Cuento 18 Será para El Bien de Todos. Roy Bartolomew 1

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Autor: Roy Bartholomew

Ilustración: Jimmy Scott

JOHANNES entró en su habitación, tomó el reloj que había dejado sobre la mesa de
noche, y, queriendo salir por la izquierda, lo hizo por la derecha. Un plano de hielo le
traspasó el cuerpo frontalmente, congelándolo en forma fugaz, pues de pecho a espalda le
regresó la temperatura, tal como antes parecía habérsele suprimido. Pasado el temblor,
volvió a desconcertarse; creyó haber salido de la habitación, y acababa de entrar. Las cosas,
¿estaban al revés?
-Por fin se decidió usted-, le dijo una voz amable. Johannes se volvió y quedó
atónito; quien acababa de hablarle era él mismo. Iba a sospechar alguna travesura del sueño
cuando –“No, no está usted soñando”, agregó la voz. El personaje se levantó del
confortable sillón (el suyo) y, sonriéndole una bienvenida, le tendió la mano.
-¿Qué hace usted aquí?- interrogó Johannes. “Pues, afortunadamente, ya no lo que
exactamente usted haga”. La voz era parecida a la suya… -Pero, ¿quién es usted? –“Yo soy
usted”. Y se mostró, abriendo los brazos.
Bueno: o estaba soñando, o ese hombre era un caso singular de parecido, o había
que aceptar la existencia de un súbito mellizo, o se estaba plasmando alguna irrealidad. “Yo
diría que esto último”, dijo el otro, ofreciéndole asiento.
-Por lo que veo y oigo, usted no es sólo mi doble físico sino el mental, pues
responde a mis ideas antes de que yo alcance a expresarlas. –“Así es”. -¿Desde cuándo me
conoce usted? –“¡Oh, no hablemos de edad!” -¿Entonces?- “En efecto, lo conozco desde
siempre”. -No sé si acierto, pero en todo caso me parece un imposible. –“No lo es: usted ha
comprendido perfectamente”.
-¿O sea…?
-Que acaba usted de penetrar en el espejo.

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El protagonista trata de ordenar sus ideas, mientras el deuteragonista aguarda con


cortesía. Johannes, por decir algo:
-Y…, ¿siempre ha estado aquí?
-Siempre. Claro que aprovechándome de sus ausencias y de que de momento la casa
parecía sola, intenté algunas saliditas inocentes hasta su cuarto. No me está permitido ir
más allá. En verdad, no me está permitido salir en absoluto, pero ¡cómo evitar la tentación!
Lo que más impresiona, allá, es el estruendo. Observará usted que la baraúnda del exterior
no se cuela de este lado del cristal…
-¡Y yo que siempre creí que mi departamento era silencioso!
-En una oportunidad distraído por el ruido de las cañerías del baño, no advertí que
llegaba la muchacha y tuve que zambullirme hacia aquí, para evitar que me pillase. Desde
entonces he sido más precavido.
-O sea que usted puede salir del espejo.
-Pero no poseo imagen. Fuera de él, él no me repite. Hasta ahora he tenido que
conformarme, usted perdone, con la idea de que usted era mi doble. Por supuesto que
siempre repitiendo sus gestos, aun los del sueño, los de espaldas…
-Perdón…, yo no sabía…
-Tranquilícese. Todos hacen gestos increíbles cuando se creen solos, y usted resulta
un tipo bastante normal. Tiene, es claro, uno que otro detalle. ¡Esa manera de hacerme abrir
la boca para mirarse los dientes a veces me toma desprevenido y quedo con los labios
medio descalabrados! O esos infernales cuellos almidonados, o el exceso de abrigo. Pues en
este recinto, castamente defendido, no padecemos de grandes variaciones de temperatura.
En fin, detalles. ¡Lo que usted no podrá imaginar son ciertas actitudes, de su criada cuando
usted no está!
-En realidad, no me lo imagino-, dijo Johannes, procurando no ser curioso.
-¡Oh, resulta particularmente divertido!
-Seguramente… Pero, si me permite la pregunta, ¿la imagen de ella no se refleja
aquí dentro?
-Si y no. Como si dijéramos: sólo se refleja en el plano exterior del cristal. El dueño
del espejo es usted, de tal manera que sólo mi persona (quiero decir la suya) existe aquí. De
más está decirle que cuando usted sale de viaje, me aburro como una ostra. Puedo
abandonarme a mis pensamientos, pero me ata la imposibilidad. ¡Calcule lo que significa
estar recluido en un espejo! Ahora, con su salto a la irrealidad, usted acaba de liberarme-. Y
avanzó para abrazar a Johannes, quien también aceptó un trago que el extraño personaje le
ofrecía, sacándolo… de su mueble.
-¡Indudablemente! Le estoy ofreciendo de su bebida. Y por suerte. Cuando a usted
se le acaba allá -señaló el cuarto-, yo aquí me quedo sin poder robarle un dedillo, a no ser
que practique en el umbral, lo que repito que resulta una trasgresión de mi parte, tanto
menos conveniente si es por cuestiones espirituosas. La verdad es que cuando usted olvida
renovar su bodeguita de dormitorio, ¡paso una sed!
-Procuraré que no vuelva a ocurrir.
-Se lo voy a agradecer.
-Decía usted que acabo de liberarlo. ¿Cómo es ello?
-Como lo oye. Ahora que usted ha entrado en mi mundo, perdón por el posesivo, yo
ya puedo practicar el suyo con libertad incondicional, corporeidad incuestionable e imagen
que se refleja.
-¿No quiere que salgamos un rato para que se mire?
-¡Cómo no lo he de querer! ¡Hace años que lo deseo! Pero antes debo hacerle
algunas declaraciones. Al fin y al cabo mi obligación es guardarle fidelidad. Verá usted:
cuando salgamos, nos veremos los dos en el espejo, pues ya seremos usted y yo… Le repito
que estoy enteramente a sus órdenes, que puedo ayudarlo en sus tareas, cumplir con aquello
que usted me solicite, y, si usted me lo permitiese, hasta podría darme yo ciertos gustos
aprovechando el camino que usted ya tiene andado…
-Conforme.
-Además, ya seremos dos. ¡Podremos, con la mitad del esfuerzo, hacer cuanto usted
realizaba hasta ahora! Algo así como una racionalización del trabajo y una prudente
distribución de los goces de este mundo; quiero decir de aquél.
-¡No estaría mal!
-Por otra parte, aleje todo temor de quedarse sin imagen: ¡no, señor, eso de ninguna
manera! Inmediatamente habrá otra, tan atenta y sumisa como yo lo he sido, para todas las
posturas, humores y morisquetas que se le puedan ocurrir. Hastío, recortada de bigote,
dolor de cabeza, extirpación de granitos, ufanía, aires mundanos…
-Mil gracias. En adelante, seré cuidadoso. Circunspecto, si es necesario.
-¡Nada, hombre de Dios, no pierda usted su naturalidad! Estas pequeñas confusiones
que ahora padece desaparecerán con rapidez… Ya lo verá.
-Mejor si así es. -Johannes bebió su whisky.- ¿Es bueno, no?
-¿No lo reconoce?
-¡Perdón! Estoy diciendo tonterías.
-No se le dé a usted, a mi me ocurría otro tanto. Este…, ¿salimos?
Ambos salieron del espejo.
Ya en el cuarto, lo primero que hizo el otro fue mirar su imagen, irreprochablemente
completa, mirarse y remirarse, saludarse, sonreírse, recuadrar desmesuradamente los labios
para observarse la dentadura. Pasó al baño, acariciándose la barba: “¡Ah, en adelante me
afeitaré yo mismo!” En seguida pareció atacado de cabriolas: se sentó, se levantó, anduvo
caminando, se quitó la chaqueta, volvió a ponérsela, prescindió de los zapatos y terminó
repantigándose en el sillón, totalmente satisfecho.
-¡Ah, esto es vida!
-Me alegro verlo feliz. ¿Desea usted algo? ¿Una taza de café, tal vez?
-Por ahora no, muy amable. Lo que me permitiría rogarle es que, durante un buen
rato, no nos molestase nadie. Usted comprende, el parecido…
-No se preocupe. No hay nadie en el departamento, vivo solo, y la muchacha tiene
su fin de semana libre.
Johannes le ofreció alguna ropa: total, le caería de medida. El otro se estuvo
probando batas y calzoncillos con fruición, y eligió un conjunto sobrio. “¿Buena tela, eh?
Las corbatas lo divirtieron. Optó por una verde oscuro, y se la anudó estirando el cuello y
adelantando el mentón, igual que Johannes.
-¡Ahora si que me serviría una taza de café!
Johannes la preparó.
-Bien-, dijo el otro, mientras observaba detalles de la cocina-: ahora viene lo mejor,
lo que he deseado toda mi vida (toda la suya): ¡salir a caminar por mi cuenta! ¿Cree que
habrá algún inconveniente?
-Supongo que ninguno. ¿No es usted dueño de sus actos?
-Es verdad. Pero todavía no me acostumbro, ¿sabe? Claro que si salgo convendría
que usted no atendiese el teléfono ni la puerta para evitar situaciones confusas.
-Como le parezca. Aquí tiene las llaves. Y dinero: lo va a necesitar. Pero, ¿qué hará
si llega a encontrarse con algún conocido?
-Descuide. Conozco de usted más de lo que imagina, y su reputación no correrá
peligro. Nadie sospechará ¡y yo me voy a divertir íntimamente!
-Bien, bien, pero no se le olvide que jamás fumo cigarrillos con filtro.
-Ni le gustan los rabanitos, y no soporta las gomas de mascar.
-Bueno, que se divierta. -Admirado, Johannes lo acompañó hasta la puerta.
-¿No le cortaré ningún programa, verdad?
No, Johannes no tenía nada proyectado para esa noche. Mientras el otro estuviese
afuera, él aprovecharía para ordenar algunas cosas. Desde luego, le rogaba que si por una
de esas casualidades se llegara a encontrar con Rosita…
-¡No se preocupe, mi viejo! ¡Ante todo soy un caballero! ¿Cómo se le ocurre?
-Le estoy muy reconocido.
El otro ya llamaba el ascensor, cuando Johannes recordó:
-A propósito, ¿cómo se llama usted?
-Sennahoj.
-¿Cómo?
-¡Sennahoj!
-¿Y eso qué significa?
-No significa nada. Es Johannes al revés.
La puerta del ascensor se cerró. Johannes volvió a su cuarto, y, tras algunas
vacilaciones, se miró en el espejo con timidez. Ahí estaba, tal cual. Sacó la lengua. Y la
imagen, automáticamente. ¿No sería que…? Pero no, imposible: el desorden del cuarto, el
del guardarropa confirmaban el episodio. “Al menos ahora tengo dos trajes grises cruzados,
aunque ese tipo (¿cómo dijo que se llamaba?) se llevó el café. En fin, podríamos duplicarlo
todo”. Miró su imagen una vez más pero se abstuvo de nuevos experimentos. Sin saber qué
pensar encendió un cigarrillo y fue a sentarse al living.

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El regreso de Sennahoj fue ruidoso. ¡Ah, señores, qué calles, qué avenidas, vaya
trajín! ¡Y qué ruido, qué fenomenal ruido el de la ciudad! Luego, aquellas mujercitas tan
adorables… ¿Qué me dice, eh? ¡De primera!” Además, viajó en el metro, recorrió las
plazas, comió helados, se compró una cajetilla de cigarrillos, ¡en fin!, una maravilla.
-¡Y no se imagina usted el placer de caminar, de meterse en todas parte! La
iluminación artificial, espléndida; los automóviles, fantásticos; los escaparates, ¡oh, los
escaparates! Un trencito eléctrico, con todo lo imaginable en miniatura, me tuvo fascinado.
¿Y las fuentes de soda? ¡Bárbaro! Sí, señor, gozan ustedes de una espléndida existencia.
Johannes todavía estaba sentado en el sillón.
-Me alegro, me alegro de que le haya gustado nuestro modesto mundo.
-¿Modesto? ¡Cómo se le ocurre! Un mareo, mi viejo, un mareo.
Y lanzó un silbidito de admiración.
-¿Se encontró con alguien conocido?
-Con varios. Pero fueron saludos de pasada, nomás.
-¿Y con…?
-No, no la vi. ¡Es tan grande la ciudad! Mira, mi querido Johannes: tenemos que ser
unidos, muy unidos. Claro que tú eres el libertador, y la obligación de servir -¡con dignidad,
eso sí!- es mía. Al César, lo que es del César.
Johannes comenzó a sentir la generosidad de quien ha hecho algo de famosa
importancia. “Oh, dejemos eso… No es para tanto. En fin, dar una vida…”
-¡Jamás! -atajó Sennahoj-. Las cosas en su punto. ¡Y si no lo proclamo a los cuatro
vientos es porque el silencio será nuestra mejor arma, pero a ti te lo repito: te debo la vida!
Y se acaloraba. Johannes terminó por aceptar las ovaciones con naturalidad del
antiguo señor.
-Claro que… -agregó Sennahoj.
-¿Sí…?
-¡Tengo un hambre!
-¡Yo también!
Mientras se dirigían a la cocina Johannes fue enumerando:
-Tengo un jamoncito serrano que pide guerra y un vino reservado que reclama
homenajes. Además, pan, tocino, huevos, mantequilla… ¿Y qué me dices de estos chorizos
del sur? ¡Ya lo verás, soberbios! Aquí están las salsas. También hay un queso que camina
solo. Aquí está el café. En el refrigerador quedan verduras para una ensalada gloriosa.
Los dos amigos maniobraron alegremente, y momentos más tarde devoraban con
fervor. Después tomaron un par de whiskies, durante los cuales Sennahoj comenzó a
esbozar proyectos de vida. Habló y habló, hasta que Johannes terminó por aprenderle el
nombre.
-¿Qué tal un rato de televisión, Sennahoj? Siento curiosidad por tus reacciones.
Sennahoj pareció gozar misteriosamente con las frías imágenes apresadas en el
recuadro convexo de la pantalla. Las noticias ilustraban sobre las infinitas cualidades de
determinado jabón y el viaje del primer ministro de Gran Bretaña a Tasmania.
-¿Dónde queda Tasmania?
-Al sur de Australia.
Johannes fue a buscar el atlas de la Britannica y se apresuró a ilustrar a Sennahoj,
quien se quedó volviendo las páginas con los ojos muy abiertos, observando los mapas, las
fotografías, las estadísticas. “¡Magnífico -murmuró sin levantar la cabeza-, a uno le vienen
ganas de viajar!”
-¿Proyectas viajes?
-No estaría mal, no estaría mal… Ver el mundo, pues. ¡Qué te parece!
Corrió otro Whisky. Se barajaron itinerarios. Se habló de playas con palmeras, de
arrecifes de coral, de archipiélagos tropicales, del admirable Stevenson.
-¡Cómo! ¿Lo has leído?
-Tú lo has leído, delante del espejo, acostado.
Johannes temió no haber sido lo suficientemente eficaz para la correcta ilustración
de su doble. Pero ¡quién pudo imaginarlo nunca! Además, ya hablaban de aquellos tiempos
como un pasado remoto.
Cuando les llegó el sueño era casi de amanecida. Sennahoj se acomodó en el sofá
del living y Johannes, con el alma en paz, se durmió en su cama. Aunque durante la noche
murmuró y dio vueltas, soñando, y pegó algunos comprensibles saltitos.

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A la mañana siguiente tras bañarse y afeitarse, desayunaron tocino con huevos,


tostadas con mantequilla, café y jugo de naranjas en el balcón terraza, sin preocuparse de
que los pudieran ver y sorprenderse del parecido, pues el piso era el octavo. Sennahoj se
extasió con el brillo del mar. Después comenzó a curiosear en la biblioteca y puso algunos
discos. Decidió consagrar la jornada al estudio y la información. Johannes, encantado de
pasarlo consigo mismo, desdoblado -no estaba muy lejos de ser así-, lo ayudó solícito, toda
vez que hacía su repaso general. Sennahoj adelantó con rapidez. Sus conocimientos diferían
en poco, y Johannes comprobó sin sorpresa que el otro lo aventajaba en varios casos de
memoria retentiva “seguramente por la obligada concentración de su antigua vida
especular”. La conversación fue entusiasta, y se les pasó el domingo. El lunes, mientras
Sennahoj se afeitaba, Johannes despidió a la muchacha, algo confusa, y le dio unos pesos
adicionales de gratificación -junto con un traje, recientemente declarado en desuso, para el
padre, un pensionado de los ferrocarriles-. Habían considerado la posibilidad de divertirse
con ella, desorientándola con la doble presencia y una serie de entradas y salidas, pero
desecharon la idea y resolvieron que, mientras el uno estuviese afuera -Johannes en la
oficina o lo que fuese, o Sennahoj habituándose con más calma a la ciudad-, el otro se
encargaría de ordenar el departamento, preparar comidas sencillas, etc. La primera semana
transcurrió sin novedad, aunque con el paladar no muy regalado, en tanto que Sennahoj se
le aparejaba a Johannes en información. Este tuvo que realizar algunas compras, pues uno
no suele tener doble provisión de todo. El compañerismo fue tan agradable y la
complementación tan amplia, que al siguiente lunes Sennahoj quiso él ir a desempeñar las
tareas de la oficina. El éxito fue completo. Ojos distintos al fin y al cabo, hizo atinadas
observaciones sobre la conveniencia de tal o cual modificación en los procedimientos, para
agilizar las tareas.
Pronto se animaron a salir juntos. Recorrieron la parte antigua del parque, del otro
lado de la línea del ferrocarril, y la gente, que es menos observadora de lo que uno suele
imaginar, pareció no advertir la presencia de los aparentes mellizos. Pero una mañanita
llena de sol, al cruzarse con dos espléndidas muchachas, jóvenes e idénticas, hermanas de
seguro, hubo entre los cuatro una sonrisa de simpatía ligeramente cómplice. Johannes se
alarmó.
-Tranquilízate. Conozco las estadísticas del otro lado del espejo, y nuestro caso es el
primero. El único.
Y los dos se volvieron para observar a las muchachas.

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Una mañana, Johannes se disponía a salir hacia la oficina (ese día le correspondía a
él), cuando advirtió que Sennahoj se miraba en el espejo con expresión indefinida.
-¿Te ocurre algo?
“No, nada…” Las imágenes cumplían normalmente la tarea de repetir los gestos.
“¿Alguna inquietud, algún problema?”
-Oye, mi viejo: ¿entramos al espejo?
Johannes consultó el reloj. Tenía tiempo. Comprendió que Sennahoj callaba los
motivos para no preocuparlo; le echó cordialmente el brazo al hombro y traspusieron el
cristal.
Inmediatamente los dos Johannes (o Sennahoj) que había del otro lado se liberaron
y los recibieron con grandes muestras de reconocimiento. Ya eran cuatro. Sennahoj confesó
que lo había preocupado la duda de si Johannes podría repetir el acto de liberación que
había realizado inicialmente con él, y si él, Sennahoj, podría cumplir esos mismos rescates
del mundo especular. Ahora que no le quedaban motivos de perplejidad, el cuarteto celebró
con algunas bromas su integración (“un ruso, un melancólico; dos rusos, un partido de
ajedrez, tres rusos, un samovar; cuatro rusos, ¡un cuarteto de cuerdas húngaro!”) y estimó
las diversas posibilidades que se ofrecían. Para obviar el problema de los nombres
(Johannes al revés da Sennahoj, y Sennahoj da Johannes) decidieron que los dos nuevos
miembros del grupo se llamarían Julio y Ricardo. Sin advertirlo, salieron del espejo, en el
que quedaron cuatro imágenes, y, vestidos iguales de a dos, pasaron al living, donde Julio y
Ricardo se pusieron a curiosear, como antes Sennahoj, y se impresionaron con el mar, que
ese día estaba bastante revuelto, bajo el copioso aguacero. Johannes avisó por teléfono que
no concurriría a la oficina, pretextando una indisposición pasajera; pero desde el siguiente
día su actividad multiplicada, así como el dinamismo de sus ideas y proyectos, comenzaron
a llamar la atención del gerente, primero, y del directorio, después con lo que se inició su
espectacular ascenso en atribuciones e influencia, que en el futuro lo transformarían en un
poderoso factor del mundo de las finanzas.
Naturalmente, hubo algunos problemas. Para empezar, el espacio; después, el
dinero. Pues, aunque Johannes prosperaba, cuatro no es lo mismo que uno, y todavía
estaban en los comienzos.
-El problema del dinero no nos tiene que preocupar- dijo Ricardo. Y, con todos los
billetes que Johannes pudo reunir, se paró delante del espejo, transpuso el cristal, y de
inmediato regresó con Alberto y con el dinero duplicado. Decidieron repartirse: Johannes y
Sennahoj quedaron en el departamento del primero y Julio, Ricardo y Alberto tomaron otro,
en el extremo opuesto de la ciudad. Una o dos veces por semana se reunían en casa de
Johannes para conversar. No necesitaban deliberar: la idea surgió sola, y desde ese
momento los cinco se pusieron a la tarea. Primeramente, y según lo acordado, comenzaron
a mezclarse con discreción en distintas esferas de la vida de la ciudad. Transcurrido algún
tiempo, se hallaban en casa de Johannes (indiscutible presidente de la sociedad) cuando se
transformaron en diez, mediante la visita al espejo. Sennahoj asumió la dirección
administrativa de la logia. La cual, no se nos olvide, no tiene límites para ver multiplicados
sus fondos, pues el problema de la doble numeración de los billetes fue eliminado
recurriendo a las monedas de oro. Más adelante, el capital haría por sí solo las veces de
espejo.
La vida transcurre con alegrías y tristezas, pequeños sobresaltos y considerables
satisfacciones, los hombres subsisten temerosos de la guerra final o se despreocupan de
ello, tienen afanes, rapaces o generosos, hay lluvias y amaneceres radiantes, enfermedad y
muerte, los ideales se confirman o se debilitan, las plantas realizan su delicada función
química.
Eran algunos centenares cuando resolvieron dispersarse por el mundo, munido cada
uno de su espejo personal para poder aumentar a voluntad, según las rigurosas necesidades
de la logia, el número de integrantes y funcionarios, y tras dejar establecido su sistema
secreto de intercomunicación, inapelable e intergiversable, aunque de apariencia inocente y
casi baladí. Lentamente, la presencia de tantos Johannes fue influyendo en modas y estilos.
Formas de vestir, de actuar, de caminar, fueron modificándose. Sin que crítico alguno
pudiese dar con la causa real (a no ser que fuera uno de los “críticos Johannes”, pero estos
callan), la música, la pintura, comenzaron a poseer cierta unidad dentro de las diversas
tendencias de su evolución expresiva; y otros aspectos menos ilustres del diario vivir, pero
no menos reveladores para el espíritu avisado -tal tipo de calefacción, determinado sistema
de entramado de albañilería, esa manera de forestación, aquella industrialización de la
harina de pescado- tampoco escaparon a la silenciosa y activa ola que se iba expandiendo.
Diarios y revistas, tales o cuales espectáculos comenzaron a perder o a ganar el favor del
consumidor. Un millón de personas que exprese idéntica opinión, con espíritu
independiente y criterio responsable, maneras corteses y correcta habla, alcanza
insospechable influencia. Esto, con ser vastamente significativo, no es lo más importante.
Sino el poder que todos están alcanzando, no sólo por el esfuerzo individual, sino porque el
mutuo y secreto apoyo puede grandes cosas, y ni qué decir si se lo aplica a un fin común y
objetivo. En la actualidad hay “imágenes y semejanzas” de Johannes en todas partes,
desempeñando funciones claves en las Naciones Unidas, en los principales centros de
planificación mundial para la alimentación, la salud y el desarrollo, en los ingentes
laboratorios de experimentación atómica, en las laberínticas fábricas de cerebros
electrónicos, en las centrales de proyección y lanzamiento interplanetarios, en las
principales agencias informativas -de cuya incidencia en abigarrados sectores de la
humanidad sería redundancia hacer la exégesis-, en los núcleos dirigentes de alfabetización
e instrucción popular, en las grandes casas editoras, en las cadenas de prensa, radio y
televisión, en las universidades, en las comisiones que recorren los países nuevos, y, por
supuesto en el corazón de los más importantes trusts económicos del planeta, -sin que se
desdeñen los modestos cargos municipales, las abnegadas tareas en los hospitales más
apartados, la docencia primaria o el comercio minorista, pues no hay escenario pequeño
para una gran tarea. Todo este vasto y desconocido sistema de engranajes tiene su apelación
final en Johannes -quien para los demás no pasa de ser un correcto y próspero hombre de
negocios que desdeña toda vanidad social y goza de buen humor-, y tiene su anteúltimo
peldaño en Sennahoj, cuyos grandes lugartenientes son Julio, Ricardo y Alberto, pues se ha
respetado, a identidad de personalidades y propósitos, el orden de las sucesivas liberaciones
del espejo. ¿Qué se proponen estos innumerables, tenaces y silenciosos miembros de lo que
podríamos llamar “la Logia Especular”? ¿Cuál es la idea dominante que mueve a esta
asociación portentosa y discreta que tal vez ya tenga en sus manos la posibilidad de dar un
vuelco espectacular en los acontecimientos mundiales, caso de preferir una definición
rápida a los beneficios de una pulcra evolución? ¿La totalidad del poder, de ardua mesura?
¿La paz, una paz inexpugnable? ¿Una afrentosa chatura espiritual, o, contrariamente, un
refuerzo fidedigno a la libertad creadora, defendiendo al hombre de los peligros y el hastío
moral de la uniformidad? Fuera del remoto centro ejecutivo de la logia, nadie lo sabe, y yo
menos que nadie. Lo único que puedo considerar, esperanzado, es que prevalezca el deseo
del bien y su correcta consecución. Pues conozco el buen natural y espíritu de justicia de
Johannes -al fin y al cabo él es creación mía-, aunque también admito que él ya no depende
en absoluto de mí, pues sus poderes son incomparablemente más grandes que los de un
mero autor de cuentos, el que a estas alturas de la narración no pasa de ser un modesto
cronista de temores, suposiciones y anhelos, y hasta ignora si la vida de todos los miles o
acaso millones de Johannes dispersos por el mundo dependen de la existencia del primero,
si el fin de éste podrá significar automáticamente una sorpresiva disminución de los nuevos
hábitos del planeta, dejando vacantes una increíble cantidad de puestos claves en la médula
de nuestra atribulada sociedad. ¿Cómo no aceptar, por ejemplo, la imposibilidad de poder
precisar cuando el Johannes verdadero desempeña él mismo el papel del verdadero
Johannes, siendo tan obvio que continuamente se estarán cambiando para preservar su
preciosa existencia de todo peligro? ¿Morirán todos con Johannes? ¿O podrán seguir más
allá, proyectándose hacia una infinidad tal de posibilidades que su sola consideración causa
un vértigo que no tiene desemejanza con la fatiga? ¿Será todo para bien o la humanidad
confrontará un peligro casi intolerable? ¿Podrán acudir los pájaros con recuperada
confianza a la mano del hombre? Confiemos en que todo sea para el bien del mundo. Pero,
lo que en definitiva ocurra, eso sólo el tiempo lo dirá.

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