019. Fernando del Pulgar
determinaba que, bajo esta denominación, se incluían a aquellos que «deben ser sujetos a

1017
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 327.
1018
Al respecto de todo ello, consultar RUMEU DEARMAS, ANTONIO: «Los problemas derivados del
contacto de razas en los albores del Renacimiento» En Cuadernos de Historia; anexos de la revista
Hispania, nº1. Madrid: CSIC, 1967, pp. 61-103. Sobre el tratamiento de este tema en e caso musulmán,
GONZÁLEZ ARÉVALO, RAÚL: La esclavitud en Málaga a fines de la Edad Media. Jaén: Universidad de
Jaén, 2006.
1019
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 329.

498
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

las leyes que los vencedores quisiesen […] conviene a saber, los que a la muerte, a la
muerte, e a los que al captiverio, al captivero»1020.

En referencia a este caso, fueron considerados esclavos de unas once a quince mil
personas. Los musulmanes que no eran de la ciudad pero habían defendido la plaza –
unos 2500 o 3000 musulmanes– fueron distribuidos entre los principales de la hueste.
Algunos otros fueron llevados al extranjero, como los 100 enviados al papado o las
esclavas enviadas a Portugal y Nápoles, 30 en cada ocasión. Por último, los malagueños
propiamente dichos, más de 8000 personas, pasaron a pertenecer a la corona de forma
directa. Una parte de estos sirvieron como trueque para la liberación de cristianos,
mientras que los restantes tuvieron opción a la libertad mediante el pago de un rescate
mancomunado. De su liberación y la venta de sus bienes personales se obtuvieron unos
56 millones de maravedíes1021. Para José María Ruiz, «la violencia institucionalizada
empleada en la conquista de Málaga representó un preludio de una instrumentalización
de la fuerza bruta de la que hicieron gala los nuevos Estados, al comienzo de la Edad
Moderna»1022. La faceta coercitiva de la medida también tuvo su efecto, y toda la
Ajarquía malagueña, junto a los territorios aledaños a la misma, se entregaron en los
siguientes meses. El magnífico resultado socio-económico de la medida determinaba que
este tipo de forma de castigo pretendían consolidar la imagen de la monarquía castellana
como un gran ente conquistador, manifestado su afán de ocupar las tierras del Islam y,
sobre todo, de reivindicar su posición preferente en el dominio de este territorio como
adalid de una justicia que sobrepasaba cualquier perspectiva religiosa de este conflicto de
naturaleza secular. Sirva como ejemplo este fragmento de la crónica de Fernando del
Pulgar, donde el autor destaca que durante 1485:

«Sabido por aquellas comarcas de los moros cómo la çibdat de Ronda era tomada, ynprimióse
en los coraçones de las gentes de aquella tierra tan gran terror, que reçelaron los vecinos de cada
lugar que sy fuesen çercados serían muertos et perdidos; otrosy, informados cómo aquellos a quien
el Rey aseguraua eran bien guardados, vinieron los mensageros de las villas que eran en la
comarca de la çibdat de Ronda, e suplicáronle que le pluguiese tomarlos como vasallos, por quanto

1020
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 469.
1021
Sobre este aspecto de la rendición malagueña, consultar PINO, ENRIQUE DEL: Esclavos y cautivos en
Málaga. Málaga: Algazara, 2001; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «La esclavitud por guerra a fines
del siglo XV; el caso de Málaga» En Hispania: Revista Española de Historia, nº 105. Madrid: CSIC, 1967,
pp. 63-88.
1022
RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «La conquista de…», op.cit., p. 188. Es muy sugerente el análisis
realizado por este autor de las consecuencias de este asedio a lo largo de las páginas siguientes de su
estudio.

499
José Fernando Tinoco Díaz

de su voluntad venían a se poner en su seruidumbre, como súbditos que son obligados a su rey, e
le querían acodir con sus tributos en la manera que acodían a los reyes moros. Otrosí, le suplicaron
vmillementre que les plugiese dar su seguridat, primeramente, para que pudiesen biuir en su ley de
Mahoma, e para que sus personas e de sus mugeres e fijos fuesen seguros, e pudiesen poseer sus
1023
bienes e casas e heredamientos» .

Frente al implacable castigo de los monarcas castellanos frente a los enemigos que
osaban desafiar a sus ejércitos, los Reyes Católicos también se esforzaron por hacer
llegar a los pueblos nazaríes unas generosas ofertas de paz. Ellos concedieron un trato
especialmente magnánimo a las poblaciones que se rendían tras un cerco breve,
acordando una rápida capitulación sin resistencia que facilitaba la entrada de las tropas
cristianas en la localidad. Con ello, se denotaba que la condición del infiel conquistado
dependía directamente de su resistencia frente al poder real y no de sus creencias
verdaderas. En ese sentido, Ladero Quesada afirma que el estudio de estas capitulaciones
«sobrepasa, de una parte, todo cuanto pueda tener de anecdótico y circunstancial y se
vincula a ideas profundamente medievales sobre el muderajismo y la convivencia de las
comunidades musulmana y cristiana y, de otra, sirve de base a una situación que no fue
duradera, pero lo pudo ser [...]». Para este autor, «las capitulaciones aparecen por lo tanto
como necesidad para acelerar el fin de la guerra y como resultado de una inercia
histórica, manifestada en el hecho de conceder condiciones y aceptar teorías opuestas a
las entonces vigentes en el ámbito político»1024. El cronista que representó esta realidad
de una manera más sintética fue posiblemente Luis del Mármol, el cual destaca que:

«[…] los moros que vivían en ellas [las villas musulmanas conquistadas de manera pacífica]
se holgaron de ser mudéjares y vasallos de los Reyes Católicos, porque los recibían con muy
honestas condiciones, y juraron en su ley que les serían leales vasallos, y cumplirían sus cartas y
mandamientos, y harían guerra por su mandado, y les acudirían con todos los tributos, pechos y
derechos que acostumbraban pagar a los reyes moros bien y fielmente, sin fraude ni engaño.
También los Reyes Católicos aseguraban a todos los moros igualmente, así a los que venían a
darse por sus vasallos como a los que se les rendían, tomando sus personas y bienes debajo de su
amparo real, y les prometían que los dejarían vivir en su ley; que no les harían ni consentirían
hacer opresión alguna, y que sus lites y causas serían juzgadas por sus cadís y jueces, y por la ley
que ellos llaman del xara; y les daban licencia que pudiesen tratar y contratar en cualesquier partes
y lugares de sus reinos libremente, con que no entrasen en las fortalezas ni en las villas cercadas
con una hora antes de puesto el sol, si no fuese por su mandado o de los alcaides y gobernadores
dellas. Permitían ansimesmo que todos los que no quisiesen vivir en la tierra pudiesen vender sus

1023
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 175-177.
1024
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 115-116.

500
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

bienes, y pasarse con sus mujeres y hijos y familias a Berbería, y les daban navíos en que pasasen
seguros, ordenando a todos los alcaides y gobernadores de las fronteras que les hiciesen buen
tratamiento»1025.

Cabe afirmar que son muy numerosos los casos en las narraciones del periodo se
destacaba que la falta de tenacidad del asediado en la entrega de cualquier plaza, traía
consigo un trato especialmente humano: a cambio de la rendición militar completa de la
plaza y el compromiso de convertirse en vasallos, los reyes de Castilla permitieron a
estas poblaciones mantener el estatuto musulmán y sus ordenanzas propias. Este tipo de
políticas contaba con cierto matiz de novedad en el caso del territorio castellano. Jaime el
Conquistador fue el primer monarca hispano en permitir que los habitantes musulmanes
quedaran como mudéjares dentro del nuevo orden político cristiano, durante la conquista
del territorio valenciano. Esta dinámica chocaba frontalmente con el caso de las
conquistas en territorio andaluz, llevadas a cabo por San Fernando y Alfonso X, donde
los musulmanes fueron obligados a huir a tierras islámicas. Sin embargo, con los Reyes
Católicos se retoma esta fórmula de arraigada tradición catalano-aragonesa, adaptándola
a la realidad histórica del contexto castellano1026.

Esta política de los reyes de anexionar el reino musulmán de forma pacífica, se


concretó en medidas muy generosas para los derrotados, las cuales estaban encaminadas
a estimular la rápida finalización de la cuestión bélica y garantizar la preservación de
población en las nuevas tierras castellanas. A pesar de la llegada de repobladores
andaluces a estas tierras, en un primer momento la corona se preocupó de que los
musulmanes mantuvieran su estilo de vida, costumbres y mentalidades, lo cual ayudó a
cohesionar la integración de esta nueva población como mudéjares. Esta tolerancia y la
libertad religiosa que pareció regir aquellos primeros años de la conquista del reino de
Granada, fueron consecuencia de un encolerizado realismo político por parte de Isabel y
Fernando. Se toleraba todo aquello que no se podía prohibir con determinación, o que no
se encontraba forma de dañar o asimilar sin recurrir a la violencia, o la conversión. Junto
a ello, se produjo una política castellana de captación sobre los prohombres nazaríes que
permanecieron en el territorio tras su conquista. De este modo, la unión del territorio
nazarí conquistado se realizó siguiendo unos cauces muy permisivos, bajo lo que se

1025
MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 575.
1026
Sobre esta idea, LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición…», op.cit., pp. 261-262.

501
José Fernando Tinoco Díaz

podría denominar como una mentalidad de marcado sesgo modernista1027. Daba la


sensación de que Granada no se unía a Castilla como un territorio conquistado, sino
como un reino al que se respetaba su tradición histórica, como antes había sucedido a
menor escala con el valle del Guadalquivir y el reino de Murcia. Pero debe recordarse
que tales capitulaciones no eran concedidas por derecho, como el caso de los tratados
internacionales, sino que siguieron siendo meras concesiones otorgadas por unos
monarcas cristianos a vasallos rebeldes. La naturaleza de las capitulaciones firmadas por
los Reyes Católicos aún era de naturaleza feudal, y no constituían ninguna merced o
privilegio real susceptivo de ser revocado. Bajo esta perspectiva, puede afirmarse que los
musulmanes únicamente pasaban a estar sometidos a un nuevo orden político, el cual
prometía no alterar sobremanera su modo de vida y preservar sus creencias a cambio de
su fidelidad. De hecho, las mismas crónicas destacan que los musulmanes juraban estos
acuerdos alcanzados con los reyes castellanos por su propia ley. Sirva como ejemplo la
narración de Pulgar de la capitulación de la villa de Vélez-Málaga (1487):

«Vinieron los viejos et alfaquís en nonbre de todos estos logares, y de todos los otros que son
en las Alpuxarras, et pareçieron ante el Rey; et juraron ―por la unidat de Dios, que es vno solo en
unidad, el que es vençedor e alcançador de las cosas, dsabidos de lo público e de lo secreto, et por
las palabras de Alcorán que Dios enbió por la mano de Mahomad su mensagero‖, que ellos y sus
desçendientes para sienpre jamás serían sieruos et súbditos del Rey e de la Reyna. E después de
sus días serían leales súbditos al prínçipe don Juan su fijo, et de sus desçendientes, e que
obedesçerían et conplirían sus cartas e mandamientos, et farían guerra e paz por su mandado.
Otrosi, que les pagarán todos los tributos et rentas, segúnd que fasta aquí los pagaron a los reyes
moros. El Rey les aseguró sus personas et bienes, e les prometió que les dexaría biuir en la ley de
1028
Majomad, et guardar sus buenos vsos e costunbres» .

Este tipo de acuerdos ponen de manifiesto que la finalidad de la empresa de los Reyes
Católicos frente a Granada, no fue imponer la religión en la tierra del emirato. Si su
intención hubiera sido la de restaurar por completo la fe cristiana en una parte de Europa
que desde 1250 había sido un estado confesional islámico por encima del elemento
político, ello vino después y no durante un conflicto. Parece obvio, por tanto, que el
objetivo principal de los reyes no fue otro que conquistar un territorio y adherirlo a la
corona de Castilla, de la manera más rápida y eficaz. Sin embargo, cabe afirmar que la

1027
Al respecto, es interesante consultar RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «Consideraciones sobre la
implantación de los señoríos en el recién conquistado reino de Granada» En VVAA: Actas del I Congreso
de Historia de Andalucía, tomo II. Córdoba: Universidad de Córdoba, 1978, pp. 357-373.
1028
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 280.

502
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

noción más clásica de la plena ciudadanía medieval estaba asentada sobre una
consideración del cuerpo social de eminente naturaleza cristiano latino u occidental. Esta
conciencia cultural determinaba que estos infieles no serían ciudadanos en el sentido
completo del término por sus creencias religiosas, aunque estatutos jurídicos y prácticas
de tolerancia les asignasen un lugar en la sociedad como gente. Esta importante
diferencia entre los nuevos mozárabes y el resto de vasallos de la corona los hacía estar
fuera de las nuevas instituciones gubernamentales que habían sido establecidas para
administrar a la nueva población cristiana. No gozaban de protección de señores ni
concejos municipales y eran, por tanto, bastante vulnerables a cualquier extralimitación
de las condiciones normales aplicadas a estos ciudadanos castellanos. La forma de
solucionar tal conflicto ha llevado a historiadores como Ferdinand Braudel, a considerar
la Castilla de los Reyes Católicos como base territorial del futuro Estado ―nacional‖
español. Según este autor, los estados que se fraguaron en torno a 1500, no se
fundamentaron sobre el principio medieval de una gran ciudad-estado, como el caso de
Constantinopla para el imperio bizantino, Barcelona para la corona de Aragón, o Granada
para el reino nazarí, sino sobre la demarcación territorial de una comunidad política bien
definida. Sobre este nuevo principio surgirán conjuntos más extensos, resultado de
acumulaciones, herencias, federaciones o coaliciones de estados particulares que podrían
definirse, pese al anacronismo del término, como imperios1029. En ese sentido, no cabe
duda de que la ocupación del emirato granadino y la desaparición de la frontera interior
en la región andaluza, favorecieron un proceso de integración social en esta zona
castellana tanto más eficaz cuanto que no fue simplemente consecuencia de un mero
cambio en las estructuras políticas. Por este motivo, la clave de los conciertos entre los
reyes castellanos y las poblaciones rendidas residió en el intento de que el musulmán no
abandonara totalmente las tierras del emirato, facilitando así la repoblación y control
castellano de zonas clave. En la cronística castellana no faltó la justificación de este tipo
de conquista, incluso cuando se intenta realizar una lectura de la realidad que pone de
manifiesto la verdadera situación del derrotado, como de hecho hace Alonso Palencia en
sus escritos:

«[…] también influía en su ánimo el deseo de permanecer en aquellas tierras durante tantos
siglos cultivadas por sus antepasados, tierras amenas, feraces y de tan extenso regadío, que no
tenían que temer la esterilidad por lo tardío de las lluvias. A causa de estas ventajas, el territorio

1029
BRAUDEL, FERDINAND: El Mediterráneo y…, op.cit., pp. I, 11-12.

503
José Fernando Tinoco Díaz

estaba muy poblado, y como sea durísimo abandonar los lugares en donde se ha vivido feliz, los
habitantes de toda aquella región, antes que abandonarla, prefirieron permanecer allí bajo
condiciones humillantes, muy próximas a la esclavitud»1030.

En estos casos, la narración de los cronistas destaca por plantear el comportamiento


de los reyes castellanos como un claro ejemplo de la caridad cristiana que se le suponía a
tan altos gobernantes. Estos autores recalcaron que gracias a la determinación cristiana
de estos monarcas, la mayoría de los musulmanes optaron por permanecer en su tierra,
creyendo que sería posible conservar su modo de vida tradicional al amparo de las
generosas capitulaciones acordadas con estos mandatarios. Pero con respecto a los
nazaríes que optaran por continuar viviendo en tierras bajo jurisdicción islámica, los
Reyes Católicos también se hicieron responsables de aquellos individuos que decidían
abandonar las tierras castellanas para pasar a África. La opción fue la elegida por la
inmensa mayoría de las clases altas nazaríes, y de aquellos que antepusieron sus
creencias al orden político que rigiera sus vidas, a pesar de que los reyes castellanos
siempre manifestaron su deseo de evitar que los granadinos se marcharan en grandes
oleadas1031. Son muy numerosos en las crónicas los ejemplos de la determinación real de
respetar este tipo de acuerdo, denotando nuevamente su compromiso con las leyes de la
guerra y la compasión cristiana. Verbigracia, Palencia afirma que la corona encargaba a
sus nobles la protección de estos enemigos derrotados, los cuales defendían sus vidas a
costa de sus propias huestes. Este fue el caso de los derrotados de Loja (1482), los cuales
«quedaron confiados al Marqués de Cádiz, que los condujo en toda seguridad hasta el
lugar señalado por el camino de Íllora»1032. Asimismo, Fernando del Pulgar determina
que los musulmanes de Coín imploraron la protección de los reyes en su viaje hacia
Málaga «y así se les concedió, aunque señalándoles los límites de su camino»1033. Pero:

«Algunos de los nuestros, sin embargo, que durante el sitio habían sufrido más daño, bien por
el deseo de vengar la muerte de sus parientes, bien porque esto les sirviera de pretexto para
satisfacer su ansia de rapiña, acometieron fuera de los límites señalados a la desdichada
muchedumbre de los fugitivos, degollaron a muchos inermes y les robaron cuanto pudieron traer
consigo. Indignado el justísimo Rey de la pérfida hazaña, ya que no pudo prender a los culpables

1030
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 356.
1031
Un análisis de esta emigración musulmana se encuentra en LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE:
«La conquista de...», op.cit., pp. 44-47.
1032
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 243.
1033
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 180.

504
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

por haberse diseminado, mandó tomarles lo robado y restituírselo a los supervivientes de


Coín»1034.

De la misma manera, Diego de Valera certifica que, tras la conquista de Coín (1485),
don Fernando prometió proteger a sus habitantes personalmente. Sin embargo, «algunos
ovieron lugar de salir del real e tomaron algunos moros; de que el rey ovo muy grand
enojo, e mandó luego degollar dos escuderos que avían ydo contra su mandamyento, e
mandó recoger todo lo que era tomado para lo restityr a los moros»1035.

Este tipo de medidas corroboran que la empresa frente al emirato no debe ser
considerada como una guerra de religión, sino un conflicto de extensión monárquica que
tenía como objetivo concluir con el establecimiento de una unidad política y territorial en
sus dominios. Las decisiones de los reyes castellanos demostraron que el musulmán era
ya estimado como un elemento social a tener en cuenta en la dinámica interna del propio
reino cristiano. Por ello, su asimilación social debía atender a razones de estado más que
a pulsiones religiosas, demostrando que la doctrina cruzada no triunfó realmente en este
panorama bajomedieval hispano. La alternativa a la guerra frente al Islam había sido
expuesta por algunos autores clásicos como San Agustín, San Raimundo o Pedro el
Venerable, el cual ya pensaba que la condición imprescindible para combatir al Islam era
conocerlo intelectualmente, de forma que del diálogo entre credos el cristianismo
resultaría incuestionablemente vencedor. Incluso los pontífices Honorio III, Gregorio IX
e Inocencio IV llegaron a defender como términos compatibles la cruzada y la misión
evangelizadora. En el caso hispano, diversos autores siguieron trabajando sobre esta
misma línea doctrinal. Entre ellos destacó Ramón Llull, el cual elaboró una amplia teoría
de la «cruzada espiritual». Aunque el mallorquín no abandonaba la idea de la lucha
militar frente al infiel, proponía como instrumento alternativo la formación de frailes
misioneros en aprendizaje del árabe, para procurar la conversión de estos individuos al
cristianismo. En la siguiente centuria, otros eclesiásticos castellanos, como fray Pedro de
Alcalá, incluso compondrían libros como el Arte para ligeramente saber la lengua
araviga, destinado a la predicación de la fe cristiana entre moriscos. Pero entre todos los
defensores castellanos de esta línea de pensamiento durante el periodo bajomedieval,
destacó Juan de Segovia, el cual afirmaba en su obra de mittendo gladio divini spiritus in
corda sacra cenorum (1453) que la cruzada no era la solución frente al infiel. Frente a la

1034
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 180.
1035
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 260, 188.

505
José Fernando Tinoco Díaz

guerra abierta, este eclesiástico apostaba por la conversión de musulmanes como forma
más justa de combatir al Islam. Esta fe iulina de convencer a los sarracenos de que sus
creencias no eran correctas, fue seguida por algunos hombres de fe, por lo general
relacionados con el desarrollo de la orden dominicana en suelo hispano. A finales del
siglo XV, Hernando de Talavera aportó diversas ideas y soluciones para la defensa y
expansión de la fe católica, que se adecuaran a los privilegios que respetaban a la religión
de los mudéjares vencidos en este conflicto castellano-nazarí. El fraile jerónimo tenía una
clara idea sobre cómo se debía estimular la conversión respetando los hábitos culturales y
las creencias que no fuesen incompatibles con la fe cristiana dentro de su experiencia
misionera1036. En una de sus epístolas dirigidas al cardenal Santa Cruz, Pedro Mártir de
Anglería da cuenta de estos debates acerca de esta compleja situación generada en el
seno del cristianismo, así como de su opinión cercana a la postura defendida por el futuro
obispo de Granada:

«Se han bautizado todos, aconsejándole esto a los Reyes el Arzobispo de Toledo, para que no
se perdieran. Tú objetarás, sin embargo, que ellos seguirán viviendo en la misma disposición de
ánimo para con su Mahoma, como es lógico y razonable sospechar. Duro es, efectivamente,
abandonar las instituciones de los antepasados. No obstante, yo estimo que ha sido muy acertada
providencia el admitir sus peticiones, porque al imponerse poco a poco la nueva disciplina, los
jóvenes, o al menos los niños, y con más seguridad todavía la generación de los ahora nietos, se
irán deshaciendo de estas vanas supersticiones e imbuyendo en los nuevos ritos, cosa que no
espero suceda con los viejos de almas encallecidas. Por lo pronto se tiene la ventaja de que donde
aquel fatuo seductor Mahoma recibía adoración, actualmente es honrado con dulces cantos el
nombre de Cristo; donde hasta ahora era odioso e indignante el escuchar la Ley de Cristo, será
permitido en adelante a los predicadores enseñarla con toda tranquilidad en alta voz desde los
púlpitos»1037.

A pesar de que los reyes dieron cierto rédito a los consejos de Talavera, la
convivencia de vencedores y vencidos no se mantuvo en unos cauces regidos por la
concordia entre ambas religiones. Aunque la definición de la empresa había respondido a
una causa justa, la perspectiva cristiana de la guerra nunca dejó de estar ausente en una

1036
Sobre esta perspectiva de la doctrina contraria a la proyección de la doctrina cruzada en el conflicto
frente al musulmán, es interesante consultar GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 437-
461; O‘CALLAGHAN, JOSEPH: The Last Crusade..., op.cit., pp. 234-237; Al respecto de esta idea de
aceptación del musulmán dentro del panorama del reino, cuando ya no pertenece a una entidad que se
opone a la cristiana es interesante consultar la reflexión realizada por Maravall, el cual afirma que desde el
siglo XII aparece esta realidad en las crónicas; MARAVALL, JOSÉ ANTONIO: El concepto de..., op.cit., pp.
270 y ss.
1037
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 408-409.

506
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

sociedad castellana que se estaba configurando en torno a la unidad de la fe. La nueva


corona hispánica, encarnada en la unidad de los cetros de Isabel y Fernando, planteaba
una cohesión territorial basada en el pasado y el futuro común, pero también en un
presente marcado por la doctrina del cristianismo como marco moral de relaciones
sociales. Más allá de instituciones o estamentos, la religión se alzaba como el adhesivo
más potente de la comunidad castellana. Desde este punto de vista cristiano, el triunfo y
ocupación militar posterior debía haber supuesto la expulsión de todos los musulmanes
que no hubieran accedido a renegar de su fe, ya que su presencia carecía de respaldo más
allá de las medidas jurídicas de los monarcas de Castilla. Sin embargo, la corona decidió
conceder unas capitulaciones acordes a la esencia jurídica del ideal reconquistador, en
cierta medida opuesta a esta filosofía que pretendían imponer como marco de referencia
social. Por este motivo, las tendencias doctrinales del momento, que hacían resaltar los
factores de no asimilación sobre los de convivencia entre comunidades de distinta
cultura, y la reivindicación del conquistador de una posición preferente sobre un enemigo
de siglos, crearon un constante dilema. Al fin y al cabo, el moro seguía siendo
considerado como un enemigo ancestral de la cultura castellana. Por este motivo, muy
pronto comenzaron a aparecer serios problemas a causa de una contradictoria situación
social condenada al fracaso.

En un primer momento, el afán por reivindicar para el cristianismo las tierras ganadas
por las armas, tras siglos de conflicto frente al moro, pareció quedar ahogado por las
pretensiones de los Reyes Católicos de incorporar este reino con la máxima celeridad
posible. Estos monarcas intentaron defender la complicada situación de los nazaríes
mientras procuraban fomentar abjuración de las creencias musulmanas para normalizar
esta compleja coyuntura social. Tal hecho desencadenó que la conversión se convirtiera
en un fenómeno común como vía de igualdad social, frente a la ejercida por los nuevos
señores de estas tierras. Esta perspectiva de conversión como fórmula de mejora social
fue un hecho recogido por las propias crónicas de la conquista de Granada. Desde el
inicio de la propia contienda, los líderes castellanos llevaron a cabo un esfuerzo por
incitar a los musulmanes a realizar su conversión al cristianismo, para lograr su cohesión
con el resto de la sociedad castellana. Sirva como ejemplo este fragmento de la crónica
biográfica de don Rodrigo Ponce de León, el que se afirma que el marqués «mandó decir
a los moros que los que quisiesen ser christianos que les mandaría dar raçión e forma en
que bien pudiesen biuir, e los que quisiesen pasar allende, que se fuesen a vno dellos

507
José Fernando Tinoco Díaz

cierto dinero para ayuda a su costa. De los quales, la mayor parte se tornaros
christianos»1038. Pero, en gran medida, las conversiones de musulmanes granadinos
acaecidas durante este periodo, solo se debieron a la coerción, tanto directa como
indirecta, llevada a cabo indirectamente por la propia corona de Castilla y sus servidores.
La fehaciente imposibilidad granadina de asumir mentalmente su nueva consideración
jurídica dependiente, unida al afán castellano de reivindicar su justa posición como
vencedores en el conflicto, acabó provocando que los factores de no asimilación se
impusieran sobre los de convivencia entre comunidades de distinta cultura. Esta ocasionó
un colapso general del régimen de capitulaciones que hizo aflorar la clara contradicción
presente en la definición doctrinal de esta contienda. En ese sentido, Luis del Mármol
afirma que, durante el periodo final del conflicto:

«[…] algunos prelados y otras personas religiosas les pidieron con mucha instancia [a los
reyes de Castilla] que, pues nuestro Señor les había hecho tan señaladas mercedes en darles una
victoria como aquélla, como celosos de su honra y gloria, diesen orden en que se prosiguiese con
mucho calor en desterrar el nombre y seta de Mahoma de toda España, mandando que los moros
rendidos que quisiesen quedar en la tierra se baptizasen, y los que no se quisiesen baptizar
vendiesen sus haciendas y se fuesen a Berbería, diciendo que en esto no se les quebrantaban los
capítulos que se les habían concedido cuando se rindieron; antes era mejorarles el partido en cosa
que tanto convenía a la salvación de sus almas, y, particularmente a la quietud y pacificación
perpetua de aquel reino; porque era cierto que jamás los naturales dél ternían paz ni amor con los
cristianos, ni perseverarían en lealtad con los reyes, mientras conservasen los ritos y cerimonias de
la seta de Mahoma, que les obligaba a ser crueles enemigos del nombre cristiano. Mas aunque
estas consideraciones eran santas y muy justas, sus altezas no se determinaron en que se usase de
rigor con los nuevos vasallos, porque la tierra no estaba aún asegurada ni los moros habían dejado
de todo punto las armas; y si acaso venían a rebelarse con opresión de cosa que tanto sentirían,
sería haber devolver a la guerra de nuevo. Y demás desto, teniendo, como tenían, puestos los ojos
en otras conquistas, no querían que en ningún tiempo se dijese cosa indigna de sus reales palabras
y firmas, especialmente que los mesmos moros lo iban dejando, y había esperanza que con la
comunicación doméstica que tendrían con los cristianos, tratando y contiendando de las cosas de la
religión, entenderían el error en que estaban, y dejándolo, vernían en verdadero conocimiento de la
fe, y la abrazarían, como otras muchas naciones bárbaras lo habían hecho en tiempos pasados,
siguiendo la voluntad de los vencedores y queriendo ser como ellos; y para que esto se hiciese con
amor y benevolencia, mandaban que los gobernadores, alcaides y justicias de todos sus reinos
favoreciesen a los moros, y que no consintiesen hacerles agravio ni mal tratamiento, y que los

1038
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 193.

508
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

prelados y religiosos blandamente y con demostración de amor procurasen enseñar las cosas de la
fe a los que buenamente quisieran oírlas, sin hacerles opresión sobre ello»1039.

6.3. LA IMPORTANCIA DEL FACTOR DOCTRINAL EN LA LITURGIA DE


LAS DIVERSAS CELEBRACIONES DE VICTORIA CASTELLANAS.

6.3.1. LA FUERTE DETERMINACIÓN CRISTIANA DE LOS REYES CATÓLICOS FRENTE A LA


TIPOLOGÍA GENERAL DE LAS CEREMONIAS DE CONQUISTA CASTELLANAS.

Desde la perspectiva doctrinal del conflicto, la determinación de los Reyes Católicos


de luchar frente al Islam peninsular tuvo una especial concreción: la fundación de una
ciudad durante el asedio a Granada, la cual tomó el nombre de Santa Fe. Para los
monarcas, la población pretendía representar un símbolo de futuro de lo que llegaría a ser
Castilla bajo su reinado, un reino unido en torno a la religión cristiana. Por ello,
decidieron dar a esta nueva fundación el nombre de la misma fe católica, por ser la única
ciudad andaluza donde no habrían habitado musulmanes. Según narra Andrés Bernáldez,
el rey don Fernando eligió este nombre «porque su deseo e de la reina, su muger, eran
siempre acrescentamiento e defensión de la santa fee cathólica de Jesucristo»1040.
Francisco Bermúdez amplia esta información, afirmando que «no quiso [la Reina] que se
llamasse Isabela de su nombre, como querian otros, sino de la Santa Fe, para quien se
conquistaua Granada»1041. Proyectada como campamento provisional en un inicio, esta
villa fue posteriormente edificada como ciudad y centro político mientras duró el asedio
a la capital nazarí. Las crónicas castellanas describen esta población, como una localidad
situada «cerca de los Ojos de Huécar, a vista de la cibdad de Granada», con una
composición «muy fuerte e de muy fuertes e deficios e de muy gentil fechura, en cuadra,
como oy paresce, para enfrentar a Granada»1042. Estas fuentes también destacan que la
construcción del pueblo tomó forma en solo ochenta días, incluyendo la edificación de
varios elementos defensivos de gran tamaño, como fueron torres, muros y una gran fosa

1039
MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 596.
1040
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 225.
1041
Asimismo, Francisco Bermúdez afirmaba «que a ruego de el Conde de Fuentes, [don Perdo Martir de
Anglería] fizo la inscripcion que se puso sobre la puerta Occidental de esta ciudad en esta forma: Rex
Ferdinandus, Regina Elisabet, vrbe, Quam cernis, minima constituere die. Aduersus Fidei erecta esti, vt
conterat hostes, Hins censent dici, nomine Sancta Fide [...]»; BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO:
Historia eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 156v. Esta afirmación es corroborada por Pedro Mártir en una
de sus epístolas, a pesar de no incluir la transcripción de la inscripción; MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO:
Epistolario..., op.cit., p. 168.
1042
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 224-225.

509
José Fernando Tinoco Díaz

alrededor de toda ella. El italiano Pedro Mártir realizó una extensa de esta ciudad, en la
que destacaba que:

«Aunque pequeña así quieren que se llame, es acotada con un surco. Es de cuatrocientos pasos
de larga por trescientos doce de ancha. Tiene murallas almenadas, fosos, defensas y fuertes torres.
Su forma es casi rectangular, dejando una plaza en el centro. En cada uno de sus lados se ha dejado
una puerta. ¡A tanto llegó el cuidado de su traza! Se han levantado edificaciones con capacidad
para acoger a miles de caballerías y para albergar a las tropas correspondientes a ellas en el único
piso que tienen [...] Fue tal el entusiasmo en el trabajo, que a los ochenta días quedaron terminadas
1043
las obras» .

Según afirma Juan de Mata Carriazo, la idea de estructurar la nueva población


siguiendo un plano hipodámico, era una necesidad estratégica y circunstancial, pero
también, «deliberada o inconscientemente, un acto expresivo del Renacimiento, un
recuerdo de la castrametación romana, en obra sólida, y muchas veces definitiva, con su
planta regular, sus cuatro puertas, su plaza central, su foso y su muralla»1044. La decisión
de erigir este campamento en piedra y ladrillo, un material muy duradero y robusto, junto
con su rápida factura –la cual es probable que excediera estos poco más de dos meses que
afirman las crónicas–, posiblemente constituyó un duro golpe psicológico para los
sitiados en la ciudad de la Alhambra. Desde una perspectiva moral, el establecimiento de
este fuerte asentamiento dio la seguridad necesaria a los castellanos para continuar con
un asedio que se presuponía largo y duro. En contraposición, los musulmanes
descubrieron que la posibilidad de llevar a cabo golpes de manos localizados concluyó
tras la construcción de esta fortaleza real, dando lugar a una nueva etapa en este asedio
que ponía de manifiesto la determinación de concluir definitivamente con la resistencia
de esta ciudad granadina. En una de sus epístolas escritas desde el frente de batalla,
Pedro Mártir de Anglería intenta transmitir este desasosiego de los musulmanes de la
capital nazarí mientras contemplaba atónitos la construcción de Santa Fe:

«Con el fin de que se destacase a lo lejos la pequeña ciudad que -como escribí a Ascanio- fué
erigida con el nombre de Santafé, mandaron que se pintara de yeso blanco. Contemplándola desde
su ciudad los enemigos, se preguntaban a qué venía aquella construcción. No bien se enteraron
cuál era su objetivo, lo interpretaron torcidamente, y llorosos acuden a los sepulcros de sus
mayores y con lamentos invocan a sus manes. Unos imploran suplicantes el auxilio de su
Mahoma; otros lo execran por haberlos abandonado. Las madres, abrazadas a sus hijos, hasta los

1043
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 167-168.
1044
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 820-821, 811-821.

510
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

astros levantan sus aullidos y lamentos. Numerosos primates van y vienen a la Alhambra, antigua
residencia real, para ver al rey Boabdil. Fuera de sí, no sabe lo que quieren» 1045.

Las crónicas de este momento identificaron la fundación de Santa Fe como un


símbolo de que la victoria definitiva de los valores del cristianismo frente al Islam estaba
por llegar, determinando la faceta doctrina de esta contienda. Este auténtico emblema de
la persistencia castellana frente a la resistencia de la capital nazarí, se convirtió durante el
asedio a Granada en el perfecto símbolo de la voluntad cristiana en su lucha frente al
emirato. Pero la importancia iconográfica de esta construcción traspasó el propio periodo
de la guerra castellano-granadina. La firma de las capitulaciones acordadas entre Colón y
los Reyes Católicos en esta sede, le hizo contar con una destacable proyección en el
continente americano. El nombre de Santa Fe fue utilizado en la fundación de nuevas
poblaciones del nuevo mundo, como un homenaje a la ciudad que representaba una
verdadera encrucijada transicional en 1492, como lo fue la propia Guerra de Granada1046.
Pero la fundación de Santa Fe fue un hecho aislado que tomó formal en los últimos
instantes de este conflicto. Los reyes castellanos conquistaron un reino islámico, formado
por núcleos urbanos y poblaciones musulmanas que debieron adaptar a un reino
castellano, de clara idiosincrasia cristiana. En esta faceta del conflicto, las perspectivas
institucional y religiosa se complementaron de manera muy íntima, como quedó presente
en las diversas ceremonias de conquista de la hueste castellana.

Durante todo el periodo medieval, las distintas narraciones de los triunfos cristianos
habían centrado su atención en aquellas expresiones doctrinales que parecían destacar el
factor religioso de la contienda por encima de cualquier otra faceta de dicha guerra. En
ese sentido, la victoria del catolicismo frente a la fe islámica quedaba especialmente
presente en todo lo referente al aspecto institucional de las distintas ceremonias de
conquista llevadas a cabo por los ejércitos cristianos peninsulares. Este tipo de
solemnidades, determinaban una forma de destacar el restablecimiento de la jurisdicción
cristiana sobre este territorio nazarí y proyectaban una representación moral superior de
la contienda, a través de la sublimación del propio carácter cristiano de la institución
monárquica que la encabezaba. De este modo, los actos de toma de triunfo y posesión

1045
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 172-173.
1046
Sobre la proyección histórica de esta ciudad, consultar CEPEDA ADÁN, JOSÉ: «La ciudad de Santa Fe,
símbolo de una época» En Cuadernos de Historia Moderna, nº 13. Madrid: Universidad Complutense,
1992, pp. 73-80; PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: La fundación de Santa Fe (1491-1520): estudio y
documentos. Granada: Universidad de Granada, 1995.

511
José Fernando Tinoco Díaz

tras la conquista de un territorio ocupado por los granadinos, que estaban compuestas por
diversos ritos de posesión, purificación y consagración de las poblaciones tomadas,
adquirieron una significación similar a los actos de fundación de ciudades, pues era
necesario legitimar estas conquistas según la propia cosmogonía cristiana. En ese
sentido, las diversas celebraciones de los triunfos castellanos no hacían más que
referenciar una y otra vez, un marco histórico que favorecía la identificación de la corona
castellana como garante de la prosecución de esas grandes empresas hispánicas de
implicaciones religiosas. Esta gran carga propagandística del acto que seguía a las
victorias frente al musulmán contaba con un eminente halo religioso que sublimaba el
propio papel de los reyes como directores de la hueste cristiana, algo que no escondía su
verdadera significación jurídica.

Durante la Guerra de Granada, los Reyes Católicos se esforzaron por mostrar la


rendición del bando granadino, como una ceremonia de manifiestas implicaciones
religiosas que suponía la supresión del régimen anterior y la imposición efectiva de un
nuevo señorío cristiano. En ese sentido, Joseph O‘Callaghan valora la aparición de estas
«cruces, estandartes, gritos de batalla y otros rituales manifestaron el carácter religiosos
de la guerra»1047. Sin embargo, la importancia de estos elementos en las ceremonias, por
sí solos, no determina el rasgo religioso de la contienda. Para Nieto Soria, «tales hechos
estuvieron marcados por el mayor peso de los ritos litúrgicos-religiosos, junto a la
mediatización de la victoria castellana en cada gesto ceremonial». En palabras de este
autor, «a pesar de la trascendencia histórica del acontecimiento que se conmemoraba, su
realización ceremonial debe valorarse como una síntesis de las prácticas tradicionalmente
aplicadas hasta entonces en situaciones similares, poniéndose de manifiesto que las
ceremonias de conquista se hallaban perfectamente reguladas, no admitiendo apenas
variantes significativas, en cuanto a su puesta en escena, siendo una de las evidencias
más palpables de que las prácticas ceremoniales que se habían producido a lo largo de la
época Trastámara, en relación con determinadas celebraciones, habían desembocado en
la definición de modelos claramente ritualizados»1048. El antropólogo José Antonio
González Alcantud ha establecido que tal expresión de la propaganda real se realizó a
través de dos actos contiguos, pero claramente diferenciados1049. En primer lugar, se
producía la exaltación del triunfo bélico entre las tropas castellanas y el agradecimiento a
1047
O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: The Last Crusade…, op.cit., p. 240.
1048
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Ceremonias de la..., op.cit., p. 155-158.
1049
GONZÁLEZ ALCANTUD, JOSÉ ANTONIO: «Estudio preliminar...», op.cit., pp. XXIV-XXVIII.

512
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la divinidad por su asistencia en la liza, lo cual tenía lugar a través de la veneración de


los símbolos y banderas que habían acompañado a la victoriosa hueste castellana en esta
campaña. Este tipo de ritos eran muy comunes a la forma de hacer la guerra en la Edad
Media, en tanto el final de la contienda conllevaba la celebración de «misas de acción de
gracias y tedeum celebrados en honor del vencedor, que podía, además, hacer ofrenda de
los trofeos de la victoria -banderas, espuelas, trozos de armadura- a un santuario, fundar
una rica abadía o un modesto oratorio»1050. A tal expresión litúrgica, le seguía la
conquista efectiva de la plaza por parte de la corona y lo que este autor conceptualizó
como «semantización cristiana de los lugares de culto». Bajo esta expresión González
Alcantud recoge varios ritos de purificación y consagración que los eclesiásticos de la
hueste castellana realizaban en los lugares destinados al culto de la nueva población
cristiana. El cronista Esteban de Garibay incluye en su obra un fragmento donde resumía
todos estos gestos que componían estas ceremonias de tomas de posesión castellana:

«Quando era tomada alguna villa, o ciudad, estos Reyes Catholicos como Principes, que en
todos sus negocios trahian a Dios delante, embiauan a los pueblos tres santos estandartes y
pendones, que se ponian en la mas alta torre de la fortaleza del pueblo que tomauan. El primera era
el pendon de la Santa Cruzada, insignia y deuisa de nuestra redencion, que metiendole vn Alferez,
le subia a la torre al lugar mas vistoso y alto, y eleuandose en alto, se hincauan todas las gentes del
exercito de rodillas, con grande humildad y reuerencia, y heruor espiritual, y dando muchas gracias
a nuestro Señor, rezauan aquella oracion, que propria para este efeto canta la Iglesia, diziendo -
Deus qi per trucens tuam populo in te credenti, triumphum contra intmicos tuos, concedere
uoluisti, quae sumus ut in tua pietate adorantibus crucem victoriam sempter tribuas et honorem-, y
otros dezian: -Ex audinos Domine salitaris noster, et per triumpbum sactae crucis á cuncelis nos
defende periculis-. Otros dezian otras oraciones, segun la deuocio de cada vno, y los perlados y
sacerdotes começauan a cantar el Cantico de San Ambrosio y San Augustin -Te Deu laudamos
etc.-. El segundo era el santo pendon del buenaventurado Apostol Santiago, patron y protector de
las Españas, y guiador y defensor de los reyes de Castilla y leon. En viendo su santo estandarte,
todas las gentes llamauan é inuocauan con grandes y alegres animos su dulce y anomoso nombre,
diziendo a altas vozes -Santiago, Santiago-. El tercero santo pendon era el de los mesmos Reyes
catholicos, pintadas las armas y deuidas Reales de sus muchos y poderosos reynos. En leuantando
este estandarte, alçaua todo el exercito muy alegres y altas vozes, diziendo -Castilla, Castilla, por
el Rey don fernando y la reyna doña Isabel. Despues los Perlados limpiauan las mezquitas, las
quales bendiziendo, y dedicando a nuestra Santa Fé, les ponian las aduocaciones de los santos que
querian. Sucedia a vezes, como en todos los pueblos hallauan de ordinario Christianos cautiuos
acertar entre ellos algunos Sacerdotes, los quales al tiempo que los Prelados y Sacerdotes del Real
començauan:-Te Deum laudamos-, respondian el Cantico, -Benedictus Dominus Israel, quia

1050
CONTAMINE, PHILIPPE: La guerra en..., op.cit., p. 370.

513
José Fernando Tinoco Díaz

visitauit, et fecit redempcionem plebis fis etc-. Estas eran las santas y Catholicas cerimonias, que
los Reyes hazian al tiempo que se apoderauan por el rigor de las armas de las ciudades y villas de
los Moros»1051.

6.3.2. EL ENALTECIMIENTO DE LOS SÍMBOLOS VEXICOLÓGICOS DE LA HUESTE


CASTELLANA. UN ACTO JURÍDICO DE MARCADA SIGNIFICACIÓN RELIGIOSA.

Es en las narraciones de estos fastos de la hueste castellana, donde los diversos


elementos que acompañaban a la hueste en campaña, y contaban con un fuerte contenido
doctrinal y propagandístico, tomaban verdadero sentido, como expresiones del carácter
cristiano sobre el que la corona de Castilla pretendía legitimar la conquista del emirato
nazarí. Siguiendo las tesis de Antonio González, el primero de estos ritos llevados a cabo
por el triunfante ejército castellano, consistió en la entrada de algunos de los más
destacados guerreros de esta hueste en la plaza musulmana, para hacer efectiva la
rendición de las fuerzas musulmanas y tomar el control de la misma en nombre de los
monarcas de Castilla. Desde la perspectiva meramente institucional, esta ceremonia no
era más que «un acto de vasallaje y dependencia colectiva, que tiene como puntos
centrales la recepción del nuevo señor y el juramente y pleito-homenaje»1052. El mismo
tenía como objetivo representar el cambio de jurisdicción producido tras la reciente
victoria de las fuerzas de los Reyes Católicos en el campo de batalla. Sin embargo, las
detalladas narraciones cronísticas de las entradas de la hueste cristiana en diversas
poblaciones nazaríes derrotadas, exploran más ampliamente la forma y contenido de
estos ritos que parecían planteados realmente para ensalzar los principales símbolos que
acompañaban al ejército durante las campañas.

A lo largo de todas las crónicas contemporáneas al conflicto castellano-nazarí, las


referencias de este tipo de fastos fueron especialmente numerosas, lo cual denota la
importancia que detentaron para la corona hispánica. A pesar de que cada uno de estos
actos tuvo algún componente singular derivado del contexto en el que la determinada
población nazarí pasó a manos cristianas, todos ellos compartieron rasgos semejantes que
determinaban la anulación de la cultura anterior y el elogio a la fe cristiana y a los reyes
castellanos como nuevos gobernantes de este territorio. Sirva como ejemplo el siguiente
fragmento de la obra de Fernando del Pulgar sobre la ceremonia de entrada de la hueste

1051
GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., pp. 640-641.
1052
BECEIRO PITA, ISABEL: «La imagen del poder feudal en las tomas de posesión bajomedievales
castellanas» En Studia Storica. Historia Medieval, nº 2. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1984, pp.
pp. 157-162, p. 158.

514
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

castellana en la ciudad de Málaga, una de las más destacadas por el esfuerzo que supuso
su conquista (1487). Este autor castellano destaca que, tras la rendición de la plaza, el
comendador mayor de Castilla entró en ella, acompañado de los principales caballeros de
la hueste castellana «e apoderóse de todo ello [...] e puso en vna de las torres principales
del alcaçaua el pendón de la cruz, e otro pendón del apóstol Santiago, e el estandarte real
con las armas del Rey e de la Reyna»1053. Como indica este texto, el principal gesto del
rito de la toma de posesión de la plaza conquistada estaba constituido por la exaltación
los pendones más destacados utilizados por el ejército de los reyes de Castilla en
campaña; hecho que, según afirma Garibay, «eran actos acostumbrados por estos
bienauenturados Reyes catholicos, quando algun pueblo tomauan de Moros»1054.

Estas insignias habían sido testigos ejemplares del triunfo frente al musulmán durante
siglos, por lo que contaban como un fuerte soporte psicológico para los combatientes que
tomaban partido en este tipo de empresas. Su visión ondeando en las torres más altas de
la población rendida, plasmaba la lectura más primaria de la celebración de una
conquista. Tal acto informaba de la definitiva derrota de las fuerzas granadinas,
simbolizando la posesión formal del poder castellano y de la propia fe cristiana de la
jurisdicción sobre esta localidad. Pero tal rito también contenía una significación mucho
más amplia y profunda. Según determina Jean Flori, las enseñas que contaban con un
claro matiz de tipo religioso, «contribuyeron a la moralización y la sacralización de los
combates emprendidos por los guerreros que las enarbolaron»1055. En ese sentido,
también ayudaron a aportar a tal acto una significación moral de marcada índole
religiosa. De hecho, varios cronistas castellanos destacan la atmósfera de turbación
generada en el bando musulmán tras asistir a estos actos, pues éstos «elevaron al cielo
ensordecedor griterío [hasta que] se apoderó de su ánimo el miedo o el estupor, y cayeron
en un triste silencio, producido por el abatimiento»1056. De acuerdo con esta lectura, el
orden de colocación de estas banderas, representaba por tanto la victoria castellana en
varios niveles doctrinales, los cuales iban desde una conceptualización del triunfo como
una victoria del cristianismo militante, hasta la identificación del éxito castellano con el

1053
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 331.
1054
GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., p. 426.
1055
Este autor afirmaba que la entrega de las enseñas cristianas a un ejército, «se percibía, pues, como una
declaración de la ―santidad‖ de su empresa. Constituyó un importante factor de sacralización de algunas
guerras y de algunos guerreros, junto a algunos otros símbolos religiosos, por ejemplo, la cruz, signo de
pertenencia al ―pueblo de Dios‖»; FLORI, JEAN: Guerra Santa, Yihad..., op.cit., pp. 193-194.
1056
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 326.

515
José Fernando Tinoco Díaz

concepto hispano de la Reconquista. El cronista Lucio Marineo Sículo sintetiza, de una


forma especialmente compendiada, la fórmula general utilizada por los Reyes Católicos
para llevar a cabo este tipo de rito durante las victorias castellanas acaecidas a lo largo de
la Guerra de Granada:

«[…] tenían [los reyes] esta costumbre que en tomando alguna ciudad o lugar luego mandauan
a sus Alferez que subiesen a la fortaleza o en algún lguar alto y que primeranete leuantassen la
señal de la Cruz insignida de nuestra salud y en leuantando la como todos la mirassen luego le
hincauan de rondillas y la adorauan dando gracias a nuestro señor: y los sacerdotes cantauan el
cantico. Te deum laudamus. Y el segundo pendo seña que leuantauan era de señor Santiago
Apostol a quien España tiene por su patrón y guiador y como le veyan inuocauan y llamauan su
nombre. La tercera seña era el pendon Real pintado con sus armas Reales. Al qual estando
mirando todo el exercito a muy altas bozes dezia Castilla/ Castilla/ y leuantados estos pendones
luego vn Obispo yua a la Mezquita donde los Moros se ayuntauan a sus rectos según su secta
Mahometica que significa congregación y ayuntamiento y entrando dentro la bendizia y
1057
consagraua y dedicaua a nuestra fe y religión Christiana» .

A la sombra de este clarificador testimonio, cabe afirmar que, en primer lugar, el


caballero elegido por los monarcas de Castilla para representarles alzaba el pendón de
cruzada, o «cruz de cruzada», en las murallas de la población conquistada. El origen de
este tipo de insignias de clara significación cristiana se remonta a la génesis del concepto
de labarum, impuesto por el emperador Constantino durante las primeras décadas del
siglo IV d.C. Según se relata en las fuentes clásicas, cuando este líder militar se dirigía a
su enfrentamiento frente Majencio en la Batalla del Puente Milvio (312), una cruz de luz
se le apareció sobre el mediodía, en el centro del Sol, con la inscripción Hoc Signo
Vinces. Confiando en su futura victoria, el emperador mandó colocar esta señal con el
monograma de Cristo en su enseña personal. El resultado favorable de esta contienda
despertó su conversión al cristianismo, la proclamación de este credo como religión
oficial del imperio, así como la instauración del labarum como la enseña de todos sus
ejércitos. Su utilización añadía a los caracteres del estandarte tradicional romano,
elementos referentes a la salvaguardia contra todo poder adverso y hostil por parte del
Dios cristiano, representando así, tanto la potestad del Imperio, como la influencia de la
Iglesia cristiana, en los ejércitos de Roma. La forma de este estandarte era la de una larga
lanza, realizada en oro, cruzada por un travesaño en la parte superior que le concedía la
forma de cruz latina, donde también fueron añadidos distintos elementos de decoración o

1057
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXIIIr- CLXXIIIIv.

516
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de identificación de los diversos cuerpos militares del ejército. En algunos casos, su


caracterización también estaba relacionada con el crismón, insignia que Constantino
también incorporó a la iconografía romana; aunque cabe destacar que este cristograma
también aparecía representado en algunos otros elementos de índole exclusivamente
religiosa.

A lo largo de las décadas posteriores al reinado de este emperador, se generalizó el


uso de este tipo de estandartes con trascendencia religiosa, hasta incorporarse a la
dinámica de los ejércitos medievales como un elemento común a las huestes cristianas de
todo el continente europeo. La generalización de su utilización pretendían asociar las
connotaciones de la guerra y la propia victoria en la batalla, con un símbolo de la pasión
y redención de Cristo tan identificativo como era la cruz 1058. Durante este periodo, este
símbolo pasó a identificarse como una enseña concedida expresamente por el papado de
manera progresiva como heredero de la autoridad universal imperial. Esta manifestación
de la autoridad papal llegó a su punto determinante durante el pontificado del santo padre
Gregorio VII (1073-1085), cuando su utilización se conceptualizó definitivamente bajo la
denominación del vexillium Sancti Petri. En ese sentido, la consideración de la cesión de
un estandarte con la forma de la cruz de Cristo por parte del Pontificado, representaba las
reclamaciones del santo padre sobre el ejército que portaba la insignia de Dios en batalla.
A pesar del contraste que podía derivar de la identificación de una simple insignia militar
y secular, como un elemento religioso de tanta carga doctrinal, las fuentes cristianas
siempre se esforzaron por denotar que este tipo de enseñas simbolizaban una forma de
elevar la categoría religiosa y militar de las campañas donde fueran portadas. Tras la
proclamación de la Primera Cruzada (1096-1099), se generalizó la costumbre de que el
papado entregara este tipo de insignias a las huestes que se encontraban guerreando bajo
la consideración institucional de cruzada, como una señal de respaldo papal a una
campaña que contaba con una institucionalización cruzada1059. Sin embargo, en el caso
hispano, esta costumbre no se extendió con tanto vigor como sucedió en el resto del

1058
En torno a la conceptualización del labarum, ERDMANN, CARL: The origin of..., op.cit., pp. 35-56.
Sobre este elemento y su evolución, LECLERCQ, HENRI: «Labarum» En Cabrol, Fernand y Leclercq, Henri
(eds.): Dictionnaire d’Archéologie Chrétienne et de Liturgie. París: Letouzey et Ané, 1928, pp. VIII, 927-
962; KAVANAGH DE PRADO, EDUARDO: Estandartes militares la Roma antigua. Tipos, simbología y
función. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2015, pp. 155-176.
1059
Sobre todo este proceso de génesis de la cruz de cruzada como estandarte cristiano, consultar
ERDMANN, CARL: The origin of..., op.cit., pp. 182-200.

517
José Fernando Tinoco Díaz

contexto europeo, mucho más cercano a las referencias derivadas del marco cruzadista
general.

El historiador Joseph O‘Callaghan reconoce que, durante el periodo plenomedieval,


«no hay evidencia de que los papas enviaran en alguna ocasión estandartes a los reyes
españoles»1060. Habrá que esperar hasta el final para el periodo bajomedieval, cuando la
cruzada parece haber sufrido un marcado proceso de institucionalización unido a la
consolidación de su significación económica, para que aparezcan las primeras menciones
a la cesión de estos pendones pontificios en las fuentes castellanas. A lo largo del siglo
XV, este tipo de enseñas ya encabezaban formalmente las diversas expediciones de los
monarcas castellanos frente al enemigo musulmán. El tratamiento cronístico de este tipo
de elementos en el ejército cristiano se encontraba rodeado de un especial halo de
importancia, que pretendía singularizar la enseña del resto de banderas del ejército
castellano. Sirva como ejemplo la narración que García de Santa María realiza de la
entrada del infante don Fernando en la ciudad de Sevilla, tras la toma de Antequera,
donde «en pos de la cruz [con vn cruçifijo, que traía un frayle] venían los dos pendones
de la Cruzada, el vno colorado e el otro blanco, que los traían dos escuderos de Fernand
Arias de Sahabedra, alferez de la Cruzada»1061. Durante la Guerra de Granada, la bandera
papal también formó parte de los ejércitos castellanos, atestiguando la autoridad del
papado en esta empresa que contaba con su respaldo a través de la concesión de una bula
de cruzada pontifica. Así lo reconocía el extremeño Andrés Bernáldez, cuando informa
en sus Memorias de que «al comiendo desta santa guerra, el papa Sixto le dio Cruzada, y
el Inocencio después gelo confirmó, y por eso traía la Santa Cruz por estandarte»1062. En
todas las crónicas contemporáneas a este conflicto, aparecen muy pocos datos sobre la
forma física de esta enseña, aunque varias fuentes posteriores confirman que era una cruz
realizada en plata1063. Asimismo, Bermúdez de Pedraza afirma en su Historia eclesiástica
que, tras concluir la conquista del emirato, los Reyes Católicos decidieron ceder esta cruz

1060
O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: Reconquest and crusade..., op.cit., p. 190.
1061
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ÁLVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., p. 400.
1062
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 198.
1063
Durante la entrada de la hueste castellana en la capital granadina, Luis del Mármol afirmaba que «El
Cardenal entró luego en la Alhambra, [...] y a un mesmo tiempo ocupó las torres bermejas y una torre que
estaba en la puerta de la calle de los Gomeres; y mandando arbolar la cruz de plata que le traían delante, y
el estandarte real sobre la torre de la campana, como sus altezas se lo habían mandado, dio señal de que las
fortalezas estaban por ellos»; MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 591. En
referencia a las características e historia de esta pieza, se remite al estudio clásico de MORALES GARCÍA-
GOYENA, LUIS: El estandarte de la toma de Granada. Madrid, 1921.

518
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

a la Catedral de Toledo como un símbolo del recuerdo de sus triunfos frente a la fe


musulmana:

«La Cruz y guion de plata que puso sobre la torre de la canpana mando por clausura de su
testamento a la Santa Iglesia de Toledo en esta clausula del: -Otrosi, porque la nuestra Cruz que en
señal de Primado auemos traido, es la primera que se puso sobre la mas alta torre del Alhambra de
la ciudad de Granada al tiempo que fue ganada, é quitada de poder de los Moros, infieles enemigos
de nuestra Santa Fé Cathólica, a donde y en la toma de las mas principales ciudades de el dicho
Reyno de Granada nos hallamos con la dicha Cruz en seruicio de Dios nuestro Señor, é del Rey, é
de la Reyna mis señores, con nuestra gente y estado. Mandamos, que la dicha nuestra Cruz con su
hasta guarnecida de plata, assi como nos la traemos, sea puesta en el Sagrario de la dicha nuestra
Santa Iglesia, en memoria de tan gran vitoria, é por decor, é honor della, y de los Prelados della, é
alli queremos que esté perpetuamente, é que no pueda ser sacada ende, sino para las
procesiones»1064.

Para las fuentes castellanas posteriores, el pendón de cruzada llegó a representar una
verdadera insignia redentora de entusiasmo religioso, carácter que la singularizaba
especialmente del resto de elementos bélicos que acompañaban la hueste castellana. En
cierta medida, se puede llegar a pensar que la utilización de esta insignia pretendía
reforzar la calidad infiel del enemigo al que se enfrentan las tropas que lo portan, e
incidir en la santificación y protección de los guerreros cristianos, por parte del papado y,
por extensión, del mismo Dios por algunas referencias a las fuentes contemporáneas. Así
lo expresaba Pedro Marcuello, cuando afirma que «con la tal fe, Dios mediante/ puesta la
cruz por vandera,/ cierto, con tal estandarte,/ no se os terná valüarte,/ fortaleza ni barrera,/
acordando la manera/ cruel como padeció/ por nuestra cupa primera,/ y El, con voluntat
entera,/ cómo muerte recibió»1065. De la misma manera, Diego Guillén destaca que con
esta insignia, los reyes mostraban «muy claro/ que dios es aquel que haze vencer»1066.
Sin embargo, las alusiones contemporáneas a la importancia de este estandarte en las
diversas batallas frente a los nazaríes, son casi inexistentes en el conjunto de una
cronística en prosa que cuenta con un sentido menos laudatorio que la compuesta en
género poético. Únicamente Andrés Bernáldez menciona que entre todos los pendones
que formaban parte del ejército de Castilla en batalla, se encontraba «la cruz de la santa

1064
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica Principios..., op.cit., p. 107v.
1065
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 35.
1066
GUILLÉN DE ÁVILA, DIEGO: Panegírico a la…, op.cit., p. 27.

519
José Fernando Tinoco Díaz

Cruzada, que siempre traía en su hueste el conde de Cifuentes, asistente de Sevilla, su


alférez mayor»1067.

Algo muy semejante ocurre con otras enseñas de naturaleza cruzadista, como la señal
de la cruz en la ropa del caballero para denotar su voto personal. Con anterioridad, los
monarcas castellanos Juan II y Enrique IV habían recibido la autorización de portar la
cruz y el hábito de la Orden de Santiago en sus batallas1068; gesto que podía relacionarse
con la doctrina cruzada, pero que conservaba las referencias a la singularidad hispánica
de la lucha frente al musulmán. Sin embargo, en este caso concreto de la definitiva
contienda castellano-nazarí, las fuentes no incorporan ninguna referencia al respecto de
que el monarca de Castilla, o alguno de los combatientes castellanos que formaron parte
de la hueste, vistieran este tipo de símbolos relacionados con la lucha frente al infiel en
España. Este hecho viene a confirmar la afirmación realizada por Carl Erdmann, el cual
destacaba que más allá que ser un emblema religioso, la insignia de la cruzada realmente
expresaba la «representación de las reclamaciones del papado»1069. Los cronistas
contemporáneos al conflicto consideraban que este pendón de la cruzada manifestaba la
implicación del papado en la empresa frente a Granada a nivel institucional, dejando al
margen cualquier otra referencia al aspecto cruzado que pudiera incidir en el ánimo de
los guerreros que tomaron parte en la hueste castellana. Las pocas notas que refieren la
significación doctrinal de esta cruz de cruzada, aparecen mencionadas con motivo de la
narración de la entrada de la hueste castellana en una plaza musulmana, tras la conquista
de la población y nunca en las ceremonias previas o la propia batalla. Sin embargo, la
visión de esta insignia planteaba que el ejército que lo portaba entre sus filas había
triunfado sobre su enemigo, al igual que Jesucristo había vencido a la muerte. De hecho,
el cronista Alonso de Palencia afirma que, al ver esta insignia situada en el punto más
alto de las fortalezas musulmanas, «ninguno de los cristianos allí presentes pudo reprimir
las lágrimas de gozo que arrasaban sus ojos ni detener las acciones de gracias que de sus
corazones salían, al reconocer claramente lo grande del beneficio recibido de la
divinidad»1070. Según denotaba este autor, para los castellanos parecía cumplirse un

1067
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 176.
1068
CARRILLO DE HUETE, PEDRO: Crónica del Halconero..., op.cit., p. 100.
1069
ERDMANN, CARL: The origin of..., op.cit., p. 189.
1070
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 443-444. Esta perspectiva religiosa de la
cruz de cruzada, más allá de su faceta institucional, fue la que pasó a la cronística posterior más cercana, la
cual ensalzó su carácter redentor por encima del institucional. Sirva como ejemplo este fragmento de la
obra de Jean Molinet, donde el francés destacaba la faceta redentora de esta insignia en su relato sobre la

520
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

sueño ancestral al comprobar que la bandera del cristianismo ondeaba sobre las tierras
usurpadas por los infieles, denotando que ésta era un icono de la victoria a través de la fe.
Sin embargo, cabe afirmar que, realmente, este elemento de clara impronta papal definía
la cobertura pontificia de este conflicto, aunque su proyección doctrinal también contó
con una potente significación religiosa posterior que extrapoló su inicial carácter
institucional.

Frente a este tipo de insignias con cierto carácter institucional, la aparición de


estandartes de clara significación religiosa hundía sus raíces en la costumbre de los
ejércitos cristianos de utilizar símbolos de implicaciones morales durante la batalla. La
utilización de este tipo de piezas vexilológicas, que podían elevar una lucha secular a una
nueva categoría sacralizada, tenía como objetivo acompañar las plegarias de la hueste y
expresar sus pretensiones de contar con una protección divina en su prosecución de la
victoria frente a los enemigos de la fe1071. En el caso hispano, las referencias a esta
costumbre de portar estandartes o reliquias estuvieron relacionadas con el culto a
diversos santos protectores tradicionales que mantenían un estrecho vínculo con la
monarquía castellano-leonesa y su empresa reconquistadora. Estos pendones de batalla
que la hueste castellana portó de manera asidua durante todo el periodo medieval, fueron
uno de los elementos bélicos que atrajeron la atención de las narraciones de estas
campañas frente al enemigo nazarí por su significación doctrinal1072. Para el caso de la
Guerra de Granada, sirva como ejemplo la narración de Diego de Valera de la conquista
de Vélez Málaga (1487), donde este autor destaca que: «[…] el rey mandó al conde de

conquista de Granada: «En cuanto el maestro de Santiago, comisario del rey, tomó posesión de la casa real,
así como de todas las fortalezas, casas y edificios, hizo subir la señal de la cruz en lo alto de la más alta
torre de la ciudad, y en presencia del arzobispo de Claraliten, de los obispos de Albinensis, Malaguinensis
y Gadixensis, hizo cantar Te Deum laudamus, O crux ave, spes unica, etc.; y cuando la señal de la cruz
estuvo subida tan alto, que podía ver vista desde dentro y desde fuera de la ciudad, por el disgusto y la
confusión de los perversos infieles, quiénes soltaban gemidos, lágrimas y lamentos, y por la máxima
alegría de los cristianos que demostraban regocijo y exaltación»/ «Sitost que le maistre de St.-Jacques,
commissaire du roy, eut prins la possesse de la maison royale, ensemble de tous les forts, maisons et
edifices, il fit eslever le signe de la croix sur la plus haulte maistresse tour de la ville, et en la présence de
l‘archevesque de Claraliten, les évesques de Albinensis, Malaguinensis et Gadixensis, fit chanter Te Deum
laudamus, O crux ave, spes unica, etc.; et lors fut le signe de la croix eslevée tant haulte, qu‘elle estoit veue
par dedens et de dehors de la ville, au desplaisir et confusion des pervers infidèles, jectant gèmissemens,
pleurs et lamentations, et à la grande joye des chresptiens menans liesse et exaltation»; MOLINET, JEAN :
Chronicles. Paris: Imprimerie d‘Hippolyte Tilliard, 1828 (Collection des chroniques nationales françaises,
tome XLVI.), p. IV, 187.
1071
Al respecto de todo ello, ERDMANN, CARL: The origin of..., op.cit., pp. 51 y ss.
1072
Sobre todo ello, es interesante consultar CHRISTIAN, WILLIAM A.: Apparitions in Late Medieval and
Renaissance Spain. Nueva York: Priceton University Press, 1989, pp. 12 y ss.

521
José Fernando Tinoco Díaz

Cifuentes e a Bernal Francés e a muchos continuos de su casa que, armados e a cavallo,


fuesen a la cibdad, e con ellos los reyes de armas e tronpetas, e llevasen la vandera de
Nuestra Señora y el pendón de Santiago, e los pusiese en el alcaçava, e debaxo dellos su
guión»1073. Esta referencia es uno de los pocos fragmentos cronísticos que denotan la
aparición de un estandarte dedicado a la Virgen María en los ejércitos castellanos durante
la contienda castellano-nazarí. Sin embargo, parece muy probable que esta bandera
acompañara al ejército castellano con asiduidad en las empresas más destacadas de la
guerra.

Un caso muy semejante al tratamiento en la cronística castellana de la enseña de


Santiago, fueron las diversas referencias al pendón de San Fernando. Esta bandera,
posiblemente originaria del siglo XIII, representaba la imagen de Fernando III,
conquistador de Sevilla, sobre un fondo carmesí. Diversos autores castellanos afirmaban
que era una práctica habitual que las huestes de la capital hispalense marcharan a la
guerra frente al musulmán enarbolando tal estandarte durante la Baja Edad Media. Así lo
manifiesta Diego de Valera, al afirmar que «antes que condestable oviese en Castilla, que
fue el primero en tiempo del rey don Enrique, segundo deste nonbre, fue la costunbre que
el avanguarda llevase el maestre de Santiago con el pendón de Sevilla»1074. A pesar de
que este castellano cifra el inicio de esta costumbre a mediados del siglo XIV, cabe
afirmar que desde finales de la centuria anterior el pendón comenzó a hacerse visible en
los campos de batallas donde tomaba parte la milicia de la ciudad andaluza. De hecho, en
sus anales sobre la ciudad sevillana, Ortiz de Zúñiga cita por primera vez la presencia de
este pendón en la plaza extremeña de Badajoz, en torno a 1287. Posteriormente, el autor
volverá a mencionarlo en la toma de Tarifa (1292), la victoria en la batalla del Salado
(1340), la conquista de Algeciras (1344) y el asedio a Gibraltar (1350). Asimismo, el
monarca Pedro I estableció en 1361que cierto número de jinetes de las diversas órdenes
militares residentes en la ciudad sirvieran en la guarda de esta bandera. Cuando el mismo
salía de la ciudad, el pendón era portado por el alguacil mayor de la ciudad, como
caudillo de las milicias concejiles y no por el maestre de Santiago, como afirma
Valera1075.

1073
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. 232-233.
1074
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 149.
1075
Al respecto de los diversos datos históricos de este pendón, ANTEQUERA LUENGO, JUAN JOSÉ: Símbolos
oficiales de Sevilla y su Diputación Provincial. Vexilología-Silografía-Heráldica. Sevilla: Facediciones,
2008, pp. 17-20.

522
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Durante las campañas encabezadas por el infante don Fernando frente a Granada, la
bandera sevillana estuvo presente, tanto en la toma de Zahara, como en la conquista de
Antequera (1410). La insignia ocupó a una posición muy destacada en las ceremonias por
la conquista de ambas plazas musulmanas, al igual que posteriormente lo hará en las
empresas de sus descendientes. El uso de esta pieza vexilológica en estos conflictos
frente al musulmán denotaba dos aspectos muy distintos, pero íntimamente relacionados.
Por un lado, el pendón identificaba a los cuerpos de guerreros sevillanos que combatían
en el bando cristiano, como destacan las propias fuentes sobre el conflicto castellano-
nazarí llevado a cabo por los Reyes Católicos. Durante el asedio a Baza (1489), por
ejemplo, Alonso de Palencia informa de que una de las estancias castellanas «se dio a los
sevillanos, que guerreaban bajo el pendón de San Fernando, conquistador de Córdoba y
Sevilla y otras muchas poblaciones de Andalucía y siempre afortunados en los combates
con los granadinos»1076. Andrés Bernáldez realiza una referencia bastante singular en su
crónica a este pendón, con motivo del inicio de las campañas orientales frente al emirato
nazarí, en la cual denota que la ciudad contaba el tiempo que la bandera estaba fuera de
ella como el periodo de guerra. De esta manera, el autor denota que «Fue por capitán de
Sevilla e su tierra el conde de Cifuentes, su Asistente; e salió con el pendón de Sevilla a
quinze días de mayo de MCCCCLXXXIX, e bolvió a entrar en Sevilla a doze días de
enero, año de MCCCCXC años, así que pasaron cuasi ocho meses»1077. Pero tal insignia
también contaba con una especial significación psicológica. En el caso de la conquista de
la ciudad Alhama (1482), según relata el mismo Palencia, la significación de los valores
que esta bandera representaba quedó presente a raíz de un episodio acaecido en este
asedio que puso de manifiesto la supuesta cobardía de Diego de Merlo. El cronista puso
especial énfasis en resaltar los valores que el pendón representaba y la significación tan
destacada que tenía para los caballeros sevillanos, frente al temor del que este caballero
hacía gala con su decisión de querer abandonar Alhama bajo la amenaza de un asedio
nazarí:

«Pretendió el Asistente Merlo el primer día del ataque de la villa atribuirse la principal gloria
del hecho; mas como su valentía no igualó a su arrogancia, casi todos le despreciaron [...] pero
conocida la cobardía del Asistente en los peligros, no se movieron de allí hasta convencerse de que
no amenazaba ninguno a la guarnición. Nuevamente intentó Merlo que quedase encerrado en
Alhama el pendón de Sevilla, a fin de retener a su lado a los caballeros que le acompañaban; pero

1076
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 410-411.
1077
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 214.

523
José Fernando Tinoco Díaz

opusiéronse todos, alegando que aquella insignia del invicto rey D. Fernando estaba solo
consagrada a la libertad y a la victoria, y si se la encerraba en los muros de Alhama no sería
preciso llevar socorro, sino implorarle. La repulsa encolerizó al Asistente» 1078.

Tras este episodio, su rastro en las celebraciones de los triunfos castellanos


desaparece hasta la toma de Ronda (1485), donde las crónicas afirmaron que volvió a
formar parte de la hueste cristiana. Sin embargo, se tiene constancia que su utilización se
generalizó durante toda la contienda castellano-nazarí y estuvo presente prácticamente en
todas las grandes campañas posteriores frente al emirato nazarí. Las fuentes narrativas
atestiguan su aparición en los asedios de Loja (1486), Vélez Málaga (1487), Málaga
(1487), Almería y Guadix (1489)1079. Estas amplias referencia denota que con el paso del
tiempo, su presencia entre las fuerzas del ejército hacía revivir el recuerdo de los grandes
héroes sevillanos de antaño y sus gestas frente al infiel, en concreto las del santo monarca
Fernando III, invocando su espíritu y protección en la batalla. De hecho, Bernáldez
recoge en su crónica que la propia reina Isabel cuidaba de prestarle una veneración
personal a esta insignia a su llegada a los reales castellanos durante este conflicto, como
sucedió durante el asedio a Loja de 1486:

«El recibimiento que les fue fecho [a la reina y a el adelantado del Andalucía] fue muy
singular, en que salieron al camino los primeros el duque del Infantadgo, que avía venido de
Castilla a la fuera en persona, muy poderoso e muy ponposo, e el pendón de Sevilla, e su gente, e
el prior de San Juan, hasta una legua e media del real. E púsose una batalla a la mano izquierda del
camino por donde ella venía; todos bien adereçados, como para pelear. E como la reina llegó, fizo
reverencia al pendón de Sevilla, e mandólo pasar a la mano derecha. E como la recibieron, salió
toda la gente delante, con mucha alegría, corriendo a todo correr; de que Su Alteza ovo muy grand
plazer. E luego vinieron todas las batallas e las vanderas del real a le fazer recebimiento, e todas
las vanderas se abaxavan cuando la reina pasaba»1080.

La aparición en el ejército cristiano de este tipo de artefactos seculares relacionados


con santos y grandes héroes muy relacionados con el proceso reconquistador hispano
encabezado por la propia corona de Castilla, introducía a los ejércitos castellanos en un
sistema de valores socialmente reconocido, estructurado por la doctrina de la lucha
hispánica frente al musulmán. En ese sentido, cabe destacar el hecho de que, en las

1078
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 37.
1079
En ese sentido, cabe realizar una puntualización. A pesar de que la cronística identifique este pendón
como el «de San Fernando», cabe destacar que no debe confundirse esta pieza con el Pendón de la
conquista de Sevilla, el cual perteneció al monarca castellano durante la conquista de esta ciudad, que no
era utilizado en batalla generalmente.
1080
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 170.

524
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

diversas crónicas referentes a esta contienda, se destacó sobremanera la aparición de la


insignia del apóstol Santiago y su papel en este tipo de ceremonias de conquista. Tras la
significación de la cruz, en segundo lugar los castellanos alzaban en la población
musulmana conquistada el pendón de Santiago. Con este gesto, los guerreros de Castilla
representaban que su victoria debía incluirse en la ancestral empresa reconquistadora
hispánica que contaba con el apóstol como su protector. Esta bandera hagiográfica es la
pieza más documentada en las fuentes cronísticas que narran las diversas campañas de
esta guerra, denotando que esta insignia tuvo especial importancia doctrinal para la
hueste castellana. A través de este tipo de reconocimiento a la figura del santo, los reyes
de Castilla pretendían dar gracias al patrón de la hueste hispánica y reconocer su
salvaguarda durante la batalla. En ese sentido, es muy significativo resaltar la
consideración que la propia corona castellana le aportaba al transporte de la pieza, tanto
desde el punto de vista de la elección de las fuerzas que lo custodiaban, como de la
propia mano que lo portaba. Según informa mosén Diego de Valera, la persona
encargada de trasladar esta enseña fue Rodrigo de Cárdenas, por su parentesco cercano
con el maestre de la Orden de Santiago, y su condición de comendador de esta
institución1081. En las diversas narraciones de la contienda, el pendón siempre apareció
asociado a la participación de los caballeros de la orden homónima. Verbigracia, Andrés
Bernáldez destaca en su narración sobre la entrada de los monarcas de Castilla en la
propia Granada, tras una guerra de casi una década, que, durante este señalado acto, «el
maestre de Santiago traía en su hueste [...] este pendón de Santiago»1082.

Con respecto a su descripción física, solo Alonso de Palencia recoge una breve
referencia a la fisonomía de esta la bandera. Durante la victoria en el asedio a Baza
(1489), el cronista castellano informa que «se vio tremolar en la torre del homenaje el
estandarte de la Cruz del Redentor, con la imagen del apóstol Santiago, patrono de las
Españas»1083. Si se tiene como cierta esta información, el pendón del apóstol
representaría a la figura del santo como la advocación de «Santiago Matamoros». En el
contexto peninsular medieval, tradicionalmente destacaron dos imágenes del apóstol: la
aportada en obras como la Leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine, donde Santiago era
representado como el Justo, el peregrino de Compostela, y la del guerrero protector en
batalla de los cristianos. Esta última iconografía explotaba la faceta más guerrera del
1081
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. II, 269.
1082
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 232.
1083
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 437.

525
José Fernando Tinoco Díaz

apóstol, surgido de las narraciones de sus intercesiones directas en diversos conflictos


peninsulares. El primer testimonio historiográfico de esta perspectiva del apóstol es el
recogido en la Historia Semisense. En esta fuente secundaria se menciona la
peregrinación realizada por el rey Fernando I (1038-1065), padre de Alfonso VI (1065-
1072), a Santiago para pedir ante Dios su intercesión en los conflictos venideros en
Portugal. Con la obra de Lucas de Tuy la imagen del santo como combatiente se
establecerá de forma definitiva, en un proceso relacionado con la propia evolución
política de la corona castellano-leonesa. La relectura realizada por Rodrigo Jiménez de
Rada de la victoria cristiana en la Batalla de Clavijo, acaecida el 23 de mayo del año 844,
ayudó a consolidar su representación a lomos de un caballo blanco, portando una bandera
blanca en la mano izquierda y una espada en la derecha, y arroyando con su montura a un
grupo de moros; imagen que pretendía denotar la supremacía cristiana frente al Islam1084.
Este aspecto del culto santiaguista fue utilizado por la monarquía para legitimar sus
empresas bélicas frente a los musulmanes mediante la sublimación de lo que Nicasio
Salvador identificaba como los tradicionales «motivos santiaguistas»1085. La corona
castellano-leonesa empleó la veneración a la imagen de Santiago cuando los intereses del
reino conducían a actividades bélicas frente al musulmán, lo cual ayudó a consolidar la
perspectiva más política del apóstol como patrono dinástico, caballeresco y nacional, con
independencia de la pervivencia del culto al santo como patrono peregrino y auxiliador.
De esta manera, la corona reforzaba su papel director de todo el proceso reconquistador.
Por tanto, el gesto de enarbolar su bandera contaba con una marcada significación
política, en tanto que tal perspectiva doctrinal daba fe del carácter nacional de la empresa
que se estaba llevando a cabo, la cual no era sino el culmen de un proceso comenzado
por sus ancestros y en el que los reyes castellanos ocupaban un papel director. De hecho,
ellos mismos eran los encargados de conceder a la Orden de Santiago, considerada como
la principal institución para llevar a cabo la guerra frente a los musulmanes. En estos
términos se expresa don Alonso de Cárdenas, último maestre de la orden, a los Reyes
1084
Sobre la construcción de esta perspectiva del culto al santo apóstol, MÁRQUEZ VILLANUEVA,
FRANCISCO: Santiago: Trayectoria de un mito. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2004, pp. 208-210;
CABRILLANA CIÉZAR, NICOLÁS: «Santiago Matamoros. Historia e imagen» En Monigotes, nº 14. Málaga:
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 1999, pp. 33-42; FERNÁNDEZ GALLARDO, LUIS:
«Santiago Matamoros en la historiografía medieval: origen y desarrollo de un mito nacional» En
Medievalismo, nº 15. Murcia: Sociedad Española de Estudios Medievales, 2005, pp. 139- 174.
1085
SALVADOR MIGUEL, NICASIO: «Entre el mito, la historia y la literatura en la Edad Media: el caso de
Santiago guerrero» En Iglesia Duarte, José Ignacio y Martín Rodríguez, José Luis (eds.): Memoria, mito y
realidad en la historia medieval: XIII Semana de Estudios Medievales, Nájera, del 29 de julio al 2 de
agosto de 2002. La Rioja: Universidad de Estudios Riojanos, 2003, pp. 215-232

526
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Católicos, durante las Cortes celebradas en Toledo en 1480 según la versión aportada por
Pulgar:

«El maestre de Santiago suplicó al Rey e a la Reyna que les pluguiese de le entregar los
pendones e ynsignias del maestradgo de Santiago; por quanto la costunbre antigua de España hera
que los reyes de Castilla entregasen de su mano, por acto solepne, los pendones del maestradgo a
los que heran elegidos por maestres; porque en aquel acto se mostrava el consentimiento que los
reyes davan a los maestres para que oiesen aquella dignidad en sus reynos. E asymismo porque en
aquella entrega se dava a entender que le facían capitán e alférez de Santiago, patrón de las
Españas, para la guerra contra los moros, enemigos de nuestra santa fé. E el rey e la reyna
oviéronlo por bien, et mandaron çelebrar en la iglesia mayor de la çibdat vna solepne misa; e
después de la çelebraçion de la misa, el saçerdote reçó la devoçión sobre los pendones, con muy
devota oraçión. E el maestre, con fasta quatroçientos comendadores et caualleros de la Orden,
todos vestidos de mantos blancos largos, e sus ábitos con cruces de espadas coloradas en los
pechos, pasaron en proçesyón entre los dos coros de la iglesia. E luego el maestre entró en el coro,
e fincadas las rodillas delante el Rey e la Reyna, le entregaron de su mano a la suya los pendones
et ynsignias de Santiago, et le dixeron: -Maestre, Dios vos dé buenas andanças contra los moros,
enemigos de nuestra santa fé católica-. El maestre resçibió aquellos pendones, e besó la mano al
Rey e a la reyna; e suplicóles que les plugiese dar liçençia para que él con toda la Orden de la
Caballería de Santiago fuese a tierra de moros, a les facer la guerra que eran obligados de facer,
porque siruiese a Dios e cunpliese los preçebtos de su Orden» 1086.

Esta proyección de algunos símbolos religiosos de la hueste, denotaba que «todos


estos ritos de victoria se acabaron convirtiendo en una exaltación del poder regio, pero
valorando éste en una doble perspectiva fundacional muy concreta, interpretándolo como
cabeza natural de los recursos militares del reino y como guía por excelencia de la lucha
contra el infiel»1087. De hecho, en tercer lugar, las tropas castellanas enarbolaban las
enseñas subjetivas que representaban a los propios reyes de Castilla, para determinar su
papel personal en estos triunfos. Durante las campañas castellanas anteriores a la Guerra
de Granada, diversos elementos que llevaban aparejadas la exaltación de un cierto
sentido de pertenencia a una comunidad política hispánica habían representado a los
monarcas de este reino en estas ceremonias de conquista. Entre ellos, destacan
sobremanera las referencias bajomedievales al Pendón de San Isidoro en las fuentes
castellanas. A este estandarte también se le conocía como Pendón de Baeza, por la
relación legendaria que lo une a la toma de esta ciudad por Alfonso VII el Emperador,
acaecida en 1147. Aunque las fuentes contemporáneas a este hecho afirmaban que la

1086
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. I, 426-427.
1087
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Ceremonias de la..., op.cit., p. 145.

527
José Fernando Tinoco Díaz

ciudad se rindió por capitulación, desde finales del siglo XIII se empezó a consolidar la
idea de que fue rendida por el ejército castellano tras una ardua batalla campal. Este
nuevo relato afirmaba que las tropas de Alfonso VII avanzaban hacia Almería, cuando se
vieron frenadas por la resistencia impuesta por la ciudad de Baeza. La fortaleza de los
habitantes de esta plaza fue tan destacada, que las tropas leoneses consideraron levantar
el cerco. En ese momento, el mismo San Isidoro intervino en apoyo de los cristianos. El
santo se le presentó al rey castellano en sueños, para indicarle la forma en la que
resultaría victorioso. Gracias a esta ayuda divina, el emperador acabó conquistando la
plaza el señalado día de Santiago, 25 de julio de 1147. Con respecto a la pieza
vexilológica, la cual parece datar del tercer cuarto del siglo XIII o inicios del siglo XIV,
la misma mostraba a San Isidoro de Sevilla como guerrero a caballo, vestido de
pontifical con capa pluvial, portando la cruz y la espada, iconografía muy semejante a las
diversas representaciones del apóstol Santiago. De hecho, en esta bandera también
aparecía el escudo real de Castilla y más arriba, una nube de la que surgía una mano con
una espada y una estrella, alusivas a la ayuda de Santiago apóstol al ejército hispano1088.

Pérez de Guzmán afirma, en su crónica dedicada al reinado de Juan II de Castilla, que


«los Reyes de Castilla antiguamente habian por costumbre, que quando entraban en
guerra de Moros por sus personas, llevaban siempre consigo el pendon de Santo Isidro de
Leon, habiendo en él muy gran devocion»1089. Asimismo, Álvar de Santa María también
se refiere a esta insignia de manera muy semejante, determinando que: «los reyes de
Castilla quando yvan a aver la pelea con los moros, o entravan por sus cuerpos en su
tierra, lleuauan sienpre consiguo el pendón de Sant Esidro de León, aviendo muy grande
deboción en él»1090. Sin embargo, Joseph O‘Callaghan no documenta su primera
aparición hasta el siglo XIV, concretamente en la batalla Guadalhorce, el 29 de agosto de
1326. En esta contienda, en la cual incluso resultó dañado el pendón de San Isidoro, las
fuerzas de Alfonso XI, dirigidas por el Adelantado de la Frontera don Juan Manuel,

1088
Sobre este objeto, RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, JUSTINIANO: El pendón isidoriano de Baeza y su cofradía.
León: Institución Fray Bernardino de Sahagún, 1972; FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, ETELVINA: «Iconografía y
leyenda del pendón de Baeza» En Medievo hispano: Estudios in memoriam del Prof. Derek W. Lomax,
Madrid: Sociedad Española de Estudios Medievales, 1995, pp. 141-157. Asimismo, sobre la representación
de San Isidoro como guerrero, consultar FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, ETELVINA: «La iconografía isidoriana en
la Real Colegiata de León» En Soto Rábanos, José María (coord.): Pensamiento medieval Hispano.
Homenaje a Horacio Santiago-Otero. Madrid: CSIC, 1998, pp. 141-181.
1089
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor..., op.cit., p. 94.
1090
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ÁLVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., p. 366.

528
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

derrotarían a una destacada hueste de nazaríes1091. Con posterioridad, la bandera sería


utilizada en contadas ocasiones, destacando, entre todas ellas, su aparición en las
campañas encabezadas por el infante don Fernando de Trastámara frente a Granada, a
comienzos del siglo XV. Durante esta empresa, el papel del pendón de San Isidoro fue
muy significativo, como determinó la narración de la ceremonia celebrada a su llegada al
real castellano:

«E por ende el infante, como hera muy noble e muy católico, aviendo en él muy grande
deuoçión, enbió mandar a León que le troxiesen el dicho pendón. E llegó el dicho pendón al real
en diez días de setienbre [de 1410], e traíalo vn monje. E hera ya tarde quando vino; e bien
pluguiera al infante que obiera venido antes. E mandólo salir a reçeuir, e entró aconpañado de
gente de armas. E al infante plogo mucho con él, pro la grande deboçión que avía en él» 1092.

Durante la conquista de Antequera la bandera ocupó un papel principal entre las


distintas enseñas del ejército, tanto en las murallas, como en la posterior ceremonia de
consagración de la mezquita:

«El infante mandó luego embiar por los pendones del Apóstol Santiago, e por el pendón de
Santo Isidro de León, e por los pendones de Sevilla e de Córdova, e mandolos poner encima de la
torre del escala, más altos que los suyos que ende eran ya venidos […] En primero día de otubre,
ordenó el infante de yr de fazer bendezir vna mezquita que es en el castillo de Antequera. E partió
el infante de sus tiendas muy solenemente, en proçesión, yendo con él todos los clérios e frayles
que auía en el real, con las cruzes e reliquias de su capilla, lleundo delante los pendones de la
Cruzada e del señor Sant Isidro de León e el de Santiago, e sus pendones. E con él todos los
grandes e caballeros e ricos omes de la hueste, yendo diziendo cantos muy solenes, dando muchas
gracias e loores a Dios. E llegaron a la mezquita mayor, que está en el castillo, e dixeron misa
cantada, e predicaron. E vendezieron los altares, e posiéronle nonbre San Saluador» 1093.

Tras presidir la relevante conquista de Antequera, este pendón no volvió a verse por
los campos de batalla donde participó el ejército de Castilla. Al fin y al cabo, la insignia
no era más que una enseña conmemorativa que hacía referencia a un solo episodio de la
historiografía épica castellana. Solo su eficaz simbolismo, con rasgos muy cercanos al
tradicional culto santiaguista, y lo alegórico de su contenido, había aportado rasgos
bélicos a este pendón que trascender su limitado propósito original para convertirse en

1091
O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: The Gibraltar Crusade…, op.cit., p. 150.
1092
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ÁLVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp 367.
1093
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ÁLVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., p. 394.

529
José Fernando Tinoco Díaz

«una enseña de la hueste regia tenida por milagrosa»1094. Un caso muy semejante sucedió
con la Espada de San Fernando, la llamada «Lobera», otro de los elementos que habían
contado con una destacada relación con las conquistas llevadas a cabo por el monarca
castellano-leonés Fernando III (1217-1252). Según narra la tradición, el rey nunca se
separaba de esta espada que le trajo abundantes victorias en sus conflictos bélicos frente
a los musulmanes, la cual algunas fuentes afirman que había pertenecido originariamente
al conde Fernán González, según narran algunas fuentes en su lecho de muerte se dirigió
al infante don Manuel, su nieto, y le dijo «non vos puedo dar heredad ninguna, mas
dovos la espada Lobera, que es cosa de muy grand virtud et con que me fizo Dios a mi
mucho bien»1095. El célebre escritor y caballero portó el arma en contiendas como la
batalla de Guadahorce, acaecida el 29 de agosto de 1326, donde derrotó a un fuerte
contingente nazarí. En la historiografía medieval castellana posterior, fueron muy
abundantes las referencias a esta espada. En la Gran Crónica de Alfonso XI, por ejemplo,
se afirma que Sancho Manuel de Castilla, hermanastro de Don Juan Manuel, dirigió una
carga frente a las tropas musulmanas que estaban atacando la retaguardia del ejército
castellano, en la cual resultó victorioso gracias a la determinación dimanada de portar
esta arma1096. La espada también fue utilizada por el regente don Fernando en sus
campañas frente al emirato nazarí, durante la minoría de edad del monarca Juan II. El
infante portó esta arma como un símbolo de la victoria frente a los musulmanes del santo
homónimo. Su retirada de la ciudad de Sevilla siempre estuvo rodeada de un halo casi
sacro, que denotaba la importancia que esta espada tenía en el imaginario castellano:

«[...] e llegó [don Fernando de Antequera] a la puerta de San Agostín, e falló ay vn altar
puesto que ende tenían los frailes, e tenían ende vna Cruz de plata. E el infante como llegó a la
villa, do dan agua a las bestias, ay çerca de la puerta de Sant Agustín, decendió e fué ante el altar, e
fizo oraçión, e adoró la Cruz. E comenáron los frailes a reçar e dar gracias a Dios por el bien que
ende le fiziera. E el infante cavalgó e fué su camino fasta la ciudad, fasta que llegó a la iglesia de
Santa María la Mayor. E falló y a la puerta del Perdón los canónigos e clérigos de la iglesia, que le
salieron a reçibir en proçesión, muy honradamente, con cantos de alegría e dando gracias a Dios
porque le diera vitoriade los enemigos de la Fe. E allí fizo oraçión e adoró la Cruz, e llegó ante el

1094
MONTANER FRUTOS, ALBERTO: «El Pendón de San Isidro o de Baeza» En Emblemata: Revista
aragonesa de emblemática, nº XV. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2009, pp. 29-70, p. 65.
1095
DON JUAN MANUEL: El Conde Lucanor. Barcelona: Losada, 1997, p. 193.
1096
O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: The Gibraltar Crusade..., op.cit., p. 149. Sobre la información
historiográfica de la espada, consultar HERRÁEZ MARTÍN, MARÍA ISABEL: «La espada de Fernando III el
Santo» En Laboratorio de Arte, nº 15. Sevilla: Universidad de Sevilla: 2002, pp. 335-348; Luis de Eguílaz,
Carmen y Mateos Peñamaría, Luis Jover: La espada de San Fernando. Madrid: Anaya, 1986.

530
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

altar mayor. E otrosí fizo oraçión ante la imagen de Santa maría, e adoró la Cruz. E todavía los
clérigos con la proçesión reçando e cantando Te Deum Laudamus. E allí tomó la espada de la
mano del adelantado que la traía, e llevóla fasta la capilla do estauan los reyes. E abrieron la
capilla do estauan los reyes, e entró dentro, e fizo oraçión ante la imagen de Santa María que ende
estaua, muy deuotamente, dando muchas graçias a Dios porque le diera gracia e poder para tornar
dicha espada donde la él tomó e sacó. E después que ovo fecho oración, tiró los brocales de la
vaina del espada, vno a vno, fasta que los tiró todos quinze, e quedaron las tablas e el espada fuera;
que en la vaina desta espada no ay cuero ninguno, sino dos tablas que ponen ençima del espada de
fierro, e ençima della todos los broçales de plata dorados, de manera que se cubre toda la vaina. E
después que fueron tirados todos los broçales, tomó la espada e púsola en mano del Rey don
Fernando, E bésole el pie e la mano, e al Rey don Alonso la mano, e a la reyna la mano»1097.

Al igual que sucedió con el Pendón de Baeza, en este caso la Lobera tampoco volvió
a aparecer en la documentación cronística medieval del reino de Castilla. A pesar del
destacado papel doctrinal que estos elementos habían jugado a lo largo de la historia
bajomedieval castellana, ninguna de las fuentes referentes a la Guerra de Granada recoge
mención alguna sobre su utilización por parte de los Reyes Católicos. El motivo de este
hecho no queda dispuesto en las distintas fuentes consultadas, aunque no quiere decir que
pueden haber sido utilizadas. Sin embargo, puede apuntarse como una posible razón para
ratificar tal afirmación que don Fernando solo encabezaba los ejércitos castellanos como
consorte de la monarca del reino hispano, por lo que su papel director siempre estuvo
condicionado por la autoridad de su mujer. Mientras su abuelo había dirigido las huestes
del reino hispano como regente, él lo hacía ya como rey aragonés. Es muy posible que
por esta causa, algunas de las enseñas más destacadas de la tradición guerrera de la
corona castellana frente al moro no aparecieran en el campo de batalla. En
contraposición, a los Reyes Católicos les representaba en esta contienda su propio
estandarte, el cual representaba particularmente la autoridad de ambos monarcas, y
destacaba su papel central como directores de la hueste castellana.

Esta pieza heráldica estaba compuesta por su escudo personal, figuración acuartelada
de los reinos de Castilla y León, Aragón y Sicilia, determinando esta bandera aún no
contaba con lo que se podría denominar como un carácter plenamente nacional. El
mismo era enarbolado en último lugar en estas ceremonias de conquista. La colocación
de tal pendón, en la torre más alta de la otrora población musulmana, suponía la
expresión de la victoria personal de estos monarcas como representantes del conjunto del

1097
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ÁLVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 181-191.

531
José Fernando Tinoco Díaz

pueblo de Castilla. Sin embargo, este papel no excluía la perspectiva de índole


nacionalista unida a este símbolo. De hecho, durante las ceremonias de enaltecimiento de
las insignias del ejército, los cronistas afirmaban que la hueste castellana mostraba
grandes muestras de júbilo, celebrando de forma efusiva el triunfo de Isabel y Fernando,
gritando y ensalzando el nombre de Castilla y sus reyes. Así puede denotarse en el
siguiente fragmento, perteneciente a la narración de Diego de Valera de la entrada
triunfal de los reyes de Castilla en la ciudad de Málaga (1487):

«E todo así hecho, e dadas por todos muy grandes gracias a Nuestro Señor e a la gloria Virgen
su Madre de la victoria avisa, los reyes de armas en alta boz pregonaron tres veces diziendo:
Castilla, Castilla, Castilla, por el rey don Fernando e por la reyna doña Isabel. E las tronpetas
hizieron muy grand sonido, e los atabales e tanborinos, de tal manera que parescía todo el mundo
estar allí. E los perlados y clérigos e religiosos que allí se hallaron cantaron en alta boz: Te Deum
laudamus [...]»1098.

Como queda presente en este fragmento, estas ceremonias de conquista fueron


también rodeadas por una gran fiesta musical que acompañaba a la oración de los
eclesiásticos castellanos1099. De hecho, el cronista francés Jean Molinet también resalta
este aspecto sonoro en su narración de la conquista de la ciudad de Granada, denotando
que:

«Una vez esta publicación hecha, todas las bombardas de la hueste, instrumentos y cañones;
trompetas, panderos y clarines, tocaron juntos de forma tan melodiosa debido a la alegría de la
victoria, que parecía que la tierra temblara y el cielo se abriera, y que el aire estuviera perforado
por el efecto del eco extremo»1100.

Con respecto a la faceta religiosa de tal manifestación, Jerónimo Münzer afirma que,
durante la última parte de la ceremonia de conquista de una población musulmana,
mientras la insignia de los monarcas era alzada, los guerreros rezaban «entonando en alta
voz el Vexilia Regis»1101. El primer verso de este himno Vexilla regis prodeunt podía
llevar a realizar una interpretación de él como un cántico dedicado al rey del reino, en
tanto se cantaba que «Vexilia regis prodeunt». Esto llevó a algunos autores medievales a
1098
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 269.
1099
Sobre este aspecto sonoro que rodeaba las ceremonias reales durante el periodo del reinado de Isabel y
Fernando, FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: La corte de…, op.cit., pp. 322-324.
1100
«Ladite publication faicte, toutes les bombardes de l‘ost, instrumens et bastons à pouldre deschargèrent
à une fois; trompettes, gros tamburinset clarons sonnèrent ensemble tant mélodieusement de joye de la
victoire, qu‘il sembloit que la terre deusist trembler et le ciel ouvrir, par l‘extrême réverberation donnée
que l‘air estoit percié»; MOLINET, JEAN: Chronicles..., op.cit., p. IV, 188.
1101
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 119.

532
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

identificarlo como un himno para ensalzar al rey cristiano. Sin embargo, tal canto era
dedicado a la exaltación de la cruz y la redención de los pecados por el sacrificio de
Cristo. De hecho, las fuentes eclesiásticas afirman que este cántico era recitado en los
momentos en los que el pendón de la cruzada estaba siendo alzado en la torre más alta de
la fortaleza musulmana1102. El hispanista John Edwards afirma que en la generalización
de este tipo de jaculatorias de acción de gracias, jugó un papel capital la influencia del
confesor real Hernando de Talavera. Según denota este historiador, el monje jerónimo le
proporcionó a la reina diversos tratados devocionales sobre liturgias eclesiásticas
utilizadas para ocasiones como la propia conquista de ciudades musulmanas, lo cual tuvo
muy en cuenta la reina castellana para estructurar este tipo de ceremoniales durante los
rituales castellanos de conquista1103. En una significa epístola dirigida a Talavera, Pedro
Mártir le reconocía al eclesiástico esta labor de guiar a los monarcas por la senda de la
religión, atestiguando la anterior aseveración de Edwards:

«Tú tienes experiencia de todo ello desde antiguo: has aprendido y enseñado en esta misma
Universidad [de Salamanca]. Tú, ahora, en la cumbre de la perfección consumada, pones en
práctica todo ello: enseñas a los Reyes a que, llenos de Dios, se abracen con la caridad; día y noche
les aconsejas y aun los induces a que, medrosos y al mismo tiempo confiados, lo teman, amen y
reverencien, si es que quieren salvarse a sí mismos y a sus reinos y domeñar a los bárbaros y
tiranos. No existe ya nada más santo ni más religioso: son la misma Religión. Gózate, pues,
admirable artífice, que descubriste tal predisposición natural en ellos, para poder con tanta
facilidad modelar sobre esta materia tan preclaras imágenes de virtud y maneras de proceder tan
celestiales»1104.

Cabe afirmar que el himno cristiano más documentado por las diversas crónicas
castellanas, fue el llamado Te Deum Laudamus. Tradicionalmente, este cántico había
constituido una de las primeras expresiones de alabanzas a la divinidad, por lo que solía
ser interpretado en momentos de gran celebración generalizada en todo el Occidente

1102
Este caso resulta bastante atractivo para denotar ese afán por resaltar la figura de los soberanos
castellanos, a través de la expresión de diversos símbolos religiosos. Al respecto, es interesante consultar el
análisis que realiza Enrique Rodríguez-Picavea, referente al discurso del embajador castellano Martínez de
Leiva en Aviñón, tras la victoria castellana en la batalla del Salado, donde también aparece tal confusión;
RODRÍGUEZ-PICAVEA, ENRIQUE: «Diplomacia, propaganda y guerra santa en el siglo XV: La embajada
castellana a Aviñón y la elaboración del discurso ideológico» En Anuario de Estudios Medievales, nº 40/2.
Madrid: CSIC, 2010, pp. 765-789, pp. 773-775. Sobre este himno cristiano, MILFULL, INGE B.: «Hymns to
the Cross: Contexts for the Reception of Vexilla Regis prodeunt» En Catherine E. Karkov, Sarah Larratt
Keefer y Karen Louise Jolly (eds.): The Place of the Cross in Anglo-Saxon England, Woodbridge: Boydell
Press, 2006, pp. 43- 57.
1103
EDWARDS, JOHN: Isabel la Católica…, op.cit., p. 103.
1104
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 88-89.

533
José Fernando Tinoco Díaz

cristiano. La letra del epinicio expresa un agradecimiento a Dios por las bendiciones
concedidas por la Providencia durante un periodo complejo de dificultades, como en este
caso era el triunfo en la contienda bélica frente al enemigo musulmán1105. La obra escrita
por Andrés Bernáldez, documenta que, durante la celebración de la victoria en el asedio a
la capital malagueña, «los obispos e clerecía que allí se hallaron, cantaron Te Deum
laudamos, e Gloria in excelsis Deo [...]»1106. Al igual que sucedía con la anterior loa, la
composición de este himno también hundía sus raíces en los primeros siglos de la Iglesia
cristiana. Ambas plegarias son considerados los únicos supervivientes en la liturgia
romana de los llamados psalmi idiotici, los salmos compuestos durante los siglos II y III
d.C., coincidiendo con el tiempo de las persecuciones sufridas por los primeros cristianos
en Roma. Sin embargo, a diferencia del cántico previo, el Gloria in excelsis Deo, o
también conocido bajo la denominación doxología mayor, era cantado para alabar la
figura de la divinidad1107.

6.3.3. LA PURIFICACIÓN DE LAS POBLACIONES MUSULMANA Y SUS LUGARES DE CULTOS.


EL RESTABLECIMIENTO DE LA JURISDICCIÓN ECLESIÁSTICA CRISTIANA EN EL
TERRITORIO GRANADINO.

Las fuentes canónicas tradicionales prohibían a los clérigos participar en las batallas
de manera directa o relacionarse con el derramamiento de sangre derivado de actos
violentos. Sin embargo, entre las distintas atribuciones asignadas a los eclesiásticos
castellanos de este periodo bajomedieval, destacaba el compromiso de asistir y auxiliar a
los guerreros con sus plegarias durante la batalla1108. En ese sentido, parece que los reales
castellanos contaron con amplios grupos de eclesiásticos para encabezar las diversas
liturgias celebradas por el bando cristiano durante los grandes asedios que tuvieron lugar
a lo largo del conflicto. Estos sacerdotes eran los encargados de amparar a los guerreros
antes y después de la batalla, ofreciendo su dirección ministerial, recibir el testimonio de

1105
Sobre el himno Te Deum laudamus, consultar: Hugh, Henry: «The Te Deum» En The Catholic
Encyclopedia. Nueva York: Robert Appleton Company, 1912 (dirección web:
<http://www.newadvent.org/cathen/14468c.htm>) [fecha de consulta: 20/10/2014].
1106
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 192.
1107
Al respecto del Gloria in Excelsis Deo, CROCKER, RICHARD L.: «Gloria in excelsis» En Tyrrell, John
(ed.): The New Grove Dictionary of Music and Musicians. Oxford: Oxford University Press, 1980, pp. VII,
450-452; JUNGMANN, JOSEPH A.: The Mass of the Roman Rite: Its Origins and Development. Nueva York:
Benziguer, 1950, pp. I, 346-359. FORTESCUE, ADRIAN: «Gloria in Excelsis Deo» En The Catholic
Encyclopedia. Nueva York: Robert Appleton Company, 1909 (dirección web:
<http://www.newadvent.org/cathen/06583a.htm>) [fecha de consulta: 20/10/2014].
1108
Al respecto de todo ello, consultar SÁNCHEZ PRIETO, ANA BELÉN: Guerra y guerreros..., op.cit., pp. 65
y ss.

534
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

los pecados e incluso haciendo valer las indulgencias concedidas por la bula papal de
cruzada. Asimismo, entonaban diversas plegarias de gracias hacia la divinidad que había
intercedido para conceder la victoria al bando cristiano. Según determinan las propias
crónicas coetáneas, las acciones de estos eclesiásticos eran atribuciones directas de los
propios reyes castellanos, los cuales no mostraban de esta manera su gran devoción a la
divinidad:

«!O bienaventurado rey don Fernando, rey e señor de los reynos de Castilla, Aragón e Çeçilia, fo
del noble rey don Juan, rey de Aragón! […] Este rey fue muy virtuoso y amador de la justicia. E
commo católico christiano, touo vna muy santa costumbre: él confesaua e comulgaua muchas
vezes en el anno, con grandísima reuerençia y lágrimas de sus ojos. Fue muy piadoso e avia grand
conpasión de la gente; quando vía venir algunos feridos de los suyos conbatiendo algunas villas y
fortalezas, pesáuale mucho dello, y mucho más quando alguno muría. Y desta cabsa, sienpre en las
guerras que fazía traya en su hueste vn espiral fecho de ricas tiendas, en el qual traya capellanes
que continuo dixesen mysa e confesasen los feridos y enfermos»1109.

A través de la incidencia en este fuerte apoyo real a la faceta religiosa de la contienda,


los cronistas castellanos pretendían dejar patente la mentalidad providencialista y el
marcado fondo moral cristiano que pesaba sobre el hecho bélico en sí mismo. Así lo
manifiesta Pedro Boscà en su discurso ante la curia romana, en el cual destacaba que se
guardaba en las huestes castellanas:

«[…] una observancia tan grande en el culto divino que fácilmente podemos juzgar al ver los
sacrificios que allí tan frecuentemente se celebran y los sermones y exhortaciones sobre la Ley de
Dios que pronuncian casi a diario los religiosos y los más doctos sacerdotes para animar y
confirmar los ánimos de los soldados»1110.

Las crónicas incluso atestiguaron que los reyes levantaron improvisadas iglesias en
los reales castellanos para llevar a cabo este tipo de celebraciones litúrgicas. El siguiente
fragmento deja de manifiesto tanto la construcción de estos centros de culto temporales,
como el contenido de las homilías con las que estos sacerdotes exhortaban a los
caballeros castellanos:

«E luego, el jueues mañana, Su Alteza mandó fazer vna iglesia de madera toda muy adornada
de ricos pannos, e vn monumento muy honrrado de brocados y seda. E mandó decir la mysa muy
solepnemente; la qual dixo don Juan Bermúdez, dean de canaria, capellán de su Alteza, ca era de
muy honesta vida el muy christianisimo letrado y presona de grande honrra. E fue ençerrado el

1109
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 156
1110
ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro...», op.cit., p. 474.

535
José Fernando Tinoco Díaz

Cuerpo de nuestro Sennor Iesu Christo con grandísima solenpnidad. E lleuauan las varas del velo
el maestre de Santiago don Alonso de Cárdenas, y el marqués de Cádiz don Rodrigo Ponçe de
León, y el duque de Nájara don Diego Manrrique, y el marqués de Villena, don Diego López
Pacheco. E así ençerrado e acabada la misa con tanta veneración, entraron doze caualleros
fijosdalgos armados en blanco, muy ricamente guarnidos; los quales guardaron el monumento
fasta otro día viernes que fue sacado el Cuerpo de nuestro Redenptor Iesu Christo. E ovo un
sermón muy notable de vn religioso muy venerable, maestro en santa Theología, de la Orden de
Santo Domingo. El qual dixo cosas marauillosas, secretos grandes de la Sagrada Escriptura,
esforçando mucho al rey e asus grandes e a todos los otros caualleros y gentes en la santa fe
cathólica […]»
1111
.

Aunque la victoria de los Reyes Católicos suponía el cambio la jurisdicción efectiva


sobre esta población, la victoria frente al Islam no se sentía completa si ésta no venía
acompañada por la purificación y la restauración del culto cristiano en estas poblaciones
que habían pertenecido al infiel musulmán. Por este motivo, tras la entrada de las tropas
castellanas en las nuevas ciudades cristianas, «era necesario imponer las estructuras y
símbolos del nuevo poder, y borrar o disimular en lo posible los del anterior sistema, de
modo que se producen en ella una serie de transformaciones, y una muy importante es la
sustitución de las mezquitas por iglesias, como medio de redefinición visual y espacial
del núcleo urbano»1112. Esta perspectiva doctrinal de la conquista imponía la destrucción
simbólica de los indicios de la religión musulmana y la ocupación de mezquitas y su
conversión en iglesias para el culto cristiano, de manera que la propia liturgia guerrera de
exaltación de los símbolos doctrinales que acompañaban al ejército, tuviera una evidente
concreción efectiva. Este comportamiento no era más que una continuidad del modelo de
actuación que había sido una constante a lo largo de todo el periodo de Reconquista
española desde muy temprano. Durante el periodo de las primeras victorias de las fuerzas
castellano-leonesas en el inicio de la expansión armada de este reino, las fuerzas
cristianas accedieron a unas poblaciones completamente estructuradas en el plano
urbanístico. La necesidad de disponer del lugar según las nuevas necesidades cristianas,
entre las cuales destacaba la exigencia de emplazar un nuevo lugar central para el culto
de la fe, chocaba frontalmente con la distribución espacial vigente, lo que hacía necesario
buscar una redistribución de este lugar. Ante tal menester, los reyes castellano-leoneses

1111
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 264.
1112
PÉREZ ORDOÑEZ, ALEJANDRO: «Viejas mezquitas nuevas iglesias. Materializaciones formales de la
implantación del cristianismo en la Sierra de Cádiz tras la conquista castellana (1485-1500)» En V
Jornadas de Historia “Abadía. Iglesias y Fronteras” (Alcalá la Real, 2004). Jaén: Diputación Provincial
de Jaén, pp. 633-642, p. 634.

536
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

optaron por no derribar los edificios musulmanes, sino reimponer los modelos sociales y
jerárquicos de impronta cristiana sobre la disposición ya establecida, «conformando el
hecho más señalado de la semantización territorial urbana»1113. Con esta decisión se
hacía valer la consideración legítima y original de que aquellas tierras les pertenecían por
derecho propio, restaurando todas las facetas del señorío cristiano sobre este territorio.
De esta forma, «la limpieza de la ―inmundicia‖ de las mezquitas del profeta Mahoma y la
celebración de servicios cristianos era una manifestación de la posesión y poder
cristiano»1114.

En ese sentido, Ana Echevarría afirma que «la apropiación de la mezquita principal
de cada población, o la de otros puntos especialmente simbólicos del espacio, y su
transformación en iglesia, transmite el mensaje del poder cristiano y de la concepción de
reino que se impone a lo largo de los siglos XI al XIII»1115. En su trabajo, la historiadora
reproduce las palabas de López Guzmán, el cual afirmaba que «la conversión de una
ciudad islámica en cristiana o la dotación de una nueva urbe supone, de forma inmediata,
la creación de elementos visuales que representen el nuevo poder instaurado». Esta nueva
realidad quedaba especialmente patente con «la definición de la catedral o iglesia mayor
que se realiza por sustitución de la mezquita principal de la ciudad, incumpliendo, como
en el caso de Toledo, el estatuto de capitulación. A ello se une la conformación del
sistema de parroquiales de barrio, creando una especie de malla superpuesta de carácter
ideológico que controla la totalidad de la población»1116. Durante el final del siglo XV,
esta perspectiva aún estaba muy vigente, como pudo denotarse en las fuentes que
referenciaron la prosecución de la Guerra de Granada. A lo largo de esta contienda, la
fórmula utilizada para la conversión de las mezquitas en centros del culto cristiano,
siguió unos patrones muy homogéneos en todos los casos documentados por la cronística
contemporánea a la guerra. Sirva como ejemplo el siguiente caso correspondiente a la

1113
GONZÁLEZ ALCANTUD, JOSÉ ANTONIO: «Estudio preliminar...», p. XXIV.
1114
«The cleansing of mosques of ―the filthiness‖ of the Propeht Muhammad and the celebration of
Christian services was a manifestation of Christian possession and power»; O‘CALLAGHAN, JOSEPH:
Reconquest and Crusade…, op.cit., pp. 204. Sobre este tipo de ceremonias durante los primeros siglos de la
Reconquista, O‘CALLAGHAN, JOSEPH F.: Reconquest and Crusade…, op.cit., pp. 203-208.
1115
ECHEVARRÍA ARSUAGA, ANA: «La transformación del espacio islámico (siglos XI-XIII)» En Herniet,
Patrick (ed.): Actas del Coloquio Représentations de l’espace et du temps dans l’Espagne des IX e-XIIIe
siècles. Lyon: Presses de l‘École Normale Supérieure de Lyon, 2003, pp. 53-77, 57.
1116
LÓPEZ GUZMÁN, RAFAEL: Arquitectura mudéjar. Del sincretismo medieval a las alternativas
hispanoamericanas. Madrid: Cátedra, 2000, pp. 132-133.

537
José Fernando Tinoco Díaz

conversión de los templos de la ciudad de Alhama al cristianismo, el cual fue recogido


por Fernando del Pulgar:

«E el Rey e la Reyna fundaron tres yglesias en tres mezquitas principales que avía en aquella
çibdat: la vna iglesia fundaron a la advocación de Santa María de la Encarnaçión, e la otra a la
advocación de Santiago, e la otra de San Miguel, las quales consagró el cardenal de España; e la
Reyna las dotó de cruzes et cálices e imágenes de plata, et de libros et ornamentos, e de todas las
otras cosas que fueron neçesarias al culto divino. E allende desto, movida por devoción, propuso
de labrar con sus manos algunos de los ornamentos neçesarios para aquella iglesia de Santa María
de la Encarnación, por ser aquella la primera iglesia que fundó en el primer lugar que se ganó en
esta conquista»1117.

El ritual de conversión de las mezquitas musulmanas se dividía en varias fases, las


cuales tenían como objetivo principal purificar el principal edificio dedicado al culto
religioso de la población que acababa de ser tomada. La primera de ellas, consistía en la
aspersión con agua bendita de todo el espacio arquitectónico que constituía el lugar de
culto. Una vez se había procedido a realizar la ceremonia de bendición de todo este
terreno, los castellanos comenzaban a operar los cambios físicos necesarios dentro del
templo. En primer lugar, se reorientaba la posición de los altares mayores y se eliminaba
cualquier prueba de la presencia musulmana en la construcción, destruyendo cualquier
decoración con motivos coránicos y otros indicios de la cultura islámica. El cronista
andaluz Andrés Bernáldez, por ejemplo, documenta que a su entrada en la ciudad de
Baza (1489), la reina Isabel «mandó quitar todos los tableros de sus tierras [...] por quitar
muchas blasfemias que en Dios era ofendido»1118. Esta decisión de eliminar las señales
de la liturgia musulmana, también incluía la desaparición de los diversos objetos
utilizados para el culto islámico.

Tras la supresión de todos estos elementos visuales, era necesario dotar a este edificio
de una estructura acorde a las nuevas necesidades que imponía el credo cristiano. En ese
sentido, Andrés Bernáldez informa en su crónica que el ejército castellano fue
acompañado, en diversos asedios, por varias piezas que pretendían expresar su fuerte
devoción religiosa y definir el conflicto en términos doctrinales. Entre todos estos
elementos, el eclesiástico extremeño destaca que:

1117
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 24.
1118
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 207.

538
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«El rey tenía cruces e canpanas, con lo cual les dava desolaz a los moros, que continuamente
veían la cruz e oían las canpanas traer a todas las horas e repicar a todos los rebatos desde la
primera fortaleza que ganó; que a la hora siempre llevava el rey canpanas en sus huestes e reales
[...] Las cuales canpanas andavan con el artillería, e de allí se repartían por el real»1119.

Jerónimo Münzer también se hace eco de este transporte de elementos cristianos en el


ejército castellano desde antes de este conflicto, cuando afirma que en la mezquita de
Almería «en muchos sitios, había colgado campanas, robadas a los cristianos en la
guerra; que habían perforado aquellas campanas por todas partes, y haciendo en su
concavidad muchos círculos con pequeños candelabros, ponían en ellos lamparillas, hasta
tener alguna vez una campana sola trescientas lamparillas»1120. La utilización de estos
elementos de marcada significación cristiana, posiblemente pretendía elevar la moral
castellana e influir en el ánimo de sus enemigos musulmanes1121. Asimismo, tras la
conquista de una determinada ciudad granadina, parece ser que algunas de estas piezas
eran utilizadas para llevar a cabo el último paso de la conversión religiosa de los centros
de culto islámico. Con la instalación de estas campanas cristianas en el antiguo alminar
musulmán, se confirmaba la transformación de esta torre, otrora utilizada para llamar a la
oración musulmana diaria, en un campanario cristiano. La victoria del cristianismo era
también anunciada así a través del tañido de estas piezas religiosas que ya formaban parte
de la nueva iglesia católica. Según afirma Juan Barba, este tipo de medidas eran
consideradas como algo temporales, pues las campanas que habían acompañado a la
hueste eran sustituidas con posterioridad por otras piezas más elaboradas, encargadas por
la misma reina a destacados artesanos ingleses:

«Mandó la muy alta reyna eçelente/ que se conprasen muchas canpanas/ para las villas hechas
cristianas,/ ganadas por mano del rey prepotente;/ y manda escrevir al diligente/ Luys de Mesa,
onrado varón,/ que diese la orden y diese mensión/ por donde se oviesen más prestamente. Y luego
lo cunple, que para Ynglaterra/ haze partir fatores atales,/ porque allá son los buenos metales/ más

1119
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 198.
1120
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 77.
1121
La narración del Cura de Los Palacios denota que la reacción de los nazaríes fue muy distinta al temor,
ya que los malagueños utilizaron el sonido de las campanas para ridiculizar a las huestes cristianas, pues
«les dezían los moros: ―¿Cómo no traeis las vacas e traeis los cencerros?‖»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS:
Memorias del reinado..., op.cit., p. 198. Münzer utilizaba el anterior episodio citado del asedio a Málaga,
para destacar que don Fernando acabó por acallar las risas de los musulmanes que Bernáldez referenciaba,
tras la conquista de todo el territorio nazarí: «El ejército cristiano siempre llevaba campanas, y los moros al
oírlas tocar acostumbraban a decir, como por chunga: -Oímos el sonido de las campanas y de las
campanillas; pero al rey le falta la vaca-. Empero, al final, el rey con la ayuda de Dios, venció a todas las
vacas, esto es, a los sarracenos»; MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 149.

539
José Fernando Tinoco Díaz

y más finos qu‘en otra tierra;/ y diose tal priesa, que presto hizieron/ munchas canpanas y muy
espeçiales/ con las devisas y armas reales/ de nuestros reyes, que allý las pusieron,/ Load la muy
alta consideraçión/de reyna que tales primores contiene,/ que a todo remedio real que conviene/ tan
presto provee la operaçión,/ según la gran fe le da devoçión,/ para que sea más ensalçada/ y nuestra
Yglesia santa loada,/ da el aparejo con esecuçión! Y manda hazer çiento y çinqüenta/ canpanas
perfetas, muy bien obradas,/ para que sean allý consagradas/ que fueron mezquitas en la tormenta;/
do sean las oras comunicadas/ por sus vasallos, nuestros cristianos,/ do se destruya de los
paganos,/la seta maldita y obras mlavadas. Allý sonarán aquellos clamores/que suban al çielo
divina loança/ y esto consiste en la esperança/ que tienen los reyes, nuestros señores,/ en Dios que
permita de ser vençedores/ daquellas çibdades que no son ganadas,/ donde la misa solenizadas/ sea
1122
cantadas por sus cantores» .

Las crónicas atestiguan que Isabel y Fernando también concedieron personalmente


nuevos adminículos litúrgicos a estos centros para celebrar el rito cristiano en ellos. Con
este acto de generosidad, los reyes destacaban su carácter como protectores y difusores
de la fe cristiana ante la sociedad castellana. Entre todas estas piezas cedidas, se
encontraban «cruces et cáliçes et neçensarios de plata, e vestimentas de seda et de
brocados, e retablos, et imágenes, e libros, e todos los otros hornamentos que eran
neçesarios para celebrar en ellas el cuto diuino»1123. Algunos autores cristianos, como fue
el caso de Antonio de Nebrija, amplían la información sobre la procedencia de estos
utensilios, al determinar que, en varias ocasiones, la misma reina doña Isabel «movida
también por el ardor religioso, fabricó algunos cobertores de tapiz con sus dedos, que
todavía están en el primer templo mencionado [de Santa María de la Encarnación de
Alhama], como muestra del trabajo de sus propias manos»1124. Este signo de devoción de
la reina de Castilla, la representaba como una fervorosa y caritativa creyente, pues era
ella personalmente la encargada de llevar a cabo la manufactura de los elementos que
posteriormente serían utilizados en la misa. Asimismo, las fuentes denotan que sobre la
propia doña Isabel también recaía esta iniciativa de retomar la religión cristiana como
una de las primeras medidas que la hueste castellana siempre llevaba a cabo, cuando la
ciudad musulmana en cuestión había sido rendida definitivamente. Sirva como ejemplo
la siguiente narración de la conquista de Loja (1486), en la cual Alonso de Palencia
denota ese especial celo de la reina por dotar a la aún mezquita lojeña para el culto
cristiano:

1122
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., pp. 296-298.
1123
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 173-174.
1124
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 82-83.

540
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«En cuanto llegó el aviso de la deseada entrega de Loja, [la reina Isabel] mandó llevar allá
todos los ornamentos sagrados que encontró a mano, y que las mezquitas, por tanto tiempo
dedicadas a las execrables prácticas de la religión mahometana, se consagrasen al culto y
exaltación de la santísima Cruz y a honor de la Reina de los cielos. Y esto con tal devoción, que
para todos los fieles fue inconcuso que en el feliz resultado influyeron no poco las virtudes de la
Reina, sus ardientes súplicas al Altísimo y su innata caridad hacia los que formaban en el ejército
cristiano»1125.

Para los autores castellanos de este periodo, como fue el caso de Hernando de
Talavera, solo este fervoroso comportamiento de la reina posibilitó que «desde la salida
hasta la puesta del sol sea alabado el nombre del Señor, que a Granada, que era estéril en
obras de la fe, la ha convertido en madre gozosa de muchas iglesias»1126. Doña Isabel
siempre consideró la consagración y fundación de nuevos centros de culto como punto
esencial de su política religiosa, por lo que veló con determinación porque éste fuera una
de las primeras medidas llevadas a cabo por las fuerzas castellanas tras las conquistas de
estas poblaciones musulmanas. Esta era la manera de comenzar a proyectar la
generalización de cultos y prácticas religiosas que remitían a un control social más
destacado por parte de la corona, en un intento por uniformar las creencias de las nuevas
poblaciones que se asentaran en este territorio1127. Pedro Marcuello incluso llegó a
comparar a la católica reina con Santa Elena, madre del emperador Constantino,
destacando la religiosidad de ambas figuras:

«Considerat, grande reyna,/ pues siys de Castilla luz/ y, cierto, cristiana buena,/ lo que hizo
santa Elena/ buscando la vera cruz./ Con la ffe, la emperadora/ so tierra la ouo fallada/ para vos,
grande señora,/ porque la leuéys ahora/ alçada contra Granada./ Ella edificó en Leuante/ templos
con deuoçïones,/ vos arés en el Poniente/ las mezquitas, Dios mediante,/ yglesias de inuocaciones/
en que se agan oraciones/ y a Jhesús muchos seruicios,/ y por ello en conclusiones/ recibrés mil
galardones/ de Dios y más beneficios»1128.

Antes de celebrar cualquier culto en estos centros religiosos, se debía llevar a cabo la
advocación cristiana de este nuevo santuario. En ese sentido, José Enrique López de
Coca puntualizaba que a raíz de esta costumbre, «cada sitio infiel recibe la impronta
cristiana de manera rápida; cada uno de estos templos responde de hecho a una función

1125
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 243-244.
1126
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 22.
1127
SEGURA GRAÍÑO, CRISTINA: «Las Reinas Castellanas y la Frontera en la Baja Edad Media» En Toro
Ceballos, Francisco y J. Rodríguez Molina, José (coords.): IV Estudios de Frontera: Historia, tradiciones y
leyendas en la frontera. Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp. 519-533, pp. 531-532.
1128
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 34.

541
José Fernando Tinoco Díaz

ideológica precisa, la de borrar todo recuerdo musulmán, y, pudiéramos pensar, que la de


recuperar a poblaciones apartadas del camino recto, pero esto último no es así. No hay
mozárabes en el reino granadino y tampoco existe la idea de apartar al muslime de su
error doctrinal»1129. A lo largo del proceso histórico de la Reconquista, este tipo de
mezquitas musulmanas reconvertidas en centros religiosos católicos, generalmente
aparecían asociados a la figura de santos con un matiz hagiográfico reconquistador, como
era el caso del apóstol Santiago. Pero, durante la Guerra de Granada, generalmente la
consagración de estos templos estuvo dedicada al nombre de la Virgen María y a
diferentes advocaciones marianas en primer lugar. Estas referencias al culto de algunos
de los dogmas más importantes del credo cristiano relacionados con la madre de Dios no
fue una cuestión baladí. Durante todo el periodo medieval, la imagen de María había
representado la pureza y la fortaleza de la madre protectora, símbolos con los que la
propia reina Isabel pretendió identificar con su reinado como reina castellana desde su
ascenso al trono. Asimismo, la monarca siempre demostró una devoción personal
particularmente intensa por el dogma católico de la Encarnación, como denotan las
fuentes castellanas. Vebrigracia, Francisco Bermúdez de Pedraza recoge en su crónica
que «fue la reyna deuotísima deste misterio [de la Encarnación], y assi todas las Iglesias
deste reyno estan tituladas con el, y la principal destas que es la desta ciudad de
Granada»1130. Esta afirmación teológica, uno de los principios básicos de la religión
cristiana, proclamaba que Jesús, hijo y Dios, adquirió la forma humana sin dejar a un lado
la divina, convirtiéndose así en el instrumento de la salvación de la humanidad. Tal
proyección doctrinal parecía definir la victoria del cristianismo frente al Islam en el
aspecto dogmático, pues la fe musulmana lo rechazaba al considerarlo una mera
superstición1131. Sin embargo, José Enrique López de Coca afirmaba que el mensaje
ideológico tras esta advocación «no va dirigido, pues, a los granadinos, sino a los

1129
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., p. 412.
1130
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 152v.
1131
Para ilustrar el conflicto que la Encarnación simbolizaba entre el cristianismo y el Islam, se incluye este
fragmento de la crónica de Andrés Bernáldez, donde el autor informa de un incidente acaecido entre Juan
de Vera y uno de los caballeros de la corte musulmana a razón de este dogma cristiano: «Este ano [1482]
fué Iuan de Vera, fijo del comendador Diego de Vera, enbiado a Granada por enbaxador; e estando en la
Alhanbra, ovieron unos moros disputa de cosas de la fee, e un moro bencerraje dixo que Nuestra Senora la
Virgen Mariano quedo virgen después que pario a Nuestro Señor Jesucristo; e Iuan de Vera dixo que
mentía, e lo hirió con la espada en la cabeça. E el rey don Fernando se lo agradeció mucho, e le dio
mercedes»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 123. Al respecto de la significación
de tal dogma entre ambos credos, PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., pp.
492-493.

542
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cristianos repobladores, a los que se le intenta hacer ver por qué luchan mediante la
confirmación de su fe»1132. De hecho, para Pedro Marcuello, este proceso de dedicación
de los nuevos templos a la Encarnación, era una muestra más de la determinación de
ambos reyes por ensalzar la fe católica frente al enemigo musulmán:

«La sancta guerra han traydo,/ en ella preseuerando/ con muy mucha deuoción/ y las
mezquitas tornando/ yglesias, muchas nonbrando/ de la sancta Encarnación./ I d‘otras
inuocaciones/ han echo en muchos lugares/ yglesias con deuociones;/ azen y arán religiones/ y
abadíos singulares,/ dándoles los ornamentos/ para con ellos dezir la missa y sus sagramentos/ y
campanas y esturmentos,/ todo para Dios seruir/ I por esto se verán/ en esta vida presente/
prosperados y estarán/ con paz y los amarán/ sus vasallos muy fielmente»1133.

Isabel de Castilla mandó realizar la advocación de las principales iglesias de Alhama,


Álora, Loja, Ronda, Vélez-Málaga, Málaga, y la propia Granada, sobre este dogma;
templos «que durante setecientos setenta años había sido mezquita mayor de los infieles;
[las cuales] oyeron con espiritual alegría las solemnes misas allí celebradas»1134. En el
caso de que la población musulmana contara con más de una mezquita, los restantes
templos cristianos construidos, fueron dedicados a esos otros santos destacados de la
hagiografía castellana. Sirva como ejemplo la narración de Pulgar de la bendición de los
templos de Vélez Málaga, donde queda presente esa dualidad en el momento de realizar
la dedicación nominal de los templos de una población. El cronista afirmaba que
«Fundáronse luego en las mezquitas de aquella çibdat çinco iglesias: vna a la advocaçión
de Sancta María de la Encarnaçión, otra a la advocaçión de Santiago, otra a la advocaçión
de Santa Cruz, otra a la advocaçión de San Andrés, e otra a Sant Esteuan»1135. Otro de los
principales casos que puede citarse es el de Ronda, una de las ciudades donde más
edificios religiosos se establecieron tanto durante la toma de la ciudad, como tras los
primeros años de dominación cristiana. A la iglesia mayor y a las otras cinco parroquias
menores convertidas al cristianismo, durante los primeros años posteriores a la
dominación cristiana se fueron sumando una ermita, dos conventos religiosos y un
hospital:

«La Reyna, quando supo que la çibdad de Ronda era tomada, ovo un gran placer, e mandó
facer proçesiones et grandes sacrefiçios, dando gracias a Dios por aquellas victorias. E mandó dar

1132
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., pp. 412-414.
1133
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 58.
1134
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 438.
1135
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 279.

543
José Fernando Tinoco Díaz

la tenencia de aquella çibdad de Ronda a vn cauallero de su casa que se llamaua Antonio de


Fonseca. E fueron fundadas en ella estas yglesias: la primera se fundó en vna mezquita, que era la
mayor, a la aduocaçión de Santa María de la Encarnaçión, otra se estableció en otra mezquita, a la
advocación de Sactispíritus, porque la çibdat se entregó al Rey en aquel día. Otra iglesia, cerca
desta, se estableció en otra mezquita, a la aduocaçión de Santiago Apóstol. Otra iglesia se
establesçió a la aduocaçión de San Juan Evangelista. Otra iglesia se estableció en otra mesquita
1136
que estaua cerca de vnas tiendas que eran en el arraval, a la aduocaçión de San Sebastián» .

Gracias a la concesión del Pontificado, Isabel y Fernando continuaron llevando a


cabo la creación de nuevos lugares de culto en el territorio granadino durante los años
posteriores a su conquista. Estas nuevas fundaciones eran dedicadas tanto a santos
destacados de la tradición hispana en la lucha frente al moro, como a rememorar la fecha
en el que la población fue conquista a través de la referencia al santoral cristiano. Quizá
uno de los casos más significativos de este tipo de acciones, fuera la firma de las
capitulaciones de Granada, el 25 de noviembre de 1491, coincidiendo con el día de Santa
Catalina. Para conmemorar esta fecha, la reina doña Isabel «fundó en Santa Fé en
memoria deste día vna Iglesia a Santa catalina, y dotó su fiesta, encargando el ciudado
della, y de la renta a la orden de San Geronymo, y convento que alli fundó»1137. Esta
perspectiva de la significación religiosa de la fecha en la que se producían victorias
castellanas no solo fue explotada por los Reyes Católicos. Algunos de los narradores de
los acontecimientos acaecidos durante este conflicto frente al emirato, modificaron su
discurso para identificar la conquista de destacadas ciudades, con días importantes del
calendario eclesiástico. Este fue el caso de la ciudad de Ronda, la cual fue tomada el 22
de mayo de 1485. Para la mayoría de autores contemporáneos, la fecha de esta conquista
no tuvo una significación especial. Sin embargo, para autor anónimo de la Historia de los
hechos del marqués de Cádiz, «fue ganada la çibdad de Ronda [el] domingo día del
Spiritu Santo, milagrosamente». De esta manera el cronista pretende recalcar la
significación religiosa de la fecha de la conquista de esta plaza1138.

Pero los reyes no solo fundaron lugares de culto cristiano. Bermúdez de Pedraza
también destaca la fundación de un monasterio, por parte de la reina doña Isabel, para

1136
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 173-174. Sobre el establecimiento y
consolidación de estos centros religiosos, consultar CARRIAZO Y ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Asiento de
las cosas de Ronda. Conquista y repartimiento de la ciudad por los Reyes Católicos» En Miscelánea de
estudios árabes y hebraicos, vol. III Anejo I. Granada: Universidad de Granada, 1954, pp. 1-139.
1137
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica. Principios..., op.cit., pp. 158r-159v.
1138
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 241.

544
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

conmemorar la victoria castellana en lo que se vino a denominar el «combate de la


Zubia». Este hecho fue el episodio más famoso de los acaecidos en la campaña de asedio
a la capital granadina durante 1491. Según narra la crónica de Andrés Bernáldez, la reina
se dispuso a realizar una visita a las inmediaciones de granada, acompañada por el rey y
sus hijos. Cerca de la población de la Zubia, lugar al sur de Granada, recibieron un
ataque de las fuerzas musulmanas por sorpresa. Mientras ambas fuerzas comenzaban a
luchar, la reina y la infanta:

«[…] se hincaron de rodillas rogando a Dios Nuestro Señor que quisiesse guardar los
cristianos, e assí fizieron las damas e las señoras que las aconpañavan [...] non ovo cavallero
cristiano aquel día de aquellas batallas que non fincase su lança en moro; e non ovo allí aquel día
dapño en los cristianos, salvo algunos pocos heridos, e ovo cavallos muertos. E el rey e la reina
ovieron deste vencimiento muy grand plazer, e más porque fué la reina la cabsa dél»1139.

Francisco Bermúdez de Pedraza completa la narración de este hecho, afirmando que:

«[…] en gracia del buen sucesso y del peligro de que nuestro señor le auia librado, propuso [la
reina doña Isabel] de que siendo suya Granada fundaria (como lo hizo) en aquel sitio donde estuuo
vn conuento de religiosos, con titulo de San Luis Rey de francia, proque fue en su dia la vitoria; y
la Reyna se encomendó a el con esta rogativa: Glorioso San Luis, Santo mio, libradme deste
peligro, y destos enemigos de Dios, que yo os hago voto y promesa de que si salimos con victoria,
y ganamos a Granada, edificar en este sitio una Iglesia, y convento a vuestro nombre. Y ay quien
añade, que se le aparecio San Luis, la consolo, y dixo que ganaria la ciudad, y saldria bien de aquel
peligro. Y ganada Granada fundó la reyna en aquel sitio el conuento de frayles recoletos
Franciscos, por auer sido San Luis Tercero desta orden y con titulo de su nombre. E la huerta de
este conuento señala vn laurel, el puerto donde la Reyna y sus hijos estuuieron encomendandose a
Dios mientras los suyos encerrauan a los Moros en granada. Los religiosos tienen puesta vna Cruz
al pie del laurel, insinuando que la vitoria fue deuida a la oracion de la Reyna, y meritos de San
Luis, por virtud de la Santa Cruz, y del Crucificado en ella»1140.

El estudio de esta faceta de la conquista cristiana del emirato nazarí, denota que los
reyes castellanos tenían del deber de restituir las tierras de sus antepasados, así como
restaurar el credo cristiano en estas tierras. Para algunos historiadores actuales, tal
perspectiva, que planteaba la reconstrucción del dominio de la Iglesia sobre este
territorio, dejaba de manifiesto la faceta religiosa de tal contienda, de modo que el
combate frente a los musulmanes fue definido como una guerra sacralizada, en cuanto

1139
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 226-228. Al respecto de este episodio,
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 829-830.
1140
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 157r.

545
José Fernando Tinoco Díaz

que se llevaba bajo la voluntad de Dios y en su servicio al recuperar la superficie de su


Iglesia. Sin embargo, lo que realmente defendía esta perspectiva era el carácter justo de
la empresa, reconociendo implícitamente que estos territorios siempre habían pertenecido
a su jurisdicción. Por este motivo, podían ser donados aunque no hubieran sido
conquistados aún, ya que su futura anexión se daba por supuesta y justificada. Entre
todos los casos referenciados por las crónicas castellanas, destaca el de la diócesis de
Málaga. Según la tradición, este obispado fue fundado a finales del siglo I, tras la
evangelización de España de los llamados «Siete Varones apostólicos», enviados por los
santos Pedro y Pablo. Sin embargo, el primer obispo del que se tiene noticia realmente es
san Patricio, el cual participó en el Concilio de Elvira (300 - 313). La siguiente referencia
al nombramiento de un prelado metropolitano tuvo lugar a finales del siglo VI. A pesar
de que hay algunas noticias del nombramiento obispos durante el periodo de dominación
árabe, la información al respecto es muy escasa. Sin embargo, a partir del siglo XIII, las
fuentes cristianas se esforzaron por denotar la continuidad de tal cargo. En este siglo, los
castellanos comenzaron a nombrar nuevos obispos titulares de la sede, a pesar de que
éstos ya no pudieron residir en la sede episcopal. En contraposición, estos eclesiásticos se
establecieron en Sevilla como auxiliares de la propia diócesis hispalense, a pesar de
mantener su cargo y las rentas asociadas a su futura jurisdicción. El último de estos
obispos, don Rodrigo de Soria, falleció unos días antes de ver Málaga liberada. Tras la
conquista por parte de los Reyes Católicos de la ciudad, la diócesis fue rehabilitada. El
encargado de reorganizar la sede fue Juan Bermúdez, deán de Canarias, mientras arribaba
a ella Pedro Díaz de Toledo y Ovalle, el elegido por los monarcas para ocupar la vacante
«porque la nobleza de aquella çibdat requería que su iglesia fuese catedral»1141. El padre
Mariana determina que gracias a que «averiguóse que aquella ciudad [de Málaga] en
tiempo de los godos tuvo obispo propio, y así con bula que para ello se ganó del pontífice
Inocencio, le fue restituida aquella dignidad»1142. Una vez se estableció nuevamente la
dignidad pontificia en esta ciudad, Málaga recuperó los territorios asimilados a su
diócesis históricamente, los cuales habían reconquistados antes que la sede episcopal y
venían siendo administrados por Sevilla1143.

1141
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 334-335. Asimismo, PALENCIA, ALONSO DE:
Guerra de Granada..., op.cit., p. 331.
1142
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 107.
1143
El conflicto entra ambas diócesis se alargó durante varios años. La solución definitiva llegó durante el
pontificado de Alejandro VI, quien confirmó la delimitación de la archidiócesis de Granada en abril de

546
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Tras la destrucción de cualquier resquicio del credo musulmán dentro de la ciudad


conquistada, se producía la entrada del conjunto de las fuerzas castellanas en la
población. El ejército solía entrar a pie, cruzando los muros de la población, con el rey
castellano y los grandes señores de la hueste a la cabeza. Para Fernández de Córdoba,
esta ceremonia «estaba revestida de una especial significación simbólica que hunde sus
raíces en el triunfo de la antigüedad, pero también en valores feudales […] todo este
complejo haz de elementos hacía de la entrada real una ceremonia casi religiosa de
carácter público, en la que el rey era recibido como señor de sus súbditos». Este autor
también destaca el hecho que, desde la Baja Edad Media, se tendía a percibir una
transformación de la entrada feudal, de eminente carácter jurisdiccional, en triunfo
personal, de manera que la exaltación de la figura del monarca se convirtió en el centro
de dicho acto1144. De hecho, la ceremonia incluso era preparada con mucha anterioridad,
en ocasiones incluso antes de que se produjera la capitulación efectiva de la plaza
musulmana. En ese sentido, Diego de Valera recoge en su crónica, de manera muy
detallada, las diversas órdenes que don Fernando había dispuesto previamente para
realizar su entrada triunfal en Vélez Málaga (1487), las cuales pueden servir como
ejemplo para acercarse a este aspecto de la conquista castellana. Según relata el
castellano:

«El rey enbió a mandar a los perlados que allí estavan que la mezquita mayor se consagrase, e
mandó al provisor de Villafranca que la fiziese alinpiar e onrar [...] lo qual todo se hizo muy
conplidamente. Y el provisor de Villafranca, a quien el rey avía mandado dar las llaves de la
çibdad, fizo toldar una calle de ramos verdes y espadañas de la nueva yglesia fasta un tiro de
piedra fuera de la çibdad que sería todo cerca de un tiro de ballesta»1145.

1493. Tras esta medida, se reorganizó de forma definitiva todo el territorio nacional y se hizo una nueva
estructuración eclesiástica. Sobre todo ello, RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «La conquista de…», op.cit.,
pp. 214-216. Al respecto de toda esta perspectiva de la conquista del emirato, y la reorganización
eclesiástica del mismo, MARÍN LÓPEZ, RAFAEL: «La Iglesia y el encuadramiento religioso» En Barrios
Aguilera, Manuel y Peinado Santaella, Rafael (coord.): Historia del reino de Granada; vol. 1: De los
orígenes a la época mudéjar (hasta 1502). Granada: Universidad de Granada–Fundación El Legado
Andalusí, 2000, pp. 661-686.
1144
FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: La corte de…, op.cit., pp. 304-305, asimismo, pp. 303-
328. Un estudio general de la significación de las entradas reales, además del mencionado trabajo de
Fernández de Córdova Miralles, se puede encontrar en NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Ceremonias de la...,
op.cit., pp. 119-133; ANDRÉS DÍAZ, ROSANA: «Las entradas reales castellanas en los siglos XIV Y XV,
según las crónicas de la época» En En la España Medieval, nº 14. Madrid: Universidad Complutense,
1991, pp. 306-336.
1145
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. 236-237. Con motivo de la conquista de Málaga,
Fernando del Pulgar también resalta este comportamiento de los Reyes Católicos, los cuales se negaban a

547
José Fernando Tinoco Díaz

Una vez que se había producido la entrada del monarca en la ciudad, se llevaba a
cabo la primera celebración litúrgica en el nuevo templo cristiano acondicionado para tal
menester. En ese sentido, cabe destacar el caso de la conquista Ronda (1485), por su
singularidad en el conjunto de hechos litúrgicos acaecidos durante estas campañas.
Alonso de Palencia destaca que la solemne celebración de la procesión del Corpus
Christi de ese mismo año, se celebró en esta ciudad recién conquistada por los
castellanos, con motivo de la coincidencia del día de su conquista y esta festividad. Esta
fue una de las ceremonias cristianas más destacadas acaecidas durante toda la duración
del conflicto1146. Estas ceremonias también supusieron un vehículo privilegiado de la
propia imagen real, plenamente acorde con la tangible proyección de la imagen del rey
cristianísimo y devoto que constituía la cabeza visible de la caballería de su reino. Por
este motivo, los fastos religiosos siempre fueron rodeados de una pompa especial, que
incluía la entrada en procesión triunfal de los monarcas de Castilla, ataviados con sus
mejores galas de batalla y acompañado por las máximas dignidades eclesiásticas y
militares del reino, hasta el interior del recinto1147. Sirva como ejemplo para ilustrar la
forma más común que tomaban este tipo de celebraciones litúrgicas, el siguiente
fragmento de la primera misa llevada a cabo en el tempo de Zahara de la Sierra, tras la
recuperación de la ciudad por parte de don Rodrigo Ponce de León:

«[Los Reyes Católicos] mandaron luego, con acuerdo del cardenal, fazer vna muy solepne
proçesión en que yua el cardenal e otros quatro obispos vestidos de pontifical, e el deán e el
arçediano e todas las otras dignidades e canónigos de la iglesia mayor, con sus capas muy
ricamente adornados, e con todas las cruzes de las otras yglesias e los clérigos dellas. E junto con
el cardenal e obispos yuan los reyes; y en pos dellos, los grandes de su Corte e todos los otros
caualleros y gentes de la çibdad. E dixeron su misa muy solenpne, con canto de órgano y órganos.
E ovo yn notable sermón de vn religioso de Sant Françisco, maestro en santa Theología, el qual

entrar en «la çibdat fasta que fuese linpia de los malos olores et de los cuerpos muertos que en ella avía, e
fasta que la mezquita mayor fuese consagrada»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II,
333.
1146
«Este mismo día [jueves, día del Corpus Christi, a dos días de junio de 1485], se celebró la fiesta del
Corpus Christi en Ronda, siendo ya la mezquita mayor convertida en iglesia, e bendita por don fray Luis de
Soria, obispo de Málaga; e llevaron los cetros con el cielo, sobre el arca de la amistança de Nuestro Señor
Redenptor Jesucristo, el rey e el maestre de Santiago e el condestable e el duque de Medina Sidonia e el
duque de Náxera e el conde de Ureña e el maestre de Alcántara e otros grandes. Fízose muy solene fiesta,
con los istrumentos músicos e cantores del rey e de los grandes señores Llevavan el arca ciertos obispos e
perlados de Sevilla e de Castilla, e fizieron la misa mayor muy ricamente, con solemnes cantos e músicas
acordadas»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 162-163.
1147
Sobre todo ello, FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: La corte de…, op.cit., pp. 326-328.

548
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

dixo cosas marauillosas ensalçando la santa fe cathólica y loando mucho al noble cauallero
marqués de Cádiz don Rodrigo Ponçe de León, por las grandes victorias que Dios le daua» 1148.

En los casos de las conquistas más destacadas del ejército cristiano, como fueron el
caso de las victorias en Ronda (1485), Málaga (1487) o Baza (1489), este tipo de
ceremonias religiosas no se producían hasta que la reina doña Isabel arribaba al real
castellano, reconociendo así la autoridad y el esfuerzo de esta reina en la prosecución de
la conquista del emirato. En otros casos, este tipo de ceremonias religiosas también
tenían lugar en otros muchos lugares de la tierra castellana, donde se alababa a los reyes
castellanos y se celebraban sus triunfos en el campo de batalla. Los cronistas que
acompañaban a la reina doña Isabel en retaguardia, afirmaban que la reina realizaba
grandes procesiones en las ciudades donde recibía las noticias del frente para festejar los
éxitos del ejército cristiano cuando ella no se encontraba formando parte de la hueste.
Entre todos los casos documentados, destaca la narración del cronista Fernando del
Pulgar de la forma en la que la noticia de la entrega de Loja (1486) llegó a Córdoba,
donde se encontraba la reina gestionando diversos aspectos administrativos de la guerra.
Tras la lectura de la epístola que anunciaba tal destacada nueva, la reacción de la reina no
se hizo esperar, planteando una gran ceremonia de acción de gracias y diversos actos de
caridad para con los cristianos castellanos que habían conseguido tal éxito. Según relata
Fernando del Pulgar:

«[…] mandó facer vna solepne proçesión, en la qual ella et la ynfanta doña Isabel su fija, et
todas las dueñas e donzellas de su palaçio, fueron a pie desde la iglesia mayor fasta la iglesia de
Santiago; e fizo algunos sacrefiçios et obras pías, et repartió limosnas a yglesias et monesterios et
pobres. E rogó a monesterios algunas devoçiones, e dió a personas devotas que estouiesen en
oraçión continua, rogando a Dios por la victoria del Rey e de su hueste [...]»1149.

6.3.4. LA EXALTACIÓN DE LA NATURALEZA REDENTORA DE LOS REYES CATÓLICOS. EL


PAPEL CENTRAL DE ESTOS MONARCAS EN LA CEREMONIA DE LIBERACIÓN DE CAUTIVOS
CRISTIANOS.

Durante la celebración de estas solemnes ceremonias litúrgicas, la atención de los


cronistas recayó sobremanera en el acto de la liberación de los cautivos cristianos que
habían permanecido sometidos en la otrora plaza musulmana. Desde la finalización de la
Cuestión del Estrecho, la frontera ente el emirato nazarí de Granada y de reino de Castilla
se había destacado por un clima de constante conflicto, como se mencionó con

1148
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 229-230.
1149
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 226.

549
José Fernando Tinoco Díaz

anterioridad. Las incursiones y entradas en territorio enemigo se generalizaron como una


actividad económica bastante rentable, algo que influyó sobremanera en el ritmo de vida
de los habitantes de esta demarcación geográfica. El principal objetivo de estas razzias
fue el de conseguir un amplio botín, en el que se incluía, tanto los propios bienes
saqueados en las villas asaltadas, como la captura de individuos para su posterior venta o
liberación a cambio de grandes cantidades económicas. Paulatinamente, este tipo de
intercambios se convirtieron en un hecho legítimo y muy habitual en toda la geografía
andaluza durante la etapa más avanzada de la guerra fronteriza. Por consiguiente, la
liberación de cristianos y musulmanes que habían caído en cautiverio llegó a suponer una
de las principales preocupaciones de ambas sociedades, siendo un elemento esencial en
la dinámica de relaciones establecidas entre el bando castellano y el nazarí1150.

Tras la conquista de Antequera, por parte del regente Fernando de Trastámara, se


inauguró la tradición de conceder treguas al emir de Granada a cambio de la entrega de
un número determinados de cautivos cristianos. Este tipo de cláusulas permitían
aumentar considerablemente la esperanza de redención de estos prisioneros. De hecho,
varios cientos de individuos capturados fueron liberados de inmediato cuando el acuerdo
entre ambas coronas fue rubricado, aumentando esta cifra con posterioridad con la
liberación anual de cautivos por parte del emirato de Granada; hecho que se alargó hasta
que la propia conclusión de la tregua. Durante todo el siglo XV, cuando Castilla lograba
imponer su poder a través de la fuerza, esta cláusula volvería a aparecer con asiduidad en
los diversos acuerdos de paz concertados entre ambos reinos1151. Esta disposición era
vista en Granada como una manera de suavizar el pago de parias que afligía sobremanera
a la débil economía del reino nazarí. De hecho, en algunos casos concretos en que el
valor de los cautivos cristianos pudiera superar el valor de la renta impuesta al emirato,
1150
Una extensa colección de testimonios sobre los cautivos cristianos durante el periodo bajomedieval, se
puede encontrar en ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre..., op.cit., pp. 214 y ss.; LÓPEZ DECOCA
CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «La liberación de cautivos en la frontera de Granada (siglos XIII-XV)» En En
la España medieval, vol. 36. Madrid: Universidad Complutense, 2013, pp. 79-114, pp. 82-83; CABRERA
MUÑOZ, EMILIO: «Cautivos cristianos en el reino de Granada durante la segunda mitad del siglo XV» En
Segura Graíño, Cristina (coord.): Relaciones exteriores del Reino de Granada: IV Coloquio de Historia
Medieval Andaluza. Almería: Instituto de Estudios Almerienses, 1988, pp. 227-236, p. 228 y ss.; TINOCO
DÍAZ, JOSÉ FERNANDO: «Among Christians and Muslims: an approach to the captivity in the frontier
between the kingdom of Castile and the emirate of Granada: XIV th-XVth Centuries» En Peterser, Leif Inge
(dir.): Common Men and Women at War, 300-1500 AD. Norwegian University of Science and Technology,
en prensa.
1151
Sobre este aspecto, consultar TORRES DELGADO, Cristóbal: «Liberación de cautivos del reino de
Granada. Siglo XV» En LADERO QUESADA, Miguel Ángel (coord.): Estudios en memoria del Profesor D.
Salvador de Moxó. Madrid: Universidad Complutense. 1982, pp. 639-651, especialmente pp. 640 y ss.

550
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Castilla se comprometía a abonar el pago de un tributo que igualase este montante total.
Asimismo, el reino cristiano sabía que esta estipulación también podía ser reinterpretada
a favor de sus intereses inmediatos. Quizá el caso más destacado de instrumentalización
de esta cláusula acaeció durante 1429. En este año, se el monarca Juan II solicitó al
emirato la entrega de la totalidad de cautivos cristianos en su tierra a cambio de una
nueva renovación de treguas entre ambos reinos. La corona esperaba obtener rotunda la
negativa del emirato para convocar una nueva campaña frente al estado nazarí, como
finalmente sucedió:

«Venidos á la Corte los Procuradores de las cibdades é villas, de que la historia ha hecho
mencion que el Rey habia enbiado llamar, él les hizo larga habla haciéndoles saber como ende
estaban Embaxadores del rey de Granada, que le venian demandar treguas por quatro ó cinco años,
á los quales respondiera, que si el Rey de Granada soltase todos los Christianos captivos que en su
Reyno tenia que les darian treguas por seis meses ó por un año á lo mas: lo qual era tanto como
denegar las treguas de todo punto, porque esta era su intencion; teniendo que era gran servicio de
Dios é suyo hacerles guerra, así por haber en su Reyno tantos é tan notables caballeros é tan buena
gente de armas quanta jamas en estos Reynos hubo, é que segun era informado el Reyno de
Granada estaba en alguna declinacion, así de gentes como de caballos é viandas, e aun de dineros.
É mando al Adelantado Pedro Manrique é á los Doctores Periañez é Diego Rodriguez, que viesen
é concordase con los Procuradores aquello que más cumplía a su servicio. É habido sobre ello
algunos Consejos, acordáron que la guerra era buena é santa, é complidera al servicio de Dios y
1152
del Rey, e que se debia luego poner en obra» .

Las fuentes castellanas destacaban que los prisioneros cristianos solían residir en las
principales ciudades del emirato nazarí, como Málaga, Ronda, Almería o Granada. La
duración de su cautiverio podía variar desde unos meses, hasta algunas décadas. Pero en
líneas generales, puede afirmarse que su periodo de sumisión dependía de múltiples
factores, entre los que destacaba la disponibilidad de medios personales para pagar su
propia libertad. En otros casos, este espacio de tiempo estaba condicionada por el riesgo
que el sujeto corriera de ser transferidos a África, donde sus opciones de ser liberado se
reducían radicalmente. Durante su periodo de cautiverio, las condiciones de vida de los
cristianos eran cuanto menos penosas. Pedro Mártir de Anglería informa en sus epístolas,
que «se encontraron [en Málaga] más de quinientos cautivos cristianos. Mas apenas si
contenían el aliento con los dientes, y tan pálidos y débiles estaban a causa del hambre,
que parecían salir de sepultura»1153. De igual manera, Jerónimo Münzer informa que «era

1152
PÉREZ DE GUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor..., op.cit., pp. 256-257.
1153
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 99-100.

551
José Fernando Tinoco Díaz

Granada cárcel horrible de cristianos, en la cual, por lo general, quince o veinte mil de
ellos cada año se veían forzados a durísima esclavitud y arrastrando cadenas, a labrar la
tierra como bestias, y a desempeñar los más inmundos trabajos»1154. Los individuos
varones eran empleados en duros trabajos de construcción o tareas rurales, mientras que
las mujeres y niños atendían diversos servicios domésticos. Durante la noche, eran
encerrados en profundos calabozos o en prisiones improvisadas, como cisternas
abandonadas. Entre todos ellos, destaca el llamado «corral de Granada», el cual se hizo
especialmente popular entre las fuentes cristianas. En otros casos, se tiene documentados
diversos casos de individuos maltratados y atados con hierros y cadenas en manos y
pies1155.

A pesar que las treguas entre ambos reinos permitieron que un gran número de
individuos fuesen liberados, la mayor parte de los cristianos sojuzgados por los
musulmanes que accedían a su libertad, no lo hacían por este cauce oficialista. En
contraposición, el cautivo fue habitualmente considerado por ambos bandos como un
objeto de venta o elemento de trueque en manos de los alfaqueques y de la gente del
común, lo cual denotaba que esta realidad escapaba, por lo general, del control
institucional de ambas monarquías. La certeza de los padecimientos y penurias que el
cautivo sufría durante su confinamiento, estimulaban a los familiares de los cautivos a
reunir los medios y sumas necesarias para hacer efectivo la redención de su pariente a
cualquier precio1156. Sin embargo, los rescates de estos cautivos normalmente ascendían

1154
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 117.
1155
Sobre de la imagen del cautivo cristiano en las fuentes, consultar VIDAL CASTRO, FRANCISCO: «El
cautivo en el mundo islámico; visión y vivencia desde el otro lado de la frontera» In II Estudios de
Frontera. Actividad y vida en la Frontera (Alcalá la Real, 1997). Jaén: Diputación provincial de Jaén,
1998, pp. 771-823; BEN DRIS, ABDELGAHAFFAR: «Los cautivos entre Granada y Castilla en el siglo XV
según las fuentes árabes» En Segura Artero, Pedro (coord.): Actas del Congreso la Frontera oriental
Nazarí como Sujeto Histórico (S. XIII-XVI): Lorca-Vera, 22 a 24 de noviembre de 1994. Almería: Instituto
de Estudios Almerienses, 1994, pp. 297-306.
1156
Al respecto de la figura del alfaqueque, el encargado de mediar tales relaciones entre ambos bandos,
sirvan los estudios clásicos CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Un alcalde entre...», op.cit.; TORRES
FONTES, JUAN: «Los alfaqueques castellanos en la frontera de Granada» En Homenaje a Don Agustín
Millares Carlo. Gran Canarias: Caja Insular de Ahorros, 1975, pp. 99-116. Sobre la evolución del
fenómeno de institucionalización de este cargo, GARCÍA FERNÁNDEZ, MANUEL: «La alfaquequería mayor
de Castilla a fines de la Edad Media. Los alfaqueques reales» En López de Coca Castañer, José Enrique
(ed.): Estudios sobre Málaga y el Reino de Granada en el V Centenario de la Conquista. Málaga:
Diputación Provincial de Málaga, 1987, pp. 37-54; CALDERÓN ORTEGA, JOSÉ MANUEL Y DÍAZ GONZÁLEZ,
FRANCISCO JAVIER: «La intervención de alfaqueques y exeas en el rescate de cautivos durante la Edad
Media» En Anales de la Facultad de Derecho, nº 28. Santa Cruz: Universidad de La Laguna, 2011, pp.
139-165, pp. 157-159.

552
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

a cifras muy altas, que incluso llegaron a significar la ruina de algunos de los grandes
linajes aristocráticos andaluces. Herencias completas fueron empeñadas para asegurar la
liberación de algunos destacados personajes castellano, como fueron los significativos
casos de Diego Fernández de Zurita, o Juan de Saavedra, el Alfaqueque mayor del reino
de Castilla, capturados a mediados del siglo XV1157. En el caso de los prisioneros no
provenientes de estirpes nobiliarias, la cantidad de dinero recaudado por las familias más
humildes a menudo fue insuficiente, por lo que se vieron obligadas a recurrir a préstamos
personales o directamente a la mendicidad. La sociedad castellana, consciente del
problema representado por los cautivos en tierras musulmanas, desarrolló potentes
mecanismos de caridad destinados a ayudar a paliar las grandes sumas que estas
liberaciones exigían a las familias más humildes. Dentro de la heterogénea tipología de
estas medidas, se encontraba el desempeño de las Órdenes Redentoristas fundadas en
territorio hispano, la generalización de cláusulas destinadas a la liberación de estos
cristianos en las órdenes testamentarias, o el propio compromiso de la clase nobiliaria
para con estos cautivos cristianos1158. El desarrollo de este tipo de responsabilidades
sociales jugaba un especial papel en la vida social de un individuo, pues servían como
exponente de su condición social como caballero. Las propias fuentes cronísticas recogen
la realización de diversas entradas nobiliarias destinadas a la captura de nazaríes con los
que poder realizar un canjeo por cristianos. Quizá el caso más ejemplar de esta actitud
caballeresca, se encuentre en la crónica del condestable Lucas de Iranzo:

«Y porque durante las tréguas, segúnd dicho es, los moros avién catiuado muchos vecinos de
la dicha çibdad de Jahén, los quales estauan en toda desesperaçión de salyr e ser redemidos, así
porque a los pobres les demandauan por sus rescates lo que no tenían como a los ricos muchos
mayores contías de las que podíen alcançar, el dicho señor condestable, mouido por caridad et
conpasión de los que así padesçían el tal catiuerio, et por vsar de su acostunbrada virtud, a nueue
días del mes de setienbre deste dicho año, mandó a çiertos criados et seruidores suyos, fasta en

1157
Sobre ambos casos, consultar MELIAN, ELVIRA M.: «El rescate de cautivos en la cotidianidad de la
frontera cristiano-musulmana durante la Baja Edad Media. Una interpretación desde la perspectiva de los
Arias Saavedra, alfaqueques mayores de Castilla en la frontera» En Trastámara, nº 8. Madrid:
ASCUESJA, 2011, pp. 33-53; TORRES DELGADO, CRISTÓBAL: «Liberación de cautivos...», op.cit., pp. 644-
647.
1158
Un ejemplo de estas mandas testamentarias aparece EN GARCÍA DESANTA MARÍA, ÁLVAR: Crónica de
Juan II..., op.cit., p. 260. Sobre todo ello, consultar RUIZ BARRERA, Mª TERESA: «Redención de cautivos.
Una especial obra de misericordia de la Orden de la Merced» En Sánchez Herrero, José: Monjes y frailes.
Religiosos y religiosas en Andalucía durante la Baja Edad Media. Actas del III coloquio de Historia
Medieval andaluza. Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 1984, pp. 410-411; BRODMAN, JAMES W.:
Ransoming Cautives in Crusader Spain. The Order of Merced on the Christian-Islamic Frontier.
Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1986, pp. 108-116.

553
José Fernando Tinoco Díaz

número de çient caualleros, que fuesen a tierra de moros a traer alguna prenda por ellos. Los
quales fueron a vna villa llamada Yllora, que es a quatro leguas de aquella muy populosa çibdad
llamada Granada; y pospuesto todo temor, la corrieron fasta las puertas. Do plugo a Dios que
troxieron treynta moros catiuos, et mataron bien otros veynte. Y así traydos, como el dicho señor
condestable oviese ynformaçión quien y quales eran las personas que tenían sus maridos, o padres,
o fijos, o hermanos, o otros parientes catiuos, de aquella çibdad de Jahén, y que más miserables
eran, a cada vno de aquellos mandó dar su moro, con que podiese sacar su pariente. Y desta cabsa,
muchos salieron a tierra de cristianos que no tenían esperança de salir, ni nunca salieran. Y, mal
pecado, pudiera ser que algunos dellos, con desesperaçión de la mala vida, renegara la fé, como
otros han fecho en tal caso como este»1159.

Durante los primeros compases de la Guerra de Granada, esta perspectiva de la


responsabilidad social señorial aún era visible en las fuentes castellanas. En la batalla de
Lucena (1483), en la cual fue capturado Boabdil, el Alcalde de los Donceles se dirigió a
Diego de Clavijo para ordenarle que mandara «a dos criados vuestros que lo pongan a
recabdo e lo lleven a Lucena, porque muchos caballeros christianos tienen los moros
cabitvos de los que se perdieron en la de Málaga e podía mucho aprovechar». En esta
correría, los seguidores del emir capturados fueron unos 700 musulmanes, con los cuales
se pudo negociar la liberación de otros tantos cautivos cristianos1160. Empero, Fernando
del Pulgar detalla que, durante los primeros compases de la Guerra de Granada, «la
Reyna no daua lugar que grande ni pequeña cantidad de proueymientos se lleuase a los
moros por rescate de ningún cristiano. O deliberaua facelles ayuda de dineros en grand
cantidat, para se rescatar, antes de dar liçençia para que oviesen los moros ninguna
prouisión»1161. Nebrija completa esta información aportada por el cronista del reino,
afirmando que:

«[la Reina] ordena que se guarden cuidadosamente todas las fronteras sin excepción con el fin
de que no se realizase ningún intercambio comercial para rescatar prisioneros de donde llegase a
los enemigos algún tipo de alimento; y aún más, que ella prefería contribuir con parte de sus
bienes, a tener ninguna connivencia con los enemigos en asuntos de esta naturaleza» 1162.

Con esta medida abnegada, doña Isabel trataba de regular el pago de rescates de
cristianos, limitando la posibilidad de que los propietarios castellanos pagaran precios
exorbitantes que fueran a parar a las arcas musulmanas. Pero tal disposición no

1159
ANÓNIMO: Historia del condestable..., op.cit., p. 68.
1160
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 168.
1161
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 80-81.
1162
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 59.

554
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

significaba que los cautivos cristianos fueran a ser abandonados a su suerte hasta que el
reino castellano consiguiera concluir con el emirato nazarí. En confrontación a esta
medida netamente económica ordenada por la reina, el conde de Tendilla volvió a «poner
a sus espensas en una torre de Alcalá la Real un farol que ardiese para sienpre todas las
noches, para que los cristianos que estauan catiuos en Granada, e en los otros lugares de
moros, que se soltauan de la prisión, pudiesen venir de noche a ser Álvar al tino de
aquella lunbre»1163. A lo largo de la Baja Edad Media, la huída se había convertido en
una forma de liberación muy extendida por el territorio fronterizo, siendo incluso
reconocida dentro de las propias reglas del cautiverio. Este fenómeno era a veces difícil
de evitar, tanto en su faceta singular, como en los casos de fugas masivas. El éxito de esta
la fuga era directamente proporcional a la proximidad de la ciudad de cautiverio, a los
circuitos de comercio con una destacada presencia occidental. Por esta razón, el
componente geográfico influía sobremanera en las posibilidades del preso castellano de
huir de sus captores. La incidencia de este tipo de liberación fue mucho más alta en el
sector central de la frontera, la parte más cercana a la capital del emirato nazarí. Durante
el reinado de Juan I (1379-1390), la corona castellana instaló un gran faro de la torre del
homenaje de la fortaleza de Alcalá La Real, situada a 300 metros de la frontera con
Granada, para guiar a los cautivos que escapaban en la noche. En los primeros años del
siglo XV resultó destruida por la falta de mantenimiento y los fuertes vientos que
acostumbraban a soplar en aquella zona. Sin embargo, el conde de Tendilla recuperó tal
símbolo en 1482, según narra el cronista Fernando del Pulgar. De esta manera, el noble
castellano pretendía hacer ver que una nueva etapa había comenzado para los cautivos
cristianos, en la que la corona castellana comenzaba a imponerse nuevamente a las
fuerzas del emirato granadino1164.

Durante la etapa decisiva del conflicto castellano-nazarí, la entrega de los cautivos


cristianos fue una de las condiciones impuestas por el reino cristiano para aceptar la
rendición de las plazas musulmanas. Este fue el caso, por ejemplo, de los 3.500 cautivos
castellanos liberados en la conquista de la ciudad de Alhama (1482), o la redención de
otros tantos durante la rendición de Ronda (1485), donde, según narra Bernáldez,

1163
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 97-98.
1164
Sobre todo ello, LÓPEZ DECOCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «La liberación de…», op.cit., pp. 82-83.

555
José Fernando Tinoco Díaz

«El rey mandó cesar el conbate, e los moros de Ronda pidieron que los dezassen ir con lo suyo
do quisieren, e les assegurasen fasta que fuese en salvo; e él solo otorgó que avía de ser con
condición que luego, ante todas cosas, le entregasen todos los cristianos que tenían captivos» 1165.

Afirma Palencia que en contraprestación a este acuerdo,

«A todos los rendidos se les permitió salir de la villa con lo que pudieran llevar consigo, y la
vida salva, a condición de que hubiesen respetado la de los cautivos cristianos, sometidos a largo
cautiverio, según había hecho pregonar el Rey apenas llegó ante las murallas, si querían esperar su
1166
clemencia» .

En el caso de las conquistas llevadas a cabo por la fuerza de las armas, la liberación
de los cautivos tomaba una especial significación, ya que la victoria castellana en el
campo de batalla no se consideraba completa hasta que la hueste conseguía la rendición
del enemigo y la liberación de sus hermanos cautivos, reconociendo la grandeza de Dios
en este acto. Sirva como ejemplo la narración que el cronista Andrés Bernáldez recoge en
su crónica de la liberación de los cautivos cristianos tras el asedio a Málaga (1487):

«Luego [el rey] demandó los captivos cristianos que en Málaga estavan, e fizo poner una
tienda cerca de la puerta de Granada, donde él e la reina e la infanta su hija los recibieron; e
fueron, entre honbres e mugeres, los que allí los moros les trageron, fasta seiscientas personas. E a
la puerta por do salieron estavan muchas personas con cruces e pendones, del real, que fueron en
procesión con ellos fasta do estavan el rey e la reina atendiéndolos; e llegando donde Sus Altezas
estavan, todos se humillavan e caían por el suelo, e le querían besar los pies, e ellos no lo
consentían, más dábanles las manos; e cuantos los veían davan loores a Dios e lloravan con ellos
con alegría. Los cuales salieron tan flacos e amarillos con la gran hanbre, que querían perecer, e
todos con los fierros e adovones a los pies, e los cavellos e barbas muy conplidas; e desque
besaron los pies al rey e a la reina, loaron todos a Dios mucho, rogándole por la vida e
acrecentamiento de Sus Altezas. E luego el rey les mandó dar de comer e de bever, e les mandó
desherrar, e los mandaron vestir e dar limosnas para despensa de cada uno donde quisiese ir; e así
fué fecho e conplido»1167.

1165
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 159-160.
1166
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 176.
1167
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 192-193. Fernando del Pulgar aporta una
versión muy semejante del caso de la ciudad de Málaga, uno de los más destacados de este conflicto por la
cantidad de cautivos liberados: «E mandaron asentar cerca de la çibdat vna tienda, et poner en ella vn altar.
Y ellos presentes, salieron de la çibdat con una cruz fasta quinientos catiuos, onbres e mugeres, en
proçesión, dando gracias a Dios, e al Rey e a la Reyna, porque les avían librado del duro catiuerio en que
estauan. E luego les mandaron quitar los fierros, et proueer de vestiduras, e de las otras cosas que ovieron
menester para yr a sus tierras»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 333. Sobre la

556
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En las memorias de su visita a Castilla, Jerónimo Münzer también dibujó un retrato


bastante detallado de estas ceremonias, en las cuales el factor doctrinal y propagandístico
de la representación de la corona castellana como adalid de la liberación de estos
cristianos sometidos, estuvo especialmente presente. Para el alemán, la liberación de
estos cautivos cristianos era representada como un verdadero acto de redención religiosa
dependiente de los propios reyes gracias a los cuales había sido posible su rescate. Al
respecto de esta conquista castellana de Málaga, Münzer destaca que «al salir los
cautivos con una pequeña cruza de madera, gritaban a grandes voces: ―Llegaste, ¡oh,
Redentor del mundo!, que nos has librado de las tinieblas del infierno‖»1168. De la misma
manera, este autor informa que, durante la entrada de los reyes en la ciudad de Granada,
«el primer cuadro que se le ofreció fueron todos los cristianos con las cadenas, que hacía
muchos años estaban aherrojados en aquellas durísimas mazmorras, gritando: ―Bendito el
Señor Dios de Israel, que nos visitó desde lo alto y fue el autor de la rendición de su
pueblo‖»1169. Bernardino López de Carvajal también hace referencia a este canto por
parte de los cautivos cristianos que fueron redimidos tras la toma castellana de Baz
(1489)a, determinando que, «a la salida, con lágrimas por la alegría, en solemne
procesión y con gran séquito de sacerdotes iban cantando: ―Bendito el Señor Dios de
Israel, porque visitó a su pueblo y llevó a cabo su salvación. Oh, maravilloso y felicísimo
día de la victoria y de la salvación cristiana‖»1170. Asimismo, Jean Molinet narra que,
durante la liberación de los cautivos castellanos en la ciudad de Granada:

«Y estaban las batallas de los cristianos bien vestidos y en gran triunfo fuera de la ciudad,
cuando 700 prisioneros, hombres y mujeres, salieron fuera de la ciudad siguiendo las órdenes
del rey, y ellos, debido a la contienda de nuestra fe católica, habían sido presos y
encarcelados en gran miseria y cautiverio durante la guerra. Fueros amablemente recibidos
dentro de la hueste. El rey les hizo vendar y vestir trajes nuevos, porque estaban desnudos
como gusanos, y mientras tanto cantaban el cántico de Zacarías: Benedictus dominus Deus
Israel»1171.

situación de los cautivos cristianos prisioneros en la capital malagueña, consultar PINO, ENRIQUE DEL:
Esclavos y cautivos..., op.cit., pp. 71-74.
1168
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 149.
1169
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 119.
1170
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 119.
1171
«Et estoient les batailles des chresptiens notablement accoustrez et en grand triumphe hors de la cité,
quand sept cens prisonniers, hommes et femmes, issirent hors de la ville au commandement du roy,
lesquels, pour la querelle de nostre foi catholicque, avoient estez pendant la guerre prins et détenus en
grande misère et captivité. lls furent amiablement receuz en l‘ost. Le roy les fit penser et revestir de

557
José Fernando Tinoco Díaz

Esta oración que todas las fuentes cristianas destacan, conocida como la «canción o
cántico de Zacarías», era utilizado por los cristianos en las grandes ocasiones de
agradecimiento a la intercesión de la Providencia a favor de su pueblo. La letra del himno
contaba con una lectura veterotestamentaria predominante, muy unida a la proyección de
las esperanzas mesiánicas propias del judaísmo primitivo. La misma representaba el
periodo en el que los judíos habían sufrido el yugo romano y solo contaban con la
esperanza de que surgiera entre ellos un nuevo libertador, originario de la casa de David.
Tras anunciar la llegada de este sujeto, el epinicio rezaba el comienzo de un nuevo
tiempo de libertad para el pueblo elegido por la Providencia. La alusión a esta acción de
gracias remitía, por tanto, a la llegada de un nuevo redentor y daba las gracias a Dios por
enviarlo, elevando a un nivel plenamente espiritual la consideración de la liberación del
pueblo cristiano de sus enemigos1172. A través de este cántico, la perspectiva mesiánica
unida al mismo, identificaba al monarca castellano como victorioso libertador de su
pueblo, incidiendo también en su proyección como instrumento de la divinidad en su
proyecto de redimir al reino hispano de su pecado.

Una vez que los cristianos cautivos habían sido liberados de sus celdas, comenzaba
una gran ceremonia de acción de gracias, la cual también estuvo rodeada por un eminente
halo propagandístico en favor de los reyes de Castilla. Jerónimo Münzer informaba que
para conducir a estos castellanos fuera del lugar de su confinamiento:

«Entró primero, en larga procesión, todo el clero, revestido de los ornamentos sagrados, y los
soldados, con las armas, con la cruz alzada, para que todos fuera vista. ¡Oh! ¡Hubieras visto
entonces cuántos aplausos y lágrimas de alegría! Es imposible describir este cuadro»1173.

Los Reyes Católicos, en persona, se encargaban de esperar para dar la bienvenida a la


los cautivos liberados por los musulmanes tras los muros de la ciudad. El cronista alemán
destaca que, durante este recibimiento, «se postraron en tierra el rey y la reina, diciendo
entre abundantes lágrimas: ―¡Oh, cruz, salve, esperanza única! ¡No a nosotros, sino a tu
nombre se dé gloria!‖ ¡Oh, cuánta tristeza mezclada con júblio!»1174. Juan Barba
complementa tal afirmación, expresando que los reinos del reino hispano sentían

nouveaulx habits, car ils estoient nudz comme vers, et en ce faisant chantoient le canticque de Zacarie:
Benedictus dominus Deus Israel» ; MOLINET, JEAN: Chronicles..., op.cit., p. IV, 188.
1172
Sobre este himno cristiano, WARD, BERNARD: «The Benedictus (Canticle of Zachary)» En The
Catholic Encyclopedia; vol. 2. Nueva York, Robert Appleton Company, 1907 (dirección web:
<http://www.newadvent.org/cathen/02473a.htm >) [fecha de consulta: 20/10/2014].
1173
MÜNZER, JERONIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 119.
1174
MÜNZER, JERONIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 149.

558
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

especialmente tal padecimiento de sus vasallos, pues «¡con qué diligençia por sus
cristianos/ cativos le pesa quando los perros/ los matan, estando puestos en fierros,/ y
goza en sacallos de los paganos! / Por la libertad de sus castellanos/ reçibe trabajos
espirituales»1175. Este tipo de testimonios humanizaba la figura de los reyes y denotaban
el sufrimiento que sentían por su pueblo.

Tras esta primera y dura impresión, los monarcas se disponían a entregar uno a uno
sus bendiciones a los cautivos en un lugar acondicionado para llevar a cabo esta potente
ceremonia doctrinal, con varios elementos que denotaran el valor religioso de tal gesto
real. Normalmente, este rito de liberación tenía lugar en una zona sagrada, como era el
caso de las nuevas iglesias establecidas en las ciudades conquistadas. Sin embargo, en
algunos casos, esta ceremonia se trasladaba al propio campo de batalla, donde se
instalaba una gran tienda repleta de símbolos cristianos. Durante esta celebración, los
castellanos retiraban los cepos y cadenas de los cautivos, denotando así su nueva
condición de libertad gracias a la intervención de sus hermanos correligionarios. El
propio Münzer afirma que vio en el monasterio de Guadalupe:

«[…] grillos de hierro sin cuento, traídos allí por los cautivos cristianos que se libraron de los
sarracenos por intercesión de la bienaventurada Virgen; algunos eran de gran peso, de veinte o de
cuarenta y cinco libras ¡Qué horrible es ver y oír que hombres cristianos cargados con este peso se
vean esclavizados en los más duros trabajos»1176.

Tras este acto, los reyes de Castilla les regalaban nuevas vestiduras y una limosna
para ayudarles a regresar a su casa. Una vez concluida toda esta ceremonia, los cautivos
acompañaban a los monarcas en su procesión de entrada en la ciudad conquistada o a su
llegada victoriosa a tierras castellanas. Así lo atestigua Pulgar en su narración de la
entrada de don Fernando en la ciudad de Córdoba durante 1485, donde «el Rey,
acompañado de todas estas gentes, entró en la çibdat, e lleuaua delante todos los
cristianos que redimió del cabtiuerio»1177. Este protagonismo de don Fernando en la
liberación de los cautivos, dio pie a la proyección del aragonés bajo la imagen de rey
redentor cristiano. En ese sentido, varios cronistas castellanos proyectaron esta imagen
casi mesiánica del rey Fernando durante sus narraciones del conflicto, donde se
destacaba su faceta humana. Alonso del Pulgar, verbigracia, señala diversos gestos

1175
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 256
1176
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 227.
1177
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 187.

559
José Fernando Tinoco Díaz

realizados durante la liberación de los cristianos presos en la ciudad de Vélez Málaga,


donde él mismo se ofreció a redimir bajo su propia cuenta a otros cristianos cautivos de
procedencia social más humilde:

«Devolvieron los moros 100 cautivos en un estado lastimoso a causa del largo cautiverio. Por
orden de D. Fernando fueron desfilando en larga hilera ante un altar erigido en el campamento, y
su vista y los cánticos en alabanza del Sumo Redentor inspiraban honda compasión a los cristianos
presentes. Todos dirigieron sus manos al cielo y luego besaron humildemente la derecha a D.
Fernando. Para que participasen de la alegría algunos nobles que tenían sus hijos cautivos en otras
tierras de granadinos antes de estos pactos, mandó rescatarlos a su costa. Y tal diligencia empleó,
que antes de levantar los reales ya estaban los hijos al lado de sus padres»1178.

En el caso de doña Isabel, esta perspectiva estuvo más unida a su papel como
protectora de la hueste castellana en retaguardia. En ese sentido, los cronistas destacaron
especialmente la labor de los hospitales de campaña durante toda la contienda. Acerca de
estos centros, Fernando del Pulgar informa en su crónica que:

«[…] para curar los feridos et los dolientes, la Reyna enbiaua sienpre a los reales seys tiendas
grandes, e las camas de ropa neçesarias para los feridos et enfermos; y enbiaua çerujanos y físicos
et medicinas, et onbres que los siruiesen; et mandaua que no lleuasen preçio alguno, porque ella lo
mandaua pagar. E estas tiendas, con todo este aparejo, se llamaua en los reales el Hospital de la
Reyna»1179.

Valera completa esta información aportada por Pulgar, determinando que en el real de
Málaga:

«[…] avía dos grandes alfaneques e quinze tiendas, en que se pusieron dozientas camas de
colchones con todo lo necessario, donde los feridos y enfermos eran servidos e curados tan bien
como si en sus casas estovieran. E alli eran visitados de los físicos e çirujanos del rey, e les eran
dadas todas las meleçinas e las otras cosas neçessarias muy cunplidamente»1180.

Para Cristina Segura, esta insistencia en la faceta asistencial de la reina, se hacía


«para destacar su papel femenino y la proyección de las tareas domésticas femeninas con
respecto a la tropa. Se quiere de esta forma minusvalorar toda la importante dirección de
la campaña […] de la Católica, más propia del género masculino»1181. Sin embargo, este
tipo de testimonios vuelven a dejar de manifiesto que los cronistas interpretaban los roles

1178
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 287.
1179
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 121.
1180
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 275.
1181
SEGURA GRAÍÑO, CRISTINA: «Las Reinas Castellanas…», op.cit., p. 528.

560
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de ambos cónyuges reales como una representación perfecta de la sociedad medieval, de


forma que ambos se complementaran en la realidad práctica a la perfección. De hecho,
como denota este fragmento del Cancionero de Pedro Marcuello, estos hospitales de
campaña no hacían sino representar los valores cristianos de la misma reina de Castilla:

«Trahen en campo hospital/ ques acto de gran memoria/ o catidat entrayal,/ que nunca se falló
tal/ en corónicas ni estoria;/ adonde son recogidos,/ y tienen missas, sermones,/ los dolientes y
heridos,/ pues sabes cómo seruidos/ son, tú dales galardones [...] porqués hospital real/ lleno de ffe
y sin medidas,/ quen él han recaudado tal/ dolientes y heridos mal,/ que murieron y han las
1182
vidas» .

Pero la imagen de don Fernando y doña Isabel no solo contó con una lectura benévola
y bondadosa de sus acciones como representante de la corona castellana en el campo de
batalla. Al igual que la perspectiva veterotestamentaria de la divinidad castellana, los
monarcas también demostraron ser reyes justicieros frente a los cautivos que habían
renegado de su fe durante su confinación en territorio musulmán1183. Durante su estancia
en la corte nazarí, Hernando de Baeza intentó devolver al cristianismo a muchos de estos
castellanos que permanecían cautivos en territorio, y se habían convertido al Islam bajo
la promesa de la mejora de la condición social, e incluso la obtención de libertad. Según
explica este eclesiástico en sus escritos:

«Pienso yo que casi todos se apartaron de la fee cristiana: y yo alcancé á muchos dellos y
dellas, y en verdad personas de muy sana intencion y muy buena conuersación, y lo que cuando
fueron cautibos tenian entendimiento, tenian la creencia en sus corazones muy entera, y casi se
estauan en la ynocencia del capillo, y quisieran ser chrisitanos si lo pudieran hacer» 1184.

En la actualidad, diversos historiadores han puesto de manifiesto que las crónicas


castellanas exageraban el hecho de que el bando musulmán presionara a los cautivos
cristianos para promover su conversión al Islam. De forma contraria a lo expresado por a
las fuentes castellanas, los presos no estaban bajo presión para ser convertidos como los
cristianos exageraron. Si los musulmanes hubieran intentado forzar a una gran parte de
los cristianos cautivos de convertirlos, los beneficios económicos de cautiverio habrían
sido mínimos. La ley musulmana requería facilitar la liberación de los conversos a su

1182
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 185.
1183
Sobre este aspecto religioso del cautivero, BRODMAN, JAMES WILLIAM: «Captives or Prisoners: Society
and Obligations in Medieval Iberia» En Anuario de Historia de la Iglesia, vol. 20. Navarra: Universidad de
Navarra, 2011, pp. 201-219; MACKAY, Angus: La España de…, op.cit., pp. 214-222.
1184
BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que...», op.cit., p. 13.

561
José Fernando Tinoco Díaz

religión, y el propietario no podía vender a los cautivos converse con el bando cristiano.
La apostasía de estos individuos se explicaría, no tanto por la violencia a la que fueron
sometidos los cristianos, sino la incidencia de diversas causas. Entre ellas, puede
destacarse la desesperación o la incapacidad de los castellanos para recuperar la libertad,
o el propio odio al orden establecido que en ocasiones generaba el individuo frente al
hecho de la inexistencia de una respuesta cristiana que asegurara su liberación. En el caso
de la nobleza cristiana, la conversión no solía ocurrir porque estos señores castellanos
sabían que su liberación era una cuestión de dinero y tiempo. Con respecto a las clases
bajas de la sociedad castellana, la respuesta a esta cuestión requiere una reflexión más
profunda de las creencias religiosas en el contexto fronterizo.

Algunos autores actuales han puesto de manifiesto el hecho de que, si «el


cristianismo no era puramente nominal, sí es complicado sustentar la teoría de una
aculturación religiosa»1185. En esta zona geográfica había prevalecido una fe cristiana e
islámica con un eminente carácter sincrético, aunque cada una conservó sus
peculiaridades. Como consecuencia, el cambio religioso realmente tuvo una verdadera
relevancia en el ámbito jurídico, más allá de cualquier perspectiva referente a las
creencias personales de cada individuo. Pero la religión siempre fue un hito importante
en la relación entre castellanos y granadinos que marcó la relación de ambas sociedades.
Por este motivo, cuando la realidad fronteriza fue asaltada por el realismo de la política
real castellana, esta dinámica quebró. En el caso de que estos blasfemos de la religión
cristiana intentaran escapar a la justicia castellana, el castigo impuesto por los reyes era
la muerte como respuesta a la aplicación de la doctrina impuesta por el Santo Oficio. El
mismo Jerónimo Münzer recoge un caso acaecido durante la conquista de la ciudad de
Granada, donde:

«Nueve cristianos cautivos, que habían renegado de la fe, una vez que fue tomada Málaga,
desnudos, fueron asaeteados hasta morir, por orden del rey cristianísimo. Dos eran lombardos y
siete españoles de Castilla. Muertos a golpes de saeta, fueron quemados sus cuerpos. ¡Oh, rey
cristianísimo, cantaré eternamente su alabanzas!»1186.

En el caso contrario, las fuentes posteriores al conflicto denotan que los clérigos
castellanos, a instancia de los propios Reyes Católicos, se esforzaron por volver a traer a
la fe cristiana a estos sujetos:

1185
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «La Frontera entre…», op.cit., p. 134.
1186
MÜNZER, JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 149.

562
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«[El arzobispo de Toledo Don Fray Francisco Ximenes], con buen celo quísose informar de
todos los moros que en qualquier manera venian de linage de christianos, y hacíalos traer ante sí, y
por buenas palabras y presumpciones procuraba con ellos que se convirtiesen á nuestra sancta fé
cathólica, porque se decia que sin grandísimo pecado no se podria premitir que estos viviesen en
ley de moros, y los que se convertian en esta manera amercedábalos y gratificábalos, y á los que
no se querian convertir echábalos en la carcel; é trabajaba con ellos por todos los medios posibles
que se convirtiesen, y pareció que esto tocaba á muchos moros y se escandalizaron dello» 1187.

Pedro Boscà destaca ante el papado el hecho de que la humildad y caridad de los
reyes de Castilla y Aragón, «era increíble de modo que nadie de sus súbditos puede
encontrarse que no lo quiera como a sus propios padres y a sus prendas más íntimas, y no
los ame, no los honre, no los venere, con todas sus fuerzas»1188. Asimismo, Juan Barba
señalaba que «¡o, quán tenudos de ser muy leales/ somos [a] aquestos reyes umanos!.
¡Pues reyes que tienen las umanidades/ con la potençia del gran señoryo/ el trino del
Poder les da poderyo/ que sya la gloria de sus piedades»1189. Para Isabel y Fernando, la
Guerra de Granada contaba con un claro componente jurídico, en tanto se guerreaba por
restituir el señorío cristiano en un territorio que les pertenecía por herencia. Pero esta
perspectiva no estaba reñida con el hecho de que ellos mismos pretendían llevar a cabo la
conquista de un territorio teniendo siempre presente el bienestar de sus súbditos, pero
sobre todo siendo fieles a la fe católica. Esta sublimación de la imagen cristiana de su
empresa les permitió defender sus pretensiones de contar con el reconocimiento papal de
que ésta era una guerra religiosa, como todos los beneficios que ello conllevó. Entre
todos ellos, destacó la consideración de la contienda como cruzada, algo que permitió a
los monarcas poner a su disposición uno de los medios económicos y propagandísticos
más potentes del periodo medieval.

1187
ANÓNIMO: «Continuación de la...», op.cit., p. 517.
1188
ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro...», op.cit., p. 473.
1189
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 25.

563
José Fernando Tinoco Díaz

564
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO SÉPTIMO. ASPECTOS INSTITUCIONALES DE LA


CONSIDERACIÓN CANÓNICA DE CRUZADA.

Desde finales del siglo XIV, el continente europeo comenzó a vivir una época
especialmente convulsa, marcada por la influencia de los grandes conflictos y diversos
desórdenes sociales acaecidos en este contexto. A la inestabilidad política derivada de las
constantes guerras y tensiones tradicionales entre reinos, que ahora tomaban la forma de
imponentes conflictos como la Guerra de los Cien Años (1337-1453), se sumaron graves
contiendas que en el seno del cristianismo militante que cuestionaban la propia definición
del papado como autoridad universal. Frente a las perseverantes aspiraciones de poder de
los príncipes seculares occidentales, surgidas del afianzamiento de su poder en un
contexto de índole nacional, la Iglesia cristiana se enfrentaba a una nueva fase marcada
por la necesidad de precisar los nuevos límites de su propia soberanía. En este contexto,
el debate entre los tomistas, defensores la reflexión y aplicación de las ideas aristotélicas
en este panorama político, y los sectores más tradicionales de la propia institución
eclesiástica, colmaron los distintos concilios y debates eclesiológicos celebrados durante
estas décadas. Tal controversia tuvo como punto álgido el llamado Cisma de Occidente
(1378-1417), el cual produjo la división del cristianismo en dos frentes, representados
por la figura de un pontífice que se erigía como legítimo heredero a la silla de San Pedro.
A lo largo de casi medio siglo, hasta tres obispos de la Iglesia Católica llegaron a
disputarse la autoridad papal sobre el ámbito cristiana. Solo la celebración del Concilio
de Constanza, iniciado 5 de noviembre de 1414, y concluido el 22 de abril de 1428, pudo
dar por concluido esta fuerte disensión interna y dar lugar al surgimiento de un nuevo
panorama diplomático en Europa.

Las negociaciones que se trataron en esta asamblea eclesial tuvieron como principal
objetivo lograr la abdicación de los distintos papas de la Iglesia católica, para estimular la
elección de un nuevo pontífice que conciliara a los partidos en conflicto. Pero este
concilio se produjo en un ambiente político muy comprometido, marcado por el clima de
conflicto existente entre los reinos de Francia e Inglaterra. En un principio, las coronas de
la Península Ibérica defendieron una posición contraria a la curia romana como
consecuencia de su fidelidad hacia el antipapa Benedicto XIII (1394-1415), el cual
incluso se negó a asistir al sínodo en persona. Sin embargo, los reinos hispánicos se
565
José Fernando Tinoco Díaz

fueron distanciando de la perspectiva defendida por el partido afín a este pontífice tras la
muerte de Fernando de Antequera, para incorporarse al bando del partido romano. Los
embajadores de la corona castellana comenzaron a defender ante el resto de la Península,
la idoneidad de llevar a cabo una gran reforma religiosa e institucional en todo el
contexto occidental, que tuviera como culminación el nombramiento de un nuevo santo
padre único. Con este movimiento diplomático, la corte del reino hispano pretendía dar
un paso adelante y convertirse en el principal valedor de Roma en el seno de la nación
hispana y en la propia cristiandad. Gracias a esta ayuda de los reinos ibéricos, finalmente
el bloque romanista consiguió que los antipapas Juan XXIII (1410-1415) y Benedicto
XIII fueran depuestos. Asimismo, el pontífice Gregorio XII (1406-1415) renunció a su
cargo de manera voluntaria. El 11 de noviembre de 1417, era elegido por el concilio
Otón Colonna como nuevo y único santo padre, tomando el nombre de Martín V (1417-
1420).

Gracias al crucial apoyo de la dinastía Trastámara en este sínodo, las relaciones


hispánicas con este nuevo papado se definieron bajo unos términos marcados por la
cordialidad recíproca desde su el inicio de su pontificado1190. Bajo este clima de
entendimiento y colaboración mutuo, durante todo el siglo XV se configuró un
significativo diálogo político entre unos monarcas castellanos comprometidos con la
lucha frente al Islam por restaurar el señorío cristiano en este territorio peninsular, y el
Pontificado, que tras resolver las cuestiones cismáticas en el seno del catolicismo
Occidental, ambicionaba la restauración de la autoridad pontificia romana y las
instituciones centrales de la Iglesia en todo el contexto cristiano. Durante toda esta
centuria, las negociaciones mantenidas entre los reyes de Castilla y el papado se
centraron en diversos aspectos de índole religiosa, tales como las elecciones episcopales
de sedes hispánicas vacantes, la provisión sistemática y traspaso de rentas eclesiásticas
de la fiscalidad pontificia a la regia, y el reconocimiento de cierta iniciativa en materia
reformadora en favor del monarca. Los acuerdos alcanzados entre ambas partes
determinaron importantes atribuciones pontificias sobre la Iglesia hispánica al poder real,
suponiendo un fundamento muy importante del proceso de expansión de la soberanía

1190
Sobre la incidencia del concilio en la Península Ibérica, ÁLVAREZ PALENZUELA, VICENTE ÁNGEL:
«Últimas repercusiones del Cisma de Occidente en España» En En la España medieval, nº 8. Madrid:
Universidad Complutense, 1986, pp. 58-80; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Castilla, el cisma y la crisis
conciliar (1378-1440). Madrid: CSIC, 1960.

566
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

regia en materia eclesiástica que surgió a lo largo de este periodo bajomedieval 1191.
Asimismo, dentro de todos estos favores otorgados por la Santa Sede, la concesión de
bula de cruzada siempre jugó un papel capital para el reconocimiento y sostenibilidad
económica de las campañas frente a Granada que los diversos reyes castellanos llevaron
a cabo durante estos años. Más allá hacer referencia a la doctrina propia de la guerra
cristiana frente al musulmán, tal concepto había tomado completa vigencia por sí mismo
en torno a la institucionalización de la concesión de un impuesto excepcional dedicado al
soporte económico empresas destinadas a la defensa de la cristiandad. Sin embargo, la
realidad histórica denotó que tales iniciativas reales tenían una conceptualización
materialista por encima de cualquier otro principio doctrinal que rigiera su prosecución.
Por este motivo, los investigadores han acabado reconociendo el hecho de que la «las
bulas de cruzada solo servían para llenar las arcas del fisco cuando los dirigentes no
sentían el ideal de la guerra santa»1192.

José Goñi Gaztambide, el autor de la anterior sentencia, afirmaba que este tratamiento
utilitarista de la cruzada pronto se trasladó a la cronística del periodo, de tal manera que
las pocas referencias explícitas a la gracia pontificia la identifican solo como un elemento
económico capital para la prosecución de la contienda hispánica frente al musulmán. Este
historiador consideraba que en este periodo concluyó el modelo plenamente medieval de
tratamiento del concepto de cruzada, donde la aparición de una declaración oficial de
cruzada papal había traído consigo el énfasis en los elementos penitenciales por encima
de los económicos. En contraposición, considera la obra cronística de los historiadores
del siglo XV como un claro ejemplo de la evolución de un modelo de fe prerrenacentista,
donde la religión y la política se expresaban de la mano1193. Sin negar esta aserción, cabe
destacar que esta característica no debe ser plateada como un rasgo ligado solo al
desarrollo de la cultura renacentista en este reino, sino que se debe tener en cuenta que el
tratamiento de la cruzada, desde un punto de vista más secularizado e institucional, viene
apareciendo en la cronística castellana desde mediados del siglo XIII. Desde esta
centuria, la concesión pontifica comenzó a ser representada en el contexto peninsular,
como una herramienta para un fin político más que una pretensión meramente religiosa.

1191
Sobre el papel de la Iglesia en la configuración del Estado hispánico, consultar NIETO SORIA, JOSÉ
MANUEL: Iglesia y génesis..., op.cit.
1192
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., p. 347; NIETO SORIA, JOSÉ LUIS: Iglesia y génesis
del Estado moderno en Castilla (1369-1480). Madrid: Editorial Complutense, 1993, pp. 322 y ss
1193
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 336 y ss.

567
José Fernando Tinoco Díaz

Los cronistas posteriores heredaron una forma de entender esta concesión pontifica que
estaba ya bastante asentada en el contexto de la sociedad hispánica. En el siglo XV, por
tanto, la utilización de este vocablo en las fuentes narrativas hacía referencia al impuesto
que la corona hispánica cobraba, por cesión del santo padre, con la justificación de la
prosecución de su lucha contra el emirato de Granada y el reforzamiento de las fuerzas
destinadas a mantener la frontera con este reino nazarí1194. Desde el reinado de Juan II,
este tratamiento utilitarista destacó especialmente la perspectiva económica de esta gracia
papal por encima de su proyección doctrinal. Los autores de las narraciones de las
campañas llevadas a cabo por este monarca y su sucesor, participaban de un marco
conceptual de referencias cruzadistas común y delimitado, heredero de la proyección
institucional de la concesión pontificia. Pero frente a la pervivencia de algunos vocablos
europeos tradicionales que hacían mención a la realidad primigenia del concepto
cruzadista, como fue el caso de los términos «empresa», «negocio» o «romería», las
alusiones generales en estos textos a la «cruzada», hacían referencia al conjunto de
privilegios papales concedidos a favor de las personas que contribuyesen con cantidades
de dinero para sustentar estas operaciones castellanas. Esta perspectiva doctrinal se
limitaba a trasladar, de forma objetiva, la exégesis cruzadista tradicional al mundo de la
política real, restringiendo el verdadero ideal de cruzada al mero aparato institucional de
la bula papal1195. Sin embargo, el análisis de las fuentes del reinado de los Reyes
Católicos, que hicieron referencia a la Guerra de Granada, pareció denotar la
rehabilitación del concepto de cruzada en la máxima expresión doctrinal original de este
término.

Cuando Isabel y Fernando accedieron al trono del reino de Castilla, los reyes
continuaron afianzando la favorable dinámica de negociación que había marcado las
relaciones hispano-pontificas desde el inicio del siglo XV. Estos monarcas continuaron
dando muestras manifiestas de su apoyo a una institución pontificia cada vez más débil,
pero que aún detentaba una fuerte auctoritas reconocida por el conjunto de la comunidad

1194
Sobre la utilización del propio término de «cruzada», es interesante consultar el estudio y las
sugerencias bibliográficas de WEBER, BENJAMIN: «El término ―cruzada‖ y sus usos en la edad Media. La
asimilación lingüística como proceso de legitimación» En Ayala Martínez, Carlos de; Herniet, Patrick;
Palacios Ontalva, J. Santiago (ed.): Orígenes y desarrollo de la guerra santa en la Península Ibérica.
Palabras e imágenes para una legitimación (siglos X-XVI). Madrid: Casa de Velázquez, 2016, pp. 221-
233.
1195
Al respecto de esta dualidad de conceptos, que denotan ese doble carácter en torno al estudio de las
cruzadas, es interesante la reflexión realizada por MILHOU, ALAIN: Colón y su..., op.cit., pp. 287-289.

568
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cristiana. Este propicio contexto de relaciones diplomáticas ayudó a impulsar sus


proyectos personales de reforma eclesiástica y restauración de la autoridad política en el
reino castellano, así como a conseguir que Castilla continuara afianzando su presencia en
el panorama político internacional. En ese sentido, las relaciones entre los reyes de
Castilla y la Santa Sede se asentaron sobre cuatro frentes fundamentales durante esta
primera fase de su reinado: el pulso por el control de las provisiones episcopales y del
recién creado tribunal de la Inquisición, el control del Mediterráneo frente a la amenaza
turca, el mantenimiento del equilibrio político de Italia a través del sostenimiento de
Ferrante de Nápoles (1458-1494) y la proyección del sostenimiento económico de una
contienda frente a Granada a través de la concesión de subsidios eclesiásticos y la bula de
cruzada. Todos estos frentes estuvieron enlazados en torno a la argumentación de que
estas decisiones estaban destinadas a la defensa y exaltación de la fe cristiana,
razonamiento que legitimaba cualquier exigencia1196.

Para respaldar su postura, tanto Fernando como su esposa, «necesitaban mostrar que
sus exigencias eran legítimas, estaban desprovistos de intereses crematísticos y
obedecían a móviles moralmente irreprochables, que se concretaban en el
restablecimiento de la iglesia de sus reinos, la defensa de la Cristiandad y el
mantenimiento de la paz entre los príncipes cristianos»1197. En ese sentido, la
sublimación de la faceta religiosa de la guerra castellano-granadina significó el medio
ideal para ratificar tal determinación, permitiendo a los reyes castellanos demandar el
completo apoyo institucional del Pontificado a su causa. Con la necesidad de lograr tal
cometido, el lenguaje que los emisarios de los reyes de Castilla y Aragón debieron usar
ante la Santa Sede, no fue el mismo que el discurso interno basado en la proyección
neogoticista de esta iniciativa, sino que fue necesario dar forma a un alegato mucho más
amplio, asentado sobre la génesis de una diplomacia y propaganda cronística de
acentuada índole cristiana. En un contexto europeo marcado por la amenaza otomana,
esta línea retórica encontró una correlación natural con los proyectos pontificios de
acometer una lucha mediterránea contra el turco, que tuviera lugar bajo la dirección de
una fuerte autoridad cristiana. De esta manera, los monarcas hispanos encontraron en la
prosecución de la Guerra de Granada la oportunidad idónea para demostrar su

1196
Un resumen historiográfico al respecto de todos estos aspectos, puede encontrarse EN FERNÁNDEZ DE
CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: Alejandro VI y los Reyes Católicos. Relaciones político-eclesiásticas
(1492-1503). Roma: Edizioni Università della Santa Croce, 2005, pp. 11-27.
1197
FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: «Imagen de los...», op.cit., p. 287.

569
José Fernando Tinoco Díaz

compromiso con la fe cristiana a través de tres objetivos principales: el establecimiento y


ensalzamiento de la Iglesia católica, la defensa de la Cristiandad y el mantenimiento de la
paz entre los príncipes cristianos. En este contexto, la utilización de diversos conceptos
unidos a la idea de cruzada, en su sentido más amplio, se incrementó sobremanera en las
fuentes cronísticas castellanas como un modo de resaltar este apoyo explícito del
Pontificado a la empresa que los reyes hispanos mantenían frente a los enemigos de la fe
católica desde antaño. Con ello, los cronistas pretendían conseguir corroborar las
consecuencias internacionales de este conflicto, legitimando con ello las pretensiones
universalistas de estos monarcas en todo el contexto cristiano. Sirva como ejemplo las
estrofas dedicadas por el castellano Juan Barba, en su Consolatoria de Castilla, a esta
concesión del papado a favor de la campaña castellana frente al musulmán. En ellas se
denota esta compleja faceta del tratamiento del término de cruzada durante la Guerra de
Granada:

«Pues n‘olvidaremos la gran bendición/ quel santo Padre da muy patente/ a nuestros reyes y a
toda su gente,/ a los que guerrean con buena untinçión./ Y asý el poder com él nos bendize,/ pues
tiene de Dios tal provocaçión/ que a esta tal guerra de gran perfeçión/ no ay quien dé contra ni
quien la matize. Ésta es la joya mayor que ninguna/ que con bendiçión de dios peleemos/ y con
firme fe de ál no curemos,/ que nunca verná contraste fortuna;/ con todo las joyas por él enbiadas,/
a nuestros señores reyes protesto/ quéstán en la graçia suya por esto/ y en Roma sus obras son muy
loadas. Y asý son por todos los reinos cristianos/ y serán más de aquí adelante,/ que Dios subirá su
vida puxante/ en destruyción de los paganos;/ do ganan tal onra los castellanos,/ grandes señores y
1198
quantos pelean/ por subir la fe que sienpre posean/fama de onores más soberanos» .

Gracias a la sublimación de este reconocimiento papal a la empresa frente al emirato,


los nuevos reyes de Castilla establecieron un sistema de relaciones diplomáticas basado
en la necesidad de establecer una robusta defensa frente a las amenazas musulmanas en
el contexto mediterráneo, a través de la equiparación de la batalla frente al reino nazarí y
el combate contra la creciente amenaza turca. En ese sentido, la victoria frente a Granada
ofreció una inmejorable oportunidad a esta monarquía con pretensiones imperialistas, de
mostrarse como victoriosa defensora de la cristiandad. Tras el avance por el oriente
europeo del Islam, la cristiandad parecía necesitar la compensación psicológica de una
gran conquista importante. Y esta no fue otra que la victoria de Castilla sobre Granada.
Frente a otros quiméricos planes cruzados condenados al fracaso desde su origen, el
amparo canónico a las campañas de la monarquía castellana desde su origen, ayudó a

1198
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., p. 293.

570
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

encumbrar la figura de estos reyes castellanos en el convulso contexto italiano, proclive a


la génesis de un nuevo poder aglutinador. No obstante, el papado era aún la única fuerza
que permitía conseguir una proyección internacional de la soberanía nacional. Roma aún
era el prestigioso centro de la cristiandad, un espacio representativo de los valores
internacionales europeos. Quién influyera en ella, conseguiría una legitimación y
prestigio incontestable a sus pretensiones. Este escenario favorable a los intereses
internacionales de las coronas unidas de Castilla y Aragón, donde religión y política se
daban la mano, ayudaron a secundar las pretensiones imperialistas de unos reyes que eran
representados como baluartes inalienables de la defensa de la religión cristiana. La
proyección de las victorias logradas por estos reyes en la Ciudad Santa, la sede del
papado y centro de la Cristiandad, convertirán la corte pontificia en escenario
privilegiado de las nuevas formas de representación de la corona hispánica, y contribuyó
a consolidar los paradigmas políticos que los Reyes Católicos pretendieron legitimar. Es
por ello que a partir de esta exitosa proyección de la Guerra de Granada, don Fernando
tomó del débil pontificado tanto su influencia directa en asuntos de organización supra-
estructural italianos, como su capacidad de influencia moral. Este prestigio que rodeó a la
empresa castellana en todo el Occidente cristiano, sirvió al rey aragonés para ser
presentado en Europa como el arquetipo de príncipe cristiano y protector de la Santa
Iglesia Romana. El monarca supo leer la política internacional con maestría, para adaptar
una agotada doctrina cruzada a las aspiraciones políticas mediterráneas de la monarquía
aragonesa.

7.1. LA CONCESIÓN DE BULA DE CRUZADA DESDE LA VISIÓN


CASTELLANA: UN PROBLEMA DE EMINENTE PROYECCIÓN POLÍTICA.

7.1.1. LOS ANTECEDENTES DE LA CONVOCATORIA DE CRUZADA DURANTE EL


PONTIFICADO DE SIXTO IV. EL AUMENTO DE LA PRESIÓN TURCA EN EL CONTEXTO
MEDITERRÁNEO.

La caída de Constantinopla, acaecida el 29 de mayo de 1453, dejó de manifiesto la


necesidad de que Occidente aunara fuerzas frente al imparable avance del Imperio
otomano1199. La figura en la cual debía recaer el deber de asegurar la concordia entre los
príncipes europeos para que esto fuera posible, era la del santo padre. Sin embargo, las

1199
Sobre las consecuencias de la conquista de Constantinopla y sus efectos en Occidente, NICOLLE,
DAVID; TURNBULL, STEPHEN Y HALDON, JOHN (eds.): The Fall of Constantinople: the Ottoman conquest of
Byzantium. Oxford, Osprey Publishing, 2007.

571
José Fernando Tinoco Díaz

iniciativas proyectadas por Roma durante todo el periodo final del medievo, habían
demostrado escaso calado en el seno del catolicismo militante. El origen de esta situación
se remonta a varios siglos atrás. Los enfrentamientos del siglo XIII, entre papas y
emperadores alemanes, fueron uno de los factores que paulatinamente alteraron el
sistema diplomático de la Cristiandad medieval. Con posterioridad, la crisis del imperio
germánico coincidió con el auge de los nuevos reinos de impronta nacional. La
reafirmación de la soberanía estos poderes en un territorio determinado, unida a su
progresiva reivindicación de competencias eclesiásticas, chocó frontalmente con las
pretensiones papales de acentuar una soberanía de orden bidimensional. En este contexto
no se inició una simple crisis política, sino un verdadero cambio de orientación que
preludiaba una nueva etapa para la Santa Sede. En el ámbito político se inició un proceso
particularista y centralista, que imitaron todos los estados, incluido el pontificio. Este
centralismo coincidió con no pocos ataques a la forma misma de entender el papado y las
relaciones entre el poder temporal y el espiritual. El resultado de todo ello, fue la
incorporación del pontificado, como un actor más, dentro del complejo entramado
político de Europa. Se iniciaba así una nueva etapa sin retorno para la Iglesia Romana.

Durante esta etapa final de la Edad Media, la realeza europea siguió respetando la
autoridad espiritual papal, pero esta consideración no eliminó la aparición de zonas
determinadas de conflictos de carácter político-administrativo, que no dogmático. Esto se
traducirá en la génesis de una extraordinaria actividad negociadora entre ambos bandos,
dirigida a precisar los límites de la soberanía pontificia frente a unas aspiraciones de
control sobre la Iglesia propia de cada país por parte de los respectivos príncipes
seculares. El marco de negociación se centró en varios problemas claramente enunciados:
la jurisdicción, la fiscalidad y las provisiones, sin olvidar, en algunos casos, la capacidad
de iniciativa reformadora del rey sobre su clero. El resultado más tangible de esta
colisión, fue la ampliación de las capacidades de intervención en los asuntos de su Iglesia
por parte de los príncipes laicos, mientras que el universalismo de los pontífices quedó
redefinido desde un planteamiento claramente reductor. Para poder contrarrestar tal
menoscabo a su potestad, el papado tuvo que redefinir su papel en las complejas
relaciones políticas italianas y europeas, optando por fortalecer la faceta terrenal de su
poder en detrimento de su dimensión universalista1200. Lejos de esconder sus

1200
Sobre esta etapa de la historia europea, existe una amplia bibliografía al respecto. Sirvan como muestra
las publicaciones de THOMSON, JOHN: Popes and Princes, 1417-1517: Politics and Polity in the Late

572
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pretensiones políticas, los pontífices de este periodo hicieron gala de sus intenciones de
recuperar su lugar central en la cristiandad europea, a través del reforzamiento de su
papel hegemónico en el territorio italiano. La creciente perspectiva territorial de esta
nepotista política pontificia, acabó por generar que los líderes eclesiásticos y seculares de
todo Occidente se mostraran escépticos ante la viabilidad y seriedad de los proyectos
impulsados por una Santa Sede bastante deslegitimada en el ámbito espiritual.

Diversos cuerpos sociales acusaron a los papas de pretender fiscalizar sus creencias
religiosas a través de la imposición de unos diezmos y cargas extraordinarios
considerables. Estos eclesiásticos culpaban a la curia romana de imponer con excesiva
frecuencia una décima sobre sus rentas con el pretexto de la necesidad de la defensa de la
fe, hasta el punto de que esta medida parecía haberse convertido en un nuevo tributo
ordinario pagado a Roma. Asimismo, cualquier convocatoria o llamamiento realizado por
el santo padre para ensalzar la fe cristiana, como podía ser la propia cruzada, era
sospechoso de suponer un mero instrumento extraordinario al servicio de la fiscalidad
romana. Pero este menoscabo de la auctoritas papal no solo afectaba a su capacidad de
convocatoria en defensa de la fe. Los partidos contrarios a la política pontificia también
defendían que, desde Roma, se estaba gestando una nueva estrategia para reservar parte
de los principales beneficios seculares de los reinos europeos, lo cual perjudicaba
sobremanera la creciente autoridad de los comunes. De la misma manera, un gran
número de obispos allegados al papado eran nombrados para ser beneficiarios de
importantes sedes episcopales como meros rentistas, dejando estas diócesis abandonadas
a su suerte.

Frente a la efigie de esta institución pontifica, desacreditada y en una situación de


franca decadencia, se alzaba un nuevo desafío en el contexto del Mediterráneo oriental.
La grave y acuciante amenaza que para las potencias cristianas representaba el Imperio
otomano y, sobre todo, su avance en el Este europeo tras la conquista de Constantinopla,
pasaba necesariamente por la promoción de una nueva cruzada con la que unir a toda la
cristiandad ante este nuevo enemigo, como de hecho puso de manifiesto el papa Pio II en
su famosa bula Vocavit nos Pius, En los prolegómenos de la reunión de Mantua de 1459,
convocada por él mismo, este pontífice instaba a las potencias cristianas a unir su

Medieval Church. Londres: Unwin Heyman, 1980; ÁLVAREZ PALENZUELA, VICENTE ÁNGEL: «Cisma y
conciliarismo» En Álvarez Palenzuela, Vicente Ángel (coord.): Historia Universal de la Edad Media.
Barcelona: Ariel, 2002; pp. 713-732.

573
José Fernando Tinoco Díaz

capacidad económica y militar en una especie de nationum consensus, en aras del


beneficio de una empresa común en la que el propio pontífice sería el encargado de guiar
este convenio del Catolicismo militante. Con esta convocatoria, la institución pontificia
también buscaba consolidar su imagen como defensor de la salvaguardia de la fe, y
príncipe temporal que asumía el liderazgo político y militar de los estados mediterráneos.
No en vano, se ha afirmado que la lucha contra el Turco y la construcción del poder
papal fueron dos procesos inseparables en los años centrales del Cuatrocientos. Sin
embargo, tal determinación chocó frontalmente con la realidad europea de la segunda
mitad del siglo XV. La falta de interés hacia el proyecto provocó su absoluto fracaso,
poniendo fin a cualquier intento metódico por parte del papado de combatir la amenaza
otomana en esta fase inicial1201. De hecho, la evolución de los acontecimientos en las
últimas décadas del siglo XV confirmó que ni siquiera la generalización de incursiones
otomanas en el Mediterráneo central, pudo modificar la postura de los principales estados
europeos hacia este tipo de iniciativas. El proyecto de Pio II debe considerarse, por tanto,
un desesperado y fracasado intento de aferrarse a una concepción universalista del
papado y de Europa que estaba en franco retroceso en los albores de la modernidad. Pero
seguía siendo necesario el ascenso de un nuevo adalid del cristianismo que demostrara
una capacidad efectiva de aunar nuevamente a la sociedad europea frente a la amenaza
musulmana ante esta evidente incapacidad pontifica1202. Así lo transmitieron diversos
escritores de este periodo, los cuales insistieron continuamente en la idea de que el
proceso de expansión musulmán por el Mediterráneo se había producido gracias a la
fragmentación de la comunidad católica. En ese sentido, Juan Gil ha determinado que el
calamitoso fin de Constantinopla, a juicio de los principales observadores
contemporáneos, se debió en exclusiva a la indolencia de los emperadores griegos, que

1201
BISAHA, NANCY: «Pope Pius II and the Crusade» En Housley, Norman (ed.): Crusading in the
Fiftheenth Century: message and impact. Nueva York: Palgrave MacMillan, 2004, pp. 39-52; CORRADINI,
SANDRO: «Preparazione della crociata contro il turco e tramonto di un sogno di Pio II» En Di Paola,
Roberto y Antoniutti, Arianna (eds.): Enea Silvio Piccolomini. Arte, storia e cultura nell’Europa di Pio II.
Roma: Libreria Editrice Vaticana, 2006, pp. 263-278; BALDI, BARBARA: «Il problema turco dalla caduta di
Costantinopoli (1453) alla morte di Pio II (1464)» En Houben, Hubert (ed.): La conquista turca di Otranto
(1480) tra storia e mito. Galatina: Congedo, 2008, pp. I, 55-76.
1202
Sobre esta idea, PAVIOT, JACQUES: «L‘idée de croisade à la fin du Moyen Âge» En Paviot, Jacques
(ed.): Les projets de croisade. Géostratégie et diplomatie européenne du XIV e au XVIIe siècle. Toulouse:
Presses universitaires du Mirail, 2014, pp. 17-29.

574
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

habían tenido para colmo la arrogancia de separarse de Roma1203. Pero con posterioridad,
diversos cronistas cristianos, como Alonso de Palencia o Diego de Valera, pusieron de
manifiesto que esta situación también fue fruto de la desunión de los principies
cristianos, la cual había permitido el avance de la amenaza turca en el contexto oriental.
Este último afirmaba que «por la poca resistençia quel gran Turco en los prinçipes
cristianos falló, acrecentó mucho su gloria e la grandeza de su ynperio, titulándose de
títulos muy ynjuriosos a la cristiana religión»1204. Tras la elección de Sixto VI como
pontífice (1471-1484), el nuevo santo padre se apresuró a convocar una nueva cruzada
que lo hiciera ser visto como ese nuevo adalid de la concordia católica y reforzara su
autoridad frente al resto de los reinos cristianos1205. El cronista Alonso de Palencia deja
de manifiesto en su crónica estos intentos por parte de este papa para encabezar una
nueva coalición militar frente al Imperio otomano:

«El Papa aconsejaba a los fieles que trabajasen con igual solicitud por alejar el inminente
riesgo, y en las cartas que con este objeto envió a los Príncipes de la Cristiandad reforzó estos
consejos con eficaces argumentos, a fin de evitar que las antiguas discordias y negligencia
originasen contrarias opiniones cuando tan necesaria era la unión de todas las fuerzas cristianas
1206
contra el infiel enemigo» .

1203
GIL FERNÁNDEZ, JUAN: «El fin del imperio bizantino y su proyección escatológica» En Pérez Martín,
Inmaculada y Bádenas de la Peña, Pedro (ed.): Constantinopla 1453. Mitos y Realidades. Madrid: CSIC,
2003, pp. 29-73. Cambridge: Cambridge University Press, 1965.
1204
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 172; PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de
Enrique IV..., op.cit., pp. II, 50-52. Al respecto de la imagen del Imperio Otomano en Europa, y la
dialéctica mantenida con respecto a la reacción que había de llevarse frente a esta amenaza, consultar
MITRE FERNÁNDEZ, EMILIO: «Entre el diálogo y el belicismo: dos actitudes ante el turco desde el occidente
a fines del medievo» En Hispania sacra, nº LXII. Madrid: CSIC, 2010, pp. 513-538; para el caso
castellano, BUNES IBARRA, MIGUEL ÁNGEL DE: «El Imperio Otomano y la intensificación de la catolicidad
de la monarquía hispana» En Anuario de Historia de la Iglesia, nº 16. Navarra: Universidad de Navarra,
2007, pp. 157-167. Con respecto a la política papal de este periodo, PETRUCCI, MASSIMO: La politica della
Santa Sede di fronte all'invasione ottomanas (1444-1718). Nápoles: Liberia Scientifica, 1955; SETTON,
KENNETH: The Papacy and the Levant (1204-1571). Philadelphia: American Philosophical Society, 1984.
1205
En ese sentido, cabe afirmar que más allá de mostrar esta perspectiva del inicio de su pontificado,
realmente el nombramiento del Papa Sixto IV inauguró una línea de férrea secularización en la política de
la Santa Sede, la cual alcanzaría su cénit durante el Pontificado de Alejandro VI. Sobre la figura de este
pontífice y su sucesor, Inocencio VIII, KELLY, JOHN N.D.: Dictionary of Popes. Nueva York: Oxford
University Press, 1986, pp. 250-252; DI FONZO, LORENZO: «Sisto IV. Carriera scolastica e integrazione
biografiche» En Miscellanea francescana, nº 86:2-4. Roma: Pontificia Facoltà Teologica San Bonaventura,
1986, pp. 1-491; LEE, EGMONT: «Sixtus IV, his court and Rome: concluding remarks» En Miglio, Masimo;
Niutta, Francesca; Quaglioni, Diego y Ranieri Concetta (eds.): Un Pontificato ed una città: Sisto IV (1471-
1484). Atti del Convegno Roma, 3-7 dicembre 1984. Ciudad del Vaticano: Scuola Vaticana di Paleografia,
Diplomatica e Archivistica, 1986, pp. 761-767; GATTONI, MAURIZIO: Sisto IV, Innocenzo VIII e la
geopolitica dello Stato Pontificio (1471-1492). Roma, Edizioni Studium 2010.
1206
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 162-163.

575
José Fernando Tinoco Díaz

Como menciona el humanista castellano, el sumo pontífice demandó la ayuda del


conjunto de la Europa cristiana, con la proclamación de una cruzada oficial, al año
siguiente de su llegada al trono de San Pedro. En el caso de Castilla, la curia romana
reclamó la devolución de los fondos cruzados concedidos a Enrique IV para la lucha
frente al musulmán en la frontera de Granada, con motivo de la necesidad de comenzar
una verdadera contienda frente al peligro otomano en el Mediterráneo. Ante tal
requerimiento, el rey castellano se negó a participar en una nueva contribución para
sostener esta guerra contra el enemigo turco, a pesar de las continuas solicitaciones
papales. Don Enrique defendía la necesidad de mantener estable la frontera contra el
emirato nazarí y la idoneidad de retomar esta guerra como contrapartida a las medidas
anti-otomanas del papado en el contexto Mediterráneo. Sin embargo, las réplicas de este
débil monarca, denostado por sus detractores en todo el contexto católico internacional,
no pudieron ahogar las exigencias del Pontificado y pronto la cruzada comenzó a
predicarse en el reino. Tras su muerte, los nuevos reyes de Castilla, Isabel y Fernando,
también se vieron obligados a colaborar económicamente con la causa pontificia, a
cambio de contar con el apoyo de Roma en su contienda frente al bando juanista. De esta
manera, durante el periodo comprendido entre 1472 y 1477, el subsidio de la cruzada se
recaudó en el territorio castellano con un resultado final que puede tildarse de ridículo
por la convulsa situación interna del reino1207. Entre estos años, los territorios castellanos
sufrieron una acuciante guerra civil que repercutió en todas las facetas de la sociedad,
cuanto más en el desamparo de la defensa de la zona fronteriza con el emirato nazarí.
Cuando se hizo presente que la agotada monarquía castellana no podría hacer frente con
cierto desahogo a los ataques granadinos, Sixto IV se prestó a prorrogar la cruzada en
estos territorios y concedió parte del beneficio económico a favor de la corona Castilla si
así lo consideraban pertinente los nuevos reyes de este reino.

A pesar de no estar dispuesto a ceder toda la cuantía perteneciente a la décima


reservada para la lucha frente al otomano, el pontífice se mostraba propenso a apoyar
económicamente la causa castellana en el Mediterráneo occidental. De hecho, el santo
padre también sugirió la posibilidad de amparar el inicio de una nueva campaña frente al

1207
En ese sentido, la responsabilidad de velar por el correcto funcionamiento de la institución al cargo de
la prédica y venta de indulgencias cruzadas, y el cobro de la décima papal y su traslado a las armas
romanas, recayó en la figura del cardenal Rodrigo Borgia. Bajo la dirección del futuro papa Alejandro VI
(1451-1503) y posteriormente del legado pontifico Nicolás Franco. Al respecto de esta campaña de
cruzada, consultar NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Iglesia y estado..., op.cit., p. 335. GOÑI GAZTAMBIDE,
JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 422-431.

576
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reino de Granada que excediera la mera defensa de la frontera con el emirato. Así se lo
hizo saber el propio Sixto IV a don Fernando, a través de una epístola fechada el 1 de
septiembre de 1477. En esta carta, entregada por el nuncio apostólico Nicolás Franco al
rey en persona, el propio pontífice se mostró dispuesto a satisfacer las peticiones de
indulgencias y décima en el caso de comenzar una guerra frente a los musulmanes
nazaríes1208. Poco tiempo más tarde, en la bula Exigit sincerae devotionis affectus,
publicada el 1 de noviembre de 1478 para permitir la fundación de la Inquisición
española, el santo padre expresaba su esperanza de que el comienzo de la campaña que
los reyes de Castilla proyectaban frente al Islam se iniciara con premura. Un año más
tarde, el 13 de noviembre de 1479, el papado extendió la primera bula de cruzada en
favor de la guerra castellana frente al emirato granadino, la llamada Sacri apostolatus.
Esta concesión pontifica se publicó solo dos meses después de que Castilla y Portugal
firmaran el tratado de Alcaçovas (1479), posiblemente como contraprestación al apoyo
papal mostrado a las pretensiones atlánticas portuguesas. A través de esta gracia
pontificia, Sixto IV se limitaba a otorgar una indulgencia plenaria a cuantos cooperasen
con la causa castellana frente al musulmán, la cual sería efectiva en el momento que el
reino hispano iniciase las hostilidades frente al emirato. Su vigencia se planteaba por un
periodo de disfrute de quince años, a partir de la fecha de su publicación y de manera
independiente a la demora del comienzo de la empresa de Isabel y Fernando1209.

La conceptualización de la bula Sacri apostolatus respondía a la estructuración


tradicional de las concesiones papales en materia de cruzada. La misma se constituía
sobre dos pilares fundamentales: la imposición de un sistema de financiación bajo la
dirección romana y el reconocimiento de la autoridad pontificia como garante de la paz
cristiana y la defensa de la catolicidad frente al enemigo islámico. Este fundamento
tradicionalista determinaba que la prerrogativa papal fuese tan poco generosa en gracias,
como lo sería en cuanto a las expectativitas de su rentabilidad económica. Por este

1208
Breve Ex literis, sobre el maestrazgo, envío de legado y cruzada. Al respecto, GOÑI GAZTAMBIDE,
JOSÉ: Historia de la..., op.cit., p. 371.
1209
Al respecto del contenido de esta concesión, consultar GONZÁLVEZ RUÍZ, RAMÓN: «Las bulas de
Cruzada nacional» En Toletum: Revista de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de
Toledo, II época, nº 18. Toledo: Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, 1985, pp.
100-118, pp. 100-101. Sobre esta posible relación entre la firma del tratado de Alcaçovas y este apoyo a la
empresa castellana, GARCÍA GARCÍA, ANTONIO: «Las donaciones pontificias de territorios y su repercusión
en las relaciones entre Castilla y Portugal» En Las relaciones entre Portugal y Castilla, en la época de los
descubrimientos y la expansión colonial (Congreso Hispano-Portugués celebrado en Salamanca, 1992).
Salamanca: Universidad de Salamanca, 1994, pp. 293-310.

577
José Fernando Tinoco Díaz

motivo, la realidad de esta concesión chocaba frontalmente con las verdaderas


pretensiones de los Reyes Católicos en esta materia. En palabras de Goñi Gaztambide,
realmente la intención de los monarcas castellanos era la de conseguir «un nuevo tipo de
cruzada de mayores alicientes y, de consiguiente, más productiva, semejante a las
grandes bulas de cruzada que desde mediados del siglo XV solían despacharse para la
cruzada antiturca», y no el apoyo colateral del Pontificado a una campaña considerada
como una empresa local1210. Pero como los reyes aún estaban ocupados en otros frentes
interiores, y no habían concebido un plan sistemático para iniciar la contienda frente a
Granada, se generó «un retroceso parcial en las pretensiones de los monarcas españoles,
a medida de la importancia que concedían a una buena amistad con el Papa»1211. Por este
motivo, la bula fue considerada un otorgamiento suficientemente generoso para este
momento determinado. Con ella, Isabel y Fernando se aseguraban la opción de contar
con un futuro respaldo por parte del papado, cuando comenzara realmente la empresa
bélica frente al emirato de Granada.

Jerónimo Zurita afirma que, al igual que sucedió durante las iniciativas encabezadas
por Juan II y Enrique IV frente a Granada, en esta iniciativa encabezada por los Reyes
Católicos era «mester echar la mano a lo sagrado, y dedicado a los tenplos y al culto
diuino por la defensa, honra, crecimiento y ornamento de las mismas cosas sagradas»1212.
Desde el primer momento, los consejeros castellanos determinaron que la negociación
con el papado de la concesión de este tipo de privilegio pontificio en el futuro, era una de
las necesidades fundamentales de la corona para poder comenzar a proyectar su
contienda contra el reino granadino a una nueva escala. Este tipo de recomendaciones fue
una constante durante el periodo previo al comenzar de la guerra a gran escala frente al
emirato nazarí. Diego de Valera, por ejemplo, aconseja a los monarcas en una de sus
epístolas, de que «seríe cosa muy rasonable demandar al Sancto Padre cierta parte de
todos los beneficios de vuestros reynos, lo qual no es cosa neua». En esta carta, el
castellano destaca que los reyes debían:

«[…] demandar al Sancto Padre cierta parte de todos los beneficios de vuestros reynos, lo
qual no es cosa nueua, que se lee en la coronica martyniana que el papa Bonifacio othauo dió al
rey de Francia, llamado Felipo el Bel, faziendo guerra á los ingleses, por quanto la guerra durase,

1210
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la…, op.cit., pp. 372.
1211
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 31.
1212
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 314v.

578
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

el diesmo de todos los beneficios é prebendas é dnidades de su reyno, ecebtados arçobispados, é


obispados, é abadías, lo qual fué en el añ del Señor de mill é dosientos é ochenta é seys años» 1213.

A pesar de que estos contactos entre la Santa Sede y la corte castellana dibujaban un
optimista porvenir para el inicio de la empresa frente al Islam peninsular, las fuentes
cronísticas guardan un profundo silencio sobre la dispensa pontificia y las diversas
negociaciones diplomáticas acaecidas durante este periodo previo al inicio de la
contienda. Es muy posible que este hecho sea debido a que la predicación de esta
concesión papal, en el panorama castellano, debió ser mínima, y sus consecuencias
económicas prácticamente nulas.

Mientras el conflicto frente a Granada comenzaba a tomar forma en la Península


Ibérica, el contexto italiano tomaba conciencia del peligro turco en el Mediterráneo.
Aunque las iniciativas llevadas a cabo por Sixto IV no tuvieron mucho éxito en
Occidente, las relaciones diplomáticas de este pontífice con los diversos estados italianos
sirvieron como caldo de cultivo para la creación de una heterogénea flota naval, con la
que poder plantar cara a unos localizados ataques musulmanes en este territorio, que cada
vez eran más atrevidos. Las puntuales victorias que esta armada consiguió en esta década
de 1470, sirvieron para justificar su creación, pero no para poder frenar realmente el
avance otomano. De hecho, algunas de las grandes ciudades estado italianas pronto
abandonaron este proyecto romano para optar por la posibilidad de intentar influir en la
política internacional de este nuevo poder otomano a través de las negociaciones
diplomáticas. Tras los ataques sufridos en 1479 por los otomanos, Venecia se apresuró a
firmar un pacto de no agresión con el bando musulmán, el llamado Tratado de
Constantinopla, a cambio de un pago único de 100.000 ducados y una renta anual de
otros 10.000. Esta ciudad encabezó una corriente pragmática que abogaba por la
estabilización de las relaciones con la Sublime Puerta, a través de la creación de fuertes
vínculos de naturaleza comercial. El cronista Alonso de Palencia documenta con especial
interés una epístola enviada por el Pontificado, con motivo del inicio de estos contactos
italianos con la Sublime Puerta, donde se evidenciaba un nuevo panorama de inseguridad
en el contexto mediterráneo:

«El Papa Sixto IV quiso poner término a estas enemistades, y envió a los venecianos sus cartas
en que les aconsejaba no envolverse en guerras contra los Príncipes cristianos, con grave perjuicio
de sus intereses y daño general de la religión católica, cuando tan bien empleadas estarían sus

1213
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 59.

579
José Fernando Tinoco Díaz

armas contra el enemigo del nombre cristiano, a quien las numerosas disensiones de los católicos
habían hecho temible por toda la cristiandad»1214.

Hasta ese mismo momento, el peligro turco solo se había hecho presente realmente
con la derrota de unos reinos cristianos orientales que se habían negado a reconocer la
supremacía de Roma, y que preferían mantener su independencia religiosa para no
aproximar posiciones con Occidente. Pero esta perspectiva de la amenaza otomana como
algo lejano, cambiaría en un breve espacio de tiempo. Durante el verano de 1479, los
ejércitos otomanos se apoderaron de la isla de Rodas, la fortaleza principal de los
caballeros de San Juan de Jerusalén, demostrando la ineficacia de las medidas e intentos
de mediación del Pontificado. El maestre de esta orden, Pedro de Aubusson, resuelto a
resistir el ataque de los musulmanes, solicitó auxilio a los principales reyes de Occidente.
Sin embargo, el llamamiento de los caballeros de San Juan de Jerusalén no fue acogido
con entusiasmo en el seno del cristianismo militante. Uno de los primeros monarcas que
decidió prestar su auxilio fue don Fernando. Consciente de que la evolución de la
situación en la península italiana no podría mejorar, él mismo se preocupó de reforzar la
defensa de esta plaza, prestando una ayuda económica y militar continua a la orden
hospitalaria, a la cual declaró bajo su protección personal1215. Gracias a las disposiciones
excepcionales llevadas a cabo por el monarca de Aragón y el amparo de las coronas
napolitana y francesa, se consiguió que los turcos levantaran el asedio de la ciudad. Entre
todas las descripciones contemporáneas de este hecho, destaca la narración que Andrés
Bernáldez realiza de la victoria cristiana en este asedio por el matiz escatológico de su
relato:

«Los cristianos que eran en la cibdad [de Rodas] se esforçaron mucho con su maestre e
capitán, dando grandes bozes, diziendo:-Jesucristo e santa María e san Juan, a ellos! [...] Los
turcos, así vencidos, metiéronse en las fustas e navíos, fuyendo, e dexaron en las estacadas e todo
lo que en ellas tenían en el cerco; e confesavam algunos turcos que vieron en aquella pelea un
cavallero muy tremendo armado de blanco, el cual los destruía; e decían que era san Juan glorioso,
el apóstol de cuya orden es aquella cibdad, que la vino a defender: porque aquel día

1214
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 91.
1215
Al respecto de la especial relación del monarca con Rodas que se generó a partir de este amparo, véase
TORRE Y DEL CERRO, ANTONIO DE LA: Fernando el Católico y los caballeros de Rodas. Madrid, 1953, pp.
169-172.

580
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

milagrosamente fué defendida, pues tanta muchedumbre de turcos la entraron. E desque los turcos
vieron aquel desbarato, alçaron velas e fuéronse por la mar»1216.

A pesar de que esta coalición de fuerzas cristianas pudieron rechazar el ataque


musulmán, los reyes de la cristiandad comenzaban a tomar perspectiva de necesidad de
unirse en un frente a común. De hecho, otro golpe musulmán más destacado tuvo lugar
en la Península Itálica de manera simultánea a la resolución del asedio otomano de Rodas
con un resultado mucho más negativo. El 11 de agosto de 1480, la población de Otranto
caía en manos turcas. Sobre este incidente, el eclesiástico sevillano Andrés Bernáldez no
duda en valorar que «horrible plaga fue el perdimiento de Otranto; que cuando los perros
de los turcos entraron en aquella provincia, sabían que no había gente de socorro»1217. En
el momento en el que las conquistas musulmanas extrapolaron las tierras orientales, para
situarse en el mismo corazón de la sociedad católica, la realidad del peligro otomano se
hizo sentir con más intensidad en el seno europeo. Los cronistas de este periodo denotan
que la pérdida de esta ciudad había sido ocasionada por las propias rivalidades internas
en el seno de los grandes reyes de Occidente. De hecho, Fernando del Pulgar destaca en
su crónica que «con la enemiga que Lorenzo de Médicis tenía a estos señores, enbió su
enbajada al Gran Turco, e fizole presente de trezientos mill ducados por que viniese
sobre Otranto, por dar que hazer al rey don Fernando e al duque su hijo»1218. Sin llegar a
corroborar tal afirmación por completo, algunos investigadores actuales han resaltado
que el objetivo buscado por sultán Mehmed II (1444-1445/1451-1481) con este ataque
era el de castigar el apoyo que Ferrante de Nápoles y su primo Fernando de
Aragón prestaron a los caballeros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, que
resistían en Rodas a los ataques turcos1219. Sea como fuere, este hecho puso en sobre
aviso a don Fernando de la verdadera capacidad del ejército turco y del desafío que la
Sublime Puerta podía suponer para sus pretensiones futuras. De hecho, hay autores que
afirman que la contienda castellano-nazarí se retrasó por la petición de ayuda del duque
de Calabria y la ciudad de Nápoles, tras la pérdida de Otranto1220.

1216
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 106-107. Sobre el ataque musulmán a la
isla de Rodas, consultar BROCKMAN, ERIC: The two sieges of Rodes, 1480-1522. Londres: John Murray,
1969.
1217
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 105.
1218
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 134.
1219
Sobre la pérdida y recuperación de Otranto, se remite al reciente trabajo de conjunto HOUBEN,
HOUBERT: La Conquista turca di Otranto (1480) tra storia e mito. Galatina: Congredo Editore, 2008.
1220
FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, MANUEL: Isabel la Católica..., op.cit., pp. 274-276.

581
José Fernando Tinoco Díaz

Ante una pérdida de este calibre, se hacía cada vez más necesaria la unión de las
fuerzas cristianas para detener el avance otomano por el Mediterráneo. Empero, todas las
diferentes iniciativas llevadas a cabo por el papado hasta ese preciso instante, se habían
mostrado insatisfactorias. La reducida potencial operatividad de las diversas medidas
proyectadas por Roma, había dejado ver la necesidad de que otro poder externo a la
Península Itálica, con una capacidad de arbitrio más imparcial que la del propio Santo
Padre, sirviera como eje director de tal iniciativa. Era menester, por tanto, que unos de
los grandes príncipes de la cristiandad diera un paso al frente y se mostrara resoluto a
aunar las fuerzas católicas en su guerra frente al infiel. Tras la caída de Otranto, don
Fernando vio la oportunidad idónea para destacar entre los reyes de la nación católica y
dar muestras de sus dotes para poder establecerse como el firme defensor de la fe
cristiana, concretando así las tradicionales aspiraciones de la corona aragonesa sobre este
territorio1221. El monarca recuperó la anterior iniciativa de Sixto IV, planteando la
génesis de una flota conjunta de galeras, financiada por Génova, Nápoles, el papado y la
propia corona de Aragón, con la cual asegurar la defensa del territorio mediterráneo
frente a las incursiones islámicas. José María Doussinague defendió la tesis de que el
gobernante hispano actuaba siguiendo los intereses de la cristiandad, los cuales anteponía
a los de su propia corona1222. En contraposición, Luis Suárez establece que estas
decisiones dependían, en gran medida, de la necesidad de asegurar el dominio aragonés
efectivo de las rutas de Italia y España y consolidar su influencia en este contexto
mediterráneo1223. El monarca temía la amenaza que podría significar una posible alianza
entre los distintos poderes musulmanes del contexto mediterráneo que originara la caída
de los principales enclaves marítimos italianos. De hecho las crónicas también atestiguan
que con esta iniciativa, la cual pretendía demostrar su férrea determinación en la lucha
frente al Imperio otomano, don Fernando también buscaba ser reconocido como ese

1221
Al respecto, cabe afirmar que la proyección hispánica en el mar Mediterráneo estuvo marcada, durante
el siglo XV, por el proyecto de Juan II y Alfonso V, consistente en la defensa frente al peligro otomano y el
sostenimiento de la rama Trastámara de Nápoles. En ese sentido, la política de Fernando el Católico en este
contexto debe ser entendida desde esta perspectiva, como una herencia de la proyección del trono aragonés
en el Mediterráneo; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Claves históricas en..., op.cit., pp. 195-226. HERNANDO
SÁNCHEZ, CARLOS JOSÉ: «La corona y…», op.cit.
1222
DOUSSINAGUE, JOSÉ MARÍA: La política internacional…, op.cit., pp. 177 y ss.
1223
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 25-27. Sobre todo este
planteamiento, es muy interesante seguir las negociaciones que Juan de Margarit llevó a cabo en Italia
durante este periodo, a favor del monarca aragonés. Sobre ello, TORRE Y DEL CERRO, ANTONIO DE LA: Don
Juan de Margarit, embajador de los Reyes Católicos en Italia (1481-1484). Madrid, 1948. TATE, ROBERT
B: Joan Margarit y Pau, Cardinal Bishop of Gerona. Manchester, 1955.

582
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

adalid del cristianismo que pudiera encabezar la firme reacción del catolicismo
occidental ante tal desafío:

«Exigía, por tanto, la causa de todos el esfuerzo común, y era poderoso estímulo para lograrle
la insolente arrogancia y el desprecio de los fieles con que se veía al Turco hacer de Otranto un
campamento en la Pulla, desde donde tripulando con jinetes moros su armada pudiese devastar y
ocupar, las provincias italianas, asestando así rudo golpe al Cristianismo. Este peligro trataba él
[don Fernando] de conjurar, por ser el primero con quien tendría que habérselas el Sarraceno, y se
ofrecía a servir de escudo a los demás, siempre que no le faltasen en la ocasión crítica los auxilios
de los Príncipes católicos. De otro modo, debía tenerse en cuenta que a nadie es lícito descuidar
sus intereses, y dejar de mirar por sí y por los suyos en apurados trances, y ya en la imposibilidad
de defenderse, si se pretendía sostener por mucho tiempo el intolerable peso de la guerra contra el
Turco»1224.

Durante el periodo de tiempo que duró la posesión turca de Otranto, el pueblo de la


Península Itálica, incapaz de reaccionar ante tal desplante, vivió bajo la angustiosa
sensación de tener al enemigo asentado bajo su propio suelo durante más de un año. En
la crónica anónima de don Rodrigo Ponce de León, verbigracia, aparece una referencia
que menciona que los desesperados italianos «mandaron en las iglesias de sus reynos
todos los días facer oración a Dios, porque le ploguiese alzar su ira, e librar a los
christianos de las fuerzas e poderío de aquel enemigo de la christiandad»1225. Por este
motivo, la reconquista de la plaza pareció ser el objetivo idóneo para demostrar que el
Pontificado aún poseía una gran capacidad de movilización en torno a la defensa de la fe
cristiana. De esta manera, el 8 de abril de 1481, Sixto IV convocó una nueva cruzada a
través de la bula Cogimur iubente altissimo, que tuvo como propósito reconquistar la
plaza en un breve periodo de tiempo. El llamamiento del santo padre se saldó con la
creación de una liga naval italiana, que seguía los criterios tácticos sugeridos por don
Fernando, aunque establecida nuevamente bajo dirección pontificia. En esta fuerza
marítima participaron tropas de Nápoles, Milán, Génova, Florencia, Ferrara, Siena, Luca,
Mantua, y Bolonia. Quedaban al margen los territorios de Venecia y Saboya, los cuales
mantenían importantes contactos comerciales con la Sublime Puerta. En el caso de las
grandes potencias europeas, solo Portugal y los Reyes Católicos participaron de manera
destacada en este nuevo llamamiento a la cruzada frente al Islam1226. Los monarcas de

1224
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 9.
1225
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 435.
1226
Jerónimo Zurita es el cronista que relata con más especificación los detalles de este contexto político,
aunque atribuye la formación de esta liga naval a la dirección de don Fernando: «Puso esta empresa del

583
José Fernando Tinoco Díaz

Castilla organizaron una gran flota en el norte del reino y la enviaron junto a los barcos
portugueses en auxilio de las tropas del rey Ferrante de Nápoles, que ya se encontraban
participando en un nuevo cerco frente a las tropas turcas. A la vez que las naves italianas,
portuguesas e hispánicas se dirigían hacia Otranto, el rey húngaro Matías Corvino (1443-
1490) comenzó a realizar diversos ataques en la frontera frente al Imperio otomano, con
el objetivo de anular cualquier posibilidad de auxilio desde la zona oriental del
Mediterráneo. Estas acciones tuvieron éxito, y el 10 de septiembre de 1481, pocos meses
después del inicio de las movilizaciones y de la muerte del sultán Mahomet II, Otranto
era recuperada y se pudo contener la expansión inicial otomana por el Mediterráneo
occidental. A pesar de que las fuerzas de la Península Ibérica llegaron días después del
triunfo cristiano, este episodio, unido al reciente recuerdo de las iniciativas tomadas en
apoyo a Rodas, sirvieron para que las potencias italianas pudieran dar cuenta de la
conciencia de Isabel y Fernando frente al peligro turco, y de su capacidad de reacción en
un plazo relativamente corto. Esto despertó la admiración del temeroso pueblo italiano
por la figura de Isabel y Fernando, según documenta Pulgar:

«El pueblo romano escriuió otra carta, que decía asý: -My altos et muy poderosos príncipes et
reyes et señores: Los cónsules del pueblo romano nos encomendaros a vuestra real magestad, la
qual avrá sabido de las guerras duras e trabajos muy peligrosos acaesçidos en Italia. De las quales
proçedió que nuestro muy santo padre, et su romana curia estante en la çibdat de Roma, donde la
Silla de tienpo está asentada, fuesen çercados et oprimidos, e quánto por ellas este pueblo romano
fuese fatigado, que ninguno era osado de salir de la çibdat por miedo de los grandes peligros que
se recrecían, también de dentro como de fuera della. De manera que todos estábamos de propósito
con nuestras mujeres et fijos dexant la cibdat. Enpero plogo a Dios, quel que no dexa pereçer la
nauecilla de Sant Pedro, que vosotros, como católicos príncipes, movidos a piedat de tantos
estragos et daños sin reparo como se esperauan en Italia, vos quesistes interponer a dar paz en la

Turco mayor espanto a todos los Principes de Italia, y al Rey de Aragon, y Castilla; porque no solo no se
desamparo por los Turcos aquella ciudad, pero quedo en la defensa della Acamat Bassa; y teniendo tan
vezinas las provincias y armadas del Turco se temia, que su fin era emprender con todo su poder lo de
Italia, y Sicilia: y continuar por aquellas partes su Imperio por boluer la silla de la Italia. Entraron el Rey, y
la Reyna en Medina del Canpo a quatro del mes de Setiembre: y alli llego esta nueva mediado el mes de
Setiembre: y fue de graue dolor, y sentimiento para toda la Christiandad assi por el daño vniuersal como
pro el que padecia aquel reino: y el que se podía seguir a todas las prouincias del Ocidente [...] El Rey
mando haze vna muy poderosa armada para socorrer tanta necesidad: aunque le amenazaua guerra por el
reyno de Granada: assi por lo que supieron los moros de la armada del Turco, como por las grandes ayudas
que les auian venido por este tiempo, de dineros, y de gente de cauallo, y de pie de toda la Berueria: de que
estauan muy ensoberuecidos; y auia tentando de romper la tregua y queriacomençar la guerra. Entiendase
que la causa principal, por donde el Turco tenia tanto lugar de offender la Christiandad era que [...] para
resistir a tal enemigo, era muy necessario, que estuuiesen juntas las potencias de Italia, y que los Principes
les fauoreciesse y acudiessen con su socorro»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., pp. 308r-309v.

584
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Silla Apostólica, y en toda la prouinçia de Italia. La qual concluyeron vuestros enbaxadores, con la
actoridad de vuestra real magestad, e con el trabajo que ellos pusieron; en lo qual se mostró
vuestra santa yntituçión, e la diligencia de vuestros embaxadores. El fruto de la qual paz que
gozamos, según pareçe por obra, dexamos de decir en prolixidad de palabras. Por ende, muy altos
e muy poderosos prínçipes et reyes, dámosvos muchas gracias, de las quales sois mereçedores en
esta y en la otra vida; pues que con vuestros loables trabajos y gastos auéis quitado a esta çibdat y
a toda la prouincia de Italia los estragos, muertes et destruyçiones en que ardía. E nosotros
quedamos por vuestros perpétuos seruidores, rogando a Dios por los días et prosperidat de vuestra
real magestad. Dada en Roma,a quatro días de enero de ochenta et tres años»1227.

Las iniciativas llevadas a cabo con decisión por don Fernando durante estos años, lo
hicieron ser presentado en el contexto italiano como el gran paladín cristiano de la
defensa de la fe frente a la amenaza turca. Esta obstinada voluntad repercutió
favorablemente en su deseado retrato de arquetípico príncipe cristiano, denotando que los
territorios católicos del Mediterráneo podían contar con su ayuda en cualquier momento
de necesidad. Asimismo, la reina Isabel también participó con determinación en este
proyecto de defensa del contexto italiano, recuperando en el entorno castellano un
discurso que abogaba por apoyar la guerra en defensa de la fe cristiana. Este hecho
determina un antecedente retórico evidente del posterior tratamiento de la cuestión
granadina como guerra religiosa. En ese sentido, tal cuestión tuvo una representación
evidente en dos niveles comunicativos muy diferenciados: uno internacional y otro más
nacional. En el primer caso, la línea propagandística seguida por la corte castellano-
aragonesa, asentada sobre las propias acciones de los reyes castellanos, tenía como
objetivo la divulgación de la identidad de esta monarquía como gran adalid de la defensa
del cristianismo en el territorio mediterráneo1228. Sin embargo, la cuestión mediterránea
tuvo que pasar a un segundo plano cuando se produjo la conquista granadina de Zahara
de la Sierra (1481), lo que encaminó este discurso de la guerra frente al musulmán hacia
una perspectiva de evidente contextualización territorial. Pero tal determinación no aisló
esta guerra justa de la contienda frente al Islam que los Reyes Católicos planteaban, sino
que sublimó su significación dentro de esta empresa de carácter sacralizado. Tras este
sorpresivo hecho, la cuestión de una concesión de bula de cruzada a favor de la causa
hispánica volvió al primer plano de las negociaciones entre la curia romana y los

1227
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 44-46.
1228
Al respecto de la incidencia de este hecho en el entorno cortesano de los Reyes Católicos, y la propia
significación de la lucha frente al Islam en la fase previa al inicio de la Guerra de Granada, es interesante
consultar CARRASCO MANCHADO, ANA ISABEL: Isabel I de…, op.cit., pp. 462-469.

585
José Fernando Tinoco Díaz

enviados del reino de Castilla. Los conciertos llevados a cabo entre el papado,
representado por Domingo Centurión, y los reyes de Castilla, durante este periodo,
tuvieron como fruto el acuerdo del llamado Concordato de 3 de junio de 1482, por el cual
se proyectaba una ofensiva combinada contra los infieles: el papa, a la cabeza de las
fuerzas italianas, atacaría a los turcos en Oriente, mientras que los Reyes Católicos harían
frente al reino de Granada de manera simultánea. Con la rúbrica de este compromiso, el
inicio de un conflicto frente a Granada comenzaba a ser representado en Europa como
una auténtica ofensiva necesaria para hacer frente al creciente poder del Islam en el
contexto mediterráneo1229.

7.1.2. EL CONTEXTO DE LAS RELACIONES HISPANO-ROMANAS DURANTE LA PRIMERA


FASE DE LAGUERRA DE GRANADA. LAS NOVEDADES INSTITUCIONALES EN MATERIA
CRUZADISTA.

Durante todo el periodo plenomedieval, la bula Quantum praedecesores, concedida


por el papa Eugenio III el 1 de diciembre de 1145, había marcado la pauta a seguir en lo
referente a las concesiones de cruzada en territorio Occidental. Si bien la estructura
formal de dicha gracia se fue alterando hacia un estilo más ornamentado y denso, divido
en secciones, el contenido esencial prácticamente se mantuvo. Con posterioridad, las
cartas Post miserable (1198) de Inocencio III, Nenos ejus (1208) y Quia mayor (1213),
junto con la gran constitución Ad Liberandam del Cuarto Concilio Laterano (1215),
supusieron pequeños referentes de la evolución europea del lenguaje y la imaginería
unida a la concesión de cruzada en el Occidente europeo. Pero en ellas aún se acentuaba
la distinción entre la esfera temporal y espiritual que rodeaba esta concesión pontificia.
Durante el periodo bajomedieval, sin embargo, comenzaron a establecerse ciertas
novedades que denotaron la paulatina pérdida del poder pontificio a favor de las
pretensiones reales. Esta realidad se hizo especialmente presente en lo referente a las
diversas concesiones papales a favor de la financiación de conflictos castellanos frente al
emirato nazarí. En ese sentido, es atractivo destacar que la bula Romani Pontificis
providentia, de 14 de abril de 1456, marcó un hito en la financiación de la cruzada en
Castilla, así como en las capacidades del monarca castellano con respecto al control de
las instituciones eclesiásticas y órdenes militares durante el periodo de vigencia de la
gracia pontificia. Sin embargo, como denota la crónica anónima de Enrique IV, su

1229
Sobre la consideración de este acuerdo como concordato y sus consecuencias para las relaciones entre
el papado y la corona castellana, consultar SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de...,
op.cit., p. 63, nota 12.

586
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

estudio canónico no estuvo exento de discordias en el propio seno del reino castellano
pues extendía la indulgencia a los difuntos1230. Todo este proceso tuvo como culmen la
composición de la bula Etsi dispositione, de 10 de agosto de 1482, que tuvo como
objetivo respaldar el proyecto de los Reyes Católicos de concluir con la amenaza que
suponía el reino de Granada para toda la cristiandad. Esta dispensa inaugurará un nuevo
periodo para esta concesión pontificia sirviendo como referente para todas las gracias de
indulgencias papales durante los últimos años de esta centuria.

El reconocimiento del apoyo explícito de Sixto IV, a la contienda que Castilla


comenzaba frente al emirato nazarí, se tradujo en la concesión de esta bula de cruzada.
La gracia concedida por el santo padre ampliaba los privilegios de la anterior
prerrogativa de 1479, incluyendo novedades muy destacadas que estimulaban una serie
de ventajas para los colaboradores en la guerra frente al moro de la Península Ibérica, que
iban más allá de la mera indulgencia de cruzada clásica. Frente a las absoluciones
otorgadas por la anterior bula Sacri apostolatus, el perdón obtenido por esta nueva
concesión papal poseían un carácter plenario, semejante a las indulgencias otorgadas en
la participación de las empresas en Tierra Santa. Asimismo, estas amplias dispensas eran
extendidas a toda persona del reino castellano que participase, tanto de forma directa,
como indirecta, en la prosecución del conflicto bélico contra el Islam. Estas cláusulas
tenían como objetivo estimular la participación de la totalidad de los súbditos de los
monarcas hispanos, tanto seglares como eclesiásticos, en la conquista del último
territorio musulmán de la Península Ibérica. Sin embargo, la propia bula aclaraba que,
para poder tomar partido de las ventajas de esta gracia, cualquier individuo debía tomar
parte de forma personal en la guerra frente al infiel, enviar otra persona a sueldo a
participar en el conflicto, o bien contribuir con una generosa limosna al pago de los
gastos derivados de la prosecución de la empresa contra el emirato. Entre todos los
favores y perdones concedidos a estos participantes bajo el símbolo de la cruz,
destacaban la absolución de pecados reservados, la conmutación de votos de perdón y la
omisión de censuras, ayunos, entredichos y horas canónicas durante su estancia en la

1230
Referencias a este debate se recogen en la crónica anónima: «muchos dubdavan sy podria ser, e
sobrello ovo grandes alteraçiones entre famossos maestros en theologia, e determinose que porque el
Purgatorio es en la tierra y el poder que Nuestro Redenptor dio a sant Pedro fue que a qualquiera que
absolviesse en la tierra fuesse assuelto en el çielo. El qual podeer todos los suçessores tovieron e tienen,
quel papa pudo e puede de su plenario poder assolver a los que asiestan en el Purgatorio. Conteniasse mas
en la dicha bula, que sy alguno so esfuerço de aquella pecase, que ningunt fruto ni provecho le fiziesse la
tal yndulgencia»; ANÓNIMA: Crónica anónima de..., op.cit., pp. 66-67.

587
José Fernando Tinoco Díaz

hueste castellana. Asimismo, todos los colaboradores podían beneficiarse, no solo de la


indulgencia plenaria que se solía conceder a los cruzados de Tierra Santa, sino de otros
privilegios espirituales excepcionales, como el de elegir libremente un confesor con
facultad casi omnímoda para absolver de reservados, la omisión de horas canónicas,
simonía, censuras o la conmutación de votos. También se les concedía derecho a
enterramiento eclesiástico en lugar santo, tanto a los participantes en la batalla, como a
aquellos que entregasen otros dos reales para atender a los combatientes que enfermaran
en las campañas y a la construcción de iglesias en el territorio conquistado. Por otro lado,
esta bula también incluía amplias facultades para los sacerdotes que tomaran parte en la
contienda, los cuales podían celebrar misa y disfrutar de varias exenciones
extraordinarias mientras acompañaban al ejército en campaña. A los capellanes y
religiosos del ejército, también se les dispensaban favores especiales en tiempo de
campaña. Por último, estas prebendas papales se unieron a otras medidas financieras
extraordinarias impuestas por el Pontificado a razón del Concordato de 1482, como las
imposiciones de décima al estado eclesiástico de Castilla, Aragón y Sicilia1231. La
vigencia de la bula Etsi dispositione comprendía tres años de duración desde el momento
de su publicación.

Las generosas concesiones en materia indulgencial, recogidas en esta dispensa, se


perpetuaron casi sin interrupción, modificadas, de forma insustancial, hasta el final de las
campañas frente a Granada. Pero lo excelso de esta extensión de beneficios pontificios a
favor de la causa hispánica, se redujo sin embargo a su conceptualización espiritual. En
el aspecto material, la tercera parte del tributo y de la cantidad total del montante
obtenido por el cobro del impuesto de la cruzada aún serían destinados a sufragar los
costes de las iniciativas papales frente al turco. A pesar de la existencia de este serio
inconveniente, los reyes supieron agradecer sobremanera tal generoso otorgamiento por
parte del pontificado. De hecho, para los cronistas castellanos, esta bula fue considerada
como la primera y verdadera concesión de cruzada papal a favor de la Guerra de
Granada, obviando las referencias a las anteriores gracias ofrecidas por Sixto IV en los

1231
Al respecto del análisis del texto íntegro de esta concesión, se remite al estudio de ZARAGOZA
PASCUAL, ERNESTO: Una edición incunable desconocida de la Bula de Indulgencias para difuntos a favor
de la Guerra de Granada (1483-1484). Madrid: Centro de Estudios Históricos, 1994. Sobre los diversos
caracteres de esta bula, consultar GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: «La Santa Sede…», op.cit., pp. 371-376, 656-
668 (texto íntegro de la bula de cruzada); O'CALLAGHAN, JOSEPH F.: The Last Crusade..., op.cit., pp. 126-
128.

588
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

últimos años de la década de 14701232. Aunque el recibimiento de este privilegio


pontificio en tierras hispánicas se hizo esperar varios meses, su llegada se celebró con
gran júbilo. Al respecto de todos los fragmentos que hicieron referencia a la llegada de la
esperada delegación romana en tierras castellanas, se ha seleccionado el siguiente texto,
perteneciente a la Crónica de los Reyes Católicos de Fernando del Pulgar fechado el 8 de
marzo de 1483, en el cual el castellano relata la ceremonia que tuvo lugar con motivo de
esta destacada ocasión:

«Ni el ánimo de la Reyna çesaba de pensar, ni la persona de trabajar, en aver dineros, asy para
la guerra contra los moros como para las otras cosas que de continuo ocurrían, necesarias a la
gobernaçión de sus reynos […] asimismo el Papa, por socorrer las necesidades de la guerra de los
moros, dio su bula para que todos los perlados et maestres, y el estado eclesiástico de los reynos de
Castilla et de Aragón, diesen vna suma de florines en subsidio. E allende desto, ebió su nuncio
apostólico al Rey e a la Reyna, con su bula de la cruzada, la qual contenía grandes yndulgençias
para todos los que la tomasen. El Rey e la Reyna reçibieron este nuncio del Papa et aquella bula de
la cruzada en el Monesterio de Santo Domingo el Real de Madrid, con vna proçesión solepne, en
la qual yvan el cardenal de España, et don Alonso de Fonseca arçobispo de Santiago, e don Diego
Hurtado de Mendoça, obispo de Palencia, et don Gonçalo de Heredia, obispo de Barçelona, et don
Juan de Lauenda, obispo de Coria, e otros muchos perlados. E la mandaron predicar en todos sus
reynos et señoríos; donde se ovo grand suma de dineros. Los quales se consumían en los sueldos et
en las otras cosas que se requerían a la fuera de los moros»1233.

El anterior segmento de la narración de Pulgar de este episodio, comienza


reproduciendo el propio exordio de inicio de la bula Etsi dispositione de Sixto IV, donde
se incidía en la relación existente entre la concesión de la gracia pontifica, y las
necesidades económicas derivadas del comienzo de la campaña frente al emirato nazarí.
Como reconoce Luis García-Guijarro, el texto de este tipo de concesiones «pueden

1232
Esta realidad pasó a la cronística posterior, que perpetuó la perspectiva de los narradores
contemporáneos al conflicto. Así la identificaba Bermúdez de Pedraza, que afirmaba que este año de 1482
«en Roma hizo diligencia la Reyna de socorros para la guerra de Granada, y su Santidad le concedio cien
mil florines de Aragon, cargados sobre las Iglesias de España. Tan bien concedio la Cruzada en fauor de
los fieles que a su costa fuessen a esta guerra, ó ayudassen para ella con la limosna ordinaria. Fue la
primera bula de la Cruzada que se oyo en España»; BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia
eclesiástica: Principios..., op.cit.., p. 152v. De una manera muy semejante lo narraba Esteban de Garibay,
uniendo las peticiones de apoyo económico a las cortes de Castilla de los reyes, con la llegada de la bula de
cruzada concedida por el Pontificado romano a favor de la empresa castellana: «En estas cortes [de Madrid
de 1483] pidieron los reyes seruicio a los reynos para la prosecucion de la Santa guera de Granada, y fauor
a la Sede Apostolica, y el Papa les concedio cien mil ducados, sobre las Iglesias de sus reynos, y cruzada
para sacar lymosna, y con todo esto romaron dineros prestados» GARIBAY, ESTEBAN DE: Los quarenta
libros..., op.cit., p. 634.
1233
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 49-50.

589
José Fernando Tinoco Díaz

considerarse herramientas en la lucha entre los papas y reyes, entre las ambiciones
eclesiásticas generales y restricciones seculares [...]». De este modo, los pontífices darán
forma a estas bulas de cruzada, destinadas a apoyar la lucha contra el Islam en la
Península Ibérica «de la manera más favorable para el poder de los papas en la Península,
mejorando así la perspectiva de cruzada, y devaluando la autonomía ideológica y militar
de las políticas de los reyes»1234. En este caso, el cronista informaba que la bula se
concedió una vez se observó la verdadera necesidad de contar con una nueva y copiosa
fuente de ingresos, y no con anterioridad, relegando cualquier referencia anterior a las
negociaciones entre Isabel y Fernando y la Santa Sede. Esta afirmación destacaba la
perspectiva económica de la gracia papal, además de relacionar su concesión con la
cesión de otras cargas fiscales extraordinarias sobre el clero hispano. En última instancia,
como reconoce Alonso de Palencia de forma manifiesta, con esta concesión «había de
obtenerse el pedido de fondos necesarios para la guerra de Granada»1235. Sin embargo, la
narración de Pulgar se centra en la detallada descripción de la ceremonia con la que se
trató la llegada de la bula papal al año siguiente de su concesión. Esta pompa que rodeó a
la llegada de la gracia pontificia, debe ser considerada como un medio de propaganda
propio de la monarquía castellana, una reproducción del boato desplegado
tradicionalmente por los reyes castellanos como forma de expresión y exhibición de su
poder en este contexto peninsular. Los Reyes Católicos aspiraban nuevamente a
convertirse en adalides del cristianismo con esta campaña frente al emirato, y esta bula
venía a corroborar el apoyo del papado a sus campañas a favor de la fe católica.

Tradicionalmente, el pontificado siempre se mostró partidario de que la corona


castellana no asumiera un control absoluto ni de la organización ni de la prédica de
cruzada. Pero en la práctica, el papel del legado pontificio en estos territorios fue siempre
bastante simbólico y limitado a aspectos de representación y supervisión, ya que toda la
responsabilidad derivada del aparato institucional de la concesión de cruzada recaló en
los funcionaros reales de Castilla. Esta situación no fue algo que inquietara a un papado
más preocupado por obtener ganancias de su concesión al reino castellano, que de
controlar férreamente los aspectos más administrativos de la gracia pontificia. Como

1234
«They phrased struggle against Islam in Iberia in the way most favourable to the power of popes in the
peninsula, thus enhancing the crusading perspective, and they devalued the ideological and military
autonomy of the policies of kings»; GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, LUIS: «Christian Expansion in…», op.cit.,
p. 175.
1235
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 41-42.

590
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

reconoce John Kelly, durante el pontificado de Sixto IV, «la actividad cotidiana de la
Santa Sede tuvo un papel secundario a favor del engrandecimiento del estado papal, y de
su propia familia»1236. A pesar de que el santo padre se había esforzado por llevar
adelante varias iniciativas frente a la amenaza turca bajo la bandera cruzada durante sus
primeros años en el trono de San Pedro, realmente sus máximas pretensiones siempre
estuvieron centradas en el engrandecimiento de la faceta política y económica personal,
más allá de la mera defensa de la fe y de la institución del papado. De este modo, los
únicos frentes abiertos con respecto a la concesión de cruzada y su gestión entre ambas
partes se limitaron al aspecto económico, y en concreto a la hora de reclamar la parte
proporcional de los ingresos de la cruzada que le pertenecía al mandatario romano. De
hecho, cuando el nuncio y colector de esta bula de cruzada, Firmano de Perusa, quiso
hacer efectivas las clausulas favorables al papado a principios de 1484, tropezó con una
oposición sistemática. Esto le hizo fracasar en su empeño de cobrar la cantidad
convenida favorable al mantenimiento de la lucha del papado frente a la amenaza turca,
acentuando la división entre el santo padre y la monarquía castellana. Los Reyes
Católicos aspiraban a suprimir la cesión a Roma de la tercera parte del producto del total
ingresado por la cruzada y la décima impuesta al clero hispano, amparándose en la
necesidad de contar con un auxilio financiero en la lucha contra el peligro turco oriental.
Así lo expresa Alonso de Palencia en su crónica, justificando la ambición de sus reyes
por la clara perspectiva terrenal que regía la política pontifica de Sixto IV:

«[…] fue esto origen de muchas disensiones, y hubo que tener a raya los caprichos del Papa,
que en nada tenía los fueros de la equidad cuando se trataba de colmar de riquezas a sus
favorecidos. Esta imprudente conducta del pontífice tenía indignados a todos los Príncipes
cristianos, sin exceptuar a los nuestros, que, vejados ya por excesivos abusos de los Papas, y
pesarosos del asentimiento de sus vecinos, se proponían volver por sus fueros y encomendar su
causa a los dictados de la justicia. Más enérgicamente hubieran rechazado en aquellos días muchas
de las intrigas de la corte romana encaminadas a justificar inicuas exacciones, a no estar
pendientes de la esperanza de alcanzar la bula de indulgencia para la guerra de Granada, y obtener
así de los fieles mayores sumas para los grandes gastos del ejército. El Papa, sin embargo, no la
concedió como los Reyes esperaban, sino que se reservó la tercera parte de los productos, para que
el Conde Jerónimo pudiera aumentar en gran cantidad de ducados el tesoro que de todas partes iba
acumulando. No llevaron a bien los Reyes la merma; pero tuvieron que aceptarla, suponiendo que
al cabo el Papa accedería a sus súplicas, al exponerle la justicia de que el dinero concedido por los

1236
KELLY, JOHN N.D.: Dictionary of popes..., op.cit., p. 250.

591
José Fernando Tinoco Díaz

vasallos a su Rey para la defensa del Catolicismo no se destinara a otro fin […] A todo se
sobreponía, sin embargo, el estímulo de la avaricia»1237.

Las negociaciones que Sixto IV mantuvo con los Reyes Católicos en materia de
cruzada, durante este periodo, siempre se vieron afectadas por otras cuestiones más
profundas, que reflejaban la batalla entre la auctoritas y potestas de ambas instituciones.
Quizá el episodio más destacado de esta contienda, fuera la problemática surgida a raíz
de la necesidad de cubrir varias sedes episcopales vacantes en territorio hispano durante
los primeros años del reinado de Isabel y Fernando. Los nuevos reyes de Castilla
pretendieron imponer al papado su derecho de suplicación para la elección de los
candidatos a las provisiones de obispados libres, mientras conservaban sus facultades
sobre el recién creado tribunal de Inquisición y no renunciaban a sus pretensiones de
obtener los permisos extraordinarios para reformar las órdenes religiosas del territorio
peninsular. La defensa de este afán reformador era esencial para el desarrollo de su
imagen como restauradores de la Iglesia en sus reinos, por lo que estos reyes se prestaron
a batallar y defender, ante la curia romana, cada una de las cotas de poder en materia
eclesiástica que la monarquía hispánica aspiraba a controlar en los reinos peninsulares
desde el inicio de la centuria. Los cronistas castellanos representaron esta guerra
defendiendo siempre los intereses de sus reyes, contextualizándola en un momento tan
delicado como fue el inicio del conflicto frente al emirato de Granada. Estos autores no
dudan en utilizar un discurso narrativo acorde a aquella doctrina neogoticista expresada
por Alonso de Cartagena, que denota la necesidad de primacía política de la monarquía
en aquellas decisiones que pudieran afectar al devenir de la lucha frente al moro:

«[Los Reyes Católicos] suplicaron al Papa que le plugiese hacer aquellas y las otras
prouisiones de las yglesias que vacasen en sus reynos a personas naturales dellos, e por quien ellos
suplicasen, et no a otros algunos. Lo qual con justa causa acostunbraron hazer los pontífices
pasados, considerando que los reyes sus progenitores, considerando que los reyes sus progenitores,
con grandes trabajos et derramamiento de su sangre, et como cristianísimos prinçipes, avían
ganado la tierra de los moros, enemigos de nuestra santa Fe católica, colocando en ella el nombre
de nuestro Redentor Jesu Christo, et estirpando el nonbre Mahomad. Lo qual les daua derecho de
patronadgo en todas las iglesias de sus reynos e señoríos, para que deviesen ser proveídas, a
suplicacçión suya, personas naturales, gratas et fieles a ellos, e no otros algunos, considerando la
poca noticia que los estrangeros tenían en las cosas de sus reynos. Dezían asimismo que las
iglesias tenían muchas fortalezas, et algunas dellas fronteras de los moros, donde era necesario
poner grand guarda para la defensión de la tierra; e que era grand deseruicio suyo ponerlas en

1237
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 113-114.

592
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

poder de personas que no fuesen de sus reynos. Por el Papa se alegaua quél era príncipe de la
Iglesia, tenía libertad de proueer de las iglesias de toda la cristiandat quien él entendiese; e que la
actoridat del Papa, et el poderío que por Dios tenía en la tierra, no era limitado, ni mucho menos
ligado, para proveer de sus iglesias a voluntad de ningún príncipe, saluo en la manera que
entendiese ser seruicio de Dios e bien de la iglesia. E por esta causa, el Rey et la Reyna enbiaron
diuersas vezes sus enbaxadores a Roma, para dar a entender al Papa que ellos no querían poner
límite a su poderío; pero que hera cosa razonable, consideradas las cosas suso alegadas, e la
costumbre que en este caso los otros pontífices avían guardado a los reyes sus progenitores, que
asimismo debían fazerlo de aquella iglesia [...]se avía más duramente en sus cosas que en las de
ningún otro príncipe de la cristiandad, seyendo ellos e los reyes sus predeçesores más obedientes a
la Silla Apostólica que ninguno otro rey católico»1238.

Como denota Fernando del Pulgar, los Reyes Católicos se escudaron en la difusa
opinión del pontífice acerca de varios conflictos en el seno de la cristiandad, como era
esta provisión de las sedes episcopales hispánicas vacantes, para componer propaganda
pública contraria a la proyección temporal del poder pontificio que Sixto estaba llevando
a cabo. A pesar de que la cristiandad era consciente de la realidad en la que estaba inserta
la línea de actuación del Pontificado y de que la curia romana no era del todo escrupulosa
en el empleo de los fondos destinados a la lucha frente al Turco, esta campaña de
desprestigio no tuvo los frutos deseados durante el Pontificado de Sixto IV. El Vicario de
Cristo siempre se mostró firme en las cuestiones económicas derivadas de su concesión
de bula de cruzada a las campañas acaecidas en territorio peninsular. Sin embargo, esta
campaña también buscaba favorecer las pretensiones políticas de los reyes en el contexto
cristiano y, sobre todo, en la Península Itálica. Don Fernando de Aragón sabía que si
pretendía hacerse valer como árbitro de las relaciones entre las diversas facciones de este
territorio geográfico, debía ser capaz de imponer una armonía estable en esta caótica
tierra sobre la idea de la unidad y defensa de la fe cristiana. En ese sentido, el monarca
hispano sabía que la tradicional alianza que el rey hispano mantenía con el reino de
Nápoles no bastaba para establecer este periodo de concordia necesario para desarrollar
un frente común frente al infiel. De hecho, Alonso de Palencia reconoce sin tapujos que

1238
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 452-456. Con motivo de los conflictos con la
sede de Sevilla, Valera exponía estos criterios de manera aún más directa, alegando la cercanía de la sede a
la frontera: «Desta prouisión [del arzobispado de Sevilla] no plugo al Rey e a la Reyna, porque entendían
ser en deseruiçio de Dios e suyo, e respondieron a aquel nunçio, e por sus letras notificaron al Papa, en
cómo aquella iglesia era vna de las más prinçipales de sus reynos, et tenía tierras çercanas a la tierra de los
moros; e que no eran razón que fuese della proueydo persona estrangera, et no natural de Castilla, por los
grandes y claros ynconvinientes que de la tal prouisión se podrían seguir, en deseruicio de Dios et daño de
aquella yglesia e de las cosas della»; VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 140.

593
José Fernando Tinoco Díaz

«a medida que el rey D. Fernando prestaba mayor atención a los preparativos de la guerra
de Granada, iban aumentando más sus temores de nuevos motivos de guerra y discordias
intestinas entre los Príncipes cristianos»1239. Por este motivo, era menester establecer
otros tratados con el resto de territorios cristianos de este territorio italiano que reforzara
su influencia para pacificar la situación en esta zona geográfica de capital importancia
para sus pretensiones territoriales contexto mediterráneo. Pero monarca necesitaba una
ocasión para poder incidir en estas relaciones internas que no tardó en presentarse. En
1483, los reyes recibían la noticia del comienzo de un conflicto a gran escala, entre los
dominios de Nápoles, Venecia y la Santa Sede, a través de una epístola del propio Sixto
IV:

«Proçedió que toda la tierra de Italia se puso en armas et se partió en partes. Algunas
comunidades et caualleros se juntaron con el Papa, et otros se juntaron con el rey don Fernando de
Nápoles; el qual, a favor de la comunidad de Florençia, fizo guerra al Papa et a la comunidad [de
Venecia], que eran de una liga […] El Rey e la Reyna, conoçido el inconveniente que de aquesta
guerra de Italia se seguía en toda la cristiandad, especialmente por ser contra el Sumo Pontifiçe,
enviaron sus ebaxadores por diversas veces al Papa et al rey de Nápol, e asimismo a todos los
señores e comunidades de Italia, faciéndoles saber el pesar que tenían de la guerra naçida entrellos,
conociendo los ynconvinientes que della se podrían seguir en toda la cristiandad sy más durase; e
que ellos, por seruicio de Dios et por el bien de la paz, querían entender en su concordia. E
suplicaron al Papa, et rogaron al rey don Fernando e a todos los otros duques y condes et
marqueses e comunidades de Italia, que les plugiese dexar las armas et tomar la vía de la
concordia. E para las tratar entrellos, fizieron grandes gastos en las enbaxadas que diversas vezes
enviaron […] Y el Papa escriuió al Rey et a la Reyna vn breve plomado; el qual, tomado en
romançe, decía asy: […] así por la beneuolençia que sienpre ovimos a vuestras personas reales,
como porque estos vuestros enbaxadores son sauios varones, et de actoridat, e dinos de tan
cargos,…[…]Así que, pues vna obra tan piadosa e tan santa, con tantas fuerças et gastos avéys
procurado, y con tanta gloria avéys alcançado, finca agora que, como reyes católicos et religiosos,
procuréis con grand estudio e diligençia de la fazer guardar, según e de la manera que vuestros
enbaxadores, de vuestra parte, lo an prometido. E somos çiertos que vosotros lo tenéys en
voluntad, pues que todas las cosas están puestas en vuestra mano, y dello se vos sigue gloria
inmortal. Dada en Roma, a dos días de enero, año de ochenta et tres años»1240.

Los largos conflictos entre la ciudad Florencia y Ferrante de Nápoles, el tradicional


defensor de la Santa Sede en el contexto italiano, que habían copado la segunda mitad del
siglo XV, concluyeron inesperadamente en 1480, en gran parte debido a la inseguridad

1239
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 70.
1240
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 44-45.

594
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

derivada de la conquista otomana de Otranto. La firma de un acuerdo entre ambos entes


políticos, sin haber contado con la mediación de la Santa Sede, provocó el descontento
del pontífice romano, que basculó su favor hacia la República de Venecia. Haciendo
valer el nuevo apoyo de Roma y sus pactos de amistad con el Imperio otomano, el estado
veneciano declaraba firmemente la guerra a Nápoles a comienzos de 1482. La urbe se
encontraba en una fase expansionista frente a los aliados de Florencia y Milán, por lo que
cualquier motivo habría servido para iniciar una contienda contra su rival territorial más
cercano. Pero al margen las habituales fricciones menores por la posesión de fortalezas
en la frontera entre ambos estados, el principal detonante de este conflicto fue el
monopolio del comercio de sal de la ciudad de Ferrara, otorgado en exclusiva a Venecia
por el sumo pontífice. La proyección de este conflicto fue tan rápida que, en menos de un
año todos los pequeños estados de la Península Itálica se vieron arrastrados a tomar
partido a favor de uno de los dos bandos. Sin embargo, esta empresa no solo ocupó a este
territorio mediterráneo. Así relata Palencia la llegada de esta noticia a la corte castellana,
denotando la influencia que el conflicto podría en la concesión de la bula de cruzada:

«Aumentaron estas angustias y cuidados ciertos mensajeros de su primo el rey D. Fernando de


Nápoles, con la noticia de haber surgido nuevas controversias entre él y el Papa Sixto, causadas
por las inicuas artes del conde Jerónimo que, desviando el ánimo del pontífice, su tío, del antiguo
afecto hacia el Rey, le había hecho preferir la alianza con los venecianos a la antigua amistad,
olvidado del concorde propósito con que, después de los ultrajes inferidos por los florentinos al
Cardenal de San Jorge, a causa de la muerte de Julián de Médicis, ambas potestades habían hecho
la guerra con igual tesón. Pero el Papa había sacrificado todas las atenciones debidas al
complaciente Monarca por favorecer al sobrino, ya reconocido por ciudadano entre los de Venecia.
Por esta razón convenía que el Rey y todos los Señores de recias intenciones, con algunos
dominios en Italia, procurasen refrenar, en cuanto, estuviera en su mano, la excesiva audacia del
joven. Y si el Papa andaba desacertado en el gobierno de la Sede Apostólica, deber era también de
los Príncipes católicos reducirle al buen camino para evitar la total ruina del Catolicismo, cuya
decadencia era evidente. Así, pues, convenía más que a todos a D. Fernando, rey de León y
Castilla, Aragón y Sicilia, su primo, insistir en este mismo propósito, tanto por la firme alianza
entre ellos establecida, como para no ser víctima de los abusos de la omnímoda autoridad
pontificia. Contrarió mucho a D. Fernando esta embajada, principalmente porque a las demás
urgencias venía a agregarse esta abierta oposición a la voluntad pontificia, tan perjudicial en
aquellos días en que estaba pendiente de su concesión la Bula de indulgencias con que había de
obtenerse el pedido de fondos necesarios para la guerra de Granada»1241.

1241
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 41-42.

595
José Fernando Tinoco Díaz

Durante los primeros compases de la contienda, tropas aragonesas asentadas en


territorio napolitano fueron vencidas por Roberto Malatesta, duque de Calabria, y un
contingente de soldados turcos que tomaron partido en la guerra a favor del bando
veneciano. Este hecho denotaba que la amenaza otomana comenzaba a hacerse presente
en este territorio también en el aspecto diplomático, aprovechando las grietas en las
oscuras relaciones entre los estados italianos. En contexto de los reinos hispanos, esta
contienda se interpretó como una seria amenaza para los planes de los Reyes Católicos,
tanto en el contexto internacional, como en la propia prosecución de la cuestión nazarí.
Por este motivo, Alonso de Palencia destaca que «como era notoria la influencia en bien
o en mal que, principalmente en aquella sazón, ejercería la paz o la guerra en Italia en los
asuntos de Castilla, los Reyes prestaban atento oído a cuanto ocurría entre los dos
poderosos estados de aquel reino»1242. Gran parte de este interés se debió al
comprometido papel de los reyes castellanos en el conflicto por las estrechas relaciones
de estos monarcas con ambas facciones. Por un lado, Isabel y Fernando se veían
obligados a actuar en favor del santo padre, en un periodo marcado por sus solicitudes al
Pontificado en materia de cruzada y con respecto al nombramiento de varias vacantes en
las sedes episcopales hispánicas; por otro, razones de parentesco y alianzas históricas
comprometían sus actuaciones en la defensa del reino de Nápoles frente a las
pretensiones papales y la posible influencia veneciana en estos territorios de bajo
influencia aragonesa. En esta difícil coyuntura, los monarcas de Castilla proyectaron un
aumento indirecto de la presión diplomática y económica frente al papado y sus aliados,
decisión que también podría tener provechosas repercusiones en sus complejas
negociaciones con Sixto IV, como quedó de manifiesto en todo lo referente a la
concesión de la Inquisición española o el cobro de la décima papal durante estos años1243.

Repentinamente, en noviembre de 1482, esta política pareció dar sus frutos como
denota la anterior epístola dirigida a los Reyes Católicos por Sixto IV, documentada por

1242
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 154.
1243
Esta perspectiva puso en una difícil tesitura política a Sixto IV frente a Fernando de Aragón, en tanto
las fuerzas de este monarca en el reino de Sicilia y su influencia en toda Italia podrían jugar a favor o en
contra del santo padre. Por este motivo, el pontífice se vio forzado a conceder varias bulas favorables a los
intereses castellanos en materia inquisitorial. Sobre este aspecto de la relación entre los Reyes Católicos y
el pontífice Sixto IV, consultar, ESCUDERO LÓPEZ, JOSÉ ANTONIO: «Los Reyes Católicos y el
establecimiento de la Inquisición» En Anuario de estudios atlánticos, nº 50. Sevilla: Patronato de la Casa
de Colón, 2004, pp. 357-393; OLIVERA SERRANO, CÉSAR: «La Inquisición de los Reyes Católicos» En Clío
y Crimen, Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, nº 6. Durango: Centro de Historia del
Crimen, 2005, pp. 175-205.

596
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Fernando del Pulgar. El santo padre se prestó a rubricar el llamado Tratado de Nápoles,
que permitía al ejército de este reino cruzar los territorios papales para neutralizar el sitio
veneciano a la ciudad de Ferrara. Al mismo tiempo, el papado excomulgó a la ciudad-
estado de Venecia, instando a toda Italia a declarar la guerra contra ellos. La gran
consecuencia de este sesgado acuerdo de paz, fue la parcial reconstrucción de la Liga
italiana frente al turco compuesta durante la recuperación de Otranto, formada ahora por
tropas de Milán, Florencia, Ferrara, el papado, y Nápoles. Los principales objetivos
inmediatos de esta nueva confederación, fueron asegurar la defensa de la Península
Italiana contra las fuerzas otomanas y el fomento de la pacificación de las relaciones
entre los diversos territorios italianos. Al año siguiente, la fuerza de coalición fue
rápidamente dirigida para interrumpir el comercio veneciano con el imperio turco, como
forma de presionar a la República para negociar la suspensión de hostilidades con el
reino de Nápoles y forzar su inclusión en la alianza. Finalmente, el 7 de agosto de 1484,
se firmaba el Tratado de Bagnolo, por el cual Venecia se comprometía a retirar sus tropas
asentadas en Ferrara. Como era común en el convulso sistema político italiano, el
acuerdo alcanzado entre todas las partes supuso un concierto parcial y el conflicto
concluyó sin unos términos clarificados. Sin embargo, el mismo sirvió a los Reyes
Católicos para atraer «la diplomacia a su servicio hasta lograr una paz en que no hubiese
vencedores ni vencidos» y beneficiara a sus intenciones de mostrar su control de la
situación en el panorama político italiano1244. Para los reyes de Castilla y Aragón, la
gestión de este episodio supuso un gran triunfo diplomático a favor de sus pretensiones
en el contexto mediterráneo, obligando al propio Sixto IV a reconocer su brillante
desempeño:

«Leydos los capítulos de la paz, el Papa dixo que por quanto el Rey e la Reyna de Castilla et
de León et de Aragón, et de Seçilia, como católicos príncipes, condoliéndose de las guerras de
Italia, e de las molestias en que aquella Silla Apostólica estaua, se avian interpuesto y enviado sus
enbaxadores por diuersas veçes a tratar aquella paz, en la qual avían fecho grandes espensas, e por
la grazia de Dios la avían concluydo, a la qual él, queriendo usar de benignidad avía concedido,
con ánimo sincero de la guardar e conservar; por ende, que lo notificaua a todos, porque sopiesen
su voluntad, e asimismo el trato loable que se avía conseguido del trabajo avido por el Rey e por la
Reyna de España, e la diligençia que aquellos sus enbaxadores, por su mandado, en ello pusieron.
El papa en aquel acto fizo más honra a los enbaxadores del Rey e de la Reyna que a ninguno de los
otros príncipes et potestadores; porque les fizo asentar e cobrir las cabeças, e todos los

1244
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 45-46.

597
José Fernando Tinoco Díaz

enbaxadores de los otros reyes e príncipes e comunidades estovieron las rodillas hincadas e
descubiertas las cabeças»1245.

Sin ceder demasiado en sus aspiraciones frente al papado romano, la actuación de los
reyes de Castilla en el arbitraje de las contiendas italiana consiguió salvaguardar la
influencia aragonesa en Nápoles y ampliar la proyección de don Fernando de Aragón
como adalid de la unión cristiana frente a la amenaza turca. Tras sofocar el conflicto en
torno a Ferrara, la figura del monarca castellano se presentaba como una seria alternativa
para interceder en el convulso devenir político de Italia, frente a la manifiesta ineficacia
de los tradicionales entes de poder en esta zona. De hecho, el acuerdo de paz rubricado
en Bagnolo fue negociado bajo su propia iniciativa, sin que Sixto IV fuera consultado.
Asimismo, el rey Ferrante de Nápoles, otras de las figuras más destacadas de este
contexto geográfico, también vio cómo su crédito en la dirección de los asuntos italianos
menguaba a favor de la figura de su primo. A partir de este momento, el napolitano
quedaría relegado a un mero instrumento de la política castellano-aragonesa. Las
consecuencias de toda situación no se hicieron esperar en todo el territorio italiano, de tal
manera que Palencia afirma que, «ante la inminencia de un probable exterminio, los
cristianos [de Italia] acallaron sus rencores y se inclinaron a la concordia, con lo que
infundieron temor al acérrimo enemigo, y lograron por algún tiempo alejar el tremendo
peligro». Asimismo, el cronista hispano determina que «nuestro rey D. Fernando supo
aprovechar esta favorable situación para dar mayor impulso a la guerra de Granada, una
vez provistos los asuntos de Sicilia y cuando ya su primo D. Fernando se hallaba libre del
cuidado de las disensiones entre los italianos»1246. A razón de la exitosa gestión de esta
crisis, la imagen de los reyes de Castilla en este contexto comenzó a destacarse como la
de unos príncipes comprometidos con la defensio Christianitas, garantes de la pax italica
y defensores de la Iglesia católica. Tanto el conflicto frente al emirato nazarí, como su
dominio del panorama político mediterráneo, se habían retroalimentado, ayudando a
afianzar la perspectiva del monarca como el nuevo rey destinado a convertirse en el
paladín de la cristiandad. Sin embargo, Fernando era consciente de que para concluir con
las cuestiones italianas de manera definitiva, se necesitaba llegar a un acuerdo de paz con
garantías firmes que implicara a Génova y reconciliara de manera definitiva a Nápoles y
Venecia. Para ello, se hacía necesario el inicio de una nueva fase de la Guerra de
Granada, mucho más determinante en la prosecución de una conquista del emirato nazarí
1245
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 45-46.
1246
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 158.

598
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que se había convertido en un verdadero obstáculo para las altas pretensiones del
monarca aragonés. Como explica magistralmente Suárez Fernández, «sin el
sometimiento del reino de Granada era imposible afrontar una verdadera política
mediterránea. La conocida como ―crisis de Ferrara‖ estaba demostrando que el sistema
italiano era demasiado débil para apoyarse en él; el soberano necesitaba cerrar más
completamente el litoral mediterráneo y clausurar posibles bases al enemigos»1247. De
hecho, la seguridad que podría ofrecer el acuerdo firmado en 1484 pronto se mostró
efímera a pesar de las disposiciones tomadas por el monarca aragonés.

7.1.3. LA PERSPECTIVA DIPLOMÁTICA Y PROPAGANDÍSTICA TRAS LA CONCESIÓN Y


RENOVACIÓN DE BULA DE CRUZADA DURANTE EL PONTIFICADO DE INOCENCIO VIII
(1484-1492).

Muy poco tiempo después del concierto de Bagnolo, concretamente el 12 de agosto


de 1484, Sixto IV encontró la muerte. La subida al tono de su sucesor, Inocencio VIII
(1484-1492), ha sido tradicionalmente considerada como el inicio de una etapa de
especial debilidad de la curia romana en el panorama internacional. Tras su elección
como Vicario de Cristo, este santo padre accedió a un Pontificado exhausto, seriamente
desacreditado y amenazado por su demostrada ineficiencia para influir en asuntos de
organización supra-estatal. Por este motivo, durante su mandato, la Santa Sede se vio
obligada a aceptar la progresiva pérdida de su auctoritas, y él mismo abandonó su
intención de luchar por encabezar los intereses de la Iglesia en el contexto de la
cristiandad occidental. En contraposición, el pontífice decidió reforzar la faceta secular
de su potestas en el contexto aledaño al territorio romano. La prioridad para Inocencio
VIII en el aspecto territorial, residió en la búsqueda de un apoyo político enérgico que le
ayudara a reforzar la autoridad romana. De hecho, los primeros meses de su pontificado,
se vio obligado a solicitar auxilio naval al reino de Castilla en más de una ocasión, pues
las alarmantes noticias que se recibían de movilizaciones musulmanas en el Mediterráneo
eran cada vez eran más alarmantes. Pero a pesar de que esta coyuntura revela que él
mismo era consciente de la necesidad de continuar con la empresa castellana para el
convulso contexto mediterráneo, no estaba dispuesto a que Isabel y Fernando se
convirtieran en adalides de la lucha frente al infiel. El derecho canónico determinaba que
cualquier tipo de concesión pontifica temporal era válida solo mientras viviera el papa
que la otorgó. De esta manera, el fallecimiento de Sixto IV dio por finalizada la vigencia

1247
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 80.

599
José Fernando Tinoco Díaz

sensu stricto de la primera concesión de la bula papal de cruzada a favor de la contienda


castellana frente a Granada. A lo largo del final de 1484, las indulgencias pontificias
fueron derogadas y los comisarios y demás oficiales que mantenían el aparato
institucional de la cruzada fueron relevados de sus cargos. Con ello se interrumpía, de
manera indefinida, el rendimiento de esta fuente de ingresos tan necesaria para la
prosecución de una guerra que comenzaba a entrar en una nueva fase mucho más
compleja y determinante. Normalmente, una de las primeras medidas del nuevo santo
padre tras tomar el cargo de sucesor del trono de San Pedro, era llevar a cabo la
renovación expresa de todas las concesiones de su antecesor, para continuar así con la
línea política marcada por el anterior pontífice. Pero cuando se produjo el nombramiento
de Inocencio VIII, el nuevo obispo de Roma negó la inmediata confirmación de la gracia
concedida a los Reyes Católicos en su campaña frente al musulmán, lo cual determinaba
la necesidad de comenzar unas nuevas negociaciones con la Santa Sede que estarían
marcadas por estos conflictos diplomáticos latentes en el contexto italiano.

El pontífice no tenía en su mente ceder tan rápidamente ante las exigentes


pretensiones de unos reyes conocedores de su debilidad. Este nepotista Vicario de Cristo
era plenamente consciente de que otorgar este privilegio a los monarcas castellanos en
los términos que ellos demandaban, significaría perder una fuente capital de beneficios
económicos y armas doctrinales esenciales para sostener su propia contienda frente al
otomano. Frente a esta enérgica negativa, los Reyes Católicos llevaron a cabo una
política de propaganda asentada sobre la necesidad de hacer ver a la sociedad cristiana
cuánto importaba la continuación de su guerra frente a Granada para la defensa de la
propia capital romana. Parece que la empresa divulgadora de la amenaza turca pronto
tuvo cierto éxito, y el papa se prestó a apoyar parcialmente el conflicto con la publicación
de la bula Dum onus universalis, de 1 de octubre de 1484. A pesar de que los términos de
dicha concesión eran semejantes a las primeras indulgencias concedidas por Sixto IV, los
monarcas castellanos estaban convencidos de sus posibilidades de que este apoyo se
concretara en el otorgamiento de una nueva y más extensa concesión de cruzada a su
favor. Por este motivo, los diplomáticos hispanos continuaron recriminando
públicamente al papado su falta de compromiso con la prosecución de la contienda
hispánica frente al musulmán a lo largo de todo 1485. Los emisarios de los reyes en
Roma alegaban que, tras la negativa del pontífice de conceder esta gracia a Castilla,
realmente se encontraban evidentes razones políticas inmorales, semejantes a las que

600
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

habían regido el modo de actuación de su antecesor en la silla de San Pedro. Esta


situación era considerada en Castilla como un riesgo, pues si los súbditos de la corona
castellana se hubieran hecho eco de que parte de las cantidades que ellos cedían a la
institución de la cruzada eran empleados en otros negocios, la rentabilidad de la bula de
indulgencias caería en picado. La corte castellana adaptó y utilizó así, en contra del
propio papado, algunos de los argumentos esgrimidos por anterioridad por diversos
pontífices para acusar a Isabel y Fernando de malgastar el montante obtenido gracias a
sus concesiones. Sirva como ejemplo el siguiente fragmento cronístico, perteneciente a la
crónica de Alonso de Palencia, en el que se hace referencia a la forma en la que los Reyes
Católicos manifestaron, a través de estos embajadores romanos, las razones por las que
era tan importante esta política bélica para el futuro de la propia cristiandad:

«Tuvo que ser mayor el esfuerzo porque el Papa en aquellos días se había negado a prorrogar
la bula de indulgencia concedida antes a los que contribuyesen con cierta cantidad para los gastos
de la guerra, y no había querido conceder permiso para el subsidio eclesiástico si no se cedía la
mitad de lo recaudado en favor de la Cámara apostólica. Tan tenaz avaricia indignó a los
embajadores de los Reyes en Roma y por encargo de éstos se quejaron amargamente al pontífice
de que se pidiese injustamente lo que por razón de equidad y por el buen nombre de la religión
católica no podía otorgarse, a saber: la pretensión de apropiarse él mismo que otorgaba la
indulgencia en virtud de un contrato de reparto, las sumas dadas a un Rey por los pueblos para las
urgencias de la guerra y para conseguir aquella indulgencia cuando la liberalidad de la Sede
apostólica debía estar muy por encima de toda compensación metálica»1248.

En este contexto marcado por las negociaciones entre ambos frentes, la situación en
el territorio italiano volvió a ser insostenible. Dentro del reino napolitano, había
comenzado a hacerse patente el descontento de varios partidos nobiliarios contrariados
por la fuerte influencia aragonesa en este reino, los cuales vieron en la figura del papado
un posible apoyo a sus pretensiones. Los reyes de Castilla se vieron obligados a
adelantarse a las amenazantes noticias del acercamiento entre ambos bandos, y ofrecieron
a Ferrante la capitanía general de la liga antiturca italiana. Con esta medida, el papado se
vería obligado a apoyar al rey de manera pública y no podría amparar las pretensiones
del alzamiento nobiliario que se estaba gestando en este reino, lo cual provocó que los
conflictos latentes con el reino Nápoles desde la última fase del anterior pontificado

1248
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 390-391. Este fragmento de la crónica de
Alonso de Palencia coincide sobremanera con una de las epístolas documentada por Goñi Gaztambide, que
los reyes de Castilla habrían enviado a Roma para justificar sus pretensiones de solicitar bula de cruzada a
favor de su campaña frente a Granada; GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: «La Santa Sede...», op.cit., p. 52.

601
José Fernando Tinoco Díaz

comenzaran a recrudecerse. Pese a los esfuerzos de los monarcas de Castilla y Aragón,


finalmente en septiembre de 1485 una nueva contienda comenzaba en la Península
Itálica. En este mes se produjo la llamada ―Conjura de los Barones‖ y el Pontificado
declaró la guerra abiertamente a Ferrante, tomando así partido en esta insurrección
nobiliaria. Frente a esta amenaza conjunta, el rey napolitano contó con el apoyo de
Florencia y Milán, las cuales temían el resultado de una posible extensión de la
influencia temporal del Pontificado en el sur de Italia. La ayuda de estos territorios
permitió al regente defender su trono de manera exitosa, pero el conflicto redundó
sobremanera en el estado de las relaciones diplomáticas en el entorno mediterráneo. En
estos términos expresa Palencia la complejidad de este asunto para el devenir de los
negocios castellanos:

«En los días que los Reyes se detuvieron en Alcalá no les faltaron asuntos difíciles en que
entender, porque, además del firme propósito de combatir a los moros, trataban de buscar por
todos los medios la pacificación de las sediciones de Nápoles. Al efecto, dieron instrucciones a los
embajadores, ya de antes nombrados para prestar obediencia al Papa Inocencio, a fin de que
procuraran con sagacidad arreglar a toda costa las diferencias entre el Papa y el Rey de Nápoles,
amenaza de grandes daños para todo el orbe católico mientras no cesasen las hostilidades, porque
solo la concordia entre todos los cristianos podía darles el esfuerzo necesario para vencer a los
enemigos de la Cruz»1249.

Este conflicto, más que un desafío ante las pretensiones de pacificar este territorio, se
presentó como otra nueva oportunidad para que de don Fernando diera muestra de su
autoridad en el panorama italiano. Hasta este momento, el principal objetivo de los reyes
fue sostener a Ferrante en el trono napolitano como pieza central de sus negociaciones
diplomáticas en este contexto, mientras reforzaban sus propias relaciones con los demás
estados italianos empleando para ellos vínculos mercantiles. Sin embargo, el deseo de
venganza del primo del rey aragonés ante sus enemigos le hizo romper la palabra dada a
éste y ajustició a los barones rebeldes, mientras llegaba incluso a asediar la capital de la
cristiandad tras frenar la ofensiva de las tropas papales. Estos actos provocaron la
indignación de gran parte de los poderes italianos y del propio don Fernando. Carlos de
Miguel Mora, de hecho, lleva a afirmar que tal cólera «algo pudo tener que ver con la
severidad con que castigó a los resistentes malacitanos»1250. La comprometida situación

1249
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 216-217.
1250
MIGUEL MORA, CARLOS DE: «La toma de Baza: estrategia militar y política internacional» En González
Alcantud, José Antonio y Barrios Aguilera, Manuel (eds.): Las tomas: antropología histórica de la

602
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

del rey napolitano provocó que los Reyes Católicos se vieran obligados a ocupar, de
forma directa, un papel más que dominante en Italia para asegurar la defensa del
Mediterráneo contra los turcos, pues esta era el verdadero pretexto que justificaba su
tutela sobre estos reinos. De hecho, solo gracias a la determinación que mostraron en
alcanzar un acuerdo para la conclusión del conflicto, se consiguió que ambas partes
rubricaran la llamada Paz de Nápoles (1485) gracias a la mediación de Lorenzo de
Medici. En este armisticio, acordada entre Nápoles, Milán y Florencia y el Pontificado,
los reyes de Castilla y Aragón figuraban como principales garantes de los acuerdos
alcanzados entre estos estados. Este puesto entrañaba riesgos, obligaciones y
responsabilidades para Isabel y Fernando, pero también grandes beneficios. Gracias a
este gran éxito diplomático y la difusión de las victorias que los ejércitos castellanos
comenzaron a cosechar en esta fase central de la conquista del emirato, se produjo la
deseada renovación de la concesión de cruzada por parte del papado.

Este mismo año de 1485, Inocencio VIII se comprometía a renovar las indulgencias
dispensadas por Sixto IV en su bula Etsi dispositione, por el plazo de un año, a través de
la bula Desideriss carissimorum, de 29 de enero. Asimismo, el santo padre ampliaba las
prerrogativas de este pontífice, otorgando la redención a todos aquellos cristianos que
participasen en la guerra frente a Granada en territorio hispano, independientemente de
su origen, intento incentivar así la participación de europeos en esta contienda. Por otro
lado, la concesión de la bula también incluyó varias resoluciones destinadas a
incrementar el montante recaudado por los monarcas de Castilla. Verbigracia, se
declaraba la posibilidad de que en Navarra y Aragón se pudiera ganar la indulgencia
empleando en dineros la cantidad equivalente a seis reales en veintidós dineros por real.
También se dictaminaba la imposibilidad de tomar la insignia de la cruz, a menos que
fuera recibida de manos de los propios comisarios nombrados para tal cometido. Pero a
pesar del alcance de esta generosa gracia pontificia, en esta concesión, sin embargo, no
se contempló la cesión del tercio del producto total correspondiente a la Cámara
Apostólica. La agobiante penuria del tesoro pontificio, unida a la creciente amenaza
otomana, parecían impedir al papado la concesión de dicho montante correspondiente a
la Cámara Apostólica, como el embajador español Francisco de Rojas había solicitado
con suma diligencia ante los curiales romanos con tanta persistencia. La obstinación de

ocupación territorial del reino de Granada. Granada: Universidad de Granada, 2000, pp. 281-318. pp.
282-283.

603
José Fernando Tinoco Díaz

Inocencio VIII en este aspecto quedó reflejada en el nombramiento como nuevo


comisario papal y colector a Cipriano Gentil, figura que se situó por encima de los
comisarios españoles Hernando de Talavera y Pedro Ximénez de Préxamo. La principal
misión que se encomendó fue la de velar por el correcto funcionamiento del sistema
institucional tras esta concesión, y la reclamación a los reyes castellanos de la cantidad
que debía haberse cobrado durante el anterior pontificado de Sixto IV1251. Ante tal
situación, Isabel y Fernando hicieron una muestra pública de su indignación y rehusaron
aceptar la gracia del papado. En su anhelo se encontraba la obtención de una concesión
plena de beneficios pontificios, en un momento tan necesario en el que la guerra frente al
emirato comenzaba a entrar en una fase crucial para su resolución. Alonso de Palencia
documenta de manera muy detallada en su crónica esta negociación entre ambas
instituciones:

«Para aplacar el enojo de los Reyes de que ya se tenía noticia en Roma, el Vicecanciller les
hizo todo género de ofrecimientos; se despacharon inmediatamente cartas con orden de consagrar
a la guerra de Granada todas las rentas de la provisión arzobispal de Sevilla, y exigir mayores
sumas para el mismo objeto. Mas en el territorio confinante con Cataluña, antes de entrar en el del
señorío de D. Fernando, anuló, en virtud de reciente facultad del Papa Inocencio, las indulgencias
concedidas por su antecesor, reservándose la de volverlas a poner en vigor […] el Papa la reservó
para la presentación de los Reyes, deseoso de no perder la obediencia de tan poderosos Monarcas,
que con su sumisión contribuían al enaltecimiento del Romano pontífice tanto como le
perjudicarían si alguna vez llegaban a negársela. En una sola cosa se mostró intransigente; en
exigir del Rey la cesión de la tercera parte de los productos de la Bula, si deseaba conseguirla para
emprender con más eficacia la guerra de Granada, y en enviar a la cámara apostólica las sumas
hasta entonces retenidas […] A pesar de los razonamientos empleados por el elocuente
Protonotario Antonio Geraldino, enviado en aquellos días al Papa por los Reyes para exponerle sus
excelentes disposiciones, no logró hacerle desistir de su firme propósito. Díjole además que era
enorme injusticia pretender el Papa quebrantar el nervio de una guerra tan necesaria y recabar para
si el dinero ya dado o el que aún habían de dar los españoles por la Bula para la guerra de Granada,
cuando deberían, no solo no aminorar estos recursos, sino robustecerlos con los tesoros de la
Iglesia»1252.

Para aumentar la presión sobre el Pontificado, decidieron enviar a Roma a unos de los
héroes de la empresa frente al emirato nazarí, don Iñigo López de Mendoza, conde de
Tendilla, como representante diplomático extraordinario frente a la Santa Sede. Con
respecto al papel capital del castellano, Pedro Marcuello dedica estas palabas al respecto

1251
Sobre esta concesión, se remite a GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la…, op.cit., pp. 379-380.
1252
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 135-141.

604
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

del capital desempeño del noble castellano en la corte romana: «Arca llena de dulçor,/
guía el conde de Tendilla,/ que con gracia, ffe y feruor,/ al papa fue enbaxador/ por los
Reues de Castilla,/ y Alhama con su quadrilla/ vn anyo bien defendió,/ tuuiendo la
Granadilla/ en ell ojo ell estaquilla,/ deslla al Rey buen cuento dio»1253. Pero los reyes
también encontraron nuevos aliados en la Ciudad Eterna que se sumaron complacidos a
su causa, los cuales pretendían beneficiarse de la gloriosa proyección que comenzaba a
rodear a las victorias castellanas frente al infiel en el entorno italiano. Verbigracia, en
estas negociaciones jugó un papel capital el futuro sucesor de Inocencio VIII, el cardenal
valenciano Rodrigo Borgia. Desde que el cardenal valenciano se presentó en la Península
Ibérica como legado pontificio de Sixto IV en 1472, su relación con Isabel y Fernando
pasó por varias fases de cordialidad (1473-83,1485-1487 y 1490-1492), pero también de
desconfianza e incluso de enfrentamiento (1484-1485 y 1487-1490), dependiendo de las
exigencias personales que él mismo solicitaba a cambio de apoyar los intereses de los
reyes ante la curia romana1254. De esta manera, Borgia prosperó a la sombra de los
monarcas y el ambiente eufórico que se respiraba en Roma por las victorias frente a
Granada, hasta llevar a tener un papel clave en la política internacional posterior a la
guerra granadina.

El discurso esgrimido por todos estos partidarios de los reyes castellanos alegaba que
éstos nunca habían dudado de la gravedad que suponía la creciente amenaza turca
oriental, pero correspondía a los reinos cristianos que no luchaban en primera línea de
combate colaborar, en materia económica, con la empresa del papado para defender las
tierras italianas de los ataques musulmanes. Los reinos envueltos en constantes conflictos
frente al Islam, como era el caso de Hungría o la propia Castilla, debían recibir el apoyo
de la cristiandad en su lucha y no contar con una presión fiscal añadida a sus esfuerzos
por continuar manteniendo los triunfos de la fe católica en estos territorios fronterizos,

1253
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 194. Sobre de la figura del noble castellano, MARTÍN
GARCÍA, JOSÉ MANUEL: Iñigo López de Mendoza. Conde de Tendilla. Granada: Comares, 2003. Al
respecto del desempeño de los embajadores castellanos de los reyes de Castilla en la curia romana,
consultar DOMINGO Y BENITO, MARÍA TERESA: «El Conde de Cifuentes y el de Tendilla, diplomáticos ante
la Santa Sede» En Wad-al-Hayara: Revista de estudios de Guadalajara, nº 19. Guadalajara: Diputación
Provincial de Guadalajara, 1992, pp. 391-400.
1254
AZCONA, TARSICIO DE: «Relaciones de Rodrigo de Borja (Alejandro VI) con los Reyes Católicos» En
Cuadernos de estudios borjanos, nº 31-32. Zaragoza: Institución Fernando el Católico 1994, pp. 11-52;
CRUSELLES GÓMEZ, JOSÉ MARÍA: «El Cardenal Rodrigo de Borja, los curiales romanos y la política
eclesiástica de Fernando II de Aragón» En Belenguer Cebrià, Ernest (coord.): De la unión de coronas al
Imperio de Carlos V. Congreso Internacional. Barcelona 21-23 de febrero de 2000. Barcelona: Sociedad
Estatal para la Conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001, pp. I, 253-280.

605
José Fernando Tinoco Díaz

como hasta ahora habían conseguido1255. Isabel y Fernando eran conscientes de que la
labor de sus diplomáticos en el entorno de la curia papal, unido al éxito de la campaña
propagandística que ensalzaba sus logros por todas las cortes europeas, podían hacer
posible obtener la victoria en una partida que había sido perdida ante Sixto IV. De hecho,
como ya se ha tenido oportunidad de destacar, a partir de 1485 las crónicas castellanas
comenzaron a incorporar referencias a esta faceta propagandística de la contienda.
Asimismo, en este periodo vieron la luz otros texto de naturaleza más laudatoria, como
las obras rimadas, que incorporaban referencias a la necesidad de que faceta profética y
mesiánica de la empresa de los reyes castellanos se conociera por todo el orbe cristiano
para incitar a todos los fieles a mostrar su apoyo a una causa tan loable. Sirva como
ejemplo el siguiente fragmento de la Consolatoria de Juan Barba, donde este autor llama
a los nobles castellanos y a toda la cristiandad a tomar partido en esta santa guerra frente
al emirato nazarí:

«Divulge la fama verdad conocída/ por enperadores y reyes del mundo/ con todos estoados y
el más profundo/ del santo Padre Yglesya conplida; y ruege por esta tan santa guerra/ a Dios,
porque guarde los reyes guerreros y mande dar bullas do ayan dineros,/ pues que por ella gastan su
tyerra. Y tú, marinero que vas en Levante, el universo todo contratas/ y nuevas de todos en todo
relatas,/ las deste caso dilas constante;/ y da desta guerra la nueva bastante/ [a] aquel pontífiçe y
sumo perlado,/ del rey d‘España que tiene ganado/ gran tierra de moros y sigue adelante»1256.

La estrategia de los embajadores y aliados de Isabel y Fernando pronto comenzó a


surtir efecto a medida que se sucedían los éxitos militares frente al emirato. Durante la
campaña de 1485, el rey de Castilla lograba apoderarse de una gran extensión de
territorio nazarí, entre la que destacaba la conquista de la plaza de Ronda. Este asedio fue

1255
Una visión general de los discursos esgrimidos por estos diplomáticos favorable a las pretensiones de
los Reyes Católicos en Roma, se puede consultar en el citado FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES,
ÁLVARO: Alejandro VI y los…, op.cit.; asimismo, O'CALLAGHAN, JOSEPH: The Last Crusade..., op.cit., pp.
145-146; GONZÁLVEZ RUÍZ, RAMÓN: «Renovaciones de la bula de cruzada hasta 1492» En Toletum:
Revista de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, II época, nº 18. Toledo: Real
Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, 1985, pp. 119-134. Sobre todas las
negociaciones internacionales en este contexto y el panorama histórico adyacente en el cual se produjeron,
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 167-204.
1256
BARBA, JUAN: «Consolaria de Castilla...», op.cit., pp. 267-268. De una forma muy semejante, Pedro
Marcuello ponía en boca del mismo San Isidoro la necesidad de que los grandes triunfos logrados por los
reyes hispánicos fueran conocidos en la curia romana, para incitar a los grandes eclesiásticos a mostrar su
apoyo a la causa: «Más dirás: a los perlados/ y a deuotas religiones/ que deuen ser ayudados/ los Reyes de
los rentados,/ de los otros de oraciones,/ y por ellos con razones/ deuen continuo rogar/ en sus santas
estaciones/ ata que sienten pendones/ en el Caluario lugar»; MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit.,
pp. 117.

606
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

uno de los más largos y costosos de toda la guerra, pudiendo ser considerado como uno
de los hechos europeos más impresionantes a nivel de técnica poliorcética durante este
siglo. Todas las fuerzas disponibles del ejército castellano, con ambos reyes a la cabeza,
participaron en un cerco que planteaba serias dificultades tácticas desde su planteamiento
inicial. A estas alturas del conflicto, los recursos del reino castellano eran cada vez
menores, y el capital para financiar la guerra harto difícil de asegurar. Además, los
ingresos de la bula de cruzada y otras prerrogativas pontificias se habían interrumpido de
manera parcial, suspendiendo una de las principales fuentes de financiación para las
empresas de Isabel y Fernando. Sin embargo, los reyes sabían que la defensa de sus
intereses en Europa y de la renovación de esta concesión papal dependía de sus
demostraciones de poder frente al moro, y no podían permitirse ningún signo de
debilidad. El triunfo sobre esta ciudad podía convertirse en el argumento definitivo para
demostrar al Occidente cristiano su determinación en la contienda frente al Islam. Por
este motivo, el reino realizó un extraordinario esfuerzo particular para enfrentarse a todos
los contratiempos avenidos durante el cerco. La ciudad andaluza de Ronda, conocida
comúnmente como «la copiosa», había almacenado víveres para poder resistir un
prologando sitio. Además, su situación geográfica no permitía a la artillería castellana
acceder a un punto estratégico desde donde atacar directamente las murallas de la
población. Por este motivo, se hizo necesario tomar todas las tierras aledañas antes de
proyectar cualquier intervención directa. Mientras los ejércitos reales amagaban con
realizar un movimiento táctico hacia Málaga, un contingente a las órdenes del marqués
de Cádiz se dirigió hacia Ronda, cercándola y talando sus campos, para poder ocupar
posiciones que aseguraran el buen desempeño de las armas de asedio castellanas. Tras un
sitio que se alargó durante quince días, la presión ejercida por las máquinas de guerra
cristianas acabó por menguar la resistencia rondeña. De este modo, don Fernando pudo
hacer su victoriosa entrada en la ciudad el 22 de mayo de 1485 1257. Los Reyes Católicos
aprovecharon esta significativa victoria para mostrar a todo Occidente sus intenciones de
acabar con el último reino musulmán independiente en Europa. La caída de Ronda
significó el primer signo de debilidad de la resistencia nazarí frente a Castilla, ya que con
esta ciudad se sometió la Garbía andaluza y todo el Algarbe malagueña. La conquista del

1257
Sobre lo referente a este asedio, consultar CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...»,
op.cit., pp. 587-599; del mismo autor: «Asiento de las cosas de Ronda. Conquista y repartimiento de la
ciudad por los Reyes Católicos» En Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, vol. III, anejo I. Granada:
Universidad de Granada, 1954, pp. 1-139; SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis: Los Reyes Católicos. El tiempo de...,
op.cit., pp. 137-141.

607
José Fernando Tinoco Díaz

emirato parecía ahora una realidad mucho más cercana. Tras recibir la noticia de la
destacada victoria castellana, Inocencio VIII determinó que el reino de Castilla podía
convertirse, realmente, en un meritorio adalid de la lucha contra el enemigo turco en un
breve periodo de tiempo. Sin embargo, para que esto ocurriera primero debía concretarse
la derrota definitiva del emirato nazarí. Por este motivo, el pontífice acabó por claudicar
y concedió, el 26 de agosto de 1485, la bula Redemptor Noster:

«Otrosí, acordaron de escreuir al Papa e al colegio de los cardenales las victorias que Dios les
avía dado contra los moros enemigos de nuestra santa Fe, e las çibdades, et villas, et castillos, e
tierras que avían ganad, [que] eran gran parte del reyno de Granada. Otrosí, le enbiaron decir
cómo, mediante el ayuda de Dios e de la Virgen gloriosa su madre, ellos entendían continuar su
conquista fasta ganar todo aquel reyno, e los trabajos ávidos, e los gastos fechos en la guerra, e los
que se esperauan aver en ella, e cómo avían redimido muchos cristianos que estauan cautivos en
poder de los moros.El Papa y los cardenales, oyda aquella nueva [de la victoria sobre Ronda],
ovieron gran placer; e el Papa, considerados los muchos gastos que en aquella conquista se
requerían facer, otorgó segunda cruzada, con grandes yndulgençias a todos los que la tomasen en
todos los reynos et señoríos del Rey e de la Reyna»1258.

Esta concesión de cruzada pontificia superaba ampliamente la anterior gracia papal


concedida a favor la campaña frente a Granada en materia de indulgencias, en tanto
volvía a imponer todas las cláusulas de la bula concedida por Sixto IV en su totalidad e
incorporaba novedades capitales en el ámbito económico. La principal de todas ellas, era
la renuncia del papado a la tercia impuesta sobre el producto de las concesiones
pontificias, que hasta entonces había estado destinada a la lucha frente al otomano, a
favor de la corona de Castilla1259. A estos ingresos económicos también se sumó la
cesión de las anteriores cantidades aún no retribuidas al pontificado anterior, como
consecuencia de la venta de indulgencias derivadas de la original bula papal Etsi
dispositione. En lo referente a la representación de la Santa Sede, Firmano de Perusa fue
sustituido por Cipriano Gentili como comisario apostólico y receptor del montante
destinado a la Santa Sede. Este nuevo representante intentó endurecer las condiciones del
acceso a las indulgencias pontificas, estableciendo medidas de control más estrictas,
como la prohibición de que ningún guerrero de Castilla portara la insignia de la cruz a no
ser que ésta fuera concedida por los comisarios ejecutores de la cruzada en persona. Por
otro lado, esta nueva dispensa de Inocencio VIII estableció una cantidad fija de la décima

1258
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 189.
1259
Al respecto de esta concesión, GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 382 y ss.

608
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que el estamento eclesiástico de los reinos de Castilla, Aragón y Sicilia debía entregar a
la monarquía hispánica. El montante de este subsidio se fijó en 100.000 florines de
Aragón, de los cuales eran asignados 10.000 ducados al papado. Además de la
divulgación de las gracias en estos territorios, el derecho de predicación también se
extendió a tierras navarras, reino aún independiente, aumentando así la jurisdicción de
los delegados reales en materia cruzada. Todo ello generó un incremento bastante
considerable en la rentabilidad económica obtenida por los beneficios derivados de esta
concesión pontifica.

En la redacción de este documento pontificio se contemplaba que la vigencia de estos


beneficios tendría una duración anual, a partir de la promulgación de las indulgencias en
cada territorio o reino de la corona de los Reyes Católicos. Este pequeño cambio en la
escritura de la bula pontificia abría un amplio abanico de posibilidades para los
monarcas, en tanto podrían realizar la predicación de la cruzada en fechas diferentes para
cada comarca geográfica, pudiendo planificar, con más eficacia, los preparativos para la
difusión de las buletas y la recaudación de los bienes obtenidos de la venta de
indulgencias. En estos términos, una nueva campaña de prédica tuvo lugar desde el mes
de octubre de 1485, hasta noviembre de 1486. Durante este último año, se despacharon
favorablemente las peticiones ordinarias de donaciones de varias rentas eclesiásticas a
través de la bula Cum superioribus, de 11 de febrero de 1486, y la renovación de la
cruzada mediante la bula Nuper cupiense, de 20 de febrero de 1486. En ambas, el papado
también concedió a los reyes de Castilla la cantidad correspondiente a la décima papal.
También se redujo la tasa de limosna para regiones pobres, se permitió el uso de la
anterior en las comarcas ricas, se facultó el empleo de censura y se ordenó que no se
interrumpiera la décima ni la cruzada aunque se acabase la conquista de Granada o se
cesara en la guerra. Por último, el pontífice ofrecía la posibilidad de orientar los medios
económicos derivados de la Inquisición hispánica, hacia la campaña frente a Granada1260.

El Tribunal de la Santa Inquisición fue fundado en Castilla gracias a la concesión de


la bula Exigit sincera devotionis affectus, de 1 de noviembre de 1478, en un momento
muy cercano a las primeras negociaciones documentadas a favor de la bula de cruzada.
De hecho, Norman Housley sostiene que fue inevitable la conexión entre la eliminación
de la herejía frente a infieles y conversos, y la financiación de estas campañas frente al

Al respecto de las concesiones de este periodo, GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la…, op.cit., pp.
1260

382-383.

609
José Fernando Tinoco Díaz

emirato nazarí en la Península, un territorio destinado a ser base para la defensa del
cristianismo frente al avance turco1261. Ambas instituciones, surgidas en el seno de la
religión católica, impregnadas de connotaciones espirituales, presentaron implicaciones
económicas evidentes además de sus manifiestas perspectivas doctrinales. Pero mientras
que la predicación de la bula de cruzada actuaba dentro del campo de la ortodoxia,
pretendiendo incitar a la sociedad cristiana a colaborar en una causa bendecida por el
papado a cambio de conseguir el perdón y la redención de sus pecados, la Inquisición se
definía como un instrumento de control de eventuales comportamientos heterodoxos. La
concesión de este tipo de medidas ha sido vista, por autores como García Fernández,
como un ejemplo de que la Iglesia había apostado por la defensa de una ortodoxia más
estricta en los cristianos peninsulares1262. Sin llegar a negar totalmente esta perspectiva,
debe de tenerse en cuenta que la pretendida homogeneidad religiosa se planteaba
únicamente como objetivo colateral de las medidas de la Inquisición. El tribunal no
buscaba unificar las creencias del conjunto de la población castellana, porque no tenía
ante sí una población asentada en la ortodoxia; tal cosa no puede plantearse antes en el
contexto del cristianismo militante antes de la Reforma1263. Por tanto, parece paradójico
que, siendo la base doctrinal de ambas instituciones contraria, su utilización fuera
complementaria, tanto en lo socio-económico, como en lo propagandístico, difícilmente
beneficiando a la propia Iglesia Católica. La monarquía castellana, en contraposición,
asimiló que gobernaba sobre una sociedad cristiana y se supo aprovechar de las pulsiones
y sentimientos que en ese seno se producían, para canalizarlos hacia sus intereses
inmediatos, como fue en este caso la Guerra de Granada. De esta manera, tanto la

1261
HOUSLEY, NORMAN: The later crusades…, op.cit., p. 297
1262
GARCÍA FERNÁNDEZ, MANUEL: «La alteridad en la frontera de Granada (siglos XIII al XV)» En García
Fernández, Manuel (ed.): Andalucía y Granada en tiempos de los Reyes Católicos. Sevilla: Universidad de
Sevilla, 2006, pp. 213-235.
1263
En este momento, únicamente se podía aspirar a eliminar aquellos rasgos ajenos a las prácticas
católicas, depurando los rituales sociales a favor del rito católico como único visible en la organización de
la vida social y familiar. Tal cosa no tenía que ver con la creencia sincera o insincera, sino con la simple
ritualidad, aberración teológica y canónica desde el punto de vista papal. De hecho puede afirmarse que si
bien esta época recoge la génesis del Tribunal de la Santa Inquisición, éste no tuvo verdadera importancia
hasta 1495. Durante esta etapa del conflicto castellano-nazarí, verbigracia, Fernando del Pulgar se limitaba
a afirmar que «las penas pecuniarias que pagaban los reconciliados, por quanto eran de aquellos que habían
ido contra la fe, mandaron el Rey e la Reyna que no se destribuyesen en otra cosa, salvo en la guerra contra
los moros, o en otras cosas que fuesen para ensalzamiento de la fe católica»; PULGAR, FERNANDO DEL:
Crónica de los..., op.cit., pp. II, 334-337. Al respecto del Tribunal de la Santa Inquisición, la bibliografía es
muy amplia. Por este motivo, se remite a los estudios clásicos de ESCUDERO LÓPEZ, JOSÉ ANTONIO:
Estudios sobre la…, op.cit.; NETANYAHU, BENZION: Los orígenes de…, op.cit.; KAMEN, HENRY: La
Inquisición española…, op.cit.

610
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cruzada, como el Tribunal de la Santa Inquisición, acabaron siendo mecanismos de gran


incidencia religiosa que ayudaron a sostener unas pretensiones preeminentemente
políticas, sobre la imagen de la corona como protectora de la fe cristiana. De hecho, tras
la conclusión de este conflicto, ambas concesiones temporales siguieron un proceso de
institucionalización que se alargó hasta el siglo XIX, cuando la salvación del alma
comenzó a no depender de la institucionalización de la religiosidad social1264.

En diciembre de ese mismo año de 1486, en una solemne ceremonia celebrada en la


basílica de San Pedro, Inocencio VIII entregaba un estilete bendecido a don Iñigo López
de Mendoza, conde de Tendilla, repitiendo así el gesto de Calixto III tuviera con Enrique
IV1265. Este fue el primer gran reconocimiento del que los reyes disfrutaron en Roma por
sus acciones en pos de la defensa de la cristiandad, pero no significó la conclusión de los
conflictos con la curia papal. En 1490, demostró una actitud semejante con la reina doña
Isabel al entregarle la Rosa de Oro, como una prueba evidente del prestigio alcanzado en
su determinación por concluir con la presencia islámica en este territorio. A la conclusión
del periodo de vigencia la última concesión de cruzada pontificia, a principios de 1487,
las negociaciones entre ambas instituciones para lograr la renovación de las prebendas
pontificias retornaron rápidamente. El objetivo estratégico establecido por Castilla para
las campañas bélicas de ese año era la conquista de la ciudad de Málaga. Para llevar a
cabo esta gran empresa, iba a ser necesario contar con un incremento en los ingresos
económicos, puesto que los gastos previstos para el largo asedio se tornaban excesivos.
Por otro lado, el mantenimiento de la vigilancia y guarda de la tierra conquistada, que
aumentaba año a año, junto con la manutención de unas huestes que cada vez eran más
numerosas, seguían creciendo por encima de las rentas ordinarias apercibidas por la
corona. En esta tesitura, el papado volvió a mostrarse reticente a la plena concesión de
indulgencias para estas campañas.

La corte pontifica era consciente de que los Reyes Católicos no podrían relajar sus
pretensiones económicas y comenzar su campaña oriental frente al turco, hasta que no se
produjera la desaparición del reino musulmán. Por este motivo, en la curia romana
1264
Sobre todo ello, es interesante consultar la reflexión realizada por TORRES GUTIÉRREZ, ALEJANDRO:
«Implicaciones económicas del miedo religioso en dos instituciones del Antiguo Régimen: la Inquisición y
la bula de Cruzada» En Milenio: miedo y religión, IV Simposio internacional de la SECR. Tenerife:
Universidad de La Laguna, 2000 (dirección web: <http://www.ull.es/congresos/conmirel/torres1.html>)
[fecha de consulta: 3/2/2013].
1265
Sobre este hecho, consultar FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: «Imagen de los...», op.cit.,
pp. 292-293; O'CALLAGHAN, JOSEPH: The Last Crusade..., op.cit., pp. 154-155.

611
José Fernando Tinoco Díaz

comenzó a hacerse presente una acuciante urgencia por acelerar el ritmo de la conquista
del emirato de Granada. Amparado por este deseo de incitar la rápida conclusión de la
empresa castellano-nazarí, Inocencio VIII se negó nuevamente a entregar la bula de
cruzada alegando que habían llegado a su poder varias denuncias de violaciones de la
libertad eclesiástica del clero castellano. A estas acusaciones se sumaban otras
recriminaciones sobre el correcto desempeño del Tribunal de la Santa Inquisición y la
condena de diversos obispos conversos, como Juan de Lucena, que fueron obligados a
huir a Roma para escapar de las penas impuestas sobre ellos. Estos eclesiásticos fugitivos
publicaron diversos escritos donde establecían que el ejercicio de esta institución era una
clara vulneración del derecho canónico y de la autoridad de la Santa Sede en materia
religiosa, realizado por unos tiránicos y avariciosos reyes que pretendían imponer su
autoridad sobre la propia fe cristiana. Los curiales romanos se sirvieron de estos
testimonios para recriminar a la corona hispánica que los oficiales de este órgano
parecían estar actuando de manera abusiva, ignorando las anteriores previsiones papales
en materia de lucha contra la herejía en el seno del cristianismo. En contraposición, los
diplomáticos de Castilla se defendieron ante tales acusaciones achacando todas estas
recriminaciones a una resistencia calculada por parte del papado, el cual no estaba
dispuesto a contribuir económicamente de nuevo al mantenimiento de la contienda frente
al emirato nazarí1266.

El proceso inquisitorial sirvió de esta manera como aliciente para que la curia no solo
se resistiera a conceder los permisos de reforma y cruzada solicitados, sino que además
fue sujeto de un fenómeno de anti-propaganda que pretendía contrarrestar las victorias
castellanas frente a los musulmanes. Este movimiento diplomático revela que el papado
ya no contaba con una verdadera autoridad independiente frente al prestigio de la
monarquía castellano-aragonesa; en el caso contrario, hubiera podido reclamar su
auctoritas en asuntos espirituales1267. Roma finalmente se vio obligada a ceder ante las
ambiciones castellanas, y el desacuerdo entre ambas partes se normalizó con el aumento
del montante de la décima papal cedida por la corona castellana, establecida en 15.000
ducados. En contraprestación a este aumento de la cantidad percibida por este gravamen,

1266
Al respecto de estas disputas entre los diplomáticos castellanos y la curia romana, un resumen de los
principales puntos clave puede encontrarse en FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: «Relaciones
político-eclesiásticas de Alejandro VI y los Reyes Católicos (1492-1503)» En Anuario de Historia de la
Iglesia, nº 14. Navarra: Instituto de Historia de la Iglesia, 2005, pp. 477-453, pp. 489-491.
1267
Sobre todo ello, es interesante consultar la reflexión de VILLACAÑAS BERLANGA, JOSÉ LUIS: La
monarquía hispánica…, op.cit., pp. 631-635.

612
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

el papado prorrogó la cesión de la décima y realizó una nueva concesión de bula de


cruzada a través de la Breve Licet nobilis, de 26 de febrero de 1487. Esta gracia cual
aseguraba al reino de Castilla contar con esta exención desde el 1 de septiembre de ese
mismo año. Los reyes no demoraron su predicación y, en octubre de ese mismo año,
comenzó una nueva campaña de difusión de las indulgencias papales. En agradecimiento
a estos apoyos, Pedro Boscà destacó ante la curia papal, que «los mismos Príncipes
católicos avanzan con una disposición tal que más bien desean propagar la fe que ampliar
su Imperio terreno, más establecer el culto divino que aumentar para sí un gran
pueblo»1268.

La vigencia de la renovación de Inocencio VIII de la bula de cruzada concluyó el 1 de


septiembre de 1488. Meses antes de que esto sucediese, los monarcas castellanos
comenzaron a presionar al papado para conseguir otra prórroga que asegurara la
continuación de la vigencia de la gracia pontifica. Pero nuevamente Inocencio VIII se
mostraba cada vez más reticente a ello. En esta tesitura diplomática, tuvo lugar el asedio
de Baza (1489), la operación bélica más larga de toda la Guerra de Granada. Durante el
inicio del sitio a la ciudad batestana, la corona de Castilla se vio obligada a solicitar
varios empréstitos, e incluso la reina empeño buena parte de sus joyas para poder pagar a
las diferentes fuerzas que tomaron parte a favor del bando cristiano. La falta de la
seguridad de contar con un medio financiero estable, dio lugar a que los reyes buscaran
todas las formas posibles para obtener medios económicos con los que poder sostener el
real castellano durante esta prolongada empresa. Pero el 9 de octubre de 1489, en pleno
cerco a la plaza nazarí, Inocencio VIII cedió ante las pretensiones reales y prorrogó la
cruzada por un año a través de su bula Orthodoxe fidei, gravando también las rentas del
clero castellano con una nueva décima. La estructuración de esta gracia pontifica no
sufrió cambios significativos, lo cual significó la confirmación del triunfo de Isabel y
Fernando en este aspecto de las relaciones con la Santa Sede. Así lo manifestó de forma
subjetiva el embajador hispano Bernardino López de Carvajal en su discurso destinado a
celebrar la conquista de Baza, denotando que aquel determinante gesto manifestaba el
apoyo con el que contaban los mandatarios de Castilla en su empresa frente al musulmán:

1268
ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro...», op.cit., p. 474. Al respecto, cabe mencionarse el
amplio trabajo de análisis de este discurso y su contexto histórico realizado por SALVADOR MIGUEL,
NICASIO: «Pere Boscà y…», op.cit.

613
José Fernando Tinoco Díaz

«Unos príncipes tan católicos han de ser asistidos por la aprobación común de los cristianos,
puesto que defienden una causa común para la República Cristiana. Pero por encima de todos
Nuestro Santísimo Señor Inocencio VIII, Papa por la divina providencia, que como vicario de
Cristo y cabeza de los cristianos debe, en su propio beneficio, añadir a la gran gloria y honor todo
cuanto acrecienta a Cristo y a los cristianos (como efectivamente hace), por un lado tuvo que
celebrar con alegría cristiana este día, con grandes júbilos, como hizo domingo pasado, y por otro
debe invitar a los príncipes católicos a añadir más días similares a la victoria cristiana. Ciertamente
los cristianísimos príncipes de las Españas asignan plenamente toda la gloria y el honor de este
santo triunfo a Su Santidad como cabeza cristiana bajo la que se conduce todo ejército de
cristianos y de la cual tomaron con mayor gratitud Sus Majestades la cruzada, la décima y otros
favores para la expedición. También vosotros, Padres Reverendísimos, como miembros
principales de la República Cristiana, servid de ayuda a estos cristianísimos príncipes según soléis,
ante Dios con oración de súplica y ante Nuestro Santísimo Señor con vuestra mediación hasta que,
huido Mahometano de toda España, lo persigamos fácilmente incluso mientras huye a África.
Asistiéndonos la fe pura que es la victoria que vence al mundo, esperamos que esto ocurra en
breve si así lo dispone Cristo Nuestro Señor cuya gloria es eterna. Amén»1269.

Este discurso agradecía al papado su asistencia en la empresa, pero también hacía


hincapié en el deber de todo cristiano de colaborar con una iniciativa que implicaba la
propagación de la fe católica. Esta perspectiva denota que, a pesar de las generosas
gracias que el Pontificado incluyó en su concesión, la campaña de acusaciones y ofensas
entre ambos bandos no cesó. En la Breve Quo citius, el santo padre continuó exhortando
a los reyes castellanos, a remediar los excesos y errores de los encargados de cobrar
décima y cruzada. Asimismo, los monarcas fueron amonestados a subsanar los enormes
abusos de sus ministros, especialmente en la exacción en lo tocante a este tema y en el
cobro de la décima, en los reinos de Castilla y sobre todo en la isla de Sicilia. El cobro
del subsidio había de darse con moderación para que en adelante nadie tuviera motivo de
queja, ya que supuestamente habían llegado a Roma una gran tormenta de protestas
contra las exacciones indebidas de los empleados españoles, cuya repetición era preciso
evitar a toda costa por el buen nombre de los reyes de Castilla y el honor del papado. Por
este motivo, Isabel y Fernando debían procurar que los dones espirituales de la cruzada
fueran recibidos recta y devotamente, y administrados por personas de Dios para ser
utilizados en cuestiones vinculados con la fe católica. Pero Isabel y Fernando eran
conscientes que ni Inocencio VIII, ni ninguno de los funcionarios que formaban la curia
romana, eran modelos de rectitud para el resto de la cristiandad. Por lo que mostraron
ampliamente su desacuerdo ante tales acusaciones. En esta difícil tesitura, se produjo una
1269
LÓPEZ DECARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., pp. 119-121.

614
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

nueva renovación de cruzada a través de la Breve Nuper pro, de 11 de febrero de 1490.


Finalmente, el 1 de octubre de 1491 se concedieron las indulgencias cruzadas pontificas
por última vez, por un periodo de un año de duración.

Una nueva campaña de predicación comenzó en 1490, tras el recibimiento de la


gracia papal el 21 de abril de ese mismo año. Esta operación de difusión de las
indulgencias concedidas por el Pontificado se alargó hasta mediados de 1492. La extensa
periodicidad de esta campaña de difusión hace suponer a Ladero Quesada la existencia
de otra prórroga pontificia con posterioridad a la conquista de la capital nazarí, pues las
últimas cartas de recepción de la bula de cruzada fueron fechadas en diciembre de 1491 y
el 13 de marzo de 14921270. Estas noticias denotan que la empresa de los Reyes Católicos
frente a los musulmanes no pretendió concluir con la conquista de la capital del emirato
nazarí, al igual que no lo hizo el apoyo papal a sus deseos de continuar ganando
territorios al Islam en el contexto del Mediterráneo. Solo gracias a este soporte de
naturaleza pontificia, los reyes castellanos pudieron proyectar y llevar a cabo sus
pretensiones en este ámbito territorial, lo cual deja de manifiesto la significación capital
que tal gracia llegó a detentar en este periodo de la historia hispánica. De hecho, a pesar
de que estas concesiones fueron establecías como cesiones temporales, resulta indudable
que Roma hubo de asumir la conversión de algunas de estas rentas eclesiásticas en
ingresos ordinarios, o casi habituales, para una corona de Castilla y Aragón que acabó
por alzarse como principal defensora de la fe cristiana. Así lo reconoce el embajador
florentino Francesco Guicciardini a comienzos del siglo XVI, el cual no duda en dar
especial cuenta de la importancia de la cruzada para las empresas de la monarquía
hispánica en todo el contexto Mediterráneo:

«Al principio, cuando la cosa era nueva, sacaron bastante con ella [la bula de cruzada] y dicen
en especial que el año que el rey tomó Málaga [1487] recogió ochocientos mil ducados. Después
ha disminuido, porque en las ciudades pocos la toman; en el campo, bastantes casi forzados por el
miedo. Sin embargo, rinde hoy ordinariamente alrededor de trescientos mil ducados. Parece a estos
papas poca cosa el concederlos, pero ha sido tan grande, que sin tales subsidios este rey no solo no
habría tomado Granada y tantos reinos extranjeros, sino que habría tenido dificultad en conservar
Aragón y Castilla»1271.

1270
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 300-301.
1271
ALONSO GAMO, JOSÉ MARÍA (ed.): Viaje de España..., op.cit., p. 26.

615
José Fernando Tinoco Díaz

7.2. LA REALIDAD DE LOS BENEFICIOS DE LA CONCESIÓN PONTIFICIA


DE BULA DE CRUZADA.

7.2.1. LA COMPLEJA CONFIGURACIÓN INSTITUCIONAL DE LA GRACIA PAPAL. EL


MARCADO CARÁCTER ECONÓMICO DEL INTERÉS TRAS LA CONCESIÓN DE BULA DE
CRUZADA.

El hecho de que la monarquía castellana se preocupase constantemente por la


concesión y renovación de la bula de cruzada pontificia, denota la extraordinaria
importancia que tuvo para la prosecución de la Guerra de Granada esta gracia papal. Más
allá de la significación moral que suponía el reconocimiento del Pontificado al carácter
religioso de la contienda, para el profesor Goñi Gaztambide la principal faceta de esta
gracia papal, residió en la posibilidad de que Isabel y Fernando pudieran obtener una
«fuente copiosa y sana de ingresos»1272. Esta argumentación parece ser corroborada por
algunas de las diversas fuentes castellanas de este periodo, que transmiten una
perspectiva de la institución cruzadista de eminente carácter financiero. En ese sentido, la
crónica de Alonso de Palencia es la obra más rica en referencias a la intrahistoria de las
negociaciones de la bula de cruzada y la relación diplomática entre los reyes y el papado
a este respecto, como se ha podido documentar en el punto anterior. En su narración del
conflicto castellano-nazarí, el autor castellano nombra el concepto «bula de
indulgencias» en tres ocasiones, mientras que la «bula de cruzada» aparece solamente en
una mención. Ambos términos son articulados de forma muy semejante, casi de manera
sinónima, expresando siempre la eminente perspectiva financiera de la concesión
pontificia. De todas estas referencias que Palencia menciona a lo largo de su escrito a la
institución cruzadista, el fragmento más atractivo para ilustrar esta perspectiva concierne
a las negociaciones previas a la concesión de la bula de indulgencias de 1482. En el
mismo, el cronista reconoce que el rey don Fernando «estaba pendiente de su concesión
la Bula de indulgencias con que había de obtenerse el pedido de fondos necesarios para
la guerra de Granada». En esta cita del castellano se manifiesta abiertamente que el fin
principal para el que fue solicitado este privilegio, no fue otro que la obtención de una
estable fuente de financiación extraordinaria para la empresa1273. De hecho, en otros
pasajes posteriores de su crónica, la concesión de bula de cruzada aparece identificada,
de manera implícita, dentro del el conjunto de subsidios eclesiásticos concedidos por el
papado a Isabel y Fernando.

1272
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: «La Santa Sede...», op.cit., p. 49.
1273
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 41-42, 113, 390-39, 135-141.

616
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

A medio camino entre la evocación del celo religioso cruzadista original, y la


perspectiva más institucionalista de esta gracia pontifica, se encuentran las referencias
expuestas en la obra de Fernando del Pulgar. La Crónica de los Reyes Católicos
compuesta por este autor, refleja un tratamiento de la bula de cruzada mucho más
tradicional que el anterior trabajo de Palencia. Ésta es la narración más rica en menciones
explícitas a la bula de cruzada y la concesión de indulgencias por parte del papado, y
donde mejor quedó expresada la importancia propagandística de contar con el apoyo
explícito del Pontificado para la política exterior castellana. A lo largo del relato de
Pulgar, se documenta hasta en cinco ocasiones el concepto de «bula de cruzada»
singularizado, aunque la concesión de la propia bula pontifica también aparece implícita
en las referencias al otorgamiento de «indulgencias papales» destinadas a sufragar la
empresa castellana1274. A pesar de que la mayoría de estos fragmentos en los que se
recogen noticias de esta concesión papal responden a una línea retórica de marcada
índole ceremonial, por lo general este autor mantiene una perspectiva muy semejante a la
expresada por Alonso de Palencia. Sirva como muestra de esta afirmación el siguiente
fragmento de la crónica de Pulgar, en el cual el autor reconoce que:

«[…] de lo que se cogía de la Cruzada et subsidio de la clerecía, e de las penas que se ponían a
los que avían judayazado e se reconçiliauan a la Iglesia, e de las otras sus rentas ordinarias, e de
todas las partes que podían aver dineros, [los Reyes de Castilla] mandauan distribuyrlo en las
cosas de la guerra»1275.

Al margen de las referencias a este término que realizaron Fernando del Pulgar y
Alonso de Palencia en sus crónicas, cabe preguntarse la razón por la que no aparecen
noticias de la bula de cruzada o indulgencias en las restantes narraciones contemporáneas
al conflicto castellano-nazarí. En primer lugar, puede entenderse hasta cierto punto que
no se hagan referencias a las bulas de cruzada en obras como la Historia de los hechos
del marqués de Cádiz, pues es una crónica que no se centra en el hecho factual, sino en
las propias acciones caballerescas del marqués. Por este motivo, se dejan al margen el
tratamiento de elementos institucionales que, si bien pueden considerarse capitales para
el desarrollo de la contienda por otros autores, en la narración puedan significar un
incentivo innecesario para el ejercicio del espíritu caballeresco. Asimismo, el Breve parte
de las hazañas del excelente nombrado Gran Capitán de Pérez del Pulgar es demasiado

1274
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 49-50, 122, 144-145, 188-189.
1275
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 144.

617
José Fernando Tinoco Díaz

breve y centrado en la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba como para hacer


referencias a aspectos tan concretos, como éste de la bula de cruzada. Un caso semejante
sucede con Hernando de Baeza y su relación sobre los últimos tiempos de la dinastía
nazarí. Al estar narrando los sucesos desde la perspectiva musulmana, este autor no
incorpora ninguna alusión a aspectos concretos de la concesión de bula de cruzada papal.
Con respecto a las fuentes historiográficas en verso, cabe afirmar que estas
composiciones se centran más en las facetas espirituales y doctrinales de esta contienda,
que en la representación institucional de la cruzada. En una línea cercana se encuentran
las Memorias de Andrés Bernáldez, obra que sin embargo presenta referencias a la
perspectiva más doctrinal de esta concesión que se referenciarán más adelante por su
carácter singular. En el lado opuesto, las Decades Duae de Antonio de Nebrija suponen
un ejemplo de una línea retórica muy cercana al humanismo más modernista. En esta
obra, la cruzada es mencionada una sola vez, dentro de las referencias a los ingresos que
los reyes castellanos estaban logrando de sus colaboradores internacionales1276. En el
caso de la narración de Diego de Valera, sí aparecen algunas banas referencias a la
concesión de bulas por parte del papado, pero éstas solamente recogen las gracias en
materia de presentación de obispos1277. A pesar de esta escasez de referencias en su
Crónica de los Reyes Católicos, cabe destacar que este autor refleja una perspectiva de la
cruzada muy semejante a la narrada por Fernando del Pulgar o Alonso de Palencia en su
anterior Memorial de diversas hazañas 1278.

Esta amplia perspectiva general determina que, si bien la bula de cruzada contó con
un papel capital para el sostenimiento de la empresa castellana, su tratamiento fue muy
exiguo entre las fuentes castellanas. Esta circunstancia choca frontalmente con la
compleja institucionalización de la concesión pontificia en territorio hispano durante este
periodo. Según determinaba la bula Etsi dispositione, la primera gran dispensa de
cruzada favorable al reino de Castilla y su iniciativa frente a Granada, la organización
institucional en torno a esta concesión debía estructurarse en Castilla siguiendo las
directrices conjuntas de la corona y el papado. De acuerdo con este procedimiento, los
reyes de Castilla designaron como comisarios generales para la recepción y ejecución de
las gracias concedidas por el Pontificado, a Hernando de Talavera, entonces prior del
monasterio jerónimo de Nuestra Señora del Prado de Valladolid, y a Pedro Jiménez de
1276
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 65
1277
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. 270-271.
1278
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 41.

618
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Préxamo, deán de Toledo y maestro en Sagrada Teología, nombrado con posterioridad


obispo de Badajoz y Coria. A partir de 1486, Alfonso de Valdivieso, obispo de León,
sustituyó a este último en sus respectivas atribuciones. Por parte del papado, Francisco de
Ortiz, arcediano de Briviesca, fue elegido delegado de la Santa Sede en Castilla para
supervisar el buen desempeño de los legados reales en esta materia. En el aspecto
administrativo, la estructuración que se impuso seguía el esquema tradicional de la
fiscalidad pontifica pero adaptado a este sistema organizativo. Sobre Hernando de
Talavera recaía la jurisdicción de los territorios de Castilla y León; mientras que Pedro
Jiménez, y Alfonso de Valdivieso con posterioridad, controlaron la administración de la
parte norte de la Península Ibérica, junto a los territorios de la sede de Toledo y el sur
peninsular. A ambos comisarios generales también se les otorgaban amplias facultades
extraordinarias para solucionar diversos hechos puntuales que pudieran acaecer durante
este periodo, como pudo ser la absolución de simonías, la censura de anejas e
irregularidades, la renovación de dispensas puntuales, o la regularización de
matrimonios. No se tiene constancia de quién fue la persona que coordinaba los aspectos
en torno a la bula de cruzada en el territorio de Aragón, reino al que se amplió la cruzada
en los años posteriores. Sin embargo, Gonzálvez Ruiz opina que este territorio también
dependió de la jurisdicción de Pedro Jiménez, por las asignaciones geográficas que el
eclesiástico detentaba1279. En el caso de los reinos con alguna subordinación con la
corona castellana, no se tienen evidencias de esta predicación, cosa que no descarta la
posibilidad de que ésta existiera, como denota la afluencia de caballeros de estas tierras
en la Guerra de Granada1280. En un escalón más bajo de la estructura institucional de la
cruzada, se encontraban los comisarios de los distintos obispados del territorio donde la
bula contaba con vigencia. Ellos nombraban a los colectores, jueces y predicadores
encargados de llevar adelante el proceso de predicación y recaudación de las donaciones
y compras de indulgencias. Estos funcionarios tenían la posibilidad de delegar algunas
atribuciones en tenientes y subalternos para aminorar su carga de responsabilidades,
cargos que eran nombrados por elección personal. En última instancia, la dirección y
administración de toda la institución cruzada en territorio hispano recaía sobre Hernando
de Talavera, el cual se mantuvo a la cabeza de todo el proceso hasta la conclusión del
conflicto frente al emirato nazarí.

1279
GONZÁLVEZ RUÍZ, RAMÓN: «Las bulas de…», op.cit., p. 107.
1280
LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición...», op.cit., p. 242.

619
José Fernando Tinoco Díaz

En el aspecto propagandístico, cabe destacar que la primera campaña de divulgación


de las indulgencias pontificias tuvo lugar entre 1482 y 1484 de manera interrumpida. En
ese sentido, Gonzálvez Ruiz denota que Isabel y Fernando podrían haber tenido todo este
sistema estructurado y haber comenzado la predicación con antelación a la llegada de la
bula papal, lo que habría permitido poner en marcha el sistema administrativo de la
cruzada rápidamente a partir de la recepción de la dispensa pontificia, en marzo de 1483.
El historiador defiende que la preocupación que los Reyes Católicos mostraron en
acelerar la publicación de las bulas papales, para que su predicación se realizase de
manera correcta y rápida en todo el territorio hispano, intentaba intensificar la
recaudación obtenida por la venta de indulgencias1281. Con posterioridad a esta primera
etapa, las empresas de predicación de las gracias pontificas tuvieron lugar en el momento
en el que las renovaciones de la bula de cruzada eran concedidas. Una vez era recibida
esta confirmación del privilegio vaticano en Castilla, los comisarios de las diversas
diócesis, donde la gracia romana tuviera vigencia, nombraban sus delegados,
predicadores y notarios, comenzando así con el proceso de difusión de los perdones
papales. La publicación y transmisión de estas indulgencias tenía lugar a través de las
llamadas buletas, una de las principales mejoras derivadas de la generalización de la
imprenta en Castilla1282. Estos panfletos eran textos redactados en un estilo común,
generalmente en lengua vernácula castellana o catalana, en el que se detallaban los
beneficios y las faltas perdonadas si se participa en la campaña frente a Granada bajo el
signo de la cruz. El centro de impresión de estas cuartillas se estableció en Toledo, donde
también estaba instalado el centro de todo el proceso administrativo bajo la dirección de
Talavera. Por último, las buletas debían estar rubricadas por un notario real y
confirmadas por el sello de cruzada, que se encontraba a cargo del eclesiástico Francisco
Ortiz.

Es muy posible que el proceso de divulgación del contenido de estos documentos, y


de la propia doctrina asociada a la idea de cruzada, fuera muy similar a las misiones
populares de evangelización del periodo bajomedieval. La falta de límites precisos entre
lo político y lo religioso, característica esencial de la doctrina del momento, fue uno de

1281
GONZÁLVEZ RUÍZ, RAMÓN: «Las bulas de…», op.cit., pp. 113-115.
1282
Sobre la influencia de la imprenta en el reinado de los Reyes Católicos, tanto en lo referente a la
predicación de estas gracias indulgenciales, como en otras muchas en relación al establecimiento de la
doctrina política defendida por estos soberanos, es interesante consultar AGUADÉ NIETO, SANTIAGO:
«Humanismo y orígenes...», op.cit., pp.864-868.

620
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

los factores que confirieron especial eficacia a este tipo de propaganda. Sin embargo, el
historiador no se pueda aventurar a afirmar con total claridad que este mensaje pervirtiera
su función religiosa por completo. Los predicadores que llevaban a cabo estas campañas,
sabían comunicar admirablemente los valores de este conflicto con los niveles más altos
de la sociedad y la cultura popular por igual, hecho que les hacía especialmente aptos
para ejercer como agentes de la propaganda regia a cualquier nivel social1283. Estas
empresas de predicación no tenían lugar de forma simultánea en varios lugares, sino que
se realizaban siguiendo un plan de difusión sistemática y escalonada, bajo un férreo
control por parte de los funcionarios de la corona castellana. Su divulgación se ejecutaba
partiendo de los grandes núcleos urbanos, coincidiendo con tiempos destacados del año
litúrgico, como la Cuaresma, en los que la religiosidad del pueblo estaba a flor de piel.
De esta manera, se pretendía incrementar el espíritu de colaboración de las diversas
clases sociales del reino para que donasen una cantidad considerable para el
ensalzamiento de la fe cristiana en este territorio peninsular.

Durante el periodo bajomedieval, la participación personal en una campaña bajo


consideración de cruzadas paulatinamente fue sustituida por el pago de una cantidad
prefijada. A comienzos del siglo XV, se estableció un canon estipulado para los que
quisieran aportar una limosna para la causa cruzada, algo que aumentó el propio
rendimiento económico de la institución. Durante el Pontificado de Martín V, la tasa se
estableció en un mínimo de ocho ducados, aunque esta cantidad descendió con Eugenio
IV a cinco y con Nicolás V a tres. En el caso de la contienda castellano-nazarí, a partir de
la concesión de la bula Etsi dispositione, se estableció una tasa fija para todo aquel que
quisiera participar de los beneficios indulgenciales de esta gracia papal. El canon
impuesto para que los combatientes obtuviera su cruz fueron dos maravedíes, mientras
que las tasas fijadas para las limosnas variaban desde los dos, tres, cuatro y seis reales, al
florín, los 82 maravedíes o cuatro cornados. Desde el año 1485, la posibilidad de
participar en esta contribución a favor de la campaña castellana, también se estableció en
los reinos de Aragón y Navarra, en los cuales la cantidad se fijó en seis reales
castellanos1284. En la primera fase del conflicto, hubo una mayor venta de bulas de gran
precio como esta última. Sin embargo, durante los últimos años de la contienda, cuando

1283
Al respecto de esta perspectiva, se remite a las referencias realizadas por CARRASCO MANCHADO, ANA
ISABEL: Discurso político y…, op.cit., pp. 83-107.
1284
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., p. 301; GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia
de la..., op.cit., p. 342.

621
José Fernando Tinoco Díaz

el peso de la guerra comenzó a hacerse notar sobremanera en la sociedad castellana, se


produjo un descenso de la rentabilidad de las ventas más onerosas de perdones papales,
desapareciendo paulatinamente la limosna de seis reales. Con esta medida, el Pontificado
y los mandatarios del reino hispano pretendían que la cuantía procedente de las limosnas
ascendiera en las regiones peninsulares más pobres y en aquellas que estaban sosteniendo
el conflicto frente al infiel, a través de la diversificación de los ingresos por ventas
menores. El resultado de esta decisión institucional fue la rauda generalización de la
limosna de dos reales, la cual se convirtió en la donación más común a partir de 14891285.

Las cuestiones fiscales en torno a la recolección de la venta de indulgencias y


donaciones, eran responsabilidad directa de los colectores generales y contadores de cada
una de las diócesis donde era predicada la bula. Ellos coordinaban el trabajo de
receptores y tesoreros, quienes a menudo eran también eclesiásticos. Todo el trabajo de
estos individuos estuvo inspeccionados por pesquisidores nombrados por la corona, que
tenían la función de asegurar la claridad del proceso y de dar cuenta de las ganancias
recibidas a las instancias reales, como exponen las propias crónicas 1286. Tras este tipo de
medidas, también se pretendía atender a las posibles acusaciones del protervo uso de los
fondos que éste realizó de los fondos cruzados, como había sucedido durante el reinado
de Enrique IV. Por parte del reino de Castilla, el cargo de receptor general de la cruzada
recayó sobre el propio Hernando de Talavera; mientras que Firmano de Perusia fue
elegido por el papado para supervisar la faceta económica del proceso institucional. Más
tarde el italiano fue sustituido por Cipriano Gentili durante el pontificado de Inocencio
VIII. Para centralizar este proceso de recogida de limosna derivada de la compra de
indulgencias, se nombró un cargo de colector general en el monasterio del Prado. Este
religioso se encargaba estaba de fiscalizar y dar cuenta de todo el cobro de los beneficios
directos de la bula, e incluso de otros procesos asociados a la sistematización de la
institución de la cruzada, como la propia distribución de buletas impresas. Pero a pesar

1285
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., pp. 301-302.
1286
Sirva como ejemplo el siguiente fragmento de la crónica de Fernando del Pulgar: «E mandaron yr
onbres letrados que fiziesen ynquisiçión sobre los corregidores de las çibdades e villas, a los quales
enbiavan a mandar que, acabado el tienpo de su corregimiento, estoviesen treinta días sin tener cargo de
justicia, faziendo su residencia et dando razón de lo que avían llevado de penas e de otras cosas, et cómo
avían usado de su ofiçio. E si alguno fallaua culpado, llevado algún cohecho, o aviendo [fecho] otro exceso
en la justicia, luego era traído a la corte preso, e penado según la medida de su yerro; et a este tal no se
encargaua dende en adelante ofiçio ninguno. Visto la diligençia que en esto la Reyna ponía, todos
trabajauan por se saluar usando linpiamente de su cargo»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…,
op.cit., p. II, 353.

622
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de este esfuerzo por eliminar o reducir las pérdidas por abusos o errores, el proceso de
recaudación de los beneficios de la bula de cruzada nunca estuvo exento de notables
pérdidas de ingresos. De esta manera lo manifiesta el padre Mariana, cuando se refería al
funcionamiento de esta compleja maquinaria institucional durante la Guerra de Granada:

«[El pontífice Sixto IV] concedió asimismo la cruzada á todos los que á su costa fuesen á la
guerra, por lo menos ayudasen con ciertos maravedís para los gastos, lo cual se tornó a conceder el
tercer año adelante; y deste principio, que se continuó adelante, ya todos los años se recoge por
este medio gran dinero para los gastos reales: camino que inventaron en aquella sazon personas de
ingenio, y que por semejantes arbitrios pretender adelantar y ganar la gracia de los príncipes y
ayudar á sus necesidades: demás desto tomaron de los cambios y de otros particulares gran suma
de dineros prestada»1287.

Al margen de esta concesión de bula de cruzada, el papado también consintió ceder a


los Reyes Católicos otras gracias económicas pontificas, las cuales siempre fueron
regidas por el ritmo de la propia renovación de la gracia cruzada. Todas estas
contribuciones cedidas a los reyes castellanos, fueron mencionadas en las crónicas bajo
la denominación de «subsidios eclesiásticos». El más destacado de todos estos
otorgamientos fiscales, fue la cesión de la llamada décima papal. En teoría, esta
asignación se definía como la cesión del 10% de todas las rentas pontificas, en territorio
hispano, a los monarcas de Castilla. Sin embargo, su asignación por parte del Pontificado
romano siempre estuvo rodeada de problemáticas negociaciones, como se ha tenido
oportunidad de analizar con anterioridad. Al ser el cálculo de esta proporción una
cuestión bastante compleja, este importe fue sustituido por una cantidad global desde el
comienzo de la campaña. En su primer año de cobro, esta retribución supuso un ingreso
de 100.000 florines. El propio Pulgar deja constancia de todo ello en su crónica
ilustrando a la perfección esta cuestión. El cronista destaca que:

«El Papa, conociendo que esta guerra era tan santa, e para ensalçamiento de la Fe católica, e
considerados los gastos y trabajos que en ella se avían, envió su bula para que toda la clerecía
pagase otra déçima este año de todas las rentas de las iglesias et monesterios e otras personas
eclesiásticas; la qual fue tasada por el cardenal de España en çient mil florines de Aragón» 1288.

1287
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 95. Al respecto de los ingresos y pérdidas de este
proceso fiscal en torno a los beneficios obtenidos por la bula de cruzada, consultar LADERO QUESADA,
MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., pp. 303-304. Sobre la evolución de la percepción de tributos
eclesiásticos en el reino de Castilla, NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Iglesia y génesis…, op.cit., pp. 322-336.
1288
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 243-244.

623
José Fernando Tinoco Díaz

En 1485, la cantidad ascendió hasta los 115.000 florines. Para los años posteriores la
cuantía sería similar, lo que supuso una contribución total de unos 600.000 florines
aragoneses, o 159.000,000 maravedíes castellanos. A pesar de las continuas reticencias
papales, el cobro de este subsidio se prolongó posteriormente, hasta convertirse en
ingreso habitual para la corona de Castilla. Con respecto a Aragón, la recaudación de la
décima fue más tardía, aunque las fuentes señalan la obligación se extendería a estas
tierras ya en 1482. A diferencia del caso castellano, el montante de cada año era
calculado de manera independiente, por lo que no se tienen cifras tan claras al respecto.
En conjunto, este subsidio fue concedido a los Reyes Católicos hasta en seis ocasiones a
lo largo de toda la campaña castellana, en los años 1482, 1485, 1487, 1489, 1491 y 1492,
aportando en total unos 159.000.000 maravedíes1289.

Asimismo, la curia romana permitió a los monarcas castellanos disponer de otras


cargas económicas recaudatorias de carácter secundario, que en algunas ocasiones ya
habían sido destinadas previamente al fortalecimiento de las fuerzas en la frontera del
reino castellano con el emirato nazarí y el rescate de cautivos cristianos en esta zona.
Entre todos estos tributos concedidos, se encontraban cargas fiscales favorables al clero
hispano como el quinto sobre abintestatos, bienes mostrencos o mal habitados sin
propiedades, mandas inciertas, o rentas de cofradías, legados y composiciones1290. Otras
diversas contribuciones y subsidios eclesiásticos también fueron cedidas temporalmente
a la administración de la corona durante este conflicto frente a Granada. Este fue el caso
de los bienes del difunto obispo de Coria, don Juan de Ortega, o las rentas de las mesas
arzobispales de Sevilla y Córdoba, mientras las sedes estuvieron vacantes. En 1487,
Inocencio VIII decidió aumentar su apoyo a la corona castellana y conceder a una media
annata sobre las rentas de todos los beneficios eclesiásticos del reino, encomiendas y
maestrazgos de las tres grandes Ordenes Militares, válida durante los cuatro años
siguientes. En contraprestación a todas estas concesiones pontificas, los monarcas se
vieron obligados a ceder la tercera parte de todo lo recaudado al papado para asistir a la
financiación de la lucha en el Mediterráneo frente al otomano. El pago de esta tercia fue
uno de los elementos que más obstaculizaron la relación entre ambas instituciones. Las
negativas abiertas de Isabel y Fernando a traspasar tal cantidad pecuniaria, sumado a las
trabas que estos reyes impusieron a los legados papales para el cobro de esta suma
1289
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., pp. 307-312; O‘CALLAGHAN, JOSEPH: The
Last Crusade..., op.cit., pp. 222-223.
1290
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., p. 302.

624
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

económica, tuvieron cierto éxito y esta carga se recaudó mal y tarde durante los primeros
años de la contienda. Por este motivo, desde 1485, este tributo fue sustituido por un
donativo fijo de 10.000 ducados que la corona debía realizar cuando obtenía una nueva
prórroga de la concesión de cruzada papal. Tras las negativas de Inocencio VIII a renovar
esta gracia indulgencial, en los últimos momentos de este conflicto la cantidad aumentó a
15.000 ducados.

La Iglesia castellana, en conjunto, también se vio obligada a contribuir al


sostenimiento de esta empresa con varias donaciones extraordinarias en momentos del
conflicto en los que los reyes demandaron una ayuda excepcional, hecho que obligó a las
parroquias del reino hispano a realizar ventas masivas de plata de manera puntual. De la
misma manera, otros prelados y destacados miembros de la Iglesia castellana también
cedieron la mayoría de sus rentas a la campaña frente al musulmán, como sucedió con el
obispo de Córdoba, don Iñigo Manrique, quién decidió contribuir al sostenimiento de la
hueste castellana con las rentas de su diócesis durante el año 1486. Con respecto al
subsidio eclesiástico propiamente, el mismo se comenzó a entregar voluntariamente en
1482, repitiéndose en 1485, 1487 y 1488, al margen de cualquier decisión papal. La
contribución se fijó en 100.000 florines, repartida entre las diferentes diócesis.

A pesar de las continuas las trabas papales y la imperfección del sistema recaudatorio
castellanos, todas estas concesiones económicas se tradujeron en considerables ingresos
para la corona de Castilla. Miguel Ángel Ladero Quesada ha documentado que la bula de
cruzada aportó unos ingresos 650.000.000 de maravedíes entre el periodo de 1484 y
1492, aunque el autor estima que el beneficio total de esta gracia pontifica rondó los
800.000.000 de maravedíes. Según Tarsicio de Azcona, la cantidad aportada por el reino
de Castilla rondaría los 360.000.000 de maravedíes, la contribución de los territorios de
la corona de Aragón se situaría en torno a 66.000.000 maravedíes, mientras que el reino
de Navarra contribuyó con unos 660.000 maravedíes. De esta cantidad, una tercera parte
habría sido enviada preceptivamente a Roma, aunque tal suma no fue fija y por tanto es
imposible calcular con precisión el montante definitivo. Asimismo, las ganancias
castellanas derivadas de la décima pontificia, fueron unos 160.000.000 maravedíes. Los
restantes medios de financiación, derivados de los cargos fiscales del clero castellano
tuvieron una importancia mucho menor, la cual ensombrece ante las cifras de estos
empréstitos papales. La suma de todas las cantidades de ingresos por cargos eclesiásticos
se sitúa en torno a 1.000.000.000 de maravedíes, denotando que estas contribuciones

625
José Fernando Tinoco Díaz

supusieron los principales pilares de la financiación castellana durante la Guerra de


Granada. El 85% de tal montante fue recaudado en Castilla, hecho que determina
nuevamente el carácter castellano del conflicto1291. Esta gran rentabilidad los medios
económicos derivados de la consideración religiosa del conflicto corrobora la afirmación
inicial de Goñi Gaztambide, pone de manifiesto que, sobre la definición religiosa de esta
empresa, los monarcas consiguieron acceder a una serie de prebendas pontificias sin las
cuales la contienda no podría haberse llevado a cabo. El establecimiento de esta compleja
estructura administrativa, deja nuevamente presente que la verdadera intención real, tras
el interés por considerar el conflicto frente a Granada como una cruzada, no fue su
identificación como guerra santa indulgenciada, sino su necesidad de establecer una
fuente económica estable de máxima rentabilidad. En ese sentido, Derek Lomax afirma
que los propios reyes de Castilla mantenían la esperanza de que la cruzada les fuera
concedida por sus «fines crematísticos» principalmente. Los monarcas del reino hispano
prometían que los ingresos obtenidos gracias a esta concesión real serían destinados a las
campañas contra Granada, mientras que su inversión real podría ser encaminada hacia
otros negocios muy diferentes que determinaban su verdadero distanciamiento del ideal
cruzadista original1292. El apoyo explícito del Pontificado a esta empresa se mostró como
un instrumento muy eficaz en manos de Isabel y Fernando, los cuales pudieron acceder a
una continua fuente de ingresos extraordinarios que gestionar de forma particular.

7.2.2. LA POSIBLE PERSPECTIVA CRUZADISTA EN LA NARRACIÓN CRONÍSTICA DE


ALGUNOS ASPECTOS RESEÑABLES DE CARÁCTER HISPANO DURANTE LA CONTIENDA.

En segundo lugar, la concesión de la bula pontificia de cruzada pretendía estimular la


participación en el ejército de Castilla de combatientes cristianos a través del
otorgamiento de indulgencias plenarias. En los orígenes de esta institución, esta
perspectiva del reclutamiento de voluntarios para la lucha por la liberación de Jerusalén
había supuesto el principal aliciente para que un pontífice dispusiera tal gracia a favor de
cualquier campaña dirigida hacia Tierra Santa. Pero desde mediados del siglo XIII, el
ideal de la lucha activa contra el Islam comenzó a entrar en decadencia a favor del
fortalecimiento de otros compromisos derivados del fortalecimiento del poder de las
monarquías occidentales en sus propios territorios. A finales del periodo medieval,
muchos de los guerreros que participaron en conflictos bajo consideración cruzada, no lo
1291
AZCONA, TARSICIO DE: Isabel la Católica…, op.cit., pp. 532-534; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL:
Castilla y la..., op.cit., p. 312.
1292
LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición...», op.cit., p. 232.

626
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

hicieron movidos por una fuerte fe cristiana o, al menos, por las promesas de
indulgencias derivadas de la bula de cruzada papal. En contraposición, fueron
principalmente otras las obligaciones que empujaron a estos guerreros a tomar partido en
estas contiendas. En el caso de la Guerra de Granada, las referencias en las fuentes
cronísticas contemporáneas a este tipo de votos cruzados, así como la utilización diversos
elementos o ceremonias derivadas de este compromiso personal, como la concesión de la
insignia de la cruz en los momentos previos al inicio de las batallas, son prácticamente
nulas. Las pocas noticas que denotan la predicación de indulgencias antes de la batalla,
constituyen los únicos episodios cronísticos donde parece aflorar el factor indulgencial
de la participación de los combatientes en estas empresas. En ese sentido, solo el cronista
Andrés Bernáldez recoge un testimonio explícito de la absolución de pecados que se
producía como consecuencia de la concesión papal de bula de cruzada en el real
castellano. El eclesiástico afirma que, durante el asedio a la capital malagueña de 1487,
«había en el real de Málaga muchos clérigos é frailes de todas órdenes, que decian misas,
e predicaban por todo el real, así á los sanos como á los enfermos, é absolvian
plenariamente á todos por virtud de la Santa Cruzada»1293. Esta afirmación corrobora que
al menos una parte de los guerreros que tomaron partido en este conflicto, lo hicieron
tomando partido de las indulgencias concedidas por la bula de cruzada pontificia.

Al contrario que sucedía en el análisis de las crónicas de Palencia y Pulgar, el


tratamiento de la idea cruzadista en la obra de Bernáldez conlleva un cariz mucho más
religioso que en el resto de fuentes del periodo, a pesar de que el eclesiástico también
recoge alguna reseña indirecta a la incidencia de los aspectos económicos de esta
concesión de cruzada. Sin embargo, ésta es una narración de la Guerra de Granada desde
una perspectiva netamente sacralizada, donde la idea de cruzada aparece implícitamente
al presentar esta contienda como una lucha de implicaciones redentoras, en la cual se
denota la pervivencia de las ceremonias indulgenciales tradicionales relacionados con la
bula de cruzada pontificia. Esta visión de marcado y preeminente fondo religioso, pone
de manifiesto la supervivencia de la esencia más tradicional de la cruzada, donde la
faceta espiritual del término se elevaba por encima de su dimensión terrenal. Solo en la
Historia de los hechos del marqués de Cádiz se recoge una referencia explícita al
vocabulario tradicional de la doctrina cruzadista más tradicional que se asemeje a este
tratamiento aportado por Bernáldez. Según determina el cronista anónimo de la vida de

1293
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 199.

627
José Fernando Tinoco Díaz

don Rodrigo, el caudillo andaluz estaba dispuesto, «si menester fuese, morir en serviçio
de Dios y suyo [de los reyes] en santa romería»1294. El autor de esta crónica igualaba así
el compromiso que este caballero tenía para sus señores terrenales, con un tipo de
campañas de índole sacralizada que contenían un matiz de peregrinación. En el conjunto
de la obra, sin embargo, se dejó al margen las referencias a la posible definición
cruzadista de la contienda, en cualquiera de sus acepciones, al no ser necesario resaltar el
compromiso del marqués para con el estamento religioso y sí su responsabilidad con la
prosecución de la empresa de los Reyes Católicos. El vacío en las restantes fuentes
cronísticas contemporáneas a la guerra, de referencias a las facetas indulgenciales y/o
voluntarias de la participación de los guerreros que tomaron parte en estas hostilidades,
parece denotar que la doctrina cruzadista, sensu stricto, tuvo muy poca importancia en la
definición de esta contienda frente al enemigo musulmán.

Es tarea casi imposible delimitar el verdadero peso de los ideales de cruzada o guerra
santa dentro de las motivaciones que llevaron a los guerreros castellanos a tomar parte de
esta contienda. Como quedó presente con anterioridad, este tipo de creencias
compartieron un universo mental junto a otras motivaciones más prosaicas y mundanas
de corte material y caballeresco, e incluso meras cuestiones de índole personal. Pero cabe
destacar que, a grandes rasgos, el grueso de tropas que formaron parte del ejército de
Castilla durante este conflicto, lo hicieron cumpliendo su deber para con el rey de estos
reinos. En ese sentido, cabe hacer una puntualización referente al aspecto meramente
conceptual. La cronística contemporánea al conflicto castellano-nazarí hace referencia a
varios conceptos que pueden ser leídos en la actualidad desde una perspectiva confusa,
como puede ser la llamada «permuta de votos» que algunos narradores refieren en sus
obras. Sirva como ejemplo la narración de la crónica de Fernando del Pulgar referente a
la formación de la hueste real en Córdoba para el inicio de las campañas de 1487. Según
este cronista, «los caualleros que no vinieron en persona, enviaron las gentes de armas e
peones que por el Rey e por la Reyna les fue mandado [que enbiasen], e vinieron al
término que les fue demandado»1295. A pesar de que las diversas bulas de cruzada
concedidas por el papado contemplaban la conmutación del compromiso tomado en la
lucha frente al musulmán, las reseñas cronísticas a este respecto deben entenderse como
referencias literarias a la conmutación del deber vasallático que los feudatarios del reino

1294
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 287.
1295
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 258.

628
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de Castilla mantenían para con el rey, el cual tenía derecho a convocarlos a su hueste
para formar parte de su ejército. Este término, por tanto, no refiere a un aspecto religioso
de la contienda, sino que debe englobarse dentro de la consideración general de la Guerra
de Granada como un conflicto de marcado sesgo feudal. Desde siglos anteriores, los
reyes de Castilla habían convocado a sus vasallos para que les asistieran en el afán de
recobrar el territorio perdido; a su vez, estos súbditos llamaron a sus propios séquitos
para engrandecer y ampliar los efectivos de la causa real. Este método de reclutar la
hueste real, sin trabas ni oposiciones, perduró como base de la composición de los
ejércitos cristianos durante esta guerra castellano-nazarí. Solo a partir de las campañas
del año 1485, momento en el que la contienda frente a Granada entró en una nueva etapa,
las referencias a combatientes voluntarios castellanos comienzan a ser algo más
frecuentes en la cronística castellana.

Los individuos que aparecen identificados en estas fuentes como guerreros que
tomaron partido en iniciativas espontáneas del bando de Castilla, sin estar sujetos a
llamamientos obligados de carácter feudal, normalmente pertenecieron al estamento
social de la baja nobleza. A pesar de que los miembros de esta jerarquía social habían
sido convocados por los soberanos del reino hispano de forma general, un número
destacado de los mismos también se prestó a participar, de manera altruista e individual,
en la hueste castellana durante periodos en los que no fueron emplazados. Los reyes, por
lo general, les entregaban capitanías o se les organizaba en destacamentos especiales,
constituyendo una caballería de élite en la cual rivalizaba entre ellos por lograr mayores
méritos durante el conflicto. Asimismo, parte de los jóvenes caballeros que acudieron a la
hueste bajo el llamamiento real, tomaron parte en entradas e iniciativas en territorio
musulmán espontáneamente, bajo su propia iniciativa. A pesar de que las fuentes
cronísticas afirman que el motivo que parece mover a ambos grupos guerreros fue el celo
de continuar la lucha frente al infiel, no cabe duda de que en realidad estos miembros de
la clase nobiliaria baja participaron en este tipo de conflictos alternativos como forma de
promoción y ascenso social. Al fin y al cabo, la guerra era la posibilidad más factible
para mejorar su estatus social, por lo que no debían dejar escapar ninguna opción de
despuntar como caballeros en el campo de batalla. Esta costumbre de participar de
manera voluntaria en correrías o iniciativas frente al Islam, como una fórmula de
enriquecimiento personal y reconcomiendo social, era considerado como un hecho de
relativa normalidad en la mentalidad castellana desde el inicio del propio proceso de

629
José Fernando Tinoco Díaz

Reconquista hispano. De hecho, los propios monarcas se encargaron de incitar este tipo
de acciones personales, a través del obsequio de grandes recompensas, tanto morales
como materiales, a los caballeros que llevaran a cabo tales iniciativas. En el caso de la
Guerra de Granada, Ladero Quesada destaca que los individuos que participan en estas
campañas pertenecen, por lo general, a esas familias nobles que habían recibido el título
desde el 15 septiembre de 1464, momento en el que había comenzado el pleito por la
confirmación de nombramientos reales, o habían sido nombrados caballeros por Juan II,
Enrique IV o los propios Reyes Católicos. Isabel y Fernando no dudaron en alabar
públicamente las hazañas de estos guerreros voluntarios que se arriesgaron a llevar a
cabo proyectos propios, felicitándolos pos los éxitos conseguidos y retribuyendo
generosamente el riesgo que habían tomado para servirlos1296.

Un caso muy semejante al de los nobles voluntarios castellanos que aparecen en las
narraciones del conflicto, fue la aparición de diversas fuerzas aragonesas durante la
contienda frente al emirato nazarí. Durante el inicio de la guerra, Diego de Valera, un
arduo defensor del carácter de la reina y de los propios castellanos, no duda en
comunicarle a don Fernando por epístola que «parescería ser necesario Vuestra altesa
venir en persona con todos los grandes de sus reynos [...]»1297. Sin embargo, la realidad
interna del reino aragonés se impuso a cualquier deseo del castellano de contar con una
asistencia destacada de sus vecinos. En ese sentido, cabe traer a colación una acertada
reflexión de Pedro Mártir de Anglería, el cual reconoce que «en lo fundamental para la
guerra, es decir, el dinero, hombres, caballos y armas, en modo alguno se pueden
comparar los de Castilla, siendo esta la razón de que siempre vivan [los Reyes] en
Castilla y de Castilla saquen todos los preparativos y gastos de las guerras». El autor
italiano determina así el poco potencial del reino de Aragón en esta fase del periodo
medieval, afirmando que éste fue el motivo de que los Reyes Católicos establecieran su
residencia en el reino castellano1298. En líneas generales, se puede tomar como correcta la
valoración de Ladero Quesada sobre la participación de estas tropas aragonesas, cuando
afirmaba que «los reinos de la corona de Aragón no intervinieron como tales en la guerra
contra Granada». Los estudios de este investigador denotan la ayuda oficial del reino
aragonés a Castilla, se limitó a la concesión de rentas extraordinarias para el sustento de

1296
Sobre las referencias al desempeño bélico de esta clase social durante la Guerra de Granada, LADERO
QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 199-201.
1297
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 57.
1298
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 122-123.

630
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

la empresa castellana gracias a la concesión de una bula papal que consintió tal
medida1299. De esta participación económica del reino aragonés en esta contienda, queda
constancia con cierta asiduidad en las crónicas contemporáneas. Verbigracia, Pedro
Marcuello justifica esta ayuda afirmando que:

«En los reynos de Aragón/ las sisas acostumbradas/ será justa petición/ y en qué tiempo y qué
razón/ para echarlas redobladas,/ como han echo otras vegadas/ reyes de buena memoria/ y las
ouieron gastadas/ en conquistas y empleadas/ de moros con gran vitoria./ A Valencia y catalanos/
echarles es gran razón/ no menos a cecilianos,/ y a Cerdeña y mallorcanos/ que les toque su
porción,/ pues que Dios los ha juntado/ y echo hermanos en Castilla,/ y estamos todos so el
1300
mando/ vuestro y del alto Fernando,/ lidiemos con Granadilla» .

En la cronística castellana, las referencias contemporáneas a la aparición de grupos de


guerreros del reino vecino de Castilla no son muy amplias, destacado casi
exclusivamente la alusión a la presencia de mercenarios aragoneses durante las campañas
iniciales de 1482. Fue Jerónimo Zurita el autor que más incidió en referenciar la
presencia de estas tropas, afirmando que «fueronle por este tiempo diuersas conpañias de
gente de guerra, que embiaron las ciudades de Aragon […] seruiase el Rey desta gente de

1299
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., p. 220. Jerónimo Zurita documenta que el
propio monarca don Fernando tuvo que servirse de un permiso especial por parte del papado, para poder
exigir al reino un incremento en su ayuda monetaria durante el conflicto: «Desistio se [el rey Don
Fernando] de aquella prouision y de lo que se auia pretendido en el mismo tiempo que se hiziesse seruicio
particular, para la empresa de la guerra de Granada, fuera de cortes: porque los Aragoneses alegauan, que
aquello era prohibido por sus fueros aunque de las censurar, que estauan discernidas desde el tiempo del
Papa Calisto, vuo el Rey absolución por bula del Papa Sixto: para que pudiesse ser seruido particularmente,
fuera de cortes, de las ciudades, y villas de la Corona real de que en el reyno vuo alguna alteración»;
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 318v.
1300
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 39. Asimismo, Alonso de Palencia referenciaba la
celebración de las Cortes de Aragón de 1488, que tuvieron lugar en Orihuela, mostrando una realidad que
posiblemente se alejara bastante de la realidad vivida en aquella reunión a vida cuenta de los conflictos
jurisdiccionales entre la corona y el reino aragonés: «Otrosí, fue notificado en aquellas Cortes [de Aragón]
los grandes gastos fechos en la guerra contra los moros, e los [que] dende en adelante eran neçesarios de se
hazer, fasta concluyr, con el ayuda de Dios, la conquista començada contra el reyno de Granada. Sobre lo
qual, después que por todos se ovieron lungas pláticas, los perlados, caualleros y varones et procuradores
que en aquellas Cortes se juntaron, en nonbre de todo el reyno, considerando los grandes gastos que en la
guerra de los moros se facían, para los quales todos los reynos de Castilla continuamente contribuyan en
grand cantidad, otrosí, considerando quanto neçesaria era aquella Hermandad que nuevamente era
constituyda, e los salarios que se avían de pagar cada año a los oficiales et ministros que diputaron para la
governar, e otrosí, para pagar el sueldo a la gente de armas que fue hordenado que sienpre estovieran presta
para facer et favoresçer la justicia, acordaron de repartir çierta suma de libras de la moneda de Aragón, las
quales se gastasen solamente en las cosas neçesaias a la guerra de los moros, et en las otras cosas
concernientes a la execuçión de la justicia de aquel reyno»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada...,
op.cit., pp. 339-340.

631
José Fernando Tinoco Díaz

los pueblos al sueldo dellos»1301. La participación de estos combatientes ha sido


estudiada, principalmente, por el profesor Enrique Solano. Este historiador destaca la
aportación de este reino al sitio de Loja en 1482, al mando del duque de Villahermosa,
don Alonso de Aragón, así como la colaboración de tropas de este reino en la campaña
de 1486. Mención aparte merece el caso de don Juan de Luna, el cual moriría
valerosamente el año 14891302. Asimismo, la participación de barcos aragoneses en la
llamada Armada del Estrecho está probada desde el primer momento de la composición
de esta fuerza marítima, aunque fueron los navíos castellanos los que tuvieron una
participación más continua durante el conflicto. La procedencia de estas embarcaciones
denota la importancia que llegó a tener la creación de esta armada para los Reyes
Católicos, pues las naves que participaron en la Guerra de Granada se encontraban
previamente destinadas a la vigilancia y apoyo del reino de Nápoles, en continua
amenaza frente a los ataques turcos en el Mediterráneo. De hecho, el propio Fernando el
Católico tuvo que dar cuenta en reiteradas ocasiones de esta decisión ante los reyes de
Nápoles. También el aragonés Galcerán de Requesens, conde de Palamós y Trevento,
llegó a encabezar esta armada en la época final de la contienda castellano-nazarí. La
pericia de este aragonés de nacimiento, era respaldada por su largo desempeño en la
guerra marítima frente a las fuerzas otomanas1303.

A pesar de no incidir en el papel general del conjunto de estas huestes en el desarrollo


del conflicto, las narraciones castellanas sí que denotan la presencia de nobles aragoneses
cortesanos en algunas de las diversas campañas de la contienda. No debe de olvidarse
que el propio rey aragonés se encontraba al frente del ejército de Castilla. Esta situación
abría la posibilidad al rey de atraer bajo la bandera del reino castellano a bastantes
individuos de su tierra natal, como de hecho ocurrió. Tanto Fernando del Pulgar, como
Diego de Valera, recogen referencias a estos señores durante sus detalladas narraciones
de las campañas de 1487, destacando que estos caballeros aragoneses «movidos por el
celo de la virtud, dispusiéronse a venir por lo seruir al Rey e a la Reyna en aquel fecho de
armas»1304. Aunque las crónicas castellanas se esfuerzan por destacar sobremanera la

1301
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 316v.
1302
SOLANO CAMÓN, ENRIQUE: «Significado histórico de la participación de Aragón en las campañas
militares de Fernando el Católico: un estado de la cuestión» En Sarasa, Esteban: Fernando II de Aragón. El
Rey Católico. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1996, pp. 275-294.
1303
BENITO RUANO, ELOY: «La participación extranjera...», op.cit., pp. 687-698.
1304
Fernando del Pulgar dedica este Capítulo CCXIIII de su crónica a tratar sobre «los caualleros del
reyno de Valençia e del prinçipado de Cataluña que vinieron al real» durante la campaña de 1487 frente a

632
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

participación singular de los caballeros de estas tierras durante el asedio a la ciudad de


Málaga, en general la colaboración de los reinos aragoneses en esta empresa también
puede tildarse como muy exigua. En ninguna de estas crónicas castellanas se hace
referencia a que su colaboración fuera debida a aspectos de índole religiosa, al igual que
sucedía en el caso de los combatientes voluntarios castellanos. Por lo tanto, se puede
deducir que en esta ocasión, las obligaciones feudales para con el monarca de Aragón y
las promesas de favores reales también tendrían bastante peso a la hora de partir hacia la
empresa frente al emirato nazarí que su rey comandaba. De hecho, Jerónimo Zurita se
ampara en esta realidad, para justificar y reinterpretar el significado de la Guerra de
Granada. En su crónica intenta resaltar la importancia del reino de Aragón a través de la
exaltación de la figura de don Fernando en la prosecución de la derrota del emirato
musulmán:

«Bien veo, que se presentara a los mas, que leyeran estos Anales, quan pocas prendas pusieron
este reyno, y el Principado de Cataluña, y los grandes dellos, dexando a parte la de su Principe,
que fue la mayor que se pudo dar, para alcançar parte de la gloria, y honra de las victorias, que se
vuieron en esta santa empresa, contra los Moros pues se fueron conquistando con las fuerças, y
poder, y grandeza de los reynos de Castilla, y Leon y con el valor de los naturales dellos y que se
pudiera escusar, de referir lo que esta escrito por sus autores, a quenta de los sucessos, y cocsas
dignas de memoria que tocan a la corona de Aragon. Mas considerando, que assi como seria cosa
vana, hazer se parte en las alabaças de las hazañas agenas, también no es cosa justa, ni puesta en
razón, dexar de referir las cosas, que pasaron en vna guerra tan señalada en España, contra los
infieles siendo el capitán general, y verdadero caudillo della, lo que no se nos puede negar, el Rey
de Aragon como fuera necesario escriuir, quando vuiera sido otro capitán auenturero, si fuera de
nuestra nación en parte tengo por cierto, que quedare libre de la culpa, que por esta cusa se me
puede imputar […] Ciertamente, si yo no me engaño, ninguna de las conquistas pasadas, en que
mayor honra y prouecho se adquirió a nuestra nacion, nos pudo honrar, ni autorizar tanto como
esta sin la qual aquellos reynos, y prouincias quedauan en perpetua contienda y estos tan
obligados, como si fuera vna misma la causa, y empresa siendo aquellos enemigos comunes. No es
menester acordar en este lugar, quantas vezes nuestros Principes, y sus exercitos, y armadas reales
asistieron en aquella guerra, en los tiempos pasados quando las fuerças del reyno eran tan flacas, y
débiles y assi cotejando los vnos tiempos, y los otros, se conocera, que no fue menor alabança, y
gloria conquistar se aquel reyno por el Rey, siendo Rey de Castilla, y Aragon, que si le ganara con

la ciudad de Málaga; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 308. Asimismo, Diego de
Valera referencia también la llegada a este real, de personajes como «el conde de Cocentaina, que venía de
Valencia por la mar, al qual fué fecho muy honorable recebimiento»; VALERA, DIEGO DE: Crónica de los...,
op.cit., p. 261.

633
José Fernando Tinoco Díaz

la gente destos reynos si solamente fuera Rey de Castilla como pudiera seruir fe de Alemanes,
1305
Franceses, E ingleses» .

Otro de los casos que puede prestarse a una interpretación errónea del factor el
voluntariado, dentro de los ejércitos castellanos, fue la cuestión referente a los
homicianos y su participación en el conflicto frente al emirato nazarí. El fundamento de
la creación de tal institución hunde sus raíces en el derecho hispano medieval más
clásico, el cual definía la posibilidad de permutar la pena de un reo condenado por un
servicio bélico a favor del rey de Castilla. En un principio, la categoría de los condenados
que podían acogerse a esta medida era la de los procesados por «muerte pelada», no por
«muerte segura»; es decir, aquellas personas castigados por crímenes contra los que cabía
presentar una defensa legal. Este tipo de redenciones se realizaban desde la perspectiva
jurídica del marco procesal castellano, sin contar con ninguna lectura religiosa, por lo
que esta categoría no afectaba a criminales de la fe y no debe ser tomada como un hecho
semejante a las indulgencias concedidas por la bula pontifica de cruzada. La perspectiva
de unir esta oportunidad de redención, con la posibilidad de servir en la frontera
castellana con el reino nazarí, tuvo su origen en la Andalucía de comienzos del siglo
XIV. En este momento en el que la necesidad de potenciar la defensa de la costa del
Estrecho impuso a los reyes de Castilla la obligación de asegurar un servicio militar
complementario en esta zona geográfica tan comprometida. La generalización de tal
práctica fue tal, que a finales del periodo medieval se asentó una nueva definición
jurídica del homiciano en torno a su desempeño en la lucha frente al musulmán. En esta
fase, el homiciano era considerado, jurídicamente, como el culpable de un delito criminal
que redimía sus penas, no sus responsabilidades civiles, prestando servicio a su costa en
la defensa de una plaza fronteriza, por un plazo que oscilaba entre los cuatro y los doce
meses. Con este tipo de acuerdo, ambas partes salían beneficiadas: el reo conseguía una
reducción considerable de su pena, mientras que la monarquía contaba con más guerreros
en su conflicto permanente frente a las tropas musulmanas. Las plazas que podían contar
con homicianos entre las filas de las tropas que resguardaban sus murallas, dependía de
la concesión de un privilegio real especial. A lo largo del siglo XV, el derecho para poder

1305
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 337r.

634
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

albergar este tipo de tropas fue ampliado a diversas localidades y puestos limítrofes de la
frontera1306.

Durante el inicio de la Guerra de Granada, los Reyes Católicos no dudaron en recurrir


a este sistema para asegurar el aumento del número de tropas castellanas en fortalezas
fronterizas con una situación geoestratégica comprometida, como fue el caso de la plaza
de Alhama. En los primeros años de este conflicto, aumentaron considerablemente el
número de fortalezas que contaban con este privilegio en territorio andaluz. De esta
manera queda presenta en las propias crónicas, las cuales definen muy concreta, pero
acertadamente, en qué consistía esta institución: «Otrosí, vinieron los omizianos del
reyno de Galicia, a quien el Rey e la Reyna otorgaron perdón porque viniesen a servir en
aquella guerra»1307. Sin embargo, la gran novedad formal en torno a la institución de los
homicianos, llegó a partir de la campaña de 1487, momento en el que apareció la
autorización real para que tropas homicianas acompañen a la hueste en campaña. Desde
esta fecha, los cuerpos de condenados por la justicia castellana, sobre todo de origen
gallego y de diversas partes del norte de España, realizaron un desempeño más que
destacado a la vanguardia de las huestes cristianas, como queda de manifiesto en las
propias narraciones del periodo. Verbigracia, Palencia destaca que, en los primeros
compases del asedio a Vélez-Málaga (1487), «en gran número, y con ánimo alegre, aun
viniendo de tan lejanas tierras, tomaron estos gallegos las armas, y en cuanto
apercibieron al enemigo se lanzaron desordenadamente contra él, como si su acometida
fuera irresistible para los moros […]»1308. A pesar de que su participación no acabó por

1306
Sobre la institución de los homicianos durante el final del siglo XV, consultar CÓRDOBA DE LA LLAVE,
RICARDO: «Fortalezas fronterizas con privilegio de homiciano en época de los Reyes Católicos» En VI
Estudios de Frontera. Población y poblamiento. Homenaje al prof. González Jiménez. Jaén: Diputación
Provincial de Jaén, 2006, pp. 193-208; del mismo autor: El homiciano en Andalucía a fines de la Edad
Media. Granada: Universidad de Granada, 2007.
1307
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 260. Es destacable incluso que en las mismas
narraciones referentes a la Guerra de Granada aparezcan este tipo de medidas en torno a la institución de
los homicianos como forma de castigo directa, y no como opción ante una condena judicial: «Acaesçió en
estos días que el Rey e la Reyna enbiaron çiertos corregidores et ofiçiales de justiçia al condado de
Vizcaya. E como los de aquella Montaña son omes prestos al escándalo, so color de sus preuillejos et vsos
e costunbres se quebrantauan, desobedeçieron a la justiçia, et maltrataron a los ofiçiales, e fizieron ynsultos
et alborotos contra ellos […] E dando a entender que los crímenes que cometieron, por la desobediencia
que fizieron los mandamientos reales, [el liçençiado Garci López de Chinchilla] los quitó de las
alteraciones en que estauan, et proçedió por justiçia contra los principales que alborotauan el pueblo,
condenando a vnos de pena de muerte, e a otros a destierro, e a otros a penas pecuniarias para la guerra de
los moros»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 253.
1308
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 280. En líneas generales, sin embargo, cabe
destacar que la presencia de estas tropas complicaba la organización del ejército castellano, en tanto hay

635
José Fernando Tinoco Díaz

generalizarse, durante la última etapa del conflicto se documenta su puntual aparición en


las campañas más comprometidas para las fuerzas castellanas. En ese sentido, Ladero
Quesada considera que su participación durante las campañas de 1487, 1489 y 1491 fue
bastante escasa, reduciéndose a unos 500 a 1000 participantes1309.

En último lugar, cabe destacar uno de los factores que tradicionalmente han sido
estudiados como la representación del celo cruzado en las campañas de la Reconquista, la
participación de las órdenes militares hispánicas en los ejércitos cristianos peninsulares.
Dentro de las fuerzas que formaron parte de la hueste castellana, los caballeros
pertenecientes a estas instituciones quizá fueron quienes mejor representaron la
imbricación entre el celo religioso y los votos de obligación para con el rey a la hora de
participar en las batallas frente a las huestes musulmanas. En origen, el fundamento de
este tipo de órdenes militares cristianas tuvo su inicio en la doctrina cruzada y sus
derivaciones sistemáticas tras la prosecución de la Primera Cruzada. De hecho, su
vocación cruzadista implicó un matiz de universalidad que se representó en su
compromiso de permanente defensa de la sociedad cristiana. Empero, como determina
Jonathan Riley-Smith, el voto que definían el compromiso de sus caballeros para con la
orden, no era un compromiso netamente al cruzado, sino una adaptación de la original
promesa de peregrinación temporal, a una realidad determinada por su doble faceta
monástica y guerrera1310. A partir de finales del siglo XII, los principios tras la creación

varias muestras de su destacada falta de disciplina y homogeneidad. Sirva como ejemplo este fragmento de
la crónica de Alonso de Palencia, en el cual el cronista afirmaba que «Turbó la alegría del triunfo [sobre
Íllora] un tumulto provocado en los reales por la soberbia indisciplina de los asturianos, contra los de
Sevilla. Pero no escapó sin terrible castigo ninguno de los sediciosos, para que no olvidaran los demás la
obligación de mantenerse pacíficos en los campamentos y guardar la legítima bravura para pelear con el
enemigo»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 245.
1309
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 215-219. De la misma manera, también
es atractivo consultar SUÁREZ ÁLVAREZ, MARÍA JESÚS: «Aportaciones asturianas a la guerra de Granada»
En Asturiensia medievalia, nº 1. Oviedo: Universidad de Oviedo, 1972, pp. 307-356, pp. 315- 319.
1310
El autor tiene en cuenta distintas órdenes y tipos de juramentos, que van desde el templario, el cual
nombraba la reconquista de Jerusalén y la defensa de Tierra Santa como objetivos primordiales de los
miembros de esta institución, al hospitalario, que no hacía ninguna referencia a la defensa de la cristiandad
occidental. Esta visión de las órdenes militares como instituciones que contaban con cierta influencia con
respecto a la cruzada, pero no con elementos constituyentes netamente cruzados, es correspondida por
otros autores como Giles Constable; RILEY-SMITH, JONATHAN: ¿Qué fueron las…?, op.cit., pp. 130-132,
246-250; CONSTABLE, GILES: «The Place of the Crusader in Medieval Society» En Iconography, Politics,
and the Symbolism of Power in Medieval Europe, nº6. Turnhout: Brepols Publishers, 1998, pp. 377-403;
FOREY, ALAN J.: The Military Orders from the Twelfth to the Early Fourteenth Centuries. Houdmills–
Londres: Macmillan, 1991; DEMURGER, ALAIN: Chevaliers du Christ. Les ordres religieux-militaires au
Moyen Age (XIe-XVe siécle). París: Éditions du Seuil, 2002; GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, LUIS: Papado,
cruzada y..., op.cit.; ÁLVAREZ PALENZUELA, VICENTE ÁNGEL: «Reforma eclesiástica, cruzadas y órdenes

636
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

de estas instituciones fueron adaptados a las diversas realidades nacionales del


Occidental medieval, al igual que sucedió con la propia institución cruzada. Los reyes
europeos de este periodo, amparados por la legitimidad derivada del reforzamiento de su
poder y la paulatina debilitación de la auctoritas papal, comenzaron a proyectar en sus
propios reinos la creación de instituciones con una naturaleza semejante a las órdenes
jerosolimitanas, con el objetivo de establecer vínculos territoriales propios unidos a la
idea de la defensa de la fe nacional de cada reino. Frente a esta realidad, el papado tuvo
que reconocer el derecho a la fundación de órdenes de este tipo en algunos reinos
cristianos, y especialmente en la Península Ibérica, donde «su primer deber era la lucha
contra los musulmanes»1311.

En suelo peninsular, a lo largo del periodo plenomedieval fueron fundadas las


órdenes de Santiago (1158), Alcántara (1154), Calatrava (1158) o, más tardíamente,
Montesa (1317). Estas instituciones nacionales acabaron por ser asumidas como avales
legitimadores de la proyección de un movimiento cruzadista propiamente hispánico. Esto
lleva a Carlos de Ayala, a determinar que las mismas deben ser entendidas como
«eficaces agentes en manos de los reyes de cara a la hispanización de la cruzada»1312. La
historiografía castellana también reflexionó sobremanera al respecto de esta
consideración de la esencia de las órdenes como un elemento netamente cruzado, lo cual
es algo que aparece incluso mencionado en algunas de las crónicas peninsulares del
periodo moderno. En ese sentido, es muy interesante como ejemplo tener en cuenta la

militares: su interacción en la historiografía reciente» En Homenaje al profesor Eloy Benito Ruano.


Murcia: Ediciones de la Universidad de Murcia, 2010, pp. I, 57-59; ALVARADO PLANAS, JAVIER: «En torno
a los orígenes de las Órdenes Militares en Occidente» En Hidalguía: La revista de genealogía, nobleza y
armas, nº 53/318. Madrid: Instituto Salazar y Castro, 2006, pp. 633-652.
1311
SÁNCHEZ PRIETO, ANA BELÉN: Guerra y guerreros..., op.cit., p. 76. Al respecto de las órdenes militares
peninsulares, se cuenta con una amplia bibliografía, como queda presente en AYALA MARTÍNEZ, CARLOS
DE; BARQUERO GOÑI, CARLOS; MATELLANES MERCHÁN, JOSÉ VICENTE; NOVOA PORTELA, FELICIANO;
RODRÍGUEZ-PICAVEA, ENRIQUE: «Las Ordenes Militares en la Edad Media peninsular: historiografía 1976-
1992» En Medievalismo, nº 3. Murcia: Sociedad de Estudios Medievales Españoles, 1998, pp. 87-144;
GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, LUIS: «Historiography and history: medieval studies on the military orders in
Spain since 1975» En Mallia-Milanes, Victor (ed.): The Military Orders; volume 3. History and Heritage.
Aldershot: Ashgate, 2008, pp. 23-43. Sirvan como ejemplo los trabajos de LOMAX, DEREK: Las Órdenes
Militares en la Península Ibérica durante la Edad Media. Salamanca: Universidad Pontifica, 1976; AYALA
MARTÍNEZ, CARLOS DE: Las órdenes militares..., op.cit.; FOREY, A LAN J.:«The Military Orders and the
Spanis Reconquest in the Twelfth and Thirteenth Centuries» En Traditio, vol. 40. Cambridge: Cambridge
University Press, 1984, pp. 197-234; MARTÍN RODRÍGUEZ, JOSÉ LUIS: «Órdenes militares en la Península
Ibérica» En Militia Christi e Crociata nei secoli XI-XIII: Atti della undecima Settimana internazionale di
studio, Mendola, 28 agosto-1 settembre 1989. Milán: Vita e Pensiero, 1992 (Miscellanea del Centro di
studi medioevali, 13; Scienze storiche, 48), pp. 551-572.
1312
AYALA MARTÍNEZ, CARLOS DE: «Reconquista, Cruzada y…», op.cit., pp. 23-38, p. 35.

637
José Fernando Tinoco Díaz

reflexión que realiza Francisco Rades y Andrada sobre la consideración cruzada de las
Órdenes de Alcántara y Calatrava, por la forma de su insignia:

«Algunos por conjecturas dizen que es de creer tomarian por Habito la insignia de la Cruz
como en aquellos tiempos la tomauan los que hazian voto de pelear por la Tierra Sancta: y por esto
se llamauan Cruce signatos, y la Bulla que para este effecto se concedia, se llamaua Cruzada. Yo
acerca desto digo que es cosa verosimil que los Caualleros desta orden a su principio tomassen por
insignia en sus pechos alguna Cruz, como es cierto que la tomaron por Armas, Sello y Estandarte
de su Orden, segun adelante se dira. Mas dezir que tomaron la Cruz por Habito de religion, es
contra lo que se dize en las tres Reglas o formas de viuir dadas a esta Orden, y en las tres Bullas de
su aprobacion, por que en todas dize estas palabras. Et Scapula re pro habitu religionis. De lo qual
consta que el Habito determinado desta orden fue (como agora lo es) vn Scapulario» 1313.

Durante los casi tres siglos que contemplaron el desarrollo de estas órdenes
peninsulares, al amparo del poder real, nunca desapareció de sus valores el objetivo
fundamental por el que fueron compuestas: la prosecución de la guerra frente al moro y
la recuperación del territorio cristiano de la Península Ibérica. Tras la conquista de
Sevilla (1248), pudo parecer que estas instituciones ya no tenían razón de ser, puesto que
su principal cometido de lograr la Reconquista del territorio cristiano usurpado por los
musulmanes había concluido. Sin embargo, durante los siglos posteriores, las órdenes
castellanas siguieron contando con un papel protagonista en la lucha frente al emirato
nazarí en la frontera andaluza. De hecho, en su Discurso sobre la preeminencia de
Castilla, Alonso de Cartagena aún se enorgullece de la existencia en este reino de:

«[…] tres hórdenes de cavallería muy notables, conviene a saber la de Santiago de la espada e
la de Calatrava, e la de Alcántara, que avundan en restas. E qualquier destas órdenes, tienen
maestre e cavalleros en gran número de omes de armas que están muy aparejados continuamente
para la guerra de los moros [...] Pues non vos parece que rescibe en esto la Eglesia universal gran
1314
beneficio o servicio?» .

Asimismo, durante la celebración de las Cortes de Toledo de 1480, los propios Reyes
Católicos no dudaron en reconocer a la Orden de Santiago como la herramienta bélica
más útil frente a las fuerzas del infiel musulmán, denotando que esta institución y las
demás órdenes militares estaban destinadas a llevar gran parte del peso de la prosecución
de la futura Guerra de Granada:

1313
RADES Y ANDRADA, FRANCISCO DE: Chronica de las..., op.cit., pp. 7v-r.
1314
CARTAGENA, ALONSO DE: «Discurso sobre la...», op.cit., p. 223.

638
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«El maestre, con fasta quatroçientos comendadores et caualleros de la Orden, todos vestidos
de mantos blancos largos, e sus ábitos con cruces de espadas coloradas en los pechos, pasaron en
proçesyón entre los dos coros de la iglesia. E luego el maestre entró en el coro, e fincadas las
rodillas delante el Rey e la Reyna, le entregaron de su mano a la suya los pendones et ynsignias de
Santiago, et le dixeron: -Maestre, Dios vos dé buenas andanças contra los moros, enemigos de
nuestra santa fé católica-. El maestre resçibió aquellos pendones, e besó la mano al Rey e a la
reyna; e suplicóles que les plugiese dar liçençia para que él con toda la Orden de la Caballería de
Santiago fuese a tierra de moros, a les facer la guerra que eran obligados de facer, porque siruiese
a Dios e cunpliese los preçebtos de su Orden. El Rey e la Reyna le dixeron que su suplicaçión era
de católico cristiano, e de buen cauallero, e que ellos asimismo estauan en propósito de dar horden
1315
en la guerra contra los moros» .

Desde la conquista musulmana de Zahara de la Sierra (1481), fueron los ejércitos de


estas instituciones las primeras fuerzas destinadas a asegurar la defensa de la frontera
castellana frente al emirato nazarí. Así lo determina Pedro Barrantes, el cual afirmaba
que «como por esta causa la guerra se rompiese, mandaron el Rey é la Reina venir al
Andaluzia para guarda de la frontera al maestre de Santiago Don Alonso de Cardenas, y
al maestre de Calatrava Don Rodrigo Giron»1316. A lo largo de todas las narraciones de la
empresa, esta perspectiva de las órdenes militares como fuerzas destinadas a la
protección de las tierras colindantes con el emirato, se encuentra bastante documentada.
Pero su papel no quedó limitado al mero mantenimiento de las plazas castellanas
cercanas al territorio musulmán. Cuando finalmente comenzó el conflicto definitivo
frente al emirato de Granada, las órdenes militares no mostraron debilidad, ni en su
espíritu ni en su capacidad de movilización de fuerzas. Durante la década que ocupó la
prosecución de esta contienda, los caballeros de las distintas órdenes detentaron un papel
principal en la prosecución de varios triunfos castellanos frente a las tropas granadinas.
Entre la variedad de tropas que tomaron partido en las huestes de los reyes, la

1315
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. I, 426-427. Otros autores posteriores, como es
el caso de Francisco Rades, también se hicieron hecho en sus narraciones de este episodio mencionado de
la crónica de Pulgar, como una muestra de reconocimiento a los valores de la Orden de Santiago: «Leese
en la Chronica de los Reyes Catholicos, que estando en las Cortes de Toledo, el año de mill y quatrocientos
y ochenta, este buen Maestre les suplico le entregassen los Pendones et insignias del Maestradgo de
Sanctiago, segun era constumbre. El Rey y la Reyna lo tuuieron por bien: y mandaron celebrar Missa
solenne en la Yglesia mayor de Toledo: y el Sacerdote que la dixo bendixo los Pendones. Y luego el
Maestre con hasta quatrocientos Comendadores y Caualleros de su orden, con sus mantos anduuieron en
procession. Y hecho esto el Maestre hincadas las rodillas ante los Reyes, rescibio de su mano los Pendones,
y le dixeron, Maestre Dios vos de buenas andanças contra los Moros enemigos de nuestra Sancta Fee
catholica. El Maestre les beso las manos: y les pidio licencia para hazer guerra a los Moros»; RADES Y
ANDRADA, FRANCISCO DE: Chronica de las..., op.cit., p. 72v.
1316
BARRANTES MALDONADO, PEDRO: Ilustraciones de la..., op.cit., p. 459.

639
José Fernando Tinoco Díaz

importancia de estas fuerzas singulares vino dada por sus muestras de disciplina, eficacia
y cohesión. Estas virtudes hacían destacar a los guerreros de las órdenes por encima del
resto de tropas feudales que formaban del ejército real de Castilla, haciéndolas esenciales
para la prosecución de esta contienda. En ese sentido, Antonio de Nebrija es el autor que
parece tratar este aspecto de manera más ampliada en su obra. Este castellano dedica
varios fragmentos de sus escritos a elogiar a:

«Alfonso de Cárdenas, Maestre de la Orden de Caballería, que fue consagrado bajo la


denominación de Santiago Apostol por medio de cartas, le ordenan que ocupe la colonia de Écija
con el máximo de caballería de pueda. También al Maestre Rodrigo Téllez de Girón de la otra
Orden Cisterciense de Calatrava, le ordenan que se encargue de la defensa de Jaén con una
guarnición, y disponen, como regla general para todos, que no solo se repriman las incursiones de
los enemigos por los campos, sino que también devasten sus fronteras y las dejen esquilmadas por
la espada y por el fuego»1317.

La cronística de este periodo destacó el factor ejemplarizante de las heroicas acciones


de sus maestres, como fueron el caso de las hazañas llevadas a cabo por Juan de Zúñiga,
maestre de Alcántara, o las destacadas actuaciones del maestre de la Orden de Calatrava,
don Rodrigo Téllez Girón. De hecho, este último murió en el primer intento de tomar
Loja (1482), siendo reemplazado en su cargo por García López de Padilla. Pero la
contienda castellano-nazarí no solo atrajo a las órdenes del reino de Castilla, sino que
otras instituciones aragonesas, como las órdenes de San Juan y Montesa, también
participaron en este conflicto. El maestre de ésta última, don Felipe de Aragón y Navarra,
también encontró la muerte durante el duro asedio de Baza (1489). Pedro Mártir recoge
este hecho en una de sus epístolas, destacando que «el Maestre de la Orden de Montesa,
noble valenciano, perdió la vida a causa de una saeta disparada desde las murallas [de
Baza]»1318. Pero entre todas las órdenes que tomaron partido a favor de la causa cristiana,
quizá fueran las tropas de la Orden de Santiago, con su maestre don Alonso de Cárdenas
a la cabeza, las que plantearon un desempeño mucho más significativo en el campo de

1317
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 37.
1318
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 102. Jerónimo Zurita también incluye esta
noticia en sus Anales, destacando la naturaleza seglar de don Felipe: «en aquella pelea [de la tala de la vega
de Baza] fue muerto don Phelippe de Aragon, y Nauarra Maestre de la caualleria de Sant Iorge de Montesa
que tan poco años antes auia dexado la administración del Arçobispado de Palermo, que se le auia
concedido por el papa, hasta que tuuiesse veynte y siete años y después auia de ser pastor, y Perlado de
aquella Iglesia y el murió en tal empresa en la qual muchos Perlados Españoles perdieron las vidas
peleando con los infieles, en las conquistas contra los moros»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit.,
p. 355v.

640
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

batalla. Su destacado desempeño en el campo de batalla llamó la atención de todos


cronistas contemporáneos y los posteriores historiadores que se hicieron eco de esta
contienda. Francisco Rades afirma que el superior de esta orden «despues [de la toma de
Alhama] se hallo en seruicio de los Reyes, en el cerco de Loxa, y en la toma de Tajara, y
en la conquista de otros pueblos del Reyno de Granada»1319, determinando así su papel
capital en todo el conflicto. De hecho, los mismos reyes castellanos se encargaron de
recompensarle por sus acciones, facilitándole los medios necesarios para que continuara
ejercitando su labor ancestral de luchar frente al moro en el territorio hispano, como el
maestre les solicitaba. Sirva como ejemplo el final de la narración de la toma de la villa
de Cártama (1485) realizada por Fernando del Pulgar, donde este cronista recoge la
súplica de don Alonso de Cárdenas de que esta villa pasara a manos de la Orden de
Santiago como base estratégica para las futuras entradas en territorio musulmán:

«[…] el maestre de Santiago enbió a suplicar al Rey que por cuanto aquella Orden de la
cauallería de Santiago, donde él era maestre, fue fundada para facer guerra a los moros enemigos
de la santa Fe católica, y él estaua en propósito de seguir aquello que por las costituçiones de su
Orden era mandado […]»1320.

En total, la cifra de la participación de miembros de las órdenes militares durante los


diez años de operaciones frente al reino nazarí, ascendió a catorce comendadores
calatravos con sus fuerzas, alrededor de mil caballeros de Santiago, más de doscientos
caballeros de Alcántara y una pequeña representación de la Orden de San Juan y
Montesa. Todo ello supuso la tercera parte de la caballería que se alineo en el bando
castellano, suponiendo una fuerza de élite de primer orden en la lucha frente al
emirato1321. De esta forma reconoce Pedro Marcuello el trabajo de las principales órdenes
castellanas durante todo este conflicto:

«De los maestres dos/ de Alcántara y calatraua,/ serés guerda, Ihesús vos,/ y tú, Virgen,
guíalos/ pues en ellos la ffe traua/ y de los comendadores/ destos tres, de Dios amada,/ sey guarda,
porque son flores,/ con sus cruzes de colores,/ en la guerra de Granada,/ I al comendador mayor/
don Cädernas, tu siruiente,/ le guía y le da fauor,/ pues por seruir al Señor/ en la guerra anda

1319
RADES Y ANDRADA, FRANCISCO DE: Chronica de las..., op.cit., p. 72r.
1320
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 161. Al respecto de la conquista de la villa
de Cártama, CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 578-583.
1321
Sobre el desempeño de las órdenes durante el conflicto, SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Las órdenes
militares y la guerra de Granada. Sevilla: Fundación Sevillana de Electricidad, 1992; AYALA, CARLOS DE:
Las Órdenes Militares..., op.cit., pp. 479-485.

641
José Fernando Tinoco Díaz

feruiente,/ y en Málaga, diligente,/ como saben las tres leyes,/ trayendo la cruz en mente,/ se
dispuso enteramente/ al seruicio de los Reyes»1322.

Para los cronistas castellanos, era innegable que estas instituciones tomaron parte en
el conflicto contra las fuerzas nazaríes como compromiso ante sus principios
fundacionales. Los valores de los caballeros de estas órdenes religioso-militares estaban
articulados en torno a la idea de la recuperación del territorio castellano bajo dominio
islámico, la defensa de la cristiandad y la lucha contra el musulmán por ensalzar la fe
católica. Al respecto de la perspectiva que aún se mantenía sobre el valor de estas
órdenes tras varios siglos, huelga traer a colación un fragmento de la introducción de la
Chronica de las tres Ordenes de Y Cauallerías de Sanctiago, Calatraua y Alcantara,
escrita por Francisco Rades y Andrada a principios del siglo XVII. En ella se deja
constancia de estos valores y su significación en la configuración de estas instituciones:

«Digno es de consideracion, y no ageno de mysterio, el santo principio que tuuieron las tres
Illustres Ordenes, y religiosas Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara: como se entendera
teniendo noticia del modo y forma de su institucion, de la facilidad de su aprobacion, de la
necessidad que auia de ellas, y del fructo que de su institucion se siguio a estos Reynos de España,
y ensalçamiento de la Fe catholica. En quanto a lo primero, paresce que los fundadores de estas
Religiones fueron inspirados del Spiritu Sancto, para auerlas de instituyr, y tomaron dechado y
modelo de lo que en la diuina escriptura [...]es a saber que para defender el pueblo Christiano del
poderio de los Moros que reynauan en España, instituyeron estas religiosas Cauallerias, ordenando
que en ellas ouiesse vnos Religiosos milites o Caualleros de armas dedicados principalmente para
el exercicio de de las armas, que es el medio humano para la defensa de la Christiandad, y otros
Religiosos Clerigos dedicados principalmente para el culto diuino, y para pelear contra los Moros,
con armas spirituales: es a saber con oraciones, ayunos, abstinencias y otras obras de religion. Con
este buen concierto daua Dios admirables victorias a los Maestres y Caualleros de estas Ordenes: y
eran mas temidos de los Moros que los seglares, por que de ellos se podia dezir que peleauan las
batallas del Señor, como la diuina escriptura lo dize del Sancto Rey David. En quanto a lo segundo
(que es la facilidad con que estas ordenes fueron aprobadas de la Sancta yglesia por verdaderas
Religiones) es de saber, que a muy pocos años despues de su institucion, fueron aprobadas y
confirmadas por vn mesmo Romano Pontifice, que fue Alexandro tercero. La de Calatraua fue
instituyda por el Rey don Sancho el Desseado, hijo del Emperador don Alonso, con parescer y a
peticion del sancto Abbad Raymundo, el año del Señor de mill y ciento y cinquenta y ocho, y
aprobada por el Papa Alexandro el año de mill y ciento y sesenta y quatro. La de Sanctiago fue
instituyda en el Reyno de Leon o Galizia por el Rey don Fernando de Leon, hermano del dicho
Rey don Sancho, el año de mill y ciento y setenta: avn que muchos años antes auia vna
Hermandad de Caualleria de Sanctiago, sin forma de Religion: y en Castilla fue introduzida por el

1322
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., pp. 191-192.

642
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Rey don Alonso el noueno, hijo del dicho Rey don Sancho, y aprobada por el Papa Alexandro, el
año de mill y ciento y setenta y cinco. La de Sant Iulian del Pereyro, que despues se llamo de
Alcantara, fue instituyda en el Reyno de Leon, por el dicho Rey don Fernando, y por don Gomez
que fue Prior, y fue aprobada por el mesmo Papa Alexandro el año de mill y ciento y setenta y
siente. En cuanto a lo tercero (que es la necessidad que auia en España de estas Ordenes de
Caualleria), es de saber (como mas largamente se vera en el principio de la Chronica de
Sanctiago), que al tiempo de su institucion, se estaua el pueblo Christiano de España en grande
peligro de venir otra vez a poder de Moros. La razon es, porque don Alonso Rey de Castilla era
niño, y estaua en poder de Tutores: los quales eran de la casa de Lara, y trayan grandes vandos con
los de la casa de Vastro: y como estos dos linages fuessen de los mas principales y poderosos, toda
Castilla andaua en vandos y guerras ciuiles [...] En tiempo desta necesidad fueron fundadas estas
Ordenes, para que los Maestres y Caualleros de ellas, con habito de Religio de vida Actiua,
puestos en las fronteras de estos Reynos y raya de las tierras de Moros, por muro y valuarte,
amparo y defensa del pueblo Christiano, peleassen por su defensa, contra aquellos infieles,
enemigos de la Cruz de Christo: y assi todas las Ordenes tomaron por insignias de sus Pendones y
Estandartes la señal de la Cruz»1323.

El fragmento demuestra que, a grosso modo, estas instituciones lograron conservar,


en la forma, sus antiguos compromisos de hermandad y responsabilidad de defensa de la
fe más allá del periodo final del Medievo. En la práctica cotidiana, sin embargo, este voto
de deber para con la sociedad cristiana acabó diluido en el compromiso feudal para con
el rey. Las órdenes militares sufrieron un paulatino proceso de secularización a lo largo
de su evolución histórica en las últimas centurias del periodo medieval. Al fin y al cabo,
el vínculo que cada caballero contraía con su respectiva orden era de categoría
vasallática, a pesar de sus connotaciones religiosas. Durante el periodo bajomedieval, el
estilo feudal de control señorial sobre las órdenes militares nacionales se fue imponiendo
a medida que el poder real se consolidaba. De esta manera, los caballeros de Santiago,
Alcántara o Calatrava actuaban bajo la dirección del maestre de su orden, el cual debía
responder ante el poder del rey castellano. La intromisión real en la política de
designación de los maestres se produjo de forma activa desde la época de regencia de
Fernando de Antequera y Catalina de Lancaster. Sus descendientes no hicieron más que
continuar aumentando su influencia a través de intermediarios, hasta conseguir el control
efectivo de las mismas en la persona misma del monarca. El propio monarca Enrique IV
fue nombrado por Calixto III, a través de la bula concedida el 10 de enero de 1456,
administrador y gobernador en lo espiritual y temporal de las órdenes de Santiago y
Calatrava durante 15 años. Esta concesión pontifica significó un paso decisivo hasta el
1323
RADES Y ANDRADA, FRANCISCO DE: Chronica de las..., op.cit., pp. I-II.

643
José Fernando Tinoco Díaz

definitivo control de estas instituciones por los reyes castellanos, algo que cristalizó
durante el reinado de los Reyes Católicos. Tras la Guerra de Sucesión Castellana (1474-
1479), Isabel y Fernando albergaron la idea de eliminar el poder temporal que tenían las
órdenes militares por todo el territorio nacional, donde demostraron su valía, con el fin de
robustecer su propia autoridad. Según afirma Juan de Mariana, las causas que habían
llevado a esta situación, no eran otras que «las revueltas y pretensiones que resultaban en
las elecciones de los maestres y los tesoros reales que estaban gastados, dieron ocasion á
esto»1324. De hecho, en las crónicas contemporáneas a la Guerra de Granada, se denota de
forma explícita que la participación de caballeros de estas órdenes, era regulada por los
mismos compromisos feudales que comprometían al resto del reino. Quizá el ejemplo
más significativo de esta afirmación resida en el siguiente fragmento de la obra de
Nebrija. Este castellano destaca que, al margen de las huestes señoriales, «también
estaban otros varones principales de la Orden que vinieron, en parte por orden de la
Reina, en parte, por su ruego; algunos como voluntarios y otros por su propia
iniciativa»1325. Este fragmento muestra un tratamiento de la participación de estas tropas
a la prosecución de la contienda castellano-nazarí, muy semejante a los textos
seleccionados a la hora de destacar la contribución de guerreros voluntarias y que
tomaron partido por un compromiso feudal. Pero no fue hasta la conclusión del conflicto
frente al emirato nazarí, cuando la propia corona de Castilla para conseguir tomar el
control total de estas instituciones en favor de su causa frente al Islam y concluir
definitivamente con este proceso de feudalización:

«Atendia solícitamente el Rey a restaurar, y reducir lo que estaua agenado del Patrimonio
Real, señaladamente después que se vió libre de la guerra de los moros y tuuo muy principal fin de
auer la administración perpetua de los Maestrazgos de las Ordenes, que eran de tanta autoridad, y
poder, que tenían los Maestres harta mas parte en el Reyno que los Reyes quisieran, pro la
obligación, y reconocimiento que les hazian los Caualleros, a quien dauan las Encomiendas, que
eran sus súbditos. Por esto, y por ser essentos en cada qual de los Maestres mas poderoso de lo que

1324
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 111.
1325
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Guerra de Granada, op.cit., p. 81. Al respecto de este proceso de
feudalización, consultar BENITO RUANO, ELOY: «Feudalismo y órdenes militares» En Fernández Catón,
José María (ed.): En torno al feudalismo hispánico: I Congreso de Estudios medievales. Madrid:
Fundación Sánchez-Albornoz, 1989, pp. 313-330; MITRE FERNÁNDEZ, EMILIO: «Los maestres de las
Órdenes Militares castellanas y la ―revolución‖ Trastámara: vicisitudes políticas y relaciones nobiliarias»
En Izquierdo Benito, Ricardo y Ruiz Gómez, Francisco (coord.): Las órdenes militares en la Península
Ibérica; vol. 1. Edad Media. Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 259-28; GONZÁLEZ
JIMÉNEZ, MANUEL: «Relaciones de las Órdenes Militares castellanas con la Corona» En Historia.
Instituciones. Documentos, nº18. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1991, pp. 209-222.

644
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

los Reyes podían buenamente sufrir. Considerado esto al tiempo que murió don Garci Lopez de
Padilla Maestre de Calatraua, procuraron que se diesse al Rey por la Sede Apostolica, la
administración de aquel Maestrazgo y el Papa Inocencio concedió la administración perpetua de
los tres maestrazgos al Rey y el Papa Alexandre le dio en ella por compañera a la Reyna, para que
los dos juntamente tuuiessen la administración. Y en este mismo año, estando el Rey en Barcelona,
murió don Alonso de Cardenas Maestre de Santiago, y tomaron a su mano la administración. Y
siendo don Iuan de Çuñiga Maestre de Alcantara, no paso vn año que le persuadieron, que
renunciasse el titulo, proueyendole de cierta recompensa. Despues, el mismo Papa Alexandre, a
doze del mes de Iunio del año de MDI nombro por Administrador de los Maestrazgos a qualquier
de los dos, después de la muerte del otro y el Emperador don Carlos su nieto la huuo perpetua para
si, y para sus sucessores»1326.

Tras la conquista del último estado musulmán independiente de la Península Ibérica,


las órdenes militares hispánicas parecieron perder definitivamente su principal raison
d’etrê. Esta coyuntura fue aprovechada por estos reyes, de forma que paulatinamente
consiguieron la cesión total, por parte del Pontificado romano, de la administración del
maestrazgo de estas instituciones. Las propias crónicas del periodo se hicieron eco de
este proceso. Andrés Bernáldez, por ejemplo, destaca que tras la muerte del maestre de
Calatrava García López de Padilla en 1487, «el rey tomo en sí luego el maestrazgo e
rentas dél, e truxo bullas del papa para ello, porque dello se ayudasse para los grandes
gastos de la guerra; e éste fué el primero de los maestrazgos en que fué el rey e la reina
subcesores por sus vidas, con bulla del Padre Santo, para ayuda de los gastos de la
guerra»1327. Algún tiempo después, cuando falleció Alonso de Cárdenas, «quedó la
governación del maestrazgo e señorío [de la Orden de Santiago] al rey e a la reina del
qual el papa les fizo merced por sus vidas, en galardón de los trabajos e gastos de la santa
guerra que a los moros fizieron; y digo el Papa Alexandre el Sexto»1328. En 1499,
también se incorporó el dominio de la Orden de Alcántara al patrimonio real, al igual que
lo hizo la Orden de Montesa en 1523, siguiendo un proceso mucho más arduo que se
extendería en el tiempo. Este proceso, que en un primer momento parecía ser una gracia
temporal, supuso un incremento extraordinario de los bienes gestionados por la corona
castellano-aragonesa. La gestión administrativa de todas estas instituciones se resolvería

1326
ZURITA, JERÓNIMO: Historia del rey..., op.cit., pp. 22r-23v.
1327
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 205. De ello también se hace eco Zurita: «En
el año pasado [1487] falleció don Garcia de Padilla Maestre de Calatraua que sucedió en aquella dignidad
al Maestro don Rodrigo Tellez Giron que mataron los Moros en Loxa y el Rey tomo luego en si el
Maestradgo y fue el primero de los Maestradgos que tuuo en administración por concesión Apostolica»;
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 360v.
1328
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 339.

645
José Fernando Tinoco Díaz

con la creación del Real Consejo de las Órdenes en 1523, cuando el nieto de estos reyes,
Carlos I, fue nombrado Gran Maestre de todas estas órdenes militares. Con este gesto
concluyó la progresiva secularización de las órdenes militares castellanas en favor de la
centralización real y el surgimiento de una nueva forma de entender el servicio a la
monarquía hispánica y a la propia fe católica.

Esta perspectiva demuestra que al igual que sucedió con la doctrina caballeresca más
pura, las órdenes militares, y con ellas gran parte de la representación del celo de lucha
frente al musulmán en Castilla, desaparecieron tras la conquista de Granada, en favor del
surgimiento de una nuevo idea imperialista en torno al concepto de nación hispana. Una
centuria más tarde de su inclusión en el patrimonio real, Juan de Mariana se alegra
sobremanera de que el rey don Fernando tome la administración de estas órdenes, ya que
con ellas «se aumentó el poder de los reyes». Sin embargo, el eclesiástico no puede
«dejar de sentir que las riquezas que los antepasados dieron para hacer la guerra á los
enemigos de cristianos se derramen y gasten en otros usos diferentes? Cuán parte de la
tierra y del mar se pudiera con ellas conquistar?»1329. A pesar de que estas órdenes
sobrevivieron al principal motivo de su fundación, la perspectiva política preponderante a
partir del siglo XVI pareció alejarlas sobremanera de su verdadera vocación como guías
en la lucha frente al musulmán. De hecho, el propio padre Mariana considera que, tras
tomar el control los reyes de Castilla, «la autoridad de aquellas órdenes y fuerzas se
enflaquecieron á causa que los premios que se acostumbraban dar á los soldados
esforzados, y que servian la guerra, mudadas las cosas, se dan por la mayor parte á los
que siguen la córte»1330. El cortesano Antonio de Guevara corrobora esta postura en una
de las epístolas que envió a doña María de Padilla, mujer de don Juan de Padilla, uno de
los más destacados revolucionarios de la Guerra de las Comunidades de Castilla. En esta
carta, el eclesiástico castellano no duda en aconsejar a la dama que:

«Si queréis a vuestro marido hacerle maestre de Santiago, otro camino habéis de tomar [que el
de la guerra frente al musulmán], y otro consejo habéis de dar, porque aquella tan alta dignidad no
la ganaron los maestres pasados resolviendo, como vos, sino peleando con los moros en la vega de
Granada»1331.

1329
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 111.
1330
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 111.
1331
GUEVARA, ANTONIO DE: Epístolas familiares..., op.cit., p. 320.

646
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

7.2.3. ¿EL VERDADERO GERMEN DEL ESPÍRITU CRUZADISTA? LA PARTICIPACIÓN DE


EUROPEOS EN LA GUERRA CASTELLANO-NAZARÍ.

Hasta este momento, el análisis de las posibles facetas cruzadas del ejército de
Castilla durante la Guerra de Granada ha puesto de manifiesto que la participación de las
fuerzas del bando castellano no dependió sobremanera del ánimo religioso de estos
combatientes, sino del contexto feudal que dominaba las relaciones sociales en el entorno
europeo. Como se tuvo oportunidad de mencionar con anterioridad, las alusiones a la
faceta cristiana de la guerra, que aparecen mencionados en las crónicas contemporáneas,
deben ser tomadas como referencias literarias al contexto ideológico occidental, no como
un elemento que explicase en exclusiva la participación de determinados cuerpos del
ejército castellano en este conflicto contra el infiel. Este tipo de discursos retóricos con
marcado carácter religioso ayudaron a constituir un marco de referencia moral superior
en torno a la obligación de participar en la guerra frente al moro, la cual derivaba
realmente de la existencia de profundos lazos de obligación personal entre los estamentos
sociales y la monarquía castellana. En ese sentido, Fernández Conde afirma muy
acertadamente que la doctrina de influencia cruzadista solo vino «a reforzar el plano
supra-estructural tradicional, esto es, la feudalidad»1332. Pero cabe reconocer las fuentes
del periodo también se documentan referencias sobre la participación tropas extranjeras
en el ejército castellano, las cuales se encontraban fuera de esta lectura netamente
peninsular de la contienda1333. Tradicionalmente, estas fuerzas han sido identificadas
como el verdadero germen del espíritu cruzado durante el conflicto, por lo que se hace
necesario realizar un detallado estudio sobre su participación en dicho enfrentamiento.

Es innegable que la prosecución de un conflicto de la envergadura de la Guerra de


Granada, reconocida y declarada además como cruzada por el papado, suscitó la
adhesión de combatientes de diversas procedencias del ámbito occidental. Uno de los
objetivos de la propia concesión pontificia era expresamente ese, asegurar el incremento
de las fuerzas cristianas de los ejércitos castellanos con la inclusión de guerreros
europeos al servicio del ideal de la lucha frente al musulmán. En ese sentido, diversos

1332
FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La España de…, op.cit., p. 184.
1333
El propio término de extranjero ha sido objeto de estudio de distintos trabajos, como el de John
Gilissen, que puede simplificarse afirmando que se identifica con los naturales de los diversos reinos
cristianos de Europa ajenos a la comunidad y corona castellana; Al respecto de su evolución en el aspecto
jurídico medieval español, aún muestra validez el artículo de GIBERT, RAFAEL: «La condición de los
extranjeros en el antiguo Derecho español» En Recueils de la Société Jean Bodin, tomo X. Bruselas,
Société Jean Bodin, 1958, pp. 151-199.

647
José Fernando Tinoco Díaz

autores clásicos, como William Walsh o Goñi Gaztambide, llegaron a afirmar que la
participación de cruzados en este conflicto «fue asombrosa [...] millares de cruzados de
Francia, Alemania, Inglaterra, Irlanda, Polonia y, sobre todo, Suiza, vinieron a pelear
bajo el estandarte plateado de la Santa Cruz»1334. Pero los estudios más actuales han
revelado una realidad muy distinta a través del análisis pormenorizado de la aparición de
tropas extranjeras en la documentación castellana1335. En el caso de la cronística del
periodo, las primeras referencias a la aparición de tropas extranjeras en las campañas de
Castilla frente al emirato nazarí son registradas en la narración de Pulgar de las campañas
del año 1483, acaecidas tras el desastre de Loja (1482) y justo antes de la toma de Tájara
(1483)1336. En este breve fragmento de su obra, el cronista castellano subraya la
incorporación de un contingente europeo de tropas suizas en esta operación, destacando
algunos de los rasgos más singulares de esta compañía y aportando una explicación de su
incorporación al ejército castellano acorde con la definición cristiana del conflicto frente
al emirato:

«Vinieron asimismo a servir al Rey e a la Reyna vna gente que se llamaua los soyços,
naturales del reyno de Sueça, que es en la alta Alemania. Estos son omes beliçosos, et peleauan a
pie; e tienen propósito de no boluer las espaldas a los enemigos, e por esta causa las armas
defensiuas ponen en la delantera, et no en otra parte del cuerpo, e por esto son más ligeros en las
batallas. Son gentes que andan por las tierras a ganar sueldo, et ayudan en las guerras que
entienden que son más justas. Son devotos et buenos cristianos; tomar cosa por fuerça reputan a
1337
gran pecado» .

Estos guerreros helvéticos que Pulgar referencia posiblemente fueran los mismos que
tomaron partido en la toma de Alhama (1482), a los que, según apunta García Fitz,
«debieron sumarse otros mercenarios de la misma nación que fueron llegando a la
Península por el efecto llamada del acuerdo de junio de 1482 entre los monarcas y el
representante pontificio –para lanzar una ofensiva conjunta contra los turcos y el reino de
Granada–, y de la bula de cruzada concedida por Sixto IV solo dos meses después» 1338.

1334
GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., p. 337; WALSH, WILLIAM T.: Isabel de España...,
op.cit., p. 309.
1335
En ese sentido, destacan los estudios de LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la conquista
de..., op.cit., pp. 221-223; y, especialmente, BENITO RUANO, ELOY: «La participación extranjera…»,
op.cit.; GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la…, op.cit., pp. 168-178.
1336
Sobre la preparación de la hueste castellana durante esta entrada y la conquista de esta plaza andaluza
de Tájara, consultar CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 517- 530.
1337
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 73-74.
1338
GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la…, op.cit., pp. 168-169.

648
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En ese sentido, cabe preguntarse si realmente este llamamiento papal fue el que estimuló
la llegada de estos guerreros europeos a Castilla, o sirvió como complemento a razones
de otra índole. En este breve fragmento, se puede percibir cómo Fernando del Pulgar se
esfuerza en destacar la perspectiva cristiana que regía el comportamiento de estos
europeos, los cuales rechazaban prácticas como el robo o el pillaje. Este cronista
castellano denota que la conducta de las tropas europeas estuvo regida por los mismos
valores morales de los que hacían los caballeros y tropas del ejército castellano, los
cuales se tuvo oportunidad de analizar con anterioridad. Sin embargo, Pulgar también
reconoce que el principal motivo que movía a estas fuerzas extranjeras a participar en el
conflicto castellano-nazarí, respondía a su rango de organización asalariada.

Tyerman ha acentuado que a partir del siglo XIII, se produjo una profesionalización
de la participación en campañas bajo la convocatoria papal de cruzada. Este hecho
repercutió de forma negativa en los principios doctrinales de la institución y su carácter
de voluntariedad. Diversos destacamentos extranjeros comenzaron a aparecen en
distintos países occidentales, donde la guerra frente a los enemigos de la fe aún seguía
vigente, tomando partido en estas contiendas a cambio de una remuneración acordada
con anterioridad. Paulatinamente, este tipo de compañías extranjeras sufrieron una
gradual equiparación con los grupos de mercenarios que copaban el continente
europeo1339. Durante el periodo bajomedieval, este tipo de compañías corporativas eran
frecuentemente contratadas por las coronas europeas. En este momento, se estaba
gestando la génesis de una nueva idea de ejército, derivado de la profesionalización de
las tropas bajo salario y el desarrollo de la estructura militar permanente. En el caso del
reino de Castilla, fue en el tránsito de los siglos XIV y XV cuando comenzaron a
generalizarse, entre las tropas del reino hispano, las compañías asalariadas por la propia
corona, aunque la evolución de los compromisos feudales hacía poco nítida la diferencia
entre las tropas que servían a sus respectivos señores naturales, como súbditos de un
Estado, y aquellas que lo hacían como mercenarios1340. Sin embargo, esta relación
contractual era bastante más evidente en los casos que incumbían a tropas extranjeras.
Dentro de estas compañías asalariadas europeas, los suizos habían conseguido forjarse
una gran fama en todo Occidente por su magnífico desempeño como disciplinados
soldados. De hecho, algunos historiadores decimonónicos, como el Conde de Clonard,
1339
TYREMAN, CHRISTOPHER: Las Cruzadas: realidad…, op.cit., p. 159.
1340
Sobre todo ello, es interesante consultar la reflexión de SÁIZ SERRANO, JORGE: Guerra y nobleza…,
op.cit., pp. 35-36.

649
José Fernando Tinoco Díaz

consideraron una influencia decisiva de su modelo de organización en la composición y


formación de los primeros ejércitos hispanos que pueden considerarse profesionales. Sin
embargo, los estudios más recientes han demostrado que su papel en la Guerra de
Granada fue mucho más limitado. Simplemente, «las compañías mercenarias de suizos y
algunos alemanes encontraron en la guerra contra Granada un campo apropiado para
buscar trabajo»1341. A pesar de que su presencia no aparece con detallada en la cronística
referente a la contienda frente a Granada con asiduidad, la aparición de estas compañías
mercenarias de helvéticos ha sido bien documentada por Ladero Quesada y Benito
Ruano. Estos autores referencia la participación de los guerreros helvéticos en las
campañas de a la defensa de la plaza Alhama, entre 1482 y 1484, y de nuevo en 1491,
con motivo del comienzo del asedio definitivo a la capital del emirato nazarí1342.

Dejando a un margen esta primera y tímida referencia cronística a la incidencia de


estas tropas mercenarias durante el conflicto, cabe destacar que hubo otras noticias sobre
tropas extranjeras que aparecieron con mucha más frecuencia en las narraciones
contemporáneas de la Guerra de Granada. Para mejorar ciertas facetas singulares de la
hueste castellana, los Reyes Católicos decidieron contratar expertos de diversos puntos
de Europa como maestros y supervisores de los técnicos hispanos. En este caso, la labor
de estos especialistas europeos asalariados sí que influyó sobremanera en la evolución de
la manera de proceder de las tropas castellanas a lo largo de la contienda frente al
emirato. Entre los diversos aspectos donde incidió la tutela de los técnicos empleados por
los reyes, destacó su papel en el desarrollo y perfeccionamiento de la utilización de la
pólvora durante los asedios de plazas musulmanas. Alonso de Palencia afirma que don
Fernando concedió gran importancia a esta perspectiva de la hueste castellana, «porque
sabía por experiencia cuánto aterrorizaban a los moros». El cronista castellano denotaba
que sin el terror psicológico a estas armas de fuego durante los asedios de las grandes
plazas nazaríes, «se hubieran mostrado [los musulmanes] acérrimos, porque los
granadinos sobrellevaban pacientemente los trabajos y el hambre»1343. Por este motivo,
no fueron pocos los asedios, como fue el caso de Loja (1486), donde los cronistas
determinan que «al fin, el rigor de la póluora vençió la furia de los moros, et puso tan

1341
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., p. 221.
1342
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 221-222, BENITO RUANO, ELOY: «La
participación extranjera...», op.cit., pp. 681-683.
1343
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 164-165. Asimismo, durante la narración del
cerco a Vélez-Málaga, el cronista castellano volvía a destacar que «nada causa a los moros mayor terror
que el batir de la artillería»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 179.

650
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

grand espanto, que les priuó las fuerças»1344. Pero en líneas generales, cabe afirmar que
el incremento del empleo de armamento de fuego en Castilla fue muy paulatino. Su lenta
evolución técnica, unido a lo costoso de su mantenimiento y transporte, imposibilitó que
se alcanzara su verdadero potencial a lo largo del periodo bajomedieval. De hecho, al
comenzar la guerra, el parque artillero castellano era muy escaso. Fue tras el desastre
producido durante el primer cerco de Loja, en julio de 1482, cuando los reyes de Castilla
tomaron conciencia de la necesidad de incrementar en número de efectivos encargados
de mantener, perfeccionar, y dar uso al parque artillero castellano. Paulatinamente, la
contienda entre ambos reinos se fue redefiniendo como una guerra de asedios y no de
incursiones. Durante los años cruciales del conflicto castellano-nazarí, el número de
piezas de artillería disponibles castellano fue en aumento, hasta alcanzar las 200 piezas
de diversos calibres con los que el ejército hispano contaba al final de la empresa.
Geoffrey Parker destacaba que, solo gracias a disponer de este amplio tren de sitio, «los
Reyes Católicos, Fernando e Isabel, pudieron apoderarse en diez años (1482-1492) de los
puntos fortificados del reino de Granada que durante siglos habían resistido a sus
antecesores»1345. En ese sentido, la influencia de los expertos armeros del norte de

1344
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 222. Son muchos los casos donde se denota
que el impacto de estas armas castellanas fue capital en la conquista del territorio nazarí. Bernáldez, por
ejemplo no duda en destacar que la conquista de Álora se produjo «con mucha artillería e púsole cerco e
tómola dentro de ocho días por la fuerça de las lombardas, que a los primeros tiros derribaron gran parte de
la villa e fortaleza»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 152. En unos términos
semejantes, Palencia denotaba que «no tardaron los terribles disparos de las bombardas en derribar parte de
las murallas [de Álora], y el inaudito estrépito, los gritos y lamentos de las mujeres, el llanto de los niños,
llenó de espanto a los moradores ya sobrecogidos por otras muchas angustias [...] Creció el espanto y los
lamentos al ver derruida completamente aquella parte de las muralla, que creían de más resistencia por
estar construida en la falda de la colina. En ello vieron inmediato peligro de exterminio o de cautiverio si
pronto no se obtenían del poderoso Monarca más benignas condiciones por medio de pactos de rendición.
Al punto los vecinos declararon sus deseos de entrar en tratos con los sitiadores, y obtenido el permiso, se
les concedió libertad para marchar adonde quisieran con ligeros bagajes, lo cual les pareció un extremo de
clemencia, poseídos como, estaban del mayor espanto, y a los nuestros maravilla, atendida la fuerte
situación del lugar»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 122. Asimismo, otro ejemplo
puede ser referido con respecto a la narración de Valera del cerco a Setenil que sirvió para rendir la villa:
«[…] los moros viendo que tanto les apretava aquel estança y el daño que recibían de los tiros de pólvora,
conosçiendo su perdimiento, ovieron fabla con un morisco del marqués, al qual dixieron que dixiese al
marqués que ellos querían dar al villa al rey, mandándoles segurar sus personas e mugeres e fijos e todo lo
que tenían.»; VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 183.
1345
PARKER, GEOFFREY: La revolución militar: innovación militar y apogeo en Occidente, 1500-1800.
Madrid; Alianza, 2002, p. 35. Al respecto de la incidencia en el incremento de piezas del tren de artillería
castellano durante el conflicto, LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «La organización militar...», op.cit.,
pp. 189-195, pp. 220-222; VALDÉS SÁNCHEZ, AURELIO (coord.), Artillería y fortificaciones en la corona de
Castilla durante el reinado de Isabel la Católica. Madrid: Ministerio de Defensa, 1975; Cobos Guerra,
Fernando (ed.): La artillería de los Reyes Católicos. Zaragoza: Junta de Castilla y León, 2004; GIL
SANJUÁN, JOAQUÍN Y TOLEDO NAVARRO, JUAN J.: «Artillería de los Reyes Católicos en la guerra de

651
José Fernando Tinoco Díaz

Europa fue de suma importancia para este gran desarrollo del parque de artillería del
reino de Castilla y su eficacia en el sitio de estos emplazamientos granadinos. Gracias a
su experimentada labor en este campo, los medios castellanos lograron incrementar su
eficacia en un periodo de tiempo bastante reducido de tiempo.

En una de sus epístolas sobre la estrategia operativa a utilizar por parte de Castilla en
el conflicto, mosén Diego de Valera no duda en incitar a los reyes a «enbiar en bretaña
por maestros de artyllerías é minadores y escaladores, que los ay ende mejores é más que
en parte del mundo, é traer de allá las ferramientas nescesarias»1346. Los Reyes Católicos
parecieron dar buen partido de los consejos del castellano en este aspecto, y desde muy
temprano se pudo documentar en las crónicas la presencia de estos maestros artilleros
europeos entre las fuerzas destinadas a la guerra frente a los musulmanes. Sin embargo,
no fue hasta el inicio de las campañas de 1484, momento en el que las acciones del
ejército castellano comenzaron a regirse por un serio plan sistemático de selección de
objetivos estratégicos, cuando las crónicas castellanas comenzaron a hacer hincapié en
las órdenes que los expertos realizaban para conseguir mejorar la técnica de asedio del
ejército cristiano. Verbigracia, Pulgar afirma que en la preparación de la hueste para
comenzar las hostilidades ese año, la propia reina «mandó traer grand número de carros
et madera e fierro e piedra, e maestros para las labrar; e todas las otras cosas que eran
neçesarias para las lonbardas e otros tiros de póluora de su artillería, segúnd la orden que
para ello dauan los maestros que fizo venir de Françia e de Alemania, que tenían aquel
cargo»1347.Ladero Quesada ha documentado su aparición en las huestes castellanas
durante todo el conflicto de manera ininterrumpida, aunque el primer gran llamamiento
se produjo en torno a 1484, destinado principalmente a buscar trabajadores
especializados para las fábricas de armamento de Córdoba y Écija. Asimismo, también se
aseguró una continua importación de pólvora desde el norte de España, Portugal y
Flandes principalmente. Pero fue durante la campaña que concluyeron con el asedio a
Málaga (1487), el gran desafío de esta contienda para los Reyes Católicos, cuando más
maestros se incorporaron a la nómina del ejército castellano. Su proveniencia fue muy
heterogénea, aunque en general fueron más usuales las referencias a individuos
provenientes de Francia y de la natione germanici, sobre todo de las regiones de Bretaña

Granada: la conquista de la provincia de Málaga» En Revista española de Historia Militar, nº 110. Madrid:
Alcañiz Fresno's Editores, 2009, pp. 2-13.
1346
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 56.
1347
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 117.

652
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

o Burgundia. En este largo cerco, las diversas piezas con las que contaba la hueste
cristiana jugaron un papel capital para asegurar la rendición de la plaza. La mayor parte
de estos expertos artilleros continuaron prestando su colaboración en los asedios de Baza,
Guadix, Almería (1489) y el asedio a la capital nazarí (1491-1492)1348.

La influencia de estos técnicos europeos no se limitó solo al campo de las armas de


asedio, sino que otros muchos extranjeros también tuvieron un papel capital en el
desarrollo del aspecto marítimo de la contienda castellano-nazarí. En ese sentido,
destacan las tropas que sirvieron a lo largo de la génesis y establecimiento de la llamada
Armada del Estrecho. El planteamiento de tal fuerza marítima tuvo su origen nuevamente
en los consejos incorporados en las cartas enviadas por mosén Diego de Valera a los
reyes castellanos. Concretamente en la epístola XXII, el castellano plantea la creación de
una escuadra marítima estable en el Estrecho de Gibraltar, que tendría como objetivo
realizar incursiones localizadas a las costas nazaríes y asegurar el aislamiento de Granada
con respecto a las costas mediterráneas y del norte de África1349. En la primavera de
1482, los Reyes Católicos decidieron comenzar a formar una pequeña armada de naos y
galeras que defendería el Estrecho de Gibraltar para impedir la comunicación y paso de
las naves de los moros entre aquella región y España. La formación per se de esta armada
debió esperar dos años más. En su origen, esta nueva escuadra naval fue confiada al
cuidado del propio Valera. De hecho, su hijo Charles, junto a Martín Díaz de Mena y
Garci López de Arriarán, fueron los encargados de supervisar el inicio de la actividad
marítima de esta fuerza naval en el litoral del suroeste español durante 1484. Con
posterioridad, la capitanía general de la misma pasó a manos de don Álvaro de Mendoza,
conde de Castro, al que posteriormente sucederán en el cargo diversos individuos
extranjeros con más experiencia naval que los propios castellanos, verbigracia Galcerán
de Requesens, conde de Palamós y Trevento1350.

1348
Al respecto de su identificación y desempeño durante la Guerra de Granada, LADERO QUESADA,
MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 180-197; GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA,
FELICIANO: Cruzados en la…, op.cit., pp. 169-70.
1349
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén…, op.cit., pp. 78-82. Según José Antonio de Balenchana, el
memorial que se incluye en la epístola XXII debió escribirse a finales del año 1481 o a principios de 1482.
Sobre el envío de este documento, y la contestación que el autor recibió por los Reyes Católico, es
atractivo consultar VALERA, DIEGO DE: Crónica de…, op.cit., pp. LXII-LXV.
1350
Sobre la experiencia de Diego de Valera y su hijo Charles de Valera en asuntos marítimos, ver
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. L-LVIII. Sobre la estructuración y función de la armada
del Estrecho durante la Guerra de Granada, se puede consultar el completo análisis realizado en LADERO

653
José Fernando Tinoco Díaz

Siguiendo los consejos de Valera, las fuerzas navales que componían esta escuadra
marina eran de origen heterogéneo. Por una parte, el grueso de las naves de la flota
estaba formado por barcos vascos, cántabros, andaluces y, en menor medida, aragonesas
muchos de ellos contratados por los reyes castellanos. Esto ocasionó que la iniciativa de
las principales acciones de esta fuerza correspondiera a capitanes castellanos, los cuales
continuarán presentando sus servicios al reino una vez concluida la guerra. Pero también
participaron en la armada galeras procedentes de algunos territorios italianos, como
Nápoles o Génova, como ha documentado Benito Ruano. Los patrones de estas
embarcaciones se sumaron a la iniciativa castellana a cambio de un sueldo fijo que les
comprometía a concluir con el comercio y contrabando con las costas africanas, lo que
denota unas evidentes implicaciones económicas1351. Sin embargo, su presencia en las
crónicas castellanas no está documentada apenas. Únicamente Fernando del Pulgar
realiza algunas tímidas referencias al nombre de algunos marinos, de los cuales se
presupone una nacionalidad extranjera.

En conjunto, la razón de la aparición de todas estas tropas extranjeras en la hueste


castellana, ya fueran mercenarios suizos, grandes maestros artilleros del norte de Europa,
o destacados marinos del Mediterráneo, fue su contratación de forma asalariada por parte
de los reyes de Castilla. En las crónicas del conflicto apenas se cuenta con referencias al
motivo que movía a cada uno de estos guerreros para desplazarse hasta la frontera
cristiana con Granada, más allá de las notas sobre su desempeño en combate o de esta
condición de asalariados. Por este motivo, se tiene que tomar como referente la reflexión
que Ladero Quesada realiza sobre ellos, concluyendo que «son, en suma, pequeños
grupos que encuentran en la guerra la forma de practicar su modo de vida y de ganarse el
sustento; el resto de lo que sobre ellos se diga carece de suficiente fundamento»1352. Pero
como reconoce Derek Lomax, cabe tener en cuenta que su definición como tropas
retribuidas no suprime la posibilidad de que estos individuos pudieran estar cruzados
adscritos a los privilegios de la cruzada y, en mayor o menor grado, fueran motivados a
tomar parte en este conflicto por los beneficios derivados de esta concesión papal. Al fin
y al cabo, sus creencias personales no eran necesariamente indiferentes a la causa o el

QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., pp. 223-230, así como las notas incluidas en SUÁREZ
FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 97, 133.
1351
BENITO RUANO, ELOY: «La participación extranjera...», op.cit., pp. 687-698.
1352
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., p. 222.

654
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

poder político que le contrataba1353. De hecho, muchos de estos guerreros europeos


incluso aprovecharon su estancia en tierras peninsulares para visitar como peregrinos
Santiago de Compostela tras tomar partido en la contienda. Pero tal itinerario, que
demostraba la vitalidad de binomio tradicional de cruzada y peregrinación asimilado al
comportamiento los primeros cristianos que guerrearon por recuperar Tierra Santa, pudo
ser seguido por auténtica devoción o solo por costumbre. En ese sentido, Roser Salicrú
determina que «aunque podamos inclinarlos a pensar que muchos de nuestros
protagonistas atravesaron los Pirineos más por sus ansias caballerescas (no
necesariamente vinculables al espíritu bélico de cruzada, sino meramente relacionadas
con los ideales, más o menos cortesanos de la caballería andante) y por curiosidad que no
por devoción, raras veces nos sentiríamos capaces o legitimados para negar que
subyaciera en ellos una vertiente religiosa o, por lo menos, un espíritu ―cruzado‖»1354.
Pero el ideal de la lucha frente al musulmán fue siempre un indudable atractivo para las
clases altas de la sociedad del Occidente cristiano.

En el conjunto de los reinos cristianos de la Península Ibérica, la Reconquista era


tradicionalmente entendida como un negocio netamente local. La propia concepción
doctrinal construida tras el proceso expansivo cristiano en este territorio, determinaba
que la tarea reconquistadora hispánica era establecida como un deber de los príncipes de
esta región, sobre los cuales recaía la exigencia histórica de restablecer el dominio godo
en todo el contexto peninsular. Cuando la presencia musulmana no era representante de
un ente político que podía oponerse a la concepción cristiana de la sociedad, cabía un
mínimo rango de aceptación y legalización de su vida junto al resto de súbditos del
monarca castellano. El objetivo de esta empresa, por tanto, no fue el de expulsar
físicamente a los moros de estas tierras, sino restituir el señorío de la corona cristiana
sobre estas tierras1355. Esta interpretación jurídica de la lucha frente al enemigo de la fe
cristiana, se desviaba sobremanera de la concepción tradicional de cruzada en el seno de
Europa, donde la guerra contra el musulmán era vista como un conflicto
fundamentalmente religioso. Por este motivo, hasta una fecha muy avanzada no se

1353
LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición…», op.cit., pp. 241-244.
1354
SALICRÚ I LLUCH, ROSER: «Itinerarios ―cruzados‖: caballeros, peregrinos y viajeros bajomedievales en
el Camino de Santiago» En López Martínez-Morás, Santiago; Meléndez Cabo, Marina y Pérez Barcala,
Gerardo (eds.): Identidad europea e intercambios culturales en el Camino de Santiago (Siglos XI-XV).
Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela, 2013, pp. 51-66, pp. 59-60.
1355
Al respecto de esta perspectiva de la Reconquista como una empresa de carácter nacional, MARAVALL,
JOSÉ ANTONIO: El concepto de..., op.cit., pp. 277 y ss.

655
José Fernando Tinoco Díaz

documenta en las fuentes peninsulares la aparición destacada de fuerzas europeas en las


contiendas frente al musulmán acaecidas en este territorio. Únicamente en el caso de
algunas empresas con un marcado carácter determinante, como la campaña de Las Navas
de Tolosa (1212), el contingente cruzado fue bastante numeroso1356. Esto ha llevado a
diversos autores no hispanos, como es el caso de John Edwards, a afirmar que la
Reconquista fue un «asunto principalmente indígena»1357.

Cuando el infante don Fernando reanudó las campañas frente al emirato nazarí, muy
pocas fueron las solicitudes de apoyo que el regente recibió. Solo algunos nobles
franceses y alemanes hicieron llegar al reino hispano sus ofrecimientos para tomar
partido en la contienda a favor de la fe cristiana. Según afirma el cronista Álvar García
de Santa María, el conquistador de Antequera contestó a tales solicitudes afirmando que
«él se lo agradesçía e tenía en muy gran seruiçio su buena voluntad; pero que su
yntençión hera quel infante su tío fiziese esta guerra contra los moros con las gentes de
sus reynos [...]»1358. Algunos autores, como es el caso de Joseph O‘Callaghan, han
afirmado que este comportamiento de don Fernando se debe a que Castilla se encontraba
en ese momento en un periodo de treguas con Granada, hecho que obligó a suspender el
inicio de hostilidades. Sin negar esta argumentación, se debe tener en cuenta el aspecto
nacional que este tipo de hostilidades tenía en el orgullo de la nación castellana. De
hecho, el mismo autor británico así lo reconoce cuando menciona la representación
cronística realizada por Santa María de la conquista de Antequera1359. El cronista afirma
que en este triunfo conseguido por las tropas castellanas, «fué mayor la vitoria e
acaesçimiento que acaesçió al infante con los moros en esta entrada que no si ende
viniera otra gente estraña, de los otros reinos e señoríos, por él fazer la guerra con sólos
los naturales del reino»1360. Los historiadores de este periodo bajomedieval no dudan en
resaltar la idea de que la pérdida de la unidad peninsular se había debido a los pecados de

1356
Sobre lo referente a este conflicto entre la perspectiva hispánica de la Reconquista, y la idea de cruzada
europea, es muy atractivo consultar el análisis del discurso que Alfonso VIII realizó en las postrimerías de
la batalla de Las Navas de Tolosa (1212). En el mismo, se denota que los monarcas hispánicos sabían de la
necesidad de estructurar doctrinalmente sus arengas de forma distinta según fueran dirigidas a castellanos,
hispanos o europeos, demostrando la gran diferencia de perspectiva de las campañas frente al musulmán;
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: Las Navas de..., op.cit., pp. 391-393; RODRÍGUEZ LÓPEZ, ANA: «Légitimation
royale et discours sur la croisade en Castille aux XIIe et XIIIe siècles» En Journal des Savants, enero-junio
2004. París: Académie des Incriptions et Belles Lettres, 2004, pp. 129-163.
1357
EDWARDS, JOHN: «Reconquista and Crusade...», op.cit., p. 173.
1358
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., p. 315.
1359
O'CALLAGHAN, JOSEPH: The Last crusade..., op.cit., pp. 55, 59.
1360
GARCÍA DE SANTA MARÍA, ALVAR: Crónica de Juan II..., op.cit., pp. 396-397.

656
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

sus antepasados, por lo que solo el esfuerzo del pueblo castellano en conjunto
conseguiría redimir esa falta y restaurar la grandeza hispana de tiempos pasados. Sirva
como ejemplo esta poesía compuesta por fray Diego de Valencia, en la que se menciona
que Castilla sería «muy desconsolada/ Si los extranjeros la vienen servir,/ Ca fuerte se
ruge que quieren venir/ A propia visión por ser otorgada/ Por el Padre Santo muy digna
cruzada/ Que serían absueltos de todos pecados/ los que muriesen con los renegados/
Infieles vasallos del rey de Granada»1361. De cara al exterior esta imagen podía
representar prepotencia y exceso de confianza, algo que Pedro Mártir destaca en alguna
de sus primeras epístolas. En una de ellas, fechada el 27 de febrero de 1448, él mismo
concluye que «entre los españoles jamás prosperó ninguno que no fuera español. Los
españoles son tan presumidos como los griegos, están persuadidos de que todo lo saben,
que no hay nada fuera de ellos y de que no necesitan la ayuda de nadie»1362. En el
contexto peninsular, sin embargo, esta consideración de la cuestión reconquistadora
como una empresa netamente hispánica, con una identidad propia y singular, generaba un
especial orgullo propio en la sociedad castellana. Por este motivo, el protagonismo de las
diversas crónicas que relataron este proceso peninsular, siempre destacaron las hazañas
de los héroes propios por encima de la pobre participación de fuerzas cristianas
occidentales. El mismo Pulgar defiende esta determinación, al afirmar que:

«Yo por cierto no vi en mis tiempos, ni leí en los pasados viniesen tantos Caballeros de otros
Reynos é tierras estrañas á estos vuestros reynos de Castilla é de Leon por facer armas á todo
trance, como ví que fueron Caballeros de Castilla á las buscar por otras partes de la Christiandad
[...] porque así como ninguno piensa llevar fierro á la tierra de Vizcaya donde ello nace; bien así
los estrangeros reputaban á mal seso venir a mostrar su valentia á la tierra de Castilla, dó saben
que hay tanta abundancia de fuerzas y esfuerzo en los varones della, que la suya será poco
estimada»1363.

Durante la Baja Edad Media, la convocatoria del papado pasó a ser considerada, entre
la nobleza europea, «un tópico cancilleresco y diplomático, considerablemente

1361
Citado en GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ: Historia de la..., op.cit., pp. 341-342.
1362
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 6-7. En el continente europeo, se mantenía la
imagen de la nación española como una sociedad marcada por la guerra y la violencia, algo que influía en
la educación de los jóvenes y los preparaba para una dura vida de lucha y conflicto. De hecho, Lucio
Marineo recuerda que el rey don Francisco de Francia, al ver a los mancebos de poca edad y sin barba,
manejando la espada a esta corta edad, afirmó «¡O bienaventurada España, que pare y cria los hombres
armados!»; MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. XXIXv-r.
1363
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros varones de..., op.cit., pp. II, 162.

657
José Fernando Tinoco Díaz

descargado de eficacia»1364. El llamamiento a la cruzada paulatinamente se fue


convirtiendo en un requerimiento rutinario y carente de verdadero significado religioso,
lo cual se reflejó en el descenso de participantes voluntarios en este tipo de conflictos. En
el caso hispano, las intervenciones puntuales de nobles del norte de Europa en las
campañas de los reyes castellanos fueron mencionadas por las fuentes del periodo aún
con menor asiduidad. Estas pocas referencias a la aparición de grandes señores
extranjeros en las huestes peninsulares deja de manifiesto que su viaje a estas tierras se
producían por otras intenciones más terrenales que ejercitar la guerra frente al infiel,
como se tuvo oportunidad de destacar en la primera parte del presente análisis. De hecho,
no son pocas las veces que la faceta diplomática de estos nobles europeos destacaba
sobre una condición de guerrero que los aleja del ideal cruzado más puro. Sirva como
ejemplo la narración de Valera de las campañas de 1455 de Enrique IV frente al emirato
nazarí, en las que:

«Los embaxadores [del rey de Francia] quedaron el Córdoba, y el rey se partió para la guerra,
a quatro dias de junio del dicho año e algunos de los gentiles hombres franceses que con los
embaxadores venían, le suplicaron que hubiese por bien quellos fuesen con su alteza en aquella
entrada, e al rey plugo dello e les mandó dar cauallos, e armas y todo lo que menester ovieron para
aquella entrada; e fuera con ellos, por mandado suyo»1365.

En el caso de la guerra frente a Granada emprendida por los Reyes Católicos, el


profesor Benito Ruano llegó a la conclusión de que durante este conflicto se dio «una
cooperación personal cuánticamente modesta, por no decir escasa, al menos en la
proporción que entendemos hubiera debido esperarse de una Cristiandad cuyo flanco
occidental se llamaba vehemente a defender»1366. Esta afirmación parece ser corroborada
por las propias crónicas castellanas contemporáneas, las cuales recogen pocas referencias
al respecto del desempeño de nobles cruzados. A lo largo de la fase inicial de la campaña
castellana frente al emirato nazarí, estas fuentes se limitaron a denotar la participación en
el asedio a Alhama de Andrés de Fulda y el conde Johan de Estrasburgo1367. A medida
que la guerra frente al Islam fue tomando un cariz más determinante, comenzaron a ser

1364
BENITO RUANO, ELOY: «La participación extranjera...», op.cit., pp. 681.
1365
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 21.
1366
BENITO RUANO, ELOY: «La participación extranjera...», op.cit., p. 680.
1367
De la presencia de este individuo tras el conflicto, da constancia Jerónimo Múnzer: «Me aseguraron
dos alemanes dignos de crédito y muy a bien con el alcaide, el uno Andrés de Fulda, ciudad de Hesse, y el
otro Juan, de Argentina». Como bien apunta Julio Puyol, el encargado de editar esta versión de la narración
de Münzer, el autor se refiere a Strasburgo, como la Argentoratum mencionada por Ptolomeo; MÜNZER,
JERÓNIMO: Viaje por España..., op.cit., p. 77.

658
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

algo más generales las referencias a la presencia de guerreros del norte europeo en las
huestes castellanas. En ese sentido, las noticias referentes a la participación de estos
contingentes extranjeros fueron generalizadas especialmente en las narraciones de las
campañas de los años 1485 y 1486. Sirva como ejemplo la narración que Alonso de
Palencia realiza de la llegada al real castellano del señor de Pregui y su rivalidad con los
grandes señores ingleses, algo que denotaba las tensiones diplomáticas entre ambas
coronas1368:

«A ninguno de los caballeros que habían acudido a Córdoba a la guerra contra los infieles dejaba
sin recompensa, y mereció calurosos elogios el noble y esforzado...Señor de Pregi, por haber acudido
desde lejanas tierras con escogidos compañeros de armas a la guerra de Granada. Sintió mucho este
caballero no haber llegado antes a los reales, para alcanzar para los franceses igual lauro que los
1369
ingleses, que tal es la emulación que el espíritu guerrero despierta en los pechos de los valientes» .

Los cronistas de este periodo manifestaban que los nobles de las distintas
nacionalidades europeas que participaron en este conflicto, compitieron por destacar en
el campo de batalla y convertirse así en protagonistas de estas leyendas caballerescas.
Durante esta etapa central de la contienda, aparecen mencionadas en las fuentes la
llegada de grandes señores franceses al real castellano en grandes asedios como el de
Loja (1486), en el que Fernando del Pulgar determina que «vinieron asimesmo algunos
franceses, con deseo de seruir a Dios en aquella guerra»1370. Las crónicas mencionan con
posterioridad a alguno de ellos, como es el caso de Gastón de Lyon, el menionado señor
de Pregui, Joannes de Causach, o Philippe de Shaundé, conde de Nicandel, acompañado
desde Inglaterra por Philibert de Shaundé1371. Entre los británicos, destacaron Sir Henry
Guilford de Kent, aunque se tienen dudas sobre su estancia en este territorio, el capitán
Francisco de Vernel, el caballero irlandés Unbertus Status de Ybernia, presente en el
asedio a Loja, Wiston Browne de Essex y Guillermo Famy de Lameriq, armados
caballeros durante su estancia en tierras peninsulares. En el caso alemán, sobresale

1368
Sobre esta incidencia de las relaciones diplomáticas europeas y su proyección en las tropas que
tomaron partido durante la Guerra de Granada, SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «La política internacional
durante la guerra de Granada» En Ladero Quesada, Miguel Ángel (coord.): La incorporación de Granada
a la corona de Castilla. Granada: Diputación provincial de Granada, 1993, pp. 731-779, pp. 737-745.
1369
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 246.
1370
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 214.
1371
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 246; VALERA, DIEGO DE: Epistolas de
mosén…, op.cit., p. 95.

659
José Fernando Tinoco Díaz

Varranus de Boische, que fue armado tras la toma de Baza (1489)1372. En lo relativo al
vecino reino de Portugal, las alusión a la participación de caballeros lusos en esta
contienda son bastantes escasas, posiblemente debido al clima de desconfianza entre las
corona ibéricas a consecuencia del incumplimientos de los pactos que dieron final a la
Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479). De hecho, Münzer recoge en su crónica que,
durante el primer asedio a Alhama en 1482, la reina Isabel se negó a que el marqués
demandara ayuda a Juan II, determinando que «lejos de nosotros que los portugueses se
lleven este honor»1373. Las noticias de combatientes de este territorio peninsular son
reducidas a breves menciones de las fuerzas que tomaron partido a favor del bando
cristiano en momentos puntuales de estas campañas frente al emirato nazarí, muy
posiblemente por razones de índole estrictamente política1374. Las pocas referencias
concretas que aparecen a lo largo de las narraciones cronísticas, destacan la figura del
don Álvaro, hijo del II duque de Braganza y hermano del condestable don Fernando, el
cual encontró la muerte durante el cerco de Málaga (1487)1375. Fernando del Pulgar
afirma que en el asedio a esta ciudad, también concurrieron nobles napolitanos y de otras
naciones occidentales que no identifica nominalmente.

1372
Las referencias exactas a la aparición en la cronística de todos estos nobles y su identificación personal,
se encuentran en el apéndice documental de BENITO RUANO, ELOY: «La participación extranjera...», op.cit.,
p. 689-701, así como en GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la…,
op.cit., pp. 170-172.
1373
MÜNZER, JERÓNIMO: «Viaje por España…», op.cit., p. 49.
1374
Sobre la presencia de tropas portuguesas durante este conflicto, LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ
ENRIQUE: «Portugal y Granada: presencia lusitana en la conquista y repoblación del reino granadino (siglos
XV-XVI)» En Actas das II Jornadas Luso-Espanholas de História Medieval. Oporto: Instituto Nacional de
Investigação Científica, 1987, pp. II, 737-738; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: «Portugueses en la
frontera de Granada» En En la España Medieval, nº23. Madrid: Universidad Complutense, 2000, pp. 67-
100; GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la…, op.cit., pp. 175-177.
1375
Algunas referencias a su persona se recogen en la narración del asedio de Vélez-Málaga, donde
Palencia afirma que «allí quedó herido el noble portugués Álvaro»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de
Granada..., op.cit., pp. 208-281. Sin embargo, el episodio donde más se destacó su presencia, fue el
incidente durante el cerco de Málaga del intento de asesinato que sufrieron los reyes a manos de un
musulmán exaltado. Confundiendo el moro a don Álvaro y a la marquesa de Moya con los Reyes de
Castilla, «e poniendo en obra su propósito, sacó aquel terçiado et dio a aquel cauallero don Álvaro una gran
cuchillada en la cabeça, de la qual llegó a punto de muerte»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los...,
op.cit., pp. II, 314-317; Asimismo, Jerónimo Münzer también identificó al noble portugués en su relato del
viaje a tierras hispánicas a razón de este incidiente: «Habría mucho que escribir acerca de cómo cierto
sarraceno, tenido por santo entre los suyos, salió de Málaga, e introduciéndose en las filas del rey, hirió
mortalmente, creyendo que era el rey, a cierto conde don Álvaro de Portugal -a quien vi y con quien
conversé en Madrid, y a cuyo hermano Fernando mandó degollar el rey de Portugal-»; MÜNZER,
JERÓNIMO: «Viaje por España...», op.cit., p. 147.

660
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

La narración de las aventuras y triunfos de estos guerreros extranjeros en tierra


hispana sirvió como inspiración para diversos relatos y narraciones que mantuvieron vivo
el espíritu de la lucha por la fe cristiana. Muchos de estos sucesos, protagonizados por
europeos de diversas nacionalidades, pasaron a formar parte de la memoria colectiva
castellana en forma de romances o cuentos, como una muestra del triunfo castellano
frente a la fe musulmana. Uno de los casos más destacados fue e el Pedro de Alamanç o
Alimanç, soldado perteneciente a la hueste de Edward Woodville. Este caballero,
Oriundo de Brujas, fue capturado junto con un hermano y otros dos parientes suyos, y
trasladados todos a la ciudad de Fez, donde el primero permaneció cautivo por espacio de
casi tres años. Durante esta estancia, se enamoró de él la hija de su patrón musulmán, a la
que logró convertirla al cristianismo y con la que regresó a Castilla, donde ratificó su
matrimonio1376. Pero cabe destacar que las narraciones del periodo se limitan a
mencionar esta participación de destacados nobles europeos sin entrar en cuestiones que
justificaran tal colaboración. Los cronistas castellanos apenas aciertan a afirmar, de
forma concreta, algunas razones de la participación de estos nobles durante la guerra
castellana frente a Granada. Verbigracia Juan Barba se aventura a informar de que
gracias a la divulgación de la fama de esta contienda, «desde Ynglaterra viene con gente/
a ver y ganar aquesta cruzada,/ por ver a los moros y ver a Granada,/ do vido los hechos
del rey eçelente»1377. En ese sentido, quizá la reseña más clara de la posible relación
entre esta presencia de nobles occidentales y la concesión pontifica de cruzada, se
encuentre en la Guerra de Granada de Alonso de Palencia. Durante la alusión a las
tropas que formaron parte de la hueste castellana presente en el cerco de Baza (1489), el
humanista notifica que:

«De Alemania, de Francia y de diversas partes del mundo llegaron asimismo por entonces a
los reales algunos caballeros nobles, ansiosos de combatir contra los enemigos de Cristo, y
seguramente hubiera acudido considerable número de fieles, si el Papa no hubiese suspendido la
indulgencia plenaria en los años anteriores concedida a cuantos contribuyesen al mayor éxito de la
campaña»1378.

De este fragmento, cabe resaltar que Palencia reconoce la poca incidencia que la
presencia de estas tropas del norte europeo generó, la cual relaciona con la negativa de

1376
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 517- 530; SUÁREZ FERNÁNDEZ,
LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 160.
1377
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla...», op.cit., p. 292.
1378
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 415-416.

661
José Fernando Tinoco Díaz

Inocencio VIII a renovar la bula de cruzada a favor de la causa hispánica. A pesar de que
es muy posible que el cronista procurara destacar las facetas religiosas del conflicto para
subrayar la necesidad de renovar la concesión de bula de cruzada a favor de la campaña
castellana, no debe dejar de denotarse un hecho. El texto del castellano denota así la
relación entre esta concesión y el deseo de frente al musulmán de los grandes señores
europeos que arribaron a tierras peninsulares. Pero cabe destacar que la eficacia de estos
nobles en el campo de batalla fue muy limitada. En realidad, la aparición de tropas
nobiliarias europeas se tradujo en un aumento del gasto real, en tanto los reyes de Castilla
se vieron obligados a corresponder la iniciativa de estos caballeros con gratitud, a pesar
de que su desempeño en el campo de batalla pasara inadvertido dentro del conjunto de
fuerzas de la hueste castellana. Así lo reconoce el mismo Palencia con posterioridad,
cuando también afirma que «la presencia de extranjeros en las operaciones de la guerra
obligó a la Reina a visitar con más solicitud las poblaciones tomadas por D.
Fernando»1379. Asimismo, Pulgar también determina que los reyes de Castilla se vieron
obligados a agradecer el apoyo de estos grandes señores europeos con el envío de una
parte de los esclavos musulmanes capturados durante el asedio a la capital de la costa
malagueña1380. A través de este tipo de gratificaciones, Isabel y Fernando pretendían
corresponder el esfuerzo de los europeos por tomar partido en la contienda frente a las
tropas del emirato nazarí.

7.2.4. EL ESTUDIO DE UN RESEÑABLE CASO SINGULAR: LA FIGURA DEL NOBLE INGLÉS


EDWARD WOODVILLE EN LA CRONÍSTICA CASTELLANA.

Entre todos estos nobles europeos que participaron en el conflicto, destaca


sobremanera el caso de Edward Woodville, al que la cronística contemporánea
representó como un cruzado ejemplar. El mal llamado por los cronistas castellanos
«señor de Scales y conde de Rivers», fue el sexto hijo varón de sir Richard Woodville,
primer earl de Rivers, y lady Jacquetta de Luxemburgo, duquesa de Bedford. El
nacimiento tardío de este individuo dentro de su linaje, pareció relegarle a un puesto

1379
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 246. Sobre el peso real de la participación de
estos cruzados europeos en el conflicto frente al emirato nazarí, LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL:
Castilla y la..., op.cit., pp. 221-222.
1380
«El Rey e la Reyna mandaron repartir los moros que allí tomaron en tres partes [...] La otra tercçia
parte mandaron repartir por todos los caualleros, et por los de su Consejo, e por los capitanes e otros
fijosdalgos, et ofiçiales, e otras personas: caballeros, et aragoneses, et valencianos, e protogeses, e todas las
naçiones que vinieron a aquella guerra; aviendo respecto a las personas e a los seruiçios que cada vno
fizo»; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 335.

662
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

trivial en la línea sucesoria familiar. Pero los acontecimientos acaecidos durante la


Guerra de las Dos Rosas en su Inglaterra natal le reservarían otro destino. Esta contienda
enfrentó por el control del trono inglés, de forma intermitente, a los miembros y
partidarios de la Casa de Lancaster contra los afines a la Casa de York, en una horquilla
de tiempo comprendida entre los años 1455 y 1485. La misma provocó la extinción del
linaje de los Plantagenet y debilitó la influencia del estamento nobiliario en el continente
europeo1381. A pesar de que su familia comenzó la contienda en el bando lancasteriano,
pronto los Woodville se unieron al partido favorable a los York, al considerar condenada
irremediablemente la causa de Enrique VI (1422-1461/1479-1471). Es posible que tal
determinación fuera fruto del curso de las operaciones bélicas de 1460, Richard
Woodville fue hecho prisionero por la causa yorkista en Calais. El gesto de que Elizabeth
Woodville, hermana mayor de Edward, se casara con el futuro rey Eduardo, oficializó
esta nueva alianza y permitió al patriarca de la familia Woodville recibir el título condal
de Rivers, además de ser nombrado tesorero real y Gran condestable del reino de
Inglaterra. Con la llegada al trono de Eduardo IV (1461-1470/1471-1483), las diversas
familias nobiliarias del reino inglés se fueron dividiendo, progresivamente, entre dos
bandos muy diferenciados: los allegados y parientes de la reina, y quienes consideraban a
la familia Woodville como unos recién llegados a la corte. Tras la derrota del bando
yorkista en la batalla de Edgecote Moor, el 25 de julio de 1469, tanto Richard, como su
segundo hijo, John, fueron hechos prisioneros y posteriormente decapitados por el
partido favorable a los Lancaster1382. Con la desaparición del cabeza de familia, el
primogénito de los hermanos de este linaje, Anthony Woodville, heredó de los títulos de
su padre, a los que sumó la baronía de Scales por matrimonio con la baronesa de

1381
Una visión general sobre este conflicto, GOODWIN, GEORGE: Fatal Colours. Phoenix: Orion
Publishing, 2012; HAIGH, PHILIP A.: The Military Campaigns of the Wars of the Roses. Gloucestershire,
Sutton Publishing Ltd., 1995; LANDER, J.R.: Government and Community: England, 1450-1509.
Cambridge: Harvard University Press, 1980; POLLARD, A.J.: The Wars of the Roses. Basingstoke:
Macmillan Education, 1988; ROJAS GABRIEL, MANUEL: «Inglaterra en el siglo XV» En Álvarez
Palenzuela, Vicente Ángel (coord.): Historia Universal de la Edad Media. Barcelona: Ariel, 2002, pp. 733-
754; ROYLE, TREVOR: The Road to Bosworth Field. Londres: Little, Brown, 2009; SEWARD, DESMOND: A
Brief History of the Wars of the Roses. Londres: Constable & Co, 1995; WAGNER, JOHN A.: Encyclopedia
of the Wars of the Roses. California: ABC–Clio, 2001.
1382
Al respecto de su figura, HICKS, MICHAEL: «Woodville, Richard, first Earl Rivers (d. 1469)» En
Oxford Dictionary of National Biography. Nueva York: Oxford University Press, 2011 (dirección web:
<http://www.oxforddnb.com/view/article/29939>) [fecha de consulta: 10/10/2014]; VISSER-FICH, LIVIA:
«Richard was late» En The Ricardian: Journal of the Richard III Society, nº 9. Londres: Richard III
Society, 1999, pp. 616-619.

663
José Fernando Tinoco Díaz

Newport. Sin embargo, el nuevo señor de la casa Woodville también correría una aciaga
suerte.

En lo referente a la trayectoria política vital de Anthony Woodville, ésta estuvo


marcada por el exilio al que fue obligado tras la derrota yorkista en Edgecote Moor.
Durante este periodo, el noble destacó en varias en comisiones políticas y diplomáticas
en las que ejerció como representante de Eduardo IV. Pero a lo largo de su vida Anthony
no descuidó su marcada fe religiosa, algo que lo hizo ser un personaje bastante popular
en la novela de caballería inglesa durante el periodo final del siglo XV. Sus hazañas lo
representaban como un ejemplo perfecto de la caballería, mezcla de destacado aristócrata
y gran guerrero. En ese sentido, son conocidas las peregrinaciones que le llevaron a la
propia Roma y algunos otros santuarios del sur de Italia, incluido el de Bari. Pero
también constan peregrinajes a Santiago de Compostela y Portugal, donde realizó un
voto contra los sarracenos, a principios de la década de 1470. Este tipo de
comportamientos era algo común entre los comerciantes y embajadores ingleses cuando
visitaban los puertos de la Península Ibérica. Pero su trayectoria vital pronto se vio
truncada. En la Batalla de Banert, el 14 de abril de 1471, Anthony quedó muy malherido
cuando pretendía volver a Inglaterra junto con el pretendiente al trono inglés Eduardo IV,
algo que le impidió participar en el resto de batallas que consiguieron restablecerlo
finalmente en el trono inglés. Tras el nombramiento del rey, Woodville se centró en
gestionar su deber como Barón de Scales en el parlamento, y en tutorizar a los hijos del
monarca. Pero la repentina muerte de este mandatario provocó que los desórdenes
dinásticos volvieran a recrudecerse, lo que determinó el retorno de los conflictos entre
ambos bandos nobiliarios. La facción contraria a la reina forzó la designación del futuro
Ricardo III (1483-1485), como Lord protector durante la minoría de edad de Eduardo V
(1483). Poco después, Ricardo consiguió ser nombrado rey alegando que el matrimonio
entre Isabel de Woodville y Eduardo IV se habría producido en circunstancias
cuestionables y, por tanto, era ilegítimo. Para resolver los conflictos internos con este
linaje, el nuevo regente decidió ejecutar a gran parte del consejo real del anterior
monarca, acabado así con la vida de Anthony Woodville1383.

1383
HICKS, MICHAEL: «Woodville, Anthony, second Earl Rivers (c. 1440-1483)» En Oxford Dictionary of
National Biography. Nueva York: Oxford University Press, 2011 (dirección web:
<http://www.oxforddnb.com/view/article/29937>) [fecha de consulta: 10/10/2014]; PIDGEON, LYNDA:
«Antony Wydeville, Lord Scales and Earl Rivers: family, friends and affinity. Part 1» En The Ricardian:
Journal of the Richard III Society, nº 15. Londres: Richard III Society, 2005, pp. 1-19; de la misma autora,

664
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

A la muerte de éste, fue su hermano Richard el que le sucedió como tercer conde de
Rivers porque su hermano mayor, Lionel Woodville, ya ocupaba el cargo de obispo de
Salisbury. A cambio de salvar su vida y permitirle heredar este título, el rey le confiscó
gran parte de las tierras de su familia, algo que lo empujó a participar indirectamente en
la rebelión de Buckingham de 1483, de la que fue indultado por falta de pruebas. Tras la
victoria de Enrique VII, se restauraron todas las tierras tomadas a su familia. La victoria
del bando Tudor en la batalla de Bosworth, el 22 de agosto de 1485, significó la muerte
de Ricardo en batalla, así como la coronación de Enrique VII de Inglaterra (1485-1509).
El nuevo monarca fortaleció su posición casándose con la hija de Eduardo IV, Isabel de
York, reuniendo en su persona el destino de las dos casas reales que habían combatido
por el poder y acabando de esta manera con la larga contienda. A partir de ese momento,
la vida de Richard fue austera, hasta su muerte en 1491, momento en el título de barón de
Scales volvió a la corona debido a que éste no tuvo descendencia ni contralló
matrimonio. Edward Woodville, por tanto, no poseyó ninguno los títulos unidos
anteriormente a su linaje cuando estuvo presente en la Guerra de Granada.

A la luz de estos datos, cabe preguntarse, por tanto, cuál es la razón para la cronística
castellana lo relacione con la baronía de Scales y el condado de Rivers. Este error puede
deberse a dos causas. En primer lugar, la historiografía clásica afirmaba que el verdadero
caballero que participó en la contienda fue Anthony y no su hermano menor Edward. Sin
embargo, este caballero había encontrado la muerte años antes de que se produjera la
venida del contingente inglés a territorio hispano. Asimismo, las primeras noticias de la
llegada de estos guerreros, aportadas por un gran conocedor de la sociedad inglesa como
era mosén Diego de Valera, identifican al caballero como «vn hermano del señor de
Estalas»1384. Aunque el propio don Diego lo llamara «Señor de Scalas» en la redacción
posterior de su crónica, esta primera referencia parece confirmar que fue Edward el
miembro de los Woodville que arribó a tierras castellanas durante 14861385. En la
actualidad, diversos historiadores sustentan la idea de que esta intitulación como conde
de Rivers y señor de Scales posiblemente se debiera a una confusión por parte de los
cronistas castellanos, o una utilización fraudulenta del título para causar más impresión a
su llegada a tierras castellanas. Asimismo, algunos investigadores británicos han puesto

«Antony Wydeville, Lord Scales and Earl Rivers: family, friends and affinity. Part 2» En The Ricardian:
Journal of the Richard III Society, nº 16. Londres: Richard III Society, 2006, pp. 15-45.
1384
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén…, op.cit., p. 95.
1385
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., p. 200.

665
José Fernando Tinoco Díaz

de manifiesto que la utilización de estos cargos, por parte de Edward Woodville, también
está documentada en suelo inglés. Parece que entre la nobleza exiliada tras la llegada al
trono de Richard III era una costumbre utilizar los títulos de los cual este rey les había
privado injustamente. Cuando Enrique VII subió al poder, muchos de ellos fueron
restituidos. Pero no se tiene constancia de que la baronía le fuera concedido nuevamente
a la familia Woodville, como sí sucedió con las tierras vinculadas a esta jerarquía. Según
afirma Christopher Wilkins, el noble británico declaraba, sin embargo, que la esposa de
su hermano Anthony le había legado sus tierras tras la muerte de su hermano, algo que
no sucedió realmente, pero que justificaba las pretensiones de Woodville de recuperar
por completo la herencia de su familia. Esta segunda posibilidad parece mucho más
factible y comulga además con la documentación conservada de este enigmático
personaje.

La figura de Edward Woodville estuvo involucrada en algunos de los acontecimientos


políticos más importantes de su época en Inglaterra. Desde muy joven, su vida estuvo
marcada por la guerra, luchando de batalla en batalla entre su tierra natal, y las
propiedades que su familia mantenía en la vecina Bretaña francesa. Su destacado
desempeño en estas lizas le llevó a ser reconocido en su época como un verdadero héroe
para la corona anglosajona y el gran paradigma de la virtud caballeresca en este territorio.
Durante el reinado de Eduardo IV, Edward fue enviado a varias expediciones a la región
de Bretaña, hasta que fue nombrado caballero a lo largo de 1475. En 1480, el inglés
obtuvo el control de la ciudad de Portsmouth y la fortaleza del castillo de Porchester.
Durante los años siguientes, su presencia se hizo destacar en acciones como las que el
hermano del rey, el duque Richard de Gloucester, encabezó frente a Escocia. Tras la
muerte de Eduardo IV, Edward se encontraba al mando de la flota del reino, por lo que
pudo escapar a Bretaña, donde se encontraba Enrique Tudor. Woodville volvió a
Inglaterra junto a él durante 1485, y luchó en la batalla de Bosworth. Cuando se produjo
el nombramiento de Enrique VII como monarca, éste le nombró señor de la Isla de
Wright, le concedió el mando del castillo de Carisbrooke y restituyó la tenencia de la
fortaleza de Porchester1386. Según la versión aportada por la cronística castellana, Edward

1386
Sobre la biografía de este caballero, consultar, WILKINS, CHRISTOPHER P.: The Last Knight Errant:
Edward Woodville and the Age of Chivalry. Londres: IB Tauris, 2009; WILKINS, CHRISTOPHER, P.:
«Woodville, Sir Edward (d. 1488), soldier and courtier» En Dictionary of National Biography. Nueva
York: Oxford University Press, 2011 (dirección web: <http://odnb2.ifactory.com/view/article/101193/>)

666
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Woodville participó en la Guerra de Granada para dar cumplimiento a una promesa de


redención realizada durante la prosecución de la Guerra de las Dos Rosas. Tras haber
participado en esta contienda cruenta librada en su Inglaterra natal, el caballero podría
haber sentido la necesidad de redimir sus pecados en la lucha frente al musulmán. Por
este motivo, habría elegido tomar partido en la empresa de los Reyes Católicos, una
destacada iniciativa frente al infiel que además contaba con la consideración pontifica de
cruzada. En ese sentido, Andrés Bernáldez es el autor que expresa con más rotundidad
que el noble inglés «pasó acá en aquel tiempo, por servir a Dios e fazer guerra a los
moros»1387. En una línea semejante, Alonso de Palencia incluye una referencia más
profunda sobre las razones y creencias que llevaron al inglés a participar como cruzado
en esta guerra frente al musulmán:

«Por estos días arribó a las costas de San Lúcar de Barrameda, procedente de Inglaterra, el
duque Eduardo, Señor de Villascalessi, que había logrado escapar de la crueldad de Ricardo,
usurpador del trono de Inglaterra, y que en su ansia de reinar, había hecho dar muerte al hermano
del Duque y al sobrino, hijo del rey Eduardo. Pero aquel noble, de ánimo esforzado, se refugió en
la Bretaña francesa; permaneció algún tiempo al lado del legítimo heredero de la corona de
Inglaterra Enrique de Richmond, nieto del difunto rey Enrique, y luego se ofreció a acompañarle
en la afortunada expedición a aquel reino. Poco después, en la batalla entre el invasor Enrique y el
soberbio Ricardo, pereció éste y fue proclamado Rey el vencedor por aclamación de la nobleza y
de los pueblos. Inmediatamente marchó a España Eduardo de Woodville, de la ilustre prosapia de
Luxemburgo, por su madre, con intención, a lo que se cree, de pelear con los enemigos de la cruz,
empleando sus energías, antes gastadas en sangrientas luchas sediciosas, en favor de la justa causa
de la guerra […] Embarcóse con rumbo a Sevilla en compañía de 300 caballeros principales,
movidos todos de igual impulso, por confiar los ingleses, cansados, de luchas intestinas, en obtener
el perdón de todos sus pecados si peleaban contra los moros granadinos, acérrimos enemigos de la
1388
religión cristiana» .

Edward Woodville llegaría a Lisboa por mar a finales de febrero de 1486. Al


caballero lo acompañaba un grupo heterogéneo de combatientes, de diversa procedencia
europea. Su camino hacia la frontera granadina lo condujo por Sevilla y Córdoba, donde
fue recibido por la reina Isabel que lo agasajó con abundantes presentes. Diego de Valera
destaca en su crónica tal hecho, informando que:

[fecha de consulta: 10/10]; KLEINEKE, HANNES: «A note on the early career of Sir Edward Woodville» En
The Ricardian: Journal of the Richard III Society, nº 24. Londres: Richard III Society, 2014, pp. 87-91.
1387
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 167.
1388
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 234.

667
José Fernando Tinoco Díaz

«A este cavallero el rey fizo mucha honrra, e le mandó dar muy abundantemente todo lo que
menester ovo, e para todas sus gentes […] su alteza le fizo mucha honrra e le mandó dar una muy
rica cama, e dos tiendas, e seis azémilas muy grandes e fermosas, e quatro caballos; e sin dubda
valia lo que la reina le mandó dar más de dos mill doblas»1389.

Otros cronistas del periodo corroboran este tratamiento y lo achacan a la relación


sanguínea entre la reina doña Isabel y los Woodville. Tal es el caso de Bernáldez, quién
también pone de manifiesto que este conde de Inglaterra era «pariente de la reina», pues
ambos eran nietos de doña Catalina de Lancaster, madre de Juan II de Castilla: 1390. Pero
el autor que trató más ampliamente esta cuestión fue nuevamente Alonso de Palencia. El
cronista castellano cual reconoce que:

«La memoria de su abuela D ª Catalina, madre de don Juan II de Castilla, había bastado para
que doña Isabel, nieta del rey de Inglaterra, usase de su innata liberalidad, honrando con cartas y
con mercedes a este insigne Príncipe, y procurando, según se dijo, que se le diese el primer lugar
entre los demás caballeros extranjeros que a esta guerra acudieron, porque sus hazañas eran dignas
de los mayores premios»1391.

Finalmente, Woodville arribó al campamento castellano durante el final del asedio a


Íllora. En contra de la actuación de otros nobles europeos, más preocupados por
protagonizar alguna hazaña singular frente a los nazaríes en la que su integridad física no
se pusiera en riesgo, parece que Edward acudió a suelo español con la firme intención de
participar en batalla y ejercitar los valores más clásicos de la guerra frente al musulmán.
Este sentimiento le llevó a tomar partido en el asedio a la plaza nazarí de Loja, acaecido
el 29 de mayo de ese mismo año, formando parte de la primera línea del ejército cristiano
que conquistó el arrabal de la ciudad musulmana1392. De esta manera relata Andrés
Bernáldez el arrojado desempeño del inglés en batalla:

«E como el conde de Escalas vido la pelea, dixo que pues la pelea estaba trabada e los moros
se defendían, quería pelear a uso de su tierra; e descavalgó del cavallo, armado en blanco e con
una espada ceñida e un hacha de armas en las manos; e con una cuadrilla de los suyos, asimismo

1389
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. 200-201.
1390
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 167.
1391
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 235.
1392
Al respecto del asedio a Loja, CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp.
639-654; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 141-146; LADERO
QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 71-78, 85-90. Sobre la perspectiva propagandística
de esta hazaña de conquistar una plaza que «se había convertido en el símbolo de la resistencia nazarí, tras
dos intentos de expugnación fallidos, por prematuros, en junio de 1482 y en enero de 1485», BARRIOS
AGUILERA, MANUEL: «La toma de…», op.cit., pp. 227, 237-245.

668
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

armados de blanco con sus hachas, se lanzó delante de todos en los moros, con viril e esforçado
corazón, dando golpes unos e otros, matando e derribando, que ni le faltó el corazón ni fuerza. E
como esto vieron los castellanos montañeses ya dichos, no menos ficieron al momento, siguiendo
a los ingleses; e dieron tal priesa a los moros, que los fizieron bolver las espaldas e huir; e los
cristianos, rebueltos con ellos, se entraron en los arrabales de Loxa, los cuales nunca perdieron ni
dexaron. El rey socorrió luego en persona a los suyos. Murieron muchos moros en esta entrada, e
algunos cristianos, e fué ferido el conde inglés de una pedrada, que le quebraron un diente; e
murieron tres o cuatro honbres de los suyos. E tomado el arrabal, pusieron en él sus estancias; e el
rey asentó su gran real e cerco al derredor de Loxa»1393.

Según afirman los cronistas castellanos, la determinación que Edward mostraba en


batalla, también se extendió a sus guerreros. En ese sentido, Alonso de Palencia no duda
en afirmar que:

«Los suyos, a ejemplo del jefe, peleaban con ardor; derribaban cuantos moros se oponían a su
paso, y cada uno de los cuatro que sucumbieron a sus golpes había enviado a los infiernos antes de
morir a cinco, seis o más agarenos, de modo que por todas las calles del arrabal encontraban los
ingleses montones de cadáveres de los granadinos»1394.

A lo largo del sitio a la población lojeña, el caballero inglés incluso resultó herido en
dos ocasiones por su arriesgada dedicación en la vanguardia del ejército castellano.
Según determinaba el mismo Palencia, «el Conde inglés Eduardo, confiado en el valor de
su gente, fue al encuentro de unos moros apostados en una estrechura. Al punto, una
piedra arrojada desde allí destrozó al esforzado capitán la quijada y las muelas»1395.
Fernando del Pulgar recoge una curiosa conversación entre don Fernando y Edward
Woodville a razón de este aciago ataque, donde el rey le consoló por sus heridas
afirmándole:

«[…] que devía de ser alegre, porque si virtud le derribó los dientes que su hedad o alguna
enfermedat le pudiera derribar. E que consierando cómo y en qué lugar los perdió, más le facían
hermoso que disforme; et mayor preçio le daua a aquella mengua, que mengua le facía aquella
ferida»1396.

Pedro Mártir completa la narración de esta escena, determinando que el inglés


contestó alegremente «-He abierto una ventanilla para que por ella vea Cristo –que ha

1393
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 168.
1394
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 239.
1395
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 239.
1396
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 226-227.

669
José Fernando Tinoco Díaz

fabricado esta casa– pueda más fácilmente mirar lo que se esconde dentro-»1397. Sin
embargo, Woodville no fue el único que sufrió daños durante este ataque. Varios de los
miembros que componían la expedición británica perdieron la vida a manos de los
musulmanes, y otros muchos fueron capturados por el bando nazarí. A pesar de mostrar
tan gran deseo de participar en la liza frente al musulmán, su ejercicio de valor en este
hecho de armas fue el único donde participó Edward Woodville durante su estancia en
tierras hispanas. Tras la conquista de Loja, este noble inglés abandonó las huestes
castellanas y regresó a su tierra natal. Al año siguiente, de vuelta a Inglaterra, jugó un
importante papel en la rebelión de Lambert Simnel a favor del bando real. Durante 1488,
el inglés acudió a la llamada del duque Francisco de Bretaña, el cual se encontraba
amenazado por una nueva invasión francesa. Desoyendo los consejos del rey de
Inglaterra, Woodville encabezó sus propias fuerzas para atacar suelo francés. Sin
embargo, en la batalla de Saint Aubin du Cormier, un contraataque francés acabó con su
vida y con la de la gran parte de sus efectivos. Alonso de Palencia se preocupó de dejar
constancia de su muerte, manifestando así la profunda huella que dejó su visita en el
reino de Castilla1398.

Ante esta narración de la participación del noble inglés cabe preguntarse cuál fue la
motivación de este individuo para movilizar tal cantidad de medios para tomar parte en
un solo asedio. Asimismo, también se debe discernir la razón por la que su presencia
fuera tan importante para unos reyes castellanos que le correspondieron con grandes
presentes desde su llegada a tierra peninsular. En ese sentido, Roger B. Merriman
opinaba que el motivo de la visita del supuesto cruzado, estuvo también relacionada con
la normalización de la relación diplomática entre ambas coronas. Este autor defendió la
tesis de que Edward Woodville pudo haber acudido a la corte castellana en misión
diplomática para llevar de vuelta a su patria, el expreso encargo de gestionar una
aproximación o alianza al trono castellana como fórmula de aislar diplomáticamente a la
monarquía francesa1399. De hecho, Fernando del Pulgar pone en relieve que este caballero
era un individuo que contaba con amplias atribuciones diplomáticas, derivadas de su
estrecha relación con la propia familia real inglesa. Este cronista denota que «con

1397
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 93.
1398
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 367-368.
1399
MERRIMAN, ROGER B.: «Edwards Woodville, knight-errant. A study of the relations of England and
Spain in the later part of the Fitheenth Century» En Proceedings of the American Antiquarian Society, nº
XVI. Salisbury: American Antiquarian Society, 1905, pp. 127-144, pp. 135 y ss.

670
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

propósito de servir a Dios et al Rey e a la Reyna, vino este año del reyno de Inglaterra vn
cauallero que se llamaua conde de Escalas, ome de grand estado et de la sangre real»1400.
Como se ha tenido oportunidad de mencionar con anterioridad, la hermana del propio
Edward Woodville, Isabel de York, hija del difunto monarca Eduardo IV, era la esposa
del actual rey inglés Enrique VII. Teniendo en cuenta este parentesco del caballero inglés
con la corona del reino anglosajón, la historiografía británica considera aún hoy que pudo
existir una relación mucho más profunda de la participación en la cruzada por parte del
inglés, que la de ser un mero eslabón aislado en su vida de aventuras. Algunos autores
más recientes incluso van más allá, afirmando que la visita de este caballero tenía como
objetivo el concierto del matrimonio entre Catalina de Aragón y el príncipe de Gales,
acuerdo que cristalizaría años más tarde en la boda de la princesa hispánica con Enrique
VIII de Inglaterra (1509-1547). En palabras de Benito Ruano, el cual también apoya esta
hipótesis, «la intervención hasta el sacrificio de Scales en aquella acción vendría a ser
prueba de hasta qué punto sirvió los objetivos de esa política, de la que se habría
convertido en el más fiel agente británico»1401. Asimismo, García Fitz y Novoa Portela
también determinan que sus «ánimos cruzadistas se vieron seguramente alentados por el
compromiso político y comercial que existía entre Castilla e Inglaterra en la década de
los ochenta del siglo XV»1402. De ser cierta esta conjetura, se demostraría que en la
participación de Edward Woodville, como en la de otros muchos nobles europeos, las
relaciones políticas compartían, si no superaban, el posible fervor del celo cruzado como
motivación para tomar partido en la Guerra de Granada.

Este aspecto de la participación de estos nobles en suelo castellano denota que la


proyección cruzadista europea estuvo asentada sobre una compleja proyección
diplomática, que realmente determinaba el compromiso de participar en este tipo de
empresas de índole cristiana. Su aparición en suelo hispano estuvo más ligada a la mera
curiosidad o el desarrollo de contactos con los reyes peninsulares, que al mero espíritu
cruzadista. Pero el acierto de los diversos agentes de la corte castellana, fue presentarles
como ejemplos de la magnitud cristiana que detentaba la campaña castellana frente al
emirato. En ese sentido, es indudable que los cronistas de este periodo utilizaron las

1400
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. II, 213.
1401
BENITO RUANO, ELOY: «Un cruzado en…», op.cit., p. 583. Al respecto del inicio de las negociaciones
entre ambos reinos durante la Guerra de Granada, es interesante consultar SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los
Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 212-229.
1402
GARCÍA FITZ, FRANCISCO Y NOVOA PORTELA, FELICIANO: Cruzados en la…, op.cit., p. 173.

671
José Fernando Tinoco Díaz

diversas facetas unida a la concesión pontifica, para consolidar y difundir la imagen de


los Reyes Católicos como líderes victoriosos del cristianismo en su conflicto frente a la
amenaza otomana. De hecho, en los textos europeos de la época no se señalan diferencias
significativas entre turcos y nazaríes; al contrario, son representados como enemigos
comunes. De esta manera, cada victoria sobre los granadinos era celebrada como un
triunfo de toda la cristiandad. Con la sublimación de los triunfos castellanos peninsulares
a este nivel internacional, los autores hispanos del periodo consiguieron atraer así la
atención de todo el orbe conocido hacia la campaña encabezada por Isabel y Fernando,
fortaleciendo las pretensiones de estos monarcas hispanos en el Mediterráneo y abriendo
nuevas vías de relaciones con los reinos de este contexto territorial.

7.3. EL ALCANCE PROPAGANDÍSTICO DE LA GUERRA EN EL CONTEXTO


MEDITERRÁNEO Y SU PROYECCIÓN EN EL OCCIDENTE CRISTIANO.

7.3.1. LA EQUIPARACIÓN ENTRE LA GUERRA PENINSULAR FRENTE AL EMIRATO NAZARÍ,


Y LA AMENAZA OTOMANA EN EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO.

El progresivo surgimiento de la amenaza otomana en el Mediterráneo a lo largo de la


década de 1470, dejó de manifiesto la insuficiencia de las medidas adoptadas por las
potencias cristianas en este contexto geográfico durante toda la centuria anterior. En
1479, los turcos habían conseguido tomar la isla de Rodas con unas simples fuerzas de
exploración, las cuales resultaron ser insuficientes para asegurar el dominio de este
territorio. Este episodio denotaba que, de haber querido abrir brecha en las defensas
cristianas, es muy posible que lo hubieran conseguido sin dificultad, como también
demostró el ataque a Otranto del año siguiente. El emplazamiento de esta ciudad
representaba una puerta a la Cristiandad occidental, por lo que se hacía necesario hacer
regir la sensatez en las relaciones diplomáticas existentes entre los diversos reinos
italianos, y presentar de una vez por todas un frente común de defensa frente a estas
incursiones cada vez más crecientes1403. Desde la perspectiva cronística castellana, esta

1403
Para una visión de conjunto del contexto histórico mediterráneo a finales del siglo XV, y la incidencia
de la creciente presión turca de BABINGER, FRANZ JOHANNES: «Maometto II il Conquistatore e l‘Italia» En
Rivista Storica Italiana, nº LXIII. Roma: Edizioni Scientifische italiane, 1951, pp. 469-505; del mismo
autor, Maometto il conquistatore e il suo tempo, Turin: Einaudi, 1967; BUNES IBARRA, MIGUEL ÁNGEL DE:
«Italia en la política otomana entre los dos sitios de Otranto (1480-1538)» En Galasso, Giuseppe (ed.): El
reino de Nápoles y la monarquía de España. Entre agregación y conquista (1485-1535). Madrid: Sociedad
Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2004, pp. 561-582. Específicamente sobre el reinado de Mehmed
II el Conquistador, INALCIK, HALIL: «Mehmed the Conqueror (1432-1481) and his time» En Speculum: A
jorunal of medieval studies, nº 35. Cambdrige: Medieval Academy of America, 1960, pp. 408-427;
BABINGER, FRANZ: Mehmed the Conqueror and his time. Princeton: Princeton University Press, 1978;

672
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

situación determinó la identificación plena de un gran enemigo confesional, que mantuvo


en la perspectiva hispánica al menos hasta la victoria en la batalla de Lepanto (1571). En
el discurso dialéctico que resaltaba esta amenaza otomana, el elemento religioso alcanzó
absoluta centralidad, pues «fue el símbolo del comienzo del choque entre cristianos y
otomanos, entre el bien y el mal, entre la humanitas y la barbarie»1404. El origen de esta
retórica fue incluso anterior al estallido de la contienda frente al emirato nazarí, lo cual
explica la importancia que la guerra frente al Islam llegó a tener para las aspiraciones de
futuro de los Reyes Católicos en una perspectiva mucho más amplia que la
peninsular1405. Sirva ejemplo esta cita de la obra de Fernando del Pulgar, donde el
cronista afirma que tiempo antes del inicio del conflicto castellano-nazarí:

«Todos los más días venían nuevas al Rey e a la Reyna, que el Turco tenía grand armada por
mar, e que embiaba a conquistar el reyno de Sicilia, e asimesmo que por tierra continuamente sus
gentes tomaban christianos, e les facían crueles muertes. Lo qual puso tan grande terror, que
mandaron en las iglesias de sus reynos todos los días facer oración a Dios, porque le ploguiese
alzar su ira, e librar a los christianos de las fuerzas e poderío de aquel enemigo de la
christiandad»1406.

A pesar de que las iniciativas otomanas en el contexto mediterráneo siempre atrajeron


la atención principal de Isabel y Fernando, paralelamente la guerra frente al emirato
nazarí se mostraba como una cuestión mucho más urgente para la realidad hispánica.
Pero ambas frentes no eran excluyentes, pudiendo determinar una realidad
complementaria. Los reyes de Castilla y Aragón eran conscientes que el triunfo en un
conflicto frente al emirato musulmán peninsular podría conllevar una oportunidad única
de imbricar su imagen de adalides del cristianismo en este contexto ibérico, con el
espíritu de cruzada internacional frente al turco que la figura del papado pretendía

FREELY, JOHN: The Grand Turk: Sultan Mehmet II, Conqueror of Constantinople, Master of an Empire
and Lord of Two Seas. Londres: I. B. Taurus, 2009.
1404
MONDOLA, ROBERTO: «La conquista otomana de Otranto de 1480 en la Historiografía italiana y
española (Siglos XV-XVI-XVII)» En Studia Histórica. Historia Moderna, vol. 36. Salamanca:
Universidad de Salamanca, 2014, pp. 35-58. Sobre esta perspectiva, huelga traer a colación la obra de
Hess, el cual defendió la tesis de que el final de la Granada nazarí, fue el comienzo de una confrontación
global entre los herederos de los Reyes Católicos y la creciente influencia de los turcos otomanos en el
contexto del Mediterráneo, la cual tuvo lugar a lo largo de todo el siglo XVI; HESS, ANDREW C.: The
Forgotten Frontier. Ibero African Frontier in the Sixteenth Cenury. Chicago: Center for Middle Eastern
Studies, 1978.
1405
Sobre esta afirmación, SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de…, op.cit., p. 76;
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la…, op.cit., p. 17; RUIZ POVEDANO, JOSÉ MARÍA: «La
conquista de…», op.cit., p. 163.
1406
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 435.

673
José Fernando Tinoco Díaz

imponer en la Europa cristiana. De hecho, así lo determinaba el Concordato de 1482


firmado entre los Reyes Católicos y Sixto IV, donde se equiparó el proyecto pontificio de
defensa frente a la amenaza otomana, con la determinación de estos reyes castellanos en
concluir con la existencia del reino nazarí de Granada en el otro extremo del
Mediterráneo. Los cronistas castellanos contemporáneos de esta etapa continuaron esta
línea retórica expuesta en este acuerdo, traspolando en sus obras la defensa frente a la
amenaza oriental otomana, con la culminación de la existencia del emirato nazarí en
Occidente. Para los cronistas castellanos del periodo, las gracias pontificias concedidas
las primeras fases del conflicto, entre las que destacaba la bula Etsi dispositione, vinieron
a reafirmar este compromiso del Santo Padre con un conflicto que era considerado como
otro frente de una guerra de carácter mucho más amplio. Sin embargo, el pontificado
siempre procuró reservarse la iniciativa de las acciones directas dirigidas frente a los
territorios de la Sublime Puerta, al igual que los ingresos destinados a tal menester.
Nazaríes y turcos fueron así identificados como enemigos comunes para todos los reinos
del Mare Nostrum. Este planteamiento castellano de presentar ambos frentes como las
dos caras de una misma moneda, llegó al extremo de afirmar la existencia de unas
alianzas y ayudas mutuas que realmente fueron inexistentes, pero que ayudaron a de
conjugar las diversas facetas religiosas y geopolíticas de las contiendas frente al emirato
nazarí y el imperio turco.

La asimilación retórica de los resultados de la guerra castellano-nazarí, con la


incidencia hispánica en la defensa de los territorios italianos amenazados por las
incursiones turcas, se produjo a lo largo de toda la década que duro la contienda. Sin
embargo, este discurso comenzó a generalizarse especialmente a partir 1485,
coincidiendo con el periodo en el que la empresa tomó una nueva dirección y
comenzaron a escribirse gran parte de las crónicas castellanas referentes a este conflicto.
A lo largo de las campañas de este año, que tuvieron como momento álgido la toma de la
ciudad de Ronda, los futuros Reyes Católicos comenzaron a incrementar sus contactos
diplomáticos con un Inocencio VIII que se mostraba reticente a conceder una nueva bula
de cruzada. Durante esta etapa, el rey no solo escribió personalmente al papado para
hacerle partícipe de sus victorias, sino que también dirigió cartas análogas a los
cardenales para presionar a la curia romana e incitarles a apoyar sus pretensiones de
contar con el apoyo económico del Pontificado. Esta política diplomática tuvo una
continuación evidente hasta la conquista de Málaga (1487), el verdadero punto de

674
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

inflexión que determinó el éxito de esta propaganda que sublimaba las victorias
castellanas en el resto del continente europeo1407. Mientras tanto, las iniciativas papales
en el contexto italiano acabaron quedando ahogadas en un mar de conflictos intestinos.
Aunque los años posteriores al Tratado de Nápoles no vieron el inicio de ningún
conflicto a gran escala en estos territorios, el resentimiento entre Génova, Venecia y
Florencia, sumadas a la actitud desafiante frente al papado demostrada por Ferrante de
Nápoles, no hicieron mejorar las relaciones entre los diversos estados latinos durante este
periodo. Esta realidad chocaba frontalmente con el estado del territorio español, que poco
a poco se demostraba ante el cristianismo como un pueblo unido por el enaltecimiento de
la fe de Cristo. Poco después de su llegada tierras castellanas en 1488, el italiano Pedro
Mártir de Anglería reconoce que «Italia no me daba el alimento con qué apacentar mi
espíritu. Veía que sus asuntos iban de mal en peor día a día, a causa de las disensiones y
rivalidades entre los poderosos». Afirma el humanista que mientras en este territorio
mediterráneo «las olas que bullen, las rebeliones que se suceden […] Allí, vosotros,
agitados por las borrascas entre los frecuentes escollos, apenas si vivís seguros de no
perecer ahogados», en Castilla «por el contrario, soplando a popa los vientos favorables y
plácidos céfiros, navegamos por un mar tranquilo, haciendo de pilotos estos nuestros
reyes, y tenemos a mano segurísimos puertos siempre que en ellos queramos
refugiarnos»1408.

La situación general de unión que parecía vivirse en el territorio hispano en torno a la


defensa de la fe católica, fue aprovechado por los cronistas del periodo para presentar la
lucha en el Mediterráneo oriental como una posible extensión de esta contienda
peninsular. En ese momento, la defensa de las tierras italianas era planteada mera
cuestión defensiva, sustentada en gran medida por el esfuerzo de los monarcas hispanos,
mientras que la guerra en la Península Ibérica parecía haberse convertida en verdadero un
frente de ataque triunfal contra las huestes islámicas. Solo cuando se consiguiera la
culminación de este conflicto frente a la corona nazarí, los Reyes Católicos estarían en
disposición de emprender un verdadero contraataque encabezando a las fuerzas de la
cristiandad frente a la amenaza turca. De esta manera, la contienda frente al Islam
hispano se singularizaba dentro de las medidas determinadas en el seno del cristianismo

1407
Al respecto del impacto de esta victoria en la corte pontificia, SALVADOR MIGUEL, NICASIO: La
conquista de Málaga (1487): Repercusiones festivas y literarias en Roma. Santa Bárbara: University of
California, 2014.
1408
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 5,13.

675
José Fernando Tinoco Díaz

para hacer frente al peligro turco, pero no se alejaba de su proyección geoestratégica en


el contexto mediterráneo. Esta perspectiva determinaba la necesidad de que victorias
castellanas prosiguieran, para lo cual era necesario trabajar con el fin de crear un
contexto proclive a tal menester que respaldase los propósitos de Isabel y Fernando, al
igual que había sucedido en el territorio peninsular con anterioridad:

«Fue opinión unánime que se continuase activamente [la Guerra de Granada] [...] Además,
una estrecha alianza había hecho amigos a los reyes de Francia y de Portugal, y, por tanto, a los de
Castilla y León incumbía combatir al feroz enemigo del catolicismo y dominador durante tantos
siglos de territorio tan extenso en Andalucía. Así se evitarían los legítimos habitadores de la
península mayores amenazas de nuevos desastres por parte de los moros o árabes, que ejercieron
tanto tiempo en ella sus crueldades merced a la vergonzosa desidia de los nuestros, y, confiados en
ella, no temerían las dificultades que les rodeaban, cuando por tierra y por mar el poderío y el
número de los nuestros podía, en un momento, dar buena cuenta de sus escasos y endebles
contingentes»1409.

Hasta la propia conclusión de la Guerra de Granada, las diversas contiendas acaecidas


en el territorio italiano eliminaron cualquier opción realista de aunar esfuerzos frente al
rival otomano. De haberse producido un ataque turco a gran escala en estas fechas, la
Península Itálica posiblemente hubiera sufrido un daño irreparable, con la consecuente
secuela que ello hubiera tenido en el devenir de la empresa castellana. Sin embargo, el
sultán Bayaceto II (1482-1512) no emprendió grandes ofensivas frente a Occidente
durante toda la década de 1480 gracias a un crucial giro del destino. Tras una tentativa
fallida por alzarse con el poder otomano, y privado del apoyo de los jenízaros, el
hermano del monarca musulmán, el príncipe Djem, se vio obligado a huir y buscar
refugio entre la Orden de los Caballeros de San Juan de Rodas, durante el año 1482. A
partir de ese momento, las reivindicaciones dinásticas de este importante rehén fueron un

1409
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 37-38. Jerónimo Zurita también realizó una
alocución muy semejante a este fragmento de la crónica de Palencia, donde el aragonés destacaba la
necesidad de proseguir con la Guerra de Granada para la suerte del conflicto frente al turco: «No era aun
acabada la empresa de la conquista de los Moros, y apenas se hallauan las cosas en estado, que se
assegurassen las gentes que se avuia de dar fin a vna guerra tan perpetua, y cruel, como era la del Reyno de
Granada, permaneciendo la cabeça dél en aquella maçestad y grandeza, que podia representar vna Ciudad,
que auia casi trecientos años que estuuo opuesta a toda la fuerça de Reyes tan grandes, y poderosos, como
lo fueron los de Castilla, y les resistió tan valerosamente, por tener el socorro de las Provincias de Africa,
pobladas de gente muy guerrera, tan vezino, y casi a la vista, y amenazando el Soldan de Babilonia tan de
lexos de embiar grandes socorros, y convertir las armas de los Reynos del Oriente por la defensa de vn
Reyno, que con tanto valor auía resistido al poderío de tan grandes Principes, porque se sustentasse en los
vltimos Reynos de Europa, el que por tabtos siglos posseian en ellos los infieles»; ZURITA, JERÓNIMO:
Historia del Rey..., op.cit., pp. 1r-2v.

676
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

importante argumento que esgrimir para debilitar al Imperio otomano desde su interior.
Esta situación obligó al propio Bayaceto a firmar un acuerdo de paz con Occidente, a
cambio de anular cualquier reivindicación de su hermano al trono de la Sublime Puerta.
Durante meses, Djem siguió viviendo en tierras de Francia, a pesar de que todas las
potencias reclamaban su tutela. Finalmente, el papado consiguió su custodia en 1489, lo
cual dio lugar a unos contactos diplomáticos más estrechos entre la Santa Sede y la
Sublime Puerta. La presencia en Roma de este fugitivo fue suficiente para hacer que el
musulmán se abstuviera de atacar tierras italianas de forma sistemática, por el temor de
que los cristianos proporcionaran al rebelde los medios necesarios para alzarse frente a su
persona. Estas negociaciones coincidieron casualmente con la convocatoria de una nueva
cruzada en el Mediterráneo, que parecían poder cambiar la suerte de este territorio. Pero
el proyecto proyectado desde Roma finalmente no pudo llevarse a cabo por diversos
motivos, tras lo cual Djem fue abandonado en una prisión napolitana en la que murió tras
contraer una enfermedad infecciosa. A pesar de su desaparición, los acuerdos de paz
alcanzados durante este periodo entre ambos poderes antagónicos, aseguraron una cierta
tregua incluso durante el Pontificado de Alejandro VI1410. Sin embargo, la amenaza del
peligro turco nunca desapareció definitivamente del panorama peninsular, como dejó de
manifiesto la generalización de incursiones islámicas a finales de la década de 1480.
Entre todos estos ataques sufridos por las costas italianas, destacó el asalto a la isla de
Malta, acaecido durante 1488. Estas iniciativas aisladas determinaron la pervivencia de
un sentimiento de inseguridad entre unas potencias cristianas mediterráneas, que en el
caso de la Península Ibérica se concretaba en el temor de que tal situación afectara a la
conclusión de su contienda frente al emirato nazarí:

«Los frecuentes avisos que iban llegando de la numerosa armada reunida en aquellos días por
el Turco traían desasosegados, no solo a los Príncipes italianos, sino a nuestros celosísimos Reyes,
así por el interés que juntamente les inspiraban los fieles todos, como por la contingencia de que el
enemigo creyese más oportuno invadir la Sicilia como muy a propósito para ensanchar sus
dominios, y también más fácil de dominar en ocasión en que su Rey andaba ocupado en lejanas
guerras, dejando el reino menos defendido de lo que fuera menester. [...] Corrían también por
aquellos días rumores bastante fundados de alianzas reanudadas facciosamente entre varios
Estados de Italia, de modo que parecía no haberse extinguido el antiguo rencor [...] Y de renacer

1410
Al respecto, FLORISTÁN IMÍZCOZ, JOSÉ MANUEL: «Los últimos Paleólogos, los reinos peninsulares y la
cruzada» En Bádenas de la Peña, Pedro y Pérez Martín, Inmaculada (eds.): Constantinopla 1453 mitos y
realidades. Madrid: CSIC, 2003 pp. 247-296, pp. 281-284.

677
José Fernando Tinoco Díaz

las luchas, la continuación de la guerra de Granada había de tropezar con grandes


inconvenientes»1411.

A pesar de la envergadura que los cronistas pretendieron otorgar a esta nueva


amenaza, las ofensivas turcas no fueron sino maniobras de distracción, ya que la flota
principal otomana fue dirigida hacia territorio egipcio durante este periodo. En ese
sentido, Carlos de Miguel Mora apunta que la gran beneficiaria de estas incursiones fue
la corona de Aragón, que logró consolidar las relaciones diplomáticas y económicas con
el sultanato de Babilonia, el tercer gran poder islámico del Mediterráneo1412. Tras los
ataques turcos en Rodas y Otranto, el sultán de Egipto Kâit Bey (1468-1496) comenzó a
considerar la actividad marítima turca como una seria amenaza para su reino1413. Pero la
primera incursión a su territorio se produjo por tierra a mediados de la década de los
1480. Las fuerzas mamelucas sufrieron serias derrotas en la zona de Anatolia, aunque las
victorias conseguidas en Adana por estos ejércitos permitieron frenar el avance otomano.
Este primer contacto con las fuerzas del sultanato otomano dejó de manifiesto las
intenciones expansivas de Bayaceto II, lo que empujó a Kâit Bey a iniciar conversaciones
con los reyes de Castilla, los únicos mandatarios en este contexto dispuestos a plantar
cara a este avance turco. Sin embargo, las relaciones entre ambos estados no se
consolidaron por las reticencias mutuas a mantener una alianza estable con un ente
antagónico, habida cuenta además de la campaña de Castilla frente al emirato nazarí. No
fue hasta el momento en el que el Imperio otomano decidió emprender la conquista de
Siria por mar, cuando el soldán se vio empujado a cerrar una alianza oficial con los
monarcas castellanos.

Aunque la tentativa turca finalmente no tuvo éxito, tal iniciativa disipó los titubeos
iniciales del soldán egipcio por establecer una fuerte alianza con la corona hispánica.
Como muestra de su buena voluntad, los reyes castellanos enviaron a este reino

1411
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 275-276. Jerónimo Zurita recogió en su
crónicas estas mismas referencias, de una forma algo más precisa: «Iuntaua en este tiempo [de 1487] el
Gran Turco vna muy poderosa armada, amenazando de hazer la guera a la Isla de Sicila por diuertir al Rey
de la que hazia a los Moros y era fama, que para la defensa de aquel reyno, que tenían en lo prostero de
Europa, pondrían los Turcos, y Alarabes todas sus fuerças, y poder y por esta causa se tenia por cierto, que
el Turco se confederaua con el Soldan del Ceyro con quien tenia continua guerra y desto se tuuo mucho
temor en todos estos reynos»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 349v.
1412
MIGUEL MORA, CARLOS DE: «La toma de...», op.cit., pp. 290-291.
1413
Un amplio estudio sobre el reinado de este sultán, se encuentra en NEWHALL, AMY WHITTIER: The
patronage of the Mamluk Sultan Qā’itBay, 872-901/1468-1496. Harvard: University Press, 1987;
PETRY, CARL F.: Twilight of Majesty: the Reigns of the Mamlūk Sultans al-Ashrāf Qāytbāy and Qānsūh al-
Ghawrī in Egypt. Seattle: University of Washington Press, 1993.

678
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

musulmán una flota formada por 50 carabelas para contribuir a la defensa de sus costas
del avance turco. Este gesto dejó de manifiesto su sincero apoyo al soldán babilonio en
su contienda frente a las fuerzas turcas, lo cual también redundaría en provecho de la
defensa de la cristiandad en este territorio mediterráneo. Durante los siguientes años, la
coalición entre ambos reinos continuó reforzándose en unos términos bastante amistosos,
a pesar del tomo con el que las fuentes cronísticas castellanas relataron la llegada de la
embajada egipcia durante el cerco de Baza (1489). Ya en 1488, los Reyes Católicos
habían comenzado las negociaciones con el papado para que éste suprimiese las censuras
eclesiásticas que les permitiesen comerciar con Egipto. El reino musulmán sufría una
época de especial carestía agraria que los reyes castellanos podían aprovechar para
obtener ingresos del trigo siciliano que destinar a la financiación de sus campañas frente
a Granada. Asimismo, estos contactos con el sultanato cairota dieron también lugar al
retorno de la presencia diplomática hispánica en Alejandría, retomando la herencia
siciliana de la corona aragonesa, y presentando a los monarcas como principales
benefactores de las comunidades cristianas de Tierra Santa. De hecho, el mismo don
Fernando fue nombrado con posterioridad «Protector de los Santos Lugares»,
recuperando un título con evidentes connotaciones cruzadistas.

Afirma Derek Lomax que estas relaciones «pueden considerarse ciertamente una
novedad de la Reconquista; pero fueron solo una extensión de las medidas que había
tomado San Fernando, por ejemplo, enviado tropas a Marruecos para ayudar un
pretendiente al trono contra otro, y así manteniendo viva la guerra civil entre
musulmanes que de otra manera quizás hubieran intervenido en España»1414. No había
duda de que la fama internacional de los Reyes Católicos como adalides de la lucha
frente al peligro turco les había permitido generar un nuevo sistema de alianzas favorable
a sus intereses en el contexto mediterráneo. Este hecho también se tradujo en la
expansión económica y diplomática de la influencia hispánica a lo largo de este territorio,
precisando de forma complementaria el aislamiento internacional del emirato nazarí que
ayudaría a determinar su definitiva derrota. Desde la segunda mitad del siglo XIV, el
reino de Granada se había visto obligado a comenzar a explotar sus relaciones con los
reinos musulmanes mediterráneos, en detrimento del contacto con los territorios
islámicos norte-africanos. Durante este inicio de la etapa bajomedieval, las
comunicaciones exteriores de Granada fueron especialmente intensas con el sultanato de

1414
LOMAX, DEREK: «Novedad y tradición...», op.cit., p. 256.

679
José Fernando Tinoco Díaz

Egipto. Sin embargo, la caída de Constantinopla dejó ver al Imperio otomano como una
alternativa sólida y prestigiosa de alianza frente al reino cairota1415. Las comunicaciones
entre ambos estados islámicos aumentaron a raíz de la triunfal conquista turca de Rodas.
Esta decisión minó definitivamente el influjo de los nazaríes en el resto de territorios
islámicos del Mediterráneo occidental. Cuando la Guerra de Granada dio comienzo, el
emir granadino se apresuró a solicitar ayuda a su semejante otomano, el cual no pudo
prestar ayudar militar a causa de la guerra que había comenzado contra los mamelucos
egipcios y la amenaza que supuso para su reinado el exilio de su hermano Djem a tierras
cristianas. Mientras tanto, los reyes de Castilla se aventuraron a iniciar contactos
diplomáticos con los territorios del norte de África, con el fin de aislar totalmente al
emirato de Granada de recibir cualquier ayuda cercana1416.

Los sultanatos de Fez y Tremencén, y el califato hafsí de Ifriqiya, se encontraban en


ese momento minados por importantes disensiones internas. Hasta este tiempo, el poder
de estos reyes musulmanes siempre había estado asentado sobre una base urbana, de
forma que su autoridad sobre el resto de territorios rurales dependía de las fluctuantes
alianzas con las tribus de bereberes y árabes. Pero a finales del siglo XV, graves
conflictos intestinos rompieron la frágil estabilidad de estas tierras. Las contiendas
internas originadas en estos territorios norteafricanos, anulaban cualquier posibilidad de
mostrar un frente unido frente a la amenaza cristiana y prestar ayuda a un emirato nazarí
que día a día parecía más condenado a la desaparición1417. Los dirigentes de estas tierras
eran conscientes de que no podían poner en peligro su propia integridad por tomar parte

1415
Sobre todo ello, consultar ARIE, RACHEL: «Les relations diplomatiques et culturelles entre Musulmans
d‘Espagne et Musulmans d‘Orient au temps des Nasrides» En Melanges de la Casa de Velázquez, nº1.
Madrid: Casa de Velázquez, 1965, pp. 87-107.
1416
Este tipo de medidas no fue algo novedoso durante el conflicto de los Reyes Católicos frente al
emirato. De hecho, la crónica del reinado de Juan II de Pérez de Guzmán, también referencia estos
contactos entre castellanos y musulmanes, antes del inicio de las campañas de 1431: «Deliberado el Rey de
hacer la guerra á los Moros, el Rey don Juan embió al Rey de Túnez á Lope Alonso de Lorca, por el qual le
hizo saber que estaba muy quexoso del Rey Izquiero de Granada, porque despues que cobrara el Reyno con
su favor, lo hallara muy desconocido, é que gelo enbiaba hacer saber, rogándole que si él le hiciese guerra,
no le quisiese dar favor ni ayuda, lo qual mucho le agradeceria [...] É como el Rey de Túnez oyó la
embaxada del Rey mandó que todo cesase, e ninguna cosa se enbiase al Rey de Granada, acordó de
embiarle sus Enbaxadores haciéndole saber el mal consejo que habia en no agradar al rey de Castilla, é que
no le convenia pagarle largamente sus parias como los Reyes antepasados dél gelas habian pagado: é que
no tuviese esperanza de haber dél ninguna ayuda ni socorro contra el Rey de Castilla con quien él tenia
grande amor»; PÉREZ DEGUZMÁN, FERNÁN: Crónica del señor..., op.cit., p. 305.
1417
Un completo análisis sobre la descomposición del Magreb a fines de la Edad Media, se encuentra en en
ABUN-NASR, JAMIL M.: A History of the Maghrib in the Islam Period. Cambridge: Cambridge University
Press, 1975, pp. 119-158.

680
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

en una causa que contaba con un final bastante predecible. Por este motivo, las crónicas
castellanas afirmaron que los sultanes magrebíes no mostraron ánimo de intervenir en la
guerra de forma directa, mostrándose partidarios de establecer un pacto de fidelidad
hacia Isabel y Fernando. Verbigracia, Fernando del Pulgar documenta la llegada de una
embajada del sultán de Tremensén, que arribó a tierras peninsulares en otoño de 1485, la
cual también fue mencionada por otros autores como Bernáldez1418. Según afirman estas
fuentes, los diversos enviados que llegaron a tierra hispana, lo hicieron para solicitar la
protección castellana en el agitado mar de Alborán, cambio de su compromiso de no
asistir al emirato nazarí en el conflicto. En líneas generales, el acuerdo entre los reinos
norteafricanos y la corona castellana, se cumplió a rajatabla, aunque las fuerzas nazaríes
siguieron recibiendo socorros esporádicos del norte de África durante todo el conflicto.
Los gobernantes africanos no pudieron impedir con demasiada eficacia que sus súbditos
cruzasen a tierras peninsulares, para hacer la guerra santa frente a Castilla, o transportar
armas y provisiones, como Alonso de Palencia recoge en su crónica. Con motivo de la
llegada al real castellano de la Embajada del Soldán de Egipcio, durante el asedio a Baza
(1489), el cronista afirma que «muchos africanos solían pasar a España en auxilio de los
granadinos y llevar socorros metálicos a los que se hallaban en apurada situación en sus
negocios»1419. Sirva como ejemplo de este tipo de contactos la redacción de la primera de
esas visitas documentadas por Pulgar, el cual narra la llegada de una embajada de Fez
que tenía como objetivo asegurar la cordialidad en las relaciones entre este reino africano
y la corona castellana:

«E porque su fama era divulgada por todo el mundo, especialmente por los reynos de África,
el rey de Fez les enbió sus enbaxadores, con presentes de cauallos et jaezeres para el Rey, et sedas
e perfumes para la Reyna, e otras cosas de las que ay en aquella tierra. E enbióles a suplicar que le
tuviesen en su buena graçia, e le oviesen recomendado, e mandasen a sus capitanes que andavan
en armada por la mar, que no fiziesen guerra [a sus gentes, e que él quería ser servidor en todas las
cosas que le mandasen. El Rey e la Reyna gelo enbiaron a regradescer, e respondieron a los moros
enbaxadores que mandarían a sus capitanes e gentes que guardauan la mar que no fiziesen daño a

1418
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 313; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del
reinado..., op.cit., p. 188. En contraposición, Palencia afirma que esta embajada procedió del califato de
Túnez, algo que López de Coca atribuye a que Tremensén venía aceptando la soberanía de los soberanos
hafsíes desde mediados del siglo XV; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 329. Al
respecto de estas embajadas, LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «Mamelucos, otomanos y…»,
op.cit., p. 231.
1419
ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 396.

681
José Fernando Tinoco Díaz

sus moros, tanto que ellos no lo fiziesen a los cristianos, ni pasasen al reyno de Granada gentes, ni
armas, ni cauallos, ni mantenimientos»1420.

Estas comunicaciones pacíficas de los Reyes Católicos con los musulmanes africanos,
tuvieron lugar en un contradictorio clima mental, donde la necesidad política inmediata
chocaba frente a la perspectiva cristiana que ellos mismo querían transmitir a través de
sus acciones y decisiones de gobierno. A pesar de ser este tipo de acuerdos realmente
eran algo común entre las potencias europeas y musulmanas, no era bien visto el contacto
diplomático entre un ente político cristiano y sus antagonistas islámicos por el entorno de
los príncipes occidentales. Pero los monarcas de Castilla entendían que el
establecimiento de un acuerdo con estos pequeños reinos árabes, redundaría en una
verdadera y necesaria ventaja en la contienda nazarí. En un periodo donde la corona
hispánica comenzaba a proyectar el siguiente paso de la Reconquista, era incuestionable
que los reinos de esta región del norte de África se encontraban en una situación de
debilidad frente a Castilla. Así lo manifiesta Pedro Marcuello, cuando afirma que «de
allende, de que han sabido/ que la Granada tenés,/ mucho más vos h‘an temido/ y os
temen, y está entendido/ carrera vaýs, no dudés»1421. Pero el entorno de Isabel y
Fernando debía poner toda su atención en la supresión de cualquier observación que
pudiera cuestionar el posicionamiento de estos reyes en el panorama político de
Occidente. Los autores castellanos que se hicieron eco de estas negociaciones
diplomáticos, pusieron el énfasis en el hecho de que la comunicación entre coronas se
realizaron de manera oficial y no como una cuestión encubierta, destacando que la
iniciativa del inicio de las comunicaciones recaló sobre el bando musulmán. Resaltando
esta faceta de la relación entre ambos entes, la cronística cortesana mostraba a los
pueblos musulmanes norteafricanos como reinos sumisos casi como vasallos directos del
propio rey Fernando. De esta manera, la perspectiva de una futura y más que posible
conquista castellana, se impuso frente a las posibles interpretaciones negativas de sus
tratos con el infiel, haciendo ver esta relación como una especie de conquista encubierta
y paulatina del norte de África. Esta incidencia propagandística en la manifiesta
superioridad de don Fernando frente al musulmán, tanto en el campo de batalla, como en
el aspecto diplomático de las relaciones internacionales, perfiló la representación del

1420
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 144-145.
1421
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 53. De una forma muy semejante, expresaba el padre
Mariana a principios del siglo XVII, que «el rey don Fernando ganadas tantas victorias, y tomados tantos
lugares y los más sin derramar sangre, comenzó á ser mas temido y nombrado: no se hablaba de otra cosa
en todas partes»; MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 102.

682
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

monarca castellano en toda Europa, como un rey carismático y brillante guerrero, que
encarnaba todas las virtudes del rey cristiano. Tal perspectiva lo hacía ser visto como el
gobernante llamado a defender la republica christiana frente al conjunto de territorios
islámicos que amenazaban a Occidente y dirigir el definitivo ataque frente a la secta
mahometana. Pero también concretaba como su principal objetivo la derrota del Imperio
otomano tras la Guerra de Granada, lo que hacía aún más universal su causa personal y la
ensalzaba por encima de otras aspiraciones personales. De hecho, el francés Jean Molinet
incluso llega a afirmar de don Fernando, que éste fue:

«[…] el más victorioso de los reyes, digno de gran alabanza y memoria, que reine sobre el
descubrimiento de la tierra cristiana. Él es un espejo, un caudillo, un ejemplo para todos los nobles
corazones caballerescos, militantes de la fe católica, que deben seguir un ejemplo, dejarse liderar y
dirigir; porque, por la fuerza venció a los infieles paganos, mientras que otros príncipes vencen a
sus hermanos cristianos. Él conquistó el honor sobre una tierra de enemigos, y otros dañan el país
de sus parientes y amigos; él multiplicó los siervos de la fe, y los demás los mataron guerreando.
Por lo tanto, considerando estas cosas, él merece llevar la corona triunfal, no solo en este valle
miserable, sino también allá con gloria duradera»1422.

7.3.2. EL GERMEN DE UNA NUEVA ETAPA EN EL CONTEXTO DIPLOMÁTICO EUROPEO. LA


BRILLANTE PROYECCIÓN INTERNACIONAL DE LA VICTORIA CASTELLANA FRENTE AL
EMIRATO.

La exaltación de la figura de Isabel y Fernando como adalides del cristiano, estuvo


asentada sobre la abundante profusión de escritos, parlamentos, discursos y
representaciones literarias de estas campañas frente al emirato en lengua vernácula, latín
y franca que llegaron a todos los lugares del orbe occidental gracias, en gran medida, al
desarrollo de la imprenta. Este tipo de escritos contaban con una perspectiva destinada a
dar continuidad a una interpretación subjetiva de la realidad. Los principales ejemplos al
1422
«Plus victorieux roy, digne de grande louenge et mémoire, qu‘il soit régnant sur le descouvert de la
terre chresptienne. llest miroir, patron, exemple a tous nobles coeurs chevaleureux, militans pour la foy
catholicque, que se doebvent exempler, patronner et conduire; car, par force de vaincre infidèles payens,
autres princes desfont leurs frères chresptiens. Il a concquis honneur sur terre d‘ennemis, et aultres gastent
pays de parents et amys; il a multiplié les supposts de la foy, et aultres les ont occis par guerre. Dont, ces
choses considérées, il a mérité de porter couronne triumphalle, non-seulement en ce val misérable, mais
lassus en gloire perdurable»; MOLINET, JEAN: Chroniques…, op.cit., p. IV, 190. Esta perspectiva fue
recogida por los cronistas posteriores, como fue el caso de Zurita, para continuar destacando la figura del
monarca aragonés : «Auia alcançado el Rey renombre de muy poderoso, y vitorioso Principe, por auer
sojuzgado en la guerra de los Moros, en diuersas batallas, y combates, tantas y tan principales Ciudades, y
fuerças, y vencido vna gente, quanto a la disposicion y sitio de la tierra, tan enriscada, y fortalecida, y en el
numero tan poblada, y en las fuerças, fiereza tan cruel, con mahyor peligro que daño en los suyos y no
solamente con gran estrago, pero con final sugecion, y perdicion de los infieles»; ZURITA, JERÓNIMO:
Historia del Rey..., op.cit., pp. 9v-r.

683
José Fernando Tinoco Díaz

respecto, son todas las obras narrativas y en verso que han servido para estructurar el
presente estudio1423. Pero la información aportada por este tipo de escritos tardaba en
llegar al conjunto de la sociedad hispánica, cuanto más al resto del continente europeo.
Por este motivo, los Reyes Católicos siempre tuvieron una especial preocupación en
hacer llegar rápidamente al resto del continente todas las noticias de sus grandes
conquistas en el campo de batalla, lo cual se logró a través de un intenso envío de
epístolas. Ladero Quesada identifica este tipo de acciones divulgativas como «abundante
retórica diplomática», que formaban parte de un recurso utilizado por la corona hispánica
desde principios de la centuria1424. Fernando de Antequera, Juan II y, en menor medida,
Enrique IV, lo habían utilizado en un radio de acción peninsular. Sin embargo, la
novedad de este periodo residía en la amplitud de su rango de acción. Tal disposición
solo pudo ser posible por las innovaciones en este campo derivaron de novedades como
el paso de la carta de relación al discurso pronunciado, la utilización de la imprenta, o la
propaganda ceremonial y la integración de curiales y humanistas italianos en el programa
de exaltación monárquica internacional de la corona hispánica, de forma que la corte
castellana se convirtió en una centro difusor de una especial y enérgica corresponsalía
publicitaria oficial que se amplió con abrumadora frecuencia en el ámbito europeo. De
esta manera, la Guerra de Granada podría ser considerada como «la primera guerra
cubierta por una corresponsalía publicitaria oficial, y tal vez el primer conflicto bélico -
exterior a la península Italiana- sincrónicamente seguido por la Curia y progresivamente
festejado en la ciudad eterna»1425.

Pedro Cátedra ha denominado este sistema utilizado por los reyes castellanos para
difundir sus éxitos, como un ejercicio perfecto de «propaganda cancilleresca»1426. Con

1423
Sobre este aspecto de la propaganda real durante la primera fase del reinado de los Reyes Católicos,
CARRASCO MANCHADO, ANA ISABEL: Discurso político y…, op.cit., pp. 164 y ss; PONTÓN GIJÓN,
GONZALO: Escrituras históricas. Relaciones..., op.cit., pp. 13-35, especialmente pp. 29-35. Asimismo, se
hace especialmente interesante consultar el trabajo de RINCÓN GONZÁLEZ, MARÍA DOLORES: «La
divulgación de la toma de Granada: objetivos, mecanismos y agentes» En Anuario de Estudios Medievales,
nº 40/2. Madrid: CSIC, 2010, pp. 603-615.
1424
LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la..., op.cit., pp. 35-36.
1425
FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: «Mutaciones y permanencias de un paradigma político
en la Roma del Renacimiento» En Hernando Sánchez, Carlos José (coord.): Roma y España un crisol de la
cultura europea en la Edad Moderna: Actas del Congreso Internacional celebrado en la Real Academia de
España en Roma del 8 al 12 de mayo de 2007. Roma: Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior,
2007, pp. I, 133-154.
1426
CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO M.: «En los orígenes de las ―epístolas de relación‖» En Ettinghausen, Henry;
Infantes de Miguel, Víctor; Redondo, Augustín y García de Enterría, María Cruz (coords.): Las relaciones

684
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

este concepto, el autor engloba la política castellana consistente en el envío de cartas con
los relatos de las campañas destinados a informar de la evolución del conflicto frente al
emirato y, en el caso de la corte pontificia, justificar el empleo de las rentas eclesiásticas
y promover su renovación argumentando la cercanía de la conclusión de tal contienda
capital para el futuro de la cristiandad1427. A pesar de que este tipo de fuentes narrativas
contenían una marcada orientación institucional, su deliberada voluntad de divulgar las
victorias conseguidas desde una eminente visión propagandística; carácter que «abona la
existencia (¿la creación?) de un género epistolar específico, particular, de ―informes
oficiales‖, dedicado a esparcir la fama de los Retes Católicos»1428. De hecho, gracias a
esta eficaz campaña diplomática llevadas a cabo en todo el contexto europeo, los triunfos
de Isabel y Fernando en territorio peninsular consiguieron una amplia repercusión en
todo el orbe universal1429. No cabe duda de que sus éxitos en tierras andaluzas resonaron
el panorama político y cultural del momento, significando un incremento del ánimo
general en la lucha frente al turco en todo el continente europeo. Frente al ancestral
recuerdo de la prosecución de aquellas largas campañas cruzadas destinadas a liberar
Jerusalén, las victorias logradas contra el emirato nazarí Granada dejaban de manifiesto
la superioridad de las fuerzas hispánica frente a los ejércitos del Islam. Esta perspectiva,
por tanto, pretendía presentar el conflicto castellano, como uno de los principales frentes
donde podría jugarse la suerte de la Europa occidental en su contienda ancestral contra la
religión musulmana, pues Si los reyes castellanos conseguían finalmente concluir con
una guerra de siglos, una nueva época podría comenzar para el cristianismo militante.
Según relatan las crónicas castellanas, esta perspectiva del conflicto castellano-nazarí
tuvo bastante éxito, y «los príncipes extranjeros, movidos por la fama de hechos tan
grandes, les enviaban sus embajadores á dar el parabién, y á porfia todos pretendían su

de sucesos en España: 1500-1750: Actas del primer Coloquio Internacional (Alcalá de Henares 8,9 y 10
de junio de 1995). Madrid: Universidad de Alcalá, 1996, pp. 33-64, p. 45.

1428
SALICRÚ I LLUCH, ROSER: «Ecos contrastados de la Guerra de Granada: difusión y seguimiento
desigual en los contextos ibéricos y mediterráneo» En Baloup, Danuel; González Arévalo, Raúl (coords.):
La Guerra de Granada en su contexto europeo. Coloquio celebrado los días 9 y 10 de mayo de 2013 en
Granada, pp. 77-101, p. 97.
1429
Sirva como ilustración de esta sentencia, además de las obras citadas en el anterior trabajo de Roser
Salicrú, los recientes estudios de GONZÁLEZ ARÉVALO, RAÚL: «Ecos de la toma de Granada en Italia: de
nuevo sobre las cartas a Milán y Luca» En Homenaje al profesor Eloy Benito Ruano. Murcia: Universidad
de Murcia, 2010, pp. I, 343-353; del mismo autor, «La guerra di…», op.cit.; FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA
MIRALLES, ÁLVARO: «La emergencia de…», op.cit., pp. 61-73.

685
José Fernando Tinoco Díaz

amistad»1430. De esta manera, la lucha de los Reyes Católicos acabó así por implicar a
todo el continente en su prosecución en un esfuerzo por estimular su interés y la
solidaridad hacia su causa. Verbigracia, mosén Diego de Valera informa que a la llegada
al trono de Enrique VII de Inglaterra:

«El rey nuevo mandó pregonar paz general con toda la christiandad, espeçialmente con
Francia y España; e mandó fazer proçessiones en todas las iglesias, catedrales e monesterios
porque el rey don Fernando de España oviese victoria en esta sancta guerra que contra los moros
1431
tiene començada» .

Asimismo, este caballero castellano determina, en una de sus famosas epístolas, que:

«Este rey Enrrique mandó pregonar en la cibdad de Lóndres, que en todas las iglesias
catedrales de su reyno é abadías é monesterios fagan plegarias á nuestro Señor porque dé vitoria á
Vuestra Alteza desta sancta guerra que tiene començada, que de muchas gracias á Dios devés dar,
porque asy en los coraçones de los estrangeros commo de vuestros naturales, dá gracia que le
ruegen por el acresentamiento de vuestra corona»1432.

A lo largo de los años que comprendieron la duración de este conflicto, los contactos
diplomáticos con los principales reinos europeos fueron muy intensos, a razón de
cuestiones que no se relacionaban con esta contienda. Sin embargo, tanto Isabel como
Fernando reiteraron su deseo de recibir a estas distintas embajadas europeas en el mismo
campo de batalla, pues la atracción que la lucha frente al musulmán podría producir entre
los enviados diplomáticos era harto positiva. Dentro de la cronística del periodo, pueden
destacarse las referencias de Alonso de Palencia a las embajadas enviadas por Carlos
VIII de Francia y Matías Corvino de Hungría, desplazadas hasta la frontera durante la
campaña de 14891433. Asimismo, Pulgar también afirma que en algunas entradas
triunfales de la hueste castellana, como fue el caso de la llegada a Córdoba del rey
castellano tras las campañas de 1485, acompañaban a los reyes «los enbaxadores de
Veneçia e de Nápol e de Portogal, que avían quedado con la Reyna, negociando las cosas
de sus enbaxadas»1434. Los emisarios de las diversas cortes cristianas podrían ser
conscientes así de la realidad del día a día del conflicto entre Castilla y Granada, e
incluso participar en el mismo de primera mano, como lo hicieron los grandes nobles

1430
MARIANA, JUAN DE: Historia General de..., op.cit., p. 113.
1431
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 214-215.
1432
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 95.
1433
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 415.
1434
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 187.

686
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

europeos que llegaban a tierras hispanas con afán de dar batalla al enemigo de la fe.
Como se ha tenido oportunidad de destacar, estos nobles cruzados también tuvieron
oportunidad de discutir algunas referencias a cuestiones diplomáticas, por lo que su papel
fue igual de importante en la divulgación de la propia guerra frente al emirato nazarí. De
regreso a sus respectivos países, estas delegaciones diplomáticas y grandes caballeros,
que habían estado presentes en el real castellano, podrían dar fe verdadera del carácter,
esfuerzo y necesidad de ayuda que Isabel y Fernando necesitaban de la cristiandad para
continuar con su santa empresa. El resultado de esta política de acercamiento al negocio
castellano, no se hizo esperar. A pesar de que las referencias a esta contienda entre las
fuentes europeas son bastante reducidas, las aportaciones de las grandes potencias
europeas llegaron de manera puntual al real durante las últimas campañas de la guerra.
Según afirmaba Eloy Benito, a través de estos envíos, «las potencias de la Cristiandad
quisieron subrayar su solidaridad, más política que militar, a la causa de los Reyes
Católicos»1435. En ese sentido, es destacable el hecho de que los presentes enviados por
los distintos reinos europeos fueron de diverso origen y carácter. Algunos de estos
regalos supusieron obsequios simbólicos, mientras que otros fueron una verdadera ayuda
militar. Sirva como ejemplo el caso documentado por Lucio Marineo en su crónica, el
cual narra el envío realizado por el futuro emperador Maximiliano, hijo de Federico III,
de algunas piezas de artillería durante el 1487, a razón de la celebración de su
compromiso con la infanta doña Isabel. Según determina este cronista:

«El Emperador y Rey de Romanos Maximiliano: embio a los dichos Catholicos príncipes
presentados muchos tiros de artillería y muchos barriles de poluora y canpanas de diversas
maneras. Lo qual sus Altezas muy graciosamente rescibieron los tiros y poluora para el combate y
expugnacion de los lugares y las canpanas para poner en las Iglesias que fuesen consagradas y
1436
dedicadas a nuestra sancta fe y religión: en los lugares ganados de los Moros» .

A pesar de este tipo de casos singulares, las referencias cronísticas generales a estas
donaciones denotan que el envío de todos estos obsequios contaba con una finalidad más

1435
BENITO RUANO, ELOY: «La participación extranjera...», op.cit., p. 686.
1436
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXVr. Los autores contemporáneos al
conflicto documentan este presente de manera más somera, el cual se recibió en el real de Vélez Málaga el
domingo 22 de abril de 1487, como informa Fernando del Pulgar: «Llegó asimismo por la mar un cauallero
que se llamaua don Ladrón de Guevara, con dos naos armadas que venían de Flandes, en las quales el rey
de los romanos, fijo del enperador, enbió al Rey çiertas lonbardas et tiros de póluora, con todos los aparejos
que eran neçesarios». Por su parte, Diego de Valera centra su atención en la «singularidad» de esas piezas
de artillería; PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 291; VALERA, DIEGO DE: Crónica de
los..., op.cit., p. 226.

687
José Fernando Tinoco Díaz

diplomática que militar, por lo que realmente su papel no se mostró determinante para la
prosecución de la conquista de Granada. Sin embargo, los reyes de Castilla no dudaron
en agradecer a todas las fuerzas cristianas cualquier apoyo recibido, por pequeño que
fuera. El caso más destacado de este tipo de gestos, destinados a ensalzar la generosidad
de la cristiandad para con su empresa, se produjo tras la toma de Málaga (1487), cuando:

«De los que se hallaron en Málaga huéspedes e entraron a defender la cibdad, que no eran
naturales ni vezinos, repartió el rey por los cavalleros, e les dió a cada uno según quien era [...] E
fizo presente dellos al rey de Nápoles e al rey de Portogal; e envió al Papa Inocencio VIII, que
imperava estonces, cien moros empresentados, los cuales el papa recebió e fizo traer en procesión
por toda Roma, por cosa hazañosa e memoria de vitoria de los cristianos; a los cuales hizo
convertir e bolver cristianos. E allí se remembraron las vitorias romanas que los claros varones de
Roma hicieron, en especial los Scipiones e Lucius Metellus, Fabius Quimcius, Publius Lucius,
Sila, Marius, Gaius, Pompeius, Marcelinus, Iulius César e otros muchos que por Roma
conquistaron diversas partes del mundo; e cuando venían con las victorias o enviavan las
cavalgadas que avía avido, era la cibdad toda conmovida a los recebir e ver. Así, por ver aquella
parte de la cavalgada que el rey don Fernando enbió a Roma al santo padre, de la victoria que Dios
le dió en la cibdad de Málaga e su tierra, la cibdad de Roma fué conmovida toda a lo ver; e el santo
padre se lo agradeció mucho, e fizo fazer plegarias e conmemoraciones muchas a Dios Nuestro
1437
Señor por él» .

Desde el inicio de las campañas de la Guerra de Granada, los Reyes Católicos


mantuvieron especialmente informado al Pontificado de sus triunfos en las campañas
frente a los musulmanes, habida cuenta de la necesidad que tenían de los ingresos que les
proporcionaba la bula de cruzada y del peso de sus hazañas en la renovación de esta
concesión1438. De hecho, es bastante significativo que los momentos en los que las
negociaciones entre ambos bando se enredaban, coincidan con narraciones cronísticas
sobrecargadas de elementos propagandísticos religiosos, que resaltaban los éxitos del
ejército castellano en campaña y la consideración moral de esta contienda frente al
musulmán. Pero la difusión de estas victorias, conseguidas por un ejército amparado por
el Santo Padre, también se convirtió en un aspecto muy a tener en cuenta para el
reforzamiento de la auctoritas del Pontificado. Los triunfos castellanos podían ser
utilizados para manifestar el éxito que aún tenía la convocatoria de cruzada, mostrando a
Isabel y Fernando como excelentes ejemplos de compromiso con la curia romana ante los

1437
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 194-195.
1438
Un estudio pormenorizado de la comunicación entre ambas instituciones, puede consultarse en
FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: Alejandro VI y los…, op.cit., pp. 149-158

688
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

diversos príncipes europeos occidentales. Por todos estos motivos, la llegada de noticias
a Roma sobre los triunfos cristianos en suelo hispano eran acompaños de discursos,
ceremonias litúrgicas y fiestas de diverso tipo que se celebraban sucesivamente, tanto en
la propia Ciudad Eterna, como en otras grandes sedes episcopales de Occidente. En ese
sentido, el hecho que contó con una gran repercusión a nivel internacional de manera
inmediata, gracias a una campaña de difusión difícilmente comparable a la realizada a
razón de cualquier otro hecho acaecido durante el periodo medieval, fue la entrada de los
reyes castellanos en Granada. Pocas semanas después de la rendición de Boabdil, los
embajadores castellanos llegaban a diversos puntos de Europa, como la propia Roma,
portando las entusiastas noticias de la conquista definitiva del emirato nazarí por parte de
los ejércitos de Castilla:

«[Los Reyes Católicos] embiaron mensajes con sus cartas haciendo saber la noticia que
mediante la diuina gracia auian auido de los moros enemigos de nuestra sancta fe católica al Papa
Innocencio y a los Cardenales y a todos los príncipes Christianos y a todas las ciudades y villas de
España y a los otros sus reynos y señoríos. Los quales con gran gozo y alegría rescebidas las cartas
dando grandes dondes a los mensageros y honrrados los como era justo mandaron celebrar missas
y diuinos officios en todos los templos y altares y muchos días por todas las ciudades hizieron
processiones dando gracias a nuestro señor, y después desto hizieron muchos juegos y alegrias con
1439
muchas despensas y aparato» .

1439
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXVIIIr. Es muy probable que este fragmento
de la obra de Lucio Marineo sirviera a Alonso de Santa Cruz para escribir acerca del suceso, que «como los
Reyes Católicos tubieron pacífica la ciudad de Granada, lo primero que hicieron fué enbiar mensajeros con
sus cartas al papa Inocencio Octavo y a los cardenales, haciéndoles saber la victoria que Dios Nuestro
Señor les avía dado de los moros. Y lo mesmo hicieron a todos los príncipes cristianos, y a todas las
ciudades, y villas más principales de España, y a los otros sus reinos y señoríos. Las quales fueron
recebidas con gran gozo y alegría, y honrrando a los mensajeros como era justo. Y dándoles muchos dones
los tornaron a embiar; y mandaron celebrar misas y divinos oficios en todos los templos, y muchos días por
todas las ciudades se hicieron procesiones dando gracias a Nuestro Señor Jesucristo por tan gran victoria»;
SANTA CRUZ, ALONSO DE: Crónica de los..., op.cit., p. I, 53. Esteban de Garibay y Jerónimo Zurita también
realizaron una alocución muy semejante de esta propaganda internacional de las victorias castellanas;
GARIBAY, ESTEBAN: Los Quarenta libros..., op.cit., p. 675; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., pp.
370r-371v. Como complemento a todas las referencias anteriores, también se incluye la información que
Zurita amplia su narración, con referencias al impacto que tuvo esta noticia en las tierras musulmanas:
«Fue la fama desto [la conquista de Granada] muy celebrada por todos los reynos, y señoríos de la
Christiandad y fuesse estendiendo, hasta las mas vltimas, y remotas tierras del Turco, y del Soldan con
grande admiración de la excelencia, y poder de vn Principe, que auia puesto fin a vna guerra tan continua,
y cruel que por tantos siglos auia durado con vna nación tan barbara y fiera, y tan enemiga, et infiel […]»;
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., pp. 370r-371v. En torno a esta cuestión, RINCÓN GONZÁLEZ, Mª
DOLORES: «La divulgación de la toma de Granada: objetivos, mecanismos y agentes» En Anuario de
Estudios Medievales, nº 40/2. Madrid: CSIC, 2010, pp. 603-615.

689
José Fernando Tinoco Díaz

La celebración de este tipo de acontecimientos lúdicos en la capital de la cristiandad,


fue principalmente obra de los propios agentes diplomáticos de los reyes establecidos en
la ciudad; aunque un buen número de curiales también participaron a través de la
colaboración con de humanistas, oradores o artistas de diversa índole. Álvaro Fernández
de Córdova afirma que la tipología de las mismas se estructuraba siguiendo tres
momentos esencialmente. El primero de ellos tenía lugar cuando se recibían las noticias
de los triunfos castellanos. Ese mismo día, el papa ordenaba que se encendieran
antorchas por toda Roma, mientras el clero español en la ciudad organizaba una
procesión desde la iglesia-hospital de Santiago, donde los símbolos de significación
reconquistadora estuvieron muy presentes. Asimismo también se celebraban dos misas
de acción de gracias en la iglesia de Santa María del Popolo, ante el papa, y en este
templo dedicado al patrón hispano, con la participación del a nación española y un
nutrido grupo de curiales y cardenales hispanos. Durante estas liturgias, se pronunciaba
un discurso de loa y exaltación a la monarquía de los Reyes Católicos 1440. Sirva como
testimonio de este tipo de factos, el siguiente fragmento de la crónica de Zurita, donde el
aragonés narra cómo fueron las fiestas que siguieron a la noticia de la caída de la capital
nazarí en la Ciudad Eterna:

«Fueron las fiestas en aquellos días tan generales, y publicas, que por toda la ciudad, y en el
palacio, y por los Cardenales, y todo el clero, y Senado, y pueblo Romano no atendian, sino a
celebrar el triumpho desta conquista ensalçando amigos, y enemigos la grandeza destos Principes
y el valor de la nación Española y representauan gran demostración de alegría, con todo aparato de
magnificencia como en sucesso, que era común, y propio de toda la Christiandad. El Domingo
después de la fiesta de la Purificacion de Nuestra Señora, fue el papa a la Iglesia de Santiago de los
Españoles y porque aquel dia era de muy grande lluuia, fue en vn carro acompañado por todo el
colegio y allí se dieron por la cabeça de la vniuersal Iglesia, gracias a Nuestro Señor por el
1441
ensalçamiento de su Santa fe Catholica» .

Gracias a este tipo de ceremonias, el retrato de la monarquía hispánica se fue


retroalimentando y adecuando a una perspectiva en la que Roma acabó ocupando una
posición central en la construcción de una retórica doctrinal que ensalzaba a los Reyes
Católicos como adalides de un rehabilitado paradigma de la cruzada cristiana más
universalista. En palabras de García Pelayo, la Ciudad Eterna significaba, en la Edad

1440
Un estudio de las celebraciones llevadas a cabo en la urbe romana se encuentra en FERNÁNDEZ DE
CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: Alejandro VI y los…, op.cit., pp. 145-149; GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ:
Historia de la..., op.cit., pp. 382-387.
1441
ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., pp. 370r-371v.

690
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Media, «más que una ciudad, más que una maravilla, más que una palabra, señorío y
poder desde los tiempos de Virgilio, reino e imperio, felicidad y decadencia universal. A
Roma y a su nombre se muestran, por la voluntad de la divinidad y también por su
peripecia histórica, irrevocablemente unidos el destino y la existencia del Imperio»1442.
Tradicionalmente, esta urbe había constituido un escenario privilegiado como sede del
papado y centro de la Cristiandad, un «espacio representativo» donde proyectar los
valores más esenciales del imperio de la fe cristiana. Las diversas monarquías europeas
con ambiciones universalistas intentaron aprovechar la potencia simbólica de la ciudad
para proclamar su propia imagen triunfante mediante el empleo de abundantes recursos
diplomáticos, retóricos, cancillerescos, rituales e iconográficos, generando que ésta se
convirtiera en un escenario privilegiado de las nuevas formas de representación de su
soberanía. Los Reyes Católicos no fueron una excepción en ese sentido, y durante su
reinado se desarrollaron varias líneas de acción destinadas a potenciar su representación
en la ciudad pontificia, lo que contribuyó sobremanera a consolidar los paradigmas
políticos que pretendían legitimar en el resto del entorno Mediterráneo. La propaganda
castellana asentada sobre los triunfos frente al emirato, unida a la favorable reputación de
los retes en el panorama mediterráneo gracias a su papel mediador en las cuestiones
italianas, se convirtió en un término básico para definir el carácter de los Reyes Católicos
como defensores de la fe y de la justicia a nivel internacional. De hecho, en
reconocimiento por sus servicios a Roma, parece que Inocencio VIII ya contempló la
opción de imponer a la regia pareja el título tras la conquista de Granada. Sin embargo, el
25 de julio falleció en Roma, tras un intento de transfusión sanguínea por vía oral. Su
muerte consumó un periodo en el cual la corona castellana reforzó su proyección política
internacional, a costa de las concesiones de un débil papado romano coaccionado por los
triunfos de Isabel y Fernando frente al Islam.

El inicio del pontificado de Alejandro VI (1492-1503) marcará una nueva fase en las
relaciones hispánicas con el Pontificado. Este pontífice concedería a Isabel y Fernando el
título de ―Reyes Católicos‖ a través de la bula Inter caetera, de 4 de mayo de 1494, como
gratitud por sus acciones en defensa de la cristiandad y en especial retribución por todo el
apoyo prestado a su persona. Con este gesto, el pontífice pretendía actuar en detrimento
del rey de Francia, al cual se le trataba como ―Rex Christianissimus‖. Pero también
intentaba compensar con este gesto anteriores desaires que pudiera haber ocasionado a

1442
GARCÍA PELAYO, MANUEL: Los mitos políticos..., op.cit., pp. 120-125.

691
José Fernando Tinoco Díaz

Fernando al rechazar sus pretensiones a la sucesión napolitana, y ganarse el favor de los


monarcas para el nuevo proyecto de restauración de la autoridad papal frente a la
amenaza francesa, en el que resultaría necesaria la ayuda hispánica1443. Sin embargo,
Pedro Mártir de Anglería determina que tal honor se había concedido «-por haber
arrojado de Andalucía a los inhumanos sarracenos, por haber sometido a su poder el
reino de Granada, por haber expulsado a los judíos, por haber quebrantado a los herejes,
y, finalmente, por haber ampliado con su bondad las fronteras de nuestra fe-»1444. Con la
licencia de esta dignidad, comienza una nueva etapa para el reinado de unos monarcas
que habían conseguido definitivamente un lugar en la memoria política europea en su
tiempo. Esta mitificación de sus personas les dotaba políticamente de una legitimación y
prestigio incontestable en Europa, de manera que Isabel y Fernando acabaron por ser
«aupados en vida al Olimpo cristiano y alzados a una categoría equiparable a la de los
grandes campeones clásicos, se convertían en el modelos vivientes a imitar»1445.

1443
El título de «Reyes Católicos» fue nuevamente reconocido en la bula Si covenit, de 19 de diciembre de
1496, tras un debate entre el colegio cardenalicio por esta concesión. Sobre la significación de este título,
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos del poder..., op.cit., pp. 80-81; FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA
MIRALLES, ÁLVARO: Alejandro VI y los…, op.cit., pp. 169-189; CAMPO DEL POZO, FERNANDO:
Catolicismo de la reina Isabel I y del rey Fernando V: por qué y cuándo se les concedió el título de “Reyes
Católicos”. Medina del Campo: Ayuntamiento de Medina del Campo, 2004.
1444
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 294-295. A pesar de este discurso
contemporáneo, pronto los cortesanos castellanos advirtieron que tal consideración era herencia de tiempos
pretéritos. Sirva como ejemplo esta epístola de Antonio de Guevara, dirigida al obispo de Burgos Alonso
de Fonseca, a razón de su pregunta del origen de nombre de Reyes Católicos, que el castellano situaba en el
reinado de Alfonso I de Asturias (693-757): «Escrebísme que os escriba, señor, si he hallado en alguna
chrónica antigua qué sea la causa por qué los príncipes de Castilla se llaman, no soloreyes, más aún reyes
católicos, y que también os escriba quién fué el primero que se llamó rey cathólico, y qué fué la razón y
ocasión de tomar este tan generoso y cathólico título [...] Viniendo, pues, al caso, es de saber que los
príncipes antiguos siempre tomaban sobrenombres superbos: así como Nabucodonosor, que se intitulaba -
rey regum-; Alexandro Magno, -rex mundi-; el rey Demetrio, -expugnator urbium-; el gran Hanníbal, -
domitor regnorum-; Julio César, -dux urbis-; el rey Mitrídates, -restaurator orbis-; el rey Athila, -flagellum
mundi-; el rey Dionisio, -hostis omnium-; el rey Ciro, -ultor deorum-; el rey de Inglaterra, -defensor
ecclesie-; el rey de Francia, -rex christianisimus-; el rey de España, -rex catholicus- [...] No tres meses
después que murió el buen rey don Alonso, se juntaron a Cortes todos los grandes del Reyno, en las cuales
ordenaron y mandaron por edicto público que desde entonces para siempre jamás ninguno fuese osado de
decir a secas el rey don Alonso, sino por excelencia le llamasen el rey don Alonso el Cathólico, pues había
sido príncipe tan glorioso y del culto divino tan celoso. Este buen rey fué yerno de Don Pelayo, fué el
tercero rey de Castilla después de la destrucción, fué el primero deste nombre Alonso, fué el primero que
fundó iglesias en españa, fué el primero rey en cuya muerte cantaron los ángeles, fué el primero rey que se
llamó Cathólico; por cuyos méritos y virtudes, todos los reyes de España sus sucesores se llamaban hasta el
día de hoy Reyes Cathólicos. Parésceme a mí, señor, que pues los reyes de España se prescian de heredar el
nombre, se presciasen también de imitarle la vida, a saber: en hacer guerra a la morisma y ser padres y
defensores de la Iglesia»; GUEVARA, ANTONIO DE: Epístolas familiares..., op.cit., pp. 281-286.
1445
SESMA MUÑOZ, JOSÉ ÁNGEL: «Ser rey a finales del siglo XV» En Sarasa, Esteban: Fernando II de
Aragón. El Rey Católico. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1996, pp. 109-122, p. 110.

692
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Verbigracia, el poeta Diego Guillén de Ávila reconoce ya en su época, que «congreandes


virtudes en todas sus cosas [de los Reyes Católicos] / sus santas empresas sus obras
famosas/ los tienen en vida al cielo sobidos»1446.

La Guerra de Granada había comenzado siendo como una guerra justa, pero su
significación había sido mucho más amplia dentro del discurso hispano que abogaba por
defender la cristiandad de la amenaza otomana. En ese sentido, esta contienda se
convirtió en una primera fase, una especie de ensayo previo, del verdadero conflicto que
estaría por venir, en el que la suerte de la civilización occidental estaría en juego, y los
Reyes Católicos habían salido victoriosos del mismo. Con este triunfo frente al emirato
nazarí, los reyes no solo habían acabado con la presencia islámica en territorio
peninsular, sino que habían conseguido alzarse como principales defensores de la fe
cristiana en Occidente, cargo que hasta ese momento habían ocupado por tradición los
herederos de Carlomagno. Los nuevos términos del diálogo entre la corona castellano-
aragonesa y Roma irrumpieron en las negociaciones diplomáticas a escala internacional,
creando una nueva forma de representación de la monarquía hispánica como defensora
de la catolicidad frente al avance otomano. Esta imagen estaba sustentada en un discurso
formal, más que en una iconografía propia, en la cual la monarquía española aparecía
también identificada como la valedora la ortodoxia católica y la salvaguarda de la propia
Iglesia católica, tanto de sus enemigos internos, como externos, en su búsqueda por
conseguir una nueva unión de los príncipes europeos. En este nuevo contexto, la imagen
de grandes reyes cruzados que los reyes de Castilla pretendieron imponer durante los
Pontificados de Sixto IV e Inocencio VIII, dio paso a «un perfil ligado a la defensa de la
Iglesia -de la persona del pontífice y sus Estados-, que fue adquiriendo tonos
providencialistas y misioneros a raíz de las empresas oceánicas, hasta desembocar en el
paradigma de Fernando como nuevo imperator christianus ya en tiempos de Julio II y
León X»1447. Comenzaba así un conflicto por el liderazgo de la cristiandad, que ocuparía
a los reyes hispánicos y a los Cristianísimos monarcas de Francia, en torno al
surgimiento de una compleja proyección propagandística de la faceta mesiánica de
ambos reyes y su deseo de vencer al Turco y recuperar el control sobre Tierra Santa. Con
el retorno de este ancestral deseo de la sociedad cristiana, retornaba al panorama político
internacional un discurso de marcada perspectiva cruzadista tradicional, asentado sobre

1446
GUILLÉN DE ÁVILA, DIEGO: Panegírico a la…, op.cit., p. bIIIj.
1447
FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, ÁLVARO: Alejandro VI y los…, op.cit., p. 405.

693
José Fernando Tinoco Díaz

la proyección escatológica de la figura de ambos linajes, que incluso marcará la


representación de la corona hispánica a lo largo de los siglos posteriores.

694
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CAPÍTULO OCTAVO. LA PERSPECTIVA ESCATOLÓGICA Y


DIVINAL DE LA CULMINACIÓN DE LA
RECONQUISTA HISPÁNICA.

La escatología cristiana medieval tuvo su origen en una variada colección de


profecías heredadas del mundo antiguo, muchas de ellas surgidas seno de la cultura judía,
que fueron paulatinamente influenciadas por diversas corrientes adivinatorias como la
sibilina. Según la gravedad de la situación social y el grado de inquietud de un momento
determinado, este tipo de creencias ayudaban a interpretar la realidad cercana de una
forma más liberal que literal, lo cual ayudaba a consolidar y fortalecer internamente al
propio colectivo ante los ataques externos1448. A partir del siglo XII, periodo marcado por
graves turbaciones en el seno del Occidente medieval, esta manifestación espiritual
colectiva se fue adaptando a una nueva realidad, marcada por la manifestación de la
religiosidad cristiana más interior. En este contexto, la Iglesia católica fue perdiendo
fuerza a favor del movimiento reformador que surgió dentro de diversas órdenes
religiosas y que se caracterizaba, fundamentalmente, por un deseo de retornar a la pureza
y sencillez de la regla original del fundador1449. Frente al endurecimiento de la cultura
clerical más ortodoxa, de forma paulatina fueron generalizándose manifestaciones
relacionadas con la superstición, la milagrería y el culto popular de reliquias, así como la
aparición de diversas corrientes mesiánicas y de índole apocalíptica, algunos de ellos de
clara inspiración subversiva. El estamento eclesiástico sintió la necesidad de separarse de
cualquier movimiento revolucionario que cuestionara el orden establecido. Sin embargo,
el orden laico pronto mostró interés en adaptar este tipo de discursos a sus propias

1448
Al respecto de la génesis de este pensamiento escatológico, se remite al lector al estudio clásico de
COHN, NORMAN: En pos del..., op.cit., pp. 17-35.
1449
Sobre la evolución de este tipo de corrientes escatológicas y sus conflictos frente al estamento
religioso, consultar ROMERALES ESPINOSA, ENRIQUE: «Una tipología de las profecías milenaristas» En Ilu.
Revista de Ciencias de las Religiones, nº 16. Madrid: Universidad Complutense, 2011, pp. 203-223.
Asimismo, también es interesante SÁNCHEZ HERRERO, JOSÉ: «Desde el cristianismo sabio a la religiosidad
popular en la Edad Media» En Clío y Crimen, Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, nº 1.
Durango: Centro de Historia del Crimen, 2004, pp. 301-335, p. 310.

695
José Fernando Tinoco Díaz

pretensiones, algo que produjo un rebrote del profetismo de tono escatológico con
marcados tintes políticos en la segunda mitad del siglo XIV 1450.

Durante todo el periodo bajomedieval europeo, la utilización, por parte del poder real,
de una retórica asentada sobre determinados recursos tradicionales discursivos,
simbólicos y ceremoniales, derivados de esta escatología surgida en el seno del
cristianismo, proyectó el desarrollo una literatura que sublimaba el propio ejercicio de la
soberanía real. Esta corriente, derivada en gran medida de los escritos de Joaquín de
Fiore (1135-1202), se puso al servicio de las pretensiones de diversos monarcas, para
generar un verdadero discurso de índole mesiánica mediante la reinterpretación,
enriquecimiento y sublimación, de los caracteres morales de determinados príncipes
europeos. La generalización de esta potente corriente de consolidación del poder real,
tenía como objetivo ensalzar la perspectiva providencialista de la corona como
representante de la divinidad, de modo que sus acciones y decisiones fueran interpretadas
como verdadera muestra de los designios celestiales. Pero esta línea propagandística que
pretendía destacar carácter divinal de la corona, también procuró crear un estado de
conciencia general que llevara a observar cada acontecimiento singular acaecido en el
reino, como un símbolo del cambio de signo que representaba el inicio de un nuevo
reinado de un nuevo gobernante con respecto al de sus antecesores. Con esta perspectiva
de índole finalista, se exaltaba el carácter reparador del monarca, procurando canalizar
con ello las ansias reformadoras de sus súbditos en torno a sus propios intereses
inmediatos.

En el caso castellano, este tipo de discursos de exaltación de la autoridad real siempre


contaron con una marcada faceta historicista y providencialista, más que mesiánica y
escatológica propiamente dicha. Verbigracia, los constantes conflictos políticos y
desarreglos sociales acaecidos en el reino de Castilla durante la segunda parte del siglo
XV, perfilaron una época óptima para la proliferación de lecturas finalistas de la caótica
realidad del reino. Tanto el reinado de Juan II, como de su sucesor Enrique IV, fueron
paulatinamente representados como el final de una etapa, aquella que, según la tradición
gótica, marcaría el culmen de la redención de los herederos de la dinastía goda. Durante
la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), el partido isabelino supo canalizar el

1450
Sobre todo ello, OLIVERA SERRANO, CÉSAR: «Mesianismo y profetismo en Portugal y Castilla (c. 1380-
1430). Notas para su estudio» En Sémata, vol. 26. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de
Compostela, 2014, pp. 359-382, p. 360.

696
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

deseo de cambio de la sociedad hispánica en la figura de la nueva reina, de forma que


esta propaganda cortesana definió a doña Isabel como la monarca redentora que su
pueblo esperaba con deseo. La exaltación que estos autores castellanos realizaron de los
caracteres de esta reina, la hicieron ser vista como una representación de la virgo
bellatrix cristiana, la máxima manifestación de la dignidad divina femenina. Tanto ella
misma, como su marido, demostraron estar sometidos a la fe de sus súbditos, luchaba por
ella y la defendía, participando de un entramado moral que estaba por encima de la
propia potestad regia, pero legitimaba sus acciones y definía su carácter católico. Esta
sublimación de los virtuosos atributos de los nuevos monarcas del reino hispano,
constituyó un trasfondo esencial para conseguir una identificación absoluta entre la
comunidad política y la religiosa. De esta forma, el poder real extendía su influencia
sobre el propio sustrato cristiano que marcaba la ideología de la sociedad occidental
durante este periodo. Dejada atrás la lucha por la legitimidad, la atención de los cronistas
radicó en la necesidad de justificación de cuestiones de mucho más calado, como la
autoridad de estos reyes sobre el conjunto de la nación española, la lucha contra el Islam
y la ambiciosa ampliación de la influencia política hispánica a escala internacional. El
primer paso de este complejo proyecto político, no fue otro que la decisión de concluir
con la existencia del emirato nazarí de Granada, pues en la conclusión de la Reconquista
estaba la clave de la redención del pueblo hispano1451.

A lo largo del periodo medieval hispano, la guerra frente al musulmán había sido
entendida como una empresa histórica que ofrecía perspectivas limitadas a nivel del
imaginario social y del horizonte geopolítico, como demuestra la falta de una tradición
escatológica de proyección universalista. En contraposición, desde muy temprano surgió
en el reino de Castilla una rica doctrina providencialista genuina e independiente, surgida
en torno a esta idea de restauración, que facilitaba la difusión de este proyecto desde una
perspectiva divinal. Con el inicio del conflicto frente al emirato nazarí, la corona
castellana parecía querer purgar el pecado histórico que había producido que los
herederos de la dinastía goda hubiesen sufrido un periplo marcado por las desgracias: el
haber permitido el dominio musulmán de tierras cristianas. Al igual que había sucedido
con el pueblo de Israel, derrotado y dispersado en búsqueda de su mesías, las Españas

1451
Sobre esta idea, GIMENO CASALDUERO, JOAQUÍN: «La profecía medieval en la literatura castellana y su
relación con las corrientes proféticas europeas» En Gimeno Casalduero, Joaquín: Estructura y diseño en la
Literatura castellana medieval. Madrid: Ediciones José Porrúa Turanzas, 1975, pp. 130-141; OLIVERA
SERRANO, CÉSAR: «Mesianismo y profetismo…», op.cit., p. 367.

697
José Fernando Tinoco Díaz

parecían estar iniciando su camino hacia un nuevo tiempo glorioso, marcado por la
unidad en la fe cristiana y en la redención de sus pecados a través de la definitiva
destrucción del Islam peninsular. Desde esta lectura salvacionista de la culminación la
Reconquista hispánica, la lucha frente a Granada era sublimada como una verdadera
empresa redentora para el pueblo castellano. A través de su prosecución, los propios
reyes se aseguraban promover una campaña al servicio de la religión católica, que dejara
de manifiesto la proyección providencialista de sus propias acciones en su camino por
encabezar la renovación del propio cristianismo militante. La culminación del proceso
hispano era así planteada como el comienzo de un nuevo periodo, donde Hispania estaba
llamada a encabezar a la cristiandad militante hacia un brillante futuro.

Cuando el objetivo de la restauración del señorío cristiano en la Península Ibérica


parecía estar llamado a cumplirse, se hizo necesario ampliar el alcance de esta empresa y
acompañar las nuevas ambiciones de la corona hispánica con una doctrina acorde a su
anhelo de ampliar su autoridad sobre el contexto de la cristiandad occidental. La rica
tradición mesiánica catalano-aragonesa, con antecedentes sólidos desde finales del siglo
XIII, comenzó entonces a influenciar y enriquecer esta tradición pseudo-isidoriana
castellana. A través de la dialéctica entre ambas corrientes regionales, Castilla consiguió
abrirse a los vientos mesiánicos europeos, influenciados sobremanera por elementos de la
tradición cruzadista occidental. Sirviéndose de elementos derivados de ambas corrientes,
los cronistas al servicio de los Reyes Católicos consiguieron generar una forma de
propaganda mesiánica favorable al reforzamiento de la autoridad regia y al patrocinio de
las nuevas pretensiones internacionales de estos reyes en el contexto Mediterráneo. La
ancestral ambición aragonesa por controlar este territorio, se veía ahora unida a la
diligencia por llevar a cabo una campaña frente al Imperio otomano, nueva amenaza para
el conjunto de la cristiandad. Esta proyección universalista del programa de gobierno de
Isabel y Fernando aportaba una nueva dimensión a la lucha frente al musulmán en la
Península Ibérica, la cual recuperó el ideal cruzadista más tradicional, aquel que contenía
marcadas connotaciones escatológicas de índole apocalíptico. El resultado de todo ello,
fue la génesis de un nuevo programa conjunto de mesianismo hispánico, derivado de la
doble influencia providencialista neogótica y joaquinista en un contexto de marcada
influencia conversa, en la que la derrota del Islam peninsular vendría a anunciar la unión
definitiva del imperio cristiano Oriental y Occidental con la conquista de Jerusalén. A
pesar de que la Ciudad Santa había perdido su papel central como eje del mundo

698
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

geográfico y espiritual, esta ciudad aún conservaba el simbólico halo sacro de lugar
sagrado y representaba el anhelo cristiano de la unificación política en torno a una misma
fe católica. Acometer la sagrada empresa de reconquistar la Ciudad Santa significaba
recuperar el discurso original de la doctrina cruzadista, aquella perspectiva apocalíptica
que ensalzaba el ideal escatológico de la Guerra del Fin del Mundo. Los cronistas
castellanos del periodo desarrollaron en una reinterpretación partidista de diversos textos
proféticos, marcada por la creciente amenaza turca en el contexto mediterráneo, que
pretendía identificar a la guerra frente a los nazaríes, como el primer capítulo del
conflicto que marcaría el triunfo de la cristiandad frente al Imperio otomano y la
conciliación de todos los cismas surgidos en el seno de la catolicidad. Gracias al
desarrollo de esta perspectiva, se gestó una compleja doctrina escatológica que
presentaba al Islam como enemigo demonizado del cristianismo occidental, a Andalucía
como territorio donde comenzaría esta empresa decisiva para el destino de la cristiandad
occidental, a Castilla como pueblo elegido, y a don Fernando de Aragón como candidato
a desempeñar la figura del emperador del fin de los tiempos.

8.1. LA INFLUENCIA DEL CONTEXTO GEOGRÁFICO Y TEMPORAL EN LA


TRASCENDENCIA HISTÓRICA DE LA CONTIENDA CASTELLANO-
NAZARÍ.

8.1.1. LA ADAPTACIÓN DEL MITO JEROSOLIMITANO AL CONTEXTO HISPANO


BAJOMEDIEVAL.

Con la muerte del monarca francés San Luis (1226-1270) durante el asedio a Túnez, y
la posterior pérdida de San Juan de Acre (1291), se dio por finalizada la llamada «Edad
Clásica de las Cruzada». Aunque algunos pontífices intentaron encabezar nuevas
iniciativas de esta naturaleza institucional con posterioridad, paulatinamente quedó
presente la imposibilidad de Occidente de organizar una campaña para liberar Tierra
Santa del dominio islámico. Las fuertes aspiraciones cristianas de reconquistar Jerusalén
debieron claudicar ante la incapacidad de frenar la emersión de un poder musulmán en
clara expansión territorial. Sin embargo, la doctrina cruzadista perduró en la conciencia
colectiva europea, al igual que lo hizo el atractivo por reconquistar la Ciudad Santa.
Jerusalén era considerada como omphalos o umbicilis mundi –ombligo del mundo– por
las tres grandes religiones monoteístas del periodo medieval, tanto desde la perspectiva
geográfica, como en lo referente a su sentido espiritual. La ciudad jerosolimitana
representaba una perfecta alegórica de la proyección religiosa de la fe verdadera. En ella,

699
José Fernando Tinoco Díaz

concluyó la diáspora judía, tuvo lugar la pasión de Cristo y también la ascensión de


Mahoma a los cielos. Pero también estaba pronosticado por varios ciclos escatológicos
que, en torno a su control, se produciría la última gran batalla de esta era, aquella que se
decidiría la suerte de la humanidad y, en el caso del cristianismo, anunciaría el inicio de
una nueva parusía. Por este motivo, la Ciudad Santa siguió representando un lugar de
redención y camino hacia la perfección de la fe en el imaginario occidental. Las
peregrinaciones hacia este lugar nunca concluyeron, sobreviviendo a lo largo de los
siglos del periodo medieval como un verdadero nexo de unión entre la concepción
originaria de la cruzada, y la proyección dinámica de esta doctrina acorde con la realidad
del momento.

Durante todo el periodo posterior, tanto el concepto territorial unido a la Jerusalén


terrestre, como la exégesis alegorista de la Jerusalén celestial, siguieron ocupando un
mismo nicho cultural común. Pero este último atributo emocional unido a la
representación mística de la urbe, comenzó a imponerse una realidad histórica que se
planteaba demasiado pobre. A lo largo de la Baja Edad Media, la imposibilidad de que
algún reino occidental pudiera dominar realmente este territorio bajo el ámbito cristiano,
incidió en el éxito de este concepto más exegético-alegorista de la Jerusalén espiritual,
aquel que definía a la ciudad santa como una realidad emocional mucho más compleja.
Esta perspectiva determinó que la concepción geográfica de la Ciudad Santa perdiera
fuerza definitivamente a favor de la proyección inmaterial y deslocalizada de la propia
ciudad. Como resumen muy acertadamente Ana de Zaballa y Mª Cruz González,
«Jerusalén fue progresivamente connotando más y denotando menos»1452. La proyección
de esta faceta metafísica del mito jerosolimitano, aquella que representaba a la perfección
la Ciudad de Dios agustiniana, pronto permitió su adaptación a una nueva realidad que
comenzaba a surgir en el contexto político bajomedieval. Durante esta etapa, la idea de la
cruzada original había acabado por convertirse en un mito invocado para sublimar nuevas
formulaciones destinadas al fortalecimiento del poder regio nacional. De este modo, gran
parte de los elementos constitutivos de dicha doctrina pasaron a formar parte de esta
corriente secular que pretendía contar con una proyección de marcada significación

1452
ZABALLA BEASCOECHEA, ANA DE Y GONZÁLEZ AYESTA, Mª CRUZ: «La Nueva Jerusalén en el
bajomedievo y en el renacimiento hispano-americano» En Anuario de Historia de la Iglesia, nº 4. Navarra:
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 1995, pp. 199-233, p. 200. Al respecto de este
papel central de Jerusalén en la cosmografía cruzada, es interesante consultar los trabajos de referencia de
ALPHANDÉRY, PAUL Y DUPRONT, ALPHONSE: La cristiandad y…Las primeras cruzadas, op.cit., pp. 31-32;
MILHOU, ALAIN: Colón y su..., op.cit., pp. 293-300, 403-435.

700
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

moral. En el caso del concepto jerosolimitano más tradicional, las referencias a la


recuperación de Jerusalén fueron utilizadas por la propaganda oficial como soporte
doctrinal de diversas pretensiones de índole universalista. Así lo determina la
generalización de diversos ciclos proféticos surgidos durante este periodo, los cuales
identificaban a diferentes reyes cristianos como nuevos profetas enviados para llevar a
cabo tal hazaña. En el otro extremo, se fue generando una idea sacralizada del concepto
de territorio nacional, muy semejante al concepto alegórico de Jerusalén en torno a lo que
Tyerman ha identificado como «un fuerte sentido de excepcionalidad nacional»1453. La
idea inmaterial unida al concepto jersolimitano permitió adaptar a un concepto nacional,
la proyección de la propia idea de recuperación y defensa de un territorio determinado
como símbolo de la pureza de la fe cristiana. El entramado resultante consiguió entretejer
las profundas creencias devocionales del cristianismo, con el nuevo discurso auto-
legitimador de las monarquías en el Occidente europeo, generando una eficaz
herramienta doctrinal de afirmación, promoción y reproducción del dominio social de
estas instituciones soberanas sobre una concepción sacralizada de índole secular. Esta
doctrina estableció la génesis de un nuevo espíritu sacralizado de redención, con rasgos
singulares en cada reino, que realmente escondía «preocupaciones diferentes que
restringían al ámbito geográfico nacional y a la lucha por la reforma de la sociedad y de
la Iglesia» esta doctrina de índole universalista1454.

Quizá el caso más evidente de este fenómeno político tuviera lugar en Francia. Desde
la primera cruzada, se desarrolló en el territorio francés una corriente mesiánica sobre la
conciencia de pertenecer a la nación heredera del propio Carlomagno. A partir de
mediados del siglo XIIII, sin embargo, la costumbre de los monarcas franceses de
participar a la cabeza de distintas cruzadas pontificas tuvo que adaptarse a un nuevo
contexto mucho más particular. Como consecuencia de las nuevas reflexiones acerca del
agustinismo político, fue surgiendo en este reino una reformulación del concepto de
patria muy parecido a esta noción sacralizada de Jerusalén. Defender y proteger este
territorio tenía connotaciones muy semejantes a la defensa y protección de Tierra Santa,
determinando una forma de sublimación pseudo-religiosa. Esta perspectiva buscaba
hacer partícipe al pueblo llano de su compromiso con su comunidad, o que permitía a los
reyes exigir servicios extraordinarios para la defensa de esta patria de los franceses. Pero

1453
TYERMAN, CHRISTOPHER: Las Cruzadas: realidad..., op.cit., pp. 187-198.
1454
MILHOU, ALAIN: Colón y su..., op.cit., p. 301.

701
José Fernando Tinoco Díaz

también se siguieron manteniendo las referencias a la communis patria cristiana y la


conquista de Jerusalén como aspiración de los monarcas de este reino a detentar el
1455
liderazgo de la cristiandad . En la Península Ibérica, en contrario, se dio un caso
bastante distinto por influencia de la doctrina goticista, la cual contaba con una faceta
finalista bastante importante sobre todo en el caso del reino de Castilla. En ese sentido,
Tyerman defiende que la misma idea de España (fuera cual fuera su concepción) era
entendida originalmente como una tierra santa, y sus habitantes «cristianos nuevos
israelitas, templados y puestos a prueba en el fuego de la Reconquista, paladines de la
causa de Dios frente a los infieles del exterior de la cristiandad y frente a los herejes que
había en su seno»1456. Salvando las evidentes diferencias en la evolución histórica de
ambas monarquías, cabe afirmar que el futuro del reino castellano pareció asimilarse a la
culminación de la empresa providencial que determinaba la culminación de la tarea
reconquistadora. En los momentos en los que la corona de Castilla retomaba la lucha
frente al infiel, la proyección de la doctrina neogoticista, aquella que abogaba por la
redención del pasado hispano de la comunidad cristiana hispánica, se vio
indisolublemente unida a una proyección salvacionista muy semejante a aquellas
iniciativas regidas por la idea de cruzada de recuperar el control sobre Tierra Santa y
restaurar la Jerusalén celestial. Esta perspectiva le aportaba a las campañas de la corona
frente a Granada un cierto carácter salvífico. Sin embargo, la proyección de tal ideal no
iba más allá de aquel territorio reclamado como herencia del reino visigodo, en contra de
las ideas que pudieron surgir en el territorio de Aragón a partir del siglo XIII. Pero esta
realidad cambión con la caída de Constantinopla, hecho que contribuyó a recuperar el
concepto más primario de la cruzada y sirvió a la corona castellana para comenzar a
proyectar su empresa frente a los musulmanes peninsulares desde una perspectiva mucho
más internacional.

Aunque esperada, la pérdida de esta ciudad conmocionó sobremanera a la sociedad


europea del periodo. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, la capital oriental
se había erigido en el imaginario cristiano como el lugar donde aún se mantenía viva la
llama de la esencia cultural occidental. Mientras los territorios europeos se hundían y
disgregaban en diversos reinos, los gobernantes del nuevo Imperio Romano de Oriente

1455
Sobre el desarrollo de este proceso y su adaptación a la realidad nacional francesa, KANTOROWICZ,
ERNST: Los dos cuerpos…, op.cit., pp. 244-279; GARCÍA PELAYO, GABRIEL: Los mitos políticos..., op.cit.,
p. 71 y ss; MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., p. 417.
1456
TYERMAN, CHRISTOPHER: Las Cruzadas: realidad…, op.cit., p. 180.

702
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

supieron mantener la unidad de su territorio e incluso alcanzaron una brillante época de


apogeo durante el reinado de Justiniano I (527-565) y sus sucesores más próximos. Pero
tras el periodo de esplendor que supuso el llamado Renacimiento Macedónico, comenzó
una etapa de declive para los mandatarios bizantinos que coincidió con el ascenso de los
turcos selyúcidas y la madurez de los reinos cristianos de Europa occidental. Cuando la
dinastía Paleóloga alcanzó el poder en este territorio oriental, comenzó una prolongada
decadencia para un imperio que ahora solo luchaba por sobrevivir frente a la creciente
fuerza otomana. Bizancio, consciente de su destino, apeló a Occidente en busca de
auxilio como había hecho con anterioridad. Sin embargo, en esta ocasión los diferentes
reinos occidentales se escudaron en los cismas eclesiológicos existentes con estos
territorios, para desestimar la organización de una efectiva fuerza de rescate frente a la
amenaza turca. Los cronistas europeos de este periodo confiaron en la resistencia de las
ancestrales murallas de la ciudad, creyendo imposible que los musulmanes pudiesen
superarlas. De hecho, solo cuando comenzó el definitivo asedio otomano, el papado y
algunos otros territorios occidentales intentaron llevar a cabo conversaciones para formar
una nueva cruzada que liberase Constantinopla del yugo turco. Sin embargo, en un
momento donde el panorama político europeo era especialmente convulso, los resultados
de este llamamiento fueron bastante modestos. El 29 de mayo de 1453, el sultán otomano
Mehmet II (1451-1481) hacía su entrada triunfal en la ciudad, dando por finalizado el
extenso recorrido político del Imperio Bizantino cristiano de Oriente1457. Aunque
esperada, esta noticia no dejó de sorprender a toda la civilización occidental, que
identificó la caída de la capital bizantina con el final de una era de expansión cristiana:

«Tristísima será siempre para todo espíritu recto la catástrofe de Constantinopla, que por sí
sola amenaza con el exterminio del hombre cristiano. Había alcanzado el padre del Gran Turco,
vencedor en Constantinopla, triunfos señalados; apoderándose de muchas y forecientes ciudades y
sometídolas al nefando yugo de Mahoma; mas parecía sobrarles esfuerzo a los cristianos, mientras
la muchedumbre infiel no estuviese ejercitada en las expediciones marítimas. Continuó la
confianza, aun después de las victorias del hijo y del diario aumento de su poder terrestre (ya
grande con las aguerridas fuerzas que le dejó el padre), por no considerarse fácil el aniquilamiento
de las nuestras en tanto que el enemigo no nos igualase en las marítimas, o al menos poseyera un
buen puerto en Europa, y no superase en bien expertos marineros [...] Este cruelísimo infortunio,
que la indolencia y cobardía de los cortesanos de Roma hizo más amargo, acarrea de día en día al

1457
Sobre este capital episodio de la historia medieval universal, se remite al clásico estudio RUNCIMAN,
STEVEN: The Fall of Constantinople, 1453. Cambridge: Cambridge University Press, 1965.

703
José Fernando Tinoco Díaz

nombre de la Cruz calamidades sin número, de que no poca responsabilidad toca a los Príncipes
cristianos, culpables de igual apatía»1458.

La caída de Constantinopla, si bien fue un fenómeno esperado, no por ello dejó de ser
impactante. La desaparición de este faro para la cristiandad, supuso la ruptura de la
civilización occidental con el último resquicio del mundo clásico grecorromano, aunque
sus valores nunca desaparecerían del legado europeo. En el aspecto geoestratégico, el
eclipse de la presencia tranquilizadora del Imperio Bizantino en Oriente, el cual había
logrado mantener con éxito un cierto equilibrio frente al infiel por más de mil años, inició
una nueva etapa de temor frente a la nueva amenaza otomana. Esta nueva situación
generó un nuevo auge de los llamamientos pontificios a la cruzada, pero también una
obsesiva reivindicación del concepto cruzadista originario que pronto caló en la sociedad
occidental de forma profunda. A lo largo de las décadas finales del siglo XV, se produjo
un nuevo rebrote de tensión escatológica en Europa, como respuesta a un momento social
en el que la cristiandad latina había perdido su orientación espiritual, se encontraba
dividida por cuestiones cismáticas, destrozada por rivalidades sociales y políticas,
debilitada y desequilibrada desde el punto de vista económico y demográfico, y ahora
veía crecer ante ella la amenaza del musulmán en el contexto mediterráneo. El miedo
ante el peligro musulmán, encarnado en la amenaza del rey de Granada, el Soldán de
Babilonia y el emperador Otomano, se hizo de nuevo presente en todo Occidente. Esta
retórica recuperando la representación del Islam como gran enemigo de la fe católica y
denotando la necesidad de hacer frente definitivamente a la secta mahometana como
camino a la redención del pueblo cristiano.

Durante toda esta etapa, muchas fueron las profecías apocalípticas que surgieron en
el seno del cristianismo, interpretando la caída de Constantinopla como el inicio de un
periodo milenarista que concluiría con esa fase de acuciantes incertidumbres para la
sociedad cristiana. La generalización de este tipo de vaticinios de rasgos apocalípticos,
con base en el mito, la fantasía y las profecías, creó un espacio emocional en el seno
europeo, que fascinó y generó ansiedad al mismo tiempo. Gran parte de las monarquías
del periodo intentaran encauzar este tipo de inquietudes para secundar sus pretensiones
individuales de mostrarse como adalides del cristianismo y encabezar así la lucha frente
al Imperio otomano. Las noticias sobre la pérdida de Constantinopla comenzaron a
aparecer en las fuentes hispánicas de manera algo tardía. En el caso de la corona de

1458
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., pp. II, 50-52.

704
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Castilla, la máxima preocupación de los reyes continuó residiendo en el reforzamiento de


su propia autoridad por varios medios, siendo uno de los más importantes la continuación
del conflicto frente al emirato nazarí1459. Pero estos mandatarios pronto supieron utilizar
sus medios propagandísticos para adecuar la prosecución de la conquista del emirato
nazarí, a un nuevo contexto mediterráneo marcado por el sentimiento europeo de la
amenaza que suponía el avance del enemigo turco. Así se lo hizo ver Enrique IV a los
distintos papados que apoyaron su causa frente al emirato nazarí, equiparando en la
mente de la cristiandad la amenaza de Granada y la de Constantinopla. De hecho, durante
los siglos posteriores a la conclusión de la empresa reconquistadora, este capital hecho
fue tomando más importancia en la cronística peninsular. Sirva como ejemplo la forma
en la que Esteban de Garibay relata la caída de la capital del Imperio Bizantino,
destacando marcadas referencias escatológicas que determinaban el final de una etapa
que daría lugar a un nuevo tiempo:

«En este año de cincuenta y tres Mahomad, alias Mahometano, segundo deste nombre, octauo
Rey de los Turcos, potentissimo Principe, el mayor que en su tiempo auia, piso cerco en principio
del mes de Abril con dozientos mil hombres sobre la ciudad de Constantinopla, cabeça del Griego
y Priental Imperio, donde Imperaua el Emperador Constantino, ya en su deudo hogar nombrado.
Aunque el Emperador Constantino tenia bastecida la ciudad, no era en tanta manera, quanta fuera
menester, ni de los Principes Occidentales pudo alcancar los socoros, que con tiempo pidio por lo
qual auiendo durado el assidio cincuenta dias, en que huuo dos fuertes y rezios asaltos, al tercero,
que començó a la laua del dia, que fue de veynte y siete de Mayo, dia Martes de este año, fue
entrada y tomada esta Imperial ciudad [...] Desta manera se perdio aquella ciudad, auiendo con
ochenta y cinco Emperadores gozando de titulo y silla Imperial mil y ciento y veynte y cinco años,
desde el santo y primer Emperador Chrisstiano Constanino, auiendose llamado las madres de
ambos Constantinos, Elenas [...] Desta manera perecio y huuo fin, aquel clarissimo merio, cuya
ruyna otros señalan en el año precedente. Muchos de los Autores, que de la perdida desta infigneé
Imperial ciudad de Constantinopla tratan, tienen con razon por caso notable, que el primer
Emperador que la reedificó, y en ella puso la silla Imperial, se llamase Constantino, siendo
Constantino Magno, y que el Emperador, en cuyo tiempo se perdio la ciudad y su silla Imperial, se
llamase tambien Constantino, que era este infelice Emperador Constantino Paleologo Dragon, y
que tambien las madres de ambos Emperadores se llamassen Elenas, siendo Santa Elena la madre
del Emperador Constantino Mano, y la Emperatriz Elenea, muger del Emperador Manuel
Paleólogo, madre deste vltimo Emperador Constantino Paleologo. Con esto, tampoco me parece,

1459
Sobre todo lo referente este hecho en las fuentes castellanas, CIRAC ESTOPAÑAN, SEBASTIÁN: La caída
del Imperio Bizantino y los españoles. Barcelona: CSIC, 1954; DÍAZ-MAS, PAOLA: «El eco de la caída de
Constantinopla en las literaturas hispánicas» En Bádenas de la Peña, Pedro y Pérez Martín, Inmaculada
(eds.): Constantinopla 1453 mitos y realidades. Madrid: CSIC, 2003 pp. 317-350.

705
José Fernando Tinoco Díaz

que dexa de tener gran concordancia, que el Emperador en en cayo tiempo la silla Imperial se
traslado de Constantinopla en cabeça de Carlos Magno en Roma, se llamaua tambien Constantino,
conviene a saber Constantino sexto, hijo de la Emperatriz Irene, la qual aunque a la sazon
gouernaua el Imperio, pero pertenecia al Imperio al Emperador si hijo. La perdida desta
potentissima ciudad y su Imperio Griego estaua prophetizado en tiempo de la primitiva Iglesia por
el martyr San Methodio, que hablando de las gentes Mahometanas, a quienes el llama Ismaelitas,
dixo que Grecia seria por ellos puesta en cautiuidad y muerte» 1460.

Para los cronistas castellanos de este periodo, con la caída de Constantinopla se


interrumpía la vía natural entre los reinos cristianos occidentales y Tierra Santa. El
creciente poder turco en esta región definía la guerra contra el Islam en el frente oriental,
como una contienda de marcada índole defensiva. En contraposición, en el territorio
hispano de Andalucía los reyes castellanos comenzaban a imponerse a las fuerzas
musulmanas con bastante éxito. Por este motivo, las nuevas batallas trascendentales para
el destino de la cristiandad debían de librarse en esta zona geográfica, el nuevo lugar de
conexión entre ambos. Desde tiempo atrás, esta región parecía haberse convertido en el
postrero resquicio de la lucha activa frente al musulmán, un territorio cercano, donde los
nobles europeos podían redimir sus pecados participando en una contienda de caracteres
salvíficos. De hecho, a esta tierra habían acudido diversos nobles europeos ávidos de
aventuras frente a los musulmanes, animados sin duda por las profecías y tradiciones que
circulaban en todo Occidente y que demostraban la pervivencia del ideal original de
cruzada. Pero en el ocaso del periodo medieval, la frontera castellana con reino nazarí de
Granada pasó a ser considerada también como el territorio europeo más proclive por el
Pontificado romano para comenzar a proyectar una contundente respuesta frente la
amenaza islámica.

Frente a la fragmentación del mundo cristiano, que había ocasionado la debilidad y


flaqueza frente a los ataques otomanos en Oriente, el reino de Castilla parecía
establecerse como la principal esperanza para Occidente. Sus reyes estaban a punto de
concluir con un proceso de reconquista del territorio godo que se retrotraía a centurias
anteriores, en el que solo restaba la conquista del emirato nazarí de Granada. Si tal
hazaña se conseguía, los ejércitos cristianos de este territorio podrían continuar
avanzando inexorablemente hasta alcanzar Tierra Santa. Por este motivo, las referencias
a la culminación de esta empresa se rodearon de un especial halo santificado, muy
semejante al sentimiento cruzadista primigenio, que estableció una proyección natural
1460
GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., pp. 491-492.

706
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

entre la conclusión de la conquista de Granada y el inicio de un nuevo periodo de unidad


para todo el cristianismo. A través de la obra de diversos autores castellanos de este
periodo bajomedieval, muchos de ellos con orígenes judíos o conversos se observa un
proceso de adecuación al contexto andaluz, o «andalusización» en palabras de Angus
Mackay, de las profecías escatológicas surgidas en torno al mito jerosolimitano
universalista que convirtieron a esta tierra en «factor dinámico en la historia del fin del
mundo» en toda Europa. Andalucía pasó a ser considerada entonces, «otra Tierra Santa y
una especie de Jerusalén [...] destinada a jugar un lugar muy importante en la guerra del
fin del mundo»1461. Los historiadores al servicio de los reyes de Castilla pudieron
reinterpretar y adaptar la perspectiva milenarista del mito apocalíptico, para definir el
final de la ancestral contienda que castellanos y granadinos mantenían, como una guerra
que significaría el punto de partida para la reconquista jerosolimitana y el definitivo final
del Islam. De esta manera, se generaba una asimilación del significado escatológico de la
restauración de la Jerusalén cristiana con el final de la divinal empresa hispánica, aquella
en la que parecía jugarse la suerte de toda la cristiandad.

8.1.2. LA IDENTIFICACIÓN DE LOS SIGNA IUDICII EN EL ENTORNO TEMPORAL Y


ESPACIAL CONTEMPORÁNEO A LA DERROTA DEL EMIRATO NAZARÍ.

Las teorías apocalípticas medievales tradicionales contemplaban un final de la


Historia de la humanidad que no se situaba en un futuro remoto e indefinido, sino en un
tiempo cercano, donde cualquier profecía podía cumplirse en el momento más
inesperado. Por este motivo, la generalización de fenómenos extraordinarios o cuestiones
singulares que pudieran afectar al día a día de una comunidad, ayudó al desarrollo de
distintos contextos sociales impregnados por el miedo, e incluso el anhelo, en el que los
posibles vaticinios y augurios ayudaban a componer una lectura milenarista esta realidad
concreta. En palabras de Guadalajara Medina, «la presentación de las terribles
calamidades que precederán al fin de los tiempos, sus signos precursores, sus efectos
destructivos se convierten en fatales evocaciones de un futuro inmediato, de las que

1461
MACKAY, ANGUS: «Andalucía y la guerra del fin del mundo» En VV.AA.: Andalucía entre Oriente y
Occidente (1236-1492). Actas del V coloquio internacional de Historia medieval de Andalucía. Córdoba:
Universidad de Córdoba, 1988, pp. 329-342, p. 330. Este autor realiza un completo recorrido sobre las
distintas tradiciones apocalípticas que parecían destacar la idea de que Andalucía estaba predestinada a
jugar un papel muy importante en el comienzo del Fin del Mundo cristiano. Asimismo, consultar LAFAYE,
JAQUES: «Reconquista, djihad, diáspora, en la España de los Reyes Católicos» En Lafaye, Jaques: Mesías,
cruzadas, utopías. El judeo-cristianismo en las sociedades iberoamericanas. México: Fondo de Cultura
económica, 1997, pp. 47-57, pp. 52-53.

707
José Fernando Tinoco Díaz

supieron extraer sus prácticas consecuencias los hombres de la Edad Media»1462. En ese
sentido, desde comienzos del siglo XV fue especialmente visible una generalización en
Castilla de escritos de índole escatológica, basados en la obra de autores como Juan de
Rocatallada o Vicente Ferrer. Este tipo de obras identificaba diversas señales que
manifestaban la enfermedad del pueblo castellano, determinando un realista diagnóstico
de la realidad peninsular bastante pesimista. Esta interpretación no fue forzada, sino que
se limitó a establecer una relación directa de los hechos extraordinarios acaecidos en este
territorio, con varias de las profecías surgidas en el seno hispano, como la denominada
Planto de España. El lamentable estado interior del reino castellano durante los últimos
años del mandato de Enrique IV, en el que la corrupción generalizada parecía haber
afectado al conjunto de la sociedad, determinó la génesis de un clima favorable al
surgimiento de estas fuertes especulaciones de tipo escatológico, visibles incluso en los
discursos cronísticos compuestos durante esta fase. Diversos historiadores contrarios a la
figura del rey realizaron una lectura milenarista de su realidad cercana, identificando en
ella diversos elementos que presagiaban un futuro aciago para don Enrique, el cual
parecía desoírlos por temor a su significación. Sirva como ejemplo el siguiente
fragmento de la crónica de Alonso de Palencia, en el cual se afirma que:

«Contábanse haber visto portentos y monstruos, anuncios de terribles calamidades, y en el


cielo señales de cometas, meteoros en forma de vigas y estrellas fugaces, no señaladas, ni vistas
por los antiguos. Pastores y rudos campesinos referían haber presenciado cosas increíbles y
manifestaban al Rey sin rebozo haber visto anuncios de desastres, interpretando las señales de los
que después acaecieron. Todo lo oía don Enrique con frente serena y sin la menor apariencia de
turbación o de espanto; por el contrario, llamaba por broma concurso de gentes, y mandaba
explicar en público lo que antes le habían revelado en secreto. De aquí que familiarizándose en
cierto modo con la narración de vaticinios, aficionárnosle mucho a oírlos o a interpretarlos [...] Las
severas advertencias de sujetos de autoridad y doctrina difícilmente se sufrían y a toda costa se
procuraba acallarlas, para que los pueblos no se arrojasen a más peligrosos movimientos, con el
apoyo de autorizados intérpretes de sus quejas»1463.

1462
GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., p. 60.
1463
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., p. 107. Este tipo de presagios y anuncios
milenaristas, que coparon la narración del ascenso de doña Isabel al trono de Castilla, pasó a la cronística
posterior con bastante fuerza, pretendiendo así el carácter providencial del reinado de la soberana. Sirva
como ejemplo el siguiente fragmento de la obra de Pedro Barrantes: «En este tienpo vino un torvellino en
Sevilla tan grande, tan espantoso é temeroso, qual nunca las gentes jamas vieron ni oyeron, segun los males
grandes é casos admirables que acaeçieron. Este torvellino vino con un nublado muy escuro, é duró poco
mas de media hora, en el qual espaçio arrebató un par de bueyes uncidos, con su arado colgando del ygo, é
llevóslos en el ayre un gran techo; ansimismo arrebató una canpana de la iglesia de Sant-Agustin é la echó

708
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Durante los últimos años del siglo XV pareció vivirse un periodo generalizado de
desorden en todo el contexto mediterráneo y no solo en Castilla. Este tiempo estuvo
marcado por grandes cambios climáticos, cataclismos naturales y desórdenes
astronómicos, a los que debían sumarse las propias guerras entre cristianos,
persecuciones, epidemias y, sobre todo, la creciente amenaza del avance turco. Este tipo
de hechos y fenómenos podían determinar advertencias divinas de grandes desastres,
pero también significar el vaticinio de un hecho brillante que marcara un cambio de signo
para toda la cristiandad. Uno de los mejores ejemplos que ilustra la perspectiva
apocalíptica presente en las narraciones del periodo, se encuentra en la crónica palentina.
El siguiente fragmento de la crónica de este autor castellano hace referencia a diversos
hechos acaecidos a lo largo del año 1488 en el contexto mediterráneo. En el mismo,
Palencia denota la relación entre la generalización de estos fenómenos y los grandes
conflictos que asolaban la tierra de la Península Itálica:

«Otros muchos y diferentes prodigios, todos temerosos, ocurrieron en distintas partes del
mundo, y llenaron de espanto principalmente a los que veían aumentar de día en día las ocasiones
de feroces guerras con la insaciable sed de sangre. Sobre todo, aterrorizó a los dálmatas el prodigio
acaecido en Ragusa, la antigua Epidauro, según dicen. Allí, después de una nevada mayor que las
acostumbradas, en día determinado, la nieve que cubría todos aquellos campos, hasta la altura de
un palmo, tomó color de sangre. Prodigio que no encuentro escrito haya ocurrido jamás en parte
alguna. En Padua nació un niño con la boca invertida en la parte alta de la cabeza sobre la frente, y
con una oreja de buey y otra de persona humana, aquélla pegada a la piel; de los pies, uno hendido,
como pezuña, y el otro de hombre. En Venecia aterró mucho a las gentes el nacimiento de una
criatura con dos cabezas, hermafrodita y con vísceras dobles. Solo vivió un día. En el mes de

de alli un gran tiro de ballesta; derribó una parte del palaçio real avia perdieron de supito el verdor; é
arrancó mas de çinquenta naranjos dellos de raiz que avia muchos años que eran puestos, entre los quales
avia uno mas grande, mas alto, é mas grueso que todos los otros, el qual echó por çima de los adarves é
almenas de çinco tapias de alto, fuera d ela huerta, lleno de naranjas. Una ymagen que estava en medio de
la huerta con corona dorada en la cabeça, fue arrebatada é nunca mas paresçió; todas las almenas que
estavan delante de la huerta fueron derribadas; lo alto de la torre pasçió ser cortado con un cuchillo; de tres
iglesias llevó la mayor parte de los tejados; quarenta arcos de los caños de Carmona por donde viene el
agua á la cibdad de Sevilla, que con gran fuerça no pudiera derribar, de supito cayeron; é lo que es mas de
maravillar que en el caer ningun sonido hizieron, algunos sepulcros firmemente labrados se abrieron por
medio; madera muy grande artifiçiosamente labrada, no solamente la hizo pedaços, mas por el ayre la sacó
fuera de la cibdad é derribó quinientos pares de casas de notables edifiçios, lo qual acaeçió tan brevemente,
que no ay onbre que lo pueda ymagindad, salvo quien lo vió. Sobre esto uvo grandes juizios: unos dezian
que era por potençia natural, otros que por querer nuestro Señor, otros que por otras causas, otros que por
pecados de la cibdad; pero como el prinçipal daño avia sido en la prinçipal cibdad de España,y en la casa
real é ser sacado del palaçio real el mayor árbol que en él estava, dixeron muchos que presto el Rey
perderia la vida ó la corona, lo qual acaeçió poco adelante»; BARRANTES MALDONADO, PEDRO:
Ilustraciones de la..., op.cit., pp. 387-388.

709
José Fernando Tinoco Díaz

Mayo se vio en Milán, durante quince días consecutivos, un cometa horrible que figuraba una
cabeza humana, de cuya boca salían haces de llamas. Y por los mismos días, o poco antes, sufrió
grave desgracia en Forlici la esposa de Jerónimo, Catalina Galcazzo, hermana del duque de Milán
Juan María Galeazzo Sforza»1464.

Este tipo de testimonios deben ser considerados un exponente directo de la


sensibilidad colectiva ante unos hechos que se consideraban prodigiosos. Johan Huizinga
afirma que el mundo medieval había de ser entendido como una realidad construida a
través de símbolos, en los que la sociedad encontraba inscrito todo un conjunto de
mensajes divinos que el hombre habría de descifrar. Durante esta etapa histórica, el
universo sensible era considero como una imagen o un signo de la voluntad divina, por lo
que todo lo que rodeaba a los individuos en su vida diaria era susceptible de ser
interpretado como un vaticinio de la divinidad cristiana. En ese sentido, la verdad era
planteada como una simple, y a la vez compleja, interpretación de las manifestaciones
perceptibles de la Providencia divina1465. Dentro de este esquema cosmológico, surgió
una teología de lo que se ha venido a denominar ―signos de los tiempos‖, la cual tuvo su
origen en el Apocalipsis de San Juan y en la lectura bíblica de la experiencia histórica. La
aparición en las narraciones cronísticas de diversos prodigios en momentos de crisis
generalizada, siempre estuvo rodeada por una atmósfera moral y religiosa proporcional a
la gravedad de la situación. Las crónicas generales de este periodo refieren varios
aspectos concretos referentes a la identificación de estos signa iudicci, como un vaticinio
de naturaleza escatológica que determinaba ese carácter milenarista que rodeaba al
contexto castellano durante las últimas décadas de esta centuria. En ese sentido, el
cronista sevillano Andrés Bernáldez ilustró de forma magistral este tipo de hechos a
través de la narración de un eclipse acaecido el 29 de julio de 1478, en la que describió
los temores del pueblo andaluz ante unos desconocidos designios de la divinidad:

«El dicho año de mil cuatrocientos y setenta y ocho, a veinte y nueve días del mes de julio, día
de Santa Marta, a medio día, dizo el sol un eclipse, el más espantoso que nunca los que fasta allí
eran nacidos vieron; ca, se cubrió el sol de todo e se paró negro, e parecían las estrellas en el cielo
como de noche, el cual duró así cubierto muy gran rato, fasta que poco a poco se fue descubirendo.

1464
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 347.
1465
HUIZINGA, JOHAN: El otoño de…, op.cit., pp. 212-220.

710
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

E fue gran tenor en las gentes, e fuían a las iglesias; e nunca aquella hora tornó el sol en su color,
ni el día esclareció como los días de antes solían estar, e así se puso muy caliginoso» 1466.

La tradición basada en el Antiguo Testamento determinaba que este tipo de hechos no


eran anuncios de un periodo de catástrofes, sino el anuncio de la salvación que liberaría
al hombre y al mundo. Sin embargo, la lectura apocalíptica neotestamentaria afirmaba
que los periodos crisis y horrores generalizados podían determinar el inicio del desenlace
de la historia de la cristiandad. La Iglesia católica apoyó esta interpretación siguiendo así
una orientación política conservadora, relegando a un segundo plano los signos y
prodigios de la salvación e incidiendo en el aspecto más negativo de estos hechos
fenomenales y en la protección ejercida por la propia Santa Madre Iglesia1467. De hecho,
en el anterior fragmento Bernáldez destacaba que el miedo ante tal prodigio astral
empujó a los castellanos a refugiarse en las iglesias. Por el tono de su narración, parece
que el eclesiástico estuviera redactando una verdadera metáfora de lo que significada
para él la religión cristiana como escudo ante una realidad que rodeaba y castigaba
diariamente al pueblo del reino hispano. En el momento en el que una realidad oscura y
brumosa se presentaba ante el pueblo cristiano, era la fe en Dios la única cosa que
escudaba a estas personas de sus temores. Para el conjunto de la sociedad medieval, la
generalización de estas adversidades y catástrofes naturales era un claro anuncio del
inicio de una época de profundos cambios, ante los cuales se extendía el temor ante el
desconocimiento de su signo. Verbigracia, la proyección física de eclipses, como este

1466
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 78. Asimismo, también cabe destacar este
otro fragmento de la crónica de Pedro Barrantes, referente a este mismo año, en la cual se informa de que
el bautizo de don Juan, quien fuera destinado a ser heredero de los soberanos castellanos, también estuvo
rodeado de ese halo de miedo y temor, que en este caso parecía anunciar el aciago destino del príncipe
castellano: «Dende en veynte dias quel prinçipe Don Juan fue bautizado, que fue á 29 dias del mes de
Jullio deste año de 1478 años, dia de Santa Marta, á medidodia, hizo el sol un eclipse, el mas espantoso que
nunca los que en aquel tienpo vivian avian visto, porque se cubrió el sol del todo, é se paró negro, é se
paresçieron las estrellas en el çielo, como si fuera noche, é duró ansi cubierto gran rato hasta que poco á
poco se fue descubriendo, é fue tan grande el temor, que el Rey é la Reina, el Duque é duquesa de Medina,
é todas las otras gentes de Sevilla é de todo el reino uvieron que huian á las iglesias, é nunca aquel dia
tornó el sol en su color, ni el día esclareçió como los otros dias solia estar, é ansi se puso muy caliginoso.
Diversos juizios se echaron sobre esto. Finalmente, concluian diziendo que la vida del prinçipe Don Juan,
que estonçes avia naçido en el mayor hervor de su juventud é gloria, seria acabada é escureçida, é ansi fue
despues»; BARRANTES MALDONADO, PEDRO: Ilustraciones de la..., op.cit., pp. 447.
1467
Sobre todo ello, BETANCUR, RICARDO: Ricardo: «Signos de los tiempos: ¿Signos del fin del mundo?»
En Enfoques XVI, nº2. San Martín Entre Ríos: Universidad Adventista de la Plata, 2004, pp. 179-187.
Sobre la proyección milenarista de esta lectura finalista de los azotes y prodigios físicos, y su relación con
la cruzadas, ALPHANDÉRY, PAUL Y DUPRONT, ALPHONSE: La cristiandad y…Las primeras cruzadas,
op.cit., pp. 60 y ss. Al respecto de la influencia de los llamados signa iudicci en el panorama peninsular,
consultar GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., pp. 137-141, 172-179.

711
José Fernando Tinoco Díaz

narrado por Bernáldez, era interpretado como el presagio de una devastación futura para
la sociedad occidental. Pero tales fenómenos también podían hacer referencia a la suerte
de la nación musulmana, en el caso en el que implicara de alguna forma a la luna. Así lo
explica Alonso de Palencia, cuando relataba un suceso astrológico sucedido durante el
año 1485 en el territorio andaluz:

«Por el mismo tiempo [1485], en Cala y Santa Olalla, territorio de Sevilla, aparecieron al
atardecer tres soles en el cielo, con gran terror de los que los vieron y maravilla de los que lo
oyeron referir. Este prodigio, decían algunos, era más temible para los cristianos que para los
moros, cuyas supersticiones asignan al sol influjo favorable para nosotros, y a la luna para ellos. El
descalabro experimentado por nuestras tropas en aquellos días vino a confirmar en cierto modo la
supersticiosa creencia»1468.

Alonso de Palencia reconoce en sus escritos que, «eran la mayor parte andaluces muy
dados a estas imaginaciones»1469. Sin embargo, Angus Mackay puntualiza en su artículo
que este tipo de creencias no era algo singular del territorio andaluz, pues «tanto en
Oriente como en Occidente los hombres de la Edad Media se preocupaban de descifrar y
entender los signos apropiados, la mayoría de los cuales tenía alguna relación, directa o
indirecta, con los textos bíblicos»1470. El grueso de la población cristiana contemplaba los
eclipses, terremotos u otro tipo de prodigios meteorológicos, con el miedo propio de la
incomprensión ante la causa de tales fenómenos. Era necesario, por tanto, realizar una
interpretación, lo más acertada posible, de su posible significación para el futuro devenir
de la sociedad cristiana en los que habían tomado forma. El análisis de estos prodigios
naturales podía producirse, tanto de forma deductiva, a través de complejos cálculos de
bases numéricas y temporales derivados del perfeccionamiento del arte de la lectura de
los astros1471, como inductiva. En el caso de la cronística castellana contemporánea al

1468
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 165-166. Asimismo, huelga traer a colación
este otro ejemplo, que determina esa relación que el cronista castellano afirmaba que existía entre estos
fenómenos celestes, y la aparición de diversos conflictos y desastres en los reinos italianos: «Este año de
1486 se anunció funesto, así con pestes, tempestades y movimientos de guerra como con otros tristes
sucesos que sobrecogieron a todas las gentes, y que el eclipse de sol había pronosticado. Los habitantes de
Roma y de la Pulla habían visto poco antes en los cometas de cabellera amenazas de variadas calamidades
y de discordias entre los pueblos»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 224.
1469
PALENCIA, ALONSO DE: Crónica de Enrique IV..., op.cit., p. II, 88.
1470
MACKAY, ANGUS: «Andalucía y la...», op.cit., p. 333.
1471
PAGE, SOPHIE: La astrología en los manuscritos medievales. Madrid: AyN Ediciones, 2004, pp. 11-28.
GARIN, EUGENIO: El zodiaco en la vida. La polémica astrológica del Trescientos al Quiniento. Barcelona:
Península, 1981. En el caso castellano, Fernández Conde destaca que era muy posible investigar el influjo
de los astros en los acontecimientos mundanales y llevar a establecer sus influencias con tan de que se

712
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

conflicto castellano-nazarí, la interpretación del significado de tales hechos respondió


generalmente a fórmulas bastante simples de análisis, donde la perspectiva más pesimista
de la realidad cercana estuvo especialmente presente. Por este motivo, los diversos
fenómenos naturales generalmente eran considerados, por los narradores de este periodo,
como presagios de mal augurio asociados a castigos divinos. Sirva como ejemplo el tono
del siguiente fragmento de la crónica de Alonso de Palencia:

«Por aquellos días fue tema de variados juicios entre los nuestros, temerosos de algún funesto
presagio, un eclipse que el 16 de Marzo [de 1485] oscureció gran parte del sol. En opinión de los
más entendidos en astrología anunciaba largos años de calamidades para los Príncipes cristianos,
porque venía precedido de otros portentos en diversas partes del mundo ocurridos, nuncios de
seguros desastres. Especialmente en Roma habían aparecido, en el mismo mes de Marzo, horribles
cometas, que habían dejado ver en el cielo despejado una cruz y cabelleras de fuego con saetas en
forma de media luna por ambos bordes»1472.

Los fenómenos que atrajeron la atención de estos narradores con más asiduidad,
fueron los desajustes celestes, como cambios de la órbita lunar, mudanzas de estrellas o
eclipses, como se ha tenido oportunidad de examinar. Pero entre los diversos prodigios
mencionados por la cronística como augurios de una época de calamidades, también se
mencionaron bruscas alteraciones del clima, que afectaron al ritmo normal de la
producción agraria, o destacados cambios climáticos, como movimientos sísmicos o
huracanes. En lo que se refiere al primer caso, la lectura negativa de este tipo de
variaciones imprevistas era bastante corriente, habida cuenta del marcado carácter rural
del modo de producción de la sociedad medieval. Sirva como ejemplo la narración de
Alonso de Palencia de las grandes lluvias acaecidos en noviembre de 1485, donde el
cronista afirmaba que «e llovió hasta el día de la Natividad de Nuestro Redenptor, que
son seis semanas, que nunca en este tiempo uvo sino dos o tres días en que escanpasse».
Las consecuencias de tal cantidad de precipitaciones, «que nunca los que eran nacidos
estonces vieron tantas aguas ni tantas avenidas en tan poco tiempo», determinaron que se
perdieran «totalmente muchos honbres e muchas haziendas; cayéronse infinitas casas e
edificios; muriéronse infinitos ganados, muchas arboledas e viñas arrancadas, e otras
cubiertas del légamo del rrío»1473.

guardara el libre albedrío y la omnipotencia divina; FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La


religiosidad medieval..., op.cit., pp. 289 y ss.
1472
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 174.
1473
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 166.

713
José Fernando Tinoco Díaz

Con respecto a la mención de terremotos, cabe destacar que durante este conflicto
tuvo lugar un destacado seísmo en Almería durante 14871474. Fernando del Pulgar
destaca en su narración que tal sacudida se hizo sentir en el real castellano, establecido en
las tierras aledañas a Vélez Málaga. Según afirma el cronista, «desta señal fueron algunas
gentes espantadas, pensando que aver tenblado la tierra en aquella ora era señal de alguna
fortuna que acaesçería en la hueste; otros creyeron aquello ser cosa que suele acaesçer,
como vemos las otras cosas naturales que de continuo se veen»1475. Valera complementa
la información aportada por el cronista real, determinando que a pesar de que «algunos
ovieron grand turbaçión dello; pero ni por esso el rey dexó de seguir su propósito [de
conquistar Vélez-Málaga]»1476. Alonso de Palencia pretende aportar la perspectiva
contraria a esta versión castellana, al indicar que:

«Influyó principalmente en el terror que se apoderó de todos los moros del territorio granadino
el terremoto que en Noviembre derrumbó la torre más fuerte y la mayor parte de las murallas de
Almería, y que en nuevas y más terribles sacudidas destruyó cuanto Mahomad Abohardillas había
hecho reparar. Este suceso fue de funesto augurio para todos los mahometanos»1477.

Como queda presente en los fragmentos de la obra de estos tres narradores, este tipo
de incidentes naturales eran aprovechados en la cronística para intentar interpretar el
ambiente que parecía reinar en ambos reinos. En ese sentido, la repentina aparición de
fenómenos bruscos, como grandes vientos, servía a los autores para explicar diversas
situaciones de forma alegórica. Sirva como ejemplo el siguiente texto de una de las
epístolas de Pedro Mártir, donde el autor se sirve de la aparición de una ventisca para
ilustrar un motín especialmente violento acaecido en el campamento musulmán. Según el
cronista italiano:

«Al fin, tras prolongadas marchas y con paso rapidísimo -para que no hubiera lugar a
arrepentirse-, llegamos a Guadix y acampamos en su llanura. Estalla un motín popular en la
ciudad, y a la misma hora se levanta un viento de tal violencia, que arrancaba las tiendas. El Zagal
apacigua el motín y la aurora calma el viento»1478.

Los cronistas castellanos también denotan que, en el seno de la sociedad musulmana,


este periodo también fue una fase de especial sensibilidad ante hechos de clara
1474
Este terremoto ha sido estudiado recientemente por OLIVERA SERRANO, CÉSAR: Actividad sísmica del
reino de Granada (1487-1531): Estudio histórico y documentos. Madrid: Grafos, 1995, pp. 25 y ss.
1475
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 261.
1476
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., p. 215.
1477
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 335-336.
1478
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 141.

714
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

proyección escatológica. Alonso de Palencia, el autor más crítico ante la cultura nazarí,
afirma que la derrota musulmana en batalla de Lucena (1483), y la posterior captura de
Boabdil, fueron seguidas por nefastos presagios para el futuro del emirato. Según
determinaba el cronista, «al día siguiente un eclipse de luna amilanó más a los
granadinos, que creyeron ver en el fenómeno augurio de nuevos desastres»1479. De una
manera semejante, Jerónimo Münzer determina que la última tentativa musulmana para
liberar la capital nazarí del asedio castellano, se interrumpió porque «al ver que
repentinamente se oscurecía la luna, en la creencia de que se les presentaba un mal
agüero, detuvieron sus pasos, y seguidamente, al faltarles las fuerzas, acabaron, como
dije, por rendirse»1480. En estos fragmentos de la obra de ambos cronistas se denota un
claro fondo despectivo hacia las reacciones de estos musulmanes ante tales fenómenos
celestes. Para los autores castellanos, en general, «las creencias de que los ritos
musulmanes eran una suma de errores, y por tanto supersticiones»1481. Por este motivo,
cualquier hecho que fuera extraordinario podía influir en el ánimo general de los
nazaríes. Pero la crónica escrita por Hernando de Baeza relata las creencias de los
nazaríes sin ningún tipo de connotación negativa, determinando revelando que la actitud
de los nazaríes no variaba sobremanera de la perspectiva castellana de tales fenómenos.

1479
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 78-79. El cronista Luis del Mármol ampliaba
las referencias a estos augurios que habían rodeado a esta derrota musulmana. El castellano afirmaba que
«contáronnos algunos moros antiguos, que saliendo el rey [Boabdil] de Granada por la puerta Elvira, topó
el hasta del estandarte que llevaba delante en arco de la puerta y se quebró, y que los agoreros le dijeron
que no fuese más adelante, sino que se volviese, porque le sucedería muy mal; y que llegando a la rambla
de Beiro, como un tiro de ballesta de la ciudad, atravesó una zorra por medio de toda la gente, y casi por
junto al proprio Rey, y se les fue sin que la pudiesen matar; lo cual tuvieron por tan mal agüero, que
muchos moros de los principales se quisieron volver a la ciudad, diciendo que había de ser su perdición
aquella jornada; más el Rey no quiso dejar de proseguir su camino […] los cristianos, con más ánimo que
fuerzas, porque eran muy pocos en comparación de los enemigos, siguieron luego al alcance, y en
descubriéndolos, los acometieron en un arroyo que llaman de Martín González, legua y media de Lucena,
por el mes de abril de este año; y siendo Dios servido darles victoria, prendieron al rey Abí Abdilehi, y
matando al alcaide Alatar y otros muchos caballeros moros, cobraron la presa que llevaban, y cargados de
despojos, con nueve banderas que ganaron aquel día, volvieron alegres y victoriosos a sus villas» ; MÁRMOL
CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia de la...», op.cit., p. 573.
1480
MÜNZER, JERÓNIMO: «Viaje por España...», op.cit., p. 121.
1481
BARKAI, RON: Cristianos y musulmanes..., op.cit., p. 136. Este tipo de referencias fue también
destacadas en las fuentes muy posteriores a la Guerra de Granada. En su relato de la conquista de Zahara
de la Sierra, el padre Mariana afirmaba que los nazaríes eran conscientes de que esta conquista podría
haber provocado el inicio de la contienda definitiva frente a los castellanos. Sin embargo, el castellano
explicaba este razonamiento desde una perspectiva casi escatológica, afirmando que «congojábanles [a los
musulmanes] algunas señales vistas en el cielo: y un viejo adevino luego que los moros tomaron á Zahara,
refieren dijo en Granada á gritos; -Las ruinas deste pueblo (ojalá yo mienta) caerán sobre nuestras cabezas.
El ánimo me da que el fin de nuestro señorio en España es ya llegado-»; MARIANA, JUAN DE: Historia
General de..., op.cit., p. 93.

715
José Fernando Tinoco Díaz

Al fin y al cabo, la tradición islámica no era más que una elaboración de las escatologías
judía, zoroástrica y cristiana, por lo que el comportamiento de esta sociedad ante tales
fenómenos meteorológicos era muy semejante al de los propios fieles católicos. A través
de la narración de su vida en la corta granadina, el traductor confirma en varias ocasiones
que el pueblo nazarí se mostraba inquieto cuando acaecían este tipo de fenómenos, con
comportamientos muy semejantes a lo que podía verse en la sociedad cristiana. De
hecho, este traductor destaca en su narración que el monarca musulmán consultaba a
astrólogos para averiguar la significación de estos hechos y poder actuar con previsión.
De esta manera relata el castellano la lectura del cometa que anunció la futura derrota
mora que acaeció en la batalla de Lucena (1483):

«No pasó mucho tienpo quando se apareció una meta házia la parte del medio dia, allegada
mucho al oriente, la qual parescia tan ancha y tan larga como vna espada de dos manos, se
mostraua desde las dos oras antes de esclareciese el dia, y duraba hasta tanto que la claridad del sol
la tapaua. Echaua de si admirable rresplandor, y dizen que paresció por más de treynta dias: la cual
puso grande admiracion en las gentes; y siendo por el rrey consultados algunos astrólogos le
dixeron que aquello mostraua grandíssima guerra y grande destruycion en ella» 1482.

Como ha quedado presente, esta profusión de elementos escatológicos en la cronística


contemporánea al conflicto castellano-nazarí, abogaba por plantear una interpretación
finalista del mismo. En ese sentido, la crónica más rica en este tipo de referencias fue la
Guerra de Granada de Alonso de Palencia. En esta obra, son recogidos ampliamente
diversos fenómenos que acaecieron durante la contienda, tanto en el territorio hispano,
como en otras partes del mundo, denotando que este periodo estuvo rodeado de un
especial halo escatológico en todo el contexto mediterráneo. En un fragmento de su obra,
el castellano destaca que «los frecuentes eclipses de luna habían convencido a los moros
de Occidente de que la soberbia de los granadinos, por tanto tiempo funesta a los pueblos
fieles, iba a verse pronto fuertemente quebrantada»1483. Según este autor, los diversos
signos enviados por la divinidad solo podían anunciar que el final de la secta
mahometana estaba muy cercano, lo cual determina una interpretación del futuro de la fe
islámica de claro corte veterotestamentario. Esta afirmación es corroborada con la
siguiente cita de su obra, en la que se destaca que:

1482
BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que...», op.cit., pp. 16-17.
1483
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 224.

716
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«Otro acaecimiento maravilloso debe añadirse a los narrados, y es que en este mismo año la
célebre mezquita erigida en la Meca en honor de Mahoma por los antiguos príncipes y pueblos de
su secta fue destruida por fuego súbitamente caído del cielo, sin quedar el menor vestigio de tan
inmensa construcción. El hecho se consideró como presagio de que amenazaba completa ruina a la
repugnante secta enemiga del nombre cristiano»1484.

La cronística hispánica de este periodo se esforzó en estructurar un discurso que


pusiera de manifiesto el ambiente escatológico que regía el contexto de una cristiandad
mediterránea amenaza por el avance turco, así como los augurios que vaticinaban un
hecho extraordinario en este contexto marcado por la pérdida de Constantinopla. Según
el criterio general, el mismo tendría que ver con la caída del Islam y el triunfo del
cristianismo. En ese sentido, la unión de las coronas de Castilla y León bajo unos mismos
reyes, aparados por la divina Providencia, parecía atraer la atención de estos presagios,
los cuales fueron reforzados por la conclusión de la ancestral empresa castellana frente al
emirato nazarí. El castellano Francisco Bermúdez de Pedraza destaca que:

«A las cosas grandes siempre preceden presagios grandes y vaticinios que las indican mucho
tiempo antes que sucedan. Y a esta vitoria de Granada, [...] fue seruido nuestro Señor de
pronosticarlo con algunas señales, y anticipar sus alegres nuevas con vaticinios que precedieron a
la vitoria muchos años antes que se tratara de su conquista»1485.

Este fragmento de la obra del eclesiástico resume, de manera magistral, el ambiente


general que transmiten las narraciones cronísticas de la Guerra de Granada. Para los
narradores de la guerra castellano-nazarí, su prosecución estuvo llena de señales de que
la divinidad estaba al lado de los castellanos. De hecho, tras una contienda de siglos, en
solo diez años Isabel y Fernando habían conseguido acabar con la presencia del Islam en
el territorio hispano, unificando bajo su mando prácticamente la totalidad de reinos de la
Península Ibérica, algo que para Pedro Mártir fue un nuevo signo de su importancia.
Según determina el eclesiástico, «la guerra de Troya, que duró diez años, y la de las
Galias, realizada por César, indican bien a las claras qué es lo que el número diez suele
acarrear. El tercer ejemplo es nuestra guerra de Granada, que arrancará de raíz de Europa
la mala semilla de los sin-ley»1486. En una línea semejante, Andrés Bernáldez informa de
que estos monarcas:

1484
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 108.
1485
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 169r.
1486
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 155-156.

717
José Fernando Tinoco Díaz

«[…] dieron glorioso fin a su santa y loable conquista y vieron sus ojos lo que muchos reyes y
príncipes desearon ver: un reino de tantas ciudades y villas y de tanta multitud de lugares, situados
en tan fortísimas y fragosas tierras ganado en diez años. ¿Qué fue esto sino que Dios les quiso
proveer de ello y darlo en sus manos?»1487.

La respuesta, por tanto, parecía clara: con su triunfo, los Reyes Católicos habían
demostrado que actuaban bajo la protección de la divinidad, lo que otorgaba a su
empresa un eminente halo providencialista. En su oración por la conquista de Granada, el
eclesiástico Hernando de Talavera dedica unos versos a ensalzar las victorias castellanas
en las operaciones más arduas de una contienda que se convertiría en el primer capítulo
exitoso de la guerra del cristianismo frente al Islam. De hecho, para este eclesiástico, la
conclusión de esta campaña no solo significó el final de un periodo histórico marcado por
la redención de los descendientes del pueblo visigodo, sino también el comienzo de una
nueva fase en la que los ancestrales anhelos del pueblo hispano podían cumplirse gracias
a su renovada fe en la divinidad:

«La razón principal de que hayamos podido ver esa dichosa y gozosísima consumación han
sido el favor de la divina clemencia, la ayuda de la divina Providencia y el impulso de la divina
omnipotencia, en cuyas manos está cambiar reinos, doblegar imperios, destronar a los poderosos y
levantar y ensalzar a los príncipes humildes que confían en Él. Dios les ha ayudado porque
confiaron en su misericordia y no en su arco. Les ha favorecido porque no recurrieron a los carros
o a los caballos (como los enemigos de la fe), sino al nombre del Señor. Les concedió la victoria
porque no confiaron en sus fuerzas ni en su espada, sino en que les vendría del cielo. El mismo
que había golpeado fue el que trajo la curación. Y Tú, Señor, ten misericordia de nosotros» 1488.

8.2. LA PERSPECTIVA PROVIDENCIALISTA EN LA NARRACIÓN DE LOS


PRINCIPALES HECHOS DE LA GUERRA CASTELLANO-NAZARÍ.

8.2.1. LA PERVIVENCIA DE LOS VALORES MORALES TRADICIONALES EN EL SENO DE LA


SOCIEDAD CASTELLANA. EL «JUICIO OCULTO» DE DIOS.

Ana Belén Sánchez Prieto realizó un brillante ensayo sobre la noción de guerra como
manifestante de la voluntad de Dios y de su divina misericordia en las primeras fases del
periodo medieval. Según esta autora, la noción veterotestamentaria del providencialismo
divino se vio influida por las reflexiones de un extenso grupo de autores durante el
periodo Tardo Antiguo y el Alto Medieval, entre los que destacaron San Agustín,
Gregorio Magno, Gregorio de Tours o Beda el Venerable. Estos eruditos cristianos

1487
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 233.
1488
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 28.

718
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

consideraban que la voluntad divina desencadenaba la guerra para castigar los pecados de
un pueblo, y vengar injurias y crímenes cometidos contra su pueblo por sus enemigos.
Por tanto, la batalla suponía un instrumento de la justicia divina, siendo la violencia
inherente a este hecho bélico entendida como un látigo divino frente a los pueblos que
merecían sufrir la cólera de Dios por sus pecados1489. En el caso visigodo, la guerra había
sido entendida, en el territorio hispano, como un acto regido por la autoridad de Dios,
algo que había influido en la concepción religiosa de esta faceta social. Alexander
Bronisch realizó un extenso estudio de la influencia de esta perspectiva providencialista
en la liturgia de batalla visigoda, donde destacaba la existencia de oraciones y ritos
previos a la batalla que él identificaba como un signo de santificación de la guerra. Este
tipo de ceremonias se asentaban sobre la convicción visigoda de que era la divinidad
quién concedía la victoria o la derrota en la batalla. El destino del ejército cristiano en la
batalla quedaba supeditado al juicio de una divinidad que entendía la suerte en la batalla
como un castigo o una recompensa a los actos de los combatientes que tomaban parte en
ella1490.

Durante el periodo bajomedieval, este plano doctrinal derivado del Antiguo


Testamento aún se mantenía en la cronística castellana, la cual siempre destacó la
importancia decisiva de la voluntad divina en el desarrollo de los acontecimientos más
reseñables acaecidos en los reinos hispanos. Según afirma Francisco García Fitz, esta
perspectiva originaba «una visión del mundo y de una cosmogonía según la cual todo ha
sido ordenado conforme a un plan: Dios ha creado atendiendo a unas medidas y límites,
pero no ha abandonado su obra, sino que la Providencia Divina la conserva, gobierna y
guía [...] de modo que Dios se convierte en actor y sujeto principal de la Historia»1491.
Sin embargo, como advierte José Cepeda, esta también es la época en la que «esa idea de
Historia comienza a hacer crisis [...] se abre nuestra Historia moderna pensada»1492. En la
obra de algunos autores castellanos, como Alonso de Palencia o Antonio de Nebrija, se
puede observar cómo la profana idea de fortuna comenzaba a jugar un papel esencial
para el devenir de los reinos cristianos. Sirva como ejemplo las referencias que el

1489
SÁNCHEZ PRIETO, ANA BELÉN: Guerra y guerreros..., op.cit., pp. 21-34. Sobre la perspectiva
providencialista de la historiografía hispánica medieval, también es interesante consultar BENITO RUANO,
ELOY: «La Historiografía en la Alta Edad Media española. Ideología y estructura» En Cuadernos de
Historia de España, nº XVII. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Históricas, 1952, pp. 50-104.
1490
BRONISCH, ALEXANDER P.: Reconquista y Guerra…, op.cit., pp. 47- 156.
1491
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: «La conquista andaluza...», op.cit., p. 53.
1492
CEPEDA ADÁN, JOSÉ: «El providencialismo en...», op.cit., p. 187.

719
José Fernando Tinoco Díaz

primero realizaba a que cualquier cambio en el azar de la batalla, podía servía para
«recordar a los humanos los varios procedimientos de que la inconstante Fortuna se valió
siempre para sublimar o abatir a los poderosos. Así, en un momento y con maravilloso
cambio, deshizo de repente lo que parecía había de permanecer largo tiempo»1493. En
contraposición, en la obra de otros autores de un perfil más clásico, las referencias a esta
influencia de la fortuna en el destino de las tropas cristianas aún aparecen asociadas a la
intercesión de la divinidad. Verbigracia, Bernáldez afirma que:

«La fortuna, que nunca para ni dexa en un ser mucho tiempo permanecer las glorias
mundanas, ni a los malos disimula sus maldades e errores luengamente, para que ayan de perseguir
a los buenos; mas por divina ordenación vemos que los malos, aunque en algún tiempo
prevalescan, presto son consumidos; e los buenos, aunque algunas vezes sean perseguidos, porque
conocen a Dios, siempre Dios los socorre e consuela»1494.

En consecuencia, Pedro Mártir determina que era menester valorar «en qué poco
tiempo, si Dios lo quiere, cambia la fortuna; y demos por sabido que los insignificantes y
a veces los cachorros pueden domar a los leones»1495. Aunque en la obra de estos autores
también comenzó a hacerse visibles diversos rasgos de la nueva mentalidad humanista, el
antiguo Dios castellano, el de las batallas, siguió estando muy presente como motor de la
historia castellana. Así, para Hernando de Talavera, Dios es:

«[...] el señor de las venganzas; el Dios de las venganzas ha obrado libremente. Levántate Tú,
que juzgas la tierra; dale su merecido a los soberbios [...] su nombre es Señor de los Ejércitos, y tu
Redentor es el Santo de Israel. Será llamado Dios de toda la tierra»1496.

Durante la guerra castellana frente al reino de Granada, tanto la victoria del bando
cristiano, como la derrota, se prestaban a la interpretación de una suerte que el ser
humano nunca podría controlar, puesto que se desprendía del juicio de valor que la
divinidad realizaba del comportamiento ético demostrado por su pueblo. De esta manera,
el triunfo o el fracaso del ejército castellano eran entendidos como el culmen de un
desarrollo lógico de acontecimientos derivados de los designios y decisiones divinas. El
carácter veterotestamentaria de esta definición de la batalla, implicaba que los
historiadores del periodo bajomedieval castellano consideraban la existencia de una
1493
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 210.
1494
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 131.
1495
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 71-72.
1496
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 36. Al respecto de todo ello, es interesante
consultar FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval..., op.cit., pp. 93-95, 148-152,
CEPEDA ADÁN, JOSÉ: El providencialismo en...», op.cit., pp. 181-182.

720
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

relación directa entre la actitud con la que los combatientes cristianos guerreaban, y su
suerte en el campo de las armas. Por este motivo, toda contienda regida por los valores de
la doctrina moral cristiana, debía estar condicionada por los principios evangélicos de
magnanimidad y obediencia a la divinidad. En el caso contrario, cualquier empresa
estaría condicionada al fracaso. Estas directrices providencialistas convertían el resultado
de las hostilidades en la recompensa o castigo por la calidad moral de las personas que
participaban en el conflicto y su cariz personal. En último lugar, este tipo de
enjuiciamiento deontológico, llevado a cabo por la divinidad, era identificado por los
cronistas del periodo bajo el término del «juicio oculto de Dios». Esta expresión hace
alusión a «la decisión divina de que en un determinado momento se produzca o no cierta
actuación humana, dando lugar a un efecto político concreto»1497.

En este contexto de la Guerra de Granada, fue la obra de Fernando del Pulgar la


fuente que presentó una narración del conflicto que más atendió a este razonamiento
historiográfico de marcada perspectiva doctrinal cristiana. En una fragmento de su
crónica, el cronista se refiere a este término afirmando que «Sant Agostín, en el libro la
çibdad de Dios, dize: el juyzio de Dios, oculto puede ser, único no»1498. Asimismo, en la
redacción de sus Claros Varones de Castilla, este autor desarrolla de una forma más
extensa esta definición, denotando que:

«Si los juicios de Dios no podemos compreender, menos los debemos repreender; porque no
sabemos sus misterios, ni los fines que su Providencia tiene ordenados en los actos de los hombres.
E por ende el que pudiere refrenar su ira, é dar pasada á las cosas que se pueden tolerar, é aver
sufrimiento para las disimular, sin duda vivirá vida mas segura»1499.

Para otros autores castellanos del periodo, de carácter más humanista, este tipo de
expresiones doctrinales no hacían más que referenciar el hecho de que las dimensiones
humanas de las personas al mando de las huestes castellanas, podían incidir sobremanera
en la suerte de la batalla. Este punto de vista afirmaba que la victoria no dependía del
éxito personal o la riqueza del individuo, sino de los verdaderos valores y bondades que
el guerrero demostrara en la liza. Aunque pudiera parecer que ambas expresiones eran
contradictorias, es visible su complementariedad, lo cual determinó que nunca se llegara
a abandonar el prisma providencialista de manera definitiva. De hecho, Alonso de

1497
NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., p. 234.
1498
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. I, 92.
1499
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros varones de…, op.cit., pp. 104-105.

721
José Fernando Tinoco Díaz

Palencia no deja de afirmar en sus escritos que eran «ciertamente inexcrutables los
juicios del Altísimo, y nadie puede calcular ni medir el alcance de su voluntad, muy
diferente de los juicios de los humanos. Solo Dios es árbitro y él sabe indicar a los
mortales si quiere o no resolver de una o de otra manera las graves cuestiones que los
separan. A veces otorga repentino consuelo a los desesperados de todo socorro, y otras
arroja a los pies de los enemigos a los demasiado confiados en su propia fuerza»1500.

La victoria o derrota del bando cristiano significaba una magnífica noticia o un duro
golpe moral para el reino de Castilla y, en especial, para sus reyes. Refiriéndose al triunfo
en la batalla de Lucena (1483), Alonso de Palencia determina que «la noticia de la
victoria contribuyó bastante a disipar sus cuidados, porque el descalabro de la Axarquia
tenía muy abatidos a los castellanos, y el reciente triunfo les infundió alientos y alegría
para la guerra que se preparaba»1501. Por este motivo, no son pocos los testimonios que
manifiestan evidentes intentos por expresar los principales hechos acaecidos en esta
contienda como una revelación providencial. En todos ellos, la divinidad cristiana era
valorada como «juez supremo, que premiaba con triunfos y castigaba con desastres»1502.
Si las fuerzas del reino habían actuado subordinadas a los principios de la ética cristiana,
la victoria frente al enemigo islámico estaba asegurada por la intervención de la
divinidad a favor de sus fieles. En el caso contrario, el fracaso castellano vendría a
significar un castigo a causa de los errores cometidos por los guerreros que tomaban
parte en la guerra bajo la bandera del cristianismo, siendo entendidos éstos como peccatis
exigentibus hominum1503. En ese sentido, cabe afirmar que durante el inicio de la Guerra
de Granada, momento en el que las fuerzas de ambos bandos estuvieron más igualadas,
esta faceta negativa atribuida a la flaquedad de la hueste castellana estuvo especialmente
presente en las diversas narraciones de la contienda.

En ese sentido, los cronistas castellanos no enmascararon que una de las principales
razones que llevaron a participar a los grandes señores andaluces en esta empresa en

1500
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 430-431.
1501
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 78.
1502
SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO: La Edad Media..., op.cit., pp. I, 375.
1503
La censura a estas expresiones de comportamiento, aparece mencionada en las crónicas desde muy
temprano y se repite como recurso explicativo hasta que acaban por conformar nociones fundamentales en
la guerra medieval occidental; Al respecto, es interesante consultar ALVIRA CABRER, MARTÍN: Guerra e
ideología en la España medieval: cultura y actitudes históricas entre el giro de principios del siglo XIII:
batallas de las Navas de Tolosa (1212) y Muret (1213). Madrid: Universidad Complutense de Madrid,
2000, p. 531 y ss.

722
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

origen, fueron las promesas de obtener importantes beneficios materiales y mercedes de


la corona. Al fin y al cabo, las iniciativas bélicas nobiliarias en la frontera no eran nada
más que negocios privados, en las cuales los castellanos buscaban ampliar las ganancias
de lo invertido a costa de poner en riesgo su propia persona. Este tipo de comportamiento
era una costumbre extendida, arraigada y prácticamente aneja al hecho de la guerra. De
hecho, el rey de Castilla consentía y fomentaba tal práctica, pues el saqueo no era
entendido como una forma para conseguir enriquecimientos importantes. En
contraposición, esta forma de proceder estaba destinada a aportar una retribución extra a
las soldadas cotidianas, lo cual determinaba que el deseo de fortuna seguía constituyendo
uno de los motores bélicos fundamentales de esta sociedad fronteriza1504. En ese sentido,
los Reyes Católicos no pretendieron alterar excesivamente esta realidad, si acaso la
institucionalizaron bajo su dirección personal y acotaron su alcance doctrinal acorde a un
sistema de valores puramente cristiano. El derecho de saqueo tras un asalto o correría,
como forma de recompensa o galardón por haber tomado parte del conflicto a favor del
bando castellano, estuvo totalmente reconocido y permitido por estos monarcas de
Castilla y Aragón. De esta manera, tras el triunfo de las huestes cristianas en el campo de
batalla, el consecuente despojo realizado por las tropas victoriosas fue proyectado como
una justa recompensa a las hazañas de los guerreros que habían llevado a cabo la derrota
del musulmán. Esta perspectiva definía el botín como un medio ecuánime de premiar el
riesgo de los guerreros castellanos. Sin embargo, no cabe duda de que estas ganancias
aún eran consideradas como un medio eminente y evidente de ostentación y promoción
social, lo que pudo mover a un alto número de combatientes castellanos a participar en la
guerra por el mero afán de saqueo. Por este motivo, se hizo especialmente necesario
delimitar el alcance de tal anhelo de enriquecimiento personal. La cantidad de los bienes
obtenidos a través del saqueo del enemigo fue supeditada a la requisa de una
indemnización de tal calibre, que compensara los dispendios generados por la iniciativa
de llevar a cabo esta empresa. Con ello, se aseguraba que los guerreros cubrieran los
gastos personales que había tomado formar parte de esta campaña, sin incurrir en la
codicia, uno de los principales pecados capitales para cualquier cristiano. En el lado
opuesto, la cronística castellana consideraba que el afán excesivo de riquezas podía tener

1504
Al respecto de esta costumbre en la zona fronteriza entre la corona castellana el emirato de Granada,
ROJAS GABRIEL, MANUEL: La frontera entre..., op.cit., p. 140 y ss. Sobre la definición de la búsqueda de
riqueza a costa del triunfo sobre los paganos nazaríes durante esta contienda, es interesante consultar
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., pp. 478-479.

723
José Fernando Tinoco Díaz

una influencia directa en el resultado de las contiendas, puesto que alimentaban los
sentimientos egoístas y perturbaban las relaciones amistosas entre las tropas del mismo
bando.

Para los historiadores castellanos de este periodo, el resultado de que la hueste


mostrara una avidez desmedida por el saqueo, estaba relacionado con la aparición de
actitudes traicioneras, violentas, e incluso las insurrecciones ante la autoridad de sus
señores. Este tipo de comportamientos eran definidos como el contrapunto negativo de
las acciones que se esperaban del buen caballero castellano, el cual debía prestar su
generosidad y largueza poniendo sus bienes al servicio de la causa divina y real. Así lo
determina el autor anónimo de la Historia de los hechos del marqués de Cádiz, el cual
denotaba que «Séneca dize que los grandes sennores non son llamados grandes por
muchas villas e castillos, mas por ser aconpannados de muchos thesoros de grandísimas
virtudes y bondades, e seyendo muy obedientes a Dios nuestro Sennor y a sus reyes
naturales»1505. A lo largo de las narraciones de los primeros hechos de la Guerra de
Granada, los cronistas no dudaron en destacar el pecado de la codicia como uno de las
grandes razones que podían conducir al ejército cristiano a la desunión y amenazar a su
objetivo de acabar con el emirato nazarí. Quizá el ejemplo más patente de la influencia
que la avaricia mostrada por las tropas castellanas podía tener en la cohesión del ejército,
se produjo durante el rescate de las fuerzas que tomaron Alhama (1482). Valera afirma
que, tras la conquista de la plaza, don Rodrigo Ponce de León «mandó luego pregonar,
porque la gente más alegre fuese, que la cibdad se clava a sacomano para que cada uno
tomase para sí lo que pudiese ganar»1506. Según destaca Andrés Bernáldez:

«Ovieron el marqués e todos los que con él fueron infinitas riquezas de oro e plata e alfógar e
seda e ropas de seda, de zarzahán, e tafetán, e alhajas de muchas maneras, e cavallos, e azémilas, e
infinito trigo e cevada e aceite e miel e almendras, e muchas ropas de finos paños, e de arreos de
casa»1507.

1505
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 140. Sobre la codicia durante la Edad Media, consultar
ALVIRA CABRER, MARTÍN: «―Senhor, per les nostres peccatz‖. Guerra y Pecado en la Edad Media» En
Carrasco Manchado, Ana Isabel y Rabadé Obradó, María del Pilar (coords.): Pecar en la Edad Media.
Madrid: Sílex, 2008, pp. 97-113, pp. 105-108.
1506
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 138-139.
1507
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 115-116. Sobre esta perspectiva de la
conquista de Alhama, es interesante consultar CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...»,
op.cit., pp. 444-449.

724
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Esta costumbre castellana era muy repetida cuando urgía la conquista de una plaza, o
en el momento en el que su mantenimiento se planteaba como particularmente difícil. En
este caso concreto, la decisión del marqués de Cádiz estaba destinada a asegurar la
satisfacción de sus tropas y mantener alta su moral ante la más que probable amenaza
nazarí de intentar recuperar la plaza. De hecho, la reacción musulmana no se hizo esperar
y, al día siguiente de que se produjera la toma cristiana, los granadinos comenzaron a
abordar el asedio para la recuperación de la fortaleza. Cuando las tropas del emirato
comenzaron este cerco a Alhama (1482), los castellanos se vieron obligados a pedir la
ayuda de otras fuerzas andaluzas para contrarrestar esta destacada ofensiva. A pesar de
que la mayoría narraciones cronísticas hacen patente el entusiasmo de los cronistas por
convertir Alhama en el ejemplo de la virtud de la unión castellana en una causa común,
otras fuentes también destacan que las tropas cristianas que participaron en este rescate
tomaron parte movidas por la esperanza de obtener grandes beneficios personales,
semejantes a los conseguidos por las hueste a las órdenes de Ponce de León. Tras
conseguir rechazar a las tropas del emir nazarí, los guerreros que habían servido de
refuerzo a los asediados cristianos decidieron demandar una parte del botín conseguido
en la conquista de la plaza. Este requerimiento tuvo como resultado el inicio de una
fuerte discusión entre defensores y auxiliadores, a los cuales se les acusaba de pecar por
envidia, una de las grandes faltas para la sociedad cristiana occidental. Tal disputa fue
recogida por Fernando del Pulgar en su crónica:

«[Los castellanos que participaron en el auxilio a Alhama] eran obligados, no solamente como
cristianos, que deven facer guerra a los moros, mas como buenos cristianos que deven socorrer a
los cristianos [...] -Y ¿qué ynumanidad [decían las fuerzas de la conquista de Alhama] tan cruel, o
qué cobdiçia tan corruta puede ser, que se conpare a querer tomar lo ageno, ganado de tal manera e
con tantos trabajos?- E con la ira que conçibieron decían que no llevarían parte, syno ganándola
con derrammiento de sangre de los vnos e de los otros. Las gentes que vinieron al socorro decía: -
A nosotros perteneçe, no solamente parte, mas todo el despojo que así es avido; porque quanto
mayores trabajos et peligros vosotros ovistes, tanto mayor gloria a nosotros se deve ymputar, como
a onbres que a vosotros et a ello libramos muerte e perdiçión. Verdad es que ganastes este despojo,
pero vosotros a e ello perdido era, porque no lo podíades saluar, e nosotros con nuestra venida lo
recobramos: como cosa por vosotros perdida, y por vosotros de nuevo ganada, nos pertenesçe» 1508.

1508
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 16-17. Alonso de Palencia también recoge una
breve referencia a este episodio en su crónica, donde afirma que «Al repartirse después el botín cogido en
Alhama, que fue cuantioso, surgieron encarnizadas disputas, porque la mejor parte tocó a los más
poderosos, no a los más beneméritos. Así la multitud de cautivos, jóvenes y adultos, como las alhajas

725
José Fernando Tinoco Díaz

La narración que el cronista realiza de este episodio llega a ensombrecer la referencia


que él mismo realizó de la pacificación que el auxilio de Alhama promovió entre dos
enemigos tan acérrimos, como eran el marqués de Cádiz y el duque de Medina Sidonia.
En ese sentido, Rafael Peinado ha identificado esta controversia como el resultado de lo
que él denomina «el sustrato profano de la mentalidad nobiliaria y de la codicia
emparentada con el revanchismo fronterizo, del que participaban los nobles y el común
de Andalucía»1509. A pesar de la airada controversia entre ambas facciones, en este caso
la situación generada por la avaricia no contó con un resultado muy adverso para el
bando castellano. Según refiere la crónica de Pulgar, la autoritaria voz de don Enrique de
Guzmán concluyó rápidamente con esta contienda, a través de una virtuosa alocución
donde destacó los valores de unidad y altruismo que debían regir cualquier hueste
cristiana. El noble se dirigía a sus tropas de esta manera:

«-Pregúntoos yo, caualleros, ¿qué guerra más cruel nos farían los moros que la que el día de
oy queréys hacer a los cristianos? Por cierto, si venimos a dar vengança a nuestros enemigos, et
perdición a nuestros amigos, devéys insistir en esta demanda; pero aquellos que tovieron respeto a
Dios et a la virtud, pospuesto el ynterese, aunque es ynjunsto, se deven dexar dello. Que nosotros -
dixo- no venimos aquí a pelear con los cristianos en fauor de los moros, mas venimos por serviçio
de Dios e del Rey e de la Reyna a saluar del poder de los moros a nuestros hermanos los cristianos;
ni menos venimos con propósito de ganar bienes, mas de saluar ánimas. Esto fue nuestra
yntiuiçión. Y pues, a loor de Dios, es cunplida, en lugar de darle gracias, no demos pena a nosotros
y gloria a nuestros enemigos. Aquí -dixo él- ha de vençer la manifiçençia a la cobdiçia, y la caridat
al escándalo, que el diablo, envidioso de vuestra virtud, procura por manera de perdición. Yo vos
ruego que les pos su despojo, porque si sus trabajos dieron a ellos aquellas riquezas, los nuestros
an dado a nosotros mayor gloria, pues gelas dimos juntamente con la vida-. Vista la voluntad del
duque, todas aquellas gentes se dexaron de aquella demanda, e çesó aquel escándalo»; «nosotros -
dixo- no venimos aquí a pelear con los cristianos en fauor de los moros, mas venimos por serviçio
de Dios e del Rey e de la Reyna a saluar del poder de los moros a nuestros hermanos los cristianos;
ni menos venimos con propósito de ganar bienes, mas de saluar ánimas [...]»1510.

Aunque la defensa de esta plaza acabó ejemplificando la unión de los grandes señores
en torno a la prosecución de esta empresa de índole pseudo-nacional, los pecados de la
codicia y la avaricia continuaron estando presentes en las diversas narraciones de esta
contienda. Ambas flaquezas fueron consideradas como el principal motivo de

robadas después, fueron premio de la violencia más que de la justicia»; PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de
Granada..., op.cit., p. 36.
1509
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., p. 475.
1510
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 16-17.

726
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

justificación de la derrota cristiana en el campo de batalla, al margen de otras cuestiones


que pudieran cuestionar el acierto de las decisiones tomadas por los principales caudillos
de la hueste castellana. De hecho, a estos pecados capitales se atribuyó el gran descalabro
sufrido por un ejército cristiano a las órdenes de Rodrigo Ponce de León y Alonso de
Cárdenas, durante una correría por la Ajarquía malagueña (1483). Esta fallida operación
puede ser considerada como la mayor derrota que el bando cristiano conoció, frente a los
musulmanes del emirato nazarí, durante todo el siglo XV. La incursión se realizó entre
los días 19 y 21 de marzo de 1483. Parece que el plan principal era llegar hasta tierras
granadinas a través de las tierras aledañas a Málaga, que ofrecían más protección que el
desguarnecido camino de la costa. Sin embargo, cuando las tropas sevillanas se unieron
al contingente encabezado por Ponce de León, surgieron los primeros desacuerdos entre
los comandantes sobre el objetivo real de la expedición. Mientras don Rodrigo abogaba
por atacar Málaga, muchos otros guerreros defendían la opción de atacar baluartes
cercanos para poder obtener botín con facilidad. Este hecho retrasó el avance de la tropa,
facilitando a los musulmanes la preparación de una emboscada que se produjo en terreno
rocoso. La mala guía de un adalid tornadizo, y el excesivo afán de rapiña por parte de los
castellanos, llevó a los atacantes a un desastre que significó una fuente de prestigio, de
botín y cautivos para El Zagal, principal partícipe de la victoria1511. Para un reconocido
escéptico de la ética caballeresca, como era Alonso de Palencia, la falta de una dirección
sensata y el egoísmo fue el verdadero motivo de tal fracaso del ejército cristiano. El
castellano denota en su crónica que:

«No solo es funesta la discrepancia de opiniones entre los caudillos, sino que cuando capitanea
el ejército más de uno, el desastre ocurre fatalmente, mucho más cuando muchas cabezas de un
solo cuerpo introducen la confusión, como sucedió en esta entrada, en que el fingido asentimiento
de los Grandes disidentes fue causa de la catástrofe»1512.

En una línea semejante, el humanista Antonio de Nebrija determina que:

1511
Sobre esta expedición, CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 489-498;
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., pp. 418-419;
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 83-86. De igual manera,
también es atractivo consultar la Epístola XXI, que mosén Diego de Valera envió al rey, tras la derrota del
marqués de Cádiz y el maestre de Santiago, frente a las tropas musulmanas: VALERA, DIEGO DE: Epístolas
de mosén..., op.cit., pp. 75-76. Asimismo, cabe destacar el análisis de las diversas narraciones este hecho
realizado por PONTÓN GIJÓN, GONZALO: Escrituras históricas. Relaciones..., op.cit., pp. 37-61.
1512
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 62-63.

727
José Fernando Tinoco Díaz

«No todos se habían unido para luchar contra el enemigo, pues a algunos les había guiado el
afán de ver cosas nuevas, otros iban para comprar o vender o para cambiar mercancías; a unos
pocos les había movido el amor de la religión cristiana o el deseo de engrandecer su honor por
medio de la guerra». De esta manera, la fuerza castellana no era «un ejército preparado para la
guerra, en que casi siempre unos pocos vencen a muchos, como una muchedumbre desordenada de
hombres; abundancia y concurrencia que suelen ser un estorbo para sí»1513.

Para la mayoría de crónicas castellanas que refirieron este hecho, sin embargo, la
causa de tal derrota se debió al afán por emular el logro de las riquezas obtenidas en el
asedio a Alhama. No cabe duda de que el gran desastre producido durante esta correría
castellana, afectó sobremanera a la psicología del bando cristiano. La Guerra de Granada
apenas comenzaba a andar cuando gran parte de las tropas más destacadas del ejército,
comandado por dos de los principales generales de las huestes de los Reyes Católicos,
fueron desbaratadas en esta fracasada entrada en tierra nazarí. Para el conjunto de los
cronistas del periodo, la explicación más racional de esta derrota se debió al castigo de la
divinidad ante la falta de moral cristiana que pareció mover a los guerreros castellanos
para realizar esta correría. Así lo explica Andrés Bernáldez, el cual atribuyó esta derrota
a la avidez con la cual procedieron las fuerzas de Castilla. Según este autor, los guerreros
del reino hispano se dejaron llevar por la envidia y la codicia a la hora de llevar a cabo
esta cabalgada por tierras malagueñas. Estos pecados anularon la virtud de los
combatientes cristianos, por lo que Dios mismo decidió dar una lección a los castellanos
concediendo la victoria a las fuerzas musulmanes, bastante menores en número. En este
texto que se incluye, el eclesiástico extremeño esclarecía las razones que, bajo su criterio
personal, llevaron al bando cristiano a sufrir este gran fracaso frente a un contingente
menor de guerreros musulmanes, haciendo incidencia en la desdichada disposición de los
combatientes castellanos que formaron parte de esta empresa:

«Este desbarato hizieron muy pocos moros, maravillosamente, e paresció que Nuestro Señor
lo consintió, porque es cierto que la mayor parte de la gente iva con intención de robar e mercadear
más que no de servir a Dios, como fue provado e confesado por muchos dellos mesmos, que no
llevavan la intención que los buenos cristianos han de llevar a la pelea e batalla de los infieles, que
es ir confesados e comulgados e fecho testamento, e con intención de pelear e vencer a los
enemigos a favor de la sacta fee católica. E ovo muy pocos que tal intención llevasen, e por la
mayor parte ivan todos puestos en codicia de aver por robo tales cosas e alhajas como las de
Alhama, diciendo que muchos fueron ricos en Alhama, e muchos llevaron encomiendas de sus
amigos para comprar, de las cavalgadas que avían de hacer, esclavos, esclavas e ropas de seda

1513
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 31.

728
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

como si hecho lo tuvieran; e pensavan, sin temor a Dios Nuestro Señor, executar el mal propósito
que llevavan; e quiso, por castigar los malos, que recibiesen pena los buenos»1514.

Al igual que menciona Bernáldez, el autor anónimo de la Historia de los hechos del
marqués de Cádiz concluye que «todo se deue creer que aconteçió por los pecados de
algunos que ally yvan, así por su soberuia e ynbidia e cobdiçia desordenada»1515. La
consecuencia de esta negativa actitud de las tropas castellanas, fue la muerte de gran
parte de los guerreros que formaban parte del bando cristiano a manos de las fuerzas
islámicas; otros tantos, como el conde de Cifuentes, consiguieron salvar sus vidas, pero
cayeron prisioneros del bando nazarí. Los cronistas del periodo también relacionaron así
este significativo descalabro del ejército castellano con otra gran falta de la sociedad
occidental europea, la superbia, la cual era considerada como «raíz de todo mal»1516.
Fernando del Pulgar atribuye a tal flaqueza esta derrota de la Ajarquía malagueña, en
tanto el orgullo de los castellanos les hizo confiar en sus fuerzas, por encima de su temor
ante el juicio de la divinidad. Según el cronista:

«Este desbarato que ovieron los cristianos fue grande, lo qual en los público pareció aver sido
por la mala guía de los adalides; lo secreto ninguno lo puede conocer, sino solo Dios, en cuya
mano son los vencimientos de las batallas. Pero según el juyzio de los libres, bien se mostró aver
acaesçido por el orgullo e soberuia que touieron los cristianos, teniendo en poco las fuerças del
enemigo; e porque, oluidada la confiança que devían tener en Dios, la pusieron en la fuerça de la
gente»1517.

La falta de intervención de la Providencia a favor de sus huestes condicionó la suerte


de los guerreros cristianos en batalla, permitiendo que éstos sufrieran una derrota
comparable a su vanidad. De hecho, el mismo cronista deja de manifiesto que don
Alonso de Cárdenas, viéndose obligado a huir del campo de batalla, había reconocido
que: «[…]-no vuelvo por cierto las espaldas a estos moros, pero huyo la tu ira, Señor, que
se á mostrado oy contra nosotros, por nuestros pecados, que te á plazido castigar con las
manos desta gente ynfiel-»1518. En unos términos semejantes se expresa Diego de Valera,
en una epístola enviada por al rey don Fernando, el 10 de mayo de 1483, donde el
castellano determina que esta derrota habría de servir para determinar las consecuencias
de cualquier actitud soberbia ante las tropas del emirato nazarí:

1514
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 129-130.
1515
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 221.
1516
HUIZINGA, JOHAN: El otoño de..., op.cit., pp. 40-45.
1517
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 69.
1518
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 68.

729
José Fernando Tinoco Díaz

«No pienso, Ilustrísymo Príncipe, semejante caso ser acaescido de grandes tienpos acá,
commo en esta desastrada entrada acaesció, donde tanta é tan noble gente de tal manera se
perdiese; lo qual creo permitió nuestro Señor porque conoscamos quánto daño trae la soberbia é
quánto conviene á todo onbre discreto della partarse, que por esto el ángel del cielo cayó, el onbre
del parayso fué echado, la torre de babilonia derribada, las lenguas divisas, el rey Faraon con todo
su exército en la mar sumergido, Golias muerto. Ni la soberuia del sancto David quiso nuestro
Señor syn pena dexar, por la qual setenta é dos mill onbres de súbito le fizo morir, como paresce
por el vicésymo quarto capítulo del sigundo de los Reyes, y escripto es: -que Dios á los soberuios
resyste, é a los humilldes da gracia-. Ni ménos se deue considerar commo sienpre, ó las más vezes,
nuestro Señor dió la vitoria á los que en él más confiaron que á los que en sus propias fuerzas ó
muchedumbres de gentes ó grandes riquesas ó poderío, como se lee de los Macabeos, á quien
nuetro Señor con pequeño exército dió grandes victorias de ynnumerables gentes; el qual más
acostumbra mostrar su poder en las batallas que en ninguna otra cosa, y en aquéllas suele algunas
vezes muy duramente castigar los pecados, commo paresce en diuersas partes de la Sacra
Escriptura»1519.

A pesar de que el orgullo era apreciado como uno de los grandes valores de la
sociedad castellana, su exceso podía convertirse en una depreciación del juicio propio.
Así, la soberbia podía desencadenar la inconsciencia de las capacidades del caballero, la
ignorancia de las eventuales circunstancias del campo de batalla, el remedio de los
diversos contratiempos que se podrían presentarse ante sus tropas en campaña y, sobre
todo, la importancia de la intercesión divina para la suerte en batalla. Por este motivo,
según interpreta Antonio de Nebrija, «a fin de que no se hiciesen [los reyes] más
arrogantes por los éxitos continuados, la suerte, o mejor una cierta providencia divina,
consideró conveniente amonestarles para que recordaran que eran mortales, y como reza
aquel versículo del Salmista, non in curribus, non in equis, sed in nomine Domini esse
fidendum»1520. Para este cronista, no había duda de que el responsable de esta derrota
había sido el mismo Dios, el cual pretendía estimular al ejército cristiano a mostrarse
resoluto en su misión de vencer al enemigo de la fe cristiana más allá de su evidente
superioridad bélica y moral:

«Las mujeres [nazaríes] que salían de la ciudad de Málaga llevaban prisioneros [cristianos]
delante de ellas para que quedara patente que aquello no había sido obra de los hombres, sino de
Dios cuya misión es derriban del trono a los poderosos y exaltar a los humildes [...] la bondad de
Dios reanimó y restableció al pueblo hispano de tanto abatimiento y dolor con el fin de que no se
hiciera más indulgente en la guerra que tenían entablada, desalentado por la desesperación del

1519
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 75-76.
1520
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 29.

730
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

desastre recibido. Porque ciertamente castigó la soberbia de los españoles, pero no para que
disminuyesen sus fuerzas para el combate, sino para que su insolencia no les hiciera menospreciar
al enemigo»1521.

8.2.2. LA ACTITUD ESPIRITUAL ANTE LA GUERRA. LA INCIDENCIA DEL CULTO MARIANO


Y SANTIAGUISTA ENTRE LOS GUERREROS CASTELLANOS.

Estas referencias cronísticas denotan que la totalidad de los relatos castellanos


contemporáneos a la Guerra de Granada, en mayor o menor medida, identificaban a Dios
como único dueño del éxito o fracaso de la batalla. Por este motivo, se hacía necesario
intentar propiciar su voluntad de auxiliar a las tropas castellanas, demandando su favor
mediante una serie de ritos anteriores al encuentro bélico, que denotaran la talla moral de
los guerreros cristianos que iban a participar en él. Estas diversas costumbres
preliminares al combate que recogen las narraciones, deben ser consideradas como «la
representación de un omnipresente sentimiento espiritual con implicaciones religiosas,
que tenían como fin la preparación y motivación del combatiente previa a la batalla»1522.
A pesar de que en las capas más cultas de la sociedad castellana la perspectiva
cosmológica parecía empezar a expresar algunos cambios significativos, la creencia en la
divinidad aún constituía la base de la ideología castellana. El deber a seguir una vida
cristiana plena todavía marcaba la interpretación del devenir de la persona y la suerte de
sus acciones en la vida diaria. Esta preeminente preocupación por la salvación se
concretaba en una fuerte encomendación a la divinidad que se hizo especialmente
presente en los casos en los que la propia vida corría peligro. En ese sentido, son muy
numerosos y variados los testimonios que atestiguan la especial dedicación a la oración y
al recogimiento antes del conflicto armado. Entre todos ellos, destacan las constantes
referencias a la devoción con la que los protagonistas confían su suerte en la batalla a la
Providencia divina. En reiteradas ocasiones, las fuentes mencionan que la nobleza y el
conjunto de la tropa depositaban su confianza en este tipo de recursos, participando en la
proyección del conjunto de valores cristianos a través de esta expresión de su fe en la
contienda. Sirva como ejemplo la narración de Hernando de Baeza de las postrimerías de
la batalla de Lucena (1483), en la que centró su atención en la fe demostrada por Diego
Fernández de Córdoba, el conde de Cabra:

1521
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., pp. 37-39.
1522
ALVIRA CABRER, MARTÍN: Guerra e ideología..., op.cit., p. 123. Sobre este tipo de ceremonias, ROJAS
GABRIEL, MANUEL: «On the Path of Battle: Divine Invocations and Religious Liturgies before Pitches
Battles in Medieval Iberia (c. 1212- c. 1340)» En VVAA: A storm against the infidels. Crusading in the
Iberian Peninsula and the Baltin reigns in the Central Middle Ages. Turnhout: Brepols, en prensa.

731
José Fernando Tinoco Díaz

«El sancto conde [de Cabra] tomó otro; digo sancto, porque le conoscí, y comuniqué mucho, y
me confesó muchos años un fraile de San Hierónimo con quien él se confesaua; y digo en verdad
que á lo que yo alcancé á sauer, yo pienso que persona lega fué la más excelente que en nuestros
tiempos aya habido en Castilla, y ay muchos testimonios dello en su vida; y uno de ellos no el
menor fué el de este día, porque mientras los moros estauan suspensos, él mandó dezir misa,
porque hera de mañana, y dicha la misa, y antes que se dixese, y en tanto que se dezia, el conde y
el alcayde y todos los otros se confesaron, y en ver la hostia consagrada en manos de el sacerdote,
comulgaron todos con ella spiritualmente. Luego acauada la misa, el conde hizo una habla á todos,
diziendoles que se esforçasen, y no tuviesen miedo, que la verdad de la sancta fee cathólica que
seguían los haria vencedores, y el apostol sanctiago, cuyo apellido avian de llamar, los ayudaria á
vencer: que no temiesen ni mirasen que los moros eran muchos, y ellos pocos, que, que por eso
dize la sancta madre yglesia que es sancto el señor dios de las vatallas, porque milagrosamente es
nuestra en ellas, venciendo los pocos á los muchos. Y díxoles: mirad que yo tengo por muy cierto
que oy es cautibo el rrey moro, y toda su hueste perdida, si nosotros nos esforçamos y sabemos dar
á manos, y esto ha de ser dado en ellos antes que más gente pase el vado. En muchas cosas les
tenemos ventaja, y en ellas mismas nos ternan, si les dexamos pasar el arroyo, y uno de nosotros
no escapará: por eso cada uno meta la mano en su alforja, y los peones en las mochillas, y si tienen
todos con qué, desayunense, que el señor alcayde y yo hasta vencida la batalla no nos
desayunaremos. Diziendo estas palabras, desabrochó el braço derecho, y alçó la manga del jubon y
de la camisa, y desnudo el braço, tomó la lança en mano, y algunos quieren dezir que se quitó el
capacete o ceruillera, y alçó el adarga, diciendo á grandes vozes, -Santiago, santiago-, y á ellos,
que oy es nuestro día; y así él y el alcayde de los donceles, estribo con estribo, juntos arrancan con
los cauallos, y descienden el cerro abajo contra los moros con tan grande alarido, que parecia que
los ayres dauan vozes»1523.

Dentro del conjunto de ritos destinados a atraer la protección de la divinidad,


destacaron sobremanera dos actos. Por un lado, la asistencia a misa y la confesión del
individuo antes de entrar en batalla, como una forma de afrontar el choque bélico de la
manera más cristiana posible, hecho que se recoge en el anterior fragmento de la crónica
de Baeza. Ésta era la forma de afianzar la confianza de estos guerreros en la fe cristiana,
el principal valor de la caballería castellana medieval. Verbigracia, el cronista Fernando
del Pulgar, refiriéndose a la figura de don Rodrigo Manrique, conde de Paredes y maestre
de Santiago, determina que este caballero siempre afirmaba que: «entretanto que Dios me
diere vida, nunca el Moro me pondrá miedo: porque tengo tal confianza en Dios, y en
vuestras fuerzas, que no fallescerán peleando, veyendo vuestro Capitan pelear»1524. Por
otro lado, las oraciones e invocaciones de distintas figuras y advocaciones de la doctrina

1523
BAEZA, HERNANDO DE: «Las cosas que...», op.cit., pp. 24-26.
1524
PULGAR, FERNANDO DEL: Claros varones de..., op.cit., pp. 153-154.

732
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

cristiana a lo largo de la batalla tenían como objetivo reclamar la intercesión de estas


figuras, así como elevar el ánimo de los propios guerreros que las realizaban. Este tipo de
referencias fueron muy comunes en las palabras que los grandes generales castellanos
utilizaban para arengar a sus ejércitos frente a los enemigos musulmanes. De hecho, las
crónicas contemporáneas a la contienda están llena de referencias al ardor religioso del
que hacían gala los caballeros castellanos, los cuales «como quiera que bien pudieran
escusar la batalla si quisieran, por la muchedumbre de los moros ser tanta, pero confiado
en el ayuda de Nuestro Señor, e de la gloriosa Virgen su madre, e del apóstol Santiago,
determinaron la pelea»1525.

La convocación de la Virgen María siempre guardó un lugar central en las oraciones


de estos guerreros, como una fórmula para reclamar la atención de la principal
intercesora de los guerreros cristianos en la batalla. Desde el reinado de Alfonso X,
comenzó a imponerse la representación de la figura de la madre de Jesús como la patrona
de la caballería castellana. Esta imagen retornaba a la identificación de María como
«santo militar», la cual tuvo su origen en el tiempo de la batalla de Covadonga. El rebrote
de la faceta bélica de este culto estuvo unido al hecho que el papel de María, como
«Madre de Dios», fue cada vez más predominante, lo cual le hacía ser vista como
abogada e intercesora de la salvación de los hombres ante su hijo. La escenificación de
esta renovada devoción mariana fue influida, tanto por la doctrina neogoticista, como por
el nuevo ideal de la caballería, de manera que la imagen Virgen fue tomando forma como
protectora de la lucha contra los musulmanes, eclipsando en cierto modo el culto de
Santiago. Esta perspectiva fue especialmente visible a lo largo del siglo XIV,
conformándose una relación directa entre la monarquía y Dios a través de la única
mediación de la Virgen María. El culto mariano siguió con fuerza proyectándose hasta el
final del periodo medieval, con un repunte muy destacado durante la regencia de
Fernando de Antequera que se extendió hasta finales de la centuria1526. En el caso de la

1525
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 167.
1526
Recientemente, historiadores como Muñoz Gómez, han puesto de manifiesto la relación entre este culto
y la recuperación de la idea de España como ente político; MUÑOZ GÓMEZ, VÍCTOR: «De Medina del
Campo a Zaragoza. Un periplo por las devociones políticas de un príncipe castellano bajomedieval (el
infante Fernando de Antequera, 1380-1416)» En eHumanista. Journal of Iberian Studies, vol. 23.
California: University of California, 2014, pp. 375-395. Un breve recorrido por los principales hechos
cronísticos donde se mencionan las intercesiones más destacadas de la Virgen María a lo largo del periodo
medieval hispánico, puede consultarse en RODRÍGUEZ MOLINA, JOSÉ: «Santos guerreros en la frontera» En
Toro Ceballos, Francisco y Rodríguez Molina, José (coords.): IV Estudios de Frontera: Historia,

733
José Fernando Tinoco Díaz

Guerra de Granada, las referencias al mismo fueron muy recurrentes. Sirva como
ejemplo el siguiente breve fragmento de la Historia de los hechos del marqués de Cádiz,
donde don Rodrigo Ponce de León exhorta a sus guerreros antes de entrar en batalla,
afirmando que: «Aora, caualleros, todos, con mucha fe y devoción nos encomendamos a
Dios y a nuestra Sennora la Virgen María, que con su ayuda oy avremos grand victoria y
vencimiento»1527.

La narración anónima de la vida del caudillo gaditano quizá puede considerarse la


obra cronística castellana que incluye un énfasis más acentuado en estas cuestiones de
índole espiritual, al pretender ser la biografía de una figura idealizada de la caballería
cristiana que expresaba las profundas creencias marianas del marqués de Cádiz y su
intensa relación con la madre de Jesús. El cronista anónimo de la vida de don Rodrigo
afirma que el marqués fue ejemplo la fe «en nuestro Redenptor Iesu Christo, que fue tan
obediente a Dios Padre y a nuestra Sennora la Virgen María, su bendita madre, en lo qual
todos mucho deuemos myrar para dar lympia cuenta quando nos será demandado»1528.
Tal noble devoción hacía la figura de la Virgen, se veía recompensada por una especial
protección en el campo de batalla que parecía denotar que la propia divinidad guiaba los
pasos del caballero andaluz. Así se manifiesta también en la propia crónica biográfica del
noble castellano, en la cual son varios los casos donde se destacaba que «el marqués
estouo ally a muy grand peligro [...] e milagrosamente Dios nuestro Sennor a ruego de su
bendita madre, cuyo deuoto él mucho era, lo guardó»1529. Pero este tipo de expresiones,
que pretendían determinar la protección divina con la que parecía contar el marqués de
Cádiz, fueron una referencia común en todas las crónicas del periodo. Sirva como
ejemplo el siguiente fragmento de la obra de Andrés Bernáldez de uno de los conflictos
durante el asedio a Málaga (1487), donde también se destaca esa custodia divina en torno
a la figura de Rodrigo Ponce de León. El eclesiástico extremeño afirma que:

«Los moros de la fortaleza tiravan muchos tiros de espingardas e de ballestas; e pareció que
desde el castillo lo conocieron, e tiraron una espingarda al marqués, e la cual pareció que Dios
milagrosamente lo quiso guardar; que le dió en el adarga, que ante sí tenía, por medio de los
cordones, e en los cordones enflaqueció, e con todo eso pasó el adarga e los cordones, e dióle la

tradiciones y leyendas en la frontera. Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp. 447-470, pp. 456-461;
GARCÍA FITZ, FRANCISCO: La Edad Media..., op.cit., pp.2 00-22.
1527
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 164.
1528
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 145-146.
1529
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 212.

734
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

pelota en la barriga, por baxo de las coraças, e paró en el sayo, que ninguna cosa le hirió ni
empeció»1530.

Esta perspectiva sacralizada de la figura del marqués de Cádiz llegó hasta tal punto
que, cronistas posteriores, como Lucio Marineo, llegan a afirmar que don Rodrigo
«estaba inspirado por el espíritu santo» durante la contienda frente a Granada1531. Gracias
a la fuerte devoción del marqués por la Virgen María, esta intercesión divina a favor de
su persona alcanzó cotas de índole mesiánica, como denotan algunas de las fuentes del
periodo contemporáneo a la guerra castellano-nazarí. De esta manera, si los Reyes
Católicos habían sido elegidos por la Providencia para concluir con el dominio
musulmán en la Península Ibérica, don Rodrigo personificaba las virtudes del perfecto
caballero cristiano que podría lograr tal hazaña sirviendo a estos reyes. En ese sentido, la
narración anónima de su vida destaca la propia madre de Dios visitó al noble andaluz la
noche antes de la conquista de Alhama, para ratificarle que él mismo sería adalid del
proyecto que los mandatarios castellanos comenzaban a planificar:

«[…] esa noche que los adalides llegaron, sería entre las diez e las honze horas, él [don
Rodrigo Ponce de León] se apartó solo en vna cámara donde sienpre él contiuaua rezar e fazer su
oración ante vna imagen muy deuota de Nuestra Sennora. Ante la qual él puso sus rodillas en tierra
y sus manos alçadas, suplicándole y pidiéndole de merçed le reuelase toda la verdad de lo que ella
era más seruida. E allí le apareció otra vez nuestra Sennora, la madre de Dios y le dixo: ―¡o
cauallero tan devoto mío! Sepas que porque tus deseos son muy agradables al seruiçio de mi
amado fijo Iesu Christo e mío, tú yrás seguro en paz y tomarás aquella çibdad, e la sosternás y
defenderás; y ésta será cuchullo y el comienço de toda la destruición del reyno de Granada y de
toda la morería del mundo. E la mezquira de los moros farás luego iglesia, y ponerle has el mi
nonbre. E sepas que tú saldrás della con grande victoria y a la mayor priesa yo seré contigo‖. E
commo esto oyese el marqués don Rodrigo Ponçe de León, quedó inflamado con grant gozo y
alegría, e por más de vna hora non se leuantó de su oración, e con muchas lágrimas de sus ojos
dando infinitas gracias a Dios todopoderoso y a nuestra Sennora la Virgen María, creyendo él no
1532
ser tan digno de oyr nin merecer tanto bien» .

Este episodio relatado por el cronista anónimo guarda muchas semejanzas con la
narración legendaria de la batalla de Clavijo (844), donde se gestó la leyenda del apóstol
Santiago. Las primeras referencias a la relación de este santo con la Península Ibérica se
retrotraen hasta época visigoda, concretamente en las obras de Isidoro de Sevilla y Beato
1530
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 183.
1531
MARINEO SÍCULO, LUCIO: Vida y hechos..., op.cit., p. 104.
1532
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 199-200. Un extenso estudio de esta faceta del marqués
representada a lo largo de la crónica, se encuentra en ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 46 y ss.

735
José Fernando Tinoco Díaz

de Liébana. Sin embargo, no será hasta el periodo final del siglo IX cuando comience a
aparecer un primitivo culto hispano en torno a la imagen del apóstol, coincidiendo con el
descubrimiento de sus restos en suelo peninsular. Dentro de la evolución política del
reino asturleonés, la imagen de Santiago jugó un papel capital convirtiéndose en
intercesor ante Dios de los cristianos hispanos en su búsqueda por conseguir el perdón de
los pecados del pueblo heredero de los visigodos. El apóstol aparece ya como patrono del
reino en el siglo IX, a mientras que la convocatoria de su nombre se fue extendiendo
como una forma de solicitar la ayuda divina en las primeras batallas castellanas del
proceso reconquistador que comenzaba a tomar forma. La reforma cluniacense, y en
especial la labor de Diego de Gelmírez, ayudaron a impulsar su figura como patrón
compostelano. Durante los siglos XI al XIII, las narraciones de las intervenciones
santiaguistas en las victorias de los reinos cristianos peninsulares en estas centurias,
como fue el caso del triunfo de Rioseco, la batalla de Santarem, o los éxitos de los
caballeros de la Orden de Santiago en diversos conflictos, compusieron sus primeras
intervenciones en la liza frente a los enemigos del reino, ya fueran musulmanes,
normandos o de cualquier otra naturaleza. A lo largo de los restantes siglos medievales,
la figura de Santiago iría consolidándose como el protector de los guerreros de la
Reconquista, destacando su apoyo en los diversos conflictos acaecidos frente a los
musulmanes. A partir de la obra de Jiménez de Rada, la narración de la batalla de Clavijo
se vería envuelta en un nuevo halo mítico que ayudaría a fortalecer esta perspectiva de
las diversas intercesiones del apóstol a favor de los castellanos.

A pesar de la importancia de su papel como protector de los combatientes cristianos


peninsulares, cabe destacar que en muy pocas ocasiones apareció el nombre de Santiago
en las fuentes sin ser acompañado por referencias a Dios o a la Virgen María. En última
instancia, la protección concedida por este santo intercesor siempre quedaba supeditada a
la autoridad de estas figuras superiores. En todo momento, la leyenda generada en torno a
la intercesión del apóstol durante los siglos centrales del periodo medieval no lo
representaba como una encarnación del juicio del Dios en las contiendas de los ejércitos
cristiano, sino que su veneración suponía la solicitud de auxilio al protector de los
hispanos en un combate de percepción vital, no de orden teológico, que implicaba a dos
sociedades vecinas. El culmen de esta perspectiva se alcanzó durante el reinado de
Fernando III el Santo, cuando la historiografía castellano-leonesa se esforzó por subrayar
la devoción santiaguista del monarca. La sublimación de esta faceta guerrera del propio

736
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

apóstol fue ayudando progresivamente a consolidar la dimensión bélica de este culto


hispano como uno de los principales rasgos de las empresas reconquistadoras de los
monarcas castellano-leoneses. A partir del reinado de Alfonso XI, Santiago comenzó a
presentarse también como un protector de la caballería, en una línea que resaltaba su
faceta guerrera sobre la meramente religiosa. Sin embargo, durante los siglos XIII y XIV
se dio una paulatina decadencia del culto jacobeo por los reyes castellanos a favor de la
creciente devoción a la Virgen, proceso que se alargará hasta la década de 1480. La
reelaboración de la perspectiva del «Santiago Político» generada durante el reinado de
los Reyes Católicos, y sobre todo a lo largo del conflicto castellano-nazarí, prevalecerá
en la narrativa castellana más allá de la conclusión de la propia Edad Media,
determinando la pervivencia de la devoción a Santiago apóstol como muestra del triunfo
de la guerra frente a los musulmanes en el contexto peninsular1533.

Durante la Guerra de Granada, el santo también tuvo un papel central en las


narraciones de algunas de las batallas más destacadas de esta contienda. En estas batallas
frente al emirato nazarí, la invocación a este santo protector hispano se produjo a través
del homenaje a su enseña personal y de los propios gritos de batalla de los guerreros
castellanos que proclamaban su nombre. Esta costumbre hundía sus orígenes en la
instauración del «privilegio de los votos de Santiago», donde se recogía la posibilidad de
realizar la exhortación al apóstol tanto por símbolos físicos, como por la exclamación de
su nombre durante la batalla. Este tipo de expresiones tenían su origen en la propia
doctrina reconquistadora y en la narración legendaria de la batalla de Clavijo. Algunas
fuentes plenomedievales afirmaban que, en tiempos del rey Ramiro I (842-850), habría
existido la obligación de que los reyes cristianos entregaran, como tributo a los árabes,
100 mujeres vírgenes, 50 nobles y 50 del pueblo llano. Tras la derrota sufrida en Albelda,
este monarca asturiano huyó a Clavila, donde se produjo la aparición de Santiago. El
santo le dio a conocer a este rey astur que le había sido encomendada la tutela de
Hispania por Dios, anunciando su futura aparición a lomos de un caballo blanco durante

1533
Al respecto de todo ello HERBERS, KLAUS: Política y veneración de santos en la Península Ibérica.
Desarrollo del Santiago Político. Pontevedra: Fundación Cultural Rutas del Románico, 1999; MÁRQUEZ
VILLANUEVA, FRANCISCO: Santiago: Trayectoria de un…, op.cit.; OLIVERA SERRANO, CÉSAR: «Realeza
castellana y culto jacobeo a fines del siglo XV: La Recuperación del Santiago Político» En López
Martínez-Morás, Santiago; Meléndez Cabo, Marina y Pérez Barcala, Gerardo (eds.): Identidad europea e
intercambios culturales en el Camino de Santiago (Siglos XI-XV). Santiago de Compostela: Universidad de
Santiago de Compostela, 2013, pp. 13-26; BARKAI, RON: Cristianos y musulmanes..., op.cit., pp. 114-116;
CASTRO, AMÉRICO: Santiago de España. Buenos Aires, 1958, pp. 133-139.

737
José Fernando Tinoco Díaz

la batalla que habría de tener lugar en la población de Clavijo. Pero para que se produjera
este auxilio divino, los hombres del ejército cristiano debían confesarse antes de entrar en
liza, y una vez comenzara la contienda, invocar su nombre y el de Dios a viva voz. El rey
no dudó en instigar a sus tropas a cumplir con las exigencias de Santiago durante la
batalla, logrando así la victoria. Tras obtener este triunfo anunciado por el santo, el
monarca asturiano estableció el llamado «Privilegio del Voto de Santiago», como
agradecimiento a la ayuda prestada por este apóstol en la batalla. El 25 de mayo de 844,
en la población de Calahorra, Ramiro I, junto con su esposa doña Urraca, y su hijo
Ordoño, concedieron un solemne privilegio a la Iglesia de Santiago de Compostela, en el
cual el rey aprobaba la merced de un impuesto procedente de todas las regiones
españolas a este centro religioso. La cuantía de esta carga fiscal comprendía tanto los
beneficios obtenidos por las cosechas anuales, como los botines de guerra, e incluso la
familia real se comprometió a viajar y peregrinar a Santiago llevando ofrendas para
enriquecer el patrimonio del templo dedicado al santo. En 1122, el papa Calixto II
ratificó esta concesión y amplió su dispensa a la obtención del jubileo o indulgencia
plenaria a quién realizase el Camino de Santiago el año en que el 25 de mayo coincidiera
en domingo. A lo largo de los siglos posteriores, este privilegio fue evocado
constantemente, arraigando en la conciencia pública la idea del santo como protector del
pueblo hispano. Entre 1155 y 1172, Pedro Marcio dio forma escrita a este legendario
privilegio, que tiene vigencia prácticamente hasta la actualidad1534.

En el caso de las fuentes contemporáneas a la contienda castellano-nazarí, son muy


numerosos los fragmentos que determinaban la vigencia de estos gestos de exaltación de
la figura del santo. Sirva como ejemplo esta narración de Andrés Bernáldez de la batalla
del Lomo del Judío, acaecida el 1 de marzo de 1482, donde el cronista recoge que
«arremetieron los unos con los otros, diciendo los cristianos ―¡Santiago!‖, e ronpieron los

1534
La concesión original contaría con una validez natural hasta 1812, momento en la que fue abolida en
las Cortes de Cádiz. Posteriormente, y de manera simbólica, fue rehabilitado en 1936. En la actualidad, el
privilegio es renovado anualmente por el Rey de España cada 25 de mayo, denotando el reconocimiento de
Santiago como patrón protector de España. Sobre todo ello, HERBERS, KLAUS: Política y veneración...,
op.cit., pp. 66-68, 93. Un estudio del origen de esta leyenda y su proyección en el imaginario colectivo
hispánico, también puede consultarse en GONZÁLEZ JIMÉNEZ, MANUEL: «Sobre la ideología...», op.cit., pp.
158-161. Una narración más cercana a los hechos de la Guerra de Granada de la batalla de Clavijo y la
firma del llamado «Privilegio de los votos de Santiago», se encuentra en BARRANTES MALDONADO,
PEDRO: Ilustraciones de la..., op.cit., pp. 30-36.

738
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

unos con los otros […]»1535. La utilización de este tipo de clamores durante el choque
bélico tenía una doble función. En primer lugar, los bramidos de los combatientes podían
servir a sus cercanos para distinguir el bando por el cual luchaban. Así lo manifiesta el
italiano Lucio Marineo, que afirmaba que, durante la batalla por conquistar Alhama
(1482), «en la oscuridad de la noche pelearon de ambas partes muy fuertemente [...] los
christianos por se conoscer llamado Jesus/ Sancta Maria/ Santiago, y los otros Ala/
Mahoma»1536. En el lado opuesto, esta determinación minaba la moral del rival, como
denota Nebrija cuando denotaba que durante la batalla de Lucena (1483), «los moros,
lanzando, según su costumbre, el grito de guerra que también nosotros solemos utilizar
cuando queremos debilitar las fuerzas de los enemigos»1537. Empero, al vocear el nombre
de Santiago, los combatientes también convocaban la ayuda del santo celeste para que
éste intercediese por ellos ante Dios y atrajera su protección frente a los ataques de los
enemigos infieles. En ese sentido, no fueron pocos los autores bajomedievales que
destacan que gracias a esta tipo de invocaciones del nombre del santo, «no murieron
cristianos ningunos en esta batalla, que sabido fuese; ca Nuestro Señor e Santiago, cuyo
apellido invocavan, los guardó»1538.

Entre las gentes castellanas también eran muy conocidas las ancestrales leyendas
sobre la aparición del santo en batalla y su intercesión directa a favor de las fuerzas
cristianas. Estas historias excedían el carácter intercesor de la figura de Santiago, para
demostrar que el mismo apóstol podía tomar partido físicamente en la contienda para a
dirigir los ejércitos castellanos hacia el triunfo1539. En el caso de la Guerra de Granada,
las intervenciones personales de Santiago no fueron hechos recurrentes en la cronística

1535
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 122. Al respecto de este breve choque entre
las fuerzas castellanas y nazaríes, CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp.
455-456.
1536
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXIIv.
1537
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p.43.
1538
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 147. Sobre la batalla de Lopera a la que hace
referencia este fragmento de la crónica del extremeño, acaecida 7 de septiembre de 1483, consultar
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 532-536.
1539
Sobre este tipo de intervenciones de santos en los conflictos acaecidos entre castellanos y nazaríes,
consultar HERNIET, PATRICK: «Les saints et la frontière en Hispania au cours du Moyen Âge central» En
Herbers, Klaus y Jaspert, Nikolas (eds.): Grenzen und Grenzüberschreitungen imVergleich. Der Osten und
der Westen des mittelalterlichen Lateineuropa. Münster: Akademie Verlag, 2007, pp. 361-386;
RODRÍGUEZ MOLINA, JOSÉ: «Santos guerreros en…», op.cit, pp. 461-470. Una visión de conjunto al
respecto de la utilización de estas narraciones como fuentes históricas, puede encontrarse en MARTÍN
MARTÍN, JOSÉ LUIS: «La frontera como entorno legendario» En Toro Ceballos, Francisco y Rodríguez
Molina, José (coords.): IV Estudios de Frontera. Historia, tradiciones y leyendas en la Frontera. Jaén:
Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp.17-31.

739
José Fernando Tinoco Díaz

del periodo, aunque sí que se recogen algunas referencias a su posible injerencia.


Verbigracia, Juan Barba menciona que, durante el segundo cerco musulmán a Alhama
(1482) «plugó al eterno maravilloso/ de dar el socorro divino potente/ de bultos espritos,
angélica gente […] que çierto se sabe que los moros vieron/ una gente blanca que era tan
brava/ en el pelear que los enbargava»1540. La descripción del castellano de estos
guerreros celestiales, recuerda a las representaciones tradicionales de Santiago
Matamoros como un caballero ataviado de blanco y portando una destacada cruz roja. De
forma análoga, la Historia de los hechos del marqués de Cádiz recoge otra referencia
explícita a la visión de un caballero que pudiera haber sido el santo, acompañado de otro
guerrero con semejantes atributos, durante los últimos compases de la batalla acaecida en
la Ajarquía malagueña durante marzo de 1483. En este fragmento de la obra que se
incluye a continuación, se relata la intervención divina de ambos combatientes
celestiales, a instancia de la propia Virgen María, para salvar al marqués de la
persecución de las victoriosas tropas musulmanas:

«E yo fuy çertificado de dos caballeros de mucha fe que ally fueron catiuos e después salieron,
que muchas vezes oyeron decir a los que quando yuan aquella noche en el alcançe del marqués.
Que a su pensar todavía lo alcançaran, saluo que vieron delante de sí dos caualleros en dos
cauallos blancos muy grandes, armados en blancos con cruces coloradas e las espadas en las
manos, que tan grande era su resplandor que relunbrauan más que si fuera en medio del día con
grand sol; e mucha gente armada con ellos. E fue tan grande el temor y espanto que los moros
ovieron, que todos boluieron fuyendo más de una legua, pensando de nunca escapar. E jamás
nunguno dellos osó boluer la cabeza atrás fasta que algunos moros de los más principales
boluieron las riendas a los cauallos e fizieron detener los otros moros, y avn no podían con ellos;
tan grande era el miedo y espanto que consifo trayan. Y estouieron ally grand rato esperando los
que atrás venían; e mirauan, estando espantados, que non vían nada de lo que antes vieron. E
dixeron algunos de los más ançianos: ―verdaderamente, esto non pudo ser otra cosa sino milagro
de Alá quiso mostrar por saluar al marqués, que es buen cauallero‖. E todos los moros dixeron que
asy lo creyan. E non deuemos dubdar en esto porque este noble cauallero fue sienpre tanto deuoto
de nuestra Sennora la Virgen María, madre de Dios, la qual es mui cierto que algunas vezes le
apareció; y tanbién era muy deuoto de Santiago e Sant Jorge e Sant Estaçio, a los quales nuestra
Sennora milagrosamente envió en su defendimiento. Y sennalada merçed fizo Dios a todos
1541
aquellos que de aquella entrada escaparon, segund el grand peligro y priesa en que se vieron» .

1540
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 224.
1541
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 221-222. Andrés Bernáldez aporta una visión muy diferente
de este episodio, dejando al margen cualquier explicación providencialista del hecho: «El marqués, por
guarnescer la gente de la rezaga, quedó atajado aquella noche, que no pudo llegar ni pasar a la gran batalla
del maestre e de los otros señores; e allí por anparar la rezaga, le mataron el cavallo, e quedó con fasta

740
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

El fragmento seleccionado describe la figura de dos brillantes caballeros que aparecen


identificados con diversos elementos iconográficos relacionados con la imagen más
tradicional del paladín cristiano en liza frente a los enemigos de la fe católica. Estos
robustos guerreros, que vestían atuendos adornados con una cruz roja, presentaban una
imponente imagen de fortaleza, mientras montaban blancos caballos con sus armas
desenvainadas y eran rodeados de un aura sacra que simboliza su origen divino. Según
afirma el cronista anónimo, su simple presencia aterró a los musulmanes que perseguían
la huida del marqués y sus huestes. A pesar de que no precisa su identificación, este autor
relaciona su intercesión con las fuertes creencia del marqués en algunos de los
principales santos protectores de la caballería cristiana y, sobre todo, con su sincera fe en
el culto mariano. De hecho, el perfil de ambas figuras coincide con las representaciones
bajomedievales de Santiago, San Jorge o San Estasio, los cuales compartían
características iconográficas muy semejantes; tanto que a veces fue imposible a los
historiadores singularizar su identidad en las fuentes al no presentar diferencias notables
entre ellos. El principal rasgo común en la iconográfica de estos guerreros celestiales,
residió en su representación como triunfales adalides de la lucha del bien contra el mal,
encarnada en la figura del caballero cristiano como símbolo del poder religioso y del
triunfo del catolicismo militante1542. Pero este fragmento seleccionado ilustra el hecho de
que el culto a Santiago, que había constituido una advocación militar también específica

cincuenta de cavallo atajado. E avía muchos moros entre él e la otra gente, e estovo gran parte de la noche
allí, e los tornadiços le amonestavan e aconsejavan que saliese por una parte do por lo guiarían, pues no
podía juntase con los demás sin peligro de su persona; e que si allí aguardava a la mañana, amanescería,
sobre aquellos moros que lo tenían cercado, otros en grand suma, e que estonces no se podría quizá poner
en cobro. E de tal manera se vido afrentado aquella noche, que ovo de tomar el consejo de los tornadiços, e
no pudo al fazer sino escapar su vida a uña de cavallo, por donde lo guiaron los adalides suyos tornadiços e
Luis Amar, e al fin salió a Antequera»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 127.
1542
Unido a la representación personajes de alta posición social, el caballero siempre fue visto como un
triunfador frente al mal está presente en las leyendas de todas las culturas de la antigüedad, como símbolo
de poder y de su capacidad de doblegar a los enemigos por estatus y superioridad moral. En el caso
altomedieval, los santos guerreros a caballo fueron especialmente venerados en Bizancio, donde se fijó su
iconografía en el panorama ideológico cristiano. Durante casi un milenio, el modelo de santo venerado por
la cristiandad apenas varió. Sin embargo, a partir de los siglos XI y XII comienzan a ser comunes las
referencias a los santos militares como patronos de la naciente caballería. Con ellos comienza a acentuarse
la sacralización de los elementos bélicos y sus portadores, así como la devoción por estos protectores
divinos. A partir de la segunda mitad del siglo XI, El espíritu cruzado también se incorporó a la
representación de estos caballeros cristianos, los cuales se convirtieron en santos mártires que guerreaban
frente al Islam. Este fue el caso del santo caballero que gozó de mayor fervor, San Jorge, cuyo culto se
extendió como consecuencia de este fenómeno cruzado al ser nombrado patrón y ejemplo de miles Chirsti.
Con posterioridad, este santo fue nombrado patrón de la corona de Aragón, siendo su figura más cercana en
Cataluña y Aragón que en Castilla, como comendador y patrono de diversas órdenes y miliares y cruzadas;
HERBERS, KLAUS: Política y veneración..., op.cit., pp. 40-41.

741
José Fernando Tinoco Díaz

en del panorama hispánico, ahora compartía su papel como protector de los guerreros
hispanos, con otra extensa nómica de santos y figuras celestiales, algunos de ellos de
clara inspiración cruzada. Sin embargo, entre todos ellos el apóstol aún se mantuvo como
principal protector del reino en las diversas empresas reconquistadoras, en gran medida
por la proyección política de su figura, indisociablemente unida a la reafirmación de la
autoridad de la propia corona castellana en esta iniciativa frente a los musulmanes. El
poeta zaragozano Pedro Marcuello dedica unas estrofas de su Cancionero a recordar a la
reina doña Isabel que «dándovos Ihesús por guarda/ al apóstol Santiago/ y a San Gorje,
que no tarda/ ser continuo vuestra guarda/ y en los lides tien tal cargo,/ y con estos vos
demanda/ de mercet, reyna luzida,/ que la qu‘ende está rezando/ por vuestro muy leal
mando/ sea la fauorecida»1543. Los propios Reyes Católicos pasaron tiempo en Santiago
de Compostela, implorando la intercesión del santo a favor del ejército cristiano durante
la Guerra de Granada. Así lo manifiesta Alonso de Palencia, al igual que otros cronistas,
testificando la visita de los reyes a la catedral de Santiago de Compostela durante el año
1486 –aunque otras fuentes afirman que esta visita se produjo en 1488–, donde
estuvieron «impetrando del cielo con sus votos la victoria del nombre cristiano por la
intercesión del Apóstol patrono»1544. Tras la conclusión triunfal de esta contienda, Isabel
y Fernando extendieron el pago de la llamada renta del voto al nuevo reino cristiano de
Granada, como reconocimiento a la intercesión de Santiago en la resolución de este
conflicto1545.

Para Rafael Peinado, la intervención de la Providencia y la aparición de estos


enviados divinos en favor del ejército castellano, representa «un compromiso más
concreto e inmediato de ―adiutorio divino‖ referido por Pedro Maruello [...] esa creencia
o fe en la ayuda milagrosa, derivación natural de la convicción de estar haciendo una
guerra santa y justa al servicio de Dios»1546. Esta perspectiva providencialista de la
Guerra de Granada, predominante entre los diversos cronistas castellanos, pretendía
destacar la faceta divinal de la contienda castellana. Ante toda la cristiandad, la empresa
de los Reyes Católicos era una verdadera guerra de carácter sacralizado, destinada a
enaltecer de la fe católica y extender el cristianismo en una tierra usurpada por los

1543
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., pp. 163.
1544
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 257.
1545
Al respecto, consultar MÁRQUEZ VILLANUEVA, FRANCISCO: Santiago: trayectoria de..., op.cit., pp.
279-284.
1546
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., pp. 481-482, 484.

742
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

malignos musulmanes. Asimismo, el comportamiento fervoroso del ejército de los Reyes


Católicos denotaba que esta fuerza estaba compuesta por fieles adalides de la fe cristiana
que contaban con la protección de la divinidad. Por lo tanto, sus victorias en el campo de
batalla, no eran sino el triunfo de una fuerza aparada por Dios para restaurar la justicia en
este territorio. Así lo manifiesta Bernardino López de Carvajal en su alocución ante la
curia romana:

«El ejército español a ejemplo e imitación de la religiosidad de los reyes, la gran gloria de
Dios reside no solo en ver un ejército de soldados, sino más bien en contemplar casi una
congregación de religiosos. El católico Fernando armó con fe y religiosidad a su ejército, con el
que superó fácilmente las hostilidades. En verdad utilizó, por así decirlo, hombres armados contra
desarmados, pues ciertamente en las Sagradas Escrituras se menciona la fe como armadura, escudo
y yelmo [...] De esta forma, el distinguido ejército español, con estas muy ventajosas armas de la
fe, como una fuerte tropa que custodia su entrada, por un lado todo lo que posee está en paz, y por
otro dominó fácilmente, con una victoria provista desde el cielo, los territorios injustamente
1547
poseídos por paganos que carecen de estas armas» .

8.2.3. LA INCIDENCIA CAPITAL DE LA INTERVENCIÓN DIVINA DURANTE LOS AÑOS


CENTRALES DE LA GUERRA DE GRANADA.

La retórica rica en elementos providencialistas de estas obras, debe considerarse una


continuación de aquel discurso que consolidó el nombramiento de Isabel como reina de
Castilla. La visión de los hechos capitales que habían precedido al conflicto frente al
emirato aportada por los diversos autores del periodo, condicionaba una descripción de la
contienda castellano-nazarí rica en elementos derivados de la tradicional doctrina
neogoticista castellana. Tal lectura determinaba la definición de esta iniciativa castellana,
como una lucha dirigida por la divinidad, destinada a castigar al pueblo musulmán y
servir de redención al pueblo hispano por los pecados ancestrales de sus antecesores. De
esta manera, los cronistas contemporáneos a esta guerra siempre remitieron a la voluntad
de Dios como explicación a los hechos más destacados que tuvieron lugar en esta
empresa. Verbigracia, Pulgar atribuye a la decisión de la divina Providencia, el hecho de
que la Guerra de Granada se iniciara cuando el reino castellano empezó a gozar de una
cierta situación de seguridad interna. Afirma este autor, en boca de don Alonso de
Cárdenas: «[…] quien bien mirare las cosas pasadas en estos vuestros reynos, después
que, por la graçia de Dios, vos e la Reyna en ellos reynastes, claro verá que Dios adereçó
la paz con quien la devíades tener, quando la Reyna la concluyó con el rey de Portogal

1547
LÓPEZ DE CARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 107.

743
José Fernando Tinoco Díaz

[…]»1548. Asimismo, la toma de Zahara de la Sierra (1481), hecho con el que dio
comienzo este conflicto, no fue sino producto de la misma intercesión divina, para
conceder a los Reyes Católicos una causa justa para comenzar esta contienda frente al
emirato de Granada:

«[...] una noche con gran silencio vinieron [los moros] al lugar de Zahara que era de
Christianos y puestas escalas a los muros entraron dentro y con grande y arrebatado ímpetu
quebradas ya arrancadas las puertas muy cruelmente mataron a los Christianos que dentro estauan
[...] Lo qual (según yo pienso) fue por Dios permitido para comienço de la guerra del reyno de
Granada y perdición y destruimiento de los Moros. Por que la fama de la miserable muerte de los
Christianos y la crueldad espantable de los Moros despertó y encendio a los Catholicos príncipes y
a todos los grandes y pueblos de España en marauillosa manera con rabia cruel para la destruición
de los Moros»1549.

A lo largo de la narración de los hechos más destacados de la guerra castellano-


nazarí, los historiadores castellanos continuaron acentuando el papel de la divinidad en
los diversos hechos extraordinarios que condicionaron el devenir de la contienda. En ese
sentido, Rafael Peinado afirma esta ayuda divina «se plasmó durante los lances decisivos
de la guerra, mediante una doble modalidad: el dominio de las fuerzas de la naturaleza y
la manipulación de los espíritus»1550. Verbigracia, Antonio de Nebrija determina que este
favor celestial se hizo visible en el hecho de que el propio Dios:

«[…] hizo surgir dos Reyes de un único reino [...] ¿Quién no ve que a partir de aquella
desunión entre el padre y el hijo se produjo la separación que fue el origen de nuestra victoria
sobre los enemigos? Lo había anunciado nuestro salvador: Omne regnum in se ipsum diuisum
desolabitur»1551.

Asimismo, solo una intercesión providencial podía explicar la prosecución de


victorias tan decisivas, como el triunfo conseguido en la batalla de Lucena, acaecida el

1548
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 83.
1549
MARINEO SÍCULO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLXXIv. Esteban de Garibay llegó a aventurar
que los propios musulmanes actuaban bajo influjo de la inspiración divina: «como el omnipotente Dios
vsando de su inmensa clemencia, ordenaua que las gentes barbaras e infieles del reyno de Granada, que en
tantos centenares de años auian estado debaxo de la infernal opression de la ridicula seta de Mahoma, se
reduxiessen a nuestra santa Fé, Alboacen Rey de Granada, siendo Principe sobradamente animoso, no
curando de las treguas, que con los Catholicos Reyes tenia, entendido que a la villa de Zahara los
Christianos, con el desenydo, causado de la tregua, tenian mal recaudo, la tomó vna noche, lleuando la
gente, ganados y las dema shaziendas y dexó fuerte presidio en el castillo y pueblo»; GARIBAY, ESTEBAN
DE: Los Quarenta libros..., op.cit., p. 630.
1550
PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «―Christo pelea por...‖», op.cit., pp. 481-482.
1551
NEBRIJA, ELIO ANTONIO DE: Cerco al reino..., op.cit., p. 39.

744
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

20 de abril de 1483, y que supuso la captura del joven emir nazarí Boabdil. Esta batalla
significó el desquite castellano por la derrota de la Ajarquía (1483), pudiéndose recuperar
bastantes armas y enseres perdidos en el curso de aquella memorable derrota de las
huestes cristianas. Según afirma Andrés Bernáldez, en tal encuentro se hizo presente que
«por divina ordinaçión vémos que los malos, aunque en algún tiempo prevalescan, presto
son consumidos; e los buenos, aunque algunas vezes sean perseguidos, porque conocen a
Dios, siempre Dios les socorre e consuela»1552. Pedro Mártir de Anglería completa esta
versión aportada por el eclesiástico extremeño, aportando una lectura veterotestamentaria
de este choque, que destacaba la victoria castellana como una recompensa por la fe
demostrada por los guerreros cristianos en esta jornada:

«Movido por cierto presentimiento de buen agüero, el Conde [de Cabra] estaba deseoso de
entrar en batalla. Levantando los ojos, con la mirada fija en el enemigo, hablaba el Conde de
comenzar la pelea. Le replicaba el sobrino que de ningún modo con tan escasas fuerzas se había de
probar fortuna frente a un ejército tan numeroso. A lo que el tío contestó: -Se sabe que el Señor de
los ejércitos, de cuyas manos todo pende, en algunas ocasiones ha permitido mayores cosas-. Sin
quedar parado e inflamado por no sé qué espíritu, va pasando revista a cada uno. Y he aquí que,
mientras enardecido en furor bélico pronuncia estas frases, los moros se dan cuenta de que uno de
sus flancos, entre la oscura niebla, por el declive de una colina, se sienten las voces de los clarines
cristianos y el resonar de sus tambores. Este día, 21 de abril, amaneció envuelto en densa niebla
[...] Los moros, creyendo que allí estaba presente toda Andalucía, juntando en un solo cuerpo los
diversos escuadrones. -¡A ellos! ¡A ellos, que van huyendo!, con todas sus fuerzas como un loco el
Conde [...] Aquí tienes, ilustrísimo príncipe, lo mucho que hemos de desconfiar de las cosas
humanas. Aprendamos con la experiencia ahora en qué poco tiempo, si Dios lo quiere, cambia la
fortuna; y demos por sabido que los insignificantes y a veces los cachorros pueden domar a los
leones»1553.

Coincidiendo con el inicio de la etapa crucial del conflicto, a partir de las campañas
de 1485, este tipo de referencias providencialistas comenzaron a hacerse especialmente
frecuentes en los diversos textos que se hicieron eco de la Guerra de Granada. Cuando
los reyes tomaron verdadera consciencia de que la empresa frente al emirato entraba en
una nueva fase, regida un verdadero plan sistemático de conquista, se hizo necesario
estimular el apoyo de la sociedad castellana, que comenzaba a mostrar cierto
agotamiento, e incluso aumentar las exigencias financieras para con el papado. Tal
menester quedó supeditado a la sublimación de la faceta moral de la contienda, aquella

1552
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 131.
1553
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 70-72.

745
José Fernando Tinoco Díaz

que podía aportar al conflicto un carácter universalista. En ese sentido, Pedro Cátedra
determina que «este año [de 1485] y los dos siguientes, hasta la toma de Málaga,
constituyen una especie de acmé en la curva de actividades propagandísticas del aparato
oficial en favor de la guerra y de las movilizaciones. Los más significativos y menos
balbucientes testimonios del pensamiento Providencial y mesiánico en torno a la
campaña y sobre los reyes se adelantan ya en estas fechas»1554. Este investigador afirma
que las narraciones de esta fase conflicto frente al emirato nazarí, destacan que el papel
de la divinidad no solo se limitó a proteger a las principales figuras del ejército castellano
a través de la intercesión de diversos mensajeros celestiales como era costumbre en la
cronística castellana medieval, sino que la divinidad también influyó de forma directa en
la suerte de las huestes de los Reyes Católicos. De hecho, los cronistas castellanos se
esforzaron por resaltar que esta ayuda pareció ser imprescindible para que el ejército
cristiano alcanzara la victoria en asedios que años antes habrían supuesto empresas
imposibles de conseguir para cualquier fuerza. Esta acentuada sublimación de la
perspectiva providencialista de la contienda frente a los musulmanes, fue perfectamente
visible en la narración de la victoria cristiana en el asedio a Monclín (1486), «llave y
escudo» de Granada. Según determinaban los cronistas castellanos, la guerra pareció
estar rodeada de un significativo halo sacro desde la propia proyección táctica. Fernando
del Pulgar afirma que esta ciudad:

«[…] fue siempre reputada en la estimación de los moros e de los cristianos por guarda de
Granada, así por ser çercana a aquella çibdat e por la fortaleza grande de sus torres e muros, como
por ser asentada en tal lugar que da seguridad a las comarcas si se es amiga e gran guerrera si se es
enemiga»1555.

Debido a esta envidiable situación geoestratégica, el asedio de la plaza musulmana se


presentaba bastante arduo para las fuerzas castellanas. De hecho, un año antes de esta
campaña, el conde de Cabra había sufrido una aciaga derrota en su tentativa por tomar la
ciudad. Para asegurarse de que su ejército no corriera la misma suerte, los monarcas
decidieron asegurar un planteamiento de esta empresa que se acomodara a los especiales
rasgos del territorio monclinense. Sin embargo, la difícil orografía del terreno dificultaba
cualquier intento de emplazar las armas de asedio en una situación que facilitara el rápido
derrumbamiento de los muros de la población musulmana. En esta tesitura, el poeta

1554
CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO M.: La historiografía en..., op.cit., p. 75.
1555
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los...op.cit., p. II, 233-234.

746
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Guillén de Ávila afirma que «mas fue por miraglo mostrada tal vía/ por donde sobida ell
artillería/ sedan a partido por no se perder»1556. Aportando una versión semejante, Alonso
de Palencia destaca que, solo la intervención de la Providencia, posibilitó el
establecimiento de la artillería cristiana para asediar la ciudad de Monclín. El siguiente
fragmento de la crónica del humanista castellano destaca por presentar una perspectiva
muy semejante a las narraciones de otros grandes hechos de armas hispanos, como el
caso de la antesala de la batalla de las Navas de Tolosa, en los cuales se registra la
intervención de un humilde enviado de Dios para auxiliar a la hueste castellana en su
camino hacia la victoria1557. La aparición de este tipo de campesinos, identificados como
emisarios divinos por los textos cronísticos, constituyó una imagen muy recurrente
durante la historiografía castellana medieval, como demuestran las distintas narraciones
de otros destacados conflictos hispano frente a los musulmanes. Verbigracia, Rodrigo
Ponce de León fue auxiliado por los consejos de un pastor en la toma del castillo
de Cárdela (1472), como Diego de Valera recoge en su crónica1558. En lo que se refiere al
asedio de la plaza monclinense, el relato de Palencia fue protagonizado por la aparición
de un simple pastor anónimo, el cual señaló el camino que el ejército debía tomar para
acceder a una mejor situación táctica desde donde bombardear la plaza nazarí:

«A todos estos cuidados dio milagrosa resolución la misericordia divina. Cuando más perplejos
se hallaban los que conducían la artillería, se les presentó un hombre montado en un pollinejo a
manera de pastor de ovejas, y se ofreció a enseñarles un camino a propósito para el paso de los
carros. Cumplida inmediatamente su promesa, desapareció, sin que pudiera luego encontrársele, a
pesar de haber mandado el Rey a voz de pregón que se presentara a recibir el premio debido a su
servicio. Por consiguiente, el católico D. Fernando atribuyó el feliz suceso exclusivamente a

1556
GUILLÉN DE ÁVILA, DIEGO: Panegírico a la..., op.cit., estrofa 212.
1557
Sobre este episodio durante la batalla de Las Navas de Tolosa, ALVIRA CABRER, MARTÍN: Guerra e
ideología..., op.cit., pp. 313-320; GARCÍA PARDO, MANUEL: «El pastor de Las Navas de Tolosa. La
realidad y la leyenda» En Toro Ceballos, Francisco y Rodríguez Molina, José (coords.): IV Estudios de
Frontera. Historia, tradiciones y leyendas en la Frontera. Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 2002, pp.
215-227; PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.: «El Pastor de las Navas o la trampa ideológica de una imagen
de cruzada» En Peinado Santaella, Rafael G.: Guerra santa, cruzada y yihad en Andalucía y el reino de
Granada (siglos XIII-XV). Granada: Universidad de Granada, 2017, pp. 55-79. Cabe destacar esta
asistencia divina no solo se produjo en los casos donde los castellanos se enfrentaron a las huestes
musulmanas. En ese sentido, cabe destacar que Fernando del Pulgar recoge que otro pastor, de nombre
Bartolomé, informó al obispo Alonso de Fonseca de la ruta a seguir para la conquista de Toro (1477);
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. I, 281-285.
1558
VALERA, DIEGO DE: Memorial de diversas..., op.cit., p. 70.

747
José Fernando Tinoco Díaz

intervención divina, y en el mismo día emplazó todas las terribles máquinas de guerra contra las
fortalezas»1559.

A pesar de que los castellanos consiguieron disponer su fuerza de asedio en una


localización inmejorable, los daños producidos en las murallas por las primeras tentativas
de la artillería cristiana fueron rápidamente reparados por los musulmanes. Entretanto,
los defensores nazaríes comenzaron a causar importantes daños en el real hispano,
gracias a sus pequeñas armas de pólvora. En ese sentido, cabe destacar que este asedio
fue especialmente singular, ya que fue la primera ocasión del conflicto donde los moros
emplearon artillería ligera para defenderse de los ataques de las huestes de Castilla.
Empero, inesperadamente, esta situación sufrió un serio revés para el bando islámico,
cuando el polvorín de la fortaleza sufrió una casual explosión por la desviación
accidental de una de las balas disparadas por los cristianos1560. Para los cronistas
castellanos, tal hecho solo podía haber sido producto de la intervención divina de nuevo.
Fernando del Pulgar, por ejemplo, destacaba que la desesperada situación del ejército
cristiano vino a resolverse cuando «plogo a Dios quel primero tiro que disparó un
quartado açertase en aquel pequeño lugar, pareçió ser cosa fecha por mano de la diuina
Prouidençia, porque se oviese aquella villa que en largo tienpo et con mucho gasto et
pérdida de gente no se esperaua aver»1561. Pero en la narración de otros historiadores del
periodo queda presente que este tipo de interpretaciones no eran más que apreciaciones
de una realidad que debía leerse desde una perspectiva más realista, acorde a una nueva
forma humanística de entender la ciencia militar. En ese sentido, Pedro Mártir expresa
una perspectiva más ambigua de este episodio, determinando que «sobrecogidos los
moros por este milagro o porque, una vez que ardió la pólvora, ya no les quedaba más
para disparar sus cañones contra los nuestros, se entregaron»1562. En una línea
argumentativa aún más profana, Alonso de Palencia aclara este suceso dejando a un
margen cualquier explicación de raíz providencialista:

«Uno de los morteros lanzó a los aires durante la noche una bomba que, pasando por cima del
cerro, fue a caer casualmente en la parte del alcázar considerada por los de Moclín como
inexpugnable y donde habían almacenado la pólvora, el azufre, el nitro y las provisiones. Prendida
la pólvora, todo lo demás lo consumió el fuego en un instante, y cundiendo entre los moros el

1559
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., p. 209.
1560
Sobre la narración de este asedio, consultar CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...»,
op.cit., pp. 668-671.
1561
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. II, 236.
1562
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 91.

748
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

terror y la desconfianza de poder continuar la defensa, al día siguiente ya se hablaba de rendición,


porque, además de la falta de alimentos, sin pólvora era inútil la artillería con que antes hacían
tanto daño a los nuestros»1563.

Fuera este hecho un milagro o un acierto del azar, para Jerónimo Münzer esta victoria
cristiana significó un gran golpe psicológico para las fuerzas musulmanas, en tanto
«asustados los sarracenos, afirmaban que se aproximaba el fía final de su reinado en
Europa. Y desconfianzo de sus fuerzas, poco a poco fuero desmoralizándose»1564. De
manera casi simultánea, caía Coín, y días más tarde capitulaba la serranía de Ronda tras
la entrega de esta plaza, el 22 de mayo de 1485. En ese sentido, Andrés Bernáldez denota
que en menos de un mes, habían caído fortalezas de las cuales «en otro tiempo la menor
era bastante para tenerse un año e no poderse tomar sino por hambre»1565. En apenas
pocos días, el ejército cristiano había conseguido llevar a cabo la conquista de una parte
considerablemente homogénea del reino de Granada, algo impensable algunos años
antes. Pero, a pesar de que la suerte del ejército cristiano parecía cambiar gracias a la
protección de la divinidad, a los reyes castellanos aún les esperaba un reto aún mayor: la
conquista de Málaga (1487), en la cual la intervención de la Providencia a favor del
bando castellano tendría una importancia capital para lograr tal cometido. Las diversas
narraciones de los cronistas contemporáneos al conflicto denotaron que los casos más
significativos de la intervención divina a favor del bando castellano, se produjeron
durante este cerco a la plaza musulmana.

Puede afirmarse que la conquista de la plaza malagueña fue el gran desafío de la


Guerra de Granada para los Reyes Católicos. Dentro del entramado cívico de la costa
granadina, la plaza era considerada uno de los principales puntos de aprovisionamiento
para todo el territorio nazarí y constituía un punto clave para la comunicación del emirato
musulmán con el resto de reinos del mar Mediterráneo. Su puerto era el mayor punto
comercial de la corona hispánica, y sede principal de la ruta de la seda seguida por
comerciantes genoveses y valencianos. Asimismo, en esta ciudad estaba establecida la
principal atarazana granadina de barcos de pequeño porte, que, en gran medida,
constituían la discreta flota de galeras de guerra del emirato. Por todo ello, afirma
Palencia que:

1563
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., p. 248.
1564
MÜNZER, JERÓNIMO: «Viaje por España...», op.cit., pp. 138-139.
1565
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 172.

749
José Fernando Tinoco Díaz

«Hubo particular empeño, así en el ataque como en la defensa de Málaga; en los nuestros, por
apoderarse de la ciudad de cuya rendición dependía el término de la guerra de Granada, y en los
enemigos, por comprender muy bien que, tomada aquella ciudad, situada en el Mediterráneo y en
las costas de Europa, y considerada por los moros como garantía de ulteriores conquistas, ya nada
podrían oponer contra el poderío de D. Fernando»1566.

En una epístola fechada el 10 de abril de 1482, mosén Diego de Valera apunta que
«paresciere ser muy prouechoso pòner el sytio sobre Málaga, la qual, según opinión de
los que bien la saben, dándose para ello el hórden que deue, seríe muy ligera de ganar
[…] é tomándose Málaga, el reyno de Granada es vuestro». Con la conquista de la
ciudad, la costa occidental de Granada hubiera caído en manos castellanas forma
paulatina, en tanto «Málaga tomada, todos los otros puertos son ligeros de tomar; é
teniendo allí el cerco se podría aver Benalmadena é la Fuengirola, é Velez-Malaga, é
Marbella, é Almuñécar ó lo más dello»1567. Sin embargo, el proyecto del castellano hubo
de esperar un lustro hasta que éste pudo llevarse a cabo. De hecho, según los
historiadores castellanos del periodo, la intercesión divina comenzó a hacerse presente
desde antes de que los Reyes Católicos instalaran el cerco destinada a rendir la ciudad,
determinando el momento exacto en el que tal empresa debía de ser acometida. Alonso
de Palencia alega que la Providencia intercedió para interrumpir la intención de don
Fadrique de Toledo, de realizar un asalto secreto a Málaga durante los primeros meses de
1487, o las últimas del año anterior1568. El noble estaba deseoso de destacar en un hecho
tan relevante como hubiera sido la rápida conquista de la plaza malagueña, al igual que el
marqués de Cádiz había logrado otros objetivos personales como la recuperación de
Zahara de la Sierra (1483). Por este motivo, decidió adelantarse a los deseos de los reyes
y acatar la empresa de forma particular. Sin embargo, la mediación celestial en el plano

1566
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 290-291.
1567
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén…, op.cit., pp. 57, 64. Jerónimo Zurita retomó esta
argumentación de mosén Diego de Valera, afirmando que «toda la esperança de la conquista de aquel
reyno, y del fin de la guerra, se ponía en expugnación de la ciudad de Malaga porque por su costa les yua a
los de Granada, y a todo el reyno de los Moros, que se tenían en defensa, el socorro de gente, y prouision
de armas, y cauallos de los reynos de Tunez, Tripol, Fez y Tremencen por ser vna de las plaças, que en
España estauan en poder de los Moros, mejor y mas rica y en mas fértil, y abundante territorio y della
salian diuersos nauios, que nauegauan hasta las tierras de Egypto, y Suria y a ella se traya el dinero de
limosna, que de toda la Africa se embiaua, como para vna guerra, y empresa santa, para el sueldo de la
gente, que defendua aquel reyno debaxo de su seta»; ZURITA, JERÓNIMO: Anales de la…, op.cit., p. 350v.
1568
Sobre el papel de este noble castellano en la campaña, CALDERÓN ORTEGA, JOSÉ MANUEL: «La
intervención de Fadrique de Toledo en la guerra de Granada: 1486-1489» En González Jiménez, Manuel
(ed.): La Península Ibérica en la era de los Descubrimientos (1391-1492). Actas III Jornadas Hispano-
Portuguesas de Historia Medieval. Sevilla: Junta de Andalucía, 1997, pp. II, 1473-1480.

750
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

climatológico provocó que el castellano se viera obligado a suspender sus pretensiones


de llevar a cabo un ataque a la urbe malagueña que hubiera estado condenado al fracaso :

«Vacilaba el animoso rey D. Fernando entre el temor y la esperanza en su propósito de


acometer la secreta empresa contra Málaga. D. Fadrique de Toledo estaba encargado de reunir
para ella tropas en el territorio de Andalucía, y, por tanto, a él se le confió en secreto la dirección
principal de la campaña. Con más ardor del que conviniera trabajaba por llevarla a cabo según la
había concebido, sin que le detuviese la consideración de las dificultades que pudieran ofrecerse,
resuelto a triunfar hasta de las más insuperables [...] Pero las grandes lluvias produjeron terribles
inundaciones, y las tropas que de diversos puntos iban acudiendo, más bien a un desastre que a un
triunfo, se veían reducidas a lanzar imprecaciones ante la imposibilidad de cruzar la desbordada
corriente del Saduca o Guadalquivirejo. Bien pronto la intervención de la Providencia apareció
patente a los ojos de los nuestros, a excepción de D. Fadrique, que, cegado por el anhelo de
realizar hazaña tan famosa cual la de apoderarse repentinamente de Málaga, increpó duramente a
cuantos no habían acudido tan pronto al llamamiento y a los que se habían detenido a causa de las
lluvias, como si la única causa del fracaso de la expedición hubiese dependido de haberse
mermado el número del contingente»1569.

Tras esta tentativa fallida, el verdadero inicio del asedio a esta metrópoli tuvo que
esperar a la conquista de Vélez Málaga (1487), acaecida en abril de ese mismo año.
Durante los primeros días del mes siguiente, se iniciaba el cerco a la ciudad malagueña.
Andrés Bernáldez afirma que «las cosas del cerco de Málaga no hay quien contarlas
todas pueda», pues estuvo lleno de diversas incidencias que todos los narradores
contemporáneos a esta contienda recogieron en sus respectivas crónicas1570. La toma de

1569
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 269-270. Otro hecho muy semejante a éste
ocurrió durante el intento de conquista de la villa de Montefrío en 1485, según narra la crónica de Fernando
del Pulgar: «Acaesçió asymismo en aquel tiempo que vino vna lluvia con tanta tenpestad de truenos e de
relánpagos, que todos fueron espantados e pensaron pereçer. E la gente de la hueste, que yva orgullosa,
sabido que la villa [de Montefrío] no se pudo tomar, e vista la grand tormenta que vino del çielo, como
pueblo mouido ligeramente por opinión, ymaginaron que era señal de algúnd ynfortunio que les avía de
acaeçer; e caydos de la esperança que tenían, falleçieron de las fuerças que primero mostrauan. Los
capitanes, cada vno a sus gentes, esforçáuanlos diziendo que en las grandes conquistas no era nuevo
acaeçer semejantes alteraçiones, e que aquella gran tenpestad que vieron, u el tiempo sereno que veyan, era
señal çierta para conoçer que después de los trabajos que oviesen gozarían de la victoria que deseaban»;
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los..., op.cit., p. I, 152.
1570
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 198. Por el tono de sus narraciones, parece
que tanto Fernando del Pulgar asistió al extenso asedio de la capital malagueña, por la redacción tan
detallada de la campaña. De la misma manera, es muy posible que Diego de Valera también estuviera
presente en el cerco de esta ciudad, el cual él mismo había diseñado en las diversas epístolas enviadas a los
soberanos castellanos durante el inicio del conflicto con el emirato nazarí; VALERA, DIEGO DE: Epístolas de
mosén…, op.cit., pp. 57-58. La redacción que Valera realiza del conflicto recoge los capítulos LXXV a
LXXXVIII de su crónica, mientras que Fernando del Pulgar dedica los capítulos CIII a CCXXIII de su
narración a este hecho: VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., pp. 231-276, PULGAR, FERNANDO

751
José Fernando Tinoco Díaz

esta plaza ocupó casi cuatro meses a las tropas de los Reyes Católicos, en los que el
hambre, la sed, el dolor y la muerte fueron la tónica predominante en el real castellano.
Durante todo este tiempo, la moral de los cristianos sitiadores se vio gravemente
resentida en bastantes ocasiones, lo que condicionó sobremanera las decisiones tomadas
por los reyes castellanos en este periodo. Asimismo, la defensa de los malagueños fue tan
cerrada, que se hizo necesario cambiar la estrategia que había regido el modo de actuar
castellano hasta ese momento, basada en campañas cortas que no alteraban al equilibrio
de los ritmos de la vida agraria andaluza, ni endeudaran excesivamente a la hacienda
regia. En contraposición, se hizo necesario adaptar los medios tácticos a la estructuración
de una operación con una envergadura hasta entonces inconcebible. Frente a tantos
inconvenientes, los cronistas afirmaban que tal empresa concluyó con éxito para el reino
castellano solo porque Dios demostró estar al lado de la hueste castellana en todo
momento. Entre todos los diversos episodios relatados por estos narradores, destacó la
intervención divina que evitó el asesinato de los reyes a manos de un fanático musulmán.

En junio de 1487, la reina doña Isabel había acudido en persona, persuadida por su
marido, para ahogar los conatos de desmoralización producidos en el ejército castellano.
Para contrarrestar tal beneficioso golpe de efecto el ánimo del bando cristiano, algunos
musulmanes decidieron intentar llevar a cabo una destacada incursión en los alrededores
del campamento cristiano. De esta manera, el día 18 de ese mismo mes, un pequeño
grupo de 400 nazaríes, encabezados por un musulmán procedente de la isla tunecina de
Djerba, llamado Ibrahim al Jarbi, atacaron el real castellano. Aunque el ataque fracasó,
algunos de estos moros lograron acceder al real castellano, donde volvieron a entablar
combate con las tropas cristianas. En este caso, Ibrahim, que según afirma Palencia
«había ofrecido en holocausto su vida a Mahoma por la salvación de sus
correligionarios»1571, se mantuvo al margen de la lucha, demostrando una actitud
piadosa. Parece ser que el propósito de este individuo era el de conservar su vida para ser
hecho prisionero y poder acceder así al real castellano. De hecho, una vez capturado, el
musulmán fue llevado ante Rodrigo Ponce de León, a quién «le respondió que era moro
santo, et que sabía las cosas que avían de acaesçer en aquel real e çerco, porque Dios

DEL: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 281-337. Sobre el duro asedio de Málaga, consultar ALCÁNTARA
ALCAIDE, ESTEBAN: 1472, la conquista de Málaga. Málaga: Algazara, 1993; CARRIAZO ARROQUIA, JUAN
DE MATA: «Historia de la...», op.cit., pp. 707-725; LADERO QUESADA, MIGUEL ÁNGEL: Castilla y la...,
op.cit., pp. 85-90; SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., pp. 150-154;
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., pp. 429-432.
1571
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 304-305.

752
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

gelas avía revelado [...] pero que Dios le mandó que no lo dixese a otra persona saluo al
Rey e a la Reyna en su secreto»1572. Convencido del halo venerable que rodeaba al
profeta musulmán, el marqués de Cádiz aceptó su solicitud de hacer llegar a los reyes su
revelación de la divinidad. Alonso de Palencia intenta justificar la confianza que el
marqués de Cádiz puso en las palabras de este moro, denotando que:

«Logró con engañosas razones persuadir a sujeto tan perspicaz de que si D. Fernando daba
orden de dejarle cierta libertad, él sabía un recurso para la rendición de la ciudad que solo
descubriría al Rey y a la Reina, pues a ese fin había venido. Aquel augurio se reconocería como la
última ruina de los malagueños. Dichas éstas y otras muchas razones semejantes, el africano
alcanzó de hombre tan sagaz como el Marqués lo que de ningún otro hubiera conseguido» 1573.

Tras el marcado todo misterioso de su mensaje, el fanático realmente escondía el


deseo de atentar contra la vida de los Reyes Católicos. Sin embargo, el intento de
regicidio no tuvo éxito debido a una azarosa situación. Pulgar afirma que:

«Aquí paresçió claro cómo esta Reyna era movida a las cosas por alguna ynsipraçión diuina,
porque como quier que tanbién ella como todas las gentes le deseavan hablar, pero fue cosa
maravillosa [que] la Reyna, tocada de algún espíritu diuino, dixo que no lo quería ver, y mandó
que lo guardasen fuera de la tienda fasta quel Rey despertase» 1574.

Siguiendo el deseo de la reina, el moro santo fue enviado a otras dependencias, en


compañía de la marquesa de Moya y de los duques de Braganza, a los que atacó
confundiéndolos con los mandatarios castellanos. El resultado de tal agresión fue la
muerte de don Álvaro a manos de este exaltado musulmán, que acabó finalmente abatido
más tarde por varios guerreros castellanos. Para Diego de Valera, la equivocación del
musulmán se produjo porque «el moro no sabía hablar ladino, e como vido el aparato de
la marquesa e a don Alvaro asentado hablando con ella, pensó que fuesen el rey e la
reyna. E preguntó al tornadizo que le avía trahído si eran ellos, e por burlar dixo que
sí»1575. Pero, según concluye Fernando del Pulgar, «como esto acaesçió los caualleros y
capitanes y gentes del real fueron turbados de aquella fazaña, y vieron cómo Dios
milagrosamente quiso guardar las personas del Rey et de la Reyna»1576.

1572
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. II, 315-316.
1573
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 304-306.
1574
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., pp. 316-317.
1575
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. 258-259.
1576
PULGAR, FERNANDO DEL: Crónica de los…, op.cit., p. 317. Andrés Bernáldez identificó las acciones
del moro santo con las de Marco Curcio, «que se lanzó en el lago boca del infierno que en Roma se abrió,

753
José Fernando Tinoco Díaz

Esta perspectiva providencialista del episodio aportada por el cronista del reino,
pretendía denotar, tanto la divina protección con la que contaba la hueste castellana,
como el fanatismo con que los musulmanes defendían su ciudad, el cual pareció no
apagarse por meses. De hecho, los historiadores castellanos determinan que solo la
intervención de la divinidad pudo hacer resistir a los combatientes cristianos, y minar la
fuerte determinación de las fuerzas nazaríes de forma paulatina. En ese sentido, Diego de
Valera afirma que «en todo el medio tiempo que duró el çerco de esta çibdad nunca
llovió, salvo el día que se puso e quando se le entregó. E la mayor esperança que los
moros tenían era en el agua; y es çierto que si llovera el rey no pudiera tanto durar en el
çerco»1577. De la misma manera, la influencia de la Providencia también se hizo notar
con especial énfasis en la faceta marítima del cerco, aspecto capital de toda la operación
castellana. Según este mismo autor castellano, durante este asedio, «a semanas
andovieron Levante e Poniente de tal manera que todos los navíos de toda esta cosa yvan
e venían sin ningúnd enpacho a abasteçer el real de todo lo neçessario»1578. Gracias a esta
intervención directa de Dios en las condiciones meteorológicas del cerco, los granadinos
no pudieron recibir ayuda del exterior, lo cual posibilitó que sus fuerzas mermaran y el
partido favorable a la paz consiguiera finalmente imponer su criterio. De esta manera,
Málaga acabó rindiéndose el 18 de agosto de ese mismo año. Para Alonso de Palencia,

donde muchos perecían, por librar a Roma; e libróse por su perdimiento Roma, que lo sobrió aquella sima
inferal e cerróse e contentóse con él, que nunca más fue vista». Según relatan las leyendas romanas, el
sacrificio de joven Marco Curcio, quien había considerado que el bien más valioso de la República era la
juventud y fuerza de sus soldados, se prestó para arrojarse al gran agujero que amenazaba el Foro de la
República en Roma representando estos valiosos dones. Gracias a esta ofrenda, en el gran orificio se formó
el llamado lago Curcio. Tanto Pedro Mártir de Anglería, como el propio Bernáldez, también compararon
tal hecho con la hazaña del romano Escévola, «que salió de Roma por matar al rey que tenía cercada la
cibdad de Sena [e los romanos, por esta ossadía e atrevimiento, fazen dél gran memoria de honbre
desesperado». El patricio Cayo Murcio Escévola decidió inflitrase en el campamento etrusco para asesinar
al rey Lars Porsena, quien apoyaba la restauración en el trono de Tarquino el Soberbio, ante la perspectiva
de una segura derrota de Roma frente a las tropas del rey. Cuenta la leyenda que a pesar que consiguió
infiltrarse en el campamento del enemigo. Pero apresurándose en su decisión, atacó a otro guerrero al que
confundió con el soberano etrusco. Al instante, fue rodeado por la guardia personal de este monarca, ante
lo cual el romano decidió quemar la mano con la que había blandido la espada mientras afirmaba, según
Tito Livio, «poca cosa es el cuerpo, para quien soloaspira a la gloria». Admirado por tal muestra de
valentía, Porsena decidió perdonarlo y dio veracidad al testimonio del romano de que docenas de jóvenes
que habían prestado juramento de acabar con el rey o sucumbir en el intento, rodeaban el campamento
etrusco. Dando crédito a esta invención del romano, y temiendo que se tratase de todos jóvenes tan
valerosos como él, el soberano retiró sus tropas y puso fin al apoyo de la causa de Tarquino. Gracias a tal
hazaña, y por quedar su mano derecha inutilizable, Cayo Mucio se ganó el apodo de Scevola, que en latín
significa zurdo; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 184-186; MÁRTIR DE
ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., pp. 98-99.
1577
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., p. 275.
1578
VALERA, DIEGO DE: Crónica de los…, op.cit., p. 275.

754
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

tal hecho solo podía haber sido posible gracias a la intervención de la divinidad, la cual
había quebrantado súbitamente el ánimo de unos fanáticos combatientes musulmanes que
habían peleado hasta la muerte contra los guerreros cristianos:

«La divina misericordia se puso también de su parte [de los Reyes Católicos], dignándose en
este sitio de Málaga hacer patente a los mortales cómo la principal fuerza y el verdadero vigor
reside en el poder de la suprema majestad. Así pudieron conocer claramente los católicos, al ver el
vértigo que se apoderó en aquellos días de los sitiadores, que, por disposiciones de lo alto, de tal
modo habían alternativamente concebido terror los audaces y audacia los tímidos, que no hubo
nadie bastante sagaz para darse cuenta de la novedad de aquel cambio hasta que el mismo
desenlace vino a revelar haber sido designio divino demostrar a los sitiadores por medio de los
largos trabajos sufridos que habían acometido como muy fácil el sitio de aquella ciudad, siendo en
realidad dificilísimo. Por lo cual había permitido que germinasen en los corazones de aquellos
feroces gomeres sentimientos de temor que jamás antes se hubiesen creído capaces de abrigar.
Acusábanse unos a otros de cobardía y de desidia, y no podían dar con la causa de que en tan serio
trance los más osados se mostrasen más tibios, y de que los malagueños, tenidos por flojos, solo
atentos a sus tráficos y nada a propósito para pelear, superaran ahora en resistencia a los
granadinos más aguerridos. Este vértigo desmoralizador causó primero maravilla e infundió luego
gran espanto hasta a los más esforzados y prácticos, pero los ruegos de los católicos, a lo que se
1579
cree, impetraron gracia del que puede dispensarla, y al cabo la consiguieron» .

A medida que el tiempo andaba, y los éxitos militares y políticos frente al musulmán
se sucedían, fue consolidándose la lectura providencialista de la empresa de los Reyes
Católicos por culminar la conquista del emirato nazarí. Solo la intervención de la
divinidad podía explicar la proeza que estos reyes estaban llevando a cabo en un periodo
tan breve de tiempo. En apenas cinco años, toda la parte occidental del emirato había
sido sometida, aislando la capital de su principal zona de aprovisionamiento y
comunicación con el exterior. Durante los años siguientes, el teatro de operaciones del
conflicto se trasladaría hacia el área sureste, en concreto a la tierra aledaña a la población
de Baza. En referencia al sitio de esta plaza, afirma Luis Suárez que «fue el cerco más
duro, la operación militar más duradera y la prueba mejor de serenidad y de fuerza»1580.
A pesar del exitoso precedente malagueño, las fuerzas castellanas nunca habían
mantenido un asedio durante tan largo tiempo, en unas condiciones tan adversas, por lo
que tal hecho se convirtió en un suceso extraordinario. Así quedó presente en gran parte
de las narraciones del periodo, las cuales destacaron sobremanera la categoría singular de

1579
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada..., op.cit., pp. 317-318.
1580
SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: Los Reyes Católicos. El tiempo de..., op.cit., p. 158.

755
José Fernando Tinoco Díaz

tal empresa. En ese sentido, Juan de Mata Carriazo afirma que ésta fue una de las
campañas mejor documentada de toda la guerra castellano-nazarí, ya que «compensando
la falta de Valera y de la Historia del marqués de Cádiz, Pulgar, testigo de vista que le
consagra unos veinte capítulos, Palencia y Bernáldez, son más extensos y detallados que
de ordinario»1581. Para todos ellos, el difícil cometido de la expugnación de esta ciudad
fue finalmente logrado, solo gracias al gran esfuerzo del ejército castellano en conjunto y
a la intercesión divina. Al igual que en el cerco malagueño, la Providencia intercedió
para que las heterogéneas fuerzas que formaban el bando cristiano a mostrarse resolutos
y unidos bajo un mismo objetivo. Asimismo, según concluye López de Carvajal, fue
Dios quien había librado a estos guerreros de sufrir enfermedades y los había protegido
de los padecimientos y calamidades del frío, durante los meses central del duro invierno
granadino, y el calor durante los meses de sofocante primavera:

«En aquel año casi toda la Bética, de donde debían ser llevados principalmente el ejército y el
suministro para el asedio [de Baza], padecía la enfermedad de la peste, y una epidemia había
afectado a una gran parte de la España superior. Cosa admirable y por encima de toda comprensión
y costumbre humana: los guerreros sevillanos, cordobeses, cartageneros y los restantes guerreros
españoles a los que, incluso divididos y segregados por villas, montes y campos, la peste fustigaba
de forma increíble, al tiempo que llegaban al poderoso campamento real no se sentía nada de la
peste, nada de la enfermedad, de forma que el propio contacto de la virtud, la religiosidad y la fe
regias casi parecía rechazar todo su padecimiento, y aunque desde diferentes partes de España se
congregaban allá diversas gentes, que ascendían a la cantidad de casi doscientas mil almas, y el
asedio se consolidaba por seis meses ininterrumpidos, no fue encontrada en el campamento
enfermedad alguna excepto la que se padeció por los golpes lanzas de los enemigos. Ciertamente
estaba con ellos la mano de Dios, de quien dependen la salvación y la vida de todos [...] Aunque
esta región de Baza, por la proximidad de montes helados, esté casi siempre sujeta desde el mes de
septiembre en adelante a continuas lluvias, fríos y nieves, y aunque esta provincia sea
extremadamente fría y pantanosa en invierno, el dedo de Dios contuvo las nubes y cataratas del
cielo y apartó de allí el huelo y la nueve, de forma que el ejército cristiano se encontraba en los
meses de septiembre, octubre, noviembre y parte de diciembre, cuando allí acostumbraban a ser
intolerables los rigores del frío, de igual forma que en la templanza de abril y mayo» 1582.

1581
Al respecto del asedio a Baza, consultar CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...»,
op.cit., pp. 751-774; LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...»,
op.cit., p. 434-437. Un exhaustivo estudio de este cerco puede consultarse en LADERO QUESADA, MIGUEL
ÁNGEL: Milicia y economía en la guerra de Granada: el cerco de Baza. Valladolid: Universidad de
Valladolid, 1964. Una perspectiva más amplia del asedio, dentro de la política internacional de los
soberanos castellanos, puede encontrarse en MIGUEL MORA, CARLOS DE: «La toma de...», op.cit.
1582
LÓPEZ DE CARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., pp. 111-113. Andrés Bernáldez también
destacaba que solo la influencia de Dios en los ritmos de la agricultura andaluza, pudieron permitir al

756
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Durante los seis meses que se alargó tal magna empresa, las desesperanzas y
penalidades que sufrieron las tropas castellanas llevaron al límite las posibilidades de
aguante y la moral de esta hueste cristiana. De hecho, la misma reina doña Isabel tuvo
que asistir nuevamente al real en persona para mejorar el ánimo de la exhausta tropa,
como había ocurrido durante el asedio a Málaga (1487). Pero como sucedió en el caso de
la capital malagueña, la ciudad se rindió de forma repentina. El 28 de noviembre de
1489, ante la incredulidad del conjunto de la tropa castellana, se producía la capitulación
de Baza, y el 4 de diciembre de ese mismo año, los reyes castellanos entraban en la
ciudad. El italiano Pedro Mártir, que se había incorporado al real castellano durante este
cerco a la capital batestana, se sorprendía de este hecho, afirmando que no sabía «qué
cosa sobrehumana encuentro en tus Reyes, por no hablarte de los demás asuntos
españoles. No dudo que los asiste un poder celestial». Para este humanista solo la
intercesión divina había podido influir en la súbita decisión de que los musulmanes
estuvieran dispuestos a negociar tras la llegada de la reina castellana al real 1583. En el
caso castellano, tal hecho no era sino una muestra más de la protección providencial con
la que estos reyes contaban en sus empresas. En ese sentido, quizá fuera Alonso de
Palencia el cronista que mejor expresó este planteamiento de la asistencia divina en esta
contienda castellano-nazarí. La retórica con la que el cronista castellano explicaba la
intercesión de la Providencia a favor del bando castellano, en los hechos bélicos
relacionados con el asedio a Baza, supone una de las afirmaciones contemporáneas más
contundentes de la fundamental incidencia de la divinidad para la prosecución de la
conquista del reino nazarí:

ejército castellano permanecer en este cerco durante los meses de invierno, asegurando el abastecimiento
de la hueste: «El rey fizo pertrechar e bastecer el real, para tener allí en inbierno; e los moros pensavan ser
imposible el rey tener allí el invierno, porque la tierra es muy fría e natural de muchas nieves; e esperavan
que, en todo el conpás donde el real estava, no quedaría cosa por cobrir de nieve, segund que en todos los
otros años ende acaescía, cobrirse todo de mucha nieve, e de agua a logares. Mas Nuestro Señor, en cuya
mano son todas las cosas, al cual obedescen todas las planetas e signos, fizo lo contrario de lo que ellos
pensaron; que en el mes de setienbre llovió ni más ni menos de lo que era menester para el otoño, de
manera que aprovecho al real e no enpeció; e el mes de otubre llovió lo que era menester para senbrar, e no
enpeció al real; e fiziéronse muchas e buenas sementeras en todas partes, de que se cogieron el año
siguiente muchos e infinitos panes. E el mes de novienbre no llovió poco ni mucho en toda España, antes
parescía verano, seyendo natural invierno e tienpo de aguas e los más chicos días del año. Esto paresció ser
fecho e proveído por la divina Providencia, e así fué tenido por todos los cristianos, que milagrosamente
Dios proveó de tales tienpos»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 209.
1583
MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO: Epistolario..., op.cit., p. 8. Sobre la llegada del humanista italiano al
real castellano presente en el asedio a esta ciudad, consultar DELGADO LÓPEZ, JOSÉ LUIS: «Pedro Mártir de
Anglería: testigo de la toma de Baza (1489)» En Comunicaciones presentadas al III Congreso de
profesores investigadores (La Rábida -Palos de la Frontera-,1984). Huelva: Asociación de Profesores de
Geografía e Historia de Bachillerato de Andalucía, 1986, pp. 127-136.

757
José Fernando Tinoco Díaz

«Así consta a los católicos por infinitos ejemplos de sucesos memorables ocurridos desde los
más remotos tiempos, y eso mismo experimentaron frecuentemente nuestros reyes D. Fernando y
D.ª Isabel. Nadie debe dudar, por tanto, de que la rendición de Baza fue obra de la diestra del Rey
Todopoderoso, el cual hizo patente la inutilidad de todos aquellos enormes gastos y de aquel
formidable aparato bélico, y agotado ya hasta el último recurso, concedió a los cristianos victoria
1584
mayor de lo que jamás habían imaginado» .

Con respecto a todas estas narraciones que pretendieron denotar la intervención


divina en la repentina rendición de Baza, Juan de Mata asevera que tal hecho «resulta
menos sorprendente cando se conoce la documentación que acredita la venalidad de
algunos de los encargados de su defensa»1585. El principal encargado musulmán de
negociar la rendición de la plaza fue Çidi Yahia Almayar, también conocido como al
Najjar, hijo del infante Celín de Almería y nieto del emir Yusuf IV. Según documenta el
mismo Carriazo, parece que don Fernando mantenía una relación epistolar con el nazarí
desde 1474, en la que se mostró partidario de secundar las pretensiones al trono
granadino de este joven príncipe. A cambio de este apoyo, el musulmán había prometido
entregar Almería a los monarcas castellanos en 1483. Pero el nombramiento de Boabdil
como nuevo emir abortó el posible levantamiento de Çidi Yahia con celeridad, lo que
provocó que el mentado príncipe se uniera a la causa de Muley Hacén frente a su hijo.
Nuevamente durante los últimos meses de 1487 y primeros del año siguiente, Çidi Yahia
ofreció a los reyes de Castilla la rendición de esta plaza si éstos prometían secundar sus
pretensiones de ser nombrado emir en esta parte oriental del emirato. Sin embargo, la
resistencia de los principales mandos del ejército islámico al mando de la defensa de la
población batestana, terminó por suprimir cualquier tentativa de rendir la ciudad al
enemigo cristiano1586. La imposibilidad de concretar ambos compromisos no supuso la
suspensión en las negociaciones entre los monarcas castellanos y Çidi Yahia durante el
resto del conflicto castellano-nazarí. De hecho, es muy posible que el ofrecimiento de la
entrega de Almería se mantuviera activo durante todo este tiempo, como corrobora la
nueva propuesta realizada durante el asedio a Baza. Los contactos entre ambos partidos
finalmente parecieron tener éxito cuando el joven príncipe consiguió alentar a su cuñado,

1584
PALENCIA, ALONSO DE: Guerra de Granada…, op.cit., pp. 430-431.
1585
CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: «Historia de la...», op.cit., p. 766.
1586
Sobre esta destacada figura del emirato, consultar ESPINAR MORENO, MANUEL: «Un personaje
almeriense en las crónicas musulmanas y cristianas. El infante Çidi Yahyà l-Nayyar (1435?-1506): su papel
en la Guerra de Granada» En Boletín del Instituto de Estudios Almerienses, vol. 7. Almería: Instituto de
Estudios Almerienses, 1987, pp. 57- 84.

758
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

El Zagal, a mostrarse receptivo a negociar con unos Reyes Católicos que demostraron
gran generosidad a cambio de la rápida rendición de la ciudad.

José Enrique López de Coca afirma que esta política de concesiones castellanas
pretendía cautivar la ambición de las pequeñas autoridades musulmanas, que no andaban
a la zaga de las grandes pretensiones demostradas por los más destacados señores
nazaríes del emirato. A través del acercamiento a estos oficiales de rango secundario, los
reyes cristianos pretendían acelerar las rendiciones de las principales plazas del territorio
oriental del emirato, como finalmente consiguieron1587. De hecho, días más tarde de tal
convenio y la entrega de Baza, el autoproclamado emir de Granada también rindió las
plazas de Almería y Guadix, el 22 y 30 de diciembre de 1489, a cambio de la concesión
de un pequeño dominio vasallo de Castilla en las Alpujarras granadinas. A pesar de que
El Zagal nunca llego a disfrutar de tal privilegio en concreto, tanto las fuentes
castellanas, como islámicas, indican que el resultado de este concierto fue totalmente
ventajoso para los líderes musulmanes que se acogieron al pacto con los reyes de
Castilla. En particular, estas narraciones determinan que el acuerdo facilitó la integración
de Çidi Yahia en la nobleza nobiliaria castellana tras su conversión, bajo el nombre
cristiano de Pedro de Granada. Para Fernando del Pulgar, este gesto era una prueba más
del apoyo de la Providencia a favor de la causa castellana, pues había sido fruto de un
milagro divino, como él mismo se encarga de confirmar por fuentes cercanas:

«Supimos despues de personas que se hallaron entre los moros, cautivos Christianos, que
testificaron la subita mudanza que se vió en el animo é corazon de Cidi Aya, hijo del infante Celin,
á quien referian haberse aparecido á el amancer el glorioso Apostol san pedro con unas llaves en la
mano, á el salir de las murallas á continuar los reencuentros, é escaramuzas que habia habido en
seis meses continuos, el qual le dixo que creyese en el verdadero Dios, é que entregase las llaves
de aquella Ciudad, é que Dios le abriria las puertas de Cielo, é que veria en señal de esta verdad, la
señal de la santa Cruz en el Cielo; é movido el corazon de este infante con tan extraña visión, é de
haber estado mucho tiempo con el infante Zelin su padre en la Corte del Rey don Enrique IV,
donde habia tenido deseo de ser Christiano, determinó creer en la santa fé Católica, ya que el santo
Apostol por disposicion divina le habia hecho aquella misericordia para tan algo fin é nuestro
señor obró este milagro, por las continuas oraciones que vuestra Alteza hizo en sus oratorio toda
aquella noche, cesaron los combates, peleas é reencuentros, é los espíritus encruelecidos, é las
intenciones enemigas é contrarias, se devanecieron é mudaron»1588.

1587
LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, JOSÉ ENRIQUE: «El reino de Granada (1354-1501)...», op.cit., pp. 435-437.
1588
PULGAR, FERNANDO DEL: Tratado de los..., op.cit., pp. 137-138. BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del
reinado..., op.cit., p. 220.

759
José Fernando Tinoco Díaz

Esta versión aportada por el cronista oficial del reino fue proclamada por las fuentes
castellanas inmediatamente posteriores a la contienda castellano-nazarí, en un intento por
sublimar el proceso de integración de una nobleza musulmana que había optado por
abjurar de sus creencias, a cambio de mantener su estatus en el seno de la sociedad
cristiana. Durante el periodo que duró este conflicto castellano-nazarí y, sobre todo, a lo
largo de los años finales del mismo, muchos nobles musulmanes optaron por convertirse
al cristianismo como una forma de perpetuar su estatus social. De hecho, los mismos
hijos del emir Boabdil, establecidos en la corte castellana desde el inicio de la guerra
como consecuencia de la firma del tratado entre el joven emir y los reyes de Castilla,
decidieron aceptar la fe cristiana. Estos jóvenes tomaron como insignias elementos que
recordaban su pasado musulmán, como era la divisa y el escudo de armas de los emires
nazaríes, pero que incluía nuevas referencias que denotaban su nueva fe. Así lo destaca
Luís del Mármol, quien determinaba que «los descendientes de los infantes don Juan y
don Hernando tienen por apellido de Granada, y traen por armas dos granadas en campo
azul, y un letrero atravesado que dice: Lagaleblila, que quiere decir: -No hay vencedor
sino Dios-»1589. Todas estas narraciones de conversiones intensificaron la significación
de la abjuración de Çidi Yahia de las creencias islámicas durante los siglos posteriores,
pues este gesto, que parecía haber sido provocado por intercesión de la propia divinidad,
había sido un verdadero ejemplo para toda la población del reino nazarí. Sirva como
ejemplo este fragmento de la Historia eclesiástica de Granada de Bermúdez de Pedraza,
en la que este autor asemeja la cristianización del príncipe nazarí con la del emperador
romano Constantino:

«Tras la capitulación de Almería y Guadix] a su primo [del rey Al-Zagal de Granada] Cidy
Haya, que se acogio a la Iglesia le fue mejor, por que fue Christiano de coraçón: dizen algunos que
vio como el Emperador Constantino, vna Cruz en el ayre, y que se aparecio San Pedro, y le
amonestó siguiesse su religion Christiana. Pidio el bautismo a los Reyes, y con mucho gusto se le
dieron en su tienda, y fueron sus padrinos. Llamaronle Pedro por ser santo de su deuocion: y este
fue el primer don Pedro de la casa de Granada a quien los Reyes hzieron grandes mercedes, y
casaron tan noblemente que desmienten a los emulos de su nobleza sus ilustres casamientos,
quando mas se conocia su calidad y hechos»1590 .

Según determinaron los narradores castellanos, los triunfos conseguidos por los
Reyes Católicos durante estos años finales del conflicto frente a Granada, no eran más

1589
MÁRMOL CARVAJAL, LUIS DEL: «Historia del rebelión...», op.cit., p. 581.
1590
BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 155v.

760
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que la representación espontánea de los designios de la divinidad. Sus narraciones de las


principales intercesiones divinas en los triunfos de la hueste castellana, pretendían
destacar la protección de Dios con la que los reyes de Castilla contaban en su empresa
frente al musulmán. Este carácter providencial que rodeaba a la iniciativa castellana
abogaba por acentuar la faceta divinal de la guerra, aquella que sublimaba la superioridad
moral de la misma. Al fin y al cabo, este tipo de hechos extraordinarios no eran sino
manifestaciones del favor celestial con el que contaban unos monarcas que dirigían sus
vidas al ensalzamiento de la fe católica. En estos términos, Bernardino López de Carvajal
se dirige a la curia romana tras la toma de Málaga (1487) para preguntarle, «¿quién
puede dudar que todas estas cosas eran muy claras manifestaciones del Altísimo, que
quería que el nombre del Crucificado se ensalzara alló donde antes había sido
despreciado por infieles durante mucho tiempo?»1591. La respuesta parecía aparecer
diáfana ante tales hechos, «no vemos tan clara razón conoçida/ que Christo pelea por sus
castellanos»1592. Esta perspectiva llevaba al eclesiástico a denotar las connotaciones
teológicas de la guerra llevada a cabo por Isabel y Fernando, las cuales sobrepasaban el
ámbito terrenal de la condición justa de tal empresa para definirla como una contienda de
carácter providencialista. Este tipo de discursos constituía en una magnífica vía
propagandística del poder de la monarquía hispánica. Juan Barba, por ejemplo, podía
destacar que «esta gran fama tan gloriosa/ que va por el mundo en los cristianos/ el rey y
la reyna de los castellanos/como de santos reyes famosa»1593.

1591
LÓPEZ DE CARVAJAL, BERNARDINO: La conquista de..., op.cit., p. 115.
1592
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 229. Al respecto de esta perspectiva del
conflicto, es muy atractivo consultar la reflexión realizada por Rafael Peinado sobre la naturaleza de estas
expresiones de la intercesión de la divinidad castellana en este conflicto; PEINADO SANTAELLA, RAFAEL G.:
«―Christo pelea por...‖», op.cit., pp. 481-490.
1593
BARBA, JUAN: «Consolatoria de Castilla…», op.cit., p. 234. Algunos autores incluso se aventuraron a
identificar diversos sucesos escatológicos con la llegada de las noticias de las victorias castellanas a suelo
romano. Este es el caso de Bermúdez de Pedraza, el cual recoge la aparición del titulus crucis durante las
obras de reparación de la Basílica de Santa Crocre in Gerusalemme, la cual se encontraba al cargo del
castellano Pedro Hurtado de Mendoza: «se halló en Roma el titulo de la Cruz de Christo nuestro Señor,
como refiere Iacobo Bosio en esta forma: -En el primero dia del mes de Enero de mil y quatrocientos y
nouenta y dos, se vio un grande milagro en Roma, porque reparandose por orden del Cardenal don Pedro
Gonçalez de Mendoça, titulo e la Santa Cruz, y por su cuenta, la iglesia de Santacruz, los oficiales llegaron
a vn arco que estaua en medio de la Iglesia donde auia dos colunas pequeñas, y en el hueco de la vna, que
era como vna alhazena cubierta, hallaron vna caxa de plomo de dos palmos de largo, cerrada, y encima
della vna piedra con estas palabras talladas en ella. HIC EST TITVLUS SVERAE CRVCIS. Y dentro de la
caxa, vna tabla que tenia palmo y medio de largo, y en ella cortada vnas letras coloradas que dezian assi.
IESVS NAZARENVS REX IV DEORVM. El primer verso el rito en letras Latinas; e segundo en Griegas,
y el tercero en Hebreas. Vino el papa Inocencio VIII a la Iglesia, y mandó se quedasse en ella la reliquia, y

761
José Fernando Tinoco Díaz

De manera paulatina, tomó forma en Castilla el recurso de una nueva propaganda


política, asentada en una reinterpretación del mito goticista que permitió a los cronistas
reales «ordenar toda la Historia en torno a un fin último que se identifica con la
recuperación del territorio cristiano peninsular y la derrota de los infieles o, amplificando
la resonancia del mismo a un alcance universal, mediante el triunfo de los cristianos
liderados por el monarca de Castilla»1594. Gracias a la sublimación de su victoria frente al
emirato, los Reyes Católicos se alzaron como los brazos ejecutores de la divina
providencia. Así queda presente, tanto en la cronística del periodo, como en las fuentes
posteriores, las cuales incidieron sobremanera en las profecías y vaticinios que
anunciaban el final de esta contienda como un anuncio del brillante destino que esperaba
a estos reyes. Sin embargo, mientras doña Isabel había representado la redención del
pueblo castellano, en don Fernando parecía haber recaído la misión de conducir a los
ejércitos hispanos a concluir con la dominación musulmana:

«Granada, afirmo, se ha reconquistado por la acción y el trabajo, por el ánimo y la fortaleza,


por la industria y el sudor del excelente Fernando, Rey de las Españas, quinto de ese nombre. Rey
serenísimo y preclaro que, como un nuevo Josué que combate las batallas del Señor, en breve
tiempo (concretamente en diez memorables y felices años) recuperó esforzadamente todo el reino
de Granada, que en nada desmerecía de su alabadísima provincia principal: desde la ciudad de
Gaucín hasta la ciudad de Vera. Y ello a costa de esfuerzo sin descanso y de continua lucha,
incluso en unos tiempos en que los reyes no suelen dedicarse a guerrear, sino más bien a inhibirse
de guerras y de asedios. El propio Dios Supremo se valió de su diestra, como hiciera con la diestra
del rey Ciro, e hizo que ante su presencia huyeran los reyes. Le abrió los accesos de las urbes
mejor fortificadas, y no le cerró las puertas de las ciudades más poderosas. Y es que el mismo Dios
inmortal ha caminado por delante de él, y ha humillado a los grandes de la tierra; ha destruido
puertas de bronce; ha hecho saltar cerrojos de hierro, y le ha dado tesoros escondidos y las claves
de los secretos. Y Tú, Señor, ten misericordia de nosotros»1595.

en la misma caxa fue colocada en vna vidriera sobre el Altar mayor-. Los autores que refiere Bosio dizen
que el mismo dia se supo en Roma la toma de granada por reuelacion de vn santo, queriendo nuestro señor
llegasse el contento deste dia hasta Roma, y alegrarla descubriendo el titulo de su Cruz». Este hallazgo no
hizo más que reforzar la cadena de hechos providenciales que los cronistas romanos resaltaron en los
diversos relatos de los días después al final del conflicto; BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCIO: Historia
eclesiástica. Principios..., op.cit., p. 160v.
1594
MUÑIZ LÓPEZ, IVÁN: «Pasado y mitos…», op.cit., p. 449.
1595
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 26. En unos términos semejantes se
expresaba Zurita, quien aprovechaba para ensalzar la figura de don Fernando como restaurador de la
unidad hispánica: «El regozijo, que se hizo por toda España, fue tan general, como la causa, y beneficio
della lo recqueria considerando auerse puesto fin, a vna tan perpetua, y terrible guerra y que se acabaua de
extierpar por la fuerça, y reyno de los Moros que por tanto discurso de tiempo se auian defendido de
Principes muy poderosos, y guerreros que con increíble obstinación la continuaron siempre y pusieron sus

762
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

8.3. EL DESARROLLO DE UNA CORRIENTE MESIANICA DE ÍNDOLE


UNIVERSALISTA EN EL CONTEXTO PENINSULAR.

8.3.1. LOS CARACTERES ESENCIALES DE LA CORRIENTE FRANCISCANISTA ARAGONESA


Y SU INFLUENCIA EN LA TRADICIONAL DOCTRINA NEOGOTICISTA. LA IDENTIFICACIÓN
DE DON FERNANDO DE ARAGÓN COMO MONARCA UNIVERSAL.

El ambiente escatológico que reinaba en Castilla durante esta etapa, representaba el


triunfo frente a Granada, como el último paso de la culminación de la Reconquista
hispánica y el primer capítulo del definitivo conflicto del cristianismo contra la fe
islámica. La base de esta proyección escatológica de la contienda residía en la propia
tradición profética hispánica, en concreto en la profecía pseudo-isidoriano del Planto de
España. Este vaticinio, atribuido al santo sevillano, auguraba la destrucción de la unidad
del territorio peninsular en tiempos de don Rodrigo, a causa los pecados perpetrados por
el conjunto del reino visigodo. A esta catástrofe le seguiría un largo periodo de

personas, y reyno, y gran parte de las fuerças, y riqueza de berberia por sustentarlas. Pero estaua
reseruando el loor, y merecimiento de tanta gloria, al primero, que puso en tan gran vnion los reynos de
España sin la qual no parecía poderse sojuzgar el reyno, que sustentauan en ella los infieles pues hasta el
fin se defendieron con tanta fuerça, y resistencia, que sino se siguiera la diuision, que vuo entre los mismos
Moros, por cuya causa cessaron los socorros, que les venían de Africa, y berberia, y con estar las fuerças de
los reynos de España vnidas, la conquista de aquel rey no fuera arto mas peligrosa, y difficil»; ZURITA,
JERÓNIMO Anales de la…, op.cit., pp. 370r-371v. Con posterioridad, algunas fuentes volvieron a reclamar
el papel central de la reina en esta contienda, determinando que sus méritos estuvieron al mismo nivel que
los conseguidos por su marido. Sirva como ejemplo el siguiente fragmento de la crónica de Bermúdez de
Pedraza, en el que se exaltaban ambos monarcas: «La historia de San Francisco dize que vn buen religioso
de la orden dixo a la Reyna Catholica auia de ser reyna de Granada, y que la primera Missa que se diexe en
ella seria do la Encarnacion del Hijo de Dios, y sucedio assi. Ganó la Reyna a Granada, y la primera Missa
se dixo en el Alhambra con la imagen de nuestra Señora del Populo que esta en el arco desta Santa iglesia,
y se dixo de la Encarnación, por la deuocion que tuuo la Reyna a este misterio, y despues de auerla oido
dixo. -Oy se han cumplido las dos cosas que predixo fray Lorenço de Rapariegos, de que auia de ser señora
de Granada, y la Missa primera que se cuido de deizr en ella-. Estando el Rey don Iayme el primero
celebrando Cortes en Zaragoça, dize Zurita, que refirio en ellas vn frayle Dominico, que cierto religioso de
su orden auia tenido reuelacion de nuestro Señor, de que vn Rey de Aragon auia de acabar con los Moros
de España. Y al mismo tiempo dixo al Rey Moro de Granada vn Morabito, sabio en Asotrologia, que
naceria vn principe en Aragón, que auia de ganar el Reyno de Granada. Y refiere Lucio Marineo Siculo, y
el padre Mariana, que el dia que nacio el infante don Fernando en Aragon dixo vn religoso Carmelita en
Napoles a su tio el Rey don Alonso. -Oy ha nacido en Aragon vn infante de tu linage, a quien el cielo
promete nuevos imperios, y ventura a grande, será muy inclinado a lo bueno, y defensor de la
Christiandad-. Y se cumplió todo en el Rey don Fernando el Segundo de Aragon, y el Quinto de Castilla,
que conquistó y adquirio a esta Corona este poderoso reyno, ayudado del valor industria y constancia de su
heroica esposa la reyna doña Isabel, cuyos hechos y vitorias ilustres engrandecieron sus vassallos con
titulos gloriosos en el Rey, de Africano, Indico, Neapolitano, Cantabrico, Catolico. Padre de la patria,
restaurador de la justicia, y celador de la Fé; y en la Reyna resplandecieron los titulos de Catolica,
religiosa, casta, justiciera, madre de sus vassallos, y amparo de sus reynos, magnifica fundadora de
Iglesias, y liberal dotadora dellas»; BERMÚDEZ DE PEDRAZA, FRANCISCO: Historia eclesiástica.
Principios..., op.cit., pp. 169v-r.

763
José Fernando Tinoco Díaz

redención, que concluiría cuando sus herederos consiguieran purgar los pecados de sus
antepasados, triunfar sobre los musulmanes que habían usurpado la tierra hispana y
restituyeran la unidad de la Península Ibérica. El esquema expuesto por este ciclo
profético planteaba una doctrina de proyección genuinamente hispánica, restringida al
ámbito social y geopolítico peninsular. Por este motivo, Alain Milhou defendía la tesis de
que, por sí misma, la tradición neogótica no pudo dar nacimiento a un mesianismo de
tipo universalista, comparable con otras referencias escatológicas generadas en el seno
europeo. Solo a partir del siglo XIII, esta doctrina peninsular empezó a nutrirse en el
territorio catalano-aragonés, de diversas y heterogéneas corrientes escatológicas de
índole franciscanista que comenzaron a florecer con más fuerza en el contexto
europeo1596. El origen de este tipo de ideas reside en el trabajo del italiano Joaquín de
Fiore (1135-1202). Este abad planteaba el estudio de lo que él identificaba como los
conocimientos ocultos en el Apocalipsis de San Juan. Gracias al desarrollo de una clave
de interpretación de las Sagradas Escrituras, y su conocimiento de la tradición de los
oráculos sibilinos clásicos, él mismo elaboró una interpretación de la historia de la
humanidad que estructuró a través de tres edades sucesivas, cada una presidida por una
de las personas de la Santísima Trinidad; siendo la primera la del Padre o la Ley, la
segunda la del Hijo o del Evangelio y la última, la del Espíritu, de marcado carácter
milenarista1597.

La perspectiva de la historia de la humanidad que aportó Fiore sirvió para establecer


las bases de un nuevo sistema profético occidental, el cual tuvo vigencia prácticamente
hasta el desarrollo del marxismo. De hecho, durante el periodo posterior a la muerte de
Joaquín de Fiore, en el cual la Iglesia sufrió un periodo generalizado de crisis y
desprestigio, el movimiento joaquinista se convirtió en uno de los principales pilares de
la religiosidad cristiana en el contexto de Occidente. Los seguidores del abad
desarrollaron nuevas formas de milenarismo alejadas de las anteriores concepciones
agustinianas, que pronosticaban la llegada del protagonista del periodo anterior a la
Tercera Edad, el cual sería un rey que castigará a la Iglesia corrupta y mundana hasta ser

1596
MILHOU, ALAIN: Colón y su..., op.cit., pp. 350-351.
Al respecto de la obra de Joaquin de Fiore y sus seguidores, COHN, NORMAN: En pos del…, op.cit., pp.
1597

115-118, CAROZZI, CLAUDE: Visiones apocalípticas en la Edad Media. El fin del mundo y la salvación del
alma. Madrid: Siglo Veintiuno, 2000, pp. 106-131; RÍOS RODRÍGUEZ, MARÍA LUZ: «Franciscanismo y
movimientos heréticos» En Cristianismo marginado: rebeldes, excluidos y perseguidos II: del año 1000 al
año 1500. Madrid: Ediciones Poilfemo, 1999, pp. 73-99; LUCAC, HENRÍ DE: La posterité spirituelle de
Joachim de Fiore. París: Lethielleux, 1979-1981.

764
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

totalmente destruida. Esta corriente defendía el advenimiento de la figura del llamado


dux novis, un mesías enviado por la divinidad para vencer al Anticristo y de encabezar la
renovatio de la Iglesia hacia esta utópica Edad del Espíritu Santo, asentada sobre la
igualdad y la fraternidad. Esta manera de describir y dar significado a unas nuevas pautas
de predicción, caló sobremanera en la orden franciscana en una época de marcado deseo
reformista. De hecho, aunque muchos franciscanos se negaron a aceptar estas ideas, otros
muchos siguieron el ideal joaquinistas de perseguir la reforma de la propia orden
monástica regida por la pobreza, alejándose totalmente del mundo terreno. En ese
sentido, la corriente de los denominados franciscanos espirituales destacó por demostrar
su completa adhesión a la original regla franciscana a través del desarrollo de un
moralismo de tipo estoico, bastante influido por la filosofía tomista y no exento de una
gran carga de pesimismo. Este tipo de contenidos pronto entró en conflicto con el resto
de tendencias doctrinales romanistas, que intentaban mantener su control sobre el
complejo panorama eclesiástico bajomedieval. Por este motivo, la Iglesia se vio obligada
a reaccionar ante el desarrollo de unas ideas que iban contra la reivindicación de su
auctoritas, en un contexto marcado por el desarrollo de las monarquías nacionales en el
contexto europeo.

Tras la condena de las tesis defendidas por los principales seguidores de Joaquín de
Fiore en el IV Concilio de Letrán (1215-1216), la Península Ibérica se convirtió en una
de las principales zonas de refugio para los joaquinistas perseguidos por la Iglesia
Católica. Tradicionalmente, el linaje aragonés, tanto en su rama peninsular, como
mallorquina y siciliana, había favorecido en extremo a la casa franciscana, por lo que se
mostraron partidarios de proteger a estos hermanos franciscanos perseguidos por sus
creencias. Esta decisión se debió, en gran medida, a la especial relación de esta orden con
la presencia cristiana en Tierra Santa. Tras la finalización de la autoridad latina en
Oriente, la orden había continuado desarrollando una especie de cometido patronal,
fundando conventos en los que se atendía y protegía los peregrinos cristianos que
arribaban a estas tierras. Gracias a esta intercesión, la orden franciscana consiguió el
establecimiento de una sede fija en este territorio, la llamada ―Custodia de Tierra Santa‖,
adquiriendo carácter oficial a través de las bulas Gratias agimus y Nuper carissimae de
Clemente VI (1342-1352). Como consecuencia de todo ello, los franciscanos se
convirtieron en uno de los nexos más importantes con el recuerdo de la doctrina
cruzadista entre los siglos XIII y XIV, lo que atrajo la atención de la casa de Anjou y los

765
José Fernando Tinoco Díaz

reinos hispanos. Durante este periodo, por ejemplo, las cuentas reales de las coronas de
Castilla y Aragón recogen numerosos ingresos y misiones diplomáticas a los centros
eclesiásticos de estos religiosos en Jerusalén. Este tipo de acciones ayudó a mantener
vivo la pervivencia del mito de los monarcas hispanos como protectores de la cristiandad,
pero también perfilar una doctrina que pretendió reforzar las pretensiones aragonesas
sobre el dominio del contexto Mediterráneo desde una perspectiva mesiánica1598.

Desde su llegada a la Península Ibérica, estos franciscanos alcanzaron un fuerte


protagonismo entre todos los estamentos sociales hispanos, incluida la realeza y la propia
monarquía. Estos frailes despuntaron como iracundos predicadores, hábiles embajadores,
hombres de letras, doctores y cualificados teólogos. A través de sus palabras, se ofrecía
una visión de la realidad cristiana que punzaba todo tipo de resortes emocionales,
ilustrando sus alegatos con toda suerte de exempla, metáforas e hipérboles, que incluso
azotaban al clero y las clases más altas a favor de la corona aragonesa. El trabajo de
algunos de estos predicadores terminó en algunos casos por incentivar agresiones contra
los conversos y propiciar revueltas sociales. Pero la influencia de la orden también se
hizo presente en otros elementos, como fue el incremento del culto a la Pasión y a la
Virgen María, a la Santa Cruz y a las arma christi, lo cual permitió la creación de
diversas hermandades y cofradías de nuevo cuño. Asimismo, el efectista poder de
seducción demostrado por diversos representantes de esta orden, muchos de ellos
destacados seguidores de la corriente joaquinista, fue también canalizado hacia la génesis
de una retórica de índole mesiánica que se convertiría en uno de los principales pilares
propagandísticos de los reyes aragoneses a lo largo del periodo bajomedieval1599. Durante
las primeras décadas del siglo XV, este tipo de augurios tuvieron una fuerte proyección
política que permitió defender las aspiraciones universalistas de los príncipes aragoneses
a través de diversos argumentos históricos y religiosos. En este proceso conservó una
especial importancia la propia corriente escatológica franciscana, la cual se puso al
servicio del poder real para generar una eficiente propaganda doctrinal acorde a los

1598
Sobre esta importancia de la presencia franciscana en Jerusalén, se remite a la reflexión de MILHOU,
ALAIN: Colón y su…, op.cit., pp. 165-168, Sobre la influencia jerosolimitana en la génesis de una doctrina
mesiánica aragonesa, ZABALLA BEASCOECHEA, ANA DE; GONZÁLEZ AYESTA, Mª CRUZ: «Nueva Jerusalén
en…», op.cit., pp. 205- 207.
1599
Sobre la intensa relación entre los franciscanos y el joaquinismo en el reino de Aragón durante este
periodo bajomedieval, consultar NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Iglesia y génesis del..., op.cit., pp. 239-248;
POU Y MARTÍ, JOSÉ MARÍA: Visionarios, beguinos y fraticelos catalanes (siglos XIII-XV). Madrid: Colegio
Cardenal Cisneros, 1991, AURELL, MARTIN: «Mesianisme royal de la Corounne d'Aragon (14 e-15e
siècles)» En Annales Historie, Sciences Sociales, nº 52-1. París: EHESS, 1997, pp. 119-155.

766
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

intereses de la corona hispánica en el contexto mediterráneo. En un brillante estudio de


las fuentes proféticas aragonesas de este periodo, Eulalia Duran y Joan Requenses
denotaron que este tipo de retórica pretendía establecer una comunión entre la imagen de
la monarquía aragonesa linaje con las profecías unidas a diversos linajes míticos, como la
dinastía francesa heredera de Carlomagno, o el ―emperador dormido‖ de la tradición
germánica. Los autores de los mismos se servían de una interpretación partidista de los
fenómenos históricos acaecidos en ese momento, para generar una retórica de contenido
propagandístico de larga duración1600. El culmen de esta faceta providencialista que
rodeó a los reyes aragoneses, tuvo lugar en torno al ascenso al trono de Fernando II de
Aragón, monarca en el cual parecían aunarse todas las corrientes escatológicas del
territorio hispano1601.

1600
DURAN, EULALIA Y REQUENSES, JOAN: Profecia i poder al Renaixement. Valencia: 3i4 edicions, 1997,
pp. 50-67.
1601
Lucio Marineo ofrecía una narración del nacimiento del monarca bastante completa, destacado todos
estos signos astrales que parecían vaticinar su brillante futuro: «Nacido pues este infante [don Fernando]
aparescio súpitamente grande serenidad en el cielo y el sol (que en todo el dia apanes auia aparescido)
resplandescio mas claro que antes solia. De mas desto aparescio en el ayre vna corona de muchas colores
muy hermosas y semejante al arco del cielo. Estas señales parescian mostrar sin dubda a muchos que las
vieron: que el infante que entonces nascia auia de ser claríssimo entre los hombres. Del nascimiento deste
Rey excellentissimo dixeron y pronosticaron muchas y muy grandes cosas muchos varones sabios: y en la
sciencia de Astrologia experimentados: assi los que fueron presentes y lo vieron nascer: como los ausentes
y que lexos estauá. Por que en la ciudad de Napoles en este mismo dia que fue nascido este excellentissimo
y bienaventurado Rey vn varon religioso de la orden de los Carmelitas: hombre por cierto en letras y
costumbres bien señalado, viniedo al Rey don Alonso en la fortaleza de Castelnouo le dixo. D Rey oy es
nascido en la Citerior España vn infante de tu generación que se llamara el mator entre los Principes
Chirsitianos. Dara obras grandes muchas y sanctas: assi en sus reynos como fuera dellos: con las quales
ensalçara la religión Christiana y levantara la fama de España. A las quales palabras y profecía el Rey dio
entera fe: por que aquel varon era tenido por sancto de muchos que conocían sus costumbres y vida: y
muchas cosas que antes auia dicho hallauan ser verdaderas. Lo qual se confirmo con mucha alegría y
placer luego: por que no passo mucho después que rescibio vn Correo que le lleuaua la nueva del parto de
la Reyna doña Joan [...] Otras cosas muchas dixeron muchos varones deste varon don Fernando que de sus
opiniones y señales no fueron engañados. Dezian que en la niñez y en la juuentud auia de susfrir grandes
trabajos y parescer muchos peligros: y después auia de alcançar muchas victorias triumphales de sus
crontrarios y enemigos: u que de muy pequeña fortuna auia de venir a muy grandes honrras y subir en muy
alto grado»MARINEO, LUCIO: De las cosas..., op.cit., fol. CLIIIv-r. De forma posterior, Esteban de Garibay
ofrecerá un relato más rico en elementos escatológicos de este nacimiento del soberano, que unía este
hecho con el complejo contexto para la cristiandad en el que se produjo: «Este infante rezien nacido fue
llamado don Fernando del nombre de su buenauenturado y santo aguelo don Fernando, de gloriosa
memoria Rey de Aragon; y fue su nacimiento en diez de Março a las dos horas y vn tercio despues del
medio dia. Algunos estimo, que resiben daño en dezir Mayo, y aun otros ponene su nacimiento tres años
antes, en que sin duda se engañan. En su nacimiento huuo notables prodigios y señales, annunciantes sus
futuras y grandes cosas. Entre las demas cosas fue muy de notar, que en el mesmo año, que se perdio la
ciudad é Imperio de Constantinopla, huuo de nacer este glorioso Principe, dando a entender, que el auia de
sanear estas quiebras, añadiendo a la Christiandad nueuos é incognitos imperios y monarquias, como
pareció por obra en el descubrimiento del Nuevo y no sabido mundo, que hizo descubrir y añadir al mundo

767
José Fernando Tinoco Díaz

Durante los últimos años del siglo XV, los constantes conflictos políticos y
desarreglos sociales acaecidos en Castilla, perfilaron una época óptima para la
proliferación de nuevas lecturas escatológicas. Fue entonces cuando el viejo augurio del
Planto de España, que anunciaba una nueva destrucción del reino hispano antes de su
definitiva redención, pudo ser adaptada con facilidad renovándose y adquiriendo vida
propia. Tal perspectiva ayudó a crear un espacio emocional proclive a las lecturas de
índole finalista, que posibilitó canalizar las diversas esperanzas y anhelos de redención
presentes en la sociedad hispánica, en torno al inicio del reinado de Isabel de Castilla y
su consorte Fernando de Aragón. Para los cronistas castellanos de este periodo, el
matrimonio de Isabel y Fernando, que había significado la unión de las dos coronas más
importantes del territorio hispano, solo había podido ser determinado por la divina
providencia. Así lo destaca Pedro Marcuello, cuando le recuerda a estos reyes que «Dios
vos ha aunado,/ por ensalçar la su cruz,/ a los dos en carne vna:/ don Fernando, muy gran
rey,/ con la gran reyna, coluna/ fuerte de ffe, y de consuna/ porque acecentéys su ley»1602.
Esta interpretación de la unión entre ambas coronas realizada por el italiano, lo lleva a
afirmar que «quien los conoce, se convence de que han nacido bajo una misma
estrella»1603. Desde una perspectiva semejante, Diego de Valera concluía que:

«Fué la determinada voluntad de Nuestro Señor que este sereníssimo prínçipe don Fernando
casase con esta ilustríssima ynfanta doña Isauel, que después fué prinçessa y reyna de Castilla;
para que juntos, mediante su graçia, destruyam y asuelen la pérfida y maluada mahomética seta de
los moros y enemigos de la sancta fe cathólica, y se espera dellos que les dará bienauenturada
fin»1604.

Viejo en sus felicissimos dias, segun en la historia de Castilla queda visto en la vida suya. Si gente
Mahometana en el año, que el nació, quitaron a los Christianos las tierras de Constantinopla, también el
quitó a los Mahometanos todo el reyno de Granada, y aun muchos pueblos de las marinas Africanas»;
GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., pp. 419-420.
1602
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 92. Julio Valdeón destaca que esta idea de unidad no era
una exclusividad de la corona de Castilla, sino que en Aragón también destacaban que este matrimonio
marcaría el inicio de una unidad peninsular; VALDEÓN BARUQUE, JULIO: «El final del siglo XV en las
tierras hispánicas» En Carr, Raymond (dir.): Visiones de fin de siglo. Madrid: Taurus, 1999, pp. 21-46, p.
24.
1603
Pedro Mártir también identificaba a ambos como «Príncipes amantes de la religión, defensores
acérrimos de la justicia y de una prudencia consumada: marido y esposa que […] con tanta compenetración
y en tal modo la guardan, ilustran y la hacen prosperar, que verdaderamente parecen inspirados por algún
espíritu divino o guiados por la diestra misma del Omnipotente»; MÁRTIR DE ANGLERÍA, PEDRO:
Epistolario..., op.cit., pp. 5-6.
1604
En este mismo fragmento, el autor daba gracias a Dios porque se hubieran producido multitud de
coincidencias para que este matrimonio se produjese: «¡Oh incomprehensible ordenança de los secretos
juiçios de la divinal Providençia! ¡o Haçedor de uerdadera justicia, que fueron mouidos muchos

768
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Los cronistas de este periodo se esforzaron por demostrar que el reinado de los Reyes
Católicos significó en Castilla una época que acercó a todas las capas sociales la lucha
doctrinal contra el infiel a una escala antes inimaginable, dando muestras de un evidente
determinismo histórico que pretendía contextualizar las decisiones políticas tomadas por
estos reyes. La proyección mesiánica de la empresa frente a Granada en estas
narraciones, conllevó la génesis de una propaganda asentada sobre las referencias al
aspecto redentor y mesiánico de esta contienda, muy semejante a otras manifestaciones
de la doctrina cruzadista más clásica. Con su deseo de iniciar un conflicto frente al
emirato nazarí, la corona castellana parecía pretender purgar el pecado histórico que
supuso el permitir el dominio musulmán de aquellas tierras que habían pertenecido al
señorío cristiano. Al fin y al cabo, la guerra frente al emirato nazarí venía a culminar los
anhelos del pueblo hispano de concluir con la restitución del señorío cristiano sobre todo
el territorio peninsular, significándose como el primer paso hacia la conclusión de ese
periodo de redención para los descendientes del pueblo visigodo. Este discurso pretendía
reforzar el vínculo de dependencia del pueblo con sus reyes, pues ellos también
pertenecían a un linaje godo destinado a la grandeza, que tenían el deber de concluir con
una empresa iniciada por sus ancestros. Este panorama justificaba en sí mismo las
acciones de un caudillo destinado a encabezar la lucha del cristianismo occidental frente
al Islam, emplazando al conjunto de la sociedad castellana a participar en este tipo de
iniciativas. El sincero compromiso con esta empresa de índole salvífica debía hacer
participar a estos guerreros de esa visión divinal que parecía regir el reinado de los Reyes
Católicos. Por este motivo, Pedro Marcuello dedicaba fragmentos de su obra a destacar
esta necesidad de que los nobles del reino colaboraran con fe en la causa real:

«Maestres, duques, sin miedo,/ siguen la guerra, señores,/ marqueses, condes; no quedo,/ don
Fadrique de Toledo/ les trae con ffe tenores,/ y los todos a morir/ bien sus personas ofrecen,/
donde quiero concluyr/ con vos, Reyes, sin mentir,/ quel Paraýso merecen. Otros muchos muy
honrrados,/ que aquí no curo nonbrar,/ vos los auéys aganados/ a esta guerra y encarnados,/ quien
por tierra, quien por mar;/ porque luego que hos han visto/ con ffe la lança tomar/ por seruir a

cassamientos a esta illustríssima ynfanta doña Isauel y todos por la mano de Dios euaneçieron, y quísola
conseruar para ayuntarla con el illustríssimo prínçipe don Fernando de Aragón, para reformar y restaurar
estos reynos, que de tantos tiempos acá hauían estado debaxo de tiránica, cínica gouernaçión! Para lo qual
traer en efecto quisso que el illustríssimo prínçipe rey de Aragón [Alfonso V] muriesse sin dexar legítima
stirpe que sus reynos heredasse, porque en ellos suçediesse el preclaríssimo rey don Juan de Nauarra, su
hermano, y plúgole que el prínçipe don Carlos, primogénito suyo y de la primera muger doña Blanca, reina
de Nauarra, muriesse sin dexar legítimo suçessor, porque en su lugar suçediesse don Fernando,
primogénito suyo y de su segunda muger doña Juana; VALERA, DIEGO DE: Crónica abreviada de..., op.cit.,
p. 86

769
José Fernando Tinoco Díaz

Ihesucristo/ y a vos y crecer el misto,/ sus vidas quieren gastar/ De todos los caualleros/ quen esta
guerra tenés,/ duques, condes y escuerdos,/ pues se ponen placenteros/ a seruir como sabés,/ con
Dios espero, oyrés,/ en el fin deste tratado,/ de cada qual y verés/ quán las gracias leerés/ sus echos
en lo trobado./ Porque fallo ser razón,/ pues siruen con ffe y linpieza/ a Ihesús con affeción,/ dellos
se aga minción,/ enpués de vuestras altezas [...] Los maestres muchos abondes/ siruen bien con
afeción,/ y duques, marqueses, condes,/ de brocados, sedas, Londres/ no será su pago y don;/ ante,
Dios desta manera/ les dará prosperidat,/ en la tierra vida entera/ y en el cielo placentera/ gloria y
gran felicidat/ I los otros caualleros/ que sus personas ofrecen,/ dirás, y a los escuderos/ y peones,
lonbarderos,/ que tanbién pago merecen;/ y cada qual collocado/ en Paraýso será,/ y el que con
más ffe a lidiado/ de gloria con mayor grado/remunerado será»1605.

En ocasiones la política de los Reyes Católicos ha sido explicada como consecuencia


de una demanda popular, lo cual ha sido consecuencia directa de la extrema coherencia
que muestran las expresiones historiográficas compuestas durante este periodo. Quizá el
principal ejemplo de compromiso con la providencialista empresa bajo la dirección de
don Fernando, fuera el caso del «tan amado y tan querido de todas las gentes» don
Rodrigo Ponce de León1606. Como reconoce Pedro Cátedra, la representación del
marqués de Cádiz en las diversas narraciones del periodo se vio influenciada por la
perspectiva escatológica que rodeaba a la campaña frente a Granada. Según denota el
investigador español, esta presencia «no es casual ni se debe exclusivamente a la
circunstancia de la destacada participación de don Rodrigo en la guerra», sino que la
misma se debe a «razones más profundas»1607. De hecho, las referencias a su figura
fueron mucho más detalladas en las crónicas que contaron con una visión
providencialista más marcada de la contienda, como fueron las de Diego de Valera,
Andrés Bernáldez, la Consolatoria de Juan Barba o su propio panegírico. En estas
narraciones, se le identificaba como «el que en buen ora nació», porque lo hizo «en día
muy señalado y bien aventurado y de gran gozo y alegría, que fue día de la Concepción
de Nuestra Señora la Virgen María»1608. Esta ventura marcaría su intensa relación con la
madre de Dios. De hecho, el cronista anónimo que compuso su laudatoria, afirmaba que
la propia Virgen se le apareció en dos ocasiones durante su mocedad. La primera de estas
visitas de María se produjo en 1462, días antes de la victoria en la batalla del Madroño.
El joven caballero cristiano se encontraba rezando secretamente a la virgen, como solía
hacer a diario, cuando ésta se le apareció para señalarle que «―mi amado fijo Iesu Christo
1605
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., pp. 93, 118-119.
1606
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 244.
1607
CÁTEDRA, PEDRO M.: La historiografía en..., op.cit., p. 83.
1608
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 264 161.

770
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

e yo avemos resçebido tu oraçión, y por ser fecha tan continua y con tan lynpio deseo de
coraçón, te otorgamos que en todas quantas batallas de moros te fallares, serás
vençedor‖». Este mensaje divino determinó de una forma intensa la vida del caballero,
pues «de ally adelante este noble cauallero acreçentó más largamente en su santísima
deuoçión»1609.

A cambio de la sincera dedicación del caballero castellano al culto mariano, «Dios


nuestro Sennor y su bendita madre la Virgen María, nuestra Sennora, milagrosamente lo
quisieron guardar para más tienpo se servir dél» y «sienpre por su mano le eran reuelados
muchos secretos en que más largamente le puediese seruir»1610. Su fuerte convicción en
la divinidad cristiana, junto a la narración de su protección marinóloga, provocó que
durante su época «tanto loada la fama deste tan noble cauallero por todas las partidas del
mundo, que fue cosa de grand marauilla el amor que todas las gentes le tenían; y
deseáuanlo mucho ver todos los que le non conosçían»1611. Andrés Bernáldez incluso
llega a afirmar que «la fama deste buen cavallero non puede morir e es inmortal, assí
como el ánima»1612. El fuerte compromiso personal de don Rodrigo con la fe cristiana y
su lealtad personal hacia el proyecto de la corona castellana, le convirtieron en el
intermediario ideal para proyectar el mensaje providencial de la monarquía castellana. De
hecho, cronista anónimo de sus heroicidades afirma que el caudillo andaluz fue elegido

1609
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 159-160.
1610
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., p. 307.
1611
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 146. El cronista anónimo de su vida afirmaba que cuando le
llegó la muerte, «plugo a Dios nuestro Sennor darle tan espeçiales graçias, a Él plega, por su santísima
Pasión, en el fyn de sus días, con sus coros de ángeles, leuarlo a su santa gloria eternal»; ANÓNIMO:
Historia de los…, op.cit., p. 146. Pedro Marcuello puso en boca de uno de los ángeles enviado por Dios la
petición de los soberanos de que el marqués recibiera su merecida recompensa por parte de Dios: «Grandes
Reyes, sí se ofrece/ y de Dios será ordenado,/ al de Cáliz pertenesce/ bien sin duda y lo merece/ ser de más
nombre dotado,/ pues que bien la ffe ha esforçado,/ y con los de Dios fabores,/ la villa Alama ha ganado,/
donde os ouo encaminado/ vuestro conceptos, señores [A lo que los soberanos contestaron:] Angel de Dios
singular,/ ofrecemos ffe doblada,/ del de Cáliz acordar/ y, sin duda, le asentar/ mayor nombre en su
morada;/ ablando so potestat/ del que formó cielo y tierra,/ tal es nuestra voluntat,/ y a otros muchos, en
verdat,/ remunerar desta guerra»; MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., pp. 151-153.
1612
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 238. La sobrecogedora narración de su
muerte realizada por el eclesiástico castellano quizá sea el ejemplo perfecto de la verdadera devoción que
la figura del marqués llegó a generar en su tiempo: «Salieron con él desde su casa dozientas e cuarenta
hachas de cera encendidas, que parescían por donde ivan que era en mitad del día. Acompañáronlo eso
meso de su casa fasta la sepultura diez banderas, que por su fuerças e guerras que fizo a los moros, antes
que el rey don Fernando començasse la conquista de Granada, les ganó; las cuales, en testimonio, allí ivan
cerca dél, e las pusieron en su tunba, donde agora están, sustentando la fama deste buen caballero, la cual
non puede morir e es inmortal, así como el ánima; e quedaron allí en memoria»; BERNÁLDEZ, ANDRÉS:
Memorias del reinado…, op.cit., p. 237.

771
José Fernando Tinoco Díaz

por la propia divinidad para asistir a los reyes en su misión mesiánica y trasladar al
conjunto de la sociedad castellana el brillante al que Isabel y Fernando estaban
destinados. Según este narrador, el divino mensaje recibido por don Rodrigo Ponce de
León fue expuesto en una epístola para ser remitida a todos los grandes de Castilla con el
beneplácito de los reyes. La composición de esta carta posiblemente se produjera durante
el año 1486, tras la conquista castellana de Ronda (1485). Este momento fue uno de los
puntos más cruciales de la propia Guerra de Granada, donde se hizo necesario fortalecer
la fe del pueblo hispano en una empresa que parecía comenzar a dar sus primeros
frutos1613. Para lograr tal cometido, el desconocido autor de tal misiva no dudó en utilizar
referencias a los más altos materiales proféticos y mesiánicos a su disposición, para
presentar a don Fernando y a su mujer como verdadero ungidos de Dios:

«El ylustre y muy poderoso grand príncipe rey don Fernando, rey e señor de los reynos de
Castilla, Aragón e Çeçilia, nasçió en la más copiosa y más alta planeta que rey nin enperador
nunca nasçio. Y fue tanto llena de la graçia de Dios que, aqvnque todo el mundo sennoree, commo
lo tiene que señorear, non la podría hynchir. Y por esto dixo Sant Ysidro: ―Yo so marauillado
cómo el rey de Aragón no es elsalçado fasta el çielo. E serán sobre la tierra los sus ayudadores así
como la lluuia, abondosa en el tiempo del diluuio, porque la justicia de Dios es en sus coraçones.
Y no será cosa en este mundo que se le pueda registir que de todo Su Alteza no sea vençedor,
porque toda esa gloria y victoria tiene Dios permytida al bastón, conuiene a saber, al morciélago,

1613
Cabe destacar que la redacción de este fragmento de la Historia de los hechos del marqués hace
referencia a la reproducción de una epístola firmada por un autor anónimo, y reproducida por un caballero
buscaba cierta redención por sus acciones frente a los Reyes Católicos en el contexto de la Guerra de
Sucesión Castellana (1474-1479). De hecho, la misma comienza afirmando que es firmada por «el marqués
de Cádiz Don Rodrigo Ponçe de León, continuando su grand lealtad a la Corona real, con aquel lynpio
deseo que sienpre tenía de le fazer señalados seruiçios. Y la cabsa por que el marqués se mouió a enviar
esta escriptura a todos los grandes de Castilla fue porque todos estouieres muy humildes al serviçio y
mandamiento de los reyes, y muy alegremente fuesen con Sus Altezas en ganar el reyno de Granada. Y
porque este sabio conocía el marqués ser muy deseoso del seruiçio de Dios y de la Corona real, más que
ninguno otro grande de Castilla, ge lo envió». Al igual que el resto de la propia crónica anónima, es
innegable resaltar que la redacción de este testimonio tenía como fin la propaganda del colaborador con el
poder real para desprestigiar a las facciones contrarias a la guerra y unir a todas las capas sociales
jerárquicas en torno a los monarcas. De este modo, el marqués hace extensible este llamamento a toda la
humanidad en su conjunto, entre la que se encuentra el mismo «santo padre, patriarcas, cardenales,
arçobispos, obispos y toda la clerezía, y sepan los enperadores, reyes, maestres, duques, condes,
marqueses, y todos los otros caualleros, escuderos, labradores, y todas las naciones del mundo, christianos,
moros y judíos»; ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 244-245. Este documento ha sido profusamente
estudiado con anterioridad, por autores como Angus Mackay, Pedro Cátedra o Juan Luis Carriazo. Por ello,
a continuación se va a partir de ella para realizar un somero análisis de estas corrientes mesiánicas que
influían en el desarrollo doctrinal coincidente con la Guerra de Granada. En lo referente al resto de
información que puede encontrarse a la carta, se remite a la obra de estos autores; CÁTEDRA, PEDRO M.: La
historiografía en..., op.cit., pp. 76-80, MACKAY, ANGUS: «Andalucía y la…», op.cit. p. 345; ANÓNIMO:
Historia de los..., op.cit., pp. 89-121.

772
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que éste es el Encubierto. E su Alteza y la muy esclareçida sennora reyna, es muy cierto, amos
juntamente, fueron elegido y enviados por la mano de Dios para esecutar su justicia y ensalçar la
santa fe chatólica. Y todos los grandes sennores y pequennos, y todas las otras gentes, con
grandísimo amor deliberado deuen mucho honrrar y amar y seruir a Sus Altezas. Porque así
cunpliendo el seruiçio de Dios nuestro Sennor, a quien mucho todos somos obligados, Sus Altezas
muy largamente darán a cada vno su meresçimiento segund sus obras y seruiçios. Y regla es del
Aristótiles, y en la Yglesia de Dios aténticamente está, que el coraçón de los reyes es en la mano
de Dios […]»1614.

El anterior fragmento de la crónica biográfica de don Rodrigo Ponce de León afirma


reproducir literalmente la misiva de un profeta al que no se identifica con claridad. Las
pocas referencias a este arúspice lo describen como «vn onbre muy entendido y cathólico
christiano», que conocía y auguraba el brillante futuro de los monarcas castellanos por la
identificación de símbolos que recordaban al grueso de las profecías mesiánicas de
influencia joaquinista e isidoriana. Las noticias de este tipo de profetas no fueron algo
extraño en el entorno peninsular durante esta época. Tanto los reyes, como su propia
corte y los círculos que los rodeaban, conocían a la perfección los augurios que corrían
desde hacía siglos en torno al concepto de un rey español reconquistador de Jerusalén.
De hecho, la doctrina real se servía en ocasiones de la figura magnética de estos profetas
para difundir augurios entre la sociedad que proclamaran su destino providencial. En ese
sentido, Juan Luis Carriazo reconoce que la inserción de este tipo de textos proféticos
tampoco fue un recurso extraño en las cónicas castellanas de este periodo. En estas
fuentes narrativas, todos los signos y acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de
este periodo, parecían apuntar definitivamente hacia la figura de don Fernando de
Aragón como monarca destinado a la consecución de la monarquía universal
cristiana1615. De hecho, la mayoría de los sobrenombres que aparecen reproducidos en la
epístola de la crónica del marqués, identifican abiertamente al rey aragonés como el
elegido de la divinidad bajo varias denominaciones que hunden sus raíces en la obra de
Arnaldo de Vilanova (1240-1311).

Este erudito valenciano destacó como teólogo y alquimista y médico de la corte


aragonesa de Jaime II. Asimismo, durante su vida dedicó varios estudios al cálculo del
año del fin del mundo, el cual situó en 1378 en su obra De tempore adventus antichristi

1614
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 245.
1615
El autor recupera varios textos de crónicas bajomedievales para respaldar su tesis; ANÓNIMO: Historia
de los..., op.cit., pp. 89-90, nota 265. Asimismo, también es interesante consultar MILHOU, ALAIN: Colón y
su…, op.cit., pp. 170/201; GIMENO CASALDUERO, JOAQUÍN: «La profecía medieval…», op.cit.

773
José Fernando Tinoco Díaz

(1288-1290). En esta, Vilanova identificaba a Mahoma con la bestia del Apocalipsis que
gobernaría tras la caída del Imperio Romano, pero también defendía la posibilidad de
conversión de los musulmanes mediante la predicación. Por otro lado, este autor
planteaba la necesidad de llevar a cabo una profunda reforma de la Iglesia y del propio
sentimiento de la cruzada, concebidas ambas como punta de preparación para la lucha
final frente al Anticristo1616. José Guadalajara ha destacado que esta faceta escatológica
de su obra abogaba por la reforma interna de la propia Iglesia Católica, en tanto
reclamaba la necesidad de un nuevo papel doctrinal de esta institución como protectora
de la sociedad cristiana. Sus ataques contra la autoridad temporal de la Iglesia, sin
embargo, le valieron la excomulgación por el obispo de Tarragona en 1285, siendo hecho
prisionero en la corte de Pedro III de Aragón. Fue condenado también en París, algo que
le valió ser investigado por la Inquisición europea a pesar de contar con la protección de
los papas Bonifacio VIII y Clemente V1617.

Además de todo lo mencionado, Arnaldo de Vilanova fue el primer autor en adaptar


la retórica del emperador escatológico al seno de la Península Ibérica. Su línea retórica
quedó representada fielmente en su versión de la profecía Vae mundo in centim annis, la
cual fue recogida en su De misterio cymbalorum, redactada entre 1297 y 1301. El grueso
del contenido de esta obra, se mostraba heredera directa del mesianismo desarrollado por
los franciscanos cercanos a la causa Hohenstaufen. Pero su originalidad residía en la
afirmación de que el elegido de la divinidad se alzaría en el territorio de Aragón, bajo el
seno de la casa de Sicilia, para acabar con «los mosquitos» –musulmanes– y sojuzgar
África, en su camino para derrotar a la «bèstia mahomètica» en la víspera del
Apocalipsis. Tras lograr tal hazaña, este Nuevo David hispano, conocido como

1616
Frente a estas ideas de Vilanova, su alumno y también aragonés, Ramón Llull (1232-1315), afirmaba
que, tanto la cruzada, como la misión de luchar contra el Anticristo, debían ser dirigidas por el papado
como ente de carácter unitario, sin contar con la intervención de un soberano europeo. La obra de ambos
autores representa a la perfección esa dualidad de perspectivas escatológicas en el seno del cristianismo.
Sobre la comparación de la obra de ambos autores, MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., pp. 372-379.
1617
GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., p. 195-206. Un estudio de la obra y la
biografía de este autor, POU Y MARTÍ, JOSÉ MARÍA: Visionarios, beguinos y..., op.cit., pp. 68-84; DURAN,
EULALIA Y REQUESENS, JOAN: Profecia i poder..., op.cit., pp. 31-49. PERARNAU, JOSEP A.: «Profetismo
gioachimita catalano da Arnau de Vilanova a Vicent Ferrer» En Potestà, Gian Luca (ed.): Il profetismo
gioachimita tra Quattrocento e Cinquecento, Atti del III congresso Internazionale di Studi Gioachimiti, S.
Giovanni in Fiore, 17-21 settembre 1989. Génova: Marietti, 1991, pp. 401-414; SANTI, FRANCESCO: Arnau
de Vilanova. L’obra espiritual. Valencia Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial de
Valencia, 1987.

774
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

vespertilio1618, tomaría la llamada Vía Hispánica (Hispania nutrix) para continuar su


glorioso camino por África hacia Tierra Santa, donde cumpliría su objetivo de reconstruir
la ciudadela de Sión o Jerusalén (arx Sion). Además de su sentido territorial, esta
referencia a la reparación del señorío sobre la ciudad jerosolimitana también podría ser
interpretada como un mensaje alegórico de su destino de reformar la Iglesia católica y
reunir al imperio cristiano bajo su mando. De hecho, el mesías planteado por Vilanova
era una figura correlativa a la del Pastor Angelicus de la tradición católica, pero más
susceptible de ser aplicada como el prototipo de monarca de la tradición judeo-cristiana.

El componente subversivo y la clara perspectiva partidista tras este vaticinio, generó


la amplia difusión de sus ideas proféticas influyera profusamente en muchos de los textos
escatológicos favores a la corona aragonesa compuestos durante el periodo bajomedieval.
Uno de los principales seguidores de la obra de Vilanova, fue el francés Juan de
Rupescissa, de Peratallada o Rocatallada (1310-1366). Este franciscano espiritual francés
tuvo una vida dedicada al estudio de la alquimia y las ciencias teológicas. En torno a
1349, se desplazó a Aurillac, para proclamar que había recibido una visión de los
acontecimientos futuros que esperan a la humanidad. La falta de una ortodoxia hizo que
su propia orden le sancionase, e incluso fue arrestado por los papas Clemente VI e
Inocencio VI, siendo acusado de herejía en la década de 1360. Tras este trance, el
religioso se dedicó al estudio y composición de libros proféticos durante su
enclaustramiento en el castillo de Bagnoles1619. Entre sus obras destacaron las Visiones
seu revelationes, el Liber Ostensor y Oraculum Cyrilli el Berviloquium de oneribus
orbis, y sobre todo su Vade mecum in tribulatione, reinterpretación de la obra
escatológica de Arnau Vilanova. A través de sus lecturas de la Biblia, las profecías
sibilinas y el Apocalipsis del Pseudo-Bahira, Rocatallada afirmaba que un rey nacido en
el seno de la casa de Aragón, tendría el papel de destructor de la secta mahometana y
recuperar a los bizantinos cismáticos al seno de la Iglesia romana. Pero tras lograr estos
cometidos, se mostraría como flagellum Dei, una especie de Anticristo de intenciones

1618
Un análisis pormenorizado de esta profecía y del origen de este concepto de vespertilio o murciélago,
se puede encontrar en MILHOU, ALAIN: La chave-souris...», op.cit., pp. 64-67.
1619
Al respecto de la biografía de esta autor, BIGNAMI-ODIER, JEANNE: Étudies sur Jean de Roquetaillade.
París: Librairie philosophique, 1952; CALDERÓN CALDERÓN, MANUEL: «Rocatallada, joaquinismo y
sebastianismo (siglos XIV-XVIII)» En Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, nº LXXIII.
Santander: Biblioteca Menéndez Pelayo, 1997, pp. 245-281; AURELL, MARTIN: «Prophétie et messianisme
politique. La péninsule ibérique au miroir du Liber Ostensor de Jean de Roquetaillade» En Mélanges de
l’École Française de Rome, tomo 102/2. Roma: École Française de Rome, 1990, pp. 317-361.

775
José Fernando Tinoco Díaz

perversas. Sin embargo, este individuo caería derrotado por un mesías al que él
denominaba rat-penat, perteneciente a la dinástica Valois de Francia1620. Posteriormente,
este rey elegido por la divinidad establecería un vínculo de dependencia directo con la
figura de un Nuevo David, que esta vez sería encarnado en la figura de un santo padre o
Pastor Angelicus, elegido entre los franciscanos para reparar las grandes tribulaciones
sufridas en Occidente para inaugurar un mileno de paz. Esta fue la principal novedad
interpretativa de la obra compuesta Rocatallada, pues distinguía con claridad entre la
autoridad espiritual y la terrenal, denotando la subordinación de la segunda a la primera.
En los escritos de este autor, Jerusalén aparecía ligada, tanto a la reforma de la Iglesia y
la unificación de la cristiandad, como a la posesión real del título de rey de Tierra
Santa1621.

La influencia de este autor será capital en la posterior corriente apocalíptica


desarrollada en suelo hispano, en la que destacarán figuras como la del franciscano Filip
de Berbegal. Sin embargo sus alumnos retornaron al estudio historizante de los textos
apocalípticos en un tono resueltamente antipapal, que identificaban a ese elegido o
murciélago como un monarca descendiente de las casas de Federico II y Pedro de
Aragón1622. Durante la etapa del cisma conciliar de Occidente, los tres principales fueron
Vicente Ferrer (1350-1419), Anselm Turmerda (1352-1430) y Francesc Eiximenis (1330-
1409). Este último reinterpretó los textos de Vilanova y Rocatallada desde una
perspectiva teológica más ortodoxa para adaptarlos a los deseos de la casa real aragonesa.

1620
Esta asimilación de índole zoomorfa, derivada de la profecía atribuida a San Francisco, hacía referencia
a aquel elegido de la divinidad que acabaría derrotando al emperador tirano o Anticristo. Al ser un animal
con una clara relación heráldica con el reino de Valencia, muchas son las teorías que afirman que la lectura
de esta profecía tiene origen en los conversos de la ciudad del rat penat. Sin embargo, cabe destacar que la
imagen heráldica de esta población fuera establecida de manera oficial como mucha posterioridad; Sobre la
figura del vespertilio, RODRÍGUEZ DE LA PEÑA, MANUEL ALEJANDRO: «Hesper, el Vestro y el Vespertilio:
Elementos de continuidad entre el milenarismo stáufico y el ciclo profético del Imperio aragonés» En
Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, nº 11. Alicante: Universidad de Alicante, 1997,
pp. 685-697.
1621
BATLLORI, MIQUEL: «La Sicile et la Couronne d'Aragon dans les prophéties d'Arnau de Villeneuve et
de Jean de Roquetaillade» En Mélanges de l'École Française de Rome, tomo 102/2. Roma: École Française
de Rome, 1990, pp. 363- 378.
1622
Alain Milhou recoge en su investigación varios ejemplos de la vigencia de estas referencias aún a
finales del siglo XV. Sirva como ejemplo el caso de Jerónimo Torrella, médico astrólogo de Fernando de
Aragón, que en su Opus preclarum de imaginibus astrologicis publicado en 1496 refiere una profecía de un
ermitaño de Constantinopla que tenía ese murciélago escatológico como el que acabara con el Islam y el
judaísmo en España, conquiste África y el Oriente. Según un texto de 1512 citado por Marcel Bataillon,
esta profecía pertenece a fray Juan de Cazalla, en relación a la idea del murciélago atribuida a San
Francisco; MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., pp. 379-383; MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., pp.
386-387; GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., p. 167- 172, 217-218, 353-366.

776
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

En su obra, el emperador escatológico no era precisado bajo una figura determinada, sino
que se limitaba a nombrarlo como Emperador de Roma, mostrando una influencia directa
de la profecía del Pseudometodio original. Su obra tuvo una influencia más acusada en
un contexto menos oficialista, sirviendo como justificación de diversas revueltas
populares frente al poder cortesano1623. A finales del siglo XV, otro de los principales
referentes de esta corriente hispánica franciscanista, Juan Unay o Johan Alamany, retomó
nuevamente la vocación más milenarista de Rumpescissa y el texto original de Vilanova,
para evocar la esperanza de la sociedad cristiana en el inicio de un nuevo tiempo de paz
universal. Poco se sabe de este misterioso religioso, del que se supone un origen catalán
o alemán, su posible adhesión a la Orden de los hospitalarios y su simpatía por la
corriente franciscana joaquinista. Probablemente en la primera mitad del siglo XV,
escribió en latín una obra traducida posteriormente al catalán por Johan Carbonell, y
compilada al castellano en el Libro de los grandes hechos. Según determina Guadalajara
Medina, su obra supone «un exponente de la simbiosis de dos tradiciones apocalípticas:
la clásica, representada por la incorporación de materiales de procedencia bíblica, y la
joaquinista, ajustada a modelos mesiánicos y de renovación social y eclesiástica que se
habían construido sobre las doctrinas de Joaquín de Fiore [...]». De esta manera, «Unay
recoge ambas tendencias y las integra en un marco coetáneo, pero deja que la vertiente
política, social y religiosa prevalezca sobre la materia escatológica»1624.

El vaticinio realizado por este enigmático fraile menor del Sancti Spiritus, se asentaba
sobre una interpretación de una realidad castellana rica en tintes espiritualistas de abierta
inclinación a la insurrección. En sus escritos quedó presente la condena a la corrupción
eclesiástica y secular que se vivía en este territorio, y la interpretación de esta situación
como un anuncio de la venida del Anticristo. Tras su derrota comenzaría una nueva Edad
de Oro para el cristianismo, bajo la tutela del Nuevo David pontificio y un rey al que él
denominó Encubierto. Bajo esta designación se hacía referencia a la aparición de un
monarca esperado, el cual tendrá como objetivo principal llevar a cabo una empresa

1623
CARRERAS I ARTAU, TOMÁS: «Fray Francisco Eiximenis. Su significación religiosa, filosófico-moral,
política y social» En Annals de l’Institut d’Estudis Gironins, nº 1. Girona: Institut d‘Estudis Gironins,
1946, pp. 270-293.
1624
GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., pp. 382-385. En torno a la figura misteriosa
de este autor, FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval..., op.cit., p. 301 y ss.;
ANÓNIMO: Historia de los..., op.cit., pp. 96-103; TORO PASCUA, MARÍA ISABEL: «Milenarismo y profecía
en el siglo XV: La tradición del libro de Unay en la Península Ibérica» En Península. Revista de Estudios
Ibéricos, nº 0. Oporto: Universidade do Porto, 2003, pp. 29-37.

777
José Fernando Tinoco Díaz

ampliamente anhelada para su pueblo, siguiendo un plan de origen y diseño divino que
en este caso dependía de la intercesión eclesiástica. El gobierno conjunto de ambos
proyectaría el inicio de un periodo de paz e igualdad social, donde imperaría la justicia
surgida de la fe verdadera en Dios. Según advierte José Guadalajara, la singularidad de
esta profecía reside en el hecho de que «se sustituye, en realidad al vespertilio de Arnaldo
de Vilanova y se le hace equivalente del Encubierto, diferenciándolo además del nuevo
David [...] Ambos, para Juan Unay, representan respectivamente el poder temporal y la
máxima autoridad espiritual [...]»1625. Pero esta denominación no era una novedad en el
seno de la Castilla bajomedieval. El término, atribuido como tantas otras cuestiones de
índole profética a San Isidoro de Sevilla, planteaba la aparición de un rey hispano que
retornaría a estas tierras a lomos de un caballo de madera como símbolo de su humildad.
Tras su vuelta a tierras castellanas, el monarca conseguiría aunar la fuerza del vulgo en
torno a su causa, y restablecería la unidad en la Península Ibérica en un corto periodo de
tiempo, consiguiendo así iniciar un nuevo periodo de grandeza. Diversas crónicas de
mediados del siglo XV dieron muestras de la vigencia de esta profecía en el seno de la
Península Ibérica. El caso más destacado de todas ellas se encuentra incluido en la
Crónica incompleta de los Reyes Católicos. Durante la Guerra de Sucesión Castellana
(1474-1479), el monarca portugués Alfonso V entró en Castilla por Extremadura para
proclamarse él mismo como Encubierto, y lograr con ello contar con una legitimidad aún
mayor para reclamar el trono de Castilla:

«La hora llegada y las profeçias compliendose de las desauenturas d‘España, el rey don
Alonso de Portugal entró por la Codosera en los Reynos de Castilla, el qual, para que las gentes
oviesen lugar de creer que él fuese el encubierto, segund vna profeçia que de Sant Esidro se
publicaua, que el encubierto auia de entrar en Castilla en cauallo de madera, este rey, fingiendo
venir doliente, o por uentura seyendo çierto, entró en andas, mirandose mucho por las gentes las
çerimonias que más çercanas a las profeçias en este caso se conformasen; y como la gente
castellana, vsada de la tirana libertad, era enemigas a se ver de ningund rey señoreadas, a los
inoçentes, que de aquellas encubiertas profeçias no tenian conoçimiento, les hazian creer que, por
las señales pareçidas, este rey don Alonso era el encubierto, trayendo mucho en plática sus
virtudes y grandezas y loandole de muchas cosas eçelentes que él, en la verdad, tenia. El qual era
muy catolico y grand guerrero contra moros y muy dichoso en las conquistas que con ellos avia
avido; era ombre muy esforçado y de persona bien dispuesta; era muy discreto y dulce de lengua,
que ponia grand afiçion a los que le oyan; muy casto y continente, y tenido, ante que en Castilla
entrase, por ombre de grand conçiencia y concluyo qu en él eran tantas cosas y graçias para el rey,

1625
GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., pp. 387-388.

778
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

que con las dichas de su fama, los a él afiçionados auian lugar de le publicar por el
1626
encubierto» .

En la obra de Alamany la noción de Encubierto tomó un cariz mucho más profundo,


que, por primera vez en la historia hispánica, aunaba esta corriente mesiánica con la
figura clásica europea del «emperador de los últimos días». Originariamente, este mito
procedía de la cristianización de la faceta divina del emperador romano según la
representación triunfante del Cristo del Apocalipsis. Estas referencias comenzaron a
recibir una influencia helena muy importante cuando comenzó a identificarse la sede de
este rey redentor con Constantinopla. A partir del siglo VIII, gracias a la traducción del
Pesudo-Methodius, aparecieron diversas referencias a un monarca occidental elegido por
la divinidad, que paulatinamente se fueron asimilando a la figura de Carlomagno. En los
siglos posteriores, esta lectura iría contando con una proyección escatológica más
acusada a medida que iba tomando forma la idea de cruzada. La nueva perspectiva
identificaba a este mesías como una especie de doble simbólico de Cristo, que reinaría en
el tiempo previo a la llegada del Anticristo, el único agente del mal a quien no podrá
vencer. A lo largo de las distintas campañas cristianas en Oriente, muchos fueron los
candidatos a ser identificados bajo ese halo, desde Godofredo de Bouillon a Luis VII
(1137-13380) pasando por Balduino I de Constantinopla (1204-1205) o Felipe Augusto
(1180-1223). Las referencias a la supuesta herencia moral del linaje carolingio sirvieron
para justificar las pretensiones de algunos de estos diversos monarcas francos y germanos
de ser nombrados campeones de la Cristiandad y, por tanto, reyes universales y
directores de la cruzada por reconquistar de Jerusalén. Durante el periodo bajomedieval,
esta profecía sufrió una adecuación al surgimiento de las ideas joaquinista que tuvo dos
tendencias de expresión. Según la tradición güelfa, el pastor angelicus sería el encargado
de llevar a cabo la reforma del cristianismo que se esperaba de este elegido de la
divinidad. En contraposición, la tradición gibelina atribuía el calificativo de «emperador
de los últimos días» a grandes figuras laicas de la política bajomedieval. Estos dux novus
eran considerados descendientes de la dinastía alemana de Federico II Hoehnstaufen
(1220-1250), el conocido como «emperador durmiente». En el curso del siglo XIV, todas
estas esperanzas escatológicas surgidas de las profecías sibilinas y joaquinistas se
concentraron en torno al surgimiento de una corriente nacionalismo asociada a

1626
ANÓNIMO: Crónica incompleta de..., op.cit., pp. 180-181. Al respecto de este episodio, es interesante
consultar FLORES REIS DA ENCARNAÇAO, MARCELO AUGUSTO: A Batalha de Toro dissertação de
Doutoramento apresentada à Universidade do Porto. Porto, Universidade da Porto, 2011, p. I, 147.

779
José Fernando Tinoco Díaz

tendencias escatológicas y milenaristas, de forma que esta doctrina desarrolló una


importante finalidad propagandística y de refuerzo de la autoridad real frente a otras
entidades como era el caso del decadente papado bajomedieval1627.

En el caso del contexto castellano bajomedieval, Alamany identificaba al Encubierto


como una figura mesiánica encargada de derrotar a los musulmanes, convertir al
cristianismo a infieles y paganos, reconquistar Jerusalén e iniciar la reforma de la Iglesia.
Su periodo de reinado marcará el comienzo un reino milenario de justicia, una nueva
época de igualitarismo social en la que la guerra será definitivamente borrada de la faz de
la tierra, las enfermedades y epidemias dejarían de existir y la equidad imperaría bajo la
ley cristiana. El autor planteaba que la lucha escatológica que decidiría el futuro de la
cristiandad, habría que comenzar en la Península Ibérica, concretamente en Sevilla,
donde los judíos y moros se levantarían frente a la fe cristiana y sería necesario el
surgimiento de la figura de ese nuevo rey apoyado por el Nuevo David pontificio. Tal
condicionante geopolítica determinaba diversas singularidades regionales, como fueron
las referencias a la violencia cristiana contra moros y judíos, o la importancia de la
conquista de África del Norte como precedente de la cruzada definitiva por liberar a
Jerusalén. Tales rasgos acabaron por desarrollar una variante genuinamente española del
mito europeo del emperador durmiente, alejada en ciertos matices de la definición de la
obra de Unay, que tuvo muy buena acogida en el ambiente providencialista generado en
torno a la figura de los Reyes Católicos. De hecho, es muy posible que la figura del
emperador escatológico trazada por este fraile pretendiera convertirse en una
magnificación mesiánica del propio don Fernando de Aragón1628. En ese sentido, parece
más que probable que el autor de la crónica anónima del marqués de Cádiz conociera la
obra de este profeta, o una versión de la clásica profecía pseudo-isidoriana muy influida
por la misma, como queda de manifiesto en el siguiente fragmento de la carta donde se
destacaban diversos caracteres atribuidos a ese nuevo mesías hispano:

1627
Al respecto, COHN, NORMAN: En pos del…, op.cit., pp. 331-334; KANTOROWICZ, ERNST: Los dos
cuerpos…, op.cit., pp. 262 y ss.
1628
Esta teoría fue sugerida en RAMOS, RAFAEL: «El Libro del Milenio de fray Juan Unay: ¿una apología
de Fernando el Católico» En Actas del VI Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval.
Alcalá: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 1997. pp. II, 1241-1247. Con posterioridad,
Carriazo Rubio ha acotado estas sospechas, al afirmar que el autor anónimo de la crónica del marqués de
Cádiz conocía «una versión de la profecía pseudo-isidoriana muy influida por el libro de Alamany»;
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., p. 100.

780
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

«Y determinado es el bienaventurado Sant Ysidro, que dize así: ―De necesario conuiene que
aquel tan grand príncipe que se ha de enseñorear en todo el mundo salga del sennorío de Çeçilia. Y
éste apretará todos los pueblos de mar a mar, e destruyrá todos los moros de Espanna. Y todos los
tornadizos serán cruelmente del todo destruidos, por quanto son escarnidores y menospreçiadores
de la santa fe católica. Y no solamente SU Alteza ganará el reyno de Granada muy presto, más
sojudgará toda África e los reynos de Fez e de Túnez e de marruecos e Benamaryn, e todos los
reynos fasta la entrada de Egipto, e fasta los montes de Etiopía, e fasta el mar Oçéano, e los reyno
de entremedias; e sojudgando todas las tierras de los moros e malos christianos, e destruyendo toda
la seta del maldito de Mahomad. E abaxará diez reyes e sojudgallos ha; e non saldrán debaxo de su
sennorío tres reyes de su linaje. E ganará fasta la casa santa de Ierusalem, e çinquenta e dos
jornadas adelante. E porná por sus manos el pendón de Aragón en el monte Caluarie + en el
mismo lugar donde fue puesta la Vera Cruz en que nuestro señor Iesu Christo fue cruçificado. E
será enperador de Roma e de los turcos e de las Espannas, e fará grandes castigos y venganças por
la tierra y muchas más por la mar. Y no será cobdiçios de reynos; e por esto Dios permite e quiere
que los aya. Y mejor se le farán todas las cosas, que Su Alteza las pensara. E será sienpre amador
y sostenedor de la justicia, y muy bueno y muy humilde a Dios nuestro Sennor. E sabrá las cosas
por venir, que Dios ge las reuelará, myradas sus lynpias entrannas [...] E no tan solamente será
enperador, mas monarca del mundo. E biuirá diez annos más que ninguno de sus linajes [...] Y
sabed por cierto que no avrá otro Encubierto saluo de los reyes de Aragón, vno o dos o quantos a
1629
Dios plazerá. Y estos y sus fijos e linaje sennorearán el mundo fasta la fyn» .

En algún momento del siglo XV la profecía de isidoriana de la «Pérdida de España»


comenzó a adquirir vida propia en torno a los acontecimientos políticos de esta etapa
histórica. Dentro de esta perspectiva interpretativa, surgió una corriente mesiánica entre
los nuevos conversos cristianos, alimentada profusamente por esta tradición aragonesa,
que abogaba por anunciar la definitiva redención del pueblo hispano bajo la autoridad de

1629
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 245-246. En la obra de otros autores del periodo, como por
ejemplo Pedro Marcuello, son especialmente visible este tipo de referencias a las profecías isidorianas,
interpretadas desde una perspectiva adaptada al contexto mediterráneo de finales del periodo bajomedieval:
«Isidero, illuminado,/ arçobispo de Seuilla,/ siendo de Dios muy amado,/ vos ouistes profetado/ desta reyna
de Castilla/ donde dixiste quen l'anyo/ mill quatrocientos ochenta/ sería contra este danyo/ dell eregía
enganyo/ vna duenya a Dios firuienta./ Donde dixistes lo tal,/ que sería muy cristiana/ y virtuosa y real/ de
Castilla y Portogal,/ so fallo ques la fontana/ donya Ysabel, muy fina/ Reyna, firuienta a Ihuesús,/ y por lo
tal s'encamina/ a lo dicho y que continua/ en lo que cumple a la cruz./ Mas dixistes, quen Seuilla/ se
pricinparía aquesto;/ pues lo hizo la caudilla/ con el Rey, bien la su silla/ será puesto en lo celesto;/
cristianíssimo Fernando,/ procura del diuinal/ que les dé vida con ál,/ siempre siendo del su vando./ Porque
no solo lidiando/ andan con vuestro dezir,/ mas con moros peleando/ y las mezquitas tornando/ yglesias
para seruir/ a daquel que vos seruistes/ con san Braulio y siete hermanos,/ y porque bien lo seguistes/ todos
juntos recebistes/ dél pagos, mas no medianos. [...] I pues esto por entero/ mis Reyes traen en mente,/
Ysidero, dezir quiero/ quel Soldán y turco Nero/ confonderán ciertamente./ Quedo, y ruego enteramente/
aprisa y no con medida,/ que vos plega en continente/ rogar al omnipotente/ les acreciente la vida»;
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., pp. 111-113.

781
José Fernando Tinoco Díaz

un monarca de este linaje gótico1630. Alain Milhou afirma que el ciclo profético
influenció sobremanera la composición del llamado Baladro del Sabio Merlín. Este texto
hacía referencia al vaticinio de la aparición de un legendario monarca de la cristiandad en
torno al año 1500, al cual se le menciona como «León Dorado» o «León Coronado», que
tendría como destino acabar con el malvado dragón mahometano, representación
diabólica del Islam. Durante el periodo histórico de su reinado, el principal cometido del
elegido sería el sometimiento de toda la Península Ibérica y África, la destrucción de
Egipto y la ruina de la amenaza otomana. De esta manera, el rey celestial tendría la
facultad concreta de quebrantar a las tres sectas malignas, el sultanato de Babilonia y los
reinos de Túnez y Granada, en su camino hacia la reconquista de Jerusalén1631. Esta
oscura y catastrofista obra profética contaba con una base doctrinal heredera de la
perspectiva más historicista del pasado gótico de la Península Ibérica. Sin embargo, en su
composición también eran visibles elementos de la tradición joaquinista más clásica, de
origen celta, como era el hecho de que se dedicara especial importancia a la
identificación de los diversos personajes según el establecimiento de un bestiario
simbólico. De hecho, la interpretación más obvia de esta profecía era al ungido divino
con el rey de Castilla, pues la denominación de león podría remitir con facilidad a las
enseñas del escudo real de este reino hispano. En ese sentido, para Guadalajara Medina
«esta penetración en Castilla de ideas tan características [...] permite establecer un
posible vínculo con las profecías de Rupercissa, Vilanova, y Pedro de Aragón, por
ejemplo, para conjeturar con cierto margen de certeza que sus planteamientos de un
mesianismo monárquico universal eran conocidos por estos años en determinados
círculos castellanos»1632. La tesis de este investigador parece corroborada por la epístola

1630
MILHOU, ALAIN: «Esquisse d‘un...», op.cit. GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit.,
p. 189 y ss. Al respecto de todo ello, CÁTEDRA GARCÍA, PEDRO MARÍA: La historiografía en…, op.cit., pp.
86-89; CASTRO, AMÉRICO: Aspectos del vivir hispánico. Madrid: Alianza, 1970, pp. 22 y ss; LAFAYE,
JAQUES: «El mesías en el mundo ibérico, de Ramón Lllull a Manuel Lacunza» En Lafaye, Jaques: Mesías,
cruzadas, utopías. El judeo-cristianismo en las sociedades iberoamericanas. México: Fondo de Cultura
económica, 1997, pp. 27-46, pp. 31-32.
1631
Al respecto de esta obra, TARRÉ, JOSÉ: «Las profecías del sabio Merlín y sus imitaciones» En Analecta
Sacra Tarraconensia, nº 16. Barcelona: Fundación Balmesiana, 1943, pp. 135-171; GUADALAJARA
MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., pp. 225 y ss. Sobre el uso político de esta profecía a partir del
reinado de Pedro I, consultar las notas propuestas por FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La
religiosidad medieval..., op.cit., pp. 295 y ss.
1632
GUADALAJARA MEDINA, JOSÉ: Las profecías del..., op.cit., pp. 282. Sobre de la identificación
mesiánica con la figura del león de diversas profecías del contexto peninsular, DURAN, EULALIA Y
REQUENSES, JOAN: Profecia i poder..., op.cit., p. 53-56; MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., pp. 353-
356.

782
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

incorporada a la crónica biográfica de Rodrigo Ponce de León. El autor de esta narración


recupera una supuesta cita atribuida a San Isidoro, para avalar el reconocimiento de
Fernando de Aragón como ese elegido de la divinidad surgido entre los diversos
descendientes del linaje castellano:

«Sabed que este santo rey don Fernando, bienaventurado, que tenemos es el Encubierto; e así
está declarado por Sant Juan y Sant Isidro en sus reuelaçiones, e dizen así: ―Que el Encubierto será
vn grand príncipe christiano, el qual apareçerá al acatamiento del sol y en las partes de Espanna; y
será tenporal y espiritual, e terná estas sennales: él ha de ser de fermoso talle de cuerpo, e la color
blanca y roxo, e de graçiosa palabra y verdadera, e a los ojos fermosos y fermoso talle de rostro, y
mienbros bien puestos e de muy fermoso andar, e ha muy fermosa baruadura, y será amador de la
justicia y enemigo de los malos, y será muy agodísimo e de grande entendimiento, e será en todo
conplido de virtudes, e pareçerá mucho al rey David quado era biuo […] Y sabed por cierto que no
avrá otro Encubierto saluo de los reyes de Aragón, vno o dos o quantos a Dios plazerá. Y estos y
1633
sus fijos e linaje sennorearán el mundo fasta la fyn» .

Juan Gil denota muy acertadamente que, «en Aragón se veía a Fernando como un
nuevo Alejandro, [mientras que] en Castilla como un nuevo David. Los matices de una y
otra exaltación no parecen ser más diversos: la propaganda aragonesa hunde sus raíces en
la Antigüedad clásica, mientras que los fieles castellanos prefieren destacar el carisma
religiosos del monarca, el Ungido, el Cristo del Señor»1634. Para la sociedad del reino
castellano, la legitimidad de un mandatario en el trono se asentaba sobre la identificación
de sus acciones con la línea reconquistadora seguida por los anteriores grandes monarcas
del reino. Estos gobernantes habían ayudado a enaltecer esta rama dinástica con sus
acciones frente al musulmán, por lo que debían ser considerados referentes de
comportamiento para todos sus descendientes. En ese sentido, el recuerdo de don
Rodrigo y Pelayo fue utilizado como nexo entre las monarquías visigoda y asturiana, y la
rama dinástica castellana a lo largo de gran parte del periodo medieval. Pero desde el
siglo XIII, la sacralizada efigie de Fernando III se estableció en la memoria del reino
como gran antecesor del linaje de los reyes castellanos y figura más cercana a un Sanctus
praedecessor, constituyéndose como un verdadero heredero de estas mítica figuras.
1633
ANÓNIMO: Historia de los…, op.cit., pp. 245-246.
1634
GIL FERNÁNDEZ, JUAN: «Alejandro, el nudo gordiano y Fernando el Católico» En Habis, nº 16. Sevilla:
Universidad de Sevilla, 1986, pp. 229-242, p. 236. Asimismo, también se remite al estudio DE JIMÉNEZ
CALVENTE, TERESA: «Fernando el Católico: un héroe épico con vocación mesiánica» En Egido, Aurora y
Laplana, José Enrique (eds.): La imagen de Fernando el Católico en la Historia, la Literatura y el Arte.
Jornadas Fernandinas desarrolladas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza y
el Palacio Español de Niño de Sos del Rey Católico entre los días 7 y 9 de marzo de 2013. Zaragoza:
Institución Fernando el Católico-Excma. Diputación de Zaragoza, 2014, pp. 131-171.

783
José Fernando Tinoco Díaz

Aunque la canonización de este monarca no se produjo hasta el siglo XVIII, el culto


hacia su persona pronto se sustentó sobre una base histórica inmemorial, enriquecida por
la fama de sus milagros. De hecho, ya aparece en las profecías surgidas en torno a los
reinados Alfonso X y Alfonso XI, atribuidas al denominado sabio Merlín, como el
modelo de rey castellano santificado1635. En una época en la que elementos como la
onomástica tenía un enorme importancia, Fernando de Aragón y sus partidarios supieron
ligar su nombre a la figura de San Fernando, de manera que el prestigio de su antepasado
homónimo le aportara la legitimidad necesaria para sacralizar hazañas y gestas frente al
enemigo musulmán. Algunos autores contemporáneos a la Guerra de Granada, como fue
el caso de Pedro Boscà, incluso llegan a determinar que la relación entre Inocencio VIII y
Fernando el Católico, constituía una evocación del glorioso tiempo que compartieron
Inocencio IV y Fernando III, en el cual fueron conquistadas Córdoba y Sevilla, por la
similitud entre sus nombres y acciones frente al Islam. En su discurso frente a la curia
romana, este eclesiástico castellano afirma que:

«El felicísimo pontífice Inocencio VIII, en cuyo pontificado se registrarán las excelsas
hazañas y los triunfos del rey Fernando V y de la reina Isabel, Príncipes invictos de las Españas,
no es ciertamente menor en esta clase de alabanzas sino mucho más ilustre que Inocencio III su
predecesor, en cuyo tiempo de Fernando III rey de Castilla y de León reconquistó Sevilla, Córdoba
y fortalezas vecinas. Pues aquel, como los demás reyes de las España que reinaron antes de los
nuestros, hizo la guerra a fin de que no se viese oprimido más gravemente por los bárbaros que
invadían sus fronteras con perniciosísimas incursiones e innumerables matanzas [...] Se han unido
sin embargo los santísimos nombres de Inocencio y de Fernando, por cuya unión son derrotados
los enemigos de la fe, la religión cristiana se propaga y todo el pueblo espera conseguir la paz y la
tranquilidad perpetua»1636.

Diego de Valera, verbigracia, afirma que el rey aragonés era el «descendido de la


ínclita gótica sangre» con el que se cumpliría «lo que de muchos syglos acá está
profetyçado, es á saber: que la señoría de las Españas debaxo de vuestro cetro real sería
puesta [...]»1637. En una de sus epístolas dirigidas a este mandatario, el caballero

1635
Al respecto de esta representación continuista del continuidad del linaje castellano a través de sus
antecesores, NIETO SORIA, JOSÉ MANUEL: Fundamentos ideológicos del..., op.cit., pp. 65-67. Para la
génesis del tratamiento de la imagen de San Fernando en la cronística bajomedieval castellana, GONZÁLEZ-
CASANOVAS, ROBERTO: «Fernando III como rey cruzado en la ―Estoria de Espanna‖ de Alfonso X: la
historiografía como mitografía en torno a la reconquista castellana» En Ward, Aengus (coord.): Actas del
XII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Birmingham, University of Birmingham,
1995, pp. 193-204.
1636
ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro...», op.cit., pp. 482-483.
1637
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 66, 34-35.

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

castellano no duda en indicarle que «es de creher que Dios vos ama é vos fiço tales nacer,
no sola mente para restaurar, reformar é defender estos reynos, más para debelar é
destruyr á todos los enemigos de la Sancta fe Católica»1638. Como ha denotado Alain
Milhou, don Fernando no solo participó de las victorias de su antecesor, sino que la
superposición que se formó entre el recuerdo de la figura del conquistador de Sevilla, y el
futuro conquistador de Granada, ayudó a que «el prestigio de San Fernando elevase al
Católico al rango de santo y las hazañas de éste actualizasen el recuerdo de aquél»1639.
De esta manera, el monarca aragonés consiguió alzarse en vida como el mayor
representante de un linaje real santificado desde sus orígenes. De hecho, su reinado
marcaría el definitivo final del emirato nazarí de Granada culminando con la
Reconquista, lo que marcaba una proyección superior a todos los hechos acaecidos en
este periodo. De esta manera, la asimilación del nombre de ambos monarcas dio lugar a
la génesis de un nuevo ciclo profético-etimológico, que se inscribía en la tradición gótica
castellana, pero contaba con una gran influencia de la corriente mesiánica aragonesa. El
proyecto reconquistador hispano comenzó así a trascender hacia una nueva idea
universal, la cual aunaba las aspiraciones castellanas y aragonesas en torno a una nueva
idea de autoridad universalista. Así lo determina Esteban de Garibay, el cual destacaba
que el reino de Granada había comenzado bajo el mandato de San Fernando y concluía
durante el reinado de su homónimo aragonés, al igual que había pasado con el Imperio
Romano de Oriente:

«Cosa es no agena de notables consideraciones, que la silla Real de los Reyes Moros de
granada huuiesse començado y acabado en tiempo de Reyes Fernandos de Castillo, principiando
en tiempo del Santo Rey don Fernando, tercero deste nombre, como queda visto, y feneciendose
en el del Catholico rey don Fernando quinto, su sucessor por linea masculina en nouena rodilla y
generacion [...] parece a lo que passó en el Imperio de Constantinopla, donde el primer y vltimo
Emperadores se llamaron Constantinos». Este mismo autor también destacaba en su crónica que
«de la mesma manera es de notar en este reyno, que el primer Rey Moro se llamó Mahomad, y el
vltimo tenia el mesmo nombre de Mahomad»1640

Las diversas crónicas del periodo identifican a don Fernando de Aragón como el
paradigma del rey cristiano y virtuoso, que gobernaría justamente sus reinos y cuya
máxima aspiración siempre fue la defensa y exaltación de la religión cristiana. Según

1638
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 87.
1639
MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., p. 361. Asimismo, también es interesante consultar CÁTEDRA,
PEDRO M.: La historiografía en…, op.cit., pp. 56-69.
1640
GARIBAY, ESTEBAN DE: Los Quarenta libros..., op.cit., p. 426.

785
José Fernando Tinoco Díaz

determina Alain Milhou, esta perspectiva sacralizada de la imagen del rey fue
«instrumentalizada por la monarquía católica con objetivo de conferir a su autoridad una
dignidad sobrenatural»1641. Su identificación como arquetipo del monarca cristianísimo,
respondió a la necesidad de una corona que aspiraba a construir una unión íntima entre la
faceta temporal y espiritual del poder, para conseguir así el control total sobre la faceta
secular y divinal de su autoridad como rey. Pero la ambición del monarca aragonés
extrapolaba las fronteras de su reino, e incluso de la propia Península Ibérica, para
proyectarse en el conjunto del ámbito europeo. Dentro de este discurso de cierta
proyección imperialista, algunos de los elementos propios de la doctrina cruzadista
vinieron a reforzar el tradicional ideal neogoticista castellano, o mejor dicho, a
amplificarlo. La representación del mandatario hispano como reconquistador de la
herencia goda y defensor de la cristiandad peninsular frente al Islam, paulatinamente fue
dejando paso al desarrollo de un concepto de monarca justo y triunfante que encarnaba
todas las aspiraciones hispanas y se convertía en el trasunto del Mesías escatológico
destinado a encabezar la nueva monarquía universal cristiana. Gracias al desarrollo de
esta amplia perspectiva, don Fernando consiguió ser considerado entre sus
contemporáneos aragoneses como el «soberano universal anunciado por los profetas y
destinado a promover la salvación final después de haber conseguido la unificación de
todos en la misma fe cristiana, la derrota de los musulmanes y su expulsión de España, la
de los turcos y la utopía de la conquista de Jerusalén»1642. El propio Valera le indica al
rey aragonés en una de sus epístolas, que con él se cumpliría:

«[…] lo que de muchos syglos acá está profetyçado de Vuestra muy ecelente y esclarecida
Persona, es á saber: que no sola mente estas Españas pornés debaxo de vuestro cetro real, mas las
partes Vltra marinas sojuzgarés en gloria y ensalçamiento de nuestro Redentor é acrecentamiento
de la cristiana religión y en grande onor y ecelencia de vuestra Corona real»1643.

De igual manera, Pedro de Marcuello anuncia en su Cancionero que «fállase por


profecía/ de antiguos libros sacada/ que Fernando se diría/ aquél que conquistaría/
Jherusalem y Granada./ El nombre vuestro tal es/ y el camino; bien demuestra/ que vos la
conquistaréis;/ carrera vays, no dudés,/ siruiendo a Dios que os adiestra»1644. Estos

1641
MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., p. 249.
1642
FERNÁNDEZ CONDE, FRANCISCO JAVIER: La religiosidad medieval…, op.cit., p. 304.
1643
VALERA, DIEGO DE: Epístolas de mosén..., op.cit., p. 86.
1644
MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., p. 51. Marcuello incluso mencionaba una profecía, que
determinaba que «las sus fantasías/ son de llegar a Bellém/ y állanse profecías,/ con vitoria y alegrías,/ yrán
a Jherusalén/ I en lo que consitarán/ sentarán la cruz y el misto/ y las crisma exalçarán/ así cierto llegarán/

786
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

fragmentos de las obras del periodo denotan que, tras de la conquista de esta ciudad
peninsular, los ejércitos hispanos podrían continuar con la proyección hispana natural de
la idea neogoticista en el norte africano para, posteriormente, proseguir su camino hasta
Tierra Santa. Tal perspectiva posibilitó la transmigración del significado de la
restauración jerosolimitana, de amplio carácter cruzadista, con el final de la ―guerra
divinal‖ hispana, lo que consiguió llevar a cabo una concreción escatológica de las
aspiraciones de la corona Trastámara de Aragón sobre el Mediterráneo.

8.3.2. LA GRAN SIGNIFICACIÓN DE LA CONCLUSIÓN DE LA CONTIENDA CASTELLANO-


NAZARÍ. LAS ASPIRACIONES HISPÁNICAS DE RETOMAR LA CONQUISTA CRISTIANA DE
JERUSALÉN.

Desde el reinado Jaime I de Aragón (1213-1276), comenzaron a hacerse presentes los


sueños imperialistas de proclamar la conquista de Jerusalén en suelo hispano. Durante el
concilio de Lyon de 1274, el rey aragonés consiguió ser elegido campeón de la
cristiandad ante el proyecto de comenzar una nueva empresa para conquistar Tierra
Santa. Su idea planteaba la convocatoria de una cruzada marítima para intentar recuperar
Jerusalén, lo que demostraba su idea de concebir la lucha frente al Islam como algo
externo al ámbito nacional. Aunque finalmente tal iniciativa no fue concretada por la
indecisión de los demás asistentes, esto permitió el encauzamiento inicial de la doctrina e
instituciones cruzadas hacia las futuras iniciativas aragoneses en el Mediterráneo. La
conquista de Sicilia en 1282, por parte de Pedro III (1276-1285), y su posterior
matrimonio con Constanza, nieta de Federico Hohenstaufen, reforzó las ambiciones de
este linaje sobre este contexto geográfico y retomó los proyectos de esta dinastía sículo-
normanda en Tierra Santa. La posesión de este reino, el cual había pertenecido al
gobierno del Imperio Bizancio, permitía recuperar las tradicionales pretensiones de esta
dinastía oriental sobre la reforma de la Iglesia católica, algo que redundó en la génesis de
una idea de monarquía universal que recuperaba la doctrina del emperador del Fin de los

donde nació Ihesuchristo./ I ante desto en gran batalla/ parescerá Säntiago/ y sant Gorge en los de Audalla/
y el soldán, y en su fardalla/ será fecho vn gran destrago/ I esto echo sin dudar,/ a Dios dando gracia a vna,/
es cierto que han de llegar/ al santo sepulcro adorar/ y a ver la santa coluna/ donde Ihesús fue açotado/
cruelmente y sabéis cómo/ lo fue por nuestro peccado/ y d'espinas coronado./ Pilatus dixo ―Ecce hommo‖/
Ya les dixe ay profecía/ del antiguos libros sacada/ que Fernando se diría/ aquel que conquistaría
Jherusalén y Granada./ Más les dixe: que en Leuante/ hizo Elena deuociones/ y ellos que arian en Poniente/
las mezquitas, Dios mediante,/ yglesias de ynuocaciones»; MARCUELLO, PEDRO: Cancionero..., op.cit., pp.
26-28.

787
José Fernando Tinoco Díaz

Tiempos1645. En tiempos de Jaime II, se comenzó a asociar esta ambición con la


proyección de la denominada Vía Hispana ante el Concilio de Viena de 1311, aunando el
atractivo de la liberación de Jerusalén, con la proyección de la doctrina neogoticista sobre
el Magreb norteafricano. Gracias al reconocimiento papal de todas estas iniciativas,
Pedro IV pudo reclamar el título de patronazgo sobre los Santos Lugares en 1343,
reconocimiento atribuido originalmente a Carlomagno como gran héroe guerrero que
triunfó sobre el Islam. Desde el inicio del siglo XI, este calificativo se había involucrado
con el llamamiento de la Primera Cruzada, de forma que el título pronto pasó al
imaginario cruzadista occidental. Con posterioridad, fueron los reyes de la casa Anjou de
Nápoles los que obtuvieron el derecho de patronato sobre los Santos Lugares, por su
devoción demostrada. Sin embargo, la casa aragonesa consiguió este nombramiento por
el desvelo demostrado con sus proyectos cruzados1646. Esta realidad quedó concretada en
la concesión de diversas bulas de cruzada, y en el otorgamiento de los títulos de duque de
Atenas y Neopatria para los reyes de la casa de Aragón, antes de que concluyera el
reinado de Pedro IV. Los monarcas aragoneses posteriores supieron aprovechar
perfectamente este tipo de beneficios obtenidos para respaldar sus pretensiones políticas
imperialistas frente a la casa rival franco-napolitana de Anjou, generando un aura
escatológica que definía a estos mandatarios como futuros reconquistadores de Jerusalén
y restauradores de la unión entre el imperio oriental y occidental.

A mediados del siglo XV, coincidiendo con el máximo apogeo de los grupos
franciscanistas asentados en los países catalano-valenciano, comenzaron de nuevo a ser
especialmente presentes diversas profecías en el seno de la sociedad aragonesa de la
toma de Jerusalén por un monarca español. Este fue consecuencia, en gran parte, a los
éxitos conseguidos por Alfonso el Magnánimo en el territorio italiano; triunfos que
permitieron unificar los antiguos dominios de la rama angevina a la que pertenecía la
corona de los Santos Lugares. De hecho, el propio rey consiguió reclamar el título de
Rey de Jerusalén, denominación irremediablemente unida a la concepción jerosolimitana
de soberanía universal y regeneracionismo moral. El ambiente escatológico que reinaba
en Castilla durante el final del siglo XV, representaba el triunfo frente a Granada como el
último paso de la culminación de la Reconquista hispánica y el primer capítulo del

1645
Al respecto de la herencia de los proyectos de la causa Hohenstaufen en la génesis de este mesianismo
aragonés, consultar MILHOU, ALAIN: Colón y su…, op.cit., pp. 332 y ss.
1646
Sobre este título honorífico y su proyección propagandística, consultar GOÑI GAZTAMBIDE, JOSÉ:
Historia de la..., op.cit., pp. 276-281, 292-296. FLORI, JEAN: Guerra Santa, Yihad…, op.cit, p. 155.

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

definitivo conflicto del cristianismo contra la fe islámica. Los éxitos conseguidos por
estos monarcas, en su conflicto frente al emirato nazarí de Granada, enriquecieron las
esperanzas de que su reinado estuviera significando el inicio de un nuevo tiempo áureo,
posiblemente hasta el punto de creer sinceramente en las profecías surgidas en torno a
ellos. Las narraciones contemporáneas al conflicto castellano-nazarí, intentaron mostrar
que este periodo fue una época llena de expectativas y entusiasmo, tanto religioso como
político. De hecho, cuando finalmente estos reyes hicieron su entrada en Granada, para
Hernando de Talavera, al igual que para otros muchos castellanos, ese señalado día
realmente se convirtió en la fecha de la redención del pueblo hispano. Este eclesiástico
destaca que: «Hoy ha brillado para nosotros el día de nuestra redención, de la antigua
reparación, de la felicidad deseada. Hoy por toda España los cielos derraman miel»1647.
La propia cuidad se convirtió en un símbolo perfecto de las ambiciones más profundas de
doña Isabel de Castilla de reformar el seno de la sociedad occidental. De la antigua
capital nazarí afirmaba la reina, que «por lo que toca á esa ciudad [de Granada] que la
tengo en mas que á mi vida [...] no tuve cuydado ni memoria de mi, ni de mis hijos,
questaba delante, y tuvela de esa ciudad»1648. Asimismo, don Fernando de Aragón
determinó en su testamento que, a su muerte, ambos fueran enterrados en Granada, «la
qual ciudad en nuestros tiempos plugo a Nuestro Señor que fuese conquistada y tomada
del poder y sujeción de los moros infieles y enemigos de nuestra santa Fe católica,
tomando a nos, aunque indigno y pecador, por instrumento para ello»1649. El mérito de
haber conseguido tal hazaña recayó en los Reyes Católicos, los cuales salieron
sumamente fortalecidos de esta titánica empresa que los había ratificados como
verdaderos elegidos de la divinidad. De hecho, el éxito obtenido en tal contienda
determinó la génesis de un clima de entusiasmo generalizado, probablemente muy
influenciado por las corrientes mesiánicas surgidas dentro de la propia corte hispánica, en
el que Granada se consideraba «un simple eslabón de una cadena mucho más
amplia»1650.

La empresa castellana completó así la restauración de la unidad territorial hispánica y


dio inicio al nuevo orden social que la monarquía de este reino pretendía imponer sobre

1647
TALAVERA, HERNANDO DE: In festo deditionis..., op.cit., p. 26.
1648
Este fragmento pertenece a la epístola titulada «De la Reina Doña Isabel á su confesor D. fr. Hernando
de Talauera» En Memorias de la Real Academia de la Historia, tomo VI. Madrid: 1821, pp. 355-359, 356.
1649
SANTA MARÍA, ALONSO DE: Crónica de los..., op.cit., p. II, 345.
1650
VALDEÓN BARUQUE, JULIO: «El final del…», op.cit., p. 27

789
José Fernando Tinoco Díaz

la exaltación de la faceta cristiana de la autoridad real. Pero la nueva Weltpolitik de la


corona castellano-aragonesa, como la denominó Jacques Lafaye1651, necesitaba
reelaborar una imagen del pasado hispano que justificara las nuevas pretensiones de los
Reyes Católicos en el contexto internacional; tarea que delegó sobre los cronistas de este
periodo. En ese sentido, el año 1492, fecha en la que los reyes hicieron su entrada en la
capital del emirato, pareció convertirse en un annus mirabilis para toda la cristiandad
occidental, siendo considerado una «fecha clave de la escatología del Oriente
cristiano»1652. Además de dar finalización a la guerra frente a los nazaríes, en esta fecha
se produjo la expulsión de los judíos, completada poco después por el exilio obligado de
los moriscos nazaríes, lo que determinaba una unidad del territorio castellano bajo una
misma religión. Tras culminar esta empresa de índole providencialista que exaltaba la fe
católica, los ejércitos de la cristiandad podrían continuar su destino hasta recuperar el
control sobre Jerusalén. La lucha por restaurar el dominio occidental de la Ciudad Santa,
aún contaba con un prestigio que sobrepasaba el ámbito geográfico y nacional de
cualquier empresa de carácter nacional. La iniciativa frente a Granada se convirtió así en
un apéndice natural de la lucha escatológica que habían llevado a diversos monarcas
europeos a reclamar sus derechos al trono universal de la cristiandad occidental, dando
así significación a estos signa iudicii que habían colmado la proyección de esta contienda
frente al emirato nazarí. La identificación de este tipo de vaticinios ayudó a incidir en la
perspectiva determinante que se quería aportar a esta contienda, sin necesidad de
perseverar en apelaciones directas al superior tono moral de cualquier hostilidad frente a
los musulmanes. De hecho, el contexto de triunfo que marcó la guerra de Isabel y
Fernando frente al Islam, determinó una fuerza suficiente para respaldar sus aspiraciones
de continuar su empresa frente a la amenaza turca oriental. Si estos reyes habían
conseguido volver a unir a todo el pueblo hispano bajo una misma religión, y concluir
con la existencia del emirato nazarí, su siguiente paso lógico sería proyectar su misión
providencial hacia este objetivo de carácter universal que determinaba la guerra frente al
Imperio otomano y la restitución del señorío cristiano sobre Jerusalén. En ese sentido,
parece que los años posteriores a la conclusión de esta conquista fueron un periodo donde
se generalizaron profecías y augurios que permitieron establecer una nueva dialéctica
entre la idea de la culminación de la empresa hispánica de la Reconquista y su extensión
al territorio africano, y el anhelo aragonés de recuperar Jerusalén de manos de los infieles

1651
LAFAYE, JACQUES: «Reconquista, ―djihad, diáspora,…», op.cit., p. 48.
1652
MACKAY, ANGUS: «Andalucía y la guerra...», op.cit., p. 334.

790
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

musulmanes. En su visita a España pocos años después de la victoria de los reyes frente a
Granada, Jerónimo Münzer pronostica que ambos hechos tendrían lugar en poco tiempo,
pues era el destino de estos reyes encabezar a la cristiandad hacia una nueva etapa:

«―No creo que les falte nada a vuestras majestades, fuera de añadir a vuestros triunfos la
recuperación del sepulcro del Señor en Jerusalén. Luis y Ricardo, el uno rey de Francia y el otro de
Inglaterra, hace muchos años intentaron esta misma empresa, navegando hacia Alejandría con la
armada que habían preparado; pero el calabrés (calaber) Joaquí [de Fiore], varón de Dios, predicó
que aún no había llegado la hora; y estos reyes hubieran de regresar a su patria sin cubrirse de
gloria y con gran detrimento y estrago de los suyos. A vosotras os está reservada esta victoria. Este
triunfo vuestro se verá coronado con aquellos trofeos. Muy bien lo podéis; y a nadie más que a
vosotros está reservada esta ocasión y oportunidad. Las costas de África tiemblan ante vuestras
armas y están dispuestas a someterse a vuestros cetros. No habrá pyes, enemigo a la espalda.
España florece en la mayor tranquilidad, y no hay qué temer revueltas intestinas. Sicilia, Cerdeña y
Mallorca, islas riquísimas, os darán toda clase de abastecimientos. Rodas os suministrará a sus
muy diestros soldados. Los alemanes y los húngaros contendrán al turco en sus fronteras para que
no ayuden a Saladino. Fácil os será, por lo tanto, rescatar este sepulcro del Señor de las fauces de
los enemigos de Dios y colmarlo de trofeos‖»1653.

El ambicioso camino hacia la ciudad jerosolimitana de los Reyes Católicos parecía


rememorar aquel proyecto de la llamada ―Vía Hispánica‖, la proyección hispánica
natural tras el final de la Reconquista. El primer paso hacia Oriente, por tanto, parecía ser
la ocupación del norte de África. Así lo identifican castellanos como Pedro Guillén, el
cual concluía su Panegírico profetizando que «que a tus grandes reyes aquí están
escritos/ vitorias, onores, aurán infitinitos;/ do guerra hizieren serán fortunados,/ aurán
muchos reynos, prouincias, ditados, / serán sus sujetos los moros malditos», tras lo cual
enumeró detalladamente, las regiones del Norte de África, Próximo Oriente y Tierra
Santa que conquistarían en su camino1654. Desde fecha muy temprana, los reyes de
Castilla habían apelado a diversas consideraciones históricas y jurídicas para reivindicar
sus derechos de conquista sobre el antiguo territorio romano de la Mauritania Tingitana.
En esta perspectiva, la Península Ibérica y el norte de África habían formado parte de una
unidad geográfica, pero también política, económica y cultural, lo cual ayudó a gestar un
cierto sentimiento de vinculación de la política hispánica al litoral norteafricano. Tras la
muerte de Fernando III, los cronistas castellanos comenzaron a considerar la conquista de
Marruecos como una prolongación de Reconquista, por lo que era derecho del reino de

1653
MÜNZER, JERÓNIMO: «Viaje por España...», op.cit., p. 269.
1654
GUILLÉN DE ÁVILA, DIEGO: Panegírico de la..., op.cit., estrofas 278-283.

791
José Fernando Tinoco Díaz

Castilla reclamar estas tierras bajo su dominio. Décadas después de la convulsa Batalla
por el Estrecho, Alonso de Cartagena expuso nuevamente lo adecuado de continuar la
reconquista en estas tierras del antiguo imperio Romano. El discurso de este autor se
contextualiza en un periodo donde Castilla mantenía una seria contienda con Portugal por
la conquista de emplazamientos costeros en el África Atlántica, cuya manifestación más
evidente fue la ocupación castellana de las Islas Canarias. Estas islas ofrecían al reino
castellano una base ideal para poder proyectar un ataque sobre el territorio marroquí de
manera complementaria a la incursión del ejército a través del Estrecho de Gibraltar. Con
posterioridad, Rodrigo Sánchez de Arévalo instó a Enrique IV a recuperar las tierras de
la provincia de África pertenecientes a sus predecesores visigodos, empresa que acabó
quedando difuminado por los conflictos interiores del reino castellano. Durante los
primeros compases de la lucha entre el partido isabelino y los partidarios de Juana la
Beltraneja, con Alfonso V de Portugal a la cabeza, la reina Isabel declaró que la
conquista del norte de África pertenecía a Castilla como herencia de la monarquía gótica,
como una forma de frenar las pretensiones portuguesas sobre el territorio norteafricano.
Con la firma del tratado de Alcaçovas (1479), cuarto años más tarde, se dio por
finalizado las hostilidades entre ambos bandos y la influencia de los dos reinos en los
conflictos territorios atlánticos fue finalmente delimitada. Los Reyes Católicos se veían
obligados a renunciar a muchas de sus pretensiones africanistas, entre las que se
encontraba el reino de Fez, a cambio del reconocimiento oficial de su derecho a dominar
las islas Canarias y a realizar incursiones en el territorio norteafricano. Pero durante la
conclusión de la contienda castellano-nazarí, comenzaron a aparecer nuevamente en las
fuentes narrativas castellanas diversas referencias a la natural proyección norteafricana
de la empresa castellana frente a Granada de manera paulatina a los éxitos castellanos en
el campo de batalla. Siguiendo esta loada aspiración, el 22 de noviembre de 1487, Pedro
Boscà expuso en Roma el deseo de los católicos reyes de Castilla de continuar con la
ayuda papal en su deseo de continuar continuación de la guerra frente al Islam en el
continente africano hasta alcanzar el trono los Santos Lugares, reservados a los monarcas
hispanos por el profeta Abdías:

«Aunque la religión cristiana extendida por todo el orbe deba participar de aquella gloria tan
célebre, al tratarse el asunto de combatir todos los enemigos de la fe sin embargo, nuestro
santísimo Señor Inocencio y vuestro sacratísimo Colegio (como fue fácil ver por las increíbles
señales públicas de tan célebre alegría y felicidad) no solo participa sino también sino también
debe ser considerado autor y príncipe [...] Pues resuelto el asunto de Granada, que parecen tener

792
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

casi en las manos (con la gran ayuda de Dios), no creamos ni pensemos, Oh Padres, que los
ánimos invictos y ardientes por el fervor, tanto de la guerra como de la fe, e iluminados por la luz
del cielo, están ya contentos con solo esta empresa. Pasarán al África, y gloriosos por tantas gestas
realizadas prósperamente, con la ayuda del Señor y tantas victorias conseguidas, derribarán al
inmundo de Mahoma y propagarán el Santísimo Nombre de Cristo» 1655.

Para autores clásicos como José María Doussinague, este tipo de reclamaciones
denotaban que «la guerra contra los infieles es la idea principal, la línea directiva
fundamental de la política internacional de Isabel y Fernando. Todo se encamina hacia
ella, todo en su actuación exterior viene a tener un carácter subordinado a aquella
finalidad principal»1656. Este historiador defendió la idea de que Fernando tenía la
intención de organizar una cruzada definitiva contra el Islam que llegara a Jerusalén en
su última etapa de vida, tras la ruptura de la frágil paz de Italia por parte de Luis XII.
Pero tal tesis no es compartida en modo alguno por quienes más seriamente se han
abocado al estudio de la política exterior del aragonés y la proyección mesiánica de su
persona, los cuales denotan que el rey aragonés siempre se rigió por un férreo sentido
común que rechazaba cualquier proyecto utópico. En ese sentido, Antonio Domínguez
Ortiz afirma que «tan falso sería ver en aquellos reyes unos fanáticos que lo supeditaron
todo a las finalidades religiosas como pintarlos como unos astutos políticos que se
valieron del manto de la religión para encubrir sus ambiciones terrenales [...] pues esa
contraposición de los sagrado y lo profano es un producto de la secularización operada a
partir del siglo XVII que no podemos extender a épocas anteriores sin caer en flagrante
anacronismo»1657. Que los reyes pudieran haber acabado por asumir los augurios
surgidos en torno a sus personas como su verdadero destino, no puede denotarse en la
cronística de forja tajante. De hecho, el mismo Milhou determina que, al fin y al cabo,
«las maniobras políticas, a veces maquiavélicas, y las creencias religiosas, a veces
profundas, podían entremezclarse de manera indisociable»1658. Sin embargo, la actuación
de estos monarcas tras la conquista de Granada debe plantearse como la consecuencia de
un conjunto de tradicionales aspiraciones territoriales, comerciales, estratégicas, e incluso
mentales, que excedían el mero carácter religioso de estas campañas norteafricanas.

1655
ALFARO BECH, VIRGINIA: «Discurso de Pedro...», op.cit., pp. 486-487.
1656
DOUSSINAGUE, JOSÉ MARÍA: La política internacional..., op.cit., p. 723.
1657
Prólogo de Antonio Domínguez Ortiz a la edición de CARRIAZO ARROQUIA, JUAN DE MATA: Los
relieves de la guerra de Granada en la Catedral de Toledo. Granada: Universidad de Granada, 1985, p. 9.
1658
MILHOU, ALAIN: Colón y su..., op.cit., p. 29.

793
José Fernando Tinoco Díaz

Las aspiraciones de proceder con celeridad a la conquista de este territorio respondían


a la necesidad de que los reyes castellanos enriquecieran su reputación de adalides de la
cristiandad occidental a base de victorias frente al enemigo musulmán. Así, son varios
los cronistas que informan de que en 1494 comenzó la preparación de esta empresa.
Verbigracia, Jerónimo Zurita determina que este año don Fernando envió una epístola al
monarca francés para solicitar una tregua entre ambos, pues «su intención fuesse buena,
de querer hazer guerra a los Turcos, no deuia començar en guerra de Christianos y quanto
mas se encendiesse, serian de recelar mayores daños»1659. De forma semejante, el
cronista anónimo de la crónica de Pulgar atestigua el carácter divinal de esta empresa, al
mencionar que de tierras ingleses llegaron a estas tierras:

«[…] para servir á su Alteza en esta santa guerra é pasar la mar contra los africanos, y ende ir
con los españoles matando los moros [considerándose] quantos comedios y provechos nacian y
reorecian destas guerras sanctas é justas, […] las quales si con estas guerras se tornasen christianos
los moros, era posible que se salvasen y aún fuesen sanctos entre todos los Príncipes
christianos»1660.

En 1497 se dio un tímido paso cuando el duque de Medina Sidonia, Juan de Guzmán,
conseguía tomar Melilla. Según afirma Bernáldez, el noble andaluz tomó esta iniciativa:

«Deseoso de servir á Dios en la guerra de los moros, paresçióle que si él poblase aquel pueblo
que podria dende alli hazer guerra continua á los moros, é ganarles mas pueblos, é por ventura
seria prinçipio para ganar aquellos reinos de moros como se ganó el de Granada [...] no avian de
sufrir los cristianos no teniendo moros en Hespaña con quien pelear de no enprender conquista en
Africa»1661.

Como denotaba el eclesiástico, esta empresa era considerada una extensión de la


propia Guerra de Granada. De hecho, la iniciativa de Juan de Guzmán recuerda mucho a
aquella de Ponce de León llevó a cabo sobre Alhama (1482), con la que dio inicio el
conflicto castellano-nazarí1662. Sin embargo, el recrudecimiento de las campañas frente a
Francia en el contexto italiano obligó a suspender este tipo de campañas norteafricas. En
estos años, también se producirían los fallecimientos del príncipe Juan y su hermana

1659
ZURITA, JERÓNIMO: Historia del rey..., op.cit., p. 44v.
1660
ANÓNIMO: «Continuación de la...», op.cit., p. 528.
1661
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado…, op.cit., p. 505.
1662
Sobre este hecho, es interesante consultar las reflexiones y referencias bibliográficas aportadas por
BRAVO NIETO, ANTONIO: «La ocupación de Melilla en 1497 y las relaciones entre los Reyes Católicos y el
duque de Medina Sidonia» En Albada: revista del Centro Asociado de la UNED de Melilla, nº 15. Melilla:
UNED, 1990, pp. 15-37.

794
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Isabel, la primogénita de los Reyes Católicos, así como la del hijo de ésta con el rey
portugués Manuel I (1495-1521). En 1504, también encontró la muerte la reina Isabel, a
quien Bernáldez retrata en un magnífico epitafio que resaltaba todos los logros
conseguidos por la reina en vida, comparándola con grandes figuras de la historia de la
cristiandad como Santa Helena de Constantinopla o el mismo Carlomagno:

«Por ella fué librada Castilla de ladrones y robadores y vandos y salteadores de los caminos,
de lo qual era llena quando començó de reinar. Por ella fué destruída la soberbia de los malos
cavalleros, que eran traidores e desobedientes a la corona real. Por ella fué quemada y destruída la
pésima y aborresçible eregía musaica, talmudista, judaica, que poco menos toda España tenía
infiçionada y trabada, y con tanta osadía que en cada parte se magnifestava. Fué muy
prudentíssima reina, muy cathólica en la sancta fee, sicut Elena mater Constantini Fué muy
devotísima y muy obediente a la sancta madre Iglesia, contemplativa e muy amiga e devota de la
sancta e linpia religión. Fizo corregir e castigar la grand disoluçión e desonestidad que avía en sus
reinos quando començó de reinar entre los flayles y monjas de todo el reino, de todas las órdenes,
e fizo ençerrar las monjas de muchos monesterios que vivían muy desonestas, ansí en Castilla
como en los reinos de Aragón e Cataluña. Junto con su marido, iva a la guerra y ganaron a los
moros el reino de Granada, que mas de seteçientos años los moros avían poseído. Viendo los
inconvenientes e dapnos que proçedían de los judíos e moros a los cathólicos christianos, desterró
los judíos de España para sienpre jamás, y fizo convertir los moros por fuerça. E ansí como en la
muerte del enperador Carlos Magnos, que fué enperador e rey de Françia, e era muy maravilloso e
christianísimo rey y santo guerrero contra los moros, justo en sus juizios e amigo de Dios, quiso
Dios nuestro señor que se mostrasen señales en su señorío e inperio e reinos del dolor de su muerte
e de la mengua que avía de hazer. Ansí paresçió que quiso Nuestro Señor mostrar señales antes de
la muerte desta tan exçelente y noble y neçesaria reina, como en la del dicho Carlos Magno. Poco
antes de la muerte de Carlos Magno segund dize la escriptura, acaesçió lo seguiente, segund
Fascículus temporum: -Signa, multa preçesserunt morten gloriossi sancti inperatoris Karoli
Magni: ecplisis, solis et lune ultra solitum fuit; aparuit per septem dies macula nigri coloris in sole;
porticus pretiosus Aquisgrani cecidit funditus; pons maximus Maguntie in tribus horis combustus.
Cernens autem piisimus imperator mortem sibi inminere, etc. Quiere dezir que muchas señales se
mostraron antes de la muerte del glorioso y santo enperador Carlos, que fué eclipse en el sol y en
la luna, y después acaesçió por siete días una mancha negra en el sol; y un muy preçoso y rico
portal de una sala del enperador que tenía en la çibdad de Aquisgrano, del fundamento se cayó e
allanó; la grand puente de la çibdad de Magunçia en tres oras se quemó e ardió toda. E el
enperador por aquellas señales conosçió su fin y ordenó muy bien su ánima, e ovo buen fin. Ansí
que se puede atribuir que por ventura Nuestro Señor en señal de la muerte de tan cathólica y
neçesaria reina, y por la mengua que della se avía de sentir en sus reinos, y por las tribulaçiones
que en ellos avían de venir después de su fin, que avían de ser muchas y muy espantosas, como lo
fueron, quiso que la tierra de sus reinos y comarcas, por donde su fama volava, mostrase
sentimiento y tenblase, como tan espantosamente tenbló. E aún señaló más, e fué el mayor espanto

795
José Fernando Tinoco Díaz

e dapno que en España fizo, en la villa de Carmona, que es villa anexa e propia de las reinas de
Castilla. Reinó esta muy noble y muy bienaventurada reina con el rey don Fernando su marido en
Castilla, veinte e nueve años e diez meses, en los tiempos de los Papas Sixto IV, Inoçençio VIII,
Alexandre VI, Pío III, Jullio II. En el qual tienpo fué en España la mayor inspiraçión, triunfo e
onrra e prosperidad que nunca España tuvo, después de convertida a la fe cathólica, ni antes»1663.

Como parecían pronosticar los símbolos que Bernáldez menciona, la desaparición de


la reina trajo consigo el colapso en el gobierno de Castilla, lo que impidió plasmar el
interés africanista de su marido. Cuando finalmente pudo plantearse el inicio de una
campaña en este territorio, durante la década de 1510, el entusiasmo de la opinión
pública que había guiado al conjunto del reino a colaborar en la magna empresa de
conquista encabezada por sus monarcas frente a Granada, fue ahogada por la realidad del
reino castellano y el convulso contexto mediterráneo. Según determina nuevamente
Bernáldez, el propio pontífice solicitó a don Fernando acudiera a su ayuda, a lo que el
rey:

«Como cathólico christiano e hijo obediente a la Santa Madre Iglesia, lo uno por la socorrer e
ayudar y lo otro porque vido mudada la disposiçión del tienpo para pasar en África, por caso de la
dicha çisma e guerra, ovo de dexar la guerra e pasada de allende, aunque los navíos estavan a
punto e los mantenimientos llegados, y mucha gente de la que avía de pasar ya venidos y partidos
de su tierra para pasar»1664.

Asimismo, fueron varias las muestras de la negativa castellana general a participar en


estas iniciativas. La determinación demostrada por las ciudades más importantes del
reino castellano, mostraba que este tipo de iniciativas nunca fueron empresas populares,
sino que respondieron a determinados intereses políticos o estratégicos. Por este motivo,
don Fernando debía ocuparse de asegurar la estabilidad del reino, y dejar atrás cualquier
tipo de anhelo secular. Sirva como ejemplo la siguiente epístola recibida por don
Fernando que Alonso de Santa Cruz recogió en su crónica, en la cual se instaba al
monarca aragonés a volver a instaurar un modelo de conquista señorial muy parecido al
sistema que rigió las campañas andaluzas durante la Baja Edad Media:

«Como se tuviese por cierto en toda España la pasada del rey don Fernando en África, muchas
ciudades del reino, principalmente Toledo y Segovia, le enbiaron sus cartas, suplicando a Su
Alteza no saliese destos reinos, pues era tan servicio de Dios que los sustentase, como siempre
avía hecho, como ganar en Africa otros. Y que Su Alteza podía enbiar en aquella enpresa muy

1663
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., pp. 484-494.
1664
BERNÁLDEZ, ANDRÉS: Memorias del reinado..., op.cit., p. 502.

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

buenos capitanes que tenía, sin que pudiese en tanto travajo y peligro. Y el regimiento de la ciudad
de Sevilla también lo procuró de le requerir y suplicar, por una carta que a Su Alteza escribieron,
en que decían que en la pasada de África que Su Alteza tenía determinada con católico çelo del
servicio de Dios, que no era consa conveniente el ausencia de Su Alteza en estos reinos, así por lo
que tocava a su real estado como a su servicio. Y que mirase Su Alteza que era mortal, y que la
vida era cosa que se atajava con pequeños daños. Y que avía treinta y siete años que avía entrado
en la governación destos reinos, y librádoles de mil disensiones y levantamientos y desventuras
que tenían, ensalçando en ellos la Fee católica y el estado de la Yglesia, teniéndolos en mucha
justicia y paz y sosiego. Y que Su Alteza mirase que su absencia en tierra estraña traería en estos
reinos muy gran peligro. Y que pensase en el amor que siempre tuvo a la reina doña Juana su muy
amada hija, y el estado en que la dexava, siendo su padre y marido y todo su consuelo. Y que
mirase Su Alteza que aquella conquista se podía hacer con capitanes, como lo avía hecho siempre.
Y que era obligado a gonvernar estos reinos y tenellos en justicia, que era lo más necesario, pues
lo tenía de mano de Dios. Y que más era conservar lo ganado que ganar lo nuevo. Por tanto, que
suplicavan a Su Alteza encomendase aquella conquista a algunos ilustres varones, pues tenía
muchos, con esperança que el que fuese alcançaría vitoria y lo que Su Alteza deseava, de manera
que se pudiese ganar aquellos reinos y conservar éstos. Y que sobre todo le suplicavan que cerca
de esta ida lo quisiese ver con mayor deliberación con los de su Consejo Real, porque ellos no
dexarían de le importunar siempre que apartase tal pensamiento de su corazón, de manera que
estos reinos pudieran goçar de tan bienaventurado Rey como tenían, con su prudencia. A lo qual el
Rey respondió satisfaciendo lo mejor que pudo. Y otro tanto hiço a las otras ciudades que sobre
ello le escribieron»1665.

Las decisiones tomadas por el Rey Católico durante estos años, demostraron que don
Fernando no estaba dispuesto a sacrificar el dominio sus territorios por contribuir en una
cruzada que, ya fuera de forma realista o no, se proyectaba hacia Tierra Santa. Más allá
de que él mismo creyera que su destino realmente era encabezar esta nueva etapa de la
cristiandad, la conquista de Jerusalén resultó no ser un fin en sí mismo, sino una premisa
tan admirable como difusa, para proyectar las aspiraciones hegemónicas de la corona
castellano-aragonesa sobre el Mediterráneo. De hecho, los avances conseguidos por la
monarquía hispánica en el contexto diplomático internacional, gracias a la proyección de
esta utópica empresa, aún fueron muy reseñables aunque tal iniciativa nunca se llevara a
cabo. Las diversas crónicas de este periodo posterior certifican que, en todo momento,
don Fernando quiso demostrar a través de sus actos y decisiones, su deseo de encabezar
una cruzada por la liberación del cristianismo, lo que le permitió llevar una política
1665
SANTA CRUZ, ALONSO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 136-137. Al respecto de todo ello, MILHOU,
ALAIN: «Propaganda mesiánica y opinión pública. Las reacciones de las ciudades de Castilla frente al
proyecto fernandino de cruzada (1510-11)» En Milhou, Alain (coord.): Pouvoir royal et absolutisme dans
lÉspagne du XVIe siècle. Tolouse: Universitaires du Mirail, 1999, pp. 33-44.

797
José Fernando Tinoco Díaz

internacional respaldada en su determinación de luchar contra el Islam. A su muerte,


estos principios doctrinales de corte cruzadista siguieron presente en la doctrina
hispánica como la gran herencia que los Reyes Católicos dejaban a sus predecesores. Así
lo manifestaba la propia reina doña Isabel en su testamento, donde determinaba que su
última voluntad había sido que sus herederos «no cesen de la conquista de África y de
punar por la Fe contra los infieles»1666. En este documento, la reina castellana incluyó
una amplia referencia a la significación de la institución cruzada en la empresa que ella
misma había comenzado en Granada, así como la importancia de que continuara la
colaboración de sus predecesores con el Pontificado romano para que se prosiguiera con
la conquista de todo el territorio africano:

«E ruego e mando a la dicha Princesa mi hija y al dicho Príncipe su marido que como
católicos príncipes tengan mucho cuidado de las cosas de la honrra de Dios y de su santa Fee,
çelando y procurando la guerra e defensión e ensalçamiento de ellas, pues por ella somos
obligados a poner las personas y vidas y lo que tubiéremos, cada que fuere menester. Y que sean
muy obedientes a los mandamientos de la santa Yglesia, nuestra madre, e protectores e defensores
de ella, como son obligados. Y que no çesen de la conquista de Africa, y de punar por la Fe contra
los infieles. [...] Otrosí, por quanto por la Sede Apostólica nos han sido diversas veces concedidas
la cruzada e jubileos e susidios para el gasto de la conquista del reino de Granada, e para contra los
moros de Africa e contra los turcos enemigos de nuestra santa Fe católica, para que en ello se
gastase, según que en las bulas que sobre ello nos han sido concedidas se contiene, mando que si
de las dichas cruçadas y jubileos y subsidios se han tomados algunos maravedís en por nuestro
mandado para gastar en otras cosas de nuestro servicio, e no en las cosas para que fueron
concedidas y dadas, que luego sean tornados los tales maravedís e cosas que dello se ayan tomado,
y se cumplan y paguen de las rentas de mis reinos de aquel año que yo falleciere, para que se
gasten conforme al tenor y forma de las dichas concesiones y bulas [...] Y por quanto de la
administración de la indulgencia de la Santa cruzada que en estos días pasados se ha predicado, se
hallan algunos dineros que se deben, y otros que están ya recebidos, los quales es cosa muy justa
que sean convertidos para el efecto que la dicha santa Indulgencia se ha concedido, queremos por
ende, ordenamos y mandamos, que todas las pecunias de la dicha administración que al tiempo de
nuestro fin se hallaren ansí recebidas, y que están en nuestra cámara o en poder de otros
administradores, como debidas, se conviertan por los dichos nuestros testamentarios para en las
cosas necesarias de la conquista de los moros enemigos de nuestra Fe católica, y defensión de las
tierras ya conquistadas de aquellos, y no a otros usos; en la manera que a los dichos nuestros
testamentarios pareciere más convenir»1667.

1666
SANTA CRUZ, ALONSO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 332-333.
1667
SANTA CRUZ, ALONSO DE: Crónica de los..., op.cit., pp. II, 332-333, 340, 371. Un completo análisis del
testamento de Isabel la Católica, puede encontrarse en SUÁREZ FERNÁNDEZ, LUIS: «Análisis del

798
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

Testamento de Isabel la Católica» En Cuadernos de Historia Moderna, nº 13. Madrid: Universidad


Complutense, 1992, pp. 81-90; HULTON, LEWIS J.: «El testamento de Isabel la Católica y la espiritualidad
renacentista» En Rugg, Evelyn y Gordon, Alan M. (coords.): Actas del Sexto Congreso Internacional de
Hispanistas. Toronto: Asociación Internacional de Hispanistas, pp. 391-393.

799
José Fernando Tinoco Díaz

800
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

CONCLUSIONES

Nicolás Maquiavelo comienza el capítulo XXI de su obra El Príncipe, analizando la


repercusión que tuvo la culminación de la conquista del reino de Granada para don
Fernando de Aragón, «un príncipe nuevo». Para el italiano, la empresa frente al emirato
nazarí «sirvió de fundamento para su grandeza […] alegando siempre el pretexto de la
religión»1668 . Esta reflexión expresa de forma adecuada lo que realmente significó la
Guerra de Granada en su contexto histórico. El conflicto que concluyó con la existencia
del último reino musulmán de la Península Ibérica sirvió para consolidar una idea de
―monarquía cristiana‖ que había sido gestada desde el ascenso al trono castellano de la
dinastía Trastámara (1369). Durante más de una centuria, el afianzamiento de la
autoridad real en este territorio generó importantes disputas internas al respecto de la
forma en la que fue concebido el gobierno de sus monarcas. Estas controversias
concluyeron con la victoria del bando favorable a doña Isabel en la Guerra de Sucesión
Castellana (1474-1479). A lo largo de este enfrentamiento, el entorno cortesano fue
componiendo una representación de la nueva reina de Castilla acorde a la doctrina
neogoticista y la tradicional profecía isidoriana del Planto de España. Esta retórica
entendía los convulsos reinados de sus antecesores en clave finalista, algo que favoreció
la interpretación de su ascenso al trono como el inicio de un nuevo kairòs. La perspectiva
escatológica tras esta lectura de la realidad social castellana reforzaba la legitimidad de
una Isabel de Castilla que era identificada como una especie de virgo bellatrix, destinada
por la Providencia a convertirse en la redentora del pueblo castellano. Pero realmente su
triunfo determinaba el éxito de la vía más autoritaria de definición de la soberanía real
sobre otros modelos políticos de rasgos más pactistas, como el que regía en el reino de
Aragón.

Con el matrimonio entre el príncipe don Fernando, futuro rey de Aragón y doña
Isabel de Castilla en 1469, los destinos de ambas coronas parecieron fundirse por virtud
de la propia divinidad una vez se produjeron sus respectivos accesos al trono. Aunque
cada uno de los monarcas conservó su independencia en las decisiones que involucraban

1668
MAQUIAVELO, NICOLÁS: El Príncipe (comentado por Napoleón Bonaparte). Madrid: Espasa Calpe,
1985, pp. 108-109.

801
José Fernando Tinoco Díaz

a sus reinos, ambos reyes compartieron una idea de gobierno conjunta que sobrepasaba el
mero ámbito institucional. Esta concepción de la monarquía se asentaba sobre la clásica
representación de la providencialista majestad castellana; pero tomaba los rasgos
doctrinales de origen franciscanista y humanista que, tradicionalmente, habían dotado a
la realeza aragonesa de una prestigiosa cobertura simbólica en el ámbito mediterráneo.
Fruto de esta nueva perspectiva política conjunta surgió de forma paulatina una fuerte
idea de monarquía de carácter cristiano que exaltaba a la fe católica como la principal
razón de estado. Esta nueva noción de soberanía real resultante, guiada por una especie
de ―máximo religioso‖, dejaba de manifiesto la faceta moral del gobierno de estos reyes,
ensalzando su compromiso con los valores ideológicos más intrínsecos de la sociedad
cristiana occidental. Pero dicha retórica no solo fue producto de una evidente voluntad de
persuasión a través de la propaganda, sino que estos principios doctrinales también
quedaron expuestos en una serie de pautas de conducta determinadas que manifestaron el
deseo de estos monarcas de recuperar el verdadero «oficio de reyes». A su llegada al
trono de Castilla, por ejemplo, Isabel y Fernando se preocuparon de asegurar una paz
duradera en el territorio castellano, llevaron a cabo una profunda reforma moral del clero
e instauraron la inquisición como mecanismo de control social. Según determinan los
cronistas coetáneos, parece ser que estos actos fueron capaces de provocar un sincero
sentimiento de confianza en el poder regio como garante de la justicia y defensor de la fe
católica. Esta percepción dio paso a un contexto de optimismo generalizado, que permitió
canalizar las esperanzas del pueblo castellano hacia intereses reales que excedían el
marco del reino de Castilla. En ese sentido, el siguiente paso de la estrategia política
seguida por Isabel y Fernando era evidente: llevar a cabo una campaña que exaltara el
carácter cristiano de su reinado más allá de las fronteras de sus reinos, dotándola para
ello de gran trascendencia doctrinal. Entonces se vio lo idóneo de retomar las campañas
contra el moro en el contexto de la Península Ibérica, donde aún sobrevivía el emirato
nazarí de Granada. Con la consecución de la definitiva victoria cristiana frente a este
pequeño reino musulmán, se podría reinstaurar la unidad religiosa peninsular y, al mismo
tiempo, exaltar el ideal de la fe católica como factor aglutinante del conjunto de la
comunidad hispánica. Pero cualquier éxito frente a las huestes musulmanas también
resonaría en todo el Occidente europeo, pues la guerra contra los enemigos de la fe era el
exponente supremo de cualquier idea de una monarquía cristiana.

802
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

La determinación de los reyes hispanos de luchar frente al musulmán siempre había


demostrado ser un medio idóneo para aunar a la sociedad cristiana peninsular bajo una
causa común que tenía una gran trascendencia en todo el conjunto de la sociedad
occidental. Por este motivo, muchos fueron los dirigentes hispanos que pretendieron
emprender empresas bélicas de este perfil como una fórmula de autoafirmación política.
Próximo al período que aquí se estudia, quizá el ejemplo más significativo fuera el de
Fernando de Antequera. A principios del siglo XV, el regente del reino de Castilla llevó a
cabo unas campañas frente al emirato nazarí que determinaron una nueva forma de
entender las relaciones entre la corona castellana y el reino granadino. Desde su
perspectiva, Granada se presentaba como una oportunidad más que un desafío. La
posibilidad de iniciar un conflicto frente a un vasallo rebelde y enemigo de la fe católica
demostró ser un medio idóneo para reforzar el prestigio y la jerarquía de aquellos que
encabezaban unas empresas tildadas de necesarias, justas, santas e incluso divinales.
Cada uno estos ambiguos términos definían la guerra frente al moro como una empresa
loable desde el punto de vista moral, a pesar de la posible contradicción entre sus
diversas acepciones particulares. En el caso de la contienda proyectada por los Reyes
Católicos, esta iniciativa no fue sino el capítulo final de aquella guerra comenzada a
principios de la centuria por el propio Fernando de Antequera y continuada
interrumpidamente por Juan II y Enrique IV.

Los cronistas castellanos contemporáneos a la Guerra de Granada plantearon una


narración de este enfrentamiento que era muy rica en referencias destinadas a reforzar el
inexcusable carácter histórico de la empresa castellana frente al musulmán. En ese
sentido, el conflicto activo contra los nazaríes nunca fue planteado como una simple
guerra de conquista en la cronística del periodo, sino que fue definida sobre todo como
una verdadera acción legítima. Para los historiadores de esta época, la determinación de
Isabel y Fernando por iniciar las hostilidades frente a los nazaríes siempre respondió a
una causa tan lícita como era la restauración del señorío cristiano sobre un territorio que
pertenecía a los herederos de la dinastía goda. Asimismo, el precedente inmediato de este
conflicto entre castellanos y granadinos se situó en el ataque musulmán a Zahara de la
Sierra (1481). Esta disposición concreta, determinaba la necesidad para este corpus de
cronistas de definir un casus belli que significara una ruptura legítimas de las treguas
vigentes entre ambos reinos. En ningún momento el credo del adversario constituyó la
única causa específica para su prosecución aunque, como resulta obvio, era un motivo

803
José Fernando Tinoco Díaz

subyacente importante. De la misma manera, los acuerdos logrados con distintos


dirigentes musulmanes –entre los que destacan los tratados firmados con el emir
Boabdil–, junto a los pactos de rendición de diversas ciudades nazaríes firmados a lo
largo de la contienda, también manifestaron abiertamente el carácter jurídico de la Guerra
de Granada. La pervivencia de las creencias islámicas profesadas por los granadinos
tampoco demostró ser ningún problema para los Reyes Católicos, pues la idea tradicional
de guerra frente al moro en la Península Ibérica no siempre se hallaba impelida de modo
obligado por una necesaria perspectiva la perspectiva religiosa. El verdadero objetivo de
estos monarcas era el de incorporar de forma paulatina el territorio granadino al dominio
de la corona de Castilla. Por este motivo, sus relaciones con el enemigo musulmán
siempre estuvieron marcadas por un eminente realismo político que fue más allá de
cualquier exaltación de la faceta cristiana de las hostilidades. La perspectiva religiosa de
la contienda que transmiten las fuentes nunca dio sentido, por sí misma, a la prosecución
de la Guerra de Granada. Pero sí que reforzó sobremanera la faceta cristiana del gobierno
de Isabel y Fernando. Esta perspectiva permitía a los monarcas de Castilla y Aragón
exigir el apoyo de toda la cristiandad a su causa; lo que se vio correspondido por la
concesión de una serie de gracias papales entre las que destacó la bula de cruzada.

El atractivo del espíritu cruzadista original aún seguía vivo en la conciencia colectiva
europea, por lo que el reconocimiento pontificio de la Guerra de Granada como cruzada
le hizo ocupar un lugar fundamental en la propaganda favorable a los intereses de los
Reyes Católicos en el panorama internacional. Esta significación de la Guerra de
Granada excedió el carácter casi exclusivamente castellano de las empresas militares y
campañas que la precedieron. El objetivo de los reyes no fue sólo acabar con la
existencia del emirato nazarí para fortalecer su autoridad en el reino, sino utilizar esta
victoria con vistas a reforzar una nueva política exterior guiada por un claro signo
mediterráneo. Por este motivo, se puede llegar a afirmar que, en buena medida, ésta fue
una contienda de proyección aragonesa llevado a cabo con medios castellanos. Esta
vertiente de la guerra contra los granadinos en las directrices política de ambos monarcas
fue creciendo a medida que los éxitos castellanos se sucedían en el campo de batalla y la
amenaza turca se hacía cada vez más presente en el escenario mediterráneo. En ese
sentido, la equiparación de la contienda entre castellanos y granadinos con la pugna que
librara la cristiandad frente a los ejércitos otomanos, tuvo una gran repercusión en la
propia definición doctrinal que adquirió la empresa bélica de Isabel y Fernando. Tal

804
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

discurso pretendió transmitir la idea de que el movimiento cruzadista se estaba


revitalizando en la Península Ibérica y volvía a recuperar su sentido original con la
exaltación la fe católica, algo que tendría consecuencias directas en la defensa inalienable
de la cristiandad ante sus enemigos externos. De hecho, nuevas expectativas de triunfo
parecieron surgir en el seno del cristianismo a raíz de las victorias de don Fernando
frente a los granadinos. Estos éxitos fueron reforzados por la difusión de una corriente
mesiánica de clara índole política, que pretendía avalar las pretensiones del monarca
aragonés de encabezar una nueva ofensiva frente al avance turco en el ámbito
mediterráneo y promover a la cristiandad hacia una nueva etapa de esplendor. Gracias a
la determinación demostrada por la pareja real y el éxito de esta campaña
propagandística en torno a su labor como monarcas cristianos, los Reyes Católicos
finalmente fueron reconocidos en Europa como protectores de la Santa Iglesia Romana.
Este nombramiento determinó una transferencia de la titularidad de la cristiandad a los
monarcas peninsulares auspiciada por el propio papado, algo que reforzó su autoridad en
el contexto italiano y desbancó a los herederos de Carlomagno de esta consideración.

Por todo lo dicho no puede afirmarse que la Guerra de Granada fuera una cruzada
sensu stricto, aunque las diversas fuentes narrativas del periodo así pudieran reclamarlo.
La percepción de estas campañas castellanas expresadas por los autores coetáneos a la
contienda era realmente producto de una clara voluntad de persuadir y perpetuar una
determinada doctrina política de índole cristiana. Pero la conquista del emirato nazarí
estuvo ajena a cualquier idea de iniciativa popular. Ésta fue siempre una empresa de
marcado carácter institucional, donde los elementos que actualmente se asocian a la idea
original de cruzada sobrevivían subordinados a una realidad marcada por el paulatino
reforzamiento de la autoridad real y el surgimiento de una idea de ente estatal de corte
autoritario. En el aspecto organizativo, de hecho, la concesión pontificia de la bula de
cruzada tuvo un eminente carácter económico, mientras que las indulgencias ofrecidas y
el llamamiento de voluntarios demostró tener una limitada eficacia. Asimismo, esta
consideración de las campañas castellanas frente al emirato nazarí no significó un
verdadero cambio en la forma de considerar a los musulmanes en la Península Ibérica.
Las referencias a los distintos elementos que formaban parte de la doctrina original de la
cruzada aparecen desvirtuadas de su función original. De hecho, algunos de estos
fundamentos entraron en contradicción con el realismo político que rigió la prosecución
de este enfrentamiento. En ese sentido, resulta interesante destacar la forma en la que los

805
José Fernando Tinoco Díaz

Reyes Católicos intentaron encauzar estos componentes constitutivos de la ideología de


cruzada en una época tan tardía, como una formulación coherente frente a los nuevos
desafíos que se estaban presentando presentaban en un momento concreto de la historia
medieval de Occidente. La gran habilidad que demostraron tener los servidores áulicos
del entorno castellano permitió establecer una adecuación de estos mecanismos
doctrinales e institucionales a una determinada realidad histórica de índole nacional; de
forma que la Guerra de Granada llegó a tener una trascendencia universal en consonancia
con la nueva imagen de la corona castellano-aragonesa como garante de la fe cristiana.
Esta perspectiva conjugaba diversos conceptos tradicionalmente unidos a la doctrina
neogoticista y la propia idea de cruzada, lo cual permitió reclamar la prosecución de
nuevos objetivos tras la conclusión de la Reconquista hispánica. De esta manera, el
espíritu que había guiado la empresa de expansión cristiana en el ámbito peninsular tuvo
oportunidad de reclamar su continuación en el norte de África como camino hacia Tierra
Santa. Sin embargo, los Reyes Católicos nunca sacrificaron sus verdaderas pretensiones
políticas por contribuir en una verdadera cruzada proyectada para recuperar Jerusalén de
manos otomanas. Pese a todo, el éxito de la campaña retórica que exaltaba la dimensión
superior de su empresa frente al Islam fue absoluto, algo que permitió a estos monarcas
convertirse en verdaderos mitos durante su propio tiempo.

La Guerra de Granada, no tanto como hecho histórico, sino su representación en las


fuentes narrativas del periodo, marcó la personalidad de una nueva idea de monarquía
hispánica a lo largo de los siglos posteriores. Durante estas centurias que siguieron a la
victoria del bando castellano en esta contienda, esta empresa fue considerada por los
historiadores hispanos como un hecho clave para la génesis de un concepto superior de
unidad política peninsular asentado sobre la fe cristiana. Este discurso no hacía más que
representar la culminación de un proceso que se fue forjando durante los días del
medievo. Un proceso caracterizado por la yuxtaposición entre modelos de gobierno
autoritario y pactista, la doctrina cruzada y la reconquistadora, la influencia del papado y
la monarquía, la pugna entre religión y política, e incluso la expresión ideológica y la
concreción doctrinal. Un proceso que los Reyes Católicos finalmente supieron articular y
sintetizar con éxito. De hecho, éste fue uno de los principales legados que los monarcas
encomendaron a sus sucesores: la misión de continuar enriqueciendo esta imagen a través
de la ejecución de actos que reforzaran el carácter moral de la nueva corona como rectora
de la sociedad cristiana occidental. Durante el reinado de Carlos V (1516-1556) y Felipe

806
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

II (1556-1598) se asistió a la maduración de este paradigma como un modelo político de


larga duración, que no solo se impuso en la Europa de su tiempo, sino que logró
instalarse en el imaginario occidental y aún permanece en la memoria histórica.

807
José Fernando Tinoco Díaz

808
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

DOCUMENTACIÓN ANEXA
PROYECTO PARA LA MENCIÓN DE DOCTORADO
INTERNACIONAL

– Initial premises.

The new currents of definition of the Crusade from a pluralistic point of view have
opened up an overly broad interpretation framework of this phenomenon, in which any
religious initiative is prone to be defined in crusading terms. This situation has made
difficult the correct understanding of the complex spiritual reality arising during the
central part of the medieval period and which subsequently had a doctrinal and
institutional concretion. Such has happened as well with the concept of Reconquista.
Being a concept that aims to make reference to a reality that cannot be narrowly defined,
some authors have been limited to consider the secular conflict that took place in the
Iberian Peninsula between Christians and Muslims as another example of the broader
expression of the Western Christian Crusade. This position has obviated many singular
features that reveal the singularity of the medieval Hispanic process. Therefore, it seems
necessary to undertake a reflection on the definition of the different realities associated
with the idea of Crusade and Reconquista, with a view to trying to discern the true
characters of those campaigns from a perspective as close as possible to the contextual
perspective of medieval reality. In that sense, the War of Granada (1482-1492) seems to
be an appropriate episode to undertake this work because of the obvious ideological and
doctrinal implications of this conflict between the Catholic Monarchs and the last Nasrid
emirs.

After ten years, the dispute between the kingdom of Castile and the Nasrid emirate of
Granada concluded with the integration of the last Muslim kingdom of the Iberian
Peninsula in the set of territories governed by the Catholic Monarchs. The predominant
religious facet of this conflict was widely expressed in its institutional definition as a
crusade. In fact, the Castilian side counted with the support of a granted papal Bull of
Crusade throughout the duration of this conflict. These Papal Bulls played a key role in
the economic aspect of the warfare, although this incidence was not as pronounced in
terms of the draw of foreign troops and volunteer warriors. But from the doctrinal point
of view, the Castilian propaganda used the rhetorical possibilities derived from the

809
José Fernando Tinoco Díaz

discourse that presented this dispute as a struggle for the defence of the Christian faith, to
develop a narrative line, close to the traditional Neo-Gothic and millenarian prophecies
that really justified the actions of a new unified Hispanic monarchy. The analysis of the
different elements that composed this propaganda can be a favourable field to discern the
true weight of the ideas united to the concepts of Crusade and Reconquista in this dispute
and the way in which both doctrines were combined during the final period of the
Medieval Age.

– Principal objectives and framework.

In correspondence to the above mentioned, this Doctoral Thesis aims to analyse the
elements of crusading nature that arouse as a consequence of the War of Granada, from
the perspective of contemporary Castilian chroniclers. To this end, the most outstanding
narrative works of the war period, as well as several subsequent references to this
dispute, have been chosen to be analysed with particular emphasis on the possible
references to the crusading nature of this conflict. Thus, the study includes both the
granting of Papal Bulls by the Roman Pontificate as well as the doctrinal possibilities
included in the Messianic trends generated around the figure of the Catholic Monarchs.
More broadly, this thesis will attempt to study the representation in the chronicles of the
war ideology in the late Middle Ages. The objective is to denote the place that the
crusading facet occupied in the society of that period and to settle the true conception of
the war and the role that the exaltation of the Catholic religion had in the doctrinal
conception of the genesis of the modern National State.

The structure of this study starts by responding to the need to establish a conceptual
framework from which to determine the theoretical basis for subsequent historical
analysis (Chapter 1). To that effect, it decides to begin with the examination and
identification of the concepts of just war and holy war, and its overlap with the genesis of
the crusader movement from the 11th century. From these premises, it tries to give a
clear answer to the definition of Crusade that is taken as a starting point, making a
historiography tour through the different schools and aspects contributed by each one of
these currents with respect to the evolution of medieval crusade reality. The analysis of
each one of these streams of definition allows to define and to use a concept of Crusade
that, with enough nuances, can be accepted nowadays by the majority of the historians
specialized in this work; although one is aware of the subjectivity that surrounds the

810
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

treatment of this idea. In that sense, it chooses to take an approach to the idea of Crusade
from its definition as a polyhedral phenomenon. This determination obligates to take in
account the institutional facets associated with this term and the possible crusadist
doctrinal and sentimental features expressed in the different sources of the Medieval
Age. In this sense, the specific geographical and historical framework of the work also
forces to determine the bases of the medieval process in the Iberian Peninsula that
conditioned the unique expressions of the idea of Crusade in this context, which
determines the need to focus on the concept of Reconquista.

The perspective articulating this study is alien to the generalist trend that considers
the medieval Hispanic historical process as a simple variant of the European crusade
phenomenon. Leaving the validity and concrete definition of the historiographical
concept of Reconquista to one side, it attempts to demonstrate that the relationship
between the Hispanic Neo-Gothic idea and the Crusade movement were wrapped in
coincidences and connections, but they were not the representation of the same reality.
Although the treatment of both notions was similar at some point, and even both could
appear united around the development of a homogenous doctrinal construction, each one
always maintained singular qualities. For this reason, it considerers opportune to
discriminate the term of Reconquista, always understood as a just war, of the possible
holy facet of the Hispanic war against the peninsular Muslims and, above all, of their
opportune consideration of Crusade by the mere fact of having a Papal concession of the
Bull of indulgences. This determination establishes the need to reflect on the own
diachronic evolution of war against the Muslims in the Peninsular context, concluding
right before the War of Granada.

In order to really understand what were the temporal and spatial conditions that could
have intervened in the genesis of this dispute, it makes a brief approach to the evolution
of the emirate of Granada and its relations with the Castilian monarchy (Chapter 2).
Later, it is the turn to analyse the process leading the ascent of Isabel I of Castile (1474-
1504) as Queen, and the gradual strengthening of the power of the Castilian Crown that
supposed her arrival to the throne. This analysis aims to superficially cover the process of
the so-called Revolution Trastámara and the genesis of the future Hispanic monarchy in
this period. Also, it is necessary to incorporate a summary of the conflict in which both
kingdoms collided, underscoring the course and the most outstanding events of the War
of Granada. This narrative of factual nature aims to serve as initial reference for the

811
José Fernando Tinoco Díaz

essential questions of this dispute and its continuation, because the analysis that will be
made later will not follow a linear chronological line. In contrast, the nature of the work
presented here determines the need to carry out a transversal reading of the Castilian-
Nasrid conflict that in some moments may make it difficult to understand the references
to specific stages or characters of this confrontation. This provision, however, determines
necessary to provide a vision of the dispute from a true polyhedral and multidisciplinary
perspective that would really broaden the facets of study of the Granada War.

Finally, the point concerning the theoretical content of the present work incorporates
some small references of the methodological line on which the present work is done
(Chapter 3). In that sense, the analysis of the War of Granada presented here raises from
the widest possible perspective, trying to differentiate the singular characters of the
doctrine of the Crusade expressed by the main written sources of the contemporary
period to the Castilian-Nasrid dispute. The main line of work proposed is the search for
potentially crusadist elements in these chronicles and compare them in order to make a
study of the representations and the treatment that is granted to the Crusade in the
conflict. Knowingly, the approach to the historiographical sources of the period accepts
as valid the interpretation that its narrators made of the dispute. In this way, the
chronicles are valued as rhetoric, social and political fact in themselves, something that
makes them be considered as a reflection of a historical reality marked by the
consolidation of the Trastámara monarchy. But in spite of this proximity to the
homogeneous rhetorical line imposed by the court environment, the works of the pre-
Renaissance period also show the emotion and personality of the author as an inseparable
element of the contemporary facts that it collects. For this reason, it seems necessary to
include a brief review of the various Spanish chronicle sources selected and their authors.
In these short notes it tries to highlight the social condition of these individuals, as well
as their main features as historians and the particular vision from which they represent
the reality of the conflict between peninsular Christians and Muslims. In the specific case
of the War of Granada, all these sources present fairly reliable information, always
selected according to a personal criterion, which makes it easier to know the different
aspects of this campaigns that came to become a mythical endeavour. But it must not be
forgotten at any time that its main objective was to transmit, from a clear long-term
propaganda perspective expressed in a subjective way, a clear message of strengthening
the royal authority in the Iberian territory. For this reason, it is also interesting to include

812
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

references to the main historiographical sources of the 16th century, which perfectly
show the success of these contemporary representations of the War of Granada that
succeeded in raising this conflict as an exponent of Hispanic greatness.

The structure of the practical part of this doctoral thesis composes the true body of the
work of analysis applying in it all the premises previously mentioned. This section begins
by making an approach to the social reality where the War of Granada was brewed to
look for the antecedents of this conflict (Chapter 4). This approach focuses on the first
years of the 15th century, when a new way of understanding the Castilian relationship
with the Nasrid emirate was structured. From the reigns of Juan II (1406-1454) and
Enrique IV (1454-1474) began to stand out in the Castilian chronicle various characters
and gestures that the Catholic Monarchs would later recover when their conflict against
Granada started out. Also, it is interesting to explore the beginning of the reign of these
sovereigns to try to determinate the origin of the policy of ―maximum religious‖ carried
out by them, and the way in which the chronicles of the period portray this stage as an
auspicious time for the proliferation of eschatological and providentialist readings of
marked Neo-Gothic bias. It is very possible that this new social context determined the
suitability of carrying out a campaign against the emirate of Granada, an endeavour that
had its roots in the own historical identity of the Hispanic Kingdom. However, the
beginning of this conflict was located in the border context between the Castilian and
Nasrid crowns. For this reason, the second of the chapters dedicated to the analysis of
narrative sources is devoted to the study of the causes that gave rise to the outbreak of
hostilities and the perspective with which these facts were collected by the chronicles of
the period (Chapter 5) The way in which contemporary Castilian historians succeeded in
turning the Grenadian War into a much more profound conflict, even of national
implications, is treated through the definition of chivalric doctrine during this late
medieval period of transition towards a new model of service to the crown. The
references to the cultural values that really moved the Castilian knights to participate in
the endeavour led by Isabel and Fernando give cause to deal with issues such as the
reinforcement of the feudal commitment and the royal authority of these sovereigns,
something that had an important rhetorical representation in the written sources of this
period. In fact, this section concludes with a reflection on the very context in which most
of the chronicles about the War of Granada were composed. This analysis determines
seamlessly the true nature of a conflict defined by the consideration of the enemy as a

813
José Fernando Tinoco Díaz

rebel vassal, but which had obvious doctrinal implications derived from the need to
increase the meaning of its prosecution for the Hispanic society of the moment.

The study of the doctrinal facets of the War of Granada occupies another specific
section, which deals with the Christian dimension of this dispute from a vision of marked
institutional character (Chapter 6). In this part it is tried to analyse diverse and
heterogeneous facets of the dispute that have to do with the definition of the Castilian
enemy, like the ceremonies of victory or the treatment that the Nasrids received in the
narrative works of the period. The references to this doctrinal perspective of the conflict
allow introducing the reflections on the traditional identification of the War of Granada
like a crusade (Chapter 7). In this way, the next point of the work tries delve into
relationship between the Catholic Monarchs and the Roman Pontiffs, as well as the true
contribution of the institutionalization of the Crusade in the struggle against the Nasrid
Kingdom. This section has dealt with aspects such as the economic importance of the
Bull of Crusade in this conflict, the incidence of European troops or the collaboration of
various Christian Princes in a period marked by the Turkish threat in the Mediterranean
context. Finally, and in a complementary way to this more official aspect of the dispute,
it analyses the most eschatological facet shown by the chroniclers in their works (Chapter
8). With this, it is tried to settle if it really was an eschatological drive of marked
millennial bias the engine which influenced in the definitive pursuit of the Castilian
company to end with the emirate of Granada. Such determination is inextricably linked to
the analysis of the creation of a messianic and imperialist halo around the figure of the
Catholic Monarchs, which was intimately related to his triumph in this dispute. The
attention to these traits really allows determining the crusading facet of the War of
Granada from an institutional and spiritual point of view, combining the two most
recognized perspectives that have traditionally took up the analysis of this concept from
the widest possible perspective.

– Conclusions.

Nicolas Machiavelli begins the chapter XXI of his work The Prince analysing the
repercussion that had the culmination of the conquest of the kingdom of Granada for Don
Fernando de Aragón, «a new prince». For this Italian author, the company against the
Nasrid emirate «served as a foundation for his greatness [...] always invoking the pretext

814
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

of religion»1669. This reflection adequately expresses what the War of Granada really
meant in its historical context. The conflict that ended with the existence of the last
Muslim kingdom of the Iberian Peninsula served to consolidate an idea of «Christian
monarchy» that had been originated after the Trastámara dynasty had acceded to the
Castilian throne (1369). For more than a century, the strengthening of the royal authority
in this territory generated important internal disputes about the way in which the
government of its monarchs was conceived. These controversies concluded with the
victory of the side favourable to Doña Isabel in the War of Castilian Succession (1474-
1479). Throughout this confrontation, the court environment composed a representation
of the new queen of Castile according to the neo-gothic doctrine and the traditional
Isidorian prophecy of Planto de España. This rhetoric understood the convulsed reigns of
his predecessors in finalist key, something that favoured the interpretation of its ascent to
the throne like the beginning of a new kairòs. The eschatological perspective after this
reading of the Castilian social reality reinforced the legitimacy of Isabel of Castile, which
was identified like a kind of virgo bellatrix destined by the providence to become the
redeemer of the Castilian town. But its triumph really determined the success of the most
authoritarian way of defining real sovereignty over other political models with more
pact-based features, such as the case of the kingdom of Aragon.

With the marriage between the prince Don Fernando, the future king of Aragon and
Doña Isabel of Castile in 1469, the destiny of the two crowns seemed to have merged by
the virtue of the divinity itself once their respectives access to the thrones happened.
Although each of the monarchs retained their independence in the decisions that involved
their kingdoms, both of them shared an idea of joint government that exceeded the mere
institutional scope. This conception of the monarchy was based on the classic
representation of the providentialist majesty of the Castilian crown; but it took the
doctrinal features of Franciscan and Humanistic origin that, traditionally, had endowed
the Aragonese royalty with a prestigious symbolic coverage in the Mediterranean area.
As a result of this new political perspective, a strong idea of a monarchy of Christian
character emerged gradually, which exalted the Catholic faith as the main raison d’état –
reason of state–. This new notion of resulting royal sovereignty, guided by a sort of
«religious maxim –máximo religioso–», revealed the moral facet of the government of
1669
«[…] sirvió de fundamento para su grandeza […] alegando siempre el pretexto de la religión»;
MAQUIAVELO, NICOLÁS: El Príncipe (comentado por Napoleón Bonaparte). Madrid: Espasa Calpe, 1985,
pp. 108-109.

815
José Fernando Tinoco Díaz

these kings, praising their commitment with the more intrinsic ideological values of
Western Christian society. But this rhetoric was not only the product of an evident desire
to persuade through the propaganda. These doctrinal principles were also exposed in
determined patterns of behavior that manifested the desire of these monarchs to recover
the true «office of kings». Upon their arrival at the throne of Castile, for example, Isabel
and Fernando cared about securing a lasting peace in Castilian territory, something they
achieved by carrying out a profound moral reform of the clergy and instituting the
Inquisition as a mechanism of social control. According to the contemporary chroniclers,
it seems that these acts were capable of provoking a sincere feeling of confidence in the
royal power as guarantor of justice and defender of the Catholic faith. This perception
gave way to a context of generalized optimism, which allowed to channel the hopes of
the Castilian people to real interests that exceeded the framework of the kingdom of
Castile. In that sense, the next step of the political strategy followed by Isabel and
Fernando was evident: to carry out a campaign that exalted the Christian character of
their reign beyond the frontiers of their kingdoms, endowing it with a great doctrinal
transcendence. It was then when it was seen the suitability of resuming the campaigns
against the Moor in the context of the Iberian Peninsula, where the Nasrid emirate of
Granada still survived. With the achievement of the definitive Christian victory over this
small Muslim kingdom, it would be possible to restore Peninsular religious unity and, at
the same time, to exalt the ideal of the Catholic faith as an agglutinative factor of the
whole of the Hispanic community. But any success against the Muslim hosts would also
resonate throughout the European West, because war against the enemies of the faith was
the supreme exponent of any idea of a Christian monarchy.

The determination of the Hispanic kings to fight against the Muslims had always
proved to be a suitable means to unite the Christian society of the Iberian Peninsula
under a common cause that had a great transcendence in the whole of the western
society. For this reason, many were the Hispanic leaders who tried to undertake warlike
endeavour of this profile as a formula of political self-assertion. Close in time, the most
significant example might have been the case of Fernando de Antequera. At the
beginning of the XVth century, the regent of the kingdom of Castile carried out
campaigns against the Nasrid emirate that determined a new way to understand the
relations between the Castilian crown and the kingdom of Granada. From his perspective,
Granada was presented as an opportunity rather than a challenge. The possibility of

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La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

initiating a conflict against a rebel vassal and enemy of the Catholic faith proved to be a
suitable mean to reinforce the prestige and hierarchy of those who headed endeavours
called necessary, just, holy and even divine. Each one of these ambiguous terms defined
the war against the Moor as a commendable endeavour from the moral point of view,
despite the possible contradiction between its various particular meanings. In the case of
the conflict projected by the Catholic Monarchs, this initiative was only the final chapter
of that war begun at the beginning of the century by Fernando de Antequera himself and
continued interrupted by Juan II and Enrique IV.

The Castilian chroniclers contemporaries to the War of Granada raised a narrative of


this confrontation that was very rich in references destined to reinforce the inexcusable
historical character of the Castilian company against the Muslim. In that sense, the active
conflict against the Nasrid was never considered as a simple war of conquest in the
chronicles of the period, but was defined above all as a true legitimate action. For the
historians of this time, the determination of Isabel and Fernando to initiate hostilities
against the Nasrids always responded to a cause as licit as was the restoration of
Christian dominion over a territory that belonged to the heirs of the Gothic dynasty. Also,
the immediate precedent of this conflict between Castilians and Narsids was established
in the Muslim attack to Zahara de la Sierra (1481). This specific provision determined
the need for this corpus of chroniclers to define a casus belli that would mean a
legitimate rupture of the existing truces between the two kingdoms. At no time the
adversary‘s creed was the only specific cause for its continuation, although, of course, it
was an important underlying motive. In the same way, the agreements reached with
different Muslim leaders –among them the treaties signed with the emir Boabdil–, along
with the agreements of surrender of several Nasrid cities signed throughout the contest,
also openly expressed the legal character of the War of Granada. The survival of the
Islamic beliefs professed by the Grenadines also proved not to be a problem for the
Catholic Monarchs, since the traditional idea of war against the Moors in the Iberian
Peninsula was not always forced by a religious necessary perspective. The true aim of
these monarchs was to gradually incorporate the territory of Granada to the dominion of
the crown of Castile. For this reason, their relations with the Muslim enemy were always
marked by an eminent political realism that went beyond any exaltation of the Christian
facet of hostilities. The religious perspective of the dispute transmitted by the sources
never gave meaning, by itself, to the prosecution of the War of Granada. However, it

817
José Fernando Tinoco Díaz

reinforced the Christian facet of the government of Isabel and Fernando. This perspective
allowed the monarchs of Castile and Aragon to demand the support of all Christendom to
their cause; something that was corresponded with the granting of a series of papal
graces, among which the Bull of Crusade standed out.

The appeal of the original crusade spirit was still alive in the European collective
consciousness, so that the pontifical recognition of the War of Granada as a crusade
made it occupy a fundamental place in the propaganda favourable to the interests of the
Catholic Monarchs in the international scene. This significance of the War of Granada
exceeded the almost exclusively Castilian character of the military companies and
campaigns that preceded it. The objective of the kings was not only to end the existence
of the Nasrid emirate to strengthen their authority in the kingdom, but to use this victory
to reinforce a new foreign policy guided by a clear Mediterranean sign. For this reason, it
can be said that, in large measure, this was an endeavour of Aragonese projection carried
out with Castilian means. This aspect of the war against the Nasrids in the political
guidelines of both monarchs grew as the Castilian successes took place on the battlefield
and the Turkish threat became increasingly present in the Mediterranean scenario. In that
sense, the equalization of the contest between Castilians and Nasrids with the struggle
that Christianity put up in front of the Ottoman armies had a great impact on the doctrinal
definition that acquired the warlike endeavour of Isabel and Fernando. This discourse
intended to transmit the idea that the crusadist movement was revitalized in the Iberian
Peninsula and returned to its original meaning with the exaltation of the Catholic faith,
something that would have direct consequences in the inalienable defence of Christianity
before its external enemies. In fact, new expectations of triumph seemed to arise within
Christianity as a result of Don Fernando‘s victories over the Nasrids. These successes
were reinforced by the diffusion of a messianic current of clear political nature, which
intended to endorse the pretensions of the Aragonese monarch to lead a new offensive
against the Turkish advance in the Mediterranean and promote Christianity to a new
stage of splendour. Thanks to the determination shown by the royal couple and the
success of this propaganda campaign around their work as Christian monarchs, the
Catholic Kings were finally recognized in Europe as protectors of the Holy Roman
Church. This appointment determined a transfer of the ownership of the Christianity to
the Hispanic monarchs sponsored by the own papacy, something that reinforced its

818
La cruzada en las fuentes cronísticas castellanas de la Guerra de Granada

authority in the Italian context and removed to the heirs of Charlemagne of this
consideration.

In the light of the above, it cannot be said that the War of Granada was a crusade
sensu stricto, although the diverse narrative sources of the period thus could claim it. The
perception of these Castilian campaigns expressed by the authors contemporaneous with
the contest was really the product of a clear desire to persuade and perpetuate a certain
political doctrine of a Christian nature. But the conquest of the Nasrid emirate was alien
to any idea of popular initiative. This was always an endeavour of marked institutional
character, where the elements that currently associate with the original idea of crusade
survived subordinated to a reality marked by the gradual reinforcement of the real
authority and the emergence of an idea of state entity of authoritarian ilk. On the
organizational side, in fact, the papal concession of the Bull of Crusade had an eminent
economic character, while the indulgences offered and the call of volunteers proved to
have a limited effectiveness. Also, this consideration of the Castilian campaigns against
the Nasrid emirate did not mean a real change in the way of considering the Muslims in
the Iberian Peninsula. The references to the different elements that were part of the
original doctrine of the crusade appear distorted of its original function. In fact, some of
these foundations were in contradiction with the political realism that governed the
continuation of this confrontation. In this sense, it is interesting to highlight the way in
which the Catholic Kings attempted to channel these constituent components of the
crusade ideology in a time so late, as a coherent formulation against the new challenges
that were being presented at a concrete moment of the medieval history of the West. The
great ability demonstrated by the auric servers of the Castilian environment allowed to
establish an adaptation of these doctrinal and institutional mechanisms to a certain
historical reality of a national nature. Thus, the War of Granada came to have a universal
transcendence in accordance with the new image of the Castilian-Aragonese crown as
guarantor of the Christian faith. This perspective combined several concepts traditionally
linked to the neo-gothic doctrine and the own idea of crusade, which allowed to claim the
pursuit of new objectives after the conclusion of the Hispanic Reconquista. In this way,
the spirit that had guided the company of Christian expansion in the peninsular area had
the opportunity to claim its continuation in North Africa as a road to the Holy Land.
However, the Catholic Kings never sacrificed their true political pretensions for
contributing in a true crusade designed to recover Jerusalem from Ottoman hands.

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José Fernando Tinoco Díaz

Despite all of this, the success of the rhetorical campaign that exalted the superior
dimension of his endeavour against Islam was absolute, something that allowed these
monarchs to become true myths during his own time.

The War of Granada, not so much as a historical fact, but its representation in the
narrative sources of the period, marked the personality of a new idea of Hispanic
monarchy throughout the centuries later. During this period that followed the victory of
the Castilian side in this contest, this endeavour was considered by the Hispanic
historians as a key fact for the genesis of a superior concept of peninsular political unity
based on the Christian faith. This speech only represented the culmination of a process
that was forged during the days of the Middle Ages. A process characterized by the
juxtaposition between models of authoritarian and pact-based rule government, crusade
and reconquering doctrine, the influence of papacy and monarchy, the struggle between
religion and politics and even ideological expression and doctrinal concreteness. A
process that the Catholic Kings finally managed to articulate and synthesise successfully.
In fact, this was one of the main legacies that the monarchs entrusted to their successors:
the mission to continue enriching this image through the execution of acts that reinforced
the moral character of the new crown as rector of the western Christian society. During
the reign of Carlos V (1516-1556) and Felipe II (1556-1598), the maturing of this
paradigm was seen as a long-term political model, which not only prevailed in the
Europe of its time, but also established in the Western imaginary successfully and still
remains in the historical memory.

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