La Palabra Perdida VS - La Palabra Encontrada

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LA PALABRA PERDIDA VS.

LA PALABRA ENCONTRADA

LO MASÓNICO TIENE QUE VER CON LO ESPIRITUAL.

Ya desde las Logias azules —el Antiguo Gremio: Ancient Craft— se enseña al
hermano que el pase del grado de aprendiz al de maestro implica “pasar” de la
escuadra al compás, o dicho de otra forma: del occidente al oriente de la Logia. La
escuadra alude a lo material, es decir, la condición tosca y baja de la naturaleza
humana; el compás refiere justamente lo contrario, lo espiritual, o sea, lo esencial
de la naturaleza humana, sublime, lo elevado.

La esencia de la masonería radica en el mensaje de espiritualidad que da a sus


miembros y ello refiere indudablemente una visión interna que explora el proceso
de perfección del individuo. Cuando se menciona “la Palabra” como elemento
central de la búsqueda masónica —y ubicada en el contexto de su pérdida y
posterior hallazgo— tenemos que ligarnos al sentido profundo del símbolo y al
significado ahí contenido. ¿Qué queremos decir, entre muchas cosas, con que la
Palabra se perdió y luego se reencontró?

El gran teórico ruso, literato y filósofo lingüístico, Mijail Bajtin, escribía en algún
texto traspapelado en mi biblioteca que nosotros somos una generación
privilegiada, pues hemos heredado el don de la palabra. El lenguaje no lo hemos
construido nosotros, sino que nos ha sido transmitido a través de la historia por
generaciones milenarias que lo fueron formando desde hace millones de años.
Tenemos la gracia de expresar el mundo con símbolos cuyos significados
misteriosos se han formado en nuestras mentes sin haber participado en su
elaboración.

No somos capaces, dice Bajtin, de impresionarnos con la maravilla del lenguaje y


de la palabra; con la palabra expresamos el mundo, lo aprehendemos y lo hacemos
nuestro, a la vez qué el nos atrapa a nosotros. El mundo —la realidad— es una
construcción del lenguaje, y por ello perder la palabra es también perder el mundo,
en tanto perdemos su significación y la capacidad de vincularnos con las cosas.
Por ello, cuando perdemos la palabra perdemos también el sentido de la vida, sino
es que la vida misma, y el hombre se sume en las tinieblas de la incivilización. En
este sentido, la Palabra masónica insinúa la condición humana en sus realidades
más profundas, pues no se trata, simplemente, de una expresión formal e histórica,
sino de un llamamiento de la vida interior, de una estructura sin la cual nos sería
imposible ser nosotros y reconocernos a nosotros mismos a través del
reconocimiento y exploración del mundo.

Encontrar la Palabra es hallarnos a nosotros mismos, es reencontrarnos con lo que


somos e implica un reconocimiento de nuestra propia condición. Sócrates lo habría
dicho mejor: conocernos a nosotros mismos. De ahí que el simbolismo de «la
Palabra», del Verbo, no es en la Masonería un simbolismo menor, sino la esencia
misma de la búsqueda y del aprendizaje masónico. La búsqueda de la Palabra es el
paso del hombre de la barbarie a la civilización, de la tosquedad a la fineza de
cuerpo y del alma. Por su parte, René Guénon, en su texto en Palabra pedida y
nombres sustitutivos , nos dice:

"Es sabido que en casi todas las tradiciones se alude a algo perdido o
desaparecido que, sean cuales sean las formas con las que se lo simboliza, tiene
en el fondo siempre el mismo significado; podríamos incluso decir que los mismos
significados, ya que, como en todo simbolismo, hay varios, aunque por otra parte
estrechamente emparentados entre sí. En realidad, se trata en todos los casos de
una alusión al oscurecimiento espiritual que, en virtud de las leyes cíclicas,
sobrevino en el transcurso de la historia de la humanidad: es ante todo la pérdida
del estado primordial, y también, por una consecuencia inmediata, la pérdida de la
tradición correspondiente, pues dicha tradición no era sino el propio conocimiento,
implícito esencialmente a la posesión de ese estado Este es otro sentido de la
perdición de la Palabra".

En efecto, de la Masonería se dice que es una propuesta iniciática de desarrollo


personal. La Institución masónica —la Orden— esta en consecuencia llamada a
generar los sistemas necesarios para transmitir la Iniciación, esto es, el
conocimiento de la tradición. Sin embargo, para muchos tratadistas masónicos, la
Palabra en la Orden esta perdida, esto es, la tradición iniciática real y verdadera se
ha perdido desde hace mucho y las enseñanzas esotéricas —tanto como el espíritu
de la Iniciación real— se hallan igualmente extraviadas, de toda suerte que las
Logias masónicas contemporáneas no son sino espejismos de la Luz verdadera y
sus rituales meros cascarones de la Iniciación. Recuperar la Palabra, en este
sentido, es reconquistar para la Orden su verdadera esencia iniciática y espiritual
y alejarla de las pretensiones “ideológicas” profanizantes de los políticos y los
agoreros del “liberalismo”.

Veamos otra interpretación del simbolismo de la Palabra, su pérdida, recuperación


y preservación: En efecto, la "Palabra Sagrada" del grado es claramente una
"palabra sustituta", y por lo demás es así como se la considera; además, esta
"palabra sustituta" es de una especie muy particular: ha sido deformada de muy
diferentes maneras, hasta el punto de llegar a ser irreconocible.; de ella hay
diversas interpretaciones, que accesoriamente pueden presentar un cierto interés
por sus alusiones a ciertos elementos simbólicos del grado, pero que no pueden
justificarse por medio de la etimología hebrea. Pero, si se restituye a dicha palabra
su forma correcta, descubrimos que su sentido es muy distinto de aquellos que se
le atribuyen, pues la palabra en cuestión no es sino una pregunta, y la respuesta
sería la verdadera "palabra sagrada" o la "palabra perdida", es decir, el verdadero
nombre del Gran Arquitecto del Universo. Planteado el problema en estos términos,
puede considerarse que la búsqueda está "encaminada", tal como hemos indicado
unas líneas atrás, y, por lo tanto, corresponde a cada uno, si tiene la capacidad
para ello, el hallar la respuesta y lograr la Maestría efectiva a través de su propio
trabajo interior.

Los masones antiguos —habría que decir— conocieron el verdadero nombre de


Dios, la forma auténtica de pronunciarlo; pero tal enunciación la hemos perdido, de
modo que ahora no sabemos cómo apelar a la Divinidad. ¿Cómo se llama, en
realidad, el Gran Arquitecto del Universo? ¿Tiene sentido saber pronunciar su
nombre? Si ha de tomarse a la letra esta aseveración, o si solo hemos de asumirla
en sus posibilidades simbólicas, el hecho es que lo que se ha perdido, en todo
caso, es una suerte de clave añejamente referida como la tabla de Salomón. Sin
embargo, la conquista suprema del Maestro masón es, tanto ritualística como
efectivamente, la recuperación de la Palabra, porque la que tiene es ciertamente
sustituta o de reemplazo, pero no la verdadera.

En el grado del Real Arco se vive esta posibilidad ceremonial, y la palabra


encontrada —el complemento del Maestro— y comunicada bajo un AV, alude a
estos significados relacionados con el verdadero nombre de Dios. En todo caso, en
el mundo de los simbolismos lo que importa son justamente los significados, de
modo que la Maestría efectiva no proviene de actos ceremoniales, sino del propio
trabajo interior de los masones. Los grados crípticos, en todo caso, representan
estos elementos —que el masón reconoce— por medio del noveno arco, el cual
esboza lo humano en su manifestación más sublime y elevada que es justamente el
valor de la espiritualidad.

Por ello, la búsqueda, encuentro y preservación de la Palabra constituye el mito


central de las enseñanzas masónicas, y las ritualidades de los grados crípticos
devienen en una fórmula que entona los significados más profundos de la evolución
del alma y del espíritu en el empalme con su propio destino.

AUTOR. MOLINA GARCÍA

FRATERNALMENTE

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