Sesion 29 Fernando Lopez y Estrella Trincado

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SESIÓN 29

Ciencia, tecnología e innovación en la Historia del Pensamiento


Económico

Invención, cambio institucional y desarrollo económico

LÓPEZ CASTELLANO, Fernando


Universidad de Granada
flopezc@ugr.es
TRINCADO, Estrella
Universidad Complutense de Madrid
estrinaz@ccee.ucm.es

Resumen:

Esta ponencia busca las raíces de la relación del cambio institucional con la invención y el
desarrollo económico. Desde la Ilustración Escocesa se ha intentado plantear ese principio de
cambio, aunque con dificultad, introduciendo en la economía factores históricos y psicológicos y
el desequilibrio de poder. En este sentido están las propuestas recientes de autores que achacan
la generación de innovaciones a un proceso colectivo y llevan a un replanteamiento de los
problemas de gobernanza donde lo importante es reforzar la justicia y la inclusión social.

Abstract:

This paper looks for the roots of the relationship between institutional change, invention and
economic development. Since the Scottish Enlightenment, attempts have been made to posit
this principle of change, albeit with difficulty, introducing historical and psychological factors and
the imbalance of power into the economy. In this sense, recent proposals of authors who attribute
the generation of innovations to a collective process and lead to a rethinking of governance
problems stress the importance of the reinforcement of justice and social inclusion.

Palabras clave: Cambio institucional, invención, desarrollo económico


Keywords: Institutional change, Invention, economic development
JEL classification: B00; B41

INTRODUCCIÓN
Esta ponencia busca las raíces de la relación del cambio institucional con la
invención y el desarrollo económico. La visión mecanicista de la invención que Adam
Smith imbuyó en la mayoría de los economistas clásicos se aplicaba a la creación de
máquinas. «No hay nada tan misterioso en las invenciones de las máquinas como para
que cualquiera no hubiera podido haber sido su inventor», decía el autor. Pero la
dinámica de transformación de las instituciones también afecta a la innovación. Para
Smith, las instituciones en ocasiones parecen restricciones a la acción individual; sin
embargo, para los autores de la Ilustración Escocesa la sociabilidad no es un
subproducto que restringe la acción individual, si no que aplican la máxima de Ortega
de “yo soy yo y mis circunstancias”. La identidad personal no es sólo el recuerdo
individual, un hábito o deseo del hombre aislado, sino también las circunstancias, la
realidad que los hombres comparten y les habilita a cambiar el mundo y crear nuevos
recuerdos y hábitos. Por ejemplo, Hume introduce en su teoría factores históricos y
psicológicos, aunque su visión en el temor de la caída de los imperios y civilizaciones
más que en la invención y cambio. El cambio institucional se produce por la proyección
de desaparición más que por la esperanza de mejora.

Otros economistas clásicos plantean una visión favorable a la invención, como


Jean Baptiste Say o Jeremy Bentham, pero en este caso lo hacen desde la visión
utilitarista y atomista del yo. Say se refiere a la noción de desequilibrio momentáneo para
apoyar la introducción de maquinaria en la industria dado el ahorro de trabajo que
supone y el aumento de la producción que genera. La introducción de máquinas, a su
juicio, no perjudica al empleo ya que, salvo en el caso de que permanezca ocioso, el
capital creado pone en ejercicio otra industria. En una nación en plena fase de
acumulación de capital, la invención de nuevas máquinas tiene pocos inconvenientes,
según Say, ya que si bien aumenta la fuerza de trabajo, los nuevos capitales les ofrecen
por todas partes medios para emplearse (López Castellano, 2000). Aunque para
Bentham las instituciones son restricciones que impiden o permiten la acción utilitaria
individual, en Defensa de la Usura Bentham sostiene que los innovadores – los
proyectistas – cuando introducen mejoras, se adentran en senderos desconocidos
ampliando el ámbito de la utilidad. Todo lo que ahora es institución fue anteriormente
innovación y, en este sentido, el deseo individual es el que genera el cambio (Trincado
2005).

Sin embargo, en el periodo de la Ilustración escocesa, otros economistas


plantean una visión distinta de la innovación. Por ejemplo, John Rae defendió la
invención como elemento clave del cambio tecnológico y del cambio institucional, del
que a su vez depende el desarrollo económico (Hamouda and Mair 2005). Rae
consideraba que el cambio institucional va de la mano del crédito que traslada las
posibilidades y capacidades de acción desde los acumuladores por abstinencia a los
creadores y transformares de la realidad, que lo hacen con ayuda de la invención, es
decir, la innovación. En la teoría del desarrollo la visión de Rae se relaciona, en su
versión más favorable, con la teoría de las capacidades de Amartya Sen, y en la visión
más desfavorable con la idea de libertad positiva de Berlin, que él mismo vinculaba al
autoritarismo de las colectividades (Cohen 1960). Esta idea de ampliación de las
capacidades ha entrado en los recientes desarrollos del enfoque institucionalista de la
mano de la Economía Política Institucionalista, por autores como Hodgson, Lazonick,
Evans, Rutherford, Burlamaqui y Toye, entre otros, con una visión más amplia de las
instituciones y con una explicación más sistemática y general del cambio institucional
(Chang y Evans, 2005). Como para la EPI, las instituciones encierran derechos,
obligaciones e ideologías (Chang, 2002), su éxito o fracaso debe evaluarse de acuerdo
con sus propios objetivos (Lazonick, 1991). La idea de innovación institucional rechaza
el concepto de equilibrio a favor del proceso, y también en esta línea está la teoría de
Elinor Ostrom (Delgado 2015). Ella mostraba que mercado y estado no son otra cosa
que la cara de la misma moneda donde limitaciones y capacitaciones se entrelazan,
visión que contrasta con la idea de escasez que sustentaba la concepción de Robbins
(Kapp, 1968).

Por todo ello, se hace necesario estudiar la forma en que se plantea en este
periodo pionero del siglo XVIII la relación del cambio institucional con la invención y el
desarrollo económico.

EL CONCEPTO DE INNOVACIÓN EN LA ECONOMÍA BRITÁNICA DEL SIGLO XVIII

Como dice Galindo (2008), en las obras de los economistas clásicos no suele
aparecer la palabra «innovación», sino términos como «avances mecánicos»,
«invenciones», etc. David Hume relacionó la marcha progresiva de la ciencia y la
civilidad con innovaciones en la industria: «No podemos esperar razonablemente que
un trozo de tela de lana se forjará a la perfección en una nación que ignora la astronomía,
o donde se descuida la ética» (Hume, 1964d, Of Refinement in the Arts, 270–71). Sin
embargo, la innovación en la industria para Hume es consecuencia, más que causa, del
progreso moral. Establecer la temporalidad de las causas es cuestión fundamental en la
teoría de Hume (Trincado, 2022). Así, la reducción del tipo de interés y de la tasa de
ganancia es para Hume consecuencia del crecimiento, no su causa; el lujo, es
consecuencia, no causa, de la riqueza, y de la misma manera, la innovación es
consecuencia de la competencia y de la acumulación de capital, no su causa.

Aunque Hume presenció y reconoció el surgimiento de la sociedad de consumo,


no pudo comprender hasta qué punto la economía británica iba a crecer durante el último
tercio del siglo dieciocho, transformándose en el Taller del mundo (Schabas and
Wennerlind, 2020). Por ejemplo, señaló la importancia de la lana, el lino, y seda, pero
no el aumento de la producción de telas de algodón que ocurrió en la década de 1780,
en gran parte facilitado por la máquina de vapor. En 1752 no pudo anticipar los
dramáticos cambios que se avecinaban, algo que tampoco Adam Smith pudo prever en
1776. De hecho, el aprovechamiento del vapor solo llegó después de las mejoras de
James Watt y Matthew Boulton en 1776. En este sentido, Hume y Smith analizaron un
mundo comercial proto-industrial en el que la producción artesanal tendía a realizarse
en menor escala sin fuentes de energía adicionales.

Para Hume, la acción en el ámbito económico se basa en tres motivos diferentes:


la acción por sí misma, el hábito y la imitación. Los dos primeros, acción y hábito, pueden
considerarse constantes en el tiempo (Trincado, 2009). Por tanto, es la imitación la que
promueve el crecimiento diferencial entre etapas históricas, estimulando el espíritu
emprendedor o la demanda imitativa. «El comercio incrementa la industriosidad, al
trasmitirla de un miembro del Estado a otro, y no dejando que ninguno se haga inútil»
(Hume, 1964 c: 325, Of Interest). Pero Hume consideraba que todo intento de innovación
política debe tener en cuenta la necesidad de mantener las condiciones necesarias para
la convivencia civilizada (Gill, 2000: 87–108): “ningún individuo tiene derecho a hacer
innovaciones violentas, y es incluso peligroso que el legislador lo intente” (Hume, 1964
d: 478, “From the original contract”). Según Hume, las instituciones deben ser evaluadas
por su supervivencia, es decir, estamos ante el llamado darwinismo institucional. Hume
señala la tradición como moderador de las posibilidades de la razón, un medio de
aprendizaje institucional basado en una epistemología evolutiva (Gauthier, 1979: 3–38.).
Esto implica una dependencia del camino y de la historia; por tanto, Hume busca los
fundamentos psicológicos históricamente fijos o invariables de la naturaleza humana, y
de la uniformidad surge su preocupación por consolidar política y socialmente una alta
moral cívica (Phillipson, 1979: 140).

Según Hume, por otra parte, la tasa de interés es consecuencia del avance de la
economía, de las disposiciones hacia la frugalidad y la inversión y de la acumulación y
distribución de capital. Por ello, se adhirió a la ley de la tasa de ganancia decreciente en
Of Public Credit (Hume, 1964d). En esto, Hume y Smith coincidían. Sin embargo, en el
libro II, capítulo IV de la Riqueza de las Naciones, Smith añadía a la teoría del interés
real una defensa de la ley de la usura: debía seguir estableciéndose un máximo legal al
tipo de interés un poco por encima del precio de mercado mínimo habitualmente pagado
por los hombres prudentes. Si no, sólo tomarían préstamos los pródigos y proyectistas,
es decir, los que hoy en día se conocen como innovadores disruptivos. Smith, en
definitiva, denuncia la excesiva financiarización de la economía que lleva a vivir de las
rentas o persuadir al riesgo sometiendo la economía a la incertidumbre.

Todas las situaciones de crisis de la época, a pesar de la prosperidad económica,


llevaron a que tanto Hume como Smith expresaran su preocupación por el surgimiento
de una clase rentista ociosa que vive de dar créditos (Trincado 2022). Hume y Smith
reconocieron que los mercados crediticios tienden a crear un desequilibrio de poder tal
que los prestamistas y prestatarios modestos tienen más probabilidades de estar a
merced de aquellos con grandes sumas de capital. Ambos articularon la predicción de
que en el caso de un colapso del crédito público, la mayoría de la población estaría en
deuda con un pequeño pero poderoso grupo de financieros. Smith expresó mucha fe en
la frugalidad de la gente común, y por lo tanto culpó de cualquier fiasco crediticio a la
mala conducta de los gastos extravagantes de terratenientes, banqueros y políticos
(Smith, 1988, 1: 345–47). En este sentido, habría visto con poca simpatía la reciente
desregulación del sector financiero que ha llevado a la hipertrofia del sistema financiero
en todo el mundo, al exceso de actividades de extracción de rentas y a la Gran Recesión
desde 2008. Para Smith la innovación, en definitiva, sólo la desarrollan los creadores de
valor, no los que se sirven del status quo para sobrevivir. La falta de dinamismo, por otra
parte, se ve en el deterioro de las rentas salariales frente a los beneficios, sinónimo de
declive económico (Sebastián, 2022, 187-8).
En tanto que Hume considera los tipos de interés como producto del crecimiento
económico, su teoría da más importancia a la influencia en la tasa de interés de la
concentración de capital en manos de los ricos mientras se desarrolla el comercio e
industria. Hume creía que el sistema de flujos de factores internacionales y difusión
tecnológica hace que las regiones pobres se beneficien más cuando comercian con las
ricas (estaba pensando en el efecto de la unión de Inglaterra y Escocia, Berdell, 1996:
107-126). Para él, el beneficio principal del comercio es la difusión internacional de la
tecnología. Pero en el caso de países ricos su interacción no sólo difunde la tecnología,
sino que da un ímpetu a la tasa global de innovación. Relacionando esto con la ciencia
del hombre de Hume y el papel que concede a la imaginación, se ve que el cambio
técnico incrementa el conocimiento y cambia las costumbres, convenciones y leyes. Así,
su teoría del interés prueba que el fenómeno es reducible a cambios de modos y
costumbres, argumento que nos obliga a aceptar que la tasa de interés puede utilizarse
como instrumento de política económica, ayudando a producir el cambio en los modelos
de gasto y ahorro que llevan a la caída del tipo de interés (Trincado, 2005).

En este sentido, Smith es especialmente crítico con la figura del codicioso


proyectista: y frente a Hume para el que la crisis puede ser una oportunidad para el
aprendizaje, Smith considera que el error puede crear resentimiento en caso de impago
de los préstamos, y el resentimiento, la disolución. No hay que olvidar que la justicia
según Smith emerge de la propensión a sentir resentimiento o indignación ante la
injusticia (Trincado, 2004). Además, Adam Smith tendió a obviar las influencias
históricas y psicológicas de su tratamiento de las cuestiones teóricas de política
económica. Para Smith, la libertad natural está más allá de la idea de utilidad y lo natural
se opone a lo histórico dado que los hombres no están determinados por la historia o
las convenciones (Griswold, 1999: 349-54). Smith sostiene que no hay ninguna razón
por la que todos los grupos no sean siempre igualmente frugales, porque las personas
se basan en un «esfuerzo universal, continuo e ininterrumpido para mejorar su propia
condición» (Rotwein, 1970: 109, Berry, 1997: 68-70).

El crecimiento de Smith se produce por la tendencia natural al aumento de la


productividad resultado de la división del trabajo, siendo el progreso en un sector un
requisito previo para el progreso en otros (Berg, 1994). Según Smith, es necesario un
crecimiento continuo para desencadenar la rivalidad entre los capitanes de industria. Y
el esfuerzo por mejorar la condición propia, protegido por la ley y que la libertad permite
que se ejerza de la manera más ventajosa, es el «que ha mantenido el progreso de
Inglaterra hacia la opulencia y permitido mejorar en casi todos los tiempos anteriores, y
que, es de esperar, lo permitirá en todos tiempos futuros» (Smith, 1988: 345)1. Puede
que sea necesario ajustar la legislación a los intereses y temperamentos de la época,
pero Smith presenta los hábitos y prejuicios solo como un obstáculo.

Por tanto, Smith considera la productividad como un factor esencial, resultado de


la especialización que permite aumentar las destrezas de los trabajadores (García y

1 Este argumento se encuentra en distintos lugares de Smith, 1998: 99, 139, 285, 3413, 374-5,
405, 454, 455, 540, 674, 718.
Sorhegui 2018). La expansión productiva es efectiva si aumenta la productividad, lo que
es posible gracias al secreto manufacturero y el aumento de las destrezas, y la
maquinaria se desarrollaría por las destrezas y habilidades del obrero, producto de la
especialización y la división del trabajo. Así, se introduce el problema del conocimiento
y el aprendizaje para el desarrollo de la tecnología, dos pilares básicos del actual
concepto de innovación. 2

Por tanto, para Smith, la división del trabajo es una innovación que se produce de
forma no premeditada, gradual y no se debe forzar a ningún canal una cuota mayor de
la que naturalmente fluiría hacia él espontáneamente. El riesgo empresarial que busca
innovaciones sólo puede dar beneficios temporalmente, y en poco tiempo las otras
empresas asumirán la innovación y reducirán con su competencia el margen de
beneficio (Smith, 1988: 173). Smith pone más énfasis en el automatismo del mercado
en restaurar el equilibrio que en la importancia de la función innovadora. Para Smith, el
hombre de progreso, lento pero seguro, realiza sus proyectos con suficiente información.
Por tanto, lo que incrementa la cantidad de capital no es la mayor inventiva ni el hombre
excepcional, sino la habilidad, destreza y juicio con que habitualmente se realiza el
trabajo. La parsimonia o abstinencia, no la industria, son la causa de la acumulación
(Khan, 1954, 337-42). De esta manera, incluso la invención se convierte en una
especialidad más. «Estas diferentes mejoras fueron probablemente no todas
invenciones de un hombre, sino los sucesivos descubrimientos del tiempo y la
experiencia, y del ingenio de muchos diferentes artesanos» (Smith, 1988, Early Draft of
Part of the Wealth of Nations, pár. 18, 570). El inventor es un trabajador que, por estar
continuamente utilizando una máquina, imagina un medio nuevo para reducir su
esfuerzo y mejorar el mecanismo. Como decíamos al inicio, «No hay nada tan misterioso
en las invenciones de las máquinas como para que cualquiera no hubiera podido haber
sido su inventor» (Smith, 1978: LJ (A): VI: 4: 346).

Según Ricoy (2005), de acuerdo con Smith, la invención y el uso de maquinaria


en las diferentes actividades productivas dependen, en primer lugar, de la progresiva
especialización y simplificación de sus operaciones que resulta de la extensión de la
división del trabajo (“... a medida que las operaciones de cada trabajador se reducen
gradualmente a un mayor grado de simplicidad, se llega a inventar una variedad de
nuevas máquinas con objeto de facilitar y acortar tales operaciones”, Smith 1776: 292).
En segundo lugar, el progreso técnico, la invención de nuevas máquinas y la mejora de
las ya existentes, se contempla como el resultado del aprendizaje (tecnológico) que se
deriva de la práctica y de la utilización efectiva de las máquinas en los procesos de
producción, que, a su vez, es consecuencia de la progresiva subdivisión y
especialización de dichos procesos que la división del trabajo supone. La división del
trabajo hace esperar que algún trabajador encuentre métodos más fáciles y directos
para la ejecución de su trabajo, siempre que la naturaleza del mismo lo permita (Smith
1776: 13) Frente a esta idea de Smith, James Steuart (1767) señalaba los efectos

2 Sin embargo, David Ricardo se interesó por los efectos de la tecnología como paliativo de la ley de los

rendimientos decrecientes, lo que llevaba a retrasar el estado estacionario. Entonces, la tecnología


genera a largo plazo rendimientos decrecientes, aunque, contradictoriamente, estos suelen asociarse
con el corto plazo o un estado específico de la tecnología.
negativos que tendría la mecanización sobre el empleo, aunque también los positivos
que se derivarían de la consecuente reducción de los precios.

La visión de Adam Smith está presente en recientes estudios como los de Collier
(2019), Mazzucato (2019) y Mayer (2018) que dicen que la generación de innovaciones
es un proceso colectivo y ello debería reflejarse en las retribuciones y en la gobernanza.
Entre otras cosas, el hecho de que la innovación sea consecuencia de un proceso social
deslegitima que el objetivo de las empresas sea la maximización del valor para los
accionistas, algo en lo que Smith también mostraría acuerdo dado que no confiaba en
la gobernanza a través de sociedades anónimas. Como Mazzucato, Smith afirmará que
no se debe confundir precio y valor, una confusión que se ha hecho evidente en la
desregulación reciente. Sin embargo, Smith no hubiera defendido las propuestas de
ingeniería regulatoria que plantean estos autores, que proponen reducir la concentración
de poder de mercado confiriendo poder a los políticos. La propuesta de Smith está más
en la línea de reforzar la justicia y el estado de derecho, la defensa de la injusticia frente
a los poderosos, incluida la exclusión social y laboral. Entre otras cosas porque el valor
que las empresas proporcionan a la sociedad es la creación de dinamismo y crecimiento,
no un precio cuantificable.

Jeremy Bentham quiso criticar en Defensa de la Usura la idea del tipo de interés
de Adam Smith jactándose de ser más liberal que el propio Smith. Poner un límite
máximo a los tipos de interés, dice Bentham, hará decrecer el número de posibles
prestamistas y los banqueros serán más cautelosos a la hora de fijar los márgenes de
riesgo o ser creará un mercado negro de crédito. Sólo se concederán préstamos a los
empresarios que operan en caminos de producción y distribución conocidos, con bajo
riesgo. Así, Bentham considera que el efecto de la ley será bloquear cualquier
innovación y el mecanismo de desarrollo mismo, tal y como él lo definía. Su conclusión
era que es necesario confiar en las fuerzas del mercado y desregular la economía.

Aunque como Smith critica la prodigalidad, Bentham reprocha a Smith el haber


infraestimado el papel de esos “hombres de genio” que, a través de su invención e
imaginación, son responsables del progreso y de la riqueza de las naciones, dado que
encuentran nuevos canales de comercio. Bentham extiende en este caso a los
empresarios su hábito de proyectar al futuro y dice que, aunque sus empresas fallen, la
sociedad en conjunto queda intacta porque otros intentarán evitar cometer los mismos
errores y las innovaciones introducidas por los proyectistas en el proceso productivo o
maquinaria se expandirán a través del sistema económico, cualquiera que sea la suerte
de su promotor original. Este argumento, en definitiva, era el mismo que argüía Hume
de la prueba y error, e implica tener confianza en la incertidumbre. Bentham nos habla
de la productividad incrementada por nuevas ordenaciones de los medios de
producción, especialmente en las manufacturas. La innovación es la fuerza que mueve
el desarrollo porque «lo que es ahora institución, una vez fue innovación» (Stark, 1952
b: 355, Observations by Sir Frederick Morton Eden, (in form of a Letter) on the Annuity
Note Plan as contained in the Three first printed sheets with the two tables: with counter-
observations by the author of the plan).
LA INNOVACIÓN EN JOHN RAE: ENTRE HUME Y BENTHAM

John Rae, escocés nacido en Aberdeen en 1796, publicó en 1834 Statement of


Some New Principles on the Subject of Political Economy en los que atacaba las teorías
de Smith y presentaba una teoría sociológica del capital. John Stuart Mill (1848) lo cita
en Principles of Political Economy. Rae fue, según Brewer (1991), el primer economista
en ver el cambio tecnológico como la causa principal del crecimiento económico. Rae
acusó a Smith de atribuir el crecimiento económico exclusivamente a la acumulación de
capital que a su vez dependía de las decisiones de ahorro individuales. Tanto Smith
como Rae creían que los ahorros deben invertirse pero Smith consideró el ahorro como
una variable exógena y para Rae, el ahorro, la población y la invención eran variables
endógenas. Para él, el crecimiento era una función de la innovación. Según Rae, Smith
confundía los efectos con las causas (Coccia 2017). Rae apoyaba la protección con el
argumento de la industria naciente y creía que debía apoyarse el progreso de la ciencia
y tecnología usando los fondos de los aranceles a la importación de bienes de lujo como
un modo de incrementar el ahorro.

En opinión de Rae, la invención necesitaba apoyo para promover el ahorro; sus


causas eran independientes de las decisiones individuales de ahorro, causas que
estaban abiertas a la influencia del legislador, mientras que las decisiones individuales
de ahorro no lo estaban. Otra distinción entre Smith y Rae es la relación de causa entre
la división del trabajo y la invención. El primero sostenía que la división del trabajo
conducía a la creación de nueva maquinaria y por tanto de invenciones, mientras que
Rae afirmaba que las invenciones conducían a la división del trabajo. Para Rae, la
invención es la única causa independiente de la riqueza y el crecimiento de los ingresos,
y todos los demás factores, incluida la acumulación, son simplemente su consecuencia
(Brewer 1991). Rae había intentado armar una teoría del crecimiento basada en el
conocimiento, es decir, un modelo endógeno de crecimiento y trata el proceso de
aprendizaje, que se ha convertido en una de las piedras angulares de la teoría evolutiva
del cambio económico (Nelson y Winter, 1982). La teoría de Rae sobre el capital tuvo
una fuerte influencia en toda la escuela austriaca (Roll, 1954).

Rae, como Bentham, distinguía a los hombres de genio de los hombres comunes
que se caracterizaban por una inclinación natural hacia la imitación (según Hume, el
factor diferencial entre etapas históricas). Además de esto, Rae distinguió a los
inventores de las personas que simplemente transmitían conocimientos. La segunda
causa del progreso de la invención es la escasez de ciertos materiales y también la
aplicación de principios provenientes de unos campos o principios ya conocidos a
nuevos campos generando sinergias gracias a fenómenos de fecundación cruzada.
Según Rae, este efecto, así como el progreso tecnológico, es más fácil donde hay
relaciones comerciales y financieras constantes entre hombres que pertenecen a
diferentes culturas. Planteó, así, un entorno multiétnico parecido a la aldea global.
También es causa del progreso de la invención la ciencia y la necesidad. Por último,
según Rae, debe haber cambios sociales capaces de sacudir la inmovilidad de los
sistemas y estimular las facultades inventivas y creativas de los hombres para encontrar
un impulso hacia el desarrollo. En este sentido, Rae habla de la difusión espacial de la
innovación de un país a otro donde hay diferentes culturas, climas y condiciones
socioeconómicas. Se han producido mejoras incrementales debido a la tecnología, en
opinión de Rae, no solo en relación con los productos sino también en relación con los
servicios, como el comercio bancario.

Recientemente se ha redescubierto a John Rae como un auténtico precursor de


la teoría del crecimiento endógeno, pero también por su contribución a la comprensión
del papel económico que juega la innovación y el cambio tecnológico dentro del sistema
económico. Grandstrand (1994) dice que los orígenes de la economía de la tecnología
se encuentran en el trabajo de Babbage escrito en 1832, dos años antes del trabajo de
Rae, pero el análisis de Babbage seguía principios mecánicos con un toque ingenieril,
examinando la mejora de la división del trabajo y las economías crecientes a escala por
la aplicación de la maquinaria a la manufactura (Rosenberg 1971), mientras que los
escritos de Rae tenían un enfoque estrictamente económico relacionado con el
crecimiento. Como vemos, además, Rae se encuentra entre la visión histórica de Hume
y la psicológica de Bentham.

DE LA INNOVACIÓN COMO PROCESO RACIONAL A LA ECONOMÍA DE LA


INNOVACIÓN

La escuela clásica puso de manifiesto que la nueva tecnología tenía efectos


sobre la productividad del trabajo y el crecimiento económico, y que este último no
dependía solamente de los tres factores productivos (tierra, trabajo y capital), como
generalizaría más adelante la escuela neoclásica.

Para la economía neoclásica, el cambio tecnológico es el resultado de la elección


del agente racional entre un conjunto de recursos escasos en aras de maximizar los
beneficios. Para los neoclásicos, la tecnología es el caudal de información y
conocimiento susceptible de aplicarse a la producción de bienes y servicios, a partir de
los planes de producción posibles sugeridos por los ingenieros. El problema económico
consiste en elegir la mejor combinación de medios para obtener el máximo de productos,
con la tecnología como factor exógeno del proceso (Gallego, 2003).

La segunda mitad del siglo XX ha estado dominada por dos grandes corrientes
sobre el cambio tecnológico, que han derivado en la construcción de modelos de
crecimiento exógeno y endógeno. Los modelos neoclásicos de crecimiento exógeno
(Solow, 1956; Abramovitz, 1956) consideran que las variables incluídas en ellos son
exógenas y la tecnología una variable residual del modelo. No obstante, Solow (1957)
cuestionó el fundamentalismo del capital, como “palabra mágica del desarrollo”, planteó
que el “cambio tecnológico” era el que explicaba la mayor parte del crecimiento, y avanzó
la idea de que las “mejoras en la educación de la fuerza de trabajo” serían consideradas
como “cambio técnico”.
En los Modelos de crecimiento endógeno, al ser las variables endógenas, se
introducen los conceptos de aprendizaje y los rendimientos a escala crecientes. El
crecimiento económico puede obtenerse mediante la existencia de externalidades
ligadas a la inversión en capital físico o humano. Se rompe con los modelos tradicionales
de crecimiento neoclásicos y se sostiene que el crecimiento es impulsado por el cambio
tecnológico, que se origina por “una decisión de inversión intencional hecha por los
agentes para maximizar su utilidad” (Romer, 1990). Los estudios más recientes sobre el
papel de la innovación en el proceso de crecimiento incluyen en el análisis aspectos
tales como “learning by doing” (Romer, 1986), capital humano (Lucas, 1988),
investigación y desarrollo (I+D) (Romer, 1990 y Aghion y Howitt, 1992) e infraestructura
pública (Barro, 1990). (Olaya, 2008; Galindo, 2008; García y Sorhegui, 2018; Jimenez-
Barrera, 2018).

La economía de la innovación y del cambio tecnológico o economía neo-


schumpeteriana surge de varias escuelas de pensamiento tales como la nueva
economía institucional, la teoría del crecimiento endógeno, la economía evolutiva y,
sobre todo, los planteamientos teóricos de J. Schumpeter de los ciclos económicos a
largo plazo para explicar las relaciones entre innovación, cambio tecnológico y desarrollo
económico. Frente a la economía neoclásica que enfatiza la acumulación de capital
como explicación del crecimiento, la economía de la Innovación enfatiza la capacidad
innovadora impulsada por el conocimiento y las externalidades tecnológicas.

Como es sabido, Schumpeter investigó la problemática del “desarrollo


económico”, introduciendo el cambio industrial y la innovación en el ámbito del análisis
económico. Para Schumpeter, la innovación era el motor del desarrollo económico y la
principal causa de las fluctuaciones cíclicas experimentadas por la economía en el
proceso de dicho desarrollo. Para Schumpeter, tanto el crecimiento como el ciclo están
indisociablemente vinculados con el modo de producción capitalista, entendido como
“un proceso evolutivo de innovación continua y destrucción creativa”, y con el
empresario innovador como figura clave del proceso de innovación, que altera el curso
del flujo circular reformando o revolucionando las formas de producir que introducen una
invención (Shumpeter, 2010; Yoguel, Barletta y Pereira (2013; Jimenez-Barrera, 2018;
García y Sorhegui, 2018). La teoría del desarrollo económico de Schumpeter está
basada en procesos de innovación y cambios socioculturales (Quevedo, 2019). En su
Theory of Economic Development (1997) subraya la importancia del entorno social en
el que el empresario desarrolla su actividad, el «clima social», que incluye aspectos de
carácter sociológico, institucional y económico (Galindo, 2008).

A principios de la década de 1980, Nelson y Winter (1982) reivindican el


pensamiento schumpeteriano y explican la competencia por innovación como un cambio
en las rutinas y la incorporación de las innovaciones incrementales. El cambio
tecnológico explica, en su opinión, la evolución estructural de largo plazo. A partir de un
enfoque dinámico, evolutivo y esencialmente cualitativo, otorgan un gran peso a las
instituciones, dado que éstas pueden acelerar o frenar los procesos innovadores. La
existencia de revoluciones tecnológicas, como un vendaval de destrucción creadora,
lleva al capitalismo a superar las fases recesivas del ciclo económico, y a reajustar el
marco socio-institucional con el paradigma tecno-económico (Jiménez Barrera, 2018).

El objeto de estudio de la concepción evolucionista del desarrollo tecnológico es


el cambio económico, a corto y largo plazo. La economía evolucionista aplica al campo
de la ciencia económica la idea de la existencia de una pluralidad de trayectos posibles
que la evolución puede acarrear y la consideración de que la evolución admite pluralidad
de trayectorias, dado que los agentes actúan en un marco de incertidumbre similar a la
evolución biológica. De otro lado, la evolución se puede orientar mediante medidas de
política económica, que modifican el contexto en el cual se desenvuelven (Espinosa,
Carvajal-Ordoñez y Pesantez, 2021).

La línea evolucionista de la corriente neoschumpeteriana de la economía de la


innovación cuestiona el postulado neoclásico del equilibrio y rechaza la función de
producción como instrumento para delimitar el estado del conocimiento tecnológico,
dado que las empresas no tienen a su disposición una panoplia de técnicas. Pese a que
la "economía evolutiva" usa analogías de las ciencias naturales, como subraya Hodgson
(2004), el término describe una amplia variedad de puntos de vista y enfoques, algunos
de los cuales no usan dichas analogías, y propone una visión no "determinista" o
"mecanicista" del enfoque teórico darwiniano. La teoría evolucionista entiende el cambio
tecnológico como el producto del proceso de variación y selección, y no como proceso
de elección racional, que asume la tecnología como dato. En palabras de Lewis y
Steinmo (2011), proporciona un marco meta-teórico para entender la dinámica
institucional y los mecanismos del cambio gradual.

De otro lado, la aparición de nuevas ideas productivas no era algo externo a los
modelos de crecimiento, sino que depende de los incentivos económicos, que a su vez
se encuentran determinados por los contextos institucionales. La contribución de North
reside en subrayar que la política pública institucional es un factor determinante esencial
para el crecimiento y que los cambios políticos condicionan los incentivos de los agentes
económicos para desarrollar nuevas ideas. Para North (1990), los “marcos
institucionales” son el determinante subyacente del funcionamiento a largo plazo de las
economías.

North (1990) sostiene que la teoría neoclásica enfatiza en el desarrollo


tecnológico y en las inversiones de capital humano, pero ignora las instituciones y el
tiempo. En el mundo estático de la teoría neoclásica, los intercambios se producen sin
fricciones, los derechos de propiedad están perfectamente delimitados y la información
es gratuita, lo que la incapacita para analizar y establecer políticas que conduzcan al
desarrollo. Para comprender el desempeño diferencial de las economías a lo largo del
tiempo, North examina la naturaleza de las instituciones y sus consecuencias en el
desempeño económico o social, esbozando una teoría del cambio institucional. En su
opinión, el cambio institucional es el resultado de la interacción entre las instituciones y
las organizaciones en un marco económico de escasez y de competencia. La
competencia fuerza a las organizaciones a invertir constantemente en conocimiento
para sobrevivir; el marco institucional provee los incentivos que imponen el tipo de
habilidades y conocimientos percibidos para tener máximas retribuciones; las
percepciones vienen determinadas por las estructuras mentales de los jugadores. El
cambio económico es un proceso ubicuo, continuo y acumulativo que resulta de las
distintas decisiones individuales de los actores y empresarios de las organizaciones.

En los últimos años los “nuevos institucionalistas” han replanteado gradualmente


su concepción de las instituciones, considerándolas incrustadas en el medio institucional
más amplio de una organización política, como un “régimen social” constituido por un
conjunto de reglas que definen el comportamiento. También existe un amplio consenso
en torno a que las instituciones, las ideas y el ambiente cambian en un proceso
coevolutivo (Hodgson, 2002; Streeck y Thelen; 2005; Lewis y Steinmo, 2011). Para las
teorías de la complejidad, la innovación es el resultado de un proceso transformador de
las instituciones sociales definidas como patrones emergentes de interacción humana
(Guia, Prats y Comas, 2009).

Desde otra perspectiva, y con clara resonancia marxiana, la Teoría de la


Regulación planteó una explicación institucionalista de las transformaciones del
capitalismo, sustituyendo la función interpretativa de la lucha de clases por el papel de
las instituciones y los "compromisos sociales". La teoría pretendía explicar la
reproducción capitalista subrayando la influencia de las modificaciones operadas en el
funcionamiento de los regímenes políticos, y estudiar la incidencia del contexto
institucional en la innovación (Boyer, 1988).

Para Katz (1997), esta explicación institucionalista del cambio tecnológico es


insuficiente, porque solo enfatiza en la influencia que ejercen las organizaciones
políticas y sociales en la actividad económica y no en las leyes del capital. A su juicio, la
tecnología es una fuerza productiva social, que actúa mediante innovaciones sujetas a
la dinámica contradictoria de las leyes del capital, de ahí que subraye el papel
fundamental de la lucha de clases en el cambio tecnológico. En definitiva, sentencia,
sustituir el papel de la lucha de clases por el de las instituciones, como defiende la Teoría
de la Regulación, distorsiona el significado social de la innovación.

En efecto, como han subrayado diversos autores, en la teoría de Marx, el cambio


tecnológico y la lucha de clases son el motor del cambio histórico. La escuela marxista
analiza el cambio tecnológico como parte del desarrollo cualitativo de las fuerzas
productivas, dentro de relaciones de producción vigentes, estrechamente ligado a las
leyes de la acumulación y a la plusvalía. El desarrollo de la tecnología es una vía para
aumentar la plusvalía, acrecentar los beneficios capitalistas y mantener el esquema de
reproducción ampliada, lo que evidencia el carácter endógeno del progreso técnico
(García y Sorhegui, 2018; Valdés, 2004).

INNOVACIÓN, INSTITUCIONES Y DESARROLLO: EL ENFOQUE DE LA ECONOMÍA


POLÍTICA INSTITUCIONAL
La Economía Política Institucional (EPI) propone un análisis que va más allá de la visión
convencional de las instituciones como “restricciones” y una explicación más sistemática
y general del cambio institucional (García-Quero y López Castellano, 2016). Para la EPI,
las instituciones son más que restricciones, son “constitutivas”, porque inculcan ciertos
valores, e instrumentos “facilitadores”; el cambio institucional, por su parte, implica un
cambio de las reglas que constriñen o incentivan los comportamientos sociales y una
transformación de las visiones del mundo que subyacen en las estructuras
institucionales (Chang y Evans ,2005).

La EPI, al contrario que las denominadas corrientes neoinstitucionalistas, está


muy cercana a la “Economía Política Clásica”, la “Escuela Histórica Alemana” y la “Vieja
Economía Institucional”. También guarda cierta afinidad con la economía evolucionista
o la schumpeteriana, huyendo de modelos simplistas de comportamiento racional del
individuo y adoptando un enfoque claramente interdisciplinar. Del viejo institucionalismo,
ampliado con los trabajos de John K. Galbraith y Gunnar Myrdal, y los recientes estudios
de Greoffrey Hodgson y William Kapp, extrae su énfasis en estudiar la estructura y
funcionamiento de los sistemas y procesos económicos, el uso de material empírico
histórico y comparativo, la crítica de la idea de equilibrio, del individuo utilitarista y el
individualismo metodológico de la economía neoclásica. De la Escuela histórica extrae
su crítica a la abstracción, al método deductivo y a la idea del interés individual como
regulador de la acción económica de la escuela neoclásica. También comparte la idea
de Schmoller de un Estado intervencionista en materia social y garante del principio de
justicia redistributiva. Por último, de la visión evolutiva schumpeteriana, ampliada
posteriormente por Simon, Nelson y Winter, Reinert, y Lazonick adopta el argumento de
que la innovación es un elemento fundamental del desarrollo económico.

Para Lazonick (2006), la teoría neoclásica no permite comprender el proceso de


innovación, y sostiene que se necesita una teoría de la empresa innovadora integrada
en el análisis histórico-comparado como marco para analizar la relación entre las
instituciones de gobierno corporativo y el desarrollo económico y saber qué instituciones
promoverán o frenarán la innovación y el desarrollo económico. También, subraya, es
preciso definir el concepto de Desarrollo. Si éste se entiende como un proceso de
crecimiento capaz de elevar permanentemente el nivel de vida de un número cada vez
mayor de personas a lo largo del tiempo, deben explicitarse las instituciones de gobierno
corporativo que, en distintas épocas y territorios fomentaron el desarrollo económico.
Como subrayan Hoff y Stiglitz (2001), el desarrollo no puede verse como un proceso de
acumulación de capital, sino como un proceso de cambio organizativo.

Precisamente, la principal limitación del análisis de North y otros


neoinstitucionalistas es que asumen que la medida fundamental del desarrollo es el
crecimiento del ingreso, estimado mediante índices de mercado. Para Evans (2004,
2005), el enfoque de la capacidad de Amartya Sen permite escapar de este enfoque
reduccionista, porque enfatiza en las instituciones que facilitan las elecciones acerca de
cuáles son los fines del desarrollo. Lazonick, partiendo de la idea de que sin innovación,
sin inversión en capacidades productivas no puede haber desarrollo económico
(Lazonick, 2006), sostiene que el diseño de políticas públicas para dar forma a los
procesos e influir en los resultados de la inversión en innovación exige construir una
teoría económica del "éxito organizativo" (Lazonick, 2011),

La teoría del éxito organizativo parte de dos premisas. La primera es que la teoría
neoclásica de la empresa es una teoría de la empresa no innovadora, lo que la
incapacita para analizar qué clase de instituciones de gobierno corporativo pueden
promover la innovación y el desarrollo económico (Lazonick, 2006). La segunda es que
la inversión en innovación no es un proceso de mercado, sino un proceso organizativo,
a cargo de tres actores sociales (hogares, gobiernos o empresas), que invierten en el
capital humano que constituye la base del crecimiento de la productividad necesario
para alcanzar un mayor nivel de vida (Lazonick, 2011).

La reflexión en torno a la relación innovación, instituciones y desarrollo exige, por


tanto, elaborar una teoría de la empresa innovadora y otra teoría de la inversión de los
hogares, los gobiernos y las empresas en innovación que supere la visión convencional
del papel de la política pública mitigando imperfecciones y fallos del mercado. Esta
nueva teoría destaca la importancia de los hogares como centros de producción de
futuros trabajadores, más o menos cualificados; el papel de los gobiernos en el
desarrollo de la futura mano de obra invirtiendo y subvencionando el sistema educativo
público, y creando nuevos conocimientos que pueden ser vitales para el crecimiento
económico; y la labor de la empresa innovadora integrando las habilidades y los
esfuerzos de la mano de obra para emprender procesos de aprendizaje organizativo
transformadores de las capacidades productivas disponibles y acceder a nuevos
mercados.

Para una nación en desarrollo, la teoría de la empresa innovadora coincide con


el argumento de la industria infantil y la protección arancelaria. Por su parte, el modelo
de Estado capaz de invertir en la base de conocimientos de una sociedad coincide con
el denominado "Estado desarrollista", una de las instituciones con más protagonismo en
la reformulación de las trayectorias nacionales del crecimiento económico durante el
siglo XX (Chang y Evans (2006). Como demostró Lu (2000), para el caso chino, el
análisis de las funciones complementarias de la empresa innovadora y del Estado
desarrollista en la generación del crecimiento económico es fundamental para una teoría
sobre el funcionamiento y los resultados de la economía.

REFLEXIONES FINALES

En esta ponencia, hemos visto cómo la economía clásica y neoclásica ha


intentado superar la visión mecanicista de la invención de Adam Smith a través del
estudio del cambio institucional y el desarrollo económico. La visión mecánica de Smith
no pudo superarse con una perspectiva individualista del hábito o deseo de los
innovadores, ya que las instituciones no son sólo restricciones a la acción individual si
no el mundo intermedio que los hombres comparten y que facilita la interacción. Desde
la Ilustración Escocesa se ha intentado plantear ese principio de cambio, aunque con
dificultad, introduciendo en la economía factores históricos y psicológicos desde el
miedo a la disolución, como haría David Hume. Así, Hume señala la tradición como
moderador de las posibilidades de la razón, un medio de aprendizaje institucional
basado en una epistemología evolutiva. Los clásicos que consideran la invención la
clave del desarrollo, como Jean Baptiste Say o Jeremy Bentham, hacen su
planteamiento desde la visión utilitarista y atomista del yo, que no resuelve el problema
del cambio institucional. John Rae, sin embargo, introdujo la invención como elemento
clave del cambio tecnológico e institucional, del que a su vez depende el desarrollo
económico. El cambio institucional va de la mano del crédito que traslada capacidades
de acción desde los ahorradores a los transformares de la realidad, que lo hacen con
ayuda de la invención, es decir, la innovación. Esto aumenta las capacidades humanas
al tiempo que implica un nuevo replanteamiento de “la libertad en contexto”. Esta idea
de ampliación de las capacidades ha entrado en los recientes desarrollos del enfoque
institucionalista de la mano de la Economía Política Institucionalista, con una visión más
amplia de las instituciones y con una explicación más sistemática y general del cambio
institucional que rechaza el concepto de equilibrio a favor del proceso. Al mismo tiempo,
la relación entre ahorradores e inversores puede, como plantean Hume y Smith, llevar a
una excesiva financiarización de la economía que lleva a vivir de las rentas o persuadir
al riesgo al sistema, sometiendo la economía a la incertidumbre. El desequilibrio de
poder puede llevar a un desequilibrio social y a un colapso del crédito público. En este
sentido están las propuestas de Collier (2019), Mazzucato (2019) y Mayer (2018), que
achacan la generación de innovaciones a un proceso colectivo y llevan a un
replanteamiento de los problemas de gobernanza donde lo importante es reforzar la
justicia y la inclusión social. La propiedad de las empresas innovadoras, en definitiva,
debe estar limitada al valor social y la creación de dinamismo y la innovación debe estar
sometida a este principio general del cambio social.

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