Cuento 18 Será para El Bien de Todos. Roy Bartolomew 1
Cuento 18 Será para El Bien de Todos. Roy Bartolomew 1
Cuento 18 Será para El Bien de Todos. Roy Bartolomew 1
JOHANNES entró en su habitación, tomó el reloj que había dejado sobre la mesa de
noche, y, queriendo salir por la izquierda, lo hizo por la derecha. Un plano de hielo le
traspasó el cuerpo frontalmente, congelándolo en forma fugaz, pues de pecho a espalda le
regresó la temperatura, tal como antes parecía habérsele suprimido. Pasado el temblor,
volvió a desconcertarse; creyó haber salido de la habitación, y acababa de entrar. Las cosas,
¿estaban al revés?
-Por fin se decidió usted-, le dijo una voz amable. Johannes se volvió y quedó
atónito; quien acababa de hablarle era él mismo. Iba a sospechar alguna travesura del sueño
cuando –“No, no está usted soñando”, agregó la voz. El personaje se levantó del
confortable sillón (el suyo) y, sonriéndole una bienvenida, le tendió la mano.
-¿Qué hace usted aquí?- interrogó Johannes. “Pues, afortunadamente, ya no lo que
exactamente usted haga”. La voz era parecida a la suya… -Pero, ¿quién es usted? –“Yo soy
usted”. Y se mostró, abriendo los brazos.
Bueno: o estaba soñando, o ese hombre era un caso singular de parecido, o había
que aceptar la existencia de un súbito mellizo, o se estaba plasmando alguna irrealidad. “Yo
diría que esto último”, dijo el otro, ofreciéndole asiento.
-Por lo que veo y oigo, usted no es sólo mi doble físico sino el mental, pues
responde a mis ideas antes de que yo alcance a expresarlas. –“Así es”. -¿Desde cuándo me
conoce usted? –“¡Oh, no hablemos de edad!” -¿Entonces?- “En efecto, lo conozco desde
siempre”. -No sé si acierto, pero en todo caso me parece un imposible. –“No lo es: usted ha
comprendido perfectamente”.
-¿O sea…?
-Que acaba usted de penetrar en el espejo.
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El regreso de Sennahoj fue ruidoso. ¡Ah, señores, qué calles, qué avenidas, vaya
trajín! ¡Y qué ruido, qué fenomenal ruido el de la ciudad! Luego, aquellas mujercitas tan
adorables… ¿Qué me dice, eh? ¡De primera!” Además, viajó en el metro, recorrió las
plazas, comió helados, se compró una cajetilla de cigarrillos, ¡en fin!, una maravilla.
-¡Y no se imagina usted el placer de caminar, de meterse en todas parte! La
iluminación artificial, espléndida; los automóviles, fantásticos; los escaparates, ¡oh, los
escaparates! Un trencito eléctrico, con todo lo imaginable en miniatura, me tuvo fascinado.
¿Y las fuentes de soda? ¡Bárbaro! Sí, señor, gozan ustedes de una espléndida existencia.
Johannes todavía estaba sentado en el sillón.
-Me alegro, me alegro de que le haya gustado nuestro modesto mundo.
-¿Modesto? ¡Cómo se le ocurre! Un mareo, mi viejo, un mareo.
Y lanzó un silbidito de admiración.
-¿Se encontró con alguien conocido?
-Con varios. Pero fueron saludos de pasada, nomás.
-¿Y con…?
-No, no la vi. ¡Es tan grande la ciudad! Mira, mi querido Johannes: tenemos que ser
unidos, muy unidos. Claro que tú eres el libertador, y la obligación de servir -¡con dignidad,
eso sí!- es mía. Al César, lo que es del César.
Johannes comenzó a sentir la generosidad de quien ha hecho algo de famosa
importancia. “Oh, dejemos eso… No es para tanto. En fin, dar una vida…”
-¡Jamás! -atajó Sennahoj-. Las cosas en su punto. ¡Y si no lo proclamo a los cuatro
vientos es porque el silencio será nuestra mejor arma, pero a ti te lo repito: te debo la vida!
Y se acaloraba. Johannes terminó por aceptar las ovaciones con naturalidad del
antiguo señor.
-Claro que… -agregó Sennahoj.
-¿Sí…?
-¡Tengo un hambre!
-¡Yo también!
Mientras se dirigían a la cocina Johannes fue enumerando:
-Tengo un jamoncito serrano que pide guerra y un vino reservado que reclama
homenajes. Además, pan, tocino, huevos, mantequilla… ¿Y qué me dices de estos chorizos
del sur? ¡Ya lo verás, soberbios! Aquí están las salsas. También hay un queso que camina
solo. Aquí está el café. En el refrigerador quedan verduras para una ensalada gloriosa.
Los dos amigos maniobraron alegremente, y momentos más tarde devoraban con
fervor. Después tomaron un par de whiskies, durante los cuales Sennahoj comenzó a
esbozar proyectos de vida. Habló y habló, hasta que Johannes terminó por aprenderle el
nombre.
-¿Qué tal un rato de televisión, Sennahoj? Siento curiosidad por tus reacciones.
Sennahoj pareció gozar misteriosamente con las frías imágenes apresadas en el
recuadro convexo de la pantalla. Las noticias ilustraban sobre las infinitas cualidades de
determinado jabón y el viaje del primer ministro de Gran Bretaña a Tasmania.
-¿Dónde queda Tasmania?
-Al sur de Australia.
Johannes fue a buscar el atlas de la Britannica y se apresuró a ilustrar a Sennahoj,
quien se quedó volviendo las páginas con los ojos muy abiertos, observando los mapas, las
fotografías, las estadísticas. “¡Magnífico -murmuró sin levantar la cabeza-, a uno le vienen
ganas de viajar!”
-¿Proyectas viajes?
-No estaría mal, no estaría mal… Ver el mundo, pues. ¡Qué te parece!
Corrió otro Whisky. Se barajaron itinerarios. Se habló de playas con palmeras, de
arrecifes de coral, de archipiélagos tropicales, del admirable Stevenson.
-¡Cómo! ¿Lo has leído?
-Tú lo has leído, delante del espejo, acostado.
Johannes temió no haber sido lo suficientemente eficaz para la correcta ilustración
de su doble. Pero ¡quién pudo imaginarlo nunca! Además, ya hablaban de aquellos tiempos
como un pasado remoto.
Cuando les llegó el sueño era casi de amanecida. Sennahoj se acomodó en el sofá
del living y Johannes, con el alma en paz, se durmió en su cama. Aunque durante la noche
murmuró y dio vueltas, soñando, y pegó algunos comprensibles saltitos.
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Una mañana, Johannes se disponía a salir hacia la oficina (ese día le correspondía a
él), cuando advirtió que Sennahoj se miraba en el espejo con expresión indefinida.
-¿Te ocurre algo?
“No, nada…” Las imágenes cumplían normalmente la tarea de repetir los gestos.
“¿Alguna inquietud, algún problema?”
-Oye, mi viejo: ¿entramos al espejo?
Johannes consultó el reloj. Tenía tiempo. Comprendió que Sennahoj callaba los
motivos para no preocuparlo; le echó cordialmente el brazo al hombro y traspusieron el
cristal.
Inmediatamente los dos Johannes (o Sennahoj) que había del otro lado se liberaron
y los recibieron con grandes muestras de reconocimiento. Ya eran cuatro. Sennahoj confesó
que lo había preocupado la duda de si Johannes podría repetir el acto de liberación que
había realizado inicialmente con él, y si él, Sennahoj, podría cumplir esos mismos rescates
del mundo especular. Ahora que no le quedaban motivos de perplejidad, el cuarteto celebró
con algunas bromas su integración (“un ruso, un melancólico; dos rusos, un partido de
ajedrez, tres rusos, un samovar; cuatro rusos, ¡un cuarteto de cuerdas húngaro!”) y estimó
las diversas posibilidades que se ofrecían. Para obviar el problema de los nombres
(Johannes al revés da Sennahoj, y Sennahoj da Johannes) decidieron que los dos nuevos
miembros del grupo se llamarían Julio y Ricardo. Sin advertirlo, salieron del espejo, en el
que quedaron cuatro imágenes, y, vestidos iguales de a dos, pasaron al living, donde Julio y
Ricardo se pusieron a curiosear, como antes Sennahoj, y se impresionaron con el mar, que
ese día estaba bastante revuelto, bajo el copioso aguacero. Johannes avisó por teléfono que
no concurriría a la oficina, pretextando una indisposición pasajera; pero desde el siguiente
día su actividad multiplicada, así como el dinamismo de sus ideas y proyectos, comenzaron
a llamar la atención del gerente, primero, y del directorio, después con lo que se inició su
espectacular ascenso en atribuciones e influencia, que en el futuro lo transformarían en un
poderoso factor del mundo de las finanzas.
Naturalmente, hubo algunos problemas. Para empezar, el espacio; después, el
dinero. Pues, aunque Johannes prosperaba, cuatro no es lo mismo que uno, y todavía
estaban en los comienzos.
-El problema del dinero no nos tiene que preocupar- dijo Ricardo. Y, con todos los
billetes que Johannes pudo reunir, se paró delante del espejo, transpuso el cristal, y de
inmediato regresó con Alberto y con el dinero duplicado. Decidieron repartirse: Johannes y
Sennahoj quedaron en el departamento del primero y Julio, Ricardo y Alberto tomaron otro,
en el extremo opuesto de la ciudad. Una o dos veces por semana se reunían en casa de
Johannes para conversar. No necesitaban deliberar: la idea surgió sola, y desde ese
momento los cinco se pusieron a la tarea. Primeramente, y según lo acordado, comenzaron
a mezclarse con discreción en distintas esferas de la vida de la ciudad. Transcurrido algún
tiempo, se hallaban en casa de Johannes (indiscutible presidente de la sociedad) cuando se
transformaron en diez, mediante la visita al espejo. Sennahoj asumió la dirección
administrativa de la logia. La cual, no se nos olvide, no tiene límites para ver multiplicados
sus fondos, pues el problema de la doble numeración de los billetes fue eliminado
recurriendo a las monedas de oro. Más adelante, el capital haría por sí solo las veces de
espejo.
La vida transcurre con alegrías y tristezas, pequeños sobresaltos y considerables
satisfacciones, los hombres subsisten temerosos de la guerra final o se despreocupan de
ello, tienen afanes, rapaces o generosos, hay lluvias y amaneceres radiantes, enfermedad y
muerte, los ideales se confirman o se debilitan, las plantas realizan su delicada función
química.
Eran algunos centenares cuando resolvieron dispersarse por el mundo, munido cada
uno de su espejo personal para poder aumentar a voluntad, según las rigurosas necesidades
de la logia, el número de integrantes y funcionarios, y tras dejar establecido su sistema
secreto de intercomunicación, inapelable e intergiversable, aunque de apariencia inocente y
casi baladí. Lentamente, la presencia de tantos Johannes fue influyendo en modas y estilos.
Formas de vestir, de actuar, de caminar, fueron modificándose. Sin que crítico alguno
pudiese dar con la causa real (a no ser que fuera uno de los “críticos Johannes”, pero estos
callan), la música, la pintura, comenzaron a poseer cierta unidad dentro de las diversas
tendencias de su evolución expresiva; y otros aspectos menos ilustres del diario vivir, pero
no menos reveladores para el espíritu avisado -tal tipo de calefacción, determinado sistema
de entramado de albañilería, esa manera de forestación, aquella industrialización de la
harina de pescado- tampoco escaparon a la silenciosa y activa ola que se iba expandiendo.
Diarios y revistas, tales o cuales espectáculos comenzaron a perder o a ganar el favor del
consumidor. Un millón de personas que exprese idéntica opinión, con espíritu
independiente y criterio responsable, maneras corteses y correcta habla, alcanza
insospechable influencia. Esto, con ser vastamente significativo, no es lo más importante.
Sino el poder que todos están alcanzando, no sólo por el esfuerzo individual, sino porque el
mutuo y secreto apoyo puede grandes cosas, y ni qué decir si se lo aplica a un fin común y
objetivo. En la actualidad hay “imágenes y semejanzas” de Johannes en todas partes,
desempeñando funciones claves en las Naciones Unidas, en los principales centros de
planificación mundial para la alimentación, la salud y el desarrollo, en los ingentes
laboratorios de experimentación atómica, en las laberínticas fábricas de cerebros
electrónicos, en las centrales de proyección y lanzamiento interplanetarios, en las
principales agencias informativas -de cuya incidencia en abigarrados sectores de la
humanidad sería redundancia hacer la exégesis-, en los núcleos dirigentes de alfabetización
e instrucción popular, en las grandes casas editoras, en las cadenas de prensa, radio y
televisión, en las universidades, en las comisiones que recorren los países nuevos, y, por
supuesto en el corazón de los más importantes trusts económicos del planeta, -sin que se
desdeñen los modestos cargos municipales, las abnegadas tareas en los hospitales más
apartados, la docencia primaria o el comercio minorista, pues no hay escenario pequeño
para una gran tarea. Todo este vasto y desconocido sistema de engranajes tiene su apelación
final en Johannes -quien para los demás no pasa de ser un correcto y próspero hombre de
negocios que desdeña toda vanidad social y goza de buen humor-, y tiene su anteúltimo
peldaño en Sennahoj, cuyos grandes lugartenientes son Julio, Ricardo y Alberto, pues se ha
respetado, a identidad de personalidades y propósitos, el orden de las sucesivas liberaciones
del espejo. ¿Qué se proponen estos innumerables, tenaces y silenciosos miembros de lo que
podríamos llamar “la Logia Especular”? ¿Cuál es la idea dominante que mueve a esta
asociación portentosa y discreta que tal vez ya tenga en sus manos la posibilidad de dar un
vuelco espectacular en los acontecimientos mundiales, caso de preferir una definición
rápida a los beneficios de una pulcra evolución? ¿La totalidad del poder, de ardua mesura?
¿La paz, una paz inexpugnable? ¿Una afrentosa chatura espiritual, o, contrariamente, un
refuerzo fidedigno a la libertad creadora, defendiendo al hombre de los peligros y el hastío
moral de la uniformidad? Fuera del remoto centro ejecutivo de la logia, nadie lo sabe, y yo
menos que nadie. Lo único que puedo considerar, esperanzado, es que prevalezca el deseo
del bien y su correcta consecución. Pues conozco el buen natural y espíritu de justicia de
Johannes -al fin y al cabo él es creación mía-, aunque también admito que él ya no depende
en absoluto de mí, pues sus poderes son incomparablemente más grandes que los de un
mero autor de cuentos, el que a estas alturas de la narración no pasa de ser un modesto
cronista de temores, suposiciones y anhelos, y hasta ignora si la vida de todos los miles o
acaso millones de Johannes dispersos por el mundo dependen de la existencia del primero,
si el fin de éste podrá significar automáticamente una sorpresiva disminución de los nuevos
hábitos del planeta, dejando vacantes una increíble cantidad de puestos claves en la médula
de nuestra atribulada sociedad. ¿Cómo no aceptar, por ejemplo, la imposibilidad de poder
precisar cuando el Johannes verdadero desempeña él mismo el papel del verdadero
Johannes, siendo tan obvio que continuamente se estarán cambiando para preservar su
preciosa existencia de todo peligro? ¿Morirán todos con Johannes? ¿O podrán seguir más
allá, proyectándose hacia una infinidad tal de posibilidades que su sola consideración causa
un vértigo que no tiene desemejanza con la fatiga? ¿Será todo para bien o la humanidad
confrontará un peligro casi intolerable? ¿Podrán acudir los pájaros con recuperada
confianza a la mano del hombre? Confiemos en que todo sea para el bien del mundo. Pero,
lo que en definitiva ocurra, eso sólo el tiempo lo dirá.